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TEMA XVII EL IMPERIO Y EL PAPADO. FRANCIA E INGLATERRA. SIGLOS XI-XII LA PUGNA DE LOS PODERES UNIVERSALES. ENRIQUE IV Y GREGORIO VII. EL DICTUS PAPAE. FIN DE LA QUERELLA DE LAS INVESTIDURAS: EL CONCORDATO DE WORMS (1122) La reforma del pontificado para conseguir la primacía sobre la disciplina de la Iglesia latina, junto con su principal consecuencia (la recuperación de la libertad en las elecciones del episcopado), fue sólo uno de los aspectos de las transformaciones religiosas, a lo que habrá que añadir reformas de orden social y político, renacimiento intelectual y progreso económico. Hay que situar en primer lugar el ansia de lograr una mejora de la vida eclesiástica de las primeras reformas benedictinas del siglo X, que se difunde sobre todo durante el XI, y también la actitud de los emperadores, que libran al papado de la presión de la aristocracia romana y le ayudan a potenciar su primado universal y a manejar correctamente la jerarquía dentro de la Iglesia. Baste el ejemplo de cómo Silvestre II, instalado en Roma por Otón III, estableció las jerarquías episcopales polaca y húngara. En la primera mitad del siglo XI todavía las elecciones papales estaban controladas en buena medida por la casa de los barones de Túsculum, pero desde 1046 el emperador Enrique III acaba con el poder de los romanos e impone otros papas. Con el último de los que él “elige”, que toma el nombre de León IX, comienzan a madurar las condiciones de la reforma. Sus objetivos no afectaban a situaciones nuevas pero aparecen en un momento clave por problemas que presentaba la iglesia frente a intromisiones laicas. Se trataba sobre todo del problema de la investidura de cargos eclesiásticos por medio de la intervención seglar, sobre todo si había dinero por medio o SIMONÍA. También se condenaba la vida marital de los clérigos, llamada CLEROGAMIA O NICOLAÍSMO, especialmente si se creaba una expectativa de herencia en los hijos, que podían suceder al padre en el cargo. Las estructuras eclesiásticas poco a poco tendían a feudalizarse y por eso se pretendía una reforma que trajese un papa que pudiera imponer la disciplina canónica, unos obispos independientes de los señores laicos y unos sacerdotes dignos de su misión. María Isabel Espiñeira Castelos 1

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TEMA XVIIEL IMPERIO Y EL PAPADO. FRANCIA E INGLATERRA. SIGLOS XI-XII

LA PUGNA DE LOS PODERES UNIVERSALES. ENRIQUE IV Y GREGORIO VII. EL DICTUS PAPAE. FIN DE LA QUERELLA DE LAS INVESTIDURAS: EL CONCORDATO DE WORMS (1122)

La reforma del pontificado para conseguir la primacía sobre la disciplina de la Iglesia latina, junto con su principal consecuencia (la recuperación de la libertad en las elecciones del episcopado), fue sólo uno de los aspectos de las transformaciones religiosas, a lo que habrá que añadir reformas de orden social y político, renacimiento intelectual y progreso económico. Hay que situar en primer lugar el ansia de lograr una mejora de la vida eclesiástica de las primeras reformas benedictinas del siglo X, que se difunde sobre todo durante el XI, y también la actitud de los emperadores, que libran al papado de la presión de la aristocracia romana y le ayudan a potenciar su primado universal y a manejar correctamente la jerarquía dentro de la Iglesia. Baste el ejemplo de cómo Silvestre II, instalado en Roma por Otón III, estableció las jerarquías episcopales polaca y húngara.

En la primera mitad del siglo XI todavía las elecciones papales estaban controladas en buena medida por la casa de los barones de Túsculum, pero desde 1046 el emperador Enrique III acaba con el poder de los romanos e impone otros papas. Con el último de los que él “elige”, que toma el nombre de León IX, comienzan a madurar las condiciones de la reforma. Sus objetivos no afectaban a situaciones nuevas pero aparecen en un momento clave por problemas que presentaba la iglesia frente a intromisiones laicas. Se trataba sobre todo del problema de la investidura de cargos eclesiásticos por medio de la intervención seglar, sobre todo si había dinero por medio o SIMONÍA. También se condenaba la vida marital de los clérigos, llamada CLEROGAMIA O NICOLAÍSMO, especialmente si se creaba una expectativa de herencia en los hijos, que podían suceder al padre en el cargo.

