itinerario de la experiencia trinitaria en el bautismo
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Es un itinerario sobre la experiencia del Dios trinitario que debiese darse al interior de la Iglesia cuando participamos de las actividades de pastoral y catequesisTRANSCRIPT
Itinerario de la experiencia
trinitaria en el bautismo-
crismación
SAMUEL NICOLÁS VITRERAS LEALBachiller Canónico en Teología
Pontificia Universidad Católica de Valparaí[email protected]
El autor, Francisco Taborda, S.J., es doctor en Teología en la
Westfälische Wilhelms Universität Münster (Alemania), licenciado en
Filosofía por la Facultad Católica de Rio Grande do Sul y profesor
emérito de Teología en la Facultad Jesuita de Filosofía y Teología. Belo
Horizonte (Brasil). Pertenece al grupo de asesores científicos del Mack
Pesquisa (Fondo Machenzie de Investigación) del Instituto
Presbiteriano Mackenzie y es miembro del Consejo de Belo Horizonte
del Katholischer Ausländer Austauschdienst. Posee amplia experiencia
en el área de la Teología, y de modo especial en Teología de los
Sacramentos.
Taborda aborda la cuestión trinitaria, en su obra En las fuentes de la
vida cristiana. Una teología del bautismo-confirmación, desde tres
aspectos, o accesos. El primero de ellos resulta ser el acceso histórico,
en el que ronda por relatos del Evangelio para entrar en el Bautismo-
confirmación como sacramento de la conversión; el segundo es el
acceso ontológico a la Trinidad, en el que adentra en cuestiones
mayormente definitorias para llegar a explicitar el Bautismo-
confirmación como un sacramento de la conversión; y, finalmente, el
tercer acceso, es el acceso experiencial a la Trinidad, en el que expone
justamente la experiencia de las personas trinitarias, para explayarse y
culminar estableciendo el sacramento Bautismo-confirmación como
sacramento de la iniciación cristiana. Este es el tema en que hemos
puesto nuestro foco de atención, pues nos inquieta profundamente,
quizás no exponer pautas taxativas de cómo se debe dar la experiencia
trinitaria, pero sí abordar cuáles son los elementos claves que, en el
sacramento de la iniciación cristiana, más que asumirse como una
cuestión intelectual, ha de impregnarse integralmente para la vida
entera en el seguimiento de Cristo.
Hemos de ser enfáticos y dejar en claro que no es que no consideremos
los otros dos elementos –Trinidad ontológica e histórica- dentro del
marco de iniciación cristiana, o los denotemos de menor importancia,
sino más bien nuestro análisis va centrado con interés especial en el
aspecto experiencial.
1. PREÁMBULO INTRODUCTORIO
Cuando hablamos de iniciación cristiana, puede a veces resultarnos un
tanto amplio el concepto. Por lo mismo, es necesario establecer algunos
parámetros, para adentrarnos de una manera ordenada a nuestro tema
en cuestión. Cuando hablamos de iniciación a la fe cristiana en su
dinámica de conversión constante, el concepto tiene un énfasis
entonces en el kairós, en el tiempo de Dios, del bautismo-confirmación;
no obstante, con el concepto de mistagogía ponemos un agregado en el
sentido de la iniciación cristiana, como la iniciación al misterio del Dios
de la vida, revelado en Cristo, por la acción del Espíritu Santo, ya que
mistagogía, propiamente tal, viene a significar conducir al misterio.
Dicho en otras palabras, por la acción del Espíritu Santo el cristiano es
iniciado, introducido, en el misterio de Dios.
Así, entonces, somos transportados inmediatamente a la persona de la
Trinidad, el Espíritu Santo.
2. INICIACIÓN AL MISTERIO DE DIOS
2.1 …EN EL ESPÍRITU SANTO
Si hablamos del sacramento que es puerta, una de las maneras
tradicionales de denominar al bautismo ha sido la de iluminación
(photismós), pero no al bautismo como tal, sino más bien al proceso
inicial de conversión y, en este sentido, a la dinámica de la iniciación.
La designación del bautismo como iluminación puede sugerir que el
Misterio de Dios no es evidente, sino que sólo es accesible gracias a la
luz de lo alto. Y es que, es cierto, Dios se manifiesta, sí, pero se muestra
de forma oculta, misteriosa. Pero esto ya lo iremos aclarando.
