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Historia Social General

Cátedra “B” - Vazeilles-Gresores -

- 2004 -

Análisis sobre la Revolución Mexicana (1910-1919)

Estudiante: Luis Rodríguez Mamby

Libreta Nº: 26.371.312

Carrera: Ciencias Antropológicas

E-mail: [email protected]

Comisión: Sábado 15-17 hrs.

Docente: Claudia Santa Cruz

Luis Rodríguez MambyDNI 26.371.312

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“…dijimos que el capitalismo y su sociedad de clases son intrínsecamente inestables y que los acontecimientos centrales del

siglo XIX, como guerras y crisis económicas, resultaron preanuncios de otros semejantes, ocurridos en el siglo XX, pero

más violentos y de mayor envergadura que aquellos.”(Vaseilles; 2004: pág. 5)

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Introducción.

La frase del epígrafe explica una característica general del capitalismo ya enunciada

por Marx, la cual refiere a la necesidad que tiene el capital de anexar modos de producción

subsidiarios para reproducirse, y que a través de su avance imperialista no los fagocita sino que

los adapta para su beneficio, transformándolos a la medida de su dinámica. Principalmente, el

capitalismo naturaliza una ficción en la cual la riqueza, el trabajo y la tierra son mercancías, son

bienes que no se producen para el uso sino para la venta. En este sentido, estos cambios en la

formación económico-social que reorganizaron las fuerzas productivas de las colonias

imperialistas, expresaron cada vez con más violencia las contradicciones de la vida material

dentro de estas sociedades, acrecentando un proceso de desigualdad y dominación, que se

remonta a tres siglos atrás con la llegada de Hernán Cortés a la meseta central mexicana. A través

de los siglos, tales reestructuraciones implicaron la enajenación de los medios materiales de

producción de la clase campesina, anteriormente ligada económica y políticamente a las

comunidades indígenas, transformándolas en nuevos desposeídos carentes de tierras para

solventar las necesidades materiales de subsistencia, empujando a esta clase a tener que vender su

fuerza de trabajo dentro de un mercado.1

En otras palabras, como explica un fragmento del texto de Polanyi citado por Wolf, al

imponerse el sistema de mercado mundial, se alteró la organización de las fuerzas productivas

preexistente; como efecto se obtuvo el cambio de las relaciones de producción, produciendo una

reorganización del trabajo. En consecuencia, el trastorno que produce tratar a los elementos de las

fuerzas productivas como mercancías implica un trauma en toda la organización social. 2 “Lo

significativo es que el capitalismo destruyó las estructuras tradicionales, separando a las

personas de su matriz social acostumbrada con el fin de transformarla en actores económicos,

independientes de sus anteriores obligaciones con parientes y vecinos.” (Wolf; 1999: Pág. 379)

Dichas ideas podemos aplicarlas al resumen sobre el proceso histórico particular que trataremos

de comprender a continuación.

El liberalismo, en el México del comienzo de la república, se conformó como un

movimiento de reforma social, era un movimiento principalmente militarista proveniente de las

distintas provincias mexicanas, opositor del centralismo político del gobierno y que pretendía dar

respuesta al atraso (persistente desde la época colonial) que representaban la desigualdades entre

castas sociales3 y el sistema de privilegios con que se articulaban las clases dominantes y el

aparato burocrático del país, en donde una minoría identificada con Europa apuntaba hacia la

restitución de la forma de vida virreinal y pretendía derechos sobre una mayoría indígena y

mestiza pauperizada. Además, el liberalismo también surgió como respuesta ante la alianza de

1 Marx explica cómo según la lógica del desarrollo del capital, la enajenación de los medios de producción, coherente con el proceso de desarrollo de las fuerzas productivas del modo de producción capitalista, determinan el conflicto en las relaciones sociales de producción. Marx, Karl: “Introducción a la crítica de la economía política.” Prefacio. Ediciones Estudio, Buenos Aires. (1973)2 Wolf, Eric: “Las luchas campesinas del siglo XX.” Conclusión. Siglo XXI Editores, Madrid. (1999) pág. 376 a 379. 3 Aún después de la independencia nacional del dominio de la corona española en 1821, estas desigualdades, producto de una sociedad explícitamente racista, legada a través de sus antecedentes coloniales y eclesiásticos, que a lo largo de la historia tendieron a desvalorizar el papel de “lo indígena” como elementos representativos dentro del proyecto de identidad nacional. Representadas como atrasadas en relación al modernismo de la cultura dominante, las distancias sociales tan marcadas obligaron a abandonar en gran medida todo los rasgos folklóricos, abriendo una puerta a alguna forma de movilidad social a través de la transformación de campesinos relacionados por lazos tradicionales a la propiedad ejidal a vendedores de fuerza de trabajo.

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intereses entre la aristocracia eclesiástica (dueña de grandes territorios), y el régimen militarista

oligárquico que había tomado la dirigencia del país.

En este intento, los gobiernos liberales mexicanos fundaron sus proyectos en la

consolidación de una clase de pequeños y medianos propietarios rurales. Estas corrientes políticas

burguesas impusieron el modo de producción capitalista a través de las Leyes de Reforma

agraria. Se prohibió la propiedad comunal de las tierras indígenas y de las propiedades

eclesiásticas, las cuales se parcelaron y se repartieron4 creando una nueva forma de latifundismo

agrario. Estas reformas tenían como elemento focal a la hacienda, centro económico y social, con

apertura comercial no sólo local, sino también hacia el exterior, a través del ampliamiento de las

comunicaciones que posibilitó la industrialización del ferrocarril. Las comunidades indígenas

debieron dispersarse hacia las tierras más inhóspitas de las montañas, o bien someterse a la

dependencia política y económica de la hacienda.

En cambio, como efecto, empezó a concentrarse la tierra en una elite burguesa de

grandes propietarios latifundistas y empresarios nacionales y extranjeros con capital listo para

invertir. Estas oligarquías locales fueron comprando las tierras de pequeños propietarios a través

de la especulación, en general a precios muy bajos, propiciando la expropiación a través de la

disolución de la propiedad ejidal y la transformación de esos campesinos en pequeños

propietarios privados. De esta manera, quedó libre un ejército de fuerza de trabajo que

conformaría el incipiente proletariado; una nueva forma de explotación se instituía con la

irrupción de la modernidad.

Adolfo Gilly afirma la importancia de la reorganización de la haciendas como “…el

principal instrumento de regulación para la utilización de la fuerza de trabajo y la acumulación

del producto excedente, incluso del producido en las comunidades indígenas subsistentes…”5,

(Gilly; 1998: pág. 53). En otras palabras, la reforma agraria juarista hizo de las haciendas el

elemento focal de la acumulación originaria del capital, concentrando la propiedad de grandes

latifundios en manos de una elite de rancheros locales. Las haciendas adoptaron el antiguo modo

de producción colonial basado en la industria de la extracción de materias primas y

reestructurando el modo de reclutamiento de fuerza de trabajo. Las poblaciones campesinas6,

antes ligadas a la tierra comunal (seguro tradicional de su subsistencia) y subordinados a las elites

españolas locales a través del trabajo gratuito que debían rendir a los hacendados7, durante la

segunda mitad del siglo XIX la modernización productiva implementada por el capitalismo

necesitó desarticular los beneficios que otorgaba el régimen tradicional de propiedad de la tierra,

transformando a los campesinos en propietarios de la tierra. No pasaría mucho tiempo para que la

tendencia demostrara que los pequeños propietarios rurales no podrían sostener los impuestos de

