israel-gaza 2014

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IGLESIA PRESBITERIANA AMMI-SHADDAY MINISTERIOS PASTORAL Y DE EDUCACIÓN CRISTIANA ISRAEL Y PALESTINA EN 2014 TRES DOCUMENTOS DE ANÁLISIS: Juan Stam/ Luis Rivera-Pagán/ Juan Esteban Londoño Julio de 2014

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Tres documentos de estudio

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IGLESIA PRESBITERIANA AMMI-SHADDAY

MINISTERIOS PASTORAL Y DE EDUCACIÓN CRISTIANA

ISRAEL Y PALESTINA EN 2014

TRES DOCUMENTOS DE ANÁLISIS:

Juan Stam/ Luis Rivera-Pagán/

Juan Esteban Londoño

Julio de 2014

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Presentación

Julio de 2014 ha sido uno de los meses más ignominiosos en la historia reciente de Palestina e Israel. El

intercambio de ataques y los bombardeos perpetrados posteriormente por el ejército israelí han dejado una cauda

intolerable de muerte y destrucción, lo cual es ya de por sí difícil de aceptar. Pero más inaceptable aún que

diversas iglesias se sigan sumando al apoyo irresponsable del gobierno israelí con supuestos argumentos

bíblicos que ya no se sostienen a la luz del Evangelio.

Los textos reunidos aquí representan una postura informada, mesurada y con apertura al diálogo, y se ofrecen

para que, a partir de ellos, se consolide un criterio ecuánime de análisis a partir de una genuina fe cristiana. Se

requiere una visión más equilibrada del problema ancestral a fin de promover una cultura de la inclusión y el

respeto que sea más acorde con las afirmaciones cristianas del amor y la justicia.

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¿TIENE ISRAEL UN DERECHO DIVINO SOBRE EL TERRITORIO QUE OCUPA? Juan Stam http://juanstam.com/dnn/Blogs/tabid/110/EntryId/337/Default.aspx

Muchos evangélicos —probablemente la mayoría, por lo menos en Estados Unidos— defienden desde la Biblia al

actual estado israelí. Por los mismos argumentos, rechazan los reclamos palestinos de una parte del territorio

que antes ocupaban. Estos evangélicos ven la formación del estado israelí como un evidente cumplimiento

profético, maravilloso e impactante, y hasta una prueba de la veracidad de la Biblia. Es, para ellos, también una

señal de la pronta venida de Cristo. En esa teología sionista-evangélica, "Israel es el reloj de Dios".

En cuanto a este tema, hay algo que me sorprende mucho: ningún pasaje del Nuevo Testamento enseña

tal cosa. Jesús profetizó la destrucción de la ciudad de Jerusalén por los romanos (Mr 13; Lc 21; Mt 24), pero no

procedió a anunciar la reconstrucción de esa ciudad, mucho menos el establecimiento de un futuro estado israelí.

Según la versión en San Lucas, después de su destrucción "los gentiles pisotearán a Jerusalén, hasta que se

cumplan los tiempos señalados para ellos" (Lc 21:24), A eso sigue, en los tres evangelios sinópticos, no un

estado israelí sino el retorno de Cristo. Eso me parece muy significativo.

¿Cómo es posible que las escrituras hebreas (Antiguo Testamento) digan una cosa, y las escrituras

cristianas (Nuevo Testamento) digan otra cosa? Quiero hacer unos comentarios al respecto, sin pretender agotar

el tema y las evidencias al respecto.

Son numerosos los pasajes del AT que prometen tierra a Israel. A inicios de la historia de la salvación,

Dios llama a Abraham a "la tierra que te mostraré" (Gén 12:1,7) para formar ahí un pueblo como una nación

grande (12:2; 18:18).[1] Los defensores evangélicos del sionismo citan una larga cadena de textos muy

explícitos:

Yo te daré a ti [Abram] y a tu descendencia, para siempre, toda la tierra que abarca tu mirada... Ve y recorre el país a lo largo y lo ancho, porque a ti lo daré. (Gén 13:15,17; cf. 17:8; 48:3-4) Tú les prometiste [a Abraham, Isaac y Jacob] que a sus descendientes les darías toda esta tierra como su herencia eterna. (Ex 32:13) Tal como le prometí a Moisés. yo les entregaré a ustedes todo lugar que toquen sus pies. Su territorio se extenderá desde el desierto hasta el Líbano, y desde el gran río Éufrates, territorio de los hititas, hasta el mar Mediterráneo, que se encuentra al oeste. (Jos 1:3-4; cf. Deut 11:24-25; cf. 34:4) ¿No fuiste tú quien les dio para siempre esta tierra a los descendientes de tu amigo Abraham? (2Cron 20:7; cf. Esd 9:12) Cf. entre muchos otros textos: Is 34:17; Jer 7:7; 25:5; Ezq 37:25; Joel 3:20

Siendo tan enfática y tan repetitiva esta enseñanza de las escrituras hebreas. ¿cómo podemos explicar su

ausencia en las escrituras cristianas, aun cuando Jesús profetiza la destrucción de Jerusalén? En los tiempos del

NT, toda la tierra de Israel estaba ocupada por el imperio romano. Después de la caída de Roma, pasaron largos

siglos, hasta el XX, sin existir ningún estado israelí sobre la faz de la tierra. Si la promesa fue "para siempre".

