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LA INQUISICIÓN MEDIEVAL. La Inquisición fue la respuesta de la Iglesia a sus propios miedos. Una Iglesia que olvidó a quién debía servir, una Iglesia demasiado mundana y bastante alejada de sus orígenes. El origen de la Inquisición fue meramente doctrinal: era un tribunal que juzgaba las "desviaciones" de la doctrina. Los que eran hallados culpables eran amonestados, pero no era un tribunal procesal, sino un órgano de control interno. Sin embargo, la cosa acabó degenerando en un verdadero tribunal que llegó a tener competencias jurídicas. La Inquisición fue un reflejo del tiempo en el que la Iglesia vivía . La Inquisición nació en un tiempo oscuro donde imperaba la ley del más fuerte. Las invasiones bárbaras provocaron una caída de los valores cristianos mantenidos en la sociedad. Y mientras tanto, para poder controlar a la iglesia, los gobernantes la inflaron de poder terrenal. La Iglesia cometió el error de aceptarlo y así consiguieron interferir incansablemente en los asuntos internos de la Iglesia. Así pues, la Iglesia medieval es una Iglesia constantemente a la defensiva, una Iglesia que se afana en conservar lo que tiene. Y ahí está la verdadera clave de la creación de la Inquisición. El clero, que determinaba la vida espiritual, estaba estrechamente vinculado a los señores feudales. En la Iglesia se despertó la conciencia de los laicos, que querían formarse una opinión personal sobre las cuestiones religiosas y para ello recurrían a la Biblia y que ya no se abandonaban sin reservas a los guías espirituales. Mientras su búsqueda se enmarcara dentro del ámbito eclesial y estuviera al servicio de una reforma interior, podía tener efectos beneficiosos. Pero también se corría el peligro de que se ligara a teorías heréticas y contrarias a la Iglesia y produjera daños. MOVIMIENTOS DE POBREZA: Valdenses y cátaros a) El celoso clérigo reformador de los Países Bajos, Tanchelín, contrario a toda forma de posesión de los clérigos, no se limitó a censurar enérgicamente la vida mundana de los religiosos, sino que terminó dirigiendo una lucha espiritual contra la jerarquía y la Iglesia sacramental, y rechazando la eucaristía. El pueblo le dio muerte en 1115, pero su doctrina pervivió. Arnaldo de Brescia , el radical predicador italiano, exigía una Iglesia pobre y sin bienes, y dirigió públicamente sus críticas al papado. Tras interesarse por la actividad política en la ciudad de Roma, se vio arrastrado por el mecanismo de la

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Inquisición. Trabajo Ibste

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Page 1: Inquisición. Trabajo Ibste

LA INQUISICIÓN MEDIEVAL.La Inquisición fue la respuesta de la Iglesia a sus propios miedos. Una Iglesia que olvidó a quién debía servir, una Iglesia demasiado mundana y bastante alejada de sus orígenes. El origen de la Inquisición fue meramente doctrinal: era un tribunal que juzgaba las "desviaciones" de la doctrina. Los que eran hallados culpables eran amonestados, pero no era un tribunal procesal, sino un órgano de control interno. Sin embargo, la cosa acabó degenerando en un verdadero tribunal que llegó a tener competencias jurídicas.

La Inquisición fue un reflejo del tiempo en el que la Iglesia vivía. La Inquisición nació en un tiempo oscuro donde imperaba la ley del más fuerte. Las invasiones bárbaras provocaron una caída de los valores cristianos mantenidos en la sociedad. Y mientras tanto, para poder controlar a la iglesia, los gobernantes la inflaron de poder terrenal. La Iglesia cometió el error de aceptarlo y así consiguieron interferir incansablemente en los asuntos internos de la Iglesia. Así pues, la Iglesia medieval es una Iglesia constantemente a la defensiva, una Iglesia que se afana en conservar lo que tiene. Y ahí está la verdadera clave de la creación de la Inquisición.

