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Un año sin Carlos Fuentes l Sobre Octavio Paz En recuerdo de Martha de la Lama l Fantasía de guerra nuclear, Marcos Winocur l La comedia electoral Crines contra cabellera l Homenaje a Anton Chéjov Colaboraciones de Marco Aurelio Carballo, Alonso Ruiz Belmont, Miguel Ángel Sánchez de Armas y Roberto Bañuelas

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Un año sin Carlos Fuentes l Sobre Octavio PazEn recuerdo de Martha de la Lama l Fantasía de guerra nuclear, Marcos Winocur l La comedia electoral Crines contra cabellera l Homenaje a Anton ChéjovColaboraciones de Marco Aurelio Carballo, Alonso Ruiz Belmont, Miguel Ángel Sánchez de Armas y Roberto Bañuelas

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el Búho. Órgano de difusiÓn de la “fundaciÓn rené avilés fabila, a.c.”, revista mensual, año 14. Julio 2013. número 150 editora responsable: ma. del rosario casco montoya l www.revistaelbuho.com l reserva de derechos al uso exclusivo: en trámite.

issn: en trámite. ambos realizados en el instituto nacional de derechos de autor l domicilio de la publicaciÓn: yácatas 242, narvarte, c.p.03020, delegaciÓn benito Juárez, teléfono y fax: 56 39 59 10. cel. 04455-20959228 l las opiniones

expresadas por los autores no necesariamente refleJan la postura del editor de la publicaciÓn. Queda prohibida la reproducciÓn total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicaciÓn sin previa autorizaciÓn de la editora.

Circulación certificada por el Instituto Verificador de MediosRegistro No. 285 / 01Instituto Verificador de Medios

Rigel Herrera Bracho

Nuestra portadista de este núme-ro de la revista en Rigel Herrera, quien nació en Guadalajara, Jalisco en 1975. Inició sus estudios en Arquitectura de la UNAM, pero al siguiente año se cambió a lo que a ella realmente le atraía: las artes plásticas. De esta manera concluyó la licenciatura de Artes Plásticas en la Escuela Nacional de Pintura, escultura y grabado “La Esmeralda”. Ha asistido a varios cursos y talleres con pintores muy reconocidos como con el Maestro Antonio Sobarzo y la Maestra Blanca González. Ha parti-cipado en más de 60 exposiciones colectivas y en 7 individuales en museos y galerías no sólo de México sino del extranjero: Estados Unidos, Italia, Inglaterra, Irlanda, Francia y España. Recibió el III Premio Internacionale di Arte Contemporanea, EUROP’ART Group; Mención Honorífica en el Salón Internacional de Artes Plásticas en Barcelona, España; el Premio Italia por el Arte en Florencia, Italia. Así como varios reconocimientos a su obra en la Embajada de Bulgaria en México; el Trofeo Remo Brindisi en Italia y en el Instituto Italiano de Cultura en México, entre otros reco-nocimientos. Fundó y actualmente dirige “La Masmédula Galería”, un espacio independiente para el arte contemporáneo.

Consejo editorial:José Agustín l

Griselda Álvarez (>) l Raúl Anguiano (>) l

Carlos Bracho l José Luis Cuevas l Martha Chapa

Alí Chumacero(>) l Alberto Dallal l

Beatriz Espejo l

Gelsen Gas l David Gutiérrez Fuentes l Andrés Henestrosa (>) l

Luis Herrera de la Fuente l Dionicio Morales l Armando Prida Huerta l Carlos Ramírez

Ignacio Retes (>) l Bernardo Ruiz l Sebastián l Fernando Sánchez Mayans (>) l

Leticia Tarragó l Betty Luisa Zanolli Fabila

Director:René Avilés Fabila

Subdirectora:Rosario Casco Montoya

Coordinación de arte:Félix Acevedo

Diseño:Osam Malja García

Colaboradores:Manuel Aceves Pulido(>) l Eugenio Aguirre

l Héctor Anaya l Hugo Argüelles (>) l Roberto Bañuelas

Martha Bátiz l Roberto Bravo l Salvador Bretón l Rodolfo Bucio l Salvador Camelo l Elsa Cano l Emmanuel

Carballo l Marco Aurelio Carballo l Antonio Castañeda (>) l Jesús A. Castañeda l Joaquín Armando Chacón

Leonardo Compañ Jasso l Marcela del Río l Adán Echeverría l Javier Esteinou l Sergio Fernández l Citlali Ferrer l Martha Figueroa de Dueñas l Silvia Fong Robles l Luz García l Sandra García l Enrique Gastélum Eve Gil l Otto-Raúl González (>) l Francisco Javier Guerrero l José Antonio Gurrea l Humberto Guzmán Saúl Ibargoyen l

Josu Iturbe l Marco Aurelio Ángel Lara l Daniel Leyva l Roberto López Moreno l Froylán M. López Narvaéz l Andrés de Luna l Ramón I. Martínez l María Eugenia Merino l

Mayté Noriega l Carmen Nozal l Juan Luis Nutte lAnabel Ochoa(>) l José Luis Ontiveros l Gregorio Ortega l Federico Ortiz Quesada Francisco Prieto l Jorge Ruiz Dueñas l Rafael Ruiz Harrel (>) l Hugo Enrique Sáez l

Alejandro Sandoval Perla Schwartz l Ignacio Solares l Ignacio Trejo Fuentes l Francisco Turón l Roberto Vallarino (>) l Liborio Villalobos Calderón l Marcos Winocur l Patricia Zama l Silvio Zavala

Artistas plásticos:Gilberto Aceves Navarro l Juan Alarcón l Iris Aldegani l Luis René Alva l José Anaya l Javier Anzure Irene Arias l Sergio Ángel Beltrán l María Emilia Benavides l Ángel Boligán ll Philip Bragarl Alejandro Caballero Alberto Calzada l Alfredo Cardona Chacón l Estrella Carmona l Jesús Castruita l Guillermo Ceniceros Edgar Clement l Felipe de la Torre l Luis de la Torre l Juan Román del Prado l Lourdes Domínguez Aída Emart l Francisco Eppens (>) l Francisco Espino l José Fernández l Carmen Flores Olivia Fuentes l Héctor García l Joaquín García Quintana l Luis Roberto García l Luis Garzón Jaime Goded Esther González l Gabriel Gómez Pizano l Renato González l Juan José Gurrola l Víctor M. Hernández l Rigel Herrera lJazzamoart l l José Juárez l Fernando Leal Audirac l Antonio Ledesma Miguel Ángel Ledesma l Jorge López Luckie l Leonel Maciel l Elsa Madrigal l Ángel Mauro l Pepe Maya l MelRaúl Méndez l Adolfo Mexiac l Arturo Miranda Jesús Miranda l Ofloc l Soid Pastrana l Carlos Pérez Bucio l Alejandro Pérez Cruz l Felipe Posadas l Laura Quintanilla l Ma. del Carmen Razo l Carlos Reyes l Alejandra Ríos l Vicente Rojo l Javier Roldán l Gregorio Rosas l Guadalupe Rosas l RRuizte Oswaldo Sagástegui l Peter Saxer l Fernado Silva l Luciano Spano l Antonio Tadeo Raúl TameM. Tarbados lMauro Terán l Miguel Ángel Toledo l Mauricio Vega l Roger Von GutenDaniel Zamitiz e-mail para envío de colaboraciones:[email protected] [email protected] [email protected]

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Contenido

EditorialUn año sin Carlos Fuentes René Avilés Fabila l 4

De nuestra portadaFantasía de guerra nuclear casi a la medida Marcos Winocur l6El color de las palabras Edwin Lugo l 11EL público mexicano es de los más honestos en el mundo: Horacio Franco Benjamín Torres Uballe l 20Marta de la Lama: mujer extraordinaria, periodista brillante Marta Chapa l 22

ConfabularioPoemas Leonardo Sevilla l 26Octavio Paz Roberto López Moreno l 28La comedia electoral José Juárez Sánchez l 31Dialéctica de la lluvia Perla Schwartz l 34Memorias del exilio interior (II) Roberto Bañuelas l 36Crines contra cabellera Mónica Sánchez Orozcol 46

Letras, libros y revistasDionicio, el poeta, el crítico de arte, el periodista cultural René Avilés Fabila l54La biblioteca de David recomienda... David Figueroa l 58Las exequias del tiempo Alberto Aguilar l60Una peticion de entrevista a Seamus Heaney Roberto Bravo l63

ApantalladosMoviola en su laberinto Alonso Ruiz Belmont l66

Arca de NoéTodo se desmorona Miguel Ángel Sánchez de Armasl74Turbocrónicas Marco Aurelio Carballo l78

Para la memoria histórica(archivo coleccionable)La dama del perrito por Anton Chéjov l Páginas centrales

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editorial

........ Un año sin Carlos Fuentes

� El Búho

Las comunicaciones son ahora veloces e

impiadosas: supe del lamentable falleci-

miento de Carlos Fuentes en cuestión

de minutos, cuando ya en las redes sociales y en

los medios en línea la noticia era comentada. Sin

ser amigo del novelista, salvo algunos encuentros

a comer y tomar un par de copas, pasé del estupor a

sinceramente lamentarlo. Carlos era el mayor escri-

tor vivo de México, el que más se había esforzado

en dar a conocer su obra en el campo internacio-

nal. Fue el mejor representante que tuvimos. Su tra-

bajo y personalidad, su amplia cultura, le abrieron

las puertas del mundo, obtuvo infinidad de recono-

cimientos y premios y aunque no tuvo el Nobel, dijo

con sentido de la amistad que al ganarlo Gabriel

García Márquez, él asimismo lo había recibido.

Ha pasado un año desde que Fuentes falleció

intempestivamente. Las autoridades lo han con-

memorado una y otra vez. Sus obras siguen editándose

y sobre su vida y obra aparecen multitud de artículos,

ensayos, tesis…

Los críticos literarios hablan de una obra de altas

y bajas. Puede ser. Pero las altas, realmente lo son y las

bajas son novelas dignas. Cuentista en el inicio, Los días

enmascarados, dio un prodigioso salto a la notoriedad

Luckie

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Editorial �

y al más notable éxito con La región más trans-

parente, Aura y La muerte de Artemio Cruz.

Los demás libros fueron ladrillos en un muro

prestigioso e inalcanzable. Nadie como Carlos

Fuentes supo representar la modernidad del

país y escasos defensores tuvimos como nación

en el extranjero, principalmente en EU. Dio

una imagen de talento, cultura, inteligencia

y cosmopolitismo que pocos le han brindado

a un país con exceso de intelectuales y artistas

sobrevaluados. Novelista, cuentista, ensayista,

dramaturgo, analista político, era un hombre

crítico. Vivió con intensidad y jamás dejó de

escribir. Sus palabras sacudían a México para

bien o para mal. Como otro escritor notable,

Mario Vargas Llosa, no pudo marginarse, como

lo hizo de muchas maneras Alfonso Reyes, de la

fascinación política. Aquí tuvo caídas porque

los tiempos actuales son confusos y perversos.

Sin duda fue cercano al poder, trabajó para

el PRI y en especial para Echeverría, quien lo

hizo embajador en Francia. Renunció cuando

Díaz Ordaz fue representándonos a España. El

novelista no cabía donde estaba un hombre

manchado de sangre. Al declinar este partido,

siguió a ex priistas como Camacho y Ebrard,

suponiéndolos una “izquierda moderna”.

Vivió como canción de Paul Anka, cantada

por Frank Sinatra, a su manera. Era imbatible,

un viajero formidable que asombraba públi-

cos de las más diversas nacionalidades y en

todas defendía posturas progresistas y hacía

señalamientos ácidos a la política exterior

norteamericana por sus escasas luces sobre

América Latina. Es posible decir que fue una

lúcida conciencia en las últimas décadas. No

era infalible y a veces cometía alguna pifia,

pero su brillantez y agudeza fueron parte de

los grandes debates intelectuales. A pesar

del distanciamiento que tuvo con Octavio Paz,

otro hombre de ideas, polémico y aguerri-

do, asimismo cercano al poder, en este caso

a Salinas y Zedillo, no lo sacó de su lista de

personas admirables, lo respetaba, así nos

lo comentó a Raúl Cremoux y a mí durante

una comida amable y larga. No fue personaje

de pugnas personales, su grandeza daba para

más, debatió ideas y proyectos. Estaba absor-

to, como Balzac, creando su propia comedia

humana, pero se daba tiempo para sumarse a

las batallas políticas de su época, no siempre

con los mejores resultados.

Falta espacio para hablar de su inmensa

obra y su andar político. Como es normal,

tuvo severas influencias literarias y muchos

lo acusaron, como a Paz, de plagio, aunque

el tiempo y la desmemoria dejaron de lado la

sospecha. Sí, fue un mexicano formado para

el éxito universal. Los demás son de prestigio

local, aunque por ahora parezcan portentos.

Cuando supe de su intempestiva muerte, recor-

dé al adolescente asombrado que en 1958 fue

a pedirle que le autografiara su ejemplar de

La región más transparente, libro que se con-

serva en el Museo del Escritor.

René Avilés Fabila

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� El Búho

de nuestra portada

1. LA NOTICIA

El comando estratégico de las fuerzas ar-

madas del País Uno detectó una flotilla

de misiles en vuelo hacia su territorio.

El coronel operativo, según las instrucciones, ac-

tivó sin más la alarma, corriendo de inmediato a

las oficinas del premier, a quien informó e hizo la

pregunta: ¿Da usted la orden de disparar nuestra

flotilla de misiles rumbo a los blancos del País

Dos? Permítame, coronel: ¿Hay modo de des-

truir en vuelo éstos que vienen hacia nosotros o

desviarlos de los blancos? Sólo a unos cuantos

y se aprecia que son más de un centenar. Estas

señales, las que denuncian la presencia de mi-

siles enemigos ¿no podrían estar equivocadas,

deberse a una falla en el sistema, una mala in-

terpretación, o tratarse de falsas imágenes? No,

señor, no en este caso, me lo acaba de informar

el comandante de zona estratégica. Entonces

¿los misiles en vuelo causarán inevitablemente

nuestra destrucción? Afirmativo, señor. ¿Cuántos

podremos abatir con las defensas? Con suerte, la

mitad, los que quedan son suficientes para arra-

Fernando Leal Audirac

Marcos Winocur

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de nuestra portada �

sar a nuestro país, señor. Se hace un silencio. Coronel,

comuníqueme con el Ministro de la Defensa. No, espe-

re... El premier deja de apoyarse con una mano sobre

el escritorio, y da la vuelta.

2. LA DECISIÓN

Han permanecido todo el tiempo de pie, dos personas

decidiendo, o quizá sólo una, la suerte de la humani-

dad. El premier está ahora tras su escritorio, continúa

de pie. ¿Y para qué quiere usted, coronel, sumar, a la

nuestra, la destrucción del País Dos, y tal vez volver

inhabitable el planeta? ¿Qué repararíamos con ello?

¿Cuál sería nuestra ganancia? Perdone, señor: ¿Doy la

orden de disparar nuestra flotilla de misiles nucleares?

Negativo, coronel. Como usted ordene, señor. ¿Busca-

rá usted ponerse a salvo? No, coronel, con el barco me

hundiré. Tampoco voy a recurrir al teléfono rojo. No

tiene caso. El premier del País Dos me negará todo,

intentando ganar tiempo. Ya qué: ni ellos podrían

detener sus propios misiles. Se hace un silencio.

¿Cuánto falta, coronel? ¿Para qué, señor? ¿Cómo, para

qué...? ¡Coronel...! Para que nos alcancen los misiles.

El coronel consulta su reloj: alrededor de 28 minutos,

señor. Ya no hay tiempo, tiempo para nada, para que el

gobierno intente ponerse a salvo, la familia... nada.

Falta nos hace un arca de Noé... Otro silencio. No

avisaré a nadie. Los angustiaría sin objeto, que mue-

ran así, el verdugo ha levantado el hacha y ellos no

lo saben, no saben donde les han colocado el cuello.

Mejor así. Coronel, por favor, siéntese. Después de us-

ted, señor. ¿Eh? No lo había advertido, los dos estamos

de pie, pues... sentémonos. ¿Un whisky? Yo me tomaré

uno... ¿o prefiere vodka del bueno, nada de falsifica-

ciones? Gracias, señor, no bebo estando de servicio.

Coronel, coronel, en unos minutos más habrá dejado

el servicio. Pero ya no podrá beberse un whisky o un

vodka. En fin,... Vuelve al escritorio, saca la botella,

dos vasos -por si las dudas se arrepiente-, bebe, los

dos siguen de pie. Un silencio. ¿Tiene familia, coronel?

Sí, señor. ¿Estaba pensando en ella? Afirmativo, se-

ñor. Otro silencio. ¿Sabe, coronel? yo creo en el eterno

retorno. Todo volverá a suceder. Usted entrando con

la noticia, nuestro diálogo, yo con el vaso de whisky

en la mano... todo.

Esta impotencia... es lo que me desespera, repetir

el último acto de nuestro país, bueno, no el último, ha-

brá sobrevivientes, pero ¿en qué condiciones? Alguien

dijo: “los vivos envidiarán la suerte de los muertos”.

¿Cuánto falta, coronel? No -atajándolo-, no me diga.

Han sido capaces de hacernos esto... ¿por qué? Pres-

tos a discutir la propuesta de eliminar las armas de

destrucción masiva, las negociaciones están a punto...

Señor, disculpe, ¿puedo aceptar su whisky? Desde lue-

go, ya está servido. ¿Hielo? Negativo, señor, gracias.

¿Podemos brindar, coronel, o le parece impropio? ¿A

la salud de quiénes? De nuestros sobrevivientes, sus

hijos, sus nietos... bueno, a la salud, no. A la sabidu-

ría que algún día les roce, al nunca más una jornada

como la de hoy. Chin, chin, un silencio.

3. MÁS EXPLICACIONES

El premier se sienta. Le diré, coronel, cómo veo las

cosas. Antes de que nos atacaran, la consigna era: de-

volver golpe por golpe. Y se proclamaba a los cuatro

vientos, a ver si así se disuadían de golpearnos pri-

mero por miedo a la represalia. Como se dijo, el País

Dos tenía de rehén a nuestra población y nosotros a la

de ellos. El equilibrio del terror que conoció la guerra

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� El Búho

fría. Pero eso era antes de la agresión. Antes, se trata-

ba de disuadir. Ahora se trata de otra cosa: salvar lo

que se pueda de la humanidad. Paradójicamente, “el

malo” no pagará las cuentas, saldrá ileso. La víctima

queda paralizada, no puede defenderse. Para estos

últimos minutos que nos quedan, la consigna es otra:

preferible que sobreviva media humanidad a que sea

borrada del mapa, sin contar el daño a la biosfera.

No puedo contestar a la agresión nuclear, el criminal

tiene asegurada la impunidad, es la lección final que

da la especie humana: la impunidad al criminal. No me

sumaré a ella, no entraré a ese juego.

Claro, el genocida arriesga, es cierto, que del otro

lado -nosotros- haya una mente gemela y la agresión

sea contestada. Pero yo no lo soy. No habrá respuesta.

El silencio será mortaja. ¿Me permite una observación,

señor? Adelante. Me suena a la dialéctica de poner la

otra mejilla, también eso. Un silencio. Del otro lado

del océano, coronel, hay familias como la suya y la

mía. Puedo hacerlas un amasijo de cemento y sangre

¿para qué? ¿Por venganza? ¡Vamos...! Ellas están tan

ausentes de la jugada como nuestras familias.

4. SE IMPONE EL TUTEO... HAY NOVEDADES.

SE CANCELA EL TUTEO

Prosiguen el diálogo en una zona de soledad e impo-

tencia donde las jerarquías se abaten, dos malos men-

sajeros: se niegan a dar la noticia. Y que, cómplices, se

abren a la fraternidad: sin reparar en ello, comienzan

a tutearse. ¿Tienes hijos...? Dos, mañana debía llevar-

los a... ¿Estás separado? No, los niños querían esta

vez una salida con su padre, el “siempre ocupado”.

¿Qué edades tienen? Cinco y ocho, pero... en el País

Dos ¿las familias son como las nuestras? Espera, los

minutos corren, déjame preguntarte una tontería. ¿No

hay ninguna posibilidad que todo esto sea un sueño,

un mal sueño, una pesadilla, o bien una falsa alarma,

las computadoras han enloquecido, no sé, algo...?

Suena el teléfono, los dos se miran absortos, el

premier despaciosamente levanta el auricular. Señor

-una voz tensa que no espera el saludar-, aquí el co-

mandante de zona estratégica, la nube de misiles ha

desaparecido de nuestros controles, como esfumada.

¿Ha pasado el peligro? Afirmativo, señor. ¡Alabado sea

Dios! ¿Y a qué se debió...? El premier, el comandante al

otro lado de la línea y el coronel, que lo ha comprendi-

do todo, están a punto de llorar. Señor -el comandante

se controla-, son formatos eléctricos, de morfología

caprichosa, esta vez nos confundió el diseño de una

flotilla de misiles... señor, una pregunta: ¿está el co-

ronel operativo con usted? Sí, acaba de entrar. El co-

ronel hace un gesto de sorpresa. Entonces, ¿sólo se

dio la orden de alarma uno? Correcto, comandante.

El coronel lleva a sus labios el tercer whisky. ¡Bendito

sea Dios, que usted, Señor Presidente, así lo decidió!

¿Y cómo supo...? Verá, comandante, bien: mañana,

ya calmos, se lo platico y usted me informará sobre los

motivos que tuvo para descartar la posibilidad de un

formato eléctrico. Sí, señor. Se despiden, cuelgan.

Suena el teléfono rojo. Por favor, con el premier

del País Uno. ¿Eres tú? Discúlpame, iré al grano. ¿Por

qué activaron el sistema de alarma uno? Ejercicio

de rutina. Pero, no nos dieron aviso, querido amigo. Te

ruego nos disculpes, se nos pasó, no volverá a suceder.

¿Todo normal? Todo normal. ¿Cómo está tu esposa?

Muy bien, gracias. Me la saludas. Lo mismo a la tuya...

cierto que eres soltero. Bueno, que los saludos sean

para la galana de turno... siempre te he admirado:

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de nuestra portada �

¿cómo hiciste para hacerte elegir siendo soltero? Oye,

hace tiempo que quería agradecerte los chistes que me

mandaste por Internet, ése de la suegra está buení-

simo. A ver si chateamos un poco uno de estos días.

Claro que sí. Pero, dime, ¿no advirtieron como una...?

¿Una qué, mi queridísimo amigo? No, nada, olvídalo.

Naturalmente, levantarás la alarma uno. Cuelgo y lo

ordeno, no temas, mi buen. Nos vemos. Nos vemos.

Cuelgan. Otro silencio. Coronel... Desaparece el tuteo.

Sí, señor. Tal vez usted... Voy a recapitular lo sucedido

entre las cuatro paredes en esta media hora, no ¿qué

digo? en unos minutos, sólo en unos minutos. Entró

usted y no acababa de dar la noticia cuando sonó el

teléfono, era el comandante para comunicarme que el

peligro había pasado. Eso fue todo. ¿Me entiende, co-

ronel? Perfectamente, señor. Ah, y corra a levantar la

alarma. Sí, señor.

5. EN EL PAÍS DOS

En el País Dos, el premier,

después de colgar, re-

flexiona. ¿De modo

que supieron distin-

guir entre un forma-

to eléctrico de flotilla

y la flotilla misma?

Debemos andarnos

con cuidado, a estos

tipos no les creo, pero

nada. Y visualizaron el

formato eléctrico en sus

aparatos antes que nosotros,

si no ¿a santo de qué la alarma uno

sin avisarnos? Y yo, que quería buenamente advertir-

les sobre la falsa imagen... y que de una vez quitaran

la alarma uno.

6. EPÍLOGO

Cien días después de estos sucesos, EL País Dos lo-

gró una innovación tecnológica que posibilitaba am-

plio margen de maniobra en situaciones críticas: un

mecanismo adosado a cada misil, permitiendo su des-

trucción en vuelo desde base remota. Así las cosas,

el País Dos se las jugó. Dos oleadas de objetos vola-

dores partieron un día hacia el País Uno. La primera

de misiles nucleares y la segunda de aviones transpor-

tando tropas de élite y armamento. De momento, iban

casi juntas. Pero una de ellas deberá dejar la escena

bastante antes de divisar el blanco. Si lo hace la flotilla

de aviones, es porque el País Uno iba a ser destrui-

do. Si lo hace la flotilla de misiles, es

porque va a llegarse a un acuer-

do evitando el holocaus-

to tras la rendición del

País Uno, que acep-

taba ser ocupado

militarmente.

Y ése fue el

planteo del pre-

mier del País Dos

al premier del

País Uno: se en-

tregan o los borra-

mos del mapa. Olvi-

das nuestra capacidad

de respuesta, replicó el

atacado. No será usada, con-

Luis Garzón

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10 El Búho

testó el atacante. ¿Cómo sabes? Aquí, junto a mí,

está un cierto coronel; me pide te salude de su par-

te y te agradece los excelentes whiskys que tomó

en tu oficina. Bien, tú decides. Tercera opción no hay.

Tu lógica de impedir a toda costa la destrucción de la

humanidad, es sabia. Te será reconocida por las gene-

raciones venideras. Yo, lo confieso, te admiro. Además,

y esto no es poca cosa, estás mejor situado ahora que

la otra vez cuando ustedes confundieron formato eléc-

trico con ataque muy real de misiles. Porque fue así

¿verdad, mi queridísimo? Me lo contó todo este ami-

go nuestro, el coronel, que tú seguramente calificarás

de otra manera. Y esto, precisamente, gracias a él y a

la innovación tecnológica que nos permite destruir los

misiles en vuelo. Y bien, no te queda mucho tiempo

para decidir.

Ya lo he hecho, contestó el aludido.

Acabo de ordenar un ataque nuclear ma-

sivo contra ustedes, permíteme una ex-

presión brutal, ustedes son ya cadáver.

Yo no tengo medios de destruir la flotilla

en vuelo, cada misil dará en el blanco, en

el mejor de los casos, podrán parar uno

de cada dos misiles, no te preocupes,

cada blanco tiene asignado dos misiles de

cabezas múltiples. Del otro lado de la lí-

nea, un silencio que bien puede calificarse

como silencio de muerte. Finalmente, una

pregunta: ¿Por qué lo hiciste? Para saber

si mi sabia lógica, que tanto alabaste, la

aplicarás ahora haciendo estallar tus mi-

siles en vuelo -tú lo puedes, yo no-. ¿Ad-

miras mi sabia lógica? Pues, aplícala. Las

generaciones venideras te lo reconocerán

y serán recibidos en son de paz, no es ne-

cesario cambiar. ¡Ah! Tus soldados en vue-

lo hacia aquí siguen el rumbo de los avio-

nes. ¡Tú decides! Te he pasado la pelota, a

ver si eres hombre sabio.

