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LA COMPETITIVIDAD DE LA ECONOMIA ESPAÑOLA FRENTE A LA CEE. LOS FACTORES GLOBALES Antonio Argandoña IESE Business School – Universidad de Navarra Avda. Pearson, 21 – 08034 Barcelona, España. Tel.: (+34) 93 253 42 00 Fax: (+34) 93 253 43 43 Camino del Cerro del Águila, 3 (Ctra. de Castilla, km 5,180) – 28023 Madrid, España. Tel.: (+34) 91 357 08 09 Fax: (+34) 91 357 29 13 Copyright © 1989 IESE Business School. Documento de Investigación DI-159 Febrero, 1989

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IESE Business School-Universidad de Navarra - 1

LA COMPETITIVIDAD DE LA ECONOMIA ESPAÑOLA FRENTE A LA CEE. LOS FACTORES GLOBALES

Antonio Argandoña

IESE Business School – Universidad de Navarra Avda. Pearson, 21 – 08034 Barcelona, España. Tel.: (+34) 93 253 42 00 Fax: (+34) 93 253 43 43 Camino del Cerro del Águila, 3 (Ctra. de Castilla, km 5,180) – 28023 Madrid, España. Tel.: (+34) 91 357 08 09 Fax: (+34) 91 357 29 13 Copyright © 1989 IESE Business School.

Documento de InvestigaciónDI-159 Febrero, 1989

IESE Business School-Universidad de Navarra

LA COMPETITIVIDAD DE LA ECONOMIA ESPAÑOLA FRENTE A LA CEE. LOS FACTORES GLOBALES

Antonio Argandoña1

Resumen

La plena adhesión de España a la Comunidad Económica Europea invita a considerar la capacidad de nuestro país para competir con sus nuevos socios. El objeto de este trabajo es ofrecer algunas consideraciones globales sobre las causas y la evolución de dicha competitividad. Para ello se utilizan diversos indicadores globales, agrupados en tres bloques: 1) indicadores de nivel de vida; 2) aquellos que hacen referencia a la productividad, al uso y al coste de los factores, y 3) indicadores derivados de la balanza comercial de España con la CEE.

Se concluye, en primer lugar, que la economía española ganó competitividad relativa en los años sesenta; su posición se deterioró a partir de la primera crisis del petróleo, y sólo desde 1985 ha vuelto a mejorar de nuevo. Esto sugiere que la economía española tiene un potencial de crecimiento mayor que el de la CEE, pero que es más sensible a recesiones largas y a ajustes productivos de importancia.

Asimismo, se desprende de este estudio que el factor trabajo confiere cierta ventaja comparativa a España; el deterioro de nuestra posición competitiva coincide precisamente con el elevado crecimiento de los costes laborales desde 1974 hasta bien entrados los años ochenta. El otro factor en que nuestro país es crecientemente competitivo es el capital; aquí se observa también un retroceso en los años en que la inversión creció a tasas muy bajas, incluso negativas. Finalmente, la economía española no parece tener en la tecnología un punto fuerte de su posición competitiva, lo cual puede condicionar su desarrollo futuro.

NOTA: Agradezco a los profesores Barto Roig y Jordi Canals sus comentarios a un primer borrador de este trabajo, y a Alejandra Gómez la ayuda prestada en la recopilación y tratamiento estadístico de la información. Por supuesto, la responsabilidad de lo que se contiene en estas páginas es sólo mía.

1 Profesor de Economía, IESE

IESE Business School-Universidad de Navarra

LA COMPETITIVIDAD DE LA ECONOMIA ESPAÑOLA FRENTE A LA CEE. LOS FACTORES GLOBALES

Introducción El 1 de enero de 1986 entró en vigor el Tratado de adhesión de España a las Comunidades Económicas Europeas (CEE) y dio comienzo el período de adaptación que concluirá el 31 de diciembre de 1992. Este acontecimiento supuso un importante cambio para la economía española, los efectos del cual, transcurridos más de dos años, apenas se han incoado.

La teoría de las uniones aduaneras1 sugiere que una integración económica como la llevada a cabo por España tiene efectos, sobre todo, en los flujos del comercio exterior. El abaratamiento de los precios de importación –como consecuencia de la supresión o reducción de aranceles y de otras barreras comerciales– da lugar a un aumento de las importaciones procedentes de los países comunitarios. Ello se debe, de un lado, a la creación de comercio (se importan productos que antes eran producidos en España, o no eran producidos ni importados), y de otro, a la desviación de comercio (se importan de la CEE productos que antes procedían de otras áreas geográficas). Y lo mismo ocurre con las exportaciones españolas –aunque, al ser más bajos los aranceles comunitarios que los españoles, los cambios en nuestras exportaciones son cuantitativamente menos importantes que en las importaciones.

Esos efectos han sido manifiestos ya desde 1986. El deflactor implícito de las importaciones de bienes se redujo un 18,3% en 1986 y otro 0,8% en 1987 –en su mayor parte por la caída de precios del petróleo y por la fortaleza de la peseta, pero también por los efectos de las primeras reducciones arancelarias y la supresión de otras barreras2. En consecuencia, las importaciones procedentes de la CEE han crecido a tasas muy altas3 –a lo que también ha debido contribuir la relativa apreciación de la peseta y, sobre todo, el fuerte crecimiento de la demanda interna.

1 La bibliografía tradicional sobre las uniones aduaneras incluye Viner (1953), Meade (1953) y Lipsey (1960). 2 La primera reducción arancelaria, del 10%, tuvo lugar el 1 de marzo de 1986, y la segunda, del 12,5%, el 1 de enero de 1987. Al propio tiempo, España puso en práctica la Tarifa Exterior Común, más baja que los aranceles antes vigentes frente a terceros países, y suscribió otros acuerdos que había firmado la CEE; suprimió el sistema de ajuste fiscal en frontera (impuesto de compensación de gravámenes interiores y régimen de desgravación fiscal a la importación) con la entrada en vigor del impuesto sobre el valor añadido (IVA), suprimió las restricciones cuantitativas a la importación que estaban vigentes, y aceptó el sistema de reglas de origen de la CEE. Se ha estimado en un 50% el aumento de importaciones en el período 1985-1988 que se debe a estos cambios; cfr. Laborda (1988). 3 Las importaciones no energéticas procedentes de la CEE crecieron en 1986 un 34,0%, y un 34,8% en 1987 (en pesetas corrientes), pasando la Comunidad a representar un 50,3 y 54,6%, respectivamente, de las importaciones españolas (36,8% en 1985).

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Al propio tiempo, la reducción de los aranceles comunitarios sobre los productos españoles ha hecho crecer nuestras exportaciones, con el mismo doble efecto de creación y desviación de comercio4. El resultado final ha sido un fuerte déficit comercial español con la CEE, después de unos años de superávit5.

Los efectos indirectos de ese cambio comercial son también muy importantes6. De un lado, el aumento del comercio internacional habrá hecho posible un mayor bienestar de los españoles –si la teoría no miente. Y el cambio provocado en nuestra especialización, en la medida en que esté más de acuerdo con nuestra ventaja comparativa, nos hará más eficientes. Pero de otro, los cambios en la protección y en los precios relativos generan importantes redistribuciones de renta, afectando a diversos sectores, regiones y personas de manera muy diferente.

La aparición de un déficit comercial elevado con la CEE, después de varios años de superávit, ha hecho temer a algunos que la economía española puede entrar en un largo período de debilidad frente a sus socios europeos. Con tal motivo se han pedido períodos de adaptación más dilatados, una peseta más depreciada, reducciones de impuestos y cotizaciones sociales, moderación salarial, etc., dado que las ayudas estatales directas no son admitidas por Bruselas.

El objeto de este artículo es ofrecer algunas ideas acerca del potencial competitivo de la economía española en su conjunto, ante sus socios de la CEE. Dejamos para el segundo artículo de esta serie el estudio de la capacidad competitiva de los distintos sectores. Después de una breve historia de la evolución reciente de la economía española, analizaremos un conjunto de indicadores de la competitividad española frente a la CEE. Las conclusiones resumirán los principales hallazgos.

Evolución reciente de la economía española

De la guerra civil a la primera crisis del petróleo

Al acabar la guerra civil (1936-1939), la economía española quedó severamente dañada en su capacidad productiva. La política de autarquía llevada a cabo por el régimen del general Franco, junto con el aislamiento a que los demás países sometieron a España durante la segunda guerra mundial y en los años siguientes, dieron lugar a una economía cerrada, muy proteccionista, con pretensiones de autosuficiencia y fuertemente intervenida. El crecimiento económico fue muy bajo en los años cuarenta; los bienes de consumo más necesarios estuvieron sometidos a racionamiento hasta principios de la década de los cincuenta, el nivel de vida de la población era muy bajo y la industrialización, forzada e ineficiente.

