josé enrique rodó

66
José Enrique Rodó De Wikipedia, la enciclopedia libre Saltar a navegación , búsqueda Para la ciudad homónima, véase José Enrique Rodó (ciudad) . José Enrique Rodó Nombre José Enrique Camilo Rodó Piñeyro Nacimiento 15 de julio de 1871 Uruguay , Montevideo Defunción 1 de mayo de 1917 , 45 años Italia , Palermo Seudónimo "Maestro de la juventud" Ocupación escritor , profesor , periodista , novelista , ensayista , crítico literario , filósofo , maestro , político . Nacionalidad Uruguayo Movimientos Generación del ´90

Upload: claukol

Post on 15-Jan-2016

224 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

sintesis

TRANSCRIPT

Page 1: José Enrique Rodó

José Enrique RodóDe Wikipedia, la enciclopedia libreSaltar a navegación, búsqueda Para la ciudad homónima, véase José Enrique Rodó (ciudad).

José Enrique Rodó

Nombre José Enrique Camilo Rodó Piñeyro

Nacimiento 15 de julio de 1871

 Uruguay, Montevideo

Defunción 1 de mayo de 1917, 45 años

 Italia, Palermo

Seudónimo "Maestro de la juventud"

Ocupación escritor, profesor, periodista,

novelista, ensayista, crítico literario,

filósofo, maestro, político.

Nacionalidad Uruguayo

Movimientos Generación del ´90

José Enrique Camilo Rodó Piñeyro (Montevideo, Uruguay, 15 de julio de 1871 - Palermo, Italia, 1 de mayo de 1917) escritor y político uruguayo.

Page 2: José Enrique Rodó

Aprendió a leer a la temprana edad de 4 años, con la ayuda de su hermana, y desde entonces fue un apasionado lector. Su desempeño escolar presentó altibajos desde un primer momento. Del liceo privado Elbio Fernández, al que ingresó en 1882, debió pasar al año siguiente a otro oficial, por problemas económicos de su familia, y comenzó a trabajar a los 14 años debido a la muerte de su padre, desempeñándose como ayudante en un estudio de escribanos.

Desarrolló su faceta periodística y desde 1895 se publican poemas y artículos suyos en periódicos y en la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales (1895-1897), que funda con otros intelectuales uruguayos.

Asume en 1898 la cátedra de Literatura en la entonces llamada Universidad de Montevideo, hoy Universidad de la República.

Ingresa a la vida política activa como miembro del Partido Colorado de José Batlle y Ordóñez y desde 1902 se desempeña como diputado por Montevideo, por tres períodos.

Luego de escribir “Liberalismo y Jacobinismo” y como consecuencia de diversos antagonismos se distanció de Batlle. Sus ensayos, signados por la defensa del americanismo y la crítica a la cultura norteamericana, tuvieron extraordinaria difusión: Ariel (1900), Motivos de Proteo, El mirador de Próspero. Murió abandonado en un hotel de Palermo, Sicilia, cuando se desempeñaba como corresponsal de la revista argentina Caras y Caretas. Sus restos fueron trasladados a Montevideo en 1920. Su tersa prosa y su agudo pensamiento han influido sobre generaciones de toda América.

El movimiento latinoamericano de la Reforma Universitaria iniciado en 1918, consideró a Rodó como uno de los "maestros de la juventud".

Obras

La novela nueva (1897). El que vendrá (1897). Rubén Darío. Su personalidad literaria. Su última obra. (1899). Ariel (1900). Liberalismo y Jacobinismo (1906). Motivos de Proteo (1909). El mirador de Próspero (1913). El camino de Paros (Barcelona, 1918, póstuma). Hombres de América: Montalvo-Bolívar-Rubén Darío. (Barcelona, 1920, póstuma). Epistolario (París, 1921, póstuma). Nuevos motivos de Proteo (Barcelona, 1927, póstuma). Últimos motivos de Proteo (Montevideo, 1932, póstuma).

Page 3: José Enrique Rodó

Ariel, la parte noble y alada del espíritu (una alusión tomada de La Tempestad de Shakespeare) es utilizado por José Enrique Rodó como una

representación de las verdades objetivas de cualquier época, una confianza en la prosperidad de la juventud de América Latina en los nuevos tiempos,

aquellos que constantemente se avecinan. Asimismo es la contraparte de Calibán (personaje también shakespeariano) que representa la irracionalidad y

la cercanía a las bajas pasiones de los hombres. Y es que José Enrique Rodó tiene la convicción de que hablar a los jóvenes es una suerte de “oratoria

sagrada”, llena de un neoclasicismo idealizado, cuya máxima aspiración radica en la orientación de la juventud. Un proyecto de educación que se nutra

principalmente del positivismo moderno y del voluntarismo puesto en boga por Shopenhauer y Nietzsche.

Don próspero, personaje que usa Rodó para dar voz a sus meditaciones pedagógicas (y que asimismo es tomado del modelo del hechicero sabio de la

citada obra de Shakespeare), usa el término “juventud” bañándolo con ciertos matices de abstracción, porque no se refiere solamente a la juventud de

un lugar específico, anclada en su patria del cono sur o exclusivamente en su tiempo; sino a aquella juventud de América (latina, antes que sajona) que

en todo momento esté por traspasar los umbrales rumbo a la madurez. Los induce a la unidad, a sortear las trampas de la excesiva racionalidad o el

abandono en el apasionamiento (males característicos de la sociedad norteamericana, con su utilitarismo imparable), a buscar la libertad en el día a día,

y si acaso se carece de ella, insta a seguir las huellas de los antiguos estoicos, quienes declaraban que aun en la esclavitud se puede conservar la

libertad del pensamiento.

El estilo de Rodó, inevitablemente recuerda la manera en que se registraron los diálogos socráticos (aunque en este caso se trate propiamente de un

monólogo), cuya principal característica es la creación de utopías sociales; es decir, la confianza en el porvenir sin descuidar el pasado y el presente,

tratando de conciliar antes que disolver nuestra contradictoria identidad.

Page 4: José Enrique Rodó

Si elegimos atacar a Rodó porque no ataca al imperialismo en términos sociales y económicos, cuando él nunca pretendió hacer eso. En otras palabras, aunque sonará inocente decirlo, acaso nuestra verdadera buena disposición para comprender asuntos laterales -sea el esteticismo, la fobia a los yanquis, el racialismo o la geografia humana- nos animará a enfrentar de nuevo el cuerpo central de una obra.

RODÓ, JOSÉ ENRIQUE - ARIEL - SÁNCHEZ, LUIS ALBERTO -

Introducción a Ariel, de J. E. Rodó (II)*

Gordon Brotherston

Si elegimos atacar a Rodó porque no ataca al imperialismo en términos sociales y económicos, cuando él nunca pretendió hacer eso. En otras palabras, aunque sonará inocente decirlo, acaso nuestra verdadera buena disposición para comprender asuntos laterales -sea el esteticismo, la fobia a los yanquis, el racialismo o la geografia humana- nos animará a enfrentar de nuevo el cuerpo central de una obra

Publicado dos años después de la guerra entre España y Estados Unidos, y envuelto en la compleja intensidad de los sentimientos de los latinoamericanos hacia Estados Unidos y España en esa época, Ariel estaba destinado a atraer la atención y a ser interpretado como un manifiesto. La menor crítica de Rodó a la sociedad norteamericana, combinada con su evasiva pero articulada admisión de su propia latinidad, alentó la noción de que su vil Calibán era realmente Estados Unidos, y condujo a los lectores a pensar a Ariel como a una justificación simbólica de su propia superioridad racial y espiritual. La calma apelación de Próspero a la juventud latinoamericana fue oída en muchos lugares como un grito patriótico, ahogando sus calificaciones y aun su originalidad en una atmósfera similar a aquella que alentó a la comprensión equivocada de los escritores franceses que hablaron sobre las causas de la guerra franco-prusiana, y con quienes Rodó estaba obviamente en deuda.(13)

Por mucho que Rodó pudiese protestar contra esta interpretación de su trabajo, ésta era tan natural como influyente. Pero antes de seguir restableciendo el tema principal de Ariel, y con ello justificar la defensa que Rodó

Page 5: José Enrique Rodó

hace de sí mismo, es tal vez adecuado traer la cuestión acerca de la objetividad de su actitud hacia los Estados Unidos, tal como está implícita en el ensayo.

Mientras Rodó reclamaba reconocer las virtudes tanto como los defectos de Estados Unidos, y mientras que su condena de los defectos es notoriamente menos violenta que la de escritores anteriores (14) y posteriores a él, los críticos aciertan al señalar las caídas en el tono generalmente elevado de su argumentación. Su sarcasmo a expensas del valioso O. S. Marden, es un ejemplo de esas caídas. Su cortedad con Franklin es otra. Más elocuente es el uso de sus fuentes de información, que son todas secundarias, en la medida en que nunca visitó los Estados Unidos. Trabajos respetables como De la démocratie en Amérique de Tocqueville, y el mejor libro de Bourget, Outre-mer, son usados parcialmente y aun tendenciosamente: nada de la reservada admiración de Tocqueville por el país que él conoció de primera mano, y poco del entusiasmo de Bourget, son dejados pasar hasta el lector de Ariel. Sus demás fuentes son o bien menores, como el Lettres sur l'Amerique du Nord de Chevalier, o satíricamente irresponsables, como el Paris en Amérique de Laboulaye, o agresivamente prejuiciosas, como el ensayo de Baudelaire sobre la vida de Poe.

A estos trabajos se les da al menos tanta importancia como a aquellos libros generalmente considerados estudios clásicos sobre los Estados Unidos. En el mismo sentido, ignora deliberadamente a Whitman (cuyo trabajo conoció) y habla en cambio de Poe y Longfellow, porque esto conviene a su argumentación.(15)

Pero aún si Rodó traiciona de tanto en tanto la dubitativa psicología de sus palabras 'les admiro, aunque no les amo', fue sobre todo la situación política de su tiempo y no su propia intencionalidad lo que hizo que Ariel pareciese una pieza de propaganda. Él estaba justificado al resistir interpretaciones que hicieron de Calibán el símbolo repelente de Estados Unidos y de Ariel el correspondientemente seductor de América del Sur. Pues él estaba igualando a Calibán no con Estados Unidos, sino con los males de una

Page 6: José Enrique Rodó

sociedad utilitaria, y esos males, si bien especialmente visibles entonces en Estados Unidos, bien podían afectar por igual a cualquier otra parte del continente americano, y por cierto que amenazaban hacerlo en el área en desarrollo económico del Río de la Plata. Además, él nunca efectuó un claro contraste moral y lógico entre materialismo e idealismo. Fiel a sus suposiciones positivistas básicas, dedicó varios párrafos, reforzados por citas de Taine y Saint-Victor, a la idea de que el desarrollo económico, como ocurrió en el Renacimiento italiano, era un requisito previo para el refinamiento y la cultura; y considerando lo que parece haber aprendido de Fouillée, no sorprende descubrirlo apoyando sus esperanzas de un futuro desarrollo de los Estados Unidos sobre la base de 'idées-forces' y de la transformación de la energía.

Pero no era éste, después de todo, el punto principal de Rodó. Pues en Ariel el rol de Estados Unidos en el continente americano era menos importante que la calidad de la reacción de los latinoamericanos, particularmente de la élite gobernante, respecto del vecino del Norte. Rodó estaba urgiendo por la integridad de la personalidad; como Tarde, él estaba preocupado por la psicología social, no por las estadísticas comerciales. La nordomanía de Alberdi le parecía reprobable más por considerarla abyecta en sí, que por repugnancia a los Estados Unidos. Y una mera imitación del 'hipnotizador audaz' del norte de una manera 'unilateral' y 'sonámbula', como dijo Rodó citando a Tarde, significaría la mutilación de la personalidad y una completa subordinación a 'los fuertes' -tal como son significativamente llamados- en el proceso evolutivo. Rodó tenía miedo de que América Latina, lejos de ser Ariel, podía estarse convirtiendo en un 'esclavo deforme'.

Ariel no era más el símbolo del Sur que Calibán el del Norte. Ariel no era una justificación de superioridad sino el espíritu aéreo que ayudaba a Próspero a inspirar el ideal de una personalidad menos inmadura en la juventud de América Latina. Rodó, en Ariel, ocupa la segunda de las tres posiciones descriptas más arriba, y está más cerca de Martí que de Darío. Él no es el profeta de la latinidad, sino de la

Page 7: José Enrique Rodó

emancipación humana. Es cierto que a veces, en Ariel, parece asumir que los americanos que viven en el sur del continente no poseen la misma clase de personalidad y características humanas que aquellos que viven en el norte; pero en la mayoría de los casos, él podría estar refiriéndose a América como a un todo. Poco puede encontrarse en el ensayo sobre latinidad y aún menos sobre 'la América católica y española' o la clase de racialismo abogada por Darío y Vasconcelos. En Ariel Rodó no quiso la autoridad del Papa sobre sus compatriotas; y si acaso el elemento ario en su suavemente admitida latinidad supera a lo hispánico: él usa la palabra 'ario' dos veces, y no menciona a España ni una. Ciertamente, el crítico español Juan Valera se toma de esto para apoyar su pretensión de que Rodó ejemplificaba una tendencia latinoamericana a denigrar los ancestros españoles en favor de modos foráneos, francófilos.(16) En resumen, Rodó era acusado de renunciar a sus derechos de nacimiento como hispanoamericano.

Por cierto, la interpretación de Valera es tan poco digna de Ariel como las del partido anti-yanqui, e igual de irrelevante. Como juicio a Rodó, por otro lado, resulta irónica. Pues lo que puede ser dicho de Ariel no puede siempre ser dicho del resto de la obra de Rodó. Aún antes de la guerra cubana Rodó aplaudió los intentos que el mismo Valera estaba haciendo, en las Cartas Americanas, por fortalecer los lazos de fraternidad entre España y América.(17) Él justificaba esto, así como justificó sus intentos por extraer de Ariel un sentido racial de unidad hispanoamericana en otras ocasiones subsiguientes, (18) en el prólogo que puso a la segunda edición de Idola Fori de Carlos Arturo Torres; este prólogo llegó diez años más tarde que Ariel y se titulaba, significativamente, 'Rumbos nuevos'. Refiriéndose a la actitud hacia los Estados Unidos entre los latinoamericanos a quienes Ariel estaba dirigido, Rodó escribió, con evidente cambio de énfasis:

"Pero el radical desacierto consistía no tanto en la excesiva y candorosa idealización, ni en el ciego culto, que se tributaba por fe, por rendimiento de hipnotizado, más que por sereno y reflexivo examen y prolija elección, como en la vanidad de pensar que estas imitaciones absolutas, de pueblo a pueblo, de raza a raza, son cosa que cabe en lo natural y posible; que

Page 8: José Enrique Rodó

pueden emularse disposiciones heredadas y costumbres seculares, con planes y leyes: y finalmente que, aun siendo esto realizable, no habría abdicación ilícita, mortal renunciamiento, en desprenderse de la personalidad original y autónoma, dueña siempre de reformarse, pero no de descaracterizarse, para embeber y desvanecer el propio espíritu en el

espíritu ajeno."(19)

En el mismo prólogo Rodó deploraba el modo excesivo en que los latinoamericanos rechazaron las tradiciones de su madre patria luego de obtenida la independencia, y sugería que esto fue debido a la pérdida de 'el sentimiento de la raza'. En otras palabras, está menos interesado en el problema de la personalidad, considerada en abstracto, que en aquello que constituye la personalidad de los latinoamericanos, o hispanoamericanos, como significativamente les llama, y se pasa de la segunda a la tercera de las posiciones delineadas antes.

Estas otras publicaciones de Rodó, teniendo objetivos diferentes que los de Ariel, sirven para enfatizar la real naturaleza de este ensayo. Ariel es grande precisamente porque ofreció inspiración a los latinoamericanos sin recurrir a eslóganes patrióticos. Su falta de agresividad es lo que lo distingue de una multitud de trabajos sobre el destino latinoamericano hoy olvidados. Rodó, como Próspero, abrió nuevos horizontes para sus contemporáneos al persuadirlos de que examinasen sus creencias sobre sí mismos. Esta emancipación se reflejó directamente en la literatura que produjeron. Es éste el único sentido en que puede decirse que Ariel es el 'símbolo' de América Latina.

Un lector moderno inglés o norteamericano de Ariel bien puede sentirse irritado por el modo en que Rodó trata asuntos abstractos en un estilo que ha sido descrito como magistral, pero que para nosotros suena extravagantemente elevado. Sentimos una falta de compromiso concreto y podemos incluso preguntarnos por qué un latinoamericano vivo en tiempos de Rodó parece aislarse de los problemas políticos y sociales del día. Cuando se dirimían tales asuntos, preguntamos acremente, ¿cómo es posible que un hombre de 28 años se vista con un manto de anciana sabiduría y predique sobre los atributos de una personalidad completa?

Page 9: José Enrique Rodó

Esta objeción es aún más fuerte debido a que los términos y autoridades que él emplea en su sermón no pueden ya ser aceptados acríticamente. Y al mismo tiempo, por cierto, los factores de los que no se preocupó son precisamente los que han ido asumiendo mayor importancia: los modos prácticos de controlar la explotación de América Latina y de construir un nuevo sistema económico, los problemas de la integración de las comunidades indígenas en sociedades mayores, y la hegemonía política de América Latina como un todo.

