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EVIDENCIA Y VERDAD EN LA EPISTEMOLOGÍA DE HUME JOSÉ LUIS DEL BARCO COLLAZOS 1. Sería prolijo y penoso hacer un recuento, por somero que fuera, de las diferencias que separan a las dos grandes corrientes de pensamiento en que ha cristalizado la especulación humana: la filosofía clásica y la moderna ! . Una de ellas, de relevancia decisiva, es la distinta actitud que adoptan ante la verdad 2 . La de la filo- solía tradicional es, en general, de confianza. La vasta llanura de la verdad, por decirlo de forma platónica, es recorrida asiduamente por el hombre. La inteligencia humana se nutre de verdades, la- 1. El profesor Leonardo Polo ha llevado a cabo una neta distinción en- tre ambas, atendiendo a su distinto modo de tener que ver con la Realidad Suprema. Cfr. La filosofía en nuestra situación, «Nuestro Tiempo», julio- agosto 1978, pp. 5-38. 2. Manuel García Morente, identificando de manera demasiado expedi- tiva la filosofía tradicional con lo que denomina «lo clásico» y la moderna con lo que llama «lo sofístico», se refiere a la distinta actitud ante la verdad de ambas filosofías con estas bellas palabras: «Si el clásico dirige su atención ante todo a las cosas, a las verdades, el sofista dirige la suya a las impresio- nes de su peculiar individualidad. El clásico es un hombre para quien existe un mundo distinto de él. El sofista, uno para quien sólo existe su represen- tación. El clásico cree en el conocimiento, en la verdad, en la bondad, en la belleza; su filosofía, al buscar el fundamento de todas esas realidades, inves- tiga los objetos racionales creados por el hombre, es filosofía objetiva. El sofista no cree en objetos racionales, universales y verdaderos; su filosofía no busca más que el origen de esas ilusiones, y se encierra en el estrecho subjetivismo de lo psicológico» (Prólogo a «Pedagogía Social» de Paul Na- torp, recogido en Escritos pedagógicos, Madrid, Espasa-Calpe, Austral, 1975, pp. 12-13. 175

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Page 1: JOSÉ LUIS DEL BARCO COLLAZOS. JOSÉ LUIS DEL BARCO COLLAZOS...DE HUME JOSÉ LUIS DEL BARCO COLLAZOS 1. Sería prolijo y penoso hacer un recuento, por somero que fuera, de las diferencias

EVIDENCIA Y VERDAD EN LA EPISTEMOLOGÍA DE HUME

JOSÉ LUIS DEL BARCO COLLAZOS

1. Sería prolijo y penoso hacer un recuento, por somero que fuera, de las diferencias que separan a las dos grandes corrientes de pensamiento en que ha cristalizado la especulación humana: la filosofía clásica y la moderna ! . Una de ellas, de relevancia decisiva, es la distinta actitud que adoptan ante la verdad2. La de la filo-solía tradicional es, en general, de confianza. La vasta llanura de la verdad, por decirlo de forma platónica, es recorrida asiduamente por el hombre. La inteligencia humana se nutre de verdades, la-

1. El profesor Leonardo Polo ha llevado a cabo una neta distinción en­tre ambas, atendiendo a su distinto modo de tener que ver con la Realidad Suprema. Cfr. La filosofía en nuestra situación, «Nuestro Tiempo», julio-agosto 1978, pp. 5-38.

