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Centenario rgo el Inglés George Borrow. EL VIAJE POR ASTURIAS, EN 1837, DE «DON JORGITO EL INGLES» Ramón Baragaño E 1 día 26 de julio de 1981 se cumplió el primer centenario del llecimiento de George Borrow, viero romántico inglés que recorrió los caminos de España como misionero de la fe protestante por cuenta de la Sociedad Bíblica Británica y Extran- jera de Londres. Convivió con las gentes sencillas del pueblo español, quienes le llamaban cariñosa- mente don Jorgito el Inglés, y nuestro país le produjo tal impacto emocion que afirmó, en el prólogo a su obra La Biblia en España, que los casi cinco años pasados en tierras españolas, «si no los más accidentados, eron, no vacilo en decirlo, los más lices de mi existencia». . El presente trabajo pretende servir de modesto homenaje a la buena memoria de este pintoresco y excéntrico personaje, trotamundos, misionero de la Biblia protestante en el país «más católico del orbe», amigo de los gitanos y, en definitiva, uno de aquellos «curiosos impertinentes» o viajeros ingleses que recorrieron España y quedaron sci- nados por ella. RESEÑA BIOGRAFICA George Borrow nació en East Dereham (con- dado de Noolk) el 5 de julio de 1803. Hijo de un militar, su inncia transcurrió en un continuo pe- regrinaje por diversas localidades de Inglaterra, siguiendo los traslados de su padre. Desde muy joven se sintió atraído por los idiomas, pa los que poseía una extraordinia facilidad, y llegó a dominar correctamente el español, alemán, ruso, ancés, italiano, galés, danés y varias lenguas orientales. Tras un intento desortunado de estu- diar Leyes, en 1824 se trasladó a Londres, donde ' comenzó su carrera literaria realizando diversas traducciones y publicando algunos trabajos. A los veintidós años de edad era, según Manuel Azaña (1), «alto, flaco, zanquilargo, de rostro oval y tez olivácea; tenía la nariz encorvada, pero no dema- siado larga; la boca, bien dibujada, y ojos pardos, muy expresivos. Una canicie precoz le dejó la cabeza completamente blanca. Las cejas, promi- nentes y espesas, ponían en su rostro un violento trazo oscuro». Era también Borrow, por otra parte, un apasionado de la vida naturalista y de los viajes. 18 Su primer empleo estable lo consiguió como agente de la Sociedad Bíblica Británica y Extran- jera de Londres, tras haber tenido lugar en su vida un hecho trascendental: en 1833 se retractó de su

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Centenario

Jorgito el Inglés

George Borrow.

EL VIAJE POR ASTURIAS, EN 1837, DE «DON JORGITO EL INGLES»

Ramón Baragaño

E1 día 26 de julio de 1981 se cumplió el primer centenario del fallecimiento de George Borrow, viajero romántico inglés que recorrió los caminos de

España como misionero de la fe protestante por cuenta de la Sociedad Bíblica Británica y Extran­jera de Londres. Convivió con las gentes sencillas del pueblo español, quienes le llamaban cariñosa­mente don Jorgito el Inglés, y nuestro país le produjo tal impacto emocional que afirmó, en el prólogo a su obra La Biblia en España, que los casi cinco años pasados en tierras españolas, «si no los más accidentados, fueron, no vacilo en decirlo, los más felices de mi existencia». . El presente trabajo pretende servir de modesto homenaje a la buena memoria de este pintoresco y excéntrico personaje, trotamundos, misionero de la Biblia protestante en el país «más católico del orbe», amigo de los gitanos y, en definitiva, uno de aquellos «curiosos impertinentes» o viajeros ingleses que recorrieron España y quedaron fasci­nados por ella.

RESEÑA BIOGRAFICA

George Borrow nació en East Dereham (con­dado de Norfolk) el 5 de julio de 1803. Hijo de un militar, su infancia transcurrió en un continuo pe­regrinaje por diversas localidades de Inglaterra, siguiendo los traslados de su padre. Desde muy joven se sintió atraído por los idiomas, para los que poseía una extraordinaria facilidad, y llegó a dominar correctamente el español, alemán, ruso, francés, italiano, galés, danés y varias lenguas orientales. Tras un intento desafortunado de estu­diar Leyes, en 1824 se trasladó a Londres, donde

' comenzó su carrera literaria realizando diversas traducciones y publicando algunos trabajos. A los veintidós años de edad era, según Manuel Azaña (1), «alto, flaco, zanquilargo, de rostro oval y tez olivácea; tenía la nariz encorvada, pero no dema­siado larga; la boca, bien dibujada, y ojos pardos, muy expresivos. Una canicie precoz le dejó la cabeza completamente blanca. Las cejas, promi­nentes y espesas, ponían en su rostro un violento trazo oscuro». Era también Borrow, por otra parte, un apasionado de la vida naturalista y de los viajes.