Este tipo de impaciencia de nuestra parte no es original y ha sazonado la crítica entre los compatriotas de Rodó al menos desde su muerte hasta el presente. En 1919 Alberto Lasplaces comenzó el lamento revisionista en una de sus Opiniones literarias; en 1927 Héctor González Areosa (en un periódico llamado Ariel) anunció firmemente que para una nueva generación de uruguayos Rodó ya no era 'una presencia activa en nuestra formación espiritual'. Aproximadamente en el mismo período Alberto Zum Felde dijo en muchas ocasiones que las preocupaciones de Rodó eran las de una generación pasada, e incluso en 1965 Carlos Maggi encontró necesario repetir: "Siete llaves al sepulcro de Ariel y en marcha."(20)

Parece, no obstante, que el fantasma de Rodó no será puesto a descansar con facilidad; y esto es cierto no sólo a un nivel nacional. Pues críticos de otros países latinoamericanos, aún los hostiles a Rodó, generalmente se han sentido obligados a tenerlo en cuenta, y la impaciencia desplegada por los más chillones entre ellos es de un tipo pobre, si bien obsesivo. Luis Alberto Sánchez, por ejemplo, en Balance y liquidación del 900 (1941) y otros trabajos, ha deplorado repetidamente la influencia de Rodó, que toma para sí la tarea de recomendar el cultivo del espíritu y de un sentido clásico de serenidad a un subcontinente azotado por la pobreza y la injusticia, presa del imperialismo norteamericano. Sánchez, que también fue autor de un libro titulado ¿Existe Latinoamérica?, rechazó reconocer a Rodó el derecho de

Page 10: José Enrique Rodó

dirigirse a América Latina como a un todo, en la medida en que no fue capaz en absoluto de entender su realidad económica y social. Como producto de un pequeño país, libre de indios y europeizado estado bien al sur del subcontinente, Rodó fue acusado de indiferencia (21) tanto respecto de los problemas de una región más propiamente descripta como Indoamérica, como de los violentos conflictos del Caribe dominado por los yanquis. Sánchez, como figura política y miembro del una vez izquierdista APRA (Alianza popular revolucionaria americana), peleó él mismo activamente por la causa de los amerindios, y contra el dominio norteamericano sobre América en su conjunto.

Puede sonar antojadizo sugerir que estamos preparados para dar nuestra simpatía más fácilmente a Sánchez que a Rodó debido a que Sánchez cauteriza más limpiamente las culpas de una tradición imperialista. Pero al menos debemos ser conscientes de nuestros motivos si elegimos atacar a Rodó porque no ataca al imperialismo en términos sociales y económicos, cuando él nunca pretendió hacer eso. En otras palabras, aunque sonará inocente decirlo, acaso nuestra verdadera buena disposición para comprender asuntos laterales -sea el esteticismo, la fobia a los yanquis, el racialismo o la geografia humana- nos animará a enfrentar de nuevo el cuerpo central de una obra que en su día penetró la conciencia latinoamericana tan profunda y fructíferamente, y que aún hoy es generalmente vista como uno de los trabajos fundamentales de la literatura latinoamericana.

 

Traducción: Aldo Mazzucchelli

Notas:

(13) Renan sobre La réforme intellectuelle et morale de la France, Bourget en el prefacio a Le Disciple y Bérenger en L'aristocratie intelectuelle.

(14) Los Estados Unidos fueron denostados por latinoamericanos esporádicamente a lo largo del siglo diecinueve; Emir Rodríguez Monegal (Rodó, Obras completas, p. 193) argumentó que Ariel puede ser visto como una continuación algo menos amarga y parcial de las ideas desarrolladas por Paul Groussac en un discurso que pronunció en Buenos Aires el 2 de mayo de 1898, cuando igualó a los Estados Unidos directamente con Calibán. Monegal, sin embargo, no logra demostrar su tesis debido a una conclusiva pieza de evidencia proveniente de los papeles de Rodó, un comentario de Rodó que dice: "EE UU para Groussac. Su rasgo saliente y característico es la

Page 11: José Enrique Rodó

ausencia de todo ideal. Quiere sustituir la razón con la fuerza, la calidad con la cantidad, el sentimiento de lo bello y lo bueno con el lujo plebeyo (hay que caricaturizar esto). Cree que la Democracia consiste en la igualdad de todos por la común vulgaridad. Frágil y deleznable organización sociológica sin hondas [raíces] en lo pasado ni principios directores en el presente" (Archivo Rodó, armario 2, 3A7, 20524).

(15) Rodó parece haber sufrido casi un cambio de sentimientos cuando estaba escribiendo esta quinta parte del Ariel. Del examen de sus papeles surge con evidencia que descartó una gran cantidad del material que había coleccionado, e incluso resumido en sentencias, y que era elogioso hacia los Estados Unidos; por ejemplo, el artículo de Gladstone 'Kind beyond the sea'. Con seguridad hizo reconsideraciones acerca de Whitman, pues a continuación de la frase (incorporada al Ariel) sobre 'Excelsior', originalmente había escrito: "¡Tiene en Walt Whitman el acento de los evangelistas!... Inmensa expansión de amor" (Archivo Rodó, armario 2, 3A 7, 20508).

(16) En una carta a La Nación (Buenos Aires), 10 de octubre de 1900, recogida en las Obras completas de Valera, (Madrid, 1958), III, 580; la reacción de Valera difiere notablemente de la de otros españoles a quienes Rodó envió ejemplares de Ariel: Rafael Altamira, Leopoldo Alas y Miguel de Unamuno.

(17) 'Menéndez y Pelayo y nuestros poetas' (1896), Obras completas, p. 810.

(18) Véase, por ejemplo, 'La España niña' (1911), ibid. Pp. 721-2, y 'El nuevo Ariel' (1914), ibid. Pp. 1136-7.

(19) Obras completas, p. 500

(20) El Uruguay y su gente (Montevideo, 1965), p. 20; la frase de González Areosa apareció en el N° 37 de Ariel. Revista del centro de estudiantes Ariel, Montevideo.

(21) Para entender lo injusto de esta acusación, véase Pedro Henríquez Ureña, Las corrientes literarias de la América hispánica (México, 1964), pp. 177, 193, y las sobrias objeciones a la "mezcla de acierto y desenfoque" del ataque de Sánchez en el artículo de Carlos Real de Azúa 'El inventor del arielismo', Marcha (Montevideo), 20 de junio de 1953.

* Prólogo a la edición de Ariel, de José Enrique Rodó. Introducción y notas de Gordon Brotherston,

Cambridge: Cambridge University Press, 1967. Tomado de Insomnia

En América Latina el 'pensador' aspira a ser un filósofo por un lado, y un periodista por el otro, y sin embargo escapa a la cualidad despectiva de algún modo implícita en el término inglés thinker. Sin ser un filósofo ni un pensador en un sentido estricto, para su tiempo Rodó fue ambas cosas

Introducción a Ariel, de J. E. Rodó (I)*

Gordon Brotherston 

Cuando fue publicado por primera vez, a comienzos de 1900, Ariel trajo fama inmediata a su autor, el uruguayo José

Page 12: José Enrique Rodó

Enrique Rodó (1871-1917). A partir de allí, la obra conoció más de treinta ediciones, en español y en traducciones, y permanece, junto a Motivos de Proteo (1909), como su libro más conocido.

De hecho, puede incluso decirse que Ariel es la única razón por la cual Rodó es recordado. Sin llegar a ese extremo en esta introducción, podemos legítimamente pasar del hombre a la obra, y dispensarnos de detalles biográficos: (1) es suficiente para nuestros propósitos decir que escribió Ariel a la edad de veintiocho años, después de una serie de ensayos publicados en la Revista Nacional de literatura y ciencias sociales (un periódico que había contribuido a fundar), y como el tercer trabajo de una serie que tituló La vida nueva -siendo el segundo su brillante estudio sobre Darío-.

Estos ensayos tempranos, y el curso de lecciones sobre literatura occidental que comenzó a dictar en la universidad de Montevideo en 1898, sirvieron como vehículos para algunas de las ideas sobre estética y moral que remodeló en Ariel, ya como más profesional y acabado 'pensador'(2). No existe equivalente en inglés para este término; en América Latina el 'pensador' aspira a ser un filósofo por un lado, y un periodista por el otro, y sin embargo escapa a la cualidad despectiva de algún modo implícita en el término inglés thinker.

Sin ser un filósofo ni un pensador en un sentido estricto, para su tiempo Rodó fue ambas cosas (3); y es esto lo que nos anima a examinar el contexto ideológico de Ariel antes de considerar la fuerza que le dieron sus circunstancias contemporáneas.

El título Ariel, como el de la colección de ensayos El Mirador de Próspero (1909), nos muestra que Rodó conocía The Tempest. De hecho, fue tan lejos como para explicar al lector de Ariel el significado de los personajes en el ensayo en términos shakesperianos. Estas apenas susurradas sugerencias del autor, que aparecen antes y al final del largo discurso de Próspero que forma el cuerpo central de Ariel, llevó al crítico español Leopoldo Alas (1852-1905) a atribuir

Page 13: José Enrique Rodó

gran importancia a la influencia de Shakespeare en Rodó; (4) él alentó así a muchos críticos posteriores a descansarse en un énfasis demasiado exclusivo en The Tempest y distraer atención de otras fuentes. Pero incluso Alas había abierto una aproximación más útil cuando mencionó a Renán, en passant, antes de pasar a citar y discutir a Shakespeare.

Pues, como el compatriota de Rodó, Alberto Zum Felde, y otros críticos han sugerido correctamente, el Calibán, suite de La Tempête (1878) fue más importante para Rodó que The Tempest misma. La deuda con Ernest Renan es obvia y está reconocida en las repetidas referencias que Rodó hace de él, que sobrepasan en número a las hechas respecto de cualquier otro escritor; y la deuda específica con Calibán está implícita en la mención, en la cuarta parte del discurso de Próspero, de la derrota de Ariel, el dénouement de la obra.

El Próspero de Rodó se parece más al intelectual de Renan que al duque de Shakespeare. Las cuestiones en consideración, la lucha entre la democracia utilitaria (Calibán) y los valores espirituales (Ariel), no pertenecen a la era isabelina, sino al siglo diecinueve. No es preciso decir nada más para sugerir la influencia del Calibán de Renan. Pero la naturaleza de esta influencia debe ser mejor aclarada de lo que lo ha sido hasta aquí; necesitamos saber más acerca de la posición de Rodó vis-à-vis Renan, así como sobre sus relaciones con el cuerpo de escritores del siglo diecinueve que cita en Ariel.

Y es que otro escritor fue más importante aún para Rodó que Renan o Shakespeare: Alfred Fouillée, un ensayista y divulgador activo en Francia hacia fines del siglo diecinueve.

Si aceptamos que Rodó continua en Ariel a partir del punto en que Renan abandona al fin de Calibán, vemos que se enfrentó con la perspectiva de la victoria demagógica de Calibán, con la desaparición del sensitivo Ariel en el aire sutil para convertirse en un espíritu del universo, y con la mal dispuesta aceptación de la situación por parte del sabio

Page 14: José Enrique Rodó

Próspero. En lugar de comprometerse ('prius morire quam foedari'), el Ariel de Renan ha elegido apartarse del mundo de los hombres, dejando que el destronado Próspero se defienda solo de las masas que, ahora educadas y dirigidas por Calibán, no son ya sensibles al poder de la magia.

Renan sugiere que Próspero, con el fin de proteger su elite intelectual, está dispuesto a una alianza con el triunfante Calibán. Esta indiferencia aparente para con el destino de Ariel irritó a muchos pensadores franceses, entre ellos, a Fouillée. Su libro L'idée moderne du droit en Allemagne, en Angleterre et en France, que apareció en París el mismo año que Caliban (1878), censuraba a Renan por su adhesión a una nueva, peligrosa y básicamente cínica 'école aristocratique' en Francia, y abogaba por la resurrección y transformación de Ariel:

Mais pourquoi, au lieu de s'abîmer dans la nature aveugle, Ariel ne se répandrait-il pas dans l'humanité entière, se faisant chez les uns simple germe d'intelligence, fleurissant et s'épanouissant dans le génie des autres, mais partout présent et animation tout de sa pure flamme? Pourquoi enfin, avec le temps, ne transfigurait-il pas le peuple lui-même, si bien qu'au bout d'un certain nombre de siècles Caliban, prenant conscience de l'esprit qui habite en lui, qui est lui-même, serait devenu Ariel? (5)

La respuesta del mismo Renan a esta pregunta dos años más tarde en una nueva obra, L'eau de jouvence: Suite de Caliban, era extremadamente irónica, y de algún modo tan ominosa como la de Aldous Huxley en esa otra continuación de The Tempest llamada Brave New World. En el prefacio a L'eau de jouvence, Renan incita a la simpatía por Calibán, a quien se muestra asumiendo agradables e incluso aristocráticas actitudes, ahora que es quien manda, y pide que nos esforcemos por volver a unir a Ariel con la vida, y por aceptarlo en nuestro mundo de tal modo que él no se vea tentado de abandonarnos de nuevo a la mínima provocación.

En la obra misma, sin embargo, somos llevados a creer que Renan está sacrificando voluntariamente la devoción a la

Page 15: José Enrique Rodó

ciencia y a la cultura, por la que había abogado antes, en favor del hedonismo igualitario que fomenta el régimen de Calibán. Somos llevados a aceptar que él realmente desea 'volver a unir a Ariel con la vida'; pero él no hizo más que hacer que Próspero exija de Calibán el compromiso de que se reservará una prebenda para Ariel, en la nueva república, como guardián en el castillo de Sermione (Acto V, Escena V). Las razones para la retirada de Renan, y para su elusividad, pueden haber sido personales: sus sentimientos mezclados respecto de Gambetta, su odio por la Iglesia Católica Romana, su curiosa posición en la República alrededor del año 1870.

En cualquier caso, esas razones son ciertamente irrelevantes aquí, y lo fueron también para Rodó. Pues Rodó, sin preocuparse por las sutilezas del pensamiento de Renan en estas materias, retrocede directamente hacia la pregunta planteada por Fouillée acerca del dénouement de Calibán. En L'idée moderne du droit, la que, como Ariel, trata los personajes de Shakespeare más como símbolos que como dramatis personae, Fouillée no se preocupó de lo intrincado en las ideas de Renan, sino de lo que en Caliban se había sugerido eran sus tendencias principales. Y éstas le parecieron autoritarias e inspiradas por el miedo, y que continuaban las líneas de los Dialogues philosophiques y de La réforme intellectuelle et morale de la France (1871).

No sólo Rodó adoptó esta interpretación sino que fue tan lejos en ella como para citar, como si fuese por primera vez, lo dicho por Renan en los Dialogues acerca de la democracia como algo enfrentado a los designios de Dios ("l'antipode des voies de Dieu"), cuando Fouillée ya lo había citado en el mismo contexto en L'idée moderne du droit.

Además, en Ariel, Rodó toma prestado del libro de Fouillée, y su cita especificada de él, aunque imprecisa, es una de sólo tres notas al pie en todo el ensayo. Fouillée es más importante que Renan y que Shakespeare en la creación de Ariel: cuando Rodó está discutiendo Ariel y Calibán, y las cuestiones conexas de individuo y masa, jerarquía e igualdad, cultura y democracia, tiende a ver a Renan a través

Page 16: José Enrique Rodó

de los ojos de Fouillée. Y esta mirada, de modo suficientemente significativo, a veces difiere de la mirada no interrumpida por Fouillée, la mirada tomada de Les origines du Christianisme, por ejemplo.

En L'idée moderne du droit, Fouillée delinea dos grandes actitudes respecto de la cuestión del individuo y la masa; les llama escuelas de pensamiento aristocrática y democrática. Rodó adoptó esta división en Ariel y dio copiosos ejemplos de las dos actitudes. Por un lado encuentra en los escritos de Carlyle, Emerson, Comte, Taine, Nietzsche, Ibsen y, por supuesto, Renan, un deseo compartido de heroísmo en el más puro sentido, de auto elevación individual y liderazgo, y un correspondiente desprecio hacia los efectos dañinos para la integridad cultural del individuo de un movimiento de masas como la democracia utilitaria. Por otro lado sigue más lejos a Comte, al ver a la democracia como un inevitable y bienvenido antídoto contra siglos de tiranía aristocrática, y suscribe las teorías de Quinet, Bagehot, Bérenger y Bourget hasta el punto de sugerir que la pura cantidad es esencial a la producción de un individuo excepcional; incluso, las masas en sí mismas, como los microorganismos de un arrecife de coral, son capaces de lograr una suerte de grandeza como resultado de su incesante acción corporativa.

Pero para Fouillée, y por lo tanto para Rodó, ninguna de estas actitudes es satisfactoria, y cualquiera de las dos, llevada a extremo, es perniciosa. La solución aristocrática no es aceptable debido a que elige ignorar el dato palpable de la democracia, y debido a sus implicaciones sociales e intelectuales: particularmente, en Renan y en Nietzsche, el desprecio concomitante por los seres inferiores y la reverencia sin reservas a los superiores. Esto le parece absurdo y peligroso a Rodó, debido a que es una solución estática que en último término resulta embrutecedora y evidentemente maligna por sí misma; sin embargo, debe agregarse que sus salvedades basadas en fundamentos puramente cristianos son secundarias, y de ningún modo tan importantes como Alas y algunos otros críticos, la mayoría españoles, han dado a entender a sus lectores.

Page 17: José Enrique Rodó

Pero la solución alternativa no es buena a fin de cuentas; Rodó siente un desprecio aún mayor al pensar en una democracia amorfa e indirecta, eligiéndolo todo en base a mayorías, cegada a la belleza y a cualquier significado en la vida por un utilitarismo brutal, y por su misma naturaleza sofocando todo aliento de excelencia individual. Lo que comienza como un desacuerdo con la defensa hecha por Alberdi de una indiscriminada inmigración y de un aumento de la población, termina con el uso de la cruel palabra de Baudelaire para lo promedial y mediocre: zoocracia.Rodó, entonces, no será un conservador ni un demócrata. Políticamente, esto no lo perturba, tal como mostró en su cerradamente argumentada defensa de su posición liberal en Liberalismo y Jacobinismo (1906). Pero esos argumentos están ausentes en Ariel, y lo que encontramos en cambio en ese ensayo es una variada y aún confusa colección de respuestas a un evidente dilema.