¿cómo pueden caber tales paréntesis de muchos siglos en una promesa supuestamente perpetua?

El requisito primero e indispensable para entender el AT es el de siempre interpretarlo en primer lugar

dentro de su propio contexto y sólo después en el contexto del NT o del Siglo XXI. Eso debe aplicarse a la

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semántica de su lenguaje, la problemática a que responden sus afirmaciones, y el contexto de cada pasaje.

Comencemos con un detalle importante en cuanto al idioma hebreo.

Aunque parezca extraño, el idioma hebreo no contiene la palabra "siempre" en su vocabulario, ni mucho

menos la palabra "eterno".[2] Para esa idea empleaba mayormente la frase "por los siglos" o "por los siglos de los

siglos" o frases similares. La idea básica de "siglo" (yoLaM en hebreo) es "un tiempo largo", a menudo "pasado

remoto" o "futuro remoto". Puede ser un período largo sin principio ni fin ("el Dios sempiterno", Deut 33.27), pero

también largo con principio (desde pasado remoto) o con fin (hasta un futuro remoto).[3] La ocupación por Israel

de Palestina tuvo un principio y puede tener un fin, en lo que al adjetivo "siempre" se refiere. Por eso, la palabra

"siempre" o términos similares en las promesas de tierra no significan necesariamente que dicha promesa

constituye un "título de propiedad" para el actual gobierno israelí.

Un pasaje revelador para este tema está en Jeremías 31:

Vienen días -- afirma el Señor -- en que haré un nuevo pacto con el pueblo de Israel y con la tribu de Judá. No será un pacto como el que hice con sus antepasados... ya que ellos lo quebrantaron a pesar de que yo era su esposo... Así dice el Señor, cuyo nombre es el Señor Todopoderoso, quien estableció el sol para alumbrar el día, y la luna y las estrellas para alumbrar la noche, y agita el mar para que rujan sus olas: Si alguna vez fallaran estas leyes -- dice el Señor -- entonces la descendencia de Israel ya nunca más sería mi nación especial. -- Así dice el Señor -- Si se pudieran medir los cielos en lo alto y en lo bajo explorar los cimientos de la tierra, entonces yo rechazaría a la descendencia de Israel por todo lo que ha hecho -- afirma el Señor --. (Jer 31:31-32, 35-37)

Este pasaje interpreta proféticamente dos pactos divinos. La primera promesa, en prosa, anuncia un

nuevo pacto de Dios con Israel, y específicamente con Judá. Éste nuevo pacto, de carácter ético-espiritual,

reemplazará al viejo pacto, anulado por la desobediencia del pueblo (31:32). La segunda promesa, en verso,

asegura, en los términos más enfáticos, la existencia "eterna" de la nación judía, co-extensiva con la duración del

pacto de Dios con la creación (Gén 1:16; 9:8-13).[4]

La primera promesa, del nuevo pacto, se cumple muy explícitamente en la última cena del Señor, cuando

declara, "Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre... que es derramada por muchos para perdón de pecados" (1

Cor 11:25; Mat 26:28; Luc 22:20; Mat 26:28). Pero, ¡qué sorpresa!, Jeremías no hubiera reconocido este

cumplimiento de su profecía. Aquí no hay nada del pueblo de Israel ni de la tribu de Judá, ni de escribir la ley en

los corazones. Ahora el nuevo pacto tiene un contenido totalmente diferente. Es un pacto en la sangre derramada

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del Mesías, de lo que Jeremías no parece haber sabido nada. Es un pacto para la remisión de pecados, algo

medular al sentido de la muerte de Jesús pero ausente en la promesa original de un nuevo pacto.

Es indispensable -- ¡estrictamente obligatorio!, ¡urgentemente imperativo! -- interpretar a cada pasaje del

Antiguo Testamento en su contexto histórico, como mensaje profético a sus contemporáneos y no primeramente

a nosotros. Jeremías, como los demás profetas en general, quiso comunicar a sus oyentes un mensaje de

amonestación y esperanza, de denuncia y anuncio. Si Jeremías hubiera dicho, por revelación divina, "Dios hará

un nuevo pacto a un nuevo pueblo, redimido por la sangre del Mesías, y ese pacto se celebrará en algo nuevo

que va a llamarse 'iglesia'", no hubiera comunicado a sus contemporáneos el mensaje que ardía como fuego en

sus huesos.

Ni Jeremías ni ningún otro profeta hebreo tenían la menor idea de una "segunda venida" del Mesías, largo

tiempo después de su primera venida, ni de una nueva comunidad que iba a llamarse "iglesia" que existiría entre

la primera y la segunda venida. Si entendemos que la esencia de la profecía no era la predicción futurista sino la

exhortación y exigencia, entenderemos también que anuncios de la futura existencia de la iglesia o de una

segunda venida del Mesías más bien hubiera bloqueado seriamente la comunicación del mensaje. Eran verdades

que en ese momento no hacían falta.

