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La amarga Pasión de Nuestro Señor Jesucristo CONFORME A LAS MEDITACIONES DE ANNE KATHERINE EMMERICK"

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La amarga Pasión deNuestro Señor Jesucristo

CONFORME A LAS MEDITACIONES DE ANNE KATHERINE EMMERICK"

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2 | La amarga Pasión de Nuestro Señor Jesucristo

ContenidoLa amarga Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.........1

Conforme a las Meditaciones de Anne KatherineEmmerick"........................................................................1

...................................................................................1

Contenido..................................................................2

ANNA KATHARINA EMMERICH.........................4

La Última Cena de Nuestro Señor Jesucristo............7

I.PREPARATIVOS PARA LA PASCUA..........7

II.El cenáculo.....................................................7

III.Preparativos para comer el cordero pascual. 8

IV.EL CÁLIZ Y LA ÚLTIMA CENA...............8

V.JESÚS ENTRA EN JERUSALÉN................9

VI.LA ÚLTIMA PASCUA..............................10

VII.JESÚS LAVA LOS PIES A LOSAPÓSTOLES..............................................................11

VIII.INSTITUCIÓN DE LA SAGRADAEUCARISTÍA.............................................................12

IX.INSTRUCCIONES PRIVADAS YCONSAGRACIONES................................................14

La amarga Pasión de Cristo.....................................16

X.JESÚS EN EL MONTE DE LOS OLIVOS 16

XI.JUDAS Y LOS SOLDADOS. LA MADERADE LA CRUZ.............................................................22

XII.EL PRENDIMIENTO DE JESÚS............23

XIII.MEDIDAS QUE TOMAN LOSENEMIGOS DE JESÚS PARA LOGRAR SUSPROPÓSITOS............................................................27

XIV.JESÚS ANTE ANÁS...............................28

XV.JESÚS ES CONDUCIDO DE ANÁS ACAIFÁS......................................................................29

XVI.JESÚS ANTE CAIFÁS...........................29

XVII.JESÚS ES VEJADO E INSULTADO. . .31

XVIII.LA NEGACIÓN DE PEDRO...............32

XIX.MARÍA EN CASA DE CAIFÁS............32

XX.JESÚS EN LA CÁRCEL..........................33

XXI.JUDAS EN EL TRIBUNAL...................34

XXII.EL JUICIO DE LA MAÑANA..............34

XXIII.LA DESESPERACIÓN DE JUDAS....35

XXIV.JESÚS ES CONDUCIDO ANTEPILATOS....................................................................35

XXV.EL PALACIO DE PILATOS Y SUSALREDEDORES........................................................36

XXVI.JESÚS ANTE PILATOS......................37

XXVII.ORIGEN DE LA DEVOCIÓN DELVIA CRUCIS..............................................................38

XXVIII.PILATOS Y SU MUJER....................38

XXIX.JESÚS ANTE HERODES....................39

XXX.JESÚS ES LLEVADO DE HERODES APILATOS....................................................................41

XXXI.LA FLAGELACIÓN DE JESÚS.........42

XXXII.MARÍA DURANTE LAFLAGELACIÓN DE JESÚS......................................43

XXXIII.JESÚS VEJADO Y CORONADO DEESPINAS....................................................................44

XXXIV.ECCE HOMO....................................44

XXXV.JESÚS CONDENADO A MORIR ENLA CRUZ....................................................................45

XXXVI.JESÚS CARGA CON SU CRUZHASTA EL CALVARIO.............................................47

XXXVII.PRIMERA CAÍDA DE JESÚS BAJOEL PESO DE LA CRUZ.............................................48

XXXVIII.SEGUNDA CAÍDA DE JESÚS.....48

XXXIX.TERCERA CAÍDA DE JESÚS.........49

XL.EL LIENZO DE LA VERÓNICA.............50

XLI.CUARTA Y QUINTA CAÍDAS DE JESÚS....................................................................................50

XLII.SEXTA Y SÉPTIMA CAÍDAS DE JESÚS....................................................................................51

XLIII.MARÍA Y LAS SANTAS MUJERESVAN AL CALVARIO..................................................51

XLIV.JESÚS CRUCIFICADO YREFRESCADO CON VINAGRE..............................52

XLV.JESÚS CLAVADO EN LA CRUZ..........52

XLVI.EL ALZAMIENTO DE LA CRUZ.......53

XLVII.LA CRUCIFIXIÓN DE LOSLADRONES...............................................................54

XLVIII.LOS VERDUGOS SE REPARTENLAS VESTIDURAS DE JESÚS................................54

XLIX.JESÚS CRUCIFICADO. LOS DOSLADRONES...............................................................54

L.PRIMERA PALABRA DE JESÚS EN LACRUZ..........................................................................55

LI.EL SOL SE OSCURECE............................56

LII.JESÚS SE QUEDA SOLO. SU CUARTAPALABRA EN LA CRUZ..........................................57

LIII.LA MUERTE DE JESÚS. QUINTA,

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SEXTA Y SÉPTIMA PALABRAS DE JESÚS EN LACRUZ..........................................................................57

LIV.EL TEMBLOR DE TIERRA. APARICIÓNDE LOS MUERTOS EN JERUSALÉN.....................59

LV.JOSÉ DE ARIMATEA PIDE A PILATOSEL CUERPO DE JESÚS............................................60

LVI.CLAVAN UNA LANZA EN ELCOSTADO DE JESÚS. ROMPEN LAS PIERNAS DELOS LADRONES.......................................................61

LVII.EL DESCENDIMIENTO DE LA CRUZ....................................................................................61

LVIII.EL CUERPO DE JESÚS DISPUESTOPARA EL SEPULCRO...............................................63

LIX.EL SEPULCRO.......................................64

LX.EL REGRESO DESDE EL SEPULCRO.EL SÁBADO..............................................................65

LXI.EL APRESAMIENTO DE JOSÉ DEARIMATEA................................................................65

LXII.LOS JUDÍOS PONEN GUARDIA EN ELSEPULCRO................................................................65

LXIII.UNA MIRADA A LOS AMIGOS DEJESÚS EN EL SÁBADO SANTO.............................66

LXIV.JESÚS BAJA A LOS INFIERNOS.......67

LXV.LA VÍSPERA DE LA RESURRECCIÓN....................................................................................68

LXVI.JOSÉ DE ARIMATEAMILAGROSAMENTE LIBERADO..........................68

LXVII.LA NOCHE DE LA RESURRECCIÓN....................................................................................68

LXVIII.LAS SANTAS MUJERES EN ELSEPULCRO................................................................69

LXIX.RELATO HECHO POR LOSGUARDIAS DEL SEPULCRO..................................71

LXX.FIN DE ESTAS MEDITACIONES DECUARESMA..............................................................71

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4 | La amarga Pasión de Nuestro Señor Jesucristo

ANNA KATHARINA EMMERICH El 8 de septiembre de 1774, nació Anne Katherine

Emmerick en una humilde granja del pueblo de Flamskeen Coesfeld, cerca de Dülmen. Fue bautizada ese mismodía en la diócesis de Münster, Westphalia, al nordeste deAlemania.

Anna Catalina, una niña despierta y muy vivaz,aunque siempre delicada de salud, nació y creció en mediode la pobreza. Poseía el uso de razón desde su nacimientoy podía entender latín litúrgico desde el primer día queacudió a Misa. Desde los cuatro años recibió frecuentesvisitas y visiones celestiales. Ana Catalina conversabafamiliarmente con el Niño Jesús y vivía estas experienciasmísticas tan habituales desde su niñez y con tantanormalidad que, en su inocencia infantil, creía que todoslos demás niños también las experimentaban.

Su familia era muy humilde y piadosa, se dedicabaa las labores del campo, tareas que también Ana Catalinatuvo que ejercer desde los doce años, para más tardetrabajar como costurera y de ese modo ayudareconómicamente en su hogar y ahorrar algo de dinero,pues su deseo era, desde muy joven, ingresar en unconvento, para lo cual, entonces, se precisaba entregar unadote a la congregación.

Sin embargo, sus padres decidieron que su hijaestudiara y la llevaron a un organista para que le enseñaramúsica. Su madre le llevaba alimento en los recreos,viendo que Ana Catalina pasaba necesidades; pero lafamilia del organista era también muy pobre y AnaCatalina les entregaba su comida, los escasos ahorros parala dote que había conseguido como costurera y por untiempo fue además sirvienta en la casa parroquial,ayudando en las tareas del hogar de la familia del organistapor unos años.

A pesar de la precaria situación económica y la

oposición de su familia de nueve hermanos, a los 28 añosde edad en 1802 ingresó en el humilde monasterio de lasAgustinas de Agnetenberg, en Dülmen, el cual carecía dela biblioteca más básica. Allí padeció la incomprensión delas monjas a causa de su vida mística y del hecho de haberingresado sin dote. Su ascetismo y sobretodo sus éxtasisproducidos mientras trabajaba o durante la oración, tantoen su celda como en el oratorio, su celo religioso y susextrañas dolencias, creaban malestar a la comunidad que,al no comprenderla, la tachaban de privilegiada y latrataban con cierto desprecio. Sin embargo, esta fue laépoca más feliz de su vida y cumplía sus tareas con alegríapor el hecho de que, además la tuvieran de menos.

Durante los procesos de exclaustración de 1813,tras la invasión napoleónica de Alemania, la supresión deconventos decretada por Jerónimo Bonaparte, Rey deWestphalia, dispersó a las monjas; Anne Katherine fuerecogida por caridad en la casa particular de una pobreviuda, en Dülmen. Ana Catalina predijo la caída deNapoleón unos doce años antes de que sucediera y así, dealgún modo que encierra cierto misterio, se lo hizo llegaral Papa.

Su vida transcurrió sembrada de continuasenfermedades, agravadas al quedarse postrada en cama,inválida tras un accidente en 1813. Fue en casa de la viudadonde recibió los estigmas de Nuestro Señor Jesucristodurante la Pasión: los de las manos y pies, la herida de lalanza, Corona de Espinas e incluso una cruz sobre supecho; signos externos que ella trataba inútilmente deocultar. Sufría y rezaba mucho por las almas de Purgatorio,a quienes veía con frecuencia; además, por la salvación delos pecadores. Sólo mucho tiempo después se supo que lassábanas empapadas del sudor producido por el sufrimientofísico y espiritual de la hermana Ana Catalina, se helabanliteralmente sobre su cuerpo por el viento que, en las fríasnoche de la Europa Central, se colaba por las rendijas delas paredes.

Durante toda su vida fue adornada de muchos otrosdones místicos: locución o éxtasis entre otros; visiones dela historia de la Salvación, tanto del Antiguo como delNuevo Testamento; de la Virgen María y la vida pública deJesús; las visiones de la primitiva Iglesia naciente y lasfuturas sobre la Iglesia; así como de la vida después de lamuerte: experimentó la vida de la Iglesia triunfante (en elcielo), la Iglesia purgante (en el purgatorio) además de laIglesia militante (sobre la tierra). De está época sonconocidas sus visiones sobre los acontecimientos de estosúltimos siglos de la historia, como la caída del Muro deBerlín o el Concilio Vaticano II.

Ana Catalina poseía un sobrenatural conocimientopara con los pobres y enfermos que se le acercaban

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buscando ayuda y consuelo en la que llamaban la “brillantehermanita”; el sufrimiento de los demás le causaba grancompasión muy fácilmente y, conociendo de antemano susenfermedades, les recomendaba remedios infalibles.

Desde ese mismo año hasta el final de su vida, suúnico sustento fue la Sagrada Comunión y agua. Esteextremo fue tres veces exhaustivamente investigado por ladiócesis, la policía bonapartista y las autoridades. En 1818una comisión episcopal, encabezada por el famoso VicarioGeneral Overberg, la investigó por primera vez junto a tresmédicos que la examinaron escrupulosamente, con elobjeto de no dar lugar a críticas por parte de los enemigosde la Iglesia. Los exámenes dieron como resultado laveracidad de los estigmas y la santa vida espiritual de lahermana Ana Catalina. El Señor, entonces premió suheroicidad y paciencia, con la cicatrización y curación delos estigmas de las manos y los pies y el alivio de lasdemás señales externas. Más en el Viernes Santo de esemismo año se le volvieron a manifestar sangrantes.

En 1819, "la piadosa Beguina", como también laconocía el pueblo que la quería, se encontrabaprácticamente en el umbral de la muerte. No contentos conlas escrupulosas investigaciones anteriores, Ana Catalinafue encerrada en contra de su voluntad por ordengubernamental. Permaneció en otra habitación aislada detodos y vigilada estrictamente día y noche durante unosveinte días, teniendo que sufrir insultos y amenazas,tratando de obligarle a declarar que sus dones divinosconstituían un fraude. Finalmente no consiguieronencontrar en ella nada sospechoso y demoraron lapublicación de sus resultados. En vista de la presiónejercida por el pueblo y las autoridades eclesiales, lacomisión del Gobierno viendo que Ana Catalina se negabaa declarar culpabilidad alguna, dieron por concluidoapresuradamente que todo era un engaño.

Desde entonces la vida de Anna KatherinaEmmerick fue un permanente sufrimiento expiatorio: cargasobre sí los sufrimientos de otros y se ofrece a NuestroSeñor como alma víctima por la conversión de lospecadores, cuyas miserias ella conocía aún cuandoestuviesen muy lejos. Sufría y se ofrecía asimismo enreparación por tantas ofensas, sacrilegios y desprecios a laIglesia y a los sacramentos. Ella vivió tiempos muydecadentes que la atormentaban. La impiedad invadíapueblos y naciones enteras de tal modo que la Fe parecíahaberse extinguido, sucumbiendo la Iglesia ante larevolución reinante.

Desde el 18 de febrero de 1818 hasta el 6 de abrilde 1823 vivió místicamente y día a día la predicación yPasión de Jesús, que trató de describir en su dialecto delalemán, ofreciendo innumerables y grandes sufrimientos.Los escritos de Ana Catalina Emmerich constituyen un ricotesoro de sus visiones cotidianas, que ella mismaencontraba inefables. Han llegado hasta nosotros gracias a

Klemens Brentano, un notable poeta alemán, famosointelectual y reconocido escritor, requerido por mandatodivino para transcribir las visiones de Ana CatalinaEmmerich, para el bien de innumerables almas. Estarevelación del Señor se la comunicó ella misma nada másverlo en su primera visita; una visita que le habíaninsinuado unos terceros y que, tras conocer datos sobre lavida de la mística, realizó con curiosidad e interés.

Permaneciendo día a día, al pie de la cama de laenferma, traducía del dialecto de Westphalia que ellahablaba, los relatos de la vidente, transcribía sus palabras yle traía de nuevo los escritos volviendo a leérselos paracomprobar la fidelidad del relato. Se cuenta que AnaCatalina era Analfabeta y que por esa causa no podíaescribir ni leer lo que Bretano transcribía de sus palabras.A medida que el escritor iba viviendo con ella los relatos yviendo la paciencia de la religiosa enferma, ante susindescriptibles sufrimientos, su humildad y pureza,Klemens fue recuperando la fe de su infancia. "No hallé ensu fisonomía ni en su persona el menor rastro de tensión niexaltación" - afirmó tras conocer a la que él respetabacomo a la novia escogida de Jesucristo - "Todo lo que dicees breve, simple, coherente y a la vez lleno de profundidad,amor y vida".

A Brentano sólo le dio tiempo a ordenar un índicede las diferentes visiones y la edición en 1833 de "Laamarga Pasión de Nuestro Señor Jesucristo conforme a lasMeditaciones de Anne Katherine Emmerick": uno de loslibros más conocidos y singulares de la mística alemana,de más de doscientas páginas, el cual es tan singular comolo fue su vida y que, ya por entonces, su publicaciónconstituyó un acontecimiento mundial. La muertesorprendió al transcriptor preparando las visiones de "LaVida de la Santísima Virgen María" publicado en 1852 enMunich y los "Diarios", un material muy voluminoso quetambién ha sido compilado y publicado por distintosespecialistas. Un relato de la Pasión del Señor, narrado porla venerable Anna Katharina Emmerich, que nos invita aacompañar a Jesús en el camino de la Cruz.

El relato de la Pasión tal y como ella la ve,comienza con la Última Cena y concluye con laResurrección. El estilo del libro es muy directo, con granfuerza, debida a una prosa muy sobria, sin dar lugar a loscomentarios; su lectura engancha de tal modo que no sepuede abandonar hasta el final. Dividido en escenas muybreves, que bien podrían asemejarse a óleos llenos deexpresión, narra la Pasión de Jesucristo desde la Oraciónen el Huerto a través de minuciosas descripcionesconcretas de personas, lugares y acontecimientos,expresadas muy vivamente, por lo que resultacomprensible que este libro haya servido de gran ayuda einspiración para el católico director y actor de cine MelGibson, a la hora de hacer su película "La Pasión deCristo". Cuenta el mismo Gibson que se encontrabarezando en su despacho tratando de ser iluminado sobre el

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guión de su película, cuando este libro de Ana Catalina sedesprendió de la librería y cayó sobre su regazo, como unaseñal del cielo.

La veracidad de lo que vio Ana Catalina a todo lolargo de su vida, ha servido de punto de partida pararealizar numerosas investigaciones arqueológicas. Con susvisiones en la mano se descubrió Reynolds, los restos de laciudad de Ur de Caldea. La recientemente descubiertamorada de la Virgen en Éfeso resultó ser también tal comoella la había descrito. Del mismo modo se descubrieron en1981 los pasadizos bajo el Templo de Jerusalén, que AnaCatalina vio al contemplar el misterio de la lnmaculadaConcepción de María, dogma que no sería proclamado porla Iglesia hasta treinta años después de la muerte de estavidente.

Ana Catalina Emmerich escuchó del mismoJesucristo que el regalo de sus revelaciones del pasado,presente y el futuro en visión mística, era mayor que elposeído por nadie jamás en la historia.

El lunes 9 de febrero de 1824, en la localidad deDulmen, su alma se liberó de su cuerpo consumido por lasenfermedades y las penitencias. Su cuerpo se encontróincorrupto a casi dos meses de su fallecimiento; la tumbahabía sido abierta con autorización, tras los rumores quecorrían de que sus restos mortales habían sido hurtados. En1892 el obispo de Münster introdujo la causa debeatificación y fue declarada Venerable a finales del sigloXIX. Proceso de beatificación reabierto en 1972. En el año2001 se declaró la heroicidad de sus virtudes (Venerable)anunciando el Vaticano que pronto sería beatificada.

Ana Catalina ha sido recientemente beatificada, el 3de octubre de 2004 por Su santidad Juan Pablo II en laBasílica de Roma ante más de mil peregrinos queacudieron a la ceremonia. El prefecto de la Congregaciónde las Causas de los Santos, el cardenal José SaraivaMartins, al leer el pasado julio el decreto dereconocimiento del milagro, que abrió las puertas a lacanonización de Catalina Emmerich, constató ante JuanPablo II:

«Llevó consigo los estigmas de la Pasión del Señory recibió carismas extraordinarios que empleó para

consuelo de numerosos visitantes. Desde el lechodesarrolló un gran y fructífero apostolado. La vida de AnneKatherine Emmerick está caracterizada por una profundaunión con Cristo y una «ardiente» devoción a la VirgenMaría. Servir a la obra de la salvación por medio de la fe ydel amor es el aspecto en que la futura beata puede servirde modelo a los fieles de hoy.»

El postulador de la causa de beatificación, AndreaAmbrosi, explicó ante los micrófonos de «RadioVaticana»:

«La vida claustral fue bastante dura porque las otrascanónigas no dejaban de subrayar su baja condición socialy por su salud, que comenzó a declinar rápidamente. Desdepequeña padecía cierto raquitismo que, entre las paredesdel convento se acentuó tanto que durante años permanecióen cama. A partir del final de 1812, desde el momento enque en ella ya se manifestaban los dones sobrenaturales, seañadió aquel fenómeno constituido por la aparición de losestigmas. Al principio hizo de todo para ocultarlos, perodespués el caso fue conocido y toda la gente quería verla,pero no sólo por el hecho externo de los estigmas, sinotambién por su gran bondad y por un don que tenía, queera el de penetrar las almas que más sufrían, las máslaceradas, llevándoles la paz. Vivía en perfecta sintoníacon el misterio de la Vida, Pasión y Muerte de Jesús. Susestigmas son el testimonio clarísimo de su uniónexistencial con Jesús. Su disponibilidad al sufrimiento notenía otro fundamento que su amor hacia el Crucifijo y supreocupación por el prójimo.

Después de su muerte, estaba tan viva su fama desantidad que entre toda la población y también entre elclero se dio un vivo deseo de promover su causa debeatificación. Pero también surgieron dificultades por losdifíciles momentos históricos y religiosos que atravesabaentonces Alemania y por la falta de claridad de los escritosde Sor Ana Catalina, textos incluso en el límite de uncatolicismo poco “ortodoxo”, motivo por el cual elentonces Santo Oficio intervino varias veces para bloquearla causa y pedir nuevos pareceres de teólogos. En cuantose aclaró qué añadidos en los escritos eran del escritorBretano, la causa emprendió un camino más veloz.»

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La Última Cena de Nuestro Señor Jesucristo

I. PREPARATIVOS PARALA PASCUA

Jueves Santo, el 13 Nisán (29 de marzo)

Ayer por la tarde, Nuestro Señor tomó su últimacomida junto con sus amigos, en casa de Simón el Leproso,en Betania, y allí mismo, María Magdalena ungió porúltima vez con perfume los pies de Jesús. Judas seescandalizó; corrió a Jerusalén y conspiró con los príncipesde los sacerdotes para entregarles a Jesús. Después de lacomida, Jesús volvió a casa de Lázaro, mientras algunos delos apóstoles se dirigían a la posada que se halla a laentrada de Betania. Por la noche, Nicodemo acudió denuevo a casa de Lázaro y tuvo una larga conversación conel Señor; volvió a Jerusalén antes del amanecer, y Lázaro loacompañó durante un tramo del camino.

Los discípulos le habían preguntado a Jesús dóndequería celebrar la Pascua. Hoy, antes del amanecer, NuestroSeñor ha mandado a buscar a Pedro, a Santiago y a Juan;les ha explicado con detalle todos los preparativos quedeben disponer en Jerusalén, y les ha dicho que, subiendoal monte Sión, encontrarían a un hombre con un cántaro deagua. Reconocerían a ese hombre, pues, en la Pascuaanterior, en Betania, fue él quien mandó preparar la comidapara Jesús; por eso, san Mateo dice: «Él les dijo: "Id a laciudad, a uno, y decidle: 'El Maestro dice: Mi tiempo estácerca, en tu casa haré la Pascua con mis discípulos.'"»Después debían ser conducidos por ese hombre al cenáculoy allí hacer todos los preparativos necesarios.

Yo vi a los apóstoles subir a Jerusalén, por unaquebrada al sur del Templo y al norte de Sión. En una delas vertientes de la montaña del Templo había una hilera decasas, y ellos marcharon frente a esas casas, siguiendo elcurso de un torrente. Cuando alcanzaron la cumbre delmonte Sión, que es una montaña más alta que la montañadel Templo, se encaminaron hacia el Mediodía, y alprincipio de una pequeña cuesta encontraron al hombre queJesús les había descrito; fueron tras él y le dijeron lo queJesús les había mandado. El hombre recibió con granalegría sus palabras y les respondió que en su casa habíasido ya dispuesta una cena (probablemente por Nicodemo),pero que, hasta aquel momento, él no había sabido paraquién y que se alegraba mucho de saber que era para Jesús.El nombre de este hombre era Helí, cuñado de Zacarías deHebrón, en cuya casa Jesús había anunciado el año anteriorla muerte de Juan el Bautista. Helí tenía únicamente unhijo, que era levita, y amigo de san Lucas, antes de que éstefuese llamado por Nuestro Señor, y cinco hijas, todas ellassolteras. Todos los años acudía a la fiesta de Pascua con sussirvientes, alquilaba una sala y preparaba la Pascua para

todos aquellos que no tuvieran amigos con quieneshospedarse en la ciudad. Ese año había alquilado uncenáculo propiedad de Nicodemo y José de Arimatea.Mostró a los apóstoles dónde estaba y cuál era sudistribución.

II. EL CENÁCULODel lado sur del monte Sión, no lejos de las ruinas

del castillo de David y del mercado que asciende hacia elcastillo hacia el este, hay una antigua y sólida edificaciónentre frondosos árboles, en mitad de un espacioso patioamurallado. A ambos lados de la entrada se ven otrasconstrucciones anejas, sobre todo a la derecha, donde estála morada del sirviente principal, y pegada a ésta, la casa enla que la Santísima Virgen y las santas mujeres pasaronmás tiempo después de la muerte de Jesús. El cenáculo, queen otras épocas había sido más grande, fue residencia delos bravos capitanes de David, que allí se ejercitaban en eluso de las armas.

Antes de la construcción del Templo, el Arca de laAlianza estuvo depositada allí durante un largo período, ytodavía pueden encontrarse huellas de su presencia en elsótano. También he visto al profeta Malaquías cobijadobajo ese mismo techo; fue allí donde escribió sus profecíassobre el Santísimo Sacramento y el Sacrificio de la NuevaAlianza. Salomón rindió honores a esta casa y llegó a tenerlugar en ella algún acto simbólico y figurativo que heolvidado. Cuando casi todo Jerusalén fue destruido por losbabilonios, esta casa fue respetada. He visto otras muchascosas relacionadas con la casa; pero sólo recuerdo lo que hecontado.

Cuando fue comprado por Nicodemo y José deArimatea, este edificio estaba en muy mal estado. Ellosarreglaron el cuerpo principal y lo dispusieroncómodamente; lo alquilaban a los extranjeros que acudían aJerusalén con motivo de la Pascua. Así fue como NuestroSeñor pudo celebrar allí la Pascua del año anterior.Además, la casa y sus dependencias se utilizaban comoalmacén de estelas, monumentos y otras piedras, y tambiéncomo taller para los obreros. José de Arimatea poseíaexcelentes canteras en su país, de donde hacía traer grandesbloques de piedra, con las cuales, bajo su dirección,esculpían sepulcros, adornos y columnas que despuésvendían. Nicodemo también se dedicaba a este negocio ysolía pasar muchas horas de sus ratos libres esculpiendo.Trabajaba en la sala o en el sótano bajo ésta, excepto entiempo de las fiestas. Su trabajo lo había llevado a conocera José de Arimatea, de quien se había hecho amigo; amenudo, habían llevado a cabo juntos alguna empresa.

Esa mañana, mientras Pedro y Juan hablaban con el

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hombre que había alquilado el cenáculo, vi a Nicodemo enla casa de la izquierda del patio, donde habían sidocolocadas muchas piedras que impedían el paso alcenáculo. Una semana antes, vi a varias personastrasladando las piedras de un lado a otro, limpiando el patioy preparando el cenáculo para la Pascua; entre ellos mepareció ver a algunos discípulos, quizás Aram y Temeni,los primos de José de Arimatea. El cenáculo propiamentedicho está casi en el centro del patio, es rectangular y lorodean chatas columnas; si el espacio entre los pilares seabriera un poco, podría formar parte de la gran sala interior,pues todo el edificio es como si fuera transparente; pero,excepto en las ocasiones especiales, los pasos estáncerrados. La luz penetra por unas ranuras que hay en lo altode las paredes. Al entrar, se encuentra primero un vestíbulo,al que dan acceso tres puertas; luego, la gran sala interior,de cuyo techo cuelgan varias lámparas; las paredes, hastamedia altura, están decoradas para la fiesta con hermosasesteras y tapices, y una abertura del techo ha sido veladacon una gasa azul muy transparente.

La parte de atrás de la habitación está separada delresto por una cortina también de gasa azul. Esta división entres partes del cenáculo le otorga cierta semejanza con elTemplo, donde encontramos el atrio el Sancta y elSantasantórum. En la parte posterior del cenáculo seencuentra, colgada a derecha e izquierda, la indumentariaprecisa para la celebración de la fiesta. En el medio hay unaespecie de altar. Un banco de piedra elevado sobre tresescalones; y con la figura de un triángulo rectángulo estásujeto a la pared. Ése debe de ser el horno donde se asa elcordero pascual, porque hoy, durante la comida, losescalones se notaban calientes. No puedo explicar endetalle todo lo que hay en esta parte de la sala, pero seestán haciendo grandes preparativos para la cena pascual.En la pared que hay encima de este horno o altar, se ve unaespecie de nicho, delante del cual vi la imagen de uncordero pascual: tenía un cuchillo en el cuello y su sangreparecía ir cayendo gota a gota sobre el altar; pero no lorecuerdo claramente. En otro nicho de la pared había tresalacenas de diversos colores, que podían moverse comonuestros tabernáculos, para abrirlas y cerrarlas. Había enellas todo tipo de vasijas para la Pascua; más tarde, elSantísimo Sacramento fue colocado allí.

En las habitaciones adyacentes al cenáculo se veíauna especie de divanes con gruesos cubrecamas, quepodían ser usados como camas. Bajo el edificio hayhermosas bodegas. El Arca de la Alianza estuvo en algúnmomento depositada debajo de donde ahora está el hogar.La casa cuenta con cinco cañerías que, por debajo delsuelo, se llevan las inmundicias y las aguas de la montaña,pues la casa está construida en un punto elevado. En esacasa, he visto a Jesús orar y hacer milagros; los discípulostambién se quedaban con frecuencia a pasar la noche en lassalas laterales.

III. PREPARATIVOS PARA COMER EL CORDERO PASCUAL

Cuando los apóstoles acabaron de hablar con Helíde Hebrón, este último entró en la casa por el patio, perolos discípulos torcieron a la derecha y bajaron el monteSión hacia el norte. Atravesaron un puente y siguieron porun sendero cubierto de árboles hasta el otro lado de laquebrada de delante del Templo y de la hilera de casas quequedan al sur de éste. Allí estaba la casa del ancianoSimeón, que murió en el Templo tras la presentación deNuestro Señor. Los hijos de Simeón, algunos de los cualeseran discípulos de Jesús en secreto, vivían ahora en la casade Simeón. Los apóstoles hablaron con uno de ellos, unhombre alto y moreno que trabajaba en el Templo. Fueroncon él hasta la parte oriental del Templo, atravesando lapuerta de Ofel, por la que Jesús había entrado en Jerusalénel domingo de Ramos, y prosiguieron hasta la plaza delganado, al norte del Templo. En la parte sur de esta plaza vipequeños cercados como jardines en miniatura, en los quepastaban hermosos corderos. Allí era donde se comprabanlos corderos de Pascua. Yo vi al hijo de Simeón entrar enuno de estos cercados, y los corderos se acercaban a élcomo si lo conocieran. Escogió cuatro, que fueron llevadosal cenáculo, donde empezaron a prepararlos.

Luego vi a Pedro y a Juan ir, además, a diversaspartes de la ciudad y encargarse de varias cosas. Tambiénlos vi delante de la puerta de una casa situada al norte delmonte Calvario. Esa casa, donde los discípulos de Jesús sealojaban casi siempre, pertenecía a Serafia, que luego fuellamada Verónica. Pedro y Juan enviaron desde allí aalgunos discípulos al cenáculo, y les hicieron variosencargos que he olvidado.

Ellos entraron entonces en casa de Serafia, dondetenían que hacer todavía algunas cosas. El marido de ellaera miembro del Consejo, y pasaba mucho tiempo fuera decasa ocupado en sus asuntos, pero aun cuando estaba encasa, se veían poco. Serafia era una mujer más o menos dela edad de la Santísima Virgen, que conocía a la SagradaFamilia desde hacía mucho tiempo, pues cuando Jesús niñose quedó tres días en Jerusalén después de la fiesta, ella seocupó de alimentarlo.

Los dos apóstoles cogieron de allí, entre otras cosas,el cáliz con el que Nuestro Señor instituyó la SagradaEucaristía.

IV. EL CÁLIZ Y LA ÚLTIMACENA

El cáliz que los apóstoles cogieron de casa deVerónica, tenía una apariencia hermosísima y misteriosa.Había estado depositado mucho tiempo en el Templo, entreotros objetos preciosos, y era muy antiguo, tanto, que suorigen y uso habían sido olvidados. Eso mismo ha pasado

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en la Iglesia cristiana, donde muchas joyas antiguasconsagradas se han ido olvidando y cayendo en desuso.Muchas veces, enterradas en el polvo del Templo, han sidoencontradas, vasijas antiguas y joyas, que se hanrecompuesto y vendido. De este mismo modo, y porqueDios así lo quiso, se encontró este cáliz santo que nunca seha podido fundir debido a que no se sabe de qué materialestá hecho. Fue hallado por los sacerdotes en el tesoro delTemplo, entre otros objetos que habían sido vendidos comoantigüedades. Serafia lo compró, y había sido utilizado yamuchas veces por Jesús en las celebraciones; desde el díade la Ultima Cena pasó a ser custodiado por la sagradacomunidad cristiana. Este cáliz no siempre había tenido elmismo aspecto; y quizá en esa ocasión de la Cena, habíanreunido las diferentes piezas que lo componían. Colocaronel gran cáliz sobre una bandeja, rodeado por seis pequeñascopas. El cáliz contenía a su vez un recipiente menor sobreun plato, todo ello cubierto con una tapadera redonda. En elcáliz había insertada una cuchara que podía sacarse confacilidad. Todos estos diferentes vasos estaban envueltos enpaños y metidos en una bolsa de cuero, si no estoyequivocada. El gran cáliz se compone de la copa y del pie,que seguramente fue añadido con posterioridad, pues lasdos partes son de distinto material. La copa tiene forma depera, es maciza y oscura y muy bruñida; tiene adornosdorados y dos pequeñas asas para sujetarla. El pie es de oropuro, finamente labrado. En él está representada la figurade una serpiente y hay también un racimo de uva; en todoél se han engastado piedras preciosas.

El gran cáliz quedó depositado en la iglesia deJerusalén, cerca de Santiago el Menor, y veo que todavíaestá allí; aparecerá un día, como ya apareció antes. Otrasiglesias se repartieron las pequeñas copas que lo rodeaban;una de ellas está en Antioquía, otra en Éfeso. Pertenecían alos patriarcas, que bebían en ellas un misterioso brebajeantes de dar o recibir la bendición; yo lo he visto muchasveces.

El gran cáliz perteneció a la casa de Abraham;Melquisedec lo llevó consigo desde la tierra de Semíramisa la tierra de Canaán, donde fundó algunos asentamientosen el lugar donde después se edificaría Jerusalén. Lo utilizóen el sacrificio, cuando ofreció pan y vino en presencia deAbraham, después volvió a dejarlo en manos de estesagrado patriarca. El mismo cáliz estuvo asimismo en elArca de Noé.

V. JESÚS ENTRA EN JERUSALÉN

Por la mañana, mientras los apóstoles estaban enJerusalén ocupados con los preparativos de la Pascua,Jesús, que se había quedado en Betania, se despidió congran afecto de las santas mujeres, de Lázaro y de su SantaMadre, y les dio las últimas indicaciones. Yo vi al Señorhablar a solas con su Madre y le dijo, entre otras cosas, que

había enviado a Pedro, el apóstol de la fe, y a Juan, elapóstol del amor, delante de Él para preparar la Pascua enJerusalén. Le dijo, hablando de Magdalena, cuyo dolor erainmenso, que su amor era muy grande, pero todavía dealgún modo humano, y que por eso el dolor la ponía fuerade sí. Le habló también de la traición proyectada por Judas,y la Santísima Virgen rogó por él. Judas había dejado otravez Betania para ir a Jerusalén, con el pretexto de pagarunas deudas. Corrió todo el día de un fariseo a otro yacordó el pago con ellos. Le mostraron quiénes serían lossoldados encargados de prender a Nuestro Divino Salvador.Judas pensó sus excusas de modo que pudiera justificar suausencia. Yo he visto todos sus cálculos y todos suspensamientos. Era de natural activo y dispuesto, pero esasbuenas cualidades topaban con la avaricia, la ambición y laenvidia, pasiones que él no se esforzaba en combatir. Enausencia de Jesús, había incluso obrado milagros y curadoenfermos.

Cuando Nuestro Señor le dijo a la Santísima Virgenlo que iba a suceder, ella le pidió, de la manera más tierna,que la dejase morir con Él. Pero él la exhortó a tener másresignación en su pena que las otras mujeres; le dijotambién que resucitaría, y el lugar donde se le aparecería.Ella no lloró mucho ante él, pero su dolor eraindescriptible; había algo casi espantoso en su profundorecogimiento. El Señor le agradeció como hijo piadoso elamor que ella le tenía, y la estrechó contra su corazón. Ledijo también que celebraría espiritualmente la Ultima Cenacon ella, y le indicó la hora en que ella recibiría su preciosaSangre. Se despidió una vez más de todos y les dio lasúltimas instrucciones.

Jesús y los apóstoles salieron a las doce de Betaniay se encaminaron a Jerusalén; con ellos iban sietediscípulos que eran de Jerusalén y sus alrededores, exceptoNatanael y Silas. Entre ellos estaban también Juan yMarcos, el hijo de la pobre viuda que el jueves anteriorhabía ofrecido su último dinero en el Templo mientrasJesús predicaba. Nuestro Señor lo había tomado consigodesde hacía pocos días. Las santas mujeres los siguieron alcabo de un rato.

Jesús y sus compañeros rodearon el monte de losOlivos, caminaron por el valle de Josafat y llegaron inclusohasta el monte Calvario. Mientras caminaban, no cesaba deinstruirlos. Dijo entre otras cosas a los apóstoles que hastaentonces les había dado pan y vino, pero que hoy les daríasu Carne y su Sangre, su ser entero, todo lo que era y todolo que tenía. La ex-presión de Nuestro Señor mientras decíaesto era tan dulce, que su alma parecía estar saliendo de suboca con sus palabras, y parecía languidecer de amordeseando que llegara el momento de darse a los hombres.Sus discípulos no lo comprendieron, y creyeron que estabahabiéndoles del cordero pascual. No hay palabras paraexpresar todo el amor y toda la resignación contenidos enlos últimos discursos de Nuestro Señor en Betania y en sucamino a Jerusalén.

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Los siete discípulos que habían seguido al Señor aJerusalén no recorrieron el camino en su compañía; fuerona llevar al cenáculo los hábitos ceremoniales de la Pascua yvolvieron a casa de María, la madre de Marcos. CuandoPedro y Juan llegaron al cenáculo con el cáliz, los vestidospara la ceremonia ya estaban en el vestíbulo, donde losdiscípulos y algunos otros compañeros los habían dejado.Habían colocado también colgaduras en las paredesdesnudas, destapado las aberturas de arriba y habíanencendido tres lámparas. A continuación, Pedro y Juanfueron al valle de Josafat y avisaron a Nuestro Señor y alos apóstoles. Los discípulos y los amigos que iban acelebrar la Pascua con ellos en el cenáculo, llegaron mástarde.

VI. LA ÚLTIMA PASCUAJesús y sus discípulos comieron el cordero pascual

en el cenáculo, divididos en tres grupos. Jesús con los doceapóstoles, en el cenáculo propiamente dicho; Natanael conotros doce discípulos, en una de las salas laterales, otrosdoce se agruparon en torno a Eliaquim, hijo de Cleofás y deMaría, hija de Helí; Eliaquim había sido discípulo de Juanel Bautista.

Tres de los corderos habían sido sacrificados paraellos en el Templo. El cuarto cordero fue inmolado en elcenáculo, y de ése comieron Jesús y los apóstoles. Judas nosabía eso porque, ocupado en sus artimañas, no habíaregresado hasta hacía poco, y no había estado presentecuando sacrificaron el cordero.

El sacrificio del cordero destinado a Jesús y a losapóstoles fue muy emocionante: se llevó a cabo en el atriodel cenáculo. Los apóstoles y los discípulos presentescantaron el salmo 118. Jesús les habló del tiempo nuevoque comenzaba y que los sacrificios de Moisés y delcordero pascual iban a cumplirse; y que por esta razón elcordero debía ser sacrificado como antiguamente enEgipto, porque también ellos estaban a punto de liberarsede la esclavitud.

Se dispusieron los recipientes y los instrumentosnecesarios. Trajeron un cordero pequeñito tocado con unacorona que fue enviada a la Santísima Virgen, a la estanciaen la que ella permanecía con las santas mujeres. Elcordero estaba atado a una tabla, con una cuerda que lerodeaba el cuerpo; me recordó a Jesús atado en la columnay azotado. El hijo de Simeón sostenía la cabeza delcordero; Jesús le hizo una incisión en el cuello con la puntade un cuchillo, que dio entonces al hijo de Simeón, quienacabó de matarlo. A Jesús parecía repugnarle tener queherir al animal; lo hizo de prisa, pero con solemnidad: lasangre fue recogida en un cuenco y Jesús mojó en ella unramo de hisopo. A continuación, fue a la puerta de la sala,tintó con sangre los dos pilares y la cerradura y fijó el ramosobre la puerta. Habló luego a los discípulos y les dijo,entre otras cosas, que el ángel exterminador se mantendría

alejado, que debían orar en aquel sitio sin temor y sininquietud cuando Él fuera sacrificado, Él mismo, elverdadero cordero pascual; que un nuevo tiempo y unnuevo sacrificio iban a comenzar y que durarían hasta el findel mundo.

Después todos fueron al otro extremo de la sala,cerca del lugar donde debajo, en otro tiempo, había estadoel Arca de la Alianza. El horno estaba encendido: Jesúsechó la sangre sobre el lugar y lo consagró como un altar.Luego, seguido de los apóstoles, fue rodeando el cenáculoy lo consagró como un nuevo Templo. Mientras tanto,todas las puertas permanecían cerradas.

El hijo de Simeón había completado ya lapreparación del cordero. Lo había colocado sobre una tabla,con las patas de delante cada una atada a un palo y las deatrás juntas y extendidas. Recordaba a Jesús sobre la cruz,y fue metido en el horno para ser asado con los otros trescorderos sacrificados en el Templo.

Los corderos pascuales de los judíos se matabantodos en el atrio del Templo aunque en tres sitios distintos:uno, para las personas distinguidas; otro, para la gentecomún y, otro, para los extranjeros. El cordero pascual deNuestro Señor no fue sacrificado en el templo, pero todo sehizo conforme a la ley. Jesús pronunció todavía otraspalabras y dijo a sus discípulos que el cordero era sólo unsímbolo, que Él era el verdadero cordero pascual y quesería sacrificado al día siguiente, y otras cosas que heolvidado.

Tras estas palabras de Jesús, y habiendo llegadoJudas, empezaron a disponerse las mesas. Los discípulos sepusieron los vestidos de ceremonia que estaban en elvestíbulo, se cambiaron las sandalias, y se colocaron en-cima una especie de camisa blanca y una capa, que era máscorta por delante que por detrás; se sujetaron los vestidosen la cintura, y se remangaron las mangas que eran muyanchas. Cada grupo fue a la sala que le había sido asignada.Los discípulos a las salas laterales, Nuestro Señor con losapóstoles se quedó en la del cenáculo. Cogieron cada unoun palo y, con él en la mano, fueron acercándose de dos endos a la mesa; permanecieron de pie, cada cual en su sitio,con el palo apoyado sobre los brazos extendidos y lasmanos levantadas.

La mesa era estrecha y con forma de herradura y deuna altura algo superior a la rodilla de un hombre; frente aJesús, dentro del semicírculo, se dejó un sitio vacío desdedonde poder servir los platos. Tal como lo recuerdo, Juan,Santiago el Mayor y Santiago el Menor estaban a laderecha de Jesús; a ese extremo de la mesa se sentabaBartolomé; en el otro lado, Tomás y Judas Iscariote; a laizquierda de Jesús estaban Pedro, Andrés y Tadeo, y en lapunta de la izquierda, Simón, y a continuación Mateo yFelipe.

En medio de la mesa estaba la bandeja con elcordero pascual. Su cabeza reposaba entre sus patas

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delanteras, dispuestas en cruz, las patas de atrás seguíanextendidas; todo el borde de la fuente estaba adornado conajos. Junto a esta bandeja había un plato con la carne asadade Pascua, además de un plato con verduras y un segundoplato con manojitos de hierbas amargas que parecíanhierbas aromáticas. Frente a Jesús había otra fuente conhierbas y un plato con una salsa oscura y espesa. Losdiscípulos tenían cada uno ante sí unos panes redondos yplanos, sin levadura, en lugar de platos, y cuchillos demarfil.

Después de la plegaria, el sirviente principal pusodelante de Jesús, sobre la mesa, el cuchillo para cortar elcordero, y también una copa llena de vino, luego llenó lasotras seis copas, situadas cada una entre dos apóstoles.Jesús bendijo el vino y lo bebió; los apóstoles compartíanuna copa entre dos. Nuestro Señor partió el cordero: losapóstoles fueron recibiendo cada uno una porción sobre supan. Lo comieron muy de prisa separando la carne de loshuesos con sus cuchillos de marfil y quemando después loshuesos. Todo esto lo hicieron de pie, apenas apoyados en elrespaldo de sus asientos. Jesús partió uno de los panesácimos, guardó una parte y distribuyó la otra entre losapóstoles. Su copa de vino fue llenada de nuevo, pero Jesúsno bebió: «Desde ahora no beberé más de este fruto de vidahasta aquel día, cuando lo beba de nuevo con vosotros en elReino de Dios.» Después de beber cantaron un himno;Jesús rezó o permaneció en silencio, y luego se lavaron lasmanos de nuevo. A continuación, se sentaron.

Nuestro Señor partió todavía otro cordero, que hizollevar a las santas mujeres, que comían en una de lasestancias del patio. Los apóstoles comieron todavíaverduras y lechuga. Jesús tenía una expresión derecogimiento y serenidad tan grandes como yo no le habíavisto nunca. Dijo a los apóstoles que olvidaran todas suspreocupaciones. La Santísima Virgen, sentada a la mesa delas mujeres, estaba también llena de serenidad. Cuando lasdemás mujeres se le acercaban y tiraban suavemente de suvelo para llamar su atención y hablar con ella, susmovimientos manifestaban una gran placidez de espíritu.

Al principio Jesús conversó afectuosamente con susapóstoles; después fue quedándose serio y melancólico, yles dijo: «De cierto os digo que uno de vosotros me ha deentregar.» Había sólo una fuente con lechuga, y Jesús larepartía a los que estaban a su lado; luego, encargó a Judas,que estaba enfrente, que la distribuyera a los compañerosde su lado de mesa. Cuando Jesús habló de un traidor, loque llenó a todos de espanto, dijo: «Un hombre que mete lamano conmigo o en el mismo plato, ése me ha deentregar», lo que significaba: «Uno de los doce que estáncomiendo y bebiendo conmigo, uno de los que compartenmi pan.» No señaló claramente a Judas ante los otros, puesmeter la mano en el mismo plato era una expresión quetambién quería decir que se tenía la mayor intimidad. Sinembargo, quería que Judas, que había metido la mano en elmismo plato que el Señor, para repartir la lechuga, se diera

por enterado. Jesús añadió: «El Hijo del Hombre se va,como está escrito de él; mas ¡ ay de aquel por quien el Hijodel Hombre es entregado. Bueno le fuera al tal hombre nohaber nacido.»

Los apóstoles, muy turbados, le preguntaban a lavez: «Señor, ¿soy yo?», pues no comprendían del todo laspalabras de Jesús. Pedro, por señas, le pedía a Juan que lepreguntara a Nuestro Señor de quién hablaba, pueshabiendo sido reconvenido por Jesús, temía que seestuviese refiriendo a él. Juan, que estaba a la derecha deJesús y apoyado en el brazo izquierdo comía con la manoderecha, recostó su cabeza en el pecho de Jesús y lepreguntó: «Señor, ¿quién es?» Yo no vi que Jesús lo dijerade palabra, pero dijo: «Es aquel a quien le doy el pan quehe mojado.» No sé si se lo susurró a Juan pero éste lo supoen cuanto Jesús mojó el pedazo de pan y se lo ofrecióafectuosamente a Judas, quien a su vez preguntó: «¿Soy yo,Señor?» Jesús lo miró con amor y le dio una respuestaambigua. Entre los judíos ofrecer pan era una prueba deamistad y de confianza. Jesús utilizó ese gesto para advertira Judas sin declararlo culpable ante los otros. Sin embargo,Judas se consumía de rabia. Yo vi durante la cena unafigura horrible sentada a sus pies, que a veces ascendíahasta su corazón. No vi que Juan le repitiera a Pedro lo queNuestro Señor le había dicho, pero lo tranquilizó con lamirada.

VII. JESÚS LAVA LOS PIES A LOS APÓSTOLES

Todos se levantaron de la mesa, y mientrasrecomponían sus ropas como era usual antes del oficiosolemne, el sirviente principal entró con dos criados para

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quitar la mesa. Jesús le pidió que llevara agua al atrio y elsirviente se fue de la sala con sus criados. Jesús, de pieentre los apóstoles, les habló algún tiempo con solemnidad.No puedo repetir exactamente lo que dijo, pero me acuerdode que les habló del Reino, de que volvía con su Padre, delo que les dejaría cuando se separase de ellos, etc. Leshabló también sobre la penitencia, la confesión, elarrepentimiento y la justificación.

Yo comprendí que se estaba refiriendo al lavatoriode los pies, y vi que todos los apóstoles reconocían suspecados y se arrepentían de ellos, excepto Judas. Estediscurso fue también largo y solemne y cuando acabó,Jesús envió a Juan y a Santiago el Menor a buscar el aguaal vestíbulo, y les dijo a los apóstoles que colocaran lassillas en semicírculo; Él se fue también al vestíbulo, y allíse envolvió el cuerpo con una toalla, y mientras tanto, losapóstoles, en la sala, se decían algunas palabras y sepreguntaban cuál sería el primero de entre ellos. El Señorles había dicho claramente que iba a dejarlos y que suReino estaba muy próximo y al alcance, lo que reforzabaaún más su idea de que el Señor tenía unos planes secretosy que se había referido a un triunfo terrestre queproclamaría en el último momento.

Mientras, Jesús, en el vestíbulo, mandó a Juan quecogiera una jofaina y a Santiago, un cántaro lleno de agua;y que lo siguieran a la sala, adonde el sirviente principalhabía llevado otra jofaina vacía.

