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Abril 1995: II JORNADAS DE ARQUEOLOGIA A LA CARTA. Propuestas Teóricas para la Prehistoria Reciente en Andalucía. Publicado como: J.A. BARCELO, 1997 ¿Podemos definir arqueológicamente las formas de Interacción social? En Conflictos entre Teoría y Métodos Arqueología a la Carta. Relaciones entre Teoría y Método en la Práctica Arqueológica. Compilado por J.M. Martín et al. Publicaciones de la Diputación de Málaga. 1997 ___________________________________________________________ ¿PODEMOS DESCRIBIR ARQUEOLOGICAMENTE LAS FORMAS DE INTERACCION SOCIAL? Conflictos entre Método y Técnica Juan A. BARCELO UNIVERSITAT AUTONOMA DE BARCELONA Dept. Història de les Societats Precapitalistes i Antropologia Social

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Abril 1995: II JORNADAS DE ARQUEOLOGIA A LA CARTA. Propuestas Teóricas para la Prehistoria Reciente en Andalucía. Publicado como: J.A. BARCELO, 1997 ¿Podemos definir arqueológicamente las formas de Interacción social? En Conflictos entre Teoría y Métodos Arqueología a la Carta. Relaciones entre Teoría y Método en la Práctica Arqueológica. Compilado por J.M. Martín et al. Publicaciones de la Diputación de Málaga. 1997 ___________________________________________________________

¿PODEMOS DESCRIBIR ARQUEOLOGICAMENTE LAS FORMAS DE INTERACCION SOCIAL? Conflictos entre Método y Técnica Juan A. BARCELO

UNIVERSITAT AUTONOMA DE BARCELONA Dept. Història de les Societats Precapitalistes i Antropologia Social

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1.- ¿POR QUE DEBEMOS ESTUDIAR LAS FORMAS DE INTERACCION EN LAS SOCIEDADES PREHISTORICOS?

La frecuente publicación de artículos especializados sobre intercambios o interacción social en comunidades prehistóricas, más allá de ser una simple moda o justificación científica del “libre” mercado europeo, como algún autor supone (Morris 1988), indica la considerable importancia de este mecanismo socio-económico para explicar la dinámica particular de las sociedades humanas. Ninguna sociedad humana ha evolucionado de manera aislada. Es más, la aparición de cambios, ya repentinos, ya evolutivos es una consecuencia del grado de relación del grupo social con aquellos que le rodean. Debemos, por tanto, analizar las relaciones de intercambio, precisamente porque la forma en que una comunidad entra en contacto con otra afecta a la organización social y económica de ambos grupos humanos.

Durante mucho tiempo arqueólogos y arqueólogas han permanecido absolutamente ajenos/as a esta cuestión. O bien no se les ocurría que sus datos arqueológicos podían poner de manifiesto los mecanismos de intercambio que tuvieron lugar en el pasado, o bien negaban explícitamente esa posibilidad, creyendo que lo único que había que hacer era encontrar una fecha para los cacharros que desenterraban. En los últimos años, sin embargo, son muchos los investigadores y las investigadoras que han descubierto la necesidad de sustituir explicaciones tradicionales difusionistas por nuevas interpretaciones en las que los conceptos de intercambio e interacción son fundamentales. Para ello se ha recurrido masivamente a la antropología, como disciplina que debe proporcionar el marco teórico a partir del cual se interpretará el registro arqueológico.

Desgraciadamente, muchos de nosotros hemos recurrido a otras disciplinas de las Ciencias Sociales sin el adecuado espíritu crítico, considerando a la arqueología como una "Ciencia" de segundo orden que debe aceptar sin rechistar lo que otros, mejor equipados, conocen mejor. De ese modo, se han usado las viejas teorías de Marcel Mauss, de Malinowski, de Sahlins, y de otros autores como si se tratase de axiomas fundamentales de la dinámica social. En muy pocos casos se ha intentado reevaluar las teorías antropológicas a la luz de los descubrimientos arqueológicos. Aún peor, prácticamente nunca se ha señalado el ámbito específico de la arqueología en el estudio de la interacción social. ¿Qué es lo que nosotros, míseros excavadores, podemos aportar a una discusión que parece coto cerrado de antrópologos/as o, aún peor, de economistas y teóricos del mundo empresarial y financiero? No es esa una debilidad ocasional de la arqueología, sino el principal problema de nuestra disciplina, que no sabe salir de su propio agujero y convertirse en una Ciencia Social realmente útil.

No es mi propósito aquí resolver una cuestión que afecta a todos y todas los/las profesionales de la arqueología. Sino abordar un pequeñísimo aspecto de esa cuestión. ¿Qué es lo que la arqueología puede aportar a una cuestión, que los antropólogos no hayan abordado ya? Por lo tanto, recomiendo al lector o lectora que no busque aquí soluciones milagrosas a todos los problemas que tiene la arqueología planteados, sino que intente tan sólo buscar salidas posibles a la cuestión fundamental. ¿Qué es y cómo es, realmente, un problema arqueológico? ¿Es diferente o debiera ser diferente a los problemas antropológicos y/o sociológicos?

Para describir la estructura de la interacción social y las consecuencias de los intercambio desiguales no me cabe la menor duda que antropólogos y sociólogos están mucho mejor preparados que nosotros, arqueólogos y arqueólogas (cf. Akalu y Stjernquist 1988). ¿Quiere esto decir que debemos resignarnos a una

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función de meros comparsas en este juego? Mi respuesta es un rotundo NO. Existen muchas brechas en el modelo antropológico, debidas, fundamentalmente a dos cuestiones: el excesivo particularismo propio de los estudios etnográficos, y la ausencia de un adecuado tratamiento del aspecto dinámico de los procesos implicados. El análisis antropológico se basa en el examen sincrónico de una estructura social, y en tanto que descripción exhaustiva del mismo, sus posibilidades son mucho mayores que las de los estudios arqueológicos, limitados por la naturaleza de sus datos (una reducidísima parte de la llamada Cultura Material). Por otro lado, el interés y la profundidad de ese análisis sincrónico lleva a muchos antropólogos y antropólogas a olvidar cuestiones dinámicas, diacrónicas, consideradas "menores" y aptas para disciplinas de segundo orden como la Historia.

Arqueólogos y arqueólogas, si somos algo, somos historiadores e historiadoras. Debemos aceptar que ninguna Ciencia Social puede existir por sí sola, al margen de las demás. Por consiguiente, nuestro objetivo debiera ser completar la visión propuesta desde la antropología y la sociología. La nuestra no debiera ser una visión alternativa, sino complementaria a la ofrecida por otras disciplinas. No debieramos intentar la descripción sincrónica de la estructura de los intercambios en una época y lugar concreto, sino estudiar la dinámica de la interacción social a lo largo de dilatados periodos de tiempo. El registro arqueológico es demasiado limitado como para que podamos reconstruir con fidelidad la manera en que intercambiaban objetos los grupos sociales del Bronce Final en el sur de la Península Ibérica, pongamos por caso. Se ha perdido demasiada información como para que perdamos el tiempo aventurando qué es lo que pudo haber pasado. No obstante, aunque parciales e incompletos, nuestros datos nos permiten inferir qué secuencia de cambios y transformaciones tuvo lugar (cf. otro modo de tratar idéntico problema en Needham 1993). La pregunta a resolver es, en realidad, si detrás del simple desplazamiento espacial de un objeto puede revelarse la multipicidad de explicaciones posibles de los mecanismos que han causado tal desplazamiento. No hay nada herético en esa pretensión: un átomo no puede ser observado y sin embargo se sabe que existe por las evidencias indirectas (rastros de energía) que deja a su paso. Eso es lo que debemos averiguar: qué rastros deja un determinado proceso histórico en el registro arqueológico, aunque dicho proceso no sea observable..

No es fácil estudiar las causas y consecuencias de la dependencia entre diferentes unidades sociales. En primer lugar hay que definir la naturaleza de las unidades implicadas: si se trata de individuos, unidades familiares o grupos sociales de más entidad, tales como aldeas, linajes, tribus, naciones, confederaciones... La primera decisión a la que nos enfrentamos deberá consistir en delimitar con precisión la escala del análisis. Trabajaremos con unidades arqueológicas, esto es, con entidades teóricas en el sentido en que David Clarke dió al término (Clarke 1968), y no con unidades antropológicas. Una unidad doméstica de producción, una unidad residencial identificada en un yacimiento no tiene por qué coincidir con una casa y haber albergado a una familia nuclear. Es tan sólo el resultado de una particular descomposición del registro arqueológico a nuestra disposición. Si bien arqueológicamente no podemos establecer su definición antropológica, sí podemos delimitar su nivel jerárquico en la taxonomía de conceptos analíticos. Sabemos que en cualquier comunidad humana se producen siempre diferentes niveles de dependencia, según la naturaleza social de los agentes implicados. Aunque desconozcamos esa naturaleza social, sí que podemos reconstruir con ayuda de la información arqueológica, a qué nivel (micro, semimicro, macro) se produce, y podemos relacionar esos niveles arqueológicos con niveles sociales (doméstico, local, regional).

