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J A C O B O D A L E V U E L T A

CARIÑO A O A X A C A

Edición digital

Agosto de 2013

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Plácida noche en que comienzo a escribir este libro que es de cariño!... ¡Así fueran mis horas siempre!, sin rencores, sin amarguras pobres. Fuera, más allá de mi balcón abierto, sobre mi cabeza, hay luz de plata que viene del misterio de la

noche. Las estrellas tejen !ligranas de ilusión y la luna, a medio envejecer en este décimo mes, parece que me mira con expresión dulce, recreada en íntima añoranza, como es la mía.

No siento calor ni frio. Hay en todo vivir sedante; am-biente aromado de jazmín; todo es tibio y apacible…

Plácida noche, la de ahora, en que comienzo este libro que es de cariño! Me propongo escribirlo a mano, para que resulte más mío; íntimamente mío y para que no lastime al pensamiento, la indiferencia grosera de la mecánica. En cada palabra o período se observará un poco más de mi voluntad, un poco más de mi propia emoción.

Plácida noche mía! ¡Todo me acaricia! Aquí mismo, muy cerca, hay música. Es ritmo, es la quietud de una respira-ción. Duerme en su alcoba, que a estas horas pueblan las visiones gratas, mi pequeño continuador, el que lleva el nombre de mi agrado y goza de mi cariño perfecto. Y cuan-

NOVIA CORDIAL…

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do aquel respira eufóricamente –porque es niño bueno y niño sano- yo recojo sus alientos y los penetro en el espíri-tu para escribir mejor este libro que es de cariño…

Plácida noche mía!Hay en el ambiente aroma de "or. Sueña el pequeño.

Luz de luna y luz de estrellas manchan de blanco el herraje negro del balcón.

De pronto la voz del cilindro esquinero, troncha el si-lencio de las cosas y de su entraña escapan las notas de manoseada canción de arrabal.

Por el !n de la calle inmediata surge estridente el grito locomotoril…seguir de ruido pesado de un rosario rodan-te. ¿Va? ¿viene?... si es lo primero, seguro que habrá riego de lágrimas de ausencia; si es lo segundo, habrá pechos ele-vados por la emoción de llegar a una meta ilusoria; pero una meta al !n; llegar a un término…. ¿Quién no se ha des-pedido? ¿Quién no ha vuelto?

Yo voy ya, Caballero en un rayo de ensueño, rumbo a ti, novia cordial, mi novia de ayer y de siempre. Llevo bajo la camisa la misma carta azul que ofrece amores y promete dichas en la ternura de un beso… un beso que será eter-no un día, el día en que vuelva liberado, limpio, radiante a ejecutar el desposorio contigo, tierra de maravilla, novia cordial, novia de siempre!

Pero quiero que antes vayan otros, no a dormir en ti, sino a placer en ti. Les llevaré asidos por mi mano, esti-mulados por mi cantar de amor a visitarte, a sentirte en sí mismos, a palpitar sus corazones en ti.

Quiero que vayan otros a mirarte. A llenar sus ojos de visión. Por eso he de llevarlos de la mano –sol conductor, guía luminoso-, por los caminos; por las riberas de los ríos broncos, majestuosos; por las cuencas rocosas, por las gar-

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gantas y por las cumbres de las montañas erizadas con “candelabros que se mecen”… he de llevarlos en la fatigosa ascensión hasta la cima de “Las Sedas”, para que sientan la caricia sensual del viento montañero que huele a enci-nar y desciendan después por la ruta del Atoyac, hacia los planos del alfalfar, hacia las mesas de los trigales de Etla y lleguen y pasen bajo el dintel azul, por la puerta grande del Marquesado.

Entonces comenzarán a quererte; me contarán su im-presión agradable, amorosa. Después pasarán por la Calle Real para que reciban la sonrisa de la “Virgen de Piedra”… (La Virgen de Piedra nos despide a los nativos el día de la partida rumbo al ensueño y nos envuelve en la tarde gris en que tornamos cubiertos por el polvo del caminar largo, fatigados por las jornadas de muchos agostos a buscarte a ti, novia inolvidable, que también nos esperas)

…Después recorrerán tus calles y aprenderán a querer a tus piedras verde-luz; amarán en tus ruinas seculares, el pasado grande; cantarán romances frente a las ventanas de donde brotan luz de ojos que miran, ojos que interrogan, hurgan, ofrecen y esperan. Beberán del agua cantarina de manantial que viene desde el hontanar de San Felipe, en un caño sombreado por las ramas de la magnolia. Llenarán sus ánforas con perfumes de rosas y con mieles de abejas…

Cuando hagamos viaje de regreso, cuando les deje otra vez en estas tierras altas e inclementes, serán voceros de tus glorias y pregonarán, en tono de himno, lo que eres y lo que vales –oro de calidad– novia cordial y única de mis amores!

………..………..………..Plácida noche la de ahora, en que comienzo a escribir

este libro que es de cariño!

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EN LA RUTA…

Quinientos setenta y cinco kilómetros se-paran a México de la ciudad de Anteque-ra, en el Valle de Oaxaca. Y no es como se ha dicho por los que escriben con au-sencia de la emoción y de conocimientos, que se le haya conocido “arbitrariamen-

te” en los albores de la Colonia con aquel nombre.El Rey don Carlos V, la echó las aguas lustrales con su

Cédula de 1532. Oaxaca es el valle extraordinario que amu-rallan montañas azules. Y en el bajo está la tierra de amor, siempre fecunda, donde tomó asiento la muy noble y cen-tenaria ciudad de los mil encantos y un encanto. Esa capital se llamó Antequera y recoge entre su tradición tal nombre y lo conserva vivo siempre en el espíritu como un recuerdo de la época remota ya, de su grandeza. Antequera fue el nudo de unión entre la Metrópoli de Cuauhtémoc y las ciu-dades del Sur. Las corrientes migratorias procedentes de los pueblos andinos llegaban a Oaxaca y posaban allí, tras de largas fatigas de los viajes; allí arraigaban fascinadas por el encanto de sus seres y de sus cosas.

Vamos a Oaxaca en suave descenso sobre las dos ver-tientes: primero hacia el Golfo en el camino de Puebla; pero en la bella ciudad que construyeron los Angeles, tuer-

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ce bruscamente la ruta hacia el Sur. Seguimos bajando tal que si fuésemos en busca de los aromas de yodo y marisma.

Como va despertando el alma en un cambio completo de sensaciones durante ese viaje reposado, por cuanto se re!ere a velocidades. Cómo se conmueve el sentimiento en el recorrido inquietante por lo que toca a los mirajes de aquellos escenarios que varían sin cesar durante las doce horas de carrera.

México está en la altiplanicie a mas de dos mil ciento noventa metros sobre el nivel del mar.

Oaxaca, estrella del Sur, recibe aun brisas marinas como besos y caricias envueltos en perfumes de "or. Antequera está a mil quinientos metros arriba del océano.

Tenemos que usar forzosamente el ferrocarril que corre de Puebla hacia el Sur, por lo menos, desde la gris Tehua-cán del agua salobre y de las uvas pequeñas.

Caminamos de México a Oaxaca quinientos setenta y cinco kilómetros que se cuentan sobre los hilos de acero de una vía estrecha. Los itinerarios marcan dos salidas de trenes. Una en las primeras horas de la mañana, desde la metrópoli hasta Tehuacán, para pernoctar allí y otra por la tarde. Este convoy va directamente hasta la Antequera. Se viaja por la noche para llegar a la ciudad sureña cuando el sol está en la tercera parte del cielo. Muchas personas usan las carreteras México-Puebla.-Tehuacán, planchas gigan-tescas de asfalto sobre cama de concreto, con largura de doscientos cincuenta kilómetros. Lunes, miércoles y vier-nes, los viandantes –romeros a la ciudad de la tradición de Donají- usan del auto cómodamente. Salen de México al anochecer; cenan en Puebla y siguen su carrera a Tehua-cán, donde llegan antes de media noche. Quédales tiempo para esperar el “Nocturno de Oaxaca”, que pasa al !lo de las

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veintitrés, cuando es el !rmamento rebelión de estrellas.Otras personas duermen en la ciudad de los manantia-

les y aguardan hasta las diez horas el paso del “Diurno de Oaxaca”, hacia el Sur.

Para realizar un viaje placentero; para hacer un recorri-do que abra surcos en nuestro espíritu, surcos que serán recuerdos indelebles, es preferible viajar durante el día. Lo grosero de la cama estrecha en el carro dormitorio, que se quede para los viajeros por negocios o por moda.

Yo quiero ir siempre a mi pueblo a la luz del día. Desde Tehuacán comienzo a prepararme. Nada recojo en ese tra-mo gris de las grandes curvas, incómodo en los tiempos de sequía, por la invasión del polvo salado que se levanta de los yermos poblanos.

Pero hay prodigios en las cosas. En la orilla del Estado, como romántico suceso, cambia el panorama. El tren va descendiendo en pleno y la tierra se transforma de gris y paupérrima, en verdinegra y fecunda. El río de San Anto-nio es la raya mágica y el conjuro de sus aguas, humedecen perennemente nuestros terrales. El tren penetra al Estado en una zona cálida y húmeda con dilatadas planicies sem-bradas de caña. Comienza el tono en verde suave y princi-pia a ser agradable y elevada la temperatura. Hay ambiente de !esta en los mirajes. En la época de la madurez, los te-rrales sembrados, se empenachan de gris –"or de caña- y parecen “huehues” con cintos verdes ceñidos a la frente y con mechones en rebeldía perpetua. Semejan vernos pasar y en el acto ofrecen generosa “guelaguetza” de la tierra. El plan está manchado de color de "ores; hay plantas cuyos ramajes medran sobre nudosos troncos de los árboles. Sur-ge la vida por todas partes y hacia la línea del horizonte, se per!la una sierra cobalto en cuyo lomo se ve –talla de

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Fachada colonial

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roca- la línea en silueta de la cara de Juárez. A veces sobre el lomo de los cerros nos espantan las !guras grotescas de los árboles gigantes de la jungla.

Hay música de volar de insectos….Tecomavaca… seiscientos habitantes. Clima templado.

Gente hospitalaria centinela de la Cañada. A pocos metros tenemos la primera visión de la grandeza pretérita en una zona mixteca arqueológica. Bajo la tierra se ocultan las se-pulturas de los hijos directos del señor de Apoala, el que "echó al Sol. El tren profana diariamente el silencio de las tumbas centenarias en su marcha al interior del Estado oa-xaqueño.

Vamos hacia la tierra baja…el convoy no quiere subir a las coronas de las montaña; va siguiendo el curso de los ríos. Los panoramas agrestes se interrumpen a ratos, en las curvas del camino, moles negras hacia las que vamos, como si fatalmente tuviéramos que estrellarnos sobre ellas. Son los puentes de acero. Cuántas veces la madre agua los ha destruido, como protesta de los elementos.

Filo del medio día. El calor. Parece que el tren suda en su marcha fatigosa. Cruzamos los poblados y sentimos como vamos embarrando de humo las paredes de las casas.¡las casas!...unas son de terrado, pintadas con lechada de cal, animadas con los colores planos y sencillos. Otras son ja-cales de carrizo con techos de palma: pasto suculento del incendio cuando cae sobre aquellos una chispa fugada de la locomotora y una caricia del viento del norte.

“Escuela Rural de la Comunidad Agraria”, “Sindicato de campesinos”, “Club Benito Juárez”… muestras del paso de la cultura y del arraigo del civismo. Las últimas palabras de las frases las leemos con el rabillo del ojo derecho: mejor dicho, ni las leemos; las completamos mentalmente.

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Cae el medio día. Se acentúa el calor. La pendiente en descenso nos aproxima a lugares tan bajos como las costas. Inesperadamente, de entre el verde-gris de la caña y el ver-de obscuro de los árboles de chicozapote, de entre las ra-mas cansadas de los papayos y las hojas largas y brillantes de los manglares, surge una montaña roja, como sangre de agrarista, pelona como calvicie rotunda… surge una mon-taña encendida que se acerca inexorablemente.

- ¡Cuicatlán!... lo baña el río de las Vueltas cuyas aguas se tributarán más adelante a otras corrientes para formar el majestuoso Papaloapan en su paso por Tuxtepec, hacia el Golfo. Calor sofocante. Aparece un tipo oaxaque-ño: el nevero. Oid su pregón:

- “¡De limón y de tuna!”- Las indias ofrecen los chicozapotes de la tierra…

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CANCION DE TORRENTES

Post meridiano. El sol quema. Brota de la entraña terrenal calor sofocante que nos fatiga y nos aduerme. Sopor en los seres y en las cosas…

- ¡Tomellín!...¡Veinte minutos para comer!...