4 En el caso de las tierras indígenas, éstas fueron parceladas y repartidas entre las familias de la comunidad; en el caso de las tierras de la Iglesia pasaron a formar parte de las propiedades de los partidarios de Benito Juárez. Wolf, Eric: “Las luchas campesinas del siglo XX.” Siglo XXI Editores, Madrid. (1999) Pág. 33.5 Gilly describe el valor de las haciendas dentro del sistema capitalista mexicano y su importancia para hacer participar a México en el mercado internacional a través de la extracción de metales preciosos: “…la industria extractiva continuará siendo el principal canal para la transferencia al exterior de una parte substancial del plusproducto.” (Ibíd., pág. 53) Dentro del modo de producción colonial había una la intima interdependencia entre la hacienda, la comunidad, el régimen de encomienda y las minas. 6 Definidas por Wolf como “…la población que, para su existencia, se ocupa en el cultivo y toma decisiones autónomas para su realización.” (Wolf; 1999: pág. 10) Opuesta a las características del granjero, el cual produce mediante relaciones sociales de producción capitalista, su producto no es para satisfacer la subsistencia sino que necesita la acumulación para tener una participación en el mercado.7 Gilly detalla como el régimen de encomienda que durante el virreinato de Nueva España rindió como fuente de mano de obra tributada desde las comunidades indígenas para trabajar en las minas persistió junto con otras formas mixtas de explotación de mano de obra como el trabajo por endeudamiento hasta las últimas décadas del siglo XIX, cuando las haciendas fueron incorporando sistemáticamente mano de obra asalariada. (Ibíd., pág. 53)

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sus tierras y necesitaran venderlas a grandes hacendados, monopolizando el control de los medios

de producción; por otra parte, esos campesinos que quedaban sin tierras estuvieron obligados

para subsistir, a venderse como fuerza de trabajo en el mercado, transformando las relaciones de

producción. Nacía el proletariado mexicano; los trabajadores rurales dieron lugar dentro de la

sociedad a los trabajadores urbanos, conformando a una clase mestiza e incipiente, “…reflejo del

desplazamiento del artesanado tradicional mexicano por métodos industriales modernos” (Hart;

2001: pág. 1), pero sin una identidad de clase definida por un interés común con las clases

campesinas, que aunque con orígenes emparentados, persistían de parte de unos para los otros las

exclusiones racistas, producto de identificar a los pueblos como civilización o como barbarie.

El régimen porfirista.

La revolución mexicana es un epifenómeno de esa inestabilidad social que veníamos

describiendo, producto de una polarización sin precedentes. La desigualdad social endémica se

expresó como síntoma en los levantamientos populares rastreados desde el período colonial, que

siguieron durante los gobiernos conservadores del México independiente llevando a los liberales

en 1857 al poder, mediante lo que se recuerda como la revolución juarista, y que durante los 33

años a cargo del gobierno, Porfirio Díaz había podido controlar mediante el monopolio legítimo

de la violencia que ejercía el Estado. Las lealtades conseguidas dentro de la fuerza militar y las

oligarquías provinciales fueron la manera de mantener un orden y un consenso, a través de la

política de “pan y palo”.

Si bien no era un gobierno militar porque no era la cúpula del ejercito la que

gobernaba, era una dictadura fuertemente unipersonal y centralista. El aparato de coerción era

concentrado en la figura de un solo general que actuaba con la misma fuerza de una junta militar

a la hora de hacer entender sus ideas; era un gobierno que usaba la fuerza de choque para

conseguir un consenso y no poner en duda el origen de la autoridad. Además, este círculo en que

se detentaba el poder del Estado tenía el derecho a modificar las leyes en su conveniencia,

obviando mandatos constitucionales a su antojo, e imponiendo la pasividad de la sociedad

mediante la fuerza militar o la extorsión económica.

La “democracia artificial” que el dictador Porfirio Díaz había configurado alrededor

de su persona se fundaba en un sistema de privilegios, en el cual un círculo privado de militares

defensores del régimen y empresarios acomodados se repartían puestos políticos y tierras entre

ellos a cambio de hacer cumplir la ley de lo que se llamó la “pax porfiriana”8, organizada en

base al control estricto de cualquier intento subversivo.

Era un sistema cerrado de prebendas, recompensas ganadas entre oligarcas a lo largo

del proceso capitalista de modernización mexicano, cuyo foco de poder estaba en la capital del

país como centro del desarrollo económico de la nación. Todas las estructuras del estado estaban

8 La “pax porfiriana” es esta forma de gobernar a través del control y el consenso forzado a través de la represión de los mecanismos constitucionales de la democracia. Es comparable al “Orden y Progreso”, con cual el slogan del liberalismo decimonónico daban a entender que no había progreso económico-social si no había primero un orden político-social. Wolf nombra a este aparato de control como políticas de “pan y palos” para dar cuenta justamente de que el desarrollo de las fuerzas productivas que buscaba el liberalismo económico de los “científicos” como Limantour, debía estar fundado en orden que imponía un conservadurismo de las formas políticas, aún mediante la coacción de las disidencias, muy distintas a las que pregona el liberalismo basada en los derechos constitucionales. (Wolf; 1999: pág. 32)

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pervertidas, trazadas a través de relaciones clientelares o desmedida preferencia por los parientes

para ocupar cargos públicos. Se tejían las alianzas entre compadres dentro del estrecho círculo de

gobernantes, representantes de una oligarquía nacional paralela a las elites locales. La

designación de los empleados públicos en todo el país estaba dentro de estas prebendas. Incluso

el cargo de jefe municipal, (cargo polifuncional que comprendía las obligaciones y las ganancias

de juez de paz, policía, administrador, etc.) eran cedidos a cambio de una estricta lealtad hacia el

poder central. Más que nada fue la obsesión por el control para diseñar un plan de consenso

nacional mediante la selección estratégica de los participantes en el reparto del botín. “La política

[…]…era más bien una fuente de poder, seguridad y patrocinio, en una sociedad donde las

oportunidades de avances eran a menudo limitadas.” (Knight; 2001: pág. 26)

Hacia las últimas décadas del siglo XIX, las oligarquías liberales locales empezaron a

participar dentro del mercado internacional. El gobierno central impulsó la modernización del

país ofreciendo suculentos subsidios para estimular la inversión de los capitales financieros, en la

que participó principalmente Estados Unidos, pero también se encuentran participando los

capitales de las grandes potencias europeas.

En 1892, a través de la Unión Liberal, en la tercera reelección de Díaz empezó a

consolidarse este proyecto modernizador de la nación. La influencia de una elite liberal, los

llamados “científicos”, dirigidos por José Yves Limantour, financista, terrateniente y ministro de

Hacienda durante las últimas dos décadas de la dictadura porfirista, proyectó la industrialización

masiva de México mediante el proceso de desarrollo de las fuerzas productivas nacionales a

través de la inversión extranjera. En cambio, la mayor parte de las inversiones se concentraron en

la industria extractiva de materias primas para la exportación.9 Al mismo tiempo la clase de

grandes propietarios mexicanos comienza a expandirse de su circuito comercial local hacia la

participación de un mercado internacional, respondiendo al proceso del imperialismo capitalista.

Este grupo defendía a ultranza los principios liberales de desarrollo económico,

aunque se desentendía de los principios que atendían al progreso social (por ejemplo, el respeto

por los derechos individuales, la libertad de prensa, la igualdad política ante el Estado, etc.),

priorizando a los primeros antes que el desarrollo de condiciones sociales favorables, lo que los

hizo fuertemente impopulares. La inversión extranjera cobró los costos de dicha modernización

con la extracción del plusproducto conseguido a través de la fuerza de trabajo campesina10,

compuesta por los sectores rurales mestizos proletarizados, y también por la mano de obra libre

proveniente de las comunidades indígenas sin tierras que accedía al trabajo rural estacionario en

las grandes haciendas, dislocando las formas tradicionales de subsistencia, es decir, la propiedad

comunal. La formación económico-social mexicana, caracterizada por el proceso de

modernización dependiente de la inversión extranjera, implicó políticas agrarias signadas por una

dinámica de expropiación/concentración de tierras. Los costos mayores los cubrieron las

comunidades campesinas indígenas, expropiadas de tierras y cuyas poblaciones debieron

someterse a la forma de vida asalariada. Sus antiguas tierras fueron monopolizadas en manos de

de oligarquías locales o empresas extranjeras. La intención fue desarrollar una industria nacional; 9 “Del total de la inversión extranjera directa, los ferrocarriles suponían un tercio, las minas una cuarta parte, y el resto los bancos, empresas de servicios públicos, los negocios de bienes raíces, las fábricas textiles y el petróleo.” (Knight; 2001: pág. 29)10 “En esas condiciones, el proceso de vinculación de México al mercado mundial se realizaría sobre la base de la superexplotación de los sectores sociales más débiles de la población, principalmente en el campo.”