El clero, que determinaba la vida espiritual, estaba estrechamente vinculado a los señores feudales. En la Iglesia se despertó la conciencia de los laicos, que querían formarse una opinión personal sobre las cuestiones religiosas y para ello recurrían a la Biblia y que ya no se abandonaban sin reservas a los guías espirituales. Mientras su búsqueda se enmarcara dentro del ámbito eclesial y estuviera al servicio de una reforma interior, podía tener efectos beneficiosos. Pero también se corría el peligro de que se ligara a teorías heréticas y contrarias a la Iglesia y produjera daños.

MOVIMIENTOS DE POBREZA: Valdenses y cátarosa) El celoso clérigo reformador de los Países Bajos, Tanchelín, contrario a toda forma de posesión de los clérigos, no se limitó a censurar enérgicamente la vida mundana de los religiosos, sino que terminó dirigiendo una lucha espiritual contra la jerarquía y la Iglesia sacramental, y rechazando la eucaristía. El pueblo le dio muerte en 1115, pero su doctrina pervivió. Arnaldo de Brescia, el radical predicador italiano, exigía una Iglesia pobre y sin bienes, y dirigió públicamente sus críticas al papado. Tras interesarse por la actividad política en la ciudad de Roma, se vio arrastrado por el mecanismo de la alta política. El emperador Federico I Barbarroja lo hizo ajusticiar en 1155. Sus seguidores, los arnaldistas, se unieron después en gran número a los valdenses y a los cataros.

b) Los valdenses proceden del rico comerciante Pedro Valdo de Lyon. Estaba por completo entregado a las especulaciones comerciales, vio prosperar sus negocios hasta tal punto que a los pocos años, era uno de los grandes ricos de Lyon.

Una tarde de la primavera de 1173, mientras conversaba con algunos amigos en el umbral de su casa, uno de ellos, atacado de un repentino mal, cayó muerto a os pies de Pedro Valdo. Este suceso levantó un interrogante en la mente de Valdo: “¿Qué sería de mi alma, si debiese yo también comparecer así, de un momento a otro, ante Dios?”. La emoción que experimentó no fue superficial o efímera, a medida que pasaban los días, en su interior crecía la agitación y cada vez más se convertía en tormento.

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Escuchó una predica del Mat. 6:24 y regaló a los pobres hasta el último dinero, en la vía pública. A la vez que hacía esto Valdo clamaba a gran voz: "No se puede servir a dos señores, a Dios y a Mammón!" Al hacer esto, parte de la gente que se había amontonado a su alrededor se burló de él. En respuesta Valdo les dijo: "Amigos y conciudadanos, no estoy fuera de sentido como pensáis; pero he querido vengarme de un enemigo que me tiranizaba: el dinero, el que tenía en mi corazón más lugar que Dios, al punto que servía yo a la criatura y no al Creador. Sé que no pocos de vosotros desaprueban que yo haga estas cosas en público, más las hago por dos razones, por vosotros y por mí: por mí, a fin de que, de hoy en adelante si alguno me viese poseer dinero diga entonces que estoy fuera de juicio; por vosotros, para que aprendáis en mi ejemplo a poner vuestra esperanza en Dios antes que en los bienes perecederos".

Así que donó su patrimonio, para poder iniciar mejor un riguroso apostolado de pobreza y predicar la penitencia. Sus seguidores se llamaron pauperes Christi, pobres de Cristo, o pobres de Lyon. Su predicación, que ciertamente partía de intenciones puras, no estuvo exenta de duras críticas a la vida de la iglesia. El obispo de Lyon la prohibió, porque los seguidores de Valdo eran laicos y no estaban cualificados para hablar de cuestiones de fe.

Valdo recurrió al papa Alejandro III y e inicialmente fue autorizado por el papa, siempre y cuando evitara toda forma de proclamación doctrinal y bajo supervisión de la iglesia. Tiempo después, el obispo le volvió a echar en cara a Valdo que no la había respetado y le prohibió predicar. Valdo se dirigió a Roma de nuevo, pero esta vez Lucio III reaccionó duramente. En 1184 le prohibió toda forma de predicación y desautorizó por completo su movimiento, que había asumido formas radicales. Valdo se negó a obedecer y apelando a su vocación interior y a la misión personal recibida de Cristo, replicó que sólo quien lo había dado todo y vivía en absoluta pobreza tenía derecho a proclamar el mensaje de Cristo. El papa respondió con la excomunión y la persecución. El movimiento valdense fue reducido a la clandestinidad y desarrolló una hostilidad cada vez más fuerte contra la Iglesia. Valdo murió hacia 1206.

