herencia genética o influencia 1

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Page 1: Herencia Genética o Influencia 1

¿Herencia genética o influencia ambiental?

agosto 22, 2010

Uno de los debates científicos y sociales más vivos durante los últimos años es el que gira

en torno a cuál es la influencia de los genes en nuestro comportamiento. Ya sea en

discusiones sobre feminismo, educación o delincuencia no tarda en salir la cuestión de si

los roles de género, el talento, la agresividad o cualquier otro rasgo de la personalidad son

algo heredado, que a cada persona le vino de serie al nacer, o bien lo aprendió de su

entorno.

Una polémica que suele estar avivada por las noticias que de un tiempo a esta parte han

empezado a surgir acerca del descubrimiento de genes que afectarían a comportamientos

cada vez más específicos: ya sea alcoholismo, timidez, homosexualidad… confío en que

hallen pronto el gen de ponerse nervioso si la persona que está delante en una cola no

avanza y deja demasiado espacio delante suyo. Explicaría bastantes cosas. Así que la

batalla entre ambientalistas e innantistas aparentemente está resolviéndose a favor de estos

últimos. Pero la disputa viene de lejos y el péndulo no ha dejado de oscilar de un lado a

otro según la época.

Comencemos en el siglo XVIII, cuando los filósofos ilustrados Locke y Hume sostenían

que al nacer la mente es como una página en blanco -todo dependía del entorno en el que

una persona creciera- mientras Rousseau teorizaba sobre el buen salvaje que no había sido

corrompido por la civilización. Pero a lo largo del siglo siguiente pasó a imperar la opinión

opuesta, en parte gracias a Francis Galton. Fue primo de Darwin, científico por el que

sentía una gran admiración y cuyos logros atribuía a una excepcional “disposición mental

hereditaria” y que como pariente suyo modestamente decía compartir…

Pero además de primo de Darwin, Galton ejerció de otras muchas cosas. Explorador que

descubrió el norte de Namibia, inventor del uso de huellas dactilares para la identificación

personal así como de los mapas del tiempo, hizo contribuciones fundamentales a la

estadística… y teorizó y promovió fervientemente la eugenesia. Fue el primero en

establecer como conceptos opuestos “naturaleza” y “entorno” (nature y nurture, en inglés).

Motivado por el orgullo que le producía su parentesco, investigó linajes de personajes

ilustres (y fue también pionero en el estudio de gemelos) para demostrar que el genio se

hereda, aunque por entonces evidentemente no se conocía qué eran los genes.

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Ahora bájese los pantalones

Galton, en definitiva, fue partícipe de los valores racistas y clasistas victorianos que

sirvieron para justificar el imperialismo, la frenología y poco después, a comienzos del

siglo XX, las políticas de eugenesia con personas consideradas nocivas para la mejora de la

raza (esterilizando a retrasados, epilépticos o miembros de minorías étnicas) que se

iniciaron en Estados Unidos, Canadá y varios países europeos y sudamericanos, que

tendrían como colofón apoteósico el genocidio llevado a cabo por el III Reich.

Cambio de ciclo

El fin de la Segunda Guerra Mundial supuso en este debate un nuevo giro del péndulo en

sentido contrario, uno especialmente drástico. Pero al rechazar -con plena razón,

obviamente- las doctrinas eugenésicas y la pseudociencia racial nazi se tiró también al niño

junto con el agua sucia. Por temor a que cualquier hallazgo al respecto se convirtiera en un

caballo de Troya para la doctrina política que ya había devastado Europa, cualquier alusión

a posibles rasgos innatos y heredables pasó a considerarse tabú. Esto ocurrió también en

otros ámbitos, el hecho de que el tabaco es malo para la salud tardó en establecerse en los

países occidentales por haber sido los nazis los primeros en advertirlo.

Pero esa ley del silencio académica saltó por los aires con la publicación de

“Sociobiología” de Wilson en 1975, un libro sobre selección natural, herencia y parentesco

en el reino animal… y también en el ser humano. Ahí la lió. Nunca un experto en hormigas

provocó semejante huracán intelectual y político. Boicots a sus clases, manifestaciones de

estudiantes radicales, insultos e incluso agresiones ante lo que en principio era una anodina

publicación sobre zoología que parecía destinada a coger polvo junto a otras en bibliotecas

de las facultades.

Para las utopías igualitarias los rasgos heredados suponían un obstáculo

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El revuelo no era a causa únicamente del recuerdo del nazismo. En las universidades de la

mayor parte de los países occidentales se vivía ambiente de agitación izquierdista mucho

mayor que el actual. Las utopías hippies y marxistas en torno a la creación del “hombre

nuevo” y de un mundo perfectamente igualitario en el que todo fuera paz, amor y

colectivismo, requerían un ser humano totalmente moldeable por medio de la

educación/adoctrinamiento. Si había algo en las personas que no podía ser modificado

mediante la educación entonces el cambio social no podría ser completo ni se lograría un

pleno igualitarismo, pensaban.