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y lo que lograron es una polarización entre propietarios y fuerza de trabajo.11 El tan esperado día

en que el capital nacional fuera dominante dentro de la economía mexicana, se transformó en

cosa difícil de lograr provocando la competencia extranjera en vez del acrecentamiento de los

recursos a través de la estimulación de la producción nacional financiada por el Estado.

Los “científicos” fueron un grupo hermético del liberalismo, con una visión

economisista de la sociedad, orientada fuertemente por el pensamiento comtiano hacia la

evolución social y el progreso económico. A través de ellos, el gobierno implementó las

condiciones para estimular la inversión extranjera, principalmente la de su vecino del norte,

acelerando el desarrollo de las fuerzas productivas e incentivando la inversión privada. De esta

forma, la apertura del mercado financiero atrajo a inversores extranjeros que concentraron

capitales en los bancos, pasando estos últimos de ser simples intermediarios financieros a ser un

actor fuerte dentro de la economía. Siguiendo a Lenin, todo monopolio genera estancamiento;

dado el parasitismo del cual vive el imperialismo, los monopolios, al estar pendientes de los

beneficios que puede extraer de los ciclos del mercado, regulan a su antojo el progreso técnico de

la producción, tendiendo al estancamiento y descomposición de la producción nacional. La

exportación de capitales acentúa más esto último, acrecentando más sus regalías sobre el

comercio exterior, quedándose con las regalías el inversor. El error del gobierno fue permitir la

desregulación financiera del sector privado, y el otorgamiento preferencial al sector extranjero, el

cual prácticamente impuso las condiciones que se presentaban como ideales para intervenir. A

través del ferrocarril el capitalismo porfiriano modernizó el país. La inversión extranjera

monopolizó las comunicaciones ferroviarias, construyendo vías de extracción por donde se

trasladaban los recursos mexicanos hacia Estados Unidos. Junto con el tren se extendieron otros

tipos de comunicaciones como el correo y el telégrafo al igual que la redes de servicios como el

agua potable. Al mismo tiempo, el ferrocarril es el emprendimiento industrial que mayor

población proletarizó, reclutando mano de obra de los “…sectores campesinos desplazados,

artesanos incapaces de resistir a la modernidad y peones que huían de la servidumbre por deuda

hacia la relativa libertad del trabajo industrial.” (Wolf; 1999: pág. 40) La expansión comercial

mexicana propició un desarrollo de las poblaciones rurales en primera década del siglo XX. Estas

fueron trasladándose a las ciudades debido a lo que Wolf explica como una crisis ecológica

dentro de las magras comunidades indias dueñas de tierras, producto del desequilibrio entre la

población campesina y sus escasos recursos obtenidos de las tierras improductivas y periféricas a

las que fueron arrojadas.12 De esta manera México se urbanizó.

En estas condiciones, Porfirio Díaz llega a 1911 dimitiendo sus funciones a cargo del

gobierno nacional después de haber sido reelegido por séptima vez, debido a la creciente

inestabilidad de la sociedad y el disgusto de ciertos sectores activamente políticos que dejaron de

apoyar al gobierno central.13 Francisco Ignacio Madero (presidente del Partido Nacional

Antirreeleccionista, apoyado por las burguesías provinciales), rápidamente logró la adhesión de

un grupo vasto y heterogéneo que reunía a un sector importante de la burguesía, cuyo eje de 11 “Menos del 1% de las familias poseían alrededor de 85% de la superficie agraria aprovechable.”12 Wolf, Eric: “Las luchas campesinas del siglo XX.” Conclusión. Siglo XXI Editores, Madrid. (1999) Pág. 381 a 383.13 “La oposición política de Díaz provenía a su vez de tres vertientes principales.” Estos se resumen en: empresarios que se habían formado como consecuencia de la modernización del país, “…un sector social intermedio, en especial miembros de las profesiones liberales […] y la naciente clase obrera industrial.” (Mires; 1988: pág.170) Es decir la oposición proviene de la ciudad, y en especial a las cada vez más importantes grandes ciudades del interior mexicano.

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acumulación se iba trasladando de la propiedad agraria a la industria (y del cual la misma familia

de Madero era un ejemplo), y al que el gobierno de turno ya no le concedía los privilegios de

otros tiempos; congregó sectores de la pequeña burguesía de las ciudades reclamando reformas

políticas democráticas; se plegaron los sectores obreros que buscaban regulación laboral y

derechos de organización sindical; por último, también concentró al campesinado. Incitando a la

rebelión mediante la proclama del Plan San Luis Potosí, encabezó la revolución por la

recuperación de México de manos del imperialismo. A partir de aquí se desata una serie de

levantamientos campesinos, alzando la bandera de la recuperación de tierras. En cierta medida,

estos procesos de recuperación de tierras se originaron de manera paralela a los movimientos

liberales de Madero (cuestionadores de las redes de poder de Díaz), debido al escaso lugar de

participación y representación política al que los sectores campesinos eran sometidos. Como dice

Hart, la revolución de Villa y Zapata es la que quedó más fija en la iconografía popular del siglo

XX, aunque participó en la confluencia revolucionaria junto a otros movimientos sociales, cada

uno con consignas particulares. A partir de este estado de cosas, la corriente del liberalismo

maderista conformó una facción política dentro de la burguesía del interior, que pedían las

garantías constitucionales relegadas por la presencia permanente de esa oligarquía centralista en

el Estado. Para entender correctamente este proceso de la historia mexicana debemos empezar

analizando la dinámica social interrelacionada en las distintas regiones de México, de acuerdo

con las afinidades e intereses de los grupos sociales en cuestión.

Las distintas identidades del México revolucionarios.

A diferencia de otras revoluciones campesinas, la revolución mexicana no tuvo

ningún ideólogo, líder intelectual o partido político de vanguardia con una ideología coherente.

“La Revolución mexicana no fue dirigida por ningún partido revolucionario bien organizado y

dotado de la visión de una nueva sociedad.”14 (Wolf; 1999: Pág. 75) Sin embargo, Gilly destaca

la organización comunal como “…el instrumento que permitía medir, discutir y organizar…”15

(Gilly; 1998: Pág. 66) una dinámica de ataque en contra de los fundamentos de la organización

capitalistas con que el Estado proyectaba la sociedad.

La corriente ideológica anarcosindicalista y socialista expresada a través del

periódico “Regeneración” y el Partido Liberal Mexicano, fundados y liderados por Ricardo

Flores Magón y sus hermanos Jesús y Enrique, representaron una oposición radical al régimen

dictatorial de Porfirio Díaz mediante el lema “tierra y libertad”; en tanto verdaderas influencias

revolucionarias, son considerados como precursores ideológicos de la revolución mexicana. Estas

corrientes de pensamiento habían llegado a México a través de anarquistas españoles; también los

jóvenes sindicatos obreros fueron puntos efervescentes donde plegó este tipo de ideología. Las

14 Knight remarca el carácter espontáneo y desorganizado de los levantamientos campesinos de la revolución mexicana; al mismo tiempo da cuenta de la diversidad de condiciones e intereses que México presentaba en cada región del país: “En cambio en sus orígenes provincianos, desplegó variaciones calidoscópicas; con frecuencia parecía más una multitud de revueltas heterogéneas que una revolución […], pero todas reflejo de las condiciones e intereses locales.[…] fueron las raíces locales las que dieron sustento a la revolución.” (Knight; 2001: Pág. 2)15 Gilly nos demuestra como las relaciones sociales de producción tradicional provenientes de la “antigua comunidad agraria” cuyos orígenes son prehispánicos y se basaban en la organización del calpulli, fueron el fundamento ideológico de la revolución mexicana. (Gilly; 1998: Pág. 66 a 69)

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revoluciones sociales que ocurrían en otros lugares del mundo repercutían en las latitudes

mexicanas. El desarrollo del pensamiento magonista no sólo identificó las problemáticas agrarias,

sino también nucleó sectores del proletariado y liberales disidentes del modelo de gobierno.

