josé lópez portillo y rojas

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REALISMO José López Portillo y Rojas José López Portillo y Rojas (Guadalajara (Jalisco), 1850 - Ciudad de México, 1923) fue un escritor y político mexicano, padre el historiador José López Portillo y Weber y abuelo del presidente de México José López Portillo y Pacheco.1 Nació en Guadalajara en el seno de una familia prominente siendo hijo del gobernador de Jalisco Jesús López-Portillo y Serrano quien también había sido prefecto imperial, comisario y consejero de Estado del emperadorMaximiliano I de México, y de su esposa María Rojas y Flores de la Torre, dama de la Corte de la EmperatrizCarlota de México. Realiza estudios en Derecho y se recibe en 1871. Viajó por Estados Unidos, Europa y el Oriente y los sitios y las culturas que conoce le sirven para escribir el libro Egipto y Palestina, apuntes de viaje (1874). Por unos años se dedicó a ejercer y enseñar su profesión. Fue atraído por la vida política, llegando a ocupar diferentes cargos en su ciudad natal: diputado, senador y en 1911 gobernador de Jalisco, además de ministro de asuntos exteriores del gobierno de Victoriano Huerta. Después del movimiento revolucionario se dedica principalmente al magisterio y a la literatura.1 El 31 de mayo de 1892, fue nombrado miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua y miembro de número en 1903. Tomó posesión de la silla IV el 4 de agosto de 1905. Se desempeñó como secretario y en 1916 fue nombrado director de la institución, cargo que desempeñaría hasta su muerte.2 López Portillo escribió obras de carácter jurídico,

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REALISMO

José López Portillo y Rojas

José López Portillo y Rojas (Guadalajara (Jalisco), 1850 - Ciudad de México, 1923) fue un escritor y político mexicano, padre el historiador José López Portillo y Weber y abuelo del presidente de México José López Portillo y Pacheco.1

Nació en Guadalajara en el seno de una familia prominente siendo hijo del gobernador de Jalisco Jesús López-Portillo y Serrano quien también había sido prefecto imperial, comisario y consejero de Estado del emperadorMaximiliano I de México, y de su esposa María Rojas y Flores de la Torre, dama de la Corte de la EmperatrizCarlota de México.

Realiza estudios en Derecho y se recibe en 1871. Viajó por Estados Unidos, Europa y el Oriente y los sitios y las culturas que conoce le sirven para escribir el libro Egipto y Palestina, apuntes de viaje (1874).

Por unos años se dedicó a ejercer y enseñar su profesión. Fue atraído por la vida política, llegando a ocupar diferentes cargos en su ciudad natal: diputado, senador y en 1911 gobernador de Jalisco, además de ministro de asuntos exteriores del gobierno de Victoriano Huerta. Después del movimiento revolucionario se dedica principalmente al magisterio y a la literatura.1

El 31 de mayo de 1892, fue nombrado miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua y miembro de número en 1903. Tomó posesión de la silla IV el 4 de agosto de 1905. Se desempeñó como secretario y en 1916 fue nombrado director de la institución, cargo que desempeñaría hasta su muerte.2 López Portillo escribió obras de carácter jurídico, filosófico, político, histórico y religioso. Cultivó casi todos los géneros literarios: poesía, cuento, novela, drama, crítica literaria y el periodismo. Pero sus obras más reconocidas son sus novelas en las que plasma su nacionalismo. Entre su producción destaca La Parcela, La raza indígena, Seis Leyendas y El Derecho y la Economía Política.

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LA PARCELA

Día de publicación: 22-Abril-2009

Si la narrativa latinoamericana del siglo XIX interviene en la conformación de las identidades nacionales respectivas de cada país, la aparición en 1898 de La parcela, de José López Portillo y Rojas (1850-1923), se incrusta tardíamente en el proceso. Su aportación a ese movimiento literario se antoja débil porque la nacionalidad mexicana finisecular ha sido reforzada ya, décadas atrás, por la intensa actividad cultural de los intelectuales románticos encabezados por Ignacio M. Altamirano. Además, esta novela de transición post-romántica y pre-realista (Carballo XIII), surge un tanto desubicada dentro de la evolución de la literatura hispanoameric-ana porque América Latina y México, a finales del siglo XIX, irrumpen vanguardistas al fomentar la estética modernista de Rubén Darío.