El primer cambio importante en la política económica tuvo lugar en 1959. Agotadas las reservas de divisas, con un importante déficit comercial y una inflación excesiva, el Gobierno adoptó el llamado Plan de Estabilización, que incluía, junto con las tradicionales medidas

4 El crecimiento de las exportaciones no energéticas fue del 10,4% y 18,2%, respectivamente, en 1986 y 1987 (en pesetas corrientes), pasando la CEE a representar un 60,4 y 63,8%, respectivamente, de las exportaciones españolas (52,2% en 1985). 5 España pasó de tener un superávit en el comercio no energético con la CEE de 165,3 millardos de pesetas en 1985, a sendos déficit de 214,3 y 640,1 millardos en 1986 y 1987. 6 Dejamos de lado otros efectos de la integración, no menos relevantes, como la necesaria coordinación de las políticas económicas españolas con las de los otros países comunitarios, el cambio en algunas políticas (competencia, desregulación, supresión de subvenciones directas, etc.) como consecuencia de la adhesión, la atracción de un alto volumen de inversiones extranjeras –comunitarias y de terceros países– y la consolidación de las instituciones democráticas.

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estabilizadoras –devaluación de la peseta, contención del crédito interno, reforma fiscal (iniciada en 1957), créditos exteriores, etc.–, la incorporación a los organismos económicos internacionales –FMI y OECE– y la liberalización de algunos de los asfixiantes controles y regulaciones; más adelante siguieron otras medidas (sobre inversiones extranjeras, por ejemplo) y un nuevo arancel (aunque aún altamente proteccionista)7.

Pasada la ligera recesión que siguió a la estabilización, la economía española entró en un período de crecimiento muy elevado (Cuadro 1), que algunos llamaron el "milagro español". Aunque coincidió en el tiempo con los planes de desarrollo, ese crecimiento tuvo lugar, probablemente, a pesar de ellos, en la medida en que supusieron un reforzamiento de las intervenciones y controles, al amparo de la racionalidad pretendida por la planificación indicativa, y en contra de la filosofía instaurada –parcialmente– en 1959.

Aprovechando la bonanza de las economías industrializadas, España pudo llevar a cabo un fuerte proceso de expansión –dando preferencia a las industrias básicas y pesadas, además de ciertos sectores tradicionales y de bienes de consumo–, apoyado en un elevado crecimiento de la inversión y de las exportaciones. Se modernizaron las instalaciones, se aumentó la capacidad productiva, se diversificó la producción y las exportaciones, y el nivel de vida de la población creció mucho en pocos años. No faltaron retrocesos, cuando el crecimiento excesivo generó inflaciones altas y déficit comerciales, que hubo que contener con periódicas estabilizaciones (política de stop and go). Pero, en conjunto, el crecimiento de la época fue muy alto8.

El proceso modernizador de los sesenta se vio favorecido por el crecimiento de los países avanzados, que compraron los productos españoles, nos vendieron su tecnología, enviaron a España su ahorro sobrante y absorbieron los excedentes de mano de obra españoles. La balanza comercial muestra claramente esa evolución, que se completa con el desarrollo del sector servicios, sobre todo los relacionados con el turismo, que creció fuertemente en esa época (Cuadro 2).

Como indica el Cuadro 3, el grado de apertura de la economía española creció ininterrumpidamente desde entonces. Esto es importante, como también la posterior adhesión a la CEE, porque la especialización productiva de la economía española se ha llevado a cabo, por lo menos hasta los años setenta, atendiendo al mercado interno y no con una actitud exportadora: las exportaciones tuvieron tradicionalmente un carácter residual, de salida de los excedentes de producción no colocados en el interior –aunque este proceso se interrumpe a mediados de los setenta9. Ello debe tener que ver con una especialización no adecuada y un elevado proteccionismo frente al exterior, y lleva a pensar que un proceso de apertura y de integración exterior debe tener efectos importantes sobre los distintos sectores, así como sobre las actitudes empresariales.

Con la perspectiva que dan los años, vemos ahora muchos defectos en aquel proceso industrializador. El crecimiento apresurado fue poco selectivo y altamente intervenido, de modo que se fomentaron sectores de producción final y básica, con alta intensidad de capital y energía y una tecnología no avanzada, pero dependiente del exterior –precisamente las industrias que en los años setenta protagonizarían la crisis: siderurgia, construcción naval, textil, calzado, electrodomésticos línea blanca, etc. Asimismo, el funcionamiento de la economía estaba plagado de intervenciones y, sobre todo, de fuertes mecanismos proteccionistas, arancelarios o no. El resultado fue una

7 En Fuentes Quintana (1984) y Tugores (1985) se encuentran sendos estudios del Plan de Estabilización, contemplado veinticinco años después. 8 Sobre este período, cfr. González (1979) e Irastorza (1985). 9 Sobre el grado de protección de la economía española, véanse Viñuela (1979) y Melo y Monés (1982).

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industrialización no del todo acorde con nuestras ventajas comparativas, sometida a las rigideces del intervencionismo y sin el aliciente de la competencia para crecer en competitividad10.

De este modo se fue configurando una estructura industrial basada en el uso intensivo de la mano de obra y la energía, con escaso apoyo tecnológico propio y sin recursos naturales relevantes. Las industrias tradicionales –alimentación, bebidas y tabaco, textil, confección, calzado– fueron perdiendo relevancia, delante de la siderurgia, construcción naval, fabricación de vehículos de carretera, maquinaria y material eléctrico.

Nótese que el diagnóstico hecho de los males de la industrialización española no es cualitativamente distinto del de nuestros vecinos europeos, si bien con sesgos y dificultades más acentuados. Tendremos ocasión de ver que esto se repite una vez y otra: la economía española presenta un comportamiento mejor que la europea en los años buenos y peor en los malos, probablemente porque comete los mismos errores sobre un potencial de crecimiento mayor, como economía más joven que es.

Las crisis del petróleo11

Ese era el ambiente en el que tuvo lugar la primera crisis del petróleo (a finales de 1973), seguida de acontecimientos como la muerte del general Franco (20 de noviembre de 1975), la instauración de un régimen democrático, la excesiva preocupación de sus primeros gobiernos por la transición política, a costa de los problemas económicos; la legalización de los sindicatos y su correspondiente agresividad, para ganar el apoyo de las bases, etc. Las medidas de ajuste a la crisis se tomaron tarde y tímidamente, y lo que parecía al principio una ligera recesión, se convirtió en un cambio de tendencia en lo macroeconómico, y en un ajuste importante, en lo microeconómico.

Hasta bien entrado 1977 no se adoptó el primer paquete coherente de medidas para detener el deterioro macroeconómico: la peseta se depreció fuertemente, el crecimiento monetario se restringió, se logró la moderación salarial –mediante un pacto político entre partidos, los Acuerdos de La Moncloa–, el precio de la energía se hizo más realista, etc. De este modo, las variables macroeconómicas conocieron una época de bonanza, hasta el segundo shock del petróleo (1979-1980), pero el crecimiento económico siguió menguando y el paro creciendo.

El ajuste microeconómico se llevó a cabo más lentamente. Los nuevos precios de la energía obligaban a cambios importantes en la estructura productiva, animados también por el incesante progreso tecnológico y por la competencia creciente de las nuevas economías industrializadas. Pero los costes salariales habían crecido en España de manera inusitada, debido a las presiones de los nuevos sindicatos –que debían mostrar éxitos para ganar afiliados– y a la falta de acción de los gobiernos –más preocupados por la transición política. Además, la estructura laboral, plagada de rigideces e intervenciones, resultaba asfixiante, especialmente en una época de crisis. Los costes salariales crecientes se vieron acompañados de mayores cotizaciones sociales, grandes limitaciones al despido y elevadas cotas de conflictividad social.

El resultado fue un notable deterioro de los excedentes de explotación de las empresas, el freno del proceso inversor –y, con él, de la renovación de equipos y de la introducción de innovaciones tecnológicas– y un elevado número de suspensiones de pagos y quiebras. La

10 Cfr. Donges (1976) y Buesa y Molero (1988). 11 La bibliografía sobre este período de la economía española es ya muy abundante. Pueden consultarse, por ejemplo, Argandoña (1984), Fuentes Quintana (1985) y Banco de España (1985).

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política industrial, en esas condiciones, intentó –con notable retraso– una reconversión industrial consistente en el cierre de las instalaciones obsoletas o redundantes, el despido de un alto número de trabajadores y el saneamiento de las empresas viables.