De alguna manera podemos decir que el bautismo como iluminación
expresa, pues, la forma que tiene el hombre de apropiarse del misterio
de Dios; no como conquistándolo, ni disponiendo de Él, de verificarlo,
de objetivarlo, de cosificarlo, sino como un don e inclusive como una
nueva creación. De ahí que entonces aseveremos que la iluminación es
necesaria, porque Dios es misterio.
Entendiendo esto, podemos agregar que, si el ser humano es libertad,
porque su humanidad se grafica justamente en su libertad de poder
hacerse constantemente, de elegir lo que quiere ser, entonces, podemos
establecer que su realización más plena se da en el diálogo con otra
libertad, es decir, cuando elige abrirse al otro, que es también libertad.
En otras palabras, en la apertura al otro el hombre se justifica y se
patenta a sí mismo. Se hace.
Ahora bien, si el conocimiento intersubjetivo es entrega mutua –
feedback-, entonces la manera adecuada de conocer al otro como otro,
como otra libertad, es amándolo. Y esto no es más que los frutos de las
potencias del alma divina. Cuando el intelecto y la voluntad se condicen
en un mismo acto, se conoce y se ama conjuntamente. Así conoce Dios.
Así conocemos nosotros cuando se nos es revelado.
Por tanto, como libertad, el otro es misterio. De ahí que, cuanto más
ama alguien a otro, tanto más adecuadamente lo conoce como persona,
pues lo conoce como misterio, como lo que es hecho. ¿Y es que no nos
pasa a nosotros mismos, que cuando amamos a una persona, es un
constante ir des-cubriendo, des-velando (quitando el velo), de sus
misterios? ¿No nos pasa acaso que a medida que más amamos a
alguien, no es que pasemos por alto sus defectos, sino que los sabemos
parte constitutiva de su ser y, por ende, de nosotros también? Porque
justamente aquello que amamos lo consideramos de nuestra propiedad,
no arrogándolo para nosotros egoístamente, sino abriéndonos paso al
vínculo íntimo.
Entonces, misterio no significa ya un obstáculo para el conocimiento,
sino plenitud en el encuentro. Conocer sin poder dominar no es ya un
límite, sino más bien, la mayor grandeza del ser humano. Misterio pasa
a ser un concepto intersubjetivo para designar el encuentro entre dos
libertades que, por ser libertades, sólo se conocen cuando se revelan, y
en la medida en que lo hagan mutuamente la una con la otra. Esto es,
justamente, amar en libertad.
De esto desprendemos, por tanto, que la realización máxima del
conocimiento humano no es el conocimiento reductivamente intelectual
que domina el objeto, sino más bien el conocimiento que se supera a sí
mismo en el amor y se realiza plenamente cuando encuentra al otro
como misterio. Es el conocimiento el que se abre al misterio del otro, y
se arroja a su interior.
Este sería entonces el tipo de conocimiento de Dios, ya que en Cristo se
revela un Dios absolutamente personal, que ama a la humanidad y la
crea para introducirla en su misterio de amor, que es el Espíritu Santo.
El bautismo-confirmación celebra justamente el hecho de que Dios nos
alcanza por los caminos de la vida, y de tal manera ha liberado nuestra
libertad para que lo amemos libremente, y además de ello, nos ha dado
el deseo de alcanzarlo. Ahí se conjugan entonces la iniciación cristiana
del sacramento del bautismo-confirmación con el Espíritu Santo, pues
esa es su iluminación. No se trata de un fenómeno intelectual que
satisface nuestra curiosidad, o hambre de conocimiento, sino más bien
de abrirnos un acceso al Dios que habita en la luz inaccesible y que ha
venido a nuestro encuentro, entregándonos su Espíritu, para que
podamos libremente amarlo. Nos ha alcanzado para que también
nosotros podamos alcanzarlo a Él, adhiriéndonos a Él con toda nuestra
existencia, adhiriéndose Él a nosotros primero, donándose en su
Espíritu.
