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Hemeroteca histórica Gregorio Corrochano: cuatro miradas al toreo Entre la crítica de la primera mitad del siglo XX, Gregorio Corrochano adquiere una especial notoriedad, en especial por su trabajo en el diario ABC. Forma parte de la segunda generación de críticos que empezaron a escribir sus crónicas con calidades literarias, que eran compatibles con juicios técnicos. Testigo de la mortal cogida de José Gómez Joselito, que puso fin a la llamada edad del toreo del toreo, en toda su trayectoria queda patente su admiración por el menor de los Gallo y el recuerdo dolorido de su cogida marcó muchas de sus crónicas posteriores: «¿Qué es torear? Yo no lo sé. Creí que lo sabía Joselito y vi cómo lo mató un toro». Vivió también en primer plano la década de 1920 y 1930, a la que él dio nombre con su obra La edad de plata del toreo. En 1955 obtuvo el premio Castillo de Chirel, que otorga la Real Academia Española, y en 1956 el premio Mariano de Cavia. En este documento rescatamos de la memoria cuatro de sus trabajos en ABC. Los tres primeros se trata de artículos más de orden técnico, en tanto el cuarto se refiere a la apoteósica tarde de Antonio Bienvenida en Madrid en 1955. Documento

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Hemeroteca histórica Gregorio Corrochano: cuatro miradas al toreo Entre la crítica de la primera mitad del siglo XX, Gregorio Corrochano adquiere una especial notoriedad, en especial por su trabajo en el diario ABC. Forma parte de la segunda generación de críticos que empezaron a escribir sus crónicas con calidades literarias, que eran compatibles con juicios técnicos. Testigo de la mortal cogida de José Gómez Joselito, que puso fin a la llamada edad del toreo del toreo, en toda su trayectoria queda patente su admiración por el menor de los Gallo y el recuerdo dolorido de su cogida marcó muchas de sus crónicas posteriores: «¿Qué es torear? Yo no lo sé. Creí que lo sabía Joselito y vi cómo lo mató un toro». Vivió también en primer plano la década de 1920 y 1930, a la que él dio nombre con su obra La edad de plata del toreo. En 1955 obtuvo el premio Castillo de Chirel, que otorga la Real Academia Española, y en 1956 el premio Mariano de Cavia. En este documento rescatamos de la memoria cuatro de sus trabajos en ABC. Los tres primeros se trata de artículos más de orden técnico, en tanto el cuarto se refiere a la apoteósica tarde de Antonio Bienvenida en Madrid en 1955.

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El temple en el toreo

El temple pone de acuerdo al movimiento del toro que embiste y el movimiento del hombre que torea. Se templa el instinto con el instinto; para torear hace falta temple. Temple en capote y muleta que se lleva al toro; temple en el brazo que torea; temple en el hombre que torea con el brazo; para torear hace falta ser muy templador. Acaso el temple no esté bien definido y pueda confundirse con la lentitud. El temple depende del toro, como todo lo que se hace en el toreo. Si no van de acuerdo el movimiento del toro y la mano del torero, no hay temple, aunque haya lentitud. Tanto se falsea el temple por torear rápido como por torear lento. Si se torea con rapidez, si se lleva el instrumento de toreo a más velocidad del temple del toro, éste puede perder o variar el objeto de su codicia, modificar la cometida, destormarse si iba toreado, y hasta rematar en el bulto. Lo menos que puede acontecer es que la suerte se malogre, no se remate y, por tanto, no se ligue el toreo. Si se torea con lentitud, si se lleva el instrumento de toreo a menos velocidad del temple del toro, éste derrota don de alcance el capote o la muleta, y allí termina la suerte, que no es donde debe terminar. Para torear hay que excitar –citar en su sitio- la codicia con la distancia, y acompasar el movimiento –acompañar- a la bravura y a los pies del toro, conservando las distancia para que no enganche. Ni con más rapidez ni con más lentitud: con temple. Que una vez podrá parecer rápido si es rápido el toro; y otra vez parecerá lento si el toro es lento, sin codicia, sin poder y sin ganas de pelea. Esto es el temple en el toreo. Decíamos días pasados de la necesidad, la eficacia y el mérito de ligar las faenas, los pase de una faena. Para conseguirlo hay que torear con

