historial sociocultural de los borucas v4 cambios aceptados
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El pueblo boruca
Introducción
Con el fin de contextualizar los análisis que se presentarán más adelante, en este
capítulo se examinan la historia, los datos demográficos y la cultura del pueblo boruca. En
cuanto al primer punto, se enfatiza el contacto de dicha comunidad con los colonizadores
españoles y, posteriormente, con los costarricenses no indígenas. En relación con los datos
demográficos, se expone la información documentada en diversas publicaciones y en los
registros del Instituto Nacional de Estadística. Finalmente, respecto a la cultura boruca, se
sintetizan datos sobre los periodos prehispánicos y los cambios significativos que se han
dado durante los siglos de contacto con los no indígenas.
Historia del contacto
El primer registro sobre los borucas data de 1562, con el nombre Borucaca, una
adaptación de los nombres Brún̈cajc y Turucaca, dos pueblos que probablemente tenían una
cultura afín (Quesada Pacheco 1996: 18). No obstante, la conquista no inició en el sur del
país hasta en 1653, con la llegada de Juan Vázquez de Coronado, quien inicialmente entró
en contacto con los indígenas quepos; luego, este mismo español, en condición de alcalde
mayor, continuó por la desembocadura del río Grande Térraba hasta el Valle del General, y
logró pacificar el cacicazgo Coctú. También se dieron intentos de someter a los cotos y
quepos. Como consecuencia, se fundaron los primeros pueblos de misión; no obstante,
debido a la distancia y al difícil acceso desde Cartago, estas concentraciones perduraron
solamente algunos meses (Guevara 2011).
La pacificación de los ancestros de los borucas inició específicamente en 1608
(Guevara 2008: 28); dicha tarea fue asumida por los frailes franciscanos y en 1629 se funda
Boruca como pueblo de misión. Para 1649, esta concentración de indígenas se consolidó
como estancia del Camino de Mulas que unía Costa Rica con Panamá y como puesto de
avanzada para la penetración misionera a Talamanca. En 1629 se registró que un grupo de
borucas asaltaba las caravanas de mulas que iban hacia Panamá (Fernández 1889 en
Quesada Pacheco 1996). Estos robos motivaron la pacificación, y su documentación
evidencia que el proceso fue violento (Guevara 2008).
Posteriormente, los borucas no solo mantuvieron el contacto con los españoles, sino
que también se vieron obligados a convivir con otros grupos indígenas: los cotos fueron
trasladados a la reducción de Boruca en 1666; en 1695 se fundó San Francisco de Térraba
en territorio boruca y se reubicaron allí indígenas teribes traídos de Bocas del Toro en
Panamá, lo cual desembocó en enfrentamientos entre nativos y extranjeros. Finalmente, en
1749, los últimos indígenas quepos también fueron llevados a la reducción de Boruca.
De acuerdo con Guevara (2011), una nueva etapa en el contacto de los borucas
inició con el siglo XIX: en 1802 se les denegó la solicitud a los misioneros de trasladar los
indígenas borucas y térraba a las cercanías de Cartago, y unos años más tarde, en 1829, los
frailes franciscanos dejaron de estar a cargo de las parroquias de Orisi, Tucurrique, Térraba
y Boruca.
En 1870 se fundó el pueblo de Buenos Aires, época en la cual se dio la inmigración
de no indígenas procedentes de Chiriquí, Panamá; ambos hechos implicaron una mayor
convivencia de los indígenas de la zona con quienes no lo eran. A pesar de ello, entre 1900
y 1930 hubo un periodo de tranquilidad para los pueblos nativos de Buenos Aires.
Inmediatamente después, entre 1935 y 1960, se dio una intensa colonización del
cantón, los territorios indígenas empezaron a ser usurpados y hubo un fuerte mestizaje
entre borucas y no indígenas. Estos procesos se vieron acelerados, a partir de 1945, por un
aumento en la cantidad de escuelas públicas y la construcción de la carretera
Interamericana. Todo ello implicó una fuerte aculturación que se extendió hasta 1970.
La dinámica volvió a cambiar en 1956; por medio del decreto 34, se constituyeron
tres reservas indígenas: Boruca-Térraba, Ujarrás-Salitre-Cabagra y China-Kichá. No
obstante, el decreto no impidió que en 1960 los madereros abrieran carreteras hacia estos
pueblos, lo cual significó el acceso para la deforestación y mayor usurpación de tierras por
parte de no indígenas.