Las estructuras eclesiásticas poco a poco tendían a feudalizarse y por eso se pretendía una reforma que trajese un papa que pudiera imponer la disciplina canónica, unos obispos independientes de los señores laicos y unos sacerdotes dignos de su misión.

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Bajo León IX1 comenzó la lucha contra situaciones de simonía particulares y al fallecer el papa estaba teniendo lugar la ruptura con Bizancio. Le suceden Víctor II2, pariente del emperador y Esteban IX3, hermano del duque de Lorena.

1049-1057 1057 1057-1058 1059-1061 1061-1073 1073-1085

En su época se escribe “Adversus Simoniacos “, que declaraba heréticas e inválidas todas las ordenaciones en contra de las reglas canónicas. En 1059 fue elegido como Papa el obispo de Florencia, que tomó el nombre de Nicolás II4 y promulgó un decreto reservando la elección papal a los cardenales obispos de Roma, con el apoyo de los otros cardenales y la aprobación del clero y del pueblo. Se indicaba que el emperador sería informado posteriormente, pero los obispos alemanes se negaron a aceptar el decreto. Se reiteró en el año 1063 en un sínodo romano, así como las medidas contra la simonía y el nicolaísmo. El siguiente papa, Alejandro II5, había sido uno de los dirigentes de la revuelta de la pataria milanesa contra el obispo simoníaco de la ciudad, pero procuró evitar la ruptura con el emperador y el alto clero alemán y sí potenciar el papel del pontífice como cabeza de una iglesia que era más amplia que el imperio. Por eso envía embajadores a Inglaterra, España y Francia en momentos cruciales para estos países. A su muerte es elegido papa Hildebrando, con el Nombre de Gregorio VII6 y con él la reforma entra en su período más decisivo. Los fundamentos de la posición del papa eran claros: partía de la base de la supremacía espiritual sobre el poder temporal y exigía la libertad del clero frente a los poderes seglares, el dominio de sus bienes para usos del culto y que el papa tuviese la autoridad suprema jurisdiccional para juzgar a obispos y convocar concilios y pudiera ser el garante de las elecciones a cargos eclesiásticos de acuerdo a las normas canónicas. El dictatus papae publicado a principios del año 1075 era una recopilación de los puntos canónicos sobre los que Gregorio VII asentaba su programa y afirmaban la exigencia teocrática de sumisión del poder temporal a la autoridad espiritual y, en ultima instancia, a la capacidad del pontífice incluso para deponer al emperador.

Las reacciones de la Europa cristina fueron negativas, puesto que se pretendía una sujeción a Roma que llevaba mucho tiempo sin efectividad y una disminución en la influencia de primados y arzobispo sobre el episcopado, que quedaba sujeto a Roma.

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Pese a todo, en la España cristiana y en Inglaterra no hubo oposiciones demasiado notables, aunque sí en Francia, porque afectaba a intereses financieros de la monarquía e incluso un sínodo de París declaraba que el celibato es excesivo para los límites de la naturaleza humana y no se debía de imponer por completo. Pero donde más oposición hubo fue en Alemania, cuando los obispos alemanes apoyan al emperador Enrique IV contra estas medidas. El emperador designa nuevo arzobispo de Milán, ignorando las disposiciones del papa, y hace deponer a Gregorio VII por una asamblea eclesiástica con sede en Worms en 1076. Ese mismo año Gregorio VII excomulga al emperador, lo cual produce una reacción contra Enrique IV en la misma Alemania y éste, a su pesar, tiene que avenirse a hacer penitencia. Por eso tiene que viajar a Toscana y pedir el perdón del papa.

El poder papal se demostró esencialmente pastoral y religioso, no político, porque la visita a Canosa, en la Toscana, fue un triunfo de Enrique IV, que dedicó los tres años siguientes a combatir las resistencias que pudiera haber en Alemania y a desmantelar el partido pro-gregoriano. Por tanto, la polémica y la lucha entre los poderes pontificio y papal todavía no estaban resueltas. Hubo escritos a favor y en contra de la reforma. A favor podemos citar los del propio Gregorio VII, o los de Bonizón de Sutri; en contra, los del obispo de Ferrara y Petrus Crassus. La segunda excomunión del emperador se produce en marzo del año 1080 y el papa llega a reconocer como emperador a Rodolfo de Suabia. Enrique IV, en contestación, invade militarmente Italia y asedia Roma cuatro años más tarde, lo cual obliga al papa a huir a Salerno, buscando el apoyo de Roberto Guiscardo y sus normandos, donde muere cuando ya su causa parecía que había ganado. Efectivamente, a pesar de que la lucha continúa, al final vence la idea de la reforma y va desapareciendo la investidura laica en los cargos episcopales, al tiempo que se llega al acuerdo de separar al sacerdote de los poderes seculares.

