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II E ELVIRA,lamaestra,acabadecolgarsobre lapuertadelaescuelaunacartulinaro jaconvariosdibujoshechosenpapel. Sondibujosdelosniños .Dibujosalápiz,casi todos . Algunos,apluma. Otros,alpastely unospocos,acuarela .Sontodoscuadrosinocen- tes,candorosos,tiernos .Paisajesdemar,con muchospájarosybarcosabsurdos .Haytam- biénanimales .Perros,gatos,lorosyextraños ejemplaresdeunafaunamisteriosacreadapor lafantasíadelosdibujantesyporsurudimen- tariatécnica .PeroElviraestácontenta,como loestánlosniñosylospadresquevienena verlos .

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II

E ELVIRA, la maestra, acaba de colgar sobrela puerta de la escuela una cartulina roja con varios dibujos hechos en papel.

Son dibujos de los niños . Dibujos a lápiz, casitodos. Algunos, a pluma. Otros, al pastel yunos pocos, acuarela. Son todos cuadros inocen-tes, candorosos, tiernos . Paisajes de mar, conmuchos pájaros y barcos absurdos . Hay tam-bién animales. Perros, gatos, loros y extrañosejemplares de una fauna misteriosa creada porla fantasía de los dibujantes y por su rudimen-taria técnica. Pero Elvira está contenta, comolo están los niños y los padres que vienen averlos .

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América del Sur. El istmo centroamericano .La República de Panamá. Son mapas un pocoviejos y mal hechos, con fronteras arbitrarias ;pero bastan, por ahora, para iniciar a los ni-ños en los perfiles de la patria .

Elvira está contenta . Es maestra, y eso leagrada mucho . Además, es maestra en Pana-má ; en la capital . A Elvira le gusta ser maes-tra porque es joven todavía, está sana y sientegran devoción por los niños. Hay algunas som-bras en Elvira, por su hermana Alicia, que sedivorció hace tiempo y es amiga de algunos po-líticos. Pero ahora que acaba de colgar la car-tulina roja a la entrada de la escuela, no seacuerda de eso . Elvira está contenta, porqueha logrado un nuevo alumno . Lo vió delantede ella contemplando absorto los dibujos ; ca-llado, quieto, circunspecto .

-¿Te gustan?

-Sí, maestra .

-¿Eres de aquí?

-De aquí, cerca . . .

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RENATO OZORES

La entrada de la escuela está adornada conmotivo de la exposición . Hay guirnaldas depapel rizado, banderolas y unas cintas de co-lor en torno de los mapas . América del Norte .

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LA CALLE OSCURA

-¿A qué escuela vas?-No voy a ninguna.-¿Cuántos años tienes?

-Siete . . . ocho . . . no sé bien. Creo queocho .-¿No sabes? ¿Cómo te llamas?-Yeyo.-¿Yeyo? Yeyo . . . ¿qué?-Yeyo. Nada más .

La maestra está un poco perpleja y la cu-riosidad la excita a proseguir el diálogo .

-Pero . . . no entiendo . . . Tus padres . . .¿dónde están? ¿Quiénes son? ¿Dónde me di-jiste que vivías?

Yeyo tarda en contestar. Le gusta la maestra . Tiene dientes muy bonitos, los ojos carm elos y el cabello negro, brillante y un poco

rizado . La maestra tiene una cadena al cuellocon varias medallas, y en una de las manos haymanchas de tinta. Yeyo baja la cabeza y bus-ca las respuestas . Concentra la mirada en loszapatos blancos que calza la maestra y en sus

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propios pies ; pero las palabras no se forman .Surge el gesto, entonces. Se encoje de hombros y sonríe.

-¿Quieres venir a mi escuela? Podemos ma-tricularte. ¿Dónde vive tu mamá? ¿Cómo sellama?

El niño mira los dibujos y acentúa la son-risa .

-Vivo . . . aquí cerca. Mi mamá se llamaRosa. Mi papá es Pancho, el de la chiva, elde "La Chiricana" .

Elvira, la maestra, no comprende la falta deapellidos y vuelve a preguntar.

-Pero, tu mamá. . . ¿Cómo se llama?

-Rosa. Rosa Suárez.

-¿Y tú . . .? Entonces, tú eres . . . Yeyo . . .Suárez .

-No, maestra . . . Es que Rosa . . . no es mimamá de veras. Vivo allí con ella y Pancho,y las niñas .

-¿Tu papá es Pancho, entonces . . . ?

-No, maestra. Pancho no es mi papá. Vi-vo con ellos .

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LA CALLE OSCURA

Yeyo siente una ingrata sensación al hablarde estas cosas por primera vez y le parece quedescubre ante sí mismo una nueva realidad des-conocida . Hay un pequeño poso de amargura ;muy pequeño ; imperceptible, casi, al decir suorfandad, y por un instante se olvida de los di-bujos y de la maestra . Quisiera marchar ; co-rrer y perderse por el laberinto de los callejo-nes, de los patios, de los oscuros zaguanes, don-de nadie le pregunta nada y no se habla de es-tas cosas de los padres . Pero la maestra le aca-ricia la cabeza . Una mano de Elvira, una ma-go pequeña y manchada de tinta, se hunde unpoco en el cabello corto, duro y áspero del ni-ño y Yeyo eleva una mirada limpia para reci-bir el comentario .

-No importa. No te preocupes. Vamos amatricularte, si quieres, y vienes a clase .

-Bueno, maestra .

-Pero . . . Yeyo no es bastante nombre . Te-nemos que ponerte un nombre, para el boletíny esas cosas . Podemos llamarte . . . Ignacio .¿No te gusta?

Yeyo vuelve a sonreír . Está contento . Lamano de la maestra vuelve a acariciarle la ca-

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beza, una cabeza que nadie acaricia, y el niñosiente que la gratitud le corre por la espalda .Es como un chorrito tibio que cayera por la nu-ca abajo ; algo dulce y agradable, sentido porprimera vez. Va a tener un nombre, como losdemás. Y una madrina, aunque él no sabe quées eso. Va a tener un nombre, y le preguntansi le gusta. Tiene suerte . Los demás niñostienen nombre desde chicos y nadie les pregun-tó. A Yeyo, Ignacio, le parece raro. Ignaciose llama el español de la cantina ; un narigónmuy alto y de mal genio, que siempre lee nove-las. Pero no lo dice. También él crecerá yentonces podrá llamarse Ignacio, de verdad .Porque Ignacio es nombre para hombres .

Elvira, la maestra, empuja suavemente a Ye-yo a través del pasillo que conduce al aula. Delcajón de la mesa saca un libro y, con una plu-ma escribe algo . Se interrumpe, porque se havuelto a manchar de tinta.-Ignacio . . .

¿qué?

Ignacio Suárez . . .¿quieres?

Yeyo teme contestar que no. No quiere con-trariar a la maestra, que sigue sonriendo ; pero,sin saber por qué, le parece que llamarse Suárezes como robar el apellido de Rosa . Y Rosano lo sabe .

