historia de españa en el siglo xxi javier tusell

1938

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Dividida en cuatro volúmenes, laHistoria de España en el siglo XXabarca un periodo especialmentecontrovertido, cuyo conocimiento esimprescindible para cualquiera quedesee hacer un diagnóstico delpresente. España ha sidoprotagonista de dosacontecimientos fundamentales eneste siglo -la Guerra Civil y laTransición a la democracia- lacultura española ha alcanzadodesde comienzos del siglo XX unascotas que permiten establecer unparalelismo con el Siglo de Oro.

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Este tomo aborda la etapacomprendida entre el desastre de1898 y la proclamación de laRepública en 1931, un periodo decambio en el que empezaron afraguarse las grandes cuestionesque marcaron el siglo XX español.Una obra fundamental paraentender la España de hoy.

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Javier Tusell

Historia deEspaña en el

siglo XXI- Del 98 a la proclamación de

la República

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ePUB v1.0JeSsE 19.09.12

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Título original: Historia de España en elsiglo XX (I- Del 98 a la proclamación dela República)Javier Tusell, 2000

Editor original: JeSsE (v1.0)ePub base v2.0

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Introducción: Laherencia del fin de

siglo

En un tiempo todavía no muyremoto, la Historia del siglo XXespañol hubiera comenzado con unasconsideraciones acerca del peso quesobre la centuria siguiente tuvo elllamado «Desastre del 98», es decir, lapérdida de las últimas coloniasamericanas. Hoy, en cambio, gran partede esas consideraciones, habituales enese pasado próximo, se consideran fuera

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de lugar. El mismo hecho de considerarla fecha de 1898 como una ruptura seríamuy discutible. Todo hace pensar que,así como el periodo revolucionarioabierto en 1868 dejó una huellaconsiderable en quienes lo vivieron, encambio la pérdida de las colonias norompió la continuidad histórica enmuchos terrenos como, por ejemplo, eleconómico e incluso el mismo juicio esválido para el político. La impresión deruptura con el pasado se limita acontados terrenos, como más adelante seseñalará.

La interpretación que durante muchotiempo se ha hecho de la pérdida de

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Cuba y Filipinas se ha basado enrecalcar aspectos críticos acerca delrégimen político existente sin tener encuenta unas realidades que convertían envirtualmente inevitable lo sucedido. Hayque tener en cuenta, en primer lugar, eltipo de colonialismo español a fines delsiglo XIX. En Filipinas ni siquiera habíalogrado la difusión de la lengua —nisiquiera entre las tropas auxiliaresindígenas, y la labor colonizadoraparecía, en realidad, subarrendada a lasórdenes religiosas—. En las islas deMicronesia —Carolinas, Marianas…—se basaba en el descubrimiento, pues enla práctica no había existido ocupación

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propiamente dicha y, menos aún,explotación comercial. En Cuba laexplotación económica no sólo habíaexistido sino que dio lugar a las fortunasmás impresionantes del siglo en España.

Así se explica que la llegada de losrecursos procedentes de la isla resultaraindispensable para sostener la guerracarlista. Pero en los últimos años delsiglo de todo ello subsistíaprincipalmente un grupo de presiónpolítica que, si en el pasado había hechovivir a Cuba en un sistema deexcepcionalidad constitucional, en 1893hizo imposibles las reformas de Maura ysustentó la resistencia a ultranza contra

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cualquier cambio en las Antillas hastaque fue demasiado tarde. Entretanto lascircunstancias económicas variaban yhacían cada vez más profunda ladistancia entre el marco político y eleconómico. Mientras que más del 90 por100 de la exportación de azúcar sinrefinar se dirigía a Estados Unidos lametrópoli conservaba el 40 por 100 dela importación cubana que, de todosmodos, no era el más allá del comercioexterior español. Los concejales de LaHabana eran en su inmensa mayoríapeninsulares a pesar de que las críticasa la Administración colonial poco antesde la Restauración eran tan graves que

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un capitán general llegó a decir que trescuartas partes de los funcionariosmerecían ser licenciados. Si acomienzos de siglo la existencia de laesclavitud aseguró la fidelidad de laclase dirigente a la Corona española, afines la crisis del azúcar de caña —porla aparición del de remolacha—contribuyó a crear una profundainquietud que favoreció a losmovimientos independentistas. Si laproducción cubana había llegado a serel 40 por 100 del total mundial, en losaños finales de siglo se había reducido acasi la mitad. Aun así, durante muchotiempo Cuba constituyó la esperanza de

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casi un millón de españoles queemigraron a la isla desde fines de siglohasta los años treinta.

Sólo una situación de las relacionesinternacionales favorable a Españahubiera podido tener como consecuenciaque Cuba siguiera perteneciendo a laMonarquía española pero, en estepreciso momento, todo contribuyó, porel contrario, a hacerlo más difícil. Se leha atribuido a Cánovas una política deaislamiento que explicaría, de acuerdocon la interpretación de sus críticos, lacarencia de alianzas de España y, portanto, su derrota en el momentodecisivo. Pero ésta no es una

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descripción que se corresponda con larealidad. Cánovas sólo procuró evitarlos compromisos, en especial losexcesivos. La Restauración estuvoligada a una de las alianzas europeashasta mediados de la década final desiglo pero incluso si esa situaciónhubiera perdurado (y no fue el caso) elresultado hubiera sido idéntico porqueno hubiera bastado para garantizar lasposesiones coloniales. En un ambienteinternacional en el que predominaba unáspero realismo (o, si se quiere, la leydarwinista del más fuerte) los derechoshistóricos no valían ante los poderesemergentes de nuevas potencias

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dispuestas a participar en el reparto. Deesta manera se imponía unaredistribución colonial en la que lasperdedoras tenían que ser aquellasnaciones «moribundas», denominaciónque empleó el secretario del ForeignOffice lord Salisbury precisamente parareferirse a España tras su derrota.Estados Unidos actuó como el ejemplomismo de potencia deseosa de ejercer suimperialismo y por eso no cejó deplantear a España la única solución quepara su clase dirigente resultabainaceptable, la venta de la isla.

En la larga serie de conflictos quedurante la década de los noventa se

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produjeron en las relacionesinternacionales de todo el mundo, el queenfrentó a España con Estados Unidosfue el único que concluyó en guerra puesen los restantes se produjo la pura ysimple retirada del más débil. Variosfactores contribuyen a explicarlo. Enprimer lugar, cómo en Estados Unidos laprensa popular proporcionó un juiciopor completo erróneo acerca de lasituación, aunque en distinto sentido. Laespañola pretendía apoyarse en unaopinión pública que, en realidad, estabacreando ella misma en la mentira. Deacuerdo con esa prensa el león españolsería capaz de liquidar al cerdo yanqui:

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cuando en la diversión más popular delmomento —la corrida— hacíanaparición toros mansos se losdenominaba «yanquiformes». El juiciode la clase dirigente se explica no por laignorancia sino por razones de carácterpolítico. En el seno del régimen vigentese dio por supuesta la derrota antes delcomienzo mismo de las operacionesmilitares. La guerra sería «un desastreestéril», anunció Canalejas, mientrasque el general Polavieja informó a laregente de que prefería de momento noser ministro de la Guerra y reservarsepara después de la derrota. Cánovas,por su parte, aseguró que la Monarquía

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«no resistiría» la entrega, sin lucha, deuna de sus posesiones: Cuba era paraEspaña algo así como Alsacia-Lorenapara Francia. El propio almiranteCervera, que llevó la flota hastaSantiago hacia su hundimiento,consideraba que se la podía dar porperdida con el simple hecho de decidirque viajara allí. Si la guerra fueaceptada la razón estriba en que sepensaba que, de otro modo, podíaquebrar el mismo régimen de laRestauración. En este sentido pareceacertada la metáfora empleada por lanovelista Emilia Pardo Bazán: laEspaña de la época era como un duque

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vestido con una armadura, incapaz delibrarse de ella a pesar de que leahogaba. De hecho, tras el Desastre losrepublicanos más extremistas, comoBlasco Ibáñez, defendieron posicionesde un convulso patrioterismo y luegoreclamaron que un general derribara alas instituciones monárquicas. Loscarlistas recurrieron a propagandassemejantes e incluso coincidieron enseñalar al general Weyler —protagonista de la más dura política deguerra contra los sublevados— como suesperanza. Sólo grupos políticos porentonces irrelevantes —nacionalistas,socialistas, federales…— protestaron

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contra la guerra durante el desarrollo dela misma. La guerra fue popular en unprimer momento pero con el paso deltiempo se convirtió en todo lo contrario:el 25 por 100 de los reclutas consiguióeximirse del servicio militar comprandola exención o convirtiéndose en prófugo.

La responsabilidad de la clasedirigente se aprecia en motivos distintosque la ignorancia de la situación. Elesfuerzo que se hizo para combatir a losinsurrectos fue muy considerable pero losufrieron, de forma exclusiva, los másdébiles. Ya la anterior guerra cubanahabía sido costosísima. Ahora elesfuerzo realizado por el Estado español

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fue ingente: se trasladó al otro lado delmundo un cuarto de millón de soldadosde los que 60.000 no volverían. Sólounos pocos millares murieron encombate y, de ellos, unos centenares enlucha con los norteamericanos; el restode las bajas lo fueron por enfermedad.Unos efectivos tan numerosos erannecesarios porque en Cuba la guerra fue,en realidad, una persistente guerrilla enla que, como aseguró Martínez Campos,«vencer en un combate serio esimposible». El Ejército español noestaba preparado para ella. Sus planespartían de un posible conflicto europeoen el que sería necesario movilizar en

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poco tiempo a grandes masas decombatientes pero carecía de adecuadaimpedimenta (y protección sanitaria)para la guerra cubana, principalmentedebido a que el 70 por 100 de lospresupuestos se dedicaban al pago depersonal. Una de las más pesadas cargasderivadas del siglo XIX fue un excesode oficialidad cuya consecuencia fueésa. Las columnas a caballo de losinsurrectos, cuya táctica consistía en laalta movilidad y las cargas amachetazos, eran inalcanzables para losespañoles, empeñados en contener aladversario a base de barreras estáticas,las trochas. Muy pronto el campo estuvo

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en manos de los rebeldes y sólo lasciudades se mantuvieron sólidamente enmanos de los españoles. De nada sirvióla pretensión de Weyler de utilizarprocedimientos de radical dureza quesólo sirvieron para deteriorar la imageninternacional de España. La Marina,cuyo papel fue decisivo en el conflicto,sólo contaba, por su parte, con unaproporción mínima del presupuestomilitar. Los barcos de guerra españoleseran numerosos, pero su tonelajerepresentaba la mitad delnorteamericano y disponían de unblindaje muy inferior; apenas se contabacon acorazados y las mejores unidades

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estaban muy mal mantenidas. Cerveracalculó que la superioridad adversariaera de tres a uno. En estas condicionesla guerra estaba condenada a ser pocoduradera y concluir con una derrotaestrepitosa de los españoles y laliquidación de sus posesionesultramarinas en América y Oceanía. EnSantiago la flota española trató de huir yfue liquidada causando tan sólo unmuerto al adversario. Por el Tratado deParís España perdió sus posesiones delas Antillas y del Extremo Oriente. Laventa de los archipiélagos micronésicosconstituyó la mejor prueba de que, en elconcierto de las naciones, se

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consideraba que España no podíacumplir una función colonizadora.

Como en principio resultabaprevisible, la derrota se vioacompañada por una profunda sensaciónde inseguridad colectiva. Lógicamente—y este es un primer terreno en que seprodujo una ruptura respecto al pasado— se tambaleó de inmediato laubicación española en el mundointernacional. Hubo rumores absurdosacerca de posibles desembarcosnorteamericanos en Canarias oAlgeciras. Paradójicamente, estosúltimos —que, en un primer momento,llevaron a fortificar el entorno de

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Gibraltar con un criterio defensivo—supondrían el retorno de España a unasituación de seguridad propia en elentorno europeo de naciones. No pasómucho tiempo sin que se establecierauna relación preferente con GranBretaña y Francia, potenciaspredominantes en el Mediterráneooccidental del que forma parte España.Aunque fue subordinada y dependiente—países como Portugal y Bélgica,mucho menores, habían sacado másventajas del reparto colonial—proporcionó la seguridad que parecíaestar en peligro en los meses finales delXIX. El impacto del 98 fue, por tanto,

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decisivo en ese terreno, en el sentido deque el papel de España en el mundo sevio modificado de forma sustancial apartir de ese momento. En muchos otros,en cambio, la vida española secaracterizó por la continuidad. En ellahabía no pocos recuerdos del pasadopero también era posible apreciar lamarca de lo nuevo que se haría cada vezmás patente con el paso de los años.

En efecto, a comienzos del nuevosiglo España era una nacióninequívocamente europea occidentaldesde el punto de vista geográfico,político y cultural, pero resultaba muydistinta de los países más desarrollados

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del Viejo Continente en otros aspectos.Desde la época romántica, en que tantosescritores y pintores británicos ofranceses visitaron la Península,ofreciendo de ella una imagen exótica,como si se tratara de una especie de«Berbería cristiana», esa visión de lapeculiaridad española había venidorecalcándose, a veces en términosexcesivos. Esa imagen —más o menosjustificada— perduró aunque, comoveremos, también tendió a cambiarsegún los tiempos: de entrada, lapintoresca España romántica seconvirtió en la España trágica y negradel fin de siglo. De todos modos, si

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España ofrecía no pocas semejanzas conEuropa occidental, también era posiblecompararla con el mundo balcánico oincluso con el hispanoamericano. Alalborear el siglo cualquier británico ofrancés que visitara nuestro país caeríaen la cuenta de que las diferencias entresu patria y España eran notables, aunquesubsistiera el suficiente grado deidentidad como para recalcar más aún lapeculiaridad.

Esta empezaba por percibirse en lapropia demografía. En 1900 había18.600.000 españoles. La tasa decrecimiento de la población no era, enestos momentos, muy diferente de la

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época del Antiguo Régimen y, engeneral, puede decirse que nuestrademografía se parecía mucho más a ladel siglo XVII que a la de la actualidad.Mientras que el incremento de lapoblación a lo largo del siglo XIX habíasido del orden del 50 por 100 enEuropa, en España había sido sólo del20, y el crecimiento natural en nuestropaís era aproximadamente tan sólo lamitad del de Bélgica. La razón estribabaen el muy tardío descenso de lamortalidad —29/1.000— a pesar de laalta natalidad —34/1.000— lo quepermitió escribir a un políticoregeneracionista de la época (Silió) que

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«Francia es hoy, en Europa, el país de laesterilidad voluntaria y España el paísde la mortalidad indisculpable». Entérminos comparativos, la mortalidadespañola de la época era superior a lade un país del Tercer Mundo actual y enel Madrid finisecular resultaba idénticaa la de San Petersburgo, la capital de laRusia de los zares, Madras o El Cairo.Una cuarta parte de los recién nacidosno llegaban al año de vida y el 60 por100 de la mortalidad anual se debía aenfermedades infantiles del aparatodigestivo, aspectos en que, en la Europade entonces, España sólo era superadapor Rusia. Las penosas condiciones

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higiénicas no afectaban tan sólo a losrecién nacidos, pues únicamente lamitad de éstos llegaban a los treinta ytres años y las diarreas estivalescausaban hasta una cuarta parte de lasmuertes. La esperanza de vida era detreinta y cinco años y sólo en losprimeros años del siglo XX se difundióla vacuna contra la viruela o se crearoninstituciones sanitarias en las capitalesde provincia. Prácticamente no existía lalimitación voluntaria de los nacimientos.En España, muy a fines del XIX ycomienzos del XX, sólo se produjo unaauténtica transición demográfica enrelación con este aspecto en Cataluña,

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pero no en el resto del país.Un segundo rasgo muy característico

del régimen demográfico antiguo quecaracterizaba a España fue la escasamovilidad de la población y suinmovilidad del medio geográfico ruralque le vio nacer. Eso implica que noexistía apenas emigración del campo ala ciudad: en 1900 tan sólo el 32 por100 de la población vivía en núcleos demás de 10.000 habitantes y sólollegaban a seis las poblaciones de másde 100.000. Diecisiete capitales deprovincia tenían tan sólo alrededor de15.000 habitantes (Soria unos 10.000).Madrid superaba el medio millón de

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habitantes y ya a fines del XIX contabacon importantes edificios de nuevaplanta dedicados a las grandesinstituciones oficiales así comonovedades en los transportes urbanos,como los tranvías eléctricos. Pero lacapital española que de momento habíatestimoniado una más clara voluntad detransformación autónoma era Barcelona,como quedaba testimoniado por laapertura del paseo de Gracia o lacelebración de la Exposición de 1888,con todo su correlato arquitectónico, queconvirtió a la capital catalana en elejemplo más característico delmodernismo.

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Ante todo y sobre todo, lasdivergencias entre España y los paísesmás desarrollados del mundo occidentaleuropeo residían en el abrumador pesoque en su economía y sociedad seguíateniendo el mundo rural. A la altura delaño 1900, el censo presentaba unarealidad española en la que del 65 al 70por 100 de la población activa trabajabaen el sector agrícola o ganadero. Estascifras se hacían todavía mucho másexpresivas si pasamos desde el nivelnacional al provincial: en 46 de las 50provincias españolas la poblaciónagrícola representaba más del 5 0 por100, pero, además, en 36 llegaba al 70 y

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en 12 incluso a más del 80 por 100. (Noolvidemos, por otra parte, que lasciudades solían ser de carácteradministrativo y de funciones terciarias.Aunque en las más grandes empezabanya a aparecer los tranvías eléctricos, enalgunas de las mayores —como Sevillao Zaragoza— subsistían todavía lospozos negros, con los consiguientesproblemas de salubridad).

Por otro lado, es preciso señalar dequé tipo de agricultura se trataba, puespodría tenerse de ella una imagensemejante a la de la actual. En realidad,hasta muy avanzado el siglo XIX semantuvo una economía rural de

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subsistencia en la que ni tan siquierapodía decirse que existiera un mercadonacional. Únicamente en la década1880-1890, merced a la crisis agrícola yla introducción del trigo extranjero porferrocarril, se produjo una integraciónen un mercado nacional que puede habersupuesto el 70 por 100 del total, perolas divergencias de precios en loscultivos básicos demuestran, en el resto,la permanencia de un mundo agrícolaque recordaba demasiado al AntiguoRégimen. No puede extrañar, enconsecuencia, que periódicamente sesiguieran produciendo hambrunasdespués de una mala cosecha. Las

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producciones básicas eran lastradicionales de la trilogía mediterránea—el trigo, la vid y el olivo— y nadamás que una octava parte del áreacultivada dedicada a otras. Sólo elfuerte proteccionismo, introducido a finde siglo por Cánovas para evitar «laagonía lenta y repugnante» de todo unpueblo mantuvo el trigo mientras queexcepcionales circunstancias facilitabanuna temporal prosperidad de la vid. Lapoblación activa empleada en laindustria era menos del 16 por 100 deltotal y, aun de esta cifra,aproximadamente la mitad estabaempleada en sectores de necesidad tan

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perentoria y sofisticación tan escasacomo la confección textil o laconstrucción. Las fábricas de más de unmillar de trabajadores eran muycontadas y casi tan sólo existentes en laperiferia. Del sector terciario o deservicios formaba parte importantetodavía el servicio doméstico, lo queresulta bien expresivo de una sociedadretrasada: casi 300.000 personasfiguraban en el censo comopertenecientes a él.

El arcaísmo del mundo agrícolaresulta el factor explicativo de que elcrecimiento económico español a lolargo del siglo XIX fuera de tan sólo un

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0, 5 por 100 anual por habitante, aunquela cifra aumentó bastante en los últimosaños de la centuria, a partir de laRestauración; esta tasa de crecimientorepresentaba entre la mitad y una cuartaparte de la habitual en el norte deEuropa. En consecuencia, aunqueEspaña creciera, la distancia conrespecto a los países más desarrolladosno hizo otra cosa que incrementarse: en1850 la renta española era el 48 por 100de la británica y el 57 de lanorteamericana; en 1900, el 41 y el 43por 100, respectivamente. Lo másimportante no es que España siguierasiendo un país agrícola sino que,

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además, su medio rural estaba dominadopor males estructurales ancestralesfavorecedores de ese débil crecimiento.El número de fincas pequeñas era el 99por 100 del total de las propiedades,pero representaban sólo un 46 por 100del territorio nacional. Las fincasgrandes suponían alrededor de un 28 por100 del total del país, pero en la mitadsur de España este porcentaje seelevaba considerablemente. En doceprovincias más de medio millón dehectáreas se repartían entre doscientospropietarios. En consecuencia, Españatenía que enfrentarse con dos problemasgraves, el latifundismo y el

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minifundismo. Eran, en cierto modo, nosólo fenómenos semejantes por suprocedencia histórica sino tambiéncomplementarios pues, en definitiva, elterrateniente andaluz obtenía cuantiososrendimientos de sus tierras no merced afuertes inversiones sino gracias a quelos precios eran altos, porque se regíanpor la climatología y la calidad de latierra habituales en Castilla, muchomenos favorables que en el sur. Peroesos precios altos de poco servían alpequeño propietario castellano,agobiado por la necesidad de recurrir aunos préstamos usurarios que llegabannormalmente al 20 por 100 e incluso en

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ocasiones superaban el 50 por 100:llegó a haber hasta un millón de fincasincautadas por falta de pago de lospréstamos. El latifundismo en la mitadsur de la Península tenía causashistóricas y no físicas. Aparte de lasfincas de gran tamaño procedentes de laépoca romana o árabe fue la rápidareconquista en la primera mitad delsiglo XIII de las tierras situadas al surdel Tajo la que provocó, tras el repartodel que fueron beneficiarios los nobles,una estructura latifundista que eladvenimiento del liberalismo y ladesamortización no modificaron demanera sustancial. En 1854 los

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principales sujetos pasivos porcontribución rústica seguían siendo, enbuena medida, nobles: lo eran 13 de los22 que pagaban más de 100.000 reales,que residían o tenían tierras enAndalucía. En cambio, a mediados desiglo había desaparecido el latifundioeclesiástico. El nobiliario fuedeteriorándose a lo largo de la segundamitad del XIX y buena prueba de ello laofrecen los avatares de algunas de lasgrandes familias nobles andaluzas, latotalidad o parte de cuyas fincas fueronpasando a la burguesía. Así, en 1884 lasfincas del duque de Osuna fueronincautadas por los acreedores y serían

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compradas por dos familias de sonadosapellidos durante la Restauración, losBenjumea y los Gamero Cívico. LosMedinasidonia, por ejemplo, vendieronla finca del coto de Doñana a losGarvey, productores de vino en Jerez.Sin embargo, la fortuna de losMedinaceli resultó más duradera,aunque en el último tercio del siglovendieron propiedades a los Murube olos Solís. Desde antes de mediados desiglo, como precedente de estosprocesos de venta, la tierra nobiliariahabía sido habitualmente arrendada aburgueses o nobles de inferiorcondición, que fueron los que luego la

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compraron para explotarla directamente.Los antiguos arrendatarios y ahoranuevos propietarios no dudaron enemplear procedimientos técnicosmodernos en sus nuevas propiedades, loque contradice la visión tópica de que ellatifundismo contribuía a la explotaciónineficiente. Cuando llegó la República,el arado de vertedera representaba el 36por 100 en la media nacional y el 56 por100 en Andalucía; Sevilla y Cádizconcentraban nada menos que el 15 por100 de las cosechadoras de todaEspaña.

A pesar de este deterioro de lapropiedad noble, a comienzos del siglo

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XX se puede calcular queaproximadamente un 6 por 100 de latierra estaba todavía en manos suyas; laproporción era, sin embargo, mucho máselevada en determinadas provincias. Asísucedía en seis sureñas, y en Cádiz yCáceres la propiedad noble suponíaincluso una cuarta parte del total de lastierras. En esta última provincia285.000 hectáreas correspondían afincas de más de 10.000 y dos nobles,los marqueses de la Romana y el deRiscal, tenían 65.000. Cuando en 1932fueron expropiados los bienes de laGrandeza de España se constató que 262grandes eran propietarios de 335.000

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hectáreas y que entre tan sólo 10 títulosnobiliarios poseían un 0, 8 por 100 delpaís.

Pero, como ya se ha señalado, acomienzos del siglo XX el latifundismono era un fenómeno nobiliario, nisiquiera primordialmente, sino queconstituía una realidad perdurableaunque hubiera cambiado de manos. Ala llegada de la República se pudoescribir que el 2 por 100 de lospropietarios poseían el 56 por 100 de lariqueza agrícola en la Bética, mientrasque en Badajoz unos 400 individuoscontrolaban un tercio de la propiedadagrícola. Los inconvenientes del

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latifundismo eran obvios si bien, almismo tiempo, pueden dar unaimpresión caricaturesca de la España dela época. Aunque propietarios yarrendatarios del latifundismo hubierancontribuido a la introducción de mejorastécnicas, la existencia de una ampliamano de obra mal pagada en lasregiones ricas en que existía la granpropiedad (como Andalucía occidental)no favorecía el incremento de laproductividad. Por otro lado, elabsentismo de los propietarios (casitodos los nobles y una parte de laburguesía) podía, quizá, suponer elarrendamiento a agricultores locales de

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hasta un 30 o un 40 por 100 de la tierra.Eso parece demostrar que la riqueza dela tierra podría haber contribuido asolucionar los problemas dedesigualdad social, en vez demultiplicar el número de quienes sebeneficiaban pasivamente de ella.

Lo característico del régimen de lagran propiedad era, más que nada, laexistencia de una clase de jornaleroscon condiciones de vida miserables ycuyos ingresos, merced al mismo hechode la abundancia de mano de obra,permanecían de forma habitual en elborde mismo de la dieta mínima.Cuando había trabajo, el salario, a

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comienzos de siglo era, en algo más dela mitad de los casos, de 1,50 pesetasdiarias, pero se encontraba a veces pordebajo de esta cifra. Ya Costa señaló suinsuficiencia y describió cómo sepaliaba: «Lo que ha dado lugar alllamado problema agrario o cuestiónsocial de los campesinos se reduce aestos sencillos términos: que eljornalero, aun con la ayuda de sufamilia, no gana estrictamente lonecesario para alimentarse, de modo quesu déficit alimenticio se cubríadisputando las hierbas a las bestias delcampo, merodeando las campiñas enbusca de trigo, espárragos, higos

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chumbos, yendo desnudos o descalzoslos muchachos o cubiertos de haraposlos adultos, enviando los niños no a laescuela sino a pedir limosna, viviendohacinados en cuevas o chozasinmundas». Las estadísticas de la épocaparecen atribuir al jornalero andaluz lamitad del salario del valenciano exceptoen el momento de la recogida de lacosecha. En su Andalucía trágica,Azorín describió a estos campesinos queparecían ancianos con tan sólo treintaaños y apuntó: «El odio de estoslabriegos acorralados, exasperados, vacreciendo, creciendo». La respuesta delsistema social y político acostumbraba a

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ser, sin embargo, ignorar esta realidad.«Los latifundios son infundios», aseguróRomero Robledo, político de primerafila en la Restauración y caciquelatifundista de Antequera. Dos décadasdespués los informes del Instituto deReformas Sociales revelan un panoramamuy semejante. «El mal que se siente enlos campos españoles —afirma uninforme sobre el problema agrario enCórdoba— debe ser muy real porque nocesan de patentizarse las quejas delproletariado rural; de nuevoencontramos un déficit entre el salario yla dieta mínima y la apremiantenecesidad de subdividir la propiedad».

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De todos modos, no eran sólo losproblemas estructurales los queatenazaban a la agricultura andaluza. Losmismos altos rendimientos de loscultivos (entre el 12 y el 18 por 100 encereal y el 20 por 100 en olivar)contribuían a evitar la innovaciónagraria, que contaba con una mano deobra abundante, pero hubo además unfracaso evidente de la clase dirigentetradicional, lo que hace que la mayorparte de los apellidos de los capitalistasde la región (Loring, Heredia,Carbonell…) procedieran del exterior.

Nada parecido a este latifundioexistía en otros países de Europa

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occidental, pero tampoco la situaciónespañola puede identificarse con la delos países balcánicos o algunos de loshispanoamericanos. El rendimiento porhectárea de la agricultura española eracinco o seis veces inferior al que sedaba en países como Alemania o GranBretaña, pero ello nacía del generalretraso técnico del país más quedirectamente del latifundismo; por otrolado, la climatología y la persistencia,debida a razones históricas, de latrilogía mediterránea contribuían a ello.Los propios especialistas en la ReformaAgraria republicana ridiculizaron lavisión del latifundio como una

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propiedad noble dedicada a los pastospara el toro de lidia. España, a estasalturas, distaba ya mucho de ser unasociedad tradicional o del AntiguoRégimen respecto de la propiedad de latierra. En el México prerrevolucionario,las propiedades de más de 1.000hectáreas suponían el 62 por 100 de laextensión del país, mientras que enEspaña eran tan sólo el 5 por 100. Elinconveniente de la estructura de lapropiedad agraria española no residíade modo exclusivo en el latifundismo.Habitualmente, hasta la épocarepublicana se consideró como fincasgrandes las superiores a 250 hectáreas y

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como pequeñas las inferiores a 10; sinembargo, en la España de comienzos desiglo el 90 por 100 de las fincaspequeñas no sólo eran menores de estaextensión sino también de una hectárea,y en Galicia hasta el 98 por 100 de lasfincas tenían dimensiones semejantes.Evidentemente, el tipo de explotación aque quedaba condenada una agriculturaasentada en esta estructura de lapropiedad era de mínima subsistenciapara el campesino y de deficientísimaproductividad para la nación. Elminifundio afectaba a otras regiones yno sólo a Galicia: a comienzos del sigloXX la cuota más baja de contribución

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territorial era de seis pesetas y la mitadde las que tenían este monto selocalizaban, aparte de en la regióncitada, en Asturias y León. Sin embargo,había también un minifundismo andaluz,curiosamente combinado con ellatifundismo, en especial en zonas comola Alpujarra granadina. No basta, sinembargo, con aludir al tamaño de laspropiedades para tener una idea precisade la estructura agraria de la España decomienzos de siglo, sino que tambiénhay que hacer mención de los sistemasde arrendamiento. En términos muygenerales se puede decir que sólo en lazona vasco-navarra, la catalana y la

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levantina (regiones en las que, por otrolado, la mediana propiedad alcanzabacotas altas), los plazos eran largos y lascondiciones suaves: precisamente laexistencia de estas últimas hizo posiblela transición de la sociedad feudal a unaagricultura caracterizada por laproductividad y la difusión de lapropiedad. En Valencia, por ejemplo, alpredominar la enfiteusis que permitía albeneficiario (enfiteuta) conservar eldominio útil, fue posible introducirinnovaciones mientras se parcelaba lapropiedad. Merece la pena hacer, por lomenos, una breve alusión a algunos tiposde arrendamientos que estaban

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destinados a plantear importantesproblemas sociales a lo largo del primertercio del siglo XX. Los foros gallegosconsistían originariamente en unas rentaseclesiásticas que fueron adquiridasdurante la desamortización por losllamados foreros. A comienzos del sigloXX se planteó una situación de tensiónsocial entre los foreros y sus subforistas;el foro siempre había sido transmisiblede padres a hijos, y ahora los subforistaspidieron que se convirtiera en verdaderapropiedad mediante redención oexpropiación. La verdad es, no obstante,que la decadencia del foro se inició enlas dos últimas décadas de siglo.

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Todavía en esa época los rentistasestaban a la cabeza de los mayorespropietarios en las provincias gallegas.Desde entonces, sin embargo, se produjola venta, normalmente no en favor delcultivador directo: el conde de Toreno,por ejemplo, vendió el pazo de Oca. Silos trabajadores directos acabaronhaciéndose con la propiedad fue debidoa diversos factores como, por ejemplo,la existencia de ahorros derivados de laemigración o del comercio de vacunoque, en la década final del siglo, seaproximó a 1.500.000 de cabezas, lamitad de las cuales se exportaron a GranBretaña. El dinero indiano, es decir, de

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quienes emigraban más allá delAtlántico, había ya empezado a jugar unpapel de importancia en la economíanacional a fines del XIX: en Asturias,por ejemplo, la riqueza de los indianoshacía posible negocios comerciales,fábricas de chocolate y bancos.

También deben ser citadas otras dosfórmulas relacionadas con elarrendamiento. Los yunteros erancampesinos extremeños que poseíaninstrumentos para la labranza (una yunta,y de ahí el nombre) y que recibían de losgrandes propietarios dedicados a laganadería una parte de sus tierras paralabrarlas ocasionalmente. Como los

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ingresos de los propietarios nodependían exclusivamente de estafórmula, las condiciones eranhabitualmente malas para el yuntero. Encuanto al llamado contrato de «rabassamorta» se daba en Cataluña entre elpropietario de la tierra y un campesinoque, a cambio de un pago no muyelevado, tenía derecho al cultivo de lavid hasta que la cepa muriera. Engeneral, todas estas fórmulas dearrendamiento habían presenciado ya enel cambio de siglo la protesta de loscultivadores contra los propietarios,pero ello no implica necesariamente quesus reivindicaciones se canalizaran en

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sentido revolucionario.Ni siquiera con la mención de los

sistemas de arrendamiento concluían losmales del campesino español pues espreciso también referirse a lacombinación entre la estructura agraria ylas condiciones de producciónmotivadas por la calidad de la tierra ypor las condiciones climáticas paratener un panorama del mosaico que erala España agraria de comienzos desiglo. No se trata tanto de que esepanorama sea completo como de quequeden ejemplificadosconvenientemente algunos de los casosmás característicos y más diferentes.

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Los pequeños y medianoscampesinos de ambas Castillas, peroespecialmente de la norteña, tenían queluchar contra una naturaleza hostil ycontra la carencia de créditos. Vivían enesos «pobres campos solitarios /sincaminos ni posadas» que cantóMachado. El problema de la usura erapara ellos extraordinariamente grave ylo peor es que ni siquiera existíaninstituciones en las que pudieran confiarpara solucionarlo, pues los antiguospósitos apenas tenían capacidadsuficiente para ello. La imagen que nosdan los escritores de la generaciónfinisecular acerca de Castilla es, a

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menudo, desgarrada. Maeztu describe lameseta como un páramo horriblepoblado por sombríos moradoresalimentados por el «tétrico garbanzo» ysin otro distintivo que el odio al agua yal árbol. En torno a 1904 se produjeron,sobre todo en Tierra de Campos,protestas agrarias no violentas. Sinembargo, la meseta superior siguiósiendo, a comienzos del siglo XX, unaregión de comportamiento socialtradicional y de relativo estancamientoeconómico. El peso de los nobles en lapropiedad de la tierra seguía siendoimportante: lo eran el 28 por 100 de loscincuenta primeros contribuyentes de

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cada una de las provincias de estameseta superior, que poseían el 40 por100 de la tierra; de los diez primerospropietarios de la región, nueve erannobles, figurando entre ellos familias detanta raigambre en la nobleza españolacomo Alba y Fernán Núñez. Por si fuerapoco, los arrendamientos eran a cortoplazo, y ello y las malas condicionesclimáticas propiciaban una agriculturapoco innovadora (lo que ha sidodenominado por un historiador como el«neoarcaísmo agrario»). Castilla nosólo no se industrializó (con laexcepción de Béjar) sino que vio cómosus industrias tradicionales se

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arruinaban a consecuencia de lapenetración de productos de otrasregiones. A veces podía surgir unmomento en que las posibilidades deuna agricultura arcaica se multiplicaban.En La Mancha, por ejemplo, los camposse cubrieron de vides a causa de lainvasión de filoxera sufrida en Francia.Como consecuencia de ello, la extensiónde este cultivo aumentó casi en un 50por 100 en el último cuarto de siglo y laexportación de vino superó el 40 por100 del total, pero ya a fines de siglo sehabía reducido a la mitad cuando lafiloxera llegó a España. Huboprovincias, como Málaga, en que la vid

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fue arrasada casi por completo.Se puede considerar a Valencia

como la antítesis de lo sucedido con laagricultura castellana. Conocemos ya laestructura de la propiedad agraria queen esta región (como en Cataluña yBaleares) favoreció la relegación delrentista a un papel secundario y ladifusión de la propiedad. Lo que nosinteresa ahora advertir es que, al mismotiempo que tenía lugar este cambiosocial, se producía también otro decarácter técnico en materia agrícola.Desde la Restauración la tasa decrecimiento de la exportación por elpuerto de Valencia fue del 20 por 100

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anual. Inicialmente, los productosexportados eran el vino y las naranjas,pero ya a finales de siglo el primero fuesiendo sustituido por el segundo, queconsiguió un predominio claro y fueincrementando su producción a un ritmode casi un 5 por 100 anual. Estabateniendo lugar una auténtica revoluciónagraria en la región que llevó a lasustitución del policultivo intensivo decereales, frutales y plantas textiles(cáñamo) por los cultivoshortofrutícolas y de naranja allí dondehabía agua. Ésta, por otro lado, seconsiguió con algún pantano más de losque ya existían desde tiempos remotos y,

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sobre todo, gracias a la construcción denuevas acequias, como la del Oro, y laexcavación de numerosos pozos para laextracción de corrientes subálveas; atodo ello hay que sumar la prontadifusión del abono. En las zonas dondeel agua era más escasa (como tambiénsucedió en Cataluña y en Baleares) sedifundió un nuevo cultivo tambiéndedicado a la exportación, el almendro.El naranjo proporcionó unas tasas debeneficio superiores a las de cualquierotra producción agraria. Por eso no tienesentido preguntarse acerca de lasrazones de la no industrializaciónvalenciana: sencillamente, los

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incentivos para el desarrollo económicoseñalaban otra dirección y, enconsecuencia, Valencia se especializóen los cultivos dirigidos en buenamedida a la exportación. Si de ello no sederivó una situación de dependenciacolonial con respecto al extranjero larazón es que los compradores noprocedían de un solo país.

Con todo lo expuesto tenemos almenos una panorámica de caráctergeneral acerca de lo que era el mundoagrario español en el cambio de siglo,cuya importancia en la vida nacional nonecesita ser recalcada. Es preciso, sinembargo, referirse también al mundo

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industrial y financiero, que en la Españafinisecular tenía una relevancia muchomenor. Un historiador de laindustrialización española, Nadal, haseñalado que, inevitablemente, larevolución que ésta significaba tuvo queadaptarse a las condiciones de larealidad nacional y que, por tanto, noengendró más que «plantas raquíticas»;a esta afirmación se puede sumar la deun economista francés de la primeradécada de siglo para quien España era«un país agrícola y minero» (Escarra).Desde mediados del siglo XIX se habíainiciado la industrialización, pero lacarencia de recursos, la limitación del

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mercado interno y el deseo de evitar lacompetencia con el exterior habíandisminuido las potencialidades de laeconomía española. Andalucía, quecobijó alguna de las primerasmanifestaciones industriales de laEspaña del XIX vio cómo se colapsabana poco de nacer, con el resultado deconvertirse en la primera regiónexportadora española, aunque casiexclusivamente de productos agrarios(representaba aproximadamente la mitadde la exportación española). Elcomercio exterior español, dirigidohacia Francia y Gran Bretaña en unporcentaje claramente mayoritario,

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creció a un ritmo considerable, el doblede la renta nacional, pero sólo un 1 por100 del mismo estaba formado porproductos industriales, correspondiendoun 23 por 100 a minerales al menos laexportación minera constituiría con eltiempo la base de la vocación industrialde dos importantes regiones españolas).En la década final de siglo laproducción hullera asturiana semultiplicó por dos alcanzando1.300.000 toneladas. El año 1899culminó la fase de crecimiento vascoligado a la exportación de mineral dehierro con la cifra de 5.500.000toneladas. Desde el comienzo de la

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Restauración el 90 por 100 de laproducción minera fue exportado y de élun 70 por 100 se transportó a GranBretaña. Si los productos siderúrgicosvascos no obtuvieron, ni en estemomento ni en el posterior, un puestoimportante en el mercado internacional,al menos la explotación minera permitióuna acumulación de capital: los Ibarra ylos Chávarri poseían minas en Vizcayaque producían el 59 por 100 delmineral, aunque parte de ellas fueranexplotadas por empresas extranjeras.Con el transcurso del tiempo lossistemas de transporte facilitaron elacercamiento del combustible al mineral

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propiciando así el nacimiento de lasiderurgia. Las empresas extranjeras,por otro lado, evitaron que en otrasregiones españolas se produjera unproceso de capitalización semejante aldescrito. Aunque Huelva producía dostercios del cobre mundial el tipo deexplotación venía a ser semejante al deuna colonia, pues no afectaba al entornosocial de la explotación minera. Otrocaso de colonialismo económicobritánico fue Canarias, cuyos cultivosestuvieron siempre relacionados con laexportación hacia Gran Bretaña; en lasegunda mitad del XIX fue la cochinilla.Incluso el puerto de la Luz fue

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construido con técnica y recursosbritánicos en los años finales de siglo.Con todo, junto con la capitalizaciónvasca, el siglo XIX dejó como herenciaun sistema bancario y una red decomunicaciones que, si eranelementales, al mismo tiempo resultabanimprescindibles para un procesoindustrializador futuro. Hasta elferrocarril el transporte en España fueinfrecuente, caro y estacional (la red decaminos era tan sólo una octava parte enextensión de la francesa). El ferrocarrilempezó a cambiar las cosas, y aunquefuera obra en gran medida de capitalextranjero, también en un 50 por 100 lo

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fue español. Es muy posible que, dadaslas circunstancias de la orografíaespañola, se pueda atribuir alcrecimiento del ferrocarril la condiciónde factor imprescindible para eldesarrollo. Por otro lado, ya en 1892había una red de 35 bancos, algunos delos cuales precedente de otros quetodavía existen. Pero, en realidad, si hayque hablar de industria en España en elcambio de siglo es preciso referirse aCataluña, única región, junto conValencia, en que a la altura de 1900 sesuperaba la media nacional en lo que aindustrialización se refiere. El ejemplocatalán puede considerarse como

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excepcional en el contexto mediterráneo,con la única coincidencia del triánguloindustrial en el norte de Italia. Como enese caso, la industrialización —que nopuede, en modo alguno, describirsecomo un proceso revolucionario sinomás bien como «una larga infancia»(Tortella)— se llevó a cabo sindisponer de recursos carboníferos o deminerales férricos. Se trató de uncrecimiento extensivo, es decir, basadoen un incremento de la cantidad más quede la productividad a lo largo de unperiodo de tiempo que puede remontarseal siglo XVII. El carácter igualitario dela sociedad y la especialización agrícola

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costera junto con la vocaciónexportadora explican un desarrolloeconómico que convirtió a Cataluña enla «fábrica de España». Eso mismo, sinembargo, mostraba las limitaciones dela industria textil catalana, volcada alconsumo de un país agrícola retrasado.Pero los problemas de la industriacatalana no sólo provenían de ladebilidad del consumo, sino también deque tanto las patentes como las materiasprimas (el algodón, por ejemplo)procedían del exterior, con lo quequedaba condenada a una falta demodernización y, en consecuencia, a unalimitada calidad. Aunque el coste de la

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mano de obra era en Cataluña menor queen otros países europeos, la escasamodernidad imponía una ausencia decompetitividad a nivel internacionalobligando, por tanto, a protegerse tras unarancel alto. La misma organización delas empresas textiles, a pesar de uncierto proceso de concentración iniciadoa fines del XIX, era insuficiente, siendopredominante la empresa de carácterfamiliar. Todavía en 1907, Calvet, elpresidente de la Asociación Patronal deFomento del Trabajo Nacional,reconocía que para los empresarioscatalanes las letras de cambio venían aser algo así como el reconocimiento de

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una deuda personal que, por tanto, debíaser evitado a toda costa.

Mencionados los principalescampos de la actividad podemos acontinuación examinar el crecimientoeconómico en su conjunto. Al hacerlocomprobaremos que parece másadecuada la idea de crecimiento lentopero constante (e inferior al de otrospaíses) que no la de un «fracaso» deldesarrollo económico. Se ha calculado,en efecto, que entre 1850 y 1900 elProducto Interior Bruto se duplicómerced, sobre todo, a la industria; elbalance resulta positivo si tenemos encuenta que la contracción había sido el

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rasgo más característico de la economíaespañola en la primera mitad del sigloXIX, pero la diferencia con otraslatitudes se hace evidente si tenemos encuenta que si los españoles en 1850tenían el 48 por 100 de la renta percapita británica y el 57 por 100 de lanorteamericana en 1900 los porcentajeseran, respectivamente, el 41 y el 43 por100. El problema español no era tanto elestancamiento como la lentitud. Ahorabien, los años finales de siglo que, comoveremos, supusieron desde el punto devista político y cultural una quiebra dela legitimidad, en cambio no tuvieroncomo resultado una crisis económica.

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Aunque con grandes sacrificios,equivalentes a la mitad del presupuestoanual, la guerra colonial —que habíacostado unos 2.000 millones— fuefinanciada principalmente gracias a ladeuda interior. La repatriación de loscapitales de procedencia colonial vino arepresentar un monto semejante al costede la guerra. Durante los años noventa,el sistema bancario incrementó susdepósitos un 60 por 100, duplicándoseel número de bancos en pocos años. ElBanco de España dejó de representar unpapel tan crucial en el conjunto delsistema financiero como a mediados delXIX. En los años de fin de siglo el

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capital fundacional de las nuevassociedades mercantiles se multiplicópor 7. La nueva revolución industrialtendría un efecto de enorme importanciaen España. La electricidad, queempezaba a ser utilizada en el mediourbano para el transporte o lailuminación (en 1896 fue iluminado conella el Palacio Real), permitiría con elpaso del tiempo modernizar muchasindustrias y solventar los problemas delocalización de las principales. De estemodo el fin de siglo fue mucho más unpunto de partida que la culminación deun declive.

Si el proceso de industrialización

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español estuvo retrasado con respecto aotros países europeos, cualquierobservador de la realidad españolahubiera constatado una situaciónsemejante respecto de la propiasociedad. Un somero examen de esos18.500.000 habitantes que poblabannuestro país a comienzos de siglo lodemuestra. Ya hemos visto que lamortalidad española era superior a la delas naciones europeas: alcanzaba el 29por 1.000, mientras que en la Europaoccidental se situaba en un 18, sin que lasuperior natalidad española pudieracompensar la diferencia. Otraconsiderable divergencia entre la

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sociedad española y la de la Europaoccidental radicaba en la tasa deanalfabetismo. En 1900 al menos el 63por 100 de la población española nosabía leer ni escribir, frente a un 24 por100 en Francia (también en Italia laalfabetización progresó a mayor ritmoque en España). Sin duda, la diferenciade porcentajes revela la eficiencia delEstado respectivo: en nuestro país lascifras de escolarizados en el final desiglo eran inferiores a las de lospendientes de escolarizar. Si Españaestaba, respecto del analfabetismo, enuna situación mejor que la del vecinoPortugal (79 por 100 de analfabetos),

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Bulgaria (80) o Turquía (86), había, sinembargo, provincias españolas, comoJaén y Granada que, al superar el 80 por100 de analfabetos, recordaban muchomás al mundo balcánico que al europeooccidental. En nuestra geografía existía,en efecto, una clara diferencia entre unnorte mucho más alfabetizado y un surque lo estaba mucho menos. Tambiénexistía una considerable diferencia entreel medio urbano y el rural: en Madrid,por ejemplo, dos de cada tres habitantessabían leer (y tres de cada cuatrovarones). De acuerdo con la legislación—Ley Moyano de 1857— todos losmunicipios de más de 500 habitantes

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debían erigir escuelas primarias pero,en la práctica, muchos pueblos carecíande ellas (sólo el 23 por 100 estaban enlocales apropiados) y los maestrossiempre cobraban tarde y mal, lo queexplica los porcentajes de analfabetismoexistentes. La propia Enseñanza Mediase reservaba para una proporciónmínima de la sociedad española, lasfuturas clases dirigentes. Sólo en 1887asumió el Estado las competenciassobre los Institutos de SegundaEnseñanza, unos sesenta,originariamente en manos de lasDiputaciones, pero, aun así, el númerode estudiantes (unos 29-000 en 1876) a

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comienzos del nuevo siglo no superabalos 32. 000. La Universidad, reducto deuna proporción mínima del sistemaeducativo (unos 17.000 alumnos en unadecena de centros), estaba dotada deunos recursos relativamente aceptablesen comparación con el resto del sistema,como si en la mente de los dirigentesimportara mucho más la formación deuna minoría que la difusión delconocimiento entre la mayoría. Amenudo la cátedra servía como mediode subsistencia de escritores cuyosintereses y dedicación caminaban pormuy distintos caminos: ni Leopoldo AlasClarín ni Unamuno hicieron grandes

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aportaciones al Derecho romano o alestudio del griego, respectivamente. Elpropio Cajal, el sabio español porexcelencia a fines del XIX, se vio amenudo tentado por la dedicación alperiodismo o la política. De todosmodos, en el final de siglo apareció unacreciente preocupación por los temaseducativos. No sólo hubo frecuentesiniciativas pedagógicas sino que se creóun Ministerio de Instrucción Pública,como si se pensara que al Estado lehabía de corresponder un papelcreciente en este terreno. Analizar laestructura social española de comienzosdel siglo XX no resulta fácil, porque los

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abundantes trabajos que la historiografíaespañola reciente ha llevado a cabosobre los aspectos sociales de la vidacontemporánea se han centrado, sobretodo, en el movimiento obrero o engeneralizaciones ensayísticas acerca dela peculiaridad de la burguesía españolao de las regiones periféricas en vez deen la descripción pura y simple.Carecemos, en consecuencia, deestudios suficientes para dar una imagenprecisa, tanto desde el punto de vistacuantitativo como cualitativo, de larealidad social española en estemomento, aunque en los últimos tiemposalgo se ha mejorado. Se puede colegir

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del estado de nuestros conocimientosque la sociedad española de principiosde siglo si, por un lado, daba pruebas dela existencia de profundasdesigualdades, no por ello puededefinirse como una sociedad vecina alas del Antiguo Régimen, con unaburguesía tan incipiente como«feudalizada» y sin un mínimo demovilidad social ascendente. Tambiénen este terreno la impresión que produceEspaña es la de ser un país en vías demodernización.

Esta impresión se confirma alexaminar las clases dirigentes de laEspaña de la época que residían

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principalmente en Madrid y Barcelona,las dos urbes que, en el cambio de siglo,superaban los 500.000 habitantes. En laEspaña del reinado de Alfonso XIII laclase alta estaba formada porlatifundistas, nobles o no, miembros dela burguesía industrial o de negocios yaltos funcionarios o profesionales,normalmente relacionados con la clasepolítica. La nobleza estaba compuesta,en esa fecha, por algo menos de 2.000títulos que correspondían a un númeromás reducido de personas: la de mayorprosapia y riqueza agraria correspondíaa los títulos anteriores al siglo XIX peroa lo largo de éste la nobleza había visto

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engrosar sus filas con los títulos creadospor Isabel II, muchos de los cualescorrespondieron a los altos cargosmilitares o, en la Monarquía de Amadeode Saboya, a banqueros y hombres denegocios.

Ya en la etapa de la Restauración yla Regencia se crearon algo más demedio millar de títulos que fueron aparar a personas destacadas en el mundoeconómico y social aunque, con el pasodel tiempo, la atracción sentida por lanobleza pudo haber disminuido y, porsupuesto, no implicaba un cambio dementalidad en quien lo recibía. Grandespersonajes de la burguesía catalana,

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como Girona y Arnús, no aceptaron serennoblecidos. En cualquier caso, lasclases dirigentes en España estabanconectadas por vínculos matrimonialesque, más que vehículos de ascenso delestatus social, lo confirmaban yperfilaban al basarse las relacionesempresariales en la confianza personal yfamiliar. Así, Cánovas estuvo casado ensegundas nupcias con la hija delbanquero Osma, mientras que Mauracasaría a sus hijos en medios de laburguesía indiana ascendente. EnBarcelona, Antonio López casó a unahija suya con un Güell, enlazando a dosde las más importantes familias

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capitalistas catalanas.Aun participando de estas

características comunes había notoriasdiferencias entre las dos principalesciudades en lo que respecta a los rasgosde las clases dirigentes. En Madridresidía un tercio de las grandes fortunasespañolas de la época y la mitad de lanobleza; la capital todavía tenía unelevadísimo porcentaje de la poblaciónactiva dedicada al servicio doméstico.Sería, sin embargo, errado considerarlacomo una ciudad dominada por unanobleza de alcurnia que vegetabagozando de sus rentas agrarias. En elmismo Senado, del que se podía esperar

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que fuera un reducto nobiliario, tan sóloun tercio de sus miembros tenía título yla mitad de ellos eran recientes. Elprimer contribuyente madrileño era elconde de Romanones, procedente de unafamilia de sólido arraigo liberal, que sehabía enriquecido a base de negociosdiversos (mineros, por ejemplo) perocuya fortuna se fundamentaba en lapropiedad rural y urbana (tenía 5.000hectáreas en Guadalajara y 41 casas enMadrid). Romanones obtuvo el títulonobiliario, gracias a su matrimonio, afinales de siglo. Para completar suimagen es preciso recordar también quecasó con la hija de un miembro tan

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importante de la clase política de laRestauración como Alonso Martínez. Sudedicación a la política no le permitióincrementar su fortuna: a su muerte se hacalculado que ésta era un 20 por 100menor que al comienzo de su carrerapolítica, imagen que contrasta con lahabitual en un oligarca.

En el comienzo de siglo fue unanobleza de reciente creación la quefundó las primeras industrias deconsumo madrileñas: el marqués deIbarra tuvo una cervecería, el conde deRomanones creó una empresapanificadora y el duque de Tovar, suhermano, fundó una empresa de

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construcción. Junto a la condición decapital de la nobleza y de la altaburguesía, Madrid era también la capitaladministrativa y, como tal, el centro delque partían las grandes decisionespolíticas. Era, pues, obligado punto dereferencia de dos estamentos socialesque, en el pasado, habían estadovinculados al mundo tradicional, peroque ahora tenían una raigambreburguesa. En el último cuarto de siglotan sólo cinco de los obispos españolesnombrados tenían procedencianobiliaria, rasgo que desapareció acomienzos de siglo de manera casicompleta. El Ejército tenía un número

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elevado de títulos, merced a las guerrascarlistas, pero con el paso del tiempo sehabía convertido en un organismourbano y burocrático en que elautorreclutamiento desempeñaba unpapel de primera importancia.

Idéntica impresión de desigualdad,pero también de movilidad social, sedesprende del examen de la altasociedad barcelonesa. Tan sólo unadécima parte de los títulos creados en laRestauración correspondieron acatalanes y, en general, puede decirseque aunque el ennoblecimiento de lasgrandes familias de Barcelona acabópor producirse, fue un tanto tardío y no

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tan vehementemente deseado poralgunos de los miembros de esas clases.Esas grandes familias barcelonesasfueron consagradas al ocupar lospuestos más importantes en los cargosorganizadores de la Exposición de 1888(que constituyó para ellas una especiede acto de reafirmación y orgullocolectivo); solían tener una procedenciahumilde y habían progresado comoconsecuencia de los motores máscaracterísticos del desarrolloeconómico catalán. Girona, del Bancode Barcelona, cuya dirección mantuvohasta los noventa años, era hijo de unrelojero, y los López Bru (que

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recibieron el título de marqueses deComillas por su procedencia geográficacántabra), los Güell y los Ferrer Vidalestuvieron relacionados, inicialmente almenos, con el comercio indiano (inclusode esclavos), para pasar luego a otrasdedicaciones y empresas. Aunque en esaburguesía hubo algunos apellidosextranjeros (Arnús, Bertrand) lo máshabitual fue que se tratara de una clasesocial autóctona, con la única excepciónde los López. Asentada en la solidez dela empresa familiar y en instituciones deprestigio social (el Liceo) o económico(la Caixa de Ahorros fue obra suya),esta burguesía tenía poco que ver con

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una clase feudalizada o rentista.Las clases medias en la España del

cambio de siglo estaban formadas porlos miembros de las profesionesliberales, los burócratas, los medianospropietarios del campo y la ciudad, etc.Se puede calcular que, a la altura de1900, unas 200.000 personas estabanvinculadas a la Administración o lasprofesiones liberales. La formación deestos sectores era esencialmentejurídica: en las Cortes, como en otrosparlamentos de los países latinos, elnúmero de abogados era muy alto,aproximadamente dos tercios. No puedeextrañar, por tanto, el prestigio de la

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oratoria. Esta formación podía daracceso a la función pública, ansiada porla clase media provinciana. A la alturadel cambio de siglo no eran pocos losproblemas que tenía la burocraciaespañola. El sistema legal en que sebasaba había sido implantado amediados del siglo XIX y perfeccionadocon posterioridad (los altos cuerpos dela Administración nacieron en torno alos años ochenta). Sin embargo, algunasdécadas después la burocracia españolano era independiente ni estaba sujeta aprocedimientos de actuación objetivos yclaramente diferenciados de la política.Un Estado pobre todavía condenaba a

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drásticas y periódicas reduccionespresupuestarias: en el primer año de laúltima década del XIX fue del 20 por100 y al siguiente de un 10 por 100 más.Era frecuente que, en los escalafones, elnúmero de funcionarios cesantes fuerasuperior al de activos; aquéllos fueronprotagonistas de buena parte de lasnovelas de Pérez Galdós durante losaños ochenta. Si eso ya facilitaba uncontrol por parte del Estado y excitaba aun sistema de despojo por parte dequienes estaban en el poder, la propialegislación admitía la intervencióngubernamental incluso en aquellaparcela en que, por precepto

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constitucional, debía ser autónoma,como era el caso de la justicia. Lasmismas decisiones del TribunalSupremo facilitaban la arbitrariedadgubernamental en la adjudicación de losdestinos. Con todo, quizá la situaciónmás grave en el seno de laAdministración española se daba en elcaso de los maestros que, a fines delXIX, todavía eran pagados por losAyuntamientos, lo que les reducía, confrecuencia, a la miseria y, siempre, adepender del poder político en laspequeñas entidades de población. Conrespecto a las clases profesionales, losaños finales del siglo supusieron la

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definitiva vertebración de laorganización colegial como medio deregular el ejercicio profesional. A estossectores sociales se pueden añadirtambién, para tener una visión máscompleta de lo que eran las clasesmedias, el clero y el Ejército. El cleroestaba formado por unas 88.000personas y el Ejército constaba de unos20.000 oficiales.

Lo más probable es que tan sólo el25 o el 30 por 100 de la población seaabarcable en el concepto genérico declases medias, empleando estaexpresión en términos no muy precisos eincluyendo en ellas a los comerciantes y

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personas de actividad semejante y, engeneral, a lo que habitualmente seentiende como clase media baja. Elresto de la población española estaríaformado por agricultores propietarios depequeñas unidades de explotación,jornaleros campesinos, obrerosindustriales y de servicios, servidoresdomésticos, etc., conjunto que podría serrepresentativo del 75 por 100 restante.La proporción entre unos y otros es muydifícil de señalar, pero todo hace pensarque, a la altura de 1900, la cifra dejornaleros del campo era muy superior ala de obreros industriales, quizá en laproporción de tres a uno. Dicha

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proporción resulta interesante porquenos muestra la situación relativa de dossectores sociales, ascendente el uno ydescendente el otro, en un comúnproceso de modernización. Sólo entérminos proporcionales cabe hablar, enefecto, del peso de cada sector en lapirámide de población activa española.Sabemos que la proporción decultivadores directos fue estable contendencia al alza, mientras que quienesen el censo eran calificados dejornaleros tendieron a disminuir ennúmero. La población activa en laindustria no debía ir más allá del 16 por100, en tanto que los trabajadores

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independientes (que no eran otra cosaque artesanos o menestrales) se situabanalrededor de la mitad. En realidad, unapoblación obrera industrial propiamentedicha sólo existía en Barcelona,integrando a unas 100.000 personas. Unacuarta parte de la población activaestaba formada por trabajadoresterciarios, pero (y ello es muysignificativo) aproximadamente unacuarta parte pertenecía al serviciodoméstico. La existencia de informesoficiales acerca de las condiciones detrabajo en determinados medios permiteofrecer una idea de lo que era la vidahabitual de la inmensa mayoría de la

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población española. En Barcelona eltrabajo en la industria textil suponía unajornada de once horas y un salario detres pesetas en el cambio de siglo; buenaparte del mismo estaba en manos demujeres, lo que explica lo reducido delmismo. En la minería vasca la jornadaera de once horas en verano y nueve eninvierno. La dureza de estas condicionesse veía complementada por el hecho deque el trabajador del textil catalán debíacontar con el sueldo de la mujer paracompletar su salario. Por su parte, losmineros (que padecían la mayoraccidentalidad laboral, alrededor del 30por 100) hicieron las primeras huelgas

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en 1890 demandando una jornada diariaque se redujera a ocho horas. Sólotrabajadores muy especializados, laauténtica aristocracia de la clase obrera,como eran los tipógrafos, llegaban acobrar siete pesetas diarias de salario.De cualquier modo, el trabajo industrialenglobaba apenas un cuarto de millón depersonas, una tercera parte de losartesanos existentes en España.

Con ser duras las condiciones detrabajo del obrero industrial todavíaresultan más lacerantes, desde unaóptica actual, las del jornalero agrícola.Ya hemos hecho mención de ellas enpáginas precedentes, pero conviene

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recordar ahora, en términoscomparativos, que un jornalero andaluzcobraba un salario que, en el mejor delos casos (en invierno), era la mitad delde un obrero barcelonés e incluía unacomida, y que en verano podía ser de tansólo un tercio: sólo en ocasionesexcepcionales, como la siega, sesituaban sus salarios por encima de lohabitual en el textil catalán. En generalpuede decirse que el 70 por 100 delpresupuesto de una familia obrera seempleaba en la alimentación. En elmedio urbano la base alimenticia era elcocido de legumbres con la ocasionaladición de bacalao o carne de baja

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calidad, pero en el campo seguíaestando constituida por el pan (conaceite, por ejemplo) o los gazpachos. Almismo tiempo, las clases altas sebeneficiaban ya de la aparición de unagastronomía de influencia foránea. Lamayor parte de los restaurantes teníannombres extranjeros y los menús estabanredactados en francés. En el banquete deboda de Alfonso XII hubo nada menosque quince platos.

A comienzos de siglo la situación dela mujer respondía a una concepción quela asimilaba a la condición del menorsujeto a la autoridad marital. El Códigocivil daba por descontado que el marido

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debía proteger a la mujer y éstaobedecerle, siguiéndolo allí donde éldecidiera fijar su residencia. Unaescritora, Emilia Pardo Bazán, asegurópor esas fechas que más que deeducación de la mujer cabía hablar de su«doma», pues toda ella conducía ainculcarle los valores de obediencia ypasividad. Así como «el hombre hanacido libre y libre debe vivir»,aseguraba un manual sobre la conductade la mujer, ésta «no debe salir de lasparedes del hogar». Sólo las viudasherederas eran verdaderamenteindependientes. La propia moda —elcorsé— remitía al papel de la mujer

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como madre, aunque por estas fechas yase estuviera produciendo unasimplificación del vestido.

En estas circunstancias no puedeextrañar que la mujer fueraprácticamente ajena al mundo de laeducación y del trabajo. En 1900 elanalfabetismo femenino era muysuperior al masculino, situándose en el71 por 100 (el masculino era del 55 por100); tan sólo había una mujer doctoraen la Universidad y apenas cuatrodecenas cursando los estudios deBachillerato en institutos de todaEspaña. Aunque las primeras leyessociales se centraron precisamente en

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las condiciones de trabajo femeninas, suresultado no fue más que disminuir latasa de actividad de la mujer: éstacarecía de protagonismo en el mundodel trabajo: sólo algo menos del 15 por100 de la población femenina trabajabay el núcleo más importante lo hacía en elservicio doméstico (de donde procedíandos tercios de las prostitutas). El 90 por100 de las mujeres que trabajaban lohacían en tres sectores industriales: laindustria de la confección, que suponíala mitad, la textil y la alimenticia. Entodas las ciudades de una cierta entidadexistía una población laboral femenina,pero únicamente tenía una significación

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importante en Barcelona donde lasobreras del textil suponían más de unacuarta parte del total de la mano de obraempleada en el sector y el 15 por 100 dela población obrera barcelonesa. Laparticipación en el mundo del trabajo nosuponía, sin embargo, una equiparacióncon el varón, pues los salariosfemeninos estaban entre la mitad y losdos tercios de los masculinos. Laconciencia de la marginación de lamujer apenas si había empezado adesarrollarse a la altura del cambio desiglo, si bien en ocasiones quienesescribían libros sobre feminismo eranvarones (en 1899 lo hizo Posada, por

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ejemplo). Aunque ya eran frecuentes lasescritoras, sólo en la primera década delXX aparecieron las primeras mujeresdirigentes del sindicalismo obrero:Teresa Claramunt entre los anarquistas yla socialista Virginia González.

Esta alusión a las condiciones devida de la clase trabajadora da pie parahacer mención a los movimientossociales de carácter sindical y depropósitos más o menosrevolucionarios. Es ésta una cuestión enla que se ha producido una importanteevolución en los planteamientos de lahistoriografía. Estamos ya muy lejos deltipo de visión que atribuía a esta clase

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de movimientos un papel absolutamentedecisivo en el pasado español, enruptura con la época anterior y comopromotores de una revolución queestuvo a punto de triunfar a lo largo desucesivas ocasiones. En realidad, elmovimiento obrero no se entiende sin lapreexistencia de un republicanismocarbonario, igualitario y anticlerical.Sus fundadores, más que trabajadoresdel mundo industrial emergente, fueronartesanos y obreros de oficios clásicos oincluso pequeños campesinos, afectadosunos y otros por el cambio en suscondiciones de vida como consecuenciade la evolución económica reciente. La

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configuración de un programareivindicativo y de una mentalidadpeculiar (que incluía, por ejemplo, lacelebración del 1 de mayo o lareivindicación de las ocho horas detrabajo) quedó configurada en el final desiglo. Pero no se produjo una rupturatotal con el pasado —tanto elrepublicanismo como la tradiciónpuramente mutualista fueron muyduraderos— y menos aún la posibilidadreal de que resultaran por completodeterminantes del inmediato futurohistórico. España tenía, sin embargo,una indudable tradición en lo querespecta al movimiento obrero. La

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sección española de la AsociaciónInternacional de Trabajadores habíasido la más nutrida en afiliados de todoel mundo, en especial en sus últimostiempos; cabe preguntarse, sin embargo,hasta qué punto se puede considerar estehecho como demostrativo de unamovilización consciente del trabajadorespañol y, sobre todo, destinada a tenerestabilidad. De hecho, en los añosfinales del XIX no podía considerarseque, ni desde el punto de vista de laoriginalidad ideológica ni del númerode afiliados, el movimiento obreroespañol tuviera una especialsignificación en el contexto del europeo.

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Ni siquiera cabe atribuir una especialpeculiaridad del movimiento obreroespañol a la división entre anarquismo ysocialismo porque ésta era habitual enlos países latinos durante la época. Siacaso se puede considerar como rasgorelevante en el obrerismo español elpapel poco importante desempeñado porel socialismo. El PSOE, fundado porPablo Iglesias, era una organización demuy limitada afiliación formada, sobretodo, por obreros especializados (porejemplo, tipógrafos) y caracterizada poruna postura de rígida oposición acualquier tipo de colaboración con lospartidos de la izquierda republicana,

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que tenían un apoyo mucho mayor en losmedios obreros. Todavía en el final desiglo su localización geográfica estabarepartida entre Madrid y Barcelona.Tanto el partido como su sindicato(UGT) habían logrado salir de laclandestinidad gracias a la Ley deAsociaciones aprobada por los liberalesdurante el largo gobierno de Sagasta,pero eso no dio lugar a una espectacularcrecida de sus efectivos.

Con respecto al anarquismo es bienconocida su influencia determinante enla sección española de la AIT durante elperiodo revolucionario. En el pasado hasido bastante habitual preguntarse

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acerca de las razones del arraigo delanarquismo en España y se han solidodar interpretaciones de este fenómeno untanto simplificadoras, como, porejemplo, vincularlo a una cierta«rebeldía primitiva» del campesinadocarente de tierras en el sur señalándose,incluso, que la emigración a las zonasindustriales podría ser la razónexplicativa de la presencia delanarquismo en el medio urbano(Barcelona, por ejemplo). Elanarquismo sería una doctrina muchomás propia de la rebelión, periódica eintensa, en vez de la revolución, capazde despertar entusiasmos mesiánicos,

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casi religiosos, y producto de actitudespuritanas en lo moral mucho más que deinterpretaciones del mundo y de laHistoria. La interpretación delanarquismo como «rebeldía primitiva»tiene, sin embargo, en su contra muchasevidencias, aunque haya sido suscritapor prestigiosos testigos y por no menosprestigiosos historiadores posteriores.Es probable que resulte mucho máscorrecto describir el anarquismo comouna suma de corrientes que a vecestenían poco que ver entre sí, pero queconectaban con algunas tradicionespopulares sólidamente asentadas como,por ejemplo, el anticlericalismo y el

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utopismo de raigambre liberal. Había unanarquismo al que cabe denominar, conmayor propiedad, anarcocomunismo,basado en la conspiración mediantesociedades secretas, la acción violenta yel reparto de la tierra en el mediolatifundista del sur. Ése sí puedeasimilarse, en ocasiones, a la rebeldíaprimitiva, aunque las organizacionessindicales estables de carácteranarquista en ese mismo medio nonecesariamente deben vincularse con losjornaleros carentes de tierra, como se haasegurado en más de una ocasión. Ahorabien, al mismo tiempo, existía unanarcosindicalismo urbano, que recogía

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toda la tradición histórica de uniónobrera y mutualismo nacida en el sigloXIX, pero cuyos ideólogos a menudorompieron con la propensión reformistaque lo caracterizaba. Una terceraversión del anarquismo corresponderíaal terrorismo urbano producto, enmuchas ocasiones, de la acción dejóvenes estudiantes o intelectualesdescentrados que nada tenían que vercon el asociacionismo obrero.

Con todo, ni el socialismo ni estastres versiones del anarquismo, aunquedespertaran terror en los mediosburgueses y conservadores,representaban un peligro tan inmediato y

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grave como les atribuían los medios deexpresión vinculados con esas actitudes.Si el Estado de la Restauración habíatenido algún motivo para inquietarse enlas últimas décadas de siglo la razónestribó mucho más en las conspiracionesmilitares, carlistas y republicanas, queen una posible subversión social nacidaen los sectores obreristas. La afiliacióna ellos era poco nutrida y la razónestriba en que la sociedad española dela Restauración se caracterizaprincipalmente por una actitud apática ydesmovilizada que constituye elprincipal factor para interpretar laesencia de su sistema político.

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Los intelectuales finiseculareslanzaron contra el Estado de laRestauración críticas de una durezasingular. Unamuno afirmó que en Españahabía tan sólo «apariencias de Ejército,ficciones de Magistratura, sospecha deUniversidad y escrúpulos de Marina».En efecto, si por algo se caracterizaba elEstado de la Restauración era por sudebilidad. Así se aprecia, en primerlugar, desde el punto de vistaeconómico. A fines del XIX la deudanacional suponía quince veces elpresupuesto anual y sus intereses casialcanzaban la cuarta parte del mismo. Laliquidación del presupuesto en las dos

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últimas décadas del siglo fue, conescasísimas excepciones, negativa, loque obligó a reducir los gastos. Además,los ingresos crecían a un ritmo inferioral 2 por 100 anual y los gastos apenas sise referían a inversiones productivas; elMinisterio de Fomento representaba,como media, tan sólo el 7 por 100 delpresupuesto. Sin duda, el Estado de laRestauración era un monumento deimpotencia por su radical falta derecursos, en definitiva, su miseria. Lasmismas cifras de funcionarios resultanun buen testimonio de esta realidad. Acomienzos de siglo la carrera judicial yfiscal contaba con tan sólo 973

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personas. Había 150 abogados delEstado, algo más de un centenar decatedráticos de Universidad, 146 deinstituto, unos 900 ingenieros. Sólo 200personas eran funcionarios de Fomento y300 de Gobernación. El Ministerio deHacienda contaba con tan sólo 1.500personas. Al lado de estas cifras los18.000 guardias civiles parecían unacifra elevadísima. Esa miseriacontribuye, en parte, a explicar porquéen España el sentimiento nacional,sostén a su vez del Estado, estuvieramenos desarrollado que en otraslatitudes europeas. En ellas el serviciomilitar y la labor de la escuela sirvieron

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para que se produjera unahomogeneización de los ciudadanospero en nuestro país aquél se podíaredimir mediante el pago de unacantidad y la labor promotora de laalfabetización dejó un tanto que desear(mientras que en 1870 Franciaescolarizaba al 70 por 100 de supoblación en edad escolar en Españasólo se alcanzaba la mitad de eseporcentaje). También los símbolosnacionales destinados a crear elsentimiento de pertenencia a la Naciónfueron relativamente tardíos. La banderaespañola sólo apareció definitivamentea mediados del XIX y tuvo alternativas

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por el uso de la tricolor por parte de laizquierda, en tanto que el himno no llegóa tener letra. Los nombres de las callesde Madrid no hacían referencia a loshéroes nacionales o a las grandesvictorias contra un adversario sino queeran heredados de tiempos ancestrales.El Panteón de Hombres Ilustres fueconstruido muy tardíamente y aún acomienzos del siglo XX las estatuas dela capital parecían recordar a lospatriarcas del régimen político (AlfonsoXII, Martínez Campos…) más que a loshéroes colectivos. A lo largo del XIXEspaña no tuvo adversario exterior, a noser los franceses en 1808, pero la fiesta

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nacional del 2 de mayo ni siquiera eracelebrada por el Estado sino por elAyuntamiento de Madrid. Las empresasexteriores fueron irrelevantes, tansiquiera dignas de atención por parte dela opinión pública, excepto en el casode Marruecos, mucho menosmovilizador, en todo caso, queAlemania respecto de Francia. Aun asíel sentimiento nacional español fueprogresando y durante la guerra de 1898incluso pudo darse un patrioterismo quese pretendía eco de la opinión públicacuando en realidad la creaba en unmanifiesto error. Habían contribuido aello una visión del pasado —de la

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Historia— y un sentimiento de honorque unía al conjunto de la sociedadespañola de la época. De cualquiermodo, esa visión era por completounitarista sin tener en cuenta la pluralrealidad cultural que ya se estabahaciendo patente desde mediados delXIX. Durante el final de siglo una nuevavisión de la Nación contribuyó areafirmar ese sentimiento de identidad.No se basaba ya en las grandes hazañasindividuales del pasado sino en larealidad material, el paisaje y latradición colectiva e incluía confrecuencia una ácida visión de loespañol (Unamuno llegó a describir

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España como un «convento-cuartel queincuba la hiel recocida y gualda»). Estasideas resultaron muy influyentes entodos los intelectuales españoles de laépoca, pertenecieran o no a la culturacentralista. En el fin de siglo, en efecto,como tendremos ocasión de comprobarmás adelante, aparecieron visiones deEspaña caracterizadas por su condiciónde excluyentes: las de Madrid y de lasregiones de más acentuada peculiaridadcultural.

Quizá sea este un buen momentopara tratar de dos elementos esencialesdel Estado y la sociedad de fin de sigloque además tendieron a identificarse, sin

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duda de una forma abusiva, con esesentimiento nacional. Ambos, además,tenían para los españoles finisecularesalgunos rasgos coincidentes, como laomnipresencia, en el sentido de que nose podía evitar la relación con ellos, yla autonomía que ellos se atribuían, demanera que había aspectos sobre los quese otorgaban a sí mismos una exclusivaabsoluta e inapelable.

El Ejército fue abandonando lapolítica diaria y aunque los militaresmás relevantes —que en gran medidahabían sido artífices de la Restauración— tuvieron un papel y una influenciapolítica siempre muy significativas, no

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ejercieron el liderazgo de los partidos.Pero, al mismo tiempo, mantuvo sinmodificaciones una situación internamuy poco aceptable, producto de lasguerras civiles del XIX. Para 80.000soldados había unos 20.000 oficiales y500 generales, con lo que los gastos depersonal impedían lograr unaefectividad real. Dotado de prensapropia, a menudo entremetida y venal, elEjército se enfrentaba a laimpopularidad del servicio militar y a laexistencia de responsabilidades que, entérminos estrictos, no le hubieran debidocorresponder, como las relativas alorden público: si un general, Martínez

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Campos, fue objeto de uno de los mássonados atentados terroristasacontecidos en Barcelona a fin de siglofueron también militares quienesjuzgaron a los presuntos responsables delo sucedido. La derrota colonial creó enel Ejército español una mentalidad muypeculiar que un prestigioso militardestinado a desempeñar un importantepapel político describió como «decompartimiento estanco, departicularismo extremo». Durante elconflicto los generales más apreciadospor la opinión pública fueron los que secaracterizaron por una postura más dura,como Weyler y Polavieja. Habían

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menudeado, además, los incidentes conla prensa cuando ésta había criticadoalgún aspecto de la Administraciónmilitar. Ahora los oficiales no quisieronasumir ninguna responsabilidad comoconsecuencia del Desastre, a pesar deque la falta de preparación había sidopatente, como se demostraba por ladeficiente sanidad en tierra y la malaconservación de los buques. Aun así losmilitares más conocidos, comoFernando Primo de Rivera o Polavieja,acostumbraban a culpar, en exclusiva, alos políticos, abriéndose así entre unos yotros un abismo que tendría su reflejo enla vida colectiva.

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La Iglesia española tenía unatradición que incluía un fuerte peso de loreaccionario, escasa propensión de losobispos a obedecer a Roma y unasucesión de etapas de destrucción de susefectivos y reorganización seguidos deotras tantas de restauración de losmismos, a menudo con muy directainfluencia sobre la sociedad y el poderpolítico. En este momento la Iglesiaespañola estaba en el ápice de uno deesos últimos momentos. Mientras que elclero secular, poco prestigioso y culto,mantenía sus efectivos prácticamenteestabilizados con ligera tendencia a labaja (unos 33.000 sacerdotes) la

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reconstrucción del clero regular (12.000varones y 42.000 monjas a fines delXIX, sólo unos 14.000, entre unos yotras, medio siglo antes) y su dedicacióna tareas relativamente nuevas, como laenseñanza y la asistencia social, dieronla impresión de que el intento dereconquista de la sociedad desde unasactitudes reaccionarias revestía máspeligro del que realmente tuvo. Se debetener en cuenta que un libro de enormeéxito en el catolicismo finisecularespañol fue El liberalismo es pecado, deSarda y Salvany (1884) y que lainstalación de las órdenes religiosas fuefacilitada por un conjunto de

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disposiciones de rango inferior quealteraban la esencia de los acuerdosconcordatarios. El hecho de que laIglesia se sostuviera a través de losPresupuestos contribuía a ello. Ladifusión de la prensa católica en ladécada final de siglo y el desarrollo delos Congresos católicos tuvieronidéntico efecto. Asimismo, el que elfactor religioso desempeñara un papelimportante en el patrioterismo de laguerra colonial contribuyó a fomentar elanticlericalismo. Lo cierto es, sinembargo, que la masonería a la que elclero culpó de ser causante principal deeste último no tuvo una actitud que

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pueda ser descrita, en este terreno, comoantitética de la mayoritaria. Ya en tornoa 1899 uno de los políticos másprometedores —Canalejas— eligiócomo adversario principal alclericalismo.

Uno de los más destacadosrepresentantes de la generaciónintelectual que hizo acto de presencia enla vida pública española en torno a laPrimera Guerra Mundial y que, comotoda ella, tuvo un temprano contacto conla política y la cultura de más allá denuestras fronteras, José Ortega y Gasset,escribió que había constatado que enesas latitudes «ser españoles significa

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ser un poco ridículos». Este complejode inferioridad que, en el cambio desiglo, produjo toda una oleada depublicaciones que intentaban explicarlas causas de la supuesta superioridadde los anglosajones, nacía, sin embargo,no tanto de la incapacidad del Estado dela Restauración como de la propiaesencia del régimen político. Sicomparamos éste con los de la Europaoccidental de la época encontraremosuna semejanza fundamental, perotambién importantísimas diferencias enla práctica en relación con los de otrospaíses más adelantados. España era unaMonarquía liberal parlamentaria aunque

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no democrática: de acuerdo con laConstitución de 1876, el Rey compartíael poder legislativo con las Cortes y enel Senado tenían representación noelecta sectores de tanta relevancia en elAntiguo Régimen como eran la Iglesia yla nobleza. De todos modos, laConstitución Española no tenía ningunadiferencia sustancial respecto de, porejemplo, la vigente en Italia, incluso másapegada al pasado, aunque también másevolucionada por la práctica diaria.Pero también la española se habíacaracterizado por una voluntad desuperación de la política anterior y porsu flexibilidad. La Monarquía isabelina,

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aunque liberal en el sentido de querompía con los rasgos esenciales delAntiguo Régimen, se caracterizó por unaprofunda inestabilidad constitucional (yde leyes ordinarias), la rotación en elpoder mediante los pronunciamientosmilitares, el liderazgo político de losgenerales en los partidos y por lavinculación de la Corona con uno deellos, el moderado, e incluso con lafracción más reaccionaria del mismo. Elrégimen de la Restauración hubierapodido optar por una fórmula parecidapero lo hizo mediante un consenso entreel conjunto de la clase política integradaen los dos grandes partidos,

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conservador y liberal. Este acuerdo sebasó en una serie de reglas no escritasque suponían, hasta determinado puntoal menos, compartir el poder y relevarseperiódicamente en él. El partido en elGobierno respetaba la legislaciónanterior, toleraba alguna presencia deladversario en el Parlamento y admitíaser relevado, principalmente cuandopadecía divisiones internas. Junto a estaclase política le correspondía un papelpolítico a la Monarquía, mucho másindependiente de cada uno de lospartidos que antes, y al Ejército, éstemás como instrumento para mantener elorden social o como guardián de las

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Instituciones que como protagonistaconcreto en la vida política.

Lo que guió a los artífices de laRestauración fue mucho más unavoluntad de acuerdo entre ellos que eldeseo de ampliar la representaciónpolítica o las libertades pero en ambosterrenos existieron avances nadadesdeñables. El sistema español de laRestauración no se consolidódefinitivamente sino cuando, en elperiodo gubernamental liberal iniciadoen 1885, dicho partido introdujo unaimportante serie de reformas quepermitieron, por ejemplo, la libertad deasociación, o la ampliación del sufragio

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hasta hacerlo universal. Después de1890, con la introducción de estafórmula, el derecho de voto era másamplio en España que en Gran Bretaña,pero no debe olvidarse que otros paíseseuropeos de la época, caracterizadospor su apego al tradicionalismo, comoAlemania, fueron también más precocesen el establecimiento del sufragiouniversal que los máscaracterizadamente liberales. Enrealidad esta reforma consolidó elrégimen sólo en el sentido de evitar quelos sectores al margen del mismopudieran esgrimir esta bandera que, sinembargo, no había sido fruto de

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demandas populares insistentes.La gran diferencia entre España y

algunas naciones de su entorno no puedeatribuirse a la teoría política pues, comoveremos, España siempre estuvoplenamente inmersa en la tradiciónintelectual liberal, sino a la prácticapolítica. Ya se han señalado variosindicadores de desarrollo social,económico y cultural que establecíanuna marcada diferencia entre España ylas naciones europeas másdesarrolladas. Era inevitable que estasrealidades de base se tradujeran encomportamientos de los españolesdistintos de los de otros europeos. Sin

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embargo, tampoco debe exagerarse elcarácter peculiar del caso español,como si los únicos términos posibles decomparación fueran Gran Bretaña oFrancia. En Portugal el modo de vidapolítico —«rotativismo»— erasemejante al español incluso en elnombre y también en Italia laselecciones eran controladas, aunque enmenor grado, desde el poder ejecutivo.

La generación intelectual de los añosnoventa criticó agriamente la realidadpolítica española y una de sus figurasmás señeras la describió como«oligarquía y caciquismo». Comoveremos inmediatamente, la crítica tuvo

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una seria razón de ser, pero eltratamiento dado a la cuestión por Costafue, muy a menudo, desmesurado ycasticista. Por ejemplo, empleóexpresiones de una dureza enorme, comoasegurar que España era «un estadosocial propio de una tribu de eunucossojuzgada por una cuadrilla desalteadores». Su violencia expresiva nocarecía de fundamento y, sobre todo, eraun instrumento para movilizar a lapoblación contra una situacióninaceptable. A pesar de que esostérminos pudieran hacer pensar que eraun pesimista sucedía exactamente locontrario pues confiaba en que el

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ciudadano español superara el estado depasividad que padecía. No obstante,frases como la citada tenían elinconveniente de presentar la realidadespañola como la imposición de unaminoría sobre la inmensa mayoría, ocomo un sistema político simplementeadulterado. La realidad era exactamentela contraria. Con el paso del tiempo,Ortega escribiría que lo peor de Españano eran los caciques sino los españolesque los aceptaban; el propio Unamuno,cuyo lenguaje en más de una ocasión fueparecido al de Costa, llegó a decir delcaciquismo que «no era un mal absolutosino la única forma de gobierno

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posible». No era que esas realidadesdescritas como «oligarquía ycaciquismo» fueran la adulteración delsistema liberal, sino que venían asuponer un sistema de vida políticaconsiderablemente distinto de la imagenideal del liberalismo parlamentarioelaborada desde la óptica de suevolución posterior hacia lademocracia. Lo que sucedía en Españaera que, desde el punto de vista social ytambién político, perduraban una seriede rasgos que identificaban el casoespañol con el mundo del AntiguoRégimen, en realidad mucho másperdurable en algunos de sus rasgos

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esenciales de lo que ha solido aceptarse.En este último la influenciapredominante de grupos reducidos depersonas nacía de la propia estructuraestamental, mientras que en el sistemacaciquil se sobre imponía, como unarealidad social inevitable, a lalegislación. De ahí la afirmación de queel caciquismo no era otra cosa que elaparato ortopédico que le había surgidoa la España rural para tratar de actuarcon las pautas de una Constituciónelaborada para un mundo urbano. Ladivergencia de estructuras sociales, endefinitiva, acababa por traducirse a larealidad política. Unamuno razonaba la

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existencia del caciquismo por el hechode que en España había muchos máspueblos como Carballeda de Abajo oGarbanzal de la Sierra que ciudadescomo Madrid y Barcelona. Azaña, añosdespués, afirmó, con razón, que si elcacique escandalizaba era precisamenteporque el mundo del Antiguo Régimendeclinaba ya y, por tanto, lascondiciones de la vida política en él sejuzgaban inaceptables.

Quien daba nombre al sistemapolítico vigente en la España decomienzos del siglo XX era el cacique.El término procede nada menos que dela conquista española de América y

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designa al señor de indios; sólo en tornoa 1885 empezó a designar a aquellapersona que, en un contexto rural, teníaun predominio juzgado «excesivo». Elcacique contemporáneo venía a seraquella persona que, por las razones quefuere, ejercía el monopolio de la vidapública en un determinado medio, en vezde que el protagonismo lo tuviera elconjunto de los ciudadanos, comohubiera sido lo lógico en una sociedadcon instituciones de carácterdemocrático. En el momento decelebrarse las elecciones los caciquessustituían la voluntad de los ciudadanos,inexistente en la mayor parte de la

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geografía nacional, y de ellos dependíanlos resultados cuya veracidad real eranula. Si podía darse la mencionadasustitución de la voluntad del ciudadanopor la del cacique es porque, frente a loque se suele pensar en la óptica dealgunos escritores de la época ohistoriadores posteriores, la sociedadespañola se caracterizaba por unamanifiesta pasividad y apatía respectode la vida pública. Lejanos estaban yalos tiempos revolucionarios del 68 o dela I República, en que parecióproducirse la brusca irrupción de lasmasas en la vida política con elresultado de una inestabilidad

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considerada como muy perniciosa.Ahora la pasividad estuvo apoyada,además, en las condiciones sociales,económicas y culturales de que hemoshecho mención.

Pero la labor del cacique no selimitaba al periodo electoral sino queperduraba a lo largo de la vidacotidiana. El cacique era el medio decontacto del ciudadano con laAdministración, en especial tratándosede las pequeñas entidades de población.Sumido en una vida política de acusadolocalismo el español mantenía lamentalidad de súbdito como si leresultara imposible, por el momento,

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acceder a la de ciudadano. En estesentido puede decirse con razón que elcaciquismo venía a ser la verdaderaconstitución interna de la España de laRestauración. En vista de que lamovilización ideológica jugaba un papelmuy escaso en la vida española, elcacique sustituía los programas políticospor realidades materiales y prácticasmás inmediatas, que podían ser suinfluencia propia como notable o laposibilidad de ejercicio de protección oclientelismo. Unamuno decía que unpolítico español era una persona queconcedía destinos y un ciudadanoespañol era una persona que los

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buscaba. Su descripción resultabaplenamente acertada respecto de lo queera la política de la época.

Fórmulas caciquiles o declientelismo han existido siempre yprobablemente seguirán existiendo. Lopeculiar del caso era que no se tratabade un sistema liberal con abusos sinoque éstos eran la regla habitual ypermanente. El poder del cacique en elmedio rural era abrumador. Loscaciques se veían favorecidos por unaradical ausencia de conciencia cívicaque hacía que lo más habitual fuera quelos puestos de concejales se cubrieransin lucha electoral. Desde la

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Administración Local se podía, acontinuación, beneficiar a los próximosy perseguir a los contrarios. Claro estáque el fenómeno caciquil encubríarealidades muy diversas. El caciquismosólo implica la sustitución de lavoluntad del elector, pero ésta podíatener como resultado el beneficio, almargen de toda legalidad, del cacique obien la devota preocupación por losintereses del pueblo; había, así, buenosy malos caciques, aunque el caciquismopoco tuviera que ver con el liberalismoy como fenómeno sólo pueda serjuzgado —con un juicio moral queresulta anacrónico— como una

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perversión de la democracia cuando enrealidad se trataba de un estadio políticopredemocrático.

Las razones del predominio delcacique en el medio rural eran muyvariadas. Había un caciquismo deferentenacido del respeto o la sumisiónimpuesta a la autoridad tradicional, elnoble o el gran propietario agrícola,pero también al gran industrial. Todavíaen el cambio de siglo se daba en algunaszonas del país, como Écija y algunascomarcas de Valencia, un caciquismoviolento, a veces en connivencia con elbandolerismo endémico. Sin embargo,ya a finales del XIX este caciquismo

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sobre todo, y también el deferencial,parecen haber tenido menor importanciaque en otros tiempos. En cambio crecíael caciquismo basado encompensaciones concretas, de caráctermaterial, a los administrados. En el casode caciques adinerados éstas podían serla consecuencia de la propia riqueza delcacique y consistir en puros y simplesregalos, pero muchas veces nacíantambién de la capacidad de obtener dela Administración beneficios con cargoal erario público, puestos burocráticos ola simple evitación de inconvenientesfacilitando la desidia de laAdministración.

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Todo ello transgredía la legalidadvigente, violándola de maneramanifiesta. El cacique-administrador oel cacique-notable no tenían el menorempacho en utilizar un poder, como essuyo, que nacía espontáneamente, y queellos ejercían sin oposición la mayorparte de las veces, para controlar lajusticia municipal, comprar el censoelectoral o cometer irregularidades decualquier tipo el día de la elección. Peroen la mayor parte de los casos ni tansiquiera éstas eran necesarias. Para quelo fueran resultaba imprescindible quehubiera un mínimo de lucha electoral y,en la mayor parte de los casos, los

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caciques locales se plegaban alGobierno que estaba en el poder: lainmensa mayoría de los distritos ruraleseran a comienzos de siglo «mostrencos»,es decir, un bien en manos del partidoque en esos momentos ocupara el poder.Había, sin embargo, algunos otros quetenían un cacicato asentado en unapersonalidad política y que, por tanto, osu representación no podía alterarse deuna elección a otra o, caso de quererhacerlo, era preciso el empleo deldinero o la violencia. Aparte de lossólidos cacicatos de algunos políticosde la Restauración, esto era lo quesucedía en algunos distritos carlistas del

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País Vasco o republicanos de Cataluña,por ejemplo.

Cuanto antecede sirve para definir loque era el sistema caciquil en el mediorural pero éste marcaba con su improntatoda la vida nacional. Respecto delmedio urbano, más modernizado, cabehacer otra descripción que debeempezar por tener en cuenta lo reducidode este tipo de contexto social en laEspaña de la época. Por otro lado, nosiempre la industrialización llevabaconsigo, como correlato obligado, lamodernización política, según se podríapensar en principio. En efecto, muy amenudo las zonas industriales

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necesitaban de un gestor de sus asuntosante el poder estatal, lo que creaba otrogénero de caciquismo, algo diferente.Pero, en líneas generales, las ciudadesespañolas eran islas de comportamientodemocrático y liberal en medio de unocéano que solía recordar mucho más elmundo del Antiguo Régimen. En ellas,aunque hubiera un abstencionismo muyalto y normalmente se sumaran al cascourbano pueblos del entorno cuyo censopodía volcarse a favor de la candidaturaoficial, la vida política era más parecidaal modelo de lo que habitualmenteentendemos por comportamientodemocrático.

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Las libertades de expresión yasociación, que podían ser coartadas enel medio rural, aquí, en cambio,alcanzaban mayor vigencia. Por ello noes acertada la visión que durante muchotiempo ha solido darse del régimen de laRestauración como únicamenterepresivo y semidictatorial puesproporcionaba un grado considerable delibertad en ese medio urbano. Allí,además, había una movilizaciónideológica del electorado que, ya en laetapa finisecular, permitió frecuentestriunfos de republicanos o de carlistas ycatólicos. Los monárquicos, sinembargo, conservaron por lo menos una

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fuerza electoral importante derivada desu ascendencia en los medios de laAdministración, sus redes de influenciapersonal o la derivada de intereseseconómicos. La Monarquíarestauracionista daba la sensación depermanecer en perpetuo estado de sitio,particularmente en capitales comoBarcelona y Valencia, en las que elrepublicanismo constituía una tradiciónpolítica sólidamente arraigada, perotambién en Madrid, en donde de seiselecciones en la última década de siglolos republicanos vencieron en una.Normalmente, las diversas obedienciasmonárquicas pactaban entre sí frente al

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adversario del sistema del turno,testimoniando de esta manera que susdiferencias reales eran menores que lasque parecían derivarse de suadscripción liberal o conservadora.

Como se ha podido comprobar alhacer la descripción del sistemacaciquil en estos dos contextos, urbano yrural, nos hemos referido repetidamentea su comportamiento en el momentoelectoral. No es extraño que haya sidoasí porque las eleccionesverdaderamente revelan la diferenciaentre un régimen liberal ideal y larealidad española de la época. Lospolíticos que actuaban en Madrid (eso

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que Costa denominaba la «oligarquía»)debían tener muy en cuenta quenecesitaban apoyarse en esa base ruralen el momento de las elecciones.Llegado un gobierno al poder debíalograr la mayoría absoluta en las Cortespor el procedimiento de pactar con loscaciques, para lo que tenía en sus manostodos los resortes del Estado. Sedenominaba a esta negociación «hacer elencasillado», es decir, situar en elcasillero del elenco de distritoselectorales españoles esa mayoríaabsoluta, pero teniendo en cuenta quehabía unos distritos que eran intocables,por el arraigo de un caciquismo

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independiente respecto del poder o porla necesidad de respetar un puñado deescaños para el partido de la oposición,dado el régimen de turno pacíficoimperante. En general la elaboración delencasillado, aunque soliera sertormentosa, acababa en un pacto —término éste de tanta importancia almenos como el de «turno»— y el díaantes de las elecciones se conocían yalos resultados con tan sólo algunoscasos de disputa efectiva de losescaños. Dado el interés habitual de losgobiernos por evitar imponersemediante la violencia y el poderefectivo que la legislación otorgaba a

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los gobernadores civiles, caso de que nose lograra el pacto, éste acababateniendo lugar, con el resultado de queel partido que estaba en el poder obteníasiempre una holgada mayoría en mediode una habitual placidez sólo turbadapor algunas excepciones ocasionales. Silas elecciones no eran lo mismo que enun régimen liberal democráticopropiamente dicho, algo parecidosucedía con los partidos. Había dospartidos políticos (conservadores yliberales) que se turnaban en el poder,pero la realidad es que no sediferenciaban tanto. En cuanto a sucomposición social, acaso el partido

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conservador tenía un porcentaje máselevado de nobles, mientras que elliberal contenía en sus filas másintelectuales y periodistas; también sepuede decir que el cacique-notablenutría más las filas del conservadurismoque el cacique-administrador, máspropio de los liberales, pero siempre enlíneas muy generales y sujetas a muchasexcepciones. Si ésa era la situación enlo que respecta a la composición socialde ambos grupos, algo parecido puededecirse de los principios en que basabansu actuación ambos partidos. Enrealidad, las divergencias eran de matiz:había en el partido conservador

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liberales más sinceros que algunos quemilitaban en el partido opuesto, ambospartidos aceptaban, en la práctica,asumir la mayor parte de la legislaciónaprobada por el adversario y, además, alo largo de los primeros años de laRestauración se había llegado a unaapreciable coincidencia en losprogramas. Los conservadoresaceptaron las reformas políticasliberales mientras que en el terrenoeconómico ambos partidos se hicieronproteccionistas. El relevo de un partidopor otro adquirió el ritmo del cambio dela estación del año: de ahí que Machadoescribiera que «pasados los carnavales/

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volverán los conservadores/ buenosadministradores». La organización delos partidos era una consecuencia de ladesmovilización generalizada en la vidapública de la sociedad española. Poreso ni tan siquiera se puede decir quefueran partidos de notables sino tertuliascaciquiles, formadas por la acumulaciónde clientelas personales. Tan sólo a losrepublicanos se les puede atribuir unapoyo generalizado entre la plebeurbana. Esta descripción parecepeyorativa, pero resulta simplementerealista y además permite percibir elaspecto positivo que, sin duda, tuvo elrégimen político de la Restauración.

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Como escribió Gabriel Maura,historiador e hijo de uno de losprincipales políticos del reinado deAlfonso XIII, liberales y conservadorespermitieron la existencia de la paz y lalibertad frente a lo que él denominócomo la «anarquía republicana». Sincomprender esta mentalidad esimposible llegar a entender el sistemade la Restauración: de la experiencia deinestabilidad previa se surgió con undeseo de paz que explica la duración delrégimen. Claro está que esa paz —añadió también Ortega— era la de losmuertos: la Restauración tendió con supropia inercia a obstaculizar una

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transformación modernizadora de lasociedad española. Al lado de lospartidos del turno había otras fuerzaspolíticas, capaces de lograr lamovilización urbana del electorado.Eran el catolicismo, identificado con elconservadurismo y con una visión muytradicional de la sociedad, y laizquierda, predominantementerepublicana durante la etapa finisecular.La misión de los partidos de turno eraneutralizar a esa oposición (los liberalesa la republicana y los conservadores ala católica) y la cumplieron a plenasatisfacción durante más tiempo del quesuele admitirse. Téngase en cuenta que,

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como dijo Maeztu, los partidos de turnorepresentaban una cierta vía media,mientras que los sectores políticos quepodían llevar a la movilizaciónincitaban inevitablemente almaximalismo y, por tanto, a ese génerode enfrentamientos civiles que habíansido tan habituales en la primera mitaddel XIX.

De la mera descripción del sistemacaciquil se deduce su disparidad encomparación con los democráticos oliberales. En consecuencia, es posiblesometerlo a juicios moralescondenatorios, pero esa tarea resultainútil porque, en definitiva, en la España

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de la época sólo se daban lascondiciones de base para que existierael primero. Como ya se ha indicado, elcaso español tiene mucho menos depeculiar de lo que los contemporáneosadmitían. Las elecciones en Rumaniadaban todavía unas mayoríasgubernamentales más nutridas y en el surde Italia la mayor parte de los distritoseran mostrencos; incluso en GranBretaña el comportamiento deferente delelectorado con respecto a los notablesdistaba de haber desaparecido. Encambio, resulta más oportuno partir dela base de que se trataba de un sistemadistinto, que puede merecer la

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denominación, sólo aparentementecontradictoria, de liberalismooligárquico y que, como tal, tenía reglaspropias y diferentes de las delliberalismo democrático.

En primer lugar, estas reglas eranmorales. La base clientelística delsistema caciquil implicaba unaalteración a fondo de la ética pública,por cuanto el administrado no podíaesperar de la Administración uncomportamiento imparcial y aséptico,sino sesgado y personalista. La mayorparte de los políticos de la época noeran corruptos, pero la existencia delclientelismo obligaba a que toleraran la

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corrupción generalizada de sus redescaciquiles. Pero si existían unas reglasmorales peculiares en el sistemacaciquil también había otras de carácterpolítico. Como veremos, el papel delMonarca era potenciado no sólo por unaConstitución doctrinaria que partía de laco-soberanía de Cortes y Rey sino,sobre todo, por la realidad de que elGobierno siempre obtenía la mayoríaparlamentaria en las elecciones.

Una decisión real, al conceder ladisolución de las Cortes, resultaba,pues, decisiva para la configuración delEjecutivo, sin que el monarca pudieraguiarse por la actitud de una opinión

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pública que, en realidad, no existía en lamayor parte de la Península y que, encualquier caso, era muy difícil ponderar.El Rey, en fin, tenía poderes importantesen materia de política exterior pero,sobre todo, le correspondía un papel deintermediación con los militares. Laspeculiares reglas políticas delliberalismo oligárquico no afectaban,sin embargo, tan sólo al Monarca sinotambién a los partidos políticos deturno. Así, por ejemplo, no debíanescindirse porque, a falta de mejorindicio de inviabilidad de la situacióngubernamental, esto podía serconsiderado por el Monarca como

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motivo suficiente para conceder elpoder al partido adversario; no teníanque hacer una oposición cerrada a éste,pues eso pondría en peligro el turno y,en fin, debían mantener una ciertasolidaridad incluso con la legislaciónaprobada por ese adversario. A finesdel siglo XIX tanto la propia sociedadespañola como, sobre todo, su Estadofueron sometidos a una dura críticanacida de sectores intelectualesdisconformes. De la descripciónanterior fácilmente se deducirá que esacrítica no carecía de fundamento porqueel retraso de una y otro respecto delmundo europeo occidental era patente.

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No obstante, el mero hecho de que lacrítica pudiera llevarse a cabodemostraba también que la posibilidadde cambio se veía factible, lo que ya ensí venía a ser un signo indudable demodernización y testimoniaba voluntadde completarla. Por otro lado, como eslógico, la crítica se producía a partir deunos parámetros ideológicos muycaracterísticos de la época finisecular,en que se desvaneció la esperanzapositivista y entraron en crisis algunosde los fundamentos del liberalismo. Estonos da la oportunidad de examinar cuálera el estado de la cultura española en elmomento de iniciarse el siglo XX.

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Los intelectuales críticos conrespecto al mundo de la Restauraciónjugaron en España un papel muysemejante al que tuvieron tambiénescritores y artistas, en una últimadécada de siglo presidida por lainquietud y el desasosiego en otrospaíses europeos. El comienzo de estaactitud crítica no tuvo que verdirectamente con la pérdida de lascolonias sino que fue muy anterior: losescritores «regeneracionistas»empezaron a proliferar en torno a 1885 yabundaron mucho en la década final desiglo. En el caso español personas comoAlmirall, Picavea, Isern, Mallada,

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Ganivet o Costa constituyeron unacuriosa mezcla de aparente pesimismoradical y propensión hacia el arbitrismosemejante a la que se produjo en el sigloXVII. Muy a menudo exhibieron unlenguaje inmoderado y una actituddramática pero ambos, en realidad,testimoniaban voluntad de transformar elentorno. Mallada, por ejemplo, seindignaba en contra de las descripcionesentusiásticas respecto de la riquezanatural de España, sustituyéndolas por ladeplorable descripción de susdeficiencias físicas. De formacióncientífica, en cierto modo se puedenconsiderar epígonos del positivismo:

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enumeraron de forma tan meticulosa losmales nacionales que uno de ellos llegóa asegurar que eran 22 (no 21o 24, porejemplo).

Del grupo de escritoresregeneracionistas el más representativo,y también quien habría de resultar másinfluyente con el transcurso del tiempo,fue Joaquín Costa. De humildeprocedencia social, él mismo definió suvida como «un tejido de pesares y delágrimas». Siempre agobiado por laenfermedad y la miseria y por un trabajodescomunal que le llevó a escribir 42libros acerca de las cuestiones másdispares, Joaquín Costa habría merecido

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la consideración de fracasado de no serporque tuvo una influencia incomparablepor lo menos hasta la proclamación dela II República. Con razón unespecialista (Fernández Clemente) hadicho de Costa que resultó«extraordinariamente revulsivo». Autorde la descripción más aguda y cruel delo que era el sistema caciquil fue quienmejor expresó las ansias detransformación, con todas suscontradicciones, que se dieron enEspaña en esos años finiseculares. Porsupuesto, su lenguaje fue a menudodesaforado hasta el extremo de que unespecialista, López Morillas, ha podido

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escribir que en ocasiones alcanza «unfilo de exaltación rayano en la histeria».En una ocasión afirmó que España eraun Estado formado por 18.000.000 demujeres y tan sólo cuatro años más tardeprefirió asegurar que se trataba más biende una nación sin sexo. Los intelectualesde generaciones posteriores muy amenudo se irritaron contra este génerode manifestaciones y arrebatos. Azañadecía, sin razón, que su actitud era másentusiasta que analítica y Ortega maldijosu «incontinencia enfermiza» y lodescribió como una especie de búfaloherido mugiendo mientras se revolcabaen un lodazal. En realidad, era su

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carácter y su deseo de movilizar a losespañoles lo que le impulsaba a adoptarposturas drásticas e incluso teatrales,que solían ser ajenas a cualquier tipo depragmatismo político. Cuando, enefecto, se lanzó a la arena partidistapareció tratar de movilizar a loselementos no pertenecientes a lospartidos pero, como le reprochó Clarín,«llamar a republicanos y monárquicospara que vengan a formar un partido queno tiene más política que la de no serpolíticos es todo un galimatías». Pero,aun así, para él, que presenció la derrotacolonial en el momento en que ya teníacincuenta años, aquélla no podía ser

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sino la culminación definitiva de unadecadencia arrastrada durante siglos.Pronto se decepcionó y consideró quelos suyos habían sido derrotados por«un Napoleón de doce años» (el futuroAlfonso XIII). Tras pasar por elrepublicanismo su carácter se agrió alritmo en que su salud se deterioraba.

Pero ese tono no puede justificar laconsideración de Costa como unprefascista, ni tan siquiera como unautoritario consistente, tal como se le havisto a menudo. En la crisis finisecularse dio en toda Europa una derivación deese tipo, pero no cabe atribuírsela aquien, como Costa, no sólo fue

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demócrata y liberal siempre, sino quetuvo sus principales contactosintelectuales en medios relacionadoscon la Institución Libre de Enseñanza.Es cierto que criticó el parlamentarismoespañol de la época y que en 1895propuso una especie de tutela jurídicade los pueblos en caso de minoría deedad pero lo hizo para mejorar elliberalismo, no para sustituirlo. Cuandopidió un cirujano de hierro lo hizoadvirtiendo que mantendría laindependencia del poder judicial, lademocracia municipal e incluso elParlamento. No estaba contra laherencia de 1868, sino a favor de que

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llegara a convertirse en realidad. Elarbitrismo de los regeneracionistasllevó en algún caso a rechazar el mundomoderno (Ganivet) o, másfrecuentemente, a simplificaciones detertulia provinciana, en las que tambiéncayó el propio Costa. Pero, como lessucedió a los arbitristas siglos atrás, noerraron al denunciar situacionesinaceptables. A diferencia de aquéllosCosta acertó en lo fundamental. Cuando,en 1901, esbozó un definitivo programapara España, puso como los dosprimeros y principales objetivos laenseñanza y la producción, es decir, laescuela y la despensa. Una y otra eran

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requisitos imprescindibles para lamodernización que, además, en la ópticade Costa, no tenía que producir unresultado político antiliberal, comopensaron no pocos de suscontemporáneos. La paradoja del casoespañol es que, al ser tan inauténtico elsistema liberal, los intelectualesfiniseculares lo criticaron precisamentepor ello y no en su esencia.

A comienzos del siglo XX, portanto, en España el mundo de la culturaestaba vinculado a la más importantetradición intelectual que, en realidad,había tenido el país a lo largo del XIX,el liberalismo. Con el tradicionalismo

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había compartido la beligerancia en elterreno de la política, aunque este últimosiempre tuvo menor respetabilidadintelectual; habría luego una tradiciónautoritaria, pero todavía tardaría enaparecer. Por supuesto, en el seno de uncomún liberalismo había modulacionesmuy importantes, pero no se traducían endivergencias verdaderamente radicales.Lo que nos importa ahora es señalarhasta qué punto el final del siglo XIXtrajo novedades decisivas. La existenciadel pensamiento crítico de contenidoregeneracionista nos revela que es asípero en muchos otros campos nosencontramos con una ruptura respecto

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del mundo precedente.El fin de siglo, en efecto, trajo en

todos los terrenos un cambio de actitudglobal, especialmente perceptible en elmundo de la cultura. Durante la décadade los noventa desapareció, con lamuerte de algunos de sus principalescultivadores, el positivismo filosóficoque había acompañado a un entusiasmodesbordante por las ciencias de lanaturaleza. Ahora la intuición o larevelación parecieron formas de accesoal conocimiento tan legítimas como laciencia. En los mismos años elimpresionismo pictórico —a fin decuentas, por su teoría acerca de los

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colores, muy relacionado con elpositivismo— dejó de ser una novedad,mientras que en la música Wagnerrepresentó una ruptura con el pasado (ylograba un amplio éxito en Barcelona).Apareció la filosofía irracionalista yentre los jóvenes escritores se pusieronde moda Schopenhauer y Nietzsche.Pasó ya el tiempo de la novela realista eincluso quienes la habían cultivado(Pardo Bazán, por ejemplo) buscaron suinspiración en la autores rusos. Esosaños presenciaron también una profundapreocupación por cuestiones sociales,perceptible en autores tan diferentescomo el Pérez Galdós de Fortunata y

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Jacinta y el Picasso de La ciencia y lacaridad (1897). Una nueva religiosidad,fundamentada en un cristianismo deinmediatas raíces evangélicas y en lapreeminencia de la caridad, parecíainfluir a no pocos contemporáneos. Losaños finiseculares presenciaron, en fin,una cierta actitud reticente respecto delliberalismo parlamentario, con algunapropensión hacia fórmulas autoritariasaunque éstas, cuando se propusieroncomo programa, fueron siempre másbien temporales y limitadas. Pero, sobretodo, el fin de siglo fue una épocacaracterizada por una profundasensación de malestar, de crisis de

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valores aceptados y de incertidumbresobre valores nuevos. De ahí laimpresión angustiosa de decadencia,descomposición o degeneración delmundo precedente. Degeneración setitulaba un libro de Max Nordau,traducido en 1902, que leyeron conentusiasmo todos los jóvenes escritoresde la época. A fin de cuentas, el interéspor la antropología criminal está muyrelacionado con este ambiente. Frente ala «degeneración» no es extraño queapareciera como alternativa el términoregeneración. Al igual que en Franciatras la derrota de 1870, también enEspaña se pensó que la recuperación de

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la identidad propia constituía elprincipio de superación de todos losmales. Como comprobaremos másadelante, la época finisecular dejaríauna profunda herencia culturalidentificada con el nacionalismo, aunquefuera de muy distinto signo.

Este ambiente cultural que tuvovigencia en toda Europa adquiriótambién, como es lógico, una influenciamuy directa en España, si bien espreciso advertir que el impacto de estasnovedades varió mucho de acuerdo conel ámbito de creación de que se trataba.En arquitectura, por ejemplo, el climadel cambio de siglo tuvo una

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repercusión tardía. En la década de losnoventa un cierto eclecticismo habíatriunfado en todo el mundo y laconstrucción de edificios públicos enMadrid se ciñó a este estilo: tal fue elcaso, por ejemplo, del Ministerio deFomento (1897). De todos modos, elambiente nacionalista del momento sepudo percibir en la aparición de unaarquitectura que elegía en el neo-plateresco el punto de referencia en elpasado propio mientras que, como másadelante se podrá comprobar, enBarcelona el modernismo se convertíaen una especie de identificación políticadel nacionalismo.

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De igual manera en pintura losefectos del cambio de mentalidad, comopor otro lado resultaba lógico, sepudieron percibir de forma más directae inmediata. Pérez Galdós aseguraba porestos años que los españoles se sentían«asediados por las cotas de malla»,aludiendo así a la relevancia adquiridapor la pintura histórica de enormescuadros destinados a reflejar losmomentos cruciales del pasado condestino a los edificios oficiales dereciente inauguración. Este tipo depintura exigía una formación erudita yuna técnica académica que los pintoresmás conocidos acostumbraron a

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aprender durante su estancia en laAcademia de Roma, fundada porCastelar en 1873. La consagración através de un premio en las ExposicionesNacionales gracias a un cuadro de estegénero permitía dedicarse a otros comoel retrato. Pero el fin de siglo trajo comomoda temporal la vida cotidiana y elaliento social. «Marinos tristes,pescadores melancólicos, chulosfilosóficos», como escribió un crítico,sustituyeron a los grandes personajes dela Historia de España, aunque sincambios importantes en el formato o enel estilo. Llama la atención el hecho deque en 1899 se exigiera como temática

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para ser aceptado en la Academia deRoma un cuadro titulado ha familia delanarquista el día de la ejecución. Perotambién Pérez Galdós llamó la atenciónsobre el hecho de que otra pinturaparecía la más apropiada para lostiempos modernos. En los nuevostiempos tanto la temática social como lahistórica dejarían de tener la relevanciade la etapa precedente. En música elnacionalismo fue definido como opciónpreferente por un catalán como FelipePedrell en la década final del siglo.Derivación de estas doctrinas fue laobra de Isaac Albéniz y EnriqueGranados. También encontramos, por

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tanto, una sintonía en este aspecto de lacreación y el espíritu del tiempo. Algunamención debe hacerse también a laprensa, vehículo imprescindible dedifusión de las ideas y testimonio tantodel ambiente cultural como de suprocedencia. En Madrid podía haber afines de siglo hasta unos cincuentadiarios políticos, normalmentecaracterizados más por una absolutadependencia del político, a quienseguían porque éste le prestaba ayudaeconómica, que a cualquier tipo deideas. Pero empezaban a surgir yatestimonios de un cambio tendente a laconfiguración de la prensa como poder

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político autónomo. El Imparcial,principal diario español de la época,tiraba 130.000 ejemplares yrepresentaba una emergente prensaindependiente. En el fondo no distabademasiado de esta postura, aunque másmatizado hacia el conservadurismo, elABC original que apareció durante losaños del cambio de siglo. Muycaracterístico del momento fue elsurgimiento de una prensa cuyaconnotación era tan liberal que sesituaba en la frontera misma entre laMonarquía y la República: tal el caso delos diarios de la capital El Liberal yHeraldo de Madrid. También merece la

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pena citar las grandes revistasintelectuales, como La España modernay la Revista contemporánea, en las queaparecieron las firmas de algunos de losmás importantes literatos españoles dela época. Ambas ratifican una actitud deliberalismo político y testimonian queEspaña estaba al día de la evolución delpensamiento europeo, principalmentefrancés.

Con las limitaciones impuestas porla influencia del clima ambiental delmomento se puede decir que quienesescribieron en este género de revistaspermanecieron vinculados, en su claramayoría, al mundo del liberalismo

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político. En estos años apareció ungénero de escritor que, al margen de sulabor de creación en ficción o ensayo,pretendía tener una influencia directa enlos acontecimientos políticos y sociales.Para este tipo humano se llegó a inventarcomo denominación —antes era sólo uncalificativo— el término «intelectual».Los intelectuales, un productocaracterísticamente finisecular y deorigen francés, aparecieron en Españacomo consecuencia de los procesosmilitares de los acusados por haberpracticado el terrorismo anarquista queacabaron encarcelados en Montjuich.Luego la pérdida de las colonias y

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muchos otros motivos de la vida públicajustificaron su beligerancia en terrenosextra-literarios. Haciendo autocrítica deesta afanosa imbricación en un propósitode transformación que se convirtió en unrasgo característico del mundo culturalespañol, Maeztu, uno de ellos, lamentóque no fueran capaces de escribir otracosa que esbozos de libros, rellenadoscon larvas de ideas". Pero, en realidad,la bohemia que parece identificarse conesta actitud (en la que vivieron buenaparte de sus primeros años dededicación literaria los compañeros dela generación del autor citado) fue unproducto característico de una etapa

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anterior que concluyó con la muerte desu más conocido representante,Alejandro Sawa, a comienzos del nuevosiglo.

Una parte de la cultura es también ladiversión popular, un elemento paraconocer el pasado que despierta uninterés creciente entre los historiadorescomo procedimiento para revelar laspeculiaridades más íntimas de unasociedad en la vida cotidiana de susgentes normales. A ella debemos aludirbrevemente, entre otros motivos, porquerevela tanto la perduración dementalidades heredadas del pasadocomo los cambios que el nuevo siglo

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traería consigo.El teatro ocupaba un papel

absolutamente crucial en la vida socialdel mundo urbano, hasta el punto de quela clase alta y media se citaban en élhasta dos o tres veces por semana. Erael lugar de relación por excelencia en elmismo grado que la visita, el paseo o latertulia y por ello no puede extrañar queEmilia Pardo Bazán se quejara de lomucho que se hablaba en él de modo queapenas era posible oír a los actores. Acomienzos de siglo, en un Madrid en queel número de habitantes era un pocosuperior al medio millón, había 35teatros y se representaban 400 obras al

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año. Por esas fechas había comenzadoya la mitificación del Tenorio, que serepresentaba asiduamente (Zorrilla, a finde cuentas, murió en 1893). Al repasarla lista de las obras de mayor éxito seentiende esta mitificación porque locaracterístico de este tiempo fue unaexaltación de un tardío espírituromántico que provocó, por ejemplo, eltriunfo de Dicenta con su Juan José(1895), de tono social un tantofolletinesco, o el de Echegaray, elprimer Nóbel español. También seentienden las críticas de las nuevasgeneraciones literarias, deseosas deintroducir cambios, en contra de estas

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manifestaciones dramáticas. Azorínllegó a escribir que «todo nuestro teatroes falso, ampuloso, artificial». Pero yase había producido también la apariciónde nuevas fórmulas teatrales, distantesde las citadas, como, por ejemplo,Benavente o Guimerá.

En la práctica el teatro eracompatible con la música popular y dehecho muchos autores de primera filatrabajaron para ambos a la vez. Este fueel caso, por ejemplo, de Arniches yBenavente, pero también de Baroja. Eléxito de la opera italiana, el géneroromántico por excelencia y ejemplo dearte total, data del periodo

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inmediatamente anterior y se apreciaincluso en la obra literaria: en LaRegenta se describe la emoción de laprotagonista al asistir a una velada.Quizá lo más característico del momento—al margen de la introducción deWagner, de pronto éxito en Barcelona—fue la difusión del «género chico», esdecir una obra musical o zarzuela detema costumbrista, breve, conpropensión al tratamiento cómico ymúsica ligera y pegadiza de la quepuede ser un ejemplo La revoltosa deRuperto Chapí (1897) o Gigantes ycabezudos, representada en 1898. Enrealidad, la zarzuela se había impuesto a

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estas alturas como consecuencia de laorganización del espectáculo teatralofreciendo cuatro obras distintas ybreves a precio asequible. Géneroconsiderado como populachero durantemucho tiempo, en realidad de elladerivan incluso fórmulas vanguardistasespañolas como puede ser el«esperpento» de Valle-Inclán. Junto conese tipo de teatro musical los torosocupaban el ocio de los españoles delfin de siglo. El escritor y viajeroitaliano Edmundo d'Amicis aseguró queen España la apertura de la temporadade toros era mucho más importante queuna crisis ministerial y todo hace pensar

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que, en efecto, así era. La noticia de lapérdida de las colonias fue recibida porel pueblo madrileño a la salida de unacorrida de toros. 1898 fue, además, elaño de la muerte de Frascuelo y dosaños después le acompañaría en esetrágico destino su antagonista principalen los cosos, Lagartijo.Significativamente, el conde de lasNavas publicó en 1900 un libro tituladoEl espectáculo más nacional, dedicado alos toros. Así como había un turnopolítico entre dos partidos también lohubo en relación con la fiesta nacionalentre Frascuelo y Lagartijo, que dealguna manera tenía connotaciones

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ideológicas. Cuando Machado criticó ala «España devota de Frascuelo y deMaría» lo hizo porque el torero, enefecto, representaba la tosquedad untanto bárbara que él identificaba con elapego a una religiosidad tradicional yrutinaria. Dada la importancia de lostoros en la vida cotidiana no puedeextrañar que cuando escritores ypintores elaboraron una nueva visióncrítica de España («La España negra»),en ella esa «fiesta más nacional» jugaraun papel de primera importancia.

Pero si todas estas diversionesresultaban un testimonio del peso delpasado en el final de siglo también

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surgían muestras evidentes de lo nuevo.El cinematógrafo apareció por vezprimera en Madrid en torno a 1896, altiempo que ese mismo año se rodaba enZaragoza una película española. Unanovedad era también la fotografía, quese presentaba como un ejercicio deexcursionismo, casi un deporte. Esasmismas dos palabras —deporte,excursión— denotaban tambiénnovedad. Los gimnasios habíanaparecido a fines de siglo pero en elmomento de la transición del XIX al XXapareció en deporte (todavíadenominado sport). Aunque el footballestaba destinado a tener más éxito, lo

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más novedoso y característico del fin desiglo fue el ciclismo, que apareció en lapintura del momento (Casas, porejemplo) y que había empezado aorganizarse ya por estas fechas, comocasi siempre en el caso de lasnovedades, en las diversiones por partede distinguidos miembros de laaristocracia. En cuanto al excursionismohabía tenido un origen intelectual liberalen la sociedad para el estudio delGuadarrama, vinculada con laInstitución Libre de Enseñanza (1886)pero en Cataluña tuvo también que vercon el nacionalismo. Es posible que elfútbol, de procedencia británica,

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estuviera también relacionado en suorigen a los medios de la Institución.

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La épocaregeneracionista: La

«revolución desdearriba»

La crítica al régimen de laRestauración borbónica no comenzó enEspaña con la derrota del 98 sino quesus antecedentes intelectuales puedenremontarse a mediados de la década delos ochenta del pasado siglo, tal comoya se ha indicado. Si el llamado«Desastre del 98» juega un papel de

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primera magnitud en la Historiaespañola, la razón estriba no tanto enserlo, pues no se le puede atribuir talresultado, sino por la conciencia críticaque creó en la totalidad de la sociedadespañola. Hasta el momento, la crítica alsistema de la Restauración había sidoprotagonizada exclusivamente porsectores intelectuales o por minoríaspolíticas reducidas pero con elcomienzo de siglo fue ampliándosesucesivamente hasta convertirse en untópico sin cuya comprensión no puedellegar a entenderse todo el primer terciodel siglo XX español. En cierta manera,puede decirse que España pareció

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replantearse en todos los terrenos suexistencia como colectividad. El fin desiglo tuvo resultados casi semejantes enotros países latinos pero probablementesólo en España es posible interpretar lasdécadas siguientes en función suya.

En efecto, todo el periodo posteriora 1898 se puede definir a partir de lascircunstancias de ese momento. Eltérmino «regeneración», popularizadoen los noventa, alcanzó un uso habitual yuna extensión desmesurada, refiriéndosea los más diversos aspectos de la vidanacional. El imperativo de regeneraciónse sentía, como es lógico, respecto delos procesos de responsabilización

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originados a consecuencia del desastre,pero se aplicaba también a la necesidadde sanear la política, desarrollar al paísdesde el punto de vista económico,modernizar y europeizar loscomportamientos sociales, hacerdisminuir el analfabetismo o conseguirque el catolicismo fuera más auténtico,aunque también, por el contrario, habíaquienes querían hacer desaparecer suinfluencia en la vida nacional. Había unregeneracionismo de reforma y otro deruptura. En su aspecto menos positivo elregeneracionismo tenía un ciertoparalelismo con el arbitrismo nacido enel XVII, también como consecuencia de

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una derrota: era un ansia detransformación, pero a veces sussoluciones pecaban de excesivamentesimples, omnicomprensivas ypolivalentes. En el más positivoconsistía en un simple afánmodernizador. Regeneracionistas, en unsentido o en otro, lo fueron todos losespañoles del reinado de Alfonso XIII:desde el Rey hasta algunos de losrepublicanos que conspiraron contra él;desde el novelista anticlerical BlascoIbáñez hasta el cardenal Cascajares, quequería un partido clerical y monárquicoen sustitución del conservador. En estascondiciones no puede extrañar que la

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palabra regeneración tuviera un sentidomuy diferente según quien lapronunciara. Tenía en común la urgenciapor conseguir una transformación delpaís. En lo que no había unanimidad(sino, a menudo, contradicción) era enlos medios para conseguirlo, o en elresultado final de dicha transformación.El término «regeneracionista» sirve, portanto, para designar no sólo el tránsitodesde el siglo XIX al XX o la primeraetapa del reinado de Alfonso XIII sinoque vale para todo él porque el ansiareformadora no desapareció a partir de1914 y porque, como veremos, la mismaDictadura de Primo de Rivera adquiere

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su verdadera significación teniendo encuenta la voluntad regeneracionista dequien la encarnó. Incluso se podríarastrear un cierto regeneracionismo enalgunos de los dirigentes republicanosde los años treinta, en especial en Azañae incluso también en Gil Robles, yderivaciones del regeneracionismollegaron a formar uno de loscomponentes de la derecha franquista.Sin embargo, el regeneracionismopropiamente dicho sólo puedeidentificarse con el reinado de esemonarca por la sencilla razón de que yaen los años treinta se produjo laidentificación de la España oficial y la

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real, aunque fuera en una experienciademocrática convulsa y concluida en unaguerra civil. Todo lo posterior fuerecuerdo del regeneracionismoprecedente con voluntad de señalar unadiferencia o dar lustre intelectual paraun uso partidista.

Pero si el regeneracionismo seidentifica con el reinado de Alfonso XIIIno significa lo mismo en cada una de susetapas sino que su distinta modulaciónpermite determinarlas de forma precisa.En un primer periodo elregeneracionismo fue intentado desde elpoder y con el protagonismo esencial delos partidos de turno, en especial el

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conservador, aunque también losmovimientos políticos que surgieron almargen de aquéllos e incluso en contrafueran también regeneracionistas si bienno tuvieran nunca fuerza suficiente comopara disputar un protagonismo políticoque permanecía en manos de lospartidos conservador y liberal. A partirde la Primera Guerra Mundial eseprotagonismo del sistema político en laempresa regeneradora cesó, porque lofundamental fue precisamente su crisis.El regeneracionismo permaneció comohorizonte de futuro, pero la posibilidadde cumplir ese programa, fuera cuálfuese su significado, se desvaneció por

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el momento ante la común impotenciadel sistema y de quienes se oponían a élpara llevarlo a cabo. En 1923, con laproclamación de la Dictadura, sepropuso también una opciónregeneracionista pero por completoantitética de la que fue ensayada en elcomienzo de siglo. Ahora ya no setrataba de intentar la regeneración dequienes, a través de los partidos delsistema del turno, habían monopolizadola vida política, sino de perseguir aestos últimos, e intentar, aunque muyconfusamente, dar a luz un sistemanuevo. La ambigüedad delregeneracionismo permitió intentarlo.

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Alfonso XIII, el reyregeneracionista

Existe una coincidencia casiperfecta entre el inicio de la épocaregeneracionista y el advenimiento altrono, en mayo de 1902, de AlfonsoXIII, a la edad de dieciséis años. Conrazón, el mejor de sus biógrafos, CarlosSeco Serrano, ha señalado el tonoeminentemente regeneracionista quetenían las anotaciones, en su diarioíntimo, del joven Monarca, pocos mesesantes de convertirse en tal. «Yo —

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escribió— puedo ser un Rey que sellene de gloria regenerando a la Patria,cuyo nombre pase a la Historia comorecuerdo imperecedero de su reinado:pero también puedo ser un Rey que nogobierne, que sea gobernado por susministros y, por fin, puesto en lafrontera». Lo importante, sin embargo,no es tanto que se sintiera a sí mismocomo regenerador sino que algunos delos intelectuales más conocidos de sutiempo, que acabaron militando en elcampo republicano, vieron en él laposibilidad de que fuera una ayudadecisiva en tal sentido. Ortega y Gassetfue, en no pocas ocasiones, muy

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explícito al respecto, y, en la práctica,Unamuno no adoptó una posición muydiferente durante parte de su vida.Actitudes semejantes se puedenencontrar en no pocos políticosprofesionales del momento, incluidosalgunos que estaban cercanos alrepublicanismo. Otro intelectual, quetambién jugó un papel político relevantecomo opositor al régimen, Madariaga, loha descrito, en el momento de acceder altrono, como «un príncipe simpáticocuyas facciones expresaban… la buenavoluntad y la ingenua sorpresa ante lasmaravillas de la vida». Como persona,Alfonso XIII no careció de méritos y

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virtudes, admitidos por suscontemporáneos extranjeros y tambiénpor políticos españoles de significacióndistinta, lo que resulta, sin duda, másdifícil. Era indudablemente simpático ysu trato tenía la virtud de lacampechanía, frecuente en la dinastía ala que pertenecía y no tan habitual en lasCortes europeas de la época, mucho másrígidas y protocolarias, incluso en elcaso de las de los países coninstituciones liberales mucho mássólidas que las que tenía la España decomienzos de siglo. Sus aficiones (eltenis, el polo o el automovilismo) ledieron un aire de modernidad europea,

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aunque no fueran precisamentepopulares en sus días. Fue valiente y nocabe dudar de que tuvo un genéricodeseo patriótico de cumplir con lasobligaciones que le correspondían porsu puesto, tal como se revela en lajuvenil frase de su diario. Pero a estosaspectos valiosos hay que sumaraquellos que lo fueron mucho menosdesde todos los puntos de vista. AlfonsoXIII no fue culto ni es posible atribuirlela condición de intelectual o juzgarlepor los patrones impuestos por estemundo o exigibles en su caso. Nisiquiera parece haber sentido interés porestas cuestiones, más allá de una cierta

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identificación genérica, nacida demotivos patrióticos. En cambio, por supersonalidad, y también por la prácticade sus responsabilidades, fue listo, deuna agudeza práctica que superaba amuchos de los miembros de la clasepolítica de la época. Esa listeza, sinembargo, se combinaba a menudo con lainconstancia y la superficialidad: podíaresultar seductor a corto plazo pero, amenudo, una cierta capacidad para lapolítica le hacía encontrar gusto en susaspectos menos nobles. Aunque en ellohubo variaciones con el transcurso deltiempo, con frecuencia resultabaentremetido, indiscreto o imprudente,

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pero un historiador poco monárquico leha calificado más de frivolo que deperverso. A la larga, sus ingeniosidadesmordaces, que le llevaron a expresar suasombro por la dedicación a laMetafísica de Ortega o a asegurar quepasar de la presidencia de Maura a la deSánchez Guerra era semejante a ir delhotel Ritz a la posada del Peine, leresultaron muy contraproducentes. Sinembargo, conociendo sus limitaciones,hay que recordar también que, a lo largoele su reinado, la mayor parte de lospolíticos, incluidos quienes estaban encontra de su régimen, no dudaron enatribuirle una voluntad decidida de

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coadyuvar a la regeneración del país. Sise comprende que los dirigentesrepublicanos en 1931 se dedicaran aabominar de su persona no se justificaque los historiadores hayan prestado unaexcesiva atención a la publicística de laépoca republicana o del final delrégimen, nacida ele un propósitopartidista. Como suele ser habitual, secometió en su caso, como en tantosotros, el error de simbolizar en exceso,en su persona, los males del país.

