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HISTORIA MARXISTA LATINOAMERICANA: NACIMIENTO, CAÍDA Y RESURRECCIÓN* Juan Maiguashca York University/Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador RESUMEN Este ensayo analiza el nacimiento y la caída de la historia marxista latinoame- ricana a lo largo del siglo XX. Se examinan dos casos representativos durante el resurgimiento de la misma en los últimos diez años: uno de ellos en Argentina y el otro en México. Casos similares se han dado en otros países de la región, pero el argentino y mexicano ilustran dos maneras opuestas de abordar el renacer de la historia marxista. PALABRAS CLAVE: histroriografía, historia latinoamericana, historia marxista, Amé- rica Latina, siglo XX, Argentina y México. ABSTRACT The purpose of this paper is twofold: first, to give a brief account of the rise and fall of Latin American Marxist history in the Twentieth century; and second, to provide a fairly detailed analysis of two salient developments during its re- surgence in the last ten years. One of them has taken place in Argentina and the other in Mexico. There have been similar efforts in other countries of the region, but the Argentinean and Mexican experiments illustrate two contrasting approaches to a Marxist resurrection. KEYWORDS: historiography, Latin American history, marxist history, Latin Ameri- ca, XX century, Argentina and Mexico. * Publicado originalmente como “Latin American Marxist History: Rise, Fall and Re- surrection”, en Storia della Storiografia No. 62 (2012). Traducido al español por Isabel Mena. Una versión ampliada de esta investigación aparecerá próximamente en Marxist Historio- graphy: A Global Perspective, volumen editado por G. Iggers y E. Wang. II semestre 2013, Quito ISSN: 1390-0099 TRADUCCIÓN

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Procesos 38, II semestre 2013 95

Historia marxista latinoamericana: nacimiento, caída y resurrección*

Juan MaiguashcaYork University/Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador

RESUMEN

Este ensayo analiza el nacimiento y la caída de la historia marxista latinoame-ricana a lo largo del siglo XX. Se examinan dos casos representativos durante el resurgimiento de la misma en los últimos diez años: uno de ellos en Argentina y el otro en México. Casos similares se han dado en otros países de la región, pero el argentino y mexicano ilustran dos maneras opuestas de abordar el renacer de la historia marxista. PalaBras clave: histroriografía, historia latinoamericana, historia marxista, Amé-rica Latina, siglo XX, Argentina y México.

ABSTRACT

The purpose of this paper is twofold: first, to give a brief account of the rise and fall of Latin American Marxist history in the Twentieth century; and second, to provide a fairly detailed analysis of two salient developments during its re-surgence in the last ten years. One of them has taken place in Argentina and the other in Mexico. There have been similar efforts in other countries of the region, but the Argentinean and Mexican experiments illustrate two contrasting approaches to a Marxist resurrection. Keywords: historiography, Latin American history, marxist history, Latin Ameri-ca, XX century, Argentina and Mexico.

* Publicado originalmente como “Latin American Marxist History: Rise, Fall and Re-surrection”, en Storia della Storiografia No. 62 (2012). Traducido al español por Isabel Mena. Una versión ampliada de esta investigación aparecerá próximamente en Marxist Historio-graphy: A Global Perspective, volumen editado por G. Iggers y E. Wang.

38II semestre 2013, Quito

ISSN: 1390-0099

382nd. Semester 2013, Quito

ISSN: 1390-0099

II semestre 2013, QuitoISSN: 1390-0099

traDucción

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Primera Parte: desencuentros y resPuestas Heréticas, 1920-1990

El paradigma marxista fue importado a América Latina desde Europa a finales del siglo XIX. Pese a que muchos lo rechazaron, el paradigma fue aceptado por algunos intelectuales interesados en el cambio social de la re-gión. Entre estos, hubo quienes lo aceptaron acríticamente y sin mayores modificaciones, mientras que otros lo adaptaron para hacerlo compatible con sus experiencias nacionales. Los primeros tendieron a buscar eviden-cia local para confirmar la validez universal del paradigma extranjero; los segundos intentaron modificar el paradigma en sí mismo, contribuyendo de este modo a la emergencia de una corriente distintiva del marxismo, una corriente latinoamericana. El presente artículo se enfoca en la escritura his-tórica producida bajo la influencia de estos últimos. Para identificar algunas de sus características, voy a describir cinco momentos en los que, desafiando una variedad de obstáculos, los historiadores latinoamericanos reaccionaron heréticamente al reconfigurar el paradigma extranjero importado. Debido al carácter conflictivo de estas coyunturas, las voy a llamar desencuentros.

El primer desencuentro tuvo lugar a finales de los años de 1920 y a prin-cipios de los de 1930 e implicó la falta de consonancia entre el paradigma marxista y la realidad latinoamericana. El peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930) propuso cambios importantes al paradigma para hacerlo com-patible con la realidad social latinoamericana. En primer lugar, argumenta-ba que el modelo marxista debía dar espacio a un nuevo agente histórico: el campesinado, particularmente a los pueblos indígenas, quienes, junto a otras clases subordinadas, eran perfectamente capaces de lanzar la revolu-ción socialista. En segundo lugar, crítico al comportamiento elitista de los partidos políticos, Mariátegui estaba a favor de la construcción de una am-plia coalición popular que utilizara sus recursos económicos, sociales, polí-ticos y culturales para poner en marcha un movimiento de liberación desde abajo. En tercer lugar, postuló una distinción entre método y meta-método. Mientras que la tarea del método era inventar herramientas conceptuales para analizar una formación social concreta, la tarea del meta-método era enlazar este análisis con los principios teóricos principales y con la visión marxista del mundo. En este sentido, Mariátegui proponía compatibilizar una perspectiva específicamente peruana con una perspectiva universalista. Por último, veía en este marco compuesto tanto una herramienta de inves-tigación como un proyecto político. Argumentaba que no era cuestión de encontrar los genes del comunismo en la experiencia histórica de América Latina y nutrirlos hasta su máxima expresión, sino más bien de utilizar la

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teoría marxista para sembrar la idea de un nuevo orden social. Esta primera formulación de un marxismo latinoamericano estuvo destinada a tener una enorme influencia entre los cientistas sociales e historiadores de la región. Durante el resto del siglo, otras formulaciones se derivarán de la de Mariáte-gui, directa o indirectamente.1

El segundo desencuentro fue un choque entre historiadores y partidos comunistas, un enfrentamiento que se dio intermitentemente, pero, sobre todo, durante el tercer cuarto del siglo. Dos episodios en particular ilustran la contribución de los historiadores a la formación del marxismo latinoa-mericano. El primero tuvo lugar a finales de la década de 1950. Sin duda, algunos autores pertenecientes a los partidos comunistas se adscribieron fuertemente a las directrices impuestas por estos, pero otros no lo hicieron y fueron consecuentemente expulsados de sus partidos o los abandonaron por su propia cuenta. Sacando ventaja de este distanciamiento, estos autores hicieron investigaciones originales y a su debido momento propusieron la herética tesis de que América Latina no había seguido los cinco estados his-tóricos prescritos por el marxismo ortodoxo, sino que esta región del mundo había escapado al feudalismo y había sido capitalista desde la conquista en adelante. Al hacer este argumento, estos historiadores contribuyeron a una nueva manera de entender la experiencia histórica latinoamericana y prove-yeron un juego de herramientas cortado a la medida de la región. Los traba-jos más distintivos de esta naturaleza fueron Economía de la sociedad colonial (1949) de Sergio Bagú, El desarrollo del capitalismo en Chile (1954) de Marcelo Segall e História económica do Brasil (1959) de Caio Prado Jr.

