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melusina [sic] propone al lector una serie de refle- xiones concisas, contundentes y microcósmicas sobre los aspectos básicos de la condición contem- poránea. Otros títulos de la colección: Introducción a la cultura japonesa Hisayasu Nakagawa Ius Migrandi Ermanno Vitale La clave celeste Leszek Koéakowski Heidegger en la tormenta Marcel Conche Flor de farola José Antonio Millán El volcán Antonio Moresco La loca historia del mundo Michel Bounan

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Page 1: Ius Migrandi La clave celeste é - melusina.com · Así que yo también, con la ingenua impresión de que ello beneficia a mi rela-to, tarde o temprano recurriría a aquellos artifi-marzo

melusina [sic] propone al lector una serie de refle-xiones concisas, contundentes y microcósmicassobre los aspectos básicos de la condición contem-poránea.

Otros títulos de la colección:

Introducción a la cultura japonesaHisayasu Nakagawa

Ius MigrandiErmanno Vitale

La clave celesteLeszek Koéakowski

Heidegger en la tormentaMarcel Conche

Flor de farolaJosé Antonio Millán

El volcán Antonio Moresco

La loca historia del mundoMichel Bounan

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Patrik Ourednik

Instante propicio,1855

Traducción de

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Título original: Príhodná chvíle, 1855.

© Patrik Ourednik

© De la traducción del checo: Kepa Uharte

© Editorial Melusina, s.l., 2007www.melusina.com

Diseño gráfico: David Garriga

La traducción de esta obra ha recibido una subvención del ministerio de Cultura de la República Checa

Reservados todos los derechos de esta edición.

Depósito legal: B. 35.867-2007isbn-13: 978-84-96614-16-1isbn-10: 84-96614-16-6

Printed in Spain

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Marzo de 1904

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Señora, por mucho que me repela la idea de subor-dinarme a su capricho después de tantos años, nohe hallado en mí el valor de oponerme a ello y no mequeda otra que someterme, no obstante haber ac-tuado así en perjuicio de mi reputación. Satisfa-cerla a Usted significa acusarme de mi amor porUsted, de aquel arrebato pasajero, la ocultacióninvoluntaria de los sentidos que hace menos con-vincente todo lo que jamás declaré y profesé; y apesar de saberlo, en su egoísmo me pide Usted unasinceridad que no podría expresarle a nadie más.Puesto que si durante mi vida me resistí a su Diosy sus perversas exigencias, si me resistí a la esclavi-tud y a la frivolidad, si me enfrenté siempre concalma y firmeza a la burla y a la vileza humana, mibatalla con el amor la perdí; y aún más, mi amorestaba encarnado en Usted, mujer indecorosa desentimiento auténtico. Todavía hoy, cuando enUsted no encuentro nada que valga la atención,

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cuando me quedo atorado de haber podido amar-la jamás, aún hoy una palabra de sus labios medeja indefenso, de rodillas, y me devuelve a mistiempos de inmadurez y tanteo juvenil, a épocaspasadas recientes y remotas, al estudiante impúberque cumplía órdenes e instrucciones que no en-tendía. Pero el estudiante finalmente se alzó y sedecidió a no subordinarse más que a lo que se lemostraba coherente y bueno, mientras que elhombre maduro toma en la mano la pluma y seapresura a satisfacer la vanidad de Usted.

Desea Usted que le relate «la novela de mivida», ¡ya hace tanto que no nos vemos! Pero mivida, señora, no es una novela que pudiera hacerencuadernar con tapas y colocar en la biblioteca amerced del moho y los dedos arrugados de susamigas. Mi vida es mi obra, que a pesar de hosti-lidades y burlas construí en el lejano Brasil, mivida y mi obra son una sola cosa. Mi obra, auntorpe, frágil e inacabada, era necesaria; mi vidapor tanto no ha sido en balde.

¡Una novela! Las páginas que he decidido pu-blicar por esta vía no son, señora, una paráfrasisde la realidad, sino la memoria de una personadesconocida. Pronto entenderá por qué hablo deuna persona desconocida; pero antes precisemos aqué llamamos memoria, que la teoría literariaconvierte tan estultamente en plural, como si unamemoria fuera poco, como si la memoria fuera

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únicamente el susurro de una caña de azúcar alviento y como si multiplicándola surgiese algodigno de anotar. No tengo en mente, señora, so-meterme a los cánones de la literatura actual, quepide de los autores amenas monstruosidades na-cidas de su intimidad; tampoco me propongo so-meterme a los que se llaman críticos literarios,benedictinos de la vanidad y la superficie resbala-diza, que en los libros buscan sólo frases que lespermitan castrar la verdad, atenuar la luz bajo lamanta de la moda de la psicología moderna y lasciencias literarias.