Y colgó.

Alejandro Caballero

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de nuestra portada 11

EdWin Lugo

1

Entre los l50 cautivadores escenarios que

el pincel maestro del más célebre de los

paisajistas mexicanos, José María Velasco

(l840-1912) legó a la posteridad, no hay duda de que

los más extraordinarios, son aquellos que con riqueza

de detalles, imaginación, sensibilidad y dominio

absoluto de la técnica, retratan dos entornos de la

patria mexicana, próximos a la ciudad de Orizaba,

perla del heroico estado de Veracruz; uno de ellos

lleva por epígrafe: “El Puente de Metlac” en el que la

destreza del esteta capta magistralmente el paso del

incipiente Ferrocarril Mexicano, arrastrando la prole

de vagones con su rudimentaria locomotora de vapor

cuya chimenea lanza bocanadas de humo negro. El

convoy se desplaza cual una ondulante viborilla que

se abraza a las orillas de la abrupta serranía, mientras

los rieles de acero, casi frágiles, parecen desbocarse en

el pavoroso voladero: El otro representa al volcán de

Orizaba llamado Citlaltépetl -o Cerro de la Estrella-

cuyo cráter ocupa la parte superior nordeste del coloso y mide 500

x 400 metros de superficie con una profundidad de 300 metros; y

se ubica en los límites de los estados de Puebla y Veracruz a una

altura de 5747 metros.

Ambas obras inmortales realzan una geografía espléndida,

en la que más adelante se asienta, cual un racimo de rosas que

María Emilia Benavides

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12 El Búho

se abren en la fresca hora del amanecer, la industriosa

ciudad de Orizaba, cuna de esfuerzos y de luchas,

suavemente recogida al pie del Cerro del Borrego

y a orillas del Río Blanco, a 1284 metros de altitud,

humedecida por las lluvias y sumamente laboriosa,

pues ha cobijado desde hace siglos industrias de

curtiduría, de hilados y tejidos, calzados, cerveza,

tabacos, talabartería y cordeles, alimentando sus

usinas con la energía proveniente de la planta hidro-

eléctrica de Tuxpango, que abastece además de energía

a una amplia zona del oriente del país.

No obstante su dinamismo, la ciudad, repuesta

varias veces de las erupciones del volcán, algunas

catastróficas como las sufridas en los siglos XVI y

XVII, continúa siendo el grato refugio de las noches

friolentas, y sus árboles frondosos aún albergan a

las bandadas de ruiseñores que los nativos llaman

Yoloxóchitl, cuyo obsesivo trino, aunque monótono

resulta particularmente dulce.

La centenaria villa aloja también: un hermoso

templo parroquial, el convento franciscano de San

Miguel de Gracia, las garitas de San Miguel y Escamela

con marcado sabor colonial y ostenta además con

legítimo orgullo el haber sido sede no sólo del estado,

sino en los aciagos días de la revolución, capital de la

nación mexicana.

A Orizaba la rodean tranquilos jardines donde

proliferan las sencillas flores del campo, y en sus

exuberantes bosques olorosos a cedro, crecen

encinos, palos-blancos, madroños, linaloes,

ailes, y uno que otro copal y pino-piñón;

entre esa vegetación paradisíaca cantan las

chicharras ebrias de luz, y crecen generosas

las milpas, las plataneras, y florece el cafetal

con los primeros aguaceros, mientras se tiñen

de violeta los crisantemos y las campanas de

las ermitas adormecidas al pie del lomerío

llaman a la devoción del rosario, mientras

brota de las humildes cabañas la consabida

columna de humo, anunciadora de la cocina

campestre donde hierven los frijoles negros

olorosos a repasote y la tortillera de las

manos magas, modela la tortilla de maíz,

blanca como una hostia, en tanto que sobre

el comal del bracero quema chiles y tomates

para preparar la salsa fresca y picosa,

sazonada con cabezas de ajos y cebollas

de cambray.

A lo lejos un pequeño grupo de

campesinos destaza un venado o asa una

Juan Román del Prado

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de nuestra portada 13

liebre, otros salvan un arroyo pasando sobre un trozo

de árbol que les sirve de puente, mientras algún pastor,

conduce al corral su hato de ganado: caballar, bovino,

mular o caprino; y todo vuelve a ser como antes, paz,

trabajo, y lucha por la vida que sólo cesa hasta el

anochecer; entonces, la pretendida, la novia rondada,

acaso hoy todavía, igual que antes, levantará los visillos

de la ventana de su casa para ver pasar a su galán.

Ésta es y sigue siendo la provincia. El México auténtico;

aquí, al pie de esas impolutas cumbres de casquete blanco,

vivió, enseñó, escribió y murió: uno de los más prominentes

escritores nacionales, Rafael Delgado.

2

Rafael Delgado no nació en Orizaba sino en

Córdoba, el 29 de agosto de l853. La ciudad, bella

como la estampa de una tarjeta postal, fue fundada

por el virrey Fernández de Córdoba el 29 de Noviembre

de l6l7, y pocos años después, Juan Antonio Gómez, un

español inquieto y visionario, introdujo en la comarca

cordobesa el cultivo del mango y del café, que habría de

concederle posteriormente el prestigio de ser la región

donde se produce uno de los mejores cafés no sólo del

país sino del mundo.

Si Orizaba es hermosa como un bouquet de

orquídeas, y Fortín luce como una regia jardinera de

gardenias, Córdoba, la hermana gemela de la Córdoba

hispánica de emires y califas, la que embalsama

el ambiente con deliciosos aromas del café, es como

un soberbio haz de alcatraces que alternan con los

helechos y las campánulas. En sus bosques proliferan

los huarumbos, las higueras y los jonotes y en medio de

los beneficios cafetaleros corren los arroyos y los pájaros

carpinteros trabajan denodadamente en las ceibas.

En los atardeceres, algunas veces lluviosos,

las vacas regresan pensativas y perezosas al cobijo del

establo y los campesinos vacían los cestos de la pródiga

cereza que habrá de convertirse en el aromático elixir,

mientras otros no menos diligentes van separando el

caracolillo de la planchuela.

En este trópico de paraíso, Rafael el inteligente

niño cordobés, jugando entre las laderas pedregosas y

los caminos cubiertos con una tupida colcha de hierba,

aprendió a ser poeta, allí también, mientras se dejaba

arrastrar por su innata curiosidad fue descubriendo

los nombres de plantas, flores y pájaros; subió a los

árboles copudos, saboreó la fruta verde, se bañó

en los estanques de aguas cristalinas y deambuló por

los sembradíos y los naranjos en flor. Sus pies hollaron

todos los valles, exploraron todos los caminos, incluso

los más angostos que iban a parar en la cima misma

de las montañas o en el fondo de los barrancos,

desenterró lombrices de la tierra renegrida y apresó

lagartijas, guardando en su descomunal memoria las

imágenes de los amaneceres ornados de listones rosa,

las tardes tropicales en las que el pastor protegido por

un sombrero de anchas alas apacienta a sus ovejas,

en las claras noches cuajadas de luceros, iluminadas

por la luz platinada de la luna llena, otras oscuras, casi

misteriosas, adormecidas por el monótono crepitar

de los grillos, o alumbradas por el fugaz parpadear

de los relámpagos, coreados por el retumbar bronco

de los truenos detrás de las montañas.

Su curiosidad lo impulsó a penetrar lo mismo en

el interior de una capilla abandonada, olorosa a moho

y llena de telarañas, que en la parroquia, donde los

cirios encendidos, las flores marfileñas, los misales

encarnados, las volutas ascendentes del incienso, y los

acordes monumentales del órgano hacían resplandecer

las bendiciones con el Santísimo guardado en el oropel

de la custodia, los largos oficios de tres ministros

quienes lucían sus casullas y capas bordadas de oro

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14 El Búho

contrastando con los blancos sobrepellices de los

monaguillos, proclamando en los sermones plagados

de latines, la magnificencia de la iglesia militante

imperecedera y triunfadora. ¡Y todo ello lo guardó

con celosa avaricia en el archivo de su memoria, para

vaciarlo más tarde en la exquisita prosa poética cuyas

descripciones superan a la realidad!

Un día, su familia tuvo que abandonar Córdoba

y Rafael emigró a Orizaba, a la que años más tarde

habría de rebautizar con los nombres de Pluviosilla

y Villa Triste. Allí cursó su educación elemental en el

colegio de Nuestra Señora de Guadalupe, pasando una

niñez holgada, y sin privaciones, hasta que su padre,

cuyos malos negocios lo llevaron al cierre tuvo que

declararse en quiebra.

A los doce años el prometedor estudiante fue

enviado a la ciudad de México para continuar sus

estudios, allí presenció el último año del efímero

imperio de Maximiliano, estudiando en el mismo

colegio guadalupano cuya sede se asentaba en la capital.

En 1868 regresó a Orizaba y se inscribió en el

Colegio Nacional donde estudió Literatura y Botánica.

En 1875 cuando contaba tan sólo 22 años, pasó

de alumno a profesor, impartiendo las asignaturas

de Historia, Geografía y Literatura. En este fructífero

período comenzó a destacar su acendrada vocación

magisterial, y el joven maestro, orador consumado,

prolongaba sus clases para complacer a su encantado

auditorio. Desde entonces y hasta su muerte Delgado

fue el mentor modelo que instruyó a muchas

generaciones, ya que sus clases al igual que sus

novelas fueron tal derroche de sabiduría, elocuencia

y elegancia, que lo convirtieron en el historiador

imparcial y desapasionado, en el cronista verídico de

la región y en el narrador cuyo lirismo lo convirtió más

tarde en el escritor más leído de su tiempo.

3

Muy joven empezó a publicar en los periódicos.

Sus primeros artículos versaron sobre el poeta italiano

Giacomo Leopardo, el romántico Bécquer y Núñez

de Arce, en tanto que la Sociedad Literaria Sánchez

Oropeza lo daba a conocer en sus veladas. Años después

colaboró en la Revista Nacional de Letras y Ciencias de

México, y fue en sus páginas donde según la costumbre

de entonces, fue publicada por primera vez, su novela

cumbre La Calandria cuando corría el año de 1893. Para

entonces el audaz autor había rebautizado a la patria

con sus sabrosas narraciones, así Orizaba se convirtió

en Pluviosilla, Río Blanco en Albano, Venta Blanca o

Torreblanca y Córdoba se trasformaron sucesivamente

en Villaverde, Villapaz y Villavieja.

El éxito por la publicación de La Calandria no se hizo

esperar. La obra no sólo es un fiel retrato de la provincia

sino una espléndida vivisección de la feminidad en su

más noble, delicada y completa expresión, destacando

las cualidades intrínsecas de la mujer mexicana, hoy,

tan lamentablemente deformadas o inexistentes

como resultado del destructor colonialismo cultural

que con el espectacular auge de la tecnología ha

ido minando, sobre todo en las grandes ciudades, los

elevados valores que normaron un día la conducta

de los mexicanos.

En esta obra debemos destacar el fiel dibujo de

los ambientes, la estructura, el manejo del idioma,

la habilidad desplegada en los clímax, los diálogos

que retratan fielmente el pensar y el sentir del pueblo

y el dramatismo del desenlace, obteniendo esa

extraordinaria biografía del alma, comparable a la que

el periodista judío-colombiano Jorge Isaacs obtuvo

en su conocida novela María.

La Calandria no solamente es la historia hija de la

romántica inspiración de un narrador consumado.

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de nuestra portada 15

Su autor no sólo escribió una buena novela, sino

que creó un símbolo. Si María es la novia de Colombia.

La Calandria es la novia de México. Pero esta novela no

fue el chispazo accidental del escritor, que derrochó en

ella su fantasía sabiamente mezclada con el realismo

que en aquellos años pusieron en boga el francés

Emile Zolá, y la condesa Emilia Pardo Bazán y que los

estudiosos han etiquetado como la corriente naturalista,

sus aciertos se vuelven a repetir en Angelina, cuyo

título sabiamente aplicado a la protagonista, proclama

la angélica nobleza de la protagonista. Angelina vio

la luz en 1895 dos años después de la edición de

La Calandria.

Once meses después de su edición, Delgado

regresó a la ciudad de México por segunda vez, y entre

los años de 1894 a 1988 trabajó para una empresa

minera, pero fiel a su vocación, continuó escribiendo

esta vez para prestigiados diarios

como El Tiempo, El País y la Revista

Moderna, pero sin dejar de colaborar

en las publicaciones de Orizaba,

poniendo de relieve así la modestia y

su identificación con su tierra natal.

En l892 Delgado fue declarado

socio de la Academia Mexicana de

la Lengua, nombramiento que se

ratificó en 1898 cuando fue elevado

a miembro de número; pero aunque

agradecido por los homenajes y

reconocimientos, la nostalgia por su

amada Orizaba lo atrajo nuevamente

a su provincia, donde ocupó el

cargo de Secretario de la Delegación

Política que por algunos años su

padre, ya difunto, había detentado,

conjuntamente se le nombró profesor

en el Colegio Preparatorio de Jalapa donde enseñó

Literatura entre los años de 190l a 1909.

Siempre administrado de su tiempo y a pesar

de sus ocupaciones, Delgado escribió otra de sus

obras magistrales: Los parientes ricos que publicó el

Semanario Literario Ilustrado, obra en la que despunta

francamente el psicólogo intuitivo; y en la que retrata a

la sociedad burguesa de comienzos del siglo XX.

Un año después publicó Cuentos y Notas y en 1904

apareció en el diario El País, Una Historia Vulgar.

Rafael Delgado no es el escritor egocéntrico,

como suelen serlo muchos de los autores a quienes

la reputación ha consagrado; detrás del narrador

cuidadoso de su estilo, del observador a quien no

escapa todo lo que implica la naturaleza humana,

está el hombre, el provinciano sencillo que no sabe

de las vanidades, las envidias, las camarillas, los

Pedro Bayona

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1� El Búho

ninguneos, y toda esa lepra que carcome como un ácido

una buena parte del gremio literario; y en 1910 probando

su indiscutible generosidad entrega su sabiduría

de autor realizado y su experiencia de catedrático

publicando sus Lecciones de Literatura donde afloran

el maestro, el pedagogo, el hombre para quien

enseñar fue su pasión igualada sólo con la de escribir.

Unos meses más tarde y con motivo de los Juegos

Florales de Orizaba, con humildad franciscana,

concursa como cualquier principiante, con su Oda

a la Raza Latina que resulta galardonada con el

Primer Premio.

Para entonces ha incursionado ya no sólo en la

poesía sino en el teatro, escribiendo para la escena La

Taza de Té que protagonizaron dos estupendos actores

de su época: Enrique Guash y Concepción Padilla.

Anteriormente, en 1885, la actriz Josefina Duclos había

escenificado su monólogo Antes de la Boda. Ambas

obras fueron representadas en el Teatro De La Llave de

Orizaba y en ellas concurren no solamente los amplios

recursos literarios de su autor, sino el conocimiento

del oficio teatral.

En abril de 19l4 el novelista sufrió un fuerte

enfriamiento al trasladarse a caballo de Jalapa a

Orizaba, en cuyo trayecto fue sorprendido

por un fuerte aguacero. Este penosísimo

percance de cuyas fatales consecuencias

no pudo reponerse, le produjo la muerte,

el 20 de mayo de 1914, cuando contaba

con 56 años, en la plenitud de su creación

y de su vida.

Uno de sus más acuciosos biógrafos,

el crítico Francisco Monterde, afirma que

el novelista veracruzano “es una muestra

del buen decir y del buen narrar, ya que en

él se conjugan la observación profunda

con la más asombrosa sensibilidad,

convirtiéndolo además en el minucioso

cronista de su tierra, en el buceador

del alma humana” y yo añadiría, el

explorador de la feminidad, siempre

medio oculta para los varones, que bien

poco o casi nada sabemos realmente

de nuestras complejas compañeras, a

tan singulares méritos se debe reconocer

a Delgado como un auténtico campeón

de la mexicanidad, de esta mexicanidad

que la globalización nos arrebata día con

Peter Saxer

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de nuestra portada 1�

día, dejándonos en su lugar, el hueco materialismo

sajón, donde la acumulación de la riqueza se convierte

en el eje y meta de la vida, en detrimento del ideal, del

amor, de la belleza, del arte, y hasta de nuestra propia

identidad nacional nutrida por eminentes hombres

y mujeres que como Rafael Delgado creyeron en el

destino de cuanto somos como raza, como nación y

como país.

4

Nuestro poeta nacional Ramón López Velarde

afirmaba que la patria es el lugar donde se nace, se

crece, se ama y se muere.

La patria de Rafael Delgado fue un rincón del

estado de Veracruz regado por intensas lluvias del

que inventarió, valiéndose de sus conocimientos

de botánico: hierbas, flores y frutos regionales, si bien

su labor no se limitó a describir esa naturaleza pródiga,

sino que empleando su rica sensibilidad de artista y

sus recursos de literato, poseedor además de una

envidiable cultura, plasmó con maestría insuperable:

los tipos lugareños, las costumbres, tradiciones, los

ambientes pueblerinos y la vida sencilla del campo,

que él enriqueció -como lo hiciera el propio Velarde

en Zacatecas- con las tradiciones recogidas y con las

leyendas olvidadas, elevando a nivel de relato literario,

la síntesis de lo real y de lo imaginario, de la fantasía

y la realidad, convirtiendo a los conflictos lugareños

en tramas donde los sentimientos, las emociones, la

pasión intensa, torna a sus personajes protagónicos

en verdaderos prototipos de ese ser complejo que

es el hombre. Con la ambiciosa visión del novelista

recreó su Pluviosilla hasta dotarla de un rango

universal, escenario digno que su pluma maestra

retrata e interpreta, magnificada por la magia de

su palabra.

En la obra de Delgado -apunta Monterde- el cuento

y la novela, la tragedia y la comedia, la anécdota risueña

y hasta chusca se citan con el pensar grave y reposado

del filósofo, la observación aguda del psicólogo y

el matiz del paisajista. Sus novelas son antologías

de sus recuerdos, y jirones de su propia existencia, en

ellas nos introduce en las casas solariegas en cuyas

salas tenían lugar aquellas inolvidables tertulias

alrededor de la rústica chimenea, donde entre llamas

azules crepitaban los leños, mientras los habituales

asistentes: el boticario, el cura, el aspirante a poeta, o

el amanuense llamado evangelista, degustaban con el

café cordobés, los panecillos azucarados recién salidos

del horno, fisgoneando vidas y amoríos, comentando

las noticias políticas atrasadas de los periódicos

tardíamente llegados, refiriendo historias de fantasmas

y aparecidos, entremezcladas con la información sobre

los quintales de café recogidos o los precios de las

fanegas de frijoles o de maíz.

Leer a Delgado nos lava el alma, imprimiéndonos el

gozo, que él seguramente experimentó cuando escribía.

5

Ciertamente hay docenas de escritores pedantes,

galardonados por las élites y homenajeados por los

gobiernos que les han colgado medallas y concedido

prebendas, con las que bien han podido sobrevivir

holgadamente toda la vida; posiblemente sus obras

sean compendios de perfecciones, pero difícilmente

contendrán la frescura, el desenfado, la sencillez que

no admite pretensión, presentes en un cuento de

Rafael Delgado, quien de seguro nunca soñó, ni mucho

menos pretendió recibir distinción alguna, pero quin

todavía después de un siglo de su muerte, despierta

en el lector esa espontánea gratitud por el disfrute de

una narración tan blanca y bella, como un amanecer

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1� El Búho

de su amada Córdoba. En sus lecciones de Literatura

definía que la narración es un relato interesante y

completo de algún hecho real o imaginario, escrito con

el fin de enseñar, conmover o divertir y añadía: confieso

llanamente y válgame algo de franqueza, que no

tengo mis escritos por cosa muy sabida y quilatada de

mérito, pero declaro, lector amabilísimo que no los creo

indignos de su discreción, ni merecedores de perpetuo

olvido, son hijos míos, hijos de mi corto entendimiento

y nacidos todos ellos en horas de amargura y de días

nublados, casi al mediar de mi vida, de esta pobre vida

que no será muy larga, y en años, que sólo el cultivo

del arte, puede alejar de nosotros el recuerdo de los

seres amados idos para siempre y en que dolorido el

corazón, nos entregamos de grado a las añoranzas

de la muerte.

En estas frases descubrimos al hombre detrás del

artista, cultivador de dos difíciles géneros literarios: el

cuento y la novela.

El cuento es engañoso, pues aunque en apariencia

es más fácil escribir cuentos que novelas que

requieren una trama más compleja, más personajes y

acontecimientos y por ende más extensión, el cuento

en cambio exige concreción, síntesis, dicho de alguna

manera: el saber decir mucho en pocas palabras.

La novela es la crónica de la vida y pese a su contexto que

puede ser en buena parte imaginario debe resultar real.

Si los hombres fuéramos felices no tendría caso escribir

novelas. El cuento en cambio, es un recreo absoluto de

la fantasía, nacido de la más vieja tradición oriental, de

los relatos que contaban los viejos camelleros cuyas

caravanas recorrían las inmensidades y que fatigados

de la dura travesía se sentaban sobre un pequeño

montículo de arena, en mitad del helado desierto

nocturno, para hablar de viajes hipotéticos, de ciudades

de maravilla, de princesas con ojos de jade, esclavizadas

por magos perversos y de audaces caballeros

dispuestos a rescatarlas con el filo de sus espadas.

En el cuento de Delgado titulado “Amistad”

el autor inserta una interesante crónica sobre su

apreciación de la ciudad de México a principios del

siglo XX: afuera la corriente constante de carruajes

y de trenes suntuosos, coches de alquiler, bicicletas que

iban como saetas disparadas por manos poderosas,

lagartijos atildados que pasaban luciendo su lindísima

estampa, busconcillas guapas que se lucían en la gran

arteria, mujeres hermosas lardeando de su belleza y de

sus lujos; ruido, bullicio, confusión, la triste y tormentosa

alegría de todo México a la hora de la exhibición diurna

en la célebre calle -feria de vanidades- paraíso de

bobos, perdición de mujeres, pudridero de corazones,

corrupción de almas y semillero de vicios.

En otro de sus divertidos cuentos “Mi única

mentira” nos pinta al gato de tía Pepa, a quién

habían puesto el mote de El morrongo, y el cual tenía

los ojos fosforescentes tal si estuviera provisto de

gafas luminosas.

En su novela Historia Vulgar el relator recrea a

Las Quintanilla, tres lindas muchachas hijas del

recaudador de rentas de Villatriste, que eran como

tres golondrinas que después de juguetear, bromear y

comerse a mediomundo, emprendían el vuelo risueñas

y divertidas; en esta novela cuenta la limpia historia de

una maestra Leonor Quintanilla y un ranchero tímido,

discreto pero honesto y sincero como verdadero hombre

de bien, quien no obstante aspirar a la mano de la

treintañera había sostenido anteriormente relaciones

con una costeña guapa llamada Candelaria, con la

que procreó hijos, pero cuando el noviazgo estaba

por quebrar, la valiente muchacha decidió casarse con

su novio a quien las urgencias sexuales lo llevaron a

tener una amante, entonces Leonor aceptó incluso

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de nuestra portada 1�

adoptar los hijos de Luis quién se conmovió ante la

nobleza de su prometida.

Delgado describe con pluma maestra las traviesas

muchachas provincianas, las García, o las López, cuya

alegre gritería condensaba los trinos de los pajarillos

en primavera, posándose sobre los bananeros o

los cafetales.

6

Caminante: de la mano amistosa de Delgado

has llegado a Orizaba, seguramente pasaste por Río

Blanco, tierra teñida con la sangre de los trabajadores

que lucharon contra la inhumana explotación, la

desmedida codicia y la usura sin nombre de los racistas

emparentados con la avaricia y la crueldad más inaudita,

sus usinas fueron lugares más de suplicio que de trabajo,

más cárceles que fábricas; y estaban regenteadas por

gachupines codiciosos y franceses avarientos que

inventaron los derechos humanos para olvidarlos. En

esta tierra fue donde precisamente los obreros hartos

de las vejaciones lucharon por sus derechos y su

dignidad creando las sociedades mutualistas, y luego,

dando el pecho y desarmados lucharon y aún murieron

para emancipar a los pobres de la dictadura porfirista

y la voracidad extranjera. Detente a honrar a esos

hombres aguerridos de Orizaba, de Córdoba, de Fortín

y de Río Blanco, de Potrero, Omealca y Huatusco;

y después cuando encuentres en la carretera que une a

Orizaba con Córdoba la efigie de Rafael Delgado, no

dudes en honrar el monumento erigido en memoria

del insigne mentor, del sublime acuarelista cuya pluma

convertida en pincel, tiñó de colores las palabras, para

inmortalizar en sus páginas cuanto representa ese

heroico jirón de patria: Veracruz.

Ricardo Anguía

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20 El Búho

BEnjaMín TorrEs uBaLLE

El pasado viernes 17, al término de una conferencia en

la que participó en el Senado, tuve la oportunidad de

saludar a uno de los mejores músicos mexicanos con-

temporáneos: Horacio Franco.

El virtuoso flautista y director de orquesta accedió amable-

mente, como es su costumbre, a responder preguntas de este

columnista, que a continuación comparto con ustedes.

- Maestro, acerca de sus 35 años de trayectoria que recien-

temente cumplió y celebró con un espléndido concierto en

Bellas Artes, ¿cuál es el balance de su brillante carrera?

-Bueno, primordialmente es que sigo teniendo tanto tra-

bajo como director y solista. Con proyectos como el que voy

a sacar en un mes. El proyecto de jazz, un proyecto que voy

a hacer en el Lunario del Auditorio Nacional con un disco

que ya saqué, y que está en maquila, pero que ya está

en internet.

Se llama H3A, está integrado con unas “rolas” de jazz, el

cual me metí de lleno hace un año a hacer con tres estupendos

músicos. Es un proyecto hermosísimo, con jazz, un cierto tipo

de fusión jazzística, barroca, dijéramos, por los instrumentos

que usamos; ése va a ser uno de los grandes proyectos este año.

Otro proyecto va a ser seguir trabajando y posicionando

a Capela Barroca de México, el grupo al que dirigí en Bellas

Artes, como la primera orquesta barroca con instrumentos originales

que sea autosustentable y que sea subvencionada por fondos públi-

cos y privados, para que ya en un momento suplamos en México esa

Rigel Herrera

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de nuestra portada 21

gran y enorme carencia que tenemos de la música barroca

con instrumentos originales y que no tiene ninguna otra

orquesta mexicana.