2.- ANALISIS DE LOS BIENES DE INTERCAMBIO

El primer paso en nuestra investigación consistirá en distinguir qué objetos son de producción local y cuales son fruto del intercambio. Partiremos, pues de la definición de bien de intercambio en tanto que objeto producido total o parcialmente (p.e., su materia prima) fuera del grupo social que lo va a usar. La manera más obvia de empezar el análisis, es por medio del examen del intercambio de subsistencias y de materias primas, comparando la distribución espacial de ecofactos (granos, muestras antracológicas, huesos animales, espinas de pescado) con la información paleoclimática y edafológica. La constatación de consumo

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de especies no autóctonas, o “imposibles” en un ecosistema dado demostraría la existencia de una circulación de esos productos.

La procedencia de la materia prima usada en la manufactura de los artefactos arqueológicos es determinable por medios físico-químicos. Estos análisis debieran permitirnos la caracterización de las fuentes de materias primas disponibles en una región determinada, y una clasificación de las mismas, junto con toda la información sobre ellas, tal como grado de accesibilidad, rentabilidad, facilidades para el control social de los accesos, etc. Sólo en el caso en que todas las fuentes de materia prima hayan sido localizadas y clasificadas, será posible identificar la procedencia de la materia prima empleada en la manufactura de un artefacto.

La conexión entre el objeto y su centro de producción o entre el objeto y las materias primas usadas en su manufactura se establece por comparación de los componentes del artefacto y los componentes de un grupo de referencia que “representa” tanto un centro de manufacturas como un centro de materias primas. Por consiguiente, el análisis físico-químico no nos facilita, por sí sólo, la determinación objetiva de la procedencia del artefacto, sino que ésta es un resultado estadístico que debe ser interpretado como una evaluación probabilística de la semejanza entre el objeto y uno de los grupos de referencia (cf. una exposición más detallada en Vitali y Lagrange 1989). La publicación de los análisis de unos pocos fragmentos de cerámica o de metal no proporciona ningún resultado fiable, a no ser que se haya realizado una muestra aleatoria del material y de las fuentes de materia prima susceptibles de haber sido explotadas en aquella época (Baxter 1994). Otro inconveniente mayor de estos análisis procede de la necesidad de estudiar también artefactos complejos, frutos de aleación o mezcla de materias primas. En estos casos será preciso identificar no sólo la procedencia de las diversas materias primas empleadas (lo cual a menudo es imposible), sino también el Centro de Producción. Este puede distinguirse de los demás por usar unas técnicas de producción específicas, que dejan sus huellas en todos los materiales allí producidos (una aleación específica, determinadas constantes de forma, etc.).

Son muchas las características de las redes de intercambio e intracción que son puestas de manifiesto por medio de los análisis de la composición de los bienes de intercambio. No sólo debieramos utilizar los resultados físico-químicos para determinar la procedencia local o foránea de los artefactos, sino también para investigar la existencia de un intercambio de materias primas, antes que de artefactos elaborados. Por lo tanto, además de los objetos de elevado valor artístico, fácilmente identificables como bienes de prestigio, analizaremos una muestra representativa de todos los artefactos, así como de todas las evidencias de acumulación de materia prima: sedimentos, hornos, escorias, lingotes, chatarra, crisoles, etc. No olvidaremos tampoco las materias primas orgánicas. La madera, en especial, constituye la principal fuente de energía en las sociedades prehistóricas; en casi cualquier excavación se recuperan abundantes muestras de carbón que pueden ser analizadas antracológicamente y con ayuda de análisis polínicos y paleoecológicos, se puede llegar a determinar sus movimientos entre zonas ecológicamente diversas.

Podemos obtener una primera aproximación a la dinámica de los intercambios limitandonos a comparar las fluctuaciones en las frecuencia de aparición de determinados bienes de intercambio a lo largo del tiempo. Para ello necesitamos tan sólo contar la frecuencia de aparición en un lugar determinado de los materiales cuyo análisis físico-químico demuestre que son de procedencia no local. Este es uno de los métodos más tradicionales de estudio del comercio en la antigüedad, caracterizado por el análisis estadístico de las frecuencias de aparición de ánforas (contenedores por excelencia de los bienes de intercambio) de distinta procedencia. El resultado es una descripción de los transactores comerciales y de los ciclos comerciales y relaciones de competencia entre ellos. (cf. Peacock y Williams 1986, Will 1992, Going 1992).

Este tipo de análisis tienen un grave inconveniente, y es el de no controlar el contexto de deposición. No es lo mismo calcular el total de cerámicas rodias en Marsella, que el total de ánforas fabricadas en Rodas (análisis de la pasta, sello de ceramista) contenedoras de vino de procedencia posiblemente rodia y almacenadas en el Almacén x, o procedentes del cargamento del barco y. Los estudios cuantitativos de los bienes de intercambio deben basarse pues en una clasificación previa de los materiales y de los contextos de deposición. La información obtenida será entonces mucho más rica, ya que no se limitará a evaluar la importancia coyuntural de cada uno de los transactores, sino las variaciones en la forma de deposición

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(contexto doméstico, sacro, funerario). Ejemplos interesantes de este análisis cuantitativo de la deposición de los bienes de intercambio son ( Stepniak 1986) y (Edens 1992).

3.- LA DISTRIBUCION ESPACIAL DE LOS BIENES DE INTERCAMBIO

En tanto que investigadores cuyo objetivo es estudiar el registro arqueológico, partimos del supuesto, parcial y posiblemente erróneo, que el intercambio de objetos materiales entre individuos o entre grupos sociales en el pasado ha provocado la distribución espacial del registro arqueológico descrito en el presente. La tarea primordial sería distinguir los procesos culturales de formación del registro arqueológico, de los procesos post-deposiciones que han alterado su ordenación original

Una vez diferenciados los artefactos que fueron intercambiados en el pasado, habremos de estudiar cómo lo fueron. La manera más sencilla de obtener información de la distribución espacial del registro arqueológico es también la más antigua: la representación cartográfica de las localizaciones geográficas en las que se han encontrado evidencias de objetos “importados”. En la actualidad, la popularidad de los Sistemas de Información Geográficos, programas de ordenador capaces de procesar información cartográfica (Allen et al. 1990, Stancic 1994, Lock y Stancic 1995) han devuelto la primacía a esta técnica analítica. Sin embargo, conviene tener presente que un mapa, por mucho ordenador que lo contenga, es simplemente un formato de representación, y no un modo de interpretación. Si deseamos estudiar la distribución espacial de los bienes de intercambio habremos de comparar mapas diferentes en los que se haya consignado la distribución de objetos diferentes. Podemos llegar a interesantes conclusiones históricas evaluando tan sólo las diferencias en el área de dispersión de distintas categorías de artefactos. Por ejemplo, la distribución de cerámicas domésticas suele no coincidía con la de cerámicas de lujo: las cerámica domésticas se reparten en un área más reducida (35 km) que la de los demás tipos (60-120 km.), lo que demostraría importantes diferencias en el mecanismo de intercambio (local vs. regional) de las distintas producciones (E. Morris 1981).

La representación cartográfica de los artefactos arqueológicos susceptibles de haber sido bienes de intercambio en el pasado no permite, por sí sola, interpretar el mecanismo de la interacción, ni sus repercusiones socioeconómicas. La interacción social es un fenómeno extraordinariamete complejo, que no puede ser reducido, exclusivamente, al desplazamiento de objetos de metal, piedra y/o cerámica. Debemos estudiar todos los componentes del proceso, así como la estructura de la producción para observar de qué manera la interacción social constituye uno de los aspectos determinantes de la vida y reproducción de los grupos humanos.

4.- LA PRODUCCION DE BIENES DE INTERCAMBIO

Una vez diferenciados los bienes de intercambio de los bienes de uso y averiguada la procedencia de los mismos, nuestro análisis proseguirá:

• identificando las técnicas de producción empleadas y la inversión de trabajo necesaria para la producción de bienes de intercambio y para la obtención de los bienes de producción necesarios.

• determinando la organización social de la producción de bienes de intercambio, y sus repercusiones en la producción de subsistencias y en la circulación de fuerza de trabajo entre las unidades de producción implicadas.

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En primer lugar hemos de descubrir la presencia de los centros de producción de bienes de intercambio, averiguar si hay uno sólo en toda la región, o varios centros compitiendo por un mismo mercado. Varios criterios pueden ser muy útiles a este respecto:

• La constatación en un yacimiento de la cadena operativa tecnológica completa (y no sólo de actividades de transformación). Por ejemplo, un horno con restos de escorias puede estar asociado con una herrería en la que se reparaban objetos (escasa inversión de trabajo). Un centro de producción de metales exigiría la constatación de acumulación de mineral, separación del metal, fundido de lingotes, moldes para el fundido de las piezas, hornos más o menos permanentes, etc.

• La determinación del lugar en el que un tipo específico de objeto abunda más. Es importante que no confundamos este punto con un almacén o, en sociedades complejas, con una estructura de mercado.

• La determinación del lugar en el que una serie de objetos homogénea aparece normalizada.

El estudio de la “norma” de la producción tiene bastante tradición en arqueología. El análisis se basa en el principio general según el cual la “forma” de un objeto es el resultado del proceso de fabricación. Las piezas hechas por un mismo artesano o artesana tienden a ser distintas a las realizadas por otros artesanos o artesanas. Si la persona en cuestión trabaja a tiempo completo en la producción de esos productos, esto es, si está especializada, la semejanza entre los frutos de su trabajo será aún mayor que si se dedica a la manufactura de tanto en tanto. Identificaremos los centros de producción, por tanto, estudiando la existencia de conjuntos de artefactos muy similares entre sí (tipos normalizados), indicio de haber sido manufacturados en talleres concretos en los que trabajaban artesanos especializados.