Cierto es, atrapado en las redes, el ser huma-no acude al compromiso y los placeres. No soymás resistente que los demás: yo también tenderíaa concebir escenas que sacudieran mi conciencia,tal como suelen hacer los escritores cuando quie-ren llamar la atención sobre algo que les pareceimportante en el relato. Introducen sus historiasen la forma para poder informar sobre las cosas; yalos antiguos griegos opinaban que sólo así se pue-de abordar al ser humano en los dominios pen-santes del alma. Es un vicio barato y penoso —¿porqué motivo lo escrito hábilmente se escucha conmás atención que lo hablado sin habilidad?—, perola gente, por desventura, lo pide; y la gente de sumundo doblemente. Así que yo también, con laingenua impresión de que ello beneficia a mi rela-to, tarde o temprano recurriría a aquellos artifi-

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cios ridículos a los que los lectores en su desatinotanta importancia otorgan: al discurso directo eindirecto (¡qué extraño, hablar en discurso indirec-to!), a alegorías e hipérboles, a enredos y anécdo-tas, a la ironía y al escarnio, a las anáforas y lítotesen las que usted era tan diestra. Echaría mano detodas estas minucias en nombre de mi pasadoamor por usted; y porque la gente, por desgracia,lo demanda. El destino y la casualidad, sin em-bargo, decidieron preservarme de ello; y si me per-mito artificios parecidos en esta carta, que consti-tuye la introducción de mi propio relato, sepa queserá involuntario.

Mi obra es mi vida; pero puesto que la vidadura años, mientras que la obra tan sólo un ins-tante, procuraré precisar por qué derroteros se di-rigió mi mente. Luego cederé la palabra a otro.

No evito la escritura tanto como la literatura.En la escritura está la verdad, en la literatura lamentira. El que escribe estudia sus entrañas ybusca las palabras; el escritor las acumula. La lite-ratura es la manera de no tener que enfrentarse ala escritura, de propagar mentiras con impuni-dad. No hay nada que más teman los escritoresque la escritura; y anhelando huir de ella, buscanrefugio en la literatura enredando intrigas e intri-gándose en enredos necios. Las palabras les sontan indiferentes como los ladrillos a un albañil,las figuras para ellos sólo son recipientes vacíos

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en los que introducen pasión falsa y sentimientosespurios.

Porque sólo el que ha vivido su vida puede in-suflarla a las palabras. Yo viví esto y aquello y en-contré el sentido de mi vida, encontré tambiénsus límites; sin embargo, los límites son móviles,mientras que el sentido es eterno.

Jamás, señora, deseé convertirme en escritor,ser de los que reemplazan las acciones con pala-bras, de los que se retiran al mundo de la retóricapara encubrir su cobardía, demasiado débiles eimpotentes para enfrentarse a ella con la miradadescubierta, demasiado hipócritas para permitir-lo, sea fugazmente, sea sólo por distracción. ¡Pala-bras! Mi amor por Usted era ilimitado; recuerdeaquel día de septiembre en que le dije —con lavoz exaltada y lágrimas en los ojos—: Mi amor porusted, Julie, es ilimitado. ¿Cuánto más fuerte seríami amor si en lugar de con unas simples palabrasle recitara mi confesión en alejandrinos? ¡Quécriatura superficial es el ser humano! En absoluto,mi amor no podía ser más fuerte; y habría muer-to de regocijo en el acto si su respuesta hubierasido otra. Pero es probable y trágico que mi amorle hubiera parecido más fuerte si lo hubiera reves-tido con versos y, por tanto, la hubiera —¡qué pa-labra tan monstruosa!— informado de él. ¡Pala-bras, palabras, palabras! En las profundidades dela noche a veces me pierdo en un sueño delirante:

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que un día las personas prescindirán de todas laspalabras y hablarán únicamente con su mirada,en un amor y clemencia infinitos, con la com-prensión mutua de seres libres.

ii

Nací el día en que, en un ataque sangriento en elTrocadero, fue reprimida la revolución española.Mi madre servía en casa de un abogado genovésque la había dejado en estado de buena esperanza.Tras el parto la volvió a enviar a Pisa, de dondeera originaria, con la promesa de proveer a su hijonatural. Mantuvo su promesa; mi madre recibíaregularmente dinero para mi educación y estu-dios. Pero ni siquiera más tarde manifestó el de-seo de conocerme.

