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1 Horacio Bojorge, S. J. Horacio Bojorge, S.J. La Virgen María en los Evangelios Fundación Gratis Date Pamplona 2004 1 María en el Nuevo Testamento Un hecho que llama la atención cuan- do buscamos lo que se dice en el Nuevo Testamento acerca de la Santísima Vir- gen María es que, de los veintisiete es- critos que forman el canon del Nuevo Testamento, sólo en cuatro se la nom- bra por su nombre: María. Y son éstos los evangelios de Mateo, Marcos y Lu- cas y el libro de los Hechos de los Após- toles. Otro libro más, el evangelio según San Juan, nos habla de ella sin nombrar- la jamás, y haciendo siempre referen- cia a ella como la madre de Jesús, o su madre. Fuera de estos cinco libros, nin- guno de los veintidós restantes nos ha- bla directamente de María. Sólo los ojos de la fe han sabido atribuirle la parte que tiene en aquellos pasajes en que –por ejemplo– se habla de que Jesús es el Hijo de David, o de que somos Hijos de la Promesa, o de la Jerusalén de arriba, o que el Padre nos envió a su Hijo, he- cho hijo de mujer; o han sabido recono- cerla en la misteriosa Mujer coronada de astros del Apocalipsis. Explícitamente nombrada en sólo cin- co libros de los veintisiete, María parece haber sido reconocida –si nos atenemos a una primera impresión– por sólo la mitad de los hagiógrafos (escritores ins- pirados) que escribieron el Nuevo Tes- tamento. De ocho que son, sólo cuatro nos hablan de ella: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. No nos hablan de ella ni Santia- go, ni Pedro, ni Judas. Pablo sólo alude indirectamente a ella en Gálatas 4, 4-5. Por tanto, hablar de la figura de María en el Nuevo Testamento, es hablar de María a través de Mateo, Marcos, Lu- cas y Juan, o sea a través de los evan- gelistas. Nótese que no decimos a través de los evangelios, sino a través de los evangelistas. Porque casi podría decir- se a través de los evangelios, si no fuera por una referencia que el evange- lista Lucas hace fuera de su evangelio, en el libro de los Hechos de los Apósto- les (1,14) y por lo que puede interpretarse que de ella dice Juan en el Apocalipsis, identificada ya con la Iglesia. María en el Nuevo Testamento es prácticamente, por lo menos principal- mente, María en los evangelios. Por- que fuera de ellos casi no se nos dice nada más, o mucho más, acerca de Ma- ría. Para contemplar la figura de María a través de los evangelios podríamos se- guir dos caminos, que vamos a llamar camino sintético y camino analítico. El camino sintético consistiría en sintetizar los datos dispersos de los cuatro evan- gelios en un solo retrato de María. Con- sistiría en trazar un solo retrato a partir de la convergencia de cuatro descrip- ciones distintas. El otro camino, el analítico –que es el que hemos elegido–, consiste en consi- derar por separado las cuatro imágenes o semblanzas de María. El primer camino, sintético, se hubiera llamado propiamente: la figura de Ma-

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1Horacio Bojorge, S. J.

Horacio Bojorge, S.J.La Virgen María en los EvangeliosFundación Gratis DatePamplona 2004

1María

en el Nuevo Testamento

Un hecho que llama la atención cuan-do buscamos lo que se dice en el NuevoTestamento acerca de la Santísima Vir-gen María es que, de los veintisiete es-critos que forman el canon del NuevoTestamento, sólo en cuatro se la nom-bra por su nombre: María. Y son éstoslos evangelios de Mateo, Marcos y Lu-cas y el libro de los Hechos de los Após-toles. Otro libro más, el evangelio segúnSan Juan, nos habla de ella sin nombrar-la jamás, y haciendo siempre referen-cia a ella como la madre de Jesús, o sumadre. Fuera de estos cinco libros, nin-guno de los veintidós restantes nos ha-bla directamente de María. Sólo los ojosde la fe han sabido atribuirle la parte quetiene en aquellos pasajes en que –porejemplo– se habla de que Jesús es elHijo de David, o de que somos Hijos dela Promesa, o de la Jerusalén de arriba,o que el Padre nos envió a su Hijo, he-cho hijo de mujer; o han sabido recono-cerla en la misteriosa Mujer coronadade astros del Apocalipsis.

Explícitamente nombrada en sólo cin-co libros de los veintisiete, María parecehaber sido reconocida –si nos atenemosa una primera impresión– por sólo la

mitad de los hagiógrafos (escritores ins-pirados) que escribieron el Nuevo Tes-tamento. De ocho que son, sólo cuatronos hablan de ella: Mateo, Marcos, Lucasy Juan. No nos hablan de ella ni Santia-go, ni Pedro, ni Judas. Pablo sólo aludeindirectamente a ella en Gálatas 4, 4-5.

Por tanto, hablar de la figura de Maríaen el Nuevo Testamento, es hablar deMaría a través de Mateo, Marcos, Lu-cas y Juan, o sea a través de los evan-gelistas.

Nótese que no decimos a través delos evangelios, sino a través de losevangelistas. Porque casi podría decir-se a través de los evangelios, si nofuera por una referencia que el evange-lista Lucas hace fuera de su evangelio,en el libro de los Hechos de los Apósto-les (1,14) y por lo que puede interpretarseque de ella dice Juan en el Apocalipsis,identificada ya con la Iglesia.

María en el Nuevo Testamento esprácticamente, por lo menos principal-mente, María en los evangelios. Por-que fuera de ellos casi no se nos dicenada más, o mucho más, acerca de Ma-ría.

Para contemplar la figura de María através de los evangelios podríamos se-guir dos caminos, que vamos a llamarcamino sintético y camino analítico. Elcamino sintético consistiría en sintetizarlos datos dispersos de los cuatro evan-gelios en un solo retrato de María. Con-sistiría en trazar un solo retrato a partirde la convergencia de cuatro descrip-ciones distintas.

El otro camino, el analítico –que es elque hemos elegido–, consiste en consi-derar por separado las cuatro imágeneso semblanzas de María.

El primer camino, sintético, se hubierallamado propiamente: la figura de Ma-

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ría en los Evangelios. Este segundo ca-mino que queremos seguir es en cambioel de la figura, o más propiamente, lasfiguras, los retratos de María a travésde los evangelistas.

Por supuesto, bien lo sabemos, hay unsolo Evangelio: el Evangelio de NuestroSeñor Jesucristo. Pero el mismo Diosque dispuso que hubiera un solo mensa-je de salvación, dispuso también que senos conservaran cuatro presentacionesdel mismo.

El único Evangelio es, pues, un evan-gelio cuadriforme, como bien observa yaSan Ireneo, refutando los errores de losherejes que esgrimían los dichos de unevangelista en contra de los dichos deotro (Adv. Hæreses III,11).

Esta presentación cuadriforme de unúnico Evangelio es la que nos da la pro-fundidad, la perspectiva, el relieve de lasmiradas convergentes. Una sola visiónestereofónica o estereofotográfica deJesús. Un solo Jesús y una sola obra sal-vadora, pero cuatro perspectivas y cua-tro modos de presentarlo –a Él y a suobra–. Cada uno de los evangelistas tie-ne su manera propia de dibujar la figurade Jesucristo. Y todo lo que dice cadauno de ellos está al servicio de esa pin-tura que nos hace de Jesús.

¿Hay que extrañarse de que, conse-cuentemente, seleccione los rasgos his-tóricos, narre los acontecimientos, alte-re a veces el orden cronológico o pres-cinda de él, para seguir el orden de supropia lógica teológica, y subordine elmodo de presentación de los hechos ypersonas al fin de mostrar de manera efi-caz a Jesús y su mensaje, según su ins-piración divina y las circunstancias deoyentes, tiempo y lugar?

¿Y nos habríamos de extrañar de quelas diversas perspectivas con que los cua-tro evangelistas nos narran los mismoshechos y nos presentan a Jesús dieranlugar a cuatro presentaciones distintas deMaría?

Dado que el misterio de María es unaspecto del misterio de Cristo, todo líci-to cambio de enfoque del misterio deCristo –que como misterio divino es sus-ceptible de un número inagotable de en-foques diversos, aunque jamás puedanser divergentes–, comporta sus cambiosde armónicos y de enfoque en el miste-rio de María.

Hay pues un solo Jesucristo en cuadri-forme presentación, y hay también unsolo misterio de María en presentacióncuadriforme. Y hay, además, una cohe-rencia muy especial y significativa, en-tre el modo cómo cada evangelista nosmuestra a Jesús y el modo cómo nosmuestra a María, al servicio de su pre-sentación propia de Jesús.

Dejémonos guiar sucesivamente de lamano de los cuatro evangelistas. Y a tra-vés de su manera de presentarnos la fi-gura de María, tratemos de penetrar másprofundamente en su comprensión delSeñor. La máxima A Jesús por Maríano es una invención moderna; hunde susraíces en la bimilenaria tradición denuestra Santa Iglesia. Arraiga en losevangelios; y, en cuanto podemos ras-trearlo valiéndonos de ellos, incluso enuna tradición oral anterior a los evange-lios, y de la cual ellos son las primerasplasmaciones escritas.

Dejemos, pues, que los evangelistas noslleven a través de María a un mayor co-nocimiento del Señor que viene y queesperamos.

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El género literario«Evangelio»

1.- Cómo hay que interpretarla Sagrada Escritura

La Constitución Dei Verbum del con-cilio Vaticano II enseña que para inter-pretar adecuadamente la Sagrada Es-critura es muy importante determinar elgénero literario. Por eso se ha de tenermuy en cuenta cuál es el género litera-rio de los Evangelios. Y esto advertirlopara evaluar la evidencia evangélica so-bre María. Dice la constitución del con-cilio Vaticano II Dei Verbum (DV):

«Habiendo hablado Dios en la Sagrada Es-critura por medio de hombres y a la manerahumana, para que el intérprete de la SagradaEscritura comprenda lo que Él quiso comuni-carnos, debe investigar con atención qué pre-tendieron expresar realmente los hagiógrafos[escritores inspirados por Dios] y qué quisoDios manifestar con las palabras de ellos» (12).

El Principio o Ley del Texto«Para descubrir la intención del autor, hay

que tener en cuenta, entre otras cosas, losgéneros literarios.

«Pues la verdad se presenta y se enunciade modo diverso en obras de diversa índo-le histórica, en libros proféticos o poéti-cos, o en otros géneros literarios. El intér-prete indagará lo que el autor sagrado in-

tenta decir y dice, según su tiempo y su cul-tura, por medio de los géneros literariospropios de su época. Para comprenderexactamente lo que el autor quiere afirmaren sus escritos, hay que tener muy en cuentalos modos de pensar, de expresarse, de na-rrar que se usaban en tiempo del escritor, ytambién las expresiones que entonces sesolían emplear más en la conversación or-dinaria».

Principio o Ley del Contexto«Y como la Sagrada Escritura hay que

leerla e interpretarla en el mismo Espíritucon que se escribió, para sacar el sentidoexacto de los textos sagrados, hay que aten-der no menos diligentemente al contenidoy a la unidad de toda la Sagrada Escriturateniendo en cuenta la Tradición viva de todala Iglesia y la analogía de la fe. Es deber delos exegetas trabajar según estas reglas paraentender y exponer totalmente el sentido dela Sagrada Escritura, para que, con un estu-dio previo, vaya madurando el juicio de laIglesia. Porque todo lo que se refiere a lainterpretación de la Sagrada Escritura estásometido en última instancia a la Iglesia, quetiene el mandato y el ministerio divino deconservar y de interpretar la palabra deDios» (DV 12).

2.- ¿A qué género literario perteneceel evangelio de San Marcos?

De estos principios de interpretaciónde la Escritura, se sigue la importanciade interpretar el evangelio según SanMarcos, tratando de ubicar su géneroliterario. Y advierto de antemano que loque decimos de este evangelio, vale, mu-tatis mutandis, para los otros evange-lios, que consideraremos en los capítu-los siguientes.

Podemos comenzar diciendo que elevangelio según San Marcos es «una pre-sentación creyente de la vida de Jesús,interpretada en confrontación con las

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Sagradas Escrituras, de manera que lavida de Jesús las ilumina y es iluminadaa su vez por ellas, mostrando sus co-rrespondencias».

El evangelio según San Marcos tienepues valor histórico, porque narra he-chos. Tiene valor biográfico porque re-lata dichos y hechos de Jesús. Pero esmás que una crónica histórica y más queuna mera biografía. Porque además delrelato de hechos, como pueden hacerlolas crónicas, y de la narración de la vidade una persona, como lo hacen las bio-grafías, el evangelio según San Marcosviene de la fe y apunta a despertar la fe.

Por eso el evangelio según San Mar-cos incluye un alegato acerca de la iden-tidad de Jesús, de quién es Jesús. Su tex-to argumenta desde las Sagradas Escri-turas, alegando que en Jesús se cum-plen las Promesas del Antiguo Testamen-to.

3.- Historia interpretadaProsiguiendo en el intento de compren-

der el género literario al que perteneceel evangelio según San Marcos, podría-mos decir que es:

narración de hechose interpretación de los mismos

a la luz de las Sagradas Escriturasdesde la fe

para suscitar la fe.Podríamos llamarle por lo tanto histo-

ria teológica, o historia creyente, o his-toria predicada, o historia kerygmática,o quizás lo más ajustado sea definirlocomo historia profética, puesto que losprofetas comunican una interpretación re-ligiosa de los acontecimientos: el sentidoque tienen según Dios.

El género literario del evangelio según

San Marcos tiene pues dos aspectos quelo caracterizan: a) historia, y b) interpre-tación de fe.

Ambos aspectos están enlazados detal manera que se sirven el uno al otrosin traicionarse ni anularse: la interpre-tación no falsea la verdad histórica, y lahistoria corrobora la interpretación. Loshechos narrados iluminan la Escritura yla Escritura ilumina los hechos.

Veamos algo acerca de cada uno deesos dos aspectos:

3.1.- El valor histórico del EvangelioEn la Constitución Dei Verbum, la Igle-

sia afirma, una vez más, el carácter his-tórico de los Evangelios:

«La Santa Madre Iglesia firme y constan-temente ha creído y cree que los cuatro refe-ridos Evangelios, cuya historicidad afirmasin vacilar, comunican fielmente lo que Je-sús, Hijo de Dios, viviendo entre los hom-bres, hizo y enseñó realmente para salva-ción de ellos, hasta el día en que fue levan-tado al cielo (Cfr. Hech. 1,1-2).

Los Apóstoles, ciertamente, después dela ascensión del Señor predicaron a susoyentes lo que Él había dicho y obrado, conaquella crecida inteligencia de que ellos go-zaban, enseñados por los acontecimientosgloriosos de Cristo, y por la luz del Espíritude verdad.

Los autores sagrados escribieron los cua-tro Evangelios, escogiendo algunas cosasde las muchas que ya se trasmitían de pala-bra o por escrito, sintetizando otras, o expli-cándolas atendiendo a la condición de lasIglesias, usando por fin la forma de la predi-cación, de manera que siempre nos comuni-caban la verdad sincera acerca de Jesús.

Escribieron pues, sacándolo ya de su pro-pia memoria o recuerdos, ya del testimoniode quienes “desde el principio fueron testi-gos oculares y ministros de la palabra” para

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que conozcamos “la verdad” [asfaleia = cer-teza] de las palabras que nos enseñan (Cfr.Lc 1,2-4)» (DV , 19).