Jesús, ataviado de un modo tan humilde, lesreprochó la disputa que se había suscitado entre ellos, y lesdijo, entre otras cosas, que Él mismo era su servidor, y quese sentaran para que él les lavara los pies. Tomaron asientoen el mismo orden que habían estado sentados a la mesa.Jesús iba del uno al otro echándoles sobre los pies agua dela jofaina que llevaba Juan; luego, con un extremo de latoalla en la que estaba envuelto, se los secaba. NuestroSeñor llevó a cabo este acto de humildad lleno de afectohacia sus apóstoles.

Cuando llegó a Pedro, éste asimismo humilde, quisodetenerlo, y le dijo: «Señor, ¿cómo vas tú a lavarme lospies?» Jesús le contestó: «Ahora no entiendes lo que hago,pero lo entenderás más tarde.» Me pareció que en un apartele decía: «Simón, has merecido que mi Padre te revelaraquién soy yo, de dónde vengo y adónde voy; tú sólo lo hasreconocido abiertamente. Y por eso sobre ti construiré miIglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contraella. Mi poder permanecerá en ti y en tus sucesores hasta elfinal de los tiempos.»

Jesús señaló a Pedro ante los apóstoles, y les dijoque cuando él ya no estuviera presente, Pedro ocuparía sulugar. Pedro exclamó: «Tú nunca me lavarás los pies.» A loque el Señor respondió: «Si no lo hago no tendrás nada quever conmigo.» Entonces Pedro añadió: «Señor, lavadme nosólo los pies, sino también las manos y la cabeza». Jesúsdijo: «Quien ha sido purificado no precisa lavarse más que

los pies: todo el resto es puro; vosotros estáis, pues,limpios, aunque no todos». Con estas palabras se refería aJudas. Jesús había hablado del lavatorio de los pies comode un símbolo del perdón de las culpas cotidianas, porquelos pies están sin cesar en contacto con la tierra, y si no selos limpia constantemente siempre están sucios.

Al lavarles Jesús los pies fue como si les hubieraconcedido una especie de absolución espiritual. Pedro, enmedio de su celo, lo que vio fue aquel gesto era unahumillación demasiado grande para su Maestro. Él no sabíaque al día siguiente, para salvarlo, Jesús se sometería a laignominiosa muerte en la cruz.

Cuando Jesús lavó los pies de Judas, lo hizo delmodo más afectuoso. Acercó su sagrada faz a los pies deJudas y le dijo en voz baja que desde hacía un año sabía desu traición. Judas fingía no oírlo y hablaba con Juan, lo quehizo que Pedro se irritara y no pudiera evitar decirle:«Judas, el Maestro te está hablando». Entonces Judas dio aJesús una réplica vaga y evasiva, dijo algo así como: «Diosme libre, Señor.» Los demás no se habían dado cuenta deque Jesús le había hablado a Judas, pues lo hizo en voz bajapara que los otros no lo oyeran y, además, estabanocupados en calzarse de nuevo las sandalias. Nada en todoel transcurso de su Pasión afligió tanto a Jesús como latraición de Judas.

Jesús finalmente lavó también los pies de Juan ySantiago. Luego les habló sobre la humildad, y les dijo queel más grande entre todos era aquel que servía a los demás,y que a partir de entonces debían lavarse los pies unos aotros. A continuación, se puso sus vestidos. Los apóstolesse desciñeron los suyos, que habían sujetado para comer elcordero pascual.

VIII. INSTITUCIÓN DE LA SAGRADA EUCARISTÍA

Según indicaciones de Nuestro Señor, el sirvienteprincipal volvió a disponer de nuevo la mesa, que habíanretirado un poco. Colocándola en medio de la sala, pusosobre ella una jarra lleno de agua y otra llena de vino.Pedro y Juan fueron a la parte de la sala en donde estaba elhorno del cordero pascual, a buscar el cáliz que habíantraído desde casa de Serafia y que tenían guardado en subolsa. Lo sujetaron entre los dos, a la manera de untabernáculo, y lo dejaron sobre la mesa, delante de Jesús.Había también allí una fuente ovalada con tres panes sinlevadura dispuestos sobre un paño de lino, junto con elmedio pan que Jesús había guardado de la cena pascual. Asu lado tenía asimismo un jarro con agua y vino y tresrecipientes, uno con aceite espeso, otro con aceite claro y eltercero vacío.

Desde tiempos inmemoriales se observaba lacostumbre de comer del mismo pan y beber de la mismacopa al finalizar la comida, como signo de fraternidad y

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amor, y para dar la bienvenida o despedirse. Creo que enlas Sagradas Escrituras se habla más de esto.

En la Última Cena, Jesús elevó esa costumbre, quehasta entonces había sido un rito simbólico y figurativo a ladignidad del más grande Sacramento. Posteriormente, entrelos cargos presentados ante Caifás, a partir de la traición deJudas, Jesús fue acusado de haber introducido una novedaden la ceremonia de Pascua; sin embargo, Nicodemodemostró cómo en las Escrituras eso ya constaba como unapráctica antigua.

Jesús se encontraba entre Pedro y Juan, las puertasestaban cerradas, y todo tenía un aire misterioso y solemne.Cuando el cáliz fue sacado de su bolsa, Jesús oró y habló asus apóstoles con gran seriedad. Yo vi a Jesúsexplicándoles el significado de la Cena y toda laceremonia, y me hizo pensar en un sacerdote enseñando aotros a decir misa.

Jesús tenía delante una bandeja en la cual reposabanlos vasos, y tomando el paño de lino blanco que cubría elcáliz, lo extendió sobre la bandeja. Después le vi quitar deencima del cáliz una tapa redonda y ponerla sobre la mismabandeja. A continuación, retiró el paño que cubría los panesácimos y los puso sobre; sacó también de dentro del cálizuna copa más pequeña y repartió a su derecha y a suizquierda las seis copas de que estaba rodeado. Entoncesbendijo el pan y el aceite, levantó con las dos manos labandeja con los panes, elevó la mirada, rezó, ofertó,depositó de nuevo la bandeja sobre la mesa y volvió acubrirla. Tomó luego el cáliz, hizo que Pedro echara vinoen él y que Juan añadiera un poco de agua que Jesús habíabendecido antes; a continuación, bendijo el cáliz, lo elevóorando, lo ofreció y lo colocó de nuevo sobre la mesa.

Juan y Pedro le echaron un poco de agua sobre lasmanos, encima del plato en el que habían estado los panes.Jesús recogió, con la cuchara insertada en el pie del cáliz,un poco del agua vertida sobre sus manos y la vertió a suvez sobre las de ellos; después, el plato fue dando la vueltaa la mesa y todos se lavaron las manos sobre él. Todo estome recordó extraordinariamente el sagrado sacrificio de lamisa.

Mientras tanto, Jesús se mostraba cada vez mástierno y afectuoso con sus discípulos; les repitió que iba adarse a ellos entero, todo lo que él tenía, es decir, Élmismo, como si estuviera transido de amor. Le vi volversetransparente, hasta parecer una sombra luminosa. Partió elpan en varios trozos y los dejó sobre la bandeja; cogió unpoco del primer pedazo y lo echó en el cáliz. En elmomento en que hizo eso, me pareció ver a la SantísimaVirgen recibiendo el sacramento espiritualmente, aun noestando presente. No sé cómo, pero me pareció verla entrar,caminando sin tocar el suelo, y llegar hasta donde estabaNuestro Señor para recibir de Él la Sagrada Eucaristía;después ya no la vi más. Aquella mañana, en Betania, Jesúsle había dicho que celebraría la Pascua con ella en espíritu,

y le había indicado la hora en que debía ponerse a orar pararecibir la Eucaristía.

Jesús rezó y les enseñó aún unas cuantas cosas mássus palabras salían de su boca como un fuego luminoso, ycomo tal entraban en los apóstoles, en todos excepto enJudas. Cogió la bandeja con los trozos de pan y dijo:«Tomad y comed, éste es mi cuerpo, que será entregado porvosotros.» Extendió la mano derecha en señal de bendición,y mientras lo hacía todo Él resplandecía. Sus palabras eranluminosas, y el pan entraba en la boca de los apóstolescomo una sustancia brillante; yo vi cómo la luz penetrabaen todos ellos; sólo Judas permanecía en tinieblas. Jesúsofreció primero el pan a Pedro, después a Juan, y acontinuación hizo señas a Judas para que se acercara. Judasrecibió el Sacramento en tercer lugar, pero las palabras deNuestro Señor parecían huir de la boca del traidor y volvera Él. Esa visión me perturbó tanto que no puedo describirmis sentimientos. Jesús le dijo: «Haz cuanto antes lo quetienes que hacer.» Después administró el Sacramento a losdemás, apóstoles que fueron aproximándose de dos en dos.

Jesús sujetó el cáliz por sus dos asas y lo elevó hastasu cara pronunciando las palabras de consagración.Mientras lo hacía se lo veía transfigurado y transparente,como si todo su ser lo hubiera abandonado para pasar aestar contenido en el pan y el vino. Dio de beber a Pedro ya Juan del cáliz que sostenía en la mano y luego lo dejó denuevo sobre la mesa. Juan vertió la divina sangre del cálizen las copas pequeñas y Pedro se las entregó a losapóstoles, que bebieron dos de la misma copa. No estoymuy segura pero creo que Judas también bebió un sorbodel cáliz. Después ya no volvió a su sitio, sino que se fueinmediatamente del cenáculo; los demás creyeron que iba acumplir un encargo de Jesús. Se fue sin rezar y sin dargracias, con la gran ingratitud que supone retirarse sin dargracias después del pan cotidiano, mucho más tras haberrecibido el pan de vida eterna de los ángeles. Durante todala cena estuve viendo al lado de Judas una figuraterrorífica, cuyos pies eran como un hueso seco; perocuando Judas llegó a la puerta del cenáculo, vi tresdemonios a su alrededor: el uno entraba en su boca, el otrole daba prisa y el tercero corría ante él. Era de noche yparecían irle alumbrando el camino; Judas corría como uninsensato.

Nuestro Señor echó un resto de la divina sangre, quehabía quedado en el fondo del cáliz, la pequeña copa quehabía estado en su interior; después puso sus dedos sobre elcáliz y Pedro y Juan echaron de nuevo agua y vino sobreellos. Después les dió a beber otra vez del cáliz y lo quequedó lo echó en las copas y lo repartió entre los demásapóstoles. A continuación, Jesús limpió el cáliz, metiódentro la pequeña en la que había guardado el resto de lasangre divina, puso encima la bandeja con lo que quedabadel pan consagrado, le colocó la tapadera, envolvió el cálizy lo situó en medio de las seis copas. Yo vi como, despuésde la Resurrección, los apóstoles comulgaban con los restos

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del Santísimo Sacramento.

No recuerdo que el Señor comiera o bebiera el pan yel vino consagrados, tampoco vi que Melquisedec lohiciera cuando ofreció él también pan y vino. Pero sé porqué los sacerdotes participan del Sacra-mento aunque Jesúsno lo hiciera. Si los ángeles la hubieran distribuido, ellos nohubieran participado de la Eucaristía; pero si los sacerdotesno participaran, lo que queda de la Eucaristía se perdería,así que lo hacen para preservarla.

Había una indescriptible solemnidad en todo lo queJesús hizo durante la Sagrada Eucaristía, y cada uno de susmovimientos estaba lleno de majestad. Vi que los apóstolesanotaban cosas en unos pequeños trozos de pergamino quellevaban consigo. Varias veces durante la ceremonia los vitambién inclinarse unos ante otros, como hacen nuestrossacerdotes.

IX. INSTRUCCIONES PRIVADAS Y CONSAGRACIONES

Jesús dio a sus apóstoles unas instruccionesprivadas. Les dijo que debían seguir celebrando elSantísimo Sacramento en memoria suya hasta el fin de lostiempos. Les enseñó cómo usarlo y cómo transmitirlo; y dequé modo, gradualmente, debían enseñar y hacer públicoeste misterio. Les enseñó cuándo debían comer el resto delos elementos consagrados, cuándo

debían darle parte de ellos a la Santísima Virgen, ycómo consagrar ellos mismos cuando les hubiese enviadoel Divino Consuelo. Después les habló del sacerdocio, de lasagrada unción, de la preparación del Crisma y de losSantos Óleos. Había tres recipientes: dos de ellos conteníanuna mezcla de aceite y de bálsamo. Les enseñó a hacer estamezcla, a qué partes del cuerpo se debía aplicar, y en quéocasiones. Recuerdo, entre otras cosas, que citó un caso enque la Sagrada Eucaristía no debía ser administrada; puedeque fuera en la Extremaunción, mis recuerdos no estánclaros en este punto. Habló de diferentes tipos de unción,sobre todo de las de los reyes, y dijo que incluso los reyesinicuos, al ser ungidos, recibían de la unción especialespoderes. Puso un poco de ungüento y de aceite en unrecipiente vacío y los mezcló, no puedo decir con totalseguridad si fue entonces o al consagrar el pan cuandobendijo el aceite.

Después vi cómo Jesús ungía a Pedro y a Juan, encuyas manos Él había vertido el agua que había corrido porsus manos y a los cuales había dado de beber de su mismocáliz. A continuación, les impuso las manos sobre la cabezay sobre los hombros. Ellos unieron sus manos cruzando lospulgares y se inclinaron profundamente ante Nuestro Señorhasta ponerse casi de rodillas. Jesús les ungió el dedopulgar y el índice de cada mano y trazó una cruz sobre suscabezas con el Crisma. Les dijo que también aquello

permanecería hasta el fin del mundo.

Santiago el Menor, Andrés, Santiago el Mayor yBartolomé fueron asimismo consagrados. Vi cómo cruzabasobre el pecho de Pedro una especie de estola que éstellevaba colgada al cuello. A los otros simplemente se lacruzó desde el hombro derecho hasta el izquierdo. No meacuerdo bien si esto lo hizo durante la institución delSantísimo Sacramento o sólo durante la unción.

Comprendí que, con esta unción, Jesús lescomunicaba algo esencial y sobrenatural que soy incapazde describir. Les dijo que, en cuanto recibieran el EspírituSanto, podrían consagrar el pan y el vino y ungir a losdemás apóstoles. Me fue mostrado aquí cómo el día dePentecostés, Pedro y Juan impusieron las manos a los otrosapóstoles y una semana después a los demás discípulos.Tras la Resurrección, Juan administró por primera vez elSantísimo Sacramento a la Santísima Virgen. Este hechofue celebrado durante un tiempo por la Iglesia triunfante,aunque la Iglesia terrenal no lo haya celebrado desde hacemucho. Los primeros días después de Pentecostés, sóloPedro y Juan consagraban la Sagrada Eucaristía, pero mástarde vi que los otros consagraban también.

Nuestro Señor bendijo asimismo fuego en una vasijade hierro, y después de eso se procuró no dejarlo apagarjamás. Fue conservado junto al lugar donde fue depositadoel Santísimo Sacramento, del corazón del antiguo hornopascual, y de allí lo sacaban siempre para los usosespirituales.

Todo lo que Jesús hizo entonces fue en secreto y fueenseñado también en secreto. La Iglesia ha conservadotodo lo que era esencial de esas instrucciones privadas y,bajo la inspiración del Espíritu Santo, lo ha idodesarrollando y adaptando según sus necesidades.

Yo no sé si Juan y Pedro fueron consagradosobispos, o sólo Pedro y Juan consagrado sacerdote, o quédignidad fue otorgada a los demás apóstoles. Pero losdiferentes modos en que Nuestro Señor dispuso las estolassobres sus pechos parecen indicar distintos grados deconsagración.

Cuando estas ceremonias concluyeron, el cáliz, queestaba junto a la vasija del Crisma, fue cubierto, y Pedro yJuan llevaron el Santísimo Sacramento a la parte másretirada de la sala, que estaba separada del resto por unacortina de gasa azul, y desde entonces aquel lugar fue elSantuario. El sitio donde fue depositado el SantísimoSacramento estaba muy poco más elevado que el hornopascual. José de Arimatea y Nicodemo cuidaron elSantuario y el cenáculo en ausencia de los apóstoles.

Jesús dio todavía instrucciones a sus apóstolesdurante largo rato y también rezó varias veces. Confrecuencia parecía conversar con su Padre celestial; estaballeno de entusiasmo y de amor. Los apóstoles estabanexultantes de gozo y de celo, y le hacían diversas preguntas

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que Él les contestaba. La mayoría de estas palabras estánen las Sagradas Escrituras. El Señor dijo a Pedro y a Juandiversas cosas que luego ellos debían transmitir a losdemás apóstoles, y éstos, a su vez, a los discípulos y a lassantas mujeres, según la capacidad de cada uno para losconocimientos transmitidos. Jesús habló en privado conJuan, le dijo que viviría más tiempo que los otros. Le contótambién algo relativo a siete Iglesias, coronas, ángeles y ledio a conocer misteriosas representaciones que, según yocreo, significaban varias épocas. Los otros apóstolessintieron un poco de envidia por esa confianza particularque Jesús le había demostrado a Juan.

Jesús habló de nuevo del traidor. «Ahora estáhaciéndolo», decía. Y, de hecho, yo vi a Judas haciendoexactamente lo que Jesús decía.

Pedro aseguraba con vehemencia que él seríasiempre fiel a Jesús, y éste dijo: «Simón, Simón, Satanás tedesea para molerte como trigo; pero yo he rogado por tipara que tu fe no desfallezca, y que, cuando tú seasconfirmado, puedas confortar a tus hermanos.»

Y entonces, Nuestro Señor les dijo de nuevo que adonde Él iba, ellos no podían seguirlo, a lo que Pedrocontestó exaltado: «Señor, yo estoy dispuesto aacompañarte a la prisión y la muerte.» A lo que Jesús lerespondió: «En verdad, en verdad te digo que, antes de queel gallo cante dos veces, me habrás negado tres.»

Hablándoles de los tiempos difíciles que seavecinaban, Jesús les dijo: «Cuando os he mandado sinbolsa y sin sandalias, ¿os ha faltado algo?» «No»,respondieron los apóstoles. «Pues ahora», prosiguió Jesús,«que cada cual coja su bolsa y sus sandalias y, quien nadatenga, que venda su túnica para comprar una espada, pues

en verdad os digo que todo lo que fue escrito se va acumplir: ha sido reconocido como inicuo. Todo lorelacionado conmigo ha llegado a su fin.» Los apóstolesentendieron todo esto de un modo literal y Pedro le mostródos espadas cortas y anchas como dagas. Jesús dijo:«Basta, vayámonos de aquí.» A continuación, entonaron unhimno de acción de gracias, colocaron la mesa a un lado yse fueron hacia el atrio.

Allí encontró Jesús a su Madre, a María, hija deCleofás, y a Magdalena, que le suplicaron con ansia que nofuera al monte de los Olivos, porque corría el rumor de quequerían cogerle. Pero Jesús las consoló con pocas palabras,y se alejó rápidamente de ellas. Debían de ser cerca de lasnueve. Bajaron por el camino que Pedro y Juan habíanseguido para llegar al cenáculo, y se dirigieron al monte delos Olivos.

Yo he visto la Pascua y la institución de la SagradaEucaristía como lo he relatado. Aunque mi emoción en esosmomentos era tan grande que no pude prestar muchaatención a los detalles, pero ahora lo he visto con másclaridad. No hay palabras que puedan expresar la fatiga y lapena, su visión del interior de los corazones, el amor y lafidelidad de Nuestro Salvador. Su conocimiento de todo loque iba a suceder. ¡ Cómo quedarse sólo en lo externo!Nuestro corazón se inflama de admiración, gratitud y amor—la ceguera de los hombres es incomprensible—, ynuestra alma se ve sobrepasada por la conciencia de laingratitud del mundo entero y por sus propios pecados.

La ceremonia de la Pascua fue celebrada por Jesúsde total conformidad con la ley. Los fariseos tenían porcostumbre añadir algunos minutos y ceremoniassuplementarias.

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La amarga Pasión de Cristo

X. JESÚS EN EL MONTE DE LOS OLIVOS

Cuando Jesús, después de instituir el SantísimoSacramento de la Eucaristía salió del cenáculo acompañadode los once apóstoles, su alma estaba profundamenteturbada, y su tristeza iba en aumento. Llevó a los once porun sendero apartado en el valle de Josafat. Cuandoabandonaron la casa, yo vi la luna, aún no del todo llena,levantarse sobre la montaña.

Caminando con ellos por el valle, Nuestro Señor lesdijo que Él volvería de nuevo a juzgar al mundo, y que enese momento los hombres se echarían a temblar y gritarían:«¡Montañas, cubridnos!» Sus discípulos no comprendieronsus palabras y creyeron que la debilidad y la fatiga lohacían delirar. También les dijo: «Esta noche seréisescandalizados por mi causa, pues está escrito: "Heriré alpastor y sus ovejas serán dispersadas." Pero cuandoresucite os precederé a Galilea.»

Los apóstoles conservaban aún algo del entusiasmoy la devoción que les había transmitido la Santa Eucaristíay las palabras solemnes y afectuosas de Jesús. Se acercabana Él y le expresaban su amor de diversos modos, diciendoque jamás lo abandonarían; pero Jesús continuóhablándoles del mismo modo. Pedro dijo: «Aunque todosse escandalizaran por tu causa yo jamás me escandalizaré.»El Señor le recordó su profecía de que antes de que el gallocantara, lo negaría tres veces, pero Pedro siguió insistiendo:«Aunque tuviera que morir contigo nunca te negaría.» Losdemás decían lo mismo. Iban caminando y parándosealternativamente, mientras hablaban; pero la tristeza deJesús seguía incrementándose. Los apóstoles intentabanconsolarlo con argumentos humanos, asegurándole que loque preveía no sucedería. Se fueron cansando de estosvanos esfuerzos, vinieron las dudas y los asedió latentación.

Atravesaron el torrente de Cedrón, no por el puentepor donde unas horas más tarde sería conducido presoJesús, sino por otro, pues habían dado un rodeo.Getsemaní, adonde se dirigían, estaba a media legua delcenáculo. Desde éste hasta la gran puerta del valle deJosafat, había un cuarto de legua, y otro tanto desde allíhasta Getsemaní. El lugar llamado Getsemaní, donde Jesúshabía pasado algunas de las últimas noches con losdiscípulos, era un gran huerto, rodeado por un seto, aunqueúnicamente crecían en él algunos árboles frutales y flores.Fuera de él había unas pocas edificaciones abandonadas.

Los apóstoles y algunas otras personas tenían unallave de este huerto, y era utilizado por ellos a veces comolugar de recreo y otras de oración. Se habían hecho en él

unas chozas con ramas ocho de los apóstoles, a los cualesse unieron más tarde otros discípulos, que estuvieronhabitando en ellas. El huerto de los Olivos estaba separadodel de Getsemaní por un camino; tenía libre acceso y estabacercado sólo por una tapia baja; era más pequeño que elhuerto de Getsemaní. El huerto de los Olivos disponía degrutas, terrazas y muchos olivos, y no ofrecía lugares muya propósito para orar y meditar. Jesús se encaminó a laparte más salvaje de ese huerto.

Eran poco más de las nueve cuando Jesús llegó aGetsemaní con sus discípulos. La luna había salido, y yailuminaba el cielo, aunque la tierra estaba todavía oscura.Jesús estaba cada vez más triste y advertía a los apóstolesde la proximidad del peligro. Éstos se sentían sobrecogidosy Jesús dijo a ocho de los que le acompañaban que sequedasen en Getsemaní, mientras Él iba a rezar. Llevóconsigo a Pedro, Juan y Santiago y con ellos entró en elhuerto de los Olivos. No hay palabras para describir la penaque oprimía su alma, pues el tiempo de la prueba seacercaba. Juan le preguntó cómo Él, que se había mostradosiempre tan sereno, podía estar tan abatido. «Mi alma tieneuna tristeza de muerte», respondió Jesús; y por todos ladosveía acercarse la angustia y la tentación como nubescargadas de terribles prefiguraciones. Entonces, les dijo alos tres apóstoles: «Quedaos aquí, y velad conmigo.Recemos para no caer en la tentación.» Jesús bajó unospocos escalones hacia la izquierda, y se ocultó bajo unpeñasco, en una gruta de seis pies de profundidad, encimade la cual los apóstoles se acomodaban en una especie dehoyo. El terreno se inclinaba ligeramente y las plantas quehabían crecido sobre el peñasco de la gruta formaban unaespecie de cortina a la entrada, de modo que no podía servisto.

Cuando Jesús dejó a sus discípulos, yo vi a sualrededor un círculo de figuras horrendas que se leacercaban cada vez más. Sintiendo tristeza y la angustia desu alma en aumento, temblando, penetró en la gruta paraorar, como un hombre que busca abrigo de la tempestad;pero las horribles visiones lo seguían y eran cada vez másvividas. Aquella estrecha caverna parecía contener elespantoso espectáculo de todos los pecados cometidosdesde la caída de Adán hasta el fin del mundo y el castigo atodos ellos destinado. A ese mismo sitio, al monte de losOlivos, habían ido Adán y Eva, tras ser expulsados delParaíso, y en esta misma gruta habían gemido y llorado.

Sentí como si Jesús, al entregarse a la DivinaJusticia en pago de nuestros pecados, de algún modo,retornara al seno de la Santísima Trinidad; así, concentradotodo él en su pura, amante e inocente humanidad, armadosólo de la fuerza de su amor inefable, la sacrificaba a lasangustias y los padecimientos.

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Postrado en tierra, sumergido en un mar de tristeza,todos los pecados del mundo se le aparecieron bajoinfinitas formas en toda su auténtica deformidad; El lostomó todos sobre sí y ofrecióse en su oración a la justiciade su Padre celestial para pagar esa terrible deuda. PeroSatanás, entronizado en medio de todos esos horrores condiabólica alegría, dirigía su furia contra Jesús; y, mostrandoante sus ojos visiones cada vez más espantosas, gritaba a suadorable humanidad: «¿También vas a tomar esto sobre ti?,¿sufrirás tú su castigo?, ¿estás listo para pagar por todoesto?»

Y entonces, se abrió el cielo y de él surgió un rayosemejante a una vía luminosa. Era una procesión de ángelesque bajaban hasta Jesús, y vi cómo lo consolaban yfortalecían. El resto de la gruta permanecía lleno de lashorrendas visiones de nuestros crímenes. Jesús los tomótodos ellos sobre sí; pero su adorable corazón, rebosantedel más perfecto amor de Dios y de los hombres, seahogaba bajo el peso de tanta abominación. Cuando esamultitud de iniquidades pasó sobre su alma como unocéano, Satanás puso ante él, como en el desierto,innumerables tentaciones, se atrevió incluso a presentarcontra el Salvador una serie de acusaciones, diciendo:«¿Cómo, tú que no eres puro quieres tomar todo esto sobreti?» Entonces, con infernal impudencia, lo culpaba deimaginarios crímenes. Le reprochaba las faltas de susdiscípulos, los escándalos que ellos habían provocado, laperturbación que habían causado en el mundo, renunciandoa los usos antiguos. Ningún fariseo, ni siquiera el más hábily severo podría haber superado a Satanás: atribuyó a Jesúshaber sido la causa de la degollación de los Inocentes, asícomo de los padecimientos de sus padres en Egipto; nohaber salvado a Juan el Bautista de la muerte, el haberdesunido familias y protegido a hombres infames, habersenegado a curar a muchos enfermos, haber perjudicado a loshabitantes de Gergesa, permitiendo a los poseídos por eldiablo entrar en sus tinas, y a los demonios precipitar suscerdos en el mar, haber abandonado a su familia,dilapidado los bienes de su prójimo; en una palabra:Satanás presentó ante Jesús, para turbarlo, todo lo que en elmomento de la muerte hubiera reprochado a un hombrecualquiera que hubiese llevado a cabo todas estas accionessin un motivo superior; pues no mencionaba que Jesúsfuese el Hijo de Dios, y lo tentaba sólo como si fuera elmás justo de los hombres. Nuestro Divino Salvadorpermitió hasta tal punto que su humanidad predominarasobre su divinidad, que sufrió todas las tentaciones queasaltan al hombre justo en la muerte concernientes almérito de sus buenas obras. Para apurar el cáliz de suagonía, permitió que aquel mal espíritu tentara su sagradahumanidad como podría haber tentado a un hombre quequisiera atribuir a sus buenas obras un valor por sí mismas,por encima del que pueden tener por los méritos de Jesús.No hubo ninguna de sus acciones que no estuvieraenmarcada en una acusación y, entre otras cosas, le

reprochó a Jesús haberse gastado el valor de la propiedadde María Magdalena, en Magdalum, que Él había recibidode Lázaro.

Entre los pecados del mundo que pesaban sobre elSalvador, vi también los míos; del círculo de tentacionesque rodeaban a Nuestro Señor, vi venir hacia mí todas misculpas. Durante todo este tiempo no aparté los ojos de miEsposo Celestial; con Él gemía y lloraba y con Él mevolvía hacia el consuelo de los ángeles. ¡Ay, Nuestroamado Señor se retorcía como un gusano bajo el peso de suangustia y sus sufrimientos.

Mientras Satanás le hacía estas acusaciones, apenaspodía yo refrenar mi cólera; pero cuando habló de la ventade la propiedad de Magdalena, no pude contenerme y ledije: «¿Cómo te atreves a reprochar como un crimen laventa de esa propiedad? Yo misma he visto al Señor gastaresa cantidad que le dio Lázaro, en obras de misericordia, yrescatar a veintiocho pobres de prisión por deudas enTirza.»

Al principio, Jesús estaba arrodillado y oraba conserenidad; pero después su alma se horrorizó ante losinnumerables crímenes de los hombres y su ingratitud paracon Dios; sintió un dolor tan vehemente que, temblando,exclamó: «¡Padre mío, si es posible, aleja de mí este cáliz!¡Padre mío, omnipotente, aleja de mí este cáliz!» Pero trasun momento, añadió: «Hágase vuestra voluntad, no lamía.» Su voluntad era una con la del Padre; pero abrumadopor el peso de su naturaleza mortal, temía la muerte.

Yo vi la caverna donde él estaba de rodillas, llena deformas espantosas; vi todos los pecados, toda la maldad,todos los vicios, todos los tormentos, todas las ingratitudesque oprimían al Salvador: el espanto de la muerte, el terrorque sentía como hombre ante los padecimientos de laexpiación, asediaban su Divina Persona bajo la forma depavorosos espectros. Sus rodillas vacilaban, juntaba lasmanos, su cuerpo estaba inundado de sudor y el horror lohacía estremecer. Por fin, se levantó: las rodillas letemblaban tanto que apenas podían sostenerlo, estabapálido, su fisonomía completamente transformada, lívidoslos labios y erizados los cabellos. Eran cerca de las diezcuando se puso en pie, y tambaleándose, dando traspiés acada paso, bañado en sudor frío, se dirigió hacia dondeestaban los tres apóstoles. Fue ascendiendo como pudodesde la gruta, hasta donde ellos, rendidos de fatiga, detristeza y de inquietud se habían quedado dormidos. Jesúsiba a buscarlos como un hombre angustiado cuyo terror lolleva junto a sus amigos, pero también como el buen pastorque, consciente de la cercanía de un peligro, visita surebaño amenazado; pues Jesús no ignoraba que tambiénellos sufrían la angustia y la tentación. Las horriblesvisiones lo acompañaron también en ese corto tramo. Alllegar, hallándolos dormidos, juntó las manos, cayó derodillas junto a ellos y lleno de tristeza e inquietud, dijo:«Simón, ¿duermes?» Despertáronse al punto y se

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levantaron, y Jesús les dijo en su desolación: «¿Ni siquierauna hora podíais velar conmigo?» Cuando lo vieron deaquel modo, descompuesto, pálido, tembloroso yempapado en sudor, y oyeron su voz alterada y casiinaudible, no supieron qué pensar; y si no hubiera llegado aellos rodeado por un halo de luz radiante, no lo hubiesenreconocido. Juan le dijo: «Maestro, ¿qué te pasa? ¿Debollamar a los otros discípulos? ¿Debemos huir?» Jesúsrespondió: «Si pudiese vivir, predicar y curar todavíadurante treinta y tres años más, no me bastaría para cumplircon lo que tengo que hacer de hoy a mañana. No llames alos otros ocho: los he dejado allí, porque no podrían vermeen esta miseria sin escandalizarse, caerían en tentación,olvidarían lo que ha pasado y dudarían de mí. Vosotroshabéis visto al Hijo del Hombre transfigurado, así quetambién podréis verlo en la oscuridad y el naufragio de suespíritu; pero velad y orad para no caer en la tentación,porque el espíritu está presto pero la carne es débil.»

Con estas palabras se refería tanto a él como a ellos.Quería así exhortarlos a la perseverancia y advertirles delcombate que su naturaleza humana iba a librar contra lamuerte, y también de la causa de su debilidad. En sutristeza les habló de muchas cosas, y pasó casi un cuarto dehora con ellos. Después volvióse Jesús a la gruta, con suangustia siempre en aumento, mientras sus discípulostendían las manos hacia Él, lloraban, se abrazaban unos aotros y se preguntaban: «¿Qué tiene?, ¿qué le ha sucedido?Parece hallarse en la más completa desolación.» Secubrieron la cabeza y empezaron a orar, llenos de ansiedady de tristeza.

Desde que Jesús entró en el huerto de los Olivoshabía transcurrido cerca de una hora y media. En efecto,como dicen las Escrituras: «Ni siquiera habéis podido velarconmigo una hora», aunque estas palabras no deberíantomarse literalmente, ni aplicar nuestra manera de contar eltiempo.

Los tres apóstoles que estaban con Jesús, habíanorado primero y luego se habían quedado dormidos, trascaer en la tentación de la falta de confianza en Dios. Losotros ocho que habían permanecido fuera del huerto nodormían. La tristeza y el sufrimiento que encerraban lasúltimas palabras de Jesús, habían llenado sus corazones defunestos presagios, y erraban por el monte de los Olivosbuscando algún lugar donde esconderse en caso de peligro.

En la ciudad de Jerusalén se veía poca actividad.Los judíos estaban en sus casas, ocupados en lospreparativos de la fiesta; pero pude ver aquí y allí a amigosy discípulos de Jesús que caminaban juntos, ansiosos,conversando en susurros, inquietos, como si estuviesenesperando algún gran acontecimiento. La Madre del Señor,Magdalena, Marta, María, hija de Cleofás y María Salomé,habían ido desde el cenáculo hasta la casa de María, lamadre de Marcos. María, que había oído lo que decíansobre Jesús, quiso ir a la ciudad con sus amigas para saber

noticias suyas. Lázaro, Nicodemo, José de Arimatea yalgunos parientes de Hebrón fueron a verla para intentartranquilizarla. Pues habiendo tenido conocimiento de lasterribles predicciones de Jesús en el cenáculo, habían ido ainformarse a casa de los fariseos conocidos suyos, y nohabían oído que se preparase nada contra Nuestro Señor.Desconocedores de la traición de Judas, le dijeron a Maríaque el peligro no era muy grande, que no atacarían a Jesústan cerca de la fiesta. María les habló de cuán inquieto yalterado había estado Judas en los últimos días, de quémanera tan abrupta se había ido del cenáculo. Ella nodudaba de que había ido a denunciar a Jesús; cuántas vecesno había advertido a su hijo de que Judas sería superdición. Las santas mujeres se volvieron a casa de María,madre de Marcos.

Cuando Jesús volvió a la gruta, sin el menor aliviopara su sufrimiento, se prosternó con el rostro contra latierra, los brazos extendidos, y rogó al Padre Eterno; sualma sostuvo una nueva lucha que duró tres cuartos dehora. Los ángeles bajaron para mostrarle, en una serie devisiones, todos los padecimientos que había de padecerpara expiar el pecado. Presentaron ante sus ojos la bellezadel hombre a imagen de Dios, antes de su caída, y cuánto lohabía desfigurado y alterado ésta. Vio el origen de todos lospecados en aquel de Adán, la significación y la esencia dela concupiscencia, sus terribles efectos sobre la fuerza delalma humana y también la esencia y la significación detodas las penas para castigar la concupiscencia. Lemostraron cuál debía ser el pago que diera a la DivinaJusticia, y hasta qué punto padecerían su cuerpo y su almapara cumplir todas las penas, toda la concupiscencia de lahumanidad: la deuda del género humano debía sersatisfecha por la naturaleza humana exenta de pecado delHijo de Dios. Los ángeles le enseñaron todas estas cosasbajo diversas formas, y yo entendía todo lo que decían,aunque no oía su voz. Ningún lenguaje puede expresar eldolor y el espanto que inundaron el alma de Jesús a la vistade esta terrible expiación; su sufrimiento fue tan grandeque un sudor de sangre brotó de todos los poros de sucuerpo.

Mientras la adorable humanidad de Cristo estabasumergida en esta inmensidad de padecimientos, losángeles parecieron tener un momento de compasión; hubouna pausa y yo noté que deseaban ardientemente consolar aJesús, por lo que oraron ante el trono de Dios. Hubo uninstante de lucha entre la misericordia y la justicia de Dios,y el amor que se sacrificaba a sí mismo. Se me permitió veruna imagen de Dios, pero no como tantas veces, sentado enun trono, sino en una forma luminosa; yo vi la naturalezadivina del Hijo en la persona del Padre, y como si hubierasido apartada de su seno. El Espíritu Santo, que procedíadel Padre y del Hijo, estaba, por así decir, entre ellos y, sinembargo, los tres no eran más que un solo Dios; pero todasestas cosas son imposibles de explicar.

Fue más bien una percepción interna que una visión

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con formas distintas. Me pareció que la Divina Voluntad deNuestro Señor se retiraba del Padre para que fuera su solahumanidad la que cargara con todos sus padecimientos,como si la voluntad humana de Jesús le pidiera a su Padreque se alejara de Él. Vi todo esto a la vez que la compasiónde los ángeles, cuando desearon consolar a Jesús, y, enefecto, sintió en ese instante algún alivio. Entonces tododesapareció, y los ángeles abandonaron al Señor, cuya almaiba a sufrir nuevos asaltos.

Cuando Nuestro Redentor, en el monte de losOlivos, quiso poner a prueba y dominar la violentarepugnancia de la naturaleza humana hacia el dolor y lamuerte, que no es más que una porción de todo elpadecimiento, le fue permitido al tentador ponerlo a pruebacomo lo hace con cualquier hombre que quiera sacrificarsepor una causa santa. En la primera parte de la agonía,Satanás le mostró al Señor la enormidad de la deuda quedebía satisfacer y llevó su maldad hasta buscar culpas enlos actos del propio Salvador. En la segunda parte de laagonía, Jesús vio en toda su amplitud y amargura elpadecimiento expiatorio requerido para satisfacer a laJusticia Divina. Esto le fue presentado por los ángeles, puesno corresponde a Satanás enseñar que la expiación esposible; el padre de la mentira y de la desesperación nopuede presentar los frutos de la misericordia divina.Habiendo salido victorioso Jesús de todos los asaltos, porsu entera y absoluta sumisión a la voluntad del Padre, unanueva sucesión de horribles visiones le fue presentada. Laduda y la inquietud que el hombre a punto de hacer un gransacrificio siempre experimenta, asaltaron el alma del Señor,que se hizo a sí mismo esta terrible pregunta: «¿Quéresultará de este sacrificio?» Y el más espantoso panoramadesplegado ante sus ojos vino a llenar de angustia suamante corazón.

Cuando Dios creó al primer hombre, le mandó unsueño; abrió su costado y, de una de sus costillas, creó aEva, su mujer, la madre de todos los vivos. Una vez creada,la condujo ante Adán, que exclamó: «Ésta es la carne de micarne y el hueso de mis huesos; el hombre abandonará a supadre y a su madre para unirse a su mujer y serán dos enuna sola carne.» Ése fue el matrimonio, del cual se haescrito: «Éste es un gran sacramento, en Jesucristo y en suIglesia.» Jesucristo, el nuevo Adán, también quería quesobre él viniera el sueño, el de su muerte en la cruz; y que,de su costado abierto, surgiera la nueva Eva, su Esposavirginal, la Iglesia, madre de todos los vivos. Y quería darlela sangre de su redención, el agua de la purificación y suespíritu, las tres cosas que dan testimonio sobre la tierra;quería darle los Santos Sacramentos, para que fuera unaesposa pura, santa y sin tacha; Él quería ser su cabeza, ynosotros seríamos los miembros sometidos a la cabeza, elhueso de sus huesos, la carne de su carne. Al tomar lanaturaleza humana, para sufrir la muerte con nosotros,abandonó también a su padre y a su madre, y se unió a suesposa, la Iglesia: y llegó a ser con ella una sola carne,

alimentándola con el Adorable Sacramento de la Eucaristía,mediante el cual se une continuamente con nosotros.Quería permanecer en la tierra con su Iglesia hastareunimos a todos en su seno por medio de Él, y le dejódicho: «Las puertas del infierno no prevalecerán contraella.» A fin de satisfacer su inexpresable amor hacia lospecadores, Nuestro Señor se hizo hombre y hermano deesos mismos pecadores, para tomar sobre sí el castigo detodos sus crímenes. Él había contemplado con terriblesufrimiento la inmensidad de la deuda humana, y lospadecimientos que debía satisfacer por ella. Se habíaentregado gustoso, como víctima expiatoria, a la voluntaddel Padre; sin embargo, ahora veía los futuros combates,las heridas y los dolores de su esposa celestial; veía, en fin,la ingratitud de los hombres.

El alma de Jesús contempló todos los padecimientosfuturos de sus apóstoles, de sus discípulos y de sus amigos;vio la Iglesia primitiva, tan pequeña, y luego, a medida queel número de sus seguidores se iba incrementando, viollegar las herejías y los cismas, la nueva caída del hombrepor el orgullo y la desobediencia; vio la ambición, lacorrupción y la maldad de un número infinito de cristianos,la mentira y los engaños de todos los orgullosos doctores,los sacrilegios de tantos sacerdotes viciosos, y las fatalesconsecuencias de todos estos pecados; la abominación y ladesolación en el Reino de Dios, en el santuario de la ingratahumanidad que Él quería redimir con su sangre con el costede indecibles sufrimientos.

Nuestro Señor vio los escándalos de todos los sigloshasta nuestros días y hasta el fin de los tiempos; todas lasformas del error, del loco fanatismo y de la maldad sedesplegaron ante sus ojos; vio todos los apóstatas, todos losherejes, los pretendidos reformadores con apariencia desantidad, los corruptores y los corrompidos de todas lasépocas, ultrajándolo y atormentándolo como si a sus ojosno hubiera sido suficientemente crucificado, o no hubierasufrido tal como ellos entendían el sufrimiento, o se loimaginaban. Ante Él todos rasgaban las vestiduras de suIglesia, muchos lo maltrataban, lo insultaban y renegabande Él. Muchos, al oír su nombre, alzaban los hombros ymeneaban la cabeza en señal de desprecio; rechazaban lamano que Él les tendía y se volvían a sumergir en elabismo. Vio a innumerables hombres que no se atrevían arenegar de él abiertamente, pero que se alejaban condisgusto ante las plagas de su Iglesia, como el levita ignoróal pobre asaltado por los ladrones. Se alejaban de su esposaherida. Como hijos cobardes y sin fe abandonan a su madreen mitad de la noche, a la vista de los ladrones a quienes supropia negligencia o su maldad ha abierto la puerta. Viotodos esos hombres tantas veces alejados de la VerdaderaViña y tendidos entre los racimos silvestres, y tantas otrascomo un rebaño extraviado, abandonado a los lobos,conducido por mercenarios a los malos pastos, y negándoseen cambio a entrar en el rebaño del buen pastor que da suvida por sus ovejas. Todos ellos erraban sin patria en el

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desierto, entre tormentas de arena. Estabandeterminantemente obstinados en no ver su ciudadedificada sobre la montaña, donde no podía esconderse, laCasa de su Esposa, su Iglesia erigida sobre la roca junto ala cual había prometido permanecer hasta el fin de lostiempos. Edificaban sobre la arena chozas quecontinuamente hacían y deshacían, pero en las cuales nohabía ni altar ni sacrificio. Colocaban veletas sobre lostejados, y sus doctrinas cambiaban con el viento. Por eso seenfrentaban unos a otros. No podían entenderse porquejamás mantenían una posición fija. Con frecuenciadestruían sus chozas y lanzaban las ruinas contra la piedraangular de la Iglesia, que siempre permanecía inmutable.

Ocupando un lugar preminente en esas dolorosasprefiguraciones que se mostraban ante el alma de Jesús, via Satanás, que le arrebataba con violencia a toda multitudde hombres redimidos con su Sangre y santificados por launción de su Sacramento. El Salvador vio, con amargodolor, toda la ingratitud, toda la corrupción de los cristianosde todos los tiempos. Y durante estas visiones, el tentadorno cesaba de repetirle «¿Estás decidido a sufrir por estosingratos?» mientras las imágenes se sucedían a unavelocidad tan vertiginosa que una angustia indecibleoprimía su alma. Jesús, el Primogénito de Dios, el Hijo delHombre, se debatía y suplicaba, caía de rodillas, abrumado,y su voluntad humana libraba un combate tan terriblecontra su repugnancia a sufrir de un modo tal por una razatan ingrata, que un sudor de sangre empezó a caer de sucuerpo a grandes gotas sobre el suelo. En medio de suamarga agonía miraba alrededor en busca de ayuda, yparecía tomar el cielo, la tierra y las estrellas delfirmamento como testigos de sus padecimientos.

Jesús, en su angustia, levantó su voz y gritó dedolor. Los tres apóstoles lo oyeron, se despertaron, yquisieron ir con Él. Pero Pedro detuvo a Juan y Santiagodiciéndoles: «Quedaos aquí, yo voy con Él.» Lo vi correr yentrar en la gruta exclamando: «Maestro, ¿qué tienes»,pero, a la vista de Jesús aterrorizado y bañado en su propiasangre, caído bajo el peso de una mortal angustia, se quedóparalizado, presa del horror. Jesús no le respondió e hizocaso omiso de él. Pedro se reunió con los otros y les dijoque el Señor no le había respondido, y que no hacía másque gemir y suspirar. Su tristeza aumentó, cubriéronse lacabeza y llorando, oraron.

Yo volví junto a mi Esposo Celestial en su dolorosaagonía. Las imágenes de la futura ingratitud de loshombres, cuya deuda ante la Justicia Divina tomaba sobresí, eran cada vez más vividas y terribles. Muchas veces leoí gritar: «Padre mío, ¿tengo que sufrir por esta raza taningrata? ¡Oh, Padre mío, si este cáliz no puede alejarse demí, hágase vuestra voluntad y no la mía.»

En medio de estas apariciones, yo veía a Satanásmoverse y adoptar varias formas a cual más horrible, que asu vez representaban diversas clases de pecados. A veces

aparecía bajo el aspecto de una gigantesca fi-gura negra,otras era un tigre, un zorro, un lobo, un dragón o unaserpiente. Éstas y muchas otras figuras diabólicasempujaban, arrastraban ante los ojos de Jesús a toda esamultitud de hombres por cuya redención Él iba aemprender el doloroso camino de la cruz. En un momentodado, me pareció ver una serpiente que, en efecto, prontoapareció con una corona en la cabeza. El odioso reptil eragigantesco y conducía las innumerables legiones de losenemigos de Jesús de cada época y nación. Armados contodo tipo de destructivas armas, lo llenaban de improperiosy maldiciones, le herían, le pegaban; atacaban al Salvadorcada vez con renovada rabia.

Entonces supe que estos enemigos del Señor eranlos que insultaban y ultrajaban a Jesús realmente presenteen el Santísimo Sacramento. Reconocí entre ellos todas lasespecies de profanaciones de la Sagrada Eucaristía. Vi conhorror todas las irreverencias, las negligencias, la omisión;la indiferencia y la incredulidad, los abusos y los másespantosos sacrilegios.

La adoración de ídolos, la oscuridad espiritual y elfalso conocimiento, o el fanatismo, el odio y la abiertapersecución. Entre estos hombres había ciegos, paralíticos,sordos, mudos, e incluso niños. Ciegos que nunca verían laverdad; paralíticos que no avanzarían en el camino de lavida eterna; sordos que se negaban a oír las advertencias;mudos que nunca utilizarían la voz para defenderlo, y,finalmente, niños guiados por sus padres y maestros haciael amor de las cosas materiales y el olvido de Dios. Estosúltimos me apenaban especialmente porque Jesús amaba alos niños.

Podía hablar un año entero y no acabaría de darcuenta de las afrentas sufridas por Jesús en el SantísimoSacramento de la Eucaristía, a cuyo conocimiento llegué deesta manera. De resultas de eso, eran de tal magnitud mihorror y mi espanto, que se me apareció mi CelestialEsposo y, poniéndome misericordiosamente una manosobre el corazón, me dijo: «Nadie hasta ahora había vistoestas cosas, y, si Yo no te sostuviera, tu corazón se partiríade dolor.» Vi las gotas de sangre cayendo sobre la carapálida de Nuestro Señor; tenía los cabellos pegados alcráneo y la barba ensangrentada y en desorden, como si sela hubieran querido arrancar. Tras la visión que acabo dedescribir, Jesús corrió fuera de la caverna y volvió con susdiscípulos. Pero trastabillaba al caminar y su aspecto era elde un hombre cubierto de heridas y cargado con un granpeso; desfallecía a cada paso.

Cuando llegó donde los apóstoles, éstos no estabanya acostados, durmiendo, como la primera vez, sino quetenían la cabeza cubierta y estaban arrodillados, en laposición que adopta la gente de ese país cuando está de lutoo desea rezar. En esa postura, dormitaban, vencidos por latristeza y la fatiga. Jesús, temblando y gimiendo, se acercóa ellos, y ellos se despertaron. Pero, cuando lo vieron a la

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luz de la luna, de pie, delante de ellos, con la cara pálida yensangrentada, el cabello en desorden y los ojos hundidos,en un primer momento no lo reconocieron, pues estabaindescriptiblemente cambiado. Jesús unió sus manos enactitud de ruego y entonces los apóstoles se levantaronpresto, lo sujetaron por los brazos y lo sostuvieron conamor. Nuestro Señor les dijo con apenado acento que al díasiguiente lo matarían, que iban a prenderlo dentro de unahora y que lo llevarían ante un Tribunal, donde seríamaltratado, azotado y condenado a la muerte más cruel.Les rogó que consolasen a su Madre y también aMagdalena. Ellos no replicaron, pues no sabían qué decir;tan grandemente los había asustado su presencia y suspalabras; por otra parte, aún creían que estaba delirando.Cuando quiso volver a la gruta no tuvo fuerzas para andar.Juan y Santiago tuvieron que llevarlo. Eran alrededor de lasonce y cuarto cuando lo dejaron allí y volvieron con Pedro.