Propusieron reformas políticas y sociales a nivel nacional orientadas hacia la democracia, y cuyos

muchos puntos aparecerían en la Constitución de 1917. Podemos apreciar las afinidades

ideológicas de los revolucionarios mexicanos con las corrientes magonistas en cuanto a la

restitución de la propiedad ejidal, la protección a las comunidades indígenas, la anulación de las

deudas de los peones con los terratenientes, fundación de un banco agrícola, reglamentación del

trabajo, indemnización por accidentes de trabajo, entre otras cosas. Estas ideologías también

formaron parte de los fundamentos de las reivindicaciones campesinas, debido a que la

organización tradicional de las comunidades agrarias expresaban también las costumbres

colectivas en relaciones igualitarias, apuntando a las formas de producción y de trabajo basadas

en la cooperación entre familiares y vecinos dentro de la comunidad. En este sentido, el programa

de reivindicaciones de los ejércitos campesinos pretendía rescatar los derechos comunales a las

tierras usurpadas por propietarios privados, es decir, los hacendados.

La revolución mexicana, es importante aclarar, hay que ubicarla como distintas

manifestaciones locales a lo largo de todas las regiones del territorio nacional; cada una motivada

por intereses y necesidades particulares, compartidos solamente por el grupo local. Otro tipo de

identidades es lo que Knight alude cuando advierte las muchas lealtades que forman la

variabilidad situacional en las distintas regiones mexicanas. Siguiendo a Marx, “…un idealismo

diría que la conciencia del hombre determina su ser; un materialismo afirma, muy por el

contrario, que el ser social determina la conciencia individual…” (Marx; 1973: pág. 13); a lo

que me refiero es que el tipo de lealtades que Knight desarrolla representan a las expresiones

identitarias de cada grupo local, motivadas y configuradas por los intereses y las necesidades

contingentes de los individuos, expresados y compartidos por la experiencia común de los sujetos

dentro de la comunidad local o dentro de cada clase.16 Como argumenta Knight, cada situación

sociopolítica local es la combinación de distintas afinidades o, en términos de él, “lealtades”

étnicas, regionales, ideológicas, de clase y clientelistas; de esta manera, los cimientos en donde se

construyera la revolución no se conformaron como homogéneos. De esta manera, los distintos

frentes de campesinos armados que se levantaron contra el despotismo del Estado representaban

intereses locales particulares; lo mismo pasa con los trabajadores proletarizados; cada revuelta o

huelga no respondían a ningún interés compartido con otro sector social. De la misma forma, la

burguesía maderista actuó con intereses particulares de clase, acoplando adhesión entre los

distintos sectores de la sociedad a partir de concesiones secundarias. Lo anterior se confirma con

la desidia de Madero (ya en sillón presidencial) ante la situación campesina, la cual había

incluido dentro de su programa de reivindicaciones revolucionarias en San Luis Potosí. Ningún

sector de la sociedad mexicana que declaró la rebelión contra la hegemonía capitalista contaba

con un programa claro del proyecto de sociedad al que apuntaba, sino que se pretendía, de

manera un poco idealista, una solución nacional a los distintos problemas locales. Lo que sucedió

16 Tales intereses y necesidades pueden ser motivadas por la necesidad de diferenciación (a través de las castas y las clases sociales) que tienen los individuos a partir del desarrollo desparejo de la vida material de algunos y de otros. Siguiendo a Marx, todo parte de una motivación individual producto del reparto desigual de la vida material, determinando el tipo de relaciones sociales que formamos.

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fue que los intereses de la clase económicamente más fuerte predominaron sobre las

reivindicaciones de otros sectores.

Siguiendo a Knight, desde la época colonial y aún luego de la independencia, la

percepción general de los distintos sectores de la sociedad mexicana sobre las distintas

identidades étnicas y regionales basadas en diacríticos socioculturales (vestimenta, lenguaje,

alfabetismo o domicilio), tendían a reprobar la pervivencia de lo indígena (sobre todo entre los

sectores proletarizados rurales y urbanos como también dentro de las clases dominantes) por

representar un anacronismo y una fuentes de estatismo cultural, perjudicial como imagen de

nación, por todo lo que venía aparejado con el indio, como el alcoholismo, la delincuencia, el

vagabundeo, etc.17 La aculturación colectiva sobre las formas de relaciones sociales que se

configuraban dentro de las comunidades indígenas socavaron paulatinamente las formas

tradicionales de sus vidas socioculturales, trasformándolas en sociedades mestizas, integrándolas

a los sectores criollos de la sociedad a través de la proletarización de su fuerza de trabajo. Las

poblaciones campesinas se fueron trasladando hacia las haciendas y las ciudades, trabajando y

viviendo dentro de sus dinámicas, y abandonando para siempre el ejido. Este proceso provocó la

homogeneización de las diferencias culturales presentes en la diversidad étnica mexicana. Para

estos grupos adoptar la forma de vida que les imponía la sociedad hegemónica mexicana

significó aceptar el dominio político del modernismo, y aún cuando no se los aceptaba, sus

relaciones de poder dentro de la comunidad siempre se verían reconfiguradas hacia una estructura

más vertical que las anteriores. “Con el tiempo, las lealtades étnicas fueron reemplazadas por

otras –de clase, ideológicas, regionales y clientelistas. […] la identidad de castas fue suplida por

la identidad de clase.”18 El proletariado urbano y rural nunca sintió como propia la causa

campesina, separando radical e ideológicamente su condición mestiza de cualquier rasgo cultural

indígena, intentando olvidar su origen común.

En cuanto al concepto de aculturación, la cultura debe pensarse como algo dinámico

que esta permanentemente en transformación, no como una cosa que se pierde. Al mismo tiempo

que ciertas personas decidieron abandonar sus costumbres para insertarse en la sociedad mestiza,

otro conjunto de la población indígena se replegó, empezó a construir una conciencia de grupo y

a defender la patria chica, lo cual implicó un cambio cultural dentro de las comunidades

campesinas. Los pueblos indígenas necesitaron construir nociones de identidad reflexivas sobre

el lugar en que estaban insertos ellos mismos y su propia cultura dentro de la sociedad global

mexicana, reforzando las formas de identificación como grupo para construir otro tipo de libertad

más allá de la coerción material a la cual estaban sujetos (por ejemplo, la libertad de la lucha

conjunta y la identificación mediante la empatía con otros mediante la experiencia compartida de

la marginalidad), ante la realidad socioeconómica que les tocaba vivir al haber delegado su

autonomía política en manos de intermediarios económicos del Estado. Construyeron una

17 La percepción racista de la población nacional (casi exclusivamente mestiza) se fundamentaba en que el vicio de los mexicanos se encontraba concentrado entre los indígenas como condición natural de ellos y no como producto de su condición opresiva, producto socio-histórico que se remonta a la conquista. Siguiendo a Azcuy Ameguino, es la situación permanente de explotación, “…la desestructuración brutal del universo campesino, la dislocación de la familia, el desarraigo de la tierra y la satanización de los dioses americanos, la supresión de los mitos y creencias, el desplazamiento de los pueblos enteros, la ruptura del equilibrio población-producción por la transferencia violenta del plustrabajo y plusproducto a la economía del conquistados. Una fractura de la cohesión ideológica…” es la que lleva a los indígenas al “desgano vital”, el cual se refleja en el vicio. (Azcuy Ameguino; 1992: pág. 16)18 La autonomía de las comunidades indígenas libres (es decir, que no dependían directamente del trabajo proletarizado de la hacienda) era relativa, “…la autoridad política era esgrimida por caciques locales cuyo gobierno era tolerado, y algunas veces utilizado, por el gobierno central distante.” (Knight; 2001: Pág. 6 a 7)

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dimensión de autoconcepto basada en la experiencia social que los individuos tenían en común,

es decir, se fueron conformando “comunidades imaginadas” en términos de Benedict Anderson,

fundadas en la adscripción a reivindicaciones de consignas generales de actores particulares. Al

tiempo que se presenta una fragmentación en la organización social de las comunidades

campesinas, éstas empiezan a vincularse identitariamente a grupos más amplios mediante otros

tipos de pertenencias, distintas a los vínculos identitarios tradicionales de la tribu, el asentamiento

o al grupo de parentesco.