Los Evangelios tienen, pues, valor his-tórico en lo que narran acerca de la his-toria de Jesús, aunque no por eso perte-nezcan al género literario histórico.

El Papa Juan Pablo II volvió a recor-darnos su valor histórico: «aún siendo do-cumentos de fe, no son menos atendi-bles, en el conjunto de sus relatos, comotestimonios históricos» que las fuenteshistóricas profanas (Tertio MillennioAdveniente, 5).

La Constitución Dei Verbum llama«historicidad» de los evangelios a su con-tenido de verdad histórica, a la verdaddel relato de hechos y dichos de Jesús.

Los evangelios mismos dan por su-puesta esa verdad histórica y no tratande convencernos de la verdad de los he-chos que narran, sino de otra cosa: desu sentido o significado divino, religioso,salvífico. El que no les cree en lo prime-ro ¿cómo podría creerles en lo segun-do? Y si su interpretación no reposarasobre hechos ¿qué fe podrían pedir parasu interpretación?

La narración evangélica está destina-da a suscitar en los oyentes la fe en Je-sús; a convencerlos del sentido salva-dor de la historia de Jesús que ellos pro-claman. Veamos ahora cómo es la mi-rada de fe que los evangelistas echansobre esa historia.

3.2.- Interpretación proféticade los hechos

La interpretación evangélica refleja unaconvicción de fe acerca de las Promesasde Dios en la Antigua Alianza y de su cum-plimiento en Cristo. Y dicha in-terpretación

se basa en esa convicción.Esto pertenece a la esencia del género

literario evangelio. Y por eso los evan-gelios son un género particular de histo-ria, diverso de los géneros históricos pro-fanos o seculares. Por algo son, para loscreyentes, Sagrada Escritura.

En cuanto argumentan la realizaciónde las Promesas hechas por Dios en elAntiguo Testamento, los Evangelios tie-nen su raíz en dicho Antiguo Testamen-to. No se entenderían sin él. Enraizadosen las antiguas profecías, proclaman,proféticamente, que ha llegado su cum-plimiento.

Los evangelios son, como vemos, pro-clamación de una interpretación profé-tica de la historia.

¿Qué clase de relación aprecian losEvangelios entre el Antiguo Testamen-to, sus promesas y profecías por un ladoy la Historia Evangélica o Nuevo Testa-mento por el otro?

El Concilio Vaticano II explica esa re-lación en estos términos:

«La economía del Antiguo Testamento es-taba ordenada sobre todo, a preparar, anun-ciar proféticamente (cfr. Lc 24,44; Jn 5,39; 1Pe 1,10), y significar con diversas figuras(Cfr. 1 Cor 10,11), la venida de Cristo reden-tor universal y la del Reino Mesiánico» (DV,15).

«Dios, inspirador y autor de ambos Testa-mentos, dispuso las cosas tan sabiamenteque el Nuevo Testamento está latente en elAntiguo y el Antiguo está patente en el Nue-vo, porque aunque Cristo fundó el NuevoTestamento en su sangre (Cfr. Lc 22,20; 1Cor 11,25), no obstante los libros del An-tiguo Testamento, recibidos íntegramenteen la proclamación evangélica, adquieren ymanifiestan su plena significación en elNuevo Testamento (Cfr. Mt 5,17; Lc 24,27;

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Rm 16,25-26; 2 Cor 3,14-16), ilustrándo-lo y explicándolo al mismo tiempo». (DV16).

Aplicando lo que venimos diciendo alevangelio según San Marcos, podemosconcluir que es, por un lado un libro quepertenece al género histórico, porque na-rra fielmente hechos sucedidos. Pero porotro lado es la narración de un creyenteque ve e interpreta los hechos a la luzde la Sagrada Escritura y que interpretala Sagrada Escritura a la luz de los he-chos. Es por tanto historia profética einterpretación profética de la historia.

4.- El género literario llamado PésherEl procedimiento de interpretar hechos

a partir de la Escritura y de interpretarla Escritura a partir de hechos, o apli-cándola a hechos, es un procedimientobíblico anterior a los evangelios. Y nosólo se encuentran ejemplos de él en loslibros proféticos, como Isaías o Daniel,sino que también es común en la litera-tura judía extrabíblica, particularmenteen la de Qunram.

Los comentarios qunrámicos de los li-bros proféticos se llaman pesharim (plu-ral de pesher) lo mismo que las inter-pretaciones de sueños que hace el pro-feta Daniel. Así como Daniel revela elsentido profundo de los símbolos vistosen sueños, el autor del pésher trata derevelar el sentido oculto y misterioso delos textos proféticos, atribuyéndoles unvalor simbólico o alegórico que se es-fuerza en desvelar, interpretándoloscomo alusiones proféticas a hechos delmomento o que se espera que ocurran.

El género literario evangélico puede en-tenderse como un tipo de pésher o inter-pretación, consistente en mostrar las co-

rrespondencias entre la Vida de Jesús ylas Sagradas Escrituras.

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María en San MarcosLa imagen más antigua

Comenzamos por Marcos, el más bre-ve y, casi con seguridad, el más antiguode los cuatro evangelios. El que recoge,muy probablemente, las catequesis ypredicaciones de San Pedro, o sea, elevangelio según lo proclamaba Pedro.

Acerca de María, este evangelio deMarcos es de una parquedad extrema,comparable –por la ausencia de refe-rencias– al gran silencio marial neo-tes-tamentario. Marcos comienza su evan-gelio presentando la figura de San JuanBautista, y casi inmediatamente a unJesús ya adulto que llega a bautizarseen el Jordán. Nada de relatos de la in-fancia, que –como vemos en Mateo yLucas– se prestan a decirnos algo de laMadre. Nada comparable a las dos gran-des escenas marianas del evangelio deSan Juan: las bodas de Caná y el Calva-rio.

1. Dos textos: Mc 3, 31-35; 6, 1-3Lo que dice Marcos acerca de María

se agota en dos brevísimos pasajes, am-bos situados en la primera parte de su

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evangelio. Y en esos pasajes ni siquierase advierte la impronta personal del na-rrador. Este mantiene una fría objetivi-dad de cronista y nos comunica lo queterceras personas dicen de María. Y sinos detenemos a analizar el texto, en-contramos que esas terceras personasson incrédulas, enemigas de Jesús, quepor supuesto no se ocupan de su madrecon benevolencia, sino con hostilidad ydescreimiento. Para ellos se agrega, co-mo contrapunto y refutación, el testimo-nio de Jesús mismo acerca de María.

Leamos los pasajes. El primero en Mc3, 31-35:

«Vinieron su madre y sus hermanos y, que-dándose fuera, le mandaron llamar. Se habíasentado gente a su alrededor y le dicen: “Mira,tu madre y tus hermanos te buscan allí fue-ra”.

«Él replicó: “¿Quién es mi madre y mis her-manos?”

«Y mirando en torno, a los que se habíansentado a su alrededor, dijo: “Aquí teneis ami madre y mis hermanos. El que haga lavoluntad de Dios, ése es mi hermano, mi her-mana y mi madre”».

El segundo pasaje es la escéptica ex-clamación de los que se admiraban, in-crédulos, de su inexplicable poder y sabi-duría; se lee en el capítulo 6, 1-3

«Se marchó de allí y fue a su tierra, y lesiguieron sus discípulos. Cuando llegó el sá-bado, se puso a enseñar en la sinagoga, y losmuchos que le oían se admiraban diciendo:

«–¿De dónde le viene esto? ¿Y qué sabi-duría es ésta que se le ha dado? ¿Y talesmilagros hechos por sus manos? ¿No eséste el carpintero, el hijo de María y herma-no de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Yno están sus hermanos aquí con nosotros?

«Y se escandalizaron de él».Estos son los dos únicos pasajes del

evangelio de Marcos en que se mencio-

na a María. En ellos se comprueba sim-plemente que a Jesús se le conocía ensu medio como el carpintero, el hijo deMaría. Y que esa filiación hacía para mu-chos más increíble que fuera el enviadode Dios. Servía de excusa a los mal dis-puestos para afirmarse en su increduli-dad. Porque las mismas distancias entrelas muestras de poder y sabiduría que –según el relato de Marcos– Jesús iba dan-do por todas partes eran un argumentode que no le venían de herencia ni debagaje humano, sino como don de lo alto.La misma humildad de su parentelagalilea –la parte proverbial-mente másignorante de las cosas de la ley dentrodel pueblo judío– debía haber sido argu-mento convincente a favor del origen di-vino de sus obras. Si éstas eran inexpli-cables por la carne y el parentesco, ¿nohabría que tratar de explicarlas por elespíritu de Dios?

2. El contexto del evangelioPero tratemos de comprender mejor

el sentido de estos episodios colocándo-nos en la óptica del relato de Marcos.Toda la primera parte de su evangelio,hasta el capítulo octavo, versículos 27-30 –la confesión de Pedro–, nos mues-tra a Jesús que obra maravillas y por-tentos, que despierta la admiración delpueblo, que deslumbra con su poder so-brehumano. Es decir, nos muestra la re-velación progresiva y creciente de Je-sús. Y al mismo tiempo nos muestra laabsoluta y general incomprensión delverdadero carácter de su persona y sumisión. Jesús se revela, pero nadie en-tiende su revelación. No la entiende elpueblo, no la entienden sus discípulos,no la entienden los escribas, no la en-tienden sus familiares.

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No la entienden los que se niegan acreer en él y con los que se enfrenta enpolémicas y a los que les habla en pará-bolas. De esta incomprensión de los in-crédulos no hay que admirarse. Pero síde que tampoco lo comprendan ni en-tiendan sus propios discípulos. Inclusoen la privilegiada confesión de la fe dePedro, con la que culmina la primeraparte del evangelio, se entrevé al mismotiempo un abismo de ignorancia y de re-sistencia al aspecto doloroso de la iden-tidad de Jesús Mesías.

Nada más comenzar la carrera de Je-sús con un sábado en Cafarnaúm, consu enseñanza en la sinagoga y con nu-merosas curaciones de enfermos y ex-pulsiones de demonios, en cuanto hanempezado a seguirle sus primeros discí-pulos y se ha encendido el fervor popu-lar, ya apuntan la oposición y las críti-cas: Jesús cura en sábado, come con pe-cadores; sus discípulos no ayunan yarrancan espigas en sábado. Y ya des-de el comienzo del capítulo tercero, losfariseos se confabulan con los herodia-nos para ver cómo eliminarlo, pero ellose hace difícil, porque una muchedum-bre sigue a Jesús. Éste elige de entreella a sus numerosos discípulos. Uno delos primeros pasos de la confabulaciónse advierte en 3, 20-21. Jesús vuelve asu tierra. Se aglomera otra vez la mu-chedumbre de modo que ni siquiera po-dían comer.

«Se enteraron sus parientes y fueron ahacerse cargo de él, pues decían: “Está fue-ra de sí”».

3. La oposición al MesíasEl primer paso de la confabulación con-

tra Jesús consiste en declararlo loco y en

interesar a los parientes para que retira-sen a un consanguíneo que podríaimplicarlo en sus locuras y traerles pro-blemas. Que este método intimidatoriode los parientes –que fue usado contraJesús y los suyos– era un método usual,nos lo demuestra el episodio del ciegode nacimiento, en el evangelio según SanJuan, a cuyos padres llamaron a decla-rar ante el tribunal (9, 18-23).

Habiendo oído que Jesús estaba fuerade sí, y movidos quizás por temores yveladas amenazas, los parientes de Je-sús acuden a dominarlo. Arrastran asu madre, a cuyas instancias esperanque Jesús no pueda resistir. Entre tanto,Marcos registra el crescendo de las acu-saciones contra Jesús. Jesús es más queun loco; es un endemoniado: «Está po-seído por un espíritu inmundo» (3, 22).

En medio de esta tormenta, de hostili-dad por un lado y de entusiasmo popularpor otro, es cuando relata Marcos conlaconismo de cronista:

«Llegan su madre y sus hermanos y, que-dándose fuera, le envían a llamar».

Se trata de arreglar un problema fa-miliar. Los aldeanos galileos no quierendiscutir de teologías. Por humildad, mo-destia o prudencia, no entran. Según Lu-cas, no entran simplemente porque lamuchedumbre les impide acercarse.

«Estaba mucha gente sentada a su alre-dedor»

El odiado doctor está rodeado de unaaudiencia entusiasta que siente arder elcorazón con su palabra, «porque les en-señaba como quien tiene autoridad y nocomo los escribas», ha registrado Mar-cos (1, 22). Algún malévolo infiltradoentre la audiencia se complace en anun-ciar en voz alta a Jesús:

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«¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus her-manas están fuera y te buscan».

Es a Jesús a quien lo dice, pero indi-rectamente éstá diciendo a su auditorio:«Ved de qué familia viene vuestro doc-tor». Marcos registra más adelante, enel capítulo sexto que esta malévola ci-zaña ha prendido: «¿No es éste el car-pintero, el hijo de María, y no conoce-mos a toda su parentela?». Y se escan-dalizaban de él.

La humildad de María y de los parien-tes de Jesús es esgrimida para humillar-lo, para empequeñecerlo delante de suauditorio: ¡Qué candidato a Rey Mesías!¡Qué candidato a doctor y salvador! Heaquí la parentela del profeta. Es el mis-mo argumento que nos relata tambiénSan Juan:

«Pero los judíos murmuraban de él, por-que había dicho: “Yo soy el pan que ha baja-do del cielo”.

«Y decían: “¿No es éste Jesús, hijo de José,cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómopuede decir ahora: He bajado del Cielo?”»(6, 42).

Y registra además San Juan que mu-chos de sus discípulos se apartaron deél con aquella ocasión:

«Es duro este lenguaje, ¿quién puede es-cucharlo?» (Jn 6, 61).

«Y ni siquiera sus parientes creían en él»(Jn 7, 5).

«Y los judíos asombrados decían: “¿cómoentiende de letras sin haber estudiado?”»(Jn 7,15).

Marcos nos hace oír a los que hablande María, la madre de Jesús, desde suprofunda hostilidad al Hijo. Sus palabrassubrayan los humildes orígenes huma-nos de Jesús, que es tácita negación desu origen y calidad divina.

Así como habrá un ¡Ecce homo! queescarnece a Jesús en su pasión, hay aquíun adelanto del mismo, que envuelve aMaría en el mismo insulto de desprecio–Ecce mulier, ecce Mater eius (he aquía la mujer, vean quién es su madre)–.

4. El testimonio de JesúsA este lanzazo polémico, oculto en el

comedimiento de aquellos que le anun-cian la presencia de los suyos allí afue-ra, responde el contrapunto también po-lémico de Jesús:

–«¿Quién es mi madre y mis hermanos?».–«Y mirando en torno a los que estaban

sentados a su alrededor –Mateo precisa enel lugar paralelo que son sus discípulos–,dice: “Éstos son mi madre y mis hermanos”».

Frecuentemente Jesús habla en losevangelios de sus discípulos como de sushermanos, o de «estos hermanos míosmás pequeños», o simplemente de «lospequeños». Se trata de aquellos que oyena Jesús con fe aunque no lo entiendanperfectamente. Se trata de los que nose le oponen, sino que le siguen y le es-cuchan. Esta es la familia de Jesús, por-que es la familia del Padre, cuyo vínculofamiliar no es la sangre, sino la NuevaAlianza en la Sangre de Jesús, o sea, lafe en él.

Como explicita San Juan: «A los quecreen en su nombre les dio el poder dellegar a ser hijos de Dios» (Jn 1, 12).