El segundo episodio tuvo lugar en los inicios de la Revolución cubana (1959). Como es bien conocido, esta revolución se ganó sin la ayuda –y en contra de los deseos– del Partido Comunista Cubano. Una vez en el poder, en lugar de prestar atención a la retórica de los burócratas de este partido, Castro y Guevara procedieron a teorizar su propia notable experiencia y, de esta manera, pusieron en marcha un nuevo modelo de revolución socialista. Proclamaban que no había necesidad de esperar a que las circunstancias es-tuvieran maduras para lanzar una revolución; las circunstancias deben ser creadas. El liderazgo no debía venir de los políticos de butaca, sino de parti-cipantes forjados y probados en la lucha armada. Las bases sociales debían ser desarrolladas y ganadas, primero en el campo, después en las ciudades,

1. El principal trabajo de Mariátegui es Siete ensayos de interpretación de la realidad pe-ruana (Lima 1928). Hay una vasta literatura sobre Mariátegui. Para una introducción al tema, ver: José Aricó, Marx y América latina (México: Alianza, 1982); José Aricó, edit., Ma-riátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano (México: Siglo XXI, 1978); Robert Paris, “Difusión y apropiación del marxismo en América Latina”, Boletín de Estudios Latinoameri-canos y del Caribe No. 36 (junio de 1984): 3-12.

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etc., etc. Así nacieron el castrismo y el guevarismo, teorías de una revolución al estilo “hágalo usted mismo” que electrificó a América Latina.

Algunos historiadores de izquierda escribieron trabajos en los que el en-foque central de sus interpretaciones se basaba en la agencia de los sectores populares. Dos de los trabajos más notables fueron Interpretación marxista de la historia de Chile (1962) de Luis Vitale y El ingenio, complejo socioeconómico cu-bano (1964) de Manuel Moreno Fraginals. Al igual que sus contrapartes una década antes, estos historiadores tuvieron problemas con sus respectivos partidos comunistas. La experiencia del cubano Manuel Moreno Fraginals es ilustrativa al respecto. Alejandro de la Fuente ha escrito lo siguiente sobre este tema:

A pesar de su metodología rigurosa y su aire empírico –o quizá precisa-mente por esto– El ingenio no fue bien recibido por los historiadores cubanos oficiales, quienes sostenían que […] los historiadores marxistas deberían dedi-carse a reinterpretar el pasado y no a reconstruirlo utilizando nuevas evidencias y metodologías. De hecho, el libro era pionero en la aplicación de econometría en el estudio de la esclavitud y en su cuidadoso análisis sobre las innovaciones tecnológicas. Debido al resentimiento de la institución historiográfica, a Moreno nunca se le permitió dar clases en la Universidad de La Habana o crear una es-cuela en el sentido tradicional del término.2

Debo añadir que el fundador y director de la Escuela de Historia de La Habana, Sergio Aguirre, era incondicional al Partido Comunista Cuba-no desde 1938.3 Extrañamente –o quizá como era de esperarse– la “historia marxista herética” fue bien recibida en el departamento de filosofía de esta universidad. Desde febrero de 1967, bajo la dirección del joven académico Fernando Martínez Heredia, Pensamiento Crítico comenzó a aparecer men-sualmente con el lema de “pensar con cabeza propia”. Proclamaba que la experiencia cubana y, en general, la historia del tercer mundo no podían ser comprendidas de forma inteligible con las herramientas eurocéntricas su-ministradas por el marxismo soviético. Argumentaba que era esencial forjar herramientas no eurocéntricas, por lo que pretendía partir de las herejías propuestas anteriormente por Mariátegui, Sergio, Bagú, Caio Prado Jr. y Luis Vitale, entre otros. Desafortunadamente, Pensamiento Crítico se cerró en junio de 1971 debido a un acercamiento entre Cuba y la Unión Soviética en el marco de los desastres económicos sufridos por Cuba en esta época. Como

2. American Historical Association. http://www.Historians.org/perspectives/is-sues/2001/0110011)1…)

3. Ver Oscar Zanetti Lecuona, “Historia e naçao: trajetoria da historiografia cubana do século 20”, en Historiografia Contemporanea em perspectiva crítica, Jurandir Malerba e Carlos Aguirre Rojas, eds. (São Paulo: EDUSC, 2007), 303-304.

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resultado, los académicos afiliados al Partido Comunista se hicieron cargo de la Universidad de la Habana, marginaron a Martínez Heredia e institu-cionalizaron en las décadas siguientes un marxismo de estilo soviético más dogmático.4 A pesar de este desenlace, la historia marxista latinoamericana como disciplina salió ganando. La naturaleza capitalista de América Latina, la recuperación de la agencia en el proceso histórico y la demanda de herra-mientas no eurocéntricas fueron agregados que enriquecieron el paradigma marxista nativo, y esto se debió en gran medida al enfrentamiento aquí des-crito.

El tercer desencuentro tuvo lugar en 1970 cuando los intelectuales mar-xistas se enfrentaban a gobiernos militares. La Revolución cubana había de-mostrado que la lucha armada podía ser exitosa. La inspiración provocada por este ejemplo favoreció el surgimiento de guerras de guerrillas rurales en Centroamérica, en los países andinos y en Brasil. Pocos años después, aparecieron guerrillas urbanas en Argentina y Uruguay. El movimiento estu-diantil en México en 1968, la elección y el derrocamiento de Salvador Allen-de en Chile en 1971 y la revolución de Nicaragua en 1979 fueron parte de dos décadas de intenso conflicto social en América Latina. Para empeorar la situación de los poderes fácticos, esta coyuntura estuvo acompañada por la propagación del marxismo entre los estudiantes universitarios y entre una nueva hornada de intelectuales. Una instancia de este escenario fue el deba-te acerca del “modo de producción”. Inspirados por Pensamiento Crítico, y elaborando municiones a partir de una discusión entre marxistas franceses acerca de la existencia de modos de producción no europeos, una tercera ola de marxismo latinoamericano comenzó a explorar la formulación de concep-tos que ayudarían a descifrar su propia realidad.5

Confrontados con esta situación turbulenta, los gobiernos latinoameri-canos, que durante este período eran mayoritariamente dirigidos por mili-tares, se propusieron ponerle fin al asunto rápidamente. Con este propósito, institucionalizaron un horrible reinado de terror que cobró cientos de miles de víctimas. Fue una campaña exitosa en cuanto al desmantelamiento de las luchas armadas a lo largo de la región, pero no logró silenciar a los intelec-

4. Ver Néstor Kohan, “Pensamiento Crítico y el debate por las ciencias sociales en el seno de la Revolución Cubana”, en Crítica y teoría en el pensamiento social latinoamericano (Buenos Aires: CLACSO, 2006); Kepa Artaraz, “El Ejercicio de Pensar: The Rise and Fall of Pensamiento Crítico”, Bulletin of Latin American Research Vol: 24 No. 3 (2005): 348-366.

5. Para un reporte conciso de este debate ver: Joseph Love, “Economic ideas and ideologies in Latin America since 1930”, en Ideas and Ideologies in Twentieth Century Latin America, Leslie Bethell, ed. (Cambridge: Cambridge University Press, 1996), 262-268. Ver también Carlos Sempat Assadourian y otros, Modos de producción en América Latina (Méxi-co y Buenos Aires: Siglo XXI, 1973).