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LA CALLE OSCURA

-No, maestra . Suárez . . . no . Otro .-Rodríguez, pues . 0 Jiménez. Yo me lla-

mo Jiménez . ¿Te gusta más? Te ponemos Ji-ménez.

Jiménez suena bien, y es el apellido de lamaestra . Rosa no podrá enojarse, si se ente-ra, y Pancho tampoco . Yeyo quiere ir a laescuela todos los días y mirar a la maestra ymirar los dibujos y los mapas y sentarse enlas bancas . Tal vez algún día pueda dibujartambién aquellos barcos y sentir de nuevo enla cabeza la caricia que tanto le gustó . Para to-do eso hay que llamarse Ignacio . Ignacio Ji-ménez, y él se llama así .

Yeyo vuelve hacia la calle precediendo a El-vira . Llena de sol y de calor, de carros, de chi-vas y de ruido, le deslumbra un instante consu violenta claridad . Pasa gente apresurada .Una niña con hielo envuelto en un periódicomojado. Una vieja arrastrando de la mano aun muchacho que sangra por las rodillas y quellora a gritos por temor a la paliza ; una carre-tilla de naranjas, piñas y botellas con nance ;un negro en camiseta azul ; otro negro; una chol ita de rostro abultado; un guardia; dos grin-

gas ; la gente del barrio .

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-Mañana, vienes . . . a las ocho . No te ol-vides .

-No, maestra . Hasta mañana .

Yeyo corre hacia su casa para decirle prontoa Rosa su alegría . Se lo dirá a Víctor también,si lo encuentra por allí, por donde lava carros.Pero Rosa está a medio vestir haciendo la co-mida y parece muy malhumorada . El niño pe-queño duerme, como siempre, en la cama re-vuelta, y la niña mayor llora en un rincón ras-cándose. La otra, sentada en el suelo, con laspiernas entre los barrotes de la barandilla, sechupa los dedos contemplando el patio .

-¿Dónde estabas? Apúrate . Vete a buscaruna libra de manteca . Dile al hombre que lepagarás después . . . mañana.

Yeyo no se mueve. Mira a Rosa. Despeina-da, con los pies en las rotas chinelas, un desga-rrón en el vestido sucio y el sudor por el ros-tro y el escote, que enjuga con el dorso de lamano y gesto de contrariedad .

-Estaba en la escuela . . . con la maestra .Me matriculó . . . Voy a ir desde mañana .

Rosa le mira un momento . No ha entendido

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bien y el calor del día y de la estufa la sofo-can. Por eso tiene un brillo de cólera en losojos.

-¿Vas a ir desde mañana . . . ? ¿A dónde?

-A la escuela. Estuve con la maestra y . . .

-Está bien, pues. ¡Pero apúrate con la man-teca! ¡Ya te dije! ¡No te quedes ahí parado!

Rosa vuelve a pasarse la mano por el rostroy el escote . La retira mojada de sudor y lalimpia en el vestido frotándose la cadera. Conbrusco ademán y frente arrugada se recoge elcabello y sigue dando vueltas al plátano que seasa en la paila. Cuando Yeyo se dirige a la es-calera, Rosa se impacienta por el llanto de laniña y la increpa violenta .

-¡Vaina de chiquilla! ¡Cállate ya!

La niña arrecia el lloro por el susto y consus manos inciertas trata de rascarse el vien-tre, donde tiene unos nacidos que la mortifi-can mucho. Pero Rosa no se acuerda de eso .Rosa sólo se da cuenta ahora de que hay mu-cho calor en el patio ; de que el plátano no aca-ba de asar y de que necesita la manteca parahacer arroz. Arroz, frijoles y plátano . Losfrijoles ya están hechos ; pero hoy no habrá car-

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ne . La plata se fue en chances . Tres pedazosdel noventa y dos y uno del doce. Eso fué loque le dijo "La Pichona", porque había soña-do con velas y con un entierro, y ella sabe deeso. No hay plata en la casa, y Rosa se deses-pera. Le gusta Pancho, y le quiere. Es tra-bajador, es serio y siempre la ha tratado bien.Pero ella pudo haber sido maestra . Todo fuéen aquellas vacaciones, en el pueblo, cuando que-dó encinta y no pudo volver a la Normal. Lahubieran expulsado . Y el niño nació muerto.El hombre, un blanco joven, la trajo a la capi-tal con muchas promesas en un carro amarillo,y a los pocos meses la dejó plantada. Después,en casa de la tía, ayudándola en la tienda quetenía en el Chorrillo, hasta que en el toldo, Pan-cho la invitó a bailar. Pancho era moreno yfuerte y tenía varios billetes. Le brindó unoswhiskys y luego la llevó a comer con una ami-ga. Al día siguiente fueron al Balboa y des-pués, todo fué fácil. El le dijo que tenía quecuidar un niño y que buscaría un cuarto . Alpoco tiempo vinieron para aquí con Yeyo. Ynació la niña, y otra más, y luego un niño, queahora tiene siete meses . Cuando hay plata, Ro-sa está alegre y se viste para ir al cine, o atomar helados, que le gustan mucho. Cuando

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LA CALLE OSCURA

no hay dinero, ni para los chances, siempre es-tá de mal humor. El calor de la estufa, el ca-lor del patio ; suciedad, miseria, mugre. Y lascucarachas, siempre. Si hubiera sido maes-tra . . .

Del patio, calcinado por el sol, sube el bo-chorno y un clamor confuso. Elvia, la epilépti-ca, está con otro ataque, y las vecinas la ro-dean mirándola en el suelo, estremecida. Rosase asoma a la baranda y advierte el grupo quese está formando. Algunos niños corren haciaallá, atraídos por el espectáculo .

Con paso apresurado y grandes trancos apa-rece Chana, la mamá, haldeando . Sabe que na-da puede hacer, y que al dejar al borde de lacalle la lata de chicheme y los fritos de pescado le pueden robar algo fácilmente

. Pero Elviaes su hija y tiene que ayudarla, al menos paraque no se hiera la cabeza al pegar contra elsuelo cuando se agita con convulsiones. Detrásde Chana camina, despacio, Felisa, la modistagorda, con sus nalgas enormes, prominentes ytemblonas. Por último Chon, la lavandera, quearrastra los pies cubiertos de llagas y Carmen,"La Pichona", con su bata clara floreada y elcabello en moños, con profusión de lazos decolor .

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Rosa percibe el olor acre de algo que se que-ma en el vecindario, pero no sabe el origen ysigue contemplando el patio . Los niños, de-cepcionados por falta de novedad, se empujany golpean volviendo a su trajín de siempre .Cuando la gente se dispersa, quedan Chana y"La Pichona" con la enferma . La pusieron enla cama y ensayan un sobijo . Yeyo acaba dellegar con la manteca y Rosa vuelve al cuartopara espulgar el arroz . Si hubiera sido maes-tra . . .

x s

Pancho come una empanada y sigue en el vo-lante con su grupo heterogéneo de pasajeros ycarga . Botellas de kerosín, pedazos de hielo, latas, cajas y paquetes

. A través de Calidoniava subiendo gente. Hay que apresurarse ; ade-lantar a los que van despacio, sin quitar el ojode la acera . Estar atento a los semáforos y alos muchos peatones que cruzan las calles cuan-do les parece, a las otras chivas, y a los auto-buses, que llenan la vía en hileras largas degritos, de bulla y de bocinazos .