2. Manuel García Morente, identificando de manera demasiado expedi­tiva la filosofía tradicional con lo que denomina «lo clásico» y la moderna con lo que llama «lo sofístico», se refiere a la distinta actitud ante la verdad de ambas filosofías con estas bellas palabras: «Si el clásico dirige su atención ante todo a las cosas, a las verdades, el sofista dirige la suya a las impresio­nes de su peculiar individualidad. El clásico es un hombre para quien existe un mundo distinto de él. El sofista, uno para quien sólo existe su represen­tación. El clásico cree en el conocimiento, en la verdad, en la bondad, en la belleza; su filosofía, al buscar el fundamento de todas esas realidades, inves­tiga los objetos racionales creados por el hombre, es filosofía objetiva. El sofista no cree en objetos racionales, universales y verdaderos; su filosofía no busca más que el origen de esas ilusiones, y se encierra en el estrecho subjetivismo de lo psicológico» (Prólogo a «Pedagogía Social» de Paul Na-torp, recogido en Escritos pedagógicos, Madrid, Espasa-Calpe, Austral, 1975, pp. 12-13.

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bora esforzadamente por conquistarlas, y cifra en ellas el galardón y trofeo definitivo de su esfuerzo especulativo. Como cazador hen­chido de pasión venatoria, el filósofo anhela cobrarse la pieza de­finitiva: la verdad rotunda. El hombre se mueve en verdad, según la tradición clásica. Y cuando el cuidado que se le presta es amo­roso y suficiente, la verdad se rinde dócil, descubriendo su recinto cálido y vivificante. Por lo mismo, no es esencialmente esquiva, ni exige perentoriamente al filósofo, infatigable cazador ávido de verdad, la adopción de unas excesivas medidas precautorias, de unas redes sofisticadas, en cuyos estrechos cedazos solamente pueda que­dar prendida.

El pensamiento moderno teme de manera inusual el error3; cree haber sido engañado con harta frecuencia y adopta, por ello, una actitud de vigilancia y control sobre la verdad. Sólo aceptará como verdaderas aquellas nociones que logren sortear el intrincado labe­rinto dispuesto por el filósofo. Aquellas nociones que satisfagan el criterio de certeza de que se trate en cada caso, podrán pasar, ya sin temor, a engrosar el universo de la verdad. Sobre las otras, el filósofo moderno dirigirá una mirada de recelo y desconfianza.

2. HUME es un ejemplo especialmente significativo de la ac­titud moderna ante la verdad. Cabría hablar, sirviéndonos de una terminología del profesor J. CHOZA, de sospecha humeana hacia la verdad.4. El filósofo edimburgués cree que el error y el engaño son el saldo más sobresaliente de generaciones de pensadores ante­riores. Hay que «sospechar» de las verdades que la filosofía hasta él ha conquistado. Más aún, es necesario precaverse del error que impera en el vasto reino de la filosofía.

3. Obsérvese, por ejemplo, las cautelas y precauciones que Descartes adopta en el primero de sus principios metódicos: «Consistía el primero en no admitir jamás como verdadera cosa alguna sin conocer con evidencia que lo era; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención y no comprender, en mis juicios, nada más que lo que se presentase a mi espíritu tan clara y distintamente que no tuviese motivo alguno para ponerlo en du­da». (Discurso del método, traducción, estudio preliminar y notas de Risieri Frondizí, ed. Madrid, Revista de Occidente, 1974, pp. 81-82.

4. Ch. Conciencia y afectividad, Pamplona, Eunsa, 1978, especialmente pp. 157-164.

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3. HUME cree que no hay más que un procedimiento certero para acceder a la verdad segura y definitiva: la evidencia. Sólo son verdades indubitables aquellas que van acompañadas del singular rasgo de la evidencia, que el filósofo escocés identifica, además, con la intuición. Veamos esta singular doctrina por separado, en los dos momentos en que nuestro filósofo la articula: primero, en la impresión; después, en la idea.

Las impresiones, ese trozo de la realidad que, según ORTEGA,

se nos ofrece «sin más esfuerzo que abrir ojos y oídos»5, son, para HUME, absolutamente ciertas. Su verdad es infalible e incontesta­ble6. Junto a esto, no representan nada, jamás se constituyen como imágenes de algo distinto e independiente, no son representativas, sino hechos absolutos clausurados en sí mismos:

«Pero es evidente que nuestros sentidos no presentan sus im­presiones como imágenes de algo distinto, independiente o exter­no, ya que no nos transmiten sino una simple percepción, y no nos entregan nunca la más pequeña referencia a algo más allá» 7.