Durante esta agonía de Jesús, vi a la SantísimaVirgen destrozada por el dolor y la angustia de su alma encasa de María, la madre de Marcos. Estaba con Magdalenay María en el jardín de la casa casi postrada por la pena,con todo el cuerpo apoyado en sus rodillas. Varias vecesperdió el conocimiento, pues vio espiritualmente muchasescenas de la agonía de Jesús. Había enviado un mensajeroa buscar noticias de Él, pero, no pudiendo esperar suregreso, se fue con Magdalena y Salomé hasta el valle deJosafat. Iba cubierta con un velo y con frecuencia extendíasus brazos hacia el monte de los Olivos, pues veía enespíritu a Jesús, bañado en sudor de sangre, y parecía quecon sus manos extendidas quisiera limpiar la cara de suHijo. Vi estos movimientos interiores de su almadirigiéndose hacia Jesús, quien pensó en ella y volvió susojos en su dirección, como para pedir su ayuda. Vi estacomunicación espiritual entre ambos, bajo la forma derayos que iban del uno al otro. El Señor se acordó tambiénde Magdalena y tuvo piedad de su dolor, y por esorecomendó a sus discípulos que la consolasen, pues sabíaque su amor era el más grande después del de su SantaMadre, y había visto lo mucho que sufría por Él y sabía quenunca volvería a ofenderlo.

En aquel momento los ocho apóstoles fueron a lacabaña de ramas de Getsemaní, conversaron entre sí yacabaron por dormirse. Se sentían indecisos, desanimadosy atormentados por la tentación. Todos ellos habíanbuscado un lugar en donde refugiarse en caso de peligro, yse preguntaban con inquietud: «¿Qué haremos nosotroscuando lo hayan matado? Hemos dejado todo por seguirlo;somos pobres y rechazados por todos; nos hemos dedicadototalmente a su servicio, y ahora Él mismo está tan abatidoy abandonado que no podemos encontrar en Él ningúnconsuelo.» El resto de los discípulos, habían estado yendode un lado a otro, y, habiendo oído algo de las espantosasprofecías de Jesús, la mayoría de ellos se había retirado aBetfagé.

Vi a Jesús orando todavía en la gruta, luchando

contra la repugnancia a sufrir que sentía de su naturalezahumana, y abandonándose totalmente a la voluntad de suPadre. En ese momento, el abismo se abrió ante él y losprimeros estadios del limbo se presentaron ante sus ojos.Vio a Adán y Eva, a los patriarcas y profetas, a los justos, alos padres de su madre y a Juan el Bautista, esperando sullegada al mundo inferior con tal intensidad que esta visiónfortaleció y reanimó su coraje. Su muerte abriría el Cielo aestos cautivos, su muerte los libraría de la prisión en la quelanguidecían esperando. Cuando Jesús miró con tanprofunda emoción a estos santos del mundo antiguo, losángeles le presentaron todas las legiones de losbienaventurados de las edades futuras que, juntando susesfuerzos a los méritos de su Pasión, debían reunirse pormedio de él con el Padre Celestial. Era ésta una visión bellay consoladora.

La recíproca influencia ejercida mutuamente portodos estos santos, el modo con que participaban de laúnica fuente, del Santísimo Sacramento y de la Pasión delSeñor, ofrecían un espectáculo emocionante y maravilloso.Nada en ellos parecía casual: sus obras, su martirio, susvictorias, su apariencia y sus vestidos, todo, aunque bienadverso, se fundía en una armonía y unidad infinitas, y estaunidad en la diversidad era producto de los rayos de un solúnico, la Pasión del Señor, de quien dependía la vida, Élera la luz de los hombres que brilla en las tinieblas y quelas tinieblas no pueden engullir.

Pero estas visiones consoladoras desaparecieron ylos ángeles desplegaron ante Él las escenas de su cercanaPasión terrenal. Vi, con Él, cada imagen claramentedefinida, desde el beso de Judas hasta sus últimas palabrassobre la cruz; vi allí en una sola visión, todo lo que veo enlas meditaciones de la Pasión. Y Jesús vio la traición deJudas, la huida de los discípulos, los insultos ante Anás yCaifás, la negación de Pedro, el tribunal de Pilatos, losinsultos de Herodes, los azotes, la corona de espinas, lacondena a muerte, el acarreo de la cruz, el paño de lino deVerónica, la crucifixión, los insultos de los fariseos, eldolor de María, de Magdalena, de Juan, la lanza en Sucostado, y Su muerte. En pocas palabras, cada escena de laPasión le fue mostrada en cada minucioso detalle. Él loaceptó todo voluntariamente ofreciéndolo todo por amor alos hombres. Él también vio y sintió cada momento desufrimiento de su Madre, cuya unión interior con la agoníade su hijo era tan completa, que ella se desmayó en brazosde sus amigas.

Cuando las visiones sobre su Pasión hubieronacabado, Jesús cayó sobre su cara como un moribundo; losángeles desaparecieron, el sudor de sangre corrió másabundante y empapó sus vestiduras, la más profundaoscuridad reinaba en la caverna. Vi a un ángel bajar haciaJesús. Era más alto, y distinto, más parecido a un hombreque los que había visto antes. Iba ataviado como unsacerdote y llevaba consigo, en sus manos, un pequeñocáliz semejante al de la Cena. Sobre este cáliz parecía flotar

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una forma redonda del tamaño de una judía, e irradiaba unaluz rojiza. El ángel, sin llegar a tocar el suelo con los pies,extendió la mano derecha hacia Jesús, quien se enderezó, yel ángel colocó en su boca este alimento misterioso y le dioa beber del pequeño cáliz luminoso. Después desapareció.

Tras haber aceptado Jesús libremente el cáliz de suspadecimientos y haber recibido una nueva fuerza,permaneció todavía algunos minutos en la gruta, absorto enuna tranquila meditación, y dando gracias a su PadreCelestial. Sentía todavía una honda aflicción, pero habíasido confortado hasta el punto de poder ir a donde estabanlos discípulos, sin tropezar y sin sucumbir bajo el peso deldolor. Seguía estando pálido, pero su paso era firme ydecidido. Se había limpiado la cara con un paño yrecompuso los cabellos, que le caían sobre la espalda,apelmazados y empapados de sangre.

Cuando Jesús llegó junto a sus discípulos, éstosestaban acostados como la primera vez, tenían la cabezacubierta y dormían. Nuestro Señor les dijo que no eratodavía tiempo de dormir, que debían despertarse y orar.«He aquí que llega la hora en que el Hijo del Hombre seráentregado en manos de los pecadores. Levantaos y vamos,el traidor está a punto de entregarme: más le valdría nohaber nacido.» Los apóstoles se levantaron asustados,mirando alrededor con inquietud. Cuando se serenaron unpoco, Pedro dijo con vehemencia: «Maestro, voy a llamar alos demás, así te defenderemos.» Pero Jesús le señaló algoa lo lejos, en el valle, al lado opuesto del torrente deCedrón; una tropa de hombres armados se acercaba conantorchas y Jesús les dijo que uno de esos hombres eraquien le había denunciado. Les habló todavía conserenidad, los exhortó a consolar a su Madre y les dijo:«Vayamos a su encuentro; me entregaré sin resistencia amis enemigos». Entonces salió del huerto de los Olivos consus tres discípulos y fue al encuentro de los soldados en elcamino que quedaba entre el huerto y Getsemaní.

Cuando la Santísima Virgen volvió en sí entre losbrazos de Magdalena y de Salomé, algunos discípulos quehabían visto a los soldados acercándose, fueron a buscarlay la llevaron a casa de María, la madre de Marcos. Lossoldados tomaron un camino más corto que el que habíaseguido Jesús al dejar el cenáculo.

Las manos de Jesús quedaron impresas en la piedrade la gruta en la que estuvo orando. Esta gruta llegó a sermás adelante objeto de veneración, aunque no se sabe muybien de cuándo son esas marcas. A menudo he vistoimpresiones en la roca dejadas por los profetas del AntiguoTestamento, por Jesús, María, alguno de los apóstoles, elcuerpo de santa Catalina de Alejandría, en el monte Sinaí, ypor algunos otros san-tos. No suelen ser muy profundas, nilos contornos están claramente definidos. Parecen más bienlas marcas que podría dejar la presión de algo sólido sobreuna masa.

XI. JUDAS Y LOS SOLDADOS. LA MADERA DE LA CRUZ

Al principio de su cuidadosa traición, Judas no creíaque ésta tuviera el resultado que tuvo. Entregando a Jesúspretendía obtener la recompensa ofrecida y complacer a losfariseos. No pensó en el juicio ni en la crucifixión; susmiras no iban más allá. Sólo pensaba en el dinero, y desdehacía mucho había estado en contacto con algunos fariseosy algunos saduceos astutos que lo adulaban incitándolo a latraición. Judas estaba cansado de la vida errante y penosade los apóstoles. En los últimos meses había estadorobando las limosnas de las que era depositario, y suavaricia, exacerbada por la visión de Magdalena ungiendolos pies de Jesús con caro perfume, lo empujó a consumarsu acto. Siempre había esperado de Jesús que establecieraun reino temporal en el que él creía que iba a tener unempleo brillante y lucrativo. Pero, al ir viéndosedefraudado en sus expectativas, se dedicó a atesorar dinero.Veía que las penalidades y las persecuciones de losseguidores de Jesús iban en aumento y él quería ponerse abien con los poderosos enemigos de Nuestro Señor antes deque llegase el peligro. Judas veía que Jesús no llegaría a serrey, y que, por otra parte, la auténtica dignidad y poder eradetentado por el Sumo Sacerdote, y por todos aquellos queestaban a su servicio. Todo esto lo impresionó vivamente.Se iba acercando cada vez más a los agentes del SumoSacerdote, que lo adulaban constantemente y leaseguraban, con gran contundencia, que en todo caso,pronto acabarían con Jesús. Él iba escuchando cada vezmás los criminales intentos de corrupción y, durante losúltimos días, no había hecho más que intentar forzar unacuerdo. Pero los sacerdotes todavía no querían comenzar aobrar y lo trataron con desprecio. Decían que faltaba pocotiempo para la fiesta y que esto causaría desorden ytumulto. Sólo el Sanedrín prestó alguna atención a lasproposiciones de Judas. Tras la sacrílega recepción delSacramento, Satanás se apoderó de él y salió a concluir sucrimen. Buscó primero a los negociadores que hastaentonces lo habían lisonjeado y que lo acogieron confingida amistad. Vinieron después otros entre los cualesestaban Caifás y Anás, pero este último lo trató conconsiderable altivez y mofa. Andaban indecisos y noestaban seguros del éxito porque no se fiaban de Judas.

Cada uno tenía una opinión diferente y lo primeroque preguntaron a Judas fue: «¿Podremos cogerlo? ¿Notiene hombres armados consigo?» Y el traidor respondió:«No, está solo con sus once discípulos; Él estádescorazonado y los once son hombres cobardes.» Lesurgió a apresar a Jesús, les dijo que era entonces o nunca,que en otra ocasión tal vez no pudiera entregarlo, que ya novolvería a formar parte de sus seguidores. También les dijoque si no cogían a Jesús entonces, éste se escaparía yvolvería con un ejército de sus partidarios, para ser

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proclamado rey. Estas palabras de Judas produjeron suefecto. Sus propuestas fueron aceptadas por él y recibió elprecio de su traición: treinta monedas de plata.

Judas, por su lenguaje y sus comentarios, se diocuenta de que los sacerdotes lo despreciaban, así que,llevado por su orgullo, quiso devolverles el dinero para quelo ofrecieran en el Templo, a fin de parecer a sus ojos comoun hombre justo y desinteresado. Pero ellos rechazaron supropuesta, porque era dinero de sangre y no podía ofrecerseen el Templo. Judas vio hasta qué punto lo despreciaban yconcibió hacia ellos un profundo resentimiento. Noesperaba recoger tan amargos frutos de su traición aunantes de consumarla; pero se había comprometido tanto conaquellos hombres, que estaba en sus manos y no podíalibrarse de ellos. Lo estuvieron vigilando y no le dejaronsalir hasta que les explicó paso por paso lo que tenían quehacer para hacerse con Jesús. Tres fariseos fueron con élcuando bajó a una sala, donde estaban los soldados delTemplo, que no eran sólo judíos, sino de todas las naciones.Cuando todo estuvo preparado y se hubo reunido elsuficiente número de soldados, Judas corrió al cenáculo,acompañado de un servidor de los fariseos para ver si Jesúsestaba todavía allí. De haber estado, hubiera resultado fácilcogerle, cerrando todas las puertas. Una vez hecha lacomprobación, debía man-darles la información con unmensajero.

Poco antes de que Judas recibiese el precio de sutraición, un fariseo había salido y mandado siete esclavos abuscar madera para preparar la cruz de Jesús, porque encaso de que fuera juzgado al día siguiente no daría tiempo ahacerlo, a causa del principio de la Pascua. Cogieron lamadera a un cuarto de legua de allí, de un lugar dondehabía gran cantidad de madera perteneciente al Templo.Luego la llevaron a una plaza detrás del Tribunal de Caifás.La cruz fue construida de un modo especial, bien fueraporque querían burlarse de su dignidad de Rey, o bien poruna casualidad aparente. Se componía de cinco piezas, sincontar la inscripción. Vi otras muchas cosas relativas a lacruz, y se me permitió conocer otras muchas circunstanciasrelacionadas con eso, pero todo se me ha olvidado.

Judas volvió diciendo que Jesús no estaba en elcenáculo, pero seguro que debía de estar en el monte de losOlivos. Pidió que enviaran con él una pequeña partida desoldados, por miedo a que los discípulos, alarmados,iniciasen una revuelta. Trescientos hombres debían ocuparlas puertas y las calles de Ofel, la parte de la ciudad situadaal sur del Templo, y el valle del Millo, hasta la casa deAnás, en lo alto de Sión, a fin de actuar como refuerzos deser necesario, pues se decía que todos en el pueblo de Ofeleran seguidores de Jesús. El traidor les dijo también quetuviesen cuidado de no dejarlo escapar, pues con mediosmisteriosos había desaparecido muchas veces en el monte,volviéndose invisible a los ojos de los que le acompañaban.Los sacerdotes le contestaron que si alguna vez caía en susmanos, ellos se encargarían de no dejarlo ir.

Judas se puso de acuerdo con quienes lo iban aacompañar. Él entraría en el huerto, delante de ellos, seacercaría a Jesús, y como amigo y discípulo que era de Él,lo saludaría y lo besaría, entonces, los soldados debíanpresentarse y prenderlo. Los soldados tenían orden demantenerse cerca de Judas, vigilarlo estrechamente y nodejarlo ir hasta que cogieran a Jesús, porque había recibidosu recompensa y temían que se escapase con el dinero ydespués de todo Jesús no fuera arrestado, o que apresaran aotro en su lugar. El grupo de hombres escogido paraacompañar a Judas se componía de veinte soldados de laguardia del Templo y de otros que estaban a las órdenes deAnás y Caifás. Iban ataviados de forma muy parecida a lossoldados romanos, pero éstos tenían largas barbas. Losveinte llevaban espadas. Además, algunos tenían picas yllevaban palos con linternas y antorchas, pero cuandoemprendieron la marcha, no encendieron más que una, Alprincipio habían intentado que Judas llevara una escoltamás numerosa, pero él dijo que eso los descubriríafácilmente, porque desde el monte de los Olivos sedominaba todo el valle. La mayoría de los soldados sequedaron pues en Ofel y fueron colocados centinelas portodas partes. Judas se marchó con los veinte soldados, perofue seguido a cierta distancia de cuatro esbirros de la peorcalaña, que llevaban cordeles y cadenas. Detrás de éstosvenían los seis agentes, con los que Judas había tratadodesde el principio.

Los soldados se mostraron amistosos con Judashasta llegar al lugar donde el camino separa el huerto de losOlivos del de Getsemaní. Una vez allí, se negaron a quesiguiera solo, y lo trataron con dureza e insolencia.

XII. EL PRENDIMIENTO DE JESÚS

Cuando Jesús, con los tres apóstoles, llegó a dondese cruzan los caminos de Getsemaní y el huerto de losOlivos, Judas y su gente aparecieron a veinte pasos de allí,a la entrada del camino. Hubo una discusión entre Judas ylos soldados, porque aquél quería que se apartasen de élpara poder acercarse a Jesús como amigo, a fin de que nopareciera que iba con ellos, pero los soldados le dijeron conrudeza: «Ni hablar, amigo, no te escurrirás de nuestrasmanos hasta que tengamos al Galileo.» Viendo que losocho apóstoles corrían hacia Jesús al oír la disputa,llamaron a los cuatro esbirros que los seguían a ciertadistancia. Cuando Jesús y los tres apóstoles vieron, a la luzde la antorcha, aquella tropa de gente armada, Pedro quisoecharlos de allí por la fuerza y dijo: «Señor, nuestroscompañeros están cerca de aquí, ataquemos a lossoldados.» Pero Jesús le dijo que se mantuviera tranquilo yretrocedió algunos pasos. Cuatro de los discípulos salieronen ese momento del huerto de Getsemaní y preguntaronqué sucedía. Judas quiso contestarles y despistarloscontándoles cualquier cosa, pero los soldados se lo

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impidieron. Estos cuatro discípulos eran Santiago el Menor,Felipe, Tomás y Natanael; este último era hijo del ancianoSimeón, y junto con algunos otros enviados por los amigosde Jesucristo para saber noticias de Él, se había encontradoen Getsemaní con los ocho apóstoles. Otros discípulosandaban por aquí y por allí observando y prestos a huir siera necesario.

Jesús se acercó a la tropa y dijo en voz alta einteligible: «¿A quién buscáis?» Los jefes de los soldadosrespondieron: «A Jesús de Nazareth». «Soy yo», replicóJesús. Apenas había pronunciado estas palabras cuando lossoldados cayeron al suelo como atacados de una apoplejía.Judas, que estaba todavía junto a ellos, se sorprendió, ehizo ademán de acercarse a Jesús. Nuestro Señor le tendióla mano y le dijo: «Amigo mío, ¿a qué has venido?» YJudas, balbuceando, le habló de un asunto que le habíanencargado. Jesús le respondió algo parecido a «Más tevaldría no haber nacido», pero no recuerdo las palabrasexactas. Mientras tanto, los soldados se habían puesto depie y se acercaron a Jesús esperando el beso del traidor, quesería la señal para que ellos reconocieran al nazareno.Pedro y los demás discípulos rodearon a Judas y lellamaron traidor y ladrón; él intentó defenderse con todaclase de mentiras, pero no le sirvió de nada, porque lossoldados lo defendían contra los apóstoles y con su actituddejaban clara la verdad.

Jesús preguntó por segunda vez: «¿A quiénbuscáis?» Ellos volvieron a responder: «A Jesús deNazaret.» «Soy yo, ya os lo he dicho; yo soy aquel a quienbuscáis; dejad a estos que sigan su camino.» A estaspalabras, los soldados cayeron por segunda vez conconvulsiones semejantes a las de la epilepsia, y Judas fuerodeado de nuevo por los apóstoles, exasperados contra él.Jesús les dijo a los soldados: «Levantaos», y ellos lohicieron, al principio mudos de terror. Cuando recuperaronel habla conminaron a Judas a que les diera la señalconvenida, pues tenían orden de coger a aquel a quien élbesara. Entonces Judas se acercó a Jesús y le dio un beso,diciendo: «Maestro, yo te saludo.» Jesús le dijo: «Judas,¿vendes al Hijo del Hombre con un beso?» Entonces lossoldados rodearon inmediatamente a Jesús y los esbirrosque se habían acercado lo sujetaron. Judas quiso huir, perolos apóstoles no se lo permitieron; se abalanzaron sobre lossoldados, gritando: «Maestro, ¿debemos atacarlos con laespada?» Pedro, más impetuoso que los otros, cogió lasuya, y, sin esperar la respuesta de Jesús, se lanzó contraMaleo, criado del Sumo Sacerdote, que intentaba apartar alos apóstoles, y le cortó la oreja derecha. Maleo cayó alsuelo y siguió un gran tumulto.

Los esbirros querían atar a Jesús; los soldados losrodeaban. Cuando Pedro hirió a Maleo, el resto de lossoldados se dispusieron a repeler el ataque de los discípulosque se acercaban, y a perseguir a los que huían. Cuatrodiscípulos aparecieron a lo lejos, y parecían dispuestos aintervenir, pero los soldados estaban todavía aterrorizados

por su última caída, y no se atrevían a alejarse y dejar aJesús sin un cierto número de hombres que lo vigilaran.Judas, que había huido tan pronto como dio el beso detraidor, fue detenido a poca distancia por algunosdiscípulos que le llenaron de insultos y reproches; pero losseis fariseos que venían detrás lo liberaron, y él escapómientras los cuatro esbirros se ocupaban de atar a NuestroSeñor.

En cuanto Pedro atacó a Maleo, Jesús le había dichoen seguida: «Guarda tu espada en la vaina, pues el queempuña la espada, por espada perecerá. ¿Crees tú que yono puedo pedir a mi Padre que me envíe dos legiones deángeles? ¿Cómo van a cumplirse las profecías si lo quedebe ser hecho no se hace?» Después dijo: «Dejadme curara este hombre.» Y acercándose a Maleo, tocó su oreja, rezóy se restituyó. Los soldados estaban a su alrededor, con losesbirros y los seis fariseos, quienes, lejos de conmoversecon el milagro, seguían insultándolo diciéndole a la tropa:«Es un enviado del diablo. La oreja parecía cortada por susbrujerías, y por sus mismas artimañas ahora parece pegadade nuevo.»

Entonces, Jesús, dirigiéndose a ellos, dijo: «Habéisvenido a cogerme como a un asesino, con armas y palos;todos los días he estado predicando en el Templo y no mehabéis prendido. Pero ésta es vuestra hora, el poder de lastinieblas ha llegado.»

Los fariseos mandaron que lo atasen todavía másfuerte y se burlaban de él diciéndole: «No has podidovencernos con tus hechizos.» Jesús contestó, pero norecuerdo sus palabras; después de eso, los discípuloshuyeron. Los cuatro esbirros y los seis fariseos no cayeroncuando los soldados fueron afectados por el ataque, porque,como luego me fue revelado, estaban totalmente entregadosal poder de Satanás, lo mismo que Judas, que tampoco cayóaunque estaba al lado de los soldados. Todos los quecayeron y se levantaron llegaron a convertirse después encristianos. Estos soldados sólo habían rodeado a Jesús, perono le habían puesto las manos encima. Maleo se convirtióinstantáneamente tras su curación, y durante la Pasiónsirvió de mensajero entre María y los otros amigos deNuestro Señor.

Los esbirros ataron a Jesús con la brutalidad de unverdugo. Eran paganos y de lo más bajo que se puedaimaginar. Eran pequeños, robustos y muy ágiles; por elcolor de su piel y su complexión, parecían esclavosegipcios; llevaban el cuello, los brazos y las piernasdesnudos. Ataron a Jesús las manos sobre el pecho concuerdas nuevas y muy duras. Le ataron el puño derechodebajo del codo izquierdo, y el puño izquierdo debajo delcodo derecho. Alrededor de la cintura le pusieron unaespecie de cinturón con puntas de hierro, al cual le fijaronlas manos con ramas de sauce; al cuello le pusieron unaespecie de collar de puntas, del cual salían dos correas quese cruzaban sobre el pecho como una estola, e iban sujetas

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al cinturón. De éste salían cuatro cuerdas con las cualestiraban al Señor de un lado y de otro de la manera máscruel. Todas las cuerdas eran nuevas y yo creo que fueroncompradas por los fariseos cuando acordaron arrestar aJesús.

Encendieron las antorchas y la procesión se puso enmarcha. Diez soldados caminaban delante; les seguían losesbirros, que iban tirando de Jesús por las cuerdas; detrásde ellos, los fariseos, que lo llenaban de injurias; los otrosdiez soldados cerraban la marcha. Los discípulos ibansiguiéndolos a cierta distancia, dando gritos y fuera de sípor la pena. Juan seguía de cerca a los últimos soldados,hasta que los fariseos, viéndolo solo, ordenaron a losguardias que lo cogieran. Los soldados obedecieron ycorrieron hacia él; pero logró huir dejando entre sus manosla prenda por la cual lo habían cogido. Se le habíanquedado la sobretúnica, y no le quedaba puesto más queuna túnica interior, corta y sin mangas, y una banda de lien-zo que los judíos llevan ordinariamente alrededor delcuello, de la cabeza y de los brazos. Los esbirrosmaltrataban a Jesús de la manera más cruel, para adularbajamente a los seis fariseos, que estaban llenos de odio yde rabia contra el Salvador. Lo llevaban por caminosásperos por encima de las piedras, por el lodo, e ibantirando de las cuerdas con toda su fuerza. En la manollevaban otras cuerdas con nudos, y con ellas le pegaban,como un carnicero pega a la res que lleva a la carnicería.Acompañaban este cruel trato de insultos tan innobles eindecentes, que no puedo repetirlos. Jesús estaba descalzo;además de su túnica ordinaria llevaba una túnica de lana sincosturas y una sobrevesta por encima. Cuando loprendieron no recuerdo que presentasen ninguna orden nidocumento legal de arresto. Lo trataron como a unapersona fuera de la ley.

La comitiva avanzaba a buen paso. Cuandoabandonaron el camino que queda entre el huerto de losOlivos y el de Getsemaní, torcieron a la derecha y prontoalcanzaron el puente sobre el torrente de Cedrón. Jesús nohabía pasado por este puente al ir al huerto de los Olivos,sino que tomó un camino que daba un rodeo por el valle deJosafat, y conducía a otro puente más al sur. El de Cedrónera muy largo, porque se extendía más allá de la ensenadadel torrente, a causa de la desigualdad del terreno. Antes dellegar a ese puente, vi como Jesús cayó dos veces en elsuelo, a causa de los violentos tirones que le daban. Perocuando llegaron a la mitad del puente dieron rienda suelta asus brutales inclinaciones; empujaron a Jesús con talviolencia que lo echaron desde allí al agua, diciéndole quesaciara su sed. Si Dios no lo hubiera protegido, la simplecaída hubiera bastado para matarlo. Cayó primero sobre susrodillas y luego sobre su cara, que pudo cubrirse con lasmanos que, si antes habían estado atadas, ahora estabanlibres. No sé si por milagro o porque los soldados habíancortado las cuerdas antes de empuj arlo al agua. La marcade sus rodillas, sus pies y sus codos, quedó milagrosamente

impresa en la piedra donde cayó, y esta marca fue despuésun motivo de veneración para los cristianos. Esas piedraseran menos duras que el corazón de los impíos hombresque rodeaban a Nuestro Señor, y les tocó ser testigos deaquellos terribles momentos del Poder Divino.

No había visto beber a Jesús ni un trago, a pesar dela sed ardiente que siguió a su agonía en el huerto de losOlivos, pero sí bebió entonces agua del Cedrón, cuando loarrojaron en él, y entonces lo oí repetirse estas proféticaspalabras de los Salmos que dicen: «En el camino beberáagua del torrente.» Los esbirros sujetaban siempre loscabos de las cuerdas con las que Jesús estaba atado. Comono pudieron hacerle atravesar el torrente, a causa de unaobra de albañilería que había al lado opuesto, lo hicieronvolver atrás y lo arrastraron de nuevo hasta arriba, hasta elborde del puente. Entonces, estos miserables lo hicieroncaminar a empujones por él, llenándolo de insultos. Sularga túnica de lana, toda empapada en agua, se pegaba asus miembros, y apenas podía caminar. Al otro lado delpuente, cayó otra vez en el suelo. Lo levantaron conviolencia, pegándole con las cuerdas, y ataron a su cinturalos bordes de su túnica mojada en medio de los insultosmás infames. No era aún medianoche, cuando vi a Jesús alotro lado del Cedrón, arrastrado inhumanamente por loscuatro esbirros por un estrecho sendero, lleno de piedras,cardos y espinas. Los seis brutales fariseos caminaban tancerca de Él como podían, pinchándolo constantemente conla punta de sus bastones, y viendo que los pies desnudos deJesús eran desgarrados con las piedras o las espinas,exclamaban con cruel ironía: «Su precursor, Juan Bautista,no le ha preparado un buen camino», o bien: «Las palabrasde Malaquías: "Enviaré a mi ángel para prepararte elcamino", no pueden aplicarse aquí», etcétera. Y cada burlade ellos era como un estímulo para los esbirros, queincrementaban entonces su crueldad.

Los enemigos de Jesús vieron sin embargo quealgunas personas iban apareciendo a la distancia, puesmuchos discípulos se habían juntado al enterarse de que suMaestro había sido arrestado, y querían saber qué iba apasar con Él. Ver a esa gente hacía sentir incómodos a losfariseos, que, temiendo algún ataque para intentar rescatar aJesús, dieron voces para que les enviasen refuerzos. Vi salirde la puerta situada al mediodía del Templo unos cincuentasoldados portando antorchas y al parecer dispuestos a todo.El comportamiento de esos hombres era ofensivo; llegabandando fuertes gritos, tanto para anunciar que acudían comopara felicitarse por el éxito de la expedición. Cuando sejuntaron con la escolta de Jesús, causaron gran revuelo yentonces vi a Maleo y a algunos otros que acudían comopara felicitarse por el éxito de la expedición, aprovechar laconfusión ocasionada para escaparse al monte de losOlivos.

Cuando esta nueva tropa salió del arrabal de Ofelpor la puerta de Mediodía, vi a los discípulos que se habíanido juntando a cierta distancia, dispersarse, unos hacia un

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lado y otros hacia otros. La Santísima Virgen y nueve delas santas mujeres, llevadas por su inquietud, fuerondirectamente al valle de Josafat, acompañadas por Lázaro,Juan, el hijo de Marcos, el hijo de Verónica y el hijo deSimón. Este último se hallaba en Getsemaní, con Natanaely los ocho apóstoles, y había huido cuando aparecieron lossoldados. Estaba contándole a la Santísima Virgen lo quehabía pasado, cuando las tropas de refresco se unieron a lasque llevaban a Jesús, y ella oyó sus gritos estridentes y violas luces de las antorchas que portaban. Esa visión fuesuperior a sus fuerzas y la Virgen perdió el sentido. Juan lallevó a casa de María, la madre de Marcos.

Los cincuenta soldados eran un destacamento deuna tropa de trescientos hombres que ocupaban la puerta ylas calles de Ofel, pues el traidor Judas había dicho alSumo Sacerdote que los habitantes de Ofel, pobres obrerosen su mayoría, eran seguidores de Jesús y que podíatemerse de ellos que intentaran libertarlo. El traidor sabíabien que Jesús había consolado, predicado, socorrido ycurado a un gran número de aquellos pobres obreros. Lamayor parte de aquella pobre gente, después dePentecostés, se unieron a la primera comunidad cristiana.Cuando los cristianos se separaron de los judíos yconstruyeron casas y levantaron tiendas para la comunidad,las situaron entre Ofel y el monte de los Olivos, y allí viviósan Esteban.

Los pacíficos habitantes de Ofel fueron despertadospor los gritos de los soldados. Salieron de sus casas ycorrieron a las calles, para ver lo que sucedía. Pero lossoldados los empujaban brutalmente hacia sus casas,diciéndoles: «Jesús, el malhechor, vuestro falso profeta, hasido apresado; el Sumo Sacerdote va a juzgarlo y serácrucificado.» Al oír eso no se oían más que gemidos yllantos. Aquella pobre gente, hombres y mujeres, corríanaquí y allá llorando, o se ponían de rodillas con los brazosabiertos y gritaban al cielo recordando la bondad de Jesús.Pero los soldados los empujaban y los hacían entrar porfuerza en sus casas y no se cansaban de injuriar a Jesús,diciendo: «Ved aquí la prueba de que es un agitador delpueblo». Sin embargo, no se atrevían a proceder conviolencia, temiendo una insurrección, y se contentaban conalejar a la gente del camino por el que debía seguir Jesús.

Mientras tanto, la tropa inhumana que conducía alSalvador, se acercaba a la puerta de Ofel. Jesús se habíacaído de nuevo y parecía no poder más. Entonces uno delos soldados, movido a compasión, dijo a los otros: «Yaveis que este pobre hombre está exhausto y no puede con elpeso de las cadenas. Si hemos de conducirlo vivo al SumoSacerdote, aflojadle las manos para que al menos puedaapoyarse cuando caiga.» La tropa se paró y los esbirros leaflojaron las cuerdas; mientras tanto, un soldado compasivole trajo un poco de agua de una fuente cercana. Jesús le diolas gracias citando un pasaje de un profeta, que habla defuentes de agua viva, y esto le valió mil injurias de parte delos fariseos. Vi a estos dos soldados de repente iluminados

por la gracia. Se convirtieron antes de la muerte de Jesús einmediatamente se unieron a sus discípulos.

La procesión se puso en marcha de nuevo y llegarona la puerta de Ofel. Los soldados apenas podían contener alos hombres y mujeres que se precipitaban por todas partes.Era un espectáculo doloroso ver a Jesús pálido,desfigurado, lleno de heridas, con el cabello en desorden yla túnica húmeda y manchada, arrastrado con cuerdas yempujado con palos como un pobre animal al que llevan almatadero, entre esbirros sucios y medio desnudos ysoldados groseros e insolentes. En medio de la multitudafligida, los habitantes de Ofel tendían hacia Él las manosque había curado de la parálisis y con la voz que Él leshabía dado, suplicaban a los verdugos: «Soltad a esehombre, soltadle. ¿Quién nos consolará? ¿Quién curaránuestros males?»; y lo seguían con los ojos llenos delágrimas que le debían la luz.

Pero al llegar al valle, mucha gente de la clase másbaja del pueblo, excitada por los soldados y por losenemigos de Nuestro Señor, se habían unido a la escolta, ymaldecían e injuriaban a Jesús y los ayudaban a empujar einsultar a los pacíficos habitantes de Ofel. La escolta siguióbajando, y después pasó por una puerta abierta en lamuralla; dejaron a la derecha un gran edificio, restos de lasobras de Salomón, y a la izquierda el estanque de Betsaida;después se dirigieron al oeste siguiendo una calle llamadaMillo. Entonces torcieron un poco hacia Mediodía y,subiendo hacia Sión, llegaron a la casa de Anás. En todo elcamino no cesaron de maltratar a Jesús. Desde el monte delos Olivos hasta la casa de Anás, se cayó siete veces.

Los vecinos de Ofel, todavía consternados yagobiados por la pena, cuando vieron a la Santísima Virgenque, acompañada por las santas mujeres y algunos amigosse dirigía a casa de María, la madre de Marcos, situada alpie de la montaña de Sión, redoblaron sus gritos ylamentos, y se apretaron tanto alrededor de María, que casila llevaban en volandas. María estaba muda de dolor y nodespegó los labios al llegar a casa de María, madre deMarcos, hasta la llegada de Juan, quien le contó lo quehabía visto desde que Jesús salió del cenáculo. Despuéscondujeron a la Virgen a casa de Marta, que vivía cerca deLázaro. Pedro y Juan, que habían seguido a Jesús adistancia, corrieron a ver a algunos servidores del SumoSacerdote a quienes Juan conocía, con idea de lograr asíentrar en las salas del Tribunal adonde su Maestro habíasido conducido. Estos sirvientes, amigos de Juan, actuabancomo mensajeros, y debían ir casa por casa de los ancianosy otros miembros del Consejo y avisarlos de que habíansido convocados. Deseaban ayudar a los dos apóstoles,pero no se les ocurrió sino vestirlos con una capa igual a lasuya y que les ayudaran a llevar las convocatorias, a fin depoder entrar en el Tribunal disfrazados, del cual estabanechando a todo el mundo. Los apóstoles se encargaron deconvocar a Nicodemo, José de Arimatea y otras personasbien intencionadas, pues eran miembros del Consejo, y de

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esta manera consiguieron avisar a algunos amigos de suMaestro, que los fariseos por sí mismos no hubieranconvocado. Judas, mientras tanto, andaba errante, con eldiablo a su lado, como un insensato, por los barrancos de laparte sur de Jerusalén, donde se vertían los escombros einmundicias de la ciudad...

XIII. MEDIDAS QUE TOMAN LOS ENEMIGOS DE JESÚS PARA LOGRAR SUS PROPÓSITOS

Anás y Caifás fueron informados en el acto delprendimiento de Jesús y empezaron a disponerlo todo. Ensu casa reinaba gran actividad. Las salas estabaniluminadas, las entradas con vigilantes, los mensajeroscorrían por la ciudad para convocar a los miembros delConsejo, a los escribas y a todos los que debían tomar parteen el juicio. Muchos habían estado aguardando en casa deCaifás el resultado. Los ancianos de los diferentesestamentos acudieron también. Como los fariseos, saduceosy herodianos de todo el país se habían congregado enJerusalén con motivo de la fiesta, y desde hacía largotiempo se albergaban propósitos contra Jesús por parte detodos ellos y del Gran Consejo, el Sumo Sacerdoteconvocó a los que tenían más odio contra Nuestro Señor,con la orden de reunir y aportar todas las pruebas ytestimonios posibles para el momento del juicio. Todosestos hombres, perversos y orgullosos, de Cafarnaum,Nazaret, Tirza, Gabara, etc., a los cuales Jesús había dichomuchas veces la verdad en presencia del pueblo, seencontraban en ese momento en Jerusalén. Cada unobuscaba entre la gente de su país, que había acudido a lafiesta, algunos que, por dinero, quisieran presentarse comoacusadores contra Jesús. Pero todo, excepto algunasevidentes calumnias, se reducía a repetir las acusacionesque Jesús tantas veces había rebatido en las sinagogas.

No obstante, todos los enemigos de Jesús estabanllegando al Tribunal de Caifás, conducida por los fariseos ylos escribas de Jerusalén, a los que se añadían muchos delos vendedores que Jesús echó del templo; muchosdoctores orgullosos a los cuales había dejado sinargumentos en presencia del pueblo y algunos que nopodían perdonarle el haberlos convencido de su error yllenado de confusión. Había asimismo una gran cantidad deimpenitentes pecadores a los que él se había negado acurar, otros cuyos males habían vuelto a aquejar, jóvenesque no habían sido aceptados como discípulos, avariciososa los que había exaltado con su generosidad; losdefraudados en sus expectativas de un reino terrenal,corruptores a cuyas víctimas Él había convertido, y, en fin,todos los emisarios de Satán que por allí andaban. Estaescoria del pueblo judío fue puesta en movimiento yexcitada por algunos de los principales enemigos de Jesús y

acudía de todos lados al palacio de Caifás, para acusarfalsamente de todos los crímenes al verdadero Cordero sinmancha, el que toma sobre sí los pecados del mundo parasu expiación.

Mientras esta turba impura se agitaba, mucha gentepiadosa y amigos de Jesús estaban desconcertados yafligidos, pues no sabían el misterio que se iba a cumplir;andaban de aquí para allá, escuchaban todo lo que se decíadel Maestro y gemían de desesperación. Si hablaban, losechaban; si callaban, los miraban de reojo; otros vacilabany se escandalizaban. El número de los que perseveraban erapequeño; caminaban tristes y abatidos y sufrían en silencio.Entonces sucedía lo mismo que sucede hoy: se quiereservir a Dios pero sin dificultades, en lo fácil, que la cruzsea sostenida por otros.

Una vez acabados los preparativos de la fiesta, lagrande y densa ciudad y las tiendas de los extranjeros quehabían venido para la Pascua, se hallaban sumidos en elreposo tras las fatigas del día, cuando la noticia del arrestode Jesús los despertó a todos, enemigos y amigos, y portodos los puntos de la ciudad veíanse ponerse enmovimiento a las personas convocadas por los mensajerosdel Sumo Sacerdote. Caminaban a la luz de la luna o de susantorchas por las calles desiertas a aquella hora, pues lamayoría de las casas carecían de ventanas exteriores, y lasaberturas y puertas daban a un patio interior. Todos sedirigían directamente hacia Sión. Se oía llamar a laspuertas, para despertar a los que aún dormían; en muchossitios se producía alboroto, y mucha gente temió unainsurrección. Los curiosos y los criados estaban atentos a loque pasaba para ir a contarlo en seguida a los demás; elmiedo a la revuelta hacía que se oyeran cerrar y atrancarmuchas puertas.

La mayoría de los apóstoles y discípulos, llenos deterror, se movían por los valles que rodean Jerusalén y seescondían en las grutas del monte de los Olivos. Temblabanal encontrarse, se pedían noticias en voz baja, y el menorruido interrumpía las conversaciones. Cambiaban sin cesarde escondrijo y se acercaban tímidamente a la ciudad enbusca de noticias.

Mucha gente clama contra Jesús, muchos de los quemás gritan han sido antes seguidores de Nuestro Señor,pero estos hipócritas ahora lanzan acusaciones contra Él. Elasunto es mucho más serio de lo que en un principioparecía. Me gustaría saber cómo van a arreglárselasNicodemo y José de Arimatea, que, a causa de su amistadcon el Maestro y con Lázaro, no cuentan con la confianzadel Sumo Sacerdote. Sin embargo, todo vamos a verlo.

El ruido era cada vez mayor alrededor del Tribunalde Caifás. Esta parte de la ciudad está inundada de luz delas antorchas y las lámparas. Los soldados romanos nointervienen en nada de lo que está pasando. Nocomprenden la excitación de la gente, pero han reforzado lavigilancia y doblado las guardias.

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Alrededor de Jerusalén se oían los berridos de losmuchos animales que los extranjeros habían traído parasacrificar. Inspiraba una cierta compasión el balido de losinnumerables corderos que debían ser in-molados en elTemplo al día siguiente. Uno solo iba a ser ofrecido ensacrificio sin abrir la boca, semejante al cordero al queconducen al matadero y no se resiste; el Cordero de Dios,puro y sin mancha; el verdadero cordero pascual, el propioJesucristo.

El cielo estaba oscuro y la luna, de aspectoamenazador, se veía de color rojo; parecía ella tambiéntrastornada y temerosa de llegar a su plenitud, pues Jesúsiba a morir en este momento. Al sur de la ciudad correJudas Iscariote, torturado por su conciencia; solo, huyendode su sombra, impulsado por el demonio. El infierno estádesatado y miles de malos espíritus incitan por todas partesa los pecadores. La rabia de Satanás se aplica a aumentar lacarga del Cordero. Los ángeles oscilan entre la pena y laalegría; quisieran postrarse ante el trono de Dios y obtenersu permiso para socorrer a Jesús, pero sólo pueden adorarel milagro de la Divina Justicia y de la misericordia deDios, que está en el cielo desde la eternidad y que ahoratodo debe cumplirse. Pues los ángeles, al igual quenosotros, también creen en Dios Padre Todopoderoso,creador del cielo y de la tierra, y en Jesucristo, su únicoHijo, Nuestro Señor, que fue concebido por el EspírituSanto, que nació de Santa María Virgen; que esta nochepadecerá bajo Poncio Pilatos; que mañana será crucificado,muerto y sepultado; que subirá a los cielos, donde estarásentado a la diestra de Dios Padre y que desde allí ha devenir a juzgar a los vivos y a los muertos; creen también enel Espíritu Santo, la Santa Iglesia católica, la Comunión delos Santos, el perdón de los pecados, la resurrección de lacarne y la vida eterna.

XIV. JESÚS ANTE ANÁSA medianoche Jesús fue llevado al palacio de Anás

y conducido a una gran sala. En la parte opuesta de lamisma estaba sentado Anás, rodeado de veintiochoconsejeros. Su silla estaba sobre una tarima a la que sesubía por unos escalones. Jesús, rodeado aún de una partede los soldados que lo habían arrestado, fue arrastrado porlos esbirros hasta el primero de los escalones. El resto de lasala estaba abarrotada de soldados, de populacho, decriados de Anás y de falsos testigos que después debíanacudir a casa de Caifás. Anás esperaba con gozo eimpaciencia la llegada del Salvador. Estaba lleno de odio ysentía una alegría cruel porque Jesús hubiera caído por finen sus manos. Era presidente de un Tribunal encargado devigilar la pureza de la doctrina y de acusar delante delSumo Sacerdote a quienes atentaban contra ella.

Jesús permanecía de pie, delante de Anás, pálido,desfigurado, silencioso, con la cabeza baja. Los verdugossostenían los cabos de las cuerdas con las que tenía atadas

las manos. Anás, viejo, flaco y seco, de barba rala,henchido de insolencia y orgullo, se sentó con una sonrisairónica, fingiendo no saber por qué estaba Jesús allí yextrañándose de que Jesús fuese el prisionero que le habíasido anunciado. Le dijo: «Pero ¿cómo?, ¿no eres tú Jesúsde Nazaret? ¿Y qué haces aquí?, ¿dónde están tusdiscípulos y tus numerosos seguidores? ¿Dónde está tureino? Me temo que las cosas no han ido como túesperabas. Creo que las autoridades han descubierto que nohas comido el cordero pascual, del modo adecuado, en elTemplo y donde debías hacerlo. ¿Es que quieres crear unanueva doctrina? ¿Quién te ha dado permiso para predicar?¿Dónde has estudiado? Habla, ¿cuál es tu doctrina?¿Callas? ¡Habla te ordeno!»

Entonces Jesús levantó la cabeza, miró a Anás ydijo: «He hablado ya en público innumerables vecesdelante de todo el mundo; he predicado siempre en elTemplo, en las sinagogas donde se reúnen todos los judíos;jamás he dicho nada en secreto, todo el mundo ha podidooír mis palabras. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta alos que han venido a escucharme; mira a tu alrededor, estánaquí, ellos saben lo que he dicho.» A estas palabras deJesús el rostro de Anás se contrajo de rabia y furor. Uninfame esbirro que estaba cerca de Jesús lo advirtió, y elmuy miserable dio, con su mano cubierta con un guante dehierro, una bofetada en el rostro del Señor, diciéndole:«¿Así respondes al pontífice?» Jesús, a consecuencia de laviolencia del golpe, cayó de lado sobre los escalones y lasangre le corrió por el rostro. La sala se llenó de insultos yrisotadas y amargas palabras resonaron en ella. Losesbirros pusieron a Jesús en pie de malos modos; NuestroSeñor prosiguió luego con voz calmada: «Si he habladomal, dime en qué; pero si he hablado bien, ¿por qué mepegas?»

Exasperado Anás por la serenidad de Jesús mandó atodos los que estaban presentes que prestaran testimonio delo que le habían oído decir. Entonces estalló un sinfín deconfusos clamores y de groseras imprecaciones. «Ha dichoque era rey, que Dios era su Padre, que los fariseos eranuna generación adúltera; subleva al pueblo; cura en sábado;se deja llamar Hijo de Dios y Enviado por Dios; no observalos ayunos; come con los impuros, los paganos, conpublícanos y pecadores; se junta con las mujeres de malavida; engaña al pueblo con palabras de doble sentido; etc.,etc.» Todas estas acusaciones eran vociferadas a la vez;algunos de los acusadores lo insultaban y le dirigían gestosamenazantes y groseros, y los guardias le pegaban y leinjuriaban también mientras le decían: «Habla. ¿Por qué nocontestas a sus acusaciones?» Anás y sus consejerosañadían burlas a estos ultrajes y le decían: «¿Ésta es tudoctrina? Contéstanos gran soberano, hombre enviado porDios, danos una muestra de tu poder.» Después Anásañadió: «¿Quién eres tú? Tan sólo el hijo de un oscurocarpintero.» A continuación, pidió material de escritura yen una gran hoja escribió una serie de grandes letras, cada

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una significando una acusación contra Nuestro Señor.Después enrolló la hoja y la metió dentro de una calabacitavacía que tapó con cuidado y ató a una caña. Se la presentóa Jesús, diciéndole con ironía: «Toma, éste es el cetro de tureino; aquí constan todos tus títulos, tus dignidades y todostus derechos. Llévaselos al Sumo Sacerdote para quereconozca tu misión y te trate según tu dignidad. Que leaten las manos a este rey y lo lleven ante el SumoSacerdote.» Maniataron de nuevo a Jesús, sujetandotambién con ellas el simulacro de cetro que contenía lasacusaciones de Anás, y lo condujeron a casa de Caifás, enmedio de las burlas, de las injurias y de los malos tratos dela multitud.

XV. JESÚS ES CONDUCIDO DE ANÁS A CAIFÁS

La casa de Anás quedaba a unos trescientos pasos dela de Caifás. El camino, flanqueado por paredes y casasbajas, todas ellas dependencias del Tribunal del SumoPontífice, estaba iluminado con faroles y abarrotado dejudíos que vociferaban y se agitaban. Los soldados a duraspenas podían abrirse paso entre la multitud. Los que habíanultrajado a Jesús en casa de Anás, repetían sus ultrajesdelante del pueblo, y Nuestro Señor fue vejado ymaltratado durante todo el camino. Yo vi a hombresarmados haciendo retroceder a algunos grupos que parecíancompadecerse de Nuestro Señor y dar dinero a los que másse distinguían por su brutalidad con Él y dejarlos entrar enel patio de Caifás.

Para llegar al Tribunal de Caifás hay que atravesarun primer patio exterior y se entra después en otro patiointerior que rodea todo el edificio. La casa es rectangular.En la parte de delante hay una especie de atrio descubiertorodeado de tres tipos de columnas, que forman galeríascubiertas. A continuación, detrás de unas columnas bajas,hay una sala casi tan grande como el atrio, donde están lassillas de los miembros del Consejo sobre una elevación enforma de herradura a la que se llega tras muchos escalones.La silla del Sumo Sacerdote ocupa en el medio el lugar máselevado. El reo permanece en el centro del semicírculo. Auno y otro lado y detrás de los jueces hay tres puertas quecomunican con una sala ovalada rodeada de sillas, dondetienen lugar las deliberaciones secretas. Entrando en estasala desde el Tribunal se ven a derecha e izquierda puertasque dan al patio interior. Saliendo por la puerta de laderecha, se llega al patio, por la de la izquierda, a unaprisión subterránea que está debajo de esta última sala.