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Su primer empleo estable lo consiguió como agente de la Sociedad Bíblica Británica y Extran­jera de Londres, tras haber tenido lugar en su vida un hecho trascendental: en 1833 se retractó de su

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Así debió viajar por Asturias «Jorgito el inglés».

ateísmo y pasó a profesar la religión protestante con entusiasmo rayano en el fanatismo. Ese mismo año, la Sociedad Bíblica le envió a Rusia, país en el que permaneció hasta 1835. Los cuatro años y medio siguientes los pasó recorriendo Es­paña en tareas misioneras. En 1837 abrió en Ma­drid una librería con el rótulo de «Despacho de la Sociedad Bíblica y Extranjera», y un año más tarde publicó su traducción al caló o lengua gitana del Evangelio de San Lucas.

En 1840 regresó a Inglaterra, donde contrajo matrimonio, el 23 de abril, con la viuda, vieja amiga suya, Mary Clarke. Gracias a la estabilidad económica que le proporcionó el matrimonio, pudo Borrow, que había roto ya con la Sociedad Bíblica, dedicarse a escribir en su retiro de Oul­ton. Siempre había sentido gran interés por los gitanos, con los que convivió en diferentes oca­siones en Inglaterra, España y Hungría; fruto de ese interés fue la publicación, en 1841, de The Zincali; or an account of the Gypsies in Spain, libro en el que describe la historia y las costum­bres de los gitanos españoles. Posteriormente es­cribió otras obras sobre la vida y el lenguaje de los gitanos ingleses y húngaros.

A finales de 1842 publicó The Bible in Spain, obra con la que alcanzó mucha notoriedad y de la que se agotaron rápidamente varias ediciones. Es­tas obras sobre España le hicieron entablar amis­tad con Richar Ford, que preparaba por entonces su Handbookfor travellers in Spain. Publicó tam­bién Borrow dos novelas de carácter autobiográ­fico: Lavengro (1851) y Romany Rye (1857). Desde 1860 a 1874 residió en Londres, trasladán-

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dose en la última fecha mencionada a Oulton. Allí vivió Borrow, convertido en un anciano malhumo­rado y solitario (había enviudado en 1869), varios años. Al final de sus días, su hijastra fue con su marido a vivir en su compañía. Borrow falleció en Oulton el 26 de julio de 1881, y fue enterrado en el cementerio de Brompton, en Londres (2).

«LA BIBLIA EN ESPAÑA»

Entre los años 1836 y 1840 Borrow recomo España entera, comisionado por la Sociedad Bí­blica Británica y Extranjera, para divulgar la Bi­blia protestante. Coincide su estancia en nuestro país con los agitados años de la primera guerra carlista, la desamortización de Mendizábal y la primera regencia, y durante el desempeño de su tarea misionera le sucedieron a don Jorgito el Inglés -como le llamaban cariñosamente las gen­tes del pueblo llano español- numerosos inciden­tes y anécdotas, tales como detenciones, encuen­tros con bandoleros, convivencia con gitanos, tro­piezos con extraños y misteriosos personajes, amenazas de muerte, etc.

Todo ello fue recogido minuciosamente por el viajero inglés en su pintoresco e interesantísimo libro La Biblia en España. Publicada la primera edición en Londres, en diciembre de 1842, el éxito de la obra fue fulminante: se agotaron rápida­mente varias ediciones en inglés y fue traducida al alemán, francés y ruso. Paradójicamente, hasta 1921 no apareció la edición española, traducida, prologada y anotada por Manuel Azaña. En 1967 salió otra edición en castellano, que pasó desaper­cibida, y por fin, en 1970, Alianza Editorial ree­ditó, con carácter popular, la versión de Azaña (3).

