jornadas del amor schumann

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Clara. Ansiosa, preocupada. En una mañana de otoño. Se repone y decide comenzar su trabajo diario sobre el piano. Observó un voluminoso paquete postal que sobresalía entre la correspondencia. Le llamó la atención no sólo su tamaño, sino lo grueso y tosco del sobre. Lo tomó de entre las otras cartas, con fuerza entre sus manos, como si temiera o esperara algo extraordinario de su contenido. Miró con ansiedad el remitente: “Sanatorio de Endenich, Bonn”. Un ligero temblor la sobrecogió. Endenich, aquel nombre funesto le evocaba el más amargo de sus recuerdos. Suspirando, rasgó el sobre con impaciencia y encontró en su interior una breve misiva del Dr. Richarz, y un extraño cuaderno, negro, de tapas duras y deteriorado. Olvidó la carta, abrió el cuaderno inmediatamente y, con inimaginable estupor, pudo reconocer en la primera página la desfigurada caligrafía. “Diario de la estancia en Endenich de Robert Schumann, compositor y ciudadano honorífico del cielo, escrito por éĺ mismo”. Aquella mañana, Clara Schumann, Clara Wieck de soltera, y en los días sucesivos, no pudo tocar el piano. Tan solo la lectura de aquel terrible y conmovedor diario ocupó por entero su tiempo, ensombreciendo aún más su conciencia. Robert. Diario, Sanatorio de Endenich. 1854, 26 de Junio. Finalmente he de reconocerlo con absoluta paz de espíritu en estos breves instantes de lucidez que me han sido concedidos: estoy loco. El viejo Wieck tenía razón. Nunca debí casarme con Clara. Y, sin embargo, el amor más auténtico, profundo, bello y desinteresado que pueda imaginarme anidó con firmeza en lo más profundo de mi corazón ¿Dónde están ángeles míos para dictarme nuevas melodías? Aquel infausto día, 27 de febrero de 1854, si esos marineros, salvadores insólitos y proverbiales, no me hubieran arrastrado del oscuro fondo del majestuoso Rhin, ya descansaría en paz.

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Recopilación de cartas entre Clara y Robert Schumann, especialmente las del Diario de Endenich.

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Page 1: Jornadas del Amor Schumann

Clara.Ansiosa, preocupada. En una mañana de otoño. Se repone y decide

comenzar su trabajo diario sobre el piano. Observó un voluminoso paquete postal que sobresalía entre la correspondencia. Le llamó la atención no sólo su tamaño, sino lo grueso y tosco del sobre. Lo tomó de entre las otras cartas, con fuerza entre sus manos, como si temiera o esperara algo extraordinario de su contenido. Miró con ansiedad el remitente: “Sanatorio de Endenich, Bonn”. Un ligero temblor la sobrecogió. Endenich, aquel nombre funesto le evocaba el más amargo de sus recuerdos. Suspirando, rasgó el sobre con impaciencia y encontró en su interior una breve misiva del Dr. Richarz, y un extraño cuaderno, negro, de tapas duras y deteriorado. Olvidó la carta, abrió el cuaderno inmediatamente y, con inimaginable estupor, pudo reconocer en la primera página la desfigurada caligrafía.

“Diario de la estancia en Endenich de Robert Schumann, compositor y ciudadano honorífico del cielo, escrito por éĺ mismo”.

Aquella mañana, Clara Schumann, Clara Wieck de soltera, y en los días sucesivos, no pudo tocar el piano. Tan solo la lectura de aquel terrible y conmovedor diario ocupó por entero su tiempo, ensombreciendo aún más su conciencia.

Robert.Diario, Sanatorio de Endenich.

1854, 26 de Junio.Finalmente he de reconocerlo con absoluta paz de espíritu en estos

breves instantes de lucidez que me han sido concedidos: estoy loco. El viejo Wieck tenía razón. Nunca debí casarme con Clara. Y, sin embargo, el amor más auténtico, profundo, bello y desinteresado que pueda imaginarme anidó con firmeza en lo más profundo de mi corazón ¿Dónde están ángeles míos para dictarme nuevas melodías? Aquel infausto día, 27 de febrero de 1854, si esos marineros, salvadores insólitos y proverbiales, no me hubieran arrastrado del oscuro fondo del majestuoso Rhin, ya descansaría en paz.

