jeruso quiere se gente

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1   Jeruso quiere ser gente Premio El Barco de I apor 1981 Pilar Mateos Premio lazarillo 1982

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    Jeruso quiere ser gente

    Premio El Barco de I apor 1981

    Pilar Mateos

    Premio lazarillo 1982

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    Lo QUE ms le gustaba a Jeruso era despachar detrs del mostrador; que entrara la seora de la corbata roja, por ejemplo, provista de sus grandes bolsas panzudas y boquiabiertas, y se pusiera a pedir cosas, un tanto exigente, apuntando con la barbilla de un estante a otro.

    A ver... dos lechugas, tres kilos de naranjas, medio de nueces...

    Correr entonces hasta el cajn de las naranjas e irlas echando de dos en dos en el platillo del peso; observar el nmero en que se detena la aguja. Separar las hojas de las lechugas ms hermosas para mostrar el corazn tierno. Y meter las manos en el saco de las nueces, hacindolas entrechocar, organizando un alegre tumulto de castauelas.

    Para, para...! Dnde vas con tantas? Slo quiero medio kilo.

    Pasa un poco dira Jeruso mirando la bscula con el mismo ceo del seor Julin, as como sin darle importancia; luego, se quitara el lapicero de la oreja e ira anotando los precios en un trozo de papel de estraza. Repasara la suma para estar seguro de no

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    haber olvidado las que se llevaba; y llegara el momento de enderezarse, quedarse mirando amablemente a la seora de la corbata roja y decir con un aire inexpresivo, como el que no quiere la cosa:

    Son cuatrocientas setenta y cinco. Casi lo que ms le gustaba de todo era cobrar el

    billete de quinientas pesetas en el que alguien haba escrito con pena y bolgrafo rojo: adis, hasta la vista; abrir el ca- joncito donde se ordenaban cuidadosamente en diversos compartimentos los billetes grandes, los medianos, la calderilla... y contar las monedas para dar la vuelta. Jeruso estaba convencido de que poda hacerlo tan bien como el seor Julin, y hasta ms deprisa y mejor; porque el seor Julin a menudo se armaba un lo y no saba si haba apuntado el precio de las naranjas o no haba apuntado el precio de las naranjas. Bueno, pues no haba manera de que le dejaran despachar; ni siquiera cuando la tienda estaba tan llena que no se poda cerrar la puerta y las seoras se peleaban entre s porque haba una que quera colarse, que deca que haba dejado al nio solo.

    La atiendo yo? preguntaba Jeruso. T, a lo tuyo contestaba el seor Julin sin

    mirarle.

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    Lo de Jeruso era montarse en la bicicleta y andar de un lado para otro repartiendo pedidos; dejar la bici atada con la cadena a una farola y subir el cesto al piso de la seora de Rodrguez, donde le abra la puerta algn pequeo que apenas alcanzaba el picaporte.

    jMam! jEl de la tienda! O entrar silbando en casa de Ala, hacindose el

    despistado, como si no la viera. Ala estaba jugando a las canicas sentada en el banzo del portal, y casi siempre la pillaba hacindose trampas. Deca, sin levantar la cabeza:

    Contrasea. Jeruso pensaba un poco. Unos das tena suerte y

    acertaba a la primera: La oca va con la foca. Entonces Ala se haca a un lado para dejarle

    paso. Ala tena siete aos, y se mova con dificultad porque haba sufrido un accidente de coche y una de sus piernas se haba quedado ms corta que la otra.

    Vienes a mi casa? Jeruso asenta sin dejar de silbar, encaminndose

    con el cesto hacia el ascensor. Esa maana se haban acumulado los encargos y no tena tiempo para quedarse de charla.

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    Ha dicho mi madre que me des las rosquillas a m.

    Tu madre no ha dicho que te d las rosquillas a ti.

    No; pero, sabes una cosa? Hoy es mi cumpleaos.

    Ya lo s dijo Jeruso. Nacis-te el mismo da que mi loro Teodoro. Dej el cesto en el suelo y mir a la nia con una expresin tierna y maliciosa. A ver si adivinas lo que te traigo de regalo.

    Ala abri mucho los ojos, ilusionada. Una dentadura postiza?

    Jeruso mova la cabeza diciendo que no. Un traje de buzo? Una pancarta? Gusanos

    de seda? Jeruso segua moviendo la cabeza, diciendo que

    no. Y la nia mir de reojo hacia el cesto. Un gatito negro, moteado en blanco, asomaba graciosamente la cabeza.

    jUn gato! [Qu chulada! Hace semanas que te lo estaba guardando. Es el mejor regalo de mi vida. Otras veces, aunque no fuera el cumpleaos de

    nadie, Jeruso se las arreglaba para introducir en el pedido, de contrabando, una piruleta de naranja o

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    un pastelillo baado en chocolate; y todos los nios del barrio eran amigos suyos.

    Por lo dems, el trabajo no era tan divertido como pueda parecer. Con frecuencia pasaba fro por el camino, o le caa encima un aguacero imprevisto y luego le estaba doliendo la garganta durante tres das. La bicicleta era muy vieja, oxidada y demasiado pesada, y cuando le pillaba una calle en cuesta y el cajn del pedido estaba muy cargado, Jeruso sudaba y se las vea negras para llegar hasta arriba. Por supuesto que saba andar sin manos, y pedalear sentado en el transportn, y poner la bicicleta de pie sobre la

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    rueda trasera como si fuera un caballo. Y ms cosas. Precisamente un da, mientras estaba haciendo

    exhibiciones delante de sus amigos Mario y la Niquetta, le robaron el pedido; y Jeruso sud mucho ms que cuando suba la cuesta ms empinada.

    iAy, mi madre! Y ahora qu le digo yo al seor Julin?

    Estuvo buscndolo muy apurado durante largo rato ayudado por Mario y la Niquetta, pero todos sus esfuerzos resultaron intiles; no consiguieron dar con el cesto. Quin lo habra robado? Jeruso conoca muy bien las calles de su barrio y a las gentes que lo habitaban. Era un barrio de construccin reciente, y todos los vecinos haban venido a instalarse en l por el mismo tiempo. Claro, que haba unos que se iban. otros que venan..., pero Jeruso los fichaba enseguida:

    En el catorce hay una seora nueva que es arquitecto. Dice que van a construir un polideportivo al lado del parque.

    Y la seora Consuelo, la ta de Jeruso, comentaba muy satisfecha: Este vala para detective. Los tres nios se haban parado delante de la librera, y contemplaban absortos la maqueta de ferrocarril

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    que adornaba el escaparate; llevaba instalada all todo el invierno, pero nunca se cansaban de mirarla.

    Aqu en el barrio no hay ladrones dijo la Niquetta. Yo no conozco ni uno solo.

    La mquina estaba entrando en la curva, y Mario hizo un esfuerzo por apartar la mirada de ella y dirigirse por un instante a la Niquetta:

    iMira lo que dicel Las luces del semforo se pusieron rojas y el tren se detuvo. A ios ladrones no se les conoce, sa es la gracia! Si la gente los conociera, no les dejara robar ms, y ya no seran ladrones.

    El tren entraba en el tnel. La Niquetta se puso en cuclillas para verlo desaparecer.