Todo el edificio y los alrededores estabaniluminados por antorchas y lámparas y había tanta luzcomo si fuese de día. En medio del atrio se había encendidoun gran fuego en un hogar cóncavo de cuyos lados partíanlos conductos para el humo. Alrededor del fuego seapiñaban soldados, empleados subalternos, testigos de lamás ínfima categoría, comprados con dinero. Entre ellos

había también mujeres que daban de beber a los soldadosun licor rojizo y cocían panes que luego vendían.

La mayor parte de los jueces estaban ya sentadosalrededor de Caifás, los otros fueron llegandosucesivamente. Los acusadores y los falsos testigosllenaban el atrio. Había allí una inmensa multitud a la quehabía que contener con fuerza para que no invadieran lasala del Consejo. Un poco antes de la llegada de Jesús,Pedro y Juan, vestidos como mensajeros, habíanconseguido entrar camuflados entre la multitud y sehallaban en el patio exterior. Juan, con la ayuda de unempleado del Tribunal a quien conocía, pudo penetrar hastael segundo patio, cuya puerta cerraron detrás de él a causade la mucha gente. Pedro, que se había quedado un pocorezagado, se encontró ya la puerta cerrada, y no quisieronabrirle. Allí se hubiera quedado a pesar de los esfuerzos deJuan, si Nicodemo y José de Arimatea, que llegaban enaquel instante, no le hubiesen hecho entrar con ellos. Losdos apóstoles, despojados ya de los vestidos que les habíanprestado, se colocaron en medio de la multitud que llenabael vestíbulo, en un sitio desde donde podían ver a losjueces. Caifás estaba sentado en medio del semicírculo,rodeado por los setenta miembros del Sanedrín. A amboslados de ellos estaban los funcionarios públicos, losescribas, los ancianos, y, detrás, los falsos testigos. Habíasoldados colocados desde la entrada hasta el vestíbulo, através del cual Jesús debía ser conducido.

La expresión de Caifás era solemne en extremo,pero su gravedad iba acompañada de indicios de sorpresivarabia y siniestras intuiciones. Iba ataviado con una capalarga de color oscuro, bordada con flores y ribeteada deoro, sujeta sobre el pecho y los hombros con unos brochesde brillante metal. Iba tocado con una especie de mitra deobispo, de cuyas aberturas laterales pendían unas tiras deseda. Caifás llevaba allí algún tiempo, esperando junto asus consejeros. Su impaciencia y su rabia eran tales, que sinpoderse contener, bajó los escalones y, a grandes zancadas,se fue hasta el atrio para preguntar con ira si Jesús nollegaba. Viendo la procesión que se acercaba, Caifás volvióa su sitio.

XVI. JESÚS ANTE CAIFÁSJesús fue introducido en el atrio entre gritos,

insultos y golpes. Al pasar cerca de Juan y de Pedro, losmiró sin volver la cabeza, para no comprometerlos con sureconocimiento. En cuanto estuvo en presencia delConsejo, Caifás exclamó: «Al fin estás aquí, enemigo deDios, blasfemo, que alteras la paz de esta santa noche.» Lacalabaza que contenía las acusaciones de Anás fue desatadadel ridículo cetro colocado entre las manos de Jesús.Después de leerlas, Caifás arremetió a preguntas burlescascontra Nuestro Señor; los verdugos le pegaban yempujaban con unos palos puntiagudos, diciéndole:«¡Contesta de una vez! ¡Habla! ¿Te has quedado mudo?»

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Caifás, cuyo temperamento era mucho más soberbio yarrogante que el de Anás, había dirigido a Jesús un millarde preguntas una tras otra, pero Nuestro Señor permanecíaen silencio, con la mirada baja. Los esbirros queríanobligarle a hablar, reiterando los empujones y los golpes.

Los testigos fueron llamados a declarar. En primerlugar los de clase más baja, cuyas acusaciones eranincoherentes e inconsistentes, como lo habían sido en elTribunal de Anás, y no sirvieron para nada. Luego, losprincipales testigos, los fariseos y saduceos reunidos enJerusalén provenientes de todos los lugares del país.Hablaban con calma pero sus maneras y la expresión de suscaras delataban que estaban repitiendo acusacionesaprendidas a las que, por otra parte, Jesús ya habíarespondido mil veces. Que curaba a los enfermos y echabaa los demonios por arte de éstos; que violaba el sábado; quesublevaba al pueblo; que llamaba a los fariseos raza devíboras y adúlteros; que había predicho la destrucción deJerusalén; que frecuentaba a los publicanos y lospecadores; que se hacía llamar rey, profeta, Hijo de Dios,que siempre hablaba de su reino; que repudiaba el divorcio;que se llamaba Pan de la Vida, y decía quien no comiera sucarne y bebiera su sangre no tendría vida eterna, etc.

De esta manera, sus palabras, sus enseñanzas y susparábolas fueron siendo desfiguradas, mezcladas coninjurias y presentadas como crímenes. Pero se contradecíanunos a otros y perdían el hilo de sus relatos. El uno decía:«Se autoproclama rey.» El otro: «No permite que lo llamenasí, y cuando han querido proclamarlo rey él se hamarchado.» Un tercero gritaba: «Dice que es Hijo deDios.» Algunos decían que los había curado, pero quehabían vuelto a caer enfermos, que sus curas eran sólosortilegios. Los fariseos de Seforis, con los cuales habíadiscutido una vez sobre el divorcio, le acusaban de predicarfalsas doctrinas; y un joven de Nazaret, a quien Jesús noquiso como discípulo, tuvo la bajeza de atestiguar contra él.Sin embargo, no eran capaces de establecer ningunaacusación bien fundamentada. Los testigos comparecíanmás bien para insultarlo que para citar hechos. Discutíanentre sí, se contradecían, y mientras tanto Caifás y otrosmiembros del Consejo se dedicaban a injuriar a Jesús.«¿Qué clase de rey eres tú? Muéstranos tu poder. Llama aesas legiones de ángeles de las que hablaste en el huerto delos Olivos. ¿Qué has hecho del dinero de las viudas y loslocos a quienes has engañado? Más te valdría haber calladoante gente de tan pocas luces: has hablado de más.»

Todos estos discursos estaban acompañados degolpes propinados por los empleados subalternos delTribunal. Algunos miserables decían que era hijo ilegítimo;otros, al contrario, decían que su madre había sido unavirgen piadosa en el Templo, que la habían visto casarsecon un hombre temeroso de Dios. Reprochaban a Jesús ysus discípulos que no sacrificasen en el Templo. Estaacusación no tenía ningún valor, pues los esenios no hacíanningún sacrificio, y no estaban sujetos por ello a ninguna

pena.

Algunos dijeron que había celebrado la Pascua en lavíspera, y que eso iba contra la ley, y que el año anteriorhabía hecho modificaciones en la ceremonia. Pero lostestigos se contradecían tanto que Caifás y los suyosestaban llenos de rabia y de vergüenza, al ver que noencontraban contra Él ni un sólo argumento. Nicodemodemostró con textos antiguos que, desde tiempoinmemorial, los galileos tenían el permiso para celebrar laPascua un día antes, añadiendo que por tanto la ceremoniahabía sido conforme a la ley y que algunos empleados delTemplo habían participado en ella. Los fariseos lo miraroncon furia e hicieron que continuara la audiencia de lostestigos cada vez con más precipitación e imprudencia, conlo que no hacían más que revelar que sus únicos motivoseran la envidia y la maldad. Finalmente, presentaron dostestigos que dijeron: «Jesús aseguró que derribaría elTemplo edificado por las manos de los hombres y que entres días lo reedificaría sin intervención humana.» Perotampoco éstos se pusieron totalmente de acuerdo en a quéTemplo se refería Jesús, si al de Jerusalén o al lugar dondehabía celebrado la Cena pascual.

La cólera de Caifás era indescriptible, pues lascrueldades ejercidas contra Jesús, las contradicciones de lostestigos y la infatigable paciencia del Salvador, empezabana producir una viva impresión sobre muchos de lospresentes. Algunas veces la multitud silbaba a los testigos,el silencio de Jesús conmovía a algunos de los presentes, ydiez soldados se sintieron tan trastornados por lo queestaban viendo que se retiraron bajo el pretexto de queestaban enfermos. Al pasar cerca de Pedro y de Juan lesdijeron: «El silencio de Jesús de Nazaret ante un trato tancruel es sobrehumano y partiría hasta un corazón de hierro.Decidnos, ¿adónde debemos ir?» Los dos apóstolesdesconfiaban de ellos, pues reconocieron en ellos a algunosde los que habían prendido a Jesús, por lo que lesrespondieron en tono melancólico: «Si la verdad os llama,seguidla, y ella os guiará.» Entonces aquellos hombressalieron de la ciudad, encontraron a otros que loscondujeron al otro lado del monte de Sión, a las grutas alsur de Jerusalén; hallaron en ellas a muchos discípulosescondidos que tuvieron miedo de ellos, pero los soldadospronto calmaron a sus hombres y les contaron lospadecimientos de Jesús.

El intemperante Caifás, ya totalmente exasperadopor los discursos contradictorios de los testigos, se levantó,bajó dos escalones y dijo a Jesús: «¿Es que no vas aresponder nada a lo que aquí está diciéndose de ti?»

Estaba muy irritado porque Jesús no le miraba.Entonces los esbirros, asiéndolo por los cabellos, leecharon la cabeza atrás y lo llenaron de golpes, pero losojos de Jesús permanecieron bajos. Caifás levantó lasmanos con viveza y dijo con tono de rabia: «Yo te conjuropor el Dios vivo a que nos digas si tú eres el Cristo, el

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Mesías, el Hijo de Dios.» Se hizo un profundo silencio, yJesús, con una voz llena de indecible majestad, hablandopor su boca el Verbo Eterno, dijo: «Tú lo has dicho. Y yo tedigo más: Veréis al Hijo del Hombre sentado a la derechadel Padre, entre las nubes del cielo.» Mientras Jesús decíaestas palabras, yo le vi resplandecer, el cielo se abrió sobreél; no hay palabras humanas para expresarlo, vi a Dios,Padre Todopoderoso, vi a los ángeles y la oración de losjustos como si clamasen y rezasen por Jesús. Me parecíaoír la voz del Padre Divino a la vez que la de Jesús. Almismo tiempo, vi abrirse el infierno debajo de Caifás,como una bola de fuego oscura llena de horribles figuras.Parecía sólo que una fina tela lo separase de él. Vi toda larabia de los demonios concentrada contra Jesús. Vi muchosespectros horrendos entrar en la mayor parte de losasistentes. Y en ese momento, Nuestro Señor pronunció sussolemnes palabras: «Yo soy el Cristo, el hijo del Diosvivo.»

Entonces Caifás se irguió inspirado por el infierno,tomó el borde de su capa, lo cortó con su cuchillo yrasgándolo con solemnidad exclamó con voz grave: «¡Hablasfemado! ¿Para qué necesitamos testigos? Todos hemosoído su blasfemia. ¿Cuál es vuestra sentencia?» Entonces,todos los presentes gritaron con voz terrible: «¡Es reo demuerte! ¡Es reo de muerte!» Durante este horrible griteríoel furor del infierno llegó a su colmo. Parecía que lastinieblas celebraran su triunfo sobre la luz. Todos los queallí estaban y conservaban en ellos algo de bondad, fueronpenetrados de tal horror que muchos se cubrieron la cabezay se fueron. Los testigos más ilustres abandonaron turbadosla sala donde ya no eran necesarios. Los demás sedirigieron al atrio, alrededor del fuego, donde les dieron decomer y de beber. El Sumo Sacerdote dijo a los esbirros:«Os entrego a este rey, rendid al blasfemo los honores quemerece.» En seguida se retiró con los miembros delConsejo a la sala ovalada situada detrás del Tribunal, y quequedaba fuera de la vista del atrio.

En medio de su amarga aflicción, Juan se acordó dela Santísima Madre de Jesús. Temió que la terrible noticiade la condena de su hijo llegara a sus oídos por boca de unenemigo que se diera de la manera más dolorosa; miró aNuestro Señor, y dijo en voz baja: «Señor, Tú sabes por quéme marcho», y se fue del Tribunal a ver a la Virgen, comoun enviado del mismísimo Jesús. Pedro, lleno de angustia ydolor, y sintiendo más penetrante el frío de la mañana, seacercó tímidamente a la lumbre del atrio, donde muchagente estaba calentándose. Intentó ocultar su pena anteellos, pero no podía irse de allí y dejar a su amado Maestro.

XVII. JESÚS ES VEJADO E INSULTADO

En cuanto Caifás salió del Tribunal con losmiembros del Consejo, una multitud de miserables seprecipitó sobre Nuestro Señor como un enjambre de

avispas irritadas. Mientras se interrogaba a los testigos, losesbirros y otros miserables habían ido arrancando puñadosde pelo de la barba de Jesús, le habían escupido, dadobofetadas, pegado con palos y pinchado con agujas. Ahorase entregaban ya sin freno a su rabia insensata. Le poníansobre la cabeza coronas de paja y de corteza de árbol, y selas volvían a quitar saludándolo con expresionesinsultantes. Le decían: «Ved aquí al Hijo de David llevandola corona de su padre.» «He aquí al más grande queSalomón.» Así ridiculizaban las verdades eternas, que Jesúshabía predicado en forma de parábolas a aquellos a quienesvenía a salvar. Después le pusieron una nueva corona sobrela cabeza, le arrancaron las vestiduras y el escapulario y leecharon en su lugar sobre los hombros una capa vieja hechajirones, que por delante le llegaba apenas a las rodillas, lerodearon el cuello con una larga cadena de hierro, cuyaspesadas puntas en forma de anillos con púas leensangrentaban las rodillas al caminar. Le ataron de nuevolas manos sobre el pecho, colocaron una caña entre ellas yle escupieron a la cara. Habían vertido toda especie deinmundicias sobre su cabeza, sobre su pecho y sobre laparte superior de la ridícula capa. Le taparon los ojos conun sucio trapo y le pegaban y le gritaban: «Oh, Cristo,profetiza quién te ha pegado.» Jesús no abría la boca,rogaba por ellos interiormente y suspiraba. En este estado,lo arrastraron con la cadena hasta la sala adonde se habíaretirado el Consejo. «Adelante, rey de paja — gritaban,pegándole con palos nudosos—, tienes que presentarte anteel Consejo con las insignias que has recibido de nosotros.»Una vez dentro, redoblaron sus burlas, riéndose de lascosas más sagradas. Cuando le escupían y le echaban lodoen la cara, le decían: «Recibe la unción, tu unción regia.» Ya continuación: «¿Cómo te atreves a presentarte en esteestado delante del Gran Consejo? Tú siempre hablas depurificación y tú mismo no estás purificado; pero nosotrosvamos a lavarte.» Y cogiendo un vaso de agua sucia einfecta, se lo vertieron sobre la cara y los hombros,postrándose de rodillas ante él y diciendo: «Ésta es tupreciosa unción, tu agua de nardo que costó trescientosdinares, tu bautismo en la piscina de Betesda», parodiandoasí impíamente el bautismo, y a la Magdalena vertiendoperfume sobre su cabeza.

Estas burlas establecían, sin darse cuenta, lasemejanza entre Jesús con el cordero pascual, pues lasvíctimas de la Pascua habían sido lavadas primero en elestanque vecino a la puerta de las Ovejas, y después habíansido llevadas a la piscina de Betesda, donde habían recibidouna aspersión ceremonial antes de ser sacrificadas en elTemplo.

A continuación, arrastraron a Jesús alrededor de lasala, ante los miembros del Consejo, que continuabandirigiéndose a él en un lenguaje insultante y abusivo. Vique todo estaba lleno de figuras diabólicas. Pero alrededorde Jesús, desde que había dicho que era el Hijo de Dios, seveía un halo de luz. Muchos de los presentes debieron de

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percibir confusamente esto mismo, y veían conconsternación que ni los ultrajes ni la ignominia alterabansu inexplicable majestad. Redoblábase con esto la rabia deellos.

XVIII. LA NEGACIÓN DE PEDRO

Conteniendo a duras penas sus lágrimas y sutristeza, Pedro se había acercado a la lumbre del atrio,silencioso y ensimismado. Pero entre los que alardeaban desu mal trato hacia Jesús y contaban sus gestas, su silencio ysu tristeza lo hacían sospechoso. La portera se acercó alfuego escuchando las conversaciones y entonces, mirando aPedro abiertamente, le dijo: «Tú estabas también con Jesúsel Galileo.» Pedro, asustado, temiendo ser maltratado poraquellos hombres groseros, respondió: «Mujer, yo no loconozco; no sé por qué dices eso.» Entonces se levantó yqueriendo apartarse de aquella compañía, se dirigió hacia elpatio: en ese momento el gallo cantaba en la ciudad. Norecuerdo haberlo oído, pero me parece que así fue. CuandoPedro se iba, otra criada lo miró y dijo a los que estabancerca: «Éste estaba también con Jesús de Nazaret», y losque habían junto a ella dijeron también: «Es cierto. ¿Noeres tú uno de sus discípulos?» Pedro, cada vez másalarmado, replicó de nuevo, y dijo: «Yo no era su discípulo;no conozco a ese hombre.»

Atravesando el primer patio llegó al patio exterior.Lloraba y su angustia y su pena eran tan grandes, queapenas se acordaba de lo que acababa de decir. En el patioexterior había mucha gente, algunos se habían subido sobrela tapia para oír algo. Había allí también algunos amigos ydiscípulos de Jesús a quienes la inquietud había hecho salirde las cavernas de Hinnón. Se acercaron a Pedro y lehicieron preguntas; pero éste estaba tan agitado que lesaconsejó en pocas palabras que se retirasen, porque corríanpeligro. En seguida se alejó de ellos, y ellos se fueron a suvez para volver a sus refugios. Eran dieciséis y, entre ellosreconocí a Bartolomé, Natanael, Saturnino, JudasBarnabás, Simeón (que fue después obispo de Jerusalén),Zaqueo y Manahén, el ciego de nacimiento curado porJesús.

Pedro no podía hallar reposo y su amor a Jesús lollevó de nuevo al patio interior que rodeaba el edificio. Lodejaban entrar porque José de Arimatea y Nicodemo lohabían introducido al principio. No entró en el atrio, sinoque torció a la derecha y entró en la sala ovalada de detrásdel Tribunal, en donde la chusma paseaba a Jesús en mediodel griterío. Pedro se acercó tímidamente y, aunque vio quelo observaban como a un hombre sospechoso, no pudoevitar mezclarse con la gente que se agolpaba a la puertapara mirar. Jesús llevaba su corona de paja sobre la cabezay miró a Pedro con tal tristeza y severidad que a éste se lepartió el corazón. Pero no había superado su miedo y comooía decir a algunos «¿Quién es este hombre?», se volvió

perturbado al patio; como allí también lo observaban, seacercó a la lumbre del atrio y se sentó un rato junto alfuego. Pero algunas personas que habían observado suagitación, se pusieron a hablarle de Jesús en términosinjuriosos. Una de ellas le dijo: «Tú eres también uno desus partidarios; eres galileo, tu acento te delata.» CuandoPedro procuraba retirarse, un hermano de Maleo,acercándosele, le dijo: «¿No eres tú el que estaba con ellosen el huerto de los Olivos, el que le ha cortado la oreja a mihermano?» Pedro, casi enloquecido de terror, empezó abalbucear jurando que no conocía a aquel hombre, y se fuecorriendo del atrio al patio interior. Entonces el gallo cantóde nuevo, y Jesús, que en ese momento era conducido a laprisión a través del patio volvió a mirar a su apóstol conpena y compasión. Esa mirada le llegó a Pedro hasta lo máshondo, y recordó entonces las palabras de Jesús: «Antes deque el gallo cante dos veces tú me negarás tres veces.»Había olvidado sus promesas de morir antes que negarlo, yhabía olvidado sus advertencias; pero, cuando Jesús lomiró, sintió cuán enorme era su culpa y su corazón seconsumió de tristeza. Había negado a su Maestro cuandoestaba siendo ultrajado, cuando había sido entregado ajueces inicuos, mientras sufría en silencio y con pacienciatodos sus tormentos. Abatido por el arrepentimiento, volvióal patio exterior, con la cabeza cubierta, llorandoamargamente. Ya no temía que le interpelaran; en esosmomentos hubiera dicho a todo el mundo quién y cuánculpable era. ¿Quién, en medio de tantos peligros, de laaflicción, la angustia, entregado a una lucha tan violentaentre el amor y el miedo, exhausto, asediado por el miedo yuna pena enloquecedora, con una naturaleza ardiente ysencilla como la de Pedro, se atreve a decir que hubiesesido más fuerte que él? Nuestro Señor lo dejó abandonadoa sus propias fuerzas y Pedro fue débil, como todos los queolvidan sus palabras: «Velad y orad para que no caigais enla tentación.»

XIX. MARÍA EN CASA DE CAIFÁS

La Santísima Virgen estaba constantemente encomunicación espiritual con Jesús. María sabía todo lo quele sucedía; sufría con Él, rogaba como Él por sus verdugos,pero su corazón materno suplicaba también a Dios para queno permitiera que se consumara este crimen, para queapartara aquel sufrimiento de su Santísimo Hijo, y tenía undeseo irresistible de acercarse a Jesús. Cuando Juan llegó acasa de Lázaro y le contó el horrible espectáculo a quehabía asistido, le pidió que, junto con Magdalena y algunasde las santas mujeres la acompañara al lugar donde Jesúsestaba sufriendo. Juan, que sólo se había alejado de suDivino Maestro para consolar a la que estaba más cerca desu corazón después de Él, accedió al instante, y condujo alas santas mujeres por las calles iluminadas por la luna,cruzándose con gente que volvía a su casa. Las mujeres

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iban con la cabeza cubierta, pero sus sollozos atrajeronsobre ellos la atención de algunos grupos, y tuvieron queoír palabras injuriosas contra Jesús. La Madre de Jesús, quehabía contemplado en espíritu el suplicio de su Hijo,guardó todas esas cosas en su corazón, junto con todo lodemás. Como Él, sufría en silencio pero más de una vezcayó sin conocimiento. Una de las veces que yacíadesmayada en los brazos de las santas mujeres, bajo unportal de la villa interior, algunas gentes bien intencionadasque volvían de la casa de Caifás la reconocieron y separaron un instante llenos de sincera compasión y lasaludaron con estas palabras: ¡Te saludamos, desgraciadaMadre!, ¡ oh, la más afligida de las Madres!, ¡ oh, Madredel Más Sagrado Descendiente de Israel!» María volvió ensí y les dio las gracias con afecto, y después continuó sutriste camino.

Conforme se acercaba a la casa de Caifás, al pasarpor el lado opuesto a la entrada, se tropezaron con unnuevo dolor, pues tuvieron que atravesar por un lugardonde estaban construyendo la cruz de Jesús debajo de unatienda. Los enemigos de Jesús habían mandado prepararuna cruz en cuanto fueron a prenderlo, a fin de ejecutar lasentencia en cuanto fuese pronunciada por Pilatos, a quienconfiaban en convencer fácilmente. Los romanos habíanpreparado ya cruces para dos ladrones y los trabajadoresque tenían que hacer la de Jesús, maldecían por tener quetrabajar por la noche; sus palabras atravesaron el corazónde María, que rogó por aquellas ciegas criaturas queconstruían blasfemando el instrumento de la redención deellos y del suplicio de su Hijo. María, Juan y las santasmujeres, atravesaron el patio interior de la casa de Caifás yse detuvieron en la entrada de la sala. Ella estabaimpaciente porque la puerta fuera abierta, pues sentía quesólo ella la separaba de su Hijo, quien al segundo canto delgallo había sido conducido a un calabozo que estaba debajode la casa. La puerta se abrió al fin lentamente y Pedro seprecipitó afuera, las manos extendidas, la cabeza cubierta yllorando amargamente. Reconoció a Juan y a la Virgen a laluz de las antorchas y de la luna, y fue como si suconciencia, despierta por la mirada del Hijo, redoblaraahora sus remordimientos ante la persona de la Madre.María le preguntó: «Simón, ¿qué ha sido de Jesús, miHijo?» Y estas palabras penetraron hasta lo íntimo de sualma, de forma que no pudo resistir su mirada y le dio laespalda retorciéndose las manos; pero María se acercó a ély le dijo con una profunda tristeza: «Simón, hijo de Juan,¿por qué no me respondes?» Entonces Pedro exclamóllorando: «¡Oh, María!, tu Hijo está sufriendo más de loque puedo expresar, no me hables. Ha sido condenado amuerte, yo he renegado de Él tres veces.» Juan se acercópara hablarle, pero Pedro, como fuera de sí, huyó del patioy se fue a la caverna del monte de los Olivos donde lapiedra conservaba la huella de las manos de Jesús. Yo creoque en esa misma caverna fue donde nuestro padre Adán serefugió para llorar tras la caída.

La Santísima Virgen sentía en su herido corazón unainexpresable aflicción con este nuevo dolor de su Hijo,negado por el discípulo que lo había reconocido el primerocomo Hijo de Dios; incapaz de aguantarse en pie, cayódesfallecida cerca de la piedra en que se apoyaba la puertay la marca de su mano y de su pie se imprimieron en ella.Las puertas del patio se quedaron abiertas a causa de lamultitud que se retiraba después del encarcelamiento deJesús. Cuando la Virgen volvió en sí, quiso acercarse a suHijo. Juan la condujo delante de donde Nuestro Señorestaba encerrado. María oyó los suspiros de su Hijo y lasinjurias de los que lo rodeaban. Las santas mujeres nopodían permanecer allí mucho tiempo sin ser vistas.Magdalena mostraba una desesperación demasiadoevidente y muy violenta; en cambio, la Virgen por la graciade Dios Todopoderoso, en lo más profundo de su dolor,conservaba la calma y la dignidad exterior. Entonces, fuereconocida y tuvo que oír estas crueles palabras: «¿No esésta la Madre del Galileo? Su Hijo va a ser crucificado,pero no antes de la fiesta. A no ser que en efecto sea uno delos más grandes criminales.»

La Santísima Virgen abandonó el patio y se fuejunto a la lumbre, en el atrio, donde todavía quedaba unresto del populacho. En el sitio exacto donde Jesús habíadicho que era el Hijo de Dios y donde los hijos de Satanáshabían gritado «Es reo de muerte», María perdió elconocimiento, y Juan y las santas mujeres tuvieron querecogerla, más muerta que viva. La gente no dijo nada yguardó un extraño silencio; como si un espíritu celestialhubiera atravesado el infierno. Las santas mujeres y Juanvolvieron a pasar por el sitio donde estaban construyendola cruz. Los obreros parecían encontrar tantas dificultadespara acabarla como los jueces habían encontrado parapoder pronunciar la sentencia. Sin cesar tenían que traermadera porque tal o cual pieza no servía o se rompía, hastaque los diferentes tipos de madera estuvieran combinadosdel modo que Dios quería. Vi que los santos ángeles losobligaban a empezar de nuevo hasta que todo fuese hechocomo estaba escrito; pero no recuerdo muy bien todas lascircunstancias, así que lo dejaré correr.

XX. JESÚS EN LA CÁRCELJesús estaba encerrado en un pequeño calabozo de

bóveda, del cual se conserva todavía una parte, bajo la salade juicios de Caifás. Dos de los cuatro esbirros se quedaroncon él, pero pronto fueron relevados por otros.

No le habían devuelto aún sus vestidos y seguíacubierto con la capa ridícula que le habían puesto. Lehabían atado de nuevo las manos.

Cuando el Salvador entró en prisión, pidió a suPadre celestial que aceptara todos los ultrajes, insultos ygolpes que había sufrido y que tenía aún que sufrir comoun sacrificio expiatorio por sus verdugos y por todos loshombres que en sus padecimientos se dejaran llevar de la

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impaciencia o de la cólera. Los enemigos de Nuestro Señorno le dieron ni un solo instante de reposo. Lo ataron a unpilar en medio del calabozo y no le permitieron que seapoyara en él, de modo que apenas podía tenerse sobre suspies, cansados, heridos e hinchados. Es imposible describirtodo lo que estos hombres crueles hicieron sufrir al Santode los Santos, porque su vista me afectaba de tal modo queme sentía verdaderamente enferma, como a punto de morir.¡ Qué vergonzoso, en efecto, que nuestra flaqueza nosimpida contar sin repugnancia los innumerables ultrajesque el Redentor padeció por nuestra salvación! Jesús losufría todo sin abrir la boca, y fueron los hombrespecadores quienes perpetraron todos los ultrajes contraquien era su Hermano, su Redentor y su Dios. Jesús en suprisión, seguía rogando por sus enemigos, y cuando al finle dieron un instante de reposo, le vi apoyado sobre el pilary todo rodeado de luz. Estaba llegando el amanecer del díade su Pasión, del día de nuestra Redención, y se anunciabacon un tembloroso rayo de luz que entraba por elrespiradero del calabozo, sobre nuestro cordero pascualcubierto de heridas. Jesús levantó sus manos atadas hacia laluz y dio gracias a su Padre en voz alta por el don de esedía deseado por los patriarcas y profetas y por el cual élmismo había suspirado con tanto ardor desde su llegada ala tierra, y respecto al cual había dicho a sus discípulos:«Debo ser bautizado con otro bautismo, y viviré esperandoque se cumpla.» Jesús saludaba el día con una acción degracias tan conmovedora en medio de sus sufrimientos queyo me sentía enormemente emocionada e intentaba repetircada una de sus palabras como un niño. Era un espectáculoque rompía el corazón verlo acoger así el primer rayo deluz del gran día de su sacrificio. Los esbirros, que parecíanhaberse dormido un instante, se despertaron y lo miraroncon sorpresa, pero no lo interrumpieron. Estabantrastornados y asustados. Jesús debió de estar todavía máso menos una hora en esa prisión.

XXI. JUDAS EN EL TRIBUNAL

Mientras Jesús estaba en el calabozo, Judas, quehabía estado vagabundeando de acá para allá, como undesesperado, por el valle de Hinón, se acercó al Tribunal deCaifás. Llevaba todavía colgada a su cintura la bolsa conlas treinta monedas, el precio de su traición. Todo estaba enel mayor silencio, y preguntó a los guardias de la casa, sindarse a conocer, qué harían con el Galileo. Ellos le dijeron:«Ha sido condenado a muerte y será crucificado.» Fueoyendo aquí y allí hablar de las crueldades ejercidas contraJesús, de su paciencia y de la solemne declaración quehabía pronunciado al amanecer delante del Gran Consejo.Judas se retiró detrás del edificio para no ser visto, pueshuía de los hombres como Caín, y la desesperacióndominaba cada vez más su alma. Pero el sitio adonde habíaido a parar, era donde habían estado construyendo la cruz;

las diversas piezas de que ésta se componía estabancolocadas en orden, y los obreros dormían junto a ellas.Judas se sintió lleno de horror al ver todo aquello y huyó;había visto el instrumento del cruel suplicio, al que habíaentregado a su Dios y Maestro. Vagó atenazado por laangustia y finalmente se escondió en los alrededoresesperando la conclusión del juicio de la mañana.

XXII. EL JUICIO DE LA MAÑANA

Tan pronto como amaneció, Caifás, Anás, losancianos y los escribas se reunieron de nuevo en la salagrande del Tribunal para celebrar un juicio según lasnormas, pues no era conforme a la ley que los delitos sejuzgasen de noche. Debido a la urgencia, podía haber sólouna instrucción previa. La mayor parte de los miembros delConsejo habían pasado el resto de la noche en casa deCaifás, en donde les habían preparado camas. La asambleaera numerosa y se veía en todos los gestos granprecipitación. Deseaban condenar a Jesús a muerte, peroNicodemo, José y algunos otros se opusieron a susdemandas y pidieron que se difiriera el juicio hasta despuésde la fiesta, alegando que una sentencia no podía basarse enlas acusaciones presentadas ante el Tribunal porque todoslos testigos se habían contradicho entre sí. El SumoSacerdote y sus adeptos se irritaron y dieron a entenderclaramente a los que se les oponían, que siendo ellosmismos sospechosos de haber favorecido la doctrina delGalileo, este juicio les disgustaba porque no les resultabaconveniente. Excluyeron incluso del Consejo a todos losque eran favorables a Jesús. Estos últimos protestaron ladecisión y finalmente dijeron que se lavaban las manos detodo lo que allí pudiera decidirse y, abandonando la sala, seretiraron al Templo. Desde aquel día nunca más volvieron aocupar sus asientos en el Consejo. Caifás ordenó quetrajeran a Jesús delante de sus jueces y que estuviesen listospara conducirlo ante Pilatos inmediatamente después. Losesbirros se precipitaron a la cárcel, desataron las manos deJesús, le arrancaron la capa vieja con que le habíancubierto, lo obligaron a ponerse su túnica cubierta deinmundicias, le rodearon el cuerpo con cuerdas y lo sacarondel calabozo. Todo esto lo hicieron precipitadamente y conuna horrible brutalidad. Jesús fue conducido entre lamultitud, ya reunidos enfrente de la casa y, cuando lovieron tan horriblemente desfigurado por los malos tratosdispensados, vestido sólo con su túnica manchada, en lugarde sentir compasión, lo miraron con disgusto, y eldesagrado les inspiró nuevas crueldades; pues la piedad eraalgo desconocido por el duro corazón de estos judíos.

Caifás, que no hacía el más mínimo esfuerzo pordisimular su rabia contra Jesús, que se presentaba delantede él en un estado tan deplorable, le dijo: «Si tú eres elCristo, si eres el Mesías, dínoslo.» Jesús levantó la cabezay dijo con gran dignidad y calma: «Si os lo digo, no me

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creeréis, y si os lo pregunto a vosotros no me responderéisni me dejaréis marchar; pero desde hoy el Hijo del Hombreestará sentado a la derecha de Dios Todopoderoso.» Semiraron unos a otros y con desdeñosa sonrisa, preguntarona Jesús: «¿Eres tú, pues, el Hijo de Dios?» Y Jesúsrespondió: «Tú lo has dicho, lo soy.» Al oír estas palabrasexclamaron: «¿Para qué necesitamos más pruebas? Hemosoído la blasfemia de su propia boca.» Mandaron atar denuevo a Jesús y poner una cadena a su cuello, como sehacía con los condenados a muerte, para conducirlo antePilatos. Habían enviado ya un mensajero a éste paraavisarle de que iban a llevarle a un criminal, para que lojuzgara, pues era preciso darse prisa a causa de la fiesta.Hablaban entre sí con indignación de la obligación quetenían de ir al gobernador romano para que éste legalizasela sentencia; porque en las materias que no concernían asus leyes religiosas y las del Templo, no podían ejecutar lassentencias de muerte sin su consentimiento. Uno de loscargos que iban a presentar ante Pilatos era que Jesús eraenemigo del Emperador y bajo este aspecto la condena eracompetencia de Pilatos. Los soldados estaban ya formadosdelante de la casa; había también muchos enemigos deJesús y mucha gentuza. El Sumo Sacerdote y una parte delos miembros del Sanedrín iban delante, seguidos por elpobre Salvador rodeado de los esbirros y los soldados. Lamuchedumbre cerraba la marcha. En este orden bajaron deSión a la parte inferior de la ciudad, y se di-rigieron alpalacio de Pilatos. Una parte de los sacerdotes que habíanasistido al último juicio se dirigieron al Templo, dondetodavía tenían mucho que hacer.

XXIII. LA DESESPERACIÓN DE JUDAS

Mientras conducían a Jesús a casa de Pilatos, Judas,el traidor, oyó lo que se decía en el pueblo; escuchópalabras como éstas: «Lo llevan ante Pilatos, el Sanedrín loha condenado a muerte; el descreído va a ser crucificado;ha sido muy mal tratado; sólo dice que es el Mesías; lomatarán por eso; el descreído que lo ha vendido era uno desus discípulos», etc. Entonces, la angustia, elarrepentimiento y la desesperación lucharon en el alma deJudas. Echó a correr, pero el peso de las treinta monedascolgadas de su cintura, era para él como una espuela delinfierno; sujetó la bolsa con la mano a fin de que al correrno le molestasen. Corría tan rápido como podía. No para ira echarse a los pies de Jesús y pedirle perdón; no paramorir con Él; no para confesar su crimen, sino para expiarlejos de Él y de los hombres su crimen y el precio de sutraición.

Corrió como un insensato hasta el Templo, dondemuchos miembros del Consejo se habían reunido despuésdel juicio de Jesús. Se miraron atónitos, y con una risaburlona lanzaron una mirada altiva sobre Judas, quien fuerade sí arrancó de su cintura la bolsa con las treinta monedas

y, entregándosela con la mano derecha, dijo desesperado:«Tomad vuestro dinero, con el cual me habéis hechoentregaros a un hombre justo; tomad vuestro dinero ysoltad a Jesús. Rompo nuestro pacto; he pecadogravemente vendiendo sangre inocente.» Los sacerdotes lomiraron con desprecio, apartaron sus manos del dinero queles entregaba para no manchárselas tocando la recompensadel traidor y le dijeron: «¿Qué nos importa a nosotros quehayas pecado? Si crees haber vendido sangre inocente, noes asunto nuestro. Nosotros sabemos lo que hemoscomprado y lo hallamos digno de la muerte. El dinero estuyo, no queremos saber más de ti.» Estas palabras dichasen tan duro tono, provocaron en Judas tal rabia ydesesperación que se puso frenético; los cabellos se leerizaron sobre la cabeza, rasgó la bolsa que contenía lasmonedas, las arrojó al suelo del Templo y corrió fuera de laciudad.

De nuevo lo vi correr como un insensato por el vallede Hinón. Satanás estaba a su lado y, para llevarlo a ladesesperación, iba recitándole al oído todas las maldicionesde los profetas sobre esta tierra, donde los judíos habíansacrificado sus hijos a los ídolos. Cuando estaban llegandoal torrente de Cedrón y tenían a la vista el monte de losOlivos, el diablo le dijo: «Caín, ¿qué has hecho con tuhermano?» Judas empezó a temblar, volvió los ojos y oyóentonces estas otras palabras: «Amigo, ¿a qué vienes?Judas, ¿vas a entregar al Hijo del Hombre con un beso?»Penetrado de horror hasta el fondo de su alma, comenzó aperder la razón y, entregado a horribles pensamientos, llegóal pie de la montaña. Un lugar desolado, lleno deescombros e inmundicias; el discordante sonido de laciudad resonaba en sus oídos y Satanás le decía: «Quienvende a alguien y recibe el precio de su traición, merece lamuerte. Pon fin a tu desgracia, acaba de una vez, miserable,acaba con la desgracia!» Entonces, Judas, desesperado,cogió su cinturón y se colgó de un árbol que crecía en unhoyo y que tenía muchas ramas. cuando se hubo ahorcado,su cuerpo reventó y sus entrañas se esparcieron por elsuelo.

XXIV. JESÚS ES CONDUCIDO ANTE PILATOS

La inhumana turba que conducía a Jesús desdeCaifás hasta Pilatos, lo llevaron por la parte másfrecuentada de la ciudad. Bajaron la montaña de Sión por ellado del norte, atravesaron una calle estrecha situada en suparte baja y se dirigieron por el valle de Acra a lo largo dela parte occidental del Templo, hacia el palacio y elTribunal de Pilatos, situado al nordeste del Templo,enfrente del gran fortín o de la gran plaza. Caifás, Anás ymuchos miembros del Gran Consejo iban delante, con susvestidos de fiesta, les seguían un gran número de escribas yjudíos, entre los cuales estaban todos los falsos testigos ylos fariseos que se habían destacado en la acusación de

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Jesús. A poca distancia seguía el Salvador, rodeado de unatropa de soldados y de seis esbirros, los que habían asistidoa su arresto. La muchedumbre afluía de todos lados y seunía a ellos con gritos e imprecaciones; los grupos seatropellaban por el camino. Jesús iba cubierto sólo con sutúnica interior, toda llena de inmundicias; de su cuellocolgaba la larga cadena, que le golpeaba y hería las rodillascuando andaba; sus manos estaban atadas como la víspera;los esbirros sostenían los cabos de las cuerdas que lehabían atado a la cintura y con ellas lo conducían. Estabadesfigurado por los ultrajes de la noche, pálido, con la caraensangrentada; las injurias y los malos tratos proseguían sincesar. Habían reunido mucha gente con objeto de hacer unadesgraciada parodia de su entrada triunfal el Domingo deRamos. Se burlaban llamándole rey, y echaban en el suelopalos y trapos, le cantaban canciones que hacían alusión asu entrada triunfal entre ramos de palma.

En la esquina de un edificio, no lejos de la casa deCaifás, esperaba la Madre de Jesús, junto con Juan yMagdalena esperando verlo. El alma de la Santísima Virgenestaba siempre unida a la de Jesús, pero impulsada por suamor, quería acercarse a Él personalmente. Tras su visitanocturna al Tribunal de Caifás había estado en el cenáculo,sumida en un silencioso dolor; cuando Jesús era sacado denuevo de la prisión para ser presentado a los jueces, ella selevantó, se puso su velo y su capa y dijo a Juan y aMagdalena: «Sigamos a mi Hijo a casa de Pilatos; tengoque verlo con mis propios ojos.» Se colocaron en un sitiopor donde la comitiva debía pasar y esperaron. La Madrede Jesús sabía bien lo horriblemente que estaba su-friendosu Hijo, pero su vista interior nunca habría podido concebirque la crueldad de los hombres lo hubiera dejado tandesfigurado y golpeado; porque, en su figuración, susgrandes dolores aparecían calmados por la santidad, elamor y la paciencia. Pero entonces, se presentó ante suvista la terrible realidad. Primero pasaron los orgullososenemigos de Jesús, los sacerdotes del Dios verdadero consus trajes de fiesta, revestidos con sus decisiones tomadas ysu alma llena de mentira y maldad. Los sacerdotes de Diosse habían vuelto sacerdotes de Satanás. A continuación,venían los falsos testigos, los acusadores sin fe, y el pueblocon sus clamores. Al final de todos llegó Jesús, el Hijo deDios, el Hijo del Hombre, su Hijo, desfigurado, maltratado,atado, empujado, arrastrado, cubierto de una lluvia deinjurias y de maldiciones. Él hubiera sido perfectamenteirreconocible incluso para su Madre, sí ella no hubiera vistoal instante el contraste entre su comportamiento y el deaquellos viles atormentadores Él solo en medio de lapersecución sufriendo con resignación. Alzando sus manossólo para suplicar al Padre Eterno el perdón de susenemigos.

Cuando Él se acercaba, ella no pudo contenerse yexclamó: «¡Ay! ¿Es éste mi Hijo? Sí, lo es. Es mi amadoHijo. ¡Oh, Jesús, mi Jesús!» Al pasar delante de ellos, Jesúsla miró con una expresión de gran amor y ternura y ella

cayó totalmente inconsciente. Juan y Magdalena se lallevaron. Pero apenas volvió en sí, se hizo acompañar porJuan al palacio de Pilatos.

Jesús debió de experimentar en este camino laaguda pena de ver cómo hay amigos que nos abandonan enla desgracia. Los habitantes de Ofel, que tanto querían ydebían a Jesús, estaban a la orilla del camino y cuando levieron en aquel estado de abatimiento, su fe se tambaleó, yya no pudieron seguir creyendo que era un rey, un profeta,el Mesías, el Hijo de Dios. Y los fariseos utilizaban contraellos el amor que habían sentido por Jesús. Así se enfriaronsus corazones, debido al terrible ejemplo que les daban laspersonas más respetadas del país, el Sumo Sacerdote y elSanedrín o Gran Consejo. Los mejores se retirarondudando, los peores se unieron a la turba en cuanto les fueposible, pues los fariseos habían puesto guardias paramantener el orden.

XXV. EL PALACIO DE PILATOS Y SUS ALREDEDORES

Al pie del ángulo nordeste de la montaña delTemplo está situado el palacio del gobernador romanoPilatos. Queda bastante elevado, pues se accede a él poruna gran escalera de mármol, y domina una plaza espaciosarodeada de columnas bajo cuyos porches se colocan losmercaderes. Un puesto de guardia y cuatro entradasinterrumpen esta plaza que los romanos llaman foro. Éstequeda más elevado que las calles que salen de ella, y estáseparada del palacio de Pilatos por un patio espacioso. Aeste patio se entra por un claustro que hay en su parteoriental, y que da sobre una calle que conduce a la puertade las Ovejas y al monte de los Olivos; hacia poniente hayotro claustro por donde se va a Sión por el barrio de Acra.Desde la escalera del palacio se ve, hacia el norte, el foro, acuya entrada hay columnas y bancos, encarados haciapalacio. Los sacerdotes judíos no iban más allá de estosbancos, para no contaminarse. Cerca de la puerta occidentaldel patio, hay un puesto de guardia que linda al norte con laplaza y al mediodía con el pretorio de Pilatos. Se llamabapretorio a la parte del palacio donde Pilatos celebraba losjuicios. El puesto de guardia estaba rodeado de columnas,en cuyo centro había un espacio descubierto que debajotenía las prisiones, en las que en aquellos momentospermanecían cautivos los dos ladrones. Había muchossoldados romanos. No lejos de este puesto de guardia seelevaba sobre la plaza misma la columna donde Jesús seríaatado. Enfrente del puesto de guardia, en la propia plaza.,hay una elevación con algunos bancos de piedra; es comoun Tribunal. Desde este sitio, llamado Gábbata, Pilatospronuncia sus juicios. La escalera que da al palacioconduce a una terraza descubierta, desde donde Pilatos sedirige a los acusadores, sentados en los bancos de piedra ala entrada de la plaza.

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XXVI. JESÚS ANTE PILATOSEran poco más o menos las seis de la mañana según

nuestra cuenta del tiempo, cuando la tropa que conducía almaltratado Salvador llegó a la plaza frente al palacio dePilatos. Anás, Caifás y los miembros del Sanedrín separaron en los bancos que estaban entre la plaza y laentrada del Tribunal. Jesús fue arrastrado más allá, hasta laescalera de Pilatos. Éste se hallaba en la terraza, recostadosobre una especie de sofá y delante tenía una mesa de trespies. Junto a él, a ambos lados, había oficiales y soldados;próximas al grupo se exhibían las insignias del poderromano. Cuando Pilatos vio llegar a Jesús en medio de untumulto tan grande, se levantó y habló a los judíos con tonodespreciativo: «¿Qué venís a hacer aquí a esta hora? ¿Porqué habéis maltratado al prisionero de esta manera?¿Empezáis a ejecutar a vuestros criminales antes de quesean juzgados?» Ellos no respondieron, pero dijeron a losguardias: «Adelante, conducidlo al tribunal»; y a Pilatos:«Escucha nuestras acusaciones contra este malhechor.Nosotros no podemos entrar en el Tribunal para novolvernos impuros.» En cuanto hubieron pronunciado estaspalabras, un hombre de gran estatura y de aspectovenerable gritó con voz potente: «Así es, no debéis entraren el pretorio, pues está santificado con sangre inocente.Sólo Él puede entrar ahí, pues sólo Él es tan puro como losinocentes que aquí fueron masacrados.» Quien así habíahablado y que a continuación desapareció entre la multitud,se llamaba Sadoch, era un hombre rico, primo de Obed, elmarido de Serafia, llamada después Verónica; dos hijossuyos estaban entre los inocentes degollados por orden deHerodes en el patio de aquel Tribunal cuando nació elSalvador.

Tras aquella horrible vivencia él se había retiradodel mundo y, junto a su mujer, se había unido a los esenios.Había conocido a Jesús en casa de Lázaro y habíaescuchado sus enseñanzas, y sus palabras le habían dadoconsuelo por primera vez tras el espantoso asesinato de sushijos; él estaba dispuesto a testimoniar públicamente afavor de Jesús.

Los acusadores de Nuestro Señor estaban irritadospor la altivez de Pilatos y por la humilde actitud que teníanque guardar en su presencia. Los brutales guardianeshicieron subir a Jesús los escalones de mármol, y lecondujeron así al fondo de la terraza, desde donde Pilatosse dirigía a los sacerdotes judíos. Pilatos había oído hablarmucho de Jesús. Al verlo tan horriblemente desfigurado porlos malos tratos recibidos y conservando sin embargo unaadmirable expresión de dignidad, su desprecio hacia losmiembros del Consejo se redobló; les dijo que no estabadispuesto a condenar a Jesús sin pruebas, y les preguntó entono imperioso: «¿De qué acusáis a este hombre?» Ellosrespondieron: «Si no fuese un malhechor no habríamosacudido ante ti.» Pilatos replicó: «Lleváoslo y juzgadlosegún vuestra Ley.» Los judíos le contestaron: «Tú sabes

que nosotros no podemos condenar a muerte.» Losenemigos de Jesús estaban furiosos; querían que el juiciohubiese acabado y su víctima ejecutada antes de la fiesta,para poder sacrificar luego el cordero pascual.

Cuando Pilatos finalmente les pidió que presentasensus acusaciones, alegaron tres principales, apoyada cadauna por diez testigos; esforzándose sobre todo en mostrarlea Pilatos que Jesús era el cabecilla de una conspiracióncontra Roma. Lo acusaron primero de engañar al pueblo,de perturbar la paz pública y excitar a la sedición. Dijerondespués que faltaba al sábado curando incluso en ese día.Aquí Pilatos los interrumpió diciendo: «Evidentemente,vosotros no estáis enfermos, porque si no no estaríais tanencolerizados contra la sanación en sábado.» Añadieronque inculcaba al pueblo horribles doctrinas; decía que si nocomían su carne y bebían su sangre no alcanzarían la vidaeterna. Pilatos miró a sus oficiales sonriéndose, y dijo a losjudíos: «Al parecer también vosotros queréis alcanzar lavida eterna; pues parecéis muy deseosos de comer su carney beber su sangre.»

La segunda acusación contra Jesús era que animabaal pueblo a no pagar el tributo al Emperador. Estas palabrasindignaron a Pilatos, que les dijo con un tono autoritario:«¡Eso es un gran embuste! Lo sé mucho mejor quevosotros.» Entonces los judíos profirieron gritando latercera acusación: «Aunque este hombre es de bajaextracción, se ha convertido en cabecilla de muchos ypretende proclamarse rey; estos días pasados hizo unaentrada tumultuosa en Jerusalén y se ha hecho dar loshonores reales. Ha predicado que era el Cristo, el ungidodel Señor, el Mesías, el rey prometido a los judíos.» Estotambién fue apoyado por diez testigos.

