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Derechos de autor © 2021 Jessica Moyado

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida,almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo del autor.

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Para ti, abuelita, donde quiera que estés.Siempre serás el ángel que creyó ciegamente en mis cuentos.

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Contenido

Derechos de autorDedicatoriaCapítulo 1. Castillo.Capítulo 2. Jared.Capítulo 3. Pesadillas.Capítulo 4. Hechizo.Capítulo 5. Rey.Capítulo 6. Asamblea.Capítulo 7. Sorpresa.Capítulo 8. Incendio.Capítulo 9. Nueva era.Capítulo 10. Pistas.Capítulo 11. Respuesta.Capítulo 12. Secreto.Capítulo 13. Magia.Capítulo 14. Deja Vú.Capítulo 15. Anillo.Capítulo 16. Encuentro.Capítulo 17. Portal.Capítulo 18. Invasión.Capítulo 19. Chispas doradas.Capítulo 20. Hermanito.Capítulo 21. Deseo.Capítulo 22. Paz.Capítulo 23. Vestido.Capítulo 24. Tierra.Capítulo 25. Alberca de pelotas.Capítulo 26. Ana.Capítulo 27. Memoria.Capítulo 28. Boda.

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Capítulo 29. Baile.Capítulo 30. Regreso.Capítulo 31. Demonio.Capítulo 32. Manifestum est.Capítulo 33. Infierno.Capítulo 34. Azael.Capítulo 35. La reina del infierno.Capítulo 36. Consejero real.Capítulo 37. Mamá.Capítulo 38. Profecía.Capítulo 39. Verdad.Capítulo 40. Padre.Capítulo 41. Control mental.Capítulo 42. Amor.Capítulo 43. Fuego.Capítulo 44. Dragones.Capítulo 45. Poder.Capítulo 46. Magia de hada.Capítulo 47. Plan.Capítulo 48. Entrenamiento.Capítulo 49. Luna de miel.Capítulo 50. Ada.El rey del infiernoAcerca del autorLibros de este autor

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Capítulo 1. Castillo.

—Majestad.

Detuve mi andar cuando escuché la voz de Dandelion y me giré paraverlo. El forestniano acababa de entrar por las altas puertas del castillo ycaminaba rápidamente en mi dirección. A pesar de ser el rey de Sunforest,detestaba que justamente él me llamara majestad. Dandelion había sidocomo un padre para mí y tanta formalidad entre nosotros era innecesaria.Que en ese momento fuera el rey no significaba que Joham hubiera dejadode existir, junto con mi pasado.

—¿Qué está mal? —pregunté al ver las arrugas de preocupación quesurcaban su rostro.

—Ha habido otro incendio.Todo mi cuerpo se tensó ante la noticia.—¿Dónde?—Al norte, cerca de la cascada.Pasé una mano por mi rostro hasta que terminó en mi barbilla, rascando

suavemente mi barba pelirroja.—¿Está controlado?—Por el momento.Mi consejero real me estaba ocultando algo, pude verlo en sus ojos.—Dímelo todo —exigí.—Cada vez es más complicado controlarlos. Estoy seguro de que son

incendios hechos con magia.—¿Entonces son provocados?—No tengo pruebas, es más bien una corazonada.—Confío en tus corazonadas —admití en un susurro.—Los forestnianos comienzan a ponerse nerviosos —avisó.Suspiré.

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—Hablaré con ellos, ¿puedes convocar una asamblea mañana a primerahora del día? Quiero que asistan todos.

—Claro, majestad. —Miré a Dandelion con advertencia y él parecióentender mi molestia—. Joham —se corrigió.

—Gracias Dandelion. Si algo más sucede quiero ser el primero enenterarme, ¿entendido?

—Tan claro como la magia —dijo con una sonrisa.Ambos asentimos y él terminó marchándose tan rápido como había

llegado. Volví a suspirar con frustración en cuanto me quedé solo, hacesemanas que pequeños incendios estaban apareciendo alrededor del bosquey tenía un muy mal presentimiento acerca de ello. Quería resolverlo antesde que la situación se convirtiera en algo más grave, pero hoy había sido unlargo día y yo estaba agotado.

Crucé mis brazos y observé algunos segundos el cielo, a través de una delas ventanas que se encontraban en el ala principal. Hace poco que habíaanochecido y pinceladas de distintos colores pintaban la noche oscura.Nunca me cansaba de ese espectáculo. Ni de ese cielo. Ni de esa paz.

Hacía ya seis años que Isis había sido derrotada por nuestra valienteprincesa perdida y todo esa calma se la debíamos a ella. El bosque habíaestado sumido en una cómoda tranquilidad que nos ayudó a lamer nuestrasheridas, vivir nuestros propios lutos y sanar para seguir adelante. Juntos.Como nunca antes lo habíamos estado.

Sonreí y subí las escaleras de mármol rosa, con mis pasos resonandocomo un eco a través del silencio. Estaba viviendo en el castillo a pesar deque en un principio no me había encantado la idea. Extrañaba mi acogedoracabaña en la cima de la colina, pero el pueblo había insistido con que un reydebía vivir en el castillo. Acepté solo porque sabía que, por culpa de Isis,ese era un lugar que causaba temor y quería cambiar eso.

Actualmente todos eran bienvenidos en nuestro hogar. Hacíamos fiestas,banquetes, bailes y poco a poco el enorme castillo se comenzó a llenar deuna nueva atmósfera de felicidad.

El edificio de mármol, piedra y cantera era grande. En el segundo pisohabía un enorme comedor de madera con una cocina detrás de la puerta queestaba al fondo. Y el tercero era uno de mis favoritos, ya que una bibliotecagigantesca cubría todas las paredes y estanterías. Ahí, podías encontrarlibros de la historia de Sunforest y de la Tierra, pero también algunos deotras dimensiones. Una alfombra roja cubría todo el piso y había algunos

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muebles de algodón alrededor de una chimenea en donde podías disfrutarpor horas de una buena lectura.

En el cuarto piso comenzaban los pasillos repletos de ventanas, lascuales ofrecían una excelente vista del bosque. A veces me estremecía alrecordar que en aquella lejana batalla contra Isis, Amira y yo habíamosatravesado alguna de esas ventanas y caído en picada contra la gravedad.Moví mi cabeza de un lado a otro, intentando apartar aquellos pensamientosque me llevarían a recuerdos demasiado oscuros.

En ese piso se encontraba el estudio real, en donde seguido meencerraba para poder tratar temas confidenciales o resolver los problemasque se iban presentando en el día a día. En ese momento pasé de largo,dirigiéndome a las escaleras que seguían ascendiendo y me llevarían hacialos dormitorios. Sabía que alguien muy especial estaba esperando por mí.

Abrí una de las puertas y sonreí al mismo tiempo que mi corazón seensanchaba con tan solo verlo.

—¡Papá! —gritó mi pequeño hijo al girar su rostro.

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Capítulo 2. Jared.

Mi hijo corrió hasta mis brazos extendidos, lo alcé en el aire y él riocuando utilicé mi magia para hacerlo flotar. Giré uno de mis dedos y loayudé a hacer una voltereta, su cabello rubio y lacio cayó sobre sus ojosverdes, los cuales me miraron con un brillo de diversión.

—Otra vez —pidió.Reí y con un giro de mi muñeca volvió a mis brazos. Él hizo un puchero.—La última vez vomitaste, ¿lo recuerdas?—Esta vez no lo haré —prometió.Le alboroté el cabello con cariño, pensando en que ese niño no tenía

remedio. Él suspiró dramáticamente.—De todas formas es hora de dormir —anuncié.—¿Cuándo tendré mi propia magia? —preguntó.—Pronto —respondí, aunque sin estar muy seguro.—Quiero hacer todas las cosas que tú haces, papá.—Jared, acabas de cumplir cinco años. Todo llegará a su tiempo.—Tú papá tiene razón, pequeño.Miré a Samara, quien estaba sentada sobre la cama de Jared y nos

miraba con diversión. Le sonreí con agradecimiento y me acerqué a ellapara depositar un beso en su coronilla. Ella me sonrió de vuelta y estiró losbrazos para recibir a Jared.

«Estaba esperando por ti para irse a la cama» —me dijo mentalmente.El niño ya llevaba su pijama puesta, por lo que ella lo acostó y lo arropó.

Se inclinó sobre él para darle un beso en la frente y su cabello naranja lehizo cosquillas a Jared, ocasionando que riera dulcemente.

«Gracias» —le respondí de la misma manera.—Buenas noches, pequeño —se despidió ella, para dejarme un

momento a solas con él.—Buenas noches —contestó Jared con un bostezo.Ella volvió a sonreír y me guiñó uno de sus ojos violetas antes de salir

de la habitación. Suspiré y me quité los zapatos para recostarme a un ladode mi hijo, apoyando mi codo sobre una de las almohadas para podermirarlo.

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—Sabes que te amo mucho ¿verdad?A pesar de ser tan solo un niño, Jared tenía una sonrisa tan encantadora

como la de su mamá. Me mostró todos sus dientes de leche y yo acomodésu cabello. ¿Cómo habían pasado cinco años tan rápido? En un parpadeo mibebé se había convertido en este niño travieso e inteligente. No podíacreerlo.

—También te amo, papá.Lo besé en la frente y él se acomodó de lado, la sombra de sus largas

pestañas cayó sobre sus mejillas. Soltó un segundo bostezo.—Duerme.Levanté uno de mis dedos para bajar la intensidad de la luz y la mayoría

de la habitación quedó en penumbra.—Cuéntame la historia de la princesa —pidió.—Te he contado esa historia un millón de veces.—Es mi favorita —confesó.Sonreí irónicamente.—Hace mucho, mucho tiempo —comencé y a pesar de la oscuridad

pude ver que él sonrió satisfecho, ¿acaso ese niño conseguía todo lo quequería? Tenía que meditar sobre eso— había una temible reina oscura quegobernaba el bosque. Era fea y con una nariz puntiaguda, por lo queasustaba mucho a todos los forestnianos.

»La reina vivía en el castillo pero nadie la quería, así que sus únicosamigos eran los feos trolls que se parecían a ella. No era buena, leencantaba asustar y hacer enojar a todos...

—Y entonces llegó la princesa —me interrumpió Jared, acelerando lahistoria.

—Y entonces llegó la princesa —afirmé—. Un día, en su cumpleañosnúmero dieciséis, la princesa perdida encontró la llave mágica que lepermitiría entrar en nuestro bosque y llegó a una dimensión desconocidapara ella.

»La princesa era cálida, amable y muy hermosa, sin embargo, estabaconfundida. Le tomó un tiempo comprender que, desde que había nacido,ella estaba destinada a gobernar este bosque tan maravilloso. Pero poco apoco se fue enamorando de todo lo que había a su alrededor. Del bosque.De los forestnianos. De la magia.

De mí.—Y entonces la malvada reina la secuestró —dijo él.

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—Y entonces la malvada reina la secuestró —asentí divertido, porqueJared ya se sabía esa historia de memoria—. Estaba celosa, porque laprincesa era bonita, amorosa y querida por los forestnianos. Y ella no iba apermitir aquello. La secuestró creyendo que era una débil humana. Quesería fácil deshacerse de ella, pero nadie contaba con la valentía de laprincesa.

»No solo se había hecho amiga de las hadas, sino que se fusionó con unade las más poderosas sin que nadie lo supiera. Era un hechizo peligroso yno estaba segura de si su cuerpo podría soportarlo. Pero no le importó,porque ella estaba dispuesta a hacer todo lo necesario para derrotar a lareina e impedir que siguiera haciendo daño a los demás forestnianos, aSunforest.

—Y así una humana logró hacer magia —susurró.—Y así una humana logró hacer magia por primera vez en la historia.»La princesa junto con las hadas derrotaron a la temible reina que

durante años estuvo sometiendo al bosque. Ella fue tan valiente al aceptar elhechizo y quería tanto que el bosque estuviera a salvo, que no le importódar su vida a cambio de ello… porque su cuerpo no resistió tanta magia.

»Sacrificó su vida para salvarnos a todos y para salvar a Sunforest, poreso hoy la princesa perdida es recordada como una de las más queridas yamadas del bosque.

Jared sonrió perezosamente, absorbiendo mis últimas palabras.—Algún día seré tan valiente como la princesa perdida —susurró

cerrando sus ojos.Lo miré con sorpresa y mi corazón se ensanchó tanto al escucharlo que

me incliné para depositar un dulce beso en su frente.—Ya lo eres, hijo —le aseguré—. Ahora duerme.Jared suspiró y tras algunos minutos, su respiración se volvió

acompasada. Me quedé un rato más, observando sus sueños. Lo amabatanto que podría mirarlo toda la noche y nunca volver a separarme de él.

—Dulces sueños, mi pequeño —le deseé y utilicé un poco de magia paraprovocarlos.

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Capítulo 3. Pesadillas.

Abrí la puerta de mi dormitorio y con un pestañeo me puse el pijama.Estaba realmente agotado y ese era uno de mis momentos favoritos del día.Con mucho cuidado, me metí en la cama hasta llegar a ella y pegar mipecho en su espalda, deslicé mi brazo derecho por su cintura hasta alcanzarsus manos y entrelazarlas. Recargué mi barbilla en el hueco de su cuellopara respirar el perfume de su cabello, olía a coco y vainilla.

—Hola —susurré en su oído al notar que estaba despierta.—Hola —respondió ella depositando un beso en mi mano—. ¿Todo

bien?—Jared me pidió que le contara la historia de la princesa perdida —le

dije.—No me sorprende, por alguna razón ese es su cuento favorito —

respondió divertida.—¿Sabes? Creo que está listo para saber que tú eres la princesa.Amira se giró para poder mirarme a los ojos, quedando recostada sobre

su espalda.—¿Estás hablando en serio?—Es un niño muy inteligente.—Lo sé —admitió—, pero aún es muy pequeño. Preferiría esperar.—Si así lo deseas —acepté con una sonrisa.—Sí, no me gustaría traumatizarlo con mi muerte.—Pero entonces podríamos contarle la historia de cómo reviviste.Ami rodó los ojos y me parecía realmente encantador cuando su carita

de ángel se distorsionaba para hacer ese gesto.—Más adelante.—De acuerdo —accedí y le di un corto beso, para después mirarla con

preocupación—. ¿Cómo te sientes?—Mal —admitió ella haciendo un puchero que fácilmente podría

competir con los de Jared.—¿Te revisó Samara?—Sí, pero no encontró nada raro. Tal vez solo es cansancio.

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—Mmm —dudé—, si fuera cansancio te sentirías mejor. Me parece quedormiste el resto de la tarde.

Ella se encogió de hombros.—Nada de ponerme tus ojos morados. Estaré bien, no te preocupes.

Suspiré y la abracé por la cintura para recostarme sobre la almohada.—Si tú lo dices.—¿Sucedió algo importante que deba saber?—Hubo otro incendio… Esta vez cerca de la cascada.Amira abrió mucho sus dos ojos azules y me miró con asombro.—¿Es en serio?—Sí, Dandelion cree que son provocados.—¿Por quién?—Aún no lo sabemos, pero no te preocupes, lo averiguaré. De hecho,

convoqué una asamblea por la mañana para hablar con los forestnianos.—Asistiré —aseguró.—Si aún te sientes mal lo mejor es que te quedes en cama —sugerí, pero

sabía que decir eso era como decirle al sol que no saliera por la mañana ybrillara.

—Estaré bien.—Eres la reina —le dije con una sonrisa traviesa—, puedes hacer lo que

quieras.Ella sonrió y volví a besarla suavemente. Amaba sus bonitas y tiernas

sonrisas, eran idénticas a las de Jared.—Luces cansado —mencionó examinándome—. Deberíamos dormir.—Eso es algo que no te voy a discutir.

Miré el castillo, sintiéndome muy pequeño a su lado. No tenía muchotiempo, así que abrí las puertas y con mi magia logré crear variasexplosiones en el ala principal.

—¡Isis! —grité con todas mis fuerzas y una explosión enorme hizotemblar el suelo.

La reina oscura apareció y me miró como si acabara de encontrar unjuguete nuevo.

—Pero si es mi forestniano huérfano favorito —se burló con malicia.Estaba demasiado nervioso como para que ese comentario me afectara,

me limité a mirarla con odio.—He venido a matarte —informé.

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Isis se rio a carcajadas.—¿Solo tú? —preguntó con una cínica sonrisa.—No permitiré que le hagas daño a la princesa. —No tienes de qué preocuparte… aún —dijo y sus ojos brillaron—.

Planeaba dejarla viva un rato más, eso si no se muere de tristeza. Dehecho, el siguiente en mi lista eras tú —confesó.

Apreté mi boca fuertemente. Amira tenía razón, la reina oscura nobuscaba matarla todavía, su objetivo era hacerla sufrir.

—Pues aquí me tienes —respondí.—Esto te dolerá —advirtió.Di un salto atrás cuando un rayo plateado se dirigió hacia mí.

Contraataqué, pero Isis se movió ágilmente. Dos látigos negros sujetaronmis muñecas antes de que tocara el suelo y me arrojaron hacia el otro lado.Me estrellé contra la pared, pero aguanté el dolor y giré mi cuerporápidamente para caer sobre mis talones y buscarla con la mirada. Ellaapareció en el aire, con sus manos extendidas lanzó otro rayo y yo apenasalcancé a esquivarlo.

Desaparecí y reaparecí detrás de ella. Una esfera de energía logrógolpear su espalda, haciéndola perder el equilibrio. Aproveché esemomento para empujarla y juntos rodamos por el suelo, quedando yobocarriba. Apreté su cuello con odio y me concentré tanto en ella que gritécuando sentí una fuerte descarga eléctrica atravesando mi cuerpo.

Algo golpeó mi cara y me hizo caer de lado, nublándomemomentáneamente la vista. Con la respiración agitada, me alcé lentamentey miré mi cuerpo. Humo negro me envolvía. Sorprendido, seguí las líneasde humo hasta encontrarme con su dueño: Enzo.

—Pensé que esto era entre tú y yo —dije dirigiéndome a Isis.—No tienes tanta suerte.El humo me apretó las extremidades y una nueva descarga eléctrica

recorrió todo mi cuerpo. Era doloroso y extrañamente me estaba quitandomis energías.

—¿Te gusta? Es un nuevo truco que aprendí. No solo lastima, este humote roba tu magia y tu vida. Con cada descarga estás un paso más cerca dela muerte.

Lo miré perplejo.—¿Qué?—Es el humo del infierno, un regalo del amante de Isis.

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El viento sopló fuerte en ese momento y la fría risa de la reina oscura sedetuvo de golpe. La miré con miedo, pero era tarde, ella acababa dedescubrir lo que yo había intentado ocultar.

—Malditos forestnianos —pronunció lentamente.—¿Qué sucede? —preguntó Enzo, confundido.—Acaban de coronar a otra reina.—¿Cómo lo sabes?—Lo presiento, el bosque ya no me pertenece. Me está abandonando

poco a poco.No pude evitar sonreír al escucharla. Después de todo, lo habíamos

logrado. Sus ojos perla y helados se clavaron en mí.—Tú…—En mi defensa, caíste demasiado fácil.—Pagarás por esto.Desde que había tomado mi decisión de distraer a Isis había imaginado

que probablemente no saldría con vida de esta.—Valdrá la pena.—Oh, no te mataré —aclaró—, pero voy a torturar a tu princesita tanto

y frente a tus ojos que ambos me suplicarán morir. Una repentina rabia invadió todo mi cuerpo. —¡No te atrevas a tocarla! —vociferé.—Dale una fuerte descarga. Una que lo deje inconsciente.—¡NO!

Cuando volví a abrir los ojos estaba flotando en el aire. Me sentía débily un poco mareado, tal vez por la pérdida de sangre o el humo del infierno.No estaba seguro. Pestañeé varias veces intentando concentrarme y elcorazón se me detuvo cuando reconocí a Amira. Aún traía su vestido degasa azul para la coronación y su cabello largo y rubio caía empapadosobre sus hombros desnudos. Estaba demasiado pálida.

—Ami… —susurré muerto de miedo.—Joham.Ella comenzó a correr hacia mí, pero al segundo siguiente su cuerpo se

alzó por los aires hasta golpear con la pared y caer sobre el suelo, hechaun ovillo. No se movió.

—¡Amira! —grité asustado.

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Pareció escucharme y se incorporó sobre sus codos, lanzándole a Isisuna mirada llena de ira. No comprendía cómo esa humana tenía la valentíade mirar así a una poderosa bruja y no sentirse indefensa.

Miré a Isis a tiempo y rápidamente creé un escudo de magia alrededorde Ami. El rayo que la reina le había lanzado rebotó contra una paredinvisible y se desvió hacia el techo.

Aproveché su distracción para lanzarle una esfera de energía y el golpelogró liberarme de su magia, dejándome caer en el suelo. Di un salto haciadonde estaba Ami y me dejé caer frente a ella, protegiéndola con micuerpo.

—Joham...Sus brazos rodearon mi cuello inmediatamente. Yo tomé su rostro para

revisarla y verificar que todo estuviera bien.—¿Estás bien?—¿Tú estás bien? ¿Acaso te volviste loco?La miré sin poder ocultar mi culpabilidad. A estas alturas, estaba

demasiado familiarizado con este sentimiento de preocupación hacia ella.—Era la única manera —intenté explicar—, de otra forma no lo ibas a

lograr.—¡Pudiste decírmelo!—No me habrías dejado y todo hubiera sido mucho más difícil. —

Suspiré—. Tenemos que irnos de aquí. No puedo ganarle y estoydemasiado débil como para usar más magia.

Sus ojos brillaron con preocupación, pero no era momento de seguircharlando. La cargué sobre mi espalda y comencé a correr escalerasarriba, intentando alejarme todo lo posible de Isis y pensando en un planpara sacar a Amira ilesa de ahí.

—Detente —me interrumpió su voz.—¿Qué? —pregunté sin comprender.—¡Alto! —gritó.Antes de que lograra obedecerla, sentí un fuerte golpe en mi costado

que me hizo perder el equilibrio. Me giré para envolverla en mis brazos ypoder protegerla. Amira y yo rodamos por el suelo debido al impulso y nosdetuvimos no muy lejos, yo encima de ella. Cuando alcé la vista, encontréel humo de Enzo muy cerca de nosotros.

Cubrí a Ami con mi cuerpo para recibir la descarga eléctrica. No pudeevitar gritar ante el dolor y ella gritó junto conmigo, ¿el humo también la

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había alcanzado?Cuando el dolor terminó, las pocas energías que había recuperado se

esfumaron por completo. No pude evitar desplomarme sobre el cuerpo deAmi, rindiéndome.

—Corre —supliqué, deseando que por una vez en su vida meobedeciera.

—No. No te dejaré.—Ami —gemí con desesperación, ella no podía morir así—, yo no

valgo la pena.El humo se cernió sobre varias partes de mi cuerpo y de nuevo

comenzaron a arrastrarme, lejos de ella. Cerré los ojos, esperando prontouna descarga eléctrica sin saber si sería o no la última.

—Esta noche has causado demasiados problemas —advirtió Enzo.Me obligué a abrir los ojos de nuevo, encontré a Ami de pie en medio

del pasillo y con un rostro de determinación. ¿Esa sería la última vez que lavería?

—Vete —volví a suplicar. —Estás loco si crees que voy a abandonarte.Y me lanzó una mirada fiera que me dejó en claro que ella no se iría sin

mí. Sentí desesperación, pero el humo jalaba mi cuerpo como si fuerancadenas y no podía moverme. Enzo rio.

—Me dan ganas de vomitar.—Ya somos dos.Alcé el rostro al escuchar aquella voz y gruñí al encontrarme con Isis al

otro lado del pasillo, cerrándole el paso a Amira.—Encárgate de ella —ordenó fríamente.Entré en pánico cuando vi cómo Enzo la obedecía e intentó utilizar su

magia para lanzarla volando de nuevo, pero Ami no se movió de su lugar.Observó a Enzo con una mezcla de curiosidad y alivio y un escalofríorecorrió mi espalda. Algo andaba mal.

—No puedo hacerle daño —dijo un Enzo muy sorprendido.—Yo me encargo —respondió la reina con altanería.Vaya sorpresa que se llevó cuando obtuvo el mismo resultado y miró a

Amira, incrédula.—¿Aún piensas que no te estás debilitando? —la provocó mi princesa,

con una pizca de diversión.

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Desesperada, Isis intentó utilizar más trucos en Ami, pero todos eraninútiles. De un segundo a otro, alzó la vista y me miró directamente a losojos. Apareció junto a mí y me tomó el cuello, dejándome sin aire. El humose activó y recibí la descarga eléctrica que llevaba rato esperando.

—¡Basta! —escuché a Ami gritar, pero los ojos se me estaban cerrandoinevitablemente y su grito pareció muy lejano.

—Ríndete —dijo Isis.Amira no respondió y en ese momento no podría haber estado másorgulloso de esa pequeña humana… por no ceder, por no rendirse inclusosi eso requería sacrificarme a mí. La electricidad volvió a atacar micuerpo.

—¡DIJE QUE BASTA!No vi con exactitud qué fue lo que sucedió, pero repentinamente el

pasillo se iluminó con una luz blanca y cegadora, liberando mi cuerpo. Caíal suelo y recuperé un poco de mis fuerzas, como si estuviera siendobañado con magia nueva. Alcé la vista y miré a Ami con sorpresa, ¿acasoella lo había hecho? ¿Cómo?

—No te atrevas a tocarlo de nuevo. ¿Por mí?Isis retrocedió, asustada.—¿Cómo…?—Cómo es lo que menos debería preocuparte, sino por qué. Voy a

matarte —amenazó y por un momento, a pesar de que la estaba viendo conmis propios ojos, supe que esa no era Amira.

—Te prometo que morirás en el intento —respondió Isis.Amira saltó con gracia y cayó frente a mí. Abrí la boca por completo,

sorprendido.—Te metiste con la Rey equivocada.Mi princesa alzó sus manos e hizo magia, pero la reina logró esquivarla

y creó una fuerte ventisca digna de un huracán. Ami tropezó con mi cuerpoy ambos atravesamos la ventana que se encontraba tras nosotros.

Perdí su cuerpo mientras caíamos, pero su grito me guio hacia ella ehizo que mi corazón saltara, llenándome de adrenalina. Aparecí a su ladopara abrazarla y nos transporté hacia el techo de la torre. Llovía acantaros y comprendí que aquella no había sido la mejor idea, perotampoco había tenido mucho tiempo para reaccionar.

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Amira abrió los ojos y me miró con alivio, pero yo me asusté aldescubrir un grueso hilo de sangre escapando por su nariz y cayendo hastasu barbilla. Pasé mis dedos por su labio superior, incrédulo. Algo andabarealmente mal.

—Esto es lo que me estabas ocultando. —Comprendí al recordar laextraña actitud de los últimos días—. ¿Qué hiciste?

—Lo que tenía que hacer —respondió ella sin arrepentimiento alguno.—Amira, esto no es un juego. Tu vida está en riesgo —dije mirándola

con desesperación—. Por favor, lo que sea que hayas hecho deshazloahora.

—Ya es muy tarde, Joham.Isis me tomó desprevenido y logró arrancarme de los brazos de Ami

para sacarme volando. Mi cuerpo giró por los aires varios metros antes deque lograra controlarlo, aún estaba muy débil. Usé todas mis fuerzas paradesaparecer y aparecer a metros del castillo. Alcancé a ver a Isis atacandoa Amira con un peligroso rayo y rápidamente dirigí toda mi fuerza yvelocidad hacia la reina oscura.

Caí sobre su cuerpo justo a tiempo, tacleándola. Me puse de pie paraverificar si Ami se encontraba bien, pero Isis aprovechó para generar otrafuerte ventisca y el estómago se me encogió cuando vi a mi niña caer por elborde de la torre.

—¡Amiraaaaa!Aparecí justo en donde la había visto caer y el alivio me inundó al

encontrarla aferrada al borde. Sujeté su muñeca para que no cayera eintenté alcanzar su mano libre, pero ella resbaló y lo único que la salvabade la muerte en ese momento, era mi mano.

Me aferré a ella con desesperación.—Ami… sujétate.—¡Cuidado! —intentó advertirme, pero demasiado tarde.Sentí como si diez alfileres se enterraran en mi espalda al mismo tiempo

e inevitablemente la mano de Amira resbaló de la mía, dejándola caer enesa altura mortal.

Isis rio y me arrastró junto con ella. Yo gritaba y me retorcía, pero misfuerzas ya no eran suficientes. La reina oscura tomó mi barbilla y meobligó a mirarla, sus ojos rojos eran lo único que brillaba en la tormenta.

—¿Cómo logró hacer magia? —me preguntó muerta de curiosidad.

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—No tengo idea —respondí sinceramente, aunque de haberlo sabidojamás se lo hubiera dicho.

Isis guardó silencio algunos segundos.—Ella sigue viva —murmuró y una oleada de alivio recorrió todo mi

cuerpo—. El bosque no ha regresado a mí.Dicho eso, me tomó del cuello y con un salto llegamos al pie del castillo.

Mi corazón se congeló cuando Amira se giró, pero estaba completamenteseguro de que no era ella. Sus ojos lucían extrañamente vacíos y su rostrodenotaba una paz inhumana. ¿Qué le habían hecho? ¿QUIÉN había hechoesto?

—No tengo idea de cómo lo estás haciendo, pero detente ahora o lomato —amenazó Isis.

Ami me miró, pero sus ojos no decían absolutamente nada. No habíasentimiento o emoción alguna en ellos y me aterraba la idea de haberlaperdido para siempre. Ese podría ser su cuerpo, pero no era ella. No eraella.

No comprendí mucho la siguiente conversación, puesto que toda miconcentración estaba sobre Amira, intentando averiguar una respuesta quetuviera sentido. Por eso me sorprendí cuando una repentina rama atravesósin piedad el cuerpo de la reina oscura.

No era ella.Caí sobre mis rodillas y miré incrédulo a la bruja. Una mano fría se

posó sobre mi hombro y me encontré con esos ojos azules que tanto amaba,pero no era ella.

No era ella.Amira se separó de mí y su mirada fría cayó sobre la reina. Con magia,

logró que la rama se enterrara aún más en su cuerpo y no pude evitar notarque el cuerpo de Amira estaba disfrutando mucho de todo eso.

—Tú no puedes matarme —logró pronunciar Isis.—Pero no estoy sola, ¿aún no lo has entendido?Durante un breve segundo sus ojos azules emitieron un destello plateado

muy peligroso y me congelé al comprenderlo de golpe.No era ella. Era…—Arus.Ambas me miraron y el rostro de Isis se llenó de terror cuando

comprendió mi susurro. Arus era capaz de matarla, sobre todo ahora queestaba débil y el bosque ya no le correspondía…

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Y lo hizo. Jamás podría borrar de mi mente el recuerdo de Amiraenterrando su mano en el pecho de Isis con un fuerte crujido, arrancandosu corazón con fuerza y salpicándose la mejilla de sangre. Con ojos fríos yvacíos, como si matar no significara nada para ella.

—¿Arus? —Ella me miró como si no me reconociera… o como si no leimportara quién fuera yo—. Lograste lo que querías. Ahora sal de ella, sucuerpo no aguantará mucho más tiempo tu magia.

Ella ni se inmutó.—¿Ami? —pregunté intentando desesperadamente encontrar algún

rastro de ella.De pronto, llevó su mano a su garganta y comenzó a toser con

desesperación. ¿Eso era bueno o malo? Un humo plateado comenzó a salirde su nariz y de su boca, al mismo tiempo

—Jo… ham —susurró.El alivio me recorrió al escucharla y rápidamente me acerqué para

sujetarla. Las rodillas se le doblaron y cayeron sobre el césped, yo meincliné junto a ella, desesperado por no saber cómo ayudarla.

Después de algunas convulsiones, Ami logró recuperar aire y cayósobre mis brazos, sin poder moverse. Alzó un poco la vista para observar lafigura de Arus, que se había materializado frente a nosotros.

—Lo logramos —dijo ella con voz ronca.El hada se inclinó y puso uno de sus brazos sobre el delicado hombro de

Ami, llenándome de una repentina furia.—Siempre estaremos en deuda contigo, Amira Rey.—¡ALÉJATE DE ELLA! —grité, utilizando los restos de mi magia para

separarlo de su cuerpo—. ¿Cómo pudiste hacerle esto?—Joham —dijo ella con voz débil—, está bien.—¡Claro que no está bien! Los humanos no están hechos para resistir la

magia, Amira. ¡Tu cuerpo está agonizando!—Necesitas una sanadora urgentemente —me avisó Arus—. El último

rayo de Isis la dejó bastante destrozada, podría morir en cualquiermomento.

Amira cerró los ojos y perdió la conciencia en ese momento,incrementando mi ansiedad. La llamé desesperadamente durante largosminutos, sin comprender todo lo que estaba sucediendo a mi alrededor.

Samara iba y venía, intentando sanarla, pero podía ver en sus ojos quenada de lo que hacía estaba funcionando. Después me lo confirmó en voz

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alta. Ami abrió sus ojos una vez más, regalándome una de mis miradasazules favoritas.

Pude ver en su rostro que comprendió que estaba muriendo y, para misorpresa, me nombró rey de Sunforest. Que tontería. Yo no quería esecargo. En ese momento yo solo la quería a ella.

—Resiste por favor. Ami, por lo que más quieras utiliza todas tus fuerzasy quédate conmigo.

Ella sonrió a pesar de que no era momento de sonreír.—Te amo —susurró y aunque era la primera vez que me lo decía,

también sonaba como la última—. Prométeme que los cuidarás.—Ami, por favor… —supliqué—. ¡Amira! ¡AMIRAAAAAAAAA!

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Capítulo 4. Hechizo.

—¡Amira!—Joham. Hey cariño, es un sueño.Pestañeé varias veces hasta que comprendí sus palabras. Ami estaba

sobre mí, con una mano en mi mejilla y la otra sacudiendo mi hombro,intentando traerme a la realidad. Mi rostro estaba mojado, confirmando quehabía derramado algunas lágrimas por la terrible pesadilla.

Incrédulo, toqué su cara y envolví sus mejillas con mis manos solo paracomprobar que era real. Ella dejó de sacudirme para hacer una suave cariciaen mi brazo.

—Aquí estoy —aseguró—, todo está bien.Jalé su rostro —tal vez con algo de brusquedad— y uní nuestros labios

en un beso desesperado. Ella gimió con sorpresa, pero no se apartó de mí.Envolví su cintura y con una velocidad inhumana la giré para que quedaradebajo de mi cuerpo.

—Joham —exhaló— ¿por qué estás mirándome con tus ojos negros?—Tú sabes por qué. Ella sonrió y mordió su labio inferior, tentándome. Ladeó su rostro y yo

aproveché el camino libre para besar su cuello. Ami suspiró, complacida.Sus dedos se metieron por entre mi cabello y lo jalaron suavemente,demostrándome lo mucho que le había gustado mi iniciativa.

Subí a sus ojos durante algunos segundos y la miré, agradecido poraquel día en el que ella llegó por primera vez a Sunforest y yo la encontré.Habíamos pasado por mucho desde entonces y nos merecíamos toda estamaldita felicidad.

La besé profundamente, mi boca moviéndose sobre la suya sin ningúnreparo. Uniéndonos. Ella me correspondió de una manera dulce perosensual, derritiéndome por completo cada vez que su lengua rozaba mislabios y se retiraba, dejándome con ganas de más.

Gruñí y mis manos se metieron debajo de su playera para hacer contactocon su cálida piel. Ella enroscó sus piernas en mi cadera y con sus talones

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empujó mis glúteos para juntar aún más nuestros cuerpos. Solté su boca yella dejó escapar otro suspiro.

Bajé por su barbilla, dejando un rastro de besos en mi camino hastallegar a su estómago. Lentamente, levanté su playera y ella se alzó un pocopara que pudiera pasarla por encima de su cabeza y aventarla al suelo. Hicelo mismo con su short, haciendo caricias especiales en cada una de suspiernas.

No tenía idea de qué hora era, pero aún estaba oscuro. Gracias al cielomi vista era mucho mejor que la de los humanos y, a pesar de estar en lapenumbra, pude observar todas las líneas de su cuerpo a la perfección.

—Eres tan hermosa.No importaba cuantas veces se lo dijera, ella no lograba acostumbrarse a

eso y sus mejillas se sonrojaron, haciéndola ver adorable.Amira había cambiado físicamente, ya no era la misma niña que había

estado conmigo la primera vez. Estaba más alta, delgada y con una ligeracurva en su cintura. Después de tener a Jared sus pechos habían crecido.Subí mis manos por su piel blanca y suave, alcanzándolos. Ambos cabíanperfectamente en ellas.

Ella curvó la espalda. Su cabello rubio también estaba más largo y caíasobre la almohada, alrededor de ella. Me encantaba cuando se dejaba llevarde esa manera, disfrutando. Sus manos se movieron rápidamente y tambiénme quitaron la ropa, dejándonos a ambos completamente desnudos.

Era tan liviana que la cargué fácilmente y la senté sobre mi regazo. Ellaabrió la boca y me miró a los ojos con deseo al mismo tiempo que bajabalentamente sobre mí. Ambos gemimos al mismo tiempo, disfrutando de laexquisita unión. Ami se abrazó a mi cuello y su cabello cayó sobre mishombros, haciéndome cosquillas. Dejé la velocidad completamente en susmanos, esperando que se adaptara a mí, y aproveché para jugar un poco consu cuerpo.

Ella no se quedó atrás. Sus manos, su boca y sus dientes comenzaron ainvadirme. A encendernos. Apoyó las rodillas sobre la cama para mantenerel equilibrio y aumentar la velocidad, anunciándome que estaba lista paramás.

Oh, querida Amira, esto no sería rápido.Necesitaba disfrutarla, volverla loca, escuchar mi nombre repetidamente

en sus labios. Con mis manos en su cadera establecí un ritmo tortuoso, unoque nos haría subir lentamente a la cima...

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Estaba entre dormido y despierto, disfrutando todavía de la recienteliberación de mi cuerpo. Acariciaba la espalda de Amira de maneradistraída, mientras ella descansaba recostada sobre mi pecho. Podía sentirsus dedos dibujando figuras sobre mi piel y eso me relajaba aún más.—Joham...

—¿Hum?—¿Qué fue lo que soñaste?Mi cuerpo se tensó ante el recuerdo y ella no dejó escapar eso. El sexo

había sido una excelente distracción y no quería volver al principio, peroentendía su preocupación.

—Fue la misma pesadilla —admití sabiendo que aquello no le iba agustar.

—¿Otra vez? —alzó un poco su rostro para mirarme—. Pensé que ya nola tenías.

Fruncí mi ceño, intentando recordar.—De hecho, hace mucho que no me pasaba. No sé por qué habrá

surgido de nuevo.Ami besó mi pecho.—Aquí estoy, Joham. No me iré a ningún lado.Sonreí con ternura ante su preocupación.—Lo sé, hermosa. —La tranquilicé—. No es como si yo quisiera revivir

eso una y otra vez. Es algo que simplemente pasa, pero ya no tieneimportancia. Estás aquí.

Besé su frente y ella me abrazó, recostándose sobre mi hombro.—Te amo. Lo sabes ¿verdad?—Claro, pero es bonito escucharte decirlo.—Lo diré más seguido —prometió.—Deberíamos volver a dormir para descansar un poco más.—Lo sé —respondió ella, acomodándose.Amira se durmió primero que yo, lo supe por su respiración. Tenerla

conmigo me dio seguridad. Coloqué mi brazo sobre la almohada y merecosté sobre él, sintiendo el exhalar de Ami sobre mi pecho.Inevitablemente, mis recuerdos volvieron a mi pesadilla.

Me aferré a su cuerpo desesperadamente, llorando como hace muchoque no lo había hecho. Amira no respiraba ni tenía pulso y yo sentía que no

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podría soportarlo. Le había prometido que nadie le haría daño, que daríami vida por ella.

La levanté y acuné su rostro en mi hombro, sus manos cayeron inertes acada costado y entonces comprendí que nunca volvería abrazarme. O aescuchar su risa. O ver esos bonitos ojitos azules que me robaban larespiración.

—Joham.Dandelion intentó acercarse pero lo alejé con una mirada. No me iban a

apartar de ella, no lo permitiría. ¿Qué no entendían que la necesitaba?Arus se paró frente a mí en su forma humana y lo miré con odio. De

todos los que estaban alrededor, él era a quien menos quería ahí. Habíapuesto sus intereses por encima de la vida de una inocente.

—Tienes que comprender que fue su decisión.—No quiero escucharte, Arus —advertí con la ira supliendo a la

tristeza. Él debió percatarse de mis ojos rojos, puesto que no se acercó más—. Sabías que era casi imposible que una humana sobreviviera a esto.

—Lo sabía —admitió, sin demostrar ni una pizca de arrepentimiento.—¡Entonces por qué la dejaste!—Ella también lo sabía. Yo se lo dije.La cabeza de Ami cayó hacia atrás, con la boca entreabierta. Arus la

miró durante algunos segundos y después volvió a concentrarse en mí. Yonegué en la cabeza.

—No bastaba con que se lo dijeras, ella tenía que comprender realmentelas consecuencias.

—No la subestimes, ella es inteligente.—Era inteligente —corregí con furia—, gracias a ti.Arus sonrió.—Todavía te falta mucho por comprender, Joham. —¡No juegues conmigo, Arus!Dandelion debió notar que estaba a punto de perder los estribos y

mandar todo al carajo, por lo que intervino.—Si hay algo que quieras decirnos, este es el momento Arus.El hada nos miró como si estuviera a punto de revelar un secreto muy

importante.—Amira Rey es la reina de Sunforest. La reconozco como tal y no pienso

dejarla morir —declaró.Lo miré, incrédulo.

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—¿Es una puta broma? Amira ya está muerta —dije perdiendo losestribos.

—No por mucho tiempo.Miré a Dandelion sin comprender, pero él parecía tan perdido como yo.

Ninguna magia, por más poderosa que fuera, podía revivir a alguien. Poralgo toda mi familia estaba muerta.—Explícate —le ordené.

—Hice un hechizo para protegerla en caso de que esto llegara a pasar.—¿Qué clase de hechizo? —pregunté con desconfianza. —Uno que jamás hubiera logrado de no haber tenido sangre inmune. Y

casualmente esta niña conocía uno, como si el universo tuviera todoperfectamente planeado. Amira estaba destinada a sobrevivir.

Miré a Ami, pálida y sin vida entre mis brazos. Un rayo de esperanzanació en mi pecho y detuvo mi llanto, ¿sería posible? Varios murmulloscomenzaron a extenderse a nuestro alrededor, pero no tenía idea de si eranbuenos o malos.

—¿Qué tengo que hacer? —pregunté, algo nervioso.Arus sonrió.—Recuéstala —me indicó—. Y necesitamos a dos sanadores.Coloqué su cuerpo sobre el césped y acomodé su cabello, como si

aquello me pudiera tranquilizar. Samara y Thiago se acercaron a nosotrossin necesidad de pedírselo, ambos miraron a Arus con determinación.

—Estamos a punto de hacer magia muy antigua —avisó y se puso derodillas junto a Ami, quedando frente a mí. Tomó su mano izquierda yseñaló el anillo dorado que Amira tenía en uno de sus dedos.

—Es el anillo de sus padres —dije reconociéndolo.Él asintió.—Hice un hechizo protector con él —explicó—. Utilicé sangre inmune

para que al momento de portarlo la magia no tuviera ningún efecto en ella.Lo miré, completamente sorprendido.—Es por eso que Enzo e Isis no pudieron tocarla.—Una vez que se puso el anillo, así fue. El plan funcionó a la

perfección. —Arus deslizó el anillo para sacarlo y lo miró con atención,después alzó su vista hacia los sanadores—. Debemos curar su cuerpo,antes de que ella regrese.

Todos lo miramos con confusión, pero Samara no perdió tiempo enhacer preguntas e hizo exactamente lo que Arus le pidió, con ayuda de

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Thiago. Mientras ellos trabajaban, él volvió su atención a mí.—El hechizo de protección no se limitó a su cuerpo —continuó

explicando—, también a su alma.—¿Cómo?—Arreglé todo para que, en caso de que Amira muriera físicamente, el

anillo también protegiera su alma. Ella no se ha ido, está aquí —dijoextendiendo la palma de su mano, con el anillo en el centro.

—No estás bromeando, ¿verdad?—Entiendo que es difícil de creer, pero te sorprendería todas las cosas

que nuestra magia puede hacer sabiéndola utilizar. Una vez que su cuerpoesté sano, podremos devolver su alma. Todavía hay tiempo.

—Esto es muy arriesgado, algo podría salir mal.—Un millón de cosas podrían salir mal, Joham. ¿No estás dispuesto a

arriesgarte por ella?Tragué saliva.—Por supuesto que sí —afirmé, tomándola de la mano...

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Capítulo 5. Rey.

Amira y yo despertamos a la vez, sobresaltados por el agudo grito dealegría que soltó Jared al entrar en la habitación. Abrí los ojos justo atiempo para verlo correr hacia nosotros, a punto de saltar sobre la cama.Ami me miró con advertencia y alcancé a comprender que debajo de lasábana ambos seguíamos desnudos.

Con un rápido movimiento hice que nuestras ropas aparecieran. Alsegundo siguiente, Jared cumplió su cometido y se dejó caer sobre el regazode Amira. Ella me miró con alivio.

—Buenos días, mamá —saludó nuestro pequeño con una enormesonrisa.

Aún llevaba puesta la pijama y el cabello rubio alborotado. Ami loabrazó en contra de su pecho con fuerza y yo me relajé, disfrutando de laescena.

—Buenos días, mi príncipe favorito —dijo dándole un sonoro beso en lamejilla—. ¿Dormiste bien?

—Tuve sueños increíbles —dijo con emoción.Ojalá yo pudiera decir lo mismo, hijo. Aunque, pensándolo bien, esa

pesadilla también tuvo sus ventajas...—Quiero que me los cuentes todos.Jared se sumergió en las fascinantes historias de sus sueños y ambos lo

escuchamos con atención, maravillados con lo mucho que había crecido.Cuando recién nos enteramos del embarazo —no planeado— nos

habíamos preocupado al no saber qué esperar. Era la primera vez quenacería un niño mitad humano mitad forestniano y lo desconocido nosaterró.

Sin embargo, hasta ahora Jared no había mostrado señales de sermágico. Era cierto que la magia de los más pequeños maduraba porcompleto hasta los trece años, así que aún le quedaba tiempo paradesarrollar su lado forestniano, pero hasta ahora no había señal alguna depoderes mágicos en su pequeño cuerpo. Mis ojos habían cambiado de colorpor primera vez a los dos años, pero los de Jared llevaban cinco años siendo

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completamente verdes. Tampoco descartábamos la posibilidad de quenuestro hijo fuera más humano que mágico.

Jared me miró, seguramente para comprobar si yo también le estabaponiendo atención. Sonreí para indicarle que así era y él lanzó un largosuspiro cuando terminó de hablar.

—Eso es todo —finalizó como si acabara de dar un anuncio muyimportante.

Ami no pudo evitar reír y yo me acerqué a ellos. Acomodé el despeinadocabello de mi novia detrás de su oreja y le di un rápido beso en la boca.

—Buenos días —la saludé, deseando que aún estuviera desnuda.Ella negó con la cabeza, algo divertida al leer mis pensamientos en mis

ojos traviesos.—¡Papá! —se quejó él como si me acusara de hacer algo muy grave.—¿Qué? También es mía —dije abrazándola por la cintura y jugando a

que competía por ella.Amira rio en voz alta.—¡Basta! Los dos. Es hora del desayuno —zanjó.Ni Jared ni yo nos atrevimos a desobedecerla.

En el castillo teníamos dos forestnianos cocineros que nos apoyaban conla comida, así que cuando decidimos bajar al comedor, la mesa ya estabarepleta de un copioso desayuno.

—Almendra cocina demasiado —comentó Ami al ver toda la comida. Yo me encogí de hombros.—Sabes que a Almendra le gusta cocinar.—Como para un ejército…Sonreí por su comentario. A Amira nunca le había encantado que la

trataran como si fuera de la realeza, ni le gustaba tener personas quehicieran el trabajo por ella. Era demasiado independiente y queríademostrarlo, pero simplemente no entendía que los forestnianos larespetaban y admiraban tanto por haber matado a Isis, que nunca sedesharía de aquella actitud servicial.

Después de todo, Amira había decidido dar su vida para salvar albosque. Y lo logró. Nadie podía negar que se había convertido en una de lasreinas más queridas a partir de eso. Si alguien llegó a tener alguna dudarespecto a ella, inmediatamente se borró cuando la vieron arrancarle elcorazón a Isis.

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—Buenos días, majestad.Almendra era de baja estatura y cabello negro como la noche. Sus ojos

eran de color rosa pastel, algo raro incluso para los forestnianos. Ellacocinaba junto con su esposo Otto, un hombre alto de cabello y ojos grises.Ambos vivían en el castillo, Amira había insistido. Si iba a tener a alguienque le sirviera, que fuera en las mismas condiciones que ella.

—Buenos días —saludó Ami con una dulce sonrisa—. ¿Cómo estás?—Muy bien, gracias por preguntar —respondió Almendra. A veces la

amabilidad de Amira siempre parecía desconcertarla—. He traído sus frutasfavoritas.

Ami pareció olvidarse de la cantidad ridícula de comida y le brillaron losojos cuando descubrió las zarzamoras. Tomó una enorme cuchara paraservirlas en su yogurt.

—¿Es lo único que comerás? —pregunté, algo preocupado.Le serví a Jared un par de panqueques, su desayuno favorito desde que

Ami le enseñó a Almendra cómo preparar algunos platillos de la Tierra.—Sí —respondió con una mirada de advertencia, esa que utilizaba

cuando no estaba de humor para un regaño de mi parte. —¿Aún te sientes mal?—Joham —advirtió, lanzándole una rápida mirada a Jared. Apreté mis labios, pero no dije nada más. Observé que ella se había

puesto el anillo de sus padres, el cual aún funcionaba para protegerla de lamagia. Me encantaba eso porque me sentía mucho más seguro sabiendo queera humana y nadie podría lastimarla con magia, pero cuando lo traía puestome era imposible hablar con ella telepáticamente.

Tal vez por eso se lo ponía.Samara entró en la cocina en ese momento, saludándonos. Ella también

vivía en el castillo, pero como una amiga. Había insistido en apoyarnoscuando se enteró del embarazo de Amira y, la verdad, su presencia fue degran ayuda. No solo porque sabía más de bebés que nosotros dos juntos,también porque había momentos en los que tanto Ami como yo estábamosmuy ocupados y no nos encantaba la idea de dejar a Jared solo.

A estas alturas, nuestro hijo quería tanto a Samara que era imposiblesepararlos, así que seguiría viviendo en el castillo hasta que ella así loquisiera. Después de todo, había espacio de sobra en nuestro hogar.

Desayunamos tranquilamente y en medio de una plática casual, al menoshasta que Dandelion apareció en mi estudio y me habló mentalmente.

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«Joham. He organizado la asamblea dentro de media hora, pero hayalgo que tienes que saber»

Automáticamente me tensé«¿Malas noticias?» —pregunté.«Prefiero decírtelo en persona»Alcé la vista y noté a Amira mirándome. No se le escapaba nada. Le

sonreí para tranquilizarla y me puse de pie, dejando mi desayuno a la mitad.Acababa de perder el apetito.

—Tengo que resolver un asunto antes de la asamblea —expliqué cuandoAmira frunció su ceño.

—Iré contigo.Yo negué, sin darle espacio para replicar.—Te veo en la asamblea, será en media hora. Salí del comedor antes de que ella dejara de comer y subí las escaleras

para encontrarme con Dandelion. Él me miró con sus cálidos ojos amarillosen cuanto entré al estudio privado, aunque se encontraba más serio de lacuenta.

—¿Tiene que ver con el incendio? —pregunté sin siquiera saludarlo.—Algo. Y con la asamblea —respondió con una mirada cansada—. Las

hadas van a intervenir.Una oleada de ira me recorrió. Hace años que Arus y yo no nos

llevábamos bien.—¿Por qué?—Me han confirmado que los incendios son provocados y, como su ley

suprema es proteger el bosque, ellos creen que tienen el derecho.Resoplé.—Diles que no están invitados. —Les dije que a ti no te agradaría su presencia… —dudó.—¿Y?—Esto te hará enojar —advirtió. —¿Más?—Arus respondió que tú no eres el rey de Sunforest, que él solo

reconoce a Amira. Respiré hondo, intentando guardar la calma. A Arus le encantaba

desafiarme de esa manera a pesar de que él había estado presente cuandoAmi me proclamó rey, antes de morir.

—Gracias por advertirme.

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—¿Amira estará en la asamblea?—Sí.—Me imagino que eso lo tranquilizará.—Supongo —respondí, encogiéndome de hombros—. De todas formas

tiene razón, Ami es la legítima reina de Sunforest.Él debió notar algo, ya que comenzó a hablarme con su lado paternal.

Ese era el Dandelion que yo conocía.—Y tú eres el rey —aseguró—. Tu reina, quien ahora también es tu

compañera, así lo declaró y ella sabía lo que hacía. No solo la has ayudadoa ella sino a todos nosotros. Joham, eres noble, humilde y valiente. Tureinado ha sido excelente hasta ahora y yo no podría estar más orgulloso deti.

Tragué saliva, bastante agradecido con sus palabras.—Deberíamos bajar —dije en un intento de cambiar de tema, no estaba

de humor para ponerme sentimental.Él me regaló una cálida sonrisa y pude ver en sus ojos que había

entendido mi agradecimiento, a pesar de que no fui capaz de expresarlo.

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Capítulo 6. Asamblea.

Citamos a todos al pie del castillo para poder llevar a cabo la asamblea.Cuando Dandelion y yo salimos, Amira ya estaba ahí. Por un momento meolvidé de todo; Arus, los incendios, la asamblea y me concentré en mirarla.Se había cambiado, poniéndose un largo vestido blanco de manga larga quese transparentaba en sus brazos y piernas, dejando ver solo la cantidad justade piel. Se ajustaba en la cintura con un cinturón de flores rosas y su cabellorubio caía sobre sus pechos, ondulado y con pequeñas florecitas enredadasen sus rizos.

Sonreía cálidamente y platicaba con algunos forestnianos. Ellos amabana Amira, se notaba en cómo la miraban y se dirigían a ella, siempre conrespeto y amabilidad. Ayudaba mucho el hecho de que Ami nunca habíaquerido apartarse de ellos. Siempre estaba abierta a escucharlos, platicarcon ellos y seguido ella y Jared paseaban por las colinas, para asegurarseque todo estuviera bien.

Amira no había nacido para estar encerrada en un castillo.Como si hubiera sentido mi presencia, alzó la vista y sus ojos cayeron

sobre los míos. Le sonreí pero ella no lo hizo de vuelta, en cambio, sumirada se volvió fría y su rostro se endureció. Oh no, ella estaba enojada,tal vez por lo del desayuno.

Al darse cuenta de que yo había comprendido su molestia, apartó la vistay continuó con lo que estaba haciendo. Nadie notó nuestro breve pero hostilintercambio de miradas. Suspiré, eso era algo que tendríamos que resolvermás tarde.

Caminé hasta quedar frente a todos. Amira, perfectamente sincronizadaconmigo, se colocó a mi izquierda. Dandelion se quedó a nuestra derecha,donde le correspondía debido a su puesto como consejero real. Cruzó susbrazos, algo tenso.

«Relájate» —le pedí—. «Pensarán que algo va mal»«Algo va mal» —confirmó.«Aún no lo sabemos»El murmullo que recorría a la congregación se fue apagando lentamente,

hasta quedarnos en completo silencio. Observé a todos con atención: la

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mayoría mostraba un rostro serio, pero algunos otros se veían asustados.Desde donde estaba alcancé a ver a unos diez venados acomodados un

poco más atrás de la medialuna que formaban los forestnianos. El de lasastas más grandes dio algunos pasos hacia adelante y en medio de esporasbrillantes Arus tomó su forma humana. Miró hacia mi izquierda e inclinólevemente su cabeza. Por el rabillo del ojo noté que Ami hizo el mismomovimiento, regresándole el saludo.

Di un paso al frente, para poder estar más cercano a todos. La atmósferase tensó.

—Gracias a todos por venir —comencé—. No les quitaremos muchotiempo, pero Amira y yo creemos que es muy importante comunicarles loseventos recientes que han sucedido en el bosque. Como siempre, nuestraintención es ser muy honestos con todos ustedes. No les estamos ocultandonada, esto es todo lo que sabemos.

»Ayer hubo otro incendio en el bosque, esta vez cerca de las cascadas.Ya está controlado y apagado pero, como algunos saben, con este se sumantres incendios en menos de dos semanas y eso nos preocupa. Gracias aDandelion hemos confirmado que están siendo provocados por alguien.Además, son hechos con magia y cada vez es más difícil controlarlos, por loque se están volviendo peligrosos.

»Es muy importante que tomemos precauciones. Si alguien se encuentracon un incendio, no lo combata sin ayuda. Hasta que no resolvamos esto,traten de no alejarse mucho, sobre todo solos. Agradecemos mucho suapoyo para ayudarnos a apagarlos, como lo han hecho en los últimos tres.Estoy muy orgulloso de lo unidos que nos hemos vuelto los últimos años.

Guardé silencio durante algunos segundos, para dejar que todosprocesaran mis palabras antes de continuar.

—Sin embargo, también es mi deber preguntar lo siguiente. Es muyimportante descubrir al causante de todo esto lo más pronto posible, así que¿alguien ha visto u oído algo? ¿Tienen alguna idea de quién podría ser?Cualquier pista, por más pequeña que sea, podría ser de mucha ayuda.

Volví a callarme, esta vez para escucharlos. Los forestnianos se miraronentre ellos y algunos intercambiaron murmullos, pero la mayoría se quedóen silencio. Guardé la calma y les di más tiempo, pero no dijeron nada.

Ami volvió a acomodarse a mi lado y puso una de sus manos sobre mibrazo, en señal de apoyo.

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—Si alguien descubre algo no duden en venir a vernos —dijo con voz altapero suave—. Tanto Joham como yo estaremos muy agradecidos porcualquier información que pueda ayudarnos a resolver esto. De todasformas, él y yo ya estamos trabajando para solucionar el problema. Lesestaremos comunicando cualquier avance o cambio que haya. Mientrastanto, por favor tengan mucho cuidado. No queremos que nadie salgaherido.

El silencio de los forestnianos era inusual y eso solo nos confirmaba loasustados que estaban. Amira y yo nos miramos brevemente, ambospreocupados.

—Pueden hablar con nosotros —aseguró ella—, si no sabemos qué es loque los asusta no los podemos ayudar.

Arus ladeó su cabeza, algo curioso, y también observó a la multitud queestaba frente a él. ¿Habría notado algo?

—Estos incendios nos recuerdan a los que Isis solía provocar —confesóalguien.

Amira me apretó fuerte el brazo. Yo busqué con la mirada al forestnianoque había hablado y lo miré, algo sorprendido. Lo conocía, se llamabaZigor.

—Isis está muerta —dije sin comprender.—Nuestra reina también estaba muerta. Y revivió.Y la comprensión llegó de golpe. A pesar de que habían pasado seis

años, ellos aún tenían miedo de que ella lograra regresar. Toda esta paranoiaera lo único que la bruja le había heredado a Sunforest.

—Isis no volverá —prometí, intentando contagiarlos de mi seguridad—.El caso de Amira fue muy distinto. Recuerden que Arus nos ayudó aproteger su alma y esa fue la única razón por la que pudimos regresarla. Esono significa que la reina oscura haya logrado hacer lo mismo…

Los ojos de Arus brillaron con preocupación, alcancé a verlo inclusodesde donde estaba. Al mismo tiempo, Ami soltó mi brazo y por unsegundo me sentí muy desprotegido.

—Joham —advirtió Dandelion.Arus desapareció justo en el segundo en el que yo me giraba. Apareció

detrás de Amira y la atrapó en el aire; el corazón se me detuvo alcomprender que ella se había desmayado.

—Ami…

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El hada la extendió sobre el césped con mucho cuidado, examinándolacon la mirada. Yo me agaché junto a ella y tomé su rostro. Escuché a losforestnianos entrar en pánico, pero en ese momento lo único que mepreocupaba era ella.

—Tranquilos —habló Dandelion, intentando calmarlos—. Esto no tienenada que ver con Isis.

Arus examinó a la multitud.—¿Alguien la lastimó? —preguntó en voz baja.Yo negué con la cabeza.—Se puso su anillo. Está protegida.Miré su mano izquierda, solo para comprobar que el anillo siguiera ahí.—Saquémosla de aquí.—Lo haré yo —sostuve. No quería que Arus volviera a tocarla—.

«¿Podrás encargarte de ellos?» —pregunté a Dandelion.«Lo intentaré. Avísame si me necesitas» —me respondió, la

preocupación se notaba hasta en su voz mental.Cargué a Amira y la llevé al castillo, dándole la espalda a todo el caos

que se había suscitado. Arus me siguió y aunque aquello no me agradó,tampoco tenía tiempo ni ganas de pelear con él.

—¿Mamá?Jared se encontraba en el ala principal, junto a Samara. Él seguramente

la había convencido de que lo dejara espiar la asamblea, ya que habíaquerido ir y nosotros se lo negamos. Miré a Samara con enojo, descargandomi remolino de emociones sobre ella.

«Llévatelo» —ordené furioso. Ella asintió y cargó a Jared paradesaparecer junto con él, a pesar de que el niño se retorció intentandoimpedírselo.

Subimos a la biblioteca y recosté a Amira en uno de los sillones. Ellaaún no recuperaba la conciencia, pero logré pensar con más claridad graciasal silencio del lugar.

—¿Tú viste qué sucedió? —me dirigí a Arus.—Palideció de golpe, se tambaleó un poco y cerró los ojos.—¿Nada más?Samara apareció en ese momento, sin Jared. Miró a Amira con

preocupación y se inclinó sobre ella.—¿Qué sucedió?—No estamos seguros.

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Ella estiró su mano a unos quince centímetros de la frente de Amira ycerró los ojos. Permaneció algunos minutos así, muy concentrada.

—Ella está bien —murmuró.—¿Estás segura?—Creo… que esta vez noto algo.La mano de Samara bajó lentamente, recorriendo su cuerpo. Se detuvo

en su estómago y abrió sus dos ojos de golpe. Me miró con una enormesonrisa.

—Tienes que escuchar esto...

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Capítulo 7. Sorpresa.

Amira ya no tenía nada de color en su rostro. Estaba blanca como lanieve y sus labios entreabiertos no se movían. Yo no podía apartar la vistade ella, esperando pacientemente a que Samara y Thiago terminaran decurar su cuerpo.

Cuando la sanadora se dejó caer sobre el pasto, exhausta,intercambiamos una breve mirada y ella asintió.

—Hemos terminado.Ansioso, miré hacia Arus. El hada volvió a ponerse junto a Amira y

tomó sus dos manos para cruzarlas sobre su corazón. Metió el anillo entreellas y me miró, con ojos muy serios.

—Comprendes que esta es una oportunidad única que no se volverá arepetir, ¿verdad?

—¿A qué te refieres?—Si Amira vuelve a morir será para siempre. No puedo repetir este

hechizo o su alma se corromperá inevitablemente.—Entiendo —acepté nervioso.—Debemos hacerlo bien, porque solo tenemos una oportunidad. Si no

funciona a la primera la habremos perdido.—Maldita sea Arus, deja de ponerme nervioso.—Es importante que entiendas las consecuencias.—Ya las entendí, ¿podemos hacer esto antes de que sea demasiado

tarde?Arus me miró con un gesto que no pude descifrar. Seguramente no

estaba acostumbrado a que alguien le hablara así, pero pareció dejarlo ir.—Liberaré su alma —anunció lentamente— y pueden pasar dos cosas.