    No entiendes nada. Pueden robar en secreto. Uno sabe que le han quitado los patines, aunque no sepa quin ha sido. A ti te han quitado los patines? Antes de que se perdiera de vista el ltimo vagn,

    la mquina ya estaba asomando por la otra boca del tnel y enfilaba la recta a toda velocidad.

    A m? Ni siquiera tengo patines... Pero, te los han robado o .no?

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    QuEDABA claro que entre los viejos vecinos no haba ningn ratero. El autor del robo tena que ser un desconocido, alguien que hubiera llegado recientemente al barrio. Los nios se pusieron a pensar laboriosamente, tratando de recordar las caras nuevas que haban vislumbrado durante los ltimos das en el bar de Sebastin, el Toro, en la panadera, en la ferretera de Juan...

    Jeruso, cuando pensaba, se quedaba muy quieto, como si fuera una estatua. Si tena puesto un dedo en la barbilla se lo dejaba all olvidado hasta el final. La Niquetta se morda las uas y mova los ojos a brinqui- tos. Mario se sujetaba la frente con las manos; bruscamente las separ proyectndolas hacia adelante. Jeru- so dio un respingo:

    Ya s quin! El tipo del velomotor! Ese que lo aparca junto a tu casa.

    Hale, lo que dice! se escandaliz Jeruso. Si se es polica!

    Polica? Mario se sinti tan ridculo que hubiera deseado

    no estar all; pero procur que no se le notara. Levant la barbilla desafiante.

    Y qu? Dnde has visto t que el polica sea el ladrn? Puede pasar, no?

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    Puede pasar concedi Jeruso. Pero sera un lo. Y uno nunca sabra quines son los buenos y quines son los malos.

    Era verdad que eso complicaba mucho la situacin, y bastante complicada estaba ya. Mario tuvo que admitir que era preferible descartar al tipo del velomotor y buscarse otro sospechoso ms adecuado. Y se puso a la tarea con mucho empeo. Tena que ser l quien lo encontrara.

    i Ya lo tengo! La seora de la corbata roja! Eso era hablar con sentido comn; el mismo

    Jeruso lo reconoci. La seora de la corbata roja slo llevaba quince

    das en el barrio. Haba llegado un amanecer conduciendo una furgoneta pintada de colores explosivos y cargada con unos misteriosos y enormes armatostes, cubiertos con paos, que bien podran ser jaulas. Se haba encerrado en su tico, y nunca ms se la haba visto entrar ni salir. Era una seora muy sospechosa. No pareca una madre, ni siquiera una ta. Era tan grande como dos madres o dos tas. Tena el pelo muy corto, espeso y amarillo, completamente amarillo; era como si llevara de sombrero una gran yema de huevo. Y se vesta con un mono, igual que Enrique, el del garaje.

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    Qu gente! suspiraba la seora Consuelo, la ta de Jeruso.

    Y, sobre todo, que no va a la tienda a comprar puntualiz jeruso. Si no compra comida, qu es lo que come?, eh? Pues lo que roba!

    Esta era una razn de peso y no haba ms que hablar; pero la Ni- quetta siempre encontraba algo que objetar; quiero decir que le gustaba discutir; y daba rabia; porque se la vea tan distrada, como pensando en otra cosa, como si no se enterara del asunto..., y en cuanto te confiabas, zas!, ya te estaba llevando la contraria.

    Hay gente que no come nada. Lo le una vez en un peridico.

    Mario, en cambio, era mucho ms razonable. Eso es en los peridicos. En la vida normal, o

    sea, en sta de la gente, los que no comen se mueren.

    Pasaba en la China insisti la Niquetta. Y Mario le dirigi una mirada cargada de

    desprecio: Ya ves t! En la China... Se sobreentenda que la China era un lugar

    remoto, y lo que all ocurriera no tena nada que ver con nosotros, los espaoles.

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    De manera que los tres estaban ms o menos convencidos de que la seora de la corbata roja haba robado el cajn del pedido; y de que era preciso recuperarlo. Qu iba a hacer Jeruso si no? El seor Julin se iba a poner como una fiera, o le descontara el dinero del jornal, y entonces quien se pondra como una fiera sera la ta de Jeruso, lo que era peor todava. Haba que desenmascarar, sin tardanza, a la seora de la corbata roja.

    Yo s dnde vive. Todos lo saban. Viva en la casa nueva, la que

    tena espejos en el portal y unas grandes butacas de cuero. Se encaminaron hacia all los tres, en fila india, manteniendo el equilibrio para no salirse del bordillo de la acera; y un seor con bigotes que se llamaba don Abundio rega a Jeruso por hacer equilibrios en el bordillo de la acera montado en bici y sin fijarse.

    -^Y si no ha sido ella? Se lo preguntamos. iClaro, como que te lo va a decir! Subieron fen el ascensor hasta el sptimo piso, y

    luego siguieron por unas escalerillas estrechas donde la luz se iba haciendo ms blanca y se oa el canto de muchos pjaros. Se detuvieron en el rellano, indecisos. La puerta estaba abierta, y lo que

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    se vislumbraba del interior los dej tan asombrados que olvidaron el motivo por el que haban subido hasta all. Aquella no era una vivienda igual que las dems. Era como la caseta de un parque de atracciones. A la Niquetta se le encendieron los ojos de curiosidad como dos farolillos azules.

    Entramos? Habr que llamar al timbre. Para qu? La puerta est abierta. Mario no transigi. El saba que hay reglas para

    andar por el mundo, del mismo modo que hay reglas para jugar al parchs.

    No puedes entrar en una casa que no es tuya. Es allanamiento de morada.

    La Niquetta no entendi eso. Medit las palabras, juntas y por separado, y no les encontr ningn sentido. Entonces les lleg desde la casa una voz vigorosa y alegre, tan potente como las vigas de madera que sustentaban el tejado; una voz que era como un apretn de manos.

    Bienvenido quien sea! Y la Niquetta entr la primera. La seora de la corbata roja estaba sentada en el

    suelo, sobre cojines multicolores pintados mano. (Fijndose bien, no era una corbata, sino un lazo a medio atar y bastante arrugado.) Llevaba puesta

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    una bata de cuadros semejante a las que se usan en los colegios, pero tan grande como ella y con los bolsillos abarrotados de cosas.

    Tres veces bienvenidos. Nada ms verla sonrer, jeruso se dio cuenta de

    que ella no haba robado el pedido; eso era evidente. Una mujer con una sonrisa tan con-fortable no hubiera robado ni una caja de quesitos; ni tan slo un yogur. La seora Consuelo tena ra-zn al afirmar:

    Este sera un buen detective. Porque Jeruso se daba cuenta de todo a la

    primera; y. lo que es ms importante, saba reconocerlo y admitirlo cuando se haba equivocado.

    Durante un buen rato, los nios permanecieron sin decir palabra, admirando, deslumhrados, las enormes jaulas donde aleteaban pjaros de todas las especies, las paredes totalmente cubiertas de sugestivas pinturas, los animales maravillosamente dibujados: tigres y perros, guilas y corzos; y las plantas que se extendan desde las ventanas por el tejado formando un jardn entre la chimenea y el pararrayos.

    Haba muchos pjaros que Jeruso conoca: el papagayo, la calandria, el petirrojo; pero haba

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    otros, de graciosas colas y caprichosos picos, que no haba visto nunca.