Su respuesta principal y más convincente fue sugerida por Fouillée, a través de su insinuación, en L'idée moderne du droit, de que a medida que la sociedad evolucione la ley de selección natural se volverá menos brutal, y el rigor de las jerarquías sociales será atenuado en la medida en que el hombre progrese. Rodó elaboró esta idea de modo atractivo, diciendo que alguna concepción de jerarquía era esencial al progreso en la medida en que el hombre puede mejorar sólo teniendo un modelo superior a imitar; y apeló mesiánicamente a la juventud para que se convirtiese en la 'especie profética' y en los precursores de un nuevo tipo de sociedad espiritualizada. Próspero anima al hombre a trascenderse a sí mismo, a tornarse en modelo de perfección e integridad humana a ser imitado en una sociedad en perpetua transformación en la cual Calibán puede devenir Ariel, y a no conformarse como esclavo de las demandas de las democracias utilitarias indiferenciadas en las cuales la personalidad humana es deformada y en las que Ariel es un extraño.

Todo esto, la filosofía del 'optimismo ideal' que Rodó desarrolló brillantemente en Motivos de Proteo (1909) (6), suena tal vez un poco presuntuosa para nosotros; pero es

Page 18: José Enrique Rodó

consistente en su estilo evangelizador y fue encontrada poderosa en la época en que fue escrita.

La confusión aparece, sobre todo, en la parte tres del discurso de Próspero. Aquí Rodó sugiere que la más elevada facultad del hombre es la estética, que la moral depende en último término de la belleza ("A medida que la humanidad avance, se concebirá más claramente la ley moral como una estética de la conducta. Se huirá del mal y del error como de una disonancia; se buscará lo bueno como el placer de una armonía"); y él asume simultáneamente que la belleza no es propiedad de la mayoría sino lo preservado por una selecta minoría ("La superfluidad del arte no vale para la masa anónima los trescientos denarios. Si acaso la respeta, es como a un culto esotérico"). Con esto se acerca a simpatizar con la actitud de sus contemporáneos los modernistas. La mayor parte del movimiento modernista en España e Hispanoamérica al fin del siglo XIX y comienzos del XX no era nada más que la décadence y 'el arte por el arte' de los parnasianos y simbolistas franceses.

El famoso prefacio de Rubén Darío a su colección de versos Prosas profanas (1896), lleno de virulento desprecio a la mediocridad, es típico de tal aspecto del movimiento. En realidad, Rodó tuvo poco que ver con esta postura; incluso él ignoró la (ahora muy admirada) poesía de su compatriota y contemporáneo Julio Herrera y Reissig (1875-1910), al menos hasta después de la muerte de Herrera. Y en su crítica de Prosas profanas censuró a Darío por su afectación de elegancia, aires aristocráticos, señalando las limitaciones de la actitud decadente. Argumentó que el sentido del término modernismo debía ser ampliado, y concluyó por identificarlo con su propio 'optimismo ideal':

"Yo soy un modernista también; yo pertenezco con toda mi alma a la gran reacción que da carácter y sentido a la evolución del pensamiento en las postrimerías de este siglo; a la reacción que, partiendo del naturalismo literario y del positivismo filosófico, los conduce, sin desvirtuarles en lo que tienen de fecundos, a disolverse en concepciones más

Page 19: José Enrique Rodó

altas." (7)

En Ariel, sin embargo, está menos explícitamente decidido acerca de cuáles son estas "concepciones más altas".Su indecisión es desafortunada. Pues, una vez que el lector se ha vuelto consciente acerca del esteticismo subrepticio en la tercera parte del discurso de Próspero, está menos dispuesto a ser caritativo con la obra como un todo. Podemos tomar como ejemplo la fábula del monarca oriental. Rodó usa esta fábula para ilustrar ese estado de 'libertad interior', ese centro de vida interior independiente desde el cual, para citar a Havelock Ellis, podemos "organizar la belleza y armonía de la sociedad". (8) La idea como tal es clara y es coincidente con el tema de Rodó de la integridad psicológica.

Pero en el contexto de su preconizada 'estética de la conducta' la fábula tiene también reminiscencias del precioso retiro, el 'reino interior' de los modernistas, de modo que el lector está inclinado a asociar la privacidad del perfumado y suavemente iluminado cuarto interior del monarca, con el apartamiento perverso y el mundo de sueños del castillo de Axel. Y este escapismo puede a su vez parecer sintomático de la inseguridad y aislamiento que casi todos los escritores latinoamericanos han confesado sentir en una u otra época de sus vidas. (9) ¿No se nos ha dicho que, después de oír hablar a Próspero, sus alumnos son devueltos a la realidad por el contacto con la multitud humana, esos alumnos que deben no sólo sobrevivir sino dominar en la lucha por la vida si es que efectivamente son los heraldos del nuevo mundo de Ariel?

Tendemos, pues, a aceptar la vaguedad de Rodó como una limitación. Pero debemos aceptar, también, que debido a que es incidental, esta poco característica aquiescencia de Rodó para con un esteticismo a la moda no vicia, en último término, su argumento principal:

"Una vez más: el principio fundamental de vuestro desenvolvimiento, vuestro lema en la vida, debe ser mantener la integridad de vuestra condición humana. Ninguna función particular debe prevalecer jamás sobre esa

Page 20: José Enrique Rodó

finalidad suprema. Ninguna fuerza aislada puede satisfacer los fines racionales de la existencia individual, como no puede producir el ordenado concierto de la existencia colectiva."

Ya antes que Ariel fuese publicado, Rodó estaba ansioso acerca del modo en que sería recibido e interpretado en América Latina. A fines de 1899, en un anuncio de su inminente publicación, un diario uruguayo, El Día, describió el trabajo como un estudio sobre la perniciosa influencia de la "raza anglo-yankee" en América Latina. Rodó se aseguró de que esa frase fuese corregida. Un segundo anuncio afirmó entonces que los grandes temas del libro eran los que hemos discutido recién, e insistió en que sus destaques acerca de Estados Unidos en la quinta parte del discurso de Próspero simplemente habían querido ser ilustrativos de su tesis principal. (10) De ningún modo debían ser entendidos como una acusación contra ese país.

Pero más allá de los esfuerzos de su autor, el ensayo se volvió inmediatamente famoso y popular como tal acusación. A medida que se sucedían edición tras edición, la cruda antítesis -Ariel (América Latina) versus, y superior a, Calibán (Estados Unidos)- fue más y más ampliamente adscripta al ensayo de Rodó. Las razones para ello yacen casi completamente fuera del ensayo mismo: sin duda es posible apoyarse, para explicar la mayor parte del éxito de Ariel, en la atmósfera de la época, y en las corrientes de sentimiento que, aún hoy, corren fuertemente por América Latina.

Para entender esa atmósfera, y a riesgo de resultar demasiado esquemáticos, podemos decir que los latinoamericanos adoptaban tres grandes actitudes frente a los Estados Unidos en la época en que Rodó estaba escribiendo. (11) Primero, la idea de una unión panamericana, de un 'Hemisferio Occidental' era todavía tenazmente sostenida, notoriamente en la famosa nota que el ministro del Exterior argentino Luis María Drago envió a Washington dos años después de la aparición de Ariel: nota que se hizo conocida como la

Page 21: José Enrique Rodó

Doctrina Drago, corolario a la Doctrina Monroe de 1823.

Este movimiento hacia la solidaridad interamericana y una más estrecha unión con Estados Unidos derivó de la admiración sentida a través de la mayor parte del siglo XIX por los países latinoamericanos, tanto repúblicas como colonias, por los emancipados estados de Norte América. La unión era venerada como modelo de progreso iluminado, y (aunque los norteamericanos hicieron poco en la práctica para ayudar a sus hermanos del Sur) como un antídoto contra las fuerzas reaccionarias de Europa, en particular España. Al mismo tiempo que el satírico español Mariano José de Larra (1807-37) era admirado e imitado, notoriamente por Alberdi, no en tanto español pero sí como mártir de su país, en los discursos y escritos de hombres como Bilbao, Sarmiento y Alberdi mismo, las figuras de Washington y Jefferson estaban siendo dotadas de una rara excelencia a los ojos de los sudamericanos.

En el caso de Alberdi y otros pensadores argentinos, el deseo de unión y respeto por la vida, el carácter y las instituciones del norte, es decir por la 'raza' anglosajona, implicó una tácita admisión de una al menos temporaria inferioridad: pues los inmigrantes de Europa en la segunda mitad del siglo XIX aún debían probar ser capaces de ejercer la influencia 'civilizadora' que se esperaba de ellos, frente a aquellos 'bárbaros' indígenas que aún sobrevivían en las pampas, y sobre la población criolla.

Una falta de confianza en América Latina que era básicamente racial era también evidente en los escritos de Carlos Octavio Bunge y del boliviano Alcides Arguedas.En una segunda, y más neutral posición, estaban aquellos que conscientemente compartían los puntos de vista del cubano José Martí y del puertorriqueño E. M. de Hostos. Martí, un revolucionario anticlerical, murió en 1895 tratando de liberar a Cuba del yugo hispánico; pero (como algunos comentaristas recientes han estado especialmente ansiosos por señalar) esto no significa que de haber vivido habría convertido a Cuba en una colonia norteamericana. Él creía que la causa de Cuba era la causa de América Latina; y su

Page 22: José Enrique Rodó

larga experiencia personal de vida en Estados Unidos y sus convicciones básicamente liberales le llevaron a creer que una incorporación formal a cualquier otra potencia en principio no era saludable, y que ello tendería a trabar el desarrollo latinoamericano. Esto nos conduce a la tercera posición.

En 1900 el entusiasmo por los Estados Unidos había disminuido en muchos lugares, y en primer lugar en México, debido a la guerra mexicana y a la anexión de Texas; ya estaba virtualmente extinguido para la época de la Conferencia Panamericana de 1889-90, debido a la desdeñosa arrogancia de intervenciones como las del presidente Hayes o Richard Olney. La aprensión causada por la despótica actitud de Estados Unidos en el Caribe se fue tornando gradualmente en 'yankifobia' con la creciente conciencia de las implicaciones políticas que tenían las grandes inversiones hechas por los Estados Unidos en América Latina después de 1890.

Con la guerra hispano-norteamericana de 1898, los sentimientos de animosidad cristalizaron. Como resultado de la total derrota española, a la que Rodó refiere indirectamente en Ariel, los Estados Unidos ocuparon dos de sus antiguas colonias: Cuba, temporariamente, y Puerto Rico, permanentemente. El amor-odio por los Estados Unidos se volvió llanamente odio, ahora que los españoles habían sido definitivamente reemplazados por los Estados Unidos como potencia militar amenazadora. Al mismo tiempo, un sentido de latinidad se volvió más admisible para las emociones de los habitantes de las antiguas posesiones españolas en América, ahora que podían mirar a su antiguo opresor en derrota con indulgencia, sentimientos de fraternidad, e incluso de amor.

Rubén Darío actuó rápidamente al explotar este naciente racialismo en poemas como 'A Roosevelt' (1904) y 'Salutación del optimista' (1905), poemas a 'la América católica' y 'la América española', al tiempo que condenaba la atea y peligrosa inanidad de Norteamérica. (12) Esta actitud recibió su apoteosis en el trabajo de José Vasconcelos La

Page 23: José Enrique Rodó

raza cósmica (1925), que predijo el triunfo final de la raza cósmica latina sobre la teutónica del Norte, y vio a América Latina peleando con Estados Unidos como continuación de las guerras de la Reforma entre la España católica y el Norte protestante. Esto fue institucionalizado en los desvergonzadamente explícitos ritos de la Fiesta de la Raza, celebrados cada 12 de octubre en España e Hispanoamérica.

Traducción: Aldo Mazzucchelli

sigue

Notas:

(1) - Estos son provistos en abundancia por Víctor Pérez Petit en Rodó. Su vida, su obra (Montevideo, 1937). Ver también Lauxar (Osvaldo Crispo Acosta), Rubén Darío y Enrique Rodó (Montevideo, 1945).

(2) En castellano en el original. (N. de T.)

(3) Véase en general: Ventura García Calderón, Semblanzas de América (Madrid, 1921), pp. 7-26; Andrés González Blanco, Escritores representativos de América (Madrid, 1917), pp. 1-78; Gonzalo Zaldumbide, José Enrique Rodó (Madrid, 1919), y Mario Benedetti, Genio y figura de José Enrique Rodó (Buenos Aires, 1966).

(4) Véase esta reseña de Ariel en Los Lunes del Imparcial (Madrid), 23 de abril de 1900; incluida como prólogo en la segunda y en varias ediciones subsiguientes de Ariel.

(5) L'idée moderne du droit (Paris: Hachette, 1878), Libro 5, v (p. 844).

(6) La semejanza temática y estilística entre este trabajo y Ariel ha llevado a la crítica a argüir que ambas brotan de un único trabajo incompleto de forma epistolar, al cual Rodó hace repetida referencia en 1898; Ariel es mencionado más de una vez en Motivos de Proteo. Para un sucinto e iluminador recuento de las posiciones filosóficas de Rodó,

Page 24: José Enrique Rodó

ver Arturo Ardao, La filosofía en el Uruguay en el siglo XX (México, 1956), pp. 25-44. En la Universidad de Montevideo, bajo Alfredo Vázquez Acevedo, Rodó absorbió como estudiante los principios del positivismo, luego dominante en toda Latinoamérica. Pero luego de, aproximadamente, 1895, él comenzó, junto a su contemporáneo Carlos Vaz Ferreira, a apartarse de las interpretaciones utilitaristas de la filosofía evolucionista spenceriana y a tratar de infundir cierta medida de 'optimismo ideal' en ella, aunque permaneciendo fiel a los principios positivistas. Ver también la segunda mitad del ensayo de Rodó Rumbos nuevos (1910).

(7) Rubén Darío (1899), Obras completas (Madrid: Aguilar, 1957) p. 187. Para un estudio detallado de las relaciones de Rodó con el modernista Herrera y otros miembros de la así denominada 'Generación del 900', ver Emir Rodríguez Monegal, Rodó en el novecientos (Montevideo: Número, 1950), especialmente el Apéndice.

(8) 'Rodó', The Philosophy of Conflict (London, 1919), p. 236.

(9) Véase el libro de Jean Franco, Culture and Society in Modern Latin America (Praeger-Pall Mall, 1967). Sobre el castillo de Axel véase el libro de Edmund Wilson de ese nombre (Axel's Castle), cuyo título ha sido tomado de la obra Axel (1890), del simbolista Villiers de l'Isle Adam.

(10) Este incidente ha sido reportado por Emir Rodríguez Monegal en su edición de Obras Completas de Rodó (Madrid, 1957), p. 194.

(11) Para un tratamiento más completo véase: A. P.Whitaker, The Western Hemisphere Idea (Cornell University Press, 1954) y Stephen Clissold, Latin America. A cultural outline (London, 1965), cap. 3. El caso de Brasil es, acaso, diferente.

(12) Esto, sin embargo, no le impidió adoptar una actitud muy diferente en 'Salutación al Águila' (1906).

Page 25: José Enrique Rodó

* Prólogo a la edición de Ariel, de José Enrique Rodó. Introducción y notas de Gordon Brotherston, Cambridge: Cambridge University Press, 1967. Tomado de Insomnia

Page 26: José Enrique Rodó

Esteticismo moralizante en el Ariel de Rodó ( Herminia Solari )

   

 En el Ariel de Rodó, proclamado "el evangelio intelectual de la juventud del Continente"  del primer cuarto de este siglo, es posible reconocer y aislar cuestiones específicas. Sin embargo, las categorías que Rodó trabaja se enlazan entre sí llevando unas a otras y armando un todo finamente entramado, cuyo centro de apoyo parece ser el esteticismo moralizante del autor. Por un lado, podría verse en qué medida esta fundamentación se anticipa a la razón estética de la posmodernidad. Por otro lado, éste puede tenerse en cuenta como un ejemplo a partir del cual considerar cómo las corrientes de pensamiento extranjeras son absorbidas  y elaboradas de manera propia  en América.    Si quisiéramos ubicar la posición intelectual de Rodó a partir de las referencias que el mismo autor menciona, no sabríamos qué hacer. Si bien  los comentaristas señalan como denominador común, en cuanto a las influencias recibidas por Rodó, a Renan , éste es uno más de los autores citados por el uruguayo (aunque es justo reconocer que lo llama "el  más amable entre los maestros del  espíritu moderno" ). Llama la atención en Rodó la diversidad de autores y posturas citados con respeto y sin conflicto: mientras en Europa  el decadentismo se contraponía al vaciamiento espiritual positivista, en las obras de Rodó aparecen mencionados y conviviendo pacíficamente, Spencer y Baudelaire. Con esto no negamos los matices, confrontamientos internos y entrecruzamientos externos posibles en la cuna europea , pero la delimitación parece allí más clara que en el uruguayo. Tal vez el hecho de no estar en el seno de las confrontaciones intelectuales y estéticas le permitió una ubicación menos restringida a los cánones de una escuela determinada, a lo que habría que sumar, por un lado, el carácter habitualmente moderado de las posiciones asumidas por Rodó, y por el otro, las diferentes circunstancias históricas de ambos continentes: en Europa se vive en ciertos círculos en el fin de una etapa, mientras América está por hacerse. Quizás por la conciencia de ello, el esteticismo rodoniano no es el de los decadentistas sino vehículo de transformación de la realidad. A lo largo de la exposición de las ideas planteadas en el Ariel se irán señalando  los acercamientos y distanciamientos que Rodó mantiene con sus referentes.

