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1 Acompañamiento espiritual de los jóvenes Jesús Díaz Baizán (2013) 1. EL ACOMPAÑAMIENTO PERSONAL COMO RELACIÓN DE AYUDA. 1.1. Se trata de acompañar el proceso interior de otra persona, no de suplantarla. Como sabéis Rogers dio tres características a su relación de ayuda: no directividad, centrada en el otro, y relación de ayuda. - No directividad, significa que no voy a mandar ni mucho menos castigar, pero tampoco a orientar directamente. No voy a decirle a la otra persona lo que tiene que hacer directamente. Este tipo de cosas no sirve para que el otro cambie. - Centrada en el otro, significa que lo determinante en la orientación es el mundo del joven, el mundo del otro, y no el mundo del experto, del acompañante. - Relación de ayuda es aquella relación personal que tiene como fin que al menos una de las partes crezca, madure, progrese. (En realidad crecen las dos). 1.2. A la hora de plantearse el acompañamiento como relación de ayuda para el joven, han de tenerse en cuenta ciertas características de la cultura actual. Un libro de 1979 de un sociólogo americano se titulaba "Un mundo sin hogar" y en él se caracterizaba la conciencia moderna como la de un "hombre sin hogar”, es decir, como sintiéndose solo y lejos de la casa paterna, sufriendo una fuerte crisis de identidad, en la que ésta se centra en el ámbito de lo subjetivo; se caracteriza por el desarraigo en la sociedad y en las relaciones interpersonales; por el individualismo y por el anonimato. En el campo de la psicología se habla de "la muerte del padre" no sólo en el plano personal (complejo de Edipo) sino en el plano social (contestación a la autoridad, a la sociedad de los padres y a la cultura heredada). De nuevo aparece aquí la situación de orfandad, de la que los jóvenes intentan salir a través de identificaciones negativas. La muerte del padre tiene como correlato el "retorno de los brujos": líderes pseudo religiosos, extraños, horóscopos, etc. Y otras más sanas como pueden ser los grupos musicales (fans de... ), las peñas, etc. De esta sencilla evocación analítica se sigue que la figura del acompañamiento (del acompañante) no responderá a las necesidades reales del joven de hoy si asume la figura del padre, que está cuestionada culturalmente, o la figura de la madre, que tampoco es añorada. El paternalismo en la relación deteriora la posibilidad de éxito de la ayuda. El maternalismo la imposibilita, pues puede llevar a crear dependencias, fijar ciertos narcisismos emotivos subjetivos y ceder al juego de psicologías frágiles sin llegar a la correcta devolución de lo que está siendo refugio psicológico. El desarrollo social es lo que lleva a la nostalgia de sentirse a gusto, acogido, feliz consigo mismo, en la sociedad y en el universo. Si desde aquí se hace más fácil sentir la necesidad del acompañamiento o de la relación de ayuda, también por otro lado se hace

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Acompañamiento espiritual de los jóvenes

Jesús Díaz Baizán (2013)

1. EL ACOMPAÑAMIENTO PERSONAL COMO RELACIÓN DE AYUDA.

1.1. Se trata de acompañar el proceso interior de otra persona, no de suplantarla.

Como sabéis Rogers dio tres características a su relación de ayuda: no directividad, centrada en el otro, y relación de ayuda.

- No directividad, significa que no voy a mandar ni mucho menos castigar, pero tampoco a orientar directamente. No voy a decirle a la otra persona lo que tiene que hacer directamente. Este tipo de cosas no sirve para que el otro cambie.

- Centrada en el otro, significa que lo determinante en la orientación es el mundo del joven, el mundo del otro, y no el mundo del experto, del acompañante.

- Relación de ayuda es aquella relación personal que tiene como fin que al menos una de las partes crezca, madure, progrese. (En realidad crecen las dos).

1.2. A la hora de plantearse el acompañamiento como relación de ayuda para el joven, han de tenerse en cuenta ciertas características de la cultura actual.

Un libro de 1979 de un sociólogo americano se titulaba "Un mundo sin hogar" y en él se caracterizaba la conciencia moderna como la de un "hombre sin hogar”, es decir, como sintiéndose solo y lejos de la casa paterna, sufriendo una fuerte crisis de identidad, en la que ésta se centra en el ámbito de lo subjetivo; se caracteriza por el desarraigo en la sociedad y en las relaciones interpersonales; por el individualismo y por el anonimato.