Pregón culinario, compás de espera, esperanza de fres-cura, que se defrauda en gran parte, porque la tierra parece un vasto comal tortillero sobre el anafe ardiente. Un chino apergaminado –momia que ambula- observa y veri!ca lo cuantitativo de la parroquia transeúnte. Inmutable en su gesto, no podemos adivinar si le place ver ese cordón de gente que vomitan los carros y que va anhelante de beber vasos con té helado. Cuando pasan al comedor –galerón indecoroso, único lunar en el viaje- surge de la cocina (que decora un viejo altar dorado y pringoso donde hay terribles dioses con ojos oblicuos y largos bigotes lacios) la hilera de pequeños mestizos-mongólicos cargados con platillos, haciendo equilibrios para no caer. Tras de un mostrador, cansino como el original, está una mujer de rugosa cara, peli-canosa, quien sirve copitas con mezcal o botellas de cerveza fría…

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Fuera, bajo el cobertizo pintado en verde que cubre el andén, las indias ofrecen alimentos a los viajeros que no llegan a la fonda. Otras están sentadas y con un cerco de frutas tropicales hacia el frente. Esperan a la parroquia.

Hay cambios de locomotoras. En Tomellín concluye la jornada de las máquinas de grandes rodajes para la carrera plana. En adelante, hasta Oaxaca, irán pequeñas locomo-toras con trucks chaparros, maravillosos aparatos reptan-tes, ágiles como crótalos en la ascensión.

Dejamos las regiones ribereñas de los grandes ríos y en-focamos hacia la zona de los cañones –cerros cortados que se cimbran, amenazantes, cada vez que pasan los convo-yes. Enormes riscos, bocas de túneles, taludes profundos, en cuyo fondo, casi siempre oscurecido por la maleza, se escucha la canción de los torrentes. Abrevaderos inagota-bles para los belfos del venado y del puma montaraces.

La pendiente es atrevida. Cuando se va con la cabeza recargada sobre el marco de la ventanilla del carro, hay mo-mentos en que la impresión es en el sentido de que el tren detiene su marcha cuesta arriba e inicia una carrera loca hacia el abismo. Pero en esos mismos instantes se oye el silbido tosco de los frenos de aire y sigue la marcha ascen-dente como una fuerte aspiración de juventud.

El miraje interesa; el miraje apasiona. Los cerros están cubiertos por cactus desa!antes del rayo. Los hay de todos tamaños, en todos los tonos. Unos armados con brazos –los verdaderos “candelabros que se mecen” en la montaña-; otros, monolíticos como columnas arqueológicas. Aquellos empenachados de sedeña cabellera blanca; otros protegi-dos por la espina tan aguda como dardo de acero. A veces se descubren algunos que ofrecen el adorno de sus "oreci-llas de color amarillo triste; otros exhiben sus frutos –pita-

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hayas– de corazón rojo, de semillas negras, dulces y aromá-ticos manjares para el “huicacoche” cantador y cerrero. Ya se rompe la muralla de peñasco y aparecen los valles. Hay descensos en los que el tren corre vertiginosamente; hay paradas frente a bohíos remansados con el frescor del agua de un arroyo y encantados con el conjuro de los manglares y de las magnolias. Son brevísimas estaciones, puntos para el descanso. Y sigue la marcha fatigosa. En tiempo de calo-res, se oye el “s.o.s.” de las chicharras que mueren de sed.

Cayendo las tres, comienza la caricia de un viento me-nos cálido. A ratos tenemos que cerrar las ventanillas, por-que en contrastes bruscos, penetran rachas heladas. Y es que vamos escalando la cumbre, desde donde bajaremos con donaire hasta el Valle de Oaxaca, donde está la Señora de Antequera, novia cordial de mis amores.

Quedó atrás esa formidable decoración de organales y vamos viendo sobre las bóvedas de un lomerío remoto, los tonos verdes y amarillos de los trigales mixtecos. A veces descubrimos en el confín la silueta gallarda del Cerro Azul de San Felipe, muralla que protege a los urbanos

-¡El Parián! Puerta de oro de las mixtecas misteriosas. Los arrieros esperan frente a las recuas lo que deje el ex-press sobre los andenes.

- ¡Las Sedas! Cumbre de montaña. Miraje y olor de los encinares ornamentados con bellotas rosadas como los carrillos de las mestizas. Se lastima el espíritu al mirar el hacinamiento de carbón vegetal, residuo de los bosques. Se hace la vía más serpiente que nunca, en una serie de rápi-das curvas por entre las callecillas del lugarejo, en su paso hacia el Sur, hacia la tierra negra.

Por allí cerca están los manantiales que forman el Ato-yac, que desde el pretérito regó las sementeras zapotecas.

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El pensamiento hace un viaje retrospectivo y en la lejanía de los tiempos refresca la memoria con el recuerdo de las murallas guerreras de Monte Albán o con el de un apacible atardecer en la desaparecida laguna de Roaló, donde retra-taba su cara de santa Pinopiaá y su face bruna Donají.

- ¡Huitzo! Cambiamos saludos con los pasajeros que vuelven a los pueblos en tren vespertino que regresa de la ciudad.

- ¡Etla! Trigales y planes de alfalfa. Arbolados frutales. Olor a pan caliente. A la izquierda, la iglesia parroquial. A la derecha, un mogote coronado con la capilla del Señor de las Peñas, taumaturgo del pueblo.

- ¡Mogote!- ¡Hacienda Blanca!...Ahora la máquina diminuta dejó la fatiga enfermizante

de lo alto y va gallarda, cantando con alegría, su silbato estridente; echando vapor por sus costados, vapor retozón que acaricia y hasta dobla los maizales paralelos. Ahora ya vemos con claridad todo el cerco montañero de Oaxaca. Ya distinguimos las gibas de Monte Albán; casi estamos a ex-tramuros de la nobilísima ciudad.

Anuncio prolongado de la máquina, que lanza en el vér-tigo de su carrera. Hacinamiento de jacales sombreados por árboles. Jardincillo de rosas y aretillos, cinta de plata, sobre lecho de arena de oro del Atoyac.

En una escuadra sacada del cerro está la mole de bronce que reproduce a Juárez en simbólica estatua. Es de cuerpo entero y apunta con el índice de la mano derecha hacia la estación del ferrocarril. Esa actitud tiene una interpreta-ción local de!nitiva. “Juárez, se dice, apunta con el dedo a la estación, para indicar a los extraños que por allí pueden volver, cuando no entiendan o no les guste la ciudad”.

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Iglesia del Marquesado. Dos ahuehuetes seculares que entrelazan sus ramas –renovación perenne de vida– for-mando como un dintel de lapislázuli. En el fondo, la esta-ción de piedra verde. Grupos heterogéneos de los que espe-ran. Oaxaca queda en el fondo inmediato.

¡Dieciocho horas!

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¡ANTEQUERA! ¡ANTEQUERA!

La visión es blanca, porque los trabaja-dores del anden visten camisa y calzón proletarios. Pero del conjunto brotan manchas de colores en los vestidos de las mujeres urbanas. Cuando llega el tren a tiempo, aun alcanzamos el majestuoso

declinar de la tarde, salimos de la estrechez del carro de fe-rrocarril y descansamos. Es que nos recibe un clima sedan-te; que se respira un aire libre de contaminaciones, que no está impregnado del olor de las esencias febriles; impera un ambiente aromado de perfume de “Jazmín de Amalia”, magnolias, rosas; en el otoño huele a manzana y membri-llo. Porque la ciudad cuatricentenaria, que se levanta sobre el Valle Grande, tiene su muralla de jardines, donde el ro-sedal, el jazminero, la madreselva, la magnolia, la gardenia y otras mil maravillas de las "ores, abren sus pebeteros en la hora magní!ca y melancólica del tramonto. La estación del ferrocarril, colocada en un rincón entre el noroeste de la capital recibe algo como un aletazo de viento suave –re-lente- que arranca de la montaña azul, toma el perfume de los cármenes de San Felipe, enriquece su acervo con los de Xochimilco, cruza la estación ferrocarrilera envolviéndola

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y sigue su curso fatal hacia el Sur, para depositar tal rique-za a los pies de Monte Albán, como ritual ofrenda destina-da a los “binigulatzas” quienes en espíritu pueblan la cima misteriosa y atrayente.

Yo he oído expresiones emotivas a personas que han vi-sitado a Oaxaca y las he recogido con entusiasmo:

- Desde las Sedas, dijo una, el tren se desliza como sobre un tobogán y llega a la planicie marcando un ritmo suave y sensual.

- Vi a Oaxaca, exclamó otra, desde la Ciudadela de Mon-te Albán y tuve la impresión de que estaba envuelta en gasa azur. Esta frase describe el color del ambiente –valga la ex-presión- de los atardeceres oaxaqueños. Si, es cierto. En las “oraciones” la ciudad parece arrebujada en tul, e"uvio aguamarino. Azul. Es que el cielo oaxaqueño no tiene rival. Y no es que lo diga yo porque hablo siempre con cariño de mi tierra. Está el testimonio de los poetas y cronistas –sin excepción- que han pasado por allí y no recuerdo bardo que haya omitido su admirativo sentimiento y no haya ex-presado la sutil emoción que le produce ver el cielo de co-balto de Oaxaca. Tono de mar que recoge el Cerro de San Felipe y lo echa en la amplitud grandiosa de un miraje so-bre el valle.

Un poeta lugareño dijo: “Es Oaxaca tu cielo de za!r”. Y es de za!ro el manto que acaricia, envuelve las cosas y romantiza a las gentes en la hora de un vésper claudicante.

Las hospederías tienen mucho de familiar. No se ha con-taminado la vida con la indiferencia que pasa en los gran-des hoteles organizados por la industria del turismo. En las “Casas de huéspedes” cada viandante encuentra un rin-cón agradable. Desde la primera noche, a la hora de cenar, siente como si estuviera de temporada en hogar de amigos

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o parientes. No hay extranjeros. Bastarán unas horas para adquirir una identi!cación espiritual.

¡Cuánta belleza a la hora del retorno de los pájaros a los nidales que cuelgan en las encrucijadas de las rama-zones arbóreas! Hay zigzagues de golondrinas en redor de sus nidos de barro, engar!ados en las oquedades de la Catedral, de la Compañía, de los miradores del Portal del Señor. Piares de inteligencia de los polluelos que abren el pico hambriento. Retozar de alas que se pliegan después de que “mamá-pajarita” silenció a la chiquillería golosa. La luz arti!cial siembra pánico en el pueblo alado y los pájaros cierran sus gargantas.

La noche. En los jardines sobre los prados hay luz de oro de las luciérnagas. A eso de las veinte concluye sus faenas el comercio; los voceadores de periódicos son los únicos que, por breve tiempo, atentan contra el silencio. Después queda para el viajante el paseo del zócalo donde casi a dia-rio hay serenatas.

Llegan al jardín las bellezas oaxaqueñas. Exquisita sen-cillez suntuaria, cabezas libres del imperativo esclavizan-te metropolitano del sombrero. Gráciles y bellas lucen el cuerpo. Deambulan, por regla general, en sentido contra-rio de los hombres. Se dejan ver íntegras, sin afectaciones. Forman grupos de amigas o parientes y al encontrarse se oyen juguetones y cantarinos saludos corales:

- ¡Adios!...- ¡Adiossss!En las bancas se refugian los viejos (hombres y mujeres)

quienes acompañan a sus hijos para la gran asamblea que

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discute, cotidianamente, la vida de la familia oaxaqueña.¡Zócalo bello! ¡Palenque del chismerío!Los viejos, decía…han visto pasar, en luengos años de

quietud, la vida de Oaxaca. El Zócalo es un lugar de año-ranza. Allí jugaron cuando pequeños; conocieron a sus es-posas; han visto transitar a sus hijos; han sentido la hu-mana tristeza de asistir a la inteligencia del amor que más tarde los convirtió en abuelos. Faltarán al Zócalo cuando se ausenten para siempre de la vida.

En un costado de la Catedral están los neveros. Venden néctares helados de las frutas que produce la tierra. En torno de mesillas enmanteladas se junta la parroquia en democrática igualdad. El pobre y el rico van a beber nieve, deliciosa nieve.

Las radios –imperativo- distraen a las familias hasta muy noche. Pero la ciudad está quieta.

Las 22. Los billares cierran sus puertas. Uno que otro transeúnte va con rapidez, como perseguido por su propia sombra, hacia el hogar. Bajo la umbría protectora de las ca-sas, se ven parejas noviales charlando con una reja de por medio. Algunas ventanas están abiertas y al echar nuestro mirar inquisidor hacia adentro, vemos a los padres de fa-milia, en pecho de camisa, embabuchados los pies, a medio envolver en los periódicos que leen acuciosamente.

De vez en vez, hay rápidas iluminaciones en las esquinas. Es que se abre furtivamente la puerta de una tienda misce-lánea, para despedir al último cliente que prolongó la charla.