Juvenilismo y clasicismo  El Ariel aparece en el 900 con un llamado a la juventud  para la construcción de una identidad y un destino hispanoamericano, es decir, el Ariel no sólo inicia el siglo sino pretende abrir las conciencias juveniles a la voluntad de transformación espiritual de un continente que empieza a andar. Sin embargo la escena descripta por Rodó al comenzar el ensayo no es nada que se parezca a una invocación masiva sino más bien  muestra el aislamiento de unos pocos:  en una "sala de estudio serena" y de "gusto delicado y severo", el maestro se despide de sus alumnos luego de un año de tareas bajo el dominio de un bronce de Ariel, "genio del aire [que en La tempestad de Shakespeare representa] la parte noble y alada del espíritu" . En esto podemos leer no sólo el resumen alegórico de las ideas rodonianas sino también la posición del autor en el movimiento intelectual uruguayo de su época. A pesar de su paso por la docencia universitaria cuando  el Dr. Vázquez Acevedo, en 1898, lo nombró profesor de literatura, Rodó no parece haber estado en el centro de la controversia académica entre positivistas y espiritualistas; sus ideas las desarrolló más bien en el ámbito de los intelectuales autodidactas (él mismo no

Page 27: José Enrique Rodó

había terminado sus estudios de bachiller). Ambos grupos según  Zum Felde  estuvieron sujetos a influencias intelectuales dominantes y en relación con sectores sociales diversos: mientras el evolucionismo spenceriano se hizo sentir especialmente entre la ortodoxia universitaria vinculada con las clases conservadoras, el individualismo nietzscheano o anarquista se insertaba entre la bohemia intelectual ligada a la heterodoxia revolucionaria callejera. Sin embargo Rodó se aleja también de este sector (aunque se opone al dominio absoluto del positivismo) al caer "fatalmente en un eclecticismo pasivo" .  En suma, del mismo modo que murió en Italia solo y  fue repatriado como maestro de las nuevas generaciones americanas en medio de solemnes y populosas exequias oficiales, los matices de Rodó lo descolocan de clasificaciones rápidas y lo ubican  paradójicamente en la sala de estudio serena, de gusto refinado y severo, hablando a las nuevas generaciones de América.   El maestro llama a la conquista de la libertad y la vida por lo que su destinataria obligada es la juventud, cuya oposición al pesimismo y desencanto, y su fuerza renovadora, según Rodó, la convierten en personificación suprema del motor de  transformación. Pero no se trata solamente de la caracterización del alma individual sino también colectiva: "Grecia hizo grandes cosas porque tuvo, de la juventud, la alegría, que es el ambiente de la acción y el entusiasmo, que es la palanca omnipotente" . Así, el juvenilismo de Rodó se vincula directamente con el clasicismo en cuanto capacidad creadora: del festivo juego infantil griego nació la civilización.   Retomando a Michelet, habla de la actividad del alma helena  comparándola con un "divino juego de niños", imagen que remite inevitablemente a la última de las tres transformaciones del espíritu que Nietzsche señala en el Zaratustra: el niño, símbolo del nihilismo extático  y en relación con la exaltación vital. Ambos comparten también el entusiasmo por el mundo heleno, pero cuando Rodó admira Grecia,  la piensa como cuna de la civilización y no discrimina etapas: el diálogo platónico vale por el "sentido ideal" que le  otorgaba a la vida mientras que para Nietzsche es expresión del  trasmundanismo que enturbió la fuerza vital dionisíaca. Ambos apuntan a la "resurrección de las energías de la voluntad [para ahuyentar] las cobardías morales que se nutren en los pechos de la decepción y de la duda"  pero difieren en el  marco de estas ideas: mientras a Rodó parece alentarlo la fe de los que tienen todo por hacer , en Nietzsche pesa con fuerza la crítica a lo hecho.  No obstante, la afirmación de la vida, sin caer en la alegría vacía que excluye sus pesares,  es denominador común de ambos autores.  Es éste un punto que lo aleja de los decadentistas, a quienes sin embargo menciona admirativa y reiteradamente, cuyos héroes "encerrados en el círculo estrecho de sus preocupaciones, aspiran ardorosamente a las evasiones que la vida real no les permite [...ofreciendo...] el ejemplo de una actitud de rechazo total de la vida, de condenación absoluta de la existencia" .   Si en la exaltación del mundo griego lo acerca a Nietzsche lo que de afirmación vital ven ambos en los helenos, son, además de éste, otros aspectos de admiración los  que comparte con Schiller . También el alemán se dirigía en el siglo XVIII a los jóvenes en tanto que imbuidos del ideal superior serían los que impulsarían el cambio necesario para vencer la fragmentación moderna; para ello es preciso mirar a los griegos, hombres íntegros que en la búsqueda de la unidad absoluta lograron concebir el ideal que une  belleza y verdad con una finalidad moralizante. La meta del desarrollo pleno y conjunto del hombre en oposición tanto al intelectualismo abstractizante como al dominio parcial de

Page 28: José Enrique Rodó

intereses, son compartidos por ambos pensadores.  En la Carta VI de La educación estética del hombre Schiller señalaba  que el alejamiento del conjunto vacía la vida concreta; el ejercicio unilateral de las facultades escinde al individuo y lo hace de corazón frío cuando se trata del pensador  abstracto y de un corazón estrecho cuando se trata de un profesional volcado a la producción material. Así, el cultivo de lo bello en la juventud redime de los yerros que la apartan de su destino, la indolencia y la grosería: "el sentimiento de belleza, al desarrollarse, afina las costumbres" (Carta X), y más que eso, "a la libertad se llega por la belleza" (Carta II). Veamos las palabras semejantes con que Rodó se expresa: se opone a la fragmentación del espíritu, expresada en la especialización que prepara "para el porvenir espíritus estrechos" ; "lo imperecedero del modelo legado [por Atenas nace de que] supo engrandecer a la vez el sentido de lo ideal y de lo real, la razón y el instinto, las fuerzas del espíritu y las del cuerpo" ; "De todos los elementos superiores de la existencia racional, es el sentimiento de lo bello, la visión clara de la hermosura de las cosas, el que más fácilmente marchita la aridez de la vida limitada a la invariable descripción del círculo vulgar [... Aunque la masa anónima no valora la superfluidad del arte] entre todos los elementos de la educación humana que pueden contribuir a formar un amplio y noble concepto de la vida, ninguno justificaría más que el arte un interés universal"  ; y la real libertad está en la vida interior "donde tienen su ambiente propio todas las cosas delicadas y nobles que, a la intemperie de la realidad, quema el aliento de la pasión impura y el interés utilitario proscribe: la vida de que son parte la meditación desinteresada, la contemplación ideal, el ocio antiguo..."  .  Aquí aparece otro punto de admiración a los griegos: el ocio noble  y creador  que permitía el cultivo de la vida superior del espíritu en oposición a la actividad económica.

Belleza y moralidad

 Por lo expuesto hasta acá se ve claramente el carácter moralizante que el arte tiene para Rodó: la belleza es la que contiene la posibilidad de universalidad,  por el cultivo de ella es factible recuperarse de la fragmentación moderna. Esto es posible porque, volviendo al mundo griego, Rodó entiende la idea de belleza como armonía  y a la vez  relacionada con el bien y la verdad (en lo que resuenan las nociones de orden y medida aristotélica y la kalokagathía platónica): "A medida que la humanidad avance, se concebirá más claramente la ley moral como una estética de la conducta. Se huirá del mal y del error como de una disonancia; se buscará lo bueno como el placer de una armonía." .   El bien parece quedar subsumido  a la belleza en cuanto ésta lo realza, pero a su vez la belleza es instrumento de la moralidad: "aquellos que exigirían que el bien y la verdad se manifestaran invariablemente en formas adustas y severas, me han parecido siempre amigos traidores del bien y la verdad [...] el que ha aprendido a distinguir de lo delicado lo vulgar, lo feo de lo hermoso, lleva hecha media jornada para distinguir lo malo de lo bueno" . Así, la exaltación rodoniana de los valores estéticos no supone la anulación de los morales; a diferencia del camino que más adelante seguiría lo que Jeffrey Herf llama "modernismo reaccionario" no hay suspensión de la moral y desenfreno del deseo a partir de la justificación de la vida en la experiencia estética por sí sola . De la misma manera que la "fuerza bendita" de la juventud debe fecundarse con ideas pues no está exenta de malograrse, para Rodó el cultivo aislado y exclusivo del buen gusto entendido como mera y superflua exterioridad, "elegancia de la

Page 29: José Enrique Rodó

civilización", puede imposibilitar el desarrollo moral. Sin embargo,  "En el alma que haya sido objeto de una estimulación armónica y perfecta, la gracia íntima y la delicadeza del sentimiento de lo bello  serán una misma cosa con la fuerza y la rectitud de la razón"; entonces, el mal gusto puede entenderse como extravío moral .   Precisamente, el cultivo de la belleza entendida como armonía permite limitar el desequilibrio que conlleva la especialización unilateral y aunque la complejidad de nuestra civilización impide pretender volver a la sencilla armonía ateniense, hay que apuntar a "ciertas ideas y sentimientos fundamentales que mantengan el concierto de la vida" . Son reiteradas en el Ariel las invocaciones al sentimiento  y la voluntad unidos al entendimiento; la idea de razón rodoniana que subyace a su presentación, está depurada  de dominio intelectualista; lo propiamente cognoscitivo, se enlaza con lo estético y lo moral en un juego de equilibrio inestable.   Se ve claramente que Rodó no es un esteticista que busca lo bello por lo bello lo que, desde su perspectiva, implicaría caer en el riesgoso campo de la frivolidad y el espelendor vacío. Esta es la base de su crítica al modernismo tal como aparece en una de sus primeras publicaciones en la Revista Nacional de literatura y Ciencias Sociales que él dirigió entre 1895 y 1897: "Nuestro modernismo apenas ha pasado de la superfluidad. -Tenemos, sí, coloraciones raras, ritmos exóticos, manifestaciones de un vivo afán de la novedad de lo aparente, osadas aventuras en el mundo de la armonía y el mundo de la imagen, refinamientos curiosos y sibaríticos de la sensación..." .   Ahora puede verse porqué el esteticismo rodoniano se diferencia del de los decadentistas: éstos, según Pierrot, en la búsqueda de lo excepcional y lo raro caen en el límite de poner el arte en lugar de la vida, y con la agudización de la sensibilidad junto a la hipertrofia de la inteligencia crítica, "destruyen en contrapartida la facultad de la voluntad y el deseo de actuar" ; la bella forma no es vehículo de transformación social al modo de Rodó, sino expresión del atrincheramiento interior ante el rechazo de la realidad.  

Cristianismo sin Cristo

 Pero Rodó, buscando las raíces sobre las que proyectar el futuro, no se limita a rastrear en la antigüedad clásica sino que ella se completa con la tradición que ofrece el cristianismo primitivo: "la perfección de la moralidad humana  consistiría en infiltrar el espíritu de la caridad [que encarna la figura de Jesús] en los moldes de la elegancia griega". Así como rechazaba por hueca la bella forma exterior, es necesario que el redentor, el filántropo, el misionero lleven sus preceptos no en "cajas de plomo" sino bajo el "entendimiento de la hermosura" . Es por ello que del cristianismo rechaza a los ascetas que excluyeron la alegría vital y a los puritanos que persiguieron toda belleza y selección intelectual.   Si bien en el Ariel están presentes las cuestiones básicas de su interpretación del cristianismo, el desarrollo de tales ideas aparece en detalle en la discusión periodística que en 1905 mantuvo con el líder anticatólico Pedro Díaz  en ocasión de haberse ordenado el retiro de los crucifijos de las salas de los hospitales del Estado, según el acuerdo de la Comisión de Caridad y

Page 30: José Enrique Rodó

Beneficencia Pública. La posición suya en esta polémica se vio inmediatamente editada formando el folleto Liberalismo y Jacobinismo, su primera publicación después de la aparición de Ariel.   En contraste con su admiración casi total al mundo griego, y en contraposición al rechazo indiscriminado de Nietzsche (para quien el cristianismo es platonismo para el pueblo, o sea mentira transmundana), Rodó toma y saca del cristianismo en la línea que Renan le marcara. Como él, el uruguayo apunta, en cuanto a las necesidades de la humanidad, no tanto a una fórmula política sino a la presencia de fines espirituales: la virtud no está en el funcionamiento social sino que adquiere el carácter de un ideal que guía la actividad práctica. Pero a diferencia de Renán , el choque con la realidad se traduce en Rodó en voluntad de transformación: "... las ideas, como agentes morales, sólo cobran eficacia, en el caliente regazo del corazón y la voluntad humanas, y el corazón y la voluntad humanas han de empezar por tomar formas personales  en el carácter vivo de un hombre, de un apóstol, de un iniciador, para que instituido con el modelo del ejemplo, se propague a la personalidad de los otros" . Este modelo aparece en el Jesús humanizado de Renan.   Aunque no cree en la divinidad de Jesús, ve en él al "más grande y puro modelo de amor y abnegación humana", lo califica como "creador de la caridad", "reformador moral", "benefactor de la especie"... . Es por ello que se opone al retiro de los crucifijos de los hospitales pues, en tanto Jesús universaliza la caridad que los profetas limitaban a la nacionalidad y la patria, es el símbolo del "bien practicado sin condiciones, aun a cambio del mal recibido... la moral de Sócrates nunca pasó de la noción de justicia que se define activamente por la retribución del bien con el bien, y que frente al malo prescribe la actitud negativa de no retribuirle con el mal" .   La propuesta de hombre/humanidad plenos que plantea Rodó, su posición contraria al intelectualismo abstractizante, necesita del cristianismo como movilizador de sentimientos generosos: "Los grandes reformadores morales son creadores de sentimientos, y no divulgadores de ideas" . Por eso es necesario apoyarse no sólo en el clasicismo sino también en el cristianismo: "De aquella parte [Grecia] vino lo más noble de nuestro patrimonio intelectual: Ciencia, Arte, investigación metódica, sentido de lo bello [...]  Sin la persistencia de esta obra, el Cristianismo sería un veneno que consumiría hasta el último vestigio de civilización. Las esencias más salutíferas, los específicos más nobles, son temibles venenos, tomados sin medida ni atenuante [...] Ambos principios han llegado a conciliarse, más o menos armoniosamente, en la complexidad de nuestro espíritu, en nuestro sentimiento de la vida; pero en cuanto a su origen, ni pudieron brotar juntos, ni era dable que se lograsen sino a condición de crecer en medios diferentes, adecuados a las respectivas leyes  de desarrollo"  .  

Americanismo y nordomanía

Estas son las bases que le permiten a Rodó  fundamentar su oposición al utilitarismo estrecho, cuya expresión concentrada, al modo de los más "temibles venenos", aparece en los Estados Unidos de Norteamérica. La integridad de la razón encuentra su oposición en la concepción utilitaria que orienta toda

Page 31: José Enrique Rodó

actividad al interés inmediato. El "menoscabo de la consideración estética y desinteresada de la vida" a favor del "desborde del espíritu de utilidad"  tendría sus causas en las revelaciones de la ciencia,  en tanto llevan a la destrucción de toda idealidad por su base, y en el triunfo de las ideas democráticas que aunque en su realización niegan las jerarquías infundadas, abandonada a sí misma no llega a "la revelación y el dominio de las verdaderas superioridades humanas" . Contra el espíritu de la medianía enquistado en la "zoocracia" democrática, opone la heroicidad individual que, extrañándose de su época, en la jerarquización selectiva  tiene "dentro del arte [...] su más natural adaptación" . Son las minorías espirituales superiores  las que dan carácter a un pueblo  y no las mayorías, por lo que es en ellas que debe recaer la dirección moral de los pueblos. De este modo el artista/intelectual, cuya máxima libertad la conquistó en su aislamiento interior , se reintegra a la arena pública, como el rey filósofo platónico, con una misión que cumplir. Es aquí donde entra a jugar un papel fundamental la educación: "Es en la escuela, por cuyas manos procuramos que pase la dura arcilla de las muchedumbres, donde está la primera  y más generosa  manifestación de equidad social que consagra para todos  la accesibilidad  del saber  y de los medios más eficaces de superioridad" . Así, la tarea democrática de anulación de injustas aristrocracias tradicionales, basadas en ilegítimos privilegios  heredados o adquiridos por la fuerza o el dinero, se completará con el establecimiento de las auténticas superioridades A  lo largo del tratamiento  que Rodó hace de la democracia  se acerca  en las críticas a la mesocratización a "las seductoras  páginas de Renan" y al "formidable Nietzsche", pero se aleja explícitamente de ellos  cuando no deja de reconocer en la democracia y en la ciencia a "los dos insustituibles soportes sobre los que nuestra civilización descansa" , reivindicando la igualdad de derechos y la superación por la educación  así como los sentimientos cristianos  de fraternidad  que el despectivo superhombre nietzscheano desconoce. La futura democracia tomará del cristianismo el sentimiento de la igualdad , y del clasicismo el sentimiento de la jerarquía: "La democracia, entonces,  habrá triunfado definitivamente [superando] la vulgaridad del tumulto" .  Por lo expuesto es que, a pesar de faltarle a su  carácter colectivo la definición clara de la personalidad, Hispanoamérica no debe caer en la tentación  de la adhesión sumisa al modelo  del norte: Estados Unidos encarna el verbo utilitario y la igualdad mediocre y por lo tanto, no puede satisfacer una aceptable concepción del destino del hombre. El titanismo material produce a la vez insatisfacción y vacío; la desmesura de la actividad utilitaria trae aparejado un inmediatismo egoísta carente de idealidad vivificante. El cosmopolitismo  y el atomismo de "una mal entendida democracia  impiden la formación de una verdadera conciencia nacional" . Al llegar a Norteamérica el positivismo y utilitarismo perdieron lo que podían llevar  de "instinto poético" y es así que al norteamericano falta el buen gusto, la belleza es ignorada por él y reemplazada por un sensacionismo grandilocuente y a su menosprecio se une el de la verdad en cuanto ambas son inútiles. En suma, Norteamérica carece de la selectividad necesaria para la transformación  progresiva y mediata del hombre. Su convicción acerca de la jerarquización espiritual hace  no sólo que rechace los Estados Unidos por lo que de mediocrización  lleva su tendencia utilitaria,  sino que le niega la posibilidad de hegemonía por insuficiencia apostólica, en un claro sobredimensionamiento del poder espiritual sobre el económico (aunque es cierto  que no niega la necesidad del bienestar material).   No obstante lo expuesto, la oposición rodoniana a los Estados Unidos no es una negación absoluta sino que, como en las críticas a la democracia antes

Page 32: José Enrique Rodó

señaladas, su posición es matizada e incluye reconocimientos : "aunque no les amo, les admiro" llega a decir. Sin embargo es claro en cuanto a la necesidad de hacer frente a la nordomanía promotora de la incorporación del modelo yanqui ya que el trasplante artificial vulnera la creatividad. La valoración de la individualidad lo lleva a argumentar contra la sumisión a los encumbrados en desmedro de la independencia interior. La "herencia de la raza" le da a América latina una identidad diferenciadora cuyas raíces es menester resguardar para la realización del futuro: el arraigo en el pasado y el impulso hacia lo venidero dan sentido al esfuerzo presente.  