En el campo de la psicología se habla de "la muerte del padre" no sólo en el plano personal (complejo de Edipo) sino en el plano social (contestación a la autoridad, a la sociedad de los padres y a la cultura heredada). De nuevo aparece aquí la situación de orfandad, de la que los jóvenes intentan salir a través de identificaciones negativas. La muerte del padre tiene como correlato el "retorno de los brujos": líderes pseudo religiosos, extraños, horóscopos, etc. Y otras más sanas como pueden ser los grupos musicales (fans de... ), las peñas, etc.

De esta sencilla evocación analítica se sigue que la figura del acompañamiento (del acompañante) no responderá a las necesidades reales del joven de hoy si asume la figura del padre, que está cuestionada culturalmente, o la figura de la madre, que tampoco es añorada. El paternalismo en la relación deteriora la posibilidad de éxito de la ayuda. El maternalismo la imposibilita, pues puede llevar a crear dependencias, fijar ciertos narcisismos emotivos subjetivos y ceder al juego de psicologías frágiles sin llegar a la correcta devolución de lo que está siendo refugio psicológico.

El desarrollo social es lo que lleva a la nostalgia de sentirse a gusto, acogido, feliz consigo mismo, en la sociedad y en el universo. Si desde aquí se hace más fácil sentir la necesidad del acompañamiento o de la relación de ayuda, también por otro lado se hace

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más difícil superar lo compulsivo de esas nostalgias para posibilitar el crecimiento humano y cristiano.

Desde todos estos planteamientos la relación del acompañamiento no se plantea desde arriba hacia abajo: de una persona con más experiencia, más experta hacia una persona inexperta, sin experiencia, sino cómo la de dos compañeros del camino de la vida, uno al lado de otro, de hermano con hermano, de creyente con creyente.

Esta perspectiva más horizontal entronca con la teología del pueblo de Dios y de los diversos carismas que constituyen la misma comunidad, desarrollada en la perspectiva neotestamentaria por el Concilio Vaticano II. Desde esta perspectiva el acompañamiento seria un carisma que tienen algunos miembros del pueblo de Dios (no necesaria ni exclusivamente sacerdotes y religiosos, también las religiosas y los seglares) y un servicio fraternal, mediación maternal en la el que se recupera a través de una nueva dimensión la necesaria figura paterna, menos autoritaria y más autorizada, menos impuesta y más propuesta, menos en la línea de la ley y del deber ser y más cercana a la línea del modelo de identidad.

1.3. Si se trata de acompañar a otro y no de suplantarlo, la iniciativa la ha de tener el acompañado y no el acompañante, es decir la relación ha de ser no-directiva.

A través de la misma relación de ayuda se va dando un proceso de crecimiento y maduración por parte del acompañado que va pasando de una relación de dependencia afectiva y del narcisismo de escucharse a sí mismo delante del otro a una relación más objetivada en la que el otro es distinto de mí y me ayuda a reconocerme a mí mismo.

El acompañante ha de saber conducir ese proceso, siendo consciente y dueño de sí mismo para no ceder a las dependencias y saber controlarlas, ni caer en el juego de las psicologías frágiles sin saber o sin querer devolver al otro lo que está siendo un falso refugio para él.

Este dejar la iniciativa al otro se hace mediante las preguntas abiertas, la escucha amplia de lo que el otro dice y el reflejo o devolución de lo que se ha escuchado.

1.4. En el acompañamiento el tiempo tiene importancia. No se trata de la entrevista esporádica de consulta o de encuentro para el conocimiento personal.

Optar por el acompañamiento es una decisión que presupone la voluntad de querer ser ayudado. Esta voluntad se expresa en el ritmo y frecuencia de las entrevistas. La fidelidad a ese ritmo de los encuentros calibra el deseo real que se tiene de seguir adelante en el crecimiento personal humano y cristiano. Aquí también "estructurar el tiempo es estructurar el deseo" y por eso darle consistencia.

1. 5. No hay que confundir el acompañamiento con una terapia psicológica, aunque para personas sin patologías profundas pueda ser terapéutico.

El acompañante ha de saber remitir al especialista (psicólogo, psicoanalista) cuando aparecen patologías claras. Pero por otro lado, el acompañante, ayudándose de todos los

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elementos de la relación de ayuda psicológica, ha de saber integrar los datos de la fe: la acción del Espíritu de Dios en la persona del otro.

2. CARACTERISTICAS O DIMENSIONES DEL ACOMPAÑAMIENTO PERSONAL ESPIRITUAL.

2. 1. Libertad interior personal e integración afectiva.

Son dos rasgos de madurez humana. El acompañamiento ha de ofrecer una mano al otro para ayudarle en estos dos campos tan ricos y complejos. No basta tenerlos en cuenta e introducirlos en la entrevista por medio de cuestiones abiertas (no se trata de hurgar en la conciencia del otro; ni de dejarse llevar por una curiosidad malsana que busca la confidencia intima del otro... ).