Pero con el paso de los años las aguas políticas fueron calmándose, los estudios sobre

genética comenzaron a proliferar y el clima intelectual fue abriéndose poco a poco a estas

ideas. El péndulo comenzó a moverse de nuevo en sentido contrario. Si se asume que la

igualdad de los ciudadanos debe ser un principio político, no un hecho biológico,

entonces se empezará a perder el miedo –casi siempre infundado- a cualquier hallazgo al

respecto. Sería absurdo estar esperando a los resultados de un laboratorio de ADN para

confirmar que todas las personas deben tener derechos. Y respecto a qué metas pueden

lograrse mediante la educación… simplemente habrá que renunciar a las expectativas

desmesuradas.

La primera impresión es la que importa

Así que tras estos vaivenes históricos, actualmente en el debate sobre naturaleza o cultura,

herencia genética o influencia ambiental, la conclusión más prudente para muchos podría

ser decir que mitad y mitad, que ambas son importantes. Pero esta respuesta presenta el

inconveniente de ser bastante tibia (y en cualquier polémica lo divertido es tomar partido y

no parar hasta aplastar el cráneo de los rivales) y además no entra en muchos detalles.

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Konrad Lorenz y los patos que lo tomaban por su madre

Por eso Matt Ridley en “Qué nos hace humanos” propone una manera de enfocar el asunto

más interesante y sutil que limitarse a repartir salomónicamente la influencia entre los

genes y la educación. No hay rivalidad entre ambos, asegura, porque la función de los

genes es precisamente interactuar con el ambiente.

Para eso toma como referencia los estudios de Konrad Lorez en torno a la impronta, que es

como se denomina a la imagen que queda grabada en el cerebro de las crías de oca al nacer

y a la que pasarán a seguir a todas partes, que será o una oca madre o bien un científico con

barba y gafas. Esa impronta es claramente una influencia ambiental, pero es así porque sus

genes han establecido previamente que dicha primera impresión debe ser importante en la

vida de ese animal.

Existas improntas de muy diverso tipo tanto en el reino animal como en el ser humano. Una

abeja obrera cualquiera, por ejemplo, puede convertirse en Abeja Reina si tras nacer es

alimentada con jalea real, porque así está programada esa respuesta al entorno en sus genes.

Es una influencia que marca de por vida, por eso los psicólogos y psiquiatras suelen atribuir

tanta importancia a la infancia, porque contiene las improntas que en parte nos

determinaron.

nunca aprenderá nuestro idioma, aunque parece prestar mucha atención

De la misma forma, cada idioma es un artefacto cultural, pero la facilidad de un niño para

memorizar el vocabulario y adquirir pericia con su sintaxis -y conservar ese acento de por

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vida, de paso- es claramente innata, véase la gramática universal de Chomsky. Hace falta

una disposición genética previa, por eso enseñar greguerías de Ramón Gómez de la Serna a

un mono langur resulta tan frustrante, creedme.

Gemelos, violencia y sentido del humor

Una herramienta muy valiosa para estudiar estos asuntos y en la como dijimos antes Galton

fue pionero, es el estudio de gemelos. Los gemelos univitelinos provienen ambos del

mismo óvulo y del mismo espermatozoide, así que su similitud genética es del 100%. Lo

interesante viene cuando cada uno de ellos ha sido criado en un entorno diferente,

proporcionando así una plataforma privilegiada para observar qué es lo que los distingue o

asemeja. Aquí enlazo una entrevista muy interesante a los investigadores Thomas J.

Bouchard y Nancy L. Segal que han tratado con casos de este tipo.

Por otra parte, un estudio elaborado en Dinamarca señala que el 52% de los gemelos

idénticos tenían el mismo grado de actividad criminal registrada, mientras que sólo el 22%

de los gemelos mellizos alcanzaban similares grados de criminalidad. También hay otros

estudios daneses sobre niños adoptados para estudiar si es mayor su afinidad a sus padres

biológicos o a sus padres adoptivos. De forma que un niño procedente de una familia que

no tuviera problemas con la justicia y fuera a parar a una familia igualmente honrada, tenía

un 13,5% de posibilidades de infringir la ley. Si la familia adoptiva era conflictiva, el

porcentaje subía sólo al 14,7%. Pero si la familia adoptiva era honrada y la biológica no,

sus posibilidades de delinquir ascendían nada menos que a un 20%. Y si ambas familias

eran del lado oscuro entonces la cifra asciende hasta un 24,5%. Lo cual nos muestra que

algunas personas serán especialmente sensibles a las influencias de su entorno… si

están genéticamente predispuestas para responder a esa influencia. Igual que la jalea

real para la abeja obrera.

Y entre col y col lechuga. Según una investigación que cita Ridley en su libro, el sentido

del humor presenta una baja heredabilidad. Los hermanos adoptados tienen un sentido del

humor similar, a diferencia de los gemelos separados. De forma que si usted adopta un niño

tal vez no pueda impedir que se convierta en un criminal psicópata, pero al menos ambos se

reirán de los mismos chistes.