*
Cuando pensamos en la vida de los discípulos de Jesús, después de su
resurrección, la gran iluminación que tuvieron fue justamente la
experiencia del Espíritu. Por lo mismo, llegar a decir “Jesús es el Señor”
significa, para nuestro caso, adherirse, conocer en el pleno sentido
bíblico de reconocer en el amor, de reconocer como misterio y en su
misterio, de dejarse alcanzar por Dios. Podemos conocer a Dios en la
medida en que Dios mismo se revela a nosotros en Cristo. En otras
palabras, el conocer de Dios resulta inseparable del ser conocido por
Él, de ser escogido por Él, abordado. ¿No entendemos acaso, en
nuestro lenguaje cotidiano, que la verdadera manera de vivir en
confianza con un amigo es justamente dando confianza? Y es que sólo
así se acrecienta, conociéndose, amándose. Ahora bien, en la relación
para con Dios, ya lo decía san Pablo a la comunidad de Corintios, que
sólo en el Espíritu es posible reconocer a Jesús como el Cristo; y es que
sólo Dios se conoce a sí mismo, y es por medio de Espíritu Santo que
nos permite re-conocerlo. Y reconocer en Cristo crucificado la
revelación del Padre es reconocer que la sabiduría de Dios es diferente
de la humana, inasequible a las elucubraciones del espíritu humano.
Por tanto, si reconocemos a Dios en la cruz de Cristo, es señal entonces
de que el Espíritu de Dios actúa en nosotros, de que le hemos abierto
las puertas para que nos conozca a nosotros, para que obre en
nosotros. Conocemos por medio del Espíritu de Dios. La fe y la
conversión que esta misma fe expresa son posibles gracias al Espíritu
que viene de Dios a actuar en nosotros.
Ahora bien, no es menor considerar que la conversión, como adhesión a
Cristo en la fuerza del Espíritu, remite al cristiano a irrumpir en la
historia, y lo introduce en el tiempo de salvación. Pero esto, el poseer el
Espíritu no es como quien tiene algo porque lo ha alcanzado, de una vez
y para siempre, sino que, poseemos el Espíritu porque hemos sido
alcanzados por Él.
Recibir el Espíritu equivale entonces a aceptar la predicación de la cruz
y, por consiguiente, admitir ser crucificado concretamente para el
mundo. Concretamente, es entrar en el combate histórico entre los
ídolos de muerte y el Dios de la vida, en el seguimiento de Jesús.
En conclusión, conduciéndonos a Jesús el Espíritu nos ilumina para
conocer a Dios. Pero, en Jesús, sólo se conoce a Dios en la acción de
seguirlo, que es la obra del Espíritu Santo. La acción del Espíritu
remite, entonces, a la historia, en la que se da el seguimiento de Jesús.
Y en este se llega a descubrir vivencialmente al Dios de Jesús.
2.2 …EN EL SEGUIMIENTO DE JESÚS
“A Dios nadie le ha visto jamás:
el Hijo único, que está en el seno del Padre,
Él lo ha dado a conocer.”
Jn 1,18
Jesús es la revelación del Padre, Él es el resplandor, el rostro, la imagen
de Dios invisible. Por tanto, el acceso al misterio de Dios se en el
seguimiento de Jesús que, a su vez, se historiza en la opción por los
sencillos y en la cruz. Ambos aspectos exigen iniciación, porque no son
obvios, sino que han de ser aprehendidos de quien ya ha recorrido con
éxito el camino o, cuando menos, trató de hacerlo. Cristo, mediante el
Espíritu Santo es el único mistagogo cristiano, porque conduce al
misterio a partir de interior de misterio mismo.
Según el NT, únicamente se sigue a personas, no teorías, ideologías o
principios. Por lo mismo, cuando Jesús propone el seguimiento, no
presenta un programa, sino que invita a seguirle a Él, a su persona, su
destino, su modo de ser y de vivir. Y es que, el seguimiento establece
una relación personal con Jesús como persona inconfundible y única,
aun cuando en la iniciación al seguimiento actúen muchas otras
personas. Quien se convierte a Cristo necesita ser iniciado en el
seguimiento, no solo instruido en una doctrina. Y esta es justamente
una característica de la iniciación cristiana. De alguna manera, la tarea
de la iniciación consiste en hacer que el iniciando se encariñe con la
persona misma de Jesús. Se trata de una iniciación práctica y afectiva, y
no puramente teórica, ya que seguir a Jesús significa, como ya la hemos
expuesto con anterioridad, abrirse a su misterio en una relación
intersubjetiva de amor. Pero no se trata de limitarse a disfrutar de la
intimidad de un amigo; y es que, la proximidad no tiene sentido en sí
misma, sino que está en función de los demás. No se sigue a Jesús
limitándose a una pretendida proximidad estática, porque Jesús es el
ser humano libre por excelencia, que no se ata a ningún lugar ni a
ninguna circunstancia. De ahí que la proximidad con Jesús implique
desinstalación, movimiento, para estar atentos a la voluntad del Padre y
ser fieles al soplo del Espíritu. Los Evangelios sugieren esto de manera
plástica, mostrando con frecuencia a Jesús en camino. Y es que no se
trata de un estado, de quietud, sino de movimiento, de ponerse en
camino con Cristo, en pos de Cristo.
