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IV ENCUENTRO HACIA UNA PEDAGOGÍA EMANCIPATORIA EN NUESTRA AMÉRICA17, 18 y 19 de septiembre 2018 – Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. Av Corrientes 1543, Ciudad de Buenos Aires.
Todxs somos editorxsExperiencias de trabajo horizontal en el Taller Colectivo de Edición
Mesa temática: Educación en contextos de encierro
María José RubinFFyL-UBA
RESUMEN
Reflexionaremos sobre la experiencia desarrollada por el Taller Colectivo de Edición
(TCE) y su producción: las revistas La Resistencia y Los Monstruos Tienen Miedo, en los
centros universitarios de Devoto y Ezeiza, dentro del Complejo Penitenciario Federal de la
CABA y el Complejo Penitenciario Federal I de Ezeiza, respectivamente. Desde hace nueve
años, y más recientemente como parte del Programa de Extensión en Cárceles de la FFyL
(UBA), el TCE busca habilitar un espacio y una práctica que recuperen las experiencias, los
saberes y la capacidad crítica de los talleristas para constituir un colectivo editor con miras a
la publicación de las revistas. La gran mayoría de los integrantes no accede al ámbito
universitario en calidad de “herederos” (Bourdieu y Passeron, 2003), sino que su génesis es
paradójica: el “origen social” de estos sujetos, “el hábitat y el tipo de vida cotidiano que le está
asociado”, resultaban tan desfavorecedores para el acceso a la universidad que, finalmente,
terminaron conduciendo a ella por una vía imprevista; estos sujetos han accedido a la
universidad a partir de su condición de presidiarios. En este marco, la lógica horizontal y
colectiva del TCE cobra una importancia capital: partiendo de la pregunta por la posibilidad
de integrar una identidad colectiva en un medio en el que la permanencia es temporal, se
contrapone a los procesos de infantilización, la “pedagogía de la irresponsabilidad” (Segato,
2003) y la verticalidad del ámbito penitenciario, proponiendo un funcionamiento que no
jerarquice ni cristalice los roles requeridos por la tarea editorial.El trabajo se presentará
escrito en esta plantilla, sin modificar el formato (tipo, color y tamaño de letra, espaciado,
disposición del texto, etc). Para ello se puede escribir directamente sobre la plantilla o en
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DESARROLLO
IV ENCUENTRO HACIA UNA PEDAGOGÍA EMANCIPATORIA EN NUESTRA AMÉRICA17, 18 y 19 de septiembre 2018 – Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. Av Corrientes 1543, Ciudad
de Buenos Aires.
En la presente reflexión tomaré como eje para el análisis las condiciones de acceso a la
Universidad y al conocimiento en el contexto del Taller Colectivo de Edición (TCE) del que
formo parte desde 2013. Para delinear a grandes rasgos las especificidades de este espacio,
diré solamente que se trata de un curso extracurricular de frecuencia semanal, dictado en el
marco del Programa de Extensión en Cárceles (PEC) de la Facultad de Filosofía y Letras
(FFyL) de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Desde 2015, además, ha incursionado en
la muy desafiante aventura de transformarse en materia: Edición de Publicaciones
Orientadas a la Comunicación Comunitaria, como parte del plan de estudios de la
Diplomatura en Gestión Sociocultural para el Desarrollo Comunitario, formulada por el PEC
como modo de articular los distintos talleres extracurriculares, lograr un mejor
posicionamiento institucional ante el Servicio Penitenciario Federal (SPF) y de proporcionar a
los estudiantes una alternativa de mayor jerarquía académica que, sin embargo, permanezca
accesible a quienes aún no han alcanzado el nivel universitario.
Las actividades del TCE iniciaron en el Centro Universitario Devoto (CUD) en 2008 y
desde entonces publica cada cuatrimestre la revista La Resistencia, que actualmente es una
de las publicaciones de la Facultad y se distribuye bajo su sello editorial de forma gratuita. Lo
mismo vale para Los Monstruos Tienen Miedo, la revista que se realiza en el Centro
Universitario del Penal Federal n.º 1 de Ezeiza desde 2013.
Como mencioné anteriormente, en tanto curso extracurricular o materia de Diplomatura,
una particularidad destacable del TCE en términos de acceso a la educación universitaria es
que se encuentra disponible para la población de los penales donde se dicta con menores
restricciones que materias del Ciclo Básico Común (CBC) de la UBA o, desde luego, en
comparación con materias de las carreras que tienen presencia en los penales. Esto supone,
por un lado, que el TCE es una puerta de ingreso al ámbito universitario (el CUD).