Sin embargo, estoy aquí, en el Sanatorio de Endenich, recluido en una oscura y tranquila habitación, sometido a tratamiento, en espera de mi ansiada curación.

De cuando en cuando un pequeño ruiseñor se posa en el alféizar de mi ventana. Es más libre y feliz de lo que pueda soñar cualquier ser humano. ¿Por qué esta tortura? Nada tiene sentido. Si no puedo componer hermosa música con la que obsequiar y hacer felices a Clara y a mis hijos, a Marie, a Elise, a Julia, a Louis, a Ferdinand, a Eugenia, a Félix, si no estoy capacitado para componer ni escribir, Dios mío, nada tiene sentido, y sólo me queda la más amarga desesperación y el silencio del abismo. Mis amados hijos… Creo que me he olvidado de algunos de mis hijos, no consigo recordar… Perdón, oh Dios

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misericordioso, ¡Qué raro orgullo o locura me ha llevado a olvidarlos! En la soledad de mi habitación los contemplo a cada momento en su retrato. Inexplicablemente son unos extraños, a los que, empero, amo con todo mi corazón de padre devoto y tierno. Pero, Dios mío, ¡tú y yo sabemos porque estoy aquí!

Tengo que escribir a hurtadillas, me han dejado un pequeño cuaderno, aquí escribiré, será el diario de mi desesperanza, el diario de mi locura… ¿Hasta cuando?

1854, 1 de Agosto.Finalmente me han permitido escribir algo de música. El Dr. Richarz

parece un médico competente y un hombre complaciente y bondadoso. Asegura que me curaré pronto y regresaré con los míos. Oh amada, amadísima Clara, cuanto tengo que reprocharme: mi mal humor, mis nervios, mis decepciones, mis fracasos... Todo lo grave y penoso de la vida de músico las has compartido serenamente conmigo. No estás aquí, no has venido, pero comprendo que no te permitan visitarme. En estos momentos, nuestro anhelado encuentro supondría un indeseado retraso en mi curación. Mi Ángel ha venido en varias ocasiones (16, 24 y 27 de julio) y me dictó un tema musical. Fue el 28 de julio por la mañana. Era una mañana radiante. Lo he llamado Geister Thema: mi Ángel me ha dicho que se lo han dictado, a su vez, Franz Schubert y Félix Mendelssohn. Está en Mi ♭ Mayor. ¡Ah Clara, si pudieras escucharlo! Desde que lo anoté lo escucho en mi cabeza a cada instante, primero con el piano, luego con las cuerdas, más tarde con los metales, como un coral… Por último un violín solo. Naturalmente no olvides, el violín es el instrumento de los ángeles. Pronto me restableceré. Creo que estoy en buenas manos. He de confiar.

1854, 12 de Septiembre.Mi querida Clara: es el aniversario de nuestra boda. Recuerdo como si

fuera hoy la alegría que rebosaba tu rostro…, tus facciones celestiales…Sigo sin noticias de mis hijos. Quizá han muerto. Hoy he hablado con el

Dr. Richarz. Me tranquilizó. Se encuentran bien.

1854, 14 de Septiembre.¡Alabado sea el cielo! Ha llegado una misiva de Clara, así que

rápidamente he terminado de escribir una carta de respuesta [incompleto]...escribo a escondidas, no se han enterado de que dispongo de este

cuaderno. He pedido un piano, ya que no me dejan tocar uno vertical que guardan en lamentable estado de pulsación y afinación en una de las buhardillas de la planta superior. Dicen que puede ser peligroso que suba por la vieja escalera (rácanos, la mantienen en pésimo estado de conservación y algunos de los enfermos podría dañarse ¡Con los jugosos honorarios que perciben! Creo que en Düsseldorf nadie conoce estas circunstancias tan vergonzosas. También menudean las goteras). Nadie puede tocar el piano de