En nuestro caso la perspectiva desde la que esa ayuda a la integración de la libertad y de la afectividad se ofrece es desde la experiencia fundante de la relación personal de fe con la persona de Jesús, de tal manera que Él se vaya convirtiendo en el núcleo estructurador de la propia persona.

El desorden con el que la afectividad se adhiere a las cosas por sí mismas, las esclavitudes con las que pacta la libertad personal, las ataduras afectivas que dividen el corazón entre muchos dueños se relativizan, y así se libera la propia libertad, desde la adhesión afectiva y efectiva a un valor superior y supremo que es la persona de Jesucristo, que se va realizando en la experiencia personal de encuentro con Él, mediante el cual la fe en Cristo se va haciendo nuclear en la estructuración e integración de la persona. Esta referencia es básica en el acompañamiento. Una tarea del acompañamiento consiste en ayudar a descubrir y liberar al corazón de las ambivalencias, ambigüedades, vinculaciones afectivas y opciones no guiadas por los valores del evangelio.

Estamos en el campo más propio de la ascesis, porque este crecimiento requiere un esfuerzo continuado de la persona. Pero no ha de olvidarse que la experiencia ascética, necesaria para el crecimiento humano y cristiano, ha de seguir y no preceder a la experiencia mística, a la experiencia del don, del amor regalado. Cuando la relación del acompañamiento se convierte en una experiencia sanamente positiva y gratificante para el otro, está siendo una de esas experiencias "místicas" que impulsan la ascesis o esfuerzo para seguir creciendo.

Hay unos indicadores: superación positiva y creciente del egocentrismo y de etapas regresivas de la sexualidad; crecimiento de la capacidad de expresión de los sentimientos; capacitación para reconocer autoengaños y autojustificaciones, especialmente en el terreno afectivo; crecimiento en la calidad de la introspección y en la capacidad para percibir y ser sensible a los impactos recibidos desde la situaciones de la vida, especialmente aquellas que reflejan el deterioro de la persona humana: marginación, pobreza, esclavitudes estructurales de la sociedad; crecimiento de la capacidad para dejarse interpelar y desinstalar por la Palabra de Dios, reflexionada y orada, y de la capacidad para establecer rupturas concretas en diferentes áreas de la vida: relaciones, empleo del tiempo, nivel de gastos.

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2.2. Rastrear el Espíritu de Dios que habita y actúa en el otro.

La relación de acompañamiento no es una relación colonizadora. No trata de llevar el Espíritu de Dios al otro, sino de descubrirlo ya en él y ayudarle a que él lo descubra y reconozca. Por eso no hemos de reducir la oferta del acompañamiento sólo a personas de una fe suficientemente clara y entera, sino también a personas con una fe débil, no habitualmente practicantes o incluso agnósticas. Porque el Espíritu de Dios actúa donde quiere y como quiere. También está presente y actuante en todo hombre y mujer.

Desde esta perspectiva el acompañamiento se convierte en una ayuda para el crecimiento de la capacidad contemplativa de la persona, que es esencial para su integración y madurez, juntamente con el desarrollo de la capacidad crítica.

Tanto una como otra hacen referencia a la vida y a la oración. No cualquier oración es oración cristiana. No cualquier lectura de la realidad lleva a la oración cristiana. No cualquier forma de oración lleva a una lectura cristiana de la realidad, de las situaciones concretas de la existencia humana. Ni cualquier práctica sacramental lleva la referencia del acontecer diario del mundo de los hombres. Las tentaciones de espiritualismo, de horizontalismo, de activismo, de dualismo entre fe y vida, de sacramentalismo, etc., están continuamente al acecho en el proceso de crecimiento humano y cristiano de la persona.

'El acompañamiento es una ayuda para caminar en una dirección de integración de contrarios: fe-vida; contemplación-acción, comunidad-servicio, mística-política, etc.; para ayudar en el crecimiento de la actitud contemplativa que consiste en dejarse hacer por el Espíritu de Dios que llama a través de las situaciones provocativas del mundo al que Dios ama y por el que se encarna, muere y resucita (injusticias, pobreza, marginación, increencia, ... ) y a través del Dios del mundo, su Cristo muerto y resucitado. Se trata de ayudar a reconocer a Dios en la vida.

Este aspecto o dimensión del acompañamiento tiene hoy una dificultad añadida que es la peculiar dificultad del joven de hoy para integrar la Cruz de Cristo en su vida humana y creyente. Más que nunca para él la cruz es escándalo para creer en un Dios que es Amor.