    Los he trado de la selva del Amazonas. Me gustara ir a la selva del Amazonas dijo la

    Niquetta, poniendo una cara triste, como si ya supiera, por adelantado, que nunca llegara tan lejos.

    La seora movi la cabeza con la

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    misma expresin que adoptan los profesores cuando uno confunde la perpendicular con la bisectriz.

    No digas me gustara hacer esto o lo otro. Debes decir voy a hacer esto o lo otro tena unos grandes ojos grises en los que brillaba la luz de muchos mares lejanos. Mejor an, debes hacer esto y lo otro.

    Cosas como sta tenan sentido. La Niquetta lo entendi perfectamente y se dijo que as lo iba a hacer en lo sucesivo.

    La seora que no pareca una seora estaba rebuscando pacientemente en sus bolsillos. Fue sacando un ovillo de lana que ola a gato, tres pinceles, cuatro postales, dos frasquitos vacos, una piedra verdosa y varias pinzas de tender la ropa; al fin. dio con unas chocolatinas un poco espachurradas. '

    Hoy no tengo otra cosa que ofreceros. Estos ltimos das no he podido salir de casa.

    Los nios la miraron con pena, porque es muy aburrido no poder salir de casa, quedarse uno encerrado en su cuarto mientras los dems estn jugando al ftbol en la calle, en los patios, o mirando el trasiego de las aceras.

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    A m tambin me pas eso dijo Mario mientras levantaba cuidadosamente el papel de plata por una esquina. Por lo menos estuve un mes metido en la cama cuando tuve el sarampin se chup el dedo ndice pringado de chocolate. Lo ms seguro es que ests enferma.

    La seora de la corbata roja asegur que no, que nunca haba estado enferma en toda su vida. Y se vea que era verdad. Tena una cara ancha, tostada por el sol, y se rea con gana sin que hiciera falta un motivo. Cada vez que se rea, los pjaros trinaban con ms bro, porque conocan su risa.

    Es por los huevos de la canaria les explic. Los estoy incubando se ahuec el escote para que los nios vieran cuatro huevecillos diminutos al calor de su pecho. No s lo que le ha ocurrido a la madre. El cambio de casa le ha sentado mal. Hace varios das que abandon el nido.

    Los nios miraron a la canaria y la vieron triste y quieta en un rincn de la jaula.

    A m me pas lo mismo cuando me cambiaron de colegio dijo Mario, hacindose cargo de los sentimientos del pjaro.

    Son muy sensibles mientras, estn. empollando coment Jeru- so. Yo me tropec con un nido

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    de codornices y la madre lo aborreci. No se pueden tocar.

    La seora que no pareca una madre asenta; se mova pausadamente para no daar los cascarones.

    Cundo nacern? le preguntaron. En cualquier momento. Esta noche..., maana.

    Ya deben estar a punto de romper el cascarn. Me gustara verlo suspir la Niquetta; y, al

    instante, rectific: Voy a verlos nacer. Nunca cierro la puerta dijo la seora. Los tres nios se haban sentado en el suelo y

    laman aplicadamente los restos de chocolate que se haban quedado adheridos al papel de estao. Se estaba muy bien all, pero jeruso se acordaba con inquietud del seor Julin.

    Me han robado el cajn del pedido dijo en voz alta, sin venir a cuento.

    Y la seora se hizo cargo inmediatamente de la situacin.

    Es un problema. Tu jefe se enfadar. y hasta es posible que te lo descuente del sueldo.

    Lo ms seguro. Y tambin se enfadar tu ta. Se qued un rato en silencio, reflexionando sobre

    el conflicto.

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    Cmo podra ayudarte? se preguntaba. Lo nico que yo s hacer es pintar.

    Y se la vea apesadumbrada por no dar con la manera de ayudar a Jeruso. De pronto, levant la cara animosamente y seal uno de los cuadros que colgaban de la pared.

    Llvaselo a tu patrn. No tengo otra cosa que darle.

    Era una pintura al leo bastante grande, de ms de un metro de ancho. Los nios la contemplaron y les gust mucho. Se sintieron ms felices, ms fuertes, con ms gana de hacer cosas importantes.

    Es el ro Amazonas visto por dentro descubri la Niquetta. Las corrientes de agua se cruzan y se confunden, y la que viene del ro negro tiene el color ms oscuro. Es como si yo fuera un salmn que va nadando hacia el mar.

    Es una cueva como las que hay en el pueblo de mi padre dijo Mario. Se distinguen claramente los murcilagos y las piedras hmedas formando figuras. Me parece que yo estoy ah, refugiado, mientras fuera cae la tormenta y se ven las luces de los relmpagos.

    Esta pintura representa el espacio afirm Jeruso. Son constelaciones de estrellas y galaxias. Se ven planetas que todava no se han descubierto,

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    y lo ms probable es que estn habitados. Es como estar volando en una nave espacial.

    Y el seor Julin, cuando la vio, no estuvo de acuerdo con ninguno de los tres:

    Ni ros ni cuevas ni galaxias! gru. Esto no se entiende. Para qu quiero un cuadro que no se entiende? Mejor haras en espabilarte y encontrar el cajn. Pues buena se ha puesto la seora de Rodrguez al ver que no le llegaba el pedido... Buena se ha puesto!

    Se llev el cuadro y lo meti en la bodega. All permaneci olvidado mucho tiempo detrs de unos bidones vacos, y la humedad lo deterio-

    Llvaselo a tu patrn. No tengo otra cosa que darle.

    Era una pintura al leo bastante grande, de ms de un metro de ancho. Los nios la contemplaron y les gust mucho. Se sintieron ms felices, ms fuertes, con ms gana de hacer cosas importantes.

    Es el ro Amazonas visto por dentro descubri la Niquetta. Las corrientes de agua se cruzan y se confunden, y la que viene del ro negro tiene el color ms oscuro. Es como si yo fuera un salmn que va nadando hacia el mar.

    Es una cueva como las que hay en el pueblo de mi padre dijo Mario. Se distinguen claramente

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    los murcilagos y las piedras hmedas formando figuras. Me parece que yo estoy ah, refugiado, mientras fuera cae la tormenta y se ven las luces de los relmpagos.

    Esta pintura representa el espacio afirm Jeruso. Son constelaciones de estrellas y galaxias. Se ven planetas que todava no se han descubierto, y lo ms probable es que estn habitados. Es como estar volando en una nave espacial.

    Y el seor Julin, cuando la vio, no estuvo de acuerdo con ninguno de los tres:

    Ni ros ni cuevas ni galaxias! gru. Esto no se entiende. Para qu quiero un cuadro que no se entiende? Mejor haras en espabilarte y encontrar el cajn. Pues buena se ha puesto la seora de Rodrguez al ver que no le llegaba el pedido... Buena se ha puesto!

    Se llev el cuadro y lo meti en la bodega. All permaneci olvidado mucho tiempo detrs de unos bidones vacos, y la humedad lo deterior un tanto; hasta que un da, alguien, un inquieto hombrecillo que conoca el lenguaje de los delfines y el nombre de todos los colores, lo encontr por casualidad y se qued muy sorprendido. Dijo que aquella era la obra de una artista muy importante y se la compr al seor Julin por una seria cantidad de dinero.

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    Pero esto sucedi varios aos despus, mucho despus de que se acabe este cuento; y como Jeruso no poda adivinar el futuro, aquella tarde segua muy preocupado intentando atrapar al ladrn de pedidos.