Esta última acusación de que Jesús se hacía llamarel Cristo, el rey de los judíos, dejó a Pilatos pensativo. Fuedesde la terraza al Tribunal, que estaba al lado, echó alpasar una atenta mirada sobre Jesús y mandó a los guardiasque lo condujeran a la sala. Pilatos era un paganosupersticioso, de espíritu ligero y fácil de perturbar. Habíaoído hablar de los hijos de sus dioses que habían vividosobre la tierra; tampoco ignoraba que los profetas de losjudíos habían anunciado desde hacía mucho tiempo unUngido del Señor, un Rey Libertador y Redentor, y quemuchos judíos lo esperaban. Había oído también de losReyes del Oriente, que habían visitado al rey Herodes enbusca del rey de los judíos. Pero le parecía ridículo queacusaran precisamente a aquel hombre, que se lepresentaba en tal estado de abatimiento, de haberse creídoese Mesías y ese rey. Sin embargo, como los enemigos deJesús habían presentado eso como traición al Emperador,mandó llevar a Jesús a su presencia para interrogarle.

Pilatos miró a Jesús sin poder disimular laimpresión que le causaba su porte sereno, y le dijo: «¿Erestú, pues, el rey de los judíos?» Jesús respondió: «¿Lopreguntas porque tú lo crees posible, o porque otros te lo

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han dicho?» Pilatos, ofendido porque Jesús pudiera creerque él pudiera hacerse semejante pregunta, le dijo: «¿Soyacaso judío para ocuparme de semejantes necedades? Tupueblo y sus sacerdotes te han entregado a mis manos,porque, según dicen, mereces morir. Dime lo que hashecho.» Jesús le contestó con majestad: «Mi reino no es deeste mundo. Si lo fuese, tendría servidores que lucharíanpor mí, para no dejarme caer en las manos de los judíos;pero mi reino no es de este mundo.» Pilatos se sintióperturbado con estas solemnes palabras, y le dijo:«Entonces, ¿me estás diciendo que en verdad eres un rey?»Jesús respondió: «Tú lo has dicho, soy un rey. He nacido yhe venido a este mundo para dar testimonio de la verdad. Elque pertenece a la verdad escucha mi voz.» Pilatos lo miróy, levantándose, dijo: «¿La verdad? ¿Qué es la verdad?»Luego le dijo a Jesús algunas otras cosas que no recuerdo yvolvió a la terraza.

Las palabras de Jesús estaban más allá de lacomprensión de Pilatos. Pero lo que sí veía éste claro eraque no era un rey que pudiera perjudicar al Emperador,puesto que no quería ningún reino de este mundo. Y elEmperador se inquietaba poco de los reinos del otromundo. Y así dijo a los sacerdotes desde la terraza: «Noencuentro ningún crimen en este hombre.» Los enemigosde Jesús se irritaron, y de todas partes se vertió un torrentede acusaciones contra Jesús. Pero Nuestro Señorpermanecía silencioso, y oraba por los pobres hombres, ycuando Pilatos se volvió hacia Él diciéndole: «¿Norespondes nada a estas acusaciones?», Jesús no pronuncióni una palabra. De modo que Pilatos, sorprendido, le volvióa decir: «Veo claramente que las acusaciones son falsas.»Pero la furia de los acusadores aumentaba cada vez más, ydijeron: «¡Cómo! ¿No hallas crimen en él? ¿Acaso no es uncrimen el sublevar al pueblo y extender su doctrina portodo el país, desde Galilea hasta aquí?» Al oír la palabraGalilea, Pilatos reflexionó un momento, y preguntó: «¿Estehombre es galileo y súbdito de Herodes?» «Sí —respondieron ellos—, sus padres han vivido en Nazaret yactualmente está empadronado en Cafarnaum.» «Pues, si essúbdito de

Herodes —replicó Pilatos—, llevádselo a él. Élpuede juzgarlo.» Entonces mandó conducir a Jesús fuera yenvió un oficial a Herodes para avisarle que le iban a llevara Jesús de Nazaret, súbdito suyo, para que lo juzgara.Pilatos tenía dos motivos para sentirse satisfecho. Por unlado, se libraba de juzgar a Jesús, pues aquel asunto no legustaba. Por otro, aprovechaba esta ocasión para complacera Herodes, quien, según le había dicho, tenía curiosidad porconocer a Jesús.

Los enemigos de Nuestro Señor, furiosos al ver quePilatos los trataba así en presencia del pueblo, hicieronrecaer su rencor sobre Jesús. Lo ataron de nuevo, yarrastrándolo y llenándolo de insultos y golpes, en mediode la multitud que llenaba la plaza, lo llevaron hasta elpalacio de Herodes, que no estaba muy distante. Algunos

soldados romanos se habían unido a la escolta.

Claudia Procla, mujer de Pilatos, que tenía grandesdeseos de hablar con Jesús, mientras conducían a éste acasa de Herodes, subió a escondidas a una galería elevada ydesde allí miró con preocupación y angustia cómo se lollevaban a través del foro.

XXVII. ORIGEN DE LA DEVOCIÓN DEL VIA CRUCIS

Mientras duró la comparecencia ante Pilatos, laMadre de Jesús, Magdalena y Juan permanecieron en unaesquina de la plaza, mirando y escuchando, sumidos en unprofundo dolor. Cuando Jesús era conducido a Pilatos,Juan, junto con la Santísima Virgen y Magdalenarecorrieron todos los lugares en los que Jesús había estadodesde que lo prendieron. Así, volvieron a casa de Caifás, deAnás, por Ofel a Getsemaní, al huerto de los Olivos, y entodos los sitios donde Nuestro Señor se había caído o habíasufrido, se paraban en silencio, lloraban y sufrían por Él.La Virgen se prosternó más de una vez y besó la tierra allídonde su Hijo se había caído. Magdalena se retorcía lasmanos y Juan lloraba, las consolaba, las levantaba, lasconducía más lejos. Éste fue el principio del Via Crucis yde los honores rendidos a los misterios de la Pasión deJesús aun antes de que ésta se cumpliera.

XXVIII. PILATOS Y SU MUJERMientras Jesús era conducido a casa de Herodes, yo

vi a Pilatos ir con su esposa Claudia Procla. Ella corrió aencontrarse con él y juntos fueron a una casita situadasobre una elevación del jardín, detrás del palacio. Claudiaestaba agitada y muy asustada. Era una mujer alta yhermosa, aunque extremadamente pálida. Tenía un veloechado por la cabeza, pero aun así se veían los cabelloscolocados alrededor de la cabeza con algunos adornos;llevaba pendientes, un collar y sobre el pecho una especiede broche que sostenía su largo vestido. Habló durantemucho rato con Pilatos, le rogó que, por todo lo que para élfuera más sagrado, que no le hiciese ningún mal a Jesús, elprofeta, el Santo de los Santos, y le relató losextraordinarios sueños y visiones que había tenido sobreJesús la noche anterior. Mientras hablaba, yo vi la mayorparte de estas visiones; pero tengo más confuso cómoseguían. En primer lugar, ella vio las principalescircunstancias de la vida de Jesús: la Anunciación deMaría, el Nacimiento de Jesús, la Adoración de los pastoresy de los reyes, la huida a Egipto, la tentación en el desierto,etc. Jesús siempre se le apareció rodeado por un halo deluz, y vio también la maldad y la crueldad de sus enemigosbajo las formas más horribles, vio sus padecimientosinfinitos, su paciencia y su amor inagotables, así como laangustia de su Madre. Estas visiones le causaron graninquietud y tristeza. Había sufrido toda la noche y había

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visto cosas unas veces muy claras y otras muy confusas y,cuando aquella mañana la había despertado el ruido de latropa que conducía a Jesús, miró hacia ellos. Y entonces,vio a Nuestro Señor, reconoció a aquel de quien tantascosas aquella noche le habían sido reveladas; ahoradesfigurado, herido, maltratado por sus enemigos. Sucorazón se había trastornado ante lo que vio, y por esohabía ido a buscar a Pilatos, y le había contado convehemencia y emoción todo lo que le acababa de suceder.Ella no lo comprendía por completo y no podía expresarlobien, pero rogaba, instaba, suplicaba encarecidamente a sumarido en los más afectuosos términos que escuchara susúplica.

Pilatos estaba atónito y perturbado; unía lo quedecía su mujer con lo que había ido oyendo aquí y allísobre Jesús, se acordaba de la furia de los judíos, delsilencio de Jesús, de sus misteriosas respuestas a suspreguntas. Dudó durante algún rato pero finalmente cedió alos ruegos de su mujer y le dijo que no lo condenaría,porque había visto que todas las acusaciones eranmaquinaciones de los judíos. Le contó también las propiaspalabras que había oído de Jesús y prometió a su mujer nocondenarlo; como prenda de su promesa le dio un anillo.

Pilatos era un hombre corrompido, indeciso,ambicioso y al mismo tiempo extremadamente orgulloso;no retrocedía ante las acciones más vergonzosas si éstaspodían beneficiarlo, y al mismo tiempo se dejaba llevar porlas supersticiones más ridículas cuando estaba en unasituación difícil. En esa circunstancia consultaba sin cesar asus dioses, a los cuales ofrecía incienso en un lugar secretode su casa, pidiéndoles señales. Una de sus prácticassupersticiosas era ver comer a los pollos sagrados. Perotodas estas cosas me parecían tan ignominiosas y taninfernales, que yo volvía la cara con horror. Suspensamientos eran confusos, y Satanás le inspiraba tanpronto un proyecto como otro. Primero quería libertar aJesús como inocente, después temía que sus dioses sevengaran de él, porque tenía a Jesús por una especie desemidios, que podía perjudicar a sus dioses, con lo que sumuerte sería un triunfo de éstos. Luego, se acordaba de lasvisiones de su mujer y tenían un gran peso en la balanza enfavor de la libertad de Jesús. Acabó por decidirse por estaúltima opinión. Quería ser justo, pero tenía que anteponersus objetivos, por la misma razón por la que habíapreguntado a Jesús: «¿Qué es la verdad?» La mayorconfusión reinaba en sus ideas e influía en sus actos, y suúnico deseo era no arriesgarse.

Cada vez era mayor el número de gente que seagolpaba en la plaza y en la calle por donde debíanconducir a Jesús. Los grupos se formaban según unasciertas pautas, dependiendo de la población, de donde cadauno había subido a la fiesta. Los fariseos, los másrencorosos de todos, estaban con sus correligionarios,trabajando y excitando a los indecisos contra Jesús. Lossoldados romanos eran numerosos en el puesto de guardia

de Pilatos, y muchos de ellos se habían mezclado con lamuchedumbre.

XXIX. JESÚS ANTE HERODESEl palacio del tetrarca Herodes estaba situado al

norte de la plaza, en la parte nueva de la ciudad. No estabalejos del de Pilatos. Una escolta de soldados romanos, lamayor parte originarios de los países situados entre Italia ySuiza, se habían unido a la de los judíos, y los enemigos deJesús, furiosos por los paseos que les hacían dar, nocesaban de ultrajar al Salvador y de maltratarlo. Herodes,habiendo recibido el aviso de Pilatos, estaba esperando enuna sala grande, sentado sobre almohadones que formabanuna especie de trono. Estaba rodeado por cortesanos yguerreros. El Sumo Sacerdote y los miembros del Consejoentraron y se acercaron a él. Jesús se quedó en la puerta.Herodes se sentía muy halagado al ver que Pilatosreconocía, en presencia de los sacerdotes judíos, su derechoa juzgar a un galileo. También se alegraba de ver ante él, enun estado de humillación y degradación, a aquel Jesús quenunca se había dignado presentarse. Juan el Bautista habíahablado de Jesús en términos tan magníficos, y había oídotantos relatos sobre él contados por los herodianos y todossus espías, que su curiosidad estaba muy excitada. Tenía lamaravillosa oportunidad de someterlo a interrogatoriodelante de los cortesanos y de los miembros del Sanedrín yasí poder mostrar su erudición. Pilatos le había mandadodecir que él no había hallado ningún crimen en aquelhombre, y él creyó que aquello era un aviso para quetratase con desprecio a los acusadores. Lo hizo así, con loque aumentó la furia de éstos de manera indescriptible.

En cuanto estuvieron en presencia de Herodesempezaron a vociferar sin orden las acusaciones, peroHerodes miró a Jesús con curiosidad. Sin embargo, cuandolo vio tan desfigurado, lleno de golpes, con el cabello endesorden, la cara ensangrentada y la túnica manchada,aquel príncipe voluptuoso y afeminado sintió una mezclade asco y compasión, pronunció el nombre de Dios, volvióla cara con repugnancia y dijo a los sacerdotes: «Lleváosloy lavadlo; ¿cómo podéis traer a mi presencia un hombre tansucio y tan lleno de heridas?» Los esbirros llevaron a Jesúsal patio, cogieron agua en un cubo y lo limpiaron sin dejarde maltratarlo. Herodes reprendió a los sacerdotes por sucrueldad, queriendo imitar la conducta de Pilatos, y lesdijo: «Ya se ve que ha caído entre las manos de loscarniceros; comenzáis las inmolaciones antes del tiempo.»Los sacerdotes repetían con empeño sus quejas y susacusaciones. Cuando volvieron a traer a Jesús ante él,Herodes, fingiendo compasión, mandó que le dieran alprisionero un vaso de vino para reparar sus fuerzas, peroJesús negó con la cabeza y no quiso beber. Herodes hablócon énfasis y largamente; repitió a Jesús todo lo que sabíade Él, le hizo muchas preguntas y le pidió que obrara unprodigio. Jesús no respondía una palabra y se mantenía ante

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él con los ojos bajos, lo que irritó y desconcertó a Herodes.Sin embargo, no quiso exteriorizarlo y prosiguió con suspreguntas. Primero manifestó sorpresa y quiso serpersuasivo: «¿Cómo es posible que te traigan ante mí comoa un criminal? He oído hablar mucho de ti. Sabes que mehas ofendido en Tirza, cuando has libertado, sin mipermiso, a los presos que yo tenía allí. Pero seguro que lohiciste con buena intención. Ahora que el gobernadorromano te envía a mí para juzgarte, ¿qué tienes queresponder a las cosas de que se te acusa? ¿Guardassilencio? Me han hablado mucho de la sabiduría de tusdoctrinas. Quisiera oírte responder a tus acusaciones. ¿Quédices? ¿Es verdad que eres el rey de los judíos? ¿Eres tú elHijo de Dios? ¿Quién eres? Dicen que has hecho grandesmilagros, haz alguno delante de mí. Tu libertad depende demí. ¿Es verdad que has dado la vista a los ciegos denacimiento, resucitado a Lázaro de entre los muertos, dadode comer a millares de hombres con unos cuantos panes?¿Por qué no respondes? Hazme caso, obra uno de tusprodigios, eso te será útil.» Como Jesús continuabacallando, Herodes siguió hablando con más insistencia:«¿Quién eres tú? ¿Quién te dio ese poder? ¿Por qué lo hasperdido ya? ¿Eres tú ese hombre cuyo nacimiento se cuentade una manera maravillosa? Unos reyes del Orientevinieron a ver a mi padre para saber dónde podíanencontrar al rey de los judíos recién nacido, ¿es verdad,como dicen, que ese niño eres tú? ¿Cómo pudiste escaparde la muerte que sufrieron tantos niños? ¿Cómo pudo sereso? ¿Por qué han pasado tantos años sin que supiéramosde ti? ¡Responde! ¿Qué especie de rey eres tú? En verdadque no veo nada regio en ti. Dicen que hace poco te hanconducido en triunfo hasta el Templo, ¿qué significa eso?Habla, pues, ¡respóndeme!» Toda esa retahila de palabrasno obtuvo ninguna respuesta de parte de Jesús.

Luego me fue mostrado, y yo en realidad lo sabía,que Jesús no le habló porque estaba excomulgado a causade su casamiento adúltero con Herodías y por haberordenado la muerte de Juan el Bautista. Anás y Caifás seaprovecharon del enfado que le causaba el silencio de Jesúsy comenzaron otra vez sus acusaciones. Le dijeron queJesús había tachado al propio Herodes de manera quedurante años había trabajado mucho para derrocar a sufamilia; que había querido establecer una nueva religión yque había celebrado la Pascua la víspera. Herodes, aunqueirritado contra Jesús, no perdía nunca de vista susproyectos políticos. No quería condenar a Jesús porquesentía ante él un terror secreto y tenía con frecuenciaremordimientos por la muerte de Juan el Bautista; además,detestaba a los sacerdotes, que no habían querido excusarsu adulterio y lo habían excluido de los sacrificios a causade este pecado. Y sobre todo, no quería condenar a alguiena quien Pilatos había declarado inocente, y él queríadevolverle la cortesía y mostrar deferencia hacia la decisióndel gobernador romano en presencia del Sumo Sacerdote ylos miembros del Consejo. Pero llenó a Jesús de

improperios y dijo a sus criados y a sus guardias, cuyonúmero se elevaba a doscientos en su palacio: «Coged a eseinsensato y rendid a ese rey burlesco los honores quemerece; es más bien un loco que un criminal.»

Condujeron al Salvador a un gran patio donde lohicieron objeto de burla y escarnio. Este patio estaba entrelas dos alas del palacio, y Herodes los miró algún tiempodesde lo alto de una azotea. Anás y Caifás lo instaron denuevo a condenar a Jesús, pero Herodes les dijo de modoque lo oyesen los soldados romanos: «Sería un errorcondenarlo.» Quería decir sin duda que sería un errorcondenar a quien Pilatos había hallado inocente.

Cuando los miembros del Sanedrín y los demásenemigos de Jesús, vieron que Herodes no quería atender asus deseos, enviaron algunos de los suyos al barrio de Acra,para decir a muchos fariseos que había en él, que sejuntaran con sus partidarios en los alrededores del palaciode Pilatos. Distribuyeron también dinero a la multitud paraexcitarla a pedir tumultuosamente la muerte de Jesús. Otrosse encargaron de amenazar al pueblo con la ira del cielo sino obtenían la muerte de aquel blasfemo sacrilego. Debíanañadir que si Jesús no moría, se uniría a los romanos paraexterminar a los judíos y que ése era el reino al que siemprese refería. Además, debían hacer correr la voz de queHerodes lo había condenado, pero que era necesario que elpueblo se pronunciara; que se temía que, si se ponía enlibertad a Jesús, sus partidarios turbarían la fiesta y losromanos llevarían a cabo una cruel venganza contra losjudíos. Extendieron también los rumores máscontradictorios y los más adecuados para inquietar alpueblo, a fin de irritarlos y sublevarlos. Algunos de ellos,mientras tanto, daban dinero a los soldados de Herodes,para que maltratasen a Jesús hasta la muerte, pues deseabanque perdiese la vida antes de que Pilatos le concediese lalibertad.

Mientras los fariseos estaban ocupados en estosasuntos, Nuestro Salvador sufría los suplicios para los quelos soldados de Herodes habían sido comprados. Éstos loempujaron en el patio, y uno de ellos trajo un gran sacoblanco que estaba en el cuarto del portero y que habíacontenido algodón. Le hicieron un agujero con una espaday entre grandes risotadas se lo echaron a Jesús sobre lacabeza. Otro soldado trajo un pedazo de tela colorada y sela pusieron al cuello; entonces se inclinaban delante de Él,lo empujaban, lo injuriaban, le escupían, le pegaban porqueno había querido responder a su rey; le dedicaban milsaludos irrisorios, le arrojaban lodo, tiraban de Él comopara hacerlo danzar; habiéndole tirado al suelo, loarrastraron hasta un arroyo que rodeaba el patio de modoque su sagrada cabeza daba contra las columnas y losángulos de las paredes. Después lo levantaron ycomenzaron otra vez los insultos. Había cerca dedoscientos criados y soldados de Herodes y cada uno sequería distinguir inventando algún nuevo ultraje para Jesús.Algunos estaban pagados por los enemigos de Nuestro

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Señor específicamente para darle golpes en la cabeza. Jesúslos miraba con un sentimiento de compasión. El dolor learrancaba suspiros y gemidos, pero éstos eran utilizadospor ellos para burlarse más y nadie tenía piedad de él, de sucabeza ensangrentada. Tres veces lo vi caer bajo los golpes,pero vi también ángeles que le ungían la cabeza, y me fuerevelado que sin este socorro del cielo los golpes que ledaban hubieran sido mortales. Los filisteos queatormentaron al pobre ciego Sansón en la cárcel de Gazaeran menos violentos y menos crueles que aquelloshombres. El tiempo apremiaba; los sacerdotes tenían que iral Templo, y cuando supieron que allí todo estabadispuesto, como lo habían mandado, pidieron otra vez aHerodes que condenara a Jesús; pero éste, sordo a suspeticiones, seguía fiel a sus ideas relativas a Pilatos, y ledevolvió a Nuestro Señor cubierto de su vestido deescarnio.

XXX. JESÚS ES LLEVADO DEHERODES A PILATOS

Los enemigos de Jesús que lo habían llevado dePilatos a Herodes estaban avergonzados de tener que volveral sitio en donde ya había sido declarado inocente; por esotomaron otros caminos mucho más largos, para que en otraparte de la ciudad pudieran verlo también en medio de suhumillación y asimismo para dar tiempo a sus agentes paraque agitaran a las masas según sus proyectos. El caminoque siguieron esta vez era más duro y más desigual y entodo el trayecto no cesaron de maltratar a Jesús. La ropaque le habían puesto le dificultaba andar, por lo que se cayómuchas veces en el lodo y ellos lo levantaban a patadas ydándole golpes en la cabeza. Recibió ultrajes infinitos,tanto de parte de los que le conducían, como de la genteque se iba añadiendo por el camino. Jesús pedía a Dios queno le dejara morir bajo los golpes para poder cumplir suPasión y nuestra redención. Alrededor de las ocho y cuartola comitiva llegó al palacio de Pilatos. La multitud era muynumerosa, los fariseos corrían en medio del pueblo y loexcitaban y enfurecían. Pilatos, acordándose de la sediciónde los celadores galileos de la última Pascua, había reunidoa mil hombres, apostados en los alrededores del pretorio,en foro y ante su palacio. La Santísima Virgen, su hermanamayor María, la hija de Helí, María la hija de Cleofás,Magdalena y alrededor de veinte santas mujeres se habíancolocado en un sitio desde donde podían verlo todo. Alprincipio, Juan estaba también con ellas. Jesús, cubierto desus vestiduras de loco, era conducido por los fariseos entrelos insultos de la muchedumbre, pues éstos habíanconseguido juntar a la chusma más insolente y perversa detoda la ciudad. Un criado enviado por Herodes había ido yaa decir a Pilatos que su amo le estaba muy reconocido porsu deferencia y que no habiendo hallado en el célebregalileo más que a un pobre loco, lo había ataviado como taly como tal se lo devolvía. Pilatos quedó muy complacido al

ver que Herodes había llegado a su misma conclusión y lemandó de vuelta un cumplido mensaje.

Jesús había llegado pues de nuevo a la casa dePilatos. Los esbirros lo hicieron subir la escalera con suacostumbrada brutalidad; la túnica se le enredó entre lospies y cayó sobre los escalones de mármol blanco, que setiñeron de la sangre de su sagrada cabeza. Los enemigos deJesús que se habían ido colocando a la entrada de la plaza,se rieron de su caída y los esbirros, en lugar de ayudarlo alevantarse, la emprendieron con su inocente víctima.Pilatos estaba reclinado en su especie de diván, con sumesita delante y estaba rodeado de oficiales y de escribas.Se echó un poco hacia adelante y dijo a los acusadores deJesús: «Me habéis traído a este hombre como un agitadordel pueblo y yo no lo he hallado culpable de lo que leimputáis. Herodes tampoco encuentra crimen en él; porconsiguiente, lo voy a mandar azotar y a dejarlo libre.»

Al oír esto, violentos murmullos se elevaron entrelos fariseos, y más dinero fue repartido entre la chusma.Pilatos recibió con gran desprecio estas agitaciones yrespondió con sarcasmo. Era el tiempo precisamente en queel pueblo se presentaba cada año ante él para pedirle, segúnuna antigua costumbre, la libertad de un preso. Los fariseoshabían enviado a sus agentes para excitar la multitud a nopedir este año la libertad de Jesús, sino su suplicio. Pilatosconfiaba en poder librar en cambio a Nuestro Señor, por loque tuvo la idea de dar a escoger entre él y un famosocriminal llamado Barrabás. Era convicto de un asesinatodurante una sedición y de otros muchos crímenes, y todo elmundo le aborrecía. Se produjo un considerable revueloentre la multitud, un grupo, llevando a su cabeza susoradores, gritaban a Pilatos: «Haced lo que siempre habéishecho en esta fiesta.» Pilatos les dijo: «Es costumbre queliberte a un criminal en la Pascua. ¿A quién queréis quedeje libre, a Barrabás o al rey de los judíos, Jesús, que es elUngido del Señor?»

Aunque Pilatos no creía que Jesús fuera el rey de losjudíos, lo llamaba así porque ese orgulloso romano secomplacía en mostrarles su desprecio atribuyéndoles un reytan pobre; pero, en parte, le daba también ese nombreporque tenía cierta supersticiosa creencia en que Jesús eraen efecto un rey milagroso, el Mesías prometido a losjudíos. Ante su pregunta hubo alguna duda en la multitud ysólo unas pocas voces gritaron: «¡Barrabás!» Pilatos,avisado por el criado de su mujer, salió de la terraza uninstante, y el criado le presentó el anillo que él le habíadado a su esposa, y le dijo: «Claudia Procla te recuerda lapromesa de esta mañana.» Mientras tanto, los fariseostrabajaban afanosamente, para ganarse la gente, lo que noles costaba mucho trabajo.

María, María Magdalena, Juan y las santas mujeresestaban en una esquina de la plaza, temblando y llorando, yaunque la Madre de Jesús sabía que no había salvación paralos hombres sino mediante la muerte de Jesús, ella estaba

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muy afligida y deseaba apartarlo del suplicio que iba asufrir. Y cuanto más grande era el amor de esta Madre porsu Santísimo Hijo, tanto mayores eran los tormentos queella sufría viendo lo mucho que Él padecía en cuerpo yalma. Tenía alguna esperanza, porque en el pueblo corría lavoz de que Pilatos quería libertar a Jesús. No lejos de ellahabía grupos de gente de Cafarnaum que Jesús habíacurado y a quienes había predicado; hacían como si no lasconociesen y, si sus miradas se cruzaban, las apartabanrápidamente. Pero María y todos pensaban que éstos a lomenos rechazarían a Barrabás, y salvarían la vida de subienhechor y Redentor. Pero no fue así.

Pilatos había devuelto el anillo a su mujer,asegurándole que su intención era cumplir su promesa. Sesentó de nuevo junto a la mesita. El Sumo Sacerdote y losmiembros del Consejo habían tomado a su vez asiento yPilatos volvió a preguntar en voz alta: «¿A cuál de los dosqueréis que liberte?» Entonces en la plaza se elevó unclamor general: «A Barrabás.» Y Pilatos dijo entonces:«¿Qué queréis que haga entonces con Jesús, el que se llamael Cristo?» Todos gritaron tumultuosamente: «¡Crucifícale!¡Crucifícale!» Pilatos dijo por tercera vez: «Pero ¿qué malos ha hecho? Yo no encuentro en Él crimen que merezca lamuerte. Voy a mandarlo azotar y a libertarlo.» Pero el grito:«¡Crucifícalo, crucifícalo» se elevó por todas partes comouna tempestad infernal. Los miembros del Sanedrín y losfariseos se agitaban con rabia y gritaban furiosos. Entoncesel débil Pilatos dejó libre al perverso Barrabás y condenó aJesús a la flagelación.

XXXI. LA FLAGELACIÓN DE JESÚS

Pilatos, el más voluble e irresoluto de los jueces,había pronunciado varias veces estas palabrasignominiosas: «No encuentro crimen en Él; lo mandaréazotar y lo dejaré libre.» Pero los judíos continuabangritando: «¡Crucifícalo, crucifícalo!» Sin embargo, Pilatosestaba decidido a que su voluntad prevaleciera y no tuvieraque condenar a muerte a Jesús, por lo que lo mandó azotara la manera de los romanos. Entonces, los esbirros, aempellones, llevaron a Jesús a la plaza, en medio deltumulto de un pueblo rabioso. Al norte del palacio dePilatos, a poca distancia del puesto de guardia, había unacolumna de azotes. Los verdugos llegaron con látigos ycuerdas que depositaron al pie de la columna. Eran seishombres de piel oscura y más bajos que Jesús; llevaban uncinto alrededor del cuerpo y el pecho cubierto de unaespecie de piel, los brazos desnudos. Eran malhechores dela frontera de Egipto, condenados por sus crímenes atrabajar en los canales y en los edificios públicos, y los másperversos de ellos ejercían de verdugos en el pretorio.

Estos hombres habían ya atado a esta mismacolumna y azotado hasta la muerte a algunos pobrescondenados. Parecían bestias o demonios y estaban medio

borrachos. Golpearon a Nuestro Señor con sus puños, y loarrastraron con las cuerdas a pesar de que El se dejabaconducir sin resistencia; una vez en la columna, lo ataronbrutalmente a ella. Esta columna estaba aislada y no servíade apoyo a ningún edificio. No era muy elevada, pues unhombre alto extendiendo el brazo hubiera podido tocar suparte superior. A media altura había insertados anillos yganchos. No se puede describir la crueldad con que esosperros furiosos se comportaron con Jesús. Le arrancaronlos vestidos burlescos con que lo había hecho ataviarHerodes y casi lo tiraron al suelo. Jesús temblaba y seestremecía delante de la columna. Se acabó de quitar Élmismo las vestiduras con sus manos hinchadas yensangrentadas. Mientras lo trataban de aquella manera, Élno dejó de rezar, y volvió un instante la cabeza hacia suMadre, que estaba rota de dolor en una esquina cercana a laplaza y que cayó sin conocimiento en los brazos de lassantas mujeres que la rodeaban. Jesús abrazó la columna;los verdugos le ataron las manos levantadas en alto, a unade las anillas de arriba y extendieron tanto sus brazos haciaarriba, que sus pies, atados fuertemente a la parte inferiorde la columna apenas tocaban el suelo. El Santo de losSantos fue sujetado con violencia a la columna de losmalhechores y dos de éstos, furiosos, comenzaron aflagelar su cuerpo sagrado desde la cabeza hasta los pies.Los látigos o varas que usaron primero parecían de maderablanca y flexible, o puede ser también que fueran nerviosde buey o correas de cuero duro o blando.

Nuestro amado Señor, el Hijo de Dios, el Diosverdadero hecho Hombre, temblaba y se retorcía como ungusano bajo los golpes. Sus gemidos suaves y claros seoían como una oración en medio del ruido de los golpes.De cuando en cuando los gritos del pueblo y de los fariseosllegaban como una ruidosa tempestad y cubrían susquejidos llenos de dolor y de plegarias. Gritaban: «¡Mátalo!¡Crucifícalo!» Pues Pilatos seguía parlamentando con elpueblo. Y, antes de que él hablara, una trompeta sonaba enmedio del tumulto para pedir silencio. Entonces se oía denuevo el ruido de los azotes, los quejidos de Jesús, lasimprecaciones de los verdugos, y el balido de los corderospascuales que eran lavados en la piscina de las ovejas. Esebalido era un sonido conmovedor; en esos momentos eranlas únicas voces que se unían a los quejidos de Jesús.

El pueblo judío se mantenía a cierta distancia de lacolumna; los soldados romanos ocupaban diferentespuntos, muchas personas iban y venían, silenciosas oprofiriendo insultos; unas pocas parecían conmovidas, yparecía como si rayos de luz surgidos de Jesús llegaranhasta sus corazones. Yo vi jóvenes infames, casi desnudos,que preparaban varas frescas cerca del cuerpo de guardia;otros iban a buscar varas de espino. Algunos agentes delSumo Sacerdote y el Consejo daban dinero a los verdugos.Les trajeron también un cántaro de una bebida espesa yroja, de la que bebieron hasta embriagarse. Pasado uncuarto de hora, los dos verdugos que azotaban a Jesús

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fueron reemplazados por otros. El cuerpo del Salvadorestaba cubierto de manchas negras, azules y coloradas y susangre corría por el suelo. Por todas partes se oían lasinjurias y las burlas a la inocente víctima.

La noche había sido extremadamente fría y lamañana oscura y nublada, incluso con algo de lluvia. Poreso sorprendió a todo el mundo que, en un momentodeterminado, el día se abriera y el sol brillara con fuerza.

La segunda pareja de verdugos empezó a azotar aJesús con redoblada violencia. Usaban otro tipo de vara.Eran de espino, con nudos y puntas. Sus golpes rasgarontoda la piel de Jesús, su sangre salpicó a cierta distancia yellos se mancharon los brazos con ella. Jesús gemía y seestremecía. Muchos extranjeros pasaron por la plazamontados sobre camellos, se paraban un momento yquedaban inundados de horror y pena cuando la gente lesexplicaba lo que pasaba. Eran viajeros que habían recibidoel bautismo de Juan o que habían oído los sermones deJesús en la montaña. El tumulto y los gritos no cesabanalrededor de la casa de Pilatos. Dos nuevos verdugossustituyeron a los últimos mencionados. Éstos pegaron aJesús con correas que tenían en las puntas unos garfios dehierro, con los cuales le arrancaban la carne a cada golpe.¡Ah!, ¿con qué palabras podría describirse este terrible ysobrecogedor espectáculo? Sin embargo, su rabia aún noestaba satisfecha; desataron a Jesús y lo ataron de nuevo ala columna, esta vez con la espalda vuelta hacia ella. Nopudiéndosesostener, le pasaron cuerdas sobre el pecho, debajo de losbrazos y por debajo de las rodillas, y le ataron las manospor detrás de la columna. Su mucha sangre y la pieldestrozada cubrían su desnudez. Entonces se echaron sobreÉl como perros furiosos. Uno de ellos le pegaba en la caracon una vara nueva. El cuerpo del Salvador era una solallaga. Miraba a sus verdugos con los ojos arrasados desangre y parecía que les suplicara misericordia, pero larabia de ellos se redoblaba y los gemidos de Jesús erancada vez más débiles.

La horrible flagelación había durado tres cuartos dehora sin interrupción, cuando un extranjero de la claseinferior, un pariente del ciego Ctesifón, curado por Jesús,surgió de la multitud y se precipitó sobre la columna conuna hoz en la mano, y gritó indignado: «¡Basta! Deteneos!No podéis azotar a este inocente hasta matarlo.» Losverdugos, borrachos, se detuvieron sorprendidos; él cortórápidamente las cuerdas atadas detrás de la columna y seescondió en la multitud. Jesús cayó casi sin conocimientoal pie de la columna, sobre el suelo empapado en sangre.Los verdugos lo dejaron allí y se fueron a beber, tras haberpedido vino a los criados, y se reunieron con suscompañeros, que estaban en el cuerpo de guardia, tejiendola corona de espinas. Nuestro Señor seguía caído al pie dela columna, bañado en su propia sangre; vi entonces a dos otres mujeres públicas de aire desvergonzado acercarse aJesús con curiosidad, cogidas de la mano. Se detuvieron un

instante, mirando con disgusto. En este momento, el dolorde las heridas fue tan intenso, que alzó la cabeza y las mirócon sus ojos ensangrentados. Entonces ellas se apartaronmientras los soldados les decían palabras groseras. Congran esfuerzo, Jesús tomó el lienzo y se cubrió con él.

Durante la flagelación, vi muchas veces a ángelesllorando en torno a Jesús, y oí su oración por nuestrospecados subiendo sin cesar hacia su Padre en medio de losgolpes que le daban. Mientras estaba tendido al pie de lacolumna, vi a un ángel ofrecerle de beber de una vasija unbrebaje luminoso que le dio fuerzas. Los soldadosvolvieron y le pegaron patadas y palos, obligándolo alevantarse. En cuanto estuvo en pie, no le dieron tiempopara ponerse la túnica, sino que se la echaron sobre loshombros y con ella se limpió la sangre que le corría por lacara. Lo condujeron al sitio donde estaba sentado elConsejo de los sacerdotes, que gritaron: «¡Mátalo!¡Crucifícale!», y volvieron la cara con repugnancia.Después, Jesús fue conducido al patio interior del cuerpode guardia, donde no había soldados, sino esclavos,esbirros y malhechores, en fin, la hez de la población.

Como la muchedumbre estaba muy agitada, Pilatosmandó venir un refuerzo de la guarnición romana de latorre Antonia. Esta tropa, en buen orden, rodeó el cuerpo deguardia. Podían hablar, reír y burlarse de Jesús, pero lesestaba prohibido abandonar sus puestos. Pilatos queríamantener así controlado al pueblo. Los soldados sumabanmil hombres.

XXXII. MARÍA DURANTE LA FLAGELACIÓN DE JESÚS

Vi a la Santísima Virgen en trance continuo durantela flagelación de nuestro divino Redentor. Ella vio y sufriócon un amor y un dolor indecibles todo lo que sufría suHijo. Muchas veces salían de su boca leves quejidos, y susojos estaban anegados en lágrimas. Estaba cubierta de unvelo y tendida en los brazos de María de Helí, su hermanamayor, que era ya vieja y se parecía mucho a Ana, sumadre; María de Cleofás, hija de María de Helí, estabatambién con ella. Las amigas de María y de Jesús estabatemblando de dolor y de inquietud, rodeando a la Virgen yllorando a la espera de la sentencia de muerte. Maríallevaba un vestido largo azul parcialmente cubierto por unacapa de lana blanca y un velo de un blanco amarillento.Magdalena estaba pálida y abatida por el dolor. Tenía loscabellos en desorden debajo de su velo. Cuando Jesús,después de la flagelación, cayó al pie de la columna, vi aClaudia Procla, mujer de Pilatos, enviar a la Madre de Diosgrandes piezas de tela. No sé si creía que Jesús seríalibertado y que su Madre necesitaría esa tela para curar susllagas o si esta pagana compasiva sabía qué uso iba a darlela Santísima Virgen a su regalo. Habiendo vuelto en sí,María vio a su Hijo, todo desgarrado, conducido por lossoldados; Él se limpió los ojos llenos de sangre para mirar

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a su Madre. Ella extendió las manos hacia Él, y siguió conlos ojos las huellas ensangrentadas de sus pies. Habiéndoseapartado la muchedumbre, María y Magdalena se acercaronal sitio en donde Jesús había sido azotado. Escondidas porlas otras santas mujeres y por otras personas bienintencionadas que las rodeaban, se agacharon cerca de lacolumna y limpiaron por todas partes la Sangre sagrada deJesús con el lienzo que Claudia Procla había mandado.Juan estaba entonces con las santas mujeres, que eranveinte. Los hijos de Simeón y de Obed, el de Verónica, asícomo Aram y Temni, sobrinos de José de Arimatea, estabanocupados en el Templo. Eran las nueve de la mañanacuando se acabó la flagelación.

XXXIII. JESÚS VEJADO Y CORONADO DE ESPINAS

Durante la flagelación de Jesús, Pilatos se dirigiómuchas veces a la multitud, que una vez le gritó: «Debemorir, aunque debamos morir también nosotros.» CuandoJesús fue conducido al cuerpo de guardia, gritaron denuevo: «¡Mátalo! ¡Crucifícalo!» Después de esto hubo unrato de silencio. Pilatos dio órdenes diversas a sus soldadosy los miembros del Sanedrín mandaron a sus criados a queles trajesen de comer. Pilatos, con el espíritu agitado porsus supersticiones, se retiró algunos instantes paraconsultar a sus dioses, y ofrecerles incienso.

La Santísima Virgen y las santas mujeres seretiraron de la plaza. Después de haber recogido la sangrede Jesús, vi que entraban con sus lienzos ensangrentados,en una casita cercana. No sé de quién era. La coronación deespinas se llevó a cabo en el patio interior del cuerpo deguardia. Había allí cincuenta miserables, criados,carceleros, esbirros y esclavos, y otros de la misma calaña.La muchedumbre permanecía alrededor del edificio. Peropronto fueron apartados de allí por los mil soldadosromanos. Aunque mantenían el orden, estos soldados reíany se burlaban de Jesús, y animaban a los torturadores deNuestro Señor a redoblar sus insultos, como los aplausosdel público excitan a los cómicos. En medio del patio habíaun fragmento de pilar; pusieron sobre él un banquillo muybajo, y lo llenaron de piedras puntiagudas. Le quitaron aJesús nuevamente la ropa y le colocaron una capa vieja,colorada, de un soldado, que no llegaba a sus rodillas. Loarrastraron al asiento que le habían preparado y lo sentaronbrutalmente en él; entonces le ciñeron la corona de espinasa la cabeza y se la ataron fuertemente por detrás. Estabahecha de tres varas de espino bien trenzadas, y la mayorparte de las puntas vueltas a propósito hacia dentro. Encuanto se la ataron, le pusieron una caña en la mano; todoesto lo hicieron con una gravedad bufa, como si realmentelo coronasen rey. Le cogieron la caña de las manos y lepegaron con tanta violencia sobre la corona de espinas quelos ojos del Salvador se llenaron de sangre. Se arrodillaronante él y le hicieron burla, le escupieron la cara, y lo

abofetearon gritándole: «¡Salve, rey de los judíos!»Después lo levantaron de su asiento, y luego volvieron asentarlo en él con violencia. Es absolutamente imposibledescribir los ultrajes que perpetraron esos monstruos conforma humana. Jesús sufría una sed horrible a causa de lafiebre provocada por sus heridas; temblaba. Su carne estabaabierta hasta los huesos, su lengua contraída, sólo la sangresagrada que caía de su cabeza refrescaba sus labiosardientes y entreabiertos. Esta espantosa escena duró mediahora, mientras los soldados formados alrededor del pretorioseguían riendo e incitando a la perpetración de todavíamayores ultrajes.

XXXIV. ECCE HOMOJesús, cubierto con la capa colorada, con la corona

de espinas sobre la cabeza y el cetro de caña entre lasmanos atadas, fue conducido de nuevo al palacio dePilatos. Resultaba irreconocible a causa de la sangre que lecubría los ojos, la boca y la barba. Su cuerpo era pura llaga;andaba encorvado y temblando. Cuando Nuestro Señorllegó ante Pilatos, este hombre débil y cruel se echó atemblar de horror y compasión, mientras el populacho y lossacerdotes, en cambio, seguían insultándole y burlándosede Él. Cuando Jesús subió los escalones, Pilatos se asomó ala terraza y sonó la trompeta anunciando que el gobernadorquería hablar. Se dirigió al Sumo Sacerdote, a losmiembros del Consejo y a todos los presentes y les dijo:«Os lo mostraré de nuevo y os vuelvo a decir que no halloen él ningún crimen.» Jesús fue conducido junto a Pilatos,para que todo el mundo pudiera ver con sus crueles ojos, elestado en que Jesús se encontraba. Era un espectáculoterrible y lastimoso y una exclamación de horror recorrió lamultitud, seguida de un profundo silencio cuando Éllevantó su herida cabeza coronada de espinas y paseó suexhausta mirada sobre la excitada muchedumbre.Señalándolo con el dedo, Pilatos exclamó: «¡Ecce Homo!»(«He aquí el Hombre.») Los sacerdotes y sus adeptos,gritaron llenos de furia: «¡ Mátalo! ¡ Crucifícalo!»«¿Todavía no os basta? —dijo Pilatos—. El castigo que harecibido le habrá quitado las ganas de ser rey.» Pero ellos,furiosos, seguían gritando y cada vez más gente se añadía ala exigencia: «¡Mátalo! ¡Crucifícalo!» Pilatos mandó tocarotra vez la trompeta y pidiendo silencio dijo: «Entonces,tomadlo y crucificadlo vosotros, pues yo no hallo en Élninguna culpa.» Algunos de los sacerdotes exclamaron:«Según nuestra ley debe morir, pues se ha llamado a símismo Hijo de Dios.» Estas palabras: «se ha llamado a símismo Hijo de Dios», despertaron los temoressupersticiosos de Pilatos. Hizo conducir a Jesús a otraestancia y a solas le preguntó qué pretendía. Jesús norespondió y Pilatos le dijo: «¿No me respondes? ¿No sabesque está en mi mano crucificarte o ponerte en libertad?», yJesús le contestó: «Tú no tienes más poder sobre mí que elque has recibido de arriba: por eso, el que me ha entregadoa ti ha cometido el mayor pecado.» La indecisión de su

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marido llenaba a Claudia Procla de inquietud, por lo que,en ese momento, ella le mandó de nuevo el anillo pararecordarle su promesa, pero él le dio una respuesta vaga ysupersticiosa, cuyo sentido era que dejaba el caso en manosde los dioses. Los enemigos de Jesús, habiendo sabido delos esfuerzos llevados a cabo por Claudia para salvarlo,hicieron correr el rumor de que los partidarios de Jesúshabían seducido a la mujer de Pilatos; y que, si lo poníanen libertad, se uniría a los romanos para destruir Jerusalény exterminar a todos los judíos.

Pilatos, en medio de sus vacilaciones, era como unhombre borracho; su razón no sabía dónde agarrarse. Sedirigió una vez más a los enemigos de Jesús, y, viendo queseguían pidiendo su muerte, si cabe con más violencia quenunca, agitado, incierto, quiso obtener del Salvador unarespuesta que lo sacara de este penoso estado; volvió alpretorio y se quedó de nuevo a solas con él: «¿Será posibleque sea un Dios?», se decía, mirando a Jesús desfigurado yensangrentado; después le suplicó que le dijera si era Dios,si era el rey prometido a los judíos, y hasta dónde seextendía su imperio y de qué tipo era su divinidad. Nopuedo repetir más que el sentido de la respuesta de Jesús,pero sus palabras fueron solemnes y severas. Le repitió quesu reino no era de este mundo, después le reveló todos loscrímenes secretos que Pilatos había cometido, le avisó de lasuerte miserable que le esperaba, el destierro y un finabominable, y predijo que Él, Jesús, vendría un día apronunciar contra él un juicio justo. Pilatos, medioaterrorizado y medio enfadado por las palabras de Jesús,salió otra vez a la terraza y declaró que quería libertar aJesús. Entonces gritaron: «Si lo sueltas, no eres amigo delCésar, porque el que se nombra a sí mismo rey es enemigodel César.» Otros le decían que lo denunciarían alEmperador, porque les impedía celebrar la fiesta; queacabase pronto porque a las diez tenían que estar en elTemplo. Otra vez se oían por todas partes gritos:«¡Crucifícale! ¡Crucifícale!», desde las azoteas y la plaza,desde las calles cercanas al foro, donde muchas personas sehabían juntado. Pilatos vio que sus esfuerzos eran inútiles,que el tumulto se hacía cada vez más ensordecedor, y laagitación era tanta que él empezaba a temer una subleva-ción. Entonces, Pilatos mandó que le trajesen agua, uncriado se la echó sobre las manos delante del pueblo y élgritó desde lo alto de la terraza: «Soy inocente de la sangrede este justo, vosotros responderéis de ella.» Entonces selevantó un grito horrible y unánime de toda la gentereunida allí desde todos los pueblos de Palestina, quienesexclamaron: «Que su sangre caiga sobre nosotros ynuestros hijos.»

Muchas veces, durante mis meditaciones sobre laPasión de Nuestro Señor, recuerdo y veo el momentomismo de esta solemne declaración. Veo un cielo negro,cubierto de nubes ensangrentadas, de las cuales salen varasy espadas de fuego atravesando como maldiciones a lamuchedumbre entera. Todos ellos me parecen sumidos en

tinieblas, su grito sale de su boca como una llama que recaesobre ellos, penetra en algunos y sólo vuela sobre otros.Éstos son los que se han convertido después de la muertede Jesús. El número de éstos es considerable; pues Jesús yMaría no cesaron de rezar por sus enemigos.

XXXV. JESÚS CONDENADO A MORIR EN LA CRUZ

Pilatos dudaba más que nunca, su conciencia ledecía «Jesús es inocente»; su mujer decía: «Jesús essagrado»; su superstición decía que era enemigo de susdioses; su cobardía decía que era un Dios y se vengaría deél. Irritado y asustado por las últimas palabras que le habíadicho Jesús, hizo el último esfuerzo para salvarlo; pero losjudíos metieron en él un nuevo temor amenazándolo conquejarse al Emperador. El miedo al Emperador ledeterminó a cumplir la voluntad de ellos en contra de lajusticia de su propia convicción y de la palabra que habíadado a su mujer.

Dio la sangre de Jesús a los judíos y, para lavar suconciencia, no tuvo más que el agua que hizo echar sobresus manos.

Cuando los judíos, habiendo aceptado la maldiciónsobre ellos y sobre sus hijos, pedían que esta sangreredentora que pide misericordia para nosotros recayerasobre ellos, Pilatos empezó a hacer los preparativos parapronunciar la sentencia.

Mandó traer sus vestidos de ceremonia, se puso untocado en el que brillaba una piedra preciosa y otra capa;pusieron también un bastón ante él. Estaba rodeado desoldados, precedidos de oficiales del tribunal, y detrás ibanlos escribas con rollos y tablas donde registrar la sentencia.Delante de él marchaba un hombre que tocaba la trompeta.Así fue desde su palacio hasta el foro, donde, frente a lacolumna de la flagelación había un asiento elevado desdedonde se pronunciaban las sentencias. Este Tribunal sellamaba Gábbata. Era una especie de terraza redonda a laque se accedía por unos escalones. Arriba del todo había unasiento para Pilatos, y detrás un banco para empleadossubalternos. Alrededor montaban guardia un gran númerode soldados, algunos sobre los escalones. Muchos de losfariseos se habían ido ya al Templo. No quedaban más queAnás, Caifás y otros veintiocho que se dirigieron alTribunal cuando Pilatos se puso sus vestidos de ceremonia.Los dos ladrones habían sido ya conducidos al Tribunalcuando Jesús fue mostrado al pueblo con las palabras«Ecce Homo».