Los resultados de este análisis, sin embargo, no son absolutos, sino que debieran usarse en combinación con otros datos. Determinaremos la existencia de un centro de producción, por ejemplo, si y sólo si se ha documentando una cantidad apreciable de bienes de producción, una mayor cantidad de artefactos normalizados, está situado cerca de fuentes de materia prima, y con disponibilidad de trabajadores o trabajadoras, etc. Si todos los análisis parciales coinciden, podremos concluir que ése es el centro de producción de los artefactos con esas características.

La existencia de producciones normalizadas indica una fuerta división social del trabajo en una comunidad y, como resultado una acusada integración de las actividades productivas, lo que tiene efectos evidentes en la forma e intensidad de la interación y de los intercambios: un artesano especialista puede subsistir porque intercambia parte de su producción con un campesino no especialista. Ahora bien, el hecho de que exista normalización en algunas producciones (especialmente en lo que se refiere a bienes de intercambio) no implica una especialización laboral completa (y una División Social del Trabajo muy intensa), sino que puede producirse como un resultado de los desequilibrios en el ciclo económico: rotación estacional de las actividades productivas. El ceramista, por ejemplo, puede hacer sus recipientes en aquellos momentos del ciclo agrícola o ganadero que exijan una escasa inversión en fuerza de trabajo.

Pero no sólo hemos de averiguar si la producción de cierto objeto está normalizada o no, debemos averiguar, por un lado, cuantas “normas” diferentes existen en un lugar o en una región, qué aspectos de la producción están normalizados y cuales no. En general, estudiaremos el grado de diversidad en cuatro dimensiones: la composición, la forma, la tecnología de producción, y el estilo.

La noción de “diversidad” no es equivalente a la noción de “falta de normalización” (cf. Rice 1981, 1989, Arnold y Nieves 1992), sino que resulta de una medida de la cantidad de categorías diferentes. Esto es, la cantidad de “normas” de producción diferentes, ya sea el resultado de talleres diferentes o procesos de producción diversos para una misma categoría de objeto. Por consiguiente, la diversidad de la producción será un índice adecuado de la complejidad de la organización de la producción en un área determinada. De este modo, una diversidad alta entre categorías de objetos, cada una de las cuales está normalizada, será propia de sociedades complejas que invierten grandes cantidades de fuerza de tabajo en la producción de bienes de intercambio y bienes de producción necesarios para su manufactura. Por un lado, hay muchas clases de productos que sirven a muchas clases de necesidades; por el otro, falta una regulación

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centralizada de la producción (Economía No palacial). Una diversidad alta entre objetos individuales (ninguna categoría normalizada) es propia de grupos humanos con pocos productores y sin artesanos especializados. Por el contrario, una diversidad baja entre categorías normalizadas es propia de sistemas rígidamente centralizados en los que se lleva a cabo un control efectivo de la producción o del consumo. Es decir, cuanto mayor sea la diversidad entre objetos y menor el porcentaje normalizado de la producción, más simple será la organización de la producción. Igualmente será útil una escala que ordene sociedades según la correlación entre el volúmen de la producción (de bienes de intercambio o de bienes de producción) y el grado de diversidad entre los mismos.

Otro índice que muestra el grado de complejidad de la organización de la producción hace referencia a las cadenas operativas tecnológicas, concepto desarrollado por André Leroi-Gourhan y que ha sido aplicado con éxito al estudio de la tecnología lítica. En síntesis, consiste en distinguir la secuencia de actividades necesarias para producir un artefacto determinado; p.e., en el caso de la cerámica: adquisición de materia prima, el modelado, el torneado, la decoración (y las distintas técnicas decorativas), el secado, la cocción, etc. Desgraciadamente, no existe ninguna fórmula mágica para establecer esa secuencia, como no sea a partir de analogías etnoarqueológicas

Una vez determinado el grado de complejidad de un tipo de artefacto (COT), podremos plantear la correlación de esa variable con las anteriores: cantidad absoluta, diversidad absoluta, porcentaje normalizado de los artefactos. El objetivo del análisis es averiguar si los objetos con cadenas operativas más largas, esto es, los más difíciles de hacer y los que exigen una mayor inversión en tiempo y en cantidad de trabajo, son los más escasos (comparativamente), los más normalizados y los menos diversos. Sería de esperar que en una sociedad que aún no haya llegado al nivel de la Sociedad de Clases, sólo una parte de la producción esté normalizada: los bienes de intercambio que, además, son los que tienen una cadena operativa más larga. En definitiva, hay un cierto grado de especialización artesanal, pero reducida a unos pocos artesanos y a unos pocos productos con una gran valor añadido. Cuestión aparte serán las consecuencias sociales de este tipo de organización de la producción (parcialmente especializada), tema que analizaremos más adelante.

La evidencia de procesos de trabajo tales como la explotación de minas, la fundición de metales, etc., no es una evidencia suficiente para afirmar la complejidad de las relaciones sociales de producción. El hallazgo de una gran cantidad de escorias de fundición y/o de moldes, no es una prueba de la existencia de la especialización artesanal. La idea misma de gran cantidad es subjetiva, sobre todo cuando no se especifica el tiempo necesario para la formación de un depósito arqueológico. Un individuo no especializado, trabajando de cuando en cuando, es capaz de producir una acumulación de restos de producción que dé la impresión de que estamos ante un sofisticado taller especializado. Mucho más indicativo de la estructura real de la producción es el contexto arqueológico de las acumulaciones de restos de producción. Así, en un sistema no competitivo, los centros productivos no están fortificados ni se controla su acceso, ya que la demanda de bienes de intercambio es baja y la competitividad escasa o nula. Lo que interesa es la interacción, el contacto o la alianza de persona a persona y no la transferencia de objetos. Domina la producción para el uso, no existiendo, por tanto, presión alguna sobre el aparato productivo, que no experimenta transformación ni desarrollo. En economías parcialmente competitivas, sin embargo, es tan importante la necesidad de alianzas con personas y/o grupos, como la demanda de bienes de intercambio y de producción. Existe una producción específica de bienes de intercambio y de bienes de producción que estimula la adopción de procesos de trabajo más efectivos, procesos de trabajo que dejan su huella en el registro arqueológico. En estos casos, observaremos (cf. Torrence 1986):

• mayor complejidad de los útiles de producción (capaces de generar más objetos por unidad de tiempo)

• mayor sofisticación de la tecnología de extracción de materias primas (más rentables)

• aumento de la división del trabajo y de la especialización artesanal. Aumenta la estandartización de la producción

• disminuye la complejidad de las formas y motivos decorativos, dado que la producción se orienta hacia la fabricación en masa, antes que a la distinción individual.

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• aumento de la especialización de las áreas de actividad. Aparición de los talleres.

• aumento de las dimensiones de las áreas de almacenamiento, ya no destinadas a bienes subsistenciales, sino a la acumulación de bienes de intercambio

• control efectivo de los accesos a los centros productores y a las fuentes de materia prima (monopolización). Desarrollo de fronteras y de territorialización. Aumentan las señas de identidad específica en las producciones de un taller o localización dterminada.

Una vez determinada la secuencia de actividades de producción necesaria para la manufactura de los bienes de intercambio, y las diferencias entre la manufactura de esos objetos y la de los bienes de uso y producción, habremos de estudiar su distribución espacial, comparandola a la de los bienes de intercambio. Es decir, del mismo modo que estudiamos los desplazamientos de artefactos, debemos estudiar la relación entre esos desplazamientos y la existencia de centros de producción, o la segmentación territorial de los componentes del proceso productivo. Habremos de comparar la distribución de aquellos artefactos normalizados frente a la de los no normalizados. Compararemos la distribución espacial de artefactos con distintos valores del índice de complejidad (COT), etc. Compararemos la diversidad dentro de un asentamiento, con la diversidad entre asentamientos de una región. Deberemos comparar los índices de diversidad y las correlaciones de índices entre unidades de distinta función (con el propósito de determinar centros de producción especializados de las unidades domésticas de producción), así como entre unidades con la misma función, para determinar el grado de competitividad de una sociedad: diversos talleres repartiendose un mercado, o diversos artesanos trabajando para distintos poderes no centralizados. La diversidad entre momentos sucesivos de un mismo lugar, esto es, los cambios en la norma de producción a través del tiempo tienen también gran interés.

5.- LA DETERMINACION ARQUEOLOGICA DEL "VALOR" DE INTERCAMBIO

5.1.- Valoraciones Universales

Parece obvio suponer que es imposible averiguar por métodos arqueológicos el valor que los bienes de intercambio tuvieron en el pasado. Han habido, sin embargo, intentos de proponer ordenaciones relativas de materiales arqueológicos según el valor de intercambio estimado. Entre ellas cabe citar las listas de C.Gosden (1989) y de M.E. Smith (1987). El problema de estas listas es su carácter universal, y la imposibilidad de demostrar que diversas sociedades han tenido la misma escala de valores de intercambio a lo largo de la Historia. La ausencia de métodos fiables, pues, parece indicar que la determinación del valor de intercambio es más un problema antropológico que arqueológico.