Es decir, este trabajo que empezaron a hacer hace 35

años los europeos de tener orquestas barrocas con instru-

mentos originales, no existe en México.

Yo he tratado de propugnar esto por 20 años y no se

ha dado porque no ha habido realmente el financiamiento,

ni tampoco me había yo constituido como asociación

civil sin fines de lucro; pero ya que hay esto, tenemos que

nombrar un patronato para que realmente sea una autoges-

tión. Ya tenemos sede, por fortuna, ya nos prometieron el

Claustro de Sor Juana como sede para nuestros conciertos,

pero finalmente tenemos mucho que lograr.

- ¿Por qué la carrera de Horacio Franco es más conocida

en Europa que en México?

- Yo creo que no. Yo he tocado mucho en Europa pero

finalmente me he basado en México. He basado mi residen-

cia en México porque aquí hay mucho qué hacer y porque

aquí realmente me debo mucho al público mexicano. El

público mexicano es en verdad de los más nobles que hay

en el mundo, de los públicos más honestos y más vírgenes

en cuanto a que están ávidos de cultura.

Hay un público joven para la música de concierto muy

numeroso y creo yo que, en ese sentido, Europa, con todo

su bagaje cultural enorme e ilimitado, está un poco en la

decadencia musical por el estereotipo que tienen de los

conciertos clásicos.

Es decir, los conciertos clásicos están enfocados sola-

mente a un determinado tipo de población, que es el culto

público conocedor de arriba de 50 años, y todos se les están

muriendo, porque ya hay cada vez más público más viejo,

que no está finalmente tampoco en estado de pagar por

grabaciones o conciertos o por discos de música clásica.

Aquí hay un público naciente, yo por eso no me voy de

México, pese a que siempre me ha ido muy bien en Europa.

No me interesa tanto tocar ya en Europa como (sí) en México

o en países como Brasil, como Latinoamérica. Este año

he ido mucho a Asia también, estos años últimos he ido a

india, Hong Kong, China, Malasia e Indonesia, y me parece

que tienen una “fenomenología” igual que la de México:

público joven, público ávido de conocer cosas nuevas.

- ¿Cómo ve usted la cultura, el momento cultural

en México?

- Lo veo muy interesante, lo veo muy incesante, lleno

de vida y de actividades culturales de toda índole, de toda

creatividad y de toda diversidad.

Pero lo que necesitamos fundamentalmente ya, como

pueblo mexicano, es posicionar a la cultura y a las artes

como parte del Plan Nacional de Desarrollo. Tienen que ser

fundamentales en la educación desde la primaria hasta la

universidad, pero también tienen que ser fundamentales

en la educación preescolar y en la educación familiar a

los niños.

- Maestro, muchas gracias, ¿quiere usted agregar algo más?

- Nada, que estoy muy contento de estar aquí y de poder

platicar con la gente de la Cámara de Senadores, a los cuales

respeto y admiro mucho también. Muchas gracias.

STATU QUO POLÍTICO

Ya que “sagazmente” se encontraron 88.5 millones de

pesos en efectivo en una casa ligada al ex secretario de

Finanzas del “honorable” señor Andrés Granier, de inme-

diato surge la pregunta: ¿verdaderamente existe la volun-

tad política para llegar al fondo del tema relacionado al

“saqueo” de Tabasco, o simplonamente se castigará a un

pobre diablo corrupto con disfraz de chivo expiatorio? benjamí[email protected]

@BTU15

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22 El Búho

Hace unos días fui a impartir

una conferencia al municipio

de Allende, en mi natal Nuevo

León, con Alejandro Ordorica, mi compa-

ñero, y como es mi costumbre, de regre-

so venía leyendo el periódico. De repente,

algo llevó mi mirada hacia la parte inferior

de la página, con tal fuerza que ni siquiera

terminé de leer el artículo que me había

interesado. Ahora lo sé, mi subconscien-

te me avisaba que debía enterarme de la

que fue, para mí, una noticia muy triste:

el fallecimiento de mi querida amiga Mar-

tha de la Lama. Apenas supe de tan triste

suceso, a mi sorpresa se agregó una pro-

funda pena.

A Martha me unió una buena canti-

dad de historias muy hermosas desde los

inicios de mi carrera. Desde antes de co-

MarTha chapa

Luis Roberto García

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de nuestra portada 23

nocerla en persona me llamaba la atención

su personalidad, su entereza; recuerdo su tono

de voz en la radio, ¿y quién me iba a decir que

íbamos a ser tan cercanas? Siempre fue un ser

generoso y gentil. Con frecuencia me invitaba

al Canal 13 –como se llamaba en aquel enton-

ces, cuando era una televisora gubernamental–

para entrevistarme, y siempre me provocaba

admiración el que tuviera ese don de llegar a

las entrañas sin lastimar.

Hija de refugiados españoles, fue con-

cebida en España pero nació en la ciudad de

México. Creció en Culiacán, Sinaloa y estudió

para maestra, aunque prácticamente no ejerció

esa profesión. Muy joven se casó y puso con

su esposo una tienda de antigüedades. Ahí

conoció al conductor Jorge Saldaña –quien

sería un verdadero innovador en los me-

dios electrónicos en los años sesenta y

setenta–, a quien entrevistó posteriormen-

te para la revista Diseño, donde ella se ini-

ció en el periodismo. A partir de ahí, conti-

nuó su vocación de comunicadora, con un

breve intermedio de trabajo en una inmo-

biliaria, de donde salió para dedicarse a los

medios electrónicos.

En aspectos de producción, colaboró en

la coordinación de dos exitosos programas

televisivos de Jorge Saldaña: Anatomías,

en la televisión privada, donde se alentaba

la polémica sobre diversos temas espino-

sos, algo inaudito en aquellos años, y Sopa de

letras, en el Canal 11, programa dedicado a la

divulgación del correcto lenguaje, que también

creó escuela sobre el tema.

A principios de los años setenta, Saldaña

la invitó a iniciar con él un programa de larga

duración en el Canal 13, ya como conductora.

Así comenzó una intensa etapa en Sábados con

Saldaña, programa que fue realmente revo-

lucionario por su formato, por los temas que

abordaba y la manera a la vez seria y amena

de tratarlos. Martha participaba en todas las

secciones, muchas de ellas ahora célebres,

como “Sopa de Letras” (con Arrigo Cohen,

Francisco Liguori y otros verdaderos amantes

Fernando Silva

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24 El Búho

del lenguaje), “Folklorama” (donde se dieron

a conocer grandes compositores e intérpretes

mexicanos y latinoamericanos) y “Nostalgia”,

que ocupa un lugar destacado en nuestros re-

cuerdos. Ahí, Martha participaba tanto en la

producción como en la conducción.

Posteriormente fue de las primeras comu-

nicadoras en abordar abiertamente temas de

sexualidad en televisión –cuando prácticamen-

te nadie se atrevía a ello– en los programas

nocturnos de Luis Carbajo.

Además, impuso su personalidad: cuando

su cabello comenzó a encanecer, se negó a pin-

társelo, a pesar de que disimular la edad casi

era un requisito para permanecer en los me-

dios de comunicación, especialmente si tenía

que salir a cuadro en la televisión. Ella defendía

su cabellera blanca, pues era una de las par-

tes visibles de su experiencia y, digo yo, de su

intenso temperamento. Años antes, había sido

la primera conductora en aparecer embarazada

en un programa en vivo. Todo un atrevimiento

en aquellos tiempos.

Dentro y fuera de los medios de comuni-

cación, Martha se distinguió por su brillante

trayectoria con una clara misión: el servicio

social y, por encima de todo, la defensa a los

derechos de las mujeres y en particular la pro-

tección de las víctimas de la violencia. Formó

parte del grupo plural Pro Víctimas, así como

del Consejo Consultivo del Centro de Atención

a la Violencia Intrafamiliar, dos agrupaciones

trascendentales para la defensa de las mujeres.

Siempre se mostraba con una gran apertura a

escuchar las historia que abundan de mujeres

ultrajadas por algunos hombres alevosos, que

en muchas ocasiones vulneran no sólo a la ma-

dre, que generalmente es el eje de la familia,

sino a todos los integrantes de ésta. Muy pro-

bablemente en esa sensibilidad particular in-

fluyó el haber sido hija del exilio español, que

trajo a nuestro país esa cultura lúcida, letrada

y humanista.

Ese compromiso social la llevó a incursio-

nar también en la política. Formó parte de la

Primera Legislatura de la entonces Asamblea

de Representantes del Distrito Federal (1994

a 1997), donde impulsó la Ley de Asistencia

y Prevención de la Violencia Intrafamiliar en el

Distrito Federal, que fue aprobada en 1996 y

constituyó un relevante punto de partida para

la defensa de las mujeres.

Martha fue, pues, una periodista combativa,

valiente, defensora de los derechos humanos.

No exagero al decir que constituyó un icono

que ocupó un lugar destacado en la televisión

y la radio de nuestro país. Asimismo, tenía in-

quietudes literarias y sabemos que se adentró

en el género fantástico.

Una gran mujer, talentosa periodista, un ser

humano con gran sensibilidad y refinamiento

espiritual. Siempre deseosa de superarse, de

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de nuestra portada 25

emprender nuevos proyectos. A la vez, una gran

madre y una amiga en verdad generosa. Tengo

de ella el mejor de los recuerdos y me cues-

ta mucho trabajo aceptar que ya no está aquí

mi tocaya, mi colega y, en algunos momentos,

hasta mi cómplice en las aventuras estéticas,

quien tanto me apoyo en momentos decisivos

de mi carrera como pintora.

Lo he dicho y lo repito una vez más: una

nunca llega sola, siempre nos acompaña el res-

paldo, afecto y fe de muchos seres que creen en

nosotros y nos impulsan. De eso hablé recien-

temente con su hija Nuria, cuando le externé

mi más sentido pésame.

Marta de la Lama fue una de esas perso-

nas que siempre actuó con grandeza, por lo

que hoy quiero de nueva cuenta agradecerle su

amistad, apoyo y bondad.

http://www.marthachapa.net/

[email protected]

Twitter: @martha_chapa

Facebook: Martha Chapa Benavides

Martha Chapa

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26 El Búho

Leonardo SeviLLa

¿Coincidencias?

Hoy se revuelve todo

y tú y yo reaparecemos con la sensualidad

del deseo chispeando en nuestras miradas

frente a los misterios de un espejo-lienzo-poema

la metamorfosis de la vida está sobre una pared

invisible, como cada flor vincula el cielo con la tierra

Desde la tarde hasta la noche de nuevo nos encontramos

las personas con los pies en el suelo y las ideas

en su vuelo siguen a través de los minutos

y segundos de este abril en la abedulesa Arkadia

tan nórdica y real como imaginaria mientras los invitados

por el invento se reinventan al mismo tiempo

y así, como por arte de magia, cada quien hace

de improviso su propio cuadro, despojándose

de las anacrónicas poses y pretensiones externas

y con empatía y sencillez nos abrazamos al presente

confabulario

Daniel Zamitiz

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confabulario 27

Desfiladero

En cualquier cuaderno pasa

la sombra de la memoria

se plasma en un arrebato

de desprendimiento hacia el universo

No queda nada

sino la voraz sensación

de una batalla que se pierde

o se gana por pequeños símbolos

La desesperación arranca

la sonrisa de raíz y contrae

en su seno el ácido enfoque

con sus grotescas realidades

Inauditoboceto

Recuerdas tu derrotero

cuando zarpas al horizonte

oscila en la mente

como un regalo postrero

el verso besa

con el olor del ingenio

sal de la oscuridad la sorpresa

muestra a la intemperie lo extraordinario...

Es así

como el juego del fuego baña

y rescata la maravilla

del deprimente sendero fluye el frenesí

y la frase delata con tino

los líquidos relámpagos del enigma

mutua envidia fecunda

yo no sé pintar me dice tu inocencia

pero aquí está mi desnudez

en un bodegón o paisaje

claroscuro al pastel

dibujado con la emoción

deslumbrada por el revoloteo

de una poesía infantil todavía

recuerdo este presente

que peregrina con los años...

yo no sé escribir

me dice tu pincel

acariciando el color

de cada palabra embarazada

más allá de una descarada mascarada

la nada y el todo se enhebran

en la frágil vida que sigue

hacia una nueva periferia

o encrucijada me adentro

al centro del dédalo o de él salgo

cuando asciendo de las pesadillas

con las alas de Ícaro en imágenes convertidas

las armas mientras el sol derrite el miedo

ante la arcana proeza de Prometeo

el fervor lúdico danza

y con la esperanza renace

la intensa chispa pasajera

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28 El Búho

roberto López Moreno

No vio nacer al mundo,mas se enciende su sangre cada noche…

No vio nacer al mundo

mas se incendia su sangre cada noche;

desde ese palpitar otea el día,

lo descifra, traduce,

lo acomoda en todo lo que nombra.

El día aquí

es una herida por donde fluye

un motín de buganvilias.

Baja la fecha a nuestro somos,

recorre litorales de barro y nube.

Asombros.

Ometecutli –huitzillin amarillo-

(bujía de mis más rotundos desconciertos)

eleva

sobre nuestros destinos

la sed del fósforo

y nos convierte en la patria

de su penacho incandescente.

Rocco Almanza

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confabulario 29

Cisne y nahual se ciñen a esta fecha

(éste es un cisne que sí conoce

su peso en el paisaje,

nahual que sabe su embrujada brasa)

cucharada de azúcar,

cucharada de sal.

En la pupila azul de la memoria

se dibujan los perímetros del viento,

descienden hasta el cisne y el nahual

que laten en la sangre

-adentro del gran árbol de su sangre-.

A la menor provocación

salta la sangre a ver el mundo,

a encontrarse con los líquidos

de la tierra de la que fue hecha árbol.

En el profundo cielo se refleja el mar.

El mar es un tumulto de agua estancada

en el que apenas cabe el huracán de la palabra.

El reflejo brama.

En el centro del espejo

un relámpago verde, fluido verde, manantial

verde, verdad verde de alegría

y alegría de verde,

arquitectura de los siglos verdes,

verbo verde

con todos los caminos inventados

para vivir sus construcciones verdes.

La vida, tocada por su mano verde,

arriba y abajo, a los lados,

adentro del tigre curvo

rayonado de años luz. Verdes.

El ansia bracea a contra-río,

va asumiendo la pequeñez de su distancia.

Bracea.

Hay valles y planicies en el recorrido

que se habían encuclillado

en algunos rincones de sus células.

Bracea río arriba.

Redescubre paisajes despintados

por un tiempo a la inversa.

Reconstruye paisajes.

Bracea hasta ovillarse, diminuto,

en un principio de agua mansa y misteriosa,

laguna de sombra y de sustancia eléctrica.

El ansia regresa a conocer la fuente.

Volvió a su centro,

a empaparse de la primavera incógnita;

está ahí, ovillada,

segundos antes de que haga saltar

en mil novecientas noventa y cuatro astillas

el cristal que la contiene.

Ahora el ansia bracea río abajo,

asumida otra vez a la corriente.

Ahora es una fuerza más verde que nunca.

Ya creó de nuevo el día.

No vio nacer al mundo

pero lo está inventando

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30 El Búho

al encender su sangre cada noche,

al arder en la inmensa y silenciosa noche,

al alzar la noche

reposo de Dios,

oración del Diablo,

sacerdota y poetisa,

fruto derramado desde el cosmos,

oscura sabihonda,

cuna de la próxima ecuación verde.

(Abecedario Ave se diario Abecedario

A veces sedario

A veces sed… a río…)

Ya está aquí el día y su azul memoria. Verde.

Es un libro que no cesa,

Bracea. Prende.

Delata mis basfemias

*El 31 de marzo se cumplió un aniversario más del natalicio del

poeta Octavio Paz

Jesús Anaya

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para la memoria histórica �

La dama del perritoEntre los escritores favoritos de Ernest Hemingway, escritor severo y hombre duro de acción, estaban dos autores opuestos a él: el ruso Anton Chéjov y el norte-americano Mark Twain, delicado el primero, juguetón y ameno el segundo. Anton Chéjov, 1860-1904, escribió no para los lectores rusos sino para los de todo el mundo. Su sinceridad literaria sigue siendo asombro de todos. Vivió entre el mundo ruso que se derrumbaba y el que nacía impetuoso bajo la guía de Lenin. Incluso, llegó a ser un gran amigo de Máximo Gorki, como antes lo fue de León Tolstoi. Sus obras, de prosa narrativa y teatro, son todas perfectas, de una serena belleza, elocuente y abierta. “La dama del perrito” es un relato corto, unas treinta páginas, pero todas son de una hermosa inten-sidad. Pocos como él para adentrarse en el cuerpo y la mente de los personajes femeninos. En tal sentido, sólo Flaubert alcanza esas alturas.

“La dama del perrito” es uno de los relatos más reconocidos y antologados. Con frecuencia le vemos citado y el número de sus lectores aumentan. Podríamos decir que es su obra clásica, representativa, a pesar de algunas de sus piezas dramáticas como La gaviota, El tío Vania y El jardín de los cerezos. En vida fue plena-mente reconocido como dramaturgo, sin duda de tal manera se veía él mismo. Curiosamente la posteridad lo recuerda más, después de tantos años de su muerte física, por algunos de sus magistrales cuentos.

Ahora, El Búho ha decidido hacer un modes-to homenaje al escritor ruso y de nueva cuenta pública “La dama del perrito”, una obra maestra de las letras universales, más bien para com-placer las nostalgias de sus antiguos lectores y despertar el apetito de los nuevos.

El Búho

La dama del perritoI

Decían que en el muelle había apare-cido una persona nueva, la dama del perrito. Dmitri Dmítrievich Gúrov

llevaba dos semanas viviendo en Yalta, se había habituado ya a la ciudad y empeza-ba a interesarse por las personas nuevas. Sentado en el café de Verné, vio pasar por el muelle a una dama joven, menudita, rubia, con boina; tras ella corría un lulú blanco.

Después solía encontrarla varias veces al día en el parque municipal y en la glo-

rieta. Paseaba sola, con la misma boina y el lulú blanco; nadie sabía quién era y todos la llamaban simplemente la dama del perrito.

“Si está aquí sola, sin marido, sin conocidos —reflexionaba Gúrov—, no estaría de más hacerme amigo suyo”.

Anton Chéjov

(Archivo coleccionable)

Aída Emart

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�� El Búho

Dmitri Dmítrievich no había llegado aún a la cuarentena, pero tenía ya una hija de doce años y dos hijos que estudiaban en el liceo. Le habían casado joven, cuando era estudiante de segundo curso, y su esposa parecía ahora mucho más vieja. Era una mujer alta, de negras cejas, tiesa, encope-tada, grave, y, según ella misma decía, intelectual. Leía mucho, escribía j en vez de g, y llamaba a su marido Demetrio, en lugar de Dmitri, pero él la consideraba corta de alcances, de estrecho criterio y poco elegante; la temía y no le gustaba estar en casa. Hacía mucho que había comenzado a serle infiel, la engañaba con frecuencia y, probablemen-te por eso, casi siempre criticaba a las mujeres y cuando se hablaba de ellas en su presencia las calificaba de “raza inferior”.

Le parecía que su amarga experiencia le daba derecho a calificarlas como le diese la gana; sin embargo, no podía vivir ni siquiera dos días sin

la “raza inferior”. Entre los hombres se aburría, no se sentía a gusto, y se mostraba poco locuaz y frío; pero cuando se hallaba entre mujeres, sentíase en su ambiente y sabía de qué hablarles y cómo conducirse; con ellas ni siquiera callar se le hacía violento. En su aspecto, en su carácter, en todo su ser había un encanto indefinido, que atraía, que cautivaba a las mujeres; él lo sabía, y tambiénél sentíase atraído hacia ellas.

Una experiencia múltiple, y realmente amarga, le había enseñado desde hacía mucho tiempo que toda intimidad que al principio ameniza la vida y la hace agradable, toda aventura que se considera amable y fácil, se transforma inevitablemente para la gente decente, sobre todo para los moscovitas, tardos e indecisos, en un verdadero problema, en un problema tan complejo que la situación, al fin y al cabo, acababa por hacerse penosa. Pero a cada nuevo encuentro con una mujer interesante,

Octavio Ocampo

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para la memoria histórica ���

esta experiencia parecía borrarse de su memoria y la vida se hacía apetecible, y todo parecía fácil y divertido.

Y un anochecer, cuando Gúrov estaba cenando en el parque, la dama de la boina se acercó lenta-mente y ocupó la mesita de al lado. Su expresión, su manera de andar, su peinado, le decían que pertenecía a la buena sociedad, que estaba casa-da, que había ido sola por primera vez a Yalta y se aburría allí... En los relatos sobre la impureza de las costumbres locales había mucho de mentira. Gúrov los despreciaba y sabía que, en su mayoría, los había inventado gente que, de poder hacerlo, habría pecado de muy buena gana. Pero cuandola dama se sentó a la mesa vecina, a tres pasos de él, recordó aquellos relatos de fáciles conquistas, de viajes a las montañas, y la idea tentadora de una intimidad rápida, pasajera, de una aventura con una mujer desconocida, de la cual no se sabía ni el nombre ni el apellido, le obsesionó súbitamente.

Llamó cariñoso al lulú y cuando el animalito se hubo acercado, le amenazó con el dedo. El lulú gruñó, Gúrov volvió a amenazarle.

La dama le miró e inmediatamente bajó los ojos.—No muerde —dijo y sus mejillas se

encendieron.—¿Puedo darle un hueso? —preguntó Gúrov,

y cuando ella movió afirmativamente la cabeza, inquirió afable—: ¿Hace mucho que está usted en Yalta?

—Cinco días.—Pues yo voy ya por la segunda semana.Guardaron silencio unos instantes.—El tiempo pasa volando, ¡pero hay que ver lo

aburrido que es esto! —dijo ella sin mirarle.—La gente se queja de Yalta por vicio. Vive

uno en cualquier ciudad de provincias como Beliov o Zhizdra, por ejemplo, y no se aburre, pero cuan-do llega aquí dice: “¡Oh, qué aburrimiento! ¡Qué polvo!” ¡Como si viniese de Granada!

Ella se echó a reír. Después ambos siguieron comiendo en silencio, como dos desconocidos; pero cuando dieron fin al almuerzo, se marcharon juntos. Entablaron una conversación frívola, jovial, de gente libre y contenta, a quien daba lo mismo a

dónde ir y de qué hablar. Paseaban y comentaban la extraña iluminación del mar: el agua era de un color morado, cálido y suave, y la luna proyectaba en ella una franja de luz áurea. Hablaban de que el aire de la noche era sofocante por el calor del tórri-do día; Gúrov le contó que era moscovita y trabaja-ba en un banco, aunque había estudiado filología. En tiempos pensó cantar en la ópera, pero luego había renunciado a ese propósito. En Moscú tenía dos casas... Y supo de ella que se había criado en Petersburgo, pero que se había casado en S... donde llevaba viviendo dos años; que estaría un mes más en Yalta y, tal vez, fuese a recogerla su marido, que también quería descansar. No supo explicar dónde trabajaba su marido, si era en el gobierno civil o en el Consejo Administrativo del Zemstvo, y ella misma se reía de su torpeza. Supo además Gúrov que la dama se llamaba Anna Serguéevna.

Más tarde, ya en su habitación del hotel, pen-saba en ella, en que al día siguiente la vería con toda seguridad. Así debía ser. Al acostarse recordó que ella, hacía poco aún, había sido alumna en un colegio de nobles y que estudiaba igual que su hija ahora. Recordó cuánta timidez y cortedad había en su risa, en su conversación con un desconocido; sería seguramente la primera vez en su vida que estaba sola, en la situación de una mujer a quien siguen, miran y hablan con un sólo fin secreto, que no puede dejar de adivinar. Recordó su cuello fino y débil, sus bellos ojos grises.

“A pesar de todo, hay algo que da lástima en ella” —pensó quedándose dormido.

II

Pasó una semana desde que se conocieron. Era un día de fiesta. En el interior de las casas el aire era asfixiante y el viento, levantando por las calles torbellinos de polvo, arrancaba los sombreros a los transeúntes. Durante todo el día, Gúrov padeció de sed y entraba con frecuencia en el café, ofrecien-do a Anna Serguéevna bien jarabe, bien helados.No había donde meterse.

Al anochecer, cuando se calmó un poco el vien-to, fueron al muelle para ver la llegada del barco.

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�V El Búho

En el embarcadero había mucha gente paseando, esperando a los viajeros, algunos con ramos de flores. En medio de esa elegante muchedumbre saltaban a la vista dos particularidades de Yalta; las señoras de edad estaban vestidas como las jóvenes y abundaban los generales.

Debido al temporal, el barco llegó tarde, cuan-do el sol se había puesto ya; antes de atracar en el malecón, estuvo maniobrando largo rato. Con sus impertinentes, Anna Serguéevna examinaba el barco y los pasajeros, como si buscase conoci-dos, y cuando se dirigía a Gúrov sus ojos brillaban. Hablaba mucho, sus preguntas eran bruscas y ella misma olvidaba inmediatamente lo que había preguntado; luego perdió sus impertinentes entre la muchedumbre.

El gentío engalanado se iba dispersando, ya no se distinguían los rostros, el viento había cesado del todo, pero Gúrov y Anna Serguéevna seguían para-dos, como si esperasen que descendiera alguien más del barco. Anna Serguéevna, había dejado de hablar y olía las flores sin mirar a Gúrov.

—El tiempo ha mejorado —dijo él—. ¿A dónde vamos a ir ahora? ¿Y si nos fuéramos a alguna parte?

Ella no respondió.Entonces él la miró fijamente y, de pronto,

abrazándola, la besó en los labios; sintió el olor y la humedad de las flores. Medroso, miró inmedia-tamente en derredor por si le había visto alguien.

Vámonos a tu casa... —dijo en voz baja.Y ambos marcharon rápidamente.En la habitación de Anna Serguéevna hacía

calor y olía al perfume que había comprado en la tienda japonesa. Gúrov, mirándola ahora, pensaba: “¡Qué de encuentros suele haber en la vida!” De sus aventuras pasadas había conservado el recuerdo de mujeres despreocupadas, bonachonas, alegres de amor, agradecidas por la felicidad que les daba, aunque fuera breve; y de otras —como su mujer, por ejemplo—, amaneradas, histéricas, que ama-ban sin sinceridad, con exceso de palabras, y una expresión como si no se tratara de amor, de pasión, sino de algo mucho más importante. Recordaba también a dos o tres muy bellas, frías, en cuyos

rostros se reflejaba de pronto una expresión rapaz, el obstinado deseo de tomar, de arrancar de la vida más de lo que podía dar; estas mujeres, que habían pasado ya de su primera juventud, eran capricho-sas, incapaces de razonar, despóticas, poco inte-ligentes; y cuando Gúrov dejaba de amarlas, su belleza incitaba en él odio y los encajes de su ropa le parecían entonces semejantes a escamas.