b) Mientras tanto el movimiento de los cataros o albigenses hundía sus raíces. Sostenían que el mundo había sido creado por el diablo, es decir, por el Dios malo del Antiguo Testamento, y estaba dominado por Él. También las almas puras de los hombres habían sido encarceladas en la materia mala. El Dios bueno del Nuevo Testamento había enviado a Jesucristo, uno de sus ángeles, para enseñar a los hombres la manera de liberarse y entrar como «puros» (cataros) en su verdadera patria, el cielo. Para ello necesitaban la vida ascética y el completo rechazo del mundo. Todo contacto con la materia mala causaba impureza y la creación entera era, en sí misma, pecaminosa. Los «perfectos» debían evitar escrupulosamente, además del matrimonio, las relaciones sexuales, los placeres de la carne, toda forma de trabajo manual, los bienes y las riquezas materiales.

Sus partidarios se organizaron según el modelo de la Iglesia católica y tuvieron una jerarquía y obispados. En 1167 tuvo lugar en Tolosa un gran concilio de los cataros. A la rica Iglesia católica, llena de bienes temporales, le contrapusieron su Iglesia pobre, que condenaba toda posesión. Se asociaron así a las ideas de muchos reformadores radicales, que soñaban con una Iglesia evangélica y pobre, y lograron hacer creer al pueblo sencillo que su desprecio del mundo expresaba la imagen ideal de ascetismo cristiano. En suma, se consideraban los cristianos ideales, los únicos que llevaban una vida ascética ejemplar, mientras que la Iglesia católica era la

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sinagoga de Satanás, los sacerdotes eran pecadores hipócritas y los sacramentos eran obra del diablo. Rechazaban los dogmas y sacramentos de la «Santa» Madre Iglesia, llamándola Roma la Ramera de Babilonia, y al Papa el Anticristo. Rechazaban a los monjes y sacerdotes católicos porque éstos, pretendiendo vivir una vida de celibato, y se acostaban incluso con prostitutas y hacían negocio con la usura y el tráfico de reliquias a imágenes religiosas, las cuales también detestaban. Con la misma actitud categórica luchaban también contra el Estado. Para ellos, el emperador era el enviado de Satanás y los príncipes eran sus ayudantes. Su vigorosa propagación en el sur de Francia, particularmente en la región de Albi (de ahí el nombre de albigenses) les llevó pronto a aliarse con los nobles, que se estaban preparando para la lucha contra el reino francés. La tensión estalló en las sanguinarias guerras contra los albigenses (1209-1229).

El decreto de Graciano (padre del derecho canónico) en el año 1140, armoniza los textos jurídicos tradicionales (derecho romano, decretales, etc.) y considera tres etapas en un proceso contra la herejía:

1. Intento de persuadir, 2. Sanciones canónicas, y 3. Entrega al brazo secular.

Estos procederán a la confiscación de bienes y a los castigos corporales y torturas.

En 1179 se celebra el III Concilio ecuménico de Letrán con una nutrida representación de obispos. Se promulgan 27 cánones y se fija la cifra de 2/3 del cuerpo electoral para la elección de Papa. Se hace condena expresa del catarismo , se prohíbe a judíos y moros tener esclavos cristianos. Ahora es cuando se toma conciencia de que Occidente ha tomado el relevo de Oriente en lo que al ecumenismo de la Iglesia se refiere. El concilio es el último acto importante en el pontificado de Alejandro III que muere en 1181.

Oficialmente, la Inquisición medieval fue establecida en 1184 con la bula del Papa Lucio III Ad abolendam, como un instrumento para acabar con la herejía cátara. Mediante esta bula, se exigía a los obispos que interviniesen activamente para extirpar la herejía y se les otorgaba la potestad de juzgar y condenar a los herejes de su diócesis.