Nótese que lo que ocurrió en los años setenta en España es, de nuevo, similar a lo ocurrido en Europa, pero más acentuado. En este período España sufrió un fuerte encarecimiento de su recurso más abundante y barato –la mano de obra cualificada– y una interrupción en su proceso de capitalización, lo que supuso también un freno en la incorporación de nuevas tecnologías. Es de temer que, por todo ello, el país perdiese capacidad competitiva, tanto ante las naciones en vías de desarrollo o las nuevas economías industrializadas como frente a las de la Comunidad Europea.

Poco a poco ese conjunto de medidas fue dando resultados. La moderación salarial, el cierre de las instalaciones en declive y las regularizaciones de plantillas permitieron recomponer la cuenta de resultados de las empresas. Los mayores beneficios se dedicaron, primero, al saneamiento financiero, y luego a la acumulación de excedentes, con vistas a futuras inversiones. La mano de obra se había abaratado parcialmente, respecto de los altos costes de mediados de los setenta. Se reunían así las condiciones necesarias para un relanzamiento de la actividad.

La evolución reciente

Ese relanzamiento tuvo lugar en 1984 –y, más claramente aún, en 1985, a raíz de un conjunto de medidas para el fomento de la inversión. La formación de capital creció fuertemente, iniciando una onda de renovación, puesta al día tecnológica y aumento de la capacidad productiva, en la que, sin lugar a dudas, la esperada incorporación a la CEE debió jugar un papel importante. El empleo empezó a aumentar de nuevo, y si el desempleo no se redujo sustancialmente, se debió a un elevado crecimiento de la población activa. El consumo creció a buen ritmo, alentado por excelentes perspectivas de renta futura y por el crédito al consumo. El gasto público siguió aumentando, aunque la recaudación impositiva lo superó, reduciendo ligeramente, año tras año, el déficit presupuestario.

El superávit comercial y por cuenta corriente, que se había producido en los años anteriores, empezó a reducirse, cuando una parte no despreciable del aumento de la demanda interna se convirtió en mayores importaciones. También las reducciones arancelarias programadas desde 1986 y el desmantelamiento del aparato proteccionista mantenido desde antiguo contribuyeron a ese déficit. No obstante, conviene tener en cuenta que las exportaciones españolas siguieron creciendo fuertemente, más que el comercio mundial, pese al elevado crecimiento de la demanda interna, a la pérdida de subvenciones encubiertas12 y a la fortaleza de la peseta13.

En estas condiciones tuvo lugar la incorporación de España a la CEE el 1 de enero de 1986: con una economía en fase de auge, recuperándose de una prolongada crisis; con buena parte del ajuste industrial y sectorial ya realizado –pero no completado–; con cierta euforia y optimismo ante el futuro; con esperanzas y dudas sobre la capacidad competitiva de la economía española, y, sobre todo, con una excelente moral ante el reto de la entrada en la CEE.

12 La devolución de los impuestos indirectos al exportar daba lugar a un subsidio encubierto, que desapareció con la introducción del impuesto sobre el valor añadido (IVA) el 1 de enero de 1986. 13 La tasa de inflación había venido reduciéndose, lentamente, desde 1977, mejorando la competitividad española. Pero el tipo de cambio nominal experimentó una apreciación, debida, sobre todo, a una política monetaria relativamente contractiva, que hizo que buena parte del período de fuerte recuperación económica coincidiese con una apreciación real de la peseta.

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La competitividad de la economía española frente a la CEE Por competitividad entendemos, en el corto plazo, la capacidad de producir y distribuir bienes y servicios en el mercado internacional, en condiciones favorables para los propietarios de los recursos nacionales. A largo plazo, la competitividad exige el aumento de aquella capacidad de producir y vender bienes y servicios en mejores condiciones que los demás14.

La situación competitiva de un país refleja una amplia gama de influencias que podríamos llamar estructurales, como la dotación de factores o recursos –que será un dato, al menos a corto plazo–, la estructura de su demanda –interior y exterior–, los condicionantes de política –general, y económica en particular– y las motivaciones de los sujetos económicos, derivadas, en parte, de esos condicionantes. Pero no hay que omitir los factores coyunturales que se derivan de perturbaciones externas o de políticas macroeconómicas, como, por ejemplo, las oscilaciones en el tipo de cambio, que probablemente estarán relacionadas, a su vez, con políticas monetarias o fiscales, internas o externas.

Es obvio, después de lo dicho, que no hay un indicador único de la competitividad de un país. En sentido amplio, la participación del país en el producto bruto supranacional es un indicador de su competitividad. También lo son las diferentes medidas de su participación en los flujos y saldos comerciales internacionales.

Desde otro ángulo, podemos considerar el uso de factores, sus costes y su productividad, como indicadores de las condiciones de competencia de un país, pues unos costes mayores o una productividad menor serán síntomas –o causas– de una menor competitividad.

En las páginas siguientes elaboraremos un estudio descriptivo de los factores globales de competitividad de la economía española, en relación con la CEE, mediante la simple comparación de indicadores parciales, de los cuales esperamos obtener una visión de conjunto sobre el tema15.

1. Indicadores de nivel de vida

1.1. Producto interior bruto

El Cuadro 4 recoge la proporción del producto interior bruto (PIB) de España respecto del de los otros once miembros de la CEE (CEE-11)16. Puede observarse cómo esa proporción fue creciendo a lo largo de los años sesenta, hasta alcanzar un máximo en 1975 y, tras una inflexión cíclica, otro máximo en 1979. Posteriormente, esa proporción se fue reduciendo, para recuperarse a partir de 1984. Esto parece confirmar la tesis de que la economía española aumenta su peso respecto de sus socios europeos en los años de auge, y lo pierde en los de recesión.

1.2. Producción industrial

A los efectos de este trabajo, el comportamiento de la industria es más relevante que el de la economía en su conjunto. Por ello hemos utilizado dos indicadores, el valor añadido bruto

14 Cfr. Argandoña (1988). 15 Scott (1985) lleva a cabo un análisis similar al intentado en este trabajo. 16 Llamaremos CEE-12 a los países que desde 1986 integran las Comunidades Europeas: República Federal de Alemania, Bélgica, Dinamarca, España, Francia, Grecia, Países Bajos, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Portugal y Reino Unido, también en los años en que no todos ellos estaban integrados. La exclusión de España dará lugar a la CEE-11.

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industrial (excluida la construcción) en España, en comparación con la CEE-11 (Cuadro 5), y el índice de producción industrial (IPI) de España en relación con el índice medio de la CEE-12 (Cuadro 6). El mensaje de ambos cuadros es similar al dado antes, aunque el IPI presenta ligeras diferencias en cuanto a las fechas17. Incluso la proporción que el PIB español representa del PIB de la CEE-11 es muy parecida a la del VAB industrial: entre 6,5 y 7,5%, entre 1965 y 1987.

1.3. Producto per cápita

Como medida del nivel de vida relativo, el PIB per cápita resulta más significativo que el PIB absoluto. En el Cuadro 7 figura el PIB per cápita relativo de España respecto de la CEE-11, con los mismos resultados que los análisis anteriores.

2. Indicadores de productividad, uso y coste de factores

Los distintos países tienen dotaciones diferentes de factores y recursos productivos, lo que les da distintas oportunidades en la competencia internacional. Por ello conviene comparar el uso y coste de los distintos factores, para identificar, siquiera sea muy someramente, las ventajas comparativas de España en relación con sus recursos.

2.1. Uso del factor trabajo

El Cuadro 8 recoge el porcentaje que el empleo civil en España representa respecto al de la CEE-11. Puede observarse que ese porcentaje aumenta hasta 1974 y resulta decreciente desde dicho año, aunque cambia de nuevo la tendencia en 1986. Esa evolución podría reflejar una menor dotación relativa de mano de obra en España desde 1974 hasta bien entrada la década de los ochenta. Y, como vemos en el Cuadro 9, se da una caída relativa de la población activa en España, pero no se debe a una menor población total. Lo que ocurre es más bien una retirada importante de población potencialmente activa, desanimada por el alto desempleo (Cuadro 10), pero que vuelve al mercado de trabajo cuando se recupera la demanda.

Esto sugiere que la dotación de mano de obra en España no se ha reducido, aunque sí su ocupación. El consiguiente desempleo –fruto de la caída de la ocupación durante los años de la crisis, así como del aumento de la población activa– desanimó la incorporación de mujeres y jóvenes al mercado de trabajo, reduciéndose la tasa de actividad. El crecimiento posterior de dicha tasa, a raíz de la recuperación de la producción, sugiere que la mano de obra es en España un recurso abundante, y que lo seguirá siendo mientras la tasa de actividad continúe aproximándose a la de la CEE.