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Enrique IV

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El sucesor de Gregorio VII fue el antiguo cluniacense Urbano II, que también hubo de huir de Roma ante la invasión de Enrique IV, aunque muestra a la cristiandad su autoridad suprema al convocar la peregrinación y cruzada a Jerusalén de Clermont–Ferrand. Con Pascual II se superan poco a poco las situaciones simoníacas y se abre paso la idea de que era imposible ignorar la estructuración feudal de la sociedad en cuanto a la intervención laica en las investiduras.

En Francia se admite la recomendación regia a los cabildos que habían de elegir a los obispos y se diferenciaba entre la independencia del cargo y la aceptación de la investidura laica. En Inglaterra, el arzobispo de Canterbury acepta la solución propuesta por Enrique I, parecida a la francesa, puesto que terminaba con toda investidura laica del oficio episcopal por la cruz y el anillo, pero se hacía más rigurosa, porque exigía el vasallaje de los obispos para con el rey, lo cual contradecía la reforma, porque en ella se prohibía que los clérigos fuesen vasallos de laicos y comprometieran su libertad. La situación en el imperio era más delicada, porque el episcopado había apoyado claramente al emperador, sobre todo en las resistencias que surgieron en Lombardía y Toscana, cuya condesa Matilde estaba casada con Welf de Baviera, uno de los principales enemigos de Enrique IV. La subida al trono en 1105 de Enrique V apenas cambia la situación, a pesar de que se había sublevado contra su padre. En 1111 acude a Roma para que el papa le corone y llega a un acuerdo que enseguida se demuestra inviable: Pascual II, en nombre de todos los obispos, renuncia a todos los regalia, bienes y rentas que recibía en feudo del emperador y de otros poderes laicos, mientras que el propio Enrique V renunciaba a la investidura laica. El episcopado alemán no tarda en protestar, porque se ve privado de sus medios de vida y el acuerdo no se pudo realizar.

Calixto II aplicó al ámbito imperial la misma fórmula que en Francia, lo cual permitió conservar el carácter político del episcopado alemán, salvaguardando su libertad de acción eclesiástica. Según el Concordato de Worms de 1122 la elección episcopal sería libre e iría seguida de investidura y homenaje del electo por los beneficios temporales recibidos del rey, cuyo representante había de presenciar el acto de la elección. El II Concilio de Letrán vino a refrendar el compromiso, al incluir en sus cánones todas las reformas efectuadas en los sesenta años anteriores.

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LOS HOHENSTAUFEN Y SUS OBJETIVOS UNIVERSALISTAS. FEDERICO I Y ALEJANDRO III: LA LUCHA POR EL DOMINIUM MUNDI

La realidad política del imperio germánico era Alemania, Italia y, desde 1033, Borgoña.

1) Territorios de la monarquía germánica antes de Otón I2) Marcas fronterizas entre los eslavos3) Territorios imperiales en Bohemia, Francia e Italia4) Estados protegidos por el Imperio germánico5) Límites del Imperio otónida

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La permanencia de una realeza electiva afectó a la situación de los tres reinos, pero especialmente a Alemania, de cuya aristocracia surgía el consejo electoral, del cual podía formar parte cualquier aristócrata con posibilidades de ejercer la realeza, más los arzobispos, obispos y abades. En el siglo XII los condes dejan de pertenecer a él, salvo el de Anhalt, y los palatinos de Sajonia y Rin. Hacia 1180 había unos 16 príncipes electores, entre los que destacaban el arzobispo de Colonia, Treveris y Maguncia, y en el siglo XIII serían todavía menos. Se mantuvo el principio de que la elección fuera por unanimidad, lo que hacía todo más complicado, porque a menudo estaba sometida a transacciones y nadie mejor para hacerlas que el emperador todavía vivo, asegurándose el puesto para un hijo o heredero que en ocasiones asociaba al trono. Se crean así líneas dinásticas, como los Otones, Salios o Staufen, pero no se consigue el carácter hereditario, lo cual dificulta el fortalecimiento del poder regio.

La idea de poder público se mantuvo vigente y los emperadores Staufen acudieron a los principios redescubiertos del Derecho Romano para apuntalarlo. El uso de la Cancillería Imperial permitía su difusión y era un medio de propaganda y de vínculo con algún alto eclesiástico designado archicanciller, generalmente el arzobispo de Maguncia. Otros cargos palatinos recaían en aristócratas seglares y el emperador los reunía a menudo en la Dieta Imperial o Reichstag.