Cercano ya el fin de sus días, en 1215, Inocencio III convocó en Roma el IV Concilio de Letrán. Además de tratar de ciertos temas políticos y doctrinales, el Concilio decretó regulaciones a los derechos y deberes de casi todas las clases sociales. Entre los decretos más famosos destaca Omnis Utriusque Sexus, en el que se obliga a todos los adultos cristianos a recibir al menos una vez al año los sacramentos de la confesión y la eucaristía. Su celebración reunió en Roma a unos 400 obispos y 800 abades y superiores, además de muchos príncipes seculares y de sus representantes, la mayor reunión de estas características de toda la edad media. Apoyó a Santo Domingo de Guzmán (fundador de los dominicos) y a san Francisco de Asís (creador de los franciscanos y las clarisas) en esfuerzos por fundar sus nuevas órdenes.

Los puntos principales en cuanto a los herejes eran:

Toda herejía debía ser perseguida concertadamente por las autoridades civiles y eclesiásticas.

Los procesos deberán ser iniciados de oficio —sin instancia de parte—. Los obispos deberán disponer la realización de inquisición en cada parroquia de su

diócesis. Las propiedades de los herejes deberán ser confiscadas.

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Los recalcitrantes deberán ser relajados al brazo secular para ser sancionados.

El Papa Inocencio III, que se creía él mismo «la fundación de toda la Cristiandad», y al que al referirse a los Albigenses decía: “¿Acaso no saben que sin mí no hay Iglesia, no hay Roca, no ha Fe, no hay Salvación?”; y prometió que “todo aquel que matase a algún Albigense tendría su lugar en el cielo”Al grito Papal de «¡Muerte a los herejes!» empezó pues la Cruzada contra los Albigenses. Y, debido a que el rey de Francia rehusó liderar la Cruzada, el Papa nombró al monje Arnald Amalric, General de la orden del Císter en Citeaux, como comandante en jefe del ejército asesino. El ejército estaba formado por monjes guerreros, campesinos y mercenarios, a los que el Papa prometió, entre otras cosas, una indulgencia especial y también tierras valiosas en Languedoc.

La anécdota que quedo de estos hechos es que los soldados, cuando preguntaron a los prelados (Superior eclesiástico de la Iglesia, como abad, obispo, etc.) como distinguían entre católicos y herejes, la respuesta fue: "Matad a todos que luego Dios los distinguirá en el cielo".

La gente, confusa, se refugió en las iglesias de San Judas y María Magdalena. Nada más en la Iglesia de María Magdalena, con las puertas cerradas, se habían refugiado más de 7 mil mujeres, aparte de niños y ancianos. Y, al mismo tiempo que los sacerdotes oficiaban misa dentro de la iglesia, las hachas de los invasores empezaron a romper las puertas de madera. Una vez adentro, los invasores cantando Veni Sancte Spiritus, no perdonaron a nadie, ni siquiera a los bebés. Los últimos en ser cortados por los hachazos fueron dos sacerdotes que se encontraban en el altar, uno murió con un crucifijo en la mano y el otro sosteniendo el cáliz.

Después que todo terminó, se les comunicó a los mercenarios por aquellos que tenían el mando que todo el botín debería entregarse al Papa para financiar la Cruzada. Enardecidos los mercenarios por esta decisión, tomaron entonces venganza e incendiaron toda la ciudad, de tal manera que de Béziers sólo quedó un montón de cenizas con cadáveres por todas partes.

En 1231, ante el fracaso de la Inquisición episcopal, Gregorio IX, mediante la bula Excommunicamus, creó la "Inquisición pontificia", dirigida directamente por el Papa y la confió a las órdenes mendicantes, la de S. Francisco de Asís y la de Santo Domingo de Guzmán.

En 1252, Inocencio IV autorizó a los inquisidores a usar también la tortura, si lo consideraban necesario para arrancar una confesión de herejía (constitución Ad exstirpanda).

Las órdenes mendicantes se llamaban así, porque en un tiempo en que los pastores de la iglesia se enriquecen siempre más y los monasterios abundan en tierras y en bienes, ellos hacen voto de perfecta pobreza y predican la fraternidad cristiana. Su vida ya no depende de tierras de labranza ni de rentas. Viven de la limosna. Ya no se llaman monjes, sino hermanos.