Conforme pasaron los años, los cambios administrativos continuaron incidiendo en
la población indígena del cantón: en 1977, se promulgó la Ley indígena 6172 y se
incorporaron las reservas indígenas de Buenos Aires con rango de ley, y un año más tarde,
la Asociación de Desarrollo Integral se impuso como gobierno local. En 1992, surgió la
Asociación Regional Aborigen del Dikes, con representación de todos los territorios
indígenas de Buenos Aires.
En este cantón, se desarrollaron otras actividades que siguieron el ritmo de los
cambios a nivel nacional y que afectaron los territorios indígenas: en 1980, la empresa
Pineapple Development Corporation ingresó al cantón; como consecuencia, aumentó la
invasión de tierras indígenas por parte de los campesinos desplazados por esta
transnacional. Asimismo, entre 1985 y 1989 hubo un conflicto que se registró debido a su
importancia: los indígenas borucas se enfrentaron a un empresario de Cartago, Carlos
Piedra, que extrajo madera de manera ilegal.
Finalmente, en la primera década del siglo XXI, se registraron otras irregularidades
en la relación con la tenencia de tierras: en el 2000, el 70% de los territorios indígenas de
Buenos Aires estaba en manos de no nativos; después del 2000, el proyecto hidroeléctrico
Boruca amenazó con inundar parte del territorio en Curré; una vez cancelado este, el
Proyecto Hidroeléctrico Diquís plantea la misma problemática.
Datos sociodemográficos
La población indígena en el actual territorio costarricense disminuyó rápidamente:
al inicio de la conquista, en este había unos 400 000 nativos, pero en 1680 solo quedaban
unos 9 000, tan solo unos 157 años después de la entrada de los españoles por la vertiente
del pacífico, entre 1523 y 1524. Las principales causas de esta devastación fueron la
persecución por parte de los españoles, la explotación mediante el trabajo y las
enfermedades como la viruela, el sarampión, el tifus, la peste, entre otros males indígenas.
Además, aunque posteriormente las poblaciones nativas se recuperaron en cantidad, el
mestizaje comenzó a representar una parte importante de estas: por ejemplo, los mestizos
correspondían a un 64,76% de los habitantes de la ciudad de Cartago en 1778 (Guevara
2011).
En cuanto a la zona sur del país, la población era reducida si se toman en cuenta los
400 000 habitantes de todo el territorio actual costarricense estimados al inicio de la
conquista: cuando los españoles ingresaron, se calcula que vivían entre unas 6 000 y 10 000
personas en el Valle del General, de las cuales unas 3 000 se ubicaban en lo que es ahora
Buenos Aires (Carmack 994).
Específicamente en cuanto a los borucas, al menos en relación con los hablantes del
brunca, Quesada Pacheco (1995a) considera que su población era reducida desde el siglo
XVI, pues los censos de la época colonial nunca registraron más de 500 personas;
asimismo, la lengua boruca probablemente tenía pocos hablantes en el siglo XVIII, pues no
aparece en el catálogo de las lenguas de Centroamérica. Basándose en fuentes
bibliográficas diversas, Quesada Pacheco (1996) reúne datos demográficos más precisos:
para 1719, hay estimaciones de más de 100 familias borucas; para 1800, cerca de 250
personas; y de acuerdo con el censo de 1814, había 252 habitantes.
Distintos autores han recogido los datos censales del siglo XX e inicios del XXI
sobre los borucas, tanto dentro como fuera del territorio. Así, por ejemplo, está
documentado que la comunidad boruca tenía 330 habitantes en 1927 (Boza 2004); para
1949, se estiman que la población había ascendido a 641 personas (Bozzoli 1986), y en el
censo del 2000, se registraron 1856 borucas (Sánchez Avendaño 2009).
Otros datos interés tratan específicamente sobre la comunidad de Curré: se cuenta
con información de 5 personas que en 1900 llegaron desde Boruca, a las que se les sumaron
otras 25 en 1906. Para la década de 1990, esta comunidad tenía cerca de 400 habitantes
(Quesada Pacheco 1996).
Según el censo del 2011, las personas autoidentificadas como indígenas
representaron el 2,4% de la población nacional. En relación con los borucas, se
reconocieron como parte de esta etnia 5 555 personas, 2 593 en los territorios de Boruca y
Curré, y 2 962 fuera de estas zonas; además, en estos sitios, 1 724 personas se identificaron
como no indígenas.