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cola francés situado en el salón, un Ërard muy bonito, de palisandro, excepto yo, aunque solo me lo permiten en contadas ocaciones. El propio Dr. Richarz me ha invitado a tocar en su casa (un Graf) en cuanto me encuentre mejor. Es muy amable. Sin embargo, el otro médico que me trata, el Dr. Peters, ha desaconsejado que me siente al piano (probablemente se trata de un filisteo, amante de la ópera italiana y de las piruetas pianísticas de un Tausig o del propio Liszt). No comprende en modo alguno que la música es el mejor de los consuelos para el alma atormentada… El 30 de septiembre vino mi Ángel y estuvimos cantando viejas y buenas canciones. Disfruté mucho. Ese bastardo de Wieck tenía razón. Nunca debí casarme con Clara, sabiendo con certeza, como mi alma lo sabía, que podía hacerla desgraciada.

1854, 22 de octubre.Bettina Brentano me ha escrito algunos versos y me ha traído noticias de

Clara y de mis hijos. Bettina no entiende mi situación, ni el tratamiento al que me veo sometido, y no le gusta el sanatorio, ni mucho menos ese cuervo, el Dr. Peters (que Dios me perdone), abyecto y siniestro personaje, que no es capaz sino de infundir en el sensible ánimo de Bettina el más inequívoco desagrado y la más profunda desconfianza. ¡Hay que informar a Clara! Lloramos juntos, y después reímos y cantamos.

Necesito un piano para mi uso exclusivo. Debo volver al trabajo. Se me ha denegado, al menos de momento. Debo descansar, dicen. No estoy cansado. Estoy loco pero quiero sanación. En vano traté de mostrarme juicioso con Bettina. El Thema me martilleaba la cabeza, ahora adornado con agresivos trinos del timbal y poderosos acordes de violoncellos, contrabajos y metales. Durante una parte de nuestra conversación no entendí apenas nada sobre lo que conversábamos. Estoy loco, lo sé, pero la demostración de la sinceridad de mi anhelo de restablecimiento y la nostalgia por mi perdida cordura se encuentra en esta afirmación. ¡Dios mío, qué espanto! ¿Dónde están los espléndidos y luminosos días?

1854, 11 de noviembre.Ha venido Brahms. Hemos hablado de música y del Geister Thema. Se lo

mostré, lo copió rápidamente y prometió escribir variaciones. Le he sugerido algunas transformaciones… No tengo noticias de Clara. ¿Por qué no la dejan venir? Pero quizá sea mejor… Este lugar… Con su desagradable olor a yodo podría dañar su sensible ánimo. ¡Oh, amada Clara, que insalubre es este lugar!

Mi Ángel me visitó el 1 de Noviembre, en un día tan señalado. Echo de menos a Mendelssohn… Con él entre nosotros todo sería diferente: se encargaría de todas mis peticiones y, en su extrema bondad, me visitaría cada día. He de contentarme, y no es poco, con mi Ángel. Siempre me conforta. Sigo escuchando el Thema en mi cabeza, me acompaña a cada instante, me agota. Me produce una profunda agitación, porque, pese a haberme convertido en su esclavizado oyente, no lo oigo con claridad y me veo irremediablemente forzado a tratar de comprenderlo y apreciarlo. Y no lo consigo.

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Me gustaría describir el Geister Thema con palabras… Cuando surgió espléndidamente en mi cabeza, era tierno, delicado, consolador, apacible, sereno, de una melancólica alegría y señorial templanza; se trataba de un himno angelical, digno de sus autores, de una suprema e inasible belleza. Más luego, en mi propia cabeza, se tornó en una cansina cantinela y después en un canto horrorísimo y espectral ¡qué angustiosa e infernal tortura es escucharlo repetido, de improviso, una y otra vez!