El Salvador, con su capa roja y su corona deespinas, fue conducido delante del Tribunal y colocadoentre los malhechores. Cuando Pilatos se sentó en suasiento, dijo a los judíos: «¡Ved aquí a vuestro rey», y ellosrespondieron: «¡Crucifícalo!» «¿Queréis que crucifique avuestro rey?», volvió a preguntar Pilatos. «No tenemos más

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rey que el César», gritaron los sacerdotes. Pilatos no dijonada más y comenzó a pronunciar la sentencia. Los dosladrones habían sido condenados anteriormente ya alsuplicio de la cruz, pero el Sanedrín había retrasado suejecución, porque querían reservarse una afrenta más paraJesús, asociándolo en su suplicio a dos malhechores de lapeor calaña. Las cruces de los dos ladrones estaban junto aellos, la de Nuestro Señor aún no, porque todavía no sehabía pronunciado su sentencia de muerte.

La Santísima Virgen se había retirado después de laflagelación. Se mezcló de nuevo entre la multitud para oírla sentencia de muerte de su Hijo y de su Dios. Jesús estabade pie en medio de los esbirros, al pie de los escalones deltribunal. La trompeta sonó para imponer silencio y Pilatospronunció su sentencia sobre Jesucristo con el enfado de uncobarde. Me irrité de tanta bajeza y de tanta doblez. Lavista de ese miserable, convencido de su importancia, eltriunfo y la sed de sangre de los príncipes de los sacerdotes,

el abatimiento y el dolor profundo del Salvador, lasindecibles angustias de María y de las santas mujeres, y elansia atroz con que los judíos esperaban su víctima, laactitud indiferente de los soldados, y finalmente la multitudde horribles demonios corriendo de acá para allá, todo esome tenía aterrada. Sentía que debía yo haber estado en ellugar de Jesús, mi amado Esposo, pues entonces lasentencia hubiera sido justa. Pero estaba superada por laangustia y mis sufrimientos eran intensos y no recuerdotodo lo que vi.

Pilatos comenzó por un largo preámbulo, en el cualpronunció los más exagerados elogios del emperadorTiberio; después expuso las acusaciones que contra Jesúshabía intentado presentar el Sanedrín; dijo que lo habíancondenado a muerte por haber perturbado la paz pública yviolado su ley, llamándose a sí mismo Hijo de Dios y reyde los judíos, y que el pueblo había pedido unánimementecargar con la responsabilidad de su muerte. El miserablerepitió que no encontraba esa sentencia conforme a lajusticia; y que él no había cesado de proclamar la inocenciade Jesús; y al acabar pronunció la sentencia con estaspalabras: «Condeno a Jesús de Nazaret, rey de los judíos, aser crucificado»; y ordenó a los verdugos que trajeran lacruz. Me parece recordar que rompió un palo largo y quetiró los pedazos a los pies de Jesús.

Al oír las palabras de Pilatos la Madre de Jesús cayóal suelo sin conocimiento: ya no había duda, la muerte desu querido Hijo era cierta, la muerte más cruel y másignominiosa. Juan y las santas mujeres se la llevaron, paraque los hombres obnubilados que la rodeaban no añadierancrimen sobre crimen insultándola en su sufrimiento; mas,apenas volvió en sí, tuvieron que conducirla a todos lossitios donde su Hijo había sufrido, y en los cuales ellaquería ofrecer el sacrificio de sus lágrimas; así, la Madredel Salvador tomó posesión en nombre de la Iglesia deestos lugares santificados.

Pilatos escribió la sentencia, y los que estaban detrásde él la copiaron tres veces. Lo que escribió era diferentede lo que había dicho, yo vi que mientras tanto, su espírituestaba agitado y parecía que el ángel de la cólera conducíasu pluma. El sentido de la escritura era éste: «Forzado porel Sumo Sacerdote, los miembros del Sanedrín y el puebloa punto de sublevarse, que pedían la muerte de Jesús deNazaret como culpable de haber agitado la paz pública,blasfemado y violado su ley, se lo he entregado para sercrucificado, aunque sus inculpaciones no me parecíanclaras, por no ser acusado delante del Emperador de haberfavorecido la insurrección de los judíos.» Después escribióla inscripción de la cruz sobre una tablita de color oscuro.La sentencia se transcribió muchas veces y se envió adiferentes puntos. Los miembros del Sanedrín se quejaronde que la sentencia estaba escrita en términos pocofavorables para ellos; se quejaron también de la inscripcióny pidieron que no pusiera «rey de los judíos» sino «que seha llamado a sí mismo rey de los judíos». Pilatos,

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impaciente, les respondió lleno de cólera: «Lo escrito,escrito está.» Querían también que la cruz de Jesús no fueramás alta que las de los dos ladrones; sin embargo, eramenester hacerla más alta, porque, por culpa de los obreros,no había sino espacio donde poner la inscripción de Pilatos.Los sacerdotes pretendían utilizar esa circunstancia parasuprimir la inscripción, que les parecía injuriosa para ellos,pero Pilatos no consintió y tuvieron que hacer la cruz másalta, añadiéndole un nuevo trozo de madera. Toda esta seriede cosas contribuyeron a que la cruz tuviera su formadefinitiva: sus brazos se elevaban como las ramas de unárbol, separándose del tronco, y se parecía a una Y, con laparte inferior prolongada entre las otras dos; los brazoseran más estrechos que el tronco, y cada uno de ellos habíasido añadido por separado. También habían clavado untarugo a los pies para sostener los pies del condenado.

Mientras Pilatos pronunciaba su juicio inicuo, vique su mujer, Claudia Procla, le mandaba el anillo devueltoy, por la tarde de ese mismo día, abandonaba secretamenteel palacio para unirse a los amigos de Jesús, y la tuvieronescondida en un subterráneo de casa de Lázaro, enJerusalén. Más tarde, ese mismo día, vi un amigo deNuestro Señor grabar, sobre una piedra verdosa detrás delGábbata, dos palabras que decían: «Judex injustus» y elnombre de Claudia Procla; esta piedra se encuentra todavíaen los cimientos de una casa o de una iglesia de Jerusalén,en el sitio donde estaba el Gábbata. Claudia Procla se hizocristiana. Siguió a san Pablo y fue amiga personal de él.

Una vez pronunciada la sentencia, Jesús fueentregado a los verdugos como una presa; le trajeron susvestiduras, que le habían quitado en casa de Caifás; alguienlas había guardado, y personas sin duda compasivas lashabían lavado, pues estaban limpias. Los perversoshombres que rodeaban a Jesús le desataron las manos parapoderlo vestir; arrancaron de su cuerpo, cubierto de llagas,la capa de lana roja que le habían puesto por burla y alhacerlo le abrieron muchas de las heridas; Él mismo,temblando, se puso su túnica interior, ellos le echaron elescapulario sobre los hombros. Como la corona de espinasera muy ancha e impedía que le cupiese la túnica oscura sincostura que le había hecho su Madre, se la arrancaron de lacabeza, y todas sus heridas sangraron de nuevo conindecibles dolores. Le pusieron también su sobrevesta delana blanca, su cinturón y su capa; después le volvieron aceñir por en medio del cuerpo la correa de puntas de hierrode la cual salían los cordeles con los que tiraban de Él; todoesto lo hicieron con su brutalidad y su crueldadacostumbradas.

Los dos ladrones estaban a la derecha y a laizquierda de Jesús, tenían las manos atadas y llevaban unacadena al cuello; estaban cubiertos de lívidas cicatrices queprovenían de la flagelación de la víspera; el que seconvirtió después, estaba desde entonces tranquilo ypensativo. El otro, grosero e insolente, se unía a losverdugos para maldecir e insultar a Jesús, que miraba a sus

dos compañeros con amor y ofrecía sus tormentos por susalvación. Los verdugos reunieron todos los instrumentosdel suplicio y lo dispusieron todo para aquella terrible ydolorosa marcha. Anás y Caifás habían acabado susdiscusiones con Pilatos, y llevándose dos rollos depergamino con la copia de la sentencia, se marcharondirigiéndose de prisa al Templo, temiendo llegar tarde alsacrificio pascual. Los sacerdotes estaban alejándose delCordero Pascual para ir al Templo a sacrificar y a comer susímbolo, dejando que infames verdugos condujeran al altardel sacrificio al verdadero Cordero de Dios. Esos hombreshabían puesto gran cuidado en no contaminarse conninguna impureza exterior, en tanto su alma estabacompletamente manchada de maldad, envidia y odio. Aquíse separaron los dos caminos que conducían al altar de laley y al altar de la gracia; Pilatos, pagano e indeciso, notomó ninguno de los dos, y se volvió a su palacio.

La inicua sentencia fue pronunciada a las diez de lamañana de nuestro tiempo.

XXXVI. JESÚS CARGA CON SU CRUZ HASTA EL CALVARIO

Cuando Pilatos salía del Tribunal, una parte de lossoldados lo siguió y formó ante el palacio; una pequeñaescolta se quedó con los condenados. Veintiocho fariseosarmados, entre los cuales estaban los seis enemigos deJesús que habían estado presentes en su arresto en el huertode los Olivos, vinieron a caballo para acompañarlo alsuplicio. Los verdugos condujeron a Jesús al centro de laplaza, adonde fueron los esclavos a dejar la cruz a sus pies.Los dos brazos estaban provisionalmente atados a la piezaprincipal con cuerdas. Jesús se arrodilló, la abrazó y la besótres veces, dirigiendo a su Padre acciones de gracias por laRedención del género humano. Como los sacerdotespaganos abrazaban un nuevo altar, así Nuestro Señorabrazaba su cruz. Los soldados, con gran esfuerzo,colocaron la pesada carga de la cruz sobre el hombroderecho de Jesús. Vi a ángeles invisibles ayudarlo, pues sino, no hubiera podido con ella; mientras Jesús oraba,pusieron sobre el cuello a los dos ladrones las piezastraveseras de sus cruces, atándoles las manos a ellas; laspiezas grandes las llevaban esclavos. La trompeta de lacaballería de Pilatos tocó, y uno de los fariseos, a caballo,se acercó a Jesús, arrodillado bajo su carga, y le dijo:«Ahora se han acabado las bellas palabras. ¡Arriba!» Lolevantaron con violencia, y sintió asentarse sobre sushombros todo el peso que nosotros deberemos llevardespués de él, según sus santas palabras. Entoncescomenzó la marcha triunfal del Rey de Reyes; tanignominiosa sobre la tierra y tan gloriosa en el cielo.

Mediante cuerdas atadas al pie de la cruz, dossoldados la sujetaban en el aire por detrás; otros cuatrosostenían las cuerdas atadas a la cintura de Jesús. NuestroSeñor, temblando bajo su peso, recordó a Isaac llevando a

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la montaña la leña destinada a su sacrificio. La trompeta dePilatos dio la señal de la marcha; el gobernador en personaquería ponerse a la cabeza de un destacamento paraimpedir todo movimiento tumultuoso. Iba a caballo,cubierto con sus armaduras, y rodeado de sus oficiales y dela tropa de caballería. Detrás de ellos iba un cuerpo detrescientos hombres de infantería, todos ellos de lasfronteras de Italia y Suiza; delante iba una trompeta quetocaba en todas las esquinas y proclamaba la sentencia. Apocos pasos, seguía un numeroso grupo de hombres ychiquillos, que llevaban cordeles, clavos, cuñas y cestasque contenían diferentes objetos; otros, más robustosacarreaban palos, escaleras y las piezas principales de lascruces de los dos ladrones. Todavía más atrás se veía aalgunos fariseos a caballo y un joven que sujetaba contra elpecho la inscripción que Pilatos había mandado escribirpara la cruz; éste llevaba también, en la punta de un palo, lacorona de espinas de Jesús, que no habían querido dejarlesobre la cabeza mientras llevaba la cruz. Este joven noparecía tan malvado como el resto. Finalmente, iba NuestroSeñor, con los pies desnudos y ensangrentados, abrumadobajo el peso de la cruz, temblando, y lleno de llagas yheridas, sin haber comido, ni bebido, ni dormido desde lacena de la víspera, debilitado por la pérdida de sangre;devorado por la fiebre y la sed, y asaeteado por doloresinfinitos; con la mano derecha sostenía la cruz sobre suhombro derecho; con la mano izquierda, exhausta, hacía decuando en cuando el esfuerzo de levantarse su larga túnica,con la que tropezaban sus pies heridos. Cuatro soldadossostenían a distancia las puntas de los cordeles atados a lacintura de Jesús; los dos de delante tira-ban, los que leseguían le empujaban, de suerte que no podía asegurar unpaso; sus manos estaban heridas por las cuerdas con que lashabía tenido atadas, su cara estaba ensangrentada ehinchada; su barba y sus cabellos manchados de sangre, elpeso de la cruz y las cadenas apretaban contra su cuerpo elvestido de lana, que se pegaba a sus llagas y las abría. A sualrededor no había más que burlas y crueldades, pero suboca rezaba y sus ojos perdonaban. Detrás de Jesús iban losdos ladrones llevados también por cuerdas con los brazosatados a los travesaños de sus cruces separados del pie. Notenían más vestidos que un largo delantal; la parte superiordel cuerpo la llevaban cubierta con una especie deescapulario sin mangas, abierto por los dos lados; y en lacabeza un gorro de paja. El buen ladrón estaba tranquilo,pero el otro, por el contrario, no cesaba de quejarse yprotestar. La mitad de los fariseos a caballo cerraban lamarcha; algunos corrían acá y allá para mantener el orden.A una distancia bastante grande venía la escolta de Pilatos.El gobernador romano vestía su uniforme de batalla enmedio de sus oficiales. Precedido por un escuadrón decaballería y seguido de trescientos infantes, atravesó laplaza y entró en una calle bastante ancha; se movía por laciudad para prevenir cualquier insurrección popular.

Jesús fue conducido por una calle estrecha y que

daba un rodeo para no estorbar a la gente que iba al Temploni a la tropa de Pilatos. La mayor parte de la población sehabía dispersado tras la condena de Jesús. Una gran partede los judíos se fueron a sus casas o al Templo a fin deacabar los preparativos para sacrificar el cordero pascual;no obstante, la multitud era todavía numerosa y corrían endesorden para ver pasar la triste procesión; la escolta de lossoldados romanos impedía que se acercasen en exceso, ylos curiosos tenían que dar la vuelta por las calles queatravesaban y correr delante para verlos. Casi todos ellosllegaron al Calvario antes que Jesús. La calle por dondepasaba Jesús era muy estrecha y sucia; sufrió muchopasando por allí, porque los esbirros lo atormentaban conlas cuerdas; el pueblo lo injuriaba desde las ventanas, losesclavos le tiraban lodo e inmundicias, y hasta los niñoscogían piedras y se las lanzaban o se las echaban bajo lospies.

XXXVII. PRIMERA CAÍDA DE JESÚS BAJO EL PESO DE LA CRUZ

La calle, poco antes de su fin, torcía a la izquierda;se ensanchaba un poco, e iniciaba una cuesta. Había por allíun acueducto subterráneo, que venía del monte de Sión.Antes de la subida había un hoyo que, cuando llovía, confrecuencia se llenaba de agua y lodo, por cuya razón habíanpuesto una piedra grande sobre él para facilitar el paso.Cuando Jesús llegó a este sitio, ya no podía andar. Pero,como los verdugos tiraban de él y lo empujaban sinmisericordia, se cayó a lo largo contra esta piedra, y la cruzcayó a su lado. Los verdugos se detuvieron, llenándolo deimprecaciones y pegándole. En vano Jesús tendía la manopara que lo ayudasen. «¡Ah! — exclamó—, pronto seacabará todo», y rogó por sus verdugos. Mas los fariseosgritaron: «Levantadlo, si no se nos morirá en las manos.» Aambos lados del camino había mujeres llorando y niñosasustados. Sostenido por un socorro sobrenatural, Jesúslevantó la cabeza; y aquellos hombres atroces, en lugar dealiviar sus tormentos, le pusieron entonces la corona deespinas. Una vez lo hubieron puesto en pie, le cargaron denuevo la cruz sobre los hombros y, a causa de la corona,con dolores infinitos, tuvo que ladear la cabeza para poderacomodar sobre su hombro el peso de la cruz y así continuósu camino, cada vez más duro.

XXXVIII. SEGUNDA CAÍDA DE JESÚS

Jesús se encuentra con su Sagrada Madre

La Bendita Madre de Jesús se había ido de la plaza,después de pronunciada la inicua sentencia, acompañada deJuan y de algunas mujeres. Recorrieron muchos sitiossantificados por los padecimientos de Jesús, pero cuando el

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sonido de la trompeta, el tumulto de la gente y la escolta dePilatos anunciaban la subida al Calvario, no pudo resistir eldeseo de ver a su Divino Hijo, y pidió a Juan que lacondujese a uno de los sitios por donde Jesús debía pasar;se fueron a un palacio, cuya puerta daba a la calle en la queJesús cayó por primera vez bajo la cruz; era, si no meequivoco, la residencia del Sumo Pontífice Caifás, cuyoTribunal está en la llanura de Sión. Juan obtuvo de uncriado compasivo el permiso para ponerse en la puerta conMaría. Con ellos estaban, además, un sobrino de José deArimatea, Susana, Juana Cusa y Salomé de Jerusalén. LaMadre de Dios estaba pálida, y con los ojos enrojecidos detanto llorar, e iba cubierta con una capa gris azulada. Se oíaya el ruido acercándose, el sonido de la trompeta y la vozdel heraldo publicando la sentencia en las esquinas. Elcriado abrió la puerta; el ruido era cada vez más fuerte yespantoso. María se puso de rodillas y oró. Tras suferviente plegaria, se volvió hacia Juan y le dijo: «¿Mequedo? ¿Debo irme? ¿Cómo podré soportarlo?» Juan lecontestó: «Si no te quedas a verlo pasar, luego lamentarásno haberlo hecho.» Se quedaron cerca de la puerta, con losojos fijos en la procesión, que aún estaba distante pero ibaavanzando poco a poco. La gente no se ponía delante de lacomitiva sino a los lados y atrás. Cuando los que llevabanlos instrumentos del suplicio se acercaron con aireinsolente y triunfante, la Madre de Jesús se puso a temblary a gemir, juntando las manos, y uno de esos hombrespreguntó: «¿Quién es esta mujer que se lamenta?», y otrorespondió: «Es la Madre del Galileo.» Cuando losmiserables oyeron tales palabras llenaron de injurias a estadolorosa Madre, la señalaban con el dedo, y uno de elloscogió en sus manos los clavos con que debían clavar aJesús en la cruz, y se los mostró a la Santísima Virgen,burlándose. Pero ella estaba mirando a Jesús, que seacercaba, y tuvo que sostenerse en el pilar de la puerta parano caer, pálida como un cadáver con los labios casi azules.Pasaron los fariseos a caballo, después el chico que llevabala inscripción; detrás de éste su Santísimo Hijo Jesús,temblando, doblado, bajo la pesada carga de la cruz,inclinada su cabeza coronada de espinas. Echó una miradade compasión sobre su Madre, tropezó y cayó por segundavez sobre sus rodillas y manos. María, en medio de lainmensidad de su agonía, no vio ni a soldados ni averdugos; no vio más que a su querido Hijo. Se precipitódesde la puerta de la casa entre los soldados quemaltrataban a Jesús, cayó de rodillas a su lado y se abrazó aél. Yo sólo oí estas palabras: «¡Hijo mío!» y «¡Madremía!», pero no sé si fueron realmente pronunciadas, o si lasoí sólo en mi mente.

Siguió una momentánea confusión: Juan y las santasmujeres querían levantar a María. Los verdugos lainjuriaban. Uno de ellos le dijo: «Mujer, ¿qué vienes ahacer aquí?, si lo hubieras educado mejor, no estaría ahoraen nuestras manos.» Algunos soldados sin embargotuvieron compasión. Y, aunque se vieron obligados a

apartar a la Santísima Virgen, ninguno le puso las manosencima. Juan y las santas mujeres la rodearon, y ella cayócomo muerta sobre sus rodillas, sobre la piedra angular dela puerta, donde quedó la huella de sus manos. Esta piedra,que era muy dura, fue transportada a la primera Iglesiacatólica, cerca de la piscina de Betesda, en el obispado deSantiago el Menor. Los dos discípulos que estaban con laMadre de Jesús se la llevaron al interior de la casa ycerraron la puerta. Mientras tanto, los esbirros levantaron aJesús y le colocaron de otro modo la cruz sobre loshombros. Los brazos de la cruz se habían desatado. Uno deellos había resbalado y era con el que Jesús habíatropezado. Jesús lo llevaba ahora de tal modo que, pordetrás, todo el peso de la pieza se arrastraba por el suelo.Yo vi acá y allá, en medio de la multitud que seguía a lacomitiva profiriendo maldiciones e injurias, a algunasmujeres cubiertas con velos y derramando lágrimas.

XXXIX. TERCERA CAÍDA DE JESÚS

Simón el Cireneo

Tras recorrer un tramo más de calle, la comitivallegó a la cuesta de una muralla vieja interior de la ciudad.Delante de ella había una plaza abierta de la que partíantres calles. En esta plaza, Jesús, al pasar sobre una piedragruesa, tropezó y cayó: la cruz se deslizó de su hombro yquedó a su lado, y ya no se pudo levantar. Algunaspersonas bien vestidas que cruzaban por allí para ir alTemplo exclamaban, compasivas: «¡Mira este pobrehombre, está agonizando!»; pero sus enemigos no teníanpiedad de él. Esto causó un nuevo retraso: no podían ponera Jesús en pie y los fariseos dijeron a los soldados: «Nollegará vivo al lugar de la ejecución; buscad un hombre quele ayude a llevar la cruz.» A poca distancia vieron a unpagano llamado Simón el Cireneo acompañado de sus treshijos, que llevaba debajo del brazo un haz de ramasmenudas, pues era jardinero y venía de trabajar en losjardines situados cerca de la muralla oriental de la ciudad.Estaba atrapado entre la multitud, y los soldados, habiendoreconocido por sus vestidos que era un pagano, y untrabajador de clase inferior, lo cogieron y le ordenaron queayudara al Galileo a llevar su cruz; primero se negó, peroluego tuvo que ceder a la fuerza. Sus hijos lloraban ygritaban y algunas mujeres que lo conocían se hicieroncargo de ellos. Simón estaba muy disgustado y se sentíavejado al tener que caminar junto a un hombre que sehallaba en tan deplorable estado como Jesús: sucio, heridoy con la ropa llena de lodo. Pero Jesús lloraba y lo mirabacon tal ternura que Simón se sintió conmovido. Lo ayudó alevantarse y al instante los esbirros ataron sobre sushombros uno de los brazos de la cruz. Él iba detrás deJesús, a quien había aliviado de su carga. Se pusieron otravez en marcha. Simón era un hombre robusto, de cuarentaaños; sus hijos llevaban vestidos color rojo. Los dos

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mayores, de nombre Rufo y Alejandro, se unieron másadelante a los discípulos de Jesús. El tercero era muchomás pequeño, pero unos pocos años más tarde lo viviviendo con san Esteban. Simón no había acarreadodurante mucho rato la cruz, cuando se sintióprofundamente tocado por la gracia.

XL. EL LIENZO DE LA VERÓNICA

La comitiva entró en una calle larga que torcía unpoco a la izquierda y que estaba cortada por otras callesque la cruzaban. Muchas personas bien vestidas se dirigíanal Templo; algunas no querían ver a Jesús por el temorfarisaico de contaminarse; otras, por el contrario,mostraban piedad por sus sufrimientos. La procesión habíaavanzado unos doscientos pasos desde que Simón ayudabaa Jesús a llevar la cruz, cuando una mujer de elevadaestatura y de majestuoso aspecto que llevaba de la mano auna niña, salió de una hermosa casa situada a la izquierda yse puso a caminar delante de la comitiva. Era Serafia,mujer de Sirach, miembro del Consejo del Templo, a quiendesde ese día se conoce como Verónica (de vera e icon,verdadero retrato). Serafia había preparado en su casa unexcelente vino aromatizado, con la piadosa intención dedárselo a beber al Señor para refrescarlo en su dolorosocamino al Calvario. Cuando la vi por primera vez ibaenvuelta en un largo velo y llevaba de la mano a una niñade nueve años que había adoptado; del otro brazo, llevabacolgando un lienzo, bajo el que la niña escondió una jarritade vino al ver acercarse la comitiva. Los que iban delantequisieron apartarla, mas la mujer se abrió paso a través dela multitud de soldados y esbirros, y llegó hasta Jesús, searrodilló a su lado y le ofreció el lienzo, diciéndole:«Permite que limpie la cara de mi Señor.» Jesús cogió elpaño con su mano izquierda, enjugó con él su caraensangrentada y se lo devolvió, dándole las gracias.Serafia, después de haberlo besado, lo metió debajo de sucapa y se levantó. La niña tendió tímidamente la jarrita devino hacia Jesús, pero los soldados no permitieron quebebiera. Lo inesperado del valiente gesto de Verónica habíasorprendido a los guardias, y provocado una momentánea einvoluntaria detención, que Verónica aprovechó paraofrecer el lienzo a su Divino Señor. Los fariseos y losalguaciles, irritados por esta parada y, sobre todo, por estetestimonio público de veneración que se había rendido aJesús, pegaron y maltrataron a Nuestro Señor, mientrasVerónica entraba corriendo en su casa.

En cuanto estuvo dentro, extendió el lienzo sobre lamesa que tenía delante y cayó de rodillas casi sinconocimiento. La niña se arrodilló a su lado, llorando. Unaamiga que fue a visitarla la halló así, junto al lienzoextendido, y vio que la cara ensangrentada de Jesús estabaestampada en él en todos sus detalles. Se quedó atónita,

hizo volver en sí a Verónica y le mostró el lienzo, delantedel cual ella se arrodilló, llorando y diciendo: «Ahorapuedo morir feliz, pues el Señor me ha dado un recuerdo desí mismo.» Este paño era de tela fina, tres veces más largoque ancho, y se llevaba habitualmente alrededor del cuello:era costumbre llevar un lienzo semejante al socorrer a losafligidos y a los enfermos, y limpiarles la cara con él enseñal de dolor o de compasión. Verónica guardó siempre ellienzo en la cabecera de su cama. Después de su muerte fuepara la Santísima Virgen, y luego para la Iglesia, por mediode los apóstoles.

XLI. CUARTA Y QUINTA CAÍDAS DE JESÚS

Las llorosas hijas de Jerusalén

La comitiva estaba todavía a cierta distancia de lapuerta situada en la dirección sudoeste. Para llegar a ella,hay que pasar bajo una bóveda, por encima de un puente ypor debajo de otra bóveda. A la izquierda de la puerta, lamuralla de la ciudad se dirige hacia el sur y rodea el montede Sión. Al acercarse a la puerta los brutales esbirrosempujaron a Jesús dentro de un lodazal. Simón el Cireneo,en su intento de evitar el lodazal, ladeó la cruz, causando lacuarta caída de Jesús, esta vez en el lodo. Entonces, enmedio de sus lamentos, dijo con voz inteligible: «¡Ah,Jerusalén, cuánto te he amado!, he querido reunir a tushijos como la gallina cobija a sus polluelos debajo de susalas, y tú me echas tan cruelmente fuera de tus puertas.» Aloír estas palabras, los fariseos lo insultaron de nuevo, lepegaron y lo arrastraron para sacarlo del lodo. Simón elCireneo se indignó tanto al ver esta crueldad, que exclamó:«Si no cesáis vuestras infamias, dejo la cruz, aunque mematéis a mí también.» Al traspasar la puerta se ve uncamino estrecho y pedregoso, que se dirige al monteCalvario. El camino principal, del cual se aparta aquél, sedivide en tres a cierta distancia; el uno tuerce a la izquierday conduce a Belén por el valle de Sión; el otro se dirige aloccidente y llega hasta Emaús y Jope; el tercero rodea elCalvario y finaliza en la puerta del Ángulo, que conduce aBetsur. Desde esta puerta, por donde salió Jesús, se puedever la de Belén. Habían puesto, en el lugar donde comienzael camino al Calvario, una tabla anunciando la muerte deJesús y de los dos ladrones. Cerca de ese punto había unamultitud de mujeres que lloraban y gemían. Eran vírgenes ypobres mujeres de Jerusalén con sus niños en brazos, quehabían ido delante de la comitiva; otras habían venido parala Pascua, de Belén, de Hebrón y de los lugares vecinos.Jesús desfalleció pero no cayó al suelo porque Simón dejóla cruz en tierra, se acercó a Él y lo sostuvo. Ésta es laquinta caída de Jesús bajo el peso de la cruz. Cuando lasmujeres vieron su cara tan desfigurada y tan llena deheridas comenzaron a lamentarse y a llorar y, según lacostumbre de los judíos, le acercaban sus ropas para que selimpiara el rostro con ellas. Jesús se volvió hacia las

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mujeres y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis sobre mí,llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos, puesvendrá un tiempo en que se dirá: "Felices las estériles y lasentrañas que no han engendrado y los pechos que no handado de mamar." Entonces empezarán a decir a los montes:"Caed sobre nosotros"; y a las alturas: "Cubridnos, pues; siasí se trata la madera verde, ¿qué será con la seca?".»Después les dirigió unas palabras de consuelo que he olvi-dado. Y allí se pararon durante un momento. Los quellevaban los instrumentos del suplicio, se adelantaron haciael monte Calvario acompañados por cien soldados romanosde la escolta de Pilatos. Éste les seguía de lejos, pero alllegar a la puerta se volvió a la ciudad.

XLII. SEXTA Y SÉPTIMA CAÍDAS DE JESÚS

Jesús en el Gólgota

Se pusieron en marcha; Jesús, encorvado bajo sucarga y bajo los golpes de los verdugos, subió con muchoesfuerzo el duro camino que se dirigía al norte, entre lasmurallas de la ciudad y el monte Calvario, en el lugar endonde el sendero tuerce hacia el sur, se cayó por sexta vez,y esta caída fue muy dolorosa. Lo empujaron y le pegaronmás brutalmente que nunca y llegó luego a la roca delCalvario, donde cayó por séptima vez. Simón el Cireneo,también muy cansado, estaba lleno de indignación y depiedad. Pese a su fatiga, hubiera querido seguir ayudando aJesús, pero los esbirros lo echaron. Poco tiempo después seunió a los discípulos de Jesús. Echaron también toda lagente ociosa que había ido. Los fariseos, a caballo, habíanseguido caminos cómodos, situados al lado occidental delCalvario; desde esa altura se podía ver por encima de losmuros de la ciudad. El llano que había en la elevación, queera el sitio del suplicio, tenía forma circular y estabarodeado de un terraplén cortado por cinco caminos. Éste esal parecer un número usual en muchos sitios del país; haycinco caminos hasta los baños, hasta donde se bautiza,hasta la piscina de Betesda; muchos pueblos tienen tambiéncinco puertas. Hay en esto, como en todo lo de la TierraSanta, una profunda significación profética, a causa de lascinco llagas del Salvador, que abren las cinco puertas delCielo.

Los fariseos a caballo se pararon delante de lallanura, en el lado occidental de la montaña, donde lapendiente es suave. La vertiente por donde se conduce a loscondenados es, en cambio, áspera y ardua. Los ciensoldados romanos se hallaban dispersos acá y allá. Algunosestaban con los dos ladrones, que no habían sidoconducidos al llano para dejar el lugar libre, pero a quieneshabían dejado recostar en el suelo un poco más abajo,dejándoles los brazos atados a los maderos transversales desus cruces. Los soldados los vigilaban mientras muchagente, la mayor parte de clase baja, extranjeros, esclavos,paganos, muchas mujeres y todas las personas que no

temían contaminarse, rodeaban el llano o permanecíansobre las elevaciones próximas.

Eran las doce menos cuarto cuando Nuestro Señor,llevando su cruz, tuvo la última caída y llegó al precisolugar donde iba a ser crucificado. Los bárbaros tiraron deJesús para levantarlo, desataron los diferentes trozos de lacruz y los colocaron en el suelo. ¡Qué doloroso espectáculorepresentaba el Salvador allí, de pie en el sitio de susuplicio, tan triste, tan pálido, tan destrozado, tanensangrentado! Los esbirros lo tiraron al suelo paramedirlo, y se burlaban de Él diciéndole: «Rey de los judíos,deja que construyamos tu trono.» Pero Él mismo se colocósobre la cruz donde le tomaron la medida para los soportesde pies y manos; después lo condujeron unos setenta pasosal norte, a una especie de hoyo abierto en la roca queparecía un silo. Lo empujaron dentro tan brutalmente, quese hubiera roto las piernas contra la piedra si los ángeles nolo hubieran socorrido. Le oí gemir de dolor de un modo quepartía el corazón. Cerraron la entrada y dejaron centinelasfuera, mientras los esbirros continuaban sus preparativospara la crucifixión. En medio del llano circular se hallaba elpunto más elevado del Calvario; era un montículoredondeado, de dos pies de altura al que se subía por unosescalones. Los esbirros cavaron en él tres agujeros paraclavar las tres cruces y pusieron a derecha e izquierda lasde los dos ladrones, excepto las piezas transversales, a lascuales ellos tenían las manos atadas, y que fueron fijadasdespués sobre la pieza principal. Situaron la cruz de Jesúsen el sitio donde debían colocarla, de modo que luegopudieran levantarla sin dificultad y dejarla caer dentro delagujero. Clavaron los dos brazos y el pedazo de maderapara sostener los pies, horadaron la madera para meter losclavos y colgar la inscripción, hicieron incisiones para lacabeza y la espalda de Nuestro Señor, a fin de que todo sucuerpo fuese sostenido por la cruz y no colgado, y que todoel peso no pendiera de las manos, ya que entonces podríanabrirse, y llegar la muerte más rápido de lo deseado.Clavaron estacas en la tierra y fijaron en ellas un maderoque debía servir de apoyo a las cuerdas para levantar lacruz, e hicieron, en fin, otros preparativos similares.

XLIII. MARÍA Y LAS SANTAS MUJERES VAN AL CALVARIO

Después de su doloroso encuentro con Jesúsportando la cruz, la afligida Madre fue recogida sinconocimiento por Juan y las santas mujeres. Acompañadapor ellos, fue a casa de Lázaro, cerca de la puerta delÁngulo, donde estaban reunidas Marta, Magdalena ymuchas otras santas mujeres. Unas diecisiete abandonaronla casa para acompañar a Jesús en el camino de la Pasión,es decir, para seguir cada paso que El hubiera dado en su

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penoso avance. Las vi, cubiertas con sus velos, en la plaza,sin hacer caso de los insultos del pueblo, besar el suelo endonde Jesús había cargado con la cruz y seguir el caminoque Él había seguido. María buscaba las huellas de suspasos e, interiormente iluminada, mostraba a suscompañeras los lugares consagrados por algún particularpadecimiento. De este modo la devoción más sentida de laIglesia fue grabada por la primera vez en el corazónmaternal de María con la espada que predijo el viejoSimeón; pasó de su boca sagrada a sus compañeras y deéstas hasta nosotros. Así la tradición de la Iglesia seperpetúa del corazón de la Madre al corazón de los hijos.

Cuando estas santas mujeres llegaron a la altura dela casa de Verónica, entraron en ella porque Pilatos y susoficiales cruzaban en ese momento la calle y no queríantropezarse con ellos. Al ver allí las santas mujeres la carade Jesús estampada en el lienzo lloraron y dieron gracias aDios por ese don que había hecho a su fiel sierva. Cogieronla jarrita de vino aromatizado que no habían dejado beber aJesús y se dirigieron todas juntas hacia el monte deGólgota. Su número se iba incrementando con muchaspersonas de buena voluntad, entre ellas cierto número dehombres. Subieron al Calvario por la vertiente occidental,por donde la subida es más cómoda. La Madre de Jesús, susobrina María, hija de Cleofás, Salomé y Juan se acercaronhasta el llano circular. Marta, María de Helí, la hermanamayor de la Virgen, Verónica, Juana Cusa, Susana y María,la madre de Marcos, se detuvieron a cierta distancia conMagdalena, que estaba transida de dolor. Más abajo de lamontaña había un tercer grupo de santas mujeres, y unaspocas que llevaban mensajes de un grupo al otro. Losfariseos a caballo iban y venían por los alrededores de lallanura, y en los cinco accesos había soldados romanos.¡ Qué espectáculo para María el ver en este sitio delsuplicio los clavos, los martillos, las cuerdas, la terriblecruz, los verdugos medio desnudos y casi borrachosllevando a cabo sus horrendos preparativos con milimprecaciones! La ausencia de Jesús aumentaba sumartirio; sabía que estaba todavía vivo, deseaba verlo ytemblaba al pensar en los tormentos a que le veríaexpuesto.

Desde las diez de la mañana, la hora en que lasentencia fue pronunciada, fue cayendo granizo aintervalos, después el cielo se serenó; pero, de las doce enadelante, una niebla rojiza oscureció el sol.

XLIV. JESÚS CRUCIFICADO Y REFRESCADO CON VINAGRE

Cuatro esbirros fueron a buscar a Jesús al silo dondelo habían encerrado, lo trataron con su habitual brutalidad,llenándolo de ultrajes en los últimos pasos que le quedabanpor dar; luego lo arrastraron sobre el montículo. Cuando lassantas mujeres lo vieron, dieron dinero a un hombre paraque comprara de los verdugos el permiso de dar de beber a

Jesús el vino aromatizado de Verónica. Pero los miserablesse lo negaron, y se bebieron en cambio ellos el vino. Losesbirros llevaban consigo dos vasijas, una con vinagre yhiel, la otra con una bebida que parecía vino mezclado conmirra y absenta; presentaron esta última bebida al Señor,pero Jesús, tras mojar sus labios con ella, no bebió. Habíadieciocho esbirros sobre la elevación. Los seis que habíanazotado a Jesús, los cuatro que lo habían conducido, dosque habían sostenido las cuerdas atadas a la cruz y seis quedebían crucificarlo. Eran extranjeros mercenarios pagadospor judíos y romanos. Eran hombres de poca estatura perorobustos, y sus caras feroces, junto a sus cabellos crespos,los asemejaban más a animales que a personas.

Esta escena era tanto más espantosa para mí encuanto que veía por todas partes horribles espíritusmalignos bajo formas diversas; como serpientes, sapos, etc.Veía con frecuencia sobre Jesús figuras de ángelesllorando, también veía ángeles compasivos que consolabana la Santísima Virgen y a los amigos de Jesús.

XLV. JESÚS CLAVADO EN LACRUZ

Los esbirros despojaron a Nuestro Señor de su capa,del cinturón con el cual lo habían arrastrado y de su propiocinto. Le quitaron después la sobrevesta de lana blanca y,como no podían sacarle la túnica sin costuras que su Madrele había hecho, a causa de la corona de espinas, learrancaron sin miramientos esta corona de la cabeza,abriendo de nuevo todas sus heridas. No le quedaba másque su escapulario corto de lana sobre los hombros y unlienzo alrededor de los riñones. El escapulario se habíapegado a sus heridas abiertas y sufrió dolores indeciblescuando se lo quitaron. El Hijo del Hombre temblaba, estabacubierto de llagas, sus hombros y sus espaldas estabandesgarrados hasta los huesos. Le hicieron sentarse sobreuna piedra y le colocaron otra vez la corona sobre lacabeza.

En ese momento le arrancaron también el lienzo quellevaba ceñido a la cintura, con lo que dejaron al Salvadordesnudo ante todos ellos, gente pervertida. Le ofrecieron debeber en un vaso vinagre con hiel, pero Él, sin decir nada,volvió la cabeza y no lo tomó. Pero cuando le cogieron otravez agarrándole de los brazos, destapando así la desnudezque Él intentaba cubrir, se oyó el murmullo y la protesta delos amigos de Jesús. La Madre rezaba fervorosamente yquería quitarse el velo para dárselo a Él, pero en estemomento un hombre llegó corriendo, se abrió paso entrelos esbirros y ofreció a Jesús un lienzo, que éste aceptóagradecido y con el que se cubrió. Este hombre, llamadopor las oraciones de la Santísima Virgen, sólo dijo: «¿Nisiquiera vais a dejar que se cubra?», y desapareció tanprecipitadamente como había aparecido. Era Jonadab, unsobrino de san José. No era un seguidor de Jesús, pero eraun hombre honesto. Ya se sintió muy irritado cuando vio

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que Jesús había sido desnudado para la flagelación y,mientras subían hacia el Calvario, él estaba en el Templo,pero las oraciones de la Santísima Virgen le dieron unarevelación interior, y fue hacia allí a prestar este servicio aJesús.

A continuación, tumbaron a Jesús sobre la cruz yextendiendo su brazo derecho sobre el madero derecho dela cruz, lo ataron fuertemente; uno de ellos puso la rodillasobre el pecho sagrado, otro le abrió la mano, un terceroapoyó sobre la carne un clavo grueso y largo y lo clavó conun martillo de hierro. Un gemido suave y claro salió delpecho de Jesús, su sangre salpicó los brazos de susverdugos. Los clavos eran muy largos, la cabeza chata y delancho de una moneda; tenían tres caras, eran del grueso deun dedo pulgar; la punta sobresalía por detrás de la cruz.Después de haber clavado la mano derecha de NuestroSeñor, los verdugos vieron que la mano izquierda nollegaba al agujero que habían abierto. Entonces ataron unacuerda al brazo izquierdo de Jesús y tiraron de él con todala fuerza hasta lograr que la mano coincidiera con elagujero. Esta brutal dislocación de sus brazos lo atormentóhorriblemente, su pecho se levantó y sus piernas secontrajeron. Los esbirros se arrodillaron de nuevo sobre sucuerpo y hundieron otro clavo en la mano izquierda: losgemidos se oían en medio de los martillazos, pero nodespertaron en los verdugos ninguna piedad. Los brazos deJesús, extendidos, llegaban a cubrir completamente losbrazos de la cruz. La Santísima Virgen sentía en sí mismacada insulto y cada nuevo tormento infligido a su Hijo.Estaba pálida como un cadáver y los gemidos no cesabande salir de su pecho. Los fariseos se burlaron de ella y laincreparon. Magdalena estaba fuera de sí. Se despedazabala cara: sus ojos y sus carrillos estaban sangrientos. Losdiscípulos llevaron al grupo de mujeres un poco más lejos.

Los esbirros habían clavado en la cruz un pedazo demadera para sostener los pies de Jesús a fin de que todo elpeso del cuerpo no pendiera de las manos, y para evitar quelos huesos de los pies se rompieran al sostenerlo. Habíanhecho ya un agujero para el clavo de los pies y vaciado unpoco la madera para encajar los talones. Todo el cuerpo deJesús se había contraído hacia la parte superior de la cruzpor la violenta tensión que soportaban los brazos y susrodillas se habían doblado. Los verdugos le extendieron laspiernas de nuevo y se las ataron con cuerdas a la cruz, perolos pies no llegaban al pedazo de madera que habíancolocado para sostenerlos. Entonces, llenos de furia, losunos querían hacer nuevos agujeros para los clavos de lasmanos, y así bajar el cuerpo, pues era difícil mover elpedazo de madera más arriba, mientras otros lanzabanimprecaciones contra Jesús. «No quiere estirarse, peronosotros vamos a ayudarle.» Entonces ataron una cuerda asu pie derecho y tiraron de él tan violentamente quelograron hacerlo llegar hasta el pedazo de madera. Ladislocación fue tan espantosa que se oyó crujir el pecho deJesús, y Él exclamó: «Dios mío, Dios mío.» Habían atado

su pecho y sus brazos al madero para que el peso delcuerpo no arrancara las manos de los clavos. Elpadecimiento era insoportable. Ataron después el pieizquierdo sobre el derecho y lo taladraron aparte porque nocoincidía con el otro y no podían clavarlos juntos. Cogieronun clavo más largo que los de las manos y lo clavaron conel martillo atravesando los pies y el pedazo de madera hastael mástil de la cruz. Esta operación fue más dolorosa quetodo lo demás, a causa de la dislocación antinatural de todoel cuerpo. Conté hasta treinta y seis martillazos. Durantetoda la crucifixión, Nuestro Señor no dejaba de rezar; entregemidos, repetía pasajes de los salmos que lo confortaban,y de los profetas, cuyas predicciones estaba cumpliendo; nohabía cesado de orar así en todo el camino del Calvario y lohizo hasta su muerte. Yo oí y repetí con él todos estospasajes, hasta que la inmensidad de mi pena me impidióseguir. Cuando hubieron acabado de clavar a Jesús en lacruz, el comandante de los soldados romanos ordenó que latabla con las palabras de Pilatos fuera clavada a su vezarriba de todo de la cruz.

La Santa Virgen se había acercado a la escenasangrienta y cuando clavaron los pies de Jesús y ella oyó elestirar y crujir de sus huesos y sus gemidos, se desmayó ycayó en los brazos de sus compañeras. La gente se alborotóa su alrededor y los fariseos se burlaron de ella y de lassantas mujeres que la atendían; unos cuantos discípulos lallevaron al sitio apartado donde estaba antes. Mientras duróla crucifixión estuvieron oyendo gritos de dolor ycompasión entre las mujeres y voces que decían: «¿Por quéno se abre la tierra y devora su iniquidad?, ¿por qué no caefuego del cielo y fulmina a los malhechores?»

El sol indicaba que eran las doce y cuarto cuandoJesús fue crucificado, y en el mismo momento en queelevaban la cruz, en el Templo resonaban las trompetas quecelebraban la inmolación del cordero pascual.

XLVI. EL ALZAMIENTO DE LA CRUZ

Durante la crucifixión, algunos de los esbirrosseguían todavía excavando el agujero en el cual iríaencajada la cruz, porque la piedra allí era muy dura. Encuanto Nuestro Señor estuvo clavado a los maderos, losesbirros ataron cuerdas a la parte superior de la cruzpasándolas por una anilla fijada en la parte posterior de lacruz, y con ellas unos alzaron la cruz, mientras otros lasostenían y otros empujaban el pie hasta el hoyo, en dondese hundió con todo su peso y un estremecimientoespantoso. Jesús dio un grito de dolor a causa de lasacudida, sus heridas se abrieron, su sangre corrióabundantemente y sus huesos dislocados chocaban unoscon otros. Los verdugos, para asegurar el mástil lo fijaron,clavando alrededor cinco cuñas.

Fue un espectáculo horrible y a la vez conmovedor

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ver alzarse la cruz en medio de los gritos insultantes de losverdugos, de los fariseos, del pueblo que miraba desdelejos todo el proceso, el instrumento del suplicio vacilandoun instante sobre su base y hundiéndose luego, temblando,en la tierra. El aire resonó al mismo tiempo con lasexclamaciones piadosas y los llantos de las personas mássantas del mundo. María, Juan y las santas mujeres;también todos aquellos que tenían el corazón puro,saludaron con un lamento de dolor al Verbo encarnadoexaltado sobre la cruz. Manos vacilantes se elevaronintentando socorrerlo. Cuando la cruz se hundió en el hoyode la roca con gran estrépito, hubo un momento de silenciosolemne; todo el mundo parecía penetrado de unasensación nueva y desconocida hasta entonces. El infiernomismo se estremeció de terror al sentir el golpe de la cruzhundiéndose en la tierra y redobló sus esfuerzos contra ella.Las almas encerradas en el limbo lo oyeron con una alegríallena de esperanzas, para ellas era el sonido triunfante quelos aproximaba a las puertas de la redención. La sagradacruz se elevaba por vez primera en la tierra, como un nuevoárbol de la vida, y de las heridas de Jesús corrían sobre latierra cinco ríos sagrados para fertilizarla y hacer de ella elnuevo paraíso del nuevo Adán.

Cuando la cruz quedó fijada en su enclave, los piesde Jesús quedaban lo bastante cerca del suelo como paraque sus amigos pudieran abrazarlos y besarlos. La cara deNuestro Señor estaba vuelta hacia el noroeste.

XLVII. LA CRUCIFIXIÓN DE LOS LADRONES

Mientras crucificaban a Jesús, los dos ladronesestaban tendidos de espaldas a poca distancia de losguardias que los vigilaban. Eran acusados de haberasesinado a una mujer judía que, con sus hijos iba deJerusalén a Jopa. Los habían cogido en un palacio en el quePilatos residía algunas veces, cuando iba de maniobras consus tropas. Habían pasado mucho tiempo en prisión antesde su condena. El ladrón de la izquierda era más mayor.Era un gran criminal, el maestro y corruptor del otro. Se lossolía llamar algo así como Dimas y Gesmas, pero yo heolvidado sus verdaderos nombres; llamaré, pues, al buenoDimas y al malo Gesmas. Los dos formaban parte de labanda de ladrones establecidos en la frontera de Egipto, yen uno de sus refugios vacíos se había hospedado unanoche la Sagrada Familia en su huida a Egipto con el niñoJesús. Dimas era aquel niño leproso que su madre, porconsejo de María, lavó en el agua donde se había bañado elniño Jesús y que se curó al instante. Las atenciones de sumadre para con la Sagrada Familia fueron recompensadoscon esta curación, símbolo de la sangre que Nuestro Señoriba a derramar por él en la cruz. Dimas no conocía a Jesús,mas como su corazón no era muy malo, se conmovió al versu extremada paciencia.

En cuanto clavaron la cruz de Jesús en tierra, los

esbirros fueron a decirles que era su turno, y los desataronde las piezas transversales, pues el sol empezaba aoscurecerse y en toda la Naturaleza había un movimientocomo cuando se acerca una tormenta. Arrimaron escalerasa las dos cruces ya plantadas y fijaron en ellas las piezastransversales. Después de haberles dado a beber vinagrecon mirra, les pasaron cuerdas debajo de los brazos y loslevantaron con ellas en el aire, apoyando los pies enescalones. Les ataron los brazos a los de la cruz concuerdas hechas de fibra de árbol, los ataron por lasmuñecas, los codos, las rodillas y los pies, y apretaron tanfuerte que se les dislocaron las coyunturas y abrió la carne,y de allí brotó sangre. Dieron gritos terribles y el buenladrón dijo cuando le subían: «Si nos hubieseis clavadocomo al pobre Galileo os habríais ahorrado la molestia detener que levantarnos así.»

XLVIII. LOS VERDUGOS SE REPARTEN LAS VESTIDURAS DE JESÚS

Mientras tanto, los verdugos habían hecho variosmontones con trozos de los vestidos de Jesús, e iban arepartírselos. Partieron su capa y su túnica blanca, tambiénel lienzo que llevaba alrededor del cuello, la cintura y elescapulario. No pudiendo saber a quién le tocaría la túnicade lana sin costuras que servía para nada, trajeron unamesita con números, sacaron unos dados con dibujos y lasortearon. Pero un criado de Nicodemo y de José deArimatea vino a decirles que había gente dispuesta acomprar los vestidos de Jesús; entonces los juntaron todosy los vendieron, y así se conservaron estos preciososdespojos.

