john ashbery y el ocaso de las rotulaciones

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JOHN ASHBERY Y EL OCASO DE LAS ROTULACIONES

JOHN ASHBERY Y EL OCASO DE LAS ROTULACIONES

Has comenzado a estar en el contexto en que sientes

ahora que el peligro ha desaparecido?

John Ashbery (Tarde de campo)

Triste parbola dominguera

Una tarde cualquiera de domingo recuerdo que haca calor y que los pjaros, por alguna misteriosa razn, eran sus festejantes andaba yo por un parque de Buenos Aires, perdiendo el tiempo supongo, pensando en nada, cuando presenci una escena ftil y determinante a la vez. Varios nios (morochos, rubios, hasta haba un pelirrojo) perseguan algunas mariposas en un recodo del inmenso parque con improvisadas trampas confeccionadas con papel de diario, tronquitos y mucho apuro.

No las perseguan con un odio decidido, tal como se persigue a una rata para despanzurrarla o a una cucaracha con el spray venenoso en la mano; lo de estos chicos (no ms de 10 aos en promedio) era de otro calibre, algo as como un acoso delicado, piadoso. Se notaba que tenan planes para esas mariposas, y tambin se deduca que, fueran cuales fueran esos planes, las necesitaban vivas.

Admito que me enfadan esas escenas; podrn ser naturales en algn sentido pero me enfadan. El hombre, an cuando menos hombre es (hablamos de la tierna infancia), gusta de divertirse con el resto de las especies. Esto no es tan malo si consideramos que con la adultez lo asaltan las ganas de divertirse con la propia especie, pero de todos modos me molesta. Aunque no tanto como las ancianas lenguaraces. Precisamente un ejemplar de esa especie abord a los nios para explicarles (en su insufrible tono) qu podan hacer con las mariposas en caso de atraparlas: les habl de los colores, de cierta variedad regular que podan encontrar en sus manchitas, del tamao. Dicho de forma escueta: les ense una clasificacin posible para las simpticas criaturas.

Los nios, por su parte, pasaron de un simulado respeto a una decidida confusin entretanto hablaba la mujer. Ms all del aburrimiento a causa de las sabias palabras de la seora (quin no podra aburrirse?), not en sus expresiones la desazn por lo que podramos llamar el conocimiento utilitario. Digo: ellos no queran saber tanto, las palabras de la mujer colmaron de objetivos y razones plausibles su soleada persecucin. Tal vez los planes que tenan para las mariposas no eran otros que soltarlas luego de la captura, al estilo de ciertos pescadores caritativos; o quizs queran matarlas horriblemente con alfileres, fuego y todo lo dems. No lo s, pero en cualquier caso estoy convencido de que sus intenciones originales no eran las de rotular los bichitos con categoras antojadizas.

Todo esto porque saben qu?: los nios, agresivos e inmotivados, me hicieron recordar al mundo en su caza de las almas poetas, tantas veces por mera diversin; la seora, reflexiva y clasificadora, algo resentida me atrevera a decir no por ningn rasgo que pueda explicitar, me hizo recordar a ciertos crticos literarios en su otra caza de las almas poetas, ejecutada tantas veces tambin por mera diversin, aunque tambin por comodidad, resentimiento o un puado de billetes.

Ahora s: todo esto porque intento escribir sobre John Ashbery (acaso el ms grande poeta vivo, aunque el ttulo ya resulte de por s una tontera) y el propio intento proyecta la imposibilidad de definir a un poeta genuino sin mentir sobre su obra o en el mejor de los casos simplificarla. Quiero decir, continuando con la analoga: abordar la obra de un poeta como Ashbery nos coloca irremediablemente en la posicin de los nios perseguidores o de la anciana pragmtica. En efecto, las pginas que siguen, sean lo que lleguen a ser, no consistirn en otra cosa ms que en la maltrecha tentativa de evitar ambos papeles.