Algunas consideraciones finales

 La identidad americana propuesta en el Ariel  por Rodó se muestra como oposición diferenciadora del avasallante mundo estadounidense y como ideal de inserción universal, pero parece saltearse el momento de la particularidad. Rodó piensa América desde Europa; Ariel podría haber sido escrito casi sin diferencias desde el continente europeo (tal vez lo más significativo sea el desencanto que en ese momento expresaban unos y la esperanza que promete América). Ya los humanistas italianos, y con más éxito que Rodó, habían impulsado la resurrección de la antigüedad clásica. Así como ellos volvieron a los maestros latinos para encontrar un modelo superior a su situación, historizando la realidad y planteando programas de acción, Rodó propone buscar en la tradición greco-cristiana el ideal que permita la construcción de Latinoamérica. Lo que diferencia a los humanistas de Rodó es que aquellos rastrearon la recuperación de la realidad  mientras que éste  buscó un ideal para la edificación de una realidad americana.   Sin embargo la repercusión de Ariel en Hispanoamérica fue vasta y se prolongó entrado el siglo; todavía hoy sigue siendo un motivo para la reflexión sobre América . Carlos Real de Azúa en "Ariel, libro argentino"  además de centrar el núcleo de sustentación del Ariel en la defensa de la vida espiritual, hace un rastreo de las referencias americanas en general y argentinas en particular, ocultas por Rodó pero presentes, por lo que podría pensarse en un soporte regional y de época que explique tal grado de repercusión de la obra. En ese artículo Real de Azúa señala  que la identidad espiritual de Rodó hay que buscarla en el ochentismo argentino (aun cuando en Ariel no aparece una sola cita de autor de esa generación); de allí, sería Cané el único con quien Rodó  mantuvo relaciones epistolares. Antes que éste en Ariel, Cané prioriza el arte en la escala valorativa del quehacer humano y vincula a los Estados Unidos con la falta de espiritualidad; las críticas al país del norte, que de manera organizada y más elaborada y matizada están en Ariel,  ya en 1884 las hacía Cané: "La preocupación por el dinero predomina sobre todas" en los Estados Unidos y su pueblo  "seguirá a un hombre que le muestre el becerro de oro como meta suprema; jamás el estilo lato, el calor del sentimiento, el arte en sus formas más elevadas, estremecerán esa masa flemática, embobada por una educación tradicional" . Esta perspectiva, es obvio,  se asemeja a la versión "calibanesca" que Rodó da de los Estados Unidos de Norteamérica.  Por otro lado, en 1901 Cané hará una defensa de los estudios clásicos  que lo acerca a la búsqueda  rodoniana del legado de la antigüedad greco-cristiana como modelo para la superación de la fragmentación moderna.  Pero, a diferencia de Rodó, cuyo esteticismo, como se vio, es claramente moralizante, Cané antepone e independiza lo estético en un mundo ideal incontaminado. Si bien es cierto que

Page 33: José Enrique Rodó

en algunos casos reconoce en el arte capacidad de cambio social , no hay en su obra una propuesta sistemática ni aparece como finalidad del mismo. La belleza fundamentalmente es privilegio de un mundo cuasi celestial.   Asimismo, es posible preguntarse si un desplazamiento hacia la lectura política de Ariel, que encontró en el libro el imperativo de realización autónama de Latinoamérica, no fue lo que permitió la trascendencia de la obra. El americanismo no es un invento arielista sino que ya está presente en la gesta emancipadora (de ahí la admiración rodoniana por Bolívar) y llega a los días de Rodó como la aspiración expresa de los modernistas.   Visto desde esta perspectiva, y sabiendo que la juventud a la que le hablaba era la intelligentzia del continente, no resulta tan llamativo que ella se sintiera conmovida en su identidad con un discurso sobre lo bello y lo bueno por realizar, aun cuando en él se remitiera a la antigüedad clásica. Por eso, también, más allá de las implícitas críticas a la modernidad y de los tópicos comunes, el esteticismo rodoniano no es identificable con el ‘giro estético’ que se presenta en la controversia contemporánea en torno a la razón. En el análisis reciente que Chantal Maillard hace de la razón estética aparecen la reivindicación lúdicra, la imbricación entre arte y moral, la oposición a la fragmentación de la experiencia, etcétera, pero es en el contexto de “la caída de los fundamentos”, de la consideración de que “el signo de la posmodernidad [es] la sensación de

Page 34: José Enrique Rodó

Nació el 15 de julio de 1871 en Montevideo (Uruguay). Ingresó con nueve años en el Colegio Elbio Fernández. Perteneció a la llamada "generación de 1900". Diputado por el Partido Colorado en varias ocasiones, pero crítico con el batallismo oficial del presidente José Batlle y Ordóñez, se trasladó en 1916, a Europa para trabajar como corresponsal literario de Caras y Caretas. Fue cofundador de la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales (1895-1897), y desde ese momento ejerció la crítica literaria con tolerancia y flexibilidad. Bajo el título común de La vida nueva, dio a conocer los ensayos El que vendrá (1897), La novela nueva (1897), Rubén Darío. Su personalidad literaria. Su última obra (1899) y Ariel (1900). Este último, un "sermón laico" dedicado a la juventud de América, tuvo una gran repercusión en toda la América hispánica, con su visión de los Estados Unidos como imperio de la materia o reino de Calibán, donde el utilitarismo se habría impuesto a los valores espirituales y morales, y su preferencia por la tradición grecolatina de la cultura iberoamericana. El éxito no se repitió con sus obras posteriores: Liberalismo y jacobinismo (1906), Motivos de Proteo (1909), El mirador de Próspero (1913) y las póstumas, El camino de Paros (meditaciones y andanzas) publicada en 1918 y Nuevos motivos de Proteo, en 1927.

2 - Rodó, Maestro de Parabolas

Artículo creado por Mal_fica . Extraido de: http://malenita.blogcindario.com/2005/08/00027-biografia-de-jose-enrique-rodo-y-ariel.html

13 Junio 2006

< anterior | 1 2 3 4 5 6 | siguiente >

""Rodó fue el vidente de sí mismo y el pensador intenso que todos reconocen; fue el anhelante apóstol de las armonías morales fundadas en amor; fue, para las juventudes, sobre todo, para las de la familia americana en particular, el ejemplar maestro de los idealismos y las abnegaciones y las caridades: pero fue ante todo y sobre todo, y mas que todo, el artífice inimitable de su verbo; el enriqueció nuestra lengua castellana, no propiamente con nuevas voces, pero con una nueva voz; en la suya, en su voz personal, se formaron sonoridades no escuchadas aún, nuevos ritmos de la prosa castellana, que brotaban de su esencia, como nuevas revelaciones de sus tesoros y de su vida perdurable.

Juan ZORRILLA DE SAN MARTIN

La permanente actualidad de Rodó se nutre con la savia de sus parábolas. No en balde enraízan su propósito adoctrinador, en el fértil y siempre fecundo campo bíblico. Joao Pinto da Silva afirma: "José Enrique Rodó falla como um propheta da Biblia: por parábolas. Essa forma, foi a forma predilecta dos grandes conductores de povos e de espirites." (1) Gonzalo Zaldumbide, tan fino exégeta rodoniano, define con precisión: "Rodó halló en el encanto de la parábola -donde aúnan sus gracias la ficción, la moral, la poesía, la experiencia filosófica y la cordura- la imagen abreviada de su ideal y la satisfacción menos incompleta de su aspiración." (2) Y Rodó, al proyectar, en 1905, la carátula para su PROTEO, insertaba en ella, como explicación definidora, el versículo 11, del capítulo IV, del Evangelio de San Marcos, según el cual "todo se hace por vía de parábolas".(3) Pudo agregar aún, como el Rey-profeta en su salmo LXXVIII, 2: "Abriré en parábola mi boca: hablaré enigmas del tiempo antiguo." Rodó confesó su aptitud para transformar en imagen toda idea que se cobijara en su espíritu; así se explica que las parábolas o los cuentos simbólicos con que procura objetivar sus reflexiones filosóficas, luzcan "el colorido de la descripción, la firmeza del dibujo, el cuidado de la frase y la compenetración del concepto y de la forma".(4) Del mismo modo, encuentra razón su afán de acumular datos - particularmente históricos o biográficos para reafirmar los puntos de vista de su tesis sobre la formación y transformación de la personalidad "bajo la mirada vigilante de la inteligencia y con el concurso activo de la voluntad".(5)

La permanente actualidad de Rodó se nutre con la savia de sus parábolas. No en balde enraízan su propósito adoctrinador, en el fértil y siempre fecundo campo bíblico. Joao Pinto da Silva afirma: "José Enrique Rodó falla como um propheta da Biblia: por parábolas. Essa forma, foi a forma predilecta dos grandes conductores de povos e de espirites." (1) Gonzalo Zaldumbide, tan fino exégeta rodoniano, define con precisión: "Rodó halló en el encanto de la parábola -donde aúnan sus gracias la ficción, la moral, la poesía, la experiencia filosófica y la cordura- la imagen abreviada de su ideal y la satisfacción menos incompleta de su aspiración." (2) Y Rodó, al proyectar, en 1905, la carátula para su PROTEO, insertaba en ella, como explicación definidora, el versículo 11, del capítulo IV, del Evangelio de San Marcos, según el cual "todo se hace por vía de parábolas".(3) Pudo agregar aún, como el Rey-profeta en su salmo LXXVIII, 2: "Abriré en parábola mi boca: hablaré enigmas del tiempo antiguo." Rodó confesó su aptitud para transformar en imagen toda idea que se cobijara en su espíritu; así se explica que las parábolas o los cuentos simbólicos con que procura objetivar sus reflexiones filosóficas, luzcan "el colorido de la descripción, la firmeza del dibujo, el cuidado de la frase y la compenetración del concepto y de la forma".(4) Del mismo modo, encuentra razón su afán de acumular datos - particularmente históricos o biográficos para reafirmar los puntos de vista de su tesis sobre la formación y transformación de la personalidad "bajo la mirada vigilante de la inteligencia y con el concurso activo de la voluntad".(5) Rodó no era un escritor repentista. Sus cláusulas por otra parte, de amplio y abundante vuelo, tienen, en apariencia, lineamientos oratorios en el propósito, frecuente, de convencer, tanto como de exponer. El cuidado del estilo, lo que llamó "la gesta de la forma", era en él, necesidad espiritual y artística, casi diríamos, expresión poética. En muchas de sus páginas se realiza "el milagro musical de las palabras" que, según Ramón del Valle Inclán, es el único modo en que puede revelarse "el secreto de las conciencias".(6) Percibía "muy intensamente el ritmo de la prosa". Escribía "mentalmente casi sin cesar" y acaso a esto fuera debido su aire, como de sonámbulo, por las calles montevideanas. Sus borradores, felizmente propiedad inalienable del Estado, "suelen ser un montón de jirones de papel, de toda forma, especie y tamaño". La corrección y la selección implacables impuestas en el proceso constructivo de sus manuscritos inéditos, evidencia la "delectación morosa" con que trabajaba su prosa rotunda, de singular prestancia, en que florecen "las influencias más diversas del sentimiento y el lenguaje".(7) Páginas escritas antes de 1904, fueron conocidas casi treinta años después de muerto el Maestro.(8) Sobre su modo de escribir, nadie mejor que el propio Rodó ha dicho lo que interesa saber. En carta del 2 de agosto de 1904 le escribía a Francisco García Calderón: "Mi modo de producir es caprichoso y desordenado en los comienzos de la obra. Empiezo por escribir fragmentos dispersos de ella, en el orden en que se me ocurre, saltando quizá de lo que será el fin a lo que será el principio, y de esto a lo que irá en el medio; y luego todo lo relaciono y disciplino. Entonces el orden y el método recobran sus fueros, y someto la variedad a la unidad. Al principio no veo claro el plan y desenvolvimiento de la obra. Encaro la idea de ella por la faz que primero se me presenta, y mientras voy escribiendo, el plan se va haciendo en mí. Son así simultáneas la concepción del plan y la ejecución. Para la forma soy descontentadizo y obstinado". Y completaba su

Page 35: José Enrique Rodó

información, de este modo: "... casi no puedo escribir de seguida sin tener a mi alcance un diario, periódico, o libro, que de vez en cuando tomo para palparlo, para estrujarlo (y así he echado a perder muchos inocentes volúmenes) y hasta para aspirar su aroma, si es impreso nuevo, el incomparable aroma del papel y la tinta". En carta a Juan Francisco Piquet, escrita en Julio de 1905 - que Emir Rodríguez Monegal utiliza en su enjundioso "José E. Rodó en el Novecientos"-, Rodó confesaba: "Tengo cuadernos enteros (diez o doce) llenos de noticias y detalles biográficos, que he reunido, compulsado y organizado durante largos meses para obtener de ellos conclusiones relativas a diversos puntos de mi tesis." Precisamente, entre los documentos, celosamente guardados en el Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos Literarios, el profesor José E. Etcheverry encontró la clave con sujeción a la cual Rodó administraba la copiosa documentación que recogía en sus innumerables lecturas. Todo esto evidencia que Rodó trabajaba su prosa como un benedictino paciente. Y las correcciones numerosas de que suelen estar plagados sus manuscritos corroboran y atestiguan de qué manera era exigente para expresar, del mejor modo, la integridad de su pensamiento, dentro de un molde en que la palabra precisa y adecuada no estuviese ausente.

Desde sus comienzos, Rodó se muestra dueño de un estilo y seguro de su expresión. Casi podría decirse que no tiene iniciación literaria. Principia a escribir y a pensar como un maestro. Concibió y concretó un pensamiento filosófico desde que inició su labor intelectual. No mostró pasado inseguro antes de asentar la secuencia de sus ideas. Sintió la urgencia de transmitir su mensaje. Por esto, gráficamente, su obra trunca se detiene en mitad de una parábola ascensional o se abre, como su pensamiento, ante una perspectiva indefinida. Mientras los demás de sus contemporáneos salen en busca de un camino y recorren largos senderos en procura de un rumbo que, muchas veces, no llegan a encontrar, Rodó, desde que empieza a marchar, ya sabe hacia dónde conduce sus pasos. Tiene la certeza de que posee una verdad y, para exponerla y defenderla, destina el mayor número de las horas de sus años. Ni forma cenáculos, como es costumbre del ambiente; ni concurre a ellos; acaso más que por indiferencia o por egoísmo, por celo y avaricia de su tiempo. Sólo le preocupa estar al día con las manifestaciones del pensamiento contemporáneo, y por esto, tarde a tarde, en la tertulia de la librería, hojea y hojea libros recientemente llegados, cambia ideas sobre las novedades literarias y hasta asume insólita actitud crítica riéndose mientras acuna en sus manos, uno de los primeros ejemplares de "El lunario sentimental'' de Leopoldo Lugones, llegados a Montevideo ... (9) Y, sin embargo, alrededor de su nombre y por su obra, congrega el pensamiento disperso de la juventud de América, cuando comienza a conocerse en el continente el texto de la plática de Próspero. Tras el vuelo de Ariel no resonaron unánimes e inmediatos aplausos; pero, es incontestable que, a medida que van pasando los días, el "sermón laico" de Próspero deja de ser la voz profética de Rodó, para convertirse en el coro continental de la americanidad naciente.(10) Rodó no fue ápice de una generación, porque ésta supone cierta conjunción gregaria y él fue profundamente individualista, en su vida y en su obra. Mas a su vera y en su tiempo, ¡qué conjunto de admirables escritores lució el país, para asombro del continente! Emir Rodríguez Monegal estudió el núcleo de la generación del novecientos, dentro del cual sobresale Rodó.(11) Basta recordar los otros nombres epónimos: Carlos Reyles, Julio Herrera y Reissig, Horacio Quiroga, Carlos Vaz Ferreira, Javier de Viana, María Eugenia Vaz Ferreira, Florencio Sánchez, Delmira Agustini. .. ¡Toda la literatura uruguaya en sus valores más duraderos! En esta enumeración faltan quienes dan a este Novecientos, esplendor perdurable: Eduardo Acevedo Díaz, el novelista, y Juan Zorrilla de San Martín, el poeta, que estaban en la plenitud cuando apareció ARIEL. El contraste evidente entre las características de la ya formada personalidad de Rodó v la de sus contemporáneos, predispuso a pensar que Rodó es como un hongo solitario en el ambiente intelectual montevideano, al que nada le adeudaría, ni del que acaso pudiera ser considerado como expresión fiel. No es posible resolver con semejante simplismo, la significación de Rodó a su hora y en su tiempo. El instante en que se alza la palabra magistral de Rodó estaba grávido para las grandes expresiones perdurables. La literatura ibero-americana comenzaba una era de esplendorosa expresión. Ciertamente que, en el plano suramericano, reflorecían los jardines verlainianos, cuando ya estaban fuera de moda para el gusto francés; pero, no es menos cierto que, acaso por obra y presencia de lo telúrico continental, la literatura hispano-americana iba ofreciendo "una renovación modificada de los antiguos moldes" (12) por medio de "la correlación necesaria de la literatura al estado de alma de las generaciones nuevas".(13) América se había caracterizado por la obra de los grandes sociólogos que, paradojalmente, planificaban para futuros hipotéticos. Hombres nutridos en la misma entraña de los problemas políticos más encrespados y violentos, soñaban con un porvenir que, más que por ellos, parecía arquitecturado por los poetas románticos. Rodó no escribe poemas de tal naturaleza. Su prosa poética toca las duras realidades y analiza, con apasionamiento de verdad, los peligros que asechan a estos pueblos indiferentes a los problemas del mundo. Rodó adivina y presiente que los Estados Unidos de Norteamérica significan una posibilidad de esclavitud para estas tierras en que los hombres se desangran en luchas fratricidas, y por ello alza el verbo de Próspero y llama a la juventud para decirle que "sin el brazo que nivela y construye no tendría paz el que sirve de apoyo a la noble frente que piensa" (14) y para asegurarle que "el presente pertenece, casi por completo, al tosco brazo -insiste y repite- que nivela y construye".(15) Rodó sabe y lo pregona, refiriéndose a los Estados Unidos de Norteamérica, que "el crecimiento de su grandeza v de su fuerza será objeto de perdurables asombros para el porvenir".(16) Los admira, quizá los teme y no los ama, porque estima que la obra sin impaciencias que puede realizarse en el mundo nuevo, permitirá avanzar y concebir "más claramente la ley moral como una estética de la conducta".(17) Así insiste en la necesidad de alcanzar la perfección individual, tanto como en la urgencia de propender a la educación colectiva; de igual manera que preconiza el culto de la energía individual que "hace de cada hombre el artífice de su destino".(18) Todo esto nos asegura que Rodó no le dio espaldas a la realidad de la vida. Comprendió los problemas del hombre hundido en el seno de la multitud. Desde su biblioteca miró hacia la calle; pero su espíritu estaba encarnado en el hombre que sufría hambre y sed de justicia, en el obrero, del que dijo: "Ésta es una aristocracia imprescriptible, porque el obrero es, por definición, "el hombre que trabaja", es decir, la única especie de hombre que merece vivir".(19) Pareció ser indiferente a la acción de la calle; pero, silenciosamente, supo asumir las actitudes dignas y claras que impone el decoro en la conducta. Y cuando fue necesario, salió de su retiro a decir en voz alta su pensamiento, para compartir con plena comprensión, las responsabilidades de su hora. No desconocía el interés y el estimulo que, "para el diarista de raza -y él lo era- tienen las horas de agitación y turbulencia". Por esto, afirmó: "El verdadero hombre de diario no se adapta sin penoso esfuerzo a los ambientes bonancibles: es ave de tormenta criada para arrostrar el ímpetu de los vientos desencadenados y mojar sus alas en la hirviente espuma de las olas." (20) Rodó estimaba su labor de periodista como la obligación impuesta por el cumplimiento de un deber: "Ser escritor y no haber sido, ni aun accidentalmente, periodista, en tierra tal como la nuestra, significaría ... no haber sentido nunca repercutir dentro del alma esa voz imperiosa con que la conciencia popular llama a los que tienen una pluma en la mano, a la defensa de los intereses comunes y de los comunes derechos, en las horas de conmoción o de zozobra." (21) Y así resultó Maestro, sin proponérselo; y conductor, sin sospecharlo, cuando desarrolló la cuestión de la Democracia y planteó el problema de la libertad en el proceso de la liberación del espíritu. Su concepto de la igualdad democrática reposaba "sobre el pensamiento de que todos los seres racionales están dotados por la naturaleza de facultades capaces de un desenvolvimiento noble".(22) De aquí que Rodó pensase "en la educación de la democracia y su reforma"(23) para implantar aristocracias de calidad -las de la virtud, del carácter y del espíritu- que permiten "establecer la superioridad de los mejores, asegurándola sobre el consentimiento libre de los asociados".(24)