Los indicadores aquí serían, entre otros, el crecimiento en la disponibilidad, en la apertura y capacidad para detectar el clamor de Dios en el mundo de hoy, y en la estructuración de una vida personal de oración, de sacramentos y de servicio.

2.3. El acompañamiento espiritual en la senda del seguimiento de Jesús.

Ser cristiano es ser discípulo de Jesús, persona que se define _define su propia identidad humana_ por el seguimiento de Jesús; a partir de la opción integradora por él. De nuevo aquí se trata de una opción seducida: la opción sigue al don, a la experiencia mística de encuentro personal con Él, al amor regalado. La opción es respuesta a la llamada a ser diferente, a encamar en el mundo de hoy los valores del evangelio encamados en la persona de Jesús.

En esta dimensión del acompañamiento el acompañante es un testigo privilegiado en un doble sentido: no sólo ha de ofrecer _sobre todo con su vida, su manera de estar en el acompañamiento y de gratuidad en su entregarse al otro más que con palabras el

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testimonio de su propia experiencia de seguimiento de Jesús, con verdad, que incluye las propias limitaciones, y con humildad, que reconoce las propias ambigüedades e incoherencias, pero sobre todo no sólo reconoce el don recibido de Dios, sino que también es testigo del itinerario personal con que Jesús va ganando el corazón de la persona acompañada. Y esto también supone por parte del acompañante escucha, respeto, agradecimiento y saber estar _a veces mudo_ junto al otro en sus pruebas purificadoras de la fe y en el paso del Dios crucificado por su vida. De esta manera le ayuda a saber leer toda su vida como historia de la salvación.

2. 4. El acompañamiento para la comunidad y el compromiso.

El acompañamiento es desde la vida y para la vida. Al acompañamiento se viene desde la vida, que es el lugar del encuentro amoroso con Dios y del servicio al Reino, y desde el acompañamiento se regresa a la vida a la que se es relanzado. Esta espiral es cada vez más profunda; en ella no se repiten los movimientos sin que se dé un mínimo de avance.

Dos piedras de toque de estos avances son la comunidad y el compromiso. La fe lleva como exigencia intrínseca el ser comunitario, la comunión, la comunidad y ésta no sólo en cuanto realidad inmediata y concreta, sino también como Iglesia universal (eclesialidad) y como comunidad humana mundial. Por eso la vivencia comunitaria concreta, con toda su realidad, crisis y dificultades ha de entrar también en el acompañamiento personal; como parte de la entrevista entra la vida y vivencia comunitaria, el crecimiento comunitario (relación, participación, servicialidad, disponibilidad... ) a todos los niveles, de grupo cristiano, de iglesia, de ambiente del mundo en el que se vive, etc.

De la misma manera, la revisión del compromiso concreto de vida (estudio, trabajo, familia, ambiente... ) forma parte de la entrevista de acompañamiento. Aquí de un modo particular se ha de cuidar, juntamente con la claridad y entereza de lo que se devuelve, la no culpabilización y no fomentar comportamientos voluntaristas estériles. Sin experiencia de la seducción del amor y don de Dios no hay compromiso estable y duradero. El acompañante ha de saber armonizar acogida de la debilidad del otro con reflejo entero de su compromiso libremente asumido, pero sobre todo a mi entender ha de saber remitirle hacia las motivaciones profundas que encontrarán su raíz más profunda en eso que he llamado experiencia de la seducción de Dios.

2.5. El acompañamiento como discernimiento a dos.

Una buena definición del acompañamiento espiritual sería la de discernimiento a dos. Precisamente porque es acompañamiento que pretende ayudar a que el otro reconozca los impulsos interiores del Espíritu de Dios que está presente y actuante en él.

La lucha de diversos espíritus en el interior del joven tiene hoy unas resonancias específicas: los demonios del mundo secularizado (consumo, prestigio, insolidaridad, etc.); el pluralismo de ofertas y proyectos (políticos, altruistas, filantrópicos, humanistas, etc.); las diferentes lecturas de la aportación de la fe a la humanizaron del mundo, ... Todo esto agita interiormente al joven. Cualquiera de ellos que hoy estén o quieran estar mínimamente presentes en las grandes batallas de la vida, percibirán esa batalla de espíritus contrarios en su interior. Y cualquiera de ellos que quiera abrirse

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sinceramente a Dios también percibirá esa variedad de espíritus, porque Dios es un Dios siempre mayor que todo y que desinstala a uno.