Si la mano de obra era un recurso relativamente abundante en España, no sólo en los sesenta, sino también en los setenta y ochenta, ¿por qué se redujo su uso, en relación a Europa? La explicación más plausible es el cambio en el coste de la mano de obra.

2.2. Coste de la mano de obra

La abundancia de un factor se mide habitualmente por su precio. Y, sin embargo, siendo abundante el factor trabajo, su precio no refleja esa circunstancia, sino más bien lo contrario. El

17 Son bien conocidas las limitaciones del IPI español, que lo hace un indicador poco adecuado de la producción industrial.

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Cuadro 11 recoge el crecimiento de los costes unitarios del trabajo en España y en la CEE18. Puede observarse cómo, a pesar de que los costes salariales crecieron notablemente en los países de la CEE, lo hicieron con mucha mayor intensidad en España.

Las causas de esa evolución son varias. En todos los países europeos se produjo ese encarecimiento del trabajo, fruto de los ajustes retrasados a la inflación mundial (que se había acelerado a finales de los sesenta) y de ciertos fenómenos de malestar social derivados de ello. Pero en España se añadieron nuevas circunstancias, ya citadas, como el cambio político, la aparición de sindicatos libres, la proliferación de conflictos laborales, el aumento de las cuotas de la seguridad social (para cubrir las mayores transferencias motivadas por la crisis: seguro de desempleo, jubilación anticipada, etc.), el alto coste del despido y, en general, la escasa flexibilidad de la contratación laboral.

El resultado de todo ello fue un crecimiento de los costes laborales tal que la competitividad de las empresas españolas se debió ver seriamente afectada, aun teniendo en cuenta las variaciones del tipo de cambio (columna "índice de competitividad", Cuadro 11). Esto debió tener efectos importantes, tanto en la cuenta de resultados de las empresas como en la ventaja comparativa de los sectores intensivos en mano de obra y en la adopción de técnicas ahorradoras de trabajo19.

A partir de los años ochenta se moderó ese crecimiento de los costes laborales, pero, como refleja el Cuadro 11, todavía es superior al de los restantes países de la CEE. Esto puede explicar, al menos en parte, las todavía altas tasas de desempleo de España.

2.3. Productividad de la mano de obra

Los costes de mano de obra presentados en el Cuadro 11 tenían ya en cuenta los cambios en la productividad; no obstante, ahora prestaremos atención a una medida separada de ésta. A menudo se hace referencia a la evolución de la productividad del trabajo como un determinante fundamental de la competitividad de un país. Y no cabe duda de que es relevante: pero no se puede olvidar que debe estudiarse junto con los costes laborales.

El Cuadro 12 recoge la evolución de la productividad del trabajo en España, para el conjunto de la economía y para la industria. Las cifras son elevadas, en general, y particularmente en los años de la crisis, pero se trata sólo de un artificio estadístico, ya que el empleo se redujo considerablemente, mientras el producto aumentaba, aunque en pequeña proporción. Por ello no podemos obtener ninguna conclusión importante de este indicador.

2.4. Calidad de la mano de obra

Las explicaciones más frecuentes del crecimiento y de la especialización de la economía española en los años sesenta suelen suponer que la mano de obra era no sólo abundante y relativamente barata, sino también cualificada y disciplinada. Los indicadores disponibles sobre este punto son muy limitados, pero en general están también de acuerdo con esos rasgos. Así, el Cuadro 13 muestra el crecimiento anual del número de alumnos en enseñanza superior (tercer grado) en España y en la CEE-11. El porcentaje es mayor en España para el conjunto del período. Esto, no obstante, no debe tomarse como un indicador definitivo, porque nada dice de la calidad de la formación recibida ni de otros detalles de la cualificación de la mano de obra. 18 Excluidos Luxemburgo, Grecia, Portugal y España. 19 Véanse algunas evidencias al respecto en Albarracín (1983).

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2.5. Uso del capital físico

No disponemos de ningún indicador fiable del stock de capital de la economía española; no obstante, la serie calculada por Baiges, Molinas y Sebastián20 puede resultar útil (Cuadro 14). Puede observarse cómo la economía española experimentó un intenso proceso de capitalización en los sesenta y primeros setenta, que se deterioró más tarde, acentuando el ciclo que se observa también en las restantes economías europeas. Al propio tiempo, la calidad del equipo debió deteriorarse considerablemente, por la insuficiencia de amortizaciones, el retraso en la puesta al día del equipo, etc. La comparación de la inversión –bruta o neta– de España con la de la CEE-11 (Cuadro 15) arroja las mismas conclusiones.

2.6. Coste del capital

No disponemos de ningún indicador útil del coste de uso del capital, pero a falta de otro mejor, podemos recurrir al tipo de interés a largo plazo, como aproximación al coste de la financiación del sector privado. El Cuadro 16 muestra que los tipos nominales han crecido en casi todo el período, pero al restar la inflación, resultan tipos de interés reales negativos en los setenta. Ahora bien, ese abaratamiento del capital financiero no se tradujo en un aumento de la inversión (Cuadro 15), probablemente porque la situación financiera de las empresas, las expectativas y los costes laborales, desanimaban cualquier iniciativa en ese sentido.

En épocas más recientes, los tipos de interés han seguido siendo altos –y los tipos reales, particularmente altos. No se trata de un fenómeno distinto del de otras economías, aunque se acentúa en España por la política monetaria restrictiva y, sobre todo, por la elevada demanda de crédito –público y privado– en la actual fase expansiva de la economía.

2.7. Tecnología

España no ha dispuesto de una tecnología propia, salvo en sectores o empresas específicos. El crecimiento económico de los años sesenta se llevó a cabo mediante tecnología importada, y no parece que en el futuro próximo esta situación vaya a cambiar sustancialmente. En efecto, como muestra el Cuadro 17, el gasto en I+D en proporción al PIB ha sido siempre reducido, y aunque se ha aumentado a lo largo de los años, queda aún lejos de otros países avanzados21. Los demás indicadores –personal en I+D, número de investigadores, demandas de patentes, balanza de pagos por tecnología, etc., ofrecen resultados similares22.

2.8. Precios

Con frecuencia se utilizan los precios como el único indicador de la evolución de la competitividad de un país. Esto tiene sentido cuando se trata de contemplar cómo todos los factores mencionados, así como las perturbaciones transitorias y las políticas de los gobiernos, influyen en los precios de los bienes y servicios. De ahí el interés en estudiar los cambios en los precios relativos.

20 Baiges et al. (1987, cap. 7). 21 Como referencia: Dinamarca, 1,10% del PIB; Grecia, 0,21% (ambas en 1981); Francia, 2,15%; R.F. Alemana 2,54%; Irlanda 0,71%; Italia, 1,12%; Países Bajos, 2,03%; Portugal, 0,35%; Reino Unido, 2,28% (todos en 1983). 22 Véase, por ejemplo, una evaluación crítica del esfuerzo investigador e innovador de la economía española en Buesa y Molero (1988, cap. 7).

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No obstante, cuando se trata de estudiar la competitividad comercial, hay que tener en cuenta también los efectos de la apreciación o depreciación de la moneda, que restablecen, aunque no siempre puntual y completamente, la competitividad perdida. No obstante, no hay que olvidar que aunque la depreciación de la peseta abarata los productos españoles frente a los extranjeros, lo hace a costa de una pérdida de bienestar, que se suele medir por el aumento de la cantidad de bienes nacionales que hay que producir a cambio de una misma cantidad de bienes extranjeros.

Por otro lado, el tipo de cambio real hace referencia al poder de compra global, pero nada dice de la composición del producto y de las cuentas exteriores, es decir, de la especialización del país y de la competitividad de sus sectores específicos.

Los Cuadros 18 y 19 muestran la evolución de los precios relativos (de consumo e industriales), el tipo de cambio efectivo nominal con la CEE23 y los respectivos tipos de cambio efectivos reales. La comparación de los índices de precios de consumo de España con los de la CEE (Cuadro 18) muestra una pérdida de competitividad constante, debida al diferencial de inflación. Cuando se tiene en cuenta la variación del tipo de cambio, el panorama es diferente. Los productos españoles resultaron en desventaja creciente desde 1970 hasta 1974, debido al mantenimiento del tipo de cambio frente a una inflación creciente –y mayor que la europea. Estabilizada la competitividad en 1975-1978 (se dejó que la depreciación de la peseta compensase más o menos la mayor inflación, incluso el primer shock del petróleo), se acusa el efecto de la apreciación de la peseta en 1979 y del segundo shock del petróleo. En diciembre de 1982 se devaluó la peseta y la actitud del Gobierno ante la inflación fue más decidida; desde entonces ha habido períodos más o menos largos de ganancia o pérdida de competitividad, con una peseta ora excesivamente apreciada, ora suficientemente depreciada, como reflejo de otros shocks y políticas. El Cuadro 19 muestra un panorama parecido, aunque el timing y la cuantía de los cambios es distinto, como corresponde a otro índice de precios.

