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18 Conga, una danza peligrosa JONATHAN DIEZ Y DAN LERNER Hugo Carrillo EL OMBLIGO DEL PERÚ

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Conga, una danza peligrosaJonathan Diez y Dan Lerner

Hugo Carrillo

EL OMBLIGO DEL PERÚ

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E l 20 de abril, la ciudad de Cajamarca amaneció en calma. Las manifesta-ciones anti Conga habían pasado,

la marcha del agua había dejado su rastro en Lima y el tema ya no encabezaba la agenda política del gobierno y los medios de comunicación. No más piquetes en la plaza de armas, los policías se mantenían en sus puestos regulares, todo se desarro-llaba con aparente normalidad.

Los cajamarquinos de la ciudad se mostraban un poco cansados de las pre-guntas acerca de Conga. “Solo queremos que esto acabe”, decían los más medidos. Algunos otros no dudaban en manifestar su desprecio: “Lo que pasa es que los campesinos no saben que la minería es el futuro del país”; “Allá arriba bloquean todo porque son ignorantes. Nosotros queremos desarrollo y no más paros, que Conga vaya porque ya estamos hartos”.

El futuro era incierto. La decisión de Humala y sus ministros no tenía cuándo llegar, a pesar de que los peritos inter-nacionales contratados por el gobierno habían elaborado el informe que se les solicitó. Era un secreto a voces que los peritajes habían arrojado resultados po-sitivos para la empresa minera: Conga iría, a pesar de la resistencia de un sector importante de la región.

Conga va

A las siete de la tarde, Mirtha Vásquez, representante de la ONG ambientalista Grufides, nos brindaría una entrevista en su oficina, ubicada a pocas cuadras de la plaza de armas. Mientras estábamos en la sala de espera, recibimos una llamada: “Humala está dando un mensaje y no preci-samente sobre el secuestro en Kepashiato”.

La “Operación Libertad”, tomada por el gobierno como una “victoria impecable” (El Peruano dixit), no había sido el tema central. Sorpresivamente, Humala habló de Conga.

Desde Palacio, acompañado por Óscar Valdés y otros ministros, Humala afirma-ba que Conga iría, siempre y cuando la empresa Newmont respetara las exigen-cias ambientales y sociales que el informe pericial había identificado. La música de fondo en la sala de espera de Grufides era la voz del Presidente, quien anunciaba con elocuencia y firmeza lo que para muchos actores sociales de la sociedad cajamar-quina era el principio del fin.

Uniformados en las altUras

Una vez concluido el mensaje presiden-cial, Mirtha Vásquez nos hizo pasar a su oficina. Nos esperaba sentada detrás de su escritorio, con el rostro desencajado, como el resto de los funcionarios de la ONG. Ya no hablaríamos de la posibilidad de que Conga fuera y de sus consecuencias en la sociedad cajamarquina; ahora había que analizar un escenario que no por menos difuso resultaba tranquilizador.

“Estamos muy preocupados”, fue la primera frase de Vásquez. “No sabemos cuáles serán las acciones que decidan tomar las comunidades”. La preocupa-ción no era exagerada: los comuneros no darían esta vez su brazo a torcer, tras veinte años de rechazo a la presencia de la minera Yanacocha en sus tierras. El diálogo, concepto tan utilizado por los gobiernos en tiempos de abundantes con-flictos sociales, había sido ya reemplazado por la coerción. El 5 de diciembre del año pasado, Cajamarca había sido declarada

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en estado de emergencia, y la presencia de militares y policías en la ciudad y las comunidades de la región se multiplicó. Estaban en las esquinas, en las plazas, incluso en las casas de algunos comuneros.

Vásquez consideraba que la milita-rización fue exagerada y absurda, que los comuneros no habían recurrido a la violencia y que se trataba de un abuso. “Ellos llegan con sus armas y sus unifor-mes, sacan a los comuneros de sus casas. Eso asusta y llena de ira a la gente”. Si bien un grupo de jóvenes manifestantes —aparentemente infiltrados dada la ra-pidez con la que los comuneros apagaron el fuego— saqueó una de las oficinas de Yanacocha para luego quemar los mue-bles y computadoras, las movilizaciones

fueron pacíficas. Aun así, los militares y policías los cercaban como si se tratara de delincuentes.