¡Fidelita! ¡La gran mezcalillera de Oaxaca, casi un mo-numento, cuya visita se recomienda al turista, empuja al último parroquiano bien “alumbrado” por el mezcal de pe-chuga” ¡Crema de Mitla!

Silbatazos arrítmicos de los gendarmes.

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TRADICION DEL SANTUARIO

Entre canciones de campanas, de corne-tas y clarines despierta la ciudad. Luz diáfana que penetra en todas partes. Las calles están húmedas por el regado ma-tutino que obedece a la Ordenanza Mu-nicipal. Todo es verde en diversos tonos.

Las fachadas, los pavimentos, los pedestales de las esta-tuas, etc., tienen el tono de jade pálido, un verde amable. De los patios a medio solear huyen los ritmos de pájaros enjaulados que llaman a la servidumbre para que les cam-bie el agua y les colme los platillos con tuna roja, grano de pirú y plátano picado. Esperan el almuerzo. Se fugan, asimismo, perfumes del jazmín. Y en los zaguanes medra la “piña-anona” que da una "or y una fruta por año. Otras plantas de sombra –helechos– dejan caer sus pálidas hojas hasta lamer los ladrillos rojos del pavimento. Hay obsesión por lo verde; las plantas, los pasillos de cantera que rom-pen con su color de esperanza, el rojo sangre del enladri-llado. Placidez y tranquilidad. En el fondo de los zaguanes aparecen los hierros forjados a mano, hechos !ligranas; canevás de !erro dulce convertido en rejas.

Transitan por las aceras tra!cantes del pan, con sus ca-nastones sobre las cabezas –pan “amarillo”, para el almuer-

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zo, pan “dulce” para el chocolate.– las cocineras regresan o van a San Juan de Dios, de o a la compra de lo del día; señoras de retorno de misa; muchachos, menudos de esta-tura, con sus petacas a la bandolera. Van a las escuelas. Un automóvil fracasa el encanto de aquel minuto de euforia, de la sedante tranquilidad de la mañana.

Los nativos que volvemos y los romeros que llegan va-mos por la fuerza de un mandato del tiempo, rumbo al Santuario.

Santuario de la Soledad quiere decir punto de donde arranca la tradición vernácula que uni!có el espíritu ro-mántico oaxaqueño. En nuestros días no es para nadie una cuestión religiosa; pero sí motivo de belleza, de inmacula-da belleza; es un ritmo en la vida oaxaqueña; es como parte de nuestra propia vida. Dentro del camerín de cristal y oro está la escultura religiosa: la Virgen de la Soledad, tauma-turga bajo el cielo de Oaxaca. Es la Patrona de todos, sin distinciones de creencias; es la unión oaxaqueña, por que la vida del viejo solar comienza y concluye en el Santuario.

Hemos de ir, por lo tanto, a pasar algunos momentos bajo la nave que soporta la senil edad de 247 años, porque al regreso nos preguntarán quienes saben:

-¿Conoció el Santuario de la Soledad?Y se siente desagradable por cualquier oaxaqueño en el

exilio de la patria chica, oír como respuesta un no rotundo o una evasiva.

La leyenda de la Soledad tiene unos cuatro siglos. Ya cubría canas la ingenua historia de dos esculturas apareci-das, sin que nadie supiera cómo, cuando se levantaron los muros y las bóvedas del relicario de la ternura mística de Antequera y el edi!cio ahora ruinoso del convento de las Mónicas Recoletas.

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... En un atardecer muy remoto llegó la vivaz alegría de los arrieros hasta las faldas de la colina. Era hora del reposo. Descansaron. A la mañana dorada del día nuevo, los arrie-ros al recontar la mulada hallaron una bestia más, echada sobre un crestón de roca y que no respondió al reclamo del silbido y de la interjección de un ancestro de aquel “Refrane-ro”, señor de la arriería de la Huasteca veracruzana. ¿De qué atajo desconocido era la intrusa? La descargaron, abrieron las dos cajas que cargaba. Dentro hallaron las imágenes de la Soledad y de un Jesús sangrante, "agelado. La bestia murió como fulminada. Los arrieros hosannaron, antes que nadie, el suceso. Nació el patronato de la imagen. Además, las !-guras estaban colocadas sobre una veta de oro. Dicen que la Soledad oaxaqueña es patrona de los marinos y que la falda de su vestido siempre tiene humedad y arena de mar. Dicen que dentro de su camerino, se oye perenne el canto del océa-no. Y es costumbre que cuando alguien visita el santuario, se le distingue haciéndole invitación para que pase bajo el manto de la Virgen, la fórmula es sencilla:

- No deseamos saber si usted es creyente o no. Lo invita-mos para que pase bajo el manto de la Virgen.

Los vestidos de la imagen están ornamentados con per-las incontables y de la frente reclinada cuelga otra enorme, aprisionada en un gar!o de oro.

Correr de los años. Siglo decimoséptimo. Un arcediano quiso inmortalizar su nombre. Don Pedro Otálora y Car-bajal comenzó a construir el Santuario. Corría el año de 1682 cuando se puso la primera piedra. El propio Otálora terminó su obra para la posteridad en 1690. Y murió.

Siete años más tarde, un buen obispo, el doctor Sariña-na (de quien dicen que consumió sus riquezas y las ajenas para dar de comer y de vestir a los de abajo) pensó en un

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Corredor de Santo Domingo

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Convento. Y un su colega de la Puebla Angelical, el doctor Manuel Fernández de Santa Cruz, le mandó cinco don-cellas mónicas recoletas a fundar el claustro. El día 12 de enero de 1697, partieron para Oaxaca, a donde llegaron el 14 de ese mismo mes, las Sores Bernarda Teresa de San-ta Cruz, priora; Ana de San José, superiora; María de San José, maestra de novicias; María Antonia de la Madre de Dios, tornera y María Teresa, ministresa de la cocina.

Fastuosa fue la llegada y se cuenta que Sor Maria Anto-nia de la Madre de Dios, penetró en el santuario y más tar-de al convento, con los ojos cerrados, para no ver el mun-do. Y esos ojos estaban cubiertos ya por el denso velo que cubría la cara de la Mónica Recoleta Angelina.

Maria Antonia de la Madre de Dios fue poetisa y mere-ció el honor de la biografía.

La fachada del santuario afecta la forma de una concha; es de piedra labrada y luce su gallardía en veinticuatro me-tros de altura. Está bordada de hornacinas con !guras es-cultóricas.

El santuario recibe la visita de las tribus indígenas de Oaxaca, en las romerías de diciembre. Allí está escriturada la vida antequerense. Los obispos pretéritos dejaron en el interior de aquel templo, sus corazones, sus ojos, sus len-guas. Hemos de preguntar al sacristán dónde está ese de-pósito de ojos que tuvieron visiones angélicas; de lenguas que predicaban la bondad, de corazones que palpitaron dentro del misticismo; manos que rubricaban bendiciones o admoniciones…allí están guardados tales despojos en ur-nas de cristal o urnas de oro…

Y hemos de ver a la entrada del santuario, hacia la de-recha, un crestón de roca, con alma de oro, según dice la fábula secular.

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LA CHINACA MARIA

Vive dentro de un marco de barro color naranja-verde y una greca de cristales…Cuando dejamos el último peldaño de la escalerilla de piedra del Santuario, pel-daño cuyas grietas alfombró de césped cenizo y empolvado, vemos al soslayo la

gallardía delicada del templo en per!l. Está como bonete que corona la calva postmadura de un canónigo lectoral.

Las once. Hay rayos de sombra formando escuadra con las aceras. Y nosotros anhelantes de sol en la gran metró-poli vemos con reserva el radio acogedor de la vertical y la recta. Los nativos por el contrario, pegan y raspan sus "ancos sobre las paredes sombreadas. Seguimos nuestra vida al imperativo fatal de la hora. Oteamos al Sur y va-mos al mercado (a la Plaza) en busca de María, samaritana zapoteca que debe ser, cuando menos, pariente lejana de Donají.

María la horchatera es antítesis espiritual de Fidelita. María es una belleza en madurez; como una "or del cam-po –girasol– petaliabierta y soleada a la hora que se incli-na con reverencia mística ante el Sol que se hunde en el vésper misterioso. Pelo negro que abrillanta la “pomada de rosa”, cara redonda y morena, mejillas relucientes. Lóbulos

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carnosos y redondos que soportan el peso de sendas arra-cadas de !ligrana de oro y perlas al engarce. Labios grue-sos, húmedos y frescos, como ribera de manantial; dientes blancos y manchas de oro que los profanan. Mentón sen-sual; fuerte cuello prisionero de hiladas de corales al rojo “xiotilla” y que parecen succionar la sangre de la China. Busto grande. Las pomas rebeldes se cubren con la blusa de percal decorada con encajes y bordados en orgía de ara-bescos.

Sus brazos, dos maravillas de la línea ébano torneado. María –frescura y limpieza– canta con su risa de torrente y anima la vida con su pregón cantarino también.

“-¿De que le sirvo? Horchata, tunate, xiotilla, chía con limón…”

No fuerza sus productos ni busca exóticas formas. Sus aguas sedantes son sencillas, como la propia María. Vive –repito– dentro de un marco de arcilla roja y verde, grecada con cristales. La conocemos con el nombre universal de las mujeres: María “la Horchatera” (frescura en el remoquete que rubrica el nombre de pila). Es la heredera de la china-quería regional. Chinas oaxaqueñas, abolengo genuino de la gleba! ¡Chinacas que viven en la periferia "orida de la ciudad! Cada una es una cuenta de oro de un rosario de leyendas.

María llega a su sitial desde temprano. Lava y vuelve a lavar sus ollas brillantes y redondas como naranjas o como limas dulces de Huayapan. Las ollas transporan exhudan-tes, abrillantadas como el negro de “pipe” de los ojos de la Samaritana vallista. “barro de fe” que anima el espíritu de una raza mayor.

¡Horchata de almendra! ¡horchata de pepita de melón! Jarabe de azúcar bruna; pedazos de nuez mondada, trián-

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gulos de piña más dulce que la miel de panal; tunas del cac-tus; xiotillas agrias y cáscaras de limón tierno rayado, son los ingredientes. Lo demás lo resuelve la magia y el miste-rio de la refresquera, quien tiene el gusto quintaescenciado y en las manos, la exactitud de un boticario para poner “los tantos”.

¡Lo que son las injusticias! Enrique Othón Díaz, no es-cribió un poema a esa horchatera; ni tampoco lo hizo Al-berto Vargas, ni Juan G. Vasconcelos. Y Mondragón, “el indio bronceado y fuerte” no dejó una melodía vernácula a su gran colaboradora en el arte patrio chico. Yo la presento en estas líneas: india –joya racial– cantarina exquisita en sus risa y en el reclamo de sus frases graciosas; frescura de sombra y humedad odorada de azucena; su vanidad son sus horchatas. Antítesis de Fidelita “alumbradora” de vian-dantes húmedos.

Síntesis: María: chinaca de Oaxaca, hermana muy amo-rosa de las hortelanas de la Trinidad. María: sinfonía de risa; alquimista de néctares; embrujo trigueño; te dejo en tu retablo que ornamentaría con el color de la manzana; con el verde oscuro de los laureles de “El Llano”; con algo del azul de San Felipe del Agua; con tonos pálidos de las canteras de Ixcotel; con el amarillo suave del “Manto de Oro” y con los colores de la decoración estupenda del con-vento de Tlacochahuaya.

María: te dejo en tu retablo, reina del Tianguis.

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EL TIANGUIS

Despiertan antes de que se duerman los grillos y los alumbra la estrella del alba. Dejan sus lares cuando se forman y des-ciendan las nubes a ensabanar los jaca-les.

Allá vienen cuesta abajo los indios rumbo a la ciudad. Amanece cuando cruzan los linderos. Las montañas vírgenes quedaron en la línea del horizonte. En la capital, apenas despiertan los gallos. El sábado es el día para los mansos de corazón. El sábado es el día de los contrastes y de las actividades para el comercio, porque el clarín de la costumbre convoca con sus notas de bronce a la gran asamblea de aborígenes para participar en el trueque de todo lo que les da su bosque o su barbecho, a donde na-die ha llegado –por fortuna– a feudalizar la riqueza. Llegan enfardados y sobre sus espaldas resistentes, traen los pro-ductos de la tierra montañera o de la tierra baja.

Los naturales proveen los sábados las alacenas urbanas consumidas en siete días. Pero por la noche del de “plaza” aquellas se renuevan, se hinchan –recreo de ratones vora-ces– cuando el ama va dejando la rica provisión.