Las impresiones son, pues, apodícticas, porque son hechos de conciencia, porque sólo a ella se le dan adecuadamente. Richard T. MURPHY ha expresado esta conclusión humeana con palabras certeras: «En el caso de las impresiones, HUME ha identificado la evidencia con la dación inmedita o intuición, y la evidencia ade­cuada con la evidencia apodíctica»8. Esta reclusión en el campo de la conciencia, que después conducirá al filósofo edimburgués a un solipsismo exacerbado, incapaz de saltar a la trascendencia, ser­virá dócilmente a los propósitos de seguridad que busca, aunque,

5. Meditaciones del Quijote, Madrid, Revista de Occidente, 9.a edición, 1975, p. 49.

6. «These latter percepctions —impresiones— are all so clear and evi-dent, that admit of no controversy». Un compendio de un Tratado de la Naturaleza Humana, reimpreso con una Introducción por J. M. Keynes y P. Sraffa; versión castellana de Carmen García Trevijano y Antonio García Artal, Revista «Teorema», Valencia 1977, p. 10.

7. A Treatise of Human Nature, ed. by L. A. Selby-Bigge, Oxford at the Clarendon Press, 1975, I, IV, II , p. 199.

8. Richard T. MURPHY, Hume and Husserl. Towards radical subjectivism, The Hague, Boston, London, Martinus Nijhoff, 1980, p. 42.

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como señala el profesor Millán Puelles, el error sea más natural que semejante actitud9.

Si dejamos el ámbito de las impresiones y pasamos a ocuparnos de las ideas, podremos comprobar que, también aquí, HUME persiste en la misma doctrina.

El efecto más sobresaliente de la unión o asociación de ideas es, para el filósofo escocés, la idea compleja, objeto común de nues­tros pensamientos y razonamientos 10. A su vez, dentro de las ideas complejas, lo más decisivo e importante son las relaciones, que HUME divide en dos grupos. El primero de ellos está formado por las relaciones que, por depender exclusivamente de las ideas, per­miten demostraciones absolutamente ciertas e indudables. El se­gundo, en cambio, lo integran aquellas otras que, al depender ab­solutamente de la experiencia, no pueden ofrecernos más que mera probabilidad, nunca conocimiento cierto n.

Así, pues, sólo el primer grupo, constituido por la semejanza, proporción en cantidad y número, grados de una cualidad y contra­riedad, por depender exclusivamente de las ideas, pueden propor-

9. «Pero esto prueba que la subjetividad no se contenta con quedarse en sí misma. Lo puede, sin duda, hacer; y al hacerlo, se mantiene en la certeza. Sin embargo, el error es mucho más natural que esa actitud. Res­ponde a una tendencia subjetiva totalmente espontánea, mientras que el li­mitarse a hacer un juicio puramente reflejo sobre la misma subjetividad es algo artificioso e incluso, en cierto modo, violento. Al tomar la apariencia por una realidad, la subjetividad 'se deja ir' por la misma pendiente en la que espontáneamente se desliza. Sigue la natural inclinación, que es, en efec­to, la inclinación hacia la realidad: la tendencia a aceptarla, a hacerla suya, a nutrirse de ella». (A. MILLÁN PUELLES, La estructura de la subjetividad, Madrid, Rialp, 1967, p. 22.

10. «Amongst the effects of this unión or associatíon of ideas, there none more remarkable, than those complex ideas, which are the common subjects of our thoughts and reasoning, and generally arise from some prin­cipie of unión among our simple ideas». Treatise, I, I, V, p. 13.