Al lado de este Alfonso XIII hayotro, más desconocido, cuyascaracterísticas personales pudierontambién influir en algún momento en los

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sucesos políticos. Era un ser inseguro,muy dependiente de su madre, que deuna forma ordenada y más porobligación que por deseo personal,había contribuido al establecimiento deuna práctica liberal en la actuación de laMonarquía española, y resultaba amenudo depresivo. A ello contribuyó deforma poderosa el fracaso de sumatrimonio y la enfermedad de sushijos. Aunque su boda (1906) fue unadecisión de Estado, estuvo acompañadadel enamoramiento. La elegida fueVictoria Eugenia de Battenberg, nieta dela Reina Victoria, una elección queindicaba un alineamiento probritánico en

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política exterior, pero también ensentido parlamentario y modernizador.En siete años tuvo otros tantosembarazos pero de los cuatro hijosvarones dos resultaron hemofílicos yotro quedó sordomudo tras unaoperación. De este modo las tentacionesque el Monarca pudo tener de abandonarel Trono, que fueron repetidas a partirde la Primera Guerra Mundial, nopodían traducirse en la realidad (elvarón que reunía los rasgos paradesempeñar el papel de Rey, Juan, habíanacido en 1913). La Corte no dio noticiaalguna de lo que sucedía, lo que produjonumerosas especulaciones. A partir de

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este momento el Monarca, que reprochóimplícitamente a su mujer la enfermedadde sus hijos, tuvo repetidas aventurasextramatrimoniales y la pareja, alexiliarse en 1931, no tardó en separarse.

Puede existir la tentación, partiendodel conocimiento de la España deentonces, de presentar la Corte y elmedio que rodeó a Alfonso XIII comoarcaicamente aristocrático, apoyado enla nobleza terrateniente y con losvalores propios de un mundo de otrotiempo. La realidad, sin embargo, esbastante distinta de este estereotipo. Adiferencia de la Monarquía inglesa, porejemplo, la española no era propietaria

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de tierras y la fortuna de la familia realni remotamente podía compararse con ladel Rey de Bélgica, dueño del Congo.Quienes rodeaban al Rey eran nobles dealta alcurnia, pero también personas quefueron ennoblecidas por él desde unorigen burgués. Su lista civil erasemejante a la del Rey italiano y nobastaba para cubrir los gastos a los quele obligaba la conservación delpatrimonio real. La fortuna del jovenMonarca, inicialmente modesta,procedió en exclusiva de las cantidadesque le atribuía el presupuesto, inferioresen un 50 por 100 a las concedidas a suabuela Isabel II. Sus inversiones

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posteriores se dirigieron a empresasindustriales, estando algunas de ellasjustificadas por intereses turísticos decarácter nacional o simplemente portratarse de actividades innovadoras. Conello labró una fortuna no excepcionalpara un monarca de la época: la delconde de Romanones, por ejemplo, eraun 20 por 100 superior. Sin duda, aAlfonso XIII se le puede reprocharhaber tenido lo que hoy en díadenominaríamos informaciónprivilegiada o haberse servido defuncionarios de palacio paraconseguirla, pero no en absoluto defraude o de haber abusado de su puesto

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en beneficio propio, tal y como se leacusó en la época de la Dictadura dePrimo de Rivera o durante la República.A partir de estos rasgos personales y delentorno cortesano se puede avanzar enlo más decisivo a la hora de emitir unjuicio sobre Alfonso XII, su gestióncomo jefe del Estado. Para juzgarla sedebe tener muy en cuenta la educaciónque recibió hasta llegar a desempeñar suimportante cargo. Los biógrafos máspróximos a su reinado han insistido en lainfluencia que pudieron tener sobre élpersonas proclives a ser influidas pormedios clericales y aristocráticos quetenían muy poco que ver con el

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liberalismo de la época, especialmentecon el de carácter intelectual. No setiene en cuenta, sin embargo, que entrelos mentores más directamente al tantode su educación había quienes, como elcatedrático de Derecho ConstitucionalSantamaría de Paredes, reducían elpapel de la Monarquía en el sistema dela Restauración a la función de podermoderador o armónico de los otros tres,tarea que, si bien era fundamental,implicaba una disminución de lasatribuciones concedidas por laConstitución de 1876, de acuerdo concuya interpretación literal, comoveremos inmediatamente, al Monarca le

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debía haber correspondido incluso elpoder legislativo, compartido con larepresentación popular. Claro está queen otras materias, como Historia yReligión, y en todo lo que respecta almundo militar, la formación delMonarca pudo ser mucho másautoritaria. Pero, por muchas que fueranlas deficiencias en la formación deAlfonso XIII parece que lainterpretación liberal de sus poderespredominó, a partir de un determinadomomento, que debe situarse alrededorde 1906, sobre cualquier otra. Enrealidad, el Rey no fue acusado tan sólopor los sectores republicanos de

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tendencias autoritarias sino que tambiénen la época franquista se emitieronjuicios igualmente duros acerca de él.Hubo quien, cambiando de opinión,después de haber achacado a AlfonsoXIII falta de liberalismo, luego le acusóde sobra del mismo. Lo que importa esque estos juicios fueron posteriores alreinado y derivan de las circunstanciaspolíticas vividas en ese momento,mucho más que de la actuación delpropio monarca. Durante el reinado deAlfonso XIII hubo acusaciones más omenos veladas de entrometimiento perono de falta de liberalismo; sólo cuandose produjo la Dictadura de Primo de

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Rivera empezaron —justificadamente—a menudear pero, como veremos, huboentonces también una indudable tensiónentre el dictador y el Rey.

A la hora de juzgar la actuación deAlfonso XIII hay que partir de unapremisa fundamental. El sistemaconstitucional español no era unaMonarquía democrática sino unaMonarquía doctrinaria en que el poderlegislativo le correspondía a las Cortescon el Rey y éste, en teoría, podíanombrar y separar libremente a susministros, participaba en el poderlegislativo, pudiendo sancionar o vetarlas disposiciones votadas en las Cortes

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y nombraba al presidente del Senado y auna parte de sus miembros. Muchasotras monarquías europeas de la época(como, por ejemplo, la italiana)contemplaban atribuciones análogas. Portanto, una cosa es que Alfonso XIII fueraun monarca constitucional y otra quefuera demócrata, en el más estrictosentido de la palabra, de acuerdo con loque hoy entenderíamos por talcalificativo. Hay que tener en cuenta queen el momento de debatir la Constituciónde 1876, Cánovas, autor fundamental dela Restauración, consideró que laMonarquía era algo anterior a lasoberanía nacional («el Rey no jura para

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serlo sino por serlo», dijo), de talmanera que nada era posible ni legítimosin el concurso de su voluntad. Así seexplica esa frase ya citada del Monarca,quien todavía joven, se atribuía a símismo una función y una capacidadregeneradora. También así encuentraexplicación su intervención en lasprimeras crisis de su reinado. Durantetodo él siguió habiendo quienesinterpretaban la Constitución en elsentido de que el Rey debía tener unaamplia intervención en los asuntos de lapolítica diaria: Sánchez de Toca llegó adecir que la voluntad nacional no podíaconocerse sin la intervención del

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Monarca, y García Alix defendió laexistencia de un Consejo consultivo dela Corona, dada la decisiva funciónpolítica del monarca. Pero, en el otroextremo de las doctrinasconstitucionalistas, estaban quienes,como Azcárate y Posada, defendían latesis de que el Rey debía reducir suactividad política al mínimo. AlfonsoXIII no lo hizo pero todavía estuvo másdistante de la pretensión de los sectoresconservadores de que ejerciera poderesefectivos, coincidentes con la letramisma del texto constitucional.Lentamente, pero siguiendo un caminoinequívoco, la interpretación que fue

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dándose a la Constitución doctrinariafue derivando hacia una fórmulaliberalizadora, en especial a partir de laPrimera Guerra Mundial. El Reynombraba una parte de los senadores,pero nunca pensó crear una mayoríaparlamentaria gracias a ellos. Eran lospolíticos profesionales, llegados a undeterminado estatus, quienes ocupabanestos puestos, una vez propuestos por elGobierno pero siguiendo unadistribución de los escaños queconcedía una parte de ellos a laoposición. Las reformas constitucionalesen sentido democratizador no llegaron afructificar, mucho más por la debilidad

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de los que las propusieron que por lavoluntad del Monarca, y no hubo nuncacerradas negativas de éste a refrendarlos decretos que le eran presentados.Menos aún trató de ejercer el poderlegislativo que, en teoría, lecorrespondía. Respecto delnombramiento de los presidentes delConsejo cabe decir que, como en laprimera etapa de la Restauración,dependió de la división interna de lospartidos de turno o de la solidaridadbásica entre ellos, lo que podía tenercomo resultado, en un determinadomomento, que se considerara másapropiado que un determinado partido

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se enfrentara con la tarea de gobernar.Si los poderes del Rey derivaban deltexto constitucional, al que se le fuedando una interpretación liberalizadora,lo que no cambió fue el comportamientodel electorado. Ya Cánovas habíaseñalado que «el mayor de los males»para la Monarquía de la Restauraciónera precisamente el hecho de que nopodía acudir a la opinión pública paranombrar un presidente del Consejo, porla sencilla razón de que era éste el que,estando en el poder, se construía unamayoría parlamentaria. De ahí laimportancia (y la peligrosidad) de lafunción política del Monarca. Los

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profesionales de la vida públicaapelaban a él como quienes en unademocracia lo hacen al electorado: lasituación fue perfectamente descrita porMaeztu cuando escribió que «en unrégimen como el español, en que lamayoría parlamentaria la hacía laconfianza misma de la Corona, con losdecretos de disolución de Cortes y deconvocatoria de elecciones, laintervención inevitable del Rey en lapolítica tenía que crearle un enemigocada vez que se ejercía para retirar laconfianza a un presidente del Consejo».Un presidente que obtenía la confianzareal lo solía atribuir a sus propios

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méritos, mientras que quien la perdía leachacaba la culpa al monarca. Esasituación era especialmente grave en elcaso de una fragmentación partidistacomo la que se produjo en el reinado deAlfonso XIII. Lo que Maeztu describíaexpresivamente como «el procesogeométrico de esta acumulación deagravios», inevitablemente tenía queperjudicar al monarca. La apelación alelectorado solía ser vista como unapeligrosa demagogia, fuera deizquierdas o de derechas, que ponía enpeligro la estabilidad en paz del sistemade la Restauración, pero, sobre todo, eraconsiderada como el testimonio de una

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incurable candidez, pues el puebloespañol permanecía mayoritariamente almargen de la vida pública.

Merece la pena hacer mención unpoco más detallada de aquellos sectoressociales con los que más estrechamentese ha solido vincular la figura delmonarca y aquellos terrenos políticos enlos que desempeñó un papel más activo.Se ha asegurado la existencia de unmundo aristocrático que rodearía alPalacio Real y lo aislaría de la opinión,pero gran parte de esa aristocracia erade procedencia reciente, no siempre eramuy conservadora (los palatinossolieron ser, por ejemplo, antimauristas)

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y muy a menudo defendía posicionesliberales (el caso del duque de Alba).En la España de la época, en que, porejemplo, la alta burguesía catalana no seennobleció o tardó en hacerlo, no sedaba una situación de abrumadorpredominio social de una claseterrateniente y latifundista, como podríaser el caso de países del este de Europa.En cuanto al medio conservadorcatólico, parece haber ejercido sobre elmonarca una influencia mucho menorque durante la regencia de MaríaCristina, una Habsburgo. La propiaReina Victoria Eugenia, mujer delMonarca, dijo que «no era exagerado»

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en lo que se refiere a fervor religioso;menos parecen haberlo sido algunos delos cortesanos más cercanos como elmarqués de Viana. La religiosidad deunos y otros parece haber sido másaparatosa en las manifestacionesexternas que proclive al clericalismo.De hecho, en alguna ocasión, después dela Primera Guerra Mundial, AlfonsoXIII se desligó de una gran movilizacióncatólica, lo que estos círculos tomaronmuy a mal. No resulta inimaginable quela Monarquía se pudiera poner enpeligro en algún determinado momentode haber aceptado un programa políticoanticlerical.

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Por tanto, esos dos sectores fueronmenos influyentes de lo que se sueledecir, pero es, en cambio, cierto quehubo dos terrenos en los que laintervención del Monarca fue muyimportante; en ambos el textoconstitucional le daba pie a ello. LaRestauración borbónica se habíaproducido merced a una intervenciónmilitar y el principal protagonista de lamisma, Martínez Campos, fueconsultado en todas las crisis de laRestauración; existía, además, unatradición de intervencionismo políticode los militares, único recursoimportante contra el desorden público.

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En esas condiciones no puede extrañarque todo el sistema de la Restauraciónpartiera de un cuidadísimo manejo delos asuntos militares. Al Monarca lecorrespondía, según la ley fundamental«en exclusiva», el mando supremo delEjército, y los nombramientos requeríansu aprobación «directa y previa». ElRey, al tomar el mando del Ejército, nonecesitaba ser refrendado por ministroalguno y tenía, en la práctica, segúnCánovas, un cierto derecho deinspección o veto en todas lascuestiones militares. En cierto sentido escorrecta la afirmación esgrimida porpersonas tan diferentes como Maeztu, o

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Ramos Oliveira, en la derecha y en laizquierda, de que aquélla era una«Monarquía militar». Incluso el propioAlfonso XIII hubiera suscrito estaafirmación. «La guerra me la llevo yo»,escribió al Rey de Portugal,principalmente porque de este modo seevitaban los peligros revolucionarios olos intentos republicanos. Pero eso noquería decir que viera su Monarquíacomo un régimen ajeno al liberalismo:también le aseguró que «en nuestrosreinos no se reina por la tradición sinopor la simpatía y actos personales delsoberano».

El Ejército consideraba que era

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autónomo en cierto tipo de cuestiones,algunas de las cuales eran netamentepolíticas (la actuación contra losnacionalismos o los delitos contra laPatria, por ejemplo). Además, su mundodebía ser gobernado tan sólo poraquellos que lo conocieranverdaderamente, es decir, los propiosmiembros de la profesión castrense; dehecho, de los treinta y cuatro ministrosde la Guerra sólo cuatro fueron civiles yestos últimos nombrados a partir de1917, cuando la intervención delEjército en la política se había hechocada vez más patente, y precisamentepor ello. Dadas todas estas

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circunstancias, el Rey mantenía uncomportamiento muy especial respectode la oficialidad. El mismo declaró quele hubiera gustado ser oficial, y la ReinaVictoria Eugenia afirmó que a donAlfonso XIII le «encantaba tomar lapalabra para hablar de cosas militares».Sin embargo, ni es correcto decir que elEjército jugó un papel absolutamentepredominante en la España de la épocani atribuirle al monarca tal propósito. EnEspaña, los gastos de defensa porhabitante eran un sexto de los británicosy un tercio de los franceses. El Ejércitotenía una fortísima conciencia críticasobre sí mismo y, además, estaba

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dividido: en 1900 existían 16.000oficiales para una plantilla de 12.000 yen la primera década del siglo laduración de los ministros de la Guerraen el poder no superó una media de sietemeses. Difícilmente, en estascondiciones hubiera podido serauspiciado un programa pretorianoconsistente en propiciar elexpansionismo exterior a ultranza o elincremento sistemático en lospresupuestos militares, bien bajos porotro lado. Tampoco lo hubiera hecho elRey: era consciente del origen de laRestauración, el cuidado de laoficialidad y de los altos cargos del

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Ejército formaba parte de susocupaciones habituales, y, al mismotiempo, resultaba poco menos queinevitable que ese tipo de relacionespersonalistas se mantuviera en un paíscuyo sistema político se basaba en ellasy nada más que en ellas. Todo ello, engeneral, concluía en mantener relacionesafectuosas con la oficialidad y tratar concampechanía a los más destacadosmiembros de ella, que siguieronmanteniendo hasta los años treintasentimientos mayoritariamentemonárquicos. Consciente del papel delEjército en el pasado y de que enrelación con la cuestión militar se

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habían producido enfrentamientos muyásperos durante la Restauración, entrelos partidos de turno y en el seno de losmismos, Alfonso XIII procurórepetidamente evitar el enfrentamientoentre el poder militar y el civil y fuegestor de los intereses del uno ante elotro y viceversa. De esta manerarespondía a una tradición de «rey-soldado» que había iniciado su padre yque si otorgaba un papel importante alos militares también se lo acotaba. Esmuy probable que hasta 1923 AlfonsoXIII, con su actuación en este terreno, noaumentara las dificultades del sistemaconstitucional sino que, en no pocos

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casos, las aliviara.Hubo otro terreno donde también la

intervención del Monarca en la vidapolítica fue persistente y consideradacomo algo habitual y necesario: el de lasrelaciones internacionales, materia enque también la Constitución le dioamplios poderes. Alfonso XIII erapariente de la mayor parte de losmonarcas europeos, pero, además,juzgaba que a él le correspondía ladefensa de los altos interesesnacionales, de acuerdo con la propiaConstitución. Además, la inestabilidadgubernamental provocaba que él mismomantuviera una relación más constante

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con los embajadores extranjeros enEspaña y con los representantes denuestro país en el exterior que losministros de Estado. Los embajadoresen París (Quiñones de León y, antes,León y Castillo) o en Londres (Merrydel Val) fueron siempre personajes conespeciales vínculos con el Monarca. Sinembargo, no puede decirse que tuvierauna política exterior propia.Contradictorio y a menudo superficial,el hecho de que se le hayan atribuidopolíticas totalmente distintas parececonfirmar que, en realidad, no hizo otracosa que seguir, con sus obviaslimitaciones, lo que consideraba como

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intereses colectivos.En suma, a partir de todo lo

expuesto, bien se puede concluir queAlfonso XIII no lo hizo tan mal sijuzgamos comparativamente el destinode la Monarquía española en el contextode la Europa de su tiempo. De lasmonarquías de la Europa del sur, laportuguesa cayó en 1910 y, a partir de1922, con el ascenso del fascismo, sepuede considerar que la italiana se vioreducida a un papel marginal, lo que nole ocurrió de ninguna manera a AlfonsoXIII durante el régimen de Primo deRivera. Seis monarquías tradicionaleseuropeas cayeron en la primera mitad

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del siglo XX, señal evidente de que lainstitución estaba en peligro. En lamisma Gran Bretaña, aunque nunca loestuvo, Eduardo Vil vio, de hecho, muyrestringidos los poderes que habíaejercido su madre, la Reina Victoria, ypasó por una grave crisis cuando tuvolugar el enfrentamiento de la Cámara delos Lores con la de los Comunes. LaMonarquía española, en un paíssometido a un proceso demodernización, duró bastante y fue laúnica no derribada por la violencia ocomo consecuencia de una derrotamilitar, lo que puede interpretarse comoun síntoma de capacidad evolutiva y de

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que el sistema que la sustituyó secaracterizó por una plenitud logradadurante ella. En realidad la intervención,presunta o real, del Monarca en la vidapolítica no fue otra cosa que un aspectoparcial del conjunto de problemas quetrajo un proceso de modernizaciónpolítica, con todas sus tensiones ycontradicciones. Presentar el reinado deAlfonso XIII como una contienda entreel Monarca y los españoles supone,pues, un tipo de simplificación ypersonificación sencillamenteinadmisible.

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El primerregeneracionismo

conservador

En el momento en que tuvo lugar eladvenimiento al trono de Alfonso XIIIEspaña había concluido ya una primeraexperiencia política regeneracionista,que tuvo como protagonistas a la UniónNacional y al partido conservador. Deellas hay que tratar no sólo porconstituir el obvio antecedente de cuantovino después sino porque ambascubrieron los últimos años de la

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Regencia, a partir del momento de lapérdida de las colonias. Elregeneracionismo conservador fueprecedido por una iniciativa políticanacida en las fronteras del sistemapolítico de la Restauración y casi almargen del mismo, aunque finalmentefuera absorbida por él. En noviembre de1898 Joaquín Costa pidió un «partidoregenerador», un partido nacional capazde resolver los problemas españolesdespués del Desastre del 98: lo hacíapartiendo de una base ínfima paraconseguir este propósito pues sólocontaba, tras de sí, con la CámaraAgrícola del Alto Aragón, aunque se

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dirigiera a todas las de su género y alconjunto de fuerzas productivasorganizadas en España. El programa conel que pretendía agrupar a esos sectoressociales parecía muy radical pero enrealidad contenía medidascontradictorias y arbitristas. España erapresentada como «uno de los más ruinese incómodos arrabales del planeta»,pero, al mismo tiempo, los medios pararesolver sus males parecían sencillos:incluían, por un lado, una ampliadescentralización y, por otro, una activapolítica económica de la Administraciónen el sentido, por ejemplo, de facilitarlas comunicaciones y promover los

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regadíos. El ideario de Costa (suscontradicciones y su liberalismo defondo, aunque propendiera a las tajantesdeclaraciones de antiparlamentarismo)ya ha sido mencionado con anterioridad.Lo que interesa es que la iniciativa deCosta coincidió con la puesta en marchade un movimiento semejante por partede Basilio Paraíso, organizador de unmovimiento de las Cámaras deComercio. Nació, como en el otro caso,de la angustia de las clases mediascampesinas de provincia ante un Estadoineficaz, obligado al ajustepresupuestario después de la derrotaexterior. La protesta tuvo como vehículo

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inicial una «Liga de productores» quedurante el verano de 1899 propuso, sinque la medida llegara realmente allevarse a cabo, un «cierre de cajas», esdecir, una protesta colectiva a través dela negativa al pago de los impuestos,pero, aunque esta medida preocupara alGobierno, no llegó a tener verdaderavirtualidad, en especial cuando ésteamenazó con el estado de guerra. Acomienzos de 1900 los protestatarios seagruparon en un partido, la «UniónNacional», que, pretendiendo declararseajeno a cualquier tipo de cuestiónrelativa a la forma de gobierno o a lapolémica respecto de centralismo y

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regionalismo, parecía querer sumaradeptos entre todo género dedescontentos. Pronto, sin embargo, semostró la inanidad del programa y locontradictorio de los objetivos: elpartido no duró más que unos meses,apenas logró seis parlamentarios y lamayor parte de sus dirigentes acabaronintegrándose en el sistema político de laRestauración. Así lo hicieron BasilioParaíso y Santiago Alba, su secretariogeneral, al que le esperaba un futuroprometedor en el seno del partidoliberal. Al margen, aislado y arisco,quedó Joaquín Costa, cuya evoluciónúltima le condujo hacia el

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republicanismo expresado en unostérminos que, como era habitual en él, secaracterizaron por el radicalismo.Mientras decía sentir una «compasióninfinita» por el pueblo español, lospolíticos profesionales debían sertratados como «enemigos públicos»;sólo con el triunfo de la República seríaposible una verdadera regeneración deEspaña. Pero también había llegado a laconclusión de su impotencia paramovilizar a los españoles: «La escopetaes una caña y el dueño del vozarrón unenano de la venta». Enfermo y solitario,Costa acabó también por decepcionarsedel republicanismo en 1906 y limitó en

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los últimos años de su vida susintervenciones a declaraciones que,como era habitual en él, fueronaltisonantes y duras. No fue ésta la únicaocasión en que un programa regeneradorchocó con la realidad en el momento deintentar llevarse a la práctica, aunqueésta puede conceptuarse como la mássignificativa muestra delregeneracionismo surgida con autonomíay al margen de los partidos clásicos. Enadelante, las fórmulas regeneracionistasencontraron su instrumentación en lospartidos de turno y principalísimamenteen el conservador.

La victoria del regeneracionismo en

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dicho partido se concretó en el ascensode Silvela a su dirección, quien ya en elpasado había sido una especie deperpetuo disidente en función,precisamente, de su voluntad reformistay de la condición ética de su dedicacióna la política, lo que chocaba con elrealismo de Cánovas del Castillo, másdispuesto a aceptar en su entorno apersonajes como Romero Robledo, quepueden considerarse como ejemplocaracterizado de la política caciquil.Batallador, aficionado a las piruetasideológicas, oportunista e intuitivo,Romero Robledo no tenía el menorinconveniente en figurar como

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representante de una derecha tan sóloconservadora de intereses materiales: aél se le atribuye la frase de que enEspaña, en realidad, los latifundios eraninfundios. Francisco Silvela constituíauna antítesis que resultó antagónica;culto, elitista, dotado de indudabletalento y de una cultura brillante, era unapersona despectiva y solitaria cuyo éxitoen el seno del partido conservador (yaun de cualquier otro) se entiendeprincipalmente por las circunstanciaspropicias al regeneracionismo que aEspaña le tocó vivir. Hombre de ideas yprincipios morales, juzgaba que laausteridad y los programas de fuerte

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contenido teórico, más que lashabilidades, debían constituir la razónde ser en política. En un principio suposición, distante desde hacía tiempo dela de Cánovas, había logrado tan sólo elapoyo de un sector aristocrático, peroluego, el 98, que Silvela había previsto,lo convirtió también en el representante,en el seno de su partido, de los sectoresque propiciaban un acercamiento a lasmasas católicas y a quienes, hasta elmomento, no habían intervenido enpolítica. Su conocido artículo «Sinpulso» contiene frases como lassiguientes: «Si pronto no cambiaradicalmente el rumbo… el riesgo es el

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total quebranto de los vínculosnacionales y la condenación, pornosotros mismos, de nuestro destinocomo pueblo europeo». Como puedeapreciarse, el tono del pronunciamientoresulta parecido al de un Costa.

Tan dramática apelación alintervencionismo en la vida públicatenía la contrapartida de un programa: lareforma del partido y la proyección delmismo hacia el futuro, integrando en suseno los intereses mercantiles,regionalistas y regeneracionistasmediante una política que se decíaanticaciquil, reformadora de laAdministración y movilizadora de la

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opinión pública. Con este programa,Silvela consiguió la jefatura del partidoconservador, aunque permanecieroncomo disidentes algunos sectores quesiguieron las inspiraciones de RomeroRobledo o que reivindicaban para sí laherencia de Cánovas. En marzo de 1899Silvela llegó al poder con este programaregeneracionista que concretó enfórmulas políticas precisas. Lo hizo, porejemplo, proponiendo, en lo político,combatir el caciquismo mediante ladescentralización política y la reformade la Administración local; en loeconómico, a través, a la vez, de lanivelación presupuestaria y el fomento

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de los intereses de los sectoresproductivos; en lo social, mediante lapuesta en práctica de las primerasdisposiciones de reforma social, nacidasde la doctrina social católica, y en loque respecta a la cuestión religiosa,mediante el mantenimiento de unasrelaciones estrechas y cordiales con elVaticano. Lo verdaderamentesignificativo de su gabinete es quelograra el apoyo de sectores que puedenconsiderarse como relativamenteinéditos en el seno de la políticaconservadora hasta entonces, o depersonas que acudían con un muyconcreto programa a realizar. Eso tenía

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el inconveniente de convertir algobierno, como el propio Silvelaadmitió con mordacidad, en «unaexposición de productos del país», tanvariados como incompatibles.

Entre los ministros, Pidal, antiguodirigente de la Unión Católica,representaba la política de inequívocavinculación con el Vaticano con elpropósito de incrementar la enseñanzareligiosa en el Bachillerato. Villaverdeacudió al Gobierno con un programahacendístico de nivelaciónpresupuestaria, y Eduardo Dato teníacomo propósito la introducción de lalegislación protectora del obrero.

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Además, contó Silvela con dos figurasque completaban la panorámica de suspropósitos. Aunque no propiamentecatalanista, Duran i Bas estaba encontacto con los círculos de estasignificación, principalmente enmaterias jurídicas, que pusierontemporalmente su confianza en elprograma de Silvela. Eso se debió alhecho de que también estuviera en elgobierno una persona como el generalPolavieja. De origen humilde, estemilitar, vencedor en la guerra contra lasublevación filipina, había vistoaumentar su prestigio y desde antes de lapérdida de Cuba se había venido

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preparando para convertirse enalternativa política. En torno a su figuray a un programa hecho público a finesde 1898 se hizo patente una confluenciade intereses muy expresiva de lo que erael primer regeneracionismoconservador. Polavieja tenía unprimordial interés en la reforma militarpero, además, era denominado «elgeneral cristiano» y había hechodeclaraciones que parecían mostrarinterés por las cuestiones económicas ypor la descentralización administrativa.Partidario de la existencia dediputaciones regionales y del reparto deimpuestos a través de cupos pareció

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lograr un considerable apoyo enCataluña.

Lo sucedido con la experienciagubernamental de Silvela demuestra ladebilidad esencial del regeneracionismocuando pasaba de planteamientosgenéricos o de imprecaciones contra lasituación. Se debe tener en cuenta,además, que el telón de fondo sobre elque se desarrollaba la acción políticaera de una virulenta agitación social,aunque poco duradera, en protesta por lapresión fiscal, la conciencia de derrota ylas quintas. Un periódico local llegó ahablar del «temperamento de motín quedomina a los españoles por largas

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enseñanzas y repetidos desengaños yque se manifiesta cualquier día concualquier pretexto». Todos los ministrosen su parcela concreta pretendieron serreformadores del Estado de laRestauración, pero, en la práctica, suspropuestas resultaron mutuamenteexcluyentes. Así, Polavieja se encontrócon que su regeneracionismo militar seenfrentaba con el deseo de FernándezVillaverde de llegar a una nivelaciónpresupuestaria. Cuando Silvela quisodar entrada en el Gobierno a uno de loscolaboradores del general, Gasset,identificado con el regeneracionismoagrícola y propietario del prestigioso

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diario El Imparcial, se encontró con queel apoyo periodístico no le llegaba másque a medias. Duran i Bas tambiénacabó dimitiendo porque los propósitosdescentralizadores no llegaron aconcretarse en nada y el programahacendístico de Fernández Villaverdechocó con la burguesía catalana a la querepresentaba. En Barcelona hubo unanegativa generalizada a pagar los nuevosimpuestos y, cuando el alcalde seidentificó con la protesta, acabódestituido. Por su parte Dato se dedicó apromover la reforma social en tresvertientes: la promoción de una ley deaccidentes de trabajo, la regulación del

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trabajo de mujeres y niños y el descansodominical, que tan sólo quedaríaaprobado en 1904. Estas normasencontraron, sin embargo, una fuerteresistencia en un sector social queteóricamente debiera haber figuradoentre los que apoyaban al Gobierno: unaparte de la burguesía catalana juzgó quecon estas medidas se llegaba incluso aponer en peligro la supervivencia de laindustria nacional y abucheó al ministrocon ocasión de su visita a Barcelona.Dato hubo de recurrir al decreto paraque la disposición llegara a seraprobada. En realidad, lo previsto enella, que había sido consultado a alguno

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de los sindicatos más importantes, tansólo prescribía que en caso de accidenteel patrono pagaría la mitad del salariohasta la recuperación del accidentado ouna indemnización de dos años en casode incapacidad total. Fue éste el aspectomás positivo, junto con el programahacendístico de Fernández Villaverde,de esta primera experiencia delregeneracionismo conservador. Silveladebió considerarla como liquidada enoctubre de 1900 cuando presentó suprimera dimisión. En el paréntesis quese produjo a continuación, Villaverdeconsiguió completar buena parte de suprograma hacendístico aunque, por otro

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lado, fracasara en su propósito de llegara un gobierno aceptable para los dospartidos del sistema.

En marzo de 1901 subió al poder elpartido liberal. El comienzo del reinadode Alfonso XIII se produjo, por tanto, enun periodo de gobierno de este partido,como si a él debiera corresponderleenfrentarse con las situaciones másdifíciles (en etapas anteriores, habíaabierto la Regencia y pilotado el paísdurante el desastre colonial). Sagasta,que presidió este gabinete, tenía muypoco de político regeneracionista,siendo, por el contrario, el paradigma dela política profesional, heredera de la

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revolución de 1868 pero caracterizada,además, por un cierto escepticismoideológico y por el prosaísmo en lapolítica práctica. Su habilidad ypaciencia habían conseguido mantenerunido a un partido liberal que no envano se había denominado fusionista,debido al hecho de ser, en realidad, unacolección de clientelas unidas porintereses no ideológicos. Frente a lacultura y la capacidad intelectual deSilvela, sus armas eran la habilidadmaniobrera y la simpatía; él, adiferencia del líder conservador, nosólo no escribió libros sino que no losleía. De todas maneras, este turno

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liberal, iniciado con el siglo, introdujoun cierto cambio en la vida del partido:no sólo por la aparición de nuevosdirigentes, como Romanones, o, enespecial, Canalejas quien, comoescribió el primero, significaba «vinonuevo en odres viejos», sino tambiénpor la incorporación de un programaanticlerical que estaba destinado a ser,como veremos, una clave importante enla política española durante década ymedia. Para Sagasta la introducción deesta cuestión resultó más que nadaengorrosa; afirmó que había sido enmala hora planteada. Romanones, enInstrucción Pública, hubo de enfrentarse

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con el nuncio respecto de las órdenesreligiosas y su eventual asentamiento enEspaña. Cuando, en abril de 1902, sellegó a un modus vivendi que implicabael mantenimiento de la situaciónprecedente, no obligándose a lasórdenes más que a inscribirse en unregistro especial, Canalejas,decepcionado por lo que creía un excesode complacencia, acabó dimitiendo. Endiciembre de 1902, Silvela volvió alpoder con un Gobierno en que lascolaboraciones obtenidas eran menosamplias que en el anterior peroresultaban más homogéneas. Ya no huboni la voluntad ni la posibilidad de

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integrar otras fuerzas al margen delpropio partido conservador, aunque sí elde un grupo procedente del partidoliberal, en otro tiempo acaudillado porGermán Gamazo y que por representarlos intereses de la agricultura castellanahabía ido evolucionando desde elproteccionismo al conservadurismo.Ahora lo dirigía Maura, antiguo ministrode Ultramar con Sagasta y, como tal,promotor de una legislación autonomistapara Cuba; con el paso del tiempo, habíade convertirse en su principal dirigentey aun en el político más relevante delreinado de Alfonso XIII. Tambiénquedaron prácticamente reabsorbidas

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las disidencias precedentes. Sinembargo, en el mismo momento dellegar al poder, ya tenía Silvela ganas deabandonarlo. Sus capacidadesintelectuales se unían a una tendencia aldesánimo, producto de un carácterciclotímico. En su diario había auguradoque «el enorme sacrificio de gusto,fortuna, tranquilidad y salud (de supermanencia en el gobierno) serácompletamente estéril y me juro a mímismo aprovechar la primera ocasiónque me ofrezca una crisis para retirarmede la política». Pero tuvo, además, claroestá, dificultades objetivas. El Monarca,como hemos visto, se atribuía a sí

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mismo una función regeneracionista y enestos primeros años de su reinado fueproclive a intervenciones excesivas, alas que podía tener derecho de acuerdocon la Constitución, pero queprovocaban una inestabilidadinnecesaria. Pero, sobre todo, susdificultades se incrementaron con ladivisión de los conservadores. En marzode 1903 dimitió Fernández Villaverde yla ejecutoria de Maura como ministro dela Gobernación fue juzgada comoinaceptable por diversos sectores que loacusaban de no haber facilitado lavictoria del encasillado monárquico. Locierto es que los procedimientos

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electorales empleados fueronescasamente distintos de los de periodosanteriores: si se produjo una victoriarepublicana en las ciudades másimportantes la razón estriba en la unidaddel republicanismo. La dimisión deMaura fue seguida, al poco tiempo, porla de Silvela, tras una crisis que fuecalificada de «oriental» por la presuntaintervención en ella del joven Monarcadesde el Palacio de Oriente. Sinembargo, el carácter depresivo deSilvela jugó también un papel en losucedido. El dirigente conservadordimitió de la presidencia de su partidocon unas palabras que expresaban su

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hipocondría: «Tenéis ante vosotros unhombre que ha perdido la fe, que haperdido la esperanza». Como en el casode Costa, también en el de Silvela losdicterios indignados contra el sistema setrocaron en amargura cuando no pudosustituirlo. Quedaba, de esta manera,planteado un problema de jefatura en elpartido conservador que se debatiríadurante los dos años siguientes sinconcluir de modo claro. Quien fuellamado a gobernar, en primer lugar, fueFernández Villaverde, que logró lacolaboración de algunosregeneracionistas situados al margen delturno, como eran Gasset y Alba. Era

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Raimundo Fernández Villaverde unexperto hacendista al que, segúnRomanones, «muy pocos le superaron enesta materia», aunque es más dudosa sucapacidad en otros aspectos de sugestión política. Su triunfo personalsignificaba la victoria delconservadurismo más dócil a loscírculos palatinos y aristocráticos. Elmismo tenía, por matrimonio, el título demarqués de Casa Rubio y era hijopolítico de un personaje importante dela aristocracia de la Restauración, elmarqués de Molíns. El prestigio deVillaverde derivaba, en realidad, de queen la etapa de Silvela había sido el

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único ministro capaz de llevar a lapráctica una parte de su programa,aunque bien es verdad que a costa del delos demás, con la posible excepción deDato. La reforma de Villaverde se llevóa cabo en los años 1899-1900 y eraconsecuencia directa de la deudacontraída en la guerra colonial.

Dada su trascendencia convienetratar de forma global la reforma deFernández Villaverde. Al comienzo desu gestión la situación de la HaciendaPública podía ser calificada decatastrófica: de un presupuesto de 750millones, unos 400 eran empleados en elpago de la Deuda Pública y a ellos

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había que añadir, en adelante, la deudagenerada por la derrota, que supondríaunos 300 millones anuales más. Lasituación era, pues, de bancarrota y elpeso que la deuda tenía en elpresupuesto hizo que la labor deVillaverde se centrara en ella. Aunqueera un hacendista clásico la necesidad leobligó a recurrir a procedimientos pocoortodoxos. La deuda exterior quedóreducida en un 50 por 100 y se declaróla suspensión o supresión temporal delas amortizaciones de la interior, sobrela que además se estableció un impuestode un 20 por 100. Esta operaciónequivalía a un repudio encubierto pero

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permitió la reducción del peso de ladeuda en el presupuesto, que en 1907era del 38,7 por 100; esa misma cifrademuestra hasta qué punto era inerme elEstado de la Restauración. Además, lareforma fiscal paralela fue, en realidad,muy modesta. En lugar de aumentar laimposición real, que permaneció en losmismos términos que medio siglo antes,introdujo nuevos gravámenes sobre elproducto, relativos al trabajo personal ya las rentas del capital, impuesto deutilidades e incrementos en los detimbre y sucesiones. Se explica lareacción positiva de la aristocracia alno modificarse los impuestos sobre la

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riqueza inmobiliaria. Lo más progresivode sus propuestas se refería a lamodificación del impuesto desucesiones, pero encontró dificultadesen las Cortes en donde inclusomiembros del partido liberal le acusaronde ser nada menos que un «socialistafuribundo».

El Gobierno de Villaverde no durómás que hasta diciembre de 1903, lo queprueba que no tenía el apoyo total de supartido y, sobre todo, que no bastabauna complacencia, más o menossupuesta, de los medios palatinos paramantenerse en el poder. Ascendióentonces a la dirección del partido

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conservador y a la presidencia delConsejo de Ministros Antonio Maura,que contó con la práctica unanimidaddel partido. No cabe la menor duda deque tenía una amplitud de horizontesmuy superior a la de Villaverde y que,además, estaba notoriamente por encimaen capacidad oratoria, fundamental parala política del tiempo. Un juicio acercade Maura obligaría a tener en cuentaaspectos que serán tratados másadelante, pero ya desde este momento espreciso señalar que a Maura lecaracterizó un talante distinto al deSilvela. Frente a la propensión aldesánimo de éste, Maura tenía arrestos

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para intentar por todos los medios quese cumpliera la solución queconsideraba óptima. De ahí que nopocos políticos del sistema, como, porejemplo, Romanones, dijeran de él quefue «jactancioso sin poderlo remediar»,sobre todo en esta su primera etapa degobierno.

Este juicio partía de la tendenciahabitual en la Restauración a lacomponenda, pero no era del todo falso.Aparte de su superioridad sobre lamedia de la clase política, en repetidasocasiones Maura no dudó en enfrentarsecon la parte de la opinión pública queno compartía sus criterios. Quiso, por

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ejemplo, que se concedieran lossuplicatorios contra diputados de laizquierda acusados de incumplimientode la ley, fundamentalmente por delitosde prensa. Sin embargo, el principalmotivo de sus choques con la oposiciónse produjo en relación con el problemaclerical, que así muestra de nuevo sucrucial importancia para la políticaespañola. Cuando Nozaleda, nombradoarzobispo de Valencia, se mostródispuesto a tomar posesión de su puestopese a la oposición de la izquierdalocal, que le acusaba de ser partícipe enla actuación de las órdenes religiosas enFilipinas, lo apoyó, y, frente a las

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protestas de la prensa liberal, arguyoque sólo eran «el sonajero del cacicatode la publicidad». La tensión llegó a sergrave porque Valencia era el feudo porexcelencia del republicanismoanticlerical. Nozaleda no llegó a tomarposesión de su diócesis, pero quizá máspor prudencia eclesiástica que por la delpresidente del Consejo. Todo ello le dioa Maura fama de clerical y autoritarioque perduraría con el transcurso deltiempo. En junio de 1904 el Gobiernoconservador entabló negociaciones conRoma para tratar del statu quo de lasórdenes religiosas, en el sentido deasegurarlo frente a posibles

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modificaciones nacidas de la iniciativade los liberales. Sin embargo, en estacuestión los propósitos de Maura no sevieron cumplidos porque, aunque logróla aprobación de su gestión en elSenado, no obtuvo el mismo resultadoen el Congreso. También en esto hubode enfrentarse con la prensa deizquierdas, uno de cuyos órganos llegó aproclamar que «el fraile es amo y Maurasu profeta». Tampoco logró veraprobada en las Cortes una reforma dela Administración local, en parte porcarencia de tiempo y en parte, también,porque su contenido dividió al partido.Sus relaciones con el joven Monarca

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fueron tensas pero mejoraron después deun viaje a Barcelona que constituyó unindudable éxito para los dos, aunque elpresidente fue objeto de un atentado.Una discrepancia con el Rey respectodel nombramiento de un alto cargomilitar y, más aún, la propia división delconservadurismo, provocaron la caídade Maura. Si esta primera etapa degobierno constituye un antecedenteobligado del periodo 1907-1909,también su reacción en este momento,áspera respecto a Alfonso XIII, presagióla de 1913. Ahora, dijo, había creídotener «continentes de confianza regia» ysólo tenía, en realidad, «un tiesto». Él

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añadió no era un presidente dimitidosino «relevado». En diciembre de 1904,tan sólo durante cuarenta días, lesucedió Azcárraga, «un teniente generalde salón y de apacible carácter», uno deesos inocuos políticos-puente pararesolver periodos de transición de losque hubo otros ejemplos en la época. Aprincipios de año volvió al poderFernández Villaverde, que sólo lo pudoconservar unos meses. No tenía más queel apoyo de una treintena de diputados yMaura prefirió derribarlo, aunconsciente de que eso significaba laentrega del poder a los liberales.

Una vez más, fue la división del

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partido en el poder la causa de surelevo; en tan sólo dos años habíahabido cuatro presidentes, cinco crisistotales y 66 ministros. Elregeneracionismo conservador habíademostrado, en su primera singladura,sus contradicciones, pero también habíaengendrado un liderazgo de quien,aunque en 1905 no era más quepresidente primerizo, se convertiríaluego en el primer político del reinadode Alfonso XIII. Dentro de sus evidenteslímites, un sistema como la Restauraciónhabía conseguido, con dificultades sincuento y a expensas de no modificar elsistema fiscal, superar la práctica

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bancarrota provocada por la derrotacolonial. Aunque con una fuerte protestainterior por los incrementos en laimposición, al menos no había tenidolugar un deterioro irreversible de laimagen internacional de España comoconsecuencia de esas negativas ahacerse cargo de la deuda, tan habitualesen el XIX. El intervencionismo delMonarca en los nombramientos militaresy la cuestión clerical, aparte de ladivisión de los conservadores,contribuyeron de forma poderosa a lainestabilidad gubernamental.

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Los liberales, elclericalismo y elpretorianismo

Si los conservadores habíanmostrado su desunión hasta 1905, nomucho mejor era en esta fecha lasituación de los liberales. MuertoSagasta en 1903, pareció en peligro launidad, siempre precaria, de un partidoque era la acumulación de una serie declientelas, algunas de las cuales no sesituaban a la izquierda del partidoconservador. Estaban, en primer lugar,

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las viejas glorias del partido que habíantenido sus primeras actuacionespolíticas durante la revolución de 1868,como Montero Ríos y López Domínguez,que ejercían su jefatura entre lossenadores, o como Moret y Vega deArmijo, que la tenían entre losdiputados. Sin embargo, las estrellasmás prometedoras en el firmamentoliberal eran ya el conde de Romanones,organizador de los comités madrileñosdel partido, y Canalejas, que hizo unapropaganda popular que, para la época,podía considerarse como radical. Juntocon los problemas de dirección había,además, otros más importantes todavía,

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el de la necesidad de renovar elprograma de un partido que, a partir de1885, había conseguido transformar deuna forma sustancial el contenido de laRestauración. A diferencia de lo quehizo el liberalismo británico, el español,con la excepción de Canalejas, no secaracterizó principalmente por lavoluntad de dar un contenido social asus programas. La cuestión clericalcentró su preocupación con elinconveniente, no de que se tratara dealgo artificial, sino de que agotó alpartido en estériles disputas internas sinllegar a unos propósitos claros yunitarios. Hemos visto aparecer

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episódicamente la cuestión clericaldesde los comienzos de siglo perobueno será que ahora aludamos demanera más detenida a ella. El problemafundamental nacía de la presencia y laactuación de las órdenes religiosas, puesa diferencia del clero secular, que ibadescendiendo en número de miembros,las órdenes, de las que el Concordato de1851 sólo amparaba la existencia detres, habían ido creciendo de forma muysignificativa a lo largo de laRestauración: a través de 300 RealesÓrdenes todos los gobiernos —liberalesy conservadores— habían idopermitiendo el establecimiento de

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nuevas órdenes religiosas no sujetas aninguna disposición legal, pues no se lesaplicaba la ley de asociaciones de 1887.Las órdenes contribuyeron a lavertebración de la Iglesia española y leproporcionaron capacidad derenovación y formación, peroinmediatamente despertaron laoposición de una parte considerable dela sociedad. Esta actitud se convirtió enespecialmente visible en el final desiglo por razones políticas concretas, almargen de las ya mencionadas al tratarde la guerra colonial. El matrimonio dela princesa de Asturias o la formaciónde un gobierno de catolicismo militante,

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como fue el de Silvela y Polavieja,contribuyeron a ello. Pero, como eslógico, también hubo otras de raízreligiosa que, en definitiva, deriva de lapropia contextura del clericalismo.Quienes fueron denominados como«neocatólicos» parecían, a ojos de losanticlericales, buscar privilegios ydominio e instrumentalizar el Estado ensu favor con un decidido afán deconquista. Éste no había sido tan obvioantes pero en este momento, en que elnúmero de religiosos se multiplicó portres entre 1888 y 1904 y en queaparecían devociones como el Corazónde Jesús, que daban la sensación de

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intentar la reconquista de la sociedadpara el catolicismo, se planteó como unaamenaza real. Esta actitud se insertósobre una Iglesia abrumadoramenteantiliberal y carente por completo de laidea de que del pluralismo podíaderivar una situación positiva para elconjunto de la sociedad. Hay que teneren cuenta que la orden religiosa másprestigiosa y nutrida, los jesuitas —unos2.000 a comienzos de siglo— se habíaalineado, en las disputas internas delcatolicismo español, en contra de lasfórmulas más moderadas —la UniónCatólica— y a favor de las másradicales, como el integrismo. A los

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jesuitas se les atribuyó capacidadconspirativa, tortuosidad y secreto,creando de ellos una imagen que fueexactamente igual a la que los mediosclericales dieron de la masonería. Esta,en realidad, no creó el anticlericalismo:estaba demasiado dividida como paraintentarlo y su postura en los primerosaños del reinado de Alfonso XIII fuemuy respetuosa para el orden social ypolítico hasta el punto de que sesolidarizaron con el monarca cuando fueobjeto de un atentado en 1906. Otra cosaes que masones muy conocidos fueran almismo tiempo republicanos y, comotales, hicieran una propaganda

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anticlerical a menudo incendiaria. A lasórdenes se les atribuyó por parte de lossectores anticlericales una codicia queles había hecho dueñas de un podereconómico enorme. Fue patente laconexión entre algunas de ellas y losmedios de la alta burguesía enriquecidaen el último tercio de siglo. Resultan,por ejemplo, conocidas las conexionesde los jesuitas con el marqués deComillas (lugar donde se fundó unauniversidad de decisiva influencia en laintelectualidad católica) y una Ibarrafundó una orden religiosa importante.Sin duda es una exageración pensar quecontrolaran un tercio de la riqueza

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española, pero puede ser un indicio dela realidad de su poder económico laconstatación de que Madrid creció haciael norte en terrenos que eran propiedadde los jesuitas. Otra cuestión, másdecisiva aún, fue la de la enseñanza. Acomienzos de siglo había 50.000religiosos de los que 40.000 eranmonjas; un tercio de estas últimas y lamitad de los primeros se dedicaban a laenseñanza, de la que podían controlarhasta un 80 por 100 en el nivelsecundario, según afirmó el conde deRomanones en las Cortes, mientras quesólo estaba en sus manos una sexta partede la educación primaria. Podía, así,

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existir la sensación de que las órdenesquerían controlar el tramo más sensiblede la educación española mientras queel Estado, cuyo presupuesto educativoera, en términos proporcionales, ladécima parte del norteamericano, senegaba a asumir su responsabilidad enesta materia. El contenido de lasdoctrinas enseñadas en los centros deeducación de carácter eclesiásticoresultaba casi siempre contrario alliberalismo. El último congreso católicodel XIX lo había calificado de«nefando» y, en general, en ese tipo dereuniones los obispos resultabanmoderados ante un auditorio en que

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predominaban las posicionesultramontanas. En materia educativa elmundo católico mostró unahipersensibilidad y deseo de monopolioque llevó, por ejemplo, a pedir algo tancontradictorio como «libertad deenseñanza para la Iglesia», a repudiar lafunción docente del Estado o a afirmarque saber leer y escribir podía sercontraproducente. La escuela neutra era«del diablo» y la autotitulada«moderna», de anarquistas como Ferrer,«del suicidio». Claro está que loscolegios de las órdenes religiosasvivían en un clima de miedo y demilitancia que era poco propicio a

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entender las razones de suscontradictores: el colegio de jesuitasque educó a la clase alta barcelonesaestuvo cerrado desde 1767 a 1816 yluego otras tres veces más a lo largo delXIX (1820, 1868 y 1873), siguiendo lasalternativas de la política eclesiásticade los gobiernos y a menudo con elacompañamiento de incidentes del ordenpúblico.

Para comprender el fenómeno delanticlericalismo es preciso tener encuenta dos tiempos históricos y dosformas muy distintas de aparecer comofactor determinante de la acción de lasmasas. Hubo un anticlericalismo culto,

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por así llamarlo, expresión del repudiode una sociedad laica ante lo que veíacomo un afán invasor del mundoclerical. En este sentido hay querecordar que los años entre 1892 y 1910presenciaron la aparición de una ampliaserie de obras literarias que tuvieroneste tema: desde La araña negra deBlasco Ibáñez (1892) hasta A.M.D.G.,de Pérez de Ayala (1910) pasando porElectra de Pérez Galdós (1901). En esteambiente se planteó la cuestión clericalpero no hay que olvidar que elanticlericalismo tenía también una largatradición y amplia popularidad. Loverdaderamente específico de este

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momento fue tan sólo la utilización ensentido político —para la movilizaciónen sentido contradictorio, clerical-anticlerical— de esta temática. Laprensa sirvió de elemento de conexiónentre el anticlericalismo que procedíadel fondo de los siglos y el presente. Eldiario republicano El País proclamaba,por ejemplo, la necesidad de «extirparlo que de frailuno» había en la sociedadespañola. Ese anticlericalismo venía aser una forma de subversión del ordensocial, uno de cuyos principalesfundamentos era el clero. Frente a lo quepueda parecer desde un punto de vistaactual, el anticlericalismo no fue un

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subterfugio sino un sentimientoprofundamente enraizado y a menudocapaz de producir mucha mayor pasiónque las reivindicaciones económicas. Sefundamentaba, como en tiemposmedievales o en el comienzo de laépoca moderna, en una exigencia puristarespecto de quienes habían traicionadolos principios sacrosantos. Sealimentaba, también, de un deseosubversivo respecto de la sexualidad ode una situación de religiosidaddiferencial de acuerdo con el género.Incluso en los grandes escritores esperceptible esta última realidad. Unpersonaje de San Manuel Bueno mártir

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(1930), de Unamuno, la describía conlos siguientes términos: «En esta Españade calzonazos los curas manejan a lasmujeres y las mujeres a los hombres».Ya en La Regenta de Clarín, obra queabunda en referencias a esta cuestión,don Alvaro Mesía, un personaje de vidalicenciosa, envidia y teme a lossacerdotes que le disputan el alma desus amantes y Pérez Galdós describe unmundo femenino de «devocionesexageradas» y melosas frente al desvíoreligioso masculino. Lo másincomprensible, desde una óptica actual,es la violencia anticlerical consacrificio de bienes y personas. En

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realidad tenía mucho, a la vez, deherencia de un pasado de guerrareligiosa e inquisitorial y demanifestación pararreligiosa destinada ahacer desaparecer los símbolos, losescenarios y los oficiantes de la religióncontraria que mantenía un ordenestablecido inaceptable para elanticlerical. En este sentido, Companys,durante la guerra civil, cuando este tipode violencia se desarrolló al máximo,pudo hablar de la «inmensa necesidadde venganza» que había animado a losasesinos de sacerdotes o incendiarios deiglesias. Incluso los incidentes de ordenpúblico de contenido anticlerical tenían

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mucho de liturgia, de ceremonia públicaconvertida en teatral y representada deacuerdo con unas pautas previsibles. Lalejanía de este mundo contribuye a quela polémica clerical-anticlerical resultehoy difícil de comprender pero, decualquier modo, es correcta ladescripción que de ella ha hecho unhistoriador presentándola como unejemplo de pobreza, zafiedad eirreductibilidad por parte de amboscontendientes, lo que contribuyó aprolongarla hasta la guerra civil. Pero,hecha esta necesaria digresión, espreciso volver a la política decomienzos de siglo. La cuestión clerical

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se centró, pues, en los problemaseducativos —principalmente en laposible limitación de los efectivos delas órdenes religiosas— y estuvopresente en toda la lucha política en laetapa anterior a la Primera GuerraMundial. En ambos partidos de turnohubo sectores deseosos de centrar enella la capacidad de movilización de laopinión pública y los argumentos contrael adversario. El primer lustro del siglosupuso la intensificación de la lucha,cuando se produjo la repatriación de lasórdenes religiosas desde las colonias(algunas de ellas habían tenido unaejecutoria muy discutible, sobre todo en

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Filipinas) y tuvo lugar la oleadaanticlerical en Francia. Hubo liberalesque repudiaron cualquier tipo deinfluencia de las doctrinas religiosas enla vida pública, pero existía, sobre todo,en personas como Canalejas, católico élmismo, la sensación de que «hay unproblema de absorción de la vida delEstado, de la vida laica y social, porelementos clericales». En el partidoconservador, Pidal llegó a afirmar queel Gobierno liberal significaba nadamenos que el imperio de la masonería,el triunfo del espiritismo y el himno deSatán. A Maura se le atribuyó unaposición clerical, aunque en realidad no

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hizo más que aceptar la situación legalexistente, pero bien es verdad que estamisma constituía una modificación de lalegalidad concordada. Respecto delpartido liberal, Montero Ríos dijo queen su seno cohabitaban los jacobinos ylos regalistas, es decir, quienes eranpartidarios de una política religiosa quepretendía recalcar la supremacía delEstado y los que estaban dispuestos alograr la limitación de las órdenespactando con el Vaticano. Los primeros(Romanones y, sobre todo, Canalejas)utilizaron también esta cuestión clericalcomo procedimiento de ascenso en elseno de su partido. Los dirigentes más

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tradicionales hubieran deseado, encambio, que la cuestión no se planteara,evitando que se convirtiera en eje de lapolítica propia, en parte por ese deseo,tan típico de la Restauración, de evitarque hubiera cuestiones que rompieran elpacto de los partidos de turno, y enparte, también, porque eran conscientesde las pocas posibilidades de queobtuviera verdaderas ventajas elliberalismo. Así, la cuestión clericalresultó un conflicto que envenenó lapolítica de la época sin llegarse a unasituación que permitiera la colaboraciónsincera entre el Estado y la Iglesia enmaterias como las educativas,

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desarrollándose una suma de pequeñosincidentes y en medio de fuertepolémica. Así, por ejemplo, Sagastapromovió la inscripción de las órdenesen un registro, hecho suficiente comopara motivar una dura protesta de lossectores clericales. También en losprimeros años de siglo se planteó lacuestión de la exigencia de titulación yde inspección de la enseñanza no oficialpor el Estado.

Toda la cuestión clerical seentrelazó, como ya se ha señalado, conla lucha por la jefatura del partidoliberal. Fracasado un intento de lograruna aceptable por todos sus jefes, ocupó

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en primer lugar el poder Montero Ríos,quien tenía tras de sí una largatrayectoria política y una considerablesapiencia jurídica pero que, con setentay tres años, estaba enfermo yrepresentaba, inevitablemente, unapolítica caduca. Así lo demuestra suafirmación, recogida por Azorín en suParlamentarismo español, de que habíaformado su Gobierno «por rigurosoorden de antigüedad». Ni Moret niCanalejas aceptaron colaborar con él, loque ya desde un principio implicaba unalatente división. Pero, por si todo ellono bastara, a estas dificultades seunieron otras que no eran imaginables en

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un primer momento. El Ejército españolno sólo había sido derrotado en laguerra colonial sino que de ella habíasalido en una situación que necesitabapronto remedio. Aunque a la hora deencontrar culpables concretos lasresponsabilidades se desvanecieron enla imprecisión (apenas dos generales yun almirante se retiraron prematuramentey «tribunales de honor» obligaron ahacer algo semejante a algún oficialacusado de corrupción), algunospolíticos, como el conde de lasAlmenas, hicieron acusaciones contrasus principales mandos quecontribuyeron a crear una

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hipersensibilidad contra los políticos,todavía acrecentada por los malesobjetivos que el Ejército padecía y quela guerra colonial había multiplicado.Un periódico militar de estos tiemposllegó a afirmar que «la lista de loshombres públicos se recorre casi conmás asco que la de mujeres públicas» yMola, futuro organizador de laconspiración de julio de 1936, tituló uncapítulo de sus memorias, relativo a estaépoca, «La Milicia, víctima de lasoligarquías gobernantes». El propioSilvela había llegado a decir que enEspaña «no hay que fingir arsenales yastilleros donde sólo hay edificio y

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plantillas de personal que nada guardanni nada construyen ni citar comoejércitos meras agregaciones de mozossorteables». Como sabemos, elregeneracionismo militar de Polaviejamuy pronto se quedó en nada.

Las dificultades del Ejércitoempezaban por ser materiales: sólo unade cada veinticinco bajas en Cuba lo fueen combate, siendo el resto debidas aenfermedades. El uniforme era todavíael tejido de rayadillo que hacíafácilmente visibles a los soldados. Lapreparación era tan deplorable que, conbastantes menos hombres que los queEspaña tuvo en Cuba, Gran Bretaña

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controlaba en los años veinte nadamenos que India, todo un continente. Enlos primeros años del siglo XX se hizoun esfuerzo en dotar de artillería alEjército pero el nivel al que se llegó fuela mitad del Ejército francés y un terciodel alemán; trece años después de laPrimera Guerra Mundial los soldadosespañoles carecían de cascos de acero.En una intervención en el Parlamento,Weyler, uno de los prestigiososmilitares que ocupó la cartera de Guerraen estos años, aseguró que tan sólo lamitad de los soldados podrían gozar deasistencia sanitaria, uno de cada cuatropodría usar carabina y no existiría para

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la mayoría la posibilidad deproporcionarle un fusil de recambio.

Todas esas deficiencias tenían comoorigen la existencia de un número deoficiales desmesurado para los efectivosexistentes. Mientras que Italia sólogastaba un sexto del presupuesto militaren el pago de oficiales y Francia unséptimo, en España se empleababastante más de la mitad. Había 500generales y 25.000 oficiales para unosefectivos teóricos de unos 80-100.000hombres. Esto suponía, sencillamente,que con la disminución de puestosprovocada por la desaparición de lascolonias una buena parte de esos

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oficiales no tendrían nunca dóndeejercer su función, puesto que lasplantillas sólo señalaban 1.000 destinos.Además, si hasta entonces la existenciade la guerra había abierto un portillopara ascensos rápidos, que fueronaprovechados por los miembros de lasdinastías militares de la Restauración,ahora esta posibilidad parecía habersedesvanecido. A comienzos de siglo enEspaña había capitanes con cincuenta yseis años, la edad con la que seretiraban en Alemania los generales. Atodos estos problemas, un Estado débil,como el de la Restauración, les dio,como casi siempre, una respuesta

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titubeante y lentísima. En el periodo1898-1909 hubo veinte cambiosministeriales en la cartera de Guerra,que fue cubierta por un total de oncepersonas: a cada ministro lecorrespondieron apenas siete meses deejercicio del poder, aunque huboalgunos que repitieron (Luque, Weyler,Linares). Las carencias presupuestariasobligaron a una disminución de losrecursos, sólo corregida cuando seprodujeron incidentes en Marruecos. Alfinal del periodo indicado ladisminución del porcentaje de oficialeshabía sido muy limitada: tan sólo el 15por 100 de la escala activa, aunque

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también el 79 por 100 de la reservaretribuida (que era, al principio, de8.000 oficiales). Todos estos datosdejan bien claro que no huboposibilidades de que las deficiencias deorden material pudieran sersolucionadas o tan siquieramínimamente encauzadas. El Ejércitomismo —y la prensa militar que leservía de portavoz—, sensibles a lahora de responder a la crítica, no lofueron para proponer reformas. En unasituación como ésta, en que habíamotivos abundantes para la crítica perouna práctica imposibilidad desoluciones, no es de extrañar que se

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produjera una parcial vuelta del Ejércitoa la política. Esta expresión, sinembargo, debe ser inmediatamenteaclarada. El Ejército de la Restauraciónnunca había permanecido al margen delescenario político por la sencilla razónde que él mismo había engendrado aquelsistema político. Además, susintervenciones se hicieron másfrecuentes cuando empezó adesarrollarse una importanteconflictividad social. En la España deentonces, como dijo Juan de la Cierva,la policía era «un conglomeradopeligroso e infecto de agentesnombrados y separados por el capricho

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del gobernador y del ministro», que,además, carecía de medios personales ymateriales para enfrentarse con unaalteración grave del orden público.Como consecuencia, cualquier conflictohuelguístico solía acabar en unadeclaración del estado de guerra y ésteera, con frecuencia, el procedimientomenos luctuoso para solucionar losconflictos sociales en que a menudo lasautoridades militares actuaban comoárbitros aceptados por las dos partes.Esta constante presencia del Ejército (yla que siguió a partir de 1906) no queríadecir que éste se atribuyera a sí mismoun programa político preciso en sentido

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nacionalista o antirrevolucionario. Apesar de lo que dijo Cánovas, Cuba yFilipinas no habían sido para España loque Alsacia y Lorena para Francia, nitampoco en España existía un peligro derevolución social como durante estaépoca pudo haber en Alemania o enRusia. Los centros militares invitaban apersonas de todas las orientacionespolíticas, y la mejor prueba de que elEjército no determinaba el curso de lavida política reside en que lospresupuestos militares fuerondecrecientes en un país que, porhabitante, gastaba en esta materia lasexta parte que Gran Bretaña o un tercio

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que Francia. Como sucedería enocasiones posteriores, y había sucedidoanteriormente, la intervención delEjército en la política fuefundamentalmente de carácter reactivo.En los nacionalismos periféricos, quepor estos momentos surgían en lapolítica española, el Ejército, comocolectivo, vio la reproducción delindependentismo cubano o filipino,respondida ahora con lenidad por lospoderes públicos civiles. Ya en elcomienzo de siglo hubo un asalto a undiario bilbaíno por parte de un grupo deoficiales y la existencia de una activaprensa militar madrileña, así como la

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imprudencia de los nacionalistas, fuesenvascos o catalanes, facilitó una situaciónpotencialmente explosiva. El periódicocatalanista Cu-Cuthabía dirigido almenos una veintena de ataqueschocarreros a los militares, como, porejemplo, presentar en un chiste a un niñocon una escuadra rota y atribuirlecondiciones para ser marino español.Cuando, en noviembre de 1905,apareció en sus páginas un artículo noexcesivamente hilarante en el que secomentaba la celebración de unbanquete de la Victoria (se refería a lade los catalanistas en las elecciones),afirmando que «sería de civiles», fue

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inmediatamente asaltado por un grupo deoficiales que destrozaron su redacción yobtuvieron el inmediato apoyo de otrasguarniciones, e incluso el de altoscargos militares, sin que, por otro lado,se produjera una reacción por parte dela autoridad militar más alta, encarnadapor el ministro de la Guerra. MonteroRíos quiso entonces, como «malmenor», según dijo, acudir a ladeclaración del estado de guerra pero aesto se negaron sus adversarios en elpartido liberal. Fue imposible, porqueno existía unanimidad en la clasepolítica dirigente, enfrentarse a losmilitares en este punto, e incluso los

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guardias civiles del Congreso parecíandispuestos, caso de producirse un golpe,a plegarse a él. Siguió entonces elpresidente del Gobierno la tendencianatural de dimitir, debido a susachaques.

En diciembre de 1906, SegismundoMoret sustituyó a Montero Ríos. Algomás joven que su antecesor, tenía unacultura brillante y, teórico importante,había proporcionado en el pasado unbagaje ideológico a su partido. A estasalturas, sin embargo, muchos de losprincipios en que había basado supensamiento, como el librecambismo,parecían ir en contra de la tendencia

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general. Además su carácter, fácilmenteinfluenciable, le hizo en los últimosaños de su vida adoptar posturasinconsecuentes. La primera de ellas fueasumir la herencia de Montero Ríos paraintentar salir cuanto antes del conflictomilitar, aceptando las presiones que sele hicieran y así llevar a cabo otrosaspectos de su programa. No sólo nocastigó la insubordinación de losoficiales asaltantes de la revista sinoque, además, entregó el Ministerio de laGuerra al general Luque, que se habíaidentificado con la protesta barcelonesay que, como muchos otros jefesmilitares, exigió que los delitos no ya

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contra el Ejército sino contra la Patriafueran sometidos a juicios militares.

En marzo de 1906, la llamada «leyde jurisdicciones» fue aprobada despuésde recurrir a una complicada maniobrapara resguardar un mínimo de dignidadpara el poder civil. Lo peor del caso,como comentó Unamuno, era que, apartir de este momento, el Ejército seconvertía en virtual monopolizador delpatriotismo, mientras que no todas lasclases sociales estaban obligadas alservicio militar, dada la posibilidad dela redención del mismo pagando unacantidad. Como cabía esperar, lareacción de catalanistas y republicanos

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resultó iracunda y de ella surgióSolidaridad Catalana, una ampliacoalición electoral destinada a obtenerel triunfo en la siguiente elección. En lasCortes Moret describió lo sucedidocomo un zigzag temporal, como sihubiera de conseguir así llevar a caboun programa liberal auténtico. Pero teníaproblemas para mantener unido alpartido que acaudillaba. Requirió delRey el decreto de disolución de lasCortes justificándolo mediante laenunciación de un amplio programa,pero Alfonso XIII rechazó la pretensiónporque en el seno del propio partido delpresidente incluso quienes estaban al

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frente de ambas Cámaras no estuvieronde acuerdo con Moret. Lo sucedidodemuestra, una vez más, hasta qué puntoel sistema político era diferente de lademocracia. Moret pidió la disoluciónporque esperaba una mayoríaparlamentaria suya, pero el Rey no se laconcedió porque equivalía a vulneraruna regla no escrita del turno, la de quela disolución del Parlamento seconcedía sucesivamente a cada partido yno dos veces seguidas al mismo.

En julio de 1906, el general LópezDomínguez sustituyó a Moret. Era —haescrito un historiador— «la genuinapersonificación de la mediocridad

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discreta», un militar cuya gloriaderivaba de haber liquidado lasublevación cantonalista y un políticocuya carrera se había hecho a la sombradel duque de la Torre, su tío. Lapeculiar característica de su gabinete fueque, aparte de incluir un antiguorepublicano posibilista y a uncanalejista, tenía un programa inspiradoprecisamente por el propio Canalejas.De acuerdo con esta línea, que situaba elcentro del interés de los liberales en elproblema clerical, el conde deRomanones derogó una disposiciónconservadora por la que se exigía lacondición probada de no católico para

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poder contraer matrimonio civil. Enoctubre de 1906 se hizo además públicoel proyecto gubernamental de acuerdocon el cual sería imprescindible unadisposición con rango de ley votada enCortes para admitir a cualquier ordenreligiosa distinta de las explícitamenteaceptadas en el concordato vigente.

Los demás dirigentes del partidoliberal recelaban de la influenciaconseguida por Canalejas, pero esto eraespecialmente cierto en el caso deMoret. Ahora cometió una nuevainconsecuencia que, en este caso, estuvoademás unida a la tortuosidad. Despuésde haber enunciado él mismo un

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programa semejante protestó, medianteuna nota enviada al Rey, del propuestopor López Domínguez, afirmando quepodría llegar a destruir el partidoliberal. De poco le sirvió esta maniobraporque, aunque sustituyó a LópezDomínguez al frente Bel Gobierno, nopudo conseguir ser aceptado por unasCortes iracundas, en las que losliberales seguían siendo mayoría. Elúltimo intento de Gobierno liberal lecorrespondió, en diciembre de 1906, almarqués de Vega de Armijo, unaristócrata cuya decadencia física eramanifiesta. Aunque trató también detener su propio programa sobre la

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cuestión de las órdenes religiosas —propuso que el Parlamento revisara lasautorizaciones de las mismas—, suGobierno estaba destinado a la rápidadesintegración.

Durante los dos últimos años losliberales habían mostrado unaincapacidad incluso superior a la de losconservadores para mantenerse unidos.Muchos de sus dirigentes eran puropasado o, por su carencia de programa yexceso de pragmatismo, merecían elcalificativo de «señoritos de laregencia» que luego Ortega les daría.Durante el primer lustro del reinado deAlfonso XIII lo más característico fue,

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por tanto, una inestabilidad quefacilitaba la intervención real, pero nofue exclusivamente provocada por elMonarca. En el lustro siguiente, almenos, ambos partidos lograrían unajefatura indisputada. Lo peor de losliberales en esta etapa fue su aceptaciónde la ley de jurisdicciones; lo mejor (yno es mucho), que esta ley, comoadelantó Moret, estuvo destinada, en lapráctica, a una aplicación restringida.

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La cuestión nacional yel catalanismo

En páginas precedentes se hapodido constatar cómo, a partir de laprimera década del siglo XX,empezaron a desempeñar un papelprotagonista en la vida política nacionallos nacionalismos periféricos o, mejordicho, el catalanismo, puesto que fueéste el único que logró la independenciaelectoral respecto del encasillado hechoen Madrid y pudo actuar en elParlamento. Resulta imprescindible, por

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tanto, hacer alusión a la evolución delmovimiento catalanista, no ya desde laóptica de su influencia en la políticanacional española sino atendiendo a suprogresiva implantación, así como a sudialéctica interna. Esta visión debe,además, ser completada con la alusión alos otros movimientos, nacionalistas oregionalistas, que si bien no llegaron ajugar por el momento un papel deprimera importancia en la vida pública,ni siquiera en las zonas de suimplantación originaria, sentaron lasbases de una posterior influenciaprecisamente en estos momentos.

Importa recalcar, en todo caso, que

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la aparición de estos nacionalismosperiféricos guarda estrecha relación conla caracterización que se ha hecho delperiodo cronológico aquí estudiado.Todos esos movimientos eran otrastantas fórmulas regeneracionistas en elsentido de que criticaban el Estado de laRestauración mientras que, además,significaban el advenimiento a la arenapolítica de fuerzas políticas e interesesreales enraizados en un sustrato culturalque, si se había desvanecido un tanto enlos siglos precedentes, ahora, encambio, reaparecía pujante. Por otrolado, en todos estos casos, elnacionalismo fue la consecuencia

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directa o se dio en unas circunstanciassólo explicables por la modernizaciónque iba experimentando España desdefinales del XIX o comienzos del XX. Aveces la posición nacionalista fuejustificada por una voluntad deresistencia al cambio, basada en valorestradicionales, y otras, por el contrario,resultó una consecuencia de ese mismocambio. Eso explica que alnacionalismo se llegara por caminosincluso divergentes, pero también que elresultado de su influjo en una regiónfuera siempre un testimonio de esamodernización.

De cualquier modo, aun antes de

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tratar del que puede ser consideradocomo el nacionalismo periférico demayor envergadura, es imprescindibletratar del españolismo. Ya se haindicado que los años finisecularespresenciaron una reafirmación delnacionalismo español (de gestacióntardía y cuyos resultados a lo largo delsiglo XIX habían sido relativamentedébiles). Ahora, en cambio, sepresenció, al mismo tiempo que laeclosión de los nacionalismosperiféricos, la reafirmación de laconciencia nacional española, aunquepartiendo de criterios distintos detiempos anteriores. Como España siguió

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sin tener un adversario exterior no nacióun partido nacionalista español. Pero, enprimer lugar, el Estado, que había sidobastante inoperante en épocasanteriores, ahora tuvo mayor eficacianacionalizadora a través, por ejemplo,de la educación (no se olvide que elMinisterio fue creado el mismo año enque ascendió al trono Alfonso XIII), desu intervención en materias económicasy del incremento de la burocracia.Además, existió desde el final de siglola idea de que era preciso celebrar losgrandes fastos nacionales: en 1892 seconmemoró el descubrimiento deAmérica y en 1905 el Quijote. La fiesta

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nacional fue instituida en 1918 con elpoco oportuno nombre de Fiesta de laRaza, pero fue imaginada conantelación. La creación del TeatroEspañol, durante el gobierno de Maura,también obedeció a esos propósitos,porque había de servir para rememorara los clásicos. Cuando se crearoninstituciones de investigación en elterreno de las Humanidades, como elCentro de Estudios Históricos, granparte de su tarea estuvo dirigida areconstruir las raíces de lo español, porejemplo, explorando la poesía popularmedieval.

En general, como se puede percibir,

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la promoción de la conciencia nacionalespañola fue una tarea en la cual elcomponente cultural revistió la máximaimportancia. No puede extrañar quefuera así porque el espíritu de la épocainducía a ello. De acuerdo con elpensamiento de Renán y de Taine,escritores franceses enormementeinfluyentes en toda España, cada naciónse basaba en una identidad producto delos rasgos humanos de sus habitantes yde la geografía. A ellos había queremitirse para transformar a un país endecadencia, regenerándolo. «La vida yla idiosincrasia de las gentes humildes»,de acuerdo con Unamuno, describía la

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esencia de la identidad propia. Losescritores finiseculares la encontraronen la Castilla profunda, en aparienciaatrasada pero también auténtica («tierratriste y noble», la llamó Machado). Demuchos pensadores de este momento esposible hacer una interpretación ensentido nacionalista. Costa, endefinitiva, propuso una movilización delas fuerzas nacionales dirigida a lamodernización. Unamuno, que en unaetapa de su vida estuvo cercano alnacionalismo vasco, acabó por definir alos nacionalismos periféricos como«una miseria más» de España. Másadelante Ortega propuso a los miembros

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de su generación intelectual descubrirqué era España para luego poderinculcárselo a las masas. En Azaña esvisible idéntico sentimiento nacionalespañol.

Este no significó realmente uncambio sustancial respecto de loheredado del siglo XIX, en el sentido deque se consideró como única realidadnacional a España, sin tener tan encuenta su pluralidad, al menos en elgrado que desearon los nacionalismosperiféricos. España, llegaría a decirOrtega, fue la consecuencia de la«manera castellana de ver las cosas».Esta visión castellanista tuvo en común

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con los nacionalismos periféricosemergentes un manifiesto exclusivismo.A partir del fin de siglo hubo españolesque sintieron España como Nación ypercibieron en otros el «problema» deque no sentían como ellos. Al mismotiempo en la periferia hubo quienespensaban que España era un Estado perocon varias naciones (y reservaban susentimiento nacional para otra entidad).La política y la sociedad españolas nopudieron entenderse, desde entonces, sintener en cuenta esta realidad y, al mismotiempo, el fracaso en el intento de cadauna de las dos partes por imponerse a laotra. Este rasgo constituye,

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evidentemente, una de laspeculiaridades más características de laespecificidad española en el siglo XXhasta tal punto de que resulta muy difícilestablecer una comparación con otropaís.

Hechas estas precisiones sobre elespañolismo podemos tratar acontinuación de aquel nacionalismo quede manera práctica y concreta consiguióla suficiente fuerza política como paraaparecer como alternativa al mismo, esdecir, del catalanismo.

Como veremos que sucedió en otrosmovimientos parecidos, también en losorígenes del nacionalismo hubo un

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componente tradicionalista y otrofederal, la defensa de unos intereseseconómicos y el arraigo de una culturarenacida. No se entiende la realidad delcatalanismo sin tener en cuenta estapluralidad de procedencias y deorígenes. Cuando Cambó dijo que loscatalanes eran, ante todo, unossentimentales no erraba pero estaafirmación debe ser complementada conla inevitable mención del papel jugadopor la lucha por el proteccionismo en lacreación de una conciencia nacional. Elfactor cultural y el económico-socialjugaron, en todo caso, una funciónprevia a la implantación del catalanismo

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como fuerza política. A la altura de1898 el catalanismo había definido unosprimeros contenidos doctrinales ytambién había llegado a controlar lasprincipales entidades barcelonesasrelacionadas con el mundo cultural yeconómico. Había rebasado el cascourbano barcelonés y se extendía por ellitoral. Sin embargo, a pesar de ello ydel control de más de una docena deperiódicos, tan sólo había presentado uncandidato en las elecciones. Ladescripción de lo ocurrido en estaocasión por parte de los propiosnacionalistas demuestra que no pensaronseriamente en obtener la victoria.

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Aunque el Desastre impulsó lareivindicación de la autonomíaeconómica y política, por el momento laintegración entre los representantes delpoder económico y la política oficialera muy estrecha: once de los trecepresidentes del Fomento del TrabajoNacional, el principal organismopatronal, habían sido diputados. Noparecía posible que eligieran otra sendade representación política. Elcatalanismo alcanzó la mayoría de edaddurante el Gobierno de Silvela y elfracaso de los propósitosregeneracionistas del dirigenteconservador contribuye a explicarlo en

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un elevado porcentaje. En Barcelona elgeneral Polavieja consiguió un apoyocomo no tuvo en el resto de la Península,sobre todo en los medios económicosmás relevantes: las grandes familiasindustriales de la región (los FerrerVidal, Girona o Güell) nutrieron lasfilas de lo que luego sería la UnióRegionalista, adherida a los manifiestosdel citado general. El ascenso de Silvelaal poder proporcionó, además, a esossectores un poder político efectivo en elsentido de que vieron elegidos dosdiputados en el «encasillado» oficial, unalcalde (el doctor Robert, que luego sesignificaría por su catalanismo) e

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incluso los cargos eclesiásticospromovidos durante esta etapa tuvieronesa misma significación (Morgades, enBarcelona, y Torras i Bages, en Vich).Pero, además, Silvela, después de haberproporcionado poder al catalanismo, ledio también motivos para la protesta. Laresistencia frente a los proyectosfiscales de Fernández Villaverde estuvolocalizada sobre todo en Barcelona y,aunque fue derrotada, hizo desvanecerseentre los regionalistas la esperanza deque un programa nacido en el seno deuno de los partidos de turno pudieratener como resultado la satisfacción desus deseos e intereses. Villaverde, en la

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polémica, llegó a declarar «funesta» laautonomía fiscal.

Hasta entonces el catalanismo habíamezclado en sus propósitos los afanesculturales y los intereses políticos de unmodo poco práctico. En los años del finde siglo se configuró comonacionalismo, es decir, con una visiónpropia del pasado y del futuro. En losmedios catalanistas empezaron aaparecer expresiones diferenciadorastaxativas como la de preferirse «anteschino que español» o tan contradictoriascomo para definir la catalanidad comouna «raza histórica». El poeta JoanMaragall presentó a Castilla como «la

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muerta» pero eso no implicabaseparatismo sino la afirmación de queera preciso que se diera cuenta de quehabía concluido su misión directora yconfiguradora de España. En esos añoslos catalanistas —gente de orden,profesionales y escritores muy jóvenes— crearon los símbolos nacionales deCataluña: una danza comarcal de Gerona—la sardana— se convirtió en bailenacional y el himno catalán nació de laconfluencia de una letra ya conocida y lamúsica de una canción de siega decontenido obsceno. El modernismoartístico fue la expresión estética de estenacionalismo y también la demostración

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de que se pensaba no sólo en el pasadosino en el futuro.

A partir de esta realidad de fondo sepudo crear un organismo político paradefenderla y promoverla. El catalanismofue obra de pluralidad —había prensacatalanista que parecía integrista y otrasemejante a la anarquista—, decontinuidad —un hijo de Duran i Bas fuedirigente principal de la Lliga— y deposibilismo porque, si en un principio elmodelo fue el independentismo irlandés,acabó por aceptar el modelo de lamonarquía austro-húngara. Una vezperdida la esperanza en el Gobierno deMadrid logró, además, un instrumento

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muy eficiente para la vida pública. LaLliga Regionalista, creada en 1901,cobijó a los antiguos polaviejistas, peroen ella jugó un papel más decisivo otrosector que había llevado el nombre deCentre Nacional Catalá y que estabaformado por intelectuales procedentesdel Ateneo, profesionales respetados y,sobre todo, miembros de una generaciónjuvenil cuya formación erainequívocamente nacionalista (y de ahíel nombre de su agrupación), pero que,al mismo tiempo, pronto se significaronpor una postura pragmática, capaz deconformarse con el regionalismosiempre que éste permitiera dar

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satisfacción y cauce a lasreivindicaciones de Cataluña. Estesector había patrocinado la creación deldiario La Veu de Catalunya, que desde1899 fue el órgano fundamental delcatalanismo político.

A este sector juvenil le correspondióun papel fundamental en la dirección dela política catalanista, en la que obtuvoseñalados éxitos. El primero fue lavictoria en las elecciones generales de1901 en las que, a pesar de contar conuna proporción todavía pequeña delelectorado, el catalanismo derrotó enBarcelona al sistema de encasillado,habitual en la España de la

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Restauración. En adelante, la capitalcatalana, y luego toda la región, noseguiría ya las sugerencias de Madridrespecto de sus resultados electorales.Se había cumplido el deseo de Prat de laRiba cuando había recomendado «hacerlo que se hace en estos casos en lospaíses civilizados: votar». Los primerosdiputados catalanistas se encontraron,sin embargo, con un ambiente muy pococomprensivo en Madrid, donde sumovimiento era calificado de artificiosoy provinciano. Además, en los añossucesivos, la muerte de Robert y elencarcelamiento de Prat de la Riba porunos artículos de prensa pudieron dar la

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sensación de que el catalanismo pasabapor una etapa crítica que quizáconcluyera con su desaparición. Laevitó, sin embargo, la habilidadestratégica de sus dirigentes, conscientesde que muchas veces, como le habíareprochado Colell a Almirall, «quientodo lo quiere, todo lo pierde». Elcatalanismo no tuvo inconveniente enpactar con sectores de la políticacatalana sobre los que podía ejercer unahegemonía doctrinal y práctica. Lo hizoprimero con los carlistas, que allícoincidían en una voluntaddescentralizadora, como lo haría luegocon unos monárquicos que admitían

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también esa tesis. No desaprovechó,además, la ocasión para afirmar unaactitud realista: en 1901 la visita al Reyde una parte de los dirigentescatalanistas trajo como consecuenciauna escisión de quienes se sentíanrepublicanos pero, al mismo tiempo, seconsolidó la imagen posibilista delmovimiento.

En 1905 la Lliga fue capaz depercibir hasta qué punto le podía serbeneficiosa la protesta generalizadacontra el asalto del Cu-Cut. En laselecciones de 1907, SolidaridadCatalana, que agrupó contra el sistemade turno a todos los partidos de

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implantación regional, desde loscarlistas a los republicanos, logró untriunfo aplastante en todos los distritoselectorales catalanes, con excepción dedos (en otros dos no se presentó). Apartir de este momento, el catalanismono fue sólo un hecho políticobarcelonés, sino catalán, y los partidosde turno desaparecieron en la región.Aquello fue, como escribiría el poetaJoan Maragall, no una abigarrada yheterogénea protesta ele quienes notenían nada en común (el «montón», quehabía dicho Maura), sino un verdaderoalzamiento de una región consciente desí misma y de sus capacidades. Aunque

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la victoria de Solidaridad Catalana nopueda atribuirse exclusivamente a losregionalistas, consiguieron, en lapráctica, una situación preponderanteque no perdieron hasta el momento, apartir de 1918, en que pareció arruinadasu posibilidad de intervenir en lapolítica española con resultadoseficaces. Siempre sus victoriaselectorales estuvieron amenazadas porla existencia de un republicanismoradical y un catalanismo de izquierdas,pero su capacidad de asimilación de lasorganizaciones locales de los partidosde turno les dio una crecientesupremacía en los distritos rurales,

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primero en Gerona, y luego,parcialmente, en Lérida y Tarragona.

Gran parte de las victorias de laLliga fueron consecuencia de laexistencia de un equipo dirigentecompacto y eficaz. Enrique Prat de laRiba fue el ideólogo y el hombreprudente y poco brillante que, en lasinstituciones regionales, procuraba estarabierto a la posibilidad de colaboraciónde personas con las que manteníadiscrepancias doctrinales importantes.Su obra Nacionalitat Catalana,publicada en 1906, era expresión de laherencia del romanticismo, pero tambiéndel contenido regeneracionista del

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nacionalismo catalán respecto delEstado español y de la capacidad deestar muy al día del pensamientoeuropeo. Poco original, el libro vino aser una especie de doctrina nacionalistaque el autor redactó con una inmediatafinalidad política. Prat de la Riba, enefecto, no puede ser entendido sin teneren cuenta no sólo su vertiente deideólogo —nunca en exclusiva, comoArana en el País Vasco— sino tambiénsu condición de arquitecto delcatalanismo e impulsor de una acciónpolítica decididamente moderna. Todoslos dirigentes de la Lliga seidentificaron por su capacidad de

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trabajo y por su carácter práctico.Cambó, el principal de ellos, fue eldinámico y brillante profesional de lapolítica capaz de apreciar el precisovalor de una decisión arriesgada en unmomento determinado y de intervenir enla política nacional españolatransformando sus presupuestosesenciales. Fue descrito por Madariagacomo «el genio político mejor dotado desu época», y constituyó el paradigma dealgo relativamente infrecuente en laEspaña de su tiempo: un conservadorverdaderamente merecedor de estecalificativo. El escritor Josep Pla dijode él, con razón, que podía tener

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posiciones a veces discutibles pero quenunca eran indiferentes: sabía dominaren tal grado las situaciones políticas queel resto de los que participaban en ellasparecían a su lado aficionados. Elelenco de personalidades relevantes dela Lliga se completó con Puig iCadafalch, que se ocupó principalmentede las instituciones culturales de laregión, y Duran i Ventosa, responsablede la actuación de los concejales de laLliga en el Ayuntamiento barcelonés.Quizá fue el propio Cambó quien diouna mejor definición de esta élitedirigente contraponiéndola a losintelectuales de la izquierda catalanista,

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«principalmente hombres de tertulia y decrítica»: ellos —los de la Lliga— eran,por el contrario, «hombres depensamiento y acción con una intensanecesidad de eficacia». El bagajedoctrinal de la Lliga fue conservador, enespecial desde el punto de vista social,pero, como admitieron incluso quienesen Cataluña estuvieron en contra suya(Hurtado, Ametlla), la Lliga no era en elpanorama de la política española ungrupo reaccionario sino un partido decentroderecha que, además, por susfórmulas organizativas y manera deactuar, representaba una verdaderamodernización de la vida pública

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española. El contenido de su programatenía facetas antiparlamentarias ycorporativistas, en la expresión delmismo que hizo Prat de la Riba, pero, dehecho, la Lliga aceptaba plenamente elliberalismo parlamentario y lademocracia política y, además,contribuyó a hacerlos posibles medianteun proceso de movilización, al menosparcial, del elector. No fue un partido demasas pero sí bastante más que unatertulia de caciques, como eran elpartido liberal y el conservador. Todoslos restantes grupos políticos que sedijeron a sí mismos regeneradoresdesaparecieron en un corto espacio de

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tiempo, pero la Lliga perduró yconstituyó todo un ejemplo del cambioque se hubiera producido en la políticaespañola de haber sido más consistenteel regeneracionismo que todospredicaban.

La Lliga tuvo, no obstante, suslimitaciones, la más importante de lascuales fue no integrar en su seno a latotalidad del catalanismo político. Lasmemorias de Cambó insisten a cadapaso en las insuficiencias delcatalanismo de izquierdas,indisciplinado, poco constructivo,proclive a la desunión y, en no pocasocasiones, incapaz de darse cuenta de la

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necesidad de actuar también desdeMadrid. Todas estas críticas puedentener parte de verdad, pero no evitanpensar, por otro lado, que la Lligaresultó incapaz de atraerse a los mediosobreros catalanes y que incluso susrepetidos triunfos electorales enBarcelona los logró con menos de unacuarta parte del electorado. En elcatalanismo de izquierdas hubo no sólouna voluntad de acercamiento al mundoproletario sino también una atracciónhacia los intelectuales que la Lliga,interesada sobre todo en integrar al restode los partidos de turno y satisfacer losintereses burgueses, nunca consiguió de

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manera completa, aunque Prat y Cambótuvieron sensibilidad hacia esos medios.La escisión de la izquierda catalanistaprovocada por la visita al Monarca conocasión de su estancia en Barcelona en1904, supuso la aparición de El PobléCátala. En 1906 esa misma izquierdacatalanista, nutrida por los sectoresprocedentes del Ateneo barcelonés, creóel Centre Nacionalista República, y, en1910, la Unió Federal NacionalistaRepublicana, cuya principal figura fueCorominas. El mismo hecho de que unintelectual tan conocido figurara alfrente de una organización política esrevelador de una de las debilidades del

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catalanismo de izquierdas. Careció éstede un equipo de dirección políticamínimamente semejante al de la Lliga.Estaba, además, sometido a tensionesque lo condenaban a una permanenteincertidumbre estratégica al contar consectores más catalanistas (Lluhí) y otrosmás proclives a las preocupacionessociales (Layret). Para acabar decomplicar el panorama, la permanenciade un republicanismo no catalanista,dirigido por Lerroux, invitaba a unaposible colaboración; la UFNR lapracticó en 1914, con funestosresultados electorales. Sin embargo, enestos medios catalanistas de izquierdas

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nació y se desarrolló un sindicalismocatalanista. En 1903 se fundó el CADCI(Centro Autonomista de Dependientesde la Industria y el Comercio) que en losaños veinte había alcanzado más de10.000 afiliados.

Un aspecto característico delcatalanismo, imprescindible paracomprenderlo, fue su temprana voluntadde actuar en el seno de la políticaespañola con una decidida voluntad detransformarla. Fue la consecuencia de sufuerza política y de su confianza en símismo pero también de la conciencia deque sólo actuando así podría llegar acumplir sus propósitos. A este

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intervencionismo Prat de la Riba lodenominó «imperialismo», pero no teníaningún propósito económico sino queera de carácter exclusivamente político.Años después, en 1937, en plena guerracivil, Cambó ratificó en su dietario laactitud en que se fundamentaba. Creíaentonces que la desaparición delImperio Austro-húngaro había tenidounas perniciosas consecuencias y sepreguntaba por la posible contradicciónentre su nacionalismo y esa idea.Recordó, sin embargo, que él mismonunca había defendido la tesis de que acada Nación le debía corresponder unEstado porque «este principio

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irreprochable en teoría, perfecto parauna tesis académica, es insostenible ensu forma radical y primaria comodoctrina política». Eseintervencionismo, inseparable delnacionalismo, no fue, a menudo,entendido y constituyó uno de losproblemas de Cambó en la políticaespañola.

Sin embargo, no puede decirse enabsoluto que fuera una actitudmeramente política sino que obedecíatambién a aspectos de fondo de larealidad catalana. Desde fines del XIXBarcelona adquirió la condición decapital cultural autónoma respecto de

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Madrid, directamente enlazada con losgrandes centros creadores, como París.A partir de ese momento hubo tambiénun permanente diálogo, no exento deconflicto, pero también fecundo ycreativo, entre Madrid y Barcelona. Lacontraposición entre las actitudes deUnamuno y Maragall no puede resultarmás significativa. Ambos contribuyerona imaginar un patriotismo plural perodifirieron, en ocasiones, en puntosesenciales. Unamuno pensaba que elcatalán era un arma de expresiónsuperada e ineficaz (una «espingarda»,decía) mientras que el castellano leparecía «un máuser». Pero para el

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catalanismo la lengua era la expresiónmisma de la conciencia nacional propia.De todos modos, el hecho de que esosdos nacionalismos se pudieran tratar, encierto modo, de igual a igual revela elpapel de Cataluña en el conjunto deEspaña.

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El nacionalismo vascoy el gallego

Como en Cataluña, también en elPaís Vasco se daba en el fin de siglo unsustrato cultural capaz de alimentar unsentimiento nacionalista. En este caso,además, hasta 1876 se había mantenidouna peculiaridad en su organizaciónpolítica que perduró en el terrenoeconómico a través de los conciertos.Hay que tener en cuenta, por ejemplo,que la guerra del 98 fue la primera enque los jóvenes vascos tuvieron que

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defender los colores de la banderaespañola. El paralelismo con Cataluñase repite si consideramos lastransformaciones sociales acaecidas enel País Vasco durante la Restauración.Fueron éstas incluso más significativasque las que tuvieron lugar en Cataluña,hasta el punto de que la ría de Bilbaocasi decuplicó el número de sushabitantes como consecuencia de laexportación de mineral de hierro a GranBretaña. A pesar de la nostalgia ruraldel nacionalismo vasco su origengeográfico fue vizcaíno o, másconcretamente, de Bilbao. Establecidasestas semejanzas, es necesario, sin

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embargo, referirse también a lasdiferencias que contribuyen a explicar lapeculiaridad del nacionalismo vasco. Enprimer lugar, el renacimiento cultural seprodujo en el País Vasco mástardíamente que en Cataluña,coincidiendo con el político incluso enlas personas de los protagonistas deambos (Campión y Arana tuvieron, enefecto, esa doble faceta en cuanto quefueron, a la vez, políticos y literatos).Como resultaba previsible, el euskera,que estaba en permanente retrocesodesde el siglo XVI, tuvo muchasmayores dificultades que el catalán paraasimilar a las masas inmigrantes que

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acudían atraídas por el despegueeconómico de la zona y quizá ellocontribuya a explicar el mayorradicalismo de los nacionalistas vascosque, en no pocas ocasiones, se sintieroncomo una cultura en trance de extinción.También puede ser un factor importante,en la explicación del mayor radicalismode los nacionalistas vascos, laperduración de una cultura de posocatólico integrista que explica lapráctica independización electoral delPaís Vasco respecto del encasilladopromovido por Madrid en cadaelección. En efecto, en especial cuandogobernaban los liberales, se debía tener

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muy en cuenta en Madrid que en estaregión había que adecuarse a unarealidad que no permitía, por ejemplo,obtener más que la mitad de los escaños,quedando el resto en manos de carlistas,católicos e integristas. En Bilbao loscarlistas tenían una cuarta parte de losconcejales pero superaban con creces lamitad del total en Vitoria y, más aún, enPamplona. Sin duda, esa interpretaciónreligiosa de la vida política, que habíasido, en definitiva, la que había hechoposibles las guerras carlistas, contribuíaal maximalismo. De todas las manerasconviene no presentar al nacionalismovasco como un grupo minúsculo y

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sectario. Es cierto que lo fue en sumomento inicial pero, precisamente enel periodo anterior a la Primera GuerraMundial, como veremos, consiguiósuperar de forma clara esta situación,así como su implantación vizcaína. Conel paso del tiempo se descubrió que lasociedad vasca era esencialmente pluraly que en ella convivían monárquicos,republicanos y socialistas connacionalistas. En 1909 había en Bilbao,por ejemplo, 11 concejales carlistas,otros tantos nacionalistas, 7 socialistas,9 republicanos y 3 liberales. Existía unageneral coincidencia en la necesidad dedotar al País Vasco de unas instituciones

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propias y peculiares que permitieran eldesarrollo de su idiosincrasia política ycultural pero la diferencia esencial conrespecto a Cataluña fue que, mientras enésta existía una parecida pluralidad,aunque no tan profunda, hubo también,con la hegemonía de la Lliga, unavoluntad de colaboración que en el PaísVasco nunca pudo darse, por la menorinfluencia del nacionalismo, pero quizátambién por su falta de posibilismo o dehabilidad. De todas maneras, comoveremos, hubo también en elnacionalismo vasco un sector burgués,liberal y moderado que nunca impusopor completo sus criterios y disentía de

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lo que Alzóla llamó «los cándidosidilios pastoriles» de Arana, el fundadory profeta del nacionalismo. En realidad,la mayor parte de la alta burguesía vascaconstituyó la apoyatura socialfundamental del españolismo en el PaísVasco. En este sentido se puede decirque Ramón de la Sota, un grancapitalista, exportador de mineral yconstructor naval luego, fue la excepcióny no la regla. No puede, por tanto,establecerse una comparación con elpapel de Cambó en el nacionalismocatalán. Culto y cosmopolita, elcapitalista vasco fomentó en susempresas la presencia del sindicalismo

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nacionalista, siendo partidario de unaestrategia contemporizadora respecto delas instituciones (fue amigo personal deAlfonso XIII).

Por otra parte, avanzando en lacomparación, el nacionalismo vascomantuvo un estrecho contacto con lossectores populares, a diferencia de loque a menudo le sucedió a la Lliga.Desde un principio fue un movimientointerclasista que podía tener en sus filasa Sota pero también a los arrantzaks(pescadores) de la provincia deVizcaya, con graves problemas deadaptación en su dedicación laboral. Elnacionalismo de comienzos de siglo

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todavía tuvo un componente más popularen otras provincias, hasta el punto quepuede decirse que el factor distintivoesencial de sus miembros fue la juventudy no la pertenencia a una clase social.Un rasgo muy peculiar del nacionalismovasco fue también que desde una fechamuy temprana contó con un sindicatoindustrial, algo que no tuvo ningúnnacionalismo peninsular. En 1911 fuecreada la Solidaridad de TrabajadoresVascos (Eusko Langille Alkartasuna),que, aunque se dirigió a empleados ydependientes, supo penetrar también enlos medios proletarios propiamentedichos, en especial los metalúrgicos y

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obreros de la construcción con ciertacualificación. Aunque nació en conflictopermanente con UGT, y no logró apenasafiliados entre la población obrerainmigrada, al cabo de pocos años estesindicato no pudo ser criticado por lacarencia de contenidos reivindicativos.

Otro rasgo muy distintivo delnacionalismo vasco fue su configuracióndesde fecha temprana como «partido-comunidad», lo que implica, en primerlugar, que se identificó con la propiaidea de nación. Años después Aguirre,su principal dirigente durante laRepública, lo definió como «la patriavasca en marcha» y con frecuencia en

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sus propios organismos partidistaspresagió la futura organización delEstado vasco. Así como el nacionalismocatalán ha tenido, con carácterhegemónico, tres organizacionespartidistas sucesivas, el PNV ha sido laúnica importante del nacionalismovasco. Por otro lado, la condición de«partido-comunidad» implicó, desdefecha muy temprana, la existencia de unared de instituciones y asociacionesdestinadas a la socialización política. Laprincipal de ellas fueron los batzokis,centros de reunión y de diversión, perotambién las asociaciones sectoriales demujeres (emakume), montañeros

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(mendigoizales)…, etc. Esos círculos desociabilidad, no estrictamentepartidistas, fueron desde fecha tempranaun instrumento de penetración capilar.Antes de la Primera Guerra Mundial laJuventud Vasca era la asociación conmás socios en Bilbao.

Pero con la comparación entrenacionalismos hemos avanzado en eltiempo cronológico y debemos ahoravolver al punto de partida. A comienzosde siglo el nacionalismo había hecho susprimeras armas y establecido susprimeros núcleos, pero su relevanciapolítica era todavía mínima. Sin que sepueda decir en estrictos términos que el

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nacionalismo vasco fue obra de tan sólouna persona, pues hubo también unaderivación del liberalismo conservadorque lo nutrió, cabe, sin embargo, afirmarque en él jugó un papel absolutamentedecisivo Sabino Arana Goiri, que, si nolo dotó de una estrategia clara niespecialmente acertada, se convirtió enun profeta cuyas enseñanzas seríanseguidas muy fielmente, incluso hasta laactualidad, en grado muy superior acualquier dirigente nacionalista. Laortodoxia aranista nunca ha sidocontestada a fondo en el PNV o, cuandolo ha sido, ha concluido por provocarheterodoxias sin, por tanto, asumir una

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parte de las críticas a ese bagajeideológico. Esto contribuye a explicarsu radicalidad: nunca el PNV haaceptado de forma explícita ningunaConstitución española. Arana habíanacido en una familia de navieroscarlistas y llevó una vida de rentistainteresado por variados aspectos de lacultura e historia del País Vasco. Demala salud y carácter introvertido, fueuna persona profundamente católicacuyas lecturas, excepto en materiasreligiosas, eran exclusivamente vascas,y que aprovechó su luna de miel paraperegrinar a Lourdes. Su procedenciaideológica queda ratificada si tenemos

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en cuenta que dejó escrito que, de serespañol, sería «tradicionalistaintegrista», que aborrecía el liberalismo,incluso el moderado, y que Españaimpedía al pueblo vasco «dirigirse aDios». A pesar de haber residido enBarcelona, Arana no parece haberquedado inicialmente impresionado porel catalanismo, de cuyo posibilismo yvoluntad de aceptar una autonomía (y nola independencia) abominó. En 1894fundó la primera asociaciónnacionalista, todavía a medio caminoentre la cultura y la política, denominadaEuzkeldun Batzokija, cuya influencia selimitó a la provincia de Vizcaya. La

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actuación de dicha sociedad fue muycaracterística del nacionalismo vasco deesos momentos: un grupo reducido ycompacto, frecuentemente perseguidopor la policía y extremadamente sectarioy purista. Los socios debían poseer, porsus apellidos, una clara ascendenciavasca y tenían prohibido hablar depolítica española. La organización eraautoritaria y no excluía la posibilidaddel empleo de la violencia (los«mausers», como decía el hermano deSabino, Luis). Tales actitudes debenponerse en relación con el ideario deArana, basado en un milenarismo quepresentaba el pasado de los vascos

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como una mítica Edad de Oro de la quehabía dado paso a la abyeccióncatastrófica de la sumisión a España. Ellibro más importante de Arana —Bizkaia por su independencia—presentaba a esta provincia comoradicalmente libre en el pasadomedieval, demostrándolo con cuatrobatallas sucesivas desde el siglo IX alXII, y sus fueros como una especie deleyes constitucionales. Al margen deesta notoria instrumentalización de laHistoria, Arana partía de una afirmacióncatólica a rajatabla, que convertía elcatolicismo en un signo de identidadnacional y consideraba la impiedad (o

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incluso el baile «agarrao») como propiade «maketos», es decir, de inmigrantesno vascos. Estos serían gente «deblasfemia y navaja», autores de todoslos desórdenes sociales en un PaísVasco cuyo pasado y raíz campesina semitificaba —uno de los primerosórganos del nacionalismo se titulóBaseritarra, es decir campesino—.Arana se declaró republicano ypartidario de un Estado independiente acaballo de los Pirineos. En términospolíticos su concepción puede serdefinida como una especie dedemocracia patriarcal y popular:repudiaba la aristocracia de la sangre o

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el dinero e incluso a Bilbao como Babelde la civilización capitalista. Ladifusión del nacionalismo, sin embargo,se hizo originariamente en esta capital ysólo después en el medio rural. Muy deacuerdo con la mentalidad de la épocaArana atribuyó a la raza —incluso másque a la lengua— un papel de primeraimportancia en la formación de lanacionalidad. Lo que nos interesaespecialmente es que, a partir delDesastre de 1898, se produjo unevidente giro en el comportamiento delnacionalismo. Se debe recordar queArana había sido propagandista de laindependencia cubana, por lo que fue

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encarcelado, y había considerado quelos objetivos nacionalistas serían tantomás fáciles de cumplir cuanto «máspostrada» estuviera España. En ese añofue fundado el PNV y Arana fue elegidodiputado provincial de Vizcaya. Esteéxito se explica por la colaboración conel grupo de Arana de otros sectoresdenominados «euskalerríacos» —por suprocedencia de la sociedad EuskalHerría— que representaban unliberalismo moderado, capaz de obtenerel apoyo de la burguesía de negocios yde actuar dentro de los límites de lalegalidad. Su figura más destacada fue elya citado Ramón de la Sota. El mundo

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de los «euskalerríacos» tuvo una largatradición durante el XIX. En definitiva,era el de la autonomía política yadministrativa y el de la industria y elcomercio desarrollados en la ría;estaban muy lejos de las añoranzasrurales de un Arana, cuyo hermano aveces los trató despectivamente como«fenicios», en el sentido de sólomotivados por las riquezas materiales,que poco podían interesar a quienes semovían sobre todo por razones morales.En definitiva, los «euskalerríacos»venían a suponer algo parecido, inclusoen términos culturales, a lo que la Lligaen Cataluña. Fue la colaboración de los

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«euskalerríacos» lo que permitió que, enBilbao, entre una cuarta parte y un terciode los votos se decantaran por losnacionalistas a partir del cambio desiglo; al menos la mitad de loscandidatos eran de esa procedenciaburguesa y moderada. El desarrollo delnacionalismo en el resto del País Vascofue mucho más lento: tras la muerte deArana se implantó en Guipúzcoa, pero elprimer diputado provincial sólo fueelegido en 1915. De todos modos seríaexagerado atribuir a esa apertura de los«euskalerríacos» un carácterfundamental e irreversible pues, dehecho, las dos almas —radical y

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moderada— siguieron conviviendo en elseno del partido nacionalista. Quizá esaconvivencia —que se solía concretar enuna teoría radical y una prácticamoderada— contribuyó a potenciar lasposibilidades del partido. En junio de1902, sin embargo, el fundador del PNVesbozó un cambio de táctica: llegó aescribir que «hay que hacerseespañolista y trabajar con toda el almapor el programa que se trace con esecarácter». Si tenemos en cuenta que enotro momento había recomendadoresponder a quien, en peligro de muerte,solicitara auxilio en español, que noentendía el idioma, se apreciará lo

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significativo de su cambio de postura.No obstante, su declaración de 1902 eraun difícil equilibrio entre el posibilismoy el radicalismo y, además, la muerte —1903— le impidió llevar a cabo, en lapráctica, ese giro político que suspalabras parecían anunciar. Después dela muerte de Arana las dos tendencias enel seno del PNV convivieron con nopocas dificultades. Los más radicalessolían repudiar las alianzas, incluso conlos sectores católicos, y mantenían unaranismo de estricta obediencia que serevolvía contra el «iberismo ñoño»mientras el sector «esukalerríaco»defendió las colaboraciones electorales

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y la selección de los candidatos por suprestigio social. El sustrato ideológicoera, sin embargo, semejante, pues eldeseo de llegar a la independencia sesiguió manteniendo, aunque no aparecióen el programa del partido en 1906,como tampoco la exigencia deascendencia vasca, y la práctica diariaestuvo templada por un posibilismo. Dehecho el nacionalismo pudo ser para nopocos una radicalización del «fuerismo»que defendía con especial énfasis tesisgeneralmente aceptadas por todos losvascos, como los conciertos. Concaracterística ambigüedad el textodoctrinal de más éxito entre los

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nacionalistas por estos años —«A míVasco» de Ibáñez de Ibero—argumentaba que lo principal no era«precisamente la independencia sino elamor a la independencia». A partir de lamuerte de Arana pareció imponerse latendencia representada por los másradicales, cuya expresión ideológicaencontramos en los escritores Arantzadiy Eleizalde, y la política en dirigentespuristas y radicales como Zabala y LuisArana, hermano de Sabino, queestuvieron al frente del partido de formasucesiva. Pero, en la práctica, se siguióuna estrategia posibilista que permitióun avance en las posiciones políticas del

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partido que, sólidamente establecido enBilbao, empezó, además, a conquistarlentamente los distritos rurales en granparte mediante la colaboración con losafines en la derecha católica. En 1905,por ejemplo, el nacionalismo colaboróen una Liga foral con los partidosmonárquicos y durante el largo gobiernode Maura hubo dos alcaldes de RealOrden nacionalistas (Ibarreche y Horn).Sin embargo, estos éxitos iban a menudoacompañados de problemas ylimitaciones. Frente a lo que luego seríala habitual imagen del partido, el PNVtuvo problemas con las autoridadeseclesiásticas: podía tener el apoyo del

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clero rural (de los 47 suscriptores deBizkaitarra, el periódico nacionalista,seis eran sacerdotes), pero los obisposde Vitoria y Pamplona quisieron unificara la totalidad de los católicos en contrade los planes del liberalismo canalejistay chocaron con el PNV, aparte de que noaceptaron que se dieran nombres vascosa los bautizados. En cuanto a laslimitaciones, nacían de la incapacidadde consolidar un apoyo electoral en losdistritos rurales antes de la PrimeraGuerra Mundial; el PNV estuvo ausentede Álava hasta 1913. En esa fecha sefundó Euzkadi, que sería su principalórgano de expresión. En cambio el PNV,

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como ya se ha indicado, no tuvo nuncaverdaderos problemas con laemergencia de un nacionalismo de corteliberal o republicano. En 1910 se creóun centro liberal y nacionalista, que tuvoescasa trascendencia, y, en 1911, unpartido republicano nacionalista,equivalente a la UFNR catalana, quetampoco alcanzó papel político deimportancia.

Otros movimientos de carácternacionalista o regionalista empezaron adespuntar en estos momentosfiniseculares, pero probablemente tansólo el galleguismo y el valencianismollegaron a tener, en el periodo anterior a

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la Primera Guerra Mundial, verdaderarelevancia, aunque de carácterideológico más que electoral. En estasregiones se daban los componentesculturales capaces de justificarlos, pero,en cambio, no existieron otros elementosque en Cataluña coincidieron ocoadyuvaron al advenimiento de losmovimientos de este tipo. Es obvio queno se puede poner en relación elregionalismo o nacionalismo gallegoscon la modernización económica puestoque en esta región no se produjo, lo queexplica el tono agrarista delgalleguismo. En Valencia, en cambio,aunque sin industrialización, la

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modernización sí tuvo lugar y la defensade los intereses regionales estuvorelacionada, en más de una ocasión, conla exportación de cítricos. Por otro lado,en los dos casos da la sensación de queel nacimiento de una conciencia deidentidad no consiguió pasar del nivelestrictamente cultural al político sinencontrar, además, una única y exclusivafórmula en este terreno. Los grupospolíticos se tiñeron de una peculiaridadespecial pero sin convertirse por ello enmovimientos propiamente nacionalistaso, siquiera, regionalistas. Finalmente, elcaso de Cataluña parece haber resultadoparticularmente influyente tanto en

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Galicia como en Valencia,principalmente en la coyuntura de 1907,aunque esa mimesis fue más aparenteque real. En el caso gallegoencontramos, a diferencia del casovasco —donde se dio en fecha muytemprana una actitud claramenteseparatista, aunque moderada en lapráctica—, un nacionalismo que hasta laPrimera Guerra Mundial se concibióclaramente en el marco del Estadoespañol de manera que los historiadoresse han referido a él más como«regionalismo» que como nacionalismo.Los pensadores políticos gallegosdistinguían entre «nación» o

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«nacionalidades» o «nacionespequeñas», atribuyendo a España laprimera denominación y a Galicia lasdos siguientes. También en este caso,como en el catalán, el regionalismo tuvoun triple origen, liberal, tradicionalista yfederal. Con todo, ha de señalarse unadiferencia fundamental que radica en eldistinto grado de movilización yvertebración política de ambas regiones.En Galicia hubo una aparición tempranadel renacer cultural, pero el político fuetardío, entrecruzándose con luchaspersonalistas en medios intelectualesreducidos o con combates agrarios enlos que lo primordial era más la

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redención de los foros que lavertebración de unas institucionespropias y peculiares. Un rasgo muypeculiar del galleguismo encomparación con otros movimientosnacionalistas fue que la emigraciónamericana (especialmente la dirigida aCuba y Argentina) tuvo un papelimportante en la financiación de estemovimiento político. Incluso buena partede sus connotaciones sociales tuvieronesta procedencia ultramarina.

Ni en Rosalía de Castro, ni enCurros Enríquez u otros escritores delXIX es posible detectar un galleguismopropiamente dicho. En realidad el

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nacionalismo o el regionalismoaparecieron en los años finales delsiglo: en 1889 publicaron sendos librossobre el regionalismo dos escritores querepresentaban otras tantas vertientes deeste movimiento regeneracionista.Murguía, procedente del liberalismoprogresista, defendió un programa en elque se incluía la redención de los forosy que ha sido descrito como«protonacionalista». Brañas, carlista,idealizó el pasado patriarcal o elAntiguo Régimen y defendió larepresentación corporativa. La terceravertiente del nacionalismo estuvorepresentada por Aureliano Pereira, un

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federal lucense que, desde esa doctrina,evolucionó, como Almirall, hacia ladefensa de tesis nacionalistas.Anticlerical, su sector fue sin duda elmenos influyente dentro del galleguismohasta el punto de que no tardó endesaparecer. De todos modos, aunsiendo triple esa procedencia delnacionalismo, eso no indica queexistiera un partido político ni, menosaún, que éste fuera fuerte y estable. LaJunta de Defensa de Galicia, surgida en1893, tuvo como origen unareivindicación administrativa para queLa Coruña mantuviera su capitaníageneral. El periódico La Patria Gallega,

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auspiciado por la AsociaciónRegionalista Gallega, tuvo unasignificación más intelectual quepropiamente política. En 1897 surgierondiferentes «Ligas Gallegas» localizadasen toda la geografía de la región, peroese movimiento, que pidió un gradosemejante de descentralizaciónadministrativa al que podía lograr Cuba,careció de una mínima unidad. El gruponacionalista de Santiago (Brañas) y elde La Coruña (Murguía) eran tanantitéticos como la fisonomía de las doscapitales gallegas. Además, los partidosde turno consiguieron atraer hacia susfilas a quienes se iniciaron en la política

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en las filas regionalistas: GonzálezBesada, antiguo regionalista, seconvirtió en conservador y Pereira enliberal, mientras que el popularperiodista Lamas perteneciósucesivamente a ambos partidos. En vezde sustituir a los partidos de turno losgalleguistas, dada la fisonomía políticade la región, fueron capturados porellos. De esta manera los únicos triunfosque se suelen citar a favor delnacionalismo durante la primera décadadel siglo XX fueron exclusivamente decarácter cultural, como, por ejemplo, lacreación de la Academia Gallega.

De todos modos, los historiadores

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gallegos han advertido un cambio apartir de 1898, hasta el punto de poderhablar de un «segundo regionalismo»,influido por el ambienteregeneracionista y contando con lacolaboración republicana. La situacióncambió especialmente a partir de 1907.En este año apareció la primera revistanacionalista, titulada «A Nosa Terra», y,sobre todo, se inició una ampliaagitación campesina. Los protagonistasfueron propagandistas agrarios, como elsacerdote Basilio Álvarez, el periodistagallego más famoso de su época, quefundaría en 1910 Acción Gallega. Latrayectoria ambigua y confusa de

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Álvarez, que acabó en el radicalismo, esexpresiva de la conmociónexperimentada por el campo gallego enaquel momento. Solidaridad Gallega,fundada en 1907, tuvo, como en el casocatalán, un carácter plural, desde elcarlismo de Vázquez de Mella hasta laizquierda, pasando por algunos sectoresdel liberalismo, pero, en realidad,obedeció a motivos muy distintos a losde los nacionalismos políticos pues enella los elementos de esta significacióntuvieron un papel menor mientras quelas reivindicaciones sociales agrariasfueron primordiales. SolidaridadGallega llegó a estar organizada en

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cuatro juntas y celebró hasta tresasambleas agrarias en Monforte deLemos. Sus propagandistas llegaron aatribuirle la capacidad de movilizaradecenas de miles de campesinos: en1909 agrupaba a unas 250 sociedadesagrarias que en 1911 se habían reducidoa tan sólo un tercio. Además, no llegó aconfigurarse como un verdadero partidoni concurrió a las elecciones con lapretensión de sustituir a los de turno,limitándose a conseguir concejales enalgunos ayuntamientos. En 1909 habíaunos 130 concejales solidarios enGalicia pero en 1910 fracasó el únicocandidato a diputado. Con idéntica

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rapidez a aquella con la que habíasurgido se desvaneció en 1912 sin habercontribuido a alumbrar un movimientonacionalista propiamente dicho.

En cuanto al valencianismo, desde elpunto de vista político, debe serconsiderado como una versión mástardía aún de nacionalismo oregionalismo. Desde el comienzo de laRestauración existía un valencianismocultural alimentado por la sociedad «LoRat Penat». Como en el caso catalán ygallego, en el valencianismo políticohubo una vertiente conservadora(Llórente) y otra izquierdista(Llompart). A comienzos del siglo XX

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pareció producirse una transición desdeel regionalismo de carácter cultural alpolítico, protagonizada por Barbera. Elprimer proyecto de organización de laautonomía valenciana en el seno de unEstado español data de 1903 y fuepromovido por el partido federal. Porestas mismas fechas nacieron lasprimeras agrupaciones específicamentevalencianistas: Valencia Nova (1904),transformada más tarde (1909) en elCentre Regionalista y la JoventutValencianista (1908), de carácter másradical. Este valencianismo políticogerminal concluyó hacia 1910, pues,aunque también hubo una «Solidaridad

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Valenciana», inspirada en la catalana,no logró, ni mucho menos, elenraizamiento social y políticoalcanzado en esta región. Se celebróentonces una asamblea regionalista en laque se propuso un programa autonómicoy bilingüista, pero, en realidad, a esaAsamblea sólo acudieron los elementosde Valencia Nova y los republicanosque seguían a Rodrigo Soriano, quefinalmente acabaron por retraerse. Tantolos partidos de turno como la derechaclásica y los republicanos de BlascoIbáñez, con repetidas declaraciones deamor a la región, consiguieron matizarlevemente su propio ideario que, por

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tanto, no era ni primordial niexclusivamente regionalista y evitaronque apareciera un valencianismopropiamente dicho. En este caso, comoen el gallego, y también, en ciertosentido, en el vasco, hubo que esperarhasta la primera posguerra mundial paraque se produjera una nueva oleadanacionalista que, de todos modos,permaneció en un nivel de desarrollo yde implantación electoral inferior al delcatalanismo.

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El republicanismocomo partido y como

forma de vida

A diferencia de los nacionalismosperiféricos, el republicanismo era yauna fuerza política en los comienzos dela Restauración. Heredero del periodorevolucionario de 1868, elrepublicanismo tenía tras de sí uninequívoco apoyo popular en una partede España, la urbana. En Cataluña, porejemplo, la mitad de las actas dediputado fueron siempre republicanas y,

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en Madrid, en el año 1889 se pudieroncelebrar dos mítines rivales simultáneosde otras tantas tendencias republicanas,cada uno de ellos con unos 15.000asistentes. De hecho, el mundosocietario y sindical español de laépoca estuvo más cercano alrepublicanismo que a cualquier otratendencia hasta la Primera GuerraMundial. Más que un programa elrepublicanismo era una visión delmundo, basada en una esencial creenciaen el progreso y en una antítesis de laEspaña tradicional, a menudoidentificada con la Iglesia. Patriotismo,voluntad de modernización y

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europeización e idealización mesiánicadel «pueblo» formaban parte de subagaje. Podía tener, no obstante,interpretaciones muy diversas que ibandesde la plena realización delliberalismo democrático hasta unjacobinismo que no dudaba en utilizarprocedimientos subversivos, incluso conayuda de militares.

Siendo el regeneracionismo muchomás el resultado de un ambiente que unprograma, no cabe atribuirle uncontenido preciso y, por tanto, no esposible darle una connotación concretasobre el régimen. Sin embargo, sobre elrepublicanismo el ambiente

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regeneracionista tuvo un efectogalvanizador, aunque sólo temporal. Enel cambio de siglo algunos importantesintelectuales se vincularon con elmovimiento republicano. Los mássignificados fueron el propio Costa yBenito Pérez Galdós, mientras que enlos núcleos urbanos las votacionesrepublicanas siguieron siendo nutridas,hasta dar incluso la sensación de poneren peligro las instituciones monárquicas.Sin embargo, de hecho, estas esperanzasacabarían frustrándose a partir de laPrimera Guerra Mundial: mientras queel republicanismo pareció encasillarseen posiciones que, a fuerza de ser

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posibilistas, resultaban demasiadoconservadoras e incapaces de conectarcon el ambiente de la posguerra, elsistema político de la Restauración noperdió, en cambio, una capacidad deatracción sobre los dirigentesrepublicanos.

A finales del siglo XIX elrepublicanismo fue descrito por elpropio Pérez Galdós, que no tardaría enmilitar en sus filas, como una re-ediciónde la Torre de Babel. No se trataba deque hubiera tendencias distintas sinoque, en realidad, se daban ideologíascontrapuestas, mínimamentecoincidentes y que incluso parecían más

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distantes entre sí que de algunas de lasrestantes fuerzas políticas. En laizquierda del republicanismo, el partidofederal gozaba de la reputaciónintelectual de Pi i Margall y de unaindudable sintonía con el movimientoobrero, en especial con el designificación anarquista, aunque lasdoctrinas «pimargalianas» fueran, segúnPérez Galdós, «un logogrifoindescifrable para los ilusos que lasdefienden». Ese carácter social delfederalismo sería lo que más perduraríade él. Lo que podríamos considerarcomo el centro republicano estabarepresentado por el republicanismo

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unitario de Ruiz Zorrilla, cuyocomponente revolucionario derivabaexclusivamente de la confianza en lospronunciamientos militares paraderrocar a la Monarquía. Eso le daba uncarácter arcaico pero explica quealgunos dirigentes extremistas del futurose formaran en sus filas. La derecha erapartidaria de la actuaciónexclusivamente legal: su ideario era laherencia de la revolución de 1868, y, siya a la altura del final de siglo habíaperdido a la mayor parte de losseguidores de Castelar, entoncesintegrados en las filas del partido liberalmonárquico, ahora contaba, aparte del

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apoyo de los sectores intelectuales, conun nuevo jefe, Salmerón, una figuraimportante del mundo cultural, que habíasalido de las filas del progresismo«ruizorrillista» y cuyo talante acerca delos problemas españoles se puedeparangonar al de Giner.

El 98 tuvo, por lo menos, el efectode provocar entre los republicanos laconciencia de la necesidad de unirse.Precisamente en ese año se inició, porparte de los sectores moderados quesiempre tuvieron el protagonismo en lagestación de coaliciones, un intento de«concentración democráticarepublicana» que, aunque tuvo unos

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inicios poco brillantes, habría deresultar el organismo unitario másimportante de todo el periodo. En marzode 1900 la concentración acabó porconvertirse en Unión NacionalRepublicana. Con tal fórmula, elrepublicanismo obtuvo unos excelentesresultados electorales en las consultasde 1901 y 1903: en este último casollegó a 36 escaños, obtenidos, sobretodo, en las grandes ciudades. En estaúltima fecha se convirtió en definitiva lajefatura de Salmerón sobre elmovimiento republicano pero, comoresultó habitual en el republicanismoespañol, esta jefatura fue disputada. En

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1905 los sectores más izquierdistas lereprocharon actitudes dictatoriales ypersonalistas, mientras que los federalespermanecieron al margen de cualquiertipo de colaboración con los restantesgrupos, según su táctica habitual basadaen su programa político.

A partir de 1906 la emergencia delos nacionalismos jugó un papeldecisivo en la vida del republicanismoespañol, pero esta realidad, que podíahaber sido un factor de renovación y deampliación de su clientela electoral,contribuyó también a la desunión. Hayque tener en cuenta que no sólo elfederalismo era uno de los componentes

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ideológicos decisivos de uno de lossectores del republicanismo, sino que enel pasado, en plena I República, habíasido ya un elemento de desunión, y que,además, era en regiones como Cataluña,en las que se planteaban lasreivindicaciones nacionalistas, donde elrepublicanismo obtenía sus mejoresresultados electorales. El caso másevidente fue el del federalismo catalán:en 1901 murió Pi i Margall, en unmomento en que ya los federales de estaregión consideraban a los regionalistascomo sus aliados naturales. Desdetiempo antes las concepciones federaleshabían llevado, por ejemplo, a un

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Valentín Almirall a la defensa delcatalanismo. A partir de 1905 elfederalismo catalán, sólidamenteenraizado en Barcelona y Gerona, llevóen la práctica una vida independiente.Pero si era lógico que el impacto de losmovimientos nacionalistas yregionalistas sobre el federalismo fueratan acusado, algo muy parecido acabópor producirse respecto delrepublicanismo en general. SolidaridadCatalana agrupó, en una protesta generalde toda Cataluña, a republicanos de estaregión con los nacionalistas e incluso laextrema derecha. Quien resultóbeneficiado de esta alianza, al menos a

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corto plazo, fue el catalanismo, mientrasque en las filas republicanas surgieronpronto las protestas entre los sectoresizquierdistas o simplemente proclives alunitarismo. Los resultados en laselecciones de 1907 fueron buenos peromuy pronto se demostró que los mismosdiputados electos en las listas de laSolidaridad Catalana resultaban pocomenos que incompatibles en elParlamento. La jefatura de Salmerón fuede nuevo controvertida, por lo que sevio obligado a dimitir siendo sustituidopor un directorio presidido porAzcárate, quien renunció en 1908,muestra definitiva de la incapacidad de

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los republicanos para un liderazgoestable. En esta última fecha, con ladesaparición de Salmerón, podemosconsiderar concluida la etapa en que elrepublicanismo aparecía como unaherencia de 1873. A mediados de laprimera década del siglo elrepublicanismo se había convertido,como nunca, en un mosaico no ya degrupos políticos, sino de actitudes yconcepciones de la vida. Esto que, enteoría, hubiera podido proporcionarleuna ampliación de sus apoyaturassociológicas tradicionales, tuvo, sinembargo, el inconveniente de condenarlea un camino de perplejidades que lo

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condujo a la esterilidad. Había, porejemplo, un republicanismoregeneracionista nacido de la pluma dealgunos de los periodistas másconocidos en la época. Un ejemplopuede ser Luis Moróte, uno de lospromotores del Instituto de ReformasSociales y autor de un libro importanteen el cambio de siglo, La moral de laderrota, y que, con el paso del tiempo,habría de escribir también una de lasobras más conocidas de la polémicaclerical, Los frailes en España (1904).Moróte fue elegido repetidas vecesdiputado pero, por oportunismo oporque aceptara que en la Monarquía

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podía ver cumplidos los principiosideológicos que hasta el momento lehabían movido, en la época deCanalejas ya figuró como diputadoliberal. También existía unrepublicanismo urbano que si, por unlado, propuso como solución para laEspaña de la época una democracialiberal interclasista y reformista en losocial, con el paso del tiempo acabó poraceptar la realidad del encasillado de laRestauración, se dividió o se corrompió.

Hay que tener en cuenta que laMonarquía estaba constantemente enpeligro en las grandes ciudadesespañolas en las que, además, la

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penetración del partido socialista fuetardía y, desde luego, posterior a laPrimera Guerra Mundial. En Málaga,por ejemplo, la unidad entre losrepublicanos fue conseguida bastanteantes de que se alcanzara en laorganización nacional. Representantecaracterístico del republicanismo localfue Gómez Chaix, catedrático e hijo delalcalde en tiempos de la República. Losrepublicanos contaron con prensa dedifusión considerable (El Popular) ycrearon centros en cada barrio,propiciando de esta manera el germende una política de masas. Tenían,además, el apoyo de los centros obreros

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y llevaron a cabo una importante laborreformista en las institucionesmunicipales. Entre 1909 y 1913controlaron el ayuntamiento de la capitalandaluza, donde realizaron unaimportante tarea que, sin embargo, sevio arruinada a partir de esta fechacuando se desunieron y, además, elpropio Gómez Chaix entró en lascombinaciones electorales propiciadasdesde el Ministerio de la Gobernación.En Castellón, Huesca, Sevilla y muchosotros núcleos urbanos más sería posibleencontrar casos semejantes. Quizá lafórmula más característica delrepublicanismo en el cambio de siglo no

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corresponda, sin embargo, a estos casos.Lo más típico fue una actitud exaltadaprotagonizada por líderes, relacionadoscon el mundo de las letras o delperiodismo pero siempre populares,sedicentemente revolucionaria, con uncontenido que tendía mucho más alanticlericalismo que a propiciar unarevolución social, y, al mismo tiempo,dotado de una indudable capacidad deatracción sobre la clase obrera. Ladescripción irónica que de esterepublicanismo hicieron hombres de lageneración del 98 que lo conocían bien,como Azorín, en «Pecuchet demagogo»o Baroja, en «Aurora roja», no debe

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hacer olvidar que su popularidad fuemuy grande y que llegó a conseguir unimportante apoyo entre sectores disparesy valiosos. Desde el punto de vistahistórico cabe decir que tuvo elindudable mérito de convertir en sujetopolítico a la plebe urbana de, al menos,dos grandes capitales españolas,Barcelona y Valencia.

El prototipo de este género derepublicanismo nos lo ofrece la personade Alejandro Lerroux, que fue duranteaños un elemento imprescindible en lapolítica barcelonesa. Su biografíajustifica lo que él mismo decía de ella,al declararse «enamorado de mi

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Historia». Procedente de una familia declase media baja (su padre era unveterinario militar que se auto-calificaba de más liberal que Riego), suformación fue escasa: Baroja no seequivocó al decir, años después, que nohabía leído nada serio. Sólo tuvo eltítulo de bachiller con cuarenta años ycuando, en 1922, ya convertido en todoun personaje de la política nacional, segraduó en Derecho casi con sesentaaños, lo hizo examinándose de una vezde todas las asignaturas, cosa que noaumentó el prestigio de la Universidaden que se presentó, la de La Laguna,dominada por sus seguidores. Pronto,

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después de una juventud accidentada, seconvirtió en una figura de importanciaen el periodismo de izquierdas de lacapital de España, en el que los límitesentre republicanos y anarquistas eranborrosos. Su fama de revolucionario enestos años del cambio de siglo no eraficticia: había tenido que exiliarse ya en1895 y permaneció nueve meses en lacárcel entre 1898 y 1899-Por esta épocahabía coleccionado una treintena deprocesos que le hubieran supuesto, dehaber cumplido las penas a las que fuecondenado, unos cien años de reclusión.Además, en 1900 representó a lassociedades obreras barcelonesas en un

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congreso anarquista celebrado enMadrid, lo que se justificaba porquehabía sido un encendido defensor de lossupuestos terroristas encerrados en elcastillo de Montjuich.

Elegido en Barcelona por vezprimera el año 1901, de la mano delfederal Pi i Margall (lo que no puedemenos de constituir una paradoja dadasu evolución posterior), de ningunamanera puede admitirse lasimplificadora interpretación de acuerdocon la cual habría sido enviado por losgobiernos liberales madrileños paraboicotear al naciente catalanismo. En lacarrera administrativa de Lerroux

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abundaron las irregularidades y estáprobada la financiación gubernamentaldesde estos momentos iniciales —cobraba al menos 1.000 pesetassemestrales—, pero todo ello de ningúnmodo quiere decir que su implantaciónen Barcelona fuera artificial. Más biencabe señalar que se daban en Cataluña(en especial, en Barcelona) lascircunstancias óptimas para quetriunfara un líder de las característicasde Lerroux. Anticlericalismo,españolismo y reivindicación socialeran los motores políticos de unas masaspopulares a las que activó el reciénllegado.