Nunca oculté mi origen bastardo; al contrario,encontraba en él otra prueba de lo ridículo que esdividir a las personas en clases, y lo ridículos queson los que sueñan con establecer una sociedad sinclases por la vía de la dictadura, con la ingenuaidea de que basta con aprobar una ley para que lagente niegue en sí misma el sentimiento de exclu-sión social. Ni por el precio de un millón de muer-tos se logrará que un aristócrata jactancioso dejede limarse las uñas y hacer muecas ante el espejo,que un lelo enriquecido deje de apreciar su estupi-

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dez, que debe a su riqueza, que un erudito me-dio analfabeto deje de alardear de sus memecesmedio analfabetas. ¿Transformar el mundo? ¿Noaprendimos de la Revolución Francesa? Sólo exis-te un camino para crear tal vez no una sociedadigualitaria pero sí fraternal: unirse con los quepiensan igual y voluntariamente construir un nue-vo mundo lejos del viejo, un mundo sin pasado nirencor; y éste —¡tal vez!— con su mera existencia,su amor por la paz y su dignidad, gradualmenteinfluirá en los demás. No está descartado que jus-tamente esto fuera lo que soñaron los cuáqueroscuando marcharon al Nuevo Mundo. Pero suanhelo fue inútil en su mismo germen, porque sellevaron consigo a su Dios, aún más despiadadoque aquél al que adoraban sus padres. Su anhelofue inútil en el mismo germen, porque su deseoera vivir libres de la esclavitud. Y en la esclavituddel alma, a la que se aferraban tan esencialmente,exterminaron a los indígenas y trajeron de tierraslejanas a esclavos del cuerpo. Tantos esclavos ten-gas, tantas veces Dios te ha mirado con afecto, ésteera su credo.

Tras los estudios en Pisa y en Perugia, obtuveel diploma de sangrador y veterinario y me mudéa Génova; ahí, como sabe, me matriculé en los es-tudios filosóficos, que terminé en Lyon. Cuatroaños más tarde, el destino me llevó a Ginebra yun año después a Viena, donde la conocí a Usted.

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Del año y medio que pasé ahí sabe tanto comoyo. Desde Viena primero recalé en Túnez con eldeseo vago de olvidarme de Europa, pero las mi-serables condiciones vitales pronto me forzaron avolver a Italia. Me establecí en Cuneo y comencéa ejercer la práctica veterinaria. Los siguientes me-ses, lo reconozco, los pasé sufriendo tormentos;su rechazo me abrasaba como hierro candente.¿Por qué no llegamos a encontrar el camino eluno hacia el otro, a pesar de mi voluntad y, osoafirmar, a pesar también de su apego por mí?¿Qué nos separó? ¿Qué hace a una persona ser tanobstinada, tan inaccesible? ¿Cómo es posible quela gente no se aproxime más? ¿Por qué el deseonatural humano es tan a menudo desperdiciadopor las normas y los automatismos que consenti-mos, títeres inertes repletos de serrín y ductilidadservil? ¿Cómo es posible que las personas no seancapaces de escucharse, que cada conversación sólosea la simulación de una opinión, una secuenciade reflejos estúpidos y habituales que no tienenabsolutamente nada en común ni con la razón nicon el sentimiento? No hablo de las convencionessociales, en sí mismas son intrascendentes; hablodel pequeño anhelo de libertad de las personas.¿Por qué la gente teme tanto la libertad?

¡Ay! ¿Por qué escribir sobre la libertad a unapersona que vivía sólo para sí misma? No está Us-ted desprovista de sentimiento ni de inteligencia,

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de ello tuve la oportunidad de convencerme mu-chas veces. ¿Pero de qué le sirve el sentimiento yla inteligencia? A menudo charlamos juntos sobreel Siglo de las Luces, sobre lo que los franceses lla-man Lumières, los alemanes Aufklärung, los ingle-ses Enlightenment. Voltaire, Diderot, Rousseau...El primero le fascinaba, el segundo la inquietaba,el tercero la emocionaba. ¡Y qué! Usted, señora,habría querido la Enciclopedia en su biblioteca yel Código Penal en el salón de lectura pública;pan para todos, pero los vestidos de baile sólopara Usted; amor libre en los libros pero un mari-do en la vida. Profesa una vida digna pero teme lamuerte.