Por eso termina Jesús con una expli-cación de por qué son esos sus auténti-cos familiares:

«Quien cumpla la voluntad de Dios, esees mi hermano, mi hermana y mi madre».

O en la versión de Lucas:«El que oye la palabra de Dios y la guar-

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da, ese es mi hermano y mi hermana y mimadre» (Lc 8, 21).

La misteriosa y quizás para muchosno muy evidente ecuación entre «cum-plir la voluntad de Dios» o «escucharsus Palabras y cumplirlas», y creer enJesucristo, nos la revela explícitamenteSan Juan en su primera carta:

«Guardamos sus mandamientos y hace-mos lo que le agrada. Y éste es su manda-miento y lo que le agrada: que creamos en elnombre de su Hijo Jesucristo y que nos ame-mos unos a otros, tal como nos lo mandó»(1Jn 3, 22-23).

Hacer la voluntad del Padre no esdoblegarse a un oscuro querer, sino com-placerse en hacer lo que a Dios le com-place; es regocijarse en el gozo de Dios.Y si nos pregunta en qué se deleita yregocija nuestro Dios, que como Ser om-nipotente puede parecer muy difícil decontentar, sabemos qué responder por-que ese Ser inaccesible nos ha reveladoqué es lo que le complace:

«Éste es mi Hijo, a quien amo y en quienme complazco: escuchadle…» (Mt 17, 1-8;Mc 9, 7; Lc 9, 35).

Nuestro Dios se revela como el Pa-dre que ama a su Hijo Jesucristo, y sedeleita en él, y no pide otra cosa de no-sotros sino que lo escuchemos llenos defe y lo sigamos como discípulos.

Entendemos quizás ahora por qué Lu-cas traduce el «cumplir la voluntad deDios», de que hablan Mateo y Marcos,con una frase equivalente: escuchar suPalabra, que es escuchar a su Hijo, yguardarla, que es seguirlo como discí-pulo.

Y similar identificación de la voluntadde Dios con la Palabra de Jesús nos ofre-ce un texto del evangelio de Juan:

«Mi doctrina no es mía, sino del que meha enviado, y el que quiera cumplir su vo-luntad verá si mi doctrina es de Dios o ha-blo yo por mi cuenta» (Jn 7, 16-17).

Parientes de Jesús son, pues, los quepor creer en él entran en la corriente delvínculo de complacencia que une al Pa-dre con el Hijo y al Hijo con el Padre.

Por eso, su respuesta a los que lo en-vuelven a él y a su madre en un mismorechazo y vilipendio es una seria adver-tencia. Equivale a distanciarse de ellosy negarles cualquier otra posibilidad deentrar en comunión con Dios que no seaa través de la fe en él.

Pero esta palabra de Jesús tiene dosfilos. Y el segundo filo es el de una ala-banza, el de una declaración de Alianzade parentesco –el único real y más fuer-te que el de sangre– entre el creyente yél. Y en la medida en que María mere-ció ser su Madre por haber creído eséste el más valioso testimonio que po-día ofrecernos Marcos acerca de Ma-ría. Jesús declara que la razón última yúnica por la cual María pudo llegar aser su Madre era la fe en él.

5. María, Madre de Jesús por la feMaría no estuvo unida a Jesús solo ni

primariamente por un vínculo de san-gre. Para que ese vínculo de sangre pu-diera llegar a tener lugar, tuvo que ha-ber previamente un vínculo que Jesúsestima como mucho más importante.

Pero todo esto Marco no lo explicita,ni el Señor ltampoco lo hace sin dudaen aquella ocasión. Es por otros cami-nos por donde hemos llegado a com-prender lo que hay implícito en el vela-do testimonio de Jesús que Marcos nosrelata. Que María creyó en Jesús antesde que Jesús fuera Jesús. Y que solo por-

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que el Verbo encontró en ella esa fe pudoencarnarse.

Es así como el silencio mariano de Mar-cos da paso a la elocuencia mariana deJesús mismo. Una elocuencia que llevala firma de la autenticidad en su mismoestilo enigmático, velado, parabólico, elestilo de Jesús en todas sus polémicas.Un lenguaje que es revelación para elcreyente y ocultamiento para el incrédu-lo.

Y quiero terminar –para confirmar lodicho– iluminando este primer retrato deMaría, según Marcos, con una luz quetomaré prestada del evangelio de Lucas,pero con la casi absoluta certeza de queno se debe sólo a su pluma, sino a lamisma antiquísima tradición preevan-gélica en que se apoya Marcos. Me com-place considerarlo como un incidenteocurrido en la misma ocasión que Mar-cos nos relata, como lo sugiere su en-garce en un contexto muy similar. Enmedio de las acusaciones de que estáendemoniado, y estando Jesús ocupadoen defenderse,

«alzó la voz una mujer del pueblo y dijo:“Dichoso el seno que te llevó y los pechosque te amamantaron”.

«Pero Él dijo: “dichosos más bien los queoyen la palabra de Dios y la guardan”» (Lc11, 27-28).

Creo que Lucas ha querido declarardirectamente, al insertar este episodio ensu evangelio, lo que no queda a su gustosuficientemente explícito en el relato deMarcos: que las palabras de Jesús, enrespuesta a los que le anunciaban la pre-sencia de los suyos, encerraban untestimonio acerca de María.

ConclusiónLa figura de María según Marcos es,

como nos muestra su comparación conlos pasajes paralelos de Mateo y Lucas,la figura más primitiva que podemos ras-trear a través de los escritos del NuevoTestamento. Es la imagen de la tradi-ción preevangélica y se remonta a Je-sús mismo.

Es una figura apenas esbozada, peroclara en sus rasgos esenciales. Rasgosque, como veremos, desarrollarán yexplicitarán los demás evangelistas, li-mitándose solo a mostrar lo que ya es-taba implícito en esta figura de María,madre ignorada de un Mesías ignorado.Madre vituperada del que es vitupera-do. Pero, para Jesús, bienaventurada porhaber creído en él. Madre por la fe másque por su sangre.

Y ya desde el principio, y según el tes-timonio mismo de Jesús, Madre del Me-sías, es presentada en clara relación deparentesco con los que creen en Jesús,como Madre de sus discípulos, es decir,de su Iglesia.

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María en San MateoEl origen del Mesías

1. De Marcos a MateoMarcos, cuya imagen de María ya he-

mos contemplado, escribió su evangeliopara la comunidad cristiana de Roma; ylo hizo atendiendo especialmente a ex-plicar un hecho del que sin duda pedíanexplicación los judíos de la diáspora ro-mana a los misioneros cristianos: ¿cómoes posible que, siendo Jesús el Hijo deDios y Mesías, no fuera reconocido, sinorechazado y condenado a muerte por losjefes de la nación palestina?

Todo el evangelio de Marcos mues-tra, por un lado, la revelación de Jesúscomo Mesías, como Cristo o como Un-gido –estos tres términos significanexactamente lo mismo–; y por otro lado,muestra el progresivo descreimiento demuchos, la incomprensión, incluso porparte de sus fieles, respecto del carác-ter sufriente de su mesianidad. La es-cueta presentación que Marcos nos hacede María –ya lo vimos– es un engranajeen esta perspectiva marcana. Muestrauna de las formas que asumió el rechazoy la oposición de los dirigentes pales-ti-nos hacia Jesús y cómo involucraron ensu campaña de difamación y hostigamien-to la condición humilde y el origen galileode su parentela.

Ante este ataque, Jesús responde –sinarredrarse– a quienes le pedían un sig-nogenealógico, confrontándolo con la ne-

cesidad de creer sin pedir signos, y dan-do un testimonio –velado para los in-cré-dulos, pero elocuente para quienes creíanen Él– a favor de su Madre y sus discí-pulos.

Mateo, de cuya imagen de María nosocuparemos ahora, no ignora la visiónde Marcos, sino que la retoma en elcuerpo de su evangelio (Mt 12, 46-50;13, 53-57), como también lo hará SanLucas en el suyo (Lc 8, 19-21; 4, 22).No hay necesidad de volver aquí sobreesos pasajes, que son copia casi textualde Marcos o de una fuente preexistentey en los que Mateo introduce sólo algúnligero retoque. Vamos a ocuparnos másbien de los que Mateo agrega a la figurade María como rasgos de su cosecha.Ellos son un desarrollo de lo que estabaimplícito en Marcos.

2. María, Virgen y esposa de JoséMateo enriquece la figura de María

respecto de la imagen de Marcos mani-festando dos rasgos de la Madre del Me-sías:1) María es Virgen.2) María es esposa de José, hijo de David.

Ambos rasgos los explicita Mateo nopor satisfacer curiosidades, sino por loque ellos significan en el marco de supresentación teológica del misterioso ori-gen del Mesías.

Que María es Virgen es un rasgomariano que está en íntima conexión conla filiación y origen divino del Mesías.Este nace de María sin mediación delhombre y por obra del Espíritu Santo,nos dice Mateo.

Que María sea esposa de José, hijode David, es un rasgo mariano que está

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a su vez en íntima conexión con la filia-ción davídica y el carácter humano delMesías.

Jesús, el Mesías, es, por tanto, Hijode Dios por el misterio de la virginidadde su Madre, e Hijo de David por el nomenos misterioso matrimonio con José,hijo de David.

3. El origen humano-divinodel Mesías, Hijo de David,hecho hijo de mujer

Es inmensa la galería de pintores cris-tianos que nos presenta a la Madre conel Niño. De esa larga galería, nos pare-ce Mateo el precursor y pionero. Y sinembargo, el texto más antiguo que po-seemos de Jesús y su Madre es muyprobablemente de San Pablo.

La concisa parquedad mariológica dePablo merece aquí, aunque sea lateral-mente y de paso, el homenaje de nues-tra atención. Hacia el año 51 de nuestraera, o sea unos veinte años antes de lafecha probable de composición del evan-gelio de Mateo, escribe Pablo a los Gála-tas:

«Pero al llegar la plenitud de los tiempos,envió Dios a su Hijo, hecho hijo de mujer,puesto bajo la ley para rescatar a los que sehallaban bajo la ley y para que recibiéramosla filiación adoptiva» (Gál 4, 4-5).

Y entre diez y doce años más tarde,entre el 61-63 de nuestra era, escribe elmismo Pablo desde su primera cautivi-dad a los fieles de Roma:

«Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol porvocación, escogido para el Evangelio de Dios,quien había ya prometido por medio de susprofetas en las Sagradas Escrituras a su Hijo,nacido del linaje de David según la carne,constituido Hijo de Dios con poder» (Rom1, 1-3).

Estos dos textos de Pablo nos mues-tran la presencia, en el estado más pri-mitivo de la tradición, de tres elementosesenciales que vamos a encontrar en lospasajes marianos de Mateo.

El primero consiste en que lo que sedice de Jesucristo se presenta como su-cedido según las Escrituras, como cum-pliendo las Escrituras, como la realiza-ción de lo predicho por los profetas, quehablaron en nombre de Dios e ilustra-dos por el Espíritu.

El segundo elemento es la doble fija-ción de Jesús, Hijo de Dios y al mismotiempo hijo de David. Pablo ve en Jesúsdos filiaciones: una filiación espiritual, porla cual es Hijo de Dios por obra del Es-píritu que nos permite clamar ¡Abba!,Padre; y una filiación según la carne, porla cual es hijo de David.

Y notemos –tercer elemento a teneren cuenta– que no especifica el cómode dicha descendencia davídica dicién-donos: «engendrado por José» o «naci-do de varón», sino diciéndonos: «hechohijo de mujer».

He aquí los elementos constitutivos deuno de los problemas al que va a res-ponder Mateo en su evangelio.

Es el mismo problema del origen delMesías que se trata en los textos de Mar-cos, que ya vimos. Pero no ya plantea-do en términos de objeción en boca delos enemigos, sino en términos de res-puesta a la objeción. Respuesta que seinspira, sin duda, en la que el mismo Je-sús había dado en los tiempos de su car-ne mortal y que los tres sinópticos nosnarran en sus evangelios (Mt 22, 41ss.y paralelos).

«Estando reunidos los fariseos le propusoJesús esta cuestión: “¿Qué pensáis acerca del

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Mesías? ¿De quién es Hijo?”«Dícenle: “De David”.«Replicó: “Pues ¿cómo David, movido por

el Espíritu le llama Señor, cuando dice: ̀ Dijo elSeñor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hastaque ponga a tus enemigos debajo de tus pies?´(Sal 110, 1). Si, pues David le llama Señor, cómopuede ser Hijo suyo?”.

«Nadie es capaz de contestarle nada; des-de ese día ninguno se atrevió a preguntarlemás».

Ya Jesús había alertado, por lo tanto,a sus oyentes contra el peligro de juz-garlo exclusivamente según la carne. Noes que rechazara el origen davídico delMesías, pero señalaba que ese origendavídico encerraba un misterio, y que elmisterio de la personalidad del Mesíasno se explicaba exclusivamente por suascendencia davídica, sino por una raízque lo hacía superior a su antepasadosegún la carne y que abría espacio, enel misterio de su origen, a la interven-ción divina, pues, «Señor» era título re-servado a Dios.

Y precisamente en esta filiación dobley compleja del Mesías, en la convergen-cia de estos dos títulos –Hijo de Dios ehijo de David–, es donde Mateo ve en-clavado el misterio de María.

4. La revelación dela virginidad de María

Al finalizar su genealogía de Jesús,Mateo nos dice: y Jacob engendró a José,el esposo de María, de la que nació Je-sús, llamado Cristo. La fórmula es yaintrigante. A lo largo de toda la genealo-gía con la que comienza su evangelio,Mateo ha hablado empleando el verboengendrar: Abraham engendró a Isaac,Isaac engendró a Jacob. Y cuando, con-tra lo usual en las genealogías hebreas,

nombra a una madre, dice: Judá engen-dró de Tamar a Fares; David engendróde la que fue mujer de Urías aSalomón… Jacob engendró a José, elesposo de María.

José es el último de los «engendra-dos». De Jesús ya no se dice que hayasido engendrado por José de María, sinoque José es el esposo de María de lacual nació Jesús.

Se abre, pues, para cualquier lector ju-dío avezado en el estilo genealógico, uninterrogante al que Mateo va a dar res-puesta versículos más abajo:

«El nacimiento de Jesucristo fue de estamanera: Su madre, María, estaba desposadacon José y, antes de empezar a convivir ellos,se encontró encinta por obra del EspírituSanto».

He aquí la revelación de la virginidadde María. Nos asombra la sobriedad, ca-si frialdad de Mateo al referirse a esteportento. No hay ningún énfasis, ningu-na consideración encomiosa ni apologé-tica, ninguna apreciación que exceda elmero anunciado del hecho. Mateo estámás preocupado por su significación teo-lógica que por su rareza, más preocupa-do por el problema de interpretación queplantea al justo José que el que puedeplantear a todas las generaciones huma-nas después de él.

¿Qué significa –teológicamente hablan-do– la maternidad virginal de María?

A Mateo no le interesa dar aquí argu-mentos que la hagan creíble o acepta-ble. Y no pensemos que sus contempo-ráneos fueran más crédulos que losnuestros ni más proclives a aceptar sinmás este misterio de la madre virgen.Hemos visto las dificultades que levan-taban contra un Jesús reputado hijo car-

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nal de José y María. Imaginemos las quepodían levantar contra alguien que sepresentara –o fuera presentado– con lapretensión de ser Hijo de Madre Virgen,de haber sido engendrado sin participa-ción de varón y por obra directa de Diosen el seno de su madre.