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Es muy fácil ironizar acerca de lasdeclaraciones de Lerroux, en especialretrospectivamente. Se decía defensorde la revolución pero ésta era siemprevaga en sus contenidos, violenta en suexpresión verbal y producto más dearranques sentimentales y personalesque de cualquier teoría. Su populismo sebasaba en afirmaciones como la de que«hay hombres que trabajan y no comen yhombres que comen y no trabajan». Nose asustaba periódicamente de afirmarque «la propiedad es un robo», perosólo hacía este tipo de afirmacionesdespués de haber presenciado undesahucio. Era tan prototípicamente

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anticlerical que había perdido la fesiendo monaguillo: en materia como éstasu lenguaje adquiría una especialísimaviolencia, que le llevaba a decir que«donde otros tienen colgada una pila deagua bendita yo tengo colgado un fusil »o a sugerir que había que levantar elvelo de las novicias para elevarlas a lacategoría de madres. La otra cara de lamoneda es que Lerroux se encontró unrepublicanismo barcelonés dividido encapillas, no organizado como partido, niresponsable ante el elector, y supodotarlo de organización eficiente,método, orgullo propio y propósitos devictoria. Su versión populista y juvenil

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del republicanismo jacobino fueindudablemente moderna pero nunca selibró de una propensión a actuar a travésde golpes de fuerza o incidentesviolentos y siempre resultóprofundamente ambigua respecto de lademocracia.

En Barcelona, Lerroux no se enfeudócon ninguno de los sectores delrepublicanismo sino que se situó porencima de sus disputas. Esencialmenteproclive al activismo, oradorespectacular y colorista, demostraba suvoluntad de conquistar el electorado porel procedimiento de exhibir confrecuencia la más desatada violencia

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verbal. Su partido no fue exclusivamentede la clase trabajadora, pero se implantósólidamente en ella: un tercio de lassociedades que se agruparon en elsindicato Solidaridad Obrera eran de supartido, que sólo en 1908 se denominóradical. No tenía inconveniente enafirmar que para algunos republicanosera anarquista, mientras que éstos leseguían reputando republicano. Desdeun principio proporcionó serviciosjurídicos y económicos a la poblaciónobrera y consiguió inaugurar la primeraCasa del Pueblo, bastante antes de quelos socialistas lo hicieran en Madrid. Apartir de 1904, cuando controló el

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ayuntamiento barcelonés, logrósubvenciones para las escuelasauspiciadas por su partido y estepeculiar sistema escolar educó al 7 por100 de la población barcelonesa. Nuncadejó de apoyarse en las masas: en sumejor momento el partido llegó a tener9.000 afiliados y a sus reuniones, entrefiesta y mitin, que solían concluir enincidentes de orden público, asistían aveces sesenta o setenta mil personas.«El lerrouxismo» rentabilizó unanticlericalismo típico de la plebeurbana de la época, pero no lo controló:aunque los radicales no provocaron laSemana Trágica —ésta fue, más bien,

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una explosión residual y accidental—los jóvenes dirigentes del radicalismoparticiparon en ella quedando inscrita enun lugar preeminente dentro de lamitología del partido. No puede extrañarque así fuera si tenemos en cuenta que elfundador había colaborado en atentadosanarquistas y, desde final de siglo, habíapuesto sus esperanzas en un golpe deEstado violento para derribar laMonarquía. Originariamente, el anti-catalanismo no formaba parte delideario del partido radical de Lerroux.Incluso fueron catalanes sus dirigentesde barrio, pero el repudio por parte delelectorado obrero a la burguesía que

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militaba en la Lliga era real y noartificioso; además, los republicanosanti-solidarios eran los pertenecientes ala burguesía más instalada. Sólo con elpaso del tiempo «el lerrouxismo» sehizo demagógicamente españolista.Tampoco puede considerarse como unpartido exclusivamente basado en eldeseo de lucro de quienes en élmandaban aunque sus dirigentes eranpolíticos profesionales de extracciónhumilde que hicieron de su dedicación ala vida pública todo un oficio oprofesión, con los graves inconvenientesque eso implicaba. Los concejales de laLliga no tenían esos problemas, pero

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tampoco esa procedencia popular.Un posible error de concepto acerca

de Lerroux consistiría en poner enrelación este personaje revolucionariocon el muy moderado de tiempos de la IIRepública. La verdad es que cuandodebió de exiliarse, después de laSemana Trágica, emprendió negocios enArgentina, que nada más regresar aBarcelona completó con otros. Era yauno de los escasos españoles quedisponía de automóvil. Paralela a estaevolución personal, en un hombre quedijo de sí mismo que «no se tenía por unsan Francisco de Asís», fue la que en élse produjo desde un punto de vista

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ideológico. Lejos ya de surevolucionarismo inicial, en 1910-1914pretendió aparecer como un moderadopolítico de centro-izquierda asimilable alo que suponía, por ejemplo, LloydGeorge en Gran Bretaña; eso leproporcionó el apoyo temporal deconocidos intelectuales, como Batoja yOrtega. Al mismo tiempo su influenciaen Barcelona decaía, al menos entérminos relativos. Desde 1911 no fueya el radicalismo la opción más votadaen la capital catalana. Aquí, a diferenciade Madrid, siempre mantuvo un ciertotalante de izquierda que hacía, porejemplo, que los abogados que

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defendían a los dirigentes sindicales dela CNT acostumbraran a ser miembrosdel partido radical.

El republicanismo de izquierdas,vinculado a la persona de VicenteBlasco Ibáñez en Valencia, tiene muchospuntos de contacto con «el lerrouxismo»barcelonés. Hubiera sido lógico,incluso, tratar de él como un precedentepues fue anterior (y también mantuvo unahegemonía más duradera) pero la mayorimportancia de la capital catalanaobligaba a abordar «el lerrouxismo» enprimer lugar. Como éste, tenía también«el blasquismo» un órgano de prensamuy popular y una relación estrecha con

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las sociedades obreras, que luego seindependizaron, pero con las quecoincidía en un reformismo social queno tenía otras posibilidades políticas.Así se demuestra con los resultadoselectorales: en 1907 el PSOE obtuvo enValencia 183 votos y «el blasquismo»más de 10.000. Otros rasgos confirmanla semejanza entre Blasco y Lerroux: enambos es perceptible, bajo la defensa dela democracia, propensiones autoritariasy una cultura literaria y política nodemasiado alejada del folletínromántico, del que la obra literaria delprimero se puede considerarcontinuación. Como el partido radical,

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también «el blasquismo» constituyó unmovimiento modernizador actuandomediante asociaciones estables, loscasinos. El auge político del«blasquismo» se produjo entre 1899 y1911, es decir, un periodo relativamentesemejante a aquel de predominio«lerrouxista» en Barcelona, pero en1915, y hasta 1923, volvió a recuperarel control de la ciudad.

Sin embargo, hay tambiéndiferencias entre estos dos movimientosrepublicanos. «El blasquismo» lograbasu principal apoyo en los mediossemirrurales del entorno valenciano(Sueca, Alcira…) pero llegó a tener un

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apoyo importante en la burguesía de lacapital. Sus enemigos no fueronregionalistas, sino los católicos y losseguidores del también republicanoSoriano, cuyas diferencias con Blascono eran más que puramentepersonalistas. Aunque «el blasquismo»coincide en muchos puntos con «ellerrouxismo» es posible que fuera másexclusivamente anticlerical que él: ésafue la razón de la primera presencia enla vida pública de quien le dio nombre,cuyos seguidores a menudo creabanimpuestos sobre el toque de campanas osubvencionaban el carnaval,considerado como vitando por los

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clericales. «El blasquismo», en fin,favorecido por el éxito literario dequien le daba nombre, se convirtió enuna especie de patriotismo local, lo quepuede haber ayudado a su perduración.

A comienzos de la segunda décadadel siglo, el apogeo de la cuestiónclerical y las tensiones en torno a laactuación de Maura provocaron unnuevo auge del republicanismo, aunquede nuevo habría de resultar efímero,beneficiando sobre todo a otro grupopolítico, en este caso los socialistas. Dela iniciativa del grupo parlamentariorepublicano surgió la conjunciónrepublicano-socialista que consiguió la

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elección de Iglesias por Madrid en1910, pero que no sólo mantuvo almargen a los radicales, sino quetampoco llegó a elaborar un programacomún en materias como la cuestiónsocial o la regional. De hecho, laconjunción llevó una vida lánguida hastaque, en vísperas de la Primera GuerraMundial, se disolvió en la práctica. Engran parte se debió a la aparición deotro grupo político de característicasmuy diferentes «al lerrouxismo» o «alblasquismo» y que tuvo tras de sí a lossectores profesionales e intelectualesmás valiosos del republicanismoespañol. En realidad siempre había

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existido una tendencia reformista ypuramente demócrata, rodeada derespetabilidad social e intelectual, en elseno de este movimiento, identificadacon Salmerón hasta el momento de sumuerte. La gestación remota de un nuevopartido debe remontarse hasta 1909, conocasión de la protesta por la actuaciónde Maura en la Semana Trágica. Unsector del republicanismo, al que prontose calificó de «gubernamental», parecióestar dispuesto a colaborar con Moret ysu acercamiento al sistema de laRestauración todavía se acentuó conocasión de la conflictividad social decomienzos de la segunda década del

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siglo. Cuando, a la muerte de Canalejas,Cossío, Cajal y Azcárate, tres grandesintelectuales, a los que genéricamentecabe reputar republicanos, visitaron alRey, el tercero declaró que «handesaparecido los obstáculostradicionales». Eso parecía abrir el pasoa una renovación del turno en unmomento en que éste se encontraba,como veremos, en situación crítica.Azcárate fue luego, junto conMelquíades Álvarez, el principalinspirador del nuevo grupo que pasó adenominarse reformista. Este partidoreanudaba la tradición del posibilismo«castelarino»: Álvarez declaró no tener

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nada en contra de una Monarquía capazde comportarse como lo hacían las deBélgica, Italia o Gran Bretaña, e inclusoañadió que en España los monarcas aveces resultaban más progresistas que elpueblo. Azcárate, de mayor consistenciaintelectual, representó el ala izquierdadel partido, que nunca perdió lacondición republicana y que exigió, porejemplo, el inmediato abandono deMarruecos, punto en que Álvarez estabadispuesto a aceptar los compromisosexteriores de la Monarquía española. Elpartido reformista despertó un graninterés en los medios intelectuales:desde Ortega a Azaña, pasando por

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Pérez de Ayala, los hombres de lageneración intelectual de 1914 sesintieron vinculados con esta empresa,la primera de carácter político en la quecolaboraron con decisión. No puedeextrañar que lo hicieran puesto que elprograma de los reformistas era muysemejante al del liberalismo radicalinglés o incluso al socialismo fabiano:soberanía del poder civil,secularización del Estado (matrimoniocivil, supresión del presupuesto de cleroy separación de la Iglesia y el Estado) yreforma social (nacionalización deminas y ferrocarriles y medidas deapoyo al sindicalismo). Frente a la

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improvisación habitual en los mediosrepublicanos, entre los que pululabanlos periodistas entusiastas peroincapaces de redactar un programapolítico, el reformismo suponía unaimportante ruptura, cuya apariencia erapositiva. Sin embargo, la primeraconsecuencia de la aparición delreformismo no fue potenciar lasposibilidades republicanas sino arruinarla conjunción republicano-socialista. Lacampaña electoral de 1914 tuvo lugar enmedio de un enfrentamiento entre los dossectores en el seno de izquierda. Losreformistas quedaron, en realidad, muypor debajo de sus expectativas de llegar

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a ser un elemento de primeraimportancia en el seno de la políticaespañola: tan sólo consiguieron oncediputados y dos senadores. En loscomicios siguientes (1916) sólo fueronelegidos catorce reformistas. En suconjunto los republicanos habíandisminuido, incluso si se sumaban losdos grupos.

¿Qué había sucedido? En realidad,ya antes de 1914 el reformismo habíademostrado que si el régimen de laRestauración tenía para domesticar a losdemagogos el procedimiento de lacorrupción, con los posibilistas podíausar otros motivos de atracción. El

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principal de ellos era, sencillamente,que la apatía y la desmovilización delelectorado español contribuían a hacerinviable cualquier tipo de programa yque, además, los movimientosrenovadores acaban haciendo propioslos procedimientos habituales en losgrupos políticos de turno. Aunque acabópor demostrarse definitivamente despuésde este periodo, ya en la primeraposguerra mundial el grupo encabezadopor Melquíades Álvarez adquirió casitodos los rasgos propios de los sectorespersonalistas en que se dividía elpartido liberal. Muy pronto su zona deinfluencia electoral se circunscribió a

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Asturias, donde era elegido Álvarezusando de los mismos procedimientoshabituales en otros sectores políticos ycacicatos personalistas. Losintelectuales que habían figurado en susfilas sintieron una amarga decepción:cuando apareció la aproximación haciaRomanones, Ortega y Gasset diagnosticóque el partido «había entrado en la bocadel zorro». Por su parte, Azaña, autordel programa del partido en relación conla cuestión militar, acabó afirmando queMelquíades Álvarez, se habíacorrompido «de tanto ir al casino». Portanto, resulta indudable que, a la alturade 1914, las posibilidades de los

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republicanos, que parecían importantesa comienzos de siglo, se habían idodesvaneciendo un tanto, lo que se hizotodavía más evidente con posterioridada la Primera Guerra Mundial.

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El regeneracionismodesde el turno: Eltrienio de Maura

La necesidad de aludir a losnacionalismos y regionalismosperiféricos y a la evolución delrepublicanismo ha hecho queprescindamos, por el momento, ennuestra narración, del criteriocronológico con que se desarrollaba. Sivolvemos la vista atrás, a lasalternativas gubernamentales,recordaremos que nos habíamos

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detenido en 1907, momento en que,patente ya la división de los liberales,accedió al poder, en el mes de enero, elpartido conservador, cuyo liderazgoestaba ya sólidamente en manos deAntonio Maura. Aparte de ser, con todaprobabilidad, el dirigente más valiosodel mismo, las muertes de RomeroRobledo y Fernández Villaverdecontribuyeron a facilitarle la llegada alpoder. Si algo caracterizó su etapa deGobierno desde 1907 a 1909 fueprecisamente la solidez de la mayoríaque lo apoyaba. Eso —y su generosidadal contar como ministros con antiguos«villaverdistas»— facilitó la

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estabilidad política del periodo.Con la llegada al gobierno de Maura

se abre el lustro del renegeracionismodesde el poder, primero de acuerdo conla fórmula conservadora y luego con laliberal. Como ha advertido Carlos Seco,existen algunos paralelismos entre elpolítico conservador y Canalejas, susucesor. Nacidos en parecida fecha (elliberal en 1851 y Maura en 1853) amboshabían sido disidentes en susrespectivos partidos. Paradójicamente,sin embargo, el lenguaje —y no elprograma— de Maura fue más virulento,casi revolucionario, en la denuncia delos males del sistema, mientras que

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Canalejas era, de forma inequívoca, unhombre de la Restauración. Pero, almismo tiempo, el político liberal fuemucho más moderno en su enfoque deotros problemas, como, por ejemplo, losde carácter social.

Mallorquín de nacimiento, Maurainició su trayectoria profesional ypolítica en torno a la figura de GermánGamazo, uno de los principalesdirigentes del partido liberal conespecial influencia en Castilla la Vieja.Al tiempo que diputado fue tambiénpasante en el despacho de abogado de sujefe, con una de cuyas hijas se casó.Desde el momento en que apareció en la

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vida política y más aún, cuando,siguiendo a su grupo, se incorporó alpartido conservador, se pudo apreciarque Maura estaba por encima de lamedia de la política española delmomento. Como decía Azorín, Mauraparecía haberse tomado la política enserio pero más sorprendente esencontrar el mismo tipo de juicios enpersonas que siempre fueron muylejanas a lo que Maura podíarepresentar. El propio Lerroux llegó adecir en una ocasión que todos losdiputados estaban en condiciones deigualdad, con la excepción de Maura,cuya primacía quedaba así reconocida.

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Ortega, quien con frecuencia emitióduros juicios acerca de su persona, notuvo, sin embargo, inconveniente enadmitir que era «el único políticoespañol que ha sentido una hondarepugnancia ante la realidad política deEspaña»; «en su persona» —añadió—«parecía un momento que iba aromperse el compás de ruin danzacómica que desde siempre habíacaracterizado a la política de laRestauración». Gran orador y patriotaindudable, capaz de trascender losintereses de su partido ante losnacionales, Maura accedió al poder,hecho infrecuente en la España de su

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época, con un programa que trató coninsistencia de llevar a la práctica.Veremos más adelante sus limitaciones ylos errores que cometió al tratar decumplirlo, pero ya de entrada es precisoaludir a un rasgo de su carácter que jugóun papel de importancia en sutrayectoria política. Cambó, en susMemorias, afirma de Maura quefrecuentemente su propia superioridadsobre la media de los protagonistas dela política española de la época le hacíadar batallas frontales, a menudo conexceso de gallardía y falta de sentido dela medida.

«La habilidad, la amabilidad y la

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seducción —explica Cambó— puedenser armas de mucha mayor eficacia quela audacia y la elocuencia». Pero eso noera fácil de admitir para Maura, comotampoco nada que le separara de dosrasgos esenciales de su concepción de lavida, el catolicismo profundo (porcompleto compatible con el liberalismo)y la formación jurídica. Azcárateaseguraba que Maura no había leído«más que dos libros en su vida, elcódigo civil y el catecismo».

Antes de tratar de su gestión comogobernante es preciso referirse al bagajeprogramático con el que acudió a lagobernación del país, que puede ser

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definido como un perfecto paradigmadel regeneracionismo conservador,semejante al que en otro momento habíacaracterizado a Silvela. Partía Maura dela conciencia de que el sistema políticode la Restauración carecía de verdaderoapoyo popular:

«La inmensa mayoría del puebloespañol —decía— está vuelta deespaldas, no interviene para nada en lavida pública». Tal descripción eraveraz; lo sorprendente era que unmiembro tan relevante de la clasepolítica de la Restauración no tuvieraempacho en admitir esa situación. Esmás, Maura afirmaba que las elecciones

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eran «saturnales» en que «un enjambrede altos y bajos agentes del gobiernocae sobre pueblos y ciudades ydespliega todo el repertorio de losatropellos, ejercita todas las artes delabuso, realiza los más desenfadadosescamoteos y manipulaciones y pone enjuego las más ingeniosas burlas ytrapacerías». Frente a esta situación lamisión del partido conservador había deser, según Maura, «llenar de vida lasinstituciones establecidas», apelando alo que denominaba, con terminologíatípicamente «costista», como la «masaneutra»: «Uno de los primeros y másimportantes orígenes del mal que aqueja

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a la patria consiste en el indiferentismode la masa neutra. Yo no sé si suegoísmo es legítimo, aunque sí sobrancausas para explicarlo. Lo que digo esque no se ha hecho un ensayo parallamarlos con obras». Con lenguajeactual una historiadora ha definido esteprograma como «la socializaciónconservadora». Este propósito eraprofundamente liberal, comocorrespondía a los orígenes políticos deMaura, y en ello radicaba, al menos, unadiferencia de matiz respecto de Silvela.Este no hubiera dicho, como Maura, que«la libertad se ha hecho conservadora»,quizá porque era mucho más escéptico

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respecto de la capacidad política de losespañoles. «El liberal aquí soy yo»,aseguraba, en cambio, Maura a suscontradictores; «es evidente,evidentísimo: soy de los últimos quequedan». Todas estas afirmaciones,unidas a las capacidades de Maura,explican la buena fama historiográficaque ha tenido durante mucho tiempo eldirigente conservador, a lo que hacoadyuvado el predominio de la derechaen España durante nuestro siglo XX. Deentrada, sin embargo, cabe llamar laatención acerca de lo contradictorio deque quien afirmara esto acerca de laselecciones no introdujera novedad

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alguna relevante en la forma de llevarlasa cabo cuando llegó al poder.

Durante su estancia en él, comoqueda dicho, Maura, a pesar de emplearcon su partido un tono exigente («somosincompatibles con digestionessosegadas», dijo) lo mantuvoplenamente disciplinado: en treinta ytres meses de Gobierno —duración muyinfrecuente en los de la Restauración—hubo tan sólo dos crisis ministeriales enHacienda y otras tantas en Guerra,debidas a motivos de salud. El tonoderechista del gabinete se pudo percibiren la presencia de Rodríguez Sampedra,que había firmado en 1904 el acuerdo

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con el Vaticano, y del marqués deFigueroa, autor de un libro, escrito en elcambio de siglo, de tono marcadamenteanti-liberal. Pero la figura que, con eltranscurso del tiempo, estaba destinadaa quedar más caracterizadamente comorepresentante del ala derecha delconservadurismo fue Juan de la Cierva.Voluntarioso y dotado de grancapacidad de trabajo (Azorín, diputadoy subsecretario con él, aludió a «losbienes que al país podría reportar diez,quince años de su labor persistente»),De la Cierva era también poco hábil ytendía a multiplicar la tendencia a laconfrontación que siempre caracterizó a

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Maura, empeorándola a base de rudeza yolvidando el marco de coincidencia alque le obligaba el propio sistema de laRestauración. Quiso ser la expresión delprincipio de autoridad pero a menudocayó en la arbitrariedad. Otra prueba, enfin, del carácter derechista del Gobiernode Maura fueron las relaciones decompenetración, aunque no de alianzaexplícita, con los medios clericales.

En condiciones normales, ungobierno de estas características podíahaber tenido una clara oposición de losliberales, pero no fue éste el caso,sencillamente por la debilidad decarácter de Moret y la escisión de su

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partido, del que se desgajó una ramademocrática que tuvo como principalesdirigentes a López Domínguez yCanalejas. Un primer intento deoponerse al Gobierno, al que se atribuyóuna presión desmesurada en el momentode las elecciones de 1907, quedó ennada, y, en general, hasta la etapa finalde Maura, el liberalismo no fueverdaderamente una oposición peligrosapara los gobernantes conservadores. Porsu parte, Alfonso XIII no mantuvo elintervencionismo en la vida política quele había caracterizado antes. Fueraporque tendiera a plegarse a unainterpretación más liberal de la

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Constitución o, sencillamente, porquehubiera experimentado losinconvenientes de actuaciones previas,el hecho es que sus relaciones con elpresidente fueron buenas. A estoayudaba el que Maura se hicierarespetar pero evitara ahora tratar al Reycomo a un aprendiz. Alfonso XIII, por suparte, tampoco dejó periódicamente delanzar frases malintencionadas respectode su Gobierno: le dijo, por ejemplo,que en las elecciones no había dejadoque llegaran a las Cortes más que susamigos (los del presidente) y susenemigos (los de la Monarquía).Después de haber utilizado los

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procedimientos de presión habituales,Maura tuvo que conformarse con unaderrota parcial en los medios urbanos yen Cataluña. La mayoría que logró, y elhecho de que permaneciera sólidamentea su lado durante todo el periodo,explican, sin embargo, que esta etapatenga una fisonomía peculiar en elreinado ele Alfonso XIII. Como elGobierno de Sagasta durante la regenciade su madre, fue éste un periodo de granproducción legislativa cuya influenciaresultaría perdurable: en 1909 habíansido aprobadas por las dos Cámaras 261disposiciones, aunque sólo la mitad demanera completa.

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En primer lugar, un papel muyimportante le correspondió a lasdisposiciones de carácter económico ysocial que, muy de acuerdo con lo quehabía sido la evolución de los antiguos«gamacistas» desde el liberalismo alconservadurismo, supusieron unmarcado giro no sólo hacia elproteccionismo sino también hacia elnacionalismo económico. En el año1907 fue dictada la ley de protección ala industria nacional y ese mismo año,consciente de que «la eficacia de nuestradefensa había de radicar sobre todo enla fuerza naval», Maura hizo aprobar unplan de acuerdo con el cual se

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construiría un elevado número de nuevasunidades. Lo importante de unadisposición como ésta era queestimulaba la industria nacional, aunquelo hiciera en el terreno militar y nomediante el fomento de las obrashidráulicas, por ejemplo. Paracompletar el panorama, en 1909 seaprobó una ley de fomento de lasindustrias y comunicaciones marítimas,que también revestía el mismo carácterde estímulo a la siderurgia. Las medidasde desgravación del vino o deregulación del mercado del azúcartenían el mismo propósito nacionalista.También se inició una vía corporativista

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reuniendo en consejos o juntas a lossectores interesados. Hubo, además,medidas de carácter social que teníancomo antecedente la obra conservadoraen los gobiernos de fin de siglo; parte dela propiciada por Maura quedó en laexpresión de las buenas intenciones,pero otra habría de tener una importanterepercusión. La ley de colonizacióninterior fue un buen ejemplo de loprimero, pero las de emigración,sindicatos agrícolas, creación delInstituto Nacional de Previsión,tribunales industriales, descansodominical, persecución de la usura,inamovilidad de funcionarios, etc.,

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tuvieron un carácter netamentemodernizador, aun dentro de laideología conservadora que lasjustificaba.

Pero lo que daba sentido a lapresencia de Maura en el poder yanimaba el núcleo central de suprograma era su propósitoregeneracionista y éste no sólo consistíaen una transformación delfuncionamiento de la Administración,sino también en ponerla en contacto conesa masa neutra, cuya presencia en lavida pública Maura tenía la intención depromover. Como ministro de laGobernación, De la Cierva reorganizó la

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policía (cuya situación era tandeplorable que ella misma participabaen los atentados), persiguió elbandolerismo, todavía endémico enzonas del sur de España, y dictódiversas disposiciones moralizantes quemotivaron ironías por parte de Ortega.De mucha mayor importancia que estasmedidas fueron otras de carácter másespecíficamente político. La reformaelectoral de 1907 fue, en realidad, laúnica medida de este tipo, desde laintroducción del sufragio universal,hasta la dictadura de Primo de Rivera,cuando, si verdaderamente se deseabauna transformación profunda del sistema

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político español, la modificación delsistema electoral era sencillamenteinevitable. La nueva legislaciónintrodujo importantes novedades comoel voto obligatorio, la regulación de lacomposición de las juntas del CensoElectoral para que actuaranimparcialmente, la determinación de lavalidez de las actas con intervención delTribunal Supremo y la proclamaciónautomática del candidato que carecierade contrincante. Todas estas medidaseran bienintencionadas, peroinsuficientes y, en ocasiones, tuvieron unefecto contraproducente; tan sólo lacomposición de las Juntas Electorales

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tuvo un efecto netamente positivo, puesla intervención del Tribunal Supremoacabó convirtiéndose en un elemento dedeterioro sin constituir, por otro lado,una absoluta garantía de imparcialidad.Sólo una ley de representaciónproporcional hubiera podido combatireficazmente el caciquismo, pero estalegislación apenas existía en la Europade la época. Si esta nueva disposiciónmostró el componente liberal de lospropósitos de Maura, su proyecto de leyde terrorismo manifestó su vertienteautoritaria: hubiera permitido lasupresión de centros o diariosanarquistas y la expulsión de quienes

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defendieran estas doctrinas. Visto lo quesucedió con posterioridad a la SemanaTrágica, ya se puede prever que elresultado de medidas como éstashubiera sido lamentable, en especial dedejar la interpretación de las mismas enmanos de De la Cierva. Maura renuncióa la aprobación de esta ley, que levantóinmediatas suspicacias en los liberales,porque para él resultaba mucho másdecisiva la aprobación de una nueva leyde Administración local. Con estoúltimo el presidente no hacía sinoratificar una tendencia de la política desu tiempo: tan sólo en el espaciotranscurrido del siglo XX había habido

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tres proyectos liberales y unoconservador con este propósito. Peronadie insistió tanto como Maura en elcarácter absolutamente perentorio de laaprobación de una disposición comoésta. «Yo no conozco —dijo— asuntode mayor gravedad y trascendencia queel de la reforma de nuestraAdministración local. Para mí éste es elproblema capital de nuestra políticapalpitante, el centro, la parte más vivade toda preocupación con que un hombrepúblico español ha de mirar elporvenir… Se elevará el pensamientocon magnificencias oratorias y grandesresonancias doctrinales a las más altas

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concepciones científicas: se hablará deorganizaciones nuevas de los poderespúblicos: llegarán los legisladores amejores aciertos, pero el pueblo noobtendrá ni gozará sino aquello queconsienta el estado de la Administraciónlocal». En definitiva, la tesis de Maura,típicamente regeneracionista, consistíaen afirmar que el despertar de la masaneutra debía empezar por el municipio:sólo evitando la intervención excesivade la Administración central se lograríala regeneración del sistema político. Elcontenido de la reforma consistía, enestas condiciones, en una considerableampliación de la autonomía municipal,

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aunque tuviera también otros aspectos.Muy de acuerdo con la mentalidad de laépoca, sobre todo en los ambientesconservadores, se introducían fórmulasde representación corporativa al mismotiempo que se propiciaban fórmulas deorganización regional a través de lasmancomunidades provinciales. Elcarácter excesivamente detallado de laley (según advierte Cambó, hubiera sidoposible y más prudente presentar unasimple ley de bases) y estos últimosaspectos fueron los que motivaron lamayor parte de las intervenciones de laoposición.

Así se explica por las circunstancias

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en las que se llevó a cabo la discusiónen las Cortes. Maura había hecho todolo posible por evitar el triunfo deSolidaridad Catalana y en las Cortesempezó por afirmar que no servía másque para «la negación»: él no podíaadmitir el reconocimiento de cualquiertipo de personalidad regional quesupusiera «hacer jirones la Patria». Sinembargo, el hecho de que, en la práctica,pese a la existencia de unrepublicanismo catalanista, fuera Cambóquien ejerciera el liderazgoparlamentario de Solidaridad, facilitó unacercamiento. Los puntos de partidarespectivos de Maura y Cambó eran

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incluso diametralmente opuestos, ya quemientras Maura quería dar nuevo alientoa la España oficial, Cambó deseabaencontrar un camino para la Cataluñareal que él representaba, una vez dotadade unas instituciones peculiares. Pero,con el paso del tiempo, Maura llegó adecir que «vosotros pugnáis contra lasmismas cosas que yo quiero extirpar, y,aunque no lo queráis, habéis venido aeste Parlamento para ser colaboradoresmíos». Con el nacionalismo vasco lesucedió algo parecido: fue Maura quiennombró un alcalde de Real Orden deesta filiación. Pasadas sus reticenciasiniciales actuó, en la discusión de la Ley

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de Administración local, con unamanifiesta voluntad de transacción y notuvo inconveniente en aceptar enmiendasque de hecho favorecían una germinalautonomía catalana (lasmancomunidades de diputaciones). Peroesto mismo tuvo como consecuencia quetanto republicanos catalanes comoliberales arreciaran en su oposición, queno carecía de fundamento, en el sentidode que, por ejemplo, la representacióncorporativa necesariamente había defavorecer a los sectores conservadores.Finalmente, se aceptó que sólo existierarepresentación corporativa allí dondehubiera asociacionismo real. Atraídos

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los catalanistas por la actitud de Maura,Solidaridad Catalana acabódesgarrándose interiormente mientrasque el proyecto de Administración localse eternizaba en las Cortes, donde diolugar a 5.500 discursos y 2.800enmiendas. Incluso si el proyectohubiera sido aprobado definitivamenteel resultado hubiera sido mucho másmodesto que el esperado por Maura. Lareforma de la Administración local sólopodía provocar la independización delelectorado allí donde se dieran lascondiciones previas necesarias, como enCataluña. En el resto de la Península,con excepción de algunos núcleos

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urbanos, no era posible esperar de lanueva legislación unos efectosmilagrosos. Con todo, a pesar de quenunca llegara a aprobarse la ley, laverdad es que Maura, a la altura delverano de 1909, podía considerarsesatisfecho con el resultado de su gestiónen el poder. Había sido acusado en dosocasiones de corrupción administrativa:por un miembro de su propio partido,Sánchez de Toca, en relación con elabastecimiento de agua a Madrid, y porel republicano Sol y Ortega, respecto dela concesión de un contrato para laconstrucción de la escuadra, perotambién había quedado patente su

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inocencia. La mayor parte de la prensaestaba contra él, y, entre los liberales,Moret había mostrado su voluntad dellegar a un acercamiento con losrepublicanos en contra del predominiode la supuesta reacción. Sin embargo, locierto es que en esa fecha nada parecíaponer en peligro a los conservadores,que podían esperar mantenerse en elpoder por un periodo semejante al deSagasta en 1885.

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La Semana Trágica yla caída de Maura

Todo cambió sustancialmente comoconsecuencia de los sucesos deBarcelona, que estaban destinados ainfluir de forma decisiva en la políticaespañola. La situación en la capitalcatalana era habitualmente explosiva porel entrecruzamiento del problema social,la protesta nacionalista, elrepublicanismo modernizador —perodemagógico— de Lerroux, y lapropaganda anarquista; hasta tal punto la

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situación era ésa que Ángel Ossorio yGallardo, gobernador civil de laprovincia, llegó a escribir que «enBarcelona la revolución no necesita serpreparada, lo está siempre; asoma a lacalle todos los días; si no hay ambientepara su desarrollo, retrocede; si hayambiente, cuaja». Esto último, como eslógico, se solía ver favorecido por lasactuaciones erróneas o ineficaces delpoder político, tal como sucedió en1909-Se debe tener en cuenta, noobstante, que la parquedad de mediospoliciales era tal que el Gobierno,consciente de que los fondos de quedisponía el gobernador tenían como

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origen las cantidades abonadas por lasprostitutas en los sanatorios públicospara su higiene, aceptó la existencia deuna policía privada, pagada por laDiputación y el Ayuntamiento. Unincidente con los indígenas en losaledaños de Melilla tuvo comoconsecuencia la necesidad de solicitarrefuerzos a la Península, y el ministro dela Guerra recurrió a una brigada en quefiguraban reservistas catalanes de edad,trabajadores con familias que dependíande ellos. La guerra de Marruecos habíasido y sería en el futuro muy impopularentre las clases humildes, por lo que unperiodista liberal había advertido a

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Maura que actuar allí era sinónimo desufrir las consecuencias de larevolución. Ahora la protesta segeneralizó ante una decisión cuyacoherencia nadie entendió y todas lasfuerzas políticas catalanas solicitarondel Gobierno que renunciara a susmedidas. El embarque de las tropas diolugar a escenas penosas, quedesembocaron en una verdadera rabiaanticlerical cuando señoras de la buenasociedad ofrecieron escapularios ymedallas a los soldados en el momentode ascender a los buques, de los que erapropietario un conocido personaje delmundo católico. La indignación estaba

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tan generalizada que de manerainmediata se concretó en un movimientoacaudillado por un comité de huelga delque formaron parte los grupos políticosde izquierda; sin embargo, la protesta,en realidad, más que verdaderamenteorganizada, fue el producto espontáneode las circunstancias. El 26 de julio sellegó a la huelga general, que en unprincipio fue pacífica y unánime. Peroen este momento la actuación de lasautoridades empeoró la situación. Elgobernador civil, Ossorio y Gallardo,era una personalidad moderada queprobablemente había contribuido a queevolucionara la actitud de Maura

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respecto de Solidaridad Catalana.Consideraba que el catalanismo nopodía ser suprimido y que el intento dehacerlo no tendría otro resultado queempeorar la situación. Así se explicaque, aunque Maura promoviera medidasde inequívoco nacionalismo español, almismo tiempo Prat de la Riba fueracondecorado. Ossorio era tambiénpersona muy celosa de su autoridadfrente a la militar y a De la Cierva:consideraba que no podía tener«jurisdicción de pordiosero» y amenudo despachaba directamente con elpropio Maura. Cuando arreció elconflicto quiso evitar la entrega del

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poder a las autoridades militares yacabó dimitiendo cuando no loconsiguió. Por su parte, De la Ciervamintió conscientemente al describir losucedido como si se tratara delresultado de un movimiento nacionalistay los militares actuaron de formaexpeditiva pero, con frecuencia, errada.Tanto la ausencia de poder civil como lamala interpretación desde Madridtuvieron pésimos efectos: la mismacarencia de dirección precisa hizo quela protesta «se corriera como una traca yestallara como una bomba». Prontosurgieron violentos incidentes cuandolos huelguistas empezaron a atacar a los

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tranvías que seguían funcionando. De ahíse pasó a una oleada de ataques eincendios de los edificios religiosos.Aunque en ellos tomaron parte losjóvenes dirigentes del republicanismoradical, no cabe atribuirles la exclusivasino que, probablemente, hubo mucho deespontáneo en tal género de atentados,que no constituían un delito de rebeliónmilitar y se veían facilitados por elhecho de que los edificios religiosos ydocentes carecían de protección.Mientras tanto, de forma rapidísima, lossectores de clase media pasaron de laaceptación de la protesta al terror. Losparticipantes en los sucesos, por su

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parte, demostraron con su actuación quelo que protagonizaban no era esarevolución denunciada por el Gobierno,ni siquiera un movimiento con unobjetivo preciso: un testigo presencialescribió que la sedición «no habíatenido unidad de pensamiento, nihomogeneidad de acción, ni caudillo quela personificara, ni tribuno que laenardeciera, ni grito que la concretase».No sólo no hubo un programa de acciónni unos propósitos precisos, sinotampoco panfletos o proclamas quedefinieran lo que pretendían quienesdominaban las calles.

En estas condiciones no resulta

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extraño que el movimiento no fueradominado por la fuerza sino que,simplemente, colapsara por sí mismo.Las clases conservadoras se sintieronaterrorizadas: 63 edificios habían sidoincendiados y había muerto un centenarde personas. Sólo los más inteligentes olos más sensibles, como el poeta JoanMaragall, fueron capaces de darsecuenta de que esa «ciudad quemada»que ahora era Barcelona encerrabaprofundas enseñanzas que no podían serolvidadas: «Bendita seas, tempestadpasada —escribió—, porque haceslevantar los ojos a la luz nueva». Detodos modos, la peligrosidad de la

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sedición, a partir de las premisasexpuestas, fue mucho menor de lo quelas cifras de muertos y de daños puedenhacer pensar. La represión tuvo, sinembargo, una dureza ciega y brutal,como había sido antes cruel ladestrucción de vidas y edificios. Más deun millar de personas fueron arrestadasy 17 condenadas a muerte, tras sersometidas a los tribunales militares. Alfinal fueron cinco los ejecutados,normalmente protagonistas anecdóticosde los acontecimientos (por ejemplo, unguardia que se había pasado a losrevoltosos o un paisano que habíabailado con los restos momificados de

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una monja). La figura más conocida fueFrancisco Ferrer Guardia, cuya muertelevantó oleadas de indignación en losmedios de la izquierda liberal europea.La sentencia fue emitida por el conjuntode su vida, en la que se consideraba quehabía utilizado la educación como «unantifaz» para proseguir sus funestosdesignios. Los propagandistas delanarquismo convirtieron lo sucedido enuna muestra de que en España habíaresucitado la Inquisición y de que losmedios clericales se habían vengado, enla persona de Ferrer, de la competenciaque les hacía con su dedicación a laenseñanza. Uno de ellos, Tárrida del

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Mármol, llegó a escribir un libro sobre«los inquisidores españoles» y enLondres fueron fundados un «club anti-inquisitorial español» y un comité «deatrocidades españolas». La verdad esque Ferrer era un personaje mediocre,fanático y bastante simple, cuyasescuelas, bajo la pretensión decientifismo, practicaban una enseñanzateñida de fuerte anticlericalismo. En lapared de su calabozo escribió estosversos simplones: «Mi ideal es laenseñanza, pero racional y científicacual de la Escuela Moderna quehumaniza y dignifica». Todo hace pensarque Ferrer estaba relacionado con

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medios anarquistas que no teníaninconveniente en practicar el atentadopersonal. Resulta, por ejemplo, muyprobable que él hubiera inspirado laacción de Mateo Morral, comoconsecuencia de lo cual estuvo un añoen la cárcel, aunque nada pudoprobársele. Además, así como algunosde los dirigentes radicales se habíancomportado en los días de la SemanaTrágica con una infrecuente discreción,Ferrer se exhibió en exceso y parecehaber querido desempeñar una direcciónque ni era posible en un movimiento deesas características ni hubiera sidoaceptada fácilmente. La investigación

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histórica parece demostrar, en todocaso, que nada justificaba su condena enjuicio sumarísimo. Inmediatamentedespués de lo sucedido, la reacción delas clases conservadoras, atizada por lasorpresa, fue mezquina y carente de todaponderación. Nadie pidió el indulto deFerrer cuando Maura mismo habíaestado a favor de concedérselo a unperiodista (Nakens) que había actuadode forma semejante. Maragall pensabaque concluir lo acaecido confusilamientos era una barbaridad y quisoescribir un artículo titulado «La Ciudaddel Perdón», pero sus propioscorreligionarios catalanistas se lo

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impidieron.Quienes en esta ocasión se

comportaron de una forma másgratuitamente brutal, como paracompensar deficiencias previas, fueronquienes estaban en el poder. Los erroresdel Gobierno a la hora de enfrentarsecon los acontecimientos fueron graves,pues no sólo hizo mal recurriendo a losreservistas, sino que había dejado aBarcelona con una guarnicióninsuficiente y muy escasa de moral.Maura mismo, ausente de Madrid, noestaba preocupado por Barcelona, yapenas por Marruecos, donde habíarecomendado evitar los conflictos

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armados con los indígenas. Luego, tansorprendido como tantos otros, pasó apensar en las «ejemplaridadesnecesarias» e incluso juzgó responsablea Pablo Iglesias. De la Cierva y lasautoridades militares no pusieron enduda dónde estaban lasresponsabilidades. Con la ejecución deFerrer, llevada a cabo en contra de laopinión de algunos de los dirigentesconservadores, como Dato y SánchezGuerra, no sólo se cometió un errorjurídico sino también político.Responsable principal de lo sucedidofue Juan de la Cierva, quien inclusollegó a clausurar el Centro Excursionista

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de Cataluña y «mandó a paseo» aCambó cuando éste le pidió que hicieracompatibles «la prudencia y energía».Ferrer, ejecutado, se había convertidoen un sabio, mártir de las fuerzas de lareacción. De nada sirvió que, comoseñaló Ossorio, «había para reírse» deque ése fuera el juicio más allá denuestras fronteras.

El error político no residió sólo enel modo y el contenido de la represiónsino en que lo sucedido deteriorógravemente el propio sistema político dela Restauración. En un principio, Moret,al frente del partido liberal, no mostróuna discrepancia fundamental respecto

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de Maura, pero la represióngubernamental le llevó a solicitar lainmediata dimisión del Gobierno. Eltono de los debates en las Cortes se fuehaciendo progresivamente violento ycontribuyó a encenderlo la propiaintemperancia de De la Cierva, queacusó a los liberales de haber mantenidouna política de orden públicoamparadora de atentados, llegando arelacionarlos con el intento de asesinaral Rey. Moret afirmó que la mayoríaconservadora había sido modélica, peroahora debía tener la iniciativa deprescindir de Maura y de su ministro dela Gobernación. Maura respondió

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atribuyendo a los liberales el habersealiado con «la cloaca revolucionaria».

Cuando se producía unadiscrepancia tan grave entre los dospartidos de turno en un sistema como elde la Restauración resultabaimprescindible la intervenciónmoderadora del Monarca. En un primermomento el Rey no tomó la iniciativa deponer reparos a la actuación de Maura,pero pronto apreció la magnitud delenfrentamiento cuando descubrió quehabía ex ministros militares,pertenecientes al partido liberal, quedecían de sí mismos tener demonárquicos «el canto de un duro».

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Finalmente, Alfonso XIII acabó poraceptar una dimisión de Maura que éstehabía llegado a presentar sólo con laesperanza de que no se le aceptara.Luego la explicó diciendo que elpolítico conservador no podía pretenderprevalecer «contra media España y másde media Europa». A Cambó, segúnnarra éste en sus memorias, le contó quehabía sido Maura el que le habíaabandonado: la interpretación no deja detener fundamento, aunque sólo en el senode un sistema político como el de laRestauración. En él lo lógico hubierasido o bien apaciguar este tipo deenfrentamiento o bien aceptar un relevo

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en la dirección del partido conservador,aunque fuera tan sólo temporal. Pero ladimisión de Maura fue dolida eindignada, llegando a afirmar que «se lehabía roto el muelle real». Fue éste elprimero y quizá el más importante de losagravios que, en forma sucesiva, fuerondeteriorando la imagen del Monarca enel mundo político. La crisis de 1909reviste, por tanto, la suficientetrascendencia como para que merezca lapena un examen detenido, entre otrosmotivos porque revela la verdaderanaturaleza del poder político durante laRestauración y la ruptura en estosmomentos del llamado «pacto de El

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Pardo». Desde el punto de vista de lasreglas de lo que hoy entendemos por unsistema liberal-democrático, sin dudaMaura no tenía por qué haber dimitido,pues tenía una sólida mayoría en lasCortes. Sin embargo, en un sistema deliberalismo oligárquico como el de laRestauración española la últimainstancia de la acción política no residíaen las Cortes, que se formaban siemprea la imagen y semejanza del presidentedel Gobierno en el poder, sino en elRey. Dentro de las reglas no escritas (eincluso del tenor literal del textoconstitucional) el Monarca tenía laposibilidad y aun la obligación de

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prescindir de Maura. Una crisis degobierno no sólo se producía pordivisión del partido que estaba en elpoder sino también por tener pésimasrelaciones con la oposición o,simplemente, por «perturbacionespolíticas graves». Puede argüirse queMaura tenía tras de sí a un movimientode opinión, pero también es cierto queexactamente lo mismo le sucedía aMoret. Lo propio del sistema político deentonces era, sin embargo, que paraevitar que el pueblo español sedecantara hacia posturas extremistashabía que evitar los grandes conflictosentre las diferentes opciones políticas.

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El jefe del conservadurismo habíaganado las elecciones utilizandoexclusivamente el mismo género demedios que todos y cada uno de suspredecesores y no podía pretender eneste instante cambiar las reglas deacceso al poder para mantenerse en él,como si ahora el sistema español fuerafielmente liberal y no ficticio.

La mejor prueba de que Alfonso XIIIno erró se encuentra en el hecho de que,en Portugal, la confianza prestada por elmonarca a Joáo Franco, una especie deMaura a la portuguesa, contribuyó a laliquidación de la Monarquía en 1910. Lapostura del Monarca español resultó

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más parecida a la del británico que,obligado por la misma época a aceptarla opinión liberal o la actitud deresistencia de los sectoresconservadores encastillados en laCámara de los Lores, acabó pordecantarse hacia la primera solución.Además, con el paso del tiempo, lamayor parte del partido conservador nosiguió a Maura, más que por falta deacuerdo con su postura respecto aFerrer, por reconocer que estabaviolando las reglas del juego habitualesen el sistema político. La supuesta masaneutra que apoyaría a Maura tampocollegó a alterar de forma significativa la

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política española de la época. Por elmomento, no era más que un mitopolítico que sólo llegaría a convertirseen verdad mucho más tarde, nada menosque dos décadas después, destacándoseentonces en un sentido totalmentecontrario al que Maura hubiera deseado.

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Canalejas y elregeneracionismo

liberal

La herencia de Maura, a partir desu dimisión en octubre de 1909, fuerecogida por Moret, pero por pocotiempo: como dice Pabón, el jefe liberalhabía desencadenado la tormenta peroacabó por ser un náufrago en ella. Tenía,por otro lado, su lógica, dentro delsistema político de entonces que, puestoque Maura había sido marginado,también lo fuera su contradictor. El jefe

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conservador le declaró su «implacablehostilidad» y, además, Moret seencontró con que su capacidad demaniobra, habitualmente escasa, se veíaahora reducida por la acumulación deproblemas a sus espaldas. Mientrastenía lugar una conmoción en los mediosmilitares como consecuencia de losascensos concedidos por la actuación enMarruecos, había sectores del partidoliberal que mostraban una profundainquietud por el hecho de que Morethubiera estado demasiado cercano a losrepublicanos. En estas condiciones, lacrisis, «obra de ninguno y de todos», nopodía tardar en estallar y así sucedió

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efectivamente. Nunca Moret tuvo en susmanos la dirección del partido liberalcomo lo había tenido antes Sagasta o lotendría más adelante Canalejas.

Fue éste quien, en febrero de 1910,sustituyó a Moret en la jefatura delGobierno. En la historiografíaconservadora ha sido Maura elprotagonista esencial de la Monarquíade Alfonso XIII, pero con el paso deltiempo se han podido ir apreciando suslimitaciones, aquellos aspectos en losque su comportamiento fueirresponsable o contraproducente parael sistema político en que actuaba, o lasderivaciones de sus seguidores hacia la

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extrema derecha. Por el contrarioCanalejas, al haber concluido su gestiónen el poder de modo abrupto, tras unaperiodo de tiempo no tan largo, parecehaberse librado de las críticas, aunquetambién resulten éstas posibles en elsentido de que quizá acentuó en excesosu adaptabilidad en el seno de unsistema a cuya izquierda habíapertenecido hasta el momento de hacersecon la jefatura del partido liberal.

En cualquier caso, José Canalejasera, como Maura, un regeneracionistaaunque con matices bastante distintos. Siel segundo apelaba a la masa neutra conla esperanza de atraérsela y cambiar la

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política, el primero había representado,durante años, la voluntad de transformaral viejo partido fusionista de Sagasta enun instrumento nuevo y eficiente: para élsiempre fue evidente que «el partidoliberal necesita completar suorganización democrática, popular,propagandista, educadora, combatiente».Pero el contenido de su acción loimaginó siempre bastante distinto alpensado por el dirigente conservador, loque en parte se explica por su evoluciónpersonal. Republicano hasta 1880,desde los años noventa esbozó unapostura muy personal en el seno delliberalismo al mismo tiempo que llegaba

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por vez primera a un Ministerio. Notuvo inconveniente en denunciar elpeligro clerical que percibió como unaamenaza invasora de la sociedad civil yeso le llevó a la dimisión, casoinfrecuente en la política española. Hizoentonces una fuerte propaganda política,pero percibió que su acercamiento a losrepublicanos y un programa anticlericalpodían degenerar en desbordamiento desus auditorios. En adelante abandonóuna apelación a las masas que podíatener tan contraproducentes efectos. Paraél «la democratización o lanacionalización de la monarquía» nosuponía una limitación de sus

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prerrogativas sino la utilización de supoder e influencia para impulsar unproyecto educativo y social queintegrara en ella al conjunto de lasfuerzas progresistas. Como en otrosliberales de la época (Asquith, LloydGeorge, Giolitti…), su liberalismo eracompatible con la Monarquía (y no conel clericalismo). Ni la superación delfalseamiento electoral era, para él, unacondición política previa, ni lamovilización podía estar exenta dedificultades graves que contribuyeran adesestabilizar las instituciones liberales.No propuso nunca sustituir el sistema dela Restauración ni cambiar su texto

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constitucional. En cambio, sus ideasfueron muy innovadoras en materiasocial y educativa. Creía que el Estadopodía ser «una providencia terrena enacción» y, por eso, defendía suintervención en materias económicas ysociales a través de la expropiaciónforzosa, impuestos progresivos, reformade la herencia, regulación del contratode trabajo y negociación colectiva. Eneducación defendió la escuela neutra yla coeducación, difíciles de aceptar paralos medios católicos de su tiempo y,sobre todo, tuvo una línea clara enmateria de negociación con Roma, frentea la estrategia errática y oportunista de

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la mayor parte de los liberales.Su carácter personal pudo contribuir

a que alcanzara grandes éxitos. SegúnCambó, en cuanto a inteligencia y acultura, Canalejas era netamentesuperior a Maura aunque el fondo debondad de este último le diera una ciertasuperioridad sobre la indiscreción y lamaledicencia que, al decir del dirigentecatalanista, caracterizaban al jefe de losliberales. Se encontraba muy por encimade los inmediatos dirigentes del partido:no carecía de dotes de mando comoMoret, ni estaba senil como MonteroRíos, ni era una personalidaddesdibujada como López Domínguez.

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Con él, por vez primera, los liberalesencontraron un verdadero jefe. Poseía, ala vez —señala Madariaga—, el sentidode la realidad y un idealismo sincero. Elprimero nacía de una capacidad detransacción con la realidad, conscientede que «todo lo que sea forzar laevolución es destruirla», y el segundoera producto no sólo de su formaciónintelectual, sino de su larga defensa delo que para la época era un programaradical. «No he venido a ocupar laPresidencia del Consejo: he venido aejercerla», se apresuró a declarar encuanto accedió al poder. La sensaciónde que el partido liberal tenía un

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liderazgo firme y no iba a traicionar losprincipios defendidos en la oposiciónhizo que algunos dirigentes delrepublicanismo (Moróte) acabaranintegrándose en sus filas.

El mayor inconveniente de Canalejasen el momento de llegar al poder era quehasta entonces había sidoexclusivamente un disidenteacompañado por unos pocos seguidores.Había caminado a distinto ritmo de lajefatura liberal que no tenía másremedio que respetarle por suinteligencia. Él mismo ironizó acerca desus repetidas disidencias diciendo quese asemejaban a los automóviles de la

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época en «la velocidad a la quemarchan, el olor a petróleo [es decir, arevolución} que dejan y en la facilidadpara quedarse a medio camino». A pesarde ello supo imponerse rápidamentecomo jefe del partido. En los círculospalatinos fue recibido con auténticotemor hasta el punto de que el conde deRomanones, ministro en el Gobierno,cuenta en sus memorias que los noblesse dirigían a él como si fuera su únicaesperanza. Maura podía haber mostradola misma hostilidad hacia Canalejas quela que tuvo por Moret, pero fueneutralizado a base de cordialidad: «Yono puedo ser —escribió el presidente—,

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yo no debo ser, yo no quiero ser jefe deuna situación política en condiciones deincompatibilidad radical con el partidoconservador, y añado que, para mí, elpartido conservador no puede ni debetener, ni, en lo que yo alcance a influir,tendrá otro jefe que usted». De estemodo, Canalejas, que podría haber sidotan sólo un dirigente efímero de supartido, rompió su aislamiento inicial yratificó su dirección en el mismo. Partedel prestigio que logró Canalejas en laépoca, y que habría de transmitirse a lahistoriografía conservadora, se explicapor el hecho de que se le ocasionaron, adiferencia de Maura, problemas

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frecuentes, repetidos y graves con elorden público y les dio solución. Enlíneas generales se puede decir que losconflictos que tuvo se explican por lapuesta en marcha de un nuevosindicalismo, principalmente designificación ideológica anarquista, ypor las esperanzas de implantación deun régimen republicano, alimentadas porlos éxitos de la conjunción republicano-socialista y por lo sucedido en el vecinoPortugal. En ocasiones las huelgasfueron exclusivamente laborales, comola que tuvo lugar en Bilbao al comienzode su mandato, pero en otros casostenían inmediata repercusión sobre la

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vida política, como cuando se trataba deuna huelga de servicios públicos (casode los ferrocarriles). Ante este problemaCanalejas, durante el verano de 1912,recurrió al mismo procedimiento que enFrancia había utilizado Briand dos añosantes, la militarización. Un tercer casofue el de los incidentes nacidos demotivos exclusivamente políticos, conun contenido revolucionario. Lossucesos de Cullera, que produjeronderramamiento de sangre y fueron elresultado de una conspiración entreanarquista y republicana, fueronliquidados prudentemente con el indultode los siete condenados, hecho en el que

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Canalejas demostró una habilidad de laque había carecido Maura en 1909.También la proclamación de laRepública en Portugal tuvo importantesrepercusiones en España hasta el puntode que no se entiende el acceso al poderde Canalejas si no es considerando quehabía de dar una respuesta atrevida a loque sucedía al otro lado de la frontera.

En 1909, en efecto, los monarcasespañol y portugués, que sufríanpresiones semejantes por parte de losrepublicanos, establecieron una especiede cooperación en defensa de susrespectivos tronos. Cuando, finalmente,se proclamó la República en Portugal,

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hubo proyectos de intervención armadaespañola, entre octubre de 1910 y marzode 1911. Desde esta última fecha sólo seprestó una ayuda indirecta, política ymaterial, a los conspiradoresmonárquicos portugueses, situados sobretodo en Galicia. Fue la amenaza deCanalejas de presentar la dimisión(cuando incluso su ministro de Estadoparecía estar de acuerdo en laintervención) la que, junto con laoposición inglesa, explica que losdeseos intervencionistas del Reyquedaran sin plasmarse. Sin embargo,ese propósito larvado fue suficiente paraalimentar en Portugal una profunda

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hostilidad hacia España que tardaríamucho en disiparse, en especial porquela situación en este país siguió siendoinestable y, con ella, la voluntadintervencionista española se mantuvolatente. También la intervención militarespañola en la costa occidental deMarruecos trajo consigo protestasimportantes de unas clases popularesque nunca aceptaron el colonialismoespañol en el norte de África.

La labor legislativa de Canalejas enel poder resulta, en comparación con lade Maura, más discreta, por lo menos enlo que respecta a los propósitos aunque,al mismo tiempo, fue capaz de dar

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respuesta a ansias populares duraderas.Se debe tener en cuenta, por otra parte,que Canalejas no tuvo nunca tras de síuna mayoría totalmente fiel, al contrarioque el dirigente conservador. Las doscuestiones que supo resolver Canalejas,al menos parcialmente, fueron la delimpuesto de consumos y el serviciomilitar. Siempre, desde la oposición,había clamado Canalejas en contra deese impuesto, que consideraba «unaexpoliación del proletariado», y quemotivaba periódicas protestaspopulares, por gravar los productos deprimera necesidad. Después de algunasdudas fue su segundo ministro de

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Hacienda quien presentó un proyectopara sustituirlo por un impuestoprogresivo sobre las rentas urbanas, loque motivó las iras de los mediosacomodados. Al pedir en el Parlamentola aprobación de la Ley, Canalejasdebió recurrir a una llamada a ladisciplina de su propia mayoríaparlamentaria afirmando que «quien novote (esta ley) está frente a mí y estáfuera del partido liberal, sometido a mijefatura por su voluntad». Aun así,treinta diputados liberales votaron encontra. Otra medida, indudablementemuy popular y por la que también en elpasado había luchado Canalejas, fue la

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reforma de la ley de reclutamiento. Lasprotestas contra la redención enmetálico eran crecientes, en especialdespués de los sucesos de 1909, quehabían causado más de un millar demuertos, aunque, por otro lado, lasdisponibilidades presupuestariasresultaban tan insuficientes para elEjército que no parecía haber otroremedio que recurrir a ellas. Resultabaespecialmente sangrante que la derechaconservadora hablara de patriotismocuando sus hijos eran los que evitabanpor ese procedimiento el servicio de lasarmas. La protesta contra el serviciomilitar fue siempre generalizada y

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popular. Ya Castelar había aludido a«esos terribles días de quintas quesiembran la desolación de la familia».Ahora la reforma del general Luqueconsistió en convertir el enrolamiento enobligatorio, aunque sólo durante tiempode guerra. En tiempo de paz sólo duraríacinco meses para quienes pagaran unasuma de 2.000 pesetas, y diez para losque pagaran 1.500. Se trataba, por tanto,de una solución sólo parcial a losinconvenientes de la situaciónprecedente: baste con recordar que esascantidades suponían, en su cuotamínima, entre doce y dieciocho mesesdel salario de un peón agrícola. Si estas

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medidas fueron populares también loresultaron otras disposiciones decarácter social que confirman laposición doctrinal de Canalejas. En eldiscurso de la Corona, al comienzo de lalegislatura de 1910, quedaronenunciados una serie de proyectosrelativos al trabajo de la mujer, elcontrato de aprendizaje, el fomento delahorro, el contrato de trabajo, laseguridad social, etc. De estos proyectosde ley algunos fueron aprobados y otros,como el contrato de trabajo, motivaronuna resistencia encarnizada. Pero lasdos grandes cuestiones políticas de laetapa gubernamental de Canalejas

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fueron, en realidad, las mancomunidadesprovinciales y el tratamiento dado alproblema clerical. Respecto a materiascomo la Administración regional y localCanalejas, hasta el momento, se habíamostrado centralista hasta el extremo deasegurar que de una mayor autonomíalocal no podía «salir nada bueno». Estejuicio debe integrarse en el conjunto desu visión acerca de que era másoportuno no cambiar el sistema políticode la Restauración. Su juicio, sinembargo, ya había cambiado cuandollegó a la presidencia, o quizá se diocuenta de que no podía decepcionar a laopinión pública catalanista; por eso

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declaró que un liberal centralista era«un sujeto digno de la Paleontología o laArqueología». En este punto, como enotros, Canalejas no llegó a satisfacerpor completo a quienes exigían unareforma y tampoco obtuvo para ella elconsentimiento unánime de su partido.La porción centralista, o simplemente«anti-canalejista» del mismo, serevolvió contra él y sólo con uno de susmejores discursos parlamentarios logróconvencer a la mayoría de su partido, apesar de que 19 de sus diputados, entrelos que el más eminente fue Moret,votaron en contra del proyecto. Pero, enel momento de la muerte de Canalejas,

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el proyecto de ley de Mancomunidades,aprobado en el Congreso, estaba todavíapendiente de ratificación por el Senado.

Con respecto a la cuestión religiosacabe decir, ante todo, que Canalejas fuevisto en su época como lapersonificación del furibundoanticlerical cuando era, como casi latotalidad de los políticos del turno,católico practicante e, incluso, conpreocupaciones intelectuales que nacíande una religiosidad muy auténtica. Suposición en este terreno, consistente enseparar Iglesia y Estado, de habersellevado a la práctica hubiera resultadobeneficiosa para ambos. Preocupado por

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la formación intelectual del clero,juzgaba que el Concordato eraresponsable de la situación de la Iglesiaespañola porque «el tener que recibirdel Gobierno sus sueldos hacía a losclérigos generalmente indolentes y,además, o protestatarios por sistema obien serviles, cuando no eran todo a lavez». En definitiva, el objetivo final deCanalejas era una separación amistosa ala que quería llegar a través denegociaciones llevadas lo másdiscretamente posible.

El problema para lograrlo fue que elVaticano —por aquellos añosobsesionado con la condena del

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modernismo y en una creciente actitudde cerrazón— tendió, como era habitual,a emplear una estrategia dilatoria quepartía del mantenimiento del «statuquo», de acuerdo con el conveniofirmado con los conservadores en 1904.En estas condiciones se llegóprácticamente a una ruptura de lasrelaciones entre los dos poderes,especialmente grave para el Estado encuanto que, dada la inestabilidadgubernamental, era poco imaginable unapolítica única en esta materia. Noobstante, cuando se votó la llamada «leydel candado» en el Senado estabanpresentes los obispos, lo que induce a

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pensar que, de haber existido un plazode tiempo más amplio, quizá podríahaberse llegado a un acuerdo. Lasmedidas adoptadas por Canalejasfueron, en realidad, poco efectivas. Enjunio de 1910 se puso en marcha contraél una gran campaña en los mediosclericales por el mero hecho de quehubiera autorizado que en los templos deotras confesiones distintas de la católicapudiera haber signos externosdemostrativos de su condición. Endiciembre de ese mismo año fueaprobada la llamada «ley del candado»,que no era más que una disposiciónprovisional y temporal destinada a

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impedir, durante dos años, elestablecimiento de nuevas órdenesreligiosas sin autorización previa. Sueficacia, según cuenta Romanones en susmemorias, se vio desvanecida alaceptarse una enmienda de acuerdo conla cual la ley perdería su vigencia si, altérmino de esos dos años, no se hubieraaprobado otra en la que definitivamentequedara resuelta la cuestión. Esta ley fuepresentada a las Cortes: conteníalimitaciones a la presencia de frailesextranjeros y a la posesión de bienesinmuebles pero no llegó a aprobarse ycon ello la cuestión clerical, después dehaber sido protagonista principal de la

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vida política de la época, no encontróuna solución por parte del Estado. Noobstante, con posterioridad, Romanoneslogró, de hecho, prolongar la aplicaciónde la ley del candado perdiendovigencia esta cuestión porque, con elpaso del tiempo, desapareció lasensación, característica del fin de siglo,de que las órdenes religiosaspracticaban una auténtica invasión delespacio que correspondía a la sociedadcivil.

La labor de gobierno de Canalejasconcluyó trágicamente cuando, ennoviembre de 1912, fue asesinado en laPuerta del Sol mientras contemplaba el

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escaparate de una librería. Ni aquél eraun lugar frecuentado por el políticoliberal ni el anarquista que cometió elatentado tenía el propósito de atentarcontra su vida, sino contra la del Rey,pero el hecho tuvo una graverepercusión en la política española. Conla desaparición de Canalejas se truncabaun liderazgo sólido del partido liberalque no reaparecería en el resto delreinado de Alfonso XIII. Es cierto quehabía dado la sensación de ceder enexceso ante una realidad que acababapor considerarse como inmodificable.Para las izquierdas, había sido unadecepción: los socialistas organizaban

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suscripciones a favor de las «víctimasde la represión canalejista». Azcárate,uno de los republicanos másreconocidos por todos, concluyó que laprimera etapa de gobierno del señorMaura fue «incomparablemente mejorque la suya». Sin embargo, para él eramucho más aplicable lo que Moret dijode sí mismo a la hora de aprobar la leyde jurisdicciones. La había presentadocomo «un zigzag» para luego conseguirla aprobación de un programaauténticamente liberal. Moret no lo hizomientras que Canalejas dio soluciónparcial a muchos de los problemas quetenía planteados la España de la época.

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Se ha atribuido en exclusiva a Maura lacapacidad de tener un proyecto globalde Estado, pero esto no es cierto. La víapropuesta por Canalejas, aun más lenta yenarbolada con menos apasionamiento,tenía más posibilidades de resultarefectiva. Por eso hay que coincidir conel juicio de Madariaga cuando afirmaque se trató del único gran gobernanteque tuvo el partido liberal.

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Hacia el fin de la«revolución desde

arriba»

El periodo que transcurre desde lamuerte de Canalejas hasta el estallido dela Primera Guerra Mundial adquieretodo su sentido teniendo en cuenta queen él se produjo el desvanecimiento delas posibilidades de lo que Mauradenominó la «revolución desde arriba»,que había sido un programa políticodesde Costa y sólo reaparecería comoposibilidad en unas condiciones muy

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distintas con Primo de Rivera. En elfondo, con muchos matices, Maura yCanalejas tenían un propósito común,aunque se tradujera en programasdiferentes. Se trataba de que el sistemapolítico fuera transformado desde sucúspide por quienes desempeñaban lajefatura del partido liberal o delconservador. A la altura de 1914, sinembargo, esta esperanza se podíaconsiderar como desvanecida por unconjunto de circunstancias que ibandesde el cambio en la dirección de cadauno de los partidos hasta el propioplanteamiento errado de los programasregeneracionistas desde el poder. «Con

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la muerte de Canalejas y la inutilizaciónde Maura —ha escrito Amadeu Hurtado,un inteligente catalanista— acababa unperiodo en que se había actuado con lamanía de pensar seriamente y quererresolver problemas de interés nacional ode principios doctrinales». En adelantefue más veraz descripción la hecha porotro catalanista, Cambó: «la política diola sensación de convertirse en la luchapor el poder de simples jefes de bandasometidos a unas circunstancias cadavez más difíciles». Contribuyen aexplicar esta situación tanto lascaracterísticas de los herederos deCanalejas como la fragmentación que

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inmediatamente se produjo en el partidoconservador. El liberal siempre se habíacaracterizado por basarse en laconvivencia, a menudo difícil, declientelas. En un momento en que delprograma parecía haberse desvanecidocualquier capacidad imaginativa, elcontenido reformador del partido se hizocada vez más tenue, como se pudopercibir en sus nuevos líderes. GarcíaPrieto fue el sustituto inicial deCanalejas, aunque tan sólo por unashoras, imponiéndose al final el conde deRomanones, mucho más hábil y dotadode una clientela política sólida mientrasque García Prieto debía heredarla de su

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suegro, Montero Ríos. Moret, por suparte, había quemado todas susposibilidades. Pero, de momento, laverdadera cuestión consistía en saberhasta qué punto debía restablecerse elturno mediante un nuevo acceso de losconservadores al poder. El Rey habíamantenido, de momento, a los liberales,atendiendo a que este partido parecíaunido tras un programa que era el mismoesbozado por Canalejas. Poco antes deque muriera Canalejas, Maura le habíaescrito diciéndole que «el partidoconservador traicionaría la causa querepresenta si aceptase el encargo degobernar para reincidir en los

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miramientos con que hasta octubre de1909 le retuvieron». El dirigenteconservador había permanecido tresaños en hosco silencio previendo malesrevolucionarios y tan desconfiado de lacapacidad reactiva de la masa neutracomo de la política de Canalejas. Conuna afirmación como la citada quedabarota la solidaridad de turno que hastaentonces había implicado que el partidoen la oposición no destruía por completola obra de quien había estado en elpoder por el solo hecho de sustituirle.Pero Maura reaccionó con violenciaante el Rey y los liberales cuando no sele permitió el acceso al poder. En su

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manifiesto de 1913 interpretó lasituación política en un sentido distantedel sistema de la Restauración. Antetodo, dio la sensación de no admitir lafunción moderadora y arbitral delMonarca, al reprocharle unaintervención cuyo resultado había sidoque «los uniformes ministeriales seconfundieran con las casacas muyhonrosas, pero muy distintas, de laservidumbre palatina». Además, se negóa turnar con los liberales, al menos siéstos seguían siendo solidarios con loocurrido tras los sucesos de 1909. Lomás grave era que exigía unarectificación de la política al propio

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Monarca pues, de lo contrario, habríaque crear otro partido conservador,«idóneo», decía en sentido despectivo,para turnar con el liberal.Probablemente, el político conservadorno consideraba viable esta posibilidadpor creer que su dirección delconservadurismo resultabaincuestionable.

Esa toma de posición de Maura notuvo otra consecuencia que la de hacerarreciar contra él la opinión liberal.Melquíades Álvarez aseguró que Maura,de hecho, pedía la dictadura para sí yque «un partido que pide una dictadurapara llegar al poder es un partido que

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involuntariamente se incapacita». Eljuicio de Ortega todavía fue más duro:con afirmaciones como ésas Maura nohacía otra cosa que dirigirse a laCorona, y no al pueblo español o a lamasa neutra a la que antes habíaapelado. Además, lo hacía exhibiendoun verdadero «desierto de ideas», comosi no fuera capaz de esbozar otroprograma que el de vengarse de losliberales. No puede extrañar, al mismotiempo, que muchos conservadoresempezaran a sentirse incómodos con lajefatura de Maura. Ya en 1911 Datohabía marcado distancias con respecto aél; no eran pocos los que le escribían

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para quejarse de que Maura hubiera«reventado» el partido al ejercer elpapel del «perro del hortelano», nigobernando ni permitiendo que lohicieran otros. Pero la divisióndefinitiva del partido conservador tuvolugar tras la del liberal, que obedeció amotivos mucho más prosaicos.Romanones ha quedado en la Historia deEspaña como el ejemplo del políticoprofesional, corto de vista para todo loque no fuera más que la pequeña políticahabilidosa de la maniobra y lazancadilla al adversario. De hecho, ensu primera etapa de gobierno no pasó deser el deslucido ejecutor de una

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apariencia de programa «canalejista».Si Ortega empezó a considerar lapostura conservadora identificada conMaura como «un peligro nacional», alos liberales los juzgó como «un estorbonacional». Pero Romanones, que habíasido protagonista de la políticaeducativa liberal y en 1913 quisodispensar de la enseñanza del catecismoa los no católicos también supo atraer alos intelectuales hacia la Monarquía yquien la desempeñaba, sin conseguirnada más que Cossío, Cajal y Azcáratevisitaran a Alfonso XIII. Le faltó, sobretodo, la fuerza y la autoridad deCanalejas en su propio partido porque, a

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diferencia de él, le interesaba muchomás llegar a la presidencia queejercerla. Prolongó la ley del candadopero su acuerdo con el Vaticano para nolegislar sobre la materia sin acuerdoprevio cerraba toda posibilidad efectivade que el Estado pudiera decidir por símismo la presencia de las órdenesreligiosas en España. Presentó elproyecto relativo a la creación demancomunidades provinciales en elSenado, porque esta disposiciónformaba parte de la herencia deCanalejas, pero su defensa del mismo enla Cámara alta fue tan desangelada quehasta un tercio de los votos contrarios al

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proyecto procedían de su partido.Durante el verano de 1913 la escisióndel partido quedó consumada cuandoGarcía Prieto y Montero Ríos crearon elpartido liberal-demócrata, que arrastrótras de sí a un número importante deparlamentarios, algo mayor que el de losque se mantuvieron fieles a Romanones.Éste, en octubre de 1913, dimitiódespués de una votación parlamentariaadversa. Con ello resultaba inevitable eladvenimiento al poder del partidoconservador y la consiguienteposibilidad de que se dividiera, al noestar claro quién había de asumir lapresidencia. Maura, sin embargo, había

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perdido la autoridad que en el pasadohabía tenido en su partido. Siempreexistió un sector que le había juzgado unadvenedizo, pero, además, ahora sehabían sumado a éste los que no queríanque el conservadurismo se identificaracon De la Cierva, los que deseabanvolver al poder o los que no deseabanque se pusiera en peligro el sistema dela Restauración. Como admitió GabrielMaura, se había «llegado al límite de lapaciencia del partido». En estascircunstancias, en octubre de 1913 elRey llamó a la Presidencia a EduardoDato, cuya actitud respecto a Maurahabía sido siempre respetuosa; este

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último fue quien sugirió su nombre aAlfonso XIII, por lo que no cabe verninguna maniobra en lo sucedido. Laclara mayoría del partido conservadoraceptó a Dato como jefe, lo que sehubiera producido incluso de no haberllegado a la Presidencia.

A Maura apenas le quedaron unoscuantos seguidores, tan sólo dos o tresdocenas de parlamentarios. Resultacurioso el papel al que se vio reducido,dentro de la política española, en losaños siguientes. Nadie dudaba de sumoralidad, de su capacidad oratoria ode su autoridad como gobernante. Eso eslo que obligó a recurrir a él cuando fue

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necesario que alguien presidiera ungobierno nacional. Pero este respeto noquería decir que se estuviera de acuerdocon otras posturas suyas sobre la crisisde 1909, la de 1913 o cualquier otracuestión. En realidad, venía a ser unaespecie de Jeremías que repetíaconstantemente los males del sistemaparlamentario de la Restauración, peroque no había roto claramente con ellosni estaba claro con qué los queríasustituir. Como escribió Ortega, se habíaconvertido en «un eco de sí mismo», unapersona que «en general dice hoy que yadijo ayer lo que hoy va a decir». Nuncaestuvo en contra de la institución que

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Alfonso XIII personificaba, perosiempre (y, sobre todo, en 1913)expresó sus críticas contra la actuacióndel Rey. No le faltaba la razón a unLerroux cada vez más moderado cuandodecía que «a los republicanos leshubiera bastado con derrocar a laMonarquía, mientras que losmonárquicos la denigran cuando no lessirve».

Hay otro aspecto de lo que a partirde este momento se denominó«maurismo» que merece la penamencionar. A lo largo de su gobierno,Maura se había atraído a sectorescatólicos y el partido conservador

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adoptó en ocasiones un tono claramenteconfesional. Luego, en 1913, consiguiócierta movilización en los mediosurbanos, principalmente en los mediosjuveniles acomodados. Pero no hay queexagerar la fuerza y la influencia delllamado «maurismo callejero». Adiferencia del resto de los grupospolíticos de turno, era capaz de tenerunas juventudes activas, una propagandaideológica de tono católico e inclusounos círculos obreros confesionales.Aun así el «maurismo» no pasó de serun «ismo» más de la política española,personalista y basado en una serie decacicatos electorales que en nada se

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distinguían de los habituales en lapolítica del momento. El propio Maura,que tronaba contra el liberalismooligárquico, siguió comportándose deacuerdo con las pautas habituales en él.Como afirmó Ortega, siempre fue débilen lo fundamental y eso incluía el deseo(o incluso la capacidad) para crear unpartido moderno o proseguir de formainfatigable su propaganda movilizadora.En realidad la masa neutra a la quequería apelar Maura estaba constituidatan sólo por los sectores conservadoresy católicos, pero ni siquiera consiguiómodernizarlos, entre otros motivosporque no lo intentó seriamente. No

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obstante, como luego veremos, suinfluencia fue lo bastante relevante comopara que resultara el caldo de cultivo detodas las fórmulas de derecha presentesen la España de los años treinta.

Dejando este último aspecto paramás adelante, es preciso ahorarecapitular lo que significó la divisiónde los dos partidos de turno en elmomento en que se aproximaba elestallido de la Primera Guerra Mundial.La fragmentación de los partidos no eraalgo nuevo, sino habitual porque todoseran la alianza laxa de clientelaspersonalistas locales. Característico deeste momento fue que, en primer lugar,

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en esa división, especialmente en elcaso del partido conservador, había unmayor componente ideológico. Másimportante todavía que este rasgo fueque la división de los partidos de turnoimpidió, en adelante, lo que había sidodurante este periodo y, en especial, a lolargo del quinquenio 1907-1912, elpropósito fundamental del sistemapolítico, es decir, la regeneración desdela cúspide. En lo sucesivo, la políticaespañola consistió, sobre todo, enresolver los problemas surgidos de lascircunstancias, mucho más que intentarprogramas regeneradores globales.

En realidad la «revolución desde

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arriba», en su versión «maurista», habíatenido unos resultados modestos siendola causa principal de ello el mismoplanteamiento de los supuestosregeneradores. Incluso si los programasintentados por los regeneradoreshubieran sido la solución ideal y tenidocomo consecuencia inmediata unamodificación esencial de la sociedadespañola habría que advertir que tansólo lograron una aplicación restringidao ninguna en absoluto, como fue el casode la ley de reforma de laAdministración local de Maura. Pero,además, ni esta disposición hubieraconvertido en veraz el sistema liberal

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español ni tampoco el partido liberal,con las propuestas programáticas deCanalejas, hubiera obtenido eseresultado a corto plazo. Había unplanteamiento fundamentalmente erróneoen la base de toda la «revolución desdearriba». Mucho tiempo después AntonioMachado escribió que esa expresión lesonaba como «renovación del árbol porla copa» y eso concluía habitualmente enla renovación del mismo «por lacorteza», es decir, en un cambiosuperficial. El árbol, decía el poeta, serenueva especialmente por las raíces.Hasta que esta renovación no se hubieraproducido las demás no tenían sentido.

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Por supuesto esto no quiere decir que nohubiera aspectos muy positivos en lasreformas de Maura (también en algunasde las que propuso con posterioridad) oen las de Canalejas. Pero no cabíaesperar un resultado milagroso einstantáneo de ellas como parece haberesperado el primero. Lo grave de unsistema político y una realidad socialcomo la española del momento era queno encontraban solución rápida. Larevolución desde arriba nonecesariamente debía concluir en unéxito porque lo característico de laEspaña de comienzos de siglo no eratanto que la legislación fuera atrasada

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sino que se incumplía. Para que esasituación cambiara, más quedeterminadas disposiciones desde elpoder, era necesario que se produjeratoda una modernización de la sociedadespañola. Con el comienzo de siglo,mucho más lentamente que otrassociedades europeas, la modernizaciónen todos los terrenos aceleró su ritmocon respecto al siglo XIX, pero demanera insuficiente como para poderllegar a la conclusión de que elpropósito regenerador se habíarealizado. Mientras tanto, aparte deincumplirse los propósitos de lasgrandes medidas regeneracionistas,

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muchas otras cuestiones quedaban sinresolver. La cuestión clerical sedesvaneció por el momento, pero estabadestinada a reaparecer de formaestruendosa. Los acuerdos con GranBretaña y Francia acerca de Marruecos—de los que se tratará en el siguientecapítulo— dieron seguridades a lapolítica exterior española pero crearonun problema grave a medio plazo.

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El catolicismo en lasociedad y en la

política

A lo largo de las páginasanteriores habrá quedado claro el papelrelevante que tuvo la cuestión clericalen el seno de la política española delmomento. Ésa ya sería una buena razónpara aludir al protagonismo del mundocatólico en la vida pública, pero hayotra que contribuye a hacerimprescindible la referencia a él. Apesar de las apariencias, en realidad el

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mundo católico era un factor potencialde renovación de la sociedad española.Como el movimiento obrero o losnacionalismos periféricos, constituía unmedio más para que el sistema políticoadquiriera una mayor autenticidad.Además, en todas las latitudes en que seprodujo una modernización social, esoselementos jugaron un papel creciente, almargen de que el sistema políticosufriera mayores o menorestransformaciones. Será, pues, precisotratar de todos estos aspectos de la vidanacional en la primera década y mediadel siglo.

Hay que empezar por advertir que en

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la década final del XIX se habíapresenciado en España todo un procesode politización del catolicismo quehabría de tener amplias consecuenciasen el futuro. Mientras que la desuniónimpidió que fórmulas de organizaciónque se habían empleado más allá denuestras fronteras —los congresoscatólicos, por ejemplo— plasmaran enrealidades eficientes, al mismo tiempoel tono enormemente reaccionario demuchos de los que tomaban parte enellas provocó una resistenciaanticlerical como la que hemos vistojugar un papel decisivo en la políticanacional de la época. En los congresos

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ni siquiera los mismos preladospermanecían unidos pero, además, eranellos los más moderados frente a unosasistentes que a menudo exhibíanposturas de un rabioso anti-liberalismoincompatible con cualquier intento desecularización, por modesto que fuera,como sucedió en 1899. Cuestiones comola existencia del Reino de Italia, que nohubieran debido tener relevancia en unpaís como España, provocaban gravesdiscusiones, protestas diplomáticas yacusaciones de heterodoxia. Comoconsecuencia de todo ello no se volvió areunir ningún congreso después de 1902,momento en que un prelado describió la

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división de los católicos españoles deacuerdo a tres categorías: quienespretendían practicar la «verdad íntegra»,de la que excluían a los demás; quienesse concentraban sólo en una cuestiónsecundaria, como era la dinástica (loscarlistas), y los que habían optado por elposibilismo. Lo característico del casoespañol, respecto del italiano, porejemplo, es lo mucho que perduraron lasdos primeras posturas indicadas y lolentamente que progresó la tercera.Todavía en 1905 el principal dirigenteintegrista, Nocedal, consideraba que nobastaba la licencia eclesiástica para laconsideración como ortodoxo de un

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diario, mientras que sólo la intervenciónde la superioridad impedía elenfrentamiento en el seno de los jesuitas,la orden más prestigiosa, donde elnúmero de integristas fue siempre muyelevado. El año siguiente un documentopontificio trató de lograr la paz entre lasdiversas tendencias católicas y en 1908los integristas, ya reducidos poco menosque a una secta, recibieron una nuevaadvertencia de Roma. El resultado deesta evolución fue que, poco a poco,empezó a imponerse la postura«posibilista» moderada o liberalconservadora, consistente en admitircomo «mal menor» un sistema como el

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de la Restauración, que ya no secuestionó como radicalmenteheterodoxo. La tesis del «mal menor»suponía, por ejemplo, que se podía votara un candidato liberal frente a otroanticlerical, pero seguía juzgando entérminos negativos esa filosofía.

El tardío y mínimo triunfo de estatendencia «posibilista» tuvoconsecuencias importantes y negativas.Las personas en que se concentró lasignificación católica fueron personajesdel régimen como Silvela, Polavieja oMaura, lo que evitaba una beligeranciarespecto de él, pero al mismo tiempoesta evolución fue acompañada de una

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voluntaria sordina en la movilización delos católicos, precisamente porqueexistía el peligro de que si ésta se daba,el resultado pudiera ser la reapariciónde las actitudes integristas o de unaextremada conflictividad interna. Así,cuando aparecieron las actitudesanticlericales durante el cambio de siglohubo, como reacción, unas Ligascatólicas que limitaron su implantacióna unas cuantas ciudades, aquellas en queel peligro era mayor o las autoridadeseclesiásticas más decididas, porque, enrealidad, nadie podía pensar seriamenteque en España fuera a haber unaverdadera persecución religiosa. En

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1903 existían ya en seis ciudades, perohabían conseguido tan sólo dosdiputados. En cuanto a los «Comités dedefensa social», que proliferaron másadelante, obedecieron a un propósitoreactivo sólo circunstancial, que solióidentificarse con la versión «maurista»del conservadurismo y no creóverdaderos problemas al sistema delturno, por limitarse a apoyar al sectormás clerical. Las Ligas, en alguna deesas poblaciones, como Valencia,Sevilla o Zaragoza, fueron mucho másindependientes del turno y tuvieron elmérito de contribuir a laindependización del electorado y a la

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veracidad del sufragio. Aunqueoriginariamente fueran plurales en sucomposición, con el paso del tiempoquedaron en manos de los sectores«posibilistas». Nunca, ni siquiera enestas tres ciudades, fueron unaalternativa real al sistema de turnocomo, por ejemplo, pudo serlo la Lligaen Cataluña. La sordina voluntariaimpuesta al catolicismo organizadopuede contribuir a explicar la debilidaddel asociacionismo religioso, tanfecundo en otras áreas europeas, comoItalia, con importantes consecuenciassociales y políticas. Muy de acuerdo conla evolución hacia una moderación que

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no acababa de aceptar el liberalismo, en1899 el marqués de Comillas jugó unpapel relevante en la junta permanentedestinada a dar continuidad a la obra delos congresos, que luego se convirtió enJunta de Acción Católica.Bienintencionado portavoz de la altaburguesía catalana, Comillas fue elrepresentante más característico delcatolicismo oficial de la época ypersona muy próxima al Monarca. Sucarencia de preocupación intelectual ocultural y su paternalismo de muylimitados horizontes le hicieron apoyarla creación de una ampliasuperestructura organizativa en el

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catolicismo que ocultaba la realcarencia de acción. Así, por ejemplo, enlos años de presencia de Canalejas en elpoder hubo incluso unas normas deactuación de la Acción Católica, peroésta no se desarrolló en la práctica hastala etapa republicana. En 1911 fue vetadauna candidatura sedicentemente católicapara las elecciones madrileñas por laincapacidad de ponerse de acuerdo losdiversos sectores. Sólo la fuertehostilidad contra el catolicismo —real osentida como tal— fue capaz demovilizar al mundo católico.

Esa inanidad de la actuaciónorganizada del catolicismo puede

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atribuirse también a la desvaída acciónsocial del mismo. El propio Comillascreó una asociación para el estudio ydefensa de los intereses de la claseobrera, que no perdió nunca su carácterbenéfico más que social. En su entornonacieron también unos CírculosCatólicos de Obreros, fórmula que, sihabitualmente no pasaba de ser unavertiente más de la beneficencia, enalgunos casos llegó a adoptar otrosentido. En realidad, los círculos habíannacido en la década de los setenta delXIX, pero sólo alcanzaron una difusiónimportante en la última del siglo. Era elmomento en que el catolicismo,

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siguiendo las encíclicas pontificias,pasaba de una mentalidad benéfico-caritativa a otra propiamente social,coincidiendo de esta manera con latendencia, también perceptible en losliberales, a propiciar unintervencionismo del Estado en estasmaterias. De hecho, durante laMonarquía de Alfonso XIII, en lasinstituciones estatales dedicadas a lacuestión social cooperaron muchaspersonas procedentes de los medioscatólicos junto con otras liberales osocialistas. La inicial organización delos círculos fue, sobre todo, obra deljesuita padre Vicent, cuya acción se

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concentró en las diócesis de Valencia,Segorbe y Tortosa. Vicent partía de unamentalidad tradicional que veía en larevolución social el resultado de unadegeneración de las costumbres y de lafe religiosa desde la época de Lutero,añoraba los gremios, condenaba a losliberales y no aceptaba en absoluto lahuelga. A pesar de ello, la actuación deVicent no estuvo exenta de dificultades,surgidas en algún caso de quienes lereprocharon sobrepasar el campo de loestrictamente religioso. Los círculosoriginariamente eran instituciones confinalidad religiosa o instructiva bajo elpatrocinio de «protectores», que, de

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hecho, ejercían la función directorapero, con el paso del tiempo, Vicentllegó a darse cuenta de que eranecesario «hacer obras regidas porobreros y sólo para obreros».

Antes, no obstante, de queaparecieran los sindicatosprofesionales, su acción tuvo una ampliarepercusión en el medio rural. Alcomienzo de la segunda década del siglohabía casi tres centenares de círculos,sobre todo en la mitad norte de laPenínsula, y muchos de ellos tenían unafunción que no sólo era instructiva. Elde Burgos, por ejemplo, contaba con unamutualidad, un monte de piedad (las

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cajas de ahorro habían sido casiexclusivamente la obra de labeneficencia católica), una cooperativay una constructora. En el campo, la Leyde Sindicatos agrícolas, auspiciadaoriginariamente por Maura perodefinitivamente aprobada en 1906, tuvounos resultados muy favorables para elmundo católico-social, hasta el punto deque Vicent llegó a decir que no parecíaobra de un liberal como Gasset, sino que«Carlos V —que debía ser, para él, elmejor de los reyes católicos— no lohubiese hecho mejor». Apoyados encooperativas y cajas rurales, sinvoluntad reivindicativa sino

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interclasista, los sindicatos católicos,sólidamente implantados en Navarra yCastilla la Vieja, tenían casi 200.000beneficiarios al estallar la PrimeraGuerra Mundial.

En otros terrenos el resultado de laacción social católica fue mucho menosvisible. En 1906 se fundaron lasSemanas Sociales y existió una ampliadifusión de la doctrina social católica,pero da la sensación de que no traspasóalgunos modestos cenáculosintelectuales. Los sindicatosprofesionales, con la pretensión deevitar el calificativo católico y de llevara cabo una acción propiamente

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reivindicativa, sólo hicieron suaparición en torno al comienzo de lasegunda década del siglo. El canónigoArboleya fundó en 1903 algunossindicatos en Asturias, pero parecehaber sido más importante la AcciónSocial Popular del jesuita padre Palauen Barcelona, inspirada, a partir de1907, en modelos de más allá denuestras fronteras. En 1910 el dominicopadre Gerard también creó en Jerezsindicatos profesionales con pretensiónde aconfesionalidad, apoyado por unpatrono católico de la familia de losGarvey y en el clima de las luchascontra el anticlericalismo de la época.

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Gerard se inspiró en los sindicatosbelgas propuestos por el tambiéndominico padre Rutten y, aunqueoriginariamente tenía una mentalidadmuy tradicionalista, empleó a menudo unlenguaje duro con respecto a lasinjusticias sociales que percibía y tuvouna voluntad decidida de que aquellasentidades fueran verdaderas sociedadesde resistencia. Por el momento, lossindicatos católicos no habían perdidopor completo la batalla frente a lossocialistas, teniendo la mitad deafiliados que éstos. No obstante, laúltima fase del pontificado de Pío Xtuvo un efecto muy negativo sobre estos

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gérmenes de acción sindical católica:tanto Palau como Gerard fueronseparados de sus responsabilidades dedirección en la acción social por temora un exceso de independencia o porescasa consideración de la relevanciade la cuestión social para el destino delcatolicismo español.

El pontificado de Pío X marcó conun sello indeleble al catolicismoespañol de la época porque, en unmomento en que parecían ya superadaslas tensiones creadas por el integrismo,tuvo un carácter temeroso respecto desupuestas heterodoxias, lo que trajoconsigo inmediatos efectos inhibitorios.

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En España no hubo, en realidad, ningúnejemplo, ni tan siquiera mínimo, demodernismo religioso. Es cierto que elliberalismo de raíz krausista tenía unainnegable sensibilidad religiosa y queésta pudo hacer que algunos de losintelectuales de la nueva generación,como Ortega, sintieran renacer laemoción católica en el momento de leeralguno de los autores modernistas como,por ejemplo, Fogazzaro, pero larealidad es que el propio Unamuno,interesado en estas cuestiones,reconocía que el modernismo nodespertó ningún interés en España eincluso él mismo se encontraba en

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mayor proximidad del protestantismoliberal que del modernismo católico.Algunos teólogos o filósofos,principalmente agustinos, dominicos ocapuchinos, como González Arintero oMiquel d'Esplugues, parecen habertenido dificultades con la jerarquía overse obligados a ocultar sus posturasrespecto de cuestiones como elevolucionismo debido al temor de seracusados de modernistas, pero estemovimiento no tuvo verdaderarepercusión, a no ser que se tome por talla utilización por algún antiguosacerdote de argumentaciones nacidasen este medio. Todo ello era una

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muestra de ortodoxia pero también deaislamiento y de limitación de la culturareligiosa. Precisamente, ese era, segúnCanalejas, el inconveniente del cleroespañol, el «escaso nivel cultural»,porque en los seminarios se enseñaba«poco y mal». Tal juicio, que se ajusta ala realidad, chocaba con el hecho de quela Iglesia dominaba en la segundaenseñanza y luchaba celosamente porevitar que desapareciera la enseñanzadel catecismo. Incluso los innovadoresen la pedagogía católica, como AndrésManjón, abominaban de la enseñanzaneutral o laica. En los mediosintelectuales españoles existió, desde

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comienzos de siglo, un profundo abismorespecto del nivel cultural delcatolicismo español de la época. Valle-Inclán, a través del Max Estrella de«Luces de bohemia», se quejaba de su«chabacana sensibilidad para losenigmas de la vida y de la muerte» yllegaba a la conclusión de que «España,en materia religiosa, es una tribu deÁfrica» porque «este pueblo miserabletransforma todos los grandes conceptosen un cuento de beatas costureras».Estas limitaciones del mundo culturalcatólico aparecen incluso en lasiniciativas objetivamente más brillantesde la época. La que estaba destinada a

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tener más aliento fue la AsociaciónCatólica de Jóvenes Propagandistas,fundada en 1908 por el jesuita padreAyala, pero en la que el papel deanimador fundamental recayó en ÁngelHerrera, su primer presidente. Bautizadaluego como Asociación CatólicaNacional de Propagandistas, se tratabade un grupo reducido de personascaracterizadas por un nivel profesionalelevado, que se dedicaron a popularizarlos principios sociales y políticos delcatolicismo. No se trataba, sin embargo,de un grupo de reflexión doctrinal, sinoque fundamentaba su activismo, su razónfundamental de ser, en las doctrinas

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católicas tradicionales. Más que estarformada por intelectuales lo estuvo porfuncionarios y profesionales. Aunquedio un papel relevante a la Universidad,en la ACNP no tuvo un papel muyimportante la preocupaciónestrictamente cultural. El sometimientoal poder establecido, la distinción entreel gobierno y la legislación concreta o ladefensa de los intereses católicos entodos los terrenos fueron los principiosesenciales de la actuación de laAsociación. Adusto y duro, perotambién tolerante respecto deladversario y con gran capacidadorganizativa, Ángel Herrera partía de un

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diagnóstico muy realista de lo que era elcatolicismo español de la época,caracterizado por la falta de obedienciaa los obispos, falta de unidad entre loscatólicos y la mezcla abigarrada entre loreligioso y lo político. El aspecto másmoderno de Ángel Herrera y de suacción a través de la ACNP no residióen sus doctrinas, que siguieron teniendoun contenido tradicional, carente deaudacia u originalidad, sino en el modode actuar. Fue durante toda su vida «unfundador impenitente» con todo su «airede seminarista europeo». Prácticamenteno hubo iniciativa en el catolicismoespañol hasta el estallido de la guerra

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civil en que no participara la ACNP ymuy a menudo fue el único germen delas más importantes.

Antes de la Primera Guerra MundialHerrera y sus seguidores habíanlimitado su influencia a la prensa, peroen ella ya habían adquirido un papel deprimera importancia, que todavía habríade ampliarse en el futuro. Su acción eneste terreno se enmarca en un procesocuyo comienzo se produjo en la últimadécada del siglo XIX: hasta 1890 nohabía otra prensa católica, en lapráctica, que los respectivos boletinesde las diócesis. Pero ocho años despuésse creó una Asociación de la Buena

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Prensa que celebró periódicasasambleas nacionales de promoción dela prensa católica y en 1910 se fundóuna agencia de noticias confesional. Enaños sucesivos la prensa católica fuealcanzando una notable difusión,teniendo prácticamente cada provinciaun diario de esta significación, aunquelos contenidos variaran desde el puroclericalismo hasta actitudes másmodernas. Muy a menudo el diariocatólico estaba relacionado con otrasactividades de idéntico signoconfesional: la Liga Católica sevillanafue precedida, por ejemplo, por laaparición de un diario, El Correo de

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Andalucía. En 1911, con capital vasco,procedente de La Gaceta del Norte, perocon la labor de animación representadapor los propagandistas católicos,Herrera creó El Debate, que mantuvosiempre una línea doctrinal muy precisay constante, convirtiéndose en elinspirador decisivo de la presenciacatólica en la vida política y social.Muy de acuerdo con el diagnóstico deHerrera, se dejó a los obispos laposibilidad de intervenir en la marchadel diario aunque éste fuera redactadopor los jóvenes propagandistas.

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Crecimientoeconómico y movilidad

de la población

En términos generales la décadafinal del siglo XIX puede considerarse,desde el punto de vista económico,como de crisis generalizada, en especialen el terreno agrícola, al entrar encompetencia los productorestradicionales con las nuevas potenciascuyos precios eran mucho más baratos.La crisis agrícola tuvo tambiéninmediatas repercusiones en el mundo

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comercial e industrial. En España,concretamente, se produjo, a partir de1892, una grave disminución de lasexportaciones de vino, minerales(principalmente, hierro) y un descensode las importaciones de algodón; almismo tiempo tuvo lugar unadepreciación de la moneda provocadapor una Hacienda en continuo déficit. Engeneral, ante esta situación, con la solaexcepción de Gran Bretaña, las nacioneseuropeas reaccionaron con el abandonode la política librecambista y elreforzamiento de los mecanismos deprotección existentes. Los efectos deesta política variaron mucho de unas

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latitudes a otras pero, en el casoespañol, tuvieron unas repercusionesnotables que se puede decir perduraronal menos hasta los años treinta yperfilaron un tipo de crecimientoeconómico muy peculiar.

El impacto de esta crisis económicafinisecular fue, por tanto, mucho másdecisivo para España que el llamadoDesastre del 98. Las circunstancias de laguerra colonial indujeron a una políticamonetaria que, dadas las circunstancias,resultó positiva. En la década final delsiglo la política de expansión del gastopúblico y de aumento de la circulaciónfiduciaria resultó oportuna en una

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coyuntura económica internacional enbaja. Luego, en la primera década ymedia del siglo, la políticagubernamental cambióconsiderablemente pero la políticarestrictiva, patrocinada por Villaverde,no produjo un estancamiento porquehabía tenido lugar un nuevo ciclo al alzade carácter internacional con directarepercusión en España. Por otro lado,como ya sabemos, las consecuenciaseconómicas de la pérdida de lascolonias fueron paradójicamentepositivas, por la repatriación decapitales y porque supuso asimismo laincorporación a la economía española

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de unos empresarios innovadores quehabían utilizado procedimientos degestión modernos. Por si fuera poco,España no sólo no dejó de serconsiderada como un lugar apropiadopara las inversiones de otros países,sino que la afluencia de capitalextranjero se duplicó en la primeradécada de siglo. El mantenimiento de lacotización de la peseta fue un importantefactor coadyuvante. Ahora, en vez dedirigirse a la Deuda y los ferrocarriles,los capitales extranjeros optaron porinversiones de carácter más productivo:las empresas bancarias, químicas,eléctricas y de servicios. El resultado de

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esta situación fue que, en los tresprimeros lustros del siglo, seestablecieron las condiciones previaspara que durante la Primera GuerraMundial y en los años veinte seprodujera el primer periodo de laindustrialización española que elevó elporcentaje de la industria en el productointerior bruto desde el 20 al 31 por 100.Un siglo que acababa con la pérdida delas colonias tuvo desde el punto de vistainterno un comienzo muy distinto.

Si no hubo un 98 en el terrenoeconómico, en cambio la crisisfinisecular tuvo repercusiones muyimportantes por lo que se refiere a la

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configuración de una economía nacionalfuertemente protegida. Cánovas delCastillo ya había formulado en los añosnoventa lo que podríamos denominarcomo la «metafísica de la autarquía»,pero sus declaraciones coincidían conformulaciones doctrinales procedentesde áreas ideológicas muy distintascomo, por ejemplo, el krausismo y,sobre todo, con intereses queprontamente se organizaron. Decomienzos de siglo data, por ejemplo, laLiga Marítima Española (1900) o laHullera Nacional (1906); sólo con laguerra mundial se llegaría a vertebrareste tipo de doctrinas económicas en una

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revista doctrinal y unos congresosperiódicos, significativamentecalificados de nacionales. En realidad,las tesis del nacionalismo económicoacostumbraron a ser tan solemnes en laexpresión como endebles en susfundamentos lógicos. Se llegó aconsiderar que el ideal era la«protección integral», como si sepudiera proteger en la misma medida atodos los sectores o como si laprotección de un sector no se hiciera endetrimento de otros. De ahí que Floresde Lemus, el más importante de loseconomistas del reinado de AlfonsoXIII, repudiara ese «nombre bárbaro,

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que más parece anuncio de botica otienda de ultramarinos». Pero si llevadaal extremo la tesis nacionalista eneconomía era intelectualmenteinconsistente, en cambio logró el apoyosucesivo y acumulado de todos lossectores productivos. En parte seexplica por las dificultades estructuralesde la economía española pero, además,tuvo en general unas consecuenciaspositivas. Todas las naciones europeashicieron lo mismo y la política seguidaen nuestro país contribuyó a favorecerun indudable crecimiento económico,principalmente en el mundo industrial.Pero el techo de ese crecimiento a

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medio plazo resultó también evidente: laeconomía española quedó caracterizada,en adelante, por una agriculturamayoritariamente poco rentable (el trigovalía casi el 30 por 100 más que enItalia) y por una industria en granmedida dependiente de ella pero,además, localizada en zonas muydeterminadas y dependiente de patentesy materias primas extranjeras, cuando node la propia iniciativa foránea.

Lo característico de España no fuela existencia de protección, sino loelevado de la misma y la «férreaconcatenación» existente entre susdiferentes aspectos. El proteccionismo

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no tuvo una expresión puramentearancelaria, aunque no hay faceta másexpresiva del mismo que ésta. Ya en1891 y 1896 los aranceles españoleshabían experimentado un alzasignificativa, pero la consagración de latendencia se produjo con la reforma de1906 que creó «las barreras aduanerasmás elevadas de Europa». Se haatribuido un papel decisivo en suredacción a Alzóla, representante de losintereses de la minería y siderurgiavascas, pero el nuevo arancel fueinmediatamente alabado por la industriatextil catalana. Desde un punto de vistacrítico se ha recordado que la

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protección arancelaria era habitualmentedel 50 por 100 y los derechos debían serpagados en oro. Pero no hay que olvidartampoco los efectos positivos que elproteccionismo tuvo, sobre todo en elcampo industrial y en la segundaremodelación de los aranceles. Elarancel de Cánovas elevó la protecciónde la industria española frente a losproductos franceses con la intención derebajarla si se dejaba paso a laexportación española por excelencia, esdecir, el vino. Las tarifas en aquellaocasión fueron, además, «de aluvión»mientras que en 1906 fueron plenamenteconscientes de la protección de la

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industria, aun manteniendo la de loscereales. Los buenos resultados,perceptibles en el crecimientoindustrial, parecieron dar la razón aquienes habían redactado el arancel. Porotra parte, ya desde esta etapa yfundamentalmente desde el momento enque llegó al poder Maura en 1907, seoptó por una política económica demedidas de estímulo directo a laproducción industrial: los ejemplos mássignificativos serían la ley deconstrucción de la escuadra (1907) y lade protección de las industrias ycomunicaciones marítimas (1909). En laprimera de las fechas citadas se aprobó,

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además, una disposición por la cual, enlos contratos por cuenta del Estado nopodrían ser utilizados más queproductos de fabricación exclusivamentenacional. Es evidente el componentenacionalista de esta política. Todasestas medidas presagiaban lo que luegotuvo lugar durante la Dictadura de Primode Rivera e incluso puede encontrarseun precedente de la tendencia de esaépoca en la organización de un númeroinfinito de comités reguladores de laproducción. En los primeros años delsiglo, como consecuencia de estaevolución, se produjo un incremento delpapel del Estado en la vida económica

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llegando el Ministerio de Fomento aalcanzar el 15 por 100 del presupuesto.Sólo a partir de 1914 se hizo patente queuna Hacienda pobre tenía obviaslimitaciones como estimulante de laproducción nacional. Pero, de momento,el efecto había sido positivo: laindustria de construcción naval fuecreada gracias a los encargos del Estadoy a la altura del estallido de la PrimeraGuerra Mundial tres cuartas partes delmaterial ferroviario —carriles, porejemplo— era construido en España.Señalados los rasgos fundamentales dela política económica seguida por losgobiernos de Alfonso XIII —entre los

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que no hubo diferencias verdaderamentesustanciales—, es preciso pasar aexaminar de una manera más detalladalos diversos sectores productivos. Enagricultura, con el cambio de siglo, seprodujo el comienzo de un conjunto detransformaciones que seguirían luego,pero que pueden ser tratadas aquí. Engeneral, cabe atribuir al desarrolloagrícola de la época un ritmoconsiderablemente más elevado que elde la época inmediatamente anterior: asícomo en la etapa final del XIX elcrecimiento de este sector puedesituarse alrededor del 0,8 por 100 anual,en la primera década y media del XX la

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cifra fue ya del 1,5 por 100. La razón deeste incremento radica en laintroducción de una serie de técnicas ycultivos que supusieron, al menos, unanovedad relativa respecto del pasadoinmediato. En 1900-1914 la partida delas importaciones que más creció fue lade maquinaria y parte de ella eraagrícola, aunque en no pocas ocasionesfuera tan simple como el arado devertedera. También, no obstante, empezóa introducirse maquinaria mássofisticada, aunque sólo en zonaslatifundistas que podían permitirse esasinversiones: en el periodo que ahoraexaminamos la importación se

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multiplicó por 10 en este apartadoconcreto. Al mismo tiempo se triplicó laimportación de abonos, pero lo másimportante, a este respecto, es que si aprincipios de siglo no existía unaproducción nacional de estos productos(e incluso a finales del precedente habíaquebrado alguna fábrica que quisoservir para elaborarlos), en 1914 laproducción nacional fue ya superior a laimportación. A finales del primer terciode siglo la producción autóctona deabonos llegaba a 1.000.000 detoneladas. Por otra parte, el regadíoconstituyó una faceta más del programaregeneracionista. Sin embargo, los

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sucesivos programas (desde el deGasset en 1902 a los de 1916 y 1919)distaron mucho de cumplirse en unporcentaje suficiente. A la altura de ladécada de los veinte se puede calcularque había en España alrededor de1.500.000 hectáreas de regadío, de lasque menos de la mitad habían nacido dela iniciativa pública. En efecto, fuesobre todo la iniciativa individual endeterminadas zonas, como Valencia, laque produjo la difusión del regadío,alimentada por la confianza en obtenerunos rendimientos importantes en unplazo corto de tiempo. Los regadíospromovidos por el Estado tardaron, en

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cambio, en jugar un papel decisivo en laproducción agrícola. Pero no debedesdeñarse el papel desempeñado por laAdministración en este terreno. Entre1904 y 1907 la crisis vitícola alcanzófondo. La reconstrucción del viñedo,principalmente en Cataluña, pudohacerse en gran medida gracias a lasDiputaciones, el Servicio Agronómico yla creación de estaciones enológicas,aunque intervinieran también lascooperativas o los sindicatos agrícolas.De este modo, además, pudo mejorar lacalidad del vino producido.

Todos estos factores de innovaciónintrodujeron modificaciones de cierta

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importancia en la agricultura nacional.El trigo, cultivo que siguió siendofundamental, se vio beneficiado a la vezpor las nuevas técnicas y por elproteccionismo de la política oficial.Este último tuvo como consecuencia unincremento de las superficies cultivadasal ritmo de unas 37.000 hectáreasanuales: desde el principio del siglohasta los años treinta se puede calcularque el incremento total fue deaproximadamente un tercio. Laproductividad también creció, aunqueprobablemente en menor grado. Laconsecuencia de este proceso fue queuna España que, a comienzos de siglo,

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todavía importaba trigo, en los añostreinta podía considerarse como autoabastecida. La vid, como sabemos, tardóen recuperarse de la crisis producidapor la filoxera: sólo lo hizo a partir de1914 y en algunas provincias, comoMálaga, no llegó a hacerlo nunca. Comoconsecuencia, se redujo su área decultivo pero el valor de su producciónse triplicó durante las tres primerasdécadas del siglo, gracias a la mejora delos caldos. En cuanto al olivo, en lamisma etapa pasó de una extensiónsuperficial de 1.200.000 hectáreas a2.200.000, mientras que la producciónpasó de 2.000.000 de quintales métricos

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a más de seis.Sin embargo, el sector más dinámico

de la agricultura española fue, ya desdefinales del siglo, el de los nuevoscultivos, en gran parte destinados a laexportación: la naranja y la almendra,por ejemplo. La primera habíaproducido una modificación fundamentalen la agricultura de Valencia ya en elsiglo XIX. A finales de siglo elincremento de la exportación desde estepuerto fue del 20 por 100 anual. A lolargo del primer tercio del siglo XXduplicó su superficie de cultivo ytriplicó su valor, creciendo laproducción a un ritmo anual medio del

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4,5 por 100; en 1900 no llegaba a 3-000.000 de toneladas y en los añosveinte ya superaba con creces los10.000.000. La naranja se habíaconvertido en un producto de consumode alta calidad: Alfonso XIII se lasenviaba a su futura esposa durante laépoca de su noviazgo. La remolacha fueprotegida por la política gubernamentalal haberse perdido, con las colonias, lafuente habitual de aprovisionamiento deazúcar. En un plazo muy corto de tiempola producción remolachera, que seestabilizó en torno a los 2.000.000 detoneladas en los años treinta, pasó de lanada a tener problemas de

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superproducción, resueltos en partegracias a la constitución de una únicasociedad destinada a la producción deazúcar. La almendra, como la naranja,favoreció la parcelación de lapropiedad y la existencia de una clasemedia campesina alejada a la vez de lamiseria del jornalero del árealatifundista y de la pobreza del pequeñopropietario castellano.

En términos generales puede decirseque tanto la apertura hacia el exteriorcomo la creación de un mercadoverdaderamente nacional tuvieron comoconsecuencia una, al menos, relativaespecialización agrícola o ganadera,

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dependiente del grado de iniciativa delas élites locales. En Andalucía, dondelos rendimientos de la agricultura eranaltos (12-18 por 100 en el cereal y 20por 100 en el olivo) y la mano de obraabundante y barata, apenas seintrodujeron algunos cultivos tropicalesen la costa. En cambio, en Asturias seinició una especialización ganadera: en1910 se fundó la primera fábrica demantequilla Arias. En Galicia, que habíaempezado a exportar ganado vacuno aGran Bretaña en el siglo XIX, durante elprimer tercio de siglo se transportaronhacia el resto de la Península casi4.000.000 de cabezas de vacuno. Por su

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parte, la industria conservera,concentrada casi en un 50 por 100 enVigo, fue impulsada por franceses ycatalanes. Dada la importancia que elsistema bancario tuvo para la industria,es preciso aludir a él antes de tratar deésta. Resulta de la mayor importanciaadvertir que fue precisamente en estemomento cuando nació un sistemabancario que perdura en la actualidad ensus rasgos fundamentales. La Bancaespañola había surgido a mediados delXIX, pero con unas características defragilidad que le impidierondesarrollarse hasta medio siglo después.En el medio lustro final de ese siglo

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multiplicó por 9 sus depósitos y en lostreinta siguientes lo hizo por 20. En losorígenes de la banca, en el fin de siglo,hubo dos factores que ya nos resultanconocidos. El primero fue larepatriación de capitales procedentes delas colonias, que tuvo comoconsecuencia, por ejemplo, la fundación,en 1901, del Banco Hispanoamericanoy, en 1902, la conversión del CréditoMobiliario en Banco Español deCrédito. El segundo fue la capitalizaciónde la exportación de hierro desde elPaís Vasco, que produjo o potenció losbancos de Bilbao, Vizcaya o Urquijo eincluso el Central (surgido de la Banca

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Aldama en 1919). Otros bancosregionales fueron consecuencia de lacapitalización resultado de la corrientemigratoria (el Banco Pastor en Galicia).En todo caso, la banca española secaracterizó por su carácter mixto, comola japonesa o la alemana, cumpliendo unpapel de verdadero holding empresarial,con elevada concentración ylocalización geográfica en Madrid,Bilbao y Barcelona.

Como veremos inmediatamente, labanca jugó un papel decisivo endeterminados sectores industrialesnuevos. Fueron ellos los más dinámicosen un momento, al comienzo de siglo, en

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que se pudo presagiar ya el auge de laPrimera Guerra Mundial. En 1900-1914el índice de la producción industrialpasó de 76 a 102 mientras que en losaños veinte se había alcanzado ya 144.De todos modos lo importante es, enparalelo con lo sucedido en agricultura ycomo ya se ha señalado, que en esteperiodo se inició una senda quepermitiría la expansión posterior.

El empuje en el crecimientoindustrial en parte se debe poner enrelación con el declive de la produccióny exportación de minerales metálicos: eldel cobre se produjo lentamente y el delhierro y plomo con mayor celeridad.

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Sólo en términos relativos se puedeatribuir a la exportación de mineral lacondición de industria verdaderamenteligada a la economía nacional, pues en1913 la mitad de esta industria estaba enmanos extranjeras. Otro hecho prueba eldesarrollo industrial español: laextracción de carbón experimentó uncrecimiento considerable en estos años.Desde principios de siglo hasta 1913creció en más del 50 por 100 y, a laaltura de la Primera Guerra Mundial, lacifra de producción llegaba a 2.500.000toneladas, ocupando a 18.000 obrerosen Asturias. Se importaba una cantidadsemejante de hulla, lo que constituye un

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indicio importante del desarrollo de lasiderurgia.

La combinación de estos dos datosnos proporciona la clave del desarrolloen uno de los polos industriales del país.En 1899 se llegó a la cota máxima de laexportación de mineral de hierro, quealcanzó las 5.500.000 toneladas. Apartir de este momento una parte de esehierro fue empleada para una siderurgianacional: en 1900 se fundó Euskalduna yen 1902 Altos Hornos de Vizcaya. Porlas mismas fechas nació Duro Felgueraen Asturias. Aunque a comienzos de laPrimera Guerra Mundial todavía seexportaba la mayor parte del mineral de

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hierro vasco, esta región ya habíalogrado una neta superioridad respectodel resto del país en lo que se refiere asiderurgia y construcción naval: la mitaddel lingote de hierro, del acero y deltonelaje de buques se producía allí. ElPaís Vasco se había beneficiado de lacapitalización producida por laexportación minera pero también de latecnología británica. En el entornocronológico de la Primera GuerraMundial la ría de Bilbao, merced a lasiderurgia y la banca, era el ejemploparadigmático de la riqueza de unacivilización industrial que en Españaseguía siendo una parcela reducida

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frente al peso del mundo rural.En la otra área industrial por

excelencia, Cataluña, la industria textilsufrió el impacto de la pérdida de lascolonias, lo que es lógico teniendo encuenta el papel de este mercado y lalimitación del peninsular. Mientras queen 1894 se habían importado 78.000toneladas de algodón, en 1901 sólo sellegó a 68.000.

La recuperación se produjo, acontinuación, gracias al arancel de 1906que reservaba, de hecho, el mercadointerior a los industriales catalanes deltextil. En este caso, como en el de lasiderurgia vasca, que exportaba menos

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del 10 por 100 de la producción, seforzó una situación de ausencia decompetitividad en el exterior y, portanto, proclive a la utilización de mediosanticuados. A cambio, la industria textilcatalana se impuso en el interior: en1913, por ejemplo, entre Barcelona,Sabadell y Tarrasa tenían el 48 por 100de los husos y el 75 por 100 de lostelares de lana de toda España. Entre1876 y 1913 la potencia energéticautilizada por esta industria se habíamultiplicado por ocho. Convertida yaesta industria en esencialmenteconservadora, Cataluña tuvo otras másdinámicas y agresivas, con las que pudo

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competir o incluso superar al PaísVasco. Ya desde esta época el sectorindustrial puntero estuvo constituido porla electricidad, el cemento y la industriaquímica, además de la industria ligera.De todas ellas la que resultó másimportante fue la industria eléctricaporque provocó lo que se hadenominado la segunda transiciónenergética, del vapor a la electricidad.Como en tantos otros casos, también elcomienzo de siglo coincide con laaparición de las que, con el paso deltiempo, serían primeras firmas en elsector, procedentes de inversiones de labanca vasca o de capital extranjero. En

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1901 se fundó Hidroeléctrica Ibérica,luego Iberduero, a partir de inversionesde los bancos Aldama, Urquijo yVizcaya, y, en 1907, HidroeléctricaEspañola. En 1911 las principalesindustrias eléctricas catalanas crean laBarcelona Traction (llamada «LaCanadiense», por el origen de sucapital) y Energía Eléctrica deBarcelona; otras firmas importantes eranUnión Eléctrica y la Catalana de Gas yElectricidad. Para darse cuenta delimpacto que tuvieron todas ellas en laindustria catalana baste con decir que en1913 la industria textil había sustituidoel vapor en más de la mitad de la

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maquinaria en Sabadell y Tarrasa, y en1916 la sustitución era total. La primerafábrica de cemento se construyó en 1898en Asturias, pero en ese mismo año dosfábricas catalanas, Asland y Fradera,cubrían la mitad de la producciónnacional. Entre el final del siglo XIX ylos primeros años del XX surgieron enEspaña las primeras industrias químicasmodernas que seguirían desempeñandoel liderazgo de este sector con el pasodel tiempo: Unión Española deExplosivos (1896), Electroquímica deFlix (1897) y la Cros (1904), que prontose puso a la cabeza de la producción deácido sulfúrico y superfosfatos.

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Importa señalar que este proceso deindustrialización en sectores líderes yregiones de vanguardia fue acompañadopor la aparición de procedimientosnuevos en industrias más tradicionales ypor la difusión geográfica de laindustrialización en el conjunto deEspaña. En Galicia, por ejemplo, laindustria conservera, que durante elprimer tercio del siglo supuso entre el 2y el 4 por 100 de la exportaciónespañola, tuvo la oportunidad dedesarrollarse gracias a la mayoraccesibilidad de la hojalata y la mejorade la calidad del aceite. La capacidadde las fábricas dedicadas a la obtención

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de este producto mediterráneo setriplicó en la última década del XIX,luego creció un 50 por 100 hasta 1910 yen 1930 se había multiplicado por 10respecto a 1890. La industria papelerase ubicó en Guipúzcoa tras laconstitución de Papelera Española(1901), creada por la fusión de 11compañías preexistentes. El desarrolloindustrial de esta provincia fue muypeculiar: se basó en capitales modestosy en la existencia de una artesaníaprevia (cerrajería) reconvertida paraproductos nuevos (armas). El zapato decuero de elaboración mecánica seconcentró en Cataluña pero también en

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Baleares y Valencia. Esta última regiónse convirtió en la tercera en importanciaindustrial, concentrando su crecimientoen sectores —química, metalurgialigera…— dirigidos hacia la prósperaagricultura de exportación. Madrid, dela que en el fin de siglo había aseguradoPérez Galdós —Fortunata y Jacinta—que «era el futuro» lo demostró con susindustrias de construcción, eléctricas yde consumo, favorecida por lacapitalidad. En Cataluña la industria sediversificó mucho con el paso deltiempo. Entre 1900-1930 la proporciónde la población obrera dedicada al textilpasó del 53 al 26 por 100 mientras que

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se duplicaba la empleada en laconstrucción, cuadruplicaba la de losmetalúrgicos y multiplicaba por sesentala que trabajaba en la industria química.La industrialización, de esta manera,demostró ser un fenómeno plural ydestinado a producir con el paso deltiempo un cambio sustancial en elconjunto del país.

Inevitablemente, el dinamismo de laeconomía española tuvo que influir deforma necesaria en la transformación dela sociedad. A reserva de hablar másadelante de estos cambios, que nopueden individualizarse para un periodode tan sólo tres lustros, cabe indicar que

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en esta época se rompió claramente conuno de los rasgos del antiguo régimendemográfico, la estabilidad de lapoblación en el lugar de nacimiento. Enrealidad, la ruptura con esta situación sehabía iniciado ya en las dos últimasdécadas del XIX pero ahora se aceleró.Algo parecido sucedió en otros dospaíses latinos, Italia y Portugal, con laúnica diferencia de que, quizá por lapolítica proteccionista española, seprodujo una ralentización durante ladécada final del XIX. En total,aproximadamente un 10 por 100 de lapoblación española se desplazó en esteperiodo, porcentaje del que, a su vez, un

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80 por 100 procedía del agro. Eldesplazamiento se hizo, en primer lugar,hacia los grandes núcleos urbanos:Barcelona recibió 260.000 inmigrantesen las dos primeras décadas del siglo yMadrid 230.000. Pero todavía fuenovedad mayor la emigración fuera deEspaña. En 1914 todavía llegaron aArgelia 30.000 españoles, pero losemigrantes españoles se dirigieron,sobre todo, a Iberoamérica. El númerode salidas anuales por mar en cada unode los tres lustros hasta el estallido de laguerra mundial fue de 75.000, 144.000 y120.000 personas, respectivamente. Lohicieron principalmente hacia aquellos

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países que resultaban más atractivos porsus oportunidades de trabajo yprosperidad individual. En el momentode la conflagración había en Argentinauna colonia de 500.000 españoles y otrade unos 100.000 en Francia. Lasregiones de latifundio noproporcionaron el grueso del número deemigrantes sino que Andalucía, LaMancha y Extremadura permanecieroncasi por completo al margen de esteproceso mientras que ejercieron unindudable protagonismo en él las zonasatlánticas de la mitad norte de lapenínsula. En las últimas décadas delXIX y primeras del XX uno de cada dos

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gallegos emigró; también otras regiones,como Canarias, experimentaron unaemigración semejante. Da la sensación,en definitiva, que la tasa dealfabetización, que permitía informarse,y la pequeña propiedad, queproporcionaba los fondos para pagar elviaje, fueron estímulos importantes parala emigración. Aunque todo lo parcialesque se quiera, nos encontramos antesíntomas evidentes de modernizaciónsocial.

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Los conflictos sociales.Sindicalismo yAnarquismo

Probablemente en ningún campo dela Historia contemporánea se haproducido un cambio tan fundamental enlos últimos veinte años como en lo quese refiere al llamado «movimientoobrero». En otro tiempo se le otorgabaun papel central en la evoluciónhistórica española partiendo de lacreencia en una inminente revolución. Sedaba, además, una explicación,

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fundamentada en argumentacioneseconomicistas, acerca de la precisasignificación ideológica de lossindicatos, no se tenía muy en cuenta alos patronos o a las autoridadesgubernativas a la hora de describir losconflictos e incluso se partía de juiciosde valor respecto de los distintossindicalismos. Hoy el movimientoobrero ha perdido la pasada centralidaden la historiografía española mientrasque el interés se ha trasladado a lacondición obrera, a los patronos comoantagonistas del sindicato o los aspectosculturales de la vida cotidiana deltrabajador. El movimiento obrero se

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concibe ahora en continuidad y no enruptura con un pasado inmediato, el delas sociedades de oficio clásicas, quecobijaban principalmente a trabajadoresespecializados. Fueron ellos,enfrentados a unos modos de producciónnuevos y agobiados por la disminuciónde las posibilidades de movilidadsocial, quienes crearon una conciencianueva y se convirtieron en una especiede vanguardia destinada a cambiar elmundo. El himno de la Casa del Pueblode Madrid, inaugurada en 1908, revelaesta mentalidad: «La fortaleza proletaria/altiva y firme se elevó/será del puebloque trabaja/radiante foro salvador». Ha

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sido habitual en una parte de lahistoriografía considerar que laconflictividad social en la España decomienzos de siglo habría sido muygrande, como consecuencia del procesode industrialización abierto en esteperiodo o acelerado en sectoressignificativos durante estos años. Laverdad es, sin embargo, otra. A partir deeste momento aparecieron formas deprotesta nuevas, como, por ejemplo, lamisma huelga, prácticamente inexistenteantes de 1890, pero no se debe exagerarni su importancia, ni sus efectosdecisivos sobre la política de su tiempo,ni tampoco su ruptura con respecto al

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pasado. Todavía la consecuencia másinmediata de la pérdida de las coloniasy de las medidas económicas que lesiguieron pareció semejante a la delXIX. Un diario riojano pudo hablar, en1901, del «temperamento de motín quedomina a los españoles por largasenseñanzas y repetidos desengaños yque se manifiesta cualquier día concualquier motivo». En realidad lasociedad española, muy desmovilizada,lo fue también en lo que respecta a laprotesta obrera. Aunque la estadísticaoficial de huelgas no resulta muy fiable,sólo a comienzos de la segunda décadadel siglo se superó el número de 200

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huelgas, que afectaron a más de treintamil huelguistas y supusieron un millónde jornadas perdidas. Muy a menudo losconflictos se desarrollaban en un climade violencia, no muy distinto del motíndel XIX, aunque ahora se rebautizaracomo «huelga general revolucionaria», ysolían venir acompañados de atentados(no sólo producto de la participación delos anarquistas), pero, por otro lado,acostumbraban a concluir con laintervención de una autoridadmediadora, a menudo militar, que nosiempre se decantaba de formaautomática a favor de los patronos.Éstos recibieron con dureza los intentos

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de organización sindical y practicaron amenudo el cierre como maniobra contrala presión de los asalariados,atribuyendo a agitadores venidos defuera la ruptura de un orden patriarcal o,al menos, paternalista, que considerabancomo natural. Sólo con el paso deltiempo acabaron por aceptar lasfórmulas de transacción con lossindicatos y se organizaron ellos mismosen sociedades para protegerse ycombatirlos. La intervención de lasautoridades en los conflictos sociales sehacía por motivos de puro ordenpúblico, al margen de la legislaciónsocial. Sin embargo, como hemos visto

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ya al tratar de la evolución política, conel comienzo del siglo se inició ésta enEspaña. De ella puede decirse que fueuna obra colectiva cuyas disposicioneseran producto del acuerdo entreopciones divergentes o inclusoenfrentadas. Así, por ejemplo, lalegislación sobre tribunales industriales,destinados a mediar en los conflictossociales, producto de una iniciativa dela Comisión de Reformas Sociales en1891, se convirtió en ley gracias a unadisposición conservadora de 1908, perocalcada de otra liberal de 1906, y dichalegislación fue modificada durante elGobierno de Canalejas en 1912. Ese

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mismo carácter se aprecia en la labor dedicha Comisión, en la que tomaron partepersonas procedentes del mundocatólico, liberales, republicanos ydirigentes del socialismo. En unprincipio, la Comisión había tenido uncarácter puramente informativo, pero en1903 adquirió ya su perfil definitivo,contando con capacidad de actuación alasumir el carácter de instituto vinculadoal Ministerio de Fomento (y no al deGobernación, como hasta entonces). Suobra fue meritoria y, a lo que parece,autónoma e imparcial, aunque muchasveces estorbada por la falta de mediosmateriales. Contó, por otro lado, con

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capacidad inspectora y con unarepresentación obrera que garantizaba laeficacia de su acción. También elInstituto Nacional de Previsión, que en1917 contaba con 135.000 beneficiarios,tuvo la colaboración de personasprocedentes de mundos distintos,principalmente del socialismo y delcatolicismo.

Si la conflictividad social fue másreducida de lo que a veces suele dar laimpresión, como si al pasar las páginasde cada libro de Historia española de laépoca fuera inminente la aparición de larevolución, la razón principal no fue lalegislación social ni tampoco el hecho

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de que los salarios crecieran más quelos precios, sino la debilidad delmovimiento sindical y obrero. Cuantosdatos disponemos de toda Españaabonan la impresión de que la protestano era la consecuencia de lapauperización sino el resultado de laorganización. Sólo en 1910 hubo undiputado socialista en el Parlamentoespañol mientras que por las mismasfechas había cuarenta en Italia, más deun centenar en Alemania y setenta ycinco en Francia. Se debe tener encuenta, además, que el primero y eltercero de esos países tenían, comoEspaña, un movimiento sindical

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anarquista muy potente. Es obvio, portanto, que no cabe atribuirexclusivamente a este último la ausenciade representación de la izquierda obreraen el Parlamento. Hay que tener encuenta, además, que hasta el estallido dela guerra mundial el republicanismoanticlerical y popular permaneciófuertemente arraigado en los mediosurbanos. La mayor parte delsindicalismo no estaba relacionado,antes de 1914, con las dos grandescentrales nacionales, ni exclusiva ni aunmayoritariamente. Además, tenía unpapel reducido en la vida pública delpaís: sólo en Madrid y Barcelona la

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afiliación sindical se aproximó al 30 por100 de la población obrera durante elreinado de Alfonso XIII, pero las cifraseran mucho más reducidas al comienzode dicho reinado, no se traducían envotos a la hora de las elecciones y lamedia nacional de afiliación, en todocaso, no llegó al 5 por 100. Las huelgasestuvieron concentradas en unos cuantospuntos y, en realidad, no habíasindicatos organizados con implantaciónnacional, ni tampoco federaciones deindustria. Por eso, cualquier tipo desolidaridad global efectiva, mediante lahuelga, resultó sencillamenteimpensable. Una parte (pero tan sólo

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eso) de la debilidad del movimientoobrero en España derivó de su división,que precisamente se hizo patentecuando, con el comienzo de siglo,aumentó la influencia del socialismo,pues hasta entonces la del anarquismohabía sido abrumadora. Aun así, unrasgo del movimiento obrero en Españafue, hasta la II República, el pesopredominante del primero, respecto delcual los historiadores no se han puestotodavía de acuerdo en las causas. Si hade descartarse que un supuesto carácternacional justifique ese predominioácrata, tampoco parece que la razónpueda atribuirse a la existencia de un

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campesinado sin tierra, milenarista yproclive a rebeliones espontáneasnecesariamente concluidas en fracaso: elpredominio del anarquismo en Cataluñaresulta la demostración más obvia de lafalsedad de este enfoque. Paracompensarla y hacerla viable se haaludido a la inmigración obrera enCataluña (sin tener en cuenta quemuchos de los principales dirigentesácratas tenían apellidosinequívocamente catalanes), a la durezade la lucha obrera en la región, la escasaconcentración de la producciónindustrial, etc. En realidad, todas estasrazones parecen insuficientes o

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parciales, cuando no nacidas de un «apriori», sin negar por completo quepueden ser una parte de la verdad. Quizála razón primordial que explica elpredominio de un sindicalismo u otroderiva de la primera implantación enuna ciudad o región del mismo y de laeficacia de su acción reivindicativa ohuelguística. Puede haber tambiénfactores culturales que expliquen esepredominio ácrata, como la ausencia deveracidad del sistema liberal español,que justificaba plenamente el despreciopor la política. En fin, en España existíauna tradición democrático-federal sobrela que pudo insertarse mucho mejor el

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anarcosindicalismo que el socialismo.La implantación del primero en Jerez o,en general, en el campo andaluz, no estárelacionada, por ejemplo, con elmilenarismo o la espontaneidad comocon esta razón. La mejor prueba de elloes la biografía del apóstol delanarquismo en la Baja Andalucía,Fermín Salvoechea, muerto en 1907,hijo de un comerciante rico, de ideasfederales y educado en Gran Bretaña. Enmuchos aspectos es posible encontrar unenlace entre la tradición carbonaria,anticlerical e igualitaria delrepublicanismo y el anarquismo. Porúltimo, la flexibilidad organizativa y la

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apertura estratégica del anarquismo lepermitieron ejercer una mayor o mástemprana influencia sobre los mediossocietarios independientes orepublicanos o, simplemente, losobreros no afiliados. En Sevilla se hapodido constatar, por ejemplo, que elespontaneísmo, la solidaridad y lastácticas de lucha inmediatistas atraíanmucho más a los obreros que laspropuestas de moderación, disciplina,énfasis en la consolidación de lassociedades o reglamentación de losprocedimientos a seguir en las huelgasque propugnaban los socialistas. Laparadoja es que los obreros eran mucho

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menos maximalistas que lo que parecededucirse de sus preferenciasanarquistas. Así se explica que aperiodos cortos de gran exaltaciónprotestataria les siguieran otros dedesmovilización. En ocasiones lastácticas anarquistas suponían grandestriunfos en la mejora de las condicionesde vida pero a menudo concluían en laautodestrucción del sindicalismo. En lacapital andaluza, por ejemplo, hubonada menos que cinco huelgas generalesdesde comienzos de siglo hasta la guerramundial.