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tuales de izquierda. Después de verse forzados a huir en gran número de sus países natales, estos intelectuales se reagruparon como exiliados y formaron una vibrante diáspora que se volvió extremadamente activa tanto en otros lugares de América Latina, como en Norteamérica y Europa. Articulados, en su mayoría, a universidades extranjeras, se encontraron profundamente en-vueltos en la cátedra y en la academia y lejos de las presiones de la vida polí-tica, lo que tuvo un impacto inmediato sobre su trabajo. Mientras que toda la historia marxista se había orientado hasta entonces directa o indirectamente a la acción política, ahora su trabajo no se dirigía a cambiar el mundo, sino a interpretarlo. De esta manera nació la historia marxista latinoamericana “académica”, ataviada con notas de pie de página, bibliografía, índices te-marios y otras indumentarias académicas. ¿Fue esta una buena cosa? Al-gunos deploraron este giro porque alejó a los intelectuales marxistas de las calles y los metió en las aulas. Otros tuvieron miradas más favorables y argu-mentaron que el giro trajo de vuelta al marxismo histórico un elemento que había sido característico del trabajo sus padres fundadores: la investigación. Finalmente, este último grupo perseveró inspirado, entre otras cosas, por la publicación en español de Grundrisse der Kritik der politischen Ökonomie. Am-pliamente reconocido como el mayor intento de lidiar con el problema de la evolución histórica, también fue reconocido como el producto de diez años de investigación seria y tenaz.6

El surgimiento del marxismo latinoamericano académico en la escritura histórica no fue un fenómeno que tuvo lugar solamente en el exilio; de una manera menos pronunciada también se dio en casa, sobre todo, a finales de la década de 1980. Este es el origen del cuarto desencuentro. Esta vez el enfrentamineto tuvo lugar en las facultades de Historia de la región en-tre los nuevos profesores marxistas y los miembros de la institucionalidad académica anterior. Mientras que estos últimos defendían la primacía de la historia política e institucional, los primeros querían remplazarla por la his-toria económica y social. Al final, prevalecieron los marxistas debido a que una serie de factores jugaron a su favor. Por un lado, la demanda de historia económica y social había aumentado desde los años de 1930, entre otras co-sas, gracias a la influencia de los historiadores de la Escuela de los Annales.7 Esta demanda se volvió arrolladora después de la victoria de la revolución

6. La primera edición en español de Grundrisse se publicó en Cuba en 1970 y en Ar-gentina entre 1971 y 1976. La primera es una traducción de la versión en francés, mientras que la segunda es una traducción académica comentada de la versión alemana original.

7. La Escuela de los Annales fue la puerta de entrada a una serie de marxistas europeos tales como el polaco Witold Kula, el francés Pierre Vilar y el español Josep Fontana. Otro historiador marxista europeo que influenció a los historiadores marxistas latinoamerica-nos en esta época fue Eric Hobsbawm, quien impartió conferencias a lo largo de la región.

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de Nicaragua y la propagación de la lucha armada en Centroamérica a fina-les de los años de 1970. Por otro lado, la calidad académica de los trabajos producidos por los profesores marxistas, que comenzaron a publicar en los años de 1980, era tan alta que se ganaron el respeto de sus más feroces opo-nentes. Entre los trabajos más importantes están El mercado interno y economía colonial (1984) de Sempat Assadourian; Aristocracia y plebe, Lima, 1780-1820 (1984) de Alberto Flores Galindo; México, un pueblo en la historia (1981-1989) de Enrique Semo; y La clase obrera en la historia de México (1981-1989) de Pablo González Casanova. Evidentemente, para finales de los años de 1980, la his-toria marxista había ganado respetabilidad académica y, en algunos lugares, los profesores marxistas se estaban convirtiendo rápidamente en la “nueva institucionalidad”.8

Esta victoria, no obstante, fue muy efímera. Y esto me lleva al quinto y último desencuentro de la historia marxista latinoamericana en el siglo XX. Tal como ya había sucedido en los años de 1920, en la década de 1990 se desarrolló, una vez más, un abismo entre la teoría y la realidad social. El 9 de noviembre de 1989 se derrumbó el Muro de Berlín y, junto con él, se vino abajo el “socialismo real” en Europa Oriental. Además, durante la década de 1990 se dio una proliferación de nuevos tipos de movimientos sociales a lo largo de América Latina, un fenómeno que el paradigma marxista no podía explicar ni siquiera en su forma modificada. De estos dos acontecimientos, el segundo fue el más dañino para la historia marxista latinoamericana. Hasta entonces los movimientos laborales habían sido los más importantes de la región y habían sido entendidos en los términos de la lucha de clases. El problema fue que las comunidades étnicas, de género, regionales, ecológi-cas y territoriales ya no podían ser comprendidas dentro de esta categoría. Como hemos visto, los marxistas latinoamericanos habían encontrado una salida a desencuentros previos siendo heréticos. Pero esta vez, negándose

8. Los investigadores no fueron los únicos responsables de estos resultados. También los metodólogos hicieron su parte. A finales de la década de 1970 e inicios de la de 1980 aparecieron trabajos sobre metodología para la historia social y económica de América Latina desde una perspectiva marxista. El brasilero C. F. S. Cardoso y el argentino-costa-rricense Rican H. Pérez-Brignoli escribieron los trabajos más importantes: Los métodos de la Historia. Iniciación a los problemas, métodos y técnicas de la historia demográfica, económica y social (Barcelona, 1976); El concepto de las clases sociales: bases para una discusión (Madrid, 1977); e Historia económica de América Latina, 2 vols. (Barcelona, 1979). Al mismo tiempo, Cardoso publicó por su cuenta La historia como ciencia (San José, 1975) e Introducción al trabajo de la investigación histórica: conocimiento, método e historia (Barcelona, 1974), entre otros. Todos estos textos fueron muy leídos en América Latina, así como los trabajos me-todológicos de autores marxistas franceses y españoles publicados en esos años. Me estoy refiriendo a Historia marxista, historia en construcción, de Pierre Vilar (Barcelona, 1974), e Historia. Análisis del pasado y proyecto social de Josep Fontana (Barcelona, 1981).

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a utilizar la misma estrategia, se apegaron a la primacía de la clase social; retractarse les resultaba impensable. Una nueva generación de académicos vio esto como una forma nueva de reduccionismo y abandonaron en masa la historia marxista. Buscaron refugio en otras perspectivas tales como los estudios subalternos de la India9 o los enfoques posmodernos desarrollados en Europa y Estados Unidos. Cuando el siglo XX se acercaba a su final, se es-cribieron muchos obituarios; algunos deploraban y otros celebraban la caída de la historia marxista.

segunda Parte. resurrección. Hacia una realineación de la teoría y la realidad social, 2000-2010

La primera década del siglo XXI ha sido testigo de una expansión de los movimientos sociales en América Latina, una expansión que comenzó en los años de 1990. Sobresalieron, sobre todo, los movimientos de desempleados en los centros urbanos y los movimientos de los pueblos indígenas en el campo; ambos surgieron como consecuencia de las políticas gubernamen-tales neoliberales.10 Bajo estas circunstancias, a los académicos en general y a los historiadores en particular les ha resultado imposible mirar de bra-zos cruzados la propagación de los conflictos sociales. Esto explica por qué algunos de ellos, la mayoría jóvenes, se han arremangado la camisa y han comenzado a desempolvar y renovar las abandonadas premisas teóricas y materiales de la historia marxista. En la segunda parte de este trabajo se describirá y evaluará dos de estos esfuerzos: uno en Argentina y otro en Mé-xico. Se han dado esfuerzos similares en otros países de la región, pero vale la pena enfocarse en estos dos proyectos porque han adquirido un alcance continental, no son conocidos en el exterior y representan dos enfoques dife-rentes de la resurrección marxista.

9. Inicialmente, los estudios subalternos de la India se inspiraron en Marx, Gramsci y E. P. Thompson. Con el paso del tiempo, y con la incorporación de miembros más jóvenes al grupo, se sintieron cada vez más atraídos por el estructuralismo y la posmodernidad.

10. La literatura sobre los movimientos sociales latinoamericanos contemporáneos es extensa. Los siguientes textos procuran un estudio introductorio: Arturo Escobar y Sonia E. Álvarez, edits., The Making of New Social Movements in Latin América: Identity, Strategy and Democracy (Boulder: Westview Press, 1992); José Seoane, edit., Movimientos sociales y conflicto en América Latina (Buenos Aires: CLACSO, 2003); Latin American Perspectives Vol: 38 No. 1 (2011).