Los reyes ejercían eficazmente la justicia por sí mismos o a través de los condes, aunque esto significó un retraso para la feudalización, surgiendo, incluso, la figura del Gran Justicia o delegado personal del rey (1235).

También mantienen los monarcas la dirección militar y ejercen los regalia inherentes al poder regio a la par que resuelven cuestiones sucesorias en los ducados y se crean una clientela entre individuos de la media y la baja nobleza, que les resulta efectiva en su apoyo político. A pesar de todo, el desmoronamiento real en Alemania es inevitable y nunca pasó de ser “un estado aristocrático con cabeza monárquica” (K. Bosl). Los principados territoriales fueron siempre la estructura política fundamental, en un sistema federal por naturaleza. Pero es también en esta época cuando se acentúa el sentimiento de identidad política alemana, expresada a veces en la terminología imperial, y se difuminan peculiaridades locales antiguas en los ordenamientos jurídicos. Los poderes alemanes eran por una parte los principados eclesiásticos y laicos y, por otra, las ligas feudales de la media y la baja nobleza, que formaban ciudades libres o comunidades campesinas. También eran importantes los señoríos de las órdenes militares.

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En el reino de Borgoña la fragmentación feudal del poder era irreversible, y en Italia el poder efectivo del rey se haría cada vez más escaso. En ambos reinos la ausencia del monarca alentaba el crecimiento de otras fuerzas políticas. Es notable la ausencia italiana en la elección de rey y en el gobierno imperial e incluso en el de su propio reino, puesto que el cargo de archicanciller de Italia recaía en el obispo de Colonia. Se forman principados que se transmiten hereditariamente, aunque pocos se llegan a transformar en dinastías duraderas: marquesado de Toscana, ducado de Spoleto, condado de Saboya. En Italia había un derecho feudal propio, que era el derecho de los lombardos, donde nobleza y feudo aparecen bastante separados de la actividad y la obligación de la milicia y los feudos se asimilan más a propiedades privadas que en otras partes de Europa, siendo frecuente su transmisión hereditaria a consorcios de hermanos y no por vía de primogenitura. En la segunda mitad del siglo XI entran en escena las ciudades y la propia nobleza toma parte en su auge y se asegura el dominio del territorio circundante. A partir del siglo XII las luchas entre las ciudades se encubren tras las generales, entre partidarios del emperador y del papa (gibelinos y güelfos). Permanecían al margen la República de Venecia, los territorios pontificios y la Italia del sur, que era bizantina y luego islámica.

El gobierno de Enrique IV estuvo dominado por la querella con el papado, pero en torno a ella hubo otras luchas tocantes al gobierno imperial en Alemania y en Italia. La reforma de Gregorio VII rompió el equilibrio en el imperio alemán, porque hasta entonces las casi cuarenta sedes episcopales eran de nombramiento regio y de ellas dependían principados y señoríos eclesiásticos. Por eso Enrique IV desobedece al papa al igual que los prelados alemanes. La revuelta no triunfa, a pesar del apoyo de diversos monasterios y sectores del clero y cuando el emperador fue excomulgado por segunda vez su posición era más sólida. Hizo elegir a Clemente III como anti-papa y resistió sin dificultad tanto a Rodolfo de Suabia como al conde de Luxemburgo, logrando al mismo tiempo dominar la resistencia de la condesa Matilde de Toscana, que apoyaba al papa. Pese a todo, la reforma eclesiástica triunfaba lentamente y aunque el emperador intenta situar en Roma varias veces a Clemente, al final es nombrado papa Urbano II. Una vez que muere el papa, al poco tiempo también fallece Clemente y acaba así el problema. Aunque el conde de Luxemburgo acaba su rebeldía, el propio hijo del rey, Conrado, duque de Lorena, se alza contra su padre, aunque muere en Italia y la sucesión pasa a otro hijo, Enrique.

Las políticas de Enrique IV y Enrique V fueron muy parecidas.