-¡Pueblo! ¡Pueblo!

La chiva sale hacia el Casino y empieza acorrer por Vía España . Un frenazo de pron-

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to, y luego otro. Una señal, imperceptible paraquien no sea chivero, le anuncia la presencia dedos pasajeras . La chiva está llena y la prime-ra en subir vacila un poco en el estribo. Pan-cho mira hacia el espejo, y ordena cortés .-Por favor, apriétense . Hay sitio bastante .El ruego de Pancho es obedecido sin protes-

ta por la masa oscura y silenciosa que ocupala chiva. En una de las bancas se hace unclaro y las dos pasajeras se acomodan con tra-bajo sobre la tablilla del asiento forrada concarpeta . Dos competidores se han adelantadoa Pancho y éste arranca velozmente . La sacu-dida empuja a una de las recién llegadas con-tra el flanco robusto de una jamaicana de se-nos levantados y muy grandes que, asentadafirmemente, permanece inmóvil sin que sus an-chas narices parezcan percibir el grajo .

Dos paradas más . Bajan un hombre y unavieja . Pancho hurga en la bolsa de hule quecuelga al lado del timón para buscar el cambioy sigue, siempre atento a las personas que bor-dean la calle. Juan Franco. Nada. Más allá,sí hay nuevos pasajeros . La chiva llega aPueblo Nuevo y Pancho se prepara para regre-sar. Cuenta su dinero . Muy poco, todavía . No

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alcanza siquiera para pagar el día al hindú,dueño de la chiva . De la cantina cercana saleMartínez, chivero, como Pancho, y arrendatario del culí, como él . Martínez se acerca, siempre con ganas de hablar .

-¿Qué hubo? ¿No te bajas a tomar unafría?

-No puedo. No tengo tiempo .

Pancho maniobra en los cambios y hace ruidocon el acelerador para poner término al diálo-go. Pero Martínez es persistente.

-¿Cómo te va hoy? Yo llevo varios díasfregado .-Mal.-Debíamos hacer algo de nuevo . Lo de la

huelga fracasó, tú sabes bien por qué .

-Nada hay que hacer. Bueno . . . Me voy.¿No sigues?

La chiva de Pancho vuelve al pavimento yparte vacía. Por el camino van subiendo algu-nos pasajeros. Como siempre . Unos suben yotros bajan. Un real cada uno. La bolsita dehule aumenta poco a poco su caudal .

A la entrada de San Francisco está paradoCelso, el camarero, esperando chiva, o bus .

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LA CALLE OSCURA

-Qué hubo, pues .-¿Ya terminaste?-Debí haber salido mucho antes ; pero el re-

levo no llegó hasta ahora .-¿Te fue bien?Celso hace un guiño malicioso, que acompa-

ña a la respuesta .-Ahí . . . Regular.Pancho mira a su interlocutor, reflejado en

el espejo .-¿Sigues con tus . . . trucos?-A veces. Hay que hacerlo. El sueldo es

nada, y las propinas . . Bah . . . A veces .-¿Nunca, te pescaron . . . ?-Ya lo ves que no. Hay que saber hacerlo .

Claro ; no le vas a meter unos tiquetes a losque han tomado poco. Pero, cuando están enfuego . . . Es como anoche . . . Llegaron unostipos que venían de una fiesta . Todos estabanbien jumados . . . hasta ellas. Ahí comieron yestuvieron chupando y gastando níqueles en eltocadiscos. Les metí varios tiquetes, claro está .No se dieron cuenta . . . Si van a botar la pla-ta, qué carajo más les da . . .

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Celso se siente satisfecho de sus habilidadesy le gusta pregonarlas ante los amigos de con-fianza, como Pancho, tan callado y serio, tandecente siempre . Luego, subraya .-Hay que vivir. Qué vaina es esa .Algunos pasajeros de la chiva, atentos al diá-

logo, sonríen complacidos por el relato de Celso .Aquella sonrisa es un gesto de solidaridad queune a los pobres .

Atento al hablar del camarero, Pancho se dis-trae unos momentos del deber y deja dos clien-tes que esperaban a la entrada de "El Panamá"con el brazo en alto y actitud impaciente . Celso se dió cuenta porque en aquel momento mi-raba hacia el hotel con la esperanza puesta ensus salones . ¿Por qué no? Era listo y sabíatrabajar mejor que los chombos . Había aprendido muchas cosas en la vida . Su infancia, enel Chorrillo, dura y pobre . Luego, de mucha-cho ya, empleado en el Matadero . Olor a es-tiércol, permanente ; el mugido de las reses.; lasangre de los animales recién sacrificados quecolgaban de los ganchos, abiertos en canal, consus entrañas todavía estremecidas y blancuzcas .Desnudo y descalzo, sin más ropa que un pe-queño pantalón, Celso manejaba las mangueras

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de limpieza y ayudaba a destazar. Más tardeempezó a salir en el camión de los repartos, yun día se empleó con Don Benito en el Mer-cado.

Gordo y sudoroso siempre, con varias sorti-jas y fumando puros, Don Benito había logra-do conservar muy buena clientela. Recibía en-cargos por teléfono y procuraba cumplir debi-damente. "Dos libras de rincón y una de cos-tillas" . "Un filete de seis libras" . "Tres decarne para picar". Y así, un día y otro día .Muy temprano, en la mañana, tenía Celso queestar ya con sus cuchillos afilados y la pesa lis-ta. Primero llegaban los clientes grandes . Car-ne para los Parados, para los restaurantes, pa-ra las pensiones. Hígado, lengua y sesos, a ve-ces, y mucho mondongo. Después llegaban lassirvientas y las cocineras con sus listas, o com-prando de memoria. Gran bullicio en la maña-na . Bajo el alto techo del Mercado se agita-ba una marea de cabezas sofocadas cargandobolsas y paquetes, de los que desbordaban lasverduras, el pescado y las naranjas. Cerca yadel medio día, cumplidas las ocho horas, Celsoterminaba su labor y caminaba por la calle Sals

ipuedes con sus tenderetes en la acera, sus ferreterías, sus tiendas de abarrotes y su cons-