Pero en Anna Serguéevna había la timidez, la torpeza de la juventud inexperta, un sentimiento de desazón, y una sensación de inquietud como si alguien, de pronto, hubiese llamado a la puerta. Anna Serguéevna, esa “dama del perrito”, había reaccionado de un modo especial ante lo ocurrido, muy seriamente, como ante una caída irreparable; esto resultaba extraño e intempestivo. Sus rasgos se ajaron, se marchitaron, sus largos cabellos pendían tristemente. Permanecía pensativa, con un aire abatido, igual que una pecadora de algún cuadro antiguo.

—No está bien —dijo por fin—, ahora usted es el primero que no me respeta.

En la habitación, sobre la mesa, había una sandía. Gúrov cortó una raja y, sin apresurarse, comenzó a comérsela. Pasó una media hora, por lo menos, en silencio.

Anna Serguéevna le emocionaba, había en ella la pureza de una mujer decente, ingenua, que había vivido poco; la bujía solitaria que ardía sobre la mesa, iluminaba apenas su rostro, pero se notaba en ella preocupación.

—¿Por qué iba a dejar de respetarte? —pregun-tó Gúrov—. Tú misma no sabes lo que dices.

— ¡Que Dios me perdone! —dijo ella y sus ojos se llenaron de lágrimas—. Esto es terrible.

—Parece que te justificas.—¿Cómo puedo justificarme? Soy una mujer

vil, baja, me desprecio y no pienso en justificarme. No he engañado a mi marido, sino a mí misma. Y no sólo ahora, sino hace tiempo que me engaño. Mi marido, tal vez sea una persona buena, honra-da. ¡Pero es un lacayo! No sé lo que hace allí, qué servicio presta; sólo sé que es un lacayo. Cuando me casé con él tenía veinte años, me angustiaba la curiosidad, quería conocer algo mejor; existe,

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para la memoria histórica V

sin embargo —me decía a mí misma—, otra vida. ¡Quería conocerla! Vivirla... Me quemaba la curiosi-dad... usted no comprenderá esto, pero le juro por Dios, que ya no podía dominarme, algo pasaba en mí, era imposible contenerme, y le dije a mi marido que estaba enferma y vine aquí... Y aquí también no hacía más que andar como una poseída, como una loca... y ahora me he convertido en una mujer banal, vil, que cualquiera puede despreciar.

A Gúrov le aburría ya escucharla, le enervaba ese tono ingenuo, esa confesión tan inesperada e inoportuna; si no fuera por las lágrimas que se veían en sus ojos, cabría pensar que bromeaba o hacía teatro.

—No comprendo —dijo quedamente—, ¿qué es lo que quieres, pues?

Ella escondió el rostro en su pecho y se estrechó contra él.

—Créame, créame, se lo ruego... —decía—. Me gusta la vida honrada, limpia, odio el pecado y yo misma no sé lo que hago. La gente del pueblo dice: el diablo me ha empu-jado. También yo puedo decir ahora que me ha empujado el diablo.

—Cálmate, cálmate... —balbuceaba él. Miraba en sus ojos inmóviles, asustados, la besaba, hablándole cariñosa y quedamente y, poco a poco, fue tranquilizándose y recobró la alegría; los dos comenzaron a reírse.

Después, cuando salieron, en el muelle no había nadie. La ciudad con sus cipreses tenía aspecto de muerta, pero el mar seguía agitado y batía la costa; una barcaza se balanceaba sobre las olas y, somnolienta, centelleaba en ella una pequeña linterna.

Alquilaron un coche y fueron a Oreanda.—Acabo de ver en el vestíbulo del hotel tu

apellido. En el tablero pone Von Dideritz —dijo Gúrov—. ¿Tu marido es alemán?

—No, parece que su abuelo era alemán, pero él es ortodoxo.

En Oreanda, sentados en un banco próximo a la iglesia, miraban en silencio el mar. Apenas se veía Yalta a través de la bruma matutina; en

las cimas de las montañas había inmóviles nubes blancas. No se movía el follaje de los árboles, can-taban las cigarras y el rumor monótono y sordo del mar, que llegaba desde abajo, hablaba del repo-so, del sueño eterno que nos espera. Lo mismo sonaría el mar aun antes de que existiese Yalta y Oreanda, igual suena ahora y lo mismo sonará, monótono y sordo, cuando nosotros no estemos ya. Y en esta estabilidad, en esta total indiferencia ante la vida y la muerte de cada uno de nosotros, se oculta, tal vez, la garantía de nuestra salva-ción eterna, del ininterrumpido movimiento de la vida en la tierra, del continuo perfeccionamiento. Sentado al lado de esta mujer joven, que parecía tan bella al amanecer, Gúrov, serenado y seducido por aquel ambiente maravilloso —mar, montañas,

Francisco Tejeda Jaramillo

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V� El Búho

nubes, amplio cielo—, pensaba en que realmente, si se profundiza, todo en el mundo es magnífico, todo, menos aquello que nosotros pensamos y hacemos, cuando olvidamos los fines superiores de la existencia, nuestra dignidad humana.

Se acercó un hombre, el guardián, probable-mente; los miró y volvió a marcharse. Este detalle les pareció también misterioso y bello. Vieron lle-gar un barco de Feodosia, ya sin luces, iluminado por el alba matutina.

—Hay rocío en la hierba —dijo Anna Serguéevna rompiendo el silencio.

—Sí, es hora de regresar.Volvieron a la ciudad.Después, cada mañana, se veían en el muelle,

almorzaban juntos, comían, paseaban, admira-

ban el mar. Anna Serguéevna se queja de que dor-mía mal, de que el corazón la inquietaba con sus latidos. Le hacía siempre las mismas preguntas, agitada bien por celos, bien por el temor de que él no la respetara como era debido. Y frecuentemen-te, en la glorieta o en el parque, cuando cerca no había nadie, la atraía de pronto hacia sí y la besaba con pasión.

El ocio completo, estos besos en medio del día con temor y precaución de que alguien los viera, el calor, el olor del mar y la constante visión de gente ociosa, harta y elegante, parecía regenerarle; hablaba a Anna Serguéevna de lo bella y seductora que era; apasionado e impaciente no se separaba de ella ni un paso, pero ella, pensativa, insistía con frecuencia en que él confesase que no la respetaba,

que no la quería en absoluto y que sólo veía en ella a una mujer banal. Casi todas las tardes se marchaban a algún lugar fuera de la ciudad, a Oreanda o a las cascadas; y el paseo resultaba bien, las impresiones eran siempre magníficas, majestuosas.

Esperaban la llegada del marido. Pero se recibió una carta en donde notificaba que había enfermado de los ojos y suplicaba a su mujer que regresase lo antes posible a casa. Ana Serguéevna se apresuró a marchar.

—Está bien que me vaya —decía a Gúrov—. Es el propio destino.

Marchó en coche y él fue a acompañarla. Viajaron todo el día. Cuando tomó asiento en el vagón del tren correo y sonó la segunda llamada, dijo:

—Déjeme que le mire aún... Una vez más. Así.

No lloraba, pero estaba triste, como si estuviese enferma, y su ros-tro se estremecía.

—Pensaré en usted... le recor-daré —decía ella—. Dios sea con

Jaime Goded

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para la memoria histórica V��

usted, viva feliz. No conserve mal recuerdo de mí. Nos despedimos para siempre, así debe ser, porque ni debíamos habernos conocido. Bueno, Dios sea con usted.

El tren partió rápido, sus luces desaparecieron pronto y un minuto después ni se oía siquiera su trepidar, como si todo se hubiera puesto de acuer-do para terminar lo antes posible este dulce ensue-ño, esta locura. Y al quedarse solo en el andén, fijos los ojos en la oscura lejanía, Gúrov escuchaba el canto de los grillos y el zumbido de los postes telegráficos con la sensación del que acaba de despertar. Pensaba que en su vida había habido una aventura más y que también había acabado, dejando tan sólo el recuerdo... Estaba emociona-do, triste, y experimentaba un ligero remordimien-to; esta mujer joven, a la cual no vería ya nunca más, no había sido feliz con él. Él la había tratadocon cariño y ternura, mas, sin embargo, en su modo de tratarla, en su tono y en sus caricias, flotaba la sombra de una ligera ironía, la grosera altanería del hombre feliz, que además casi le doblaba en edad. Ella le calificaba siempre de bueno, de extraordina-rio, de excepcional; por lo visto le parecía distinto de lo que era en realidad, es decir, la había enga-ñado sin querer...

En la estación olía ya a otoño y la nocheera fresca.

“Ya es hora de que también yo me vaya para el norte —pensaba Gúrov, abandonando el andén—. ¡Ya es hora!”

III

En Moscú ya era invierno, en su casa se encen-dían las estufas y por las mañanas, cuando los niños se preparaban para ir al liceo y tomaban el té, aún era de noche y la sirviente encendía la luz. Habían comenzado las heladas. El día de la primera nevada, cuando se sale en trineo, agrada ver la tierra blanca, los techos blancos, se respi-ra a gusto, libremente, y se recuerdan los años jóvenes. Los viejos tilos y los abedules, blancos de escarcha, tienen una expresión bondadosa y dicen más al corazón que los cipreses y las palmeras; a su lado se pierde el deseo de pensar en las monta-

ñas y en el mar.Gúrov era moscovita. Regresó a Moscú en un

magnífico día de invierno y cuando se puso el abri-go de piel, los guantes de invierno y se paseó por Petrovka, cuando oyó el tañido de las campanas en la tarde del sábado, su reciente viaje y los lugares donde estuvo perdieron para él todo encanto. Poco a poco se fue sumergiendo en la vida moscovita, devoraba tres periódicos al día y decía que, por principio, no leía los periódicos moscovitas. Sentía deseos de frecuentar restoranes, clubs, de asistir a banquetes y aniversarios, le halagaba recibir en su casa a famosos abogados y artistas y jugar a las cartas en el club de los doctores con un profesor. Ya se sentía capaz de comer una ración entera de solianka** en sartén...

Le parecía que al cabo de un mes o dos, Anna Serguéevna se cubriría de bruma en su memoria, y sólo de vez en cuando la vería en sueños, lo mismo que a otras, con su sonrisa conmovedora. Sin embargo, había pasado más de un mes, era ya pleno invierno, pero recordaba todo con tanta intensidad como si sólo ayer se hubiese despe-dido de ella. Y el recuerdo se hacía cada vez más vivo. A veces, cuando en el silencio crepuscular llegaban a su despacho las voces de sus hijos, que preparaban sus lecciones, cuando oía una romanza o los sones del piano en un restorán, o los aullidos de la ventisca en la chimenea, todo revivía de pronto en su memoria; lo ocurrido en el muelle, y el amanecer brumoso en la monta-ña, y el barco de Feodosia, y los besos. Recorría largo rato la habitación, rememoraba, sonreía, y los recuerdos se transformaban en sueños; en su imaginación el pasado se confundía con el futuro. No soñaba con Anna Serguéevna: ella le seguía por todas partes como una sombra. Al cerrar los ojos la veía como si la tuviera delante y le parecía más bella, más joven, más cariñosa de lo que era; y él mismo se la imaginaba mejor de lo que había sido en Yalta. Por las tardes, la contemplaba desde su armario de libros, desde la chimenea, desde una esquina; sentía su respirar, el dulce susurro de su ropa. En la calle seguía con la vista a las muje-res, buscando a alguna que se pareciese a ella...

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V��� El Búho

Le angustiaba un gran deseo de contar a alguien sus recuerdos. Pero en casa era impo-sible hablar de su amor y fuera de ella no tenía con quien. ¡No iba a contárselo a sus inquilinos o en el banco! Y, además, ¿qué podía contar? ¿Es que entonces la quería? ¿Acaso fueron bellas, poé-ticas, ejemplares o simplemente interesantes sus relaciones con Anna Serguéevna? Y se veía obli-gado a hablar en general sobre el amor, sobre las mujeres, y nadie podía adivinar de lo que se trata-ba; tan sólo su esposa enarcaba las negras cejas y decía:

—Demetrio, no te sienta nada bien el papel de Don Juan.

Una noche, al salir del club de los doctores con su compañero de juego, un funcionario, no pudo contenerse y dijo:

¡Si supiera usted qué mujer más encantadora he conocido en Yalta!

El funcionario se sentó en el trineo y partió; pero de pronto volvió la cabeza y le llamó:

— ¡Dmitri Dmítrievich!—¿Qué?—Estaba usted en lo cierto; el esturión

tenía tufillo.Estas palabras tan corrientes, indignaron a

Gúrov, sin que él mismo supiese la razón; le pare-cieron humillantes, impuras. ¡Qué costumbres sal-vajes, qué gente! ¡Qué noches absurdas, qué días tan poco interesantes y grises! Juego desaforado a las cartas, gula, embriaguez, constantes conver-saciones siempre sobre lo mismo. En esos queha-ceres superfluos y en esas conversaciones siempre sobre lo mismo se iba la mejor parte del tiempo, se gastaban las mejores fuerzas y, al fin y al cabo, quedaba una vida vacía, sin interés, absurda, que no podía uno abandonar ni huir de ella, como si estuviese en una casa de locos o en una compañía de forzados.

Gúrov, indignado, pasó la noche sin dormir, y todo el día siguiente le estuvo doliendo la cabeza. Las noches siguientes también durmió mal; senta-do en la cama meditaba o bien recorría la habita-ción de un lado a otro. Le fastidiaban los niños, el

banco; no sentía deseos de ir a ninguna piarte ni de hablar de nada.

En diciembre, durante las fiestas, decidió mar-charse; a su mujer le dijo que iba a Petersburgo a recomendar a un joven, pero se fue a S. ¿Para qué? Ni él mismo lo sabía bien. Sentía deseos de ver a Anna Serguéevna, de hablar con ella, de tener una entrevista, si era posible.

Llegó a S. por la mañana y ocupó la mejor habitación del hotel: el piso estaba cubierto por un paño gris de uniforme de soldado y en la mesa había un tintero gris por el polvo, con un jinete sin cabeza que llevaba el sombrero en una mano levan-tada. El conserje le dio las noticias que precisaba: Von Dideritz vivía en la calle Staro-Gonchárnaia, en casa propia, no estaba lejos del hotel, era rico, tenía caballos propios y todos lo conocían en la ciudad. El conserje pronunciaba Drideritz.

Gúrov, sin apresurarse, se dirigió a la calle Staro-Gonchárnaia y buscó la casa. Frente a ella se extendía una tapia gris, larga, llena de clavos. “Una tapia así da ganas de huir”, pensó Gúrov, mirando tan pronto las ventanas, como la tapia.

Hoy no se trabaja en las oficinas, pensó, y el marido estará en casa. Además, sería una falta de tacto entrar en la casa. Se turbaría. Si le envío una esquela, puede caer en manos del marido y entonces fracasaría todo. Lo mejor es confiaren el azar. Y Gúrov se puso a pasear a lo largo de la tapia esperando el azar. Vio cómo entró en el patio un mendigo y le ladraron los perros; después, una hora más tarde, oyó los sones de un piano que le llegaban débiles y confusos. Seguramente Anna Serguéevna era la que tocaba. Se abrió la puerta de la calle y salió una viejecita; tras ella corría el conocido lulú blanco. Gúrov quiso llamarlo, pero su corazón, de pronto, empezó a latir precipitada-mente y de la emoción olvidó el nombre del perro.

Paseaba, y cada vez sentía mayor odio hacia esa tapia gris e, irritado, pensaba que Anna Serguéevna le habría olvidado, que tal vez se distraía ya con otro, y que eso era muy natural en la posición de una mujer joven que se ve obligada a contemplar desde la mañana hasta la noche esta maldita tapia.

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para la memoria histórica �X

Regresó a su habitación del hotel y permaneció mucho tiempo sentado en el diván, sin saber qué hacer; después comió y durmió largo rato.

“Qué tonto y estúpido es todo esto —pensa-ba al despertar, mirando las ventanas oscuras: ya había anochecido—. Me he dormido y ¿ahora qué? ¿Qué voy a hacer por la noche?”

Sentado en la cama cubierta por una manta gris, barata, parecida a la de un hospital, decíase con rabia.

“Vaya con la dama del perrito... Vaya una aven-tura... Ahora fastídiate sentado aquí...

Aquella mañana, en la estación, le había salta-do a la vista un cartel anunciando con letras muy

grandes el estreno de Geisha. Lo recordó y fue al teatro.

“Es muy posible que asista a los estrenos” —pensó.

La sala estaba repleta. Y como en todos los teatros de provincias, el humo cubría las arañas, el gallinero rebullía inquieto; en primera fila los elegantes de la localidad permanecían de pie, con las manos en la espalda, en espera del comienzode la representación, y en el palco gubernamen-tal, en lugar visible, estaba la hija del gobernador con un boa, mientras que el propio gobernador se ocultaba modestamente tras la cortina, viéndose tan sólo sus manos; oscilaba el telón y la orquesta

Rigel Herrera

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X El Búho

tardaba mucho en afinar los instrumentos. Gúrov buscaba ansiosamente con la mirada entre la gente que entraba y ocupaba sus asientos.

También entró Anna Serguéevna. Se sentó en tercera fila y, cuando Gúrov la miró, sintió que su corazón se encogía y comprendió con toda claridad que para él no había ahora en el mundo entero un ser más querido, entrañable e importante que ella; esta pequeña mujer perdida entre la muche-dumbre provinciana, que nada tenía de particular, con unos vulgares impertinentes en la mano, lle-naba ahora toda su vida, era su dolor, su alegría, la única felicidad que él deseaba. Y a los sones de la detestable orquesta, de los pésimos violines provincianos, pensaba en lo bella que era. Pensaba y soñaba.

Al mismo tiempo que Anna Serguéevna, entró y se sentó a su lado un hombre joven, de pequeñas patillas, muy alto y encorvado; a cada paso movía la cabeza y parecía que saludaba continuamente. Debía ser el marido que ella, presa de un senti-miento de amargura, había calificado una vez en Yalta de lacayo. Efectivamente, en su larga figura, en sus patillas, en su pequeña calva había algo lacayunamente modesto; tenía una sonrisa dul-

zona y en el ojal brillaba un distintivo científico, parecido al número de un lacayo.

Durante el primer entreacto el marido marchó a fumar y ella quedó sentada. Gúrov, que también estaba en el patio de butacas, se aproximó a ella y sonriendo forzadamente dijo con voz temblorosa:

—Buenas tardes.Ella le miró y palideció; luego volvió a mirar-

le con terror, sin creer en lo que veían sus ojos y estrechó fuertemente en sus manos el abanico y los impertinentes, luchando por lo visto consigo misma para no desmayarse. Ambos permanecían en silencio. Ella sentada, él de pie, asustado por su turbación y sin atreverse a sentarse a su lado. Cantaron los violines y las flautas, que los músi-cos comenzaban a afinar: sintieron miedo, les parecía que les miraban desde todos los palcos. Repentinamente ella se levantó y, rápida, se dirigió hacia la salida; él la siguió; ambos marchaban como insensatos, por pasillos y escaleras, ora subiendo, ora bajando, cruzaban veloces por delante de gente con uniformes de maestros, de magistrados y de funcionarios, todos ellos con sus insignias; ante sus ojos desfilaban damas, abrigos colgadosen las perchas, les soplaban corrientes de aire

llenándoles de olor de colillas de tabaco. Y Gúrov, que sentía latir fuertemente su corazón, pensaba: “¡Oh, Dios! ¡Y para qué esa gente, esa orquesta!...”

En ese momento recordó de pronto la noche en que se despidió de Anna Serguéevna y pensaba que todo había ter-minado y que jamás se volve-rían a ver. ¡Cuánto faltaba aún para el final!

En una escalera estre-cha y sombría donde ponía: “Entrada al anfiteatro”, ella se detuvo.

—¡Cómo me ha asustado usted! —dijo respirando fati-gosamente, aun toda pálida y

José Juárez

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para la memoria histórica X�

aturdida—. ¡Oh, cómo me ha asustado! Apenas si respiro. ¿Para qué ha venido usted? ¿Para qué?

—Pero compréndame, Anna, comprenda...—pronunció a media voz, apresurándose—. Le suplico, compréndame...

Ella le miraba con miedo, con súpli-ca y con amor, le miraba fijamente, para gra-barse más hondo en la memoria sus rasgos.

—¡Sufro tanto! —proseguía sin escucharle—. He pensado en usted todo el tiempo, he vivido pensan-do en usted. Y quería olvidar, olvidar. . . ¿para qué, para qué ha venido usted?

Un poco más arriba, en un descansillo, dos estudiantes del liceo fumaban y miraban hacia abajo, pero a Gúrov le era igual, atrajo hacia sí a Anna Serguéevna y comenzó a besar su rostro, sus mejillas, sus manos.

¿Pero qué hace, qué hace? —decía ella horroriza-da, apartándolo—. Estamos locos los dos. Márchese hoy mismo, márchese ahora… Le imploro por lo más sagrado, se lo suplico... ¡Vienen hacia aquí!

Alguien subía por las escaleras.—Debe marcharse... —proseguía Anna

Serguéevna en un susurro—. ¿Me oye, Dmitri Dmítrievich? Iré a verle a Moscú. ¡Nunca he sido feliz y ahora soy desgraciada y nunca, nunca seré feliz, nunca! ¡No me obligue a sufrir aún más! Le juro que iré a Moscú. ¡Y ahora, despidámonos! Querido mío, amado mío, despidámonos

Estrechó su mano y corrió escaleras abajo, volviendo continuamente la cabeza para verle, y en sus ojos se leía que, efectivamente, no era feliz. Gúrov permaneció allí un poco más, escuchando, y cuando todo quedó en silencio recogió su abrigo y abandonó el teatro.

IV

Anna Serguéevna comenzó a ir a Moscú de vez en cuando. Cada dos o tres meses marchaba de S., diciendo a su marido que iba a ver a un profesor con motivo de su enfermedad de mujer, y su mari-do la creía a medias. Una vez en Moscú se detenía en el Bazar Eslavo e, inmediatamente, enviaba a

casa de Gúrov a un recadero. Gúrov iba a verla y nadie en Moscú lo sabía.

Una vez, iba a verla una mañana de invierno (el recadero había estado en su casa el día anterior por la noche y no le había encontrado). Con él marchaba su hija, que Gúrov había querido acompañar hasta el liceo; le venía de camino. Caían grandes copos denieve húmeda.

—Hace tres grados sobre cero y sin embar-go nieva —decía Gúrov a su hija—, pero ésta es la temperatura de la superficie de la tierra, en cambio en las capas superiores de la atmós-fera la temperatura es completamente distinta.

—Papá, ¿por qué no truena en invierno?Se lo explicó. Al tiempo que hablaba, pensaba

que iba a una cita, que nadie lo sabía y, probable-mente, jamás lo sabría. Tenía dos vidas; una mani-fiesta, que veían y conocían todos los que querían verla, vida llena de verdad y mentira convenciona-les, semejante en todo a la vida de sus conocidos y amigos, y otra que transcurría en secreto. Y por una rara coincidencia de circunstancias, tal vez casua-les, todo lo que para él era importante, interesante, preciso, todo lo que era sincero y verídico, aquello que constituía la médula de su vida, era oculto para los demás; en cambio, todo lo que era su mentira, la membrana en la cual se escondía para ocultar la verdad, como por ejemplo, su trabajo en el banco, sus discusiones en el club, su “raza inferior”, su asistencia a fiestas y aniversarios en compañía de su mujer, todo eso era manifiesto. Y por sí mismo juzgaba a los demás; no creía en lo que veía, supo-niendo siempre que cada persona vivía su verdade-ra vida, su vida interesante, al amparo del secreto, como si fuese al amparo de la noche. Para él cada existencia personal se mantenía gracias al secreto y tal vez por eso, todo hombre culto defendiera con tanto nerviosismo el respeto del secreto personal.

Después de haber acompañado a su hija al liceo, Gúrov se dirigió al Bazar Eslavo. Se quitó abajo el abrigo de pieles, subió y llamó quedamen-te a la puerta. Ana Serguéevna, vestida con su pre-dilecto traje gris, fatigada por el camino y la espera de la noche anterior, estaba pálida, le miraba sin sonreír y tan pronto como él entró, cayó sobre su

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X�� El Búho

pecho. Igual que si no se hubieran visto en dos años, su beso fue largo, muy largo.

—¿Y qué, cómo vives por allá? —preguntó él—. ¿Qué hay de nuevo?

Espera, ahora te contaré... No puedo.No podía hablar porque lloraba. Vuelta de

espaldas, apretaba un pañuelo contra los ojos.“Que llore, que se tranquilice”, pensó Gúrov y

se sentó en un sillón.Llamó y pidió que le trajeran té; luego estu-

vo bebiéndolo, pero ella seguía de espaldas junto a la ventana... Lloraba de emoción, de pena por su triste destino; se veían en secre-to, se ocultaban de la gente como si fueran unos ladrones. ¿Acaso sus vidas no estaban destrozadas?

—¡Bueno, cálmate, cálmate! —dijo.Para él era evidente que este amor no termi-

naría pronto, no se le veía fin. Anna Serguéevna lo quería cada vez más, lo adoraba, y sería comple-tamente imposible decirle que todo esto tenía que terminar algún día; además, no lo creería.

Se acercó a ella, la cogió por los hombros, para acariciarla, bromear y, en ese momento, se vio en el espejo.

Su cabeza empezaba a encanecer. Y se sorprendió al ver lo que había envejecido, lo mucho que se había afeado últimamente.Los hombros sobre los cuales descansaban sus manos eran tibios y se estremecían. Sintió com-pasión hacia esta vida, tan cálida aún y bella, que, probablemente, no tardaría en mustiarse y marchi-tarse, igual que la suya. ¿Por qué le quería ella así? A las mujeres siempre les había parecido distinto de lo que era, y amaban en él no lo que era, sino al ser que creaba su imaginación y que buscaban ávi-damente en la vida; pero después, cuando se perca-taban de su error, seguían queriéndole. Y ninguna de ellas había sido feliz con él. El tiempo pasaba, Gúrov entablaba nuevas relaciones, intimaba, se separaba, pero nunca se había enamorado; en su vida hubo de todo, menos amor.

Y tan sólo ahora, cuando su cabeza ya había encanecido, habíase enamorado como

era debido, de verdad, por primera vez en su vida.