El acompañamiento espiritual se sitúa en el corazón de estas experiencias, tratando de ayudar y de dar los instrumentos o medios adecuados para que el acompañado descubra el significado de la voz de Dios en medio de ese griterío de voces interiores y exteriores. No se trata tanto de descubrir al otro lo que puede estar ocurriendo dentro de él, cuanto en ayudarle y darle medios para que él vaya aprendiendo a hacerlo por sí mismo.

También aquí hay criterios para verificar el crecimiento:

• El acompañado se va capacitando para captar las mociones del Espíritu en su interior;

• Distingue los estados de ánimo (pequeñas depresiones o pequeñas euforias) de las consolaciones o desolaciones espirituales;

• Avanza en la interiorización y en la apertura de conciencia; • Sabe mantenerse firme en las decisiones y compromisos asumidos cuando

arrecia la crisis; • Conoce cada vez mejor los puntos débiles por los que le ataca el mal espíritu; • Sabe enfrentarse con sus demonios personales mediante actitudes y

comportamientos contrapuestos a ellos; • Sabe permanecer en paz en medio de la lucha de la vida diaria, etc.

En el acompañamiento, por otra parte, acompañado y acompañante no se miran el uno al otro, cuanto miran los dos hacia Dios, hacia los signos de la presencia y comunicación de su Espíritu; o dicho con más exactitud, tal vez, se miran con tal profundidad que su mirada no se detiene en sí mismos, sino en el Dios más íntimo a nosotros que nuestra propia intimidad, profundidad última del ser humano.

En este sentido también en el acompañamiento entra el discernimiento a dos de eso que el Concilio Vaticano II ha llamado “signos de los tiempos”. También el mundo, las sociedades humanas, los grupos, las comunidades cristianas, la misma Iglesia, pasan por desolaciones y consolaciones. En medio de esa agitación Dios es llamada para cada uno. Es el paso del análisis de la realidad que tantas veces hunde en la desolación a quien quiere comprometerse en la búsqueda de soluciones para tantos problemas como tiene la sociedad y el mundo de hoy y tanta impotencia para solucionarlos (pobreza, injusticias, guerras) a la visión de fe.

Si lo que el discernimiento a dos pretende es descubrir la llamada personal de Dios en los acontecimientos de la vida y en la palabra que el mismo Dios dirige al corazón de cada persona, quiere ello decir que en el acompañamiento espiritual de los jóvenes frecuentemente no estará ausente lo que llamaríamos discernimiento vocacional, no sólo en términos de vocación fundamental a la fe en Jesucristo, sino también en términos de vocación específica dentro de la Iglesia.

El acompañante en estos procesos ha de saber asegurar las condiciones necesarias (indiferencia, oración, reglas de discernimiento, rectitud de intención) para que pueda darse un verdadero discernimiento vocacional que ha de terminar en una elección. Ha de respetar también el proceso del acompañado sin querer influir desde intereses

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propios y ha de ser claro en devolverle con amor los impedimentos que puede ponerse a sí mismo y que no son de Dios.

III. PERFIL DEL ACOMPAÑANTE: ACTITUDES Y APTITUDES.

1. PRESUPUESTOS

El joven está necesitado de sentirse acogido como es, incluso cuando no es aparentemente consciente de ello. Todos necesitamos ser y experimentamos acogidos para poder acogernos a nosotros mismos y así crecer humanamente. El grupo, participar en él, tiene como un fruto principal el de sentirse acogido, pero no basta porque el carácter personalizador puede quedar diluido en un cierto nivel de anonimato. El encuentro personal, la entrevista personal con el pastoralista puede llenar esa laguna. Acompañamiento en grupo y acompañamiento personal son necesarios y complementarios.

La nueva evangelización se plantea respecto a la persona concreta; es ella la que por medio de convicciones profundas ha de devenir creyente; ella en su situación concreta, frecuentemente deshumanizada y tentada de agnosticismo. Para que la nueva evangelización sea personal y personalizadora los medios han de tener también el carácter personal. La relación de acompañamiento o ayuda es un medio privilegiado para la nueva evangelización.

Prefiero hablar de acompañamiento personal que de acompañamiento espiritual, por temor a que esta segunda expresión pueda ser interpretada restrictivamente. El acompañamiento personal ha de ser integrador de lo humano y de lo religioso o de fe, porque es el sujeto humano, con todas sus dimensiones, el que está llamado a ser creyente en plenitud, y el acompañamiento tiene como fin ayudar a ser creyente pleno: aquel que integra la plenitud de la fe con todas las dimensiones de su vida humana.