Amira podrá volver a su cuerpo o seguir adelante. Esta también es sudecisión. Si quieres puedes llamarla durante el hechizo, ella te escuchará.

Asentí, con la boca seca.Él puso sus manos sobre las de Amira y cerró los ojos. Un ligero brillo

plateado emanó de ellas, contagiando todo el cuerpo de Ami. Arus respiróhondo.

—Animus tuus sit liberari —pronunció en voz alta.

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Contuve la respiración, pero no sucedió nada. Clavé mi vista en Ami,esperando algún cambio o movimiento.

—Animus tuus sit liberari —repitió Arus, concentrado. El viento comenzó a soplar de pronto, moviendo las copas de los árboles

y levantando algunas hojas que estaban en el suelo. El cabello de Amitambién se alzó, con los rizos flotando por el aire.

—Animus tuus sit liberari. ¡ANIMUS TUUS SIT LIBERARI!Miré a Arus preocupado, ¿algo iba mal? Su frente se frunció y sus

brazos se tensaron, tal vez era un hechizo complicado de mantener.—Animus… tuus… sit… liberari… —jadeó cada una de las palabras.La velocidad del viento incrementó, asustando a algunos forestnianos. A

pesar de todo el caos, Amira seguía sin moverse y mi corazón se rompió enmil pedazos. El plan no estaba funcionando.

—Joham —gruñó Arus.Respiré hondo y acaricié la mejilla de Amira. Ella no reaccionó ante mi

contacto.—Ami —la llamé—, sé que puedes escucharme. Estoy aquí, contigo.

Has sido increíblemente valiente. —Le aparté el cabello de la cara y lopeiné hacia atrás, con cariño—. Hemos curado tu cuerpo, así que puedesregresar si quieres —le dije mientras nacían lágrimas de mis ojos—, perosi no quieres y prefieres descansar y reunirte de nuevo con tus padres,quiero que sepas que lo entendemos. Al menos yo lo entiendo. Y está bien.Debes tomar la mejor decisión para ti.

Esperé durante algunos segundos, pero ella no se movió y yo sonreí contristeza, mientras las lágrimas resbalaban por mis mejillas. Tomé su mano yle besé los nudillos repetidamente.

—Te amo —le dije— y siempre te amaré. Nunca lo olvides.Arus se separó y me miró incrédulo, interrumpiendo el brillo plateado

que la rodeaba. Yo limpié mis lágrimas, sintiéndome vulnerable frente a él.—¿Comprendes lo que acabas de hacer? —me reclamó.—Tú lo dijiste, esta también es su decisión. Si ella no quiere regresar no

la obligaremos.—Y entonces tú te convertirás en el rey del bosque, que conveniente.Lo miré enfurecido, pero Dandelion me defendió incluso antes de que yo

pudiera decir algo.—La princesa así lo quería, sus intenciones fueron claras.

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Arus estaba a punto de reprochar cuando Ami se sentó de golpe,espantándonos a todos. Me dejé caer hacia atrás, demasiado sorprendidopara procesarlo. Ella puso su mano en su garganta y comenzó a respirarcon bocanadas desesperadas.

Lentamente volví a acercarme a ella, como si temiera que no fuera realy en cualquier momento desaparecería. Alcé mi mano y toqué su hombro,era real, seguí deslizándome por su cuello hasta llegar a su mejilla. Ellacerró los ojos al sentir mi contacto.

—¿Ami? —pregunté con voz temblorosa.Alzó sus párpados y se giró para mirarme con sus intensos ojos azules.

Aún no podía creerlo.—Yo también te amo —dijo con voz ronca.Sonreí y enredé mis brazos en su cuerpo mientras un huracán de

emociones explotaba dentro de mí. Mi Ami estaba viva y yo jamás volveríaa separarme de ella.

Cuando Amira por fin abrió los ojos, sonrió al mirarnos.—Hola —saludó.—¿Ves? —le dije a Jared—. Te dije que mamá estaba bien.Ella estiró sus brazos y nuestro hijo se dejó caer en ellos.—Solo estoy algo cansada —le dijo acariciándole el cabello—. No te

preocupes por mí. —Papá dijo que me darían una sorpresa cuando despertaras.—¿Ah sí? —preguntó ella, mirándome con confusión.—Y te la daremos —le prometí—, pero primero tengo que hablar a solas

con mamá.Jared hizo un puchero con los labios.—Ya no quiero esperar más.—Hijo, un príncipe sabe ser paciente.Los ojos de Jared brillaron al escucharme y asintió con la cabeza.—Tienes razón. Iré con Samara.Se marchó del cuarto, dejándome impresionado con la madurez de su

corta edad. Miré a Ami, quien se estaba alzando con sus codos pararecargarse con el respaldo de la cama. Me miró extrañada cuando ledediqué una enorme sonrisa y gateé desde el pie de la cama hasta llegar aella, tomé su nuca para plantarle un profundo beso y ella soltó un gemido

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cuando mi lengua rozó la suya. Me separé y pasé rápidamente mi lenguapor su nariz, sintiéndome algo juguetón.

—¿Por qué no estás enloqueciendo?—Hubieras despertado antes y me hubieras encontrado completamente

enloquecido —aseguré. —Estás raro… y yo aún estoy enojada contigo.

Ladeé mi rostro, divertido.—Oh cariño, ¿por qué estás enojada?—Por cómo me hablaste en el desayuno. Estaba sucediendo algo y no

me dejaste involucrarme, como si pudieras darme órdenes. ¿Adivina qué,Joham? Soy la reina y tengo que estar enterada de todo lo que estásucediendo. —Su enojo solo me hacía sonreír más—. ¡Estoy hablando enserio!

—Lo sé —dije intentando borrar mi sonrisa, pero fue imposible—. Ytienes razón. Sabes que siempre te respeto mucho cuando se trata denuestras obligaciones. Esta mañana simplemente estaba preocupado por ti yeso nubló mi juicio, no volverá a suceder.

Amira parpadeó varias veces, se veía un tanto sorprendida.—¿Estabas? —repitió.—Estoy mucho más calmado ahora —admití—. Hemos descubierto que

tienes y creo que podremos con eso.Ella se tensó.—¿De qué hablas?—Hay algo que tengo que decirte. —Me acomodé sobre sus piernas y

tomé sus dos manos, colocándolas por encima de su vientre—. ¿Recuerdasque estábamos buscando un hermanito para Jared? Bueno, ahora hay unpequeño corazoncito latiendo aquí, en este momento. Aún es tan débil quese confunde con el latido de tu corazón, pero si pongo mucha atención yambos guardamos silencio, lograré escucharlo.

Ami abrió la boca, pero no hizo ningún sonido. Logré escuchar cómo sucorazón se aceleró con mis palabras y no tardé en encontrarlo, un segundolatido, tan pequeño que parecía un eco.

—Sí, aquí está —confirmé—. También está emocionado.Amira soltó mis manos y cubrió su boca con ellas. El borde de sus ojos

se llenó de lágrimas y mi corazón se enterneció ante su clara emoción.—¿Vamos a tener otro bebé? —preguntó bajando sus manos para tomar

mis mejillas.

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—Sorpresa —canturré, borracho de felicidad.Plantó sus labios en los míos, sabían salados por sus lágrimas. Se puso

de rodillas para alcanzarme con más facilidad y yo me fui recostando sobrela cama, para que quedara sobre mí. Ella se separó y comenzó a soltar besospor todo mi rostro, haciéndome cosquillas con su cabello. Olía a unacombinación de coco y vainilla.

—Cásate conmigo —dije de pronto, sorprendiéndonos a los dos.Amira abrió la boca y me miró sorprendida. A pesar de que hace seis

años que estábamos juntos, nunca se lo había pedido. Antes no había tenidola valentía, pero ahora lo único que quería era poder llamarla mi esposa yenvejecer juntos como marido y mujer.

—Sí —susurró sin aliento.Sonreí y sus besos se convirtieron en mordidas, volviendo todo más

intenso. Mis manos apretaron su espalda y siguieron bajando, recogiendotoda la tela del vestido para poder encontrar sus piernas. Esa vez, ni siquierahubo tiempo de quitarnos completamente la ropa.

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Capítulo 8. Incendio.

—¿Cómo se ve mi cabello? —preguntó mientras se ponía de pie yalisaba su vestido blanco. Mmm, ese vestido sería uno de mis favoritos apartir de ahora.

—Como de recién follada —bromeé.Ella intentó mirarme con reproche, pero se le escapó una sonrisa.

Aproveché el momento para volverla a rodear con mis brazos y arrastrarla ami regazo.

—Otra vez —supliqué—, esta vez sin ropa.Amira rio y mis oídos se derritieron con ese sonido.—Eres un rey muy insaciable —dijo, dándome un piquito en la boca. —Solo porque mi reina es irresistible.Me miró con dulzura, pero apartó mis manos de su cuerpo.—Tenemos muchas cosas que resolver —anunció.—Tómatelo con calma, Ami. Samara dejó muy claro que tenías que

descansar más.—Hace unos minutos no estabas preocupado por mi descanso —dijo con

una sonrisa traviesa.—Hace unos minutos no podía pensar con claridad —me defendí.—Estaré bien —insistió—. No es mi primer embarazo, ya he pasado por

esto antes. —Hablando de eso, ¿cómo se lo diremos a Jared?Ella mordió su labio, pensativa. Yo también quería morderlo.—¿Inventaremos otro cuento? —se burló. Yo rodé mis ojos.—Ríete todo lo que quieras, pero esa ha sido una de mis mejores ideas. Ami suspiró y soltó algunas palmaditas en mi pecho.—Tenemos trabajo, Joham. Después pensaremos en eso.Asentí al notar la preocupación en sus ojos, el momento había pasado y

estaba segura de que los recuerdos de la asamblea estaban volviendo a sumente.

—Vamos al estudio, ahí podremos hablar con privacidad.

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El estudio no era tan amplio como el comedor o la biblioteca, pero sutamaño era suficiente para tener reuniones más privadas. Básicamenteconstaba de una mesa redonda y varias sillas a su alrededor, Amira se sentóen una de ellas y cruzó su pierna con delicadeza. Una mano en su barbillame indicó que estaba pensando a toda marcha. Sus ojos cayeron sobre losmíos.

—No ha sido nuestra mejor asamblea. —No —admití, recordando los rostros asustados de los forestnianos.—¿Se han preocupado por lo que pasó al final? —preguntó con

angustia.—Bastante —admití— pero en cuanto supimos la verdad, Arus salió

para dar el aviso y asegurarles que tú estabas bien. Eso los calmó.Ella se sonrojó.—Entonces ¿ya lo saben todos?Y ahí estaba mi Amira, esa a la que no le gustaba ser el centro de la

atención.—Sí. Bueno, excepto Jared. Suspiró.—Están muy asustados —cambió de tema.Yo fruncí el ceño, meditando esa última idea.—Sí, pero no entiendo de dónde sacaron lo de Isis —musité.Amira me miró y durante ese segundo fui capaz de ver el miedo en sus

ojos azules. Oh no, ¿ella también?—¿Y si es posible? —preguntó con un hilo de voz—. Estos incendios

han sido raros.Me hinqué frente a ella, estupefacto, y alcé mis manos para tomar su

rostro.—Ami… tú la mataste. Yo lo vi con mis propios ojos. —Lo sé —admitió—, es solo que hay algo raro. Tengo un

presentimiento extraño, Joham—Isis no volverá a hacerte daño. Ni a ti o a Sunforest. Ella está muerta.Amira asintió, como si intentara convencerse a sí misma.—¿Qué haremos para detener los incendios?—Debemos encontrar al culpable.—Esto tiene que ser rápido, Joham. —Lo sé. Dandelion y yo iremos mañana a los lugares incendiados,

buscaremos pistas. —La señalé con mi índice, adelantándome a sus

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próximas palabras—. Por mucho que seas la reina tú no puedes venir.Ella hizo un puchero de manera inconsciente.—¿Por qué no llevas también a Arus? Podría ser de ayuda.Mi rostro se ensombreció. —No —dije tajante.Ella puso sus ojos en blanco, haciéndome enojar.—¿Cuántas veces tendremos que hablar sobre esto? —preguntó,

exasperada.—No te estoy pidiendo que hablemos del tema —respondí frío. —Pero aún no lo has superado, ¿cuándo lo harás?—¿Qué es lo que tengo que superar? ¿El hecho de que casi te mata? No

importa todas las veces que me lo expliques, Amira. Él hizo mal y yo no loapruebo. Punto.

—Arus también me salvó —lo defendió—, yo no estaría aquí sino fuerapor él. Sunforest no estaría en paz sin su ayuda.

Bufé, perdiendo la paciencia.—Arus no irá mañana —declaré—. Además, yo tampoco le gusto.—¡Oh! No seas infantil —exclamó.Eso dolió.«Joham» —me llamó Dandelion.Miré a Amira en silencio, aún procesando su insulto.«Dime»«Tienen que salir. ¡Ahora!»Mi enojo no me había permitido identificar la alarma de su voz hasta ese

momento. Inmediatamente me tensé.«¿Qué está mal?»«¡HAY UN INCENDIO EN EL CASTILLO!»Mis piernas temblaron, a punto de dejarme caer. Amira se dio cuenta y

se puso de pie de un salto con la intención de sostenerme. La miré a losojos, completamente aterrado.

—Jared —logré pronunciar.Sus ojos azules también se abrieron con miedo.—¿Qué sucede con Jared?—Tenemos que encontrarlo. Y rápido.La confusión se reflejó en su rostro, pero tomé su mano sin darle

ninguna explicación y la llevé conmigo.

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«Ayúdame» —le pedí a Dandelion—. «Busca a Almendra y Otto,asegúrate de que estén a salvo»

«Lo haré» —respondió él.«Dandelion, ten mucho cuidado. No quiero que salgas herido»«No te preocupes por mí. Preocúpate por poner a salvo a tu familia»«Tú también eres mi familia»—Joham, ¿qué sucede? —preguntó Ami desesperada, con una nota de

pánico en su voz.—Hay un incendio en el castillo —expliqué rápidamente. Aparecimos en el cuarto de Jared, pero mi corazón casi dejó de latir al

descubrir que estaba vacío, ¿dónde estaba mi hijo?«¡Samara!» —grité mentalmente. Nadie respondió.Miré a Ami con desesperación, ella había palidecido tanto que parecía

que estaba a punto de vomitar o volver a desmayarse. Tenía que ponerla asalvo primero y después regresar por Jared. Di dos pasos en su dirección yella retrocedió, para que no la tocara.

—No te atrevas —me advirtió levantando su dedo índice paramantenerme apartado—. O salimos todos juntos de aquí o no sale ninguno.

—Amira, no tenemos tiempo para discutir. —¡No me iré sin mi hijo! —insistió ella con determinación—. No voy a

perderlo, Joham. No lo soportaré.—No vamos a perderlo —prometí—, pero podré buscarlo más rápido si

no tengo que preocuparme por ustedes.—¿Ustedes? —repitió.Bajé la vista a su vientre y volví a subir a sus ojos, vi la comprensión en

su rostro. Parecía que durante un segundo lo había olvidado. Colocó sobresu vientre la mano que tenía extendida y me miró con rendición, yo meacerqué sin que esta vez me lo impidiera. La abracé con fuerza y le di unbeso en la frente, antes de desaparecer.

Aparecimos fuera del castillo y ambos alzamos la vista para verlo.Humo negro y denso escapaba por las ventanas reventadas del vestíbulo yalgo cosquilleó en lo más profundo de mi mente, pero no tenía tiempo deponerle atención.

Varios forestnianos nos distrajeron, soltando exclamaciones de alivio alrodearnos. La noticia debió extenderse rápidamente porque las hadastambién estaban ahí, ayudando a combatir el fuego. Arus apareció en ese

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momento en su forma humana y yo nunca había estado tan agradecido deverlo.

—¿Puedes protegerla? —pregunté, soltando a Amira.Él asintió con una mirada seria pero comprometida. Ella envolvió mis

mejillas para recuperar mi atención.—Por favor, ten mucho cuidado. —Te lo prometo.La besé antes de esfumarme.

Volví a aparecer en el castillo, esta vez solo. El humo ya había alcanzadolos pasillos y cubrí la mitad de mi rostro con mi ropa, intentando no inhalardemasiado.

«¡Samara!» —repetí—. «¡Jared!»Silencio.Esperando que eso no fuera una mala señal, busqué por todos los

pasillos, cuartos y pisos. Estaban desiertos. Ellos no estaban ahí y no podíaseguir perdiendo más tiempo así que me armé de valor y aparecí en mediodel vestíbulo, esperando, con todo mi corazón, no encontrarlos ahí.

O, en todo caso, encontrarlos vivos.Resoplé al sentir la intensa oleada de calor. Todo estaba negro y era

prácticamente imposible ver, aun con mi mejorada vista nocturna. Lasllamas del fuego eran casi de mi tamaño y bailaban por toda el ala,consumiéndolo todo.

Caí de rodillas y comencé a toser desesperadamente. El humo erademasiado y parecía que me estaba robando mis energías. Intentédesaparecer y no lo logré. Maldición. Si quería sobrevivir tendría que salir apie.

Alcé mi vista y alcancé a ver una pequeña sombra frente a mí.—¿Jared? —pregunté en voz alta y ronca. La sombra se quedó quieta durante algunos segundos, después fue

creciendo conforme se acercaba a mí y comprendí que no era Jared; eraalguien mucho más alto y grande. Intenté enfocar mi mirada pero a esasalturas mi vista ya estaba borrosa...

La sombra se cernió sobre mí y yo cerré los ojos.

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Capítulo 9. Nueva era.

—JohamVagamente escuché su voz, pero mi cuerpo estaba tan pesado que no

reaccionaba. Me sentía exhausto y débil y ese estado de inconscienciaparecía muy cómodo.

—Él está bien —aseguró alguien—, respira y su pulso está estable. Talvez solo inhaló demasiado humo.

Sentí su mano sobre mi pecho y una sensación cálida me recorrió.—Gracias por sacarlo.—Por ti lo que sea, majestad —respondió Arus.Abrí los ojos de golpe y respiré hondo. El rostro de Ami estaba sobre mí,

me miró aliviada. Comprendí que estaba recostado en sus piernas y losrecuerdos de las últimas horas me golpearon como una fuerte ola que tetoma desprevenido.

—No logré encontrarlos —dije mortificado—. Tengo que volver.La mano que estaba en mi pecho me presionó con más fuerza,

impidiendo que me levantara.—Ellos están bien.La miré con sorpresa.—¿Cómo?Ella sonrió con una combinación de alivio, sorpresa y terror.—Jared tiene magia —explicó. Ignoré su mano en mi pecho y me levanté, sorprendido. Ese día estaba

resultando ser demasiado.—¿Dónde está?Miré a mi alrededor y fui testigo de todo el caos. Humo negro seguía

escapando del castillo, indicándome que el fuego aún no era controlado.Había muchos más forestnianos y todos estaban apoyando en el incendio.Más atrás estábamos nosotros, junto a Arus.

Dandelion y Thiago se encontraban inclinados sobre Samara,inconsciente sobre el césped. Por eso ella no me había respondido.

—¿Está herida?Dandelion alzó la vista y me examinó con sus ojos amarillos.

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—Pudo ser peor —explicó—. Tu hijo la salvó.Entonces lo vi, él también estaba inclinado sobre Samara pero el cuerpo

de Dandelion lo había ocultado. Su rostro estaba manchado de negro y sucabello rubio despeinado. Sus ojos verdes se conectaron con los míos y sellenaron de lágrimas al verme. Se puso de pie para caer entre mis brazos yescondió su rostro en mi pecho.

—Samara estará bien —lo consolé.—Hice lo que pude.E imaginé a mi hijo de cinco años en medio del fuego “haciendo lo que

pudo”... había heredado la valentía de su madre. Miré a Ami, sin terminarde entender la situación.

—Ellos estaban en el vestíbulo cuando el fuego comenzó —explicó—.Jared podía irse, pero Samara estaba inconsciente y no quiso dejarla. Intentósacarla de muchas maneras pero no lo lograba. No sabe muy bien cómo lohizo, pero de repente apareció aquí, junto con ella. Lo vi con mis propiosojos. —Amira acarició el cabello de Jared dulcemente—. Tardó un rato enpoder tranquilizarse.

Asentí con la cabeza, conmocionado, y me quedé un rato abrazando aJared. La comprensión comenzó a caer lentamente sobre mí: ¡Jared teníamagia!

—¿Te das cuenta de lo que hemos creado? —pregunté mirando a Amiracon emoción—. Esto es una nueva era, Jared será un rey mitad humano ymitad forestniano.

Ella asintió, dándome a entender que ya lo había comprendido. Tomé aJared de los hombros y lo separé para poder mirarlo a los ojos.

—Hijo, ¡salvaste a Samara!Él sorbió con la nariz, aún algo asustado, pero una tímida sonrisa se

formó en sus labios. Yo besé su frente con orgullo.

El incendio del castillo fue el más difícil de controlar. Tardamos el restodel día en poder apagarlo, dejando a nuestro hogar prácticamente en ruinas.Amira y yo miramos un buen rato lo que quedó de la estructura, alumbradasolamente por la luz de la luna.

Esto era personal. Los incendios eran en contra de nosotros; nuestrafamilia, nuestro reinado. Ami suspiró, realmente cansada.

—Ha sido un largo día —comenté, agarrándola de la mano. —Sí... —concordó, entrelazando sus dedos con los míos.

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Y desaparecimos.Mi casa sobre la colina seguía exactamente igual a como la recordaba.

Dandelion estaba ahí, acompañando a Jared.—Hace rato que se quedó dormido —nos avisó señalando la recámara. —Gracias —respondí—, por todo lo que has hecho hoy.Él ladeó su cabeza, también se veía exhausto.—Me alegra que tú y tu familia estén bien. Vendré a verlos mañana.Dandelion también desapareció y Amira se quebró en el momento en

que nos quedamos solos. Cargué su cuerpo y nos senté a ambos en el sofá,abrazándola para intentar contener su llanto. Era bueno que ella sedesahogara, la dejé llorar hasta quedar exhausta.

—¿Mejor? —pregunté cuando su llanto se convirtió en ligeros sollozos.—Sí —admitió, completamente derretida sobre mi cuerpo—. Lo siento,

es que ha sido demasiado.—Estoy de acuerdo. —Yo tampoco había terminado de procesar todo.—¿Qué haremos? —preguntó.—¿Ahora? Dormir. Mañana será otro día.Con un pestañeo nos quité a ambos la ropa, poniéndonos algo más

cómodo y volví a cargarla para llevarla hasta la habitación. Entramos ensilencio para no despertar a Jared, quien estaba dormido en el centro de lacama.

Acosté a Ami en el lado derecho y ella se giró para quedar junto a Jared.Cruzó uno de sus brazos por encima de su estómago y recargó la frente ensu cabeza. Yo me recosté del lado izquierdo e hice exactamente lo mismo,como si solamente así sintiera que estábamos protegidos.

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Capítulo 10. Pistas.

Cuando desperté aún me dolía todo el cuerpo por la tensión del díaanterior. Abrí los ojos un segundo y noté que tanto Amira como Jaredseguían completamente dormidos. Volví a cerrarlos, tal vez podría dormirun poco más.

Mi sexto sentido me invitó a abrirlos de nuevo y casi grité cuandodescubrí una alta figura parada junto a Amira, aunque no tardé mucho másque eso en reconocerlo.

—Arus —gruñí en voz baja y con los dientes apretados—. ¿Qué hacesaquí?

¿Es que no podíamos tener ni un poco de privacidad? Podía ser el rey delas hadas, pero no tenía derecho alguno de pasearse tan campante por micasa.

—Solo verificaba que estuvieran bien —dijo con cierto misterio, alcancéa notar preocupación en su voz.

¿Arus preocupado? Esto no era bueno. Me puse de pie y le hice una señapara que saliera de la habitación, ya que aún no quería despertar a mifamilia.

—¿Hay algo que debería saber? —pregunté tras cerrar la puerta de larecámara.

—Tengo hadas custodiando tu hogar —confesó.Lo miré, incrédulo.—¿Por qué? —No era un reclamo, sino sincera curiosidad.—La amenaza contra ustedes es obvia y no permitiré que dañen a

Amira... o al futuro rey.Así que Jared también le gustaba a Arus, parecía que yo era el único en

su lista negra.—Gracias —dije tragándome mi orgullo. Me gustaba la tranquilidad de

saber que Amira y Jared estaban siendo protegidos, tal vez fue eso lo queme incitó a ceder y decir mis siguientes palabras—: Dandelion y yo iremoshoy a los lugares donde se han suscitado los incendios en busca de pistas,¿te nos unes?

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El hada me miró con sorpresa.—Claro —respondió de inmediato.

Nos llevó toda la mañana recorrer los lugares de los primeros tresincendios, todos habían sido pequeños y no lograron dañar gravemente albosque. No obstante un cosquilleo extraño recorrió mi cuero cabelludo encada uno de ellos, pero no alcancé a comprender el porqué. Tampoco habíaninguna pista. Ni huellas ni indicios de que alguien hubiera estado ahí,como si todo hubiera sido natural.

Cuando llegamos al castillo un escalofrío recorrió mi cuerpo. La piedrade la fachada estaba completamente negra, chamuscada. La estructura seveía débil y recordé lo mucho que nos había costado apagar el fuego.

—Los incendios anteriores fueron solamente una práctica para poderlograr esto —comprendí—. Esta era su meta.

Afortunadamente, la única pérdida había sido lo material y nosotrosestábamos bien, aunque el causante seguramente estaría enfadado por eso.No pude evitar mirar a mi alrededor, esperando encontrar a alguienobservándonos desde un escondite entre los árboles.

—Con la ayuda de todos podremos arreglarlo rápido —aseguróDandelion.

—No hay prisa —aclaré—, prefiero que nuestras energías se concentrenen encontrar al culpable.

Entramos al vestíbulo desecho y Arus se puso de cuclillas para colocarsu palma extendida sobre el suelo.

—Hay algo que no me gusta de todo esto —dijo en voz alta—. Hay unaenergía extraña.

—Amira también dijo que tenía un presentimiento extraño —dije,recordando sus palabras—. ¿Podría ser posible que Isis…?

Él negó antes de que finalizara mi pregunta.—La reina y yo le arrancamos el corazón, no hay manera de recuperarse

de eso. Tiene que haber otra explicación.Pasé una mano por mi cabello, toda esa situación comenzaba a ponerme

nervioso. Los recuerdos del incendio volvieron a mi mente: el fuego, elhumo y mi repentina debilidad. Tenía la sensación de ya había vivido estoantes, de que las respuestas estaban en la punta de mi lengua y no alcanzabaa verlas.

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Recordé como me fue imposible continuar mi búsqueda y caí agotado.Nadie me había dicho nada, pero sabía que fue Arus quien me salvó graciasa las palabras que alcancé a escuchar de Amira cuando estaba recuperandola conciencia.

Carraspeé para volver a tragarme mi orgullo, por segunda vez en ese día.—Gracias... por entrar por mí. No debiste ponerte en peligro —dije

evitando ver al hada, pero Arus comprendió que aquello era para él.—No lo hice —aclaró encogiéndose de hombros—. Te traje con mi

mente, sin necesidad de entrar al incendio. De no haberlo hecho Amira sehubiera puesto en peligro. A veces es muy terca.

Me detuve en seco, congelándome.—¿No entraste por mí?—No —respondió, seguro pensando que mi tono de voz era un

reproche.—¿Qué sucede, Joham? —preguntó Dandelion al notar mi alarma.—Había alguien en el incendio conmigo —informé—, primero pensé

que era Jared pero después asumí que había sido Arus.—Yo no entré —repitió el hada, esa vez pensativo—. Estaba buscando a

Jared y Samara con mi mente cuando aparecieron junto a nosotros.Entonces, me concentré en ti.

—Eso quiere decir que el culpable estaba ahí. Conmigo.El silencio inundó el lugar y los tres intercambiamos miradas tensas. Mi

mente se movía a toda velocidad intentando encontrar la lógica de aquellanueva información. Él había estado ahí conmigo, lo que significa quetambién con Jared y Samara. Inició el incendio sabiendo que mi hijo seencontraba indefenso.

—Debo volver a casa —dije, ansioso por encontrarme lejos de ellos.—Ve. Nosotros investigaremos un poco más —sostuvo Dandelion.

Cuando aparecí en la cabaña Amira alzó su vista para mirarme,intrigada. Estaba de pie frente a la ventana, con un vestido turquesa holgadoque resaltaba sus ojos. Iba descalza. Me miró con cautela, tal vez esperandomalas noticias.

—¿Encontraron algo?Negué con la cabeza.

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—Dandelion y Arus se quedaron en el castillo, pero no había mucho quepudieran hacer —respondí acercándome a ella—. ¿Ustedes están bien?

Ella asintió.—Jared está tomando una siesta —anunció—, creo que el haber hecho

magia lo ha dejado agotado.—Es normal, su cuerpo no está acostumbrado. Además también es

humano, podría ser diferente para él. —Me imaginé —respondió ella inusualmente tranquila y después señaló

la ventana con su cabeza—. ¿Sabías que tenemos compañía?—Arus lo mencionó —admití, acercándome a la ventana. Las hadas

estaban en su forma lobuna, custodiando la cabaña con fiereza. Eso volvió adarme tranquilidad—. Tal vez es lo mejor.

Amira volvió a mirarme, esa vez con una ceja levantada.—¿Tú aceptando ayuda de Arus? —dijo—. Algo debe ir muy mal.—El culpable del incendio estuvo conmigo cuando llegué al vestíbulo

—confesé con la mayor tranquilidad posible, para que ella no se alterara.—¿Lo reconociste? —preguntó sorprendida. Yo negué con la cabeza.—Hasta hace algunos minutos pensaba que había sido Arus.—Él no entró —dijo Ami—. En cuanto Jared y Samara aparecieron

estuve a punto de ir por ti. Arus me detuvo y te trajo con su mente.—Ahora lo sé. Eso significa que el causante estuvo en el vestíbulo con

Jared —gruñí controlando mi ira— y no estoy seguro de hasta qué puntoiba tras él.

Amira amplió sus ojos, con comprensión y terror.—Oh Joham —murmuró—, no podemos permitirlo.—Es por eso que no tengo ningún problema con que las hadas estén

aquí.

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Capítulo 11. Respuesta.

«Joham»Dandelion me llamó y el corazón me saltó hasta la garganta.

Acabábamos de separarnos, ¿qué podría ir mal?«¿Encontraron algo?»«No, es Samara. Ha recuperado el conocimiento»Suspiré aliviado y Ami me miró con más intriga.—Samara está bien —expliqué—. Ha despertado. «Tienes que venir, ¡YA!» —añadió con urgencia.«¿Qué pasó?» —pregunté confundido. «Te lo explicaremos cuando llegues. Ven rápido»

—Ve por Jared —apuré a Ami—, iremos a verla.

Samara se encontraba en casa de Dandelion, en una de las cabañas queestaban a mitad de la colina. Aparecimos en ella muy poco después de queme llamaran. Jared estaba en mis brazos con su sien recargada en mihombro, aún dormitando.

Ella abrió los ojos al escucharnos llegar, Dandelion estaba a su lado, conun rostro tan preocupado que el corazón se me detuvo. Rápidamente meacerqué para examinarla: estaba pálida e hizo una mueca cuando movió subrazo para intentar levantarse, pero Dandelion le indicó con una seña queno se moviera.

El fuego había alcanzado y quemado su brazo derecho, por lo que la pielde esa zona estaba completamente cubierta con la mezcla de la flor de yue.Thiago nos había dicho que se trataba de una quemadura profunda, por loque tardaría en sanar más de lo usual.

Ami se sentó al pie de la cama y tomó la mano de su brazo sano.—¿Te duele? —le preguntó. —Un poco —respondió Samara, haciendo otra mueca.—Fuera de eso, ¿estás bien?Samara asintió con una leve cabeceada y sus ojos se clavaron en Jared.

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—Él está bien —aclaré cuando comprendí la dirección de suspensamientos.

—Lo lamento tanto —se disculpó.Amira y yo fruncimos el ceño al mismo tiempo.—¿Por qué?—No pude protegerlo, todo sucedió muy rápido. —Él está bien —repetí y me incliné para recostar a Jared a su lado.Samara lo acunó con su brazo bueno y lo besó en la frente. Jared abrió

sus ojos lentamente y la observó, pestañeando.—Samara —la reconoció con una sonrisa. —Hola pequeño —dijo ella y yo me conmoví al notar que estaba

conteniendo sus lágrimas—. Gracias por salvarme, fuiste un niño muyvaliente.

Él asintió y se recostó sobre su hombro, como dije antes, esos dos yaeran inseparables. Ella suspiró, se notaba más aliviada y tranquila. Miré aDandelion con curiosidad, si Samara estaba bien no entendía la urgencia dehace algunos minutos. Él negó con la cabeza, indicándome que algo ibamal.

—¿Estás segura de que estás bien? —insistí.—Hay algo que tengo que decirles.Amira me dedicó una rápida mirada, pero volvió a concentrarse en

Samara. Yo tragué saliva, sintiendo nuevamente el cosquilleo en mi cuerocabelludo. Presentía que estaba a punto de enterarme de algo muyimportante.

—Cuando desperté no entendí porque tenía una quemadura en mi brazo,después Dandelion me explicó lo del fuego.

La miré, completamente extrañado.—Entonces, ¿no quedaste inconsciente por el incendio?—No —aclaró Samara—, él me dejó inconsciente. Lo descubrí entrando

en el castillo con su sonrisa de autosuficiencia. Intenté proteger a Jared peromi cuerpo se llenó de humo negro y sentí una fuerte descarga eléctrica. —Me congelé al escucharla, pero las palabras se atoraron en mi garganta—.Se acercó a mí y me dijo que me dejaría viva solo porque quería que lesdiera un mensaje —explicó con una mirada mortificada—, quería que lesdijera que ha vuelto.

—Enzo… —susurré petrificado y por fin todo tuvo sentido; mipesadilla, el fuego de Isis y el humo que absorbió rápidamente mi energía,

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dejándome tan débil que ni siquiera pude desaparecer.“Este humo te roba tu magia y tu vida” recordé.Ella asintió y, a pesar de que los ojos de Samara eran naturalmente

morados, alcancé a ver cómo el color se intensificó, mostrándome sumiedo.

—Después, me dio otra descarga eléctrica y eso es lo último querecuerdo.

Enzo estaba en el castillo y yo lo había visto, iba a por mí en medio delincendio. Seguramente Arus había logrado sacarme de ahí a tiempo.

Amira se puso de pie y nos dio la espalda, pero en ese momento nisiquiera yo sabía cómo tranquilizarla. Después de la muerte de Isis,habíamos buscado a Enzo un tiempo pero nunca encontramos ni rastro deél. Creímos que se había marchado para siempre.

¿Por qué había vuelto justo ahora? Miré a Jared y un mal presentimientome recorrió: porque ahora Amira y yo teníamos un punto débil. Dos, encuanto Enzo se enterara del bebé que venía en camino.

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Capítulo 12. Secreto.

Esa noche, soñé con humo y ojos negros. Me levanté ansioso y sudandoy tuve que tomarme un minuto para recuperar la compostura.

El día anterior dimos el aviso de que Enzo había vuelto, confirmandoalgunos de los peores miedos de los forestnianos. Amira y yo tardamos unrato en controlar el pánico. Queríamos ser siempre honestos con ellos y poreso les habíamos dicho la verdad, pero tampoco íbamos a permitir que elmiedo nos descontrolara y dividiera. Ahora, más que nunca, teníamos queestar juntos. Al menos ya sabíamos a qué nos estábamos enfrentando.

Miré a mi izquierda y encontré la cama vacía, no tenía ni idea de quehora era, pero anoche me acosté tan agotado que tal vez había dormido másde la cuenta. Algo malhumorado, me levanté para dirigirme a la sala. Amiratampoco estaba ahí. Extrañado, me acerqué a Jared, sentado en la mesadesayunando panqueques. Él me sonrió cuando se percató de mi presencia.

—Hola papá —me saludó con entusiasmo, al parecer había recuperadosus energías.

—Hola hijo —respondí acariciando su cabello—. ¿Sabes dónde estámamá?

—Afuera.Fruncí el ceño al escucharlo.—Quédate aquí.No pude evitar sentir una oleada de pánico y rápidamente me dirigí

hacia la puerta. Dos lobos me miraron brevemente cuando salí, perocontinuaron en lo suyo al comprender que era yo. Aún no me acostumbrabaa ese tipo de compañía.

Recorrí el pequeño prado con la mirada y la encontré, algo alejada de lacabaña, aunque no lo suficiente como para perderla de vista. Traía sucabello recogido en un chongo y un vestido amarillo con pequeñasmargaritas. A su lado estaba Arus, con el cabello rubio brillando bajo la luzdel sol. Caminaban mientras hablaban.

Por un momento simplemente me quedé viéndolos. Amira parecía muyconcentrada en la conversación, pero estaba lo suficientemente lejos comopara alcanzar escucharla. Tenía los brazos cruzados y el ceño fruncido,

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dejándome ver lo preocupada que estaba. Arus lucía más tranquilo, pero sialgo había aprendido en todo este tiempo del rey de las hadas es que erapura apariencia.

No pude evitar sentir desconfianza al verlos juntos y hablando enprivado. La última vez que eso pasó, Amira aceptó hacer un hechizo tanpeligroso que acabó con su vida.

Como si hubiera leído mi mente, Ami alzó la vista en ese momento y susojos cayeron sobre los míos. Me miró seria y vi que sus labios pronunciaronmi nombre. Arus también se percató de mí después de eso y me observócon curiosidad.

Ambos detuvieron su caminata cuando me dirigí hacia ellos.—¿Sucedió algo? —pregunté al estar cerca. —No —respondió Ami, relajando un poco los hombros al examinarme

—. Te ves mucho mejor que anoche.—Tú también —coincidí y le lancé una mirada al hada—. Arus —saludé

fríamente.—Joham —me imitó él.—¿Sobre qué hablaban?Ami suspiró.—Eso es entre Arus y yo —me dijo, lo más suavemente posible. Podía hablarme con toda la suavidad que quisiera, de todas formas me

molestó su evasión y lo demostré apretando mis labios. No me gustaba nadaesa complicidad.

—¿Puedo hablar contigo? A solas —le hablé cambiando mi tono de vozpor uno mucho más gélido.

Arus decidió ignorarme y miró a Ami.—Continuaremos después, majestad.Y desapareció. Amira alzó sus dos cejas y me miró como cuando mira a

un Jared berrinchudo.—¿Qué fue esa escena de celos? —preguntó, perdiendo la paciencia.—¿Celos? —repetí incrédulo—. ¿Debería tener celos, mi reina?—No seas sarcástico conmigo —respondió ella descruzando sus brazos

y dirigiéndose hacia la cabaña, como si así dejara claro que no le interesabahablar más conmigo.

—Hey, Ami —la detuve cuando pasó a mi lado, sujetándola del codo.—Suéltame.—No quiero pelear. No ahora.

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—Es un poco tarde para eso.—No, no lo es. Solo quiero saber qué están tramando Arus y tú, ¿es

mucho pedir?Amira rodó sus ojos, pero ella no sabía que se veía linda haciendo eso.

Reprimí una sonrisa, no era momento de distraerme. —No estamos tramando nada, relájate. Solo me estaba ayudando a

comprender algunas dudas.—¿Qué dudas?—Ya te lo dije, eso es entre él y yo.Bufé, perdiendo la paciencia de nuevo.—¿Confías en mí?La miré con ojos entrecerrados, eso era caer bajo.—Amira… —dije con advertencia.

—Joham, ¿confías en mí? ¿Sí o no?—Sabes que sí.—¿Entonces por qué estamos haciendo esto?Suspiré y solté su codo, pero ella ya no se movió.—De acuerdo —me rendí—. No me lo cuentes si no quieres, pero al

menos responde mis preguntas con sinceridad.—Oh Joham —renegó ella.—Así no estaré tan preocupado —expliqué. —¿Qué es lo que te preocupa?—¿Estás planeando fusionarte de nuevo con Arus para derrotar a Enzo?

¿Cómo lo hiciste con Isis?Ella se sonrojó.—No —respondió.—¿Segura?—No creas que no pasó por mi mente —admitió— pero ahora no soy

solo yo. No estaría poniendo solo mi vida en riesgo sino también la denuestro bebé —confesó, colocando sus dos manos sobre su vientre—.Confía en mí cuando te digo que esa no es una opción. Y mi conversacióncon Arus no tiene nada que ver con eso.

Asentí lentamente, entre molesto y aliviado. Me acerqué a ella y cerrólos ojos cuando mi nariz rozó con la suya.—Confío en ti —susurré—, es solo que no confío en él. Me aterra muchoque te convenza de hacer algo todavía más peligroso.

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Ella envolvió mis mejillas con sus manos. Su piel estaba cálida y olía aalgo dulce que no alcancé a reconocer, junto con su usual aroma a vainilla.

—Arus solo quiere protegernos —aseguró.—Por favor, ten mucho cuidado —le rogué.Uno de los lobos gruñó fuertemente, sobresaltándonos a los dos. No lo

dudé ni un segundo, rápidamente tomé la cintura de Amira y la giré paraocultarla tras mi cuerpo. Miré hacia la cabaña y alcancé a ver cómo el lobomás grande se dejó caer sobre alguien que tardé unos minutos en identificar.

Rodé los ojos al reconocerlo. Definitivamente ese no era mi día.

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Capítulo 13. Magia.

—¡Raúl! —gritó Ami.Ella corrió hacia él, indicándole al lobo que lo dejara en paz. Sonreí

discretamente ante la escena: el inmune estaba tendido en el suelo con lasdos patas del lobo en cada uno de sus hombros. Su expresión de pánico notenía precio, parecía que su mala suerte lo seguía persiguiendo.

—Está bien, él es mi amigo —explicó Amira. El lobo lo soltó y yo escondí mi sonrisa mientras caminaba hacia ellos.

Ami le ofreció su mano para ayudarlo a ponerse de pie.—¿Estás bien? —le preguntó.A pesar de que era moreno, el inmune se veía bastante pálido.—Sí —respondió, pero se notaba que estaba mintiendo.—¿Cómo supiste que estábamos aquí?—Fui al castillo primero —admitió—. De hecho, me preocupé mucho al

verlo, ¿qué fue lo que pasó?—Es una larga historia —dijo Ami.—¿Jared está bien?—Sí, está adentro.Por alguna razón que yo no alcanzaba a comprender, Amira le había

prestado su llave a Raúl para que pudiera venir a visitarla cuando élquisiera. Al principio no me había encantado la idea, pero acabéacostumbrándome a la presencia del humano. Además, no se había atrevidoa insinuarse de nuevo a Ami. Parecía comprender que ahora ella tenía unafamilia.

Jared se emocionó cuando Raúl entró. No tenían una relación tancercana como con Samara, pero las visitas del inmune siempre implicabandiversión para él. Ami, Raúl y Jared solían pasear, nadar en la cascada ydisfrutar del bosque.

—Hola pequeño —saludó Raúl en cuanto Jared corrió para que locargara.

—Tío Raúl —lo saludó.Yo rodé los ojos ante el apodo, pero casi me atraganté cuando descubrí

que Ami me estaba mirando. Me lanzó una mirada de “compórtate”, yo le

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sonreí traviesamente.—¿Iremos a nadar? —preguntó Jared, bastante emocionado.

Amira lo miró con tristeza.—No creo que sea una buena idea, hijo. Tal vez podríamos hacer algo

aquí. Se me rompió el corazón cuando Jared hizo un puchero triste. Mi

pequeño había pasado por demasiado los últimos días, se merecía un pocode diversión.

—¿Por qué no? —pregunté mirando a Ami—. Yo los acompañaré ypodemos llevar a las hadas. Estaremos bien.

Amira alzó una sola ceja, juzgándome en silencio.—Tú nunca quieres venir con nosotros.—Esta vez me sentiré más tranquilo si los acompaño. Pude ver que a Raúl no le encantó la idea, pero no se atrevió a decir

nada.—Oh mamá, por favor. Solo un ratito.Ella sonrió al escuchar la súplica de Jared.—De acuerdo, vamos a cambiarnos.

Decidimos caminar un rato en lugar de aparecer directamente en lacascada. Uno de los lobos iba al frente, seguido por Amira y Raúl. Jared yyo caminábamos un poco más atrás y el segundo lobo nos cuidaba laespalda.

Ami platicaba con su amigo y yo estaba haciendo un esfuerzo enormepor no espiarlos, ya que ella se molestaba mucho cuando me descubría. Meimaginé que lo estaba poniendo al día sobre todo lo que había sucedido.

Se había puesto uno de sus conjuntos que trajo de la Tierra, un pequeñoshort de mezclilla con una playera y tenis negros. Sus largas piernaslograban distraerme mientras caminábamos.

Raúl se detuvo de golpe y Amira lo empujó para que siguieracaminando. La miró con ojos muy abiertos y ella le hizo una seña para quese calmara. A la mierda si se enojaba, necesitaba escucharlos. Me concentrépara que mi oído alcanzara a llegar hasta sus voces.

—No puedo creerlo —dijo el inmune—. ¿Cuánto tienes?

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—No lo sé, yo también acabo de enterarme —confesó Ami—. Tal vezun par de meses, aún no se me nota.

—¿Y cómo te sientes?—¿Por el embarazo? Extremadamente feliz.—¿Extremadamente? —repitió Raúl con burla. —Sabes a lo que me refiero. Amo a Jared con todo mi corazón y no

imagino cómo será querer a otra personita de la misma manera, pero mueropor descubrirlo.

Yo sonreí. Ami también acababa de poner las palabras perfectas para missentimientos.

—Felicidades —dijo el humano y pareció sonar sincero—. No puedocreer lo mucho que has crecido. ¡Serás mamá otra vez!

—Lo sé —respondió con un poco de nerviosismo—. ¿Y tú? ¿Sigues conAna?

—Cumpliremos un año el próximo mes. Creo que esto va en serio,Ami…

Dejé de escuchar cuando se concentraron en él, no me interesaba la vidadel humano. Miré a Jared, quien caminaba agarrado de mi mano y con laotra acariciaba las hojas de los arbustos que estaban a su alcance. Moví misdedos y varias flores comenzaron a aparecer justo donde él tocaba,sorprendiéndolo.

—Enséñame a hacerlo —pidió emocionado.—Aún eres muy pequeño —respondí— pero te prometo que muy pronto

empezaremos con tu entrenamiento.—Pero quiero hacer magia.Medité sobre su petición y pensé en algo fácil que pudiera realizar sin

agotarlo tanto. Mover las cosas siempre era más sencillo que crearlas desdecero.

—¿Ves las hojas que están en el suelo? —él asintió—. Vamos alevantarlas, ¿te parece?

—¿Cómo?—Concéntrate. Mira las hojas y convéncete de que puedes hacerlo.

Piensa en lo que quieres hacer y dilo en voz alta. Eso te ayudará.—Quiero que las hojas vuelen.—Bien. Ahora repítelo en tu mente e imagina cómo las hojas comienzan

a volar a nuestro alrededor.Jared frunció su pequeño ceño, esforzándose demasiado.

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—Tranquilo —lo aconsejé—, esto es más fácil de lo que crees. Tan soloimagínalo.

Una pequeña hoja verde se elevó en ese momento y cayó casi enseguida.Lo miré con una enorme sonrisa.

—¿Ves? Tú puedes hacerlo.Jared asintió con determinación y volvió a concentrarse. Pasaron

algunos minutos antes de que varias hojas se elevaran, esa vez más alto quela primera. Las observé, completamente maravillado cuando comenzaron agirar alrededor de nosotros.

—¿Joham?Ami se detuvo para mirarme, extrañada. Yo le dediqué una enorme

sonrisa.—No soy yo —aclaré, señalando a Jared.Amira y Raúl miraron al pequeño, sorprendidos. Rápidamente la

emoción apareció en el rostro de Ami y soltó un aplauso.—Bien hecho, hijoJared exhaló y dejó todas las hojas caer, algo cansado pero orgulloso de

su trabajo.—Creo que olvidaste decirme algo —le reclamó Raúl.

—Ah sí —respondió ella, encogiéndose de hombros—. Jared tienemagia.

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Capítulo 14. Deja Vú.

Cuando llegamos a la cascada había otros dos lobos esperándonos. Alparecer, Arus sobreprotector se había enterado de nuestro paseo. Amira melanzó una rápida mirada pero yo me sentía muy tranquilo desde la mágicademostración de Jared, así que me limité a ignorarlos.

Me senté sobre el césped mientras observé a Raúl cargar a Jared parasumergirse de un salto en el agua. Sonreí al escuchar la risa de mi hijo, talvez debería venir más seguido a estos paseos.

Ami se quitó su playera negra. Traía puesto el pequeño top de un bikinirojo y la miré, completamente hipnotizado. Observé su mano izquierda ynoté que no traía puesto su anillo.

«¿Vas a nadar con eso?»Ella giró su cabeza para lanzarme una mirada divertida.—¿Vas a regañarme? —dijo retándome. —No —respondí—. «Pero voy a disfrutar la vista»Ella sonrió con algo de pena, sus mejillas se colorearon combinando

perfectamente con su bikini.—¿Vienes? —preguntó de manera tímida.—Aquí te espero.La vi sumergirse en un clavado, sin necesidad de quitarse el short de

mezclilla. Con un par de brazadas llegó hasta Jared y Raúl. Tenerla lejos meayudó a pensar con más claridad: ¿por qué no traía puesto su anillo? Ellanunca se lo quitaba cuando salíamos y mucho menos debería hacerlo con elregreso de Enzo.

No quería arruinar la diversión en ese momento, pero se lo preguntaríamás tarde.

Desperté cuando sentí su cuerpo pegarse al mío, ¿en qué momento mehabía quedado dormido? Ella pasó su pierna por mi cadera y se recostó enmi hombro.

—Amor, estás mojada.—Lo sé —respondió como si yo acabara de decir algo muy obvio, mi

inocente novia no entendió mi comentario malintencionado—. ¿Puedes

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ayudarme con eso?Sonreí para mis adentros, pero no era momento de ayudarla de la otra

forma. Eso lo dejaría para la noche.—Claro.Troné mis dedos y ella se secó inmediatamente. Había aprendido a hacer

eso especialmente para Ami, ya que no quería que se enfermara.—Así está mejor —admití abrazándola, su piel estaba fresca—. ¿Qué tal

está el agua?—Deliciosa —dijo con un tono demasiado meloso que no dejé escapar

—. ¿Sabes que estaba recordando?—¿Qué? —pregunté acostándome de lado para quedar frente a frente. —Aquí nos dimos nuestro primer beso.Sonreí al recordarlo. Nunca le había confesado lo asustado que yo estaba

en ese momento. Comenzaba a comprender mis sentimientos hacia ella yestaba en medio de una guerra interna. No sabía si aceptarlos o negarlos,pero cada día se volvía más difícil fingir que esa humana no me provocabanada y que no me moría por besarla.

Fue ese lugar en donde reuní la valentía suficiente para por fin hacerlo.—Lo recuerdo perfectamente —le dije—. ¿Te gustaría repetirlo? Sus ojos brillaron.—¿Qué tienes en mente?Envolví su cintura y aparecimos en lo más alto de la cascada. El aire

levantó su cabello y lo enredó, al mismo tiempo que abrió mucho sus ojosazules al descubrir mis intenciones. Intentó echarse a correr, pero amarrémis manos en su estómago, deteniéndola.

—No me refería a esto —respondió luchando contra mis brazos, peroalcancé a notar su diversión.

—¿Ah no? ¿Entonces a qué te referías? —pregunté, haciéndome eltonto.

Me agaché para recoger sus piernas y cargarla, dando un paso hacia elborde de la cascada y teniendo un pequeño deja vú.

—Joham —dijo con advertencia.—Amira.Con un salto nos dejé caer, divertido ante su grito. Nos sumergimos

juntos en el agua y esa vez no permití que se separara. Ami se abrazó a micuello y pataleé para volver a la superficie, ella respiró hondo y me mirófingiendo enojo.

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—¿Cómo la primera vez? —me burlé.Ella negó con la cabeza y se sujetó de mi nuca para plantarme un beso,

¿en dónde había quedado esa rubia tímida de hace seis años? Abrí mi bocay atrapé sus labios mojados ferozmente. Besarla era delicioso y faltó muypoco para olvidarme de que teníamos compañía.

Nos salpicaron con agua y eso logró separarnos. Le lancé a Raúl unamirada de advertencia, pero él rápidamente señaló a Jared, a quien estabacargando.

—Y lo hice con magia, papi —confesó mi hijo con una enorme sonrisaque dejó ver casi todos sus dientes.

—¿Ah sí, travieso?Con magia, levanté una pequeña ola que lo sumergió unos segundos. El

cabello mojado cayó sobre sus ojos y lo apartó con una risita.—Ven para acá —le dije, tomándolo de los brazos de Raúl. Jared y yo nadamos y jugueteamos un rato en el agua, enseñándole a

hacer más magia. Ami volvió a salir y se recostó para disfrutar de loscálidos rayos de sol que alcanzaban a filtrarse por los árboles. Raúl laacompañó. Fue increíble la paz que sentí en ese momento, sabiendo quetoda mi familia estaba a salvo. Bueno... y el inmune también.

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Capítulo 15. Anillo.

—Deberíamos irnos antes de que anochezca —comenté.Ami asintió, estando de acuerdo. Entre la magia y el nado, Jared había

caído rendido desde hace una media hora. Lo cargué con un brazo y con mimano libre tomé a Amira para poder desaparecer junto con Raúl, puesto queya era algo tarde para volver caminando. Los lobos nos siguieron.

Aparecimos en la cabaña. Amira y Raúl se miraron con tristeza, era horade despedirse. Me dirigí hacia la habitación para darles un poco deprivacidad. Nunca había sido fan de su amistad, pero secretamente mealegraba que Ami tuviera a alguien más en quién apoyarse cuando lonecesitaba. Incluso si ese alguien era Raúl.

Cambié a Jared y lo recosté en el centro de la cama. Su rostro estaba tantranquilo cuando dormía que alcancé a sentir un poco de envidia. Peiné sucabello hacia atrás y besé su frente. Uno de mis miedos más grandes cuandome enteré de que Ami estaba embarazada por primera vez, justamente habíasido no poder otorgarle toda esta felicidad a mi futuro hijo. A mí me habíatocado vivir sin padres y no quería que el ciclo se repitiera. No soportaríaque Jared sufriera de la misma manera.

Lo arropé con cuidado de no despertarlo y bajé la intensidad de la luzpara que pudiera descansar. Salí de la habitación, dejando la puertaemparejada para poder escucharlo si despertaba.

Amira y Raúl estaban en medio de un fuerte abrazo. Él se separó cuandome escuchó entrar y por un segundo me pregunté cuánto miedo me tendríael inmune, pero casi de inmediato le resté importancia. Era mejor así.

Él le dedicó una sonrisa a Amira y tomó la llave que estaba colgada ensu cuello. A pesar de eso, el humano se veía un poco preocupado.

—Por favor, mantenme informado sobre Enzo —pidió en voz baja, peroalcancé a escucharlo sin siquiera esforzarme.

—Claro —aseguró Amira—. Tú trata de no preocuparte por eso,estaremos bien —aseguró ella con una tranquilidad envidiable.

Raúl la miró como si no le creyera, pero conocía a Amira y sabía que esaera una batalla que él no ganaría.

—Te veré pronto.

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—Eso espero.Utilizó la llave para volver a casa y Amira soltó un largo suspiro en

cuanto se quedó sola, ¿debería preocuparme? En silencio me acerqué a ellay el alivio me recorrió cuando me recibió con una sonrisa. Me abrazó por lacintura y recargó su sien en mi pecho.

—Gracias por haber insistido en tener este día —me dijo—. Y graciaspor habernos acompañado. Fue perfecto.

Yo también sonreí, acariciando su cabello.—Trataré de acompañarlos más seguido —prometí.—Eso sería maravilloso.Tomé su mano izquierda para llevarla a mi boca y besé con cariño sus

dedos.—¿En dónde está tu anillo? —pregunté acariciando con mi pulgar su

dedo anular, en donde solía ponerse el aro dorado.—Mmm —dudó ella. Puse mi otra mano bajo su barbilla para alzarla y

poder mirar en sus ojos si me estaba escondiendo algo. Ella se mordió sulabio, insegura—. No arruinemos el final de este día —pidió.

—¿Por qué se arruinaría? —pregunté sin comprender.—Porque no te lo diré. Respiré hondo, intentando guardar la calma.—Hoy has decidido guardar varios secretos y no me siento tranquilo con

eso —admití—. ¿No confías en mí?—Sabes que sí —respondió ella, al igual que yo en la mañana.—¿Entonces por qué no me cuentas lo que está pasando?—Joham… —suplicó.Me separé de ella. No estaba enojado, más bien herido y no quería

terminar diciendo algo que nos lastimara a ambos. Necesitaba calmarme ypensar.

—Me daré un baño —le avisé, dándole un rápido beso en la frente—.Que descanses.Amira me miró, desconcertada. Tal vez estaba acostumbrada a otro tipo dereacción, pero me sentía cansado, herido y no tenía energía para explotaruna vez más. Yo también estaba agotado.

El agua de la ducha cayó sobre mi cabeza y recorrió todo mi cuerpo,llevándose mis preocupaciones durante esos breves segundos. Eché micabello hacia atrás y dejé mis manos en la nuca, alzando el rostro con losojos cerrados para que el agua despejara mi cara. Intenté dejar la mente en

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blanco, pero me fue imposible cuando la escuché entrar, a pesar de que lohizo de manera muy silenciosa.

—No —supliqué. En serio no quería pelear con ella.Sentí su respiración en mi espalda y sus manos se deslizaron hasta

entrelazarse en mi estómago. Sus labios cayeron sobre mi piel,estremeciéndome.

—Arus tiene mi anillo —confesó.Abrí los ojos, un poco sorprendido por su sinceridad. Me quedé inmóvil

y sin saber qué hacer, esperando que mi silencio la incitara a continuar.—Quería que fuera una sorpresa —explicó—. Le pedí que me ayudara a

replicarlo para nuestra boda, para que tú tengas uno igual. Es una costumbreboba de la Tierra pero…

Me giré y seguramente mis ojos se oscurecieron al verla. Estabacompletamente desnuda. Aparté su cabello húmedo para poder contemplarsu cuerpo y ella sonrió con alivio.

—También le pedí ayuda —admitió y mi mano se congeló a mediocamino—, esta mañana. No quería decírtelo para que no descubrieras lopreocupada que estoy en realidad, pero lo estoy.

—¿Qué le pediste? —pregunté con un hilo de voz.—Solo en caso de que las cosas se complicaran y algo malo nos

sucediera a nosotros, que no dudara en llevarse a Jared. Le supliqué que loprotegiera y que no permitiera que nada le pasara. Algo así como un plan encaso de emergencia.

Tragué saliva al darme cuenta. Amira y yo teníamos exactamente losmismos miedos y los estábamos viviendo por separado, intentando serfuertes.

—Ami…—Confío en ti —aseguró—, pero estoy asustada y no quiero asustarte

también a ti.—Yo también estoy aterrado —admití—, pero me preocupa aún más no

saber qué sucede contigo.—Lo siento.

La empujé contra la pared, sorprendiéndola. Puse mis brazos a cada lado desu cabeza y ella alzó sus ojos, mirándome como si estuviera indefensa.

—Yo los protegeré —le prometí.

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Levantó su rostro en busca de mis labios. Nuestros cuerpos habíanquedado juntos y era muy consciente de su desnudez contra mi pecho.

—No tengo duda de eso —respondió con la respiración más agitada.—Y me encanta la idea de los anillos para nuestra boda —admití— pero

no me encanta que justo ahora no estés protegida.—¿Por qué crees que ha enviado más lobos? —evidenció, mirando mis

labios durante un segundo y volviendo a mis ojos—. Además, dijo que melo devolvería mañana.

Me relajé al escucharla.—Me parece estupendo —le informé, ladeando mi rostro y rozando la

punta de mi nariz con la suya.—Joham —suplicó.—¿Huh?—Bésame.Sonreí antes de obedecerla. Me agaché para tomar sus piernas y la

cargué para que las enredara en mi cintura. Volví a recargarla sobre la paredy hundí mis labios en ella. Gimió. Muchas veces. Ese fue el final perfectopara nuestro día.

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Capítulo 16. Encuentro.

«Joham»Gemí en voz alta al escuchar la voz de Dandelion, ¿qué hora era? Abrí

los ojos y descubrí que todavía estaba oscuro. Un mal presentimiento merecorrió.

«¿Qué sucede?» —pregunté adormilado. «¿Puedes venir al castillo? Creo que he descubierto algo importante»«¿Qué haces en el castillo a esta hora?»«No podía dormir y he querido investigar»«¿No puede esperar a mañana?»«Es realmente importante» —insistió.Suspiré.«De acuerdo»Me puse de pie y mi cuerpo me reclamó por la falta de descanso, pero

tuve que ignorarlo. Observé a Amira, recostada de lado y abrazando a Jared,¿la despertaría para avisarle? Negué con la cabeza, si la despertaba ella novolvería a dormirse hasta que yo volviera y prefería que siguieradescansando. Le escribí una nota antes de desaparecer, solo para que no sepreocupara en caso de darse cuenta que yo no estaba en la cama.

Me transporté hacia un castillo oscuro y silencioso. Un escalofríorecorrió mi columna vertebral y mi intuición me dijo que algo iba mal.

—¿Dandelion? —pregunté en voz alta.La puerta y ventanas desaparecieron, dejándome encerrado en medio de

cuatro muros altos y oscuros. Giré varias veces, sin comprender qué estabapasando.

—Que bueno que viniste. —Me di media vuelta y me congelé alencontrarme con Enzo, quien acababa de hablar con la voz de Dandelion.

—¿Qué? —pregunté incrédulo.Él rio, recuperando la voz que yo le conocía.—Es muy fácil engañarte, ¿verdad?

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Comprendí que había caído en una trampa y lo observé con una miradacargada de odio. Enzo había cambiado, ahora era más alto y mucho másfornido. El cabello negro y lacio le caía hasta los hombros, más largo que laúltima vez que lo había visto. Me examinó con sus ojos negros y unasonrisa estiró su rostro.

—Esta es una bienvenida muy extraña.—¿Quién te dijo que eres bienvenido? —lo reté. —Oh —dijo fingiendo lamentarlo—, no tenía idea.—¿Qué es lo que quieres? —pregunté, yendo al grano.—Joham, tenemos mucho sin vernos ¿no quieres que nos pongamos al

día?Enzo estaba jugando y eso me hizo comprender que nuestro encuentro

tan solo era una distracción. Preocupado por Ami y Jared, intentédesaparecer sin éxito. Él volvió a reír.

—No puedes salir de aquí.—Entonces te mataré —lo amenacé—. ¿Por qué has vuelto a Sunforest?—Quiero ser el rey. Esa vez me tocó reír.—Ni en tus sueños más locos.—Y quiero a Amira —dijo lentamente, como si disfrutara cada una de

sus palabras.Me congelé al escucharlo y una oleada de ansiedad arrasó conmigo al

estar lejos de ella. Todo mi cuerpo se tensó y el enojo me calentó de talmanera, que estaba seguro de que lo estaba mirando con mis ojos rojos másdiabólicos.

—A Amira no la tocas, ¿entendiste?—Uy que miedo —se burló.Completamente furioso, le lancé una esfera de energía que nació sin

ningún esfuerzo. Enzo la esquivó con un salto.—Quiero a Amira a mi lado —repitió, caminando hacia mí— y

físicamente. Quiero todo de ella. No se me ocurre una mejor venganzacontra ti.