Si se quiere justificar este rezago bajo el argumento, por ejemplo, de que participa en la última oleada del romanticismo consolidando patria, no formándola, La parcela no correría la misma suerte como modelo de literatura de corte rural. No lo es porque no proyecta una amplia perspectiva del campo mexicano de la época caracterizado por la explotación de grandes masas campesinas por parte de terratenientes nacionales y extranjeros protegidos por la dictadura de Porfirio Díaz (El Colegio de México 3:236 f). Si el rezago romántico es explicable, el reflejo parcial del campo sería difícil de aceptar si se busca en la novela un realismo testimonial de corte social. Aún con todo y su mérito de ser una de las primeras novelas que tratan la vida campirana en México(Carballo VIII), omite y tergiversa, por lo tanto idealiza, la situación de millones de campesinos explotados. En cambio, apuntala y defiende a la reducida oligar¬quía terrateniente que, junto con la extranjera, es dueña y señora del 80 por ciento de las tierras nacionales (Flores

La aparición de La parcela es tardía si recordamos que la tendencia literaria romántica, importada de Europa, tuvo su impacto inicial en las primeras décadas de vida independiente (El Colegio de México 3:301f). Recurso estético-ideológico de las nacientes burguesías, necesit¬adas de una identidad propia al contar ya con nación nueva, el romanticismo mexicano está eliminando el estorbo aristocrático, lo “rancio” de Europa, y retoma el criollismo, lo autóctono, popular y local de la masa mestiza, los basamentos lingüísticos regionales, en su afán de construir patria e identidad.

Estas tendencias burguesas nacionalistas impulsadas por el romanticismo, explotan por toda América durante el siglo XIX que presencia por vez primera la irrupción en la literatura, con temáticas y giros dialectales característicos de cada región geopolítica, del pueblo en gestación. Así, por ejemplo, a finales de los años treinta circula en Argentina El matadero, de Esteban Echeverría, con su retrato y habla de las capas laborales más inferiores que están conformando al gaucho, mestizo, héroe popular que cuarenta años más tarde va a ser magnificado por

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José Hernández en su Martín Fierro. Alberto Blest Gana refleja el Chile de mediados de siglo con un Martín Rivas provinciano y mestizo que triunfa y se introduce entre la burguesía santiaguina en ascenso. La década de los setentas atestigua el surgimiento de las Tradiciones peruanas, de Ricardo Palma, que muestran el deseo por reflejar y acercarse al pueblo retomando las costumbres y el folklor criollo y mestizo mediante un lenguaje sencillo, periodí¬stico, alejado del academicismo científico exclusivista también en boga. El esfuerzo va a ser secundado por el indigenismo—variante también del romanticismo latinoamericano—de Clorinda Matto de Turner con narrativas como Aves sin nido. En México, la reacción es comandada por Ignacio M. Altamirano, “el padre Hidalgo de las letras”, con discursos, periodismo y prosa literaria que desde los años sesenta insta a la creación de patria como en Clemencia, precoz novela histórica al rescate del heroicismo y el amor nacional en plena época postinvasión francesa.

Sin embargo, para 1898, fecha de aparición de La parcela, el impulso romántico nacionalista ya va en descenso y sus últimos estertores ceden ante el empuje del ritmo, luminosidad, la hipérbole y pretensión universalista del modernismo dariano. Además, Europa goza y padece el apogeo de las escuelas naturalis¬tas, realistas y psicológicas con Benito Pérez Galdoz a la cabeza para el caso español, conocido y puesto como ejemplo por el propio López Portillo en el prólogo de su novela (4). Así pues, Altamirano y su proyecto constructor de identidad ha cumplido gran parte de su función y tanto literaria como políticamente—en 1889 es nombrado embajador en Francia (Altamirano VII) —va siendo desplazado de la escena nacional. La retirada se presiente desde antes. Para la década de los ochenta, dice José Luís Martínez, se advierte un decaimiento del entusiasmo romántico de los primeros años y “el nacionalismo comenzaba a volverse pintoresquismo y color local” (El Colegio de México 3:322). Entonces, dentro del contexto naturalista-realista europeo, modernista latinoamericano y prerrevolucionario mexicano, es extraño el surgimiento de una obra como La parcela que tan sólo llama la atención por estrenar la temática del campo mexicano, recurso novedoso que remite a lo autóctono, folklórico y nacionalista, y se emparenta con el movimiento romántico un tanto ya obsoleto. La novela, pues, aparece literaria e históricamente tarde (Flores 12): La patria ha sido construida, sus escritores se vuelven modernistas o vanguardistas alejándose de lo regional y de la masa popular. Y, precisamente, el pueblo mexicano ha ya conformado una identidad quizá débil, pero definida, aprestándose ahora a buscar su independencia económica, lograda ya la política y cultural, para terminar de consolidarse.