2. DESTREZAS Y ACTITUDES EN LA RELACIÓN DE AYUDA

1) Atención

Se trata de atender al otro como otro y que él se sienta atendido. Para ello:

a) Se ha de cuidar el modo de situarse físicamente, de tal manera que el contacto con la persona del otro la anime, buscando el contexto adecuado a su necesidad y mostrando interés por ella incluso en la colocación física;

b) Uno ha de ser capaz de ver la conducta no verbal del otro, sentimientos que tiene y no puede expresar y uno si puede ayudarle a reconocer; esto es la capacidad de observación;

c) Finalmente ha de tener una atención plena y no dividida en lo que el otro me dice: la escucha, que requiere por parte del acompañante hacer el silencio interior desde el que escucha. Esto requiere cierta destreza que se puede adquirir.

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En resumen se trata de que haya capacidad de comprender los significados y sentimientos del otro, ser sensible a sus actitudes y mostrar un interés cálido no exagerado.

2) Congruencia Psicológica

La relación de ayuda requiere como actitud básica la de la congruencia psicológica entre lo verbal y lo no verbal, la manifestación exterior y la conciencia, y entre ésta y la vivencia. Para poder ayudar a otro con un método como el del acompañamiento en el que el medio privilegiado es la comunicación, uno necesita estar bien comunicado consigo n1ismo. De lo contrario no podrá comunicarse con el otro ni ayudar a que el otro se comunique.

Por tanto ha de existir un acuerdo entre mi comunicación verbal y la no verbal y entre la manifestación _verbal o no verbal_ exterior y la conciencia, es decir que lo que exprese esté de acuerdo con lo que vivo conscientemente. En resumen persona congruente es la que siente intensamente, sabe lo que siente y expresa la que sabe, sólo así se puede realizar una ayuda sana.

3) Aceptación incondicional del otro

Otra actitud es la aceptación incondicional del otro, que supone imparcialidad Y neutralidad y al mismo tiempo cordialidad no posesiva. Por tanto aceptación no significa necesariamente aprobación. Lo que significa es la ausencia de juicio. Para ayudarle no me relaciono con él mediante el juicio de él sino mediante la empatía, que es intentar comprender desde sí mismo, como se comprende él.

3. CARACTERÍSTICAS DEL ACOMPAÑANTE EN EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL.

1) El desde dónde espiritual del acompañante

Carácter extrínseco y de ayuda. Es importante y lo llamo "el desde dónde espiritual" porque de alguna manera requiere un despojamiento de uno mismo, del propio protagonismo y de toda tendencia a apropiarse del otro o de su crecimiento. En realidad consiste en tener muy claro lo que se pretende y lo que queremos ofrecer al otro: es que crezca él, que sea él mismo y sea más feliz, no de cualquier manera, sino por el encuentro directo con Dios. Creemos que sólo Dios puede realizarlo plenamente.

Ahora bien esto ocurre solamente en el otro, entre Dios y él. El acompañante es externo a este diálogo personal de la fe que puede llevar a ser plenamente al otro. Es más, no debe constituirse él, ni su persona ni su experiencia, como término para el otro.

Todo lo que hay y se da en la entrevista es medio para esto. Está cargado de gratuidad. Nos ayudamos los dos creyentes que somos. Dios no estará, tal vez, explicitado en todas y cada una de las entrevistas o en cada parte de cada una, pero implícitamente siempre es Él la referencia, es el encuentro personal con Él el que es planificador.

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En este sentido la relación de ayuda tiene la característica de la partera; está fuera, pero ayuda a salir lo que hay dentro, al Dios que está actuando dentro del otro, para que éste lo reconozca. Dicho de otra manera, uno es sólo espejo, no es actor.

2) Equilibrio afectivo

Para esto el acompañante necesita equilibrio afectivo. Hoy que conocemos mejor la fuerza que tiene el subconsciente podemos entender también mejor 10 difícil que puede llegar a ser ese equilibrio afectivo por parte del acompañante, que le lleva a estar en la relación y en la entrevista "como el fiel de la balanza, en medio". Aquel que se dedica al acompañamiento de otros ha de estar en una permanente actitud de concientización, que haga salir de su subconsciente sus desequilibrios afectivos; y de purificación de su afectividad para controlar cualquier prejuicio o interferencia que pueda darse en el otro. Para eso uno ha de examinar sus apegos afectivos a ideas, personas, planteamientos, habilidades, propia imagen, etc.

Porque por un lado él no es ni ha de ser un témpano de hielo frío y distante respecto al otro, pero tampoco puede dejarse llevar por la dependencia afectiva que crea, y que puede hacer mucho daño al otro si no es controlada, ni por un amor posesivo del otro, ni por afectos manipuladores de la otra persona. La expresión de sus sentimientos y de sus afectos ha de ser equilibrada y esto sólo es posible si hay ese equilibrio afectivo. El cual, de nuevo hay que decirlo, sólo se produce de verdad cuando Dios y sólo Dios, es el centro de la afectividad del acompañante. Y en la relación y entrevista de acompañamiento el otro por sí mismo, ya que en él se encuentra Dios.