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La sucesión de Enrique V recae en un personaje que ya tenía más de 60 años y no tenía hijos: Lotario III, porque la alta aristocracia había marginado al preferido por Enrique V, Federico de Hohenstaufen, duque de Suabia. Hay un período de tensiones entre Federico y Lotario, que intenta apoyarse en Enrique el Soberbio, cabeza de los Welf. Pero cuando muere Lotario, los electores escogen para sucederle a Conrado, hermano de Federico de Hohenstaufen, que se había enfrentado ya a Lotario. Si los años de Lotario y de Conrado III fueron de plena libertad en las elecciones episcopales, hubo en cambio enfrentamientos entre la aristocracia y un debilitamiento de la realeza. Por ejemplo, hay que enfrentarse a Enrique el Soberbio, que no está de acuerdo en la elección de rey. Su hijo Enrique el León conservó el ducado de Sajonia, pero el de Baviera le fue otorgado a un familiar de Conrado III.

Todo esto es importante para entender el por qué de la elección de Federico Barbarroja, uno de los emperadores más importantes del Medievo, hijo del duque de Suabia y, por tanto, sobrino de Conrado III y de Judith, hermana de Enrique el Soberbio. Este emperador reúne en su persona los dos linajes -Welf y Hohenstaufen– y por eso cabía esperar que las rivalidades fueran superadas. Atribuye a su primo Enrique el León Baviera, además del ducado de Sajonia que ya poseía, y otorga el título de duque de Austria a Enrique de Babenberg. Intenta equilibrar el poder de estos dos

aristócratas mediante Alberto el Oso, margrave de Brandemburgo. Procura una aproximación con Vladislao de Bohemia, al que otorga el título de rey. La concepción que del poder imperial tenía Federico le impulsa a modificar los términos de la relación con la Iglesia en Alemania y a restaurar el honor del imperio en otros reinos, donde su autoridad era escasa. Comienza a intervenir en las elecciones episcopales y abaciales, sobre todo cuando no había unanimidad en cuanto a un candidato, y a demandar servicios de tipo feudal a los eclesiásticos por las temporalidades o beneficios que sacaban de la corona. En Borgoña designa como su representante personal a Bertoldo de Zaehringen y reúne una Dieta en Besançon, donde hay un incidente con los embajadores del papa cuando éstos emplean el término “beneficium” para referirse a la dignidad imperial otorgada por el pontífice, pues la traducción que hace el intérprete, quizá con mala intención, es la de “feudo”.

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Federico I Barbarroja

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Italia es la piedra de toque para los proyectos del emperador y el obstáculo a muchos de sus planes imperiales. Toma Milán, a la que reconoce, sin embargo, bastante autonomía, y dispone una organización del reino tal que le permita la recuperación de los regalia del dominio imperial, según las normas del Derecho Romano, referidos a la propiedad de la tierra, el dominio de sus caminos y ríos, salinas y minas, a las multas judiciales y peajes…

Para los italianos lo más grave era que la administración del reino se entregara a manos alemanas.

Comuni della Lega Lombarda Comuni ghibellini alleati con Federico Barbarossa

La resistencia se polariza en torno a Milán y al papado, pero la elección de Alejandro III no fue unánime y el emperador apoya a otro candidato, Víctor IV, aunque el papa legítimo fue reconocido en los otros países y pasó a residir en Francia. Pero en Italia, en el plano militar y político, triunfaba Federico y se empieza a anteponer la palabra “Sacro” a las de Imperio Romano. Sólo algunas ciudades del valle del Po, además de Venecia y Verona, resistían cuando Federico regresa a Italia dispuesto a expulsar de Roma a Alejandro III. Lo consigue, pero hay una epidemia que diezma el ejército; aquel suceso es considerado como “Juicio de Dios” y propicia la revuelta de las ciudades lombardas en 1167, cuando las ligas de Verona y Cremona se refunden en la Liga Lombarda.Alejandro III apoya a los rebeldes y el emperador no puede regresar al frente

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de un ejército hasta el año 1174. Hace elegir a su hijo Enrique como Rey de los Romanos en la Dieta de Bamberg, pero la muerte de Alberto de Brandemburgo rompe el equilibrio entre la aristocracia alemana y la expedición a Italia de 1174 fracasa. Federico tiene que negociar y, al fracasar las negociaciones, el emperador recurre de nuevo a la fuerza. Asedia Milán pero es derrotado y tiene que llegar a un acuerdo sin conseguir sus propósitos, pero también sin menoscabo de su prestigio. Reconoce como papa a Alejandro III y establece una tregua de seis años en las conversaciones de paz de Venecia.

Mientras, el papa prepara el tercer concilio de Letrán y Federico reajusta la situación en Alemania, donde la prepotencia de Enrique el León es un peligro para el equilibrio de poderes. El emperador lo juzga en rebeldía, lo desposee de sus títulos y lo envía al destierro. Baviera es entregada a los Wittelsbach y Sajonia a Bernardo de Anhalt, mientras Enrique de Babenberg recibe Austria como ducado.