Específicamente en relación con los hablantes de la lengua brunca, en el siglo XX e
inicios del XXI, se estima que en 1950 había unos catorce sujetos monolingües en boruca,
trece mujeres y un hombre, y unas setenta personas bilingües (Quesada Pacheco 2009),
mientras que para 1970 se reportaron solamente tres individuos que hablaban boruca
(Quesada Pacheco 1995a). Autor (año) afirma que la última hablante fluida de brunca
murió en el 2005; a pesar de ello, en el censo del 2011, 144 personas dijeron hablar esta
lengua indígena.
Cultura boruca
El territorio costarricense prehispánico estaba ocupado por diversos grupos nativos,
de etnias distintas, organizados en cacicazgos; así, por ejemplo, la ocupación de las tierras,
los sistemas productivos y de intercambio, los sistemas de poder y parentesco, así como las
actividades guerreras tenían una dinámica propia (Ibarra 2002; Guevara 2011). Uno de
estos cacicazgos estaba constituido por el grupo de los borucas; por medio de documentos
históricos, es posible determinar cómo se han establecido los límites culturales y cómo se
han mantenido las características identitarias en el proceso de adscripción/diferenciación en
el nivel étnico (Guevara 2008).
Los primeros asentamientos humanos de la zona denominada Gran Chiriquí se
encontraban en las elevaciones templadas. Hace 7 000 años, los pobladores de la zona sur
del país eran recolectores y cazadores; aproximadamente 2 500 años atrás, implementaron
la agricultura de maíz, frijoles, diversas frutas, para lo cual eran necesarios los
asentamientos permanentes. Después, hace unos 1800 años, debió darse una mayor
complejidad social, pues se han registrado montículos de tierra, piedras redondas esculpidas
y vínculos entre aldeas para dicha época (Carmack 1994).
De acuerdo con Corrales Ulloa (1989), la siembra de maíz generó más excedentes
que el cultivo de tubérculos, pero también implicó un mayor agotamiento de los suelos y
mejores técnicas cultivo; esto conllevó a una organización social más compleja, pues se
requería atender diferentes tareas de la producción agrícola. Además, a pesar de la
estratificación social, los medios de producción eran colectivos.
Otros aspectos culturales también han sido definidos por los investigadores o han
quedado en la herencia oral de la comunidad indígena en estudio: en cuanto a la religión,
los borucas de la época prehispánica creían en figuras superiores, pero no pertenecían a
ninguna secta (Rojas González 2006). Por su parte, Constenla (1979) afirma que en las
narraciones de este pueblo hay tres figuras míticas de las tradiciones chibchas: la Gran
Serpiente, el Espíritu del Agua y el Protector de los Chanchos de Monte.
En cuanto a la organización administrativa, Corrales Ulloa (1989) se refiere a un
cacicazgo tardío, entre el año 700 y el 1500 de la era actual. El cacique era la figura que
ostentaba mayor poder y mayor acceso a los bienes de intercambio; además, las relaciones
podían ser de alianza, intercambio o guerra, con el fin de controlar la materia prima o los
territorios.
A pesar del valor de la información presentada en los últimos párrafos, referida a
una etapa prehispánica, la mayor parte de los datos sobre la cultura boruca se obtienen tras
el contacto con los españoles, o al menos así lo evidencian las obras publicadas en las
últimas décadas. Estas compilan el contenido de las fuentes escritas y los testimonios de
quienes vivieron tradicionalmente durante los siglos XIX y XX: Carmack (1994), Quesada
Pacheco (1996), Ibarra (2002), Guevara (2008, 2011).
Una de las características que se ha resaltado en relación con los borucas es su
disposición para enfrentarse a otros grupos étnicamente diferenciados, con el fin mantener
el dominio en la zona: el proceso de pacificación ha sido descrito como violento y cruel
(Quesada Pacheco 1996). Asimismo, hay registro de las peleas entre los borucas y los
térrabas en el año 1702 (Guevara 2008).
En relación con el siglo XIX, Guevara (2008) sintetiza los principales hechos
documentados a nivel cultural: por ejemplo, se tiene evidencia de que los borucas habían
adoptado el cristianismo, pero seguían realizando prácticas tradicionales: los frailes veían
como costumbres “no cristianas” intercambiar mujeres entre hermanos o hacer
adivinaciones. Además, este pueblo adoptó otros rasgos de la cultura occidental: la cría de
ganado, oficios como arrieros de recuas; no obstante, mantuvo rasgos indígenas: la lengua,
la navegación, el uso de tintes naturales.