Recuento de etiquetas

De modo que, veamos: lder junto a OHara del grupo New York Poets, romntico tardo, heredero de cierto simbolismo licuado por la obra de Yeats, claro sucesor de Eliot en sus poemas ms extensos y conceptuales, contemporneo del estallido Beatnik, poeta metafsico, el Friedrich Hlderlin de nuestros daspodra continuar algunos renglones as. No puedo dar cuenta de que tamaos calificativos encuentren fundamento en los poemas de Ashbery, por el momento me estoy limitando nicamente a citar algunas de las filiaciones que se le endilgan; insisto: no puedo escribir nada con sentido definitivo de la obra de Ashbery. No puedo ni quiero.

Ashbery se aleja y se acerca del foco de atencin, su poesa es como una oruga epilptica; quiero decir: quin podra percibir el temblor en una oruga? Quin se negara a jurar que el desafortunado bicho no se est moviendo? Vivir ms de 80 aos es un asunto de tica dudosa en cualquier caso, pero en un poeta puede parecer una broma de mal gusto. El primer libro de Ashbery apareci en el ao 1956, estamos hablando de una trayectoria potica de ms de 50 aospor el amor de cualquier dios qu es lo que puede mantenerse indemne en un hombre (y en la poesa) durante 50 aos? Nuestras (desgarradoras) ansias de identidad nos obligan por lo general a buscar es qu y, tristemente, a encontrarlo, an al precio del invento descarado. La estabilidad, la permanencia, la fijeza suele ganar la contienda; buscamos desesperadamente una esencia que definir y en el caso de Ashbery, pese a la andanada de calificativos que se le pegan, tambin suele hablarse justo all, algunas palabritas despus del despliegue de esos calificativos de un supuesto estilo que subyace a toda su obra, o de ciertos semblantes comunes que los poemas de su produccin mostraran a quien quisiera detectarlos. Es necesaria siempre una instancia conciliatoria que venga a juntar los trozos desperdigados por el tiempo y la libertad, a darles una forma presentable para el baile literario que tan bien conocemos. Pues yo digo que en este caso, ms que en muchos otros, la intentona es balda e incluso nociva para la apreciacin del poeta.

Ciertamente, es necesario decirlo, para con los poetas contemporneos el trato no acostumbra a ser tan indulgente como con los artistas de otros tiempos, aquellos que precisamente se muestran hoy como sin-tiempo. Por hablar de algunos: un Shelley se nos cae de las manos, es delicado, frgil, puede encastrar cualquier palabra con cualquier otra y nosotros no veremos en dicho encastre otra cosa que maravilla. Sencillamente porque todo lo que venga de Shelley ser una maravilla, ms all de que (quizs sobre mencionarlo) por lo general nadie ley la maravilla entera o al menos buena parte de ella. No se discute demasiado su tica ni sus posturas polticas, no se juzga prematuramente su evolucin o su decadencia, no se lo compara infinitamente consigo mismo, con su pasado, con sus obras ms perfectas. Practico esta pequea digresin porque considero que en cualquier abordaje potencial que se intente, los contemporneos (mxime si son poetas, ese satlite tan alejado del hipersuperultramercado) corren con el caballo ms flaco. Por qu? Oh no amigos, jams fui bueno para las respuestaspara el caso ser por algo as como un resentimiento epocal basado en que Ashbery no es Shelley. Otra pregunta: tan seguros estamos de eso? Tan confiados en que el bronce hace rato se agot por una suerte de pase mgico y negro? Por qu no saltar una vez sobre esa melancola colectiva para dispensar un trato ms benvolo a los genios (o lo que diablos sean) de hoy? Por qu al menos no lo hacemos para evitar el escarnio propio de andar buscando moldes, nombres y objeciones para todo?

El propio Ashbery en uno de sus poemas ms reconocidos, Qu es la poesa?, plantea la misma cuestin la de la indeterminacin de la poesa y los poetas mediante otra va:

La ciudad medieval, en un friso

de nios exploradores de Nagoya? La nieve

que lleg cuando quisimos que nevara?

Imgenes bellas? que intenten eludir

las Ideas, como en este poema? Y volvemos

a ellas como a un esposa, abandonando

a la amante que deseamos? Ellas

tendrn que creer en esto

tal como nosotros lo hacemos.

Todo pensamiento se rastrill.