En esa obra, el extravagante Borrow, típico es­píritu del romanticismo, escribe de las cosas de España con sinceridad entrevenada de fantasía y, desde luego, con apasionamiento:

«En España pasé cinco años, que, si no los más accidentados, fueron, no vacilo en decirlo, los más felices de mi existencia. Y ahora que la ilu­sión se ha desvanecido, ¡ay!, para no volver ja­más, siento por España una admiración ardiente: es el país más espléndido del mundo, probable­mente el más fértil y con toda seguridad el de clima más hermoso. Si sus hijos son o no dignos de tal madre, es una cuestión distinta que no pre­tendo resolver; me contento con observar que, entre muchas cosas lamentables y reprensibles, he encontrado también muchas nobles y admirables; muchas virtudes heróicas, austeras, y muchos crímenes de horrible salvajismo; pero muy poco vicio de vulgar bajeza, al menos entre la gran masa de la nación española, a la que concierne mi misión; porque bueno será notar aquí que no tengo la pretensión de conocer íntimamente a la aristocracia española, de la que me mantuve tan apartado como me lo permitieron las circunstan­cias; en revanche he tenido el honor de·"'ivir fami-

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liarmente con los campesinos, pastores y arrieros de España, cuyo pan y bacallao he comido, que siempre me trataron con bondad y cortesía, y a quienes con frecuencia he debido amparo y pro­tección» ( 4).

De entre los diversos viajes por España que contiene La Biblia en España, el que nos interesa aquí es el efectuado a través de Asturias, que precisamente coincide con el primero de aquéllos. En efecto, una vez conseguida la autorización para imprimir y divulgar el Evangelio en edición castellana sin notas ni aparato crítico, Borrow cargó los libros en mulos y se echó a los caminos, con entusiasta celo divulgador, emprendiendo un largo viaje por Castilla la Vieja, Galicia, Asturias y Santander, que duró desde mayo a noviembre de 1837.

VIAJE DE BORROW POR ASTURIAS

El paso de don Jorgito el Inglés por la región asturiana está descrito en los capítulos 32, 33 y gran parte del 34 de La Biblia en España; ocupa, en total, unas veinticinco páginas (5), que no tie­nen desperdicio. Cruza Asturias de Oeste a Este, desde Castropol hasta Colombres ( concejo de Ri­badedeva), siguiendo siempre el camino de la costa, excepto el trayecto de Gijón a Oviedo y el de la capital a Villaviciosa. La estancia de don Jorgito en tierras asturianas duró quince días es­casos (6).

Comienza el viaje en Ribadeo (Lugo), a las ocho de la mañana del 24 de septiembre de 1837. Bo­rrow y su criado griego Antonio Bocchino cruzan la ría del Eo en barca, acompañados por un alqui­lador de caballos, Martín de Ribadeo, que había sido inicialmente contratado como guía hasta Luarca -aunque luego fue con ellos hasta Gijón- y por una yegua «facciosa» que este último había comprado por un duro a una partida carlista. Una vez desembarcados en Castropol, ya en la orilla asturiana, Borrow montó en la yegua y su criado Antonio en el caballo del viajero inglés y, precedi­dos a pie por el guía gallego, se pusieron en ca­mino.

Al mediodía llegaron a N avia, «pueblecito de pescadores situado en una ría» (7), en cuya «rada había un barquichuelo procedente, según averigüé más tarde, de las provincias Vascongadas, para cargar sidra o sagardúa, la bebida de que tanto gustan los vascos» (8). El criado Antonio encuen­tra en la villa, en un pequeño taller de zapatería, a tres antiguos conocidos, con los que se detiene a charlar un rato. Borrow aprovecha el casual en­cuentro para poner en boca de su servidor el si­guiente comentario acerca de los asturianos:

«He sido compañero de servicio de los tres va­rias veces, y de antemano le digo a usted que en este país apenas hay un pueblo donde no tenga yo un amigo. Todos los asturianos van a Madrid en cierta época de su vida en busca de colocación, y cuando han arañado algún dinero, se vuelven a su

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país. Como yo he servido en todas las casas gran­des de Madrid, conozco a la mayor parte de ellos. No tengo nada que decir contra los asturianos, salvo que son tacaños y mezquinos mientras están sirviendo; pero no son ladrones, ni en su país ni fuera de él, y he oído decir que se puede atravesar Asturias de punta a punta sin el menor riesgo de que le roben o le maltraten a uno, cosa que no sucede en Galicia, donde a cada momento está­bamos expuestos a que nos cortaran el cuello» (9).