En 1907, en su admirable revista "El Nuevo Mercurio", Enrique Gómez Carrillo promovió una encuesta sobre el Modernismo en Hispanoamérica. De las treinta y cuatro respuestas publicadas, una conviene destacar porque, además de ser sustantiva, procede de un escritor que tuvo y guardó con Rodó, permanente y sorprendente coincidencia de pensamiento. En la aludida contestación, Carlos Arturo Torres -que tal es el pensador- sostiene que "la repudiación del prejuicio consubstancial constituye el acto más valeroso de autonomía humana". Y al hablar de la liberación del espíritu como de "la más augusta de las liberaciones" asegura que hay una notoria diferencia "entre aquellos que han llegado a una fe nueva al través de las ordalías del acto moral preliminar de la anulación de una fe antigua, y los que, colocados en el camino, desde el principio y por circunstancias que ellos no determinaron, no conocieron la trágica zozobra de esas demoliciones y de esas edificaciones interiores".(25) La cabal formación espiritual que se advierte en la obra de Rodó, desde los comienzos, se circunscribe y ciñe, de manera sugerente, a un idéntico

Page 36: José Enrique Rodó

planteamiento del problema de la libertad que es, sin disputa, el más profundamente esencial del Hombre. Rodó insiste tesonera y tercamente en dilucidarlo para alcanzar la solución ética irreprochable y más en consonancia con la dignidad humana. En ARIEL -pág. 33- afirma sin subterfugios: "Aun dentro de la esclavitud material, hay posibilidad de salvar la libertad interior: la de la razón y el sentimiento." Como si el sentido afirmativo del concepto no fuese claro e intergiversable, continúa casi pleonásticamente su pensamiento, diciendo: "No tratéis, pues, de justificar por la absorción de trabajo o el combate, la esclavitud de vuestro espíritu." Pocas páginas más adelante -pág. 38-, vuelve a insistir en su idea y recuerda que la escuela estoica "nos ha legado una sencilla y conmovedora imagen de la salvación de la libertad interior, aún en medio a los rigores de la servidumbre, en la hermosa figura de Cleanto; de aquel Cleanto -dice- que, obligado a emplear la fuerza de sus brazos de atleta en sumergir el cubo de una fuente y mover la piedra de un molino, concedía a la meditación las treguas del quehacer miserable y trazaba, con encallecida mano, sobre las piedras del camino, las máximas oídas de labios de Zenón." Meses después de aparecido ARIEL, entrega como escrita en junio de 1900, con destino al "Almanaque Sudamericano para 1901" (26) una página que titula "Fragmento", en que vuelve al tema predilecto diciendo con énfasis inacostumbrado: "Tengo una fe profunda en la eficacia social y civilizadora de la palabra de los poetas; pero creo, ante todo, en la libertad, que Heine proclamó irresponsable, de su genio y de su inspiración. Cuando escucho que se les exige, con amenazas de destierro, interesarse en las controversias, los afanes y las agitaciones de los hombres, recuerdo a Schiller narrando lo que sucedió a Pegaso bajo el yugo". Rodó cuenta lo ocurrido: "El generoso alazán, vendido por el poeta indigente, es uncido, por groseras y mercenarias manos, a las faenas rústicas, símbolo de la vulgar utilidad y el orden prosaico de la vida. Él se revuelve primero, para sacudir el yugo que desconoce, y desmaya, después, de humillación y de dolor. En vano le castigan sus amos. Le desuncen, convencidos de la imposibilidad de dominarle, y le arrojan con desprecio como cosa inútil. ¡Pero el antiguo dueño, que vagaba triste como él, le encuentra un día en su camino, sube lleno de júbilo entre sus alas desmayadas, y entonces un estremecimiento nervioso recorre los flancos del corcel rebelde a la labor, se despliegan sus alas, sus pupilas flamean, y tiende el vuelo hacia la altura con el soberbio brío, con la infinita libertad de la inspiración levantada sobre las cosas de la tierra!" Rodó muestra así, en la claridad del símbolo, cómo el alado y rebelde Pegaso, liberado de la servidumbre, se recupera en la libertad. Años más tarde, en 1909, firme en la continuidad invariable de su pensamiento, Rodó desarticula la anécdota que tiene por protagonista a Cleanto, y escribe para MOTIVOS DE PROTEO, la parábola El meditador y el esclavo en quienes personifica y disocia la dualidad de la forzada esclavitud y el libre pensamiento, para insistir en la posibilidad de su coexistencia.

Toda la obra de Rodó tiene activa estructura didascálica. La esencia de su doctrina filosófica -sin llegar a sistematizarse- se puede reducir a la necesidad de una renovada y persistente transformación, para "lograr una perpetua victoria sobre si mismo" (27) porque "mientras vivimos está sobre el yunque nuestra personalidad".(28) Del mismo modo que "quien no avanza, retrocede",(29) en el ideario rodoniano, nuestra vida "o es perpetua renovación o es lánguida muerte".(30) Sin embargo, pese a su fórmula nuclear, según la cual, "reformarse es vivir",(31) Rodó fue, invariablemente el mismo, desde sus comienzos literarios hasta su solitario y dramático final. Aunque proclamó, con segura y obstinada confianza, el nadie diga: "¡Tal soy, tal seré siempre!",(32) su pensamiento nace en la creencia de que, en el "niño" de cada uno de nosotros, está prefigurada nuestra futura personalidad, múltiple y compleja. Y como, para Rodó, "cada uno de nosotros es, sucesivamente, no uno sino muchos",(33) resulta lógico que "el alma de cada uno de nosotros es el término en que remata una inmensa muchedumbre de almas".(34) Por esto concibió al Hombre a la vez, actor o espectador, alternativamente, como luchador y como campo de lucha, solitario en medio de la multitud. Sostuvo aún que, hacia cada uno de nosotros, viene un camino ignorado, que necesitamos encontrar, si deseamos realizar nuestra vida. Hay una senda segura, y es la que va a lo hondo de uno mismo. Y porque así es, Rodó exclama, con acento admonitorio: " ... en ti, en ti solo, has de buscar arranque a la senda redentora!"(35) Rodó se dolía pensando en la posibilidad de que un día, el humanitarismo, incomprensivo del sentimiento patriótico, llegara a hacer olvidar ese "estigma atávico" que, por acción telúrica, nos une amorosamente al rincón solariego que consideramos nuestro y que termina por hacernos concebir la Patria, como si fuera el corazón del mundo. Sin renunciar al sentimiento preeminente del terruño, concibió a América, a la América hispana, como una Magna Patria, anfictionía de pueblos sin amos, para la vida laboriosa y fecunda, dentro de un ambiente de paz, de comprensión y de tolerancia, en el ejercicio activo de una auténtica democracia. Y ésta será, de más en más, en el tiempo, la gloria de Rodó: haber sabido dar, con su vida, el ejemplo de un hombre libre; haber sabido mostrar, con su obra, la culminación de un proceso ideológico que tuvo a la Ética, por sostén de su expresión literaria, para alcanzar la Belleza, en el triunfo del Bien y de la Verdad; y haber mostrado a los incrédulos y a los creyentes, en las excelencias del mundo nuevo, el camino de la Libertad, para la emancipación de las conciencias. Así, señero y altivo, fue Rodó. ""

3 - Notas

Artículo creado por Mal_fica . Extraido de: http://malenita.blogcindario.com/2005/08/00027-biografia-de-jose-enrique-rodo-y-ariel.html

13 Junio 2006

< anterior | 1 2 3 4 5 6 | siguiente >

""En PARÁBOLAS Y CUENTOS SIMBÓLICOS hemos procurado recoger seleccionadas páginas rodonianas a fin de dar muestras ilustrativas de la obra del escritor a quien el Congreso de Estudiantes Universitarios de Chile, con asistencia de varios miles de congresistas y en representación de veinte Universidades, proclamó, en 1941, para gloria de Hispanoamérica, "Maestro de las Juventudes del Continente". Para titular cada una de las prosas elegidas, respetamos fielmente, los índices analíticos que, para ARIEL y para MOTIVOS DE PROTEO, Rodó escribió en sendas oportunidades. En la distribución del material seleccionado hemos procedido con sujeción al siguiente método de ordenación: 1° Las fundamentales normas estéticas a que Rodó ajustó su labor literaria; 2° La muestra, en reproducciones facsimilares, de algunos manuscritos, en los que se advierte lo que Rodó llamó "la gesta de la forma"; 3° La selección de páginas, en el orden cronológico de aparición de las ediciones, príncipes, con excepción de MOTIVOS DE PROTEO, cuya segunda edición es superior a la primera; 4° La reunión de las parábolas o cuentos simbólicos remitidos por Rodó, a publicaciones periódicas, tales "Mundial" o "Plus Ultra", como pertenecientes a NUEVOS MOTIVOS DE PROTEO; 5° Florilegio de sintéticas y expresivas opiniones críticas. No forman parte de la presente antología -excepción hecha de la reproducción facsimilar de La cigarra de Eunomo- páginas que, publicadas

Page 37: José Enrique Rodó

posteriormente a la muerte del Maestro, no pueden considerarse textos definitivos, sino borradores de originales manuscritos no entregados por Rodó a la publicidad. Las notas que figuran al pie de página, son sucintas aclaraciones que tienen tres propósitos primordiales y complementarios: a) facilitar al lector una mínima información indispensable sobre nombres propios, referencias históricas y vocablos de uso poco frecuente; b) establecer, con ejemplificación sinonímica, la acepción correspondiente a las palabras acotadas, cuya significación difiere de la usual; c) explicar, en forma sumaria, algunos aspectos estilísticos y gramaticales que ofrecen los textos rodonianos seleccionados. Las anotaciones están precedidas por breves referencias a la ubicación en las obras de Rodó, de cada una de las páginas elegidas, precisándose, cada vez que corresponde, la publicación en que aparecieron por primera vez.

1 - PINTO DA SILVA, Joao, Vultos do meu caminho. Porto Alegre, Editores Barcellos, Bertaso y Cía. 2 - ZALDUMBIDE, Gonzalo, Parábolas, París, Editorial Bouret, 1949. 3 - RODRÍGUEZ MONEGAL, Emir. José E. Rodó en el Novecientos, Montevideo, "Numero", 1950. 4 - RODÓ, José Enrique, Epistolario, con dos notas preliminares de Hugo D. Barbagelata, Vertongen, París, 1921, pag. 38. 5 - MOTIVOS DE PROTEO, cap. II, pág. 12. 6 - DEL VALLE-INCLAN, Ramón, La lampara maravillosa, "Opera omnia", Vol. I, Madrid, Imprenta Helénica, 1916. 7 - EPISTOLARIO, ob. cit. pág. 29 y 32. 8 - Sirva de ejemplo: en carta del 31 de enero de 1904 (Epistolario, pág. 31), Rodó describía a Juan Francisco Piquet la gesta literaria de MOTIVOS DE PROTEO; y, enumerando, sintéticamente, los temas desarrollados en "cuentos aplicables a tal o cual pasaje teórico", le expresaba: "Hay … otro, que relata la curiosa manera cómo un escritor llegó a concebir la idea de una obra. viendo abanicarse a dos mujeres." Este cuento simbólico, titulado Los dos abanicos, recién fue conocido en 1932. Figura en la obra póstuma Los ÚLTIMOS MOTIVOS DE PROTEO, págs. 253-261, como parte integrante de El Libro de Próspero y no corresponde a un borrador definitivamente corregido …. 9 - QUINTEROS DELGADO, Juan Carlos, Semblanzas y comentarios críticos, Montevideo, "Casa A. Barreiro y Ramos" S. A., 1945. 10 - La inminente publicación de un magnifico ensayo del profesor Carlos Real de Azúa sobre la importancia y trascendencia de ARIEL en la formación de la cultura de América, cuyo texto original conocí al haber sido presentado al concurso continental, de cuyo jurado formé parte, me impide hacer otras puntualizaciones sobre el asunto. 11 - RODRÍGUEZ MONEGAL, Emir, José E. Rodó en el Novecientos, Montevideo. "Número", 1950. 12 - de ORY, Eduardo, "El Nuevo Mercurio", El modernismo, nº 4, abril de 1907. 13 - TORRES, Carlos Arturo, "El NUEVO Mercurio", El modernismo, nº 5, mayo de 1907. 14 - Ariel, pág. 115. 15 - ARIEL, pág. 128. 16 - ARIEL, pág. 94. 17 - ARIEL, pág. 45. 18 - ARIEL, pág. 92. 19 - EL MIRADOR DE PRÓSPERO, pág. 343. 20 - RODÓ, Enrique, Carta al Director de "La Prensa" de Salto, Luis A. Thévenet. Salto Oriental, 1916. 21 - EL MIRADOR DE PRÓSPER0, pág. 332. 22 - ARIEL, pág. 75. 23 - ARIEL, pág. 74. 24 - ARIEL, pág. 76. 25 - TORRES, Carlos Arturo, La unidad en la obra intelectual, "El Nuevo Mercurio", nº 5, mayo de 1907. 26 - Página 143. Es interesante señalar que este "Fragmento" figura, casi íntegramente, bajo el título "Divina libertad", en las páginas 103-104, de EL MIRADOR DE PRÓSPERO, y luce como fecha de redacción, el año 1895 ... En efecto: fue publicado como parte de un trabajo crítico, titulado: "De dos poetas. "Ecos lejanos" por Carlos Guido Spano, "Bajo-relieve" por Leopoldo Díaz" que apareció antes, el 10 de diciembre de 1895 en la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales. La reproducción es casi literal. Este constante volver a sus manuscritos originales para utilizarlos en diversas páginas de sus libros, lo ha rastreado con singular perspicacia y éxito José I. Etcheverry, particularmente, en su ensayo "Un discurso de Rodó sobre el Brasil" (Revista del Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos Literarios, Año I, nº 1). 27 - EPISTOLARIO, pág. 33. 28 - MOTIVOS DE PROTEO, cap. II, pág. 13. 29 - MOTIVOS DE PROTEO, cap. LXXX, pág. 248. 30 - MOTIVOS DE PROTEO, cap. VII, pág. 22. 31 - MOTIVOS DE PROTEO, cap. I, pág. 9. 32 - MOTIVOS DE PROTEO, cap. XXVI, pág. 60. 33 - MOTIVOS DE PROTEO, cap. I, pág. 10. 34 - MOTIVOS DE PROTEO, cap. XXXI, pág. 71. 35 - MOTIVOS DE PROTEO, cap. XV, pág. 40.