11. Treatise, 1} I I I , I, p. 69. A nuestro juicio, esta división humeana está inspirada en la que Locke establece entre certeza real, aquel conocimiento intuitivo o demostrativo, claro, rotundo y dotado del mayor grado de evi­dencia posible, y probabilidad, aquel otro que consiste en meras generaliza­ciones hechas a partir de la observación empírica. Confr. J. LOCKE, Essay Concerning Human Understanding, en «Works», Londres 1823, reimpreso por Scientia Verlag, Aalen, vol. II , IV, IV, § 18, p. 397 y IV, I I , § 13, p 328.

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cionar conocimiento y certeza 12. También las relaciones han de ir acompañadas, como las impresiones, de evidencia, si quieren alcan­zar el rango de la certeza y el conocimiento. Pero, lo mismo que ocurría con las impresiones, las relaciones mencionadas son eviden­tes, porque son conocidas directamente por la conciencia o, como dice el mismo HUME, porque «son más propiamente del dominio de la intuición» 13.

Al segundo grupo de relaciones les falta, en cambio, el inexcu­sable requisito de darse inmediatamente a la conciencia. No son intuitivas y, por ello, no pueden ser objeto del razonamiento y de la reflexión, sino del sentido y la memoria 14. Solamente la causa­lidad parece, en principio, poseer otro carácter, pues gracias a ella rebasamos el testimonio presencial actual de los sentidos y la me­moria al inferir la existencia o acción de un objeto que va pre­cedido o sigue a la existencia o acción de otro 15. Pero, mirada con

12. Treatise, I, I I I , I, p. 69. En rigor, habría que excluir de estas re­laciones la de proporción en cantidad y número. Es de sobra conocida la ambigüedad mantenida por Hume acerca del estatuto cognoscitivo de la ma­temática. En el Tratado atribuye al álgebra y la aritmética «perfecta exacti­tud y certidumbre» (I, I I I , I, p. 71). Sin embargo, la Geometría queda ex­cluida de este privilegiado ámbito de conocimiento certero. Nunca podrá lle­gar a ser «ciencia infalible y perfecta» (Ibid. véase también, I, I I , IV, pp. 45 y 51). En la Investigación, sin embargo, pone la Geometría junto al Al­gebra y la Aritmética, con igual rango y altura científica que ellas, confr. Enquiry Concerning Human Cnderstanding, ed. by L. A. Selby-Bigge, Oxford at the Clarendom Press, 1902, sect. IV, part. I, p. 25). Esta opinión, expues­ta de forma breve y ocasional, trata de ampliarla en un escrito de 1755 que, de haber sido publicado, se hubiera titulado On the Metapbisical Principies of Geometry (Confr. Tbe Letters of David Hume, ed. J. Y. T. Greig, Oxford Dniversity Press 1932, vol. II , n.° 465, p. 253). Sobre la concepción humea-na de la Matemática merecen destacarse como especialmente significativos los siguientes estudios: E. MEYER, Hume's und Berkerly's Philosopbie der Ma-thematik, Halle 1894; R. F. ATKINSON, Hume on Mathematics, Philosophical Quarterly, X, 1960, pp. 127-137; F. ZABEE, Hume precursor of Modern Em-piricism. An Analysis of bis opinions on Meaning, Metaphisics, Logic and Mathematics, La Haya 1960; C. MELLIZO, Hume y el problema de la Geo­metría, incluido dentro de su obra En torno a David Hume, ediciones Monté Casino, Zamora 1978, pp. 95-121.

13. Treatise, I, I I I , I, p. 70. 14. Ibid., pp. 69-70. 15. «It is only causation, which produces such a conexión, as to give us

assurance from the existence or action of one object, that it was followed

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más detenimiento, viene a decir el filósofo escocés, la causalidad no es ni intuitiva ni demostrativamente cierta, pues no es objeto de razonamiento, sino mera «belief», surgida del hábito o la cos­tumbre producida por la constante conjunción de objetos en el pasado 16. Pero la creencia 17 es un sentimiento irracional próximo al amor y al odio, según establece HUME, y se encuentra, como ellos, a gran distancia de los procesos de razonamiento. Por ello, carece de aquel criterio definitivo de verdad que caracterizaba al primer grupo de relaciones y a las impresiones, a saber, la eviden­cia, pues la creencia va más allá de lo que es inmediatamente dado y, por ello, intuitivamente evidente.