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    YA SABA yo que no haba sido ella coment Mario asomndose de pasada al bar de Sebastin, el Toro. Porque Mario era as; le gustaba hacerse el listo y deca ya saba yo despus que las cosas hubieran pasado y todos las supieran.

    Sin intercambiar ningn gesto, como si estuvieran previamente de acuerdo sobre lo que haban de hacer en cada ocasin, entraron en el bar.

    Ya est tu abuelita jugando a las mquinas le dijo Jeruso a la Niquetta.

    Era verdad. La abuela Tomasa pauelo negro a la cabeza, pardas faldas hasta los tobillos, alpargatasanudadas sobre las gruesas medias de lana manejaba los mandos electrnicos con una habilidad increble y un brillo entusiasta en los ojos.

    Es que no tienes nada mejor que hacer? pregunt la Niquetta.

    La abuela Tomasa acababa de llegar a la ciudad. Haba dejado en el pueblo su pequeo huerto, las gallinas rojas y una vaca que se llamaba Generosa, y era lo nico que le quedaba all de familia. Y se haba venido a vivir junto a sus nietos.

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    Te pasas el da con la dichosa mquina rezong la Niquetta.

    Sebastin, el Toro, estaba limpiando el mostrador con una bayeta mojada, y la frmica reluca como el cristal.

    Venga, chavales! No molesteis a los clientes!

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    A la abuela Tomasa la ciudad no le haba impresionado ni poco ni mucho. Los rascacielos, el metro, los teatros y los museos la haban dejado indiferente; pero las mquinas tragaperras, los artilugios electrnicos y los futbolines la volvan loca. En veinte das se haba hecho el ama. Era la mejor jugadora de la localidad.

    Eso es tirar el dinero... Su nave espacial avanzaba victoriosa esquivando

    el ataque fulgurante de los rayos lser, sorteando milagrosamente andanadas de imprevistos misiles y desintegrando, implacable, a cuantas naves enemigas osaban hacerle frente.

    Los nios seguan con atencin y un poco de envidia las apasionantes incidencias de la batalla, y pareca que haban olvidado la tarea que tenan entre manos; pero no. En cuanto Sebastin, el Toro, encendi la radio y se escucharon los primeros sones de una cancin callejera, la Niquetta se volvi triunfante hacia sus amigos, como si aportara la solucin definitiva para sus males:

    El chico de la guitarra! exclam. Y Mario y Jeruso lo aceptaron de inmediato como

    el principal sospechoso.

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    EL CHICO de la guitarra usaba camisetas radas y sandalias muy gastadas. A pesar de que haca casi dos meses que haba alquilado una habitacin en la zona, era un completo desconocido. No paraba en el barrio. Se marchaba cada da hacia las calles del centro, se acomodaba en cualquier esquina, y se pona a tocar la guitarra y a cantar con una voz tan triste que los ricos que pasaban se compadecan de l y le echaban monedas en el platillo; incluso algunos que no eran ricos. Y con esas monedas compraba en la tienda del seor Julin frutas y zanahorias y palomitas de maz.

    Qu gente! suspiraba la seora Consuelo, la ta de Jeruso. Ya no saben qu hacer con tal de no trabajar. Unos muertos de hambre; eso es lo que son!

    Por eso no robaban patines. Robaban cajones de comida.

    El chico de la guitarra viva en casa de Ala; y esta vez los nios, al dirigirse hacia all, se sentan segu-ros de no haber equivocado el camino.

    Ala estaba en la acera jugando a la goma. Claro que ella no poda saltarlas una y otra vez ni hacer tijeras con las piernas con la misma soltura que sus amigas. Le costaba ms trabajo; lo haca peor y perda ms veces. Pero jugaba. Ala nunca se daba

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    por vencida sin haber luchado antes con todas sus fuerzas; de la misma manera que nunca dejaba pasar a Jeruso sin que antes le hubiera dado la contrasea: La tortuga trae fortuna.

    Ala apart la goma con que les cerraba el paso. Podis entrar. ll chico de la guitarra viva en el entresuelo, en

    una sola habitacin cuyas paredes estaban cubiertas de fotografas de vaqueros, carteles de pelculas y fundas de discos.

    lisos son los Beatles dijo la Niquetta. El chico de la guitarra dijo que s, que eran los

    Beatles; y el que estaba a su lado era el hombre que mejor tocaba la guitarra del mundo y se llamaba Andrs Segovia.

    Con ladrillos y unas tablas se haba hecho unas estanteras donde se amontonaban discos, libros y partituras. En vez de mesa, utilizaba un cajn, y se sentaron en pequeos barriles de cerveza. En una esquina haba un >camping-gas y una sartn. Los nios envidiaron aquella casa y se dijeron que cuando fueran mayores y hubieran cumplido diecisis aos viviran en una habitacin igual, y se haran la comida en un camping-gas.

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    Pero yo tendr un zoo dijo la Niquetta, ardillas y conejos. Mi madre no me deja tenerlos en casa.

    Yo montar un scalextric dijo

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    Mario. Y no tendr que recogerlo en todo el da. Lo dejar siempre ah puesto.

    Yo prefiero un trapecio dijo Jeruso. Me gustara hacer equilibrios con la bicicleta sobre un trapecio.

    El chico de la guitarra los escuchaba con expresin amistosa. Lo que ms le gustaba a l era recorrer el mundo con su guitarra, cantando las canciones que l mismo se inventaba.

    Y no creis que es fcil les cont. A veces tengo problemas con la polica. Anoche me retuvie-ron en la comisara ms de dos horas.

    Te llevaron preso? No del todo. Pero me dieron un buen susto. Seguramente no les gustaron tus canciones

    opin Mario. El chico de la guitarra se sonrea. Coloc una

    sartn sobre el fuego y ech una buena cantidad de maz y de azcar. Rpidamente puso una tapa encima. Los granos empezaron a saltar y a chisporrotear contra la tapadera. Cuando la levantaron, la sartn estaba desbordando de copos blancos. Se los fueron comiendo a puados hasta que se quedaron nevados por dentro.

    Me han robado el cajn del pedido dijo Jeruso.

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    HI chico se toc la barba. Era una barba dorada y suave como de miel; sus ojos tambin eran dorados y tenan un brillo burln.

    Creste que haba sido yo? S dijo Jeruso. El chico no se enfad. Lanz una palomita a lo

    alto y la recogi limpiamente con la boca. Una vez rob una armnica cuando era

    pequeo seal a la Niquetta con el ndice, as, como sta. La tuve que devolver.

    Yo tengo nueve aos puntualiz la NiquettaLo que pasa es que soy bajita. Soy la ms baja de mi clase; pero eso no tiene que ver...

    El caso es... interrumpi Jeru- so, el caso es que el seor Julin est empeado en que lo encuentre. T no conocers algn ladrn que viva por aqu cerca?

    Conozco varios contest el chico despus de pensarlo un poco, pero no roban botellas de leche ni nada de eso. Estn muy bien organizados, comprendes? No se arriesgan por tan poca cosa.

    Jeruso asinti. Es como en las pelculas de l;i tele. Nadie roba

    un pedido en las pelculas de la tele. Nadie se molestara en hacer una pelcula por unas cuantas gaseosas y dos kilos de arroz.

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    Ni aunque llevara dos paquetes de chocolate... aadi la Niquetta.