¿Qué esperanzas me restan? ¿Por qué, Clara, me dejaste venir aquí? Recuerdo el desgraciado día, estaba escribiendo en mi mesa… No recuerdo mucho más, creo que salí de casa, de nuestra casa, del hogar de nuestros hijos, dispuesto a cometer el más grave crimen contra mí mismo. En realidad, quería tirar mi anillo al río para que después tu hicieras otro tanto y los anillos se entrelazaran en el Rhin para toda la eternidad… Dios, nuestro Señor, no lo permitió. Ahora, he de salir de este estado de locura.

1854, 19 de Noviembre.¡Ah, querida Clara! ¿Por qué esta clamorosa ausencia? La locura no es

contagiosa, como las fiebres, la risa o la tristeza. ¿Acaso me has olvidado, tan pronto?

1854, 1 de Diciembre.No estoy loco. No, y nunca lo estuve. Otros han querido hacérmelo creer.

Es horrible vivir en este lugar. Necesito un piano. Tengo una sinfonía en la cabeza, y algunos lieder sobre Jean Paul. Anoche también anoté algunos temas y algunos acordes. ¡No los encuentro! Los he perdido. O me los han quitado. El 25 de noviembre mi Ángel me confortó. Me pidió que no desesperara, que confíe, que confíe, que confíe en la voluntad de Dios, nuestro Señor. ¿Y cuál es esa voluntad? Soy prisionero del diablo, que me ha apartado con sus malas artes de la música, de mi mujer y de mis hijos. Y estoy aquí por las perversas maquinaciones de esos canallas de Düsseldorf, que me robaron mi puesto de director de orquesta. Me lo han arrebatado todo. Si al menos en gran Félix Mendelssohn estuviera entre nosotros, tendría un valedor muy importante, pero desde que murió, he carecido de defensores significativos…

He pedido un piano, y no se me ha concedido. Los médicos aducen que el trabajo puede “alterar mis nervios” y me conviene sosiego [interrumpido]

1855, 7 de Agosto.Los tilos rodean el sanatorio. No hay muchas flores. Me gustaría que

hubiera más. Oigo, de vez en cuando, voces en mi cabeza, no les doy demasiada importancia. Me dicen cosas como: “tu música no vale nada, es fruto del desorden, es hija de tu caos interior”. ¡Qué me importa! Clara sigue tocando, los niños están bien. Cada día miro su fotografía. Falta Julia, no está retratada. Antes, creo que yo rezaba. Ahora he olvidado todas las oraciones. Mi Ángel sigue viniendo. Me dice: “Paciencia...”

Quise componer. Pedí papel pautado. No lo había. Quiero la partitura

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completa de las Sonatas de Beethoven. Nadie a respondido a mi petición.Me acuerdo mucho de Chopin ¡Qué alma tan pura, tan musical, tan

sensible, tan noble! Todos los grandes músicos, mis queridos colegas, mis iguales y tan admirados, todos han muerto, menos Franz Liszt. ¿Por qué no me visita? ¿Tan pronto ha olvidado mi Fantasía que le dediqué? Es una de mis mejores obras, Clara me lo dice siempre.

Oh Clara, ya no podré componer música como esa. Soy una sombra de mí mismo. En mi alma, donde antes reinaba la inspiración, donde había lugar para lo bello, no hay ahora más que desolación, oscuridad y silencio.

1855, 12 de Septiembre.Es el aniversario de nuestra boda. Clara no viene. Ninguna carta, ninguna

nota. Nada. Me encuentro muy solo, aislado por completo. No puedo hacer comprender a los médicos que la sola presencia de Clara a mi lado me traería más sosiego y esperanza que la comunión de mil hostias consagradas (otra vez me amenazan con encerrarme). Si sigo realizando estas afirmaciones mi Ángel no vendrá. Añoro tocar las Sonatas de Beethoven y las fugas de Bach, que fue un genio que habló de tú a tú a Dios… ¡Ojalá yo pudiese hacer lo mismo! Pero cuando intento hablarle, no hay respuesta. Mi Ángel me dice que Él siempre responde, somos los hombres los que no escuchamos. Perseveraré.

¡Chiarina, bella Chiarina! ¿Recuerdas el día de nuestra boda? Después de tanta espera y de tantos nubarrones, llegó a brillar el sol, llegó el ansiado día ¡Fue nuestro otoño dorado!

