historia de la pastoral juvenil en las conferencias episcopales
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Pastoral Juvenil Víctor Guerrero Hernández
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Historia de la pastoral juvenil en las conferencias episcopales latinoamericanas
y la lastimada realidad del joven en el continente
1968 es un año en el mundo en donde se sitúan movimientos, revoluciones, cambios, tal vez una
nueva época; ya que por vez primera, los jóvenes en diversos lugares asumían de forma importante el
papel de convertirse en sujetos de cambio social. Casi todos esos movimientos en el mundo del 68,
tienen en las universidades su punto de partida, reaccionando a formas tan establecidas de
autoritarismo. En Latinoamérica los jóvenes no están indiferentes a lo que sucede, basta recordar el
rojo amanecer en la plaza de las tres culturas en Tlatelolco, ciudad de México.
Qué situaciones tan importantes y complicadas para la historia del mundo y para
Latinoamérica, y es ese contexto el que las conferencias episcopales han tenido como base para
encarnar el Evangelio, ¿cómo ha sido su desarrollo en respuesta a esas situaciones, concretamente en
lo que respecta a los jóvenes?, ¿cuáles han sido los aportes, el camino pastoral propuesto?, y ¿qué
compromisos, qué responsabilidades como seguidores de cristo y como Iglesia tenemos?
Es en ese año, en 1968, que se realiza la II Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano, lugar, Medellín (Colombia), en donde se resalta como parte de la Doctrina Social
Cristiana, la tarea de anunciar el Evangelio y denunciar las injusticias. En el contexto estaba el gran
cambio que el Vaticano II aportó a la Iglesia. Concretamente Medellín habla de los jóvenes en diversos
sentidos, expresa como la Iglesia ve en la juventud la constante renovación de la vida de la humanidad,
“La iglesia es la verdadera juventud del mundo”, por ello hace un llamado a la juventud a revitalizar a
mantener una fe en la vida, a reintroducir permanentemente el sentido de la vida, invitándolos a
sumergirse en las claridades de la fe para vencer las formas espirituales de muerte, es decir, las
filosofías del egoísmo, del placer, de la desesperación y de la nada. Ciertamente Medellín abre una
ventana más al tema jóvenes, pero será en Puebla en donde se leerá de forma importante la postura
Latinoamericana de optar por lo jóvenes y la nueva realidad que vive el mundo y la justicia.
En Puebla (México 1979), se evidencia mucho más la lastimosa situación que vive
Latinoamérica y propone de forma concreta para los jóvenes, opciones que puedan ser caminos para
su desarrollo integral, para vivir la justicia que le lleven a estar en comunión con Dios y con los
hombres. Y es que Puebla abre a Latinoamérica, al mundo, su situación, en donde se reconoce que en
sus pueblos prepondera el “hambre y la miseria, las enfermedades de tipo masivo, la mortalidad
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infantil, el analfabetismo y la marginalidad, profundas desigualdades de ingresos y tensiones entre las
clases sociales, brotes de violencia y escasa participación del pueblo en la gestión del bien común".
De ahí que los Obispos en Puebla se lancen a presentar a los jóvenes el Cristo vivo, desde la
propia realidad Latinoamericana, lo presentan como único Salvador, con una respuesta de amor a
Cristo, a la liberación integral del hombre y de la sociedad, con compromisos pastorales concretos, en
donde exista una pastoral de juventud que tenga en cuenta la realidad social de los propios jóvenes
del continente; que oriente su opción vocacional, que se les ofrezca canales eficaces para la
participación activa en la Iglesia y en la transformación de la sociedad, que se construya “la civilización
del amor” y se edifique la paz y la justicia, así como una formación que genere un sentido crítico en los
jóvenes frente a los medios de comunicación social y a los contravalores, evitando así las
manipulaciones, así también que se atienda a los jóvenes que, por diversos motivos deben emigrar
temporal o definitivamente y que son víctimas de la soledad, la desubicación, la marginación, etc. Es
crear una pastoral que sea de alegría y esperanza, con un mensaje de gozo a su realidad en muchas
ocasiones es triste, de opresión y de desesperación, una pastoral que les libere.
Puebla ha sentado bases importantes y hasta históricas en las conferencias, ha mirado a los
jóvenes desde la realidad de exclusión y exterioridad. Para la siguiente conferencia de Santo Domingo
(1992), se percibe un cierto viraje o prudencia en continuar la línea de la anterior conferencia, Puebla
había descubierto la herida de cientos de años y me atrevo a señalar que Santo Domingo de cierta
forma fue llamado a mirar hacia otro lado.
Ciertamente la opción sigue siendo los jóvenes, aunque las acciones pastorales no tuvieron la
misma o mejor magnitud que las de Puebla. Santo Domingo especifica que exista acompañamiento y
apoyo real y dialogo mutuo entre jóvenes, pastores y comunidades, que la pastoral juvenil tenga
siempre una dimensión vocacional, que se dé importancia especial al sacramento de la confirmación
para que lleve al joven a un compromiso, que abra a los jóvenes espacios de participación y que los
procesos educativos se realicen a través de una pedagogía que sea experiencial, participativa y
transformadora, invitando la Iglesia con su palabra y su testimonio, debe presentar a Jesucristo en
forma atractiva y motivante, de modo que sea para los jóvenes el camino, la verdad y la vida.