Desde Navia continúan el viaje, «a través de una comarca desolada, hasta el puerto de Baralla» (10). Este paraje tenía, según Martín de Ribadeo, muy mala fama debido a los duendes (11) de dos frailes franciscanos que por allí campaban de no­che. El honrado y dicharachero guía gallego apro­vechó la ocasión para hacer gala de su anticlerica­lismo:

«Cuentan que en tiempos antiguos, mucho antes de suprimirse los conventos, dos frailes francisca­nos· salieron de su convento a mendigar. Recogie­ron muchas limosnas, y cuando al cerrar la noche pasaban por aquí, camino de su convento, disputa­ron sobre cuál de los dos había cumplido con su obligación mejor que el otro; al cabo, de las pala­bras vivas pasaron a los insultos, y de los insultos, a los golpes. ¿Qué cree usted que hicieron aque­llos demonios de frailes? Se quitaron las capas, haciéndoles en una punta sendos nudos con una gruesa piedra dentro, y se machacaron con tal furia que ambos quedaron muertos. Yo no sé, mi amo, cuál es peor plaga, si los frailes, los curas o los gorriones» (12).

Dos horas después entraban los viajeros en Luarca, villa situada «en una profunda hondo­nada, de tan rápidas vertientes que no se ve el pueblo hasta que está uno encima de él. En el extremo norte de la hondonada hay una pequeña bahía, en la que entra el mar por un boquete angosto» (13). Allí se instalaron en «una posada grande y cómoda», y convinieron que, dado que todos los guías y caballos de alquiler de Luarca estaban ausentes, Martín de Ribadeo les acompa­ñase hasta Gijón.

A la mañana siguiente (25 de septiembre), muy temprano, salen de Luarca para llegar, tras una hora de marcha, a Caneiro (14), «profundo y ro­mántico valle entre peñascos, sombreado por altos castaños»; cruzan en barca el río, del que afirma el barquero que en «toda Asturias no hay otro río como éste para las truchas». Una vez dejado atrás el valle del Canero, Borrow y sus acompañantes encuentran a su paso una comarca agreste y llena de montañas.

«Son casi todas de oscuro granito, cubierto aquí y allá por una ligera capa de tierra. Se acercan mucho al mar, hacia el cual declinan en vertientes muy quebradas, donde se abren profundas y es­carpadas gargantas; por cada una corre un arroyo, tributo de las montañas al piélago salado. El ca­mino va por esos derrumbaderos. A siete de ellos los llaman en el país las siete bellotas ( 15). El más

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Vista de Castropo/, por Cuevas.

terrible de todos es el del centro, del cual des­ciende un torrente impetuoso» (16).

Tras un ligero descanso en una «venta misera­ble» que encontraron en la cima de uno de aque­llos montes, los viajeros se ponen de nuevo en camino. Muy avanzada ya la tarde cruzaron por fin la última de las ballotas y, antes de alcanzar Soto de Luiña ( concejo de Cudillero), comenzó a caer una lluvia menuda. Continúan el viaje «a través de una región muy agreste, pero pinto­resca», y al anochecer llegaron al pie de una «es­carpada montaña, a la que se subía por un camino de herradura, a través de un bosque de altísimos árboles». Ya cerrada la noche y con la lluvia arre­ciando, alcanzan «la entrada de Muros (17), pue­blo grande, situado precisamente al pie de la otra vertiente de la montaña». Allí pernoctan en la posada de un «asturiano locuaz», quien, al amor del fuego de la chimenea, le refirió a Borrow una curiosa y novelesca aventura protagonizada por dos misteriosos huéspedes -brujos, según el posa­dero- que por allí habían pasado tres años atrás, y que, por lo que el viajero inglés pudo deducir, resultaron ser un oficial ruso y su criado.

«¡ Singular paraje aquella posada de Muros! La casa era grande e irregular, con espaciosa cocina en el piso bajo. Escaleras arriba había un vasto comedor con inmensa mesa de roble, rodeada de

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pesados sillones de cuero muy altos de respaldo, que lo menos tenían tres siglos. Con este aposento se comunicaba una galería o voladizo de madera, abierta al aire, que conducía a un cuarto pequeño, provisto de un lecho antiguo, con dosel y cortinas, donde yo había de dormir. Era una de esas posa­das que los novelistas gustan de introducir en sus descripciones, sobre todo cuando los sucesos na­rrados ocurren en España» ( 18).