5. La genealogíaEntenderemos mejor por dónde va el

interés de Mateo en la concepción vir-ginal de Jesús y su adopción por Josétomando a María por esposa; nos expli-caremos mejor por qué Mateo engarzaesta gema en el contexto –tan poco elo-cuente para nosotros– de una genealo-gía, si nos detenemos un poco a consi-derar qué función cumplía este géneroliterario genealógico en el contexto vitaldel pueblo judío en tiempos de Jesús.

En tiempos de Jesús, la genealogía deuna persona y una familia tenía sumaimportancia jurídica e implicaba conse-cuencias en la vida social y religiosa. Noera, como hoy entre nosotros, un asuntode curiosidad histórica o de elegancia, ode mera satisfacción de la vanidad.

Una genealogía se custodiaba comoun título familiar. Posición social, origenracial y religioso dependían de ella.

Sólo formaban parte del verdadero Is-rael las familias que conservaban la pu-reza de origen del pueblo elegido talcomo lo había establecido, después delexilio, la reforma religiosa de Esdras.

Todas las dignidades, todos los pues-tos de confianza, los cargos públicos im-portantes, estaban reservados a los is-raelitas puros. La pureza había que de-mostrarla y el Sanedrín contaba con untribunal encargado de validar las genea-logías e investigar los orígenes de los as-

pirantes a los cargos.El principal de todos los privilegios que

reportaba una genealogía pura se situa-ba en el domino estrictamente religioso.Gracias a la pureza de origen, el israeli-ta participaba de los méritos de sus an-tepasados. En primer lugar, todo israeli-ta participaba en virtud de ser hijo deAbraham, de los méritos del Patriarca yde las promesas que Dios le hiciera aAbraham. Todos los israelitas –por ejem-plo– tenían derecho a ser oídos en suoración, protegidos en los peligros, asis-tidos en la guerra, perdonados de sus pe-cados, salvados de la Gehena y admiti-dos a participar del Reino de Dios. Lite-ralmente: el Reino de Dios se adquiríapor herencia. Jesús impugna enérgica-mente esta creencia:

«Dios puede suscitar de las piedras hijosde Abraham» (Lc 3, 8).

«Los publicanos y prostitutas los prece-derán en el Reino de los Cielos» (Mt 21, 31).

Porque, según Jesús, el título que daderecho al Reino no es la pureza genea-lógica de la raza ni la sangre, sino la fe(Jn 3, 3ss.; 8, 3ss.).

6. Hijo de DavidPero además, y en segundo lugar, la

pureza de una línea genealógica daba aldescendiente participación en los méri-tos particulares de sus antepasados pro-pios.

Un descendiente de David, por ejem-plo, participaba de los méritos de Davidy era especialmente acreedor a las pro-mesas divinas hechas a David.

Por eso, cuando Mateo comienza suevangelio ocupándose del origen genea-lógico del Mesías comienza por un pun-to candente para todo judío de su época:

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el origen davídico del Mesías.Según la convicción común y corrien-

te de los contemporáneos de Jesús, fun-dada con razón en la Escritura, el Me-sías sería un descendiente de David. Enla Palestina de los tiempos de Jesús ha-bía, además de los hijos de Leví, otrosgrupos familiares o clanes que llevabannombres de los ilustres antepasados delos que descendían. Existía un clan dedescendientes de David –uno de los cua-les era José–, que debía de ser muy nu-meroso no solo en Belén, ciudad de ori-gen de David, sino también en Jerusa-lén y en toda Palestina.

No es exagerado estimar el númerode los hijos de David, como cifra baja,en unos mil o dos mil. Ser hijo de Davidera, pues, llevar un apellido corriente queno necesariamente daba al portador de-masiado brillo ni gloria. Y si compara-mos el título Hijo de David con uno denuestros apellidos, equivaldría a la fre-cuencia de nuestros Pérez, González oRodríguez.

Los parientes cercanos de Jesús apa-recen en el evangelio como un grupo nu-meroso, y seguramente fue importanteen la comunidad primitiva de Jerusalén,quizás cerca de un centenar.

Entre los hijos de David había, sin duda,familias pobres y familias acomodadas.Habría, sin duda también, miembros dela aristocracia de Jerusalén. Y la preten-sión y lustre mesiánico de Jesús, su éxi-to y el fervor popular que despertaba supersona, habría levantado ronchas y en-vidias entre los hijos de David más aco-modados e ilustrados, puesto que ven-dría a frustrar las expectativas de elec-ción divina de más de alguna madredavídica orgullosa de sus hijos, dotadosde más títulos, relaciones y letras que el

pariente galileo.La afirmación de Mateo del origen

davídico merece toda fe. Que no sea unainvención tardía del Nuevo Testamentopara fundamentar el origen mesiánico deJesús, haciéndolo descendiente de Da-vid, nos lo muestra el testimonio unáni-me de todo el Nuevo Testamento y elde otras fuentes históricas. Eusebio re-gistra en su Historia Eclesiástica el tes-timonio de Hegesipo, que escribe haciael 180 de nuestra era, recogiendo unatradición palestina, según la cual los nie-tos de Judas, hermano del Señor, fuerondenunciados a Domiciano como descen-dientes de David y reconocieron en eltranscurso del interrogatorio dicho ori-gen davídico.

Igualmente Simón, primo del Señor ysucesor de Santiago en el gobierno de lacomunidad de Jerusalén, fue denuncia-do como hijo de David y de sangre me-siánica, y por eso crucificado. Julio elAfricano confirma que los parientes deJesús se gloriaban de su origen davídico,a todo lo cual se suma que ni los másencarnizados adversarios de Jesús po-nen en duda su origen davídico, lo quehubiera sido un poderoso argumentocontra él de haberlo podido alegar anteel pueblo.

Para Mateo, todo hubiera sido a pri-mera vista más sencillo si hubiera podi-do presentar a Jesús como engendradopor José, a semejanza de todos sus an-tepasados. En realidad, el origen virginalde Jesús le complica las cosas. No sólointroduce un elemento inverosímil en surelato, una verdadera piedra de escán-dalo para muchos, sino que complica laevidencia del origen davídico de Jesús altransponerlo del plano físico al de losvínculos legales de la adopción.

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¿Qué significado teológico encerrabael título Hijo de David –de suyo tan vul-gar– aplicado al Mesías? ¿Y cómo loentiende Mateo como título aplicable aJesús?

El evangelio de Mateo se abre con laspalabras: Libro de la Historia de Jesúsel Ungido, Hijo de David, Hijo de Abra-hám.

Mateo parte de los títulos mesiánicosmás comunes y recibidos para mostraren qué medida son falsos y en qué me-dida son verdaderos; para mostrar queno son ellos los que nos ilustran acercade la identidad del Mesías, sino que sonel Mesías –Jesús– y su vida los que nosenseñan su verdadero sentido.

Como Hijo de David, Jesús es porta-dor de las promesas hechas a David paraIsrael. Como Hijo de Abrahám, trae lapromesa a todos los pueblos. Como Hijode David es rey, pero un rey rechazadopor su pueblo y perseguido a muerte des-de su cuna, pues ya Herodes siente ame-nazado su poder por su mera existenciay ordena para matarlo la Degollación delos Inocentes. No son los sabios de supueblo, sino los de los paganos, venidosde Oriente, los que preguntan por el reyde los judíos y le traen presentes y rega-los. Como Hijo de David, también le co-rresponde nacer en Belén, pero su ori-gen es ignorado, pues luego es conocidocomo galileo nazareno.

El sentido que tiene este reconocimientoinicial de los dos títulos –Hijo de David,Hijo de Abrahám– lo explicita ya el finalde la genealogía: Hijo de María –porobra del Espíritu Santo–, esposa deJosé.

María y José, al culminar la lista ge-nealógica arrojan sobre ella una luz que

la transfigura. Esta genealogía misma en-cierra en su humildad carnal el testimo-nio perpetuo de la libre iniciativa divina,que ha de brillar deslumbrante al térmi-no de ella. Porque Abrahám es su co-mienzo absoluto, puesto por una elec-ción gratuita de Dios. Porque este hom-bre se perpetúa en una mujer estéril.Porque la primogenitura no la tieneIsmael, sino Isaac, y más tarde no esEsaú, sino Jacob, quien la hereda, con-tra lo que hubiera correspondido segúnla carne; y lo mismo pasa con Judá quehereda en lugar del primogénito, y conDavid, que es el menor de los herma-nos. En la larga lista se cobijan justos,pero también grandes pecadores.

A quienes se enorgullecían de la pure-za de su origen davídico, o pensaran elorigen davídico del Mesías en orgullo-sos términos de pureza racial, no podíadejarles de llamar la atención que Ma-teo introdujera en la genealogía, contralo habitual, el nombre de cuatro muje-res, todas ellas extranjeras y ajenas nosólo a la estirpe sino a la nación judía:

Tamar, cananea, que disfrazándose deprostituta arranca a su suegro la des-cendencia que correspondía a su mari-do muerto, según la ley del levirato, yque sus parientes le negaban. Rajab, otracananea, gracias a la cual los judíos pue-den entrar en Jericó en tiempos de Josué,y que, según las tradiciones rabínicas ex-tra bíblicas, fue madre de Booz, que asu vez, de Rut –extranjera también y,más aún, de la odiada región moabita–engendró a Obed, abuelo de David. Bat-Seba, por fin, la adúltera presumible-mente hitita como su marido Urías, ge-neral de David, a quien éste pecami-nosamente hace morir en combate paraarrebatarle a su mujer, la cual fue luego

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nada menos que madre de Salomón, hijode la promesa.

¿Dónde queda lugar para el orgullo ra-cial, para gloriarse en la pureza de la san-gre o en los méritos de los antepasados?No están escritas en el linaje del Me-sías, en cuanto provienen de David, ni laimpoluta pureza de la sangre ni la justi-cia sin mancha. Más bien, por el contra-rio, si el Mesías se debe a sus antepasa-dos, se debe también a los extranjeros ya los pecadores, y también los extranje-ros y pecadores tienen títulos de paren-tesco que alegar sobre el Mesías.

Mateo se complace en señalar así laverdadera lógica genealógica inscrita enla historia del linaje davídico del Mesíasy en contradecir con ella el orgullo car-nal y el culto al linaje.

Aquellas mujeres extranjeras, a lascuales se debió la perpetuación del lina-je de David, son prefiguración de Ma-ría: ajena también al linaje de David se-gún la carne, despreciable por los quese gloriaban en sus genealogías. María,aunque eternamente extranjera al linajede mujeres que conciben por obra devarón, es la madre del nuevo linaje dehombres que nace de Dios por la fe.

7. Hijo de David e Hijo de DiosMaría Virgen y María esposa de José

no son rasgos que se yuxtaponen, sinoque se articulan y dan lugar a una expli-cación teológica: iluminan cómo debeentenderse el título mesiánico Hijo deDavid. La pertenencia del Mesías al li-naje de David no se anuda a través deun vínculo de sangre, pues José, hijo deDavid, no tiene parte física en su con-cepción. La pertenencia del Mesías a lacasa de David se anuda a través de una

Alianza. Una alianza matrimonial, que nose explica tampoco por mera decisión oelección humana, sino por dos consenti-mientos de fe a la voluntad divina y que,por tanto, a la vez que alianza matrimo-nial entre dos criaturas, es alianza de feentre dos criaturas y Dios.

El Mesías no es Hijo de David por vo-luntad ni por obra de varón ni por ge-nealogía, sino que entra en la genealo-gía en virtud de un asentimiento de feque da José, hijo de David, a lo que se lerevela como operado por Dios en Ma-ría.

El Mesías no es Hijo de Dios por vo-luntad ni obra de varón, sino en virtudde un asentimiento de fe que da María ala obra del Espíritu en ella.

Para que el Mesías, Hijo de Dios eHijo de David, viniera al mundo y entra-ra en la descendencia davídica, se ne-cesitaron, pues, dos asentimientos de fe:el de María y el de José. Ambos fundanel verdadero Israel, la verdadera des-cendencia de Abraham, que nace, sepropaga y perpetúa no por los mediosde la generación humana, sino por la fe.

Mateo subraya que la filiación davídicade Jesús-Mesías no es signo genealógicoque pueda ser leído, rectamente com-prendido ni interpretado al margen de lafe. No es un signo que Dios haya dadoen el campo de la generación humana,accediendo a la carnalidad de los judíosque pedían signos para creer.

Parece más bien anti-signo, porque, enrealidad, el Mesías existió anterior e inde-pendientemente a su incorporación en ellinaje de David a través del matrimoniode su Madre con un varón de ese linaje.

Los hechos, que Mateo no elude, másbien contradicen los modos concretos de

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la expectación mesiánica judía.Mateo da muestras de un coraje y una

honestidad intelectual muy grandescuando acomete la tarea de exponer es-tos hechos –aunque increíbles– sin en-dulzarlos ni camuflarlos, en la confianzade que ellos manifiestan una coherenciatal con el Antiguo Testamento que nopodrán menos de mover a reconocerlos–si se perfora la costra superficial de suapariencia– como signos de credibilidad.

De ahí su recurso al Antiguo Testa-mento, en paralelo continuo con los he-chos, mostrando cómo no son las profe-cías las que condenan al Jesús Mesías,sino que es la vida real y concreta delJesús-Mesías la que arroja luz sobre elcontenido profético del Antiguo Testa-mento y la que amplía la extensión de susentido profético a regiones insospecha-das para los carriles vulgares de la teo-logía judía de su tiempo.

Tanto para justificar la traducción «hechohijo de mujer», en vez de «nacido de mujer»,como para comprender el sentido mesiánicode la alusión a la madre, véase el artículo deJosé M. Bover, SJ, Un texto de San Pablo(Gál 4, 45) interpretado por San Ireneo («Es-tudios Eclesiásticos» 17, 1943, pp. 145-181).De él hemos tomado la traducción del pasajede Gálatas.

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María en San LucasTestigo de Jesucristo

1. La intención de LucasLa obra del evangelista Lucas consta

de dos libros: el Evangelio y los Hechosde los Apóstoles. El primero nos relatala historia de Jesús, el segundo la histo-ria de los orígenes de la Iglesia. La in-tención del díptico es iluminar la expe-riencia que los fieles de origen paganoencontraban en la comunidad eclesial,explicándola a la luz de su origen histó-rico. ¿Cómo? Mostrando –en la expe-riencia actual del Espíritu Santo derra-mado en las primeras Comunidades– lacontinuidad de la acción del mismo Es-píritu que había obrado en la Iglesia delos Apóstoles, en la Vida y Obra de Je-sús y en su preparación previa en la his-toria pasada de Israel.

La inquietud de Lucas parte, pues,del presente; y para dar razón de él einterpretar su significado religioso, se re-monta al pasado. En cambio su obra es-crita, por pura razón del método, partedel pasado y, siguiendo un cierto ordencronológico de los hechos, llega al pre-sente. El prólogo de su evangelio nosmuestra que Lucas ha usado una técnicacomo la actual cinematográfica del rac-conto:

«Puesto que muchos han intentado na-rrar ordenadamente los hechos que han te-nido lugar entre nosotros, tal como nos los

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han transmitido los que presenciaron per-sonalmente desde el comienzo mismo y quefueron hechos servidores del Mensaje, tam-bién a mí, que he investigado todo diligen-temente desde sus comienzos, me parecióbien escribirlos ordenadamente para ti –ilus-tre Teófilo–, para que conocieras la certezade las informaciones que has recibido».