En la segunda mitad del siglo XIX, el contacto con los no indígenas procedentes del
y Chiriquí implicó una mayor convivencia entre con los inmigrantes y los autóctonos; estos
últimos fueron sometidos al dominio político y económico de los no nativos: por ejemplo,
los borucas mantuvieron las estructuras de organización en alcaldes, alguaciles y cabildo
hasta finales de ese mismo siglo.
A pesar de que había un proceso de transformación cultural, que implicaba también
la pérdida de la lengua brunca (Gabb 1875 citado por Guevara 2008), Bozzoli (1985) y
Carmack (1994) sostienen que durante el siglo XIX la región de Buenos Aires siguió siendo
zona de refugio para los indígenas, pues mantenían sus organizaciones sociales sin mucha
interferencia externa. Incluso a inicios del siglo XX, según Rojas González (2006), los
borucas conservaban sus costumbres y creencias, la identidad cultural, la vida indígena y
las relaciones humanas; a continuación, se presentan las actividades que ejemplifican esos
rasgos.
La cacería era una de esas actividades que permitía que los borucas tuvieran
posibilidades alimenticias de acuerdo con su cultura ancestral: en las montañas cercanas
había venados, corzos, saínos, tepezcluintles, monos colorados, pizotes, dantas, armadillos,
guatuzas e iguanas, entre otros; asimismo, de los ríos y quebradas cercanas obtenían
camarones y peces.
La cosecha de arroz, frijoles, maíz, yuca y distintas variedades de plátano constituía
una parte importante de la dieta. El café, el ñanjú y la caña de azúcar se sembraban en
menos cantidad, pero también se consumían. Según Quesada Pacheco (1996), la agricultura
era la principal actividad en Boruca incluso en la década de 1990.
El consumo de estos productos agrícolas evidencia un ambiente adecuado para el
mantenimiento de la vida tradicional, en especial si se toma en cuenta el estilo de trabajo
colectivo imperante en ciertas actividades: por ejemplo, para desgranar el maíz se reunían
distintas familias; al igual que los vecinos contraían juntos la “cola de yegua”, el
instrumento con el que se extraía el jugo de caña y de este, a su vez, se obtenía la miel de
dulce.
A lo anterior deben sumársele dos sistemas de trabajo colectivo en el campo: “la
mano vuelta” y “las juntas”. El primero consistía en un grupo de hombres que se unían para
laborar en los terrenos de siembra de cada uno de los miembros de manera rotativa; el
segundo, en que un vecino daba a un grupo de hasta sesenta personas la alimentación de un
día completo, más la chicha y la organización de un baile por la noche, a cambio de una
jornada de trabajo en la preparación de un terreno para la siembra. A esta última actividad
también se le llamaba peonada, si el grupo de participantes era menor.
Por causa del encuentro con los españoles, surgieron figuras legendarias como
Cuasrán y Sancraua, a quienes se les atribuyó poderes por su capacidad de ocultarse de los
invasores y se volvieron entidades a las que se les tenía respeto. No obstante, la
colonización implicó evangelizar y, al menos para el siglo XX, los borucas ya eran
católicos practicantes.
De acuerdo con Guevara (2008), hay varios eventos después de 1925 que
aumentaron el contacto con los no indígenas y aceleraron la transformación cultural de los
nativos de la región, pues la etnicidad se desarrolla en la relación con otras comunidades,
en la definición de las fronteras culturales, no solamente, ni en todos los casos, a partir de
las bases del pueblo mismo. Entre dichos eventos están la construcción de la carretera
Interamericana, la llegada de las primeras escuelas y la apertura de otras entidades públicas.
Además, la reforma del cantón de Buenos Aires en 1940 implicó que se comenzara a
ejercer mayor autoridad sobre las comunidades indígenas.
Como se mencionó, entre 1935 y 1960 se colonizó de forma intensa el cantón, lo
cual implicó un fuerte proceso de aculturación que se extendió hasta 1970. Alrededor de
1980 inició una reivindicación de lo nativo y surgieron organizaciones de base indígena;
esto no era un fenómeno aislado, respondía las mismas manifestaciones en otras partes el
país y del continente. Así, en el contexto actual, se estimula el reconocimiento y
reafirmación de las identidades indígenas (Guevara 2008).