Lo que llevamos dicho autoriza a decir que el filósofo escocés establece una relación de igualdad entre evidencia e intuición, y ésta, a su vez, es entendida como dación inmediata a la conciencia 18.

4. No siempre se presenta la evidencia con la misma fuerza. Por eso, el filósofo edimburgués cree oportuno ocuparse de sus dis-

or preceded by any other existence or action». Treatise, I, I I I , I I , pp. 73-74. Entre los más interesantes estudios que se ocupan de manera exclusiva del tratamiento humeano de la causalidad merecen destacarse los siguientes: L. CARRANZA, ¿Negó Hume la causalidad,, «Ciencia y Fe», n.° 5, 1945; Celestine J. SULLIVAN, jr., Spinoza and Hume on Causation, «Atti del XII Congresso Intern. di Filosofía», Firenze 1961; C. J. DUCASSE, Critique of Hume's Con-ception of Causality, «The Journal of Philosophy», vol. LXIII, n.° 6, 1966; J. HARTNAK, Some Remarks on Causality, «The Journal of Philosophy», L, 1953.

16. «Reason can never shew us the connexion of one object with ano-ther, though aided by experience, and observation of their constant con-junction in all past instances. When the mind, therefore, passes from the idea or impression of one object to the idea or belief of another, it is not determined by reason, but by certain principies which asocíate together the ideas of these objects, and unite them in the imagination. Treatise, I, I I I , VI, p. 92.

17. Sobre la noción humeana de conciencia destacan, entre otros, los si­guientes estudios: O. QUAST, Der Begriff der Belief bei David Hume, Halle 1903; A. FLEW, Hume's Philosophy of Belief, ed. by Routledge and Kegan Paul Ltd., London 1961.

18. «Hume aquates to a great extent at least, evidence with immediate givenness, within consciosness or intuition». Richard T. M U R P H Y , op. cit., p. 43.

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tintos grados. La doctrina de los grados de evidencia tiene dos desarrollos distintos e, incluso, contradictorios.

a) En el primero de ellos, HUME distingue los siguientes grados de evidencia:

—Evidencia apodictica: es aquella que acompaña a las impre­siones y al primer grupo de relaciones, pues sólo ellas se dan in­tuitiva y directamente a la conciencia.

—Evidencia imperfecta: es un caso singular de evidencia, pues no la posee más que la relación de proporción en cantidad o nú­mero. Esta relación, que se descubre en las demostraciones geo­métricas y matemáticas, no se da nunca de forma perfectamente adecuada, según HUME, y, por ello, no proporciona una evidencia perfecta, apodictica.

—Creencia: es la forma cognoscitiva más alejada de la eviden­cia, pues acompaña a aquellas nociones que no son dadas ni intuiti­va ni inmediatamente, y, por eso, se constituye como mera admisión irracional injustificada.

b) La segunda versión humeana de los grados de evidencia tiene lugar al desarrollar el tema de la probabilidad19. Tres son, de nuevo, los grados de evidencia: conocimiento, pruebas y proba­bilidades:

«Entiendo por conocimiento la seguridad surgida de la compa­ración de ideas. Por prueba, los argumentos derivados de la rela­ción de causa y efecto, y que están enteramente libres de duda e incertidumbre. Por probabilidad, la evidencia todavía acompa­ñada por la incertidumbre»20.