Lucas es plenamente consciente de sucondición de testigo secundario y tar-dío. No es apóstol ni testigo presencialde los orígenes del milagro cristiano. Seha incorporado a la Iglesia, y ha sido den-tro de ella una figura relativamente os-cura y de segundo rango. Pero no esjudío; y se ha aproximado a esta nueva«secta», nacida del judaísmo, desde sucultura y mentalidad griega, como hijoilustrado de ella, amante de claridades ycertezas, de orden y de examen críticode hechos y testigos.

En su prólogo distingue claramente:1º– Los testigos presenciales (autop-

tai: los que vieron por sí mismos) y des-de los comienzos (ap’arjés) y que con-vertidos en servidores de ese mensaje,lo transmitieron (paredosan). Ellos sonla fuente de la tradición.

2º– Otros que se dieron a la tarea (epe-jéiresan: pusieron la mano, escribieron)de repetir por escrito, en el mismo or-den que la tradición oral, las narracio-nes de los testigos –¿Marcos, por ejem-plo?–. Ellos son los que fijaron por es-crito esas antiguas tradiciones.

3º– El, Lucas, que adopta un ordenpropio. Orden que, fundado en una in-vestigación diligente de los hechos, tienepor fin hacer resaltar en ellos su cohe-rencia interior y, por lo tanto, su credibi-lidad.

Desde su relación catequístico-apolo-gética con Teófilo –personaje real o per-

sonificación de los paganos instruidos quecomo Lucas se habían acercado a enterar-se de la fe cristiana–, Lucas emprende suobra, que es a la vez historia de la fe yteología de la historia. Y como buen his-toriador griego, se funda en testigos pre-senciales y fidedignos.

Su escrúpulo se refleja, entre otras co-sas, en que sitúa los acontecimientos querelata en relación con ciertas coordena-das o hitos de la historia.

Teófilo ha recibido información o ins-trucción en una de aquellas comunida-des contemporáneas, suyas y de Lucas,en la que ha visto las obras del Espíritu.Lucas parte de allí hacia atrás, explicán-dolo todo desde el comienzo como obradel Espíritu Santo. Esta centralidad delEspíritu Santo en la obra de Lucas sedesprende del prólogo de los Hechos delos Apóstoles, segundo tomo de su obra:

«En mi primer libro, oh Teófilo, hablé de loque Jesús hizo y enseñó desde el principio,hasta el día en que, después de haber ense-ñado a los Apóstoles que El había elegidopor obra del Espíritu Santo, fue llevado alcielo».

El Espíritu Santo ha presidido e inspira-do la elección de los Apóstoles y es el vín-culo divino entre Jesús y la Misión eclesialque comienza.

Lucas, que escribe a gentiles o cris-tianos provenientes de la gentilidad, nopuede contentarse con el recurso al An-tiguo Testamento y a la prueba del cum-plimiento de las Escrituras. Para su pú-blico es necesario integrar estos elemen-tos en un nuevo marco significativo.Lucas debe atender a la solidez y cer-teza, y estas deben demostrarse a par-tir de hechos actuales, visibles en la Igle-sia. Desde estos hechos puede ya re-montarse al pasado bíblico, que no ofre-

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ce para su público pagano interés por símismo.

Cuando Lucas nos narra la infancia deJesús, trata la materia más lejana al pre-sente, toca la parte más remota de suhistoria. Lucas podía haberlo omitidocomo Marcos y Juan. Era materia espe-cialmente espinosa para explicar a gen-tiles. Mateo en cambio, podía mostrarmás fácilmente a su público, judío, cómoa través de los hechos de la infancia deJesús se cumplían las Escrituras. Peropara el público de Lucas, el argumentode Escritura adquiría fuerza si se pre-sentaba integrado en el testimonio de untestigo, dirigido históricamente y clara-mente vinculado a la explicación del pre-sente eclesial.

2. María como testigoY ese testigo de la infancia de Jesús

es María. A Lucas debemos una seriede rasgos de María, un enriquecimientode detalles de su figura, que provieneprecisamente de un interés por ella comotestigo privilegiado no solo de la vida deJesús, sino también del significado teo-lógico de esa vida.

Si todo el evangelio de Lucas se fun-da en un testimonio de testigos ocularesy si Lucas se atreve hablar de la infan-cia de Jesús es porque cuenta con el tes-timonio de María acerca de ella. Lucasevoca por dos veces en su narración dela infancia los recuerdos de María: «Ma-ría por su parte, guardaba todas estascosas y las meditaba en su corazón» (2,19); «Su Madre conservaba cuidadosa-mente todas las cosas en su corazón»(2, 51). Estas fórmulas recuerdan lamanera como San Juan invoca su pro-pio testimonio en su evangelio y los tér-minos análogos usados por el mismo

Lucas cuando parece referirse al testi-monio de vecinos y parientes:

«Invadió el temor a todos sus vecinos –viendo lo sucedido a Zacarías– y en toda lamontaña de Judea se comentaban todas es-tas cosas; todos los que las oían las guarda-ban en su corazón» (1,66).

«Oyeron sus vecinos y parientes que elSeñor le había hecho gran misericordia»(1,58).

«Se volvieron glorificando a Dios por todolo que habían visto y oído» (2, 20).

Algunos de estos testimonios, que di-fícilmente ha podido recoger Lucas di-rectamente de los testigos presenciales,deben haberle llegado a través de Ma-ría o de familiares de Jesús que –comosabemos– integraban la comunidad pri-mitiva y guardarían tradiciones familia-res, de las cuales, sin embargo, la fuen-te última debió de ser María.

3. Cualidades de María como testigoLucas pone especial cuidado en cua-

lificarla como testigo: María es una per-sona llena de gracia de Dios, como lodice el Ángel. Instruida en las Escritu-ras, como se desprende del lenguaje bí-blico del Magníficat; como lo presuponela profunda reflexión bíblica sobre los he-chos, que se entreteje de manera inse-parable con su narración; y como se ex-plica también por el parentesco levíticode María, relacionada con Isabel, su pri-ma, descendiente del linaje sacerdotal deAarón y esposa del sacerdote Zacarías.

Nos detenemos a subrayar esto, por-que hay quienes con cierta facilidad seinclinan a atribuir los relatos de la infan-cia de Jesús a la imaginación de losevangelistas, como si estos los hubieraninventado libremente, inspirándose en losrelatos que el Antiguo Testamento suele

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hacer de la infancia de los grandes hom-bres de Dios, como Moisés o Samuel.

Es innegable que estos relatos de la in-fancia de Jesús son como un tapiz, teji-do con hilos de reminiscencias vetero-testamentarias. Pero ¿con qué otro hilopodía tejer su meditación sobre los he-chos María, una doncella judía, empa-rentada con levitas y sacerdotes, piado-sa y llena de Dios, asistente asidua yatenta de las lecturas y explicaciones dela sinagoga? ¿Y quién puede distinguircuando abre el cofre de sus recuerdosmás queridos, entre lo que un historia-dor frío podría llamar hechos, crónica, yla carga de evocación, interpretaciónpersonal y resonancias afectivas en queenvolvemos, como entre terciopelos, lasjoyas de nuestra memoria?

Lucas sabe que no puede pedir de Ma-ría, su testigo, un testimonio redactadoen el género de un parte de comisaría.Ni tampoco le interesa. Porque en la me-ditación con la que María comprendiólos acontecimientos y los recuerda en larumiación midráshica de que los hizoobjeto, hay algo que Lucas aprecia másque la crónica de un archivo. Hay la re-velación, hecha a una criatura de fe pri-vilegiada, del sentido de los aconteci-mientos de la infancia de Jesús a la luzde la Escritura, y hay una iluminaciónde oscuros pasajes de la Escritura a laluz de los misterios de la vida del Salva-dor.

Y en ese recíproco iluminarse de loshechos presentes por los pasados, y delos pasados por los presentes, no hay unmétodo inventado por María, sino un pro-cedimiento muy bíblico que revela, sinnecesidad de firmas en la tela, al verda-dero autor: el Espíritu Santo. El que –co-mo Lucas gusta subrayar– obra en la

Iglesia, obró en la vida de María y serevela como el conductor de toda la his-toria de salvación, no sólo hasta Abra-ham –según Mateo–, sino hasta Adánmismo, como Lucas la traza en su ge-nealogía de Jesús. Es el Espíritu Santoquien, a través de María, está dando tes-timonio de Jesús y quien comenzó porella su tarea de enseñar a los creyentesen Jesucristo todas las cosas.

Por eso, María no podía faltar y nofalta en la obra de Lucas, no sólo en elmomento de la infancia de Jesús, comola voz del niño que todavía no es capazde hablar, sino tampoco en la infanciade la Iglesia, cuando los Apóstoles des-pués de la Ascensión, encerrados toda-vía en sus casas por temor a los judíosperseveran en la oración –como nosnarra Lucas al comienzo de los Hechosde los Apóstoles– junto con la Madre deJesús, sin atreverse todavía a hablar;Apóstoles infantes hasta la mayoría deedad del Espíritu.

Por eso María desaparece discreta-mente y cede humilde la palabra a suHijo cuando éste –a los doce años, ensu Bar-Mitzvá, en el Templo de Jerusa-lén– se convierte en un adulto maestrode la sabiduría de su Pueblo y se hacecapaz de dar testimonio válido de sí mis-mo y del Padre.

Por eso desaparece también Maríamuy pronto de los Hechos de los Após-toles, apenas éstos, llenos del EspírituSanto en el día de Pentecostés, se con-vierten en maestros de la Nueva Leydel Espíritu, en servidores de la Palabra,revestidos con fuerza y poder de lo alto,en válidos testigos de la Pasión y Resu-rrección o sea, de la identidad mesiánicay divina de Jesús.

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María ocupa, pues, un puesto muy hu-milde como testigo, y cede ese puestoprovisional apenas otros asumen su mi-sión, pero no deja de ser imprescindible.Su testimonio permanece como eterna-mente válido e irreemplazable para aquélperíodo de la concepción e infancia delSeñor que ella presenció y en cuyasmodestas y oscuras prominencias supoleer con fe, ilustrada por Dios y antesque nadie, el cumplimiento de las profe-cías.

El contenido del testimonio de Maríaen los relatos de la infancia según Lu-cas está polarizado en la persona de Je-sús, protagonista de todo el evangelio,alrededor del cual se mueven muchasfiguras: Zacarías, Isabel, Juan el Bautis-ta, parientes y vecinos, pastores de Be-lén, Simeón y Ana la profetisa, doctoresdel templo, María y José.

4. La plenitud de los tiemposLucas, discípulo de Pablo, refleja en

su obra una idea muy paulina. Idea queya hemos visto en aquél pasaje de la car-ta a los Gálatas que citábamos hablandode Mateo: «Pero al llegar la plenitudde los tiempos envió Dios a su Hijo,hecho hijo de mujer» (Gál 4,4). La ple-nitud de los tiempos ha llegado, y ellacomienza y consiste en la vida de Cris-to, pues en Él está el centro de la histo-ria de la salvación.

El oculto período de la infancia del Se-ñor es el filo crítico en que comienza esaplenitud y termina lo antiguo. Juan el Bau-tista es el último personaje del AntiguoOrden. Jesús es el primero del Nuevo.De ahí que Lucas coloque en paralelosus milagrosas concepciones, el anun-cio angélico a sus padres de sus nom-bres simbólicos, reveladores de sus res-

pectivas identidades y misiones, sus in-fancias y su crecimiento. De este dípticode textos resalta una cierta semejanzapero también la radical diferencia deambas figuras: Juan-precursor y Jesús-Mesías. Juan, último profeta del Anti-guo Orden y Jesús, Hijo de Dios.

Lucas se complace en leer ya desdela infancia, más aún, desde antes del na-cimiento del Bautista, su destino de he-raldo del Mesías. El niño Juan salta degozo en el seno de su madre. Y ésta sellena del Espíritu Santo. Es el mismoEspíritu a cuya intervención se debe lamilagrosa inauguración de la plenitud delos tiempos en el seno de María. El Es-píritu que asegura la continuidad de unamisma obra divina a través de la discon-tinuidad de los tiempos, de uno que seextingue y de otro que se inaugura.

5. Una nube de testigosAlrededor de la cuna de Jesús, Lucas,

único evangelista que nos narra su naci-miento, agrupa a sus testigos. Todos ha-blan de él:

Zacarías da testimonio incluso con sumudez. Es el testimonio negativo de lamudez de la Antigua Ley –de la cual essacerdote– para explicar lo que sucede.Dios no necesita de su testimonio ni desu palabra para llevar adelante su obra.A pesar del enmudecimiento de la Anti-gua Ley, de la Antigua Liturgia, del Anti-guo Templo, de los cuales Zacarías esministro, Dios suscita un testigo y pre-cursor: Juan Bautista. Y cuando éste –mudo todavía también él– en el seno desu madre se estremece de gozo y co-munica a la estéril anciana convertidamilagrosamente en madre fecunda paraconcebir al último fruto del Antiguo Is-rael, el testimonio acerca del que viene:

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«¿Quién soy yo para que me visite lamadre de mi Señor?» (1.43).

Isabel presta su voz, no está sola comotestigo del Señor que viene. Y esto de-bemos tenerlo en cuenta cuando consi-deramos la figura de María según SanLucas. En la tela de Lucas, María no sedibuja aislada, solitaria figura de un re-trato, sino en un grupo. Y es por con-traste y por reflejo, por reflejado airefamiliar y por contrastante genio propio,como resaltan sus rasgos. Por un ladoZacarías e Isabel. Por otro José y Ma-ría. Allí es el padre el destinatario delmensaje angélico, aquí María, la madre.Aquél pregunta sin fe y es reducido alsilencio. Ésta pregunta llena de fe y sele da la voz para un asentimiento tras-cendente.

En este grupo de testigos que Lucasnos pinta, sólo José está mudo. Al mis-mo Zacarías le es devuelta al fin su vozpara que imponga al niño su nombre –según mandato del Ángel– y para ento-nar el Benedictus, testimonio del origendavídico de Jesús y de la misión precur-sora de Juan. También Isabel, Simeón yAna se llenan del Espíritu Santo y dantestimonio acerca del Niño. Y es tam-bién por reflejo y por contraste con to-das estas voces como Lucas presentael contenido del cántico de María, elMagnificat, una ventana no sólo haciael alma del personaje, sino hacia el pai-saje interior, hacia el corazón que medi-taba todas estas cosas guardándolas ce-losamente.

Las miradas del grupo de testigos con-vergen en Jesús, pero la luz que iluminasus rostros viene del Niño. Y así con laluz de su divinidad de la que ellos noshablan, vemos iluminados sus rostros yentre ellos el gozoso de María.

Es lo que muchos pintores han expre-sado con verdad plástica en sus telas,haciendo del Niño la fuente de luz queilumina a los personajes del nacimiento.Lucas es su precursor literario.

6. Midrásh PésherPero Lucas recoge y usa también una

técnica que podríamos llamar impre-sionista. Su estilo literario, sobre todoen estos relatos de la infancia, está cua-jado de referencias implícitas al AntiguoTestamento, de alusiones que son –cadauna– evocación y sugerencia de un mun-do de antiguos textos, convocados ellostambién como testigos. ¿No había invo-cado acaso Jesús en su vida terrena, eltestimonio de las Escrituras: «Escudri-ñad las Escrituras, ya que creéis teneren ella vida eterna; ellas son las que dantestimonio de mí»? (Jn 5,39).