5.2- Valoración según el contexto de deposición de los bienes de prestigio

Se pretende averiguar si los bienes de prestigio con mayor valor social aparecen en contexto peculiares, destacando su forma de deposición de la del resto de materiales en los que predomina el valor de uso. C. Costin, T. Earle y sus colaboradores (Costin y Earle 1989, Costin et al. 1989) han intentado un análisis de ese tipo, reconstruyendo la escala de valores al transferir al objeto arqueológico la valoración del contexto en el que fue hayado. Así, si en las unidades domésticas “ricas” (con rasgos arquitectónicos diferentes de las demás: materiales, complejidad constructiva, extensión, ubicación en el poblado) se encuentran materiales arqueológicos distintos de los que aparecen en las unidades domésticas “pobres”; esos materiales se situarán en al inicio de una escala relativa de valoraciones. Lo más interesante es que el estudio no se limita a los materiales arqueológicos propiamente dichos, sino que incluye en la contextualización alimentos (granos, animales) y otros materiales orgánicos (madera, etc.). Se descubre así

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que no todos los animales tienen la misma valoración (por ejemplo la caza, o los animales domésticos, ciertos tipos de granos importados, etc.). Idéntica investigación puede hacerse en una necrópolis, diferenciando los ajuares de las tumbas ricas de los de las tumbas pobres.

Otro método para analizar la relación entre la restricción social de los bienes de prestigio y su "valor" es el propuesto por T.B.Larsson (1984), basado en las diferencias en la distribución espacial de distintos tipos de artefactos. Así, los objetos en los que predomine su valor de uso tendrán una distribución homogénea en un territorio, siempre y cuando todas las localidades de ese territorio sean homogéneas económica y socialmente (en condiciones de autosuficiencia de las unidades domésticas de producción). En su investigación compara la distribución espacial de varios tipos de objetos (espadas, espadas votivas, puñales, navajas, cinceles, torques, etc.), observando que aquellos objetos con mayor valor de estatus (espadas) no tienen una repartición homogénea, sino que su aparición se concentra en unos pocos puntos, lo que demuestra un claro desequilibrio en sus intercambios. Todas las evidencias aducidas por Larsson señalan que las espadas son objetos de fabricación local, que requieren una gran cantidad de fuerza de trabajo en su manufactura, de uso social restingido, y de intercambio muy poco frecuente y limitado a individuos de semejante rango. Por el contrario, los cinceles se distribuyen de forma homogénea en todo el territorio (densidad semejante en todos y cada uno de los puntos), lo que indicaría el elevado volúmen de objetos que circularía por las redes de intecambio. El estudio pone de manifiesto tres tipos de distribución espacial, interpretables como tres esferas distintas de intercambio: objetos de prestigio, ornamentos (fíbulas, navajas de afeitar) y bienes de producción (cinceles).

Un método no muy diferente es el propuesto por Beck y Shennan en su estudio del intercambio prehistórico del ámbar , con la ventaja adicional que es la primera investigación que tiene en cuenta, aunque sólo sea parcialmente, la ley de la oferta y la demanda en su determinación del "valor relativo" de un tipo especial de bien de prestigio (Beck y Shennan 1991). El análisis se basa en un examen estadístico de las concentaciones de ambar y de las asociaciones contextuales del mismo. Estas asociaciones varían con el tiempo, lo que mostraría los cambios en la valorización del ámbar, relacionados con la cantidad de ese material en circulación. Así, en la Inglaterra de la Edad del Bronce el ámbar aparece, en mucha cantidad, pero en muy pocas tumbas, señal que su circulación está restringida y socialmente controlada. Por el contrario, durante el Bronce Final, la cantidad de ámbar en circulación es mucho menor (el peso total de los hallazgos de ámbar), si bien está mejor distribuido: aparece en pequeñas cantidades en muchas tumbas. La distribución espacial del ámbar, además no estaría relacionada con la proximidad a la costa (ruta de aprovisionamiento lógica, ya que el ámbar procede del Báltico). En Centro Europa, por el contrario, todo parece indicar que este material no era tan apreciado como en las Islas Británicas ya que, si bien la cantidad total es mayor, aparece repartido de forma mucho más equilibrada en un mayor número de tumbas.

5.3.- El análisis arqueológico de la ley de la Oferta y de la Demanda.

La incidencia de la ley de la oferta y la demanda en la organización de la producción de bienes de intercambio ha sido estudiada de manera específica por Kristiansen (1981, 1982, 1987). Su objetivo era estudiar las fluctuaciones en la cantidad de metal que estaba en circulación (intercambios) en terriorios específicos. La hipótesis que se pretendía investigar era si las fluctuaciones en el volúmen de circulación de objetos metálicos estaba relacionada o no con las circustancias locales de la economía agrícola y ganadera. El supuesto de partida es que la demanda de bienes de prestigio está reflejada por la cantidad de bienes de intercambio apartados de la circulación, esto es, arrojados a la basura por estar rotos, ofrecidos a los dioses, o depositados junto a los muertos. Kristiansen observó que la cantidad de objetos de bronce desechados por una razón u otra no era constante, sino que experimentaba fluctuaciones cíclicas, y que éstas parecían coincidir con las crisis agrícolas (disminución cíclica de la productividad del suelo). El estudio consistió, pues, en una división de todos los objetos metálicos en grupos tipológicos (categorías funcionales antes que formales), y el cálculo de la frecuencia de aparición de deposición (desecho) de cada tipo en cada uno de los periodos. Es importante consignar, también los diversos contextos de deposición de los artefactos (tumba, depósito votivo, silo, cabaña, etc.), con el fin de averiguar si han habido o no cambios importantes en la naturaleza de la deposición y no sólo en la cantidad. Otra variable importante en el estudio es la frecuencia de uso de los artefactos, evaluada por Kristiansen a partir del análisis morfométrico (anchura y superficie de la hoja de las espadas): cuanto más se usa un arma o instrumento de corte, debe ser afilada y

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consiguientemente, la anchura disminuye. Estas observaciones se constataron con el estudio microscópico de las huellas de uso, en aquellos casos en los que pudo realizarse.

El resultado de los análisis estadísticos es una seriación espacial y otra cronológica de la variación y fluctuaciones de la cantidad de material desechado y el tiempo de uso de los objetos antes de ser desechados. Kristiansen llegó a determinar por medio de estos resultados estadísticos que aquellos periodos en los que los intercambios eran más frecuentes, las piezas se desgastaban poco y eran depositadas equilibradamente en todo tipo de contextos, ya que existía una gran cantidad de metal en circulación (oferta elevada). Pero cuando la cantidad de bienes de intercambio en circulación era muy reducida, los objetos tardaban en ser desechados, usandose en la vida cotidiana hasta que un individuo tuviese el suficiente poder social como para que el grupo consienta en perder el objeto (la espada). No se atesoran ni aumenta su valor de intercambio, sino que aumenta su valor de uso, hasta el extremo en que supera el valor de intercambio que pudiera tener. Matemáticamente, este hecho da lugar a una correlación negativa entre el tiempo de circulación de los bienes de prestigio (medido como el grado de desgaste de la pieza) y la cantidad de materia prima (bronce) en circulación.

Es interesante consignar también, cómo estas fluctuaciones en la circulación de los metales en Escandinavia no están vinculadas a problemas de aprovisionamento, sino a la propia dinámica social de los grupos territoriales. Un tiempo de circulación breve, pero que implique grandes cantidades de suministro (hay tanto material que se puede eliminar el excedente) son típicas de fases expansivas en la interacción territorial y establecimiento de relaciones políticas entre grupos locales y regionales. La gran oferta de bienes de prestigio es un resultado de la expansión de los intercambios y de las necesidades de interacción por parte de grupos sociales en expansión. Por el contrario, una circulación dilatada es propia de situaciones en las que hay poca materia prima, consecuencia no de la monopolización de los intercambios, sino de fases de contracción en la esfera de la interacción y de las relaciones políticas. El descenso en la frecuencia e intensidad de la interacción social (menos metal en circulación) está relacionado con las crisis económicas cíclicas derivadas de la sobre-explotación de recursos en condiciones tecnológicamente poco desarrolladas. Según Kristiansen, la prehistoria escandinava es una sucesión de economías agrícolas y ganaderas: cuando la agricultura entre en una fase de productividad decreciente (sobre-explotación de suelos), cambia el sistema económico, las poblaciones humanas pierden su sedentariedad y adoptan economías pastoriles. Son las condiciones económicas internas las que condicionan la expansión de la interacción o su contracción, y no a la inversa: la interacción, pues, es el resultado de una forma de organización de las relaciones sociales de producción, antes que una causa de las relaciones de poder. La integración económica propia de los sistemas agrícolas da paso a un sistema mucho más disgregado en el que cada unidad doméstica es autosuficiente. Como resultado, disminuye la frecuencia y la intensidad de las interacciones. Este proceso, sin embargo, no es homogéneo en toda el área geográfica; se demostraría así, que la jerrquización territorial está relacionada con los mecanismos de control de las rutas de intercambio, antes que con condiciones propias de la zona.