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tante bullicio . Las chivas, los carretilleros, loscamiones. Un día, Don Benito le propuso tra-bajar para él en la cantina que acababa de com-prar. Era una cantina en Pueblo Nuevo. Mos-trador de mosaico, varias mesas muy mugrien-tas y una máquina de tocar discos . Dos puer-tas con mampara al frente y otra a un lado,protegida con una celosía . En la estantería, lode costumbre. Unas botellas de chianti colgadas boca abajo, ya llenas de polvo, y el seco, elron, el whisky, la ginebra . También los tragosdulces. El anís, la menta y esas cosas. Unagran nevera para la cerveza y un espejo . Y lapequeña pizarra para tener apuntados los nú-meros de la lotería . Celso se acostumbró pron-to. Mucha gente los sábados y los domingos, yalgunas veces tambor. Los días de la semana,menos ; dominó y poca cerveza. Pero Don Be-nito estaba satisfecho de la caja y decidió com-prar otra cantina . Allí se inició Celso en lasestafas . Dos tragos de más cobrados a un bo-rracho, que pagaba sin vacilación . Algunos pro-testaban, pero Celso se ponía muy serio y siempre terminaba teniendo la razón . Un día, Manolo, el del "Venecia" le dijo que en el "Jardín

del Mar" necesitaban uno para el turno de no-che. Por la tarde fue a hablar con el dueño y

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quedó contratado. Se lo dijo a Don Benito aldía siguiente, y un sábado empezó a trabajaren San Francisco. Hasta ahora. Celso está sa-tisfecho, pues hay meses que gana más de dos-cientos balboas. Tiene ahorrados mil quinientosy va a hacer una casa . Un día estuvo hablando con Manolo, que le informó de un terrenitoque vendían barato . Y el Seguro Social presta la plata . Así podrá salir del cuarto aquel yllevarse a Olga y al chiquillo a una casa gran-de y limpia, con un poco de yerba alrededor yalgunos árboles. Celso es hombre de proyectos.Ahora está contento en el "Jardín del Mar",pero más tarde . . . Más tarde, "El Panamá",con uno de aquellos uniformes blanco y verdeque ha visto a los camareros.

a s

La chiva se ha detenido varias veces y ruedaahora, más despacio, por la congestionada Cal idonia.Asfalto negro, gente negra, ropas ne-

gras. ¿Por qué le gustará tanto a los jamaicanosvestirse de oscuro? Las mujeres, con sombre-ro siempre. Y ellos, los viejos, sobre todo, en-fundados en trajes azules y hasta negros, concorbata, y casi nunca destocados . Pancho nopuede explicarse esta extraña inclinación por la

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ropa oscura ; pero no le da importancia . Sonchombos, piensa ; son gente distinta. Panchoignora muchas cosas y lo sabe . Se conforma conlo elemental . Trabajar . Conducir la chiva conmucho cuidado, porque las reparaciones sonsiempre a su costa, y ganar la plata necesariapara pagar al hindú. Para el hindú y para lacasa . Para la renta, para la luz, para la comi-da, para los chances, para las medicinas, para elcine algunas veces, para . . . para . . . Menosmal que Yeyo le ayuda bastante . Pancho sealegra de haberlo recogido, pequeñito y triste,como era, cuando se murió Delfina . Delfina . . .ya lejos en la memoria ; una sombra, apenas .Era una buena chica. Callada, humilde, silen-ciosa, y muy trabajadora. Y tan enferma. Pancho no lo sabía. No sabía nada cuando la viópor vez primera cerca del taller aquel de carrosdonde trabajaba . En el taller de Johnson.

También Pancho se desliza, a veces, por lasuave pendiente del recuerdo. Niño, allá en Dolega.La escuela, la maestra, el cura, el tren.

Son imágenes confusas y vagas, como el paisajeverde de los campos y la silueta constante delcerro lejano, cuando cae tierno y blando el baj areque frío.Pero Pancho sí recuerda bien

cuando un día cayó de un caballo ; cuando su

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tío se hirió un pie con un hacha mientras cor-taba leña, y cuando murió su hermana. Tam-bién recuerda muy bien cuando fue a vivir aConcepción con el tío, que se había quedado co-jo al rebanarse varios dedos con el hacha, ycuando empezó a trabajar en la bomba de ga-solina. Eran aquellos días felices. En algunasocasiones bajaba hasta David en el camión dela madera que tenía el señor suizo, dueño de lafonda, o subía hasta El Hato, o hasta CerroPunta en la chiva de Nicasio "El Tuerto" . Enla bomba llenaba los tanques, reponía el aceitey comprobaba el agua de las baterías. A vecesle daban un real de propina ; a veces, dos . Cuan-do se hizo mozo aprendió a reparar llantas, yun día "El Tuerto" le empezó a enseñar a ma-nejar . Y una vez, cerca de Bambito, en unascurvas peligrosas que hay allí, Nicasio tuvo unaccidente y se rompió una pierna. La chivaquedó pronto reparada ; pero "El Tuerto" no po-día manejar y en su casa hacía falta la plata .Pancho se encargó de los viajes. De Volcán aDavid todos los días, y cuando Nicasio se curó,pasados varios meses en el hospital y en casa,Pancho se empleó de chofer con los Llorens.Luego, le dieron el camión grande cerrado pa-ra traer a Panamá café, arroz y otras cosas yllevar algunas máquinas, hojas de zinc, rollos de

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alambre, sogas, medicinas y pinturas. Y así,varios meses . Más de un año. A Pancho legustaba comer en un pequeño restaurante de unitaliano, el "Cápua", por los macarrones con co-dillo y la sopa de patas y la cerveza fría, y allíconoció a Johnson, el dueño del taller de carros . Un día, a Pancho le chocaron el camión .Venía de David y era de noche . Cerca de Cap

ira, un "comando" de la Zona lo embistió delado. Llovía y se mojó la carga que era arroz .Cuando pudo llegar a Panamá, el yerno de losLlorens, un blanco malcriado, le regañó con in-sultos . Pancho se calló, aún sabiéndose sin cul-pa, y dejó el empleo entonces mismo . Cuandole pidió trabajo al viejo Johnson, se lo dió enseguida . Y una tarde vió a Delfina por primera vez . Alta, delgadita, con sus senos erguidos unos ojos grandes y una boca linda .

Delfina tenía un hijo y lavaba ropa en Bellavista .El encuentro incial se repitió, y pronto Delfinadejó el empleo de lavandera y dejó también alpolicía que la enamoraba . Ahora vivía conPancho y con su hijito Yeyo en una de las calles del barrio del Marañón . Lavaba en la casa

; mejor dicho, en la acera, en unos baldesmuy grandes que tenía que poner encima de cajones

. Cocinaba adentro en una estufa de ke rosín de dos quemadores y vivían contentos.