Para el año 2007, la Conferencia Episcopal se realizaría en Aparecida Brasil, en donde el mundo
ya ha cambiado desde Medellín, tal vez una nueva época, una nueva cultura, el continente digital ha
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invadido como en un abordaje bucanero, a toda la sociedad, pero sin haber resuelto las grandes
necesidades de justicia, basta recordar las denuncias implícitas y explícitas de Puebla.
Aparecida mira de forma importante la situación de desintegración familiar que ahora se vive y
por tanto, pide renovar, en estrecha unión con la familia, de manera eficaz y realista, la opción
preferencial por los jóvenes, alienta a los Movimientos eclesiales, que tienen una pedagogía orientada
a la evangelización de los jóvenes, y los invita a poner más generosamente al servicio de las Iglesias
locales sus riquezas carismáticas, educativas y misioneras. Se invita a que no se limite “proponer a los
jóvenes el encuentro con Jesucristo vivo y su seguimiento en la Iglesia, a la luz del Plan de Dios”,
porque es él, el único que puede garantizar la plenitud desde la propia dignidad de ser humano, y en
dicha plenitud llama Aparecida a formar en la personalidad de los jóvenes una mentalidad vocacional,
en dónde miren lo específico de ella, ya sea en el sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio.
Un aspecto importante que surge en esta conferencia, es el de acercar mucho más a los
jóvenes a Dios a través de su Palabra, de forma concreta se motiva a que dichos jóvenes sean
introducidos sí a la oración personal, pero también al encuentro de esa Palabra a través de la Lectio
Divina. Palabra que sea trascendente en sus vidas, que los lleve a mirar su circunstancia, a ser críticos
de ella, para convertirse en agentes de cambio, que transformen la realidad social, política, de acuerdo
o teniendo un referente principal, “la Doctrina Social de la Iglesia, haciendo propia la opción
preferencial y evangélica por los pobres y necesitados”.
Aparecida ve como una oportunidad para contrarrestar el mundo de la droga y de la violencia,
la capacitación, educación de los jóvenes, por ello le llama urgentemente a no dejar que los jóvenes
carezcan de la educación que hasta por derecho les corresponde. Para ello es importante disminuir la
brecha generacional, por lo tanto son necesarias “metodologías pastorales, procurar una mayor
sintonía entre el mundo adulto y el mundo juvenil”. Dentro de ese mundo adulto no están excluidos
los sus pastores, por ello se les invita a que dichos pastores y jóvenes se preparen juntos y muestren al
mundo su fe asistiendo principalmente a peregrinaciones, Jornadas nacionales y mundiales de la
juventud.
Finalmente considero importante señalar que el camino de las conferencias
episcopales en Latinoamérica no ha sido fácil, es de reconocer lo que nuestros obispos
aportan en otro servicio que realizan a su pueblo, ya que la realidad de pobreza, marginación,
exclusión, ahora de violencia y narcotráfico son imperantes, así como la desintegración
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familiar, y ello permea todos los ámbitos de la sociedad, y les corresponde a ellos, a los
obispos, ser en primer lugar signos del amor de Dios y por lo tanto quienes busquen las
mejores formas de transformar la realidad junto con sus fieles; grande y titánica labor, que
solamente unidos a Dios podrán realizar.
Aunado a esas situaciones marginales, es necesario reconocer otra gran influencia, el
continente digital llegó para quedarse, y los referentes de autoridad moral y trascendente se
descartan aceleradamente, por lo tanto el peso de la ética ha venido a ser suplido por la
ligereza de la estética. De ahí que el seguimiento de Cristo debe ser cada vez notorio como
actual, porque es Él quien dará la fortaleza para que nuestros queridos jóvenes puedan salir
delante de lo que ahora el mundo ofrece sin medida, y precisamente la medida ya no es el
amor mismo, sino el subjetivismo, el egoísmo, el poder, por ello quienes tenemos una forma
de vida radical, debemos encarnar el Evangelio mucho más hondo en cada uno de nosotros,
encarnar y configurarnos a ese Jesús joven, alegre, cercano, que lo ha dado todo por volver a
reunirnos, por liberarnos, por su inmenso amor, para que estando dentro del mundo demos
testimonio a los jóvenes de que no seguimos al mundo, sino a nuestro bien más preciado, al
Amado, el que los ama y espera verlos felices ahora y en la eternidad.
Considero grande el reto más no imposible si estamos sostenidos de dos amores
principalmente, Dios y los jóvenes, por ello es necesario que las anteriores conferencias
episcopales sean retomadas en sus aspectos pastorales para con los jóvenes, que valoremos la
riqueza de su contenido y lo volvamos operativo en nuestra cotidianidad, es momento de
evaluar el camino, lo realizado y entonces poder en miras de una próxima o lejana nueva
conferencia episcopal Latinoamericana sentirnos orgullosos, más no satisfechos del camino
recorrido, por el compromiso personal y como Iglesia de este continente con nuestros
jóvenes, principalmente los más necesitados, y por lo tanto ser corresponsables en la
salvación de la querida juventud y de nosotros junto con ellos, sostenidos por Jesucristo
nuestro Señor.