Dos esferas aparecieron en cada una de mis manos en segundos. Laslancé sin dudarlo, pero Enzo se agachó y giró para esquivar ambas. Era másrápido, también.

—No puedes vencerme —dijo—. Me escondí en el infierno, con elamante de Isis, para que no me encontraran y he aprendido muchos trucos

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nuevos. El incendio que casi te mata debería darte una idea.Lo observé con cuidado, Enzo no estaba fanfarroneando y por un

momento dudé sobre si yo podría vencerlo solo. Tal vez necesitaba ayuda.Él debió percatarse de la duda en mis ojos, ya que aprovechó ese

momento para atacar. Salté y esquivé por un pelo una bola de energía colornegro. Caí unos pasos más atrás y ambos nos miramos con fiereza,acechándonos el uno al otro.

Salté y giré en el aire cuando un par de hechizos se dirigieron hacia mí.Uno golpeó en mi hombro, me hizo perder el equilibrio y caer al suelo.Gruñí y sujeté mi brazo mientras me ponía de pie.

Él me miró con altanería.—Me parece que estás algo oxidado —comentó.Una lluvia de hechizos inundó el lugar. Esferas negras y blancas

rebotando por todos lados. Ninguno de los dos logramos hacernos elsuficiente daño y yo caí de cuclillas en el suelo, agotado.

—Oh Joham, solo estoy jugando contigo.Comprendí sus palabras muy tarde y no me di cuenta del humo negro

que nació del suelo para sujetar mis tobillos y fijarme al suelo. Enzo rio alnotar mis pobres intentos para liberarme.

—Gracias por dejarme el camino libre.—No —gruñí.El humo comenzó a serpentear por mi cuerpo. Se enroscó por mis

piernas hasta alcanzar mi torso sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo.Cuando llegó a mi rostro, ya tenía a Enzo frente a mí. Sus ojos negros memiraban con satisfacción.

—Buenas noches —dijo como si fuera una despedida.Una fuerte descarga eléctrica me sorprendió, haciéndome gritar. Todo mi

cuerpo tembló aguantando el dolor durante segundos que me parecieroneternos. Cuando terminó, el humo desapareció dejando caer mi cuerpo.Primero las rodillas chocaron contra el suelo, después el resto de mi cuerpose estampó contra el suelo. Mi mente fue arrastrada por una ola negra queme sumergió en la inconsciencia.

Había caído redondo en la trampa.

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Capítulo 17. Portal.

Alcancé a escuchar un fuerte golpe que a la vez sonó lejano, pero mimente aún se encontraba enterrada en lo más profundo. Mi mejilla estabahelada y un escalofrío me recorrió, ¿por qué estaba haciendo tanto frío? Elrostro de Enzo apareció en mi subconsciente y los recuerdos llegaron a mílentamente. Abrí los ojos de golpe.

¡Amira!Con trabajo, logré hincarme en el suelo y miré a mi alrededor. Estaba

solo en el vestíbulo del castillo. Otro golpe me sobresaltó, esa vez seescuchó más cercano. Miré a través de una de las ventanas reventadas por elincendio y un mal presentimiento me invadió al ver el cielo entre rojo ynegro. Algo estaba sucediendo.

Ignorando el dolor de mi brazo izquierdo, me puse de pie de un solosalto para salir al bosque. Abrí la boca al encontrarme con un verdaderoapocalipsis: el cielo estaba pintado de rojo y nubes negras caían comoremolinos hasta el suelo del bosque. El aire soplaba tan fuerte que losárboles se doblaban a tal grado que parecían a punto de romperse. ¿Cuántotiempo había estado inconsciente? ¿Qué estaba pasando en el bosque?

Había un óvalo enorme frente a mí que giraba entre chispas rojas y notardé en comprender que se trataba de un portal. Sunforest estaba siendoatacado y todos los forestnianos se encontraban en peligro. Amira y Jaredtambién.

Con un salto me paré frente al portal y observé mi reflejo. Era un espejogrande, con el doble de mi altura. Tal vez me costaría cerrarlo, pero era mideber hacerlo.

Un extraño ser cruzó el portal en ese momento. Era alto y tiras de pielnegruzca le colgaban de los huesos. Tenía dos cuernos en el cráneo y un parde ojos rojos tan brillantes que parecían fuego. Lo miré con la boca abiertay entonces comprendí todo.

—Este es un portal hacia el infierno —murmuré para mí mismo.Nunca había visto uno antes, pero estaba seguro de que esa criatura era

un demonio. No lo pensé dos veces y ataqué con un rayo de luz blanca, el

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demonio gritó al quemarse con el contacto pero se mantuvo en pie y humonegro comenzó a salir de sus dedos.

—Maldita sea.Di un salto para apartarme, no permitiría que ese humo volviera a

noquearme de nuevo. Utilicé todas mis energías para lanzar un nuevo rayomientras aún estaba en el aire, cayó sobre su cabeza y lo partió a la mitad,convirtiendo su cuerpo en cenizas.

Caí sobre el césped y el alivio me duró tan solo unos segundos, ya quedos nuevos demonios cruzaron el portal en ese momento. Uno de ellos metomó desprevenido y alzó sus garras hacia mí. No alcancé a quitarme atiempo, las puntas alcanzaron a rasguñar mi estómago.

Me abracé la herida y noté mi mano llena de sangre; no tenía la energíasuficiente para enfrentarlos solo.

Entonces, comprendí que no lo estaba. Dos lobos saltaron por encima demi cabeza y cada uno cayó sobre un demonio. Miré a mis espaldas y sonreíal encontrarme con una manada de enormes lobos corriendo hacia mí. Unode ellos pareció reconocerme, ya que se detuvo y me miró directamente alos ojos.

«Hemos venido a cerrar el portal»Asentí con la cabeza, un poco sorprendido ante su oportuna aparición.—Yo me encargo.«Te cubriremos»Me puse de pie, concentrándome en el espejo. Los demonios siguieron

entrando pero los lobos los mataban antes de que llegaran a mí. Alcé misdos brazos en dirección al portal, doblando el derecho cerca de mi pecho yel izquierdo lo dejé extendido, haciendo un círculo en el aire en direccióncontraria a las agujas del reloj.

Necesitaba toda mi concentración para lograrlo. Sentía la energía delportal tensando mi brazo y una punzada en mi hombro me recordó queestaba herido. Gemí ante el dolor, pero no me detuve. Si no cerrábamos yaese portal Sunforest sería invadido y estaríamos perdidos.

Algunos lobos se alzaron sobre sus dos patas y comenzaron a recuperarsu forma original. Me puse un poco nervioso cuando se acercaron a mí.

«Tranquilo. Te ayudaremos»Dos manos hechas de humo gris se colocaron en cada uno de mis

hombros. Estaban heladas. Exhalé lentamente, intentando no perder la

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concentración y continué con mi trabajo. Sentí un cosquilleo y observé ennuestro reflejo que el hada había comenzado a brillar.Una extraña calidez comenzó a recorrer mi cuerpo, llenándome de energía.El dolor físico de mi cuerpo continuaba, pero me sentía un poco más fuertey comencé a girar mi brazo mucho más rápido. El óvalo comenzó areducirse lentamente.

Volví a ponerme nervioso al escuchar más golpes y fuertes explosionesno muy lejos de donde me encontraba. En alguna parte del bosque se estabasuscitando una batalla y me pregunté si Amira estaría bien, ¿dónde estabaEnzo?

Aproveché la energía que el hada me estaba aportando para acelerar lascosas. Ya eran muy pocos los demonios que alcanzaban a entrar por elportal, por lo que los lobos me rodearon, esperando pacientemente a que elóvalo se cerrara por completo.

El hada que estaba tras de mí soltó mis hombros en cuanto las últimaschispas rojas desaparecieron junto con el espejo. Caí de bruces, respirandoagitadamente. Tanto el brazo como el estómago me dolían, pero tenía queignorarlos.

—Gracias —dije en voz alta. No lo habría logrado sin ellas, tenía queadmitirlo.

«Están en el claro» —respondió una de las hadas.Desaparecí de inmediato.

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Capítulo 18. Invasión.

Cuando aparecí en el centro del bosque realmente comprendí el caos quehabía en Sunforest. El viento seguía soplando fuerte, haciendo que unalluvia de hojas moradas cayeran sobre el claro.

Examiné todo rápidamente. El pueblo se encontraba ahí, en el centro,protegido por un enorme campo de fuerza dorado en forma de media luna.Alrededor de él, había varios forestnianos luchando contra el ejército dedemonios que había alcanzado a cruzar el portal antes de cerrarse.

Comprendí que estaban protegiendo el campo de fuerza, impidiendo quellegaran a los que estaban dentro. Las ramas del gran árbol se movían comolátigos, pero cuando alcé la vista entendí que no era por el aire: era Amira.

Abrí la boca sorprendido cuando la vi flotando arriba de la media lunadorada. Enzo estaba frente a ella y por su rostro, alcancé a deducir lofrustrado que estaba. Ella extendió sus manos al frente y con un rayodorado logró alejarlo.

Amira Rey estaba haciendo magia, de nuevo. Me había mentido y sentísu traición como una punzada en mi pecho.

—Maldito seas, Arus —lo maldije en voz alta.Él apareció frente a mí en ese momento, con sus ojos plateados

calculadores pero aliviados. Antes de que lograra recuperarme por lasorpresa, el hada me empujó y recibió de frente el ataque de un demonioque había estado dirigido hacia mí. Lo convirtió en cenizas en cuestión desegundos.

—Para que lo sepas, esta vez yo no tengo nada que ver —aclarómientras me ofrecía su mano para ayudarme a ponerme de pie.

La tomé y me jaló para quedar a su altura.—¿Por qué debería creerte? —pregunté, intentando culpar a alguien. —Estoy aquí, ¿no?Lo miré con desconfianza, pero tenía un buen punto. ¿Si no se habían

fusionado cómo es que ella estaba haciendo magia? Volví a mirarla,esperando encontrar alguna pista de lo que en realidad estaba sucediendo.—¡Joham! —gritó Dandelion al reconocerme.

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Ami debió escucharlo, porque bajó la vista en ese momento y sus ojoscayeron sobre los míos. Me miró con sorpresa y tan llena de alivio que nohabía duda alguna de que era ella. Esa vez no se trataba de una carcasavacía y fría como la vez que Arus la poseyó. Era nuestra Amira.

Enzo no dejó escapar la oportunidad y Ami pagó caro su distracción. Unhechizo alcanzó a golpear su pierna derecha y perdió el equilibrio,comenzando a caer desde lo alto.

Con un salto, desaparecí y volví a aparecer en el aire, atrapándola. Ellame rodeó el cuello al sentir mis brazos y me soltó un golpesorprendentemente fuerte en cuanto aterrizamos sobre el césped.

—Auch —me quejé.—¿En dónde estabas? —preguntó enojada—. ¡Estaba muerta de miedo

por ti!—Pues ya somos dos, ¿dónde está Jared?—Arus se lo llevó... y no me pongas esos ojos. Tú desapareciste y yo no

sabía qué hacer. Enzo dijo que te había matado.Hice una mueca.—Estuvo muy cerca —admití y la miré con miedo—. Caí en su trampa,

pero él te quiere a ti.—Lo sé —respondió tragando saliva—. Dejó sus intenciones muy

claras. —¿Cómo está tu pierna? —pregunté examinándola. —Me duele.Miré su rostro, pero no había sangre saliendo de su nariz ni indicios de

debilidad.—¿Cómo estás haciendo magia?—Te cuento después —respondió, mirando por encima de mi hombro. Me giré para encontrarme con Enzo. Él nos miró con molestia y tronó su

cuello, de manera amenazante.—Una vez más —susurró— he subestimado a tu estúpida humana. Gruñí por lo bajo al escucharlo y tomé la mano de Ami para ponernos de

pie al mismo tiempo, ella se apoyó en mí para mantener el equilibrio.—Tal vez sea un mal momento para decirte que he cerrado tu portal,

entonces —lo provoqué.Los ojos de Enzo destellaron con un brillo rojo, pero intentó disimular

su enojo.—Siempre puedo abrir otro —dijo sin importancia.

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La caballería llegó sin necesidad de pedirla. Arus, Dandelion y los lobosaparecieron junto a nosotros, mostrándonos lo valientes que eran. Enzodudó, por muy poderoso que fuera no podría con todos.

Ami fue la primera en atacar. Extendió su mano y las raíces del granárbol atraparon sus tobillos, impidiéndole moverse. Aproveché para lanzaruna esfera de energía que golpeó en su pecho, arrebatándole el aire. Arusapareció tras él, pero en ese momento logró zafarse de las ramas y dio unsalto para alejarse de nosotros.

Dandelion y yo fuimos tras él. Con el rabillo del ojo comprobé queAmira se quedó en el suelo, con las ramas del árbol comenzó a atacar lashordas de demonios que intentaban penetrar el campo de fuerza dorado.Alcancé a comprender que eso también era cosa de ella, siempreprotegiendo a los demás.

Enzo giró en el aire y nos atacó con un rayo desesperado. Dandelion yyo nos apartamos a tiempo. Aparecí a su espalda y le di un codazo en lanuca, regresándolo al suelo. Su cuerpo rodó por el pasto hasta que Arus lodetuvo con su pie y enterró sus garras de hada en el pecho del forestniano.Enzo gritó y Amira se giró para averiguar qué sucedía, un demonioaprovechó su distracción para cernirse sobre ella.

—¡Ami! —advertí con terror.Un lobo apareció por la derecha y lo tacleó a tiempo. Ella parpadeó,

sorprendida por la rapidez del ataque. Una repentina explosión hizo que elsuelo retumbara, sobresaltándonos a todos. Los demonios acababan de crearun hueco en la media luna y Amira los miró con odio cuando comenzaron aentrar por los forestnianos. Alzó sus manos y las gruesas raícesserpentearon hasta alcanzarlos, uno por uno fueron sujetados por sus pies yabsorbidos por el suelo, hasta desaparecer.

Volví mi atención hacia nuestro enemigo: Enzo intentó utilizar su humonegro en Arus, pero el hada rio como si solo sintiera cosquillas.

—No te llevarás a la reina —le dijo con una mirada asesina.Un demonio apareció de la nada y alcanzó a atacar a Arus por la espalda,

liberando a Enzo. Dandelion cayó a metros de él y comenzó a lanzarlehechizos a diestra y siniestra. A pesar de que Enzo los esquivó, se estabamoviendo más lento y lucía más cansado.

Estábamos ganando.Lancé un rápido hechizo hacia otro demonio que tenía la intención de

atacar a Amira y ella me miró con agradecimiento, mientras continuaba

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protegiendo a los forestnianos. Después lancé una segunda bola de energíahacia Enzo que logró darle en la cabeza y pareció noquearlo durante unosminutos.

Arus, Dandelion y yo nos cerramos alrededor de su cuerpo inmóvil,¿qué haríamos con él? Apenas lo estaba decidiendo cuando una energíanegra explotó en nuestra cara y nos mandó a volar lejos.

Floté durante varios segundos y derrapé por el pasto, con una brumanegra amenazando con dejarme inconsciente de nuevo. Quedé bocabajo y lapresión en mi estómago más la pérdida de sangre me provocó náuseas. Ungrito agudo fue lo que me hizo volver a la realidad.

Levanté la cabeza y las náuseas se intensificaron. Humo negro seenroscaba en los brazos de Amira mientras ella seguía gritando fuertemente,sus rodillas se doblaron y se dejó caer al suelo entre gemidos y sollozos. Enese momento, el campo de fuerza que protegía a los forestnianos se esfumó.

—No…Intenté ponerme de pie pero tropecé y caí de nuevo. Un fuerte brazo me

ayudó a levantarme y miré a Dandelion de reojo, con el costado de su rostroensangrentado. Arus apareció en ese momento y un látigo de humo grisnació de su mano para cortar las ataduras de Ami. Después, la cubrió con sucuerpo mientras ella respiraba agitadamente, intentando reponerse de lafuerte descarga eléctrica.

Aparecí junto a ella y la envolví con mis brazos, intentandotranquilizarla. Su cuerpo aún estaba temblando por el dolor.

—Tranquila, Ami —dije acariciando su rostro—. Lo lograste. Mataste atodos los demonios.

Ella alzó su rostro y miró a su alrededor. El campo dorado habíadesaparecido pero ya no era necesario, los forestnianos estaban a salvo.Amira logró derrotar a los demonios que los amenazaban y como yo habíacerrado el portal, no llegarían más. Lo habíamos logrado juntos.

Mi distracción funcionó; aquello logró tranquilizarla y ayudarla arecuperar la compostura. Arus continuó de pie frente a nosotros,cubriéndonos de Enzo. No sabía cómo, pero Ami y yo tendríamos que darun último empujón para poder derrotarlo.

Ella me miró y pude adivinar que estaba pensando lo mismo. No lodejaríamos salirse con la suya.

Antes de que pudiéramos hacer o pensar en algo más, sucedió algoextraño. Los forestnianos comenzaron a formar un enorme círculo alrededor

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de nosotros, dejándonos a Arus, Enzo, Amira y a mí en el centro. Pocodespués, las hadas se les unieron en su forma original. Miramos a todos,algo extrañados, entonces alzaron sus manos e hilos dorados comenzaron asalir de sus manos.

Arus y Enzo saltaron al mismo tiempo. Enzo intentando huir y Arusalcanzándolo para impedirlo. Con un fuerte golpe, el hada logró que elforestniano volviera a estrellarse contra el suelo, muy cerca de nosotros.

Cuando los hilos dorados lo alcanzaron, comenzaron a formar unatelaraña alrededor de su cuerpo. Enzo gruñó e intentó huir de nuevo, perolos hilos se enredaron hasta dejarlo completamente inmóvil. Imaginé quetambién le impidieron desaparecer.

Sonreí al recibir tal apoyo. Nuevamente me daba cuenta de que noestábamos solos, así como Ami los había protegido ellos también intentabanprotegernos a nosotros. Amira los observó, muda por el asombro.

—¡No te llevarás a la reina! —gritó alguien de la multitud y Ami exhalócon fuerza, muy conmovida por aquellas palabras.

Por primera vez desde que había vuelto, la mirada de Enzo reflejómiedo. La telaraña dorada continuó irrompible y las hadas se unieron,extendiendo sus brazos y soltando varios rayos plateados que cayeron sobreel cuerpo de Enzo.

Escuchamos un grito y apartamos la mirada ante la luz cegadora de losrayos, la cual duró varios minutos. Cuando todo acabó volvimos la vista almismo tiempo, pero Enzo había desaparecido.

El viento dejó de soplar en ese momento y el bosque se sumergió en unarepentina calma. Los remolinos negros desaparecieron y lentamente el cielodejó de ser rojo para recuperar su color, ¿había terminado?

Ami me abrazó y yo gemí ante la inesperada fuerza. Extrañada, ella seapartó para mirar sus manos llenas de sangre.

—Joham… —dijo con un hilo de voz—. Estás herido. —Lo sé —respondí—, tú también.Amira y yo nos miramos, sincerándonos y dejándole ver al otro lo

exhaustos que estábamos. Nos tomamos de la mano, intentando ser fuertespara mantener la conciencia, pero en cuanto la vi cerrar los ojos y caer haciaatrás, me permití cerrar los míos y olvidarme de todo.

Alcancé a escuchar el bullicio que se formó a nuestro alrededor antes desumergirme en una negrura llena de paz.

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Capítulo 19. Chispas doradas.

La paz no duró lo suficiente, parecía que alguien estaba empeñado eninterrumpirla. Escuchaba varios murmullos y sentía manos frías recorrer micuerpo, pero mi mente estaba tan embotada que no alcanzaba a comprenderqué sucedía realmente.

Gemía cuando hacían movimientos demasiado bruscos conmigo, peromi cuerpo estaba tan pesado que no lograba moverme por mí mismo. Aratos estaba consciente y a ratos todo era absolutamente negro, fue el dolorlo que me hizo volver y abrir los ojos con desesperación.

—¡Ah! —grité.Alcancé a comprender que estábamos en una cabaña y miré a los rostros

que me rodeaban: Dandelion, Arus, Thiago y Samara. La última sonrió alverme recuperar la conciencia.

—Joham —dijo con alivio—. ¿Cómo estás?—Ami —gemí.—Aquí está —dijo, señalando hacia mi derecha—, pero no te muevas —

advirtió. Miré en esa dirección y la encontré recostada en la misma posición que

yo, también semi-inconsciente. Volví a sentir una punzada de dolor ycomprendí que Samara estaba aplicando la flor de yue en mi estómago.

Alcé el rostro y alcancé a ver varios tajos profundos y enrojecidoscruzando mi piel. Vaya que las garras de los demonios eran filosas. Mordími labio y dejé caer mi cabeza cuando los hábiles dedos de Samaracontinuaron con su trabajo.

—Casi termino —avisó, mirando mi rostro.Asentí con trabajo y volví a mirar a Ami. Thiago se encargaba de su

pierna y ella soltaba gemiditos en voz baja, llenos de dolor.—Mi bebé —susurró—. ¿Mi bebé está bien?Cerré los ojos, agotado. Por favor que estuviera bien.

Esa vez la calma duró más tiempo. No soñé nada, solo éramos yo y unanegrura que me mantuvo quieto y en paz durante horas. Poco a poco sentí

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cómo mi cuerpo se volvió más liviano, mis párpados también se volvieronmenos pesados. Respiré hondo y el estómago no me dolió.

Sonreí cuando sentí un cálido aliento en mi cuello y comprendí que noestaba solo, mi mano se desplazó a tientas por la cama hasta encontrar sucuerpo. De pronto, me sentí muy seguro y de nuevo me dejé llevar por lainconsciencia.

Cuando abrí los ojos todo estaba oscuro, aun así fui capaz de reconocerla habitación de nuestra cabaña. Me dolía un poco la cabeza y aún me sentíaalgo cansado, pero mi cuerpo se había recuperado casi por completo.

Estaba desnudo de la cintura para arriba y una venda envolvía miestómago, había unos delgados dedos jugando con el borde. Deslicé losmíos sobre ellos y me aferré a su mano, Ami alzó sus ojos al sentirme.

—Despertaste —murmuró con alivio. Asentí con una corta cabeceada.—¿Estuve inconsciente mucho tiempo? —pregunté, sintiendo que

habían pasado días.Ella se encogió de hombros.—No lo sé, también desperté hace poco —admitió con su voz un poco

más pastosa de lo normal.—¿Estás bien?—Siento como si me dolieran todos mis huesos —admitió.Me giré para quedar sobre ella y coloqué mi oído sobre su vientre. Ami

adivinó mis intenciones, por lo que guardó silencio y acarició mi cabellocon cariño. Suspiré aliviado cuando encontré el latido de nuestro hijo,pausado y tranquilo. Le di un beso por encima de la ropa y volví arecostarme a su lado.

—El bebé está bien —decirlo en voz alta me ayudó a tranquilizarme.—Lo sé —dijo ella—. Pensé que lo perdería después de la descarga

eléctrica, pero es fuerte.Yo sonreí al escucharla.—Igual que tú —respondí al recordar cómo había defendido ferozmente

a todos los forestnianos—. Nunca dejas de sorprenderme, amor mío.—¿Eso es bueno o malo?—No tengo idea —admití riendo.

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—Cuéntame qué fue lo que pasó —preguntó acariciando mi estómagopor encima de la venda—. ¿Quién te hizo esto?

—Un demonio me alcanzó —admití con toda la tranquilidad posiblepara que ella no se alterara.

La vi contraer sus labios.—Estaba tan preocupada...—Enzo me tendió una trampa. Me llamó con la voz de Dandelion

asegurando que tenía que decirme algo importante. Fui al castillo y me dicuenta que en realidad era él, pero más poderoso. Dijo que todo ese tiempohabía estado escondido en el infierno y tenía varios trucos bajo la manga.También dijo que te quería a ti…

Amira se estremeció.—¿Por qué? —preguntó con un hilo de voz.

—Quiere vengarse de mí —dije, pasando un brazo por sus hombros yatrayéndola a mi pecho—. La mejor manera de herirme... es lastimándote ati.

—Él quería hacer mucho más que lastimarme —susurró ella, haciendoque mi sangre se calentara con odio.

—El muy idiota también quería ser rey. Y lo peor de todo es que logróvencerme…

Ami jugó con sus dedos en mi piel, intentando tranquilizarme.—Estás aquí conmigo y eso es lo único que importa.Yo tomé su barbilla y alcé su rostro tan solo unos centímetros para

perderme en el mar azul de su mirada.—En gran parte estamos aquí gracias a ti. —Ella se sonrojó,

regalándome una imagen adorable—. Pero, por el amor del bosque, ¿cómodiablos lo hiciste?

Ella suspiró largamente.—Apenas estaba amaneciendo cuando comenzó todo: el viento, las

nubes, el caos... Tú no estabas en la cama y te busqué como loca, tardé enencontrar tu nota, pero cuando por fin lo hice Dandelion ya estaba aquí ynegó haber estado contigo. También me dijo que el bosque estaba siendoinvadido por demonios liderados por Enzo. Un horrible presentimiento meembargó y llamé a Arus para que se llevara a Jared…

Abrí los ojos de golpe.—¿Dónde está Jared? —pregunté, nervioso.

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—Tranquilo, ahora está con Samara. Me dijo que se quedaría con élhasta que nosotros lográramos recuperarnos. Tú estabas inconsciente denuevo.

—Qué novedad.Una ligera risa escapó de sus labios y besó mi hombro con cariño.—Estabas exhausto desde hace días, eso no te hace débil —dijo, leyendo

mis pensamientos sin necesidad de que yo tuviera que expresarlos.—No me cambies el tema —mascullé, ansioso por saber la respuesta.—Bien. —Ami rodó sus ojos ante mi impaciencia—. Con Jared a salvo,

decidí reunir a todos los forestnianos en un mismo lugar, ya que juntosseríamos más fuertes. También era más fácil protegerlos de esa manera.Enzo no tardó en aparecer en el claro con su ejército de demonios. Lashadas también se unieron a nosotros y yo sabía que la lucha era inevitable,pero todo empeoró cuando él habló.

Tragó saliva y desvió su mirada para poder esconder sus ojos de mí.—¿Ami?—Él les dio una oportunidad —confesó—, les dijo que si me entregaban

nadie saldría herido y se retiraría junto con los demonios. Sin mi anillo,escuché en mi cabeza todas las cosas que haría conmigo una vez que losforestnianos me traicionaran. Intenté ignorarlo y mantenerme entera, perologró asustarme tanto que por un momento creí que estaba perdida.

La abracé con más fuerza, pero ella no se quejó. Era como si nosnecesitáramos desesperadamente para comprender que seguíamos juntos ynos teníamos el uno al otro.

—Todo empeoró cuando nos mintió al decirnos que te había matado. Nisiquiera puedo explicar la manera en cómo me sentí, pensé que era verdadporque no había una sola noticia tuya. Pensé que te había perdido y que yosería la siguiente, entonces, los forestnianos me sorprendieron. Se negaron aentregarme. Me defendieron. Dijeron que yo era su reina y se quedaríanconmigo hasta el final.

Pude notar la emoción en su temblorosa voz y sonreí, depositando unbeso en su coronilla.

—Ellos te aman, Ami —aseguré—. Eres una de las mejores reinas queeste bosque ha tenido.

—Aun así yo no podía creerlo, pero Enzo se molestó tanto que nosatacó. Los demonios se fueron sobre nosotros y Arus intentó sacarme deahí, pero yo me negué. No era capaz de dejarlos a su suerte después de lo

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que habían dicho. Me quedé y cuando vi a los demonios atacando a migente lo sentí —dijo, señalando su pecho, justo donde estaba su corazón—.Aquí, como una ola cálida que me hizo sentir fuerte. Fue una sensaciónsimilar a cuando hice magia por primera vez y apenas lo estabacomprendiendo, cuando un demonio se dejó caer sobre Zigor. No lo pensédos veces, alcé mis manos y se desató la magia.

La miré aún sin comprender. Amira era una humana y lo que me estabadiciendo era prácticamente imposible.

—Créeme cuando te digo que la más sorprendida fui yo —agregó,entendiendo mi mirada—, pero no me detuve a analizar nada. Me concentréen utilizar esa magia nueva para defenderlos. Hice el campo de fuerza paraque no tocaran a uno solo de mis forestnianos y me concentré en Enzo, enmatarlo justo como había hecho con Isis. En vengarte. Y entonces túapareciste…

—No entiendo —admití—. ¿Volviste a hacer un trato con las hadas?Ella negó con la cabeza y puso una de sus manos sobre su vientre.—Creo que utilicé la magia de nuestro hijo. Me quedé un minuto en completo silencio, procesando su teoría. ¿Sería

eso posible?—Pero… Jared tardó cinco años en desarrollar su magia. —Lo sé, ¿pero qué otra explicación habría? Tal vez no lo había notado

antes porque el anillo me lo impedía, pero estando sin él…Alzó su mano y algunas chispas doradas escaparon de ella.—¿Estás diciéndome…? —pregunté, aún incrédulo—. ¿Qué nuestro

hijo aún no nace y ya tiene magia?Ella se encogió de hombros.—¿No lo estás viendo con tus propios ojos?Cubrí mi boca con una de mis manos, impresionado.—No puedo creerlo.Amira dejó caer su mano sobre mi estómago, desvaneciendo las chispas.—Hacer magia es agotador. —Tal vez no deberías hacerla a no ser que sea estrictamente necesario

—sugerí—, seguramente por eso te duele todo el cuerpo.—Puede ser —concordó ella, cerrando sus ojos y soltando un bostezo—.

Estoy cansada.—Duerme —le ordené suavemente—. Ahora estamos a salvo.Una sonrisa se dibujó en su rostro y yo besé la comisura de sus labios.

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—Te amo —murmuró y mi corazón se ensanchó al escucharla—. Noquiero perderte nunca.

—No lo harás —la tranquilicé—. Descansa.Y utilicé una pizca de magia para que cayera rendida entre mis brazos.

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Capítulo 20. Hermanito.

—Joham.Desperté, una vez más, al escuchar mi nombre. Seguía en la habitación,

pero esa vez estaba solo en la cama. Miré a Samara con su cabello lacio ynaranja cayendo por encima de sus hombros, ella me había despertado.

—Samara. —Intenté aclarar mi garganta al notar que estaba seca—.¿Qué sucede?

Ella puso una de sus manos sobre mi frente, monitoreando mitemperatura. Sus ojos morados me miraron con preocupación.

—Te encontrabas algo inquieto —confesó—, no estaba segura de si eranalucinaciones.

Respiré hondo y me senté en el borde de la cama, para poder quedar a sualtura. Mi cuerpo estaba liviano y descansado.

—Solo fue una pesadilla —aseguré, apartando de mi mente las imágenesde Enzo sobre Amira—. Estoy bien.

Samara asintió, calmándose un poco.—La herida de ese demonio fue profunda y no estaba segura de si habría

algún efecto secundario. Tardó en sanar por completo.Miré mi estómago ya sin la venda, pero no había rastro de los rasguños.

Le sonreí en agradecimiento.—Eres la mejor—Me tenías muy preocupada —reprochó— y Dandelion no me permitió

participar en la batalla.Observé su brazo herido por el fuego, aún tenía algunas cicatrices y

marcas rojas. Un sentimiento de culpabilidad me invadió.—Tal vez fue lo mejor.—Ustedes no deciden qué es lo mejor para mí —refunfuñó molesta,

pero inhaló profundamente intentando calmarse.Yo aproveché para cambiar de tema.

—¿Y Jared?Su rostro se suavizó al escuchar el nombre de mi hijo.—Está con Ami.—Siento que hace años que no lo veo.

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—Él también está un poco ansioso. Anoche me preguntó varias vecespor ti.

—Iré a verlo en un segundo, pero primero hay algo que necesito saber.Ella me miró con curiosidad.—¿Qué pasa?—¿Cómo está Amira?—Bien —respondió calmada—. Su pierna sanó rápido y el bebé está

fuera de peligro.—¿Te dijo sobre la magia?—Sí.Y en sus ojos pude ver que comprendió hacia dónde me dirigía.

—¿Es posible?—Al parecer... —respondió insegura—. Esto es nuevo para todos

nosotros. Jamás una humana había tenido bebés forestnianos, así que creoque nada es imposible.

—¿Por qué no sucedió con Jared?Ella se encogió de hombros, tan perdida como yo.—Hay miles de razones, pero no podría asegurarte una en este

momento. Deberíamos esperar a que el bebé nazca, tal vez entoncespodremos comprenderlo.

—¿Y crees que Amira podrá hacer magia durante todo su embarazo?—Creo que es muy posible —admitió—. Eso te preocupa.Noté que no era una pregunta.—Me preocupa que la historia se repita.—Esta vez es diferente —intentó tranquilizarme—, Amira no está

poseída y no está intentando soportar una magia descomunal que la estáponiendo a prueba. Ella tiene control sobre su cuerpo y es capaz de sentirhasta dónde puede llegar. Nadie la está forzando.

—Pero, aun así, anoche mencionó que hacer magia la estaba agotando. —No deja de ser humana. No está acostumbrada a manejar tanta

energía, pero la he revisado, Joham. Amira está bien, su nariz no sangra ysu cuerpo no está colapsando. No te vuelvas paranoico respecto a esto.

—Me asusta —confesé y decirlo en voz alta me quitó un peso deencima.Era eso, tenía miedo.

—Y te entiendo, pero tendremos que confiar en ella —respondiómanteniendo la calma—. Ami es fuerte y muy inteligente.

—Lo sé, pero a veces también puede resultar ser muy terca.

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Samara sonrió, algo divertida.—Mira quién lo dice. —Le devolví la sonrisa ante la ironía—. Estaré

atenta a ella, si eso te hace sentir mejor.—Gracias Samara, por todo.

Salí de la cabaña y sentí los cálidos rayos de sol en mi nuca. Me quedéun momento quieto, observando la escena que había frente a mis ojos.Amira traía un pequeño vestido rosa de tirantes, tan corto que alcanzaba aver todo el largo de sus piernas. Jared estaba frente a ella, con una emociónirreconocible.

—¿Listo? —le dijo al pequeño.Nuestro niño asintió con energía. Ami colocó sus dos manos frente a su

boca y sopló fuertemente. De sus palmas comenzaron a salir decenas deburbujas que brillaron con los colores del arco iris ante la luz del sol yvolaron hacia Jared. Mi hijo rio intentando alcanzarlas, logrando explotaralgunas.

Amira también dejó escapar una ligera risa ante la excitación de Jared,dejando de soplar. El pequeño se giró para perseguir las últimas burbujas ysus ojos cayeron sobre mí.

—¡Papá! —gritó emocionado.Se echó a correr en mi dirección y yo me agaché para estrecharlo con

fuerza. Ami colocó uno de sus rizos detrás de su oreja y nos observó,encantada. Nuestros ojos intercambiaron una mirada llena de felicidad.

Besé la frente de mi hijo y me separé para observarlo. Él estaba bien. Lafelicidad que sentía en ese momento era inmensa.

—Mamá dijo que me darían una sorpresa cuando despertaras.—¿Ah sí? —Tuve un deja vú y comprendí a cual “sorpresa” se refería.Jared asintió y su cabello rubio cayó sobre sus ojos. Lo peiné de lado

para apartarlo, necesitaba urgentemente un corte de cabello. Ami se sentó anuestro lado en ese momento.«Ese vestido es demasiado corto» —dije, recorriendo lentamente suspiernas con la mirada.

«Yo creo que es lo suficiente corto» —respondió sin mover sus labios,escuché su voz dentro de mi cabeza.

La miré con asombro y ella me dedicó una enorme sonrisa en respuesta.Estaba aprendiendo a dominar su nueva magia rápidamente y lo mejor de

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todo es que no se veía cansada o fuera de sí, tal y como Samara me habíaconfirmado.

—¡Quiero mi sorpresa!—insistió Jared, sacándome de mi asombro.Ami lo cargó y cruzó sus piernas para sentarlo sobre ellas.«¿Estás listo?»Asentí y sonreí al comprender que Jared nos observaba con verdadera

curiosidad.—Jared —comencé— ¿te gusta jugar con mamá?—Sí —respondió inmediatamente.—¿Te gustaría tener un hermanito para jugar también con él?—¿Un hermanito?El pequeño frunció su ceño y nos miró sin comprender. —Así es. Un bebé que será más pequeño que tú, con quien podrás jugar.

Eso te convertiría a ti en el hermano mayor, ¿sabes?—¿En dónde está mi hermanito? —preguntó como si lo tuviéramos

escondido. Ami tomó su manita y la colocó sobre su estómago.—Está aquí —le dijo y Jared la miró con asombro—. Aún es muy

pequeño, pero dentro de algunos meses nacerá y podrás conocerlo.Jared ladeó su rostro y nos miró con emoción.—¿Cuándo?—Aún falta mucho, pequeño.—Quiero a mi hermanito. Amira besó su coronilla, conmovida por la reacción de Jared.—¿Nos ayudarás a cuidarlo? —le preguntó—. Te necesitará mucho.—Sí —dijo con seguridad.—¿Entonces sí te gustaría tener un hermanito?Amira y yo inhalamos bruscamente cuando Jared alzó sus ojos y nos

observó con dos esferas completamente doradas. Sus ojos acababan decambiar por primera vez y no pude evitar sentir un nudo en la garganta alrecordar que el color dorado significaba amor.—Sí —repitió él.

Y no nos quedó ninguna duda al respecto.

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Capítulo 21. Deseo.

Pasé mi mano por el muslo de Ami y sentí su piel suave y lisa contra lapalma de mi mano. No había rastro ni cicatriz que evidenciara la horribleherida que Enzo había alcanzado a hacerle. Ella colocó su mano sobre lamía y acarició mi dorso, robándome una sonrisa.

—¿Estás bien? —preguntó. Respondí que sí con una ligera cabeceada.—Después de lo que pasó, realmente creo que es momento de hablar

con Jared y explicarle todo.Ella mordió su labio inferior y miró a nuestro hijo, todavía sorprendida

por la reacción de Jared al entender que pronto tendría un hermanito. Amile había mostrado cómo crear las burbujas y ahora él corría por el céspedrodeado de ellas, aún con sus ojos dorados.

—¿Estás seguro? —preguntó, sin apartar la vista de nuestro pequeño.—Muy pronto comenzará a tener muchas dudas respecto a su magia y su

entrenamiento no debe tardar en comenzar.Amira dejó salir todo el aire que estaba conteniendo y recargó su cabeza

sobre mi hombro.—Me inquieta verlo hacer magia. Ahora son unas inofensivas burbujas

pero quién sabe qué pueda suceder después. ¿Y si se pone en peligro? —Nopude evitar reír ante la ironía—. No te burles ¡podría pasar!

—Lo sé. Es solo que eso fue exactamente lo que pensé cuando salí de lacabaña y te vi a ti haciendo burbujas.

Ami chasqueó su lengua para restarle importancia, aunque se separópara mirarme a los ojos.

—Es diferente —intentó convencerme—. Esta no es la primera vez quehago magia.

—No —admití con los recuerdos grabados en mi memoria—, la primeravez te moriste.

Amira hizo un mohín gracioso.—Detalles sin importancia —aseguró, encogiéndose de hombros.Yo la miré, con una chispa de enojo naciendo desde el fondo de mi ser, y

tomé su nuca para obligarla a mirarme de vuelta. Sus ojos azules se

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abrieron de golpe, algo asustados.—Sostuve tu cuerpo inmóvil en mis brazos. Escuché cómo tu corazón se

detuvo. Lloré sobre tu piel pálida y sin vida. Pasa por todo eso y atrévete adecirme de nuevo que tu muerte fue un detalle sin importancia.

—Joham —murmuró insegura—, creí que ya habíamos hablado sobreesto.

—No. Tú me pediste que te comprendiera, me juraste que no habíastenido otra opción y me aseguraste que eso ya no importaba porque a pesarde todo estabas aquí. Y en cierta manera, tuviste razón, pero tú nunca mecomprendiste a mí ni te pusiste en mi lugar. Tú no sacudiste mi cuerpo sinvida hundida en la desesperación por haberme perdido.

Ella tragó saliva, realmente afectada por mis palabras. Respiré hondo alentender que el enojo me estaba dominando y la solté, intentandotranquilizarme.

—No sé qué decirte —admitió, haciéndome sentir culpable por habermepasado de la raya.

—Lo siento.En medio segundo, todo su rostro se tornó en confusión.—¿Por qué? Tienes razón. Siempre te he pedido comprensión respecto a

ese tema y yo nunca me detuve para comprenderte a ti.—Pero esta no fue la manera de decírtelo. Por un momento llegué a pensar que esto se convertiría en una gran

pelea, pero Ami sujetó mi brazo y se acercó a mí. Sus labios recorrieronlentamente mi mejilla, pasando por mi oreja y bajando hasta mi cuello. Mishombros se relajaron ante los rayos de placer y cerré los ojos, disfrutandosus mimos.

—No volverá a pasar —me prometió con un susurro que pareció casi unronroneo—. No usaré la magia a no ser que sea necesario.

Giré mi rostro para verla con sorpresa, interrumpiendo sus besos.—¿Lo dices en serio? —pregunté, sintiéndome muy aliviado. —Sí —respondió tranquila y segura—. De todas formas no la necesito,

te tengo a ti.Mi corazón se expandió al escucharla y me dejé caer sobre ella. Amira

gritó cuando perdimos el control de nuestros cuerpos y giramos juntoscolina abajo. Tomé su cintura y la detuve juntando nuestros pechos,quedando lado a lado. Pasé una pierna por encima de sus caderas paraimpedirle moverse y besé su boca, profundamente, explorando cada rincón

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con mi lengua. Ami gimió, derritiéndose entre mis brazos. Me separémordiendo su labio inferior, cien por ciento seguro de que mis ojos estabancompletamente negros.

Algo cubrió el sol, proyectando una sombra sobre nuestros rostros. Alnotarlo, ambos alzamos la vista al mismo tiempo.

—Arus —dijo Ami, acomodándose el vestido rosa que se le habíasubido algunos centímetros tras nuestro juego.

—No era mi intención interrumpir —respondió el rey de las hadas alpercatarse de mis ojos.

Liberé a Amira, un tanto frustrado pero sin decir nada. Tenía que admitirque tras los últimos sucesos mi odio hacia el hada había disminuidoconsiderablemente y ya no me molestaba su presencia, pero en esa ocasiónhabía sido bastante inoportuno.

Una risa aguda nos sobresaltó a los tres y no pude evitar sonreír cuandodescubrí a Jared girando sobre el pasto colina abajo, tal y como nosotros lohabíamos hecho hace escasos segundos.

Aparecí cerca de él y lo detuve, para que no fuera a lastimarse. Jared meobservó con unos ojos más amarillos que dorados, demostrándome sufelicidad. La magia de mi hijo se estaba desatando rápidamente,recordándome el inicio de la conversación entre Amira y yo.

—Otra vez —dijo mi pequeño lleno de diversión. Reí mientras lequitaba pedazos de césped que se habían enredado en su cabello rubio.

—Necesitarás un baño después de esto. —Jared hizo un mohín muyparecido a los que hacía Amira.—Los baños son aburridos.

Volví a reír, pero alcé la vista para observar que todo estuviera bien conAmi. Ella se había puesto de pie y conversaba con Arus. Se veía relajada,así que no eran malas noticias. Extendió su mano para recibir dos arosdorados y sentí mariposas en el estómago al comprender que eran nuestrosanillos. ¡La boda! Ahora teníamos tiempo de planearla y llevarla a cabo.

Para mi sorpresa, Arus me miró desde su lugar e inclinó su cabeza haciamí, casi de manera imperceptible. Le devolví el gesto con algo de confusióny él sonrió maliciosamente antes de desaparecer. A esa hada le encantabajugar conmigo, primero retándome y después mostrando esos pequeñosgestos de respeto, ¿o es que algo había cambiado en los últimos días?

Ami se giró y corrió hacia mí, con una sonrisa tatuada en sus labios ehipnotizándome con el ir y venir de su vestido. Cayó de rodillas frente a

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nosotros y extendió su mano, emocionada.—Están listos —anunció, enseñándome los anillos.

Yo los observé con atención, eran dos aros completamente igualesexcepto por el tamaño. Uno era más grande y el original más pequeño.Jared también los miró con curiosidad.

—Es un poco creepy que Arus conozca la medida de mi dedo —bromeé.

Ella frunció el ceño, como si no lo hubiera pensado antes.—Ahora que lo dices, lo es. —Pero sacudió su cabeza intentando

concentrarse de nuevo y recuperando su emoción—. Son perfectos. No loshizo con magia, sino que trabajó el oro con sus propias manos. Por eso lellevó algo de tiempo. Claro, el tuyo no tiene el hechizo…

Si Arus había aceptado hacer los anillos para nuestra boda, ¿significabaeso una ofrenda de paz? A veces el hada se mostraba tan sobreprotector conAmira que parecía ser mi suegro.

—¿Cuándo nos casaremos? —le pregunté, no estaba seguro de si yahabía pensado en alguna fecha.

—Eso deberíamos decidirlo juntos, ¿no?Yo sonreí y Jared tomó uno de los anillos, girándolo entre sus dedos para

examinarlo con curiosidad.—¿Para qué son? —preguntó.—Representan el amor que se tienen mamá y papá —le dije en tono

bajo, como si aquello fuera un secreto.Jared me ofreció el anillo y yo lo tomé, era el de Ami. Agarré su mano

izquierda para deslizarlo lentamente en su dedo anular y le di un beso unavez en su lugar. Miré a Amira por entre mis pestañas sin separar la boca desu mano y la encontré suspirando. Sonreí con malicia y saqué mi lenguapara pasarla por todo el dorso hasta llegar a su muñeca. Ella intentórecuperar su brazo pero yo lo tenía bien agarrado y continué con ligerasmordidas hasta su codo.

—¡Joham! —gimió—. Basta, me haces cosquillas.Me miró con unos ojos llenos de deseo y mi sonrisa se volvió aun más

grande.—Oh amor, cosquillas no es lo único que estoy provocando en ti en estemomento.

Sonrojada, desvió sus ojos hacia Jared, pero nuestro hijo solo nos mirabacon diversión e inocencia.

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—Basta ya —advirtió de todas formas.La obedecí y solté su brazo, pero me incliné para pegar mi boca a su

oído.—En cuanto el niño se vaya a dormir no me podrás detener —murmuré.Si las emociones también se reflejaran en los ojos de los humanos, los de

Amira estarían fundidos en un negro lleno de deseo.

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Capítulo 22. Paz.

Al día siguiente, Amira y yo decidimos realizar una amistosa asambleapara poder hablar de todo lo sucedido con nuestros forestnianos. El alivionos recorrió al encontrarnos con una atmósfera completamente diferente,todos estaban mucho más relajados y tranquilos, incluyéndonos.

Ami tomó la palabra para agradecerles de todo corazón la manera en quereaccionaron ante las amenazas de Enzo y yo la miré con el pecho infladode orgullo. A veces, me gustaba recordar a la Amira que había llegado albosque por primera vez, algo asustada y extremadamente insegura,creyendo que era incapaz de gobernar el bosque sola. Ahora, de pie frente atodos y después de haberse jugado la vida una vez más para protegernos, anadie le quedaba duda alguna de que era una magnífica reina.

Los forestnianos le respondieron con calidez y la emoción la dominótanto que tuvo que mirarme para que yo continuara. Le sonreí para indicarleque yo me encargaba, el embarazo la tenía más sensible de la cuenta.

—Como la mayoría ya sabe —hablé para desviar la atención de ella ytodos los ojos se volvieron hacia mí— Amira y yo estamos esperandonuestro segundo hijo.

Casi todos vitorearon ante la noticia y tuve que guardar silencio durantealgunos minutos, mirándolos a todos con una de mis sonrisas más sinceras.Incluso noté la emoción de Dandelion, quien se encontraba a mi derecha.

—Gracias —dije al recibir varias felicitaciones—. Lo que no les hemosdicho y por eso queremos aprovechar este momento, es que también vamosa casarnos.

Hubo cinco segundos de un silencio sepulcral y después todos estallaronen gritos irreconocibles para nosotros. Ami y yo nos miramos con sorpresaante la reacción, no esperábamos tanta felicidad.

Esa vez, Dandelion no se pudo contener y se giró para estrecharme en unfuerte abrazo. Se lo devolví igual de emocionado, no era un secreto quedespués de perder a mi familia él me cuidó y se convirtió en un padre paramí, a pesar de solo ser unos cuantos años mayor que yo.

«Pensé que nunca se lo pedirías» —dijo en mi cabeza.Yo reí ante el pensamiento.

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«¿Tan poca fe me tienes?»«La verdad, para lo estúpidamente enamorado que estás, te tomó

bastante tiempo»Me separé y lo miré sorprendido, pero no pude debatir porque algo de

razón tenía su reproche.«Supongo que tenía miedo de arruinarlo todo»Dandelion me miró con una especie de cariño paternal.«Estoy muy orgulloso de ti»«¡Ayuda!» —dijo la voz de Ami.Me giré asustado pero me relajé de inmediato al notar que no estaba en

peligro. Los forestnianos la habían rodeado y ella se encontraba en mediode la marea de abrazos, yo reí con malicia al notarlo.

«Eso te pasa por ser tan querida»«No puedo respirar» —dijo dramáticamente.Yo puse mis ojos en blanco, algo divertido, pero me acerqué a ella para

sacarla del aprieto. Era demasiado linda como para negarse a ellos.—Oigan —dije acercándome a la multitud— ¿pueden prestarme un

momento a mi futura esposa? —Los forestnianos rieron, apartándose paraliberar a Amira. Ella me miró aliviada y yo me acerqué, la tomé de loshombros y le planté un tierno beso en la boca, provocando más risas yalgunos suspiros a nuestro alrededor—. Gracias —les dije separándome deAmi y volviendo la vista a ellos—, era un beso urgente.

Ella me soltó un liviano golpe en el estómago y yo reí, divertido ante surepentina timidez. Era lo mejor que se me había ocurrido.

—En fin —continué como si no hubiera existido interrupción alguna—.La boda será dentro de dos semanas y, por supuesto, todos están invitados.Nos encantaría que estuvieran con nosotros en ese día tan especial. Si todosale bien, esperamos que el castillo esté listo a tiempo para celebrar con ungran baile.

La emoción duró un rato más, pero en cuanto la noticia de la boda fueasimilada, los forestnianos volvieron a mirar a Amira, expectantes. La vicontraer su rostro, confundida. Parecía que ellos estaban esperando algomás de ella.

Dandelion carraspeó y dio un paso para acercarse a su reina.—Majestad. —Ella lo observó—. Algunos forestnianos tienen

curiosidad. Quieren saber cómo ha logrado hacer magia para protegerlos de

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Enzo. Están un poco impresionados, también. Pensé que lo mejor sería quelo escucharan de su propia boca, para que no existan malentendidos.

Ella separó sus labios y los miró con comprensión.—Oh —exclamó y pareció pensar seriamente su respuesta antes de

responder—. Saben que siempre he sido honesta con ustedes y esta no serála excepción. Hasta ese día no sabía que podía hacer magia de nuevo. Claro,tenemos una teoría al respecto, creemos que puedo acceder a la magia denuestro bebé…

Ami se abrazó el estómago, como si quisiera protegerlo de todas esasmiradas curiosas. Esta vez los forestnianos reaccionaron distinto, se notabanconfundidos y extrañados.

—¿Eso es posible? —preguntó uno. Ami se encogió de hombros, con un gesto elegante y sincero.—Como dije, es nuestra teoría, la que más lógica tiene. No he vuelto a

hacer ningún trato con las hadas y es posible que eso no vuelva a sucedernunca. —Ante sus palabras, la miré disimuladamente. A pesar de que mehabía jurado antes que no volvería a hacer magia a no ser que fueraestrictamente necesario, aún me seguía sorprendiendo la seguridad con laque decía aquello. Y lograba hacerme sentir a mí mucho más seguro—.Pero quiero que sepan que Joham y yo siempre encontraremos la forma deprotegerlos, que no les quepa la menor duda.

Asentí, muy de acuerdo con sus palabras. Los forestnianos la miraroncomo solo veían a Ami, con una combinación de amor y respeto. Yotambién estaba seguro de que cualquiera de ellos moriría por proteger a sureina, nos lo habían demostrado en el claro.

Abracé a Amira por la espalda para demostrarle mi apoyo y finalizamosaquella asamblea con un muy buen sabor de boca.

La paz volvió al bosque después de eso. Sin incendios. Sin amenazas.Sin Enzo. Todos decidieron apoyarnos para poder reconstruir el castillo atiempo. Lo haríamos con magia, pero se requería mucha y al mismo tiempo,por lo que los días siguientes esa se convirtió en nuestra misión ytrabajamos arduamente para lograrlo. Juntos, como el reino unido queéramos.

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Capítulo 23. Vestido.

Dandelion y yo miramos el alto castillo, completamente renovado. Noquedaba indicio alguno del incendio que había estado a punto de destruirlo.Habíamos trabajado duro para que así fuera, también para hacerlo másseguro. Después de todo mi familia viviría en él, mis hijos ¡yprobablemente mis nietos!

Sentí vértigo ante el pensamiento. Iba a tener nietos. Desde que perdí ami familia me había convertido en una especie de lobo solitario, bastanteasustado como para permitirme querer a alguien más que pudiera volver aperder.

Por eso, Amira fue como un golpe inesperado que me dejó noqueado enun principio, pero que después me hizo despertar. Intenté ignorarlo contodas mis fuerzas y me mentí a mí mismo al respecto, pero aquella pequeñarubia se metió debajo de mi piel sin siquiera intentarlo, hundiéndome a míen un inmenso mar de emociones inesperadas: celos, miedo, felicidad, paz yamor, no necesariamente en ese orden.

También, sin planearlo —y admito que por no haber tenido un poco másde cuidado— se había convertido en la madre de mi hijo, justo cuando yocreía que era imposible ser más feliz. En un pestañeo había pasado de estarsolo a tener una nueva y amorosa familia, con posibles nietos en un futuro.No podía sentirme más completo en ese momento.

—Hicimos un buen trabajo —felicité, volviendo mi mente hacia elcastillo.

—Así es —concordó Dandelion— y justo a tiempo.La boda era en un par de días y todavía faltaban algunos detalles.—¿Estás nervioso? —me preguntó, como si se le acabara de ocurrir.—¿Por casarme? No… —Pero pensé bien su pregunta—. Estoy nervioso

por Ami.—¿Y eso? —cuestionó alzando sus cejas.—Quiero que tenga la boda que espera, ni más ni menos… y hay

algunas costumbres humanas que no conozco.Dandelion chistó.

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—Ami espera casarse contigo y ya —aseguró—. Eso no debepreocuparte.

—Pero hizo todo eso de los anillos, ¿no es una especie de señal?—Eso es diferente, el anillo era de sus padres y estoy seguro que de

alguna manera quería compartirlo contigo. Es lo único que tiene de ellos.Medité su respuesta y llegué a la conclusión de que tenía razón.—Aun así, sería lindo darle una especie de sorpresa ¿no?—¿Otra? ¿No te bastó con dejarla embarazada de nuevo? —bromeó.Dandelion solía ser más serio y menos juguetón, por eso ese tipo de

bromas valían oro. Aun así le rodé los ojos en su cara.—Esa fue una sorpresa para los dos. Además, ya llevábamos mucho

tiempo intentándolo.—No me queda duda alguna —dijo con una sonrisa pícara.—Bueno, ¿tú qué traes? —le pregunté extrañado—. Hoy tienes un

humor raro, atípico de Dandelion.—¿Eso qué quiere decir? —preguntó relajado. —¿Hay algo que quieras decirme?—Te he dicho que es de mala educación responder una pregunta con

otra pregunta.—Ya —respondí ante su lado paternal—. Pero ya no soy un adolescente,

somos dos adultos conversando.Él suspiró.—¿En qué momento te convertiste en un adulto?—Voy por mi segundo hijo, ¿tú qué crees? —Él sonrió y rápidamente

entendí sus intenciones—. No me cambies de tema.—Voy a decirte, pero necesito que guardes el secreto hasta que ella se

sienta lista para decirlo.—¿Quién? ¿Amira? —pregunté confundido.Dandelion negó con la cabeza.—Samara.—¿Qué tiene que ver Samara con todo esto? —Y en cuanto la pregunta

salió de mi boca lo comprendí todo—. ¡ESTÁS SALIENDO CONSAMARA!

—Shh —me calló Dandelion mirando a su alrededor, pero hace minutosque nos habíamos quedado completamente solos. Sin embargo, no negó miteoría.—¿Lo estás? ¿Verdad?

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La sonrisa volvió.—Es reciente.

Recordé cómo Samara se había molestado cuando Dandelion no la dejóparticipar en la batalla de Enzo y cómo él la recibió en su casa cuando ellaresultó herida en el incendio. Hubo señales y fueron tan obvias que me sentícomo un tonto por comprenderlo justo ahora.

—No lo puedo creer, ¿qué hay del padre de Yian? —pregunté.Samara solía tener una vida amorosa muy privada.—No ha vuelto a suceder nada entre ellos —confesó—, perder al

pequeño fue lo que terminó de romper esa relación.Tragué saliva al recordar al bebé que había fallecido a manos de Isis. Esa

había sido una de las muertes más difíciles de superar. Una parte de míestaba seguro de que esa era la razón de que Samara se unió tanto a Jared,un intento de recuperar al hijo que perdió.

—Estoy muy feliz por ustedes —le dije con sinceridad—. Los dos semerecen todo el amor del mundo.

—Gracias, Joham. Al igual que Amira y tú. —Me miró como si se leacabara de ocurrir una idea—. ¿Sabes qué es una luna de miel?

—¿Una especie de dulce? —pregunté sin tener idea. Dandelion rio.—No, pero me encantaría saber cómo llegaste a esa conclusión.—Es lógica, una paleta de miel con forma de luna. —La risa de

Dandelion se volvió más fuerte, haciéndome sentir como un idiota—. ¿Vasa explicarme o tendré que esperar hasta que termines de reír?

—Lo siento —me dijo—. Supongo que esta es más difícil de lo quepensé. Cuando dos humanos se casan suelen irse a una luna de miel, así sele llama al viaje que realizan ellos dos solos.

Asentí con la cabeza, intentando seguirlo.—¿Y me lo dices porque…?—¿No querías darle una sorpresa a Amira?El interés despertó en mí.—Cuéntame más.—El otro día la escuché —admitió—, dijo que una de las cosas que más

extraña de la Tierra es la playa…—Sé qué es una playa —le dije cuando adiviné sus intenciones de

explicarme—. ¿Cuándo lo dijo?

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—Hace ya un rato. Tal vez sería lindo que planearas una luna de miel,tal vez a alguna playa de México.

—Sé qué es México —volví a decir, esa vez para mí mismo—. No esuna mala idea. —Amira y yo en la playa, completamente solos. La imaginétomando el sol con muy poca ropa y se me hizo agua la boca—. De hecho,es una excelente idea —aprobé.

Cuando volví a la cabaña, ya estaba atardeciendo. Aparecí en la sala y elcorazón se me detuvo al encontrar a mi prometida justo en el centro de laestancia, flotando con un ajustado vestido blanco. Llevé una mano a mipecho, como si alguien me hubiera atacado de improviso.

—¿Por qué me haces esto? —pregunté sin aliento. Ami dejó de flotar y cayó sobre el suelo, primero los dedos de sus pies y

después los talones. Me miró con dos ojos azules desconcertados.—¿Qué te hice? —preguntó.Samara estaba a su lado, intentando ajustar el vestido.—Verte tan hermosa en ese vestido blanco —hice un puchero—. Quería

verlo hasta el sábado.—¿Y de quién es la culpa? Siempre apareces sin avisar.Gemí en voz alta.—Ahora no puedo esperar a casarme contigo.Ella sonrió, ruborizada.—¿Te gusta?La miré con más atención. Era un vestido strapless de tul blanco, la tela

transparente se le amoldaba perfectamente al cuerpo, dejando ver su pielblanca a través de ella. Pequeñas y delicadas flores blancas cubrían suspechos, haciendo volar mi imaginación. La tela se le ajustaba hasta elombligo y de ahí en adelante caía por encima de su caderas en un vuelo másamplio, formando una falda un poco más ampona.

—Aún no está terminado… —aclaró mordiéndose el labio inferior,seguramente ante mi silencio.

El vestido era bonito, pero la preciosa era ella. Mis ojos no podíanapartarse de su cuerpo y tuve que esforzarme para encontrar las palabrasadecuadas.

—Te ves… deslumbrante. —No. Deslumbrante se quedaba corto—.Perfecta. Ni siquiera tengo las palabras...

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Ella exhaló suavemente, un poco más relajada. No es que necesitara miaprobación respecto al vestido, pero se veía complacida ante mi reacción.Levantó un poco la falda para poder acercarse a mí y yo gemí al tenerla tancerca.

—Si te acercas un paso más voy a arrancártelo —prometí, olvidándomepor completo de que Samara seguía ahí.

Ami se detuvo y me miró con una combinación de sorpresa y excitación,pero no terminó de acercarse. Samara no pudo evitar soltar una risitadiscreta.

—Tal vez debería quitármelo —meditó Amira en voz alta, pero alcancéa ver una chispa de duda en sus ojos. Creo que no sabía hasta qué punto yoestaba bromeando.

—No estoy jugando —advertí, sintiendo un cosquilleo cada vez máspotente en mi vientre… y un poco más abajo.

Entonces, ella me soltó una sonrisa coqueta que me desarmó porcompleto.

—Que interesante —susurró y dio un giro de trescientos sesenta gradospara mostrarme todos los rincones de su cuerpo. El tul voló alrededor deella y su olor a vainilla inundó mis sentidos.

Yo sonreí y crucé mis brazos, de manera mucho más peligrosa.—Amira —pronuncié su nombre lentamente, esperando que reconociera

la advertencia de mi voz—. ¿Estás intentando provocarme?—No —respondió, retándome con una falsa inocencia—. Estoy

probándome mi vestido de novia.Dejé escapar una risa que se convirtió en gruñido, ese juego se estaba

volviendo interesante.—Samara, ¿podrías darnos un momento a solas? —le pedí.—Pero Samara aún no termina —aclaró Ami, colocando su cabello

detrás de sus orejas.—Samara puede esperar.—Samara también puede hablar.Nuestros ojos cayeron sobre ella al mismo tiempo y Samara se quedó

inmóvil, sin estar muy segura de a quién de los dos hacerle caso. Amira yyo no pudimos evitar reír al mismo tiempo al verla, desvaneciendo latensión sexual.

—Serás la novia más hermosa —aseguré, acortando la distancia paradarle un lento beso en la boca.

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Ella suspiró sobre mis labios y apoyó sus manos en mi pecho.Electricidad recorrió mi columna vertebral cuando las yemas de sus dedossubieron hasta mi cuello y apenas me tocaron, como si quisiera tentarme.

Me separé antes de descontrolarme de nuevo y besé su nariz, dandonuestro beso por terminado. Ella me dedicó una sonrisa embobada.

—Muero de ganas por ver este vestido terminado. —Y yo muero de ganas por ver cómo me lo arrancas…

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Capítulo 24. Tierra.

Amira hizo un puchero adorable, pero jamás admitiría en voz alta que suforma de manipularme me parecía tierna. Fruncí los labios para que nonotara mis repentinas ganas de besarla y absorber su puchero con mi boca.

—No estoy seguro de si me estás pidiendo permiso o me estás avisando—aclaré.

Ella se dejó caer a mi lado, sobre su estómago, y aproveché para mirardisimuladamente sus piernas; esa pijama también era muy corta. Su índicecomenzó a dibujar el símbolo del infinito sobre mi piel, intentandodistraerme.

—Ninguna de las dos —respondió para no meterse en problemas. Amiraera la humana más inteligente que jamás había conocido—. Solo quierosaber si te molestaría que él venga.