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EL COLECTIVO CEDINCI, 1998-2010

En 1998, en un barrio popular de Buenos Aires, el Centro de Documen-tación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina, un pequeño instituto de investigación, abrió sus puertas al público bajo la dirección de Horacio Tarcus.11 El colectivo tenía dos propósitos principales: incrementar y organizar la documentación relacionada con la izquierda argentina, y pa-trocinar la investigación académica marxista y la acción política izquierdista. Con el fin de promover estos objetivos, se organizó una amplia variedad de actividades. Este ensayo se concentrará únicamente en una de ellas: las Jornadas de Historia de las Izquierdas.12 Las Jornadas son reuniones de académi-cos para discutir sus escritos acerca de las diferentes ramas de la izquierda latinoamericana desde sus inicios hasta el presente. Hasta ahora ha habido cinco reuniones en 2000, 2002, 2005, 2007 y 2009. Una breve descripción de cada una muestra cómo el colectivo CeDinCi está tratando de hacer avanzar la causa de la historia marxista en Argentina y en la región entera.

La convocatoria de ponencias para las Jornadas de Historia de las Izquier-das se lanzó en octubre de 2000. Comenzaba anunciando que su propósito era “crear un espacio para la reflexión crítica y el intercambio […] recono-ciendo la necesidad primordial de revivir el pensamiento y la acción de la izquierda”.13 Terminaba declarando: “nuestra propuesta es la que ha sido puesta en marcha por E. P. Thompson, quien invita a los intelectuales a crear espacios en los que no se trabaje por diplomas o ascensos, sino por la trans-formación de la sociedad, en donde, la crítica, particularmente la autocrítica, sea rigurosa, pero en donde también haya ayuda mutua e intercambio de conocimientos teóricos y prácticos, espacios que, en resumen, prefiguren, de alguna manera, la sociedad del futuro”.14 Organizadas alrededor de seis paneles, las Jornadas acogieron veinticinco ensayos escritos exclusivamente por académicos argentinos acerca de su pasado nacional. Los paneles inclu-yeron los siguientes temas: 1. socialistas y comunistas; 2. versiones del anar-quismo; 3a) la nueva izquierda (parte I); 3b) la nueva izquierda (parte II), 4.

11. De ahora en adelante me referiré a este colectivo como CeDinCi. Horacio Tarcus es el seudónimo del historiador argentino Horacio Paglione.

12. El uso del término “izquierdas” en plural es un esfuerzo explícito para reconocer al “otro” dentro de la izquierda. En este ensayo yo utilizaré el término izquierda en sin-gular.

13. Políticas de la Memoria No. 3 año III (Buenos Aires, CeDinCi, 2000): 28.14. Ibíd.

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Arte y política en los setenta; y 5. El pasado y el presente en el pensamiento izquierdista.15

La conferencia fue todo un éxito –tanto así que poco después se preparó la convocatoria de ponencias para una segunda reunión16 que tuvo lugar el 11, 12 y 13 de diciembre de 2002 en Buenos Aires. Al igual que las I Jornadas, también las II Jornadas trataron únicamente la experiencia argentina. En seis paneles se abordaron los siguientes temas: 1. intelectuales y pensamiento de izquierda; 2. la izquierda y la cultura; 3. la izquierda y los movimientos de género; 4. historia de las formaciones políticas de izquierda; 5. la izquierda y los movimientos sociales; y 6. las políticas de la memoria y la tradición izquierdista en la política actual.17

Desde 2002 han tenido lugar tres Jornadas más. Estas se caracterizaron por invertir las prioridades de las primeras dos y explorar un solo tema re-levante para América Latina entera. Por ejemplo, las III Jornadas, celebradas a principios de agosto de 2005 en Buenos Aires, estuvieron dedicadas a la cuestión de “Exiliados políticos argentinos y latinoamericanos”. Los títulos de los siete paneles aclaran las inquietudes alrededor de este tema: 1. exilia-dos argentinos recientes; 2. exilio y sociedades de acogida (parte I); 3. exilio y sociedades de acogida (parte II); 4. exiliados latinoamericanos recientes: publicaciones, debates, instituciones; 5. representaciones del exilio en la li-teratura y el cine; 6. exiliados latinoamericanos recientes: memorias y sub-jetividades; y 7. México y sus residentes exiliados latinoamericanos. El foro terminó con una mesa redonda que desarrolló una agenda para la futura investigación de todos estos temas.18

Las IV Jornadas se celebraron dos años después. Con el título “Prensa política, jornadas culturales e iniciativa empresarial editorial”, iluminaron la riqueza del marxismo latinoamericano del siglo XX en el mundo impreso. Esta vez, la conferencia tuvo once secciones. La primera estuvo dedicada a la teoría y a la metodología de las publicaciones seriales, mientras que las diez restantes, que abarcaron setenta ponencias, examinaron en detalle una am-plia variedad de revistas representantes del anarquismo, socialismo, comu-nismo, trotskismo, maoísmo y nacionalismo antimperialista en los distintos países de América Latina. A pesar de que la actividad estaba pensada para celebrar un logro, también reveló una falencia: la notable abundancia de pu-

15. Programa de las Jornadas de Historia de las Izquierdas (Buenos Aires: CeDinCi, 2000). CD.

16. “Convocatoria”, II Jornadas de Historia de las Izquierdas (Buenos Aires, CeDinCi, 2002). http://www.cedinci.org

17. Programa de las II Jornadas de Historia... 18. Programa de las III Jornadas de Historia de las Izquierdas (Buenos Aires: CeDinCi).

http://www.cedinci.org

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blicaciones era una indicación de la magnitud de los conflictos internos.19

Las V Jornadas –las últimas, hasta ahora– se llevaron a cabo del 11 al 13 de noviembre de 2009, en Buenos Aires. Abordaron una cuestión de suma importancia para los intelectuales latinoamericanos en general y para los izquierdistas en particular: la recepción y circulación de ideas extranjeras. La conferencia atrajo a más de cien participantes, quienes presentaron y dis-cutieron 79 ponencias que trataron acerca de la llegada, el uso y el mal uso de los “ismos” extranjeros, particularmente de aquellos relacionados con la izquierda, tales como democracia, anarquismo, marxismo, socialismo, co-munismo y otros similares. En medio de los subtextos subyacentes a la dis-cusión, dos temas sobresalieron particularmente: a) cómo responder a las acusaciones que los latinoamericanos han vivido y continúan viviendo de ideas prestadas; y b) cómo se podría inventar un marxismo auténticamente latinoamericano. La mayoría de ponencias exploraron estas cuestiones direc-ta o indirectamente desde una variedad de perspectivas. Durante el proceso, los participantes establecieron contacto con cientistas sociales y periodistas de asuntos públicos quienes, siguiendo a Mariátegui, buscan traducir y na-cionalizar el paradigma marxista en América Latina: personas como el boli-viano René Zavaleta, la chilena Marta Harnecker y el argentino José Aricó, entre otros.20

Con la ampliación de la cobertura internacional, la participación se ex-pandió. Mientras que los contribuyentes de las dos primeras conferencias eran principalmente argentinos, a las últimas tres Jornadas acudieron cada vez más participantes de Brasil, Chile, Uruguay, Bolivia, Perú, Colombia y México. Otro indicador de la creciente importancia que fueron alcanzando las Jornadas es el incremento en el número de ponencias que se presentaron en cada una de ellas: 25 en 2000, 34 en 2002, 45 en 2005, 81 en 2007, y 79 en 2009. Queda claro que, para el final de la primera década del siglo XXI, las Jornadas se habían convertido en un foro internacional de considerable signi-ficación a lo largo de América Latina.

¿Han logrado las Jornadas crear un espacio de reflexión para la historia marxista latinoamericana? Parecería que sí. Hasta la década de 1980 varios sectores de izquierda de la región no estaban en condiciones de dialogar. Gracias al CeDinCi esto está cambiando y el diálogo está remplazando a las actitudes solipsistas de antaño. Una de las consecuencias de esto ha sido el surgimiento de un nuevo tipo de escritura. Hasta la década de 1980, inclusi-ve historiadores marxistas no dogmáticos seguían utilizando el formato de

19. Programa de las IV Jornadas de Historia de las Izquierdas (Buenos Aires: CeDinCi, 2007).

20. Programa de las V Jornadas de historia de las Izquierdas (Buenos Aires: CeDinCi, 2009).

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ensayo: poca documentación, extenso en pronunciamientos generales, tono presuntuoso y, en gran mediada, orientado a los ya conversos. Los escri-tos de las Jornadas se mueven en dirección opuesta: documentados masiva-mente con fuentes primarias y secundarias, cuidadosos y tentativos en el tratamiento de la historia y generalizaciones, y deseosos de conectarse con personas con diferentes puntos de vista.