En la mañana del 26 de septiembre abandonan los viajeros Muros de Nalón, con dirección a Gi­jón. Se produce entonces -ignoramos por qué mo­tivo- un salto en la narración.

«Tengo que dar ahora un gran salto en mi viaje, nada menos que desde Muros a Oviedo, conten­tándome con decir que fuimos desde Muros a Vé­lez ( 19) y desde aquí a Gijón, donde nuestro guía Martín se despidió, volviéndose con la yegua a Ribadeo» (20).

Borrow y su criado Antonio durmieron esa no­che en Gijón, para trasladarse al día siguiente a la capital del Principado de Asturias.

«DON JORGITO» EN OVIEDO

El 27 de septiembre llega Borrow a Oviedo. Pero dejemos que sea él mismo quien nos lo cuente:

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«Oviedo está a tres leguas de Gijón. Antonio fue en el caballo, y yo, en una especie de diligen­cia que hace el servicio diario entre las dos pobla­ciones. El camino es bueno, pero montuoso. Lle­gué sin novedad a la capital de las Asturias, aun­que en época más bien desfavorable, porque hasta las puertas de la ciudad llegaba el estruendo de la guerra y se oía «la exhortación de los capitanes y la gritería del Ejército». Por la fecha a que me refiero, Castilla estaba en manos de los carlistas, que habían tomado y saqueado Valladolid, como habían hecho poco antes con Segovia. Se espe­raba verlos marchar contra Oviedo de un día para otro; pero no hubieran dejado de encontrar resis­tencia, porque contaba la ciudad con una guarni­ción considerable que había erigido algunos reduc­tos y fortificado varios conventos, especialmente el de Santa Clara de la Vega. Todos los ánimos se hallaban en un estado de ansiedad febril, muy especialmente por no recibirse noticias de Madrid, que, según los últimos informes, estaba en poder de las partidas de Cabrera y de Palillos» (21).

Borrow visita al «pequeño librero» de la capital asturiana, Longoria (22), y le entrega todo el ma­terial propagandístico que le quedaba: un fardo de cuarenta Nuevos Testamentos y unos cuantos car­teles.

«El librero me aseguró que, si bien se encargaba de la venta muy gustoso, no había esperanzas de buen éxito, porque llevaba ya un mes sin vender un solo libro de ninguna clase, debido a lo re­vuelto de los tiempos y a la pobreza reinante en el país; estas noticias me desanimaron mucho» (23).

Esa misma noche recibió Borrow, en su habita­ción de la posada, la visita de diez misteriosos embozados, quienes, al mando de un jorobado, se interesan por su labor propagandística y le agra­decen el haber traído a Asturias ( «el terreno más favorable, a su parecer, para nuestros trabajos, de toda la Península») el Nuevo Testamento protes­tante, que todos ellos portaban. Tras la breve entrevista, se despidieron del viajero en correcto inglés y, envolviéndose en las capas, abandonaron el recinto. Borrow se congratula en su libro de esta escena, sin entender que se trataba, muy pro­bablemente, de una broma de gentes ilustradas, quizá estudiantes o jóvenes escritores locales.

Don Jorgito se alojó en Oviedo «en un apartado aposento, grande y mal amueblado, de una antigua posada, que fue en otros tiempos palacio de los condes de Santa Cruz», en la calle de la Rúa. Aunque, como ya hemos dicho anteriormente, no precisa las fechas en sus escritos, se puede dedu­cir que Borrow permaneció en la capital de Astu­rias desde el 27 de septiembre hasta el 4 de octu­bre de 1837. La ciudad le mereció el siguiente comentario:

«Oviedo tiene unos quince mil habitantes. Está en una situación pintoresca, entre dos montañas: el Morcín (24) y el N aranco; la primera es muy alta y escabrosa; durante la mayor parte del año se halla cubierta de nieve; las vertientes de la otra

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están cultivadas y plantadas de viñedo. El orna­mento principal de la ciudad es la catedral; su torre, extremadamente alta, es quizá uno de los más puros ejemplares de la arquitectura gótica que existen hoy en día. El interior de la catedral es decente y apropiado, pero muy sencillo y sin adornos. Sólo vi un cuadro: la Conversión de San Pablo. Una de las capillas es cementerio, donde descansan los huesos de once reyes godos (25). ¡Paz a sus almas!» (26).