Lo que qued era como un sembrado.

Cierra los ojos, lo sentirs a millas de distancia.

Ahora brelos a la estrecha senda vertical.

Debera darnos qu? Tan solo algunas flores?

Dos cuestiones me interesan al respecto: en primer lugar la obvia y esencial (in)definicin que Ashbery ejecuta sobre la poesa, que a los efectos de este escrito hace las veces de prueba concluyente, prcticamente una confesin de partes. Pero por otro lado creo valiosa la minscula teora que el poeta (en y desde la poesa) esboza sobre el pensamiento vaco.

La cultura occidental ataca el pensamiento humano mediante un proceso de sustraccin que lo convierte en un pramo, un desierto. Es en esa arena en donde la poesa cobra su valor y lo pierde a la vez; all, en el desierto del pensamiento, la poesa debe luchar.

Un hroe de nuestro tiempo: la banalidad y el torrente escabroso de la conciencia escrita

Tu historia de amor, qu es

sino una tempestad en una tetera

John Ashbery (Naturaleza muerta con extrao)

Cuando ms arriba, en este mismo escrito, se insinuaba el descontento con el trato a Ashbery habida cuenta su contemporaneidad no se quiso de ningn modo sugerir algn desaire del poeta para con su tiempo, verbigracia: nuestro tiempo. Muy por el contrario, Ashbery es un poeta de nuestro tiempo, de nuestro enrevesado tiempo que se viene gestando en silencio y a los gritos, con agua y con fuego , de alguna manera, desde el fin de la Segunda Guerra. Incluso no es descabellado pensar en Ashbery como el poeta ms despiadado de la banalidad en que el mundo devino.

Escribe en su maravilloso poema de 1970 titulado La prueba:

Es el vaco que sucede a la alegra, y Cada hombre debe partir

hacia la noche solitaria, pues su destino

es regresar sin frutos de la levedad

que el tiempo fugaz evoca

()

Mira la suciedad que has provocado,

ve lo que has hecho

El hombre, ya perfilado como desobra* de la modernidad exasperada, no tiene otro destino que la noche, la noche que es de todos y no obstante de cada uno en su aislamiento. Al hombre, enterrado hasta el cuello en la porquera inodora de la banalidad, no le queda otro sitio que la noche, esa noche profunda e infinita que descansa los restos relucientes y vanos del da. De Hotel Lautramont: Slo la noche sabe; el secreto est a salvo con ella / La gente por lo tanto saba qu quera y cmo obtenerlo

Muchos podran ser elegidos antes que nosotros / pero cada uno debe vivir su propio tiempo escribe lacnicamente en Aos de indiscrecin, entre su poesa setentista. La indiferencia que zurce la frase permite la sospecha tanto de una indolencia propia de la banalidad regente como de una culpa apenas culpable, eximida por el destino mismo de la humanidad. Somos los que somos parece decir Ashbery y ms all de cualquier pataleo estamos al mando, apoltronados en la cabina y abandonados por el radar que debera conectarnos a la divina torre de control. Somos los que somos, viviendo en el modo de la cada heideggeriana, en estado de yecto, hechizados por la cotidianidad automtica e impersonalslo la noche puede mediante sus implacables estiletazos despertarnos a ese factum. Si es que puede.

Si es que puede, porque la banalidad como concepcin neurlgica de la vida en comunidad despliega sus tentculos sin remedio ni zozobra; es el tedio su alimento y su truco, un tedio que se produce en la exasperacin del esparcimiento y el espectculo. En su poema En cuanto se arregle Ashbery alcanza lo explcito:

Apenas tolerados, viviendo en los mrgenes

de nuestra sociedad tecnolgica, teniendo que ser siempre rescatados,

casi al borde de la destruccin, como heronas en Orlando Furioso,

justo antes de que llegara el momento de empezar todo de nuevo.