Esa investigación mediadora de la Es-critura no la inventa Lucas. Era un que-hacer de la sabiduría de Israel; y al quelo practica, lo declara el salmo primerobienaventurado. Obedece a ciertas nor-mas y tenía su nombre: Midrash (bús-queda) Este derivado del verbo darash(buscar, investigar) denomina el esfuer-zo de meditación y de penetración cre-yente del texto sagrado, para encontrarsu explicación profunda y su aplicaciónpráctica. Ese estudio puede estar dirigi-do a buscar en el texto bíblico inspira-ción de la conducta (y entonces se llamaHalakháh: derivado de halakh caminar),o es meditación del sentido salvador deun acontecimiento narrado en la Escri-tura. Sentido oculto que el texto le mani-fiesta al que lo medita e investiga, co-municándole el sentido divino de la his-toria. Y entonces se llama Hagga-dáh:narración, relato, anuncio de hechos.

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Pero nunca crónica, sino interpretacióncreyente de la historia.

Una de las formas de Midrash ha-ggadáh es lo que tanto en la SagradaEscritura como en la literatura rabíni-cay sobre todo qunrámica es conocido conel nombre de Pésher (plural: pesha-rim). El Pésher es la interpretación dehechos a la luz de los textos bíblicos yviceversa: la interpretación de textos bí-blicos a la luz de hechos. Como se havisto en el apéndice al capítulo dedicadoa Marcos, el Pésher no es libre fabula-ción mitológica, sino reflexión seria so-bre la Escritura y presupone la realidadhistórica de los hechos que se interpre-tan a su luz, y cuya luz se proyecta so-bre las Sagradas Escrituras.

Midrash se le dice a menudo a la re-flexión que tiene por objeto responder aun problema o a una situación nueva sur-gida en el curso de la historia del pueblode Dios, incorporar a la Revelación undato nuevo, prolongando con audacia lasvirtualidades de la Escritura.

Pero trasponiendo los límites del estu-dio, el midrash invade en Israel la vidacotidiana, se hace estilo proverbial quecolorea la conversación, no sólo la cul-ta, sino también la popular y la domésti-ca. Hay una santificadora contaminaciónde los temas profanos por lo que el is-raelita oye en la sinagoga sábado a sá-bado. Toma y acomoda expresiones deltexto a las situaciones de su vida, y hacede la Escritura vehículo y medio de sucomunicación.

Crea un estilo alusivo, metafórico, in-directo, estilo de familia ininteligible parael no iniciado en la Escritura.

En este estilo de arcanas alusiones ha-bla Gabriel a María, parafraseando el tex-

to de un oráculo profético de Sofonías3, 14-17:

Alégrate,Hija de Sión,Yahvé es el rey de Israelen ti.No temas, Jerusalén;Yahvé tu Diosestá dentro de ti,valiente salvador,rey de Israel en ti.

El texto de San Lucas dice (1, 28ss):Alégrate, María,objeto del favor de Dios.El Señor [está]contigo.No temas, María.Concebirás en tu senoy darás a luz un hijoy le llamarás:Yahvé Salva.El reinará.

Uno de los procedimientos corrientesdel Midrash consiste en describir unacontecimiento actual o futuro a la luzde uno pasado, retomando los mismostérminos para señalar sus corresponden-cias y compararlos. Es el procedimientoque usa el libro de la Consolación (Deu-teroisaías), que para hablar de la vueltadel Exilio usa los términos de la libera-ción de Egipto (Éxodo). Dios se aprestaa repetir la hazaña liberadora de su pue-blo.

El uso que en la Anunciación haceGabriel de los términos de Sofonías im-plica una doble identificación: María seidentifica con la Hija de Sión, Jesús conYahvé, Rey y Salvador.

7. María: Hija de SiónLa Hija de Sión (Bat Sión) es una

expresión que aparece por primera vez

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en el profeta Miqueas (1, 13; 4, 10ss.).Decir «Hija» era una manera corrienteen la antigüedad de referirse a la pobla-ción de una ciudad. Hija de Sión desig-naba también el barrio nuevo de Jerusa-lén al norte de la ciudad de David, don-de, después del desastre de Samaría yantes de la caída de Jerusalén se habíarefugiado la población del norte: el Res-to de Israel.

¿Qué significa su identificación conMaría?

La Hija de Sión, como expresión teo-lógica, significa en la Escritura el Is-rael ideal y fiel, el pueblo de Dios en loque tiene de más genuino y puro, y pue-de encontrar su expresión ocasional engrupos determinados, pero permaneceabierta al futuro y también a una perso-na. El Midrash es capaz, así, de refle-jar sutilmente los misterios para los cua-les está abierto, con particular habilidad.A lo largo de la historia teológica de laexpresión Hija de Sión, ha habido unproceso desde la parte hacia el todo, queahora el Angel reinvierte, volviendo deltodo a una parte, a una persona, a Ma-ría. El barrio de Jerusalén pasó a cobijarbajo su nombre a la ciudad entera y alpueblo entero como portadores de unapromesa de salvación. Ahora es unapersona, María, la que se revela comola Hija de Sión por excelencia y el puntodiminuto del cosmos en que esa magní-fica promesa se hace realidad.

8. María y el Arca de la AlianzaNo nos detenemos a mostrar –intere-

sados como estamos principalmente enla figura de María– cómo la segundaparte del mensaje de Gabriel, la refe-rente a Jesús, glosa también, aludiéndoloal texto capital de la promesa hecha a

David (2 Sam 7); ni nos detenemos enlas demás alusiones a otros textos bíbli-cos que encierra el breve –o abrevia-do– mensaje del Angel. Pero sí es rela-tivo a María el paralelo entre Exodo 40,35 y lo que el Angel le anuncia sobre elmodo misterioso de su concepción. Esteparalelo nos permite invocar a Maríapiadosa y místicamente en la letaníamariana como Foederis Arca (Arca dela Alianza) con toda verosimilitud, por-que también sobre ella se posa la som-bra de la Nube de Dios, donde Él estápresente actuando a favor de su Pue-blo.

La Nubecubrió con su sombrael tabernáculo.Y la gloria de Yahvécolmó la morada.

El poder del Altísimote cubrirá con su sombra.Por eso lo que naceráde ti será llamado Santo,Hijo de Dios.

La concepción virginal de María sedescribe aquí mediante la Epifanía deDios en el Arca de la Alianza. La Nubede Dios aparece sobre ambas y sus con-secuencias son análogas. El Arca es col-mada de la Gloria; María es colmada dela presencia de un ser que merece elnombre de Santo y de Hijo de Dios.

Pero la acción del Espíritu Santo quese manifiesta como Nube alumbradorano se limita a reposar sobre María. Estamanifestación está señalando hacia de-lante en la obra de Lucas: hacia la esce-na del Bautismo, hacia la Transfigura-ción, textos en los que la voz del cielo datestimonio de su Santidad y de su Filia-ción divina: «Éste es mi Hijo amado, enquien me complazco. Escuchadlo».

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Imposible también detenernos aquí adesentrañar las alusiones midráshicascontenidas en la salutación de Santa Isa-bel a María, ni el mosaico antológico –también midráshico– de que consta elMagníficat, verdadero testimonio deMaría acerca de sí misma.

9. El signo del Espíritu es el gozoQuiero solo retener –para terminar–

un aspecto de la imagen de María, se-gún Lucas, que transfigura el rostro desu testigo privilegiada. Gabriel la invitaal gozo y la alegría, y en el MagníficatMaría exulta. Detengámonos a mirarese rostro de María que se alegra y seenciende de gozo. Veámosla prorrumpiren un cántico. No nos detengamos enlas palabras, que pueden desviarnos odistraernos hacia una curiosa arqueolo-gía bíblica. Contemplemos su gozo enlas facciones que Lucas nos dibuja.

Es el principal testimonio que Lucasse detiene a registrar. Porque en esaprimigenia alegría ve la fuente del gozoque invade a las comunidades cristianascuando cantan su fe en el Señor. Dicho-sos también ellos por haber creído.

El único pasaje evangélico que nos re-gistra un estremecimiento de gozo en elSeñor es aquél en que Cristo se gozaporque el Padre lo ha revelado a sus cre-yentes. El episodio se conserva en Ma-teo y en Lucas. Pero mientras Mateo selimita sobriamente a decir que Jesús tomóla palabra, Lucas nos precisa que enaquél momento se llenó de gozo Jesúsen el Espíritu Santo y dijo:

«Yo te bendigo, Señor del cielo y de latierra, porque has ocultado estas cosas alos sabios y prudentes y se las has reveladoa los pequeños. Sí, Padre, porque te has com-placido en esto. Todo me ha sido entregado

por mi Padre y nadie conoce quién es elHijo sino el Padre; y quién es el Padre sinoel Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quierarevelar». (Lc 10, 21-22; Mt 11, 25-27).

«Y volviendo a los discípulos, les dijoaparte: “¡Dichosos los ojos que ven lo queveis. Porque os digo que muchos profetasy reyes quisieron ver lo que vosotros veis,pero no lo vieron; y oír lo que vosotros oís,pero no lo oyeron!”» (Lc 10, 23-24; Mt13, 16-17).

Si alguien siente la alegría de creer, sise regocija y exulta por la pura y gozosaalegría de su vivir creyente, sepa que ésaes una voz angélica en su interior, y queestá oyendo el lenguaje de los ángeles.Sepa que ésa es la sombra protectora delEspíritu sobre él y dentro de él. Es lanube del Espíritu y la presencia divinaen su interior. Es el esplendor de la ma-nifestación de la Gloria y la manifesta-ción gloriosa del Espíritu en la Iglesia.La que llamó la atención del ilustreTeófilo. La que Lucas quiere explicarle,remontándose a su origen en María, enJesús, en los discípulos.

Y si alguien no siente en sí esa ale-gría, mire el rostro iluminado de gozode María creyente y oiga la exultaciónde su Magníficat; y deje que esa alegríale inspire y le contagie.

Ella es para Lucas la garantía de soli-dez de las cosas que Teófilo ha escu-chado.

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María en San JuanEl Eco de la voz

Dos hechos enigmáticos

1. Un primer hecho:Juan evita llamarla «María»

Un primer hecho que nos llama laatención al leer el evangelio de San Juanen busca de lo que nos dice de María,es que este evangelista ha evitado lla-marla por el nombre de María. Juannunca nombra a la Madre de Jesús poreste nombre, y es el único de los cuatroevangelistas que evita sistemáticamenteel hacerlo. Marcos trae el nombre deMaría una sola vez. Mateo cinco veces.Lucas trece veces: doce en su evange-lio y una en los Hechos de los Apósto-les. Juan nunca.

Y decidimos que Juan evitó intencio-nadamente el nombrarla con el nombrede María, porque hay indicios de queno se trata de omisión casual, sino pre-meditada, querida y planeada.

Juan no ignora, por ejemplo, el oscuronombre de José, que cita cuando repro-duce aquella frase de la incredulidad quecomentábamos a propósito de Marcosy que recogen de una manera u otra tam-bién Mateo y Lucas: «Y decían: ¿no esacaso éste Jesús, hijo de José, cuyo pa-dre y madre conocemos? ¿Cómo puededecir ahora: “he bajado del cielo”»?. (Jn6, 42).

En segundo lugar, Juan conoce y nosnombra frecuentemente en su evange-lio a otras mujeres llamadas «María»:María la de Cleofás, María Magdalena,María de Betania, hermana de Lázaro yMarta. Son personajes secundarios delevangelio y, sin embargo Juan no evitallamarlas por su nombre propio. Estohace también con otros personajes, cuyonombre podía aparentemente haberomitido, sin quitar nada a su evangelio,como Nicodemo y José de Arimatea. Sinos ha conservado estos nombres de fi-guras menos importantes: ¿Por qué noha nombrado por el suyo a la Madre deJesús? Si la razón fuera –como pudieraalguien suponer– la de no repetir lo quenos dicen ya los otros evangelistas, tam-poco se habría preocupado por darnoslos nombres de José y de las numerosasMarías de las que también aquéllos noshan conservado la noticia onomástica.

En tercer lugar, si había un discípuloque podía y debía conocer a la Madrede Jesús, ése era Juan, el discípulo aquien Jesús amaba y que por última vo-luntad de un Jesús agonizante la tomócomo Madre propia y la recibió en sucasa:

«Junto a la cruz de Jesús estaban su Ma-dre, la hermana de su Madre, María, mujerde Cleofás, y María Magdalena. Jesús, vien-do a su Madre y junto a ella al discípulo aquien amaba, dice a su Madre: “Mujer, ahítienes a tu Hijo”. Luego dice al discípulo:“Ahí tienes a tu Madre”. Y desde aquella horael discípulo la acogió en su casa» (Jn 19, 25-27)

Pues bien, es este discípulo, que detodos ellos es quien en modo alguno pue-de ignorar el verdadero nombre de laMadre de Jesús el que, evitando consig-narlo por escrito en su evangelio, alude

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siempre a ella como la Madre de Jesúso, más brevemente su Madre. Y es pre-cisamente este discípulo, el que entre to-dos podía haber tenido mayores títulospara referirse a la Madre de Jesús como«mi Madre», quien insiste en reservarle–con una exclusividad que ya convierteen nombre propio lo que es un epíteto–el título «Madre de Jesús».

Juan no ignoraba el nombre de Maríay, si de hecho lo omite es con algunadeliberada intención. Una intención queno es fácil detectar a primera vista, peroque vale la pena esforzarse por com-prender.

Una hipótesisY una primera hipótesis explicativa po-

dría ser la siguiente. Quizás San Juanevita usar el nombre de María comonombre propio de la Madre de Jesúsporque le parece un nombre demasiadocomún para poder aplicárselo como pro-pio. Si el nombre propio es para noso-tros el que distingue a una persona, aun individuo de todos los demás; sí –ade-más– para la mentalidad israelita el nom-bre revela la esencia de una persona yenuncia su misión en la historia salvífica,entonces Juan tenía razón: María no esun nombre suficientemente propio comopara designar de manera adecuada o in-confundible a la Madre de Jesús. Es unnombre demasiado común para ser pro-pio suyo. Marías hay muchas en losevangelios y sin duda eran muchísimasen el pueblo y en el tiempo de Jesús,como lo son aún hoy entre nosotros. SiJuan buscaba un nombre único, un títuloque le señalara la unicidad irrepetible deldestino de aquella mujer, eligió bien:Madre de Jesús fue ella y sólo ella, entodos los siglos.

En esta hipótesis, por lo tanto, Juan, alevitar llamarla María, y al decirle siem-pre la Madre de Jesús, su Madre, le-jos de silenciar el nombre propio de aque-lla mujer, nos estaría revelando su nom-bre verdadero, el que mejor expresa surazón de ser y su existir. Pero tratemosde ir más lejos y más hondo en las posi-bles intenciones de San Juan.

2. Otro hecho: Diálogos distantesAnalicemos un segundo hecho que lla-

ma la atención al estudiar la imagen deMaría tal como se desprende de los dosúnicos pasajes de este evangelio en queella aparece: las bodas de Caná y la Cru-cifixión.

Como sabemos, Juan, al igual que Mar-cos, no nos ofrece relatos de la infanciade Jesús. Podemos además desechar lareferencia –que hacen sus opositores–a su padre y a su madre, y que Juan, aligual que los sinópticos nos ha conser-vado (Jn 6, 42). Ya vimos, al tratar deMarcos, qué figura de María revela esteenfoque de la tradición preevangélica.Y por eso no volvemos a insistir aquí enese aspecto, que no es propio de Juan.