Básicamente lo mismo puede decirse de Jer 31:35-37. En primer lugar, debemos tomar en cuenta que

estos versículos son una expresión poética, con alguna dosis de hipérbole, de la fidelidad de Yahvéh para con su

pueblo.[5] E igual que el nuevo pacto, Dios lo ha cumplido pero no como Jeremías lo entendía o lo esperaba. El

NT describe la iglesia como nación santa, tesoro especial, pueblo de reyes y sacerdotes, y otras atribuciones del

pueblo de Dios. San Pablo afirma que los verdaderos hijos de Abraham son los hijos de su fe, sean judíos o

gentiles, y que los creyentes incircuncisos tienen la circuncisión del corazón. Con este nuevo "Israel de Dios" (Gál

6:16) el "Israel" se ha expandido y internacionalizado.

A San Pablo, como fiel judío hasta su muerte, le dolía profundamente la condición de su pueblo (Rom 9:2-

5; 10:1). Apelando al concepto profético del "remanente", Pablo afirma que "Dios no rechazó a su pueblo, al que

de antemano conoció" (Rom 11:1-2) y que "luego todo Israel será salvo" (11:26). Así queda claro que Dios no ha

abandonado a Israel, y que la nación judía sigue presente ante él. Pero una cosa es la nación y otra cosa es el

estado. Durante la mayor parte del tiempo después de Jesús, Israel ha sido una nación pero no ha tenido un

estado ni ha ocupado territorio. La promesa de Dios sigue fiel, pero en ningún pasaje del NT esa fidelidad de Dios

incluye un estado político y un territorio geográfico, ni mucho menos un ejército armado hasta los dientes. Eso es

impresionante porque en la época del NT Israel era colonia de Roma, y otros movimientos sí anunciaban la

restitución de un gobierno judío independiente.

La actitud hacia el judaísmo en el NT parece ser ambivalente. Juan de Patmos, autor del Apocalipsis, era

también judío de nacimiento, palestinense de origen, pero tenía otra actitud. Describe a los judíos de Esmirna y

los de Filadelfia como "sinagoga de Satanás", aparentemente por su colaboración con el satánico imperio romano

y por haber delatado a los cristianos ante las autoridades romanos. El mismo Jesús, en su polémica contra los

poderosos líderes judíos, exclamó, "Por eso les digo que el reino de Dios se les quitará a ustedes y se le

entregará a un pueblo que produzca los frutos del reino" (Mat 21:43).

Conclusión

Los cristianos/as debemos interpretar los textos del AT dentro de su propio contexto original y la semántica de su

lenguaje (como p.ej. el término "siempre"), y después buscar su reinterpretación en el NT, a la luz de la venida

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del Mesías, su segunda venida y el nacimiento de la iglesia. `Bien analizado, ni el AT da base para un derecho

divino de Israel a determinado territorio hoy, ni mucho menos la da el NT. Ese error sólo entorpece el análisis del

problema entre los israelíes y los palestinos. Ese conflicto debe analizarse, como cualquier otro conflicto político,

por los mismos factores históricos, sociales, económicos y éticos, en términos de justicia y promoción de la vida.

Notas

[1] De hecho, Dios quiere que todos tengan suficiente tierra para una vida digna. Apenas crea a Adán y le prepara una finquita. [2] Obviamente, cuando las palabras "siempre" o "eterno" aparecen en las traducciones, es interpretación del traductor. Tampoco se refiere el término al "siglo" como período de cien años. [3] Sólo en Éxodo se describe como "eterno" ("siempre", perpetuo, Y oLaM) la vida de un esclavo (21:6; cf. Dt 15:17), las instrucciones para el aceite de la lámpara (27:21), la ofrenda elevada con el pecho para los sacerdotes (29:28) y la unción para el sacerdocio perpetuo (40:15), la tela para los calzoncillos del Sumo Sacerdote (28:42) y su deber de lavar sus manos y sus pies (30:21; para más ejemplos de Éxodo y de otros libros, búsquese bajo "estatuto perpetuo" en la Concordancia). Las doce piedras en el Jordán eran "un recuerdo permanente" para Israel (Jos 4:7) y el sacerdocio de los hijos de Elí, que Dios declaró "eterno", poco después fue invalidado por Dios mismo y la familia de Elí "condenada para siempre" (1 Sam 2:20; 3:13-14). [4] Básicamente, lo que hoy llamamos "leyes naturales" la Biblia considera "pactos de Dios con la creación"/ La diferencia es que un pacto tiene carácter personal y es condicional. El pacto con la creación también nos exige obediencia. [5] Según Rom 4:13, Dios le prometíó a Abraham que sería heredero del mundo (ho kosmos). La promesa similar en Sal 2:8 se interpretaba cristológicamente en el NT.