Por conocimiento entiende ahora HUME lo mismo que en la primera versión de los grados de evidencia: sólo el que puede lo­grarse gracias a una adecuada e inmediata dación a la conciencia. Y, como antes, este conocimiento va acompañado del más alto gra­do de evidencia y, eo ipso, de certeza. Es digno de notarse, sin

19. Confr. Treatise, I, III, sect. II-XVI, pp. 73-179. Sobre la noción humeana de probabilidad es de gran interés la obra de A. BOEHME, Die Wahrscheinlichkeitslehre bei David Hume, Berlín 1909.

20. Treatise, I, III, XI, p. 124.

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embargo, que lo que ahora establece sobre las pruebas difiere gran­demente de lo afirmado en la previa versión de los grados de evi­dencia. Allí, cualquier razonamiento que incluyera la inferencia causal era relegado al ínfimo grado de evidencia: a la creencia o mera asunción irracional y caprichosa. Aquí, las pruebas son aque­llos argumentos que, pese a derivar de «la relación de causa y efec­to», «están enteramente libres de duda e incertidumbre» 21. La pro­babilidad es tratada del mismo modo que antes.

De esta segunda versión de los grados de evidencia podemos extraer la siguiente conclusión: HUME ha alterado su concepción inicial de ella. Ahora no la hace equivalente a la dación intuitiva, si­no a un «feeling» o sentimiento; a la creencia. En el caso de las re­laciones que dependen exclusivamente de las ideas, como es imposi­ble concebir lo contrario, el sentimiento es tan fuerte, intenso y vivo, que produce absoluta certeza. Es la evidencia apodíctica. En el caso de las pruebas, la constante y persistente conjunción de objetos en el pasado, sin contraejemplos que pudieran funcionar como principio de falsación 22, originará un sentimiento semejante al de las relaciones del primer tipo, pese a carecer, en cualquier caso, de un modo adecuado, inmediato e intuitivo de dación. Así pues, puede darse apodicticidad, aunque no haya dación adecuada23. La intensidad del sentimiento o creencia que acompaña a las probabi­lidades, su evidencia si se quiere, no podrá nunca conjurar definiti­vamente la amenaza de la incertidumbre24.

5. HUME sostiene una doctrina equívoca sobre la evidencia, pe­ro se mantiene firme e inalterable en considerarla como único cri­terio de verdad. Pero ¿qué puede decirse verdadero?

21. No son infrecuentes los descuidos por parte de Hume. Así, por ejem­plo, en el Treatise (I, IV, I I , p. 194) establece que todas las impresiones son internas, olvidando que, al tratar de las cualidades del espacio y el tiem­po (I, I I , I I I , p. 33), señala que las impresiones de sensación son origina­les, en tanto que las de la reflexión son internas.

22. Sobre el principio de falsación, puede consultarse la obra de K. R. POPPER, La lógica de la investigación científica, ed. Tecnos, Madrid 1962, es­pecialmente cap. I.

23. «Henee apodicticity can oceur even when there is inadequate given-ness». Richard T. M U R P H Y , op. cit., p. 50.

24. Treatise, I, I I I , XIII , p. 154.

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La impresión no. Antes de nada, porque es, como dice C. FA-BRO, un «fatto cognoscitivo completo»25, realidad originaria, sin representatividad alguna, clausurada en sí misma, exenta de cual­quier tipo de tensión hacia algo distinto de ella, y, por eso, carece de término con el que establecer la adecuación en que consiste la verdad26. Después, porque su evidencia es apodíctica en tan alto grado, que no es concebible para ellas ni el error, ni la falsificación, ni la más ligera modificación siquiera27.

La verdad se predica, en rigor, sólo en las ideas, y puede con­sistir «en el descubrimiento de las proposiciones de las ideas, con­sideradas en cuanto tales, o en la conformidad de nuestras ideas de objetos con la real existencia de éstos»28. El primer tipo de verdad es el característico de aquella clase de relaciones que se daban, directa y adecuadamente, a la conciencia, que eran, en su­ma, intuitivas. Pero, podemos preguntarnos ¿por qué admite ahora HUME que tales relaciones son verdaderas, cuando había negado que lo fueran las impresiones, precisamente porque se daban a la conciencia del mismo modo que las relaciones en cuestión?