El material estrictamente joánico acer-ca de la Madre de Jesús –desgraciada-mente para nuestra piadosa curiosidad,pero afortunadamente para quien, comonosotros, ha de considerarlo en un bre-ve lapso– se reduce a esas dos escenas,que juntas no pasan de catorce versículos:las bodas de Caná (Jn 2, 1-11) y la Cru-cifixión (Jn 19, 25-27). Si no fuera porel evangelio de Juan, no sabríamos queJesús había asistido con su Madre y consus discípulos a aquellas bodas en Canáde Galilea. Ni sabríamos tampoco que laMadre de Jesús siguió de cerca su Pa-sión y fue de los muy pocos que se ha-

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30 La Virgen María en los Evangelios

llaron al pie de la Cruz.Y he aquí –ahora– el segundo hecho

sobre el que quisiera llamar la atención.Entre todos los pasajes evangélicos acer-ca de María, son poquísimos los que nosconservan algo que se parezca a un diá-logo entre Jesús y su Madre. Para serexactos son tres: estos dos del evange-lio de Juan y la escena que nos narraLucas del niño perdido y hallado en elTemplo, cuando, en ocasión del acongo-jado reproche de la Madre: «Hijo, ¿porqué nos has hecho esto? Mira que tupadre y yo angustiados te andábamosbuscando» (Lc 2, 48), responde Jesúscon aquellas enigmáticas palabras queabren en Lucas el repertorio de los di-chos de Jesús: «Y ¿por qué me busca-bais? ¿No sabíais que yo tenía que estar[aquí] en las cosas de mi Padre?» (Lc2, 49).

Quien lea los diálogos joánicos habien-do recogido previamente en Lucas estaprimera impresión no podrá menos quedesconcertarse más. En la escena de lasbodas de Caná Jesús responde a su Ma-dre que le expone la falta de vino: «Mu-jer, ¿qué hay entre tú y yo? [o, comotraducen otros para suavizar esta fraseimpactante: ¿qué nos va a ti y a mí?],todavía no ha llegado mi hora». Y en laescena de la crucifixión: «Mujer, he ahía tu hijo».

Notemos, pues, que en los tres diálo-gos que se nos conservan, Jesús pareceponer una austera distancia entre él ysu Madre. Son precisamente estos pa-sajes –que, por presentar a Jesús yMaría en un tú a tú, podrían haberse pres-tado para reflejar la ternura y el afectoque sin lugar a dudas unió a estos dosseres sobre la tierra– los que nos propo-nen, por el contrario, una imagen, al pa-

recer, adusta, de esa relación, capaz deescandalizar la sensibilidad de nuestroscontemporáneos: 1) Mujer: ¿Qué hayentre tú y yo?; 2) Mujer: He ahí a tuhijo.

Juan parece haber retomado y subra-yado lo que Lucas nos adelantaba en suescena. La Madre de Jesús sólo apare-ce en su evangelio en estos dos pasajesdialogales, y Jesús parece en ellos dis-tanciarse de su Madre: 1) con una pre-gunta que pone en cuestión su relación;2) interpelándola con la genérica y has-ta fría palabra Mujer; 3) remitiéndola aotro como a su hijo.

La impresión –decíamos– es descon-certante. Y agrega un segundo hecho,que pide ser explicado, al ya enigmáticosilenciamiento del nombre de la Madrede Jesús.

ExplicacionesTratemos de dar explicación a estos

dos hechos enigmáticos.

1. «Haced todo lo que Él os diga»El evangelio de San Juan subraya la

revelación de Dios en Jesucristo comola revelación del Padre de Jesús. Dioses el Padre de Jesús. Juan es el evan-gelista que nos muestra mejor la intimi-dad de Jesús con su Padre; la corrientede mutuo amor y complacencia que losune; cómo Jesús vive y se desvive porhacer lo que agrada a su Padre, cómo sealimenta de la complacencia paterna,siendo ésta su verdadera vida: «El Pa-dre me ama, porque doy mi vida pararecobrarla de nuevo. Nadie me la arre-bata; yo la doy voluntariamente. Tengopoder para darla y recobrarla, y esa esla orden –la voluntad– que he recibidode mi Padre»(Jn 10, 17-18). «El Padre

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31Horacio Bojorge, S. J.

y yo somos uno» (Jn 10, 30). «Felipe: elque me ha visto a mí ha visto al Padre»(Jn 14, 9).

Es en paralelo, y por analogía con esos–en San Juan ubicuos– mi Padre, el Pa-dre de Jesús, como creo debemos com-prender la insistencia de Juan en refe-rirse a María sola y exclusivamente co-mo su Madre, la Madre de Jesús.

Así como Dios es para Jesús el Pa-dre, omnipresente en su vida y en suslabios –mi Padre, el Padre que me en-vió, voy al Padre, mi Padre y vuestroPadre, el Padre que me ama, la casa demi Padre–, así también y para señalaruna mística analogía, para subrayar unaparalela realidad espiritual, Juan llama aaquella que es como un eco de la divinafigura paterna –no sólo a través de unamaternidad física, sino principalmente através de una comunión en el mismoEspíritu Santo– la Madre de Jesús.

Y una de las principales finalidades dela escena de Caná nos parece que es –en la intención de Juan–la de mostrarhasta qué punto la Madre de Jesús estáidentificada en su espíritu con el Espíri-tu del Padre de Jesús.

En la escena de Caná, en efecto, pa-recería que Juan se complace en subra-yar la coincidencia del velado testimo-nio que de Jesús da María ante los hom-bres, con el testimonio que de Jesús dasu Padre: «Haced todo cuanto os diga»,dice la Madre. «Escuchadle», dice el Pa-dre; que es lo mismo que decir: «obe-decedle». Sabemos, en efecto, por el tes-timonio de los sinópticos, que en los dosmomentos decisivos del Bautismo y dela Transfiguración se abren los cielossobre Jesús y desciende una voz –la vozde Dios– que proclama, con pequeñasvariantes según cada evangelista: «Este

es mi Hijo amado, en quien me com-plazco».

En el Bautismo, la finalidad de estavoz –que se revela como la del Padre–es credencial de la identidad mesiánicay de la filiación divina de Jesús, y suenacomo solemne decreto de entronizaciónpública en su misión de Hijo y en su des-tino de Mesías. En la Transfiguración,la finalidad de esta voz es dar confirma-ción y garantía de autenticidad mesiánicaa la vía dolorosa que Jesús anuncia –con ternaria solemnidad– a sus discípu-los. Y la voz celestial completa su men-saje con un segundo miembro de la fra-se: Escuchadle.

San Juan, a diferencia de los sinópticos,no nos relata la escena del Bautismo.Tampoco hace referencia a la voz ce-lestial que –según los sinópticos– se dejóoír en el Bautismo. Ha puesto en su lu-gar no sólo más profuso y explícito tes-timonio del Bautista, sino también –nosparece– la voz de María: «Haced todolo que os diga», que equivale al «escu-chadle» de la voz divina en la Transfigu-ración, pero adelantada aquí al comien-zo del ministerio de Jesús.

Antes de la escena de Caná, Jesús noha nombrado ni una sola vez a su Padre,lo hará por primera vez en la escena dela purificación del templo, que sigue in-mediatamente a la de Caná. Es a travésde su Madre como le llega a Jesús ya enCaná, como a través de un eco fide-lísimo, la voz de su Padre. No, como enlos sinópticos, a través de una voz delcielo ni como más adelante, en el mismoevangelio de Juan con un estruendo –que los circundantes, a quienes va des-tinado, se dividen en atribuir a trueno oa la voz de un ángel-, sino como unasencilla frase de mujer cuyo carácter pro-

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fético solo Jesús pudo entender, ocultocomo estaba bajo el más modesto ropa-je del lenguaje doméstico.

Y prueba de que Jesús reconoció enlas palabras de la Madre un eco de lavoz de su Padre es que, habiendo alega-do que aún no había llegado su hora,cambia súbitamente tras las palabras:«Haced cuanto os diga», y realiza el mi-lagro de cambiar el agua en vino.

No fue mera deferencia o cortesía, nimucho menos debilidad para rechazaruna petición inoportuna. Fue reconoci-miento, en la voz de la Madre, del ecoclarísimo de la voluntad del Padre. Obe-deciendo a esa voz, Jesús «realizó esteprimer signo y manifestó su gloria, y susdiscípulos creyeron en él». Y San Juanse preocupa, en otros pasajes del Evan-gelio, de subrayar el escrúpulo de Jesúsen no hacer sino lo que el Padre le orde-na, en mostrar sólo lo que el Padre lemuestra y en guardar celosamente loque el Padre le da.

Sí, pues, María es por un lado «Hijade Sión», en cuanto encarna lo más san-to del Pueblo de Dios, es también Hijade la Voz, que así se dice en hebreo loque nosotros decimos Eco. Eco de laVoz de Dios = Bat Qol, Hija de la Voz.

2. Entre Caná y el CalvarioLa importancia que la figura de la Ma-

dre de Jesús tiene en el evangelio segúnSan Juan no la podemos inferir de laabundancia de referencias a ella, pues,como hemos visto, son pocas. La he-mos de deducir de la sugestiva coloca-ción, dentro del plan total del evangelio,de las dos únicas y breves escenas enque ella aparece: Caná y el Calvario. Yno sólo –por supuesto– de su lugar ma-terial, sino también de su contenido re-

velador.Caná y el Calvario constituyen una

gran inclusión mariana en el evangeliode San Juan. Encierran toda la vida pú-blica de Jesús como entre paréntesis.Son como un entrecomillado mariano dela misión de Jesús. Abarcan como conun gran abrazo materno –discretísimopero a la vez revelador de una plena com-prensión y compenetración entre Madree Hijo– toda la vida pública de Jesúsdesde su inauguración en Caná hasta laconsumación en el Calvario.

La María de San Juan no es sólo –como en Marcos– la Madre solidaria consu Hijo ante el desprecio. No es tampo-co –como en Mateo y en Lucas– unaestrella fugaz que ilumina el origen os-curo del Mesías o la noche de una infan-cia perdida en el olvido de los hombres.

La Madre de Jesús es para San Juantestigo y actor principal en la vida mis-ma de Jesús. Su presencia al comienzoy al fin, en el exordio y el desenlace escomo la súbita, fugaz, pero iluminadorairrupción de un relámpago comparableal también doble inesperado trueno dela voz del Padre en el Bautismo y laTransfiguración.

3. El diálogo en CanáLa Madre de Jesús tal como nos la pre-

senta Juan, sabe y entiende. Es para Je-sús un interlocutor válido e inteligenteque, como iniciado en el misterio de lahora de Jesús, se entiende con él en unlenguaje de veladas alusiones a un ar-cano común.

Quien oye desde fuera este lenguaje,puede impresionarse por las apariencias.Aparente banalidad de la intervención dela Madre: No tienen vino. Aparente dis-

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tancia y frialdad descortés del Hijo: Mu-jer, ¿qué hay entre tú y yo? Aún no hallegado mi hora.

Con ocasión de una fiesta de alianzamatrimonial, Madre e Hijo tocan en suconversación el tema de la Alianza. LaAntigua y la Nueva. Vino viejo y vinonuevo. Vino ordinario y vino excelenteque Dios ha guardado para servir al fi-nal. Antigua Alianza es agua de purifi-cación ritual, que sale de la piedra de laincredulidad y sólo lava lo exterior. Nue-va Alianza que brota inexplicablementepor la fuerza de la palabra de Cristo,como buen vino, como sangre brotandode su interior por su costado abierto yque alegra desde lo interior.

La observación de la Madre –no tie-nen vino– encierra una discreta alusiónmidráshica a la alegría de la AlianzaMesiánica, aún por venir, y de la cual elvino es símbolo de la Escritura.

Sabemos por San Lucas que no sóloJesús sino también María, habla y en-tiende aquel estilo midráshico, que en-treteje Escritura y vida cotidiana. En elevangelio de San Juan, Jesús aparececomo Maestro en este estilo, que estri-ba en realidades materiales y las haceproverbio cargado de sentido divino: ha-blaba del Templo… de su Cuerpo; comoel viento… es todo lo que nace del Espí-ritu; el que beba de esta agua volverá atener sed… pero el que beba del aguaque yo le daré…; mi carne es verdaderacomida…

Y si la observación de María hay queentenderla como el núcleo de un diálogomás amplio, que San Juan abrevia y re-produce sólo en su esencia, también laarcana respuesta de Jesús hemos de in-terpretarla no como la de alguien que en-seña al ignorante, sino como la de quien

responde a una pregunta inteligente.La frase de Jesús «Mujer, ¿qué hay

entre tú y yo? Aún no ha llegado mihora», antes que negar una relación conMaría es una adelantada referencia aque, una vez llegada la hora de Jesús,se creará entre Él y su Madre el víncu-lo perfecto, último y definitivo ante elcual, palidecen los ya fuertes que lo unencon su Madre en la carne y el Espíritu.Un vínculo tan fuerte que, como vere-mos, se podrá decir que la hora de Je-sús es a la vez la hora de María, la horade un alumbramiento escatológico, en laque el Crucificado le muestra en Juan alhijo de sus dolores, primogénito de laIglesia.

Y si la Madre pregunta indirectamen-te acerca de la alegría simbolizada porel vino –no hay fiesta si no hay vino,dice el refrán judío–, Jesús alude a unaalegría que viene en el dolor de su hora,de su Pasión, alegría que Jesús anun-ciará oportunamente a su Madre, desdela Cruz, como la dolorosa alegría delalumbramiento.

4. La escena en el CalvarioY con esto hemos iniciado nuestra res-

puesta al segundo hecho sorprendente:el de la frialdad y distancia que pareceinterponer Jesús en sus diálogos con suMadre. Acabamos de insinuar el sentidode la segunda escena mariana en el evan-gelio de Juan: la del Calvario. Tomémoslaen consideración con más detenimiento:

«Junto a la cruz de Jesús estaban su Ma-dre, la hermana de su Madre, María, mujerde Cleofás, y María Magdalena. Jesús, vien-do a su Madre y junto a ella al discípulo aquien amaba, dice a su Madre: “Mujer, ahítienes a tu Hijo”. Luego dice al discípulo:“Ahí tienes a tu Madre”. Y desde aquella

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hora el discípulo la acogió en su casa» (Jn19, 25-27).

Nos parece que podemos partir parainterpretar el sentido de este pasaje, delas palabras «desde aquella hora». Juanama las frases aparentemente comunes,pero cargadas de sentido. Y ésta es unade ellas. Porque aquella hora es nadamenos que la hora de Jesús; de la cualél dijo:

«ha llegado la hora…, ¿y qué voy a decir?¿Padre, líbrame de esta hora? Pero, ¡si paraesto he llegado a esta hora! ¡Padre, glorificatu nombre!» (Jn 12, 23-27).

Para San Juan la hora de alguien esel tiempo en que este cumple la obrapara la cual está particularmente desti-nado. La hora de los judíos incréduloses el tiempo en que Dios les permite per-petrar el crimen en la persona de Cristoo de sus discípulos:

«Incluso llegará la hora en que todo el queos mate piense que da culto a Dios. Y loharán. Porque no han conocido ni al Padreni a mí. Os lo he dicho para que cuando lle-gue la hora os acordéis…» (16, 3-4).