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El mercado es un piso de la Torre de Babel, un momento después del trágico día de la confusión de lenguas. Es una casa de vecindad –casona de dos patios– la que denomina-mos en el vulgo “plaza grande” y “plaza chica”. Hay plétora de seres y de cosas. En la periferia se colocan quienes no hallaron sitio interior. Sobre el gris asfáltico extienden sus mercancías los indios que producen objetos de aplicación hogareña. El signo monetario es un pretexto fútil. El indio va a dejar lo que tiene y a tomar lo que necesita. Es un día de trueque. Los arribeños cambian a los abajeños. Los ur-banos compran y revenden a todos

Nosotros, transeúntes vulgares, echamos la mirada sobre el escenario y recogemos las impresiones de aquel movimiento multicolor, mareante; al nivel del ritmo. A ra-tos oímos la musicalidad de los dialectos; nos engolfamos viendo la juguetería de barro, en madera, en hoja de lata, en trapos –riquezas de las artes populares-; placemos de la variedad de frutas de todos los climas, la policromía de los sarapes teótico-vallistas, el donaire del andar de las chinas; el rojo amarillo color de los chiles secos –sabor de moles– y la erecta y grácil !gura de las indias “enredadas”.

Clasi!camos: hombres cubiertos con sombreros de pi-lón –!ltros para café– encamisados, calzones recogidos hasta la entrepierna, con andar brincador de chapulines y martillando sobre el piso los clavos cabezones de los cacles, hasta producir un sonido semejante al de una tropa en marcha. Son serranos, que nos traen “naranjas de china”, manzanas y café, indios de aspecto enfermizo, a medio en-cobijar con sarapillos café, pelo en desorden, descon!an-za en la mirada, cargados con redes de pita, son los libres mixes, que nos ofrecen chile pasilla.

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Mujeres empaquetadas en el ”enredo”, grana o morado, con huipiles blancos moteados en color con hilos de seda o de chaquira; calzadas con el tiránico “redecacle”, enturban-tada la cabeza con el rebozo y enjoyado el cuello con sar-tales de cuentas multicolores de vidrio. Son indias de Tla-colula, quienes nos traen calabazas para “Todos Santos”, pitahayas de Mitla, sarapes de Teotitlán, el pueblo secular de los mágicos telares.

Las vegas de Zimatlán mandan la caña de Castilla –mar-quesote de burro-, según la denominación popular.

Solemos ver mujeres con enaguas de campana, cubier-tos los hombros con mascadas de algodón o seda de colo-res que chillan, calzado a la europea; pálidas y palúdicas de aspecto. Son gente de la costa –añoranza de una “chilena” bien bailada- quienes traen “coquitos babosos”, coacoyu-les, cocos de agua y jamoncillos. Los de Atzompa, son alfa-reros. La chinaca oaxaqueña es la regatona de la panela, del pan, la fruta, la ropa, los sombreros de palma o de “panza de burro”, las chucherías de cristal y metales, los dulces y la cera para santos velorios.

Pero son los indios quienes llenan todo, pueblan todo. El sábado es el día de las solemnidades para las tribus.

Bajo el rebozo o el sarape asoma el “cántaro !el” con el mezcal –contrabando auténtico– que viene de Ocotlán, Minas, Tlacolula o Mitla. Para mi gusto el “mitleco” es cre-ma de penca, sacada a fuego manso en el palenque campi-rano que sombrea en la ribera de un hilo de agua pura en la umbría forestal, la hoja gigante del “tarabundí”.

En un rincón cualquiera están los pajareros quienes venden música del bosque prisionera en jaulas de carrizo. Cenzontles de Tlacolula, jilgueros, clarines, cardenales…

“Ya lo sabes que soy pajarera”…

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Seguimos nuestro andar. En torno del arzobispado hay !esta mística; cita de compadres para las con!rmaciones. Por allí abundan los críos de ojos de obsidiana, cubier-tos con gorros estrafalarios, a quienes llevan, a pesar de la protesta del instinto por el calor y la incomodidad, a la ceremonia. Terminado el rito, los personajes buscan a los vendedores de nieve y de mamones para efectuar la solem-nidad del “refresco” que se ofertan los padrinos….

¡Atardecer! Regreso de las caravanas. Los peatones con sus fardos en la espalda y el aguardiente en la cabeza. Los menos pobres van arriando sus burros. Los que vienen de los valles, conducen sus carretas, señoras del camino plano y la vereda polvosa. En el interior de al carreta caminan las mujeres. El amo del pueblo, amo de la garrocha, estimula a los bueyes uncidos, con la frase familiar e imperativa:

- ¡Eru!... ¡eru!- ¡On!... ¡On!- ¡Lucero!...- ¡Viejo!....Sobre la red y cuidadosamente puestos van en ciertas

ocasiones ramos de "ores arti!ciales, coronas angélicas de papel dorado, velas con moños negros enfundadas en ho-jas de tejamanil. Todo servirá en el pueblo para decorar al “angelito”, quien duerme ya en lo eterno desde hace días y “espera” que regrese el padrino para el velorio, el plañidero lloriqueo, la borrachera y el entierro.

¡Ahí van las caravanas”!.La estrella de la tarde las acompaña.

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LA CASA DE ESTUDIOS

Corazón y cerebro de la ciudad. Emoción generosa y pensamiento de altura. Des-de su origen fue antorcha de luz propia, de luz libertaria. El pensamiento liberal cristalizó allí cuando Fray Francisco Apa-ricio abrió sus puertas hace más de cien

años urdiendo nido de águilas caudales frente a la puerta cerrada al pensamiento: el Seminario, refugio conservador y retrógrado. El Instituto fue sepultura de prejuicios an-cestrales. La mentalidad joven de Oaxaca necesitaba cielos despejados, aulas abiertas, aires puros, luz meridiana. Y uno de la Casa de Santo Domingo fundó la obra perdurable y de avance. La juventud estudiantil siempre vio el sol de frente y marchó empenachada y airosa hacia el ideal de una vida mejor. Yo he amado a mi escuela y cuando joven, a su amparo, nacieron mis esperanzas de conquista y triunfo; y ahora, en la presenectud, me aliento al recordarla. Escucho sus fanfarrias y siento la vida mejor. ¡vergüenza y opro-bio para quienes hayan sido malos hijos de la más ilustre y amorosa madre intelectual de los oaxaqueños!

¿Nómina de próceres surgidos del Colegio? Llenaría páginas brillantes, innúmeras. Pero ahí van los nombres de los antiguos y de los modernos, a granel, en desorden

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Patio con un pozo de brocal

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cronológico: José Juan Canseco, Miguel Méndez, Ignacio Mejía, Bernardino Carbajal, Manuel Ruíz, Marcos Pérez, Benito Juárez, (este nombre llena el paginario de la Histo-ria de México) Ignacio Mariscal, Matías Romero, Manuel Dublán, Félix Romero, Por!rio Díaz, José Blas Santaella, Aurelio Valdivieso, Rafael Reyes Espíndola, Ramón Pardo, Adalberto Carriedo, Manuel Brioso y Candiani, Francisco Hernández, Eduardo Vasconcelos…

Antaño, formó a un Benemérito de las Américas. Yo llegué al colegio al principiar el siglo, antes de la restau-ración del edi!cio. Su director, el Maestro Valdivieso, fue el hombre más desinteresado y justiciero que yo recuerdo. Era alumno, director y benefactor de la Escuela. Ilustre y fuerte varón. Austero dictador paternal. Lo temíamos, queriéndole. Aun regimentaba el Colegio una serie de re-glas que imponían respeto a los maestros, amor a los li-bros. Era una casona colonial, un monumento a la belleza arquitectónica, de aspecto palaciego. Su primer patio un poco sombrío; sus corredores bajos, de amplitud. Al fren-te arrancaba la escalera. En el piso superior, sus pasadizos eran frescos. Por las noches –tal vez– vagarían espíritus enfundados en sotanas episcopales en añorantes paseos digni!cados por la quietud.

Bancas en los corredores para el descanso del alumna-do. Transitar solemne de los maestros, quienes regaban su mirada al in!nito por arriba de las cabezas greñudas e in-quietas –cabezas locas- de los adolescentes.

Por allí deambuló el insigne y malogrado Carriedo, quien llevaba el espaldarazo profesional. Era médico; pero más que nada fue un pájaro cantor del bosque oaxaque-ño cuyo nido lo había colgado en un alero del viejo Palacio Episcopal.

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Eramos furtivos fumadores. Presencia inesperada del Director. Jaquet que lucía como plomada de albañil; som-brero de seda que marcaba surco sobre su frente amplia y serena, testa grande y expresiva. Patillas negras a la ingle-sa. Carrillos que reventaban en sangre. Voz enérgica rima-da de ternura.

¡El Director!Apagar precipitado de cigarrillos, abrir de libros al azar;

falsas actitudes de estudiosos. Por esa época la mujer hizo su entrada en el Colegio.

Un pasillo estrecho, a la derecha, nos llevaba al jardín botánico experimental. Era también ruta de tránsito para el suplicio de los calabozos que nos privaban por algunas horas de la dulce libertad ¡oh dolor! de las infortunadas sanciones.

Poco tiempo después se transformó el Instituto. Cam-bió desde sus fachadas. Ahora su interior es fascinante. El patio del jardín está distinto; embaldosado de verde y en lugar de honor se ve el monumento a los fundadores erigi-do con la herencia que dejó para tal objeto, el inolvidable Maestro Valdivieso.

Valdivieso fue un símbolo. Nunca lo amamos bastante. Adulto ya, vi de cerca a otro Director, al Maestro Pardo, venerable anciano quien contrasta con la blancura nevada de su cabeza enjoyada en bucles, la potente juventud de su espíritu. El maestro Pardo representa la reforma idearia; es el introductor de las cosas nuevas en el espíritu del alum-nado conterráneo.

Tenemos que visitar el Instituto, porque no podríamos amar bien a Oaxaca si no penetrásemos en ese nido de alegrías y de esperanzas, en donde desde la lejanía de los tiempos, se renueva el pensamiento de la juventud. Allí, en

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el Colegio, queda la huella ejemplarizante del pasado; está la lozanía fecunda del presente y se abre el sendero plano y de amplitud hacia el porvenir mejor, rutilante, risueño, amoroso y viril de Oaxaca.

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JOYAS EN CANTERA

Con!eso que me será difícil estructurar este retablo. Pero tengo que detenerme ante las casas venerables y hacerlo será descubriéndome con reverencia. Las casonas son la !sonomía espiritual de la ciudad; la historia de Antequera está

perpetuada en canevás que los canteros bordaron en las piedras. En cuanto hable de monumentos seré – si puedo- solemne, acaso austero.

Por fortuna yo no escribo para viandantes “up-to-day”, de aquellos que llevan la “Leika” a la bandolera, el “chester” caído a "or de labio, la guía ferrocarrilera bilingüe asoman-do por la bolsa de la americana el “¡Oh!” ¡Ah!” “¡Qué inte-resante!” a borbotón en la boca, la ignorancia en el cerebro y vacío el corazón. Ni escribo tampoco para los que beben cocteles o comentan a la Temple o a “nuestro” Agustín. Para ellos mi libro está cerrado….

SAN JUAN DE DIOS.- La vida del templo se pierde en la edad de los siglos. Dicen que fue San Juan de Dios, el sitio donde el clérigo soldado Juan Díaz dijo la primera misa. El edi!cio artísticamente juzgado carece de importancia; pero históricamente nos ofrece la primera nota en cualquier in-vestigación cronológica de la postconquista. San Juan de

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Dios eslabona su vida con las de los hospitales oaxaqueños, pues los frailes juaninos aliviaron allí muchos dolores y acli-mataron esperanzas. En esa iglesia se conserva la colección de retratos de los obispos y unos grandes murales que repro-ducen las escenas sangrientas de aquellos Caciques de Caxo-nos, que aspiraron a santos y se quedaron en bienaventura-dos. Guillow nos dejó una historia de aquel romance místico.

Fue la primitiva catedral de Oaxaca, donde debe haber o!ciado el doctor Zárate, primer obispo, que fundó mi fa-milia en el siglo XVI.

CATEDRAL.- Encaje de piedra, !ligrana en cantera. Es bello alarde en el arte barroco. Morelos digni!có bajo su triple nave la memoria de los insurgentes protomártires Tinoco, Palacios, Armenta y López, sacri!cados por la li-bertad en Antequera. Las primeras piedras de la Catedral fueron labradas y puestas en 1553; pero el templo se con-sagró dos siglos después. Los sismos demolieron varias ve-ces la fábrica. Un rey de España regaló para la Catedral un reloj público –reloj viejo– que marca desde hace cerca de dos siglos el paso del tiempo y cuyas campanas han sido cantos de cuna o de funeral, para generaciones enteras. El Arzobispo Gillow destrozó arbitrariamente la belleza in-terior del templo mayor antequerense y atentó contra su arquitectura exterior a pretexto de mejorarla. Hace pocos años un gobernador destruyó el atrio gallardo que hacía más esbelta la línea del edi!cio. Ahora en vez de aquel ci-prés de lapizlázuli que adornaba el altar mayor, vemos !gu-ras de un arte catalán industrial, una estatua pía de origen italiano, todo ello desentonando con lo que aún conserva del arte colonial puro de la primitiva fábrica.