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Pero Delfina estaba enferma ; muy enferma, yel amor la aniquiló. Sobre todo aquel mal par-to, en que perdió tanta sangre, la dejó más dé-bil todavía . Tenía mucha fiebre y mucha tos .Se levantaba ; se volvía a acostar . Una nocheempezó a echar sangre por la boca . A la luzamarillenta del bombillo, Delfina parecía un ca-dáver ya . Sólo los ojos, tan grandes y brillan-tes, vivían intensamente . Casi sin voz, afóni-ca, Delfina miraba con gesto de angustia lasangre en el petate y miraba después a Pancho ;y a Yeyo, que jugaba indiferente a todo, rela-miendo una cuchara . Pancho llevó a Delfina alhospital y pocos días después, murió. Se la en-señaron rígida, esquelética, con un color comode paja seca, en la nevera de la morgue . Ma-ría del Carmen, la vecina, les había dado de co-mer mientras Delfina estuvo enferma, y siguióhaciéndolo después. Pancho le pagaba seis pe-sos todos los sábados. Para el arroz, la yuca,el tasajo y el café por la mañana y la avenadel chiquillo . Pero la pena pasa pronto, sobretodo con los tragos, y Pancho tomaba . Jugabadominó y bebía . Y un día de Carnaval vió aRosa en un toldo . La vió reír y acomodarse elpelo. Tenía hermosos dientes y un cabello muybonito . La piel, así como café con leche, suavey fina . Breve la cintura, las caderas firmes y

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robustas . Bailaba muy bien y se reía . Estabasana y era joven. Le dijo que vivía con unatía que tenía una tienda en el Chorrillo . Ro-sa era de La Chorrera. El rancho de los viejosse alzaba allá en los llanos de la Mitra, muycerca del pueblo . Rosa era muy bonita y esta-ba sin marido. Muy pronto se arreglaron, pero Pancho quería cambiar de cuarto. Fué Lou,el jamaicano, compañero en el taller de carros,quien le dijo que había uno desocupado en lamisma casa en que él vivía . Pancho habló conDon Jacinto, el administrador . Doce balboas ;dos meses adelantados, y esas cosas. Hace yacinco años que viven allí . Pero, luego Johnsonse enfermó del hígado y vendió el taller. Conel nuevo dueño quedaron sólo trabajando Lou yun muchacho que le ayuda en la pintura de loscarros y en el trabajo de poner fundas a losasientos, porque el comprador tenía ya sus em-pleados . Fué entonces cuando Pancho estuvosin trabajo varios días, hasta que alquiló la chi-va del hindú . Cuatro balboas cada día. Y lagasolina y el aceite y las llantas y las repara-ciones todas. Ochenta pasajeros ; ochenta realesque tienen que ir íntegramente a manos del culi .Y treinta más para los gastos, cuando menos .Gasolina, aceite . . . ya se sabe . Y, después, pa-ra la casa. Medicinas, chances y comida. Me-

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nos mal que Yeyo ayuda . . . Yeyo, Delfina, Ro-sa . . . el choque del camión de los Llorens . . .Johnson, el jamaicano . . . el cuarto del Mara

ñón... Don Jacinto... los granos de la niña.Todos los recuerdos juntos, en montón, con unfondo de lluvias torrenciales, de patios anega-dos, de ropa sucia ; gritos, llantos, discusiones ;o un sol cegador que rebota en las esquinas, enlos parabrisas, en el cromo de los carros y enlos rostros esmaltados de sudor .

s s

La chiva de Pancho penetra en Calidonia poruna calle lateral . Carretillas, y más carretillas .Chivas en fila, detenidas por la congestión deltránsito . Allá, al frente, un guardia gesticulay hace sonar el silbato en un esfuerzo inútil .Se avanza un poco, y otro poco . Vienen losgrandes autobuses ; los azules, los verdes, los ro-jos y otra vez los verdes . Y más chivas detrás,y más carretillas colmadas de fruta, de aguaca-tes, de piñas, de naranjas . . . Al fin, se puedellegar hasta el relleno y seguir más aprisa .

-Parada.

Frente al muelle inglés se bajan los últimospasajeros. Celso sigue hasta el Mercado.

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-Bueno, viejo . . .-Adiós, pues .Pancho vuelve a contar el dinero . Setenta

y cuatro reales . Setenta y cuatro reales, nadamás. No alcanza para el hindú, siquiera . Yes casi medio día . Cada vez hay más chivas yla gente viaja menos . Tres balboas con seten-ta, y el tanque por la mitad. Bueno . . . Pan-cho decide ir a comer a casa . Si comiera poraquí, por el Mercado, le costaría un peso, lomenos . Y quiere descansar un rato, y ver aRosa. Tres setenta .

La chiva se detiene al borde de la acera. Elcamión verde del hielo acaba de descargar ysigue lentamente con varios niños detrás quese arrebatan los pedazos que caen al suelo alpartir con el punzón los bloques grandes . Ala entrada del callejón está Chana de tertuliacon dos viejas de la vecindad .-Desde que tuvo aquellas fiebres, está

así . . .y si encontrara marido, se componía,

porque . . .Subiendo la escalera, se encuentra con Yeyo .

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-¿Cuántos vendiste hoy . . .?-Treinta .-¿Le diste la plata a Rosa?-Sí.-Toma. Vete a buscar un real de hielo, y

pónlo en la jarra .Pancho se dirige a un lavadero que hay cer-

ca de la regadera y se remoja la cabeza. Bus-ca en el cuarto una toalla sin hallarla y se di-rige a Rosa .

-¿Con qué me limpio?-Con lo que quieras .-No hay toalla .-No secó la ropa . ¿No ves que llovió?Pancho usa su pañuelo, aunque está mojado

de sudor .

-¿Y la comida?-Va estando .Llega Yeyo con el hielo, y, diligente, prepa-

ra el agua fría . Pancho bebe varios vasos yse sirve más .-Voy a ir a la escuela .-¿Cuándo?

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-Desde mañana . . . La maestra ya me ma-triculó .

Pancho aprueba .

-Bien hecho.

Se dirige a Rosa para explicaciones .

-¿Lo llevaste tú?

Rosa continúa sofocada por la estufa y porel calor del patio, por el llanto de la niña, queahora duerme, porque el chiquillo se atoró conun papel, y por el ataque de la loca .

-No. Yo no sé qué cuento es ese de la es-cuela. No hace más que hablar de eso.

Rosa quería ser maestra y ahora le molestanlas escuelas . Le molestan porque allí hay maes-tras ; muchachas que lograron algo que ella nopudo conseguir. Rosa no tiene ambiciones gran-des. Nunca piensa que podría salir de allí, vi-vir en una casa entera o tener, para cocinar,una estufa de gas . No piensa en tales cosas,porque sería tonto pensar. Ni siquiera cuandove alguna película . Pero estuvo en la Normaly anduvo de uniforme . Era igual a las demásalumnas. El mismo cuarto, un puesto en el co-medor y otro en el salón de clases. Sí. Podía

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haber sido maestra . Pero, en aquellas vacaciones . . . Todo fué en Puerto Caimito, allí, entrelas palmeras . . . Y . . . ya no pudo ser . . .-Toma.

En un plato de aluminio sirve Rosa la co-mida . El arroz está aún un poco duro y Pan-cho lo comenta . Rosa se justifica mientras sedirige al cuarto en busca de un pedazo de car-tón, que usa como abanico .

-¿No tenías tanto apuro?