6.- DESCUBRIMIENTO DE LAS RELACIONES DE INTERACCION

6.1.- La circulación de bienes de intercambio

Si nuestro objetivo es averiguar cómo fueron transferidos entre los diversos transactores que definen la red de intercambios, habremos de estudiar la relación existente entre el lugar en el que han sido encontrados y el lugar en el que han sido producidos. La primera variable que se nos puede ocurrir analizar es la distancia entre esos dos puntos. La existencia de una función matemática monótona decreciente entre distancia entre el lugar de deposición y el centro de producción/cantidad de bienes de intercambio en el lugar de deposición es sobradamente conocida tras los estudios de Renfrew (Renfrew 1975, 1977). En su forma más simple, esta ley afirma que los yacimientos con más cantidad de un bien determinado son los situados más cerca de su

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centro de producción. Cualquier distorsión de este principio básico supone la existencia de controles sociales que afectan al intercambio de materiales y, por consiguiente a la interacción social.

El supuesto más simple es el de varios grupos humanos que explotan conjuntamente una determinada fuente de materia prima. La cantidad de los bienes fabricados con ese material es muy semejante en todos los asentamientos que explotan directamente los recursos. A medida que los lugares más alejados no acceden directamente al centro de producción, sino que reciben los productos por intercambio, la cantidad disminuirá a medida que aumenta la distancia. En el caso de sociedades complejas podemos suponer la existencia de centros redistribuidores que, por su especial importancia y control de las relaciones de poder, acumulan más bienes de prestigio de los que les corresponderían según el modelo. En el caso de una sociedad estatal que explotase colonial o esclavísticamente un centro de materias primas, la curva adoptaría forma de campana, ya que el centro distribuidor no sería la fuente de materia prima, sino la capital del estado explotador.

La Ley del decrecimiento Monotono es, desgraciadamente, errónea. Por muy sofisticada que pueda parecer, falla por una razón: es un modelodemasiado simple. La distancia no es la única causa de las variaciones en la cantidad de bienes de intercambio que llegan a un lugar, por consiguiente, resulta ilusorio pretender reconstruir la forma de los intercambios basandose tan sólo en la cantidad de bienes de intercambio y la distancia al centro en el que fueron producidos. Otros factores que influyen pueden ser desde una variable tan trivial como la existencia de una vía de comunicación natural (un río: los asentamientos a las orillas de éste tendrán más cantidad de bienes de intercambio que los situados lejos del curso fluvial), hasta cuestiones más complejas como la estructura social, la organización de la producción, la capacidad de almacenamiento, etc. (cf. la crítica en Hodder y Orton 1976, Djindjian 1991).

6. 2.- la circulación de información

Por las redes de intercambio e interacción social no sólo circulan objetos materiales y medios de subsistencia, sino también “información”. De este modo, si queremos que nuestro estudio sea lo más completo posible tendremos que investigar la posibilidad que entre diferentes trasactores viajen otras cosas a parte de las estrictamente materiales. Es evidente que esa "información" no se conserva en el registro arqueológico, sin embargo, el flujo de información que une a dos o más transactores entre sí provocará algún tipo de trasformación. El objetivo del análisis consistirá, pues, en estudiar los cambios en la organización de la producción, en los usos sociales del espacio, en la estructura social consecuencia de la interacción establecida entre las distintas unidades, y contrastada por la presencia en ellas de los mismos bienes de intercambio.

Una posibilidad es vincular el grado de complejidad y desarrollo de los intercambios al grado de diferenciación de una particular élite social en una determinada sociedad. Según C.A. Smith (1976), las élites sociales ejercen una demanda de bienes de intercambio, ya que los necesitan para reforzar su identidad, esto es, su diferenciación con el resto de la población. Por consiguiente, una estrategia de análisis arqueológico debiera consistir en averiguar cómo las élites sociales de lugares distintos de una misma región se intercambian objetos entre sí, apartando al resto de las personas de esos intercambios, y cómo construyen una identidad simbólica peculiar a partir de los materiales cuya circulación controlan. En otras palabras, descubrir las condicciones de restricción social en la circulación social de los bienes de prestigio, y comparar los bienes de prestigio y las formas de restricción en diferentes grupos territoriales relacionados. Si la hipótesis es correcta, los bienes de prestigio y algunos bienes de uso tenderán a ser formalmente semejantes entre las unidades vinculadas en una red de intercambios (cf. Schortman 1989, Schortman y Urban 1987).

Una de las principales ventajas de los datos arqueológicos sobre los antropológicos radica, precisamente, en la posibilidad de analizar una gran cantidad de objetos resultados de los intercambios. Para analizar la hipótesis anterior, pues, deberemos estudiar la similaridad entre los artefactos arqueológicos que, suponemos, fueron bienes de intercambio en el pasado. Los primeros estudios arqueológicos importantes

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basados en el análisis estadístico de la “semejanza” de artefactos fueron los de David Clarke (1968), que sin embargo se limitó a completar el análisis tradicional de Childe proporcionando una regla estadística para distinguir entre áreas culturales: la curva de similaridad de cada objeto señalaría los posibles límites de un área cultural. Esa regla estadística le permitió establecer diferencias entre lo que eran “semejanzas culturales” y los efectos del intercambio, el cual era analizado más como una circulación pseudo-comercial de artefactos entre individuos pertenecientes a grupos distintos, que como un modo de interacción social. Aunque no explícitamete, el método clarkiano está relacionado con la interpretación que hace Sahlins del fenómeno, distinguiendo la circulación interna de bienes de intercambio (regalos), de la circulación externa, fuera del grupo clánico propiamente dicho.

M.S. Rowlands (1976) propuso uno de los métodos más interesantes para estudiar la relación entre la semejanza de bienes de prestigio y el grado de interacción. El problema que se deseaba estudiar era la repercusión que tenía sobre el registro arqueológico de los intercambios el hecho de que los materiales de bronce fuesen refundidos y reutilizados constantemente. En su investigación determinó las regiones en las cuales habían evidencias de metalurgia local; para cada región obtuvo una cantidad determinada de artefactos arqueológicos (hachas de bronce), y estudió cómo variaba la semejanza entre ellos a medida que disminuía la distancia con respecto al centro de producción. Así, en cada región, cuanto más cerca del centro de producción, más semejantes eran las hachas entre sí, ya que todas proceden de un mismo taller. Sin embargo, a medida que nos alejamos del centro de producción, las hachas deben ser refundidas a medida que se rompen. Las nuevas hachas imitan la forma de las que más abundan en una región. Por consiguiente, cuanto más nos alejamos de un lugar y más disminuyen los intercambios con el mismo, menores serán las probabilidades que el objeto de fabricación local, pero con una materia prima externa, imite a la pieza original. De los resultados estadísticos, Rowlands concluyó que la materia prima viaja más que las gentes, y que la información técnica viaja más que la materia prima, por lo que se deducía una sociedad en la que los objetos metálicos eran de producción local, sin artesanos especialistas itinerantes que diesen homogeneidad morfométrica y compositiva a las piezas. Los objetos producidos en un lugar se trasladan a otro vinculado al primero, de ahí que la similaridad sea muy alta en el interior de un territorio. Pero existe también una floreciente red de intercambios extraterritoriales, sólo que el volúmen de objetos en circulación (y por tanto la frecuencia e intensidad de la interacción) no determinan una mayor estandartización de la producción.

T.B. Larsson (1984, 1988) ha desarrollado el método propuesto inicialmente por Rowlands. Aquí, en lugar de una correlación entre la similaridad y la distancia al lugar de producción, se realiza un Análisis Factorial de los tipos de objetos de bronce encontrados en cada una de 23 áreas geográficas. El resultado fue que la distribución espacial de las relaciones de similaridad es muy irregular, no respetando la contigüedad de territorios. Según el autor, este hecho indicaría que los intercambios no tienen lugar entre vecinos, sino entre grupos relacionados, al margen de la distancia que pueda existir entre ellos. La diferencia entre los resultados de Rowlands y Larsson sugiere dinámicas sociales diversas; en un caso, la poca sofisticación del sistema de interacción social se refleja en una red de intercambios muy reducida, en la que la circulación de personas e información está restringida al entorno inmediato del grupo social; en el segundo caso, sociedades con mecanismo de interacción más complejos, han construido complejas redes de intercambios en las que la selección de transactores depende de factores coyunturales y políticos, antes que a relaciones de vecindad.

7.-DESCRIBIENDO LA ESTRUCTURA DE LOS INTERCAMBIOS

7.1.- Construcción de un Espacio Social

Toda interacción constituye una forma de relación de dependencia, sobre todo cuando la reproducción social del grupo humano pasa, necesariamente, por contactos de toda índole entre diversos grupos

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(intercambio de hijos/hijas, subsistencias, medios de producción, información). Los métodos expuestos hasta aquí nos han enseñado cómo reconstruir algunos de los aspectos de las interacciones que han dejado evidencias en el registro arqueológico: el reconocimiento de los bienes de intercambio, el desplazamiento de los mismos a través del espacio social, el tipo de relación establecido entre diversas unidades sociales, etc. Conviene que estudiemos ahora las relaciones de dependencia y los desequilbrios generados.