Este es a grandes rasgos el calidoscopio de intereses con que cada colectividad

campesina motivaba a levantarse en armas en contra de los propietarios de las haciendas. Las

comunidades indígenas o mestizas, la mano de obra proletaria o semiservil, los pequeños

productores directos o los arrendatarios, todos eran ahogados por el dominio político y

económico que implicaba el desarrollo de las fuerzas productivas, el cual regalaba prerrogativas a

los sectores privados, tanto nacionales como extranjeros.

Los distintos contextos sociohistóricos de las regiones del país confirieron ideologías

diferentes que determinaron el rumbo de la revolución. Por ejemplo, el frente norteño de Doroteo

Arango, alias Pancho Villa, se configuró a partir de la oposición al avance de la consolidada

burguesía terrateniente (mucho más consolidada que en el sur) y de las haciendas ganaderas de la

provincia de Chihuahua, como también al frente invasivo de las corporaciones mineras

extranjeras. En el norte y en la región de la meseta central, las haciendas se reservaban los valles,

mientras que las poblaciones campesinas se repartían las tierras altas; sobre todo en el norte, de

población más mestiza que indígena, la producción centrada en latifundios ganaderos y en la

explotación minera exprimía a las clases más pobres de trabajadores rurales.19 Por otra parte,

había surgido en Chihuahua una dinámica clase media urbana (comerciantes, artesanos,

empleados de servicios, etc.), que dio su apoyo a la revolución a través de su identificación con

las propuestas de Madero (principalmente garantizando la constitución y la legitimidad electoral).

Los trabajadores ganaderos que formaron el ejército del norte, no presentaban ningún interés por

las reivindicaciones agrarias, cuya forma de vida y a su gente despreciaban. Estos vaqueros,

acompañados por bandidos, contrabandistas y cuatreros se beneficiaban del comercio con la

frontera estadounidense; este ejercito a caballo fue un arma fundamental en los levantamientos

villistas gracias a su gran movilidad y desplazamiento. La división de conciencia de clase entre

campesinos y trabajadores rurales es una característica de la población norteña que debemos tener

en cuenta al compararla con los objetivos e intereses del ejército del sur. Siguiendo a Pla, si bien

“la heterogeneidad de las clases sociales es inherente a todas las clases” (Pla; 1990: pág. 30),

los objetivos de los trabajadores rurales como clase social eran refractarios a las demandas del

campesinado. La “fuerza de clase” que había motivado a unirse entre el campesinado y había

construido una conciencia de clase para sí a través de siglos de experiencia común, no hacía eco

entre otros sectores.20 Esta característica se evidenciará en el distinto reparto de tierra que hubo en

19 Las comunidades yaquis del estado de sonora organizados por Cajeme libraron levantamientos memorables en 1875.20 El joven proletariado no había conformado una conciencia de clase para sí, mediante una fuerza de clase que los ligue con otros sectores. Esto es evidente en las primeras huelgas y movilizaciones obreras en Cananea y Río Blanco, las cuales eran congregadas a partir de la organización de un centro industrial, pero no presentaban todavía una organización a nivel provincial o nacional. Si bien fueron muy importantes estas huelgas, atravesadas por enfrentamientos con los militares, y dieron el puntapié inicial para que también los campesinos se levanten en armas, al proletariado en general carecía de esa fuerza clasista de composición heterogénea. Como dice Mires “…debido al desarrollo desigual de la expansión industrial, los trabajadores estaban muy aislados entre sí.” (Mires; 1988: pág. 177)

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el norte y en el sur. Mientras que en sur la tierra se repartió entre los campesinos y las viudas de

los caídos en combate, el ejército de Villa tendió más a repartir las tierras entre sus propios

generales.

En cambio, el sur prácticamente despoblado a excepción de los pueblos autóctonos

del Istmo de Yucatán, desde finales del siglo XIX, recibió oleadas de gran número de mano de

obra libre que eventualmente trabajaba de forma migrante, empezando a poblar la región a

medida que crecía la demanda de productos tropicales en el mercado mundial;21 de la misma

manera, algunos siglos antes, trabajadores indígenas, encomendados en las haciendas habían

poblado el norte del país para trabajar en las empresas mineras. No solo cambiaba el paisaje, el

cual se hacia más denso, húmedo, con nuevas enfermedades y nuevas necesidades, sino también

la etnicidad y la población se van transformando. El sur casi no había sido modernizado; las

poblaciones principalmente indígenas se identificaban mucho más con las reivindicaciones sobre

la propiedad ejidal; el proletariado y el campesinado indígena estaban representados por la misma

población, cuyas tierras ancestrales habían sido usurpadas por las haciendas azucareras. Como

sugiere Gilly22, los levantamientos zapatistas en Morelos estuvieron ligados fundamentalmente a

la recuperación de tierras y a su reparto entre los campesinos. Emiliano Zapata, el presidente del

consejo comunal elegido en Anenecuilco, condujo la revolución de los pueblos del sur de forma

cada vez más independiente de los movimientos revolucionarios burgueses, aunque necesitó el

apoyo de un proyecto a nivel nacional, y éste fue el Plan San Luis Potosí.

La primera conclusión que sacamos (conclusión a la que llega Wolf al final de su

libro, caracterizando al campesinado como fenómeno global), es que “…el campesino es agente

de fuerzas superiores, que son producidas tanto por un presente como por un pasado

desordenado. […]…las injusticias contra las que se rebelan son, a su vez, manifestaciones

locales de grandes perturbaciones sociales.” (Wolf; 1999: pág. 409) El campesinado mexicano

no pudo hacer una revolución sin una dirección externa; la revolución agraria necesitó para

explotar el apoyo de algún centro poder, y este fue el ala radicalizada de la burguesía que no

soportaba más al Estado anticonstitucional. Fueron los movimientos liberales constitucionalistas

los que les dieron lugar a las reivindicaciones de los campesinos dentro de sus proyecciones

inconsistentes de sociedad. Tanto Madero primero, como Carranza y Obregón después, los

representantes de la clase media traicionaron a la clase más pobre, el campesinado, porque las

demandas anarquistas y socialistas que expresaban no compartían punto común con el proyecto

burgués de sociedad. Resultándoles intensamente inquietantes desde la posición de clase a la que

estaban sujetos, ellos pensaban que las reformas sociales que pedían los revolucionarios

campesinos destruirían el orden y el progreso pacífico. 23 Los campesinos carecían de una visión

coherente de nación proyectada en el futuro; ellos tenían un proyecto para resolver la situación

21 Con respecto al trabajo migrante que albergaban las plantaciones del sur, Knight nos explica que: “…para algunas comunidades pobres, la oportunidad de un trabajo de temporada en la tierra cliente, aunque duro e insaludable, ofrecía una forma de ganarse la vida. De ahí que la corriente anual de trabajadores de las tierras altas a las tierras bajas constituyera un rasgo característico de la economía rural porfirista. Sin embargo, ya que el libre fluir de trabajadores probó no ser tan adecuado, las plantaciones recurrieron también a métodos más coercitivos: formas de trabajo forzado, prisión de trabajo forzado y la trampa de la contratación nominalmente libre mediante el peonaje por deudas, mismo que alcanzó su mayor crueldad en las plantaciones sureñas…” (Knight; 2001: Pág. 18 a 19)22 Al citar a François Chevalier, rescata: “La sublevación de los campesinos de Morelos asumía las proporciones de una revolución social, en tanto que los demás movimientos revolucionarios eran ante todo políticos.” (Gilly; 1998: pág. 86)23 La reivindicaciones de los ejércitos villistas y zapatistas exigieron principalmente: la nacionalización de la tierras en manos de los enemigos de la Revolución y de los extranjeros, un programa de reforma agraria, implementar una regulación laboral y un límite de las horas de trabajo, una legislación sobre trabajo infantil, un seguro de accidentes de trabajo, la instauración de una cooperativa y sociedades de ayuda mutua, la formación de sindicatos y el derecho de huelga, la educación secular.