Gruñí en voz baja para hacerla un poco más de emoción. Al escucharme,ella aleteó sus pestañas varias veces, de manera intencional.

—Amor, tus encantos ya no funcionan conmigo —aseguré. —Mmm —pronunció ella y fue como una vibración que flotó en el aire

—. ¿Estás seguro? —preguntó, mordiendo deliberadamente su labioinferior y soltándolo tan lento que se vio condenadamente sensual.

Intenté tragar saliva sin que se diera cuenta.—Y aunque funcionaran —mentí—, no necesitas usarlos. Ella me miró con cautela.—¿Qué estás queriendo decir?—Que, aun cuando vayamos a ser esposos, no necesitas pedirme

permiso para hacer absolutamente nada. Si lo quieres hacer, hazlo.—¿No te molestará?—Lo que pasó entre Raúl y tú fue hace mucho tiempo —puntualicé,

arqueando mis cejas—. ¿O debería molestarme? ¿Hay algo que quierasdecirme?

Amira puso sus ojos en blanco.—Sabes que no va por ahí. Me encantaría que él venga a nuestra boda,

fue mi mejor amigo, pero no sé por qué siento que podría resultar raro.

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—A mí no me parece raro —aseguré y, para mi sorpresa, estaba siendohonesto —pero no puedo prometerte que Raúl piense lo mismo que yo. Esolo tendrás que hablar con él.

Ella suspiró.—Iré hoy a la Tierra, ¿quieres acompañarme?—Solo por si me necesitas —respondí con curiosidad—. Oye, ¿a qué te

refieres con que fue tu mejor amigo?Ami me miró, sin comprender mi confusión.—Pues… lo fue durante toda mi infancia. —¿Fue? ¿En pasado?—Pues sí… ahora tú eres mi mejor amigo —dijo como si fuera algo

muy obvio, pero era la primera vez que me lo decía y mi corazón explotópor la sorpresiva respuesta.

—¿Lo soy?—¿Lo dudas?—Pensé que yo era tu novio.—Mi novio. Mi amante. Mi mejor amigo y próximamente mi esposo.

Eres muchas cosas para mí, Joham.Esas palabras me arrebataron una sonrisa.—Y tú para mí, Amira. Ella me dedicó una sonrisa encantadora y yo pasé una mano por su pelo

enredado, porque justo acabábamos de despertar y estábamos disfrutandolos minutos de paz antes de que el huracán Jared también lo hiciera.

Nuestro hijo estaba completamente dormido sobre el lado izquierdo dela cama y aproveché para bajar mi mano hasta su cintura, su cadera y talvez un poco más abajo. Ella me miró con advertencia.

—No te atreverías.—¿Acaso no me conoces bien? —pregunté con una sonrisa, pero solo la

estaba provocando.—Perfectamente —respondió orgullosa, muy en el fondo ella sabía que

no me atrevería a hacer nada indecoroso frente a Jared. De todas formas, seinclinó para darme un pequeño beso en la boca y se puso de pie para alejarmi manos de ella—. Prepararé el desayuno —avisó antes de marcharse.

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Fruncí la nariz ante el olor de la Tierra. Era un planeta que siempre olíararo por su contaminación y no tenía idea de cómo los humanos losoportaban. Que bueno que Amira ya no tenía necesidad de vivir ahí, algome decía que ese lugar tenía los días contados si las personas no tomabanconciencia… y rápido.

Ami se detuvo frente a un edificio color café que era como de cincopisos o más. La observé tocar el timbre y esperar pacientemente. Traíapuesto un pantalón de mezclilla ajustado con una blusa floreada y ligera quedejaba sus hombros al descubierto, repentinamente me entraron unasincreíbles ganas de morderlos hasta hacerla gemir.

—¿En qué estás pensando? —preguntó al percatarse de mi lascivamirada.

—En qué aquí está haciendo muuuucho calor. Ella entrecerró sus ojos sin creerme nada, por supuesto que mi respuesta

tenía un significado oculto, pero mi inocente niña nunca fue muy buenacaptando el doble sentido.

—¿Quién es?La voz del inmune me distrajo. Observé el pequeño cuadrado plateado

con curiosidad y Ami apretó un botón circular que encendió una luz roja.—Hola Raúl, soy Ami.—¿Ami? —Su voz sonó desconcertada e incluso alcancé a percibir una

pizca de preocupación. Lo normal era que Raúl visitara a Amira, no alrevés.—¿Puedo pasar? —preguntó ella.

—Dame un minuto —pidió.Ami dejó de presionar el botoncito y volvió a mirarme. Yo estaba

cargando a Jared y sosteniéndolo en contra de mi cadera, era la primera vezde nuestro hijo en la Tierra y estaba entre intimidado y absorto en todos losdetalles a su alrededor, sobre todo de los carros que pasaban a todavelocidad en la calle que estaba frente a nosotros.

Ella pareció notarlo y se acercó a él para besarle su pequeña nariz. Jaredvolvió sus ojos verdes hacia ella y la miró como si fuera su todo. Bueno, eneso estaba de acuerdo con él.

La reja del departamento se abrió con un chasquido y Ami se separó denosotros para empujarla.—Vamos —me apuró.

Pasamos la reja y comenzamos a subir las interminables escaleras.

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—¿Sabes que hubiéramos podido aparecer en medio de la sala y ahorrarnostodo esto?

—Sí claro —se burló ella— y matarlo del susto. —Eso sería lamentable —dije con sarcasmo y ella me soltó un golpe en

la nuca que ni siquiera me dolió.—Dijiste que esto no te molestaría.—¡Solo estoy bromeando! —me defendí, riendo. —Más te vale —me advirtió ella—. Por cierto, Raúl está muy

emocionado porque acaba de independizarse y no quiero una sola burlarespecto a eso.

Yo rodé los ojos.—Me comportaré, tampoco es para tanto.Apenas alcanzamos el tercer piso cuando una puerta vieja de madera se

abrió de inmediato, dejándonos ver a Raúl. Sus ojos me registraron consorpresa y después se depositaron en Amira, algo confundidos.

—¿Sucedió algo?Ami mordió su labio, pero no de una manera sensual como en la

mañana. Raúl frunció su ceño ante eso.—Muchas cosas —admitió con un suspiro—, pero esta visita no es para

traerte malas noticias. ¿Podemos hablar?Él miró hacia dentro durante algunos segundos y volvió la vista hacia

nosotros, me dio la sensación de que el inmune estaba algo nervioso.—Si estás ocupado podemos volver después —agregó Ami, al parecer

notando lo mismo que yo.—No, no es eso —dijo él, rascándose la nuca y bajando un poco la voz

—. Es que no estoy solo y si quieres hablar sobre ya sabes qué, tendrá queser en otro momento.

—Oh —dijo Ami, pestañeando por la sorpresa—. ¿Ana está aquí? Aúnes temprano y pensé…

—Ella durmió aquí —explicó Raúl.Yo solté un silbido, bajo pero audible.—Ahora me alegro de haberte hecho caso y no haber aparecido en

medio de la sala.Amira me lanzó una mirada fulminante, ¿por qué estaba molesta? Eso

no había sido burla ni sarcasmo. Jared se agitó en mis brazos al reconocer aRaúl y el inmune relajó su rostro al observarlo.

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—Hola campeón —dijo, extendiendo sus brazos para cargarlo ysaludarlo con un beso que hizo reír a Jared.

Yo aproveché para poner mi brazo libre en la cintura de Amira,intentando relajarla, pero ella no me miró. Observé su mano paraasegurarme si traía puesto su anillo y suspiré al comprender que no podríahablar mentalmente con ella.

Raúl se apartó de la puerta y nos hizo espacio para que pudiéramospasar. Amira y yo entramos a la pequeña sala y miramos a la persona queestaba ahí de pie, con una sonrisa tímida.

Verla me sorprendió. Por alguna razón, desde que me había enterado deque Raúl tenía una novia me la había imaginado mucho más parecida aAmira, pero en absoluto lo era.

Ana tenía el cabello oscuro y corto, le llegaba a la altura del cuello y laspuntas se le rizaban sutilmente. Su piel era de un moreno claro y sus ojosgrandes y de un bonito color chocolate. Traía puesto un vestido amarilloque combinaba muy bien con su piel. Cuando Raúl se colocó a su ladotambién noté que era pequeña, incluso creo que era más baja que Amira.

Era bonita de una manera muy natural e incluso inocente, como si nisiquiera fuera consciente de su belleza.

—Hola —saludó mi novia, rompiendo el silencio y extendiendo sumano hacia ella—. Soy Amira.

La morena tomó su mano con una sonrisa.—Ana —respondió con una voz que era tan dulce como su rostro. —Él es Joham, mi novio. —Cuando Ami mencionó mi nombre extendí

mi mano como ella lo había hecho para poder tomar la de la morena—. Y éles Jared, nuestro hijo —finalizó señalando al pequeño que se encontraba enbrazos de Raúl.

—Es un gusto —dijo manteniendo su sonrisa—, Raúl me ha habladomucho de ti.

Ami desvió sus ojos un segundo hacia su amigo y los devolvió,correspondiendo la sonrisa.

—Seguramente no tanto como me ha hablado de ti.—¿Quieren algo de tomar? —preguntó, como si esa fuera su casa y

nosotros sus invitados.—Yo estoy bien —respondió Ami.—Yo también, gracias —aseguré.

Raúl dejó a Jared en el suelo, exhalando fuertemente.

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—Has crecido muchísimo —se quejó. Era cierto, Jared estaba máspesado, aunque no lo suficiente para mi fuerza forestniana.

A mi hijo no pareció importarle su comentario y ante su libertad,comenzó a inspeccionar el departamento de Raúl. No era muy grande, perovivía solo así que me imaginé que era suficiente para él. Bueno, al menoscreíamos que vivía solo. Miré a Ana nuevamente, lleno de curiosidad.

Ella desvió sus ojos rápidamente cuando la descubrí mirándome ensilencio, no dejé escapar que parecía intimidada por mí.

—Perdón por venir sin avisar —añadió Ami, tal vez acababa decomprender que habíamos interrumpido algo.

—No digas tonterías, sabes que siempre serás bienvenida aquí —respondió Raúl—. Además, me alegra que por fin conozcas a Ana.

Ambas mujeres sonrieron, aparentemente de forma sincera.—¿Cuánto tiempo se quedarán? —curioseó Ana. Seguramente Raúl le había contado que no vivíamos ahí.—Solo hoy —respondió Ami—. Es un viaje corto. —Podríamos ir a almorzar juntos —propuso Ana y miró a Raúl para

averiguar si él estaba de acuerdo. —Claro —accedió Raúl con una sonrisa—. Si ustedes quieren, yo

invito.La pareja nos miró, pero yo esperé a que Amira decidiera. Ella pareció

pensarlo durante algunos segundos, pero después asintió con su cabeza.—Almorzar sería lindo, ¿tú qué dices? —preguntó, interesada por mi

opinión.—Yo estoy feliz con lo que tú quieras hacer —aseguré tranquilo.Ese sería un día muy interesante.

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Capítulo 25. Alberca de pelotas.

—Conozco un lugar que le encantará a Jared —informó Raúlemocionado, mientras caminábamos por la calle—. Tiene juegos.

—No llevarás a mi hijo a un McDonald's —advirtió Amira, con esa vozseria que muy pocas veces utilizaba.

No tenía idea de que era un McDonald's, pero si Amira lo prohibía yoestaba de acuerdo con ella, podría ser peligroso. Jared alzó su cabecita y memiró como si tampoco entendiera absolutamente nada de la conversación.Yo me encogí de hombros.

—¿Qué tiene de malo McDonald's? —preguntó Raúl, con la mano deAna entrelazada en la suya—. A los niños les encanta.

—Pero la comida es asquerosa. No quiero que Jared pruebe la comidachatarra.

—Pero la comida chatarra es deliciosa —insistió, como si Amiraestuviera loca.

—Quiero ir a McDonald's —dijo Jared, muy seguro. —Mamá dice que no —le respondí. No había nada que yo pudiera hacer

cuando Amira decía que no.Jared hizo un puchero adorable, pero ni siquiera eso lograría que yo me

metiera con la decisión de Amira en este momento.—No iremos a McDonald's —aclaró Raúl cuando Ami lo fulminó con la

mirada—. Solo estaba defendiendo un punto. No te preocupes Jared, iremosa un lugar mucho más divertido.

Nuestro pequeño interrumpió su puchero para suplirlo con una gransonrisa, quitándome a mí un peso de encima. No soportaba ver esa caritaafligida durante mucho tiempo.

Entramos a un restaurante colorido y con mucha gente sentada en lasmesas. A pesar de que físicamente éramos iguales a los humanos, no pudeevitar sentir que Jared y yo no encajábamos en ese lugar. Ami debió notarmi ansiedad, porque me abrazó por la cintura y se quedó cerca de mí.

Tras esperar algunos minutos, nos sentamos en una mesa para cincopersonas. Raúl quedó frente a Amira y yo delante de Ana, con Jared sentadoa mi derecha. Una mujer nos entregó lo que pensé que sería un menú. Ya

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había escuchado la dinámica de estos lugares gracias a Dandelion. De reojo,alcancé a ver cómo Ami se quitó su anillo disimuladamente para guardarloen su pantalón.

«¿Todo bien?» —me preguntó mentalmente.«Supongo» —respondí mientras trataba de descifrar las comidas.«Estás mirando los postres» —me dijo y su mano tomó mi menú para

girarlo con disimulo.La otra parte era igual de confusa.«Tal vez deberías pedir algo por mí» —sugerí.«Bien, lo haré» —aceptó ella—. «Finge que lo lees otro rato»Mis ojos se deslizaron por el menú con curiosidad mientras Raúl y Ana

murmuraban poniéndose de acuerdo con su comida, comenzaba a aburrirmecuando mis ojos encontraron algo conocido. Automáticamente sonreí.

—Ya sé que quiero —dije en voz alta. Ami siguió mi dedo índice y sonrió al comprender que era lo que estaba

señalando. Lo había reconocido por el nombre.—¿Una sopa de tortilla? —preguntó, subiendo su mirada a mis ojos—.

¿Aún recuerdas eso?—Como si hubiera sido ayer —aseguré.Recordé cuando estuve a punto morir intentando salvar a Ami de un troll

que Enzo había mandado a la Tierra por ella. La había atacado en suescuela, tomándonos a ambos desprevenidos. En mi intento de ponerla asalvo, el troll había alcanzado a lastimarme en la espalda, llenándome de suveneno.

Ami no solo hizo un hechizo desconocido y peligroso para podersalvarme. Durante mi recuperación, también me cocinó una sopa de tortillay la llevó a Sunforest, demostrándome su preocupación. Ahora que lopensaba, tal vez ese fue el principio de todo.

Ella se inclinó sobre la mesa para darme un pequeño beso en la boca queme supo dulce.

—Sopa de tortilla será —aceptó, separándose tan solo algunoscentímetros.

Si no tuviéramos compañía, hubiera tomado su nuca para alargar eldelicioso momento, pero podía sentir las miradas de Raúl y Ana sobrenosotros y comprendí que ese no era el momento. Amira y yo nos giramosal mismo tiempo y volvimos a lo nuestro, yo mucho más relajado quecuando había llegado a ese lugar.

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—¿Están listos para ordenar? —preguntó la misma mujer que nos habíaentregado el menú.

—Sí —respondió el inmune y pidió la comida de Ana y él. La señora laapuntó en algo que tenía en su mano y se giró hacia nosotros.

—Para él una sopa de tortilla —solictió Ami sin poder ocultar unasonrisa divertida—. Y para mí una milanesa de pollo con papas. «Lacompartiré con Jared» —avisó en mi mente.

La mujer asintió y tras dedicarnos una cálida sonrisa, recogió los menúspara marcharse. Ami colocó su mano en mi rodilla e hizo suaves einocentes caricias. Yo sonreí ante eso y entrelacé mi mano con la suya,aprovechando la intimidad debajo de la mesa.

—Jared —lo llamó Raúl, señalando hacia nuestras espaldas—. ¿Ya visteel castillo?

Los tres giramos el rostro para observar a lo que se refería. Había unpequeño castillo de colores rojo y azul, con distintos niveles, toboganes,puentes y varios niños subiendo y bajando de él. No pude evitar fruncir lanariz, ¿a eso le llamaban diversión?

—Yo vivo en un castillo más grande que ese —respondió Jared,arrugando la nariz exactamente igual que yo.

La mano de Ami se tensó bajo la mía y ambos volvimos la vista paraobservar a Ana con cuidado, pero ella solo miraba a Jared con diversión.

—Se refiere a un castillo de juguete —aclaró Ami, con fingidanaturalidad.

Jared volvió a abrir la boca y lo interrumpí a tiempo.—¿No quieres ir a jugar? —pregunté.—¿Al castillo?—Se ve divertido —mentí—. Vamos.«Llévate a Ana» —me pidió Ami—. «Así podré hablar con Raúl»«¿A jugar?» —pregunté divertido. «Solo distráela» —ordenó.«Sus deseos son órdenes, majestad» —Ella me miró con ojos

entrecerrados y yo me tuve que aguantar una carcajada—. «Solo estoyjugando»

Me puse de pie y tomé a Jared de la mano para acompañarlo a la zona dejuegos. Por supuesto, lo utilicé como mi carnada.

—¿Por qué no invitas a tu nueva amiga? —cuestioné, señalando a Ana.

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Jared miró a la morena sin poder ocultar su curiosidad, comopreguntándose a sí mismo cuando se habían hecho amigos, pero asintió conla cabeza y le ofreció su manita. Ana no pudo negarse a eso, nadie podíaresistirse a Jared. En cuanto Ana me dio la espalda para adelantarse, leguiñé coquetamente uno de mis ojos a Ami.

«Me debes una» —le avisé.Ella utilizó una de sus manos para esconder su sonrisa y Raúl nos miró

intrigado, pero ninguno de los dos dijo nada hasta que estuvimos losuficiente lejos. Esa era una conversación que no me iba a perder, así queagudicé mi oído.

—Ami, ¿va todo bien?—Pasaron algunas cosas —admitió— pero estamos bien. —¿Qué pasó? —preguntó el inmune, preocupado. Jared observó el castillo, sin entender muy bien lo que tenía que hacer.

Ana pareció notarlo y le señaló una alberca de pelotas que estaba justo en elcentro.

—Esa es mi parte favorita —le dijo.Reí cuando Jared entró en ella y su cuerpo se hundió en las pelotitas de

diversos colores. Lentamente, una sonrisa se formó en su rostro. Al parecerle había gustado.

—Enzo volvió —confesó Ami. —¿Enzo? —repitió—. ¿Ese loco que te secuestró en el colegio?—El mismo. Lastimó a Joham y atacó el bosque, por un momento creí

que no la libraríamos —admitió—. Nos tomó por sorpresa, pero lovencimos.

—¿Segura que estás bien? —insistió. —Sí, esa no es la razón por la que vine.—¿Ah no?—No, vine para invitarte a mi boda. Giré el cuello para alcanzar a ver la reacción del inmune. Raúl abrió sus

ojos y su boca al mismo tiempo, mirándola con una especie de incredulidad.—¿Cómo que tu boda?—Me voy a casar.—¿Con Joham?—¿Con quién más? —preguntó ella con impaciencia.Yo miré al inmune con cara de pocos amigos, pero él no se percató de

aquello.

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—¿Cuándo?—El sábado, perdón por avisarte con tan poco tiempo…—¡El sábado!—Bueno, tampoco es como si lo hubiera conocido ayer —respondió

Ami, tal vez un poco exasperada por su reacción.—No es eso —aseguró Raúl—. Es solo que esperaba todo menos esto.—¿Irás?—No me perdería tu boda por nada del mundo. La risa de Jared me distrajo por un segundo y volví la vista hacia él solo

para asegurarme de que todo estuviera bien, pero me congelé en mi lugar alverlo. Mi hijo estaba haciendo levitar a diez pelotitas de colores y las girabaa su alrededor. Otros dos niños lo miraban con la boca abierta.

Rápidamente utilicé mi magia para detenerlas y hacerlas caer de nuevo.Nervioso, observé a Ana, pero la morena estaba tan concentrada en sucelular que gracias al bosque no se había dado cuenta del incidente. Ledediqué a Jared una mirada de advertencia.

«Prohibido hacer magia hasta que volvamos a casa»Él abrió sus ojos más de lo normal y sus labios formaron una perfecta

“O”, entonces me di cuenta, era la primera vez que le hablaba mentalmentey eso debía confundirlo. Miré a mi alrededor, algo nervioso, esperando quenadie se hubiera dado cuenta de aquello, pero todas las personas estabanconcentradas en sus comidas y conversaciones, incluyendo a Raúl y Amira.

—¿Por qué? —preguntó Jared. Ana levantó la vista de su celular y lo miró.—¿Qué pasa, pequeño?—Creo que nuestra comida ya va a llegar —volví a interrumpir,

sintiendo por primera vez que las cosas se me salían de control—. ¿Tieneshambre?

—Sí —respondió Jared, distrayéndose. —Volvamos con mamá —lo apuré para que saliera de la alberca de

pelotas.Exhalé con alivio cuando nos sentamos en la mesa sanos y salvos.

Amira lo notó y me miró con intriga.«Tu hijo está haciendo magia frente a humanos» —me quejé. «Oh no» —se defendió ella—. «Quedamos que en temas de magia sería

tu hijo. Tú encárgate de eso» —respondió zanjando el tema.Yo puse mis ojos en blanco.

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Capítulo 26. Ana.

—Tu sopa de tortilla sabe mucho mejor —aseveré. Esa que estabacomiendo también estaba rica, pero nada se comparaba con la que Amirame había preparado hace ya varios años.

Ella sonrió ante el comentario.—Gracias, creo.—No me agradezcas, es un cumplido bien merecido. Ami partió la mitad de su milanesa y la puso en otro plato junto con las

papas fritas.—¿Puedes darle esto a Jared?Asentí, pero miré su plato con algo de preocupación.«¿Solo comerás eso?»«No me estoy sintiendo bien» —admitió.«¿Náuseas?»Ella asintió y yo suspiré. Hasta ahora estábamos teniendo suerte con los

síntomas del embarazo, pero parecía que nuestra suerte se había terminado.«¿Volvemos a casa?» —pregunté. «Esperemos a que Raúl y Ana terminen, no quiero arruinarles la comida

y creo que puedo soportarlo»«¿Segura?»«Sí. Si empeoran te aviso»Jared sonrió cuando puse el plato frente a él y comenzó a devorar su

milanesa. Ni siquiera me molesté en preguntarle si le había gustado, larespuesta era obvia.

Cuando salimos del restaurante había mucha más gente caminando porla calle, todos de manera indiferente. Raúl pasó su brazo por los hombros deAna y la acercó a él para darle un beso en la sien, ella sonrió de maneratímida.

—Hacen bonita pareja —comentó Ami, observándolos.El inmune le guiñó uno de sus ojos y, por primera vez desde que los

había conocido, no sentí celos de esa complicidad. Raúl se notaba feliz y

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aunque Ana se había mostrado un poco más tímida, nada acerca de ella memolestaba o me hacía sentir incómodo. Cuando él se inclinó hacia el oídode ella, dejé de prestarles atención para darles un poco más de privacidad.

Tuve que reprimir una sonrisa cuando descubrí a Amira mirándosediscretamente en un ventanal en el que se alcanzaba a notar su reflejo. Pasóuna mano por su estómago y frunció el ceño. Yo crucé mis brazos y laobservé con burla, ella no tardó en darse cuenta.

«Estoy más gorda» —confesó su molestia.Alcé mis cejas y la miré, incrédulo. Era cierto que su ajustado pantalón

de mezclilla alcanzaba a hacerle notar una pequeña curva que antes noestaba ahí, pero tampoco no era para tanto.

«Estás embarazada. Creo que esa es la frase que buscas»Ella observó su perfil con atención y suspiró. Se levantó un poco la

blusa e hizo una mueca, entonces lo comprendí. Los síntomas de suembarazo estaban al cien ese día y mi Ami estaba un poco más sensible delo normal, recordé sus miradas fulminantes en la mañana y lo fácil que sehabía molestado ante mis inocentes bromas.

Lo aprendí a la mala con el embarazo de Jared, me había costadoentender que ese paquete vendría con días intolerantes y que yo estaba ahípara apoyarla cuando eso sucediera.

«Me gusta ese pantalón» —le dije, intentando animarla—, «hace que tutrasero se vea increíble»

Una sonrisa se le escapó y dejó de observarse a sí misma para mirarme alos ojos, aun a través del reflejo.

«Tus piernas también lucen irresistibles» —continué. «Solo lo dices porque tú me embarazaste»«Al contrario, amor» —le devolví la sonrisa—. «Solo te embaracé por

tu cuerpo de infarto»Una dulce carcajada nació de su garganta, pero se atragantó con ella

cuando un hombre pasó muy cerca y se le pegó disimuladamente al oídopara susurrarle algo. Algo que yo escuché claramente. Algo que hizo que mehirviera la sangre.

Ami se estremeció y se abrazó a sí misma, como si de pronto se sintieraindefensa. Se atrevió a mirar al hombre y él le sonrió con lujuria antes decontinuar su camino con la cabeza en alto, como si estuviera muy orgullosode lo que había hecho. Como si aquellas palabras no fueran la cosa más

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repugnante que se le podría decir a una mujer. Aquello me hizo estallar encólera.

Lo alcancé con algunas zancadas y, sin dudarlo, lo estampé fuertementecontra el ventanal, provocando que quedáramos frente a frente. El hombreera mucho mayor que Amira y eso solo me hizo enfurecer más.

Su puño se fue directo a mi cara, pero lo esquivé con agilidad y apreté sucuello con fuerza, cortándole la respiración.

—¿Qué fue lo que te atreviste a decirle mi chica? —le pregunté con losdientes apretados.

Él boqueó, buscando aire desesperadamente y tuve que obligarme arecordar que los humanos eran mucho más débiles. Disminuí la presión,pero no lo solté.

—Voy a matarte, maldita escoria —lo amenacé y disfruté mucho cuandosus ojos vidriosos por la falta de aire, me miraron aterrados.

—¡Joham! —escuché la voz de Raúl, pero fue insignificante para mí. —Ponle un solo dedo encima y te romperé todos los huesos, uno por uno

—continué descargando todo mi enojo en esa basura humana—. Vuelvesiquiera a poner tu sucia mirada sobre ella y te despellejaré vivo,¿entendido?

—Joham —insistió Raúl, esa vez intentando separarme del hombre. —¿QUÉ? —rugí y me giré para enfrentarlo. —Déjalo ir —y luego bajó la voz—, estás creando una escena.Alcé mi vista y me encontré con Amira, pálida y de pie en el mismo

lugar. Varias personas metiches se acercaban y comenzaban a rodearnos,ayudándome a comprender a lo que el inmune se refería. Estaba procesandotodo lentamente cuando un grito agudo rompió el silencio.

Mi mano aflojó su agarre y el hombre aprovechó para echarse a correr.Lo dejé ir solamente porque Ana me miraba aterrada.

«Tus ojos...» —avisó Amira—. «Están completamente rojos»Mierda.Raúl me miró a mí y después a su novia, sin saber muy bien qué hacer a

continuación. Recordé la primera vez que Ami me había visto con los ojosrojos y cómo se había espantado al creer que yo era un demonio.Seguramente un pensamiento similar estaba pasando por la mente de lamorena. Asustada, dio varios pasos hacia atrás.

—¡Ana! —gritó Raúl, pero demasiado tarde.

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La chica se giró y comprendió que había llegado a la calle sin siquieradarse cuenta, atravesándose en el camino de una moto que venía a todavelocidad. Todos comprendimos al mismo tiempo que no alcanzaría aesquivarla.

No lo pensé dos veces, aparecí cerca de ella y abracé su cintura paradesaparecer de nuevo. Un segundo grito lastimó mis oídos cuando reaparecíen la acera de enfrente con Ana pegada a mi pecho. La chica se retorció enmis brazos, creyendo que yo iba a hacerle daño a pesar de que acababa desalvarle la vida.

—Ana, cálmate —pedí nervioso, el pánico se desató en la calle por loque acababa de hacer.

Ella seguía gritando e intentando apartarse de mí y yo no lograbaencontrar a Ami por todo el caos, por más que la buscaba con la mirada.

«Sal de aquí» —la escuché en mi mente—. «Nos vemos en casa deRaúl»

Volví a desaparecer sin dudarlo.

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Capítulo 27. Memoria.

El tercer grito amenazó con dejarme realmente sordo, logrando que porfin la soltara. Ana corrió a través del departamento para alejarse lo másposible de mí, pero trabé la puerta con magia al comprender que buscabasalir.

Desesperada, agitó la manija y le dio varios golpes a la puerta, sin éxito.Al comprender que estaba encerrada, se giró lentamente para ubicarme ygimió pegando su espalda a la puerta de madera. Mantuve una distanciaconsiderable entre nosotros para no asustarla mucho más.

—¿Qué eres? —preguntó con un hilo de voz.Yo tragué saliva al escuchar su pregunta, sintiéndome como una especie

de monstruo.—No te haré daño —respondí, imaginando que era eso lo que quería

escuchar. Cuando sus ojos se bordearon de lágrimas, comprendí que estaba

verdaderamente aterrada. Podría intentar calmarla con magia, pero noestaba seguro de si en ese momento esa era la mejor idea.

Amira, Raúl y Jared aparecieron en ese momento, en medio de los dos.Ana sollozó, estaba a nada de que le diera un infarto.

—¡No me dijiste que puedes hacer magia! —se quejó Raúl con Amira. Mi novia seguía pálida, pero trató de serenarse al escuchar el reclamo de

su amigo.—Te dije que estaban pasando muchas cosas…—Chicos —los llamé y cuando sus miradas cayeron sobre mí, señalé a

Ana con la cabeza.Raúl se olvidó de todo al encontrarse con la mirada de su novia. Se

acercó a ella con cuidado y Ana lo miró indecisa, como si ya no estuvierasegura de quién era amigo y quién enemigo. A él no le importó y la jalóhacia sus brazos.

—Todo está bien —susurró acariciándole el cabello. Me recargué en la pared para deslizar mi espalda hasta llegar al suelo,

intentando pasar lo más desapercibido posible.—¿Estás bien?

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Ami se dejó caer frente a mí y me examinó con sus ojos azules.—Lo siento tanto —me disculpé ante todo el caos que había creado por

no saber controlarme.Ella negó con la cabeza, sin recriminarme nada.—Lo solucionaremos —aseguró—. ¿Aún puedes borrarle la memoria?—Sí —admití, a pesar de que tenía tiempo sin intentar aquello—, pero

ella no fue la única que me vio. —Lo sé, pero no podemos borrarle la memoria a todos. —Se encogió de

hombros—. Tendremos que concentrarnos en Ana y ya. —¿Quieren callarse? —pidió Raúl desde el otro lado, intentando

controlar los temblores de su novia.Amira hizo una mueca y se puso de pie, parecía que estaba a punto de

vomitar.—Raúl —lo llamó—, podemos borrarle la memoria. —¡Aléjense de ella! —gruñó.—No le pasara nada —prometió—, recuerda que lo hicimos con mi

madre. —Amira, aléjate de ella ¡ahora!—Hey —me quejé ante la agresividad del inmune e hice un esfuerzo

para ponerme de pie—. Solo estamos intentando ayudar.Ana soltó un chillido cuando me vio acercarme y automáticamente

retrocedí los pasos que había caminado. Comencé a perder la paciencia.—Me parece que ya nos has ayudado lo suficiente, tomando en cuenta

que todo esto fue tu culpa.—¡Raúl! —gritó Amira, enfadándose y provocando que algunas cosas se

movieran de su lugar—. Podemos ayudar a borrarle la memoria paraintentar arreglar este incidente o podemos largarnos de aquí en estemomento y dejarte solo con el problema. ¿Qué prefieres?

Raúl torció la boca, pero pareció obligarse a calmarse tras escuchar eso.Miró a Ana durante algunos segundos, meditando su decisión.

—Lo siento —le susurró, dándole un beso en la frente.Aparecí a espaldas de Ana y puse mis índices en sus sienes antes de que

Raúl cambiara de opinión… o antes de que ella soltara otro gritoensordecedor. Ana cerró sus ojos y permaneció inmóvil.

—Solamente borraré los últimos sucesos —expliqué. Raúl asintió, sin poder apartar la mirada de ella. Yo también cerré los

ojos para poder concentrarme y retrocedí en su mente, viendo cómo las

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últimas imágenes aparecían como si se tratara de una película que iba enreversa.

Me detuve cuando fue suficiente y aparté mis manos, Ana dejó caer sucuerpo y Raúl la acunó en su pecho.

—Cuando despierte no recordará nada de lo que sucedió después decomer —le avisé—. Le dirás que se desmayó y la trajimos aquí, ella te va acreer.

Raúl asintió, un poco más tranquilo al no tener a Ana gritando ytemblando.

—Gracias —dijo—. No por borrarle la memoria, sino por haberlaapartado de esa moto a pesar de exponerte frente a todas esas personas.

—Era lo menos que podía hacer. Yo la asusté.—Lo sé —refunfuñó, frunciendo el ceño—. ¿A qué se debió esa

escenita?Miré a Ami rápidamente y noté como su palidez era sustituida por un

sonrojo en sus mejillas. Raúl no dejó escapar aquello.—¿Ese hombre te hizo algo? —preguntó con la comprensión en sus

ojos.—No —aclaró ella.—Sí —corregí yo y repetí exactamente las palabras que le había

escuchado a ese pedazo de mierda.Raúl gruñó.—De haberlo sabido te hubiera dejado asesinarlo. —¿¡Verdad!? —exclamé, aliviado de que me dieran la razón. —No fue para tanto —dijo Ami, escondiendo su vergüenza—, eso les

pasa a todas las mujeres.Miré a Amira muy serio, sin saber hasta qué punto estaba bromeando. —¿Me estás diciendo que aquí los hombres tienen permitido decir esas

cosas denigrantes?—Bueno, no es que lo tengan permitido, pero de todas formas lo hacen.

—Se encogió de hombros y en voz muy baja, añadió—: Eso y cosaspeores.

—¿Qué podría ser peor?—Créeme. No quieres saberlo —dijo con un rostro lleno de angustia. De todas formas me hice una idea de a qué se refería y sentí cómo la

sangre se me convertía en lava. Ese pensamiento era horrible, significabaque ninguna de las mujeres en la Tierra en realidad estaba a salvo, pero ellas

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no tenían que preocuparse por trolls, demonios o brujas. Sus monstruos eranhombres como el que nos habíamos cruzado hoy.

—Hay verdaderos imbéciles —coincidió Raúl.Yo asentí, pero no fui capaz de decir nada más. Aún estaba sorprendido

por esa información y no me cabía en la cabeza cómo alguien podría sercapaz de decir o hacer algo como eso.

De pronto, recordé a aquel tipo que seguía a Ami cada vez que salía acorrer, cuando ella acababa de descubrir que era la princesa de Sunforest yyo la cuidaba sin que se enterara de nada, por si acaso Isis o Enzo decidíanhacerle daño mientras estuviera indefensa. En esa ocasión yo había matadoal agresor sin dudarlo, tan solo imaginar que le ponía un dedo encima mehabía hecho perder el control.

—Creo que deberíamos irnos —comentó Ami, tal vez al notar mi furia—. ¿O te gustaría que esperáramos a que Ana despierte?

Raúl negó con la cabeza, mirándome de reojo.—Está bien. Te veré el sábado.—Gracias por la comida. Ella se inclinó para darle un beso en la mejilla y extendió su mano hacia

mí, haciéndome reaccionar. La tomé para ponerme de pie y me despedí deRaúl con la mano.

Amira cargó a Jared antes de desaparecer para volver a casa.—¿Ahora entiendes por qué te prohibí hacer magia? —le pregunté a

Jared cuando llegamos a nuestra cabaña—. Hoy papá se metió en muchosproblemas.

—Sí —dijo él, para mi sorpresa— ¿pero ya puedo hacerla?—Con cuidado —advertí, comprendiendo que no podría aplazar mucho

más su entrenamiento.Sellé un beso en su frente antes de que Ami lo liberara.—No te alejes de la cabaña —advirtió ella cuando vio que se dirigía

hacia la puerta. Jared ni siquiera le respondió por las prisas.—Lo siento —volví a disculparme en cuanto nos quedamos solos—.

Esta vez sí que metí la pataAmi tomó el cuello de mi playera y me jaló hasta ella, uniendo nuestros

labios en un beso. La sorpresa me duró tan solo unos segundos, perorápidamente mis manos se fueron hacia su cintura para acercarla más a mí.Su brazo se enroscó en mi cuello y su lengua se abrió paso con una

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ferocidad inusual en ella. Gemí al sentirla y le respondí de la mismamanera, como si mi cuerpo automáticamente estuviera hecho paracomplacerla.

Con una fuerte mordida en mi labio inferior se separó lentamente.Ambos alzamos nuestros párpados al mismo tiempo y nos miramos con larespiración agitada.

—Gracias por defenderme de esa manera —susurró—. Me hiciste sentirmuy protegida.

—¿Entonces no estás molesta?—No. Me defendiste a mí y salvaste a Ana, ¿por qué estaría molesta?—No lo sé, todo se tornó confuso. Creo que todavía no lo proceso.—No pienses mucho en eso —dijo ella, acariciando mi mejilla—. No

vale la pena. —Hice magia en tu mundo —insistí preocupado.—Tarde o temprano lo olvidarán —me prometió—. Mi mundo no te

merece. Solté una ligera risa al escucharla.—A ti tampoco —coincidí.Ella sonrió antes de volver a besarme.

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Capítulo 28. Boda.

Me recargué en el marco de la puerta y observé a Ami, tentado adespertarla. Estaba acostada en la cama, bocarriba y con el cabello algoenredado, pero se veía adorable.

Lentamente me acerqué a ella y, con cuidado de no aplastarla, mecoloqué entre sus piernas. Ella gimió y cambió su cabeza de posición,tratando de seguir durmiendo. Yo recargué mi barbilla sobre una de mismanos y me quedé observándola, sabiendo que mi intensa mirada no ladejaría tranquila. Ella abrió uno de sus ojos y volvió a cerrarlo rápidamente,provocándome una risa espontánea.

—Sé que estás despierta. —Corrección, tú me despertaste —se quejó, alzando sus párpados y

mirándome con reproche.—Lo hice —admití—. ¿Adivina qué día es hoy?—Mmm —dijo haciéndose la tonta—. No sé de qué hablas.—Hoy es nuestra boda —respondí, besándola suavemente. Ella me

devolvió el gesto, aún un tanto adormilada.—¿Ah sí? —murmuró cuando nos separamos.—Sí —confirmé subiendo lentamente su pijama, pero ella me detuvo a

la altura de sus muslos.—¿Qué haces?—Celebrando que hoy es nuestra boda —respondí con cierta confusión.Ella casi nunca me ponía un alto en este tipo de cosas.—Tengo que arreglarme —me dijo, junto con una sonrisa malvada. —No juegues conmigo, amor. —No estoy jugando, Joham. Además, más tarde será mucho más

especial, cuando ya seamos esposos.Yo gruñí.—No puedo esperar tanto. Ella puso sus ojos en blanco.

—Son solo algunas horas, dramático —finalizó, moviendo sus piernas paraintentar zafarse de mi agarre.

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Tomé sus muñecas y las inmovilicé a cada lado de su rostro. Ami exhalóde pronto, sorprendida. Nos miramos a los ojos durante intensos segundos yella entreabrió sus labios, esperando que la besara. Bajé lentamente y con lapunta de mi nariz recorrí el largo de su mejilla, calentando su piel con mialiento.

—Joham —suplicó.—¿Aún tienes que arreglarte? —pregunté, pasando la lengua por su

oído. Un gemido escapó de su garganta pero al mismo tiempo pareció

comprender mi plan, porque comenzó a forcejear en contra de mi agarre.—No me obligues a usar mi magia —advirtió.—¿Eso es una amenaza? —cuestioné con diversión.—Puedes estar seguro.Solté sus muñecas y subí mis manos acariciando sus palmas,

entrelazando nuestros dedos. Me senté sobre sus piernas para liberarla demi peso y ella me miró como si fuera una trampa, pero la realidad era queyo no quería hacerla enojar en ese día.

—¿En dónde te arreglarás? —pregunté, adivinando que no sería aquí.—En el castillo. Samara me ayudará.—Bien —accedí, inclinándome para darle un último beso en la frente—.

Te veo en la boda —agregué, bastante ilusionado.

Era mediodía y el clima estaba perfecto. El cielo se encontrabadespejado y a pesar de que el sol brillaba con todo su esplendor, el calor noera insoportable.

La boda se celebraría en el claro, justo debajo del gran árbol quemarcaba el centro de nuestro bosque. Los preparativos estaban listos y mirétodo satisfecho, muy seguro de que Amira quedaría encantada con ladecoración.

Habíamos celebrado bodas antes, pero siempre acostumbrábamoshacerlas mucho más pequeñas. Sin embargo, esta sería especial por dosrazones: era la boda de nuestra reina y era la primera vez que un forestnianose casaba con una humana. Así que festejaríamos a lo grande.

Del árbol de flores moradas caían cientos de cascadas de luces, dándoleun toque mágico al lugar. Habíamos colocado unas pérgolas bajo el mismo,envueltas con enredaderas de rosas blancas. De las columnas nacían varias

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líneas de tela blanca que atravesaban todo el claro y daban algo de sombra alas mesas de madera, donde algunos de los forestnianos más puntuales yaestaban sentados.

Más luces, de un tono naranja mucho más tenue flotaban como esporaspor todo el lugar, casi parecían pequeñas luciérnagas. Para rematar, elcésped estaba repleto de suaves pétalos blancos que contrastaban contra elverde.

Caminé nervioso, con algo de ansiedad por la ausencia de Ami, ¿cuántopodría tardar en arreglarse? Ya era hermosa por sí sola. Yo me habíalimitado a ponerme un traje blanco de lino y peinar mi cabello de lado,sintiéndome un poco extraño pero, curiosamente, cómodo. Jared traía elmismo conjunto que yo pero en miniatura y solo pedía internamente quelograra permanecer impecable, al menos hasta el fin de la ceremonia.

Alcé mi vista cuando sentí a alguien acercarse a mis espaldas. Raúl memiró inseguro, pero extendió su mano para saludarme con un movimientotenso y algo incómodo.

—Felicidades, supongo —me dijo.Enarqué mis cejas.—¿Supones?—No estoy seguro de si se felicita en tu mundo por casarse —confesó. —Cuando te casas con alguien como Amira, sin duda —respondí y él

bajó la guardia, dejando ver un intento de sonrisa. —Tal vez sea algo tarde para decir esto —aprovechó al notar que

estábamos a solas— pero espero que la hagas todavía más feliz de lo que yaes.

—Esa será mi única misión —acepté—. ¿Cómo está Ana?—Bien —respondió tranquilo—. Sin recordar nada, tal y como me lo

prometiste. —Me alegra saberlo —respondí sinceramente.—Y bien —dijo, frotando sus palmas y mirando alrededor—. ¿Cuál es

la dinámica?—Amira no debe tardar, puedes sentarte donde gustes. —Perfecto.

Las mesas se llenaron rápidamente y el silencio del claro fue suplido porlas charlas alegres de todos. Dandelion también llegó y lo recibí con un

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fuerte abrazo, él traía una imborrable sonrisa tatuada en el rostro.—Llegó el día —me dijo, entusiasmado. —Lo sé, ¿por qué tardan tanto? —investigué, esperanzado de que él

supiera la respuestaDandelion se encogió de hombros.—No seas impaciente.—No estoy siendo impaciente —mentí, buscando a Jared con la mirada.

Me relajé al encontrarlo junto a Raúl, parecía que se estaba portando bien.De un momento a otro, su carita se llenó de una inmensa alegría y yo supelo que eso significaba.

Mi corazón dio un vuelco cuando todos exhalaron al mismo tiempo,clavando su mirada en un punto a mi derecha: ella estaba aquí. Me girélentamente y contuve la respiración al verla. Amira sonreía, bastantesonrojada por todas las miradas estaban sobre ella. Su cabello estaba semi-recogido, con algunos largos rizos cayendo sobre su espalda y otrostrenzados en una media cola. Una corona de flores lilas y rosas adornaba sucabeza.

Pero lo que realmente me dejó hipnotizado de esa escena fue el vestido.Era casi como lo recordaba, excepto que la falda brillaba cada vez que semovía, como si hubieran llenado el tul de brillantina, pero yo estaba segurode que eso era magia.

Amira se acercó a mí, con sus ojos azules grandes y sus pestañas muchomás largas de lo normal. Su boca estaba pintada con un color neutro y susmejillas parecían tener pinceladas nacaradas que brillaban como su vestido.La recorrí con la mirada una y otra vez, pero las palabras parecían atorarseen mi garganta cada vez que intentaba decir algo.

Un aplauso comenzó a escucharse en el claro, dándome el tiemposuficiente para reponerme. Ella se giró para saludar a todos con la mano.

—Majestad. —Dandelion se inclinó frente a ella, sin poder borrar susonrisa—. Luces magnífica.

—Gracias Dandelion —respondió Ami, sin poder ocultar su cariño hacianuestro consejero real.

Él tomó su mano y la llevó a su boca para besarla, después, la extendióhacia mí. En su mirada pude ver que el forestniano me estaba ayudando areaccionar. Parpadeé varias veces para salir de mi trance y tomé la mano demi futura esposa, jalándola para acercarla a mí. Mi boca cayó sobre la suyaen un beso suave pero largo.

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Cuando nos separamos, ella estaba aun más ruborizada. Acaricié sumejilla colorida con mi pulgar.—La espera valió la pena —susurré muy bajito, para que esa frasesolamente flotara entre nosotros—. Eres la novia más hermosa del universoentero.

—Tú también estás muy guapo —respondió, apretando mi mano.También miró discretamente a su alrededor—. Y todo esto es perfecto, nome lo esperaba.

Le sonreí en respuesta y tomé su otra mano para llevarla conmigo hastael centro del bosque, debajo de las pérgolas. El gran árbol comenzó a brillarcuando quedamos bajo él y los forestnianos se pusieron de pie paraacercarse a nosotros.

Dandelion se acomodó junto a los dos, ya habíamos acordado que él noscasaría. Ami y yo nos miramos a los ojos, sin poder dejar de sonreír.

—Querido Sunforest —comenzó Dandelion, elevando su voz con magiapara que todos lograran escucharlo—, el día de hoy nuestro rey y nuestrareina están aquí para declarar su amor frente a todos nosotros y comenzaruna nueva etapa en sus vidas. Ya nos han demostrado que se aman, perohoy quieren sellarlo en un compromiso que durará el resto de sus vidas…hasta que la muerte los separe.

«El resto de nuestras vidas» —repitió Ami, como si estuviera meditandola frase.

«¿Algo va mal?» —pregunté, sin comprender la dirección de suspensamientos.

«Es solo que… el resto de mi vida no parece ser suficiente para estarcontigo»

La miré emocionado y mi corazón comenzó a revolotear como las alasde un colibrí.

«Te lo recordaré cuando estés enfadada conmigo» —bromeé.Ella apretó sus labios para no reír e interrumpir el discurso de

Dandelion.—Esta es la primera vez que una humana y un forestniano contraen

matrimonio —siguió— y esta clase de amor nos da la esperanza suficientepara iniciar una nueva era junto con ustedes. El amor que los dos se tienenes puro, mágico y fuerte. Un amor que, estamos seguros, se contagia entodo el bosque y nos llena de felicidad. Por eso, no podríamos estar másemocionados al ser testigos de este momento.

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Ami tuvo que separar la vista de mis ojos para mirar a Dandelion conternura.

—Eso fue hermoso.Él asintió con agradecimiento y nos miró con verdadero orgullo.

Habíamos recorrido un largo camino para llegar a este momento yrealmente lo estaba disfrutando.

—Unan sus manos —nos pidió.Extendí mis dos palmas para que Amira colocara las suyas sobre las

mías. Nuestros ojos volvieron a encontrarse, atrapándonos en una telarañade emociones. Dandelion extendió su mano y la colocó a tan solocentímetros de distancia. Un hilo dorado nació de su palma y comenzó aenredarse en nuestras muñecas, girando hasta alcanzar nuestras manos yatándolas, impidiéndonos separarlas.

—Que la unidad nunca se rompa —decretó. Ami respiró hondo y acarició mis palmas con las yemas de sus dedos. El

hilo no era incómodo, se sentía cálido, suave y tenía un significado muyespecial: que Amira y yo éramos uno solo.

Dandelion extendió su índice y lo colocó en la frente de Ami, unsegundo hilo del mismo color comenzó a nacer conforme lo alejó, hastaconectarlo con mi frente. Sentí como si un camino de electricidad sehubiera creado entre nosotros.

—Que la comprensión nunca desaparezca. Por último, el forestniano juntó sus dos manos frente a nosotros, por

arriba de las nuestras. Conforme las fue separando, un tercer hilo doradonació de ellas. Su mano izquierda se posó sobre mi pecho y su manoderecha cayó sobre el de Ami, uniendo nuestros corazones.

—Que el amor sea eterno. Sonreí al estar unidos de esa manera. La energía de los hilos era fuerte

pero agradable, representando lo conectados que debíamos estar a partir dela decisión de casarnos. Nuestras almas debían unirse aún más, pero conAmi yo sentía que eso ya era prácticamente imposible.

—Joham —me llamó Dandelion—. ¿Aceptas a Amira como tu esposa?—Acepto —manifesté sin dudarlo. «Tus ojos están dorados» —dijo ella, como si después de seis años

todavía no pudiera creer que la amaba con todo mi ser. «Por eso nuestros hilos son dorados» —expliqué y vi la comprensión en

su rostro—. «Es el color del amor»

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—Amira —continuó Dandelion, desplazando su mirada hacia ella—.¿Aceptas a Joham como tu esposo?

—Acepto —respondió con un tono de voz que me hizo derretirme.—Únanse con un beso. Sin poder ponerle más palabras a todo lo que estaba sintiendo, me

concentré en su rostro cuando ambos dimos un paso al frente paraacercarnos aún más. Comencé a inclinarme sobre ella, acortando nuestrosrayos conforme nos uníamos.

Ami ladeó su rostro y cerró sus ojos, yo la imité. Cuando nuestros labiosse tocaron, alcancé a entrever una explosión dorada que nos envolvió a losdos por completo. Nuestras manos se liberaron y rápidamente llevé las míashacia su rostro, para poder sujetarlo y apretarlo mucho más contra el mío.Ella abrazó mi torso y nos besamos como si no hubiera un mañana… ocomo si no hubiera cientos de rostros mirándonos.

Cuando recordé a los demás forestnianos, automáticamente bajé el ritmopor uno un poco más tranquilo. Ella me siguió hasta que nuestros corazoneslograron calmarse y nos separamos algunos centímetros, mirándonos a losojos.

El brillo dorado que nos rodeaba se apagó lentamente, siendo absorbidopor nuestros cuerpos. Yo acaricié su mejilla y ella me contempló con unamirada que solo podía significar amor.

—Ahora son más que compañeros: son marido y mujer —declaróDandelion, devolviendo nuestros pies a la tierra.

—¡Espera! —le dije, metiendo la mano en el bolsillo de mi pantalónpara sacar los anillos que Arus nos había hecho.

Miré a Ami sin saber muy bien que hacer, así que ella tomó la iniciativay agarró el aro más grande, que se suponía era mío.

—Préstame tu mano izquierda —pidió y yo la levanté. Sus dedos latomaron y, mientras acariciaba mis nudillos, me miró a los ojos—. Teamo… y quiero que cada vez que veas este anillo lo recuerdes, que jamás lodudes y tengas la seguridad de que siempre, siempre —insistió, recalcandola palabra dos veces— estaré aquí para ti.

Deslizó el anillo en mi dedo anular y le dio un beso, provocándomecosquillas en el estómago. Respiré hondo para poder hacer mi parte y tomésu mano izquierda, imitándola.

—Sé que este anillo representa el amor que tus padres se tuvieron y esmuy importante para ti —comencé—. A partir de hoy quiero que también

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represente el amor que yo te tengo, el cual es inmenso. Prometo quesiempre te protegeré, a ti y a nuestros hijos, y que nunca volverás a estarsola.

Coloqué el anillo en el mismo dedo y ella subió su mano para acariciarmi mejilla, completamente conmovida.

—¿Ahora sí puedo declararlos marido y mujer? —finalizó Dandelion,haciéndonos reír antes de que Ami y yo nos fundiéramos en un segundobeso.

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Capítulo 29. Baile.

Observé mi anillo dorado brillando bajo la luz del sol. Lo sentía algoextraño en mi mano, pero verlo me recordaba nuestra boda y aquello mehacía no querer quitármelo nunca más.

La sonrisa que tenía en mi rostro no se borraba con nada del mundo.Habían pasado varias horas desde la ceremonia, pero nosotros seguíamoscelebrando. Los forestnianos habían comido en un delicioso banquete queservimos justo después de la boda y ahora convivían entre ellos. Amabaverlos así, sumidos en una atmósfera de paz y felicidad. Amaba mucho mibosque. Y amaba mucho a mi esposa.

Levanté mi vista para buscarla con la mirada. La encontré rodeada deforestnianos que la seguían felicitando. Jared también revoloteaba alrededorde ella, emocionado por la fiesta. A pesar de que nos acabábamos de casar,en las siguientes horas casi ni habíamos estado juntos porque la marea degente no nos lo permitía.

Estaba atardeciendo y el final del día se acercaba, por lo que faltabapoco para que el baile comenzara. Siempre finalizábamos las ceremonias deesa manera, ya que todos los forestnianos amaban bailar.

Aparecí junto a Amira, saludando a todos quienes la rodeaban y dándoleun rápido beso en la mejilla.

—Debemos ir al castillo —anuncié.—¿Por qué? —preguntó ella, algo extrañada. —Es una sorpresa.Por supuesto que los forestnianos ya lo sabían, pero les guiñé un ojo

para que conspiraran junto conmigo.—No estoy segura de si mi corazón podrá con más —confesó con uno

de los comentarios más tiernos que jamás le había escuchado.—Créeme, todavía falta mucho más —le prometí con una mirada

lujuriosa. Ella no dijo nada por penosa, pero en sus ojos pude ver que le gustó la

promesa. Cargué a Jared y tomé a mi esposa para llevarlos hasta elvestíbulo del castillo, el resto de los forestnianos nos siguieron.

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La música sonaba alto. Decenas de parejas bailaban. Jared miró a sualrededor, embelesado, y Amira suspiró profundamente ante la escena.—¿Bailaremos? —preguntó.

—¡Por supuesto!—¿Los tres?Miró a Jared con una sonrisa enternecida.—Los cuatro —corregí, dándole una palmadita en su vientre. Ella se acercó y con mi mano libre envolví toda su cintura, mientras que

con el otro brazo seguía cargando a Jared. Ami tomó una de sus manitas ycomenzamos a movernos en un divertido —y algo torpe— baile de tres.Nuestro hijo reía con cada vuelta que dábamos, provocando que Amira y yoriéramos junto con él.

Después de un par de canciones, alguien nos detuvo y ambos miramos aRaúl. El moreno sonrió y extendió sus brazos.

—Por obvias razones no pude traer a mi pareja —dijo el moreno—.¿Puedo jugar con Jared?

—¡Sí! —respondió nuestro niño, emocionado.Amira se colgó de mi brazo para alcanzar a soltar un beso tronador en su

mejilla antes de que Raúl lo cargara.—Fue un placer bailar contigo —le susurró. —Sí mami —respondió él antes de volver su atención a Raúl, muriendo

de ganas por jugar.Él lo cargó y nos dedicó una mirada de complicidad, en cierta manera

nos estaba haciendo un favor.—Gracias —le dije. Hizo una seña para restarle importancia y

desapareció entre el mar de forestnianos—. Que bueno que lo invitaste,resultó ser útil.

—No seas grosero —me dijo con advertencia.—Sabes que estoy bromeando.—No siempre lo sé —aclaró.—No bromeo cuando te digo que tu vestido me está volviendo loco —

ronroneé, colocando una de mis manos en su espalda para pegarla a micuerpo, mientras que utilicé la otra para entrelazar nuestros dedos.

—Lo sé —coincidió, moviendo sus caderas al ritmo de la música. Suavey lento.

—¿Así que lo sabes? —susurré, alzando su mano y girándola sobre símisma.

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Aproveché para darle un rápido vistazo a su cuerpo y su falda se levantóun poco, despidiendo brillos por doquier.

—Amor —me llamó, volviendo a mi rostro y pegándose a mí de nuevo—. No has podido apartar la vista de mí en todo el día, claro que lo sé.

—Tal vez no te estaba mirando a ti —bromeé. Ella estuvo a punto de responder cuando Dandelion y Samara pasaron

dando giros a nuestra derecha, demasiado juntos como para pasardesapercibidos. Amira abrió la boca.

—¿Dandelion y Samara? —preguntó incrédula.—Al parecer era un secreto —confirmé. —¿Y tú lo sabías?—Dandelion me pidió que no dijera nada. —¿Entonces es real?Asentí, pero hice un puchero intencional para recuperar su atención.—¿Podemos volver a ti y a mí?—Tooodo el día se ha tratado sobre nosotros.Le di media vuelta sin soltar sus brazos, los cuales quedaron cruzados

sobre su estómago. Pegué mi pecho a su espalda y nos mecí suavemente,deslizando mi boca hasta su oreja.

—Es nuestra boda —le recordé, dándole un beso en su sien.Antes de que pudiera responderme, volví a girarla para que quedara de

frente y la pegué a mi cuerpo con ambas manos en su cintura, esa vez, ellase abrazó a mi cuello, provocando que quedáramos aún más juntos.

—A este ritmo me va a faltar el aire —exhaló, escondiéndose en micuello.

—Oh, te voy a quitar el aire, pero no será bailando —aseguré. —Tú y tus indirectas.—Esto fue más bien algo muuuy directo.Ella rio, recordándome lo mucho que amaba ese sonido. Yo me agaché

para cargarla, con uno de mis brazos por debajo del pliegue de sus rodillas yel otro en su espalda baja, haciéndonos girar varias veces. Ami continuóriendo ante el inesperado movimiento mientras su vestido volaba a nuestroalrededor.

Volví a depositarla en el suelo y la miré, encantado con la imagen. Ellaestaba riendo, sonrojada y excitada. Se mordió su labio inferior con fuerza yyo recargué mi frente sobre la de ella, disfrutando de su aroma a vainilla.—Te amo —susurré.

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—Yo también te amo. Y decirlo no era suficiente, tenía que demostrárselo. Tomé su brazo para

darle otro par de vueltas rápidas y me agaché para tomar sus muslos encuanto quedó frente a mí, para poder alzarla en el aire. Algo sorprendida,colocó sus manos sobre mis hombros para mantener el equilibrio y yo diunos cinco giros antes de detenerme y dejar que se deslizara lentamente,muuuuy lentamente, por mi cuerpo, hasta que sus labios quedaron a laaltura de los míos y me incliné para besarla.

No podía más.Nos transporté para volver al claro, pero no la dejé apartarse hasta que

me cansé de sus labios. El silencio del bosque suplió la música, haciendoque nos sintiéramos solos y mucho más íntimos.

Cuando nos separamos para poder respirar, ella miró a su alrededor.Había anochecido, por lo que un cielo lleno de colores estaba sobrenosotros. Ahí no había nadie, pero todo seguía tal y como lo habíamosdejado.

Amira me soltó y se separó de mí para poder observar cada detalle dellugar. Al estar más oscuro que en el día, las luces destacaban de una maneraúnica y cautivadora. Ella giró, observando cada rincón e intentando atraparcon sus manos las luces naranjas que flotaban a nuestro alrededor.

Puse mis manos sobre sus hombros y me pegué a su espalda, deslizandomi boca por el largo de su cuello para dejar un rastro de besos húmedos.Con eso, logré recuperar su atención. Ella dobló su cuello hacia el ladocontrario, regalándome un mejor acceso a su piel. Soltó un largo ytembloroso suspiro, uno que logró causarme un intenso escalofrío queterminó en mi vientre.

—Muero por desnudarte —le avisé. —¿Aquí? —preguntó y alcancé a notar la duda en su voz. —Todos están en el castillo —aseguré—. Tenemos tiempo. —Joham…A pesar de que dijo mi nombre con cierta advertencia, no se quejó

cuando desplacé mis manos hacia el cierre de su vestido y lo bajé hastaalcanzar su espalda baja. Me puse de rodillas para continuar con mis besos,pero esta vez recorriendo toda su espalda desnuda. Ella no se movió, peroalcancé a ver cómo sus manos se cerraron sobre la falda de su vestido,arrugando la tela.

—Joham —esa vez mi nombre fue una súplica.

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La tomé de sus caderas y la atraje hacia mí, logrando recostarlasuavemente sobre el césped. Me giré para quedar sobre ella y le di un largoy profundo beso que terminó de relajarla. Mi mano subió por la curva de sucintura para alcanzar la parte superior de su vestido y poder deslizarlolentamente hasta dejarlo a la altura de su estómago.

Ami se estremeció bajo mi cuerpo, pero no estaba seguro de si era por elfresco de la noche o por la excitación que nos estaba dominando a los dos.Me separé de sus labios para continuar bajando y al tener su cuerpocompletamente a mi merced, no pude evitar ponerme un poco más salvaje.Besos y mordidas comenzaron a escapar de mi boca, cubriendo la pielrecién descubierta y concentrándome un buen rato en sus pechos.

Ella gimió cada vez más alto, haciéndome temblar. Jaló fuertemente micabello y cuando Ami hacía eso significaba que estaba al borde de perder elcontrol. Sonreí sobre su piel y sus manos se deslizaron por mi rostro hastaalcanzar el cuello de mi camisa, la cual comenzó a desabrochar con dedostemblorosos.

Me levanté algunos segundos para jalar las mangas y poder quitármelade encima, consiguiendo una enorme sonrisa por parte de Ami al recorrermi pecho desnudo con sus ojos. Ella alzó su mano e intentó alcanzar mipantalón, pero yo me moví hacia abajo antes de que lo lograra, todavíaquería torturarla un rato más.

Bajé hasta sus pies, ambos estaban descalzos. Mordí su tobillo ydeposité varios besos en su empeine, haciendo que ella alzara su rostro paramirarme con unos ojos bastante intensos. Levanté aún más su pierna y memoví hacia la parte interna, subiendo con lentos y profundos besos. Ellagimió y movió sus caderas ante el placer que aquello provocaba, pero yo ladetuve.

—No te muevas —advertí.—Si sigues así…No terminó su frase, aun así la comprendí perfectamente. —Esa es la intención.Exhaló aire y volvió a dejar caer su cabeza, dándome luz verde para

seguir. Cuando llegué a su rodilla, sujeté el borde del vestido con misdientes y lo subí de esa manera, dejando que mi barbilla raspara el largo desu muslo, robándome varios de sus suspiros en el camino.

Una vez con el vestido fuera de mi camino, pasé mi brazo por debajo desu cintura para pegarla completamente a mi pecho y apretarla con mucha

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suavidad, provocando que nuestros rostros volvieran a quedar a tan solocentímetros. Ella se sujetó de mi cuello y sentí las yemas de sus dedosacariciando mi nuca, pero, en cuanto nos unimos, fueron sus uñas las que seencajaron con fuerza en mi piel.

—¡Ah! —gritó tan fuerte que el sonido retumbó por todo el claro. Moví mi boca hacia su oído y aspiré el aroma a vainilla de su cabello,

tan dulce como ella.—Te juro que... algún día vas a volverme loco —dije

entrecortadamente. Amira suspiró en respuesta y giró su rostro para besarme con fuerza y

pasión mientras ambos nos movíamos con una coordinación impresionante.Podía sentirlo todo: su cuerpo blando y sus suaves curvas. Su respiracióntan acelerada como los latidos de mi corazón. El calor de su pechoenvolviendo el mío.