Anna Serguéevna y él se querían con honda y entrañable ternura, como marido y mujer, como amigos leales; les parecía que el propio sino los había destinado el uno para el otro y era incom-prensible por qué estaba él casado y ella también; diríase dos aves migratorias, hembra y macho, que, apresadas, fueron obligadas a vivir en jaulas distin-tas. Se habían perdonado mutuamente aquello de lo que se avergonzaban en su pasado, se perdona-ban todo en el presente y sentían que este amor los había cambiado.

Antes, en los momentos tristes, Gúrov se tran-quilizaba con toda suerte de razonamientos que acudían a su mente, pero ahora no tenía ánimos para razonar, sentía profunda compasión y deseos de ser sincero, cariñoso...

—Basta, querida mía —decía—, has llorado, y ya basta. Ahora vamos a hablar, tal vez se nos ocurra algo.

Después, durante mucho tiempo, estuvieron hablando para ver cómo librarse de la necesidad de mentir, de ocultarse, de vivir en distintas ciudades, de tardar tanto en verse. ¿Cómo librarse de esas insoportables ligaduras?

—¿Cómo? ¿Cómo? —decía Gúrov llevándose las manos a la cabeza—. ¿Cómo?

Y parecía que un poco más y la solución sería hallada y comenzaría entonces una vida nueva, magnífica. Para ambos era eviden-te que faltaba mucho para el final, mucho, y que lo más difícil y complejo no hacía más que empezar.

1899

*Tomado de A. Chéjov. La dama del perrito. Ediciones en len-

guas extranjeras. Moscú. 1975. Pp.47-82.

**Plato de carne y col, típico de la cocina rusa

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confabulario 31

JoSé Juárez Sánchez

Cuando era joven y comencé a

estudiar la carrera de pintura

en Acapulco en 1958, incur-

sioné en el teatro, bajo la dirección

del maestro Robles Arenas. La escuela

de pintura IRBA compartía el espacio

con otras especialidades: música, canto,

pintura, teatro guiñol, danza y actuación.

En una ocasión me invitaron a par-

ticipar, ya que faltó alguien que des-

empeñara el papel de Jimy en la obra

Los desarraigados, la cual representa

el desarraigo de las familias mexicanas

que huyen de la revolución de 1910,

hacia los Estados Unidos, donde los

tratan peor que en su propio país.

Llegó el día de la presentación en el teatro de la escuela.

Yo estaba muy nervioso, pero la obra resultó todo un éxito y el

Director de la escuela Luis Arenal, decidió que la obra se repitiera

durante un mes, pero para el público en general.

Más tarde me invitaron para integrarme al elenco de otra

pieza de Jean Paul Sarte, La prostituta respetuosa (1946). La obra

se erige con un soberbio libreto, que denuncia la brutalidad, el

Guillermo Ceniceros

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32 El Búho

racismo, el abuso de poder y las despreciables

triquiñuelas de la poderosa WASP –sociedad pro-

testante americana blanca– en contra del opri-

mido. En este caso, la obra estaba personificada

por una ingenua prostituta y un negro acusado

injustamente y perseguido. ¡Negro y violador, no

me costó mucho trabajo desempeñar ese papel!

Esta obra también se presentó al público

proporcionando un ingreso considerable para

la escuela. Desgraciadamente, la escuela tuvo

que cerrar, debido a un conflicto político, duran-

te el gobierno de Caballero Aburto; la defen-

sa de mi escuela propició que durante un año

lucháramos coco a codo, al

lado de Macrina Rabadan y

de Genaro Vázquez. A partir

de entonces he participado

en muchas obras que confor-

man la comedia humana.

A lo largo de mi vida

he interpretado todo tipo

de roles: el del hijo sumiso,

el del hermano dócil, el del

novio pudoroso, el del espo-

so mandilón, el del abuelo

entrañable, el del macho

mexicano y el del revolucio-

nario. ¡Porqué no!

Pero nunca me imagi-

né que un día por azares

del destino llegaría a inter-

pretar el papel de un can-

didato a diputado federal. No sabía que para

participar en la vida política tenía que saber

actuar. Pero sobre todo comprender el rol que

se va a interpretar, es decir, actuar: meter-

se en el cuerpo de otro personaje, de otra

vida; no importa en qué circunstancias ni en

qué época.

A hora, a setenta años de distancia, me pre-

gunto si los electores, de alguna manera, se

encuentran en el papel del actor, es decir, tam-

bién interpretan un papel: el del ciudadano parti-

cipativo. Finalmente todos formamos parte de la

Comedia Electoral.

Roger Von Gunten

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confabulario 33

Y la comedia se escucha todos los días en

el radio y la TV, y también se lee, se escribe y se

habla del poderío de la dramática, este multi-

nombrado sustantivo calificativo, no es más que

una escenografía detrás del telón, que esconde

a un grupo que se puede contar con los dedos de

las manos, y probablemente hasta con los dedos

de los pies.

En el primer acto de la comedia política, el

director de la obra ha tratado de buscar por todos

los medios un hechicero de Catemaco, para que

les ayude a resolver el problema de la crisis exis-

tencial. En realidad el brujo omnipotente es un

actor chaparrito escondido detrás de una tramo-

ya, controlada por palancas y poleas, éstas se

mueven por medio de hilos a la marioneta que se

parece al mago de Oz.

Pero este mago de Oz, de hojalata, no existe,

está ausente tras bambalinas, sólo existe una

enorme marioneta que se llama Beatriz; porque

en toda historia siempre hay una Beatriz como la

del Dante Alighieri. También hay otros persona-

jes; en esta obra lo acompañan al nieto de De la

Peña, un líder llamado Lobrador, y es el perso-

naje principal quien controla el clima político con

su populosa caldera.

Estos son los principales personajes del libre-

to, que se guarecen detrás de esa escenografía de

cartón que se llama partidocracia.

Una de las poleas, más importante y funcio-

nales de esa escenografía, es el mecanismo de

la no reelección. Este elenco permite controlar

el futuro profesional de sus súbditos: 128 sena-

dores, 500 diputados federales, 1120 diputados

locales y 2443 presidentes municipales. Si no

se rompe el mecate que sostiene esa polea,

los funcionarios electorales van a tener la liber-

tad de seguir representando la escena con todo

dramatismo, y además como representan los

intereses de los personajes principales. Pero en

esta multitudinaria obra hollywoodense, tam-

bién había alcaldes y legisladores que prefieren

apostar su carrera en defensa de las causa de los

ciudadanos participativos.

Las reformas políticas manejadas por este

elenco actuado con verdadero dramatismo, toca-

ron el tema de las dos últimas décadas, que han

tenido como actores principales, y que cada uno

de los personajes expresaban con ahínco las pre-

ocupaciones de la agenda política.

Las preguntas se plantearon al final del ter-

cer acto, dejando en suspenso al público que

se preguntaba: ¿Cómo garantizar la presencia

de partidos minoritarios en el Congreso? ¿Cómo

resolver las dudas y conflictos que surgen de una

elección poco clara? ¿Cómo diseñar instituciones

electorales autónomas?

En esta sucesión de reformas electorales

los ciudadanos participativos fuimos parte de

esa comedia humana, en el mejor de los casos,

simples actores secundarios. ¡El público de pie

aplaudió por varios minutos, hasta el cansancio!

México, D.F., a 5 de diciembre 2009.

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34 El Búho

perLa Schwartz

I

Se despliega

el grafiti de agua,

configura

un denso telón,

las sombras adquieren

el matiz de lo difuso.

La lluvia y sus contornos

no dejan resquicio

alguno para las impurezas.

Sabiamente

alivia esas turbulencias

que obstruyen al ser.

II

La implacable furia

de las nubes

exhala su rabia:

el pentagrama del tiempo

se extravía de su centro.

III

Observas el devenir de la lluvia,

buscas comprender

su dialéctica secretaRigel Herrera

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confabulario 35

en la ventana de tu habitación

las gotas dibujan

filigranas.

Aumenta tu orfandad emocional

el agua desmelena

a tu tristeza portentosa.

IV

Buceas entre las partículas

del lenguaje,

la lluvia te invade

con su música sonámbula

y resurge

esa Dama Oceánica

capaz de navegar

entre los arrecifes

de su inconsciente,

vence a su incertidumbre.

V

Se desdibujan las fronteras

entre las nubes y el cielo,

la lluvia deslava

a los espectros:

se restaura el equilibrio.

VI

Confrontas

el amplio catálogo

de erratas de la vida,

aunque la lluvia

avive tu melancolía

tiene el poder de transportarte

a un status de redención.

VII

El agua y su movimiento incesante,

desarraiga al polvo,

otredad de una naturaleza indómita

que no se doblega

ante los designios de la quietud.

VIII

Lluvia-desgarradura

sus nubes errantes

configuran

la partitura del horizonte,

el caos ya no amenaza

la lluvia impone

una asepsia del mundo

Enrique Zavala

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36 El Búho

roberto bañueLaS

Globalización

En la máquina trituradora del

tiempo, las muchedumbres

de todas las razas eran ab-

sorbidas en la oquedad abovedada de

una puerta tan alta como la torre hi-

pertrofiada de una catedral inconclusa.

Al otro extremo de la inmensa estruc-

tura, después de recorrer un túnel

luminoso que dictaba órdenes para

inaugurar una nueva conducta social,

marchaban en procesión simétrica los

nuevos individuos, programados como

factores de alto rendimiento y sin los

lastres de los ideales, los sentimientos

y las esperanzas de la reivindicación.

Conclusión

La muerte no necesita anunciarse ni ser esperada: como

los piojos y las larvas que devoran al cadáver, está siempre

invisible y latente durante la vida de cada penitente.

Adolfo Mexiac

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confabulario 37

Laguerraurbana

Aunque ignoremos sus nombres, todos los que

integran la semoviente y ubicua muchedum-

bre, pertenecen a la clasificación de predadores

que libran la guerra de cada día antes de regresar

con el pienso a la cueva de interés social.

Abolengofanático

Los rebeldes contra la justicia y la igualdad se pa-

rapetaban, equivocadamente, tras los muros de

códigos jurídicos y anales históricos que consa-

graban el poder y los privilegios con el derecho a

la posesión del derecho y al derecho de la pose-

sión…, und so weiter.

Continuidad

Y cuando la Revolución se hizo gobierno, la re-

acción seguía poderosa y dominante en nombre

de la Revolución.

Antesdelviaje

Se agota la existencia oyendo y padeciendo el

culto a la muerte que, entre veneraciones y exor-

cismos, el temor heredado devoraba al escaso

encanto de la vida.

Después de varias enfermedades que comen-

zaron con el contagio de la pobreza, padeció la

tortura de tres intervenciones quirúrgicas: la tor-

va agonía, producida por los dolores postopera-

torios de la última tentativa de rescatar la vida

sufriente, en una institución social poblada de

resignados derechohabientes, escuchó la voz

tranquilizadora de la Muerte: Yo soy la paz y la

continuidad de la contemplación. Irás conmigo

a una región donde los justos caminan entre la

luz y verás pasar, de un regreso sin fin, a los ré-

probos y a los malvados que tiran siempre de una

carreta donde cargan las frustraciones, los odios

y las venganzas, tratando de apoderarse de un

monte luminoso que se aleja de ellos sin desapa-

recer. Yo no soy la negación de la vida, sino otra

dimensión que concentra en río armónico de la

energía lo que fue inútil, corrupto y destructivo

en el sueño siempre perturbado de la existencia.

Cuando la enfermera llegó a cambiar el ven-

daje en el vientre del paciente de la cama 22-A,

encontró a un hombre inmóvil, pero iluminado

con una sonrisa de serena felicidad.

Espírituconstructivo

Cuando todos se hubieron ido, vacíos de odio y ren-

cor, después de haber lapidado a la mujer adúltera,

el marido ofendido -ahora viudo febril- recogió y

trasladó pacientemente todas las piedras y echó

los cimientos de una nueva casa para otra mujer.

Inadvertidodiluvio

Ella llegó huyendo de la lluvia cruel. Hicieron el

amor emparentado con la tormenta que reventa-

ba el cielo sobre la ciudad. A las palabras consola-

doras de fingido amor, ella expresó la urgencia de

retornar a la oficina y de pasar al baño; se despi-

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38 El Búho

dió con un “hasta pronto, amor” musitado desde

la puerta que ella cerró mientras él se hundía en

el sueño fiel de la fatiga del post-coitum-circuito.

Hacía más de una hora que el aguacero había

terminado, pero el cumplido amante se despertó

convertido en un náufrago sobre su cama-balsa

en el apartamento anegado porque ella, en su

prisa y ansiedad, había olvidado cerrar los grifos

cuando se aseaba para borrar las sombras lumi-

nosas de la pasión vespertina.

Alpinismorecurrente

Alguna melodía, sin flauta y sin pastor, ondula

en la inevitable quietud del atardecer, y, otra vez,

en ensueño de aquella caricia que se deslizó por la

piel imantada de tus brazos, cruzados bajo el bus-

to erguido, cuando yo, más alpinista que poeta,

decidí ascender hasta la cumbre de tus senos con

una oración de besos y palabras que fundían la

locura y la razón en una dimensión insustituible.

Ignoro si en ese instante, prolongando el éxta-

sis de la contemplación hacia el convulso mun-

do interior, remonté el vuelo o caí en un abismo

de luz. La noche, siempre puntual a su cita con

el misterio, me envolvió y trasladó en un viaje sin

fronteras y sin fatiga con los ensueños y plenitud

de la dicha conquistada.

Haciaelfindelesplendor

El salón de fiestas resplandece con los cristales,

los cubiertos, los collares, las vajillas, los anillos,

los vestidos de las propietarias de busto grande y

las luces de las arañas con cristales prismatiza-

dos; también brillan las miradas de admiración,

de censura y de envidia. Por debajo de los osten-

tosos vestidos y coruscante joyería, todos están

desnudos y contagiados de la sarna del tiempo

que se va sin dejar de permanecer. En el sustrato

de la parlante vanidad, frente a un infalible futu-

ro, una calavera desdentada espera.

Instintodeotroidioma

Frente a los retratos sin parecido de su madre

con atuendos de marquesa sin corte, Carolina se

inclinó y, sin renunciar a su manía de soltar fra-

ses en algún dialecto europeo, me dijo entre ex-

halación y jadeo: je t’adore.

Solterónyviudo

El Popocatépetl huma y arroja algunas cenizas

porque ya está tediado de esperar a que la com-

pañera de al lado siga haciéndose la bella dur-

miente. Al otro lado de las fatigadas fumarolas,

varias familias de pinos crecen y mueven durante

el día sus ramas y sus sombras.

Elalmanauta

Al paciente optimista, una semana después de la

operación, cuando le mostraron las radiografías

de su tórax restaurado, no quiso ver en ellas la

sombra de la muerte, pero sí contempló con vene-

ración al alma que un día se quedará sin cuerpo.

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confabulario 39

Delitonoperseguido

En contraste con el resplandor y la resolana de

la calle, una cuchilla de sombra, en el interior

de la fonda, decapita a los clientes que se espantan

el hambre y la sed de cada día.

Homenajeprolongado

Me distinguieron con su premeditada incompren-

sión. Para sobrevivir les hice creer que sí eran lo

que pensaban de sí mismos, fórmula propicia-

toria para que continúen tranquilos y sedados,

como enanos espirituales disfrazados de respe-

tables hombres mediocres.

Elmuyrespetableguíadeturistas

-Les ruego, muy encarecidamente y por el

bien de sus seres queridos, que todo el re-

corrido que hagamos se cumpla tal y como

lo establece el programa contratado. Queda

prohibido, sin excepción ni uso de privile-

gio, aceptar el cruce de la laguna Estigia. Si

alguno de los turistas, por su cuenta y ries-

go, acepta la oferta de alguno de los reme-

ros mercenarios, nuestra agencia no se hace

responsable de ese viaje sin regreso.

Sabiaprevisión

Hizo el bien para formar un ejército contra

sus enemigos y el mal para no traicionar la

esencia del género humano.

Bodasdebuenaplata

Entre la suma de lustros y la resta de celebracio-

nes habían llegado a viejos. Muy lejos, entre des-

madejados recuerdos, quedaban los celos y las

discusiones amargas en las que ninguno cedió

ni dio la razón al otro aunque se tratara de la más

cotidiana estupidez. Pero era con las fruslerías

y las bagatelas que alimentaban y envenenaban

su vida normal de animal de dos cabezas. Los

hijos (la hija de él y el hijo de ella) desde que

se casaron y se multiplicaron, casi se habían

perdido de vista.

Carlos Pérez Bucio

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40 El Búho

Pero no sólo las derrotas tienen sus heraldos.

Don Simón, que por ocio y fastidio de jubilado

compraba un billete semanal de lotería, una ma-

ñana tuvo que limpiar sus gafas empañadas para

convencerse de que su número ganaba más cien-

tos de miles que los latidos de su corazón enlo-

quecido a las 12:30 horas de ese día tan diferente

a todos los de su vida.

Mensajeros invisibles anunciaron por igual el

arribo de la fortuna, de amigos y parientes, afec-

tados repentinamente de optimismo y bonhomía.

Los nietos, sabiamente domesticados, recitaban

ternezas y representaban pantomimas grotescas

de amor recién salido del horno.

Don Simón, filósofo pragmático y espontá-

neo, se deja querer. Su salud, que nunca ha sido

mala, ha entrado en una fase de vigor. La diges-

tión le funciona con regularidad y la lujuria con

una frecuencia que él ya ni soñaba en los últimos

años de pobreza administrada con prudencia.

Los días en que su mujer se tiñe el pelo, él corta

el césped del pequeño jardín, lo que aumenta su

vigor y sus apetitos. Se asea con esmero y vis-

te con elegancia. Sus frecuentes compromisos le

impiden presenciar la repetición obstinada de las

muestras de afecto de la creciente parentela.

Por falta de tiempo, don Simón da la razón a

su mujer, otra vez celosa y con fuerzas para dis-

cutirlo todo.

-Ten paciencia, madre -la aconsejan los hijos.

-Abuelito es el mejor hom-

bre del mundo -recitan a coro

los nietos amaestrados, todos

con zapatos nuevos.

Viejoedificio

Hace unos días, cuando la niña

cumplió catorce años, resta-

bleciendo los usos y costum-

bres de México, hicimos una

reunión a la que vinieron pa-

rejas de jóvenes. Después de

partir el pastel, del que todos

dejan la mitad de la segunda

rebanada, pusieron discos y

comenzaron a bailar; nosotros

Mario Zarza

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confabulario 41

hicimos lo mismo. Cuando más contentos está-

bamos, antes de la media noche, llamaron por

teléfono del apartamento de abajo, aclarándonos

que además de la hora inapropiada y el ruido que

hacíamos, la lámpara amenazaba con despren-

derse y con ella parte del techo: “Wiessen Sie,

dieses ist schon ein altes Gebaude, seit vor dem

Krieg”. (“sabe usted, este es un edificio ya viejo,

de antes de la guerra”.)

Herencia:lasoledad

El Sol se hipnotiza porque cumple la sentencia de

ser el centro de planetas que giran generando su

helada soledad.

Los árboles, escasos, separados, son manos

implorantes y enjutas que atrapan por la noche a

las tribus de ángeles perdidos.

El páramo, suma de la soledad, de la distan-

cia, del polvo y de la luz, rodea el espacio en que

un pájaro marca la hora picoteando sobre la ca-

beza abatida de un reptil.

Milagronorepetido

Y Dios multiplicó a los hombres para que se co-

miesen las montañas de pan y los peces que ya

no cabían en los ríos.

Finaldeconferencia

La Creación es la imagen y semejanza de Dios: el

universo, eterno e infinito, es a la vez su obra y su

prisión sin puertas.

Diletantismopuro

El tenor acarició la cabellera de la hermosa pe-

luca que vacilaba sobre la cabeza de la soprano

que, en esos momentos de supremo éxtasis, se

concentraba en combinar la afinación de sonidos

plenos con la correcta dicción y la expresión dra-

mática que continuaran impresionando al públi-

co impaciente por aplaudir el lejano final del dúo

que, al dilatarse, aumentaba en cada espectador

el deber histórico del instante de ovacionar y ce-

lebrar a los renombrados cantantes, sin importar

ni poco ni mucho la calidad de la obra o la exce-

lencia absurda de su arte exquisito. Alguien había

afirmado que “para ser inmortal no hay necesi-

dad de ser eterno”.

Opúsculodelaintimidad

Transcurridos los primeros días del matrimonio,

la mujer trata de sorprender la primera flatulencia

sonora del marido enamorado y poder, a su vez,

liberarse de la propia incomodidad gastrense.

El primer cuesco franco es comentado con risas

y besos que se prolongan por dos o tres días; lue-

go, ya en la senda libre de la expresión, se esta-

blece un diálogo que suele tomar las proporcio-

nes de un discurso académico.

Elbosqueylafauna

Hay una fauna diversa que integra las ramifica-

ciones de un tronco común para la descendencia

del hombre, lo cual puede comprobarse cuando

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42 El Búho

las personas llegan a la edad provecta y los mo-

nos, los zorros, los asnos y las cacatúas pugnan

por abrirse paso a través del rostro que, en algún

grado, domina el lenguaje articulado.

Fidelidadparalela

Con tintes que van del rubio al castaño y al negro,

las canas huyen cada semana del fatigado crá-

neo; pero las arrugas, fieles a sus dueños, se han

quedado en el rostro con la seguridad de crecer

en número y profundidad.

Elartistadelapalabra

En torno al hombre que describía con insólita

hermosura todos los bienes soñados por los se-

res humanos, los asistentes pedían, insaciables

y embelesados, la repetición de los pasajes im-

pregnados de magia o los coronados con rimas

fulgurantes. Más adelante, estremecidos por la

revelación de verdades olvidadas, musitaban a

coro el fervor de superarse. Contritos y al borde

del llanto, todos pensaron en la necesidad de re-

gresar a casa con su nueva carga espiritual, pero

ninguno se acordó de ayudar con una moneda

al orador, que se había quedado sin voz y con las

manos extendidas.

Entreelinformeyelamor

Ayer llegó tu voz y un comunicado con palabras

que sustituían a la respuesta de mis ensueños.

Me informabas de la urgencia de que fuera a fir-

mar el acta del concurso del que fui parte inte-

grante del jurado. Recordé los tres días en que

entregaste las listas de los concursantes y la lec-

tura que dabas a los resultados después de cada

jornada y, sobre todo, cómo ibas vestida para el

marco mítico de tu hermosura. Ni siquiera supe

si eres casada o soltera, si vives con un hombre

o defiendes tu soltería contra el vilipendiado ma-

chismo que ha servido de pretexto y justificación

a tanta lesbiana que con agresividad profesional

ha desplazado a tantos hombres de un puesto de

trabajo para sostener a su familia o para quitarles

la novia del año.

Hoy, muy temprano, salí a caminar para esti-

mular mi energía corporal. De regreso y frente al

espejo, observé mis canas y el pelo que no reque-

ría de nuevo tinte; tomé un largo baño sin dejar

de pensar en el pronto encuentro; elegí la com-

binación más apropiada de pantalón de franela

y chaqueta de gamuza, camisa fina, corbata de

seda y loción de discreto aroma.

El tránsito, como maldición cotidiana, estu-

vo nefasto; pero como no había una hora precisa

para la cita, sino el curso de la mañana, conduje

sin histeria hasta llegar al centro de la ciudad. Dejé

el auto en un estacionamiento cercano (aparca-

miento, coño) y me dirigí a la oficina donde tú

trabajas, donde estás, donde imagino tus pasos

de un escritorio a otro en tu diario desempeño

para que el país haga historia. Llegué a la oficina

y pregunté por ti. “Hoy no vino la señorita”, me

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confabulario 43

informó una robusta secretaria, al momento en

que me mostraba el acta con los nombres de los

triunfadores para que yo firmara.

Adorable Isolda: considera esta misiva

como una declaración del amor todopoderoso

que me inspiras, y acepta estas palabras que no

pude pronunciar ante tanto testigo canoro:

El largo camino de tu ausencia

está bordeado con las estatuas de tu cuerpo

que en los insomnios la nostalgia esculpe.

Sin ti, me despierto con las manos y el

alma vacías.

Tuyo desde ahora,

Tristán.

Simulaciónolímpica

Cuando el templo quedaba vacío, pequeños de-

monios organizaban feroces competencias de

natación en la pila de agua bendita.

Roberto Bañuelas

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44 El Búho

Canisdemonicus

La melancolía siniestra de los perros bull-

dog se transformaba en la meta de llevarse en

las fauces una libra de uno de tus preciosos

muslos. A pesar de que le digan “ya suéltala, ca-

riño”, no puede obedecer porque las mandíbulas

se le traban. Las protestas y las exigencias por

daños físicos serán tan conflictivas como inevita-

bles las inyecciones antirrábicas en un doloroso

tatuaje alrededor de tu ombligo, cíclope mudo del

vientre atormentado.

Elciclodelasluces

Por las noches, cuando el fuego de las hogue-

ras se extinguía, los hombres salían de las ca-

vernas a contemplar las brasas que ardían en

el cielo con un fuego azul que se anulaba con

la aparición de un fuego circular que emergía

desde atrás de los montes escarpados y giraba

al otro confín donde era esperado por un mar

de tinieblas.

IluminadoEstoy corriendo y volando sobre la orilla de un

sueño en el que tú me invitas a la fuga de un es-

perado encuentro. Tu cuerpo, con saltos de gace-

la, cancela las palabras ociosas para este canto

prolongado del placer.

El horario del deseo se desgrana, de la noche

al amanecer, en el éxtasis profundo de las cuatro

estaciones de tu entrega lunar y cenital.

Serenataextraviada

Cuando se oyó la canción de cuna para despertar

a los instrumentos bien temperados, el eco, en la

soledad, se inscribió en la memoria del olvido.

La navegación, alrededor de nosotros mis-

mos, nunca terminó.

Espontánea

Nuestro vecino, un amable protestante doctorado

en teología, nos invitó a que viésemos las dia-

positivas proyectadas en una pantalla de su más

reciente viaje a España.

Después de castillos, paisajes, parques y bai-

laoras, sorpresivamente, debido a una confusión

que escapaba al orden de su vida, en la pared de

la sala se proyectó el cadáver amarillo de una an-

ciana casi calva.

-Es mi suegra, un día después de muerta -dijo

con serena aceptación.

Los largos días de Hamburgo

El U-Bahn (tren subterráneo) para en cada estación

menos de un minuto, tiempo suficiente para expul-

sar viajeros de tarifa digerida y absorber impacien-

tes en espera. Desde las escaleras, los estudiantes

corren y entran de un salto cuando ya comienzan

a cerrarse las puertas, ignorando la voz frustra-

da del despachador que grita en el micrófono:

“Zuruck bleiben, bitte!”