A Borrow le enseñó las cosas más notables de la ciudad un comerciante ovetense, para quien era portador de una carta de recomendación que le habían dado en La Coruña. Una de las visitas que hicieron ambos fue al abogado Ramón Valdés (27), quien poseía un buen retrato del benedictino fray Benito Feijoo.

En Oviedo Borrow se vuelve a encontrar con el suizo Benedicto Mol, misterioso personaje que andaba a la búsqueda de un fabuloso tesoro es­condido en Santiago de Compostela y que llegó a la capital asturiana, indigente y maltrecho tras las desventuras pasadas en Galicia (28), en pos del viajero inglés, que le socorrió. De este episodio típicamente romántico, escribe Borrow:

«Benedicto es un hombre extraño -me dijo An­tonio a la mañana siguiente, cuando, acompaña­dos por un guía, salimos de Oviedo-. Ha llevado una vida extraña y le espera una muerte extraña también: lo lleva escrito en el rostro. No creo que se marche de España, y si se marcha, será para volver, porque está embrujado con el tesoro. Anoche envió a buscar una sorciere y delante de mí la consultó; le dijo que estaba destinado a encontrar el tesoro, pero que antes tenía que cru­zar agua (29). Le puso en guardia contra un ene­migo, que Benedicto supone que será el canónigo de Santiago. He oído hablar mucho del ansia de dinero de los suizos; este hombre es una prueba. Por todos los tesoros de España no sufriría yo lo que Benedicto ha sufrido en estos últimos viajes» (30).

DE OVIEDO A SANTANDER

El 5 de octubre, Borrow y su criado Antonio, acompañados por un guía que resultó «desidioso e indolente», abandonan Oviedo rumbo a Santan­der. A propósito del guía, y a partir de su expe­riencia personal en España, aconseja don Jorgito a los futuros viajeros lo siguiente:

«Cuando se viaja por España, el plan más ba­rato es que en el ajuste entre la manutención del guía y de su caballo o mula, porque así el precio del alquiler disminuye lo menos un tercio y las cuentas en el camino rara vez suben más por eso; mientras que, en otro caso, el guía se embolsa la diferencia y, no obstante, queda libre de su escote a expensas del viajero, gracias a la connivencia de

Atrio de la Catedral de (),-i,·do.

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El monasterio de Valdediós.

los posaderos, unidos a los guías por una especie de espíritu de cuerpo» (31).

Continuaron el viaje a lo largo de toda la ma­ñana, y sigue el relato de Borrow:

«Entrada la tarde llegamos a Villaviciosa, ciu­dad pequeña y sucia, a ocho leguas de Oviedo, al borde de una ensenada que comunica con el golfo de Vizcaya. Suele llamarse a Villaviciosa la capi­tal de las avellanas (32), por la inmensa cantidad de ese fruto que se cosecha en su término; la mayor parte se exporta a Inglaterra. Al acercarnos al pueblo dábamos alcance a numerosos carros de avellanas que llevaban la misma dirección que nosotros. Me dijeron que en la rada había ancla­dos algunos barcos ingleses. Por extraño que pa­rezca, y a pesar de hallarnos en la capital de las avellanas, nos fue muy difícil procurarnos un pu­ñado de ellas para postre y más de la mitad de las que nos dieron estaban hueras. Los de la posada nos dijeron que como las avellanas eran para la exportación, no se les ocurría siquiera comerlas ni ofrecérselas a los huéspedes» (33).

Pernoctaron en Villaviciosa y al día siguiente (6 de octubre) entraron muy temprano en Colunga, «lindo pueblecito, situado en una elevación del terreno, entre frondosos castaños. El pueblo es famoso, al menos en Asturias, por ser cuna de Argüelles, padre de la Constitución española» (34). En la posada de la villa colunguesa se desa­rrolla un episodio que parece sacado de una no­vela romántica: el encuentro del criado griego de Borrow con un misterioso y desventurado caba­llero, en cuya casa había servido anteriormente

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Antonio, y que ahora se hallaba de incógnito en Colunga. José Manuel Gómez-Tabanera (35) iden­tifica al misterioso caballero con el erudito inves­tigador asturiano José María Escandón y Lue ( 1808-1869), hijo del brigadier Rafael Salvador Es­candón y Antayo y hermano del capitán carlista Benito Escandón y Lue, y víctima de las luchas políticas del turbulento siglo XIX. Para Gómez­Tabanera, ese extraño episodio «una vez más nos enfrenta con la extraordinaria capacidad de fabu­lación de Borrow, haciendo relatar a su criado una serie de hechos, cuya historicidad queda demos­trada, aunque no quepa tener seguridad de que Borrow llegase a conocerlos, por contacto o co­nocimiento de sus más directos protagonistas. Hábilmente pues, Borrow inmiscuirá a su criado en el relato, haciéndole responsable de su rela­ción» (36).