Muchos de los métodos habituales asumen una asociación directa entre dependencia espacial y relación de dependencia generada con ocasión de una interacción social. Para ello se toman en consideración única y exclusivamente las distancias de cada punto con su vecino más próximo, analizando a continuación las características estadísticas de la distribución de dichas distancias. No se trata de averiguar si todas las distancias al vecino más próximo son distintas entre sí, sino averiguar la existencia de alguna estructura u ordenación de las mismas. En especial, se busca si la mayoría de las distancias se agrupan alrededor de un valor central (por ejemplo, 20 km.). Si de los análisis estadísticos se deduce que no existe dicho punto central y que los puntos están distribuidos al azar en el territorio, puede llegarse a la conclusión que la interacción social tuvo los mismos efectos en todas las unidades espaciales. Cuando las distancias al vecino más próximo no están normalizadas y varían de forma significativa (hay clases o intérvalos significativos de distancias) se puede concluir que un mismo proceso social tuvo resultados diferentes en diferentes ubicaciones. La detección de distribuciones de puntos unidos entre sí por distancias no distribuidas al azar se usa entonces como criterio para determinar la presencia de desigualdades sociales.

Estos análisis nos permiten definir la estructura de la dependencia espacial entre unidades espaciales. Es un caso especial de la homogeneidad espacial en la que los puntos que representan en el mapa determinadas unidades espaciales están relacionados y son semejantes a los datos de otras unidades espaciales próximas (Getis 1994), esto es, guardan la misma distancia con su vecino más próximo. Ahora bien, las relaciones sociales de dependencia no están basadas en la semejanza entre la conducta de los agentes unidos por ella. En una relacion de dependencia social (resultado obvio de toda interacción), el agente dominante impone cambios en la conducta del dominado. La dependencia es fruto, pues, de una relación de poder, caracterizada por el comportamiento "directivo" de A frente a B y el comportamiento de sumisión de B frente a A. A toma la decisión de dirigir el comportamiento de B, considerando las ganancias que se derivan de la sumisión de este último y teniendo en cuenta las pérdidas que implicará mantener el sometimiento. Resulta fácil de ver que sólo en determinadas ocasiones la dependencia social estará relacionada con la dependencia espacial: cuando el cambio inducido por el dominante sobre el dominado provoque la identidad de las conductas de ambos. El tipo de relación de dependencia entre un señor feudal y su vasallo, por ejemplo, basada en la diferencia entre transactores debida a la relación de poder entre ambos, no sería analizable por medio de la dependencia espacial.

El error estriba en la confusión entre espacio geográfico y espacio social, que no tiene por qué coincidir, a no ser que la causa de las relaciones de dependencia no sea el resultado de la conducta de un agente dominante, sino de la misma topografía del terreno. El principio antropológico que establece que toda dependencia social es una función de la distancia geográfica que separa a los transactores, sino es erróneo, resulta, cuando menos, incompleto. La distancia social es el resultado de un cúmulo de procesos y fenómenos socio-económicos, entre los cuales la distancia geográfica desempeña un papel menor. Es importante que tengamos presente que cualquier relación definida sobre un conjunto de unidades crea un espacio; por consiguiente, existirá un espacio geográfico definido por las relaciones de proximidad geográfica y vecindad entre unidades espaciales, y un espacio social definido por las relaciones de dependencia, por la interacción entre unidades sociales. El espacio social es también una estructura geométrica tridimensional, pero en él dos individuos están alejados no por el tiempo que se tarda en ir de un punto a otro, sino por el grado de dependencia ente ambos.

Matemáticamente podemos convertir cualquier información relacional en información espacial, transformando un conjunto multidimensional de relaciones y asociaciones en una representación bidimensional de distancias euclídeas (Gatrell 1983). La primera aplicación de este principio es la de Tobler y Wineburg (1971) acerca de los intercambios mercantiles en el próximo oriente durate la Edad del Bronce. La base de datos inicial está formada por la correspondencia comercial sobre tablillas cuneiformes encontrada en la colonia mercantil de Kanesh. Dichas tablillas mencionan el nombre de los distintos

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transactores, la localización geográfica de los mismos es desconocida. La información relacional de partida consiste en la co-ocurrencia de nombres en la misma tablilla, ante el supuesto de que la mención conjunta de dos transactores en un mismo documento se relacione con la distancia social entre ellos: cuantas más veces aparezcan citados dos nombres conjuntamente, mayor será la intensidad de la interacción entre ambos. Los autores asumieron que la interacción entre dos transactores es proporcional a su población e inversamente proporcional a las distancias que los separan;

I ij = a Pi Pj /D bij

que es el modelo clásico de gravedad. Esta ecuación permite medir la interacción entre dos grupos humanos (asentamientos, unidades residenciales, unidades domésticas de producción) cuyo tamaño viene especificado, respectivamente por Pi y Pj (superficie en hectáreas), y cuya distancia es Dij . a y b son dos constantes (Hodder y Orton 1976, Gatrell 1983, Djindjian 1991, Barceló en prensa). Si se estima que el grado de interacción por la cantidad de tablillas en las que los transactores i y j aparecen citados conjuntamete (nij ), y se asume que Pi es proporcional al número total de ocurrencias del nombre del yacimiento (Ni ), pueden estimarse las "distancias espaciales que separan ambos puntos. La ecuación es ahora:

D 2ij = a Ni Nj / nij

Los resultados de los cálculos para todos los lugares mencionados por las tablillas fueron procesados a continuación por medio de un análisis de Escalas Multidimensionales con el fin de convertir las distancias entre pares en una representación bidimensional de las relaciones espaciales de contigüedad (cf. una discusión matemática del método en Constantine et al. 1993). Una aplicación del mismo método a otro caso arqueológico es la Cherry (1977). El método es generalizable a cualquier información relacional que exprese el grado de dependencia o interacción en términos de distancia. Por ejemplo, la presencia de importaciones, el grado de autosufiencia económica, la segmentación territorial de actividades productivas, etc. El único requisito formal es que dicha medida de interacción cumpla con el axioma ultramétrico (Gatrell 1983).

¿Qué hemos conseguido con esta conversión de la interacción social en medidas geométricas? Construir una representación matemática del espacio social en el que tienen lugar relaciones de dependencia y formas de intercambio desigual como resultado de la interacción social. Dos puntos muy próximos, serán dos puntos que dependen el uno del otro, sea cual sea la distancia geográfica por la que estén separados; dos puntos muy alejados, serán puntos entre los que no se registra interacción, o bien que ésta es muy limitada.

7.2.- Densidad de los intercambios

La determinación de aquellas áreas más densas, esto es, de aquellos lugares del espacio social en los que hay más puntos y estos están más próximos debiera proporcionarnos información acerca de las diferencias en la intensidad de las relaciones de dependencia social. Si no todos los puntos del espacio social están separados por un mismo valor de distancia social (ó índice de dependencia), entonces habrá que concluir que las redes de intercambio eran claramente desiguales, produciendo resultados diferentes en la medida en que esa desigualdad es aprovechada por uno o varios transactores. Tengamos presente que no se enfatiza aquí la densidad de bienes de intercambio, sino la densidad de transactores en cada unidad espacial. No todos los transactores interactúan del mismo modo, sino que algunos están claramente marginados, entanto que otros monopolizan en su favor las relaciones de intercambio.

Por lo tanto, la detección de puntos de densidad diferencial en un espacio social (llamados centros modales, cf. Hodder y Orton 1976) constituirá una evidencia de la existencia de intercambio desigual. Ahora bien, la escala del análisis en el que se descubran áreas de densidad diferencial determinará la interpretación de esas desigualdades. No es lo mismo definir áreas de densidad diferencial en el interior de un poblado, entre una unidad de producción y varias unidades de residencia, entre un centro urbano y su periferia rural o entre los diversos lugares de habitación de un territorio.

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Una vez determinada la existencia de intercambio desigual (distribución no aleatoria de las distancias sociales), podemos pasar a determinar la existencia de grupos por medio del examen de la densidad de puntos en el espacio social. Podemos usar para ello una variación de la técnica propuesta por I. Johnson (cf. Johnson 1984). El análisis de la densidad local es un medio de calcular una matriz de coeficientes de asociación entre distribuciones de diversas categorías de artefactos. Este método parte de la definición de densidad local de una categoría (j) en la vecindad de una unidad (i) como el número de objetos de tipo j por unidad de área de radio r , centrada en la ubicación de una estructura de producción y/o residencial i.