Algunos ancianos tratan de correr, consiguien-

do acelerar un poco el ritmo sincopado de su an-

dar habitual y abrir mucho los ojos, sabiendo con

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confabulario 45

angustiosa antelación que llegarán junto al tren

un instante antes de que parta. Dentro de cinco

minutos vendrá otro tren y les conducirá al mismo

sitio donde suelen cultivar su solidaria soledad.

Aclaracióntestamentaria

Si yo muero antes que tú, recuerda que nunca te

has interesado por mis proyectos y que no sa-

brás qué hacer con todo el material acumulado

e inédito; también estoy seguro, cuando llegue el

momento sin continuidad, que evitarás todo el

trabajo penoso de separar los aciertos dorados

de la paja mediocre y, despectiva y victoriosa, lo

arrojarás todo al fuego para destruir cualquier

vestigio de mis intentos apasionados por llegar a

ser un autor reconocido. Sé, como si lo estuviese

viendo, que iniciarás la pira con el manuscrito de

mis memorias.

Por éstas y las otras razones que cavaron el

abismo de nuestra incomprensión, te desheredo.

Carlos Reyes de la Cruz

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46 El Búho

Mónica Sánchez orozco

Ese día, Camila despertó nubla-

da por la gripa, la falta de un

colchón “posturopédico” y el

vidrio roto. Debía tres meses de renta a

su casera, una polaca del noveno piso,

que le había rentado el cuarto de azotea

por piedad, altruismo intencionado o por

mil pesos mensuales, y ella acordó llevar-

le la renta el día dos de cada mes.

Camila estudiaba en la Escuela Na-

cional de Música y por las tardes traba-

jaba en un Mac Donald’s. Le parecía tan

kitsch el empleo que hasta lo hacía con

gusto. Llevaba un mes con esa nueva

vida y calculaba ir a ofrecerse como intér-

prete en cualquier bar del rumbo, cuando

la despidieron por regalar comida a los

ancianos, indígenas y niños de la calle.

Quedaron a deberle una semana aduciendo lo ingerido en ho-

ras de trabajo y después de escupir un trozo de Mac nugget y un

insulto al gerente, azotó la puerta con la promesa de no volver a

Ángel Boligán

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confabulario 47

trabajar bajo ningún horario y mucho menos captu-

rada por el ojo oblicuo de un reloj checador.

Todavía en mayo, vendió su guitarra y logró jun-

tar el monto de la renta; junio lo pagó un amigo, pero

en julio, se mordió las uñas tres noches seguidas y

a la cuarta decidió escribirle una carta a su casera.

Explicaba los efectos del hambre y su secuela: so-

nambulismo rampante, desilusión continua, y des-

pués de adjetivar tres páginas seguidas, las firmó

con tinta roja, esperando que el color hiciera efecto

en las emociones de la doctora Melivoski

Nada de eso. La casera arrugó la carta y la retuvo

un rato entre sus manos. Estaba inmunizada frente

al melodrama fácil por dos guerras mundiales y una

larga ocupación soviética. Le molestaba que alguien

incumpliera un trato; sentía que Camila abusaba y

si le había rentado el cuarto era por que le interesó

amparar a esa chica, no por que necesitara el dine-

ro: era un acto de solidaridad entre mujeres. Punto.

De hecho, esta niña despeinada, se había presentado

como estudiante de música, y le recordó su propia

adolescencia en Varsovia, tratando de sobrevivir en-

tre un ejército extranjero y el mercado negro, siempre

desaliñada, sintiendo encima el aliento alcohólico de

los soldados y de golpe se sintió burlada: Camila me-

tía hombres en su cuarto por las noches. El portero

se lo había insinuado más de una vez y la casera no

captó esa alusión de “La chava es de la vida alegre

¿No, doctora?” Creyó que se refería a esa actitud ner-

viosa en Camila que siempre terminaba en sonrisa:

no al sexo.

La doctora Melivoski arrugó la carta entre sus

manos y caminó hasta una mesita rodante repleta

de todas las marcas de vodka. Odiaba a los hombres

con un sentimiento de tinta indeleble y esta vez no

perdonaría la burla.

Una noche que Camila regresaba del cine, encon-

tró a su casera a la entrada del cuartito. Un pastor

alemán la flanqueaba mostrando los dientes y Camila

notó que el perro expresaba el coraje que la doctora

Melivoski sabía controlar. Por instinto, Camila sacó

de su chamarra una bolsa con palomitas ahogadas

en salsa chipotle, tragó unas cuantas y aventó el res-

to junto a la bestia que se abalanzó a engullirlas con

todo y papel. La casera resopló y Camila se dio cuen-

ta que en su registro de Polonia sólo encontraba la

palabra Polanzki, claro: “El inquilino”.

La casera comenzó a gritarle al perro. El perro la

insultó en su idioma y continuó ensimismado destro-

zando la bolsa. Ella lo tironeó del collar, lo increpó

en voz baja y le dio a Camila tres días para cambiar

de “domiskilio”.

¿Qué cosa? -dijo y escupió las palomitas en una

carcajada que se multiplicó escalera abajo.

Cuando se dio cuenta, la doctora ya no estaba en

la azotea, pero su aliento alcohólico permanecía col-

gado desde un cielo amarillo que anunciaba lluvia.

Abajo, la ciudad era un océano de hogares confor-

tables, adecuados para la ternura física, la neurosis

casera y la reproducción en serie. Había renunciado

desde niña a cualquier trato directo con la familia, la

propiedad privada o el Estado y ahora nadie la espe-

raba en ningún lado con un plato de sopa caliente.

“Apenas se relacionaba con el mundo en relámpagos

intensos que duraban poco y olvidaba pronto”. Habi-

taba su cuarto como un mundo completo, donde sus

necesidades podían ser resueltas con sólo estirar la

mano. Odiaba el concepto de acumulación, lo intuía

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48 El Búho

como arraigo, una especie de eternidad impuesta

y pegajosa que limita el libre albedrío; prefería vi-

vir con lo necesario antes que abarrotar su casa de

objetos inútiles. La idea de cargarlos en mudanzas

consuetudinarias la fatigaba de antemano. Siempre

olvidaba algo, tal vez un trozo de sí misma, como

ahora, tenía que empacar sus cuatro cosas y mudar-

se, el ultimátum le agriaba la noche, fastidiaba sus

planes de dar clases a niños del rumbo. Los últimos

días había estado repartiendo los volantes; no podía

irse así nomás, no quería. Amaba su pequeño espacio

y las lluvias asolaban la ciudad todas las tardes. Se

vio buscando cada día un nicho para dormir, elabo-

rando estratagemas para pasar desapercibida en al-

gún parque del rumbo o recurriendo al rescate de

alimentos en todos los supermercados de la zona.

Tenía que encontrar alguna clave que indicara su

destino, pero ¿Dónde?

Un día fue a tocar la flauta a la línea azul del me-

tro. De Taxqueña a San Antonio Abad ya había jun-

tado algunos pesos, pero cuando entró al siguiente

vagón, unos tipos reventando en sus trajes obscu-

ros, se levantaron del fondo, caminaron hasta ella y

después de identificarse como vigilancia del Sistema

de Transporte Colectivo: metro, la empujaron hacia

la salida del vagón. Camila se pescó de un tubo y

comenzó a pedir auxilio a gritos, pero los pasajeros

controlaron el impulso de saltar a defenderla, con-

tando los segundos que aún faltaban para llegar a la

siguiente estación. En Pino Suárez el vagón se tamba-

leó ante la horda que empujaba para ganar los asien-

tos vacíos. Camila se quitó la chamarra dejándola en

la mano del gorila y se abrió paso entre la corriente

sudorosa que pugnaba por regresarla al interior. La

campanita sonó anunciando el arranque y alcanzó

la plataforma seguida de los vigilantes. Empujó a un

niño que le cerraba el camino, brincó el bulto enor-

me que arrastraba una anciana y se esfumó por la

escalera eléctrica sudando adrenalina. Los vigilantes

intentaron darle alcance pero tenían las piernas cor-

tas, los vientres abultados, el pie plano.

Cuando llegó a la superficie, miró hacia todos la-

dos: cualquiera podía ser policía, seguro que la doc-

tora Melivozki era la autora intelectual del asalto y

calculó desmesuradamente las fuerzas de su casera

como una red que se extendía por banquetas y bajos

fondos de la ciudad.

Optó por regresar a casa zigzagueando, pero

cada vez que doblaba una esquina le parecía

que los peatones eran cómplices o estaban avisados

de su fuga: la buscaban, conocían su figura escurridiza

y esta vez no iba a escapar.

Desde ese día comenzó a esconderse por ins-

tinto, incluso, cuando estaba al aire libre, prefería

cruzar la plaza de arbolito en arbolito, utilizando al

vendedor de globos, a los coyotes de la fuente o al

organillero, antes que exponerse a caminar al abier-

to: la doctora Melivozki podía aparecer a cualquier

hora del día, señalarla y armarle un escándalo. Te-

nía su consultorio en contra esquina de la plaza y

era amiga personal del delegado. Cada persona que

la miraba a la cara sabía que no había pagado la ren-

ta; la apuntaban, se reían a su espalda, se estaban

organizando para arrastrarla hasta la delegación y

dejarla en manos de los judiciales.

Dejó de comer, dejó de dormir y se obsesionó

con el diseño de fugas instantáneas bajo circunstan-

cias límite.

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confabulario 49

Una tarde, se sorprendió sonámbula escalando

los muros de un convento colonial: huía desafora-

damente de un enemigo cuyo rostro, se le había ol-

vidado al llegar a lo más alto de la barda. Cayó de

espaldas sobre el césped húmedo que rodeaba la

propiedad. Luego regresó a su edificio sin hacer rui-

do. Temblaba.

Al día siguiente se inició en el uso de lentes obs-

curos, tintes para el cabello y chamarras de doble

vista: así podría transformarse entre tramo y tramo

de una misma persecución.

Todo fue inútil. El portero exacerbó la vigilancia.

Se apostaba como tótem a la entrada del edificio, in-

tentaba alcanzarla hasta las mismas puertas del ele-

vador y después cortaba la corriente por unos

segundos. Camila enloquecía a obscuras, pa-

teaba las paredes, golpeaba los botones, pe-

día auxilio a gritos y, un momento antes de

que regresara la electricidad, escuchaba subir

la carcajada ronca del conserje por el cubo

interior.

Pero una noche encontró la entrada per-

fecta: un callejoncito lateral que utilizaba el

carro de la basura. Atrás de unos tambos des-

cubrió una pequeña puerta que comunicaba

con el estacionamiento. No tenía candado y,

después de cerciorarse de que el mundo estaba

limpio de testigos, se introdujo sigilosamente.

Por algún tiempo, logró esgrimir las tretas

suficientes para evitar a la doctora Melivozki,

al conserje y a la suma de tipos acorbatados

que la espiaban en la calle. Con el afán de

evitar horarios carcelarios, comenzó a levan-

tarse a destiempo, regocijada por la idea de

ganarle al mundo y a las seis de la tarde, justo an-

tes de que la doctora regresara de su consultorio, se

enfundaba una gabardina talla 40, se calzaba unas

gafas de mosca y tomaba su enorme bolso para bajar

al supermercado.

Entraba fingiendo cierta satisfacción distraí-

da; escogía un plátano, unas uvas y se embolsaba

un kilo de queso, un litro de yogurt y una bolsa de

nueces. Después pagaba las frutas con el corazón

retumbando por la inminencia de un vigilante uni-

formado que escudriñaba a cada cliente al cruzar la

entrada. Camila se prometía ignorarlo sin compa-

sión. Intentaba pensar en algo agradable, tal vez en

un atardecer marino de los que Diego Rivera pintó en

Leonel Maciel

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50 El Búho

Acapulco. Los había visto en un museo la semana

pasada: algunos eran tan rojos que cuando quiso to-

carlos para comprobar que no quemaban, un poli-

cía la disuadió de inmediato ensuciando la imagen

del atardecer marino, y mientras más se acercaba a

la salida del supermercado, más prefiguraba que el

uniformado de la tienda le ponía las manos encima

y zarandeándola, le quitaría el yogurt, el queso man-

chego, y adiós la cena.

Un líquido amarillo empantanó sus vísceras,

amenazando destruir los ductos digestivos. Dejó

de respirar, bizqueaba intermitentemente e intentó

arrastrar la pierna un tramo: quien le pusiera los ojos

encima los quitaría enseguida al notar su cojera, y así

logró diluirse entre la gente que entraba a la tienda.

Después de caminar tres cuadras, pudo bajarse

del terror desbocado que zarandeaba su esqueleto.

Había hecho un trabajo limpio. Nadie la venía si-

guiendo y se acomodó a la orilla de una jardinera

a mirar los automóviles que pasaban por la aveni-

da Coyoacán. Las mercancías estaban seguras en su

bolso y el cielo del atardecer era tan rosa que intuyó

la protección de algunos duendes y respiró profun-

do, se levantó brincando y le sonrió a todo su cuerpo

como no le sonreía nadie. Luego comenzó a pedir

dinero a cada persona que encontró por su camino.

Javier Anzures

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confabulario 51

Llegó a la plaza con treinta pesos y se estacio-

nó en la fuente. Los coyotes brillaban en su silencio

de bronce, satisfechos, recibiendo el sol anaranjado

de la tarde. Era un día fresco, de complexión ligera,

paso suave, donde uno podía ser todos o ninguno

y de pronto, el cielo se llenó de humo, el aire se re-

cargó pesado en las flores de las jardineras y al otro

lado de la plaza, la figura correcta de la Dra. Meli-

voski insultó a la vida con su paso de sargento mal

pagado. Seguro que le habían avisado su presencia

en la banqueta y ahora cruzaba hacia la fuente para

increparla de nuevo.

Camila se diluyó tras un árbol, observó el chon-

go rubio de su casera, la discreción calculada en el

atuendo y sus ojos chatos le recordaron difusamente

un personaje que la castigaba en la escuela primaria.

Tal vez algún viejo prefecto y la mano azulina de la

polaca detuvo en el acto un taxi que se alejó lenta-

mente por Carrillo Puerto.

Camila trepó a las copas altas del árbol y le dio

fuego a un cigarrillo de manufactura casera. El humo

comenzó a subir desde las frondas hasta un cielo

limpio de nubes. Estaba tranquila de nuevo. Desde

arriba, el campanario de la iglesia y todo el barrio se

veían mejor. Algún día iba a construir su casa sobre

un árbol, así evitaría pagar el predial y viajaría de

rama en rama hasta Xochimilco, cruzando las vie-

jas haciendas de Coapa, Tepepan y Santa Cruz Xo-

chitepec. Recordó que le habían recomendado una

novela que hablaba de lo mismo ¿Pero cual? Y com-

probando que no hubiera moros en la costa, saltó

a las baldosas y enfiló de prisa rumbo a la librería

de la esquina. Necesitaba rescatar un par de libros

que cubrieran sus horarios de la noche a la mañana

en los próximos diez días. Despues iría a la cantina,

era viernes: lugar obligado de encuentros fortuitos.

Camila regresó al amanecer, cargada de libros y

un poco borracha. Ya se imaginaba desnuda, toman-

do el sol en su azotea con un libro en la mano, le-

yendo para evadirse del ruido, del cemento, del paso

marcial del tiempo y su contento salpicaba chispas

cuando entró por el callejón. Se alucinó como fuego

artificial bailando en la noche de muertos, entre tum-

ba y tumba, no pisaría las flores, besaría a los niños

y el brillo de ese fuego se extinguió de golpe: habían

puesto un candado tamaño industrial en su puertita.

Las ganas de dormir crecieron en un impul-

so agrio hacia el olvido. Dejó resbalar los libros y

el poco equilibrio que guardaba. Se vio recurriendo

al portero, pero desechó la idea al mismo tiempo. El

tipo era un caimán venenoso, mezcla de doberman

y bulldog que merodeaba por la noche en su azotea,

haciendo ruidos obscenos desde los tendederos. No

había nadie más. El edificio estaba ocupado por pros-

titutas de lujo, mujeres extranjeras; directores de vi-

deo-porno; juniors que armaban la fiesta de viernes

a domingo o treintañeros gay, que por encima de sus

matrimonios católicos, habían decidido comprar un

piso para sus encuentros dominicales.

Era martes, la lluvia amenazaba convertirse en

huracán y Camila se sintió de piedra, de una mezcla

dolosa, concebida con mala voluntad hacia sus hue-

sos y, ovillándose en el suelo, se desgañitó en un lar-

go grito que estuvo escuchando hasta que se durmió.

Ahí la encontró el basurero al día siguiente: en-

roscada en un charco, escurriendo de fiebre y tiri-

tando de frío. La había visto varias veces a la misma

hora: muy alegre la chava, incluso, un día, platicaron

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52 El Búho

de la Historia Nacional y él le invitó café del termo.

Quién sabe por qué le cerraban la puerta en la noche,

pero igual, alguien ya había abierto. Le ayudó a jun-

tar sus cosas en una bolsa de plástico, y la acompañó

hasta el ascensor del estacionamiento. Camila llora-

ba. Habia soñado que un carruaje con seis perchero-

nes le pasaba encima y le deshacía el cráneo. Lloraba

todavía desde el sueño.

Cuando entró a su cuarto, una corriente de aire

frío le cortó el paso: los truenos habían roto el vidrio

de la ventana y la lluvia calaba sus partituras hasta

la última pauta. En un círculo grisáceo de agua que

ocupaba la mitad del espacio, sus libros, la flauta y

unas galletas saladas, estaban todavía en las garras

del diluvio. Se le saltaron las lágrimas y abominó a

la doctora con tal sentimiento de hierro caliente, que

su odio hizo una sombra enorme en la pared.

Entre estornudos y lloros, se dejó caer sobre

el colchón desnudo. Un pedazo de tos le agigantó

los ojos todavía, zarandeando su esqueleto por un

rato y, maltrecha, cayó en un delírium tremens hasta

que se durmió.

Tres días después, Camila despertó nublada por

la gripa, la falta de un colchón “posturopédico” y

el vidrio roto. Los restos del diluvio tenían la pre-

sencia de una escenografía perdida en algún lugar

del mapa, pero su espíritu estaba tan reposado como

esa lucecita que brillaba al fondo de una nube car-

gada de buenos presagios. La casera ya no era el

ogro, no había organizado ninguna conjura en su

contra, y decidió enfrentarla: le ofrecería su flauta

en garantía. No iba a decir que no: el instrumento

valía dos veces más que la deuda y podría resca-

tarla después de juntar y depositar en la mano de

la doctora Melivoski, todo el dinero de los alquileres

atrasados. ¿Verdad?

En tres días de sueño, la persecución se había

invertido: ahora se figuraba descendiendo de un cie-

lo agripado, uncida de la extrema gracia y reina del

medio día. Nadie la estaba persiguiendo, todo le son-

reía; la doctora sólo intentaba desocupar el cuarto

y, claro, muchas gracias, pero hasta febrero, cuando

haga más calor y aquí tiene mi flauta en garantía.

Mucho gusto y hasta luego. Era todo. Su casera era

refugiada de tantas guerras que la solidaridad y la

compasión genuinas la llevarían a aceptar el trato e,

incluso, olvidarían el incidente y todo quedaría como

una gracia más de la existencia.

Después de tocar dos veces, la puerta cedió des-

pacio. Un violonchelo se le tiró encima desde el fondo

del pasillo como una bocanada espesa. La alfombra

jaspeada de rojo la llevó hasta una sala iluminada

por rayos incidentales que hacían lucir el arte en los

muros. Había esculturas, gobelinos que ocupaban

toda una pared y desde el amplio ventanal, la ciudad

era una galaxia de pequeños ojos observando la tan-

ta luz que circundaba la actuación de Camila.

Pero el lugar olía a vómito caliente, a comida

rancia y a la izquierda, desde la semipenumbra de

un sofá, la doctora Melivoski extendía la mano hacia

una mesita rodante para servirse un trago. Cuando

miró a Camila, le dedicó una mueca ondulante.

-Te invito una copa y platica conmigo -dijo con

voz arrastrada.

Camila tembló desdibujándose. La casera estaba

despeinada y con las faldas en desorden.

-Ven -repetía estropajosa, estirando el brazo en

un gesto beodo de coquetería infantil.

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confabulario 53

Camila buscó refugio junto al torso de un ca-

ballo en piedra, iluminado por una lucecita cenital.

La doctora refunfuñó desfigurando el rostro en una

mueca airada: estaba acostumbrada a la obediencia

ajena y, aún borracha, reclamaba sumisión. Con una

mano temblorosa, la doctora echó hacia atrás la ma-

raña de cabellos rubios que le ocultaba la frente y,

alzándose del sofá, con el vaso en la mano, comenzó

a acercarse a Camila, cantando una canción en ale-

mán. Entre nota y nota sorbía los mocos y sus ojos

enrojecidos bizqueaban.

Camila apretó contra su pecho el estuche de la

flauta; buscó protección tras la columna que soste-

nía al caballo de piedra y la calentura le subió dos

grados. Era una pesadilla, quería despertar, pero la

casera zigzagueó los cinco pasos que las separaban,

tomó a su inquilina del brazo e intentó besarla en

la boca.

Se convulsionó de asco, soltó la flauta y el alien-

to alcohólico de su casera le barnizó el rostro en-

volviéndola en mareos, y safándose de un empujón,

miró a esa masa de pelos rubios caer sobre la alfom-

bra como una vaca en el pastizal.

Estuvo a punto de soltar la carcajada pero se

contuvo. La tipa estaba al rojo vivo, mirándola desde

abajo y recordó al instante: eran los mismos ojos de

esa monja punitiva que la torturaba en la primaria;

la que le negó recreos y permisos, la que la dejaba

hincada con los brazos en cruz, rezando no sé cuán-

tos padres nuestros y sintió que una tenaza húme-

da paralizaba la memoria hincándole las uñas en el

muslo. Era como un cocodrilo intentando engullir a

una garza herida, un mal sueño producto del ham-

bre, y sacudió la pierna perdiendo equilibrio, inten-

tó pescarse de la columna que sostenía la escultura

equina, pero el pedestal se tambaleó tres veces y el

caballo, con la fuerza de una manada completa, es-

trelló sus crines de granito contra la cabellera revuel-

ta de la doctora Melivoski. El estruendo zarandeó

los muros con el tono lúgubre de los escombros y el

eco rompió en el ventanal el espejismo de sus luces.

Camila se levantó a tientas y por largo rato, estu-

vo contemplando ese cuerpo con cabeza de caballo

que, extendido en su grotesca pose, exhalaba el últi-

mo aliento. Ya no debía ninguna renta.

Margarita Cardeñaa

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54 El Búho

Si he de comenzar por el principio, debo

señalar, como ocurre en este tipo de

ceremonias, que soy amigo de Dionicio

Morales desde hace más de cuatro décadas. Lo

conocí a través de un amigo común, más amigo

suyo, que mío, el poeta sonorense Abigáel

Bohórquez. Ya estaba formado el poeta, no

en balde había sido discípulo primero y luego

secretario particular del inmenso poeta Carlos

Pellicer y trabajaba para convertirse en perio-

dista cultural y crítico de artes plásticas. Si lo

vemos ahora, si pensamos en la razón de este

merecido galardón para Dionicio, podemos

concluir que consiguió todos sus propósitos, su

proyecto de vida, satisfactoriamente. Lo digo al

observar su amplia y distinguida obra.

Ello significa que Dionicio Morales ha deja-

do correr su vida entre la poesía y las artes plásticas, sin dejar

de lado su sentido de la amistad, su lealtad a principios ideo-

lógicos y su fidelidad al vodka. Debería, sin duda, decir que ha

corrido entre la poesía y el periodismo cultural, pero mi queri-

René Avilés FAbilA

letras libros revistas

Lilia Luján

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letras, libros y revistas 55

do amigo le ha dado una especial importancia a las

artes plásticas, pese a que ha escrito sobre libros

de entrevistas a literatos, los ha presentado y les ha

enviado a más de un poeta y novelista sus acostum-

brados recados donde analiza con cultura e ingenio

sus respectivas obras. Una singular aportación al

periodismo de orden cultural. Me he acostumbrado

a verlo con pintores, críticos de artes plásticas, en

exposiciones y en general atento a quienes utilizan

pinceles, un cincel, el buril o la cámara fotográ-

fica. Sus libros, por citar dos, sobre Diego Rivera

y Héctor García, son piezas fundamentales que

mucho aportan al análisis de ambos artistas.

El sólo título de la obra Música para los ojos,

apoyado por algunos epígrafes de Octavio Paz (otro

poeta que tenía especial interés en la pintura y

quizá el primero en analizar seriamente a Tamayo),

indica que en los colores, las figuras escultóricas,

los grabados y las fotografías, él ve y escucha músi-

ca. Debo reconocer, en vista de nuestra hermandad

astrológica (ambos somos escorpiones y además

del mismo día), que a mí me ocurre lo mismo con

la literatura: me sirve para leer música. Pero esto es

normal: Rubén Bonifaz Nuño explicaba metafórica-

mente, ante un pequeño auditorio, que si uno sabía

bailar y gustaba de la música, escribir poesía era,

entonces, algo fácil.

En apretada síntesis, veo en Dionicio la poe-

sía y el periodismo cultural juntos, porque en sus

libros sobre artes plásticas suele ser un cuidadoso

espectador y al mismo tiempo un poeta de la prosa:

escribe de modo poético, salpicado de una delicada

ironía que asimismo caracteriza su conversación o

sus intervenciones en coloquios y encuentros lite-

rarios. Por ejemplo, en el prólogo de Música para

los ojos, el poeta y crítico de arte (expresión que por

cierto Dionicio rechaza tajante) explica el porqué

de su deslumbramiento por la pintura, la escultura y

la fotografía y cómo empezó a ejercer la puntual crí-

tica de arte. Allí hay algo que me llama la atención:

la mayoría de los creadores que analiza carecen

del enorme reconocimiento multitudinario del país.

Están, en efecto, Diego Rivera, Sebastián, Héctor

García o Gilberto Aceves Navarro, pero el resto

son descubrimientos o redescubrimientos del pro-

pio autor. No quiero decir que no sean afamados,

sino que la consagración absoluta está en camino.

A cambio, significa que el poeta que ve música en la

pintura, hace un permanente ejercicio por rescatar

y revalorar artistas importantes que no llegan a los

extremos de los nombres citados en el conocimien-

to nacional. Hay en sus páginas muchos nombres

de autores jóvenes cuyas obras deslumbran o de

otros que han preferido vivir distantes del escánda-

lo o del ruido, más bien absortos en la creación de

su obra.

Dionicio Morales rechaza en efecto la preten-

sión de ser un crítico profesional de arte, en su

abono precisa que habla de aquello que le gusta.