En el camino entre Colunga y Ribadesella es cuando Borrow, por boca de su criado Antonio, nos cuenta la triste historia de Escandón. Pasan la noche en Ribadesella, de la que nada dice el via­jero inglés en su libro, y «al mediar el siguiente día» (7 de octubre) llegan a Llanes. El camino entre Ribadesella y esta última villa «corría entre la costa y una inmensa cadena de montañas (37) que alzaba su barrera formidable a una legua del mar. El terreno por donde íbamos era regular­mente llano y parecía bien cultivado. Abundaban los viñedos y los árboles, y a cortos intervalos se alzaban los cortijos (38) de los propietarios, edifi­cios de piedra, de planta cuadrada, rodeados de un muro exterior» (39).

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De Llanes sólo dice Borrow que «es una ciudad antigua, de gran importancia en otros tiempos». Sin embargo, repara en que en «sus cercanías está el convento de San Cilorio ( 40), uno de los edifi­cios monásticos más grandes de España. Ahora está abandonado, y se alza solitario y desolado en una de las penínsulas de la costa cantábrica» (41). Una vez pasado Llanes, y tras cruzar «una de las regiones más áridas y tristes que pueden imagi­narse, donde todo era piedra y rocas, sin árboles ni hierba», llegaron los viajeros, ya cerrada la noche, a «una aldea llamada Santo Colombo» ( 42), donde pernoctaron en casa de un carabinero castellano, ceremonioso y grave, que no quiso aceptar pago alguno por la hospitalidad y que les acogió en su hogar debido a que la posada más próxima estaba aún lejos.

Aquí acaba realmente el viaje de George Bo­rrow por Asturias en el otoño de 1837, pues al día siguiente (8 de octubre) el viajero inglés y su criado Antonio cruzan el río Deva y entran ya en tierras santanderinas, para llegar, al cabo de cua­tro horas de camino, a San Vicente de la Bar­quera.

Los quince días escasos que duró la estancia de Borrow en Asturias ocupan, como ya se ha dicho anteriormente, los capítulos 32 y 33 íntegros y gran parte del 34, unas veinticinco páginas en to­tal, de La Biblia en España (43), y constituyen una curiosa e interesante visión, a veces novelesca y falseada, pero siempre digna ede ser tenida en cuenta, de la Asturias de aquella época.

NOTAS

(1) Manuel Azaña, «Noticia preliminar» a su versión caste­llana del libro de Borrow La Biblia en España, Alianza Edito­rial, Madrid, 1970, pág. 10.

(2) Borrow ha sido objeto de varias biografías, entre las que cabe destacar: William Knapp, Lije, writings and corres­pondence ofGeorge Borrow (London, Murray, 1899); Edward Thomas, George Borrow: the man and his books (London, 1912); René Fréchet, George Borrow: vagabond, polyglotte, agent biblique, ecrivain (París, 1956).

(3) George Borrow, La Biblia en España. Introducción,notas y traducción de Manuel Azaña. Alianza Editorial. Colec­ción «El libro de bolsillo», n.0 254. Madrid, 1970.

(4) Borrow, «Prólogo», op. cit., pág. 27.(5) Edición de Alianza Editorial. Colección «El libro de

bolsillo», n.0 254. Madrid, 1970. En adelante, todas las citas que haga de La Biblia en España estarán tomadas de esta edición.

(6) Si bien Borrow no precisa las fechas, por deduccionesse puede calcular que el viajero inglés entró en Asturias el 24 de septiembre y la abandonó el 8 de octubre de 1837.

(7) Las palabras en cursiva, en español en el original.(8) Es bastante sorprendente este párrafo de Borrow, pues

no parece ser la zona occidental asturiana el sitio más apro­piado para ir a cargar sidra, ya que en esa comarca apenas si se produce ni consume tal bebida.

(9) Borrow, La Biblia en España, Madrid, 1970, págs.375-376.

(10) Topónimo que cabe identificar con el lugar de Barayo, situado entre los concejos de Navia y Luarca, en el que existió una antigua malatería u hospital para leprosos y pobres pere­gnnos.