Un segundo indicador de que los participantes de las Jornadas toman en serio este vigoroso intercambio de ideas es el hecho de que van más allá de los temas estereotípicos del marxismo. De las 65 ponencias presentadas en las dos primeras Jornadas, 24 trataban “los temas habituales” –socialismo, comunismo, anarquismo y marxismo–, once temas relacionados con la cul-tura izquierdista, y los restantes 30, temas que habían sido ignorados hasta entonces como feminismo, cristianismo, los nuevos movimientos sociales y la memoria histórica. La preocupación obsesiva con las clases se ha ido y los participantes están comenzando a explorar con una mente abierta las im-portaciones analíticas de otras variables: etnia, género, territorio, entre otros.

Un tercer signo de esta actitud de diálogo se detecta en la adopción del paradigma thompsoniano. En los años de 1920, el cordón umbilical del mar-xismo latinoamericano había sido Italia: Labriola, Gramsci y, más tarde, de-lla Volpe, Mondolfo, Coletti, etc. En los años 1960 y 1970, Francia entró en escena con Sartre, Lefebvre, Althusser, Balibar, Suret Canale, Vilar y otros. Es solamente en las últimas décadas que el marxismo histórico británico ha comenzado a captar seriamente la atención de los historiadores latinoame-ricanos.

Para poder apreciar los logros de las Jornadas en su totalidad se tiene que tener en cuenta otro de los exitosos proyectos de CeDinCi: su centro de docu-mentación. Basado inicialmente en la colección de fuentes primarias y secun-darias de un solo militante desde los años 1930, Horacio Tarcus la ha trans-formado en el mejor repositorio subcontinental de la historia y del estado actual de la izquierda en América Latina. La característica fundamental de esta institución es que no está manejada con una percepción de anticuario, sino con una mentalidad decididamente activista. La idea es fomentar una investigación cuidadosamente documentada, ya que solamente este tipo tra-bajo académico produce conocimiento crítico y es capaz de promover un cambio social democrático. Este respeto enorme por la evidencia es palpable en las Jornadas y en todo el trabajo publicado por CeDinCi, una característica que les ha valido el respeto de organizaciones internacionales latinoamerica-nas como CLACSO y FLACSO, así como de un gran número de prestigiosas instituciones europeas y norteamericanas de investigación.

Pero, ¿qué pasa con la acción política? Dada su composición pluralista, el CeDinCi parece no apoyar ninguna agenda política en particular. Además,

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a juzgar por el contenido de las Jornadas hasta ahora, queda claro que la idea de revolución armada –el instrumento crucial del marxismo latinoamericano para la transformación social desde los años 1920– no está ya en el centro de sus reflexiones.21 Ahora, la preocupación está en redefinir la acción emanci-padora criticando a la tradición marxista latinoamericana y escuchando las voces de los nuevos movimientos sociales. Con este propósito, el CeDinCi ha implementado algunos proyectos, de los cuales los siguientes son los más notables. En 2006, el colectivo completó y puso a disposición un catálogo en línea de sus tenencias, titulado Publicaciones de los movimientos sociales de la Argentina y el mundo, 1890-2005. Este catálogo se divide en las siguientes secciones: a) movimientos laborales y sindicalismo; b) movimientos estu-diantiles; c) movimientos de género; d) derechos humanos; e) publicaciones antifascistas y antirracistas; y f) movimientos contemporáneos que incluyen movimientos asambleístas, movimientos territoriales, movimientos de des-empleados, movimientos antiglobalización y movimientos ambientalistas.22 Otro proyecto relacionado a la política actual es Jornadas de trabajos de historia reciente. El CeDinCi coorganiza este foro, que ha tenido lugar cada segundo año desde 2000. Basado en la idea de que la historia no es solamente el es-tudio del pasado, sino de las interconexiones entre el pasado y el presente, el colectivo argentino está poniendo continuamente en perspectiva histórica los temas de actualidad.23

Refiriéndose al CeDinCi, Omar Acha ha escrito recientemente que “no hay una perspectiva historiográfica reconocible en la mirada cedinciana que vaya más allá de la historia de la izquierda […] La inclinación compartida, sin embargo, es un compromiso a elaborar una historia no apologética de la izquierda, una historia que posibilite la revaluación de sus certezas”.24 En otras palabras, Acha está descontento con el hecho de que el CeDinCi solo tenga una Weltanschauung y no una perspectiva unificada. No obstante, las perspectivas tienden a dar paso a ortodoxias, exclusiones y a posturas inte-lectuales. Una Weltanschauung, en cambio, no tiene límites fijos y es, por lo tanto, el ambiente correcto para la creatividad. No nos olvidemos de que la Escuela de los Annales tuvo una visión del mundo, no una perspectiva, y que por eso conquistó el planeta. En vista de esto, el CeDinCi debe permanecer como está.

21. Ver Michael Lowy, “Introduction”, Marxism in Latin America from 1909 to the Pre-sent. An Anthology (New Jersey: Humanities Press, 1992).

22. “CMS.pdf”. http://www.cedinci.org23. “Cuadernillo_f2-1.pdf”. http://www.cedinci.org24. Omar Acha, Historia Crítica de la historiografía argentina. Las izquierdas en el XX Vol:

1 (Buenos Aires: Prometeo, 2010), 371-372.

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EL COLECTIVO CONTRAHISTORIAS, 2003-2010

El CeDinCi no es el único esfuerzo que se ha realizado para renovar la historia marxista en América Latina. Igualmente emprendedor ha sido un grupo de historiadores mexicanos. Frustrados por el estado de la enseñan-za histórica y de la investigación en su país, se organizaron como un “co-lectivo” con el fin de lanzar una serie de iniciativas capaces de poner en marcha un nuevo tipo de historia. Por cuestiones de espacio, solamente me concentraré en dos de estas. La primera consistió en el patrocinio de un ma-nual para principiantes, titulado Antimanual del mal historiador; la segunda, en el lanzamiento de Contrahistorias, una revista destinada a una audiencia más sofisticada. En realidad, el Antimanual apareció en 2002, es decir, más o menos un año antes de que se forme el colectivo, pero se convirtió en una parte esencial de su proyecto de renovación cuando su autor, Carlos Aguirre Rojas, fue nombrado director de Contrahistorias el año siguiente. De hecho, la revista retomó a un nivel superior el camino dejado por el manual.

¿De qué trataba el manual? Su mensaje era franco y simple: la historia, tal como se la enseñaba e investigaba en México, era obsoleta. Además de ser mal ejercida, la disciplina se encontraba muy alejada de la realidad social mexicana. La revuelta neozapatista de 1994 señaló la reemergencia al primer plano de la vida política mexicana de las clases subalternas en general y de los pueblos indígenas en particular.25 Para registrar el progreso de estas clases, para proveerles de una perspectiva histórica y para contribuir a sus planes de transformar el país, se necesitaba de la historia marxista, pero no la del tipo tradicional, sino una nueva, una historia marxista enriquecida con las lecciones de otras historias sociales y de las ciencias sociales. Pese a la brevedad del mensaje, o quizá precisamente por eso, el Antimanual fue un éxito inmediato. Fue reimprimido en Colombia pocos meses después de su aparecimiento en México, así como en Argentina en 2003, en Guatemala y Cuba en 2004, en Venezuela en 2005, y en Brasil y España en 2007. A la fecha

25. Estas clases hicieron su primer aparecimiento masivo en la Revolución de 1910. Los neozapatistas entraron a la escena política mexicana el primero de enero de 1994, denunciando el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA). Desde en-tonces le han declarado la guerra al Estado mexicano por ser un mero instrumento del neoliberalismo internacional y por oprimir a los pobres de México. Esta ideología es una mezcla de socialismo libertario, municipalismo libertario y pensamiento político indígena maya. Desde ahora me referiré a este movimiento como el movimiento neozapatista. Ver Richard Stahler-Shock, “Resisting Neoliberal Homogenization: The Zapatista Autonomy Movement”, en Latin American Perspectives Vol: 34 No. 2 (2007): 48-63.