La conclusión que se saca es que las variaciones del tipo de cambio no son capaces de mantener constantes, a corto plazo, los tipos efectivos reales, de modo que la competitividad oscila, bien porque las variaciones del tipo de cambio no sean suficientes para compensar el diferencial de inflación, bien porque hay otros factores que desvían el tipo nominal del que mantendría la paridad del poder adquisitivo. Entre esos factores debe destacarse la intervención del Banco de España en el mercado de divisas.

3. Indicadores comerciales

La mayor o menor competitividad de un país frente a otro u otros se manifestará en sus relaciones comerciales, aunque de un modo poco preciso. En un mundo de tipos de cambio fijos, un déficit comercial sostenido puede reflejar una falta de competitividad debida a factores estructurales o coyunturales, desde una moneda excesivamente apreciada hasta un tratamiento discriminatorio o proteccionista por parte de otros países, etc. Por tanto, el estudio de las cuentas comerciales es una forma de identificar esos factores de competitividad. No obstante, en un mundo con tipos de cambio flexibles, la moneda se apreciará o depreciará –si bien no instantáneamente– corrigiendo posibles distorsiones. A la larga, el saldo final por cuenta

23 Hasta 1981, los índices son los calculados por L’Hotellerie (1985), incrementados proporcionalmente para transformarlos a base 1980=100. Desde 1982 son los que publica el Banco de España en su Boletín Estadístico mensual. Por tanto, la serie no está homogeneizada para la ampliación del número de países incluidos en la CEE, aunque el error cometido será probablemente pequeño.

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corriente reflejará la competitividad de la economía, pero no sólo en lo que hace referencia al comercio, sino también a la atracción de capitales extranjeros, etc.

Pero la ganancia de competitividad a través del tipo de cambio es cara, porque una depreciación de la moneda supone una pérdida de bienestar para los residentes, que deben pagar más –en términos de producción interior– por una cantidad dada de importaciones. Por ello, aunque la depreciación sea bienvenida como mecanismo equilibrador de la balanza corriente, no se puede decir que mejore la competitividad en términos de bienestar.

El Cuadro 20 muestra las cifras globales de la balanza de pagos de España con la CEE-11 desde 1970 hasta 1985. Ese comercio fue fuertemente negativo para España en los años de mayor crecimiento –hasta 1975–, pero cambió su tendencia creciente a partir de la primera crisis del petróleo. Dado que la balanza comercial española global fue crecientemente negativa hasta 1983 (Cuadro 2), debió haber una desviación de comercio importante entre ambos años. En efecto, la elevada dependencia de la economía española respecto del petróleo hizo que un alto porcentaje de nuestro déficit comercial se trasladase a los países de la OPEP, en tanto que se reducía nuestro déficit –aunque no nuestras relaciones comerciales– con la Comunidad Europea24. De este modo, nuestras cuentas con la CEE llegaron a tener signo positivo en 1983-1985, culminando un proceso que empezó en la mitad de los años setenta (Cuadro 20).

Ese proceso se invirtió en 1986, a raíz de la incorporación de España a la CEE25. Quizá se trate de una pérdida permanente de competitividad, pero parece más probable que sea un fenómeno transitorio, relacionado con el notable crecimiento de la demanda interior, con el proceso de recuperación de la inversión y del consumo, con la relativa apreciación de la peseta y con el desmantelamiento de nuestro sistema comercial proteccionista.

Como muestra el Cuadro 21, la balanza comercial global de España presenta un panorama no muy diferente de la balanza con la CEE. Podemos observar el intenso crecimiento de las exportaciones de bienes (8,1% real anual, 1970-1987) y de bienes y servicios (6,7% anual), por encima de las importaciones (6,4% y 6,0%, respectivamente), lo cual explica la mejora en la balanza comercial que se observa (Cuadro 2).

Las exportaciones españolas de bienes resultan sensibles sobre todo a la demanda externa, con elasticidades superiores a la unidad26, por lo que caen notablemente en períodos de recesión mundial. También son sensibles al tipo de cambio efectivo real. En cuanto a las importaciones, dependen de la demanda interna –con elasticidades-renta inferiores a las de las exportaciones– y del tipo de cambio efectivo real. Todo ello resulta compatible con esa mejora de la balanza comercial.

El deterioro de la balanza global que se observa a partir de 1986 se explica por las razones dadas más arriba. En economías abiertas con tipos de cambio flexibles, los déficit comerciales suelen ser de naturaleza transitoria, y se deben a expansiones del producto o a políticas que deterioran la competitividad (mediante un tipo de cambio real excesivamente apreciado). Cabe esperar, pues, que la economía española esté pronto en condiciones de recuperar su situación de

24 Hay algunos excelentes estudios, más o menos amplios, de la evolución del comercio exterior español, en general o ante la CEE. Consúltese, por ejemplo, Requeijo (1985), L´Hotellerie y Viñals (1987a, b), Buesa y Molero (1988), Sáenz de Buruaga et al. (1988) y (Montes 1988). 25 En términos nominales, el deterioro se retrasó hasta 1987, por la gran mejora que la relación real de intercambio experimentó en 1986, debido a la caída del precio del petróleo y otras primeras materias y a la apreciación del dólar. 26 Véanse los estudios de Bonilla (1978), Mauleón (1985a, b), Molinas et al. (1987), L'Hotellerie y Viñals (1987a) y Mañas (1987).

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equilibrio comercial con el resto del mundo, una vez que se ponga fin a la fortaleza de la peseta y al elevado crecimiento (relativo) del producto.

De todos modos, el equilibrio exterior de la economía española no debe exigir, probablemente, una balanza por cuenta corriente en equilibrio. La entrada de inversiones extranjeras en España es importante, debido a la rentabilidad de las empresas, a las oportunidades ante el mercado comunitario y a nuestras ventajas comparativas. El Cuadro 22 muestra, en efecto, la evolución de las entradas brutas por inversiones extranjeras: el crecimiento, además de ser elevado, se acelera en los años recientes, principalmente después de la integración de España en la CEE. Por ello, es probable que el equilibrio de la balanza comercial española exija un déficit en mercancías, compensado por las entradas netas de servicios (turismo, principalmente) y por los capitales a largo plazo (inversiones extranjeras en España).

Si esto es así, la supuesta ganancia de competitividad reflejada en los Cuadros 2 y 21 será ficticia, como ya hemos apuntado. En definitiva, no es el saldo comercial, ni el de cualquier balanza, sino la ventaja comparativa por productos, lo que refleja la verdadera competitividad a largo plazo. Interesa, pues, estudiar esa ventaja, y sus causas: dotación de factores (ventaja natural o climática, trabajo, capital), políticas seguidas (tipo de cambio, costes laborales y fiscales, etc.) y, en definitiva, los incentivos y las restricciones de la economía. De todo ello trataremos en la segunda parte de este trabajo27.

Conclusiones En este artículo hemos intentado obtener una imagen global de la evolución de la capacidad competitiva de la economía española frente a la de sus socios de la Comunidad Económica Europea, principalmente en los años setenta y ochenta.

Los indicadores globales aquí utilizados –PIB, PIB per cápita, producción industrial, inversión, etc.– sugieren que la economía española ganó competitividad frente a la CEE a lo largo de los años sesenta, hasta la primera crisis del petróleo. A partir de ese momento, la tendencia es poco clara, porque España sufrió, como Europa, una recesión, pero retrasada y, sobre todo, más aguda. A partir de la segunda crisis del petróleo, la pérdida de competitividad española es más manifiesta, hasta que se recupera la tendencia alcista a partir de 1984.

Esa evolución nos lleva a la conclusión de que la economía española crece más aprisa que la europea en períodos de prosperidad, lo que refleja un buen potencial competitivo –que quizá se deba a su menor nivel de desarrollo y, por tanto, a las oportunidades no explotadas–; pero pierde de nuevo posiciones en la carrera con la CEE cuando llegan los años de recesión o de ajuste, probablemente por los problemas estructurales más agudos que sufre.