SANTO DOMINGO.- Orgullo de los oaxaqueños, or-gullo de la arquitectura colonial, vanidad entre vanidades

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lugareñas. Felipe II el funesto, cooperó a la construcción del monumento que costó doce millones de pesos y mu-cha sangre de indios laborantes. Las cenizas de Guerrero el Consumador de la Libertad, fueron depositadas allí en una urna de oro, cuando mi abuelo Ramón Ramírez de Agui-lar, reivindicó la memoria de aquel formidable epónimo. Sirvió de fortaleza a Santa Anna, a Por!rio Díaz y a otros guerreros. La belleza interior del templo se conoce en todo el mundo.

PALACIO DEL ESTADO.- fue la Casa Consistorial en los tiempos coloniales. El famoso temblor del 14 de enero lo arruinó y ahora el Gobierno de Chapital lo levanta con es-tricto respeto a su antigua disposición arquitectónica.

PALACIO FEDERAL.- fue anteriormente el palacio de los Obispos. Su fachada presente, sigue un orden arquitec-tónico zapoteco. Su interior es amplio y bello.

Yo – lo dije al principio de este retablo- no estoy capa-citado para escribir acerca de arquitecturas; solo dejo es-tas líneas como impresiones rápidas, intrascendentes; son aladas crónicas, pétalos de una "or purísima, engendro de amor para mi novia cordial.

Pero hay otras joyas invalorizables en el viejo solar: la Casa del Archivo; la casa que dicen de Cortés, el convento de los Príncipes; el ruinoso e histórico San Francisco. Jor-ge Fernando Iturribarria, el más competente historiador local contemporáneo, ha escrito bellísimas monografías acerca de los edi!cios.

¿Y para qué más ¿ Oaxaca es un monumento. Y si la ig-norancia o la mala fe atentasen contra él, agregando pe-gotes insufribles al buen gusto y al arte, caiga sobre quien sea responsable, la severa admonición en el presente y en el futuro.

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CAMPANAS DE MI TIERRA

En otros libros escribí mi emoción por las campanas oaxaqueñas. Tañen tan vibrantes y aureas, que han sido objeto hasta de concursos populares. Las de San Francisco resultaron vencedoras en original competencia de sonidos argen-

tinos. Mi fantasía conmovida y amorosa llevó al tinglado farandulero (1) una esceni!cación del pensamiento y la emoción acerca de nuestras campanas. Mi cuadro escénico se propuso eslabonar el himno de los bronces, la canción del pueblo y la danza. Yo amo esa producción y por eso ahora la incluyo como uno de los Retablos mas dilectos de mi libro.

“Campanas de mi tierra” es una evocación. El movi-miento se desarrolla en el interior de un campanario. La declamadora va diciendo los o!cios de las campanas desde el toque del alba, hasta el toque de queda; desde el sonar épico, hasta el de la locura en las !estas "oridas de la Ma-yordomía.

(1) .- “Campanas de mi tierra” sirvió de preámbulo al cuadro “Oaxaca” que escribí para la Revista de Ortega y Benítez (música del maestro Ruíz) “Rayando el Sol”. Fue creación escénica de la magní!ca Isabela Corona, primera actriz teatral y de Olga Escalona, la más rutilante estrella, entre las danzarinas jóvenes de México.

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Primer cantoDin, din dinDin, din don…Campanita menorde voz de niña: cántame tu son¡…son de mañanitarosa; son de amor…campanita, mi niña, campanita menor:con tu voz pequeñitacántame tu son.Campanita, mi niña,éntrame al corazón!

Segundo cantoCampanita que tocasllamada de alba:canta más …Despierta al campesinoque labra la tierra,tierra feraz.Campanita que tocasllamada de alba:canta más…Ya despierta la vacadentro del corral…Ya viene el sol dorandode oro el naranjal¡…Campanita que tocasllamada de alba:no dejes de tocar¡…

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Canta más; canta más…tu sonido tiene notasde oro para danzar¡…Danzar!… Danzar!

Tercer cantoDulce melodía de la campana abuela; bronce cuyo canto

adormeció mi niñez. Campanas pueblerinas que cantan las horas. Sus lenguas de oro alentaron mi espíritu.

Campanas que cantan la Navidad con ritmos de cuna!... Campanas que glosan la gloria del mundo en la Resurrec-ción!...

Bronces que agitan el alma; que armonizan con el can-to bélico de los cañones en los fastos gloriosos de los días épicos!... Campanas que lloran con nosotros por los muer-tos!... Sinfonía maravillosa de sonidos!...

Cuarto canto¡La Mayordomía!Ya el pueblo se agitaen esta mañana brillante,bonita!Ya vienen las chicaslocas de alegríaa cumplir promesas, a ofrecer amoresen esta mañanade Mayordomía!...

¡Que canten lo mozosrimas y canciones!¡Que gire la danzasu loco bailar!

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¡Luzca sus rebozosla chinaquería!...Y, en esta mañana deMayordomía,fuerte en coloridoágil de emociones…¡Que canten los bronces–viejos esquilones–sus áureas canciones!…………………………………………………………¡Ya llega la danzacon aire triunfal!¡La danza es la vida,la danza es canción…La danza que anuncialas horas de amor!...

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PLATEROS Y ALFAREROS

Los artesanos de Oaxaca siguen siendo los más interesantes propagandistas de nuestras artes populares. Hasta su deno-minación es antigua, pues corresponde a las épocas de los Gremios y de las Cofra-días. Artesanos de la ciudad, artí!ces no

igualados, tales como los plateros, los alfareros, los forja-dores, los hortelanos y los coheteros. Para presenciar en su pureza la vida interna de Oaxaca, visitemos esos talleres en los que perduran las técnicas casi primitivas y la cos-tumbre tradicional de conservar los secretos profesionales entre la familia formando clanes, integrando abolengos en las artes. Ya eran famosos en el siglo pasado los Aragone-ses, forjadores del acero de Miahuatlán:

“Ni la saques sin valor,ni la metas sin honor”

los Colmenares, sombrereros de lo !no; los Castillo, cohe-teros; los Santa Anna, talabarteros, etc. etc.

Los secretos de la obra elaborada se transmitían de pa-dres a hijos.

Entre las artes más bellas se cuentan las de los muy no-bles plateros y las de los señores alfareros. Los talleres de

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aquellos son de sencillez que asombra. Tras una mesilla en la que se ve un pequeño yunque y herramientas, para los profanos diminutas, está laborando el platero. Las !ligranas que enmarcan la belleza de nuestras mujeres, salen de las manos callosas de tan oscuros artistas. Un tubo alargado –el soplete– el viento expelido por la boca y aplicado al carbón ardiente sirve a los plateros para fundir el hilo de oro y for-mar con él las !guras caprichosas de unas arracadas. En un rincón, está el horno pequeño para las fundiciones.

Los talleres de los plateros se multiplican por la ciudad. Todos son pequeños productores del arte mayor y delicado.

Los alfareros siguen. Sus talleres requieren casonas con grandes patios soleados para secar las piezas que manufac-turan en sus tornos. Estos individuos son geniales. Los tor-nos están impulsados por el pie y de la maza inerte de barro arcilloso emergen las piezas que más tarde crean nuestro prestigio en la cerámica regional. Tras del modelado, viene la primera cocción; mas tarde, mujeres y hombres decoran sus piezas y vuelven a los hornos de altos calores para la de!nitiva evaloración del color. Y después, las piezas van a regarse como elementos decorativos en todo el mundo. Esa gente corresponde a la clase social más humilde. Y nosotros apenas les concedemos el título de “loceros”. Una mañana de visita a un obrador de cerámica es tan emocionante o más, que el mejor espectáculo de las artes super!ciales. Visitar un depósito de barro en preparación, asistir a las inquietantes labores del torno, más tarde ver los soleaderos; después ma-ravillarse cómo la mujer de huipil y enredo decora las piezas. Finalmente, concurrir al instante en que se abre el horno repleto de cacharros, es algo que provoca a la envidia.

Aquella maza muerta, despreciable por su aspecto, sale transformada como por magia, en vasos, ánforas, platos, charolas y tantas otras joyas de la cerámica.

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Hay otros alfareros que laboran la loza verde, la loza anaranjada, la loza negra de los cántaros ventrudos. El cántaro negro de Coyotepec que hizo cantar vibrante al poeta y que inspiró al músico regional:

“Barro de fe, barro de amor”…

Estos últimos “loceros” son indios. Su arte es rudimen-tario, mucho más que el de los urbanos. Aquellos conser-van la técnica pura de sus ancestros. Y ello se prueba com-parando los cántaros y juguetes de barro Coyotepec, con las reliquias de extracción arqueológica.

Cuantas veces al estar admirando esa obra sencilla en los días "oridos y luminosos del tianguis, se ha traspor-tado mi espíritu hasta la más ferviente inspiración. Y a la vista de una pajarita de barro cocido, he recordado la dora-da leyenda de Jesús Niño, cuando una tarde fabricaba con un su amigo pajaritas de tierra a la puerta de su casa. Se acercó un hombre a quien molestó la distracción del niño amigo y Niño mejor. Trató de molestar a los pequeños; al mismo tiempo que lanzaba injurias, levantó un pié para aplastar las !guras inertes, los juguetillos; pero en ese mis-mo instante el Niño mejor arrojó leve soplo sobre la arcilla modelada y las pajaritas echaron a volar (1).

Yo imagino a esas pajaritas de barro negro, rudimen-tarias por su forma, tan perfectas y sencillas como aque-llas que salieron de las manos del Niño Jesús, las manos mejores que haya tenido hombre alguno, desde que hubo hombres.

(1).– Versión tomada de las “Leyendas de Cristo” , bellísimo libro de Selma Lagerlo#.

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CUARESMA

Sobre las tapias de los huertos medra y "orece la buganvilia. Marzo, mes para que los pájaros nuevos emplumen y ha-gan escoleta. En marzo los rosedales se visten con ropa limpia. Brotan las "ores del “coquito” con sus copas de granito

rojo, de donde emergen hilos de coral con botones de oro. “Coquitos”, "ores de Cuaresma, hermanos de la “cacalotzu-chitl” collar refrescante, símbolo en las !estas de la “gue-laguetza”

Marzo, mes en que abrimos paréntesis a la bullangue-ría. Los altares se cubren con lienzos morados. Cuaresma "orida, grito de Primavera, policromía de cármenes; con-ciertos meridianos de insectos; época para vestirnos con ropa nueva. Porque se atenta contra el decoro el que llegue la Pascua Florida y nos sorprenda astrosos.

El calor nos echa de la cama temprano. Los viernes son rituales. Por la mañana, paseo al “Llano” a saturarnos con el aroma de los mangos en "or y a sedentarnos bajo el arrayanero secular. Vigilia en la cocina. Desde el modesto “topote” hasta el delicado “bobo” exacerban la gula y com-plican el estómago.

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Arquito de Xochimilco

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En las sacristías desempolvan las matracas. Los cohete-ros se preparan para el suplicio de Judas. Correr de sema-nas… cuando llega el Viernes de Samaritana, nos regalan horchatas en los templos. Ingenuas fantasías. Plasman el renglón de la Biblia construyendo arbitrarios brocales de aljibes ilusorios –armazón de madera forrado de manta pintada– y reconstruyen el momento en que El derramó la fresca ternura del amor en la joven que le ofreciera con sus manos delicadas agua fresca en jarra de terracota.

Olor a yerba fresca dentro de los templos y como los órganos están mudos, se llevan pájaros con gargantas de cristal que pueblan de melodías las naves obscuras.

Quinto Viernes.- feria de Etla; despueble de Oaxaca rumbo a la Villa.

Viernes de Dolores.- alegría urbana en un paseo matinal en la Alameda.

Domingo de Ramos.- en los balcones y tras las puertas se cambian las palmas secas por palmas verdes. Aquellas se guardan porque arrojándolas sobre el rescoldo de los bra-seros, conjuran el peligro de la tempestad.

Semana Mayor.- calor que sofoca y embarra y agota. Xochimilco nos espera por la tarde para la ceremonia del “Martes de las Aguas Frescas”.

Xochimilco es un villorio de los reboceros. Está en el centro cupular de un altozano paupérrimo en follaje; pero el pueblo se extiende por la pendiente en busca de la fres-cura hasta la ribera de un arroyo. Feudo de los tejedores de rebozos. Cuando los camaradas preparan sus hilazas se ve graciosa y original muralla blanca y azul, que se antoja, en la lejanía, encordadura de guitarra. Día y noche cantan los husos, en su carrera, por las entrañas de la tela.