José Pereira Rodríguez José Enrique Rodó

Parábolas cuentos simbólicos Ilustraciones de Santos Martínez Koch Contribuciones americanas de cultura S. A. Montevideo 1938

4 - Ariel (Su obra mas importante) I

Artículo creado por Mal_fica . Extraido de: http://malenita.blogcindario.com/2005/08/00027-biografia-de-jose-enrique-rodo-y-ariel.html

13 Junio 2006

Page 38: José Enrique Rodó

< anterior | 1 2 3 4 5 6 | siguiente >

""

I

Aquella tarde, el viejo y venerado maestro, a quien solían llamar Próspero, por alusión al sabio mago de La Tempestad shakespeariana, se despedía de sus jóvenes discípulos, pasado un año de tareas, congregándolos una vez más a su alrededor.

Ya habían llegado a la amplia sala de estudio, en la que un gusto delicado y severo esmerábase por todas partes en honrar la noble presencia de los libros, fieles compañeros de Próspero. Dominaba en la sala —como numen de su ambiente sereno— un bronce primoroso, que figuraba al ARIEL de La Tempestad. Junto a este bronce, se sentaba habitualmente el maestro, y por ello le llamaban con el nombre del mago a quien sirve y favorece en el drama el fantástico personaje que había interpretado el escultor. Quizá en su enseñanza y su carácter había, para el nombre, una razón y un sentido más profundos.

Ariel, genio del aire, representa, en el simbolismo de la obra de Shakespeare, la parte noble y alada del espíritu. Ariel es el imperio de la razón y el sentimiento sobre los bajos estímulos de la irracionalidad; es el entusiasmo generoso, el móvil alto y desinteresado en la acción, la espiritualidad de la cultura, la vivacidad y la gracia de la inteligencia, —el término ideal a que asciende la selección humana, rectificando en el hombre superior los tenaces vestigios de Calibán, símbolo de sensualidad y de torpeza, con el cincel perseverante de la vida.

La estatua, de real arte, reproducía al genio aéreo en el instante en que, libertado por la magia de Próspero, va a lanzarse a los aires para desvanecerse en un lampo. Desplegadas las alas; suelta y flotante la leve vestidura, que la caricia de la luz en el bronce damasquinaba de oro; erguida la amplia frente; entreabiertos los labios por serena sonrisa, todo en la actitud de Ariel acusaba admirablemente el gracioso arranque del vuelo; y con inspiración dichosa, el arte que había dado firmeza escultural a su imagen había acertado a conservar en ella, al mismo tiempo, la apariencia seráfica y la levedad ideal.

Próspero acarició, meditando, la frente de la estatua; dispuso luego al grupo juvenil en torno suyo; y con su firme voz —voz magistral, que tenía para fijar la idea e insinuarse en las profundidades del espíritu, bien la esclarecedora penetración del rayo de luz, bien el golpe incisivo del cincel en el mármol, bien el toque impregnante del pincel en el lienzo o de la onda en la arena,—comenzó a decir, frente a una atención afectuosa:

5 - Ariel (Su hobra mas importante) II

Artículo creado por Mal_fica . Extraido de: http://malenita.blogcindario.com/2005/08/00027-biografia-de-jose-enrique-rodo-y-ariel.html

13 Junio 2006

Page 39: José Enrique Rodó

< anterior | 1 2 3 4 5 6 | siguiente >

""II

Junto a la estatua que habéis visto presidir, cada tarde, nuestros coloquios de amigos, en los que he procurado despojar a la enseñanza de toda ingrata austeridad, voy a hablaros de nuevo, para que sea nuestra despedida como el sello estampado en un convenio de sentimientos y de ideas.

Invoco a ARIEL como mi numen. Quisiera para mi palabra la más suave y persuasiva unción que ella haya tenido jamás. Pienso que hablar a la juventud sobre nobles y elevados motivos, cualesquiera que sean, es un género de oratoria sagrada. Pienso también que el espíritu de la juventud es un terreno generoso donde la simiente de una palabra oportuna suele rendir, en corto tiempo, los frutos de una inmortal vegetación.

Anhelo colaborar en una página del programa que, al prepararos a respirar el aire libre de la acción, formularéis, sin duda, en la intimidad de vuestro espíritu, para ceñir a él vuestra personalidad moral y vuestro esfuerzo. Este programa propio, —que algunas veces se formula y escribe; que se reserva otras para ser revelado en el mismo transcurso de la acción, — no falta nunca en el espíritu de las agrupaciones y los pueblos que son algo más que muchedumbres. Si con relación a la escuela de la voluntad individual, pudo Goethe decir profundamente que sólo es digno de la libertad y la vida quien es capaz de conquistarlas día a día para sí, con tanta más razón podría decirse que el honor de cada generación humana exige que ella se conquiste, por la perseverante actividad de su pensamiento, por el esfuerzo propio, su fe en determinada manifestación del ideal y su puesto en la evolución de las ideas.

Al conquistar los vuestros, debéis empezar por reconocer un primer objeto de fe en vosotros mismos. La juventud que vivís es una fuerza de cuya aplicación sois los obreros y un tesoro de cuya inversión sois responsables. Amad ese tesoro y esa fuerza; haced que el altivo sentimiento de su posesión permanezca ardiente y eficaz en vosotros. Yo os digo con Renan: «La juventud es el descubrimiento de un horizonte inmenso, que es la Vida». El descubrimiento que revela las tierras ignoradas necesita completarse con el esfuerzo viril que las sojuzga. Y ningún otro espectáculo puede imaginarse más propio para cautivar a un tiempo el interés del pensador y el entusiasmo del artista, que el que presenta una generación humana que marcha al encuentro del futuro, vibrante con la impaciencia de la acción, alta la frente, en la sonrisa un altanero desdén del desengaño, colmada el alma por dulces y remotos mirajes que derraman en ella misteriosos estímulos, como las visiones de Cipango y El Dorado en las crónicas heroicas de los conquistadores.

Del renacer de las esperanzas humanas; de las promesas que fían eternamente al porvenir la realidad de lo mejor, adquiere su belleza el alma que se entreabre al soplo de la vida; dulce e inefable belleza, compuesta, como lo estaba la del amanecer para el poeta de Las Contemplaciones, de un «vestigio de sueño y un principio de pensamiento».

La humanidad, renovando de generación en generación su activa esperanza y su ansiosa fe en un ideal al través de la dura experiencia de los siglos, hacia pensar a Guyau en la obsesión de aquella pobre enajenada cuya extraña y conmovedora locura consistía en creer llegado, constantemente, el día de sus bodas. Juguete de su ensueño, ella ceñía cada mañana a su frente pálida corona de desposada y suspendía de su cabeza el velo nupcial. Con una dulce sonrisa, disponíase luego a recibir al prometido ilusorio, hasta que las sombras de la tarde, tras el vano esperar, traían la decepción a su alma. Entonces, tomaba un melancólico tinte su locura. Pero su ingenua confianza reaparecía con la aurora siguiente; y ya sin el recuerdo del desencanto pasado, murmurando: Es hoy cuando vendrá, volvía a ceñirse la corona y el velo y a sonreír en espera del prometido.

Es así como, no bien la eficacia de un ideal ha muerto, la humanidad viste otra vez sus galas nupciales para esperar la realidad del ideal soñado con nueva fe, con tenaz y conmovedora locura. Provocar esa renovación, inalterable como un ritmo de la Naturaleza, es en todos los tiempos la función y la obra de la juventud. De las almas de cada primavera humana está tejido aquel tocado de novia. Cuando se trata de sofocar esta sublime terquedad de la esperanza, que brota alada del seno de la decepción, todos los pesimismos son vanos. Lo mismo los que se fundan en la razón que los que parten de la experiencia, han de reconocerse inútiles para contrastar el altanero no importa que surge del fondo de la Vida. Hay veces en que, por una aparente alteración del ritmo triunfal, cruzan la historia humana generaciones destinadas a personificar, desde la cuna, la vacilación y el desaliento. Pero ellas pasan,—no sin haber tenido quizá su ideal como las otras, en forma negativa y con amor inconsciente; — y de nuevo se ilumina en el espíritu de la humanidad la esperanza en el Esposo anhelado, cuya imagen dulce y radiosa como en los versos de marfil de los místicos, basta para mantener la asimilación y el contento de la vida, aun cuando nunca haya de encarnarse en la realidad.

La juventud, que así significa en el alma de los individuos y de las generaciones, luz, amor, energía, existe y lo significa también en el proceso evolutivo de las sociedades. De los pueblos que sienten y consideran la vida como vosotros, serán siempre la fecundidad, la fuerza, el dominio del porvenir. — Hubo una vez en que los atributos de la juventud humana se hicieron, más que en ninguna otra, los atributos de un pueblo, los caracteres de una civilización, y en que un soplo de adolescencia encantadora pasó rozando la frente serena de una raza. Cuando Grecia nació, los dioses le regalaron el secreto de su juventud inextinguible. Grecia es el alma joven. «Aquel que en Delfos contemplaba la apiñada muchedumbre de los jonios —dice uno de los himnos homéricos— se imagina que ellos no han de envejecer jamás». Grecia hizo grandes cosas porque tuvo, de la juventud, la alegría, que es el ambiente de la acción, y el entusiasmo, que es la palanca omnipotente. El sacerdote egipcio con quien Solón habló en el templo de Sais, decía al legislador ateniense, compadeciendo a los griegos por su volubilidad bulliciosa: ¡No sois sino unos niños! Y Michelet ha comparado la actividad del alma helena con un festivo juego a cuyo alrededor se agrupan y sonríen todas las naciones del mundo. Pero de aquel divino juego de niños sobre las playas del Archipiélago y a la sombra de los olivos de Jonia, nacieron el arte, la filosofía, el pensamiento libre, la curiosidad de la investigación, la conciencia de la dignidad humana, todos esos estímulos de Dios que son aún nuestra inspiración y nuestro orgullo. Absorto en su austeridad hierática, el país del sacerdote representaba, en tanto, la senectud, que se concentra para ensayar el reposo de la eternidad y aleja, con desdeñosa mano, todo frívolo sueño. La gracia, la inquietud, están proscriptas de las actitudes de su alma, como del gesto de sus imágenes la vida. Y cuando la posteridad vuelve las miradas a él, sólo encuentra una estéril noción del orden presidiendo al desenvolvimiento de una civilización que vivió para tejerse un sudario y para edificar sus sepulcros; la sombra de un compás tendiéndose sobre la esterilidad de la arena.

Las prendas del espíritu joven —el entusiasmo y la esperanza— corresponden en las armonías de la historia y la naturaleza, al movimiento y a la luz. —Adondequiera que volváis los ojos, las encontraréis como el ambiente natural de todas las cosas fuertes y hermosas. Levantadlos al ejemplo más alto:— La idea cristiana, sobre la que aún se hace pesar la acusación de haber entristecido la tierra proscribiendo la alegría del paganismo, es una inspiración esencialmente juvenil mientras no se aleja de su cuna. El cristianismo naciente es, en la interpretación —que yo creo tanto más verdadera cuanto más poética— de Renan, un cuadro de juventud inmarcesible. De juventud del alma o, lo que es lo mismo, de un vivo sueño, de gracia, de candor, se compone el aroma divino que flota sobre las lentas jornadas del Maestro al través de los campos de Galilea; sobre sus prédicas, que se desenvuelven ajenas a toda penitente gravedad; junto a un logo celeste; en los valles abrumados de frutos; escuchadas por «las aves del cielo» y «los lirios de los campos», con que se adornan las parábolas; propagando la alegría del «reino de Dios» sobre una dulce sonrisa de la Naturaleza. — De este cuadro dichoso, están ausentes las sectas que acompañaban en la soledad las penitencias del Bautista. Cuando Jesús habla de los que a él le siguen, los compara a los paraninfos de un cortejo de bodas. — Y es la impresión de aquel divino la que incorporándose a la esencia de la nueva fe, se siente persistir al través de la odisea de los evangelistas; la que derrama en el

Page 40: José Enrique Rodó

espíritu de las primeras comunidades cristianas su felicidad candorosa, su ingenua alegría de vivir; y la que, al llegar a Roma con los ignorados cristianos del Transtevere, les abre fácil paso en los corazones; porque ellos triunfaron oponiendo el encanto de su juventud interior — la de su alma embalsamada por la libación del vino nuevo— a la severidad de los estoicos y a la decrepitud de los mundanos.

Sed, pues, conscientes poseedores de la fuerza bendita que lleváis dentro de vosotros mismos. No creáis, sin embargo, que ella esté exenta de malograrse y desvanecerse, como un impulso sin objeto, en la realidad. De la Naturaleza es la dádiva del precioso tesoro; pero es de las ideas, que él sea fecundo, o se prodigue vanamente, o fraccionado y disperso en las conciencias personales, no se manifieste en la vida de las sociedades humanas como una fuerza bienhechora—Un escritor sagaz rastreaba, ha poco, en las páginas de la novela de nuestro siglo,—esa inmensa superficie especular donde se refleja toda entera la imagen de la vida en los últimos vertiginosos cien años—la psicología, los estados de alma de la juventud, tales como ellos han sido en las generaciones que van desde los días de René hasta los que han visto pasar a Des Esseintes.— Su análisis comprobaba una progresiva disminución de juventud interior y de energía en la serie de personajes representativos que se inicia con los héroes, enfermos, pero a menudo viriles y siempre intensos de pasión, de los románticos, y termina con los enervados de voluntad y corazón en quienes se reflejan tan desconsoladoras manifestaciones del espíritu de nuestro tiempo como la del protagonista de A rebours o la del Robert Gresleu de Le Disciple. — Pero comprobaba el análisis también, un lisonjero renacimiento de animación y de esperanza en la psicología de la juventud de que suele hablarnos una literatura que es quizá nuncio de transformaciones más hondas; renacimiento que personifican los héroes nuevos de Lemaître, de Wyzewa, de Rod, y cuya más cumplida representación lo sería tal vez el David Grieve con que cierta novelista inglesa contemporánea ha resumido en un solo carácter todas las penas y todas las inquietudes ideales de varias generaciones, para solucionarlas en un supremo desenlace de serenidad y de amor.

¿Madurará en la realidad esa esperanza? —Vosotros, los que vais a pasar, como el obrero en marcha a los talleres que le esperan, bajo el pórtico del nuevo siglo, ¿reflejaréis quizá sobre el arte que os estudie, imágenes más luminosas y triunfales que las que han quedado de nosotros? Si los tiempos divinos en que las almas jóvenes daban modelos para los dialoguistas radiantes de Platón sólo fueron posibles en una breve primavera del mundo; si es fuerza «no pensar en los dioses», como aconseja la Forquias del segundo Fausto al coro de cautivas; ¿no nos será lícito, a lo menos, soñar con la aparición de generaciones humanas que devuelvan a la vida un sentimiento ideal, un grande entusiasmo; en las que sea un poder el sentimiento; en las que una vigorosa resurrección de las energías de la voluntad ahuyente, con heroico clamor, del fondo de las almas, todas las cobardías morales que se nutren a los pechos de la decepción y de la duda? ¿Será de nuevo la juventud una realidad de la vida colectiva, como lo es de la vida individual?

Tal es la pregunta que me inquieta mirándoos. — Vuestras primeras páginas, las confesiones que nos habéis hecho hasta ahora de vuestro mundo íntimo, hablan de indecisión y de estupor a menudo; nunca de enervación, ni de un definitivo quebranto de la voluntad. Yo sé bien que el entusiasmo es una surgente viva en vosotros. Yo sé bien que las notas de desaliento y de dolor que la absoluta sinceridad del pensamiento — virtud todavía más grande que la esperanza — ha podido hacer brotar de las torturas de vuestra meditación, en las tristes e inevitables citas de la Duda, no eran indicio de un estado de alma permanente ni significaron en ningún caso vuestra desconfianza respecto de la eterna virtualidad de la Vida. Cuando un grito de angustia ha ascendido del fondo de vuestro corazón, no lo habéis sofocado antes de pasar por vuestros labios, con la austera y muda altivez del estoico en el suplicio, pero lo habéis terminado con una invocación al ideal que vendrá, con una nota de esperanza mesiánica.

Por lo demás, al hablaros del entusiasmo y la esperanza, como de altas fecundas virtudes, no es mi propósito enseñaros a trazar la línea infranqueable que separe el escepticismo de la fe, la decepción de la alegría. Nada más lejos de mi ánimo que la idea de confundir con los atributos naturales de la juventud, con la graciosa espontaneidad de su alma, esa indolente frivolidad del pensamiento, que, incapaz de ver más que el motivo de un juego en la actividad, compra el amor y el contento de la vida al precio de su incomunicación con todo lo que pueda hacer detener el paso ante la faz misteriosa y grave de las cosas. — No es ése el noble significado de la juventud individual, ni ése tampoco el de la juventud de los pueblos. — Yo he conceptuado siempre vano el propósito de los que constituyéndose en avizores vigías del destino de América, en custodios de su tranquilidad, quisieran sofocar, con temeroso recelo, antes de que llegase a nosotros, cualquiera resonancia del humano dolor, cualquier eco venido de literaturas extrañas, que, por triste o insano, ponga en peligro la fragilidad de su optimismo. — Ninguna firme educación de la inteligencia puede fundarse en el aislamiento candoroso o en la ignorancia voluntaria. Todo problema propuesto al pensamiento humano por la Duda; toda sincera reconvención que sobre Dios o la Naturaleza se fulmine, del seno del desaliento y el dolor, tienen derecho a que les dejemos llegar a nuestra conciencia y a que los afrontemos. Nuestra fuerza de corazón ha de probarse aceptando el reto de la Esfinge, y no esquivando su interrogación formidable. — No olvidéis, además, que en ciertas amarguras del pensamiento hay, como en sus alegrías, la posibilidad de encontrar un punto de partida para la acción, hay a menudo sugestiones fecundas. Cuando el dolor enerva; cuando el dolor es la irresistible pendiente que conduce al marasmo o el consejero pérfido que mueve a la abdicación de la voluntad, la filosofía que le lleva en sus entrañas es cosa indigna de almas jóvenes. Puede entonces el poeta calificarle de «indolente soldado que milita bajo las banderas de la muerte». Pero cuando lo que nace del seno del dolor es el anhelo varonil de la lucha para conquistar o recobrar el bien que él nos niega, entonces es un acerado acicate de la evolución, es el más poderoso impulso de la vida; no de otro modo que como el hastío, para Helvecio, llega a ser la mayor y más preciosa de todas las prerrogativas humanas desde el momento en que, impidiendo enervarse nuestra sensibilidad en los adormecimientos del ocio, se convierte en el vigilante estímulo de la acción.