Proceso penal.El proceso comenzaba por el llamado «periodo de gracia», que consistía en que en un periodo de 30 o 40 días los sospechosos tenían la posibilidad de hacer confesiones voluntarias de sus presuntos delitos, que en este caso no se castigarían. Esto hizo que se lograran con bastante éxito los efectos buscados, pero a partir de 1500 estos «periodos de gracia» fueron suprimidos y sustituidos por los edictos por los que los inquisidores anunciaban la obligación de denunciar a los sospechosos bajo pena de excomunión.

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Esto provocaba autoinculpaciones, pero también numerosas delaciones, protegidas por el anonimato. Los denunciados no conocían en ningún momento de qué se les acusaba. Para poder defenderse, los acusados tenían derecho a proporcionar previamente el nombre de los que tendrían un motivo para perjudicarles, lo que constituía un modo de recusar su denuncia. En caso de falso testimonio, el castigo previsto para el acusado recaía en el acusador.

El primer interrogatorio tiene lugar en presencia de un jurado local constituido por clérigos y laicos cuya opinión se escucha antes de promulgar la sentencia. Si el acusado mantiene sus negativas, sufre un interrogatorio completo cuyo fin es el de recibir su confesión.

Para obtener la confesión se podía utilizar la coacción; ya sea mediante la prolongación de la prisión, ya sea por la privación de alimentos, o bien, en último lugar, por la tortura

Al final, y después de consultar al jurado, el proceso podía terminar con la libre absolución, con la suspensión del proceso o con una condena. La condena podía ser leve o vehemente. En el primer caso el castigo podía ser una multa, una reprensión y llevar un sambenito. En el segundo caso, era, según la fórmula, "relajado al brazo secular", esto es, entregado a la jurisdicción ordinaria para su ejecución.

Los procesos podían hacerse también en ausencia del reo, de forma que si se sentenciaba al mismo a la máxima pena, se les podía quemar en efigie, en forma de un muñeco con sus rasgos. Si el reo había muerto ya, se desenterraban sus huesos y se quemaban.

Los que confesaban voluntariamente eran sentenciados inmediatamente con penas religiosas que consistían en oraciones diarias, peregrinaciones, ayunos y multas. En el caso de existir pruebas suficientes contra el reo y éste no confesaba la verdad, se aplicaba el tormento. Los elementos de tortura eran: el potro, la garrucha y el castigo de agua. Si el acusado confesaba, entonces era condenado a varios años de prisión o de galeras, confiscación de bienes, prohibición de ejercer ciertos oficios pare él y sus herederos, llevar vestimentas que denotaran su condición de arrepentido.

Cuando había suficientes sentencias y se consideraba que la herejía era complicada, se hacía lo que finalmente se conoció como auto de fe. Era una ceremonia que duraba un día entero. Comenzaba a primeras horas de la mañana, cuando los reos eran llevados a la casa del inquisidor, en la que se los vestía con una túnica amarilla y un bonete en pico. Se hacía un desfile hasta el lugar donde se llevaría a cabo el acto; en general una plaza importante. Se celebraba misa con un sermón que se refería a lo horrendo de la herejía. Luego se leían las sentencias, comenzando por las más leves. A los que se relajaban al brazo secular para ser quemados se los conducía hacia otro lugar que se llamaba quemadero, donde había preparado una pira y allí eran quemados.

Para colmo, escribían las palabras “Soli Deo Gloria” (“Gloria solo a Dios”) en los aparatos confeccionados para torturar. También rociaban los instrumentos de tortura con “agua bendita”

El fin original, cuando se constituyó la inquisición episcopal, era salvar el alma del hereje. No importaba si para ello, su cuerpo tenía que ser muerto, lo importante era su salvación. A medida que avanzó el tiempo no cabe la menor duda que el deseo era exterminarlos y como vulgarmente se diría, “mandarlos al infierno”.

NOTA:La palabra Inquisición, etimológicamente significa indagación o investigación.

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Las 3 inquisiciones:

1. Inquisición episcopal, (coordinada por un obispo) en el año 1184 por Lucio III.2. Inquisición pontificia, (coordinada por el papa) en el año 1231 por Gregorio IX.3. Inquisición moderna, sería la inquisición española, en el año 1478 por Sixto IV.