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del último recuento, había sido publicado en México nueve veces, en Cuba siete, en Guatemala seis, en Bogotá cinco, en Argentina tres en Venezuela doce y en España diez.26

¿Cómo se explica este éxito editorial? Hay, sin duda, varias razones para este fenómeno. En primer lugar, había una verdad considerable en la acu-sación de que la enseñanza de la historia, particularmente a nivel primario y secundario, era pobre y estaba desconectada de la realidad de México y del resto de América Latina. En segundo lugar, las crisis económicas pro-ducidas por el neoliberalismo en los años de 1990 en la región entera, y los movimientos sociales que surgieron como resultado de estas, crearon una demanda de estudios académicos capaces de poner en perspectiva histórica tanto a la crisis como a los movimientos sociales. Por último, pero ciertamen-te no menos importante, el tono general del Antimanual era extremadamente atractivo: sin jerga, sin pies de página y sin aparataje erudito de ningún tipo. Inspirado por la Introducción a la Historia de Bloch, el Antimanual era una conversación íntima entre el autor y sus lectores.

En el primer capítulo, Aguirre Rojas empieza esta conversación lanzan-do al tarro de basura lo que, en su opinión, son concepciones erróneas de la historia: que la historia es la ciencia del pasado, que se basa únicamente en documentos escritos, que comienza y termina dentro las fronteras na-cionales, que es autosuficiente y no tiene nada que aprender de las ciencias sociales, que puede prescindir de guías teóricas y metodológicas, que es una disciplina antigua que se remonta a los griegos, que es una intercalación de cronologías y que una de sus funciones es legitimar el estatus de los pode-res fácticos. En el segundo capítulo, Aguirre Rojas alude a los tradicionales pecados de los historiadores, los de comisión y omisión. En su opinión, los más importantes son: a) el “positivismo” o la tendencia de reducir la histo-ria a una mera descripción de eventos, descuidando la explicación histórica; b) el anacronismo o el hábito de proyectar el presente en el pasado, distor-sionando así a este último; c) la dependencia de un concepto newtoniano (físico) del tiempo; d) ordenar los eventos en una secuencia para demostrar la inevitabilidad del progreso; e) la preocupación exclusiva en las acciones voluntarias, ignorando las involuntarias; f) buscar una objetividad ilusoria; y g) la reducción posmoderna de la realidad histórica a un discurso histórico.

Una vez señalados los errores de la historia tradicional, Aguirre Rojas identifica en el resto del libro lo que el “historiador crítico” –su término para el buen historiador– debe hacer. En el tercer capítulo, enumera las siete lec-

26. La edición utilizada en este ensayo es Carlos Aguirre Rojas, Antimanual del mal historiador o cómo hacer una buena historia crítica (La Habana, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, 2004).

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ciones que un novato debería aprender de Karl Marx, quien, en su opinión, es el fundador de la historia científica: a) que la historia es global y que cubre todo lo humano en el tiempo; b) que la historia es profundamente social en términos de agencia y contexto; c) que la historia tiene un fundamento mate-rial y que la vida económica le es central; d) que solo es posible acercarse a la explicación histórica teniendo en mente la totalidad; y e) la disciplina de la historia es profundamente crítica y que está cuestionando permanentemente a los discursos dominantes de cualquier momento dado.

Aguirre Rojas admite que los historiadores no marxistas también pue-den ser críticos y que, cuando lo son, se puede aprender de ellos. Para probar esto, en el cuarto capítulo identifica las cinco contribuciones que la Escuela de los Annales ha hecho a la historia científica: primero, su insistencia en la importancia del método comparativo; segundo, su concepción de la historia total; tercero, su exigencia a que el historiador cuestione rigurosamente las fuentes y no se limite a describirlas; cuarto, su tipología del tiempo históri-co (corta, mediana y larga duración); y quinto, su concepción de la historia como un disciplina en transformación continua.

Aguirre Rojas asevera que, además de la Escuela de los Annales, hay otros modelos que también son dignos de imitación. En el capítulo cinco alaba al marxismo británico por haber desarrollado la perspectiva de la “historia desde abajo”, por reconocer la agencia de las clases bajas y por poner en mar-cha el concepto de “economía moral de la multitud”. A continuación rinde tributo a la microhistoria italiana. Esto resulta sorprendente en tanto que la microhistoria nació como una reacción contraria a la orientación macrohistó-rica de los historiadores marxistas y de la Escuela de los Annales. No obstante, lo que a Aguirre Rojas le atrae de la microhistoria es el hecho de que sus practicantes estudian a personas ordinarias y recolectan evidencia sobre sus circunstancias, lo que inevitablemente revela distintas capas de estructuras de poder cotidianas. Después, Aguirre Rojas se mueve hacia el otro extremo: el análisis del sistema mundo de Wallerstein. Argumenta que, tanto para él como para Wallerstein, el sistema del mundo capitalista es la unidad funda-mental del análisis histórico y que los esfuerzos para confinar la escritura histórica a las fronteras nacionales, e incluso a las regionales, están errados.

El Antimanual termina con Aguirre Rojas preguntándose qué tipo de his-toria deberían hacer y enseñar en las escuelas de México desde ahora. Por supuesto, su respuesta es una historia marxista enriquecida que evite las trampas de las antinomias sin sentido. Aboga por una historia que, como disciplina, sea al mismo tiempo el estudio de lo particular y lo general, que sea descriptiva y explicativa, consciente tanto de individuos como de estruc-turas, interesada en eventos y procesos de larga duración; por una historia que examine los aspectos subjetivos y objetivos de la experiencia humana.

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Como se indicó anteriormente, la revista Contrahistorias apareció en 2004, dos años después del Antimanual, con el respaldo de un impresionante con-sejo editorial.27 Su propósito general era continuar con la renovación de la historia mexicana llevada a cabo por el manual. Más concretamente, preten-día hacer frente a tres graves deficiencias del modus vivendi de los historia-dores mexicanos: la falta de una revista de primera categoría como Annales, Quaderni Storici, Review o Past and Present; la completa ausencia de debates sobre teoría y metodología de la historia, y el descuido de la historiografía.

Los cinco primeros números de Contrahistorias trataron directamente es-tos problemas. Por ejemplo, presentaron a sus lectores el trabajo de modelos extranjeros de escritura histórica dignos de emulación: la Escuela de los An-nales (Pirenne, Bloch y Braudel) y la microhistoria italiana (Ginzburg, Levi, Grendi y Mastrogregori). Además, basándose en la idea ya propuesta en el Antimanual de que la historia no es una disciplina autónoma, en estas cues-tiones también figuraba el trabajo de filósofos como, por ejemplo, Bolívar Echeverría y Walter Benjamin, y sociólogos como Immanuel Wallerstein y Norbert Elias.28

Comenzando por el sexto número, la revista empezó a prestar mucha atención al cambio social. Esto era claramente una reacción ante el renaci-miento del movimiento neozapatista. Como ya se ha indicado, este movi-miento comenzó en 1994, sin embargo, mantuvo un perfil bajo por más o menos una década después de su primera irrupción en la escena nacional e internacional. Más adelante, en junio de 2005, rompió repentinamente su silencio con la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, llamando a la restruc-turación democrática del Estado y la sociedad mexicana. Convencido de que los viejos partidos políticos, incluso aquellos de izquierda, no estaban a la altura de esta tarea, el movimiento zapatista buscaba movilizar a las clases subalternas mexicanas.29 A pesar de que estas no respondieron al llamado a la acción, el movimiento sí logró llamar la atención de vastos segmentos de

27. B. Echeverría (México), S. Ginzburg (Italia), I. Wallerstein (EE. UU.), E. Cifuen-tes (Guatemala), M. A. Beltrán (Colombia), J. Malerba (Brasil), C. Wasserman (Brasil), D. Barreira (Argentina), P. Pacheco (Cuba), F. Vázquez (España), O. Rey Castelao (España), R. García Carcel (España), M. Mastrogregori (Italia), S. Sammler (Alemania), M. Aymard (Francia), L. Repina (Rusia) y Chen Qineng (China).