El Sacro Imperio en tiempos de Barbarroja.La muerte del papa Alejandro III rompe la continuidad política del papado, puesto que en diez años se suceden cuatro papas, lo cual aprovecha el emperador para recuperar posiciones en Italia. La tregua de 1177 desemboca en una paz perpetua entre Federico I y las veinte ciudades de la Liga Lombarda, aunque conservan su autonomía y el disfrute de casi todos los regalia. La querella con los papas Lucio III y Urbano III a propósito de las elecciones episcopales continúa, pues tanto el emperador como el papa

pretenden imponer a sus candidatos si la previa elección del cabildo no había sido unánime. La cuestión más grave se refería a la sucesión de Federico I y la herencia del reino de Sicilia. Desde 1169 el papado se negaba a reconocer como sucesor y co-emperador a Enrique, hijo de Federico y que ya era de los romanos. Cuando Enrique se casa con Constanza de Sicilia no hay oposición del papa porque no tenía muchas posibilidades de heredar en ese momento, pero sí más tarde, cuando el emperador muere en las Cruzadas y el papa ve que Enrique VI tiene grandes posibilidades de dominar en Sicilia y el sur de Italia.

AFIANZAMIENTO DE LA DINASTÍA CAPETO: DE ROBERTO EL

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PIADOSO A FELIPE I (996-1108). LUIS VI Y LA AFIRMACIÓN DEL PODER REAL. LUIS VII Y EL ENGRANDECIMIENTO DE LOS DOMINIOS REALES

Lo más importante es el incremento efectivo del poder regio que se da desde el último tercio del siglo XI. Los reinados de Felipe I, Luis VI y Luis VII protagonizaron una paulatina recuperación de la monarquía, comparable a lo que sucede en los grandes principados franceses a costa de poderes locales. Una primera señal del cambio es la suscripción de los grandes oficiales de la corona confirmando los documentos solemnes y el abandono de antiguos procedimientos testificales en que se ignoraba el concepto de la autoridad regia per se. Las iniciativas en la recuperación de poder se observan en cuatro planos:

• Mejor administración y por tanto aumento de rentas del dominio real. Se pacifican las contiendas internas y se conceden las primeras cartas de libertades, además de promover la roturación de nuevas tierras y proteger las ferias y el comercio. Luis VII estableció una primera división del dominio en prebostazgos y consiguió incrementos de tierras bien por guerra o por vía matrimonial y hereditaria.

• Política eclesiástica de la realeza, que protege y mediatiza al alto clero. Desde Felipe I conservan la licentia eligendi, que les permite intervenir en las elecciones episcopales; administran también las rentas o expolios de las sedes vacantes y ejercen todas sus prerrogativas para impedir cualquier cambio de la administración de la Iglesia que les perjudique. También tienen derechos de patronato sobre los monasterios fundados por reyes. Esta política, aunque resulte extraño, no produjo choques con Roma.

• Acción que emprende la realeza para jerarquizar la red de relaciones feudales en torno a la cúspide, ocupada por el rey. Intervienen en los pleitos entre vasallos y ejercen sus prerrogativas en casos de viudedad, minoridades y matrimonios. Procuran la prestación de un homenaje efectivo de los grandes aristócratas a los príncipes más potentes. Pero además, los reyes se consideran por encima de las reglas feudales, como incipiente esbozo de soberanía.

La realidad política era la promoción de “principados” o señoríos feudales.Hasta mediados del siglo XII no comenzó la Corona a ejercer una política de

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predominio en tales principados. El ducado de Aquitania, en el sur, aglutinaba señoríos con gran autonomía y los condes de Toulouse, muy relacionados con la Provenza, que era tierra imperial, intentaban romper todo lazo y pasar a depender de la realeza parisina. Bretaña estaba sujeta a intervenciones de sus vecinos de Anjou, Blois y Normandía, pero conservaba sus peculiaridades étnicas y políticas y el condado de Blois se unió al de Champagne desde el siglo XI. El ducado de Borgoña esta muy fragmentado.