¿La filosofía? ¡La belle affaire! Lo que hoy lla-mamos luz de la humanidad quizá fueran mechas,pero no antorchas; eso se puede ser sólo a títuloindividual y, únicamente, si se está dispuesto a vi-vir la propia verdad a despecho de los ídolos queadora esa multitud obtusa a la que llamamos so-ciedad.

¿Pero puede la verdad humana ocultarse enlos libros? ¡Escritos! ¡Tratados! ¡Comentarios! Li-bido sciendi, dice usted; y yo le respondo: Libidodominandi. Escribir libros es sólo otra manera desubyugar al prójimo, imponerle la propia volun-tad, engañarse con respecto a la pequeñez e in-significancia de uno, alejar la última noche de insomnio antes de la muerte. Hasta el último

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botánico, que se ocupa de los secretos de la natu-raleza, tarde o temprano empieza a verse a sí mis-mo como un conocedor del universo, convencidode que ha captado algo, y a ese algo le llamará or-den; e impondrá su orden a todo el mundo. Ladoxa, señora, conduce sus pasos, y no la episteme.En las obras de los filósofos y los sabios encontra-mos siempre lo mismo, el deseo de despojar al lec-tor de su libre albedrío en nombre de tal o cualídolo, de la libertad de su interior humano ennombre de una libertad más suprema y formal.No, señora, aunque concedo que en los libros en-contré ideas, estímulos, embriones de mis poste-riores opiniones, nunca encontré en ellos una guíapara la felicidad. La ciencia y la filosofía no pue-den llevar a la libertad. La libertad es fruto de lapasión, en absoluto de la razón; la pasión es undon de la naturaleza, no de la civilización. La li-bertad nace de nuestra inocencia, que la ciencianos ha robado.

Hace dos mil quinientos años que los doctosperfeccionan sus teorías, indagan siempre en nue-vas experiencias, prometen un mundo mejor, peroel mundo cada vez es más incomprensible y dolo-roso. ¿Por qué? La respuesta es tan sencilla que nosnegamos a aceptarla: porque nunca se deshicieronde sus prejuicios, porque reconocen sólo lo que seincorpora a su «orden natural», que heredan de ge-neración en generación. Éste sin duda puede acep-

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tar una excepción, una desviación, una anomalía,pero en ningún caso acepta la alteración más in-significante de «la índole natural» de las cosas. ¡Ay!¿Qué hay de natural en que una persona pasehambre, asesine, saque provecho de la desgraciaajena, copule sólo con el consentimiento de la co-munidad, sucumba a ídolos? Sí, el ser humanopasa hambre y asesina, dicen; llevemos a cabo unareforma para que pase hambre sólo si eso tiene unsentido superior y asesine sólo si beneficia al Ideal.Hagamos que pueda divorciarse y volverse a casar(¡cuánta libertad!), que pueda escoger entre unídolo u otro (¡cuánto progreso!). Mire a su alrede-dor: es como si el crecimiento del mal humanofuera proporcional a la cantidad de reformas pro-puestas. Guerras, miseria, confusión y desespera-ción. Es necesario, dicen los filósofos políticos, re-organizar el Estado, la Iglesia, la Administración,la artesanía, la ciencia. ¡Reorganicemos! Y oculté-monos la realidad de que dos mil quinientos añosde reformas no han dado nada y que ya es hora decompensar la reorganización con desorganización.A este conocimiento se llega incluso sin estudiosde filosofía política; basta vencer los propios pre-juicios. ¿Me pregunta qué significa desorganiza-ción? Contesto: abrir a las pasiones humanas nuevoscaminos. Despertemos en las personas el rechazo a lavida en matrimonio, en el hogar, en la ciudad, enla civilización; y sentirán un placer vertiginoso por

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el hecho de que pueden residir libremente con se-res cercanos en cualquier lugar del mundo en quela tierra les dé de comer. La libertad sustituye a laesclavitud; la colectividad al asesinato, los celos yla envidia. ¿Acaso la libertad es menos apasionadaque la muerte?