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DESAFÍOS TEOLÓGICOS DEL CONFLICTO PALESTINO-ISRAELÍ

Luis N. Rivera Pagán 14 DE MARZO DE 2014 http://www.80grados.net/desafios-teologicos-y-hermeneuticos-del-conflicto-palestino-israeli/

¿Despojado de nombre, de pertenencia, en una tierra que ha crecido con mis propias manos? Job ha llenado hoy el cielo con su grito: ¡no hagáis de mí un ejemplo otra vez!

MAHMOUD DARWISH, “Pasaport”

La historia trágica de la nación palestina, tras las victorias militares israelíes de 1948 y 1967 y las consiguientes

expansiones territoriales del recién creado estado de Israel, efectuadas siempre a costa del desplazamiento de

palestinos y la expropiación de sus tierras,1 debe ser tema prioritario para cualquier teología que conciba como

su tarea primordial la atención y el cuidado de los dolores y las aspiraciones de pueblos oprimidos y comunidades

menospreciadas. Como ha escrito, tras visitar Palestina, la autora afroamericana Alice Walker: “lo que acontezca

a una porción de la humanidad, nos compete a todos. No importa cuan oculta sea la crueldad, o cuan lejos sean

los gritos de dolor y terror, vivimos en un mundo. Somos un pueblo”.2 La infausta situación del pueblo palestino

obliga a ponderar ciertos cruciales e ineludibles asuntos de importancia tanto para la teología como para el

conflicto clave del Cercano Oriente.

1. Las teologías de liberación han enfocado la narración bíblica del éxodo como paradigma emancipador

clave.3 Pero, con excesiva frecuencia, descuidan o evaden su dimensión siniestra –la conquista de

Canaán, una invasión violenta que conlleva la subyugación o el exterminio de sus habitantes. La

hermenéutica teológica palestina posibilita la consideración seria de esta aciaga cara oculta del éxodo,

tanto en su contexto narrativo bíblico – las atroces reglas militares que prescriben la servidumbre o la

aniquilación de los pueblos que habitan la ruta a la “tierra prometida” (Deuteronomio 20:10-17) – como en

las actuales circunstancias históricas en las que el pueblo palestino es seriamente maltratado por el estado

de Israel. En el relato bíblico de la invasión y la conquista de Canaán, los pueblos indígenas se consideran

fuentes potenciales de contaminación étnica, religiosa y ética y, por consiguiente, los hebreos reclaman

derecho divino para desplazarlos, expelerlos o exterminarlos. Actitud discriminatoria similar asoma

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posteriormente en la reconstrucción de Jerusalén y el templo, lo que resulta en la inmisericorde expulsión

de las mujeres extranjeras y sus hijos, según los epílogos de Esdras y Nehemías. Son auténticos textos de

terror, en la tristemente oportuna frase de Phyllis Trible.4 Resonancias desafortunadas de esta perspectiva

excluyente se pueden identificar en algunos escritos teológicos y jurídicos durante la conquista ibérica de

Indoamérica en el siglo dieciséis,5 al igual que en las proclamas de innumerables sionistas israelíes

quienes invocan esos mismos textos bíblicos para intentar legitimar sus aspiraciones de un Gran Israel

(Eretz Yisrael), libre de toda posible “contaminación” palestina.

2. La memoria adolorida de al-nakba (la “gran catástrofe” de 1948), permite a la hermenéutica palestina

acentuar los temas bíblicos significativos de devastación, desplazamiento, dispersión y cautividad, que son,

al fin y al cabo, las matrices históricas cruciales de las escrituras sagradas judeocristianas, como ejes

centrales de enunciación y reflexión teológicas. Es la experiencia trágica de la derrota nacional, la

destrucción de la patria y sus lugares sagrados y el desplazamiento forzado, de donde emerge con vigor

irresistible la necesidad imperiosa de recordar, de preservar la memoria de Dios como fundamento

trascendente de la esperanza de liberación y de la aspiración obstinada del retorno a la tierra

perdida.6 Contrario a otras escrituras hieráticas del Oriente próximo, redactadas por escribas cortesanos y

caracterizadas por sus laudos a las victorias nacionales, la Biblia se forja en el dolor intenso de la

experiencia trágica de la devastación y el exilio. Son escrituras sagradas justamente porque surgen del

dolor de un pueblo invadido y desplazado que a lo lejos contempla con honda tristeza la demolición de sus

viviendas y lugares santos, pero que no ceja en sus anhelos de retorno y restitución. Este es precisamente

el lugar de reflexión que asume la nueva generación de teólogos palestinos.

3. Los teólogos palestinos han podido responder crítica y eficazmente al empleo sionista de la Biblia hebrea

para justificar la militarización y expansión territorial del estado de Israel y sus políticas sociales

discriminatorias contra árabes y palestinos. Después de todo, es difícil, para cualquier lector atento, evadir o

marginar la médula profética de las escrituras sagradas hebreas, con su vínculo indisoluble entre la práctica

de la justicia y el conocimiento de Dios (Jeremías 22:16) y su énfasis continuo en la solidaridad y la

compasión con los sectores más vulnerables de la sociedad –los pobres, las viudas, los huérfanos, los

inmigrantes, las víctimas de la avaricia de los poderosos- como expresión máxima de la obediencia a la

voluntad divina.7 ¿Cómo citar la Biblia para justificar el trato cruel y degradante que el actual estado de

Israel practica hacia la población palestina, cuando esos mismos textos sagrados enfáticamente reprochan

y censuran al Israel bíblico por sus acciones y leyes injustas y opresivas? Tanto los libros históricos como

los proféticos, en la Biblia hebrea, proclaman por igual el profundo desagrado divino ante las estructuras

endémicas de injusticia social que proliferan en la monarquía israelita.