La actitud de los Capeto, especialmente de Luis VII el Joven, fue diversa según los casos. Estableció alianzas con Champaña y Borgoña para asegurar la frontera con Alemania y Borgoña. Tuvo limitadas intervenciones en Auvernia y los señoríos del Languedoc y rivalidades con los señoríos del Oeste, con querellas personales entre Luis VII y Enrique Plantagenet. Luis había repudiado en 1152 a su esposa Leonor, hija y heredera de Guillermo X de Aquitania. Después Leonor se casó con Enrique, duque de Normandía, conde de Anjou y rey de Inglaterra desde 1155. Enrique se convertía así en el vasallo, temible y poderoso, de Luis VII y establecía un

imperio Plantagenet con su reino y sus feudos, que los Capeto no podían absorber. Sería el sucesor de Luis, Felipe Augusto, el que cambiaría el equilibrio del poder en Francia.

La realeza francesa tenía sólidas raíces y el principio hereditario estaba reforzado con la práctica del sacrum y la asociación del hijo y heredero en vida del rey. La administración había mejorado y la dirección de la Casa Real se confía a vasallos que ostentan oficios palatinos, mientras que la cancillería pasa a manos de algún clérigo de la Capilla Real. La Curia Regia es un organismo administrativo y judicial en manos de pequeños vasallos a los que se añaden a veces jueces.

INGLATERRA BAJO LA DINASTÍA NORMANDA: GUILLERMO EL

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CONQUISTADOR Y SUS SUCESORES. ENRIQUE II PLANATGENET Y LA FORMACIÓN DEL IMPERIO ANGEVINO. RICARDO CORAZÓN DE LEÓN

Con la muerte de Eduardo el Confesor se extinguía la dinastía sajona que procedía de Alfredo el Grande y Harold, hijo del que era cabeza de la alta aristocracia sajona, accedió al trono, aunque había otro pretendiente: Guillermo, duque de Normandía y pariente de Eduardo. La mejor organización militar de Normandía le proporciona la victoria sobre Harold en la Batalla de Hastings (1066).

Guillermo I el ConquistadorCon la conquista del trono por Guillermo I comenzaba un tiempo de profundas reformas. Estableció un sistema feudal en beneficio de la monarquía, introduciendo en plenitud las formas feudovasalláticas, que ya estaban maduras en Francia, para sustentar las relaciones que habían de unir a la monarquía con los nobles normandos que le habían ayudado en la conquista. Atendió sobre todo a incrementar el dominio real directo mediante la confiscación de tierras de la antigua aristocracia sajona y procuró conocer exactamente los recursos del reino, para lo cual elaboró un catastro llamado Domesday Book. Dotó con honores a los nobles normandos, pero con posesiones dispersas en diferentes zonas del país para que no representasen un peligro. Estableció grandes feudos en las zonas de frontera, como Cornualles, Gales, o Escocia. En todos los casos se reservaba el rey la alta justicia y mando o BAN supremo, la acuñación de moneda y la construcción de fortalezas, aunque se respetaba la costumbre privada, fuera normanda o sajona, y se exigía a los nobles auxilio militar efectivo. Los barones no tenían puestos en la administración real y había por debajo de ellos un grupo más abundante de señores sin capacidad jurisdiccional, y todavía más abajo una masa de caballeros normandos que formaban su clientela política más eficaz y segura.

La introducción de la reforma eclesiástica fue uno de los puntos clave de la

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nueva política del rey, que admitió legados pontificios y aceptó la implantación del rito romano decidida en sínodos. Lanfranco, abad de Bec, en Normandía, fue arzobispo de Canterbury y aseguró la dirección de la reforma. Pero el rey mantenía el control sobre el clero, cuyos miembros le debían servicios feudales y había que autorizar los viajes de los prelados ingleses a Roma. Lanfranco chocó con Guillermo II ante el aumento de sus peticiones de ayuda feudal y su sucesor, Anselmo, se exiló a Roma en 1097 y no regresó hasta 1102, cuando ya era rey Enrique I, para enfrentarse con el problema de la investidura de los obispos por el rey. El acuerdo que se había alcanzado en 1007 no era satisfactorio, pues aunque Enrique renunciaba a investir a los obispos “por la cruz y el anillo”, éstos tampoco podían ser consagrados, una vez electos, si no le prestaban juramento de fidelidad.