    Exactamente dijo el chico. Ya no quedaba ni una sola palomita en la sartn.

    Ahora se la vea negra y sola y tan triste como Jeruso.

    El chico le observaba, tamborileando con sus dedos largos sobre la mesa-cajn.

    De qu forma puedo ayudarte? jeruso se encogi de hombros. No s. La seora de la corbata roja le ha

    regalado un cuadro; pero no le ha gustado. El chico se levant y descolg la guitarra, que

    penda de la pared. Al agarrarla sus ademanes eran tan delicados y tiernos como si estuviera acariciando a un gato recin nacido. Mario pens que cuando l fuera mayor y hubiera cumplido diecisis aos tratara todas las cosas con el mismo cario, aunque Sebastin, el Toro, le llamara marica.

    Yo slo tengo msica dijo el chico de la guitarra. Le regalar una cancin.

    Llegaron a la tienda en el momento en que haba ms barullo, justo a la salida de los colegios, cuando todas las madres se ponen a hacer la compra al mismo tiempo y todos los hijos piden

  • 40

    chicles, piruletas de fresa y patatas fritas. El seor Julin anclaba de cabeza de aqu para all, sin dar abasto a envolver rodajas de mortadela; y apenas entenda lo que le explicaba Jeruso.

    Qu dices? Que no la has encontrado? Quf no, pero que este amigo le va a cantar una

    cancin a cambio. El seor Julin se qued mirndolo con cara de

    pasmado y con el lapicero en la mano; y se olvid de que se llevaba cinco.

    Que me vas a cantar una cancin? Es gratis seal jeruso con nfasis. Se la

    regala. Y el chico de la guitarra ya estaba cantando. En

    esta ocasin no coloc el platillo en el suelo ante l, ni enton tristes cantares para que los ricos que pasaban se sintieran compadecidos y le echaran billetes de cien pesetas. Qu va! Contaba una historia muy divertida acerca de un perrito pendenciero:

    Pelea con todos los gatos. Espanta as gallinas. Asusta a los patos. Y. el da que llueve. se baa en los charcos.

  • 41

    Su voz y su guitarra estaban tan unidas como la luz y el da. Al principio, los clientes sonrean tmi-damente y llevaban el comps moviendo un poquito los hombros y la cabeza; pero enseguida los nios se pusieron a bailar: Y las mamas ms jvenes, las que llevaban pantalones vaqueros, tiraron las bolsas por las esquinas y bailaron con ellos.

    Yo tengo un perro que es mi amigo, que siempre est conmigo, que siempre va detrs. Yo tengo un perro que es mi amigo, que siempre va conmigo, corre que corrers.

    Y las abuelas mas locas y las gordas ms simpticas brincaban alegremente como podan; y hasta el mismo don Abundio giraba y giraba su bastn al ritmo de la msica.

    Cuando me marcho se pone triste, agacha las orejas, empieza a llorar. Y, cuando vuelvo, da saltos de alegra II mueve la cola de aqu para all.

    Y entonces comenz a llegar la gente del barrio atrada por la alegra de la msica, y la tienda

  • 42

    entera se convirti en una fiesta. Nios y grandes bailaron felices sorteando los cestos de frutas y los sacos de patatas, saltando sobre las cajas de cerveza y brincando por el mostrador...

    El seor Julin lloraba. Muchos aos despus, el seor Julin contaba a

    quien quera escucharle que ese cantante famoso ahora no recuerdo el nombre, se que sale

    tanto en la televisin y gana tantsimo dinero... se; pues que haba estado en su tienda cantando para l exclusivamente, y gratis, una cancin muy salada.

    No era verdad: porque el chico de la guitarra nunca fue famoso, ni rico; fue solamente un hombre feliz. Pero el seor Julin no distingua muy bien unas personas de otras, unos msicos de otros; y. adems, esto sucedi muchos aos ms tarde, mucho despus de que este cuento se haya acabado; lo que ocurri aquel da fue que Jeruso se llev una buena bronca por la que haba organizado all, y tuvo que salir, quieras que no, a buscar el dichoso cajn del pedido.

    Pues buena est la seora de Rodrguez! rezongaba su jefe. Buena...!

    Y no haba manera de hacerle entender que en aquel barrio no haba ladrones, ni uno solo; que

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    nadie arma ese jaleo por una cosa tan insignificante.

    en la tele empez a explicarle Jeruso; en la tele roban cosas serias: esculturas con brillantes en los ojos, drogas, dinamita, informes secretos.

    el cajn! bram el seor Julin. Quiero el cajn aqu! Y se puso a repasar la lista del contenido contando muy deprisa con los dedos: Dos cajas de leche, tres gaseosas, cuatro latas de bonito, dos de sardinas, un litro de aceite...

    -Bueno, bueno... -se fue diciendo Jeruso. -Ya no quedan' sospechosos dijo la Niquetta.

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    4

    El viejo de los cartones

    i,

  • 45

    SE SENTARON a la puerta de la droguera y se quedaron mirando el trasiego de la calle. La Niquetta hurgaba con un palito en la juntura de los adoquines, para cazar una araa que acababa de esconderse. Se oa cada vez ms prximo el sonido inquietante de una sirena; una ambulancia tom la curva de la plaza y cruz delante de ellos saltndose el semforo en rojo.

    Seguro que ha habido un accidente coment Mario. El domingo, cuando venamos de la sierra, haba un coche volcado.

    Yo vi un muerto una vez dijo la Niquetta.IO haba contado tantas veces que nadie se

    interes en el asunto. Se lo saban de memoria. Jeruso segua distradamente la trayectoria de la ambulancia que, al llegar al cruce, dobl a la derecha, tomando la direccin de la'Avenida.

    Esa va a la manifestacin asegur. Hay una manifestacin en el centro.

    De ambulancias? Desde un banco de los jardincillos unos chavales

    los llamaron a voces agitando las manos; el Rubio les mostraba un baln de reglamento:

    Vamos a jugar un partido! Vens? Yo no contest Jeruso. Yo no puedo. Y vosotros?

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    Estamos con ste dijo la Niquetta con un aire resignado.

    Estaba empezando a oscurecer; se ilumin el escaparate de la droguera; algunos coches circulaban ya con las luces de situacin; y ellos seguan como al principio, sin ninguna pista. Era desalentador.

    Atrapar a un ratero estaba resultando una tarea ms pesada de lo que haban imaginado; y por si fuera poco, llevaban toda la tarde sin jugar. Un da perdido.

    Me gustara saber cmo se las arreglan los detectives dijo Mario, sintiendo una repentina antipata hacia ellos. Me gustara saberlo.

    La Niquetta les dedic un mohn despectivo. Tienen de todo; radios para hablar a distancia,

    grabadoras, cmaras ocultas. Tienen mquinas fotogrficas camufladas en un bolgrafo. As, cualquiera...!

    -Tambin hay que pensar

  • 47

    Mario peg la cara contra el cristal, con una remota esperanza de pasar inadvertido.

    Has hecho los deberes? Casi. Slo me falta una pgina.