Del anarquismo español de estaépoca y de las inmediatamente

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posteriores llama la atención, al mismotiempo, su enorme influencia, que dio lasensación de convertir a España en elpaís de Europa en que iba a ser posibleel estallido de una revolución ácrata, y,a la vez, una escasa originalidaddoctrinal que lo sometió a sucesivasinfluencias foráneas que se acumularonsobre él sin predominar definitivamenteuna sobre otra. De ahí la condiciónplural que siempre tuvo el anarquismodurante el primer tercio de siglo. Hayque tener en cuenta que, no sólo enEspaña, sino también en buena parte delcontinente, el anarquismo era másinfluyente que el socialismo en estos

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años anteriores a la Primera GuerraMundial. Su mito principal era la huelgageneral revolucionaria como mecanismopara colapsar el Estado burgués: talprocedimiento, unido a la acción directa(el contacto sin intermediarios entrepatronos y obreros), acabó derivando enotros países hacia el anarcosindicalismoy de ahí al sindicalismo estricto. EnEspaña, sin embargo, esas estrategias seinsertaron sobre una tradición deanarcocomunismo insurreccionalista y elresultado fue que en nuestro país, dehecho, esos medios obreros siguieronpensando mayoritariamente que elesfuerzo final contra el Estado burgués

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habría de ser siempre violento. Hubopartidarios del atentado personal ydetractores del mismo, pero la tendenciaespontánea de los anarquistas españolesfue siempre a justificar la violencia y,por tanto, considerar en el mismo planoa los terroristas y a los represaliadospor la protesta puramente sindical uobrera.

A esto hay que sumar, para tener unavisión completa, el caráctercontradictoriamente plural, casiabigarrado, del anarquismo español decomienzos de siglo. Había en élsindicalistas reformistas e intelectualessubempleados que despreciaban a los

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obreros, «que van y vienen de la fábricaa la pocilga», como decía uno deaquéllos. Un ejemplo de esta segundacategoría lo podemos encontrar en losMontseny, dedicados por igual a la críade pollos y a la difusión de literaturapopular y anticlerical, o en lospropagandistas, más allá de nuestrasfronteras, de la imagen de una Españainquisitorialmente represiva, comoTárrida del Mármol. El propioFrancisco Ferrer, el único anarquistacon dinero, puede considerarse dentrode esta categoría. En estos medios, queindudablemente protegieron y ocultarona los perseguidos por la policía,

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surgieron los autores de los atentadosdel periodo 1904-1909. Después de unaetapa inicial de empleo del terrorismodurante la década final del siglo, desde1898 a 1903, hubo una época de paz,más que por la eficacia policial por elcansancio de los propios anarquistas.Sin embargo, la tradición del atentadopersonal renació en 1904 con motivo dela visita de Maura a Barcelona. Quienesla volvieron a poner en práctica fueron,quizá, antiguos anarquistasdecepcionados por el incremento de lainfluencia sindicalista pero, sobre todo,jóvenes inestables, neuróticos ybohemios para los que el atentado era un

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medio de liberarles de un mundoaparentemente hostil; el ambiente«nietzscheano» del fin de siglo parecía,además, convertirlos en héroes de unanueva civilización. Mateo Morral puedeconstituir un buen ejemplo, con sumezcla de puritanismo y bohemia(obligaba a su hermana a cortarse elpelo, pero él padecía sífilis). Morralfue, probablemente, el autor del atentadocontra el Rey en 1905, que debió contarcon el apoyo de Lerroux, nueva pruebade que los límites entre elrepublicanismo y el anarquismo eran, eneste momento, imprecisos. En mayo de1906, después de haber intentado de

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nuevo atentar contra el Monarca, Morralse suicidó y Ferrer fue encarcelado perosalió absuelto por falta de pruebas. Apartir de este momento el terrorismocambió su forma de actuación. Nopracticó ya el atentado personal, sinoque se dedicó a colocar bombas enlugares de frecuente concurrencia paracrear un clima de tensión en Barcelona.Como cabía esperar (y, de hecho, hasucedido en otras ocasiones en laHistoria española), el terrorismo seconvirtió en una profesión, forma devida de algún antiguo anarquista, comoRull, luego convertido en confidente dela policía y finalmente ejecutado en

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1908. La verdad es que, aunquemultiplicó por cuatro el número deagentes del orden, la desaparición delterrorismo fue producto más delcansancio de los anarquistas que de laeficacia de las fuerzas policiales o delos servicios paralelos de carácterprivado que entonces proliferaron. Otrofactor importante fue la crecida delmovimiento sindical. A partir de 1909hubo ya tan sólo dos atentados, uno delos cuales acabó con la vida deCanalejas.

Aunque no se trata de un fenómenoidéntico tiene cierto paralelismo con elterrorismo, en su común

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anarcocomunismo, la agitación socialque entre 1903 y 1905 recorrió el campoandaluz y que un testigo presencial, elnotario cordobés Díaz del Moral,describió como una «formidableexplosión». Como sucedería másadelante en otras ocasiones —enespecial después de la Primera GuerraMundial— la protesta pareció que iba aconmocionar la sociedad andaluza,produjo el brusco crecimiento de lassociedades de resistencia, una esperanzacasi religiosa en el advenimiento delcomunismo y la lectura enfervorizada dela prensa obrera. Habitualmente, encambio, la sindicación se concentraba

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en el medio urbano y en el rural locaracterístico era la desmovilización.Aunque la conmoción puede serinterpretada como producto de unimpulso milenarista de unos campesinoshambrientos de tierra, esta tesis tan sóloes parcialmente cierta si tenemos encuenta otros dos factores importantes.En primer lugar, como también enmuchas otras ocasiones, la protestacoincidió con una excelente cosecha en1903, lo que demuestra que no se puedeidentificar con la rebelión espontánea deuna masa proletaria especialmentesufriente, sino con una estrategiareivindicativa que implicaba también la

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utilización del incendio, por ejemplo,pese a lo bárbaro del procedimiento,como expresión de descontento y formade lograr la mejora de los salarios, almargen de que se esperara la total ydefinitiva transformación de lasociedad. Por otro lado, lo que sedenominaba como el «obreroconsciente», propagandista del idealácrata, no era un líder cuasi religioso yanalfabeto sino un propagador de lastesis de una cultura anticlerical,derivada del federalismo y de la prensapopular libertaria. Con todo, elcomponente de rebeldía primitiva tienetambién que ser tomado en

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consideración porque a la afiliaciónmasiva de estos momentos le siguió unaperduración modesta del sindicalismoagrario y el entusiasmo acabó portransformarse en pasividad. Sólo en1913 nació una Federación Nacional deObreros Agricultores pero apenas habíallegado a sobrepasar los 2.500 afiliadosal año siguiente. A pesar de loformidable de esta conmoción agraria,mucha mayor trascendencia histórica ymayor capacidad de difusión del idealanarquista tuvo la difusión delanarcosindicalismo a partir decomienzos de siglo. Los últimos añosdel XIX presenciaron en los medios

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anarquistas el triunfo abrumador de unaauténtica fobia anti-organizativa, quedebe ponerse en relación con la difusióndel terrorismo. Desde comienzos desiglo hubo, en cambio, repetidos intentosde organización de un sindicatonacional, que resultaron frustrados, almenos en lo que respecta a la cantidadde afiliados. Los Congresos de laFederación de Trabajadores de laRegión Española, celebrados en Madriden 1900-1903, no tuvieron unarepresentación de más allá de 50.000afiliados y no establecieronverdaderamente ninguna organizaciónnacional. Sirvieron, sin embargo, para

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difundir el mito de la huelga general y laescuela laica en medios que no eranestrictamente obreros sino tambiénpertenecientes al republicanismoexaltado que protagonizaba Lerroux.Fracasados estos intentos, el sindicatode ámbito propiamente nacional nollegaría a tener vigencia hasta que setrasladó su localización del centro a laperiferia. En ella (es decir, enBarcelona), donde se publicaba desde1901 un periódico titulado La huelgageneral, tuvo al año siguiente la primeramanifestación en España de este modode protesta que, si implicaba la prácticade la violencia, al mismo tiempo

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suponía una participación de las masasen el proceso revolucionario querepugnaba a los anarquistas másestrictos, intérpretes de la acción directacomo atentado personal e individual. Lahuelga de 1902, inmortalizada en lospinceles de Casas, produjoenfrentamientos y algunos muertos, peroestuvo muy lejos de ser una revolución.Precisamente, los años siguientesfueron, en la capital catalana, dedepresión del movimiento societario,ocasión que permitió el desarrollo delrepublicanismo «lerrouxista», pero que,en cambio, no produjo la crecida delsocialismo, incapaz de implantarse en la

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primera ciudad fabril de España.Conscientes los medios anarquistas

de que era preciso buscar a losproletarios en las fábricas y no mediantegestos heroicos, en 1904 crearon unaFederación Obrera que en 1907 daríalugar, utilizando una denominaciónsimilar al nacionalismo que tenía elprotagonismo del escenario político, aSolidaridad Obrera. Esta tenía lapretensión de estar por encima de lasafiliaciones concretas y partidistas desus miembros y, de hecho, inicialmentefiguraron en sus filas republicanos ysocialistas. Sus declaracionesprogramáticas eran tan imprecisas como

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para considerar que el capitalismo debíaser sustituido por «la organizaciónobrera transformada en régimen socialde trabajo». Pronto contó con unperiódico de la misma denominación yhacia 1908 empezó a crecer, lograndotener, a fines de 1909, unos 44.000afiliados. A esa altura un conflictolaboral en el diario republicano habíamarginado de los puestos directivos alos dirigentes obreros de estasignificación, mientras los socialistasseguían siendo muy escasos y losanarquistas individualistas estabandesplazados de la posibilidad de ejercerun papel influyente en el sindicato. Los

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medios ácratas jugaron un papelimportante en la Semana Trágicaaunque, como ya se ha señalado, estosacontecimientos no tuvieron ningunadirección precisa.

En el verano de 1910, el sectoranarquista se hizo definitivamente con ladirección del sindicalismo barcelonés,agrupado en Solidaridad Obrera, y enotoño fue fundada la ConfederaciónNacional de Trabajo que, en realidad,era mayoritariamente barcelonesa ocatalana (79 de las 114 sociedades quela formaban tenían esta procedenciaregional). Aunque no se cerró laposibilidad de un acuerdo con la UGT

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socialista, el nuevo sindicato nació conuna clara voluntad hegemónica. Hasta enla denominación paralela a la CGTfrancesa se apreciaba el triunfo delanarcosindicalismo, todavía más patentesi tenemos en cuenta las declaracionesprogramáticas de la nueva entidad. Elsindicalismo era un medio y su fórmulade actuación predilecta debía ser lahuelga general revolucionaria de la quese decía, sin embargo, que, «por serarma peligrosa», debía ser «utilizadacon tino». De cualquier modo, laactuación sindical no era un fin, sino quela CNT tenía un propósito«esencialmente revolucionario». A

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pesar de que la organización previstapor los fundadores del sindicato tuvierasemejanza con las Bolsas de Trabajoreformistas de más allá de los Pirineos,la CNT no abandonó la creenciaanarquista de que el golpe finalrevolucionario que derribaría lasociedad burguesa sería violento. Quizáesto explica que su organización inicialno previera la creación de federacionesde industria. Con ser elemental esafórmula organizativa, no pareciónecesaria para cumplir el propósitorevolucionario pero, al menos,consiguió entre las sociedades obreraspreexistentes y no afiliadas un mayor

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éxito que las tácticas reglamentistas ysectarias de los socialistas. La vertienterevolucionaria de la CNT, más allá delestricto sindicalismo, se pudo apreciaren las resoluciones del nuevo sindicatocon ocasión de su primer congresocelebrado en Barcelona en otoño de1911. Entonces fue repudiada la eficaciadel cambio político para darsatisfacción a las demandas de lostrabajadores, pero, sobre todo, tuvolugar una reunión secreta, posterior alcongreso, en la que se preparó unahuelga general revolucionaria con la quehubo de enfrentarse el Gobierno deCanalejas. Fue precisamente esta

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decisión la que tuvo como consecuenciaconvertir a la CNT en una organizaciónclandestina desde 1911 hasta la guerramundial. Sólo a mediados de 1913 sereorganizó la Confederación Regionaldel Trabajo de Cataluña y, un añodespués, el sindicato nacional. De todasmaneras, la ocasión definitiva para surelanzamiento fue la primavera de 1915.A estas alturas la CNT no era unmovimiento de masas, pero había hechoirreversible la división del movimientoobrero español, y que Barcelona, la«rosa de fuego», como la denominabanlos anarquistas, fuera una capital de estatendencia y no socialista.

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El socialismo: difusióny limitaciones

Como ya ha quedado indicado,fueron la permanencia de unrepublicanismo, muy popular entre elproletariado urbano, así como laflexibilidad con que se presentó unanarquismo, que por otro lado en estosmomentos alcanzaba en toda Europa unpapel dirigente sobre buena parte delsindicalismo, aparte del retraso de lamovilización social en España, losfactores que explican la debilidad de la

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implantación del socialismo. Sinembargo, las mismas características delsocialismo no sólo explican estarealidad sino que testimonian hasta quépunto fue posible superarla a partir decomienzos de siglo.

Lo primero que hay que tener encuenta a la hora de hablar del PSOE enel momento de iniciarse el nuevo sigloes que se trataba de un grupoextremadamente reducido, carente deinfluencia y de la posibilidad inmediatade tenerla. Fundado en 1879 por ungrupo de tipógrafos, la aristocracia de laclase obrera, y de médicos (queresultaron, en su mayoría, «aves de

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paso»), sólo siete años después pudohacer aparecer su diario, El Socialista, ysu sindicato apenas rondaba los 4.000afiliados al iniciarse la década final desiglo. Su fundador y animador principal,hasta la fecha de su muerte, con unliderazgo que nunca se dio en unapersona en el anarquismo, fue PabloIglesias. Hombre de extracción socialhumilde, puntual y exacto en elcumplimiento de sus deberes deorganizador del partido y cuidadosoguardián de su propia moralidad comodirigente obrero, Iglesias se convirtió ensímbolo de su partido, al que evitó lademagogia colorista de muchos de los

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dirigentes republicanos y de losanarquistas, pero también lasposibilidades de éxito de estosmovimientos por su falta de imaginacióny de habilidad estratégica. En efecto, sifue un símbolo, como tal tenía tambiénsus obvias limitaciones: ni tuvopreocupaciones ideológicas niformación para aportar mucho en esteterreno y, además, demostró unainteligencia política limitada que le hizoser poco flexible y claro en susplanteamientos de futuro. Ello derivabaen parte de su carácter seco y adusto,capaz del sacrificio, pero reglamentistay carente de otro motivo de atracción

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que la derivada de su condición deejemplo moral. Al lado suyo el resto delos dirigentes nacionales del partidoresultaban tan sólo una sombra y apenasse puede decir que tuvieran influencia.Tanto Mesa como García Quejido erantipógrafos y parecen haber tenido unamayor capacidad para los problemasteóricos, como también el médico JaimeVera. De todas maneras, en modo algunocabe encontrar en ellos aportacionesoriginales a la evolución del socialismoeuropeo. El fundamento ideológico parala actuación socialista nacía a finalesdel XIX de la importación del marxismoa través de escritores (Lafargue, por

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ejemplo) o sindicalistas (Guesde)siempre franceses, que dominaronabrumadoramente en su prensa por lomenos hasta los años inmediatamenteanteriores a la Primera Guerra Mundial.El esquematismo de las interpretacionesde esa procedencia todavía se vioacentuado por la peculiaridad delcarácter de Iglesias y por el caráctermarginal del socialismo en el seno de lasociedad española. Para el PSOE defines de siglo sólo dos clases, burguesíay proletariado, se enfrentaban en elmundo actual sin que hubiera forma dellegar a un acuerdo entre ambas. Larevolución era inmediata y sólo cabía,

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en esas condiciones, esperar, con fuertedisciplina y una actuación básicamentepolítica y no sindical, a que se produjerael colapso de la sociedad burguesa. Losanarquistas seguían «una políticademoledora» y la huelga general eracontraproducente mientras que no seatribuía a los republicanos otra cosa que«ceguera burguesa». Por eso resultabaimposible cualquier tipo de acuerdo conellos. En la década final del siglo algocambiaron las cosas pero, en general,puede decirse que el PSOE perdió lamayor parte de sus oportunidades con unbagaje intelectual tan modesto como elque queda descrito. El fin de siglo

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intelectual atrajo más allá de nuestrasfronteras a muchos intelectuales hacialas filas del socialismo pero, en España,la rigidez del partido y su disciplinaevitaron la militancia de pensadores yescritores. Unamuno, por ejemplo, nopagaba sus cuotas durante su militanciay sus preocupaciones religiosas poco onada tenían que ver con las del partido.Interesado en el socialismo italiano, suslecturas no podían influir en un mundotan ajeno a estas preocupaciones comoel del PSOE de la época y, además, sucolaboración con revistas ácratas delestilo de La Revista Blanca parecíapoco menos que una herejía. Por todo

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eso no tiene nada de extraño que supertenencia al partido durara muy poco.Aunque algunos intelectualesescribieron artículos en El Socialistacon ocasión de la fiesta del 1 de mayoesto no pasaba de indicar una genéricasimpatía por el partido. Tampoco fuecapaz el PSOE de aprovechar lobastante el sentimiento de protesta antela guerra colonial cuando ésta estalló: sureacción respecto a ella fue tardía y susjuicios acerca de los movimientospolíticos que surgieron inmediatamenteresultaron profundamente errados.Iglesias y sus seguidoresmalinterpretaron a Polavieja, al

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movimiento de las Cámaras deComercio y a los nacionalismosperiféricos, a los que no dudaron encalificar de «aberración». Por lo menosesa última década produjo ciertocrecimiento de la UGT, que rondó ya los30.000 afiliados, y el comienzo de unaflexibilización ideológica y estratégica.A principios del siglo XX ya larevolución no se presentaba como taninmediata, sino como la culminación deun proceso que era previamentereformista. Durante el resto de sutrayectoria histórica hasta los añostreinta el socialismo español mantuvoesta ambigüedad, en la práctica

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producto también principalmente de ladebilidad y de las insuficienciasteóricas. El «pablismo» (es decir, lasteorías de Iglesias) fue una especie derevolucionarismo reformista oreformismo revolucionario en el sentidode que nunca se consideraronincompatibles estas dos fórmulas. Porotro lado, el fin de siglo supusoigualmente un mayor acercamiento alrepublicanismo y una participación enlos organismos destinados a la reformasocial. Otro factor, a veces no valoradosuficientemente, vino a facilitar laimplantación del socialismo en nuestropaís: el regeneracionismo. Los

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planteamientos que se dieron en losdirigentes del partido y también enquienes, desde fuera, lo apoyaban oadmiraban, se basaron en laconsideración del PSOE comoinstrumento de toma de conciencia de laclase obrera y en la moralización eindependencia del comportamientoelectoral del proletariado (por esoOrtega diría que los votos que llevarona Iglesias al Parlamento eran otrostantos «actos de virtud»). Elregeneracionismo, más que el marxismo,explica, por ejemplo, la postura inicialde Araquistain, uno de los intelectualesmás vinculados con el PSOE. En la

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primera década del siglo XX elsocialismo prosiguió su crecimiento,pero no sin dificultades y problemas.Eran los años en que la tesis ele lahuelga general, de procedenciaanarquista, había alcanzado una difusióny popularidad considerables y pocoéxito podía tener un sindicalismo quepretendía una cuidadosa determinaciónde los medios ele protesta y no recurrira la huelga sino después de tenerorganizada una caja de resistencia capazde durar dos semanas y organizarpreviamente un referéndum entre lostrabajadores. Los centros obreroslocales, en los que se reunían las

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sociedades de resistencia de carácterindependiente con las de UGT, erantambién instrumentos destinados a ladifusión de una cultura obrera, como siel propósito socialista fuera difundirésta más que reivindicar ante el patrono.En Madrid, en 1908 —momento en quela mayor parte de la afiliación a la UGTestaba en la capital— se fundó una Casadel Pueblo creando un modelo que luegose extendió por toda España, hastaalcanzar unas cuatrocientas al estallidode la guerra civil.

En estas condiciones, la UGT, quellegó a tener más de 5.500.000 afiliadosen 1905, experimentó un decrecimiento

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rápido hasta situarse en tan sólo 30.000dos años después, para remontar sólomuy lentamente, ante la decepción deIglesias, hasta 1909, fecha en que seprodujo el cambio de postura respectoal republicanismo. Ésta, en realidad, fuela cuestión estratégica de mayorimportancia durante todo el periodo, locual se entiende por la influencia de losrepublicanos entre las clases popularesurbanas. En los congresos nacionalesdel partido en 1903 y 1907 el PSOEratificó su postura tradicional derepudio a la colaboración con losrepublicanos, a pesar de que, en laprimera fecha, los socialistas

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madrileños, influidos por GarcíaQuejido, votaron a favor y de que, en lasegunda, los bilbaínos tambiénexpresaron la misma posición. Tambiénlas Juventudes Socialistas, creadas en1905, estaban mucho más cercanas aesta postura pero, a pesar de todo,Iglesias mantuvo su inflexible actitudhasta 1908, momento en que se aceptó laposibilidad de colaboración aunque tansólo en determinadas circunstancias ycondiciones.

Fue, en realidad, la peculiaridad dela situación política durante el momentofinal del Gobierno de Maura lo queindujo a los socialistas a cambiar de

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postura. Es muy probable que hubierasocialistas entre los participantes en loshechos de la Semana Trágica, pero,además, en los meses anteriores elPSOE había desarrollado una fuertecampaña en contra de la guerra deMarruecos, condenando todo intento deexpansión colonial, y, sobre todo, elsistema de redención del serviciomilitar a cambio de prestacioneseconómicas: «O todos o ninguno», decíala propaganda socialista refiriéndose ala obligación de acudir a la guerra.Pero, sobre todo, fue la impresiónreaccionaria que dio el Gobierno deMaura, bajo el cual por última vez en su

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vida Iglesias estuvo en la cárcel, lo quemovió a crear la conjunciónrepublicano-socialista. Hasta Moretestuvo dispuesto a incluir a lossocialistas en un eventual bloque deizquierdas. En el otoño de 1909 elpartido declaró que lucharía, bien solo,bien al lado de toda fuerza democráticaque se propusiera el restablecimiento delas garantías constitucionales y el fin delGobierno conservador, «a condición deque sus actos sean serios y honrados yde que no se encuentren en contradiccióncon las aspiraciones del proletariadoconsciente». En un mitin a fines de añose pactó la alianza. Tuvo ésta

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inmediatamente un resultado óptimopara el PSOE que, desde 1910 a 1914,pasó de 23 a 135 concejales, de 6.000 a13.000 afiliados y de 43.000 a 147.000sindicados en la UGT. Las cifras eran yaimportantes aunque estaban muy lejos delas de otros países pues, por ejemplo, enFrancia o en Italia los sindicatos tenían500.000 afiliados. La diferenciaesencial, sin embargo, radicaba no tantoen los sindicatos como en la presenciaen el Parlamento, muy superior en elcaso de los países citados,sencillamente porque allí el socialismohabía roto su dependencia exclusiva dela clase proletaria. Por lo menos, aunque

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muy levemente, el PSOE inició estecamino con la elección de Pablo Iglesiasen la lista de la conjunción republicano-socialista de 1910 por la capital. Fueesto lo que le convirtió en una figurapolítica nacional, símbolo de la claseobrera e imagen idealizada de un santónlaico a quien la derecha atribuía lacondición de defraudador de losintereses de los sindicatos (se decía quetenía un abrigo de pieles), y la izquierdaanarquista atribuía el apodo de «señorcapillas» por su supuesta moderación.La verdad es que las intervenciones deIglesias en el Parlamento secaracterizaron, si no por la calidad, sí

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por la dureza, hasta el extremo de nocondenar el atentado personal. Lodecisivo resultó, sin embargo, el merohecho de su presencia y elaprovechamiento posterior de ella porparte del partido. En 1912 el PSOEcelebró el congreso más importante desu historia, el primero que tuvo unarepresentación internacional, y ofrecióun programa general, municipal yagrario. A estas alturas, Iglesias, quehabía sido tan inflexible en el cambio detáctica, apreciaba ya plenamente losbeneficios que ésta le había aportado:«Hace falta —aseguraba— estar ciegospara no ver la necesidad y conveniencia

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de la conjunción», que, efectivamente, lehabía proporcionado a él más ventajasque las que el socialismo había dado alos republicanos. En este momento,además, se iniciaba una transformaciónde la dirección socialista que, aunque noalcanzaría una relevancia definitivahasta la etapa posterior, debe ser citadaahora.

En torno a 1912 se produjo laentrada en el partido de algunosintelectuales. Uno de ellos fue JuliánBesteiro, procedente del radicalismo,que habría de jugar un papel muyimportante en la dirección del PSOE.Importa, sin embargo, señalar que esto

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no produjo un cambio en el bagajedoctrinal del partido puesto que ni él niquienes le siguieron protagonizaron, porel momento, una reflexión propiamentereformista ni formaron un reductopeculiar en el seno del socialismo. Añosdespués condenaría Besteiro latendencia de los intelectuales a«inventar un socialismo personal,arbitrario e inexistente». Algo diferentefue la posición de quienes, comoAraquistain y Núñez de Arenas, sevincularon a la llamada Escuela Nueva,una institución de carácter cultural: en elprimero hubo una clara posiciónregeneracionista, pero en el segundo

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supuso la aparición, en el seno delpartido, de un sector de izquierda, nosólo intelectual sino tambiénsindicalista. La representaban, porejemplo, Perezagua y FernándezEgocheaga que, si no tuvieron por elmomento una influencia muy grande, almenos representaban una diferencia dematiz respecto a Iglesias.

Resulta esencial para comprender lahistoria del socialismo español antes dela Primera Guerra Mundial tener encuenta que se trató de un movimientoformado por unos cuantos núcleoslocales, con amplios vacíos geográficos,y sin una organización sindical por

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federaciones de industria de carácterverdaderamente nacional. Sólo lostipógrafos la tuvieron antes de lasegunda década de siglo en el seno de laUGT, uniéndoseles los mineros acontinuación. Además, la relación entresindicato y partido variabaconsiderablemente de unas zonas aotras. La UGT madrileña era elsindicato predominante en la capital eincluía a muchos afiliados que no eransocialistas, mientras que en Asturias yVizcaya, especialmente en la primera,los dirigentes del socialismoprocedieron casi exclusivamente de lossindicatos. Con la mención de estos tres

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puntos geográficos hemos aludido ya altrípode sobre el que se sustentó lainfluencia del socialismo español hastala República. A finales del siglo XIXera todavía posible que el PSOEtriunfara en Cataluña, pues en ella teníael 20 por 100 de sus afiliados, pero loserrores tácticos impidieron que asísucediera. En Málaga también habíaestado muy implantado, pero no tardó endesaparecer. En cambio, el papel deMadrid en el seno del socialismo fuesiempre muy grande: en 1902 el 31 por100 de los afiliados a la UGT residíanen la capital y en 1908 el porcentajeascendía al 58 por 100. En ese año la

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Casa del Pueblo de la capital, situada enun edificio comprado al duque deBaena, se convirtió en un «orgullo» dela organización socialista y, como tal,estaba destinada a estabilizarfirmemente la implantación sindicalsocialista.

No obstante, es muy probable que sihubiera que atribuir la condición de ejede la política socialista en la primeradécada de siglo a una zona geográfica,ésta sería la margen izquierda delNervión, especialmente Bilbao. Allí laimplantación del socialismo se hizoentre los mineros, en su mayoríainmigrantes, como, por ejemplo, el

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principal animador de la protesta, unhombre de retórica violenta y áspera,inflexible y austero como Iglesias,llamado Facundo Perezagua. Desde1890 a 1910 la fuerza del socialismo seasentó en una estrategia sindical hechade dureza y ocasional empleo de laviolencia, aunque sin pretensionespropiamente revolucionarias. Hubo, enese periodo, una treintena de huelgas delas que al menos cinco fueron generales.El socialismo se alimentó, por tanto, dela acción sindical pero ésta acabó portraducirse en votos: en 1898 Iglesiasestuvo a punto de ser elegido porBilbao, donde ya había concejales del

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partido.Desde 1911 la lucha decreció en

manifestaciones de violencia y huboacuerdos repetidos entre lasorganizaciones obreras (en 1913 fuecreado el Sindicato Metalúrgico deVizcaya) y las patronales. Además, almenos en Bilbao, pero también en otrasciudades vascas, empezó a producirseun acercamiento entre los republicanos ylos socialistas. Representativo de estasegunda etapa fue, sobre todo, IndalecioPrieto, personaje autodidacta,convertido pronto en periodista y oradoreficacísimo, que dominó el socialismovizcaíno a partir de 1914, después de

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enfrentarse con Perezagua. Dos frasessuyas pueden definirlo perfectamente:«Yo no soy hombre de doctrina, sino derealidades», dijo en una ocasión,confirmando su pragmatismo, mientrasque, en otra, se declaró «socialista afuer de liberal». Eso no indicaba quepretendiera ser socialdemócrata oreformista sino más bien que siempreintentaría, como de hecho hizo, unacolaboración con la burguesía deizquierdas. En Asturias, mucho mástardía y lentamente, el socialismotambién acabó por implantarse consolidez. La mayor lentitud derivó de dosrazones que se complementan. En primer

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lugar, el trabajo en las minas estuvo,hasta la Primera Guerra Mundial, enmanos de quienes pueden ser definidoscomo trabajadores mixtos porque eran,al mismo tiempo, campesinos quecultivaban sus tierras y abandonaban lamina en tiempo de siega. Además, laprimera implantación del sindicalismosocialista se hizo en Gijón, donde luegoacabarían triunfando los anarquistasentre los obreros del puerto, y, entre losmineros, siempre hubo competición conlos anarquistas en La Felguera y contralos católicos en la cuenca de Aller. Lasesperanzas de Iglesias de conseguir lavictoria de su sindicato en Asturias se

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vieron frustradas en poco tiempo. En1902 el PSOE celebró un congreso enOviedo, un año después de que sehubiera creado la federación provincialy en un momento en que el socialismoasturiano representaba la quinta partedel nacional; por aquellas fechas habíaaparecido ya el diario socialista de laregión, La Aurora Social, y Oviedo yMieres eran, respectivamente, la cuartay sexta poblaciones españolas enafiliación socialista. Pero el verdaderoauge estable del socialismo asturianofue posterior y vino tras derrotasimportantes en una serie de huelgasdurante esa primera década del siglo.

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Fue Manuel Llaneza, un minero quehabía tenido que emigrar a Puertollano yFrancia después de una de las grandeshuelgas de esa etapa, quien creó y luegoanimó el Sindicato de Obreros Minerosde Asturias. El modelo que puso enpráctica fue el de un sindicalismo muydisciplinado y organizado en forma defederación de industria, agrupando latotalidad de la minería, con un elevadoporcentaje de afiliación sobre el total dela mano de obra a la que pretendíadefender. En 1912 tenía 12.000afiliados, lo que venía a ser el 50 por100 de los trabajadores existentes, y enaños posteriores llegaría hasta el 80 por

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100. Como nunca bajó del 45 por 100 delos obreros mineros cualquier decisiónde huelga paralizaba la extracción. Fue,sin duda, el sindicato mejor organizadoy más fuerte en la España de la época.Con ello los socialistas, antes de laguerra mundial, tenían en sus manos obajo su responsabilidad a tres sectoresprofesionales de importancia: lostipógrafos (dirigidos por GarcíaQuejido), los ferroviarios (por TrifónGómez) y éste, el de los mineros, enque, junto a Llaneza, le correspondía aEgocheaga, en las minas de Río Tinto,una posición más radical.

Al mismo tiempo, en los primeros

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años de la segunda década del siglo, lasperspectivas del socialismo parecíanmejorar, más allá de este trípodefundamental de lo que sería suimplantación geográfica durante muchotiempo. En Elche, por ejemplo, existíaun sindicato independiente de tendenciarepublicana que cobijaba a losalpargateros y que desde 1910 sevinculó al PSOE. Alicante se convirtió,así, en la cuarta provincia enimplantación socialista. Algo parecidosucedió en 1912 en Granada, también apartir de un sindicato republicano,denominado La Obra. En Cáceres losucedido fue semejante, aunque un poco

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posterior, mientras que en la zonaminera junto a Cartagena la conquistasindical socialista se hizo a partir deorganizaciones previamente vinculadasal anarquismo. Pero este panorama deprogreso no debe dar una impresiónerrada. También había amplios yprofundos huecos en la geografía delsocialismo español. En Valladolid elPSOE, fundado en 1894, no tuvo más de100-200 afiliados hasta los años veinte(y ésa fue la provincia donde laafiliación fue más alta). En Sevilla huboque esperar a la tercera década del siglopara que los socialistas llegaran alParlamento. En suma, poco antes de la

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guerra mundial parecía que por vezprimera se había compensado latenacidad que Iglesias había creadocomo marca indeleble de su partido y desu sindicato, pero resultaba evidentetambién que tenía que persistir en ella.

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La cultura del fin desiglo

Los intelectuales de la generaciónque empezó a destacar en los mediosperiodísticos y literarios madrileñosalrededor del comienzo de siglo hansido denominados habitualmente,aludiendo a la conciencia crítica que loscaracterizó, con la fecha del Desastrecolonial. Desde comienzos de sigloexistió una cierta idea de que se estabaproduciendo una cesura en el mundocultural en ese momento pero el nombre

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fue adoptado por Ortega, y luegoasumido por Azorín, hacia 1913,precisamente cuando empezaba aaparecer en el horizonte otra generaciónnueva, de rasgos distintos a la quepertenecía el primero. Lo que paraOrtega venía a ser un mito proyectadohacia el futuro con voluntad de cambiarEspaña, en Azorín fue un recurso parapresentarse a sí mismo y a los suyos conun pasado respetable de cara a la nuevageneración. Sin embargo, en el momentopresente a la expresión «generación del98» se le suele dar un valor nulo o muyrelativo, pues ni la protesta contra elsistema de la Restauración se engendró

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entonces, ni basta con ese factor políticopara definir una estética, ni, endefinitiva, la pérdida de las coloniasjugó un papel tan decisivo para estageneración intelectual. Debe, pues,afirmarse que lo que antes se ha definidocomo «generación del 98» hunde susraíces en el pasado inmediato, y cabedecir que su influencia, significación yvalores se prolongan bastante más alládel periodo estrictamente finisecular.Buena parte de su temática estuvotomada de los regeneracionistas, enespecial de Costa, a quien Unamunodesignó como «nuestro hermano mayor»,mientras que Azorín lo presentó en La

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Voluntad como Antonio Honrado, elpolítico ejemplar. En todos losescritores de la etapa hubo un patentenacionalismo regenerador que partía dela base de que la mayoría de los malesdel país debieran ser solventadosmediante una inmersión en la propiahistoria y en su esencia peculiar.Algunos temas concretos predilectos deestos escritores derivaron claramentedel propio Costa como, por ejemplo, lanecesidad de la transformacióneconómica del país, característica deMaeztu, o la sempiterna preocupaciónhistoricista de Azorín. Incluso el talantede estos jóvenes que ahora empezaron a

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destacar no deja de tener ciertassimilitudes con los regeneracionistas:practicaron la misma egolatría un pocomegalómana, mezclada con un periódicoderrotismo. Y no se entiende, en fin, lageneración finisecular sin tener encuenta el alto nivel de la culturaespañola desde la época de laRestauración en la que ejercieron comomaestros los inspiradores de losescritores posteriores.

En otros aspectos, sin embargo, lageneración finisecular representó unaruptura con respecto al pasado. Enprimer lugar, las circunstanciasobligaron a los intelectuales de fin de

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siglo a cumplir con su tarea desde laradicalidad y la autenticidad y de ellopuede haber derivado el hecho de que, apartir de ellos, se pueda considerar quecomienza nuestro tiempo: siguen siendo,en mayor o menor medida, los puntos dereferencia cultural por excelencia.Además, en segundo lugar, se trata de laprimera generación de la Historiaespañola que se sintió, como grupo, conuna tarea colectiva a realizar, aunqueésta se concretara poco o consistiera enuna serie de actos carentes de lanecesaria continuidad. En este sentidopuede decirse que fue la primerageneración que se sintió «intelectual»,

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es decir, como profesional de la cultura,con una misión que trascendía ladedicación a una parcela de la misma.El término intelectual empezó autilizarse como denominación entoncesen España, como reflejo del uso que sehabía hecho de él en Francia durante elaffaire Dreyfus. Aquí esta cuestión fuedebatida pero, además, se puede decirque la protesta de ciertos escritores porel trato dado a los anarquistas enMontjuich reviste una considerablesemejanza con lo sucedido en Francia:Unamuno o Machado establecieron unparalelismo entre ambos o citaronelogiosamente «aquel nobilísimo y

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ardiente valor cívico», como diría elprimero, mostrado en esa ocasión en elcitado país. Luego añadió que «nosomos más que los llamados…intelectuales y algunos hombrespolíticos los que hablamos ahora a cadapaso de la regeneración de España».Pero cuando se produjo una auténticaruptura en el mundo intelectual español,hasta el punto de enfrentar a dos bandosirreconciliables, fue en 1909, conocasión de la actuación de Maura enBarcelona. Ese acontecimiento, que creóun auténtico «monte de odio» (Ortega),situó a los intelectuales en unaresponsabilidad fundamental que

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siempre mantendrían en adelante y quetiene muy difíciles paralelismos con losucedido en cualquier otra parte delmundo.

Pero, además, en tercer lugar, lageneración finisecular suponía tambiénuna ruptura estética y temática conrelación al pasado. Desde la música a lafilosofía, pasando por la prosa y el gustoestético, todo cambió comoconsecuencia de «esta inquietud que sehace notar en la atmósfera moral del finde siglo» (Baraja). Tomemos comoejemplo el caso de la narrativa. Aunqueel naturalismo realista perdurara, lacuestión central de la narrativa de la

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época fue una peripecia vital convertidaen símbolo de una situación (este es elcaso de «La voluntad» de Azorín,«Camino de perfección» de Baraja o«Amor y pedagogía» de Unamuno).Desaparecía, por tanto, el didactismorealista (incluso en el teatro galdosianose produjo en este momento unaprofunda transformación); en cambio,apareció una propensión por lopsicológico, lo emocional y lo íntimo.El estilo también cambió: la descripciónminuciosa fue sustituida por los«fragmentos, sensaciones separadas»(Azorín) o la «técnica de puntillismo enpintura» (Valle-Inclán). La novela, como

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el ensayo, un género en gran medidanacido ahora, tuvo en adelante comomisión promover «valores moralesnuevos». Se rompieron losconvencionalismos de la expresiónliteraria de modo que se pudo constatar«el finiquito y acabamiento de todasellos» (Manuel Machado).

Nada de esto sucedió en Españacomo por ensalmo sino que era elreflejo de lo que sucedía en otraslatitudes europeas. Este paralelismoeuropeo no es casual porque no hay nadamás falso que considerar a la generaciónfinisecular como exclusivamentevolcada a la introspección nacional.

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Éste fue un tipo de actitud frecuentísimaen otras latitudes europeas, producto dela influencia de Taine y Renán, como laegolatría lo fue de una determinadainterpretación de la influencia deNietzsche o Schopenhauer. InclusoUnamuno, habitual rebelde en contra dela moral colectiva de una europeizaciónmodernizadora, pudo decir que «sehabía criado con el espíritu fuera deEspaña y eso es lo que me ha hechoespañol». Por último, importa recordarque no sólo se produjo este cambioestético, sino también otro, paralelo,respecto de las condiciones sociales dela tarea literaria. La aparición de nuevas

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editoriales como Renacimiento, deseries de publicaciones de difusión muyconsiderable como El Cuento Semanal(1907) o incluso fenómenos como laExtensión Universitaria demuestran quehabía un público más amplio que elexistente en la primera etapa de laRestauración. Además, en estos añossurgieron las primeras asociacionesdestinadas a proteger a periodistas ycompositores musicales. En el momentode su iniciación literaria los malllamados noventayochistas tuvieron unosrasgos comunes de aprendizaje yprocedencia. Todos eran de clase mediaprovinciana y vinieron en su juventud a

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un Madrid bohemio en que pasaron susprimeros años en los medios deizquierda —republicana y ácrata, másque socialista— con la excepción deUnamuno. Fueron en realidadautodidactas, hombres de biblioteca yrevista o periódico más que de puestodocente universitario (de nuevo en estoUnamuno es la excepción). De ahí quealgunos convirtieran el artículo en formade vida (Azorín, Maeztu) y otrosnecesitaran de él para completar susparcos emolumentos (Unamuno), inclusopublicando más allá del Atlántico.Alguno de ellos fue exclusivamentepublicista (Maeztu) pero, en general,

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haciendo compatible el libro y elartículo, combinaron la calidad y lainfluencia. Sólo Baroja vivió del libro,con tiradas de unos 20.000 ejemplares.Lo que caracterizó a la generaciónfinisecular fue, más que nada, unaactitud crítica respecto de la España queles había tocado vivir: no en vano unhombre de la generación posterior,Azaña, afirmó que la protesta les dabasentido como grupo. «Nosotros, negar»,escribió Baroja: «Otros vendrán queafirmen y, si no hay nada que afirmar,nada nos importa». Esta actitudiconoclasta fue especialmente visible enlos primeros años de la trayectoria vital

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de todos estos intelectuales, que sepresentaron muy a menudo comoanarcoides y que parecían, en el fondo,voluntariamente marginales; por eso loshéroes de sus novelas estabancondenados a la frustración y el fracaso.Además, si se repasan las actuacionespolíticas de todos ellos la sensaciónpredominante es de inconstancia, cuandono de inconsecuencia. Azorín, porejemplo, afirmó que no había nada másabyecto que un político pero acabósiendo subsecretario; Ortega pudoquejarse, entonces, de los «cuatro añosde mala vida» que había pasadoidentificado con la derecha. Muy a

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menudo dieron la sensación de carecerde un programa concreto o de unadisciplina para realizarlo o,simplemente, para convencer a losdemás. «Los tres» (es decir, Maeztu,Baroja y Azorín) actuaron conjuntamenteen una acción que a veces tenía uncomponente político y en otrasmeramente estético: protestaron contrael homenaje a Echegaray y contra elGobierno de Montero Ríos, contra lasexposiciones nacionales y elclericalismo, mientras ensalzaban a ElGreco o Larra. Sin embargo, en todoello no cabe ver más que una voluntadde no aceptar el orden existente pero sin

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por ello mostrar aquel por el quequerían sustituirlo. Sus incursiones en elterreno de la política práctica fueronefímeras y contradictorias. Baroja fuerepublicano radical entre 1909 y 1911 y,en diarios de esa significación, publicósu novela anti-caciquil, «César o nada»,pero pronto se decepcionó. Maeztupostuló en torno a 1910 un partidosocialista no constituido sólo porobreros sino también por intelectuales,pero quizá es más expresivo de supostura el libro «Hacia otra España»,cuyo contenido es plena y casiexclusivamente regeneracionista,patrocinando exaltadamente, con

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entusiasmo casi místico, los valoresmateriales de una nueva civilización.

Por su parte, Unamuno mantuvosiempre una insobornable postura deindependencia y un talante liberal ycrítico respecto de la vida públicaespañola, hasta el punto de convertirseen el arquetipo del intelectual disidente.Pero su trayectoria personal no estuvoexenta de contradicciones, como, porejemplo, al no dudar en aceptar elperiódico apoyo de los partidos delturno para mantener su rectorado deSalamanca, e incluso reclamarlo cuandose lo arrebataron. La mismacontradicción encontramos entre su

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evidente condición de intelectualespañol muy al tanto de la culturaeuropea y su insistencia en laintrahistoria o el casticismo, que lellevaba a abominar de todo supuestobastardeamiento de la esencia nacional.En definitiva, los intelectualesfiniseculares, aun sintiéndose obligadosa dirigirse hacia el pueblo yadoctrinarle, no crearon un programa ouna moral colectiva sino que seinstalaron en el conflicto o acabaron porser en la práctica personas quepracticaban la esquizofrenia de unacrítica sin recambio. Quizá la únicaexcepción, en este sentido, sea Cataluña,

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donde el sentimiento nacionalista creóesa conciencia de tarea colectiva quefaltaba en otras latitudes y, además, elcambio en la clase política dirigentepermitió que los intelectualesaccedieran al poder. Pero en el conjuntode España no sucedió así. Ortega pudodecir que los intelectuales de lageneración precedente a la suya habíansido una especie de «niños geniales»; aUnamuno lo describió como una especiede profeta o «morabito» que predicabadesde Salamanca pero con el que no sepodía contar para una tarea másconstructiva.

La mayor parte de la generación de

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fin de siglo mantuvo, al menos, untalante personal liberal, pero elirracionalismo finisecular condujo a nopocos de sus miembros hacia la derecha;en todo caso, fueron más liberales quedemócratas. Como escribió Unamuno,que fue lo primero y no lo segundo,«Nietzsche mal introducido y peorentendido sólo sirvió para llevarjóvenes a Maura». Así, Baroja acabó enla desesperanza sarcástica de unconformista malhumorado. Azorín,antaño anarquista, se hizo «reaccionariopor asco de la greña jacobina», aunquelo más característico de él más bien fuela suave sonrisa, poco comprometida, de

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quien se decía pequeño filósofo y veíaen la sabiduría de los clásicos el signode la inmutabilidad de las cosas.También Benavente y Maeztu, aunquecon posterioridad a 1914, pasaron de suiconoclastia originaria a un claroconservadurismo (en el segundo casoreaccionarismo). El propio Unamunotenía una visión esencialmente anti-progresista de la vida y de la Historia.Se pueden constatar, por tanto, rasgoscolectivos de esta generaciónfinisecular, pero no se debe olvidar que,en cuanto a fórmulas estéticas, lapluralidad fue también un rasgocaracterístico y, además, admitido por

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cuantos formaban parte de ella.Unamuno aseguró que a ellos «sólo leshabía unido el tiempo y un comúndolor», y Machado afirmó que, a partirde esta experiencia común, «cada cualel rumbo siguió de su locura». La laborperiodística de Maeztu, guiada porobsesiones frecuentes, sólo se asemeja ala de Unamuno en su común condiciónde convertirse en mentores colectivos,pues este último transformó su obranarrativa en verdadera reflexiónfilosófica, a la que permaneció inmune,como no sea para escribir de política, elprimero. La voluntad de recuperacióndel pasado literario de un Azorín o su

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sentimiento del paisaje poco tienen quever con la novela histórica «barojiana»,dirigida, al contrario que la«galdosiana», a demostrar lo absurdodel pasado y la falsedad de la política.

Ha sido frecuente distinguir en estageneración, desde un punto de vistaliterario, entre los preocupados de losaspectos puramente formales y quienesutilizaron la literatura para una reflexióndoctrinal o filosófica: de acuerdo conesas tesis tradicionales resultaríanantitéticos modernismo y generación del98.

Sin embargo, lo cierto es que lapreocupación por el ser de España se

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dio tanto en Valle-Inclán o Juan RamónJiménez como en Unamuno. La bellezasensorial y formal del primero parte deuna sensibilidad, entre decadente yprerrafaelita, que no deja de tener susparalelos, incluso cromáticos, con laprosa de Baroja, con ser ésta tandiferente. Además, con el transcurso deltiempo, Valle pasaría de la inmediatezsensorial del decadentismo alexpresionismo social. Intimismo,renovación temática y evocaciónhistórica aparecen en todos estosautores, sea cual sea su matizaciónindividual. El Machado modernista delas Soledades pasó por el

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descubrimiento del paisaje castellanopara concluir en una prosa de alientoético y crítico. No hubo, pues, dosmundos en conflicto sino modulacionesdiferentes, siempre individualísimas, dela pertenencia a una misma generación.Por otro lado, no debe pensarse que elcambio generacional supusiera unaradical ruptura con el inmediato pasadocultural. Así, por ejemplo, puededecirse que el naturalismo, en sus variasversiones posibles, perduró después del98 e incluso se debe advertir que en élmilitaron quienes obtuvieron mayoréxito de público y ventas: un FelipeTrigo, novelista erótico y cuya obra no

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carece de interés político(«Jarrapellejos», 1914, es una novelaanti-caciquil más, como tantas otras dela época), ganaba anualmente casi veinteveces más que Ortega y Gasset. Pero siTrigo constituyó el caso más señaladode éxito literario en el interior de laPenínsula, fuera de ella otro naturalista,Blasco Ibáñez, acabaría por convertirseen un novelista cosmopolita cuyatemática desbordaba la que inicialmentehabía centrado su tarea creativa. En suValencia agraria, donde tenía el feudoelectoral, Blasco Ibáñez amplió latemática y los recursos estilísticos delnaturalismo para presentar un panorama

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que si inducía a la reivindicaciónpolítica era porque no se detenía en losplanteamientos negativos de la escuelaliteraria a la que pertenecía sino queimplicaba también una reivindicación dela acción contra los males denunciados.

Se puede considerar que con elcambio de siglo el naturalismo triunfótambién en el teatro. En «El nido ajeno»(1894), Benavente había introducido eladulterio en un drama que no seguía elrumbo aparatosamente romántico, hueroy efectista de Echegaray. Sin embargo,los grandes éxitos de quien sería elprincipal dramaturgo español hasta sumuerte se lograrían a partir del cambio

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de siglo. En Benavente, el naturalismose convirtió en naturalidad: frente a lasgrandes tragedias del inmediato pasadoteatral él planteó un teatro discursivo ybrillante, de interiores burgueses,hábilmente resuelto desde el punto devista dramático y dotado de una suavevoluntad de moralización, pero siempresobre vicios y virtudes pequeños, sinuna voluntad demasiado tajante decondenación. Su alternativa fue, noobstante, la de una moral racional quereivindicaba la unión libre de hombre ymujer. Si a veces el teatro de Benaventepecó de superficialidad cabe decir algoparecido, pero en superlativo, de la

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anécdota costumbrista de los ÁlvarezQuintero. En cambio, las «tragediasgrotescas» de Arniches tenían una claraherencia regeneracionista y un ansia deponer remedio a los males políticostradicionales de España desde unaóptica de un humor en el fondodesgarrado e impotente. Marquina, en suteatro poético, prefirió una nostalgia quetambién encuentra puntos de contactocon el espíritu del 98.

Con el comienzo de siglo no sólo noprescribió el naturalismo sino quetampoco lo hizo el liberalismo de origen«krausista» vinculado con la generaciónde 1868. Debe recordarse que Giner no

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murió hasta 1915 y Azcáratedesapareció en 1917. Quien habría deser heredero de la tarea de Giner,Cossío, recordó, con mucha razón, quesu actitud vital era radical —yregeneracionista— como ninguna,aunque también antirrevolucionaria poresencia al estar fundamentada en la lentatransformación de las actitudes másíntimas, pero también más decisivas.Además, siempre caracterizó a Giner unrepudio a todo exhibicionismo. Ginerpropició el descubrimiento del paisajedel entorno madrileño y Cossío fue re-descubridor de El Greco, por lo quepuede decirse que uno y otro tuvieron

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sus puntos de contacto, desde el puntode vista estético, con los hombres de lageneración finisecular aunque nosiempre se diera una perfecta sintoníaentre unos y otros. Unamuno, porejemplo, alababa la «pulcritud y mesurade los krausistas» y sus herederosintelectuales pero los juzgaba«teorizantes cándidos». Mucho máspróximo estuvo, en cambio, Machadoque en unos versos escritos a la hora dela muerte de Giner recordaríabellamente la estela que había dejadosobre la cultura y la sociedad españolas:«¿Murió…? Sólo sabemos/que se nosfue, por una senda/clara diciéndonos:

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hacedme/un duelo de labores yesperanzas». Sin duda unas y otrasexistieron, como se demuestra por elfuerte impacto que habría de tener elrecuerdo de Giner y Azcárate en loshombres de la generación de Ortega,aquellos que, como él dijo, acudieron ala vida pública española con el «escudoen blanco». Pero antes de que alcanzarael protagonismo histórico la generaciónde 1914, los efectos de la labor deGiner eran ya plenamente patentes. Lavoluntad de apertura al pensamiento y lacultura europeas contó, a partir de 1907,con el instrumento de la Junta deAmpliación de Estudios que,

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administrada por personas de diferentestendencias, aunque con claro predominiode los de procedencia liberal krausista,puso en contacto a la sociedad españolacon las corrientes de más allá de losPirineos. La Junta fue obra muy directade Giner, quien la propuso como partede un programa de «orientación social yde sustancia» y partiendo de un deseo de«desamortizar de la política de partidola dirección de todos los interesesnacionales, dándoles una baseindependiente del arbitrario tejer ydestejer de los Ministros». La herencia«gineriana» fue, ante todo, un talante:defendió siempre («mientras más

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radicalismos en las soluciones mayoresmiramientos en las formas»), una«política austera y profunda» y, sobretodo, la formación de una minoríadirigente porque «España carece hoy deun personal directivo».

El Centro de Estudios Históricos(1909), por su parte, proporcionó unconocimiento científico de esaintrahistoria que era preocupaciónesencial de la generación finisecular.Uno de los discípulos de Giner, RafaelAltamira, el historiador más conocidode la época, fue en la Universidad deOviedo, el principal animador de laExtensión Universitaria, es decir, de la

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divulgación de la tarea docente superioren los medios proletarios. Además, fuetambién el promotor de un acercamientocon los países hispanoamericanos alprincipio sólo intelectual pero que luegotrataría de traducirse en el terreno de lapolítica exterior. Su caso, finalmente,ratifica que, en ocasiones, losintelectuales de esta procedencia noestaban lejos del poder: entre 1911 y1913 ocupó el puesto de directorgeneral de Primera Enseñanza y, aunqueacabó decepcionado del Rey y de lospolíticos liberales, no dejó de realizaruna importante tarea. Su obra escritatrasladó el centro del interés de la

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Historia hacia la psicología del puebloespañol, temática que está también en elcentro de la obra de quien fue el granmaestro de la Filología y la Historiaespañolas, Ramón Menéndez Pidal. Suvoluntad de encontrar las raíces de laNación en el mundo peculiar y medievalperduraría durante mucho tiempo en lahistoriografía española.

En cuanto a las artes, la primeradécada y media del siglo XX presencióen España tanto un deseo creciente decontacto con Europa como una voluntadparalela de adentrarse en la peculiaresencia de lo español o de susvariedades regionales. En ambos casos

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encontramos un evidente paralelismocon lo sucedido en el ámbito literario.En arquitectura existió, por un lado, unavoluntad de monumentalismo en losedificios públicos que puedeconsiderarse paralela a otros fenómenoseuropeos (recuérdese, por ejemplo, elPalacio de Comunicaciones de Madrid,obra de Antonio Palacios, pero tambiénla importante renovación urbanaproducida en las principales ciudadesespañolas). Sin embargo, esteinternacionalismo se hizo compatiblecon el deseo de llegar a un estiloarquitectónico que tuviera en cuenta laspeculiaridades constructivas o

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decorativas supuesta o realmenteespañolas: Rucabado o AníbalGonzález, con el neomudejarismo,fueron testimonio de esta actitud quepretendía acercarse a la esencia de lonacional. Con todo, el terreno másinnovador de la época —aquel en el quela arquitectura española estuvo en lavanguardia de la europea— fue el de laarquitectura modernista que alcanzódifusión fuera de Cataluña pero cuyaimpronta fundamental y realizacionesmás características se dieronprecisamente en esta región. Como ya seha advertido, existió una identificacióntácita entre modernismo y catalanismo.

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En cierta manera se puede considerar,además, que la arquitectura modernistavino a constituir algo así como untestimonio a la vez de una opción porlos procedimientos y técnicas deconstrucción modernos (o, másgenéricamente, por el futuro) y por eldeseo, añorante, de rememorar elpasado, presentes a través de ladecoración y las llamadas artesmenores. El modernismo catalán fueexpresión de la pujanza de una sociedadque tenía su aspecto económico (granparte de la obra de Gaudí está hechapara los Güell o los Milá) pero tambiénsu vertiente política (y de ahí, por

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ejemplo, la significación catalanista deun Puig i Cadafalch). Como quiera quesea, tanto el parque Güell (1898-1915)o La Pedrera (1905-1910), de Gaudí,como el Palau de la Música Catalana, deDomenech i Montaner, puedenconsiderarse como obras de primerísimafila en la arquitectura contemporáneamundial del momento. En cambio, enescultura, la propia condición ycaracterística de este arte la hizo menossusceptible a la recepción de lasnovedades estéticas del fin de siglo:cuando los pintores modernistasquisieron homenajear a El Greco enSitges encargaron para rememorarlo una

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estatua sujeta a los patrones clásicos.Con todo, en el escultor Josep Llimonaencontramos una temática revestida decotidianidad, un aire de nostalgia y unasublimación idealizadora que tienemucho que ver con la estética simbolistadel fin de siglo.

En pintura es posible apreciar unaidéntica contraposición, que hemosencontrado también en otros terrenoshistóricos, entre la innovaciónmodernizadora y la pertinaz resistenciaal cambio. Resulta en ese sentido muycaracterístico que cuando en 1907Picasso pintó «Les demoisellesd'Avignon», en España todavía no

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existía un impresionismo que en Franciapodía considerarse como fenecido hacia1885. Podría añadirse que a partir deeste periodo los pintores españoles, quecasi indefectiblemente fueron a formarsea París, centro de la modernidadpictórica en ese momento, poniéndoseen contacto con lo más avanzado de ellay protagonizándola, sin que esto losconvirtiera en profetas en su propiatierra, donde su éxito fue tardío eincompleto. Aparte de Picasso, loséxitos internacionales de Zuloaga oAnglada Camarasa no fueronreconocidos sino en fecha tardía,aunque, en cambio, Sorolla tuvo mucha

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mejor fortuna, quizá porque, nacidoantes, tuvo una formación másacadémica en Roma y coincidía más conlos gustos populares. Algo parecido lesucedió a Mariano Benlliure, autor delos principales monumentos madrileñosde la época.

Se puede considerar que la pinturaespañola de la primera década y mediadel siglo tuvo tres focos principales, conpeculiaridad propia muy marcada.Mientras que Madrid presentó elconservadurismo pictórico, Barcelonaestuvo en contacto mucho más estrechocon París, y Bilbao jugó un papelintermedio. En Madrid las exposiciones

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nacionales marginaron a los Regoyos,Solana o Vázquez Díaz y, en cambio,premiaron hasta fecha muy avanzada arepresentantes de la pintura de historia oa aquellos que habían elegido unatemática social, pero con tratamientoconvencional. En 1900 en Europa ynueve años después en América elvalenciano Sorolla, que estaba afincadoen Madrid, obtuvo sonoros éxitos pero aél no puede considerársele, en puridad,como un vanguardista: ni siquiera fuepropiamente un impresionista sino másbien un luminista dotado de unaindudable capacidad técnica, que pasópor influencias muy distintas y que

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acabó creando un estilo peculiar, hechode la captación de la atmósfera y deabordar la pintura «con ojos normales»(Maeztu). Sin embargo, todavía en lasegunda década del siglo, FranciscoPradilla, un clásico de la pintura deHistoria, era juzgado como el segundopintor más importante en la capital, yuna persona como Aureliano de Beruete,pintor culto en que poco a poco fueperceptible la influencia impresionista,fue relegado a un puesto muysecundario. Azorín, que escribió que «labase del patriotismo es la geografía»,reconocía que el único cuadro que teníaen casa era un Beruete. En él, liberal

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casado con una hija de Moret, fueperceptible también una estrechainfluencia de Giner y su descubrimientodel Guadarrama, así como del entornomadrileño. Además, tuvo una estrechaamistad con Sorolla, quien, procedentedel «blasquismo», fue el pintor máscercano al Rey, sobre todo al comienzode la segunda década del siglo. Supintura tuvo preocupaciones muycaracterísticas de la cultura delmomento: deseo de penetrar en laesencia nacional y regional, aunque sinla pasión regeneracionista un tantoteatral de un Zuloaga.

En Bilbao, como escribió Maeztu,

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«la red ferroviaria y el hormigueo de lasfábricas» crearon una nueva pintura,muy en contacto con Europa. Fueron lospintores vascos los primeros queviajaron a París. Zuloaga lo hizodespués de una previa estancia en Roma,lo que indica su voluntad de encontrarun nuevo ámbito de inspiración; por suparte, en la pintura de Adolfo Guiardresulta perceptible una clara recepciónde la influencia de Degas. Con todo, elmejor conocedor de la revoluciónpictórica europea en el cambio de siglofue Darío de Regoyos, conectado con lavanguardia bruselense y parisina, yhabitual expositor en las principales

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muestras de esta última capital. Viajeropor España junto con algunos escritoresy artistas belgas, Regoyos fue autorprincipal de una nueva imagen deEspaña —la de un país retrasado ybárbaro pero dotado de la fuerza y laautenticidad de lo primitivo que supoplasmar en La España negra, un libroaparecido en 1898—. Pruebacomplementaria del impacto de lavanguardia en el mundo vasco loconstituye la amistad de Iturrino conMatisse o la celebración entre 1900 y1910 de hasta seis exposicionesinternacionales en Bilbao, en las que seexhibieron los grandes de la pintura

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última, desde Gauguin a Picasso.Aunque Bilbao no perdió esta condiciónpuntera en el arte español de la época,con el paso del tiempo hubo unamarcada tendencia hacia lacaracterización regionalista de tipos ycostumbres. Al mismo tiempo gran partedel éxito de Zuloaga en el exterior nacíaque era juzgado como representanteprototípico de la escuela española ycomo un retratista fiel de un puebloretrasado pero de una fortaleza ypeculiaridad insuperables. Capaz depenetrar en los personajes mucho másque Sorolla, como diría Ortega, Zuloaga«es amanerado y porque lo es comenzó a

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aplaudírsele y encomiársele». Cubrió nosólo la especificidad vasca sino tambiénla castellana y, en consecuencia, se ledebe adscribir a una tendencia muymarcada en la época, la de buscar losrasgos caracterológicos de lo nacional olo regional. De este modo presentó tiposhumanos o escenas religiosas, a menudoen exceso estridentes, pero que losintelectuales como Ortega interpretaroncomo «trabucazos» destinados aprovocar la regeneración nacional.Mucha mayor actualidad estética tienen,en cambio, sus paisajes. De formaparecida, los Zubiaurre o Artetarepresentaron el medio rural vasco y

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Romero de Torres —un pintorsimbolista amado por Valle-Inclán—pasó de la vaga angustia finisecular a larepresentación prototípica de la mujerandaluza. Por descontado cabe ver entodo ello un eco semejante al que llevó aUnamuno a volcarse en la reflexiónsobre la intrahistoria nacional.

Barcelona, en fin, fue el centro de lamodernidad plástica por excelencia y,por ello, no es en absoluto unacasualidad que Picasso saliera de allíhacia París. Los primeros contactos conla capital francesa se produjeron, sinembargo, en la década de los noventagracias a Santiago Rusiñol y Ramón

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Casas, quienes recibieron el inequívocoimpacto de Degas. Aunque su vuelta aEspaña supuso una re-adecuación a unmedio que seguía siendo poco entusiastacon las novedades en el arte, lo cierto esque ambos pintores cambiaron lasensibilidad de la sociedad barcelonesay, en consecuencia, hicieron posible laintroducción de nuevos estilos. Almargen de Picasso, el gran pintortriunfador en el extranjero fue, en estaépoca, Anglada Camarasa, cuyocromatismo fulgurante tiene semejanzascon la pintura vienesa del momento; algosemejante puede decirse de Mir, uninnovador revolucionario pero muy

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autóctono. En cuanto a Nonell, cuyainfluencia sobre Picasso parece patenteen una parte de su trayectoria, esrepresentativo de una tendencia —existente en toda la vanguardia posterior— al puntillismo, a olvidar losproblemas de la percepción visual delpaisaje y volver a la figura humana,tratada con una óptica preexpresionista.

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La crisis delparlamentarismo

liberal (1914-1923)

Ha sido habitual entre loshistoriadores considerar como fechainicial de la crisis de la Monarquíaconstitucional de la Restauración el año1917 en que se produjo la coincidenciaentre la protesta obrera, la regionalista,la de los partidos marginados delsistema de turno y la militar. Resultaobvio que esta fecha tiene unaimportancia cardinal —nada fue igual a

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partir de este momento— aunquetambién sea probable que susignificación haya sido exageradaporque no existió una real posibilidadrevolucionaria ni tampoco laheterogeneidad de los componentes dela protesta permitía esperar entre ellosuna concordancia mínima destinada aese propósito. En definitiva, el sistemapolítico de la Restauración tenía en esemomento todavía mucha mayorcapacidad de supervivencia que la quealgunos historiadores le han atribuidodespués, de modo que si las condicionesde la vida política y social cambiaron apartir de este momento no lo hicieron de

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forma sustancial. Por otro lado, parecemás lógico establecer el punto de cesuracronológico unos años antes de 1917porque sólo conociendo lo sucedido apartir del estallido de la Primera GuerraMundial es posible comprender elsentido de la huelga de aquel verano.Por otro lado, como ya se ha visto, apartir de 1913 no sólo había quebradoya la unidad de los partidos de turnosino que no resultaba viable (ni tansiquiera era propuesta) una regeneracióndel sistema político. La vida públicaempezó a consistir en que losgobernantes eran crecientementesuccionados por los agobiantes

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problemas nacidos de la coyunturainternacional, la agitación social o losproblemas militares en África y nopodían cumplir con un programa que, aveces, ni siquiera llegaban a definir. Ensuma, el sistema político se encontrabacon problemas crecientes mientras que,en la práctica, quienes lo representabanhabían renunciado a cambiarlosustancialmente. El propio cambio en lasociedad española hacía más claros losinconvenientes de un régimen políticocomo el de la Restauración. La razón esmuy sencilla: la modernización no sólotiene un efecto estabilizador a largoplazo sino que puede tenerlo en sentido

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contrario en un periodo más corto.En efecto, la sociedad española

siguió una tendencia en este sentido y,además, a un ritmo muy superior al de laépoca precedente. La Primera GuerraMundial reveló los claros desajustes dela economía española especialmente enel momento en que, una vez finalizada,hubo que volver a una normalidad quehabía sido rota por los acontecimientosbélicos extra-peninsulares. Sin embargo,en el transcurso de esos cuatro años, lasventajas relativas logradas por laposición neutralista española supusieronuna indudable aceleración del caminoque España había emprendido con el

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comienzo de siglo hacia su conversiónen un país industrializado: como ya seha indicado, en este momento tuvo lugarun importante despegue económico detrascendencia perdurable. Laindustrialización favoreció la crecidadel movimiento obrero y sindical y éstaaumentó la protesta, unida a otrosfactores como la agitación intelectual eideológica de la primera posguerramundial con la aparición de nuevosmodelos políticos, tanto para la derechacomo para la izquierda, y el crecimientode la identidad regional en buena partede la geografía española. Todos estosfactores provocaron un aumento de la

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conflictividad y un sistema políticodébil, que parecía incapaz de dar elsalto desde el liberalismo oligárquico ala democratización, se vio obligado arecurrir crecientemente al Ejército otolerar su presencia en terrenos en losque ésta no debía haberse producido.Pero la presencia militar a partir de losaños veinte ponía en peligro la vigenciamisma del sistema liberal, sobre todotras el desastre de Annual y de que losmilitares pudieran sentirse, comoestamento, enfrentados a la clasepolítica. Ese conjunto de realidadespermite confirmar que en este caso,como en tantos otros, la modernización

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(de la que incluso se puede considerarque era un testimonio la generacióneuropeizadora de 1914) tuvo comoconsecuencia no la disminución de lastensiones sino el aumento de las mismas.El punto de partida para explicar laevolución española hasta 1923 debe ser,por tanto, un acontecimiento de políticaexterior como fue la Primera GuerraMundial. Pero esta cuestión plantea, concarácter previo, la singularidad de laposición española en el contextointernacional durante los añosprecedentes. De ello trataremosinmediatamente a continuación.

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Política exterior: elpapel español en

Marruecos

Si, como sabemos, el efecto de1898 fue menor en muchos otrosterrenos, en cambio modificó de formasustancial la ubicación de España en elmundo internacional. Antes que nada, esdecir, antes de tratar de las sintonías odiferencias de unas naciones con otras odel papel atribuido a nuestro país en lasrelaciones exteriores de la época espreciso referirse a un factor cultural de

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primera importancia, en la mentalidadde propios y ajenos. La derrota del 98no sólo supuso el nacimiento delregeneracionismo sino también unaprevia conciencia de la limitación deEspaña, que no en vano había sidoconsiderada como una «naciónmoribunda» por parte del secretario deForeign Office en aquel año. Esa imagenfue, en primer lugar, la que se tuvodesde otros países con respecto alnuestro. En Francia, por ejemplo, comoconsecuencia de una re-elaboración dela imagen romántica, a menudo se tuvola visión de España como un paísanclado en un vetusto Antiguo Régimen,

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con claro predominio del clericalismo yde costumbres fanáticas y bárbaras loque, sin embargo, en ciertos mediosintelectuales no implicaba sólodesprecio sino también respeto por laautenticidad de ese primitivismo. En elfondo los cuadros de Zuloaga podíanfavorecer esa visión y quizá esoexplique lo mal recibidos que fueron porparte de los sectores más conservadoresde la sociedad española. Cuando enFrancia nació el hispanismo comodisciplina científica y universitaria nopudo evitar quedar un tanto sesgadohacia la derecha conservadora y católicaen ese mismo país. Periódicamente

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sucesos españoles —la actuación delgobierno en 1909, por poner un ejemplo— parecían confirmar esa visión muygeneralizada en los medios culturaleseuropeos de significación liberal. EnItalia, por ejemplo, se rechazó conindignación cualquier tipo decomparación entre el 98 español y laderrota propia en Adua, acontecida dosaños antes, y eso no dejó de tener sufundamento porque mientras que elitaliano había constituido un ejemplo deexpansión, resultado de la fuerza de unanación recientemente unificada, el casoespañol fue el de quien había sido sujetopaciente de la expansión de otros. Pero

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la visión desde fuera acerca de Españainfluyó en la de los propios españolesacerca de sí mismos. Un viajero francés,simpatizante con España, ÁngelMarvaud, escribió que los españoles sesentían como «un pariente pobre» anteFrancia a la que «se envidia o se teme».Sólo le faltó añadir que muy a menudoesos sentimientos se unían y el resultadoera una indignación mal contenida encontra de ella. De cualquier modo, elresultado de ese estado de ánimocolectivo entre los españoles fueambivalente respecto de la políticaexterior. Por un lado, contribuyó a quelos dirigentes políticos pensaran que la

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prioridad fundamental era laregeneración interior y que sólo tras éstasería posible desempeñar un papelrelevante en el concierto internacional.Hubo, pues, una propensión a liberarsede compromisos. Un diplomático de laépoca (Villaurrutia) llegó a escribir ensus memorias que, tras el 98, España«arrebujóse de nuevo en su vieja capade pobre vergonzante». Por otro, existíala sensación en la clase política de queEspaña era una más en el conciertoeuropeo y, por tanto, debía asumirresponsabilidades idénticas a los paíseseuropeos. Cuando éstas no parecían muyonerosas y todas las potencias parecían

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estar de acuerdo en que ésa debía ser laposición española los dirigentesespañoles, con reticencias, acababanaceptando la misión que se les atribuía.Al mismo tiempo la España que habíaperdido su imperio americano y filipinosentía una inseguridad muy peculiar quenacía del deseo, por un lado, de seraceptada en su integridad territorial porlas potencias más poderosas y, por otro,de que, consciente de su impotencia, sesabía lo bastante insignificante comopara pensar que lo mejor para ella erano tener compromisos que pudieransignificar una guerra o, algo peor, quealguien más poderoso acabara por

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beneficiarse de una relaciónprivilegiada. A fin de cuentas, ningunaayuda había recibido España delconjunto de las naciones europeas en elmomento de la guerra del 98. Un últimofactor para explicar la política exteriorespañola antes de la Primera GuerraMundial reside en que la derrota frente aEstados Unidos había dejado reducida,en la práctica, la posible acción colonialespañola a tan sólo el continenteafricano o, más propiamente, aMarruecos como zona más inmediata yde mayor interés. Para Europa este paísconstituyó durante unos años el centrode la política exterior de las grandes

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potencias; para España de ellos derivó,a corto espacio, un modo de integraciónen el mundo internacional y, a más largo,una pesada herencia para laRestauración en su época final.

Todo cuanto antecede sirve paraexplicar las dudas finiseculares de lospolíticos españoles. Hubo un proyectobritánico, inmediato al 98, paragarantizar las fronteras españolas que nofue aceptado por temor a queincomodara a Francia. Silvela pensóluego en una posible alianza conFrancia, pero con la adición deAlemania y Rusia. Pronto, sin embargo,el propio curso de los acontecimientos

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impuso a España una selección dequiénes debían ser las potencias máscercanas a ella y hasta dónde tenían quellegar sus responsabilidades. En losprimeros años del nuevo siglo Francia,Gran Bretaña e Italia delimitaron susrespectivos intereses en el norte deÁfrica mediante acuerdos sucesivos.Nadie pensaba que a España le debieracorresponder un papel fundamental en lazona pero su situación geográficaobligaba a tenerla en cuenta y, además,su presencia habría de servir comogarantía ante el resto de las grandespotencias de que ninguna conseguiríauna preponderancia sobre las demás. La

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posición internacional española estuvosiempre marcada de modo inevitablepor su presencia en el norte deMarruecos, donde las posicionesespañolas de Ceuta y Melilla se veíansometidas a periódicos conflictos por lanecesidad de mejorar su situaciónestratégica en relación con los indígenascon periódicas operaciones militares, laúltima de las cuales tuvo lugar en 1893.Mientras que hasta entonces Españahabía sido una potencia ultramarina,ahora el eje de su política exteriorestuvo centrado en su presencia a uno yotro lado del mar de Alborán, unaimportantísima vía de comunicación

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comercial y un centro estratégico vital.Marruecos, por tanto, suponía no sólo laposibilidad de expansión colonial,lógica en una época en que ésta erahabitual, sino que además venía aconstituir el procedimiento deincardinación de España en la políticainternacional. Pero, desaparecidoPortugal desde hacía tiempo deMarruecos, había otras potencias quetenían intereses allí y con las queEspaña debía tratar inevitablemente.Gran Bretaña, sólidamente establecidaen la base de Gibraltar, era la potenciadel «statu quo», dedicada a proteger susintereses comerciales e interesada en

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que a uno y otro lado del estrechohubiera un poder débil, principalmenteen Tánger. Por eso siempre prefirió queEspaña y Francia se compensaran sinque la segunda desplazara por completoa la primera.

A partir de comienzos de sigloEspaña se había convertido, por tanto,en una potencia de intereses europeos yproyección norteafricana cuyo centroneurálgico de cara a la política exteriorresidía en el estrecho de Gibraltar. Peroallí (y en toda África) debía ponerse enrelación, para el reparto decompetencias territoriales,principalmente con Francia. La primera

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delimitación del área de influenciaespañola —la menos conflictiva— seprodujo mediante el tratado de junio de1900, como consecuencia del cual lapresencia española en Guinea quedóreducida a tan sólo una décima parte delo que en teoría podía habercorrespondido a nuestro país y a lamitad de lo que los expedicionariosespañoles habían explorado; también enRío de Oro sucedió algo parecido,señalando una característica que, comoveremos, perduraría a lo largo de todoel reinado de Alfonso XIII. El acuerdole valió al embajador español en París,León y Castillo, el título de marqués de

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Muni. Fue él precisamente quienadvirtió a sus superiores de lainminencia del reparto de Marruecos yquien les convenció de que eranecesario que actuaran porque «se iba aresolver de un momento a otro connosotros o contra nosotros». Prontoconsiguió convencer a los dirigentes delos dos partidos políticosfundamentales, pero no sin titubeos, ycomo si les arrastrara a cumplir con unaobligación que no querían asumir en unprimer momento. Silvela escribió que«nuestra preterición sería mortal paranuestros intereses y nuestro prestigio».Debió pensar sobre todo en el segundo.

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Sagasta reveló de forma todavía másclara la debilidad del sentimientoimperialista español: «No sólo hay quepensar en los inconvenientes de ir —dijo— sino en los peligros de no ir». Alfinal, sin embargo, llegó a arriesgarsehasta el extremo de pronunciar una fraserotunda en su prosaísmo: «No se hacentortillas sin romper huevos».

Pero en lo que respecta a Marruecosel problema era Francia. Ésta fue el grancompetidor que tuvo nuestro país en lazona, obteniendo finalmente las zonasmás ricas del protectorado, como lecorrespondía a su superioridadeconómica y militar. La estrategia

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francesa fue adelantarse sin contar connadie en el terreno militar y proclamar,no obstante, como doctrina propia la«penetración pacífica» que tuvo luegocomo mejor ejecutor al general Lyautey.Políticos y militares franceses tratarondespectivamente a España refiriéndose asu «ineptitud colonizadora e impotenciaeconómica», argumentos con los queconstantemente trataron de disminuir elárea de su influencia. Carente de pesopropio en la política internacional,España se vio obligada muy a menudo aacabar aceptando los acuerdosimpuestos por Francia, una vez que éstalos hubo decidido previamente con el

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resto de las grandes potencias. Apartede Gran Bretaña, también Alemaniatenía intereses en la zona; a menudoactuó como si el sultán fueraverdaderamente independiente, pero,conseguida la igualdad con los demáspaíses en cuanto a posibilidad deactuaciones económicas y comerciales,tan sólo usó la eventualidad de unapresencia propia en el norte delcontinente como moneda de intercambioen el reparto de África o como potencialamenaza a sus rivales. Italia no podíacompararse con Francia en potenciamilitar y económica pero su intervenciónen Libia contra los turcos, que concluyó

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en una victoria que le proporcionaríatambién las islas del Dodecaneso(1911), le confirió una importanciacreciente en el Mediterráneo. En torno aesa fecha se mencionó su posible alianzacon España, pero no pasó de ser unrumor con escaso fundamento. En efecto,mucho más que por una voluntadexpansiva de carácter colonial y decomponente económico, que siempre fuemuy modesta, la intervención españolaen Marruecos se explica por las propiascircunstancias que vivía este país que, acomienzos de siglo, estaba en plenadescomposición política. Tan es así queestaba dividido en dos zonas,

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denominada una «Blad-el-Majzen»,territorio controlado efectivamente porlas autoridades dependientes del sultán,y «Blad-el Siba», comarcas que dehecho llevaban una vida autónoma,cuando no independiente. El últimosultán verdaderamente merecedor deeste nombre, Muley Hassan, murió en1894. A continuación le sucedió unperiodo de absoluta bancarrota (losimpuestos eran los mencionados en elCorán) y anarquía política. En 1907,cuando se inició la expansión española,había una especie de guerra civil entredos hermanos (Abd-el-Azziz y MuleyHafid) mientras que en el noroeste, en

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torno a Ceuta, gobernaba de hecho ElRaisuli y en el nordeste en torno aMelilla lo hacía un usurpador llamadoEl Roghi. Por si fuera poco, laxenofobia y la predicación religiosa setraducían en frecuentes ataques a losextranjeros.

Esta situación explica que Francia yEspaña mantuvieran desde 1902contactos diplomáticos para delimitarlas respectivas áreas de influencia en elnorte de África. En la fecha citadaFrancia propuso a España un tratado quele dejaría toda la zona al norte del ríoSebú, lo que hubiera supuesto el controlde una fértil zona agrícola y de ciudades

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tan importantes como Fez, la capital delMarruecos de entonces. Sin embargo, demodo muy característico, España, no seatrevió a suscribir ese acuerdo portemor a que no fuera aceptado por GranBretaña. Maura luego diría que«desavenida Francia con Inglaterra,España fue tratada como un armaarrojadiza contra Inglaterra». Cuando,después de pactar con ésta la cesión deEgipto a cambio de la hegemonía enMarruecos (1904), Francia hizo unanueva propuesta a España, ésta debiópagar los gastos del acuerdo franco-británico. Gran Bretaña sólo obligó, enefecto, a la otra parte a «concertarse»

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con España. Ahora la oferta francesaconsistió en limitar el área de influenciaespañola a tan sólo la zona comprendidaentre los ríos Uerga y Muluya, es decir,mucho más al norte, en una región pobrey montañosa de la que, además, quedabaexcluida la ciudad de Tánger, que erauna posición clave desde el punto devista comercial y estratégico. Elacuerdo, suscrito en octubre de 1904,fue, en la práctica, impuesto por losfranceses y no se publicó en Españacompleto sino tan sólo la afirmación deque se respetaría la integridad deMarruecos, por lo que pudo decirse quehabía sido «vergonzantemente» aceptado

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por los gobernantes españoles. Elembajador español en París, León yCastillo, describió muy bien lo sucedidocuando dijo que «lo que durante unosaños fue una política de esperanza ahoraya no es más que una política dedefensa» ante las crecientes exigenciasfrancesas.

Con ello no concluyó el retroceso dela posible influencia colonial españolaen Marruecos pero en los añossiguientes, con todas las imprecisiones yambigüedades que se quiera, se logró almenos un acuerdo de garantía queparecía resolver los problemas deinseguridad que España venía

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padeciendo desde 1898 en sus fronteras.En 1906, tras una visita del emperadoralemán a Tánger, a sugerencia deAlemania se reunió en Algeciras unaconferencia en la que se decidió,internacionalización de Marruecosdesde el punto de vista económicodando así satisfacción a todos los paísesmientras que fueron reconocidostambién los intereses especiales deFrancia y España. En ocho ciudadesexistirían destacamentos de policíaorganizados por estos dos países peroEspaña, en la práctica, vio disminuir denuevo su influencia territorial enMarruecos porque la distribución de la

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composición de esa policía era másbeneficiosa para Francia.

A partir de este momento Franciaaprovechó cualquier ocasión, saltándosela estricta letra de lo acordado, paratraducir en los hechos su protectoradosobre Marruecos mientras que la acciónespañola pareció tan sólo seguir a lafrancesa o estuvo motivada por larespuesta a incidentes ocasionales. Peroal menos España obtuvo un remedo de latan ansiada garantía. Tras una entrevistaen Cartagena a comienzos de 1907, en laque participó el propio Alfonso XIII, sesuscribieron sendos acuerdos conFrancia y Gran Bretaña. En ellos ni

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siquiera aparecía ese término(«garantía»), ni se hacía alusión a lasposesiones de cada país (para evitar lamención de Gibraltar), ni tampocoquedaban claros los procedimientos deactuación caso de incumplimiento. Perose trataba, al menos de una «seudogarantía» que alineaba a España, sincompromiso preciso, más cerca defranceses y británicos que de losalemanes. Estos, sin embargo, noprotestaron en exceso.

Con todos estos acuerdos lasituación parecía propicia a una mayorintervención europea en Marruecos y asífue al poco tiempo. Francia, en lugar de

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hacer preceder la penetracióneconómica a la militar o de establecer lapolicía prevista en los tratados, ocupóUxda y en 1907 hizo lo propio enCasablanca, tras bombardearla. Loargumentó por la inestabilidad y la faltade seguridad existentes en Marruecospero no hizo otra cosa que multiplicarlasalterando el contenido mismo de losacuerdos que acababa de suscribir conlas restantes potencias europeas yprovocando un más grave estallido dexenofobia, con vertientes defundamentalismo religioso, siemprelatente en la sociedad marroquí.Además, apenas contó con España a la

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que, sólo después de bombardearCasablanca, indujo a enviar un buque.Lo sucedido a continuación contribuyemuy bien a explicar las incertidumbres ytitubeos perpetuos de la políticaespañola. Maura envió el barco «no atítulo de ocupación militar extranjera»sino de tarea de policía interna. Cuandolos ministros le expresaron sus temoresde que lo sucedido comprometiera enexceso a España les aseguró que unaintervención en Marruecos sería siempre«a destiempo» si antes no se habíaproducido la reconstitución económicadel país. Sin embargo, inmediatamente acontinuación pareció dudar cuando se le

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insinuó por parte de Francia laposibilidad de que España seresponsabilizara en exclusiva de Tánger.Hubo, pues, un manifiesto titubeo, que seconvertiría en perenne, entre el deseo deno quedarse atrás y la necesidad de noembarcarse en una aventura colonial.

Pero ésta acabó por tener lugar. En1906 habían comenzado lasnegociaciones de los españoles con ElRoghi, un caudillo local de la zona deMelilla, para obtener concesionesmineras. La decisión tomada se apartabade la legalidad internacional al tomar encuenta a una autoridad usurpadora lobastante bárbara como para presentar

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las cabezas cortadas de sus enemigos enel transcurso de las negociaciones. Unaño después quedó constituida lasociedad Minas del Rif y, en 1908, parafacilitar el transporte entre la zonaminera y Melilla, tropas españolasocuparon la Restinga y el cabo delAgua, hecho que puede ser consideradocomo el primer acto de penetración enÁfrica. Sin embargo, quizá por el mismohecho de haber pactado con losespañoles, El Roghi, que incluso quisoser pretendiente al sultanato, acabóperdiendo el apoyo de los indígenas,que atacaron a los obreros españolesque construían un ferrocarril minero. Por

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si fuera poco, uno de los pretendientesal trono marroquí, Muley Hafid, leapresó. De este modo las concesionesmineras de los españoles quedarondesprovistas de cualquier apoyojurídico. Muley Hafid pidió armas aEspaña para reafirmar su poder pero sele negaron por cuanto ello hubierasupuesto alinearse contra Francia.Mientras tanto, los rumores de que unacompañía de predominio francés queríaestablecerse incitaron a tratar deconsolidar las posiciones militaresdestinadas a apoyar a Minas del Riff, loque originó nuevos enfrentamientos ytener que recurrir a tropas de la

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Península.Este fue el origen de la campaña de

1909 que obligó al desplazamientodesde España de un ejército importante(40.000 hombres), lo que a su vez tuvocomo consecuencia el estallidorevolucionario de la llamada SemanaTrágica. A cambio de un crecidonúmero de bajas (unas 4.000, de las queuna cuarta parte serían muertos) y, traslos combates sangrientos del barrancodel Lobo y la toma del Gurugú, lastropas españolas lograron controlardirectamente unos 300 kilómetroscuadrados más y someter a las tribus delentorno más inmediato. El coste humano

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y político había sido muy grandeviniendo, como siempre, acompañadode temores de que la debilidad de lasituación española fomentara el acuerdoentre el resto de las potencias (en estecaso, Alemania y Francia).

Si esta expansión se había producidocomo consecuencia de un incidenteprovocado por los indígenas, lasiguiente, en 1911, estuvo motivada enexclusiva por una previa iniciativafrancesa. Ante una posible ampliaciónde la zona controlada directamente porlos franceses, España amenazó con unaretirada propia. De nuevo el vecino paísactuó por su cuenta y riesgo: contrató un

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préstamo en nombre de las autoridadesmarroquíes y llamada, en teoría, por elsultán, ocupó Fez, la capital del imperio.El gobierno de Canalejas se movióentonces con rapidez en todasdirecciones: se dirigió a Inglaterra, queprometió ayuda pero en tono menor, y aAlemania, a la que se pensó por unmomento vender Guinea y FernandoPoo. Finalmente, el gobierno consultó atodos los partidos políticos españoles,incluidos los republicanos, y dijo a suscolaboradores «todos han estado deacuerdo en que debemos defendernos delos manejos franceses». España, queaños antes no había reaccionado ante la

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toma de Casablanca, se apoderó ahorade Larache y Alcazarquivir en la zonaoccidental atlántica de Marruecos.Como consecuencia de esta iniciativafueron necesarias nuevas negociacionesfranco-españolas que, como siempre, setradujeron en disminución del área deinfluencia del segundo país. AunqueAlemania hizo acto de presenciaenviando un buque a Agadir, Franciahabía terminado comprando la definitivaretirada alemana de Marruecos medianteuna cesión en el Congo. Enconsecuencia, de manera idéntica acomo había sucedido en 1904 conInglaterra, España debió ceder 45.000

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kilómetros cuadrados de la zona que lehabía sido anteriormente atribuida. Porel tratado de septiembre de 1912España, además, aceptó definitivamentela internacionalización de Tánger y semostró dispuesta a no fortificar la costapropia. En adelante la autoridad delsultán marroquí estaría representada enla zona de protectorado español por unjalifa nombrado entre dos personaselegidas por España. El tratado, segúnGarcía Prieto, concedía a los«imperialistas españoles»\1«\2»\3parala expansión, y a los partidarios del«recogimiento» que aquélla fueraproporcionada a la verdadera capacidad

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española. En torno a la fecha del tratadose produjo un considerable incrementode la extensión controlada por losespañoles tanto en la zona oriental comoen la occidental (campaña del Kert,toma de Monte Arruit, ocupación deTetuán… etc). A diferencia de losucedido en 1909, en todas estasoperaciones no se produjo ningúnconflicto militar grave.

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España y la PrimeraGuerra Mundial

Para comprender la actitud deEspaña ante la Primera Guerra Mundialha sido necesario hacer referenciapreviamente a la posición española en elmundo tal como había quedado perfiladacomo consecuencia de la guerrahispano-norteamericana del 98. España,como hemos visto, fue en adelante unanación europea de segundo rango cuyaimportancia radicaba ante todo en susituación estratégica a uno y otro lado

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del Estrecho. No ligada a potenciaalguna por ningún tipo de tratado estableera, además, un Estado inicialmenteaislado en el que los políticosenunciaban en ocasiones, como hizoSilvela en 1903, el propósito de «hacersalir nuestras relaciones de la situaciónen que se encuentran». La únicaposibilidad de lograrlo sin poner enmayor peligro la situación de la políticaexterior española residía en que, porrazones económicas o militares, nuestropaís se convirtiera en un aliado deseablepara alguna de las grandes potencias. Almismo tiempo, sin embargo, se debíaevitar que el compromiso español en

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Marruecos pusiera en peligro unobjetivo de mucha mayor importancia,como era la regeneración interna. Undiputado, Romeo, llegó a decir en 1904que tres cuartas partes de España eranMarruecos y había que dedicarse antes aella que a cualquier empresa colonial.

En la práctica la condiciónmediterránea de España y sus interesesnorteafricanos irremediablemente laponían en contacto con Francia y GranBretaña, mientras que la superioridad deestos dos países tenía comoconsecuencia que las relaciones con elnuestro se tradujeran en términos deefectiva mediatización. Como en 1834,

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España dependió de Francia y GranBretaña; se sumó siempre a ellas cuandoestaban de acuerdo y esperó a que sediera esta situación si no se daba deentrada. Ya en 1907, en el momento dela reunión de Cartagena, el discurso dela Corona hizo mención a los «interesesmuy considerables» que unían a Españay estas dos naciones y que influyerondecisivamente en la determinación delpapel que le hubo de corresponder aEspaña en Marruecos. Periódicamentepodía surgir otra potencia (hasta losaños veinte fue Alemania y, en ciertogrado, Italia) pero ni España teníaverdadera capacidad para

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independizarse de aquella tutela ni latercera nación estaba interesada en otracosa que en causar problemas alantagonista franco-británico. Losrepresentantes diplomáticos españolesen todo el mundo solían actuar demanera supeditada a los de estos dospaíses y en ellos residían nuestrosembajadores más calificados, másestables y más directamente vinculadosal Rey. Éste, que desempeñaba un papelnada desdeñable en la política exterior,viajaba cada año a Gran Bretaña, dondetuvo apoyos diplomáticos importantes enla propia familia real.

Un dato complementario más se

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refiere a Portugal. El papel de Francia yde Gran Bretaña en la política exteriorespañola se aprecia, en efecto, con tansólo examinar la repercusión que sobreEspaña tuvo la revolución portuguesa en1910. Ya desde antes el peligrorevolucionario republicano había hechoponerse en contacto a ambos monarcasestableciendo entre ellos una especie decooperación defensiva. Alfonso XIIItuvo contactos frecuentes con losúltimos monarcas portugueses a los quetrató de una forma paternalista (y, enocasiones, contraproducente). Cuandocayó el trono de los Braganza hubo unaevidente hostilidad española frente al

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nuevo régimen; sectores carlistas ymonárquicos prestaron ayuda a losconspiradores portugueses desde lafrontera gallega y, según Canalejas,hubo «eco de estas actitudes en más deuna región elevada», afirmación con laque se refería, por supuesto, a losmedios palatinos o al propio Rey. Fue ladeterminación de Canalejas, pero, sobretodo, la oposición británica, exploradapor el propio Rey en 1911, la queexplica que no tuviera lugar lamencionada intervención. Losconspiradores portugueses, sin embargo,hicieron periódicas operaciones desdela frontera gallega. Más adelante, en

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1913, Alfonso XIII hizo una exploraciónsemejante en Francia con los mismosresultados negativos pues la cuestión seremitió a Gran Bretaña que, como aliadatradicional de Portugal, era quien debíadecidir sobre el particular en el seno dela entente franco-británica. TampocoAlemania o Austria se decantaron poraceptar el intervencionismo español enPortugal antes de la guerra mundial,aunque, iniciado el conflicto, hicieranpromesas, más o menos imprecisas, deque lo aceptarían de una u otra forma.Todo este panorama contribuyó afomentar la posición neutralistaespañola cuando estalló la guerra

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mundial. El fundamento principal de lamisma residió en dos factores decisivos:el casi único interés por Marruecos yGibraltar y la debilidad de la posiciónespañola en todos los terrenos. De estaúltima eran conscientes los dirigentesespañoles hasta el punto de que Datoescribió al Rey que «si la guerra deMarruecos está representando un granesfuerzo y no logra llegar al alma delpueblo, ¿cómo íbamos a emprender otrade mayores riesgos y de gastos inicialespara nosotros fabulosos?». Algoparecido acabaron pensando todos lospolíticos del régimen, incluso el condede Romanones, que después de escribir

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un artículo de aparienciaintervencionista titulado «Neutralidadesque matan» se limitó a proponer unadeclaración de alineamiento genéricocasi de carácter ideológico al lado defranceses y británicos, pero sin recurrira la beligerancia. «Somos neutralesporque no podemos ser otra cosa»,decía Cambó y la realidad de estaafirmación se comprueba con sólo teneren cuenta que la mitad del ejércitoespañol estaba en Marruecos y el 80 por100 del presupuesto militar se empleabaen el pago del personal. En estascondiciones la postura de la clasedirigente española puede considerarse

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como acertada, por mucho que desde elmundo liberal intelectuales comoUnamuno la calificaran de«vergonzosa»; con mucho mayorfundamento Azaña defendió una«neutralidad forzosa impuesta pornuestra propia indefensión». El propioMonarca viajó a Francia, Austria yAlemania para tantear posiblescontrapartidas, pero encontró que eranmuy modestas. Las potenciasmonárquicas defendieron una especie desolidaridad monárquica que deberíahaber alienado a España con ellas peroel Rey español repuso que ese principio«había pasado ya a la Historia, como lo

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demuestra nuestra guerra de Cuba, enque nadie salió en defensa de España».Las potencias democráticas no queríanla intervención española sino unaneutralidad muy benevolente. Laspromesas que hicieron (por ejemplo,cambiar Gibraltar por Ceuta) fueron, sinembargo, ocasionales y pococomprometidas.

En consecuencia la posiciónespañola fue de neutralidad estricta yprocuró identificarse con aquellospaíses, como Bélgica, que mantenían esapostura aunque había sido violada porlos beligerantes: por eso se ofreció paraencargarse de la representación de sus

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intereses. Durante el periodo bélicoAlfonso XIII, como Jefe de Estado delpaís neutral más importante que estabacercano al escenario del conflicto, tuvouna intervención humanitaria que llegó arepresentar algunos meses la gestión de20.000 peticiones de ayuda. Sin dudaesto dio especial relevanciainternacional a España en los años de laposguerra. Pero si el Estado español fueneutral, la sociedad española vivió tanfuertes tensiones que Pío Baroja pudodescribir la situación como una auténtica«guerra civil». En parte, una situacióncomo esta fue la consecuencia de laconversión de España en campo de

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batalla entre las respectivaspropagandas de los beligerantes. Sinduda, la influencia francesa era mayorque la alemana en el momento deestallar el conflicto, pero este últimopaís hizo un gran esfuerzo conimportantes inversiones de dinero queinmediatamente los aliados intentaroncontrapesar con otras semejantes. Comoel precio del papel había encarecidomucho resultaba posible comprar a laprensa, ya de por sí venal y así pudollegar a decirse, como hizo Araquistain,que «los dedos de una sola mano puedenservir para contar los periódicos diariosque no han sido comprados en Madrid».

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A veces, incluso las compras de diariosalteraban el alineamiento previsible delos medios de prensa: hubo periódicosrepublicanos de izquierda, como EspañaNueva, comprados por los alemanes,mientras que los francesessubvencionaban a algunos carlistas. Elpropio Araquistain recibió subvencionesfranco-británicas e italianas para larevista intelectual de más prestigio enaquel momento, España. Francia, quehabía dado por descontada la francofiliade los españoles, debió hacerimportantes inversiones destinadas acrear instituciones culturales paraalimentarla. Al margen de esta

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propaganda, los alineamientosideológicos fueron fundamentales en laadopción de una postura sobre la guerra,aunque muy a menudo se ocultaran bajola pretensión de servir interesesnacionales objetivos. Para la derechasocial y política Alemania representabael orden y la autoridad. Su principalorador, el tradicionalista Vázquez deMella, que era financiado por Alemania,juzgó como una necesidad de la políticaexterior española ser «amigos de losenemigos de Inglaterra», explotando elsentimiento de frustración ante la faltade satisfacción de las exigenciasespañolas en Marruecos. La prensa

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conservadora, la mayor parte delEjército y del Episcopado (con laexcepción del arzobispo de Tarragona yalgún otro, también catalán) fuerongermanófilos en grados variados y conmatices cambiantes. El Correo Español,órgano del carlismo, previo «el paseotriunfal de las águilas germanas desdeAlsacia a los Pirineos» y presentó a lacivilización francesa como modelo decorrupción con sus mujeres«abandonándose al placer». Para laizquierda, en cambio, del lado deFrancia e Inglaterra estaba la causa «delderecho, la libertad, la razón y elprogreso», como decía el republicano

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Lerroux, el más destacado de losintervencionistas. Si ya estas opiniones,basadas en clichés nacionales, podíantener mucho de simplificador, con eltranscurso del tiempo el enfrentamientoentre germanófilos y aliadófilosconcluyó dando la impresión de que losadversarios de los segundos eran notanto los alemanes como los españolesque los defendían. Así se explicanalgunas de las posturas adoptadasentonces, principalmente entre losintelectuales, cuyo sector liberal fueradicalmente beligerante a favor de losaliados. En 1915 una ligaantigermanófila se presentó como

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«órgano del liberalismo y lademocracia». Entre quienes suscribieronsu manifiesto figuraban Unamuno, queveía en la germanofilia la «beociatroglodítica atudescada»; Azaña, quelamentó la falta de preparación españolapara un conflicto en el que hubieraquerido una intervención a favor de losaliados, o Araquistain, para el que laguerra era una continuación de laRevolución Francesa. Los intelectualespartidarios de Alemania fueron pocos(por ejemplo, Jacinto Benavente oD'Ors) y alguno por un motivoinesperado, como por ejemplo Baroja,que creía que aquel país era el único

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capaz de «aplastar» a la Iglesia católica.Incluso a los movimientos obreros llegóel debate acerca de la contienda: asícomo los anarquistas solieron mantenerposturas anti-belicistas, los socialistasfueron partidarios de un neutralismomatizado por la aliadofilia. Abundaron,en todo caso, dada la exaltación delmomento, los casos paradójicos. Habíagermanófilos que presentaban aAlemania como una nación católica yMaeztu llegó a prologar un libro en elque describió a los pedagogos alemanescomo «cabos furrieles». Una legióncatalana combatió contra un Imperiofederal como el alemán, y el

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tradicionalismo no aceptó la aliadofiliade su pretendiente oficial, don Jaime.Las exhortaciones a la paz fueronmínimas, a pesar de tratarse de unanación neutral y la propia posibilidad deque el Papa se refugiara en España fueesgrimida como argumento contra uno delos beligerantes, Italia. Dado esteambiente, no puede extrañar que la clasepolítica se viera seriamente conmovidapor la violenta polémica de la sociedadespañola. El más decidido servidor dela neutralidad fue Dato, que, al estallarla guerra, incluso se negó a situar tropasen la frontera francesa para evitarcualquier tipo de influencia sobre los

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acontecimientos. Para moderar laacritud de las disputas internas no dudóen absoluto en acudir a la censura o a lasuspensión de las sesionesparlamentarias. Por su parte, Mauratitubeó un tanto pues, habiendo sido unode los más caracterizados partidarios dela vinculación con Francia y GranBretaña, quiso también hacerseportavoz, al menos parcial, de lasactitudes germanófilas de la derechaespañola. Por eso, aun habiendocalificado en un principio la neutralidadcomo «una perogrullada», no dudó luegoen criticar a los aliados por «fomentar ladecadencia, el enervamiento y el

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apocamiento de España», pidiéndoles,como testimonio de buena voluntad,Tánger y Gibraltar.

Como sabemos, sólo Romanones,entre los políticos de turno, hizodeclaraciones de aliadofilia, aunque noimplicaran la beligerancia española.Este hecho explica que, cuando la guerrasubmarina alemana se convirtió en totaly empezaron a producirsetorpedeamientos de nuestros navíos,llegara al poder con el objeto demanifestar una postura más decidida endefensa de los intereses españoles. Sinembargo, la tensión en la sociedadespañola era tan grande que, cuando, en

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abril de 1917, las pérdidas en buquesespañoles alcanzaban las 100.000toneladas, y el gobierno publicó unanota quejándose de que los alemanesponían en peligro la vida económica delos neutrales se vio obligadoinstantáneamente a abandonar el poder.La tesis de Romanones en esta ocasiónconsistió en decir que él era aliadofilopero que no quería gobernar en contrade una opinión que parecía no serpartidaria de esta actitud. Testimonio dela neutralidad (pero también de ladebilidad) española es que sólo cuandolas naves españolas hundidas superabanel triple de la cifra indicada y ya tan

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sólo faltaban 15 días para la finalizacióndel conflicto se decidiera la incautaciónde buques alemanes surtos en puertosespañoles.

El hundimiento de navíos fue uno delos aspectos más negativos de la guerramundial para España, que tampoco logróuna mejora territorial en Marruecos,Gibraltar ni papel alguno respecto dePortugal. Los alemanes lo habíanprometido en caso de triunfo pero, comoen el caso de los aliados, es cuantomenos dudoso que, de lograr la victoria,se hubieran hecho realidad talesconcesiones. Sin embargo, laneutralidad durante la guerra mundial

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resultó netamente positiva para España,en especial porque su mantenimientofacilitó un importante desarrolloeconómico, evitó unas tensionespolíticas y sociales tan graves como lasque padecieron Italia y Portugal (queparticiparon en la guerra y, comoconsecuencia, cambiaron susrespectivos regímenes políticos) y, enfin, realzaron la posición exterior deEspaña en Europa durante la posguerra.En efecto, a finales de 1918, conRomanones como presidente delgobierno merced precisamente a suactitud aliadófíla y con los intelectualesliberales suscribiendo un manifiesto de

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la llamada Unión Democrática Españolaen pro de la paz y la cooperacióninternacional, España, como principalpaís neutral europeo, parecía destinadaa desempeñar un papel de primordialimportancia en el Consejo de la nacienteSociedad de Naciones. Aunque nuncalograra un puesto permanente, estuvo apunto de conseguirlo y, en cualquiercaso, fue siempre elegida para figurar enél durante los primeros años de ladécada de los veinte gracias a esacircunstancia y al apoyo de las nacioneshispanoamericanas. Fueron los liberaleslos principales defensores de laSociedad de Naciones mientras que los

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conservadores se mostraban mucho másreticentes respecto del presidentenorteamericano Wilson, principalinspirador de ella.

En relación con el papel de Españaen el mundo de la posguerra se debe, enefecto, tratar de un cambio en su imagenal otro lado del Atlántico. Una de lasconsecuencias positivas del 98 fue que,con el transcurso del tiempo,desaparecieron aquellos factores quehabían alejado a España de los paíseshispanoamericanos. En realidad, elcambio a este respecto fue anterior a laindependencia de Cuba y varió muchode unos países a otros. En Argentina,

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por ejemplo, el Día de la Raza seempezó a celebrar en 1892 y al añosiguiente el himno nacional fuemodificado para quitarle una fraseofensiva para la antigua metrópoli.Aunque en el último tercio del XIX hubouna actitud hispanófoba tendió adisiparse con el final de siglo. EnVenezuela sucedió lo mismo aunque elrepudio de la herencia española durarabastante más. Sólo en México puededecirse que perdurara la hispanofobia.En Perú, en cambio, excepto en algunosmedios intelectuales, la asunción de laherencia colonial no fue controvertida.

Tras el 98 la situación se tornó aún

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más positiva para España porque ahorano tenía sentido temer a la viejametrópoli cuando, además, existía unpoderoso vecino del norte, como eraEstados Unidos, que podía resultarmucho más amenazador y representaruna cultura distinta. De ahí que enmedios conservadores y tradicionalistashispanoamericanos surgiera una ciertanostalgia hacia la tradición culturalcomún y en favor de una civilización nobasada en los valores materiales que seidentificaban con la civilizaciónnorteamericana. De esta manera elhispanismo de contenido conservadoralcanzó una influencia creciente

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mientras tuvo una contrapartidapeninsular en, por ejemplo, un Vázquezde Mella, partidario de la constituciónde una confederación de Estadoshispanoamericanos que se convirtieracon el transcurso del tiempo en «centroneurálgico» de la política internacional.Estas tesis serían continuadas (yradicalizadas) por Maeztu.

Sin embargo, no cabe en absolutoatribuir tan sólo esta significación alhispanismo. La nostalgia del pasadopudo atraer a un puñado de intelectualespero no explicaría, por ejemplo, elmantenimiento de buenas relaciones conla Cuba independiente o con Estados

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Unidos. La existencia de una fuertecolonia española proporciona en elprimer caso la razón: El Centro Gallegode La Habana tenía 55.000 socios y elAsturiano no le iba a la zaga. Desde elprimer momento los líderes de laindependencia cubana no dudaron enacudir a esos centros y en 1908 visitóCuba el buque escuela de la Marinaespañola. En Estados Unidos la malaimagen acerca de España, derivada dela conquista, fue superada gracias aalgún escritor, como Blasco Ibáñez, y alnacimiento de un hispanismo autóctono.En 1904 fue constituida la HispanicSociety, obra de un millonario llamado

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Huntington, que llevó a cabo unaimportante labor de promoción de lacultura española, en especial de lapintura.

El hispanismo tuvo también una muyimportante vertiente liberal yregeneracionista que se tradujo en elanudamiento de relaciones culturalesmás estrechas a uno y otro lado delAtlántico gracias, por ejemplo, a loscontactos consolidados a comienzos dela segunda década del siglo por algunosdiscípulos de Giner, como Posada y,sobre todo, Altamira, especialmente enArgentina. Buena parte de losintelectuales de las generaciones del 98

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y del 14 escribieron en la prensa de estepaís, lo visitaron y tuvieron su públicofiel. En 1914 se creó una InstituciónCultural Española que los acogió atodos ellos. La labor de difusión de larealidad española en América no tardóen tener una repercusión importante enotros terrenos. Cuatro años antes lainfanta española doña Isabel de Borbónhabía visitado Argentina con ocasión delaniversario de su independencia. En1921 la de Perú también se celebró conpresencia de autoridades españolas ydurante el mismo año la Guardia Civilespañola creó instituciones para formaren este país una fuerza de orden público

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semejante.En sus dos vertientes ideológicas el

hispanismo constituyó un fenómenobásicamente cultural, sin proyecciónpolítica concreta ni apoyatura enintereses materiales puesto que, porejemplo, el comercio español conHispanoamérica era tan sólo el 15% deltotal. Precisamente si el hispanismoalcanzó un cierto éxito en el terreno dela cultura la razón estriba en su falta dematerialización efectiva en otrosterrenos distintos del cultural, pues éstahubiera sido tomada como un intento deafirmación imperialista. Aunqueperjudicado por sucesos como la

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Semana Trágica, el hispanismo se viofavorecido por la imagen del Rey, queya en 1906 anunció su deseo de ir aAmérica. Pero nunca fue laconsecuencia de una política españolasino el resultado de una confluencia.Antes de convertirse en fiesta nacionalespañola el Día de la Raza fue unacelebración espontánea con mayorpopularidad al otro lado del Atlánticoque en la propia España.

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Las consecuenciaseconómicas y socialesde la Primera Guerra

Mundial

Si durante los años de la PrimeraGuerra Mundial la sociedad española sevio violentamente agitada porcontroversias internas, todavía hubo deresultar más perdurable el impacto queaquélla tuvo sobre la economíanacional, hasta el punto de que unestudioso de la cuestión ha podido

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escribir que esta etapa tuvo «una entidady una trascendencia fundamentales en eldesarrollo del capitalismo español». Enefecto, en la etapa inmediatamenteanterior, aunque el crecimientoeconómico español había sidoimportante, la distancia con respecto ala primera potencia industrial, GranBretaña, se mantuvo invariable mientrasque países como Italia, Francia yAlemania la vieron disminuir. Encambio, a partir de 1914 el productointerior bruto por persona creció un 1,5por 100 anual, una tasa superior a la deGran Bretaña e Italia. España, por tanto,parecía acercarse a los países más

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desarrollados.Una verdadera riada de oro

valorable, según algunos economistas,en unos 5.000 millones de pesetas deentonces llegó a las arcas decomerciantes e industriales españoles.Desde el punto de vista económico laguerra mundial supuso, a la vez, uneficaz instrumento de protecciónautomática para la producción españolay un sistema de primas a la exportaciónen un país cuya balanza comercial erapermanentemente negativa. Unhistoriador ha descrito esta situacióncomo un verdadero «golpe de suerte» ycomo tal fue sentida por muchos de los

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contemporáneos. El novelistaWenceslao Fernández Flórez describió aun personaje suyo de estos momentosdiciendo que «sin que le naciese unaarruga ni vertiese una gota de sudor veíacorrer el dinero hacia él y sus accionesse desdoblaban y volvían a desdoblarsecon la fecundidad que sólo era posibleencontrar en algunos peces y en algunosinsectos». Por supuesto no en todas lasramas de la producción se produjo unasituación como la descrita. Algunos delos productos tradicionales de laexportación española, que no tienen unademanda rígida sino flexible,padecieron las circunstancias bélicas

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que vivía Europa. La exportaciónnaranjera descendió de casi cincomillones de quintales a un mínimo demenos de dos en 1918 para sólo volveren 1920 a los niveles de comienzos desiglo. Gran Bretaña, principalimportador, restringió su comercio peroa esto se sumó la aparición de otroscompetidores como Palestina ySudáfrica, más esmerados en laselección de calidades. España perdióuna parte de su cuota de mercado enEuropa aunque la naranja siguió jugandoun papel decisivo en sus exportaciones.También la exportación de corcho, laindustria de la construcción y la minería

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(con excepción de la hullera) vieronafectada negativamente su situación porlas circunstancias. El transporteferroviario padeció gravesestrangulamientos y durante los años dela posguerra se planteó unaimprescindible elevación de tarifas.Pero todos estos casos fueronexcepcionales en una coyunturaeconómica enormemente satisfactoria.La mejor expresión de ella se apreciacon sólo mencionar la situación de labalanza comercial, que tenía un saldonegativo de 100-200 millones de pesetasanuales y que ahora, bruscamente, lotuvo positivo por valor de unos 200-500

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millones. Lo que había sucedido era,sencillamente, que productos que seexportaban con anterioridad habían vistoestimulada la demanda en los países enguerra o, sobre todo, que otros quenunca pudieron esperar tener unmercado exterior ahora lo habíanencontrado merced a la renta desituación que a España le proporcionósu neutralidad. Por tanto, las ventajas deésta no consistieron tan sólo en evitartensiones políticas o pérdidas humanassino en sustanciosos beneficioseconómicos.

Hubo en este sentido algunos casosmuy característicos. La minería de la

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hulla asturiana había tenido siemprecomo inconvenientes la dificultad deexplotación y de transporte, amén delminifundismo; su problema perenne erael precio y a comienzos de la segundadécada del siglo su tasa de crecimientoera negativa y el consumo de carbónimportado llegaba al 40 por 100 deltotal. Ahora, en cambio, se produjo uncambio tal que puede conceptuarsecomo una auténtica edad de oro. LaRevista Minera pudo asegurar que teneruna mina de hulla era «el modo másrápido de enriquecerse después de lalotería». Durante la guerra hubo añoscon crecimientos de en torno al 20 por

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100, mientras que el porcentaje delcarbón consumido de procedenciaexterna disminuyó a tan sólo el 10 por100 y el número de mineros en Asturiaspasó de 18.000 a 39-000. Los salariosreales se incrementaron en un 120 porciento, pero los beneficiarios fueron,sobre todo, los capitalistas: losbeneficios de Duro-Felguera pasaron de2,5 a 17,6 millones de pesetas. Algoparecido sucedió con muchas otrasindustrias. La siderurgia vasca viomultiplicar por 14 sus cifras denegocios, hasta el punto de que el ricopor excelencia en estos momentos era elindustrial vasco. La industria química

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pesada se vio favorecida por lasdificultades del comercio con Alemaniay, aunque tuvo problemas para obtenerdeterminado tipo de productos, se hapodido decir que tal rama «adquirió sucarta de naturaleza» en estos momentos.

Otra industria, arriesgada pero porello especialmente rentable en estosmomentos, fue la naviera. El aumento dela demanda mundial y las dificultadescreadas por el bloqueo alemán tuvieroncomo resultado una auténtica floraciónde navieras: sólo en 1917 fueroncreadas 16 empresas nuevas y en 1921otras 21. Los precios de los transportesmarítimos llegaron a septuplicarse y los

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dividendos pudieron llegar a ser delorden del 520 por 100 en algunos casos.Las acciones de la Naviera Sota (unnacionalista vasco que en la posguerrasería nombrado «sir» inglés por losservicios prestados a este país)cotizaron al 3990 por 100. Otro de loscapitanes de la industria vasca, HoracioEchevarrieta, diputado republicano porBilbao y protagonista de numerosasiniciativas empresariales, compró losastilleros gaditanos, dispuesto aencontrar en ellos una rentabilidadadicional. El valor medio de los tejidosde lana exportados por la industriatextil, fundamentalmente catalana, fue

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veinte veces superior a la preguerramientras que el de los de algodón llegócasi a ser tres veces más alto. Se hacalculado que en estos años la fibraprocesada por la industria textil catalanacreció del orden de un 16 por 100. Engeneral, pues, debe decirse que, conmuchas diferencias según los campos yramas, la actividad económica se vioenormemente estimulada durante laPrimera Guerra Mundial. Basta paraprobarlo tener en cuenta algunaestadística: para una base 100 en 1900,en 1918 el índice de producciónsiderúrgica se situaba en 1.072 y en 560el relativo a la producción eléctrica.

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Por las peculiaridades descritasacerca del desarrollo económico enestos años cabía prever, de entrada, queen determinados aspectos pudiera serefímero. En las minas asturianas laproductividad por trabajador erainferior a la existente en Europa, ytodavía disminuyó durante la guerra. Asíse explica que, al tener dificultadesestructurales y no saber modificar,mejorándolos, sus procedimientosproductivos, entrara en una grave crisisa partir de los años veinte. También lasnavieras se habían visto beneficiadaspor una situación irrepetible y tuvieronproblemas a partir del armisticio. Así

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como la siderurgia vasca parece haberaprovechado la situación para lograr unaimportante modernización, en cambio enCataluña la industria textil no lo hizo,aunque se electrificara ya por completo.Como prueba baste con decir que sólotres de las 46 nuevas industrias textilescreadas en 1914-1915 eran sociedadesanónimas. Cuanto antecede explica quese planteara una crisis grave concluidoslos años bélicos que, desde el punto devista económico, fueron de bonanza paraEspaña. Por supuesto no debe pensarseque se retrocediera drásticamente entodos los terrenos productivos, pero síen algunos, mientras que en la mayoría

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se producía un estancamiento. Lo másespectacular fue el cambio producido enla balanza comercial. Ésta había sidopositiva en el pasado pero, en elmomento de concluir el conflictoarrojaba un saldo negativo de 500millones que era el triple dos añosdespués.

La reacción de los industrialesespañoles se explica precisamente apartir de estas peculiares circunstancias.Como en realidad sucedió en todo elmundo, la crisis de la posguerrafavoreció en todas las latitudes laintervención estatal, demandada eincluso exigida desde los más diversos

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sectores de la producción. El sentidonacionalista e intervencionista de lasdisposiciones aprobadas durante laguerra, o inmediatamente después, teníasus precedentes, como hemos visto, enla legislación española durante la etapade gobierno de Maura, pero acentuó unrasgo que todavía había de tener mayorsignificación en el futuro. La Ley deProtección de industrias nuevas y defomento de las existentes, de marzo de1917, proporcionó exencionestributarias y primas a la exportación.Con posterioridad, disposiciones mássectoriales supusieron la ordenación ynacionalización de las industrias

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relacionadas con la defensa nacional ola atribución de las concesiones minerasexclusivamente a ciudadanos españoles.Pero, con ser muy importantes estasmedidas, hubo otra todavía más decisivay de efectos prácticos más inmediatos.Ya desde 1921 se empezó a plantear lanecesidad de una revisión arancelaria ala que se llegaría en febrero de 1922,siendo Cambó ministro de Hacienda.Producto de la concordancia deintereses proteccionistas no sólocatalanes, el arancel estableció unabarrera todavía más dura para lasimportaciones extranjeras en un país enel que ya existía una protección que se

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situaba entre el 15 y el 50 por 100 paralos productos industriales que tuvierancompetidor en España. Ahora el arancelde la hulla, por citar un solo ejemplo, seduplicó y, en general, las trabaseconómicas a la importación eran tanduras que hubo que recurrir a una Ley deAutorizaciones arancelarias quepermitiera la disminución del arancelpara poder llegar a firmar tratadoscomerciales con otras naciones. Esprobable que la elevación tuviera comomotivo una posible rebaja negociadaposteriormente con otros países.

La crisis producida en la posguerrano debe hacer pensar en la inexistencia

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de transformaciones estables en laeconomía española como consecuenciade la Primera Guerra Mundial. Yahemos visto que no se produjo unacontracción de la producción en todoslos campos, pero, además, hay dosaspectos que demuestran que laeconomía nacional se había situado enun nuevo plano, superior y másmoderno. En primer lugar, antes de quese produjera esa intervención estatalexigida por las distintas ramasindustriales, se había producido unaauténtica nacionalización, aunqueparcial, de la industria y las finanzasespañolas. La totalidad de la Deuda del

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Estado, cifrada en 4.500 millones, pasóa manos españolas y sucedió lo mismocon casi la mitad de los valoresindustriales. Por citar tan sólo dosejemplos, antes de la guerra la mitad delas empresas mineras y una gran parte delas ferroviarias estaban en manos delcapital extranjero.

En segundo lugar, durante el periodobélico puede decirse que quedóconfigurado de manera estable ydefinitivamente perfilado el papel de labanca en el seno de la economíaespañola. Si a comienzos de siglohabían surgido muchas de las firmasbancarias que todavía hoy siguen

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teniendo un papel decisivo en laeconomía española ahora aparecieronotras, como el Banco Central y elUrquijo. Sin embargo, el cambio másdecisivo consistió en el desplazamientodel centro de gravedad de la bancaespañola, su progreso considerable entodos los terrenos y su papel crecientecomo financiadora de la industrianacional. A principios de siglo todavíael capital de la banca catalana, casi todaella de carácter familiar, era el tripleque el de la banca vasca. La crisis delBanco de Barcelona, en 1920, que daríalugar a una obra del más popular autordramático catalán, Ángel Guimerá,

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titulada «Alta banca», supuso elprincipio del fin de esa preponderanciade la banca catalana. Movida poroperaciones especulativas y por suincapacidad para saber adaptarse a lasnecesidades del mercado, la crisis tuvocomo consecuencia la creación de unmarco legal nuevo, aprobado tambiéndurante la gestión de Cambó comoministro de Hacienda y basado en unaLey de Suspensión de pagos, aprobadaen 1922 y en la Ley de Ordenación de1921, en la que se preveía la obligaciónde un capital y un interés mínimo, asícomo sanciones en caso deincumplimiento de la regulación dictada.

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En adelante los bancos estatales demayor envergadura (Español de Crédito,Hispano, Central…) jugaron un papelcada vez más importante en la economíacatalana. En cuanto al crecimiento de labanca española basta con unas cifraspara probar su considerable volumen.En un principio la guerra mundialsupuso un estancamiento del negociobancario, que además sufrió lacompetencia de la banca extranjera.Pronto, sin embargo, la situacióncambió. Entre 1916-1920 el número debancos españoles se duplicó y en esteperiodo los recursos propios setriplicaron y los ajenos se

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cuadruplicaron. Los beneficios de loscinco primeros bancos se multiplicaronpor seis. Sobre todo a partir de estemomento la banca española desempeñóun papel creciente y decisivo en laindustria. Los consejeros de los sietebancos más importantes estabanpresentes, en la primera posguerramundial, en un total de 274 sociedades,que representaban nada menos que el 49por 100 del capital desembolsado. Estavinculación entre banca e industriasiguió siendo rasgo característico de laeconomía española durante muchotiempo.

Pero si con la Primera Guerra

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Mundial se produjo un importante pasoadelante en la economía nacional, susefectos inmediatos con frecuenciaresultaron detestables para las clasespopulares. Aunque no se contrajo laproducción de alimentos, la guerramundial provocó en España un súbitoencarecimiento de los productos deprimera necesidad, en parte por laexportación de esos productos, másrentable que la venta en el mercadointerno, y en parte por las dificultadesque encontraban las importacionesimprescindibles. Un historiadoraristócrata escribió pasado el tiempoque «la langosta vendida por piezas

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subió de 17 reales a un duro». Alespañol medio, sin embargo, leinteresaban ante todo productos másprosaicos. Al respecto cabe decir queesos productos que formaban parte de ladieta habitual pudieron subir, durante laguerra, algo más del 15 por 100 quellegaría a un 20 en las pequeñaspoblaciones. Los salarios crecierontambién, en parte por la presiónsindical, en parte por la propia bonanzaeconómica, pero variaban mucho segúnlas profesiones; de todos modos, enmuchos casos parecen haber ido pordetrás de los precios e incluso ha habidohistoriadores que han cifrado en un 20

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por 100 el deterioro del nivel de vida dela clase obrera. Si bien esa cifra pareceimprobable o exagerada, de lo que nocabe la menor duda es de la apariciónde evidentes tensiones sociales e inclusode motines por las dificultades deencontrar en el mercado lo que en laépoca se denominaban las«subsistencias». Esta realidad constituyeel obligado telón de fondo paracomprender la evolución de la políticaespañola del momento.

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Alternativas en lapolítica interna (1913-

1917)

El cambio originado en la vidainterna de los partidos dinásticos afinales de 1913 tuvo la suficientetrascendencia como para que cambiaranlos protagonistas esenciales de lapolítica de turno. En general, durante elpasado se ha solido ofrecer una visiónpeyorativa de los dirigentes del partidoliberal y conservador a partir de aquellafecha, como si el solo hecho de que

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ellos hubieran sustituido a Maura yCanalejas fuera testimonio deirremediable decadencia. Lo cierto esque los políticos posteriores a 1913 nocarecieron de cualidades: no fueron nicorruptos, ni ignorantes, ni tampocodejaron de ser, en su mayor parte,liberales. Gran parte de su mala famahistoriográfica deriva de la época enque les tocó ejercer su función: en ellaparecían desvanecerse, por laimposibilidad de llevar a cabo suprograma, los ecos delregeneracionismo finisecular mientrasque la propia modernización de lasociedad española, que avanzaba,

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aunque con enorme lentitud, impedía amenudo otros propósitos que no fueranla pura y simple gestión. En buena partede los políticos de esta fase final de lamonarquía constitucional de AlfonsoXIII predominó una concepciónpuramente clientelista del poder, perootros fueron capaces de ejercerlo convoluntad de defender un sistema liberalde cuyas limitaciones se daban cuenta(aunque fueran incapaces de superarlas),al tiempo que no se cerraban atransformaciones legales importantes,parecidas a las que tenían lugar en todaEuropa.

Tras las reiteradas negativas de

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Maura a volver al poder turnándose conlos liberales, en octubre de 1913 lohicieron los conservadores, presididosahora por Eduardo Dato. No cabe lamenor duda de que éste hizo poco porsustituir al antiguo jefe del partidoconservador y de que Maura habíaperdido el apoyo de la mayoría de supartido. Frente a la tesis del antiguo jefeconservador que, después de tres añosde silencio, pidió el reconocimiento dela bondad de su política en el periodo1907-1909 y juzgó como «palatinos», opoco menos que traidores, a quienesestuvieran dispuestos a la convivenciacon los liberales, la mayor parte de los

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dirigentes del partido conservadorpensó que Maura actuaba como «elperro del hortelano», sin permitir quegobernaran los demás pero sin gobernartampoco él mismo, y que podía llegar aponer en peligro el propio sistemamonárquico constitucional. EduardoDato, procedente del regeneracionismode Silvela e introductor de algunas delas primeras disposiciones relativas a lareforma social en España, había estadoa punto de ser candidato a la direccióndel partido conservador cuandodesapareció de su jefatura el citadopersonaje. Durante el periodo 1907-1909 había permanecido en la segunda

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fila de su partido, probablementedescontento con la gestión de Maura yCierva, e incluso parece haber pensadoen una retirada de la vida pública. Sólola manifiesta voluntad de Maura demarginarse de la dirección de su partidoy su aparente aceptación de que Dato losustituyera explican que éste acabarahaciéndolo. «Todo es discreto en el Sr.Dato» —escribió Azorín—;«simplicidad y discreción, he ahí lasdos características de un espíritu sutil,aristocrático». Carlos Seco ha señaladohasta qué punto resulta para él válida lacaracterización que Azaña hizo de loque es un moderado: «La moderación, la

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cordura, la prudencia de que yo hablo,estrictamente razonables, se fundan en elconocimiento de la realidad, es decir, enla exactitud». Dato siempre fue acusadopor los «mauristas» de gris yoportunista, pero este juicio es sesgadoy no hace justicia al personaje. Lamoderación le hacía no adoptar lasposturas en apariencia heroicas, peromuy poco constructivas, de un Maura ysu realismo le hacía ser escépticorespecto de las posibilidades inmediatasde regeneración. Claro está que amenudo su actitud de resistencia alcambio hacía que algunos periodistas —Plá— describieran el ambiente que

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rodeaba a su política de «pastosidadfofa». Pero era más propiamenteconservador que algunos de los jóvenes«mauristas», en el sentido de que amenudo utilizó la dilación como un armapolítica contra el cambio y no seenfrentó directamente con éste. Almismo tiempo, tenía otro rasgocaracterístico del conservador: laductilidad en el trato y ante lascircunstancias. Ante María Cristina, lamadre de Alfonso XIII, el marqués dePidal describió a los dirigentesconservadores de una manera queresulta muy expresiva del talante deDato: «Si el diablo hubiera aparecido en

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una reunión, Silvela se hubiera idoatemorizado, yo mismo hubiera luchadoa bofetadas y Dato se hubiera fumado unpitillo con él». El principal dirigente delpartido liberal que tenía enfrente Datoera el conde de Romanones.Descendiente de una familia de estirpeliberal, su abuelo había hecho fortuna enla emigración y su padre había enlazadopor matrimonio con la aristocracia.Romanones aparece descrito por Azorínen su Parlamentarismo español como elprofesional de la política, dueño y señorde una clientela, que en las Cortes eracapaz de recordar los nombres de todosy cada uno de los pedigüeños que a él se

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dirigían y era capaz de hacerles, a todosellos, una promesa o, por lo menos,dirigirles una sonrisa. Estacaracterización del dirigente liberalcomo el político hábil, poco respetuosocon la ideología, naturalmente listo ypreocupado sobre todo por engañar aladversario, tiene fundamento y haquedado consagrada por historiadores ytestigos relevantes del tiempo en quevivió. Él mismo, buen conocedor de lapolítica profesional, no tuvo reparo enescribir que «el diputado no nace, sehace», en el sentido de que debíarepartir favores y hacer amigos.Comparándole con el resto de los

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dirigentes liberales de la Restauración,el juicio de Pabón establece la magnitudde la distancia personal entre él y susantecesores: «Junto a la sabía, fácil yaplomada madurez de Sagasta, él era unprincipiante asustadizo; su oratoriadistaba de la de Moret aproximadamentelo que su figura de la arroganciacorporal de D. Segismundo; hubierasido un mediano pasante del bufete deMontero Ríos y, junto a Canalejas, comoestadista y gobernante, no era nada».Ortega, al describirle comoesencialmente miope, en el sentido másetimológico del término, incidía en elmismo juicio: tenía una visión ratonil de

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la política porque para él no era otracosa que la práctica de una especie deastucia lugareña al objeto de mantenerseen el poder. También escribió Ortega, alreseñar sus memorias, que «el conde nose esconde»; en el fondo era un tantoingenuo y simplón al presentar elinstinto de poder como algo semejante alapetito sexual o al revelar, con el pasodel tiempo, muchas de sus artimañaspara mantenerse en el poder. PeroRomanones fue también mucho más queesta imagen estereotipada de sí mismoque ha permanecido hasta la actualidad.Dato a veces toleró junto a él a lo peordel conservadurismo, pero Romanones a

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menudo fue no sólo realista y hábil sinotambién capaz de guiarse por losmejores principios del liberalismo.Mucho más culto de lo que parecía, fueautor de una obra extensa y de interés,acertó en el alineamiento en la guerramundial, supo atraer a los intelectualeshacia el campo monárquico, mantuvo laserenidad cuando se produjeron gravesconflictos sociales o militares y quisodar una solución viable a laspretensiones autonomistas de loscatalanes. A su lado García Prieto,heredero del cacicato gallego deMontero Ríos, fue una figurabienintencionada y opaca que, si

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presidió a menudo gobiernos liberalesde concentración, fue por su propiainanidad o por el convencimiento detodos de que no pondría en peligro losintereses de nadie. Ninguno de estos trespersonajes, miembros de la tercerageneración de la Restauración, parecehaber estado en condiciones de impulsarla transformación del sistema políticoespañol desde el liberalismo a lademocracia. La primera etapa de laguerra mundial transcurrió durante elgobierno de Eduardo Dato, que duróhasta diciembre de 1915. Dato consiguióreunir tras de sí a la mayor parte de losconservadores con un gobierno cuyo

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programa fue relativamente modesto, apesar de contener la creación delMinisterio de Trabajo, pero que,además, una vez iniciada la guerra, sefijó como objetivo decisivo elmantenimiento de la neutralidadespañola. Con tal propósito el nuevodirigente conservador procuró eludir elParlamento. En consecuencia, las Cortessolo estuvieron abiertas siete de losveinticinco meses que duró este primergobierno Dato. Esta actitud le fuereprochada por los «mauristas», quesurgieron como fuerza política nada másformado el gabinete. Maura habíaprometido mantener una actitud de

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apoyo al gobierno, pero su alejamientode la arena pública duró muy poco.Empujado por algunos de susseguidores, como Ossorío y Goicochea,el «maurismo» pretendió lanzarse a unacampaña de agitación que conectaba conla extrema derecha católica y no parecíatener reparo en atacar al gobierno. Detodas formas, buena parte de la veintenade diputados que consiguió reunir trasde sí Maura obtuvieron su puesto sinlucha electoral efectiva y, por tanto, conla probable anuencia del gobierno. El«maurismo» adoptó en su propaganda deestos tiempos una actitud germanófila,como para conectar con la actitud más

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característica de la extrema derecha, eincluso mostró una cierta inclinación alexpansionismo en Marruecos. Pero,desde un principio y ante todo, el«maurismo» fue contradictorio en suspropósitos. Así se demostró en la actitudante la guerra mundial y ante elliberalismo oligárquico. Ossorio fuegermanófobo y el propio Maura,indiferente a los intentos demovilización política de sus seguidores,no dio la sensación de aceptar unaruptura decidida con el sistema políticovigente ni con sus métodos habituales.En Madrid los «mauristas» consiguieronun apoyo efectivo entre las masas de

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derechas, pero la mayor parte de losparlamentarios «mauristas» recurrían ala hora de ser elegidos a los mismosprocedimientos caciquiles del resto, apesar de los discursos regeneracionistasde su dirigente. Este era el políticoespañol más respetado pero los«mauristas» acostumbraron a provocarla oposición de la mayoría de lospartidos políticos, monárquicos o no. Enrealidad, el «maurismo» no representóun cambio cualitativo verdaderamenteimportante en el seno delconservadurismo tradicional, pero,además, hubo otro aspecto de la gestiónde Dato que demostró que, en la

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práctica, podía ser más eficazmenterenovador que su antecesor en lajefatura del partido. En diciembre,mediante un decreto con el que se eludíala discusión en las Cortes, se produjo laaprobación de las mancomunidadesprovinciales. Ese deseo de evitar lareunión de las Cortes, aduciendo que lacuestión ya había sido suficientementedebatida, resulta muy característico deldeseo de evitar conflictos de Dato,sobre todo en tiempo de guerra. Comoya sabemos, las mancomunidadesdesempeñaron un papel políticoimportante consiguiendo, al menos,satisfacer las más apremiantes demandas

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del catalanismo que, además, tuvo deesta manera la oportunidad de realizaren la práctica sus deseos de construir suregionalismo desde el ejercicio delpoder. Sin embargo, la mancomunidadcatalana fue juzgada por el catalanismocomo una solución sólo parcialmentesatisfactoria y, de cualquier modo, agotósu eficacia en un plazo corto de tiempo.Precisamente la guerra mundial trajocomo consecuencia que lasreivindicaciones catalanistasaumentaran, concretándose en lasolicitud de un puerto franco paraBarcelona, que Dato nunca estuvodispuesto a conceder porque hubiera

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despertado grandes protestas en otrasregiones (Castilla, por ejemplo). Comoya sabemos, la guerra mundial habíaproducido una profunda conmoción en laeconomía española y Dato habíarespondido a la situación mediante laaprobación de una Ley de Subsistenciasdestinada al mantenimiento de losprecios a través de rebajas en losaranceles, la prohibición de laexportación y el bloqueo de las subidaspor disposición gubernativa.