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pauperizada de los campesinos, pero no un plan de progreso para México; esperaban derrocar al

Estado como fuente de todo mal sin poner un sustituto, volviendo a la sociedad caracterizada por

el orden doméstico sin Estado.24

La revolución maderista.

El punto de partida del proceso revolucionario fueron las declaraciones realizadas por

el presidente Díaz al periodista estadounidense Creelman en 1908, en las que afirmaba que el

pueblo mexicano ya estaba maduro para la democracia y que él no deseaba continuar en el poder.

Comenzó en el país una intensa actividad política y ese mismo año apareció el libro “La sucesión

presidencial” en 1910, escrito por Madero, que se convirtió en el manifiesto político de los

grupos de oposición a la dictadura (las clases medias, los campesinos y los obreros), contrarios a

la reelección de Díaz para un nuevo mandato presidencial, pero también opuestos a las

costumbres aristocráticas y al afrancesamiento dominante, a la política económica del

colonialismo capitalista y a la falta de libertades políticas bajo el régimen dictatorial.

En abril de 1910 Madero fue designado candidato a la presidencia por el Partido

Nacional Antirreeleccionista, fundado un año antes con un programa a favor del sufragio efectivo

y la no reelección, pero sin claros contenidos sociales y económicos. En mayo del mismo año se

produjo en Morelos la insurrección de Emiliano Zapata al frente de los campesinos, que ocuparon

las tierras en demanda de una reforma agraria. Díaz fue reelegido para un séptimo mandato y

Madero intentó negociar con él para obtener la vicepresidencia de la República, pero fue

encarcelado por el dictador en Monterrey el 6 de junio, aunque poco después obtuvo la libertad

bajo fianza y escapó a los Estados Unidos (precisamente a San Antonio, en el estado de Texas).

El 15 de octubre de 1910, Madero y sus colaboradores acordaron el Plan San Luis Potosí, que

llamó a la insurrección general y que logró el apoyo de los campesinos al incluir en el punto

tercero algunas propuestas de solución al problema agrario. El 20 de noviembre se produjo la

insurrección de Pancho Villa y Pascual Orozco en Chihuahua, pronto secundada en Puebla,

Coahuila y Durango. En enero de 1911 los hermanos Flores Magón se alzaron en la Baja

California y los hermanos Figueroa en Guerrero.

Pese al fracaso de Casas Grandes, en marzo de ese mismo año, el 10 de mayo los

revolucionarios ocuparon Ciudad Juárez, donde se firmó el tratado por el que se acordaba la

dimisión de Díaz, que salió exiliado hacia Francia el 26 de mayo siguiente, y el nombramiento

como presidente provisional del antiguo colaborador de la dictadura en ese entonces secretario de

Relaciones Exteriores, Francisco León de la Barra, que conservó a los funcionarios y militares

adictos a Díaz. Madero y los burgueses consideraron terminada la revolución, pero los

campesinos no habían logrado nada. Con la renuncia de Díaz se saciaban los intereses burgueses;

próximamente, la restauración postporfirista deberá buscar a un nuevo presidente que respete los

mandatos constitucionales, implantando un gobierno democrático y apoyando las exigencias de la

clase media y alta, y desarrollando una nueva etapa del modelo liberal. Acá es cuando el proyecto

24 Como dice Wolf “…los campesinos rebeldes son anarquistas naturales.” (Wolf; 1999: pág. 400)

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revolucionario maderista le vuelve la espalda al campesinado.25 La guerra que proponían los

campesinos no convenía a nadie. En la reunión de Ciudad Juárez, todos coincidieron en que lo

mejor sería disipar la sublevación del campesinado. La efervescencia del ánimo campesino,

estimulado por las consignas de recuperación de tierras, se había escapado de las manos de

Maderos. Acordaron dar por concluida la revolución, desarmar a los revolucionarios y restablecer

el orden jurídico preexistente sostenido por el ejército federal. No se mencionó nada sobre el

problema agrario ni sobre otros mencionados en el Plan San Luis Potosí.

Sin embargo, para los campesinos recién comenzaba la revolución; ellos no habían

logrado nada aún. El gobierno procedió al desarme de las fuerzas revolucionarias, pero los

zapatistas se negaron a ello, exigiendo garantías de que serían atendidas sus demandas en favor

de una solución para el problema agrario. El general Victoriano Huerta combatió a los zapatistas

del estado de Morelos en los meses de julio y agosto de 1911, los derrotó en Cuautla y los obligó

a refugiarse en las montañas de Puebla. Sin embargo, en las elecciones presidenciales resultó

elegido Madero, que tomó posesión de su cargo el 6 de noviembre de 1911, pero que no logró

alcanzar un acuerdo con Zapata ni con otros líderes agrarios por su falta de sensibilidad para

resolver los problemas sociales planteados por el campesinado.

En Villa Ayala, estado de Morelos, el 25 de noviembre de 1911 Zapata junto a Otilio

Montaño (un maestro de escuela de la Villa de Ayala) proclamó el Plan de Ayala, en el que no

reconociendo el gobierno de Madero, se proponía el reparto de tierras bajo el lema magonista de

“Tierra, Justicia y Libertad” y la continuación de la lucha revolucionaria.26 Orozco, tras ser

nombrado por los agraristas jefe supremo de la revolución, se sublevó en Chihuahua en marzo de

1912, y otro tanto hicieron los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz en Nuevo León y Veracruz

respectivamente. El ejército federal, al mando de Prudencio Robles y Victoriano Huerta, reprimió

con dureza los levantamientos, estableciendo campos de concentración, quemando aldeas y

ejecutando a numerosos campesinos. En la ciudad de México tuvo lugar en febrero de 1913 la

que se denominó “Decena Trágica”, enfrentamiento entre los insurrectos y las tropas del general

Huerta, que causó alrededor de 2.000 muertos y 6.000 heridos. Con la insólita mediación del

embajador estadounidense, Henry Lane Wilson, el general Huerta apoyándose en la estructura

política porfirista, llegó a un acuerdo con un viejo aliado, el general Díaz, y destituyó a Madero,

autoproclamándose presidente el 19 de febrero de 1913. Asimismo, otra vez se había impuesto un

gobierno de dictadura al estilo porfirista. Cuatro días después el presidente Madero y el

vicepresidente José María Pino Suárez fueron ejecutados por órdenes de Huerta.

“A la continuidad del Estado liberal oligárquico de Díaz a Madero, al poder estatal

de los poseedores, había que oponer otro poder, el de los campesinos en armas.”27 (Gilly; 1998:

pág. 94) Así, Zapata redactó el Plan Ayala a las tres semanas de asumir Madero a la presidencia,

encarnando la intransigencia en sus principios frente al Estado de las clases dominantes y a los

25 Gilly escribe: “Tanto para Díaz como para Madero comprendieron la doble advertencia del norte y del sur: había que llegar a un acuerdo, antes que la guerra campesina pasara por encima de todos ellos. Esa fue la base desacuerdo de Ciudad Juárez.” (Gilly; 1998: pág. 83)26 Wolf cuenta como Zapata (un ranchero comprometido con su pueblo), junto a Díaz Soto y Gama (intelectuales que apoyaron a la revolución campesina), continúan la causa campesina con la proclama del Plan Ayala: “…hacemos constar: que los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques a la sombra de la tiranía y justicia venal, entrarán en posesión de estos bienes inmuebles desde luego los pueblos o los ciudadanos que tengan títulos correspondiente a esa propiedad, de las cuales han sido despojados por la mala fe de nuestros opresores manteniendo a todo trance, con las armas en la mano, la mencionada posesión.” (Wolf; 1999: pág. 54)27 “Con Madero en el gobierno, el cual aparecía como el jefe de la revolución y usaba ese papel para llamar a rendir las armas y someterse, con el poder del estado al servicio de esa política contrarrevolucionaria, había que lanzar otro polo de poder organizado en el país.” (Gilly; 1998: pág. 94) De acuerdo a ésto, Zapata redactó el Plan Ayala a las tres semanas de asumir Madero a la presidencia.