XLIX. JESÚS CRUCIFICADO. LOS DOS LADRONES

El golpe terrible de la cruz al hundirse en la tierra,sacudió violentamente todo el cuerpo de Jesús, desde lacabeza, coronada de espinas hasta los pies. Eso lo hizosangrar en abundancia por todas sus heridas. Los verdugosapoyaron escaleras en la cruz y ajustaron las cuerdas conque habían atado al Salvador, para que no se desgarrasenlos pies y manos sujetos con clavos a causa de su peso. Lasangre brotaba con fuerza de sus heridas, y era tal elpadecimiento indecible de Jesús, que inclinó la cabezasobre su pecho y se quedó como muerto unos minutos.Entonces hubo un rato de silencio; los verdugos estabanocupados en repartirse los vestidos de Jesús. El sonido delas trompetas del Templo se perdía en el aire y todos lospresentes estaban sumidos en el desaliento, en la rabia o enel dolor. Yo miraba a Jesús con compasión y espanto; loveía inmóvil, casi sin vida; yo misma creí morir. Mehallaba en la más profunda oscuridad donde no veía másque a mi Esposo clavado en la cruz. Su cabeza, con la

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terrible corona y con la sangre que llenaba sus ojos, su bocaentreabierta, y empapaba sus cabellos y su barba, estabainclinada sobre el pecho; tenía la carne completamentedesgarrada, sus hombros, sus codos, sus muñecas estiradoshasta ser dislocados, la sangre de sus manos corría por susbrazos, su pecho levantado formaba por debajo una cavidadprofunda. Sus piernas, como sus brazos, sus miembros, susmúsculos, su piel toda, habían sido estirados a tal extremoque se podían contar sus huesos; la sangre goteaba de suspies sobre la tierra, todo su cuerpo estaba cubierto deheridas y llagas, de manchas negras, azules y amarillas; susheridas se habían abierto a causa de la tensión, y elpreciado líquido de su sangre se estaba volviendo cada vezmás claro de color y de la consistencia del agua; su cuerposagrado estaba cada vez más blanco. A pesar de lashorribles heridas que lo cubrían, el cuerpo de Jesús se veíaindescriptiblemente noble y venerable. El Hijo de Diosseguía transmitiendo su bondad, el inmenso amor que lohabía llevado a sacrificarse por toda la humanidad.

El color de la piel de Jesús, como el de María, eradelicado, con una ligera tonalidad rosada. Por las muchascaminatas y los viajes en los últimos tres años su cara sehabía ido volviendo morena. Jesús era de tórax amplio perono era velludo, como Juan el Bautista, que lo tenía cubiertode un pelo rojizo. Sus hombros eran anchos, sus brazosrobustos, sus muslos nervudos, sus rodillas fuertes yendurecidas como las del hombre que ha viajado mucho,los muslos largos y las pantorrillas musculosas, sus pieseran de bella forma y sólidamente construidos, sus manoseran hermosas, de dedos largos y finos y, sin ser delicadas,no eran como las de un hombre que las emplea en trabajospenosos. Su cuello no era corto, pero sí robusto, su cabeza,hermosamente proporcionada, de frente alta y ancha, y unrostro de óvalo puro; el cabello era color de cobre oscuro,no era muy espeso, y quedaba abierto naturalmente en loalto de la frente para luego caer sobre sus hombros; llevabauna barba corta y acabada en punta. Ahora sus cabellosestaban arrancados y llenos de sangre, su cuerpo era todo éluna llaga y todos sus miembros estaban quebrantados.

Entre las cruces de los ladrones y la de Jesús habíaespacio suficiente como para que pudiese pasar un hombrea caballo; las de Dimas y Gesmas estaban clavadas un pocomás abajo y ligeramente vueltas hacia la de Jesús. Losladrones sobre sus cruces presentaban un horribleespectáculo, sobre todo el de la izquierda, que teníasiempre en la boca injurias e imprecaciones. Las cuerdascon que estaban atados les hacían sufrir mucho. Sus carasestaban lívidas, los ojos se les salían de las órbitas.

L. PRIMERA PALABRA DE JESÚS EN LA CRUZ

Tras haber crucificado a los dos ladrones yrepartirse los vestidos de Jesús, los verdugos, lanzandonuevas maldiciones contra Nuestro Señor, recogieron sus

herramientas y se retiraron. Los fariseos pasaron a caballodelante de Jesús llenándolo de injurias y se fueron también.Los cien soldados romanos fueron relevados por otroscincuenta. Éstos eran conducidos por Abenadar, árabe denacimiento, bautizado después con el nombre de Ctesifón;el segundo jefe, que se llamaba Casio y recibió después elnombre de Longino, llevaba con frecuencia los mensajes dePilatos. Acudieron también doce fariseos, doce saduceos,doce escribas y algunos ancianos, entre ellos, los quehabían pedido inútilmente a Pilatos que cambiase lainscripción de la tabla de la cruz, y cuya rabia se habíaincrementado con la negativa del gobernador. Dieron lavuelta al llano a caballo e hicieron apartar a la SantísimaVirgen, que Juan acompañó junto a las otras mujeres.Cuando pasaron delante de Jesús, menearondesdeñosamente la cabeza, diciendo: «Tú, que ibas adestruir el Templo y levantarlo de nuevo en tres días, tú quehas salvado a otros, según dicen, ¿no puedes salvarte a timismo? ¡Si eres el Hijo de Dios, el Cristo, baja de la cruz!»Los soldados se unieron a las burlas: «Sí, si es el rey deIsrael, que baje de la cruz y también nosotros creeremos enÉl.»

Jesús parecía a punto de expirar, perdía elconocimiento. Viéndolo así, Gesmas, el ladrón de laizquierda, dijo: «El demonio que lo poseía le haabandonado.» Un soldado puso en la punta de un palo unaesponja empapada en vinagre y la acercó a los labios deJesús, que pareció beber el líquido. El soldado le decía: «Sieres el rey de los judíos, sálvate, baja de la cruz.» Todo estopasaba mientras la primera tropa era relevada por la deAbenadar. En ese momento, Jesús levantó un poco lacabeza y dijo: «Padre mío, perdónales, pues no saben loque hacen.» Gesmas le gritó: «Tú, si eres el Cristo, sálvatey sálvanos.» Dimas, el buen ladrón, se sintió conmovido aloír que Jesús rogaba por sus enemigos. Cuando María oyóla voz de su Hijo, nada pudo contenerla: se precipitó haciala cruz con Juan, Salomé y María de Cleofás. El centuriónno las rechazó. Dimas, el buen ladrón, obtuvo en estemomento, por la oración de Jesús, una iluminación interior.Reconoció que Jesús y su Madre le habían curado en suniñez y dijo en voz clara y fuerte: «¿Cómo podéis injuriarlocuando está rogando por vosotros? No ha dicho unapalabra, ha sufrido pacientemente todas vuestrasvejaciones; es un profeta, es nuestro rey, es verdaderamenteel Hijo de Dios.» Al oír esta reprensión de boca de unmiserable asesino, se elevó un gran tumulto en medio delos presentes, que cogieron piedras para tirárselas, pero elcenturión Abenadar no lo permitió. Mientras tanto, laSantísima Virgen se sintió fortificada por la oración deJesús, y Dimas dijo a su compañero, que continuabainjuriando a Jesús: «¿No tienes temor de Dios, tú que estáscondenado al mismo suplicio? Nosotros lo merecemosjustamente, recibimos el castigo por nuestros crímenes,pero este hombre no ha hecho ningún mal. Piensa en tuúltima hora y conviértete.» Estaba iluminado y tocado de la

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gracia divina; confesó sus culpas a Jesús, diciendo: «Señor,si me condenas será con justicia, pero ten misericordia demí.» Jesús le dijo: «Tus pecados te son perdonados», yDimas, con perfecta convicción, dio las gracias a Jesús porel inmenso don que le había concedido. Todo lo que acabode contar sucedió entre las doce y las doce y media, pocosminutos después de que la cruz fuera alzada, y pronto iba ahaber un gran cambio en el alma de los espectadores,mientras el buen ladrón estaba hablando, a causa de lossignos que empezaron a verse en la Naturaleza.

LI. EL SOL SE OSCURECESegunda y tercera palabras de Jesús en la

cruz

Desde que Pilatos pronunció la sentencia, el cielo,hasta aquel momento despejado, había ido cubriéndose denubes, pero a la sexta hora, según el modo de contar de losjudíos, que corresponde a las doce y media, el sol se apagóde repente. Yo vi cómo sucedió, pero no encuentro palabraspara expresarlo. Primero fui transportada como fuera de latierra; desde allí vi las divisiones del cielo y el camino delas estrellas, que se cruzaban de un modo maravilloso, y enseguida me hallé en Jerusalén. La luna apareció llena ypálida sobre el monte de los Olivos, y fue avanzandorápidamente hacia el sol. De repente, de la derecha del solvi aparecer un cuerpo oscuro similar a una montaña y que,colocándose ante él, lo cubrió por completo. El centro deeste cuerpo era de un naranja oscuro y estaba rodeado deun círculo de fuego semejante a un anillo de hierrocandente. El cielo se volvió negro y las estrellasaparecieron en él despidiendo una luz ensangrentada. Elterror general se apoderó de los hombres y de los animales;los que injuriaban a Jesús callaron. Muchas personas sedaban golpes en el pecho, diciendo: «Que su sangre caigasobre sus asesinos.» Muchos, cerca y lejos, se arrodillaronpidiendo perdón y Jesús, en medio de sus dolores, los mirócompasivo. Cuando las tinieblas aumentaron, todos los másqueridos amigos del Salvador, excepto María, se alejaronaterrorizados de la cruz. Dimas levantó la cabeza haciaJesús y, con una humilde esperanza, le dijo: «Señor,acuérdate de mí cuando estés en tu Reino.» Jesús lerespondió: «En verdad te digo, que hoy estarás conmigo enel paraíso.»

La Madre de Jesús, Magdalena, María de Cleofás yJuan permanecían junto a la cruz de Nuestro Señor, sinapartar la vista de Él. María le pedía interiormente que ladejara morir con Él. El Salvador la miró con una ternurainefable y, volviendo los ojos hacia Juan, dijo a María:«Mujer, éste es tu hijo.» Después dijo a Juan: «Ésta es tumadre.» Juan, al pie de la cruz del Redentor moribundo,abrazó, transido de dolor, a la Madre de Jesús, que ahoraera la suya. La Santísima Virgen se sintió tan ahogada dedolor al oír estas últimas disposiciones de su Hijo, que cayósin conocimiento en brazos de las santas mujeres, que la

llevaron a alguna distancia de la cruz.

Yo no sé si oí realmente estas palabras dichas porJesús a Juan y a su Madre o sólo en mi interior, pero supeque, al darle Nuestro Señor a Juan a la Santísima Virgencomo Madre, estaba entregándonosla también a todos losque creemos en Él.

Eran poco más o menos la una y media y fuitransportada a la ciudad de Jerusalén para ver lo quepasaba. La hallé llena de agitación y de inquietud; las callesestaban oscurecidas por una niebla espesa y los hombresandaban a tientas. Muchos estaban tendidos por el suelo,con la cabeza descubierta, gimiendo y dándose golpes en elpecho; otros se subían a los tejados, miraban al cielo y selamentaban, hasta los animales aullaban y se escondían.Las aves volaban bajo y caían al suelo muertas. Vi quePilatos fue a visitar a Herodes; estaban ambos muyagitados y miraban a su alrededor desde la misma terrazadonde, por la mañana, Pilatos había visto a Jesús entregadoa los ultrajes del pueblo. «Esto no es natural —decíaPilatos—, es la cólera de los dioses por la crueldad con quese ha tratado a Jesús.» Después los vi ir al palacioatravesando la plaza. Caminaban de prisa y estabanrodeados de soldados. Pilatos no volvió los ojos del lado deGábbata, donde había condenado a Jesús. En la plaza nohabía nadie, algunas personas entraban corriendo en suscasas. Se veía formarse grupos. Pilatos mandó llamar a supalacio a los judíos más ancianos y les preguntó quésignificaban aquellas tinieblas. Les dijo, muy asustado, queeran un presagio espantoso, que su Dios estaba irritadocontra ellos porque habían perseguido a muerte al Galileo,que era en verdad su profeta y su rey; que él se habíalavado las manos, que él era inocente de esta muerte, etc.Pero los ancianos persistieron en su dureza de corazón yatribuyeron todo lo que pasaba a causas que no tenían nadade sobrenatural, y ni siquiera así se convirtieron. Sinembargo, mucha gente y entre ellos todos los soldados queen el prendimiento de Jesús en el huerto de los Olivoshabían caído fulminados por el ataque, se convirtieron. Lamultitud se iba agrupando delante de la casa de Pilatos y enel mismo sitio en que por la mañana habían gritado:«¡Mátalo! ¡Crucifícalo!», ahora gritaban: «¡Muera el juezinicuo! ¡Que la sangre del inocente caiga sobre susverdugos!» Pilatos estaba muy asustado, mandó reforzar laguardia e intentó hacer recaer toda la culpa sobre losjudíos. El terror y la angustia llegaban a su colmo en elTemplo; estaban a punto de sacrificar el cordero pascualcuando las tinieblas se abatieron de repente sobre ellos. Laagitación y el espanto les hacía dar alaridos. Los sacerdotesse esforzaron por mantener el orden y la tranquilidad,encendieron todas las lámparas, pero el desordenaumentaba cada vez más. Yo vi a Anás, aterrorizado, correrde un rincón a otro para esconderse; la oscuridad iba enaumento.

Sobre el Gólgota las tinieblas produjeron unaterrible consternación. Cuando el sol empezó a ocultarse,

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los gritos, las imprecaciones, la actividad de los hombresocupados en levantar las cruces, los lamentos de los dosladrones, los insultos de los fariseos, las idas y venidas delos soldados la marcha tumultuosa de los verdugosborrachos habían ido disminuyendo. Pero conforme lastinieblas se hacían más densas los presentes estaban mássobrecogidos y se alejaban más de la cruz. Fue entoncescuando Jesús dijo sus palabras a su Madre y a Juan, yMaría fue llevada desmayada a cierta distancia. Tras eso,hubo un instante de silencio solemne. Algunos miraban alcielo, la conciencia de otros se despertaba y volvían losojos hacia la cruz llenos de arrepentimiento, y se dabangolpes de pecho. Los que tenían estos sentimientos sejuntaron. Los fariseos, aunque tan aterrorizados como losdemás, intentaban explicarlo todo con razones naturales,pero cada vez iban hablando más bajo y acabaron porcallarse. El disco del sol era de un naranja oscuro, como lasmontañas miradas a la claridad de la luna, estaba rodeadode un círculo de fuego y las estrellas brillaban con una luzensangrentada. Los pájaros caían al suelo, muertos deterror, las bestias temblaban y los caballos de los fariseos seapretaban estrechamente unos con otros, agachando lacabeza. Las tinieblas lo penetraron todo.

LII. JESÚS SE QUEDA SOLO.SU CUARTA PALABRA EN LA CRUZ.

El silencio reinaba en torno a la cruz. Todo elmundo se había alejado. El Salvador había quedado sumidoen un profundo abandono.

Volviéndose a su Padre celestial le pedía con amorpor sus enemigos. Ofrecía el cáliz de su sacrificio por suredención. Yo vi a mi esposo sufrir como un hombreafligido lleno de angustia, abandonado de toda consolacióndivina y humana, y, obligado, sin ayuda ni esperanza, aatravesar solo la tormenta de la tribulación. Sussufrimientos eran inexpresables, y por ellos nos fueconcedida la fuerza de resistir a los mayores terrores delabandono, cuando todos los afectos que nos unen a estemundo y esta vida terrestre se rompen y al mismo tiempo elsentimiento de la ira nos obnubila; nosotros no podríamossalir victoriosos de esta prueba, de no ser uniendo pormedio de la gracia divina. Desde el sacrificio de Jesús yano hay para los cristianos ni soledad, ni abandono, nidesesperación ante la cercanía de la muerte, pues Jesús, quees la luz, el camino y la verdad, ha ido por delante denosotros por ese tenebroso camino, llenándolo debendiciones y ha plantado en él su cruz para desvanecernuestros espantos. Jesús, abandonado, pobre y desnudo, seofreció a sí mismo por nosotros, convirtió su abandono enun rico tesoro, ofreció su vida, sus fatigas, su amor, suspadecimientos y el doloroso sentimiento de nuestra

ingratitud. Rezó delante de Dios por todos los pecadores.No olvidó a nadie, a todos acompañó en su abandono, rogótambién por los heréticos.

Hacia las tres, Jesús lanzó un grito: «Elí, Elí, laminasabachtani?», que significa: «¡Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has abandonado?!» El grito de Nuestro Señorinterrumpió el profundo silencio que reinaba alrededor dela cruz; los fariseos se volvieron hacia Él y uno dijo:«Llama a Elías.» Otro: «Veremos si Elías vendrá asocorrerlo.» Cuando María oyó la voz de su Divino Hijonada pudo detenerla. Se acercó otra vez al pie de la cruzcon Juan, María de Cleofás, Magdalena y Salomé. Mientrasel pueblo temblaba y gemía, un grupo de treinta notables deJudea y de los contornos de Jopa, pasaban por allí endirección a la fiesta y, cuando vieron a Jesús en la cruz ylos signos amenazadores de la Naturaleza, exclamaronllenos de horror: «¡Maldita sea esta ciudad! Si el Templo deDios no estuviera en ella, merecería ser quemada por haberatraído sobre sí tanta iniquidad.» Estas palabras causaronuna gran impresión en la gente. Hubo una explosión demurmullos y de gemidos y todos los que tenían los mismossentimientos se reunían. Los allí presentes se dividieron endos partidos. Los unos lloraban, los otros pronunciabaninjurias e imprecaciones; sin embargo, los fariseoshablaban en tono menos arrogante, y temiendo unainsurrección popular, se pusieron de acuerdo con elcenturión Abenadar. Dieron órdenes para cerrar la puertamás cercana de la ciudad e impedir que nadie entrara osaliera. Al mismo tiempo, enviaron un mensaje a Pilatos y aHerodes para pedir al primero quinientos hombres, y alsegundo sus guardias para impedir una revuelta. Mientrastanto, el centurión

Abenadar mantenía el orden y también impedía losinsultos contra Jesús para no irritar más al pueblo.

Poco después de las tres el cielo empezó a abrirse, laluna fue alejándose del sol, éste apareció despojado de susrayos y envuelto en jirones de niebla roja; poco a pococomenzó a brillar de nuevo y las estrellas desaparecieron.Sin embargo, el cielo seguía cubierto. Los enemigos deJesús fueron recobrando su arrogancia a medida que la luzvolvía. Cuando dijeron: «Llama a Elías», Abenadar losmandó callar.

LIII. LA MUERTE DE JESÚS.QUINTA, SEXTA Y SÉPTIMA PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ

A la pálida luz del sol, el cuerpo de Jesús se veíamás lívido y pálido que antes, por la pérdida de sangre.Agonizaba, tenía la lengua seca: «Tengo sed», dijo. Y comosus amigos lo rodeaban mirándolo apenados e impotentes,añadió: «¿No podríais haberme dado una gota de agua?»; yellos comprendieron que les estaba diciendo que, mientras

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durasen las tinieblas, nadie se lo hubiera impedido. Juan,lleno de remordimientos, dijo: «¡Oh, Señor, te hemosolvidado!» Jesús añadió otras palabras cuyo sentido eraéste: «Mis parientes y amigos debían olvidarme y no darmede beber, para que se cumpliera lo que está escrito.» Peroese olvido lo afligía mucho. Sus amigos entonces dierondinero a los soldados para obtener permiso para darle unpoco de agua; ellos no se lo dieron, pero uno de ellos mojóuna esponja en vinagre y hiel, y colocándola en la punta deuna lanza, la puso delante de la boca del Señor. Entre otraspalabras que Jesús dijo entonces, recuerdo éstas: «Cuandomi voz no se oiga más, las bocas de los muertos hablarán.»Algunos gritaron: «Blasfema todavía.» Abenadar losmandó callar.

La hora de Nuestro Señor había llegado: la agoníahabía comenzado, y un sudor frío cubrió sus miembros.Juan estaba al pie de la cruz y limpiaba los pies de Jesúscon un paño. Magdalena, rota de dolor, se apoyaba contrala cruz por la parte de atrás. La Virgen Santísima estaba depie, entre Jesús y el buen ladrón, y, sostenida por Salomé yMaría de Cleofás, levantaba los ojos hacia su Hijoagonizante. Entonces Jesús dijo: «Todo se ha cumplido.»Después alzó la cabeza y gritó con voz potente: «Padremío, en tus manos encomiendo mi espíritu.» Fue un grito ala vez suave y fuerte, que se oyó en el cielo y la tierra.Después de eso, Nuestro Señor inclinó la cabeza y entregósu espíritu. Yo vi su alma, como una forma luminosa,penetrando en la tierra al pie de la cruz. Juan y las santasmujeres cayeron a tierra cubriéndose la cara.

El centurión Abenadar, de origen árabe, quebautizado más tarde se llamaba Ctesifón, estaba a caballo,cerca de donde estaba clavada la cruz.

Miraba conmovido y fijamente la cara desfiguradade Jesús, coronada de espinas. El caballo, abatido y tristemantenía la cabeza gacha, y Abenadar, cuya alma estabatrastornada, no recogió las riendas caídas. Cuando el Señorexhaló su último suspiro, la tierra tembló y se partió elsuelo de roca entre la cruz del Salvador y la cruz del malladrón. La lúgubre Naturaleza dio testimonio de unamanera tremenda e inequívoca de que Jesucristo era el Hijode Dios. Todo se había cumplido. La tierra tembló cuandoel alma de Jesús abandonó su cuerpo; ella le reconociócomo su Salvador, mientras el corazón de sus amigos eratraspasado por una espada de dolor. La gracia iluminó aAbenadar, su corazón duro se resquebrajó como el peñascodel Calvario; arrojó la lanza, se dio un fuerte golpe en elpecho y, con la voz de un hombre nuevo, gritó: «Benditosea el Dios Todopoderoso, el Dios de Abraham, de Isaac yde Jacob; este hombre era inocente; era verdaderamente elHijo de Dios.» Muchos soldados se convirtieron también aloír estas palabras de su jefe.

Abenadar, convertido en un nuevo hombre desdeese momento, y habiendo rendido homenaje al Hijo deDios, no quería seguir más al servicio de sus enemigos. Dio

su caballo y su lanza a Casio, el segundo oficial, llamadodespués Longino, que tomó el mando, dijo algunas palabrasa los soldados y bajó del Calvario. Se fue por el valle deGihón, hacia las grutas del valle de Hinón y anunció a losdiscípulos allí escondidos, la muerte del Señor. Acontinuación, se fue a la ciudad con intención de ver aPilatos. También otras personas se convirtieron en elCalvario, entre ellos algunos fariseos que habían llegadohacia el final. Mucha gente regresaba a casa dándosegolpes de pecho y llorando. Otros rasgaban sus vestiduras yse echaban polvo sobre los cabellos. Todos estaban llenosde miedo y espanto. Juan se levantó y, con algunas de lassantas mujeres, se llevaron a la Santísima Madre a ciertadistancia de la cruz.

Cuando Jesús, el Dios de la vida y de la muerte,encomendó su alma humana a Dios, su Padre, y la muertetomó posesión de Él su cuerpo sagrado se estremeció y sepuso de un blanco lívido, y sus innumerables heridas, quehabían sangrado profusamente, parecían manchas oscuras;sus mejillas se hundieron, su nariz se afiló, y sus ojos,anegados en sangre, se abrieron a medias. Levantó uninstante la pesada cabeza coronada de espinas, por últimavez, y la dejó caer de nuevo con dolores de agonía;mientras sus agrietados y lívidos labios entreabiertosmostraban su ensangrentada e hinchada lengua. Sus manos,que hasta el momento de la muerte habían estadocontraídas por los clavos, se abrieron y volvieron a supostura natural, al igual que los brazos; todo Él se aflojó ytodo el peso de su cuerpo cayó sobre los pies, sus rodillasse doblaron y, lo mismo que sus pies, giraron un poco haciaun lado.

¿Con qué palabras podría expresar la profundísimapena de María al ver a su Hijo muerto? Su vista seoscureció, el color lívido de la muerte la cubría, sus piestemblaban, sus oídos no oían; ella cayó al suelo, mientrasMagdalena, Juan y los otros se desplomaban también y, conla cara tapada, se abandonaban a su indecible dolor.Cuando fueron a ayudar a la más dulce y triste de todas lasmadres, ella vio aquel cuerpo, concebido sin mancha por elEspíritu Santo, carne de su carne, hueso de sus huesos,corazón de su corazón; la obra sagrada de sus entrañas,formado por obra divina, ese cuerpo que colgaba de unacruz, entre dos ladrones. Crucificado, deshonrado,maltratado, condenado por todos aquellos a quienes habíavenido a la tierra a redimir. Bien se la podía llamar enaquellos momentos la reina de los mártires.

Eran poco más de las tres cuando Jesús expiró. Laluz del sol era todavía débil y estaba velada por una brumarojiza, el aire se hizo sofocante y bochornoso mientras duróel temblor de la tierra, mas después refrescó sensiblemente.Cuando se produjo el temblor de tierra, los fariseos estabanmuy alarmados pero después se recobraron; algunos seacercaron a la grieta que se había abierto en el peñasco delCalvario, tiraron piedras y querían medir su profundidadcon cuerdas, pero, al no haber podido llegar al fondo, se

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quedaron pensativos. Advirtieron con inquietud losgemidos del pueblo, sus signos de arrepentimiento, y sealejaron. Muchos de los presentes se habíanverdaderamente convertido y muchos de ellos regresaron aJerusalén, llenos de temor. Los soldados romanos montaronguardia en las puertas de la ciudad y otros lugaresprincipales para prevenir una posible insurrección. Casio sequedó en el Calvario con cincuenta soldados. Los amigosde Jesús rodeaban la cruz, contemplaban a Nuestro Señor ylloraban. Algunas de las santas mujeres se marcharon a suscasas y todo quedó silencioso y sumido en la pena. Desdelejos, en el valle y sobre las alturas opuestas, se veían acá yallá algunos discípulos que miraban la cruz con unacuriosidad inquieta, y desaparecían si se les acercabaalguien.

LIV. EL TEMBLOR DE TIERRA. APARICIÓN DE LOS MUERTOS ENJERUSALÉN

Cuando murió Jesús, yo vi su alma semejante a unaforma luminosa penetrar en la tierra al pie de la cruz, conella una multitud brillante de ángeles, entre los cualesestaba Gabriel. Estos ángeles echaban al gran abismo a unamultitud de malos espíritus. Y oí que Jesús ordenó amuchas almas del limbo que volvieron a entrar en suscuerpos mortales para atemorizar a los impenitentes ydieran testimonio de Su divinidad.

El temblor de tierra que quebró la roca del Calvario,causó estragos, sobre todo en Jerusalén y en Palestina.Apenas habían recobrado el ánimo en la ciudad y en elTemplo al volver la luz del sol, cuando el temblor que agitóla tierra y el estrépito de los edificios al hundirse, causarontemores mucho mayores. Este terror se convirtió en pánicocuando la gente que huía llorando encontraban en elcamino súbitas apariciones de muertos resucitados que losreconvenían y amenazaban en el lenguaje más severo.

En el Templo, el Sumo Sacerdote y los demássacerdotes habían continuado el sacrificio del corderopascual, interrumpido por el espanto que les causaron lastinieblas, y creían haber triunfado con la vuelta de la luz.Mas, de pronto, la tierra tembló bajo sus pies, los edificiosvecinos se derrumbaban y el velo del Templo se rasgó endos de arriba abajo. Al principio mi terror extremo los dejóunidos, pero luego se vieron sacudidos por los másincontrolables llantos y lamentaciones. Sin embargo, lasceremonias estaban tan reguladas, en el interior del Temploera todo tan pautado, las filas de sacerdotes, el sonido delos cánticos y de las trompetas, los movimientos de losfieles, que de momento no se consiguió controlar eldesorden y turbación. Los sacrificios continuarontranquilamente en algunas partes, mientras los sacerdotes

los tranquilizaban. Pero la aparición de los muertos que sepresentaban en el Templo lo echó todo abajo, y la gentehuyó despavorida tan de prisa como pudo. En la ceremoniano quedó nadie, y el Templo fue abandonado como sihubiera sido manchado. Sin embargo, esto sucedióprogresivamente, y mientras que una parte de los queestaban presentes corrían escaleras abajo del Templo, otrosiban siendo contenidos por los sacerdotes o no eran todavíapresa del pánico que los enloquecía. Se puede tener unaidea de lo que pasaba, representándose un hormiguero, enel cual han echado una piedra. Mientras la confusión reinaen un punto, el trabajo continúa en otro, y aun el sitioagitado vuelve a recobrar el orden durante algunosmomentos. El Sumo Sacerdote Caifás y los suyosconservaron su presencia de ánimo. Gracias al diabólicoendurecimiento de su corazón y la tranquilidad aparenteque tenían, impidieron que la confusión fuese general, ylograron que el pueblo no tomara esos terriblesacontecimientos como un testimonio de la inocencia deJesús. La guarnición romana de la torre Antonia hizotambién grandes esfuerzos para mantener el orden, desuerte que la fiesta se interrumpió sin que estallase untumulto popular. Todo se convirtió en agitación e inquietudque cada uno llevó a su casa y que la habilidad de losfariseos había conseguido, con éxito, calmar en parte.

He aquí los hechos de los que me acuerdo. Las dosgrandes columnas situadas a la entrada delSanctasanctórum del Templo y entre las cuales estabacolgada una magnifícente cortina, se apartaron la una de laotra y el techo que sostenían se hundió rasgando la cortinacon fuerte sonido de arriba abajo, y el Sanctasanctórumquedó así expuesto a los ojos de todos. Cerca de la celdadonde solía rezar el viejo Simeón, cayó una gruesa piedraque hundió la bóveda. En el Sanctasanctórum se vioaparecer al Sumo Sacerdote Zacarías, muerto entre elTemplo y el altar; pronunció palabras amenazadoras yhabló de la muerte del otro Zacarías, padre de Juan elBautista y de otros profetas. Los dos hijos del piadosoSumo Sacerdote Simón el justo, se aparecieron cerca delgran púlpito y hablaron también de la muerte de losprofetas y del sacrificio que ahora se había cumplido.Jeremías se apareció cerca del altar y proclamó con una voztronante el fin del antiguo sacrificio y el principio delnuevo. Estas apariciones que habían tenido lugar en un sitioal que sólo los sacerdotes tenían acceso, fueron negadas ocalladas y se prohibió severamente hablar de ellas. Se oyóun gran ruido, las puertas del Sanctasanctórum se abrierony una voz gritó: «Vayámonos de aquí.» Entonces vi ángelesalejándose de allí. Nicodemo, José de Arimatea y otrosmuchos abandonaron también el Templo. Muertosresucitados se veían todavía andando por la ciudad. A unaorden de los ángeles entraron finalmente en sus sepulcros.La cátedra del atrio se derrumbó. De treinta y dos fariseosque hacía poco habían vuelto del Calvario, muchos sehabían convertido al pie de la cruz. Y en el Templo,

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comprendiendo perfectamente lo que estaba pasando,hicieron duros reproches a Anás y Caifás, y dejaron lacongregación. Anás había sido uno de los más acérrimosenemigos de Jesús, y había incitado al proceso contra Él,pero ahora, viendo todos esos acontecimientossobrenaturales, estaba casi loco de espanto, y no sabíadónde esconderse. Caifás quiso confortarlo, pero fue envano. La aparición de los muertos lo había consternado.Caifás, aunque lleno de terror, estaba tan poseído deldemonio del orgullo y de la obstinación, que no dejaba vernada de lo que sentía y oponía una frente de hierro a lossignos amenazadores de la ira divina. Dijo que loscausantes de todo habían sido los partidarios del Galileo,que se habían presentado en el Templo manchados, y quetodo eran sortilegios.

La misma confusión que en el Templo reinaba enmuchos sitios de Jerusalén. Los muertos caminaban por lascalles, las casas se derrumbaban, así como también losescalones del Tribunal de Caifás, donde Jesús había sidoultrajado, y una parte del hogar, del atrio, donde Pedrohabía negado a Jesús. Cerca del palacio de Pilatos, se partióla piedra del sitio donde Jesús había sido mostrado alpueblo y parte de las murallas de la ciudad se derribaron. Elsupersticioso Pilatos estaba paralizado y mudo de terror, supalacio se tambaleaba sobre sus cimientos, y la tierra nocesaba de moverse bajo sus pies. El corría enloquecido deuna habitación a otra. Creyó ver en los muertos que se leaparecían a los dioses del Galileo, y se refugió en el rincónmás oculto de la casa para pedir socorro a sus ídolos.También Herodes estaba aterrorizado pero él se habíaencerrado y no quería ver a nadie. Un centenar de muertosde todas las épocas aparecieron en Jerusalén y en susalrededores. Los muertos cuyas almas fueron enviadas porJesús desde el limbo, se levantaron, destaparon sus rostrosy anduvieron errantes por las calles sin tocar el suelo conlos pies. Dieron testimonio de Jesús con palabras severascontra los que habían tomado parte en su muerte. En loslugares donde la sentencia de Jesús se había proclamadoantes de ponerse en marcha la procesión para el Calvario,se detuvieron un momento y gritaron: «¡Gloria a Jesús porlos siglos de los siglos y condenación eterna para susverdugos!» Delante del palacio de Pilatos exclamaron:«¡Juez inicuo!» Todo el mundo temblaba y huía; el terrorera inmenso en toda la ciudad y cada cual se escondíadonde podía. A las cuatro en punto los muertos volvieron asus tumbas. Los sacrificios en el Templo habían sido asíinterrumpidos, la confusión reinaba por todas partes ypocas personas comieron esa noche el cordero pascual.

LV. JOSÉ DE ARIMATEA PIDE A PILATOS EL CUERPO DE JESÚS

En cuanto se restableció un poco la tranquilidad enla ciudad, Pilatos, aún aterrorizado, fue asaltado con

peticiones por todos lados. El Gran Consejo de los judíos,le pidió que mandara romper las piernas de los crucificadospara que no murieran antes del sábado. Pilatos mandóinmediatamente esbirros al Calvario a cumplir sus deseos.Poco después vi a José de Arimatea ir a casa de Pilatos.Había sabido la muerte de Jesús y había acordado conNicodemo el proyecto de enterrarlo en una sepultura nuevaque había hecho construir a poca distancia del Calvario.Pilatos lo recibió, inquieto y agitado, y él le pidió que lediese el cuerpo de Jesús para enterrarlo. A Pilatos leextrañó que un hombre tan notable pidiese con tantainsistencia permiso para rendir los últimos honores a quienél había hecho morir tan ignominiosamente. Ésa era para élotra señal de la inocencia de Jesús; pero supo esconder suspensamientos. Mandó llamar después al centuriónAbenadar, que había vuelto a Jerusalén después de haberido a encontrarse con los discípulos escondidos, y lepreguntó si el rey de los judíos ya había muerto. Abenadarle contó la muerte de Nuestro Señor, sus últimas palabras yel temblor de la tierra y la roca abierta por el terremoto.Pilatos fingió extrañarse únicamente de que Jesús hubieramuerto tan de prisa, porque en general los crucificadosagonizaban durante más tiempo; pero la verdad es queestaba lleno de angustia y de terror por la coincidencia deestas señales con la muerte de Jesús. Quizá, para hacerseperdonar su crueldad, dio a José de Arimatea por escritouna orden suya para que le fuera entregado el cuerpo deJesús. Sintió gran satisfacción al contrariar así a losmiembros del Sanedrín, que hubiesen deseado que Jesúsfuera enterrado como malhechor entre los ladrones. Envióun agente al Calvario para ejecutar sus órdenes. Me pareceque fue Abenadar mismo, pues lo vi asistir aldescendimiento de la cruz.

José de Arimatea, al salir de casa de Pilatos, fue ahablar con Nicodemo, que le esperaba en casa de una mujerde buena voluntad. La casa de esa mujer estaba situada enuna calle ancha, cerca de la callejuela donde Nuestro Señorfue tan cruelmente ultrajado al principio del camino de lacruz, y ella vendía hierbas aromáticas; Nicodemo le habíacomprado todos los ungüentos y perfumes necesarios paraembalsamar el cuerpo de Jesús. José fue a su vez a compraruna fina rica sábana; sus criados cogieron en un portal,cerca de la casa de Nicodemo, escaleras, martillos y clavos,jarros llenos de agua, esponjas, y pusieron los máspequeños de estos objetos sobre unas angarillas semejantesa aquellas en que los discípulos de Juan el Bautistatrasladaron su cuerpo cuando lo sacaron de la fortaleza deMacherunt.

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LVI. CLAVAN UNA LANZA EN EL COSTADO DE JESÚS. ROMPEN LAS PIERNAS DE LOS LADRONES

Mientras tanto, el silencio y el duelo reinaban sobreel Gólgota. El pueblo, atemorizado, se había dispersado;María, Juan, Magdalena, María, hija de Cleofás y Salomérodeaban, de pie o sentados, la cruz, con la cabeza cubiertay llorando. Algunos soldados estaban recostados sobre elterraplén que rodeaba la llanura; Casio, a caballo, iba de unlado al otro. El cielo estaba oscuro y la Naturaleza parecíaenlutada. Pronto llegaron allí seis esbirros con escalas,azadas, cuerdas y barras de hierro para romper las piernas alos crucificados. Cuando se acercaron a la cruz, los amigosde Jesús se apartaron un poco, y la Santísima Virgen temióque fuesen a ultrajar aún más el cuerpo de su Hijo. No ibadesencaminada, pues, mientras apoyaban las escalas en lacruz, comentaban que Jesús sólo se fingía muerto.Habiendo visto, sin embargo, que el cuerpo estaba frío ytieso, lo dejaron y subieron a las cruces de los ladrones. Lesrompieron los brazos por debajo y por encima de los codoscon sus martillos, mientras otro les rompía las piernas porencima y por debajo de las rodillas. Gesmas daba gritos tanhorribles, que le pegaron aún tres golpes más sobre elpecho, para acabarlo de matar. Dimas dio un gemido yexpiró. Fue el primero de los mortales que volvió a ver a suRedentor. Desataron las cuerdas que sujetaban a los dosladrones, dejaron caer los cuerpos al suelo, los arrastraron ala hondonada que había entre el Calvario y las murallas dela ciudad y los cubrieron con tierra.

Los verdugos parecían dudar todavía de la muertede Jesús, y el modo horrible en que habían quebrantado losmiembros de los ladrones hacía temblar a las santasmujeres temiendo por el cuerpo del Salvador. Pero Casio,el oficial subalterno, un hombre de unos veinticinco años,cuyos ojos bizcos y sus nerviosas maneras habíanprovocado muchas veces la mofa de sus compañeros, fuesúbitamente iluminado por la gracia y, a la vista de laferocidad bárbara de los verdugos y la profunda pena de lassantas mujeres, decidió aliviar la angustia de ellasdemostrando que Jesús estaba verdaderamente muerto. Laamabilidad de su corazón lo empujó a ello, pero, sinsaberlo, iba a cumplir una profecía. Cogió su lanza ydirigió su caballo hacia el montículo donde estaba la cruz.Se detuvo entre ésta y la del buen ladrón y, cogiendo lalanza con las dos manos, la clavó con tanta fuerza en elcostado derecho de Nuestro Señor que la punta atravesó sucorazón y salió por el lado izquierdo del pecho. Al retirarla,salió de la herida un chorro de sangre y agua que mojó sucara como un río de salvación y de gracia. Se apeó, searrodilló, se dio golpes en el pecho y confesó en voz alta sufe en Jesús.

La Santísima Virgen y las santas mujeres, cuyos

ojos no se apartaban ni un momento de Jesús, al ver lo queeste hombre se proponía hacer con la lanza se precipitaronhacia la cruz, dando gritos para detenerlo. María cayó enlos brazos de las santas mujeres como si la lanza hubieseatravesado su propio corazón, mientras que Casio, derodillas, alababa a Dios; pues los ojos de su cuerpo y los desu alma se habían curado y abierto a la luz. Todos estabanprofundamente conmovidos a vista de la sangre delSalvador, que se había depositado en el hoyo de la peñadonde estaba clavada la cruz. Casio, María, las santasmujeres y Juan, recogieron la sangre y el agua en frascos yempaparon en ella sus paños.

Casio, cuyos ojos habían recobrado toda la plenitudde la vista, estaba sumido en humilde contemplación. Lossoldados, sorprendidos del milagro que se había operado enél, se hincaron de rodillas y reconocieron a Jesús. Casio fuebautizado después con el nombre de Longino, predicó la fede Jesucristo como diácono, y llevó siempre sangre deJesús con él. Los esbirros, que mientras tanto habíanrecibido el mensaje de Pilatos de que no tocaran el cuerpode Jesús, se mantuvieron apartados. Todo esto pasó cercade la cruz un poco después de las cuatro, mientras José deArimatea y Nicodemo reunían todo lo necesario parasepultar a Jesús. Mientras, los criados de José, que volvíande limpiar el sepulcro, les dijeron a los amigos de Jesús quesu señor iba a hacerse cargo del cuerpo y que lo enterraríaen un sepulcro nuevo. Entonces Juan volvió a la ciudad conlas santas mujeres para que María pudiera reparar un pocosus fuerzas y también para coger algunas cosas necesariaspara el entierro. La Santísima Virgen tenía un pequeñoaposento en los edificios contiguos al cenáculo. Noentraron en la ciudad por la puerta más próxima al Calvarioporque ésta estaba cerrada y guardada por dentro por lossoldados colocados allí por los fariseos, sino por la puertameridional que conduce a Belén.

LVII. EL DESCENDIMIENTO DE LA CRUZ

En el momento en que la cruz se quedó sola, yrodeada sólo de algunos guardias, vi a cinco personas quehabían venido de Betania por el valle acercarse al Calvario,elevar los ojos hacia la cruz y alejarse furtivamente. Creoque eran discípulos. Tres veces me encontré en lasinmediaciones a dos hombres deliberando y consultándose.Eran José de Arimatea y Nicodemo. La primera vez los vien las inmediaciones durante la crucifixión, quizá cuandomandaron a comprar las vestiduras de Jesús que iban arepartirse los esbirros; otra vez, cuando, después de ver quela muchedumbre se dispersaba, fueron al sepulcro parapreparar alguna cosa. La tercera fue cuando volvían a lacruz mirando a todas partes, como si esperasen una ocasiónfavorable. Entonces quedaron de acuerdo en cómo bajaríanel cuerpo del Salvador de la cruz y se volvieron a la ciudad.

Su siguiente paso fue ocuparse de transportar los

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objetos necesarios para embalsamar el cuerpo de NuestroSeñor; sus criados cogieron algunos instrumentos paradesclavarlo de la cruz. Nicodemo había comprado cienlibras de raíces, que equivalían a treinta y siete libras denuestro peso, como me han explicado. Sus servidoresllevaban una parte de esos aromas en pequeños recipienteshechos de corcho colgados del cuello sobre el pecho. Enuno de esos corchos había unos polvos y llevaban tambiénalgunos paquetes de hierbas en sacos de pergamino o depiel. José tomó consigo además una caja de ungüento; enfin, todo lo necesario. Los criados prepararon fuego en unalinterna cerrada y salieron de la ciudad antes que susseñores, por otra puerta, encaminándose después hacia elCalvario. Pasaron por delante de la casa donde la Virgen,Juan y las santas mujeres habían ido a coger diversas cosaspara embalsamar el cuerpo de Jesús. Juan y las santasmujeres siguieron a los criados a poca distancia. Habíacinco mujeres; algunas llevaban debajo de los mantoslargos lienzos de tela. Las mujeres tenían la costumbre,cuando salían por la noche o para hacer secretamentealguna acción piadosa, de envolverse con una sábana larga.Comenzaban por un brazo, y se iban rodeando el resto delcuerpo con la tela tan estrechamente que apenas podíancaminar. Yo las he visto así ataviadas. En esa ocasiónpresentaba un aspecto mucho más extraño a mis ojos: ibanvestidas de luto. José y Nicodemo llevaban tambiénvestidos de luto, de mangas negras y cintura ancha. Susmantos, que se habían echado sobre la cabeza, eran anchos,largos y de color pardo. Les servían para esconder lo quellevaban.

Se encaminaron hacia la puerta que conduce alCalvario. Las calles estaban desiertas, el terror generalhacía que todo el mundo permaneciese encerrado en sucasa. La mayoría de ellos empezaba a arrepentirse, y muypocos celebraban la fiesta. Cuando José y Nicodemollegaron a la puerta, la hallaron cerrada y todo alrededor, elcamino y las calles, lleno de soldados.

Eran los mismos que los fariseos habían solicitado alas dos, cuando temían una insurrección, y hasta entoncesno habían recibido orden ninguna de regresar. José presentóla orden firmada por Pilatos para dejarlo pasar libremente.Los soldados la encontraron conforme, mas le dijeron quehabían intentado abrir ya la puerta antes sin poderloconseguir y que, sin duda, el terremoto debía de habersedesencajado por alguna parte, y que por esa razón, losesbirros encargados de romper las piernas a loscrucificados habían tenido que pasar por otra puerta. Perocuando José y Nicodemo probaron, la puerta se abrió sola,dejando a todos atónitos. El cielo estaba todavía oscuro ynebuloso; cuando llegaron al Calvario, se encontraron consus criados y las santas mujeres que lloraban sentadasenfrente de la cruz. Casio y muchos soldados que se habíanconvertido permanecían a cierta distancia, cohibidos yrespetuosos. José y Nicodemo contaron a la SantísimaVirgen y a Juan todo lo que habían hecho para librar a

Jesús de una muerte ignominiosa; y cómo habíanconseguido que no rompiesen los huesos de Nuestro Señor,y la profecía se había cumplido. Hablaron también dellanzazo de Casio. En cuanto llegó el centurión Abenadar,comenzaron en medio de la tristeza y de un profundorecogimiento, su dolorosa y sagrada labor deldescendimiento de Jesús y el embalsamamiento deladorable cuerpo de Nuestro Señor.

La Santísima Virgen y Magdalena esperabansentadas al pie de la cruz, a la derecha, entre la cruz deDimas y la de Jesús; las otras mujeres estaban ocupadas enpreparar los paños, los aromas, el agua, las esponjas y lasvasijas. Casio se acercó también y le contó a Abenadar elmilagro de la cura de sus ojos. Todos estaban conmovidos,llenos de pena y de amor y al mismo tiempo silenciosos ysolemnes; sólo cuando la prontitud y la atención queexigían esos cuidados piadosos, lo permitían, se oíanlamentos y gemidos ahogados. Sobre todo Magdalena, sehallaba entregada entera-mente a su dolor, y nada podíaconsolarla ni distraerla, ni la presencia de los demás nialguna otra consideración. Nicodemo y José apoyaron lasescaleras en la parte de atrás de la cruz, y subieron conunos lienzos; ataron el cuerpo de Jesús por debajo de losbrazos y de las rodillas al tronco de la cruz con las piezasde lino y fijaron asimismo los brazos por las muñecas.Entonces, fueron sacando los clavos, martilleándolos pordetrás. Las manos de Jesús no se movieron mucho a pesarde los golpes, y los clavos salieron fácilmente de las llagas,que se habían abierto enormemente debido al peso delcuerpo. La parte inferior del cuerpo, que, al expirar NuestroSeñor, había quedado cargado sobre las rodillas, reposabaen su posición natural, sostenida por una sábana atada a losbrazos de la cruz. Mientras José sacaba el clavo izquierdo ydejaba ese brazo, sujeto por el lienzo, caer sobre el cuerpo,Nicodemo iniciaba la misma operación con el brazoderecho, y levantaba con cuidado su cabeza, coronada deespinas, que había caído sobre el hombro de ese lado.Entonces arrancó el clavo derecho, y dejó caer despacio elbrazo, sujeto con la tela, sobre el cuerpo. Al mismo tiempo,el centurión Abenadar arrancaba con esfuerzo el gran clavode los pies. Casio recogió religiosamente los clavos y lospuso a los pies de la Virgen.

Sin perder un segundo, José y Nicodemo llevaron laescalera a la parte de delante de la cruz, la apoyaron casirecta y muy cerca del cuerpo; desataron el lienzo de arribay lo colgaron a uno de los ganchos que habían colocadopreviamente en la escalera, hicieron lo mismo con los otrosdos lienzos, y bajándolos de gancho en ganchoconsiguieron ir separando despacio el sagrado cuerpo de lacruz, hasta llegar enfrente del centurión, que, subido en unbanco, lo rodeó con sus brazos por debajo de las rodillas, ylo fue bajando, mientras José y Nicodemo, sosteniendo laparte superior del cuerpo iban bajando escalón a escalón,con las mayores precauciones; como cuando se lleva elcuerpo de un amigo gravemente herido, así el cuerpo del

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Salvador fue llevado hasta abajo. Era un espectáculoconmovedor; tenían el mismo cuidado, tomaban las mismasprecauciones que si hubiesen podido causar algún daño aJesús: Parecían haber concentrado sobre el sagrado cuerpo,todo el amor y la veneración que habían sentido hacia elSalvador durante su vida. Todos los presentes tenían losojos fijos en el grupo y contemplaban todos susmovimientos; a cada instante levantaban los brazos al cielo,derramaban lágrimas, y manifestaban un profundísimodolor. Sin embargo, todos se sentían penetrados de unrespeto grande y hablaban sólo en voz baja, para ayudarseo avisarse. Mientras duraron los martillazos, María,Magdalena y todos los que estaban presentes en lacrucifixión escuchaban sobrecogidos, porque el ruido deesos golpes les recordaba los padecimientos de Jesús.Temblaban al recordar el grito penetrante de su dolor, y almismo tiempo se afligían del silencio de su boca divina,prueba incontestable de su muerte. Cuando los treshombres bajaron del todo el sagrado cuerpo, loenvolvieron, desde las rodillas hasta la cintura, y lodepositaron en los brazos de su Madre, que los teníaextendidos hacia el Hijo, rebosante de dolor y de amor.