Los resultados de normas como éstasdebían ser inevitablemente escasos,pero lo que más irritó a la oposición,catalanista o no, fue que el presidente

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del Gobierno eludiera la convocatoriadel Parlamento para así evitarsequebraderos de cabeza. Aparte de losliberales, Dato, aun teniendo un apoyoabrumador entre los conservadores, nolo tenía completo: sus intentos deatraerse al «maurismo» fracasaron y lopropio le sucedió con La Cierva. Esterepresentaba, al decir de Ortega, unaespecie de versión en rústica del«maurismo». La Cierva, que seindignaba ante las afirmaciones de Datoen el sentido de que Pablo Iglesias fuera«honrado», veía en el entonces jefe delpartido una actitud demasiado «blanda ycontemporizadora» con la izquierda.

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Como solía suceder en la época deAlfonso XIII, la crisis gubernamental seprodujo por la concordancia de todaslas oposiciones que demandaban unprograma legislativo de medidaseconómicas.

Romanones sucedió entonces a Dato,como si el sistema de turno mantuvierasu completa vigencia. Así fue en ciertosentido porque, en realidad, la forma dellevar a cabo las elecciones en nadadifería de la de tiempos pasados y, porello, las celebradas en abril de 1916proporcionaron la consabida mayoría algobierno. Sin embargo, en otrosaspectos la situación había cambiado

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considerablemente. Ahora, divididos lospartidos en clientelas muy fragmentadas,resultaba cada vez más difícil lacomposición de las mayoríasgubernamentales y de los propiosgabinetes. «¡Ay! —escribió luego en sus»Memorias" Romanones— si noexistieran hijos, cuñados, yernos,cuántos disgustos se ahorrarían los jefesde gobierno«. En pura teoría, sinembargo, había quedado reconstruida launidad del partido liberal, »cosa nodifícil, según el Presidente, pues laamistad con García Prieto, que ocupó laPresidencia del Senado, permanecía«.Por otro lado, Romanones, muy

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consciente de las realidades del sistemade la Restauración, pactó los resultadoselectorales con Dato, lo que hizoinnecesario »apretar los tornillos"durante el periodo electoral.

Como en tantas ocasiones durante elreinado de Alfonso XIII fueroncuestiones imprevistas las que jugaronun papel decisivo durante este periodode turno liberal. Ante el Parlamento y laopinión liberal muy pronto destacó unode los jefes de fila liberales, SantiagoAlba, cuyas iniciativas habrían de jugarun papel decisivo en la historia delliberalismo hasta la época de laproclamación de la República. Al igual

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que la mayoría de los políticos de laépoca había tenido un pasado vinculadoal regeneracionismo finisecular, pero ensu caso era especialmente relevante,pues había desempeñado un papel deprimera importancia en el movimientode las Cámaras de Comercio. Frente alexceso de habilidad de Romanones y lainanidad de García Prieto, Alba, por sutalento, su preparación y su programa,que incluía un acercamiento a laizquierda extra-dinástica, parecíadestinado a ser el heredero deCanalejas. Sin embargo, ahora comoluego, la opinión pública le reputó unmaquiavelismo que probablemente no

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era real sino que a menudo nació de suindecisión. Hay que tener en cuenta, porotra parte, que, como todos los políticosdel momento, también Alba tenía uncacicato ante el que responder y con elque matizar su programa. El de Albatenía una apoyatura regional castellana(y, más concretamente, vallisoletana yzamorana). Es muy posible que estehecho contribuya a explicar, al menos enparte, el contenido de las reformaseconómicas que propuso como gestordel Ministerio de Hacienda, ayudadopor su subsecretario Chapaprieta, unfuturo presidente del Consejo que en susMemorias reconoce en estos momentos

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haber realizado «el mayor esfuerzo demi vida». A este programa se le haatribuido una importancia excepcional,hasta el punto de considerarlo algo asícomo el tercero de carácterregeneracionista desde comienzos desiglo, comparándolo con los de Maura yCanalejas. Alba, nacido en 1872, habíasido uno de los animadores de UniónNacional. Dueño de El Norte deCastilla, había ingresado en el sector«villaverdista» del partido conservadorpero, en 1906, tras la retirada de aquél,pasó al liberal. En 1912 había llegadoya a ministro. Sin duda fue junto aCambó, también miembro de la cuarta

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generación del régimen de laRestauración, uno de los políticos quehubiera podido contribuir a que hicierala transición hacia la democracia si lascircunstancias hubieran sido distintas.

En cuanto al programa hacendísticode Alba se trataba de un conjuntoarticulado de medidas que pretendíaequilibrar el presupuesto, realizar unareforma fiscal y, al mismo tiempo,promover un gasto público basado en unpresupuesto extraordinario. Estecarácter plural era lo que lodiferenciaba del llevado a cabo porVillaverde, tan sólo nivelador deingresos y gastos. Alba quería eliminar

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el déficit recortando principalmente losgastos de Marruecos y sin tocar loseducativos. La reforma fiscal quepretendía recaería en la propiedadurbana y en la rústica desaprovechada,en los derechos reales, los rendimientosdel trabajo personal y en la ampliaciónde los monopolios a explosivos yalcoholes. Además, propuso unpresupuesto extraordinario, financiado através de deuda pública, por un total de2.134 millones de pesetas en diez años,de los que la mitad estarían dedicados aprogramas de contenidoregeneracionista como los riegos, lascomunicaciones o la instrucción pública.

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Por otro lado, de forma indirecta, Albaproponía una reforma agraria a través dela fiscalidad y la introducción de unimpuesto personal por medio de losbeneficios extraordinarios. El programaera muy ambicioso y podría, en efecto,haber tenido efectos positivos dadas lasóptimas circunstancias que el país vivíadesde un punto de vista económico, perodesde un principio tuvo gravesproblemas. La mayor parte de losespecialistas se alinean, en efecto, afavor de las consecuencias positivas quepudiera haber tenido un proyecto comoéste, no sólo por las mejoras eninfraestructura y por su función social

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sino como procedimiento para reducir lainflación y permitir cubrir el déficitpresupuestario habitual. Pero una piezaimprescindible del mismo estabaconstituida por un impuesto a losbeneficios extraordinarios obtenidosdurante el periodo bélico y, en relacióncon él, se produjo la cerrada oposiciónde la totalidad de los sectoresempresariales del país, desde el partidoconservador hasta los catalanistas,pasando por los nacionalistas vascos. Laoposición de Cambó fue, sin embargo,especialmente combativa. Loshistoriadores de la economía que hanestudiado esta cuestión concluyen

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dictaminando la ceguera de los sectoresconservadores, pero las razones de laoposición no carecen, en realidad, decoherencia. Decía el político catalanistaque un Estado que hasta entonces sehabía negado a plantear, y menos aún aresolver, los problemas económicos quela guerra mundial había puesto en claro,carecía por completo de derecho parareclamar sacrificios a quienes se habíanbeneficiado de ella. Cambó, además, nose oponía cerradamente a los proyectosde Alba sino que los dividía en«tolerables, modificables einaceptables». Su mayor oposición a losmismos derivaba del hecho de que el

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peso de la contribución sobre beneficiosextraordinarios recayera sobre todo enindustriales y comerciantes mientras quelas medidas de desarrollo favoreceríanespecialmente a las zonas del interior y,entre ellas, las del cacicato «albista».Otros protestaron que el impuesto fueraretroactivo, de que acudiera a criteriosdudosos para determinar la ganancia«normal» y que pretendiera ser llevadoa cabo por una administración que noestaba preparada para ello. Losproyectos de Alba no contaron con elapoyo decidido de Romanones y esta esla razón fundamental que puede explicarsu fracaso y el que, como en tantas otras

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ocasiones durante la Restauración, éstafuera una cuestión más que, planteadacon la premura de lo absolutamentevital, acabara relegada. Otros sucesosmás apremiantes centraron la atenciónpredominante de Romanones. El primerode ellos se refirió a la política exterior,que, como ya sabemos, fue la queprovocó su abandono del poder, perotambién se había planteado ya lacuestión militar que con el transcursodel tiempo fue adquiriendo una mayortrascendencia.

A la caída de Romanones le relevóen el poder García Prieto. Se trataba deun puro cambio de personas que carecía

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de entidad ideológica y por elloFernández Flórez, irónico comentaristade la realidad política, pudo decir quelas diferencias entre los dos dirigentesliberales «no llegaron a ser divulgadas,ni eran, en verdad, excesivamenteprecisas». Durante su periodogubernamental quedó planteada concarácter acuciante la cuestión social y aella se sumó la de las Juntas Militaresde Defensa, organismo corporativo de laoficialidad. Como en la época de Moret,la actitud de los dirigentes liberales fuedubitativa y blanda respecto de laposición del sector del Ejército que sehabía organizado en las Juntas. En un

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principio éstas fueron toleradas, peroluego Romanones, consciente de lasdificultades que podrían originar con eltranscurso del tiempo, ordenó sudisolución que, sin embargo, estuvolejos de llevarse a cabo, lo que nodejaría de suceder en repetidasocasiones. Gobernando ya GarcíaPrieto, su ministro de la Guerra, elgeneral Aguilera, en un aparente acto deenergía, ordenó de nuevo la disoluciónde las Juntas y la detención de susmiembros. La reacción de los militaresjunteras fue, entonces, decidida y acabóen victoria. Incluso el Rey, queoriginariamente parece haber sido

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contrario a la existencia de estosorganismos, acabó por sugerir unanegociación con las mismas. Acomienzos de junio de 1917 las Juntasquisieron imponer a García Prieto unreconocimiento de su existencia, pero noestando dispuesto éste a admitirla conclaridad, acabó dimitiendo. Una vezmás, el Ejército hacía patente supresencia en el escenario públicoespañol y, una vez más también, losliberales se mostraron incapaces deenfrentarse con él y, sobre todo, devencerlo. La vuelta de Eduardo Dato ala Presidencia del Gobierno fue eltestimonio de este hecho, al que había

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que sumar toda una agitación social enel trasfondo de los acontecimientos. Aestos dos factores habrá que dedicarunas líneas, pues de ellos derivó, enúltima instancia, el planteamiento de lallamada «revolución» del verano de1917.

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Los sucesos de agostode 1917

La trascendencia del verano de1917 exige una previa explicación delos factores que llevaron a esa situación,una coyuntura crítica para el sistema dela Restauración de la que si, por unlado, sobrevivió, por otro sólo lo logrócon muchas dificultades y de una maneraque alteró profundamente lo que habíansido hasta entonces algunos de susrasgos más característicos. Puesto que,aparte de la dinámica política, la

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protesta social y la situación delEjército contribuyen a explicar loocurrido en aquella ocasión, seránecesario hacer una referencia previa aestos dos factores.

La protesta sindical y socialexperimentó un cambio importante apartir de 1910 y, más concretamente,desde el momento del estallido de laPrimera Guerra Mundial. Ya se haseñalado que antes de esa fecha unaparte muy considerable del proletariadoorganizado español estaba vinculada alrepublicanismo, especialmente en suversión más populista —el radicalismode Lerroux, por ejemplo—. Además, los

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sindicatos tenían una implantaciónescasa, que no pasaba más allá del 5 por100 de la clase obrera española ylimitada, no existiendo en la prácticaverdaderas huelgas de carácter general,ni relativas a una profesión ni a latotalidad de la nación, por mucho quefuera ésta la principal divisa esgrimidapor el movimiento obrero. La situacióncambió en la fecha indicada. La UGT,de la que existen datos más fiables,parece haber triplicado sus efectivos enel periodo 1910-1912, pasando de40.000 afiliados a unos 130.000.Aunque en los años siguientes seprodujo un cierto estancamiento, ya en

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los momentos cercanos al estallido delconflicto mundial su cifra de cotizantesrondaba los 150.000. Además, laexistencia de una nueva generación dedirigentes libró en buena medida alpartido de la estrechez de miras a la quelo habían condenado las limitaciones dePablo Iglesias. La presencia en el senodel partido de personas como JuliánBesteiro (un testimonio de que elsocialismo empezaba a tener influenciaen los medios intelectuales) explica que,en estos momentos, fuera ya habitual unaactuación mucho más explícitamentepolítica que sindical en el partido, a laque, por otro lado, se veía obligado por

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el hecho de que su principal dirigentefuera ya diputado. Por otra parte, estanueva generación de dirigentes (en laque también debe ser citado FranciscoLargo Caballero, un sindicalista tenazaunque limitado) controlaba de maneraestricta y manifiesta el aparato sindicaly político socialista. En 1916, de losonce miembros del Consejo Nacional dela UGT, seis formaban parte al mismotiempo de la directiva del PSOE. Si ésteexperimentó cambios importantes algomuy parecido cabe decir en estemomento de la Confederación Nacionaldel Trabajo que, fundada en 1910, sólocomenzó a tener una verdadera

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existencia estable a partir del estallidode la guerra mundial. Su implantaciónera fundamentalmente catalana, pues enesa región se localizaban hasta trescuartas partes de sus efectivos. Eratambién manifiesta su ambigüedad desdeel punto de vista programático pues si,por un lado, se identificaba con un lemade clara raigambre anarquista como erala huelga general, al mismo tiempoproclamaba la necesidad de utilizar«con tino» esa arma.

Las nuevas perspectivas en que seencontraban los movimientos obreroscontribuyen a explicar el incremento dela agitación social que tuvo inmediata

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trascendencia en el terreno político.Pero, además, hay que tener en cuenta,como trasfondo de esta agitación, larealidad de un fuerte incremento de losprecios que afectó especialmente a losproductos de primera necesidad; lossalarios crecieron también pero engeneral, salvo determinadas profesiones,fueron siempre a la zaga de los precios.El incremento de éstos resultasignificativamente paralelo a laagitación social puesto que si el alza fuerelativamente moderada hasta 1916 seconvirtió en vertiginosa a partir de estafecha aumentando además la distanciacon respecto a los salarios. En 1916 se

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alcanzó la cota de casi dos millones ymedio de jornadas perdidas comoconsecuencia de las huelgas y hasta elfinal de la guerra no bajó del millón ymedio. Merece la pena señalar que lamodificación cuantitativa del fenómenohuelguístico venía acompañada tambiénde un cambio cualitativo pues en estemomento los conflictos tuvieron cadavez un carácter menos local, aparte deque a menudo venían motivados porfactores como el reconocimiento de lossindicatos. En un principio la protestasocial tuvo un carácter más bienespontáneo, pero a partir de 1916 lascentrales sindicales se decidieron a

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canalizarla y lo hicieron por unprocedimiento que ni en el pasado ni enel futuro les habría de resultar fácil, lacolaboración entre ellas mismas. Enjulio de 1916 se celebró una reuniónconjunta CNT-UGT en Zaragoza y endiciembre de ese mismo año fuedecidida una huelga de la que Pestañaafirmó haber sido la más seguida en laHistoria de España hasta el momento.Lo cierto es, sin embargo, que en losmeses iniciales de 1917 todavía no sepercibía en los medios oficiales unauténtico peligro revolucionario. Enmarzo CNT y UGT redactaron ya unmanifiesto conjunto en que amenazaban

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con la eventualidad de un movimientohuelguístico generalizado caso de noresolverse el problema de lassubsistencias.

Con ser grave este problema de laprotesta social para el sistema políticode la Restauración lo fue infinitamentemás la situación militar. Ya conocemosel relevante papel del Ejército en elEstado de la Restauración, sobre el queno es necesario insistir aquí. Convienerecordar que, gracias al papel atribuidopor la propia Constitución al Monarca,así como a la especie de turno en elMinisterio de la Guerra por parte de losgenerales más prestigiosos, se evitó la

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directa intervención del Ejército en lapolítica. Como sabemos, sin embargo, laguerra del 98 y la aparición delcatalanismo político motivaron unavuelta de la oficialidad al escenariopúblico, pero el sistema político de laRestauración consiguió, en su momento,controlar la situación por elprocedimiento de situar en el Ministeriode la Guerra al general Luque, que sehabía solidarizado con la guarniciónbarcelonesa. Protestas como éstamenudearon, por ejemplo, respecto delsistema de ascensos por méritos deguerra a finales de 1909. Todas ellassolieron ir acompañadas por cesiones

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por parte del poder (como ya habíaocurrido en 1905 con la Ley deJurisdicciones). Con ser eso importante,más lo resulta todavía que la extremadadebilidad del régimen de laRestauración hiciera inviable unareforma militar angustiosamentenecesitada, dadas las circunstanciasbélicas que vivió el mundo a partir de1914.

En esta fecha el Ejército españolnecesitaba tan perentoriamente unareforma como después de 1898: para80.000 soldados tenía 16.000 oficialesmientras que en Francia había 29.000oficiales para 540.000 soldados y en

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Alemania las cifras eran,respectivamente, 42.000 y 820.000. Unaoficialidad tan nutrida, que suponía delorden del 60 por 100 del presupuestomilitar, tenía como correlato la ausenciade material así como de tropasconvenientemente preparadas. Si loreferido resultaba grave en una situacióncomo la europea de 1914 lo era tambiénpor otras circunstancias peculiares delEjército español y del momento. EnEspaña no había un solo Ejército sinovarios: los intereses de la oficialidad deMarruecos y de la peninsular acerca delos ascensos por méritos de guerra eranantitéticos y también solían serlo los de

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las armas técnicas, como la Artilleríafrente a la Infantería. La primera, graciasa su solidaridad interna, había evitadolos ascensos por méritos de guerra ymantenía una actitud elitista, a menudoenvidiada por el resto de las armas, quehabían acabado por copiar su sistema detribunales de honor. El impacto del alzade precios resultó un agravantecomplementario para una profesión tanmal pagada que a los jóvenes tenientesse les negaba el permiso para casarse sicarecían de medios de fortuna parasostener una familia. Teniendo en cuentael entusiasmo despertado en mediosregeneracionistas y de izquierdas por las

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Juntas de Defensa resulta sorprendenteel origen de esta protesta militar.Cuando estalló la guerra mundial lossucesivos ministros de la Guerra(Echagüe con los conservadores y Luquecon los liberales) trataron de promoverreformas que, amortizando las plazas deoficiales, permitieran el sostenimientode un Ejército más numeroso. Elpropósito no podía ser más lógico puesni tan siquiera existían en plantilladestinos suficientes para los oficialesque recibían sus sueldos.

Fue, sin embargo, suficiente paraque de este intento derivara una protestaorganizada en la guarnición de

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Barcelona. Lo más característico de ellafue que adoptó un procedimiento queparecía haber obtenido éxito en laArtillería, como era la organización deuna junta de oficiales que excluyó porcompleto de su seno a los generalesolvidando la disciplina y rompiendo,por tanto, con la fórmula tradicional decontrol por parte del sistema político dela protesta militar. La Junta de Defensabarcelonesa protestaba genéricamentecontra el favoritismo y contra ladeficiente situación económica de laoficialidad pero, al reclamar lanecesidad de conseguir «la satisfaccióninterna» de la oficialidad, revelaba unos

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propósitos corporativistas que eludíanel imprescindible reconocimiento de lasupremacía civil. Su dirigente principalera un grueso coronel llamado BenitoMárquez, bienintencionado e ingenuo,pero carente de formación, conpropósitos confusos (que le llevaron adirigirse a todo tipo de políticos o aproponer gabinetes imposibles) al quesu posición durante unos meses le llevóa una injustificada megalomanía. Elcomienzo de la protesta juntera seprodujo en el otoño de 1916, peroalcanzó su máxima expresión en elverano siguiente cuando se intentaronllevar a cabo unos ejercicios físicos

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imprescindibles, de acuerdo con unadisposición de Luque, para conseguir elascenso en el seno de la oficialidad. Lossucesivos ministerios liberales(Romanones y Luque, primero, y GarcíaPrieto y Aguilera, después) optaron poruna apariencia de firmeza que pretendíalograr la disolución de las Juntas o sureducción a un carácter menosexplícitamente político mediante lanegociación, para luego acabarabandonando el poder. Los capitanesgenerales de Barcelona (Alfau y Marina,sucesivamente) actuaron a la vez comorepresentantes del poder central y comoemisarios de las Juntas, mientras que

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Alfonso XIII, consciente del peligro quecorría el sistema político, después depropiciar la disolución de las Juntasacabó teniendo contactos con ellas porpersona interpuesta. En realidad era supropio papel, de rey soldado, el queaparecía cuestionado comoconsecuencia de la actuación deaquéllas. A la altura de junio de 1917los liberales habían demostrado concreces su incapacidad para enfrentarsecon la protesta militar mientras que éstahabía obtenido unos apoyos en principioinesperados. Los militares junteroshabían demostrado que no sedoblegaban ante los intentos del poder

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central por disolverlos pero, sobre todo,habían ocultado unas reivindicacionessectoriales con declaracionesregeneracionistas que daban lasensación de que lo que buscaban erafundamentalmente una renovaciónpolítica. Quienes teníanreivindicaciones respecto del Estadoempezaron a organizarse de idénticamanera a como lo habían hecho losjunteros, mientras que las personas ogrupos que habían ansiado la renovaciónvieron en los militares el instrumento ola palanca para producir la ansiadaregeneración. «¡Ay de España», dijoCambó, «si el pleito militar se resuelve

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sin que sea seguido de una renovaciónpolítica y queda reducido a unaaspiración de clase!». En sus memoriasel político catalanista afirma haberpensado sacar a España del puntomuerto en que se encontraba por elprocedimiento de encarrilar la protestamilitar que, de otro modo, podríaconcluir en la pura anarquía. Por suparte Ortega, que había escrito que lospartidos de turno «carecían de unamínima dignidad y compostura literariaque son síntoma de una mente sana yatenta» admitió que los manifiestos delas Juntas hollaban la Constitución, peroañadió que «el poder civil hollado no

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era tal poder civil» y reclamó unasCortes Constituyentes. En su opinión lasJuntas, «el golpe de la espada», habíacortado «el último cíngulo de autoridadmoral que ceñía el cuerpo español».

En estas circunstancias no tiene nadade extraño que Alfonso XIII, pararesolver la situación, recurriera alprocedimiento de un cambio del partidoen el poder. Eduardo Dato ascendió almismo con un gobierno conservadorque, de manera más o menos implícita,traía el programa de intentar calmartodos los problemas existentes por elprocedimiento de evitar los choques,propósito que Plá describió como

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«considerar intolerable imprudenciaplantear cualquier problema real». Enparte tenía razón puesto que a partir dela formación del gobierno, en junio, lasuspensión de las garantíasconstitucionales tuvo comoconsecuencia que la prensa no pudieramencionar siquiera ninguno de losgraves problemas internos niinternacionales en que vivía España,pero, al mismo tiempo, ese tratamientodel enfriamiento siempre fue muycaracterístico del sistema de laRestauración y del propio Dato, quien,al mismo tiempo, pareció aceptar elreglamento de las Juntas de Defensa

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aunque con el probable propósito deirlas sometiendo poco a poco gracias ala labor del nuevo ministro de la Guerra,el general Fernando Primo de Rivera.

El tratamiento dado por el nuevoGobierno a la situación fracasó porque,estando el país en la cúspide de laprotesta social y ante el espectáculo dela guerra mundial, la protesta militarhabía creado unas esperanzas derenovación política que con la actitud deDato se veían frustradas. Cambó sequejó inmediatamente de que «toda lavida política siguiera igual como si nadahubiese que hacer ni que mudar, ni quecorregir ni que mudar» y Unamuno

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interpretó que el presidente daba lasensación de que por el procedimientode «velar el manómetro impedía quemarcara la presión de la caldera». Locierto es que Dato evitó que el sistemapolítico sufriera el directo impacto detodas esas protestas acumuladas que,como veremos, se acabaron enfrentandolas unas con las otras pero, al mismotiempo, hizo imposible que seconvirtieran en realidad las hipotéticasposibilidades de renovación política.

El gran animador y articulador deésta fue, sin duda, Cambó, quien intentótraducir el descontento existente en unmovimiento orgánico de resultados

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constructivos. Ya que el gobierno habíasuspendido las garantíasconstitucionales y no quería reunir a lasCortes organizó, a primeros de julio, unaAsamblea de Parlamentarios enBarcelona para, desde ella, inducir alpoder a que aceptara las reformas. Setrataba, en su visión, de lograr lacolaboración de todos los grupos quesignificaban una savia nueva en la vidaespañola para plantear la vida públicasobre bases nuevas. Cambó confiaba,según afirma en sus memorias, en«meterse en el bolsillo» a las izquierdasinduciéndolas a la moderación, perorequería del imprescindible concurso de

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Maura para dar al movimientorespetabilidad conservadora. Como entantas ocasiones, posteriores yanteriores, Maura, sin embargo,permaneció en huraña inacción. Entrelos «mauristas» había sido bien recibidala protesta de los militares junteras yhabía existido la esperanza de que elMonarca reclamara a su jefe para elejercicio del poder. La decepción por elnombramiento de Dato trajo crecientesprotestas de tono anti-monárquico porparte de los «mauristas». El políticomallorquín, que había sidorepetidamente requerido por las Juntas,juzgó el gobierno de Dato como una

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«desabrida respuesta a los clamores dela Nación en pro de una renovación yacabó por no asistir a la Asamblea, apesar del criterio en sentido contrario dealguno de sus consejeros más íntimos:quizá no veía otra posibilidadregeneradora del sistema que larepresentada por él mismo, o juzgóexcesiva la pluralidad existente en laAsamblea (a la que describió como »elpisto«). De esta manera el »maurismo",después de haber tronado en contra delsistema, hacía imposible su renovación,dejando ésta tan sólo atribuida a unaAsamblea claramente escorada hacia laizquierda.

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En efecto, a la Asamblea, celebradael 19 de julio, solamente asistieron 71de los 760 parlamentarios,representando una parte muy limitada dela política nacional: el reformismo, elrepublicanismo, los socialistas y losdiputados catalanes. La política delgobierno ante la protesta fuecaracterística de la moderación de Dato:se limitó a disolver la reunión tras unasimbólica detención de los participantesen ella y luego explicó al embajadorbritánico que lo peor que hubierapodido hacer es convertir en mártires alos asistentes. Éstos aprobaron unprograma político que consistía

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básicamente en propiciar unatransformación en sentido democráticode la vida pública a través de laconvocatoria de unas CortesConstituyentes. Cambó, que manteníatenues y discretos contactos con laMonarquía y con las Juntas, pretendía deesta manera forzar unas reformas que, enrealidad, no pusieran en peligro a laprimera.

Sin embargo, cuando se reunió laAsamblea de Parlamentarios ya se habíainiciado la prueba de que, por muyimportante que fuera, la protesta eratambién heterogénea. Ya entonces losmilitares junteras empezaron a mostrar

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sus reticencias ante la posiblecoincidencia con el catalanismo, perotodavía su prevención se hizo muchomayor cuando un diputado republicano,Marcelino Domingo, escribió un artículosugiriendo a los soldados que formaransus propias organizaciones sindicalescapaces de desobedecer a los oficiales,mientras que los suboficiales ya habíancreado las suyas. Sin embargo, la mayordemostración de heterogeneidad se dioentre la protesta social y la política. Elpartido socialista aparecía identificadocon un programa semejante al de laAsamblea, pero también lo estaba con elotro movimiento sindical, la CNT, desde

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meses antes. Respecto de laorganización anarquista el PSOEpretendió actuar con un sentidomoderador. En julio Largo Caballerovisitó Barcelona con el objeto de evitarque los anarquistas se lanzaran a unainmediata actividad revolucionaria. Nolo hicieron inmediatamente pero, dosdías antes de la reunión de la Asamblea,lanzaron un manifiesto en ese sentido.En el preciso momento en que secelebraba la Asamblea deParlamentarios en Barcelona, enValencia tenía lugar un conflictosindical entre los ferroviarios. Se haafirmado que este conflicto fue atizado

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por el propio Gobierno con objeto deprovocar un estallido que le permitierasalir de la difícil situación en la queestaba, pero esta es una afirmación quecarece de pruebas y parece más bien elresultado de una racionalización «aposteriori» de lo sucedido. La tensiónsocial y política era lo suficientementegrave como para que se produjera unestallido sin necesidad de ningunaprovocación. La única acusación que sepuede hacer al gobierno es la de haberpermanecido en una actitud pasiva, porotro lado muy característica, comosabemos, de su actuación en estos días ydel talante de su presidente.

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Al no haberse solucionado elconflicto ferroviario valenciano, el 9 deagosto los ferroviarios decidieron ir a lahuelga (aunque por la mínima mayoríade un voto) y, en definitiva, la totalidaddel sindicalismo socialista se lanzó auna protesta en la que fue acompañado,como no podía ser menos, por la CNT.Así se produjeron los sucesosrevolucionarios de los días 10 a 13 deagosto cuyo protagonismo principal fue,en consecuencia, socialista. La verdades, sin embargo, que la postura internade la dirección socialista no fue ni clarani unánime. Da la sensación de que lahuelga les fue impuesta a los dirigentes

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por las circunstancias, pero que, una vezllegada a ella, la aceptaron con muydiferente grado de entusiasmo. El mismoPrieto, que había hecho provisión dearmas, parece haberse sentido superadopor los acontecimientos, mientras queBesteiro afirmó luego haber queridoaplazar el movimiento y el manifiesto deconvocatoria de la huelga señalóobjetivos puramente obreristasafirmando que quienes la dirigían «noeran instrumentos del desorden». Lacorrespondencia de Besteiro desde laprisión, en donde acabó como el restode los dirigentes socialistas, revela queIglesias había juzgado «una locura» la

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huelga, en contra de su propia opinión,pero que en el fondo los propósitos deuna persona como él no distaban muchode los de la Asamblea deParlamentarios. Para Besteiro laRestauración era una «síntesis de todolo malo y ruin» y había que recurrir auna renovación para la que los militarespodían servir como «disolvente». Comotodos los conflictos sociales en laEspaña del momento, también en éste seprodujo el empleo de la violencia almargen de la significación ideológica dequienes participaran en él. Losincidentes a que dio lugar la huelga deagosto fueron graves, especialmente en

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Asturias donde la autoridad militaraseguró que perseguiría a los mineroscomo «alimañas». En total las cifrasoficiales contabilizaron ochenta muertosy unos 2.000 detenidos. Sin embargo, losucedido no puede ser descrito comouna revolución, ni siquiera como huelgageneral propiamente dicha. No fue loprimero porque nunca los huelguistasestuvieron en condiciones de tomar elpoder, ni lo segundo porque ni tansiquiera todos los ferroviarios, entrequienes se había iniciado el conflicto,participaron en ella. Se trató, enrealidad, de unos incidentes semejantesen cierta manera a los de 1909, aunque

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con otra localización geográfica. EnBarcelona se describió lo acontecidocomo «la semana cómica», paradistinguirla de aquella otra ocasiónanterior. En cualquier caso, el Ejércitose alineó de forma inequívoca ante lossucesos: en Sabadell, donde estaba deguarnición el regimiento de Márquez,hubo diez muertos y el capitán generalde Barcelona, Marina, no tuvo el menorreparo en detener, violando suinmunidad parlamentaria, al diputadorepublicano Marcelino Domingo. Elsupuesto carácter revolucionario de losacontecimientos fue consecuencia, másque nada, del paralelismo con lo

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sucedido en Rusia en ese mismo año.Varias son las enseñanzas de los

sucesos de 1917. La primera es que elsistema de la Restauración, susdirigentes y su organización ofrecíanposibilidades muy limitadas para larenovación política. Cambó afirmó que«hay dos formas de provocar laanarquía, pedir lo imposible y retrasarlo inevitable», atribuyendo a Datoprecisamente lo segundo. Sin embargo,hay que tener en cuenta que este últimotenía la obligación de procurar resistir aunos propósitos transformadores, granparte de los cuales amenazaban almismo sistema y que, además, a corto

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plazo el cambio reformador era menosinevitable de lo que Cambó pretendía.Como siempre, el sistema de laRestauración supo ser liberal ymoderado ante circunstanciasrevolucionarias como las descritas.Dato y Maura evitaron una posiblerepresión indiscriminada por parte delos militares en contra de los dirigentesde la huelga o el republicano Domingo.Por otro lado, una enseñanza no menosevidente de cuanto aconteció es que enla España de 1917 los sectoresrenovadores podían coincidir enoponerse al sistema, pero sus objetivoseran distintos y heterogéneos. El

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Ejército, los parlamentarios y lossindicatos no tenían unos mínimosobjetivos comunes, aunque así pudieraparecerlo en el momento de la protesta.El confusionismo del primero y la víaviolenta de los últimos hicieroninviables los intentos reformistas de lossegundos. Es lícito describir lo sucedidocomo una «ocasión perdida» pero tuvomucho más de lo segundo que de loprimero. Existe coincidencia entre loshistoriadores a la hora de calificar comomuy importantes las secuelas de lossucesos de 1917. Ya escribió Vicensque «la crisis preparó unos años deexasperación insolidaria e

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invertebrada» en que «cada porción dela sociedad española buscó solucionesdrásticas al margen de todas las demás».Sin embargo, es tan exagerado afirmarque agosto de 1917 presenció un intentode revolución burguesa (la de laAsamblea) o social (la huelga) comopretender que a partir de este momentoel sistema de la Restauración estaba yamuerto. Si acaso puede decirse queentró en crisis el turno, pero el sistemade la Restauración no sólo no murió sinoque duraría un quinquenio, de lo quecabe colegir que era un muerto quegozaba de relativa buena salud. Bienpercibió la situación Ortega para quien,

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si «un sistema de viejo equilibrio sehabía roto», el nuevo no «se habíaalzado» todavía. De momento se pudopensar que el gobierno Dato había sidoel triunfador de las jornadas de agostopues había logrado, gracias al concursode las circunstancias, separar a susadversarios y enfrentarlos, pero lasJuntas Militares de Defensa se dieroncuenta de que, al pasar de su vertienteregeneradora a la represiva, habíanperdido el apoyo popular que tenían einmediatamente, incapaces de dejar deestar presentes en la arena política,acusaron a Dato de imprevisión ante larevolución. Tan sólo dos meses después

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de agosto de 1917 ese otro vencedor queeran las Juntas acabó por imponer suvoluntad al primero.

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Los primerosgobiernos de

concentración (1917-1919)

La crisis política abierta comoconsecuencia del verano de 1917 tuvouna tramitación complicada y concluyóen una fórmula de interinidad bienperceptible por el hecho de que fueranombrado para presidirla ManuelGarcía Prieto, al que describe Cambó ensus memorias como «hombre de escasa

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inteligencia y menor carácter». En losprolegómenos de la formación del nuevogabinete, por vez primera desde 1909, elpoder le había sido ofrecido a Maura,que tuvo al menos un representante en elGobierno definitivamente formado. Estesupuso el ensayo de una fórmula deconcentración entre varios grupos, porvez primera imaginada e intentada, dadala peculiaridad de las circunstancias, yque en adelante sería crecientementeimprescindible. Los elementos másdecisivos en ella fueron, por un lado, loscatalanistas, que habían sido principalesresponsables de la convocatoria de laAsamblea de Parlamentarios y, por otro,

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La Cierva, que se convirtió en elrepresentante de las Juntas de Defensa.Lo cierto es, sin embargo, que estaacumulación de los nuevos protagonistasdel escenario político distó, desde unprincipio, de constituir una fórmula degobierno satisfactoria. El hecho de queel regionalismo estuviera representadoen el gobierno (aunque no por Cambó,que se arrepintió de ello) no significóotra cosa que la desunión de quieneshabían colaborado en la Asamblea. Lasizquierdas juzgaron la actitud catalanistacomo una verdadera traición en cuantoque la propuesta fundamental de lareunión, la convocatoria de Cortes

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Constituyentes, no fue recogida en elprograma del gobierno. Sin embargo, laactitud de Cambó no dejaba de tener sujustificación: él también podía sentirsetraicionado puesto que la protesta civilregeneradora que había liderado habíasido sustituida, con sus propiaspalabras, por «una aventura sinorientación, una cosa estúpida», comohabía sido la huelga revolucionaria. Porotro lado, si el programa del gobiernono incluía todo lo aprobado en laAsamblea de Parlamentarios sí conteníabuena parte de sus aspiraciones. En vezde unas elecciones constituyentes habríaotras caracterizadas por su radical

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imparcialidad, facilitada por el mismocarácter plural del gobierno. Sinembargo, desde un principio quedóclaro también que, ante los posiblesresultados abruptos de unas eleccionesno organizadas desde el poder, losprincipales grupos estaban dispuestos aorganizarse para que no cambiaramucho. Como señaló el embajadorbritánico, las elecciones se iban aorganizar por un procedimiento de«libertad ordenada» que tendría eseresultado.

Por importante que fuera lapresencia del catalanismo en el poder,las circunstancias hicieron que el

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protagonismo esencial en el gabinete lotuviera La Cierva y, además, de maneracreciente. El hecho de que en unaocasión como esta fuera un civil, conínfulas autoritarias, quien ocupara elpoder testimonia el declive de losgenerales de la Restauración, que yahabían dejado de ser el procedimientopara controlar a un Ejército levantisco.Pero la presencia de La Cierva en elMinisterio de la Guerra no resolvió elproblema de las Juntas sino que loagravó sin que, por otra parte,encontraran solución los males de lainstitución militar. Las Juntas, altransmitir a La Cierva un poder político

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que ellas no sabían administrar,contribuyeron a aumentar el caospolítico español atribuyendo al hombrepúblico murciano un peso que no tenía yuna función decisiva en el panoramanacional. Autoritario y sedicentedefensor de una política de orden, LaCierva venía a representar, en realidad,la subversión misma de los principiosparlamentarios y constitucionales; el«ciervismo, »una edición en rústica del«maurismo» (en palabras de Ortega),estuvo perennemente presente en lapolítica española auspiciandoposiciones autoritarias que se decíanapoyadas en los elementos militares. La

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Cierva, que empezó su gestión adulandoa las Juntas, a las que calificó de «vozpotente y providencial», supo maniobrarcon habilidad ante ellas, marginando aMárquez y acusando a las Juntas desuboficiales de revolucionarias, pero nose dio cuenta de que éste era sólo unprocedimiento para aplazar y no evitaren última instancia el intervencionismode los militares. Por otro lado, sureforma militar no sólo no reformó nadasino que reafirmó los males del Ejército.Lejos de producir una disminución delas plantillas de la oficialidad, lasreformas las aumentaban, mientras quelas medallas y recompensas obtenidas

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en el campo de batalla tendrían una puraconsideración honorífica y los ascensosse producirían por antigüedad, exceptoen los casos de capitán y coronel,grados que serían concedidos por unaJunta clasificadora formada por cincotenientes generales. La Cierva quisoconseguir que sus reformas fueranimpuestas por decreto, lo que constituyeuno de los factores explicativos de lacrisis del gobierno.

Éste, en efecto, demostró unacompleta ausencia de dirección. Segúnrecuerda Romanones en sus memoriasfue un «engendro caótico», sin unprograma común o aun con programas

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divergentes. Frente a un García Prietocada vez más desdibujado la figuradominante resultaba La Cierva, hasta elpunto de que un coplero de la épocadescribió muy bien la situación conestos versos: «Ni Prieto es presidente/nital rango conserva/García essimplemente/García, el asistente/delgeneral La Cierva». Las eleccionesconvocadas por el gobierno yorganizadas por una personaindependiente, el vizconde de Matamala,fueron calificadas como «renovadoras»pero, en realidad, lo resultaron muchomenos de lo que esta palabra podíahacer pensar porque, como en ocasiones

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anteriores, figuras del gobiernoutilizaron su puesto para obtener actas.Además, los resultados no resolvieronnada, como desde un principio parecíaprevisible, porque el panoramaparlamentario no fue otro que el deproducir una enorme fragmentación de lavida política. Ante las elecciones, laLliga catalana había defendido lo queCambó denominó como la campaña dela «Espanya gran». Antes de que loscomicios se realizaran el partidocatalanista afirmó que «si losciudadanos no supieran o no quisierandarse una representación parlamentaria,una sensación de impotencia y

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desesperanza invadiría los espíritus».Así sucedió y ello, sin duda, contribuyóa la crisis gubernamental. Ésta tuvolugar como consecuencia de la actitudcrecientemente autoritaria de La Ciervaquien, aparte de sus exigencias sobre lareforma del Ejército, quiso militarizar alpersonal de Correos cuando éstepretendió actuar de una manerasemejante a como lo habían hecho lasJuntas.

La crisis del gobierno García Prieto,en marzo de 1918, fue aún más graveque la anterior porque durante ella diola sensación de que nadie estabadispuesto a hacerse con el poder y que

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quien lo estaba no tenía apoyosuficiente. Finalmente, ante la amenazade abdicación real y gracias a losbuenos oficios de Romanones, seconsiguió la creación de un GobiernoNacional en el que se reunieron lasfiguras más importantes de la políticaespañola de la época, desde Maura aDato, pasando por Cambó y Alba (queeran las dos figuras más nuevas ydestacadas), Romanones y GarcíaPrieto. El gobierno fue recibido conentusiasme recogido por todos loscronistas de la época porque satisfacíael habitual mesianismo de los españoles.De él participaron incluso algunos de

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sus miembros como un Maura,«eufórico» según Cambó, porque ahorase le reivindicaba como primer políticoespañol después de haber sidosupuestamente «preteride» en 1909. Sinembargo, la realidad es que la obra delgobierno fue reducida y que quienes locomponían acabaron profundamentedecepcionados de su pertenencia almismo.

Durante los nueve meses que duró elGobierno Nacional consiguió sortear losúltimos peligros que rondaban a laneutralidad española, pero el programallevado a la práctica fue muy limitado.Una de las principales preocupaciones

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del gabinete fue lograr los recursoseconómicos para financiar las reformasmilitares, pero éstas eran inapropiadas,como sabemos, y ni siquiera fuerondiscutidas por temor a despertar las irasdel Ejército: el propio ministro de laGuerra, Marina, dimitió el día que seaprobaron. Testimonio de hasta quépunto eran una solución insuficiente esel hecho de que ni siquiera se hacíamención en ellas de Marruecos, unproblema fundamental y que en el futurotodavía habría de serlo más. Otrasmedidas aprobadas por el gobiernofueron positivas pero muy limitadas: lanueva Ley de Funcionarios facilitó la

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profesionalización de la administracióny el reglamento de la Cámara, acortó losdebates, introduciendo el procedimientode la «guillotina», y creando lasComisiones Legislativas. De todosmodos éstas figuraron entre las medidasmás positivas tomadas por los políticosde la Restauración en la recta final de suexistencia.

Aunque hubo hasta el final en elgabinete ministros que, como Cambó,mantuvieron el entusiasmo, a medidaque el tiempo pasaba cada vez se hacíamás patente la presión sobre cada unode ellos del grupo político que presidíanpara que abandonara el poder porque,

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de estar en él, se iban a derivar muchosmás inconvenientes que beneficios.Sánchez Guerra, el segundo del partidoconservador, comentó cuando su jefe,Dato, le informó que «estaba en Estado»que «no le extrañaba después de lo quele han hecho», aludiendo a su supuestapreterición. El mismo Maura llegó aafirmar que el gobierno no era otra cosaque una «monserga».

En definitiva, la crisis del GobiernoNacional se produjo como consecuenciade la actitud de Santiago Alba, una delas personalidades más brillantes de suscomponentes. De cara a la opiniónpública Alba se mostró quejoso por la

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no aprobación de la Ley sobreEnseñanza primaria pero, en realidad,existía un pugilato inevitable entre suspropuestas y las de Cambó, ministro deFomento. De nuevo el político liberal,capaz de proponer una políticamodernizadora, aparecía, sin embargo,como un factor de desagregación en lavida política. Al dimitir, Alba, queprovocó en su contra una reacciónairada incluso en el Rey, intentó, comoMoret años antes, un acercamiento delgrupo político que lideraba, la IzquierdaLiberal, al republicanismo. La verdad esque este intento no fraguó a no ser que seentienda por tal la fórmula, en realidad

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bastante edulcorada, de laConcentración Liberal.

La crisis gubernamental producidacomo consecuencia del colapso delGobierno Nacional mostró ahora la delpropio sistema en cuanto que de nuevohubo que recurrir a una fórmula demanifiesta interinidad que, además,como estaba destinado a suceder una yotra vez, resultó inmediatamentedominada por las circunstanciasadversas con las que se encontró. Comoen tantas ocasiones fue de nuevo GarcíaPrieto el encargado de ocupar el poder.Su programa pretendía ser unarenovación del liberalismo español,

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incluyendo la concesión de la autonomíauniversitaria y la abolición de la Ley deJurisdicciones pero, en realidad, suspropósitos eran tan sólo de purasupervivencia. En cualquier caso, seenfrentó casi inmediatamente con laagravación del problema catalanista,siendo incapaz de resolverlo. Elambiente de la primera posguerramundial, con el reconocimiento de losderechos de autodeterminación de lasnacionalidades, y la sensación defracaso de los programas regeneradoresen la campaña electoral de 1918 y delGobierno Nacional explican la crecienteintensidad de la protesta catalanista. En

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noviembre de 1918 la Lliga inició sucampaña en pro de la «autonomíaintegral» redactando unas basesautonómicas que fueron entregadas alpresidente del Gobierno. Loscatalanistas sintieron ahora que a susdificultades habituales (Cambó habíadicho que «llegaban a las inteligencias,pero los corazones mantenían lasmismas prevenciones») se unían lasderivadas de la inanidad gubernamentaly de su propia desunión respecto de lasreivindicaciones planteadas desde allí.

El destinado a sustituir a GarcíaPrieto fue Romanones, el político liberalmejor dispuesto a satisfacer las

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peticiones del catalanismo quien,además, tenía a su favor haber sido elmás caracterizado defensor de losaliados durante la Primera GuerraMundial en el momento en que ésta yahabía concluido. La formación de sugobierno resultó, sin embargo, muycomplicada. Tras sucesivos intentosRomanones hubo de conformarse contener tan sólo el apoyo de su grupo (unoscuarenta diputados), por lo que eraprevisible que su gobierno durara poco.Sin embargo, «anunciar la propiadebilidad era la mejor fórmula para noser atacado» (Pabón). El gabineteRomanones duró más de lo previsto

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(desde diciembre de 1918 hasta abril de1919) y constituyó no un gobierno degestión más, como los que habíapresidido García Prieto, sino de«excelente gestión», demostrando quequien lo presidía superaba con crecesesa imagen de personaje astuto yprovinciano con la que se le solíaidentificar.

Como resultaba previsible, lacuestión catalana constituyó el ejefundamental de la vida del gobiernoRomanones. Cuando, a fines dediciembre de 1918, se planteó aquéllaen las Cortes Cambó encontró unambiente poco propicio. Entre los

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liberales, Alcalá Zamora, representanteentonces del centralismo, acusó aCambó de pretender ser a la vezBismarck en España y Bolívar enCataluña, es decir, de perseguirpropósitos tan antitéticos como eran lahegemonía en España y la independenciade Cataluña. Más doloroso debióresultar para el dirigente catalanista elhecho de que Maura, que en otro tiempopudo parecer el político español mejordispuesto para entender lasreivindicaciones catalanas, se lanzaraahora a un discurso sentimental sobre la«nunca suficientemente bendita unidadde España» que impedía cualquier tipo

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de acuerdo y que no hizo sino introducirun elemento perturbador en la yaapasionada discusión. Cambó, queresumió su propia postura en una frasedestinada a multiplicar todavía más lairritación de los centralistas(«¿Monarquía? ¿República?¡Cataluña!»). Encontró, sin embargo, unaactitud más receptiva por parte deRomanones, el cual aparece descrito enlas memorias del político catalanistacomo «un patriota y un estadista» queactuaba siempre con «toda lealtad». Apartir de este momento el problemacatalán siguió dos rumbos paralelos. Elgobierno Romanones formó una

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comisión con representantes de losdiversos partidos, aunque muy prontofaltó la colaboración imprescindible deuna buena parte de la izquierda ytambién de un sector de la derecha.Como resultado, la comisión presentó alas Cortes un proyecto de ley que tratabaa un tiempo de la autonomía municipal yla catalana. Por su parte, los catalanistasredactaron un Estatuto de autonomíabastante amplio y pretendieron que seaprobara, amenazando con iniciar unmovimiento de protesta y desobedienciacivil. Cambó afirmó que Cataluña noelegía a sus enemigos sino que ellosmismos se autodefinían como tales: para

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él el problema era no dedescentralización sino deautodeterminación y, por tanto, unproyecto autonómico sólo podía seraceptado como «un pago a cuenta». Ensus memorias el político catalanistadescribe la difícil situación en que seencontró, necesitado de la colaboracióncon unos aliados de izquierda quecontrastaban con sus conviccionesevolutivas. Aún dubitativo acerca de laconveniencia de su propia política enesta ocasión, afirma que aunque «lamúsica era revolucionaria… la letra, sibien se mira, era conservadora». Es muyprobable que su verdadero deseo

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hubiera sido llegar a un acuerdo con lacomisión parlamentaria para introduciren su proyecto parte de las exigenciasdel Estatuto catalanista.

Sin embargo, en este momento,cuando el problema catalán habíallegado al máximo de la tensión y no sepercibía una fácil solución para él,surgió otro que lo hizo desaparecer delprimer plano de la política nacional. Laprotesta social en Barcelona trasladó elcentro de gravedad de laspreocupaciones de los catalanistas. Undirigente sindical pudo decir que a éstos«si les parece que sus intereses de clasecorren peligro (en Barcelona), se

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dirigen a Madrid para ofrecer susoficios a la Monarquía centralista». Tanduro juicio encuentra, sin embargo, unaparcial confirmación en las propiasmemorias de Cambó para quien si «lasautoridades representaban un poder y unEstado hostil, al menos transitoriamentea nuestras aspiraciones», «losanarquistas ya no eran contrarios a lalibertad sino a la vida misma de nuestratierra como colectividad organizada; aCataluña se le presentaba un pleito queno era de libertad, era de vida». Laaparición de la agitación barcelonesaresultó tan grave para Romanones comopara Cambó. El primero había

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conseguido sortear el problema catalán,pero no pudo con el social y acabódimitiendo cuando las autoridadesmilitares barcelonesas se enfrentaroncon las civiles. En cuanto a Cambó y ala Lliga su posibilismo se enfrentó aderrotas sucesivas que parecían privarlode sentido. El catalanismo había logradola hegemonía electoral en su región,pero parecía incapaz de ver traducidasen la realidad sus pretensiones. Por esono es de extrañar que en los años veintesurgieran iniciativas más radicales en suseno.

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El clímax social de laposguerra: Elanarquismo en

Barcelona y Andalucía

Como en toda Europa, los años dela primera posguerra mundial fuerontambién en España de grave crisissocial. En otros países fue motivada porla descomposición o, al menos, la gravecrisis del Estado tras la guerra mundial,así como por el ejemplo de laRevolución rusa. En España un factor

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decisivo estuvo constituido por lanecesidad de re-adaptación del aparatoproductivo a las condiciones de laposguerra. Hay que recordar que lasventajas existentes en los añosanteriores se desvanecieron ahora, conlas graves consecuencias imaginables.En Málaga, por ejemplo, iniciadora dela revolución industrial española, sereabrieron los altos hornos pero en 1918debieron cerrarse, ya definitivamente.En la Asturias minera los trabajadoreshabían conseguido multiplicar por tressus salarios en el periodo 1913-1920.La crisis de la posguerra mantuvo laproducción de hulla pero disminuyó su

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valor a la mitad mientras que lasimportaciones, menos onerosas, crecíanhasta duplicarse. El número de losmineros pasó de 39.000 a tan sólo29.000 y la afiliación se redujo a unacuarta parte de la anterior. Lossindicatos, que hasta entonces habíanllevado a cabo una estrategia ofensiva,pasaron ahora a la defensiva,admitiendo recortes de salarios yaumentos de jornada.

En estos dos últimos puntos, sinembargo, el caso de Asturias fueexcepcional porque lo habitual enEspaña, igual que en otras latitudes, fueun considerable incremento en la

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afiliación e influencia de los sindicatos,cuyo papel, como sabemos, había sidohasta 1914 muy discreto. Elsindicalismo logró una difusiónextraordinaria llegando hasta zonasdonde había estado ausente. La difusiónse hizo mediante nueva implantación enalgunos casos pero también a través dela incorporación de sociedades obrerasindependientes o republicanas, sobretodo hasta 1921. No fueron sólo lossindicatos quienes crecieron. Tambiénlo hicieron de manera meteórica lasasociaciones patronales: un testigo, elnotario cordobés Díaz del Moral,constató que la fiebre asociativa era

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«tan intensa como la que empujó a losproletarios a sus centros». Conscientesde la peligrosidad de la situación,algunos patronos alimentaron laesperanza de que un ciertocorporativismo defendiera mejor susintereses que el régimen liberalparlamentario. Esta difusión delasociacionismo de todo tipo fueacompañada de una agitación social muyconsiderable y de la aparición de unaviolencia que se había hecho menosfrecuente en España desde el comienzode la segunda década del siglo y que norevistió ya la forma de motín sino deatentado. Conviene recordar, en efecto,

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que los años de terrorismo en Españapresenciaron también en Alemania unelevadísimo número de crímenespolíticos (376 en 1921, cifra superior enun tercio a los atentados producidos enBarcelona en el mismo año). Existe,además, un paralelismo entre el casoespañol y el de otras latitudes respectode la cronología del conflicto socialpues éste fue especialmente grave en1919, fecha en que se perdieron, segúnla estadística oficial, más de cuatromillones de jornadas de trabajo comoconsecuencia de las huelgas,duplicándose así las cifras del añoanterior. En 1920 y 1921 las cifras

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fueron, respectivamente, de más de sietey casi tres millones de jornadas,prosiguiendo el descenso en añossucesivos. Lo realmente más nuevo yoriginal del movimiento sindicalespañol de la época residió en laconstitución definitiva de un importantesindicalismo de significación anarquistaque, aunque hubiera tenido un origenanterior, alcanzó ahora la plenitud de sudesarrollo adquiriendo una manifiestasuperioridad respecto del resto delmovimiento obrero. Fue él quienprotagonizó fundamentalmente laprotesta y quien convirtió a Barcelonaen eje de la preocupación de todos los

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gobiernos constitucionales de la épocadesde 1918.

En este sentido, hay que otorgar unaimportancia decisiva al Congreso deSans, celebrado por la CNT en elverano de 1918, y al que puedeatribuirse con plena justicia el carácterde re-fundacional de este sindicato. Enél estuvieron representados unos 74.000afiliados, de los que 55.000 erancatalanes; de esta cifra un porcentajemuy importante les correspondía a losobreros textiles. El rasgo decisivo deeste congreso fue la supuestaconsolidación de una cierta tendenciapropiamente sindicalista dentro de la

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CNT. Ésta había nacido con unpropósito claramente imitativo de laCGT francesa y, como tal, pretendía queel sindicalismo era la única fórmulamediante la cual se podría llegar en elfuturo a un proceso revolucionario peroéste se remitió progresivamente a fechasremotas hasta quedarse reducido a unaprioridad en la pura gestión de losintereses de los trabajadores. Estaposición contrastaba con la de losanarquistas, que veían en elsindicalismo un mero instrumento quecarecía de sentido si no se dedicabatotal y exclusivamente al propósitorevolucionario. En el Congreso de Sans

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representaron estas dos posturas, por unlado, Ángel Pestaña y Salvador Seguí y,por otro, Federico Urales.Curiosamente, el más revolucionarioera, por tanto, un intelectual y losreformistas los obreros. Fue la posturaestrictamente sindicalista la que, por elmomento, pareció triunfar, como sedemuestra por las principales cuestionesdebatidas, así como por el tratamientoque se les dio. Hubo, en primer lugar,cuestiones organizativas. Se propuso, yaceptó, la sustitución de los antiguossindicatos de oficio por otros deindustria que agrupaban de forma máscoherente y amplia al conjunto de los

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afiliados y así permitían una labor depresión mucho más efectiva sobre lospatronos que estaban organizándose almismo tiempo, como luegocomprobaremos. La verdad es, sinembargo, que los sindicatos de industria,que merecieron la oposición de algunospuristas del anarquismo, como Urales,sólo se fueron poniendo en marcha muylentamente, aunque se trataba de unafórmula sindical muy típica delsindicalismo revolucionario. En segundolugar, el congreso se decantó a favor dela «acción directa», fórmula que segúnsu patrocinador, Ángel Pestaña, noconsistía en el empleo de la violencia

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sino en que las relaciones entre patronosy obreros se llevarían a cabo «sinintermediarios». Esta afirmación debeponerse en contacto con el terceraspecto importante de este congreso, elrepudio de la acción política. «Lospolíticos profesionales», decía laresolución congresual, «no puedenrepresentar nunca a las organizacionesobreras y éstas han de procurar nodomiciliarse nunca en ningún centropolítico».

Como se puede apreciar, el conjuntode los acuerdos daba lugar a una obviaambigüedad, la misma que existía entreuna no muy expresa declaración de

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revolucionarismo, puesto que elcomunismo libertario se declaraba unideal a largo plazo, y, al mismo tiempo,un repudio de fórmulas puramentereformistas, como las consistentes en lapromoción del mutualismo. Además, elCongreso de Sans significó un evidenteprogreso organizativo con elestablecimiento de una cuota deafiliación y la conversión deSolidaridad Obrera en órgano deexpresión de la CNT y, sobre todo, laaparición de una nueva dirección delsindicalismo de esta significación.Ángel Pestaña, procedente de las filasanarquistas pero ya interesado sobre

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todo en el sindicalismo, se convirtió enel director de la citada publicación,mientras que Salvador Seguí eranombrado secretario general de la CNT.En Seguí la anarquía se reducía a unvigoroso ideal lejano, mientras que elsindicato constituía la mejor garantíapara poder organizar el futuro tras larevolución, la política se presentabacrecientemente como una posibilidaddeseable, aunque fuera concebida tansólo como un medio de educación de lasmasas.

El Congreso de Sans parecía, pues,haber orientado a la CNT hacia unafórmula que bien hubiera podido

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concluir en el sindicalismo puro. Asísucedió en la CGT francesa o en la CGLitaliana, en donde el sindicalismorevolucionario sustituyó al anarquismo yal final acabó perdiendo aquel adjetivoen la práctica. En España, en cambio, nofue así porque el anarquismo tenía ymantuvo una fuerza superior que hizoque el sindicalismo no sólo no perdierasu componente revolucionario sino que,además, fuera verdaderoanarcosindicalismo. Por tanto, laadhesión al sindicato, al menos de unaparte considerable de sus dirigentes, sellevó a cabo tan sólo a la vista de susposibilidades revolucionarias y, en

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cambio, fue muy tardía y siempreminoritaria la tesis de que elsindicalismo era una solución valiosapor sí misma o al margen de cualquierpropósito ulterior. Como veremos, entales concepciones jugó un papeldecisivo el papel de la represión y, engeneral, la peculiaridad de la agitaciónsocial de la primera posguerra mundial,principalmente en Cataluña, pero por elmomento es necesario señalar el papelque en la nueva configuración de laCNT, ahora aprobada, tuvo elanarquismo. Éste había sido contrario enprincipio a los sindicatos, pero en elinvierno de 1918 se reunió en una

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conferencia anarquista con unarepresentación de la CNT y el resultadofue la aceptación de esta vía de acción,lo que proporcionó al anarquismo unainfluencia social muy considerable. Afin de cuentas, hasta entonces éste notenía otro apoyo que el de unosmodestos grupúsculos «de afinidad». LaCNT, que en 1915 contaba con tan sólounos 15.000 afiliados, pasó a tener enlos últimos meses de 1919 nada menosque unos 700.000, con una netasupremacía de los catalanes.

El incremento de la afiliación de laCNT se produjo en un contexto deagitación social creciente, de la que

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fueron protagonistas esencialesBarcelona y Andalucía. En Barcelona elauge de la CNT tuvo lugar comoconsecuencia de uno de los conflictoscruciales en la historia del movimientoobrero español: la huelga de LaCanadiense entre febrero y marzo de1919. Se trataba de una empresaeléctrica de la que dependía en granparte el abastecimiento de energía parala industria barcelonesa. El conflicto seinició por el deseo de disminuir lossalarios pero lo que en él estuvoverdaderamente en juego fue elreconocimiento del papel de lossindicatos y su forma de actuación. La

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huelga duró 44 días frente a los tan sólo3 de los sucesos de agosto de 1917 ysupuso la paralización del 70 por 100 dela industria local. Al final, a mediadosdel mes de marzo, los sindicatosconsiguieron una victoria pacífica yprácticamente total en susreivindicaciones. Sin embargo, elprocedimiento por el que Seguíconsiguió la vuelta al trabajo de lasmasas obreras, un mitin multitudinarioen el que presentó como alternativa elacuerdo o el asalto a Montjuich,anunciaba ya las dificultades para eltriunfo de una estrategiapermanentemente reformista y

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posibilista. Tan sólo una semanadespués de suspenderse la huelga sereanudó al no haber sido liberados todoslos detenidos como consecuencia de lossucesos anteriores. Esta segunda huelga,con el paso del tiempo, seríaconsiderada por uno de los dirigentescenetistas (Buenacasa) como «el mayorerror táctico que pudo cometerse y cuyasconsecuencias fueron desastrosas». Fue,en efecto, la primera demostración de laderivación maximalista que al finalacababan teniendo las reivindicacionesde la CNT y preludió tanto la reacciónpatronal como la utilización por parte delos anarquistas de la violencia. Mientras

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esto sucedía en Cataluña, la agitaciónprendió también en Andalucía, en dondelos años 1918-1920 se conocieron como«el trienio bolchevique». Estadenominación no debe entenderse comouna identificación con los principios queguiaron la Revolución rusa;simplemente, se trató del estallido deunas reivindicaciones que hicieronpensar a los propietarios en lainminencia de una conmoción del ordensocial tan grave como en el otro extremode Europa, toda vez que susprotagonistas fueron tambiénanarquistas. Hasta entonces es muyprobable que el protagonismo en las

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reivindicaciones sociales andaluzasestuviera radicado en el medio urbano.Ahora, en cambio, como en otrasocasiones sucedió y seguiría ocurriendo,se produjo una rebelión campesina a laque se ha dado tradicionalmente uncarácter milenarista y primitivo. Taljuicio nace del testimonio, importanteaunque quizá algo simplificador ysesgado, del notario Díaz del Moral,principal historiador de estas«agitaciones», como él las llama, sinque existan estudios locales en cuantíasuficiente como para poder apreciar loacertado de sus puntos de vista. Parece,sin embargo, que la organización del

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campesinado se hizo en zonas deraigambre ácrata como Jerez y Córdobaconsiguiendo una importantevertebración de los sindicatos que,además, dio la sensación de poderconvertirse en estable. De 1914 a 1918el número de afiliados pasó de 2.500 a25.000, principalmente en Andalucía.Nunca había existido ningunaorganización sindical semejante en elcampo español.

Pero la descripción de lasreivindicaciones y del género de luchaemprendida se debe poner en relacióncon el milenarismo ambiental. No fuerontan sólo las noticias de la Revolución

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rusa las que conmovieron a esoscampesinos, sino también sus propiascondiciones de trabajo, pero aquelsuceso, en el otro extremo de Europa,les hizo pensar en la inminencia de suredención: un propagandista delanarquismo se sintió obligado amodificar su nombre de Cordón aCordoneff. Cuando los dueños de latierra, asustados ante unos campesinosque pedían tierra y no pan, se mostrabandispuestos a cederles unas fanegas, larespuesta de los campesinos consistía enofrecer azadas para que los dueñoslabraran. La revolución parecía, portanto, inmediata y parecía casi

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innecesario prepararla. Durante algunosmeses el triunfo de los huelguistas fuerepetido y normalmente total: incluso lascriadas y las nodrizas se solidarizabancon ellos. Luego comenzaron aproducirse huelgas por motivos pocojustificados o, incluso, sin motivoaparente, a espera del inmediatoadvenimiento de una milagrosarevolución. La consecuencia inevitablefue que unos sindicatos que se habíannutrido durante meses con muchosafiliados, se desvanecieron con lamisma rapidez con que habían nacido.En las ciudades —en Sevilla, porejemplo— sucedió algo parecido a lo

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que se narrará más adelante para el casode Barcelona, es decir, que una minoría,en este caso un «comité rojo», seapoderó del sindicato y lo llevó alsuicidio. El congreso celebrado por laCNT en diciembre de 1919 en el teatrode la Comedia madrileño fue untestimonio de la creciente radicalizacióndel movimiento sindicalista y, al mismotiempo, una prueba de que elsindicalismo revolucionario, queparecía haberse convertido en una sendadefinitiva el año anterior, quedaba ahoratransmutado en puro anarcosindicalismo.Como en otras ocasiones, las decisionescongresuales fueron tomadas en un

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ambiente de enfebrecido entusiasmodescrito por uno de los dirigentes de laCNT, Adolfo Bueso: «Primero sediscutía un proyecto hasta elagotamiento, sin ton ni son, diciéndoselas mayores enormidades en la másperfecta ingenuidad», luego se nombrabauna comisión formada por militantesconocidos que redactaba una ponencia,la cual acababa siendo aprobadaprácticamente por unanimidad. Conestos procedimientos nada puedeextrañar que las dos decisionesfundamentales del congreso secaracterizaran por la falta deinformación y por un entusiasmo ante la

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inminencia revolucionaria que luego sedemostró carente de fundamento. Sobrela eventualidad de una unión con la UGTlos sectores más moderados, como elasturiano Quintanilla, querían remitir alcongreso de unificación las condicionespara llevarla a cabo, mientras quePestaña ponía como única condición elcarácter apolítico de los sindicatos,pero la decisión final fue rechazarcualquier tipo de unión que no estuvierabasada en la pura y simple absorción.Por otro lado, la CNT se adhirió a laRevolución rusa y a la InternacionalComunista. En realidad, como acabaríapor demostrarse, en la CNT podía haber

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muchos pro bolcheviques temporales,pero el número de bolcheviquespropiamente dichos fue mucho menor yasí quedaría comprobado con el pasodel tiempo.

Todos estos antecedentescontribuyen a explicar la degeneraciónde la lucha sindical en puro y simpleterrorismo en la Barcelona de la primeraposguerra mundial. Hubo, además, otrosfactores, generales o locales, queacentuaron la derivación hacia él. Enprimer lugar, todos los testimonios delos ministros de la Gobernación o losgobernadores civiles de Barcelonainsisten en la extraordinaria debilidad e

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ineficacia del Estado de laRestauración, incapaz de enfrentarse conlos problemas de orden público. En1921 un diario barcelonés se hizo ecode una estadística aterradora: en los dosaños anteriores se habían producidounos doscientos atentados, pero sóloocho personas fueron condenadas porestos delitos, y de éstas sólo una lo fue amuerte (y resultó indultada). Era patentela inexistencia de una policía capaz deenfrentarse con el desorden público,ante todo por simple carencia deefectivos. Aunque el número de guardiasciviles se incrementó de formaapreciable (de 21.000 a 25.000 en los

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años de la posguerra) quienes debíanmantener el orden en las ciudades eranlos guardias de seguridad pero éstoseran tan sólo unos 4.000 en un país de20 millones de habitantes. En todoMadrid no pasaban de 1.500, la mitadde los cuales daba guardia a lasembajadas, y en Barcelona había unmillar, pero ciudades tan conflictivascomo Sevilla, Valencia o Bilbao apenastenían algo más de un centenar. Lapolicía era, además, defectuosa en suprofesionalidad y proclive a lacorrupción cuando no a la utilización deprocedimientos semejantes a los delterrorismo. En el ambiente de la guerra

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mundial florecieron bandas, como las deBravo Portillo y el llamado «barón deKoening», que alguna vez actuaron enbeneficio de los alemanes y que tambiénpudieron ser financiadas por un sectorde la patronal. Su papel fueprobablemente menos importante que elque se les ha solido atribuir: apenascausaron media docena de muertos y sedisolvieron pronto. Pero su principalapoyo, el gobierno militar, testimoniaque éste, cuando su actuación se hizoimprescindible (y eso sucedió de formafrecuente e inevitable, dada la ineficaciapolicial) no tuvo reparos en utilizarcualquier método. Uno de los altos

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mandos barceloneses, Milans del Bosch,llegó a escribir que «sabido es que lospolicías eficaces no se reclutan entre lossantos». Por otro lado, Barcelona ybuena parte de España tenía una largatradición de violencia en sus conflictossociales, que los sindicatos designificación anarquista tendían ajustificar como «actos dedesesperación». Esa condescendenciainicial acabó por convertirse en un fardopesadísimo para los sindicatos, sobretodo por no haberse librado de él en losprimeros momentos.

En estos momentos parece pocodudoso el hecho de que fue en medios

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anarcosindicalistas donde surgió lainiciativa de los atentados en torno a1917. Si la violencia se había diluido untanto pareció recrudecer al final de laguerra mundial. Los datos queconocemos dejan claro quiénes fueronprincipalmente culpables de losucedido. Hubo unos 250 atentadoshasta 1918 y en ellos las víctimas defiliación conocida fueron 35 patronos,17 capataces o encargados y 156obreros sin filiación frente a 9cenetistas. Parece, pues, evidente, que elcrecimiento de la CNT se hizo en unclima de violencia que revelan laspropias denuncias de la UGT.

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Esto no quiere decir que todos lossindicatos barceloneses o sus líderesapoyaran el terrorismo aunque, comoveremos más adelante, buena parte delos dirigentes mantuvieron una posiciónal menos ambigua respecto de él. Surápida eliminación a partir de laimplantación de la Dictadura de Primode Rivera parece demostrar su falta dearraigo real. Lo que convirtió estosprocedimientos en habituales fue unamezcla de seguridad en la revolución,aspereza de la lucha social, toleranciade la dirección sindicalista y existenciade personas dispuestas a ofrecerse parala comisión de atentados. Ángel Pestaña

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cuenta en uno de sus libros cómo recibióla propuesta de dos jóvenes de realizaratentados a cambio de que se cubrieransus gastos y los de sus familiares. Estetipo de ofertas debieron ser habituales:como casi siempre ha sucedido, losatentados fueron pensados y ejecutadospor grupúsculos de jóvenes que teníanpoco de sindicalistas y que enlazabandirectamente con la tradición anarquistaactuando a través de «grupos deafinidad», lo que les hacía difíciles deperseguir por la policía. Durruti dirigíauno de ellos, llamado El Crisol,mientras que García Oliver era el jefede otro denominado Los Solidarios. A

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ninguno de los más importantesdirigentes de los sindicatos cabeculparles de la comisión de atentados,pero sí de tolerancia respecto de ellos yde falta de capacidad de reacción frentea una táctica que hubiera debidodescubrirse como suicida. Las condenasfueran posteriores, pero entoncesresultaron tajantes. Buenacasa escribiómás tarde que «todos nos vimosenvueltos en el sucio torbellino eimposibilitados de reaccionar contra laola gigantesca de matones y vividores»,y Pestaña admitió que la CNT perdió, ala vez, el «control de sí misma» y el«crédito moral» que tenía. Sólo en 1920

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hubo un intento de rectificación, tímidoen exceso y que acabó en nada.

El resultado de esta desembocadurade la agitación social en terrorismoconvirtió a Barcelona en escenario deuna sangrienta batalla campal. Elmomento álgido de la misma fueron losaños 1920 y 1921, en que hubo delorden de trescientos atentados en cadauno de ellos, que concluyeron en unacincuentena de muertos en el primercaso y casi un centenar en el segundo.No sólo la capital catalana padeció estalacra pues proporcionalmente laviolencia, que apenas estuvo presente enMadrid, jugó un papel más importante en

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Bilbao, donde tenían preponderancia loscomunistas, y en Zaragoza, cuyasignificación mayoritaria era tambiénanarquista. Sin embargo, la mayorrelevancia política del fenómeno se dio,sin duda, en Barcelona. Allí padecieronla violencia política y social patronos yabogados de sindicalistas (Layret oUlled) pero, sobre todo, obreros, enparte porque el pistolerismo cenetistautilizaba la violencia para presionar alos posibles indisciplinados, perotambién porque, como respuesta a él,surgió un sindicalismo libre, que empleóidéntica violencia y del que másadelante se tratará. En efecto, más que

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de una lucha entre patronos y obreros setrató de un enfrentamiento violento entredos sindicatos, uno de los cuales tuvo, aveces, pero no siempre, protecciónoficial. Los dirigentes de los sindicatoslibres procedían de los únicos, a pesarde que tenían significación derechista ycatólica. De la «defensa armada» y elcolaboracionismo con los patronosacabaron pasando a una estrategiareivindicativa a partir de 1921. Con eltranscurso del tiempo el sistema deviolencia fue perfeccionándose yagravándose la situación: desde 1921aparecieron los atracos, queconvirtieron la violencia en un negocio,

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y ya en 1923 el pistolerismo se habíaprofesionalizado hasta tal extremo quela mitad de los atentados concluían convíctimas mortales. Ante esta situaciónhubo, desde luego, una reacción patronalque padeció de parecidos vicios ydesmesuras que la sindical. Empresariosde la construcción y del metal,principalmente medianos y pequeños,crearon una combativa federaciónpatronal, mucho más activa y expeditivaque el Fomento del Trabajo Nacional,dirigido principalmente por «lospropietarios de abolengo». Un futuroministro de Franco, Gual Villalbí,explica esta movilización como

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consecuencia de «un febril estadomotivado por el miedo» y deseoso deuna reacción, cualquiera que fuera. Si enmarzo de 1919 los sindicatos se habíanlanzado a una reivindicaciónimprudente, a fines de ese mismo año seprodujo un «lockout» patronal. Lasprimeras amenazas revolucionariascontribuyeron, además, a la creación delSomatén, es decir, una especie demilicia cívica, armada de fusiles, quellegó a tener 65.000 afiliados enCataluña, triplicando las cifras de antesde la guerra, y que representaba ytrataba de guardar el orden social. Porsupuesto esta milicia era burguesa y

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conservadora pero, situada bajo elcontrol de la autoridad militar, no tuvorealmente parecido con las bandasfascistas de Italia. Existieron gruposmínimos imitadores del fascismo, perosu influencia resultó casi nula. Comosabemos, ese sector patronal contribuyótambién a financiar bandas irregulares.

Fue el Estado —en la práctica, laautoridad militar— quien se enfrentófundamentalmente al terrorismo y lo hizode una manera que resulta, desde variospuntos de vista, muy criticable. Enprimer lugar se caracterizó, como erahabitual en la Restauración, por unavariabilidad e inestabilidad entre dureza

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y afán conciliatorio que no llegó a darningún resultado, agotando ambasposibilidades en un plazo demasiadocorto de tiempo. Las etapas deconciliación fueron demasiado brevescomo para que en ellas se pudieraconsolidar un sindicalismo reformista yen las de represión se emplearonprocedimientos al margen de cualquierlegalidad sin por ello obtener mejoresresultados. Representantes del primertipo de política fueron los gobernadoresAmado y Bas, y de la segunda el condede Salvatierra y, sobre todo, MartínezAnido. Este, a partir de fines de 1920,intentó «dar la batalla» al sindicalismo

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con sus propios métodos, lo que incluíala eliminación de los detenidos mediantela llamada «Ley de Fugas», fórmula queya otros militares habían sugerido. Detodos modos este procedimiento tan sólose utilizó poco más de una docena deveces a comienzos de enero de 1921.Brutal, e incapaz de darse cuenta de queuna cosa era el terrorismo y otra elsindicalismo, Martínez Anido, lejos demejorar la situación, la empeoró a cortoplazo, y en los veinte primeros días desu actuación como gobernador seprodujeron nada menos que 22atentados. No se preocupó de ocultar susprocedimientos: dijo que «apenas

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hablaba con el Gobierno» y admitióhaber recomendado a los «libres»liquidar diez adversarios por cadamilitante que perdieran. En un año deresponsabilidad sobre el orden públicoen Barcelona hubo casi 400 víctimas deatentados e incluso llegó a acusar a lasvíctimas de fingir que sus asesinatoshabían sido cometidos por obra de losguardianes del orden. Durante meses, lasclases dirigentes del país simularon nodarse por enteradas de tamañosprocedimientos. A lo sumo Cambólamentó que no se cambiara la ley deorden público en vez de seguir con unterrorismo blanco que admitía como

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habitual. La Lliga, que nutrió las filasdel Somatén, juzgó que mientras queexistiera el terrorismo sindicalista nohabía conflicto social que pudiera tenersolución normal en Barcelona. Pero siesa política de dureza y brutalidad noresolvió el problema terrorista tampocolo hizo la política más templada seguidaa partir de 1922, aunque entonces hubomenos violencia. A partir de fines deeste año rebrotó ésta y lo peor fue queahora se sumó a la preexistente, dandola sensación de no concluir nuncafavoreciendo, en definitiva, eladvenimiento del régimen dictatorial.De todos modos, no debe pensarse que

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la política estatal fuera únicamenterepresiva. Durante la primera posguerramundial hubo importantes medidasreformistas en el terreno social de lasque pueden citarse, a título de ejemplo,la creación del Ministerio del Trabajoen mayo de 1920 o la Ley de Accidentesde trabajo en enero de 1922. Gran partede estas medidas fueron auspiciadas porEduardo Dato, quien murió en 1921como consecuencia de un atentado que,al decir de Bueso, un dirigente sindical,fue «consentido» por los dirigentes de laCNT y financiado por las «cajassindicales». Si la inestabilidadcaracterizó a la política estatal, lo

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mismo cabe decir de la trayectoriacenetista, por su propia incertidumbre ypor las condiciones a las que se viosometida. Desde comienzos de 1920 laCNT llevó una vida peculiar, sinverdaderas reuniones colectivas en quesu dirección pudiera decidir unatrayectoria, acosada por la persecuciónindiscriminada y proclive a entregarse aun fútil violencia individual. De ahí losbandazos que experimentaron susplanteamientos. Después de haberdecidido no pactar con la UGT, en elverano de 1920 lo hizo con un criteriodefensivo que no fraguó al negarse lasegunda central sindical a ir a la huelga

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cuando se produjo, en noviembre delcitado año, el asesinato de Layret.También fue preciso rectificar la actitudde identificación con la InternacionalComunista. Si esta decisión se tomó enuna fecha muy tardía, verano de 1922,fue debido a que la persecución policialentregó la dirección del sindicalismo adirigentes de escasa experiencia y designificación totalmente ajena alanarquismo. Tanto Nin como Maurinprocedían del socialismo y sólo les uníaa la CNT un cierto sentido de urgenciarevolucionaria; ellos fueron losprincipales dirigentes de la CNT duranteel año 1921 y los que la mantuvieron en

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la práctica más vinculada al comunismoque a cualquier otra opción. Acomienzos de 1922 la situación cambiócon la salida de los dirigentes sindicalesde las cárceles en donde estaban. Enjunio de 1922 el congreso de Zaragozano sólo supuso la ruptura con elcomunismo sino también la adopción deuna línea, patrocinada por SalvadorSeguí, que volvía a ser más sindicalistaque anarquista. El congreso inclusollegó a aprobar una vaga «resoluciónpolítica» que demostraba lapreocupación de la CNT por losproblemas generales del país. Sinembargo, esta senda, que señalaba el

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inequívoco camino de la moderación, noduró mucho. Los sectores más radicalesse lanzaron inmediatamente a lasubversión insurreccional y a comienzosde 1923 el propio Seguí fue asesinado,quizá por ellos mismos. La pérdida deSeguí resultó ya irreparable: Buesoafirma que la CNT «quedó sin capitán»y también «sin rumbo seguro». AunquePestaña mantenía una posiciónsemejante, carecía de su prestigio y desu influencia. Entre 1917 y 1923 elterrorismo causó en Barcelona un millarde víctimas, de las que un 35 por 100, almenos, lo fueron por atentadosprovocados por los anarcosindicalistas

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que padecieron un 21 por 100, siendo elresto difícil de determinar. En estascondiciones, la CNT fue hundiéndose así misma en la impotencia y eldescrédito: no cesaban ni la agitación nilos atentados pero, a la altura deseptiembre de 1923 y ya desde 1922,sus sindicatos tenían una fuerza muyrelativa. No sería la última ocasión enque el ejercicio de la gimnasiarevolucionaria tuviera comoconsecuencia impedir la reforma y elpropio régimen liberal.

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El socialismo y elnacimiento del

comunismo

Como sucedió en el caso de laCNT, aunque en menor grado, también elsindicalismo y el partido socialistaexperimentaron un fuerte crecimientoinmediatamente después de la PrimeraGuerra Mundial. En su caso, sinembargo, tal fenómeno era lacontinuación de un proceso cuyosorígenes hay que remontar a la creaciónde la conjunción republicano-socialista.

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En la última década de siglo el PSOEapenas alcanzaba 5.000 votos mientrasque el SPD alemán se acercaba almillón y medio pero, sin que seprodujera un cambio esencial, lasituación mejoró considerablementepara el socialismo español en los añosde la Conjunción. En el momento delestallido de la guerra disponía ya deunos 40.000 votos, 14.000 afiliados yunos 150.000 miembros de la UGT.Gracias a la Conjunción habíaconseguido empezar a arrebatar alrepublicanismo —demasiado lejano ya acualquier tradición popular orevolucionaria y en exceso pactista con

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los monárquicos— los apoyos socialesque éste había tenido hasta el momentoen los medios urbanos y proletarios,medios donde el socialismo empezó aconstruirse una situación predominante.Había una minoría del partido, másradical, que criticaba la colaboracióncon los republicanos, que se quejaba delpersonalismo en la dirección o que sesentía irritada por el mantenimiento deuna permanente posición de esperarevolucionaria, pero carecía deverdadera influencia en la toma dedecisiones fundamentales.

En estas condiciones debeentenderse la posición del PSOE ante la

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guerra mundial, factor imprescindible asu vez para comprender el posteriorimpacto sobre él de la Revolución rusa.En un primer momento el PSOE mostróuna evidente desorientación ante elconflicto, para luego pasar de unaaliado-filia latente a otra postura másradical que consideraba «criminales» alas potencias centrales, favorecía laintervención norteamericana en elconflicto y afirmaba que, «en puroidealismo», el partido debía serintervencionista. Esta actitud chocódecididamente con la del anarquismo,que se manifestó contrario a los dosbeligerantes y que incluso propició en

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1915 la celebración en El Ferrol de uncongreso pacifista; el número de losanarquistas aliadófilos fue mínimo, encomparación con los del PSOE.También lo fue el de aquellossocialistas minoritarios que asimilabana los dos bandos en una común condenadel «imperialismo». Aunque algunosviejos dirigentes, como Acevedo, ointelectuales, como Verdes y Núñez deArenas, optaron por este tipo de postura,tan sólo los jóvenes socialistasmadrileños se identificaron con lasposiciones pacifistas y antimperialistasde las que en el resto del Occidenteeuropeo surgirían luego los partidos

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comunistas.Si todos estos antecedentes son por

completo imprescindibles para llegar acomprender la escasa implantacióninicial del comunismo en España hayque referirse de nuevo al crecimientodel partido y del sindicato socialistapara poder tener una visión completaacerca de la situación de ambos cuandollegó la noticia de la Revolución rusa.En los años de la posguerra mundial elsocialismo vio acrecentarse susefectivos en todos los frentes. En 1918la elección de los cuatro dirigentes de lahuelga de 1917 permitió la existencia deuna movida actividad parlamentaria, no

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reducida tan sólo a Iglesias. Sinembargo, en 1920 los sufragiossocialistas se reducirían a la mitad,disminuyendo también el número dediputados; con todo, el PSOE tenía yainfluencia en algunas ciudades como,por ejemplo, Madrid, donde conquistó,ese mismo año, siete concejalías (teníacasi 600 en toda España). Pero, contodo, son más expresivas las cifras deafiliación. En la primera posguerramundial el número de afiliados al PSOEllegó a superar los 50.000,cuadruplicando sus efectivos, mientrasque los de la UGT rondaban los250.000. Resulta de especial

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importancia el medio geográfico ysocial donde se produjo estecrecimiento; tres cuartas partes de losnuevos efectivos procedían deAndalucía, Extremadura y Levante, esdecir, zonas de nueva implantación delpartido en un mundo para él infrecuente,es decir, el rural. En efecto, el PSOEhabía comenzado a preocuparse de lapolítica agraria que hasta el momentoconstituía un aspecto inédito de suprograma. Tan sólo Unamuno, unsocialista heterodoxo, lo había hechohasta que a comienzos de la segundadécada de siglo se ocupó de estacuestión Fabra Ribas, quien redactó un

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programa reformista que sería adoptadopor el partido en 1918 y que coincidíacon los programas agrarios puestos enpráctica en la Europa de la época. Deesta manera el socialismo españolempezó a experimentar una implantacióncreciente en comarcas en las que nohabía penetrado hasta el momento: enMálaga, por ejemplo, la significaciónanarquista de la serranía de Ronda fuecompensada por la socialista en VélezMálaga y en el valle del Guadalhorce.

Existe otro rasgo importante en estanueva afiliación al PSOE: el caráctercolectivo que tenía, hasta el punto deque en Andalucía la afiliación colectiva

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duplicaba a la individual. Este hechoplantea la posibilidad de que en laagitación social de la posguerra hubierauna politización intensa de muchassociedades obreras, lo que las llevaba auna vinculación con un partido cuyosprincipios no conocían suficientemente ycuya estrategia gradualista podían nocomprender en absoluto. De hecho, en elPSOE hubo una mayor receptividadhacia el comunismo que en la UGT. Hayindicios, por otro lado, de que estainterpretación es la correcta si tenemosen cuenta, por ejemplo, la volatilidad dela adscripción al socialismo de esosnuevos afiliados: mientras que la UGT

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estabilizó su afiliación en una cifrasuperior a los 200.000 (1923), losmiembros del PSOE eran ya sólo 9.000.En Andalucía, por ejemplo, en elperiodo 1921-1923 el número desocialistas pasó de 22.000 a tan sólo1.300. En Granada fue elegido en 1919como candidato socialista Fernando delos Ríos, pero cuando tuvo lugar unanueva consulta electoral al añosiguiente, los sindicatos localesafirmaron que el «sufragio eraembustero e inmoral». Todos estosantecedentes son imprescindibles paracomprender el impacto de la Revoluciónrusa en España, pero todavía es

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necesario alguno más. El rasgo decisivodel PSOE en la época era una mezcla,aparentemente contradictoria, entre unosprincipios revolucionarios y unapráctica habitual reformista. Lo que seha denominado «pablismo» venía a serefecto de la situación de un partido quesentía la obligación de seguirmostrándose revolucionario (entre otrosmotivos podía hacerlo por su escasarelevancia política), pero cuya praxisera, de hecho, reformista. Al mismotiempo, su debilidad teórica le hacíaidentificarse con una visiónempobrecida del «guesdismo» que, a suvez, era una caricatura del marxismo.

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Así se explica que los dirigentessocialistas no escatimaran en estosmomentos declaraciones que habríansido impensables en mediossocialdemócratas: el propio Besteiro seidentificó con la dictadura delproletariado como camino hacia la«verdadera democracia socialista» y Delos Ríos afirmó que «el sistemabolchevista ha fracasado pero laRevolución no ha podido fracasarporque todavía está desarrollándose».Esta «tenacidad revolucionaria» dequienes ejercieron la dirección delPSOE, y que siguieron manteniendodespués de la escisión comunista, tenía,

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sin embargo, muy poco que ver con elcontenido de las decisiones de loscongresos del partido. En el celebrado afines de 1918 se revisó el contenido delprograma mínimo del partido y sepropuso la abolición de la monarquía,del Senado tal como existía hastaentonces y del presupuesto de culto yclero, todo lo cual podía ser suscrito porcualquier republicano. Se mantuvo,además, la Conjunción republicano-socialista siendo el único rasgo deradicalismo, siguiendo una propuesta deBesteiro, la decisión de que lossocialistas no colaborarían en ningúngobierno «burgués» a pesar de que, caso

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de existir uno de izquierdas,pretendieran mantener «una influenciadecisiva», pero «desde fuera». En plenadiscusión, en el seno del partido, de laposibilidad de afiliarse a la IIIInternacional (la comunista), durante1920 se elaboró un nuevo programacuyo contenido reviste los mismosrasgos reformistas ya mencionados:creación de consejos técnico-económicos, incremento de escuelasprimarias, establecimiento del segurocontra el paro y salario mínimo…, etc.En esta actitud revolucionario-reformista no había verdadera diferenciaentre los principales dirigentes del

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PSOE y de la UGT, Besteiro e Iglesias,a pesar de que sus discrepanciaspersonales aparecieran en ocasionessobre cuestiones tácticas o estratégicas.En definitiva, uno y otro actuaban comosi Berstein tuviera razón, pero pensabancomo Kautsky.

Todo cuanto antecede contribuye aexplicar el impacto de la Revoluciónsoviética en España en lo que atañe alos socialistas. En un primer momento,porque la actitud del PSOE eramanifiestamente aliadófila, recibió conmuchas reticencias la noticia de losucedido en Rusia. «Con amargura» serefirió al tema El Socialista, calificando

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a la revolución de «inoportuna y acasofunesta» y, sobre todo, deseando quefuera «poco duradera». En estos tiemposla identificación de los socialistas conWilson era tan grande que Araquistain lellamaba «poeta». Paradójicamente, encambio, la primera recepción de losacontecimientos en los mediosanarquistas fue mucho más positiva.Triunfante ya el nuevo régimencomunista, la agitación social de laposguerra y el revolucionarismo teóricode los socialistas les llevaron a «saludarcon entusiasmo» la victoria de losbolcheviques. Desde finales de 1918empezaron a aparecer publicaciones

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filo-bolcheviques en los mediosjuveniles e intelectuales de la izquierdasocialista. La Palabra, La Batalla y LaInternacional fueron las másimportantes; en la última escribían, porejemplo, García Quejido y Núñez deArenas, quizá las personalidades másconocidas entre los partidarios de laRevolución de 1917. Publicaciones decontenido semejante surgieron tambiénen los medios anarquistas condenominaciones como «El Bolchevista»o «El Maximalista».

Durante bastantes meses la posiciónde estas publicaciones de escasadifusión pareció poder triunfar en el

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seno del socialismo. En diciembre de1919 un primer Congreso del PSOEtrató de la cuestión de la posibleafiliación a la III Internacional. Por vezprimera el sector situado más a laizquierda en el seno del partidoconsiguió una victoria significativa,consistente en la ruptura de laconjunción republicano-socialista.Ahora se intentaría «buscar el triunfosobre la burguesía en la adhesión de losnúcleos obreros que todavía nopractican la lucha política», pero lacandidatura izquierdista a la direccióndel partido apenas obtuvo el 4 por 100de los votos en el congreso. En cambio

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no cabe la menor duda de que si hubierahabido un referéndum acerca de laRevolución rusa el triunfo abrumador lehubiera correspondido a la posturafavorable. Hubo tres propuestas alrespecto: la primera, redactada porNúñez de Arenas, postulaba la pura ysimple afiliación a la Internacionalcomunista; una segunda, auspiciada porPérez Solís, pedía que se mantuviera lavinculación con la II Internacional peroque, en su seno, se intentara la fusióncon la comunista, y la tercera,patrocinada por los delegadosasturianos, que triunfó definitivamente,implicaba el ingreso en la III

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Internacional en caso de que no hubieraacuerdo definitivo entre ella y la II. Porsu parte, los anarco-sindicalistas, querealizaban en aquellos mismosmomentos su congreso, parecieron versólo los aspectos libertarios de laRevolución. Entre ellos había pocosbolcheviques pero, en cambio, muchosfilo-bolcheviques en función delactivismo revolucionario que se atribuíaa esa posición.

Medio año después, en junio de1920, durante un nuevo Congreso, lasituación parecía seguir siendo propiciaa los partidarios de la Revolución rusapuesto que apenas hubo oradores

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favorables a la Internacional socialistamientras que la decisión adoptada seidentificaba, aun con significativosdistintos, con la Revolución acontecidaen el otro extremo de Europa. La mocióntriunfante fue redactada por personas tandiferentes como De los Ríos y Acevedoy suponía la autonomía táctica delPSOE, que además revisaría lasdoctrinas de la III Internacional en susCongresos aunque se uniera a ella y, deacuerdo con lo propuesto por Iglesias,seguiría participando en las consultaselectorales en España. De todos modos,la decisión definitiva se remitía a lacelebración de un viaje de Anguiano y

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De los Ríos a Rusia. Significativo fuetambién que la UGT, que no teníaurgencia en adoptar una posicióntaxativa porque todavía no se habíaconstituido una central sindicalcomunista que pudiera competir conella, se pronunciara, de la mano deLargo Caballero, en sentido favorable ala permanencia en la II Internacional. Aestas alturas existía ya en España unpequeño partido comunista. En realidadLenin no tenía ningún interés especial enEspaña, lo que explica que cuandoapareció en ella un emisario de la IIIInternacional, Borodin, en enero de1920, fue por casualidad y el viaje duró

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tan sólo dos semanas. El apoyo quelogró fue, además, escaso: lo tuvo entrelas Juventudes Socialistas, algunos decuyos dirigentes dieron una especie degolpe de mano en el seno de la directivay convirtieron el semanario oficial deese organismo en El Comunista. Lacaracterística de este primer partidocomunista fue una actitud ultra-izquierdista y antiparlamentaria, lavoluntad de actuar como grupo depresión sobre los sindicatos obreros yuna imposibilidad efectiva de hacerlo,en parte por lo reducido de sus efectivos(unos centenares de militantes) ytambién por la condición no obrera de

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los dirigentes. En estas condiciones,durante las primeras semanas de 1921tres delegaciones de dirigentessindicalistas españoles fueron a Moscúpara entrevistarse con los supremosresponsables de la Internacionalcomunista. La primera estaba formadapor Merino, principal dirigente del PC,que, como es lógico, obtuvo todo elapoyo de los directivos de laInternacional comunista. Máscomplicado era el panorama para lasotras delegaciones y, consiguientemente,también resultó su viaje más azaroso ymás divergente la imagen que trajeronde la Revolución rusa. Ángel Pestaña

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fue el emisario de la CNT y tuvo laoportunidad de hacer gala en Rusia deun izquierdismo ácrata queaparentemente se contradecía con suposición posibilista en el seno delsindicalismo. Como el resto de losdelegados de procedencia anarquista,criticó con dureza la centralizaciónsindical y la tesis de que el partidocomunista era la única posibilidadrevolucionaria. Como además viajódurante un mes por Rusia y encontródificultades para que se aceptara la libreexpresión de sus puntos de vista, sujuicio resultó plenamente condenatorio:el supuesto carácter libertario de la

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Revolución a sus ojos se habíadesvanecido, pero no pudo transmitir suopinión de inmediato, sino muchotiempo después, debido a las peripeciasde su regreso a España, lo que explicaque la CNT siguiera afiliada a laKomintern nada menos que durante unaño y medio más. La perplejidad inicialde los socialistas fue mayor y por esohabían enviado a dos emisarios: De losRíos, que representaba la posición másopuesta a la Internacional comunista, yAnguiano, la más favorable. De todosmodos, lo ya decidido por el PSOE erauna adhesión, aunque condicional, alnuevo internacionalismo comunista. Ya

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en Berlín, sin embargo, descubrieron lasveintiuna condiciones impuestas porLenin, entre las que figuraba la sumisiónsin réplica a las directrices de Moscú yel rechazo de la legalidad burguesa. EnRusia, De los Ríos sorprendió aZinoviev al declararse reformista, perotodavía quedó más perplejo él mismocuando Lenin le preguntó: «La libertad¿para qué?». En España, cuando fueronconocidas las condiciones de admisión,motivaron un repudio generalizado. «Amí no me dirigen desde Moscú»,aseguró Prieto. Con todo, la cuestión noestaba ni mucho menos resuelta, dada lainicial victoria de aquella a la que se

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denominaba posición «tercerista» o«moscutera». A la habitual afirmaciónrevolucionaria de la mayor parte de losdirigentes socialistas hubo que sumar laincorporación al comunismo de algunosantiguos líderes como Acevedo, o deotros más jóvenes, como Pérez Solís. Enestas condiciones sólo el hecho de quelos dirigentes más importantes del PSOEse lanzaran en contra de la opcióncomunista explica la derrota de ésta.Incluso se ha llegado a afirmar que sihubiera muerto Pablo Iglesias esprobable que el PSOE hubieraconcluido en la III Internacional, pero nofue así sino que pudo dirigirse al

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congreso del partido en un sentidoclaramente anti-tercerista. De los Ríosempleó los argumentos relacionados conla libertad asegurando que en Rusia sevivía «como en un presidio», LargoCaballero aseguró que la adopción deuna posición comunista podía concluircon la separación de la UGT que éldirigía y Besteiro, con dureza, presentóla situación como producto de un «motínde oficiales contra lo que creen elgeneralato». En definitiva el PSOE, aundeclarándose partidario de laRevolución rusa, se negó a ingresar enla III Internacional.

Tras haber resuelto tan peliaguda

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cuestión, el socialismo español salió deella decepcionado y dividido. En esteúltimo congreso sólo estuvieronrepresentados una cuarta parte de losafiliados y, además, trajo consigo unanueva escisión pues una parte de losderrotados formó el Partido ComunistaObrero Español (PCOE). Compuestopor antiguos dirigentes del sindicalismosocialista, de mayor edad que losmiembros del primer partido comunista,pero de condición obrera, el PCOE tuvosu enemigo más evidente en quienes lehabían precedido en la senda comunista.La diferencia esencial era de talante yno pudo ser superada ni siquiera por el

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procedimiento de conceder una ciertasupremacía al primero de los partidoscomunistas que hubo en España. A finesde 1921 tuvo lugar la fusión de las dosorganizaciones, creando un directorioformado por seis miembros del PCOE ynueve del PC, pero la unión definitivasólo tuvo lugar en marzo de 1922. Enesta última fecha había ya perdido laúltima oportunidad para conseguir unamplio apoyo en España, al serdesplazados de la dirección de la CNTlos sindicalistas de tendencia pro-comunista que hasta el momento habíanestado en su dirección y volver al poderen dicha organización los que, como

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Pestaña, repudiaban cualquier tipo deconcomitancia con el comunismo. Por sifuera poco, la estrategia seguida por losdirigentes del movimiento comunista fueradicalmente subversiva, en especialdespués del desastre de Annual, y laduplicidad de procedencias de losmilitantes tuvo como consecuenciainevitable el faccionalismo. A fines de1922 los comunistas, cuyo empleo de laviolencia se había hecho habitual enalgunas de las zonas en que tenían mayorimplantación, como Bilbao, fueronacusados de provocar una muerte en elcongreso de la UGT y perdieron, yadefinitivamente, la posibilidad de

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ejercer una influencia de ciertaimportancia en el sindicalismo español.A la altura de 1927 un país comoEspaña, que durante meses se habíavisto poderosamente agitado por elimpacto de la Revolución soviética,tenía un PCE poco unido yextremadamente sectario, con tan sólounos 500 militantes.

La razón de esta paradoja estriba enque para la Komintern España no fue tanimportante: estaba demasiado lejana ypoco podía influir en losacontecimientos mundiales. Además, elcomunismo español tardó en nacer y esominó sus posibilidades. Pero existe

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todavía una razón complementaria queresulta más decisiva. En toda Europa lospartidos comunistas surgieron en lossectores más radicales del movimientoobrero que habían evolucionado hacia lasocialdemocracia o hacia el purosindicalismo abandonando originariasposiciones ácratas, pero en España talevolución no era posible por la sencillarazón de que ni la CNT perdió sucomponente ácrata ni tampoco el PSOEpodía caracterizarse por un reformismoque lo hubiera integrado en lasinstituciones liberales. El radicalismode los dos movimientos cerraba elcamino a cualquier eventual influencia

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comunista.Para concluir, es preciso recordar

que el papel fundamental de laRevolución rusa y el comunismo en laHistoria española de la época consistióen provocar un miedo que la existenciade una profunda agitación social y unterrorismo anarquista multiplicó deforma exponencial. Estuvo, en efecto,muy presente en la mentalidad de lasclases dirigentes de la España delmomento, incluido el Rey. Nos interesade modo especial, no obstante, la actitudde los patronos, en especial de cara almantenimiento del sistema parlamentarioliberal. Hasta hace relativamente poco

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no se ha tomado en consideración (niinvestigado) este importante factor en elconflicto social. Fue frecuente, enefecto, en la Europa de la época laaparición de una propuesta decorporativismo como vehículo parasuperar, mediante la asociaciónvoluntaria o forzosa, la conflictividadsocial con la ayuda del Estado. EnEspaña algunos sectores patronales,principalmente la Federación Patronalde Barcelona, defendieron esa tesis, consindicación forzosa de los trabajadoresy a menudo con un talante políticoautoritario; actitudes parecidas esposible encontrarlas también en la Unión

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Comercial sevillana. Sin embargo,conviene no exagerar la importancia deestas actitudes, producto, sin duda, deltemor a la revolución. Hay que tener encuenta, en primer lugar, que aunque laafiliación patronal creció mucho en losaños de la posguerra —se cita la cifrade 700.000 personas pero hay que teneren cuenta que en su mayoría eranpequeños propietarios rurales— ni lamovilización fue absoluta ni tampocoúnica. Hubo un elevado pluralismopolítico de actitudes. En el campo, losintereses de agricultores y ganaderos searticularon a través de los partidos delturno, conservadores (Eza) o liberales

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(Gasset). Existió una patronalmesocrática —la ConfederaciónGremial Española— que mantuvoposiciones claramente liberales y aunrepublicanas moderadas en el caso dealgunos de sus dirigentes. Las Cámarasde Comercio se mantuvieron también enel ámbito del régimen con parecidatónica. Incluso cabe preguntarse si elcorporativismo no fue, en los sectoresmás radicales de los patronos, unfenómeno circunstancial y tan sóloreactivo, producto de la conflictividad.De cualquier modo, el corporativismo,en una manifestación templada, puedeconsiderarse como un rasgo de época

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que apareció en las más diversasopciones, desde Maura a Romanones, ysiempre dominó en él, de acuerdo contesis krausistas y católicas, una clarapreferencia por el sindicato libre, aunsometido a una instancia corporativasuperior. Pero, al menos, lamovilización de los intereses patronalescontribuyó a debilitar la ya escasarepresentatividad de intereses delsistema de la Restauración. Así como lamovilización sindical se produjo encontra o al margen del sistema político,la de los patronos fue también poridéntico camino, con el resultado decontribuir de forma poderosa a su

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destrucción.

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El catolicismo social ypolítico en la

posguerra

Poca o ninguna era la relación o elparalelismo que podía existir en laépoca entre el catolicismo y elmovimiento sindical socialista oanarquista, pero tiene sentido aludir alprimero en este momento porque, a finde cuentas, se trataba también de uno delos elementos capacitados paramovilizar la sociedad española,introduciendo en ella un componente

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modernizador. La mejor prueba de elloes que así sucedió en otras latitudesrelativamente cercanas (por ejemplo, enItalia). Circunstancias objetivas como elmiedo a la revolución, el temor a unapolítica liberal identificada con ellaicismo, la descomposición delparlamentarismo de la Restauración o elcrecimiento de los grupos políticosradicales podían ser también otrostantos factores de importancia comoacicate a la presencia de los católicosen la vida pública y social española. Dehecho, como veremos, al menos unaparte de esta movilización política seprodujo en torno a los años de la

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Primera Guerra Mundial, aunquerevistió una evidente modestia, al menosen comparación con lo acontecido enItalia y de cara a una modernizaciónsemejante a la de este país. Como ya seha advertido, si la obra del jesuita padreVicent podía considerarse en excesopaternalista, en torno a la segundadécada del siglo XX habían idoapareciendo los gérmenes de unverdadero sindicalismo de inspiracióncatólica. Ya se ha citado, páginas atrás,al también jesuita padre Palau, principalpatrocinador de la Acción SocialPopular, cuyo propósito eran tanobviamente imitativo de experiencias

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del catolicismo de otras latitudes quedenominaba a su entidad el Volskcereinhispanoamericano y decía quererconvertir a Cataluña en «una especie deBélgica». En realidad no se trataba deuna asociación política o sindical, sinoreligiosa, pero hubiera podido ser, conel transcurso del tiempo, lo uno y lootro. La caracterizó una indudablemodernidad en los mediospropagandísticos y de prensa. Palau nopuede ser descrito como unapersonalidad especialmente avanzada enel panorama del catolicismo socialcontemporáneo, pues, por ejemplo,seguía creyendo en la viabilidad de los

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sindicatos mixtos, pero probablementefue quien llevó a cabo una labor depropaganda más persistente y activa. Ladesaparición de toda la obra de Palau enotoño de 1916 estuvo motivada por unacreciente prevención en los mediosvaticanos en contra del supuesto«modernismo» en el terreno social ypolítico de parte de las obras socialesinspiradas por la Compañía de Jesús. Aljesuita catalán se le acusaba, además, depromover disputas públicas y de gastaren exceso en una obra de propagandacuya utilidad decía no descubrirse. Perolas prevenciones en contra de Palaunacían de un temor absolutamente

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desproporcionado en torno a suheterodoxia. La paralización de suactividad arruinó gratuitamente uno delos posibles reductos de movilizacióndel catolicismo español. Palau setrasladó a Argentina y las nuevasentidades que sustituyeron a lasorganizadas por él en Barcelonademostraron ser ficticias y carentes deapoyo popular. Testimonio de la realinocuidad de su posición nos loproporciona el hecho de que, desde estepaís, se negara a colaborar con otropropagandista social católico, Arboleya,a quien reprochó su «vehemencia» y suafán polémico (de «sacar al sol ropa

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sucia»). Resulta probable que sucondición de jesuita explique esavoluntad de plegarse de forma estricta ala más rígida de las disciplinas delVaticano.

Más próximas al sindicalismoindependiente respecto de los patronosfueron las asociaciones inspiradas porlos dominicos Gerard y Gafo y por elcitado canónigo ovetense Arboleya.Gerard, como sabemos, inició su laboren Jerez, en 1910, en plena agitaciónanticlerical y en contacto con alguna delas principales familias de la oligarquíalocal. Sin embargo, desde muy pronto suacción se caracterizó por un manifiesto

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tono reivindicativo que repudiaba unacivilización no cristiana desdepresupuestos tradicionalistas pero queconcebía el sindicato como «uninstrumento poderoso de mejora social».Su intervención en la Semana Social dePamplona en 1912 ya motivó laprevención de los sectores mástimoratos, entre ellos sus propiossuperiores. Esto, unido a la reticenciacon respecto al uso de fondos sindicalespor parte de sacerdotes, explica quedurante algún tiempo, cuando lossindicatos por él inspirados alcanzabanya 5.000 afiliados, fuera retirado de laacción social. A diferencia de los

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antiguos círculos católicos, losimaginados por Gerard eranindependientes de los patronos ypracticaban acciones reivindicativas quehubieran podido renovar al conjunto delcatolicismo social; entre ellasdefendieron siempre la huelga. Parecidaactitud era la de las iniciativassindicales surgidas de los medios entorno a Arboleya, que había fundado enAsturias una casa del pueblo y unsindicato obrero independiente, despuésde haber viajado por Europa, becadopor la Junta de Ampliación de Estudios,para tomar ejemplo de la acción llevadaa cabo allí por los católicos. Arboleya

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lamentaba que todavía hubiera círculoscatólicos cuyos locales pagaban laspropias empresas y donde «algunastardes bostezan y se aburren unoscuantos obreros dignos de la Laureadade San Fernando». Sin embargo, estetipo de entidades seguían teniendo elapoyo de la mayor parte de la jerarquíaeclesiástica, estando además apoyadaspor el catolicismo social español derasgos más paternalistas. El marqués deComillas y sus colaboradores, quecontaban con la fortuna de una personacomo él, uno de los capitalistas másdestacados de la España de la época,consideraban la propiedad, en la

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práctica, como un derecho absoluto,pensaban que la resignación cristianapodía ser un medio para remediar lacuestión social y se negaban a aceptar lahuelga como instrumento reivindicativo.

Hubo, sin embargo, un momento enque pudo existir la sensación de queaquella tendencia más modernizadorapodía llegar a triunfar. En 1915 sereunió en Valladolid una asamblea dequienes hasta el momento habíandesempeñado un papel importante en laacción social católica y se redactaronlas bases para una unión. El propioprimado, cardenal Guisasola, parecióapoyar este propósito, poniendo como

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ejemplo lo acontecido en Bélgica.Además, publicó una pastoral tituladaJusticia y caridad, en la que se defendíala licitud del sindicalismo puro y lahuelga, y contenía frases como lassiguientes: «No hemos de ser nosotros,los católicos, quienes pongamosobstáculos a cualquier cambio, porradical que sea, si tiende a distribuirentre el mayor número posible losbienes de la tierra». Sin embargo, afines de 1916 se produjo el súbitocolapso de las iniciativas unitarias y laconsideración como peligrosos deaquellos sectores más avanzados. Almismo tiempo que desaparecía la labor

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de Palau en Barcelona se puso tambiénsordina a la de Gerard y se impidió unaacción unitaria, cuyos efectos podríanhaber sido, sin duda, muy positivos. Lossectores más avanzadosresponsabilizaron a los jesuitas, almarqués de Comillas y a los patronospor lo ocurrido, pero parece que fue lapropia influencia del Nuncio Ragonesi,así como el ambiente ya aludido de lafase final del pontificado de Pío X, losque explican lo sucedido. Las entidadesficticias creadas por Comillas y suscolaboradores siguieron siendoconsideradas como las ortodoxas porexcelencia aunque, en realidad, quien

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las patrocinaba era tan bienintencionadocomo ignorante en temas doctrinalessocial-católicos: hubiera queridosuprimir las referencias a los sindicatosen Justicia y caridad y, según susadversarios, carecía de otrascapacidades para la tarea quedesempeñaba que no fueran las nacidasde su fortuna.

En cierta forma la contienda entreestos dos sectores fue, en parte, unaguerra entre órdenes religiosas, pues elsector más propiamente sindicalistalogró apoyos entre dominicos yagustinos mientras que el «comillismo»lo tuvo entre los jesuitas. En general

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estos últimos mantenían, incluso a estasalturas, una actitud más reticente frenteal sistema liberal de la Restauraciónrespecto del cual eran más tolerantes losprimeros, influidos por la renovacióndel «tomismo». En 1916 los sindicatosinspirados por Gerard crearon unafederación que en 1918 celebró unsegundo congreso y adoptó ladenominación de sindicatos católicoslibres. Otro dominico, Gafo, fue suprincipal inspirador desde una ópticaque, no siendo nada revolucionaria, eraclaramente reivindicativa y poco teníaque ver con los patronos. DesaparecidoGerard en 1919 su sucesor consiguió

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asentar una influencia importante en lamitad norte del país, en especial enNavarra, País Vasco, Zaragoza yPalencia. Sin embargo, el «comillismo»siguió teniendo una influencia en lajerarquía eclesiástica que nada tenía quever con la que podía alcanzar en losmedios obreros. Un ejemplo puedeilustrarlo. Un jesuita nada innovador enla propaganda social, el padre Nevares,organizador de los sindicatos católicosen Valladolid, vio censurada por supropia orden un texto suyo en el quehabía defendido la tesis de que de queera necesario socorrer, bajo pena depecado mortal, a quien estuviera en

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necesidad grave, tal como FranciscoSuárez había defendido en el siglo XVII.La primera posguerra mundial, con lamovilización generalizada de lossindicatos de todas las tendencias y elmiedo entre las clases conservadoras auna oleada revolucionaria, hubierapodido favorecer el desarrollo de unimportante sindicalismo de inspiracióncatólica. Hay que tener en cuenta que enestos momentos, después de una etapainicial en la segunda década del siglo,apareció, o alcanzó especial relevancia,una generación de pensadores católicosque se intitulaban «demócratascristianos». En realidad, esta expresión

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no tenía para ellos un verdadero sentidopolítico pero sí indicaba un deseo dellegar a las masas, de aceptar unreformismo social con contenidosprecisos, aceptando procedimientosreivindicativos como la huelga yproponiendo fórmulas originales muy encontacto con experiencias de más allá denuestras fronteras. Su labor tuvo uncarácter fundamentalmente intelectual,ejerciéndose a través de las semanassociales. En 1919 surgió el denominadoGrupo de la Democracia Cristiana, queaglutinó a todos estos pensadores ypropagandistas. Su obra literaria fuemuy abundante, y muchos de ellos

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colaboraron en el Instituto de ReformasSociales, pero, salvo contadasexcepciones, apenas se tradujo en lapráctica con la configuración de unpotente movimiento social católico.

De todas las iniciativas surgidas enesta época en el campo social católico,sin duda la más importante fue larelativa al sindicalismo agrario. Comosabemos, fue la Ley de 1906 la quepropició el surgimiento de estasentidades que, poco a poco, fueronextendiéndose por buena parte de laPenínsula. La labor de crear entidadesde mayor amplitud que las puramenteprovinciales se intentó en 1912 durante

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una asamblea celebrada en Palencia,verdadero centro del sindicalismocatólico agrario, con la presencia deÁngel Herrera; ese mismo año el nunciodictó unas normas sobre el sindicalismocatólico y en 1915 se creó la Federaciónde Castilla la Vieja. Finalmente, en1917 fue fundada la ConfederaciónNacional Católica Agraria (CONCA),que en 1920 se atribuía nada menos que600.000 afiliados, un número muysuperior a los de la UGT y sólocomparable a los de la CNT. Se debetener en cuenta, sin embargo, que estaafiliación significaba cosas diferentes enunos sindicatos y otros. Los sindicatos

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católicos agrarios proporcionabanservicios crediticios, facilidades paracomprar abonos, comercialización deganado, cooperativas, asesoramientotécnico y apoyo a través, por ejemplo,de la creación de fábricas de harina omataderos. Muchos de sus dirigentes nofueron proletarios o pequeñoscampesinos: en los sindicatos agrariosgallegos, por ejemplo, el 35 por 100eran propietarios y otro 23 por 100profesionales liberales o funcionarios.Por otro lado, no carecieron de algúntono reivindicativo. Monedero, suprincipal dirigente laico, era un granpropietario palentino, pero, cuando fue

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director general de Agricultura en elgabinete de Maura en 1919 propuso lareconstrucción de la propiedad comunaly la expropiación de las fincas derecreo. Para él era posible hacer lareforma «con los ricos», y también sinellos, pero la protesta social podía tenercomo consecuencia que finalmente sehiciera contra ellos. De todos modos, elsindicalismo católico tenía fuerza ysignificación muy variadas según laszonas geográficas. En Castilla la Vieja,La Rioja, Aragón y parte de Levantetuvo un arraigo muy importante queluego se traduciría en el voto a laderecha católica durante los años

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treinta. En Andalucía, en cambio, con laexcepción de determinadas poblaciones,como Montilla, el sindicalismo agrariofue ficticio y puramente reactivo frenteal peligro revolucionario. De cualquiermodo parece que el ápice de laafiliación sindical católica en el campose produjo durante los años veinte,disminuyendo con posterioridad. Aunasí no cabe poner en duda que debiótener repercusión en el mundo políticodurante los años treinta. En Asturias, porejemplo, de los 300 sindicatos, 200 erancatólicos y sólo 14 socialistas, lo quesin duda explica el voto rural de estaregión. El aspecto menos positivo del

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sindicalismo católico durante esta épocaconsistió en su incapacidad para ellogro de la unidad en otros sectores queno fueran el agrario. A estas alturas latendencia representada por el«comillismo» estaba ya totalmentesuperada por los acontecimientos; sólo«cosas ridículas, insubstanciales yñoñas» podrían salir de este sector, aldecir de uno de sus adversarios. Habíaya, por tanto, la posibilidad de llegar ala constitución de una central sindicalunitaria, destinada al trabajador nocampesino, que merecieraverdaderamente ese título. En febrero de1919 se iniciaron las gestiones para

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llegar a la unión de los sindicatos deinspiración católica. La base esencialconsistió en una cierta aceptación delprincipio de confesionalidad, siempreque los sindicatos aceptaran su funciónreivindicativa. En abril se reunierondelegados de 235 sindicatosrepresentando a 60.000 trabajadores.Sin embargo, la reunión no concluyó deforma positiva. «Se ha perdido todo yparticularmente la mejor ocasión», pudoescribir Arboleya. A lo largo de losprimeros años de la década de losveinte menudearon las polémicas acercade la posible configuración delsindicalismo católico español. Mientras

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que los más avanzados acusaban a losmás conservadores de querer resucitarlos gremios, como quien quiere resucitarlas «carabelas colombinas», o de que,«faltos de moros a los que combatir, lohacen con los cristianos», los segundosllegaron a denunciar en Roma laspresuntas heterodoxias del Grupo de laDemocracia Cristiana. Si pareceindudable que al sector más avanzado lecorrespondía la razón en lo que respectaa sus planteamientos fundamentales, almismo tiempo debe tenerse en cuentaque, en un importante aspecto, cometióun grave error: la colaboración con elsindicalismo libre surgido en Barcelona

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a partir de 1919-Los sindicatosdenominados «libres» surgieron enBarcelona a partir de octubre de 1919en medios carlistas, idénticos a los quehabían apoyado en otro tiempo a Palau.Hay que considerar que la influencia delcarlismo en Cataluña fue muy grandehasta fecha muy avanzada, como lodemuestran la procedencia de algunoslíderes catalanistas y los mismosresultados electorales. Todavía en 1900tuvo lugar un ataque a Badalona de unapartida carlista. En el medio urbanobarcelonés existió un carlismo radical,muy áspero contra la burguesía yreivindicativo en lo social. Sus tesis,

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conservadoras en muchos aspectos,tenían también un componente verbalrevolucionario que podía carecer decoherencia pero que resultó atractivo auna parte de la clase obrera catalana. Deprocedencia católica, el sindicalismodel Libre barcelonés no fue confesionalni estuvo dirigido por eclesiásticos ymantuvo una posición casi siempreviolenta en contra de la CNT. Esprobable que fuera la CNT quieniniciara la guerra intersindical pero elLibre respondió con entusiasmo,animado por un Martínez Anido que loprotegió sin ningún titubeo. En la luchasindical diaria el Libre consiguió

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finalmente, por la violencia pero no sólomediante ella, atraerse a una porciónimportante de la clase obrerabarcelonesa. Lo logró porque el ideariode los dirigentes del Libre no setransmitía de forma necesaria a unosafiliados para los que lo esencial era ladefensa de sus intereses concretos.Cuando desapareció el apoyogubernamental esta aceptación de losLibres se desvaneció en buena medida.De la treintena de muertos que tuvo almenos un tercio pertenecía al requetécarlista y un quinto al somatén. Elconservadurismo de sus planteamientosen terrenos distintos del social nos

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impide calificarlo de protofascista pero,al emplear la violencia, el SindicatoLibre rompió con la tradición delsindicalismo católico, aunque al mismotiempo resultaba atractivo, por su éxito ypor su ausencia de confesionalismo, alos sectores influidos por Gafo. Así seexplica que hubiera a partir de 1921 unacolaboración entre ambos aunque, dehecho, los sindicatos católicos libresllevaran una vida prácticamenteindependiente en las escasas zonas enque mantuvieron su influencia (PaísVasco, Navarra, Palencia, Levante).

Finalmente, debe hacerse una brevemención del creciente papel del

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catolicismo político a partir demediados de la segunda década del sigloXX. Se debe tener en cuenta que, si bienmuchas de las iniciativas en este terrenodatan de la época de la agitaciónanticlerical, no llegaron a plasmarsedefinitivamente hasta la primeraposguerra mundial. La prensa católica,por ejemplo, se consolidó en esteperiodo: El Debate fue uno de losmejores periódicos y de los másvendidos de la capital mientras que enprovincias sucedía algo parecido con,por ejemplo, El Correo de Andalucía enSevilla y El Noticiero de Zaragoza. Sinembargo, a pesar de la importante

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influencia electoral de estos medioscatólicos (que en Madrid beneficiabanal «maurismo» y en las otras doscapitales a candidatos que reivindicabanel calificativo «católico»), comoveremos, sólo en los años veinte seprodujo una iniciativa de un partidocatólico de carácter nacional. El Debate,mientras tanto, defendió la colaboraciónentre heterogéneos sectores de derechaque iban desde Cambó y los «mauristas»hasta los tradicionalistas y los nuevossectores que acababan de entrar en lavida pública y que el diariorepresentaba. Quizá su actitud estabamás próxima a los «mauristas» y esto

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explica, aunque con las reticenciaslógicas respecto de quienes sereprochaba una ausencia de ideariopreciso, la cercanía de posicionescuando Maura volvió al poder con unasignificación marcadamente derechistaen el año 1919.

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La etapa de losgobiernos

conservadores (1919-1921)

Desde el momento de la caída delgobierno Romanones, provocada por eldesorden social en Barcelona, losucedido en esta ciudad, y en el campoandaluz a consecuencia de la agitaciónrevolucionaria, fue el eje fundamental dela política española. Era habitual en unsistema político como el de la

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Restauración que el grupo políticosituado más a la derecha se enfrentaracon una situación al menospotencialmente revolucionaria. Por ellono tiene nada de particular que fueranlos conservadores quienes presidieranla política española entre 1919 y 1921.La verdad es, sin embargo, que, tantocon relación al problema fundamentalmencionado como respecto de losrestantes, las soluciones propiciadas porlos diversos gobiernos conservadoresfueron un tanto diferentes.

A partir de abril de 1919 y hastajulio de este mismo año quien ejerció elpoder fue Antonio Maura al frente de un

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gabinete compuesto exclusivamente porsus seguidores y con una significaciónderechista muy acentuada. Estatendencia del «maurismo» se habíavenido haciendo cada vez más patenteen los últimos tiempos precisamentecomo consecuencia de la situaciónseudo o semirrevolucionaria que vivíaEuropa y, más específicamente, España.Ante ella la prensa popular «maurista»,muy lejana del talante a quien le dabanombre, empezó a aludir de forma nadavelada a la posibilidad de una dictaduraque repitiera la «hazaña» de Pavía,mientras que en Cataluña y el PaísVasco los «mauristas» se caracterizaban

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por su cerrada oposición alautonomismo y en Castilla representabanel españolismo centralista. Maura, que,aunque con ribetes autoritarios, siguiósiendo fundamentalmente un liberal-conservador, dejaba hacer ante estasmanifestaciones que, en el fondo, leresultaban tan ajenas como lasproclamaciones de tono social que hacíaotro de los dirigentes de su partido,Ossorio y Gallardo. Al menos en teoría,su pretensión cuando llegó al poder fuela de haber constituido un gobierno decarácter nacional sin sentido partidista,pero ni era así ni tampoco, a pesar deello, tuvo el gabinete el imprescindible

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grado de unidad. Entre los ministrossólo González Hontoria, un seguidor deRomanones especialmente versado enpolítica exterior, no militaba en el«maurismo». Por otro lado, éste estabareflejado en el gobierno por tressensibilidades distintas: Goicochea, querepresentaba el autoritarismoideológico, La Cierva, la fórmulaconservadora tradicional en una versiónparticularmente ruda, y Ossorio,partidario de lo que él mismo denominó«la derecha social democrática». Lasignificación del gabinete, sin embargo,venía dada sobre todo por las dosprimeras figuras citadas. Al menos así

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lo juzgaron los liberales, que semostraron particularmente indignadosante lo que juzgaban muestrasinapropiadas de un clericalismoextremado, como, por ejemplo, laconsagración de España al SagradoCorazón de Jesús en presencia del Rey.Melquíades Álvarez llegó incluso aafirmar que la declaración ministerialera un «insulto a la opinión liberal ydemocrática».

Todavía empeoró la situación en elmomento de celebrarse las elecciones,«no dignas de Maura», según afirma ensus memorias Romanones, dadas lascircunstancias en que se celebraron, es

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decir, con las garantías constitucionalessuspendidas. Por mucho que Mauraadoptara una posición «distante», quellevó a algunos a interpretar que era«prisionero» de las extremas derechas,no cabe dudar que conoció lascondiciones en que se llevaron a cabolos comicios. En ellos Goicochea, comoministro de la Gobernación, y LaCierva, que le ayudó, emplearon unosprocedimientos nada correctos paraintentar fraguarse una mayoría o, por lomenos, una situación tan confortablepara su jefe político que quitaracualquier sentido a un gobierno designificación derechista que no fuera

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presidido por él mismo. Los resultadoselectorales, a pesar de esa presión, nollegaron a traducirse en una efectivahegemonía de «maurismo» y«ciervismo»: aunque elconservadurismo tradicional fueramucho menos moderno y estuviera másvinculado a la tradición caciquil, teníamás peso efectivo. A pesar de que enese conservadurismo había quienes seoponían a Maura (Burgos y Mazocalificó la pretensión de colaboraciónofrecida por éste como «una bodamorganática en una tumba»). Dato acabóaceptando la colaboración durante lacampaña electoral con su antiguo jefe

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político, obedeciendo a una actitud quesiempre le caracterizó. Pero la forma derealizarse las elecciones afectógravemente a la imagen de Maura,contribuyendo a enajenarle el apoyo delos seguidores de Dato, aparte deconcluir en la configuración de unamayoría parlamentaria que, pese a serconservadora, era también losuficientemente volátil como para nopoder confiar en ella. Los diputados«mauristas» apenas superaban lossesenta y, aunque Maura pudiera confiaren la totalidad de los seguidores de LaCierva, no podía decir lo mismo dequienes aceptaban la jefatura de Dato.

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Durante la campaña electoral, unapersona normalmente tan ponderadacomo Ortega se expresó con una durezaque contrasta con el juicio habitualmentebenévolo que le merecía el políticomallorquín. Según el filósofo elgobierno habría enviado a provincias agobernadores civiles «con psicología deleopardos» y el propio presidente,«después de practicar en la oposición laoratoria de Catón ha demostrado en elpoder el apetito de Pantagruel». Estejuicio es muy duro pero, en el fondo, noresulta muy distinto del que elhistoriador e hijo del político, GabrielMaura, hace acerca de esta etapa

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gubernamental de su padre, de acuerdocon el cual resultaría que perdió almenos la mitad de sus antiguosseguidores. Bien puede ser cierta laafirmación puesto que Maura no perdióla ocasión para mostrarse cercano a lasactitudes más autoritarias(representadas, por ejemplo, enBarcelona, por Miláns del Bosch)mientras que sus propósitosregeneracionistas democráticos ysociales no quedaban más que en puradeclaración sin contenido real. Noobstante, lo peor para Maura fue quetodo este periodo gubernamentalconcluyó de manera abrupta y poco

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gloriosa cuando, reunidas las Cortes, enun incidente de escasa importancia y dedifícil control, como era la votaciónacerca de la validez de un acta, elgobierno quedó sin el apoyo de losconservadores «datistas».

Hubiera sido lo lógico entonces, enjulio de 1919, que ocupara el poderDato, que era en definitiva el jefe de laminoría más numerosa en las Cortes,pero su escaso deseo de enfrentarse aMaura y su probable deseo dereconstruir el partido conservador,unidos a su carencia de ambición,explican que no lo hiciera. A cambio fueJoaquín Sánchez de Toca quien ejerció

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la Presidencia hasta finales de año.Figura de significación intelectual y devieja relevancia en el partido, Sánchezde Toca se caracterizaba por su escasasimpatía hacia Maura y una manifiestavinculación con la tradición liberal-conservadora procedente de Cánovasdel Castillo. De acuerdo con esto últimosu política con relación a los problemascreados por el terrorismo en Barcelonaeludió decantarse hacia solucionesdrásticas. A ello ayudó la presencia enel Ministerio de la Gobernación deManuel Burgos y Mazo, cacique de laprovincia de Huelva que, a pesar de estacondición, parece haber sido una de las

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personas más abiertas a las reformassociales dentro de la clase política delrégimen (era miembro del Grupo de laDemocracia Cristiana). Burgos y Mazoenviaron a Barcelona como gobernadorcivil a Julio Amado, persona dotada deun carácter liberal y contemporizador,que pretendió conducir a lasasociaciones obreras a una vida denormalidad legal. Un programa comoéste tuvo en contra no sólo a lainfluencia del anarquismo en los mediossindicales barceloneses sino también amuchos de los patronos, barceloneses ono. En sus memorias Burgos y Mazollega a escribir que los patronos fueron

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«los principales culpables» de cuantosucedía y narra el «verdadero diluvio deimpertinencias» que debió sufrir durantesu estancia en el poder, que incluyeronel rumor de que él mismo ocultaba en sucasa a Ángel Pestaña. Por supuesto, estaafirmación era falsa, pero no seríainexacto decir que la políticagubernamental consistió en tratar deinducir a una parte del sindicalismo, lamás moderada, a que actuara porprocedimientos de legalidad. Este tipode actitud contó con la oposición nosólo de los patronos sino también dealtos mandos militares y a ella hay queañadir, como factor de no menor

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importancia, la situación delconservadurismo. En él, rápidamente, LaCierva se decantó en contra delgobierno de Sánchez de Toca mientrasque Goicochea presionaba a Maura paraque también adoptara esta actitud.Maura pensaba que Dato «cojeabasiempre del mismo pie», el exceso deblandura con respecto al desordensocial o los liberales. Una situacióngubernamental como la presidida porSánchez de Toca era, en estascondiciones, difícilmente perdurable y,en efecto, fue reemplazada a fines de eseaño.

La situación política en el seno del

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conservadurismo explica la solucióndada entonces a la crisis. El gobiernoestuvo presidido por un «maurista»,Allendesalazar, cuya vinculación con sujefe político parece haber sido máspersonal que ideológica y que, encualquier caso, era un personaje «proboy falto de aspiraciones», muy propiopara un gobierno de transición. Elsegundo puesto en importancia delgabinete lo desempeñó también un«maurista», Fernández Prida, pero,como para compensar, en él habíatambién elementos de otra significación,«romanonistas» y «albistas», siempre desegunda fila, pero que parecían

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compensar su decantación en excesoderechista. Lo que el «maurismo»significaba desde el punto de vistapolítico y social se aprecia teniendo encuenta que, gracias a la movilización delelectorado burgués de Madrid,consiguió una importante implantaciónelectoral en esta ciudad, aunque siemprecon un tono autoritario que en más deuna ocasión bordeaba el anti-parlamentarismo. El gobiernoAllendesalazar resultaba, sin embargo,lo suficientemente ambiguo en sucomposición como para seguir políticascontradictorias en lo que era elproblema más acuciante del momento: el

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terrorismo anarquista en Barcelona. Si,por una parte, la presencia del generalWeyler —un liberal en el mando militarde la capital catalana— puso coto aMiláns del Bosch, quien, tras pedir ladeclaración del estado de guerra,acabaría siendo cesado, por otra, comogobernador civil, fue enviado el condede Salvatierra, quien adoptó una políticapuramente represiva que incluía elcierre de los locales de la CNT.