()

Estos, pues, son algunos de los riesgos que implicaba el juego

y aunque sabamos que el juego era riesgoso y nada ms

no dej de ser choqueante cuando, casi un cuarto de siglo ms tarde,

entendimos por primera vez claramente las reglas.

los jugadores eran ellos, y nosotros, que tanto habamos luchado

en el juego

ramos slo los espectadores

()

Y ya ves, ambos estbamos en lo correcto, aunque nada

haya llegado en cierto modo a nada; los avatares

de nuestra consecuencia con las reglas y vivir

alrededor del hogar han hecho de nosotros a ver, por as decirlo,

buenos ciudadanos

La marginalidad inicial, originaria podramos decir, la postura y la conviccin de vivir en los lmites de un mundo que apenas se soporta, un mundo expansivo que a fuerza de cables e inventos incesantes se constituye como una catastrfica trampa. El gran monstruo moderno sabe tragarse a los insurrectos sin siquiera eructar para no levantar sospechas. La arena deviene escenario, las paredes estadios y el mundo un juego, un juego monumental en su manera de darse y (esta parece ser la parte ms agria del estofado) ajeno, nefastamente ajeno. Los que juegan, los que an sumidos en el juego al menos despuntan el placer de jugar, siempre son los otros. Y Ashbery parece saber de forma tan sencilla como lapidaria cul es la nica conducta humana posible ante el descubrimiento de las reglas: hay que volver a casa, levantarse flemticamente de la butaca y volver en silencio, con la cabeza clavada en el suelo, al hogar. Es decir: a las instituciones, a las costumbres aborrecidas, al tedio de la correccin. La banalidad lo invade todo, tiene mil versiones (qu ms le puede dar una que otra?) y todas son ejecutadas con frialdad y eficacia. Los hombres saben del fro quirrgico de esa certeza pero qu pueden hacer por ello?

El caso es que, sea del grado que sea la impotencia del hombre considerado este como entidad individual limitada por el transcurso del tiempo y por sus condiciones fsicas ocurre que tiene una conciencia permanente y pertinaz en su parloteo. O en sus silencios. Ms all de la enorme gama de nociones que representa el trmino conciencia, entendamos por ella esa presencia indescifrable como detrs de la nuca que nos hace acordar de nosotros mismos en cada despertar, que incluso permite hablar de algn nosotros mismos signifique lo que signifique la autoidentidad, exista o no. Y la conciencia fluye, claro que fluye. Qu no hemos escuchado sobre el asunto, desde Bergson, Bretn o Joyce qu no hemos ledo. La modernidad con su abanico de innovaciones y estmulos enloqueci a la conciencia humana, la someti a la velocidad, le puso nombre al ro de impresiones temporales y atemporales que la conforman.

Con todo, ese flujo tiene muchas maneras de fluir; no poda ser de otra manera, casi tantos como seres humanos hubo y habr. Y por cierto tiene tambin un tinte epocal: Ashbery utiliza el fluir de la conciencia al nivel de la escritura (o es utilizado por dicho fluir, vaya uno a saber) de una manera diferente a como poda utilizarlo Aragn, por nombrar a alguien, o Marcel Proust o William Faulkner. El abrupto torrente practicado por Ashbery, especialmente el estilado despus de los 70, remite menos a una libertad asociativa de la conciencia trascendental que a una tara de la percepcin y de los sentimientos humanos causada por la destemplanza, la exasperacin de la realidad. El gesto (claramente heredado de Eliot en lo formal) oficia como correlacin de un mundo disuelto en su propio vrtigo, un mundo que ha quedado anonadado de repente ante todo lo que existe, que siquiera puede hallar los objetos (concretos o imaginarios) causantes de su psicosis. Escribe Ashbery en Un poema adicional:

Cundo entonces la esperanza y el miedo sus objetos encontrarn?

()

Pero la noche es culpable. Sabas que la sombra

En el bal era delirante

Pero mientras ms hambre tienes, olvidas.

El hambre y el olvido. Tal vez sea ese el mejor ttulo para la pelcula de nuestras dcadas.

Mome

* El trmino es de Maurice Blanchot y refiere al proceso de desgobierno por parte del sujeto en la escritura; escritura que en una maniobra fulminante en verdad crea al que escribe. Me permito extender el alcance de este neologismo al modo en cmo el hombre moderno, lejos de controlar su producto fue (re)creado por l.