—Te amo —soltó de pronto, junto con una especie de ronroneo que mehizo sonreír.

Se separó para clavar sus ojos en los míos y a mí me encantaba observarcómo, cuando teníamos sexo, aquellas esferas azules perdían toda suinocencia e ingenuidad para llenarse de fuego y deseo. Un fuego que yo lehabía enseñado a crear y que solo había disfrutado conmigo.

—Amira. —Su nombre sonó tierno y caliente en ese momento—. Midulce Amira, siempre te amaré —le prometí.

Una sonrisa dulce y perversa escapó de sus labios y yo sellé mi promesaderritiéndome sobre ellos. Fue una maravillosa primera vez como esposos.

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Capítulo 30. Regreso.

Amira se dejó caer sobre mi pecho, satisfecha. Nuestros cuerposparecían un par de gelatinas y las piernas aún me temblaban de placer. Sentísus manos entrelazarse en mi nuca y acariciar el nacimiento de mi cabello.Su aliento estaba en mi cuello, erizándome la piel.

—Esta vez nos lucimos —ronroneó. —Es nuestra boda. La situación lo amerita. Ella rio y la punta de su nariz acarició la línea de mi barbilla. La abracé

con fuerza, deseando detener el tiempo.—¿Estás lista para la segunda ronda? —bromeé.—Deberíamos volver, van a notar nuestra ausencia.—Somos un par de recién casados —respondí divertido—, nuestra

ausencia les parecerá normal.Ella suspiró.—Tenemos toda la noche por delante. —Si no estuvieras ya embarazada, podría prometerte que esta noche te

haré un hijo.Amira soltó una dulce y sonora carcajada, pero se calló abruptamente

cuando escuchamos el césped crujir. La giré para cubrirla con mi cuerpo,impidiendo que alcanzaran a verla semidesnuda. Ella subió rápidamente suvestido y yo acomodé mi ropa.

—Raúl. —Ami lo identificó por encima de mi hombro. Casi deinmediato, sus mejillas se colorearon de rojo.

Gruñí en voz baja, ¿por qué siempre tenía que ser tan inoportuno? Lomiré con una cara de pocos amigos, pero él nos devolvió una sonrisatenebrosa que me puso los pelos de punta.

—¿Raúl? —pregunté extrañado.Él ladeó el rostro y nos observó con curiosidad. Extendió su mano

derecha y de ella comenzó a salir una nube de humo negro. Fruncí mi ceñoante eso, confundido pero tenso. Amira soltó un grito ahogado cuando Jaredapareció en medio de la nube, sujeto de brazos y piernas y con una delgadalínea de humo cubriendo su boca para que no hiciera ningún ruido. Sus ojosverdes estaban muy abiertos y nos miraba sin dejar de llorar.

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No lo pensé dos veces al ver a mi hijo en peligro, me puse de pie de unsalto y corrí hacia él, pero Raúl alzó su mano libre y me hizo volar hacia elsentido contrario.—¡Joham! —gritó Ami.

Giré en el aire y mi cabeza rebotó contra el tronco de un árbol. Un pitidocubrió mis oídos mientras caía al suelo, bocabajo. Durante los siguientessegundos no fui capaz de escuchar nada más, la cabeza me latía como situviera un corazón en ella.

Con mucho trabajo, alcé mi rostro y una fuerte punzada me recorrió desien a sien. Jared seguía atrapado en el humo, alcé mi brazo e intentéempujar a Raúl con magia para liberar a mi hijo, pero él no se movió ni uncentímetro.

—Estoy en el cuerpo de un inmune —se burló—. No pueden hacermedaño, pero yo a ustedes sí.

—Enzo —pronunció Ami, comprendiéndolo en voz alta. Maldita sea, ¿cómo es que esa alimaña seguía viva?La desesperación me embargó. Jared corría demasiado peligro, era

apenas un niño y no contaba con la suficiente magia o energía como parasoportar una descarga eléctrica de esa magnitud. Estaba seguro de que si larecibía, mi hijo moriría al instante.

Amira pareció llegar a la misma conclusión, ya que se quitó su anillopara poder usar su magia. Era una trampa, lo comprendí cuando Enzo lacongeló inmediatamente una vez que estuvo desprotegida.

—Esto fue más fácil de lo que pensé. —Se mofó con altanería—. ¿Tegusta mi nuevo truco? Lo he aprendido especialmente para ti.

Se acercó a Ami para arrebatarle el anillo y aventarlo al suelo. Yoaproveché la distracción para dar un salto hacia la nube de humo y entrar enella. Inmediatamente, abracé fuertemente a mi hijo para protegerlo y cerrélos ojos para concentrarme.

Jared desapareció y yo respiré aliviado, había logrado ponerlo a salvo.Las líneas de humo no tardaron en cerrarse sobre mis muñecas, tobillos ycuello, inmovilizándome e impidiéndome desaparecer. Una descargaeléctrica me entumeció en ese momento, haciéndome gritar. Enzo me mirócon una sonrisa.

—Lamentarás mucho haber hecho eso —amenazó—. ¿Ahora quién laprotegerá a ella?

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Señaló a Amira con la cabeza y yo la miré con desesperación. Seguíacongelada y sin poder mover nada que no fuera su rostro mientras que yoestaba atrapado en el humo. Gemí ante la repentina debilidad.

—¿Qué es lo que quieres? —rugí.—Al principio era venganza —admitió— pero luego se convirtió en

poder. Después de esto seré tan invencible que sin duda me convertiré en elnuevo rey de Sunforest.

Lo miré sin comprender.—Estás loco. Él negó mientras reía.—¿Recuerdas lo que hace mi humo? —preguntó con malicia—. Cada

vez que roba la magia y la vida de alguien yo me hago más fuerte —confesó— y te aseguro que he robado mucho en todos estos años. En estemomento, soy mucho más poderoso que tú.

Enzo dio un paso y se acercó a Ami. Puso una mano en su vientre y laacarició de arriba a abajo. Ella apretó sus labios e hizo fuerza para liberarsede la magia, pero le fue imposible.

—Sé cómo lograste hacer magia —le dijo, como si fuera un amanteconfesándole algo muy íntimo.

—Aléjate de ella —lo amenacé. Él me ignoró.—Probablemente aún no lo sepas, Amira, pero en este momento llevas

en ti a uno de los seres más poderosos que jamás han existido —le susurrólo suficiente fuerte como para que yo también escuchara—. Me lo ha dichoel oráculo del infierno: tu hija está destinada a ser una de las reinas máspoderosas de Sunforest. —Amira y yo lo miramos con sorpresa—. Es unaniña, ¿no lo sabías? ¡Enhorabuena!

Ami me miró con miedo y la impotencia comenzó a quemarme pordentro. Intenté luchar contra las ataduras y Enzo soltó otra descargaeléctrica en mi cuerpo. No fui capaz de contener el grito de dolor.

—Joham… —la escuché sollozar.La debilidad comenzaba a arrastrarme hacia una bruma negra, pero no

podía permitirlo. No podía dejarla sola.—Es una lástima que tu hija nunca llegará a ser reina, porque yo

absorberé todos sus poderes en cuanto nazca. Y su vida.—No… —rogué.

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—Sí —confirmó Enzo, mirándome a los ojos—. Esto es lo que haremos:te mataré y me llevaré a tu esposa. Oh, disfrutaré mucho de ella duranteestos siete meses, te lo prometo. Y en cuanto tu hija nazca las mataré a lasdos y absorberé sus poderes. Entonces Sunforest tendrá un nuevo rey.

—Si las tocas, voy a asesinarte —amenacé.Él rio con fuertes y tenebrosas carcajadas.—Pensándolo bien —me retó—, voy a tomar a tu esposa aquí y ahora.

Frente a ti.Su dedo acarició el cuello de Ami y descendió por su escote hasta

alcanzar el vestido blanco. Lo bajó un poco, dejando a la vista el inicio desus pechos.

—¡Aparta tus sucias manos de ella!—¿O qué? —respondió divertido—. ¿Vas a detenerme?Gruñí ferozmente cuando se colocó frente a ella. Las aletas de la nariz

de Amira comenzaron a abrirse y cerrarse rápidamente, demostrándome sumiedo. Luché desesperado contra el humo cuando lo vi acercarselentamente a su boca, como si quisiera hacernos sufrir a los dos.

La besó sin que pudiéramos impedirlo, haciéndome sentircompletamente indefenso. Ami no cerró sus ojos, los mantuvo muy abiertosy alertas. No era la primera vez que besaba el cuerpo de Raúl, yo lo sabía,pero ahora estaba poseído por Enzo y tenía intenciones mucho másretorcidas.

—¡Déjala! —grité desesperadamente, pero eso solo pareció provocarlo.Y motivarlo a seguir.

Comenzó a subirle el vestido, acariciando sus piernas en el camino. Fueese momento en el que Ami decidió cerrar sus ojos, en señal de rendición.No, eso no podía estar pasando… Yo no podía ver cómo ella se rendía.

De un momento a otro, Enzo se separó en cuanto notó el movimiento; laayuda llegando. No tuve ni tiempo de sentir alivio cuando nos miró conojos furiosos y abrazó a Amira, para desaparecer junto con ella.

El humo se esfumó de golpe, dejándome caer al suelo.

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Capítulo 31. Demonio.

—¡AMIRAAA! —grité desesperado.Mis dos manos cayeron sobre el césped, intentando sostener mi cuerpo.

Temblé cuando noté que el anillo de Ami estaba entre ellas y lo tomé paraguardarlo en mi pantalón, muy consciente de lo desprotegida que estaba sinél.

Una punzada recorrió mi pecho, paralizando mi respiración. Llevé unade mis manos a la altura de mi corazón, sorprendido ante todo el dolor queestaba sintiendo. No solo era físico, algo muy dentro de mí ardía y quemabatanto que mis pulmones necesitaban aire desesperadamente.

Amira no estaba. Iba a perderla de nuevo. No lo soportaría.—Joham…Dandelion se inclinó junto a mí y pude percibir toda su preocupación,

pero me fue imposible juntar el aire suficiente para responderle.Desesperado y con algunas lágrimas en los ojos, me aferré a su ropa conuno de mis puños. Sentía que me asfixiaba lentamente.

—¿Estás herido? —sus ojos me recorrían una y otra vez, tratando deencontrar una respuesta.

Cerré los míos, intentando concentrarme en mi respiración. Él tomó mibrazo y lo colocó sobre sus hombros para ayudarme a ponerme de pie.Alcancé a echarle un último vistazo al claro antes de desaparecer.

Volvimos al castillo. Dandelion apareció en la biblioteca, lejos de lafiesta. La música aún se escuchaba a todo volumen, lo que me hizo suponerque los forestnianos seguían bailando y disfrutando, ajenos a todo lo queestaba pasando.

En la biblioteca estaban Jared y Samara, la última consolando a mipequeño. Sus ojos se abrieron mucho cuando me vieron.

—¡Papá! —gritó Jared.—Creo que está herido —explicó Dandelion, algo inseguro. Samara no lo pensó dos veces y utilizó su mano para cubrir los ojos de

Jared, solo eso bastó para que mi hijo perdiera la conciencia y cayeradormido sobre sus brazos. Ella lo recostó en uno de los sillones másgrandes y se acercó rápidamente. Sus ojos morados me examinaron con

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precaución y un brillo azul envolvió sus dos manos. La derechaautomáticamente se movió hasta mi pecho y cuando se colocó sobre él,logré sentir una ligera calidez.

—Estás teniendo un ataque de pánico —explicó, mirándome a los ojos—. Respira. Te ayudaré.

Entonces comprendí que estaba hiperventilando, completamenteaterrado. El brillo azul de Samara se extendió por mi pecho e intentécontrolar mi respiración. Algo de aire logró entrar a mis pulmones.

—Eso. Sigue así.Tardé algunos minutos en poder volver a la normalidad, pero gracias a

Samara lo logré.—¿Cómo…? —dije en cuanto comencé a sentir que el aire salía y

entraba con más normalidad—. ¿Cómo me encontraste?Dandelion señaló a Jared con la cabeza.—Apareció junto a nosotros. Nos dijo que estaban en peligro. —Tragó

saliva—. ¿Dónde está Amira?A pesar de que la mano de Samara continuaba en mi pecho intentando

tranquilizarme, una segunda punzada de dolor atravesó mi corazón.—Enzo está vivo —expliqué lleno de desesperación—. Se la llevó.

No… no pude impedirlo. Poseyó a Raúl para esconderse tras su inmunidady mi magia no le hizo nada.

Samara inhaló bruscamente al escucharme y Dandelion me miró conincredulidad.

—¿Está vivo? ¿Cómo?Negué con la cabeza, indicando que no sabía la respuesta.—Debió ser otro de sus trucos, es mucho más poderoso de lo que

creemos —dije intentando ponerme de pie—. Tengo que ir por ella, antes deque sea demasiado tarde.

—¿A dónde? —preguntó la sanadora, dejando ver su preocupación. —Creo saber dónde está, pero no sé cómo llegar ahí. Necesitaré ayuda.—Cuenta con nosotros.Asentí. No tenía duda alguna de que ellos me darían todo su apoyo, pero

yo necesitaba en mi equipo a alguien tan poderoso como Enzo.—¡Arus! —grité, seguro de que el hada lograría escucharme—. ¡ARUS!Él apareció en medio de todos nosotros. Sus ojos plateados me miraron

con curiosidad.

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—Necesito tu ayuda, es urgente —expliqué rápidamente. Sentía como siestuviéramos desperdiciando tiempo valioso—. Amira está en peligro.

Un brillo mortífero cruzó por su mirada.—¿Qué tipo de peligro?—Enzo la secuestró —dije sin rodeos—. ¿Sabes cómo puedo llegar al

infierno?—¿Qué te hace pensar que la llevó al infierno?—Es dónde se ha estado escondiendo, pero no tengo idea de cómo lo ha

logrado.Arus frunció su ceño, creo que nunca lo había visto hacer eso.—Solo los demonios pueden acceder a esa dimensión —explicó. —¿Estás sugiriendo que Enzo es un demonio?—Hay algo muy extraño en todo esto.—Arus, no tenemos tiempo —pedí desesperado.—No podemos arriesgar la vida de la reina. Si Enzo es un demonio…—Enzo no la matará.Y todos me miraron como si estuviera loco.—¿Entonces para qué la secuestró?—Mencionó algo, una especie de profecía —intenté explicar, consciente

de lo confuso que todo estaba resultando—. El oráculo del infierno dijo queAmira y yo tendremos una hija muy poderosa, tal vez por eso Ami puedeusar su magia. La secuestró para poder absorber todo ese poder yconvertirse en el rey de Sunforest.

Hubo un breve silencio tras mis palabras. Dandelion y Samara memiraban con incredulidad, en cambio, parecía que Arus comenzaba aentender las cosas.

—Si la profecía es cierta y Enzo logra absorber sus poderes…—No podremos detenerlo —finalicé—. Además, quiere lastimar a

Ami… de otras maneras.La idea flotó en el aire, provocándome náuseas. Arus gruñó al

comprender.—Necesitamos invocar a un demonio —explicó— y convencerlo de que

nos abra un portal. Es la única manera.Yo dejé caer la mandíbula, sorprendido por la respuesta.—¿Como diantres convenceremos a un demonio de abrir el portal? —

pregunté presintiendo que aquella misión se estaba volviendo imposible.—Yo me encargo —aseguró.

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Asentí con la cabeza, confiando en él.—Yo iré por ella —anuncié. —Nosotros iremos contigo —respondió Dandelion tan leal como

siempre, pero yo negué.—Los necesito aquí durante mi ausencia —ordené—. Samara,

protegerás a Jared. Dandelion, protegerás al bosque. Si Amira y yo novolvemos tú estarás a cargo hasta que Jared sea capaz de gobernar, ¿loentiendes?

El forestniano de ojos amarillos no pudo ocultar su angustia, pero meregresó una mirada segura. Él siempre sabía guardar la calma.

—Entendido, majestad.—Detén la fiesta e informa a todos sobre lo que está sucediendo, sin

mencionar nada acerca de la profecía. Trata de que no entren en pánico paraque no hagan ninguna tontería.

—Puedes confiar en mí —aseguró.—Lo hago —afirmé.—Ten mucho cuidado —pidió—. Si me necesitas…—Te llamaré.Samara no logró comportarse tan ajena y me abrazó, envolviéndome

fuertemente con sus brazos.—Sé un héroe —me dijo al oído—. Pero regresen, los necesitamos.—Lo haremos —prometí, aunque no me sentía tan seguro.—Lo cuidaré como si fuera mi propio hijo —dijo, refiriéndose a Jared. —Gracias —respondí devolviéndole el abrazo. Cuando nos separamos

miré a Arus, quien se había limitado a esperar pacientemente—. ¿Qué tengoque hacer? —pregunté.

—Deberíamos ir a un lugar más apartado, será peligroso invocarlo en elcastillo. Las cosas podrían salirse de control.

—Bien —accedí, mirando por última vez a Dandelion y Samara. Jaredseguía recostado en el sillón y una nueva punzada amenazó con destrozarmi corazón, así que aparté rápidamente la vista—. Vámonos.

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Capítulo 32. Manifestum est.

Arus y yo aparecimos en el bosque, lejos del castillo y las colinas. Laansiedad intentó dominarme de nuevo al haberme separado de Jared de esamanera. Esto no podía ser el final, Amira y yo necesitábamos más tiempo.Con él. Con nosotros. Con nuestro bosque. Y nuestra bebé en camino.Acabábamos de prometer —hace tan solo algunas horas— que nosamaríamos hasta la muerte y jamás me imaginé que aquello estaría tancerca; acechándonos. Pensé que tendríamos mucho más tiempo.

Sacudí mi cabeza, intentando alejar esos pensamientos que me estabandominando. Arus comenzó a dibujar un pentágono en la tierra, utilizando sumagia. En cuanto la última línea unió los cinco picos, todos se pintaron deplateado y comenzaron a brillar intensamente.

—Es para mantenerlo en su lugar —explicó—, pero si el demonioresulta ser más fuerte esto no servirá de nada.

—¿Y cómo lo sabremos?—Si se abalanza sobre ti será una mala señal.—No me digas —ironicé. Arus sonrió y me di cuenta de que aquello había sido una broma, pero

mis nervios estaban a flor de piel y mi actitud hacia las bromas eraintolerable en esos momentos.

—Apártate —me ordenó. Di algunos pasos hacia atrás, alejándome unpoco del pentágono. Arus se paró frente al pico principal y extendió susmanos—. Diabolus utitur ad hoc manifestum est —dijo con voz clara ypotente. La estrella comenzó a brillar con más intensidad y Arus la mirócon un rostro lleno de concentración—. ¡Manifestum est! —repitió.

El pentágono destacó como un sello en la tierra y una figura altaapareció justo en el centro de la estrella, frente a mí. Sus ojos rojos cayeronsobre los míos y un fuerte rugido escapó de su garganta, retumbandofuertemente en el bosque. Su piel era negra como carbón, recordándome alos demonios que Enzo trajo a Sunforest.

Con dos largos pasos intentó acercarse a mí, pero el pentágono funcionóy lo mantuvo encerrado en una cárcel plateada, impidiéndole ir más allá delos picos de la estrella.

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—¿Por qué has osado invocarme? —me preguntó con una voz ronca ytan rasposa que producía escalofríos.

Yo alcé mi barbilla, dejando salir toda la rabia y desesperación que meestaba quemando.

—Han secuestrado a mi esposa y la han llevado al infierno —anuncié—.Necesito que me digas en dónde está.

El demonio había adoptado una posición de ataque al darse cuenta deque estaba encerrado, pero tras escucharme se enderezó y me miró con unbrillo que no alcancé a comprender.

—Sé quién es tu esposa —anunció—. Es la humana de la profecía. —Su nombre es Amira Rey —respondí, enseñando los dientes con

salvajismo—. Harías bien en recordarlo. —Y tú harías bien en olvidarte de ella.Apreté mis puños al escucharlo, verdaderamente molesto con sus

palabras.—¿Eso qué quiere decir? —escupí. —Averígualo tú mismo.—Necesitaré ir al infierno para eso —lo tenté, esperando que cayera.—¿En serio crees que soy tan estúpido?Miré a Arus, quien continuaba atrás del demonio. Él asintió con una

cabeceada apenas perceptible y su cuerpo se desintegró para convertirse enhumo gris, solo entonces comprendí lo que iba a hacer.

El humo flotó en el aire y traspasó el pentágono, sin que el demonio sepercatara de su presencia. Rodeó su cuerpo para inmovilizarlo y entró porlos dos orificios de la nariz.

El demonio abrió sus ojos con sorpresa y comenzó a asfixiarse por laintromisión. Movió su cuerpo, intentando alcanzar a algún ser invisible consus garras, pero Arus logró entrar sin ningún problema y el humo grisdesapareció por completo cuando lo hizo. Se quedó muy quieto durantealgunos segundos, parpadeando y moviendo su cabeza de lado a lado.

—¿Arus? —pregunté sin estar seguro de si algo había salido mal. —Es raro estar dentro de una energía tan malévola. —¿Puedes controlarla?—Creo que sí.—¿Crees? —insistí.—Hazte a un lado —dijo, alzando los brazos del demonio.

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Me aparté mucho más del pentágono para darle espacio en caso de quealgo saliera mal. Arus gruñó y los brazos comenzaron a temblarle.

—Es fuerte —explicó ante mi mirada—. Está intentando recuperar elcontrol.

—Tú puedes, Arus. Recuerda que Ami está en peligro.Él asintió con determinación y, tras algunos minutos de concentración,

chispas rojas comenzaron a aparecer en el aire.—¡Eso! —grité aliviado.El demonio sonrió, controlado por Arus, cuando las chispas se

incrementaron y un óvalo comenzó a crecer entre ellas, formando un largoespejo.

—¡Crúzalo! —me ordenó—. Yo te seguiré.No perdí más tiempo y con un salto atravesé el portal recién creado.

Flexioné mis piernas y caí de cuclillas al otro lado, mirando a mi alrededorcon el ceño fruncido. El demonio apareció a mi derecha y se giró paradesvanecer el portal con un rápido movimiento.

—¿Lo logramos? —pregunté confundido. Seguíamos en el bosque y porun momento imaginé que algo había salido mal.

—Sí —respondió Arus con la voz gutural del demonio. Entonces esto era. Oficialmente estábamos en el infierno.

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Capítulo 33. Infierno.

—No entiendo —confesé mientras miraba a mi alrededor.—Debes comprender que el infierno tiene demasiadas dimensiones y

seguramente nosotros estamos en la de Sunforest. Tal vez fue aquí dondeEnzo se escondió todo este tiempo.

—Entonces, ¿Sunforest tiene su propia versión de un infierno?—Algo así —admitió—. No existe un solo infierno, existen muchos.

Digamos que cada universo tiene el suyo, pero todos son uno mismo. Esalgo complicado de entender.

—No necesito entenderlo —aclaré—, solo necesito saber si Ami estáaquí.

—Averigüémoslo.Miré a mi alrededor con atención y alcancé a notar algunas ligeras

diferencias en el bosque en el que estábamos. Para empezar, todo estabamucho más oscuro. Los árboles parecían sin vida y no lo había notado en unprincipio por la falta de luz, pero sus troncos eran completamente negros, aligual que el cielo. No había colores ni estrellas, todo parecía estar sumidoen una atmósfera de muerte. Un escalofrío me recorrió ante el aire gélidoque dominaba en ese lugar, se trataba de un frío intenso que se te metíadebajo de la piel y penetraba hasta tu corazón.

—Ya lo notaste, ¿verdad? —preguntó Arus, aún dentro del cuerpo deldemonio.

—Sí —susurré y lo miré de reojo—. ¿Permanecerás dentro deldemonio?

—Podríamos necesitarlo.Asentí, algo distraído.—No siento a Amira, ¿tú?—No, pero eso no significa que no esté aquí. Tal vez este demonio

pueda guiarnos hasta ella.«¿Ami?» —la llamé mentalmente, esperanzado, pero no recibí ningunarespuesta. El gruñido de Arus me distrajo en ese momento, se llevó una desus manos a su cabeza y presionó su frente—. ¿Estás bien?

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—Sí —exhaló—, es solo esta fuerza maligna.—Tal vez deberíamos darnos prisa. Arus asintió y comenzamos a recorrer el bosque con mucha precaución,

ya que no sabíamos qué nos podríamos encontrar. El infierno de Sunforestera extraño, silencioso… y conforme los minutos pasaron lo comprendí.Aquí el bosque estaba muerto, no había vida y por lo tanto, tampoco magia.Y eso era lo peor que le podría pasar al verdadero Sunforest, que todanuestra esencia muriera dejando un bosque como este. El frío comenzó aentumecer mi cuerpo, congelándome por dentro. Ahora entendía por quéese era un maldito infierno.

Arus se paró en seco y sujetó su cabeza con ambas manos. Soltó unfuerte y gutural grito, haciéndome temblar de pronto.

—¿Arus?El demonio se giró hacia mí y sus ojos rojos me miraron con tanta furia

que alcancé a comprender que el hada había perdido el control. Logré saltara tiempo, escapando de sus garras por un segundo.

—¡Arus! —grité, aterrizando unos metros más atrás.—Bienvenido al infierno —respondió el demonio, dando un paso hacia

mí. Solté un gruñido al no obtener respuesta del hada, ¿qué le había hecho?—¿En dónde está Amira? —insistí, intentando obtener información. —Te dije que te olvidaras de ella, tu terquedad te costará caro. —Si crees que me olvidaré de ella, no me conoces en absoluto. —Sé quién eres, rey de Sunforest —respondió el demonio—. Aquí te

conocemos muy bien. Yo dudé.—¿Por qué? —El demonio me miró con una sonrisa irónica.—Digamos que provienes de una familia muy poderosa —explicó,

llenándome de curiosidad. Apreté mis labios en una dura línea, sin saber sise estaba burlando o no de mí. Él soltó una carcajada—. Eres aún másignorante de lo que pensábamos.

—Estás haciéndome enojar —le advertí, muy seguro de que mis ojosacababan de ponerse rojos.

El demonio dio otro paso hacia mí, examinándome con una chispa decuriosidad. Yo me puse alerta ante eso.

—¿Por qué crees que tu hija está destinada a ser una de las criaturas máspoderosas? —cuestionó—. ¿Por qué crees que todos quieren ponerle las

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garras encima?Una dolorosa corazonada atravesó mi pecho ante sus palabras. Mi hija ni

siquiera había nacido aún y ya se encontraba en peligro.—La protegeremos —dije, más para intentar convencerme a mí mismo.

—¿Y cómo piensan protegerla? —se burló—. ¿Si ni siquiera sabíannada sobre esto?

La ira me dominó por completo y, sin ser capaz de pensar con claridad,di un salto hacia él. Utilicé todas mis fuerzas para atacarlo, pero tras unarápida e inesperada explosión sentí un fuerte golpe que me obligó a salirdespedido hacia el lado contrario.

Atravesé varios árboles, rompiéndolos en el camino hasta que aterricé enel suelo y rodé por la tierra. Por varios segundos dejé de sentir mi cuerpo,como si mi conciencia estuviera flotando lejos de él.

Unas garras en mi hombro me hicieron volver, se encajaron en mi pielpara girarme bocarriba y encontrarme frente a frente con la cara deldemonio. Iba a matarme, lo vi en su mirada.

Sus ojos se abrieron más de lo normal y se congeló, dándome laoportunidad de escapar de sus garras. Me esfumé y aparecí lejos de sucuerpo, con un mareo acechándome.

Cuando volví la vista hacia él lo encontré rodeado de humo gris yrespiré aliviado al recibir aquella señal de vida por parte de Arus. Estabasaliendo del demonio y cuando lo logró, tomó la forma de un enorme leónalbino, mostrando sus peligrosos y filosos dientes.

Se abalanzó sobre él y encajó su mandíbula en el cuello, arrancándole lacabeza con una sola mordida y lanzándola lejos del cuerpo. Lo miréasombrado, sus ojos plateados no tardaron en caer sobre mí.

«Lamento haber tardado» —me dijo—. «Me noqueó durante unmomento»—Gracias —le dije, por haber salvado mi vida.

Arus y yo nos giramos al mismo tiempo y en la misma dirección.Acabábamos de escuchar algo. A pesar de que aún no me recuperaba delgolpe, me puse en posición de ataque, dispuesto a enfrentarme con lo quefuera.

Gruñí cuando Raúl apareció. Venía corriendo y se detuvo en seco alencontrarse con el león blanco. Se giró para esquivarlo, pero yo meabalancé sobre él y apreté su cuello con mi mano, descargando toda mifuria.

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—Jo… ham —pronunció al encontrarse con mi rostro—. Soy yo. —No volveré a caer en este truco, Enzo —escupí acercando mi cara a la

suya—. ¿En dónde está Amira? —pregunté lento y pausado.—No… puedo… respirar.Miré sus ojos asustados con duda. Él inmune ya no tenía nada de

aterrador, al contrario, me observaba con un rostro lleno de pánico. O Enzoera muy bueno actuando o Raúl estaba diciendo la verdad. Aflojé un pocomi agarre, dejándolo respirar lo suficiente. Él inspiró una rápida bocanada.

—¿En dónde besaste a Amira por primera vez? —le pregunté. —¿Q...qué? —tartamudeó.—Responde o estarás en serios problemas.—En el porche… de su casa.—¿Cómo sé que no puedes acceder a sus recuerdos?—Enzo está muerto.Eso logró captar mi atención y la de Arus, ya que el hada dejó de ser un

león para convertirse rápidamente en su forma humana. Se acercó anosotros y miró a Raúl con incredulidad.

—¿Estás seguro? —le preguntó. —Lo vi con mis propios ojos —explicó el moreno—. Amira lo mató. —¿Amira? —repetí sorprendido.Raúl asintió.Se supone que estábamos en una misión de rescate y…, ¿resulta que mi

esposa había logrado matar a su secuestrador? Nada de esto tenía sentido.—¿Por qué huías? —preguntó Arus, seguramente llegando a la misma

conclusión que yo.Raúl me miró con un rostro que no pude descifrar y mi mano resbaló de

su cuello, dejándolo libre. Un mal presentimiento comenzó a invadirme.—Huía de Amira —confesó. Yo me tensé.—¿Por qué?Raúl negó con la cabeza, inseguro, pero eso a mí no me bastaba.

Necesitaba una respuesta clara.—Pero miren a quiénes tenemos aquí.Escuché su voz y la reconocí, a pesar de que no sonaba por completo

como ella. Tuve que girarme para verla con mis propios ojos y confirmarque se trataba de Amira. Aún traía puesto su vestido blanco, haciéndolalucir hermosa... pero la expresión de su rostro era tan filosa que un aura depeligro la rodeaba por completo. Una fiera mirada se deslizó por los tres,

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pero sus ojos azules se detuvieron en mí. Me observaron como si supieraexactamente quién era yo pero no le importara en absoluto.

—¿Ami?—¿No están muy lejos de casa? —preguntó, ignorándome—. Oh, no me

digan que vinieron por mí.Le dediqué una rápida mirada a Raúl, exigiéndole en silencio que me

explicara qué rayos había sucedido, pero el humano estaba mudo.—Ami —insistí, volviendo a ella—. Soy yo, Joham. Di un par de pasos en su dirección, pero el brazo de Arus se cruzó frente

a mí y me detuvo. Noté cómo el hada estaba analizando a Amira, muy serio.—Algo no está bien —me dijo.—¿Cómo lo sabes?—La misma energía malévola que sentí en el demonio —explicó en voz

muy baja— la presiento en ella.—¿Está poseída? —pregunté asustado.Eso era muy posible. Si un hada la había logrado poseer, ¿por qué un

demonio no podría?Amira rio en ese momento. Fue una risa tan fría como el aire de ese

lugar y mi corazón se detuvo durante unos dolorosos segundos. Esto nopodía estar pasando. Otra vez no.

—¿En serio creen que estoy poseída? —se burló.Sus labios se curvaron hacia arriba con una sonrisa peligrosa y continuó

mirándome con un aire de satisfacción, como si le encantara tenerme eneste estado de estrés.

—No estoy seguro de qué está pasando —admitió Arus. Me sentí perdido ante sus palabras. Si él no lo sabía yo no tenía ni la

más mínima idea.—Lo que sucede —habló Amira como si estuviéramos conversando

tranquilamente con ella— es que cometieron un grave error al venir hastaaquí.

Raúl exhaló con fuerza, se notaba que estaba aterrado. Ella parecióescucharlo, ya que desvió su mirada para enfocarse en él. Dio un paso en sudirección, luciendo como una pantera calculando la distancia que necesitabapara alcanzar a su presa.

Mi corazón se rompió en mil pedazos ante eso. Amira jamás dañaría aRaúl y yo no lo iba a permitir, porque sabía que cuando volviera a ser ella...

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no se lo perdonaría. Di un paso hacia mi izquierda, cubriendo al inmune conmi cuerpo. Ella me miró como si la estuviera retando, tal vez así era.

—¿Quién eres tú? —le exigí. Ella soltó una risita.

—¿No reconoces a tu propia esposa?—Podrás estar en el cuerpo de Amira, pero sé que no eres ella.—Excepto que sí soy yo —aclaró sin borrar su sonrisa—. La nueva yo,

al menos. Apreté mis labios con fuerza, esa actitud no nos estaba llevando a

ningún lado. Miré a Arus de reojo, pero él continuaba en el mismo lugar, sinmover un solo dedo. Parecía estar examinando la situación con muchocuidado, ya que no sabíamos qué hacer a continuación.

—No quiero hacerte daño —le advertí, cuando vi que daba otro pasohacia nosotros.

—Lástima que yo no pueda decir lo mismo —rebatió, con un brilloasesino en sus fríos ojos azules.

Empujé a Raúl cuando ella dio un salto hacia nosotros, el inmune cayóal suelo y el hechizo que salió de las manos de Amira le rozó la cabeza,pero no alcanzó a dañarlo. Me sentí impotente cuando Ami se dejó caerfrente a mí, me puse en posición defensiva pero sabía que yo no sería capazde atacarla como ella acababa de hacer con nosotros. Amira sonrió y yosolo pude agacharme, para esquivar su segundo hechizo.

Estaba perdido. Esa era una batalla que simplemente no iba a ganar. Nopodía defenderme por miedo a que ella resultara herida, pero si no nosdefendíamos ella —y esa cosa que la estaba poseyendo— nos mataría.

—No... —gemí con terror, retrocediendo conforme Amira volvíaacercarse a mí.

Me miró con burla ante mi miedo y la desesperación era tanta que meimpedía pensar con claridad. ¿Qué podía hacer para vencerla sin lastimarla?

Alzó sus brazos tan rápido que me tomó desprevenido. El hechizogolpeó mi estómago y me apartó algunos metros, volando por el aire. Jadeécuando caí sobre la tierra, comprendiendo lo poderosa que era y lo muchoque se había contenido antes. Todas las piezas del rompecabezascomenzaban a encajar lentamente, haciéndome ver que tal vez la profecíaera cierta… y que la bebé que mi esposa tenía en su vientre era tan poderosaque acababa de convertir a Amira en una de las mortales más peligrosas.

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Aparecí junto a Raúl cuando comprendí que el camino hacia él habíaquedado libre y volví a apartarlo a tiempo de los hechizos de Amira. Ellame miró con molestia, como si acabara de arrebatarle su juguete favorito auna niña.

—Raúl —insistí, mirando al pálido moreno—. ¿Qué fue lo que hizoEnzo?

Cualquier pista que pudiéramos obtener podría ser de gran ayuda.—No fue Enzo —explicó él con un hilo de voz—. Creo… creo que lahemos perdido.

Fruncí el ceño al escuchar su falta de esperanza.—No digas eso —respondí molesto.

—Tú no viste lo que yo —se limitó a decir. Arus cayó de pie frente a nosotros, dándonos la espalda y cortándole el

paso a Ami, quien volvía a acercarse a pasos lentos, como si no tuvieraapuro alguno por matarnos.

—Joham —me llamó sin siquiera voltearse—, tienes que salir de aquí.—Estás loco si crees que la voy a abandonar. —Las cosas cambiaron —explicó con una extraña tranquilidad que no

coincidía con lo que estábamos viviendo—. En este momento eres el únicorey de Sunforest… o al menos el único cuerdo. No puedo permitir que estésen peligro.

A pesar de que no era el momento, dejé caer la mandíbula y lo miréincrédulo. ¿Arus reconociéndome como el rey de Sunforest? Parecía que elhada acababa de comprender que algo iba realmente mal, arrebatándometambién la esperanza.

—Lamento decepcionarlos —habló Amira, dejando a un lado ladiversión y dando paso a una molestia combinada con aburrición— pero yosoy la legítima reina de Sunforest.

—Así lo era —reconoció Arus, sin emoción en la voz—, pero hace unashoras que estás casada con Joham. —Le recordó—. Eso le otorgaoficialmente el título y al estar unido contigo de esa manera, te aseguro queel bosque lo reconoce.

Amira bufó.—En ese caso tendré que asesinarlo —decretó. La voz ni siquiera le tembló al decirlo y yo ahogué un gemido al

escucharla. No. No sabía cómo, pero no iba a perderla. No así.

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Me puse de pie para colocarme a un lado de Arus. Casi de inmediato losojos de Amira cayeron sobre mí y los miré con desesperación, intentandoencontrar en lo más profundo algún rastro de ella.

—Ami —dije con la voz más dulce que fui capaz de pronunciar—.Cariño… te amo. Realmente te amo con todo mi corazón.

Amira se tensó y durante un segundo, su rostro dejó de ser frío paramirarme contrariada. Una burbuja de esperanza creció dentro de mi pecho,pero explotó cuando ella pestañeó y recuperó su antiguo semblante.

—Yo no te amo —dijo con un susurro tan suave que me puso la piel degallina.

—No te creo —respondí, aferrándome a ese segundo de duda queacababa de ver—. Sé que estás ahí.

Ella enfureció y volvió a atacarme, pero Arus logró crear una barrerainvisible que hizo que los nuevos hechizos rebotaran, manteniéndonos asalvo. Extendió sus brazos y dos látigos de humo gris se aferraron a susmuñecas, impidiéndole que nos volviera a atacar. Sus ojos se volvieron aúnmás fríos y calculadores, intentando liberarse de sus ataduras.

—Vete —me ordenó Arus al notar que yo seguía junto a él.—No…—Eres tan terco como ella.—Hay muy pocas cosas por las que vale la pena ser terco —coincidí—.

Sin duda, Ami es una de ellas.—Tú no comprendes lo que está pasando —susurró, tajante. —¿Y tú sí? —Me obligué a apartar la vista de Amira para poder clavar

mi mirada en él—. Explícamelo, ahora.Él gruñó por lo bajo.—La reina no está poseída —explicó, sorprendiéndome—. Y la energía

malévola que siento proviene de tu hija. Las palabras se me atoraron en la garganta.—¿Q… qué? —tartamudeé—. ¿Eso significa… que mi hija es mala?—No —aclaró el hada aún sin mirarme—. Significa que sus poderes

están siendo controlados por el mal.Amira se quedó muy quieta al escuchar a Arus. O tal vez comprendió

que no valía la pena seguir malgastando energía para intentar liberarse. Detodas formas, ni Arus ni yo le haríamos daño.

—Debo suponer que tú eres el inteligente del grupo.

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Otra voz, tan fría como la del mismísimo infierno, se desplazó por elbosque hasta llegar a nuestros oídos, como un gélido susurro que provocabaescalofríos a su paso.

Arus y yo nos giramos al mismo tiempo. Había un hombre, o al menoseso aparentaba ser, caminando por entre los árboles negros. Era bastantealto —mucho más que Arus— y su cabello platinado brillaba bajo laoscuridad. Sus ojos tan rojos como la sangre recorrieron al hada y despuésse depositaron en mí, con una excitación difícil de descifrar.

Se detuvo a escasos metros y cruzó sus brazos, dejando ver laspuntiagudas garras en las que sus dedos terminaban. Una cínica sonrisaestaba tatuada en su rostro, como si nosotros fuéramos bichosinsignificantes y le resultara divertido encontrarnos así.

Una ráfaga de aire helado recorrió el bosque, haciéndonos estremecer.Temblé y me di cuenta de que mi cuerpo estaba tan entumecido que ya nisiquiera sentía los dedos de mis pies.

Con una rápida ojeada de preocupación miré a Amira, pero ella ni seinmutó. Parecía estar muy cómoda en medio de ese frío insoportable y no letemía a la presencia de aquel hombre. O demonio, mejor dicho.

Arus colocó su mano en mi hombro, obligándome a retroceder. Loobservé con curiosidad y por primera vez desde que lo había conocido, vimiedo en sus ojos. Si Arus estaba asustado, yo debería estar mortificado.¿Eso significaba que estábamos perdidos?

—Pero si es el rey de Sunforest —volvió a hablar el demonio, con unavoz tan suave que parecía aterciopelada—. ¿A qué debo el honor de estavisita?

—¿Quién eres? —pregunté sin poder ocultar los temblores de mi voz. Él arqueó sus cejas, con un toque de altanería.—¿Quién soy yo? —preguntó dando un paso más en mi dirección. La

mano de Arus se apretó fuerte en mi hombro—. Estás frente al mismísimorey del infierno, mocoso —respondió alzando su barbilla—. Yo soy Lucifer.

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Capítulo 34. Azael.

—¿Lu… cifer? —repetí, incrédulo. ¿El ángel caído que dominaba el infierno?—El mismo —respondió con una sonrisa igual de peligrosa que las de

Amira—. Aunque mi verdadero nombre es Azael y preferiría que me llamesasí, Joham.

Inconscientemente torcí mi boca al notar la desventaja. Él sabíaperfectamente quién era yo… y yo no estaba comprendiendo nada. Azaelnotó mi confusión, pero puso sus ojos en blanco con indiferencia y caminótranquilamente hacia Amira.

Asustado, pensé en impedirlo, pero Arus volvió a presionar mi hombro yme mantuvo en mi lugar.

«Quieto» —advirtió el hada.Ami ni se inmutó cuando Azael llegó hasta ella, colocó sus dos manos

sobre los delgados hombros de mi esposa y las ataduras de Arusdesaparecieron, liberándola. Ella recuperó su sonrisa ante eso.

Frustrado, pasé mis manos por mi rostro y volví a mirarla. Ladesesperación que sentía estaba alcanzando un punto de ebullición muypeligroso.

—Aléjate de ella —advertí, sintiendo cómo todo mi cuerpo estabatemblando por el enojo.

—¿Por qué? —preguntó Azael, al parecer divertido por mis temblores—. Llevo tiempo planeando este día.

—¿Tú? —pregunté incrédulo.Azael asintió con el amago de una sonrisa.

—¿Creíste que el debilucho de Enzo estaba solo? ¿En serio pensaste queera tan poderoso por sí mismo? —Rio con una tenebrosa carcajada que mepuso los pelos de punta—. No, Joham. Todo este tiempo yo estuveayudando al muy tonto. Vendió su alma al diablo para obtener algo, o mejordicho… a alguien.

Pasó una de sus manos por el cabello de Amira, como si fuera una suavecaricia. Yo me quedé mudo.

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—El problema fue que el muy idiota ni siquiera supo lo valioso que eraaquello que estaba intentando conseguir. A mí, por otro lado, me llamómucho la atención cuando vino a contarme que necesitaba aún más poderes.Lo miré con incredulidad, ¿más poderes para secuestrar a una débilhumana?

Pausó su discurso durante algunos segundos, dándome tiempo paraabsorber sus palabras. Parecía que Arus y yo apenas estábamos respirando.

—Entonces él me confesó que la humana estaba haciendo magia, denuevo. Y esta vez su cuerpo la estaba soportando. Oh, he de admitir quesonreí como hace mucho no lo hacía. Las cosas habían estado un pocoaburridas por aquí.

Amira me distrajo durante un momento. Desde que Azael llegó, estabamuy quieta, tal vez demasiado quieta para ser natural. Nos miraba, perosolo se movía para respirar, como si no tuviera permiso de hacer nada más.Yo fruncí mi ceño ante eso.

—Veo que por fin lo estás comprendiendo —dijo Azael, encantado consus palabras.

—¿Comprendiendo qué? —pregunté.El ángel caído suspiró y volvió a rodar sus ojos, perdiendo la paciencia.—Vaya que eres lento —dijo chasqueando sus dedos, como si quisiera

apurarme—. Pon atención a lo que te estoy diciendo. Gruñí por lo bajo ante sus palabras, pero decidí no hacer nada hasta

comprender verdaderamente a que nos estábamos enfrentando.—Llevaba mucho tiempo esperando por algún indicio de la profecía —

explicó— y fue Enzo quien me lo dio. Inmediatamente lo supe, utilizaría almuy idiota para obtener aquello que llevaba años esperando. Él podía hacerel trabajo sucio y yo me quedaría con el premio.

Comprendí que el premio era Amira… y nuestra bebé.—¿Qué le has hecho? —pregunté con horror.—Control mental —respondió como si no fuera la gran cosa—. ¿Sabes

que soy el único que tiene el poder para hacer eso?Apreté mis puños a mis costados con fuerza. Lo sabía. El control mental

estaba mucho más allá de la magia. Era insano, peligroso y solo fuerzasmajestuosas podían acceder a él. Como los dioses y el diablo.

—Deshazlo. Ahora.—No eres nadie para darme órdenes —respondió Azael, molesto por la

manera en la que le estaba hablando—. Ahora ellas son mías.

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Mis ojos brillaron tan rojos como los de él.—Sobre-mi-cadáver.

Azael dio un paso hacia mí y yo no retrocedí. Arus volvió a interponerseentre nosotros, pero yo sabía que eso era inútil. El infierno acababa dedeclararme la guerra al robarse a mi esposa y yo la había aceptado. Ni locome iba a quedar cruzado de brazos, de ser necesario iba a morir intentandorescatarla.

—Olvídate de ella —me aconsejó Azael, como si acabara de leer mispensamientos.

—Jamás.Me miró sin emoción alguna durante un momento, después se encogió

de hombros y nos dio la espalda, haciendo una seña con su mano.—Acaba con ellos —ordenó. Amira recuperó la movilidad en ese momento y tras dedicarme una

sonrisa tenebrosa, dio un salto en mi dirección.Arus me empujó hacia atrás con magia, haciéndome perder el equilibrio

y aterrizando de nuevo junto a Raúl. Alzó sus brazos para crear un nuevocampo de fuerza plateado y Ami dio una rápida marometa hacia atrás atiempo, cayendo sobre la tierra con unos ojos fieros.

—Inmune —lo llamó la potente voz del hada—, utiliza la llave paracrear un portal.

—¡No! —grité al comprender sus intenciones, pero Arus me ignoró yprovocó una fuerte ventisca para mantener a Amira en su lugar.

Raúl obedeció y sus manos se metieron debajo de su camisa paraencontrar la llave de Sunforest. A pesar de sus ligeros temblores, logrócrear el portal con rapidez. Arus miró por encima de su hombro paracomprobarlo y sus ojos se clavaron en mí.

—Nos vamos.—¡No! —repetí con todas mis fuerzas, aterrado por tener que alejarme

de Amira.—No te lo estoy preguntando.Sus manos cambiaron de dirección hacia nosotros y otro golpe de magia

nos obligó a Raúl y a mí a caer hacia atrás, cruzando el portal sin poderloimpedir. Amira aprovechó su distracción y lo último que vi fue su rostro, acentímetros del mío y completamente desencajado por el enojo.

Arus la envolvió en humo gris para jalarla de regreso y apartarla denosotros. Lo siguiente que supe fue que un fuerte golpe en la cabeza logró

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dejarme inconsciente.

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Capítulo 35. La reina del infierno.

Recuperé el conocimiento sin abrir los ojos. La espalda era lo que másme dolía, arrancándome un ronco gemido desde lo más profundo de migarganta. Me quedé quieto durante algunos minutos, deseando que el dolorremitiera, aunque no estaba seguro de si se trataba del físico o el emocional.

Recordaba absolutamente todo. Cada detalle desde nuestra boda hastaque perdí el conocimiento. Lo había soñado una y otra vez y las imágenesestaban grabadas con fuego en mi memoria. Una parte de mí no queríadespertar y enfrentar la realidad, pero alcancé a escuchar un ruido lejanoque me llamó la atención.

Abrí los ojos, sin prisa. Reconocí nuestra habitación del castillo y porprimera vez desde que había despertado me pregunté cuánto tiempo llevaríainconsciente. Miré hacia mi izquierda y observé el lado vacío de la camacon una opresión en el pecho. Teníamos demasiados problemas como paraque yo continuara acostado, negando la realidad.

Me puse de pie con cuidado, examinando mi espalda. Seguramenteestaba adolorido por los golpes pero comprobé que podía moverme sinproblema, así que no debería ser nada serio.

Antes de que lograra pensar en algo más, volví a escuchar el mismoruido de hace unos minutos. Extrañado, me asomé por la ventana y abrí misojos, sorprendido por todo el caos que se alcanzaba a ver al pie del castillo.

Aparecí en medio de los forestnianos, preocupado de que algo graveestuviera pasando. Giré sobre mí mismo buscando alguna clase de amenaza,pero me vi envuelto en medio de una intensa discusión.

Algunos guardaron silencio al verme de repente, pero la mayoría siguiógritando cosas inentendibles. Unos cuantos discutían entre ellos, otros encontra de Dandelion y Arus.

—Basta —ordené al notar que aquello era producto del miedo. Nodeberíamos discutir entre nosotros, ni perder la cordura—. ¡BASTA! —repetí.

Utilicé mi magia para amplificar mi voz y, sin quererlo, los árboles queestaban a nuestro alrededor se estremecieron. Controlé mi rostro para nodemostrar ninguna emoción ante eso, pero Arus no lo dejó escapar y me

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miró con cautela. Ambos habíamos comprendido que el bosque estabaconmigo y me reconocía como el único rey que se encontraba en Sunforest,por el momento.

Suspiré, apartando esos pensamientos para poder concentrarme en losforestnianos, quienes habían guardado silencio tras mi grito.

—¿Qué sucede? —pregunté.—Eso mismo queremos saber nosotros. No pude evitar sorprenderme por el tono de voz con el que se dirigieron

hacia mí, pero me obligué a mantener la calma. Los forestnianos queríantanto a Amira que seguramente estaban aterrados por su desaparición. Talvez tanto como yo.

—Necesito que guarden la calma —les pedí—. No podemos crear másproblemas que los que ya tenemos encima.

—¿Qué problemas? —preguntó uno.—¡Tenemos que rescatar a la reina! —gritó otro.Dandelion apareció a mi lado y yo lo agradecí internamente, sintiendo su

silencioso apoyo.—Escúchenme —dije, mirando a mi alrededor—. La situación con

Amira es más complicada de lo que creíamos. Es probable que tardemos untiempo en solucionarla.

El pueblo explotó de nuevo en cientos de gritos que no alcancé acomprender. Los forestnianos estaban demasiado nerviosos y alterados y yosentía que era mi responsabilidad calmarlos, pero no lograría hacerlo si nome escuchaban.

Alcé mis brazos en cruz y me mantuve en silencio. El viento sopló fuertey se movió por entre los forestnianos, como si fuera una caricia quetransportaba tranquilidad. Todos los que la recibieron detuvieron susincesantes gritos, poco a poco, hasta que todo volvió a sumirse en elsilencio. Dandelion me miró, impresionado.

—Enzo se llevó a Amira —expliqué, como siempre honesto con ellos—pero había alguien detrás de Enzo, alguien mucho más poderoso. Es por esoque no pudimos rescatarla.

—¿Quién? —preguntaron.—Su nombre es Azael… se trata del rey del infierno.Una exhalación colectiva recorrió el lugar y el miedo se sintió como una

corriente eléctrica. Yo tragué saliva, intentando apartar mis emociones.

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—Al parecer —continué— los poderes de nuestra hija son inmensos,más de lo que creíamos, y Azael está controlando mentalmente a Amirapara poder hacer uso de ellos —dije bajando un poco la voz, como si noquisiera aceptarlo—. Amira no es Amira en este momento y debemos tenermucho cuidado con ella.

Los forestnianos parecían estatuas ante mis palabras. Ni siquiera yopodía creerlo aún. Si no lo hubiera visto con mis propios ojos, en estemomento estaría en negación.

—¿Qué pasará con nosotros? —susurró uno de ellos, pero lo alcanzamosa escuchar perfectamente.

Abrí la boca, pero alguien respondió antes que yo.—El bosque ha reconocido a Joham como su rey —anunció Arus, dando

un paso al frente.Si hace algunas semanas alguien me hubiera dicho que le escucharía

decir esas palabras al hada, me hubiera reído a carcajadas.—Estoy aquí para ustedes —afirmé —y les prometo que haré todo lo

posible por recuperar a Amira, pero es muy importante que comprendan…—Volví a tragar saliva—. Esta es una situación muy difícil y complicadapara mí.

Algunos forestnianos asintieron, otros me miraron con comprensión. Elresto se quedó mudo. Recordé cómo Arus había insistido en sacarme delinfierno, alegando que yo era el único rey de Sunforest y en ese momentorealmente lo comprendí. Ellos me necesitaban, ahora más que nunca. Nopodía dejarlos solos y eso me asustaba, ¿llegaría un momento en el quetendría que escoger entre recuperar al amor de mi vida o continuar con mireinado? Y de ser así, ¿cuál elegiría? ¿Cuál sería la decisión correcta?

No tenía ni idea.

Mandamos a todos a casa una vez que comprendieron la situación en laque nos encontrábamos. No había más que pudiéramos hacer por elmomento, salvo estar atentos y mantener la calma.

Dandelion y Arus se acercaron a mí, ambos con una extraña chispa deorgullo. Sí, incluyendo al hada. La cabeza me dolía solo de pensarlo yentonces comprendí el porqué, ¿Arus se había rendido respecto a Amira?No quería pensar en que estaba depositando su confianza en mí porque ensilencio ya la había dado por perdida a ella.

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—Tenemos que hablar —exigí. Dandelion asintió.—Raúl está en el castillo, estábamos esperando a que se recuperara un

poco.—¿Está bien?—Está vivo —recalcó Dandelion— pero muy afectado por lo de Amira. Y me observó con ojos preocupados. Yo asentí con la cabeza, ignorando

su preocupación.—¿Y Jared?—Está con Samara… pero ha estado algo inquieto, tal vez intuye que

algo va mal.—Su mamá ha desaparecido —murmuré casi gruñendo—, claro que

intuye que algo va mal.Dandelion guardó silencio al comprender mi malhumor y yo me limité a

volver al castillo, con ambos pisándome los talones.—Raúl está en el estudio.Asentí y aparecimos en esa parte del castillo. Raúl casi saltó hasta el

techo por el susto. Cerró los ojos, al parecer intentando calmarse, y recargósu espalda en la pared más cercana para deslizarse hasta el suelo.

—Raúl —lo saludé.—Joham —respondió sin abrir los ojos. Yo dudé.—¿Estás bien?Sus ojos se abrieron al escucharme y me miró, extrañado. Tal vez sí era

una pregunta rara, al menos viniendo de mí.—¿Lo estás tú?Touché.—¿Podemos hablar? —pregunté, sin intención de responderle.—Supongo —respondió sin mucha convicción. Me senté en la silla más cercana a él para poder quedar de frente. Él alzó

sus ojos y sostuvo mi mirada.—¿Recuerdas qué pasó?Su ceño se frunció, como si recordar le provocara dolor de cabeza.—Sé que Enzo me encontró cuando estaba con Jared, pero no recuerdo

nada más hasta que llegamos al infierno —suspiró—. Conforme mástiempo pasa más confuso se vuelve.

—¿Podrías intentar contarme? —pregunté, desesperado por obteneralguna pista.

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Hubo un momento de silencio antes de que él continuara, tal vez estabaponiendo sus pensamientos en orden.

—Azael fue quien me separó del cuerpo de Enzo —comenzó a relatar—y en ese momento no comprendí en dónde me encontraba. Noté que Amirano se podía mover e intenté acercarme a ella, pero Enzo se atravesó en esemomento y se aferró a su cuerpo como si fuera una especie de trofeo. Azaelse rio.

»Comenzaron a discutir entre ellos, pero no alcancé a entender muy bienel porqué. Lo único que comprendí fue que Amira era la clave de esadiscusión. Al parecer, los dos la querían para sí mismos… como si fuera unjuguete en lugar de una persona.

»Azael le advirtió que lo mataría si no le obedecía y la entregaba, peroEnzo se negó. Al parecer, lo amenazó con que olvidó que él le había dado lamayoría de sus nuevos poderes y que él podía quitárselos. Y lo hizo, lo dejóindefenso y Ami recuperó la movilidad durante ese segundo. Nos miramos,los dos muertos de miedo.

»Entonces, Azael apartó a Enzo y se acercó a ella. Amira no se movió.Se obligó a despegar sus ojos de los míos para poder enfrentarse a él. Sepresentó como si nada, con una amabilidad que causaba escalofríos. Ambosnos congelamos cuando comprendimos quién era y… a partir de ahí todosucedió muy rápido.

»Azael le prometió que todo estaría bien, como si intentara consolarla.Le dijo que él solo quería a la niña que llevaba en su vientre y que, si Amiracooperaba y se portaba bien, una vez que la bebé naciera, él desapareceríacon ella y la dejaría vivir.

»Vi cómo Amira tembló del enojo y comprendí que ella no se rendiría.Le ordenó que se alejara y lo atacó con un hechizo, una especie de rayo quegolpeó justo en el pecho de Azael, pero él solo rio como si aquello lehubiera causado cosquillas. Ella lo miró, incrédula. Ningún daño le hizo.

»Intenté acercarme cuando Azael la tomó de las muñecas, tan fuerte queella soltó un gemido de dolor. Bastó mirarme con sus terribles ojos rojospara apartarme de nuevo. Ami, como siempre preocupada por los demás enlugar de por sí misma, le gritó que me dejara en paz y me permitieramarcharme.

»Creo que Azael perdió la paciencia después de eso, porque le respondióque ella ya no daba las órdenes ahí. Amira pareció comprender sudesventaja, ya que no dijo nada más. Él estaba molesto. Le dijo que había

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perdido una oportunidad única y que podía darse por muerta. Le prometióque iba a utilizarlas, a ambas, para causar muchísimo daño. Que searrepentiría de por vida, porque ahora sería ella la que destruiría todo lo queamaba… con sus propias manos.»Ni Amira ni yo comprendimos en ese momento de qué estaba hablando,pero me sentí morir cuando Azael le colocó su dedo índice en la frente yAmi soltó un fuerte grito de dolor. Enzo intentó recuperarla en esemomento, pero era imposible acercarse a ellos, parecían estar protegidospor una barrera invisible.

»Azael presionó con más fuerza la frente de Ami y ella cerró los ojos.Por un momento, creí que la había matado cuando dejó de gritar, pero él seseparó y ella continuó de pie. Inmóvil. Con los ojos cerrados. La llamé y norespondió. Azael me miró por primera vez desde que todo eso habíacomenzado y me sonrió con odio.

»“Ahora solo responde a mí” explicó sin borrar su sonrisa y el estómagose me revolvió. Azael dijo su nombre y ella abrió los ojos, confirmando laspalabras que acababa de decir. Noté que sus ojos azules estaban fríos y surostro serio, ni un rastro del miedo que había antes. “Mátalo” ordenó convoz suave.

»Sorprendido, di un paso hacia atrás cuando Amira flexionó sus rodillas,creyendo que saltaría sobre mí, pero su cuerpo se desvió y cayó sobreEnzo…

Raúl se detuvo de pronto, dejándome en suspenso. Hasta ese momentome di cuenta de que me encontraba casi al borde de la silla, escuchandotodo tan tenso que estaba enterrando mis propias uñas en las palmas de mismanos.

El inmune me miró a los ojos y negó con la cabeza.—No puedo decirlo —explicó—. No puedo describir la terrible manera

en que lo mató.Recordé el cuerpo de Ami manchado con la sangre de Isis, apretando el

corazón de la reina oscura en una de sus manos. Esa imagen, después deseis años, aún me causaba pesadillas.

—Está bien —respondí—, no necesito saberlo.Él asintió, al parecer algo agradecido, y se tomó un momento antes de

seguir. Yo se lo concedí, paciente.—Después de eso, Azael la felicitó como si fuera un padre orgulloso de

su hija. Le limpió la sangre con magia y Amira sonrió, divertida con todo

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eso. Los ojos de ambos cayeron sobre mí y supe que estaba muerto.»Azael me dijo que no tuviera miedo e insistió que sería un placer morir

a manos de la nueva reina del infierno. Amira asintió, de acuerdo con suspalabras.

»A pesar de que no sentía mis piernas, Azael le dijo a Amira que seríadivertido darme diez segundos de ventaja y que podría comenzar a practicarsu cacería conmigo. Yo miré a mi mejor amiga, esperanzado y esperandopoder encontrar un rastro de ella, algo que me indicara que no se atrevería ahacerme daño. Pero entonces y para mi sorpresa, empezó a contar con unavoz tan dulce que parecía venenosa.

»El instinto me obligó a correr, pero en el fondo pensé que sería inútil yque a esas alturas solo estábamos retrasando lo inevitable. Entonces... meencontré contigo.

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Capítulo 36. Consejero real.

El silencio volvió a inundar el estudio cuando Raúl dejó de hablar y yome animé a mirar a mis compañeros, intentando averiguar si ellos seencontraban tan afectados como yo.

El rostro de Dandelion estaba tan pálido como la nieve. Arus estabaserio, pero alcancé a notar las arrugas de preocupación en su frente. Los tresnos miramos y yo recargué mi frente en mi mano derecha, buscando algunaespecie de contención.

—Ella estará bien, ¿verdad? —dijo Raúl, seguramente preocupado antenuestro silencio—. Se supone que aquí es donde me prometes que larescatarás. —Quería responder que sí, no solamente a Raúl sino a mímismo, pero algo muy dentro de mí me impidió hacer esa promesa, tal vezporque aún no lograba entender a fondo la situación—. ¿¡Por qué te quedascallado!? —gritó, perdiendo la paciencia.

—Necesito hablar con Dandelion. A solas —me limité a responder,haciendo una seña con mi mano para que el resto de las personas salieran dela habitación.

Me obligué a levantar la vista para encontrarme con el incrédulo rostrode Raúl.

—Pensé que estaría a salvo contigo —me recriminó. —Yo también —admití, conteniendo la tristeza y la desesperación.Arus caminó hacia la salida y le hizo un gesto a Raúl para que lo

siguiera. El inmune apartó su mirada de mí y lo obedeció, dejándome con lasensación de que había querido decirme algo más, arrepintiéndose en elúltimo minuto.

Me permití suspirar cuando nos quedamos solos, intentando controlar lanueva oleada de dolor que comprimió mi pecho. Dandelion se acercó a mí,con pasos vacilantes.

—Hace un rato el bosque me reconoció como rey —murmuré. —Lo sé. Lo vi.—Eso nunca había pasado antes —expliqué preocupado—. A pesar de

que Amira me proclamó rey, yo nunca había tenido el control del bosque.—Ahora estás casado con ella, es distinto.

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Yo negué con la cabeza.—No es solo eso. Algo más está pasando y creo que Arus lo sabe.Dandelion colocó una de sus manos sobre mi hombro, pero yo me puse

de pie para apartarlo.—No hagas eso.—¿Qué? —preguntó confundido.—Consolarme. No necesito a un padre en este momento, necesito a mi

consejero real.—Joham…—No —insistí—. Tengo que tomar una decisión y necesito que me

ayudes a dejar a un lado todas mis emociones y sentimientos para estarseguro de que será la correcta.