4. El tema del “pueblo escogido” por Dios ha sido un dilema teológico clásico. La primera confesión de fe

bíblica comienza así: “Un arameo a punto de perecer fue mi padre, el cual descendió a Egipto… Los

egipcios nos maltrataron, nos afligieron y nos impusieron una dura servidumbre…” (Deuteronomio 26:5s).

¿Quiénes son los genuinos descendientes de ese arameo errante, supuesto antecesor patriarcal de un

“pueblo divinamente escogido”? En Palestina, dos respuestas conflictivas pugnan intensamente. Muchos

sionistas alegan que los judíos, cualquiera sea su procedencia o su linaje cultural (sefarditas o asquenazíes,

en toda su inmensa diversidad lingüística) constituyen la nación escogida con sus correspondientes

derechos divinos a poseer la tierra palestina. Esta es la premisa ideológica de las leyes israelíes de retorno.

La citada primera confesión bíblica de fe, sin embargo, no necesariamente recalca la alegada descendencia

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biológica o étnica. Su énfasis central es la experiencia de esclavitud, subyugación y potencial genocidio que

sufre un pueblo al que Dios libera tras prestar atención a sus clamores de angustia y dolor. El riesgoso

concepto de “pueblo de Dios”, por consiguiente, nada tiene que ver con una alegada descendencia

filogenética, demostrable, en teoría, mediante análisis del ácido desoxirribonucleico (ADN) de enteras

colectividades humanas. Refiere, más bien, a la lectura de los tiempos en una hermenéutica profética de

emancipación. Pertenece genuinamente al pueblo de Dios toda persona que enmarca su existencia en la

búsqueda audaz, teórica y práctica, de la liberación de los oprimidos, excluidos y menospreciados.8

5. A través de su extensa historia, Jerusalén ha sido simultáneamente bendecida y maldecida por el reclamo

que las tres grandes religiones semitas monoteístas hacen de ella como ciudad sagrada. Durante siglos e

incluso milenios, judíos, cristianos e islamitas la han considerado “ciudad santa”, santificada por la

presencia divina. Los intensos sentimientos religiosos evocados por Jerusalén, ubicada en los mapas

medievales en el centro del orbe creado, donde conviven tensa y conflictivamente la Iglesia del Santo

Sepulcro, el Muro de las Lamentaciones, la Mezquita De Al-Aqsa y la Cúpula de la Roca, la han

transfigurado, en la imaginación activa de innumerables creyentes, peregrinos y cruzados, en una urbe a la

vez santa y peligrosa, sagrada y sanguinaria, como ninguna otra ciudad en la historia humana.9 Incontables

judíos, cristianos e islamitas han invocado con profunda devoción el nostálgico cántico a la ciudad perdida y

añorada: “¿Cómo cantaremos un cántico a Dios en tierra de extraños? Si me olvido de ti, Jerusalén, pierda

mi diestra su destreza. Mi lengua se pegue a mi paladar, si de ti no me acuerdo; si no enaltezco a

Jerusalén como preferente asunto de mi alegría” (Salmo 137:4-6). ¡Un himno espléndido, ciertamente! Pero

con frecuencia se olvidan sus rencorosos versos postreros, en los que el lamento se transforma en anhelo

de cruel venganza: “Hija de Babilonia… bienaventurado el que te dé el pago de lo que tú nos hiciste.

¡Dichoso el que tome tus niños y los estrelle contra la peña!” (Salmo 137:8-9). La sacralidad atribuida a

varios lugares en Palestina, Jerusalén en primer rango, ha sido causa funesta de interminables conflictos

violentos y sangrientos. ¿Tenemos acaso, ese es el reto que agudamente plantea la teología palestina, los

recursos intelectuales y espirituales para reconfigurar este debate de manera que el concepto de “tierra

santa” sea punto de partida, no para la “guerra santa”, sino para el diálogo, el entendimiento y la solidaridad

entre las tres grandes religiones monoteístas que comparten memorias y escrituras sagradas? De la

respuesta a esa pregunta crucial depende en buena medida el destino feliz o infortunado de los diversos

pueblos que habitan los valles y colinas de Palestina y quizá incluso la paz mundial.