    Compraste el pan? Mario hizo una mueca de consternacin que

    tena ensayada para estos casos. Ay, no! Se me olvid... Y el enchufe para la plancha? Esta vez Mario no hizo ningn gesto. Era

    preferible afrontar la situacin pasara lo que pasara. Tampoco. Eres un desastre! Dentro de diez minutos te

    quiero ver en casa! Enrique entraba en el garaje. Justamente al lado

    estaba la casa donde vivan Jeruso y su ta Consuelo, en la portera. Jeruso estaba mirando hacia all y se acord del viejo de los cartones.

    Ya slo falta el viejo dijo pensativo, el de los cartones.

    Sin mucho entusiasmo, los tres se pusieron en pie y se encaminaron en su busca. A la altura del portal, Ala deambulaba solitaria comindose un bocadillo. Jeruso se le adelant y, bloqueando la puerta con los brazos, la mir burlonamente.

    La contrasea exigi.

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    Ala le devolvi la mirada de burla. No voy a entrar. Se dio la vuelta con la arrogancia de una reina

    antigua, y se alej tranquilamente mordiendo su bocadillo.

    La seora Consuelo, la ta de Je- ruso, estaba sentada en la garita, charlando con una vecina que tena unas uas muy largas y afiladas, pintadas de color morado. La seora Consuelo se estaba dando aire con un peridico, y al ver a Jeruso se qued parada.

    Qu andas haciendo t aqu? No tenas que estar en la tienda a estas horas?

    Jeruso agach la cabeza, deslizndose hacia el interior. Mario y la Niquetta le siguieron silenciosamente.

    Me ha mandado el seor Julin a un recado, donde el viejo de los cartones.

    Otro que tal se lament la seora Consuelo, dirigindose a la vecina de las uas moradas. Me enga. Cuando le alquil el stano, pens que se trataba de un caballero; y ya ve usted, recogiendo cartones por las basuras... Qu gentel

    Los nios bajaban por las escaleras del fondo. A medida que descendan aumentaba la oscuridad, y

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    Mario tanteaba las paredes, un poco amedrentado, buscando el interruptor de la luz.

    Dnde se enciende? No hay luz. Se han debido de fundir los plomos.

    Haberlo dicho. Tenamos que haber trado una linterna. Y yo qu saba! Es en esta puerta? preguntaba la Niquetta.

    No. Esa da al patio. Es la otra ms pequea. Hablaban en voz baja sin saber por qu, y se

    sentan oprimidos, como si llevaran puesto un jersey demasiado estrecho. Jeruso se acercaba a la puerta pequea extendiendo las manos para no chocar. Apenas se vean unos a otros. El bulto de Mario estaba agazapado junto al hueco del ascensor.

    Es mejor que no entremos sugiri el bulto. Le temblaban un poco las palabras, como si tuviera fro. Los ladrones no se dejan capturar as como as. Estn armados. Llevan pistolas y metralletas; adems, hacen trampas.

    Qu trampas? Mario se acordaba de muchas; una puerta que se

    cierra y te deja atrapado en una habitacin sin ven-tanas; un suelo que se abre bajo tus pies y te precipita en una jaula de leones hambrientos. No era cosa de empezar a explicrselo.

  • 50

    Trampas para ganar.

    La Niquetta haba retrocedido un trecho. Estaba tocando de nuevo con el pie el primer peldao de la escalera.

    Pero nosotros somos ms se notaba claramente que lo deca para darse nimos. Tres contra uno.

    Y ni siquiera sabemos si ste es el verdadero ladrn aadi Jeru- so. No tenemos pruebas. Slo es un sospechoso.

    El bulto de Mario continuaba pegado al ascensor, sin moverse.

    Pero ya no quedan ms sospechosos, nos los hemos gastado todos; as que ste tiene que ser el culpable.

    Era un razonamiento mal planteado; una acusacin injusta.

    Mario hablaba por hablar, sin pensar lo que deca. Jeruso se indign.

    T lo que tienes es miedo. Quin? Yo? El bulto tom una postura desafiante. Iba a decir

    algo, una mentira que no hubiera conseguido engaar a sus amigos: que no tena miedo; pero comprendi que era intil.

    Yo s que tengo miedo confes la Niquetta.

  • 51

    Y en ese momento Jeruso se dio cuenta de que l tambin lo tena. Era por eso por lo que el corazn le lata tan deprisa y le haba entrado mucha sed de repente.

    A partir de entonces la situacin se hizo ms fcil, porque la conocan mejor. Decidieron organizar estratgicamente la entrada. Jeruso derribaria la puerta para pillar desprevenido al culpable. Mario y la Niquetta respaldaran su avance protegindolo por ambos lados. Listos?

    Jeruso suspir hondo; retrocedi unos pasos para tomar impulso .y se concentr en su esfuerzo como un atleta olmpico. Entonces se oy un chirrido. La puerta pequea se abri pausadamente y apareci el viejo. En aquella oscuridad slo se apreciaba su silueta alta y flaca. Tena que encorvarse ligeramente para no chocar con el dintel. Llevaba una palmatoria en la mano con una vela encendida. Apens los mir. Hizo un ademn amplio, invitndoles a pasar:

    No te quedes ah de chchara. Traes los cartones?

    Los nios permanecan inmviles. Kra como si todos los relojes del mundo se hubieran parado en el mismo segundo.

  • 52

    No traemos nada dijo, al fin, Jeruso. Estamos investigando.

    EL ANCIANO los miraba ahora con mayor atencin. Era verdaderamente un hombre muy viejo, como de noventa aos, y a la luz de la llama, entre claros y sombras, su rostro ofreca un aspecto impresionante; su tono de voz. en cambio, emanaba tranquilidad, daba alivio, como cuando has perdido algo importante y, de pronto, al meter la mano en el bolsillo del abrigo viejo, lo descubres all olvidado.

    Cre que era Ala. Suele venir a estas horas a traerme cartones.

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  • 54

    Se adentr en su vivienda y los nios le siguieron. Mario se tropez con Jeruso en el momento de cruzar el umbral.

    Vivo de eso deca el anciano. Busco cartones en la basura y voy a venderlos cada maana a la fbrica de papel.

    La estancia estaba iluminada por numerosas velas y atestada de enseres diversos y extraos: juguetes antiguos, que te daban la sensacin de haber entrado en el tnel del tiempo; ejrcitos de soldados de plomo; muecas de bocas pintadas y pelo de verdad; una locomotora de madera, sin pilas, sin cuerda, sin mando a distancia, una preciosa reproduccin de una mquina de vapor como las que se ven en las pelculas del Oeste; y barcos de vela, con los que empezar de nuevo a descubrir el mundo.

  • 55

    Se adentr en su vivienda y los nios le siguieron. Mario se tropez con Jeruso en el momento de cruzar el umbral.

    Vivo de eso deca el anciano. Busco cartones en la basura y voy a venderlos cada maana a la fbrica de papel.

    La estancia estaba iluminada por numerosas velas y atestada de enseres diversos y extraos: juguetes antiguos, que te daban la sensacin de haber entrado en el tnel del tiempo; ejrcitos de soldados de plomo; muecas de bocas pintadas y pelo de verdad; una locomotora de madera, sin pilas, sin cuerda, sin mando a distancia, una preciosa reproduccin de una mquina de vapor como las que se ven en las pelculas del Oeste; y barcos de vela, con los que empezar de nuevo a descubrir el mundo.

    En casa de mi abuelo hay uno igual que ste dijo Mario. Tiene luces en las claraboyas.