Finalmente, en mayo de 1920, tras unlargo paréntesis de casi un año en quepodía haber tomado el poder, ascendió aél Eduardo Dato. Amadeu Hurtado, uninteligente y ponderado catalanista,

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describe con estas palabras lo que eranlos propósitos del dirigente conservadoren estos momentos: «Venía dispuesto, deacuerdo con su propio temperamento, adesarrollar una política matizada,dosificando con toda la habilidadposible los actos de flexibilidad yenergía para desarmar las pasionesdesatadas». Hay muchos testimonios deque esta descripción responde a larealidad: a fin de cuentas en esta épocano sólo se creó el Ministerio de Trabajosino que, además, se amplióconsiderablemente la legislación deSeguridad Social y se adoptaron otrasdisposiciones de importancia en

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materias como los alquileres y las casasbaratas. El propio presidente describiósu postura al afirmar que «nosotros, losque no queremos que España seavíctima de la demagogia para despuéscaer en la reacción, tenemos quecombatir enérgicamente el sindicalismorevolucionario». Así se explica quesituara en Gobernación a FranciscoBergamín, abogado y cacique andaluz,como Burgos y Mazo y, como éltambién, partidario de una políticaflexible y contemporizadora, que seconcretó en el envío de Bas comogobernador civil a Barcelona y en elintento de aprobación de la legislación

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social. Pero un gobierno conservadorcomo el que presidía Dato sufríapresiones por parte de quienesinevitablemente juzgaban que eraposible lanzarse a una política másdrástica. Unos meses antes de llegar alpoder Dato había recibido una carta deuno de los capitanes generales, el deValencia, en que éste le narraba lasituación de impunidad existente ante losdelitos terroristas y recomendaba que«una redada, un traslado, un intento defuga y unos tiros resolvieran elproblema». El autor de esa propuesta de«ley de fugas» se llamaba Miguel Primode Rivera y estaba destinado a

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desempeñar un papel muy importante enel futuro político español.

Todo hace pensar que, finalmente,Dato acabó por tolerar, de manera más omenos explícita y con la complicidad decasi todos los sectores conservadorescatalanes, que una política de lascaracterísticas mencionadas se llevara acabo. En noviembre de 1920 se hizocargo del gobierno civil barcelonés elgeneral Martínez Anido, quien llevó acabo una simplicísima política quecontó con el apoyo entusiasta de unagran parte de las derechas españolas. Setrataba de «dar la batalla» alsindicalismo anarquista por

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procedimientos como los citados, queincluían el olvido de la legalidad y elempleo de una especie de terrorismo,más o menos subrepticiamente deEstado, acerca del cual la mayor partede las fuerzas políticas hicieron como sino existiera. El resultado de una políticade orden público como ésta fue elprevisible: no mejoró en absoluto lasituación sino que empeoró gravementehasta el extremo de que en Barcelona, enun solo día, hubo más de veinteautopsias. La pretendida solución deMartínez Anido fue una de las peoresque pudieron imaginarse.

Uno de quienes padeció las

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consecuencias fue el propio EduardoDato. En diciembre de 1920 se habíancelebrado elecciones, las únicaspresididas durante la Restauración porun gobierno de significación políticasemejante a la del anterior. En ellasDato no logró la mayoría pero redujo elpapel de los «mauristas» a unos veinteescaños. En esas condiciones eraposible, de no evitarlo posturasmaximalistas como las de La Cierva yparte de los «mauristas», unareconstrucción del partido conservador,quizá bajo la presidencia de un Mauradel que todos aceptaban su superioridad,pero con una menor influencia de sus

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seguidores de la que podía deducirse delos resultados electorales de 1919. Elasesinato de Dato en marzo de 1921opuso dificultades inmensas a estahipotética posibilidad pues sólo élhubiera sido capaz de hacer que losconservadores aceptaran de nuevo elliderazgo del político mallorquín. Denuevo a partir de este momento lapolítica española pareció hundirse en elmarasmo de los interinatos sucesivos:tras un brevísimo paréntesis presididopor Bugallal subió al poder el anodinoAllendesalazar, que presidió el gobiernohasta agosto de 1921, momento en quetuvo lugar la entrada devastadora de

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Marruecos en la política española.A lo largo de estos dos años el

partido conservador había sido incapazde volver a la unidad y, sobre todo, deofrecer una política única y coherente.Es cierto que los conservadores de Datoeran beneficiarios principales delsistema caciquil y que su política fue, amenudo, carente de visión ycerradamente opuesta a todo tipo decambio, pero igualmente resulta difíciltambién ser benevolentes con Maura ysus seguidores. Estos últimos carecieronde una política única y derivaron amenudo hacia el anti-parlamentarismo y,por si fuera poco, su jefe osciló entre las

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fórmulas gubernamentales deconcentración, la extrema derecha y laretirada orgullosa al Olimpo de lacrítica de cuanto hacían el resto de lasfuerzas políticas. Sus prédicas acerca delos males del sistema se habíanconvertido en habituales, pero no eramenos real la ausencia de activosdeseos por superarlos.

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Rifeños y españoles

En el verano de 1921 el problemamarroquí hizo una irrupción súbita en lapolítica española. Ya en otrasocasiones, singularmente en 1893 y1909, había sucedido así, pero losefectos ahora resultaron mucho másperdurables. De todas maneras, eldesastre de Annual fue posible por unascondiciones que existían antes y eranexplicables por los antecedentes de lapresencia española en Marruecos,siempre condenada a una especie de«temor del débil» (Salas) no sólo a

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Francia sino a la posible ineficaciamilitar propia y a las consecuencias quepodría tener en la política interna. Unaexplicación fragmentaria que hicieraalusión tan sólo a la gestión de cada unode los gobiernos respecto de Marruecostendría el grave inconveniente de nopermitir apreciar el verdadero sentidode lo acontecido en aquella fecha y nopermitiría fijar las causas. Establecidosya, en otro epígrafe, los pasos previoshistóricos de la acción española enMarruecos, es necesario referirse ahoradesde una perspectiva no cronológica alas características de la zona deprotectorado español en territorio

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marroquí, así como a la actitud de losdiferentes sectores de la vida españolarespecto de la presencia española másallá del Estrecho. Tras los sucesivosacuerdos con Francia el protectoradoespañol había quedado reducido a tansólo una vigésima parte delperteneciente al vecino país: de un totalde cerca de nueve millones de habitantesque tendría Marruecos a comienzos desiglo tan sólo entre 600.000 o 700.000dependían de las autoridades españolas.Se trataba, además, de una región deescaso valor económico, carente de unahidrografía suficiente que hicieraposible una agricultura rica. En

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consecuencia, sus habitantes, que sufríancada dos años una sequía, debíanemigrar periódicamente a las regionesagrícolas controladas por los francesespara participar en la recolección,momento que aprovechaban para dotarsede armas. Tenían también unprocedimiento complementario: desdefinales del siglo XIX los indígenascomerciaban en aquellos únicos lugaresde acceso al Mediterráneo que eran losocupados por los españoles. Desde elpunto de vista militar lo más grave paraEspaña en relación con la zona deprotectorado que le correspondía era lacomplicada orografía de la misma. Se

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dijo que en el reparto marroquí le habíacorrespondido a nuestro país «el huesode la Yebala y la espina del Rif. Esteúltimo constituía, en expresión delgeneral Goded, un verdadero »caosmontañoso", carente de núcleos depoblación importantes e incluso deaprovisionamiento seguro de agua.Tanto la Yebala como el Rif estabanprácticamente vírgenes de penetraciónespañola a comienzos de 1919.

La razón estribaba no sólo en laorografía sino también en el modo devida de los habitantes de estas dosregiones, que les hacía obligadamenteinsumisos. Tanto la Yebala como el Rif

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estaban poblados por bereberes quealcanzaban la mayor pureza racial en elcaso de los Beni Urriaguel, la tribu deAbd-elKrim, junto a la bahía deAlhucemas. La unidad social porexcelencia, que superaba en mucho lasignificación de una dependencia más omenos ficticia respecto del sultán, era latribu, regida por la «yemaa» o asambleade notables. La tribu —sólo en el Rifexistía una veintena— estaba formadapor clanes en cuya forma de vida laviolencia y la guerra jugaban un papeldecisivo. Clanes y familias estabanunidos entre sí por una especie de pactode sangre denominado Rif que preveía

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la venganza obligada en caso de ofensa;el adulterio tenía la misma pena y, engeneral, las prácticas violentasformaban parte de los ritos de iniciacióna la pubertad. El general MartínezCampos cuenta haber detenido a un niñoque combatía con los mayores de sutribu con el solo propósito de«aprender»: a partir de una determinadaedad el logro del botín frente a unadversario europeo, normalmentedescuidado, formaba parte del modo devida habitual de los rifeños. Desde elfinal del siglo XIX todos los indígenascontaban con fusiles pero su capacidadpara el combate se multiplicó de forma

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exponencial cuando fueron defabricación moderna (y no unasespingardas que apenas permitíanapuntar). Esa belicosidad innataestablecía una diferencia absolutarespecto de los reclutas españoles. Elpropio Martínez Campos lo escribió así:«Hombres acostumbrados a carreteras, acaminos o, cuando menos, a senderos demontaña; hombres, además, reciénllegados de un ambiente en que la guerrase miraba como algo intolerable;hombres, finalmente, que nunca habíanluchado y, al otro lado, gentes no sóloacostumbradas a pelear sino paraquienes la guerra estaba conectada con

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el pan de cada día».La combinación entre este modo de

vida y la orografía de la Yebala y, sobretodo del Rif, explica el tipo de guerraque fue la de Marruecos, antitética de laque pudieran conocer los europeos de laépoca (en ese sentido se volvía areproducir lo sucedido en la guerra del98). El modo de combate se basaba enun estrecho conocimiento del terreno,como sabemos muy enrevesado.Característica típica también de laguerra del Rif fue la periódica y muybrusca alteración del ánimo de losindígenas, que pasaban de la sumisión ala insurrección con enorme facilidad. La

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forma de vida de los indígenascontribuía a ello pero también habíaotros factores como, por ejemplo, laexistencia de santones o «morabitos»que predicaban periódicamente la guerrasanta contra los españoles, o elconocimiento de la debilidad deladversario, por lo que la guerra teníaaspectos psicológicos impensables enotros conflictos coloniales. A pesar delo ya dicho, los rifeños, en general,estaban mal armados: sus fusilesprocedían del Ejército español o de uncontrabando en el que solían salirmalparados y la munición a menudo erarellenada para ser utilizada de nuevo.

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Pero otros factores configuraban unascaracterísticas muy peculiares. Elgeneral Berenguer escribió que la guerramarroquí se basaba siempre en una«extraordinaria movilidad». Venía éstamotivada por los ataques por sorpresade los indígenas, que no solían sermasivos sino que consistían en pequeñasemboscadas, ataques seguidos debruscas retiradas y el famoso «paqueo».Consistía este último en una especie dehostigamiento permanente por parte deun enemigo rifeño bien oculto quedisparaba desde posicionesinaccesibles; esto era, según Berenguer,«lo más engorroso y lo que costaba más

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bajas». Si el «paqueo» era la forma decombate del adversario rifeño, losespañoles estaban condenados amantener posiciones defensivas enfortines o «blocaos» y a acudir mediantepatrullas a la imprescindible aguadadurante los tórridos veranos. En suma,como escribió Martínez Campos, paraeste tipo de combate lo más lógicohubiera sido utilizar los procedimientosde los guerrilleros españoles de 1808-1812 más que las enseñanzas de laPrimera Guerra Mundial. Sólo con eltiempo los españoles lo aprendieron y,aun así, lo hicieron sobre todo lasfuerzas profesionales y no los simples

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reclutas.Descrita la situación en el Rifes

preciso ahora pasar a considerar laactitud de la opinión pública española.Lo primero que hay que decir alrespecto es que, a diferencia de losucedido en otros países europeos, enEspaña el vigor del africanismo fuerelativamente reducido y pocoinfluyente. De tradición «costista», elafricanismo español mantuvo acomienzos de siglo una actitud muyoptimista. A partir de 1904 se abrieroncentros comerciales y desde 1907 hubo,además, congresos; la revista «España»en Marruecos llegó a decir que «España

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necesita un ideal y éste debe serMarruecos». Sin embargo, precisamenteen el momento en que se iniciaba laefectiva penetración de España en lazona se descubrió que Marruecos, comodijo Gabriel Maura, no podía ser «lacolonia cómoda y barata» que muchosdeseaban. El caso español fue el de unapotencia de segundo orden que se sentíaobligada a una presencia en el norte deÁfrica por razones de prestigiointernacional, pero que no obtenía deella una rentabilidad económicasignificativa. Un periodista francésafirmó, con razón, que «las posesionesafricanas son la única carta de

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presentación que le queda a España enel concierto europeo». Lo que costó (hasido evaluado en unos 6.600 millones depesetas de entonces) hubiera podido sermucho mejor empleado en obras deinfraestructura en España y así lodijeron muchos personajes públicos delmomento, desde intelectuales a militarespasando por políticos. El presupuestoespañol, que había conseguidoequilibrarse después de las reformasfiscales de fin de siglo, experimentó denuevo una situación de déficit a partir de1909-Los gastos fueron fundamental eincluso exclusivamente militares: en1915, de 124 millones de presupuesto

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marroquí, 110 tenían ese carácter. Casisiempre el comercio, bastante reducido,siguió a la penetración militar y no alcontrario. La excepción fue laexplotación minera, con las lamentablesconsecuencias que ya han sidoseñaladas.

Podría reargüirse que los intereseseconómicos de grupos capitalistas, yaque no de la nación española,explicaban la penetración en territoriohostil. Sin embargo, parece que esosintereses desempeñaron un papel decierta importancia pero sólo durante unperiodo reducido e inicial. En laprimera década de siglo había tres

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compañías mineras en el Rif en las quehubo inversiones de conocidospolíticos, como el conservador GarcíaAlix o el liberal conde de Romanones.No obstante, el volumen total de lainversión española en Marruecos entérminos relativos fue reducido: era, porejemplo, inferior al volumen delcomercio exterior de un año. El mineralde hierro extraído, y de una grancalidad, que fue casi exclusivamenteexportado fuera de España, no llegó aalcanzar el millón de toneladas anualeshasta bien entrada la década de losveinte. Además, la reacción de la Bolsaante las noticias de Marruecos fue

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siempre la de quien se muestra reticenteante la posibilidad de que se pusiera enpeligro el sistema político y social, y nola de quien desea una decididaocupación política que facilitara laexplotación económica. Pero, ¿y lasclases políticas dirigentes? En realidad,las declaraciones más tajantes acerca dela necesidad de que España mantuvierauna firme posición en Marruecos fueronanteriores al momento mismo de lacreación del protectorado. Cánovas dijoque quien domina una orilla delEstrecho acabará por dominar las dos ypara Costa la línea de fortalezas delAtlas era tan vital para España como

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aquella que iba desde Pamplona aMontjuich. Éstas, sin embargo, eranafirmaciones retóricas que perdieronsentido en cuanto se comprobó que lasventajas que podían obtenerse enMarruecos eran muy reducidas. A partirde este momento, los políticosespañoles se sintieron obligados a lapermanencia en el norte de África pormotivos de prestigio exterior pero,conscientes de la impopularidad de laempresa, trataron al mismo tiempo deque les causara los mínimos conflictosposibles. En definitiva, la guerramarroquí no respondió a ningúnproyecto del gobierno ni del Parlamento

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ni, por supuesto, de las masas populares.Fatalmente, se inició y continuósiguiendo el ritmo de la resistencia delos indígenas, sin dirección precisa nipropósito firme y estable. Dominada porla carencia de convencimiento y por eltitubeo, esos dos mismos rasgosalimentaban la multiplicación de lasdificultades. Como guerra colonial fuela expresión misma de un sistemapolítico incapaz de enfrentarse con losproblemas más graves y, sobre todo, dedarles solución.

No es posible establecer unaverdadera diferencia entre los partidosde turno respecto de la cuestión

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marroquí. En general la clase política semostraba resignada a la presencia enMarruecos y tan sólo Romanonesdurante algún tiempo, o voluntaristaspatrioteros como La Cierva, propusieronuna acción decidida. Persona vinculadaa los medios del capitalismo español dela época como Cambó no pasaba deconsiderar como «valor de intercambio»a Marruecos. Los disidentes de lospartidos utilizaron siempre la cuestiónmarroquí para atacar a quienes estabanen el poder por la impopularidad de laempresa: en el partido conservador asílo hizo, por ejemplo, Sánchez de Tocacontra Maura, para luego hacerlo este

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último contra Dato. Entre los propiosrepublicanos y los intelectualespredominó la actitud de resignadaaceptación ante la obligada presencia enMarruecos. Sólo el republicanismoextremista y los grupos obreros seconvirtieron en defensores del abandonodel norte de África.

La campaña de los socialistas, conel expresivo eslogan «O todos o nadie»,relativo a la manera de cumplir elservicio militar, llegó a reunir más de400.000 firmas. De la impopularidad dela empresa da cuenta el hecho de que elnúmero de desertores se acercó a unacuarta parte de los mozos en los años

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anteriores a la guerra mundial. Razonestenían para hacerlo: las condiciones devida en el ejército africano eran tanpenosas que producía más bajas laenfermedad que el enemigo.

Marruecos, en fin, planteó unapeculiar relación entre la clase políticadirigente y los militares. La primerahacía constantes apelaciones a que lossegundos evitaran los enfrentamientoscon los indígenas, pero cuando éstostenían lugar los mandos acababanextralimitándose en sus ofensivas ymultiplicando la incomprensión entreunos y otros. Así le sucedió a Maura conel general Marina en 1909. A veces los

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políticos eran excepcional-mentesinceros con los militares: Canalejas ledijo a un general que «nosotros nopodemos sostener la situacióneconómica crítica impuesta a la Naciónpor los gastos militares en África».Normalmente, sin embargo, el Ejércitose encontraba con críticas a su actuacióndespués de que no habían contado conlos medios que considerabanimprescindibles. Eso les llevaba a tenermuy escaso respeto a las institucionesparlamentarias. «Me abstengo decalificar a estos señores diputados»,telegrafió el comandante de Melilla en1913a sus superiores. En ellos apuntaba

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ya una actitud populista y anti-liberalque habría de tener importantesrepercusiones cuando la situación sehizo más tensa.

De todo lo dicho se deduce hastaqué punto Marruecos jugó un papeldecisivo en la vida pública española, lagravedad de los conflictos que,derivados de esta cuestión, ya estabanlatentes desde una fecha temprana y laeventualidad de que un incidenteocasional, impuesto por lascircunstancias, pudiera concluir demanera trágica. Refiriéndose al pasado—la guerra del 98— y al presentecolonial español en Marruecos un

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militar que habría de desempeñar unpapel político decisivo, el generalPrimo de Rivera, escribió al conde deRomanones: «España, en este caso, seasemeja a un viudo a quien la esposahubiera dado muchos disgustos y, a pocode perderla y costear, arruinándose, losgastos del entierro, decidiera casarse denuevo con otra menos rica y de peorcarácter». Lo más ridículo sería,además, que, como en el caso deEspaña, «el nuevo enlace fuera impuestopor los futuros amantes de la nuevaesposa», es decir, Francia y GranBretaña. La única solución viable era elabandono, que Primo de Rivera fue casi

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el único en proponer entre los dirigentespolíticos y militares de la época. Con elpaso del tiempo, desde las alturas delpoder, habría de hacer exactamente locontrario.

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Annual y susconsecuencias

Mencionada la actitud de laopinión pública española anteMarruecos, así como de las condicionesque allí tuvo la guerra, podemos volvera la narración cronológica. Conviene,ante todo, recordar la parquedad de losmedios con que contaban los españoles.Con el paso del tiempo España empezóa utilizar tropas indígenas —losllamados «regulares»— para penetrar enla zona pero éstas tuvieron una utilidad

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muy distinta de la que pudieron llegar aalcanzar en el Ejército francés. Asícomo en Francia había un «partidocolonial», dispuesto a exigir a todotrance la ocupación de Marruecos, y unejército formado por indígenas de otraszonas —senegaleses, por ejemplo—, enEspaña no hubo ni lo uno ni lo otro,porque esas unidades estuvieronformadas por personas procedentes delas mismas regiones que tenían queocupar, lo que las privaba de eficacia yposibilitaba la traición.

En realidad, las fronteras delprotectorado español no sufrieronmodificaciones importantes hasta 1919,

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pero durante la Primera Guerra Mundialse produjo una evolución significativaque debe ser reseñada aquí. En la zonaoriental El Raisuni desempeñaba unaautoridad efectiva que, aun siendoilegal, estaba muy por encima de la delsultán. Aquí se produjo, además, laprimera aparición de un fenómeno quehabría de tener considerableimportancia en el futuro de la acciónespañola en Marruecos. Hubo unadiscrepancia sustancial respecto de lapolítica a llevar a cabo entre los mandosespañoles pues Fernández Silvestre, unimpetuoso oficial, se hizo defensor deuna acción bélica inmediata, incluso en

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contra de los altos comisarios quellevaban la responsabilidad de la acciónespañola en este momento. Pero laguerra mundial y la habitual propensiónespañola a evitar una confrontación conlos indígenas, que podía tenerrepercusión en la política interna,tuvieron como consecuencia que semantuviera una política decontemporización. A lo largo de ella enla zona occidental se impuso la políticaque el conde de Romanones denominó«de medias tintas», que tuvo su mejorrepresentante en el alto comisarioGómez Jordana, para quien fue siemprepreciso llevar a cabo tan sólo las

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«acciones indispensables» en el terrenomilitar y sustituirlas, en la medida de loposible, por la llamada «acciónpolítica», que incluía comprar a losnotables indígenas avanzando conlentitud y empleando pocas tropas.

En la zona oriental, pese a lasapariencias, le habría de salir a lacolonización española un enemigomucho más peligroso que El Raisuni.Este venía a ser una especie de mixtoentre señor feudal y bandido mientrasque Abd-el Krim, por su biografía yformación, fue un precursor de losfuturos líderes de la independenciacolonial. Hijo de un notable rifeño que

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temía sobre todo la labor colonizadorade los franceses, él mismo fue profesoren una escuela para indígenas, cadí deMelilla y redactor del periódico ElTelegrama del Rif, en donde polemizócon el otro periódico de Marruecos,publicado en Tánger y sometido a lainfluencia francesa. La guerra mundialsupuso para él un cambio muyimportante. La llegada de un emisarioturco que trabajaba para los alemanes nodejó de conmover al Rif. La familia deAbd-el Krim parece, entonces, que no seconformó con dar muestras de galofobia,sino que realizó manifestaciones en elsentido de no tolerar que las tropas

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españolas siguieran avanzando. En 1915Abd-el Krim fue encarcelado por lasautoridades; trató de escapar y en lahuida sufrió un accidente que lo dejóparcialmente cojo. En 1917 fue liberadoy restablecido en su situación previa.Enfrentado finalmente con losespañoles, a los que reprochóindecisión, en 1919 se incorporó a sutribu, Beni Urriaguel, en donde pronto seconvirtió en líder indisputado, mientrasque su hermano, que estudiabaingeniería en la Residencia deEstudiantes, hacía lo propio también. Elconocimiento de los españoles de Abd-el Krim era grande y también de los

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recursos que podía emplear paraconseguir la victoria; de ahí su prontouso de la propaganda, una vez queobtuvo sus primeras éxitos. Así seexplican las expectativas que creó enmedios revolucionarios, incluida laInternacional comunista.

Como había sido habitual hastaentonces, la nueva intervención españolaen el norte de África obedeció no tanto auna iniciativa propia cuanto a una acciónrefleja ante la actitud de otros. El finalde la Primera Guerra Mundial tuvocomo consecuencia una nueva extensiónterritorial de la influencia francesa enMarruecos que acabó provocando la

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española.Como sabemos, durante la guerra

mundial la situación había permanecidoaparentemente calmada en elprotectorado. El pacto español con ElRaisuni incluso había permitidorepatriar tropas y disminuir lospresupuestos militares. En 1918 elconde de Romanones estableció doscargos, el de alto comisario ycomandante en jefe, mediante los cualesquería distinguir entre la acción militar yla civil. De hecho, sin embargo, noestuvo nunca nada claro cuáles eran lascompetencias de cada uno de estos doscargos y, además, Romanones no llegó a

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nombrar un alto comisario civil.Encontró, sin embargo, un militar quedurante bastante tiempo pareció óptimopara tan importante cargo, el generalBerenguer. Inteligente y capaz, prudente,meticuloso y experto en cuestionesmarroquíes, Berenguer supo dirigirperfectamente la penetración españolaen la zona occidental del protectorado.Su estrategia consistió en emplear unosprocedimientos semejantes a los usadospor el general Lyautey en la zonafrancesa y a los ya iniciados por GómezJordana en la española: se trataba de«avanzar poco a poco, arañando conprudencia, pero resueltamente, el terreno

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adversario» por el procedimiento depactar la sumisión y emplearocasionalmente la fuerza. De estamanera conseguía lo que era el ideal delos políticos españoles de la época, esdecir, que «la transición del estado derebeldía al de sumisión fueraprácticamente imperceptible».Berenguer utilizó ampliamente las tropasindígenas y también las unidades deélite, como por ejemplo la Legión,creada también de acuerdo con elmodelo francés y que tenía la ventaja deevitar el impacto sobre la opiniónpública del número de bajas españolas.Gracias a estos procedimientos, en

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octubre de 1920 fue tomada la ciudad deXauen y la situación de El Raisuni sehabía hecho ya tan complicada que eraprevisible su próxima rendición a lastropas españolas.

Berenguer llevaba personalmente lasoperaciones en la zona occidental, peroel general Fernández Silvestre era elresponsable de la comandancia deMelilla. Simpático, arrojado y pocoprudente, Silvestre carecía de laflexibilidad y de la prudencia de susuperior jerárquico, con el que manteníaunas relaciones peculiares. Era muytípico de él que denominara al EstadoMayor «estorbo mayor» y que la

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Comandancia de Melilla fuera regidapor una mezcla de campechanía ydesorganización que acabó resultandosuicida. Pero, además, Silvestre actuócon autonomía real respecto deBerenguer. Lo favorecía la distancia ylas comunicaciones exclusivamentemarítimas entre las dos zonas, perosobre todo el hecho de que Silvestrefuera dos años mayor que Berenguer yanterior en el escalafón. El mismoministro de la Guerra era consciente deque en esa situación Berenguer no estabaen condiciones de ejercer un verdaderomando sobre su subordinado pero, a finde cuentas, no había operaciones

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previstas en torno a Melilla. El propioBerenguer era consciente de que lapopularidad de Silvestre y «los motivosde delicadeza» derivados de su puestoen el escalafón le obligaban a tener unaactitud peculiar respecto de susubordinado.

El avance de Silvestre comenzó enenero de 1920 y no pareció encontrardificultades iniciales. Entrado el veranode 1921, Silvestre parecía haberobtenido grandes éxitos con muy pocoriesgo: había duplicado la zonacontrolada por los españoles en torno aMelilla y daba la sensación decomportarse de una manera semejante a

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como lo hacía Berenguer en la zonaoccidental. «Debemos premiar ladisciplina de Silvestre, que ha contenidolos deseos de avanzar», escribió elministro de la Guerra. Sin embargo, lasvictorias militares de Abd-el Krimfueron, ante todo, consecuencia de laimprudente actuación de Silvestre. Sudeseo era conseguir «una gran victoria»que atemorizara a los rifeños y lossometiera definitivamente. En últimainstancia quería llegar a Alhucemas que,desde hacía tiempo, era consideradacomo posición clave para el control delnorte de Marruecos. A pesar de queAbdel Krim había amenazado con

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declarar la guerra en el caso de queatravesara el río Amekran, no tuvoinconveniente en hacerlo cuando recibiónoticias, que luego se demostraronfalsas, de acuerdo con las cuales habíatribus dispuestas a colaborar con él. Elprimer signo de cambio en la situaciónmilitar fue la caída de las posiciones deMonte Abarran y Sidi Dris, queprodujeron ya bastantes muertos peroque, sobre todo, tuvieron unarepercusión psicológica formidablesobre los indígenas. Las tribus másrecientemente sometidas se volvieroncontra los españoles y también lohicieron las tropas indígenas que

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formaban parte, en proporción de uno acinco, del Ejército español: se dijo quelas «mías», nombre que recibían lascompañías de los regulares, se habíanconvertido en «suyas». Silvestre agravóla situación, ya de por sí complicada,por el procedimiento de no informar a susuperior de cuanto venía sucediendo. El17 de julio de 1921 fueron atacados lospuestos españoles de Annual eIgueriben. Lo que sucedió a continuaciónfue, en palabras del informe Picasso,«una precipitada fuga». Silvestreempezó entonces a inundar detelegramas angustiosos a sus superioresy, como correspondía a su carácter

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cambiante, se hundió en la apatíadespués de haber navegado en elentusiasmo, lo peor que le podía sucedera un mando en tales circunstancias.Como consecuencia de ello las tropasabandonaron sus posiciones y seencaminaron rápidamente a Melilla;sólo algunos puestos optaron por laresistencia. Fue ésta la que impidió lacaída de la ciudad pero también elhecho de que los rífenos, obtenido eltriunfo, se dedicaron al botín o a larecolección. Resulta cuanto menosdudoso, además, que hubieran podidoexpugnar una posición fortificada. Elejército de Silvestre había perdido a su

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jefe y a 10.000 hombres frente a unasfuerzas no regulares que mantenían enarmas tan sólo un contingente estable deunos 500 hombres.

Pabón ha escrito que el de Annual,como cualquier pánico, «excedió loimaginable y constituyó para todos unasorpresa sin razonable explicación».Desastres como el de Annual lossufrieron otras potencias coloniales,aunque quizá con menor gravedad ymenor impacto en la opinión pública.Tenía cierta razón Berenguer cuandoafirmaba que lo sucedido no eraprevisible y que a nadie se le podíaacusar de no disponer de suficientes

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tropas cuando, en realidad, lo que habíasucedido era que las que Silvestre teníase negaron a combatir. Sin embargo, loocurrido descubría las numerosasimprudencias cometidas por Silvestre, alas que había que añadir los habitualesinconvenientes del Ejército español enÁfrica. Los 25.000 hombres de los quedisponía el comandante de Melillahabían sido distribuidos entre nadamenos que 144 puestos a lo largo de 130kilómetros con una parte de ellosdedicados, además, a tareas puramenteburocráticas. A esta dispersión derecursos había que sumar lasdificultades habituales creadas por la

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orografía (Igueriben debía hacer laaguada nada menos que a cuatrokilómetros) y las conocidas deficienciasdel Ejército español en cuanto aaprovisionamientos tanto en municióncomo en material sanitario e inclusouniformes de verano.

Después del desastre militar elrestablecimiento de un frente estable nofue una empresa demasiado complicada.Los prontos refuerzos llegados desde laPenínsula permitieron que, en octubre de1921, se hubiera recuperado ya la líneade 1909 en la Comandancia de Melilla.A comienzos de 1923 la situación en lazona occidental era aproximadamente la

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misma que antes de producirse eldesastre, aunque ahora el número desoldados empleados era, por unaelemental prudencia, mucho mayor. Loque en la práctica se había hechoimposible con los sucesos de la zonaoriental era que, como resultabaprevisible en 1921, El Raisuni cayera enmanos de los españoles. El sucesor deBerenguer, general Burguete, volvió apactar con él, insuflándoleindirectamente de esta manera unaposibilidad de supervivencia de la quecarecía no hacía tanto tiempo. Laimpopularidad de la empresa marroquí yel deseo de los gobiernos de evitarse

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cualquier tipo de conflicto sustituyeronla táctica flexible y prudente deBerenguer, tendente a someter aladversario mediante una dosificadautilización de la fuerza, por un deseo deconseguir un protectoradoexclusivamente civil al que losindígenas no estaban dispuestos y,menos aún, en un momento en queparecían haber triunfado. Para ellos,tanto este intento de llegar a un acuerdocon El Raisuni como el posterior delograr el rescate de los prisionerosconseguidos en Annual mediante laentrega de dinero, fueron un aliciente y,así, Abd-el Krim llegó a pretender crear

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una república del Rif cuando, enrealidad, presidía una confederación detribus.

Lo más grave del desastre de Annualno fue éste en sí, pese a su entidad, sinoel hecho de que incidiera sobre unsistema político ya en crisis. La absolutaimpopularidad de la empresa marroquícrispó todavía más a la mayoría de losespañoles contra él y eso mismo tuvocomo consecuencia que el Ejército sesintiera más aislado e incomprendido.No obstante, permanecía dividido por elmismo hecho del reparto de lasresponsabilidades por lo ocurrido. Losgrupos políticos se enzarzaron en

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sonoras disputas respecto de aquéllos y,por vez primera en mucho tiempo,pareció justificarse un argumentoconsistente con el que atacar al régimenmonárquico: como escribió el periodistade izquierda Gómez Hidalgo, había que«resolver previamente a cualquier otroel problema del militarismo y de laforma de régimen». Sin embargo, enrealidad este tipo de protesta frente alsistema de la Restauración tampoco tuvotanta influencia por el momento. Elsocialista Indalecio Prieto acusódirectamente al Rey, sugiriendo inclusoque se había opuesto al rescateasegurando que resultaba demasiado

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«cara la carne de gallina», pero noofreció ninguna prueba de esaresponsabilidad real, que MelquíadesÁlvarez consideró «una leyenda». Sóloalgún catalanista republicano, comoCompanys, siguió a Prieto en susafirmaciones.

No hubo, en efecto, por el momento,ninguna figura política destacada queingresara en el republicanismo, pero nocabe duda de que la cuestión de lasresponsabilidades contribuyó adeteriorar el régimen y a exasperar susdisputas internas. Como en cualquiercuestión responsabilista, esto era másdecisivo que la verdad de las

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afirmaciones que se hacían. Porejemplo, resulta indudable que el Reytenía amistad con el general Silvestre yque impulsaba la penetración enMarruecos (Alhucemas, una vez tomada,iba a ser denominada «CiudadAlfonsina»), pero lo más probable esque sólo le animara genéricamente a laacción, pues Silvestre no necesitaba elimpulso de nadie para el ejercicio de laimprudencia. La propia vehemencia dePrieto, que pidió la separación delEjército de todos los coroneles de laComandancia de Melilla y trasladar lasculpas no sólo al gobierno que estaba enel poder cuando se produjo el desastre

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sino también al posterior, evitó quetuviera más apoyos. El régimenparlamentario, por su parte, funcionóbien ante esta catástrofe militar; inclusose puede decir que lo sucedido entoncesconstituye una buena prueba de que setrataba de un régimen liberal. En loesencial, las dos personalidades másbrillantes de la derecha, Maura yCambó, estuvieron de acuerdo en laforma de enfrentarse a lasresponsabilidades, es decir, medianteuna acusación del Congreso ante elSenado. Los liberales, por su parte,responsabilizaron a dos ministrosconservadores y al presidente. Si el

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régimen no hubiera tenido otrosproblemas y el Ejército no hubieradescubierto nuevas razones para mostrarsu beligerancia contra la clase política yhacerlo, ahora, unido, el sistema de laRestauración hubiera podido sobrevivir.Pero éste, como veremos, no fue el caso.

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Alternativas políticas:de los conservadores a

los liberales

El desastre de Marruecos, comotantos otros acontecimientos graves dela primera posguerra mundial, obligótambién a la constitución de un gobiernode Concentración Nacional. Como en1918, la figura destinada a presidirlo fueAntonio Maura que, de este modo, dabala sensación de haber sido capaz desuperar el desprestigio que la actuacióndel gobierno derechista de 1919 había

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hecho recaer sobre sus espaldas. Comoestadista seguía mereciendo el respetode todos los grupos a pesar de susseguidores más juveniles. En estaocasión formaron parte del gobiernotodos los partidos situados en el senodel sistema, con excepción del«albismo», pero la significación delgabinete venía dada por la personalidadde las tres figuras más importantes quelo componían: aparte del presidente,eran Cambó, como ministro deHacienda, y La Cierva, como ministrode la Guerra. El primero representabauna nueva política, hecha de dedicacióny de capacidad técnica, pero también

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unos intereses proteccionistas queencontraron en el arancel de 1922 unasituación óptima, perdurable y pocodiscutida. La Cierva ocupó la cartera deGuerra debido a su imagen autoritaria ya la consideración de que era el mejorpunto de contacto con los mediosmilitares en un momento en que lasituación española se había convertidoen especialmente sensible a estascuestiones.

El Gobierno Nacional consiguiódurar lo suficiente —desde agosto de1921 hasta marzo de 1922— como pararesolver las urgencias más inmediatascausadas por los problemas de

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Marruecos, a pesar de que pronto se vioque entre sus principales componenteshabía importantes diferencias de matizrespecto del problema citado. En unprimer momento se apoyó con decisiónla gestión de Berenguer y fue esto, sinduda, lo que permitió restablecer lasituación militar en un plazo muy cortopero, con el transcurso del tiempo, sefue haciendo evidente que la postura delgobierno distaba mucho de ser acorde.La Cierva era partidario, según cuentaen sus memorias, de «obtenercompensaciones económicas» a lapenetración en Marruecos y ello explicaque en la práctica tendiera a prolongar

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las operaciones militares hacia elinterior. La postura de Cambó era muypoco complaciente con esto, puesjuzgaba que Marruecos era uno de tantosproblemas ficticios de la políticaespañola que no servían sino paradilatar la solución de los másacuciantes. Maura mismo era más bienpartidario de limitar la presenciaespañola a tan sólo el litoral y, a losumo, a la toma de Alhucemas. Pero atodos estos problemas hubo pronto quesumar otros. A comienzos de 1922 lasJuntas de Defensa, que parecían haberpatrocinado a La Cierva, se enfrentaroncon él y acabaron por convertirse en

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unas comisiones informativas quedesempeñaron una especie de papelburocrático en el interior del Ministeriode la Guerra, lo que en última instanciaresolvía un problema inmediato perotambién institucionalizaba la influenciade los militares sobre la vida política.Los no muy significados liberalespresentes en el gobierno sentían deforma creciente el deseo deabandonarlo, ante el planteamiento de lacuestión responsabilista como arma aesgrimir contra los conservadores queocupaban el poder en el momento deocurrir el desastre. Finalmente, en lafecha indicada, el gobierno acabó

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abandonando el poder por una cuestiónrelativamente menor, como era ladivergencia respecto del momento derestablecer las garantíasconstitucionales en Barcelona. Adiferencia de los que le sucedieron, fuepiloto, más que náufrago, ante losacontecimientos.

Su sucesor fue un gobierno presididopor José Sánchez Guerra, heredero deDato en la jefatura del partidoconservador, que tenía la mayoríaparlamentaria. Sánchez Guerra habíasido uno de los dirigentes de su partidomás caracterizadamente opuesto aMaura en 1913; su talla política,

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intelectual y humana era inferior a la deéste, pero el juicio de Gabriel Maura, deacuerdo con el cual sería «más suelto delengua que de palabra, más listo queinteligente, más ingenioso que talentudo,más inquieto que activo, más asiduo quelaborioso y más guardador de formasrituarias que penetrante en substanciaspolíticas», puede estar lastrado de esteenfrentamiento personal. Sánchez Guerraera, además, impetuoso, aunque esterasgo, que le hacía dar la sensación deque gobernaba «por arranques»,resultaba por completo compatible conel liberalismo, hasta el punto de que sutrayectoria le hizo ser mucho más

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merecedor de este calificativo que losque pertenecían a este partido. SánchezGuerra, por ejemplo, fue quien destituyóa Martínez Anido del puesto degobernador civil de Barcelona y no tuvoel menor inconveniente en plantear condecisión ante las Cortes la cuestión delas responsabilidades ante el desastre.Fue, sobre todo, esto último lo queprodujo el colapso de su gabinete y cabepreguntarse si, al actuar como lo hizo,era consciente de los apoyos sociales ypolíticos de que disfrutaba. Acontecidoel desastre de Annual durante elgobierno conservador, lasresponsabilidades de lo allí sucedido

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afectaban a algunos de los dirigentesmás importantes de su propio partido.

A fines de 1922 llegó al poder ungobierno liberal de Concentración,producto, como era habitual en elrégimen de la Restauración, mucho másde la división del adversario que de suspropios méritos políticos. Desde el finalde la Primera Guerra Mundial losliberales habían estado tan fragmentadoscomo los conservadores de modo que loque les hizo llegar al poder fue laoposición al otro partido del turno, conla colaboración de la inexistencia de unapersonalidad tan fuerte como la deMaura que, inevitablemente, habría

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creado recelos. Así se explica que losintentos de Concentración liberalvinieran fraguándose lentamente desdeel gobierno derechista de 1919,repitiéndose con corta periodicidad,pero sin culminar hasta que germinó ladesunión entre los conservadores. Elgran animador de la concentración fueSantiago Alba, como dirigente másprometedor de una tendencia políticaque había dado repetidas muestras denecesitar una renovación profunda,capaz de postular una alianza conquienes estaban a extramuros delsistema y de atraer a MelquíadesÁlvarez mediante un programa de

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gobierno que no mantenía grandesdiferencias con los propósitos de losreformistas, pues postulaba una ampliademocratización de la Monarquía hastahacerla semejante a una Repúblicacoronada. Desde el primer momento fuetambién perceptible el escasoentusiasmo del conde de Romanones porla fórmula. En sus memorias llega adecir que «estuvimos ciegos y pedimosel poder» —añade— «como los chicosse reparten las peras para unamerienda». Romanones pensaba que, enun periodo de grave crisis como el queestaba experimentando el sistema de laRestauración, era mejor evitar un

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gobierno liberal que podría provocaruna reacción contraria. Por otro lado, laalusión al reparto de cargos es una fieltranscripción de la realidad porquepronto se demostró que, más que unprograma ideológico, al gobierno liberallo unía la suma de intereses de las seis osiete clientelas caciquiles, puramentepersonalistas, en que consistía en estosmomentos el partido. Las nuevas y másrecientes (como la de Alcalá Zamora eincluso la de Melquíades Álvarez, puesen eso había acabado el reformismo)pugnaban por abrirse camino entre lasde mayor solera, tanto a la hora derepartirse los cargos en el ejecutivo

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como de redactar el «encasillado». Laselecciones en las que la Concentraciónlogró la mayoría parlamentaria no sedistinguieron en nada de las anteriores, ano ser por el desenfado y la publicidadde los medios empleados para llevarlasa cabo: 145 actas fueron atribuidas sinlucha (artículo 29 de la ley electoral).Ni remotamente dio la Concentración lasensación de querer promover unaefectiva regeneración electoral a través,por ejemplo, de una reformaproporcional o del apoyo socialconseguido en los medios urbanos.

A pesar de este punto de partida,algunos historiadores han afirmado que

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a la altura de septiembre de 1923,cuando se produjo el golpe de Estado dePrimo de Rivera, España estaba alcomienzo de un cambio políticotrascendental, hasta el extremo de quecuando el general afirmó que estabacurando a un enfermo, en realidad lo queestaba haciendo era estrangular a unrecién nacido. Un examen de laactuación de la Concentración liberal enel poder proporciona, sin embargo, unasensación contraria. El gobierno niestuvo unido, ni dio verdadera sensaciónde reforma, ni pareció capaz de alejarlos peligros que amenazaban al régimenparlamentario. Desde abril de 1923 la

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Concentración dio repetidas pruebas dedivergencia interna que no pasaron detener un fundamento exclusivamentepersonalista. En septiembre de 1923sólo cuatro ministros no habíancambiado de cartera; las crisis parcialeshabían sido numerosas y ofrecían,incluso una semana antes de lasublevación militar, un espectáculo deincoherencia. La mayor parte de loscambios de gobierno no tuvieron comoprincipal motivo ningún tipo deenfrentamiento ideológico, aunque loshubo, y en ellos los liberales siempreretrocedieron ante lo que habían sidosus propósitos iniciales. El ministro

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reformista Pedregal abandonó el poderante la imposibilidad de lograr lamodificación del artículo 11 de laConstitución, relativo a laconfesionalidad del Estado: más que laoposición del Rey (que trató de queabandonara su decisión) lo que liberalestemían era a una Iglesia que podríamovilizar una dura protesta. Cuando estacrisis se produjo no tuvo comoconsecuencia que los reformistasdejaran sus puestos, signo evidente delescepticismo ideológico de quienesformaban lo más novedoso de laConcentración. Otros motivos dedesunión fueron provocados por la

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evolución de los acontecimientos.Alcalá Zamora, mientras ocupó elMinisterio de Guerra, se convirtió endefensor de una mayor penetraciónmilitar en Marruecos, de acuerdo conlos planes elaborados por el mando.Alba, ministro de Estado, logró laliberación de los prisioneros españolesen manos de los rifeños, pero esto diouna imagen contemporizadora de él,cuando nuevas operaciones militareseran inevitables y tenían elinconveniente de hacer imposible elresto del programa liberal en aspectoseconómicos y sociales. Quizá, sinembargo, el mayor defecto de la

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Concentración liberal fue el habervivido en una especie de campananeumática que la aislaba de la opiniónpública y evitaba que se diera cuenta dehasta qué punto estaba bordeando elgolpe de Estado. En El chirrión de lospolíticos, publicado por Azoríninmediatamente después de la llegada alpoder de Primo de Rivera, se contieneuna acerba crítica de los liberales en elpoder, que coincide con lo que era laopinión común en aquellos momentos.El espectáculo ofrecido por aquellospolíticos incluía hechos peregrinoscomo ministros laicizantes que asistían ala consagración de obispos o

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presidentes del Consejo que confundíanlos nombres de los tratadistas deDerecho político con marcas dechocolate. Ni siquiera Alba, la figuramás valiosa del gabinete, se dio cuentade la inminencia del golpe. La mejormuestra de la inconsciencia de la clasepolítica es que la prensa hablaba sintapujos del golpe y quienes, como losintelectuales liberales, hubieran debidoestar lógicamente al lado del gobiernoestuvieron dispuestos, por el contrario, amostrar benevolencia respecto delnuevo régimen dictatorial.

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Crisis del Estado y delsistema político

La crisis del sistema liberal de laRestauración no puede ser consideradacomo algo inhabitual en la Europa de laépoca sino que fue, por el contrario,algo frecuente. En Grecia una derrotamilitar ante Turquía, paralela a laespañola pero de mayor trascendencia,porque supuso que un millón de griegosabandonara la actual Turquía, tuvo comoconsecuencia la ejecución de seis altoscargos militares y la suspensión

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temporal del sistema parlamentario en1925. En Portugal, unos años despuésque en España, pero por causassemejantes, que incluían la falta deraíces del sistema liberal y lainestabilidad gubernamental, concluyó laRepública para ser sustituida por unrégimen que, si fue básicamente civil,estuvo siempre tutelado por la autoridadmilitar. En Italia el «transformismo»,que era bastante parecido en lo querespecta a corrupción electoral, aunqueésta se localizara tan sólo en el sur, seacabó derrumbando, pese a haber sidoobjeto de más sinceros intentos dereforma en manos de Giolitti. Este, en

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los años inmediatos a la guerra mundial,amplió el sufragio y, en la posguerra, elcambio en el sistema de recuento devotos —sufragio proporcional—permitió, en torno a 1919, quecomenzara a funcionar un sistemademocrático. En Italia se produjeron, enefecto, una movilización políticarelativamente intensa, (coincidente conuna amenaza revolucionaria inmediataque tuvo como resultado ocupaciones defábricas) y un nacionalismo irredentistaproducto de la intervención en laPrimera Guerra Mundial que noexistieron en España. Es esta situaciónla que explica, en definitiva, el carácter

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muy distinto de los regímenes deMussolini y Primo de Rivera. Elfascismo fue un partido políticoinequívocamente posdemocrático,mientras que en España la experienciade la democracia no había tenido lugarni siquiera de forma germinal: por esono se puede decir que el sistema españoltuviera un déficit democrático sino que,simplemente, no merecía estecalificativo. Todo ello se explica enparte por el diferente grado demodernización de ambos países. EnEspaña, en 1930, el porcentaje deanalfabetismo era superior en 13 puntosal italiano mientras que en desarrollo

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del sistema bancario, consumo deelectricidad y de algodón estaba entre unquinto y un tercio por debajo.

En nuestro país se mantuvo unrégimen que, en sus líneas generales,seguía siendo de liberalismooligárquico, pero que se veíacrecientemente deteriorado ante unaopinión pública urbana e intelectual que,por sí misma era, sin embargo, pese asus deseos, incapaz de transformar elsistema. La emergencia de esta últimaexplica, en definitiva, un sistemadictatorial de regeneracionismo liberal.Lo que en 1923 había en España no erauna democracia en crisis, ni tan siquiera

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el alborear de un sistema político nuevo,sino una creciente sensación de vacío.

Pérez de Ayala resumió muy bien lasituación cuando dijo que en 1923«existía entre el Estado oficial y lanación una anchurosa solución decontinuidad que la audacia de Primo deRivera aprovechó para infiltrarse yatrincherarse en ella sólidamente». En laactualidad algún historiador —Arranz—ha venido a decir lo mismo empleandola expresión «bloqueo delegitimidades»: ni la oposición ni elpropio régimen serían capaces decambiar la situación. A la sensación devacío habría que sumar la de parálisis y

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fragmentación para tener unapanorámica más completa de larealidad.

En primer lugar, se debe tener encuenta la propia crisis en la eficacia delEstado. Este había incrementado sucampo de acción —en el terrenoeconómico, por ejemplo— e incluso susrecursos. Las cifras de funcionariosprueban esto último pero proporcionantambién la sensación de que el avanceen este terreno fue más rápido acomienzos de siglo que en el periodoposterior a la Primera Guerra Mundial.En estos años, por ejemplo, se reguló elascenso en la carrera judicial por

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antigüedad (1915) o la función públicaen general (1918) pero el número dejueces permaneció estable y el demaestros apenas pasó en 1900-1923 de22.000 a 28.000. No vamos a hacermención aquí, sin embargo, de losresultados de la acción del Estado enmateria social, de lo que se tratará en elpróximo tomo de esta obra. Basta, sinembargo, con aludir a sus problemasfiscales. El gasto del Estado creció deforma considerable a partir de 1914, aun ritmo de un 10 por 100 anual. Apenaspodía dedicar algo más de un 20 por100 a Fomento y con los ingresosexistentes no se llegó a cubrir dos

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tercios del gasto. Los proyectos dereforma fiscal fueron abundantes, perolos ministros de Hacienda resultaron porcompleto incapaces de llevarlos aefecto. Mal pagados por un Estadopobre, cuyos ingresos eran insuficientesy rígidos, los cuerpos de laAdministración sostuvieron un pugilatoincesante por mantener sus ingresos, loque aceleró la sensación de ineficaciadel Estado y la sensación de«invertebración» del conjunto de unasociedad en la que cada grupo luchabaen exclusiva por sus intereses propios.

El intelectual autor de esa tesissobre la «España invertebrada», Ortega,

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escribió por esta misma época que«durante los últimos quince años Españaha mejorado algo, mientras que lapolítica era cada vez peor». En realidadno era exactamente así: la política habíacambiado algo, pero no en lo sustancial,mientras que la impaciencia por lapermanencia de la situación había hechoaumentar el número de losprotestatarios.

Los cambios empiezan por serapreciables en las elecciones. A estasalturas el «encasillado» resultaba cadavez más complicado en su elaboración,aunque a nadie se le pudo ocurrir nuncaque desapareciera como mecanismo

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fundamental para hacer las elecciones.La proliferación de grupos personalistasen el seno de cada uno de los dospartidos de turno hacía complicadísimaslas negociaciones preelectorales y elhecho de que los gobiernos fueran deconcentración obligaba a satisfacerintereses muy divergentes. Por otro lado,el «encasillado» parecía elaborarse a laluz pública y eso contribuía a deteriorarla imagen del sistema; en otro tiempohubiera sido considerado normal, peroahora las críticas constituían eltestimonio de un importante cambio desensibilidad moral en la opiniónpública. Por otro lado, los resultados

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del encasillado no eran ni mucho menostan satisfactorios para quienes ocupabanel poder como antes del cambio desiglo. Ahora ya no eran posibles lasgrandes mayorías estables de otrostiempos: en 1918 y 1919 el gobierno noganó las elecciones y tampoco se puedeconsiderar que lo hiciera en 1920 y1923, si tenemos en cuenta el elevadonúmero de sectores en que sedescomponía el vencedor. Por otraparte, los distritos electorales se habíanhecho cada vez menos manejables desdeel Ministerio de la Gobernación, porqueera cada vez más habitual que existierancacicatos estables que no variaban al

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ritmo de los cambios gubernamentales.El político seguía siendo el notable,pero cada vez había más«profesionales» de la vida pública queno tenían una orientación ideológica ytrabajaban como gestores de losintereses colectivos ante los poderespúblicos. Este género de políticos fuemuy característico de una ciertaadaptación del sistema caciquil a larealidad española del momento, aunqueeso no proporcionaba un mayor apoyopopular al sistema. Habían desaparecidotambién las formas más hirientes depresión sobre el elector, como podía serel empleo de la violencia. En las

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ciudades, pero también en ciertas zonasrurales, se había extendido la compra devotos, bien individual o bien colectiva.Esto era ya un cambio importante:Ortega escribió que «prefería mil vecesque el censo se venda a que se regale»,porque lo primero denotaba al menos uncierto aprecio del voto, pero demostrabalo limitado del cambio producido.

En ese medio urbano los casos másespectaculares de caciquismo erandenunciados y movían a la protestapública: el mismo Ortega, en un artículotitulado «Boabdil La Chica» se refirió alcacique liberal granadino de estenombre que provocó una airada reacción

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popular en su contra. En Sevilla estetipo de insurrección en contra de loscaciques se concretó en la aparición deuna candidatura de carácter patronaldenominada Unión Comercial.

Un recorrido por la geografía delcomportamiento político español revelauna mezcla de pasividad caciquil,readaptación del mismo a las nuevascircunstancias y movilización políticainsuficiente y fragmentaria. Hay quetener en cuenta, ante todo, que en granparte de España los cambios fueroninexistentes o nulos. «Si aspiras adiputado/busca un distrito en LaMancha/que aquí, no siendo

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manchego/segura tienes el acta», decíaun diario de esta región. Durante losúltimos tiempos la única novedad enella consistió en que ricos vascos«compraban» distritos a cambio decantidades de dinero. En Castilla-Leónuna estadística de los diputados electosrevela la inanidad de la oposición:durante el reinado de Alfonso XIIIfueron elegidos 148 conservadores, 187liberales, 28 «mauristas» y tan sólo 10reformistas o republicanos. Laoposición limitó su área de influenciageográfica a Valladolid, León y Béjar.En este último distrito el elegido eraFiliberto Villalobos, un reformista cuya

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influencia política era descrita como lade un «patriarca», con lo que cabeasegurar que no era tan distinto a uncacique. En toda esta región los únicosindicios de cambio real consistieron enla aparición de candidatos «agrarios»que no lograron triunfar. En la etaparepublicana hasta cinco candidaturasprovinciales de la derecha estuvieronpresididas por caciques de la época deAlfonso XIII.

Debe tenerse en cuenta también laenorme versatilidad y capacidad deadaptación del caciquismo, que enrealidad no pasaba de ser unprocedimiento de mantener en minoría

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de edad política a los ciudadanos. Huboprovincias en que el predominio de laoligarquía permaneció sin cambios osólo los presenció en apariencia. EnHuelva, por ejemplo, de los veinteprimeros contribuyentes provincialesquince tenían filiación y protagonismopolíticos bien conocidos y en Cádiz elhombre fuerte de la política provincial,Carranza, era un tipo de cacique nuevocuyos argumentos residían en la gestiónadministrativa (y un lenguajeregeneracionista). Pero en otros sitioslos cambios fueron mayores y, sinembargo, no concluyeron en unatransformación sustancial del sistema

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político. Mallorca había estadosometida a un régimen de caciquismodeferente protagonizado por los grandespropietarios rurales, en gran partenobles. Juan March, a partir de laPrimera Guerra Mundial, hizo una granfortuna a base de parcelar esa propiedady venderla a crédito a los campesinos,así como con la exportación y elcontrabando. Originariamente «datista»,en 1917, tras desbancar al generalWeyler de la jefatura de los liberales,los afilió a la Izquierda Liberal de Albaa quien financió el diario madrileño LaLibertad. Completó su hegemoníaabsoluta en la isla construyendo a los

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socialistas la casa del pueblo ycontribuyendo al sostenimiento de unperiódico en que escribían losintelectuales más conocidos de lamisma. Nada de esto hubiera sidoimaginable en tiempos de Cánovas oSagasta, pero no se puede decir que todoese cambio hubiera concluido en unasituación democrática.

Nos quedan tan sólo las regionesmás movilizadas. Respecto de ellas loprimero que es preciso advertir es quesuponían una parte reducida de lageografía nacional: Cataluña, el PaísVasco y Navarra. En Guipúzcoa, porejemplo, 75 de los 92 diputados

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provinciales elegidos desde 1907 a1923 eran de derechas, católicos ointegristas, pero eso no pasaba de seruna excepción sin consecuencias.Además, también hubo fenómenos defragmentación partidista o de adaptacióncaciquil en regiones con una política enque las masas tenían protagonismopropio y autónomo. Una diputacióncomo la de Vizcaya era un ejemplo de loprimero. Desde 1890 tuvo 22 carlistas,32 nacionalistas vascos, 100 dinásticosde diversas significaciones, 12republicanos o socialistas y 9 católicos.Esa misma pluralidad impedía el sentidounívoco de una posible protesta. El caso

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de los carlistas de Estella,movilizadores y anticaciquiles perocapaces de pactar con los«romanonistas», es un buen ejemplo deadaptación a los procedimientos noideológicos del caciquismo. Nos quedaCataluña. Es cierto que en ella el 68 por100 de los escaños pertenecía en 1923 apartidos al margen del turno pero éstostuvieron todavía en 1918-1923 el 37 por100 de los escaños de Lérida y el 47 por100 de los de Tarragona.

Otros signos de cambio, perotambién de la insuficiencia del mismo,eran perceptibles hacia 1923 en elParlamento y el ejecutivo. La reforma

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del reglamento parlamentario fuepositiva al convertir en más expeditivoel procedimiento, evitando lasenmiendas de obstrucción y propiciandoel trabajo en comisiones; además, en1921 se introdujeron las dietas quepermitieron subsistir en el ejercicio desu profesión como parlamentarios aquienes no tenían medios de fortuna. Porotro lado, los diputados y senadores nocarecían de información respecto deinnovaciones políticas producidas enotras latitudes: tanto el voto de censuraconstructivo como la reformaproporcional de la ley electoralaparecieron como posibles medidas a

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aplicar en España. Pero, al mismotiempo, el Parlamento cada vez se reuníay legislaba menos. El embajadorbritánico calculó que, si en 1918 lo hizo110 días, el año anterior lo había hechosólo 22; en 1919 y 1920 lo hizo 20 y 42días respectivamente. Desde 1914 nollegó a aprobarse ningún presupuesto.Los parlamentarios eran relativamentejóvenes, pero este dato no podía serinterpretado como signo de renovaciónsino de endogamia: al menos un terciopertenecía a clientelas familiares. Notiene nada de extraño que no pudieranesperarse de ellos grandes propósitosreformistas. Sin embargo, tendían más a

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la pasividad que a blindarse tras unalegislación que pudiera facilitar sudesplazamiento. La razón era que nisiquiera veían un peligro real en lasoposiciones. Como veremos teníanrazón en pensar así. Cualquier tipo dejuicio negativo acerca de la clasepolítica de la época ha de tener encuenta que los componentes derenovación del sistema eran todavíaescasos y poco prometedores. Lospolíticos españoles de la época nofueron tan reformistas con Giolitti enItalia, pero hay que tener en cuenta queallí la propia sociedad demandaba máscambios que en España, donde el

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liberalismo oligárquico seguía teniendoun fuerte apoyo en la desmovilizaciónpolítica generalizada. Los gobiernoshabían dejado ya de ser de un solopartido para adquirir una heterogeneidadconsiderable: a veces reunían a todoslos sectores en los que había quedadofragmentado uno de los partidos delturno, pero en otras sumaban —para unpropósito concreto que solía ser,crecientemente, sobrevivir ante unasituación inesperada y grave— acomponentes tan heterogéneos que elloimpedía la formulación de un programaglobal como el que habían enunciado, alcomienzo de su etapa gubernamental, un

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Maura o un Canalejas. De esta manera,además, el sistema político parecíaesencialmente ineficaz: la política de laRestauración consistió, sobre todo, en ladeclaración de unas intenciones queluego no se llevaban a cabo. Basta conrecordar lo sucedido con laAdministración local o con la «políticahidráulica», temas ambos muy caros alregeneracionismo: no se modificó lalegislación sobre el primer aspecto,mientras que de la política de regadíossólo llegó a realizarse el 10 por 100 delos proyectos previstos. A la ineficacia,en fin, había que sumar la irritanteinestabilidad, mucho mayor que la que

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padeció la Italia premussoliniana o laAlemania de Weimar: entre 1917 y 1923hubo 23 crisis totales. No tiene nada departicular que los contemporáneosjuzgaran que el Estado iba a la deriva enmanos de partidos, al decir de Pérez deAyala, «arcaicamente reaccionarios quese llaman conservadores» o «futilmenteoportunistas», denominación atribuible alos liberales.

Nos interesa también hacer mencióndel papel que en el sistema políticoestaban desempeñando dos factores tanesenciales como el Monarca y elEjército. Alfonso XIII siempre tuvo unapropensión a la intervención en la

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política partidista que, aunque laConstitución le permitiera, no siemprefue prudente. Ortega escribió que al Rey«se le había ido un poco la mano en elmenester de moderar y, si no se quierever en ello una fácil impertinencia, yodiría que ha moderadoinmoderadamente». Nunca como en estafase final de la Restauración existió unatendencia por parte de todos los sectorespolíticos a reclamar una intervenciónreal en favor de la posición propia y encontra de los demás. La división de lospartidos de turno le obligaba a intentarla recomposición, o a cumplir un papelsubsidiario de componedor de las

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tensiones que a la larga debía poner enpeligro su imagen: «Se veía forzado —escribió un contemporáneo— aintervenir personalmente con objeto deevitar choques, suavizar asperezas,hilvanar descosidos, zurcir rotos,estimular abnegaciones, aunarvoluntades». Si el Rey solía serimprudente, los verdaderos problemasde la política española residían muchomás en su proceso de modernización queen la actitud de Alfonso XIII. ElMonarca estaba insatisfecho de lapolítica vigente, pero este era un juicioque compartía la opinión pública ymanifestaban incluso los propios

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dirigentes de los partidos. Su discursoen Córdoba en 1922 no contieneafirmaciones que fueran infrecuentes enla época, a pesar de que se le haatribuido un carácter anticonstitucional.Había sido acusado por la izquierda dehaber contribuido con sucomportamiento al desastre de Annual,pero la acusación se había limitado aPrieto. Las responsabilidades no leamenazaban a él directamente, por loque no tenía motivo alguno parapropiciar un golpe de Estado. Si algunavez pensó en un golpe de fuerza, siempretemporal e institucional más quepartidista, fue por el pésimo

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funcionamiento del sistema. Paracompletar su pensamiento en estemomento hay que tener en cuenta quetambién tomó en consideración laposibilidad de abdicar. La actitud delEjército era, en primer lugar y ante todo,dolorida. Había intervenido en lapolítica contra los movimientosnacionalistas y regionalistas y paradefender un orden social cuyaprotección se atribuía a sí mismo. Yaeste hecho le inducía a tener una opinióndetestable de la clase política dirigentey lo sucedido en Marruecos no hizo sinoaumentarla de modo considerable. Losoficiales se veían ridiculizados por unos

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indígenas mal armados que describíanlos países europeos con los que teníanmayor contacto con las siguientespalabras, testimonio de la impotenciaespañola: «Inglaterra paga y pega.Francia pega pero no paga. España nipega ni paga». Como el Ejército carecíade recursos y veía inconsistencia en lalabor gubernamental respecto aMarruecos, no tiene nada de particularque criticara la política de los partidosde turno. A partir del restablecimientode la situación bélica en Marruecos losmotivos de protesta militares no sólo nodisminuyeron sino que aumentaron: tantolos conservadores, primero, como la

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Concentración liberal pidieron a losmandos que se mantuvieran en Áfricapero sin combatir porque ello podía sermortal para el Gobierno, dada laimpopularidad de la guerra. Marruecoshabía convertido al Ejército, comoadvirtió Ortega, en un puño cerradocapaz de golpear a las instituciones.Pero para ello le era preciso tener unaunidad de la que careció hasta bastanteavanzado 1923. El desastre reprodujolos enfrentamientos internos en el senode la milicia. Los africanistas sequejaron de que las recompensas sehubieran convertido en tan sólo méritosal honor y de que Berenguer fuera

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procesado. Detrás de este hecho estabael Consejo Supremo de Justicia Military el Ejército de la Península, que sihabía visto desaparecer las Juntas, nohabía aceptado que se borrara lo másimportante, es decir, el espíritu de lasmismas. Para que el Ejército tuviera unaintervención decidida en la políticanacional era imprescindible queapareciera un factor de unión, así comoun dirigente lo suficientemente ambiguocomo para ser aceptado por todos. Loprimero lo tuvo en la oposición radicala la clase política y lo segundo en Primode Rivera. Frente a éste no hubo, en elmomento decisivo, ninguna fuerza

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política capaz de contraponérsele.

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Izquierdas y derechas:la impotencia de la

oposición

Para tener un panorama completode la situación política española a laaltura de 1923 no basta con haceralusión a la evolución interna delsistema de turno. Si éste, por supermanencia fundamental y por suscambios insuficientes (y, por ello,inestabilizadores) daba una permanentesensación de crisis tampoco lasoposiciones parecían estar en

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condiciones de sustituirlo de maneradefinitiva. Frente al sistema de turno loque había era un gran vacío, aunqueaños después, en 1931, viniera unaRepública o aunque hubieran aparecidoya anticipaciones que, sin embargo,tardarían en convertirse en realidadespolíticas efectivas.

Así se aprecia, por ejemplo y enprimer lugar, con el republicanismo.Ortega y Gasset dijo, con razón, que elrepublicanismo, como los partidos deturno, era en los años veinte un«evaporado». Si a la altura de 1910 seadscribían a él un 9 por 100 de losdiputados del Congreso, en 1923 sólo

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recibían esta denominación un 2,6 por100. Nada sería más inoportuno, portanto, que presentar la historia delreinado de Alfonso XIII como unaespecie de permanente camino hacia laproclamación de la República pues, porel contrario, en 1923 ésta estaba máslejana que nunca. La verdaderadimensión de la crisis republicana seaprecia en el hecho de que no era elproducto del declive parcial de una desus tendencias, sino de todas, y ello nocomo consecuencia de una presióninducida desde fuera sino comoresultado de su propia evolución. Losreformistas, con el paso del tiempo,

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habían acentuado su posibilismo, peroesto no aumentó su peso real en lapolítica española y, además, les hizoolvidar que si querían contribuir a lamodificación del sistema resultabafundamental que empezaran por cambiarsu forma de actuación política. En 1918,las elecciones más veraces de laHistoria española hasta el momentopresenciaron la derrota de MelquíadesÁlvarez y la elección de tan sólo diezdiputados reformistas, que en 1919fueron únicamente siete. Antiguosrepublicanos convertidos en reformistasprosiguieron su camino evolutivo haciala Monarquía ingresando en el partido

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liberal, como fue el caso de Salvatella,uno de los ministros del gobierno deConcentración de 1922. Álvarez, antelas tensiones sociales existentes durantela posguerra, hizo repetidosllamamientos a la mediación, pero nopodía jugar este papel un partido queestaba siendo lentamente absorbido porel turnismo vigente. Cuando losreformistas alcanzaron el poder en aquelaño, no sólo cedieron demasiadorápidamente ante la negativa a llevar acabo su programa de construir un Estadolaico, sino que quienes erangobernadores civiles permanecieronimpertérritos en sus puestos en el

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momento en que su programa en esteterreno era descartado de formadefinitiva. Lerroux y sus radicalesdaban, a la altura de 1923, una idénticasensación de estar domesticados por elsistema mucho más que dispuestos asustituirlo. El líder radical no tuvoinconveniente en entrevistarse con elMonarca y llegó a decir que Marruecosno era otra cosa que «una provinciamás». En 1918 presidió la constituciónde una federación republicana en la que,a su lado, estuvieron los representantesde la prensa republicana (Castrovido) oalgunos dirigentes locales de las zonasde mayor arraigo de este ideario

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político (Marracó, Domingo…). Pero notodos los republicanos aceptaron elliderazgo de Lerroux y algunos (comoÁlvaro de Albornoz, que estabadestinado a jugar un papel importante enla política de los años treinta)consideraban por estas mismas fechasque el republicanismo era más unaherencia que una verdadera esperanza.En octubre de 1920 Lerroux organizó unCongreso de la Democracia en el quehubo 1.500 asistentes, pero ni suspropuestas ideológicas ni tampoco lapropia forma de organizar el actodemostraron novedad alguna. Loprevisible en 1923 era que el líder

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radical acabara siendo uno de losdirigentes del liberalismo monárquico.

La fuerza principal delrepublicanismo se había localizado,durante la primera década de siglo, enalgunos núcleos urbanos de la periferiamediterránea. En 1917 el radicalismotodavía mantenía un aura revolucionaria,que originó que una veintena de susseguidores fueran detenidos con motivode los sucesos de agosto. Durante losaños de la agitación sindicalista fuehabitual que los abogados de losdirigentes de la CNT siguieran siendoradicales, como fue el caso de Guerradel Río. En la práctica, sin embargo, el

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radicalismo colaboraba en elAyuntamiento con la derecharegionalista y lo hacía, además, en unasevidentes condiciones de subordinación.En 1922 había 23 concejalesregionalistas mientras que los radicalessólo tenían la mitad; alguno de ellos,como Pich i Pon, líder de la patronal, notuvo luego el menor inconveniente encolaborar con el régimen dictatorial.Málaga ha podido ser descrita en elperiodo 1909-1915 como una auténtica«república municipal», regeneracionistay reformadora, gracias a la actuación delos concejales de esa significación. Enla posguerra, sin embargo, esta

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implantación del republicanismo sedesvaneció, por rencillas internas y porla actuación «domesticadora» delsistema político, en especial en elmomento de llevar a cabo el«encasillado», incluso desapareció laprensa diaria republicana. En Valencialos republicanos seguían teniendo unasólida implantación pero la fuerzaemergente eran ya los católicos; enMadrid el voto «maurista» superónetamente al republicano en 1923, añoen que éste sólo estuvo levemente porencima del 10 por 100.

Una interpretación excesivamentelineal de la historia política española ha

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pretendido, en ocasiones, que si el votorepublicano disminuyó, la razón estribaen que el PSOE iba conquistando poco apoco el electorado de izquierdas oproletario. Aun siendo esto cierto hayque insistir mucho más en la parsimoniadel proceso que en la esperanza de queéste llegara a alterar de formasignificativa el panorama de la vidapolítica española. Hay indiciossuficientes para describir el estado delsocialismo a la altura de 1923 como deestancamiento. La UGT, que habíallegado en el momento álgido de laagitación social de la posguerra a240.000 afiliados, se estancó ahora en

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unos 210.000; si el comunismo españolsólo consiguió una influencia reducidatuvo como consecuencia detener elcrecimiento socialista después depasada la euforia del trieniorevolucionario. En Granada, dondehabía sido elegido el socialistaFernando de los Ríos con el apoyo delos sindicatos (pero también enconnivencia con sectores de la políticaconservadora), en un plazo muy brevelos sindicatos pasaron de propiciar laparticipación electoral a abominar deella. En una región donde el socialismotenía tanta implantación como Asturiasfue la crisis minera la que debilitó al

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sindicalismo y con ello también alPSOE. A partir de 1919 se puede decirque el distrito electoral de Bilbao fuesocialista, pero en unas condiciones muypeculiares. Los nacionalistas decían deIndalecio Prieto que era «otro Lerroux»y, por lo menos, no les faltaba una ciertaparte de razón: como aquél, se habíamoderado tanto que ya se decía«socialista a fuer de liberal» y no teníainconveniente en pactar solapadamentecon los monárquicos, hasta el punto deque su última acta la logró sin que nadiese la disputara. La influencia delsocialismo en Bilbao evitó que laaspereza de la lucha social de estos

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años degenerara en un terrorismo comoel barcelonés, pero el propio Prieto eraconsciente de que el caso de esta ciudadera excepcional en una España a la queen una ocasión describió, precisamentepor su pasividad y desmovilización,como «un fumadero de opio». EnMadrid el PSOE consiguió en 1923 laelección de cinco de sus seiscandidatos, pero no llegaba todavía al15 por 100 de los electores, de modoque sólo la alta abstención y lafragmentación del voto monárquicopueden explicar ese triunfo. En 1923 elPSOE estaba más interesado enconservar su fuerza contra los

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adversarios sindicales que en aspirar acambiar el sistema político vigente.Todavía en 1929, cuando el socialismoestaba a punto de convertirse en lafuerza política mejor organizada deEspaña, tan sólo tenía un afiliado porcada 1.800 habitantes, mientras que enFrancia la proporción era uno cada 341y en Alemania uno cada 69. Se puedepensar que, como aseguraba Iglesias, siel PSOE no tenía más presenciaelectoral era por las «males artes» desus adversarios, pero esas cifrastestimonian que su problema era másgrave porque carecía de implantaciónefectiva.

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No sólo había en la izquierdafuerzas políticas que propiciaran unaregeneración del sistema político o unamovilización que de hecho lotransformara sino también en la derecha,pero en ésta, aun habiéndose producidocambios, eran claramente insuficientescomo para esperar que pudieranconducir a una verdadera sustitución delturnismo en un corto espacio de tiempo.

En todos los sectores de la derechahabía indicios de modernización, peroen todos ellos resulta patente lasensación de insuficiencia o de quecontribuían más a desestabilizar elparlamentarismo vigente que a crear un

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sistema político nuevo. Desde 1919 enel carlismo se había planteado unadivisión en tendencias que no nacíansólo de enfrentamientos personales (elque existía, por ejemplo, entre Vázquezde Mella, su principal orador, y elpretendiente don Jaime) sino también dela divergencia programática, sobre todoen materias como la organizaciónregional del Estado y la doctrina social,objeto en ocasiones de interpretacionesradicalmente contradictorias. Lofundamental era, sin embargo, si elcarlismo, como decía uno de susdirigentes, dejaría de ser una doctrina deconjurados y pasaría a ser una doctrina

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de «apóstoles», es decir, depropagandistas, con métodos modernos,de unas determinadas doctrinas que seconfrontaran con otras. Hubo algunacapital, como Valencia, en que lo logróa través de una Agrupación Regional deAcción Católica, inspirada por ella,pero este caso fue excepcional, porqueel carlismo siguió siendomayoritariamente un movimientominúsculo en la mayor parte del país,dividido, sumido en disputas pococomprensibles para terceros ycontrolado por quienes no eran muydiferentes de los caciques de lospartidos del turno. En 1919 don Jaime y

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Mella rompieron, con el resultado quebuena parte de los militantes deltradicionalismo abandonó la políticaactiva. Los más influidos por Mella,como Víctor Pradera, enunciaron acontinuación programas políticos depropensión dictatorial y contrarios a losnacionalismos periféricos.

Otro signo de cambio en la derechafue, en efecto, la aparición de doctrinasautoritarias y españolistas. A partir de1918 estas tesis tuvieron una especialinfluencia en el País Vasco, en donde laLiga de Acción Monárquica practicó unapolítica muy contraria al PNV y mostrósu satisfacción ante las crecientes

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manifestaciones de autoritarismo enEuropa. Lequerica y Sánchez Mazasconstituyen un buen ejemplo de estaactitud que no tuvo, de momento,traducción electoral o partidista directapero que deterioró las bases ideológicasdel liberalismo en toda la región. Algoparecido sucedió en Barcelona, aunquela Unión Monárquica Nacional fuebastante plural y en ella siempre hubo uncomponente autonomista nadadesdeñable. Pero en la capital catalanael peligro revolucionario fue siempremucho más patente que en cualquier otrolugar de España. A partir de 1919, paramantener el orden social, se recurrió a

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la movilización de una «guardia cívica»,semejante a la aparecida en otraslatitudes de Europa, que pretendíaresucitar el viejo «somatén» rural. Deuna composición no exclusivamenteburguesa, el somatén llegó a tener unos65.000 afiliados. En Madrid tambiénexistieron «guardias cívicas» semejantesen dos versiones, una más católica,auspiciada por el marqués de Comillas,y otra más juvenil y agresiva. Entre unay otra no deben haber llegado a unatercera parte de los somatenistascatalanes. En mayor o menor grado lasguardias cívicas se extendieron por todaEspaña. Pero no debe pensarse que

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representaran en ella algo parecido a losex combatientes en Italia o los grupos deacción en contra de los revolucionarios.La misma denominación que en Madridles daban sus adversarios revela queestaban más cerca de la extrema derecharadicalizada que de los movimientosrevolucionarios de derecha. En 1923 losgrupos que aparecían admiradores delfascismo «mussoliniano» eran enEspaña puramente simbólicos y estabanlocalizados en Madrid y Barcelona. Enla primera anidaban en la prensa, algúnpatrono muy conocido y las juventudes«mauristas» pero, en este caso, siempreen minoría y sin apoyo de la ortodoxia

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de este sector político. En Barcelonahubo un pequeño grupo llamado LaTraza, formado por jóvenes militares ysomatenistas, que empleó por vezprimera el saludo fascista y las camisasazules, pero que no pasó de estarformado por unas decenas de personas.Por tanto, tampoco esta derecha fue unanovedad ni creó una política de masas.

El esfuerzo más importante demodernización de la derecha española,que resultó fallido, nació en los medioscatólicos y estuvo vinculado con laevolución de otro sector del«maurismo». Este había dado lasensación en 1913 y 1914 de constituir

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el germen de lo que podría haberllegado a ser un partido moderno ydotado de un ideario, pero a partir de1919 estas posibilidades parecíanagotadas. Maura era el político másrespetado, incluso por las izquierdas,pero su mundo seguía siendo el de unliberalismo oligárquico que, siperiódicamente apelaba a la opiniónpública, no tenía ningún reparo en usarde los procedimientos caciquiles en losmomentos electorales, mientras quemuchos de sus dirigentes se guiaban porpuros criterios personalistas. El propioMaura era incapaz de crear un partidomoderno de masas con una ideología y

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una organización democrática; en elfondo siguió siendo un liberal aunquecon unas crecientes preocupacionesautoritarias. En su partido hubo unsector, representado por Goicochea, quea partir de un nacionalismo españolistase identificó con movimientos políticosde parecido corte en Italia y Francia.Había, sin embargo, en el «maurismo»una tendencia, representada por ÁngelOssorio y Gallardo, que era reformistaen lo social y demócrata en lo político.Este sector, junto con representantes delsindicalismo católico, carlistasevolucionados y miembros de la prensade esa significación, así como algunos

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de los seguidores de Ángel Herreracrearon en diciembre de 1922 el PartidoSocial Popular, que venía a ser latraducción española del Partido Popularfundado en Italia por Sturzo, antecedentedirecto de la democracia cristiana y, encuanto tal, objeto de imitación en otrospaíses, como Francia. Partidointerclasista, con una pronta actuaciónpropagandística y defensor del sufragiofemenino y proporcional, el PSP podríahaber sido un importante instrumento deregeneración del sistema político, peroel advenimiento de la dictadura dePrimo de Rivera cortó su desarrollo enflor. No pudo presentarse a las

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elecciones de 1923 y ante laeventualidad de colaborar con unsistema que, siendo dictatorial, decíaquerer regenerar el liberalismo caciquilacabó por escindirse: mientras que unsector numeroso formó algunos de loscuadros mejor preparados del régimende Primo de Rivera, Ossorio y Gallardo,capitaneando otro, fue un decididoopositor de la Dictadura, durante la querealizó una obra de divulgacióndoctrinal. En cualquier caso, todo lodicho no hace sino confirmar a la vez laposibilidad regeneradora que tambiéntenía la derecha y su definitivainviabilidad práctica.

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Para que izquierdas y derechashubieran estado en condiciones deaparecer como alternativa al sistema deturno hubiera debido ser necesario uncambio de comportamiento electoral enlos medios urbanos. Ya hemoscomprobado que la fuerza parlamentariade las oposiciones no sólo no aumentó(como, por ejemplo, en Portugal, pocoantes de la proclamación de laRepública) sino que incluso disminuyó.Pero aun si tenemos en cuenta tan sólo elvoto urbano constatamos de nuevo estarealidad. Un estudio de las eleccionesen las 32 ciudades más importantes,equivalentes al 18 por 100 del

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electorado, testimonia que ese voto noaumentó sino que disminuyó después dela Primera Guerra Mundial, lo quecorrobora todo lo ya expuesto.

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Nacionalismos yregionalismos en laposguerra mundial

El último sector político que puedeidentificarse con una posibilidadregeneradora en la España de los añosveinte fue el nacionalismo oregionalismo, en sus diferentesvertientes. Sobre él cabe decir que enlos años de la primera posguerramundial hubo novedades importantesque bien pueden ser conceptuadas comoanticipaciones de un regionalismo

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posterior en los años treinta, o inclusomás tarde todavía, mientras que en zonasde mayor solera o de vertebraciónpolítica anterior del fenómenonacionalista fue posible el desarrollo deunas instituciones preautonómicas o, almenos, de una implantación políticamucho más efectiva.

En estos años surgieron, en efecto,gérmenes regionalistas en zonas quehasta el momento habían carecido deellos, obedeciendo a la peculiaridad decada zona geográfica. En Castilla fue unregeneracionista, Julio Senador, elinspirador de este movimiento queosciló entre una actitud reactiva ante las

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peticiones catalanas, en especial por lapolítica arancelaria de protecciónindustrial, y la demanda de igualdad o laidentificación de Castilla comoforjadora de la unidad nacional. Lasactitudes anticatalanistas de Alba, quetenía su principal apoyo en Valladolid,se entienden desde esta perspectiva,pero el castellanismo no llegó enabsoluto a vertebrarse como movimientopolítico autónomo y, en realidad, sólohizo una aparición temporal y modestaen la vida política durante 1918. Encambio, como en muchas otras zonas,parte del regionalismo extremeño tomócomo modelo desde el punto de vista

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estratégico al catalanismo, defendiendo,además, los intereses agrarios ymostrando una cierta sensibilidad antelos problemas sociales comoconsecuencia del régimen de propiedadagraria existente. De cualquier manera,el regionalismo no tuvo existenciaestable ni mucho menos implantaciónelectoral. De todos modos, estaconciencia social es más manifiesta enAndalucía, por lo menos en lo querespecta a la figura más importante deeste regionalismo, Blas Infante. Antes dela Primera Guerra Mundial sólo sepuede hablar de un andalucismo cultural,sin plasmación política, pero ya durante

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los años del conflicto bélico huboalgunos intentos coincidentes a eserespecto con la aparición de doctrinas«georgistas», un género de socialismono marxista interesado especialmente enlos problemas agrarios y en ladesaparición de la gran propiedadmediante el impuesto único. Elandalucismo acabó vertebrándosepolíticamente a través de centrosasociativos, pero no llegó a arraigar converdadera autonomía electoral. Aunquetuvo implantación de cierta importanciaen Córdoba y Jaén, aparecía en ambasprovincias vinculado a otras opcionesde izquierda, mientras que en Sevilla y

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en Málaga (donde se presentaba Infante)apenas alcanzó más de un millar devotos. En cualquier caso, después de unmomento de efervescencia durante 1919,en que presentó un programa de fuertecontenido social, se desvaneció en losaños veinte, perdiendo cualquierrelevancia política.

Una peculiaridad muy característicadel aragonesismo fue el papel relevantedesempeñado en él por los emigrados aCataluña. Nacido también en laposguerra mundial, desde un principiotuvo una vertiente católica y otra liberal,lo que aparece en todos estosregionalismos, aunque no siempre de

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manera tan clara. También en esteúltimo caso puede decirse que lavirtualidad del aragonesismo sedesvaneció con rapidez después de1919.

Si surgieron nuevos movimientosregionalistas durante estos años, aunqueno modificaran el panorama político deforma fundamental, hubo tambiéncambios significativos en losregionalismos y nacionalismos de mayorsolera. En los años de posguerramundial se puede decir que en Cataluñael catalanismo había conseguido unahegemonía política manifiesta. En ellojugó un papel decisivo la creación y

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funcionamiento de la Mancomunitatcatalana que, si bien fue creada en elperiodo anterior, sólo alcanzó a tenerfuncionamiento efectivo y trascendenciaverdaderamente histórica a partir deestos instantes.

En 1910, Prat de la Riba, dirigenteprincipal de la Lliga, como sabemos, fueelegido por tercera vez como presidentede la Diputación de Barcelona y, al añosiguiente, por iniciativa de Duran iVentosa, comenzaron los trámites parala creación de la mancomunidad, unainiciativa que, si bien era tan sólotímidamente descentralizadora, permitiócumplir aquel propósito enunciado por

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Prat de la Riba: «Hacer de lo que nosgobierna un Estado como Dios manda».Aprobada la posibilidad de constituirlamediante decreto, las diputacionessubsistieron pero fueron perdiendo sucontenido. Así sucedió de formaespecial a partir de 1920, en quedecidieron el traspaso de todos susservicios y recursos a la Mancomunitaten un momento en que resultabanecesario compensar el fracaso de lacampaña destinada a conseguir laautonomía. A partir de este momentofuncionó una especie de compromiso desolidaridad económica entre lasdiversas comarcas de Cataluña, pues la

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Diputación de Barcelona aportaba másde tres cuartas partes del presupuesto dela Mancomunitat. La solidaridadtambién funcionó en el terreno político,entre las diferentes tendencias existentesen la vida pública catalana. Desde unprincipio la Mancomunitat fue obraprincipalmente de la Lliga pero nohubiera sido posible sin la colaboraciónde la izquierda nacionalista y de loscatalanes pertenecientes a los partidosdinásticos. En un principio losrepublicanos radicales de Lerroux seopusieron a su existencia, temerosos deque la nueva institución hiciera sombraal Ayuntamiento de Barcelona, que

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todavía controlaban, pero tal actitud noduró mucho porque desde 1917 seincorporaron a su consejo ejecutivo.

La Mancomunitat tuvo limitacionesimportantes, que se descubren con tansólo tener en cuenta que, cinco añosdespués de ser creada, fue necesariopensar en una nueva organizaciónterritorial de España válida paraCataluña, pero llevó a cabo una obraimportante, en especial en materiaeducativa y en obras públicas.Expresión de la capacidad de la Lligapara estar en la vanguardia delcatalanismo, pero sin un propósitoexclusivista, en su consejo ejecutivo

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todas las decisiones se tomaron porunanimidad y la distribución decompetencias y responsabilidades entrelas diferentes provincias y los distintosgrupos políticos fue medida y ecuánime.En ella colaboraron, por ejemplo,intelectuales izquierdistas comoCorominas, Campalans y Serra i Moret;el propio Eugenio d'Ors lo hizo hasta1919, momento en que, desaparecido yaPrat, su sucesor estuvo mucho menosdispuesto a conservar como directorgeneral a quien se mostraba proclive alos anarcosindicalistas y resultaba untanto bohemio desde el punto de vistaadministrativo. Lo importante, sin

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embargo, es que la labor desarrolladadesde la Mancomunitat tuvo unaimportancia trascendental desde el puntode vista cultural, material y simbólico.Se ha podido decir de ella que fueresponsable del «periodo constituyentede la cultura catalana» (Fuster) y, enefecto, es oportuno afirmarlo, dadas lasconexiones mencionadas entre el mundointelectual y el político, así como laexistencia de concomitanciasimportantes entre ambos, como fue el«noucentisme», es decir, la vuelta a uncierto mediterraneismo clásicoempujada desde el poder político. LaMancomunitat tuvo también un

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importante papel en la mejora de lascondiciones materiales de vida. Elpropio Prat le señaló como objetivo que«escuela con biblioteca pública ycarretera son los elementos que nopueden faltar en ningún pueblo porhumilde y atrasado que esté».Finalmente, no debe desdeñarse esefactor simbólico, que introdujo laaparente liturgia de un Estado regional.El mismo Prat pudo felicitar a losvencedores en la Primera GuerraMundial asumiendo la representación dela totalidad de Cataluña. Ésta, sinembargo, quedó muy al comienzo delcamino que la propia disposición

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creadora de las mancomunidadesprovinciales preveía para ella. Estabaprevisto que el Estado pudiera cederleparte de sus competencias, pero no lohizo, y de esta manera su presidentepudo decir que «sin las delegaciones laMancomunitat, que como personalidades todo, como poder no es nada».Incluso hubo protestas en el Parlamentoy en los medios culturales madrileñospor el uso del catalán en esta institución.

Aunque la Mancomunitat inició susingladura en 1914, una referencia a ellaera precisa en estos momentos porqueconstituye una prueba excelente de loque era la Lliga. Gracias a su capacidad

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de aunar al conjunto de la sociedad y lapolítica catalanas en actitudes comunes,la Lliga tuvo una larga hegemoníaelectoral hasta bien entrada laposguerra. No consiguió ponerla enpeligro el grupo de coaliciónespañolista monárquico formado en1918 bajo la denominación de UniónMonárquica Nacional, que tan sólologró revitalizar algunos cacicatoslocales, aunque alcanzó una influenciaen los medios empresariales algosuperior a la que le correspondía a laLliga. Esta, como respuesta, creó unafederación monárquica autonomista paradisponer de un grupo con el que

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colaborar que fuera, a la vez,inequívocamente monárquico yconservador logrando unas votacionesmucho más altas en Barcelona que eseadversario centralista.

Sin embargo, el declive de la Lligaacabó por producirse con la apariciónde un catalanismo radical, que hastaentonces no había existido y que noatribuía tanta importancia a la acción enMadrid. En 1919 Maciá creó laFederación Democrática Nacionalistaque no llegó a cuajar en una verdaderainfluencia, ni bajo esa denominación nimás adelante como Estat Cátala. Obtuvo,no obstante, un apoyo significativo en

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los medios de clase media baja, como elCentro Autonomista de Dependientes delComercio y la Industria. Este sindicato,muy bien implantado en los mediosmercantiles, en los que tuvo unos 2.000afiliados en torno a 1923, había tenidouna trayectoria reformista y mutualista.Cercano a la Lliga en un primermomento, contribuyó de formasignificativa a convertir el 11 deseptiembre en fiesta nacional catalana yevolucionó hacia posiciones másradicales.

Mayor significación que la posturade Maciá, incluso para el CADCI, tuvola creación de Acció Catalana, producto

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de una conferencia nacional catalana,celebrada en abril de 1922, en que lossectores más juveniles, menosconservadores y más preocupados por lacuestión social del catalanismomostraron, además, su deseo de rompercon la política que hasta el momentohabía venido adoptando Cambó, a sujuicio excesivamente colaboracionista.La confluencia entre las juventudesnacionalistas, los republicanoscatalanistas moderados y numerososintelectuales (Pía, Foix, Sagarra….) seprodujo en torno a un programa centradoen la presentación de la reivindicacióncatalana más allá de las fronteras y en la

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«Catalunya endins», es decir en laprofundización de la laborcatalanizadora interna. Acció Catalanaconsiguió inicialmente unos buenosresultados electorales que laconvirtieron en la cuarta fuerza políticaen la Mancomunitat, hecho que motivó laretirada de la política de Cambó, enquien centró sus críticas. Su tono radicalen cuanto al nacionalismo le llevó asuscribir un pacto de colaboración conlos nacionalismos vasco y gallego queprecedió inmediatamente a laimplantación de la Dictadura de Primode Rivera y le sirvió a éste de pretextoparcial para dar su golpe. Otras fuerzas

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se movían también en el escenariopolítico catalán del momento con uncriterio nacionalista y una voluntad dereivindicación social. La Unió deRabassaires agrupó con un sentidoizquierdista a los arrendatarios (suabogado, Companys, tendría un papelpolítico decisivo en la II República) y laUnió Socialista de Catalunya quiso darvida a una opción como ésta, que por elmomento había tenido una viabilidadmuy limitada en la región.

En el nacionalismo vasco elproblema social jugó también un papelen las divisiones internas y hubo unamuy semejante polarización en torno al

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grado de radicalismo del idealnacionalista presentándose lasdiscrepancias en un momento anterior aaquel en que tuvieron lugar en Cataluña.Luis Arana, hermano del fundador delpartido, estuvo a su frente hasta fines de1915. Su cese se debió a variosfactores, entre los que cabe mencionarun pacto electoral con un gobernadorcivil, su carácter egolátrico, sugermanofilia, que contrastaba con laposición mayoritaria de losnacionalistas, y una tendencia avertebrar la organización delnacionalismo en forma federal. Eldesplazamiento, sin embargo, permitió

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que el partido asumiera una posiciónposibilista y que con ella experimentarauna crecida electoral que duró hasta1919. En esos años el catalanismo deCambó jugó un papel importante de caraal nacionalismo vasco, por coincidenciade intereses (protesta contra lasreformas de Alba) pero también por unacierta asimilación de su estrategia. Elnacionalismo vasco, que desde 1916adoptó como nombre oficial el deComunidad Nacionalista Vasca, tuvo,sin embargo, un carácter másdemocrático en su organización. Losnacionalistas lograron desde 1917vencer en las elecciones a la Diputación

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de Vizcaya (que desempeñó Sota) eimplantarse en Guipúzcoa y, en menorgrado, en Álava. En las eleccionesgenerales de 1918 y 1919 ganaron entodos los distritos rurales de Vizcaya yconsiguieron un diputado en Guipúzcoay otro en Navarra, aunque les fueronanuladas la mayor parte de las actasvizcaínas. Como en el caso delnacionalismo catalán, hubo un intento deconstituir una mancomunidad pero eneste caso fracasó por la carencia decolaboración de los partidos dinásticosy de los carlistas que seguían a Pradera.Desde 1919 se produjo un descensoclaro en la fuerza electoral del

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nacionalismo vasco que vio cómo susadversarios socialistas y la LigaMonárquica —agrupación de lospartidos del turno sesgada hacia laderecha— hacían una extraña alianza enVizcaya, mientras que a losnacionalistas no les quedaba otraposibilidad que mantener un únicodiputado, elegido en Pamplona encolaboración con los «jaimistas».

Las polémicas internas delnacionalismo vasco se remontaron almomento de la Primera Guerra Mundial,en que ya aparecieron posturascontrapuestas, pero se perfilaron másdefinitivamente luego, a comienzo de la

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década de los veinte, concretándose enuna posición menos radical representadapor Arantzadi —ComunidadNacionalista Vasca— y otraindependentista —Partido NacionalistaVasco— que tenía como líder aGallastegui y principal órgano deexpresión a Aberri, apoyados por lajuventud, las clases medias-bajas deBilbao y por los sindicatos nacionalistas(STV).

En Galicia no se produjo estatendencia hacia la radicalización delnacionalismo porque todavía estaba muypoco desarrollado e incluso seplanteaba la posibilidad de ceñirse tan

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sólo a una acción cultural. LasIrmandades da Fala (1916) tuvieronsobre todo esta significación, pero setrató, al menos, del primer movimientogalleguista de carácter endógeno y noproducto de un reflejo de lo que sucedíaen Cataluña. Nacido de la colaboraciónde sectores de distinta procedenciaideológica, eso explica su inestabilidad.Algo parecido cabe decir también de ANosa Terra, el primer órgano importantede prensa que tuvo el movimiento. Lascandidaturas regionalistas queaparecieron en Galicia en 1918 —también en este momento la estrategia deCambó influyó sobre el nacionalismo

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gallego— resultaron intrascendentes yefímeras, pero el galleguismo era ya unafuerza en auge que había encontrado enVicente Risco y Otero Pedrayo teóricosde una interpretación tradicionalista y enlos hermanos Villar Ponte de otra liberaldemocrática. La implantación política yelectoral resultaba mínima: dosconcejales, uno en La Corana y otro enVigo, y unos 600 militantes. La mismacuestión de la participación en laselecciones fue lo bastante divisoriacomo para enfrentar a un grupo políticode tan escasa implantación. En 1922Risco encabezó una IrmandadeNazonalista de la que se separó la

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agrupación de La Coruña.En Valencia el regionalismo no

había conseguido engendrar una fuerzapolítica estable pero, en cambio, sepuede decir que había contribuido aimpregnar al resto de las fuerzaspolíticas. El nacionalismo, en suma,tuvo una evidente expansión, pero llenade dificultades, y originó unafragmentación que contribuyó a hacerloinviable como solución de recambio.Esto nos lleva a valorar definitivamentela capacidad de la oposición comoalternativa. Todo el panorama de laoposición al sistema de turno produceuna sensación de impotencia. Es cierto

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que ese conjunto de fuerzas demostrabala modernización de la vida públicaespañola, pero no lo es menos que locaracterístico de la situación era lapersistencia (e incluso el crecimiento)de una fragmentación cuya consecuenciaera, precisamente, la debilidad de esefactor renovador. Pero, además, habíaotro rasgo, el que Ortega denominó«particularismo». Incapaces demodificar los sistemas políticos yradicalmente enfrentados entre sí por susintereses contradictorios, las fuerzasrenovadoras aumentaban la inestabilidaddel sistema sin ningún resultadopositivo. De ahí que Ortega escribiera

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que la sociedad española daba lasensación de estar dividida en«compartimientos estancos», cada unode los cuales sólo se sentía satisfechopor la «imposición de su señoravoluntad, en suma, la acción directa».De esta manera no era viable un normalfuncionamiento del sistema liberalparlamentario: «No es necesario niimportante que las partes de un todocoincidan en sus deseos e ideas; lonecesario e importante es que conozcacada una y, en cierto modo, viva las delas otras». En estas condiciones si elsistema político estaba colapsado en suposibilidad de evolución y las fuerzas

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renovadoras creaban problemasaccesorios sin aumentar lasposibilidades de un cambio efectivo, lasituación estaba en las mejorescondiciones para facilitar eladvenimiento de un régimen dictatorial.

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La generación de 1914y la vanguardia

literaria y artística

El panorama cultural e intelectualde la España de los años veintecontrastaba fuertemente con el político,en el sentido de que en el primero sehabía producido ya una modernizacióneuropeizadora que hacía más sangranteel espectáculo de la vida pública, demanera que también fue éste un factorque contribuye a explicar el deteriorodel turnismo sin que ninguna fórmula

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pareciera estar en condiciones desustituirlo. De la aparición de esa nuevageneración fueron conscientes quienespertenecieron a la finisecular. Unamunolo hizo al denominara los intelectualesde los años treinta como «los nietos del98», mientras que Azorín escribió que«otra generación ha llegado» y «hay enestos jóvenes más método, más sistema,una mayor preocupación científica…;saben más que nosotros». La«competencia», profesoral o técnica,siempre europea, es un primer rasgo deesta generación que Ortega atribuyó alos miembros de la suya, al menos comoideal. No es extraño que ésta fuera una

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de ensayistas, dedicados a interpretar larealidad para poder cambiarla luego: lofueron los narradores como Pérez deAyala e incluso los poetas como JuanRamón Jiménez. Profesoresuniversitarios mucho más que bohemios,los hombres de 1914 (una fechaemblemática que podría ser sustituidapor la de 1910, por ejemplo) exhibieronsu rigor frente a los hombres del fin desiglo, pero también respecto del sistemapolítico vigente. A la política «pactistae inerudita» de la Restauración habríaque sustituirla por otra «novísima,áspera y técnica», en frase «orteguiana»muy significativa. Lo es porque

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demuestra, además, una voluntad deactuación en la vida pública con unospropósitos colectivos perfectamentedefinidos que no fue tan frecuente ni tanprecisa en los hombres del fin de siglo.Azaña afirmó que en política loequivalente al 98 estaba aún porcomenzar, pero que hacerlo eraimprescindible «por una exigencia de lasensibilidad». Ortega, por su parte,reprochó a Unamuno el haber sido elrepresentante más caracterizado que noveía en el pueblo otro «elevado fin queservir de público a sus gracias dejuglar»; juicios semejantes cabeencontrar en su obra acerca del

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romanticismo aristocrático de Valle-Inclán, del voluntarismo de Maeztu y dela insociabilidad de Baroja. Lageneración siguiente tuvo un propósitocolectivo más preciso y firme,alimentado también por una actitud muydistinta; Azafia, juzgando a Ganivet,afirmó que era «el tipo acabado delautodidacta, de cultura desordenada yretrasada, mente sin disciplina». A pesarde ello la generación de la PrimeraGuerra Mundial no puede comprendersesin la anterior: esto vale para Marañón,amigo de Unamuno, Zuloaga y Cajal,pero también para Ortega, a pesar deque también lideró a una parte de ella.

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La bandera inicial de estageneración la proporcionó precisamenteOrtega, principal animador de la misma,en octubre de 1913, con la fundación dela llamada Liga de Educación Política ycon la conferencia que un año despuéspronunció bajo el título «Vieja y nuevapolítica». Lo esencial de su contenidoconsiste en la descripción de dosEspañas, una, la oficial, «que se empeñaen prolongar los gestos de una edadfenecida» y otra, «germinal… tal vez nomuy fuerte, pero vital, sincera, honrada,la cual, estorbada por la otra, no aciertaa entrar de lleno en la Historia». Estadistinción se convirtió en un verdadero

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mito (en el sentido de una idea destinadaa cambiar la realidad o, como decía elpropio Ortega, verdadera «hormonapsíquica») en toda la literaturapeninsular. Machado definiría elpatriotismo más como el descubrimientodel deber ético respecto de lacolectividad y Carner habló de la patria«todavía no nacida». La novedad de laconferencia de Ortega no residió tantoen la condenación del sistema políticovigente (cosa que ya habían hechotambién los llamados noventayochistas),sino en el tono con que lo hizo. Loimportante no era definir la Españaoficial como el escenario de la lucha de

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unos «partidos fantasmas que defiendenlos fantasmas de unas ideas y que,apoyados por las sombras de unosperiódicos, hacen marchar unosministerios de alucinación», sino lasensación de que era posible no sólocondenarla sino también sustituirla.Frente a un Unamuno que, según Ortega,se dedicaría a iniciar a los jóvenes en el«energumenismo», él predicó «conagresividad simbólica» laeuropeización: pensaba que a losjóvenes no les debía interesar «laEspaña villorrio», sino la «Españamundial». En realidad, este programa noera sólo el de Ortega sino el de toda su

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generación, aunque él acertó siempre aexpresarlo de manera inmejorable y aadelantarse a cualquier otro alenunciarlo. Si esa voluntad deeuropeización, modernidad y cienciapodía siquiera plantearse a estas alturasla razón estribaba en que habíainstituciones que coincidieron con estospropósitos y los hicieron posibles,cuando no los engendraron. Hubo, porejemplo, un auténtico regeneracionismocientífico que explicaba, como hizoCarracido, la derrota del 98 porquehabía enfrentado a un pueblo que sededicaba a la Física y la Química conotro cuya vocación parecía ser la

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retórica y la poética. Desde comienzosde siglo, la ciencia fue objeto de unculto que obtuvo mayor o menor éxitopero que, en general, permitió unimportante avance en todos los terrenos,que se vio acompañado por la formaciónde los principales científicos españolesmás allá de nuestras fronteras en lasegunda década de siglo y que permitióluego que los grandes prestigiosinternacionales, como Einstein, fueranrecibidos en España. Este desarrollo dela ciencia española fue servido por laJunta de Ampliación de Estudios, creadaen 1907, aunque también en ocasionesella misma lo promovió desde sus

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mismos inicios en algunasespecialidades. La idea en que sefundamentó era, por un lado, unaherencia de Giner —que no en vanohabía mostrado su interés por la«japonización de España»— pero, comodecía el decreto fundacional, por la tesisde que «el pueblo que se aísla, seestaciona y descompone». En realidad,la JAE empezó a funcionar a partir de1910, dirigida por un «directorioapolítico permanente» en que figurabanlos grandes prestigios de la culturaespañola de entonces, pero fueadministrada más directamente porCastillejo, un directo discípulo de

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Giner. Su gestión permitió formar en losmejores centros extranjeros a unos 2.000becarios en los más diversos terrenos.Sus principales institucionesvertebradoras fueron el Centro deEstudios Históricos, que tenía a su frentea Menéndez Pidal, y el InstitutoNacional de Ciencias Físico-Naturales,presidido por Ramón y Cajal. Laborcomplementaria de la JAE fuedesempeñada por el Instituto-Escuela,creado en 1918 y nutrido principalmentede los especialistas en cienciaspedagógicas procedentes de laInstitución Libre de Enseñanza. Allí, através de una moderna pedagogía basada

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en el método activo y los ideales deGiner, se educaron buena parte de losmiembros de la generación liberalposterior. La Residencia de Estudiantesy la de Señoritas completaron estepanorama, ofreciendo un marcoadecuado para los universitarios cuyasfamilias residían fuera de Madrid. Comoel resto de las instituciones mencionadasse nutrían de los presupuestos estatales yel hecho de que fueran dirigidas porunas minorías selectas, europeizadoras yliberales frente a una España másretrasada puede haber hecho queaquéllas se comportaran en ocasionescon lo que Unamuno denominó

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«inteligente arbitrariedad». El hecho es,sin embargo, muy característico de laauténtica situación en la España deentonces. No se trataba de un país cuasifeudal dominado por unas oligarquíasprepotentes e incultas, sino de unasociedad que ya había iniciado la sendade la modernización y en la que losmedios culturales e incluso políticosatribuían un papel decisivo a latradición cultural liberal. Hay quepensar que una persona como RafaelAltamira, que fue discípulo de Giner,ocupó la Dirección General deEnseñanza primaria entre 1911 y 1913,para ser luego promotor del

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hispanoamericanismo desde los mediosoficiales y resultar elegido tres vecessucesivas senador. Otro relevanteinstitucionista, Adolfo Posada,desempeñó un papel decisivo en elInstituto de Reformas Sociales y fuetambién senador.

De todos los modos, la minoríaintelectual se sentía muy a menudoaislada e impotente ante la realidadmayoritaria de la España de la época.«Todo en España es municipal», decíael primer Azaña. El procedimientoliterario habitual para influir en esemedio arisco fue el ensayo, quecultivaron todas las primeras figuras de

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esta generación, pues tenía la eficaciapedagógica y la capacidad de conectarcon medios populares a los que llegaríacon mucha mayor dificultad otroprocedimiento literario. De ahí queOrtega escribiera que en España habíaque ser «aristócrata en la plazuela»,aludiendo con ello a la prensa diaria.Ortega logró elevar el pensamientofilosófico español a unas cotas que nohabía tenido hasta entonces y que erandifícilmente repetibles, pero aun así esante todo un maestro del artículo, comolo fueron también los otros dos grandesensayistas de esta generación, ManuelAzaña y Eugenio d'Ors. Así se

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demuestra tanto en el estilo como en ladedicación de cada uno de los tres.Ortega admitía que lo puramenteliterario jugaba un papel decisivo encuanto escribía al decir que «la imageny la melodía son tendencias incoerciblesen mí». La prosa sentenciosa de D'Ors oel sarcasmo de Azaña se desenvuelvenen género tan inequívocamenterelacionado con el ensayo como es lacrítica de la cultura. Todo ellodemuestra, sin lugar a dudas, elimportantísimo papel que para losintelectuales de esta generación tuvosiempre la vida pública del país o laregión en que vivían, aunque a menudo

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experimentaran profundas decepciones yaunque no siempre estuvieran, ni muchomenos, en el mismo campo. La brillantezde Ortega lo convirtió a menudo en elpromotor intelectual por excelencia deiniciativas de todo tipo, pero la mayorparte de ellas abocaron a fracasos oconcluyeron enfrentándole con quieneshabían sido sus colaboradoresoriginarios, por lo que muy a menudoacabó refugiándose en la torre de marfilde la reflexión doctrinal pura, al margende la política. «Nacida del enojo y laesperanza, pareja española» apareció larevista España que, inicialmentedirigida por Ortega, se convirtió en el

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punto de encuentro de los intelectualesespañoles de raigambre liberal que seidentificaron decididamente con la causaaliadófila. Sin embargo, Ortega acabódecepcionándose del radicalismo dealguno de sus colaboradores o de lanecesidad de recurrir a financiaciónnacida de la maquinaria propagandísticafranco-británica. De ahí que acabaraescribiendo una especie de «diariounipersonal», significativamente tituladoEl Espectador, dirigido a quienes sesentían «incapaces de oír un sermón,apasionarse en un mitin y juzgar decosas y personas como en una tertulia decafé».

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Su voluntad de hacerse presentereapareció de nuevo en 1917 con lafundación de El Sol, sin duda el diariomadrileño de mayor altura intelectual.Su propósito era, como siempre, queEspaña dejara de ser ese «aldeón torpey oscuro que Europa arrastra en uno desus bordes» y se convirtiera en un país«mejor, más fuerte, más rico, más nobley más bello». Pero de nuevo también lafundación de la Revista de Occidente,que pretendía «estar de espaldas a todapolítica porque la política no aspira aentender las cosas», demostró suinveterada tendencia a encontrar refugioen la ciencia o la reflexión ante las

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decepciones causadas por la vidapública española. El volumen de éstases apreciable con el solo hecho de hacermención de las numerosas ocasiones enque mostró su entusiasmo por algunaopción política para acabar mostrandosu desvío. Así le sucedió, por ejemplo,con el radicalismo de Lerroux, con lossocialistas, con los militares en 1917 ocon el gobierno nacional de 1918, al queoriginariamente recibió con un artículotitulado «Albricias nacionales».

Es posible encontrar actitudes noidénticas pero sí paralelas o decontenidos similares en otros miembrosde esta generación. Azaña no llegó a

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tener verdadera relevancia política hastalos años de la República pero tambiénhizo de su preocupación acerca de larealidad nacional uno de los ejesbásicos de su literatura. Para él elliberalismo debía alimentarse de unanueva «intransigencia» frente alpactismo de quienes lo habíanprotagonizado durante la Restauración.Su decepción más dolorosa durante estaépoca la provocó el Partido Reformista,del que fue candidato electoral, pero alque pronto vio encerrado en un«callejón sin salida». Aunquefundamentalmente novelista, en «Políticay toros» Pérez de Ayala diagnosticó

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como supremo mal nacional el«divorcio de la inteligencia». El caso deEugenio d'Ors es peculiar, como engeneral lo es el de Cataluña en elcontexto de la España contemporánea. Adiferencia de los intelectuales del restodel país los catalanes pertenecientes aesta generación llegaron al poder y esoles permitió, en el caso de D'Ors,ejercer una auténtica función de mentorespiritual en el terreno cultural e,incluso artístico, a través de lapromoción de un cierto clasicismomediterráneo vinculado a la catalanidad.La aparición de un Glossari, en 1906,que vino a ser el instrumento perenne de

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expresión adoctrinadora de D'Ors,coincide con el primer Congreso deCultura Catalana y con la aparición de laSolidaridad Catalana. La «glosa» fueuna especie de breve ensayo siemprecon voluntad de ejercer como mentor.D'Ors utilizó el clasicismo con unsentido político, como una doctrinacapaz de establecer el orden en unaCataluña confusa. Su ideario teníamucho que ver con el autoritarismoderechista del francés Maurras. Alcomienzo de la década de los veinte,cuando en una pirueta doctrinal apareció alineado con la CNT, hubo desufrir una decepción al ser marginado de

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los importantes cargos que había venidoocupando en la Generalitat, lo que lehizo reiniciar su camino hacia laderecha autoritaria en Madrid. Suvertiente ensoñadora, su despegue de lapolítica y su altura explican suinfluencia a pesar de esa trayectoriapolítica.

Si, como parece evidente, lapreocupación por la vida públicanacional estaba en el eje cardinal delpensamiento de esta generación ytambién de la precedente, habrá queconcluir que a estas alturas una y otratenían muchas más razones para ladesconfianza y el despego que para la

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satisfacción respecto de la clase políticadel régimen de turno. Esta es la razón dela indignada radicalización de gran partede los intelectuales a comienzos de losaños veinte. Valle-Inclán, que afirmabapor estos tiempos que era una«canallada» pretender hacer sólo arte,hizo decir a uno de los personajes de«Luces de bohemia» que Alfonso XIIIera el primer humorista español al haberhecho ministro a García Prieto, elpresidente del Consejo de Ministros dela Concentración liberal. Unamuno,sometido a tres procesos por injurias alRey, calificaba a éste como «el primeranarquista» de España. El habitualmente

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tan ponderado Antonio Machado,hablando de los liberales, abominaba de«estas repugnantes zurdas españolassiempre con la escudilla a la puerta delPalacio». Actitudes semejantes, pero entono irónico, es posible encontrar en losintelectuales más jóvenes. En suma, enel campo intelectual nadie estaba al ladodel gobierno de Concentración liberalcuando se sublevó Primo de Rivera.

De todos modos, hasta el momentohemos visto a la generación de 1914desde la óptica del ensayo, pero no fueésta, por supuesto, su única vocaciónliteraria, aunque actitudes relativamentesemejantes aparecen respecto de la vida

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colectiva en quienes no cultivaron esegénero o no lo hicieron exclusivamente.Pérez de Ayala lo hizo y tiene en sutrayectoria biográfica importantespuntos de contacto con un Ortega o unAzaña en la formación en un colegioreligioso, de la que surgió su reacciónanticlerical; también estuvo al lado deotros hombres de su generación cuandoeligieron la senda de la actuaciónpolítica. En su propia novelística,conectada con la europea de la época,tiene aspectos que no se puedendesvincular del ambiente en que vivió sugeneración. Sus narracionescorresponden a lo que se ha denominado

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la «novela de cultura», alejada delrealismo: se basan en una crisisindividual del protagonista que, a travésdel valor literario de la experienciaerótica es capaz de engendrar unasensibilidad vuelta a lo social, a esaEspaña de entonces en la que dominabala mezquindad y, sobre todo, unairrefrenable tendencia a la incivilidad.Espectáculo semejante fue el descritopor personas tan distintas comoMachado (esa Castilla «madre en otrotiempo fecunda en capitanes, madrastraes hoy apenas de humildes ganapanes»)o el dramaturgo Carlos Arniches, cuyoteatro quiere encontrar en las raíces de

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lo popular un elemento de regeneraciónpolítica y moral. La propia prosa neo-modernista de Gabriel Miró eligió comotemática en " El obispo leproso«, elespectáculo de la transformación socialde un medio tradicional descrita demodo a la vez impávido e implacable.Es, por supuesto, mucho menos fácilencontrar el exacto punto de identidadentre la poesía de Juan Ramón Jiménez yel espíritu de la generación a la queperteneció, pero su admiración porOrtega la denota de entrada. Además, enPlatero y yo se ha visto una clavekrausista en lo que tiene dedescubrimiento del paisaje y lo popular.

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Su apelación a la »inmensa minoría"encierra no tanto elitismo como unavoluntad de «no disfrazarse ante supueblo» y, por tanto, «no faltarle elrespeto». En su estética, en fin, no faltanunca un elemento pedagógico, derefinamiento de conciencia acerca de lopropio.

Si la generación de 1914 secaracterizó por su voluntad europeístano tiene nada de extraño que laprogresiva apertura a influencias ultrapirenaicas facilitara el nacimiento deuna vanguardia en el terreno literario yartístico. Desde el primer punto de vistael inicio del vanguardismo cabe

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fecharse en 1909, cuando Ramón Gómezde la Serna publicó en castellano elManifiesto futurista de Marinetti, muypoco después de que apareciera enParís. Luego el escritor italiano hizo unmanifiesto dedicado específicamente aEspaña en que, con su habitual tonosubversivo, propuso destruir «laspreciosas blondas pétreas de vuestrasAlhambras». La fórmula inicial delvanguardismo literario fue la «gregueríaramoniana», mezcla de metáfora yhumorismo, pero sobre tododemostración subversiva de laincoherencia del mundo y de lanecesidad sentida de destruir las

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categorías lógicas y estéticas.De todos modos, la verdadera

eclosión, con plena fuerza, de lavanguardia fue posterior a la PrimeraGuerra Mundial. Dos movimientospoéticos, ultraísmo y creacionismo,repudiaron con decisión los cánoneshasta entonces realistas de la lírica.Probablemente, sin embargo, a ambosmovimientos cabe atribuirles, ante todoy sobre todo, una actitud premonitoriarespecto de lo que sería el inmediatofuturo en lo que tenía de descubrimientode un mundo nuevo, ligado a lavelocidad, el deporte y el cine. Elultraísmo, de más parentesco con el

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futurismo, tuvo sobre todo un efectodestructivo, mientras que alcreacionismo cabe atribuirle una funciónmás constructiva. Sin embargo, entreambos contribuyeron a hacer posible unaestética que Fernando Vela describiría,en las páginas de la Revista deOccidente, como «el arte al cubo», esdecir, aquel que creaba un universopropio, de referencias culturales y deperpetua voluntad innovadora. Esegénero de vanguardia fue el descrito(mucho más que postulado) luego, ya enlos años de la Dictadura, por el propioOrtega en su ensayo sobre «Ladeshumanización del arte». Fue esta

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ruptura formal y temática la que permitióla eclosión lírica de la generación de1927. Pero no era la única fórmulaposible de vanguardia literaria; apartede las «greguerías» de Gómez de laSerna y el teatro humorístico, basado enel absurdo, de Jardiel Poncela,vanguardia fue también el esperpento deValle-Inclán. Testimonio de unaevidente radicalización política, el«esperpento» significa también unaruptura con las pautas formaleshabituales en el teatro de la época. Lamejor definición del género y de sucontenido político la dio el propio autoral afirmar que «España es una

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deformación grotesca de la civilizacióneuropea». El mundo del esperpento estelúrico, elemental, casi animal,transitado por figuras pululantes ygrotescas que mueven a la compasión oal desprecio y que son reflejo delrepudio de todo un mundo, identificadoen el pasado pero que sigue viviendo enel presente inmediato.

Sin duda, resultaría injusto ydesorientador pretender juzgar lainfluencia real de la vanguardia artísticaen España aludiendo a sus figurasemblemáticas (Picasso, Juan Gris, Miróy Dalí) que encontrarían una ubicaciónmucho más lógica en una Historia

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Universal del Arte. Picasso, que estuvoen París en el fin de siglo, durante suetapa modernista se inició en la sendadel cubismo gracias a determinadasinfluencias a las que cabe atribuir unaraíz hispánica, pero que no pueden serdesvinculadas de la evolución de lavanguardia parisina del momento. JuanGris, después de unos orígenes comoilustrador de revistas españolas, seentroncó con un cubismo analítico Másadelante se incorporaron a la bohemiaparisina Miró, a partir de 1919, y Dalí,una década después; ambos partieron deun neo-cubismo para experimentar luegola decisiva influencia del surrealismo,

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del que fueron dos de sus máscaracterizados representantes en el arteuniversal. Estos cuatro pintores fueronlos más conocidos de entre losespañoles presentes en París duranteestos años, pero había desde luegomuchos más, porque desde el comienzodel siglo la capital francesa, más queRoma, era el centro de formación de lasjóvenes generaciones de pintores.Fueron artistas formados en París losque contribuyeron a modificar elpanorama de las artes en España eintroducir la vanguardia en ella.

De todas maneras, y pese a Lapresencia periódica de cada una de estas

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tres figuras entre nosotros, el panoramade la vanguardia española no resultacomparable a esa vertiginosa sucesiónde tendencias que se produjo en Francia.En España, por el contrario, lo querealmente hubo fue un «conjunto defogonazos, una serie de fugacesinterrupciones en el panorama cultural,carentes de continuidad y con una vidamuy corta». Además, las fórmulasestéticas en que se concretó elvanguardismo fueron las más templadasen el arte de la época, es decir, un cierto«cezannismo» o un cierto «fauvismo».Este hecho es especialmente visible enCataluña donde el llamado

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«noucentisme», reacción clásica ante unimpresionismo al que D'Ors, suprincipal teórico, atribuía una funciónliberadora que ahora debía sersuperada, se convirtió en la teoríaartística del nacionalismo en el poder.En un momento en que todavía elmodernismo arquitectónico producíaalguno de sus mejores ejemplos, comoLa Pedrera (1906-1910) de Gaudí o elPalau de la Música Catalana (1905-1908) de Domenech i Muntaner, estavuelta al neoclasicismo y lamediterraneidad consideró elmodernismo como «una sublimeanormalidad», en palabras de D'Ors, y

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acabó propiciando el triunfo, en losprimeros años de la segunda década delsiglo, de pintores como Sunyer o elprimer Torres García y de escultorescomo Ciará. Identificado estrechamentecon el catalanismo, el «noucentisme» seconvirtió en un estilo muy duradero en elpanorama catalán.

En otras latitudes la penetración dela vanguardia, aun en la fórmula tibiamencionada, fue mucho más lenta. EnMadrid los artistas que obteníanpremios y distinciones en lasexposiciones nacionales, aparte de loscatalanes, que en un determinadomomento se podía considerar que habían

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pasado por la primera línea de fuego dela renovación (Rusiñol o Mir), eranrepresentantes del regionalismopictórico, como Zubiaurre, o artistas quemuy pronto se adecuaron a un ciertoacademicismo como López Mezquita oCarlos Vázquez. Tan sólo en Bilbaohubo una apertura a los airesprovenientes de Francia semejantes alos que se dieron en Barcelona: lacreación de la Asociación de ArtistasVascos y las exposicionesinternacionales de la primera posguerramundial contribuyeron a hacer posibleesta realidad que, por otro lado,desembocó muy a menudo en un arte de

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sabor fundamentalmente regionalista.En los años inmediatamente

anteriores a la Primera Guerra Mundialdebe fecharse la aparición propiamentedicha del vanguardismo artístico. En1912 tuvo lugar en la barcelonesaGalería Dalmau la primera exposicióncubista, que Gómez de la Serna llevó acabo en Madrid unos años después. Poresos mismos años aparecieron tambiénpor Barcelona Barradas, un pintoruruguayo, y Celso Lagar, que trajeronlas últimas novedades de París, pero lamayor influencia de estos medios seprodujo en el mismo periodo bélico,durante el cual se refugiaron en España

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una buena parte de los artistas de lavanguardia residentes en París, comopor ejemplo los Delaunay o Picabia. Delos años de la inmediata posguerra datala aparición en Madrid de DanielVázquez Díaz, cuyos retratos y paisajes,en los que aplicaba la construcciónvolumétrica del cubismo, fueron elmáximo de vanguardia que podía seraceptado en España y aun así conconsiderable escándalo. Una mayorpresencia de la vanguardia no seprodujo hasta la década de los veinte y,sobre todo, a partir de la exposición dela Sociedad de Artistas Ibéricos (1925),de la que se tratará en el siguiente

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capítulo. En ella hubo una muy marcadapluralidad de propósitos e intenciones,pero lo significativo es que las nuevasgeneraciones se decantaronmarcadamente a favor de una renovaciónde los modos artísticos, aunque muy amenudo dieran la sensación de queprimaba en ellos, sobre todo, ladesorientación. Ya en 1928 aparecían enBarcelona los primeros manifiestossubversivos de tono surrealista, uno decuyos inevitables firmantes era siempreDalí. La apertura a las corrienteseuropeas, tan característica de estemomento de la vida nacional, habíadado también sus frutos en este aspecto.

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Pero se mantuvieron tambiéntrayectorias individuales muy marcadasque habían tenido un origen en latradición cultural autóctona y que, sinembargo, conectaban asimismo con lavanguardia ultra pirenaica. En losúltimos tiempos se ha atribuido unacreciente importancia a la versiónespañola del vanguardismo en el terrenode las artes plásticas. No se debeolvidar, en fin, que un pintor como JoséGutiérrez Solana, que tiene poco que vercon el vanguardismo (como herederoque es de una estética de la «Españanegra» a lo Zuloaga y Regoyos elevadaa la enésima potencia), conecta con un

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cierto expresionismo que es también unafórmula de vanguardia.

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La dictadura de Primode Rivera y el fin de la

monarquía

Durante mucho tiempo laDictadura de Primo de Rivera hapermanecido al margen de la renovaciónde los estudios históricos producida enEspaña a partir de los años sesenta.Hasta dos décadas después lo habitualera que los libros dedicados a la épocafueran elaborados a partir de textospublicados en los años treinta, que nopueden ser calificados de suficientes ni

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de imparciales. Sólo con el paso deltiempo empezaron a existir monografíascon los requisitos exigibles. Hoy elrégimen dictatorial ha sido abordado yaen un número elevado de estudiosacerca de sus más variados aspectosconcretos. Aunque se mantengan muchasdiscrepancias, existe, entre loshistoriadores, la coincidencia enconsiderar como cardinal este periodo.En primer lugar, muchos de lospropósitos programáticos que lainestabilidad gubernamental habíafracasado al llevar a la práctica en elperiodo precedente pudieron ahoraplasmarse, de forma más o menos

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acertada, en la realidad. En segundolugar, el periodo dictatorial permiteinterpretar tanto la etapa precedente, deliberalismo oligárquico, como lasiguiente, un intento de experienciademocrática. En tercer lugar fue laDictadura y, más aún, la forma de darlesalida, la causa principal de la caída dela Monarquía y la consiguienteproclamación del régimen republicano.A comienzos de 1923, manifiesta ya laincapacidad gubernamental de laConcentración liberal, así como la de laoposición, para convertirse en relevo, lasituación española se había convertidoen premonitoria de una dictadura. El

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caso español no tenía nada de especialen la Europa de la época, en que sevieron decepcionadas muy pronto lasilusiones democráticas creadas por elfinal de la Primera Guerra Mundial y laoleada de regímenes democráticos quehabía tenido lugar en 1918 tuvo lapronta contrapartida de una erupción dedictaduras, de significación variadapero de característicasfundamentalmente comunes. En general,durante los años veinte no seconsideraron a sí mismas comoregímenes estables sino más bien comosoluciones temporales y sólo en los añostreinta algunos de ellos adquirirían una

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voluntad de permanencia comoconsecuencia del auge del fascismo.

La dictadura se convirtió, con lasola excepción de Checoslovaquia, en elfenómeno más habitual en el esteeuropeo: la debilidad de la tradiciónliberal, las insuficiencias de laindustrialización, el auge de lasexpectativas de las masas campesinas,que en su mayor parte se vierondecepcionadas, y los problemasderivados del nacionalismo constituyenlos factores fundamentales para explicarlo sucedido en esta zona del viejocontinente. De todos esos países el quevivió una experiencia más semejante a

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la española fue Polonia, donde elmariscal Pilsudski estableció un régimendictatorial, opuesto a la clase política,con un talante regeneracionista ypretendidamente apolítico que tuvocierto paralelismo con el caso español.Lo característico del momento fue, sinembargo, que la oleada dictatorialafectó no sólo a países en que elliberalismo era un fenómeno recientesino también a otros en que se trataba deun fenómeno de larga raigambre, aunquetambién tuviera muchas imperfeccionesy pasara por una aguda crisis en latransición entre liberalismo ydemocracia. En Grecia fue la derrota

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exterior ante Turquía —el equivalente aldesastre de Annual— lo que provocóuna situación militar y autoritaria en1922, que depuró las responsabilidadesy acabó entregando el poder a unpolítico civil, Venizelos. En Portugal eladvenimiento de un régimen autoritariose produjo tras la experiencia de unaRepública muy inestable desde el puntode vista gubernamental y parlamentario,aunque no movilizadora ni amenazadapor revolución alguna. En Italia, dondedesde un principio Mussolini pretendiócrear un sistema nuevo, contrapartidaradical del liberalismo, había existidouna movilización política creciente, de

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la que fueron beneficiarios socialistas ycatólicos, incapaces de ponerse deacuerdo en lo esencial para mantener unrégimen liberal. El clima intelectual, elnacionalismo de posguerra y el peligrorevolucionario, en este caso mucho másevidente que en otras latitudes, fueronfactores decisivos en el triunfo delfascismo. En España, probablemente,las posibilidades revolucionarias eranya decrecientes a la altura de 1923, peroel problema de Marruecos habíacontribuido a agravar las tensiones,convirtiendo a los militares enbeligerantes contra el sistema político,mientras que el liberalismo oligárquico,

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incapaz de reformarse a sí mismo, sehundía en el desprestigio y lainestabilidad gubernamental. Quizá, enefecto, lo más significativo del casoespañol reside en la rotundaartificialidad de un sistema político,incapaz de renovarse y, al mismotiempo, ciego ante los peligros que loamenazaban.

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El golpe de estado

Todo ello constituye el telón defondo sobre el que se debe explicar elascenso al poder del general Primo deRivera. Un tío suyo, Fernando, que fuepara él padre efectivo y uno de lospersonajes militares más relevantesdurante la Restauración, ya había pedidoal Rey una dictadura militar en 1920. Encierta forma, lo sorprendente del casoespañol reside en lo mucho que tardó elgolpe en llevarse a cabo, dada laacumulación de factores en contra de unliberalismo estable. De cualquier modo,

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rumores de que era posible un golpe deEstado menudearon desde comienzos delaño 1923; lo insostenible de la situaciónpolítica se aprecia en el hecho de quefueran personas de muy distintasignificación los que abogaran en sufavor: el diario católico El Debate pedíauna dictadura, pero no teníainconveniente en que la ejerciera unliberal como el conde de Romanones,mientras que un serio candidato al papelde dictador fue el general Weyler, unode los escasos militares con los que, alfinal, pudo contar la Concentración. Másadelante, el general Aguilera bordeótambién la conspiración, esta vez con un

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sentido izquierdista que le hizo contarcon el apoyo de elementos intelectualescomo Unamuno. Su carencia dehabilidad política acabó por destruir sucandidatura después de un sonadoincidente con el dirigente conservadorSánchez Guerra.

Mientras que la prensa especulabadía a día con la posibilidad de unadictadura, al Rey se le planteó latentación de una solución autoritariatemporal. En realidad, aunque tendiera aintervenir en la política partidista y aexpresar opiniones un tanto ligeras, noera un monarca con ínfulas dictatoriales,entre otros motivos porque sabía lo que

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se jugaba, caso de llevar a cabo esosproyectos. Su discurso en Córdoba, enel año 1922, no pasó de consistir en unalamentación genérica, suscrita pormuchos, acerca de los males de la clasepolítica. Además, en esta misma ocasiónaseguró que a él no se le cogería «en unafalta constitucional». Durante el veranode 1923 pensó en una especie degobierno militar del Ejército comocorporación y con la anuencia de lospolíticos, para luego volver a lasituación constitucional. Habló con elhijo de Antonio Maura, quien acabó poraconsejar al Monarca que no tomaraninguna iniciativa, pero dejando

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entrever que un gobierno militar era enúltima instancia inevitable. Este mismohecho demuestra, más que la proclividaddictatorial del Rey, hasta qué puntoestaba en una situación grave el régimenparlamentario.

Para comprender el desarrollo de laconspiración y el posterior desenlacedel golpe hay que tener en cuenta, enprimer lugar, la peculiar situación deBarcelona donde se daban,multiplicadas en gravedad, lascircunstancias habituales en la Españade 1923. Mientras que los sucesos deMarruecos creaban agitación entre loselementos militares, el ambiente

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ciudadano participaba también de uncreciente anti-parlamentarismo (en lacapital catalana tuvieron su origen losúnicos y minúsculos grupos decaracterísticas fascistas). Elanarcosindicalismo carecía ya decapacidad revolucionaria y la luchasindical había degenerado eninacabables enfrentamientos depistoleros del Único y el Libre. Había,además, dos circunstancias que no sedaban en ninguna otra ciudad española.En primer lugar, el movimientocatalanista había experimentado unaimportante radicalización, en especialen sus sectores juveniles, con la

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aparición de Acció Catalana: el golpede Estado fue precedido tan sólo unosdías por un sonoro incidente en lacelebración del Día Nacional deCataluña. Más grave fue, sin embargo, lasituación del orden público. Las últimassemanas de gobierno liberal estuvieronpresididas por un desorden que parecíainacabable, con atentados deprocedencia varia y una omnipresentehuelga de transportes, a la que no seacaba de dar solución. Lo grave fue lasensación de falta de reacción por partedel Gobierno, que tuvo hasta tresrepresentantes en la ciudad, a título degobernadores civiles, de los que sólo

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uno, Pórtela Valladares, actuó conenergía. Necesariamente una situacióncomo ésta había de tener comoconsecuencia un desvío de la opiniónpública respecto del gobiernoparlamentario. Más que hablar de unapoyo de la burguesía catalana a losconspiradores por motivos económicoshabría que entender que la Lliga,exasperada, se sintiera atraída haciacualquier fórmula que representara unEstado con pretensión de resultar serioen su comportamiento. La habilidad dePrimo de Rivera al no mostrarseradicalmente opuesto al catalanismohizo el resto.