1855, 16 de Septiembre.¿Dónde estás, Dios mío? ¿Por qué me has abandonado a mi suerte? El

Thema retorna, ahora más espaciadamente. Solo me queda la desesperación, el abismo, el silencio. Y mi música, ¿de qué servirá? ¿Perecerán mis obras conmigo? No. Confió en Clara. Ella preservará mi legado, estoy seguro. Pero ¿para quién? ¿Sabrán las generaciones venideras apreciar mi música?

1855, 27 de Noviembre.Hace mucho que los médicos han dejado de preocuparse por mí.

Pensarán para sí mismos, “ese músico loco” es un caso incurable… ¡Qué me importa! Estoy muerto en vida y no tengo mi conciencia limpia y serena. Mi alma está profundamente atormentada. Por lo demás, no sé ni entiendo nada. Sé que soy un músico. Me llamo (o me llaman) Robert Schumann. ¿Soy Schumann? Si es así ¿qué hago aquí? He mandado a llamar al Dr. Richarz y le he formulado esta pregunta: “si soy Robert Schumann, ¿qué hago aquí? ¿Acaso no debería estar en mi hogar, con Clara y mis hijos en brazos, componiendo música, escribiendo artículos, tocando el piano y fumando cigarro tras cigarro?”. Me ha contestado que sí, en efecto, soy Robert Schumann, pero estoy enfermo y debo recibir cuidados y atenciones, hasta que logre mi total restablecimiento. No estoy convencido de su respuesta. En realidad, no estoy convencido de nada, ni alcanzo a distinguir muy bien quién es Robert

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Schumann. ¿Acaso soy yo? Y entonces ¿quién es “yo”?

1855, 25 de Diciembre.Otra Navidad fuera del hogar. El Dr. Richarz me ofreció una copa de vino

del Rhin, seguramente envenenada. La rechazé.

1856, 31 de Enero.Querida Clara: ¡cuánto te echo de menos! Recuerdo tus manos

esculpidas en el marfil del maravilloso Bechstein tocando mi concierto, tu concierto, nuestro concierto. Lo escucho ahora cada día. No me dejan cantar en voz alta. Esto es un sanatorio, un asilo, o más bien una lógebra tumba. ¿Por qué me has abandonado… [interrumpido]

[interrumpido]… también en la cadenza del Concierto en La menor, tu concierto Clara, amor mío… Ya les he repetido a esos médicos a sueldo del demonio que te amo con todas mis escasas fuerzas y que quiero verte aquí, pero el diablo también está en el sanatorio (está en todas partes), no descansa nunca, imperturbable y, decidido, me tortura con cascadas de interminables arpegios, agrios trinos de timbal y acordes brutales de una siniestra sinfonía, o con una cabalgada intensa por el piano, con veinte años menos y delante de todo el público de Leipzig que me vitorea desaforada y burlescamente… ¡y recorro el teclado con tu nombre en los labios! ¡Clara, semejante estrépito me impide escuchar a Dios!

1856, 16 de Marzo.Ya solo me queda esperar la muerte. Ya solo espero la muerte. ¿Para qué

tanto esfuerzo? ¡Tantos años de lucha para labrar este destino fatal! ¿Qué quieres enseñar, buen Dios, a las futuras generaciones? ¿Acaso soy un nuevo Job? No obstante, sería sin duda un ingrato si no te alabara, Dios mío, como es debido, por haberme permitido vivir y amar a Clara y formar una familia y por haberme permitido escribir mi música. ¡Pero, oh Dios mío, líbrame pronto de esta existencia miserable!

1856, 18 de Junio.Clara, Clara, amor mío, ¿vendrás ya?

1865, 18 de Julio.Han dicho que vendrá Clara. Es mi última esperanza. Confío en ella. Me

sacará de aquí. Ha venido mi Ángel y hemos tocado a dos pianos el Finale del Concierto para piano y el Concierto sin orquesta. Fue divertido. Ahora estoy cansado.