Tac, tac, tac.

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El Martes Santo el taller está mudo. Las hilanderas y los tejedores aplanchan sus trapos, previo baño de almidón de "or, que lustra y hace cantadores a los refajos.

La caravana sedienta va para el pueblo. Va la caravana sobre una ruta en ascenso. ¡Callecita que lleva a Xochimil-co! Eres bella con tus típicos arcos de mampostería, deco-lorada por el tiempo, que soportan la arteria que trae el agua de beber a la ciudad. La estrechez de tu paso, parece gallarda escalera empeldañada con roca. Evocadores “Ar-quitos” bajo los cuales hay tiendecillas coloridas y bellas. ¡Arquitos, vestigios de la grandeza de ayer en mi señorial Antequera, cuyos vecinos en altivos alardes paseaban por las calles sus pesos en carretas. Xochimilco, "or de pitaha-ya sobre la punta de cactus espinoso!

Fiesta de Mayordomía del Martes Santo. Las manos brunas tejen rebozos y tortean la masa para las tortillas, se transforman en tentáculos de hadas que nos acercan a los labios ardientes, la jícara policromada de Olinalá, llena de horchata decorada con pétalos de rosas de Castilla, nota delicada del paganismo.

“Martes de las Aguas Frescas”, martes Samaritano. Cae la tarde y el relente aromado de "oripondio nos em-

briaga y nos ensueña. Al anochecer, un manto de luciérna-gas ilumina la ciudad. Así parecen las luces de arco vistas desde la cima donde está el pueblecito.

Jueves.- Ritos, matracas, estreno de vestidos. Visita de altares.

Viernes.- Los “Encuentros” son espectáculo fuerte. Dra-matizaciones sencillas, emotivas, coloridas. Añoranzas de la tragedia secular. El pueblo asiste a esos actos y llora con unciosa sinceridad. Agólpase en los atrios de los templos fuereños: el Marquesado, Xochimilco, Jalatlaco. A la som-

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bra de un fresno, se coloca el púlpito. Gemir de chirimías y lúgubre redoblar de tamborcillos. Armonía de matracas. Sobre angarillas de oro vienen, en sentido contrario, las !guras centrales de la tragedia. Él –Rey de Burlas– Ella, con majestad de Emperatriz, ternura de madre y dolor de mujer. En la vía del Calvario ilusorio, llegarán a cruzarse sus miradas. Oratoria litúrgica. El pueblo sigue las escenas.

Las matracas y las chirimías, los tambores y algún violín llorón, van gimiendo notas del “Stabat Mater Dolorosa”.

Año por año se renueva el espectáculo. Cuando LOS DOS se miran, los sencillos se conmueven; sollozan con dolor las mujeres; enloquece el tamboril y la matraca. La fe del pueblo quisiera tener brazos y arrancar de las manos deicidas, a la Víctima incruenta…

Retorno de los “encuentros”. Los romeros que sufren el rigor del calzado esclavizante, reintegran a la libertad lu-minosa sus pies, injusti!cadamente prisioneros.

Las quince: hora funesta. Las veinte: la ciudad está vestida de negro y cubierta

con mantillas sevillanas. Acompañan en su duelo a la Pa-trona.

Sábado.- Renace de las cenizas simbólicas del dolor, la joven alegría… inútil y fementida destrucción del Judas. En los jardines hay !estas y júbilo. Enloquecen las cam-panas, vuelos de pichones asustados, indiferentes a noso-tros. Se acabó la vigilia y el ayuno. Aromas de chocolate y frente a nuestros ojos están tentadoras las “enchiladas” y el pollo frito y dorado en la sartén.

¡La Pascua Florida!

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LUNES DEL CERRO

Después del meridiano el cielo se viste de gris en todos sus tonos, desde aquel que se parece al maíz trigueño, hasta el que se acerca al color del tecolote. Nubes apretadas, plomizas; aire húmedo, plie-gue de alas de las aves; queja del pájaro

vaquero, pesadez en la atmósfera. Rúbrica de relámpagos. Llueve. La gente alégrase porque sabe que el chaparrón pasa raudo. Pronóstico de una tarde diáfana.

En el cerrito reverdeció el pasto. Sobre las hojas hay chaquiras de rocío. Lunes del Cerro, broche de oro de las !estas carmelitanas.

La “joven abuela”, Diosa de las primicias de los campos preside aun la romería. La imagino decorada con carteles de coral –gotas de sangre de las doncellas- imperando bajo un dosel –plumas de quetzal, bancos de jade en la !esta de los granos nuevos. Muchos han repetido la leyenda –mito-logía casera- que originó la !esta. Por ello quiero en este retablo hacer notas de un presente mejor.

Lunes del Cerro. Bajo un cielo que se lavó la cara, cielo de cobalto, sobre alfombra de césped en la pradera, está la exposición de frutos jóvenes: granadas –dientes rojos en-

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garzados en blancas encías, contraposición de un centro de amor de mujer- gar!os de coral para perlas redondas. Racimos de mangos en sazón, membrillos que odoran los arcones hogareños. En la tradición, la Diosa convocaba a las doncellas para honrar a la mejor con el sacri!cio. Oga-ño, aquellas van cascabeleando en la vida risueña –mu-selinas, guirnaldas y fragancia. Es una !esta para todos; es decir, para los camaradas de abajo, para las gentes del centro pobre de ilusiones y para los vanidosos de arriba. Orgía de luz, locura de música, desenfreno de gula ante los “puestos” rústicos. Y en la línea del horizonte, el arco-iris maravilloso, como marco de una tarde diáfana.

Por el fondo, en las laderas, transita el pastor guiando el aprisco, cantando la melodía gangosa y descubriendo de trecho en trecho, surgidas del matorral que perfuma el tomillo, los botones de azucena de julio, que despierta cuando sobre sus pétalos cerrados se posan dos besos: el de la lluvia !na y el de la brisa. Por la hondonada huyen los conejos rumbo al barbecho.

¡Lunes del Cerro! Suntuaria exhibición de sedas y mo-das a la europea y de sedas y rasos digni!cados con el re-bozo de bolita, por las chinas forjadoras del alma popular, enjoyadas con oro y corales.

Para la chiquillería, es el Lunes del Cerro un alarde alpi-nista. Ascender, subir, elevarse, llegar a la cima, como cuan-do se anhela captar la meta de la ilusión, para descubrir las bellezas que oculta a nuestros ojos vallistas, la muralla frontera. Ascender, subir, elevarse, llegar hasta donde está enterrado un grueso cañón de bronce, épico abandono de los tiempos de Su Alteza o de Bazaine…ese bronce guerrero tiene un misterioso poder, el de golpear la sangre y de hacer-les sentir capaces de luchar y de morir por la Novia Cordial…

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No hallábamos al otro lado del cerro, la maravilla de una visión paradisiaca: pero veíamos abajo, las serpientes de acero rumbeando al norte; la cinta de plata –Atoyac–; el claro oscuro de las tierras labrantías y más allá, las otras murallas de turquesas, y en sus faldas manchas de árboles por donde asoman –orejas de liebre al !lo del risco– las torres gemelas de las iglesitas de los pueblos…

¡Ah! Y como un grito del pasado brumoso, nos detenía en occidente, como drástico reproche de ayer, el Señor Capitán de Fuego, quien se opuso a la marcha, hacia un mundo desconocido, del noble Príncipe de Apoala, el de las "echas de diamante y obsidiana, quien logró con su tiro exacto, herir al Gran Señor Tonatiuh y empurpurar el cielo con sangre del Sol, en un vésper de rubí.

El viento de frescura de una tarde veraniega nos anima. En el plan "orean los maizales.

Vemos en la falda cerril, moverse aquella masa hetero-génea; y en el fondo, la extensión del Valle. Más acá la urbe trazada a cordel. Hay pocas torres que lograron subsistir erectas a la hecatombe telúrica. Adelante, a extramuros, el panteón; muy al fondo, en la línea del horizonte se di-buja el majestuoso Tule, alarde forestal, binigulaza, hue-hue, archiabuelo, recio centinela de avance hacia el Eterno Oriente. El sol aparece besando la melena rizada del sabino inmortal.

¡Dolón! ¡dolón! ¡don!¡Dolón! ¡dolón! ¡don!¡Dolón! ¡dolón! ¡don!

Notas de las esquilas del Carmen Alto. En la hora del tramonto, los clarines cuarteleros tocan “lista de las seis”. Es el instante contemplativo para los concurrentes a la

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!esta. Todos echamos el mirar al in!nito; estamos al atis-bo de la estrella de la tarde, para prender uno de sus rayos, como gema luminosa, en el nudo de la corbata.

Regreso. La feria se disuelve. Traemos haces de fruta y ramos de azucenas; en el cerebro la embriaguez de ensue-ño iluminado por luz de luna en creciente y en el espíritu ilusiones nuevas.

“Dios nunca muere”, acalla otros sones…

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DE PROFUNDIS

Fina octubre. Tardes otoñales en que la ciudad se viste de tul. Azur en el espa-cio, gotas de plata en los cielos. Vienen los primeros vientos del norte en el tra-montar vespertino. De los árboles caen las frutas en madurez. Si asomamos por

el campo veremos a los hombres arrancando las mazorcas –colecta del maíz- ventrudas, repletas de grano…veremos la pizca para la reserva familiar en el porvenir entrante. Maíz nuevo, frijol trigueño, calabaza “shompa”.

Cuando azota nuestra cara el aquilón y nos cubre de pol-vo los vestidos, en los hogares, la gente costumbrera alude a los difuntos: -Aires de Todos Santos, comadre….

-Aires de Muertos, Doña Rosita….La sensibilidad se agudiza memorizando que llega el día

de la recordación de los muertos; pero el pensamiento lú-gubre pasa raudo; lo hacemos huir por inoportuno. Almi-baremos la remembranza esperando asistir a la realización de las noches apolilladas de puro viejas; pero insustitui-bles.

Estoy bajo la impresión restrospectiva. Evoco: “Todos Santos – Fieles Difuntos”. Echo afuera la emoción trasno-

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chada y contradictoria que escribo así: pánico por la visita de los espíritus, estímulo del gusto ante la perspectiva de gulusmear y hartarme de golosinas. Dice la voz anónima que coge y propaga el rumor –superstición- que desde el día de Todos Santos, gozan los espíritus de un permiso di-vino especial para dejar la quietud del misterio donde mo-ran y venir a la tierra con sus deudos.

Terror en aquellas noches en las que creía, sin lugar a discusión, que habríamos visita en casa, de los hermanitos de ultratumba, quienes a falta de cama propia buscarían bajo los cobertores, el calor de la mía…

Sopla el ártico y la gente dice: “Ya salieron los !eles di-funtos”. Y hay quienes en el tránsito callejero musiten ple-garias.

Las campanas doblan. Repiques funerarios, inocentes rogaciones a Dios. Vestidos de luto. Peregrinar de mujeres rumbo a los panteones, provistas de escobas, regaderas, etc., para la limpia y decorado de las tumbas olvidadas por un año entero. Hay que dejarlas relucientes; hay que deco-rarlas con "ores inmortales, con pensamientos morados. Para el pueblo ignaro queda el zempasuchil. Describiría así una tumba: alfombra de heno, muestrario de cacharros conteniendo "ores, candelabros y velas. Limpieza de la su-per!cie marmórea que tiene grabado el nombre que llevó el difunto. Un epita!o. Muchas veces, en sitio visible, el retrato del ido, enmarcado en caoba.

La vida de los primeros días novembrinos es rememo-rante en todas sus manifestaciones: los tahoneros venden “pan de muerto”; los dulceros, a!ligranan azúcares en for-ma de calaveras; los jugueteros pregonan “entierritos” y sus “tumbas”; los alfareros ofrecen cráneos y esqueletos en barro cocido. En las iglesias se levantan túmulos y los

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o!ciantes se visten talarmente con trapos negros con apli-caciones de oro.

Las veinte. La catolicidad reza “sudarios”, “requiens”, “deprofundis” y se cantan los salmos del Rey David.

Crueldad risueña, hogares adentro.-“Niño: como durante el año fuiste "ojo y desobediente,

esta noche te amarrarán los muertos”. ¡pobres chicos! De-searían que otra vez se detuviera la marcha del Sol. En el examen, en la autocrítica, siempre tienen un saldo a su car-go. Piensa: “esta noche no me escapo; vendrán los muertos y me amarrarán”. Noche. sueños inquietos, pesadillas que se suceden… llega la sombra misteriosa, rasga en tiras su mortaja y sujeta de pies y manos al arrapiezo y los cabos los anuda en los pies de la cama. Grito de terror, despertar horrible. Yo algún día pasé por ese tormento.