Pancho come silencioso y Yeyo le acompaña.Ahora, Rosa tiene que lavar los platos y lasollas, retirar la estufa para el cuarto, y luegolavar ropa . Más tarde tendrá que coser algo .Lo de siempre . Pegar unos botones, zurzir unascamisas y poner remiendos a otras prendas .Hay varias medias de Pancho con agujeros ; pe-ro, por ahora, puede andar sin ellas . Luego,tendrá que cocinar de nuevo. Y, si tiene tiem-po, podrá salir hasta la calle un rato . Un ratonada más, porque hay que acostarse temprano .Los niños despiertan en seguida, y hay que ba-ñarse, preparar la avena . . . el café ; lo desiempre.

-¡Yeyo! Hay que traer avena . ¡Acuérdate!-Bueno, pues .

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Y, después del desayuno, seguir el trajín .Volver a lavar ropa, bañar a los niños. ¿Dequé serán esos nacidos que le han salido a lachiquilla en la barriga y en las piernas? Si si-gue así habrá que llevarla al Dispensario, por-que la pomada que le vendió el boticario nosirve de nada . . . Y volver a coser, y hacer elarroz, la yuca, el plátano y el tasajo, si se hapodido comprar carne . ¿Qué darán en el "His-pano"? No importa . No puede ir. Sólo a lacalle, un ratito ; a la calle para ver qué diceCarmen . . . Si el domingo salieran los chan-ces . . . Si salieran el noventa y dos, o el do-ce . . . Esos ataques de Elvia . . . Está peor . . .¡Pobre! No se atreve a salir. Hace bien . . .Podría darle en la calle . . . Si el domingo ju-garan los chances, podría pagar los dos mesesde renta, pagar la Fuerza y Luz y comprarseaquel vestido, y los zapatos de charol y unapeinilla . Una peinilla que no estuviera rota,y el espejo que vió en el "cinco y diez" . Si salieran los chances...

Rosa ha visto el sorteo una sola vez, hacemucho tiempo. Vió a unos hombres en elquiosco ; unos hombres vestidos de blanco quedaban vueltas a un manubrio. También dabavueltas una gran jaula redonda con unas bolas

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blancas que saltaban dentro. Después, una ni-ña sacaba una bola ; un señor de blanco la par-tía por la mitad, como si fuera un huevo, ycantaba un número. Un número que mostrabaa toda la gente con aire de prestidigitador . Des-pués, se repetía la escena y los números se ibanapuntando en una pizarra y los colgaban enun sitio alto . Y así, tres veces . Los tres pre-mios. Rosa había visto eso una vez. Y pudoadvertir que nadie puso cara alegre ; que todoslos que miraban el sorteo rompían en pedacitoslos billetes que tenían. La gente se marchabapronto y la plaza se quedaba sola y triste conel suelo lleno de menudas esperanzas rotas . Poreso Rosa no volvió. Ya casi lo ha olvidado,pues nunca piensa en ello, aunque piensa mu-cho en la lotería, como todo el mundo aquí, enla calle ; hasta las gringas que siempre com-pran, al pasar, algún pedazo . Ahora, la lote-ría no es más que una voz en la radio ; en laradio de "La Pichona", que es la única quetiene un aparato en toda la casa. Un aparatogrande y viejo que está encima de una repisaadornada con un tapetito de color azul. Todoslos domingos, a las once, se reúnen los vecinosen el cuarto de "La Pichona" . Los que no ca-ben se quedan por allí cerca, para oír. Y siem-

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pre se marchan lo mismo; murmurando comentarios y tratando de encontrar explicación a su

falta de suerte . Rosa escucha siempre . No ne-cesita tener apuntados los números que juega,pues siempre son pocos y los sabe de memoria .Y nunca salen. Una vez, sí . Una vez se ganódos balboas con un chance que salió tercero .Dos balboas . La semana siguiente llegó a com-prar cinco pedazos, porque tenía una corazo-nada firme. Y, nada ; claro . Lo de siempre .¿Quién ganará la lotería? Para Rosa, eso yano es más que una voz . Una voz que no sabede quién es, que va diciendo muy despacio losnúmeros que salen . Primero, uno. Luego, anun-cios, comentarios de diversas cosas . Después,el otro número . Rosa casi no los oye, porquea ella le interesan solamente los dos del final .No compra billetes, sino chances . Por eso leinteresan las dos cifras finales, y aquella vozsiempre canta al terminar unos números muyraros . Veinticuatro ; cincuenta y dos ; setentay siete ; cero uno. ¿A quién se le ocurre?Para Rosa, siempre salen números extraños .Luego, la voz termina despidiéndose ; pero yanadie escucha, pues los comentarios empezaron.Sin embargo, siempre se espera el domingo conuna ilusión fresca, como si fuera la primera

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vez que se juega lotería en el mundo y el pro-pio Dios se dispusiera a repartir riquezas a lospobres . . .

-Que Don Bosco ha dado plata en pila . . .

-Eso es la Biblia . . .

-Hay que tener fe . . .

Si salieran los chances el domingo, tal vezRosa se decidiría a comprar unos billetes. Uno,o dos . Y, entonces, Pancho podría tener supropia chiva. Una chiva nueva y no tendríaque darle a ese culi todo lo que gana . . .

-¿ Qué . . . ?

Rosa se vuelve en un brusco regreso de susmeditaciones tontas . Carmen, "La Pichona",llega haciendo morisquetas .

-Sólo quería pedirte que me prestaras unpoco de azúcar. Tengo que hacer un té conunas hojas de naranjo y . . . otras cosas . . .

-¿Cómo no, Carmen?

A Rosa le gusta hacer a "La Pichona" eztosfavores. Porque la deja oír radio los domin-gos y, a veces, por la tarde, o por la noche,cuando hay una novela de esas, buena. Y, so-

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bre todo, porque Carmen le devuelve pronto loque pide, y porque siempre le devuelve más .A veces, más del doble. Entonces discuten unpoco.

-Carmen ; pero, si yo no le di tanto . . .-Vaya, pues . . . Como si me fuera a vol

ver pobre por eso . . . Déjate de cosas .Oyeme,ve...

Y el diálogo se anuda por varios minutos .

Sin que esté seguro del motivo, Pancho sien-te honda aversión por "La Pichona" . No sabepor qué. Nunca pensó en ello. Tal vez si pen-sara, tampoco lo sabría. No le gusta verla porel cuarto, ni le gusta que Rosa la visite. Car-men lo percibe ; pero es cínica y no le importa .Si puede, elude a Pancho, pues prefiere visitara Rosa sola. Pero esta vez se cruzaron en laescalera . Pancho no la saludó, ni dijo nada .No le gusta "La Pichona" y no le gusta queande por su cuarto, ni cerca de Rosa ; pero na-da dice. No sabría decirlo con buenas palabrasy no sabría explicarlo a Rosa, si se le ocurríapreguntar por qué. Por eso se calla, compri-miendo el gesto .

Yeyo baja satisfecho al lado de Pancho yambos llegan a la calle . Yeyo piensa en la

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maestra y en la escuela y en el nuevo nombreque ahora tiene. A Rosa no pudo decírselo,porque tuvo que comprar manteca . Pero Pan-cho debe saberlo.