Dandelion asintió y esa vez se mantuvo distanciado de mí.—¿En qué te puedo ayudar? —preguntó.—Necesito tu consejo más sincero e inteligente —insistí. —Haré lo que pueda.Me recargué en la mesa para poder quedar frente a él y nos miramos a

los ojos, mientras yo intentaba poner en orden mis ideas.—Amira está siendo controlada mentalmente por el rey del infierno. Eso

la vuelve demasiado peligrosa.—Estoy de acuerdo.—Como ella no está, el bosque acaba de reconocerme a mí como rey —

continué y él volvió a asentir—. Entonces, ¿mi deber es desentenderme detodo y rescatar a mi esposa o quedarme aquí y proteger al bosque?

Dandelion me examinó con unos ojos amarillos tan serios que vi venirsu respuesta, aun antes de que la dijera en voz alta.

—Sunforest necesita a su rey —pronunció claro y suave. Cerré los ojoscon fuerza al escucharlo y la cabeza me dio vueltas—. En este momentoAmira es una amenaza y tu obligación principal es proteger a tu gente, eneste caso, de ella.

—¿Y cómo los voy a proteger? —pregunté desesperado—. Ni siquierame atreví a hacerle daño en el infierno. No puedo hacerlo.

Dandelion subió sus ojos al techo, pensativo.—El hecho de que tu lealtad deba permanecer con el bosque, no

significa que no tengamos que rescatar a Amira.—¿Cómo? —pregunté sin comprender.Sus ojos bajaron y volvieron a clavarse en mí.

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—Tal vez deberías confiar en nosotros y dejarlo en nuestras manos. Túconcéntrate en el bosque y nosotros nos ocuparemos de Amira.

—Siempre he confiado en ustedes —aclaré— pero siento que no saben alo que se están enfrentando en esta ocasión. Ustedes no vieron a Amira.

—Arus sí —aclaró—. Él nos ayudará. A pesar de su seguridad, yo todavía tenía mis dudas al respecto. Amira

era poderosa y hasta ahora no había manera de defendernos sin lastimarla.La clave estaba en romper el control mental, ¿pero cómo?

—Hay algo que no hemos terminado de comprender. —Dandelion alzósus cejas y me miró con curiosidad—. La bendita profecía de la que todoshablan.

—Hasta ahora, ¿qué sabes de la profecía?—Que tendremos una hija tan poderosa… que al parecer todos la

quieren. Creo que hay algo de verdad en ella, eso explicaría por qué Amirapuede hacer uso de su magia.

—Lo que significa que en cuanto tu hija nazca, Amira volverá aconvertirse en una simple mortal.

—Y estará indefensa.—Y ambas se encontrarán en peligro. —Pero había algo todavía más

profundo en medio de todo eso. Algo que no cuadraba.—Dandelion, ¿qué tan bien conociste a mi familia? —pregunté.Él pestañeó, algo sorprendido por el repentino cambio de tema.—No mucho —dudó—. Tu familia siempre estuvo un poco apartada de

todo. Era muy reservada, ¿por qué?—Curiosidad —mentí—. Comienzo a pensar que sé muy poco sobre

ellos.—Aún eras un niño cuando los perdiste —justificó él—. ¿Qué tiene que

ver tu familia en todo esto?—Supongo que mucho —admití—. ¿Por qué justamente mi hija resulta

ser tan poderosa que se ha convertido en la más buscada? Amira es humana,así que no heredó la magia de ella.

Dandelion se congeló al escucharme y con eso yo estuve seguro de queacabábamos de descubrir un detalle importante.

—Ahora que lo dices… es curioso.—Tiene que haber una explicación detrás de todo esto y si la

encontramos, tal vez haya algo de esperanza.

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—Tal vez —coincidió Dandelion y volvió a mirarme con cautela—. ¿Yahas tomado una decisión?

—¿Respecto a qué?Él carraspeó.—¿Amira o Sunforest?Asentí.—Ambos —respondí sin duda alguna—. Tiene que haber una manera de

protegerlos a ambos.

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Capítulo 37. Mamá.

Cuando entré a la habitación de Jared, tres personas alzaron sus ojos almismo tiempo y me miraron. Sonreí para intentar no preocupar más a mihijo, ya que la mirada de él fue la más inquieta.

—Hola —le dije a mi pequeño y me senté en su cama para darle unfuerte abrazo y besarlo en la coronilla.

—Hola —respondió él, cabizbajo. Raúl y Samara me miraron en silencio, los dos se veían preocupados

pero en ese momento yo no tenía energía para tranquilizarlos.—Samara, ¿podrías llevar a Raúl a su habitación?—¿Mi habitación? —respondió el inmune, sorprendido. —Dandelion y yo creemos que no es buena idea que regreses a la

Tierra... por ahora. Arus ha levantado un hechizo en tu cuarto para que estésa salvo.

—Pero —dudó— no puedo simplemente desaparecer de mi vida. Ana vaa preocuparse.

Yo lo miré, bastante serio.—No te obligaré a quedarte —expliqué con paciencia— pero piénsalo.

Aquí estarás a salvo. Y si vuelves a casa podrías poner a Ana en peligro.Él bajó la mirada, pensativo, pero pareció estar de acuerdo conmigo ya

que no volvió a negarse.—Gracias —murmuró.—No tienes nada que agradecer —aclaré—. Ahora, ¿podrían darme un

momento con Jared?Samara asintió y se puso de pie con un salto, haciéndole una seña a Raúl

para que la acompañara. Ambos salieron, dejándome a solas con mi hijo.Ya había anochecido, por lo que él traía puesta su pijama. El resto del

día se me había ido entre pláticas con Dandelion, en las que no habíamoslogrado resolver nada ni llegado a ninguna conclusión. Prácticamente habíasido tiempo perdido, salvo por el hechizo que colocamos en la habitación deRaúl y Jared para que estuvieran protegidos en caso de que Amira decidieraaparecer.

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Me senté en el centro de la cama y cargué a mi hijo para acomodarlosobre mi regazo. Él alzó su rostro y me miró, con unos ojos verdes bastanteintensos.

—Estoy triste —me informó. Yo pasé una mano por su cabello, intentando consolarlo con la caricia.—¿Por qué estás triste? —pregunté, intentando comprender cuánto

sabía. —Mamá no está. —Mordí el interior de mi mejilla, pero asentí. No iba a

mentirle a Jared.—Mamá no está —confirmé—, pero aquí estoy yo. —La quiero a ella —dijo haciendo un puchero y el borde de sus ojos se

llenó de lágrimas. Dejé salir un suspiro.—¿Recuerdas tu cuento favorito? ¿El de la princesa perdida? —Jared

asintió con su cabecita, provocando que algunas lágrimas se deslizaran porsus mejillas. Yo las limpié con mis pulgares—. ¿Quieres que te lo cuente?

—Sí —aceptó.Comencé a relatar la historia, intentando que los detalles lo hicieran

olvidar su llanto. Y funcionó, se concentró en mis palabras y a la mitad delcuento sus ojitos dejaron de derramar lágrimas. Toda su atención estaba enmí y eso me puso un poco nervioso para seguir, pero tenía que hacerlo.

Terminé y me tomé algunos segundos para que él absorbiera la historia,a pesar de que ya se la sabía de memoria. Aparté el cabello de sus ojos yvolvió a mirarme, como si supiera que yo estaba a punto de decirle algomuy importante.

—Hay una parte del cuento que nunca te he dicho —confesé y él sequedó en silencio, esperando a que yo continuara. Respiré hondo antes deañadir—: La princesa perdida está viva.

Jared abrió su boca y me miró con sorpresa, dejándome ver todos susdientes de leche.

—¿Está viva? —repitió incrédulo.Asentí.—Las hadas la protegieron, gracias a eso pudimos revivirla y ha

gobernado durante todos estos años. —Evalué la reacción de mi hijo antesde añadir—: Jared, mamá es la princesa.

—¿¡Mi mamá!? —chilló emocionado. —Así es. Mamá fue quien derrotó a la reina oscura y dio su vida para

salvarnos a todos… pero revivió. Y te digo esto ahora, porque quiero,

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necesito, que comprendas lo valiente y fuerte que es mamá.Él asintió y pude ver en su rostro que luchaba por entenderlo, pero un

remolino de confusión revoloteaba por sus ojos. Tal vez necesitaría mástiempo.

—Mamá es fuerte —concluyó y yo sonreí al escucharlo. En verdad quetenía al hijo más inteligente del mundo.

—Lo es —coincidí— y mucho. Tal vez ella no está aquí en estemomento, con nosotros, pero ni tú ni yo debemos olvidar lo fuerte que es.¿De acuerdo? —Él asintió —Jared, tenemos que ser tan valientes como ella.

—Papá —dijo él lanzándose a mi cuello para rodearme con sus bracitos—, tú eres valiente como mamá.

Exhalé de golpe todo el aire que había estado conteniendo en el últimominuto, sorprendido con sus palabras. Le devolví el abrazo y lo apretécontra mi pecho. Su cuerpo era tan diminuto y liviano que cabíaperfectamente en mis brazos, besé su pelo y cerré los ojos, disfrutando delaroma de mi bebé.

Nos quedamos así por largos minutos, consolándonos el uno al otro.Tuve que controlarme para no quebrarme frente a mi hijo, por lo que respiréhondo varias veces antes de volver a separarnos.

Cuando Jared me soltó y volví a sentarlo sobre mis piernas, meconmovió ver que el color de sus ojos era completamente dorado. Conmagia hice que un pequeño óvalo se creara frente a nosotros, en dondeapareció nuestro reflejo.

—Mira tus ojos —lo animé.Jared se observó a sí mismo y ladeó su rostro, lleno de curiosidad. Llevó

sus manos hacia sus ojos, como si quisiera tocarlos para entender todo loque estaba sucediendo. Yo volví a cerrar los míos, concentrándome pararecordar el momento en el que mi primer hijo había nacido.

«Un fuerte golpe en mi frente me despertó. Abrí los ojos, confundido porla repentina interrupción de mi sueño y miré a la palma de Ami que aúnestaba a centímetros de mi rostro.

Bajó y volvió a golpearme con fuerza.—Auch —me quejé, un poco molesto ante el ataque sin sentido. Aparté la mano con un manotazo y me giré para verla, dispuesto a

reclamarle, pero las palabras se atoraron en mi garganta cuando la

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encontré con lágrimas al borde de sus ojos.—¡Te odio tanto! —me gritó.Cerró la mano en un puño, dispuesta a golpear mi pecho con toda su

fuerza, pero alcancé a sujetar su muñeca para detenerla a tiempo.—¿Ami? —pregunté confundido—. ¿Qué sucede?Los últimos días había tenido un humor de perros y todos culpaban a

algo llamado “hormonas”, pero atacarme a golpes cuando yo ni siquierahabía hecho nada ya era demasiado.

Ella cerró sus ojos y gimió fuertemente, dejando caer su espalda sobrela almohada y provocando que las lágrimas se deslizaran por sus mejillas.Solté su muñeca para sujetar su mano y ella me apretó los dedos con unafuerza que ni siquiera sabía que tenía.

—Me duele —alcanzó a decir entre sus labios apretados.Arqueó su espalda y mis ojos cayeron sobre su barriga, aún cubierta por

la sábana. La mano libre de Ami arrugaba la tela blanca… entonces locomprendí de golpe.

—¿El… el bebé? —tartamudeé.Ella abrió sus ojos y me miró, enfurecida.—¿Tú qué crees? —dijo, exhalando aire repetidamente por su boca.—¿Y por esto me odias? —pregunté incrédulo. —Te odio por haberlo metido ahí sin mi permiso… —murmuró

enojada. —Oh no, amor. Tuve tu permiso. Repetidas veces, incluso me rogaste

que te…—¡Joham! ¿En serio crees que este es el momento? —bufó—. Cuando

sientas todo el dolor que estoy sintiendo… ¡Au!Algo asustado por su agresividad, negué con la cabeza. Su rostro estaba

contorsionado y soltaba una combinación de gemidos y sollozos. Tal vez nosentía su dolor, pero verla así me estaba poniendo ansioso.

Pasé una mano por su frente, intentando calmarla. Ella suspiró alrecibir mi caricia y sus ojos se suavizaron un poco.

—Intentaba despertarte —explicó— rompí fuente y me asusté.—Mierda.Tiré de la sábana para descubrir su cuerpo, todo estaba empapado de la

cadera hacia abajo. Con mucho cuidado, la cargué para acomodarla en milado y le quité la ropa húmeda, mientras llamaba insistentemente a Samaracon mi mente.

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—¡Joham! —gritó Ami, esa vez sin enojo. —Aquí estoy, linda —respondí intentando controlar los temblores de mi

propia voz.Amira respiró hondo, indicándome que la contracción había pasado. En

ese momento apareció Samara y yo suspiré, aliviado.—Es hora —le avisé. —Lo imaginé por tus gritos enloquecidos llamándome a las cuatro de la

mañana —respondió divertida. Tal vez sería buena idea que nos contagiaraun poco de esa diversión, para tranquilizar nuestros nervios.

—¿Qué tengo que hacer? —pregunté comenzando a caer en cuenta delo que estaba sucediendo.

—Relajarte —me indicó—. Amira te necesita con la cabeza fría. Yo meencargaré del bebé.

Asentí rápidamente y observé cómo la sanadora se acercó a mi chica,quien estaba a punto de dar a luz a mi primer hijo. Un mareo amenazó conhacerme perder el conocimiento.

—¿Cómo estás? —preguntó Samara, poniendo sus manos sobre lasrodillas de Ami.

—He estado mejor —admitió ella. Samara abrió sus rodillas para poder examinarla y yo tuve que dar un

paso hacia atrás para poder mantener el equilibrio. Los ojos de Amicayeron sobre mí al notar el movimiento.

—Si te desmayas te juro que te mato —me amenazó.

Ambos estábamos sentados sobre la cama, yo recargado sobre elrespaldo y Ami apoyada sobre mi pecho. A esas alturas ya había perdido lanoción del tiempo, pero esa era la menor de mis preocupaciones. Amirasujetaba mis manos y las apretaba fuertemente, las contracciones eranbastante seguidas y Samara le dedicaba palabras de aliento a Ami. Nuestrohijo estaba a punto de nacer.

—No puedo —dijo ella, echando su cabeza hacia atrás y recostándolaen mi hombro izquierdo. Yo aproveché para besar su sien.

—Sí puedes —corregí—. Lo estás haciendo muy bien. —Ami —la llamó Samara, quien estaba posicionada entre sus piernas

—. Tu bebé ya está aquí, necesito que pujes con todas tus fuerzas en lasiguiente contracción, ¿entendido?

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Ella enderezó su cabeza y asintió en silencio, yo le devolví el apretón demanos.

—Vamos linda —la animé. Amira gritó con un volumen que nunca le había escuchado y enterró sus

uñas en mi piel.—¡Puja! —gritó Samara al mismo tiempo. Los segundos más largos de mi vida comenzaron en ese momento. Ni

siquiera imaginaba lo eternos que estarían siendo para Amira. Escucharlagritar de esa manera agitaba mi corazón y me hacía sentir impotente. Talvez sí había sido mi culpa. Tal vez debimos tener más cuidado, ella apenashabía cumplido diecisiete años…

Ami paró de gritar y se dejó caer sobre mi pecho.—Estoy exhausta —sollozó.—Respira —le dije al oído—. Hazlo junto conmigo.Comencé a inhalar y exhalar para que ella imitara mi ritmo. Sentí cómo

nuestros pechos subían y bajaban, completamente conectados en esemágico momento.

—Eso —la felicité—, ya falta muy poco. Tú puedes. Yo sé que túpuedes.

—Necesito que la próxima vez pujes más fuerte, Ami —dijo Samara convoz suave. La sanadora también estaba resultando ser un gran apoyo enese momento. Nunca lo olvidaría.

Supe que la contracción llegó cuando Ami se separó de mi pecho y sedobló un poco hacia adelante, junto con otro grito.

—¡Empuja! —ordenó Samara—. Con todas tus fuerzas.—¡Aaaaaarrrgggghhh! —gritó ella tan fuerte que en serio pensé que se

desgarraría la garganta.La sostuve lo mejor que pude. Su cuerpo estaba bañado en sudor y el

cabello se le pegaba a la nuca. Solté una de sus manos cuando se relajó denuevo y le hice un moño con su pelo, esperando que eso le diera un poco dealivio.

—Joham —me llamó.—Aquí estoy —dije volviendo a entrelazar mis dedos con los de ella

después de recoger su cabello.—Un último empujón —dijo Samara—. Uno más, Ami, y todo esto

habrá terminado.

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La contracción llegó más pronto de lo que esperábamos. Amira serecargó en mí por completo y con los ojos cerrados pujó con todas susfuerzas. El corazón me saltó hasta la garganta cuando, por encima de suhombro, alcancé a ver un pequeño cuerpecito lleno de sangre deslizarsehasta los brazos de Samara.

—¡Lo lograste! —grité, emocionado y aterrado ante la imagen. En el segundo siguiente Amira dejó caer todo su peso sobre mí, soltando

por fin mis manos. Yo la contuve y la abracé con fuerza, cruzando misbrazos por encima de su pecho.

—Es un niño —nos avisó Samara con la voz entrecortada. Mis ojos se llenaron de lágrimas en un segundo, dejando salir todos los

nervios de las últimas horas. Busqué el rostro de Ami y lo jalé hacia mípara poder verla, ella también estaba llorando.

—Es un niño —le repetí emocionado.Ella sonrió, pero yo me comí esa sonrisa con un beso tierno que

intentaba demostrarle todo lo que estaba sintiendo en ese momento.Cuando me separé, acaricié su mejilla húmeda con la palma de mi mano.

—¿Cómo te sientes?—Agotada —admitió—, pero inmensamente feliz. —¿Ya no me odias? —bromeé. —No —dijo alzando su rostro para que le diera otro beso, yo la obedecí

y probé sus labios durante un par de segundos—. No hubiera podido sin ti. Samara se acercó a nosotros, había limpiado a nuestro bebé y ahora él

estaba envuelto en una cobijita. Su rostro estaba sonrosado y sus ojosgrandes y verdes se encontraban abiertos, mirándonos.

—Oh Joham, tiene tus ojos…Ami estiró sus brazos para recibirlo y Samara se lo entregó, con

cuidado. Yo lo miré completamente embelesado.—Hola —lo saludó Ami con una voz un poco más aguda de lo normal

—. Soy mamá. Y él es tu papá.Nuestro bebé parpadeó y continuó observándonos. En ese momento, fue

como si toda mi esencia se conectara con ese pequeño ser. Una burbuja deamor nació de mi pecho y nos envolvió a los tres, embriagándonos con esesentimiento. Pasé mi mano por su cabecita con poco cabello rubio y mesorprendió lo suave que era. Podría acariciarla todo el día.

Ami alzó sus ojos y me miró, en silencio. Pude ver en ellos que estabasintiendo el mismo remolino de emociones que yo. Como aún seguía

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recargada en mí, me fue fácil envolverla en mis brazos y besar dulcementesu mejilla.

—Debemos pensar un nombre con “J” —me recordó.Sonreí. Habíamos acordado que de ser niño buscaríamos un nombre que

tuviera mi inicial. Y en caso de ser niña pensaríamos un nombre quellevara la “A” de Amira.

—No hay prisa, podemos llamarlo bebé hasta que se nos ocurra uno. Ella rio, escuchar ese sonido después de tantos gritos fue como música

para mis oídos.—¿Quieres cargarlo? —me preguntó.—Después —respondí—. Estoy disfrutando mucho de verlos juntos.Amira me sonrió.—Lamento haberte gritado —se disculpó.—¿Y qué me dices de los golpes? —pregunté alzando mis cejas.—Mmm —pensó—. Esos te los merecías.Yo dudé al escucharla.—¿Aún estás molesta conmigo por habernos embarazado sin querer?Ella bajó su mirada y miró a nuestro pequeño durante varios segundos.—No —respondió al fin, quitándome un peso de encima—. Justo ahora

no puedo imaginar mi vida sin él. Creo… creo que ha valido toda la penadel mundo»

Abrí mis ojos, seguro de que también se habían puesto dorados por elrecuerdo. Jared me miró, impresionado.

—Mis ojos cambian de color como los tuyos —le expliqué. —¿Por qué?—Por nuestros sentimientos. Cada vez que sentimos algo tan fuerte que

es imposible ocultarlo, se refleja en nuestros ojos: justo ahora el doradosignifica amor, porque tú y yo nos amamos.

—Woaw —exclamó junto con una expresión que me resultó graciosa. —Poco a poco, te explicaré muchas más cosas sobre tu magia y los

forestnianos —le prometí— pero ahora, ya es hora de dormir.—Quédate conmigo —me pidió, de nuevo ansioso.—Creo que esa es una gran idea —acepté. Yo tampoco quería dormir solo, el lado vacío de Ami me torturaría

durante toda la noche. Jalé las sábanas para cubrirnos y me recosté a un

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lado de él, abrazándolo. Jared soltó un bostezo y se pegó un poco más a mí,recargando su cabeza en mi hombro.

—Buenas noches, hijo —le susurré, dándole un beso en la frente.

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Capítulo 38. Profecía.

Tomé todos los libros de la biblioteca que hablaban sobre el infierno,esperando que fueran suficientes. Los puse sobre la gran mesa del centro yme senté a ojearlos, buscando las respuestas a todas las preguntas que tenía.

Encontré que el infierno estaba dividido en más de una dimensión, tal ycomo Arus me lo había explicado en su momento. Eran sub-mundosinfinitos con diferentes objetivos, pero todos estaban atados al mismouniverso de desesperación y muerte.

Solté el libro que tenía y busqué otro que tuviera más información sobreAzael. Se trataba de uno de los ángeles más poderosos, expulsado del cielopor rebelarse en contra de energías divinas, siendo sus alas arrancadas comocastigo. En algunos relatos lo mencionaban como una leyenda, pero yo lohabía visto con mis propios ojos y tenía a mi esposa en sus garras. Lo queno estaba claro es si Azael era un ángel o demonio, ¿o tal vez los dos?

Continué investigando, pero en los siguientes libros hablaba más de lomismo, sin información nueva o que me fuera útil. Eso sí, todos coincidíanen lo poderoso que era Azael.

Algo frustrado, dejé caer mi cabeza sobre mis manos, intentandoresolver cómo lograría derrotar a alguien mucho más poderoso que yo. Lasimágenes de Ami volvieron a mi mente, torturándome.

Volví a nuestros últimos minutos juntos y gruñí al recordar a Enzo.Odiaba la manera en la que nos había tomado desprevenidos, si él nohubiera aparecido en ese momento para llevársela, otra cosa sería. Sentícoraje al recordar cómo la había inmovilizado, poniéndole las manosencima. Además, fue él quien nos dijo que tendríamos una hija y lopoderosa que sería.

“Me lo ha dicho el oráculo del infierno” fueron sus palabras exactas.Alcé la cabeza de golpe, con la respuesta tan clara como el agua. No

tenía idea de cómo, pero yo también tenía que hablar con el oráculo delinfierno. Él tendría todas las respuestas que estaba buscando.

Emocionado por este nuevo rayo de esperanza, volví a tomar los libros ycomencé a investigar sobre el oráculo. Pero, al menos en los libros queteníamos en Sunforest, no había nada de información sobre él.

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¿Y si Enzo había mentido? ¿Y si el oráculo en realidad no existía?No. Él debió sacar la información de alguna parte, al igual que Azael.

Pasé las palmas por mis ojos ya cansados, no tenía idea de cuánto tiempohabía pasado pero sentía como si hubieran sido horas de investigación.Horas que aún no me llevaban a ningún lado.

—Piensa Joham. Piensa —me dije en voz alta y el eco de mis palabrasse desplazó por la biblioteca.

Me puse de pie y comencé a dar vueltas en mi lugar, deseando por unsegundo que Enzo no estuviera muerto para poder sacarle la información,pero eso ya era imposible.

—Piensa —me repetí.¿Si yo fuera el oráculo del infierno en donde me encontraría? Me

detuve, sopesando mis opciones. Tal vez tenía que volver al infierno parapoder averiguarlo.

Pensé en lo que Dandelion y Arus dirían ante esa idea, pero era obvioque ambos se negarían rotundamente. Después de lo que había pasado erauna locura que el rey de Sunforest se arriesgara de esa manera y volviera alinfierno solo. Si algo me pasaba… el bosque quedaría desprotegido y a sumerced.

De nuevo me encontré en medio de esa disyuntiva. ¿Amira o el bosque?¿De que me servía mantenerme a salvo si me quedaba de brazos cruzados yno hacía nada por ella? Y lo que más me dolía es que se lo había prometido,en nuestra boda.

“Prometo que siempre te protegeré, a ti y a nuestros hijos, y que nuncavolverás a estar sola”

Me sentía como el idiota que no estaba cumpliendo con su promesa.Miré hacia la puerta de la biblioteca. Me encontraba solo desde hace

horas y nadie me había molestado, ¿notarían si me marchaba? Entonces,recordé que necesitaba a un demonio para crear el portal y mi plan sederrumbó. Ahora comprendía que Enzo había logrado crear sus portalesgracias a la magia negra que Azael le había otorgado, pero los simplespoderes mágicos de un forestniano no lograrían hacerlo.

Aunque… recordaba el hechizo de invocación que Arus utilizó parallamar al demonio. ¿Lograría hacerlo? Incluso, podría ir más allá. Tambiénestaba la opción de intentar invocar al mismísimo oráculo del infierno.

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¡Bingo!Aparecí en el mismo lugar donde Arus y yo habíamos invocado al

demonio que nos llevó al infierno, el pentágono seguía dibujado en la tierra.No tenía idea de si mi magia sería suficiente para lograrlo, pero si mi hijaera tan poderosa yo tenía que estar a su altura, ¿no?

Me puse de pie frente a la figura, concentrándome al máximo. Alcé mismanos, dejando fluir toda mi energía por ellas hasta que la estrella brillócon un color plateado.

—Oraculi utitur ad hoc manifestum est —dije en voz alta y clara.No sucedió nada. Cerré los ojos, intentando guardar la calma y mantener

la concentración. Sentía toda mi energía fluir por mis venas hasta finalizaren mis manos. Mi magia estaba despierta, yo podía lograrlo.

—Oraculi utitur ad hoc manifestum est —esta vez pronuncié laspalabras con más lentitud.

—A mí no se me puede invocar —respondió una voz.Cuando abrí los ojos, completamente sorprendido, comprendí que en

realidad no pensaba que podría lograrlo. Después, me asusté al notar que yano estaba en Sunforest.

Tampoco era el infierno, entendí cuando miré a mi alrededor. Era unlugar que no reconocía y en el que nunca había estado antes. Estabacompletamente oscuro y miles de estrellas nos rodeaban, el suelo era unespejo de agua fría y las puntas de mis pies apenas lo rozaban.

Se parecía al lugar en donde Amira y Arus se habían fusionado, ella melo había descrito con tanto detalle que era imposible no compararlos.Recordé como aquella vez yo había dejado de sentirla cuando elladesapareció y comprendí que en casa no tardarían en notar mi ausencia.

Frente a mí estaba un anciano, con una barba larga y un cabello canoso.Su rostro estaba surcado de arrugas y sus ojos completamente blancos meindicaban que estaba ciego. Sin embargo, parecían estar clavados en mí.

—¿Oráculo? —pregunté inseguro.—¿Esperabas a alguien más? —cuestionó. Su voz, a comparación de su

rostro, era suave.—No sabía qué esperar —me sinceré. Vi cómo sus labios se curvaron en

una inesperada sonrisa.—En cambio, yo estaba esperando por ti. Lo miré con sorpresa.—¿Cómo?

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—Sabía que este día llegaría —explicó tranquilamente—. Lo estabaesperando.

Yo fruncí el ceño, cada vez más confundido.—¿En dónde estamos?—Estás haciendo las preguntas equivocadas —me advirtió—. No viniste

aquí por eso.—Ni siquiera sé cómo llegué aquí —me defendí. —Yo te traje, por supuesto. Te repito que a mí no se me puede invocar,

pero te escuché…—Entonces, ¿estamos en el infierno?Él suspiró, como si intentara armarse de paciencia.—Claro que no —explicó—. En el infierno no podríamos tener esta

conversación. Tu esposa lo impediría.—¿Eres el oráculo del infierno? —quise confirmar. Me lo imaginaba

mucho más aterrador o incluso parecido a los demonios.—Me llaman de muchas maneras —se limitó a decir—. De nuevo estás

haciendo las preguntas incorrectas y no te queda mucho tiempo. Asentí, tomando en cuenta su advertencia.—Lo preguntaré de esta manera, ¿fuiste tú quien le dijo a Enzo sobre mi

hija?—El mismo —afirmó—. Fui yo quien recibió la información sobre la

profecía. Mi corazón latió, emocionado y aterrado.—Quiero escuchar la profecía.—Aquí lo importante no es lo que tú quieres —habló, acercándose un

poco más a mí—. Lo importante es si estás listo para conocer la profecía.Yo dudé.—¿Por qué no estaría listo?—Porque esto va a cambiar tu vida… para siempre. —Tragué saliva

involuntariamente, sus palabras me estaban poniendo nervioso.—Necesito escucharla —supliqué—. Necesito entender todo lo que está

sucediendo.Los ojos ciegos del oráculo continuaron mirándome y, sin decirme nada

más, extendió sus brazos y ellos quedaron a centímetros de mí.—Ella es tu hija —pronunció lentamente. Lo miré sin comprender, pero él me hizo una seña para que bajara la

vista y yo miré hacia el agua que estaba bajo mis pies. Ahí estaba su reflejo.

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Las rodillas se me doblaron y caí sobre el agua, pero no la traspasé.Continué flotando sobre ella y dejé caer mis manos sobre su rostro. Unapequeña niña me devolvía la mirada, con unos intensos ojos tan azulescomo los de Amira. Su piel era tan blanca que sus mejillas coloreadasparecían dos rosas rojas y sus labios eran delgados y de color carmesí. Nocabía duda de que se trataba de nuestra hija, todas las delicadas faccioneseran de Ami, excepto por el rizado cabello pelirrojo que caía como cascadaalrededor de ella.

Un doloroso nudo se formó en mi garganta, pero no tenía idea de siestaba sintiendo felicidad o tristeza. Tal vez era una combinación de las dos.

—¿Cómo? —pregunté anonadado—. ¿Cómo puedes mostrármela si aúnno nace?

—Puedo acceder al futuro —resolvió—. ¿Qué crees que hace unoráculo?

Yo me tragué mis siguientes palabras y miré a mi hija, deseando tenerlaen mis brazos.

—Es hermosa…—Y peligrosa —susurró.Alcé mi vista, juntando todas mis fuerzas para poder separarla de la

niña. Los ojos blancos del oráculo seguían clavados en mí, lo que me hizopensar que no se perdía uno solo de mis movimientos. A pesar de suceguera, debía haber una manera en la que podía ver.

—¿Peligrosa? —repetí sin poderlo creer.El rostro de mi hija era completamente dulce e inocente, pero el oráculo

asintió, afirmando mi pregunta.—Su nombre será Ada —anunció—. Ada Rey. Y está destinada a ser

una de las reinas más poderosas.—Ada… —repetí para mí mismo, intentando absorber toda la

información rápidamente—. No entiendo, ¿la profecía es buena o mala?—Eso dependerá de ustedes. Y como en este momento tu esposa está

siendo controlada mentalmente por Azael, las cosas no lucen a su favor.—Dime la profecía —exigí—. Si vas por ahí contándosela a demonios,

yo también tengo derecho a saberla.—Mi deber es comunicar a los que necesitan saberlo —respondió sin

inmutarse—. El mal o el bien no existen para mí. —Habla. Ahora —volví a exigir poniéndome de pie, al mismo tiempo

que el rostro de Ada se disolvió en el agua.

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Para mi sorpresa, el oráculo volvió a sonreír.—Ada Rey —habló alzando su voz—. Hija de Joham y Amira Rey.

Futura reina de Sunforest, se convertirá en uno de los seres más poderososque jamás han existido. En sus manos reinará la paz o bajo su mando sedesatará el caos. Si ella cae en las manos equivocadas, será el fin de lostiempos como los conocemos y el mal ganará. Solo el amor la salvará...

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Capítulo 39. Verdad.

El silencio volvió a flotar entre nosotros.—¿Eso es todo? —pregunté decepcionado. Imaginé que al escuchar la

profecía todo estaría claro y tendría más sentido para mí, pero solo estabamucho más confundido.—Tienes que aprender a escuchar, Joham —me regañó el oráculo. Uninevitable gruñido retumbó en mi pecho.—Mi esposa ha sido raptada. Ella y mi hija están en peligro y hay unmontón de palabrería de por medio que no entiendo. Así que, en estemomento, la paciencia no es mi mejor amiga —lo amenacé.

—Y seguirte quejando no te servirá de nada —advirtió con voz dura—sobre todo cuando eres uno de los pocos que pueden salvarla.

La esperanza volvió, erradicando mi máscara de frialdad. —¿Lo soy?—Tú la amas —noté que no era una pregunta, pero de todas formas

asentí—. El amor te dará la respuesta. —¿No me la puedes dar tú? —insistí—. Dijiste que no me queda mucho

tiempo…Él negó.—Yo no puedo provocar tal desequilibrio.—¿Qué ves en el futuro? —pregunté intentando cambiar de táctica.—Veo muchos futuros —explicó recuperando su tranquilidad—. Todos

igual de inciertos. No es algo que esté escrito sobre piedra, cualquiercircunstancia o decisión podría provocar un salto de uno a otro.

Suspiré.—No estoy entendiendo.—Porque no estás haciendo las preguntas correctas —insistió—, incluso

ahora que conoces la profecía.—Es que no logro entender por qué Ada es peligrosa. —Una sonrisa

vieja y torcida se formó en su rostro, dándome una pista—. ¿Por qué Ada espeligrosa? —pregunté y la sonrisa se ensanchó.

—Porque es demasiado poderosa.Dudé, meditando su respuesta.

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—¿Y por qué es poderosa? —cuestioné, con una extraña punzada deansiedad creciendo a la altura de mi pecho.

Los ojos del oráculo miraron un momento hacia arriba, parecíacomplacido y comprendí que por fin estaba haciendo las preguntascorrectas. Reprimí el impulso de poner los ojos en blanco, por si acaso suceguera era falsa.

—Es poderosa por ti —respondió. Todo mi cuerpo se tensó y sus orbesblancas volvieron a caer sobre mí, analizando mi reacción. Fruncí el ceñoante eso y su dedo índice, largo y arrugado, señaló su frente—. Tal vez misojos no puedan ver desde hace muchos siglos, pero mi “ajna” está muydespierto. Yo veo a través de mi tercer ojo y eso me ayuda a observar másallá de lo que tengo enfrente —explicó pausadamente y no entendí larelación con el tema, hasta que explicó sus siguientes palabras—: Es asícómo he observado a tu familia.

Respiré hondo para guardar la calma, pero la mención de mi familiaacababa de ponerme los pelos de punta y un mal presentimiento me invadió.

—¿Qué es lo que no sé? —pregunté, ansioso de nuevo. Mi burbuja de felicidad durante los últimos años me había anestesiado y

los dolorosos recuerdos de mi familia ya no me atormentaban como antes,pero tal vez porque ya no les permitía emerger en mi mente con muchafrecuencia. Sin embargo, en ese momento volvieron con una nitidez que mesorprendió, tomándome completamente desprevenido. Los rostros de mipapá, mamá y de Killian embargaron mi mente, haciéndome temblar por lapérdida.

Contraje mi rostro con dolor y el oráculo pareció adivinar en qué estabapensando, por lo que sus siguientes palabras me dejaron helado.

—Me refiero a tus verdaderos padres.Abrí la boca con incredulidad.—¿Mis… verdaderos… padres? —tartamudeé sin aliento. Él asintió con cautela y con un paso se acercó más a mí.

—Tu familia adoptiva te acogió cuando eras un recién nacido —susurró convoz clara—. Te recibieron con los brazos abiertos porque su misión eraprotegerte.

—¿Protegerme? —volví a repetir con la garganta seca.—Jamás lo supiste porque murieron inesperadamente, cuando tú tan solo

tenías catorce años. Ellos esperaban a que te hicieras mayor para contarte laverdad…

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Llevé mis manos hasta mi cabeza, sintiendo que me iba a explotar. Gemíaudiblemente y el oráculo calló. Todo a mi alrededor comenzó a dar vueltas,pero comprendí que no era el momento de perder el control, no cuando alfin estaba obteniendo las respuestas que necesitaba.

—¿Me dirás la verdad?Él asintió con una ligera cabeceada, haciendo que sus canas brillaran con

la luz de las estrellas.—Si estás listo para escucharla.Me envaré al oírlo y alcé la barbilla.

—Lo estoy —aseguré.El oráculo dio otro paso hacia mí, dejando tan solo centímetros de

separación entre nosotros.—Provienes de una familia muy poderosa —comenzó a hablar con voz

profunda—. Tu madre, y me refiero a tu madre biológica, se llamaba Ada.—Una fría sonrisa se extendió por sus labios—. Como tu futura hija.

La fría yema de su dedo índice se posó sobre mi frente, dejándomecompletamente ciego. Asustado, intenté dar un paso hacia atrás, pero suspalabras me inmovilizaron.

—No temas, Joham. De esta manera te será más fácil comprender.Solté un grito ahogado cuando el rostro de una mujer apareció en medio

de la oscuridad, después gemí al notar las similitudes. No era mucho másjoven que yo en este momento, debíamos tener la misma edad o unaaproximada. Su cabello pelirrojo y lacio brillaba bajo la luz del sol,hipnotizándome. Me miraba con una enorme sonrisa que empequeñecía susdos ojos verdes, mientras que con sus manos acariciaba la enorme barrigapor encima de la ropa. Estaba embarazada.

—Ella era tu madre. —Las palabras del oráculo llegaron demasiadotarde, yo ya lo había comprendido e intentaba desesperadamente memorizarsu rostro para nunca olvidarlo—. Y él es tu padre —añadió.

Me congelé cuando un joven alto y rubio se acercó a mi madre y la tomóde las mejillas para besarla dulcemente en la boca. Cuando se separó, suspárpados se alzaron y esos familiares ojos plateados brillaron bajo la luz delrecuerdo. Horrorizado, me aparté del oráculo con un salto hacia atrás parainterrumpir la imagen.

—¡No! —grité, incrédulo.—Sí —me contradijo y un nudo se formó en mi garganta.—¿Por qué?

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El oráculo ladeó su rostro, con un gesto curioso.—Él la amaba, pero su amor era un secreto.Yo negué con la cabeza, eso no era a lo que me refería con mi pregunta.—¿Por qué me abandonaron?—Ada murió en tu nacimiento tras unas complicaciones —admitió

bajando la voz, como si supiera que aquello me iba a doler—. Y tu padre,Arus, te dejó en manos de la pareja forestniana para protegerte.

—¿Protegerme de qué?—No solo eras un secreto, también un misterio. Si alguien se enteraba

que por tu sangre forestniana corría la magia de las hadas, estarías en gravepeligro. Las cosas estaban muy… oscuras en ese entonces. Él tomó ladecisión correcta, hoy nadie sabe quién eres en realidad. Ni siquiera tú.

—Los demonios lo saben —negué, recordando las palabras del demonioque Arus había invocado.

—Lo sospechan —admitió— debido a la profecía. Y de pronto, todas las piezas del rompecabezas encajaron sin esfuerzo

alguno.—Mi hija ha heredado la magia de las hadas —comprendí— y eso es lo

que la hace tan poderosa.El oráculo asintió.—Y peligrosa —me recordó—. Arus hizo bien en ocultarte, pero hizo

mal en no revelarte la verdad. Se confió cuando Jared no presentó indiciosde magia y pensó que la sangre humana sería suficiente para contrarrestar tupoder. Ahora, ambos sabemos que con tu hija no fue así.

—¿Por qué Jared es diferente? —pregunté, confundido.Él se encogió de hombros.—Tu hijo no estaba destinado a ser —se limitó a decir—. Tu hija sí. Recité la profecía en mi mente, ahora encontrándole sentido a las

palabras.—Si ella cae en las manos equivocadas el mal ganará —susurré en voz

alta—. ¿Para qué, exactamente, la quiere Azael?—El rey del infierno busca desatar el apocalipsis. Y con Ada lo podría

lograr.—¿Cómo?—Azael no puede salir del infierno, está confinado. Condenado para

siempre en las tinieblas. Es su prisión. —Hizo una pausa para observarmecon atención—. Por eso necesita a Ada.

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—Ella sí podrá viajar a cualquier dimensión —comprendí. —Y con sus poderes más el control mental de Azael, logrará esclavizar

las almas de los inocentes. Desatará el caos, empezando por Sunforest.—No lo permitiré —gruñí—. La profecía también dice que en sus

manos reinará la paz.—Si todo sale bien, Ada traerá a tu reino lo mejor de tres mundos: el

humano, el forestniano y el de las hadas. Sin duda, será algo digno de ver.Su mirada se perdió durante algunos segundos, como si estuviera

teniendo una visión en ese momento.—¿Oráculo? —dudé.—Tienes que irte.—¿Algo va mal?—El hecho de que tu esposa pueda utilizar los poderes de Ada, incluso

antes de que ella nazca, acelera las cosas —explicó—. Si quieres mantenerla esperanza, debes recuperar a Amira antes de que sea demasiado tarde.

Una punzada de dolor atravesó mi cabeza, indicándome que toda esainformación estaba siendo demasiado.

—Pero… —farfullé—. ¿Cómo puedo recuperarla?—Es tu deber descubrirlo, yo ya te he dicho todo lo que tienes que saber.

Suerte, Joham Rey.—¡No! Espera —supliqué cuando lo vi alzar su mano, pero fue inútil.En ese momento desaparecí.

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Capítulo 40. Padre.

La luz me lastimó la vista, obligándome a parpadear para poderacostumbrar mis ojos. No tardé mucho en comprender que volvía aencontrarme en el bosque, completamente solo. El silencio solointensificaba todo lo que estaba sintiendo, una combinación de emociones ala que ni siquiera le podía poner palabras. Bajo mis pies aún se encontrabael pentágono, el cual había dejado de brillar.

El viento sopló cuando dos personas aparecieron a mi costado. Casi deinmediato me puse en posición de ataque para defenderme, pero un par desegundos después reconocí a Dandelion… y Arus.

—¿En dónde estabas? —preguntó el primero, pero lo ignoré.Antes de que reaccionara, todo mi cuerpo se giró hacia el hada.

Comencé a respirar entrecortadamente conforme sentí una oleada de enojodominar mi cuerpo. Tal vez mis ojos se colorearon de rojo, ya que Arus alzóla barbilla y me examinó con cautela.

No me detuve a pensarlo. Mis piernas se doblaron y con un salto mearrojé hacia él, dispuesto a atacarlo con toda mi fuerza. Se movió tan rápidoque no pude redirigir mi golpe y me barrí sobre el césped, soltando unprofundo gruñido ante mi falla.

Con otro salto me puse de pie y volví a arrojarme sobre él,completamente dominado por la furia. Una explosión de magia retumbó porel bosque al chocar con su campo de fuerza y volví a caer sobre el pasto,esta vez bocabajo.

Me quedé así, petrificado cuando comprendí que de mis ojos estabansaliendo lágrimas. Alcé la vista cuando escuché dos pies posicionarse frentea mí, los ojos plateados de Arus me observaban con una combinación decuriosidad y temor. Yo volví a gruñir.

Me puse de pie pero antes de que pudiera volver a saltar sobre él,Dandelion apareció en medio de nosotros y alzó su brazo para indicarmeque me quedara en donde estaba.

—¿Estás poseído? —me preguntó en un susurro lleno de pánico. Yo bufé.

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—Claro que no.Me examinó rápidamente, pero pareció creerme —tal vez por las

lágrimas— ya que se giró hacia Arus y me cubrió con su cuerpo. Dandeliontenía más derecho a llamarse mi padre que el rey de las hadas, de eso estabaseguro.

—¿Qué hiciste? —le preguntó.Arus alzó sus cejas, fingiendo estar sorprendido.—Yo estaba contigo.—Joham no te atacaría sin tener una razón.El hada exhaló, algo molesto.—Entonces, ¿por qué no se lo preguntas a él? —inquirió. El enojo explotó de nuevo en mi pecho y de un gran salto logré pasar a

Dandelion para caer sobre Arus, esa vez el hada no se apartó.—¡Por qué no me lo dijiste! —grité enfurecido al tenerlo entre mis

brazos. Con facilidad, detuvo el puñetazo desesperado que iba dirigido hacia su

rostro. Me evaluó con una calma impenetrable, pero en el fondo de sus ojosalcancé a ver una chispa de miedo. Con mi mano libre logré crear unhechizo que golpeó en su pecho y se tambaleó hacia atrás, más sorprendidoque herido.

—¡Por qué no me advertiste! —continué desahogándome—. ¡ERES UNMALDITO EGOÍSTA!

—¿Egoísta? —repitió incrédulo, deshaciendo su falsa máscara detranquilidad—. ¡Renuncié a ti para mantenerte a salvo! ¿Cómo eso puedeser egoísta?

—¡Debiste decírmelo! —insistí, ignorando sus palabras—. Yo teníaderecho a saberlo…

Dandelion volvió a aparecer a mi lado y puso su mano en mi pecho parasepararme de Arus.

—Joham —susurró y en su tono de voz pude percatarme de su confusión—. ¿Qué sucede?

Arus apretó sus labios en una fina línea al escuchar aquella pregunta.Rechiné los dientes al verlo y Dandelion me miró con sorpresa. Creo quepocas veces había estado tan fuera de mí, pero esa verdad me estabasuperando.

—Arus es mi verdadero padre —pronuncié lentamente—. Por eso mihija es tan poderosa, lleva la magia de las hadas en sus venas.

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Dandelion dejó caer la mandíbula y me miró con la boca abierta.—¿¡QUÉ!? —exclamó.

Clavé mi vista en Arus para no perderme su reacción. Él cerró los ojosdurante un par de segundos y volvió a abrirlos, como si intentara guardar lacalma.

—¿Cómo lo sabes? —cuestionó.—Me lo dijo el oráculo del infierno —escupí. Sus ojos llamearon, parecían hechos con fuego plateado.—¿Fuiste al infierno tú solo? —preguntó con un tono de voz

amenazante.—¡Y a ti qué te importa! —rezongué—. Acabo de descubrir que tú eres

mi padre, ¡llevas años mintiéndome! Incluso cuando me quedécompletamente solo no tuviste el coraje de venir y decirme la verdad.

—No seas idiota —me insultó, dejándose llevar por el enojo—. No iba atirar años de protección por la borda.

—Pero eres mi padre —insistí y la voz se me quebró.Los ojos de Arus se suavizaron un poco.—Lo soy —admitió.Y eso era lo único que necesitaba escuchar. Me sujeté del brazo de

Dandelion para no perder el equilibrio, el forestniano seguía tansorprendido que se había quedado mudo. Limpié las lágrimas de mismejillas en un intento de borrar la vulnerabilidad de mi rostro.

Arus no me perdía de vista, intentando averiguar cuál sería mi siguientemovimiento, pero a esa alturas yo estaba demasiado confundido, agotado ydolido.

—¿Por eso no te gusto? —La pregunta salió de mi boca antes de quepudiera detenerla, haciéndome sentir muy vulnerable—. ¿Estásdecepcionado de mí?

Arus se encogió de hombros junto con una especie de mueca, como siaquellas palabras le hubieran dolido.

—No creo que este sea el momento para hablar —intentó evadirme.—Esta es la única oportunidad que tendrás —le advertí. Él pareció meditarlo durante algunos segundos, pero debió encontrar

algo serio en mis ojos, ya que no se movió de su lugar ni un centímetro.—Eres el rey de Sunforest —habló, recuperando su voz autoritaria—.

No lo vi venir, pero no podría estar más orgulloso de ti.

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Solté una carcajada, a pesar de que aquello no tenía ni una pizca degracia.

—¿Así que ahora me reconoces como el rey? —me burlé—. Te recuerdoque, cuando Ami me proclamó, tú no te mostraste nada contento con lanoticia. De hecho, parecía que estabas en contra de ello.

—Porque no quería que gobernaras solo, Joham. Eso es con lo que yoestaba en contra. No quería que tuvieras esa carga tú solo… como yo la hetenido durante todos estos años. —Suspiró hondo, tratando de guardar lacalma—. Y si fui más duro contigo de lo normal fue para no levantarsospechas, pero no porque no creyera en ti.

Lo miré con enojo.—Entonces hiciste un gran trabajo —lo felicité con amargura—, a estas

alturas nadie podría sospechar que tú y yo llevamos la misma sangre.Arus suspiró.—Intenté compensarte, ya sabes... a mi manera —explicó con

indiferencia, pero no estaba seguro de hasta qué grado la estaba fingiendo—. Protegiendo a Amira y a Jared. Estando presente por si se suscitabaalgún problema. Salvándote de aquel incendio. Acompañándote al infierno.Sacándote de allí cuando comprendí que estabas en un peligro inminente...Haciendo el anillo de tu boda. Incluso salvando el alma de Amira, porqueen ese entonces ya sabía que la amabas. Siempre intenté estar ahí sin que tedieras cuenta de que era por ti.

—Siempre pensé que era por Ami —admití.—Adoro a Amira —admitió haciendo otra mueca, como si decir

aquellas palabras le quemaran la garganta—, pero siempre fue por ti.Miré de reojo a Dandelion, quien seguía estupefacto y estaba pálido

como la luna. Tal vez Arus tenía razón en que no era momento de hablar, apesar del hervidero de dudas que tenía en mi cabeza.

—No fui al infierno —admití—. Intenté invocar al oráculo y él meescuchó.

Arus y Dandelion se movieron al mismo tiempo, tensando los hombros yponiendo toda su atención en mí.

—¿A qué te refieres con que te escuchó? —preguntó el segundo,recuperando la voz.

—No sé cómo, pero de alguna manera escuchó mi invocación y mellevó hasta él. No era el infierno, sino un lugar que no reconocí —respondímirándolos a ambos—. Y me explicó todo.

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Arus dio un paso hacia mí, intrigado.—¿Qué te explicó?—La profecía —pronuncié mirando a Arus a los ojos, atento a su

reacción—. Mi futura hija se llamará Ada.Lo tomé por sorpresa, pude notarlo cuando no fue capaz de controlar su

rostro y tensó la mandíbula, abrió los ojos y pude ver el dolor arraigado enellos.—Ada —repitió como si fuera un anhelo y por un momento me detuve apensar si Arus había querido a mi madre tanto como yo amaba a Amira.

Dandelion nos observó en silencio, consciente de que se estabaperdiendo algo importante.

—Ada está destinada a ser una de las reinas más poderosas que tendráSunforest —continué explicando—, tan poderosa que si el mal la controlareinará el caos. Azael la usará para desatar el apocalipsis. Depende denosotros impedirlo.

—¿Cómo lo detendremos?—Por el momento, recuperando a Amira. Debe haber alguna manera de

romper el control mental, tenemos que descubrirla.Ambos asintieron y un silencio incómodo gobernó entre nosotros, tal

vez porque Arus y yo no apartábamos la vista del otro.—Samara está preocupada —habló Dandelion—, debería avisarle que

estás bien.Asentí.—Gracias Dandelion.El forestniano desapareció, no sin antes dedicarme una mirada

preocupada.Respiré hondo. A pesar de que el enojo inicial ya estaba aminorando,

todavía me sentía molesto. Mi reacción anterior había sido una sorpresa,pero aún no procesaba todo lo que me dijo el oráculo y había tenido queenfrentar a Arus más pronto de lo que esperaba. La verdad, aún no teníaidea de cómo me sentía al respecto.

Él me miraba, aún frío. Su mirada plateada parecía traspasarme y mehacía sentir vulnerable.

—¿Hay algo que quieras decirme? —aventuré. —Lamento que te hayas enterado.Fruncí el ceño.

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—Déjame ver si entendí, no lamentas la manera en la que me enteré.Simplemente lamentas que lo sepa.

Él se encogió de hombros.—Se supone que nunca lo sabrías. Volví a gruñir.—Y ahora mi hija está en peligro por mi ignorancia —le recordé.—Estoy consciente de eso —aseguró, sin mostrar emoción alguna. Se comportaba tan… distante y frío. Era tan extraño pensar en él como

si fuera mi padre, simplemente mi mente no lo concebía. Tal vez ni siquieratenía que aceptarlo, yo tuve un padre y él murió. Punto. Arus seguiríasiendo Arus. Esto no tenía por qué cambiar.

De hecho, Arus y yo éramos tan físicamente distintos que realmentecostaba creerlo; no había ningún rasgo que indicara nuestro parentesco. Encambio, yo sí tenía los ojos verdes y el cabello pelirrojo de mi padreadoptivo, nadie nunca hubiera dudado que yo era su hijo solo por eso,mucho menos yo. ¿Y si todo esto era un error?

—¿Por qué me parezco más a mi papá que a ti? —cuestioné. Los ojos deArus parpadearon con rapidez, ¿tal vez escondiendo algo?—. Me merezcola verdad.

—Te pareces a Ada —corrigió—. Eres idéntico a tu madre, cada vez quete veo me la recuerdas muchísimo.

—Pero papá…—Cole era tu tío —interrumpió con suavidad—, el hermano mayor de

Ada. Aceptó cuidarte cuando… —respiró hondo—. Aceptó protegerte.Me quedé helado.—Entonces, ¿mis padres eran mis tíos? ¿Y Killian era mi primo?Arus asintió.—Me ayudaron a mantenerte en secreto después de perder a Ada… fue

lo mejor para ti. No pude ignorar la curiosidad que me embargó.—¿La amaste? —A pesar de mi escueta pregunta, él me entendió

perfectamente.—Con todo mi ser.

Asentí para mí mismo, intentando convencerme de ello.—¿Cómo murió? —susurré con un hilo de voz.—Hubo un problema cuando naciste —respondió con una voz contenida

que despertó aún más mi curiosidad— y perdió mucha sangre muy rápido.

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No pudimos hacer nada.Repetí sus palabras en mi mente, intentando asimilarlas. Pensé que él no

volvería a hablar hasta que le preguntara otra cosa, por lo que me sorprendíal escucharlo de nuevo.

—Ella estaba muy emocionada por tenerte —confesó, con la miradaperdida—. Fue Ada quien eligió tu nombre… habría sido una madreestupenda, seguramente mucho mejor que yo. —Sus ojos bajaron yvolvieron a caer sobre los míos—. Tú también eres un excelente padre, teaseguro que eso no lo heredaste de mí.

Pensé en Jared y en lo mucho que lo amaba. Me destrozaba la simpleidea de tener que separarme de él.

—Probablemente no —coincidí—. Yo nunca podría abandonar a Jared asu suerte.

Él no pareció afectado por mis palabras, simplemente continuómirándome con sus intensos ojos plateados.

—Ojalá algún día logres entenderlo —dijo antes de desaparecer,dejándome con mis siguientes palabras atoradas en la boca.

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Capítulo 41. Control mental.

¿Cómo romper el control mental?Dandelion y yo estábamos investigando sobre el tema, intentando

encontrar la manera de liberar a Ami. El día anterior, había regresado alcastillo para contarle todos los detalles que recordaba de mi visita con eloráculo. Él no volvió a sacar el tema de Arus y yo se lo agradecí, no teníafuerza para volver a enfrentarlo en ese momento.

En la noche dormí de nuevo con Jared, intentando suprimir un montónde sentimientos encontrados. Mi hijo seguía inquieto por la ausencia deAmira y eso me ayudó para volver a enfocarme en lo importante y dejar aun lado mi drama “familiar”.

En este momento, Raúl y Samara estaban con él intentando distraerlo,pero yo sabía que eso no sería suficiente. Era mi deber recuperar a sumadre.

Suspiré largamente y noté cómo Dandelion separó la vista del libro queestaba leyendo. Acababa de llamar su atención.

—¿Quieres hablar? —preguntó.—¿Sobre qué? —cuestioné con desconfianza. —Sobre lo que sea que te está molestando.Durante un segundo pensé en ignorarlo, pero me ablandé un poco al

notar sus ojos amarillos llenos de preocupación.—Supongo que solo estoy asustado —admití. —Eso no tiene nada de malo —intentó consolarme—. La verdad, a estas

alturas todos lo estamos.—Lo sé —coincidí—. Es solo que siento que en un parpadeo podría

perder todo lo que amo, ¿sabes?—No lo harás —dijo—. No lo permitiremos.—El control mental es muy distinto. No es igual a cuando… Arus la

poseyó.Dandelion ignoró el nombre que me costó pronunciar.—¿A qué te refieres?—Cuando estaba poseída no era ella, se notaba que alguien más

controlaba su cuerpo. Ahora es diferente, es como si ella realmente quisiera

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hacernos daño y acabar con nosotros. Debiste ver como miraba a Raúl, soloasí podrías comprenderlo.

—El control mental es engañoso —coincidió él—. No dejes que eso teafecte, tú conoces a Amira mejor que nadie.

Volví a suspirar ante su tono paternal. Todo hubiera sido mucho másfácil si él hubiera resultado ser mi verdadero padre, me parecía hasta máslógico, aunque sin duda Arus era mayor que Dandelion.

—Le dije que la amaba cuando estábamos en el infierno —le conté— ydurante un segundo se congeló y dudó… pero no fue suficiente. Se recuperóy con una mirada fría me respondió que ella no me ama.

Dandelion se enderezó en su silla, escuchándome con atención.—¿No te dijo el oráculo que el amor te dará la respuesta? —preguntó. —Sí, pero decirle que la amo no fue suficiente. —Pero dudó.—Solo durante un segundo —insistí. —Un segundo podría ser la diferencia.Yo fruncí el ceño.—No veo cómo eso podría ayudar, por mucho que la ame eso no le

impidió atacarme. Él se quedó pensativo.—La clave tiene que estar cerca —murmuró—. El amor que siente por ti

sigue ahí, simplemente tenemos que encontrar la manera de desenterrarlo.Asentí, aunque en el fondo esa no me parecía la respuesta que

necesitábamos. Aún sumido en mis pensamientos, alcé la cabeza lentamentecuando alguien apareció frente a nosotros. Una corriente eléctrica atravesómi espalda al verla y no pude evitar soltar un gemido.

—Amira.Noté cómo Dandelion también se dio cuenta de su presencia muy

lentamente, tomándonos a ambos completamente desprevenidos.El vestido de novia había desaparecido, siendo suplido por uno

completamente negro. La parte de arriba se ceñía a su cuerpo mientras quela de abajo caía suelta hasta cubrir sus pies. Sus hombros estaban aldescubierto y lucían tensos, pero su rostro era una máscara fría con unasonrisa falsa y peligrosa. Enredada en su cabello, traía una corona grande ynegra, adornada con gemas rojas.

Me paré lentamente y sus ojos azules siguieron cada uno de mismovimientos, como si yo fuera su presa. Respiré hondo para no perder la

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calma.—Joham —pronunció con una voz helada que me causó escalofríos.

Nunca mi nombre había sonado tan frío en sus labios.—¿Qué haces aquí? —pregunté.

Ella se encogió de hombros y por fin apartó su vista de la mía. Recorrióla biblioteca, como si no la reconociera o nunca hubiera estado ahí antes yquisiera inspeccionarla.

—Tengo un mensaje para ti —respondió, dando unos pasos en midirección. Alcé mis cejas al mismo tiempo, sorprendido.—¿Cuál?

—Azael quiere que te rindas —explicó, volviendo a mis ojos—. Sintrampas.

Yo bufé.—¿Qué significa mi rendición?—Que nos dejes ir. Sin querer, mi vista se desvió hasta su vientre y tragué saliva. Sus

palabras me dolieron.—¿Tú quieres que te deje ir? —Volví a sus ojos, tan helados que me

daban ganas de rendirme. Sus labios se abrieron sin pronunciar palabraalguna y yo dejé de respirar durante algunos segundos.—A cambio —continuó como si no me hubiera escuchado— él terecompensará dejando a tu bosque en paz.

Gruñí al escucharla. Aquí estaba la decisión que tanto miedo me dabapensar. ¿Amira o el bosque? Me congelé en mi lugar, sin saber quéresponder. Por el rabillo del ojo alcancé a ver que Dandelion se puso de piepara colocarse a mi lado.

—El bosque luchará por ti —declaró el forestniano.Amira se tomó algunos segundos, pero al final volvió a apartar su vista

de mí para clavarla en nuestro consejero real.—En ese caso, estarían condenando a su bosque —nos amenazó. —A nuestro bosque —corrigió Dandelion—. Tú eres la reina, ¿lo

olvidas?Estaba seguro de que él intentaba encontrar alguna grieta llena de

esperanza que nos permitiera llegar a ella. Amira levantó una comisura desu boca, con una sonrisa torcida.

—Ahora soy la reina del infierno —explicó como si fuera obvio— y estaes la única oportunidad que les daré, ¿la toman o la dejan?

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—No te dejaré ir —respondí casi sin pensar en las consecuencias de mispalabras—. No me rendiré.

Amira alzó la cabeza y se acercó con dos pasos más hacia mí.—Lamentarás mucho haber tomado esa decisión —me prometió. En ese

momento, una explosión se escuchó al pie del castillo y el suelo que estababajo mis pies tembló. Miré a Amira con miedo.—No… —Ella alzó sus dos manos al mismo tiempo, haciendo volar casitodo lo que estaba en la habitación.—¡La guerra comienza ahora! —gritó, extendiendo sus manos hacia mí.

Sentí un fuerte golpe en el estómago que me sacó volando hacia atrás.Al segundo siguiente, mi espalda atravesó una de las ventanas y comencé acaer por el vacío. Me giré en el aire y desaparecí al notar el suelo cada vezmás cerca de mí.

Aparecí unos cuantos metros más lejos y rodé por el césped al perder elequilibrio. Un tanto mareado, alcé la cabeza para ver cómo Amiraaterrizaba de pie frente a mí, dedicándome una mortífera mirada.

—Ami… —supliqué poniéndome de pie—. No quiero hacerte daño. —¿Te rindes tan rápido? —se burló, inclinándose hacia mí. —Eres mi esposa.Ella se encogió de hombros, mi comentario no pareció importarle en

absoluto.—Sinceramente no entiendo por qué.—Vamos a tener una hija —le conté, intentando con desesperación

ganar tiempo—. Su nombre será Ada.Lo logré. Una chispa de duda cruzó por su rostro y parpadeó, algo

sorprendida.—¿Ada? —preguntó, poniendo una mano sobre su vientre.—Sí —respondí emocionado—. Será una niña hermosa, yo la vi.Ella frunció su ceño, mis palabras la estaban confundiendo. Aproveché

esos valiosos segundos de duda para acercarme con cuidado y contuve larespiración cuando no me detuvo.

Sus ojos recorrieron mi rostro con curiosidad, como si estuvierabuscando algo. Yo puse mis manos sobre sus hombros y me percaté de lofría que estaba su piel. Ella continuó mirándome.

—Ami —pronuncié su nombre con voz temblorosa—, te amo. Nopienso dañarlas, ni a ti ni a mi hija. Por eso tú tienes que volver a mí.

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Inconscientemente subí mi mano a su mejilla y acaricié su suave rostrocon mi pulgar. Casi grité de júbilo al verla cerrar los ojos, permitiéndosedisfrutar de la caricia. Con un rayo de valentía, me incliné suavemente yuna descarga eléctrica recorrió mi columna vertebral cuando nuestros labiosrozaron de manera tan ligera que me supo a un momento efímero.

—Te amo… —repetí con un susurro. Después de todo, el oráculo mehabía dicho que el amor era la clave.

Mis esperanzas se marchitaron tan pronto como llegaron cuando, en elsegundo siguiente, Amira me empujó con fuerza para separarme de ella yme lanzó una mirada llena de enojo.