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La falta de decisión a la hora deabordar la situación existente enBarcelona no fue sino una muestra másde las limitaciones del gobierno de laConcentración Liberal. Éste podía habersido considerado como una soluciónaceptable en abstracto pero su prácticareal distó mucho de serlo. A medida quetranscurría el tiempo, demostraba, conlas elecciones, que su propósito no eramodificar el comportamiento del poderpúblico en un régimen de liberalismooligárquico, mientras que sus objetivosreformistas en el terreno constitucional orespecto de las relaciones entre Iglesia yEstado eran rectificados inmediatamente

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después de ser enunciados. Todavíahubo algo peor: por si fuera poco, en lasúltimas semanas de gobierno liberal sepresenció una profunda división delgabinete sobre uno de los problemasmás agudos que tenía la España deentonces, el de Marruecos. Mientras losmilitares reclamaban el desembarco enAlhucemas, los civiles, tampocodispuestos al simple abandono, no sedecidían a contraponerles una políticarealista y decidida. Hubo, sobre todo,una profunda irresponsabilidad de laclase dirigente del liberalismo,empeñada en crisis puramentepersonalistas en las que cada personaje

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parecía sólo interesado por obtener losmejores resultados para sí mismo. Anteuna conspiración suficientementeconocida, el gobierno optó por lapasividad y la ceguera voluntaria.Cuando el golpe se produjo sólo dos otres ministros (uno de ellos, elrecientemente nombrado PórtelaValladares, que abandonó asíBarcelona) optaron por la resistenciadecidida. Alba, principal animador delgabinete, dimitió, muy desprestigiadoante los militares por la política en tornoa Marruecos, y la resistencia delpresidente, García Prieto, fue losuficientemente formal como para

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limitarse a declarar que el golpe deEstado le aliviaba de unas enojosastareas gubernamentales. Horas antes deque el poder les fuera entregado a losconspiradores, éstos concedíandeclaraciones a la prensa como si ya lohubieran logrado. La conspiración seperfiló definitivamente en junio de 1923,cuando Primo de Rivera acudió aMadrid, llamado por el gobierno, yestableció contacto con un grupo degenerales, de los que era la figura másrepresentativa Cavalcanti. Desde unprincipio se pensó que en la conjuraentraran únicamente elementos militares.El resultado habría de ser marginar a la

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clase política en el poder: losconspiradores no estaban tanpreocupados por las responsabilidadesde Marruecos o por el hecho de que laMonarquía estuviera en peligro sino,sobre todo, inspirados por el odio alsistema caciquil. En realidad, comodemuestra la conspiración de Aguilera,el propio Ejército estaba muy dividido,en liderazgo y en programa, hasta elpunto de que sólo el repudio a la clasepolítica de la Restauración permitió suunidad. El golpe no pretendía sermilitarista, en el sentido de que elEjército ocupara indefinidamente elpoder, sino que debería ser entregado a

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elementos civiles apolíticos. Esto eramuy característico del ambiente que sevivía en la España de comienzos de losaños veinte y ya fue previsto porFernando, el tío del futuro dictador.Tampoco se trataba de un golpeprotagonizado por una persona, aunque,a medida que fue pasando el tiempo,Primo de Rivera desempeñó un papelcreciente que todavía lo fue más cuando,el día 12 de septiembre, sus planesfueron conocidos en Madrid por sussuperiores. Ni siquiera en ese momentoreclamó el poder para sí mismo, sino tansólo la marginación de la políticaprofesional. El desarrollo del golpe de

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Estado permite asimilarlo a unpronunciamiento del siglo XIX. Enefecto, como entonces, un general conínfulas políticas afirmó su deseo dehacer desaparecer el Gobierno nomediante el derramamiento de sangresino a través de un forcejeo psicológicocon quienes estaban en el poder: a laguarnición barcelonesa sublevada tansólo se le dieron órdenes de que semantuviera a la expectativa. Primo deRivera, además, enunció su programa enun manifiesto un tanto vacuo en cuanto asoluciones concretas pero queconcordaba con el espírituregeneracionista. Habría llegado el

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momento —decía— de acabar con lasdesdichas e inmoralidades queempezaron el año 98. La clase políticatenía «secuestrada» la voluntad real, yahora los militares, que habían sido elúnico aunque débil freno de lacorrupción, acabando con sus mansasrebeldías, iban a imponer un régimennuevo. Primo de Rivera se mostrabaconvencido de que quienes tuvieran lamasculinidad completamentecaracterizada estarían con él. Loextraordinario de esta declaración (quele sirvió a Unamuno para caracterizar depornográfico el manifiesto) fue que en elmomento no mereciera críticas, ni tan

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siquiera asombro. Conectaba hasta talpunto con la mentalidad de la época queel gobierno se vio inmediatamenteprivado de cualquier apoyo importanteen el Ejército.

Tan sólo una capitanía general(Valencia) y algún militar de largatradición (Weyler) se opusieron algolpe. La razón principal de su victoriael 14 de septiembre fue que ni en elEjército ni en la sociedad españolahabía quien estuviera dispuesto a lucharpor el gobierno. Pocos ministros (quizátan sólo tres) estuvieron dispuestos aenfrentarse al golpe.

Al comienzo de la década de los

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treinta, cuando fue proclamada laRepública, se atribuyó la culpabilidaddel golpe al Monarca, lo que tiene sulógica política pero resultahistóricamente insostenible a estasalturas. El Monarca no tenía ningúnentusiasmo por la Concentración liberaly consideraba, como muchos políticos,inevitable, a mayor o menor plazo, unrégimen autoritario militar. Sin embargo,él no estimuló ni patrocinó el golpe;conoció, probablemente de forma vaga,que podría llegar a tener lugar, perocualquier observador atento de larealidad podía saberlo a estas alturas.Los conspiradores no dieron nunca por

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supuesto su apoyo aunque preveían«darle cuenta» en cuanto hubierantriunfado (en esto también el golpe seasemejaba a un pronunciamiento).Cuando conoció las noticias deldesarrollo del mismo el Rey procuróinformarse de la posición de lasguarniciones; como conocía ya la actitudde la opinión pública, de regreso aMadrid no tuvo más que reconocer alvencedor.

Como advierte Carlos Seco, AlfonsoXIII no confundió el patriotismo (o lasimple opinión pública) con laConstitución de 1876; sabía que elsistema político era más ficticio que real

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y que, de hecho, él debía interpretar unaopinión pública que en realidad noexistía más que muy limitadamente. Sihabía recurrido a informarse era porqueno tenía la seguridad de que el Gobiernoliberal pudiera, por sus propios medios,acabar con el golpe. Alfonso XIII, sinembargo, sabía lo que arriesgaba: comoafirmó luego el propio Primo de Rivera,la primera crisis, «si no nace denosotros, será de régimen y no deGobierno». Por el momento mantuvo unaapariencia de legalidad haciendo que unPrimo de Rivera que venía a Barcelonadispuesto a formar un directorio militarbajo su exclusiva presidencia aceptara

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jurar como ministro único ante elministro de Justicia anterior guardandounas apariencias de constitucionalidad.El propio general vencedor reconocióque el Rey «fue el primer sorprendido(por el golpe) y esto ¿quién mejor queyo puede saberlo?». El Rey mismoaseguró a los embajadores británico yfrancés que él no había tenido nada quever con él.

Se ha afirmado, sin embargo, que elMonarca podría haber intentado laresistencia y de esta manera hubieraresultado ejemplar su actuación en unaEspaña que confusamente caminabahacia un liberalismo más auténtico. Sin

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embargo, quien hace esta afirmación notiene en cuenta hasta qué punto el golpefue recibido con entusiasmo ni cómollenó el vacío político causado por lainoperancia de los liberales. El duquede Maura, uno de los escasos opositoresiniciales del nuevo régimen, admite quetuvo una fuerza de opinión como de laque rara vez dispusiera gobierno algunoen España. Era imposible pedirejemplaridad al Monarca cuando nisiquiera los desplazados por el golpe semostraron lo suficientemente opuestos aél como para condenarloinmediatamente o ingresar en elrepublicanismo. Esto último no lo hizo

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nadie: hubo que esperar a los añostreinta para que Alcalá Zamora figuraraen las filas republicanas. En 1923 elministro de la Guerra, general Aizpuru,contra quien se había alzado Primo deRivera, fue enviado como alto comisarioa Marruecos, uno de los principalespuestos en el escalafón militar.Melquíades Álvarez se lamentó de lautilización de procedimientos de fuerza,cuando él —dijo— «hubiera podidohacer lo mismo sin recurrir a ellos».Alba abandonó, sin más, el poder, ySánchez Guerra aceptó también el golpe.Un general que acabaría convirtiéndoseen republicano, López de Ochoa,

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pensaba, por el momento, que del golpese seguiría como fruto «el avance haciaEuropa». Si se lee la prensa de los díasinmediatamente posteriores al golpe sepercibe esa sensación de popularidad dePrimo de Rivera; tan sólo la republicanamostró reticencias, aunque parciales, y,aun así, expresó conmiseración ydesprecio por los desplazados. Encuanto al movimiento obrero cabe decirque si el comunismo tenía escasa fuerzay el anarcosindicalismo había destruidola suya a través de la práctica delterrorismo, los socialistas mostraron unespecial cuidado en aparecer«expectantes» sin apoyar a la clase

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política desplazada (los diplomáticosextranjeros emplearon este calificativopara definir su postura). Pero la pruebamás definitiva de la popularidad delgolpe se percibe con la sola descripciónde la posición de aquel sector que, conel paso del tiempo, más claramentehabría de destacarse por su oposición alrégimen «primorriverista»: losintelectuales. En el seno de laintelectualidad española, tan sóloUnamuno, Pérez de Ayala y Azañaestuvieron, desde un principio y deforma inequívoca, contra el dictador,pero el último reconoció que suadvenimiento había sido bien recibido

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porque el país estaba presidido por «laimpotencia y la imbecilidad». Vistos losantecedentes, no puede sorprender quelos católicos de El Debate recibieranbien el golpe, pero también lo hicieroncon una benévola expectativa losintelectuales liberales que escribían enEl Sol. En este diario, por ejemplo, sepublicó una feroz sátira del gobiernocaído, mientras que Ortega y Gasset selanzó a una labor de adoctrinamiento dePrimo de Rivera en la que tuvo muypoco éxito. En estas condiciones cabepensar que si Alfonso XIII se hubieraopuesto al golpe hubiera hecho peligrarsu trono. Lo más parecido al entusiasmo

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con que fue recibido el golpe fue laalegría experimentada, años después,por la proclamación de la República. Larazón estriba en que la regeneración, eseobjetivo ansiosamente perseguido endécadas anteriores, parecía hacerseahora viable en la figura de un generalrecibido como un auténtico Mesías. Encambio, casi ninguno pensó que elgobierno liberal estuviera encondiciones de producir un cambio real.Cuestión diferente es si el golpe fueevitable. Sin duda hubiera podido serlo,principalmente por la desunión delEjército, pero para ello hubiera sidonecesaria una política civil respetada y

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decidida mucho tiempo antes.

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La dictaduraregeneracionista

Algunos historiadores han tratadode definir la Dictadura de Primo deRivera atendiendo a una posiblecomparación con regímenes parecidosen otras latitudes. Sin embargo, la claveregeneracionista es fundamental paracomprenderla y, por tanto, parece másadecuado tener en cuenta este ambientede época (que tiene algún paraleloexterior, como hemos visto). Elregeneracionismo explica que la

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Dictadura no se definiera como anti-liberal y sí, en cambio, como temporal;también se entiende, gracias a él, laincapacidad de institucionalización ensentido fascista y el abandono final delcargo por parte del dictador. Pero elregeneracionismo resulta especialmentepatente en los primeros meses del nuevorégimen, hasta la primavera de 1924 oincluso durante buena parte de 1925, enque los proyectos de reforma política,aun pronto apaciguados, constituyeron elcentro de sus preocupaciones. Todadictadura es, en una proporción mayor omenor, la personalidad del dictador. Asípues, para entender la regeneración

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propuesta por Primo de Rivera, y losrasgos básicos de su dictadura, espreciso referirse a su persona. Loprimero que sorprende al respecto esque, pese a los propósitos rupturistasdel golpe de Estado —en realidad elgeneral se había alzado contra el sistemade la Restauración— estabaperfectamente integrado en ella. Nacidoen Jerez en 1870, su familia y su título(marqués de Estella) procedían delmundo liberal, y su carrera la hizo allado de los generales más insignes delrégimen restaurado, su tío Fernando, y elmismo Martínez Campos, ligado poramistad con su pariente. Por supuesto,

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todo ello no quiere decir que carecierade virtudes militares: combatientevaleroso, participó en primera fila enlas guerras de Cuba, Filipinas yMarruecos, fue general a los cuarenta yun años y había recibido la laureada alos veintitrés. Siempre tuvo unapreocupación política manifiesta que sedecantó, en un principio, hacia elpartido conservador y, luego, hacia elliberal. Lo importante es que en amboscasos su talante se caracterizaba por uninequívoco regeneracionismo con nopocas dosis de arbitrismo: propuso lautilización de la bicicleta por el Ejércitoy la industrialización a través de

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empresas militares. La crisis del sistemade la Restauración lo lanzó todavía mása la vida pública aunque en dosocasiones su actitud en ella afectó demodo grave a su carrera militar: en 1917y 1921 perdió un importante puestocomo consecuencia de estridentesdeclaraciones pidiendo el abandono dela posición de Marruecos. Desde 1919su obsesión por el orden público le hizoreclamar medidas expeditivas yextralegales, equivalentes a la «ley defugas». No era un personaje que pudieraconcitar en torno suyo unanimidad en elEjército, pero supo aprovechar lascircunstancias para parecer más nutrido

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de apoyos que conflictivo. En realidad,la regeneración que predicó no era algoajeno al sistema de la Restauración sinotan identificado con él y con la sociedaddel tiempo, que todos, políticos eintelectuales, e incluso conspiradoresmilitares de propósitos contrarios, sepodían considerar identificados conella. Un político civil que conspirócontra Primo de Rivera y consumió unaparte considerable de su fortuna alhacerlo concluye el libro de memoriasdedicado al particular asegurando que lomejor de la Dictadura fue precisamentela persona del dictador. Ésta era simpley revestía características que podían

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favorecer su conexión con las masaspopulares. No se trata sólo de que fuera,como escribió su hijo, el futuro fundadorde Falange, «bueno, sensible ysencillo», sino que tenía determinadosrasgos que permitían tolerar sus defectosy ensalzar sus virtudes. Madariaga, quefue opositor suyo, lo describe como«espontáneo, intuitivo… irritable ante elobstáculo, imaginativo, intensamentepatriota, dado a opiniones simplistas, apreferir la equidad a la justicia, el buensentido al pensamiento». El duque deMaura, también opositor, alude en unlibro a sus virtudes («el valor, lacomprensión y la decisión rápidas, las

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dotes de mando, la generosidad, lasimpatía andaluza») y sus defectos («laintemperancia verbal, la soberbia, losarrebatos, la indisciplina mental, laincapacidad para la colaboración»),para concluir que las primeras fueronmuy populares entre los españolesmientras que los segundos por lo comúnse han disculpado. El historiador JesúsPabón lo ha comparado con otrosgobernantes peninsulares. Tenía laimpetuosidad de Narváez, pero eramenos explosivo. Era tan simpáticocomo Serrano y, como el dictadorportugués Sidonio País, confiabaplenamente en el apoyo popular y

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mostraba idéntica perplejidad respecto acómo resolver los problemasfundamentales. A esta comparación sepodría sumar otra obvia, con otrodictador español, el general Franco. Lasdiferencias en este caso son mayoresque las similitudes: Primo de Rivera secaracterizó por poseer una culturaliberal, por su conciencia detemporalidad en el papel de dictador ypor su acción brillante, aunque muy amenudo contradictoria. Los rasgosdefinitorios de Franco fueronestrictamente contrarios. El régimen dePrimo castigó poco, perdonó mucho yresistió sugerencias a favor del

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endurecimiento, algo que no puedeatribuirse al régimen de la posguerra.

Una descripción basada tan sólo enel carácter de Primo de Rivera no bastapara justificar el hecho de quepermaneciera en el poder mucho tiempo,incluso acompañado de un apoyoposiblemente mayoritario. Lo queexplica la popularidad de Primo deRivera es haber sido la expresión y, almismo tiempo, el máximo definidor yrepresentante de un vagoroso estado deespíritu regeneracionista que habíanacido en el fin de siglo y se había idoextendiendo hasta convertirse en untópico. Lo era tanto que se ha podido

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decir que Primo de Rivera, en realidad,no hacía otra cosa que elevar a categoríade principio de gobierno lo que losespañoles de su tiempo hablaban en lascharlas de café. Uno de suscolaboradores, José María Pemán, hizouna descripción que puede parecersimplemente humorística, pero que esveraz y, por tanto, utilizable por elhistoriador. A Primo de Rivera —afirma— le caracterizaba una locura patrióticay la ausencia de libros, pues todo lo quesabía lo había aprendido en un casino deJerez llamado El Lebrero. Decía que suspropósitos no eran políticos pero que élvenía a hacer una política verdadera y

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«con este galimatías de mayúsculas yminúsculas, de frecuentativos en »-eo"(sus enemigos hacían politiqueo) y dedespectivos en "-on" (politicones habíansido los dirigentes españoles hastaentonces), más prefijos negativos yhelenísticos en "-a" (él era apolítico)hacia don Miguel una definiciónindefinida de su tarea y propósitosindefinibles«. Por mucho que unapolítica basada en tales principiospueda resultar superficial ocontraproducente a medio plazo, de loque no cabe duda es de su popularidaden 1923. Regeneracionismo ycaracterísticas personales de Primo de

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Rivera explican su régimen dictatorial.Una tentación obvia, pero superficial,consiste en considerar que, en efecto, talcomo se dijo en la época, el dictador eraPrimo de Rivera »ma secondo diMussolini«, es decir, que no era sino lomismo en España que el fascismo enItalia. Sin duda, el dictador español fueun admirador personal del Duce, al quedescribió, en el comienzo de sumandato, como »el apóstol de lacampaña dirigida contra la corrupción yla anarquía". Sin embargo, tambiénPrimo de Rivera estableció entoncesdiferencias entre él y Mussolini, a pesarde expresar siempre su admiración por

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éste: el Duce era más brillante, admitíamodestamente, pero el gobierno deEspaña era menos personal que el deItalia; también establecía otrasdiferencias relativas a la utilización dela violencia para combatir a losopositores.

Tenía razón: su dictadura, aunque amenudo arbitraria, careció casi siemprede auténtica crueldad. En el aprecio dePrimo de Rivera por el fascismo y porMussolini hubo siempre variaciones,debidas a las circunstancias. Sólo laconsolidación del régimen y el aumentode las dificultades le indujeron aaproximarse algo más a él, pero siempre

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con timidez e indecisión en el momentomás crucial. Por eso no resulta tampococorrecto afirmar que la Dictadura fuerafascismo desde arriba, como afirma BenAmi, es decir, un régimen que pudo«fascistizarse», aunque no por completo,y que creó el mito del Nuevo Estado,engendró una nueva derechaantidemocrática y sirvió de modelo,luego, para el franquismo. La mismaexpresión «fascismo desde arriba»resulta contradictoria porque aquél tieneal menos parcialmente un contenidopopular y posdemocrático, no siendoconcebible la implantación del mismopor un puro golpe de Estado militar.

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Sólo tímidamente apuntó, durante laDictadura, una nueva derechaantidemocrática que, además, ni siquieraera la tesis más ortodoxa de un régimenque nunca se consideró definitivo y queno tenía excesivas preocupacionesintelectuales. Cuando el franquismoimitó el proyecto nonato de Constitucióndictatorial de 1929 estaba en una fase deapertura y, en definitiva, nunca llegó aser tan liberal como el contenido deaquella otra dictadura. La semejanzamayor que cabe encontrar entre laDictadura de Primo de Rivera y otrorégimen es la que se dio con losregímenes autoritarios balcánicos de los

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años veinte, alejados del fascismo. Este,en uno y otro caso, sólo llegaría en losaños treinta.

El problema fundamental paracaracterizar la Dictadura reside en quees muy difícil entenderretrospectivamente la mentalidadregeneracionista. Para los españoles de1923 resultaba perfectamente posiblecriticar el liberalismo de laRestauración sin que el liberalismo enabstracto mereciera el mismo juicio;incluso creían viable que un hombrebueno y apolítico, que ejerciera unadictadura temporal y personificara alcirujano de hierro, aliviara los males

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del país. La Dictadura, por tanto, seconcibió siempre como un régimentemporal: en un principio Primo deRivera dijo que duraría dos días, tressemanas o noventa días y que,trabajando diez horas durante noventadías, eran 900 horas con las que sepodría regenerar el país. Comentandoestas palabras, Azaña aseguró que elrégimen se había convertido en «unaofensa permanente contra elentendimiento, que no se amolda a lasnormas mentales de un teniente general».Temporal, la Dictadura habría de tenertales efectos mágicos que tampoconecesitaría ser cruel. En ocasiones

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Primo de Rivera rechazó para surégimen el carácter dictatorial,calificación exagerada, según él, puesno había existido nunca propiamente unpoder personal, incluso llegó abautizarlo, en un auténtico galimatías,como «democracia dictadora odictadura democrática». En alguno desus seguidores las expresionesresultaban más chocantes: «demofilia»(González Ruano) o «democratismosimpático» (Calvo Sotelo).

La bondad natural, carencia deformación y condición de cirujano dehierro de Primo de Rivera lo abocaban aun paternalismo que se traducía a

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menudo en manifestaciones pintorescas,como desempeñar objetos del Monte dePiedad en un momento en que elpresupuesto alcanzó superávit, ocuparsepersonalmente del caso de un carbonerodesahuciado o recomendar un régimendietético a los españoles. No tuvoinconveniente en rectificar su criterio enmás de una ocasión porque lo contrariosería exceso de «amor propio». A pesarde ser dictador, Primo de Rivera norehuyó el contacto periódico con lasmasas populares. Escribía notasoficiosas sobre todo lo divino y humano,«restando —según declaró— horas alsueño tan necesario después de un día

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de ruda labor que habré de reemprenderdentro de cuatro horas». En ocasionesrecomendó la cría del gusano de seda ohacer gimnasia; en otras alegó en sufavor que «alegres jóvenes y seductorasmodistillas» le consideraran salvador dela Patria. Cuando se tomó unasvacaciones aprovechó la ocasión pararedactar un catecismo del ciudadano endonde se recordaba la obligación deemitir el voto cuando, por supuesto, nohabía elecciones. Madariaga escribióque Primo de Rivera, en definitiva,parecía mucho más un bondadosodéspota oriental que un Mussolini.Siendo su bagaje mental popular, pero

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endeble, no tiene que extrañar que suspartidarios elaboraran una verdaderadoctrina del «intuicionismo» paraexplicar las decisionesgubernamentales: para ellos, un patriotaentusiasta, aunque carente de programa,podía ser más beneficioso al país que lacorrupta clase política. Una de lasprimeras declaraciones de Primoconsistió en advertir que no teníaexperiencia de gobierno y que susmedios eran tan sencillos comoingenuos, y en su primera rueda deprensa se olvidó de dar los nombres delos generales que con él formaron elDirectorio militar. Según él, bastaba la

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sinceridad, la bondad, la laboriosidad yla experiencia de la vida paraenfrentarse con los problemas del país.Las consecuencias de esta actitudfueron, en primer lugar, la milagrería, esdecir, la creencia de que en muy pocotiempo y con soluciones muy simplestodo lo que de malo hubiera en Españadesaparecería porque, en el fondo, losespañoles eran buenos; el arbitrismo,herencia de una tradición española quese remontaba al siglo XVII y que semostraba fuertemente proclive a mezclarconfusamente la moral con la políticapara acabar por no solucionarefectivamente casi nada, y la

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incertidumbre, característica de lacombinación entre la ausencia deformación y la imprevisión de lasconsecuencias de los propios actos.Pero, al mismo tiempo, no puede decirseque Primo de Rivera careciera decapacidades políticas. Supodesembarazarse de quienes habíancolaborado con él en la conspiracióncontra el gobierno legítimo, provocar ala oposición para reafirmarse en elpoder y presionar al Rey con el mismoobjeto. Cierto es que lo hizo sin prensalibre ni posible crítica en el Parlamento,pero ello no obsta para que debanreconocérsele estas capacidades,

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semejantes a las de los políticos aquienes dijo haber desplazado.

Aunque a Primo de Rivera el Rey leatribuyó hacerse cargo de la«gobernación del país» de maneragenérica, desde el principio tuvoestrechos colaboradores. No fueron losgenerales que con él habían conspiradoy que fueron de inmediato marginadossino otros ocho, uno por cada regiónmilitar, y un almirante. Ninguno de elloshabía tenido actuación política hasta elmomento, aunque dos de ellos —Jordana y Magaz— la tuvieron a partirde la guerra civil. Tampoco se habíansignificado por jugar un papel de

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primera importancia en la victoria delgolpe. Su perfil se explica por el deseode Primo de unificar a la familia militardetrás de él. Por eso, probablemente,dirigió sus peores invectivas en contrade Alba, muy impopular entre losmilitares, y no tuvo inconveniente en queel ministro de la Guerra saliente ocuparaun puesto de gran importancia, altocomisario en Marruecos.

En la trayectoria de la Dictadura unprimer cambio de rumbo se produjo enlos últimos días de 1923 y primeros de1924. El 12 de noviembre lospresidentes del Congreso y el Senado,Álvarez y Romanones, visitaron al Rey

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para pedirle que convocara las Cortes,tal como preveía la Constitución. ElMonarca no lo hizo y tuvo una actitudairada con respecto al segundo, quehabía sido un íntimo y estrechocolaborador suyo. Aunque los dospresidentes se sintieron en «completasoledad», a partir de este momento elMonarca se había situado, de formaclara, fuera de la Constitución. Si no fueel autor de la conspiración ni hizo otracosa que reconocer al vencedor, éltambién vivió el ambiente deregeneración milagrera por el que pasóEspaña durante estos años. No eraconsciente, por el momento, de los

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inconvenientes de la bicefalia, pero, encambio, sabía ya que había puesto enpeligro su corona. El cambio másimportante fue, sin embargo, aquel delque fue protagonista el propio dictador.Con ocasión del viaje que hizo con elMonarca a Italia rectificó su rumbo en elsentido de considerar que no podíasolucionar los problemas nacionales enel plazo de tres meses. A su vuelta lodejó claro en declaraciones públicas yreorganizó el Directorio, que actuó yacomo los Consejos de Ministrosanteriores. Una de sus medidas fue lareaparición de los subsecretarios, de losque el de Gobernación, Martínez Anido,

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amigo suyo, acabaría desempeñando unpapel de primera importancia en surégimen a partir de 1925.

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Los efectos de la«regeneración»

política

Como queda explicado, laregeneración política fue, sin duda, lacuestión que más claramente aparecióentre los propósitos del dictador, talcomo expresó en su manifiesto. Notiene, pues, nada de particular que fueratambién una de las primeras en serabordada por Primo de Rivera. Susprimeros meses de estancia en el poderse dedicó casi íntegramente a una

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persecución febril, desde presupuestosregeneracionistas, contra el caciquismo,hasta el punto de que reconoció dormirpoco y mal como consecuencia de estatarea, realizada con sinceridad ysimpleza, acompañadas ambas de unaindudable popularidad. Más adelante,creyese o no que había solucionado elproblema, su atención se dirigió haciaotros objetivos. Para acabar con elsistema oligárquico y caciquil cabíandos procedimientos: el de laintervención gubernamental a nivel localo el de la legislación de carácternacional que hiciera desaparecer suslacras. Ambos fueron empleados por el

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dictador, aunque el primero fue el quetuvo una apariencia más espectacular,mientras que el segundo apenas se puededecir que alcanzara relevancia práctica.Sin embargo, este modo posible deactuación demuestra bien a las clarasque las intenciones de Primo de Riveraeran netamente liberales. Así, porejemplo, el dictador parece haberpensado seriamente en la posibilidad dellevar a cabo una reforma electoral:durante los primeros meses de laDictadura se habló en repetidasocasiones de una inminente convocatoriaante las urnas. De haberse llevado acabo la reforma habría consistido en el

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establecimiento de un sistema derepresentación proporcional, que enépocas anteriores había sido solicitadopor aquellos sectores políticos querepresentaban fuerzas reales en el senode la sociedad española, católicos ysocialistas. También se habríanadoptado otras reformas como unaelaboración más depurada del censo, laadmisión del voto de la mujer, medidaque tenía un carácter muy democrático yque Francia, por ejemplo, no aplicaríahasta después de la Segunda GuerraMundial, el establecimiento de un carnéelectoral, etc. También debió pensarPrimo en la posibilidad de reformar el

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Senado, lo que era relativamente fácil(no suponía una transformación de laConstitución de 1876) y había sidosolicitado por sectores importantes delpensamiento liberal. De acuerdo con elproyecto de Primo de Rivera, en laCámara Alta se debería recortar larepresentación de la grandeza españolay limitar, con el paso del tiempo, laantigua representación vitalicia,mientras que, en cambio, se daría unaimportancia mayor a la corporativa, enla que figurarían los representantes de laclase obrera organizada. Estos dosproyectos no pasaron de tales pero sí sellegó a cumplir otra parte esencial del

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programa del regeneracionismo político:la elaboración de un Estatuto Municipal,en un sentido marcadamente autonomistay descentralizador. Calvo Sotelo, quefue su promotor como director generalde Administración Local, consiguióconvencer a Primo de Rivera (que, eneste aspecto, resultaba fácilmenteinfluenciable porque la reforma de laAdministración local era una parteesencial de cualquier programaregeneracionista y él tenía amigos en lasfilas del «maurismo») de la bondad delos proyectos de Maura y Canalejas. Sinembargo, el Estatuto Municipal deCalvo Sotelo fue de carácter más

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democrático y autonomista que cualquierproyecto anterior: baste con decir que supreámbulo se iniciaba con esta frase:«El Estado, para ser democrático, ha deapoyarse en municipios libres», lo queno deja de ser una afirmaciónsorprendente para una disposición legalde una etapa dictatorial. No tiene, porello, nada de particular que cuando fuediscutido el proyecto en el Consejo deMinistros, surgiera una oposicióndecidida a alguno de sus aspectos másliberales, como el voto femenino o laelección democrática de los alcaldes Elproyecto se aprobó y acabó no siendoaplicado en lo que tenía de más

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esencial. Durante siglos el Estado habíaintervenido en el medio rural a travésdel nombramiento de los alcaldes yahora, lejos de interrumpirse esatradición, fueron elegidos en si totalidadpor el Ejecutivo. El propósitoregeneracionista quedaba, de estamanera, por completo incumplido,aunque desde el punto de vista de lasHaciendas locales la aprobación delestatuto supusiera un aumentoespectacular de las posibilidades degasto y, por tanto, también de mejoras enla infraestructura municipal. Lo másespectacular de la gestión dictatorial enlo que se refiere a la destrucción de la

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oligarquía y el caciquismo fue, comoqueda dicho, la actuación a nivel local.En efecto, los escalones superiores de laclase política se vieron afectados tansólo por un decreto deincompatibilidades que vedaba aquienes habían ocupado cargosrelevantes la presencia en los consejosde administración. Durante los mesesque transcurrieron entre septiembre de1923 y abril de 1924 se quiso poner enmarcha lo que Joaquín Costa habíadenominado política quirúrgica.Consistió ésta en una serie de medidasingenuas, como prohibir lasrecomendaciones o recordar la

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obligación de que los funcionarioscumplieran sus horarios, pero sobretodo en perseguir a los caciquespueblerinos. Todos los Ayuntamientos ylas Diputaciones provinciales fuerondisueltos y sustituidos por los vocalesasociados, y los gobernadores civiles(que ahora en un porcentaje de un tercioeran, en realidad, militares)emprendieron una labor de investigaciónen los pequeños municipios, que dio losresultados que se esperaban. Lapersecución y, en general, el ambientemesianista y regenerador que se vivía,empujaron al suicidio a no pocossecretarios de Ayuntamiento y

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concejales.Prácticamente en todos los

municipios se descubrieron episodios deinmoralidad (incluyendo el de Madrid) ytodavía fueron más numerosos los casosde denuncias anónimas que no fueronprobadas porque no se correspondíancon la verdad o porque era muy difícilllegar a la demostración del delito. Másadelante, la labor inspectora de losAyuntamientos fue encargada a unosdelegados gubernativos en cada partidojudicial. La idea básica a que respondíaesta institución estaba también muyenraizada en el espíritu de la época: enCésar o nada, de Pío Baroja, o en Los

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caciques, de Arniches, nos encontramosla figura de un protagonista que es unaespecie de cirujano de hierro a nivellocal que acaba con el caciquismo. Elpropio Azaña pensaba en algo parecidocuando afirmó que para destruir elcaciquismo era preciso utilizar la«lanceta acerada del Estado». Enesencia, se trataba, por tanto, de queestos delegados hicieran a nivel másreducido lo que Primo de Rivera hacíapara toda España. Si las instruccionesque les dio éste eran del másdesenfrenado e ingenuo de losarbitrismos (les recomendó queprocurasen fomentar la cría del conejo y

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les anunció que recibirían unosllamativos cartelones con propagandarelativa a máximas higiénicas y depropaganda de la gimnasia), se puedecalcular cuál sería la efectividad de suactuación. Resultó éstabienintencionada, pero mayoritariamentesuperficial. Los militares, que ahoraeran utilizados como medio dedominación política, no estaban exentosde los mismos defectos que el resto delos españoles y se dieron algunos casosde corrupción o de conversión de losdelegados en verdaderos sustitutos delos caciques. Calvo Sotelo siempre fueopuesto a su actuación y, en efecto, con

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el paso del tiempo ésta perdió latrascendencia que en un momentoparecía destinada a tener.

Los impedimentos que los delegadosgubernativos encontraron con frecuenciaentre las autoridades judiciales locales yla propensión a la arbitrariedadcaracterística de Primo de Riveratuvieron como consecuencia unenfrentamiento del dictador con latotalidad del poder judicial. Es ciertoque en muchas ocasiones los juecesmunicipales eran los representantes máscaracterizados del caciquismo, perotambién los colaboradores de Primo deRivera, a través del Consejo Judicial y

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la Junta inspectora y organizadora delPoder judicial, actuaron en un sentidomarcadamente partidista sin poder sermoderados por una prensa libre. Aunqueya antes del año 1928 el dictador sehabía enfrentado de forma directa convarios jueces (entre ellos, alguno delTribunal Supremo), sólo a partir de estafecha, cuando la Dictadura seencontraba en su fase descendente depopularidad, el choque adquiriócaracteres de gravedad. Primo deRivera suspendió, entonces, lasdisposiciones vigentes en materia detraslados del personal judicial, y creó unjuzgado especial para perseguir los

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delitos de conspiración. De esta manerase contradecían ya claramente lospropósitos reiteradamente proclamadosde desvincular de la política laadministración de la justicia.

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Colaboradores de laDictadura: la Unión

Patriótica

Desde el punto de vista de lamentalidad regeneracionista la labor delcirujano de hierro no podía limitarse ala persecución de la política corrupta,sino que debía tener como objetivofundamental y complemento necesario lapromoción de una política nueva. Lalabor quirúrgica, de persecución delcaciquismo, no duró más que unosmeses, los primeros de la vida del

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régimen. Por otro lado, al adentrarnos enla tarea positiva de promoción de unanueva política, avanzamos también en elconocimiento de lo que el régimen fuedurante la mayor parte de su duración.Esa tarea fundamental le correspondió,en teoría, a la Unión Patriótica. Comoveremos, distó mucho de cumplirla y unaparte considerable de la culpa cabeatribuírsela al dictador que si, engeneral, se caracterizaba por lo vago ycontradictorio de sus propuestas, en loque respecta a la Unión Patriótica sesuperó a sí mismo testimoniando, por unlado, incertidumbre y, por otro, laperduración de una cierta conciencia

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liberal. En realidad, la Unión Patrióticasurgió espontáneamente en los círculosde catolicismo político que veían en ladesaparición del parlamentarismocaciquil una ocasión óptima para llevara cabo su versión peculiar de laregeneración. Puede decirse, por tanto,que los puntos de mayor implantación dela Unión Patriótica originariacoincidieron con zonas de influencia delos seguidores de Ángel Herrera en elmedio urbano: las organizaciones seudoo para-fascistas (como la barcelonesaLa Traza) eran insignificantes y, aunquehubieran tenido esos propósitos, nopudieron cumplirlos. Cualquier intento

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de regeneración del liberalismo debierahaber partido de la máxima amplitud ylibertad para este tipo de iniciativa,pero Primo de Rivera fue siempre muyconsciente de que un tipo deorganización como la mencionada podíasuponer un recorte de su poder. Enconsecuencia, en abril de 1924 decidióoficializar la Unión Patrióticaconvirtiéndola en una organización deapoyo a su régimen. Para tal fin fueencargado de gestionarla uno de losgenerales del Directorio militar,Hermosa, pasando a estar promovida ycontrolada por los gobernadores civiles.

A partir de este momento la Unión

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Patriótica osciló entre un movimiento deapoyo a la Dictadura sin unasignificación política precisa y partidoúnico, siempre «sui generis», porque enningún momento hubo la tentación deprohibir —a lo sumo, dificultar— elresto. El mismo documento por el quePrimo de Rivera inició esaoficialización fue un perfecto ejemplode esa vaguedad: no se le ocurrió otroprocedimiento que hacer circular unascuartillas para de esta manera lograr que«las gentes de ideas sanas y los hombresde buena fe» se agruparan en algo queno sería un partido sino «una conductaorganizada» y que tampoco sería de

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derechas ni de izquierdas. Aquelgalimatías que Primo de Riveraempleaba siempre que se refería a lapolítica alcanzó su punto culminante alaludir a la organización política oficial.Era —dijo en una ocasión—«eminentemente un partido político,pero en el fondo apolítico en el sentidocorriente de la palabra». En otra llegó adecir que se trataba de «un partidopolítico, pero apolítico, que ejerce unaacción político-administrativa». Lamejor forma de aludir a la U. P., desdeel punto de vista del historiador,consiste simplemente en reafirmar queen la mente del dictador nunca alcanzó

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la suficiente precisión como paraadquirir un mínimo perfil. Primo lautilizaba pero le atribuyó funcionescambiantes, como también lo eran elinterés y la dedicación que puso en ella.Nunca dudó de que tendría que ser«absolutamente nuestra», es decir, enabsoluto autónoma, pero tampoco llegóa verla lo mismo que Mussolini elpartido fascista.

Después de un comienzo (1924) enque pareció despertarle gran interés,pronto la olvidó. Cuando en 1925 formóun gobierno de hombres civiles,teóricamente se trató del gabinete de laUnión Patriótica, pero lo cierto es que

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esta organización apenas tuvo vidapropia, como lo prueba el hecho de quemientras se le atribuían centenares demiles de afiliados —casi un millón— enrealidad su boletín interno apenasrepartía 15.000 ejemplares. En teoría, laUnión Patriótica era el partido delgobierno, pero más bien servía comomedio para demostrar periódicamente elfervor popular que alcanzaba Primo deRivera. Tan sólo en la fase final delrégimen, cuando arreciaban lasdificultades, Primo de Rivera pareciópreferir, aunque siempre de mododubitativo, la fórmula del partidooficial. En 1927 decidió que la mayoría

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de los componentes de Ayuntamientos yDiputaciones fueran miembros de la UP,al año siguiente le encargó organizarmanifestaciones de apoyo al gobierno yen febrero de 1929 se le atribuyó lafunción de hacer una especie de censoreservado de personas propicias «a ladifamación, al alboroto político y ladesmoralización del ánimo público».Nada permite, sin embargo, juzgar quela Unión Patriótica fuera propiamentealgo parecido a un partido único. Noparece que llevara a cabo esas funcionespolicíacas. Tampoco lo hizo el Somatén,la organización armada destinada aresguardar el orden social que se

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extendió al conjunto de España, puesllevó una vida lánguida e inclusodisminuyó, con el tiempo, en número deafiliados.

Aparte de que siempre hubo otrospartidos cuya actuación no estabavedada, para que la Unión Patrióticafuera un partido único hubiera sidonecesario que su papel y su contenidoideológico hubieran estadoperfectamente claros, pero esa claridadestuvo siempre ausente de lasdeclaraciones de Primo de Rivera. Aveces afirmaba que la Unión Patrióticaengendraría los futuros partidos delnuevo régimen liberal regenerado: en

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otras sostenía que era el primer partidode ese nuevo régimen e incluso pensócrear una especie de nuevo turno con laUP y el partido socialista. Llegó adefinir la Unión Patriótica como «unpartido central, monárquico, templado yserenamente democrático», pero tambiénle atribuyó una divisa («Patria, Religióny Monarquía») que, por un lado,resultaba demasiado semejante a la delcarlismo mientras que parecíacapitidisminuir los principiosmonárquicos al enunciarlos sólo entercer lugar. La misma incertidumbre seapreció respecto de la Constitución de1876. En un momento el dictador dijo

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aceptaren la Unión Patriótica a todosaquellos que suscribieran laConstitución de 1876, pero él mismo lahabía violado y además pretendiósustituirla por una fórmula másautoritaria elaborada al margen de todaconsulta popular auténtica. Si se leen loslibros de propaganda en favor de laDictadura (de los que los másdifundidos fueron los de José Pemartín yJosé María Pemán) se apreciará enellos, como argumento a favor delrégimen, ante todo la eficienciaadministrativa mostrada en innumerablesestadísticas, pero también mucho máslas tesis de la derecha tradicional

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católica que las del fascismo. Pemán,por ejemplo, consideraba que elsufragio universal era un gran error,pero defendía, sobre todo, el Estadotradicional social-cristiano frente alfascismo, aunque, al hacerlo, se sirvierade citas de autores autoritariosrecientes. La verdadera realidad de laUnión Patriótica no fue en absolutosemejante a un partido único fascistasino una entidad circunstancial yoportunista destinada a desvanecerse enel momento en que careció del apoyogubernamental. El propio Calvo Soteloescribió en sus memorias que él se habíaopuesto a su nacimiento y organización

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porque «los partidos políticos cuando seorganizan desde el poder y por el poder,nacen condenados a la infecundidad porfalta de savia». En la práctica, la UP fueun partido personalista como el que más,que sólo actuaba por decisión superior yque se beneficiaba de un poder queahora se ejercía sin limitacionestemporales y sin posibilidad de crítica.Es verdad que, en cierto sentido, teníaun aire más moderno que los partidos deturno, al promover una ciertamovilización desde arriba, pero ésta fuemuy circunstancial, atenida a losproblemas del régimen, y parcial. Elsupuesto regeneracionismo de la Unión

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Patriótica concluyó en poco tiempo en laaceptación en sus filas de muchosantiguos caciques o la creación denuevos cacicazgos. En la provincia deque era originario el dictador (Cádiz)prácticamente la totalidad de loscaciques conservadores tradicionales seintegraron en la UP. Si ésta contribuyó ala crisis del caciquismo la razónfundamental no fue su carácter departido moderno sino el hecho de quemarginara durante tanto tiempo delpoder a los partidos de turno y de quealzara a sectores hasta entonces deescasa influencia. Si se examina laprocedencia de los elementos que

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compusieron la UP se aprecia unanotable heterogeneidad, que demuestranlos estudios locales hasta ahorarealizados: en Soria los dirigentes eranantiguos agrarios, mientras que enCiudad Real lo fueron conservadores, enSevilla, personalidades procedentes dela Unión Comercial, y en Murcia,católicos. En realidad, esta pluralidadno era sino una demostración de lainanidad de la organización. Lo mismocabe decir del Somatén, organización deapoyo al orden público surgida enCataluña y nutrida de las filas de laburguesía, que Primo de Rivera extendióa toda España. A veces se ha presentado

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como el precedente de una miliciafascista cuando lo cierto es que resultóuna anémica e inefectiva instituciónapolítica que ni siquiera sirvió, llegadoel momento, como punto de apoyo parael sistema cuando éste entró en crisis.Cuando Primo de Rivera fue preguntadosi él y su sublevación significaban lomismo que Mussolini y el fascismo, selimitó a responder que sus ejemploshabían sido nacionales: Prim y elSomatén. Cabría preguntarse si, a pesarde esa inanidad de las instituciones deapoyo al régimen dictatorial, no habríancontribuido a la difusión del ideario deextrema derecha: a fin de cuentas, una

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parte considerable de ésta adoptó luego,en la República, posturas partidarias dela Dictadura. En efecto, «mauristas»,tradicionalistas, católicos yconservadores nutrieron principal, perono exclusivamente, las filas decolaboracionismo dictatorial. Esto, sinembargo, no quiere decirnecesariamente que, por el momento,pensaran en la dictadura como solucióndefinitiva. La mejor prueba consiste enque el propio Calvo Sotelo, un antiguo«maurista», afirma en sus memorias quesi colaboró con el nuevo régimen fueporque «mis ideales son y han sidodemocráticos». En muchos de quienes

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apoyaron al régimen éste se concebía tansólo como una situación provisionaldestinada a modificarse con eltranscurso del tiempo; sólo la extremadapolitización de la época republicanadecantó hacia soluciones dictatorialespermanentes a esos sectores de derecha.Es cierto que en el mundo intelectualmás vinculado al dictador hubo, enpleno régimen dictatorial, quienespatrocinaban soluciones autoritariasestables, como Maeztu o D'Ors, pero esdudoso que influyeran directamente en elpropio dictador o que sus doctrinasresultaran verdaderamente decisivas. Alos primeros partidarios del fascismo en

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nuestro país, como Giménez Caballero,la Dictadura les resultaba demasiadoprosaica y poco heroica. Si Primo deRivera se agenció esta organización deapoyo fue por la misma razón que contócon un diario oficial, ha Nación: setrataba de instrumentos útiles para quiendeseaba ejercer el poder como dictadortemporal pero tenían un significadodiferente que en el fascismo, porejemplo.

Se hace necesario efectuar unbalance de la tarea «regeneracionista»de Primo de Rivera. Si la Dictaduraconstituye sólo relativamente elantecedente de la derecha de la época

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republicana, con lo dicho se podrácomprobar también que fracasórotundamente en sus propósitos dequerer sustituir el sistema caciquil hastaentonces imperante. Pérez de Ayalaescribió que, a lo sumo, desaparecieronalgunos caciques, sustituidos, por otrosnuevos, mientras que el sistema como talno había sido modificado. Ya Ortegahabía denunciado la tendencia delpueblo español a pensar que sus maleseran el producto de la actividad depersonajes concretos, citables por susnombres, cuando en realidad el mal eramás profundo porque se basaba en todoun sistema de vida política en que la

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responsabilidad era también de losciudadanos y no sólo de los políticosprofesionales. Azaña, en un luminosoartículo, añadió a esta afirmación elrecuerdo de que el regeneracionismo, siera auténtico, debía nacer de unamovilización espontánea hecha en unclima de libertad. En suma, de pocoservían partidos nuevos si no sedesarrollaban en el ambiente de las«libertades viejas», las clásicas delliberalismo. El caciquismo era unacorrupción del liberalismo peropermitía un grado considerable delibertad; cuando ésta se redujo, laexistencia del regeneracionismo se vio

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dificultada, y no facilitada, por laexistencia de un régimen dictatorial, sinque nada realmente decisivo cambiaraen la verdadera entraña de la vidapolítica nacional. En este sentido, laDictadura debe ser considerada comouna especie de paréntesis: no cambió elmodo de vivir la política de losespañoles y, a su término, los problemasreaparecieron de la misma manera que ala altura de 1923.

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La oposición: laDictadura y losnacionalismos

A pesar de toda la superficialidadde la acción regeneradora dictatorial elrégimen de Primo de Rivera no tuvoprácticamente oposición a lo largo de1923 y 1924. Con independencia detratar más ampliamente de esta cuestiónen páginas posteriores baste conrecordar el impacto positivo que,incluso en el seno de la clase políticadesplazada del poder en septiembre de

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1923, tuvo el golpe de Estado. Además,como sabemos, Primo de Rivera intentóy, como veremos, consiguió en granparte, que el elemento militar aceptarasu liderazgo, al menos pasivamente. Laafirmación de que el régimen dictatorialduraría poco contribuyó a considerarinnecesario derribarlo. Elmantenimiento del orden público y lavirtual liquidación del terrorismoanarcosindicalista coadyuvaron aneutralizar la oposición e incluso puededecirse que también contribuyó a ello deforma importante la peligrosa situacióncon la que se enfrentó la Dictadura enMarruecos en el verano de 1924. Si, a

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comienzos de año, empezó a desatarseun hervidero de rumores acerca delposible relevo de Primo de Rivera, lapropia dificultad de la situación en elnorte de África neutralizó cualquierposibilidad en este sentido, porque laherencia parecía demasiado onerosacomo para que nadie quisiera asumirla.

De todo ello se deduce que estaprimera fase de la historia de laoposición al régimen cuenta, sobre todo,como antecedente. De los políticos de laépoca constitucional tan sólo dos sesituaron de manera clara en contra de lasituación. Alba lo hizo comoconsecuencia de la persecución de que

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fue objeto. Los motivos carecían defundamento y cualquier responsabilidadjudicial fue sobreseída en 1926.Mientras tanto, sin embargo, Primo deRivera testimonió absoluta indiferenciaante las quejas del político castellano yéste culpó al Rey de no poderdefenderse. Si el caso de Albaconstituyó una excepción, algo parecidopude decirse de Maura. La severaactitud del político mallorquín, siempremuy atento a la juridicidad, tenía quecontrastar de forma rotunda con lagestión de Primo de Rivera. Dosfactores más explican que el choqueentre los dos personajes fuera temprano.

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Maura vio cómo una buena parte de susseguidores, en especial los más jóvenes,se convertían en colaboradores de laDictadura y el dictador se dio cuenta deque si se formaba un gobierno nacionalpara sustituirlo quien lo presidiera seríael que lo había hecho en todas lasocasiones precedentes. En cuanto a losmilitares hubo incidentes, peroresultaron mínimos. Uno de los antiguosconspiradores, Cavalcanti, mostró sudesvío respecto a Primo de Rivera y enpostura parecida se mostró DámasoBerenguer, a quien se consideró cercanoa los viejos políticos. El dictador, sinembargo, se consideró inamovible en su

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puesto porque el Rey, «ahora más queantes», según dijo, estaba en contra de lapolítica precedente.

Con la mención a la Unión Patrióticahemos aludido ya a un periodocronológico posterior a 1925. Convienetambién referirse ahora a la posición delrégimen respecto de los nacionalismos,en primer lugar, porque la postura dePrimo de Rivera no se puede entender,en este aspecto, sin la referencia a suprograma regeneracionista y, además,porque la rectificación del dictadorrespecto de su inicial declaración deintenciones se produjo en una fecha muytemprana y no se modificó a

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continuación. Ya en 1925 se habíacreado un abismo no sólo entre elcatalanismo y la dictadura, sino entreCataluña y el régimen. En realidad habíaun importante punto de contacto entre losmovimientos de tipo nacionalista y laDictadura, que derivaba de un comúnregeneracionismo. Según algunosregionalistas (no sólo catalanes) si iba aactuar un cirujano de hierro, era lógicoque lo hiciera en beneficio de losintereses regionales. Además, como yase ha señalado, no es en absoluto unacasualidad que Barcelona fuera el lugardonde se incubó el golpe de Estado.Pero resulta por completo excesivo

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atribuir a una divergencia de interesesmateriales entre dos tipos de burguesías—la de Alba y la de Cambó— lasituación política que dio lugar al golpede Estado de septiembre de 1923.

La coincidencia entre algunos de losdirigentes de la Lliga Regionalista yPrimo de Rivera fue breve, como basadaen una presunción de identidadprontamente desaparecida. El propioPrimo de Rivera no había ocultado sussentimientos al prescindir de su palco enel teatro del Liceo cuando éste adoptóuna posición que consideraba en excesonacionalista. Sin embargo, también semanifestó partidario de la «región

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robusta» y el presidente de laMancomunitat, Puig i Cadafalch,manifestó su acuerdo con el golpeaunque probablemente lo hiciera notanto por una profunda confianza en elcapitán general de Cataluña cuanto porla sensación de que el régimen deliberalismo oligárquico de laRestauración estaba ya liquidado en lapráctica. Mucho más prudente, Cambórecomendó inmediatamente guardarreserva y atención. En realidad, con suviaje de Barcelona a Madrid Primo deRivera hizo desaparecer sus posiblespuntos de concordancia con elcatalanismo. Durante meses se habló de

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la posibilidad de que las provinciasdesaparecieran y se vertebrara Españaatendiendo a una configuraciónregionalista del Estado. Por otra parte,ya en una fecha muy temprana seprohibió la utilización del catalán enactos oficiales mientras eransancionadas algunas publicacionesvinculadas al catalanismo más juvenil yradical. Años después hubo quienreprobó al dictador haber cambiado suspuntos de vista en un año y medio y larespuesta de éste, sin duda veraz, fueafirmar que lo había hecho en tan sólounos días. El cambio tuvo lugar a lavuelta del viaje de Italia, cuando

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decidió reafirmarse en el poder y durar.Así se demuestra por la reunión que tuvoen Barcelona en enero de 1924, en laque intentó conseguir la colaboración desectores muy diferentes, desde el«albismo» y la Federación MonárquicaAutonomista hasta la Lliga. La respuestade los reunidos fue mayoritariamentenegativa, hasta el extremo de que uno delos presentes, jefe del Somatén, elmarqués de Camps, estuvo a punto deausentarse. Tan sólo logró Primo deRivera el apoyo de aquel sector másdeclaradamente españolista de lapolítica catalana, la Unión MonárquicaNacional. En un principio pareció que

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Primo de Rivera estaba dispuesto atolerar la existencia de la Mancomunitat,pero en manos de sus seguidores, elprincipal de los cuales, Alfonso Sala,fue nombrado presidente de la misma.Sin embargo, muy pronto el propio Salase enfrentó con las autoridades militaresdel régimen en Cataluña (los generalesBarrera y Miláns del Bosch) al mismotiempo que la correspondencia entrePrimo de Rivera y Sala se hacía áspera.El primero escribió, en efecto, que laMancomunitat le daba «un poco demiedo» y, en cambio, confiaba más en«un régimen provincial robustecido yfacultado de atribuciones». La inevitable

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ruptura se produjo en el momento en quefue aprobado el Estatuto Provincial.Quien fue su redactor principal, JoséCalvo Sotelo, admite en sus memoriasque resultaba muy restrictivo en lo querespecta a la constitución de regiones,estando por ello en manifiestacontradicción con el Estatuto Municipal,ya aprobado. A lo largo de la redaccióndel texto le había prometido al dictador,para mantener la coherencia con el textoanterior, que «jamás, jamás» se crearíauna región. Pero la discrepancia existióy, con ella, la contradicción condeclaraciones previas. Así lo reconoció,además, el propio Primo de Rivera:

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como haría en muchas otras ocasiones,el dictador no tuvo inconveniente enadmitir que «no era para él cosa dehonor, ni siquiera de amor propio,rectificar un juicio». Tan sólo un mesdespués de que fuera publicado elEstatuto Provincial, en marzo de 1925,dimitió Sala y entonces el dictador notuvo ambages en proclamar que la únicamisión de la Mancomunitat había sido,en el pasado, «arrancar, con triste yrotundo éxito, por todos los medios ycaminos, el sentimiento y amor a Españade los corazones y cerebros». Susposteriores declaraciones fueronaumentando en virulencia gratuita: llegó

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a decir que el autonomismo era una«extravagancia y una cursilería» quedesaparecería con tan sólo un cuarto desiglo de silencio. El catalanismo nopodía ser político sino que había delimitarse a las cuestiones de traje,costumbres, cánticos, bailes y poesías.El catalán «eufónico, literario yapropiado para las expresiones deingenio y los sentimientos», debía sersólo utilizado en el ámbito del hogar. Alfinal llegó a caracterizar su régimen porel antiautonomismo, pues «nada másclaramente definido en su credo que suaversión a todo principio de autonomíapolítica regional o provincial».

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En consecuencia, desde una fechamuy temprana, pero, sobre todo, a partirde 1925, se fue produciendo unacreciente separación entre la vidapolítica oficial y la sociedad catalana.Los conflictos menudearon y elcomportamiento del régimen, aunque nollegó a ser cruel, resultóinnecesariamente ofensivo, aparte deextremadamente arbitrario. Con ocasiónde una polémica pública con Cambó,Primo de Rivera llegó a declarar que eldirigente catalanista no podía tomarsevacaciones políticas sin notorioperjuicio para la Patria, pero algunasentidades locales de la Lliga acabaron

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siendo clausuradas temporalmente,como también su diario; aunque fuerauna excepción, también hubo miembrosde este partido que fueron detenidos. Ennoviembre de 1926 Primo de Riveraprohibió expresamente cualquier intentodel catalanismo político de reanudar supropaganda política. Pero, si eranadversarios de la Dictadura losmiembros de la Lliga, todavía lo fueronmás los jóvenes representantes delcatalanismo radicalizado, miembros deAcció Catalana, que, por ejemplo,llegaron a presentar el pleito catalánante la Sociedad de Naciones.

Con todo, más decisivo que este

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enfrentamiento político fue la agresióndictatorial contra la lengua y lasinstituciones sociales catalanas: lagravedad residió, sobre todo, en lossentimientos de indignación quedespertaba, pues, como dijo Cambó, elcatalanismo tenía su origen mucho másen los sentimientos que en los interesesmateriales. Hasta el campo de fútbol deLas Corts (el del C.F. Barcelona deentonces) fue escenario de incidentes.La Dictadura trató de suprimir el catalánde la predicación religiosa e intervinoante el Vaticano en dicho sentido, y seenfrentó con instituciones (el Sindicatode Dependientes de Comercio y el

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Colegio de Abogados de Barcelona)porque utilizaban la lengua vernácula ensus comunicaciones interiores o porconfeccionar las listas de sus miembros.De esta manera la Dictadura se convirtióen antagonista de la totalidad de laabogacía catalana. Entre las agresionesgratuitas de la Dictadura cabe citar,también, la ofensiva contra las escuelasprofesionales creadas por laMancomunitat y respetadasinternacionalmente. En general, puededecirse que el catalanismo debiórefugiarse en las manifestacionesculturales (pero los juegos floralesdebieron celebrarse en el extranjero)

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mientras se incubaban graves presagiospolíticos. Nada puede resultar másexpresivo que la interpelación, en laAsamblea Nacional Consultiva, de unode sus miembros, Ayats, respecto de lapolítica seguida en Cataluña. Losignificativo del caso reside en que unasambleísta nombrado por el dictadoracabara diciéndole que su gestión enaquella región iba directamente contralo que eran las realidades más vivas delalma catalana.

Con el transcurso del tiempo lasconsecuencias más graves de laactuación dictatorial se produjeron en elterreno político.

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En este terreno la Dictadura fueinnecesaria y miope; colaboraron en ellaaltos mandos militares pero fueresponsabilidad personal muy directadel propio dictador que no hizo casoalguno de quienes, como Calvo Sotelo,le previnieron de que se produciría unabismo «en términos irremediables»entre Cataluña y el resto de España. Enlos años treinta el catalanismo burgués yposibilista encarnado por Cambó fuedesplazado claramente por el querepresentaba Maciá. La significación eimportancia de este último por elmomento había sido modesta, pero laDictadura le convirtió en un símbolo de

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resistencia nacional. Su actuacióndurante los años veinte tuvo matices muyradicales y que, además, parecíancondenarle a la inviabilidad política depor vida: colaboró con anarquistas ycomunistas, dirigió una conspiraciónarmada, emitió un empréstito bajo ladenominación Pau Claris y redactó unaconstitución catalana con el apoyo delos emigrados catalanes residentes en LaHabana. Sin embargo, todo esto le dio,al final del régimen dictatorial, unarelevancia política que era muy superiora la de su partido, Estat Cátala, y que élsupo aprovechar en los años treinta aldesarrollar un inesperado pragmatismo.

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Maciá fue entonces no sólo un políticocatalán sino el símbolo por antonomasiade Cataluña.

En general, y con maticesdiferenciales importantes, cabe decirque el impacto de la Dictadura fuesemejante en el resto de las regiones deacentuado sentimiento de peculiaridad.Durante unas semanas pareció existir laposibilidad de que España se organizarasiguiendo los criterios regionalistas y,con ello, se obtuvieron algunasadhesiones, pero pronto el panoramacambió por completo. También en elPaís Vasco el sentimiento nacionaldebió refugiarse en las manifestaciones

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culturales, al margen de loespecíficamente político. Allí, sinembargo, la ofensiva contra los sectoresjuveniles del nacionalismo fue mástemprana (el periódico Aberri fuecerrado casi de inmediato) mientras quealgunos diputados provinciales del PNVocuparon su cargo hasta 1927. Enocasiones la persecución de losnacionalistas se llevó hastaacontecimientos familiares, como laboda del dirigente Gallástegui, oreprodujo procesos que databan defechas remotas. En Galicia fueperseguido incluso un nacionalista tantibio como Manuel Pórtela Valladares,

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que había abandonado el Partido Liberaly, en adelante, actuaría con estaadscripción política. De poco le sirvió,en definitiva, a la Dictadura haberresuelto el problema de los foros. Enconjunto puede decirse que el régimenhabía favorecido, a la altura de 1930, latendencia de los nacionalismos aconsiderar que su pleito no podía serresuelto en el marco constitucional de laMonarquía.

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La solución delembrollo marroquí

Sería una exageración afirmar queMarruecos trajo la Dictadura pero, encambio, se debe juzgar como correcta laopinión de que en la Historia delrégimen dictatorial hubo un antes y undespués del desembarco de Alhucemas.Para comprender en su plenitud laDictadura hay que tener en cuenta que,en la práctica, desde mediados de 1924hasta finales de 192 5, el problemamarroquí fue el centro absoluto de las

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preocupaciones de Primo de Rivera, quemuy a menudo dejó la responsabilidadde la dirección de la política interna aalguno de sus colaboradores —principalmente Magaz— mientras quede hecho se atribuía la responsabilidadpersonal de la acción en Marruecos.Además, la cuestión marroquídesempeñó un papel de primeraimportancia en la propia estabilidad delrégimen a lo largo de 1924 y estuvo enel centro de gravedad de la políticaexterior dictatorial.

En este caso, comoaproximadamente por las mismas fechasen la forma de enfrentarse con el

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problema catalán, Primo de Riverarectificó ampliamente lo que había sidosu opinión anterior a la llegada al poder.Siempre se había declaradoabandonista, y con motivos muy sólidos.Era consciente de la impopularidad dela empresa marroquí, sobre todo en lasclases populares, y también de la escasacapacidad técnica del Ejército español.Pensaba, en fin, que las fuerzas yrecursos españoles podían serempleados con mucho mayor provechoen la regeneración interior y no en elexpansionismo exterior y no dudaba enemplear como argumentación a favor desu postura el recuerdo de que

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precisamente Isabel la Católica fue laque detuvo la expansión española haciael norte de África. Uno de suscolaboradores, Pemán, resume esecambio de postura con palabras quepueden resultar irónicas: «Explanó (suteoría) en un discurso de ingreso en laAcademia Hispanoamericana en Cádiz ylo destituyeron del Gobierno militar (deaquella ciudad); años después volvió adecir lo mismo en el Senado y lovolvieron a destituir, ahora de laCapitanía General de Madrid: más tardellegó a ser dictador y jefe de Gobierno yentonces hizo todo lo contrarío; lejos deabandonar nada, ocupó, desde

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Alhucemas, toda la zona delProtectorado». Pero tan evidenteparadoja requiere una explicación másallá de la ironía. En realidad la políticadel dictador no fue una, sino tres,desarrolladas de forma sucesiva.

Primo de Rivera estuvo, en unprincipio, dispuesto a seguir una políticaacorde con lo que hasta entonces habíansido sus declaraciones acerca delproblema marroquí. Éstas habían sidoarriesgadas y contrastaban mucho con lohabitualmente defendido tanto en el senodel Ejército como en la políticaprofesional del momento, pues, enefecto, ni siquiera Santiago Alba había

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sido tan abandonista como él. Por otrolado, la cuestión tenía para el dictadoruna importancia personal extraordinaria,ya que su hermano había perecido en eldesastre de Annual. Su primera políticaconsistió, sencillamente, en tratar delibrarse del problema marroquímediante alguna de las variantes delpuro y simple abandonismo. Intentó, porejemplo, convencer a Gran Bretaña deque le interesaba cambiar Gibraltar porCeuta y buscó negociar, porprocedimientos indirectos, con Abd-elKrim estando dispuesto, incluso, aconcederle la autonomía y unas fuerzasmilitares propias, lo que difícilmente

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hubiera aceptado el sector africanistadel Ejército. Nada consiguió por estosdos procedimientos, excepto irritar a losafricanistas civiles. No era para menos:en sus declaraciones de este momentollegaba a afirmar en la prensa que«Abd-el Krim nos ha vencido», que«hemos gastado incontables millones depesetas en esta empresa sin recibirjamás un solo céntimo y que decenas demillares de hombres han muerto por unterritorio que no vale nada», opinionestodas ellas fundamentadas pero muyheterodoxas. De todas maneras, elmismo hecho de que hubiera censurahacía que el impacto de la cuestión

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marroquí sobre la política españolafuera, por el momento, menos directo yacuciante que antes. La mejor prueba deello consiste en que Alba fue objeto dedurísimos ataques sin haber emitidoopiniones tan taxativas.

En un segundo momento, alejadasesas esperanzas, que siempre fueronilusorias, acerca de un posible trueque,el dictador eligió el camino de lo quepodríamos denominar actitud«semiabandonista». Su idea consistió enun cierto repliegue —que conservaríaXauen dentro de la zona española—,limitar el número de posiciones —hablóincluso de «desmoche»— y prever

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también el empleo de unos recursoslimitados. Pero esta política partía deuna pasividad de los indígenas quenunca existió y fue acompañada por unaactitud excesivamente diplomática ycomplaciente por parte del altocomisario, Aizpuru, que provocó elenvalentonamiento del adversario. En lazona oeste del Protectorado perdurabauna indefinición de las líneas que sehabía convertido en muy peligrosa,sobre todo después de que Annualhubiera multiplicado la confianza de losrífenos en sí mismos. A partir de marzode 1924 y, sobre todo, durante el veranode este año, Primo de Rivera se enfrentó

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con una situación que se parecía muchoa una sublevación general. Por si fuerapoco, los militares africanistastestimoniaron una actitud que bordeó lasubversión.

En realidad la retirada de Yebala yXauen, conquistadas por Berenguer en1920 y no prevista originariamente porPrimo de Rivera, no fue, por tanto, elresultado de una política abandonista nitampoco una fórmula preparatoria delposterior desembarco de Alhucemas,sino un procedimiento pragmático,basado en el sentido común, paraenfrentarse a una situación difícil. Antelos ataques rífenos la respuesta del

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dictador, que asumió por sí mismo elmando militar, consistió en una retiradaque le permitió acortar sus líneas, peroque se realizó, en medio de un temporal,con un número importante de bajas, unasdiez mil, aunque los muertos no llegaranni a una quinta parte de estas cifras. Lasconsecuencias de la retirada afectarontanto a la posición de Abd-el Krimcomo a la actitud del ejércitoafricanista. A finales de 1924 eldirigente rifeño tenía sus líneas a tansólo 10 kilómetros de la capital delProtectorado; además, había conseguidocontrolar tres cuartas partes del mismo.A comienzos de 1925 capturó a El Ray

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Suli, quien moriría al poco, y con ello seconvirtió en la autoridad indígenaindiscutible. Primo de Rivera asumió enoctubre de 1924 la Alta Comisaríamientras arreciaban las maniobras delos políticos en Madrid para,aprovechando esta situación, marginarledel poder. En torno a septiembre yoctubre hubo rumores acerca de unaposible retirada del dictador, auspiciadapor un Alfonso XIII muy preocupado porlos acontecimientos de Marruecos. ElEjército allí situado necesariamentehabía de reaccionar de forma airada anteel curso de los acontecimientos.Además, y sobre todo, debió

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enfrentarse, durante un almuerzo, conuna insubordinación extendida entre laoficialidad en Ben Tieb. Entre losprotestatarios, con mayor o menorindignación, figuraban dos personajesque habrían de tener un papel en la vidapolítica contemporánea: el generalQueipo de Llano, que fue relevado, y elentonces teniente coronel FranciscoFranco que, con el paso del tiempo,acabaría por convertirse en colaboradorestrecho del dictador. La propia victoriade Abd-el Krim fue la causante de nuevogiro copernicano de Primo de Riverarespecto del problema de Marruecos yde su posterior éxito. Al principio lo

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único que el dictador hizo fuelamentarse del grave contratiempomilitar sufrido, que, en metáforadesgraciada, presentó como «el precioelevado, pero mínimo, del braguero conque el país ha de contener la hernia deMarruecos». En una carta a uno de suscolaboradores íntimos lamentó que losrifeños hubieran atacado «en elmomento en que iniciamos un replanteode la cuestión».

Los errores de Abd-el Krim, sinembargo, permitieron al dictadormodificar la situación en beneficiopropio y de España. En este momento elcabecilla rifeño había alcanzado el

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máximo de su esplendor militar ypolítico. Disponía de lo que, en lapráctica, podía ser considerado como unEstado independiente con, al menos,100.000 hombres en armas (aunque nocomo ejército permanente), doscentenares de cañones y algún avión queno podía ni sabía utilizar. Su situacióneconómica era buena por la ayuda que leprestaban algunos aventurerosinternacionales, atraídos por laesperanza de obtener compensaciones enlas minas de la región. Contaba, además,con el apoyo de la Internacionalcomunista, y algunos de sus consejerosle presentaban como un dirigente

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político nacionalista y revolucionario,futuro líder de la independencia. Pero supropio éxito le hizo cometer errores,tanto respecto de España como deFrancia. En un momento en que Abd-elKrim podía haber negociado en unaposición de ventaja con España renuncióa hacerlo, como si ya la consideraraliquidada como adversario; inclusodesistió de atacar la zona orientalespañola y, en vez de ello, eligió comoadversarios a los franceses. En realidadresultaba casi inevitable esteenfrentamiento porque parte de las tribusque reconocían su jefatura estabansituadas a caballo entre los dos

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protectorados y en el francés obtenía lamayor parte de sus recursosalimenticios. En abril de 1925 seprodujo una ofensiva rifeña comoconsecuencia de la cual cayeron 43 delas 66 posiciones defensivas francesas,se causaron a este Ejército casi 6.000bajas y se situó la vanguardia de Abd-elKrim a tan sólo 30 kilómetros de Fez,que difícilmente podría haber sidoocupada con un tipo de ofensivasemejante a la que practicaban sustropas. Como ha escrito Madariaga, esteéxito rifeño consiguió lo que añosenteros de diplomacia española nohabían logrado obtener de Francia: una

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política de unión ante el enemigo común.En mayo de 1925 se iniciaron lasconversaciones entre los dos países quellegaron poco después a una rápidaconclusión, plasmándose en trestratados; incluían la acción militarcoordinada (que hasta entonces habíarechazado el Ejército francés para evitaratraerse las iras de los rifeños) y unalucha común contra el comercio dearmas, al mismo tiempo que se hacíangenéricas promesas de autonomía. Lodecisivo fue, sobre todo, que las tropasde ambos países aumentaron hasta500.000 hombres. Primo de Rivera, antelo que era un inminente cambio de

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rumbo en su política, se apresuró adeclarar que «en asuntos de interéspatrio no hay derecho a dejarse guiarpor el amor propio, ni negarse a larectificación». Pero si él cambió deposición entre sus compañeros delDirectorio militar perduraron actitudesmuy reticentes frente a aquellaoperación que acabaría por decidir laguerra de Marruecos, el desembarco deAlhucemas. Uno de sus opositores fue elalmirante Magaz y el propio Rey semostraba receloso. Pero Primo deRivera tuvo el apoyo de otros, comoJordana, que sería el principalprotagonista de la política marroquí.

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Los frutos de la colaboración entreFrancia y España no se hicieron esperar.El desembarco de Alhucemas había sidoimaginado como operación desde nadamenos que 1911 y planeadosucesivamente en fechas posteriores;era, por otro lado, una operación lógicaque los rifeños podían prever. El mismoPrimo de Rivera imaginó allí unapequeña operación en 1924, incluso concolaboración indígena. Una novedad ensu planteamiento final consistió en quese planteara ahora como el resultado, node un avance terrestre desde Melilla,sino de la utilización exclusiva de laflota, la artillería y la aviación. El

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desembarco fue una operación casiexclusivamente española, aunquetambién participara en ella la Marinafrancesa, y se saldó con un éxitoespectacular: con sólo 16 muertos sehabía conseguido tomar al adversariopor la espalda con la posibilidad,además, de dividir en dos la zona por éldominada. Así sucedió en un periodomuy corto de tiempo. El desembarcohabía tenido lugar en septiembre de1925; en abril del año siguiente eraAbd-el Krim quien solicitaba entablarnegociaciones y, al mes siguiente, seproducía el encuentro entre las tropasespañolas y las francesas. Coincidiendo

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con él el dirigente rifeño se entregó alos franceses, que lo desterraron, junto a150 de sus partidarios, a la isla de laReunión. El Gobierno español protestóagriamente, pues pensaba someterlo ajuicio por haber exterminado a latotalidad de los oficiales que manteníaen sus manos. Si en un principio Primode Rivera había tratado de llegar a unacuerdo con él pretendía ahora uncastigo ejemplar. A finales de 1926 lastropas españolas experimentaron unadrástica reducción concluyendo la luchaprácticamente en 1927, no sin que unmomentáneo recrudecimiento exigierauna nueva presencia de Primo de Rivera

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en Marruecos.A partir de ese año Marruecos dejó

de ser un problema para España: lamejor prueba es que, si en 1927 seincautaron casi 70.000 armas a losindígenas, entre 1929-1930 lo fueronsólo 54. El cabecilla rifeño, una especiede precursor de los movimientos en prode la independencia nacional, murió en1963 en El Cairo, y la región del Rifsiguió demostrando, con su belicosidade indisciplina, que no sólo los españolestenían problemas en ella: también lostuvieron las autoridades del Marruecosindependiente.

Sin duda alguna la victoria en

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Marruecos fue el triunfo másespectacular de Primo de Rivera. Comohemos visto, sus propósitos originaleshabían sido muy diferentes de lo queluego fueron los resultados obtenidos;no sólo fue versátil sino incluso volátilen la planificación del programa adesarrollar y de sus contenidosestratégicos o tácticos. No cabe duda deque hizo un auténtico aprendizaje de larealidad de Marruecos. Como lospolíticos liberales a los que desplazó,hubiera preferido el abandono o unempleo mínimo de recursos y sólo conel transcurso del tiempo reconoció quela presencia española exigía acciones

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militares. Por otro lado, sus objetivos nose lograron sin sangre. Pero esto noobsta para que el régimen pudieraatribuirse el haber eliminado un graveproblema de la vida nacional que losgobernantes anteriores, por lainestabilidad parlamentaria y laincapacidad de imaginar un programa,habían sido incapaces de enfocar coneficacia. En suma, el desembarco deAlhucemas sentó las bases para lapolítica exterior que a continuaciónsiguió la Dictadura, al tiempo queexplica su permanencia y su voluntad deconstitucionalización.

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La política exterior:Tánger y la Sociedad

de Naciones

Desde la pérdida del imperiocolonial ultramarino la políticainternacional española estuvo siempremuy directamente relacionada con laposición que nuestro país desempeñabaen Marruecos por imperativo de lascircunstancias. Resulta, pues, oportunoreferirse en este momento a la políticaexterior dictatorial a la que, al menos demanera implícita e indirecta, se aludía

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también en el epígrafe anterior. Alhacerlo se ha de partir, como primeraconsideración, de la peculiaridad deesta etapa: si, en general, toda políticanecesita un lapso de tiempo parallevarse a cabo, esto es especialmentecierto de la exterior. Así, a su favor tuvoPrimo de Rivera el realizar una políticamás duradera que los gobiernosparlamentarios pudiendo llevar a lapráctica iniciativas que habían tenido suprimera enunciación en el cambio desiglo, como el acercamiento aHispanoamérica y a Portugal. Por otrolado, Primo de Rivera dio un pasoadelante en la modernización del

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servicio diplomático, no sólo mediantela ampliación de la representación en elexterior sino también al unificar lacarrera diplomática y la consular, yelevando el nivel de exigencia a la horadel ingreso en ambas. En términosgenerales, la política exterior de Primode Rivera, aun con ciertas novedades,permaneció en el marco tradicional delo que había sido la posición españolaen el contexto internacional, basada enuna vinculación fundamental (ysubordinada) con Francia y GranBretaña, debido a la situacióngeográfica de nuestro país. Lascircunstancias (principalmente, el buen

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resultado de las operaciones deMarruecos) favorecieron que, por vezprimera, España tratara de contrapesarla influencia franco-británica con la deotros países, como Italia. No obstante, lapropia estabilidad del escenariointernacional acabó por tener comoconsecuencia que no se produjeraninguna alteración fundamental de laposición española, a la que Primo deRivera sirvió con patriotismo perotambién a menudo con exceso devehemencia, imprevisión de lasconsecuencias de su acción y falta dehabilidad. La fórmula para contrapesarla influencia franco-británica no podía

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ser otra que el acercamiento a Italia,que, desde meses antes de que llegara alpoder Primo de Rivera, presenciaba laexperiencia de la llegada del fascismoal poder. Sin embargo, no debepensarse, en realidad, que fuera laidentidad (que no existió) entre ambosregímenes lo que fundamentó elacercamiento hispano-italiano. La mejorprueba es que en pleno régimen liberalen España el embajador italiano habíainformado a su país que «por naturalreacción (contra Francia) la simpatía deeste país se vuelve en los últimos años aItalia». El único mérito inicial de Primode Rivera fue, por tanto, haber

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concluido unas largas negociacionescomerciales y haber llevado a cabo, conel Monarca, un viaje a Italia ennoviembre de 1923. Durante éste, pese alas apariencias, no dejaron demanifestarse discrepancias entre los dosregímenes, especialmente por lo querespecta a las declaraciones muyclericales del Rey ante el Papa, queirritaron a Mussolini. Éste, sin embargo,no dudó en aprovechar la ocasión paraproponer al dictador español unacolaboración permanente entre los dospaíses. Sin embargo, Primo de Rivera, asu vuelta a España, afirmóinmediatamente que ese acercamiento no

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debía perjudicar a la relación quemantenía con otras naciones.

Cuando, meses después, tuvo lugarla visita del Monarca italiano a Españalas relaciones entre ambos países sehabían ya enfriado y el propio Mussolinino formó parte de la comitiva. Primo deRivera se había dado cuenta de quenecesitaba a Francia para solucionar elproblema marroquí. Cuando Abd-elKrim desapareció como enemigo, denuevo se apoyó, más en la aparienciaque en la realidad, en Italia, con la quefirmó un intrascendente tratado dearbitraje, pero que muchos creyeron queencerraba cláusulas secretas de

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extraordinaria importancia estratégica.Tales elucubraciones no tuvieron, sinembargo, fundamento, aunque todavíaeran objeto de especulación en los añostreinta. Liquidado el problema deMarruecos España deseaba mejorar suposición en Tánger o en la Sociedad deNaciones y jugó con una aparenteitalianofilia para fortalecer su posiciónante las potencias con las que manteníauna relación más habitual. Así seexplica que, en 1927, Alfonso XIIIviajara de nuevo a Italia y que unadivisión naval italiana se presentara anteTánger. En relación con esta ciudad, sinembargo, los intereses de las dos

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penínsulas mediterráneas eranincompatibles, pues España la queríapara sí y Mussolini, para quien tenía unvalor menor, como mera pieza deintercambio, estaba de acuerdo en lainternacionalización. En suma, larelación hispano-italiana en la épocasirvió a los dos países para obtenerventajas propias, aunque pequeñas,pero, como decían los diplomáticosbritánicos, no pasó de ser un flirteofrecuentemente acompañado deinfidelidades mutuas.

Esta es la razón por la que loesencial de la política exterior españoladurante este periodo se explica por la

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relación con Francia y Gran Bretaña,quienes siguieron siendo los vérticesfundamentales de la presencia españolaen el mundo, aunque Italia fuera eltercero en el triángulo. Como en las dosdécadas anteriores del reinado deAlfonso XIII, Francia, que despreciaba aEspaña, en especial su forma de llevarel protectorado marroquí, fue lapotencia con la que los conflictos fueronmás habituales y ásperos. En cambio,Gran Bretaña, principal garante del«statu quo», ejerció repetidamente lafunción de mediador entre los dospaíses. Su opinión acerca de España nodifería en exceso aunque fuera más

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paciente. La irritación de Alfonso XIII yPrimo de Rivera en relación a Franciaempezó manifestándose respecto delEstatuto de Tanger. Esta ciudad teníauna composición racial y lingüística enque el componente hispánico erafundamental (de los 65.000 habitantes,20.000 eran españoles y otros 10.000judíos, en su mayoría sefarditas).Además, constituía una posición clavedesde el punto de vista estratégico ycomo vía para aprovisionar de armas alos rebeldes rífenos. Era, por tanto,lógico que España desempeñara unpapel crucial en ella, pero a esto seoponían los intereses franceses. Antes

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de la Dictadura la negociación entre losdos países había llegado a un «impasse»debido a la diferencia de puntos departida. Con muchas reticencias Primode Rivera aceptó la solución propuestapor los franceses a comienzos de 1924,no sin criticarla duramente. Alfonso XIIIcalificó el acuerdo final al que se llegóde «despiadado», mientras que Primo deRivera juzgaba que se había«menospreciado» a su país. La verdades que los propios diplomáticosfranceses se limitaron, a lo sumo, asimular atención a unas posicionesespañolas que en realidad no se tomaronen serio. El contenido final del Estatuto

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demostró la desairada posición deEspaña, que controlaba tan sólo lasaduanas mientras que la autoridadindígena (Mendub) era nombrada por elcalifa (en realidad, por Francia) y losotros puestos clave eran responsabilidadde naciones como Bélgica, cuyaimportancia e interés en la zona erainferior al español.

Si a España no le quedó otroremedio que aceptar esta situación, almismo tiempo hizo todo lo posible paraconvertirla en inviable y esperar a unamejor ocasión. Cuando en 1926 estabasolucionado ya el problema deMarruecos y la Dictadura, como

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veremos, había derrotado a susopositores, Primo de Rivera presentó denuevo sus reivindicaciones que, en sumás amplia expresión, representaban lapura y simple entrega de Tánger aEspaña, aunque contenían tambiénpropuestas menos ambiciosas. Laposición española fue presentada deforma intemperante e irritada de modoque el Foreign Office pudo calificarlacasi como un chantaje, al estar mezcladacon otra cuestión con la que no teníanada que ver, como era la permanentepresencia española en el Consejo de laSociedad de Naciones. No se debeolvidar, además, que coincidió con el

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acercamiento a Italia al mismo tiempoque Alfonso XIII presentaba la Sociedadde Naciones, ante el embajador italianocomo un organismo gobernado por la«masonería». Tras largas negociacionesPrimo de Rivera aceptó moverse dentrode unos principios de prudencia ycontemporización. Lo facilitó unapropuesta de Gran Bretaña que propusoun previo acuerdo entre Francia yEspaña a las que luego se sumaría ella eItalia. Esta última acabó por pensar que,en realidad, España padecía una«debilidad constitucional» que lainhabilitaba como aliado. Por su parte,los franceses acabaron por darse cuenta

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que con algunas cesiones conseguiríanuna colaboración española quepermitiría superar la situación deingobernabilidad. En agosto de 1928 sellegó a un nuevo acuerdo acerca deTánger que no suponía otra ventaja queun cierto mayor control español sobre lapolicía de la ciudad. También Italiamejoró levemente su situación en laadministración de la misma.

Como se ha señalado líneas atrás enel planteamiento de la política exteriorespañola estuvo estrechísimamenterelacionada la cuestión tangerina con laretirada de la Sociedad de Naciones.España tenía una posición importante en

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este organismo, como único país neutralen la guerra, y en la práctica se manteníacon carácter permanente en él gracias alapoyo de los países hispanoamericanos.La entrada de Alemania en 1922, con laconcesión a esta potencia de un puestode ese carácter, llevó a los dirigentesespañoles a hacer una similarreclamación. En 1926 España rechazó laampliación del número de puestospermanentes y, a fin de año, inició lostrámites para desvincularse de laSociedad de Naciones. Los dirigentesespañoles no hicieron, sin embargo,ningún secreto de lo que, en la práctica,eran sus pretensiones. Querían una

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mejora de la situación internacional deEspaña, ya fuera mediante concesionesen Tánger o en la Sociedad de Naciones.Para la diplomacia británica, la másdecisiva en la Europa de la época, esaera «una sucia proposición» que,además, apenas ocultaba un complejo deinferioridad, puesto que nacía de un«gesto de autoafirmación». Como en elcaso de Marruecos, Gran Bretaña actuóde mediadora entrevistándoseChamberlain, secretario del ForeignOffice, con Primo de Rivera en aguasbaleares durante el verano de 1927. Laresolución del problema de Tánger tuvocomo consecuencia que España volviera

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a la Sociedad de Naciones siendoreelegida para su Consejo, aunque sinlograr un puesto permanente. Enrealidad nuestro país no se habíallegado a retirar por completo delorganismo internacional sino que habíaexpresado de manera estentórea sudistanciamiento. En el verano de 1929Primo de Rivera pudo satisfacer su afánpor una mayor relevancia internacionalal acoger en Madrid las sesiones de laSociedad de Naciones. Sin embargo, alo largo del desarrollo de estas doscuestiones estrechamente entrelazadas sehabía mostrado ingenuo, imprudente,precipitado, desordenado y obsesivo,

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defectos todos ellos que hicieron muypoco por mejorar la imagen de España.Consecuencia de ello fue la dimisión delministro Yanguas. En realidad, siendoelegido de forma sistemática, nuestropaís tenía mayor prestigio en los forosinternacionales que con la condición demiembro permanente del Consejo.Aunque, como queda dicho, lo esencialde la política exterior española estuvodurante estos años en la relación conFrancia y Gran Bretaña, lo másnovedoso fue el estrechamiento de lasrelaciones con Portugal eHispanoamérica, aspectos ambos enque, si pudo haber algún componente

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ideológico derivado de lascaracterísticas políticas del régimen,también se cumplieron propósitosnacionales nacidos con el cambio desiglo. En esta materia la responsabilidadprincipal fue del propio Primo deRivera y no de ninguno de suscolaboradores. Así como en materiasestrictamente políticas la fase final delrégimen proporciona una impresión dedesconcierto, en las relacionesinternacionales, por el contrario, lopredominante es la sensación deplenitud. Si en determinadas materias,como el intento de mejora de la imageninternacional por el procedimiento de

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comprar periódicos extranjeros o laspresiones sobre el Vaticano contra lapredicación en catalán, se tradujo a lasclaras cómo era el régimen, en otrascuestiones —el establecimiento deprimeros contactos con Rusia— sedemostró una notable flexibilidad.

Portugal había experimentado unaprofunda decepción cuando, después dehaber participado en la guerra mundial,encontró que su relevancia internacionalno había aumentado, su situacióneconómica era pésima e incluso suscolonias eran ambicionadas porpotencias menores, como Italia y laUnión Sudafricana. Unido todo esto al

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hecho de que persistiera la inestabilidadpolítica, es lógico que los habitualestemores lusos al peligro español seincrementaran hasta el extremo de pedira los británicos una muy explícitadefensa de su peculiar relación conPortugal y de plantear sus planesestratégicos frente a una posibleinvasión española. Lo cierto es, sinembargo, que en este momento no existiópor parte de España el menor deseo deintervención en el vecino país. Con laestabilización de Portugal hacia 1922, ladesconfianza lusa tendió a desvanecersepero cuando se alcanzaron unasrelaciones mejores que en cualquier otra

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época anterior al siglo XX fue con elestablecimiento, en abril de 1926, deuna dictadura portuguesa semejante a laespañola. Aunque la reticencia lusa nodesapareció por completo, el generalCarmona dijo profesar gran admiraciónpor Primo de Rivera y visitó España en1929. Los gobernantes españoles, por suparte, intentaron hacer desaparecer elmenor resquicio de intervencionismo enasuntos portugueses mientras queprodigaban muestras de simpatía, comola declaración de Primo de Rivera deque la cordialidad se debía considerarcomo un insuficiente estado de lasrelaciones entre los dos países. Fueron,

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así, posibles acuerdos entre ambos,como, por ejemplo, el relativo alaprovechamiento hidroeléctrico delDuero (1927) y el de conciliación yarbitraje (1928).

El interés de Primo de Rivera en lapolítica hispanoamericana se demuestrapor la realización de la Exposición de1929, pero, antes que nada, por lareorganización llevada a cabo en elservicio diplomático, demostrativa deun importante giro, aunque no seplasmara en ningún nuevo tratado y lafunción de España en aquellas latitudesno pasara de ser la habitual de potenciaprestigiosa, con cierta vocación tutelar.

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La sección de política del Ministerio deAsuntos Exteriores se dividió en dos,una ele las cuales estuvo exclusivamentededicada a Hispanoamérica: de elladependió una Oficina de RelacionesCulturales, lo que es significativo decuál era el propósito español. Secrearon, además, dos nuevas embajadas(Cuba y Chile) y la de Argentina, únicaexistente hasta el momento, fue cubiertapor una personalidad intelectualimportante como fue Ramiro de Maeztu.Se fundaron cuatro nuevas legaciones(hasta entonces habían caree ido ele ellapaíses como Ecuador, Bolivia yParaguay) y una veintena de consulados.

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Sin embargo, no cabe la menor duda eleque las características dictatoriales delrégimen coadyuvaron a que no todos lossectores de la sociedadhispanoamericana estuvieran encondiciones de ser receptivos ante laaproximación española. En cuanto a lasexposiciones de 1929 —en Barcelona yen Sevilla— pretendían ser un acto dereafirmación internacional, realizadocon el apoyo del Estado. La segundahabía nacido de una iniciativa local peroel apoyo estatal tuvo como propósitoconvertir a la capital andaluza en unaespecie de puente entre España yAmérica mientras que la catalana

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mantenía su carácter de motoreconómico y vía de relaciónfundamental con Europa.

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El Directorio civil:intentos de

constitucionalización

En el epígrafe anterior hemosavanzado hasta la época final de laDictadura porque así era preciso, dadala estrecha relación entre la victoria enMarruecos y la política exterior delrégimen. Ahora, sin embargo, es precisoreferirse al impacto producido porAlhucemas, decisivo en el sentido deque proporcionó permanencia a unasituación política a la que no podía

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dársela por descontada. En su manifiestoal país, el 13 de septiembre de 1923,Primo de Rivera había anunciado que lanación sería gobernada por militares opor civiles colocados bajo supatrocinio. En un principio se optó porla primera solución. Primo de Riverajuró el cargo ministerial como únicoresponsable del ejecutivo, pero se rodeóde militares en los que descargó la tareade gobierno. El Directorio militar estabacompuesto por un general de brigada porcada región militar y un contralmirante;en total nueve personas, ninguna de lascuales había sido consultada para sunombramiento, ni tampoco representaba,

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en realidad, a la zona militar de la queprocedía. Un decreto, a fines de 1923,estableció que el presidente delDirectorio «podía encomendar elestudio e informe de los asuntos quejuzgue pertinentes, por separado, a uno ovarios generales del Directorio». Estadivisión de competencias equivalía a lade departamentos ministeriales, aunquede una forma más confusa y cambiante.Así, por ejemplo, el generalVallespinosa asumió las competenciasprocedentes del Ministerio de Gracia yJusticia, pero también alguna deGobernación; el general Hermosa tuvolas de Trabajo, pero también otras de

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Industria, compartiéndolas conRodríguez y Pedré, al tiempo que seocupaba también de una función noestatal como era la organización de laUnión Patriótica y los somatenes. Lascuestiones relacionadas con el antiguoMinisterio de la Guerra estuvieron enmanos de Rodríguez y Pedré y Jordana,pero este último también seresponsabilizó del catastro y la reformaadministrativa. El Ministerio de Estadosiguió dependiendo de un subsecretario,bajo la directa supervisión de Primo deRivera. El contralmirante Magaz, quetenía las poco absorbentes competenciasde Marina, asumió la condición de

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vicepresidente del Directorio enausencia de quien estaba a su frente.Como se puede apreciar, la organizacióndel Directorio ofrecía todas lascaracterísticas de la provisionalidad ydifícilmente hubiera podido perdurarpasado algún tiempo. Durante losprimeros meses de 1925, en un momentoen que Marruecos no parecía unacuestión resuelta, arreciaron los rumoresde que se iba a volver a la situaciónconstitucional. Los «viejos políticos» lareivindicaron al mismo tiempo que laDictadura, poco convencida de tener elabsoluto apoyo del Rey, no tuvo elmenor reparo en intentar una absoluta

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identificación con la Monarquía cuandose produjo una campaña del escritorrepublicano Blasco Ibáñez en su contra.Alhucemas tuvo como consecuencia quese considerara agotada la situaciónanterior y no sólo por su confusofuncionamiento. Los propios generalesdel Directorio participaron a Primo deRivera su decisión de no seguir en lasmismas condiciones, porque en ellas seponía en peligro —según ellos— laimparcialidad política del Ejército. Perosi todos —y el Rey mismo— estaban deacuerdo en la vuelta a la Constitución de1876, al mismo tiempo hubo importantesdiferencias de matiz. A diferencia de

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Magaz y de otros generales, e inclusodel Monarca, el dictador quería partirde la propia situación política que élmismo había engendrado. No tenía unaspretensiones de dictadura permanentepero sí de punto de partida distinto,siempre dentro de un regeneracionismoque no había perdido su componenteliberal.

En diciembre de 1925, con elproblema de Marruecos ya encauzado,el general imaginó un paso intermediohacia la normalidad en forma deconstitución de un Directorio civil. Asus futuros ministros les explicó que setrataba de formar un gabinete, «radical y

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expedito en el procedimiento», para, conél, mantener la situación dictatorialconcluyendo la obra regeneracionistapero con el horizonte de una vuelta a lanormalidad. El problema que en estascondiciones se le planteabainevitablemente al dictador, era cómovolver a la normalidad constitucionalque siempre señaló como su objetivofinal. Este es un problema común a todaslas dictaduras pero muy especialmente aaquellas, como la de Primo de Rivera,que se consideraron a sí mismas «comoun paréntesis regenerador. Si hubieraabandonado el poder en el momento dehaber logrado la solución del problema

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de Marruecos habría obtenido el apoyode los sectores más diversos de lapolítica nacional, pero, como escribióPabón, »sí una dictadura pudiera irse nosería tan grave, pero no puedemarcharse ni en el triunfo ni en elfracaso; en el fracaso, porque necesitatriunfar, y en el triunfo, porque elabandono carece de motivos”. A estaincertidumbre respecto de la duracióndel régimen hay que añadir, además, laque se dio respecto del procedimientopara sustituirlo, que se fue haciendocada vez más grave a partir de 1927.

En el gobierno de 1925 figuró comoministro de la Gobernación (y, en la

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práctica, vicepresidente) el generalMartínez Anido, antiguo amigo deldictador, pero, como ya ha quedadoseñalado, la mayor parte de losministros fueron civiles. Al seleccionara los miembros de su gabinete Primo deRivera hubo de recurrir a la únicacantera en la España de entonces, lospartidos de turno, aunque promocionó aquienes, por su juventud o por su carrerapolítica, no habrían llegado tanrápidamente a dicho puesto. El conde delos Andes y Yanguas eran miembros delpartido conservador. El primero fue,además, amigo personal de Primo deRivera, y el segundo sólo ejerció su

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papel de ministro de Estado durantecatorce meses, pasando luego estaresponsabilidad al propio Primo deRivera. Calvo Sotelo procedía del«maurismo» y había sido gobernadorcivil antes de la Dictadura, pero suascenso se debió, sobre todo, a su papelcomo redactor de los Estatutosmunicipal y provincial. Fue el únicoministro que propuso modificaciones alprograma de gobierno de Primo deRivera, siempre con un contenido liberal—como la desaparición de la censura—lo que contrasta con su evoluciónposterior. Aunós había sido secretariopolítico de Cambó. Para las restantes

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figuras del gobierno vale, en general, laafirmación de que tenían un nivelinferior al medio de los gobiernosconstitucionales, tal como escribió deellas el duque de Majura. Este juiciovale especialmente para Ponte y Callejo,quienes proporcionaron al régimenconflictos gratuitos en Justicia eInstrucción. En cambio, no es así paraRafael Benjumea, conde deGuadalhorce, un ingeniero de sólidoprestigio por su planteamiento yejecución de obras públicas, a quienPrimo de Rivera conoció en Málaga yque acrecentó con su ejecutoria susignificación política hasta el punto de

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ser luego dirigente principal del partidopolítico heredero de la Unión Patriótica,a pesar de que sus intereses nuncafueron primordialmente técnico-administrativos. Al haber formado ungobierno civil Primo de Rivera no habíahecho otra cosa que afirmar su voluntadde permanencia en el poder pero, encambio, no había indicado un caminocierto y preciso para salir del régimendictatorial. Ya se ha indicado que eldictador no quería aceptar una pura ysimple vuelta a 1923. Eso le hizo insistiren aquellos instrumentos de poderpolítico de su régimen. Desde fines de1925 se produjo un relanzamiento de la

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Unión Patriótica que, no obstante, siguiósiendo un partido ficticio, mucho másinstrumento para organizar actos demasas en apoyo propio que vehículopara la aparición de nuevos sectorespolíticos. En ella militaron, sobre todo,elementos marginales o de segunda filadel régimen anterior, aunque tambiénapareció una parte de la derechaposterior. La aparición del diario oficialLa Nación, financiado por capitalistascontrarios a los nacionalismosperiféricos, fue otro medio dereafirmación del régimen. Pero Primo deRivera no sólo perfeccionó losinstrumentos políticos de apoyo a éste

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sino que, además, derrotó a susadversarios. A quien podía ser su relevoal frente de un gobierno de transición,Magaz, lo envió como embajador alVaticano. En junio de 1926 derrotó unaconspiración militar —la llamada«Sanjuanada»— que pretendía un golpede Estado «a lo Pavía» destinado aentregar el poder a militares liberalesque condujeran de nuevo a laConstitución. A este intento la Policíasumó abigarradamente sectores delmundo de la cultura y el periodismo quenada tenían que ver, a los que eldictador describiría como «libero-intelectuales». En meses siguientes,

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además, impuso la disciplina en elcuerpo de artillería. La mejor prueba dehasta qué punto reafirmó todo ello suvoluntad de permanencia en el poder nosla proporciona una carta a uno de suscolaboradores: se sentía con «saludcomo un toro y con un ánimo a cienatmósferas» para seguir al frente delpaís. Para acabar de redondear estafrase estando en el poder se dejónombrar «doctor honoris causa» por laUniversidad de Salamanca, cuando ya sehabía enfrentado con el conjunto de losintelectuales españoles.

Pasado algo más de medio añodesde la constitución del nuevo

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gobierno, en un momento en que habíaya superado esas primerasconspiraciones militares, Primo deRivera optó por una vuelta a lanormalidad, que presuponía elrompimiento con la legalidadconstitucional existente hasta la fecha.En el tercer aniversario de su golpe deEstado convocó una especie deplebiscito informal que consistió en quelos ciudadanos partidarios de laDictadura firmaran en unos pliegos paratestimoniar su adhesión a ella. Ni elplebiscito era una fórmula prevista en laConstitución de 1876, ni hubo garantíasde que el voto se expresara con

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autenticidad, ni de él surgieronconsecuencias inmediatas. Sin embargo,Primo de Rivera afirmó haber logradoentre seis y medio y siete millones desufragios (lo frecuentes que fueron losresultados con las tres últimas cifras encero testimonia su inverosimilitud). Sihabía convocado el plebiscito en partehabía sido porque periódicamentenecesitaba compaginar sus afirmacionesde autoritarismo con liturgias para-democráticas y también porque de estamanera pensaba, con razón, poder influirsobre la voluntad del Monarca. LaUnión Patriótica consideró, en efecto, elplebiscito como «un voto de confianza»

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al régimen.Precisamente desde finales de 1926

hasta un año después se dieron lospeores momentos de la relación entreAlfonso XIII y Primo de Rivera, debidoa una iniciativa de éste. Desde el veranode 1926 había venido anunciando laposible convocatoria de una asambleacuyo papel sería facilitar el caminohacia la legalidad. Un tipo de asambleacomo ésta le fue propuesta, de un modou otro, a Primo de Rivera por personastan distintas como Maura, Ortega yMussolini. El Rey no puso dificultades ala habitual tarea de gobierno de laDictadura pero una fórmula como ésta

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tenía el grave problema de suinconstitucionalidad manifiesta y para elMonarca suponía enajenarse de mododefinitivo a los políticos de turno, quesólo consideraban aceptable laconvocatoria de unas Cortes elegidaspor el procedimiento tradicional. Elpolítico conservador Sánchez Guerrallegó a declarar que la convocatoria dela asamblea equivalía a la conspiraciónmilitar. Una prueba de la resistencia quela disposición creadora de la asambleaencontraba en el Monarca radica en elhecho de que la cuestión quedaraaplazada. Sin embargo, al dictador noparece habérsele ocurrido otro

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procedimiento que éste para llegar a unatransición hacia la normalidad, porqueun año después del plebiscito, enseptiembre de 1927, convocó la citadaAsamblea Nacional consultivademostrando con ello haberse impuestoa los temores y a la propia voluntad delRey tras toda una serie de actospúblicos destinados a presionarle.Como ya había hecho antes, presentó laasamblea como un procedimiento parala vuelta a la normalidad aunque seatribuía a sí mismo determinar un plazopara llegar a ella. En un momento inicialparece haber pensado el dictador en laposibilidad de una asamblea

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específicamente dedicada a poner enmarcha una reforma constitucional,elegida por procedimientoscorporativos. La resistencia del Rey aello le otorgó un mero carácterconsultivo y gubernativo, al mismotiempo que la dotaba de la presencia dealguna figura de la política anterior.

La asamblea aprobadadefinitivamente debería, en efecto,«preparar y presentar escalonadamenteal Gobierno, en un plazo de tres años ycon carácter de anteproyecto, unalegislación general y completa que a suhora ha de someterse a un sincerocontraste de opinión pública y, en la

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parte que proceda, a la real sanción».Como se ve por estas palabras quedabaimplícita una posibilidad de que lareforma de la Constitución fuerapreparada por la obra de una asambleano nacida de la voluntad popular,mientras que, al aludirse al futurocontraste con la voluntad popular, seindicaba que ésta no tendría carácterconstituyente. La resistencia delMonarca a aceptar la convocatoria de laasamblea se debió quebrar por no verotra salida al régimen y por laspresiones mencionadas. Lasconsecuencias fueron muy graves para élpues así se produjo una ruptura con la

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antigua clase política de la Monarquíaconstitucional. El dirigente del partidoconservador, José Sánchez Guerra, seconvirtió de forma inmediata en unexiliado. La Asamblea consultiva sereunió en febrero de 1928, compuestapor algo menos de 400 miembros, de losque alrededor de 150 representaban alas provincias (a través deAyuntamientos, Diputaciones y la UniónPatriótica); unos 120, a las actividadesde la vida nacional (enseñanza,actividades económicas, asociaciones,etc.), mientras que entre 50 y 60miembros eran asambleístas por derechopropio o representantes del Estado.

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Dada esa composición no puedeextrañar que inmediatamente laoposición afirmara que la asamblea seasemejaba a la reunida por Napoleón en1808 para preparar el Estatuto deBayona. La inmensa mayoría de susmiembros ocupaba el puesto deasambleísta merced a un nombramientogubernamental y muchos de quienesprocedían de elección por parte de unaentidad autónoma se negaron a ocupar supuesto o se dedicaron a defenderintereses corporativos sin aceptaridentificarse con la laborpreconstituyente para la que la asambleahabía sido convocada de forma

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primordial. La asamblea, en fin, contócon una participación relativamentesignificativa de los elementosprocedentes de la clase políticaanterior: unos 60 de sus miembroshabían sido antes parlamentarios oministros. Una cifra semejante procedíade la Unión Patriótica. El número depatronos o representantes de entidadeseconómicas fue superior y sobre estasmaterias versaron la mayor parte de lasinterpelaciones que fomentaron lapropensión corporativista de laeconomía española.

El nuevo organismo tenía una doblefunción: fiscalizar al gobierno, dentro de

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obvios límites que derivaban de sucondición consultiva, y engendrar unanueva legalidad. La primera parte lapracticó a través de debates einterpelaciones: pocas semanas despuésde iniciadas tuvo Primo de Rivera unenfrentamiento con un asambleísta delmundo de la cultura, Sainz Rodríguez,que llevó a éste a abandonar su puesto.Se puede calcular que el contenido de latarea fiscalizadora no resultó incómodoal dictador, pues, como dijo MartínezAnido, el nombramiento de losasambleístas no había sido impuestopero sí «encauzado» en los casos deelección. El propio carácter de Primo de

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Rivera era poco compatible con lasasambleas consultivas, aun siendodóciles. El duque de Maura, que fueasambleísta, lo describió como «todavíamenos asesorable aún de lo poquísimoque suelen serlo sus congéneres, loshombres de acción». Los asambleístasgozaban de bastante libertad para lacrítica al gobierno pero también algunavez que lo hicieron el propio dictadorles respondió con dureza. En la primerasesión Primo de Rivera acabóreconociendo que había respondido conexcesiva violencia a un interpelante; enotra ocasión se quejó del tono insidiosoy el efectismo estéril de que hacía gala

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un asambleísta, por supuesto nombradopor él mismo, que había tomado lapalabra y, en un tercer caso, debiósalvar de un inminente naufragio a unapersona, el ministro de Instrucción, quehabía estado desafortunado en susréplicas. Todo ello sucedió en unaasamblea cuya labor se desarrollabafundamentalmente a través de seccionesy no en plenarios. De esas seccionessólo aquella dedicada a LeyesConstituyentes mantuvo un programa detrabajo continuado dirigido a laelaboración de un nuevo textoconstitucional y de sus leyescomplementarias. Formaron parte de

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ella cinco antiguos conservadores(Yanguas, Gabriel Maura, De laCierva…) a los que se sumó eltradicionalista Pradera, dospersonalidades que habían aparecido enla vida política como consecuencia de laDictadura (Maeztu y Pemán) y un grupode especialistas en Derecho Político; engeneral en esta materia hubo mayorcontinuidad en la composición de lasección que en la propia asamblea. Locierto es que, al margen de una clarapropensión autoritaria, en ningúnmomento hubo una comunidad decriterio entre los miembros de lasección respecto del futuro régimen

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constitucional del país. Había en el senode la misma quienes querían, como Dela Cierva, una simple modificación de laConstitución de 1876, mientras que otrosdeseaban una nueva legalidad. Praderadefendía la soberanía del Rey y larepresentación absolutamentecorporativa, en lo que discrepaba delresto; Maeztu fue el otro opositor delsufragio universal. En general, los máspróximos a la Dictadura propusieronlimitaciones al sufragio y al papel de lospartidos pero esta no fue la opinión detodos. El propio Primo de Rivera nopuede ser considerado como el principalartífice e inspirador del anteproyecto

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finalmente elaborado, aunque participóen las reuniones y en aspectos como laexistencia de una Cámara única fuetaxativo. En todo caso, esta perplejidadde los componentes de la secciónencuentra su razón de ser en el hecho deque todos ellos eran miembros de unaderecha conservadora que buscabacaminos de autoritarismo pero sinhaberlos encontrado aún de forma clara.Gabriel Maura, después de haberpropuesto que el presidente del Consejofuera elegido directamente por elpueblo, acabó renunciando a esteplanteamiento. A la altura de 1929Primo de Rivera podía presentarse

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como un liberal desencantado perotodavía confeso de tal doctrina. Elanteproyecto finalmente redactadocontuvo limitaciones al ejercicio de losderechos, como correspondía a unaConstitución autoritaria, pero, al tratarde articular una fórmula organizativaque también lo fuera, multiplicó, en lapráctica, los poderes del Rey en contrade la opinión del propio Primo deRivera. Al Monarca le corresponderíael poder ejecutivo asesorado por unConsejo del Reino, que sólo en partesería electivo. La representaciónnacional se hubiera realizado a través deuna Cámara única, de extraña factura, en

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la que la mitad de los diputados seríande elección corporativa o nombramientoreal en función de su cargo, resultandoel resto elegidos por sufragio universal.No puede extrañar, por tanto, que eldictador mismo acabara sintiéndosedecepcionado por esta fórmula quesometió a consulta a Mussolini paraencontrarse que éste, aunque respondióafectuosamente, de hecho la juzgó muydistinta de los propósitos que a élmismo le habían guiado en Italia. Primode Rivera, que trataba al fascismo condistancia pero cierta admiración, recibióde Mussolini un juicio no tandiscrepante: se quedaba «a medio

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camino» de realizar un auténtico cambioconstitucional. De esa insatisfacción deldictador participaron sus colaboradorespor lo que una vez más quedó planteadoel problema de cómo conseguir que elrégimen se plasmara en una nuevalegalidad. A fin de cuentas éste habríade ser el problema que dio al traste conel régimen dictatorial.

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La política económica:la industrialización en

los años veinte

A pesar de que algunos hanafirmado que el golpe de Estado deseptiembre de 1923 estuvo motivado porla crisis económica del capitalismo enla primera posguerra mundial, parececierto que ya en 1922 se habíaempezado a producir una recuperaciónde la coyuntura que la evolución de laeconomía internacional contribuyó aconfirmar plenamente en los años

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siguientes. La década fue, en efecto, lade los «happy twenties», los felicesaños veinte, y, por tanto, a diferencia delo que les sucedió a los gobernantesprecedentes y quienes le siguieron,Primo de Rivera se vio ampliamentebeneficiado por la fase ascendente delciclo económico, común a todas laslatitudes y que él mismo no habíacontribuido a crear. Como en tantosotros aspectos, la labor del dictador fuesometida a controversia. Desde el puntode vista liberal-conservador el duque deMaura se quejó de su «incongruencia ymegalomanía», constituyendo unaespecie de reedición del despotismo

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ilustrado «sin más aditamento que algúnque otro perfil entre fascista ysoviético»; algo parecido debieronpensar los responsables de materiaseconómicas del gobierno de Berenguer.En la misma época, sin embargo, laDictadura centró su propagandaprecisamente en sus realizacioneseconómicas y para muchos éstas, juntocon la solución dada al problema deMarruecos, constituyeron el aspecto máspositivo de su haber. Por si fuera poco,en la historiografía económica delperiodo dictatorial ha habido unatendencia a valorar tan positivamente laobra de Primo de Rivera que ésta se ha

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considerado un esfuerzo, aunquecontradictorio, por aumentar la rentanacional y mejorar su distribución abase del incremento en los gastosreproductivos de carácter público. Se hallegado a decir, incluso, que el régimendictatorial fue un precedente directo dela política económica que, inspirada enKeynes, serviría a muchos de los paísesde Europa occidental para combatir lacrisis de los años treinta (Velarde). Locierto es, como veremos, que la obradictatorial tiene sus luces y sombras sinmerecer juicios tan entusiastas como losmencionados, que se explican porfactores ideológicos.

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De lo que no cabe la menor duda esde que el fundamento de la políticaeconómica de Primo de Rivera estuvosiempre estrechamente conectado con elnacionalismo regeneracionista quetambién caracterizó el resto de suejecutoria. Hay numerosísimas pruebasde ello: en el decreto por el que secrearon las ConfederacionesHidrográficas se decía, por ejemplo,que dicha disposición tenía especialsentido en la cuenca del Ebro «dondepredicó el apóstol de estas ideas con lasque fraguó un credo político ajeno atoda pretensión de partido y bandería, uncredo que llegó a ser punto de

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coincidencia de las ansiasregeneradoras de los españoles». Tanclara referencia a Costa se sumaba alhecho de que, mientras que a éste seatribuía el haber cumplido con la tareade apostolado, ahora el gobiernoaseguraba que había llegado el momentode las realizaciones. Los intentos dereforma de la fiscalidad fueronpresentados, con talante tambiénregeneracionista, como un proyecto dellevar «un soplo de veracidad altributo». No sólo en este terreno, sino enmuchos otros, la Dictadura fue herederade un pasado inmediato en que, si sehabían apuntado muchas soluciones, el

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parlamentarismo inestable del momentohabía sido incapaz de plasmarlas enrealidades. De manera singular losgestores económicos «primorriveristas»fueron herederos de una tendencianacionalista, intervencionista ycorporativista que se remontaba a laprimera década del siglo y que habíavenido siendo acentuada por la crisis dela primera posguerra mundial. Asícomo, en lo político, muchasafirmaciones de Primo de Riverarecordaban a Maura, lo mismo sucedióen el terreno de la política económica.Pero el dictador radicalizóconsiderablemente estas actitudes. El

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nacionalismo, de propensionesautárquicas, había sido una tendencia dela economía nacional a la que Primo deRivera dio alas y trató de llevar a lapráctica de manera directa e inmediata.Así, por ejemplo, en ocasiones daba lasensación de ser partidario de unaplanificación económica, «que respondaa los intereses nacionales y tenga encuenta las posibilidades de producciónque al servicio de las mismas ofrezca laindustria española». Sin embargo, elfondo ideológico de su pensamiento entemas económicos era muy simple: sebasaba en el nacionalismo elemental deun militar preocupado de que en los

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banquetes públicos se bebieran vinosfranceses o que la gente se vistiera depaño inglés. «Fortalecer el trabajonacional es enriquecer a la Patria»,decía un matasellos de correos de laépoca. «Pagar en dólares o en liras,comerciante, tú deliras», fue otra de lasdivisas. Según cuenta Calvo Sotelo, elintervencionismo del general nacióincidentalmente en una ocasión en que,enterado del propósito de abrir unafábrica de azúcar en Sevilla, «no es quedenegara la autorización para abrirla, esque impidió que la abriesen» por el puroy simple arbitrio gubernativo. Este tipode actitud tenía un componente de

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despotismo más o menos ilustrado queen ocasiones podía caer en la absolutaarbitrariedad.

Para evitarla, con el paso deltiempo, se creó una multiplicidad deórganos consultivos a la cabeza de loscuales estaba el Consejo de EconomíaNacional, constituido en 1924, del quedependía el comité regulador de laproducción industrial, sin cuyo permisono podía instalarse ninguna industria.Como es lógico, eso reducía la políticaeconómica al puro expedienteadministrativo sin que los factoreseconómicos propiamente dichos jugaranel papel primordial que les

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correspondía. La estructura consultivacreada fue farragosa y complicada(llegó a existir un comité regulador de laimportación de pieles de conejo) yacentuó la tendencia a pensar entérminos políticos nacionalistas y no enlos estrictamente económicos. Con elpaso del tiempo se demostró que si elmodelo político del dictador tenía suslimitaciones, algo parecido le pasaba aleconómico.

El proyecto de Primo de Riveradebe ser enmarcado, en primer lugar, enel intento de combatir la crisiseconómica heredada de la PrimeraGuerra Mundial, acentuando una

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tendencia surgida a partir de 1918. Esaestructura consultiva de caráctercorporativo favoreció el proteccionismofrente al exterior y la restricción de lacompetencia. En abril de 1924 una leydeterminó los auxilios concedidos parafavorecer la producción industrial. Encuanto a la protección arancelaria era yamuy fuerte después del arancel Cambóde 1922 y no fue necesario (ni tampocoposible) aumentarla. Dicho arancelhabía servido no sólo como barreracomercial sino también para negociaralgunos tratados comerciales bilateralesmutuamente beneficiosos que fueronsuscritos en los primeros años del

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gobierno de Primo de Rivera: aunque elConsejo de Economía Nacionalrecomendara un proteccionismo«integral», eso no era posible ya quehubiera supuesto represalias en losprecios de productos que Españainevitablemente necesitaba. El comercioespañol tuvo una evolución negativa porlas importaciones destinadas a lapolítica de obras públicas; lasexportaciones de productos alimenticiosaumentaron mientras que disminuyeronlas de minerales. El intervencionismo enmateria económica tuvo su máximaexpresión con la creación, a fines de1926, de un «Comité regulador de la

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Producción industrial», cuyo resultadoreal fue promover la limitación de lacompetencia.

Quizá aquel aspecto en que, de modomás patente, se demostró elnacionalismo de Primo de Rivera fue enla creación del Monopolio de Petróleos.En realidad este proyecto se remontabaa 1917 y en todos los países, conmuchos matices, se siguió en esteterreno, durante los años veinte, unapolítica intervencionista por parte delEstado. En teoría, CAMPSA, creada enjunio de 1927, debía ocuparse de laadquisición de yacimientos, transporte yrefino, pero su finalidad primordial, y

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casi única en los años veinte, fueproporcionar un alivio a las necesidadesfiscales. En sus memorias Calvo Sotelose refiere a las presiones que tanto élcomo Primo de Rivera sufrieron porparte de las grandes compañíaspetrolíferas internacionales comoconsecuencia de la nacionalización,pero lo cierto es que, aunque Deterding,uno de los magnates mundiales, visitaraa ambos y el mercado español fueramayoritariamente controlado por laStandard y la Shell, su importancia erarelativamente pequeña y a las empresaspetrolíferas les preocupaba, sobre todo,que el ejemplo español fuera seguido

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por otros países de mayor pesoespecífico en el mercado mundial. Elbloqueo de las compañíasinternacionales tuvo como consecuenciaque, al principio, CAMPSA debierarecurrir a las importaciones de petróleoruso, que ya habían sido iniciadas porMarch, dueño de la principal compañíade refino española. En definitiva, elmonopolio tuvo una amplia repercusiónen la historia de la economía nacional;probablemente mejoró el servicio yalivió las dificultades presupuestarias,pero queda pendiente la resolución delinterrogante de hasta qué punto no habríaresultado más oportuna una intervención

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estatal en vez de la nacionalización, talcomo hicieron muchos otros paíseseuropeos. Hay que tener en cuenta, enfin, que hubo otro terreno en que laDictadura se mostró muy ajena a esafiebre nacionalizadora. En agosto de1924 la empresa norteamericana ITTlogró la concesión del servicio detelefonía. Meses antes se habíaproducido la constitución de laCompañía Telefónica; la empresanorteamericana fue su primeraaccionista y, además, era entonces laúnica capaz de proporcionarle losrecursos tecnológicos necesarios. Estaúltima razón parece haber sido el factor

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decisivo para que Primo de Riveraaceptara hacer una excepción en suhabitual defensa del nacionalismoeconómico. Así testimonió no sóloexceso de voluntarismo sino tambiéntendencia a caer en la contradicción.

Todos estos aspectos de la políticaeconómica pueden ser considerados, ensu mayor parte, como dirigidos acombatir los efectos de la crisis perohubo también un componente máspositivo, apreciable en la labor dereactivación económica que, como cabíaesperar, se fundamentó de nuevo en elprograma del regeneracionismo. Allídonde fue más visible —la política

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hidráulica— el dictador, como en tantootros aspectos, se basó en proyectosanteriores. El ingeniero aragonésLorenzo Pardo propugnó la creación deConfederaciones Hidrográficas,destinadas al aprovechamiento integral(energético, de riegos y de transporte)de las cuencas fluviales; con ellopretendía asegurar los riegos existentesy triplicarlos a medio plazo. Durante laDictadura se puso en marcha laConfederación del Ebro, gracias a lacual mejoraron 100.000 hectáreas deriego y se crearon 70.000 nuevas. Pardosiempre dejó clara su inspiración: Costa«abrió y cerró el ciclo de apostolado»

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acerca del riego y ahora se trataba dellevarlo a la práctica. A partir de 1927las Confederaciones se extendieron porel resto del territorio peninsular, aunqueno llegaron a tener un papel de tantarelevancia como originariamente estabaprevisto. En teoría dichos organismosdebían tener una organización internademocrática pero, como en otrasocasiones, esa vertiente delregeneracionismo fue pronto olvidada.Las Confederaciones, de un modoparecido a otras iniciativas de laDictadura, se financiaron como cajasautónomas capaces de emitir empréstitoscon el aval del Estado. Otro aspecto

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importante de la política de reactivacióneconómica impulsada por el régimen serefirió a las vías de comunicación. Obrade Guadalhorce (propulsor, también, dela política hidráulica) fue la creación en1926 del Circuito Nacional de FirmesEspeciales que, administrado por unpatronato, gestionaba unos 7.000kilómetros de carreteras que también elEstado contribuyó directamente aconstruir. En total pueden habersepuesto en uso unos 2.800 kilómetrosnuevos de carreteras. La creación deeste patronato parece haber estadomotivada, en parte, por el deseo deatraer el turismo y por ello tiene su

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lógica que se hiciera una granpropaganda de las carreteras españolasen el exterior, en especial en GranBretaña. Tanto el automóvil como elturismo aparecieron en España en estostiempos como fenómeno social ysíntoma de modernización pero en loque respecta al segundo lo que seprodujo, como en tantas ocasionesdurante la Dictadura, fue unaestatalización de una iniciativa quetenía, en el pasado, un carácterautónomo. En los ferrocarriles se inicióel camino del intervencionismomediante el Estatuto de julio de 1924,que tenía sus antecedentes en

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disposiciones pensadas, pero no puestasen práctica, en el periodo constitucional.El Estatuto iniciaba el camino que, conel transcurso del tiempo,inevitablemente debería llevar a lanacionalización, pero por el momentosignificaba la racionalización, aunque acosta de que el Estado asumiera comocompetencia la renovación de la red.

Como en el caso de la políticahidráulica, también la de transportes fuefinanciada a base de cajas autónomas.Este hecho nos pone en contacto con unode los aspectos más discutibles de laintervención del Estado en la políticaeconómica: la financiación del gasto.

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Éste se logró mediante «una compleja yconfusa maraña de empréstitos» conaval del Estado atribuidos a organismosautónomos y remitidos a un presupuestoextraordinario para que el ordinarioresultara equilibrado. En cambio, pese alo que afirme Calvo Sotelo en susmemorias, la realidad es que elincremento de la recaudación sóloalcanzó cotas discretas, pasando de unos2.600 a 3.700 millones. La razón estribaen que no se produjo una reforma fiscalque podría haber tenido unos efectosmuy positivos, tanto desde el punto devista social como desde el económico.Al convertirse Calvo Sotelo en ministro

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de Hacienda enunció un plan de altosvuelos que suponía convertir losimpuestos del producto en impuestossobre la renta, aumentar los relativos alas rentas no ganadas con el trabajo,crear otros sobre las tierras incultas, etc.Su labor, sin embargo, debió limitarsefinalmente a tan sólo «un leve retoque»sin que los principales problemas, segúnsus propias declaraciones, fueran«abordados a fondo». Primo de Rivera yCalvo Sotelo estaban dotados de buenasintenciones (también de arbitrismo,porque el primero llegó a pensar en laposibilidad de crear un impuesto únicoevaluado por juntas ciudadanas) pero

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sus propósitos se encontraron con unaoposición aguda, virulenta y nerviosa delos sectores conservadores que lesapoyaban. Las medidas para perseguir elfraude fracasaron y un intento modestode introducir el impuesto sobre la renta(noviembre de 1926) debió serprontamente abandonado. Como tantasveces le sucedía a la políticaregeneracionista una primeramanifestación taxativa —se previoincluso la expropiación de propiedadagraria en caso de falsedad— acabósustituida por el puro mantenimiento dela situación. En suma, fue la Deuda elgran motor de la expansión industrial:

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contando con la de carácter local, lacifra total alcanzó los 5.600 millones.Para quienes defendían una políticapresupuestaria ortodoxa esta cifra era untestimonio de exceso y despilfarro y esejuicio quizá resulta válido paradeterminadas manifestaciones, como lasExposiciones Universales de 1929.Calvo Sotelo, sin embargo, aseguró queel endeudamiento del Estado seguía sinser excesivo y argumentaba que élmismo había llevado a cabo unaimportante consolidación de la Deuda.A corto plazo, con todo, el efecto de lapolítica económica de Primo de Riverasobre la producción industrial fue muy

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positivo. Durante el periodo dictatorialse pasó del índice 84 al 141 y losincrementos fueron especialmentesensibles en hulla, cemento,electricidad, industrias químicas ysiderometalúrgicas; en otros apartadosindustriales, como la industria textil, elcrecimiento fue menor. El granbeneficiario de este desarrollo industrialfue, sin duda, el sector más pudiente dela sociedad española. De los añosveinte data, en efecto, la conversión dela banca española (fundamentalmente lamadrileña, el Hispano y el Español deCrédito) en una banca nacional. Labanca contribuyó indirectamente a

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propiciar la emisión de deuda y suscinco primeras entidades quintuplicaronsus operaciones. También de estos añoses la consolidación de la banca oficial(Crédito local e industrial) así como delas Cajas de Ahorro. Todo ellocontrasta, sin duda, con la modestia delas transformaciones sociales: tan sólounos 4.000 colonos habían sidoasentados en 21.000 hectáreaspreviamente adquiridas cuandoprecisamente el problema agrario habríade ser de primordialísima importanciadurante la II República.

Obviamente, la ausencia detransformación social podía poner en

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peligro la posibilidad de desarrollo dela industria textil, pero, además, al finalde la década eran patentes otraslimitaciones del modelo económico«primorriverista». El déficitpresupuestario pudo ser enmascarado y,en todo caso, no era algo infrecuente enla historia de la Hacienda españolapero, además, en este momento eldesequilibrio de la balanza de pagos seagravó, al aumentar las importaciones ydisminuir las remesas de los emigrantes.La prueba evidente, pero nocomprendida por el general dictador, fuela crisis de la peseta en los últimos añosdel régimen. Primo de Rivera a quien,

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según dijo, había «alegrado el ánimo» laalta cotización de nuestra moneda vio,en definitiva, que si no había sido capazde poner en marcha un modelo políticonuevo, el económico se le había agotadoya en 1929. Mezcla de simplismoarbitrista, excesos intervencionistas,propensión al monopolio y al recorte dela competencia, ese sistema no supoafrontar la crisis de la peseta.

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Política social

El programa de Costa y de todoslos apóstoles del regeneracionismopolítico había tenido una serie defacetas sociales que Primo de Rivera nopodía olvidar. En este terreno lasopiniones del dictador fueron tanconvencionales como paternalistas y,desde luego, nunca pretendió una radicaltransformación social, como hemospodido constatar al tratar de ladistribución de la propiedad agraria. Ellatifundio «sobre el que tanto y con tantaignorancia se ha hablado —dijo— es

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sitio para la explotación racional ycientífica de grandes extensiones y elmodo más adecuado de producir conmayor economía». Pero, a pesar de ello,y del hecho de que las fuerzas patronalesdesde un primer momento mostraron susatisfacción por el golpe de Estado, almismo tiempo Primo de Rivera prometióante los sectores obreros una actitud deintervención estatal que de hecho habíapuesto en práctica en repetidasocasiones. El calificativo «paternalista»resulta el más propio porque, en efecto,si existió un rasgo que puedacaracterizar la posición del régimendictatorial fue su voluntad tutelar.

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Esos rasgos se dieron antes de queel ministro Eduardo Aunós ocupara lacartera de Trabajo y vertebrarateóricamente lo que pretendía hacer elrégimen dictatorial. De acuerdo con lahabitual tendencia en el régimen, enabril de 1924 se creó un alto órganoconsultivo, el Consejo Nacional deTrabajo, Comercio e Industria. Pocotiempo después, siguiendo una marcadapropensión intervencionista, el Institutode Reformas Sociales que, conautonomía y participación de sectoresmuy diversos, había impulsado lalegislación social así como lainspección de las condiciones laborales,

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quedó integrado en la estructuraadministrativa del Ministerio deTrabajo. El Código de Trabajo,aparecido en agosto de 1926, pretendíaser el primer elemento de una nuevacodificación social más vasta, que nollegó a realizarse por completo: noacogió en su seno la totalidad de lalegislación laboral sino tan sólo larelativa a cuatro cuestionesfundamentales (el contrato de trabajo, deaprendizaje, la regulación sobreaccidentes laborales y los tribunalesindustriales). La opinión de losespecialistas resulta favorable a estetipo de disposiciones. Por otro lado, la

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Dictadura no se limitó a recopilardisposiciones anteriores sino quepromulgó otras nuevas, partiendo de esecriterio tutelar. De ahí, por ejemplo, lacreación, en 1926, de la Medalla delTrabajo; en la disposición legal por laque tuvo origen se afirmaba, conlenguaje muy característico, que «irradiadel trabajo una profunda espiritualidad».Dentro de esta concepción adquiere susentido la creación por Real Orden, enjulio de 1925, de una comisióninterministerial para proponer laadopción de medidas legislativas o deestímulo a los esfuerzos privados paracombatir el alcoholismo, la tuberculosis,

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las enfermedades venéreas o la prácticade los juegos de azar.

Probablemente, si disposicionescomo las citadas hasta ahora dan buenacuenta del significado ideológico de laobra dictatorial, en el terreno en que suobra pudo resultar más positiva es en elde la promoción de una nuevalegislación social que complementara laexistente hasta entonces. En septiembrede 1924 se creó el llamado Tesoro delEmigrante y la Dirección General deEmigración; en junio de 1926 se aprobóel subsidio de familias numerosas y en1929 el seguro de maternidad. Estasmedidas constituían el normal desarrollo

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de la legislación previa y sólo en partese aplicaron (éste fue el caso de laúltima). Desde mayo de 1928 empezarona homologarse en España los principiosinternacionales de Derecho del Trabajoy en el anteproyecto constitucionalhicieron por vez primera su apariciónlos llamados derechos sociales. En otrosmuchos terrenos, como el de la viviendapopular, el descanso de la mujer obrerao la enseñanza profesional, la Dictaduraamplió la legislación hasta entoncesvigente.

Sin embargo, probablemente lo másimportante de la obra social de Primo deRivera, lo más criticado y también lo

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más definitorio de cuanto pretendióhacer fuera la organización corporativa.El duque de Maura la describió como«una máquina ideada por el dictadorpara burocratizar el movimiento obreroal socaire de la Dictadura». El juicio esmalintencionado, aparte de lastrado deun ideario conservador; por otro lado,no se trataba sólo de una medida dePrimo de Rivera para lograr unasupuesta popularidad en los mediossindicalistas. En el fondo, la petición deorganismos de carácter mixto entrepatronos y obreros se remontaba a losprimeros años de la posguerra y habíasido propiciada desde puntos de vista

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muy dispares; además coincidía tantocon la legislación social de variospaíses como con la voluntadarmonizadora de Primo de Rivera, paraquien «no se trata ya de que los distintoselementos sociales luchen ni contiendansino que se articulen y colaboren». Laorganización corporativa fue creada ennoviembre de 1926 y en el prólogo de ladisposición que la vio nacer se decíaque respondía a «un pasado español tanlleno de grandeza como de enseñanzas».Sin embargo, el hecho de que en el mesde abril precedente Aunós hubieravisitado Italia ha hecho pensar a algunosque se trató, en realidad, de una

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imitación de la legislación corporativaitaliana. No es, sin embargo, así y ellopor una razón obvia: en esta fechatodavía no se había articulado unafórmula corporativa fascistapropiamente dicha, que sólo llegaría aplasmarse en la realidad entrados losaños treinta pues hasta el momento loúnico que había hecho Mussolini eraagrupar los sindicatos en corporaciones.