    Haba un curioso retrato de un hombre sin ojos, que serva para esconderse y mirar sin que te vieran. Te colocabas detrs y observabas por los agujeros de los ojos con los tuyos propios. Y las pupilas del hombre del retrato eran azules, o casta-as, o negras. Haba una cama defendida por

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    cuatro guerreros con los arcos tensos; y un ciervo disecado; y un velocpedo de hace cien aos. Y por aquel entorno variopinto, el viejo paseaba, complacido, su mirada, con el orgullo de Un rico propietario que mostrara a sus invitados el ms fastuoso de los castillos.

    Qu os parece? Un autntico palacio, no es verdad? Pues todo esto lo he recogido en los basureros.

    Jeruso iba tocando una por una las diecisis puntas de la cornamenta del ciervo.

    Esto tambin? Eso tambin. Te sorprenderas de las cosas que

    ,1a gente tira a la basura. Se podra construir una ciudad entera con todos los desperdicios. Y sera una ciudad fantstica, os lo aseguro.

    Los nios imaginaron una ciudad entera con el ambiente de aquel cuarto; una ciudad poblada de objetos intiles, disparatada, sin orden ni caminos, donde en cada esquina te aguarda una sorpresa: enormes tuberas por donde entrar y salir, montaas de cajas que escalar, laberintos de escaleras que nadie sabe si suben o bajan.

    La Niquetta se haba sentado en una mecedora paticoja. Mecerse en ella era muy divertido, porque no poda preverse la direccin del vaivn y nunca

  • 57

    sabas a dnde ibas a parar, a Un lado o al otro, delante o detrs. La Niquetta no comprenda que alguien tirara a la basura una mecedora como aqulla. Mario abra y cerraba los cajoncitos de aquel armario rojo y negro, absolutamente fascinante. Tena docenas de cajones minsculos, multitud de huecos en donde esconder pequeos tesoros. Mario se hubiera considerado muy afortunado de poseer semejante mueble.

    Es feo dijo el viejo. Maravillosamente feo. Apret un botn que estaba disimulado en uno

    de los tiradores, y un cajn se desliz automticamente, dejando al descubierto un doble fondo.

    Es un resorte secreto. Dicen que su dueo guardaba en este escondrijo un saquito de esmeraldas. Haba trabajado toda su vida para conseguirlas.

    Y qu pas? Pas que, cuando el dueo muri, todos sus

    herederos, los hijos, los nietos, buscaron durante aos el resorte secreto sin llegar a dar con l.

    Ix) encontraste t? Lo encontr por casualidad. El cajn se haba

    atascado, y al tirar con ms fuerza, apret el botn y el escondite qued al descubierto; pero las

  • 58

    esmeraldas ya no estaban all. Alguien debi hallarlas antes que yo.

    Mario movi la cabeza, pesaroso. Qu lstima! Pero no le interesaban realmente las piedras

    preciosas, sino el disponer de un cajn de doble fondo, sin que nadie, fuera de l, conociera su existencia, ni el sitio donde se camuflaba el resorte secreto capaz de abrirlo.

    Cualquier cosa... dijo el viejo, cualquier cosa que uno esconda tan celosamente tiene el mismo valor que las esmeraldas.

    La Niquetta dej de balancearse y asinti: Ya entiendo. Es lo mismo que cuando mi

    hermano pequeo me perdi las cuentas de vidrio que tena escondidas en una caja de zapatos. Me dio tanta rabia como si fueran esmeraldas.

    Jeruso pasaba ef dedo por la llama de una vela, cautelosamente, lo bastante rpido para que no le diera tiempo a quemarse. El dedo se le puso negro de humo, y se lo limpi en la camiseta. Entonces, mir al viejo y le cont que le haban robado el cajn del pedido, que la seora de Rodrguez estaba muy enfadada, y no digamos el seor Julin; y gracias a que su ta, la seora Consuelo, no se haba enterado an...

  • 59

    Estaba en la basura?pregunt el viejo. Jeruso se desconcert.

    No, claro que no; nadie tira a la basura el encargo de la tienda.

    En ese caso, no hay nada que hacer, no te servir de mucho. Yo solamente recojo lo que los dems desechan.

    Ajenos a la conversacin, Mario y la Niquetta iban de un lado a otro fisgando los objetos, tocndolo todo, haciendo funcionar incansablemente el resorte secreto. La Niquetta pensaba que cuando fuera mayor, cuando hubiera cumplido diecisis aos, sera basurera. Era un oficio rentable; y resultaba mucho ms emocionante aprovechar las cosas del cubo de la basura que comprarlas en una tienda; sin comparacin!

    El viejo observaba a Jeruso con una mirada tierna y sabia, y s daba cuenta de que estaba abatido.

    Veamos murmuraba, veamos lo que puedo hacer por ti.

    Jeruso se encogi de hombros, desalentado. No s contest. La seora de la corbata

    roja le ha regalado un cuadro. A quin?

  • 60

    AI seor Julin; pero no le ha gustado. Y el chico de la guitarra le ha cantado una cancin. Y todo el mundo se lo ha pasado muy bien. Hasta don Abundio ha estado bailando y tocando palmas.

    El viejo fue soplando suavemente, una por una, las siete velas que alumbraban la estancia. Todo quedo en penumbra. Por el tragaluz llegaba el reflejo de las farolas que iluminaban la calzada. JLos nios vean pasar las piernas de los transentes y sus zapatos. Se quedaron un rato observando la manera de andar de la gente; tratando de adivinar cmo era el dueo de las sandalias, el de las botas, el de las playeras.

    Ese tiene muy mal genio, mira qu fuerte pisa. Y se? Ese no sabe a dnde ir. Se para, anda, se

    para, retrocede... Ese es Enrique, el del garaje. Le conozco por las

    botas. El viejo puso una mano sobre el hombro de

    jeruso. Eal exclam. Yo te voy a dedicar mi

    jornada de trabajo. Ote por el ventanuco y aadi animosamente: Estamos de suerte. Hay noches terribles en que

    el fro te hiere como una navaja; pero sta va a ser una hermosa noche, mansa como una oveja.

  • 61

    Y tena razn; hasta la luna, segn escalaba la torre de la iglesia y se iba poniendo cada vez ms blanca, semejaba un cordero que pastase apaciblemente pequeas estrellas por el cielo. Y las pisadas que resonaban sobre el asfalto tenan un sonido distinto, ms prximo, ms amistoso.

  • 62

    VIARIO estaba asombrado de que hubiera personas que transitaran por la calle a tales horas: una camarera, que terminaba su turno en la cafe-tera y corra para alcanzar el ltimo autobs que la devolviera a su Casa; un seor con la chaqueta del pijama asomando bajo la americana, buscando en la farmacia de guardia remedio para su dolor de muelas; unos estudiantes ruidosos que, probablemente, haban estudiado demasiado durante el da y necesitaban refrescarse al aire de la noche. Era sorprendente. Mario hubiera asegurado que a esa hora todos los nios dorman en sus habitaciones y todos los mayores contemplaban, bostezando, el programa de televisin; pero no. Todava sala el carpintero del taller en donde haba estado trabajando en un encargo urgente, y cerraba cuidadosamente la puerta con llav'e, y dos policas se detenan un momento en la esquina avistando la plaza.