Sin embargo, dentro de todo este contexto, el tema campirano de La parcela se comprende en función de los intereses del sector de la burguesía mexicana más estancado: la oligarquía terrateniente. Es curioso pero no casual que, precisamente por su contenido campirano, la novela cuente en su momento con defensores y admiradores. Éstos se refugian, superadas las pugnas liberales y conservadoras, en las capillas intelectuales que hacen esfuerzos desesperados por preservar los moldes románticos nacionalistas en respuesta a la vanguardia modernista acusada de apátrida y esteticista. Asimismo, unos provienen de la

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provincia y defienden a escritores ligados directamente a la dictadura porfirista promotora del latifundismo rural.

Victoriano Salado Álvarez (1867-1931) es un caso paradigmático porque desde Guadalajara, Jalisco, centro y asiento provincial del hacendado y del cacique mexicano, advierte sobre “la falsedad de aquellos refinamientos en un país como el nuestro”; directamente contra los modernistas, los califica de “imitadores serviles” y que con sus juegos verbales “condenan la literatura nacional a que se quede en pañales”; luego muestra su admiración “por los novelistas y poetas que siguen fieles a la doctrina nacionalista” como José López Portillo y Federico Gamboa (El Colegio de México 3:326), ambos empleados por el porfirismo en algún momento de su carrera.

En esta pugna intelectual finisecular, los modernistas van a ser más visionarios porque, despreocupados de nacionalismos, transformarán cualitativamente el curso de las letras no sólo latinoamericanas, sino hispanas en su totalidad satisfaciendo así las necesidades estético-ideológicas de las burguesías más avanzadas asentadas en los centros urbanos y comerciales más importantes. Por su parte, el sector intelectual estacionado aún en un romanticismo decadente, donde inevitablemente se ubica López Portillo y su admirador Salado Álvarez—Amado Nervo acusa a éste de populista, estancado, corto de perspectiva literaria (El Colegio de México 3:327)—hará los últimos esfuerzos que buscan afianzar un tipo de nacionalismo, de corte rural, útil al proyecto social y cultural de la burguesía agraria y anacrónica cuya existencia se percibe amenazada.

Es decir, si el modernismo sirve a la oligarquía capitalista, urbana, comercial e industrial, la terrateniente rezagada, que se está quedando sin un proyecto estético, se refleja todavía y demanda, para su defensa y justificación, la preservación del romanticismo nacionalista que a estas alturas, en contraste con el nuevo movimiento, resulta cursi, obsoleto, aunque necesario. Así, La parcela y su tema campirano se aferran a la antigua tendencia, sin que le afecten los cambios económicos y culturales nacionales y extranjeros, en favor de una clase terrateniente que, dado su anacronismo en la estructura social, va a ser fuertemente debilitada una década más tarde por un levantamiento popular que a la postre producirá después temáticas rurales más creativas, completas y convincentes: la novela de la Revolución. López Portillo, no pudo pues advertir que la tendencia nacionalista había tenido sentido treinta años antes, cuando el país necesitaba un elemento de cohesión espiritual, pero que—agrega José Luís Martínez—”ya no podía tener vigencia en aquella nueva sociedad que, gracias a la paz, comenzaba a descubrir la burguesía y el cosmopolitismo” (El Colegio de México 3:328).