3) Simpatía o capacidad de sintonizar

Para que un acompañamiento sea posible el acompañante tiene que caer simpático de alguna manera al acompañado. Este simpatizar no es ni una técnica (aunque alguna técnica pueda ayudarlo) ni una aptitud que pueda adquirirse (aunque siempre se pueda crecer en ello); es un don gratuito. Cualquier artificiosidad para caer simpático está contraindicada. El acompañado ha de elegir libremente con quién ser acompañado. Una cierta simpatía es la que le lleva a elegir. El acompañado ha de sentirse a gusto en la entrevista. La simpatía también cumple esta función.

Dicho esto, el modo como mostramos respetuosamente interés por el otro en cuanto otro, por su situación, por lo que le afecta; la cercanía afectiva con la que nos relacionamos con él; el que vea que no nos mueve ningún otro interés que él mismo y su bien, puede despertar esta simpatía necesaria entre acompañado y acompañante.

Por eso es tan importante en el acompañante la capacidad para sintonizar con el otro como otro. Esta capacidad de sintonía viene dada fundamentalmente por la empatía con el acompañado. Es una sintonía afectiva, que es la que hace grata la relación y la entrevista para el acompañado (también para el acompañante). La relación de acompañamiento es una relación cordial de tal manera que la comunicación se hace con facilidad y gusto. Este es el compromiso del acompañante con el acompañado: un compromiso afectivo que le lleva a una presencia discreta, suave y amable y que se refleja en la actitud de acogida, en el diálogo, en las palabras, pero sobre todo en la misma personalidad del acompañante.

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Una presencia así no se impone nunca, se expone, se da gratis. Una presencia así está reñida con cualquier intromisión irrespetuosa en la intimidad del otro.

En realidad ella sólo es posible cuando todas las cualidades y capacidades del acompañante están penetradas por el amor de Dios, iluminadas por la fe en Dios y su comunicación gratuita al hombre.

4) Atento a su propia experiencia espiritual en el acompañamiento.

La experiencia de acompañar a otro es también una experiencia espiritual del mismo acompañante. Por eso ha de ser consciente de ella y saber discernirla.

El acompañante espiritual ni es un profesional ni es un técnico, aunque se tome muy responsablemente su dedicación al otro y se ayude de técnicas. La experiencia de encuentro personal con el acompañado, cuando se hace desde la perspectiva del Espíritu de Dios, es también una experiencia espiritual para el acompañante, que está experimentando en ella la presencia y actuación de Dios en el otro, el don de su Amor y Gracia, el Cristo que va ganando su corazón para el seguimiento. Es la experiencia espiritual de ser testigo directo de la Gracia de Dios actuante en el otro.

Reconocer esta experiencia, agradecerla, saber discernirla con una actitud de discernimiento continuo no sólo es provechoso para el acompañante sino que es necesario para el acompañamiento, para mejorar la calidad del mismo, para aprender a acompañar al otro en su discernimiento.

Por eso es tan necesario que el acompañante haga un breve examen de cada entrevista después de ella. Porque además, siempre se pueden introducir inconscientemente adherencias perniciosas para el acompañamiento, como intentar apropiarse de la experiencia de vida y de fe del acompañado. No le pertenece el misterio que es toda vida y toda persona y todo creyente. No es su misterio. Ha de quedar prendido sólo del misterio de Dios. El acompañante no es más que un medio. Un instrumento de Dios para el otro y es muy importante que esté muy unido a sólo Dios para serlo. Porque va a ser sólo Dios quien haga misteriosamente el bien al otro por medio de uno.

5) Capacidad de escucha.

Se ayuda más a otro escuchándole que dándole consejos. El acompañamiento no puede reducirse a un consultorio en el que se dan consejos gratis. Es más podemos estar seguros que incluso cuando nos piden consejo lo que en el fondo nos están pidiendo es que les escuchemos. Por eso convertir la entrevista en una serie de consejos buenos al acompañado es defecto del acompañante y no del acompañado. Las personas no cambian ni crecen con los consejos sino con las experiencias positivas.

Para escuchar es necesario que el acompañante sepa hacer el silencio interior dentro de sí. No se puede escuchar al otro ni hacerle sentir que es escuchado si uno dentro de sí sigue dando vueltas a otras preocupaciones o si externamente está ocupado en otras cosas. Saber preguntar y saber escuchar están relacionados mutuamente. Las preguntas han de ser abiertas y han de formularse desde el sano interés porque el otro se descubra y exprese a sí mismo y así pueda conocerse y reconocerse. No se hacen para que yo

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conozca, sino para que el otro se conozca y se reconozca. Se hacen pues desde el interés por escucharle a él.