6. La teología palestina, quizá más enfáticamente que otras teologías de liberación, subraya el arduo pero

deseable y necesario vínculo entre justicia y reconciliación, denuncia profética y esfuerzos pacificadores,

recuperación de la historia de agravios y el perdón sanador de esa memoria.10 La meta última de la

denuncia profética no puede ser la humillación ni menos aún la destrucción del pueblo adversario, sino el

cumplimento histórico de la visión de Isaías de una nueva creación, libre de violencia y devastación bélica,

un mundo en el que las comunidades en conflicto, en este caso palestinos e israelíes, “edificarán casas y

las habitarán; plantarán viñas y comerán de su fruto. No edificarán para que otro habite ni plantarán para

que otro coma… No trabajarán en vano ni darán a luz para maldición…” (Isaías 65:21-23). La

reconciliación, en un contexto de paz justa y de restitución de agravios inicuos, es hoy, tras varias

devastadoras guerras recientes y la memoria herida de siglos de sanguinarias hostilidades, un sueño

compartido por muchos palestinos e israelíes, sean judíos, islamitas, cristianos o no-creyentes. Un sueño

de paz y reconciliación. Es la aspiración de dos pueblos con memorias profundamente heridas: la memoria

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del shoah, el atroz holocausto judío, y la memoria de al-nakba, la trágica catástrofe palestina. Este sueño es

tema central de la teología palestina. Lo comparten además teólogos y líderes religiosos judíos que

reconocen y respetan la dignidad de la diferencia.11 Es también un anhelo que, desde tierra de gentiles,

compartimos muchos y a cuya realización podemos contribuir disipando estereotipos degradantes y

forjando redes creadoras de diálogo, comunicación y colaboración.12

Señores, señores profetas, no preguntéis su nombre a los árboles, no preguntéis por su madre a los valles: de mi frente se escinde la espada de la luz, y de mi mano brota el agua del río. Todos los corazones del hombre… son mi nacionalidad: ¡retiradme el pasaporte!”

MAHMOUD DARWISH, “Pasaporte”

Notas

1. Edward W. Said, The Question of Palestine (London: Routledge, 1980); Ilan Pappe, A History of Modern Palestine: One Land, Two Peoples (Cambridge: Cambridge University Press, 2006). [↩]

2. Alice Walker, “Overcoming Speechlessness,” Tikkun, September/October 2009, 35-36. [↩] 3. Jorge V. Pixley, Éxodo, una lectura evangélica y popular (México, DF: Casa Unida de Publicaciones, 1983);

José Severino Croatto, Exodus, a Hermeneutics of Freedom (Maryknoll, NY: Orbis Books, 1981). [↩] 4. Phyllis Trible, Texts of Terror: Literary-Feminist Readings of Biblical Narratives (Philadelphia: Fortress Press,

1984). 5. Luis N. Rivera Pagán, Evangelización y violencia: la conquista de América (San Juan: Ediciones Cemí, 1992).

6. Daniel L. Smith-Christopher, A Biblical Theology of Exile (Minneapolis: Fortress Press, 2002). [↩] 7. Walter J. Houston, Contending for Justice: Ideologies and Theologies of Social Justice in the Old

Testament (London: T & T Clark, 2006).] 8. Aquí es la valiosa la teología judía de la liberación desarrollada por Marc H. Ellis en su libro Toward a Jewish

Theology of Liberation (3rd expanded edition) (Waco, TX: Baylor University Press, 2004). 9. Amos Elon, Jerusalem: Battlegrounds of Memory (New York: Kodansha International, 1995). 10. Naim Stifan Ateek, Justice and Only Justice: A Palestinian Theology of Liberation (Maryknoll, NY: Orbis

Books, 1989), 163-175; Mitri Raheb, I Am a Palestinian Christian (Minneapolis: Fortress Press, 1995), 112-116. Véase, además, Naim Stifan Ateek, A Palestinian Christian Cry for Reconciliation (Maryknoll, NY: Orbis Books, 2008).

11. Jonathan Sacks, The Dignity of Difference: How to Avoid the Clash of Civilizations (London: Continuum, 2002); Judith Butler, Parting Ways: Jewishness and the Critique of Zionism (New York: Columbia University Press, 2012).

12. Son muy útiles, desde las tradiciones culturales y religiosas progresistas islámicas, los escritos de Anouar Majid, sobre todo sus libros Unveiling Traditions: Postcolonial Islam in a Polycentric World (Durham, NC: Duke University Press, 2000), Freedom and Orthodoxy: Islam and Difference in the Post-Andalusian Age (Stanford: Stanford University Press, 2004) y A Call for Heresy: Why Dissent Is Vital to Islam and America (Minneapolis, MN: University of Minnesota Press, 2007). Sobre el conflicto Israel/Palestina sigue siendo esclarecedor el texto de Rosemary Radford Ruether y Herman J. Ruether, The Wrath of Jonah: The Crisis of Religious

Nationalism in the Israeli-Palestinian Conflict (Minneapolis, MN: Fortress, 2002). [↩]

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EL PUEBLO DE LA PROMESA: A PROPÓSITO DE LOS BOMBARDEOS DE GAZA

Juan Esteban Londoño www.lupaprotestante.com/blog/el-pueblo-de-la-promesa-proposito-de-los-bombardeos-de-gaza/

Desde el martes 1 de julio, en celebración del Ramadán, la aviación y la marina de guerra israelí iniciaron una

ofensiva en la que ya se registran más de cien ataques contra los habitantes de Palestina. En ellos, han muerto

cerca de ochenta personas, en su mayoría civiles, siete de ellas niños. Informes de la ONU advierten desde hace

tiempo que Gaza será un lugar “inhabitable” en 2020, ya que a la escasez se unirán la contaminación de la tierra

y la muerte de los recursos hídricos, tanto subterráneos como costeros [1].