En demasiadas ocasiones, sin embargo, la información arqueológica se reduce a una serie de hallazgos dispersos en una zona geográfica, sin que se conozca su asociación a estructuras de residencia y/o productivas. Ello es especialmente frecuente en lo que se refiere a la distribución de los bienes de prestigio, dada su frecuente deposición en los llamados, a falta de interpretación mejor, depósitos "votivos". En esos casos, el estudio de la densidad debe hacerse, exclusivamente, partiendo de las coordenadas geográficas (x,y) y de la proximidad o alejamiento de los puntos entre sí. K.Kintigh y sus colaboradores (Kintigh y Ammerman 1982, Simek 1984) han propuesto el método denominado k-medias para determinar la significabilidad estadística de las agrupaciones de artefactos detectadas en el registro. Aunque el método ha sido diseñado para el análisis micro-espacial, nada impide usarlo en otras escalas del análisis. Supongamos que hemos realizado la excavación de un determinado sector en un yacimiento prehistórico y asumimos que todos los artefactos (por ejemplo, útiles líticos) encontrados en ese nivel arqueológico son contemporáneos, y forman parte del mismo nivel de ocupación. De lo que se trata es de averiguar la asociación espacial de esos objetos, es decir, si en ausencia de vestigios arquitectónicos u otros es posible distinguir áreas diferenciadas usando como información las coordenadas x e y de cada uno de los artefactos. La cantidad de agrupaciones estadísticamente significativas es extraordinariamente grande (una por objeto triangulado), por lo que se requiere de un procedimiento heurístico para poder elegir, de entre todas las soluciones posibles, la más verosímil. Para ello se utiliza un procedimiento estadístico de agrupación, el análisis de conglomerados por k- medias : se calculan todas las divisiones posibles en los k- grupos (primero un sólo grupo, después dos grupos, tres, cuatro, y así hasta el total de artefactos). El método utiliza la varianza intra-grupo para elegir cual de las agrupaciones analizadas es significativa; para ello averigua en qué ordenaciones dicha varianza aparece minimizada. Por ejemplo, una división en quince agrupaciones es la que ofrece un menor error de la suma de cuadrados. El resultado (cuantas concentraciones de artefactos existen en el registro) es simplemente heurístico. El método no proporciona una medida de la "confianza", sino un conjunto de índices comparativos que debiera permitir al arqueólogo y a la arqueóloga considerar "mejor" la división en 9 clases que la división en 11, siendo posible, incluso, que ambas soluciones sean correctas, cada una en su propia escala.

G. Wünsch (1991, 1995) investiga la existencia de agrupaciones calculando la distancia crítica de ruptura en una distribución no aleatoria de puntos. Dicha distancia crítica se calcula a partir de la suma de la media y de la desviación típica de las distancias al vecino más próximo:

_ dcrit = d + σ (1.65)

Esta estimación de la distancia crítica se usa como radio o diametro de las áreas alrededor de los puntos. Cada uno de los grupos de puntos calculados por medio del cálculo de las áreas dentro de una distancia crítica es analizado estadísticamete para determinar su significabilidad. Para ello se construye, en cada una de las agrupaciones detectadas, una elipse teórica situada en el centro de la distribución de puntos de cada grupo, y cuyo eje principal se ha trazado en dirección a la mayor dispersión, y el eje menor en dirección a la menor dispersión. A continuación se calcula la desviación típica a lo largo del eje mayor y del eje menor de la elipse. El análisis concluye con el estudio de las interrelaciones entre grupos en términos de las superposiciones existentes entre los mismos.

7.3.- Jerarquización de los transactores en una relación de intercambio

El análisis de las áreas de densidad diferenciadas en el espacio social sólo nos ha permitido concluir la existencia de desigualdades. Todo lo más que podemos afirmar es la existencia de un control o

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monopolización de los sistemas de interacción e intercambio. La interpretación de los resultados dependerá de la escala del análisis (micro, semi-micro, macro) y de la medida concreta de distancia social usada. Así por ejemplo, en el caso de haber construido el mapa de un espacio social que incluye unidades de producción y unidades de residencia, y la distancia social entre todas esas unidades estuviese basada en la cantidad de objetos de cada unidad de producción hallados en cada unidad de residencia, las áreas de mayor densidad reflejarían el control (¿la propiedad?) de los medios de producción, y la existencia o ausencia de marginación. No pondrá de manifiesto, sin embargo, las relaciones de explotación porque no se habrá medido la circulación de trabajo entre unidades de residencia y unidades de producción, sino tan sólo la circulación de bienes de consumo.

La detección de un área de mayor densidad dentro del espacio social no pone de manifiesto, tampoco, la existencia de jerarquías sociales, a no ser la constatación de que todas las unidades “marginadas” o con una distancia social mayor, se encuentran en un nivel jerárquico menor, que las restantes.

Un criterio muy útil para determinar la existencia de una jerarquización social entre todas las unidades, consiste en buscar la presencia de lugares centrales en una distribución espaciales. Dichos lugares centrales son aquellos de los cuales dependen las demás unidades para su reproducción, ya sea porque en ese centro existen los medios de producción necesarios, los servicios, o porque es el lugar de residencia de las instituciones encargadas de tomar decisiones en nombre del grupo (cf. Hodder y Orton 1976, Wagstaff 1986, Cziesla y Lindenbeck 1989, Weber 1993). En general, un lugar central está definido por la concentración de esfuerzos productivos (artesanado) en un lugar y una red de lugares que dependen del trabajo realizado en el centro para su reproducción. Un análisis que ha sido muy empleado en arqueología para estudiar la existencia de esos lugares centrales ha sido el modelo XTENT, desarrollado inicialmente por Renfrew y Level (1979. cf. también Grant 1986). En este modelo se asume que el grado de influencia (y por tanto de control sobre las relaciones de dependencia) de un centro es proporcional a una función de su tamaño, declinando linealmente a medida que aumenta la distancia. La principal limitación de este método es que utiliza criterios estrictamente geográficos (distancia y tamaño) para determinar diferencias cualitativas en el espacio social. En primer lugar, la distancia geográfica no actúa de la misma manera que la distancia social, por lo que el modelo no es aplicable a un espacio social. Necesitamos otras informaciones estructurales para interpretar las distancias sociales en términos de jerarquía, como por ejemplo: la existencia de un territorio definido, la existencia de una ordenación de asentamientos de los cuales el lugar central detectado constituye el vértice, la existencia de un excedente de manufacturas exportable, la existencia de pruebas de la redistribución de bienes de intercambio desde ese lugar y no desde otro, la existencia de evidencias claras de almacenamiento, etc (Haselgrove 1986). En definitiva, la determinación del territorio sobre el que domina un lugar central no es una función de la distancia entre lugares, sino de circunstancias propias a cada centro en concreto.

La variable más importante para la definición de lugares centrales es la segmentación espacial de las actividades productivas . La primera relación de dependencia en la que debemos fijarnos será por tanto la falta de auto-suficiencia, no ya sólo de la unidad doméstica (segmentación de actividades de población en el poblado), sino del mismo grupo local (segmentación de actividades de producción en el territorio). La contradicción entre no autosuficiencia y concentración de los medios de producción en puntos concretos será una guía mucho más correcta para la determinación de lugares centrales o transactores que controlan el sistema de interacciones y las relaciones de dependencia por él generadas. No olvidemos que la construcción de relaciones de poder es el resultado de una compleja combinación de procesos sociales, y no un resultado de las meras diferencias de tamaño entre asentamientos o de la ubicación de esos yacimientos en el terreno. Zimmerman (1993) ha intentado averiguar lugares centrales en sociedades neolíticas partiendo de este tipo de consideraciones, usando como variables principales la cantidad de evidencias de procesamiento de sílex (restos de talla, nódulos sin desbastar), y la distancia a la fuente de materia prima. Zimmerman usó un Análisis de Correlaciones Canónicas para diferenciar los yacimientos con evidencias de producción de útiles de sílex, de los yacimientos en los que se usaron esos útiles (cf. otro ejemplo en Petrequin et al. 1993)

7.4.- Competitividad y tensión entre los trasactores en una relación de intercambio

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Una forma de llevar a cabo el análisis de la competencia entre los agentes unidos por una red de intercambio sería estudiando la diversidad individual en el seno de una élite social o en el interior de un área de densidad diferencida. Un ejemplo aparece en Barceló (1989, 1994), donde se analizan diversas representaciones rupestres de los bienes de intercambio y/o de prestigio poseídos por distintos miembros de una misma élite social. Dado que cada una de esas representaciones (estelas) era asignable a un único individuo, se pudo describir estadísticamente las diferencias en la identidad simbólica de esos individuos: a medida que pasaba el tiempo (del 1100 AC hasta el 700 AC) aumentaba la cantidad de bienes de prestigio usados (poseídos) por un individuo (verosímilmente, un guerrero), al tiempo que aumentaba la variabilidad individual. No todos los guerreros tenían las mismas armas ni los mismos objetos, ni en la misma cantidad. La interpretación sugerida era la de un sistema social extremadamente competitivo, en el que la demanda de bienes de intercambio no ejercía una presión sobre el aparato productivo, sino sobre la expansión territorial: aumento de las expediciones guerreras hacia el sur a la búsqueda de botín (Barceló 1992. 1993).

Otro modo de investigar cómo las élites sociales “usan” los bienes de intercambio para reforzar su identidad simbólica, lo que demostraría la existencia de tensiones, al menos entre élite y población, puede llevarse a cabo mediante datos funerarios. Para cada una de las tumbas de una necrópolis se necesitaría averiguar:

• la posición que le corresponde en la escala social propia de la necrópolis,

• la cantidad de bienes de intercambio (no producidos en el lugar, también proporción de objetos del ajuar locales vs. foráneos) que acumula,

• la diversidad de bienes de intercambio, esto es, la cantidad de tipos distintos (funcional, estilística y, sobre todo, tecnológicamente) que atesora,

El resultado es una correlación entre las tres variables que pone de manifiesto la variabilidad existente, no sólo en el interior de la población, sino en el interior de la élite y las razones de dicha diferenciación. Si la identidad social de este grupo privilegiado se construye por medio de una pequeña cantidad de bienes de intercambio muy poco diversos, concluiremos la existencia de un sistema social poco competitivo (dependiendo de la cantidad de miembros de dicha élite, y de sus diferencias de edad y sexo), en el que la causa de la diferenciación social son más coyunturales que estructurales. Si por el contrario, la identidad social está construida a partir de la acumulación de una gran cantidad de bienes de intercambio, muy diversos funcionalmente y estilísticamente entre sí, habremos de concluir que los circuitos de intercambio e interacción están restringidos a una minoría de la población, y que la base sobre la que se sostienen las relaciones de poder radica, precisamente en el control de dicha circulación de los bienes de intercambio. Si las tumbas mostrasen una diferenciación estructural, ya sea por el tiempo de trabajo requerido para su construcción, ya por su ubicación en el territorio, y al margen de la acumulación de bienes de intercambio, concluiríamos la existencia de unas relaciones de poder basadas en el control de los medios de producción antes que sobre los medios de reproducción (interacción).