Ante el futuro inmediato, parece que desde 1985 se produce una nueva fase de auge relativo y, por tanto, de ganancia de competitividad para España. Aunque los efectos de la adhesión están aún desarrollándose, la evidencia de los dos primeros años sugiere que las conclusiones anteriores no van a modificarse sustancialmente. En concreto, la economía española ha afrontado esa nueva etapa de su historia con optimismo, con un crecimiento elevado y con un ajuste de su estructura productiva, lo que abona la tesis anterior.

27 Cfr. Argandoña (1989).

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Tomando la balanza comercial como indicador, la tendencia a la mejoría de la competitividad se pone también de manifiesto28: el déficit del comercio no energético se reduce del 5,5% del PIB en 1964-1969, al 3,9% en 1970-1973, y al 3,1% en 1974-1977, para pasar a un superávit del 0,2% del PIB en 1978-1979, y del 1,4% en 1980-1985. Las cifras del comercio con la CEE llevan a las mismas conclusiones. No obstante, hay que tener en cuenta que el saldo comercial no es un indicador correcto de la competitividad, si los tipos de cambio se ajustan suficientemente29.

A partir de 1986 reaparece el déficit en la balanza comercial global (1,25% del PIB en 1986, 3,25% en 1987), así como en nuestros saldos con la CEE. No obstante, nos parece que ese cambio no refleja un empeoramiento permanente de nuestra competitividad, sino que se debe a la elevada demanda interior, a la pérdida de la protección de la importación y de las subvenciones ocultas a la exportación, y a un tipo de cambio real apreciado frente a la CEE. No obstante, es probable que esto refleje cambios importantes en la competitividad de los distintos sectores y, por tanto, en las causas mismas de la fortaleza o debilidad de la economía española frente a sus socios europeos.

Cuando contemplamos la competitividad referida a los distintos factores productivos, las conclusiones anteriores se completan y matizan. El factor trabajo era en España un recurso abundante y competitivo frente a Europa por su coste y su cualificación. Sin embargo, fue perdiendo parte de su ventaja comparativa en los años setenta, debido al crecimiento de los salarios nominales y de las cuotas de la seguridad social, así como a otras rigideces y costes no salariales vinculados a las restricciones al despido libre, la tipología de los contratos, las limitaciones a la movilidad, etc.

A mediados de los años ochenta, la depreciación de la peseta, la moderación salarial y otras reformas del mercado de trabajo habían corregido ya en parte ese crecimiento excesivo de los costes laborales relativos. Todo invita a pensar, pues, que en estos momentos la economía española vuelve a tener una cierta ventaja comparativa frente a la CEE en bienes intensivos en trabajo. Es probable que se trate, sin embargo, de un fenómeno transitorio. De un lado, los salarios españoles tenderán a aproximarse a los de los demás países comunitarios. De otro, se intensificará la competencia de otros países –en vías de desarrollo o de reciente industrialización. Además, aunque el excedente de mano de obra sea ahora elevado en España –atendiendo a la tasa de desempleo y a la baja tasa de participación–, la reducción de la natalidad afectará no muy tarde a la oferta potencial de ese recurso.

Por todo ello es improbable que se invierta notablemente la tendencia a utilizar tecnologías ahorradoras de mano de obra –que se vieron alentadas por los altos costes salariales en los setenta. Ello significa que aunque el desempleo seguirá siendo alto en España durante años, la ventaja comparativa basada en la abundancia de mano de obra perderá fuerza progresivamente.

La calidad del trabajo en España parece elevada, de acuerdo con el indicador utilizado en este artículo. No obstante, hay motivos para pensar que la cualificación de la mano de obra no es la adecuada; que se descuida el reciclaje y puesta al día; que el sistema educativo, tanto la formación profesional como los estudios superiores, deja mucho que desear; que la capacitación profesional se lleva a cabo fuera del ámbito de las empresas, etc. Todo eso sugiere que, aunque en el pasado la cualificación y condiciones de la mano de obra fueron suficientes para las

28 Cfr. L’Hotellerie y Viñals (1987a). 29 Téngase en cuenta que España tenía tipos de cambio fijos –y con tendencia a una revaluación excesiva– en los dos primeros períodos considerados, y flotantes pero con intervenciones importantes hasta bien entrados los ochenta.

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tecnologías intermedias utilizadas, ahora pueden estar creándose cuellos de botella ante las necesidades que provocan las nuevas tecnologías.

El stock de capital creció fuertemente hasta las crisis del petróleo, creando en la economía española una ventaja comparativa en sectores intensivos en capital, complementando la abundancia y calidad de la mano de obra. La inversión, no obstante, sufrió fuertemente las consecuencias de la crisis de los setenta, demorando el proceso de capitalización –y, con ello, la introducción de nuevas tecnologías, bienes y procesos. La recuperación de la inversión desde 1985 sugiere que la economía española puede estar actualmente en fase de reconstrucción de su ventaja comparativa en capital frente a sus socios comunitarios.

El coste del capital, medido por el tipo de interés, ha sido alto en los años recientes, y lo es aún en la actualidad. No obstante, parece que la rentabilidad de las inversiones en curso es suficientemente alta como para que esos altos costes de financiación no la desanimen. Es posible que, a la larga, el efecto disuasor de los tipos de interés elevados se manifieste, pero todo hace pensar que, en el futuro, la economía española, abierta y ya plenamente integrada en la CEE, no tiene por qué experimentar costes más elevados que los de sus socios –salvo posibles primas de riesgo.

En cuanto a la tecnología, durante la fase expansiva de los años sesenta y setenta, la economía española adquirió en el exterior una tecnología intermedia, con escasos requisitos para su asimilación, adaptación y mejora. En el futuro hará falta una tecnología probablemente más sofisticada, que España no está en condiciones de conseguir por sí sola a medio plazo, por lo limitado de nuestro esfuerzo de investigación y desarrollo. Por otro lado, la falta de equipos de investigación potentes, la insuficiencia del gasto en I+D, la descoordinación en el uso de los recursos, etc., son problemas frecuentemente señalados en España. Todo hace pensar, pues, que en el futuro deberemos seguir apoyándonos en tecnología importada, apoyada, eso sí, en medios suficientes –personas, equipos e instalaciones–, que habrá que proveer30.

En resumen, la competitividad de la economía española parece seguir apoyándose, de cara al futuro, en las ventajas comparativas creadas en el pasado alrededor de sus condiciones naturales –dotación de recursos, clima, etc.–, de una mano de obra abundante, barata y cualificada, de un equipo capital abundante y bien asimilado, y de una tecnología intermedia comprada en el exterior. Pero cada vez más el énfasis se está desplazando de los recursos naturales y la mano de obra al capital y a la tecnología. Y es aquí donde habrá que encaminar, en el futuro, el esfuerzo de la sociedad española para mejorar su nivel de competitividad y su capacidad para mejorar el nivel de vida de sus ciudadanos.

30 En Argandoña (1986, 1988) se desarrollan algunas propuestas para mejorar la competitividad de la economía española en el contexto mundial.

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IESE Business School-Universidad de Navarra - 17

Cuadro 1 España. Crecimiento del producto interior bruto real (en porcentaje) 1965-1987

Años 1965 6,33

1966 7,07

1967 4,31

1968 6,77

1969 8,94

1970 4,08

1971 4,95

1972 8,14

1973 7,86

1974 5,72

1975 1,10

1976 3,01

1977 3,30

1978 1,80

1979 -0,10

1980 1,20

1981 -0,20

1982 1,20

1983 1,80

1984 1,80

1985 2,30

1986 3,30

1987 5,20

Fuente: Contabilidad Nacional de España (C.N.E.) y Banco de España, Informe anual 1987.

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Cuadro 2 Balanza comercial y de servicios de España en porcentaje del PIB, 1964-1987

Años Importaciones Exportaciones Balanza

comercial

Balanza comercial

y de servicios1

1964 11,27 4,76 -6,51 -0,63

1965 12,95 4,16 -8,78 -3,04

1966 13,31 4,65 -8,67 -4,10

1967 11,65 4,66 -7,00 -3,46

1968 12,04 5,46 -6,58 -2,57

1969 12,79 5,74 -7,05 -3,18

1970 12,90 6,49 -6,41 -1,21

1971 11,92 7,04 -4,87 0,19

1972 12,78 7,15 -5,64 -0,48

1973 13,57 7,31 -6,25 -1,15

1974 17,43 8,01 -9,42 -5,03

1975 15,49 7,34 -8,15 -4,00

1976 16,18 8,07 -8,11 -4,74

1977 14,71 8,45 -6,27 -3,10

1978 12,74 8,92 -3,83 0,21

1979 12,96 9,29 -3,67 -1,11

1980 16,13 9,83 -6,30 -3,79

1981 17,50 11,13 -6,38 -4,13

1982 17,72 11,55 -6,18 -4,05

1983 18,80 12,78 -6,02 -2,97

1984 18,46 14,88 -3,58 0,09

1985 18,19 14,72 -3,48 0,26

1986 15,30 11,89 -3,41 1,73

1987 16,91 11,76 -5,14 -0,33

Fuentes: Dirección General de Aduanas (DGA), C.N.E., Banco de España y elaboración propia.