En tal sentido, se ha dicho bien que hay pesimismos que tienen la significación de un optimismo paradójico. Muy lejos de suponer la renuncia y la condenación de la existencia, ellos propagan, con su descontento de lo actual, la necesidad de renovarla. Lo que a la humanidad importa salvar contra toda negación pesimista, es, no tanto la idea de la relativa bondad de lo presente, sino la de la posibilidad de llegar a un término mejor por el desenvolvimiento de la vida, apresurado y orientado mediante el esfuerzo de los hombres. La fe en el porvenir, la confianza en la eficacia del esfuerzo humano, son el antecedente necesario de toda acción enérgica y de todo propósito fecundo. Tal es la razón por la que he querido comenzar encareciéndoos la inmortal excelencia de esa fe que, siendo en la juventud un instinto no debe necesitar seros impuesta por ninguna enseñanza, puesto que la encontraréis indefectiblemente dejando actuar en el fondo de vuestro ser la sugestión divina de la Naturaleza.

Animados por ese sentimiento, entrad, pues, a la vida, que os abre sus hondos horizontes, con la noble ambición de hacer sentir vuestra presencia en ella desde el momento en que la afrontéis con la altiva mirada del conquistador. — Toca al espíritu juvenil la iniciativa audaz, la genialidad innovadora. — Quizá universalmente, hoy, la acción y la influencia de la juventud son en la marcha de las sociedades humanas menos efectivas e intensas que debieran ser. Gaston Deschamps lo hacía notar en Francia hace poco, comentando la iniciación tardía de las jóvenes generaciones, en la vida pública y la cultura de aquel pueblo, y la escasa originalidad con que ellas contribuyen al trazado de las ideas dominantes. Mis impresiones del presente de América, en cuanto ellas pueden tener un carácter general a pesar del doloroso aislamiento en que viven los pueblos que la componen, justificarían acaso una observación parecida. — Y sin embargo, yo creo ver expresada en todas partes la necesidad de una activa revelación de fuerzas nuevas; yo creo que América necesita grandemente de su juventud. — He ahí por qué os hablo. He ahí por qué me interesa extraordinariamente la orientación moral de vuestro espíritu. La energía de vuestra palabra y vuestro ejemplo puede llegar hasta incorporar las fuerzas vivas del pasado a la obra del futuro. Pienso con Michelet que el verdadero concepto de la educación no abarca sólo la cultura del espíritu de los hijos por la experiencia de los padres, sino también, y con frecuencia mucho más, la del espíritu de los padres por la inspiración innovadora de los hijos.

Hablemos, pues, de cómo consideraréis la vida que os espera.

Page 41: José Enrique Rodó

6 - Ariel (Su obra mas importante) III

Artículo creado por Mal_fica . Extraido de: http://malenita.blogcindario.com/2005/08/00027-biografia-de-jose-enrique-rodo-y-ariel.html

13 Junio 2006

< anterior | 1 2 3 4 5 6

""III

La divergencia de las vocaciones personales imprimirá diversos sentidos a vuestra actividad, y hará predominar una disposición, una aptitud determinada, en el espíritu de cada uno de vosotros. — Los unos seréis hombres de ciencia; los otros seréis hombres de arte; los otros seréis hombres de acción. — Pero por encima de los afectos que hayan de vincularos individualmente a distintas aplicaciones y distintos modos de la vida, debe velar, en lo íntimo de vuestra alma, la conciencia de la unidad fundamental de nuestra naturaleza, que exige que cada individuo humano sea, ante todo y sobre toda otra cosa, un ejemplar no mutilado de la humanidad, en el que ninguna noble facultad del espíritu quede obliterada y ningún alto interés de todos pierda su virtud comunicativa. Antes que las modificaciones de profesión y de cultura está el cumplimiento del destino común de los seres racionales. «Hay una profesión universal, que es la de hombre», ha dicho admirablemente Guyau. Y Renan, recordando, a propósito de las civilizaciones desequilibradas y parciales, que el fin de la criatura humana no puede ser exclusivamente saber, ni sentir, ni imaginar, sino ser real y enteramente humana, define el ideal de perfección a que ella debe encaminar sus energías como la posibilidad de ofrecer en un tipo individual un cuadro abreviado de la especie.

Aspirad, pues, a desarrollar, en lo posible, no un solo aspecto sino la plenitud de vuestro ser. No os encojáis de hombros delante de ninguna noble y fecunda manifestación de la naturaleza humana, a pretexto de que vuestra organización individual os liga con preferencia a manifestaciones diferentes. Sed espectadores atenciosos allí donde no podáis ser actores. — Cuando cierto falsísimo y vulgarizado concepto de la educación, que la imagina subordinada exclusivamente al fin utilitario, se empeña en mutilar, por medio de ese utilitarismo y de una especialización prematura, la integridad natural de los espíritus, y anhela proscribir de la enseñanza todo elemento desinteresado e ideal, no repara suficientemente en el peligro de preparar para el porvenir espíritus estrechos que, incapaces de considerar más que el único de la realidad con que estén inmediatamente en contacto, vivirán separados por helados desiertos de los espíritus que, dentro de la misma sociedad, se hayan adherido a otras manifestaciones de la vida.

Lo necesario de la consagración particular de cada uno de nosotros a una actividad determinada, a un solo modo de cultura, no excluye, ciertamente, la tendencia a realizar, por la íntima armonía del espíritu, el destino común de los seres racionales. Esa actividad, esa cultura, serán sólo la nota fundamental de la armonía. — El verso célebre en que el esclavo de la escena antigua afirmó que, pues era hombre, no le era ajeno nada de lo humano, forma parte de los gritos de la solidaridad. Augusto Comte ha señalado bien este peligro de las civilizaciones avanzadas. Un alto estado de perfeccionamiento social tiene para él un grave inconveniente en la facilidad con que suscita la aparición de espíritus deformados y estrechos; de espíritus «muy capaces bajo un único y monstruosamente ineptos bajo todos los otros». El empequeñecimiento de un cerebro humano por el comercio continuo de un solo género de ideas, por el ejercicio indefinido de un solo modo de actividad, es para Comte un resultado comparable a la mísera suerte del obrero a quien la división del trabajo de taller obliga a consumir en la invariable operación de un detalle mecánico todas las energías de su vida. En uno y otro caso, el efecto moral es inspirar una desastrosa indiferencia por el general de los intereses de la humanidad. Y aunque esta especie de automatismo humano — agrega el pensador positivista — no constituye felizmente sino la extrema influencia dispersiva del principio de especialización, su realidad, ya muy frecuente, exige que se atribuya a su apreciación una verdadera importancia.

No menos que a la solidez, daña esa influencia dispersiva a la estética de la estructura social. — La belleza incomparable de Atenas, lo imperecedero del modelo legado por sus manos de diosa a la admiración y el encanto de la humanidad, nacen de que aquella ciudad de prodigios fundó su concepción de la vida en el concierto de todas las facultades humanas, en la libre y acordada expansión de todas las energías capaces de contribuir a la gloria y al poder de los hombres. Atenas supo engrandecer a la vez el sentido de lo ideal y el de lo real, la razón y el instinto, las fuerzas del espíritu v las del cuerpo. Cinceló las cuatro faces del alma. Cada ateniense libre describe en derredor de sí, para contener su acción, un círculo perfecto, en el que ningún desordenado impulso quebrantará la graciosa proporción de la línea. Es atleta y escultura viviente en el gimnasio, ciudadano en el Pnix, polemista y pensador en los pórticos. Ejercita su voluntad en toda suerte de acción viril y su pensamiento en toda preocupación fecunda. Por eso afirma Macaulay que un día de la vida pública del Atica es más brillante programa de enseñanza que los que hoy calculamos para nuestros modernos centros de instrucción. — Y de aquel libre y único florecimiento de la plenitud de nuestra naturaleza, surgió el milagro griego, — una inimitable y encantadora mezcla de animación y de serenidad, una primavera del espíritu humano, una sonrisa de la historia.

En nuestros tiempos, la creciente complejidad de nuestra civilización privaría de toda seriedad al pensamiento de restaurar esa armonía, sólo posible entre los elementos de una graciosa sencillez. Pero dentro de la misma complejidad de nuestra cultura; dentro de la diferenciación progresiva de caracteres, de aptitudes, de méritos, que es la ineludible consecuencia del progreso en el desenvolvimiento social, cabe salvar una razonable participación de todos en ciertas ideas y sentimientos fundamentales que mantengan la unidad y el concierto de la vida, — en ciertos intereses del alma, ante los cuales la dignidad del ser racional no consiente la indiferencia de ninguno de nosotros.

Cuando el sentido de la utilidad material y el bienestar domina en el carácter de las sociedades humanas con la energía que tiene en lo presente, los resultados del espíritu estrecho y la cultura unilateral son particularmente funestos a la difusión de aquellas preocupaciones puramente ideales que, siendo objeto de amor para quienes les consagran las energías más nobles y perseverantes de su vida, se convierten en una remota y quizá no sospechada región, para una inmensa parte de los otros. — Todo género de meditación desinteresada, de contemplación ideal, de tregua íntima, en la que los diarios afanes por la utilidad cedan transitoriamente su imperio a una mirada noble y serena tendida de lo alto de la razón sobre las cosas, permanece ignorado, en el estado actual de las sociedades humanas, para millones de almas civilizadas y cultas, a quienes la influencia de la educación o la costumbre reduce al automatismo de una actividad, en definitiva, material. — Y bien: este género de servidumbre debe considerarse la más triste y oprobiosa de todas las condenaciones morales. Yo os ruego que os defendáis, en la milicia de la

Page 42: José Enrique Rodó

vida, contra la mutilación de vuestro espíritu por la tiranía de un objetivo único e interesado. No entreguéis nunca a la utilidad o a la pasión sino una parte de vosotros. Aun dentro de la esclavitud material hay la posibilidad de salvar la libertad interior: la de la razón y el sentimiento. No tratéis, pues, de justificar, por la absorción del trabajo o el combate, la esclavitud de vuestro espíritu.

Encuentro el símbolo de lo que debe ser nuestra alma en un cuento que evoco de un empolvado rincón de mi memoria. — Era un rey patriarcal, en el Oriente indeterminado e ingenuo donde gusta hacer nido la alegre bandada de los cuentos. Vivía su reino la candorosa infancia de las tiendas de Ismael y los palacios de Pilos. La tradición le llamó después, en la memoria de los hombres, el rey hospitalario. Inmensa era la piedad del rey. A desvanecerse en ella tendía, como por su propio peso, toda desventura. A su hospitalidad acudían lo mismo por blanco pan el miserable que el alma desolada por el bálsamo de la palabra que acaricia. Su corazón reflejaba, como sensible placa sonora, el ritmo de los otros. Su palacio era la casa del pueblo. — Todo era libertad y animación dentro de este augusto recinto, cuya entrada nunca hubo guardas que vedasen. En los abiertos pórticos, formaban corros los pastores cuando consagraban a rústicos conciertos sus ocios; platicaban al caer la tarde los ancianos; y frescos grupos de mujeres disponían, sobre trenzados juncos, las flores y los racimos de que se componía únicamente el diezmo real. Mercaderes de Ofir, buhoneros de Damasco, cruzaban a toda hora las puertas anchurosas y ostentaban en competencia, ante las miradas del rey, las telas, las joyas, los perfumes. Junto a su trono reposaban los abrumados peregrinos. Los pájaros se citaban al mediodía para recoger las migajas de su mesa; y con el alba, los niños llegaban en bandas bulliciosas al pie del lecho en que dormía el rey de barba de plata y le anunciaban la presencia del sol. — Lo mismo a los seres sin ventura que a las cosas sin alma alcanzaba su liberalidad infinita. La Naturaleza sentía también la atracción de su llamado generoso; vientos y aves y plantas parecían buscar, — como en el mito de Orfeo y en la leyenda de San Francisco de Asís, — la amistad humana en aquel oasis de hospitalidad. Del germen caído al acaso, brotaban y florecían, en las junturas de los pavimentos y los muros, los alhelíes de las ruinas, sin que una mano cruel los arrancase ni los hollara un pie maligno. Por las francas ventanas se tendían al interior de las cámaras del rey las enredaderas osadas y curiosas. Los fatigados vientos abandonaban largamente sobre el alcázar real su carga de aromas y armonías. Empinándose desde el vecino mar, como si quisieran ceñirse en un abrazo, le salpicaban las olas con su espuma. Y una libertad paradisial, una inmensa reciprocidad de confianza, mantenían por dondequiera la animación de una fiesta inextinguible...

Pero dentro, muy dentro; aislada del alcázar ruidoso por cubiertos canales; oculta a la mirada vulgar — como la «perdida iglesia» de Uhland en lo esquivo del bosque — al cabo de ignorados senderos, una misteriosa sala se extendía, en la que a nadie era lícito poner la planta sino al mismo rey, cuya hospitalidad se trocaba en sus umbrales en la apariencia de ascético egoísmo. Espesos muros la rodeaban. Ni un eco del bullicio exterior; ni una nota escapada al concierto de la Naturaleza, ni una palabra desprendida de labios de los hombres, lograban traspasar el espesor de los sillares de pórfido y conmover una onda del aire en la prohibida estancia. Religioso silencio velaba en ella la castidad del aire dormido. La luz, que tamizaban esmaltadas vidrieras, llegaba lánguida, medido el paso por una inalterable igualdad, y se diluía, como copo de nieve que invade un nido tibia, en la calma de un ambiente celeste. — Nunca reinó tan honda paz: ni en oceánica gruta, ni en soledad nemorosa. — Alguna vez, — cuando la noche era diáfana y tranquila, — abriéndose a modo de dos valvas de nácar la artesonada techumbre, dejaba cernerse en su lugar la magnificencia de las sombras serenas. En el ambiente flotaba como una onda indisipable la casta esencia del nenúfar, el perfume sugeridor del adormecimiento penseroso y de la contemplación del propio ser. Graves cariátides custodiaban las puertas de marfil en la actitud del silenciario. En los testeros, esculpidas imágenes hablaban de idealidad, de ensimismamiento, de reposo... — Y el viejo rey aseguraba que, aun cuando a nadie fuera dado acompañarle hasta allí, su hospitalidad seguía siendo en el misterioso seguro tan generosa y grande como siempre, sólo que los que él congregaba dentro de sus muros discretos eran convidados impalpables y huéspedes sutiles. En él soñaba, en él se libertaba de la realidad, el rey legendario; en él sus miradas se volvían a lo interior y se bruñían en la meditación sus pensamientos como las guijas lavadas por la espuma; en él se desplegaban sobre su noble frente las blancas alas de Psiquis... Y luego, cuando la muerte vino a recordarle que él no había sido sino un huésped más en su palacio, la impenetrable estancia quedó clausurada y muda para siempre; para siempre abismada en su reposo infinito; nadie la profanó jamás, porque nadie hubiera osado poner la planta irreverente allí donde el viejo rey quiso estar solo con sus sueños y aislado en la última Tule de su alma.

Yo doy al cuento el escenario de vuestro reino interior. Abierto con una saludable liberalidad, como la casa del monarca confiado, a todas las corrientes del mundo, exista en él, al mismo tiempo, la celda escondida y misteriosa que desconozcan los huéspedes profanos y que a nadie más que a la razón serena pertenezca. Sólo cuando penetréis dentro del inviolable seguro podréis llamaros, en realidad, hombres libres. No lo son quienes, enajenando insensatamente el dominio de sí a favor de la desordenada pasión o el interés utilitario, olvidan que, según el sabio precepto de Montaigne, nuestro espíritu puede ser objeto de préstamo, pero no de cesión. — Pensar, soñar, admirar: he ahí los""

Page 43: José Enrique Rodó

Resumen De Ariel Por Jose RodoAriel Por José Enrique Rodo

Este Libro está dividido en 6 capítulos e inicia con un maestro al que solían llamar Prospero y él se está despidiendo de sus discípulos tras un año de tareas en su visita final ya los discípulos están en la sala de estudio donde ven un bronce primoroso, que figuraba el Ariel de La Tempestad. Junto al bronce, se sentaba habitualmente el maestro. José Enrique utiliza a Prospero para transmitirnos sus mensajes.

Próspero acariciando la estatua y meditando y les dijo a sus discípulos: Que junto a la estatua de Ariel, cada tarde, los discípulos, en los que había procurado darles la enseñanza de toda ingrata austeridad, les iba a hablar nuevamente, para que fuera su despedida “como el sello estampado en un convenio de sentimientos y de ideas”.Prospero comienza a invocar a Ariel ya que según el hablarle a los jóvenes requiere de una oratoria sagrada porque”el espíritu de la juventud es un terreno generoso donde la palabra oportuna suele rendir, los frutos de una vegetación.”

Con esto entre otras cosas lo que nos quieren explicar que hay que ser conscientes y tener fuerza bendita que tenemos con nosotros además de no dejar pasar oportunidades cuando dice que no nos encojamos entre los hombros cuando haya una oportunidad, luego comienza a decir que hay que desarrollar la plenitud y dice: ’’ que nos defendamos, en la milicia de la vida, contra la mutilación de nuestro espíritu un objeto único e interesado. No entreguemos nunca a la utilidad o a la pasión, sino una parte de nosotros. Aun dentro de la esclavitud material existe la posibilidad de salvar la libertad interior: la de la razón y el sentimiento. ’’

En el capitulo siguiente José explica que el que ha aprendido a distinguir de lo delicado lo vulgar, lo feo de lo hermoso, lleva hecha medio camino para distinguir lo malo de lo bueno y que El buen gusto es “una rienda firme...