Una de las herramientas principales para convocar nuevos integrantes es la propia revista
impresa. Los itinerarios que describe, de mano en mano, al interior de la institución
carcelaria, permiten que muchos lectores se interesen en la posibilidad de convertirse en
participantes activos. La llegada al taller, sin embargo, también puede responder a cuestiones
más generales, no relacionadas de modo directo, en principio, con la actividad concreta que
realizamos. En 2015, con motivo del 30o aniversario del CUD, decidimos publicar respuestas
de los estudiantes de carreras y cursos extracurriculares a la pregunta de cómo o por qué
habían decidido acercarse al espacio. Las réplicas que llegaron hablan de un deseo de “salir”
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de los pabellones y su atmósfera opresiva y violenta, de una búsqueda de “libertad” o, al
menos, de un espacio “diferente” para habitar.
Muchos de los estudiantes que inician su actividad en este y otros talleres
extracurriculares conocen el espacio y sus modos diversos de funcionamiento respecto de la
lógica carcelaria y a raíz de esta interacción es que se informan sobre las propuestas de
Educación Superior disponibles y se interesan por emprender sus estudios universitarios. No
cabe duda de que, en su gran mayoría, el estudiantado del CUD no forma parte del grupo
privilegiado de “los herederos”, en términos de Bourdieu y Passeron (2003), sino que se trata
de estudiantes universitarios con una génesis paradójica: como una vuelta de tuerca
adicional al caso de las clases bajas a las que refieren los autores citados, el “origen social”
de estos sujetos, “el hábitat y el tipo de vida cotidiano que le está asociado” (2013: 26),
resultaba tan desfavorecedor para el acceso a la universidad que, finalmente, terminó
conduciendo a ella por una vía imprevista; estos sujetos han accedido a la universidad a
partir de su condición de presidiarios y, en la gran mayoría de los casos, se desprende de sus
biografías que, de haber permanecido en el medio libre, seguramente no habrían completado
siquiera el nivel de enseñanza obligatorio.
Como consecuencia de ello, además de un trabajo de “alfabetización académica”, también
hay un fuerte acompañamiento en cuanto a la “socialización académica”: el aprendizaje
respecto de los comportamientos y tipos de relaciones que allí se establecen es parte
fundamental de la experiencia de acceso a la universidad. Este procedimiento tiene la
particularidad de que es acompañado tanto por los docentes que, especialmente en el caso
de los extracurriculares, tenemos plena conciencia de que los estudiantes primerizos
incursionan en un espacio que les resulta muy ajeno en un primer momento, sino también por
otros estudiantes que, en los talleres, conviven con los recién llegados. Así, estudiantes con
varios años de trayectoria académica guían y asisten a los no iniciados para que puedan
comenzar a desempeñarse en el espacio, tanto en términos infraestructurales (dónde se
encuentra la biblioteca, dónde el área de asesoría jurídica, cómo se accede a la sala de
computación) como administrativos (cómo inscribirse a una carrera, qué documentación
presentar y cómo solicitarla), pero también en la relación con el propio SPF (cómo afrontar
irregularidades en el acceso al espacio desde los pabellones, cómo dirigirse a los empleados
del servicio para lograr el acceso y no una sanción, cómo informar a los docentes si no logran
resolver estos inconvenientes). Esta socialización, sin dudas, es clave para la permanencia
en el espacio: en términos materiales, el acceso al espacio del CUD es una conquista diaria.
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El TCE es, además del nombre de un curso extracurricular, un colectivo editor que se
desempeña con la vocación de llevar adelante una práctica horizontal, que permita a los
compañeros inscritos en el curso tanto como a las coordinadoras (en este momento, todas
mujeres) participar en un pie de equidad de la formulación y confección de la revista, sin por
ello dejar de atender a los límites de estas posibilidades. Estos límites están dados por
diversos factores. Uno de ellos es, sin duda, la institución penitenciaria que nos enmarca y
las muchas implicancias que esto conlleva. Por un lado, la propia lógica punitiva e
infantilizadora según la cual funciona se enfrenta de manera directa a nuestra práctica, pero
también es la que le otorga toda su potencia emancipadora.
Establecer un modo de trabajo horizontal y colectivo en este marco es un desafío que se
renueva a cada semana; a veces, podría decirse que a cada instante. No se trata, dicho
burdamente, de “vigilar” el funcionamiento de un grupo: esto, en un sentido, se parecería
bastante a imponer una lógica de forma vertical y no rompería verdaderamente con las
dinámicas jerárquicas arbitrarias que buscamos desarticular. En cambio, se trata de una
reflexión constante y explícita, compartida, que no solo “evalúe” formas de trabajo, sino que
permita a todos y todas quienes participamos del taller tener voz y voto respecto de cualquier
instancia de decisión que se presente y sea puesta a discusión. Esta lógica tiene lugar
también en el marco de la materia de Diplomatura que, si bien involucra instancias de
aprendizaje teórico ceñidos más estrictamente a una currícula (algo que no necesariamente
se presenta en la modalidad de taller extracurricular), preserva el funcionamiento del
colectivo editor en todo lo relacionado con las decisiones y reflexiones con vistas a la
publicación de la revista.