La gente mayor pasa la velada en la cocina, con la compli-cada preparación culinaria para la ofrenda. Se guisa el mole negro, se muele el chocolate, se bate el “necuatole”. En las panaderías huele a delicia: pan de muerto, amalgama de ha-rina "or, mantequilla, huevo, azúcar, anís y ciruelas pasas…

Día de los Fieles Difuntos es casi siempre, día de cristal. En las primeras horas algo de frío; el meridiano es tibio; por la tarde, el bóreas silba.

Mañana.- tañido de campanas mayores que ruegan. (las pequeñas cantarán villancicos por la Navidad). Tránsito de carretas cargadas con caña de Castilla con sus verdes ra-bos, penachos chalchihuites que parecen palmas que aba-tió la tormenta. Cañas encogolladas que arrastran y levan-tan el polvo del camino. Gentes enlutadas que acuden a los sufragios. Cruzarse de criadas que llevan “los muertos” a las amistades. Porque es imperativo de la costumbre que se obsequien entre sí, parte de la ofrenda cocineril del día.

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Pilita de Los Príncipes

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Dentro de las casas, movimiento extraordinario. Di-namismo agotante con la erección del altar rememora-dor formado con mesas y cajones envueltos con papel y sobre cuyas super!cies se extienden los manteles largos. Los altares son producto de contradictorio paganismo, supersticiones, religiosidad; pero en conjunto son ritmo. Prendido en la pared se ve al Cristo que llora, más abajo, sobre el muro también está colgado añorante el cuadro de “las ánimas”. Decoración: candelabros de bronce rutilan-te soportando las velas con moños negros, color de oro la "ama. Exposición de porcelanas y talaveras policromadas exhibiendo las galas de la cocina, expresiva demostración de la sabiduría de la señora de la casa en esos delicados menesteres.

Dice la tradición que los espíritus –nuestros huéspe-des- se refocilan captando el aroma de los guisos. Al día siguiente, las viandas inodoras son pasto de la chiquillería glotona.

Tarde. Peregrinos al cementerio, transformado en as-cua, en pebetero aromador. Vamos a escuchar sollozos de huérfanos y viudas; a mirar coqueteos de la juventud enlu-tada y … a presenciar inhumaciones de quienes la víspera aun pensaban –tal vez- en implorar por los difuntos.

Noche. Frente a los altares, lloran los cirios ardientes; las ánimas, se llevan los aromas de los platillos. Los deudos desgranan rosarios y claman con David, profeta-rey-poeta, la piedad inconmensurable de Dios.

La chica bien aprovechada, sueña romántico amor con el novio que le tiene prisioneras las manos, reja de por me-dio, en la ventana…

Besos, anhelos, promesas.

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¡ALABADO SEA DIOS!

La luz nueva saluda en el altozano a la tur-ba que despierta y desgrana en vibrantes notas “El Alabado”. Allí están los rome-ros. Alegría de vivir. Romance matutino. Azucena en botón. Per!les de pinares sobre el lomo de la sierra. Encinares en

lindes del camino. ¡Alabado sea Dios!Un ruiseñor saluda a la mañanita moteada con perlas y

pintada de claro rosa. La turba despertó. La turba se mue-ve. La gleba canta; pero…

“...Monótono y acre gangueo, que un pájaro acalla, soltando un gorjeo (1).

La turba se mueve. Manchones de fuego de trecho en trecho. Vapores de café costanero, levemente azules. Humo blanco que huele a grasa y a sal; olor a tortilla tostada. Rús-tico amanecer sobre una línea tirada de confín a confín. En los per!les de lontananza, se deshacen las nubes. Tránsito de los peregrinos de retorno de la Feria de Juquila. Feria grande en la que pasa el existir, entre los ritmos de una

(1).– Díaz Mirón–Lascas– “Idilio”.

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“Chilena”, pregones del “cotompinto” y el grito de guerra de un gallo giro de color y de historial épico.

Arriería de antecedentes limpios, que vas por la ruta aprendiendo el cantar de los pájaros! arriería que llevas trovas y chismes de pueblo en pueblo. Subes a la montaña y llevas húmedo el rostro con la brisa del ponto. Arriba te saturarás con aromas de ocotal¡…

8 de diciembre en Tierra Caliente; 18 de diciembre en el plano de Oaxaca; ruta: Miahuatlán del 3 de octubre, Heroica Ejutla de Crespo, Ciénaga de Zimatlán de Alvarez, cerro del”Paraguito”, Puente “Por!rio Díaz”, Estación del “2 de abril”, San Juan de Dios, Mesón del Pobre, Escalerilla de la Soledad.

¡Ya está el campamento! ¡Alabadooo sea Dios!...Preludio de las !estas de La Soledad: “chachacuales”,

romper de platos, hartazgo de buñuelos, jamoncillos de coco, plátanos pasados, coacoyules. Orgía de cohetes, poli-cromía politécnica, locura de campanas, agua serenada de la fuente, despertar con “alboradas”. Color, alegría, ritmo. ¡Fiesta de la Soledad!

¡El convite! Es la primera nota del festival más típico de Oaxaca. Las cofradías se agitan, dejan su holgazana quietud de once meses. Por el día diez, comienza el movi-miento. Una tarde principia el coloquio de los bronces. La Soledad anuncia la iniciación festiva, con sonoro repique a vuelo. Sobre el atrio amurallado se organiza la reunión. Hombres, mujeres, niños, soledolitanos que se agrupan. Llevan centenares de carrizos verdes y a falta de "ores pro-pias, enriquecen sus cogollos con banderitas de papel.

Es el convite. Es la jornada a los otros barrios para la in-vitación a las !estas titulares. Campanarios enloquecidos.

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La Mayordomía organiza la marcha. Al frente van las mú-sicas, después los coheteros y detrás, la turba que se agita en ese preludio. ¡Ya va el convite por las calles! Se abren las ventanas y asoman bellezas en traje casero. Es el mandato de la costumbre. El convite recibe hospitalidad en todas partes. Los palomos asustadizos, vuelan enloquecidos al clamoroso tañer de las campanas.

- ¡Viva el barrio de la Soledad! Surge estentóreo y rotun-do el vítor.

-¡Vivaaa!, responde la gleba.Desde esa fecha se encienden por las noches, las lumi-

narias a media calle. Son los fuegos festivos del barrio. So-bre los balcones hay exhibición de cortinajes y listones que cubren los herrajes.

Feria mayor en vísperas, que coincide con el regocijo de las jornadas alborantes a San Juanito, villorrio ribe-reño de arriba del Atoyac. Visión del pueblecito encajada en el altozano. La cúpula de su templo parece pecho de calandria expuesto al sol. A la vera está el cementerio y en un rincón discreto, duerme su sueño angélico un santo oaxaqueño...

Tempranero es el salir para San Juanito. Los pobres caminábamos a pie por la ruta de San Juan de Dios, la Compuerta; cruzar el río sobre viga endeble –un centa-vo por cráneo-; paso por San Martín, donde "orecen los mangales y los "oripondios y transitar por los solares adelantados del villorrio. Había excursiones familiares románticas y coloridas. Unidades biológicas que cami-naban cantando y viviendo breves romances. Desayu-nos campestres, risas, vida, emoción. Manjares rústicos: hojaldritas de pan amarillo, tamales de dulce, chocolate, atole de granillo.

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En la pendiente de la loma está tendida la fruta. Parece un lienzo –naturaleza muerta– mal colocado sobre el es-paldar de una silla.

Las ocho. Llama la voz de la “mamá-campana” mayor de catedral. Es el grito de dispersión. Comienza la vida públi-ca en la urbe centenaria.

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FIESTA TITULAR

Nota profana en el rito de las !estas titu-lares. Jardín ambulante sostenido sobre las cabezas de las mujeres hortelanas – atlantes "orecidos– que suman sus ale-grías al homenaje ritual del Santo.

Calenda: brillante nota de paganismo; exposición de rabisalseras. Vértigo cantarino para la chi-quillería: !esta para enloquecer.

La placera, el tipo más atractivo y genuinamente oaxa-queño, acude a las calendas y enjoya con su presencia la procesión de los símbolos que recorre las calles en la víspe-ra de los fastos de las barriadas.

La calenda corresponde al desarrollo de un programa ritual, de brillo y de excelsitud. Y aquella !gura donosa y esplendente es la chinaca, "or inigualada en el cármen regional. La calenda es para mi, exquisita remembranza, estimula mi espíritu y enloquece mi fantasía, tristona ya, por el delicado sentimentalismo de algún recuerdo inde-leble de mi juventud: una ventana con reja de forja, dos ojazos, un amor quince abrileño y las charlas ensoñadoras de los esquilones del Carmen Alto.

¡Bellas horas del transcurrir de la calenda! Nos aparta-mos al !lo de la acera para ver y mirar el espectáculo. Hay

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claridad de vésper en esta hora fría de diciembre. Viene la gente endomingada, en su mayoría mujeres, cargando sendas canastas cuyas super!cies coronan tiestos a!ligra-nados y "orecidos con geranios, rosas, crisantemas, pen-samientos, miosotis y dalias. En cada canasta se reproduce una !gura caprichosa en la que pone la chinaca jardinera lo mejor de su arte, de su coquetería, de su ingenuidad y de su sensualismo alegre.

Antaño, las feligresías mandaban a las calendas los es-tandartes cofrades –ori"amas de felpa guinda con !guras rituales fundidas en oro y plata– (alarde barroco del arte de los nobles señores plateros) superpuestas al paño. Eran los símbolos de la religiosa ciudad, el sol, la luna en forma de uña, las estrellas, los cometas. Aquel cielo cercaba la !gura de una imagen prisionera en marco de caoba o de plata. Dos cordones de hilo de oro arrancaban de los extremos del trapecio del gallardete y concluían con un remate en borlas, que iban asidas por dos hombres. Acompañando al estandarte se llevaban grandes faroles engarzados en el ex-tremo de mástiles que lucían las cabezas de gruesos clavos argentinos.

Y tras los estandartes de las Cofradías venían los hom-bres –camisa de fuera, “pata en el suelo”– portando las marmotas con grandes globos cubiertos con papel de Chi-na o con manta de cielo. Marmotas también con !guras es-trafalarias de animales –armazones de carrizo y envoltura de papel. Por la noche se las iluminaba en el interior. Las bandas de música, el pueblo en turba, los coheteros, etc., complementaban el des!le brillante.

…Y entre tanto la calenda pasa ante nosotros y sigue su rumbo fatal –itinerario– en la periferia del templo se que-ma la vida en magna hora.

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La romería de la Soledad es magní!ca. Llegan todas las tribus encaravanadas trayendo ofrendas para la Virgen y el riñón hinchado de pesos para las compras y los encar-gos. Los indios no se aposentan bajo techo; sería indigno de su vida de libres. Ya los vemos formando grupos raciales sobre la vasta super!cie del parquecillo externo de la igle-sia. La tradición les impone tomar un baño en la madruga-da del 18 de diciembre en la pilita paupérrima del jardín. Ablución de agua serenada que lava los pecados y otorga bendiciones. Ese baño es para los indios como en la letanía Lauretana: salud para los enfermos, felicidad para los tris-tes, refugio para los abandonados, remanso para quienes llevan enferma el alma.

¡Oh la digresión involuntaria! ¡Ya viene de regreso la calenda! Radiante paseo de mu-

jeres, de "ores y de ori"amas. Dentro del Santuario brillan los oros de la decoración

heridos por las "amas de los cirios; cintilan los diamantes que decoran el vestido de la imagen bordado por las ma-gas manos de remotas monjas. Sobre la cabeza de la !gura líbrase rútilo combate de tonos, en orgía de luz de gemas irisadas. Son esmeraldas, za!ros, rubíes, diamantes, ama-tistas, topacios, aguasmarinas, turquesas, etc., etc., engar-zadas en la estructura de oro de Peras de la corona. Y sobre la frente y tomada en gar!o de platino, está la perla más bella que han visto mis ojos.

¡Noche de maitines! Los coheteros hacían nuestra delicia. Quemar las rue-

das “catarinas”, sin que faltara la “necia”, lanzar de cohetes –sagitarios de fuego contra el cielo-. A las 23, encendían los grandes castillos de cuyos torreones se desprendían co-ronas ígneas para el cielo.

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El “chachacual” está pletórico de jugadores que siguen, como voz de oráculo, el monotonismo del que grita el “Co-tompinto” a pulmón batiente:

“la escalera se te rompa y caigas de arriba abajo, enrollando tu tortilla y mordiendo tu tasaja...”..................“... y corre la bola!”