Pero hay algo más profundo, a diferencia de los

críticos profesionales, cuyas formas de expresión

suelen ser académicas y con frecuencia pedantes,

la suya es una visión poética que le concede mayor

profundidad al trabajo. Y algo parecido ocurre con

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56 El Búho

su periodismo, por ello ha inventado un nuevo

género: el recado, que le permite hablar desahoga-

damente del autor y su obra, preguntar, hacer una

broma aguda y un recuento cordial y desenfadado.

Recurre al lenguaje coloquial y desenfadado sin

prescindir de los comentarios agudos, penetrantes.

Dionicio gusta de ilustrar sus libros con obras

de dibujantes, fotógrafos, pintores y escultores, va

más lejos y ha llevado a cabo un trabajo conjunto

donde él y el artista plástico están vinculados por

la musicalidad del color y de la palabra. En reali-

dad, Dionicio parece más ligado a los pintores que

a los escritores y de entre estos últimos, son más

los poetas quienes lo rodean que los prosistas, a

los que mi amigo, con perverso sentido del humor

califica de prosaicos.

Mis recuerdos me llevan a tiempos en que yo

veía al joven poeta Dionicio Morales recorriendo

galerías y conversando con pintores para llevar

a cabo un trabajo periodístico de trascendencia.

Creo que, aparte de la poesía, en esta faceta se

encuentra el principal valor de mi querido amigo,

ha hecho un periodismo cultural de gran altura,

capaz de resistir el tiempo porque se hizo pensando

en términos estéticos: no sólo está la buena prosa,

está además una larga lista de valores y méritos

que hoy podemos descubrir fácilmente en sus

muchos libros tanto sobre fotografía como de pin-

tores y escultores. Ver lo que ha escrito, digamos

sobre Sebastián, es introducirse en un mundo mági-

co, donde la observación sagaz, culta e inteligente

va de la mano de una prosa llena de imágenes de

color y musicalidad. Otras veces, opta por explicar

la escultura monumental de Sebastián, digamos,

con versos medidos y rimados.

Sus libros y reflexiones publicadas en los medios

impresos, van desde el estudio de Diego Rivera al

lamentablemente fallecido muy joven Jesús Urbieta.

No es un hecho cronológico sino de cosmovisión

artística: el autor encuentra transgresiones y des-

lumbramientos. Hace suyos y enseguida comparte

los sueños de pintores. Dionicio los ha ubicado con-

forme a las razones axiológicas que él mismo pudo

encontrar o confirmar: luces, pesadillas, paraísos,

imaginación, en fin, una multitud de aspectos que

sólo un poeta puede descubrir y que el habitual crí-

tico de arte profesional no logra penetrar. Octavio

Paz lo anticipa, tal como Dionicio lo indica, en Los

privilegios de la vista, cuando dice “la crítica de

los poetas es parte de la historia del arte moderno

de México”. O el deslumbramiento que Jean Cocteau

sentía por las artes plásticas, algo que lo llevó a él

mismo a pintar y dibujar o en México a Carlos

Pellicer que sentía devoción real por pintores como

Orozco, Rivera y el paisajista José María Velasco.

La lista de pintores que amaron las letras y de lite-

ratos que se apasionaron con la pintura es infinita.

Entre nosotros está Marco Antonio Montes de Oca,

que llegó a exponer sus cuadros y Tito Monterroso

que solía poner en sus dedicatorias gratos dibujos

y caricaturas, Raúl Anguiano que devoraba mate-

rialmente novelas, cuentos y poemas y Siqueiros

que plasmaba en buen castellano sus polémicas y

proclamas estético-políticas, para no citar el caso

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letras, libros y revistas 57

conocido de un José Luis Cuevas que traslada el yo

(su forma de expresión favorita llamada autorre-

trato) al periodismo cultural y sustituye el aburrido

nosotros por la arrogante y amable figura de la pri-

mera persona del singular.

Comencé hablando de dos tareas en el caso de

Dionicio Morales: la del poeta y la del crítico de

arte. Ahora recapitularía: es simple y llanamente

un poeta que se expresa con un

lenguaje único: el de la poesía y con

esta arma formidable se ha puesto

a observar con un cuidado delicado

y armonioso cuadros, esculturas,

seres humanos, vegetación y foto-

grafías. El resultado es asombro-

so y está, por fortuna, a la vista.

Dionicio es un hombre con grandes

capacidades artísticas y emociona-

les, un ser generoso en un mundo

que no lo merece. Como a muchos

otros se le ha escamoteado el éxito

que su trabajo demanda. A pesar

de lo que digan amigos y enemi-

gos no me considero una persona

sociable, que finja serlo es otra

cosa, pero de algo estoy seguro:

me ha sido posible mantener una

larga y extraordinaria amistad con

Dionicio que lleva unos cuarenta

años y ha sido indestructible. Ahora,

en este homenaje que Atlixco le

rinde a él y a otro poeta extraordi-

nario, mi también querido y viejo amigo, compa-

ñero de luchas partidistas, Saúl Ibargoyen, al leer

de nueva cuenta sus trabajos poéticos, sus versos

delicados y muy pulidos, me emociona.

Hoy Dionicio Morales recibe un reconocimien-

to que antes recibió su maestro entrañable Carlos

Pellicer. Ello es una prueba de que el discípulo no le

falló al maestro. Felicidades, querido amigo.

Rigel Herrera

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58 El Búho

T an lejos como los pies me lleven. Al

remitirnos a la Segunda Guerra

Mundial, siempre recordamos la fuer-

za militar de la Alemania de Hitler, los campos

de concentración y de exterminio, las grandes

historias de salvación del pueblo judío o la

intervención de las fuerzas aliadas venciendo

al tirano, pero pocas veces imaginamos qué

pasó con los soldados alemanes que fueron

capturados y su destino como seres humanos.

Enclavado en la fría Siberia, la historia

comienza con la captura de nuestro protagonista,

Clemens Forell, quien es apresado por las fuerzas

rusas y llevado a realizar trabajos forzados a las

minas desoladas de la helada Rusia.

Página a página, el autor nos demuestra

que también la guerra es injusta para quienes

se encuentran en el lugar equivocado y que su

único error fue nacer y servir a un líder malvado que deseaba

conquistar al mundo por la fuerza. Así, Forell, logró entender las

reglas entre quienes están condenados, esos prisioneros, hom-

DAviD FigueRoA

Alfredo Cardona Chacón

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letras, libros y revistas 59

bres sin libertades, reos. Forell lo entendería al tratar

de escapar.

Considerando sus desventajas, Clemens Forell,

logra escapar de sus captores sin imaginar que el frío

latente de la región siberiana estuvo a punto de qui-

tarle la vida; no obstante, nuestro protagonista logra

conocer a los nativos de la región ya fueran leñado-

res, bribones o simplemente cazadores furtivos, de

quienes aprende no sólo el idioma sino las diferentes

formas de actuar en cada circunstancia y que más

adelante, le ayudaría con la policía.

La ferviente convicción de llegar a Alemania y

regresar con su familia, le dan fuerza para el tremen-

do desgaste que significa caminar durante años y

lograr su destino primario que sería cruzar la frontera.

Preso durante casi ocho años, el espíritu de libertad

de este hombre logra mezclarse con la sensación de

no regresar a su patria; el socialismo soviético resulta

una cárcel en sí mismo cuando se trata

de cruzar un simple muro que divide a

los países.

Esa esperanza a la que se aferra

una persona, ese esfuerzo que hace

la diferencia, de eso trata la novela de

Josef Martin; el aferrarse a ser libre.

Las diferentes vicisitudes que hay que

afrontar y que siempre merman el sen-

tir, el orgullo y la esperanza de quien ha

perdido lo más valioso en la vida.

Para terminar, una acción de un

desconocido, lo ayuda a encontrar la

luz al final del túnel. A través del frío siberiano, de la

gente oriunda (en algunos casos amistosa y en otras

no), del agua helada, de los días sin comer, del enten-

dimiento animal, de la escasa comida y de la nunca

envidiable esperanza, el autor imprime un sello espe-

cial que hace que el lector se adentre en las circuns-

tancias y trate de avizorar este tipo de situaciones, sin

duda únicas.

En algunos parajes, se nos habla de la gran amis-

tad que logra Forell con las personas que se cruzan

en su camino, con desconocidos y hasta con un perro

que es sacrificado para que él logre escapar. Una his-

toria llena de aventura, valor y esperanza que no sólo

la viviremos en las páginas de esta historia que, al ser

verídica, revitaliza los esfuerzos de quien la protago-

nizó y lo ensalza como ser humano.Tan lejos como los pies me lleven. Josef Martin Bauer. Ed. Quinteto.

2007, 575 pp.

[email protected]

Alonso

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60 El Búho

Todo tiene su momento, y cada

cosa su tiempo bajo el cielo: su

tiempo de nacer, y su tiempo de

morir; su tiempo de plantar, y su tiempo

de arrancar lo plantado. Esto se lee en

el libro del Eclesiastés. Sabedores de

que nuestro tiempo presente está car-

gado de pasado y preñado de futuro,

lo efímero de la existencia es para los

mortales aún incierto y lejano mientras

se ignore la viva presencia de la muerte

y su registro punzante, capaz de atrave-

sarlo todo y teñirlo de dolor, de paz, de

maldición, de regalo extraño.

Andando el tiempo y yo con él, de

continuo he estimado que hay que

tener en los bolsillos, en el pensamien-

to, unos cuantos versos para no andar

tan desarrapados en este mundo, tan

sin aliento. Si consideramos que la

AlbeRto AguilAR

Chuzzo

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letras, libros y revistas 61

muerte es insobornable y que todo poema es,

al menos en parte, un fracaso, corresponde al

leedor de versos estar realmente vivo para recibir

una poética de la muerte y, en reverberación a la

experiencia de vida del autor, dar el calificativo

más honesto, ése que rime acorde con su sentir.

Tiempo de exequias representa una de las

formas más depuradas que sobre las fatigas

del hombre y sus quehaceres se hayan escrito

con el lujo de la economía de palabras, el gusto

por la belleza, la sencillez al hacer ver luz donde

hay oscuridades y la emoción ante lo preciso

que puede llegar a ser el lenguaje. Es más sabia

esa virtud de conocer el tiempo si tenemos en

las palmas el conocimiento de Manuel Camacho

Higareda: su arte poética hinca la mirada en

asuntos que en libros anteriores le han venido

ocupando el alma: la vida que a fuerza de tener-

la nos hace vivir con intensidad varias muertes;

el tiempo circular que, con sus horas y sus días,

nos domestica y acorrala; la incertidumbre de no

asir un poquito la soltura del destino; la tauro-

maquia como una espléndida metáfora de la vida

misma: artística, arriesgada, “un lance en el que

la vida pasa”.

Honroso canto fúnebre, de brutal sinceri-

dad, diálogo impostergable es el trabajo poético

de Manuel Camacho Higareda: con mano firme

nos muestra una nuez: en ella cabe el instante

de la vida: se adelgaza, se hace niña-mujer y en

la realidad de su seducción, de su poderosa ima-

gen enmarcada, está la muerte, acompañándola.

Mientras más nos empeñamos en vivir más cer-

canos estamos de la muerte; por ello, el canto del

poeta que hoy nos ocupa si bien atiende al tema

mortuorio es porque ama la vida y se vale de ella

para convidar la revelación de ese aprendizaje.

Tiempo de exequias es la cotidianidad de la

existencia diaria. El ir y venir sobre nuestros pro-

pios pasos, aun de los que se han marchado, por-

que regresan, por supuesto que regresan, en los

recuerdos y en los ritos funerarios, con amenaza

masiva en malsana mansedumbre, a decirnos su

nombre y su lugar en el calendario.

El poeta nos hace admitir una verdad hace

tiempo ya anunciada: vivir cansa. La inutilidad

de las acciones sumada a la brevedad de la vida

conduce a repentinos momentos de desencanto.

Y sin embargo Manuel Camacho atiende, desme-

surado, a desmenuzar las flores del camposanto.

Invita al convite de su palabra a todos los muer-

tos que se le han adelantado, aunque señala que

“si los muertos se hacen muchos, / Que se vayan

al carajo”, los despide no sin agregar el tono iró-

nico que hace desvanecer la solemnidad y alienta

el desparpajo: “Todos juntos / Para que no sien-

tan / Que se van muy solos”.

Manuel Camacho Higareda hace festín de

las palabras y con soplo premeditado lleva por

buen camino el sentido de sus vocablos; además,

mediante la desautomatización el lector descubre

el hallazgo sorpresivo de lo inesperado y diferen-

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62 El Búho

te que está escrito entre lo previsible y habitual,

así leemos expresiones como “paisaje de acero

inexplicable” cuando la palabra que esperamos

es inoxidable; “morirse de hombre” en lugar de

referirse al hambre.

El lector encontrará en el aliento de Manuel

Camacho Higareda la presencia de un sujeto líri-

co al cual el poeta convida, invita, evoca, nombra,

sugiere, defiende con profundo amor y sencillez

de escapulario: Juan. Él es un primer destinata-

rio, lo viste de palabras y confesiones toda vez

que ya no viene, que ya no va, con su hermosura

de muchacho. El poeta vive con intensidad sus

preguntas acerca de la vida, y Juan representa la

figura del hermano que se ha ido, del ser amado,

semejante a Dios: el amigo que nunca está.

Advierto que así como no estamos prepara-

dos para vivir en dosis ingentes -y a pesar de

saber que para morir nacimos-, el tema de

la muerte puede ser inédito ante el lector

de este libro, inusual como tema o expe-

riencia propia. ¿A partir de qué momen-

to, en intensidad avasallante, estamos

conscientes de la finitud de nuestra vida?

Tengo por cierto que la risa, lo mismo que

el llanto, es el silencio mismo después

del disparo.

Las exequias del tiempo y las penas

de vivir son menos -insisto-, si tenemos

en las manos y en el almario reserva-

dísimo de nuestro cuerpo el aliento de

unos buenos versos. La verbalización de

la experiencia de la vida y de la muerte

es una aportación muy valiosa que Manuel

Camacho Higareda convida al amable

leedor. Con su palabra poética, estoy

seguro, volverán los que de la poesía se

han alejado.

Manuel Camacho Higareda, Tiempo de exequias,

México, Ediciones Páginas, 2011.

Gelsen Gas

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letras, libros y revistas 63

RobeRto bRAvo

Seamus Heaney nació en 1939 en

Castledawson, condado de Derry,

Irlanda. Es considerado uno de

los poetas más importantes de la literatura

irlandesa desde la década de 1970. Su obra

poética y crítica le hizo merecer el premio

Nobel de Literatura en 1995. S. Heaney

es también uno de los poetas contempo-

ráneos más traducidos al español, de las

que hay que destacar las versiones de Pura

López de Colomé, su principal intérpre-

te en nuestra lengua. Su poesía me hace

recordar mi niñez en la que conocí y escu-

ché hablar a los campesinos del sur del

estado de Veracruz. Las personas entregadas a las faenas

del campo son muy similares en todas las latitudes, es más,

en mis estancias en Escocia y otras partes del Reino Unido,

al observar el comportamiento de sus habitantes me resul-

taron similares a los de mi tierra nativa, en sus modales,

maneras de socializar y conversar. Esto tiene relación con

el valor literario de los poemas de Heaney, porque en sus

Mauricio Vega Vivas

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64 El Búho

versos hace aparecer el quehacer del campesino

irlandés, la humildad, paciencia, laboriosidad y

placer por su trabajo en el que está implícita su

supervivencia y riqueza. Los personajes en sus

obras no actúan como entes apartados de la natu-

raleza, sino que sin decirlo, son parte de ella. Se

mueven en la existencia a ese ritmo, el del mundo

real en el que se encuentran, dan a luz toda la

oculta sencillez de una vida campestre productiva.

EL ACOMPAÑANTE

Mi padre trabajaba con arado de tiro

Sus hombros combados como vela tendida

Entre el manubrio y el corte.

Chascaba la lengua y los caballos jalaban con brío.

Un experto. Disponía la vertedera

Y ajustaba la reja de punta acerada.

El campo se apartaba sin romperse.

Al final de la cepa, con un simple tirón

De las riendas, la sudorosa yunta daba vuelta

Y regresaba a la labranza. Su ojo

Entrecerrado y en ángulo con la tierra

Trazaba con precisión el surco.

Yo tropezaba tras sus toscos zapatos

Cayéndome a veces sobre los terrones pulidos

Jazzamoart

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letras, libros y revistas 65

Otras me llevaba en su espalda

Y yo subía y bajaba con su faena.

Deseaba crecer y sembrar la tierra,

Cerrar un ojo y afirmar el brazo.

Nunca hice sino seguirle

La ancha sombra por la granja.

Fui una molestia, tropezando, cayendo,

Parloteando siempre. Pero hoy

Es mi padre quien trastabilla constantemente

Atrás de mí, y no quiere irse.

El norte de Irlanda, Donegal para ser preci-

sos, es una provincia muy querida de Heaney a la

que ha tenido presente y nombrado en no pocos

poemas describiéndola en la saga que habla de

ese territorio que tiene iguales características

culturales y económicas, a las de donde vivió

de niño.

Irlanda es un país bello, es conocida como

la isla esmeralda, y la costa noroeste específica-

mente es su muestra más representativa donde

a la hermosura del paisaje se aúna su pobreza

que ha provocado la dispersión de su gente por el

mundo en el pasado y en su historia reciente.

Irlanda es tierra pródiga en buenos escritores

también, aunque la mayoría de ellos tuvieron que

emigrar.

Antes de visitar el verano pasado a la artista

escocesa de origen irlandés Christina McBride,

cuya familia tiene una vivienda en la misma

región de donde el poeta, le planteé el proyec-

to de visitar a Seamus en su casa, platicar con

él mientras ella le hacía retratos, y tomas a su

entorno, bebernos un vino, si el poeta todavía

lo hace, narrar e ilustrar ese tiempo para que los

admiradores de su obra conocieran algo de la

vida íntima del poeta y de su personalidad.

Investigamos las posibles direcciones dónde

contactarlo y Christina llamó por teléfono a la

asistente de Seamus, a quien planteó mandarle

un e-mail al poeta para formalizar la propuesta.

La asistente le respondió:

-- Seamus Heaney no abre su correo elec-

trónico jamás. No lo usa, y por lo tanto no va a

contestarle. Si quiere que le atienda, tendrá que

escribirle una carta, ponerla en un sobre y enviár-

sela por correo.

Así lo hicimos.

La respuesta en este momento carece de

significado. Fue importante para mí ver cómo es

congruente el artista con su obra. El poema tra-

ducido y presentado de él, y la forma de entrar

en contacto con los demás, nos hablan de una

misma persona, que en su caso se trata de un

gran poeta.

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66 El Búho

Alonso Ruiz Belmont

Buena parte de los influjos moderniza-

dores más destacados que la sociedad

mexicana ha experimentado en los últi-

mos sesenta años, como la progresiva erosión de

la hegemonía cultural patriarcal, el avance de la

secularización y el fortalecimiento de una cultura

política democrática, no habrían sido posibles sin

la influencia decisiva que los movimientos femi-

nistas en México ejercieron durante la segunda

mitad del siglo veinte. Ningún orden político que

se halle sustentado en los valores de la plura-

lidad, la tolerancia y el respeto a las libertades

individuales puede funcionar plenamente sin la

desaparición de cualquier barrera de género a la

participación ciudadana en los asuntos electo-

rales y en la vida social. Es por ello que actual-

mente, la presencia de las mujeres mexicanas en

la toma de decisiones políticas y en posiciones

de liderazgo, tanto en el sector público como en el priva-

do, se observa con atención para valorar las principales

conquistas que los movimientos feministas han consegui-

do tras varios años de activismo y lucha permanente en

nuestro país.

Oswaldo Sagástegui

apantallados

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apantallados 67

El respeto a los derechos políticos de las

mujeres mexicanas a lo largo de la historia con-

temporánea de nuestro país es abordado de forma

brillante en el documental Las sufragistas1 (2012)

de la cineasta Ana Cruz Navarro. La cinta de Cruz

hace una descripción ágil y sencilla sobre la his-

toria del feminismo en México, desde el ascenso

de la facción revolucionaria constitucionalista en

1915 hasta la actualidad. De igual modo, se inclu-

yen entrevistas con mujeres que han incursio-

nado exitosamente en la política, como Michelle

Bachelet, expresidenta de Chile; Amalia García,

exgobernadora de Zacatecas; Dulce María Sauri

Riancho e Ivonne Ortega Pacheco, exgobernadoras

de Yucatán; Beatriz Paredes Rangel, exgobernado-

ra de Tlaxcala y Rosario Robles Berlanga, exJefa

de Gobierno del Distrito Federal. Sin embargo, el

eje de la cinta se halla estructurado en torno a la

historia de Eufrosina Cruz Mendoza, una indígena

zapoteca originaria del municipio de Santa María

Quiegolani en el estado de Oaxaca.

En 2007, Eufrosina Cruz desafió las leyes muni-

cipales que imperan en Santa María y el resto de

los 418 municipios indígenas de Oaxaca, conocidas

como “usos y costumbres”. Bajo dicho régimen,

la elección de los ayuntamientos en esas zonas se

rige bajo las tradiciones locales (marcadas por el

peso de la autoridad patriarcal) sin la participa-

ción de los partidos políticos. Eufrosina se pos-

tuló como candidata a la Presidencia Municipal

de Santa María Quiegolani en las elecciones

que tuvieron lugar el 4 de noviembre de aquel

año y ganó la elección. Sin embargo, dado que

el régimen de “usos y costumbres” no permitía a

las mujeres votar ni postularse como candidatas

a ningún puesto, su triunfo fue anulado por la

Asamblea Municipal y su puesto fue ocupado por

Eloy Mendoza Martínez.

Desde aquel momento, Eufrosina Cruz inició

una serie de protestas nacionales e internacionales

para buscar el reconocimiento de los derechos polí-

ticos de las mujeres indígenas en los municipios

regidos bajo el sistema de “usos y costumbres”.

En 2010, Cruz Mendoza fungió como candidata a

diputada local por el Partido Acción Nacional (PAN)

bajo la fórmula electoral de representación propor-

cional. Tras la elección de Gabino Cué Monteagudo

como nuevo gobernador de Oaxaca, Eufrosina Cruz

se convirtió en la primera mujer indígena electa

para presidir el Congreso local y el 14 de diciembre

de ese mismo año fue designada coordinadora de

Asuntos Indígenas del Comité Ejecutivo Nacional

del PAN.

Durante su gestión como diputada, Cruz

Mendoza consiguió la aprobación de una refor-

ma en el artículo 25 de la Constitución del estado

que reconoció el sufragio efectivo de las mujeres

en todos los municipios indígenas de Oaxaca. La

violación a esta norma conlleva la anulación de

cualquier elección. Eufrosina Cruz se propuso llevar

su iniciativa al Palacio Legislativo de San Lázaro

para incluir el reconocimiento al sufragio femenino

de todas las mujeres indígenas en la Legislación

Federal. En 2012, esta mujer zapoteca obtuvo una

curul en la Cámara de Diputados del Congreso de

la Unión y ha continuado en su defensa de los dere-

chos políticos de las mujeres para todas las etnias

del país.

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68 El Búho

El caso de Eufrosina Cruz Mendoza reviste

especial importancia para Ana Cruz ya que demues-

tra que, a más de cincuenta años de haberse reco-

nocido el sufragio femenino en la Constitución

Política de los Estados Unidos Mexicanos, las muje-

res en nuestro país siguen enfrentando aún nume-

rosos obstáculos para el reconocimiento pleno de

sus derechos políticos y para acceder a posiciones

de liderazgo que les permitan participar de forma

equitativa en la vida pública nacional.

Los impulsos reformadores que desata el inicio

del conflicto revolucionario fueron decisivos para

que el triunfo de la facción constitucionalista abrie-

ra nuevos espacios de expresión política para las

mujeres en nuestro país, si bien las reivindicaciones

en pro de la equidad de género en México habían

comenzado desde fines del siglo XIX. Durante

el periodo de la hegemonía constitucionalista,

las primeras reivindicaciones de corte feminista

fueron encabezadas por Hermila Galindo. En 1915,

Galindo fundó el semanario La mujer moderna,

dicha publicación se pronunciaba a favor del sufra-

gio femenino y de la igualdad educativa para muje-

res y hombres. Asimismo, en La mujer moderna

se convocaba a todas las mujeres a adherirse a la

facción encabezada por Venustiano Carranza.

Todavía bajo la hegemonía de la facción cons-

titucionalista, en diciembre de 1916 el gobierno

de Yucatán organizó dos congresos feministas en

los cuales participaron profesoras de educación

primaria de aquel estado. En dicho congreso, las

yucatecas reivindicaron la divulgación de la edu-

cación laica y racional en el proceso educativo, así

como la incorporación de las mujeres al proceso

de modernización económica en tareas que fuesen

compatibles con su papel de madres y amas de

casa. A diferencia de las posiciones defendidas por

Galindo, el feminismo yucateco no se pronunció

en favor de la igualdad de los derechos ciudada-

nos para las mujeres. El Congreso Constituyente

de 1917 tampoco incorporó el derecho al sufragio

femenino dentro de la nueva carta magna.

Durante los años treinta, el gobierno del pre-

sidente Lázaro Cárdenas, quien inicialmente se

había mostrado dispuesto a reformar el marco

constitucional para otorgar el voto a las mujeres,

decidió finalmente no promulgar la ley correspon-

diente. Las historiadoras entrevistadas por Cruz

Navarro plantean que el ascenso electoral de la

derecha en España, previo al estallido de la Guerra

Civil en aquel país, estuvo influenciado por un alto

porcentaje de mujeres que al votar expresaron en

las urnas preferencias políticas conservadoras.

Temeroso por otorgar el sufragio a las mexicanas,

éstas se inclinaran a la derecha del espectro políti-

co y rechazaran la esencia progresista de su proyec-

to de nación, Cárdenas decidió dar marcha atrás en

su iniciativa.

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y con

el inicio de la Guerra fría, el feminismo trascendió

de nuevo las barreras de clase. En 1947 se estable-

ció el sufragio femenino en la legislación nacional,

pero sólo a nivel municipal. Fue hasta 1953, con las

reformas a los artículos 35 y 115 de la Constitución,

que las mexicanas obtienen por fin el derecho al

sufragio a nivel federal.