Muchos cristianos piensan que Israel tiene el derecho a la tierra palestina, pues en ella radican las

promesas de Dios. Más de 1.500 iglesias en los Estados Unidos y en más de 50 países extranjeros han venido

dedicando sus servicios dominicales a enseñar la importancia del apoyo cristiano a Israel [2]. El pastor evangélico

John C. Hagee, fundador y presidente del Movimiento Cristianos Unidos por Israel, dice que apoyar el sionismo

es un mandato bíblico: “Los cristianos deberían apoyar a Israel porque simplemente es lo correcto”, comenta este

líder.

Sin embargo, una mirada bíblica más detenida permite pensar las cosas de otra manera. Tanto en el

Antiguo como en el Nuevo Testamento, la promesa al pueblo de Dios puede comprenderse como una promesa

de apoyo espiritual, bajo el compromiso del seguimiento de las enseñanzas de las Escrituras, las cuales enseñan

el amor al prójimo, incluso al enemigo. Muchos judíos, cristianos y musulmanes han comprendido mejor este tipo

de enseñanzas, y están lejos del apoyo a las incursiones violentas sobre tierras ocupadas en nombre de

cualquier religión.

Un ejemplo por excelencia para hablar de la promesa y de la pertenencia a las bendiciones de Abraham,

son las palabras de Jesús de Nazaret que aparecen en el Evangelio de Juan: “Si fueran hijos de Abraham, harían

las obras de Abraham. Pero ahora intentan matarme a mí, al hombre que les dice la verdad que ha oído de Dios.

Eso no lo hacía Abraham. Pero ustedes obran como su padre… El padre de ustedes es el Diablo y ustedes

quieren cumplir los deseos de su padre. Él era homicida desde el principio; no se mantuvo en la verdad, porque

no hay verdad en él.” (Juan 8,39-42).

Desde la perspectiva de Jesús, Abraham convivió con sus vecinos y fue bendecido por Dios. Mientras que

los que intentan matarlo, son catalogados como hijos del diablo, independientemente de su origen racial. Los

homicidas son hijos de Satán. Por lo tanto, si Israel es el pueblo de Dios, debe hacer las cosas de Dios. Pero, al

asesinar a los palestinos demuestra que está más cerca de las obras del demonio que de Dios.

Al leer el Antiguo Testamento, nos damos cuenta de que Abraham, en quien se personifica al pueblo

entero de Israel, es presentado como un migrante, un forastero, un viajero, que va a una tierra extranjera a

convivir pacíficamente con los moradores de aquellas ciudades: “Abraham partió a la tierra del Neguev, acampó

entre Cades y Shur, y habitó como forastero en Gerar” (Genesis 20,1).

El Abraham bíblico encuentra a Dios también en las tierras cananeas, descubriendo igualmente su

presencia divina entre los paganos (Gen 12,7; 13,14; 15,1; 17,1; 18,1). Encuentra, por tanto, que el Dios que se

revela en aquellas tierras bajo los nombres de El, El Olam, El Elyon y El Shadday es el mismo que más adelante

se revelará como Yahvé. La divinidad, aunque tenga diferentes expresiones (tales como Yahvé, el Padre o Alah –

Alah es un nombre bíblico correspondiente al Dios ‘El’), es una.

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En Génesis, se da la promesa a Abraham de que en él “serán benditas todas las familias de la tierra” (Gen

18,8). Es decir, que el patriarca representa un modelo de convivencia pacífico con los vecinos y un centro de

bendición no sólo espiritual, sino también de fertilidad (Gen 17,16), de crecimiento económico (Gen 24,35), de

relaciones políticas (Gen 24,60) y de importancia social (Gen 12,2). Como señala Norman Habel:

Los relatos de Abraham presentan al héroe relacionado pacíficamente con una serie de habitantes de diversas culturas. Él les compra tierra a los heteos, intenta salvar a los sodomitas después de rescatar su propiedad robada, paga los diezmos al rey de los jebuseos, hace un pacto con los temidos filisteos y comparte la tierra con Lot, su pariente, el ancestro de los amonitas y moabitas. Abraham es el claro mediador de relaciones pacíficas y de la bendición de la tierra. Él es el símbolo de un pueblo inmigrante que busca vivir en paz y construir enlaces con los pueblos que ya existían en la tierra anfitriona, cuyo derecho a ella es por tanto reconocido.” (Habel, 2002: 28).

Los arqueólogos judíos de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Israel Finkelstein y Neil Asher Silvermann,

han demostrado que el pueblo de israelita no se diferenciaba ni en genética, ni en cultura, ni siquiera en religión

con los pueblos cananeos de la época que hoy son llamados los palestinos (“filisteos” – Nótese que Palestina es

llamada así porque es la “tierra de los filisteos”).