La escucha no se reduce al contenido verbal de la comunicación del acompañado. Es estar atento a su comunicación no verbal (más del 50% de la misma); a los sentimientos que él no es capaz de expresar y uno puede ayudarle a reconocer; a lo que está viviendo profundamente y que muchas veces no es consciente para él.

La escucha tiene como horizonte escuchar lo que el Espíritu me dice en la comunicación del otro. Su presencia y actuación en el otro es también palabra que se dirige a mí y me cambia, me hace más dócil, me llama y así podré reconocer y devolver al otro lo que el Espíritu está actuando en él.

6) El acompañante no es ni más ni menos que un testigo.

De una manera múltiple y compleja. Es testigo en el sentido en que le devuelve al acompañado lo que ha escuchado, sin manipularlo ni cambiarlo, aunque objetivado y a veces ordenado. Es testigo de la expresión y comunicación del acompañado.

En esto funciona la memoria histórica. A través de las sucesivas entrevistas del acompañamiento el acompañado expresa muchas cosas que olvida o no da importancia en otras situaciones personales, o que no es capaz de relacionar con otras. La función de espejo o testigo es viva porque precisamente revela al acompañado esa relación o recuerda ese olvido, o subraya aquella importancia.

Pero es además un testigo de la fe y por eso, de la obra de Dios. En realidad en el acompañamiento estamos transmitiendo al otro, aunque no sea verbalmente siempre, la experiencia de ser acompañados por Dios que nosotros tenemos. Por eso estamos siendo testigos de Dios y de la fe en Él.

El acompañante es un testigo de la fe. Y son más importantes sus actitudes de fe, sus comportamientos consecuencia de la fe, que el discurso o el contenido de su discurso sobre la fe. Porque lo primero el acompañado lo vive como acontecimiento para él y esto es lo que realmente evangeliza.

Es más no está contraindicado que con sencillez y austeridad el acompañante pueda comunicar experiencias suyas de fe, de oración o de vida, cuando vienen bien al hilo de lo que comunica el acompañado. También en este sentido es testigo de la fe. Pero son experiencias que se comunican gratuitamente, que no se imponen como norma. El acompañamiento no es primordialmente un proceso de indoctrinamiento, aunque también entre dentro de él la doctrina como expresión elaborada de la experiencia.

En este sentido el acompañante es testigo de una tradición, la tradición de la Iglesia, la tradición de una espiritualidad, la tradición de una historia, la historia de la salvación de Dios.

7) Finamente creativo.

Hay todo un campo de creatividad en el acompañamiento que corresponde al acompañante. No sólo en lo referente a métodos o medios para el crecimiento humano y

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para el crecimiento creyente y espiritual, que ha de saber proporcionar al otro como sugerencias para que él experimente.

Digo finamente porque no se trata de imponer lo que uno ha soñado como posibilidades a hacer para crecer y madurar, sino de sugerir adaptándose, buscando lo que es mejor, para el otro y el momento que él vive. Esto requiere finura, pues uno necesita saber muchas cosas, hacer muchas lecturas, conocer muchos libros, etc. Pero el otro sólo necesita una, la que puede ayudarle más en este momento porque se adapta mejor al momento que vive, o a su modo de ser. Es una creatividad al hilo de la escucha.

La creatividad requiere un buen conocimiento de la Escritura, de la Teología, de la Psicología... Al hilo de la comunicación personal del otro hay pasajes de la Escritura que iluminan la experiencia o la actitud de fe; o hay elementos de la tradición doctrinal y de la teología que adquieren pleno sentido; o hay distinciones necesarias entre lo que es meramente psicológico y lo que es espiritual, etc. El acompañamiento, cada entrevista es un arte de creatividad. No se puede hacer en serie, rutinariamente, mecánicamente.

8) Compañero y guía

Así con todo esto y algo más _no se va a decir todo_ uno se convierte en compañero de camino del otro y en guía que le ayuda en su camino. Se trata de un ir junto a, al lado de, de ser compañero. En cuanto acompañante también se aprende. Las experiencias del otro son siempre maestras para mi vida. Por eso se es discípulo del acompañado.

Y este discipulado es necesario para poder ser guía o maestro de un camino de crecimiento humano y cristiano. Al caminar junto a él, va aprendiendo de él, y al devolverle lo que recibe le va mostrando los indicadores del camino.