—No vuelvas a tocarme —me amenazó.Se movió tan rápido que el hechizo que lanzó en mi contra me tomó

desprevenido, pero la esfera de energía chocó contra una pared plateada yse desvaneció sin hacerme daño. Sorprendidos, ambos giramos la cabeza almismo tiempo para encontrarnos con un Arus de rostro serio y decidido. Elhada no me miraba a mí, sino a ella.

—Él no está solo —le advirtió.—Yo tampoco —respondió ella, recuperando su malvada sonrisa. —Azael no puede salir del infierno —habló Arus, caminando algunos

pasos para posicionarse en medio de los dos, dándome a mí la espalda. ¿Elhada me estaba protegiendo de mi propia esposa?

—Pero su ejército sí —aclaró ella. Me estremecí al escucharla. Al parecer, la guerra era inevitable. Arus

pareció llegar a la misma conclusión que yo, ya que una enorme manada decientos de lobos apareció a cada uno de mis costados, mostrando sus filososdientes mientras gruñían.

—El rey de Sunforest también tiene un ejército. La sonrisa de Amira se encogió un poco al observar a los lobos, pero

disimuló bien su sorpresa y me miró a los ojos una vez más, esta vez conpura maldad impregnados en ellos. El control mental seguía ahí.

Antes de que pudiéramos hacer o decir nada más, Arus hizo una seña ytodos los lobos se le fueron encima a mi esposa.

—¡NO! —grité.Arus se giró al escucharme y debió adivinar mis intenciones, porque se

abalanzó sobre mí y me sujetó de los hombros antes de desaparecer,alejándome de aquella escena que parecía una pesadilla.

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Capítulo 42. Amor.

Aparecimos dentro del castillo, en el ala principal y lejos de la pelea.—¡Suéltame! —grité al sentir sus uñas aferradas a mis brazos. —¿Para que vayas y hagas alguna tontería? —me reprendió.—¡Deja de actuar como si fueras mi maldito padre! —escupí.—Te guste o no, lo soy —respondió—. Y no voy a dejarte solo en esto. El enojo me ayudó a potenciar y canalizar mi magia, la cual utilicé para

quemarle las manos y obligarlo a soltarme. Sorprendido, Arus dio dos pasoshacia atrás y se limitó a mirarme.

—Atacaste a mi esposa y a mi hija —lo acusé.—¿Es que no lo entiendes? —susurró Arus—. Hará falta mucho más

que eso para vencerlas.—¿Y quién habló sobre vencerlas? —le recriminé—. Lo que queremos

es recuperarlas.—¿Y si no logras recuperarlas? —me retó—. ¿Entonces qué harás?

¿Quedarte sentado de brazos cruzados?—No te metas en esto.—El bosque está en peligro, tengo que meterme o todos moriremos.—Puedo recuperarla —insistí.—¿Cómo?—Aún no lo sé…Arus suspiró, pasando del enojo a la resignación.—Yo tampoco lo sé —me dijo con cautela—, pero lo que sí sé es cómo

puedes vencerlas.Lo miré con verdadero odio, sin poder creer que aquellas palabras

habían salido de su boca.—¿De qué hablas?—Cuando naciste, hice un hechizo para reprimir tu magia de hada —

confesó, dejándome helado—. Fue necesario para mantenerte a salvo y queno llamaras la atención, pero ahora que lo sabes, bueno, puedodeshacerlo…

—¿Para atacar a Amira? —pregunté, incrédulo.

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—Al menos, para defenderte de Amira. Un golpe sordo se escuchó muy cerca del castillo y Arus cerró los ojos,

intentando concentrarse.—Ha logrado infiltrar al ejército de Azael —me avisó, alzando sus

párpados y clavando sus plateadas pupilas en mí.—¿Cómo lo sabes?—Mis hadas me lo han comunicado. Me giré, decidido a ignorarlo y buscar a Dandelion, pero él volvió a

aparecer frente a mí y me cortó el paso.—¿Quieres que deshaga el hechizo? —insistió, ansioso.—No —gruñí—. No quiero nada que tenga que ver contigo. —No hizo

falta llamar a Dandelion, él apareció al pie de las escaleras junto conSamara, Raúl y Jared. El terror me invadió al ver a mi pequeño—. Tienesque sacarlos de aquí —le dije a mi consejero—, Amira no tarda en volver.

Raúl gimió con miedo, en cambio, los ojos de Jared brillaron y alzó sucabecita con interés.

—¿Mamá está aquí?Todos lo miramos con algo de lástima, pero nadie se atrevió a

contestarle, por lo que yo me acerqué y me puse de cuclillas frente a él.Tomé su rostro entre mis manos y lo obligué a mirarme a los ojos. Susesferas verdes estaban muy abiertas y casi asustadas.

—Mamá está aquí —admití— pero está en problemas.—¿Problemas? —repitió sin comprender. —Sí —afirmé—. Alguien muy malo la está usando y en este momento

no es ella misma. Quiere hacernos daño y por eso te necesito a salvo. Tienesque irte.

—No quiero. No te dejaré.Lo besé en la frente, conmovido ante sus palabras. Jared era demasiado

pequeño como para estar pasando por todo esto y eso me rompía el corazónen mil pedazos.

—Estaré bien —le prometí—. Haré todo lo que esté en mis manos pararescatar a mamá, ¿sí? Pero primero necesito que tú estés a salvo.

—Quiero ayudar…Negué con la cabeza.

—Es demasiado peligroso. —El borde de sus ojos se llenó de lágrimas ysus bracitos rodearon mi cuerpo. Yo acuné su cabeza en mi pecho y volví abesarlo, esta vez en la coronilla—. Te amo, hijo. Nunca lo olvides.

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Lo cargué en mis brazos para entregárselo a Samara.«Mantenlo a salvo, por favor»Ella asintió al escuchar mis palabras en su mente y extendió sus brazos

para recibir a mi hijo. Jared sollozó cuando me separé de él, pero casi deinmediato Samara lo tranquilizó con sus poderes de sanadora. Dandelion seacercó a ella y le acarició la mejilla suavemente antes de darle un dulcepero corto beso.

—Me quedaré con Joham —le avisó.—No esperaba menos de ti —respondió ella. Aun así, había

preocupación en sus ojos violeta—. Ten mucho cuidado.Dandelion asintió.—Tú también.La forestniana suspiró y se acercó a Raúl para tomarlo de la mano. Hasta

ese momento, noté que el humano me estaba mirando, tal vez queríadecirme algo pero no se atrevía.

—¿Estás bien? —le pregunté.Él negó con la cabeza y separó los labios para hablar, pero en ese

momento todas las ventanas del vestíbulo explotaron y los cristales volaronhacia nosotros. Arus y yo reaccionamos al mismo tiempo, alzando nuestrosbrazos y creando un impenetrable campo de fuerza que convirtió el cristalen polvo en cuanto lo tocaron.

—Váyanse, ¡ahora! —les grité.Samara asintió energéticamente y un segundo después desapareció junto

con Raúl y Jared.—Sabes que no podrán esconderse mucho tiempo de mí. —Su voz

retumbó por toda la estancia.Alcé mi vista y encontré a Amira de pie en el alféizar de una de las

ventanas más grandes. Verla era muy extraño, ya que me llenaba de miedo yalivio al mismo tiempo. A pesar de que un montón de lobos se le habían idoencima, no tenía ni un solo rasguño que lo demostrara.

—Yo no me estoy escondiendo —contesté para distraerla—. Aquí estoy,¿o no?

—Y esa es una de las cosas más estúpidas que te he visto hacer —dijoantes de atacarme.

Salté a tiempo para esquivar su hechizo, el cual chocó contra el mármoly destruyó gran parte del suelo. Mientras aún volaba en el aire, otro par dehechizos intentaron alcanzarme, causando más estragos en la estancia.

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Por el rabillo del ojo, alcancé a ver que Arus aprovechó su distracciónpara lanzarle uno de sus hechizos y yo no tenía idea de si ella alcanzaría acomprenderlo a tiempo como para defenderse, pero no iba a arriesgarme.Aparecí a tan solo centímetros y la empujé a tiempo, para quitarla delcamino del hada.

Caímos fuera del castillo e inconscientemente envolví mis brazos en sucintura para protegerla, pero ella aprovechó la cercanía para tomarme delcuello y me giró en el aire para al final estrellarme en contra del suelo.

—Te advertí que no volvieras a tocarme —me amenazó, apretando migarganta con una fuerza increíble.

—Estaba… salvando… tu vida, cabeza dura.En lugar de responder, aplastó mi garganta hasta cortarme la respiración.

Abrí la boca intentando encontrar aire y me aferré a sus muñecas condesesperación, pero sin hacerle daño. Para colmo, ella sonrió victoriosa.

El amor de mi vida iba a matarme.Mi vista se nubló y no comprendí muy bien lo que pasó a continuación,

pero agradecí infinitamente al recuperar el aire. Alguien me puso de pie deun jalón y me apoyé en él mientras daba unas bocanadas algo penosas.

—Eres un tonto —reconocí la voz de Arus.No supe bien cómo, pero me las arreglé para poner los ojos en blanco.—Pudiste hacerle daño —me quejé con voz ronca.—Si ella no cede, no ganaremos esta.—Solo necesito un poco más de tiempo. —Joham, ya no hay tiempo…Fruncí el ceño ante la desesperación de su voz y alcé la vista. Arus me

miraba con una ansiedad que nunca antes había visto en él. El terror meinvadió y durante ese segundo, la preocupación me embargó tanto que meolvidé por completo de Amira.

—Los forestnianos…Arus asintió.

No lo pensé dos veces y aparecí en las colinas, donde todos losforestnianos tenían sus hogares. Acababa de comprender, tal vez demasiadotarde, que ahí se encontraba el ejército de Azael.

Una feroz batalla tenía lugar en ese momento. Los demonios nosatacaban sin piedad y mi gente se defendía lo mejor que podía. Las hadas

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también se encontraban ahí, fieles a defender el bosque. El enojo meinvadió tanto que mi mente se desconectó por completo y mi cuerpocomenzó a moverse solo.

Correr. Desgarrar. Asesinar. Ni siquiera estoy seguro de a cuántosdemonios maté, pero fueron varios. Mis ojos se enfocaron en el enemigo ylo único que mis oídos escuchaban eran los gritos de la batalla. Odié contodo mi ser su piel negra y sus ojos rojos. Odié que estuvieran lastimando alpueblo que yo amaba. Y odié el terror que estaban sembrando en Sunforest.Iba a asesinarlos a todos con mis propias manos.

Me giré al escuchar un grito agudo cerca de mí y el estómago se merevolvió al encontrarme con un demonio hincándole los dientes a unaforestniana, dispuesto a arrancarle la piel. Con un salto, caí sobre sushombros y utilicé un potente hechizo para cortarle la cabeza. La arrojé lejosy el cuerpo inerte quedó bajo mis pies mientras que mi brazo izquierdoestaba manchado con su sangre.

—¿Estás bien? —le pregunté a la pálida forestniana, de cerca alcancé anotar que ni siquiera era una adulta y sentí otro retortijón en el estómago.

Ella asintió, aun así me agaché a su lado para revisar la herida y mequité mi camisa para envolverla en su brazo.

—Parece profunda, presiona fuerte para detener la sangre —le ordené. Apenas estaba decidiendo qué hacer con ella cuando dos ramas me

tomaron de los brazos para hacerme volar hacia atrás, logrando que laforestniana desapareciera de mi vista, con su grito de sorpresa resonandocomo un eco en mis oídos.

Choqué contra el tronco de un árbol y más ramas envolvieron el resto demi cuerpo para inmovilizarme contra él. En ese momento, la figura de miesposa apareció frente a mí, con una mirada llena de sorpresa.

—Luchas bien —dijo acercando su rostro al mío, tal vez más de lonecesario—. Matarte sería un desperdicio, ¿por qué no te unes a nosotros?

—Ni muerto —respondí.Sus uñas se encajaron en mis mejillas con fuerza para que yo no pudiera

apartar la vista de su rostro. Le regresé la mirada con seguridad, intentandoque sus helados ojos azules no me afectaran.

—Te he dado más oportunidades de las que mereces. —¿Y no te has preguntado por qué?Durante un segundo, alcancé a ver la vacilación de su rostro.—No sé de qué hablas —negó.

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—Yo creo que, muy en el fondo, no quieres hacerme daño. —Laprovoqué sin estar muy seguro de por qué, la adrenalina de los últimossegundos me seguía dominando—. Porque aún me amas.

Ella soltó una carcajada que sonó bastante falsa, pero la ignoré yaproveché su distracción para concentrarme.

—Eres más iluso de lo que pensé —se burló, dando apenas un pasohacia atrás y permitiéndome respirar algo que no fuera su aliento. Esotambién me ayudó a despejar la mente.

—Tal vez —acepté imaginando lo ciertas que eran sus palabras—, perotú no te quedas atrás.

Ami frunció su ceño y me miró con enojo.—¿Cómo te atreves…? —vociferó. Yo me encogí de hombros.

—Olvidaste que ya no eres la única reina legítima de Sunforest —le avisécon una sonrisa victoriosa que la haría enojar— y por lo tanto, no eres laúnica que puede controlar el bosque. También es mi bosque.

Antes de que lograra comprender mis palabras, ordené a las ramas queme aprisionaban que me soltaran para ir tras ella. Rápidamente, la sujetaronpor sus muñecas y tobillos, tomándola por sorpresa. Sabía que Amira noduraría quieta mucho tiempo, así que aproveché mi nuevo control paraordenarle a todos los árboles que se encontraban cerca que despertaran paraayudarnos en la batalla.

El viento sopló fuerte, al mismo tiempo que las ramas cobraron vida.Gruesas raíces comenzaron a serpentear por el suelo para irse en contra delos demonios y proteger a los forestnianos que estaban luchando con todassus fuerzas. Las ramas se convirtieron en látigos que atacaron a nuestrosenemigos. Amira observó todo sin poder ocultar su sorpresa, parecíaintentar recuperar el control mientras luchaba con las ataduras de susbrazos, pero hace tan solo unos momentos, en el castillo, ella misma sehabía declarado como la reina del infierno.

Sunforest ya no le pertenecía y esa era mi ventaja.Aproveché aquella pequeña victoria para observar a mi esposa. Su

hermoso rostro estaba desencajado por el enojo y su cabello rubio le caíasobre la cara por el esfuerzo, recordándome que tendría que tener muchocuidado con ella. Su fuerza física se limitaba a su cuerpo humano, por loque no era mucha. Todo su poder radicaba en la bebé que llevaba en elvientre y si algo le pasaba a alguna de las dos, no lo soportaría.

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De un momento a otro detuvo su forcejeo y sus ojos azules me miraroncomo hace tiempo que no lo hacían, completamente vulnerables yasustados. ¿Estaba fingiendo para que la soltara?

—¡Cuidado! —gritó y el terror de su voz me desconcertó. —¿Amira?No obedecí a su advertencia y lo pagué caro. Un fuerte golpe en mi sien

me hizo volar hacia el lado contrario y perder el hilo de mis pensamientos.Mi vista se tornó negra y una punzada de dolor recorrió todo mi cráneo.Floté en la penumbra, sin idea de cómo escapar de ella. Mi cabezasimplemente no reaccionaba.

No estaba seguro de si soñaba o alucinaba cuando el rostro de Amiapareció frente a mí. Su sonrisa era cálida y su vestido blanco flotaba a sualrededor. Dio algunos pasos en mi dirección y entrelazó sus dedos atrás demi nuca. Tenerla tan cerca me hizo temblar.

—Joham.La miré, extrañado. Sus labios se movían pronunciando mi nombre, pero

aquella no era su voz.—Joham —repitió y su cuerpo se esfumó de mis manos como si fuera

humo. Abrí los ojos y alcancé a reconocer a Dandelion, quien me llamaba y

sacudía mi cuerpo con desesperación. Suspiró de alivio en cuanto nuestrasmiradas se encontraron.

—¿Estás bien?—No lo sé —admití.De pronto, fue como si el volumen subiera y el ruido del caos volvió a

mí con rapidez. Con un gemido, recordé dónde me encontraba y me levantécon ayuda de Dandelion. Pasé una mano por mi costado izquierdo alsentirlo húmedo y caliente, observé las yemas de mis dedos llenas desangre.

—¿Qué fue lo que pasó?—Un demonio te atacó —respondió mi consejero—. Arus ya se encargó

de él, llegamos justo a tiempo.—Amira —recordé y miré hacia el punto donde había estado atrapada,

pero ya no se encontraba ahí—Logró escapar cuando perdiste el conocimiento. —Pero… —dudé.—Yo también lo vi.

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Lo miré para saber si me estaba gastando una broma, pero su rostroestaba muy serio.

—¿Qué viste?—Su preocupación hacia ti, durante un segundo fue ella. Yo negué con la cabeza y aquel movimiento me provocó otra punzada de

dolor. Hice una mueca para reprimirla.—No fue solo su preocupación hacia mí —expliqué—, también fue su

amor hacia el bosque.—¿Cómo? —preguntó él, sin comprender. —Perder al bosque la confundió y la volvió vulnerable por un momento

—respondí—. Cuando el oráculo me dijo que el amor era la clave, no serefería exclusivamente al amor que nos tenemos ella y yo…

—Sino al amor en general… —concluyó Dandelion, siguiendo el hilo demis pensamientos.

—Por eso decirle que la amo no ha sido suficiente —entendí de pronto—. Ella tiene que recordar todas las cosas que ama para poder vencer sucontrol mental.

—Suena a que tenemos un plan.—¡Por fin! —grité, lleno de esperanza.

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Capítulo 43. Fuego.

Arus cayó frente a nosotros y nos miró con curiosidad. La nuevaemoción que había nacido entre Dandelion y yo era palpable.

—¿Estás bien? —preguntó al examinar mi rostro.—Sí —respondí ignorando las nuevas punzadas de dolor. Él asintió,

aunque se veía algo escéptico.—No sé si es el momento de decirlo, pero parece que nos estánmasacrando.

Miré a mi alrededor y la esperanza se manchó de nuevo por el miedo. Apesar de que el bosque y las hadas estaban luchando junto a nosotros, losdemonios seguían de pie, atacándonos con todo lo que tenían.

—¿En dónde está Amira?—La hemos perdido de vista. Suspiré.—El plan tendrá que esperar, tengo que ayudar a mi gente. —Estás débil —dijo Arus, tomando mi hombro para detenerme. La

pérdida de sangre me estaba mareando por momentos, pero no iba a admitiraquello en voz alta.—Estoy bien —contesté entre dientes.

Arus y yo nos miramos a los ojos con recelo y la electricidad fue tantaque se sintió en el aire. Aparté su brazo de mi hombro y él no hizo ademánde volver a detenerme. Había entendido mi decisión.

Escuché a Dandelion exhalar bruscamente y me obligué a apartar lamirada de Arus para averiguar qué le sucedía, pero solté el mismo sonido alencontrarme con la reciente aparición de Samara y Raúl, ambos con unrostro lleno de pánico que me provocó un vuelco en el estómago.

—¿Qué hacen aquí? —pregunté con brusquedad. Samara clavó sus ojospúrpuras en mí, estaba aterrada.

—Jared —logró decir con voz temblorosa—. ¿No está aquí?Algo helado atravesó mi pecho al escucharla.—¿¡En dónde está mi hijo!? —vociferé, acercándome a ella con dos

zancadas.

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—Él desapareció —respondió encogiéndose un poco—. Me tomódesprevenida.

Llevé ambas manos a mi cabeza y las enterré en mi cabello condesesperación.

—Pero qué estás diciendo… Jared no sabe controlar sus desapariciones.—¡Justo por eso me tomó desprevenida! —explotó. Raúl colocó sus manos en los hombros de la sanadora al mismo tiempo

que Dandelion se acercaba a ella para consolarla, pero yo estaba histérico.Sin duda, este era el peor momento para que mi indefenso hijodesapareciera.

—No creo que haya desaparecido a propósito —explicó Raúl—,simplemente estaba insistiendo una y otra vez en que quería ayudarte.Samara intentaba calmarlo cuando desapareció frente a nuestros ojos,hemos venido porque pensamos que sus deseos lo traerían hasta aquí.

Mi vista se perdió entre la batalla, intentando divisar a mi hijo en ella.Había varios cuerpos inertes en el suelo, la mayoría demonios, pero tambiénalcanzaba a ver algunas bajas nuestras y unos cuantos lobos. Si Jared estabaaquí, no sobreviviría.

—¡Jared! —grité aterrado.—Lo buscaré.Arus saltó sobre mi cabeza y se convirtió en un lobo blanco antes de

tocar el suelo. Lo vi correr hacia el centro de la batalla y zigzaguear hastaque lo perdí de vista. Por supuesto, yo corrí tras él.

Conforme avanzaba, los árboles temblaban y tomaban más fuerza,atravesando sin piedad los cuerpos de los demonios hasta desgarrarlos.Ataqué a todos los que se cruzaron en mi camino ante las miradas atónitasde los forestnianos, pero no logré encontrar ni rastro de mi hijo. Esperabaque Arus tuviera más suerte que yo.

Dandelion apareció a mi lado y comenzó a luchar junto conmigo, intentéocultar mi agitada respiración y dejé que el resto de mis fuerzas seconvirtiera en magia, dispuesto a proteger a mi reino.

Alcé mis brazos y comencé a crear un muro de ramas que atrapó a losnuevos demonios que se acercaban. Estaba tan agotado que las rodillas seme doblaron y chocaron contra el suelo, pero no me detuve. El muro creciócomo si fuera una mortal enredadera dispuesta a acabar con el mal, perouna inesperada línea de fuego apareció de la nada y la quemó por completoen cuestión de segundos.

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El muro se vino abajo sobre nosotros, fue Dandelion quien reaccionó atiempo y logró apartarme del camino. Ambos giramos sobre el césped ycuando me detuve alcé mi rostro, incrédulo.

En ese momento, otra línea de fuego alcanzó las copas de los árbolesque estaban a nuestra derecha, los cuales comenzaron a incendiarse encuestión de segundos. Los gritos eran tan fuertes que me aturdieron porcompleto, pero no entendí que estaba sucediendo hasta que alcé la vista ymiré, boquiabierto, a la criatura que estaba atravesando el cielo en esemomento.

—¿Qué diablos…?La colosal criatura era toda de color negro cabrón, excepto por los ojos,

que brillaban como dos esferas rojas. Su pecho era enorme y tenía un largoy ondulado cuello cubierto por escamas brillantes. Una enorme ypuntiaguda cresta nacía de su cabeza serpentina para terminar en su largacola. Justo arriba de sus ojos sobresalían dos cuernos enormes y, entre susomoplatos, dos alas gigantes se extendían para hacerlo volar.

En ese momento, giró sobre sus pasos para volver a nosotros y abrió suhocico para soltar otra ráfaga de fuego junto con un fuerte rugido.

—¿Eso es un maldito dragón? —pregunté mientras me ponía de pie, aúnincrédulo—. ¿De dónde diablos salió?

—Amira lo trajo —respondió Dandelion, tan incrédulo como yo.—¿Cómo lo sabes? —pregunté sorprendido.—Porque ella está sobre él —dijo señalando a la criatura.Volví a mirarlo con atención y la encontré, montada justo entre sus alas.

Eran tan enormes que alcanzaban a cubrirla perfectamente.—Oh no —comprendí—, como el bosque ya no le corresponde… va a

incendiarlo.—Y si lo logra nos matará a todos —susurró Dandelion, horrorizado—.

No sobreviviremos sin el bosque.A pesar de la altura, pude notar el momento exacto en el que Amira

logró localizarme y sus ojos se clavaron en mí unos segundos antes de queel dragón planeara en nuestra dirección. Me petrifiqué por completo al verloabrir la boca, en el abismo de su garganta alcancé a notar el fuegocreciendo, con la intención de dejarlo caer sobre nosotros.

Estábamos perdidos.Por el rabillo del ojo vi cómo el lobo blanco volvía y se posicionaba

frente a mí, como si fuera posible protegerme de tremenda criatura.

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—Arus —logré decir, aun con la boca completamente seca—. Vete.El lobo soltó un gruñido, pero no se movió de su lugar. Tuve que

obligarme a separar la vista del enorme dragón negro para observarlo, hastaentonces comprendí que su cuerpo estaba temblando violentamente.

—¿Arus?«¡Aléjate!»Por instinto, di algunos pasos hacia atrás hasta que tropecé con algo y

caí de espaldas. Me apoyé en mis codos para no perderme nada de lo queestaba sucediendo, aunque aún no comprendía de qué se trataba.

El lobo se paró sobre sus patas traseras y echó la cabeza hacia atrás,aullando. Por un momento pensé que volvería a su forma original, pero sucuerpo comenzó a agrandarse de manera descomunal y el pelaje blancocomenzó a ser sustituido por escamas plateadas y brillantes.

Contuve el aire cuando de su columna vertebral creció una crestapuntiaguda y su cabeza comenzó a alargarse hasta adquirir el rostro de undragón. Dos enormes alas surgieron de su piel plateada y el viento quecausaron al moverse provocó un remolino de hojas y pequeñas ramas anuestro alrededor.

Arus creció en cuestión de segundos, hasta adquirir el mismo tamaño desu rival y junto con otro rugido, abrió la boca para dejar escapar un fuegoazul que chocó contra las llamas naranjas que estaban cayendo sobrenosotros.

Hubo un estallido que hizo temblar el suelo y varios cuerpos a nuestroalrededor salieron volando por la fuerza del ataque. Dandelion se acercó amí para ayudarme a ponerme de pie y juntos retrocedimos para observar alos dos majestuosos dragones pelear entre ellos.

—Esto es demasiado —murmuré.El fuego azul comenzó a vencer al naranja, obligando al dragón negro a

retroceder y realizar una maniobra en el aire para esquivarlo. Arusaprovechó esa ventaja para girar su enorme cabeza hacia mí y taladrarmecon sus dos enormes ojos plata.

«Sube»No estaba seguro de si era una orden, pero asentí de inmediato.—Iré con él —le avisé a Dandelion, quien me miró incrédulo.—¿Estás seguro?—Busquen a Jared mientras nosotros entretenemos a Amira. Avísenme

cuando lo encuentren.

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Dandelion asintió a pesar de que aún no se veía muy convencido, pero élsabía que en ese momento nuestra prioridad debía ser encontrar a Jared. Sinperder más tiempo, aparecí sobre el lomo del dragón plateado y me aferrécon todas mis fuerzas a su cresta.

«Sujétate fuerte»Arus despegó del suelo y el fuerte viento golpeó en mi cara, echando mi

cabello hacia atrás. Una vez que pasamos las copas de los árboles, desplegósus alas y comenzó a planear por encima del bosque.

«Tengo que admitirlo» —le dije mentalmente—, «esta es una de lasmejores cosas que te he visto hacer»

«Gracias»Miré hacia la escena que estaba bajo nuestros pies. El fuego ardía con

fuerza en los árboles y varias columnas de humo ascendían hasta alcanzar elcielo. Si el incendio se esparcía, Sunforest se encontraría en grave peligro.

Arus pareció llegar a la misma conclusión que yo... o tal vez él ya lohabía comprendido mucho antes. Se inclinó un poco para cubrir los árbolesincendiados con su fuego azul y entonces comprendí que este no quemaba:era fuego frío.

Los árboles se congelaron y el fuego se extinguió. Justo en esemomento, Arus localizó al dragón negro y agitó sus alas con fuerza paraalcanzarlo. No permitiríamos que hiciera más daño a nuestro bosque.

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Capítulo 44. Dragones.

No estoy seguro de cuánto tiempo duró la persecución, pero sí sé que fueintensa. El dragón de Amira era rápido y escurridizo, pero Arus no sequedaba atrás. Los perseguimos hasta llegar al castillo y el dragón negro separó en una de las torres más altas para lanzarnos un rayo de fuego.

«¡No te sueltes!» —gritó Arus en mi mente, al mismo tiempo que girabaen el aire para esquivar el ataque. Yo me aferré a sus escamas y logrémantenerme en mi lugar a pesar de la brusquedad de sus movimientos.

Arus recuperó el control y rápidamente los atacó con su fuego, pero eldragón emprendió vuelo a tiempo y el rayo azul dio contra la torre,destruyéndola por completo.

Los dos dragones quedaron flotando en el aire, uno frente a otro.Comenzaron a girar entre ellos, como si buscaran el punto débil del otro.Desde el ángulo donde yo estaba alcancé a ver a Amira aferrada al lomo desu dragón. El cabello rubio flotaba a su alrededor debido al aire quecausaban las enormes alas negras, pero su rostro estaba serio y decidido.Incluso, nos miraba con odio, pero alguna parte de mí ya se habíaacostumbrado a eso.

—No queremos hacerte daño —grité y ella me miró con escepticismo—,pero no dejaremos que sigas destruyendo nuestro bosque.

—Primero voy a destruirte a ti —amenazó, alzando su barbilla conaltanería.

A Arus no le gustó aquello y atacó con un rayo de fuego que nos tomódesprevenidos a todos, pero que ella alcanzó a esquivar. El dragón negrocomenzó a volar hacia arriba y Arus lo siguió muy de cerca, lanzandoalgunos rayos azules que esquivaron con agilidad.

Conforme subíamos, el aire comenzó a volverse más frío, denso y notéque el simple hecho de respirar comenzó a costarme trabajo. Miré haciaabajo para calcular a cuántos metros estábamos del suelo y me puse algonervioso al percatarme de que ahora el castillo era un simple punto negro enla lejanía.

«Arus» —intenté advertirle—. «No puedo respirar»Él se detuvo, pero el otro dragón siguió ascendiendo con rapidez.

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«¿Estás bien?» —preguntó, dubitativo.Sentía una presión extraña en mi pecho que me oprimía los pulmones y

una nueva punzada de dolor atravesó mi cabeza, ¿seguiría perdiendosangre? Estaba a punto de responderle a Arus cuando alcé el rostro; eldragón negro se había perdido de vista, pero un cuerpo pálido envuelto enun vestido negro caía con rapidez hacia nosotros.

—¿Ami? —pregunté en voz alta, a pesar de que era imposible que ellame respondiera. Era obvio que estaba inconsciente.

Su cuerpo pasó a nuestro lado y continuó cayendo, girando en diferentesposiciones. Había perdido la corona y el cabello rubio se enredaba en surostro conforme el aire la golpeaba. No tenía idea de si recuperaría elconocimiento a tiempo, pero no iba a arriesgarme.

Me solté de Arus y comencé a caer tras ella, decidido a alcanzarla. Elgrito del hada retumbó en mi mente, ocasionándome una mueca por eldolor.

«Yo me encargo de ella» —le prometí—. «Tú aprovecha y ve tras esedragón»

Mi padre debía confiar en mí, ya que escuché con claridad el batir de susalas para emprender el vuelo de nueva cuenta. No permití que aquello medistrajera y me concentré en alcanzar a mi esposa.

Calculé mentalmente la distancia que había entre nosotros y cerré losojos para concentrarme en aparecer junto a ella. En cuanto lo hice, una desus piernas chocó contra mi rostro, desconcentrándome y apartándome denuevo.

Maldije en voz alta y estiré mi brazo para alcanzar una de sus manos.Milagrosamente logré aferrarme a su codo y la jalé hacia mí para envolverlaen mis brazos. Estábamos cayendo a tanta velocidad que ya estábamos muycerca del bosque, pero logré darme cuenta a tiempo y desaparecí paravolver a aparecer a pocos centímetros del suelo.

Caí sobre mi espalda y el cuerpo de Amira quedó sobre el mío. La soltépara dejar caer mis brazos a cada lado de mi cabeza, aliviado de que aquellohubiera salido bien. Mi pecho subía y bajaba y mi respiración agitada movíael rubio cabello que había quedado sobre mi rostro.

—¿Ami? —la llamé, sin obtener respuesta.El cuerpo me dolía y hubiera preferido quedarme así unos minutos más

para recuperarme de la tremenda caída, pero mi preocupación hacia ella eramucho mayor.

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La envolví de nuevo con mis brazos y me senté con mucho cuidado, lagiré para recostarla sobre mis piernas y aparté el cabello rubio de su rostropara observarla. Estaba pálida y un hilo de sangre escapaba de su narizhasta su barbilla.

—No —susurré sin aliento y comencé a zarandear su cuerpo—. ¿Amira?¿Me escuchas?

Siguió sin reaccionar y rápidamente me incliné sobre su pecho paraevaluar los latidos de su corazón. Exhalé aliviado al encontrar el de ella y elde Ada latiendo con fuerza, ambas estaban vivas.

Mi alivio no duró lo suficiente. Un fuerte golpe en mi estómago me hizoperder el resto de mi aliento y una patada me obligó a girar sobre el césped.Terminé bocarriba, mareado y algo confundido, entonces Amira se sentósobre mi estómago y aprisionó mis muñecas contra el suelo, a cada lado demi cabeza.

No pude evitar rodar los ojos.—Acabo de salvarte la vida —me quejé—. Otra vez.—Ya veo que no aprendes de tus errores. —Amira —suspiré realmente enfadado—, me importa un diente de león

si ahora te crees la maldita reina del infierno ¿no entiendes que tu cuerpoestá colapsando?

—Cállate —espetó, pero pude ver el cansancio escondido tras sus ojosazules.

—No solo eres humana y estás haciendo uso de una magia descomunalque podría hacerle daño a tu cuerpo mortal ¡también estás embarazada! Sisigues así perderemos a nuestra hija, ¿acaso eso es lo que quieres? ¿QueAda muera por una guerra que ni siquiera es tuya?

Lo logré. La vacilación llegó nuevamente a su rostro —como ya habíaocurrido en ocasiones anteriores— y esta vez iba a aprovecharla.

—Eso es lo que pasará si no te detienes ahora —continué—. Si noluchas contra tu control mental, Azael te seguirá utilizando para destruir tuhogar y tu familia, eso si no pierdes a la bebé primero por estar haciendotonterías como subirte a un dragón estando embarazada.

De acuerdo, tal vez me estaba desahogando más de la cuenta, perocuando ella aflojó su agarre y pude recuperar la movilidad de mis manos,también supe que estaba haciendo algo bien.

—¿Amira?

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—Estás herido —dijo ella, examinándome con algo muy parecido a lapreocupación.

Perfecto. A ver cuánto tiempo duraba esta vez.—Tú también.Pasó su mano por debajo de la nariz y observó su dorso lleno de sangre,

después colocó la misma mano en su vientre. Esta vez no quise tocarla, yaque su rechazo me dolería demasiado, así que reprimí mis ganas deconsolarla y me limité a mirarla con recelo. Algo me decía que la Amiramalvada no tardaría en volver, sabía que necesitaríamos mucho más queesto para romper su control mental, por lo que mi mente se movía a todamarcha intentando maquinar un plan.

Un fuerte ruido nos sacó de nuestro ensimismamiento y ambos alzamosla vista a tiempo para ver como Arus se estrellaba con un par de torres delcastillo y caía inerte sobre el suelo, a tan solo unos metros de nosotros.

—¡No! —grité al ver cómo el dragón plateado se encogía hastarecuperar su forma humana, la cual permaneció inmóvil sobre el suelo.

Me quité a Amira de encima sin cuidado, dispuesto a correr hacia él paraaveriguar si seguía vivo, pero en el intento mi cuerpo se congeló y no pudevolver a moverme. Mi esposa se colocó a mi izquierda con el brazoextendido y entonces comprendí que todo era cosa de ella.

—Arus está herido —le dije—. Tienes que soltarme.Amira negó, a pesar de que aún se notaba el conflicto reflejado en sus

ojos.—Tengo que acabar contigo —dijo como si estuviera recitando las

palabras—, en verdad lo siento. —Ami —supliqué—, yo sé que tú puedes vencerlo.Ella ni siquiera estaba parpadeando así que no estaba seguro de si me

escuchaba, parecía como si estuviera hechizada.—Tenemos que acabar contigo —repitió, tal cual una máquina

recibiendo órdenes.—¿Tenemos?En ese momento, el dragón negro aterrizó frente a nosotros, sobre los

restos que quedaban del vestíbulo. Cuando sus garras se aferraron a laconstrucción, varias piedras cayeron sobre la puerta principal,derrumbándose.

La enorme criatura se inclinó y soltó un fuerte bramido que sonó comoun eco por todo el bosque. Al mismo tiempo, Amira dio algunos pasos

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hacia atrás para alejarse de mí y permitir que el dragón me atacara. Sabíaque esa era su intención.

Respiré hondo, casi rindiéndome. A estas alturas Amira había intentandoasesinarme tantas veces que ya ni siquiera estaba sorprendido. Tal vez esosería bueno. Tal vez matarme era la clave para debilitar su control mentalpor completo, eso si al final comprendía lo que yo significaba para ella.—Acábalo —ordenó.

Apreté la mandíbula cuando el dragón alzó su cabeza y abrió su hocicopor completo para después apuntarlo hacia mí. Aparté mi vista de lahorrible criatura para mirar a mi esposa. Sabía que no serviría de nada, yahabía perdido por completo la esperanza, pero tenía que decírselo al menosuna última vez.

—Te amo.Su brazo extendido tembló un poco y sus ojos se anegaron de lágrimas,

sorprendiéndome con su reacción. Por primera vez desde que toda esapesadilla había comenzado, la veía luchando en contra de aquello que laestaba controlando, pero no estaba seguro de si ya era demasiado tarde.

—¡Papá!Abrí los ojos con miedo al escuchar aquel grito y busqué con la mirada a

mi hijo. Jared salió del castillo en ese momento, con todo el cabello y laropa blanca por la tierra del derrumbe. Habíamos sido unos tontos por nobuscar en el castillo primero, era el lugar más lógico en el que Jared habríaquerido aparecer.

—Jared… —murmuré horrorizado—. ¡No!Mi hijo no me escuchó y apareció frente a mí segundos antes de que el

enorme dragón soltara su fuego sobre nosotros. El pequeño me dio laespalda y se enfrentó de cara al dragón, mientras extendía sus bracitos comosi con eso pudiera protegerme.

—¡Nooooooooooo! —grité con desesperación.Alguna parte de mí ya había aceptado mi muerte… pero no la de mi

hijo.

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Capítulo 45. Poder.

Todo pasó tan rápido que tardé en comprenderlo. Recuperé la movilidadmientras aún gritaba y me lancé hacia adelante para sujetar a mi hijo. Por unsegundo pensé que yo milagrosamente había logrado liberarme de la magiade Ami, pero cuando la vi atravesarse frente a nosotros entendí que no fueasí.

Ella me había liberado.El fuego se movió tan rápido que lo único que pude hacer fue abrazar a

Jared y girarme para protegerlo con mi cuerpo. No sabía que esperar acontinuación, pero me sorprendí cuando no sentí nada y, entonces,verdaderamente comprendí lo que acababa de suceder: Amira se habíaatravesado entre el fuego y Jared.

Giré el cuello para comprobar que lo que acababa de ver eracompletamente real. Ella tenía sus brazos extendidos hacia arriba,protegiéndonos con un enorme campo de fuerza dorado y manteniendo elfuego lejos de nosotros.

Estaba tan impresionado por la reacción de Amira que ni siquiera pudemoverme. Ella utilizó su magia para redirigir el fuego y el dragón se vioobligado a volar para escapar de su propio ataque.

En cuanto logró alejarlo de nosotros, Ami se dejó caer de rodillas yapoyó sus manos sobre el césped, con todo su cuerpo temblando. Jaredtambién alzó su cabeza para averiguar qué había sucedido y lo escuchésuspirar al descubrir que todos estábamos a salvo.

—Mamá.Amira alzó la vista al escucharlo y nos miró con tanto alivio que estuve

a punto de desvanecerme. Ella nos había salvado, ¿qué significaba eso?¿Cómo podía estar seguro de que esta vez sí había vencido su controlmental?

—Te amo —pronunció sin apartar la vista de mis ojos y tras decir esaspalabras, se soltó a llorar.

Me quedé inmóvil al escucharla, pero Jared logró escapar de mi agarrepara correr hacia ella y yo no lo detuve. Ami extendió sus brazos y lo

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abrazó con fuerza, sin dejar de llorar. Hundió su rostro en el cabello denuestro hijo, por eso sus siguientes palabras sonaron amortiguadas.

—Lo siento tanto…—¿Ami? —pregunté y al pestañear, noté las lágrimas correr por mi

rostro.—Soy yo —dijo, alzando su cara para mirarme de nuevo.Me levanté como pude para dejarme caer a su lado y abracé a ambos con

fuerza. Nos quedamos así un momento, completamente envueltos ennuestra burbuja de amor. Con mis manos busqué su rostro y lo jalé hacia mípara que nuestros labios chocaran con la desesperación de reconocernos,nuestro beso sabía salado porque ninguno de los dos podía parar de llorar.

Ella se separó para recuperar el aire y yo continué besando sus mejillas,su frente, su nariz, su pelo...

—¿Estás bien? —me preguntó con preocupación. —Ahora lo estoy.Ami tomó a Jared de los hombros y lo separó ligeramente de ella para

mirarlo a la cara—Nunca vuelvas a hacerme esto —lo regañó— ¡sentí que me moría al

verte en peligro!—Pero mamá —respondió Jared con una sonrisita—, fui tan valiente

como tú y papá.Ella también sonrió, al mismo tiempo que negaba en la cabeza.—Tú siempre has sido valiente —aseguró. —Tan valiente, que acabas de rescatar a mamá —le confesé, estaba

seguro que el acto heróico de nuestro hijo había sido lo que terminó porromper a Amira.

Jared sonrió con orgullo, pero nuestro pequeño momento de felicidadfue interrumpido por el bramido del dragón negro que voló sobre nuestrascabezas y quemó los árboles más cercanos a nosotros.

Volví a abrazar a mi familia para hacerlos desaparecer y alejarlos delpeligro. Amira miró el fuego, impresionada, y después alzó la cabeza paraobservar al dragón, el cual en ese momento se alejaba en dirección a labatalla.

—Oh no —se lamentó en voz alta—. ¿Qué he hecho?—No fuiste tú —le recordé—, fue Azael.—¡Pero él me ha usado a mí! —gritó enfurecida.

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—Te estaba controlando y lo importante es que ya no puede hacerlo.Ahora estás con nosotros.

Ella asintió, decidida.—Y terminaré con esto —prometió.Yo negué con la cabeza.

—Déjamelo a mí —sugerí—, ya has usado bastante magia por hoy. —Estás loco de remate si crees que no lucharé de vuelta por mi bosque

—decretó—. Además, al parecer soy mucho más poderosa que tú.Mordí mi labio, inseguro, y ella no dejó escapar ese gesto. Tenía mucho

que contarle, pero ese no era el momento. De hecho, acababa de recordar laimagen del dragón plateado cayendo desde el cielo.

—Arus…—¿Qué pasa con Arus?—Está herido. —Alcé la cabeza para localizar su cuerpo, deseando que

en verdad estuviera vivo y no muerto. Sentí un extraño vacío en mi pecho ante ese pensamiento y rápidamente

me puse de pie para acercarme al inmóvil cuerpo. Arus estaba pálido y teníalos ojos cerrados, pero logré escuchar el compás de su respiración y ellatido de su corazón. No veía ninguna herida externa, así que no estabaseguro de qué le había sucedido.

—¿Arus? —lo llamé moviendo su hombro, como si intentara despertarlode un sueño.

Me sobresalté cuando tomó mi muñeca con fuerza. Apreté los labiospara no soltar ni un quejido y cuando sus párpados se alzaron, noté elreconocimiento en su mirada.

—Joham. —Me soltó—. Lo siento. —¿Estás bien?—Algo aturdido —admitió.—No entiendo por qué —intenté bromear— si solo caíste del cielo y te

diste contra dos torres antes de quedar inconsciente.Arus hizo una mueca, al parecer no era de los padres bromistas.—Estás de buen humor —comentó extrañado, mientras se apoyaba

sobre sus codos para enderezarse—. ¿Hemos ganado la batalla?—Aún no —admití—, pero recuperamos a Amira. Su mirada volvió a caer sobre mí, incrédulo.—¿Hablas en serio?—No bromearía con eso.

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Los ojos de Arus se apartaron de mí para observar algún punto porencima de mi cabeza. Cuando escuché el pasto crujir, comprendí que Amiray Jared se habían acercado a nosotros.

—Hola Arus —lo saludó. Para mi sorpresa, él sonrió. Con todo el drama, casi había olvidado lo

mucho que le gustaba Amira.—Es bueno tenerte de vuelta, majestad.—Es bueno estar de vuelta —concordó ella.Arus la observó con curiosidad mientras yo lo ayudaba a ponerse de pie.—¿Recuerdas lo que sucedió?—Algunas cosas —respondió dudosa—. Hay algunas lagunas, pero sé

que estuve bajo el control de Azael.Él asintió y desvió su atención de Amira para observar con dolor los

árboles quemándose. Ami debió entenderlo, ya que se acercó algunos pasosy colocó su mano sobre la de él, en señal de consuelo.

—Acabaremos con esto —prometió. —Debemos volver a las colinas, el ejército de Azael se encuentra ahí.Yo miré a mi hijo, parecía ilusionado porque creía que iba a participar en

la batalla.—¿Y qué haremos con Jared? —el pequeño frunció su ceño al

escucharme—. No puedes volver a desaparecer de esa forma. Es demasiadopeligroso, ¿lo entiendes?

—Sí —aceptó a regañadientes. —Necesitamos que estés a salvo —me apoyó Amira poniéndose de

cuclillas frente a él.No presté atención a sus siguientes palabras y mi concentración se fijó

en Arus. Aún lucía algo débil, no estaba seguro de si por toda la magia quehabía tenido que utilizar para convertirse en aquel dragón, o por la palizaque le habían dado. O tal vez era la combinación de ambas.

—Quizá deberías quedarte con él —sugerí.Arus me miró ofendido.

—Ni hablar.—Estará a salvo contigo —intenté convencerlo.—No te dejaré solo. Además, tampoco puedo abandonar a mis hadas,

soy su rey.Suspiré casi involuntariamente.

—¿Aún puedes levantar el hechizo?

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Arus tardó algunos segundos en comprender a qué me refería, perocuando me miró con sorpresa supe que lo entendió.—¿Estás seguro?

—Sí —dije, lanzándole una rápida mirada a Amira que, seguramente, élno dejó escapar—. No volveré a perderla. Haré lo que sea para evitarlo.

Él asintió, aunque pareció más un movimiento para sí mismo. Después,colocó una de sus manos sobre mi pecho y murmuró un hechizo en vozmuy baja, para que ni Amira ni yo pudiéramos escucharlo.

El viento sopló a nuestro alrededor y yo jadeé al notar que el cuerpo mequemaba, como si fuego líquido estuviera corriendo por mis venas. Duróapenas algunos segundos, pero la sensación fue muy intensa.

—¿Joham? —Ami se separó de Jared para acercarse a mí, mientras meobservaba con ojos entrecerrados—. ¿Qué sucede?

—Es una larga historia. —La evadí—. Te la contaré después. Ella me miró, extrañada.—Jamás había visto ese color en tus ojos. —¿De qué color son mis ojos?—Plateados —respondió, examinándome—. ¿Qué significa?La aparición de Samara y Raúl me salvó de tener que dar más

explicaciones, aunque sospechaba que ella estaba mirando mi nueva magiareflejada en mis ojos. Ambos contemplaron a Amira, estupefactos, ydespués a Jared para verificar que se encontraba bien. Samara exhaló,aliviada.

—¿Majestad? —preguntó—. Cuando escuché que me llamaba no estabasegura de si sería una trampa.

Ami sonrió, algo apenada.—He vuelto —confirmó.Raúl ni se molestó en verificar sus palabras, atravesó la poca distancia

que había entre ellos y se abalanzó sobre ella en un abrazo tan efusivo quehasta la levantó del suelo para darle varias vueltas.

—¡Ami! —gritó lleno de alegría—. Pensé que te había perdido parasiempre.

Ella también lo envolvió con sus brazos y acarició su cabello con cariño,como consolándolo.

—Aquí estoy. —Lo tranquilizó—. Lamento todo por lo que te hicepasar.

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—Lo único que importa es que estamos bien —aseguró, dejándola en elsuelo y depositándole un rápido beso en la frente.

Amira asintió y se giró hacia Samara para darle un fuerte abrazo.—Sé que no hay tiempo para esto —meditó en voz alta— pero de

alguna manera los extrañé muchísimo. —Samara sonrió y le devolvió elabrazo. Cuando se separaron, Ami le acomodó el cabello naranja y la mirócon dulzura—. ¿Puedes quedarte con Jared? —preguntó—. Ha prometidoportarse bien, ¿verdad hijo?

Jared asintió para afirmar su promesa.—Por supuesto —respondió Samara. Amira se giró hacia mí y, a pesar de que aún me miraba con un poco de

desconfianza, me extendió su mano para que yo la tomara. En cuantonuestros dedos se entrelazaron, una corriente eléctrica nos atravesó aambos, confirmando lo poderosos que éramos.

—¿Estás listo? —preguntó.Asentí con determinación. Era momento de proteger a nuestro bosque,

juntos.

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Capítulo 46. Magia de hada.

Aparecimos en medio de la contienda, junto con Arus. Rápidamenteexaminé a mi alrededor y comprendí que los forestnianos se encontrabanatrapados entre llamas que estaba arrasando con todo el bosque. Combatíana los demonios con ferocidad, pero parecía que el dragón negro que estabasobre sus cabezas les estaba complicando las cosas.

Amira me soltó sin dudarlo y se fue en contra de los demonios que teníamás cerca. En un principio, los forestnianos la miraron completamenteasombrados, pero en cuanto comprendieron que habíamos recuperado anuestra reina, vitorearon y se unieron a sus ataques.

La llegada de Arus también fue bastante obvia, puesto que las hadas quese encontraban en el lugar comenzaron a moverse de manera sincronizada,algunas protegiendo a Amira y otras colocándose en varios puntosestratégicos para acabar de una vez por todas con los demonios. Se notabaque él las estaba liderando.

El fuego era peligroso, no solo para la batalla sino para nuestro bosque.Si se extendía y se volvía incontrolable, la esencia de nuestra magia estaríaen grave peligro. Había que deshacerse de él de inmediato.

Me sentía diferente, algo extraño pero lleno de energía y en conexióncon todo lo que me rodeaba en ese momento. El corazón de Amira. Lalealtad de nuestro pueblo. La valentía del bosque. Podía sentirloabsolutamente todo, como si fuera estática en el aire y yo la estuvierasintonizando. Y sabía cómo terminar con el fuego sin siquiera detenerme apensarlo.

Extendí los brazos hacia el cielo y toda la estática comenzó a vibrar confuerza, el bosque respondiendo a mis deseos. Dirigí toda la energía haciaarriba, hacia las nubes que se arremolinaron en nuestra cabeza y hacia elagua que comenzó a caer con fuerza sobre nosotros.

Nos empapamos en cuestión de segundos y el fuego a nuestro alrededorcomenzó a disminuir. Sonreí satisfecho y alcancé a notar que, aunqueAmira estaba concentrada en la batalla, no se había perdido nada de lo queyo había hecho. Sus ojos intrigados me lo aseguraban.

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Tuve que apartar mi vista de ella al sentir una vibración distinta y máspesada acercarse. Era increíble lo alertas que estaban mis sentidos y mepregunté a mí mismo si Arus siempre se sentiría de esta manera. Moví lacabeza para apartar esos pensamientos y volví a concentrarme a tiempo paracomprender qué era lo que se acercaba.

Salió por entre las nubes, listo para atacar con un rayo de fuego queatravesó la lluvia, dispuesto a caer sobre los forestnianos. Sus dos ojos rojosbrillaron con el reflejo del fuego y yo di un gran salto para hacer frente alataque.

Extendí mis manos al frente y el fuego se evaporó antes de queocasionara daño alguno. El dragón abrió sus alas para volver a ascenderante su ataque fallido.

—No tan rápido —le advertí.Gruesas ramas crecieron como látigos y se enredaron en su cuerpo para

impedir que se alejara. El dragón rugió furioso y aleteó con más fuerza enun intento de soltarse, ocasionando un revoltijo de hojas y tierra a mis pies.

Sentía la tensión de la magia en mis brazos, retener al dragón requeríamucha más fuerza de la que pensé. De alguna manera él supo que era yoquien lo estaba conteniendo, porque clavó sus ojos en mí antes de atacarmecon un poderoso rayo de fuego.

Esa vez me costó mucho más retenerlo, tal vez porque mi magia estabaintentando hacer muchas cosas al mismo tiempo. Me concentré tanto en elataque que no vi cuando arrancó un frondoso árbol con su cola hasta quefue demasiado tarde.

El tronco chocó contra mi cuerpo y me sacó volando. El golpe me dejósin aire y algo aturdido, pero me quedé flotando en el aire antes degolpearme contra el suelo y miré a Amira con agradecimiento, quien teníasu mano extendida hacia mí.

Recuperé el control de mi cuerpo y me precipité hacia adelante cuandovi que ella se giraba hacia el dragón.

«Déjamelo a mí» —insistí.«Yo te puedo ayudar» —me reprochó. «Tengo todo bajo control»No sabía hasta qué punto mis palabras eran ciertas, pero me aterraba que

ella estuviera usando tanta magia. La vi negar con la cabeza, pero parecióconfiar en mí ya que volvió a girarse con fuerza para deshacerse de tres

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demonios al mismo tiempo y con un solo hechizo. Vaya que Ada seríabastante poderosa.

Aparté el cabello mojado de mi rostro y miré con furia al dragón. Cadavez que me acercaba a él la piel se me enchinaba por la energía maligna quetoda su esencia despedía. Ahora podía sentirlo, esa criatura estaba hechapara matar y torturar. Se alimentaba del miedo y lo irradiaba por doquier, atal punto que hasta me provocaba unas ligeras punzadas de dolor en lacabeza.

El dragón dejó de volar y aterrizó en el suelo, derrumbando variosárboles por su peso. Quedó tan cerca de mí que alcancé a ver perfectamentesus colmillos cuando retiró sus labios para soltar un bufido y sentí su alientocaliente caer sobre mi rostro. Casi pude ver un nuevo rayo de fuegoformándose en su garganta, pero ordené a otra rama apretar su cuello paraimpedirlo.

Soltó un rugido amortiguado y comenzó a forcejear en contra de susataduras. Cada vez que lo hacía sentía un extraño tirón en mi pecho, comosi algún músculo interno se estuviera desgarrando. Al mismo tiempo, laestática creció hasta el punto de volverse casi insoportable y sentí como sila cabeza se me partiera en dos.

Casi sin pensarlo, volví mi atención a la tormenta. El agua seguíacayendo con fuerza y la energía corría por las nubes negras. Tuve una idea.Comencé a concentrar toda la electricidad por encima de nuestras cabezas,como si de pronto hubiera un potente imán en el cielo que estuvieraatrayendo todo. Aquello hizo que el aire comenzara a soplar aún más fuertey cerré los ojos para conectarme con él y redirigirlo para formar variosremolinos que comenzaron a crecer y girar con fuerza.

«No toquen a los forestnianos» les advertí a los tornados, como si fueranpersonas capaces de obedecerme «acaben con los demonios». No sabía porqué, pero estaba seguro de que harían exactamente lo que les había pedido ylos dejé ir en cuanto cobraron vida.

Abrí los ojos y volví a mirar al dragón. El imán sobre nuestra cabeza yaestaba cargado con toda la electricidad de la tormenta y listo para atacar,podía sentirlo quemándome. Alcé las manos para controlarlo con ellas y enel cielo se formó una enorme esfera de rayos plateados. Se escuchó unestruendo en cuanto chocaron contra ellos, estremeciendo a todo el bosque.

El dragón alzó la cabeza al escucharlo y esa fue mi señal para dejar caertoda la energía sobre nosotros, quedando en medio de un círculo de feroces

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rayos. Las ataduras se soltaron, pero el dragón se quedó paralizado mientraslos rayos atravesaban su cuerpo sin piedad.

«Joham» —me advirtió la voz de Arus dentro de mi cabeza—. «Te estásextralimitando»

Lo ignoré por completo, no me iba a detener justo ahora que tenía aldragón entre mis manos, aunque vagamente entendía a lo que Arus serefería. Los rayos no me hacían daño a mí, pero sentía como si fuegocorriera por las venas de mi cuerpo, quemándome por dentro.

Algunos rayos golpeaban contra el suelo, quemando el césped ydejándolo ennegrecido, dándome una idea de su fuerza. Mi vista no seapartó ni un segundo de la enorme criatura, así que noté el momento exactoen el que su cuerpo se comenzó a desintegrar, como si estuviera hecho decenizas que flotaron en el aire. Primero desaparecieron las patas, seguidopor su cola, cuerpo, cuello y así hasta alcanzar su cabeza, sus ojos rojosbrillaron antes de desaparecer.

Hasta que el dragón se esfumó me percaté de lo entumecido que estabami cuerpo y lo mucho que me dolía. Fue inevitable soltar un gemido antesde que mis rodillas se me doblaran y golpearan contra la tierra. Después, elresto de mi cuerpo lo siguió y sentí un fuerte golpe en mi sien.

Mi cuerpo no respondía. Era como si lo hubieran desconectado de miconciencia y yo flotara lejos de él. ¿O estaba muerto? Una alarma seencendió en mis pensamientos ante esa incertidumbre, sobre todo porque elestruendo de los rayos se había detenido y el fuerte aire había dejado desoplar. Todo estaba sumido en el silencio.

Y entonces la escuché. Su voz me reconfortó de alguna manera, a pesarde que gritaba mi nombre con miedo y desesperación. No podía responderley me moría por hacerlo, pero aún no entendía qué estaba sucediendoconmigo. No me encontraba completamente inconsciente y tampoco teníael control de mi cuerpo. Era frustrante.

—Joham. —La voz de Ami se escuchó mucho más cerca que antes, peroal romperse entendí que estaba llorando—. Joham, por favor ¡Reacciona!No me hagas esto, te lo suplico.

Me moría por consolarla, pero no podía y escucharla de esa manera meestaba volviendo loco.

—No, no, no, no, no —suplicó—. No puedo perderte así…Entonces… ¿era verdad? ¿Esto era la muerte?

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—Amira —la llamó Arus—. Tranquila. Joham no está muerto, solo estánoqueado.

—¿Estás seguro? —preguntó entrecortadamente.—Completamente —aseguró—. Aún puedo percibir su alma.Arus debió hacer algo, ya que en ese momento un remolino cálido nació

en mi pecho y entonces pude sentir el resto de mis extremidades, aunquecontinué sin poder moverlas. Amira debió girar mi cuerpo en su intento dedespertarme, porque ahora el suelo estaba en mi espalda y sus manos en mirostro.

—Oh… está respirando —dijo aliviada—. Gracias Arus. Y lo último que sentí fue su cálido aliento sobre mi piel y sus suaves

labios besando mi frente. Después, me desconecté por completo.

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Capítulo 47. Plan.

Cuando la negrura se disipó, lentamente volví a sentir mi cuerpo. Estabarecostado sobre algo suave y cálido. Mis manos se cerraron sobre unasábana y me removí para acomodarme en mi lugar. Me sentía descansado yen paz, pero conforme los minutos pasaron los recuerdos comenzaron avolver lentamente a mí.

Abrí los ojos, de pronto inquieto. Un montón de dudas comenzaron ataladrarme la cabeza, ocasionándome una punzada de dolor. Miré a mialrededor y descubrí dos cosas: me encontraba en la habitación del castilloy no estaba solo, Jared yacía recostado a mi derecha, con la bocaentreabierta y profundamente dormido. Me tranquilicé al verlo y comprobarcon mis propios ojos que él estaba bien. Quise abrazarlo con fuerza, perodecidí que por el momento lo mejor sería no despertarlo.

Me puse de pie, aún confundido. La última vez que había visto elcastillo, un dragón plateado había derribado gran parte de él mientras elbosque estaba siendo consumido por el fuego. Me acerqué a la ventana yaparté la cortina para mirar el anochecer. Todo parecía normal, como si misrecuerdos se trataran tan solo de un sueño.

—Amira… —susurré con la boca seca. ¿Todo había sido una ilusión? ¿O en verdad la habíamos recuperado?Salí de mi cuarto a toda prisa, solo para descubrir que el pasillo estaba

en silencio. Corrí por él, intentando encontrar una pista de lo que habíasucedido o a alguien que me lo explicara.

«Dandelion» —lo llamé mentalmente. Pero no acudió. Llegué al final del pasillo y bajé las escaleras casi

trotando, iba tan rápido que pude haber chocado con ella, pero al verla micuerpo se quedó paralizado e inmóvil unos dos escalones más arriba.

Amira se sobresaltó al encontrarse conmigo, pero sus ojos se suavizaronal reconocerme y pude comprender, con verdadero alivio, que era ella. Traíasu largo cabello recogido en una trenza y un ligero vestido de tul blancocaía hasta sus tobillos, dejando sus pies descalzos a la vista.

— Joham —dijo con anhelo—, por fin.

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Acortó la distancia entre nosotros y me envolvió con sus brazos. Yoenredé los míos en su cintura y suspiré al oler la familiar combinación devainilla y flores en su cabello. Eso lo volvió mucho más real de lo que yaera. Acomodé mi barbilla sobre su cabeza, dejando que su cercanía metranquilizara.

—Estás aquí —dije aliviado.Ella acarició mi nuca en respuesta, consolándome.

—Lo estoy —me aseguró y se apartó lo suficiente para mirarme a los ojos—. ¿Cómo te sientes?

—Algo confundido —admití y al tenerla tan cerca, pude notar elcansancio y la tristeza de sus ojos azules—. ¿Está todo bien? —preguntépreocupado.

Amira negó con la cabeza, pero respiró hondo para no perder lacompostura.

—Vengo del funeral.—¿Funeral? —repetí sin comprender.—Perdimos a muchos forestnianos en la batalla —murmuró abatida.—Oh… —entendí de pronto y tomé un mechón que se había soltado de

su trenza para colocarlo detrás de su oreja—. Lamento que lo hayas tenidoque organizar tú sola.

—Era lo menos que podía hacer. —Volvió a suspirar—. Después detodo, murieron por mi culpa.

—No, Ami… No te culpes por eso.Ella agachó su rostro para esconder sus ojos.—Arus me está esperando en el estudio —me avisó, supuse que para

cambiar de tema—. ¿Quieres venir? —Me congelé al escuchar el nombredel hada. O mejor dicho, el nombre de mi padre. Ella debió malinterpretarmi falta de respuesta—. Tal vez deberías volver a la cama —dijo para símisma— y dejar que Samara te revise.

—Estoy bien —aseguré.Ami hizo una mueca.

—Amor… Has estado inconsciente durante tres días.La miré, creyendo que me estaba gastando una broma.

—¿Qué dices?—Tres días —afirmó—. Y ahora por fin comprendo todo lo que pasaste

el día que yo maté a Isis. Por un terrible momento creí que estabas muerto.—Y como si mi memoria quisiera confirmar sus palabras, de pronto recordé

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sus gritos desesperados, llamándome. Su mano se entrelazó con la mía y mejaló suavemente para volver al piso de arriba, devolviéndome a la realidad—. Después llamaremos a Samara. Arus estará feliz de verte, estápreocupado por ti.

—Ami, espera —me detuve en el camino y ella se giró para mirarme,aún sin soltar mi mano—. ¿Tres días?

—Usaste bastante magia —explicó—. Una magia a la que tu cuerpo noestá acostumbrado, ya aprenderás a dominarla.

Sus ojos eran tan transparentes que pude ver cautela en ellos, estabaescogiendo sus palabras con muchísimo cuidado.

—¿Lo sabes?Ella asintió.—Lo sé todo —confirmó—. Arus me lo explicó.—¿De eso vas a hablar con él?—No exactamente —admitió, mordiéndose su labio inferior—, quiero

hablar con él sobre Ada. Quiero crear un plan para protegerla, no voy apermitir que Azael ponga sus sucias garras sobre ella…

Aquello me puso alerta.—No entiendo —insistí, comenzando a perder la paciencia—. ¿Durante

estos tres días sucedió algo que deba saber?Amira me miró con comprensión y alzó una de sus manos para acariciar

con cariño mi mejilla.—Ya te pondré al tanto de todos los detalles —me prometió—. En

resumen, nos hemos concentrado en el bosque. En reconstruir el castillo ylas aldeas de la colina. En enterrar a nuestros muertos. Arus y Dandelion mepusieron al tanto de lo que sucedió… en mi ausencia. Me contaron laprofecía y lo poderosa que será Ada. También me enteré de que Arus es tupadre.