Clara.Interrumpió un concierto en Londres, ante el informe de Brahms sobre el

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estado de su marido. Schumann estaba muy débil. En su diario relata que solo tuvo fuerzas para mirarla, abrazarla, y decir una sola palabra: “Mía”. Murió dos días después. Clara lo sobrevivió 40 años y se dedicó a preservar y difundir su obra.

※ ※ ※

PD: Clara Wieck en marzo de 1828, con ocho años, ya dio un recital en Leipzig en la casa del doctor Ernst Carus, donde conoció a un joven pianista también invitado:Robert Schumann, quien, siendo ya gran admirador de su forma de interpretar, se enamoró entonces de ella y abandonó su carrera de Derecho, para recibir clases intensivas de música del padre de Clara, a cuyo efecto, se instaló en su casa. Robert pidió la mano de Clara en dos oportunidades a Wieck, quien se opuso tajantemente, prohibiendo la relación entre ambos.

Fragmentos de cartas de Robert Schumann a Clara Wieck (previos al matrimonio, mientras mantenían correspondecia secreta ya que el padre de Clara se opuso a la relación):

“No sé si es por lo que me dijiste un día; que a veces te parezco un niño, pero en todo caso, tuve una inspiración súbita y escribí de un tirón treinta piezas breves y caprichosas. He escogido una docena y las he titulado “Escenas de niños” -Piezas para Piano, op. 15-. Seguro que te gustarán, pero, naturalmente, es preciso que olvides que eres una verdadera virtuosa. Para tocarlas debes dejarte llevar por una gracia sencilla, natural y sin afectación alguna” (1838).

“Mi querida y reverenciada Clara:Hay personas que odian la belleza y sostienen

que los cisnes son en realidad gansos de una clase más grande; así se podría decir con igual justificación que la distancia es sólo un primer plano que se ha alejado. Y así parece ser, porque hablo contigo a diario (sí, incluso en voz más baja de lo que lo hago habitualmente), y aun así sé que me comprendes. Al principio tenía diversos planes sobre nuestra correspondencia. Quería, por ejemplo, iniciar una pública contigo en el periódico musical; después quería llenar mi balón de aire (sabes que poseo uno) con ideas para las cartas, y organizar un ascenso con el viento favorable y hacia un destino adecuado...

Quería cazar mariposas para que te llevasen las cartas. Quería enviar mis cartas primero a París, de manera que las abrieras con gran curiosidad, y entonces, más que sorprendida, me creyeras en París. En definitiva, tenía muchos sueños ingeniosos en mi cabeza, de los que hoy sólo me ha despertado el cartero. Ese cartero, mi querida Clara, ha tenido, además, en mí un efecto mágico,  más que el del mejor champán. Parece que no tienes cabeza, sólo un corazón agradablemente ligero, cuando oyes tocar la trompeta –del cartero- con tanta alegría en el mundo. Para mí son verdaderos valses de anhelo,

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estos toques de trompeta, que nos recuerdan algo que no poseemos. Como decía, el postillón me sacó de mis viejos sueños y me llevo a otros nuevos...”

Leipzig, 1834

“¡Qué mañana celestial!Todas las campanas tañen; el cielo está claro y dorado... y frente a mí, tu

carta. Te envío mi primer beso, bienamada.Anhelo verte por encima de todo, estrecharte a mi corazón, porque estoy

muy triste, e incluso enfermo. Yo no sé lo que me hace daño, y sin embargo sí sé que tu ausencia influye. Te puedo imaginar en todo lugar. En mi cuarto caminas de un lado a otro junto a mí. Te tengo en mis brazos. Pero nada, nada de esto, es real... Estoy enfermo... Y no podré soportarlo mucho tiempo.

En cuanto al Concierto, ya te he dicho que se trata de algo intermedio entre una sinfonía, un concierto y una gran sonata. (1839)

…Todo esto es muy extraño, pero si me extiendo escribiéndote como ahora lo hago, no podré componer. Toda mi música se vuelve hacia ti.

…he estado sentado al piano toda la semana, componiendo y escribiendo, llorando y riendo al mismo tiempo”.