-Pancho . . .

-¿Qué hubo . . . ?-Voy a ir a la escuela . . .

-Si ; ya sé . Rosa me dijo .

Pancho se acuerda de que Yeyo es buena ayu-da y un niño obediente, callado y respetuoso,como debe ser. Pancho piensa también queYeyo, vendiendo periódicos, hay algunos díasque gana más que él . Más que él, después delos cuatro balboas que hay que darle al indio .Pancho quiere que Yeyo vaya, por fin, a esa es-cuela, que aprenda muchas cosas, y que cuandosea mayor no tenga que vender periódicos, nilimpiar zapatos, ni empujar carretillas, ni ma-nejar chivas de hindúes, aunque eso de venderperiódicos no es malo del todo. Se gana bas-tante ; sobre todo, para un niño. Pero, Panchose acuerda también de "La Pichona" a la que aca-ba de ver subir las escaleras, y algo se le aprietaadentro ; algo se endurece . La voz del niño ledistrae de sus turbios pensamientos .-Voy a ir desde mañana .

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-Está muy bien eso . Me alegro . Estudia ;estudia mucho, Yeyo . . .

El niño sonríe con la sorpresa guardada .Tiene ganas de decirlo, para que Pancho losepa .

-Me llamo Ignacio. Ignacio Jiménez .

Pancho se detiene al lado de la chiva .

-¿Ignacio . . . ?

¿Jiménez . . . ?

¿Cómo eseso . . .? ¿De dónde lo sacaste . . . ?

-La maestra me dijo . . .

-¿La maestra . . .? ¿Ella sabe . . .?

-Ella me dijo . . . Me preguntó si me gus-taba el nombre. Ella se llama Jiménez .

-¿Quién es esa maestra . . . ?

-La maestra, pues . . . la de aquí al lado . . .La de la escuela que queda ahí . . .

-¡Ah! Ya sé . . . ¿La Directora?

Yeyo no sabe qué es eso ; no entiende la pre-gunta y vuelve con su tema .

-Es la maestra .

Pancho se sube a la chiva .

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-Que mañana vaya Rosa a hablar con lamaestra . Que no crea que andas solo y quevives por ahí .-Ya yo le dije . . . ya le dije que yo vivía

aquí . . . con ustedes. Ya ella sabe . . .A Yeyo le gustaría que Rosa fuera a ver a

la maestra, aunque teme un poco que ellas ha-blen y que todo quede en nada ; en que nopueda ir a la escuela por falta de ropa, o poralgo así .

La chiva de Pancho tarda un poco en arran-car. Es la batería . Las baterías de las chi-vas se gastan muy pronto . Se anda mucho enla noche y, por la ciudad, despacio . Hay quellevarlas al taller donde trabaja Lou, o compraruna nueva. Pero, una batería nueva, cuesta . . .Pancho se desvía del pensamiento de una bate-ría nueva y diluye por la calle su atención . Allíestá la calle ; oscura, como siempre, aunque elsol está en lo alto . Oscuras las fachadas, pin-tadas así ; oscuro el pavimento ; oscuras las ca-rretillas y el carbón que llevan dentro ; oscuraslas desnudas barrigas de los niños que jueganen las aceras . Sólo el cielo es claro ; luminoso,alegre ; pero un chivero no tiene tiempo de mi-rar arriba. Adelante, nada más, y hacia los la-

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dos, donde puede haber algún cliente . Allí es-tá la calle con su gente de siempre . Ya cercade la esquina, el griego con sus frutas en elcarretón inmóvil y un poco más allá el quioscodel cojo Mendizábal ; Tomasa y las demás mujeres, sentadas en la acera con sus chances ybilletes, y sus chácaras o sus bolsas de cuero .

Pancho se detiene en la bocacalle . Un mo-zalbete de cráneo rapado y abultada bemba, muyalto y huesudo, vocifera y gesticula frente a unamujer de pelo cano que, agitada por la risa,destaca blanca dentadura falsa en la tiniebla delrostro .-Negro tenías que ser, para venir con tu

bulla .

Todas las mujeres ríen en tanto que el mozose aleja a zancadas .

Yeyo no se olvida de la avena que tiene quecomprar. Sabe que hace falta ; pero no le dieronplata y ya antes pidió fiada la manteca . Po-dría ir a la otra tienda, a la grande, pero antesquiere pasar por la escuela. Quiere ver a lamaestra ; quiere ver si le dice, de nuevo, quevaya a clase al día siguiente .

-¡ Tira !

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Una pelota de trapo ha caído junto a Yeyo .Con el pensamiento puesto en la maestra larecoge y, vacilante, busca el sitio de la voz . Hayun niño con un palo, que utiliza para batear, yotros a su alrededor .-¡Tira, pues! ¡No te aleles!Yeyo lanza la pelota en dirección al bate y

el muchacho marra . Fué un "strike" . Uno delos jardineros se entusiasma y propone incorpo-rarlo al grupo .-¿Quieres jugar?-Después . Ya vengo .Yeyo quiere ir hasta la escuela a ver si todo

sigue igual . Si están allí los dibujos y si lamaestra está en la puerta . Además, el correrle fatiga. Nunca ha dicho nada a nadie, por-que nadie le pregunta ; pero cuando juega albase siente que le falta el aire ; que la boca sele seca y que en la garganta le da tos . Luego,a veces, las piernas le tiemblan y siente un grancansancio y, como sueño . Y ganas de acostar-se, de cerrar los ojos y de quedarse así .-Anda, juega.-No. Después . Voy a un mandado .

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Allí está la escuela . Con su fachada de ma-dera vieja pintada de rojo desteñido ; sus puer-tas abiertas y las cartulinas a través del pasi-llo . No hay nadie por allí . Sólo las chivas ylos autobuses y la gente que pasa . Gente ; mu-cha gente. Mujeres gordas desgreñadas arras-trando las chinelas ; mujeres jóvenes, esbeltas,con andar ligero y senos erectos ; hombres ;viejos, niños ; negros y más negros ; gringos ;chombos ; el camión del hielo que sigue dandovueltas por el barrio, y un entierro pobre decarroza gris . Pero no está la maestra .-¿Qué hubo, Yeyo?Una cara femenina, muy pintada y alegre, le

sonríe. Es Herminia, la hija de Tomasa . Herminia tiene un lunarcito cerca de la boca yunos ojos claros muy risueños . Unas cejas muydelgadas y una boca grande, muy pintada siem-pre. Los tacones altos y la falda azul, apre-tada a las caderas, y una blusa blanca, trans-parente, por la que se insinúan las cintas delas hombreras .-¿Viste a mi mamá? ¿Estará allá todavía?-Sí, estaba.Los hombres que no tienen mucha prisa, o

que no andan preocupados, suelen seguir con

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los ojos el andar de Herminia. Tiene elcabellocastaño, casi rubio, largo y ondulado, los

hombros muy rectos, y las piernas largas . Ven-de rifas casi siempre, y también seguros. Ga-na buena comisión. El señor Metall fué quieninició a Herminia en el negocio . El señor Metall es un hombre rico. Tiene muchas casas ymuchos terrenos, abundante participación envarias sociedades y plata en los bancos. Undía conoció a Herminia y le gustó . Le pareciólista y simpática. Sabía vender cosas, sonrién-dole al cliente ; dejándole sentir su aroma dehembra joven y riéndose con optimismo . Aveces tiene sus fracasos, porque hay hombresque no ponen atención a su sonrisa, a sus caderas ni a su desarrollado busto . Pero Hermin ia está contenta, aunque vive con su madre

y sus hermanos en un apartamento pobre, porque tiene ya plata guardada .