“Valdés rompió toda posibilidad de sentarnos en una mesa y dialogar en una plataforma institucional adecuada”, afir-mó la representante legal de Grufides. Con-tó que en dos reuniones el Premier mostró su autoritarismo e impidió el ingreso de algunos dirigentes de las comunidades afectadas. Incluso, Vásquez sostuvo que Valdés acudió a la segunda reunión con un acta preparada, lista para ser firmada por los asistentes. Evidentemente, esto fue tomado como una falta de respeto por los comuneros, quienes terminaron por abandonar la Presidencia del Consejo de Ministros sin soluciones para sus pueblos.

¿De dónde lo sacaron? Porque durante la campaña de Humala nadie tuvo noticias de él. ¿Militar, empresario, político de corte autoritario? ¿Podría noquear a Santos o a Kina? (Foto: Caretas)

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terror de estado

“Estamos asustados, no sabemos qué puede pasar. Los comuneros han dicho ‘basta ya’ y no quieren más abusos”, dijo con voz trémula Vásquez. Temía lo peor: un enfrentamiento directo entre los comu-neros, la ciudadanía cajamarquina y las fuerzas del orden. Pocos contra muchos. Palos contra bombas lacrimógenas y pistolas. El Estado contra las poblaciones más abandonadas, en las alturas, al borde de lagunas que valen oro.

Lo que temen Vásquez y la región cajamarquina es un desborde popular. Eso es. ¿Por qué hemos llegado a esto? Según Vásquez, porque la historia de Yanacocha ha sido la misma desde el gobierno de Alan García, cuando se abrieron las puer-tas a la expansión económica y, como por rebote, se cerraron las del diálogo. “Desde el gobierno de Alan García, Yanacocha no dialoga. Ahora su manera de incidir es judicializando y persiguiendo”, afirma la abogada. Los comuneros ven en Conga un capítulo más de la opresión e indife-rencia de la empresa hacia sus comuni-dades. Muchos jóvenes están partiendo a la ciudad, escapando de los abusos, dejando vacías sus comunidades. “Todos queremos morir donde hemos nacido, en nuestra tierra. Ahí queremos ver nacer y crecer a nuestros hijos, pero así no se puede”, cierra Vásquez.

Surge aquí una figura tan interesante como desoladora. ¿Por qué las poblacio-nes más abandonadas son las que más le temen al Estado? Más allá del natural re-sentimiento por el abandono histórico del que han sido objeto, se ha gestado en los comuneros un sentimiento de ira y, peor

aún, de miedo al Estado. Las comunidades han estado allí todo este tiempo, con sus calles sin luz y sus pueblos sin desagüe. Gran paradoja si tenemos en cuenta la can-tidad de agua de las lagunas en cuestión. Han estado allí todo este tiempo, pero el Estado no llegó nunca. Y cuando llegó, por fin, fue con helicópteros y tanques, con uniformes y armas, no con planes de desarrollo para sacarlos de la pobreza.

Hay hartazgo y rabia. Hay desazón. Pero quizá lo que más duele observar es el miedo de quienes sí están realmente des-protegidos. La paradoja es clara: tenerle miedo a quien debería encargarse de la protección y el desarrollo es el síntoma de que, desde arriba, las decisiones se toman escuchando a unos y desviando la mirada de otros. Esos otros, teme Vásquez, han llegado a su límite y al parecer lo único que les queda es abandonar sus casas, sacar lo que tienen y enfrentarse a ese gran monstruo que no solo los ha ignorado, sino que ahora los ataca.

ComUneros iraCUndos

Domingo 22 de abril. En el centro de Ca-jamarca, como los días previos, la mañana es calma y las familias llegan a la plaza de armas a pasar el día. La ciudad, alejada de las furiosas comunidades, parecía no sentirse aludida con el hecho de que Conga iría de todas maneras.

Yanacocha tiene muy mala fama en Cajamarca, pero no en la ciudad, que es ordenada y con mucho comercio, sino en las alturas de las comunidades.

Para el citadino cajamarquino, el tema Conga no tiene mucha discusión. El centro es urbano y abundan los hoteles,

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restaurantes y bancos. “Conga tiene que ir, ya lo dijo el Presidente”, nos dice una mujer de unos treinta años. En la montaña más grande de Cajamarca, casi invisible desde el centro, se lee un inmenso mensaje: Conga No Va.