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( 11) Vocablo empleado erróneamente en castellano en eloriginal, con la significación de «almas en pena».

(12) Borrow, op. cit., pág. 376.(13) Ibídem.(14) Canero (concejo de Luarca).(15) Ballotas, no bellotas, como escribe Borrow. La carre­

tera de la costa, a su paso por la parroquia de Ballota (Cudi­llero), atraviesa siete montes y uno más pequeño llamados las ballotas y el ballotín. Toda esa serie de pronunciadas cuestas y abundantes curvas hacían que ese tramo del camino resultase muy fatigoso y temible para los viajeros. A ello alude el si­guiente refrán: «Siete Ballotas y un Ballotín, vaya'! demoniu qué mal camín».

(16) Borrow, op. cit., pág. 378.(17) Muros de Nalón, capital del concejo homónimo.(18) Borrow, op. cit., pág. 379.(19) Errónea transcripción por Avilés.(20) Borrow, op. cit., pág. 383.(21) Borrow, op. cit., págs. 383-384.(22) Este librero sería, muy probablemente, Nicolás Lon­

goria, que tenía su pequeña librería en la calle de la Herrería, n.0 4.

(23) Borrow, op. cit., pág. 385.(24) La sierra del Aramo, que llega hasta el concejo de

Morcín y se divisa perfectamente desde Oviedo. (25) Se refiere a los reyes de la monarquía asturiana (722-

910), algunos de los cuales están enterrados en la catedral ovetense.

(26) Borrow, op. cit., pág. 390.(27) Este Ramón Valdés no puede ser otro que Ramón

Alvarez V aldés (1787-1858), prestigioso jurisconsulto, de ideas liberales, que llegó a ser alcalde de Oviedo, catedrático de la Universidad, decano del Colegio de Abogados, presidente de la Sociedad Económica de Amigos del País y autor de unas excelentes Memorias del levantamiento de Asturias en 1808, publicadas póstumamente en 1889.

(28) «Decía a todos que era un peregrino procedente deSantiago y mostraba mi pasaporte en prueba de que había estado allí. Lieber Herr, nadie me dio un cuarto, ni siquiera un pedazo de broa; gallegos y asturianos se reían de Santiago y me dijeron que el nombre del santo no era ya un talismán en España» (Borrow, op. cit., pág. 389).

(29) Hay que destacar en esta cita la interesante referenciaa una sorciere, es decir, a una bruja ovetense, que, al ser consultada, pronostica al suizo que encontrará el tesoro, pero que antes tendrá que «cruzar agua», mala traducción por «pa­sar el agua», rito supersticioso, muy frecuente en Asturias, necesario para que una persona agüeyada ( que padece mal de ojo) recobre la salud o la suerte. El rito consiste en pasar el agua de un recipiente al alicornio (cuerno o asta de ciervo) mientras la desaojadora, que ha interpretado previamente las burbujas formadas por la mezcla de agua y aceite, conjura a los espíritus malignos con fórmulas mágicas; finalmente, la per­sona agüeyada bebe el agua pasada y se libra del hechizo.

(30) Borrow, op. cit., pág. 391.(31) Idem, pág. 392. (32) Sorprende bastante el que Borrow otorgue este título a

Villaviciosa y no mencione para nada, en cambio, la manzana y la sidra, cuando esa villa es hoy considerada como la capital de ambos productos.

(33) Borrow, op. cit., págs. 392-393.(34) Idem, pág. 393.(35) «La Asturias que conoció George Borrow (1837)», en

Archivum, XXV, Oviedo, 1975, págs. 445-496. Magnífico tra­bajo, muy erudito, sólo afeado por algunos errores que ahora subsanamos nosotros.

(36) José Manuel Gómez-Tabanera, op. cit., pág. 492.(37) Se refiere a la sierra de Cuera, que corre paralela al

mar y que alcanza una altitud máxima de 1.315 metros. (38) En español en el original; quiere decir caserías.(39) Borrow, op. cit., pág. 397.(40) Se trata del monasterio de San Salvador de Celorio.(41) Borrow, ob. cit., pág. 397.(42) Se refiere Borrow, sin duda, a Colombres, la capital

del concejo de Ribadedeva. (43) Manejo, como ya quedó dicho, la edición de Alianza

Editorial, Colección «El libro de bolsillo», n.0 254, Madrid, 1970. Introducción, notas y traducción de Manuel Azaña.