El camino del seguimiento de Jesús es comunitario, eclesial,
absolutamente testimonia. Por lo mismo, no se entiende un seguimiento
sin testimonio, el cual sólo puede darse en el marco de una comunidad.
De ahí que se requiere de la iniciación, pues es necesario un
acompañamiento de la comunidad de quienes muestran diferentes
facetas del seguimiento de Jesús, distintas formas de vivir, expresar y
asimilar el Misterio de Dios, revelado en Cristo por el Espíritu Santo. La
misma multitud de testigos diferentes evita que el seguimiento de Jesús
se reduzca a una mera repetición sin creatividad, o a una búsqueda que
consista en volverse sobre sí mismo, en puro intimismo a la hora de
relacionarse con el Señor. Un seguimiento ensimismado no es
seguimiento; debe condecirse con el Testimonio, y este último se da
únicamente con otro, con otros, es decir, en comunidad.
*
La cruz no constituye para Jesús un fin en sí. El sufrimiento es, y
siempre será, un mal; y un mal no se busca. La cruz de Jesús fue el
resultado histórico de su predicación y acción; y esta predicación
proclamaba el derecho de Dios a ser el único absoluto, derecho que
venía a significar la necesidad de morir a los ídolos, porque muriendo a
los ídolos, que a su vez dan muerte a hombres y mujeres concretos,
Dios afirmó la vida del ser humano. Por lo mismo, aceptar el Reino de
Dios, expresión del carácter absoluto de Dios, significa construir un
mundo mejor, de cara al Reino. Quien actúa en el sentido del Reino, allí
donde imperan los ídolos, logra crear fraternidad en un mundo
conflictivo y fratricida, en el que rige la dominación, atrae sobre sí el
odio de los idólatras y los dominadores. Jesús no escogió la cruz, sino la
vivencia del Reino, pero el pecado humano lo llevó a la muerte, pecado
de unos seres humanos que no reconocieron que su acción fue la de
construir fraternidad.
De acuerdo con esto, no se sigue a Jesús buscando la cruz. La cruz nos
sobreviene si seguimos a Jesús. Dicho de otra manera, tomar la cruz en
el seguimiento de Jesús es, pues, aceptar las consecuencias de vivir una
vida a favor del Reino; y mientras más coherente sea el compromiso a
favor del Reino y más afectado se vea el núcleo del sistema vigente de
pecado, mayores consecuencias. Además, no es menor entender que la
relación entre seguimiento y cruz no es secundaria en la iniciación al
ministerio de Dios, porque precisamente en la cruz se revela el Padre
tal como es, como el Dios inaccesible.
Entonces, podemos decir que, de alguna manera, la sabiduría humana
se opone a la sabiduría de Dios, que es Cristo crucificado; pues, sin la
iluminación del Espíritu Santo, la sabiduría de Dios es inaccesible a la
humanidad.
Solo es necesario un primer paso, considerar la cruz, para hacer posible
el conocer a Jesús y, de esa forma, al Padre, porque realmente entonces
se rompen todos los esquemas humanos acerca de quién es Dios y lo
que significa ser Hijo de Dios. De esta manera, somos iniciados por
Jesús en el misterio del Padre, y muy concretamente cuando nosotros
mismos entramos en su dinámica del camino a Jerusalén, rumbo a la
cruz y la resurrección. No olvidemos sí que, en clave interpretativa, la
cruz es el contenido de la resurrección, y la resurrección es la clave de
interpretación de la cruz. Y es que, las Escrituras ya la predecían, la
cruz era voluntad de Dios y, por lo tanto, era preciso, era necesario que
la vida de Jesús desembocara en ella. Por eso Lucas y otros autores
querían decir que la cruz estaba en el centro mismo del designio de
Dios sobre la historia humana, manifestando definitivamente quién es
Dios y qué es la historia. La cruz es el acto salvífico escatológico de
Dios y, como tal es crisis y revolución en la idea de Dios. Dios, a quien
se suele considerar como poder, fuerza y gloria, se muestra en la
impotencia, la vergüenza, la ignominia y el absurdo, porque Él lo quiso,
porque así lo deseó, y no porque haya caído, atrapado en manos de los
hombres.