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gobiernos sucesivos de Madero, Huerta y Carranza (los nuevos enemigos de la revolución),

encontrando la expresión política más pura de la revolución agraria mexicana. El Plan Ayala

pasaría a ser la bandera de la lucha agraria (la cual venía de una larga tradición de disputa,

negociación y organización, remontándose a las guerras de la Independencia y de la Reforma),

que uniría a la gran diversidad de las poblaciones rurales mexicanas, y que marcaría las ideas, los

métodos y los límites del campesinado en revolución. Es verdad que el zapatismo no se proponía

destruir el régimen capitalista, aunque la nacionalización de todos los bienes de las clases

explotadoras implicaría una reestructuración crítica para las bases del capitalismo. Las

contradicciones internas que limitaron al zapatismo como ideología agraria consistieron en que al

fundar sus reivindicaciones en los antiguos derechos de propiedad comunal de la tierra, en esos

viejos títulos comunales que se remontaban a la época del virreinato, legitimando la insurrección

y el recurso de las armas a través de ellos, no pasaba los límites jurídicos del antiguo derecho de

propiedad, aunque rompía con las armas el derecho de propiedad establecido por los

terratenientes y su Estado.28 Por otra parte, el plan revolucionario no resolvía la cuestión decisiva

del poder. “La perspectiva campesina era incapaz de ir más allá, generalizar al nivel nacional y

social y dar una salida a la nación insurrecta. Y la clase obrera urbana carecía de dirección

política propia y de organismos independientes.” (Gilly; 1998: pág. 101)

La revolución constitucionalista.

El gobierno de Huerta no fue reconocido por el gobernador de Coahuila, Venustiano

Carranza, quien el 26 de marzo de 1913 proclamó el Plan de Guadalupe29, bandera de la

revolución constitucionalista, por el que se declaraba continuador de la obra de Madero y

procedía a la formación del ejército constitucionalista, al que no tardaron en sumarse el coronel

Álvaro Obregón en Sonora, y Pancho Villa en el norte, mientras Zapata volvía a dominar la

situación en el sur y este del país. Wolf comenta que Carranza se diferenciaba de Madero (a

quien había advertido varias veces) en que comprendía lo superfluo del restablecimiento de las

garantías constitucionales formales, si se conservaba la posición de poder de la organización civil

y militar de Díaz, dirigida por Huertas. Carranza representaba el ala liberal dejada por Madero, se

apoyaba en la solvencia de la clase media como eje del desarrollo mexicano. En cambio, Obregón

lideraba la facción más radical, delegado de la clase media rural, quien reclamaba una legislación

nacionalista que impidiera el avance de las corporaciones extranjeras (sobre todo las de Estados

Unidos); además apoyaba una reforma agraria y el reparto de tierras de los latifundios. Desde un

principio, Obregón comprendió que Zapata y Villa solamente realizando reformas sociales

podrían ser dominados. En agosto de 1914, Obregón reabre la Casa del Obrero Mundial en

28 Siguiendo a Mires, se destaca el consejo de ancianos como la institución pública con más vigencia dentro de la sociedad campesina. “A través de los ancianos, los grupos campesinos se negaban a romper con el pasado. Gracias a los ancianos, el pasado permanecía en el presente.” (Mires; 1998: pág. 185)29 En el cual se rechazaba el acceso al poder de Victoriano Huerta y se nombraba jefe de las tropas constitucionalistas a Venustiano Carranza. Así mismo, se preveía que el ejercicio de la presidencia, con carácter interino, recayera en éste, una vez ocupada la ciudad de México, quien, inmediatamente obtenida la paz convocaría elecciones a todos los órganos públicos. El Plan de Guadalupe fue un compromiso esencial en el transcurso del complejo proceso de la revolución, que permitió el acceso a la presidencia de Carranza después de la reforma que supuso el Pacto de Torreón, firmado con las fuerzas de Pancho Villa en dicha ciudad del estado de Coahuila, el 4 de julio de 1914, con el objeto de añadir aspectos sociales al conjunto de los acuerdos y asegurar el mando militar ejercido por el propio Villa en el norte mexicano.

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México, y en 1915 se firma un pacto con Carranza para que esta organización social proporcione

“batallones rojos” contra Villa y Zapata.

La oposición a Huerta en la capital se realizó a través de la Casa del Obrero Mundial

(fundada en el gobierno de Madero, ésta se formó como oposición hacia él), de tendencia

anarquista y defensora de las clases obreras urbanas, pero cercana a los planteamientos agrarios

del movimiento zapatista, al que dotaron de una ideología más definida, como ya dijimos, hacia

el pensamiento magonista a través del lema “Tierra y Libertad”, que los alejaba tanto de Huerta

como de Carranza. Zapata comprendió que la única estrategia posible para su movimiento era

preservar su independencia y, a partir de ahí, relacionarse con los múltiples sectores antihuertistas

que comenzaban a aparecer en el país, como el carrancismo. Las tropas constitucionalistas,

formadas por campesinos y gente del pueblo, derrotaron al ejército federal por todo el territorio

nacional: Villa ocupó Chihuahua y Durango con la división del norte; Obregón venció en Sonora,

Sinaloa y Jalisco con el ejército del noroeste. En 1915, el general constitucionalista Salvador

Alvarado entró en Yucatán y abolió el peonaje por deuda, promulgando leyes laborales iniciando

la educación secular y estimulando el gobierno municipal autónomo. Estados Unidos, tomando

partido por los oponentes a Huerta, hizo desembarcar su infantería de marina en Veracruz el 21

de abril de 1914. Después del triunfo constitucionalista en Zacatecas el 24 de junio de ese mismo

año y la ocupación de Querétaro, Guanajuato y Guadalajara, Huerta presentó la dimisión el 15 de

julio siguiente y salió del país. En el Tratado de Teoloyucan se acordó la disolución del ejército

federal y la entrada de los constitucionalistas en la capital, que se produjo el 15 de agosto de

1914.

El triunfo de Carranza.

A pesar que Carranza negoció numerosas veces con los frentes campesinos del norte

y del sur, “…las reparticiones de tierras siguieron informalmente.” (Mires; 1998: pág. 207) A

medida que los constitucionalistas empezaron a encontrar adeptos, el ala liberal dentro de la

coalición empezó a retroceder en sus promesas de reforma. Pronto surgieron diferencias entre los

revolucionarios, divididos en tres grupos: los villistas, que ofrecían un programa político y social

poco definido; los zapatistas, que mantenían los principios formulados en el Plan de Ayala; y los

carrancistas, vinculados a la burguesía y deseosos de preservar los beneficios obtenidos por los

generales, empresarios y abogados adictos a Carranza. En la convención de Aguascalientes, en

noviembre de 1914, se acordó el cese de Carranza como jefe del ejército constitucionalista y de

Villa como comandante de la división del norte, así como el nombramiento de Eulalio Gutiérrez

como presidente provisional. Carranza se trasladó a Veracruz, Gutiérrez llevó el gobierno a San

Luis Potosí y la ciudad de México quedó en poder de Villa y Zapata, cuya colaboración inicial

terminó un mes más tarde con la salida de ambos de la capital y la reanudación de las

hostilidades.