1Según el registro de caja.

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Cuadro 3 Grado de apertura de la economía española, 1964-1987

Años Exportaciones más importaciones

en porcentaje del PIB

1964 16,04

1965 17,11

1966 17,96

1967 16,31

1968 17,50

1969 18,53

1970 19,39

1971 18,96

1972 19,93

1973 20,88

1974 25,43

1975 22,83

1976 24,24

1977 23,16

1978 21,66

1979 22,26

1980 25,96

1981 28,63

1982 29,27

1983 31,58

1984 33,34

1985 32,91

1986 27,20

1987 28,67

Fuente: D.G.A., C.N.E. y elaboración propia.

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Cuadro 4 Proporción del producto interior bruto de España respecto del de la CEE-11, en porcentaje, 1965-1987

Años

1965 5,26

1970 5,70

1971 5,60

1972 6,14

1973 6,29

1974 7,12

1975 7,25

1976 7,24

1977 7,11

1978 6,99

1979 7,70

1980 7,28

1981 7,18

1982 7,24

1983 6,46

1984 6,84

1985 6,94

1986 7,06

1987 7,22

Fuentes: Eurostat, Banco de España y elaboración propia.

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Cuadro 5 Proporción del valor añadido bruto de la industria (sin construcción) de España respecto de la CEE-11, en porcentaje, 1971-1984

Años

1971 4,90

1972 5,49

1973 5,82

1974 6,59

1975 6,74

1976 6,69

1977 7,12

1978 7,03

1979 7,66

1980 7,28

1981 7,46

1982 7,25

1983 6,56

1984 6,93

Fuente: Eurostat y elaboración propia.

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Cuadro 6 Índice de producción industrial de España, en proporción al índice de producción industrial de la CEE-12 (Base 1980 = 100)

Años

1971 74,03

1972 82,01

1973 87,36

1974 94,71

1975 94,46

1976 93,85

1977 102,68

1978 102,19

1979 98,50

1980 100,00

1981 100,92

1982 101,03

1983 102,76

1984 101,40

1985 100,10

1986 101,14

1987 103,75

Fuente: Eurostat y elaboración propia.

IESE Business School-Universidad de Navarra - 23

Cuadro 7 Proporción del PIB per cápita de España respecto del PIB per cápita de la CEE-11, en porcentaje, 1971-1987

Años

1971 44,4

1972 48,7

1973 49,6

1974 56,0

1975 56,5

1976 55,9

1977 54,3

1978 53,0

1979 58,1

1980 54,6

1981 53,4

1982 53,7

1983 47,8

1984 50,4

1985 51,0

1986 51,9

1987 52,9

Fuente: Eurostat y elaboración propia.

24 - IESE Business School-Universidad de Navarra

Cuadro 8 Proporción del empleo civil de España respecto de la CEE-11, en porcentaje, 1971-1986

Años

1971 11,53

1972 11,83

1973 11,96

1974 12,00

1975 11,87

1976 11,64

1977 11,29

1978 11,07

1979 10,68

1980 10,13

1981 10,05

1982 10,05

1983 10,03

1984 9,71

1985 9,56

1986 9,71

Fuente: Eurostat y elaboración propia.

IESE Business School-Universidad de Navarra - 25

Cuadro 9 Proporción de la tasa de actividad de España respecto de la CEE-12, en porcentaje, 1971-1986

Años

1971 88,41

1972 90,53

1973 91,30

1974 91,08

1975 89,88

1976 90,38

1977 88,31

1978 86,67

1979 85,55

1980 84,91

1981 84,04

1982 84,31

1983 84,38

1984 83,76

1985 83,41

1986 83,94

Fuente: Eurostat y elaboración propia.

26 - IESE Business School-Universidad de Navarra

Cuadro 10 Tasa de desempleo en porcentaje de la población activa, 1964-1987

Fuente: Instituto Nacional de Estadísticas (INE), Eurostat y elaboración propia.

Años España CEE 12

1964 1,59 -

1965 1,53 -

1966 0,88 -

1967 1,03 -

1968 1,03 -

1969 0,96 -

1970 1,06 -

1971 1,52 2,20

1972 2,13 2,40

1973 2,27 2,00

1974 2,62 2,50

1975 3,85 3,80

1976 4,90 4,40

1977 5,71 4,80

1978 7,52 5,30

1979 9,20 5,50

1980 11,53 6,10

1981 14,36 7,80

1982 16,24 9,40

1983 17,74 10,60

1984 20,61 11,20

1985 21,93 11,60

1986 21,49 11,70

1987 20,58 11,50

IESE Business School-Universidad de Navarra - 27

Cuadro 11 Crecimiento de los costes laborales unitarios, 1971-1984

Años España CEE1

Indice de competitividad (1980 = 100)2

1971 9,05 8,73 68,01

1972 3,67 4,68 67,63

1973 9,64 8,15 68,59

1974 22,03 14,04 76,90

1975 28,41 19,52 79,22

1976 24,22 5,81 89,57

1977 25,51 8,61 91,42

1978 21,63 7,68 91,76

1979 18,67 7,76 107,55

1980 11,95 11,19 100,09

1981 9,61 9,44 97,81

1982 7,94 7,77 95,03

1983 7,51 3,91 84,00

1984 4,25 0,84 87,89

Fuente: L’Hotellerie, P., «Los índices de competitividad. Comentarios sobre su aplicación al caso de España», Banco de España, Boletín Económico, junio de 1985, págs. 25-41, y elaboración propia.

1 Excluidos Luxemburgo, Grecia, Portugal y España.

2 Relación de costes laborales unitarios España/CEE, por el tipo de cambio efectivo nominal de la peseta con la CEE.

28 - IESE Business School-Universidad de Navarra

Cuadro 12 Crecimiento de la productividad del trabajo en España, 1965-1987

Años

Crecimiento de la productividad

del trabajo1

Crecimiento de la productividad del

trabajo en la industria2

1965 2,96 12,16

1966 6,55 8,11

1967 3,45 1,98

1968 5,87 7,60

1969 7,99 10,01

1970 3,38 7,38

1971 3,71 3,05

1972 5,75 22,56

1973 5,40 7,68

1974 5,13 3,58

1975 3,20 -1,03

1976 4,84 4,72

1977 5,63 6,26

1978 3,26 3,65

1979 2,29 3,22

1980 5,83 5,33

1981 1,62 4,56

1982 2,21 5,18

1983 2,52 4,96

1984 4,82 4,14

1985 3,24 5,83

1986 0,92 3,29

1987 0,24 0,16

Fuente: C.N,E,, Banco de España y elaboración propia.

1 Productividad del trabajo = PIB real/empleo.

2 Productividad del trabajo en la industria = PIB industrial real/empleo industrial.

IESE Business School-Universidad de Navarra - 29

Cuadro 13 Tasa anual de crecimiento del número de alumnos en educación superior (tercer grado), 1972-1985

Años España CEE-11

1972 -2,02 5,18

1973 10,31 5,40

1974 11,21 4,72

1975 15,34 6,79

1976 10,93 4,05

1977 8,87 2,57

1978 -3,77 1,33

1979 4,55 1,90

1980 2,10 2,94

1981 3,38 4,97

1982 3,84 3,17

1983 6,70 2,38

1984 9,87 6,22

1985 9,10 2,94

Media 6,46 3,90

Fuente: Eurostat y elaboración propia.

30 - IESE Business School-Universidad de Navarra

Cuadro 14 Crecimiento del stock de capital productivo, 1964-1985

Años

1964 -0,04

1965 1,88

1966 3,48

1967 3,15

1968 3,33

1969 5,02

1970 5,26

1971 4,15

1972 5,92

1973 7,27

1974 7,34

1975 5,68

1976 4,51

1977 3,91

1978 3,21

1979 2,32

1980 2,30

1981 2,28

1982 1,63

1983 0,87

1984 0,44

1985 1,11

Fuente: Baiges, J., C. Molinas y M. Sebastián, «La Economía Española, 1964-1985: Datos, fuentes y análisis», cap. 7, Instituto de Estudios Fiscales, Madrid, 1987.