De acuerdo con esto, entonces, cuando Jesús se entrega tan
humanamente irreconocible, muestra cuán insuperablemente conoce al
padre. Por ello, cuando el Padre se revela en Jesús, revela a Jesús, como
el camino que conduce a Él. Aún más, el abandono de Jesús es absoluto,
cuando el Padre se entrega a la irrisión de los humanos entregando a su
Hijo –al mismo tiempo que se da totalmente en Jesús, se abandona a Él-.
Otro tema no menor es el silencio de Dios en el Calvario, pues el Padre
se revela en la cruz, no a pesar de su silencio y su no intervención, sino
a través de su silencio y del abandono del Hijo. Es gracias a su silencio.
La solidaridad de Dios, por su parte, realmente seria y verdadera,
consiste en llegar con Jesús al extremo de la condición humana, la
muerte. Por ello que nosotros no encontramos a Dios únicamente
solidarizando con los últimos. En la cruz, Dios se muestra como libertad
pura como la libertad de darse al otro; porque Dios así lo quiso.
En la cruz, Dios revele quién es Él en realidad: el absolutamente Otro.
En otras palabras, nos enseña cómo, históricamente el ser humano se
trasciende rumbo a Dios: en la solidaridad con otro.
Entonces, de esta manera la dinámica se invierte, pues, hasta que no
nos mostremos realmente cuán vulnerables somos, cuán débiles, cuán
insignificantes somos, nunca subiremos siquiera a la cruz. No seremos
ensalzados por Él. Pero ¿Quién hace eso hoy en día? Nadie. Nadie está
dispuesto a soltar su intolerancia a la frustración, y arriesgarse a sentir,
a desprenderse de aquello para lo que no posee aptitudes ni virtudes.
Por ello entonces no es ilógico establecer que, para esto, es
absolutamente necesario darse, primero, a conocer, y esto en el marco
de una comunidad, en donde pueda amar a los miembros de ella, de
manera tal que el manifestar las fragilidades no sea un motivo de
escándalo, sino que, sometiéndose a la humillación, incluso a la muerte
y una muerte de cruz, sea Dios quien, por ello, quien los ensalce sobre
todo nombre, en la persona de Jesús –ser testigo, ser testimonio
concreto-.
No es extraño comprender entonces que humillación y humildad
provengan de una misma raíz etimológica, y cuando nos encontramos
ante otro con una vida en razón de humildad, nuestros corazones se
abren de par en par a recibirlo. Cabría entonces meditarlo.
Por ello, quien comprende que el seguimiento se realiza por el camino
de la cercanía a la humildad y, en especial, a los humildes, entonces
será alcanzado, atraído, seducido por Cristo, y se lanzará a la aventura
de alcanzarlo él a su vez y llegará a conocer a Dios en el Espíritu Santo,
en un camino y en una experiencia constante, no acabada, y de
constante crecimiento.
Pero no han de angustiarse si en el intento hay pérdidas o caídas, pues
ni Jesús ni el Padre son evidentes. Sólo el Espíritu, derramado gracias a
la elevación del Hijo del Hombre en el misterio Pascual de la cruz y la
resurrección, permite conocerlos.
Por lo mismo, todo cristiano requiere necesariamente ser iniciado en
este seguimiento, ayudado por un otro de la misma comunidad, que
haya avanzado en esta experiencia vital, sobre todo para los primeros
pasos, y para ser animado a proseguir en este camino.
2.3 …QUE ES PADRE
Ya hemos ido realizando un recorrido paulatino y ordenado sobre las
vivencias experienciales trinitarias dentro del marco de la iniciación
cristiana. Pero, en este caso, recordemos que es Jesús quien nos llevará
a descubrir quién es el Padre y, además, a experimentarlo como Padre,
pues toda la existencia de Jesús fue un continuo ir hacia el Padre. Jesús
nos revela el rostro del Padre y, mediante la acción del Espíritu Santo,
imprime el carácter en nosotros, esa marca indeleble de hijos e hijas de
Dios.
Nuestra filiación divina se deriva de la filiación de Cristo, porque Él es
soberanamente el único verdaderamente Hijo. Pero, no olvidemos que,
Cristo llama a la libertad, porque hace de los seres humanos hijos e
hijas de Dios, incorporándolos a sí por la fe en su Palabra y por el
bautismo que sella esa fe. El resultado de la filiación en Cristo es el
libre acceso al Padre, ya que el Espíritu nos pone en relación íntima y
directa con Él.