Con los decretos de finales de 1914 y la ley agraria de enero de 1915, Carranza ganó

para su causa a amplios sectores de la población, mientras los ejércitos carrancistas al mando del

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general Obregón ocuparon Puebla el 4 de enero de 1915 y derrotaron a Villa completamente en

Celaya, Guanajuato, León y Aguascalientes (marcando el fin de una era de la revolución), entre

abril y julio del mismo año, por lo que Estados Unidos reconoció al gobierno de Carranza en el

mes de octubre. Villa inició en el norte una guerra de guerrillas y trató de crear conflictos

internacionales con Estados Unidos, cuyo gobierno, en 1916, envió tropas en su persecución,

aunque éstas no lograron capturarlo. En el sur, Zapata realizó repartos de tierras en Morelos y

decretó algunas medidas legales para intentar consolidar las reformas agrarias y las conquistas

sociales logradas, pero también los zapatistas fueron derrotados por las tropas constitucionalistas

al mando de Pablo González y obligados, entre julio y septiembre de 1915, a replegarse a las

montañas.

En septiembre de 1916, Carranza convocó un Congreso Constituyente en Querétaro,

donde se elaboró la Constitución de 1917, que consolidaba algunas de las reformas económicas y

sociales defendidas por la revolución, en especial la propiedad de la tierra, la regulación de la

economía o la protección de los trabajadores, llevando el sello de la facción radical. En las

elecciones posteriores, Carranza fue elegido presidente de la República y tomó posesión de su

cargo el 10 de mayo de 1917. Zapata mantuvo la insurrección en el sur hasta que, víctima de una

traición preparada por Pablo González, cayó en una emboscada en la hacienda de San Juan

Chinameca, donde el 10 de abril de 1919 fue asesinado. En 1920 también es asesinado Carranza;

quien lo sucedió en la presidencia fue Obregón, que para mantener la estabilidad social en su

gobierno tuvo que reconstruir los ejidos. La misma suerte que corrió Carranza encontró Villa,

quien fue asesinado en su rancho en Chihuahua en 1923. El destino de los líderes de la revolución

había sido escrito, aunque los guerrilleros del sur siguieron luchando, llevando a la Virgen de

Guadalupe y a su líder hecho santo popular, el “Milianito, El Pobrecito”. Para ellos (y destaco a

Zapata principalmente como el más honesto y estimulado por intereses colectivos), la realización

de algunos de sus sueños revolucionarios, aunque de forma parcial, será póstuma. En resumen, a

diferencia de otras sublevaciones populares, el trastorno revolucionario fue totalmente interno.

“Las facciones de pretendientes al poder surgieron en el curso de la lucha, en vez de haber

estado desde el principio.” (Wolf; 1999: pág. 75)

Pero ¿qué dejó la revolución mexicana además de casi dos millones de muertos?

Estableció las bases para un nuevo México en el cual los principios de los derrotados se

convertirían en la guía de los triunfadores. No fue hasta 1934, con el advenimiento del general

Lázaro Cárdenas, que la reforma agraria a gran escala y la organización laboral generalizada tuvo

una sustancia concreta. Cárdenas hizo lo que anteriores presidentes no se animaron a hacer, ésto

es, desmantelar el poder político de los propietarios y distribuir sus tierras entre los campesinos.

La mayor parte de lo recuperado (el triple de lo que se había tomado en el pasado) se entregó a

las comunidades aldeanas bajo la forma de ejidos. Desde el gobierno se dieron las garantías

constitucionales que forjarían leyes que concibieran una sociedad fundada en la justicia social.

Nuevamente se favoreció el capital mexicano sobre el capital extranjero, impulsando un vigoroso

avance de la industria y el comercio en México. Pero nuevamente la activación económica en el

sector privado condujo a una industrialización acelerada, dando lugar a las elites industriales y

comerciales, ampliamente relacionadas con el gobierno. La reforma agraria otra vez se convirtió

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en subordinada al progreso del capital, priorizando la propiedad privada sobre los arreglos

comunales, dirigiendo los fondos suplementarios a la industria, el comercio y la agricultura

privada en vez de dar apoyo financiero al programa ejidal. Una vez más la economía nacional

recibió con los brazos abiertos al capital extranjero. En consecuencia, se hicieron más notorias las

desigualdades entre la pobreza de la vida rural y la vida urbana, reforzando nuevamente el atraso

del campo contra el progreso de la ciudad.

Conclusiones.

Por ser el epígrafe que comienza esta monografía una frase básicamente descriptiva,

me gustaría concluir este trabajo con otra cita pero de carácter más teórico, la cual explica de que

manera la inestabilidad social que he argumentado se “…trata de un proceso, parte del devenir,

en el que todas estas densas tramas materiales de obra humana forman también una espiral de

causalidad recíproca…” (Vaseilles; 2004: pág. 5) entre el desarrollo del capitalismo mexicano y

el subdesarrollo de las clases subalternas, en especial la más pobre, la clase campesina. La

historia es el desarrollo de diversas crisis interconectadas, las cuales como todo proceso tiene su

origen, evolución y conclusión, pero dentro de su propio devenir explotan alcanzando otros

lugares de la sociedad. Este modelo de devenir en espiral que presenta la historia universal de los

procesos de crisis nos hace reconocer que toda historia de procesos sociales representan las

mismas determinaciones que estructuran la sociedad, las cuales no cambiarán mientras no se

solucionen las contradicciones entre los intereses de sectores dominantes y subalternos en el seno

mismo de la sociedad, y en la que el Estado es su consecuencia, (creado por la clase dominante

para oprimir a la clase subalterna). En otras palabras, la historia universal demuestra que todas las

sociedades se estructuran verticalmente conforme la acumulación de bienes permita la diferencia

entre los individuos, y que cada clase que se va conformando a través de ese proceso de

diferenciación es presa de las contingencias de su situación pasada.30

El modelo en espiral de la historia revolucionaria de México nos representa la

subordinación política de la clase campesina a otra clase con más peso dentro aparato

institucional donde se disputa el poder. Lo que determinó las conquistas y las derrotas de la

revolución, y también el escueto grado de pervivencia de sus reivindicaciones a través de la

historia, es la situación marginal que le tocaba dentro de la sociedad, producto de la acumulación

diferencial dentro de ésta, y en el que la introducción del capitalismo fue su último capítulo. Aún

así fue el capitalismo quien hizo que el campesinado quedara sólo frente a sus demandas. Lo

interesante (y al mismo tiempo lamentable) es que reiteradas veces quedó peleando sin apoyo.

Fue la persistencia de sus guerrilleros, que aun hoy hace sonar sus demandas como carabinas, la

que logró algún tipo de condiciones favorables.

En este sentido, ¿es pertinente nombrarla como una revolución? Siguiendo a Lenin, la

clase revolucionaria al llegar al poder debe demoler el instrumento de dominación con el que una

clase oprime al resto de la sociedad, o sea el Estado, e instituirla como organismo activo de la 30 “Esto muestra de manera más que elocuente cómo en la historia todo tiene un precio, porque la historia camina en espiral, no en línea recta.” (Vaseilles; 2004: pág. 7)

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justicia social mediante las comunas. La falta de capacidad de los revolucionarios para organizar

un Estado de acuerdo con sus demandas, ubica a los movimientos campesinos mexicanos como

una revolución fallida. Aún cuando sus demandas tuvieron eco parcial dentro de los gobiernos de

Obregón y Cárdenas consiguiendo ventajas concretas, nunca fueron líderes campesinos los que

concretaron un proyecto nacional claro desde el Estado. Además, si pensamos en una revolución

como un proceso de emancipación del capital como agente de “…extracción de plusvalía de la fuerza

de trabajo en el proceso social de producción…” (Dobb; 1975: pág. 25), también concluimos en definir a

la lucha campesina como una causa perdida, puesto que el campesinado actual sigue subordinado, no sólo

a la dinámica del capital como modelo económico, sino también a una clase capitalista que tiene

privilegios, ausentes en las comunidades aldeanas; privilegios principalmente políticos, pero que (de

acuerdo al desarrollo en espiral que venimos aplicando) determinan los aspectos económicos, culturales y

sociales.

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Bibliografía:

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