La propuesta de un trabajo horizontal tiene un sentido muy particular en el contexto
carcelario: fue diseñada y sigue siendo repensada en este marco, en un movimiento de
“territorialización de la universidad”, tal como caracterizan Trinchero y Petz (2015: 143) la
experiencia del CIDAC. El trabajo en contextos de encierro supone atender a particularidades
que complejizan el hacer pedagógico: el carácter temporal de la permanencia en la
institución, su relativo aislamiento respecto del medio libre y el valor estigmatizador del paso
por estos ámbitos son circunstancias que nos sitúan ante sujetos que generan vínculos de
pertenencia con una configuración de la institución universitaria que resulta única por sus
características. ¿Cómo lograr que esta experiencia pueda tener continuidad en el medio libre,
luego del egreso, y que no se convierta, por el contrario, en una experiencia intraducible que
se clausure en el momento de la recuperación de la libertad ambulatoria?
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Esta pregunta, que nos acompañará siempre en nuestro trabajo, es también una pregunta
por la permanencia en el ámbito académico, que para los estudiantes del CUD no está
escindido de la institución carcelaria, sino que se le opone desde el interior, pero que en el
medio libre poco tiene que ver con esta circunstancia. Con el foco en esta “problemática
socioterritorial” tan particular, que requiere del “tratamiento de demandas exteriores a la
lógica académica”, es que pensamos la “interfase de articulación de la universidad con el
ámbito comunitario” considerada como “una serie de movimientos tanto a nivel comunitario
como al interior de la universidad” tendientes a “promover y construir dispositivos de
producción de conocimiento que habiliten su construcción colectiva, lo que da lugar a un
trabajo dinámico, participativo, integrador con las poblaciones locales”.
Con este horizonte es que surge la figura de los coordinadores internos, estudiantes que
tienen la responsabilidad de elaborar los listados de inscriptos, disponer de los elementos
necesarios para cada clase, sostener el espacio en términos infraestructurales y
administrativos. De esta manera es que la Universidad también es partícipe de un proceso de
“ampliación de derechos ciudadanos”, que no solo suponga el acceso como acto de ingreso a
la Educación Superior, sino también la co-construcción del espacio universitario por
educadores y educandos.
Más aún, así como el deseo de libertad es uno de los factores que incita a la participación
en el CUD, también existen experiencias como la redacción de la Ley de Estímulo Educativo,
que surgió en el propio centro universitario de la pluma de estudiantes de Derecho que en
ese momento cumplían su condena y estudiaban en el espacio. Resulta claro que la potencia
emancipadora del espacio ha permitido que los sujetos “resignifiquen su manera de estar en
el mundo, de intervenir en el mundo” (Duhalde, 2008: 209) hasta el punto de lograr un nuevo
estímulo para el acceso a la Universidad (uno que, lamentamos recordar, ha sido modificado
perjudicialmente en 2017 con la reforma de la Ley 24.660, de ejecución penal).
Este modo de hacer cuenta con su correlato en la publicación de las revistas elaboradas
en el marco del TCE. Los saberes de los sujetos respecto de su entorno, sus experiencias en
contextos de encierro, en poblaciones marginadas, su encuentro con el Estado solo como
maquinaria represiva, su testimonio: todos estos elementos ocupan el lugar central y son la
guía que acompaña el trabajo editorial colectivo y horizontal que da origen a cada nueva
edición de las revistas. Se construyen así saberes en diálogo entre educadores y educandos
que se sustentan en la noción de “docencia con discencia” (Freire, 1997, citado en Duhalde,
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2008: 205) que tiene como condición necesaria un posicionamiento de “respeto por los
saberes de los educandos” (2008: 207), en clara oposición con la lógica “bancaria” que
caracteriza al tratamiento penitenciario (el sistema de objetivos y calificaciones al que se
somete a los sujetos privados de su libertad ambulatoria).
CONCLUSIONES
Constituidos como “sujetos de la práctica” (2008: 210), el diálogo de educandos y
educadores del TCE, que nos denominamos compañeros y compañeras talleristas, ha
demostrado una y otra vez su potencial emancipador. No obstante ello, somos conscientes
de los límites y las paradojas que este posicionamiento conlleva: no podemos dejar de lado
las implicancias de las diferencias de clase, de la carga del espacio áulico y de otras
condiciones que tienden a reinstituir constantemente la asimetría entre coordinadoras y
talleristas, docentes y estudiantes. A nuestro rescate llega siempre la escucha, el momento
de incertidumbre en el que nos negamos a decidir o a indicar la dirección que habrá de tomar
el taller. El hacer silencio para poder oír la palabra del otro, que siempre llega.
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