A pesar de todos los cambios, Guillermo I también utilizó formas de gobierno procedentes de la época sajona, como el juramento de fidelidad que le habían de prestar todos los hombres libres y su derecho a convocarles a las armas y a recibir impuestos para asegurar la defensa. Las demarcaciones de condado cubrían los antiguos shires, a cuyos jefes se llamó ahora vizcondes. Se pretendía establecer una monarquía fuerte y consolidada construida sobre bases normandas y sajonas. Los barones normandos que hicieron la conquista recibían gran poder social y político, siempre que actuaran en la corte y en el marco señalado por el rey. Malcom III de Escocia se reconoció vasallo de Guillermo, aunque esto no evitó desencuentros y luchas fronterizas. Los mayores problemas de la dinastía procedían de la insegura cohesión entre Inglaterra y Normandía y de las aspiraciones de los barones a mayores franquicias y libertades. A la muerte de Guillermo el ducado de Normandía pasa a manos de su hijo mayor Roberto e Inglaterra al otro hermano, Guillermo el Rojo. Pero cuando Roberto se va a Tierra Santa le cede a Guillermo también el ducado. Guillermo el Rojo tiene que enfrentarse a varias rebeliones y problemas con el arzobispo de Canterbury. Su hermano y sucesor, Enrique I, completó en algunos aspectos la obra de su padre y mantuvo con firmeza las prerrogativas regias en justicia y orden, al prohibir toda guerra privada o construir fortalezas sin el permiso del rey, y enviando jueces itinerantes para limitar el poder feudal. Fue el primero en constituir un órgano especializado en finanzas, llamado Exchequer. Toda su obra estuvo comprometida en el momento de la sucesión, que recayó en su hija Matilde, viuda del emperador Enrique IV y casada ahora con Godofredo Plantagenet, conde de Anjou. No se cumplió su disposición y en 1135 se hace con el poder Esteban de Blois, sobrino de Enrique I, mientras que en el continente Godofredo conquista Normandía, convirtiendo en duque a su hijo Enrique en 1150.Al morir Godofredo al año siguiente Enrique fue también conde de Anjou y al

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casarse con Leonor de Aquitania completó sus dominios. Esteban de Blois le reconoce como su sucesor y con su llegada al trono se abre una etapa de gobierno monárquico firme.

Enrique II Plantagenet pretendió vincular a su gobierno a los grandes aristócratas, entre los que incluyó a algunos sajones. El intento tuvo la dificultad de una revuelta de los barones encabezada por los hijos del rey, Enrique el Joven y Ricardo. Fueron derrotados en la Batalla de Alnwick y se obligó a prestar juramento de fidelidad al rey a todos los hombres libres. Esto permitió al rey intervenir también en los asuntos de Escocia, donde el rey David I había aprovechado el gobierno de Esteban de Blois para desplazar la frontera. Su sucesor, Guillermo el León, ayudó a los nobles rebeldes ingleses y fue derrotado por Enrique II y obligado a prestarle vasallaje además de a aceptar guarniciones inglesas en algunos castillos de su reino y la primacía del arzobispo de Canterbury sobre la iglesia escocesa. El rey Enrique II consiguió la aproximación con algunos aristócratas de Gales y conquistó parte de Irlanda. Aunque las relaciones del rey con Luis VII de Francia eran tensas, hubo años de tranquilidad que Enrique II aprovechó para intensificar sus relaciones con Bretaña, al casar a su hijo Godofredo con Constanza, que era la heredera del ducado. Tuvo enfrentamientos con el arzobispo de Canterbury, Thomas Becket.

En estos tiempos el régimen sucesorio ya estaba bien asegurado y se trataba de ejercer las funciones justicieras y militares del monarca, así como de perfeccionar la administración. Trabajó el rey por la formación de un derecho común (COMMON LAW) aplicable a los usos feudales y privados, pero favorable en todo momento a los intereses de la Corona. La Casa Real estaba integrada por personal de la nobleza y el clero medio absolutamente fiel, lo mismo que el encargado de la curia. Los grandes oficiales de la Corona eran el Canciller, el Tesorero y el Justicia Mayor. El canciller generalmente solía ser un clérigo. La administración territorial estaba encomendada a los sheriffs de nombramiento regio, que representaban los intereses del rey en cada condado.

La obra de Enrique II fue buena a pesar de las turbulencias que representaron las rebeliones de sus hijos, apoyados por Felipe II Augusto.

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Enrique II Plantagenet

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Cuando muere Enrique II le sucede su hijo Ricardo I Corazón de León, que permanece casi todo el tiempo fuera de Inglaterra, en las Cruzadas, prisionero o combatiendo en sus feudos franceses.

Aumenta este rey la presión fiscal utilizando administradores duros como Guillermo Lochhamp o el arzobispo de Canterbury. Su hermano Juan, conocido como Juan sin Tierra, aprovechó su ausencia para usurpar el trono. A pesar de todo se mantuvo más o menos la política de su padre y se fortaleció su herencia, sin duda por el gran trabajo realizado por el arzobispo de Canterbury, Hubert Walter.

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