28. En realidad, los primeros cinco números tuvieron poco sobre historiografía, po-siblemente porque Aguirre Rojas ya había publicado extensamente sobre este tema antes del aparecimiento de Contrahistorias. Ver Itinerarios de la historiografía del siglo XX. De los diferentes marxismos a los varios Annales (La Habana: Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, 1999); y Pensamiento histórico e historiografía del siglo XX. Ensayos introductorios (Rosario: Prehistoria, 2000).

29. “Sixth Declaration of the Lacandon Jungle”, Motion Magazine (18 de agosto de 2005). http://www.inmotionmagazine.com/auto/selva6.html.

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la población, particularmente de intelectuales de izquierda, incluyendo al colectivo Contrahistorias.30

Quienes querían mantener el carácter académico de la revista, critica-ron el cambio de enfoque hacia cuestiones sociales. El colectivo, no obstante, se mantuvo firme. Recordando a sus lectores que la historia es simultánea-mente el estudio del pasado y del presente, Aguirre Rojas afirmó que es el deber del historiador diagnosticar los eventos de la actualidad y oponerse a las estructuras de opresión. “Lo que nosotros defendemos, escribió, es que las ciencias sociales no pueden existir sin un claro compromiso social”.31 De acuerdo con esto, el colectivo pidió a sociólogos, antropólogos y politólogos que contribuyeran al análisis de los eventos actuales. Wallerstein fue uno de estos y desde entonces ha sido uno de los colaboradores fijos de la revista. También los sociólogos Miguel Ángel Beltrán y Pablo González Casanova, los antropólogos Jan Rus y Andrés Aubry, los periodistas y críticos sociales Raul Zibechi y Carlos Monsiváis han contribuido con sus trabajos. Igual-mente, los historiadores Adolfo Gilly, Dario Barriera, Claudia Wasserman y Aguirre Rojas han hecho su parte, particularmente Aguirre Rojas. Argumen-tando incansablemente la importancia de la historia contemporánea, este úl-timo ha aportado un texto, y a veces varios, a cada uno de los números de la revista desde 2006 hasta 2010.

Al principio se exploró la cuestión social principalmente dentro del con-texto mexicano, pero, con el paso de los años, se comenzó a incluir a toda América Latina, especialmente a países en los que estaba teniendo lugar una insurgencia popular, como Brasil, Colombia, Bolivia y Ecuador. Una iniciati-va interesante, en este sentido, fue el dar espacio a los líderes de algunos de estos movimientos sociales.32 Otra iniciativa fue lanzar su red metodológica más amplia de lo que lo habían hecho hasta ese momento. Hasta la revista número nueve, sus mayores fuentes de inspiración habían sido Annales, la microhistoria italiana y la Escuela de Frankfurt. A partir de entonces comen-zaron a explorar modelos ideados fuera de Europa continental. La revista número doce, por ejemplo, estuvo ampliamente dirigida a presentar el tra-bajo del grupo de los estudios subalternos en la India, y los dos números siguientes contenían artículos sobre los marxistas británicos E. P. Thompson y Raphael Samuel. Queda claro que un mayor conocimiento sobre los nue-vos movimientos sociales en América Latina estaba obligando al colectivo a buscar nuevas herramientas para hacer sentido de experiencias que ya no podían seguir siendo analizadas exclusivamente en términos de clase.

30. Carlos Aguirre Rojas, “Presentación del número 6”, Revista Contrahistorias No. 7 (2007): 91-96.

31. Ibíd., 93.32. Ver, por ejemplo, Contrahistorias No. 6: 51-56; No. 8: 9-45, 47-54.

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A comienzos de este año, un entrevistador extranjero le pidió al colectivo hacer una evaluación de los logros y de las deficiencias de la revista hasta entonces.33 En cuanto a los logros, afirmaron que Contrahistorias ha extendi-do su circulación de México al resto de América Latina, particularmente a Argentina, Brasil, Chile, Colombia y Venezuela. También sostuvieron que la revista es muy conocida en España.34 Aún más alentador es, en su opinión, el hecho de que sus principales lectores sean profesores jóvenes y estudian-tes universitarios, lo que es un buen augurio para el futuro del tipo historia que promueven.35 No obstante, también existen problemas. Al colectivo no le ha sido fácil asegurarse un amplio rango de colaboradores.36 Solamente tres personas han escrito más de la mitad de los principales artículos publicados hasta ahora: 23 de Aguirre Rojas, diez de Wallerstein y cuatro de Bolívar Echeverría. De acuerdo con el colectivo, esto probablemente tiene que ver con los altos estándares de excelencia académica y el compromiso crítico que se han impuesto a sí mismos, algo que puede haber disuadido a posibles colaboradores, particularmente a los locales. Otro problema ha sido la des-avenencia que tuvo lugar en 2006 cuando Contrahistorias cambió su enfoque hacia cuestiones sociales, especialmente hacia cuestiones contemporáneas. Pese a que el colectivo ha defendido vigorosamente esta decisión, está claro que esto le ha costado la revista la lealtad de antiguos seguidores.37

A pesar de que el colectivo Contrahistorias ha sido mayormente exitoso en lograr una circulación amplia de las ideas de una historia marxista revi-sada, existen los peligros que tienden a acompañar a la popularización y al activismo político –peligros que no han podido ser evitados–. El Antimanual, por ejemplo, fue un claro esfuerzo de poner la metodología marxista histó-rica a disposición de las audiencias más amplias posibles. La simplificación que este proyecto requiere puede llevar, no obstante, a malas interpretacio-nes –y lo ha hecho–.38 Si bien es cierto que la enseñanza de la historia a nivel primario y secundario en México y América Latina todavía se ciñe a lo polí-tico, este no es el caso de las actividades de investigación.39 En este dominio,

33. “Entrevista sobre la historia de la revista Contrahistorias. La otra mirada de Clio”, Contrahistorias No. 13 (2010): 7-24.

34. Ibíd., 23-24.35. Ibíd., 8-9.36. Ibíd., 17-18. 37. Ver “Presentación”, Contrahistorias No. 7 (2007): 92-93.38. Aguirre Rojas afirma que no está simplificando ideas complejas, sino haciendo que

las ideas complejas sean asequibles para público extenso. Aguirre Rojas, Antimanual…, 13-14. Sin embargo, solo logra esto último simplificando las ideas.

39. Para una breve apreciación de la enseñanza de la historia en México, ver Enrique Florescano, “Para que estudiar y enseñar la Historia”, Tzintzun, Revista de Estudios Históricos No. 35 (Morelia: Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, enero-junio de 2002).