En la década de los años setenta el movimiento

feminista en México se reconfiguró y tomó mayor

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apantallados 69

fuerza con la aparición del llamado feminismo de

la nueva ola. Las mujeres comenzaron entonces a

denunciar y combatir la constante opresión social

que experimentaban en la esfera pública y privada,

al tiempo que señalaban la ausencia de mecanis-

mos suficientes en la legislación federal que ase-

gurasen su plena igualdad jurídica en todos los

ámbitos. Igualmente, se cuestionaron cada vez con

más fuerza las nociones culturales de corte patriar-

cal, que asignaban a la mujer una mera función

reproductiva y se reivindicó el legítimo derecho de

las mexicanas a disfrutar libremente de su sexuali-

dad. Hacia fines del siglo XX, el término feminismo

comenzó a ser gradualmente sustituido por el voca-

blo género. Con los avances en la democratización

del país, la equidad se convirtió en un tema obli-

gado de todas las discusiones políticas y culturales.

Una de las partes más interesantes del docu-

mental es la presentación de las entrevistas con

exgobernadoras de diversos partidos políticos. La

priista Beatriz Paredes Rangel plantea acertada-

mente que, al convertirse en la primera gobernado-

ra en la historia de México por el estado de Colima

durante el periodo 1979-1985, la desaparecida

Griselda Álvarez Ponce de León demostró que las

mujeres mexicanas contaban con la misma capa-

cidad que los hombres para desempeñarse en los

altos círculos de la política nacional. Paredes afirma

que la buena gestión realizada por Álvarez al frente

del gobierno de su estado fue decisiva para que

las puertas de la participación política se

abrieran de lleno para otras mujeres que

posteriormente serían elegidas goberna-

doras. Si bien ninguna de las entrevista-

das escapa a la polémica, sus testimonios

resultan interesantes pues muestran la

resistencia que aún impera en la sociedad

mexicana para aceptar que, tanto mujeres

como hombres, cuentan con las mismas

capacidades y defectos para ejercer el

poder. Por otra parte, los testimonios de

la expresidenta chilena Michelle Bachelet

son también reveladores, ya que enfatizan

la importancia del pragmatismo político

entre las mujeres de diversas ideologías

políticas, para el éxito de las reivindica-

ciones de género y la desaparición de los

prejuicios hacia su participación en la

vida pública.

Angélica Carrasco

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70 El Búho

Regresemos un momento al caso de Eufrosina

Cruz Mendoza ¿Cuál fue el contexto político que

llevó a la inclusión del sistema de “usos y costum-

bres” en la constitución del estado de Oaxaca? Tras

el levantamiento neozapatista de 1994, la clase

política local vio que la influencia desestabilizadora

de los cacicazgos y las maquinarias políticas clien-

telares en dicha entidad podían llevar a una situa-

ción similar de violencia armada a la que se estaba

viviendo en Chiapas desde la aparición pública

del EZLN. Al igual que en el vecino estado del sur,

Oaxaca es otra de las entidades de la República con

una de las más altas concentraciones de población

indígena en todo el país. Los elevados niveles de

pobreza y marginación, sumados a la inequitativa

distribución del ingreso, llevaron a pensar que el

descontento de las etnias en las zonas campesi-

nas podría controlarse en Oaxaca eliminando la

influencia política de las maquinarias clientelares

y de los terratenientes vinculados a los partidos

políticos, en particular al PRI.

Entre 1995 y 1997 el gobierno de Diódoro

Carrasco Altamirano introdujo una serie de reformas

políticas en la Constitución del estado de Oaxaca

tendientes a reconocer en todos los municipios las

formas de organización sociopolíticas indígenas

Rigel Herrera

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apantallados 71

conocidas como “usos y costumbres”, con la fina-

lidad de otorgar mayor autonomía local a dichas

comunidades. Desde entonces, los “usos costum-

bres” coexisten legalmente junto a las formas tra-

dicionales de representación y organización elec-

torales consagradas en la Constitución Política de

los Estados Unidos Mexicanos. Aproximadamente

el 36% de la población oaxaqueña conduce ahora

sus elecciones locales mediante el sistema de

asambleas comunales ya citado, sin la participación

de los partidos políticos locales ni nacionales, a

través de voto abierto y público.

Sin embargo, a pesar de las reformas legales

impulsadas desde el congreso local por Eufrosina

Cruz, la violencia y la discriminación no han dejado

de estar presentes en la vida de las asambleas comu-

nitarias de Oaxaca. El 20 de octubre de 2011, un

reportaje del periodista Óscar Rodríguez en el diario

Milenio, señalaba que aquel año se habían reporta-

do aproximadamente unos 49 conflictos poselecto-

rales en comunidades indígenas de la entidad, como

la matanza de 26 campesinos que tuvo lugar en la

comunidad de Santiago Choapam. Por dicha razón,

el Instituto Estatal Electoral y de Participación

Ciudadana de Oaxaca presentó un paquete de

iniciativas de ley que fue enviado al Congreso

del estado para regular la aplicación de los “usos

y costumbres” en los 418 municipios que se rigen

actualmente bajo dicho sistema de gobierno.

El propósito fundamental era dotar al Instituto

de facultades legales para poder intervenir en

la resolución de problemas jurisdicciona-

les sin dañar la libre autodeterminación de las

etnias locales.

Desafortunadamente, los alcances de la refor-

ma han sido limitados. En otro reportaje de Milenio

publicado el 22 de enero de 2012 por el mismo

periodista, se informaba que bajo los “usos y cos-

tumbres” también se cometen abusos como expul-

siones religiosas, linchamientos, cacicazgos y dis-

putas agrarias. En 90 de los municipios indígenas

de Oaxaca aún no se le permite votar a las mujeres.

La Defensoría de los Derechos Humanos de Oaxaca

(DDHO) reportó también 13 quejas de expulsiones

de familias en las comunidades indígenas por moti-

vos religiosos, aunque se tenían documentados

hasta 36 casos. Igualmente, se recibieron quejas

por actos de discriminación, abuso de autoridad,

amenazas y negativa de las asambleas comunales a

proporcionar servicios de luz, educación y agua a

determinadas familias.

Desde una perspectiva filosófica, la reivindica-

ción de los “usos y costumbres” indígenas se halla

claramente vinculada al auge del multiculturalismo.

Esta doctrina política está basada en la crítica a

la modernidad. Entre algunos de sus exponentes

destacan académicos como Charles Taylor o Will

Kymlicka, por mencionar algunos. Desde la óptica

del multiculturalismo, la aparición del liberalis-

mo político, vinculado a su vez al surgimiento del

pensamiento racionalista ilustrado, representa un

aparato de dominación cultural que niega iden-

tidades particularistas esenciales en la herencia

histórica de aquellos grupos étnicos minoritarios

que quedaron absorbidos por los Estados nacio-

nales. El multiculturalismo reivindica el peso de

la tradición por encima del orden legal racional

democrático. Los rasgos de pertenencia e identi-

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72 El Búho

dad tribales sustituyen a la igualdad y la dignidad

ciudadanas. Los individuos quedan entonces al

servicio de la comunidad y se ven imposibilitados

de cuestionar las tradiciones y creencias que rigen

a la misma. La disidencia al interior generalmen-

te se paga con la represión o la expulsión de las

propias comunidades.

El multiculturalismo es, en esencia, una doc-

trina filosófica y política antiliberal y reaccionaria,

que se niega a aceptar los conceptos de dignidad

e igualdad ciudadana de la democracia represen-

tativa. Por dicha razón, en las reivindicaciones de

corte multicultural no existen ciudadanos, ni indi-

viduos autónomos que puedan aspirar a la equidad

de derechos ante una ley común fundada en un

orden racional, ni a la libertad de pensamiento.

Toda aspiración en pos de la equidad, la tolerancia

y la pluralidad, se ve desplazada por el peso de las

tradiciones tribales, que generalmente están fun-

dadas en un orden cultural patriarcal.

La influencia del multiculturalismo en México

cobró fuerza tras las reivindicaciones autonomistas

de las comunidades indígenas en Chiapas luego del

levantamiento neozapatista de 1994. Sin embargo,

como ha ocurrido en Chiapas y Oaxaca, el peso

de las identidades étnicas y la autonomía política

de los municipios indígenas no necesariamente han

generado pautas de desarrollo político que faciliten

la construcción derechos universales que permi-

tan el avance de la equidad de género, la libertad y

la tolerancia en cualquiera de sus formas.

Retomemos ahora la historia moderna del

feminismo en México. Si bien, fue durante los años

sesenta que la desaparecida Rosario Castellanos

difundió elementos del pensamiento existencialista

de Simone de Beauvoir en la corriente del nuevo

feminismo; es a partir de la década de los setenta

que las reflexiones más importantes de las mexica-

nas que integraron el movimiento de la nueva ola

han visto la luz a través de varias revistas. Destacan

Fem, iniciada en 1976 y el suplemento Doblejornada

del diario La Jornada, fundado en 1986; entre otros.

Asimismo, en 1990 apareció Debate Feminista, diri-

gida por Martha Lamas, en ella se revisan aspectos

relacionados con el feminismo posmodernista vin-

culados al sujeto y al poder.

Actualmente, las reivindicaciones en pro de la

emancipación femenina se concentran en la defen-

sa de la libertad corporal, fue así como la lucha en

pro de la despenalización del aborto ha cobrado una

fuerza decisiva y se incorporó como una discusión

obligada dentro del ámbito electoral. Las políticas

de control natal orientadas a la salud reproductiva,

así como la lucha en contra de la violencia hacia las

mujeres, se incorporaron también como elementos

centrales en la agenda de las políticas de género de

varios gobiernos locales y nacionales durante los

últimos años.

Uno de los temas que más gravemente afectan

la integridad y la dignidad de las mexicanas actual-

mente es la violencia de género, que se expresa

fundamentalmente a través de los feminicidios y

las agresiones sexuales. Tan sólo en Ciudad Juárez,

desde 1993 hasta 2012 se han contabilizado más de

700 asesinatos de mujeres en las zonas desérticas

cercanas a los corredores industriales ocupados

por las maquiladoras. Durante el pasado mes de

febrero, un informe de la Secretaría de Gobernación

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apantallados 73

difundido en el Senado de la República reportó

que en los últimos diez años, las agresiones hacia

mujeres en el noreste del país (incluidos asesinatos

y violaciones) se incrementaron 400%. A su vez,

el Instituto Nacional de las Mujeres (INMUJERES)

estima que en el país se registran anualmente más

de 112,000 violaciones.

Otro tema fundamental en la agenda de las

políticas de género es la lucha contra la despena-

lización del aborto. Desde 2007, la interrupción

voluntaria del embarazo hasta las doce semanas

está permitida únicamente en la Ciudad de México.

En los códigos penales de todas las entidades

federativas el aborto es legal en caso de violación

y cuando la vida de la madre esté en peligro. Las

únicas excepciones al segundo supuesto se dan en

Guerrero, Querétaro y Guanajuato, aunque proba-

blemente uno de los códigos penales mas represi-

vos y violentos sea el de este último estado.

Sin embargo, la creciente participación de las

mujeres en el desarrollo de las políticas públicas a nivel

local y federal, así como la influencia que la Suprema

Corte de Justicia de la Nación puede ejercer a futuro

para modificar las leyes estatales sobre el abor-

to inducido, revisten particular importancia para

aspirar a la plena modernización de la sociedad

mexicana.

[email protected] sufragistas, México, 2012. Dirección: Ana Cruz Navarro.

Producción: Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE). Guión:

Ana Cruz Navarro

Gonzalo Cabrera

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74 El Búho

Chinua Achebe murió en Nueva York el 22

de marzo. El deceso fue por la tarde, en

horario propicio para que al día siguien-

te los medios del mundo dieran gran despliegue

a la noticia. En México mereció tres líneas en La

Razón, tres en La Crónica y 14 en Unomásuno.

Queda confirmado el nivel municipal de nues-

tros rotativos. Recuerdo cuando entrevisté para

Enfoque a Ahmed Ben Bella, el líder histórico de la

independencia argelina, en 1998, primer periodista

mexicano en hablar con él desde que Luis Suárez

publicara en Siempre! su encuentro en 1952.

En vez de reconocimiento, la empresa me

pidió reembolsar el costo de las llamadas de larga

distancia a Suiza, en donde aún vive el nonage-

nario luchador, quien como colofón del diálogo

reveló que el Frente de Liberación Nacional se

había inspirado en las banderas de Emiliano

Zapata. La nota de color la dio el propietario de

la radiodifusora: “¿Quien -me dijo irritado- es ese

sujeto? ¿Es negro?” Renuncié.Jorge López

arca de Noé

Miguel Ángel SÁnchez de ArMAS

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arca de Noé 75

El 18 de noviembre del 2000 Maya Jaggi publicó

un perfil de Achebe en The Guardian. Vale la pena

reproducir el párrafo introductorio, pues revela al

posible lector el peso que el novelista nigeriano

tuvo en el mundo:

“Mientras Nelson Mandela transcurría 27 años

en prisión, encontró consuelo y fortaleza [...] en un

escritor en cuya compañía “los muros de la prisión

se derrumbaron”. Para Mandela, la grandeza de

Chinua Achebe [...] radica en que “insertó al África

en el mundo” sin perder sus raíces africanas. Al

tiempo que el nigeriano Achebe utilizaba la pluma

para liberar al continente de su pasado, dijo el

ex presidente sudafricano, “ambos, en nuestras

circunstancias particulares y en el contexto de la

dominación blanca del continente, nos convertimos

en luchadores por la libertad”.

No es sencillo capturar en unas pocas líneas el

perfil de un creador. En el caso de escritores africa-

nos como Achebe la complejidad se acentúa por el

escaso conocimiento que tenemos de su obra, con

si acaso dos títulos en español.

Fuera de Senghor y los premios Nobel

Gordimer, Soyinka y Coetzee, poco no dicen nom-

bres como Mohamed Dib, Amos Totuola, Rui Knpfli,

José Craveirinha, Mongo Beti, Peter Abrahams,

Ferdinand Oyono, Kofi Awoonor, Gabriel Okara,

William Conton, Agostinho Neto o Shaaban Robert,

por mencionar algunos de entre la pléyade de

autores originarios del continente que Conrad

llamara “negro”.

Achebe nació el 16 de noviembre de 1930 en

Ogidi, al sur de Nigeria en la ribera del Níger, en

el seno de la más importante tribu de esa parte

del mundo, los ibo. Fue el quinto de cinco herma-

nos hijos de un misionero cristiano que creía en la

educación moderna y mandó a su prole a escuelas

coloniales británicas al mismo tiempo que convivía

con familiares que ofrecían sacrificio a los dioses

antiguos. Ese encuentro de mundos -por no decir

colisión- es la sustancia de la primer novela de

Achebe, Things Fall Apart, aparecida en 1958.

Según los críticos, Todo se desmorona impulsó

la reconsideración de la literatura en el mundo

de lengua inglesa y, de acuerdo a Wole Solyinka,

fue la primera novela en inglés que habla desde el

interior de un personaje africano más que presen-

tarlo [en el contexto] exótico en que lo ubicarían

los blancos.

De entre la cascada de obituarios, recuerdos y

despedidas al cuerpo de Achebe (pues su esencia,

es claro, permanece entre nosotros), rescato el con-

movedor elogio de su compatriota Chimamanda

Ngozi Aichie (Global Voices, 31 de marzo): “Un

árbol ha caído. ¡Un poderoso árbol ha caído!

Chinua Achebe ya no está. El inimitable herrero,

el sabio, el hombre bueno. Ahora, ¿quién está

para que podamos presumir? ¿Quién será nuestra

muralla? ¡Cómo caen los poderosos! Mis ojos están

inundados de lágrimas. Chinua Achebe que tu alma

descanse en paz. Está todo bien contigo.”

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76 El Búho

Los transterrados

El miércoles 27 el gobierno de México entregó

cartas de naturalización a unas 200 personas de

varios países. Como era de esperarse, los encarga-

dos de imagen seleccionaron a los más “vistosos”

-científicos, artistas, profesionales- para recibir

de manos del Presidente el documento, lo que

levantó inconformidades de agrupaciones civiles.

Pero ¿alguien se imagina lo desgarrador que debe

ser una decisión así? Volverse boliviano, afgano o,

para emplear un gentilicio de moda, azerbayano,

por las razones que sean, entraña no un cambio de

pasaporte sino una transmutación del alma. Y no

quiero imaginar la melancolía que les acompañará

hasta la tumba. Sus hijos y nietos serán del nuevo

país, pero ellos habrán de vivir hasta su muerte

como los trasterrados de José Gaos.

Recibámoslos, pues, con un abrazo lleno de

emoción, como los de Ogidi, en el

relato de Achebe, recibieron a los recién llega-

dos: “[Llegaron de otras tierras] y pidieron permiso

para establecerse ahí. En aquellos tiempos había

espacio suficiente y los de Ogidi dieron la bienve-

nida a los recién llegados, quienes poco después

presentaron una segunda y sorprendente solicitud:

que les enseñarán a adorar a los dioses de Ogidi.

¿Qué había sucedido con sus propios dioses? Los

de Ogidi al principio se asombraron, pero final-

mente decidieron que alguien que solicita en prés-

tamo un dios ajeno debe tener una

historia terrible que es mejor no conocer. Así que

presentaron a los recién llegados con dos de las dei-

dades de Ogidi, Udo y Ogwugwu, con la condición

de que los recién llegados no debían llamarlas así,

sino Hijo de Udo, e Hija de Ogwugwu... ¡para evitar

cualquier confusión!”

¡Ay, Chucho Hernández Toyo, cuánta falta

nos haces!

Pensé que a mi edad la vida ya no me guardaba sor-

presas… hasta que leí que dos políticos vetaron las

aspiraciones electorales de una muy guapa mujer,

una chica que posó para un video en un atractivo

y sugerente atuendo angelical, porque no podía

demostrar un modo honesto de vivir (Reforma, 16

de marzo).

¡Uta, los burros hablando de orejas! ¡Los cochis

amonestando a los gordos! Los políticos en cues-

tión, ya lo habrá adivinado usted, pertenecen

al decentísimo PAN (sí, el mismo del gobierno

de los 50 y tantos mil muertos) y sus iniciales

son G. (de Gustavo) y C. (de Cecilia), respecti-

vamente presidente y secretaria de la impoluta

agrupación, quienes negaron a Giselle Arellano el

registro como precandidata a diputada migrante en

Zacatecas. “Me siento denigrada”, declaró la joven,

porque el presidente nacional del partido le comu-

nicó que “no reúne los requisitos relativos a tener

un modo honesto de vivir y carecer de conocido

prestigio y honorabilidad”.

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arca de Noé 77

Que de la boca -o de la pluma- de un político

que vive del erario salga tan tremebunda fatwa

es algo verdaderamente admirable, más cuando

en la escala del aprecio social los políticos están

por debajo de los polizontes, e incluso de los perio-

distas. En realidad creo que se quedaron cortos.

Debieron seguir el ejemplo del clérigo musulmán

que hace unos días condenó a muerte a Amina,

una chica tunecina que exhibió las bubis en una

singular campaña por los derechos de la mujer

(Impacto, 21 de marzo). Y por cierto, ¿no era la tal

C. (de Cecilia) la comisionada del INM cuando la

masacre de 72 indocumentados en San Fernando?

¿Y no fue la misma funcionaria quien dijo que

tan espantoso acontecimiento fue sólo “una

línea” en su expediente laboral? (Paciencia,

dioses, paciencia. Doña C. (de Cecilia) superó

a su cofrade Juan Bueno cuando éste atribuyó

a “un acto de Dios” el incendio en un ducto

y las muertes que ello ocasionó. Los “actos

de Dios”, sabido es, no son investigados por

la ASF.)

Molcajete

Radio Centro cerró el programa de Bernardo

Barranco y el respetado analista de las reli-

giones fue puesto de patitas en la calle. La

causal que él mismo expuso (Aristegui noti-

cias, 3 de abril) fue que participó en foros en

MVS durante el pasado cónclave pontificio.

Veo con desazón que tampoco a mis ami-

gos los Aguirre les queda claro que una empresa

de comunicación es atípica en cuanto que a) no

maneja productos y b) opera gracias a una conce-

sión de algo que es propiedad de la nación. Eso

en cuanto a lo formal. En cuanto a lo conceptual,

¡mecachis, despedir a un experto es autodestructi-

vo! No se desplaza a un operario, se pierde una red

de relaciones cuyo precio es incalculable… además

del costo político que RC tendrá que asumir pues

el despido ya se construye como un atentado a la

libertad de expresión. En fin.Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de

la UPAEP Puebla.

[email protected]

César Mancera

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78 El Búho

¿OTRO DÍA “D”?

Cuando despertó, Feldespato recordó

que acaso iba a vivir otro día como

el 23 de enero cuando vivió el día

D de su vida de siete decenios. Al contrario

de tres meses atrás, ahora tomó conciencia

de su miedo, casi pavor. ¿Y eso? Porque en su

trabajo había ejercitado en exceso el músculo

de la imaginación. Así que mejor ejercitaba la

parte donde radica el valor. Bastaría un gramo,

un punto por encima de su cobardía. Pero ¿y

dónde buscarlo? En el cerebelo ya no estaba.

Nunca le preocupó el sitio de la imaginación

para aplacarla. Sin embargo los efectos

devastadores de la quimio y de la radioterapia eran tan variados

como paralizantes. Si se le caía el cabello a racimos le importaba

un diputado federal y dos locales. Iba a leer el instructivo de

las cápsulas de la quimio. El miedo surge de lo desconocido,

se dijo. Además, el doctor Rodea del IMSS desestima los mitos

que satanizan esas terapias. Lo cual anima a quienes no temen los

efectos colaterales por no imaginarlos. Pues ¿cuál será el efecto

de un fogonazo de rayos equis en el cerebro? Recordó al dentista

que corría a parapetarse tras una plancha de metal antiatómica

cuando le tomaba placas al paciente para ver el estado de una

muela desvencijada.

MArco Aurelio cArbAllo

Rruizte

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arca de Noé 79

Pero Feldespato tenía que abreviar al contarle a sus

críos. Iba a decirles que se le ocurrió una idea intuitiva,

de las recomendadas por sus compas de arma y ésa

fue que “no” se trataba de otra cirugía cerebral, sino

de una curación, y así disipó el miedo.

Al salir de la primera sesión de radioterapia, su

princesa le preguntó qué tal. “Rápido y sin dolor”,

respondió él. Pero más le satisfizo volver a casa con

la toalla de mano, limpia. La llevó por si el Temodal,

la quimio, le provocaba náuseas y vómito. Se hubiera

sentido pésimo si hace su numerito ¿Y? ¿Buscó

en alguna parte de la panza la clave de la firmeza

estomacal? No. Sólo se encomendó a la voluntad de

su ser superior, como aconsejan los compas del arma.

Callaría un cuento “duro” para su nueva colección.

El personaje descubre que, al fallarle el pulso al

radioperador, le radian una zona imprevista y le dejan

“aquellito” con forma y tamaño de un dado. Horror

de horrores.

Cabeza de pichancha

Abelardo Martín Miranda y yo quisimos salir corriendo

de aquel cuarto de nosocomio, allá por los años 70 del

siglo XX. Habíamos ido a visitar al colega reportero René

Arteaga, recién operado de una traicionera peritonitis.

La enfermera entraba con una lista de visitantes y

René palomeaba o ponía tache a quienes no deseaba

recibir en ese momento. En el palomeo, Abelardo y yo

corrimos con suerte. Cuando entramos, René estaba

diciéndole a la enfermera que se sentía muy a gusto

y que por favor le pusiera un suero de whisky… En

un movimiento brusco del paciente vi cómo saltaron

agujas y mangueras y una variedad de líquidos

y fluidos empezó a mezclarse en el piso. Abelardo y yo

dimos voces de auxilio. La enfermera llegó deprisa y se

hizo cargo con pericia de la situación. Mientras tanto,

Abe y yo nos escabullimos del cuarto, saltando fluidos

imaginarios y jurando que la próxima vez íbamos a

tener cuidado en buscar el momento propicio para

hacerle a un enfermo la visita. Nuestro querido amigo

y colega René Arteaga murió días después.

Ahora cuando me dijeron que Abelardo Martín

Miranda preguntaba por mí, le abrí la puerta y nos

dimos un abrazo. Si él recordó nuestra visita a René

Arteaga, guardó prudente silencio acaso para no ser

inoportuno. El tenis que practica en el club Inglés le

mantiene la piel atezada y aún peina un cabello negro

ensortijado. “Colocho”, le dicen por mis rumbos del

sur profundo. Tras enterarse de algunos pormenores

de mi estado de salud, me extendió un pequeño mueble

de madera. Se trataba de un atril adaptado según

diseño de él, para leer en la cama. Un regalazazo para

un lector empedernido, que no se atreve, convaleciente,

a pedir sueros de whisky, si bien ganas no le faltan

después de una trepanación. Lo hubiera hecho en otros

tiempos y acaso hubiera ganado el mote de “Cabeza de

pichancha”, especie de colador allá en el sur.

Leoncito

Para José Luis Cuevas

La primera vez que oí aquella súplica más que lamento

(“¡Ya me quiero ir!”) supuse que era un niño. Durante

toda la semana escuché la misma demanda cada

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80 El Búho

mañana. No me pareció extraño porque la espera a esa

hora, acaso con el sueño interrumpido o desmañanado,

se antojaba demasiado larga. En semana santa, el piso

de Radioterapia de Oncología del Centro Médico Siglo

XXI estaba lleno, desbordado. Llaman al paciente por

medio de un sistema interno de sonido, dos o tres

cada diez o quince minutos. Se organiza un desfile

de esperanzados en una cura casi milagrosa. A lo mejor

no para aquel niño que aún no se explica muchas

injusticias de la vida.

En la primera sesión de radioterapia se me ocurrió

preguntar si dolía. Buscaba romper el hielo con la

enfermera. Pero ella no estaba para romper nada y dijo

que ahí también trataban a niños. Entendí: “Ni siquiera

los niños hacen preguntas pueriles”.

Cuando conocí a Leoncito lo vi en un

pasillo jugando con su padre, el mismo

perfil del cráneo. El niño de unos cinco o

seis años, estaba rapado a navaja, a la Yul

Bryner (1920-1985), el actor ruso aquel

del siglo XX. Leoncito, así lo llamaban,

corría de un lado a otro, riendo, siempre

al encuentro de quien supuse el padre. Era

el niño que gritaba cada mañana “¡Ya me

quiero ir!” y ahora con la misma voz decía,

vehemente: “¡Al ratito…!” “¡La foto, al ratito!”

Le hicieron creer, deduje, que las luces de

la sesión de radioterapia recorriendo su

cuerpo eran para tomarle fotos.

Hubiera querido acercarme y chocar

mis nudillos con los suyos y decirle

que yo también quería irme ya a casa, pero

que él era un ejemplo de paciente para los

adultos, sobre todo para los temerosos

de que aquellas luces no fueran las de una

cámara fotográfica, sino lancetas de fuego

atómico… Entonces escuché mi nombre

y caminé resuelto a mi sesión, inspirado

por Leoncito.

Perla Estrada

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