Partiendo de que el modelo fascistafinal supuso la pura y simple sumisión alEstado y el Partido, el sistema de laDictadura «primorriverista» tuvo«rasgos propios» (Madariaga), peroéstos no fueron tan originales, porque

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partieron de una cierta tradición socialcatólica. Ésta, en el pasado, habíadefendido la doctrina del sindicato librey la corporación obligatoria. En Italiamuy pronto desapareció, de hecho, lalibertad sindical y la corporación fue uninstrumento político del fascismo quellegó a alcanzar relevanciaconstitucional. En España, lacorporación se basaba en el sindicatolibre, pero, al mismo tiempo, adiferencia de lo que era la tesis católica,estaba «tutelado y condicionado» por elEstado, de acuerdo con la definición deAunós. Por tanto, manteniendo un tipo deinspiración distinta del fascismo

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tampoco se identificaba totalmente conla tesis católica. En este terreno, comoen otros, la Dictadura parece habertitubeado entre una fórmula de derechatradicional y otra más proclive alautoritarismo moderno. Aunós, endefinitiva, pensaba que elcorporativismo significaba una reacciónfrente al Estado individualista basada enla disciplina y la jerarquía, pero pusocomo modelo no sólo a Italia sinotambién determinadas experienciasbelgas y alemanas.

La organización corporativa tuvocomo célula primaria el comitéparitario, que adquirió el carácter

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jurídico de corporación de derechopúblico. El segundo peldaño de aquéllaestaba constituido por las comisionesmixtas provinciales y un tercer gradoorganizativo eran los consejos decorporación, órgano superior de cadaoficio. En cada uno de estos trespeldaños existió una representaciónigual de patronos y obreros, ejerciendola función presidencial una persona denombramiento gubernamental, que enmuchos casos fue, de hecho, un miembrode la Magistratura, lo que resultaba muyacorde con la propuesta del reformismosocial católico del momento. En unprincipio la organización corporativa se

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extendió a todo tipo de trabajos, con laexcepción del realizado a domicilio, lasprofesiones liberales o el serviciodoméstico, pero también en el mundoagrícola la organización corporativatuvo una aplicación más restringida.Más adelante se reglamentó laorganización corporativa del trabajodomiciliario e incluso fue ampliado elprincipio en que se basaba la regulaciónde las relaciones entre inquilinos ypropietarios de viviendas. Los comitésparitarios tenían abundantes precedentesen el panorama legal español, en el queexistían ya los tribunales industriales,pero ahora esa fórmula se aplicó de una

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manera mucho más generalizada y, sobretodo, alcanzó un ámbito de aplicaciónmuy superior. Los comités podían tratar,en efecto, de todas las cuestionesrelativas a las condiciones de trabajosin necesidad de que existiera ningúntipo de situación conflictiva previa.

La organización corporativa fueampliamente criticada, pero muchas delas razones esgrimidas para hacerlocarecen de fundamento. Desde lossectores conservadores se le acusó deestar dominada, en lo que respecta a larepresentación obrera, por el partidosocialista, pero esto no fue así siemprey, cuando lo fue, resultaba inevitable. En

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puridad el sindicalismo libre tuvopreeminencia en la organizacióncorporativa en Cataluña y Levante, elcatólico en Navarra y Castilla, y en elresto de la geografía peninsular estepapel le correspondió al socialismo,simplemente porque tenía mayor fuerza,al haberse marginado el anarquismo. Esmuy posible, por tanto, que el panoramageográfico descrito respondiera a lapura simple realidad española delmomento. Otras críticas resultan másfundamentadas. Resulta probable que noexistiera un adecuado censo deasociaciones profesionales y no cabe lamenor duda de que la organización

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corporativa pecó en exceso deburocratismo, pecado habitual en elrégimen. El hecho de que la presidenciafuera ejercida por persona denombramiento gubernamentalinevitablemente la sesgaba en undeterminado sentido.

Es muy posible que la organizacióncorporativa contribuyera, al menos enparte, a la paz social de la épocadictatorial, a pesar de no ser el motivoprincipal de ella. Primo de Rivera noprohibió las huelgas pero la reforma delCódigo penal de septiembre de 1928declaró ilegales las que no fueranrelativas a cuestiones estrictamente

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económicas. Sin embargo, su número seredujo drásticamente: de las 1.060huelgas registradas en 1920 sedescendió a 89 en 1928. Sin duda elhecho de que se hubieran constituidocasi 500 comités paritarios contribuye aexplicar esta realidad, tambiénjustificada por la desaparición delsindicalismo subversivo. De todasmaneras, los beneficios principalesobtenidos por la clase obrera en la etapadictatorial derivaron mucho más de laestabilidad del empleo y de la extensiónde la seguridad social que de la mejorade las condiciones de trabajo lograda através de la negociación. El nivel de los

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salarios parece haber permanecidoestable, incluso con cierta tendencia a labaja: de 52 oficios, 18 aumentaron susjornales, 6 los mantuvieron y 28 losvieron disminuir. Pero no existió unproblema grave de paro, como en losvenideros años treinta.

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Dictadura ymovimiento sindical

Para los opositores a la Dictaduraconstituyó «un continuo motivo deasombro» (Gabriel Maura) el hecho deque el nuevo régimen encontrara escasasdificultades con el movimiento sindicalcuando tan graves habían sido éstas enla etapa constitucional anterior. Unabuena parte de las razones reside en que,a partir de un cierto momento, la mejorade la situación económica contribuyó ahacer desaparecer la tensión. Sin

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embargo, aun así, no deja de llamar laatención la disparidad entre la gravísimaprotesta social existente entre 1919-1923 y su casi instantánea desaparicióncon posterioridad. Se podría pensar quela Dictadura empleó drásticosprocedimientos persecutorios contra lossindicalistas, pero esto sería ignorar laverdadera condición del régimen dePrimo de Rivera. Es cierto que elrégimen mantuvo el estado de guerrahasta mayo de 1925 pero en eso noresultó tan diferente del pasado pues, afin de cuentas, en los cinco añosanteriores las garantías constitucionalessólo habían estado vigentes durante

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dieciséis meses (nueve en Cataluña).En realidad el dictador siempre

pretendió que los socialistascolaboraran con él y durante una partede su mandato lo logró: a lo sumo selimitó a restringir su propaganda o atenerla vigilada pero consideró siemprecontraproducente cualquier propósitorepresivo. Con respecto a anarquistas ycomunistas actuó de una forma máspersecutoria pero, sobre todo, lo hizocontra los dirigentes más proclives a laactuación subversiva y, en cambio, fuemucho más tolerante en otros casos.Durante el periodo dictatorial pudieronseguir apareciendo publicaciones de

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esta significación pues, en realidad, elrégimen tenía su principal aliado en elsectarismo o la división de estas dosfórmulas sindicales. Es muy posible queen la paz social de la época jugara unpapel decisivo la sensación de que elorden iba a ser impuesto desde arriba,mucho más que el contenido concreto delas medidas de orden público que setomaron. En cualquier caso, asombra larapidez con la que se consiguió restaurarel orden público. Martínez Anido fue elresponsable del mismo casi desde elprincipio, pero si antes sus métodos enBarcelona habían sido por completocontraproducentes ahora no fue éste el

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caso, signo evidente de que el cansanciode la gimnasia revolucionaria fue másimportante que los procedimientosdrásticos empleados contra ella. Bastacon la mención de unas cuantas cifraspara demostrar el cambio producido eneste terreno: en los cinco añosanteriores al golpe de Estado en Españahabía habido 1.259 atentados, pero sólohubo 51 en los cinco posteriores; lascifras en Barcelona fueron,respectivamente, de 843 y 30. Esprobable que lo más espectacular de lasrelaciones entre movimientos obreros yDictadura sea la supuesta o realcolaboración del partido socialista.

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Resultó este hecho una cuestión muydebatida, tanto en ese mismo momentocomo después, y probablemente resultadifícil de entender si se parte de unaconcepción simplista acerca de lo quefue el régimen dictatorial y de lasituación del PSOE en 1923. Elsocialismo español era un movimientopolítico muy consciente de su propiafragilidad y tenía motivos para serlo: acomienzos del régimen dictatorialdieciséis países europeos tuvierondiputados socialistas en el Parlamento yde ellos España era el que tenía elporcentaje menor, el 2 por 100, a pesarde que en las últimas elecciones los

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socialistas, con sólo el 15 por 100 delos votos, habían conseguido vencer enMadrid. En el origen de esta actituddefensiva hay que situar la existencia deotros movimientos sindicales de muchomayor número de efectivos en elperiodo inmediatamente anterior a laposguerra mundial pero también lapropia decadencia cuantitativa delpartido, que pasó de 54.000 a 9.000afiliados en el periodo 1920-1923.Culpable de ello fue el abandono de lamilitancia más que la propia escisióncomunista. En ese último año el partidofundado por Pablo Iglesias carecía deposibilidades de aliarse con nadie: se

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había roto la colaboración sindical ytambién la conjunción con losrepublicanos. Además, el golpe deEstado se presentó a los ojos de losdirigentes socialistas no comoengendrador de algo semejante a unadictadura fascista sino como eldesplazamiento de una clase políticacorrupta con la promesa de una vuelta auna situación liberal. Un socialista deesta época, Ramos Oliveira, pudoafirmar que el nuevo régimen era «unprogreso respecto de lo abolido». Lahabitual tendencia de los socialistasespañoles a juzgar que debíanpronunciarse en sentido revolucionario a

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largo plazo pero, en la práctica,mostrarse partidarios de un reformismopragmático, contribuye también aexplicar su posición en estos momentos.«Serenidad, sí, indiferencia, no», decíael editorial de El Socialista el día delgolpe, con un lenguaje no muy proclive afomentar que hubiera resistencia en lacalle. Aseguró no tener «ningúnvínculo» con lo sucedido pero aconsejóa la masa obrera abstenerse de«movimientos estériles», con lo quehacía referencia a la posición que eneste mismo momento adoptaron losanarquistas y comunistas. En meses yaños posteriores la relación entre el

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PSOE y el régimen varióconsiderablemente, aunque mucho máspor la actitud del primero que delsegundo. La propaganda de Primo deRivera insistió periódicamente en que elúnico partido honesto y real de la etapaanterior al nuevo régimen era elsocialista, que mantenía una posiciónmucho menos agresiva contra él que laque pudiera tener, por ejemplo, la viejapolítica liberal o conservadora. Hubotambién algunos momentos en que Primode Rivera insinuó que podía crear unnuevo sistema de turno que tuviera comoejes fundamentales la Unión Patriótica yel socialismo. Pero el dictador también

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temió periódicamente que el PSOE sedecantara en un sentido revolucionario.Para él, con lenguaje de saborpaternalista, el asociacionismo obrerosólo tenía sentido «para fines de culturay protección y mutualismo y aun de sanapolítica pero no de resistencia y depugna con la producción». Cuando hizoestas declaraciones pensaba ya que lossocialistas se dedicaban «a avinagrar elánimo de los »obreros".

La posición de los socialistasrespecto del autor de estas palabrasresultó menos clara, entre otros motivosporque acabaron teniendo, en relacióncon la Dictadura, un importante motivo

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de división interna. Aquellos que habíanactuado en el medio parlamentario, quese identificaban con el republicanismo oque se decían herederos de la tradiciónliberal, como era el caso de Prieto o Delos Ríos, fueron, desde un principio,opositores cerrados y decididos al«primorriverismo», aunque estuvieranen minoría en su partido durante lamayor parte del régimen dictatorial.Quienes, como el dirigente mineroasturiano Manuel Llaneza, representabana un sector social con graves problemasy que, por ello mismo, debían negociaruna salida con el gobierno, practicaronel colaboracionismo desde una fecha

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muy temprana. El rumor de que Primo deRivera pensara en Llaneza para elMinisterio de Trabajo carece de sentidopues las relaciones de éste con eldictador se limitaron estrictamente alaspecto indicado. Muy probablemente,los sectores sindicalistas del partidoestuvieron mayoritariamente de acuerdocon esta postura pragmática; tan sólo enValladolid parece haber habido unadiscrepancia seria al respecto. En estecontexto debe explicarse la visita delduque de Tetuán, gobernador militar deMadrid y una de las personas que habíanparticipado en el golpe de Estado, a laCasa del Pueblo madrileña, en

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noviembre de 1924. Dosacontecimientos pudieron influir demanera importante en que esta actitud seconsolidara como mayoritaria. Lavictoria de los laboristas en GranBretaña fue interpretada como untestimonio irrefutable de que, a medioplazo, la táctica gradualista iba atriunfar y no como una demostración deque era necesario identificarse arajatabla con los principios de lademocracia representativa. FranciscoLargo Caballero juzgó, además, que eranecesario un partido socialista másestrictamente sindical, sin la separaciónhasta entonces existente entre PSOE y

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UGT. Esta actitud favorecía elcolaboracionismo frente a la actitud deapartamiento acentuadísimo que Prietoreclamó. En 1925 murió Pablo Iglesias,quien probablemente estaba de acuerdocon la posición colaboracionista, perosu sustitución por Julián Besteiro nohizo sino consagrar una situación dehecho que venía dándose desde hacíatiempo. Besteiro, por un lado, repudiabacualquier tipo de régimen burgués, peroestaba también dispuesto a unacolaboración parcial en aquellosaspectos que le interesaran alsocialismo fuera cual fuera el tipo derégimen existente. Todo ello equivalía,

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en la práctica, a no hacer distinciónentre los gobiernos constitucionales y elde Primo de Rivera.

El predominio de la actitudcolaboracionista —«un pragmatismocasi ilimitado», la ha denominado unhistoriador— fue muy marcado hasta elmomento de la convocatoria de laAsamblea Nacional e incluso duró másallá, para sólo modificarse radicalmenteen los últimos meses de vida delrégimen. Cuando el Instituto deReformas Sociales se convirtió enConsejo de Trabajo los vocales obrerossocialistas pasaron a él y, ampliado elConsejo de Estado con una

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representación del de Trabajo, seintegró un vocal de representaciónobrera, Largo Caballero, elegido por losmiembros de su partido que figuraban enaquél. Desde el punto de vista de losreglamentos internos de la UGT suactuación había sido ortodoxa, pues suelección provenía de los obreros de supropio sindicato y no del gobierno, peroPrieto y De los Ríos protestaron y elsegundo dimitió de su puesto en laejecutiva del partido socialista. LargoCaballero, como para marcar distancias,se limitó a tomar posesión de su puestosin el chaqué habitual. Aparte de laelección por los propios obreros hubo

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otro requisito de los socialistas para suparticipación en organismosconsultivos: la ausencia de lossindicatos que ellos consideraban comoamarillos (católicos y libres) o depersonalidades como la de MartínezAnido, que en las Cortes habían sidomerecidamente atacadas por losdiputados socialistas. Por eso lossocialistas no estuvieron en el Consejode Economía Nacional, la Conferenciade la Minería o la Junta Central deAbastos. En todo caso, esta actitudcolaboracionista, nacida de una posicióndefensiva, no proporcionó al socialismoespeciales ventajas. No es cierta la

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afirmación según la cual habría sido elúnico partido que mantuvo y acrecentósu organización durante la etapadictatorial y que, gracias a ello, estuvoen unas condiciones especialmentebuenas al final de la misma. El númerode los afiliados a UGT pasó tan sólo de210.000 a 223.000 en el periodo19231927. El cambio más significativoen su procedencia puede ser una ciertadisminución del número de campesinos,sector social en que se pasó del 31 al 24por 100 del total, mientras que otrascategorías crecían. El número deafiliados al PSOE permaneció estancadoen torno a 8.000 hasta el momento de

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aproximarse la fase final del régimen.Un rasgo muy característico delsocialismo durante esta etapa es el haberconsiderado como un elemento cardinalde su proyecto y estrategia laprofundización educativa y cultural desus afiliados. En esto su actitud fuerelativamente semejante a la de losnacionalistas periféricos.

Cuando fue convocada la AsambleaNacional se inició el despegue de lossocialistas, que no aceptaron los puestosque les habían sido atribuidos en ella sinelección de su propio grupo político;hubo, sin embargo, un pequeño sectordel partido dispuesto a hacerlo (Tritón

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Gómez, Saborit). En 1929, sin embargo,una drástica ruptura tuvo lugar cuandoPrimo de Rivera, ya en el declive de sudictadura, estuvo dispuesto a aceptar enla Asamblea a cinco representantes de laUGT, que en esta ocasión ya seríanelegidos por ella misma. Ahora lapropuesta no sólo no fue aceptada sinoque, además, en el congreso del partidoinmediatamente posterior, el PSOE sedeclaró a favor de la República. Enestos últimos tiempos del régimen hubotambién prácticas represivas en contrade sindicalistas socialistas. En estecambio del socialismo hay que atribuirun papel muy importante a Largo

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Caballero. La posición oportunista quesiempre mantuvo le hacía tener muy encuenta la evolución de los sectoresobreros respecto del régimen. Si en unprimer momento había sidorelativamente pasiva ahora era muchomás beligerante en su contra y estocontribuyó a cambiar su actitud. Ladinámica de la CNT durante el periododictatorial fue, por supuesto, muydiferente aunque no se debe pensartampoco que en este caso hubiera unapersecución a ultranza. Hay que partirde que, en buena medida, la CNT sehabía destruido a sí misma antes de quellegara al poder Primo de Rivera y que

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el sector terrorista se encontraba cadavez más distanciado de los sindicatos,ejerciendo un predominio que estabadestinado a desvanecerse con lainstalación en el poder de un gobiernodispuesto a ejercer la autoridad aunmezclándola con la arbitrariedad. Dehecho, la política de la Dictadura no fueen los inicios tan duramentepersecutoria. Consistió en aumentargradualmente la presión haciendo quelos sindicatos cumplieran la legalidadvigente en lo que se refería a lapublicidad del destino de suscotizaciones, disposición aprobadameses antes del golpe de Estado.

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Además, el régimen hizo siempre unapolítica muy discriminatoria procurandoque los sectores más radicales de laCNT quedaran acéfalos o en lasemiclandestinidad y que los mássindicalistas no sufrieran las trabasprevisibles en un régimen dictatorial.Quizá más que la represión sufrida loque caracterizó la vida de la CNT enestos años fue la demostración de que,frente a lo que pudiera pensarse por sutrayectoria anterior, no era invencible enel caso de que se la persiguiera, pero elplazo relativamente corto en que fuesometida a este trato posibilitó que alfinal del régimen se produjera una

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reconstrucción muy rápida.Con esa política la Dictadura logró

agravar la discordia existente en su senodesde hacía tiempo entre quienespracticaban el terrorismo y quienes,sindicalistas, mantenían una posicióncada vez más abierta al posibilismo.Esta actitud, adoptada por Peiró y, sobretodo, por Pestaña, llegó a propugnar lapresencia en los comités paritarios eincluso la formación de un partidopolítico. La polémica entre los dossectores se llevó a cabo en unascondiciones peculiarísimas que parecíandar la razón a los maximalistas. Sepuede pensar, en efecto, que de

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producirse la polémica a la luz públicael resultado hubiera sido diferente.

El primer momento en que se planteóla división entre los dirigentes delanarcosindicalismo fue poco despuésdel golpe de Estado, cuando se decidiópasar a la clandestinidad, sin que todosaceptaran esta táctica. Meses después, elasesinato de un verdugo en Barcelona(mayo de 1924) tuvo como consecuenciaque la persecución arreciara y que seprohibiera el principal periódicoconfederal, aunque otros perduraran.También la intentona —a fines de esemismo año— de Vera de Bidasoa, enque tomaron parte jóvenes anarquistas

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supuso el incremento de la represión, laemigración de parte de los dirigentes yla actuación desde una clandestinidadque, de hecho, era cada vez más inocuapara el régimen. En una situación comoésta el debate interno del movimientoanarquista se centró en lo que fuedenominado como la «trabazón», esdecir, la relación entre sindicato y laespecífica organización anarquista. Larespuesta fue la creación, en julio de1927, de la Federación AnarquistaIbérica, que se significó inmediatamentey, sobre todo, con posterioridad, por suposición insurreccionalista. Fue, endefinitiva, el resultado de toda una

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evolución. Este sector resultó elmayoritario, habiéndose divididotambién los posibilistas ante unasituación cada vez más difícil para tratarde poner en práctica sus doctrinas entrequienes estaban dispuestos a fundar unpartido, como Pestaña, y quienes seresistían todavía a hacerlo. En realidad,desde 1868 los anarquistas habíancontado con organizaciones secretasdestinadas a mantener la purezadoctrinal e impulsar a los sindicatoshacia la revolución. Ahora, además, lapolítica dictatorial marginaba a quienesno estaban dispuestos a colaborar conlas instituciones y perseguía a los

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revolucionarios impidiendo el cambioespontáneo hacia el sindicalismo. Desde1928 el antiguo anarcosindicalismohabía evolucionado en su totalidad haciala conspiración, pero Pestaña, en lavertiente sindicalista propicia a laintervención en la política, lo hacía conlos republicanos y los «faístas»prefirieron a algunos jóvenes oficialesdel Ejército. Uno de ellos fue FermínGalán, al que veremos reaparecer en laconspiración de Jaca, ya terminada laDictadura.

Entre 1923 y 1930 el PCE siguiósiendo un pequeño grupo de apenascinco centenares de militantes que

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parecía querer compensar su ausenciade cuadros y de influencia con unextremado sectarismo. Aunque fueprohibido, alguno de sus periódicossiguió publicándose, mientras que lapolicía debía considerar al partido losuficientemente poco peligroso comopara pactar periódicamente con algunode sus dirigentes el abandono de lamilitancia a cambio de la ausencia depersecución. Sus reuniones directivas secelebraban a menudo en el exterior y enellas tuvo siempre un papel decisivo larepresentación de la III Internacional.Desde 1925 desempeñó el papeldirectivo José Bullejos, cuya estrategia

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consistió en una mezcla de empleo deprocedimientos dictatoriales en elinterior del PCE, contra Maurín y losdirigentes catalanes, y de posibilismoaparente, que le llevó a aceptar unaparticipación en la Asamblea Nacionalque nadie pensó en ofrecerle.Probablemente, el hecho más relevantede la trayectoria del PCE en estos añosfue la incorporación de un núcleo dedirigentes sevillanos de procedenciaanarquista que habrían de desempeñarun papel crucial durante la etaparepublicana. Este hecho parece toda unaparadoja, pero hay que tener en cuentaque los propios militantes anarquistas de

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la FAI venían a actuar como un grupoleninista en el seno de la organizaciónsindical. En cuanto al sindicalismo librey católico su situación durante estosaños puede resumirse brevemente.Favorecidos por el apoyogubernamental, los libres lograrondominar una parte considerable delsindicalismo barcelonés, aunque loficticio y circunstancial de estasituación, provocada por la represión ypor el apoyo de Martínez Anido, seacabaría percibiendo con el transcursodel tiempo. No cabe la menor duda deque el segundo hombre del régimenconsideraba a los «libres» como cosa

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propia, aunque en alguna ocasión tuvotensiones con ellos. Con el sindicalismocatólico sucedió algo muy peculiar. Porun lado, parte de sus dirigentes fueronatraídos hacia la colaboración con elrégimen en puestos políticos pero, almismo tiempo, sus quejas fueronfrecuentes contra el supuestocolaboracionismo de Primo de Riveracon la UGT: se reprochó al dictador queen los comités paritarios no hubiera unarepresentación proporcional, sinomayoritaria, lo que impedía la presenciade los sindicatos católicos, y que notuviera en cuenta que los sindicatosagrícolas católicos eran organizaciones

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mixtas, formadas también por patronos,y, por tanto, poco adaptables a estoscomités. En suma, el sindicalismocatólico se sintió marginado a pesar delrelevante papel que alguno de susmilitantes tuvo en la UP. En unasituación como ésta se produjo unavuelta a planteamientos dereconfesionalización que ya habían sidosuperados en muchos otros países. Unode los dirigentes más importantes delcatolicismo social, MaximilianoArboleya, consideró que este periodohabía sido una «ocasión perdida» máspara el sindicalismo de estasignificación.

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En la oposición alrégimen: la vieja

política y losrepublicanos

Los movimientos sindicalistasconstituyeron tan sólo una parte de laoposición potencial contra Primo deRivera y ya hemos visto que no siempreejercieron como tales. En principio sepodría pensar que mayor trascendenciaque ellos hubieran podido tener lospartidos de turno y los republicanos

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pero lo cierto es que el régimen apenastenía enemigos peligrosos en torno a1926 o 1927 y no dio la sensación depadecer una auténtica crisis sino en1929. Entonces se descubriría que si laDictadura fue el producto de unasituación sin salida no hacía otra cosaque prolongarla sin encontrar soluciónalguna. La excepción de esta impresióngeneral sería Cataluña, en donde lavoluntad persistente del régimen dereducir la lengua catalana al mundo delo privado, porque lo contrario, segúnlas autoridades militares, equivalía a«separatismo manso», enajenó a lamayor parte de la opinión pública y

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provocó un rosario de pequeñosincidentes. En 1927 reapareció en elescenario Cambó que, aunque mantuvopolémicas aparentemente corteses con eldictador acerca de varias materias,siempre fue considerado como unpeligro por parte del régimen. Pero elcaso catalán fue, como se ha dicho, unaexcepción.

Uno de los factores que explica elmantenimiento de la Dictadura es, portanto, la impotencia de la oposición. Nose debió ésta, en realidad, a los mediosrepresivos utilizados en su contra:Primo de Rivera no prohibió ningúnpartido político, aunque periódicamente

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pusiera sordina a sus actuaciones oimpidieron éstas de forma arbitraria. Lapropia censura no podía calificarse deférreamente persecutoria: el principalresponsable de la misma escribió, luego,acerca de la «instintiva repulsión» quesentía por su tarea, que procurabaejercer con benevolencia. Primo deRivera podía ser arbitrario, inclusoatrabiliario e injusto, pero no fue nuncacruel. Además, la propia condicióntemporal que atribuía su régimen hacíaque las críticas más duras en su contraparecieran carentes de sentido. Sóloarreciaron en el momento en que laDictadura trató de institucionalizarse de

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modo definitivo.Resultaba lógico que, puesto que la

Dictadura desplazó del poder a lospartidos de turno, en ellos encontrarauna oposición especialmente cerrada.Sin embargo, no fue así: el golpe deEstado se consideró como inevitable ylos propios políticos que estaban en elpoder mostraron una actitud deexpectativa, como si estuvierandispuestos a aceptar cualquier tipo decrítica genérica al sistema de turno,siempre que no les afectara a ellosdirectamente. Entre los conservadores,Sánchez Guerra mantuvo una posiciónde apartamiento digno que no excluía la

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comprensión del golpe de Estado. Delos liberales, Santiago Alba, tratado conradical injusticia en las declaracionesdel dictador, estaba mucho másinteresado en la reivindicación propiaque en la conspiración contra elrégimen, mientras que Alcalá Zamoradeclaraba que el régimen podía realizaruna «misión útil», y el conde deRomanones aseguraba que «no debeestropearse la labor de quienes vienencon programas de renovación». Es muyposible que la Dictadura, como afirmóeste último, hubiera conseguido hacerolvidar su «pecado original» en el casode haber durado poco y limitarse a

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solucionar el problema de Marruecos.Los primeros incidentes con losopositores tuvieron escasísimatrascendencia: Ossorio y Gallardo fuedetenido por hacerse eco de supuestasinmoralidades administrativas y cuandoMelquíades Álvarez y Romanonesacudieron a recordar al Monarca lanecesidad de reunir las Cortes seencontraron en el vacío más absolutoante la opinión pública. Con el paso deltiempo, la irritación de la llamada viejapolítica fue aumentando. Lasacusaciones de inmoralidad colectiva alas que le sometía el dictador podían serconsideradas como un ataque no

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personal, siempre que no fuerandemasiado tenaces. Como aseguró unpolítico conservador, «los ataques,menosprecios e injurias (de Primo deRivera) a los hombres públicos notuvieron ni el límite de la justicia ni elde la medida». El propio sistemapolítico del liberalismo oligárquicoresultaba diferente y contrario a lasnormas de la ética democrática pero esono quería decir que la mayor parte delos políticos fueran corruptos. Endefensa del pasado constitucional elconde de Romanones escribió un librotitulado Las responsabilidades delAntiguo Régimen, cuya lectura

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proporciona un balance positivo de susrealizaciones. Primo de Rivera, porejemplo, que había sido en el pasado unmiembro más de la clase dirigente,exculpó a García Prieto con la mismaarbitrariedad con la que acusaba a Alba.En toda su relación con aquellos aquienes había desplazado del poderPrimo de Rivera resultó una muestra deintemperancia e impulsividad. Podía, enocasiones, olvidar sus agraviosregeneracionistas contra la clasepolítica o incluso alabar a alguno dequienes formaron parte de ella pero noaceptaba las críticas contra la UniónPatriótica o el presunto pecado original

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de su régimen. Con ello demostraba queesos políticos eran su principal punto dereferencia (porque él había sido unaspirante a convertirse en uno de ellos).Al mismo tiempo la actuación de laDictadura con respecto al caciquismopudo no tener una gran efectividad,especialmente en lo que se refiere aengendrar una vida política nueva, perocontribuyó a desorganizar los sistemasclientelísticos en los que se basaba lapolítica del turno. Los antiguos jefes departido se encontraron con que perdíansus cacicatos y que, con razón o sin ella,veían perseguidos a sus colaboradores.Es muy posible, por ejemplo, que la

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oposición de Sánchez Guerra o deAlcalá Zamora tuviera como motivoparcial la actuación de la Dictadura enCórdoba, donde tenían su fuerzapolítica. En cambio, quienescolaboraron con el régimen conservaronsu feudo, como fue el caso de De laCierva en Murcia o de Bugallal enGalicia.

La oposición de la vieja políticasignificó, sin embargo, poco peligropara el dictador. Éste disponía de laposibilidad de limitar a su arbitrio lapropaganda contraria, pero, además, losmiembros de los partidos del turno noeran proclives a esta forma democrática

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de actuación. Siempre habían practicadouna política de notables y basada en ladesmovilización, no podían recurrir aunas masas de las que siempre habíanestado alejados; esencialmenteoligárquica y conservadora temía querecurrir a aquéllas podría tenerconsecuencias revolucionarias. En estascondiciones, la protesta de los políticosde turno hubo de quedar reducida agestos más o menos aparatosos, peroinocuos para Primo de Rivera. Unpanegirista de éste los describió comopueriles y grotescos, pero con eltranscurso del tiempo acabaríanponiendo en peligro la propia institución

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monárquica.Estos gestos de protesta consistían,

por ejemplo, en lanzar chascarrillosmaldicentes contra la persona deldictador o en celebrar banquetes,siempre para un número reducido depersonas, cuyos discursos tenían unobvio pero elíptico contenido político.Durante los primeros meses deexistencia de la Dictadura el principalprocedimiento de actuación de laoposición liberal y conservadora fuetratar de influir en el ánimo del Rey paramarginar a quien él había aceptadocomo dictador. Así, para mostrar sualejamiento de la situación política, los

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miembros de la vieja clase dirigenteprescindieron de todo contacto con elmonarca. La postura de éste se hacía, enestas circunstancias, especialmentedifícil, pues si en el pasado había tenidoque enfrentarse con el desvío de algunospolíticos cuando no se seguían susconsejos (el caso más característico fueel de Maura), ahora se trataba de todo elestamento dirigente de la Españaconstitucional. No cabe la menor dudade que Alfonso XIII se daba cuenta de loque se jugaba con la admisión de unrégimen dictatorial, pero éste, al menosa corto plazo, le parecía ser unasolución viable, al mismo tiempo que

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cómoda. Hubo ocasiones en las quecareció por completo de prudenciacomo, por ejemplo, en la primavera de1925, cuando unas declaraciones suyas,reticentes respecto a la política anterior,motivaron la respuesta de SánchezGuerra calificándose a sí mismo comomonárquico, pero constitucional. Tratóel Rey de moderar a Primo de Riverapero éste resultaba muy difícil decontrolar en cualquier aspecto. Nuncacruel, podía resultar a menudo hirientey, por tanto, más exasperante: a AlcaláZamora, orgulloso de su popularoratoria, le impidió ingresar en laAcademia de la Lengua, y a Romanones,

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con fama de avaricioso, se le impusocon ocasión de los sucesos de la nochede San Juan una gruesa multa con lo que«puso de su lado a todos los españoles alos que hace gracia la Gracia, que sonmuchos» (Madariaga).

Con el transcurso del tiempo, cuandose hizo evidente que los políticos deturno no lograrían desplazar a Primo deRivera a base de influir en Alfonso XIII,empezaron a plantearse la posibilidadde recurrir al Ejército. A reserva detratar esta cuestión más adelante, por elmomento baste recalcar hasta qué puntoeran compatibles, inclusocomplementarios, como medio para

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derribar al dictador, el recurso a losgenerales y el carácter oligárquico de lavieja política. No le faltó, por lo menos,algo de razón a César González Ruanocuando describió a los opositores alrégimen como «conspiradores deopereta que se dejaban coger antes deintentar algo serio y no secomprometían, se contentaban consoliviantar, con escandalizar». Laconspiración militar se inició en losmedios liberales pero tan consciente erade su necesidad el conservador SánchezGuerra que, opuesto en un principio acolaborar con oficiales y generales,acabó por reconciliarse con el general

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Aguilera, a quien él mismo habíaapartado del camino hacia el poder, talcomo se ha señalado en páginasprecedentes.

Fue precisamente Sánchez Guerra elrepresentante más caracterizado de laoposición de la vieja política a Primode Rivera. Intelectualmente limitado,tenía un carácter entero y fama deausteridad: apenas tenía 3.000 pesetasen el banco cuando decidió exiliarse. Asu actitud se debe que Alfonso XIIIdecidiera aplazar durante todo un año laconvocatoria de la AsambleaConstituyente. Cuando finalmente, en1927, ésta se produjo, el político

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conservador abandonó el país: al Rey lehabía advertido que caso de que laconvocatoria marchara adelante él notenía otro remedio que ausentarse o ir ala cárcel. El gesto, indudablementeromántico, encerraba una explícitavoluntad de recordar lo sucedido pocoantes del destronamiento de Isabel II. Elcomentario de Primo de Rivera fuedisplicente: «el político conservadorhabía creído en muchas ocasiones de suvida que la dignidad se vincula a actosde violencia o de arrogancia». El actode Sánchez Guerra era digno deadmiración en un momento en que lamayor parte de la política de turno

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aparecía sumisa o apática. Por otraparte, el dictador no parecía conscientede los peligros a los que sometía a laCorona: algún prohombre monárquicorecomendó a sus seguidores que seprepararan para una República deorden.

Pero a la altura de 1927 ésta parecíauna posibilidad no sólo lejana sinoremota porque, si la Dictadura mostrólas limitaciones de la política de turno,también puso en claro las de losrepublicanos. Carecían éstos de laposibilidad de influir en la persona delMonarca pero también resultaba remotala eventualidad de que lo hicieran en el

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Ejército. Lerroux mantuvo una posiciónparecida a la de los monárquicosliberales respecto del golpe de Estadoasegurando que «el grano tenía queestallar por alguna parte». En unprincipio parece, como ellos, haberestado a la expectativa pero luego tratóde influir en los medios militares através de circulares de difusiónrestringida; sin embargo, según Burgos yMazo, los conspiradores republicanosapenas si podían «sacar a la calle unasola compañía del Ejército». En estascondiciones, los republicanos selimitaron a vegetar aunque, por ejemplo,la celebración del aniversario de la I

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República, en febrero de 1926, lespermitiera fraguar una coalición con elnombre de «Alianza Republicana». Bajotal denominación se cobijaron losdiferentes grupos locales que constituíanel republicanismo cada vez másmoderado, para quien el líder inevitableresultaba ya Lerroux. La actuación deesa Alianza fue modesta. Mayorrepercusión tuvo, en cambio, la acciónde Blasco Ibáñez en el exterior, dondeera bien conocido como escritor.Dotado de medios económicos paraemprender por su cuenta operaciones depropaganda política, y ansioso denotoriedad, Blasco se dedicó a escribir

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folletos difamatorios contra el Rey, enlo esencial carentes de fundamento, peroefectivos entre los medios de izquierdaforánea. La reacción de la Dictadura fuecontraproducente, pues tras intentarvanamente que los folletos fueranrecogidos, promovió un homenaje alMonarca que demostraba el «peligrosoenroscamiento a la consabida encinamultisecular de una voraz plantaparasitaria» (Maura). En realidad, elpeligro de esta propaganda republicanaera limitado a corto plazo: muy bien lopercibió Azaña en un artículo en que,calificando como «romántica» la posturade Blasco, ironizaba sobre su arcaísmo.

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Azaña representó precisamente unrepublicanismo nuevo, que si nosustituyó al antiguo, ni tuvoposibilidades reales de desplazar aPrimo de Rivera (en sus diarios admitióque los años centrales de la década delos veinte fueron los más amargos de suexistencia debido a esa sensación deincapacidad para derrocar al régimen),evolucionó en un sentido que habría detener relevante influencia en la vidapolítica de la II República. En efecto, elprincipal escrito político en esta épocadel futuro presidente republicano,aparecido clandestinamente en 1925,revela una voluntad de propiciar lo que

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él mismo denominó «una democraciamilitante y docente», es decir, muchomás agresiva y excluyente respecto de laEspaña tradicional y la derecha ancladaen el pasado pero también dotada de unprograma más moderno y reformador.De este tipo de actitud derivó elposterior jacobinismo de Azaña, inclusoen el planteamiento de sus alianzaspolíticas, porque el político republicanopreveía exigir a la UGT un programa dereformas sociales y realizarlas desde elpoder con la colaboración de lossocialistas. También en otros escritoresde izquierdas la época dictatorialsupuso la incubación de las tesis que

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luego mantendrían en los años treinta.Así, la radicalización izquierdista deLuis Araquistain y Julio Álvarez delVayo tuvo como precedente sus textosde este momento sobre la revoluciónmexicana o la soviética, mientras queÁlvaro de Albornoz apuntaba ya lasposteriores posiciones del radical-socialismo. Como en el caso de laderecha y el catolicismo, la etapadictatorial constituyó, en definitiva, unprecedente importante de las posteriorestensiones de la II República.

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La Dictadura y elproblema militar

Como ya se ha podido apreciar, larelación entre la oposición política y elEjército era obligada para la primera.Además, el hecho de que Primo deRivera se enfrentara con el problema deMarruecos y planteara como puntoprincipal en su programa la reformamilitar, contribuyeron a anudar una másestrecha relación entre una y otro. Enrealidad la Dictadura de Primo deRivera, vista retrospectivamente, sólo

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podía haber caído o por un golpe militaro por la propia incertidumbre políticade sus dirigentes. Colapso por lasegunda razón, pero los intentos depromover un golpe militar no remitierona lo largo de toda su segunda parte. Losintentos en este sentido estuvieronestrechamente vinculados a la políticamilitar de Primo de Rivera, comotendremos ocasión de comprobar.

Las primeras muestras de oposiciónmilitar al régimen obedecieron amotivos dispares entre los que hubo, sinduda, factores personales importantes ycausas políticas no tan claramentedeterminables. El general Cavalcanti

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había sido colaborador del golpe, peropronto se sintió decepcionado porqueéste no tuvo como consecuencia laconstitución de un gabinete civil: recibióla jefatura de la Casa Militar delMonarca y pronto estuvo disconformecon el régimen. Primo de Riverareaccionó con la humorada de enviarlo aestudiar la organización militar de lospaíses balcánicos, pero resultabaimprobable que un militar que habíasido conspirador y era africanista, comoCavalcanti, consiguiera conectar con laoposición antidictatorial. Más queconspirador era un temprano disidentede un régimen que había contribuido a

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implantar.Tampoco tuvo una gran

trascendencia el hecho de que algunosde los militares que ocupaban el puestode delegados gubernativos acabaranrebelándose contra el dictador que loshabía nombrado por haber cumplido sumisión con excesivo celo o porenfrentarse con un cacicato propicio alrégimen. Las dificultades fueronmayores en África en el momento enque, decidida la retirada en la zona de laYebala, el Ejército africanista se sintiótraicionado por una política queconsideraba abandonista. Comosabemos, el propio general Franco

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mantuvo durante algunos meses unaactitud muy reticente ante la Dictadura,hasta que dicha política fue rectificada.También dos importantes y prestigiososmilitares (Weyler y Berenguer)criticaron con dureza a Primo de Riveraen esta materia: pensaban que iba aproducirse un colapso militar, lo que losacontecimientos desmintieron. Laoposición de los generales López deOchoa y Queipo de Llano estuvomotivada por una pluralidad de razones,que iban desde enfrentamientospersonales con el dictador al comúnliberalismo que profesaban. En uno yotro caso, sin duda por sentirse poco

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defendidos por el Monarca, ambosgenerales evolucionaron hacia elrepublicanismo.

Hasta 1925 la oposición militar notuvo un aglutinante político: desde esafecha empezó a adquirirlo yprogresivamente se fue radicalizandodesde una actitud puramente liberal ydeseosa del restablecimiento del sistemaconstitucional hasta una proclividadhacia el republicanismo que decualquier modo siempre fue minoritaria.A comienzos de 1925 se formaron, bajola dirección de Segundo García, unasjuntas militares que, en teoría, teníancomo misión facilitar medios a las

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viudas de los caídos en acción, pero quesirvieron para un propósitoconspiratorio. En mayo de ese mismoaño López de Ochoa y Garcíacolaboraron ya en una conspiración queresultó abortada. Sin embargo, másgrave fue para Primo de Rivera que en1926 dos generales prestigiosos yresponsables de organismos militares deprimera importancia, Weyler y Aguilera,empezaran a conspirar con la viejapolítica de la que formaban parte. Loque estos conspiradores deseaban erasimplemente dar la vuelta a lo sucedidoen septiembre de 1923 con el regreso alliberalismo oligárquico precedente y, al

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mismo tiempo, evitar cualquierdeslizamiento hacia la República. Tantoera su temor que el general Aguilerasolicitó que se tomaran especialísimasmedidas contra cualquier desorden, que«empañaría nuestra victoria». Lacolaboración entre políticos y militaresse hizo manifiesta en los sucesos de lallamada noche de San Juan («lasanjuanada») en junio de 1926.

Lo sucedido en esa ocasión no pasóde conato muy mal organizado, perodemostró que una parte del Ejército y lapolítica civil anterior al golpe habíancoincidido ya en una senda que seguiríanrecorriendo juntos. El casi nonagenario

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Weyler, recientemente destituido de lapresidencia del Consejo Supremo deJusticia Militar, parece haber sido eliniciador de la conspiración cuyomanifiesto, sin embargo, no suscribió.Estaba éste redactado por MelquíadesÁlvarez y firmado por Aguilera, quequería protagonizar un pronunciamientotan al estilo del siglo XIX que, como en1868, quiso iniciarlo en Cádiz. La tramaera, sin embargo, muy endeble y estabacondenada de antemano. El dictador,como sabemos, aprovechó la ocasiónpara englobar a todos sus adversarios enuna confusa amalgama: así fueronsancionados militares como Weyler,

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Batet, García y Aguilera junto conpolíticos profesionales monárquicos yrepublicanos (Domingo, Romanones,Álvarez) y periodistas e intelectualesque nada tenían que ver con lo sucedido.

Sería exagerado considerar que la«sanjuanada» suponía la ruptura de launidad del Ejército; como ha señaladoSeco Serrano, lo que la produjo, encambio, fue el conflicto artillero. Enéste Primo de Rivera se comportó conuna tenacidad que bordeaba laobcecación y que bien podría explicarsepor su peculiar situación en esos días enque la cuestión artillera se planteó, quecoincidieron con la resolución del

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problema de Marruecos y la derrota dela «sanjuanada». Desde siempre habíapensado el dictador en la necesidad depromover un sistema de ascensos nofundamentados tan sólo en la meraantigüedad. A fin de cuentas, su carreramilitar había podido ser rápidaprecisamente debido a esteprocedimiento, que no dejaba de teneruna lógica obvia y que era defendidopor los militares africanistas en contrade los peninsulares o de los junteros. Losignificativo es que Primo de Riverapusiera en relación sus propósitosreformistas en el terreno militar con elregeneracionismo político que le

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inspiraba: introducir los ascensos porméritos de guerra era «un atrevimientopropio de gobiernos renovadores yconscientes de las cualidades éticas queles dan capacidad para implantarlo».Hay que tener en cuenta, sin embargo,que, siendo un militar meritorio, lameteórica carrera de Primo de Riverapodía explicarse también por susconexiones familiares. Por eso cuandotransformó la Junta de Clasificaciónpara los ascensos fue inmediatamenteacusado de hacerlo para introducir elfavoritismo. Otra razón principal queexplica su programa fue que, con el pasodel tiempo, se identificó con la posición

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de los militares africanistas. Si en unprincipio su posición era cercana a lasJuntas o, al menos, al Ejércitopeninsular, luego, como en tantasocasiones, su opinión cambió. El mismoreconoció, recordando previosconflictos, que «mis contradictores deaquel día fueron luego mis mejoresauxiliares y son hoy mis mejoresamigos». El conflicto más grave que sele planteó a la Dictadura, al tratar deaplicar los nuevos procedimientos deascenso, fue en el Cuerpo de Artillería,que consideraba como una valiosatradición corporativa el repudio de unoscriterios que juzgaba vinculados al

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favoritismo. Desde una fecha tantemprana como noviembre de 1923Primo de Rivera demostró su voluntadde hacer cumplir este propósito por elprocedimiento de que todos los oficialesde Artillería renunciaran a los ascensosobtenidos de esta forma. En junio de1926, en circunstancias en quedifícilmente podría encontrar ningúntipo de resistencia, Primo de Rivera sedecidió a imponer sus criterios: undecreto relevó de sus promesas previasa los oficiales de Artillería que hubieranrenunciado a sus ascensos. La protestainmediatamente surgida parecióencauzarse por la intervención del Rey,

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pero el empecinamiento de Primo deRivera y toda una serie demalentendidos hicieron que elenfrentamiento se reprodujera concarácter gravísimo. En septiembre seimpuso a la Artillería el sistema generalde ascensos y, cuando los ascendidosquisieron presentar las instancias deretiro y mostraron una actitud deresistencia acuartelándose, el Gobiernodeclaró el estado de guerra y suspendióa toda la oficialidad de Artillería.Incidentes especialmente graves seprodujeron en la Academia de Segovia ysobre todo en Pamplona, donde hubodos muertos. En teoría el gobierno

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triunfó en toda la línea: confinó a losoficiales de Artillería, redujo losefectivos del arma y obligó, a quienesquisieran volver a su situación anterior,a jurar fidelidad al gobierno, comohicieron. Sin embargo, cuando el primerdía de 1927 se declararon extinguidaslas responsabilidades derivadas de lossucesos, con una amnistía quedemostraba la falta de crueldad delrégimen, no se pudo decir que hubieraquedado resuelto el problema sino quepermaneció, engendrando otros.

El movimiento artillero no tuvo éxitofuera del arma porque la causadefendida era demasiado particular

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como para entusiasmar a los españoles,pero rompió las cordiales relaciones deldictador con el Ejército y leproporcionó un enemigo tenaz. Perohubo algo peor que, además, afectó nosólo al régimen, sino a la instituciónmonárquica. Como solía hacer en casode conflicto militar, el Rey trató deintervenir en el ejercicio de su funciónmediadora, pero Primo de Riveraamenazó con dimitir. El Rey cedió ypara la Artillería (o, al menos, unabuena parte de ella) esa actitud se juzgóevidenciadora de la connivencia entrelos dos personajes. En adelante losjóvenes oficiales artilleros nutrirían la

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conspiración militar republicana: comoadvirtió Sánchez Guerra al Monarca,parecían estar más en su contra que en lade Primo de Rivera. Si los políticos delrégimen constitucional se sorprendieronpor el hecho de que el Rey secomprometiera demasiado con Primo deRivera, los oficiales calificaron a éstede «valido» y al Rey de «déspota». Eldictador fue provocador y desleal en suplanteamiento del conflicto pero no lefaltaba razón: su modelo de Ejército eraunitarista y no corporativista ydecimonónico como el de los artilleros.La creación de la Academia GeneralMilitar en Zaragoza está, desde luego,

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en estrecha relación con la voluntadhomogeneizadora que el dictador quisoimponer en el Ejército pero también consu creciente cercanía a los africanistas.Puesta en marcha en febrero de 1927, deella se hizo responsable, a partir de1928, el general Franco, yadefinitivamente reconciliado con Primode Rivera. Otros dos africanistas,formados en la Legión o los Regulares,formaron parte de la comisiónorganizadora de la entidad en cuyodecreto de creación se indicaba que «elespíritu militar ha de ser común a todaslas especialidades». Franco nutrió elprofesorado con africanistas y, además,

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dio un claro predominio a quieneshabían actuado en el campo de batalla,mucho más que al sector más intelectualde la milicia. Empecinado enhomogeneizar el Ejército, Primo deRivera parece haber olvidado que susnecesidades de reforma se referíantambién a otros aspectos. En este sentidoparece aceptable la opinión del duquede Maura según el cual «parecía elrégimen querer aplicarse a ladescongestión del Ejército, pero actuabacon tal parsimonia y con timidez taninsólita que ni aun alcanzandolongevidad bíblica conseguiría lograr suintento». En este sentido, más que a la

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insinceridad de su intento cabe atribuirel fracaso de sus reformas al deseo deno multiplicar el número de susenemigos. Como es sabido, la reducciónde la oficialidad fue el eje de la obrareformista de Azaña durante la IIRepública: Primo de Rivera sóloconsiguió en este aspecto unadisminución mínima, aunque en elnúmero de soldados fue mayor (untercio) y también muy significativa en elnúmero de cadetes (se pasó de unos1.200 a tan sólo una sexta parte en elperiodo 1922-1929). En total hacia1930 había 117.000 soldados y 12.600oficiales de los que sobraban unos

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4.500. A pesar de una reducción del 35al 24 por 100 en 1924-1929, el peso delMinisterio de la Guerra en lospresupuestos seguía siendo desmesuradopor culpa de los gastos de personal. Elpropio Calvo Sotelo, ministro deHacienda, cuenta en sus memorias que,por esas razones presupuestarias, «conel Ministerio de la Guerra solía vivir enella».

En realidad el impacto de laDictadura sobre el Ejército fue menordel que podría haberse pensado. Elrégimen nunca fue exclusivamentemilitar y el nombramiento de oficialespara desempeñar cargos civiles —como

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delegados gubernativos, por ejemplo—fue consecuencia de la influencia delrecuerdo de las Juntas y delregeneracionismo más que de un deseode monopolio. La mayor parte de laoficialidad siguió siendo liberal, aunqueatacara a la clase política anterior. ElEjército, al final del régimen, siguiódividido como en 1923 pero ahora sinenemigo interior —los políticos— y sinun problema irresoluble, comoMarruecos. El propio Primo de Riveraera un factor de división después dehaber tenido a casi todos los militarestras de él. Al final sólo le quedó elapoyo de un sector ultraderechista.

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La Dictadura y elmundo de la cultura

Con el transcurso del tiempo,Primo de Rivera acabaría tambiénenfrentándose con un sector social cuyopeso numérico podía ser escaso perocuya relevancia sobre la opinión públicase demostró muy importante durante losaños veinte: la intelectualidad. En parteesta relevancia se debe atribuir a lapropia modernización creciente de lasociedad española, que en la Dictadurano sólo no se detuvo sino que continuó a

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buen ritmo. Hay que tener en cuenta quesi el programa regeneracionista a partirde la difusión de las tesis de Costa teníaun componente basado en la despensa nomenos crucial era lo que aquél habíadenominado la «escuela», es decir, eldesarrollo de la educación. En elperiodo entre 1923 y 1927 se crearon4.000 nuevas escuelas, así como 25institutos y el número de maestros pasóde unos 29.000 a unos 34.000; elpresupuesto en Instrucción creció encasi un tercio. En esta España muchomás atenta al mundo de la cultura nadatiene de extraño que la postura políticade los intelectuales tuviera una especial

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relevancia social. Pero, además, elpropio carácter del dictadornecesariamente provocaba a losintelectuales. Su formación era escasa yesto hacía que con frecuencia se sintieramucho más atraído por supuestosportentos que luego resultaban purosproductores de supercherías que porprestigios sólidos; populista, no teníainconveniente en enfrentarse,públicamente y ante la opinión, conescritores a los que no entendía nirespetaba, denominándolos«autointelectuales» o«liberointelectuales». Liberalsuperficial y poco riguroso, no tenía

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inconveniente en presentarse como unapersona que quería conseguir pormedios expeditivos lo que los políticosprofesionales habían sido incapaces dehacer, y, en fin, ingenuo y poco propicioal consejo, era difícil que pudiera darsecuenta de la necesidad de vertebrar entorno a un cuerpo doctrinal un régimenpolítico, siempre titubeante entre elautoritarismo y la visión puramentetemporal de la Dictadura. Era estainsolvencia la que irritaba a su hijo JoséAntonio, cuyas preocupacionesintelectuales le distinguieron de supadre. Nada cruel, el dictador no era losuficientemente temido como para evitar

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los ataques contra su persona mientrasque sus propias declaraciones tendían aincrementar el número de susopositores. Así, por ejemplo, cuando sele discutió la procedencia de mantenerla censura llegó a decir que solamentese hacían desaparecer aquellas noticiasque, por ser erróneas, luego habrían deser necesariamente rectificadas.

De todos modos, no debe pensarseque desde un primer momento hubiera unenfrentamiento durísimo entre latotalidad del mundo intelectual y elrégimen dictatorial. Primo de Rivera ylos intelectuales tenían, por lo menos, unpunto de coincidencia importante basado

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en el común regeneracionismo; por esoAzorín y Ortega y Gasset (y su diario ElSol) mostraron una indudablebenevolencia respecto del golpe military el segundo intentó, por lo menos hasta1928, influir sobre Primo para conseguirde él un rumbo político que en el pasadohabía tratado de imponer a otrosprotagonistas para acabar por completodecepcionado. Claro está que hubotambién decididos opositores, comoUnamuno, Pérez de Ayala, Araquistain oAzaña, pero también había quienes,como D'Ors o Maeztu, habíanevolucionado desde sus posturasoriginariamente liberales a otras de un

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creciente autoritarismo. El primerenfrentamiento significativo del dictadorcon el mundo intelectual tuvo lugar acomienzos de 1924 y supuso laconsagración de Unamuno como elrepresentante más caracterizado de laprotesta en los medios culturales. Desdehacía tiempo el catedrático deSalamanca mostraba una actitud muycrítica hacia la Monarquía. Ahora,después de la «coz de Estado», comodenominó el golpe, expresó en una cartaprivada juicios muy duros acerca delnuevo régimen y, además, trató de darlespublicidad a través del Ateneo. En lapostura del filósofo había, por supuesto,

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un eco de su posición liberal perotambién un enfrentamiento casi personalcon el dictador y con el Monarca,producto de una angustiadaradicalización en la que jugaban unpapel importante factores no sólopolíticos sino también religiosos. Juntocon el periodista republicano RodrigoSoriano, Unamuno fue confinado en laisla de Fuerteventura, de donde escapóen el preciso momento en que llegaba lanoticia de que la Dictadura habíadecidido levantar la sanción con la quele había castigado.

El resto de la etapa dictatorialestuvo Unamuno en París, donde

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experimentó una angustiosa sensación deaislamiento que explica el contenido desu Agonía del cristianismo. Más tarde,ansioso de estar próximo a España, setrasladó a la frontera vasco-francesa.Superado lo peor de su crisis personal,Unamuno se dedicó al libelo político, enespecial a través de las «Hojas Libres»que editó en colaboración con EduardoOrtega y Gasset. Los juicios deUnamuno acerca de la Dictadura dePrimo de Rivera eran durísimos, aunqueno siempre justos. En realidad supermanencia en Francia no se debió a lacrueldad de la Dictadura, porquehubiera podido regresar a España si lo

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hubiera deseado; para él, sin embargo,el ambiente que se vivía allí era de unaopresión irrespirable. De Primo deRivera decía Unamuno que era «un tontoentontecido por su propia tontería» o«un bufón grotesco… que tenía algo deinhumano» y al Rey le consideraba unHabsburgo por la mezcla de lo políticoy lo religioso que le atribuía. Lo querespondía el dictador era semejante endureza: para él el catedrático no hacíamás que «piruetas de payaso», era«notoriamente incorregible» y, endefinitiva, «un poco de cultura helénicano da derecho a meterse con todo lohumano y lo divino». Cuando Unamuno

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se lanzó a sus propagandas políticasantidictatoriales Primo de Riveracomentó que «nace la duda de si éstas seescriben para españoles o paracantoneses».

Convertido en símbolo ycorresponsal de los intelectualesprotestatarios que residían en el interiorde España, Unamuno logró, en especial,que se identificaran con él los miembrosde la generación más vieja. Machado loconsideraba como el ejemplo deresistencia política y moral; BlascoIbáñez, de quien tanto difería, le hizopartícipe de sus ilusionesantimonárquicas y colaboró con él en

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empresas antidictatoriales. Valle-Inclán,quien, en «Luces de bohemia», habíainiciado una radicalización política que,como la de Unamuno, era anterior aPrimo de Rivera, convirtió enesperpento la política y la sociedadespañola a través de la alusión a losaños finales del reinado de Isabel II, conla idea de presagiar los de su nieto.Todavía fue más explícitamenteantidictatorial y antimonárquica su obraLa hija del capitán, que fue retirada yque mereció el comentario de Primo deRivera de que su autor era «tan eximioescritor como extravagante ciudadano».

Aunque al final todos los

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intelectuales cerrarían filas en contra deldictador, no fue ésta su postura inicialque, por tanto, resultó significativamentedistinta de la «unamuniana». Hubo, porejemplo, un sector, aunque reducido, delmundo intelectual que evolucionó haciael autoritarismo. La obra de D'Ors seconvirtió en una metáfora literaria de suproclividad hacia una Monarquíaautoritaria muy en contacto con elpensamiento francés. Más crispada fuela postura de Maeztu, que pasó, mediadala Dictadura, del diario liberal porexcelencia, El Sol, al órganoperiodístico del régimen dictatorial, LaNación; sus tesis políticas se

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combinaban con un interés por eldesarrollo económico capitalista que lehacía considerar el mundohispanoamericano como inferiorrespecto del anglosajón y con un temormuy palpable ante la subversióncomunista. Uno y otro sirvieron a Primode Rivera en puestos diplomáticos en elexterior, pero el dictador no parecehaber estado en condiciones de apreciarrealmente su evolución intelectual y,menos aún, aprovecharse de ella.

Estos dos casos fueron, sin embargo,excepcionales porque la mayor parte delos intelectuales españoles siguieronalineados en el liberalismo. Como en

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ocasiones anteriores, durante la mayorparte de la Dictadura los sectoresintelectuales oscilaron entre la posturade Unamuno y la de Ortega y Gasset.Este último trató, a lo largo de los añosveinte, de establecer una clara distinciónentre el mundo de lo estrictamentepolítico y la reflexión intelectual, quequería desvincular de la situaciónespañola. A lo segundo respondió lacreación de la Revista de Occidente y suantítesis entre el político y el intelectual,visible en su Mirabeau. Pero Ortega yGasset también reflexionó en términospolíticos: más que estar a favor de laDictadura lo que hizo fue manifestar su

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repudio al régimen desaparecido y suconfianza en la posibilidad de que unadictadura regeneracionista se hicieraeco de algunas de sus propuestas, como,por ejemplo, las expresadas en «Laredención de las provincias». Al final,sin embargo, renunció a esta posibilidadcuando se censuraron sus artículos y eldictador pareció inasequible a cualquiertipo de consejo. Mientras tanto, demanera sucesiva y con creciente acritud,se fueron produciendo conflictos entre elrégimen y el mundo intelectual. Lapersecución de la lengua catalana, lacensura, el inicio del curso 1924 conuna conferencia del catedrático Sainz

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Rodríguez, en que se atacó a Costa eindirectamente a las ideasregeneracionistas del directorio, elhomenaje a Ganivet, considerado comosímbolo de resistencia cuando podíaserlo también de antiliberalismo… etc.,fueron otras tantas ocasiones en las quelos intelectuales tuvieron la oportunidadde mostrar su discrepancia frente aPrimo de Rivera. Quizá entre las figurasmás destacadas de esa oposiciónintelectual merezcan especial menciónDe los Ríos, Jiménez de Asúa yGregorio Marañón: los dos primerosfueron procesados y el terceroencarcelado en el verano de 1926. En

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este año tuvo lugar lo que con justiciapuede ser definido como unenfrentamiento dramático entre elrégimen y los medios culturales. Comoen el caso del conflicto artillero, labeligerancia de Primo de Rivera contraeste mundo se puede explicar por eléxito conseguido en Marruecos, que lollevaba a una peligrosísima euforia. Eseaño aceptó un doctorado «honoriscausa» de la Universidad de Salamanca,cuya cátedra de griego ya había perdidoUnamuno, y argumentó su derecho arecibirlo diciendo ser «doctor en laciencia de la vida». Excepto los casospeculiares mencionados con

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anterioridad, a partir de este momentono pudo haber ya tolerancia del mundointelectual respecto su persona. InclusoBenavente, que lo había apoyado en unprimer momento, se vio perseguido porla censura, y Azorín, en quien habíapensado para dirigir el diario oficial delrégimen, se convirtió en republicano alfinal de la Dictadura. A la hora de tratardel mundo intelectual también es precisohacerlo de los más jóvenes que en estemomento iniciaron su trayectoria. Elpanorama del mundo intelectual noquedaría completo sin la mención de lageneración que alcanzó la mayoría deedad —y el impacto en la vida social—

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precisamente a mediados de esta décadade los años veinte. Se ha de tener encuenta que aunque el gobiernomodificara en un sentido conservador laJunta de Ampliación de Estudios enrealidad no tuvo una política culturalmarcadamente reaccionaria. Por eso, atítulo de ejemplo, la Residencia deEstudiantes pudo tener alojados aquienes en ningún momento seidentificaron con el régimen y luegoacabarían siendo opositores. Fue entrelos jóvenes pertenecientes a la claseburguesa de la provincia donde serecibieron las novedades de lavanguardia artística y literaria

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provenientes de más allá de nuestrasfronteras, que ya disponían en buenaparte de la geografía urbana española decírculos de recepción entusiasta, aunquemuy minoritaria. Buñuel, Lorca y Dalíestuvieron, por ejemplo, alojados en laResidencia, y su trayectoria no puedeentenderse sin el entrecruzamiento deexperiencias comunes. En ellos tresexistió una vinculación con una tradicióncultural fecundada por un contacto muyestrecho con la modernidadvanguardista, proveniente de París.Precisamente en los años finales de ladécada, cuando ya empezaba adifundirse el surrealismo, Buñuel y Dalí

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fueron autores de una obracinematográfica, Un perro andaluz, deenorme trascendencia en la culturauniversal.

En realidad, este mundo de lavanguardia no tuvo una significaciónpolítica precisa hasta los años treinta: surebelión era puramente formal y cuandopersonificaban en los «putrefactos» alos representantes de un mundo pretéritono hacían ninguna metáfora política. Loque les atraía a los jóvenes escritores opintores era únicamente la novedad:como escribió uno de ellos, Alberti,«los ismos se infiltraban por todaspartes, se sucedían en oleadas súbitas,

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como temblores sísmicos». La llamadageneración de 1927 si por algo secaracterizó fue precisamente por suvoluntad de eludir cualquier tipo decompromiso social o político. En laépoca esto le fue reprochadoásperamente por Unamuno y Valle-Inclán y luego sería rememorado porAlberti: «Mi locura por el vocablo bellollegó a su paroxismo en el año delcentenario de Góngora cuando, con »Caly canto«, la belleza formal se apoderóde mí hasta casi petrificarme elsentimiento». El homenaje a Góngora enla fecha indicada pareció una exaltaciónde un poeta culto, libre de cualquier

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interpretación comprometida. El propioGarcía Lorca, cuando escribió sobre untema tan politizable como era la heroínaliberal Mariana Pineda, lo trató comouna evocación lírica y no como unametáfora política de la situaciónexistente. Es cierto que el órganoprincipal de la vanguardia, La GacetaLiteraria, aparecida en 1927, estuvodirigido por un personaje, ErnestoGiménez Caballero, que se convertiríaluego en fascista. Sin embargo, cuandoinició esta evolución fue al final de ladécada de los veinte; en ese momento,además, lejos de mostrarse de acuerdocon el régimen vigente, lo criticó como

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en exceso prosaico y tradicional. Lasdoctrinas estéticas que alimentaron a lavanguardia en su momento inicial sebasaron en una lectura de las tesis deOrtega sobre «el arte deshumanizado»,producto lúdico sin pretensióntrascendente que tenía, además, unacusado componente de impopularidad,opinión que era mucho más unadescripción que una teoría estética,aunque fuera vista como lo segundo.Precisamente en estos años lavanguardia pictórica consiguió un ciertoreconocimiento. Esto fue lo que seprodujo en la exposición celebrada enMadrid por la Sociedad de Artistas

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Ibéricos (1925), donde el cubismo,aunque en versiones edulcoradas,recibió una cierta consagración. Elcontacto de los jóvenes artistas de estageneración —Palencia, Bores, Dalí…—con el centro de creación de novedadesque seguía siendo París, fue no sóloestrecho sino muy inmediato. Además, adiferencia de lo sucedido en épocasanteriores, los artistas no tuvieron quesometerse a los imperativos creados porun mercado convencional e inclusotuvieron mayores facilidades parapermanecer en la capital francesa.

Sin embargo, en los propios añosveinte, en especial a partir de 1928,

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hubo una reacción en contra de estaactitud. La representaron, sobre todo,jóvenes novelistas influidos por lanarrativa soviética, difundida a travésde editoriales como Oriente, queproclamaron la doctrina de un «nuevoromanticismo», precisamente todo locontrario de la pureza a la que aspirabanlos poetas que se habían identificadocon Góngora en 1927. Esta politizaciónanunciaba la que se produciría enEspaña y en todo el mundo en los añostreinta y tuvo como expresión literaria laprotesta contra la guerra y elpatrioterismo (visible, por ejemplo, enImán, de Sender) o una temática basada

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en las experiencias de esos jóvenesescritores inconformistas. Estaevolución coincidió, además, con lacreciente influencia del surrealismo porestas mismas fechas. El nuevomovimiento se presentó con unadecidida voluntad subversiva,proponiendo no sólo una ruptura con elpasado cultural sino también unarevolución política identificada con elcomunismo. Ésa fue, por ejemplo, lapostura del Dalí de estos años.

El desarrollo de este tipo deliteratura y pintura coincidió con laconversión de la ya generalizadaprotesta intelectual en un fenómeno de

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relevancia pública a través de laprotesta de los estudiantes, ya en la fasefinal del régimen. En realidad, losprimeros conflictos estudiantiles habíantenido lugar entre 1925-1926. De ellosfue uno de los principales protagonistasAntonio María Sbert, que luego habríade ser principal dirigente sindical de losuniversitarios. A comienzos de 1927nació la Federación UniversitariaEspañola, con carácter originariamenteprofesional, pero que pronto seconvirtió en política, a lo que colaboróde modo importante la propia actitud deldictador respecto de la Universidad. Enefecto, los problemas del régimen con

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los estudiantes tuvieron como origenfundamental una iniciativa de Primo deRivera y sus colaboradores. Lo que unhistoriador ha definido como malentendida amistad de los círculosgubernamentales con las órdenesreligiosas hizo que en el EstatutoUniversitario de marzo de 1928 seincluyera un artículo por el que loscentros universitarios no oficiales conmás de veinte años de existenciapodrían realizar sus exámenes mediantetribunales compuestos por dos miembrosdel centro en cuestión y uno de laUniversidad estatal. La disposición sóloafectaba a los agustinos de El Escorial y

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a los jesuitas. Resulta dudoso que lainiciativa hubiera surgido de estoscírculos, puesto que incluso losprimeros renunciaron a ese derecho.Además, en el seno del propio régimenhubo protestas sobre la disposición,convertidas en públicas en la AsambleaConsultiva. Mayor fue, sin embargo, laprotesta en los medios universitarios,que podían no ser contrarios a laenseñanza libre en abstracto, pero sí loeran a esta aplicación de la mismasiguiendo criterios de favoritismo. A losprofesores universitarios se sumaron losestudiantes en un momento en que lasituación del régimen era difícil, por las

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conspiraciones militares y por la propiaincertidumbre política de Primo deRivera.

En marzo de 1929 graves incidentesestudiantiles motivaron el cierre de lamayor parte de las universidadesespañolas. La reacción de Primo deRivera fue especialmente inhábil porqueen un primer momento galvanizó a losestudiantes por el procedimiento deproporcionarles un símbolo (Sbert fuedetenido) y luego trató de superar eldesorden mediante medidas que eranexcesivamente rigurosas (la pérdida dematrícula) o mostrando una voluntad deintervención en el gobierno de la

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Universidad, contraproducente inclusopara la propia institución monárquica(se crearon unas comisarías regias parasustituir a los rectores de lasuniversidades más importantes). Losestudiantes, entre quienes eran yafrecuentes las mujeres, se politizaronrápidamente en sentido republicanollegando a colocar en el Palacio Real uncartel en el que se decía «Se alquila».Tenían una procedencia social burguesa,que hubiera podido propiciar un apoyoal régimen pero, ahora, con su protesta,daban superior relevancia a la delelemento intelectual y éste, a su vez,acabó por decantarse beligerantemente

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contra la Dictadura, dada la absolutacarencia de tacto de Primo de Rivera,que parece haber querido enfrentarsecon este problema como en el pasado lohizo con el de los artilleros. En una desus notas oficiosas afirmó seriamenteque «sobran médicos y abogados» ydescribió el ambiente universitario deuna manera que difícilmente hubierapodido resultar aceptable a quienes allíconvivían: «En estos intangibles centrosde cultura, que alegan tantos fueros ymerecimientos, sabe el paíssobradamente y lo dicen de boca enboca todos los ciudadanos y el Gobiernono tiene por qué ocultarlo, lo difícil que

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es a un estudiante serio y aplicado llegara su formación sólidamente porque unrégimen de clases numerosas, frecuentesfaltas de puntualidad y asistencia de loscatedráticos o delegación de susfunciones, charlas pintorescas oincoherentes, largas vacaciones,escarceos políticos y otras amenidadesde nuestra nacional idiosincrasia, no escomo para que el país se ponga de lutopor la suspensión, por vía deregeneración, de esta actividadnacional». Con declaraciones como éstaPrimo de Rivera no sólo provocaba eltemor sino que alimentaba el propioridículo y, por tanto, la beligerancia de

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estudiantes y profesores. Lo que éldenominaba «chiquillería» remitió conel fin de curso, pero siguieron susmanifestaciones en los meses siguienteshasta la proclamación de la República.Pero, además, declaraciones como lacitada tuvieron como consecuencia labeligerancia final de los intelectuales:Sainz Rodríguez, que había aceptado unpuesto en la Asamblea Nacional, laabandonó, y Azorín escribió contra laofensiva del dictador respecto a laUniversidad. Ortega dimitió de sucátedra y lo mismo hicieron prestigiosasfiguras como Sánchez Román o GarcíaValdecasas. Algunos de los intelectuales

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más politizados (Jiménez de Asúa oMarañón) evolucionaron ya hacia elsocialismo, aunque el segundo nollegaría a adscribirse definitivamente aél. Se daban, pues, todas las condicionespara que los intelectuales jugaran unpapel decisivo en un cambio de régimen.

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El colapso del régimendictatorial

En la dictadura, ha escrito Pabón,«el hombre (el dictador) es casi todo.Los trabajos, las contrariedades, laenfermedad, consumían ahora las fuerzasde Primo de Rivera». Esta fraseconstituye una buena explicación de lafase final del régimen, que inició sudeclive en 1928 pero que se acentuósobre todo desde comienzos de 1929.Ya en el primer año indicado, despuésde enfrentarse con la Justicia, e incluso

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con el ministro titular de esa cartera, quese resistía a someter por la fuerza a losjueces, se declaró «agobiado por laimpotencia» y pensó en dimitir. En 1929los éxitos de la Dictadura estaban yalejanos y a la decadencia física dePrimo de Rivera, enfermo de diabetes,había que añadir la incertidumbre a lahora de imaginar la articulación políticade un nuevo régimen o la transiciónhacia la normalidad. Es muy posible queen 1929 los deseos de abandonar elpoder de Primo de Rivera se hicieran yaapremiantes. A los embajadoresextranjeros les dijo que no podía ya«mantener España en el extremo de su

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mano». Las mismas características delrégimen con él identificado vedaban quepudiera ser considerado como unasolución estable: España podía aceptardurante meses o años a un dictadoringenuo y regeneracionista pero a lalarga era difícil mantener un sistemacomo el suyo. Al mismo tiempo, laspropias características de la Dictadurala hacían especialmente vulnerables alestado de salud y ánimo de quien laencarnaba. La murmuración contra elarbitrismo y la sensación de ridículohicieron más en contra del régimen quelas propias conspiraciones. El dictador,durante su última etapa, mostró no sólo

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desorientación sino también irritabilidady propensión a decisiones bruscas yairadas. Si en ocasiones parecíadispuesto a abandonar el poder de formainmediata, en otras, que coincidían conmomentos en que arreciaba la oposición,se imponía el «nuevo sacrificio» depermanecer en el poder. El Rey hubieraquerido un plan coherente de vuelta a lanormalidad pero no se le ofreció ni eraen absoluto fácil de imaginar.

Las conspiraciones arreciaron en elaño 1929 e impusieron el calendariopolítico al régimen. A finales de enerode 1929 estalló una que tuvo comoepicentro Valencia. Su protagonista

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principal fue Sánchez Guerra y, comocabía esperar, la conspiración semantuvo dentro del clásico tono delpronunciamiento, con la explícitavoluntad de evitar que se alterara elorden social: desde el punto de vistapolítico se trataba de conseguir unretorno al sistema liberal anterior aseptiembre de 1923. El manifiestoincluía una condenación de laMonarquía absoluta y apelaba a una«España con honra» que recordaba eldestronamiento de Isabel II. Al parecer,el dirigente conservador jugó con laposibilidad de suprimir el calificativo yexpresarse, por tanto, en sentido

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republicano, pero finalmente se utilizóla fórmula indicada. Como solía sucedercon los pronunciamientos del siglo XIX,también en este caso los conspiradoresse encontraron con que el apoyo quetenían resultaba muy inferior alesperado. El general Castro Girona, queparecía haberse comprometido con losconjurados, acabó echándose atrás, loque supuso el fracaso de la intentona,reducida a partir de este momento a loque pudieran hacer algunos Regimientosde Artillería. En Ciudad Real el golpeconsiguió un triunfo inicial, sin que lasautoridades ni las organizaciones delrégimen parecieran capaces de ofrecer

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resistencia. Las tropas leales tardaronmucho tiempo en llegar para restablecerla situación.

Aunque el golpe fracasara, el merohecho de que fuera intentado demostrabala falta de seguridad del régimen en símismo, la división del Ejército y laincertidumbre del futuro. Lasexplicaciones de Primo de Riveraacerca de lo sucedido fueronanecdóticas y peregrinas: aseguró que enrealidad los valencianos no tenían otromotivo de preocupación que el papelque pudiera hacer su representante en unconcurso de belleza femenina. Cuandofue juzgado Sánchez Guerra se convirtió

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de acusado en acusador; además resultóinocente, con lo que indirectamentequedaba ratificado el derecho de acudiral pronunciamiento para derribar laDictadura.

La primera reacción de Primo deRivera ante el aumento de dificultadesde su régimen consistió en tratar deendurecerlo, pero siempre con laconciencia de que no había de ser sinouna solución provisional. Después de lasublevación afirmó que «nada defijación de plazos al régimen y, por elmomento, un alto en el camino hacia lanormalidad» y aseguró que aquella seríala última sublevación de los artilleros

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porque disolvería el arma. Esaspalabras ya resultaban muysignificativas: no se trataba de que sepretendiera estabilizar un sistema dedictadura permanente, a pesar de que seexigió a la Unión Patriótica uncomportamiento parapolicial, llevandoun registro de desafectos paraperseguirlos. Tampoco se intentó unamovilización política desde el poder yen beneficio del mismo: los miembrosde la UP, en su mayoría conservadores,no fueron más que oportunistas con laúnica innovación de alguna presenciafemenina en los cargos políticosmunicipales. El régimen fue incapaz de

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aplicar con perseverancia medidasrepresivas o de politización a su favor.A pesar de que algunos historiadores asílo han defendido, en realidad lospropósitos de convertir al partidooficioso en fascista, o no se intentaronseriamente o duraron muy poco. Lautilización de militares para propagandapolítica gubernamental no tuvo éxitoporque el Ejército ya estaba dividido,aparte de que los oficiales nuncaconsideraron que debieran identificarsecon un gobierno, y las instrucciones alos cuarteles para que insistieran en ladisciplina tampoco podían sercumplidas cuando siete generales

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declararon inocente a Sánchez Guerra enmayo de 1929. Aunque se pretendió quela prensa dedicara una parteconsiderable de su contenido a lainformación oficial, de hecho, de maneramás o menos evidente, no hizo otra cosaque mostrar su creciente reticencia.

Pasada su primera reacción airada,Primo de Rivera pareció haber optadopor el abandono del poder sin tener muyen cuenta los peligros que estaoperación podía tener para laMonarquía. En cualquier caso, pareceevidente que las soluciones detransición que imaginó fueron tardías ocontradictorias. En julio de 1929 trató

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de ampliar la Asamblea consultivacreando 49 nuevos puestos medianteescaños de representación corporativa yde antiguos presidentes del Consejo deministros, pero el resultado no pudo sermás decepcionante. La Universidad deValladolid eligió como represente suyoa Unamuno, el Colegio de Abogados deMadrid, a Sánchez Guerra, EduardoOrtega y Gasset y Santiago Alba, y laAcademia de Jurisprudencia se negó aestar representada. De los presidentestan sólo el conde de Romanones tuvo latentación de aceptar la invitación, queacabó declinando porque la opiniónpública arreció en su contra. En el

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partido socialista terminó por triunfar lapostura de inasistencia a la Asambleafrente a la actitud de Besteiro, dispuestoa acudir a ella. La razón de esta actitudobedecía a factores estrictamentepolíticos y no sociales, porque elimpacto de la crisis económica todavíano se había producido. El Boletín de laUGT aseguraba, por estos días, que «laestructura política de España está apunto de cambiar y debemos jugar unpapel principal en esta transformación».

En suma, Primo de Rivera descubrióahora, a sus expensas, que era más fácildestruir un régimen como el delliberalismo oligárquico que engendrar

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uno nuevo. En declive ante la opinión,se encontraba con que sus esfuerzos paraampliar la base del régimen eran vistoscomo un signo de debilidad. Cada vezera más evidente que, como decía élmismo, se debía ir preparando a «bienmorir», sin descubrir hasta pasado eltiempo que, en política, «anunciar lamuerte es ya morir». Hasta sus propiosministros insistían en la necesidad dellevar a cabo una consulta electoral quepusiera fin a su régimen, pero él noquería. En diciembre de 1929 propusoun nuevo plan al Rey, que consistiría enla convocatoria de una asamblea únicaformada por 250 senadores (de los que

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150 serían vitalicios y 100 derepresentación corporativa) y otros 250diputados, de los que se elegirían trespor provincia y otros 100 a través deuna lista nacional. Este proyecto tenía eldoble inconveniente de no tener nadaque ver ni con la Constitución de 1876ni con el anteproyecto elaborado por laAsamblea Nacional, aparte de quedifícilmente hubiera sido aceptable paranadie de la oposición. Al parecer, laidea de Primo de Rivera era, además,que el conde de Guadalhorce presidierala transición, como si un técnico fuera lamejor persona para enfrentarse con unasituación política tan difícil. Alfonso

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XIII pidió tiempo para meditar lasolución propuesta y con ello ya sepodía adivinar el inmediato final delrégimen. Mientras tanto, arreció eldesconcierto en el gobierno con unapropensión, inédita, pero creciente,hacia la dimisión de alguna de susfiguras más importantes. En efecto, lacoyuntura económica positiva de losaños veinte se deterioró de una maneraque las clases medias considerarongrave. Calvo Sotelo no fue capaz deenfrentarse, desde el Ministerio deHacienda, con la caída de la peseta,problema quizá no especialmente gravey sobre todo inevitable dado la balanza

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comercial española, pero quepreocupaba a quien, como el generaldictador, era ante todo un nacionalistaen política económica. Inmediatamente,el régimen atribuyó prácticamente a unaconspiración la causa de la caída de lapeseta: claro está que en la época, comoaseguró Keynes, ningún país fue capazde plantear una devaluación «a sangrefría». Una comisión presidida porFlores de Lemus estudió la posibilidadde implantar el patrón oro. Pronto sehizo patente que en el descenso de lapeseta había factores muy diversos entrelos que jugaban un papel decisivoaquellos que, como señaló Cambó y

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ratificó el propio Calvo Sotelo, eran decarácter político y derivaban de laincertidumbre del propio régimen. Estaúltima interpretación enfrentó aldictador y a su ministro de Hacienda yprovocó la dimisión del último. Losconflictos sociales, que prácticamente sehabían esfumado durante la etapadictatorial, reaparecieron en 1929: endicho año se perdieron casi 4.000.000de jornadas en huelgas, una cifrasuperior a la alcanzada en cualquier añode la primera posguerra mundial desde1921. También hay que ver en estatensión social el resultado, más quenada, de una situación política. Ella

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también servía de caldo de cultivo a laconspiración militar que en Andalucía,cuyo capitán general era don Carlos deBorbón, cuñado del Rey, se llevaba acabo prácticamente a la luz pública,especialmente en Cádiz, donde laprotagonizaba el general Goded. Muyprobablemente, si Primo de Rivera nohubiera decidido por sí mismo retirarse,una conspiración militar hubieraacabado con él.

Después de haber imaginado muchasy muy contradictorias maneras deencontrar una salida al régimen, eldictador le dio fin por el procedimientomás peregrino que pueda imaginarse,

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hasta el punto de que tan sólo su estadode salud y el deseo de abandonar elejercicio de sus responsabilidadespueden explicarlo. Había conquistado elpoder —cosa infrecuente a pesar detratarse de un golpe militar— sinderramamiento de sangre; másexcepcional fue, sin embargo, queprotagonizara el caso muy inhabitual dequien siendo dictador dimite. Por sucuenta y riesgo, sin advertir al monarca,dirigió una consulta a los altos cargosmilitares que, al parecer, se mostrarontan tibios como para decirle que podíacontar con su apoyo siempre que tuvieratambién el del Rey. La consecuencia fue

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la inmediata dimisión el 20 de enero. Notiene nada de extraño que el Reymostrara una «no disimuladaindignación y digna severidad» ante losucedido, que dio a conocer incluso alos embajadores extranjeros, pues poreste procedimiento no sólo se leignoraba por completo sino que,además, no se tomaba en consideracióna la opinión pública e incluso no setenía en cuenta la de la mayor parte delEjército. Cabe pensar incluso que eldictador quizá quiso, por esteprocedimiento, vengarse del Rey: dehecho había existido entre ambos unsordo pugilato durante todo el régimen.

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El propio Primo de Rivera,fundamentalmente sincero, acabóreconociendo la «forma verdaderamenteextraña» con que había planteado suconsulta a los cargos militares. En laúltima de sus notas trató de justificarlopor haber sufrido antes «un pequeñomareo» y por estar «ya listo el ciclista»que había de llevar la nota. Suconclusión demostraba que el abandonode la política se le presentaba no yacomo un sacrificio sino como unaliberación. «Y ahora a descansar unpoco —decía—, lo indispensable parareponer y equilibrar la salud». Esposible que, pasados unos días, una vez

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que se desató un proceso responsabilistacontra su gestión, por algún momento seplanteara la eventualidad de un retorno.La forma en que se despidió deMussolini y de ciertos cargos militaresabonaría esta suposición. Sin embargo,acabó saliendo de España y en el plazode muy poco tiempo murió en unmodesto hotel parisino tras haberllevado una vida discreta.

Con su dimisión había concluido unaetapa trascendental de la Historiacontemporánea española a la quemuchos han atribuido una importanciadecisiva en la configuración delporvenir. Así pensaba, por ejemplo, uno

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de sus colaboradores, Pemán, de quienes la afirmación de que «de Primo deRivera arrancan todos los temas ymotivos de estos últimos cincuentaaños». Con posterioridad también hanpensado de la misma manera quieneshan considerado el régimen dictatorialcomo antecedente directo delfranquismo. En realidad, la importanciade la Dictadura, que estuvo más cercadel autoritarismo de algunos«mauristas» que del franquismo, estribaen que demostró lo agotado que estabaya a estas alturas el liberalismooligárquico, una lección que, sinembargo, no supo ser asimilada por los

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sucesores del general. Tambiéndemostró, no obstante, que la situaciónespañola no estaba madura para unautoritarismo más radical que en Españano surgió hasta los años treinta, aun conlógicos precedentes previos. De nuevoes preciso recordar que los términos decomparación más oportunos para laDictadura de Primo de Rivera seencuentran en el Mediterráneo o en eleste de Europa en los años veinte: son ladictadura de Pángalos en Grecia, laportuguesa de 1926 o la de Pilsudski enPolonia.

Ya en un terreno más concreto, sueleser habitual señalar lo positivo de la

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gestión de Primo de Rivera en el terrenoeconómico y respecto a Marruecos y lonegativo en el terreno político. Estejuicio merece ser matizado. EnMarruecos Primo de Rivera se beneficióde la continuidad de un régimen noparlamentario y, además, carente deposibilidad de crítica frontal. En esascondiciones fue capaz de llevar a cabooperaciones imaginadas anteriormentecon la colaboración de los francesesquienes, hasta el momento, habían sidorenuentes a todo tipo de colaboración.Respecto de la política económica ya sehan indicado sus debilidades: enrealidad el dictador, ante todo y sobre

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todo, se benefició de una coyunturaespecialmente positiva y llevó a caboproyectos y programas previos. Elbalance político negativo que seatribuyó a Primo de Rivera no nace deque fuera incapaz de vertebrar unsistema dictatorial permanente, como lereprochó la derecha de la etaparepublicana, ni tampoco de quedecantara a la burguesía española haciasoluciones exclusivamente dictatoriales,como pretende la historiografía deizquierda. La verdad es que laposibilidad de que engendrara unsistema dictatorial permanente resultaanacrónica, porque ni él ni sus

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colaboradores lo intentaron seriamenteen el periodo 1923-1930, aunque escierto que luego sus herederos seaproximaron a las fórmulas fascistas,pero eso se produjo en una coyunturacomo la de los años treinta. Los textosconstitucionales de la Dictadura tienenalgún parecido con los franquistas, perotan sólo de la etapa de la llamadaapertura a mediados de los sesenta.

El balance político negativo delrégimen de Primo de Rivera resulta enúltima instancia inevitable por la propiasimplicidad del regeneracionismo quealimentaba las posturas del dictador. Laregeneración de la España oficial,

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identificándola con la real, era unproceso lento que no era posiblemediante el ejercicio de una dictadura,como Primo de Rivera pretendió y,menos aún si ésta tenía una duraciónlarga. En esto la crítica de Azaña esenteramente correcta. Además, el bagajedoctrinal del régimen podría ser popularpero resultaba también losuficientemente simple, variable,contradictorio y confuso como para queresultara presumible su fracaso. Desdeel punto de vista de la Monarquía esteúltimo resultó especialmente grave.Gabriel Maura asegura que «la másgratuita ofensa que se puede inferir al

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pueblo español consiste en creer que semantuvo la Dictadura firme, año trasaño, sin otro apoyo que el del Rey y lacamarilla militar del Dictador». Enrealidad el régimen, iniciado con fuerteapoyo popular, lo mantuvo al menosparcialmente. La oposición, sinembargo, no reconoció este apoyo yatribuyó al Monarca la gestación y elmantenimiento del régimen. Por otrolado, el Monarca, con sus declaracionesy decisiones (por ejemplo, no reunir elParlamento y acabar aceptando laAsamblea Nacional) había quedadovinculado a la Dictadura de modoinevitable. En el debate posterior a la

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caída de Primo de Rivera el balance noresultó tan perjudicial para éste que, endefinitiva, mantuvo tras de sí a unpuñado de seguidores, como paraAlfonso XIII, culpado de los males de laDictadura e incapaz de apuntarseninguno de sus éxitos. No eraresponsable ni de unos ni de otros yprobablemente había seguido, aldecantarse por ella, la propia tendenciade la opinión pública. Esta, sinembargo, era mucho más consciente yprotagonista que en el comienzo de sigloy ahora pudo exigir responsabilidades alMonarca.

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El error Berenguer

Los tiempos que siguieron a lacaída de la Dictadura no puedenentenderse sin tener en cuenta laprofunda transformación producida en lasociedad española durante la década delos veinte, cuestión que, sin embargo, seabordará en el tomo siguiente de estaobra, al adquirir su plena significacióncon los años republicanos. Lo que nosimporta de momento es que en laevolución política inmediata jugó unpapel de primera importancia la opiniónpública. Fue esta nueva realidad la que

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permitió llegar al desenlace definitivode unos meses de especial densidadpolítica, imprevisibles en su desenlacefinal para los protagonistas.

Cuando ya empezaba a hacerseevidente la crisis del régimen dictatorialuno de los políticos conservadoresespañoles de más clara percepción delfuturo, Francesc Cambó, escribió unlibro, Las Dictaduras, que pudo sercalificado de guía perfecta para eldictador que quisiera dejar de serlo.Cambó hacía, en sus páginas, unadescripción de un dictador que para ellector español no podía ser sino Primode Rivera: de mentalidad simplista, su

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estancia en el poder le había hechorectificar buena parte de sus juiciossobre los problemas, pero, en cambio,no le había proporcionado una visiónclara acerca de la cuestión más grave,cómo salir de la Dictadura sino que, porel contrario, la perspectiva de lasdificultades lo inclinaba a retener elpoder. Al gobierno encargado de servirde transición entre la Dictadura y lanormalidad, Cambó le recomendó,aparte de que se preocupara de mantenerel orden público, que «no cayese en elapasionamiento de juzgar abominabletodo lo que la Dictadura haya hecho» y,sobre todo, que no juzgara como óptimo

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el estado de cosas anterior a laDictadura porque la mera existencia deésta probaba que aquél no se podíarestablecer. Realmente consejos comoéstos (que no fueron aceptados)resultaban imprescindibles dada lasituación que el país vivió al final de laDictadura de Primo de Rivera. Setrataba de llevar a cabo uno de losprocesos políticos más difíciles que sepuedan imaginar: el tránsito de unasituación dictatorial a otra denormalidad constitucional sin lacolaboración expresa ni de quieneshabían estado en el poder ni en laoposición durante aquel régimen. El

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final de este proceso sería el colapso dela Monarquía, para sorpresa de lainmensa mayoría, incluso de losrepublicanos, precisamente porque notuvieron en cuenta los cambiosproducidos en la sociedad española —quizá no eran tan aparentes— y porqueno se atendió el consejo de evitar lapura vuelta atrás.

El encargado de sustituir a Primo deRivera fue el también general DámasoBerenguer. Inteligente, culto,equilibrado, Berenguer, que a lo largode los seis años anteriores se habíasignificado por su moderada oposiciónal régimen dictatorial, era el más liberal

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de los tres personajes sugeridos por elpropio dictador al Rey —los otros dosfueron Martínez Anido y Barrera— ytambién había sido juzgado aceptablepor un severo opositor como fue Alba.Cuando anunció sus propósitos deretorno a la constitucionalidad la actitudde la opinión pública le fuenotoriamente favorable. También fueronmuy bien acogidas sus medidasliberales, relativas, por ejemplo, alreconocimiento legal de la FUE o ladevolución de sus cátedras a losprofesores dimitidos. En los primerosmeses de su gestión se puede decir quelas conspiraciones militares o

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paramilitares desaparecieron.Berenguer, que ha quedado en laHistoria con el juicio condenatorio quede él hizo luego Ortega y Gasset, en unprimer momento no fue un error sino unasolución aparentemente buena.

Sin embargo, también desde elprincipio, fue posible percibir gravesdeficiencias en el gobierno deBerenguer. Era éste, en primer lugar, unmilitar palatino y no un político. Esohacía prever que la inquina contra elMonarca de la vieja política perseguidano iba a desaparecer y que, además, elpresidente carecería de habilidadestratégica suficiente. El propio

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Berenguer se quejó luego en susmemorias de «la reserva y elapartamiento» de buena parte de lospolíticos monárquicos, especialmentelos liberales: «Ninguna de suspersonalidades ni de sus elementos seacercó a mí para fortalecer mi confianzaen la colaboración de todos, paraaportar una idea, para ofrecer sucolaboración». Claro está que eso seexplica, en parte, por su indefinición.Más grave todavía fue la lentitud queimprimió Berenguer a su acción degobierno. Se trataba de un gabinete que,de hecho, mantenía buena parte de lasprerrogativas autoritarias de la

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Dictadura, pero que decía caminar haciala legalidad constitucional, aunque lohacía con tanta morosidad que losmalintencionados podían dudar quealgún día efectivamente llegara a ella.Pronto los comentaristas calificaron aeste sistema de gobierno como«dictablanda». Esta lentitud, advertidamuy pronto y censurada siempre, explicaque cada mes que pasaba supusiera undeterioro, hasta tal punto que es muyposible que una superior rapidez ydecisión hubieran, por ejemplo, evitadoel abandono de la Monarquía por partede algunos políticos. La razón de estamorosidad se puede encontrar, quizá, en

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el exceso de optimismo de Berenguer,que dijo a su director general deSeguridad, el general Mola, que «antesde un año podría volver a sus soldadosy yo a mis estudios sobre arte». Pero, detodas maneras, la mayor deficiencia delgobierno de Berenguer residió en quehizo exactamente lo contrario a loprevisto en uno de los consejos deCambó: pretendió, anacrónicamente,volver atrás, como si esto fuera posible.Este anacronismo resulta evidente en losaliados conseguidos y en el programapor el que optó. Berenguer sólo tuvo elofrecimiento franco de un sector políticoa la hora de formar su gobierno, el de

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Bugallal, que representaba el máscaduco producto del caciquismoconservador. Además, el presidente noocultó su propósito de reconstruir elsistema caciquil, que ya estabatotalmente desprestigiado desde antes de1923 y que Primo de Rivera habíacontribuido a deteriorar todavía másante la opinión pública, convirtiéndoloen inviable, aunque sin por ellosustituirlo. Por eso escribió Berengueren sus memorias que «interesaba alrégimen, en primer término, lareconstrucción de las organizacionesmonárquicas que lo habían representadohasta el advenimiento de la Dictadura,

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organizaciones que, desintegradas,llevaban una vida lánguida y casiclandestina, acumulando agravios yrencores, reducidas al mantenimiento desus cuadros y en concentrada y airadaactitud de protesta». Para ello nadamejor que convocar unas eleccionessiguiendo los viejos cánones. Comotambién cuenta Berenguer, los trabajosde su Ministerio de Gobernación«señalaban cuan lejos estaban losmunicipios rurales, conjunto que es enrealidad la base de la nación, delambiente que predominaba en muchascapitales y distritos industriales». Lavuelta a la constitución de 1876 se hizo

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con su acompañamiento habitual delliberalismo oligárquico. El gobierno seapoyó, por tanto, sobre la tradicionalcorrupción política del mundo rural,indiferente y pasivo, fuera quien fuera elgobernante. En cuanto a la políticaeconómica también el gobierno deBerenguer mantuvo una posturanetamente anacrónica. Deseoso elgabinete de mantener una políticapresupuestaria estricta y ortodoxa, unode sus ministros se vanagloriaba quedurante su mandato no se habíasubastado ni siquiera una obra públicamás, lo que equivalía a contribuir alincremento del paro.

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La pregunta que cabe hacerse acercadel anacronismo de Berenguer es siresultaba inevitable. La respuesta seríaque, en buena medida, sí, puesto que lamayor parte de los políticosmonárquicos seguían anclados en supasado caciquil. En eso estribaba ladificultad de la situación. Sin embargo,hubo algunas soluciones que, dentro delmarco de la Monarquía, hubieranresultado más renovadoras y, lo que esmás importante, es muy posible que elRey Alfonso XIII no hubiera tenidoinconveniente en aceptarlas. En estemomento el Monarca vivió quizá losmomentos más difíciles de su vida, en el

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momento de enfrentarse con lasconsecuencias de su aceptación de unaDictadura originariamente popular. Esposible que, de haber sido viable (no loera por la enfermedad del príncipe deAsturias), Alfonso XIII hubieraabandonado el trono. Ante Alba semostró dispuesto a celebrar unplebiscito sobre su persona y llegar auna posterior reforma constitucional.Fue éste, en efecto, uno de los posiblesprotagonistas de una solución másrenovadora. El Rey se entrevistó con élen París, en junio de 1930, y aceptó enprincipio la solución de un gobierno deizquierda que hiciera una reforma

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constitucional que homologara a laMonarquía española con la británica ola belga, pero Alba mostró, a la vez, unafalta de decisión y una carencia deafectos monárquicos que impidieroncumplir ese programa. Quizá pensó quetodavía no era su momento o estabademasiado irritado por cuanto habíatenido que pasar en la oposición,sometido a los insultos de Primo deRivera De este modo su proyecto de«nueva democracia» bajo la Monarquíani siquiera llegó a intentarse.

Cambó no era ni sentimental nidoctrinariamente monárquico, pero,aunque pensó en esta ocasión que la

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iniciativa le correspondía a la izquierda,hubiera querido ayudar a la Monarquía asalir de tan difícil trance y sin dudapodía haber sido mucho más valiosopara ella que figuras de talla políticamuy inferior como Berenguer o Aznar.El tenía la suficiente perspicacia comopara darse cuenta de que la Monarquíadebía ofrecer un aspecto renovador.«Aquélla era mi hora», escribe en susmemorias. La realidad, fue, sin embargo,que, afectado por una grave enfermedad,tuvo que actuar entre bastidores. LaLliga, como había sucedido en el año1918, se lanzó a una campaña depropaganda en toda España con un

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sentido netamente más renovador que elgobierno. Factor importante en estacampaña fue la creación, ya bajo elgobierno de Aznar, de un CentroConstitucional del que formaron partelos regionalistas, los antiguos«mauristas», sectores católicos queluego militarían en la CEDA, etc. Estepartido, a nivel local, tuvo un aspectomucho menos regenerador de lo queCambó habría deseado pero, en todocaso, llegó demasiado tarde como parapoder, en definitiva, renovar la políticamonárquica. De todos modos, en estosmomentos, las polémicas del dirigentecatalanista con Bugallal, sobre la

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necesidad de renovación, o con Ortega,acerca de una política que fuera técnica,aparte de estar fundamentadas enprincipios, testimonian su calidad comodirigente político. No hubo nadaparecido entre los políticosmonárquicos, de actuación desmeduladay carente de visión a largo plazo.

El anacronismo que representabauna solución política como la que losespañoles presenciaron a lo largo de1930 fue duramente denunciado porOrtega y Gasset en un artículo titulado«El error Berenguer». Decía el filósofoque no era que Berenguer hubieracometido errores, sino que otros los

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habían cometido al hacerle presidentedel Consejo de Ministros. Con estafrase, como es lógico, se situaba alborde del republicanismo. El «errorBerenguer» consistía en tratar de «hacercomo si aquí no hubiera nadaradicalmente nuevo», cuando el paíshabía soportado un régimen dictatorial«tal que no es imposible, pero sísumamente difícil, encontrar en todo elámbito de la historia, excluyendo a lospueblos salvajes, algo parecido». Si sepensaba que esta simple vuelta atrásresultaba posible, era porque se opinaba«que los españoles pertenecen a lafamilia de los óvidos, en la política son

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gente mansurrona y lanar y en cuestionesde derecho y, en general, públicas,presentan una epidermis córnea». Enbuena medida estas opiniones habíansido ciertas en el pasado e indicabanque «desde Sagunto, la Monarquía no hahecho sino especular con los viciosespañoles, arrellanarse en la indecencianacional». Ahora, sin embargo, —opinaba Ortega—, el pueblo españolhabía cambiado y no iba a tolerar lo quele imponían. Su artículo, publicado ennoviembre de 1930, testimonió elimparable y ya irreversible deterioro delo que, en principio, había sido unasolución viable.

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La crecida de laoposición. El Pacto de

San Sebastián

En la última frase transcrita,Ortega que, desde el punto de vistapolítico, había errado en otras ocasionesy erraría en el futuro, sin duda algunaacertaba. Según el propio Berenguer,España se comportó «como una botellade champán que se destapa». La opiniónpública había parecido dormida durantesiete años, pero ahora empezó adesempeñar un papel muy activo en la

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vida política. A ello ayudaba la difícilsituación económica cuando seempezaban a percibir las primerasconsecuencias de la crisis de 1929,mientras que en algunas provinciasandaluzas la sequía provocaba paro yconflictos huelguísticos. Más grave fuetodavía el hecho de que la Monarquíasufriera ahora las consecuencias de quela Dictadura la hubiera usadoparasitariamente. Pronto, tanto el Reycomo Berenguer hubieron de sufrir laofensiva agresiva de los descontentos dela derecha y la izquierda.

En el momento en que Primo deRivera abandonó el poder Alfonso XIII

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le había dicho cortésmente que «salvabapor segunda vez a España». Pronto, sinembargo, sus seguidores no se mostraronsatisfechos con que el Rey les dedicarabuenas palabras. La Unión Patriótica,que, en el ínterin, había perdido toda lariada de caciques que tuvo durante lavigencia del régimen dictatorial, seconvirtió en Unión MonárquicaNacional y adoptó un marcado tonoderechista, que la alejaba de laConstitución de 1876. Como escribióBerenguer, la UMN «no participabaciertamente del regocijo general (sinoque) determinados matices de sudoctrina y resentimientos dinásticos los

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acercaban a los tradicionalistas». Enefecto, buena parte de los miembros dela UMN pensaban que el gabinete deBerenguer era «mediocre» y susministros «marionetas en manos de larevolución». Es más, para los jóvenesde este partido el mal estaba «en elrégimen constitucional y parlamentario»de la Restauración. El regeneracionismoliberal de Primo de Rivera empezaba aser sustituido por doctrinas dictatorialesde muy diferente talante. Según Mola, lapropaganda de la UMN se hacía «más endefensa del régimen que implantó Primode Rivera que del que representaba DonAlfonso». De esta manera la única

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propaganda que se autodeclarabamonárquica, pues los partidos caciquilesseguían sin apelar a las masas, resultabapor completo contraproducente para laMonarquía, por su tono antiliberal y susreticencias ante don Alfonso. Sinembargo, el protagonismo fundamentalde la oposición al gobierno deBerenguer corrió principalmente dellado de la izquierda y, dentro de ella, dela moderada y no de la extrema. Bajo laparcial restauración de la normalidadconstitucional, la CNT consiguióempezar su reconstrucción: en mayo de1930 se autorizó su existencia legal anivel provincial y, en este mismo mes,

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un grupo de sus dirigentes se puso encontacto con los republicanos. Mola ylos gobernadores civiles mantuvieroncierta relación con sus líderes másmoderados, pero, conscientes de lapeligrosidad de la sindical anarquista,siguieron protegiendo discretamente alsindicato libre. En la UGT y el partidosocialista empezaba a predominar latendencia más claramenteantimonárquica, representada porIndalecio Prieto, furioso adversariopersonal del Rey desde la tribuna delAteneo de Madrid. Como muestra de laefervescencia del país, habría queañadir que el crecimiento de ambas

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centrales sindicales era vertiginoso,iniciándose así la movilización políticade la etapa republicana.

Pero lo peor para el régimen fue quelas clases medias empezaron a mostrarun marcado desvío hacia la persona delRey. A ello contribuyó la decepción,total o parcial, de un buen número deantiguos ministros de la Monarquía. Ungrupo de políticos que se habíansignificado por su oposición al régimendictatorial formaron el llamado partidoconstitucionalista. Realmente losconstitucionalistas, siendo como eranpolíticos caciquiles, carecían de apoyopopular y el mismo hecho de su edad

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hacía difícil que pudieran arrastrar amasas enfervorecidas. Sin embargo,poseían el prestigio de su persecuciónen la etapa dictatorial, y, encomparación con otros políticos, comoBugallal, parecían mucho másmotivados por razones ideológicas queno por simples concupiscencias depoder. Su actitud en esta época consistióen lanzar reticencias e insinuacionescontra el Monarca sin llegar a lo que susauditorios deseaban fervientemente, esdecir, proclamarse republicanos.Sánchez Guerra declaró que no deseabaservir a señor «que en gusanos seconvierta» y que en la Dictadura «el

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impulso fue soberano». Ossorio yGallardo se declaró «monárquico sinrey». Burgos y Mazo, Bergamín yMelquíades Álvarez participaron deposturas semejantes que tantodeterioraban la situación política de laMonarquía. Detrás de estas frases nohabía una doctrina ni un programapolítico, pero todas ellas fueron muygraves para el régimen. Sólo hubo dospersonajes políticos monárquicos quehubieran ocupado puestos deimportancia y que traspasaran la lindeentre Monarquía y República. Lo hizo,en primer lugar, Miguel Maura,ejemplificando, de esta manera, una de

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las posibles derivaciones de laideología que su padre habíarepresentado. No tiene nada departicular que el carácter liberal del«maurismo» y su «antialfonsinismo»acabaran por producir una de lasvertientes del republicanismo y, dehecho, no fue únicamente Maura quien lapersonificó sino también Ossorio yGallardo. Menos impetuoso que MiguelMaura, Niceto Alcalá Zamora tardómucho más en decidirse. Dice elprimero en sus memorias que «elespíritu de jurista de don Niceto lellevaba a formularse a sí mismo y enmonodiálogos conmigo toda clase de

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reparos a la decisión clara y franca deincorporarse a la República». Al fin, enabril de 1930, lo hizo solicitando paraEspaña un régimen político republicanopero esencialmente conservador desdeel punto de vista político, social yreligioso (una República «con obispos»,como él mismo dijo). A ambos, perosobre todo a Alcalá Zamora, esta tomade postura les permitió tener un futuropolítico durante los años republicanos.Otros, que tenían más pasado pero quemostraron menos decisión, comoÁlvarez, quedaron condenados a undestino más discreto.

Mientras tanto, el republicanismo

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histórico permanecía marginado anteesta oleada de pronunciamientos«antialfonsinos» o antimonárquicos(como asegura Pabón, «hablaba poco oapenas era escuchado»). A lo largo de laetapa de la Monarquía constitucional, enefecto, sus posibilidades habían tendidoa decrecer más que aumentar y laDictadura no había representado uncambio importante en esta tendencia.Sólo el sector que acaudillaba Lerrouxtenía alguna organización, porque losrestantes no pasaban de ser, igual quelos partidos monárquicos, merastertulias. Durante la épocagubernamental de Berenguer se produjo,

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sin embargo, un cambio importante en elrepublicanismo español. En primerlugar, la defección de figuras comoMaura y Alcalá Zamora tuvo comoconsecuencia que la apariencia exteriordel republicanismo ofreciera menosrelación que en el pasado con unasubcultura de la plebe urbanaanticlerical. Alcalá Zamora, en efecto,haría repetida ostentación de suscreencias religiosas. Además, y sobretodo, el republicanismo transformó suapariencia exterior logrando el apoyo denuevas clases sociales a través de unamovilización política de las masas comonunca había logrado. El Partido Radical

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Socialista, fundado en septiembre de1930, anticlerical y propenso apretender sobrepasar el marcoideológico de la democracia clásica,atrajo a sectores de clase media baja,periodistas y algunos intelectuales. Sinembargo, esta última característica fuetodavía más patente en AcciónRepublicana, el partido de ManuelAzaña, en cuyo manifiesto fundacional,suscrito por 140 personas, figuraron lasfirmas de 27 catedráticos deUniversidad. Pero mayor trascendenciatuvo aún la dirección que le imprimió suinspirador, que aunque sólo apareció enlos años treinta como el gran

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descubrimiento político del periodo, yaen los meses finales del régimen empezóa desvelar sus capacidades.

La fuerza del republicanismo seacrecentó todavía con la colaboraciónde un importante sector de intelectualesy una parte del Ejército. A lo largo de1930 el conjunto del mundo intelectualespañol era beligerante en contra de laMonarquía. Lo fueron los hombres de lavieja generación finisecular que habíanestado contra la Dictadura, comoUnamuno, Valle-Inclán y Machado, perotambién quienes estuvieron en algúnmomento al lado de Primo de Rivera,como Azorín. Pero quienes tuvieron un

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mayor protagonismo en este momentofueron los miembros de la generación de1914 que consideraron llegado elmomento de convertir en realidad suprograma modernizador. Buena parte deellos acudieron a la llamada de unaAgrupación al Servicio de la República,nacida tras un manifiesto de Ortega yGasset, Pérez de Ayala y Marañón einspirada por el primero. Pero tambiénlos más jóvenes se convirtieron enbeligerantes contra el régimenmonárquico. De la «interminable nochenegra de la Dictadura» salieron con unaactitud de compromiso político y socialde la que fue expresión el libro El nuevo

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romanticismo de José Díaz (1930). Conrespecto al Ejército, los republicanos seveían favorecidos por la existencia deuna protesta generalizada en algunos desus estamentos. En los cuarteles deArtillería los cerrojos de las armas seguardaban aparte para que éstas nopudieran ser utilizadas. Incluso pareceque un sector de los jóvenes oficialesestaba influido por ideas de extremaizquierda. Quizá el mejor representantede la tradición conspiratoria militarfuera el general Queipo de Llano quien,narrando más adelante su actuación,escribió que un militar no puede ser «unautómata obediente» y, por tanto, debía

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sublevarse contra los regímenes queconsidere tiránicos.

Toda esta enumeración de grupossociales y políticos debe considerarseintegrada en un fenómeno más profundoy decisivo. En realidad, en estosmomentos no sólo se ponía en cuestiónun régimen sino que el conjunto de lasociedad española empezaba a vivir lapolítica de otra manera. De ladesmovilización se pasaba a lamovilización y esto, que debería alterarcon el tiempo el conjunto de la vidaespañola, era más importante que laaparición de nuevos grupos políticos(gran parte del nuevo republicanismo se

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encauzó hacia grupos «autónomos», sinadscripción precisa). Ortega y Gasset,que publicó por estos meses La rebeliónde las masas, años después describió losucedido asegurando que en esosmomentos le fue posible «a laespontaneidad nacional… corregir supropia postura, regularse a sí misma».En definitiva, la democracia empezaba ahacerse posible y las circunstanciasparecían favorecer que ese procesosucediera al margen o en contra delrégimen.

El Pacto de San Sebastián, en agostode 1930, supuso la consagración de laalianza entre dos tipos de

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republicanismo (el nuevo y el viejo), asícomo su colaboración con fuerzastambién situadas al margen del sistema yel comienzo de una etapa de direccióncoordinada de todos estos sectores.Aparte de Alcalá Zamora, MiguelMaura, Azaña, Lerroux, etc., principalesfiguras del republicanismo, participarontambién en esta reunión miembros delcatalanismo republicano (la antiguaAcció Catalana, ahora convertida enPartit Catalanista República) y delgalleguismo (Casares Quiroga).Indalecio Prieto, por su parte,representó, aunque no oficialmente, alsocialismo. De esta manera dos fuerzas

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políticas importantes —catalanismo ysocialismo— integraban sus propósitosen el marco del republicanismo. Elllamado Pacto de San Sebastián no pasóde ser un acuerdo muy general por loque, sobre todo en los temas referentes ala autonomía de Cataluña, originó unnúmero de contradictoriasinterpretaciones pero evitó laconfrontación cuando se produjo eladvenimiento del nuevo régimen. Apartir de este momento existió ungobierno provisional republicano, que,en Madrid, se reunía en el Ateneo yestaba presidido por Niceto AlcaláZamora.

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Como había sucedido en el Portugalde 1910, la mayoría de los dirigentesdel republicanismo debieron pensar quela única posibilidad de cambiar elrégimen era el pronunciamiento y no laselecciones. Este hecho, que hacía quealgunos intelectuales, como Madariaga,se retrajeran de colaborar con elrepublicanismo, se demostró en elabortado intento de diciembre de 1930.Lo sucedido fue una muestra de ladesorganizada improvisación quereinaba en las filas de los conspiradorescontra la Monarquía. Dos jóvenesmilitares, Galán y García Hernández, sesublevaron en Jaca adelantándose a las

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previsiones de los dirigentesrepublicanos. La falta de preparacióndel golpe fue tal que tardaron diecinuevehoras en avanzar 86 kilómetros y, al fin,fueron fácilmente derrotados por lasfuerzas leales a la Monarquía. El secretoen la conspiración había sido mínimo: elpropio director general de Seguridad,Mola, escribió a Galán paraconvencerle de que no se sublevara.Queipo de Llano y Ramón Francotrataron de alzarse en Cuatro Vientos,pero la oficialidad de esta base apenasles prestó colaboración (en realidad nose sublevaron con ellos, sino que sedeclararon presos) y, tras diez minutos

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de tiroteo, todo terminó. Las masasobreras permanecieron en generalpasivas, pues en Madrid Besteiro habíadesaconsejado la colaboración con elmovimiento; tan sólo en algunasciudades se produjo la huelga que, entodo caso, fue pacífica.

Lo paradójico es que este desastrerepublicano se convirtió en una victoriay a los cuatro meses el régimen, que nohabía caído por la violencia, sederrumbaría después de una elección.Los monárquicos no consiguieronconvencer a la opinión conservadora deque un sector del republicanismo eracriptocomunista (la verdad es que los

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manifiestos de Galán daban base paraesta presunción o, al menos, la de susintonía con el anarquismo) y, encambio, los fusilamientos de los doscabecillas de Jaca, «un actoestúpidamente impolítico»,proporcionaron a los republicanos algoque venían necesitando: héroes. Cuandoel gobierno provisional republicano fuejuzgado, al igual que había sucedido conSánchez Guerra, los acusados seconvirtieron en acusadores. En medio delo que Berenguer denomina en susmemorias «un desconcertante ambientede pasividad» por parte de las clasesconservadoras, los socialistas, que se

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atribuyeron 16 muertos en los incidentesproducidos en torno a la sublevación deJaca, se alinearon definitivamente con lacausa republicana.

A todo esto el gobierno pasaba unafase crítica. Su exasperante lentitud en laacción había enajenado a la Monarquíaalgunos de sus partidarios, pero,además, los que le quedaban a ésta semostraban crecientemente disconformescon Berenguer. En concreto la crisissurgió con el problema de laselecciones. Berenguer había pensadoconvocarlas a diputados para evitarlibrar tres batallas sucesivas, en vez deprecederlas de las municipales y las

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provinciales, como era habitual. Lapreparación del «encasillado» —quepor vez primera era más del régimen quede un partido— testimonia que elprograma del gobierno no iba más alláde hacer perdurar el liberalismooligárquico. Sus previsiones fueronconseguir una mayoría monárquica yparece que estaban fundamentadas. Tansólo unos pocos distritos ruraleshubieran sido conquistados por lasizquierdas mientras que el desembarcode «candidatos acaudalados» hubierapermitido mantener controlados muchosotros, sin que la efervescencia políticaexistente en las ciudades se hubiera

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trasladado al campo. De habersecelebrado las elecciones, en todo caso,se hubiera prolongado una situación deinestabilidad de difícil salida. Pero elanuncio de las elecciones generalesprodujo una oleada de amenazas deabstención, desde fines de enero de1931 hasta mediados del mes siguiente:sucesivamente los constitucionalistas,republicanos, socialistas y Albainformaron que no acudirían a las urnasy, finalmente, también lo hicieron losliberales y Cambó. Los primeros habíanpedido elecciones constituyentes yhabían arrojado sobre el gobierno unasospecha de manipulación electoral

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pero, en realidad, la iniciativa políticala llevaban los republicanos, aundespués de derrotados. La crisis, decualquier modo, resultaba inevitable.

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El error Aznar y laselecciones del 12 de

abril

Resultaba previsible que la crisispolítica no tuviera una fácil solución. ElRey se dirigió a Alba, quien una vez másse negó a asumir el gobierno, y, luego, aSánchez Guerra y a Melquíades Álvarez.Se ha discutido mucho si en esta ocasiónuna solución constitucionalista hubierasido posible y si no lo fue por culpa delRey o de los políticos consultados.Sánchez Guerra, nervioso y apresurado,

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cometió lo que, desde el punto de vistade las instituciones monárquicas, puedeser calificado de error: pedir elconcurso de los republicanos, que lorechazaron, según esperaba él en elfondo. Como escribió Miguel Maura,«fue tal gesto un golpe de muerte para elrégimen porque ya nadie dudó de lasuerte que le esperaba», a pesar de quesu autor, al llevarlo a cabo, no lehubiera concedido mayor importancia.Tanto Sánchez Guerra como MelquíadesÁlvarez renunciaron a presidir elgobierno porque el Rey no aceptóalgunos de los nombres propuestoscomo ministros y, sobre todo, los quiso

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contrapesar con otros másmanifiestamente monárquicos: elsegundo dijo al salir de Palacio que«con este hombre no hay nada quehacer». Ni uno ni otro parecen habertenido demasiado interés en ocupar elpoder en este momento o en salvar a laMonarquía y es dudoso que hubieranobtenido el apoyo de las extremasderecha o izquierda. En realidad, sutiempo había ya pasado: podían haberresultado beneficiosos para laMonarquía un año antes, cuando, sinembargo, su fuerza era escasa yrepresentaban un riesgo excesivo.

El gobierno de Aznar, que acabó

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formándose, tenía carácter deconcentración monárquica concolaboración regionalista. En él tomaronparte desde la derecha, representada porDe la Cierva y Bugallal, a la izquierdade García Prieto y Romanones, pasandopor el propio Berenguer, Ventosa y elduque de Maura. Inmediatamente, elgabinete prometió convocar elecciones,empezando por las municipales, y dar alas Cortes que se reunieran el carácterde Constituyentes, e incluyó también ensu programa la revisión constitucional yla autonomía catalana. En general, sepuede decir, como escribe Berenguer,que, a corto plazo, «la solución de la

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crisis fue un sedante para la opiniónpública, que había llegó al máximo deansiedad y expectación durante su largatramitación». Los propósitosgubernamentales eran liberales: Aznarhabía sido uno de los pocos militaresque se opuso al golpe del año 1923 ysiempre se mantuvo en la oposicióndurante la Dictadura.

Pero el nuevo gobierno no poníaremedio a los más graves inconvenientesdel anterior y añadía todavía otrasdeficiencias: como dice Pabón, era, enla ocasión, «el peor de los gobiernosposibles». En absoluto tenía carácterrenovador: «Todo cuanto enfrente de

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nosotros actuaba —escribe MiguelMaura— ofrecía al país, como únicafinalidad, la resurrección de los viejospartidos políticos». Las gotas derenovación que pudiera habersignificado la presencia de la Liga, porotra parte indiferente a las formas degobierno, estaban demasiado diluidas.Pero, además, si el gobierno deBerenguer había sido un gobierno por lomenos homogéneo, disciplinado y querepresentaba sólo a una parte de losmonárquicos, las características delpresidido por Aznar fueron radicalmentecontrarias. Representaba a todos losmonárquicos con lo que una hipotética

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crisis venía a repercutir en la del mismorégimen. Se puede decir, incluso, que noera siquiera un gobierno, tal suheterogeneidad y su falta de dirección.Aznar, que había llegado al poder, segúnse dijo, «procedente geográficamente deCartagena y políticamente de la Luna»,había sido elegido porque no teníaprograma ni significación políticaalguna; algo parecido cabe decir delministro de la Gobernación, marqués deHoyos. Un indignado aristócrata deextrema derecha escribió de él que másbien parecía «un portero del Ministerioo un bedel de Instituto». Lo único queintentó en pro de la Monarquía resultó

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contraproducente: éste fue el caso de lareconquista de algunos diarios queempezaban a inclinarse por laRepública. En cuanto a los ministros,carecían realmente de un programacomún y en los momentos difícilesactuaron cada uno por su cuenta: GarcíaPrieto escribió en una esquela aRomanones que pensaba dimitir eljueves del escrutinio de las eleccionesmunicipales. No le dio tiempo a hacerlo,porque mientras tanto se habíaproclamado la República.

El gobierno monárquico noconsiguió calmar la agitación de laopinión pública: los disturbios

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universitarios siguieron y ante ellos nose adoptó una política coherente por lastensiones entre los miembros delgabinete. La promesa más inmediata deAznar consistía en la convocatoria deelecciones municipales y, desde luego,la llevó a cabo rápidamente. En símisma, desde el punto de vista de laMonarquía, constituía también un error,no sólo porque con las eleccioneslegislativas los monárquicos «hubieranechado el resto en propaganda», comodecía el marqués de los Hoyos, ministrode la Gobernación, sino porque en laselecciones municipales resultaba másperceptible la diferencia de

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comportamiento entre el mundo urbano yel rural. En las elecciones legislativasmuchas veces el voto rural compensabalos resultados del urbano y, en todocaso, todos los diputados eran iguales.En cambio, en las eleccionesmunicipales no sucedía lo primero, y,respecto a lo segundo, se puede decirque un concejal de Madrid o Barcelonatenía un rango incluso superior al de undiputado en el «cursus honorum»político.

Característica de estas elecciones,fue, en primer lugar, la incertidumbre enlos resultados pues, como escribían losgobernadores civiles al marqués de

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Hoyos, al no haberse realizadoelecciones desde 1922, eranimprevisibles: el censo, por ejemplo,había aumentado de maneraconsiderable. El gobierno confiaba enganarlas pero mantenía dudas acerca delmargen que podría conseguir. Ensegundo lugar, constituyó una novedadque el poder público no interviniera:«solamente para que se hicieran conarreglo a la ley podía yo estar en elMinisterio», escribe Hoyos; pero,además, intentar hacerlas de otro modo«hubiera resultado tan inútil comocontraproducente» (por la propiaheterogeneidad del gobierno, entre otros

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motivos). Otro rasgo fundamental fue laapatía de los monárquicos, que apenashicieron propaganda y acudieron a lacontienda electoral desunidos. Tanto laUnión Monárquica Nacional como losmonárquicos liberales temían que sucolaboración tuviera efectoscontraproducentes para ellos mismos.De hecho, en el nivel local, la derecha yla izquierda monárquica estaban confrecuencia enzarzadas en procesosresponsabilistas originados comoconsecuencia de la Dictadura. En estemismo nivel lo único que le quedaba ala Monarquía eran los caciques,capaces, a lo sumo, de artimañas, pero

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no de enfrentarse a un verdaderodespertar de la opinión públicanacional. Efectivamente, éste se produjoy constituye el último y el másimportante rasgo de estas elecciones:«Jamás conoció España elecciones enque los ciudadanos, sin distinción declases, se mostraran más interesados»,escribió un testigo presencial. Lajornada electoral fue concebida por losrepublicanos (y los monárquicosmínimamente perspicaces), como unplebiscito en que las posturas sereducían a estar a favor o en contra de laMonarquía, lo que significaba realmenteen pro o en contra del sistema

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oligárquico y caciquil.Dada la extraordinaria relevancia de

sus consecuencias, los resultados de laelección han sido muy discutidos. Losmonárquicos insistieron en que con laproclamación de la República fuederrotada la doctrina democrática. Losdatos últimos que tuvo el marqués deHoyos, antes de la proclamación delnuevo régimen, señalaban un total de22.150 concejales monárquicos y sólo5.875 antimonárquicos pero quedabanmás de 52.000 puestos por determinar.Sólo en ocho provincias (entre ellas, lascuatro catalanas) el número deconcejales republicanos era superior al

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de los monárquicos. Sin embargo, laforma correcta de interpretar losresultados no es ésta. Siempre, a lolargo del reinado de Alfonso XIII, sehabía dado diferente importancia a losresultados de los núcleos urbanos y delmedio rural. Ahora, en los primeros, laMonarquía había sufrido una verdaderahecatombe: salvo en muy pocas (9),caracterizadas, además, por su tonoconservador (Palencia) o su corrupciónelectoral (Cádiz), las capitales deprovincias habían proporcionado unaneta victoria a las izquierdas. Lasdiferencias eran todavía más grandes envotos que en concejales (en Madrid el

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triple que los monárquicos, enBarcelona el cuádruple). Resultatambién interesante comprobar que entodos los distritos de ambas capitales,incluso en los más caracterizadamenteburgueses, la victoria había sido de losantimonárquicos y que, según el marquésde Hoyos, las noticias de los pueblosimportantes eran, como las de lascapitales de provincia, desastrosas parala Monarquía. En una región comoAndalucía la izquierda venció en elconjunto de las poblaciones de más de10.000 habitantes. En cambio, en todoslos ayuntamientos de Fuerteventura yLanzarote no hubo elección porque sólo

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se presentaron candidatos monárquicosde significación caciquil.

¿Qué había sucedido? Simplemente,que el sistema caciquil se habíacolapsado; por vez primera en España elgobierno era derrotado en unaselecciones. Habían votado aquellaszonas en las que existía opinión públicay se habían pronunciado en contra deuna Monarquía que, a nivel local, noestaba ya representada por ningunafuerza renovadora, sino únicamente porlos caciques. En el medio rural no sehabía votado por la Monarquía: enrealidad se había continuado sin votar,como se demuestra por el hecho de que

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se aceptó pasivamente el cambio derégimen y los concejales elegidoscambiaron de forma inmediata suadscripción política. Interpretados asílos resultados, la situación de laMonarquía resultaba gravísima. Lospolíticos monárquicos, como De laCierva o Romanones, apenas si podíancreer los resultados que recibían porteléfono, porque la esperanza de que sehicieran unas elecciones sinceras sehabía visto decepcionada en muchasocasiones anteriores. Ahora, Españahabía ya alcanzado una indudablemadurez y ella trajo un cambio decomportamiento político que, tal como

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se planteó, supuso, con el advenimientode la democracia, el colapso de laMonarquía.

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Últimos momentos dela Monarquía

La noticia de los resultadoselectorales sorprendió totalmente alpaís: a los monárquicos, que a lo sumoconsideraban que la situación era difícil,y a la mayoría de los republicanos, queno esperaban tal éxito ni tampocoprevieron sus consecuencias. Buenaprueba de ello es la frase de Aznarcuando se le preguntó acerca de laposibilidad de una crisis política: «¿Quémás crisis desean ustedes que la de un

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país que se acuesta monárquico y selevanta republicano?».

Con posterioridad a la proclamacióndel nuevo régimen varias figurasrelevantes del monarquismo debatieronlas responsabilidades de este hecho.Este debate, por interesante que parezca,en realidad no viene a demostrar sino lapropia división de los partidarios deAlfonso XIII, porque la posibilidad delmantenimiento de la Monarquía era yamínima. El mismo marqués de Hoyosmuestra en sus memorias suconvencimiento de que «la Monarquíaestaba estrangulada sin posibilidad».Cualquier cosa que se hubiera intentado

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en este momento para mantener elrégimen habría tenido como resultado elfracaso y, a lo sumo, algúnderramamiento de sangre. La ocasiónpara salvar el trono se había perdidodesde hacía ya meses: sólo hubiera sidoposible liderando una transformaciónrenovadora de la política española.

No obstante, resulta cierto que ahorano se intentó con decisión ningún actoconcreto, sino que más bien cada sectorpolítico monárquico optó por su propiaactuación independiente, sin cuidarse deconsultar a los demás, comocorrespondía a un gobierno heterogéneoque tan siquiera tenía pensado qué hacer

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en caso de derrota. El general Berenguerenvió a los altos cargos militares untelegrama por el que pretendía apartar alEjército de la política partidista. Loexplica en sus memorias diciendo que«mi preocupación fue el temor de quelas informaciones exageradas ypartidistas que seguramente seríantransmitidas a provincias pudieranimpresionar al Ejército y dividirlo en laapreciación de la verdadera importanciay alcance de lo ocurrido». La alusión aque el país seguiría el rumbo que lehabía señalado la voluntad nacionalparecía indicar que el gobierno noestaba dispuesto a resistir por la fuerza

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a los republicanos, lo que responde a larealidad. Por su parte, el duque deMaura, a espaldas del Consejo deMinistros, se puso en contacto con losrepublicanos para tratar de llegar a unacuerdo en lo que respecta a lainmediata realización de las eleccioneslegislativas, sin lograr nada de ellos.Romanones, sorprendido y vencido, noveía otra posibilidad que la ordenadatransmisión de poderes al adversario.Consciente de la derrota, su actitud fuela de realizar los máximos esfuerzospara que la ya inevitable caída de laMonarquía se hiciese con el menortrauma posible. El resto del Consejo de

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Ministros dudó entre declararsedimitido o esperar a las eleccioneslegislativas. Tan sólo la De la Cierva yBugallal fueron partidarios de laresistencia a ultranza. Mientras tanto,Melquíades Álvarez declaraba que lahora de los constitucionalistas habíapasado ya cuando, en realidad, habíapasado hacía tiempo.

La actitud de los republicanos fueexultante, pero por un momento semantuvo dubitativa. El propio desarrollode los acontecimientos consiguióconvencer a los miembros del gobiernoprovisional republicano de laposibilidad de tomar inmediatamente el

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poder, tal como Miguel Maura parecíahaber pensado desde que se conocieronlos resultados de las elecciones frente ala reticencia de Azaña. La propia actitudde los dirigentes monárquicos fuedecisiva a este respecto, como tambiénla de Sanjurjo, director general de laGuardia Civil, que se presentó a Mauray «con muy pocas palabras y con lapremiosidad habitual en él» le dijo quetanto él como el Instituto que dirigíaacataban la voluntad popular y pasabanal servicio de la República.

El Rey, de acuerdo con susconsejeros, consultó el parecer de losgenerales, pero el desarrollo de los

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acontecimientos le indujo a optarfinalmente por suspender el ejercicio dela potestad real y dejar el país. Desdeluego no pensó en resistir con ayuda dela fuerza, tal como le proponían De laCierva, Bugallal y Cavalcanti. Es más,en un momento de indignación, alprimero le dijo que «no veía más allá desus narices». Muy probablemente teníarazón en esta frase, con la quecondenaba una postura que a lo sumopodía aspirar a que se produjera unaguerra civil. Pero ni aun así el resultadohubiera sido favorable a la Monarquía,pues el mismo marqués de Luca de Tenaha escrito que, de haberse producido, el

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resultado le habría sido adverso. En estaocasión, como también en otras, elMonarca mostró más perspicacia ysentido común que algunos de suscolaboradores.

La caída de la Monarquía se habíaproducido, en esencia, porque,inevitablemente quizá, susrepresentantes se habían identificado enun determinado momento cardinal contodo lo que el país consideraba caduco.No tenía por qué haber sidoinevitablemente así, pues la instituciónno había sido menos regeneracionistaque otros sectores de la sociedadespañola, pero la realidad es que esta

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última acabó prescindiendo de lasinstituciones monárquicas como sifueran el estorbo principal para sumodernización. La República se iniciócon el logro de la veracidad electoral(o, por lo menos, de una veracidadelectoral muy superior al pasado), peroen los años venideros España hubo dedescubrir que proscribir la Monarquíano significaba, necesariamente, el fin delos problemas. En el ambiente crispadoy tenso de los años treinta, la forma enque se plantearon, todos a la vez y conmaximalismo en las posturas políticas,hizo difícilmente viable el sistemademocrático nacido en abril de 1931.

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JAVIER TUSELL GÓMEZ, (Barcelona-España- 26 de agosto de 1945 /Barcelona 8 de febrero de 2005) fue unhistoriador español, catedrático deHistoria Contemporánea en la UNED.Nacido en Barcelona, se trasladó prontoa Madrid con su familia, donde curso elbachillerato y posteriormente las

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carreras de Filosofía, Historia yCiencias Políticas.Tras doctorarse y especializarse enHistoria Contemporánea, se dedicó a ladocencia desde 1966.Especialista en la historiacontemporánea de España, Tusellconstruyó una producción ingente eimprescindible para el conocimiento dela historia política de España en el sigloXX: elecciones y partidos políticos,Alfonso XIII, el caciquismo, el golpe deestado de Primo de Rivera, lademocracia cristiana en España, Francoy su régimen, España y la II GuerraMundial, las relaciones entre Franco y

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el Conde de Barcelona, los católicosbajo el franquismo, la oposicióndemocrática a dicho régimen, CarreroBlanco, Arias Navarro, la figura delpríncipe y después rey Juan Carlos.Todo ello para tratar de explicar untema crucial y obsesivo para lageneración a la qué perteneció: lademocracia en España, las razones porlas que no se estabilizó durante laSegunda República y las consecuenciasde su fracaso —la dictadura franquista—, así como el restablecimiento de lademocracia y el carácter de laMonarquía del rey Juan Carlos I y delEstado de las autonomías.