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como ya se ha afirmado en la primera parte de este trabajo, la historia social y económica –marxista y no marxista– ya había desafiado a la historia política en los años de 1970 e incluso antes. Retornando al método, la caracterización negativa que ha hecho el colectivo del “método positivista” resulta igual-mente engañosa. Remontan este método a C. Seignobos y C. V. Langlois y a su Introduction auz etudes historiques publicado en 1898. Por mucho tiempo considerado la pesadilla de los historiadores sociales, particularmente de los marxistas, este libro ha sido recientemente revalorizado por Pim den Boer, un experto en la profesionalización de la historia como disciplina en Francia. Según él, “Seignobos propuso el método histórico como un útil correctivo a la vaguedad abstracta y a la ejecución superficial de los estudios compara-tivos hechos por la sociología, una ciencia joven en su época”.40 La preocu-pación positivista por la evidencia empírica, por lo tanto, no puede ser des-echada como mera erudición. Es posible que este juicio erróneo haya llevado a Aguirre Rojas y a sus cohortes a prestar poca atención a la organización y al mantenimiento de archivos, dando primacía a la interpretación. Esta dis-tribución del énfasis, articulada primero en el Antimanual, un manual para principiantes, se podía haber reajustado en Contrahistorias de manera que se reconociera, como se debe, la crucial importancia del análisis de fuentes. Desafortunadamente, esto no ha tenido lugar todavía.41

De manera previsible, al pasar al activismo político, el colectivo Con-trahistorias no acepta la idea de una ciencia social neutral. Al contrario, sos-tienen que su trabajo científico está abiertamente comprometido con valores democráticos; de aquí la necesidad de asegurar una relación estrecha entre la ciencia social y la práctica social. De hecho, la mayoría de cientistas socia-les latinoamericanos están, en menor o mayor medida, de acuerdo con esta posición. Sin embargo, estos últimos insisten en que la relación entre ciencia social y práctica social debe ser tratada con máxima precaución para que la ciencia no se convierta en ideología.42 Desafortunadamente, el colectivo

40. Pin Den Boer también afirma que “al contrario de su reputación, Seignobos creía firmemente en que los documentos nunca hablan por sí mismos y que el cuestionamiento del historiador es primordial. Ver el artículo inédito (Universidad de Amsterdam, 2009), 19. Ver también: Pin den Boer, History as a Profession. The Study of History in France 1818-1915 (Princeton: 1998), 262-365.

41. Aguirre Rojas, Antimanual…, 30-33. La nueva historia marxista no puede afirmar ser una ciencia si no produce un cuerpo de pensamiento asentado sobre la importación cognitiva de una variedad de fuentes que la historia desde abajo debe usar: descubrimien-tos arqueológicos, pinturas, mitos, tradición oral, música popular, rituales, celebraciones populares como carnavales, etc.

42. Un ejemplo de cómo tratar esta situación compleja se encuentra en el trabajo del académico danés Bent Flybjerg, directo fundador del BT Centre for Major Programme Ma-nagement de Oxford. Ingeniero y científico de profesión, ha desarrollado una metodología

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Contrahistorias no ha tenido como prioridad reflexionar acerca de los límites entre ciencia social y práctica social. Hasta donde tengo conocimiento, la única referencia a la relación entre estas dos aparece en la defensa que hace el director al cambio de enfoque de la revista en 2006 hacia cuestiones sociales. Aquí, después de recordar a los lectores que la perspectiva de Contrahisto-rias es la de “historia desde abajo”, Aguirre Rojas alega que la revista debe dar una mano al movimiento neozapatista y ayudarlo en su lucha contra el Estado mexicano y las clases dominantes mexicanas. ¿Cómo? “Utilizando la revista para diseminar información acerca del movimiento y cooperando con las tareas políticas del movimiento, tales como la creación de una red de rebelión”. Aguirre Rojas termina su defensa del activismo citando las pala-bras de Gabriel Celaya, el poeta español: “Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse”.43 Esto puede sonar bien, pero no es un argumento bien pensado. En la medida en que el colectivo Contrahistorias da la impresión de querer ser cientistas sociales y activistas políticos simultáneamente, pueden y han sido acusados de promover ideología, no ciencia.

conclusión

Tanto el colectivo CeDinCi en el sur, como el colectivo Contrahistorias en el norte, están tratando de resucitar, de diferentes maneras, la historia mar-xista en América Latina. El primero da igual importancia a documentos y teoría; el segundo es parcial a la teoría. El primero es pluralista tanto al in-terior, como al exterior de la familia marxista; el segundo, pese a admitir in-fluencias de fuera, tiene una fuerte tendencia monista: solo hay una historia científica: ¡la de ellos! El primero se inspira en los marxistas latinoamerica-nos heréticos: Mariátegui, Bagú, Vitale, Moreno, Fraginals, etc.; el segundo

de investigación llamada ciencias sociales fronéticas que toma en cuenta valores y que ha sido empleada en estudios de gestión de la ciudad y megaproyectos. Su principal trabajo hasta ahora ha sido Making Social Sciences Matter: Why Social Inquiry Fails and How it can Succeed again (Cambridge: Cambridge University Press, 2001). Este trabajo dio lugar a un debate en las ciencias políticas de Estados Unidos. El resultado ha sido recogido en Ma-king Political Science Matter: Debating Knowlege, Research and Method, editado por Sanford Schram y Brian Caterino en 2006. En la introducción del libro, los autores escriben: “Lo especial del desafío de Flyvbjerg a las ciencias sociales es el puente que logra crear entre teoría y práctica, de manera que las subdivisiones filosóficas y empíricas se unen en las ciencias sociales”.

43. Aguirre Rojas, “Presentación…”, 96.

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parece estar hipnotizado por iconos extranjeros: Benjamin, Braudel, Bloch, Ginzburg, Wallerstein, etc. El primero desea identificar las condiciones para una acción de izquierda exitosa; el segundo da la impresión de tener el deber de ser, al mismo tiempo, académicos y activistas políticos. Ambos han teni-do una influencia considerable a lo largo de América Latina en los últimos diez años. ¿Quién prevalecerá? ¿Serán reemplazados por otros colectivos que están surgiendo en la región precisamente en estos momentos? Solo el tiempo lo dirá. Lo que sé es que, por primera vez desde los años veinte, la caja de herramientas de los historiadores latinoamericanos está recogiendo instrumentos adecuados para revelar finalmente, como lo diría Thompson, “las peculiaridades de los latinoamericanos”. “Etnicidad, género, región, te-rritorialidad, ecología, etc.”, todas las así llamadas contradicciones “secun-darias”, están siendo tomadas en serio. De esta manera, se está gestando una auténtica historia marxista latinoamericana. ¿Significa esto que el tiempo de los modelos heréticos ha terminado? No lo creo. A su debido momento la nueva historia establecerá sus principios ontológicos, epistemológicos y me-todológicos y querrá hacerlos valer. Espero que cuando esto ocurra, haya alguien dispuesto a desafiar creativamente las nuevas ortodoxias.

En realidad, estoy bastante seguro de que esto sucederá, porque la bús-queda de una nueva historia marxista es parte de un fenómeno más grande en las ciencias sociales de la región que se conoce como “teoría crítica lati-noamericana”. Considerada como una reflexión acerca de la agitación polí-tica que atraviesa el continente, se preocupa por la producción de un nuevo tipo de conocimiento que cuestione a los producidos en Europa y Estados Unidos. De esta manera, se enfoca en el eurocentrismo, en el poscolonia-lismo y en perspectivas alternativas de la modernidad.44 Además, también cuestiona su propia producción. Los historiadores latinoamericanos, parti-cularmente los de izquierda, son una parte integral de este movimiento. Hay esperanza, por lo tanto, de que una mentalidad no ortodoxa sacuda sus filas durante algún tiempo por venir.

44. Existe una literatura creciente sobre este tema. Para una introducción al respecto, ver: Hanna Laako, “Latin American Critical Enquiry and the Nature of the Political in the Era of Globalization”, Latin American Perspectives Vol: 35 No. 6 (2008): 94; Walter Mignolo Local Histories/Global Designs: Coloniality, Subaltern Knowledges and Border Thinking (Prince-ton: Princeton University Press, 1999); Edgardo Lander, edit., La colonialidad del saber: euro-centrismo y ciencias sociales/Perspectivas latinoamericanas (Buenos Aires, 2005). Debo añadir que Raewyn Connel, de la Teórica Social Australiana, ha reconocido recientemente las contribuciones de América Latina y otras áreas del Tercer Mundo, incluyendo la de los pueblos indígenas, a su innovadora Southern Theory (Cambridge: Polity Press, 2007).