IESE Business School-Universidad de Navarra - 31

Cuadro 15 Proporción de la formación de capital fijo de España sobre la CEE-11, en porcentaje, 1971-1986

Años Bruta Neta

1971 6,72 5,33

1972 7,50 6,60

1973 8,21 7,75

1974 9,09 10,18

1975 9,19 10,55

1976 8,71 9,88

1977 8,53 9,32

1978 8,06 8,49

1979 7,41 8,03

1980 7,32 7,72

1981 7,47 8,05

1982 7,67 8,66

1983 7,46 7,28

1984 6,91 5,94

1985 7,03 6,25

1986 7,38 7,08

Fuente: Eurostat y elaboración propia.

32 - IESE Business School-Universidad de Navarra

Cuadro 16 Tipos de interés en España, 1964-1987

Años Nominal a

largo plazo1 Real a

largo plazo2

1964 8,00 0,00

1965 8,30 -5,22

1966 8,57 0,06

1967 8,93 2,29

1968 9,11 4,25

1969 9,56 7,40

1970 11,05 5,45

1971 11,31 3,01

1972 10,55 2,24

1973 10,71 -0,72

1974 12,74 -2,94

1975 13,40 -3,53

1976 12,46 -2,53

1977 11,97 -12,47

1978 13,82 -5,94

1979 14,92 -0,79

1980 15,10 -0,45

1981 15,34 0,75

1982 17,57 3,16

1983 18,74 6,58

1984 20,76 9,50

1985 16,23 7,43

1986 13,90 5,15

1987 16,10 10,90

Fuente: Banco de España y elaboración propia.

1 Rendimiento de las obligaciones eléctricas.

2 Rendimiento de las obligaciones eléctricas menos tasa de crecimiento del deflactor implícito del PIB.

IESE Business School-Universidad de Navarra - 33

Cuadro 17 Gasto en investigación y desarrollo, en porcentaje, 1970-1987

Años

1970 0,23

1971 0,29

1972 0,31

1973 0,32

1974 0,33

1975 0,37

1976 0,37

1977 0,37

1978 0,37

1979 0,39

1980 0,42

1981 0,41

1982 0,47

1983 0,47

1987 0,80

Fuente: I.N.E.

34 - IESE Business School-Universidad de Navarra

Cuadro 18 Tipo de cambio efectivo nominal y real frente a la CEE, 1970-1987 (1980 = 100)

Años

Indice de precios relativos

(bienes de consumo)

Tipo de cambio efectivo nominal

ante la CEE

Tipo de cambio efectivo real

(bienes de consumo)

1970 61,06 135,71 82,86

1971 62,33 133,38 83,13

1972 63,60 133,92 85,17

1973 65,46 133,98 87,71

1974 67,14 140,38 94,25

1975 69,62 134,60 93,71

1976 72,47 129,63 93,94

1977 81,75 114,50 93,60

1978 91,87 101,74 93,47

1979 97,28 108,28 105,34

1980 100,04 100,08 100,12

1981 103,04 97,66 100,63

1982 107,32 94,73 101,66

1983 112,23 80,93 90,83

1984 117,89 81,91 96,56

1985 122,00 80,42 98,11

1986 129,85 75,82 98,45

1987 133,32 73,85 98,46

Fuente: Banco de España y elaboración propia.

IESE Business School-Universidad de Navarra - 35

Cuadro 19 Tipo de cambio efectivo nominal y real frente a la CEE, 1974-1987 (1980 = 100)

Años

Indice de precios relativos

(bienes industriales)

Tipo de cambio efectivo nominal

ante la CEE

Tipo de cambio efectivo real

(bienes industriales)

1974 68,16 140,38 95,69

1975 71,06 134,60 95,65

1976 73,56 129,63 95,35

1977 81,46 114,50 93,27

1978 91,10 101,74 92,69

1979 93,68 108,28 101,44

1980 99,92 100,08 100,00

1981 106,50 97,66 104,01

1982 108,94 94,73 103,20

1983 115,70 80,93 93,64

1984 120,94 81,91 99,06

1985 126,56 80,42 101,78

1986 131,52 75,82 99,72

1987 131,79 73,85 97,33

Fuente: Banco de España y elaboración propia.

36 - IESE Business School-Universidad de Navarra

Cuadro 20 Balanza comercial de España con la CEE (en millones de dólares)

Años Exportaciones Importaciones Balanza

comercial Cobertura

1970 1.119,7 1.949,5 -829,8 57,4

1971 1.413,4 2.104,7 -691,3 67,2

1972

1973 2.524,3 4.165,3 -1.641,0 60,6

1974 3.436,0 5.595,3 -2.159,3 61,4

1975 3.527,0 5.710,4 -2.183,4 61,8

1976 4.163,8 5.822,0 -1.658,2 71,5

1977 4.803,1 6.104,0 -1.300,9 78,7

1978 6.186,7 6.503,4 -316,7 95,1

1979 8.868,9 9.166,1 -297,2 96,8

1980 10.314,6 10.536,4 -221,8 97,9

1981 8.801,7 9.361,9 -560,2 94,0

1982 9.418,0 9.861,0 -443,0 95,5

1983 9.551,7 9.400,4 151,3 101,6

1984 11.528,4 9.626,4 1.902,0 119,8

1985 12.670,5 11.042,4 1.628,1 114,7

Fuente: L’Hotellerie P., y J. Viñals, «Tendencias del comercio exterior español. Apéndice Estadístico», Banco de España, documento de trabajo 8706, 1987, y elaboración propia.

IESE Business School-Universidad de Navarra - 37

Cuadro 21 Balanza comercial global de España, en porcentaje del PIB, 1970-1987

Años Exportación

bienes

Exportación bienes y servicios

Importación bienes

Importación bienes y servicios

1970 24,3 17,4 7,7 7,0

1971 14,1 13,1 -0,4 0,7

1972 14,7 12,2 25,2 24,6

1973 11,2 9,0 16,6 16,5

1974 7,7 0,8 8,2 7,7

1975 -0,4 -1,5 -1,4 -1,1

1976 18,3 10,1 9,0 10,1

1977 11,5 8,5 -5,4 -4,7

1978 11,6 10,7 -1,6 -1,0

1979 13,9 5,6 11,2 11,4

1980 0,4 2,3 1,3 3,3

1981 9,8 8,4 -6,0 -4,2

1982 6,3 4,8 4,0 3,9

1983 10,2 10,1 -0,1 -0,6

1984 13,0 11,7 -1,0 -1,0

1985 3,0 2,7 5,8 6,2

1986 -3,5 -1,0 16,9 15,4

1987 6,6 6,5 24,5 22,6

Fuente: C.N.E., Banco de España y elaboración propia.

38 - IESE Business School-Universidad de Navarra

Cuadro 22 Ingresos brutos por inversiones extranjeras en España, 1961-1987 (en millones de dólares)

Años Inversión directa Inversión en cartera

Inversión en inmuebles

Otras formas inversión Total

1961 37,47 18,80 1,52 57,79

1962 24,20 60,00 16,62 100,82

1963 47,19 100,42 26,31 173,92

1964 84,03 86,93 38,34 209,30

1965 124,70 83,66 60,50 268,86

1966 137,09 84,38 55,20 276,67

1967 188,65 85,31 51,22 325,18

1968 154,64 85,60 90,85 331,09

1969 218,99 59,34 107,09 385,42

1970 250,28 38,01 158,69 446,98

1971 251,04 65,50 273,67 590,21

1972 312,79 148,36 401,24 862,39

1973 484,97 274,22 592,21 1.351,40

1974 420,32 199,27 484,40 55,72 1.159,71

1975 398,26 118,70 287,25 193,92 998,13

1976 419,28 82,80 201,08 261,66 964,82

1977 380,60 54,55 237,69 266,44 939,28

1978 695,72 79,26 438,95 435,43 1.649,36

1979 1.099,37 174,30 566,25 580,84 2.420,76

1980 1.237,89 96,98 604,55 460,89 2.400,31

1981 1.085,56 196,74 628,34 508,75 2.419,50

1982 1.052,14 76,25 676,09 600,02 2.404,50

1983 917,47 106,74 816,92 346,91 2.188,04

1984 1.031,70 297,30 873,90 311,90 2.514,80

1985 1.159,30 716,10 969,30 36,80 2.881,50

1986 2.318,40 3.614,50 1.395,80 48,30 7.377,00

1987 3.639,80 12.022,40 1.855,20 143,70 17.661,10

Fuente: Balanza de Pagos de España y Banco de España.