El segundo tipo de verdad es el propio de las ideas representa­tivas. Su falsedad «consiste en el desacuerdo de ideas, consideradas como copias, con los objetos a que representan» 29.

Ahora bien, lo único que la ideas pueden representar son las impresiones, objetos, como hemos tenido ocasión de ver, ni distin­tos ni independientes de la conciencia30. Por eso, la verdad de una

25. L'origine psicológico della nozione di causa, «Rivista di Filosofia Neo-Scolastica», 1937, n.° 29, p. 209.

26. Para un estudio de la verdad como adecuación, véanse las obras de J. GARCÍA LÓPEZ, Doctrina de Santo Tomás sobre la verdad, Pamplona, Eun-sa, 1967 y Estudios de metafísica tomista, Pamplona, Eunsa, 1976, pp. 167-190.

27. Treatise, I I I , I, I, p. 458. 28. Ibid., I I , I I I , X, p. 448. 29. «...Consists in the disagreement of ideas, considered as copies, with

those objects, which they represent». Treatise, I I ; I I I , I I I , p. 415. 30. Para Hume, la idea es idéntica, mera copia si se quiere, a su objeto

(la impresión) y, por ello, posee todas sus cualidades. La idea de extensión, por ejemplo, es ella misma extensa: «And to curt short all disputes, the very idea of extensión is copied from nothing but an impression, and consequently must perfectly agre to it. To say the idea of extensión agrees to any thing, is to say it is extendad» (Treatise, I, IV, V, pp. 239-240).

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idea sólo queda garantizada encontrando su origen impresional co­rrespondiente31. Cuando no quepa tan decisivo hallazgo, habrá que rechazarlas, como espúreas y engañosas, del campo de la verdad.

6. Pero cifrar la verdad en un acuerdo de la idea, reducida, no lo olvidemos, al carácter de copia, con la impresión, hecho absolu­to de conciencia, insular, clausurado en sí mismo y sin referencia a nada extraconciencial, conduce a un lamentable desenlace: la con­sideración de la verdad como acuerdo de la conciencia consigo mis­ma 32.

No podemos decir que HUME no sintiera, como gran filósofo que fue, ese amor a la verdad que, en toda época, ha caracterizado al auténtico filósofo33. Pero sí nos parece oportuno afirmar que con la teoría epistemológica que pone a la base de su pensamiento le será imposible lograrla. La conciencia, plegándose sobre sí misma, alcanzará como mucho el acuerdo consigo, pero la vevitas rerum re­sultará esquiva e inasible para el buen David, como lo llamara ROUS­

SEAU.

31. «Esta «prueba» que han de pasar las ideas para su aceptación, ha llevado a Reid a señalar que el principio de correspondencia entre impresio­nes e ideas funciona, en Hume, como un código inquisitorial con el que son probadas las nociones filosóficas y, en su mayor parte, condenadas. Works, Hamilton's ed., p. 144.

32. Aunque referidas a Kant, creemos que las siguientes palabras de Ver-neaux podrían aplicarse al pensamiento humeano: «Y se llega por tanto a esta definición: la verdad es el acuerdo del juicio con las leyes inmanentes de la razón, o, más simplemente, el acuerdo del pensamiento consigo mismo. R. VERNEAUX, Epistemología general o crítica del conocimiento, Barcelona, Herder, 1971, p. 119. Sobre la concepción kantiana de la verdad, a la que van dirigidas las palabras de Verneaux, puede consultarse la obra d J. M. PALACIOS, El idealismo transcendental: teoría de la verdad, Madrid, Gredos, 1978.

33. II , I I I , X, p. 448.

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