Aun así, existe una diferencia entre nosotros y Jesucristo, pues la
designación Hyiós (Hijo) únicamente se emplea para referirse a la
persona de Jesús, mientras que a los cristianos tan sólo se les llama
tekna (hijos, niños). Los hijos de Dios se caracterizan por haber sido
engendrados y nacer de Dios, lo cual acontece por medio del aguar y
del Espíritu. Por esto, vivimos una humanidad nueva, la libertad de
hijos, la condición de herederos. Esta filiación no constituye mérito ni
conquista ni posesión alguna que nos permitan presentar
reivindicaciones de ningún tipo delante de Dios, sino que es gracia,
beneplácito del Padre, puro don. En resumen, la filiación adviene al ser
humano gracias al envío del Hijo; mediante la fe y el bautismo, la
filiación divina se convierte en realidad para todos y cada uno de los
bautizados. Concretamente, quien conducido por la fe se acerca a la
fuente bautismal, se hace objetivamente hijo o hija de Dios, recibiendo
la adopción filial, pues es revestido de Cristo y, de este modo, está en
Cristo. Esta filiación, gracias al Espíritu, se vuelve una experiencia
personal de cada bautizado, manifestando así los frutos de este
Espíritu.
Sin embargo, en algún momento ha surgido el cuestionamiento de si
sería posible afirmar una filiación divina creatural o si únicamente es
admisible la posibilidad de ser hijo de Dios en el Hijo Jesucristo. Ante
esto, Jesucristo motiva al oyente a decidirse con respecto al
discipulado, a la fe en el mensaje de Jesús y a la aceptación o no de
vivir como hijo del Padre que está en los Cielos. Por tanto, en
correspondencia con el actuar de Dios se verifica quién es y quién no es
hijo, y esto, más que una mera consecuencia de la creación, se trata de
una respuesta de fe. Hemos de tener en claro que el cristianismo
entiende el origen como creación, y más puntualmente como creación
en Cristo. Y es que, todo ser humano que viene a la luz en este orden
salvífico, lleva en sí el germen de la filiación divina, la marca del Cristo
primogénito de toda la creación. Ya se resumía en la escena del
bautismo de Jesús, donde del cielo abierto se deja oír la voz del Padre,
que declara quién es Jesús, y sobre ÉL desciende el Espíritu. De esta
manera, las palabras del Padre nos remiten a entender que ser Hijo de
Dios en la situación de una historia de pecado significa cargar sobre sí
con el pecado humano en solidaridad con los pecadores, no para
soportar dicha situación de pecado, sino para acabar con ella. En otras
palabras, llamados a ser hijos en el hijo por el bautismo, compete a los
cristianos cargar con el pecado del mundo y eliminarlo. No el pecado
propio y personal, pues con ese ya ha cargado Jesús, sino el de la
humanidad, en solidaridad con el mismo Jesús. Ser hijos en el Hijo es
experimentar el perdón del Padre y aprender con Él. Quien se sabe
perdonado, perdona.
*
No se puede huir de la realidad para rezar, más bien, hemos de estar
insertos en ella; por ello, más que buscar un espacio en donde orar en
la vida, es preciso hacer de la vida una oración, teniendo siempre
presente que la oración cristiana, puntualmente, se caracteriza por tres
momentos vivenciales: escuchar la Palabra de Dios; obrar
compenetradamente de acuerdo a esa Palabra; y, responder -o
agradeciendo o pidiendo perdón-. Estos momentos han de entenderse
como momentos constitutivos de la lógica de la oración cristiana, ya
que, por ejemplo, el primer momento –escuchar la Palabra de Dios-,
quiere expresar la trascendencia del Padre, del Dios que no es obvio y
que, por tanto, quiere ser escuchado; de esta manera, es necesario
discernir su voluntad en los acontecimientos de la historia. Finalmente,
la verdad de esta oración se muestra haciendo, practicando, la voluntad
del Padre, desde una actitud interior de adhesión a Dios, pero
recordando siempre que esto se da en el entorno de la humanidad.
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA
(Todos los aportes fueron extraídos de esta fuente única, más los
desarrollos personales).
- TABORDA, F. En las fuentes de la vida cristiana. Una teología del
bautismo-confirmación. Presencia Teológica. Santander, 2013.