Conga ha polarizado a Cajamarca. No solo por ser un proyecto que no cuenta con los requisitos ambientales o por la posibilidad de que el agua de Cajamarca se termine o sea contaminada. Tampoco porque generará o no desarrollo. Es cierto que los temas ambientales y políticos es-tán presentes. Sin Conga, probablemente Gregorio Santos no existiría en el mapa

político. También es cierto que el asunto de los réditos económicos que traería el proyecto polariza a la sociedad. Pero hay un aspecto social de fondo: en Cajamarca, el proyecto Conga ha agrandado aún más las distancias entre el campo y la ciudad.

Conga abre una profunda herida gene-ralizada en nuestro país. Recordemos la Marcha por el Agua. Miles de ciudadanos cajamarquinos llegaron hasta el centro de Lima para hacer sentir su rechazo al proyecto. No fueron “cuatro gatos” como informó el diario Correo. Fue una masa que caminó ocho días desde Cajamarca para tildar a Humala de “traidor” y

Santos vive envuelto en una llamarada extrema. ¿Podrá sobrevivir a su discurso?

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expresar su ira en el centro político del Perú. El hecho de venir hasta la capital del país demuestra los profundos tajos estructurales de nuestra sociedad: los que se sienten alejados, no escuchados y marginados ven en el Estado, en vez de su protector, a un enemigo que vencer.

CajamarCa atrapada

Al caer la tarde, una manifestación pacífica en el centro de Cajamarca reunió a unas cien personas. Un guitarrista expresó su desazón cantando, mientras muchos niños colgaban carteles que decían “Cui-demos el agua”, “Protejamos la tierra”. Nos preguntamos por qué no había tanta gente un domingo en la tarde. ¿Cómo llegaron miles de cajamarquinos a Lima y en el centro de Cajamarca apenas unas cien personas escuchaban sentadas al guitarrista dos días después de que el Pre-sidente confirmara que Conga iba sí o sí?

Cajamarca es una de las regiones más pobres del Perú. Hay comunidades como Celendín donde los servicios básicos bri-llan por su ausencia. Los hospitales quedan a horas y las escuelas están tan lejos que los niños tienen que hacer largos recorridos a pie todas las mañanas por una complicada geografía. ¿A quién debe hacer caso el Estado? ¿A la empresa o al pueblo enar-decido? Debe buscar un equilibrio social y económico. Priorizar su presencia en las zonas más remotas del Perú y canalizar el rechazo de los ciudadanos.

La costa, la sierra y la selva siguen siendo universos tan distantes que la promesa de la inclusión social de “la gran transformación” se desvanece frente a dinámicas especí-ficas complejas. ¿Es la inclusión social

un fenómeno íntegramente económico? ¿Dando trabajo, una empresa genera nece-sariamente la inclusión de los marginados en el sistema? El desarrollo y la inclusión sociales son puentes para lograr una socie-dad más unificada. El aspecto económico, que en este caso es responsabilidad de la empresa privada, es central, pero es difícil que se logre incluir a los excluidos si el Estado no prioriza programas de educa-ción, salud, seguridad y servicios básicos.

estado de sitio

En la noche del domingo nos encontramos con Milton Sánchez, dirigente comunal del distrito de Celendín, uno de los más afectados por la contaminación de Ya-nacocha. Caminamos hacia un café muy cerca de la plaza y, visiblemente preocu-pado, nos dice que “las comunidades están realmente furiosas, ya no ahora con Yanacocha, sino con Ollanta Humala. Lo consideran un traidor. ¿Por qué votó el pueblo entonces? ¿Por Yanacocha? Una vez más, el Estado nos sacó la vuelta”.

“Hay un tema esencial que no ha sido debatido ni en los medios ni en el Congreso ni en el Ejecutivo. Es el tema cultural”, sentencia el dirigente. Para los cajamarquinos, las lagunas afectadas son parte de su historia. “Las cuencas y las lagunas son para los comuneros fuentes de vida, de rezo, de petición y devoción. A los niños les cuentan historias y mi-tos de cocodrilos en las montañas para incentivar su sentido de pertenencia, de divinidades que le dan sentido a su fe, a su vida. ¿Cómo van a arrancarles la vida y privarlos de su propia historia a los comuneros?”, reflexiona Sánchez. n