La cantidad y diversidad de individuos pertenecientes a una élite es la evidencia principal que tenemos para averiguar el grado de competitividad y tensión social. Si hay muchas tumbas "ricas" y éstas son muy diferentes entre sí, siendo el único criterio para el prestigio o relevancia social la cantidad de bienes de intercambio y/o de prestigio, habremos de llegar a la conclusión que la restricción social en la circulación de dichos bienes no es muy efectiva. Aunque la mayoría de la población no tiene acceso a ellos y por lo tanto depende de los que los atesoran para su reproducción, una importante minoría es capaz de pasar por encima de las estructuras de control existentes. Tengamos presente, sin embargo, que no siempre conservamos todas las evidencias funerarias de una población. Si sólo tienen derechos de "ciudadanía" los miembros de una élite enterrada en el cementerio que hemos descubierto, interpretaríamos una dinámica social competitiva que afectase a toda la sociedad y no sólo a la clase social reflejada por los datos.

La existencia de élites sociales y la competencia entre ellas no sólo es analizable por medio del arte rupestre o las necrópolis prehistóricas. Hemos de tener en cuenta que la riqueza y el estatus de una unidad

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doméstica (ya sea de producción y/o de residencia) está relacionada con la frecuencia, escala y naturaleza de los banquetes y agasajos que en ella tuvieron lugar. Las unidades domésticas asociadas a los individuos o grupos sociales más influyentes, tienden a interactuar ceremonialmente con otras unidades más veces que unidades asociadas a personajes de menor prestigio social. Lo que proporciona prestigio no es la “propiedad” de más y mejores vasijas que el vecino, sino el proceso social que generó más basura que en otros lugares: allí donde se celebraron más banquetes se han acumulado más restos y desechos. Poco importa que las vajillas de mejor calidad hayan desaparecido del registro arqueológico: las unidades domésticas más “ricas” (mejor situadas en el asentamiento, con mejores elementos constructivos que las demás, con una planta arquitectónica más compleja) producen más basura que las demás, y por tanto, son fácilmente observables. Por consiguiente, la abundancia y la calidad de la vajilla encontrada en la unidad doméstica nos proporcionará información acerca de otro de los usos sociales de determinado bien de prestigio: los recipientes en los que se sirven comidas y bebidas ceremoniales. A medida que aumente la relevancia social de los miembros de determinada unidad doméstica: aumenta la cantidad de cerámicas, aumenta la diversidad del inventario de recipientes, un mayor porcentaje del total de cerámicas es de “lujo” o de mayor calidad que el resto. Una medida de la “calidad” objetiva de las cerámicas, basada en las constantes de forma de la misma, ha sido propuesta por Pierpoint (1980).

8.- MODELIZACION DE LA DENSIDAD, COMPETITIVIDAD Y JERARQUIZACION DE LOS SISTEMAS DE INTERACCION.

Los métodos presentados en páginas anteriores nos han permitido descubrir la estructuración del sistema de interacciones en puntos concretos del espacio. De lo que se trata es de generalizar lo que sabemos acerca de unas pocas unidades dispersas irregularmente y descubiertas un poco al azar. Esa generalización se obtiene mediante métodos matemáticos, que obtienen un “modelo” de las relaciones de intercambio en determinadas áreas o territorios, partiendo de la información puntual conocida en un número limitado de yacimientos. En otras palabras, pasamos de un mapa de puntos (transactores) y relaciones de semejanza (grado de interacción) a un mapa dividido en áreas según la intesidad de la interacción. Esta información cuantitativa puede correlacionarse con información cualitativa (existencia de élites sociales claramente diferenciadas, bienes de intercambio de producción normalizada, etc.), de manera que se ponga de manifiesto cómo la intensidad de la interacción es resultado de una forma históricamente característica de las relaciones sociales de producción en esa área.

El modelo obtenido nos va a permitir analizar la "forma" o estructura general del sistema de interacciones, basandonos, especialmente en el grado de deformación y en su irregularidad.

El primer paso en la interpretación del modelo será conocer su grado de ajuste a los datos iniciales. Para ello representaremos los errores e intentaremos averiguar si se distribuyen o no aleatoriamente, es decir, si las áreas donde la interacción fue más intensa se distribuyen al azar, o bien, si coinciden con la aparición de lugares centrales, lugares fortificados, lugares de almacenamiento, etc. El descubrimiento de puntos en el espacio en el que los errores del modelo exceden los límites esperados no debiera conducirnos a rechazarlo automáticamente; esos puntos "especiales" ponen de manifiesto la existencia de valores extremos, esto es, puntos en los que los valores de z son extraordinariamente altos comparados con los demás (por ejemplo, lugares centrales o centros de redistribución) o, a la inversa, lugares en los que el valor de z es extraordinariamente bajo: unidades sociales que no tienen acceso al sistema de interacciones o centros dependientes

La interpretación de la superficie de regresión propiamente dicha se basará también en la búsqueda de grandes diferencias en los valores estimados de z . Pero también la forma general del plano tendrá explicación: un plano deformado de manera que muestre un único vértice mostrará un sistema de intercambios rígidamente centralizado, con un único centro modal que mantiene idénticas formas de dependencia con todas las demás unidades del sistema. Por el contrario, un plano de regresión con varias

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cúpulas pondrá de manifiesto un sistema competitivo con diversos centros de poder cada uno de los cuales compite por establecer relaciones de dependencia con los demás

9.- CONCLUSIONES

A lo largo de este trabajo hemos visto que los procesos de interacción son extremadamente complejos, y que todo intento de reducción es erróneo. Considerando tan sólo aquellas posibilidades mencionadas en páginas anteriores, los componentes mínimos que debieran tenerse en cuenta a la hora de crear un “modelo arqueológico de la interacción social y de los intyercambios”, serían:

• bienes de uso de fabricación no local (Presencia/Ausencia, Cantidad, Porcentaje Local/No Local) • bienes de prestigio de fabricación no local (Presencia/Ausencia, Cantidad, Porcentaje Local/No Local) • materias primas de orígen no local (Presencia/Ausencia, Cantidad, Porcentaje Local/No Local) • subsistencias de origen no local (Presencia/Ausencia, Cantidad, Porcentaje Local/No Local) • Normalización de cada uno de los bienes de uso y de prestigio identificados (Si/No, cantidad de bienes

normalizados, porcentaje de bienes del mismo tipo y función normalizados/no normalizados) • Contexto de hallazgo de cada uno de los bienes de intercambio (producción, almacenamiento, consumo

doméstico, consumo social -depósito votivo, lugar sacro, tumba-) • Nivel de utilización de cada uno de los bienes de intercambio (desgaste) • índice de valor de cada uno de los bienes de intercambio • índice de complejidad (COT) -cantidad y complejidad de trabajo- de cada uno de los bienes de

intercambio encontrados. • Diversidad de bienes de intercambio en cada punto • Grado de diversidad de las actividades de producción en cada punto (Grado de Autosuficiencia y

segmentación de las actividades productivas) • Grado de complejidad de los bienes de producción encontrados en cada punto • Densidad de estructuras de residencia en cada punto • Proximidad subjetiva a la fuente de materias primas (dificultad de acceso) • Proximidad subjetiva al centro de producción (dificultad de acceso) • Similaridad de cada uno de los bienes de prestigio encontrados en ese punto con los elaborados en el

centro de producción más cercano. • Control de accesos de los centros de producción y fuentes de materias primas • Extensión del área de influencia y dominio alrededor de cada yacimiento

¡Y no pretendo haber acabado con todas las posibilidades!

En definitiva, mientras que el análisis antropológico se detiene en la descripción de un sólo acto de intercambio, o de unos pocos actos, el análisis arqueológico se basa, fundamentalmente, en el examen de los resultados de una extraordinaria cantidad de actos de intercambio. Aunque los contactos humanos propiamente dichos no sean observables en el registro arqueológico, la información disponible revela los efectos que la repetición constante de dichos actos tuvo en el comportamiento dinámico de variables tales como las relaciones sociales de producción, la interacción entr grupos sociales, etc. Arqueólogos y arqueólogas no describen pues la manera en que tuvo lugar el intercambio, sino los efctos de la repetitividad . Podemos estudiar las características de esa repetitividad, prescindiendo de la descripción de la mecánica del intercambio propiamente dicho. No importa qué ritual debieron cumplir dos agentes sociales para transferir determinados objetos entre sí; lo que interesa es averiguar si esa transferencia se repetió o no; si siempre se produjo de la misma forma, si aumentó o disminuyó a lo largo del tiempo, si era diferente en diferentes contextos, etc.

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