Locura de pregoneros.:–¡Nieve de tuna, de limón y de sorbete!...–¡Jamoncillo de Juquilla.–¡Lleva, marchante, granaditas de China!.–¡Venga mialma… ¿de qué le sirvo?... De dulce, de chepi-

les o de mole?–¡Tamales de guajolote, güero! ¡Tamales de gallina, niña!–¿Cómo quiere los buñuelos? ¿Secos o en chilaques?–¡Por la madre santísima de la Soledad, un limosna para

este pobre ciego!...La costumbre impone comprar los buñuelos, tomarlos y

romper los platos. Sigue la noche alegre: mezcal circulante y trabajo policial.

Se desarrolla la gran !esta de Oaxaca; !esta para indios, para criollos y mestizos; !esta para todos.

¡Hay que ver las !estas de la Soledad!

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NOCHE DE RABANOS

El retraimiento general de un año, econo-miza el buen humor para gastarlo en di-ciembre, el mes excepcional oaxaqueño. Diciembre forma cadena de festejos: la feria de Juquilla, las “Mañanas de San Juanito”, las !estas de la Soledad, las

“posadas”, “Noche de Rábanos”, Navidad y año nuevo. Saraos sin cuenta, paseos innúmeros. Época en que

nadie se queda en casa. Hay algunas noches frescas; pero no tanto para que el orto nos empuje a la cama. El frío de Oaxaca, es graciosa ironía. La “Noche de Rábanos” es una !esta genuina y originaria de Oaxaca.

¡Quién sabe cuál sea su origen! Ni me interesa cono-cerlo. Ni los antiguos ni los modernos cronistas lo relatan con exactitud; pero sin duda que arranca de los primeros tiempos del coloniaje, cuando el reparto de los solares y la iniciación de la enseñanza de las industrias de Antequera. A los barrios de abajo –la Trinidad en primer término- les tocó el aprendizaje de la horticultura. Y probablemente, los mismos frailes catequistas tuvieron la idea de hacer ex-posiciones de los productos de las huertas. Allí nació la ex-posición de los rábanos. Fiesta original y bella que prepara a las vigilias de Navidad.

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La reunión es en el Zócalo. La Trinidad está de !esta. Se rompieron los terrales hurgando abajo la cosecha de rábanos. Hay que admirar la elegancia de las mujeres de la gleba, en sus preparativos para esa competencia "orida de lo que da la tierra, madre fecunda.

En la periferia del Zócalo establecen sus puestos para la exposición de la cosecha. Se presentan rábanos de tama-ños descomunales, poco imaginables así como rabanitos ensaladeros; pero todos adornados. La forma caprichosa con que la naturaleza dotó la raíz de la herbácea, sirve de base para que la fantasía del horticultor realice gracia, arte, originalidad. Esperan un año para sacar la raíz que les pue-de ameritar. Así es como en la exposición vemos rábanos transformados en animales, en personas, en objetos de !-guras fantásticas.

Pero eso no es todo. Aparecen esa noche los indios mixes trayendo el “bobo”, pescado de agua dulce, de alta calidad. Probablemente también el origen de esta !esta sea religio-so; pero yo creo que por ahora nadie recuerda aquel propó-sito. La noche se quedó destinada a una !esta. Oaxaca se da cita en el Zócalo. Hay, además, bandas de música; venta de "ores; algunas veces hay concursos municipales para es-timular a los jardineros. Alegría de una velada original que organiza la gleba hortelana para un disfrute de todos.

La !esta comienza a las veinte y concluye cuando decae el entusiasmo; es decir muy tarde, muy tarde.

A nosotros nos interesa en estas noches comer fuera de casa. Y el sitio mejor es la Plaza, la vieja y bella Plaza, donde las cocineras del pueblo, -¡oh la magia de sus gui-sos!- realizan con alarde plausible sus prodigiosos condi-mentos. En la Plaza nos citamos para comer carne frita, molotes, chorizos de Ejutla, atole de granillo… y cuanto

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en esa hora expande su posibilidad, nuestro alegre vivir y cuando calentamos el cuerpo al ritmo delicioso de un buen “pechuga”, también tenemos en la Plaza, a la madrugada, las atenciones generosas de las cocineras que nos dan caldo y “rostros” exquisitos.

¡Noche Buena. Buñuelos. Misa de Gallo. Madrinaje del Niño Dios en las iglesias.

Entonces cantan las amigas de bronce: “campanita menor de voz de niña”… los sones de cuna. También se rompen platos y en las

!estas religiosas tocan las orquestas, en el curso de la Misa, música para baile.

“Esta noche es Noche Buena,noche de comer buñuelos.En mi casa no los hay,por falta de harina y huevo”

Copla de un cantar para los niños pobres. Los otros la ignoraban, naturalmente. Las Madrinas del Niño Dios preparan sus des!les. Las

reuniones se hacen antes de media noche en la casa de la Madrina, donde recibe a sus amistades. De ahí salen en procesión –rebozos de bolita, mantillas sevillanas, abrigui-llos de moda- rumbo a los templos.

Allá va la caravana siguiendo a la Madrina quien lleva en el regazo –bien cubierto- para que no lo lastime el frío, la escultura de un “Niño Dios”, pequeñito, encueradito; re-costado sobre cojín de pochote forrado de raso de seda, le-vantando un piecesito, el izquierdo y la mano derecha con

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el índice erecto. Y sobre la cabeza, a falta del halo de una estrella, lleva !ja una corona de oro tachonada con perlas pequeñas.

A media noche se abren los templos y penetran las pro-cesiones; hay quema de cohetees en los atrios; incienso y mirra aroman el ambiente de las naves. La madrina llega hasta el pie de las escalerillas presbiteriales y entrega al Niño Santo en las manos de o!ciantes. Cantos de cuna en el coro; muchachos que aturden con sus silbatos. Es la úni-ca ocasión en que la iglesia es risueña, jubilosa.

Comienza la Misa de gallo. Sólo un sector social pretende apartarse de la costum-

bre antañona. Cena y baila antes de la Misa de Gallo. Pero los más hilvanados de la vida retrospectiva, a la vida de ayer, van primero a la pleitesía del Niño y después regresan a la !esta.

Hasta el amanecer.

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CARMENES OAXAQUEÑOS

En los Retablos anteriores hablé repetida-mente de los perfumes de "or que fra-gantes envuelven a la ciudad. Tal vez se haya creído que mis a!rmaciones fueron fantásticas. Pero no, por fortuna.

Oaxaca es un jardín, vasto cármen donde hay brotes perennes de capullos y abrir eterno de "ores. Policromía y aroma por todas partes y en todo tiem-po. Es que la primavera se perpetúa en la tierra. Los mira-jes se cambian según la hora, cuando el Sol matiza a mara-villa el tirso. La ciudad está cercada por espesa muralla de parques –huertas privadas- hacia todos los rumbos de la Estrella de los Vientos.

San Felipe del Agua, es el Señorío de las magnolias y de las orquídeas; Huayapam, cantón de los limeros y jazmi-neros; el Marquesado, feudo de los rosedales. La Trinidad, encomienda de las dalias y otros mil encantos en "or. Ex-hibición perenne de belleza, vanidad de altura de pétalos y competencia vigorosa entre las rosas de rancio abolengo: “Manto de oro”, “Príncipe Alberto”, “Rosa Reina”, “Rosa de Italia”,…frente a la expresiva sencillez de la ”Rosa Viche” o de la “Rosa de Castilla”, "ores de la gleba

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Patio de casa habitación

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La Trinidad es también de las proletarias amapolas. En cualquier sitio, desde los patios embaldosados con piedra verde, hasta los humildes rincones de las casas de vecin-dad, hay macetas de donde emerge la vida transformada en corolas, pétalos, pistilos, aromas y lozanía. Tálamos para las mariposas.

Cuando muere la tarde, embriaga el vésper. A esas horas derraman olores de “Jazmín de Huayapan”, la Mosqueta y el soberano señor don “Huele de Noche”.

Triunfal y gallardo yérguese sobre todos el “Jazmín de Amelia”, Romántica "or que humedece con su néctar y embalsama con delicia las cartas que se mandan para las novias.

¡Pasear, vagar, transitar en el instante del ocaso por los jardines, es como realizar un viaje de sensual ensueño, in-citante, amoroso!

El “Llano” se arrebuja en gasa de azur y nos duerme con esencia de azahar. La “Calzada” se pinta de verde oscuro y huele a "oripondio.

¡Vagar!...¡Pasear!...¡Transitar! ante la majestad de lo que se ve, y para perfumar el espíritu en la hora en que las lu-ciérnagas encienden sus farolillos de oro!...

En el verano, los cerros aledaños –murallas del Valle- también son pebeteros y nos ofrecen azucenas blancas en alfombras dilatadas. “Estrellita de la Virgen”, delicadas como un ensueño joven.

Huelen también el toronjil y la yerbanis. ¡Vagar!...¡Vagar!

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ÚLTIMO RETABLO

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CARIÑO A OAXACA(Corrido de Circunvalación)

Mis amigos, “ay” les vael corrido de mi tierraVa tejido en caneváa mano y a la carrera.

Campanas del Carmen Alto,campanas de Catedral, echen un repique a vuelo:la canción va a comenzar.

Oigan atentos, señoreslas melodías oaxaqueñas… ¡Virgen de la Soledad! ¡Santo Señor de las Peñas!

¡Viva Oaxaca de Juárez! ¡Que viva García Vigil! Mi barrio Sangre de Cristo, y las rosas en abril!

Estación del Marquesado por donde voy a llegar…

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Virgen de Piedra en la calle y al fondo, la Catedral.

Palacio de los Poderes de mi Estado Soberano…Plaza de San Juan de Dios. Una iglesia en el costado

En la Alameda de León, un pajarito cantó:“¡Que vivan los de Oaxacaque son puro corazón!”

Por el Rastro de Ciudad,el “Cogollo del Refugio.” A un lado está la Merced,San Pablo y el Instituto.

Palomita pico de oroy piecitos de coral,dile a mi negra bonitaque deje su palomar.

¡Ay Llano de Guadalupeo de Netzahualcóyotl! A la sombra de tus mangos me topetié con mi amor.

Calzada “Por!rio Díaz”,yo jalo pa’ San Felipe; voy a buscar una noviaque me quiera y me platique

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Vámonos para el Peñasco; yo voy a Rancho Quemado, regreso por el Calvarioy rumbeo pal Marquesado.

Una calandria decíade paso para el Mercado:-Dame una horchata, María, con “huacamote” picado.

Membrillos del Marquesado,rosas de la Trinidad;téjate en Santa Lucía y caña de Zimatlán.

Yo me voy para Oaxaca, jineteando en un avión. y estoy vislumbrando el campo a la espalda del Panteón.

Ya Catedral dio las dos; ya nadie me necesita.voy a tomarme un “cedrón” a casa de Fidelita.Toquen, toquen campanitasque ya salió la calenda; viene del barrio del Polvo. ¡A ver quien quiere contienda!

¡Ay pilita de las Nievescantadora y cristalina!

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Son las ocho de la noche;estoy silbando en la esquina.

Ya me voy para allá abajo,ya me voy a Monte Albán.¡Puente de Por!rio Díaz, no te vayas a cuartear!

Esta noche nos veremoscuando toque la retreta:si te chi"o por la calle, tu te asomas por la puerta.

Esquina de Cinco Tiendas, frontera del Patrocinio;vámonos a Jalatlaco a trovarle a !el cariño.

Lunes del Cerro, "orido.Mangos verdes y granadas, tamales, atole de olla, aguas frescas y empanadas.

Ya con esta me despido;del Zócalo, ya me voy.Adiós! Les digo, muchachas,desde el sitio donde estoy…

Y aquí se acabó el libroY el corrido

“Cariño a Oaxaca”.

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Novia cordial ……..……..........……….........…………….

En la ruta …………………………………………………......

Canción de Torrentes………………………………………

¡Antequera! ¡Antequera! ...........................................

Tradición del Santuario …………...………………………

La chinaca María …………………..……………………….

El tianguis ……………………………………………………..

Casa de estudios …………...……………………………….

Joyas en cantera …………...……………………………….

Campanas de mi tierra …..………………………………..

Plateros y alfareros ……………...…………………………

Cuaresma …………………..…………………………………

Lunes del cerro ………….…………………………………..

De Profundis ………...………………………………………

¡Alabado sea Dios! .....................................................

Fiesta titular …………………….…………………………..

Noche de rábanos ………….....……………………………

Cármenes oaxaqueños ………......……………………….

Cariño a Oaxaca ……………....……………………………

ÍNDICE

05

11

19

27

33

41

47

53

61

67

73

79

87

93

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ACABE DE ESCRIBIR ESTE LIBRO EL DIA 17 DE ENERO

DE 1938. SALIO DE LAS PREN-SAS EL DIA 3 DE JUNIO DELMISMO AÑO. LO DECORAN

MADERAS DE CARLOSMARIO RAMIREZ DE

AGUILAR RUIZ.

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