-¿La viste ahorita?

-Sí. Ahí estaba .

Herminia va a buscar a su mamá para tranquilizarla, pues hace dos días que se fue a LaVenta con unos amigos y acaba de llegar

. Tomasa no suele inquietarse ya por estas cosas,porque tiene mucha fe en su hija . Herminia

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es muy viva y sabe cuidarse. Buena ropa, buencalzado y muchas cosas del Comisariato. Encasa de Herminia hay una refrigeradora nuevay una estufa de gas con horno. Y buenas camas, con colchones y hasta dos ventiladoresgrandes en la sala . Y en la alacena, muchascosas . Latas, hasta de jamón y todo

. Y Tomasa gana poco. Los billetes que vende no sonde ella. En la Lotería no le dan. Son de unaseñora blanca que tiene influencia. De unaseñora que saca varias sábanas y que tiene ven-dedoras por ahí, porque, claro está, ella no seva a poner en eso. Tomasa gana poco. Cuando más, unos diez o doce pesos por semana. Ycon eso nada más no podrían vivir, porque Tom

asa es viuda. A Herminia la tuvo con un español rubio que andaba navegando, a veces, y

luego se casó con un puertorriqueño que murióde pulmonía en el Gorgas

. Herminia era entonces una niña, muy bonita ya, pero pequeña,y tenía, además, otros tres hijos . La suertefué que el mismo dueño de la casa la ayudó,porque Tomasa estaba fresca todavía al en-viudar y suerte también que, después, la seño-ra de la Lotería le empezara a dar unos billetes, para ver . Tomasa está contenta y es feliz . Herminia tiene buenas relaciones, incluso

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en la Zona, hasta con algunos oficiales, y loschicos todos están en la escuela. El mayor yava al Artes y Oficios.

La mancha tricolor de Herminia -cabello,falda y blusa- se ha perdido ya al doblar laesquina . Yeyo vuelve a quedar solo, porque lamaestra no aparece. Parado al lado de la es-cuela, Yeyo mira a todas partes anhelante . Lamaestra debe estar adentro ; debe estar escri-biendo sentada a la mesa con aquella plumaque le mancha los dedos . ¿Escribiendo qué?Las maestras siempre escriben .

El chirrido de unos frenos y el golpe durode dos carros, conmueve por un instante aqueltramo de calle. Hay unos guardafangos abolla-dos y los vidrios de un farol esparcidos por elsuelo . En torno al accidente se congregan loscuriosos y Yeyo se aproxima . Un guardia su-doroso, floja la corbata, la gorra hacia atrás,se acerca autoritario .

-Váyanse . . . Caminen . . . Aquí no hacennada.

Frente a frente, los dos conductores ensayanlas inculpaciones .

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RENATO OZORES

-No diga eso . . . ¿No vió la carretilla?Tenía que desviarme, pues . . .

El calor molesta al guardia y la gente aglo-merada, más .

-Sigan su camino . No ha pasado nada.

Otros guardias se aproximan y crece el pesode la autoridad . Yeyo piensa otra vez en laavena y en los niños de la calle que juegan albase .

Yeyo va a buscar la avena. La pedirá fiada,como la manteca, y la llevará en seguida paraque Rosa no regañe, porque Rosa hoy está demal humor. Al entrar en la tienda, tropiezacon la maestra. Primero ve aquellos zapatosblancos y el vestido blanco y los dedos con tin-ta que sujetan una lata de jugo de durazno, yluego, el rostro conocido . Un rostro serio, porel tropezón, que en seguida se afloja en la son-risa.

-! Maestra . . . !

-¿Eres tú . . .?

Yeyo espera un momento . Le ha gustadoser reconocido ; pero espera algo más . Espera

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LA CALLE OSCURA

que le diga algo de la escuela ; espera, tal vez,que le acaricie la cabeza, como había hecho an-tes ; pero la maestra parece preocupada. Sola-mente le sonríe y se va con ligereza porquetiene prisa . Hace pocos días que vive en elbarrio, elegido porque queda cerca de la es-cuela, y tiene mucho que hacer en la casa .

-¿Tú . . . ? ¿Qué quieres?-Avena . . . Dice mi mamá . . .-¿Traes la plata . . .?

El dueño de la tienda, acodado sobre el mos-trador, lee "La Hora" con una parte de aten-ción colocada en el negocio .

-Dásela ; no importa .

Yeyo sale velozmente, sortea una bicicleta,que está a punto de atropellarle y sube la es-calera a saltos . Por querer ver la escuela y ala maestra otra vez, no ha ido a vender "LaHora". De haber ido, hubiera podido pagar laavena, que cuesta seis reales .

Rosa friega en un platón de agua muy sucia . Parte del cabello se le ha pegado al rostro, mojado de sudor, y el gesto de contrariedad

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RENATO OZORES

parece más acentuado . Carmen, "La Pichona",en una desvencijada mecedora, fuma y se balan-cea con los ojos entornados, como si dormitara .Se acerca la hora de la siesta, que "La Picho-na" duerme siempre.

-Aquí está la avena .

-Ponla ahí. ¿La pagaste?

-No.

-Está bien, pues .

Yeyo retorna a la calle. La maestra debevivir cerca ; pero ya no importa. La verá porla mañana . Ahora, ya puede jugar. Al co-rrer para llevar la avena, volvió a sentir en lagarganta y en el pecho aquella sensación deahogo, de fatiga ; pero se alivió en seguida . Ju-gará de jardinero .

En la calle hay varios carros. El camión delas sodas, con su carga polícroma de verdes, ro-jos y naranjas, ocupa mucho espacio. Perosiempre hay sitio bastante para los muchachosque quieren jugar. La pelota, lanzada con vio-lencia, hace sonar una lata que anuncia ciga-rrillos .

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LA CALLE OSCURA

Por la tarde Yeyo va a buscar "El PanamáAmérica" . Lucha, el "Cabezón" le dió varios"Países" y Mito le cambió cinco "Naciones" .Cuando regresa a casa, por la noche, Chon si-gue trabajando . Víctor ha lavado varios ca-rros, y ahora discute política sentado junto asus cajas de fruta . En la calle lloran variosniños . Rosa está oyendo la novela en el cuar-to de Carmen .

Al día siguiente, Yeyo va a la escuela porprimera vez.

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