    El viejo de los cartones no era el nico que indagaba entre los desperdicios. Unos cuantos gatos se escabulleron al percibir su presencia; y un perrillo negro, de ralos bigotes, acuda alegremente a su encuentro; estaba muy sucio y se le notaban las huellas de sus aventuras callejeras. Le faltaba la

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    mitad de una oreja. El viejo lo acariciaba, habindole cariosamente:

    Ea! deca, a ver qu encontramos hoy por aqu. Parece que la noche se presenta generosa.

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    Le ayud a desanudar una bolsa de plstico, y se esparci un delicioso aroma de chuleta a la parrilla. El perro se dio un festn de huesos.

    Se llama Sirio. Como el lucero se que brilla tanto? Como se. Quiere venirse a vivir conmigo, pero

    la casera no me deja tener perros en casa. La Niquetta mir al viejo entre sorprendida y

    apenada. A ti tampoco? Ya saba ella que los mayores no siempre hacen lo

    que quieren: comprarse motos fenmenas o casas con piscina... Pero ni siquiera un perro...!

    Ni siquiera un perro rsuspir el viejo. Pas una mujer menuda, flaca, arropada con una

    toquilla gris y un pauelo a la cabeza. Iba empujando una carretilla sobre la que se acu-mulaban grandes cajas de cartn, que formaban una pirmide trmula; su paso era decidido y rpido.

    iQul voce el viejo. Se te ha dado bien el negocio?

    Sin detenerse, la mujer alz una mano, sealando con el pulgar a su espalda.

    En la casa nueva han instalado hoy las cocinas dijo. Tira para all.

  • 66

    Se encaminaron en la direccin que la mujer indicaba. La casa nueva estaba muy cerca, pero llegaron tarde. Todos los, embalajes de las cocinas haban desaparecido ya. An alcanzaron a distinguir, hacia el cruce con la Avenida, las siluetas de dos mujeres que arrastraban las ltimas cajas. El viejo miraba hacia all con expresin paciente.

    Hay mucha competencia. Fue muy cansado recorrer las calles dormidas

    buscando intilmente entre los desperdicios, asomarse tantas veces a los cubos para reunir unos envases de leche, la caja de una camisa, unos recortes manchados de pegamn. A la Niquetta le hacan dao las zapatillas y ya no quera ser basurera de mayor. A Mario le escocan los ojos y tena hambre. Mientras se acercaban de nuevo a su zona, pensaba que la ciudad estaba bien as, sin muchas sorpresas: era bueno saber que cuatro portales ms arriba estaba su casa, que all encontrara su cama en el lugar de siempre, y que su madre le estara esperando para cenar.

    Sirio los iba siguiendo amistosamente. Todava se detuvieron a echar una mirada en los cubos de sus portales, y Mario descubri, indignado, entre los restos de las verduras, sus viejas y queridas botas de

  • 67

    agua, tan agujereadas como un colador. Era verdad que se mojaba los pies cuando se las pona; pero se no era motivo para desprenderse de ellas.

    Le dije a mi madre que no me las tirara, y mira. All mismo se descalz y se las puso. El viejo

    recogi dos botes de detergente, sujet la mercanca atndola con una cuerda, y dio el trabajo por terminado.

    Maana temprano iremos a venderlo a la papelera.

    Cunto te darn por esto? Hoy no he sacado gran cosa. Noventa pesetas,

    ochenta y cinco... haca un movimiento de duda con la mano, veremos qu le parece al seor Julin.

    Entonces sucedi algo inesperado. La calle se pobl de voces repentinas y el propio seor Julin en persona se adelantaba muy agitado desde la plaza. No vena slo; detrs de l, los padres de Mario, los padres de la Niquetta y la ta de Jeruso se acercaban apresuradamente, haciendo aspavientos y exclamando:

    iAll estn! All estn! Son ellos! Por fin!

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    Y venan los vecinos: la seora de las uas violetas, y don Abundio, y el tipo del velomotor, que era polica, y el farmacutico.

    Gracias a Dios que han aparecido! Pero es que no sabis la hora que es? Dnde os habais metido? Qu rayos hacis aqu? Y vena el chico de la guitarra, y algo ms

    rezagada, caminando reposadamente, sujetndose el pecho con tiento, vena la seora de la corbata roja.

    Pero habrse visto? jQu chicos stos! Mano dura es lo que necesitan.

    Los crios, ya se sabe... Durante unos minutos nadie consigui

    entenderse. Los mayores se hacan reproches unos a otros; acusaban al viejo de los cartones de secuestrar a sus hijos; y como no saban si enfadarse mucho con ellos por haberlos perdido o alegrarse mucho por haberlos encontrado, hacan las dos cosas al tiempo; era una confusin total.

    La seora de la corbata roja se haba sentado en el bordillo del jardn, y se estaba muy quieta y muy atenta. Se miraba el escote y se sonrea. Y otra vez. Se miraba el escote y se sonrea. Los adultos co-

  • 69

    menzaron a reparar en ella, extraados. Primero uno, despus otro, todos se quedaron mirndola en silencio, como si estuviera loca. Jeru- so aprovech el momento para explicarse:

    Hemos recogido cartones para el seor Julin. El viejo se los regala. Gratis.

    El seor Julin contemplaba perplejo aquel montn de cartones que le echaban a los brazos, y no entenda que le dieran aquello a cambio de sus comestibles, ni qu relacin tena una cosa con otra.

    Es lo nico que tiene aclar Jeruso. Los cartones. Vive de eso.

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  • 71

    Queris decir que habis organizado todo este jaleo y que nos habis tenido tan preocupados a causa del cajn del pedido? Mario abri la boca en un bostezo incontenible. S. seor se lament. El da entero sin jugar. Un da perdido. Entonces todos comenzaron nuevamente a hablar al mismo tiempo. Acogotaban a Jeruso. lo aturdan; y no se enteraban de lo que estaba sucediendo all.

    Jeruso. atontado, sabes dnde estaba el pedido de la seora de Rodrguez? Te lo habas dejado en la bodega! Ni siquiera lo cargaste en la bicicleta!

    La seora de la corbata roja sonrea como deben sonrer las gallinas cluecas; el primer pajarillo acababa de romper el cascarn y se acurrucaba dulcemente al calor de su pecho.

    Dnde tienes la cabeza, Jeruso, atontado? Si sigues as nunca conse-guirs despachar detrs del mostrador, nunca tendrs una tienda propia. Te enteras?

  • 72

    Y, una tras otra, las cras de canario iban saliendo por el escote de la seora de la corbata roja.

    Qu gente! deca la ta de Jeruso. Qu gente!

    Se movan ciegamente, desnudas, con el cascarn pegado al cuerpecillo.

    Pero t qu es lo que quieres hacer en la vida, jeruso, atontado? Crees que se puede andar por el mundo con esa cabeza de chorlito? Qu vas a ser t de mayor?

    Jeruso los oa imperturbable, con una calma nueva que le hubiera 107

    nacido, como los pjaros, en lo hondo del pecho, y que nada ni nadie conseguira quitarle; y aunque hablaba con mansedumbre, sin levantar la voz, muy suavemente, todos se quedaron impresionados al escucharle:

    Gente dijo Jeruso. Cuando sea mayor yo quiero ser gente. Gente como la seora de la corbata roja. Y el chico de la guitarra. Y el viejo de los cartones.

    Se call un momento y esboz una sonrisa. Sus ojos afirmaban: quiero ser gente.