Hizo una pausa, seguramente para evaluar mi reacción.—¿Dónde está Dandelion? —pregunté al recordar que no había acudido

a mi llamado.—Está en la Tierra ayudando a Raúl a poner todo en orden, ya que

desapareció por varios días… —Asentí y desvié mis ojos de su mirada,porque la notaba examinándome y eso me ponía nervioso. Su otra manotambién subió a mi mejilla y con mucha delicadeza me obligó a mirarla denuevo. Estaba preocupada, podía adivinarlo con tan solo verla—. Dandelionme contó que la noticia de Arus no te cayó bien —dijo en voz baja y

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consoladora, mientras sus pulgares hacían caricias en mi piel—. ¿Quiereshablar sobre eso?

No pude evitarlo, todo el miedo, ansiedad y dolor que había sentido losúltimos días apareció como un fuerte nudo en mi pecho que me dejó sinaire. Mi otra mitad estaba de nuevo conmigo y entonces comprendí por quéno había querido hablar con nadie más sobre el tema de mi padre: porque lanecesitaba a ella. Amira era mi soporte y en ese momento de vulnerabilidadlo único que quería era que me abrazara y nunca me soltara.

—Arus es mi padre.Necesitaba decirlo en voz alta. Necesitaba decírselo a ella.—Esto es bueno, Joham —aseguró, acercándose aun más a mí—. No

tengas miedo.Yo negué con la cabeza.—No solo es el miedo —confesé—. Estoy tan enojado con él. —¿Por qué? —preguntó frunciendo su entrecejo.—Por todo, por no habérmelo dicho y por haber sido tan frío conmigo

todo este tiempo.Ella asintió, intentando comprenderlo.—Creo… que tienes todo el derecho de estar enojado con él —admitió

—. Además, la manera en la que te enteraste debió ser brutal para ti.Sonreí al escucharla dándome la razón, eso me hacía sentir tan

comprendido.—¿Cómo voy a quererlo después de eso?Ella meditó su respuesta durante un minuto.—¿Y quién dijo que tienes que comenzar queriéndolo? —cuestionó de

manera elocuente, dejándome impresionado—. Empieza poco a poco.Habla con él y ve cómo fluyen las cosas. Nada más. No quiero que tepresiones.

—Puedo hablar con él —accedí y ella también sonrió—. ¿Estás segurade que esto es bueno?

—Arus jamás reemplazará a tu familia —respondió, poniéndole palabrasa mis silenciosos miedos— pero eso no quiere decir que no se puedaconvertir en tu nueva familia.

—Oh Ami —suspiré poniendo mi frente sobre la suya—, te extrañétanto.

Amira buscó mis labios de manera silenciosa y sus brazos subieron hastaentrelazarse detrás de mi cuello. Aquel beso fue lento, dulce y perfecto. Sus

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labios suaves y húmedos se movieron sobre mi boca, arrebatándome elaliento por completo.—Yo también —susurró al separarse.

—¿Tú estás bien? —pregunté dubitativo—. ¿Quieres hablar sobreAzael?

Los ojos de Ami se perdieron un momento, como si hubieran vuelto alpasado.

—No recuerdo mucho —admitió— pero si quieres que sea honestacontigo, estoy asustada. Tenemos que proteger a nuestra hija de esedemonio, así sea lo último que hagamos.

—No podría estar más de acuerdo contigo —coincidí, pasando mi manocariñosamente por su vientre abultado.

—Entonces… ¿vamos con Arus?—Vamos —accedí.

Amira y yo entramos al estudio en silencio. Arus nos estaba dando laespalda, pero se giró al percatarse de nuestra presencia. No pareciósorprendido al encontrarse conmigo, pero me examinó con una rápida yansiosa mirada.

—Majestad —saludó escuetamente y sus ojos se suavizaron un poco alobservar a Ami—. Lamento mucho sus pérdidas, debió ser una ceremoniamuy complicada.

—Algo —admitió Amira sentándose en una de las sillas, lucía cansada—, pero estaremos bien. Los forestnianos han sido increíblementecomprensivos y me han apoyado muchísimo. —Alzó sus ojos azules paramirarlo con empatía—. Nosotros también lamentamos tus pérdidas, Arus.Gracias por haber luchado junto a Sunforest.

Arus asintió con una inclinación suave y sus ojos plateados volvieron acaer sobre los míos.

—Me… alegra que despertaras —dijo, algo incómodo—. Estoy muyimpresionado por la manera en la que te desenvolviste, pero nos teníaspreocupados.

—No tenía idea de que estaría tanto tiempo inconsciente —respondí,encogiéndome de hombros.

—Te advertí que te estabas extralimitando.Sonreí al imaginar que eso parecía casi un regaño.

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—Lo hiciste —admití—, pero en ese momento fue difícil comprenderlo.Todo resultó muy… nuevo.

No estaba seguro de si esa era la palabra indicada para explicar todas lasinesperadas sensaciones que había tenido.—Una vez les dije que la magia de las hadas no tenía límites, ¿ahora locomprendes?

—Supongo —dudé—. Aun así, tú te convertiste en un enorme dragón yno estuviste inconsciente durante tres días. ¿Eso significa que aún eres máspoderoso que yo?

—Tú eres mitad forestniano —me recordó—, lo que significa que tienesciertas limitaciones: no puedes convertirte en tu forma de hada ni encualquier otra criatura, tu cuerpo es único y por eso tienes que tener máscuidado. Tu hija también deberá tenerlo.

Amira y yo nos miramos, ella volvía a estar preocupada.—Justo por eso quería verte, Arus —dijo ella—. He estado inquieta

desde que me contaron acerca de la profecía. No puedo permitir que lo queme sucedió a mí sea el destino de Ada y necesito tu ayuda para impedirlo.

—Entiendo —respondió Arus, pensativo.—También tendríamos que protegerte a ti —comenté, mirándola con

cierta ansiedad—. Seguramente, Azael querrá recuperarte. Ella cruzó los brazos sobre su pecho y mordió su labio, insegura. —No le será fácil —dijo Arus con un tono más tranquilizador—. Una

vez que has vencido el control mental, es muy difícil que vuelvas a caer. Tehaces más fuerte. No creo que Azael se arriesgue a repetir la mismamovida, estoy casi seguro que esperará hasta que Ada nazca.

—O vendrá por Joham —dijo Amira, sosteniendo mi mirada. Fruncí el ceño al escucharla.—¿Qué te hace creer eso?—Ada heredó su magia de ti y ahora que Arus levantó su hechizo, tú

eres tan poderoso como ella —explicó—. ¿Por qué preocuparse porcontrolarme de nuevo cuando lo puede hacer contigo?

—No es tan sencillo —la interrumpió Arus—. No es lo mismo controlara una humana que a un forestniano.

—¿Qué quieres decir? —preguntó intrigada. —Eres mucho más vulnerable que Joham y el control mental no es

estable. Azael tendría muchos más problemas intentando controlar acualquier ser mágico.

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—Entonces —dudó— también tendría problemas controlando a Ada.Arus negó, muy serio.—Ada también es humana. Joham no.Amira y yo lo comprendimos al mismo tiempo: nuestra hija sería tan

poderosa como un hada, tan fuerte como una forestniana y tan vulnerablecomo una humana.

—Oh —pronunció Ami—, ahora entiendo todo. No se trata solo decontrolar a alguien poderoso, sino de controlar a alguien poderoso yvulnerable…

Arus asintió.—Así que, por el momento, lo ideal será concentrarnos en proteger a

Ada.—¿Puedes hacer un hechizo como el que hiciste conmigo? —pregunté

—. ¿Para dormir su magia?—Sí, en cuanto nazca.—Eso no servirá de mucho —se lamentó Amira—. Tengo la sospecha

de que ese hechizo funcionó contigo porque nadie se enteró de tuexistencia, de tu verdadero linaje. Pero en el caso de Ada, ya saben queexiste y solo están esperando el momento adecuado para ponerle sus garrasencima. Con o sin hechizo, van a perseguirla.

Tras escuchar sus palabras, la respuesta llegó a mí y fue tan clara quehasta dolió.

—Tenemos que ocultarla —murmuré, pero era tal el silencio que mispalabras se escucharon perfectamente.

—¿Ocultarla? —repitió Ami, sin comprender.Miré a Arus y en sus ojos pude ver que él sí me había entendido.

Inevitablemente, recordé las palabras de la pelea que habíamos tenido hacealgunos días:

—¡Renuncié a ti para mantenerte a salvo! —me había gritado. —Yo nunca podría abandonar a Jared a su suerte. —Él no pareció

afectado por mis palabras, simplemente continuó mirándome con susintensos ojos plateados.

—Ojalá algún día lo entiendas —dijo antes de desaparecer.Vaya ironía, ahora lo entendía. Si yo tenía que sacrificar el hecho de

tener a Ada en mis brazos a cambio de que ella estuviera a salvo, lo haríasin dudarlo. Justo ahora la decisión de Arus no me parecía tan egoísta, perodolía tanto que me estaba costando aceptarla.

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—¿Joham? —Amira me llamó, algo inquieta por mi silencio. —Arus me protegió al buscarme otra familia —expliqué y ella abrió sus

ojos, sorprendida—. Tal vez deberíamos hacer lo mismo.—¿O… otra familia? —tartamudeó.Hice una mueca llena de tristeza, porque Ada todavía no nacía y ya

estábamos planeando cómo alejarnos de ella. El corazón se me estabarompiendo en mil pedazos. Mientras tanto, Arus estaba en completosilencio, no se atrevía a decir una sola palabra al respecto.

—Si ella se queda con nosotros —medité intentando usar toda la lógicaposible— estará en peligro todos los días de su vida.

Ami mordió la uña de su pulgar y contrajo su rostro, como si estuviera apunto de darle un ataque de pánico.

—Estará en peligro de cualquier manera —intentó convencerme—.Azael mandará buscarla entre los forestnianos hasta encontrarla y si no estácon nosotros… no podremos protegerla.

Negué con la cabeza.—No si buscamos una familia que no sea forestniana.—¿Qué quieres decir?—Ada también es humana. —Los ojos de Amira brillaron con

comprensión—. Si hacemos el hechizo para reprimir sus poderes, podríapasar desapercibida en la Tierra.

—¿Estás seguro? —preguntó temblando. —Absolutamente nadie sabrá dónde se encuentra, ni siquiera nosotros.

Arus podría buscarle una familia y llevarla en cuanto nazca. De estamanera, él sería el único que conocerá su paradero… y él es lo suficientefuerte como para ocultar esa información de Azael. Será como buscar unaaguja en un pajar. Aun más difícil, porque Azael está confinado en elinfierno y ni siquiera puede salir él mismo a buscarla.

—Creo que podría funcionar —admitió Arus al escuchar mi plan. Y ambos miramos a Amira.—No puedo —dijo después de algunos minutos de silencio. El borde de

sus ojos se llenó de lágrimas—. No puedo separarme de ella. No soportaríano verla, no abrazarla. Ni decirle lo mucho que la amo.

Me rompí al escucharla y me acerqué a ella para acariciar su cabello.—Te entiendo, Ami —la consolé—. Pero esta podría ser la única salida.

El oráculo dijo que solo el amor la salvará y tal vez se refiera a esto, porquetenemos que amarla muchísimo para poder dejarla ir…

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—¿Podemos pensarlo? —suplicó.—Claro —suspiré—. Aún tenemos algunos meses.Ella asintió.—Si no se nos ocurre otro plan, lo haremos —dijo con voz temblorosa

—. Solo quiero estar muy segura de que en verdad no existe otro camino.—Estoy de acuerdo contigo —coincidí, dándole un abrazo

tranquilizador.

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Capítulo 48. Entrenamiento.

Aplaudí cuando Jared apareció justo donde le indiqué que lo hiciera.Apenas teníamos tres meses practicando, pero su magia —que había pasadocinco años dormida— despertó con todo su esplendor y estabaevolucionando rápidamente.

Aun así, no había señal alguna de que Jared también hubiera heredado lamagia de las hadas. Era mejor así, al menos uno de mis hijos se encontrabaa salvo.

—Bien hecho, hijo —lo felicité con una sonrisa cuando él me miróorgulloso—. Me parece que es suficiente por hoy.

—¡Quiero hacerlo otra vez!—Necesitas descansar —negué—. Además, la comida ya debe estar

lista. ¿No tienes hambre?Los ojos verdes de Jared se desviaron por un momento, como si

estuviera pensando seriamente su respuesta. Yo solo lo miré, divertido.—Sí —respondió al fin, al parecer dándose por vencido con el

entrenamiento. —Vamos —le dije, extendiendo mi mano para tomar la suya.Almendra nos sonrió dulcemente cuando entramos al comedor. Justo

estaba colocando algunos platos en nuestros asientos habituales, pero fruncíel ceño al notar que solo eran dos.

—Hola Jared —lo saludó la cocinera—. He preparado una de tuscomidas favoritas.

El entusiasmo de Jared creció al escuchar sus palabras y me soltó parasentarse en la mesa con una enorme sonrisa.

—¿Amira no va a comer? —pregunté con cautela.—Más tarde —respondió Almendra dedicándome una rápida mirada—,

dijo que ahora no tiene hambre. —Mmm —dudé—. ¿Puedes servirle de comer a Jared? Iré a verla un

momento. —Será un placer —aseguró con una sonrisa servicial. —Gracias.

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Ni siquiera tuve que preguntar en dónde se encontraba, lo adivinéfácilmente porque había pasado casi todos los días de los últimos tres mesesencerrada en ese lugar. Subí hasta la biblioteca y abrí la puerta sinnecesidad de llamar antes. Ella estaba sentada sobre el alféizar de laventana, mirando hacia el bosque y con ambas piernas levantadas yapoyadas en el mármol rosa. Traía puesto un vestido ligero y floreado quecaía sobre su redondo estómago, el cual había crecido algunosconsiderables centímetros. Después de todo, Ami ya tenía seis meses deembarazo.

Volvió su rostro al escucharme y sonrió mientras me acercaba a ella.—Hola —me saludó ladeando su rostro—, los estaba mirando entrenar. Le sonreí de vuelta y acaricié su mejilla con mi pulgar al quedar frente a

ella.—¿Y qué te pareció?—Creo que lo está haciendo bastante bien, ¿no? —dijo, bajando sus

piernas para hacerme espacio en el alféizar—. Para tener cinco años, me hadejado algo sorprendida.

—A mí también —coincidí, sentándome a su lado para examinar susojos y averiguar si me estaba ocultando algo—. ¿Estás bien? —Ella seencogió de hombros, pero no respondió. Yo pasé la vista por la larga mesafrente a nosotros y miré todos los libros abiertos que había sobre ella. —¿Cómo va la investigación? —pregunté, dubitativo.

—Mal —gruñó, cambiando su estado de ánimo de golpe—. Estoy apunto de rendirme.

Yo tragué saliva. Amira y yo teníamos semanas intentando encontrar unamanera segura para poder proteger a Ada, pero hasta ahora no habíamostenido suerte.

—Vamos a comer —sugerí— y te ayudaré después. Jared y yovolveremos a entrenar hasta mañana.

—No tengo hambre —murmuró.—¿Te sientes mal?—No… solo me sigue doliendo la espalda, pero creo que es normal. —¿Entonces, no quieres comer por qué…?Ella soltó un gemido.—Tengo un nudo en el estómago —admitió—. He buscado como loca y

no he encontrado un plan mejor que el tuyo.—Ami —susurré—, no tenemos que hacerlo si tú no quieres.

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—No podría ser tan egoísta como para ponerla en peligro solo porque laquiero a mi lado —confesó.

—¿Eso qué quiere decir?—Que cuando Ada nazca… —se tomó un momento para respirar hondo

— la dejaremos ir. —¿Estás segura? —pregunté sorprendido. —Si la respuesta estuviera aquí —dijo señalando a su alrededor— a

estas alturas ya la habríamos encontrado. Creo que es momento de aceptarla realidad. Esta es la decisión más difícil que he tenido que tomar en todami vida, pero cada día estoy más convencida de que la única manera deromper la profecía es impedir que Ada se convierta en reina. —Y alzó elrostro para mirarme a los ojos—. Tienes razón, ella estará mucho más asalvo en la Tierra.

Nos quedamos en silencio algunos minutos, tan solo mirándonos yprocesando todo.

—Jared será un gran rey —decretó.Yo sonreí al escucharla, ya que yo también lo había pensado.—Lo será —admití. —Deberíamos hablar con Arus —suspiró— y comenzar a planear todo.La relación entre el hada y yo no había cambiado mucho. Ya no lo

odiaba, ni me sentía enojado todo el tiempo con él ahora que una parte demí comprendía el porqué me había abandonado, pero aún no meacostumbraba a la idea de que él fuera mi padre y, por lo tanto, seguíahabiendo cierta distancia entre nosotros. No tenía idea de si eso cambiaríaalgún día, pero tampoco estaba cerrado a averiguarlo.

Aparté mis pensamientos para no distraerme y volví a mirar a Amira. Alnotar su rostro triste, me incliné para darle un beso.

—Después —respondí—, ya tendremos tiempo para eso.Ella volvió a gruñir.—Ya te dije que no tengo hambre —insistió, seguramente creyendo que

yo volvería a sacar el tema. Me reí, ese era un berrinche digno de Jared.—Necesitas relajarte, las últimas semanas has estado muy tensa.—¿Por qué será? —preguntó irónicamente.—Lo sé, no ha sido para menos —aclaré—, pero hay que intentar ver el

lado positivo. No dudo que separarnos de Ada será tremendamente difícil,pero, justo ahora, aún está con nosotros.

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Ella sonrió cariñosamente cuando pasé mi mano por la curva de suestómago. La tomó para moverla más hacia la derecha y la presionó encontra de su piel.

—Habla —me dijo—. Ella ama tu voz. —Hola Ada —la saludé— ¿cómo te estás portando?Una patadita se alcanzó a sentir justo donde estaban nuestras manos,

como si fuera un fuerte latido. Ambos extendimos nuestra sonrisa.—Hoy se ha movido mucho —me contó—, parece que está algo

inquieta. Hizo una mueca al sentir otra patada, esa mucho más fuerte que la

primera.—Tal vez siente que estás intranquila. —Probablemente —dijo encogiéndose de hombros y soltando mi mano. —¿Quieres saber un secreto?Logré captar su atención, sus ojos azules me miraron con curiosidad.—¿Qué tipo de secreto?—¿Quieres saberlo o no? —la provoqué. —Sí —respondió, aunque algo dudosa. —Enzo arruinó nuestra luna de miel.—¿Cómo? —dijo alzando las cejas, sorprendida.—Quería darte una sorpresa —le conté pasando una de mis manos por

su cabello— y llevarte a la playa después de la boda.—¿En serio? —preguntó con ternura y yo asentí.—Por obvias razones no pude hacerlo. —Me lamenté, intentando apartar

los recuerdos de su secuestro—. ¿Crees que ahora es muy tarde para teneruna luna de miel?

Ella me dedicó una sonrisa traviesa.—Nunca es tarde para una luna de miel —declaró.—Entonces… vámonos.Amira me observó con incertidumbre.—¿Ahora?—¿Por qué no?—No me siento tranquila dejando a Jared solo. —Mordió su labio

inferior.Yo asentí, comprendiéndola. Azael aún nos tenía paranoicos, aunque no

había ni un susurro sobre él. Al menos, no todavía.

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—Solo por el resto del día —intenté convencerla—. No nos iremosmucho tiempo. Samara estará feliz de cuidarlo y puedo pedirle a Arus queesté al pendiente de él, solo por si acaso. Volveremos al anochecer.

—No me tientes, Joham.—Regresaremos enseguida si hay algún problema. Te lo prometo.Pareció pensarlo durante algunos segundos y se rindió tras una

exhalación.—¿A cuál playa? —preguntó casi con anhelo. —La que tú quieras.La emoción llegó hasta sus ojos.—Hay un lugar que se llama Holbox —me contó— y se encuentra en el

mar caribe. La recuerdo tranquila y muy hermosa, fui con mamá cuando erapequeña. Sería lindo volver.

—Entonces, está decidido —resolví con una gran sonrisa. —No me quedará ningún bikini —se lamentó mirando su estómago. —No seas negativa —la regañé con cariño—. Esta pequeña escapada es

para disfrutar y relajarnos.—Ya lo sé —aceptó rodando sus ojos de manera divertida—, no voy a

arruinarla. Te lo prometo.—No me preocupa que vayas a arruinarla —le aclaré—, solo quiero que

te distraigas un poco. Que estés feliz. Que, por el amor del bosque, salgasde esta biblioteca para que te dé un poco de luz, estás más pálida que unfantasma.

Amira soltó una carcajada y me miró con dulzura. Yo ni siquierarecordaba la última vez que la había escuchado reír, así que disfruté delsonido y me aferré a él, esperando escucharlo de nuevo durante el resto deldía.

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Capítulo 49. Luna de miel.

Holbox resultó ser justo lo que ambos necesitábamos. Aparecimos lejosde la gente, en una playa virgen que se encontraba casi al final de la isla.Quedé maravillado con el azul del agua y comprendí por qué Amira habíaquerido regresar a ese lugar.

El agua estaba tan tranquila que no había olas y tan clara que sealcanzaban a ver los pequeños peces de colores que se animaban a llegar ala orilla. La arena era blanca, fina y estaba cálida por el sol. No muy lejosdel mar, había unas cuantas palmeras que proyectaban un poco de sombra.

Amira y yo estábamos recostados bajo ellas, disfrutando de latranquilidad y el silencio por primera vez en días. Yo tenía la espaldarecargada en uno de los troncos y Amira estaba acostada sobre mis piernas,dormitando un poco.

Acariciaba su cabello suavemente en un intento de arrullarla aún más, yaque últimamente estaba más cansada de lo normal. La escuché soltar unronroneo suave y separé mi vista del mar para observarla a ella.

—Pensé que estabas dormida. —Dormí un poco —admitió. —¿Quieres nadar? El agua está muy tranquila.—Mmm. —Lo pensó—. Solo si vienes conmigo.Yo sonreí.—No pienso separarme de ti, nunca más —Alzó sus ojos y me dedicó

una mirada extraña que no alcancé a descifrar—. ¿Qué? —preguntécurioso.

—Nada —respondió con un susurro y desvió la mirada. —Ami —insistí—, puedes decirme lo que sea. —No quiero arruinar nuestra luna de miel. Fruncí el ceño al escucharla.—Ahora me estás preocupando. —Solo estaba pensando —admitió entre dientes y se alzó para quedar a

mi altura— que deberías separarte de mí si algún día vuelvo a intentarhacerte daño.

Inevitablemente me tensé.

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—¿A qué se debe esto?—Bueno, no te lo había contado, pero a veces sueño que te ataco y eso

me pone mal. Creo que son recuerdos de… ya sabes.—Quisiera que no te culpes por eso —respondí con cautela. —Aquí el problema no es si me culpo o no —explicó—, es que necesito

estar segura de que yo no volveré a ser la responsable de hacerte daño. O aJared. O a Sunforest.

Yo gruñí.—No es tan fácil como lo dices —rezongué—. Si hubiera sido yo… Si

Azael me hubiera controlado a mí en lugar de a ti, ¿qué habrías hecho? Yno me mientas.

Ella pensó su respuesta durante algunos minutos, tal vez buscando lamanera de evadirme, pero, al final, dejó caer sus hombros y clavó la vistaen la arena.

—Probablemente lo mismo que tú —admitió—, tampoco me hubierarendido tan fácil.

—Ahí lo tienes —le dije poniendo mi mano bajo su barbilla paraobligarla a mirarme—. Escúchame bien, no pienso separarme de ti. Nunca.

Amira se inclinó para besarme tan inesperadamente, que me tomóalgunos segundos devolverle el beso, pero en cuanto lo hice, tambiéndeslicé mi mano por debajo de su nuca y la atraje aun más hacia mí.

Ella pasó una de sus piernas por encima de mi cuerpo para sentarsesobre mi regazo y se pegó a mí todo lo que su pancita de embarazada nos lopermitió. Sin embargo, el beso no se tornó rápido ni desesperado. Todo fuelento y muy dulce, con el suave sonido del mar de fondo y el agradablecalor rodeando nuestros cuerpos.

Le regalé a ella todo el control de ese momento, disfrutando de sustiernas caricias y sus dulces labios. Presionó con fuerza mi boca,robándome el aliento por completo y se separó un poco para recuperar larespiración.

Aproveché esa pequeña pausa para tomar el borde de su vestido ysacárselo por encima de su cabeza. Traía puesto un traje de baño con olanesmuy bonitos, los cuales se alzaron un poco con la brisa del mar. Tomé suspiernas para engancharlas en mi cintura y ella se aferró a mi cuello encuanto comprendió mis intenciones, pero aun así soltó un pequeño gritoahogado en cuanto me puse de pie para dirigirme hacia el mar.

—¿El agua está fría? —preguntó en cuanto mis pies la tocaron.

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—No, está deliciosa —le prometí.—Lo que me encanta de esta playa es que puedes caminar y caminar…

y sigue siendo poco profunda. Es como una alberca gigante.Ella tenía razón, caminé algunos metros y el agua cristalina me seguía

llegando a la altura de las pantorrillas.—¿Quieres que te baje? —le pregunté. Amira asintió y yo liberé sus piernas con mucho cuidado, para que no

perdiera el equilibrio.Nos sentamos para disfrutar del agua, que nos llegó a la altura de la

cintura y apenas se movía por las suaves olas. Ami cerró los ojos y echó lacabeza hacia atrás para sentir los rayos de sol en su rostro, con una sonrisacreciendo en sus labios. Su cabello rubio brilló por la luz y sus mejillas notardaron en ponerse algo sonrojadas.

—Eres tan hermosa… —dije al contemplarla.Ella abrió sus ojos y me examinó con un rastro de diversión, pasando

deliberadamente los ojos por mi pecho desnudo hasta llegar a mi abdomen.—Me encantas, esposo —respondió provocando que mi corazón se

inflara de orgullo.—¿Esposo? —Amira se encogió de hombros, con una sonrisa traviesa.

—Creo que es la primera vez que te llamo así después de la boda —explicó—. Quiero disfrutar mucho más de esa palabra.

Alzó su mano izquierda para apartar el cabello que la brisa dejó caersobre su cara y el anillo dorado —que ahora indicaba que estábamoscasados— brilló bajo la luz del sol. Yo se lo había regresado algunos díasdespués de haber recuperado el conocimiento, para que también estuvieraprotegida de la magia que pudiera ser usada en su contra.

Le devolví la sonrisa traviesa y utilicé una de mis manos para salpicarlacon agua. Ella soltó un grito por la impresión y me miró como si acabara detraicionarla.

—¿Por qué hiciste eso? —se quejó. —Me estabas mirando de una manera muy pervertida —me defendí. Amira puso sus ojos en blanco.—Si yo te echara agua cada vez que me miras de manera pervertida —

refunfuñó— ya te habrían salido escamas. Me reí a carcajadas, sobre todo porque era verdad.—Está bien, lo lamento —me disculpé—. Puedes vengarte si quieres.

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Ella no esperó a que se lo dijera dos veces y también me salpicó conagua.—Vaya —comenté sorprendido—, sí sabe salada.

—No te la tomes —me regañó. —Como tu digas, esposa.Sus labios se estiraron con otra sonrisa al escucharme.

—No tienes remedio —murmuró—. Eso me recuerda…—¿Qué?—Probablemente Raúl y Ana vayan a Sunforest la siguiente semana.

Solo quería avisarte.—Ah.La ausencia de Raúl en la Tierra durante tantos días se había solucionado

con magia, Dandelion lo ayudó borrando varias memorias para que pudieracontinuar con su vida como si nada hubiera pasado. Sin embargo, Raúl sehabía negado rotundamente a hacerlo de nuevo con Ana. La amaba y queríaconstruir una relación seria con ella… y al parecer para eso tenía que serhonesto.

Con permiso de Amira, le había contado todo sobre Sunforest,incluyendo el pequeño incidente que habíamos tenido en la Tierra. Ellacomprendió muchas cosas después de eso, como el hecho de que Raúl no lahubiera dejado ver las noticias durante varios días, porque en ellas hablabande un extraño extraterrestre pelirrojo que había secuestrado a una humanano identificada para hacer pruebas con ella.

Vaya que los humanos podían llegar a ser un poquito ilusos.—¿Te molesta? —quiso saber ante mi silencio. —No —aclaré—. Es solo que aún no me acostumbro a Ana, pero no

hablemos de eso en nuestra luna de miel.Recuperé el humor rápidamente y me acerqué más a ella para besarla en

la sien. Amira suspiró y giró su rostro para encontrarse de nuevo con mislabios. Era delicioso besarla con la combinación del sol caliente y el aguafresca, así que no volvimos a hablar dentro de un buen rato y nosconcentramos en disfrutar los mimos, las caricias y los besos.

En disfrutarnos a nosotros.

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Capítulo 50. Ada.

Tan solo tres meses después, Arus, Dandelion y yo nos encontrábamosen el estudio del castillo, arreglando los últimos detalles de nuestro plan.Tras una extensiva búsqueda, Arus por fin había encontrado una familia enla Tierra que resultaba perfecta para Ada, aunque ni Dandelion ni yoconocíamos muchos detalles sobre ellos.

El punto era que solo Arus supiera la ubicación de mi hija, para que elplan funcionara y Ada se encontrara realmente a salvo.

Sin embargo, habíamos tenido que recurrir a la magia para crear losdocumentos necesarios, como una identificación para la forma humana deArus y falsos certificados de nacimiento de Ada, para poder simular unaadopción lo más normal y real posible. Si no levantábamos sospechas todosaldría bien, así que estábamos revisando minuciosamente que no quedaraningún cabo suelto.

Me encontraba algo nervioso porque Ami llevaba dos días teniendoligeras e irregulares contracciones y sabíamos que el momento estaba muycerca. Por fin conoceríamos a nuestra hija… y nos despediríamos de ella.Arus la tomaría en cuanto naciera para hacer el hechizo que reprimirá suspoderes y llevarla inmediatamente a la Tierra, eso era lo mejor para todos,de lo contrario, Ada correría un terrible peligro.

—Bien —dije en voz alta tras algunos minutos de silencio—, me pareceque todo está en orden.

Miré a Arus solo para obtener su aprobación y él asintió con una levecabeceada.

—El plan saldrá bien —me prometió— ¿cómo estás?—Ansioso —confesé.—Te comprendo —respondió y Dandelion no pudo evitar mirarnos con

curiosidad.—¿Así te sentiste conmigo? —indagué.Arus evitó mi mirada, pero volvió a asentir con su cabeza.

—Fue bastante difícil —admitió— pero tú no estás solo, nos tienes anosotros.

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Exhalé aire que ni siquiera me había dado cuenta que estaba reteniendoy comencé a repasar de nuevo todo en mi mente, esperando que eso meayudara a sentirme más tranquilo, pero la poca calma que empezaba a llegardesapareció de golpe cuando escuche la voz de Amira en mi cabeza.

«Te necesito» —suplicó—. «Ya no falta mucho»Su voz estaba impregnada de dolor. Tragué saliva y miré a las dos

personas que estaban junto a mí.—Te has puesto pálido —comentó Dandelion al devolverme la mirada.—Es hora —les avisé—. Ada está por nacer. Ambos asintieron al mismo tiempo y comenzaron a ordenar los papeles

que teníamos sobre la mesa.—Ve con ella —dijo Arus—, nosotros nos encargaremos.

Cuando entré a la habitación encontré a Amira de pie, inclinada a uncostado de la cama y con los brazos apoyados sobre el colchón. Su cabellorubio estaba recogido en un moño y dejaba ver su frente perlada por elsudor. Samara se encontraba a su lado, pasando una pequeña toalla por sucara.

Ami soltó un gemido que se convirtió en un grito y sus uñas seenterraron en el edredón blanco. Samara la sostuvo cuando le fallaron laspiernas y yo me acerqué a ella de un salto para cargarla y depositarla consuavidad sobre la cama. Me miró con agradecimiento, mientras por la bocatomaba rápidas bocanadas de aire.

—Perdón por no venir antes —me disculpé con sinceridad. Parecía incapaz de hablar, por lo que se limitó a negar con la cabeza y

tomar mi mano con fuerza. Samara la levantó con mucho cuidado y colocóvarias almohadas en su espalda para que quedara alzada, en ese momento,Ami soltó un grito tan fuerte como el anterior y se inclinó hacia adelantecon los ojos cerrados. El corazón me dio un vuelco al comprenderlo y mevolteé hacia Samara.

—¿Qué tan seguidas están siendo las contracciones? —pregunté. —Un par de minutos, tal vez menos —respondió abriendo las piernas de

Amira para examinarla—. ¿Estás lista?Amira asintió y apretó aun más fuerte mi mano, todo estaba pasando tan

rápido que comencé a sentirme un poco mareado y apenas escuché las

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instrucciones que Samara comenzó a gritar, pero algo helado atravesó mipecho cuando alzó su rostro con unos ojos llenos de terror.

—¡Deja de pujar! —gritó, sobresaltándonos a los dos. —¿Q… qué? —logró preguntar Ami, confundida.—Tu bebé viene volteada. ¡No pujes, Ami! Tengo que acomodarla. El miedo nos invadió a ambos y Samara se puso pálida cuando Amira

tuvo otra contracción, esta mucho más larga que las anteriores.—Joham —me llamó—, ayúdame. Entre los dos lo haremos más rápido.La sanadora había colocado sus manos sobre el vientre de Ami y yo la

imité, haciéndolo en la parte de arriba.—¿Qué tengo que hacer? —pregunté con voz temblorosa. —La moveremos al mismo tiempo, con magia —explicó rápidamente—.

Concéntrate en ella y gírala muy lentamente hacia el sentido contrario delas agujas del reloj.

—De acuerdo —respondí con la boca seca. —Tenemos que hacerlo con mucho cuidado, Joham —me advirtió—. Si

dañamos la matriz de Amira, ambas morirán.Me congelé al escucharla y en automático recordé las palabras que Arus

me había dicho cuando le pregunté cómo había muerto mi verdadera madre.“Hubo un problema cuando naciste y perdió mucha sangre muy rápido.

No pude hacer nada”Respiré hondo para concentrarme y no dejar que los nervios me

dominaran. Podía escuchar el acelerado corazón de Amira repiqueteandocon fuerza en mis oídos, haciéndome muy consciente de su miedo.

«Todo saldrá bien» —le prometí mentalmente, porque en ese momentono recordaba cómo hablar en voz alta.

Las manos de Samara adquirieron un brillo azul al mismo tiempo quecomenzamos a girarla.

—Es para que la bebé no deje de respirar —respondió ante mi miradanerviosa.

Ami no lograba quedarse quieta durante las contracciones y eso noscomplicaba el trabajo, pero Samara y yo no perdimos la concentración ni unsolo momento y, tras algunos minutos, logramos acomodar a Ada en laposición correcta sin poner en peligro la vida de ninguna de las dos.

—Ahora sí —ordenó Samara— puja con todas tus fuerzas.Amira soltó una especie de grito combinado con un sollozo y yo pasé

uno de mis brazos por sus hombros para sostenerla.

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—Tú puedes, amor —le dije al oído al mismo tiempo que besaba su pelo—. Yo sé que tú puedes hacerlo.

Algunos minutos después, ambos escuchamos un llanto muy agudo ymelodioso.

Ada acababa de nacer.

Amira y yo estábamos recostados en el centro de la cama, con Adaenvuelta en una cobija rosa y durmiendo en medio de nosotros. Teníamucho más cabello que cuando Jared había nacido, por lo que su cabecitapelirroja resultaba muy llamativa, pero el color era lo único que habíasacado de mí. En ese momento sus ojos estaban cerrados, pero habíaheredado los zafiros azules de su madre y la piel crema. Amira acariciabacon suavidad el pequeño mechón que le alcanzaba a caer sobre la frente,que en ese momento parecía ser lacio, pero —gracias a la imagen que eloráculo me había mostrado— yo sabía que no se quedaría así.

—Cuando crezca —le conté a Ami con un susurro, para no despertar anuestra bebé— tendrá tus rizos.

Ella soltó un suspiro de felicidad y se inclinó para besarla muysuavemente en la frente.

—Quisiera congelar este momento y que nunca se acabe —confesó convoz ronca.

—Suenas exhausta, deberías descansar un poco.Amira negó.

—No quiero perderme un solo minuto de esto —dijo, sin apartar sus ojos deella.

Ada era mucho más pequeña que Jared cuando lo sostuvimos porprimera vez, tal vez por eso parecía una muñequita con mejillas sonrosadas.Respiraba acompasadamente y un intento de sonrisa se asomaba por suslabios, como si se sintiera feliz de estar con nosotros. Me incliné para olersu cabecita y me prometí en secreto grabar ese aroma en mi memoria, yaque nunca más podría volver a hacerlo.

Ami tomó una de sus manitas y la llevó hasta sus labios para besarla, eraincreíble que Ada no despertara con tantos mimos, pero tal vez eso era lomejor. Me sorprendí cuando comenzó a hablar, ya que me daba la sensaciónde que ambos estábamos muy cómodos con ese silencio, pero la escuchécon atención.

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—Hola Ada —le susurró—, somos mamá y papá… y también tienes unhermano mayor que se llama Jared. Solo quiero que sepas que los tres tequeremos muchísimo, a pesar de que no estemos contigo. Te digo todo estoporque en un rato más… estarás con otra familia —respiró hondo—. Noporque no queremos que te quedes con nosotros, sino porque solo asíestarás a salvo y no soportaríamos perderte. Pero no importa que tengas otramamá, tú siempre serás mi niña. Y siempre te amaré con todo mi ser, nuncadudes eso.

Un doloroso nudo se formó en mi garganta al escucharla, mientras quelos ojos de ella se llenaron de lágrimas que estaba conteniendo. Para nuestrasorpresa, en cuanto Ami se calló Ada alzó sus párpados y nos miró conunos ojos azules increíblemente tranquilos, como si acabara de entendercada palabra que Amira le había dicho.

Ami sonrió y un par de lágrimas resbalaron por sus mejillas. Me miróemocionada y el nudo que tenía en la garganta creció aun más, como siacabara de tragar un puñado de alfileres. ¿Seríamos capaces de separarnosde ella?

Alguien llamó a la puerta y Amira se limpió las lágrimas rápidamente,aunque sus ojos vidriosos aún la delataban.

—¿Podemos pasar? —preguntó la cabeza de Raúl asomándose por lapuerta emparejada.

—Claro —respondió Amira, levantándose para recostarse en el respaldode la cama y tomar a Ada entre sus brazos.

Raúl entró a la habitación junto con Jared, quien nos miraba con unrostro expectante. Ana entró tras ellos, sonriendo tímidamente yobservándonos con curiosidad. Los ojos de Jared, que en ese momentoestaban dorados, me buscaron frenéticamente y se depositaron en mí,ansiosos.

—¿Quieres conocer a tu hermanita? —le pregunté. Él corrió y saltó en la cama para gatear hasta llegar a mí. Yo lo abracé y

lo senté sobre mis piernas—Ella es Ada —le dije, señalándola. Jared alzó el rostro cuando Ami extendió sus brazos, para acercarla

hacia él. La observó con curiosidad durante largos segundos, sus ojosparecían emocionados.

—¿Por qué es tan pequeña? —preguntó.

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—Tú también fuiste así de pequeño —le respondió Ami—. ¿Quierescargarla?

Él asintió y yo extendí mis brazos por debajo de los suyos para ayudarloa sostenerla. En cuanto cambió de brazos, Ada clavó sus ojos en Jared, sinperder la calma o mostrarse molesta, al contrario, nos observaba con unatranquilidad inusual en una recién nacida y cuando subió sus ojos un pocomás para encontrarse con los míos, sentí un extraño vuelco en el estómago,como si ella supiera exactamente quién era yo.

Contuve el aire al comprenderlo: Ada sería una bebé muy especial.—Woaw, Ami —dijo Raúl, inclinándose sobre la cama para verla aun

más de cerca—. Si fuera rubia, sería idéntica a ti.Amira sonrió, aún sin apartar la vista de nosotros tres.—Me encanta que sea pelirroja —respondió—, siempre me ha gustado

mucho el cabello de Joham.Yo también sonreí al escucharla y la miré con dulzura.—Muchas felicidades —dijo la voz de Ana, mientras se colocaba a un

lado de Raúl—. Es hermosa. —Gracias —respondimos Amira y yo al mismo tiempo. Otro golpe en la puerta rompió nuestra burbuja y me tensé al ver que

Arus entraba por ella, adivinando lo que aquello significaba.—No puedo darles más tiempo —explicó con una mirada de disculpa—.

Si Azael se entera, será muy arriesgado.Amira y yo volvimos a mirarnos, esa vez con tristeza.—Les daremos un momento a solas —dijo Raúl, tomando la mano de

Ana para salir del cuarto.—Jared —lo llamé con cariño—, Ada tiene que irse. —¿Por qué? —preguntó sin comprender. —Porque aquí estará en peligro —me limité a responder, habíamos

decidido explicarle la profecía hasta que fuera mayor.—No quiero —se quejó—. Yo la cuidaré. Amira acarició el cabello de Jared.—¿Y quién te cuidará a ti? —le preguntó con cariño. —Yo ya soy grande —aseguró, aferrándose más a Ada.Ami sonrió con tristeza.—No lo suficiente para esto, cielo —le explicó—. Confía en nosotros,

Ada estará a salvo en otro lugar. Aun así, queríamos que la conocieras, ellasiempre será tu hermanita…

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La voz de Ami se quebró.—Despídete de ella, hijo —finalicé. La confusión reinaba en el rostro de Jared, mientras que Ada continuaba

mirándonos con tranquilidad. Al final, nuestro hijo se inclinó para darle unlargo beso en la frente y se giró para abrazarme con fuerza en cuanto Amivolvió a tomar a Ada. Yo acaricié su cabeza en un intento de consolarlo.

En silencio, Arus se acercó a Amira para cargar a Ada y la observódurante un momento, embelesado con la bebé.

—Me recuerda a ti —dijo en voz alta, pero dirigiéndose a mí—. Sinllorar y con una mirada valiente. Ella estará bien —nos prometió.

Yo no podía apartar los ojos de mi hija y estaba conteniendo las ganas dearrebatársela para mandar el plan a volar. Lo único que me mantenía fuerteen ese momento era el abrazo de Jared.

Arus colocó su mano sobre el pecho de Ada, la cual también abarcabaparte de su estómago.

—Magicae somnum —pronunció en voz baja pero clara.Un resplandor plateado escapó de su mano para envolver a Ada por

completo. Duró tan solo unos segundos y volvió a desaparecer, pero yosabía que con ese sencillo movimiento su magia se había quedado dormida.Ahora era tan solo una humana.

Arus me miró una última vez y yo asentí. Segundos después, mi padredesapareció llevándose a nuestra hija…

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Joham por fin ha descubierto su pasado y, con ello, una profecía queamenaza con desatar el mismísimo infierno.

La cuestión es ¿logrará nuestro dulce y valiente rey recuperar a la hija queabandonó con tal de protegerla?

Descúbrelo en la tercera entrega de la saga:Sunforest 3. Jared Rey.

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El rey del infierno

El rey del infierno se levantó de la cama, derrochando una calma mortalcon cada paso que dio hacia la ventana. Apenas miró a la forestniana quedormía plácidamente, con el cabello blanco desparramado sobre las sábanasde seda tan negra como el fondo de un abismo. El placer que le proporcionóla noche pasada había sido tan bueno como siempre, pero no lo suficiente.Nunca lo suficiente.

Allí, en el infierno, los días eran tan oscuros como la noche, pero losárboles negros le susurraron que un alba grisácea se acercaba. Su desnudezera majestuosa, toda esa piel blanca y cabello de plata contrastando con elambiente turbio lograban que su cuerpo destacara como una estrella enmedio de las tinieblas.

Miró a través de la ventana: su reino, su cárcel. Daba igual, lo habíaconquistado a expensas de los malditos que lo habían encerrado ahí,creyendo que tarde o temprano se pudriría en su odio y maldad.

Pero, muy pronto, conquistaría más mundos y dimensiones. El momentoestaba cerca, podía sentirlo en sus venas. Una sonrisa gélida reflejó suscolmillos en la ventana, pero le dio la espalda para acercarse a la mesa en elotro extremo de la habitación y servirse una copa de sangre en vino.

El desayuno perfecto.La cama crujió cuando le dio el primer trago y la forestniana le sonrió

perezosamente desde su lecho, girándose hacia arriba sin pudor alguno. Losojos rojos de Azael recorrieron a Isis lentamente, su cuerpo nunca lodecepcionaba.

—Vuelve a la cama —ronroneó la reina de Sunforest.—Tal vez más tarde, tengo asuntos que resolver.Isis se puso de pie con agilidad y sus redondos senos se bambolearon

con cada paso que dio hacia él.—Siempre tan ocupado, su excelencia. ¿No piensa despedirse de mí?Azael prestó atención, calculando aquellas palabras.—¿Te marchas?La reina soltó un suspiro dramático.

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—He recibido otro mensaje de Enzo. La princesa perdida se estápaseando descaradamente por el bosque, es hora de que vaya a conocerlapersonalmente y enseñarle quién manda.

Otro trago de sangre que le supo a gloria.—Amira Rey, ¿cierto? —Un asentimiento, el cabello blanco platinado

de la reina le acarició la piel cuando se acercó aún más—. ¿Vas a matarla?—Primero voy a divertirme con ella.Azael sonrió, complacido con aquella respuesta cruel.—No esperaba menos de ti. —Alzó la copa hacia ella, en señal de

brindis—. Haces bien en ir, tu lacayo es un inútil que ni siquiera supomantenerla secuestrada —la provocó.

Ella puso los ojos en blanco.—Lo sé. —Una mano de uñas largas lo empujó hacia la pared. Azael se

dejó acorralar—. Tendré que mostrarle todos los trucos que me hasenseñado a lo largo de los años, solo así me será más útil.

—¿Todos? —reclamó, con un susurro sensual.Nadie debería ser capaz de tener una sonrisa tan gélida y deslumbrante

como la de Azael. Las piernas de Isis temblaron silenciosamente.—¿Acaso detecto una pizca de celos, su excelencia?La carcajada del rey del infierno fue potente y llena de oscuridad.—¿De un lacayo que no está a mi altura? Jamás.Isis también sonrió, como si estuviera de acuerdo. Las camas que habían

destrozado en los últimos años eran prueba suficiente de ello.—Sabes que me refiero a la magia negra.Llevó la copa a sus labios para beber otro fresco trago de vino, mientras

recordaba a esa forestniana que sus demonios lograron raptar de Sunforestsin que nadie se diera cuenta. Una revolución en el bosque donde nacía lamagia se acercaba y él había estado acechando, escuchando las oracionesinfernales que una débil forestniana dedicaba para él, suplicándole que lediera fuerza, poder y magia. Él mandó por ella cuando fue el momento.

Debido a su destierro Azael no podía poner un pie en Sunforest,necesitaba ojos y oídos de alguien de su entera confianza, así que utilizó ladesesperación de Isis y alimentó su sed de poder, dándole más. Le enseñómagia negra y la hizo poderosa, no mucho para no convertirla en unaamenaza seria, pero sí lo suficiente como para derrocar al rey, adueñarse delbosque y sembrar miedo entre los demás seres, porque si ella tenía aSunforest bajo control, por ende él también.

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Tras proclamarse reina, Isis le agradeció fervientemente y de muchasmaneras. Siempre como su amante, nunca como su reina. Ese lugar estabareservado para alguien muy especial.

Pero Isis estaba en sus garras aunque ella no lo supiera. No era más queun simple peón, pero uno valioso. Él fingía indiferencia cuando la reinasoltaba la lengua y le contaba todo, sin darse cuenta que le estabaproporcionando las piezas de un rompecabezas que Azael llevaba añosconstruyendo.

Amira Rey.Él la había estado esperando y ahora, gracias a Isis, sabía que el

momento por fin había llegado. Y, también gracias a su creación —esadesnuda y despiadada reina frente a él— Amira ahora no tenía un padre quela protegiera o defendiera. Se había deshecho de él sin mover un solo dedoy solo era cuestión de tiempo para que la niña cayera rendida ante lasmanos de su guardián, buscando la protección que no tenía y él podíaofrecerle.

Se felicitó a sí mismo por haberle sugerido a Isis que mandara asecuestrar a la princesa, haciéndole creer que aquello sería una muestraimportante de su poder, pero sabiendo en secreto que el pelirrojo correría arescatarla. ¿Por honor? ¿Por amor? A él no le importaba, lo único quenecesitaba es que esos dos se acostaran para engendrar a la bebé de laprofecía, aquella que el rey del infierno planeaba robarse.

Isis se paró en la punta de sus pies para lamer la sangre que quedó en lacomisura de la boca del demonio, de una manera tan sugerente que quedóclaro que la reina quería más, pero Azael estaba aburrido de ella y tenía enmente otros planes.

—¿Vas a extrañarme? —inquirió.Él azotó una nalgada en la piel desnuda de su trasero, por pura diversión.—Eso te gustaría —se burló. Al comprender que no obtendría nada, la

reina de Sunforest dio un paso atrás y comenzó a buscar su ropa—. Hazlasufrir todo lo que quieras, pero aún no la mates. Ni a su guardián.

Ella lo miró con intriga.—Es mi bosque, haré lo que yo quiera.Azael se enervó.—Ten cuidado por donde caminas, Isis.Con cada paso que el rey del infierno dio —cada uno lleno de poder,

antigüedad y maldad— la reina de Sunforest retrocedió, hasta que estuvo

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acorralada entre él y la cama. Cayó sobre las sábanas cuando él la empujó yenseguida se inclinó sobre ella, posicionando ambos brazos a cada lado desu cuerpo fatal.

—Nunca muerdas a la mano que te creó, porque te lo quitaré todo en unparpadeo —la amenazó—. Tal vez eres la reina oscura de Sunforest, pero yote hice.

Isis tragó con dificultad, sin apartar sus ojos perla de los rojos.—¿Por qué no quieres que la mate?—Por el momento, te sirve más de aliada. Intenta convencerla de unirse

a ti, será divertido.La reina sonrió.—¿Quieres que la traiga a jugar, acaso? —lo retó. Azael no dejó escapar

el brillo de celos en su mirada.Rio con despreocupación.—Cuando sea hora de jugar yo mismo la traeré, querida.—Lo pensaré —masculló la reina con descontento. Él acarició su mejilla

para tranquilizarla, sus dedos estaban helados. Sus labios también, lodescubrió cuando la besó.

—Diviértete en Sunforest.—Gracias por recibirme y ayudarme a crear más trolls.—Ha sido un placer. Aprovecha sabiamente el ejército que te he dado y

no me decepciones, Isis.—No lo haré, su excelencia —prometió.

La túnica negra con la que se vistió era ligera como el aire, perosusurraba con cada paso que daba a través de los silenciosos pasillos. Lospies descalzos ya estaban acostumbrados al piso, tan helado como su alma.

Esperó a que Isis se marchara al bosque para bajar hacia los pisossubterráneos del castillo, puesto que no tenía ninguna intención decompartir sus planes con ella ni de dar ninguna explicación a su amante.

Y ya era hora de atender a una visita que llevaba días esperando.El oráculo estaba de pie en medio de la estancia, vestido con una túnica

tan blanca que parecía irradiar luz en medio de esa oscuridad. Era viejo yciego, pero escurridizo y muy inteligente. Sus demonios —aquellos queAzael había mandado a por él— lo sostenían de cada brazo, encajando lasuñas con tanta fuerza que las mangas de la misma ya tenían manchas rojas

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por la sangre. El viejo no emitió ni un quejido por ello, este no era suprimer encuentro.

El silencio con el que Azael se desplazaba era pulcro e insuperable, peroel oído del oráculo estaba tan entrenado que escuchó el instante en el que eldemonio entró a la habitación. Alzó la barbilla con un movimientopremeditado, para demostrar que se daba cuenta de su presencia.

—Déjenos —la orden del rey del infierno fue apenas un gélido susurro,pero los demonios se esfumaron en un cerrar de ojos para otorgarles laprivacidad que su gobernante exigía.

El oráculo no se movió, los ojos cubiertos de cataratas miraban hacia lanada, tan engañosos como una trampa.

—¿Sabes por qué te mandé llamar?El viejo no dejó escapar que aquella pregunta era una prueba.—Sí. —No titubeó al responder.—Muéstramela —solicitó con un siseo.El oráculo olfateó el agua y se acercó a los dos cuencos hechos de piedra

negra, estaba tan helada que le mordió la piel en cuanto posó la palma sobrela primera, pero no se atrevió a apartarla.

El agua solía ser uno de los mejores conductores para mostrar susvisiones, pero el esfuerzo le ocasionaba jaquecas que cada vez lodebilitaban más y más. Azael ignoró la mueca de dolor y se acercó alcuenco para contemplar la imagen que había fluído sobre la superficie. Unaniña rubia de ojos azules le devolvió la mirada, con una delicada corona deoro, construída con flores y enredaderas metálicas. La princesa Amira Rey.

—¿Será coronada? —interpretó el demonio, examinando la corona.—Sí.—¿Qué sucederá con Isis?—Veo muchos futuros —explicó quedamente—. En algunos, la reina

oscura vive. En otros muere.Azael no sintió ningún remordimiento por aquello.—¿Y la princesa?El oráculo hizo otra mueca.—En todos los futuros por venir, la princesa muere durante la guerra.Azael se quedó muy quieto, emitiendo una calma letal, fría y terrorífica.—¿En todos? ¿Estás seguro?—Es lo que veo.Gruñó.

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—¿Aún puedes ver a mi reina?El viejo alzó su otra mano y la posó sobre el segundo cuenco, la imagen

apareció de manera instantánea: Ada Rey, vestida con seda negra y fría,coronada con un aro de picos negros y gemas rojas, sentada en un trono quele quedaba como a un guante, con una sonrisa glacial dibujada en el rostro yunos mortíferos ojos azules, que contrastaban con su cabello rojo fuego.

Observó las dos imágenes, madre e hija, lado a lado. Tan similares perodiferentes: eran los mismos rostros, rizos y ojos azules, pero mientras que laprimera transmitía pura inocencia y timidez, la segunda derrochaba fuerza,poder, pasión y maldad, todo en un cuerpo majestuoso que ya le pertenecíaincluso antes de nacer.

Ada sería suya. Por las buenas o por las malas, pero sería completamentesuya.

—Si la princesa está destinada a morir, ¿cómo es que aún puedesvisualizar a Ada Rey en el futuro?

El oráculo suspiró, junto con algo que podría haber sido cansancio osimplemente resignación.

—Hay bruma en los futuros, no me deja ver que sucede después de sumuerte.

—¿Por qué?—Puede que aún falten decisiones por tomarse para que todo se vuelva

más claro, pero el futuro de Ada no ha desaparecido por completo, siguemoviéndose y mutando, así que por el momento la muerte de la princesa notiene mucho sentido.

—Tal vez encuentre una manera de sobrevivir —meditó Azael, casi parasí mismo.

—Lo que sí está claro, es que en ninguno de los posibles futuros de AdaRey se encuentra la reina oscura de Sunforest.

—La princesa solo sobrevivirá si Isis muere —dedujo Azael.—Es probable.—En ese caso, esperemos que sea lo suficiente lista para lograrlo.Miró a Ada de nuevo, casi con un anhelo enfermizo. Moría por tenerla

en sus garras, por dominar el poder que bullía en esos ojos azules. Pasó lalengua por las puntas de los colmillos, saboreándola.

Un plan ya se estaba maquinando en su maquiavélica cabeza, enviaríamensajes a Isis invitándola a provocar a la princesa, lo suficiente para quela reina oscura cavase su propia tumba sin darse cuenta.

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Eso y esperar, era lo único que Azael podía hacer mientras siguieraconfinado y atrapado en esa dimensión. Justo por esa razón necesitaba elpoder de Ada… y esperaba obtenerlo muy pronto.

—¡Suéltenme!Azael miró, con aburrición, cómo el forestniano pelinegro forcejeaba

inútilmente en contra de sus demonios. No sirvió de nada, aun así loestamparon en contra del mármol al pie de su trono, presionando la cabezacontra el suelo frío para que la débil criatura no se alzara.

El rey del infierno suspiró con dramatismo y cruzó su tobillo sobre laotra pierna, mientras observaba con una sonrisa burlona al forestnianosometido a sus pies.

Enzo tuvo la valentía —o la insensatez— de gruñirle. Si seguía vivo erapor simple curiosidad.

—¿Qué haces aquí, lacayo? —preguntó déspotamente.—Isis está muerta.Azael se enderezó con interés y ocultó su sonrisa al comprender que la

princesa lo había logrado. Chica lista y valiente.—¿Muerta? —repitió, fingiendo desconcierto.—Lo vi con mis propios ojos. Tuve que huir, yo era el siguiente.—¿Y qué te hace creer que eres bienvenido aquí?Aún con la mejilla presionada contra el suelo helado, Enzo palideció.—Sé lo que sucedía entre Isis y tú… Siempre lo supe.El rey del infierno enarcó sus cejas con burla.—¿Vienes a reemplazar el papel de amante?El forestniano se agitó, pero siguió sin lograr soltarse.—Si me das asilo y me enseñas la magia que le mostraste a ella, puedo

ser tu espía en Sunforest —intentó negociar.Azael reprimió un bostezo.—¿Por qué piensas que necesito un espía en el bosque? Y si así fuera,

no has demostrado ser muy calificado para el trabajo.Los demonios que lo tenían sometido se mofaron en su cara, Enzo

resopló.—Por favor…—Ah, pero cómo podría negarme a unos modales como esos —

canturreó con sarcasmo.

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Hizo una seña para que los demonios lo soltaran y los dejaran solos.Enzo no se puso completamente de pie, se limitó a apoyarse en sus brazospara mirarlo desde el suelo. Había miedo y cautela en esos ojos negros. Eraun forestniano sabio, después de todo.

—¿La princesa sobrevivió?—Sí —confirmó.—Dime qué sucedió.Enzo lo hizo con detalles de sobra y Azael acarició su barbilla mientras

recibía y procesaba la información, pero solo una cosa importaba enrealidad: la humana revivió. Amira Rey estaba viva y, junto con ella, suesperanza de volverse el rey más poderoso de todas las dimensiones.

Paciencia, Azael, paciencia. Ya no faltaba mucho.

Azael no tenía tiempo para los berrinches de Enzo, ni le quedaba máspaciencia. Durante los últimos seis años le había hecho creer que loayudaría a conseguir su venganza en contra de los reyes de Sunforest, perosolo para que no le estorbara en el camino y fungiera de espía, porque no lequedaba de otra.

Había cantado victoria muy pronto cuando se enteró de que la reina deSunforest estaba embarazada, pero terminó concibiendo a un débil niño queno era de su interés. Incluso, parecía que el mocoso era más humano quenada. Inservible.

El oráculo le aseguró que tendría que esperar hasta el segundo embarazode la pareja y a Azael se le estaba acabando la paciencia, ¿qué era lo queesos dos inútiles estaban esperando para procrear a su reina?

Frente a él, Enzo estaba farfullando incoherencias y Azael meditaba, ensilencio, si ya era hora de arrancarle la garganta y prescindir de él.

—Eres un idiota —concluyó Azael—. Te di órdenes específicas de notocar a ninguno de los reyes, tu única misión era sembrar miedo en elbosque y ni siquiera eso pudiste lograr. Tienes suerte de que mis demonioste hayan sacado de ahí a tiempo.

—¡Han pasado seis años! —refunfuñó Enzo—. Ahora soy lo suficientepoderoso para acabar con ellos y quiero mi venganza.

Hubo una fría carcajada por parte de Azael. Se puso de pie con unmovimiento ágil y mandó a Enzo volando, hasta que se estrelló en el techoy cayó para estamparse contra el suelo. A ver si eso le servía de lección.

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—Mira que bien te resultó.Enzo gimió de dolor y no se atrevió a lanzarle ni una mirada fulminante,

ni siquiera se puso de pie después del ataque.—Necesito más magia —suplicó.—¿Más magia para vencer a una débil humana? —se burló el rey del

infierno—. Pides demasiado.—La “débil humana” está haciendo magia. —Enzó se enderezó y

escupió sangre sobre el suelo negro—. No sé cómo, pero es poderosa.Azael detuvo en seco el segundo ataque que estaba a punto de cometer,

pausado solo por la enorme sonrisa que se formó en su rostro.—¿Poderosa, dices?Enzo asintió, extrañado por el interesado tono de voz que el demonio

utilizó.—Debe ser cosa de las hadas —gruñó el forestniano que había

corrompido su alma a cambio de recibir magia negra, al igual que Isis en sumomento.

La filosa uña de Azael acarició su barbilla, sus ojos rojos destellaron contriunfo.

—Eso… o ella está embarazada de nuevo.¡Por fin!Enzo frunció su ceño.—¿Cómo podrías tú saber eso?—Sé muchas cosas que tú ni siquiera imaginas, Enzo. Pero si mis

sospechas son ciertas, me parece que ya es momento de que conozcas a mioráculo y te enteres sobre cierta profecía.

El forestniano no fue capaz de ocultar su curiosidad.—¿Profecía?La sonrisa de Azael se extendió.—En cuanto el oráculo confirme mi teoría, lacayo, quiero que traigas a

Amira Rey al infierno. Viva.Enzo se quedó con la boca abierta.—¿Qué?—Hazlo y te daré más poder del que tienes. Y cuando obtenga todo lo

que necesito de ella, la reina de Sunforest será toda tuya, para hacer lo quetú quieres con ella.

—¿Qué es lo que necesitas de ella?

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Ya no tenía caso ocultarlo, no si quería engañar a Enzo para que confiaraen él, diciéndole una verdad a medias.

—A su hija: Ada Rey. La criatura que en este momento lleva en suvientre.

Si Amira ya estaba embarazada, eso era más que suficiente para él.Podía secuestrarla y mantenerla en el infierno hasta que diera a luz.Después, la mataría y se quedaría con la bebé. Si criaba a Ada desdepequeña, podría convertirla en un demonio incluso antes de lo previsto, lacontrolaría a su antojo para que le diera todo lo que él quería.

De hecho, si la reina ya podía acceder a los poderes de Ada incluso antesde que ella naciera, podría controlar a la mismísima humana y divertirse unrato, en lo que Ada llegaba al mundo y crecía lo suficiente como paradesposarla…

Y convertirla en la futura reina del infierno.

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Acerca del autorJessica Moyado

Mexicana y soñadora hasta la médula; una vez soñó con un mundo nuevodentro de su cabeza y no paró hasta volverlo realidad a través de suspalabras. Obsesionada con escribir sobre fantasía y romance, desea a travésde sus libros poder dejar una partecita de ella en todas las personas que lalean.

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Libros de este autorSunforest 1. Amira Rey

Cuando Amira Rey cruzó el portal que invocó sin querer y cayó sobre el serde los ojos verdes, descubrió que él no era humano en cuanto aquellos orbesse pintaron de un aterrador color rojo. No tardará mucho en entender quelas emociones de los forestnianos se muestran a través de sus ojos: Rojoscon el enojo; violetas con el miedo, grises con la tristeza, negros con eldeseo, dorados con el amor. ¿Será Amira capaz de corresponder elsentimiento cuando ese ser mágico por fin la observe con una miradadorada? ¿Logrará ganar la guerra de su reino perdido para tener laoportunidad de experimentar su primer amor?