LVIII. EL CUERPO DE JESÚS DISPUESTO PARA EL SEPULCRO

La Virgen Santísima se sentó sobre una amplia telaextendida en el suelo; con la rodilla derecha un pocolevantada y la espalda apoyada sobre un hato de ropas. Lohabían dispuesto todo para facilitar a aquella Madre dealma profundamente afligida —la Madre de los Dolores—las tristes honras fúnebres que iba a dispensar al cuerpo desu Hijo. La sagrada cabeza de Jesús estaba reclinada sobrelas rodillas de María; su cuerpo, tendido sobre una sábana.La Virgen Santísima sostenía por última vez en sus brazosel cuerpo de su querido Hijo, a quien no había podido darninguna prueba de amor en todo su martirio. Contemplabasus heridas, cubría de besos su cara ensangrentada,mientras el rostro de Magdalena reposaba sobre sus pies.Mientras, los hombres se retiraron a una pequeñahondonada situada al suroeste del Calvario, a preparar todolo necesario para embalsamar el cadáver. Casio, conalgunos de los soldados que se habían convertido al Señor,se mantenía a una distancia respetuosa. Toda la gente malintencionada se había vuelto a la ciudad y los soldadospresentes formaban únicamente una guardia de seguridadpara impedir que nadie interrumpiese los últimos honoresque iban a ser rendidos a Jesús. Algunos de esos soldadosprestaban su ayuda cuando se lo pedían. Las santas mujeresentregaban vasijas, esponjas, paños, ungüentos y aromas,cuando les era requerido, y el resto del tiempo permanecíanatentas, a corta distancia; Magdalena no se apartaba del

cuerpo de Jesús; pero Juan daba continuo apoyo a laVirgen, e iba de aquí para allá, sirviendo de mensajeroentre los hombres y las mujeres, ayudando a unos y a otras.Las mujeres tenían a su lado botas incipientes de cuero deboca ancha y un jarro de agua, puesto sobre un fuego decarbón. Entregaban a María y a Magdalena, conforme lonecesitaban, vasijas llenas de agua y esponjas, queexprimían después en los recipientes de cuero.

La Virgen Santísima conservaba un valor admirableen su indecible dolor. Era absolutamente imposible dejar elcuerpo de su Hijo en el horrible estado en que lo habíandejado el suplicio, por lo que procedió con infatigablededicación a lavarlo y limpiarle las señales de los ultrajesque había recibido. Le quitó, con la mayor precaución, lacorona de espinas, abriéndola por detrás y cortando una poruna las espinas clavadas en la cabeza de Jesús, para noabrir las heridas al intentar arrancarlas. Puso la coronajunto a los clavos; entonces María fue sacando los restos deespinas que habían quedado con una especie de pinzasredondas y las enseñó a sus amigas con tristeza.

El divino rostro de Nuestro Señor, apenas se podíaconocer, tan desfigurado estaba con las llagas que locubrían; la barba y el cabello estaban apelmazados por lasangre. María le alzó suavemente la cabeza y con esponjasmojadas fue lavándole la sangre seca; conforme lo hacía,las horribles crueldades ejercidas contra Jesús se le ibanpresentando más vividamente, y su compasión y su ternurase acrecentaban herida tras herida. Lavó las llagas de lacabeza, la sangre que cubría los ojos, la nariz y las orejasde Jesús, con una pequeña esponja y un paño extendidosobre los dedos de su mano derecha; lavó, del mismomodo, su boca entreabierta, la lengua, los dientes y loslabios. Limpió y desenredó lo que restaba del cabello delSalvador y lo dividió en tres partes, una sobre cada sien, yla tercera sobre la nuca. Tras haberle limpiado la cara, laSantísima Virgen se la cubrió después de haberla besado.Luego se ocupó del cuello, de los hombros y del pecho, delos brazos y de las manos. Todos los huesos del pecho,todas las coyunturas de los miembros estaban dislocados yno podían doblarse. El hombro que había llevado la cruzera una gran llaga, toda la parte superior del cuerpo estabacubierta de heridas y desgarrada por los azotes. Cerca delpecho izquierdo, se veía la pequeña abertura por dondehabía salido la punta de la lanza de Casio, y en el ladoderecho, el ancho corte por donde había entrado la lanzaque le había atravesado el corazón. María lavó todas lasllagas de Jesús, mientras Magdalena, de rodillas, laayudaba en algún momento, pero sin apartarse de lossagrados pies de Jesús, que bañaba con lágrimas y secabacon sus cabellos.

La cabeza, el pecho y los pies del Salvador estabanya limpios: el sagrado cuerpo, blanco y azulado como carnesin sangre, lleno de manchas moradas y rojas allí donde sele había arrancado la piel, reposaba sobre las rodillas deMaría, que fue abriendo con un lienzo las partes lavadas y

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después se ocupó de embalsamar todas las heridas,empezando por la cara. Las santas mujeres, arrodilladasfrente a María, le presentaron una caja de donde sacabaalgún ungüento precioso con el que untaba las heridas ytambién el cabello. Cogió en su mano izquierda las manosde Jesús, las besó con amor, y llenó de ungüento o deperfume los profundos agujeros de los clavos. Ungiótambién las orejas, la nariz y la llaga del costado. Notiraban el agua que habían usado, sino que la echaban enlos recipientes de cuero en los que exprimían las esponjas.Yo vi muchas veces a Casio y a otros soldados ir por agua ala fuente de Gihón, que estaba bastante cerca. Cuando laVirgen hubo ungido todas las heridas, envolvió la cabezade Nuestro Señor en paños, mas no cubrió todavía la cara;cerró los ojos entreabiertos de Jesús, y dejó reposar sumano sobre ellos algún tiempo. Cerró también su boca,abrazó el sagrado cuerpo de su Hijo y dejó caer su carasobre la de Jesús. José y Nicodemo llevaban un ratoesperando en respetuoso silencio, cuando Juan,acercándose a la Santísima Virgen, le pidió que dejase quese llevaran a su Hijo, para que pudieran acabarlo deembalsamar, porque se acercaba el sábado. María abrazóuna vez más el cuerpo de Jesús y se despidió de Él conconmovedoras palabras. Entonces, los hombres cogieron lasábana donde estaba depositado el cuerpo y lo apartaron asíde los brazos de la Madre, llevándoselo aparte paraembalsamarlo. María, de nuevo abandonada a su dolor, quehabían aliviado un poco los tiernos cuidados dispensados alcuerpo de Nuestro Señor, se derrumbó ahora, con la cabezacubierta, en brazos de las piadosas mujeres. MaríaMagdalena, como si hubieran querido robarle su amado,corrió algunos pasos hacia Él, con los brazos abiertos, perotras un momento volvió junto a la Santísima Virgen.

El sagrado cuerpo fue transportado a un sitio algomás abajo, y allí lo depositaron encima de una roca plana,que era un lugar adecuado para embalsamarlo. Vi cómoprimero pusieron sobre la roca un lienzo de malla,seguramente para dejar pasar el agua; tendieron el cuerposobre ese lienzo calado y mantuvieron otra sábanaextendida sobre él. José y Nicodemo se arrodillaron y,debajo de esta cubierta, le quitaron el paño con que lohabían tapado al bajarlo de la cruz y el lienzo de la cintura,y con esponjas le lavaron todo el cuerpo, lo untaron conmirra, perfume y espolvorearon las heridas con unos polvosque había comprado Nicodemo, y, finalmente, envolvieronla parte inferior del cuerpo. Entonces llamaron a las santasmujeres, que se habían quedado al pie de la cruz. María searrodilló cerca de la cabeza de Jesús, puso debajo un lienzomuy fino que le había dado la mujer de Pilatos, y quellevaba ella alrededor de su cuello, bajo su manto; después,con la ayuda de las santas mujeres, lo ungió desde loshombros hasta la cara con perfumes, aromas y polvosaromáticos. Magdalena echó un frasco de bálsamo en lallaga del costado y las piadosas mujeres pusieron tambiénhierbas en las llagas de las manos y de los pies. Después,

los hombres envolvieron el resto del cuerpo, cruzaron losbrazos de Jesús sobre su pecho y envolvieron su cuerpo enla gran sábana blanca hasta el pecho, ataron una vendaalrededor de la cabeza y de todo el pecho. Finalmente,colocaron al Dios Salvador en diagonal sobre la gransábana de seis varas que había comprado José de Arimateay lo envolvieron con ella; una punta de la sábana fuedoblada desde los píes hasta el pecho y la otra sobre lacabeza y los hombros; las otras dos, envueltas alrededor delcuerpo.

Cuando la Santísima Virgen, las santas mujeres, loshombres, todos los que, arrodillados, rodeaban el cuerpodel Señor para despedirse de él, el más conmovedormilagro tuvo lugar ante sus ojos: el sagrado cuerpo deJesús, con sus heridas, apareció impreso sobre la sábanaque lo cubría, como si hubiese querido recompensar su celoy su amor, y dejarles su retrato a través de los velos que locubrían. Abrazaron su adorable cuerpo llorando yreverentemente besaron la milagrosa imagen que les habíadejado. Su asombro aumentó cuando, alzando la sábana,vieron que todas las vendas que envolvían el cuerpoestaban blancas como antes y que solamente en la sábanasuperior había quedado fijada la milagrosa imagen. No eranmanchas de las heridas sangrantes, pues todo el cuerpoestaba envuelto y embalsamado; era un retratosobrenatural, un testimonio de la divinidad creadora queresidía en el cuerpo de Jesús. Esta sábana quedó, despuésde la resurrección, en poder de los amigos de Jesús; cayótambién dos veces en manos de los judíos y fue veneradamás tarde en diferentes lugares. Yo la he visto en Asia, encasa de cristianos no católicos. He olvidado el nombre de laciudad, que estaba situada en un lugar cercano al país delos tres reyes magos.

LIX. EL SEPULCROLos hombres colocaron el sagrado cuerpo sobre

unas angarillas de piel, recubiertas de una tela oscura. Esome recordaba el Arca de la Alianza. Nicodemo y Joséllevaban en sus hombros los palos de delante, Abenadar yJuan los de atrás, los seguían la Virgen, María de Helí,Magdalena y María de Cleofás. Después las mujeres quehabían estado al pie de la cruz: Verónica, Juana Cusa,María, madre de Marcos, Salomé, mujer de Zebedeo, MaríaSalomé, Salomé de Jerusalén, Susana y Ana, sobrina de sanJosé. Casio y los soldados cerraban la marcha; las otrasmujeres estaban en Betania con Marta y Lázaro. Dossoldados con antorchas iban delante para alumbrar la grutadel sepulcro. Anduvieron así cerca de siete minutos,cantando salmos con voces dulces y melancólicas. Vi sobreuna altura del otro lado del valle a Santiago el Mayor,hermano de Juan, que los vio pasar y se fue a contar a losdemás discípulos lo que había visto. Se detuvieron a laentrada del jardín de José, lo abrieron y arrancaron de élalgunas estacas que luego les servirían de palancas para

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hacer rodar hasta la entrada de la gruta, la piedra que debíatapar el sepulcro. Al llegar, trasladaron el sagrado cuerpo auna tabla cubierta con una sábana. La gruta que había sidoexcavada recientemente, había sido barrida por los criadosde Nicodemo; el interior estaba limpio y resultabaagradable a la vista. Las santas mujeres se sentaron delantede la entrada. Los cuatro hombres entraron el cuerpo deNuestro Señor, llenaron de aromas una parte del sepulcro yextendieron una sábana, sobre la cual pusieron el cuerpo; letestimoniaron una última vez su amor con sus lágrimas ysalieron de la gruta. Entonces entró la Virgen, se sentójunto a la cabeza y se echó llorando sobre el cuerpo de suHijo. Cuando salió de la gruta, Magdalena se precipitó enella; había cogido en el jardín flores y ramos que echósobre Jesús; cruzó las manos y besó, llorando, los pies deJesús; habiéndole dicho los hombres que iban a cerrar elsepulcro, se volvió con las otras mujeres. Doblaron laspuntas de la sábana sobre el pecho de Jesús y pusieronencima de todo una tela oscura, y salieron.

La gruesa piedra destinada a cerrar el sepulcro, queestaba a un lado de la puerta de la gruta, era muy pesada ysólo con palancas pudieron los hombres hacerla rodar hastala entrada del sepulcro. La entrada de la gruta dentro de lacual estaba el sepulcro era de ramas entretejidas. Todo loque se hizo dentro de la gruta tuvo que hacerse conantorchas, porque la luz del día nunca penetraba en ella.

LX. EL REGRESO DESDE EL SEPULCRO. EL SÁBADO

El sábado iba a comenzar; Nicodemo y Joséentraron en Jerusalén por una pequeña puerta lateralpróxima al jardín. Dijeron a la Santísima Virgen, aMagdalena, Juan y a algunas mujeres que volvían alCalvario para rezar, que hallarían esta puerta siempreabierta cuando llamaran, así como la del cenáculo. Lahermana mayor de la Virgen, María de Helí, volvió a laciudad con María, madre de Marcos y algunas otrasmujeres. Los criados de José y de Nicodemo fuerontambién al Calvario para recoger los objetos que habíandejado allí en el momento del descendimiento. Lossoldados se reunieron con los que guardaban la puerta máscercana al Calvario, y Casio se fue a casa de Pilatos con lalanza. Le contó lo que había visto y le prometió unarelación exacta si le confiaba el mando de la guardia quelos judíos no cesaban de pedir para el sepulcro. Pilatosescuchó sus palabras con terror secreto, pero sólo le dijoque las supersticiones alimentan la locura. José yNicodemo encontraron en la ciudad a Pedro, a Santiago elMayor y a Santiago el Menor; estaban todos deshechos enllanto. Pedro, sobre todo, sentía un dolor inconsolable; losabrazó, se acusó de no haber estado presente en la muertede Nuestro Señor y les dio las gracias por haberle dadosepultura. Acordaron con ellos que les abrirían las puertasdel cenáculo cuando llamasen y se fueron en busca de otros

discípulos dispersos por varios sitios. Vi después a laSantísima Virgen y a sus compañeras entrar en el cenáculo.Abenadar llegó y, poco a poco, la mayor parte de losapóstoles y de los discípulos fueron reuniéndose allí. Lassantas mujeres se dirigieron a la parte donde habitaba laVirgen. Tomaron algún alimento y pasaron algún ratoreunidos, llorando y contándose unos a otros lo que habíanvisto. Los hombres se mudaron de vestido, y los viobservar el sábado a la luz de una lámpara. Comieroncordero en el cenáculo, pero sin ninguna ceremonia, pueshabían comido la víspera el cordero pascual. Tenían elespíritu perturbado y estaban llenos de pena. Las santasmujeres rezaron también con María junto a una lámpara.Cuando fue noche cerrada, Lázaro, Marta, la viuda deNaim, Dina la Samaritana y María la Sufanita, llegaron deBetania. Les contaron de nuevo lo sucedido y todosderramaron lágrimas.

LXI. EL APRESAMIENTO DE JOSÉ DE ARIMATEA

José de Arimatea volvió ya muy tarde del cenáculo asu casa; caminaba tristemente por las calles de Sión,acompañado de algunos discípulos y de algunas mujeres,cuando de pronto una tropa de hombres armados,emboscados en las inmediaciones del tribunal de Caifás, seabalanzó sobre ellos apoderándose de José, mientras suscompañeros huían

dando gritos. Fue encerrado en una torre contigua ala muralla cerca del Tribunal. Caifás había encargado estadetención a soldados paganos que no tenían que observar elsábado. La intuición era dejar que José muriera de hambrey mantener su desaparición en secreto.

LXII. LOS JUDÍOS PONEN GUARDIA EN EL SEPULCRO

En la noche del viernes al sábado, vi a Caifás y a losprincipales judíos consultarse sobre la mejor conducta aseguir con respecto a los prodigios que habían sucedido yel efecto que habían tenido sobre el pueblo. Al salir de estareunión fueron por la noche a casa de Pilatos, y le dijeronque aquel farsante había asegurado que resucitaría el tercerdía y por eso era menester guardar el sepulcro tres días,porque si no sus discípulos podían llevarse su cuerpo ydifundir el rumor de su resurrección, y este nuevo engañosería peor que el primero. Pilatos, no queriendo meterse eneste asunto, les dijo: «Vosotros tenéis soldados, mandadque guarden el sepulcro si así lo deseáis.» Sin embargo, ledijo a Casio que estuviera vigilante de todo lo que pasabapara hacerle una relación exacta de lo que viera. Yo vi aesos hombres, eran doce, abandonaron la ciudad antes deamanecer, los soldados que los acompañaban no ibanvestidos a la romana, eran soldados del Templo. Llevabanlámparas colgadas de largos palos para ver en la oscuridad

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de la noche y también para alumbrar la gruta del sepulcro.

En cuanto llegaron, se aseguraron de que estuvieraallí el cuerpo de Jesús, después colocaron una cuerdaatravesada delante de la entrada del sepulcro y otra segundasobre la piedra gruesa que estaba delante y las sellaron conun sello semicircular. Los fariseos regresaron al pueblo, ylos guardias se instalaron enfrente de la puerta exterior.Cada vez cinco o seis hombres vigilaban, turnándose conotros cinco o seis. Casio no se movía de su sitio. Estabasentado o de pie delante de la gruta para poder ver elsepulcro donde reposaba Nuestro Señor. Casio habíarecibido grandes gracias interiores y le había sido dadocomprender muchos misterios. No estando acostumbrado aeste estado de iluminación espiritual, estaba como entrance, casi inconsciente del mundo exterior. Habíacambiado por completo. Se convirtió en un hombre nuevo,y pasó el resto de la vida en penitencia y en oración.

LXIII. UNA MIRADA A LOS AMIGOS DE JESÚS EN EL SÁBADO SANTO

En el cenáculo había unos veinte hombres ataviadoscon túnicas largas y blancas, recogidas con cintos ycelebrando el sábado. Tras su comida, se separaron paraacostarse, y muchos se fueron a sus casas. El sábado por lamañana se reunieron otra vez, y estuvieron rezando yleyendo, alternativamente. Si un amigo llegaba, selevantaban y lo saludaban afectuosamente.

En la parte de la casa donde estaba la SantísimaVirgen, había una gran sala con celdas separadas para losque querían pasar la noche allí. Cuando las piadosasmujeres volvieron del sepulcro, una de ellas encendió unalámpara colgada en el medio de la sala, y se sentaron a suluz, alrededor de la Virgen; rezaron con gran tristeza yrecogimiento. Después se separaron para entrar en lasceldas y descansar. A medianoche se levantaron y sereunieron de nuevo con la Virgen a la luz de la lámparapara rezar. Cuando la Madre de Jesús y sus compañerasacabaron este rezo nocturno, Juan llamó a la puerta de lasala con algunos discípulos, todos cogieron sus mantos yen seguida les siguieron al Templo.

A las tres de la mañana, cuando fue sellado elsepulcro, vi a la Santísima Virgen ir al Templo acompañadade las otras santas mujeres, de Juan y otros discípulos. Enesas fiestas, muchos judíos tenían costumbre de ir alTemplo antes de amanecer, después de haber comido elcordero pascual. El Templo se abría a medianoche porquelos sacrificios empezaban temprano. Pero como esta vez lafiesta se había interrumpido, todo estaba aún abandonado, yme pareció que la Virgen fue sólo a despedirse del Templodonde se había educado. Estaba abierto, según la costumbrede ese día, y el espacio reservado alrededor delTabernáculo para los sacerdotes, estaba también abierto al

pueblo, según se acostumbraba ese día; mas el Temploestaba solo, y no había más que algunos guardias y algunoscriados. Todo estaba en desorden.

Los hijos de Simeón y los sobrinos de José deArimatea, muy apenados por la prisión de su tío, recibierona la Virgen y las santas mujeres y las condujeron por todaspartes, pues estaban de guardia en el Templo; todoscontemplaban con terror las señales de la ira de Dios. LaVirgen fue a todos los sitios que Jesús había consagradopor su presencia; se prosternó para besarlos y los regó consus lágrimas; sus compañeras la imitaron.

La Virgen se fue del Templo, vertiendo amargollanto; la desolación y la soledad en que estaba, en un díatan santo, aún contrastaban más con su aspecto en unafiesta como la del día de la Pascua, y hacía más terribles loscrímenes de su pueblo. María recordó que Jesús habíallorado sobre el Templo diciendo: «Destruid este Templo yyo lo reedificaré en tres días.» María pensó que losenemigos de Jesús habían destruido el Templo de sucuerpo, y deseó con ardor ver llegar ese tercer día en que lapalabra eterna debía cumplirse.

Amanecía cuando María y sus compañerasvolvieron al cenáculo; una vez allí, se retiraron a la estanciasituada a la derecha. Mientras, Juan y los discípulosllegaban a la sala, donde los hombres, en número de veinte,rezaban alternativamente debajo de la lámpara. Los que devez en cuando iban llegando se dirigían compungidos algrupo de oración y se añadían a ellos llorandoamargamente. Todos mostraban a Juan un gran respetomezclado de confusión, porque había asistido a la muertede Nuestro Señor. Juan era afectuoso para con todos, y paratodos tenía una palabra de compasión. Los vi comer unavez durante ese día. El mayor silencio reinaba en la casa, ylas puertas estaban cerradas, aunque no tenían nada quetemer, pues la casa era propiedad de Nicodemo.

Las santas mujeres permanecieron en sus aposentoshasta que se hizo oscuro, y allí siguieron aun después, conlas puertas cerradas y ventanas tapadas, a la luz de lalámpara, rezando o expresando su dolor de muchasmaneras. Cuando mi pensamiento se unía al de la Virgen,que siempre estaba fijo en su Hijo, yo veía el sepulcro y losguardias sentados a la entrada.

Casio estaba cercano a la puerta, sumido en lameditación. La entrada al sepulcro seguía sellada y lapiedra la cubría. Sin embargo, vi el cuerpo de NuestroSeñor rodeado de luz y de esplendor y los ángeles loadoraban. Pero mientras mis pensamientos estaban fijos enel alma del Redentor, me fue mostrado un cuadro tanextenso y complicado del descendimiento a los infiernos,que sólo he podido acordarme de una pequeña parte quevoy a contar como mejor pueda.

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LXIV. JESÚS BAJA A LOS INFIERNOS

Cuando Jesús, dando un grito, expiró, yo vi su almacelestial como una forma luminosa penetrar en la tierra, alpie de la cruz; muchos ángeles, en los cuales estabaGabriel, la acompañaban. Vi su divinidad unida con sualma pero también con su cuerpo suspendido en la cruz. Nopuedo expresar cómo era eso aunque lo vi claramente en miespíritu. El sitio adonde el alma de Jesús se había dirigido,estaba dividido en tres partes. Eran como tres mundos ysentí que tenían forma redonda, cada uno de ellos separadodel otro por un hemisferio.

Delante del limbo había un lugar más claro yhermoso; en él vi entrar las almas libres del purgatorioantes de ser conducidas al cielo. La parte del limbo dondeestaban los que esperaban la redención, estaba rodeado deuna esfera parda y nebulosa, y dividido en muchos círculos.Nuestro Señor, rodeado por un resplandeciente halo de luz,era llevado por los ángeles por en medio de dos círculos: enel de la izquierda estaban los patriarcas anteriores aAbraham; en el de la derecha, las almas de los que habíanvivido desde Abraham hasta san Juan Bautista. Al pasarJesús entre ellos no lo reconocieron, pero todo se llenó degozo y esperanzas y fue como si aquellos lugares estrechosse expandieron con sentimientos de dicha. Jesús pasó entreellos como un soplo de aire, como una brillante luz, comoel refrescante rocío. Con la rapidez de un viento impetuosollegó hasta el lugar cubierto de niebla, donde estaban Adány Eva; les habló y ellos lo adoraron con un gozo indecible yacompañaron a Nuestro Señor al círculo de la izquierda, elde los patriarcas anteriores a Abraham. Este lugar era unaespecie de purgatorio. Entre ellos había malos espíritus queatormentaban e inquietaban el alma de algunos. El lugarestaba cerrado pero los ángeles dijeron: «Abrid estaspuertas.» Cuando Jesús triunfante entró, los espíritusdiabólicos se fueron de entre las almas llenas de sobresaltoy temor. Jesús, acompañado de los ángeles y de las almaslibertadas, entró en el seno de Abraham.

Este lugar me pareció más elevado que las partesanteriores, y sólo puedo comparar lo que sentí con el pasode una iglesia subterránea a una iglesia superior. Allí sehallaban todos los santos israelitas; en aquel lugar no habíamalos espíritus. Una alegría y una felicidad indeciblesentraron entonces en estas almas, que alabaron y adoraronal Redentor. Algunos de éstos fueron a quienes Jesúsmandó volver sobre la tierra y retomar sus cuerposmortales para dar testimonio de Él. Este momentocoincidió con aquel en que tantos muertos se aparecieronen Jerusalén. Después vi a Jesús con su séquito entrar enuna esfera más profunda, una especie de Purgatoriotambién, donde se hallaban paganos piadosos que habíantenido un presentimiento de la verdad y la habían deseado.Vi también a Jesús atravesar como libertador, muchoslugares donde había almas encerradas, hasta que,

finalmente, lo vi acercarse con expresión grave al centrodel abismo.

El infierno se me apareció bajo la forma de unedificio inmenso, tenebroso, cerrado con enormes puertasnegras con muchas cerraduras; un aullido de horror seelevaba sin cesar desde detrás de ellas. ¿Quién podríadescribir el tremendo estallido con que esas puertas seabrieron ante Jesús? ¿Quién podría transmitir la infinitatristeza de los rostros de los espíritus de aquel lugar?

La Jerusalén celestial se me aparece siempre comouna ciudad donde las moradas de los bienaventuradostienen forma de palacios y de jardines llenos de flores y defrutos maravillosos. El infierno lo veo en cambio como unlugar donde todo tiene por principio la ira eterna, ladiscordia y la desesperación, prisiones y cavernas, desiertosy lagos llenos de todo lo que puede provocar en las almasel extremo horror, la eterna e ilimitada desolación de loscondenados. Todas las raíces de la corrupción y del terrorproducen en el infierno el dolor y el suplicio que lescorresponde en las más horribles formas imaginables; cadacondenado tiene siempre presente este pensamiento, quelos tormentos a que está entregado son consecuencia de sucrimen, pues todo lo que se ve y se siente en este lugar noes más que la esencia, la pavorosa forma interior delpecado descubierto por Dios Todopoderoso.

Cuando los ángeles, con una tremenda explosión,echaron las puertas abajo, se elevó del infierno un mar deimprecaciones, de injurias, de aullidos y de lamentos.Todos los allí condenados tuvieron que reconocer y adorara Jesús, y éste fue el mayor de sus suplicios. En el mediodel infierno había un abismo de tinieblas al que Lucifer,encadenado, fue arrojado, y negros vapores se extendieronsobre él. Es de todos sabido que será liberado durante algúntiempo, cincuenta o sesenta años antes del año 2000 deCristo. Las fechas de otros acontecimientos fueron fijadas,pero no las recuerdo, pero sí que algunos demonios seránliberados antes que Lucifer, para tentar a los hombres yservir de instrumento de la divina venganza.

Vi multitudes innumerables de almas de redimidoselevarse desde el purgatorio y el limbo detrás del alma deJesús, hasta un lugar de delicias debajo de la Jerusaléncelestial. Vi a Nuestro Señor en varios sitios a la vez;santificando y liberando toda la creación; en todas parteslos malos espíritus huían delante de Él y se precipitaban enel abismo. Vi también su alma en diferentes sitios de latierra, la vi aparecer en el interior del sepulcro de Adándebajo del Gólgota, en las tumbas de los profetas y conDavid, a todos ellos revelaba los más profundos misterios yles mostraba cómo en Él se habían cumplido todas lasprofecías.

Esto es lo poco de que puedo acordarme sobre eldescendimiento de Jesús al limbo y a los infiernos y lalibertad de las almas de los justos. Pero además de esteacontecimiento, Nuestro Señor desplegó ante mí su eterna

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misericordia y los inmensos dones que derrama sobreaquellos que creen en Él. El descendimiento de Jesús a losinfiernos es la plantación de un árbol de gracia destinado alas almas que padecen. La redención continua de estasalmas, es el fruto producido por este árbol en el jardínespiritual de la Iglesia en todo tiempo. La Iglesia debecuidar este árbol y recoger los frutos para entregárselo a laIglesia que no puede recogerlos por sí misma. Cuando eldía del Juicio Final llegue el dueño del árbol nos pedirácuentas, y no sólo de ese árbol, sino de todos los frutosproducidos en todo el jardín.

LXV. LA VÍSPERA DE LA RESURRECCIÓN

Cuando se acabó el sábado, Juan fue con las santasmujeres, y las consoló, pero no podía contener sus propiaslágrimas, por lo que se quedó con ellas sólo un breveespacio de tiempo. Entonces, Pedro y Santiago el Menorfueron también a verlas con el mismo propósito deconfortarlas. Ellas prosiguieron con su pena después de queellos se marcharan.

Mientras la Santísima Virgen oraba interiormentellena de un ardiente deseo de ver a Jesús, un ángel vino adecirle que fuera a la pequeña puerta de Nicodemo, porqueNuestro Señor estaba cerca. El corazón de María se inundóde gozo; se envolvió en su manto y se fue, dejando allí a lassantas mujeres sin decir nada a nadie. La vi encaminarse deprisa hacia la pequeña puerta de la ciudad por donde habíaentrado con sus compañeras al volver del sepulcro. LaVirgen caminaba con pasos apresurados, cuando la videtenerse de repente en un sitio solitario. Miró a lo alto dela muralla de la ciudad y el alma de Nuestro Señor,resplandeciente, bajó hasta su Madre acompañada de unamultitud de almas y patriarcas. Jesús, volviéndose haciaellos y señalando a la Virgen, dijo: «He aquí a María, heaquí a mi Madre.» Pareció darle un beso y luegodesapareció. La Santa Virgen cayó de rodillas y besó ellugar donde así había aparecido. Debían de ser las nueve dela noche. Sus rodillas y sus pies quedaron marcados sobrela piedra. La visión que había tenido la había llenado de ungozo indecible, y regresó confortada junto a las santasmujeres, a quienes halló ocupadas en preparar ungüentos yperfumes. No les dijo lo que había visto, pero sus fuerzasse habían renovado; consoló a las demás y las fortaleció ensu fe.

La Santa Virgen se unió a la preparación de losbálsamos que las santas mujeres habían empezado aelaborar en su ausencia. La intención de ellas era ir alsepulcro antes del amanecer del siguiente día, y verter esosperfumes sobre el cuerpo de Nuestro Señor.

LXVI. JOSÉ DE ARIMATEA MILAGROSAMENTE LIBERADO

Poco después de la vuelta de la Santísima Virgenjunto a las santas mujeres, vi a José de Arimatea rezando enprisión. De pronto, su celda se llenó de luz y oí una voz quelo llamaba por su nombre. El tejado se levantó dejando unaabertura, y vi allí una forma luminosa que le echaba unasábana que me recordó mucho la que había servido paraamortajar a Jesús. José la cogió con ambas manos y se dejóalzar hasta la abertura, que se cerró detrás de él. Cuandollegó a lo alto de la torre, la aparición desapareció.

José siguió la muralla hasta cerca del cenáculo, queestaba en las inmediaciones de la muralla meridional deSión. Entonces bajó y llamó a la puerta. Los discípulosestaban muy afligidos por la desaparición de José, y creíanque habría sido muerto y arrojado a una acequia. Cuando levieron entrar, su alegría fue inmensa. Contó lo que le habíasucedido; ellos dieron gracias a Dios. Después de comer unpoco de lo que los discípulos le ofrecieron, se fue deJerusalén por la noche y se dirigió a Arimatea, su patria.Allí permaneció hasta que supo que ya no corría peligro.

LXVII. LA NOCHE DE LA RESURRECCIÓN

Poco después vi el sepulcro de Nuestro Señor; todoestaba silencioso alrededor. Seis soldados montabanguardia de pie o sentados. Casio estaba entre ellos. Parecíahallarse en profunda meditación y como a la espera de ungran acontecimiento. Vi el sagrado cuerpo, envuelto en lamortaja y rodeado de luz, reposaba entre dos ángeles quecontinuamente lo adoraban, uno a la cabeza y otro a lospies de Jesús, desde que había sido puesto en el sepulcro.Estos ángeles, por su postura y el modo de cruzar susbrazos sobre el pecho, me recordaron los querubines delArca de la Alianza, mas no les vi las alas. Todo el santosepulcro me recordaba muchas veces el Arca de la Alianzaen diversas épocas de su historia. Es posible que Casiopercibiera la luz y la presencia de los ángeles, puespermanecía en contemplación delante de la puerta delsepulcro como el que adora al Santísimo Sacramento.

A continuación, vi el alma de Nuestro Señor,acompañada de las almas de los patriarcas, entrar en elsepulcro a través de la piedra, y mostrarles todas las heridasde su sagrado cuerpo. La mortaja pareció abrirse y elcuerpo apareció a sus ojos cubierto de llagas. Era como sila divinidad que habitaba en Él hubiese mostrado a esasalmas de un modo misterioso toda la esencia de su martirio.Me pareció que su cuerpo mortal se hacía transparente y sepodía ver hasta el fondo de sus heridas. Las almas que loacompañaban estaban sobrecogidas y llenas de tristeza y deuna ardiente compasión.

En seguida tuve una misteriosa visión que no puedo

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explicar ni describir claramente. Me pareció que el alma deJesús, sin estar todavía completamente unida a su cuerpo,salía del sepulcro en Él y con Él. Me pareció ver a los dosángeles en adoración a ambos extremos del sepulcro,levantar el sagrado cuerpo, desnudo, cubierto de heridas, eirse hacia el cielo atravesando la piedra de la entrada. Mepareció que Jesús presentaba su cuerpo, marcado con losestigmas de la Pasión, ante su Padre Celestial, sentado enun trono, en medio de los coros innumerables de ángelesprosternados.

En ese momento, en el sepulcro, la roca fueviolentamente sacudida: cuatro de los guardias habían ido apor algo a la ciudad, pero los tres que habían quedado deguardia, cayeron al suelo casi sin conocimiento. Loatribuyeron a un temblor de tierra, pero Casio, quepresentía que iba a ocurrir algo portentoso, estabasobrecogido. Sin embargo, se quedó en su sitio, esperandolo que tuviera que venir. Mientras tanto, los soldadosausentes volvieron.

Vi de nuevo a las santas mujeres que habíanacabado de preparar sus perfumes y se habían retirado a susceldas. Sin embargo, no se acostaron para dormir,simplemente se recostaron sobre los cobertores enrollados.

Querían ir al sepulcro antes de amanecer, porquetemían a los enemigos de Jesús. Pero la Santísima Virgen,animada de un nuevo valor desde que se le había aparecidosu Hijo, las tranquilizó diciéndoles que podían reposar e iral sepulcro sin temor, porque ningún mal iba a sucederles yentonces ellas se tranquilizaron un poco.

En ese mismo instante me pareció que una formamonstruosa, con cola de serpiente y una cabeza de dragón,salía de la tierra debajo de la peña, y que se levantabacontra Jesús. Creo que también tenía una cabeza humana.Vi que en la mano del Resucitado ondeaba un estandarte.Jesús pisó la cabeza del dragón y le pegó tres golpes en lacola con el palo de su bandera. Desapareció primero elcuerpo, después la cabeza del dragón y quedó sólo lacabeza humana. Yo había visto muchas veces esta mismavisión antes de la Resurrección y una serpiente igual a laque estaba emboscada, en la concepción de Jesús. Merecordó también la serpiente del Paraíso, pero ésta todavíaera más horrorosa. Creo que era una alegoría de la profecía:«El hijo de la mujer romperá la cabeza de la serpiente», yme pareció un símbolo de la victoria sobre la muerte, puescuando Nuestro Señor aplastó la cabeza del dragón, ya novi el sepulcro.

Jesús, resplandeciente, se elevó por medio de lapeña. La tierra tembló. Uno de los ángeles guerreros, seprecipitó del cielo al sepulcro como un rayo, apartó lapiedra que cubría la entrada y se sentó sobre ella. Lossoldados cayeron como muertos y permanecieron tendidosen el suelo sin dar señales de vida. Casio, viendo la luzbrillar en el sepulcro, se acercó, tocó los lienzos vacíos y sefue con la intención de anunciar a Pilatos lo sucedido. Sin

embargo, aguardó un poco, porque había sentido elterremoto y había visto al ángel apartar la piedra a un ladoy el sepulcro vacío, mas no había visto a Jesús.

En el mismo instante en que el ángel entraba en elsepulcro y la tierra temblaba, vi a Nuestro Señor resucitadoapareciéndose a su Madre en el Calvario; estaba hermoso yradiante. Su vestido, que parecía una capa, flotaba tras Él, yera de un blanco azulado, como el humo visto a la luz delsol. Sus heridas resplandecían, y se podía ver a través delos agujeros de las manos. Rayos luminosos salían de lapunta de sus dedos. Las almas de los patriarcas seinclinaron ante la Madre de Jesús. El Salvador mostró susheridas a su Madre, que se prosternó para besar sus pies,mas Él la levantó y desapareció. Se veían luces deantorchas a lo lejos, cerca del sepulcro, y el horizonte seesclarecía hacia el oriente, encima de Jerusalén.

LXVIII. LAS SANTAS MUJERES EN EL SEPULCRO

Las santas mujeres estaban cerca de la pequeñapuerta de Nicodemo cuando Nuestro Señor resucitó, perono vieron nada de los prodigios que habían acaecido en elsepulcro. Tampoco sabían que habían puesto allí unaguardia, porque no habían ido la víspera a causa delsábado. Mientras se acercaban se preguntaban entre sí coninquietud: «¿Quién nos apartará la piedra de delante de laentrada?» Querían echar agua de nardo y aceitearomatizado con flores sobre el cuerpo de Jesús. Queríanofrecer a Nuestro Señor lo más precioso que pudieronencontrar para honrar su sepultura. La que había llevadomás cosas era Salomé. No la madre de Juan, sino una mujerrica de Jerusalén, parienta de san José. Decidieron que,cuando llegaran, dejarían sus perfumes sobre una piedra yesperarían a que alguien llegara para apartarla.

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Los guardias seguían tendidos en el suelo y lasfuertes convulsiones que los sacudían demostraban cuángrande había sido su terror. La piedra estaba corrida haciala derecha de la entrada, de modo que se podía penetrar enel sepulcro sin dificultad. Los lienzos que habían servidopara envolver a Jesús estaban sobre el sepulcro. La gransábana estaba en su sitio, pero sin su cuerpo. Las vendashabían quedado sobre el borde anterior del sepulcro, lastelas con que María había envuelto la cabeza de su Hijoestaban donde había reposado ésta. Vi a las santas mujeresacercarse al jardín, pero, cuando vieron las luces y lossoldados tendidos alrededor del sepulcro, tuvieron miedo yse alejaron un poco. Pero Magdalena, sin pensar en elpeligro, entró precipitadamente en el jardín y Salomé lasiguió a cierta distancia. Las otras dos, menos osadas, sequedaron en la puerta. Magdalena, al acercarse a losguardias, se sintió sobrecogida y esperó a Salomé; las dosjuntas pasaron temblorosas entre los soldados caídos en elsuelo, y entraron en la gruta del sepulcro. Vieron la piedraapartada de la entrada y cuando, llena de emoción,penetraron en el sepulcro, encontraron los lienzos vacíos.El sepulcro resplandecía y un ángel estaba sentado a laderecha sobre la piedra. No sé si Magdalena oyó laspalabras del ángel, mas salió perturbada del jardín y corriórápidamente a la ciudad, donde se hallaban reunidos losdiscípulos. No sé tampoco si el ángel habló luego a MaríaSalomé, que se había quedado en la entrada del sepulcro;

pero la vi salir también muy de prisa del jardín, detrás deMagdalena, y reunirse con las otras dos mujeresanunciándoles lo que había sucedido. Se llenaron desobresalto y de alegría al mismo tiempo, y no se atrevierona entrar.

Casio, que había esperado un rato, pensando quizáque podía ver a Jesús, fue a contárselo todo a Pila-tos. Alsalir se encontró con las santas mujeres, les contó lo quehabía visto y las exhortó a que fueran a asegurarse por suspropios ojos. Ellas se animaron y entraron en el jardín. A laentrada del sepulcro, vieron a dos ángeles vestidos deblanco. Las mujeres se asustaron, se cubrieron los ojos conlas manos y se postraron en el suelo. Pero uno de losángeles les dijo que no tuvieran miedo y que no buscaranallí al Crucificado porque había resucitado y estaba vivo.Les mostró el sudario vacío y las mandó decir a losdiscípulos lo que habían visto y oído, añadiendo que Jesúsles precedería en Galilea y que recordaran sus palabras: «ElHijo del Hombre será entregado a manos de los pecadores,que lo crucificarán, pero Él resucitara al tercer día.»Entonces los ángeles desaparecieron. Las santas mujerestemblando, pero llenas de gozo, se volvieron hacia laciudad. Estaban sobrecogidas y emocionadas; no seapresuraban sino que se paraban de vez en cuando paramirar si veían a Nuestro Señor, o si Magdalena volvía.

Mientras tanto, Magdalena había llegado ya alcenáculo; estaba fuera de sí y llamó a la puerta con fuerza.Algunos discípulos estaban todavía acostados. Pedro yJuan le abrieron. Magdalena les dijo desde fuera: «Se hanllevado el cuerpo de Nuestro Señor y no sabemos adóndelo han llevado.» Después de estas palabras se volviócorriendo al jardín. Pedro y Juan entraron alarmados en lacasa y dijeron algunas palabras a los otros discípulos.Después la siguieron corriendo; Juan iba más de prisa quePedro. Magdalena entró en el jardín y se dirigió al sepulcro.Llegaba trastornada por su viaje y su dolor, cubierta derocío, con el manto caído y sus hombros y largos cabellossueltos y descubiertos. Como estaba sola, no se atrevió abajar a la gruta, y se detuvo un instante en la entrada. Searrodilló para mirar dentro del sepulcro desde allí y, alechar hacia atrás sus cabellos, que le caían sobre la cara,vio dos ángeles vestidos de blanco sentados a ambosextremos del sepulcro, y oyó la voz de uno de ellos quedecía: «Mujer, ¿por qué lloras?» Ella gritó en medio de sudolor, pues no repetía más que una cosa y no tenía más queun pensamiento al saber que el cuerpo de Jesús no estabaallí: «Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo hanpuesto.» Después de estas palabras, se levantó y se puso abuscar frenéticamente aquí y allá; le parecía que iba aencontrar a Jesús; presentía confusamente que estaba cercade ella y la aparición de los ángeles no podía distraerla deese pensamiento. Parecía que no se diera cuenta de queeran ángeles y no podía pensar más que en Jesús: «Jesús noestá allí, ¿dónde está Jesús?» La vi moverse de un lado aotro como una persona que ha perdido la razón.

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El cabello le caía por ambos lados sobre la cara; selo recogió con las manos, echándolo hacia atrás y entonces,a diez pasos del sepulcro, hacia el oriente, en el sitio dondeel jardín sube hacia la ciudad, vio aparecer una figuravestida de blanco, entre los arbustos, a la luz delcrepúsculo, y corriendo hacia él oyó que le dirigía estaspalabras: «Mujer, ¿por qué lloras?» Ella creyó que era eljardinero y, en efecto, el que hablaba tenía una azada en lamano y sobre la cabeza un sombrero ancho que parecíahecho de corteza de árbol. Yo había visto bajo esta forma aljardinero de la parábola que Jesús había contado a lassantas mujeres en Betania, poco antes de su Pasión. Noresplandecía sino que era simplemente como un hombrevestido de blanco visto a la luz del crepúsculo. El hombrele hizo una nueva pregunta: «Por qué lloras?» Y entoncesella, en medio de sus lágrimas respondió: «Porque hanllevado a mi Señor y no sé adónde. Si lo has visto, dimedónde está y yo iré por él.» Y volvió a dirigir la vistafrenéticamente a su alrededor. Entonces Jesús le dijo con suvoz de siempre: «¡Magdalena!» Y ella, reconociendo suvoz y olvidando crucifixión, muerte y sepultura, como sisiguiera vivo, dijo volviéndose de golpe hacia Él: «¡Rabí!»,y se postró de rodillas ante Él, extendiendo sus brazoshacia los pies de Jesús. Mas El, deteniéndola, le dijo: «Nome toques, pues aún no he subido hasta mi Padre. Ve adecirles a mis hermanos que subo hacia mi Padre y VuestroPadre, hacia mi Dios y el Vuestro.» Y desapareció.

Jesús le dijo «no me toques» a causa de laimpetuosidad de ella, que pensaba que Él vivía la mismavida de antes. En cuanto a las palabras «Aún no he subido ami Padre» quería expresar que aún no había dado lasgracias por la obra de la Redención a su Padre, a quienpertenecen las primicias de la alegría. En cambio ella, en elímpetu de su amor, ni siquiera se daba cuenta de las cosasgrandes que habían pasado, y lo único que quería erapoderle besar, como antes, los pies. Después de unmomento de perturbación, Magdalena se levantó y corrióotra vez al sepulcro. Allí vio de nuevo a los ángeles, que lerepitieron las palabras que habían dicho a las otras mujeres.Entonces, segura del milagro, se fue a buscar las santasmujeres, y las encontró en el camino que conduce alGólgota.

Toda esta escena no duró más de dos o tres minutos.Eran las dos y media cuando Nuestro Señor se habíaaparecido a Magdalena, y Juan y Pedro llegaban al jardínjusto cuando ella acababa de irse. Juan entró el primero, yse detuvo a la entrada del sepulcro, miró por la piedraapartada y vio el sepulcro vacío. Después llegó Pedro yentró en la gruta, donde vio los lienzos doblados. Juan lesiguió e inmediatamente creyó que había resucitado, yambos comprendieron claramente todas las palabras que leshabía dicho. Pedro escondió los lienzos bajo su manto yvolvieron corriendo. Los dos ángeles seguían allí pero meparece que Pedro no los vio. Juan dijo más tarde a losdiscípulos de Emaús que había visto desde fuera a un

ángel.

En ese momento, los guardias revivieron, selevantaron y recogieron sus picas y faroles. Estabanaterrorizados. Los vi correr hasta llegar a las puertas de laciudad.

Mientras tanto, Magdalena contó a las santasmujeres que había visto a Nuestro Señor, y lo que losángeles le habían dicho. Magdalena se volvió entonces aJerusalén y las mujeres se dirigieron al jardín pensandoencontrar allí a los dos apóstoles. Cuando ya estaban cerca,Jesús se les apareció, vestido de blanco, y les dijo: «Yo ossaludo.» Ellas se echaron a sus pies, anonadadas. Él les dijoalgunas palabras y parecía indicarles algo con la mano,luego desapareció. Entonces estas mujeres corrieron alcenáculo y contaron a los discípulos que allí habíanquedado, lo que habían visto. Estos no querían creerlas ni aellas ni a Magdalena, y calificaban todo lo que les decíande sueños de mujeres, hasta que volvieron Pedro y Juan. Alregresar, éstos se habían encontrado también con Santiagoel Menor y Tadeo, que los habían seguido y estaban muyconmovidos, pues Nuestro Señor se les había aparecidotambién a ellos cerca del cenáculo. Yo había visto a Jesúspasar delante de Pedro y de Juan, y me parece que Pedro lovio, pues me pareció que sentía un súbito sobrecogimiento.No sé si Juan lo reconoció.

LXIX. RELATO HECHO POR LOS GUARDIAS DEL SEPULCRO

Casio fue a ver a Pilatos una hora después de laResurrección. El gobernador romano estaba aún acostadocuando Casio entró. Éste le contó con gran emoción todo loque había visto, le habló del temblor de la peña, de lapiedra apartada por un ángel y de los lienzos que se habíanquedado vacíos; añadió que Jesús era ciertamente elMesías, el Hijo de Dios, y que había las almas que loshabían habitado, para volverlos a dejar luego en la tierra,hasta que resuciten como todos nosotros el día del JuicioFinal. Ninguno de ellos resucitó como Lázaro, que volvióverdaderamente a la vida y que murió una segunda vez.

LXX. FIN DE ESTAS MEDITACIONES DE CUARESMA

El domingo siguiente, si bien recuerdo, vi a losjudíos lavar y purificar el Templo. Ofrecieron sacrificiosexpiatorios, sacaron los escombros, escondieron las señalesdel terremoto con tablas y alfombras y continuaron lasceremonias de la Pascua que no se había podido acabar elmismo día. Declararon que la fiesta se había interrumpidopor la asistencia de los impuros al sacrificio y aplicaron, nosé cómo, a lo que había pasado, una visión de Ezequiel

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sobre la resurrección de los muertos. Además, amenazaroncon graves castigos a los que hablaran o murmuraran; sinembargo, no calmaron más que la parte del pueblo másignorante y más inmoral. Los mejores se convirtieron,primero en secreto, y después de Pentecostés, abiertamente.El Sumo Sacerdote y sus acólitos perdieron una gran partede su osadía al ver la rápida propagación de la doctrina deJesús. En el tiempo del diaconado de san Esteban, Ofel y laparte oriental de Sión

no podían contener la comunidad cristiana, quefueron ocupando el espacio que se extiende desde la ciudadhasta Betania.

Vi a Anás como poseído del demonio; él fue al final

confinado y nunca volvió a ser visto públicamente. Lalocura de Caifás era menos evidente exteriormente, pero encambio, tal era la violencia de la rabia secreta que lodevoraba, que acabó perturbando su razón.

El jueves después de Pascua, vi a Pilatos hacerbuscar inútilmente a su mujer por toda la ciudad. Estabaescondida en casa de Lázaro, en Jerusalén. No lo podíanadivinar, pues ninguna mujer habitaba en aquella casa.Esteban le llevaba comida y le contaba lo que sucedía en laciudad. Esteban era primo de san Pablo.

El día después de la Pascua, Simón el Cireneo fue aver a los apóstoles y les pidió ser instruido y bautizado porellos.

Aquí se acaba la relación de estas visiones, que abarcan desde el 18 de febrero hasta el 6 de abril de 1823.