Y esta expresión la hora, posiblemen-te se remonta a Jesús mismo, fuera delos numerosos pasajes de San Juan, tam-bién Lucas, nos guarda un dicho del Se-ñor que habla de su Pasión como de lahora:

«Pero ésta es vuestra hora y el poder delas tinieblas» (Lc 22, 53).

La hora de Jesús es aquél momentoen que se realiza definitivamente la obrapara la cual fue enviado el Padre a estemundo. Es la hora de su victoria sobreSatanás, sobre el pecado y la muerte:«Ahora es el juicio de este mundo, aho-ra el Príncipe de este mundo será derri-bado; cuando yo sea levantado de la tie-

rra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 31-32).Por ser la hora de la Pasión una hora

dolorosa pero victoriosa a la vez, estápara San Juan íntimamente unida a lagloria, a la gloriosa victoria de Jesús. Yesa gloria se manifiesta por primera vezen Caná. Es la misma con la que el Pa-dre glorificará a su Hijo en la cruz. YMaría es testigo de esta gloria en am-bas escenas.

Esa coexistencia de sufrimiento y glo-ria que hay en la hora se expresa parti-cularmente en una imagen que Jesús usaen la Ultima Cena y que compara suhora con la de la mujer que va a sermadre:

«La mujer, cuando da a luz, está triste por-que ha llegado su hora, la del alumbramien-to, pero cuando le ha nacido el niño ya no seacuerda del aprieto, por el gozo de que hanacido un hombre en el mundo» (Jn 16, 21).

Me parece que esta imagen no acudiócasualmente a la cabeza de Jesús enaquella víspera de su Pasión. Creo másbien que es como una explicación ade-lantada de la escena que meditamos. Yque, a la luz de esta explicación Juanhabrá podido comprender la profundidaddel gesto y de las últimas palabras deJesús agonizantes a él y a María.

¿Habrán recordado Jesús, Juan, Ma-ría, el oráculo profético de Jeremías oalgún otro semejante?:

«Y entonces oí una voz como de partu-rienta, gritos como de primeriza. Era la vozde la Hija de Sión, que gimiendo extendíasus manos: “Ay, pobre de mí, que mi almadesfallece a manos de asesinos”» (Jer 4, 31).

Al pie de la cruz, la Hija de Sión gimey siente desfallecer su alma a causa delos asesinos de su Hijo. Y Jesús, que lave afligida, comparable a una parturien-

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ta primeriza en sus dolores; Jesús, queadvierte el gemido de su corazón; alu-diendo quizás en forma velada a algúnoráculo profético como el de Jeremías,la consuela con el mayor consuelo quese puede dar a la que acaba de alum-brar un hijo: mostrándoselo. «He ahí atu hijo», le dice mostrándole al discí-pulo, el primogénito eclesial del nuevopueblo de Dios que Jesús adquiere consu sangre. Juan, el bienaventurado queha permanecido en las puertas de la Sa-biduría en aquella hora de las tinieblas:

«Bienaventurado el hombre que me escu-cha, y que vela continuamente a las puertasde mi casa, y está en observación en losumbrales de ella» (Prov 8,34).

Juan, el primogénito de la Iglesia, per-manece junto a los postes de la puertade la Sabiduría, marcada con la sangredel Cordero, para ser salvo del paso delAngel exterminador.

Jesús revela que su hora es tambiénla hora de su Madre. Lejos de distan-ciarse de ella o de renegar de su mater-nidad, la consuela como un buen hijo asu Madre, pero también como sólo pue-de consolar el Hijo de Dios: mostrándo-le la parte que le cabe en su obra. Mos-trándole en aquella hora de dolores, a suprimer hijo alumbrado entre ellos.

He aquí indicada la dirección en quenos parece que se ha de buscar la expli-cación de ese Mujer con que Jesús ha-bla a su Madre en el evangelio de Juan.Tanto en Caná como en el Calvario, Je-sús ve en ella algo más que la mujer quele ha dado su cuerpo mortal y a la queestá unido por razones afectivas indivi-duales, ocasionales.

Para Jesús, María es la Mujer que elApocalipsis describe, con términos oní-ricos, en dolores de parto, perseguida por

el dragón, huyendo al desierto con suprimogénito. Es la parturienta primerizade Jeremías, dando a luz entre asesinos.Jesús no ve a su Madre –como nosotrosa las nuestras– en una piadosa pero ex-clusiva y estrecha óptica privatista, sinoen la perspectiva de la hora, fijada deantemano por el Padre, en que recibiríay daría gloria. Esa gloria que es una co-rriente que va y viene y, como dice Je-sús, está en los que creen en él: Yo hesido glorificado en ellos (Jn 17, 9-10),los que tú me has dado y son tuyos,porque todo lo mío es tuyo. El Padreglorifica a su Hijo en los discípulos lla-mados a ser uno con él, como él y elPadre son uno. Y María, Madre del quees uno con el Padre es también Madrede los que por la fe son uno con el Hijo.

Por eso, al señalar a Juan desde la cruz,Jesús se señala a sí mismo ante María,la remite a sí mismo, no tal como lo vecrucificado en su Hora, sino tal como lodebe ver glorificado en los suyos, en losque el Padre le ha dado como gloria quele pertenece. Y la remite a ella misma:no según su apariencia de Madre des-pojada de su único Hijo, humillada Ma-dre del malhechor ajusticiado, sino se-gún su verdad: primeriza de su Hijo ver-dadero, nacido en la estatura corporati-va –inicial, es verdad, pero ya perfecta–de Hijo de Hombre.

Se comprende así lo bien fundada enla Sagrada Escritura que está la contem-plación eclesial de la figura de Maríacomo nueva Eva, esposa del Mesías yMadre de una humanidad nueva de Hi-jos de Dios. En efecto, en la tradiciónde la Iglesia se ha interpretado que en elapelativo Mujer está la revelación degrandes misterios acerca de la identidadde María. Por un lado, se ha reconocido

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en ella a la Nueva Eva que nace del cos-tado del Nuevo Adán, abierto en la cruzpor la lanza del soldado. Como nuevaEva ella celebra a los pies de la cruz unmisterioso desposorio con el NuevoAdán, que la hace Esposa del Mesíasen las Bodas del Cordero. Allí por fin,Jesús la hace y proclama Madre, partu-rienta por los mismos dolores de la re-dención que fundan su título de corre-dentora. Madre de una nueva humani-dad, de la cual Juan será el primogénitoy el representante de todos los creyen-tes.

7

ConclusiónSu Madre, nuestra Madre

Y henos aquí, llegados al término deestas meditaciones sobre la figura deMaría a través de los cuatro evangelis-tas. Es cierto que todo ellos nos hablande María con la intención última de de-cir lo que desean acerca de Jesús. Susdiscursos acerca de Cristo encuentran enella luz y apoyo. Pero ninguno pudo pres-cindir de ella para hablar de Jesús y pre-sentárnoslo como Evangelio, que es de-cir: como anuncio de salvación.

María no es el Evangelio. No hay nin-gún evangelio de María. Pero sin María

tampoco hay Evangelio. Y ella no faltaen ninguno de los cuatro.

Ella no sólo es necesaria para envol-ver a Jesús en pañales y lavarlos... Nosólo es necesaria para sostener los pri-meros pasos vacilantes de su niño sobrenuestra tierra de hombres. Su misión nosólo es contemporanea a la del Jesús te-rreno, sino que va más allá de su muerteen la Cruz: acompaña su resurrección yel surgimiento de su Iglesia.

Vestida de sol, coronada de estrellas,de pie sobre la luna, María, como su Hijo,permanece. Y aunque el mundo y los as-tros se desgasten como un vestido viejo,para confusión de los que en estas cosaspusieron su seguridad y vanagloria, Ma-ría permanecerá, como la Palabra deDios de la que es Eco.

María, Madre de Jesús, pertenece alacervo de los bienes comunes a Jesús ya sus discípulos. Su Padre es nuestro Pa-dre. Su hora, nuestra hora. Su gloria,nuestra gloria. Su Madre, nuestra Ma-dre.

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37Horacio Bojorge, S. J.

Obras consultadas

* Obras citadas** Obras consultadas

1. Monografías marianasALDAMA DE, José A.: María en la

Patrística de los siglos I y II, Madrid,BAC (300), 1970 (*).

GALOT, Jean: María en el Evange-lio, Madrid, Apostolado de la Prensa,1960 (**).

MANZANERA, Miguel: María Co-rredentora en la Historia de la Salva-ción, Ed. de la Arquidiócesis de Co-chabamba, Cochabamba 1998, 66 págs.(*).

MORI, Elios G.: Figlia di Sion e Servadi Yavé, Bologna, Ed. Dehoniane, 1969(*).

MULLER, Alois: Puesto de María ysu cooperación en el AcontecimientoCristo, en: Mysterium Salutis, Vol. III,T. II, pp. 405-528, Madrid, Ed. Cris-tiandad, 1971 (*).

VERGÉS, Salvador: María en el Mis-terio de Cristo, Salamanca, Ed. sígue-me, 1972 (Col. Lux Mundi 31) (*).

2. Evangelios

A) Sobre los cuatro evangeliosCABA, José: De los Evangelios al Je-

sús Histórico, Madrid, BAC (316), 1971(**).

SCHNACKENBURG, Rudolf: Cris-tología del Nuevo Testamento,en: Mys-terium Salutis, Vol. III, T. I, pp. 245-416, Madrid, Ed. Cristiandad, 1971 (*).

VAWTER, Bruce: Introducción a loscuatro evangelios, Ed. Sal Terrae, 1969(Col. Palabra Inspirada 9) (**).

B) SinópticosTROADEC, HENRY: Comentario a

los Evangelios Sinópticos, Madrid, Ed.Fax, 1972 (col. Actualidad Bíblica 17)(**).

C) MarcosMANSON, T.W.: Jesus the Messiah,

London, Hodder & Stoughton, 19431-1961 (*).

MANSON, T.W.: The Sayings of Je-sus, London, SCM Press, 19491-1969(*).

D) El Midrash PésherBROWNLEE, H., «Biblical Inter-

pretation Among the Sectaries of theDead Sea Scrolls», en: Biblical Ar-chaeologist, 1951, Nº 3, p. 54-76 (**).

CARMIGNAC, J., COTHENET, E.,LIGNÉE, H. Les Textes de Qumran,Traduits et Annotés; ver Tomo 2, pp.46ss, Introducción de Carmignac sobre elgénero Pesher, que remite a la bibliografíasobre el tema. Según Carmignac los mejo-res estudios sobre el Pésher (**).

DIEZ-MACHO, Alejandro: «Derásh yexégesis del Nuevo Testamento», enSefarad 35 (1975) 1-2, págs. 37-89 (**).

DIEZ-MACHO, Alejandro: La Histo-ricidad de los Evangelios de la Infan-cia. –San José, Padre de Cristo –El en-torno de Jesús, Ediciones Fe Católica,

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38 La Virgen María en los Evangelios

Madrid 1977 (**).HORGAN, M.P., Pesharim: Qumran

Interpretations of Biblical Books, (TheCatholic Biblical Quarterly MonographSeries 8), The Catholic Biblical Asso-ciation of America, Washington 1979(**).

RABINOWITZ, I., «“Pesher/Pitta-ron”. Its Biblical Meaning and its Signifi-cance in the Qumran Literature», en Re-vue de Qumran 8 (1973) 219-32 (**).

E) MateoBOVER, José M.: «Un texto de San

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DANIEL-ROPS: La vida cotidianaen Palestina en tiempos de Jesús, Bue-nos Aires, Hachette 1961 (Col. NuevaClio) (**).

DIEZ-MACHO, Alejandro: La Histo-ricidad de los Evangelios de la Infan-cia. –San José Padre de Cristo –Elentorno de Jesús, Ediciones Fe Católi-ca, Madrid 1977 (**).

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GUTZWILLER, Richard: Jesus derMessias. Chistus im Matthäus-Evan-gelium, Einsiedeln-Köln-Zürich, Ben-ziger Verlag, 1949 (**).

JEREMIAS, Joachim: Jérusalem auTemps de Jésus, Paris, Du Cerf, 1967(*).

F) LucasBORREMANS, John: «L’ Esprit Saint

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BURROWS, Eric: The Gospel of theInfancy, London, Burns & Oates &Washbourne, 1940 (Coll. The BellarmineSeries 6) (*).

LAURENTIN, René: Structure etThéologie de Luc I-II, Paris, Gabalda,1964 (Col. Études Bibliques) (*).

LAURENTIN, René: Marie en Luc2, 48-50, Paris, Gabalda, 1966 (Col.Études Bibliques) (*).

(Sobre los relatos de la infancia en Lucas,véanse también las obras sobre Midrash-Pésher en el apartado D)

G) JuanBRAUN, F. M.: Jean le Théologien,

Vol. III: Sa Théologie, T. I: Le Mystèrede Jésus-Christ, Paris, Gabalda, 1966(Col. Études Bibliques) (*).

DE LA POTTERIE, Ignace: «DasWort Jesu “Siehe deine Mutter’ und dieAnnahme der Mutter durch den Jünger(Joh 19,27b)» en: Neues Testament undKirche (Festschrift f. Rudolf Schna-ckenburg) Freiburg-Basel-Wien, Herder1974, pp. 191-219.

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LEROY, Herbert: Rätsel und Miss-verständniss, Tübingen, Diss. Doctoral,Ed. del Autor, 1967 (*).

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39Horacio Bojorge, S. J.

Índice

1.– María en el Nuevo Testamento, 1.

2.– El género literario «Evangelio», 3.1.–Cómo hay que interpretar la Sagrada

Escritura. –El Principio o Ley del texto. –Principio o Ley del contexto. 2.–¿A quégénero literario pertenece el evangelio deSan Marcos? 3.–Historia interpretada. 3.1–El valor histórico del Evangelio. 3.2–In-terpretación profética de los hechos. 4.–Elgénero literario llamado Pésher.

3.– María en San Marcos. La imagenmás antigua, 6.

1.–Dos textos: Mc 3,31-55; 6,1-3. 2.–El contexto del evangelio. 3.–La oposiciónal Mesías. 4.–El testimonio de Jesús. 5.–María, Madre de Jesús por la fe. –Con-clusión.

4.– María en San Mateo. El origen delMesías, 12.

1.–De Marcos a Mateo. 2.–María, Vir-gen y esposa de José. 3.–El origen huma-no-divino del Mesías, Hijo de David, he-cho hijo de mujer. 4.–La revelación de lavirginidad de María. 5.–La genealogía. 6.–Hijo de David.7.–Hijo de David e Hijo deDios.

5.– María en San Lucas. Testigo de Je-sucristo, 19.

1.–La intención de Lucas. 2.–Maríacomo testigo. 3.–Cualidades de Maríacomo testigo. 4.–La plenitud de los tiem-pos. 5.–Una nube de testigos. 6.–MidráshPésher. 7.–María: Hija de Sión. 8.–Maríay el Arca de la Alianza. 9.–El signo delEspíritu es el gozo.

6.– María en San Juan. El Eco de lavoz, 28.

Dos hechos enigmáticos. 1.–Un primerhecho: Juan evita llamarla «María». –Unahipótesis. 2.–Otro hecho: Diálogos distan-tes. Explicaciones. 1.–«Haced todo lo queÉl os diga». 2.–Entre Caná y el Calvario.3.–El diálogo en Caná. 4.–La escena en elCalvario.

7.– Conclusión. Su Madre, nuestraMadre, 36.

Obras consultadas, 37.

Índice, 38.