La humanidad no consiguió aprender nadamás de la Historia. Et pour cause: las revueltas con-tra la sociedad que tuvieron lugar fueron llevadasen nombre de Dios, uno diferente, mejor, más au-téntico e infalible. El ser humano fue sacrificado ensu altar sangriento. ¿Disturbios campesinos? Claro,el hambre saca a los lobos del bosque. Echadlesalgo que llevarse a la boca y os lamerán la mano.

¿La Revolución Francesa? ¿Cuál? ¿La que fuegénesis de la Declaración de los Derechos Huma-nos y Civiles? No, ni con esto pueden identificarse.¡La nación soberana! ¡Una propiedad intangible ysagrada! El derecho primero, segundo, tercero.¡Derechos! ¿Con qué derecho pretende alguienotorgar derechos?

El ser humano nace libre, pero en todas partesestá encadenado, dice Rousseau. Por supuesto. ¿Yqué más? El establecimiento del nuevo orden, la ti-ranía de la plebe. Estúpidos sanguinarios que se afe-rran a cualquier pretexto, porque les falta todo mo-tivo, matones que aseguran que quieren eliminar alenemigo de la humanidad cuando en realidad ma-sacran a los mejores de entre sus filas, ladrones que

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saquean la propiedad pública en nombre de losbienes nacionales, incendiarios que hablan de de-fensa nacional y causan estragos en el país. Los úni-cos no hipócritas de la época eran los borrachos: de-claraban que tenían sed y encontraban todos losbarriles. Respetemos a los borrachos por su honra-dez y vigilemos a los asesinos, para quienes la revo-lución es el lema. Apreciemos a los borrachos por supaso incierto; quien se tambalea, no asesina.

¿Qué más nos trajeron las reformas? ¿Asisten-cia escolar obligatoria? ¿Para qué? ¿Para que la ple-be adopte la filosofía de los burgueses? ¿El amorpor la propiedad, la veneración por el orden y elodio a todo lo que les excede, a lo más auténtico ya lo más genuino? ¿Acaso alguna vez la educaciónha hecho más humanas a las personas? ¿Mejores,más sensibles, más perspicaces? La peor ignoran-cia, ¿no está acaso tejida de pedazos disparatadosde conocimiento, tamizados por tal o cual institu-ción? ¿Iglesia, Estado, revolución, monarquía, ti-mocracia, democracia? La asistencia obligatoria ala escuela es la mejor manera de multiplicar las fi-las de tontos. No obliguéis a nadie a ir a la escuela;que se matricule solo o prescinda de ella. No deisa las personas derechos obligatorios. No les deis de-rechos ni obligaciones. Dadles libertad.

¿Por qué debería hacer sacrificios a los ídolosde mi tiempo, de mi generación, de mi nación?Sólo hago ofrendas a un único dios: al mío. Pre-

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gunta Usted cómo lo puedo distinguir de los ído-los. De una forma bastante sencilla: los ídolos sonobra de la sociedad, a mi dios lo escogió mi con-ciencia. Mi dios no depositó en mí más obligacio-nes que dormir, velar, trabajar, comer, beber, defe-car, amar, pensar. A los ídolos hay que sacrificarlesla conciencia y la voluntad. Los reconocerá fácil-mente, proclaman una virtud, el atributo más mez-quino del que el ser humano es capaz: la sumisión.¡Y ahí no acaba! El sacrificio de nuestra vida espoco para ellos; quieren de nosotros que sacrifique-mos también las vidas de otros. Ora en nombre deun dios sanguinario ora por el honor de un rey,hoy en el altar de la patria, mañana en el nombrede la raza o de la civilización. Los ídolos alternanlos nombres igual que Usted los zapatos: ayer unode ellos se llamaba Prusia, hoy se llama Alemania;ayer pedía la muerte de un bávaro, hoy reclama lade un francés. En algunos lugares se llama Na-ción, en otros Intelecto o Voluntad Popular. Losídolos tienen decenas y centenas de nombres, elmás sincero de ellos reza: ¿Qué pensará el vecino?Tienen decenas y centenas de nombres, pero unsolo deseo: matarnos, aniquilarnos, eliminarnos,aniquilarnos, convertirnos en nada.

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