Según estos investigadores, hacia el año 1.000 antes de Cristo, los pueblos que convivían en la tierra que

hoy se llama Israel/Palestina eran pacíficos. Finkelstein señala que las aldeas no estaban fortificadas, ni se

descubrieron armas en estas poblaciones, ni tampoco hay indicios de incendios o de destrucciones súbitas.

La investigación arqueológica ha concluido que tanto los israelitas como los palestinos proceden de la

misma tierra cananea. La aparición del primitivo Israel fue el resultado del colapso de la cultura cananea, no su

causa. La mayoría de los israelitas no llegó de fuera de Canaán, ni la posesión de la tierra fue violenta. Los textos

del libro de Josué son comprendidos por los historiadores como literatura épica, al estilo de la Ilíada y la Odisea,

que narran de forma imaginativa la forma en que los israelitas querían recordar su historia.

El Israel histórico es más bien la comunidad que se va formando dentro de las condiciones materiales de

vida del Canaán antiguo, con muchos más detalles y mucha más concretización de vida que lo que la Biblia

pueda generalizar. Este Israel indiscutiblemente ha vivido procesos más complejos, tal como la vida misma es

más compleja que las descripciones que se puedan hacer de ella. Para ello es importante ir a la investigación

histórica y tratar de reconstruir los procesos fundamentales de la lucha y vida del pueblo, para poder acercarse a

la experiencia que van desarrollando de Dios, y a la manera como se configura el pueblo que poco a poco se va

convirtiendo, para mal o para bien, en el portador de un mensaje de fe fundamental para la humanidad.

Por esto, hay que distinguir el Israel de las tradiciones culturales y el Israel histórico. El pueblo descrito en

la Biblia es el pueblo idealizado, leído a la luz del presente de quienes escriben y quienes leen, quienes luchan

por resistir. Es el Israel arquetípico, ancestral y simbólico que le permite al pueblo ahora disminuido tener un

horizonte hacia el cual caminar y la conciencia de una procedencia pura, fuerte y combativa. Este símbolo de

Israel descrito en el Antiguo Testamento es fundamental para el caminar del pueblo. Se trata no tanto del Israel

del pasado, sino del Israel del futuro de la promesa, del que ve Pablo en Romanos 9-11 como el pueblo de la

promesa, no por la carne sino por la experiencia de la fe que se actualiza en el presente de cada generación: “No

es que haya fallado la promesa de Dios. Porque no todos los que descienden de Israel son israelitas; ni todos los

descendientes de Abraham son verdaderamente sus hijos; sino que Dios había dicho: De Isaac nacerá tu

descendencia. Es decir, que los hijos de Dios no son los hijos carnales, sino la verdadera descendencia son los

hijos de la promesa” (Romanos 9,6-8).

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En este sentido, también la presentación de Israel como un pueblo genéticamente exclusivo es una

idealización. El pueblo de Dios no es pueblo de Dios por un origen geográfico, ni siquiera religioso. El pueblo de

Dios es pueblo por la promesa y la gracia divinas. Pablo tiene razón cuando dice que Israel es un Israel espiritual

y no un Israel de la carne. Y el evangelio de Juan afirma que ser hijo de Dios no es asunto de carne ni de sangre

ni de voluntad de varón (Jn 1,12-13), sino un asunto espiritual, proveniente de Dios.

Por lo tanto, no hay ningún argumento para decir que los israelitas que están bombardeando Gaza y

asesinado a palestinos son hijos privilegiados de Dios o lo hacen en nombre del Dios de la vida (de hecho,

muchos de los palestinos asesinados por los israelitas son cristianos). Porque no se reconoce a los hijos de Dios

por las doctrinas que profesen o los libros que lean: “Por sus frutos los conocerán” (Mt 5,16), dijo el Maestro, justo

después de haber afirmado el amor a los enemigos y la bienaventuranza para los hacedores de paz (Mt 5,9.43-

48). De modo que no son los hijos de Dios los que profesan una genética particular (si es por genética, todos

somos hijos de Dios, pues descendemos de Adán, quien era hijo de Dios), sino los que hacen las obras y la

voluntad de su Padre. “No todo el que me diga: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que haga

la voluntad de mi Padre del cielo.” (Mt 7,21).

Bibliografía Habel, Norman C. (2002). “La tierra como país hospedador”, en Tierra prometida. Abraham, Josué y Tierra sin

exclusión. Quito, Ediciones Abya-Yala. Finkelstein, Israel y Neil Asher Silvermann, (2003). La Biblia desenterrada. Madrid: Siglo XXI. Notas [1] www.elespectador.com/noticias/elmundo/pan-poca-comida-estruendo-y-miedo-llenan-mesas-gaza-med-articulo-503354 [2] www.consuladodeisrael.com/noticias/noticia/archive/noticias/2010/05/17/El-porque-los-cristianos-sionistas-realmente-apoyan-a-Israel.aspx