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temple. La mayor parte de los enganchones y los desarmes son debidos a que por falta de temple, el toro derrota antes de terminar la suerte. Cuando la suerte no carga y se remata en su sitio, es inevitable que el torero se enmiende, y al enmendarse, los pases sueltos, no se ligan, porque cada pase es el comienzo de una faena que no se sigue, que se interrumpe, porque como no se lleva al toro toreado hasta donde debe ir, no derrota donde debe derrotar, y la faena se corta. Esas salidas jactanciosas de la cara del toro, mirando al tendido, son enmiendas para irse del toro, donde no se estaba muy tranquilo, y que el público aplaude porque hemos quedado en que le gustan mucho los retales. En el toreo como en el comercio se hacen verdaderas reputaciones y fortunas con los saldos. Además de todo lo apuntado, son causas de faenas atropelladas los defectos del temple. Cuando el torero es toreado por el toro, cuando no se acoplan, cuando no se entienden, es que tienen temple distinto. No desconocemos que hay toros difíciles de temple. Pero todo depende del temple del torero y del temple del hombre. Si queremos buscar un ejemplo que aclare las definiciones y conceptos tenemos que recurrir a Juan Belmonte. Toro el toreo de Belmonte está tejido con temple. No es que Belmonte inventara el temple (no habíamos llegado a la época de los inventos), es que lo practicó y prodigio con tantos toros, de una manera tan visible, que hizo posible hacer pasar toros que a otros no pasaban. Esto fue lo revolucionario de su toreo; el temple. Nada más. Pero éste nada más encierra mucho temple en la mano, mucho temple en el ánimo. Apuntarlo, toreros. Todos los toros, por mansos que sean, ponen un empuje, una fuerza inicial en la arrancada. Aún por instinto, por defenderse, por quitarse el trapo con que le hostigan, todos los toros embisten algo. Lo difícil es aprovechar “ese algo”, esa pequeña cantidad de esfuerzo para dar el pase. La mayor parte de los toros que no pasan es porque en su débil acometida por falta de bravura o por falta de poder pierden el objeto por la violencia con que el lidiador les separa capote o muleta. Belmonte, con su temple, es el que evitó decir más veces a los críticos de su época: “el toro se queda y no pasa”. En si pasaba o no pasaba el toro se fijaban mucho aquellos críticos, porque esto es más importante que la inspiración. Aun en el toro que pasa hay matices. Toros que pasan con facilidad y toros que pasan obligados. Este toreo tiene más calidad, y más técnica, y más riesgo. No es lo mismo “pasar”, que “obligar a pasar”, que “ver pasar”. En lo primero hay imperativo, mando, que no debe confundirse con el contemplativo “ver pasar”, aunque acuse tranquilidad. El toreo tiene una finalidad (no nos cansaremos de repetirlo): dominar al toro, y al toro no se le domina nada más que cuando la muleta tiene el mando de la mano del torero. Con la muleta bien mandada se torea tan limpiamente que el toro va por donde quiere el torero. (Hago excepción del toro de sentido, que modifica la arrancada y sorprende. Pero si se ha visto el toro, debe estar prevenido y no hay excepción). Esos toros que después de muchos pases, algunos muy aplaudidos, llegan “crudos” al momento de la estocada, sin dominar, son los toros que no se han toreado bien, que no

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se les ha hecho faena, a pesar de los muchos pases, porque el matador, más atento a buscar oportunidad a la monserga de su invención, ha descuidado todas las normas del toreo y ni ha mandado, ni ha templado, ni ha ligado; con lo que queda dicho que no ha toreado. Advierto que no rechazo los adornos, la gracia espontánea de los adornos, con que se resuelve un movimiento inesperado del toro, porque esto es adorno de visión torera, recursos de buen gusto. Lo que rechazo es el adorno reiterado, insistente, porfiador, premeditado, como base y norma del toreo, que ya deja de ser adorno para ser un estilo de dudoso gusto. Ya tenemos al toro igualado en el sitio donde “tiene la muerte”. Ahora me doy cuenta de que como he puesto mi afición al día, tengo el estoque de madera. Voy a por el otro. Hagan ustedes y el toro el favor de esperar. No voy nada más que hasta la barrera. Vuelvo enseguida. Publicado en ABC, 6 de julio de 1954

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Teoría de la muleta

El toreo de muleta no es una sucesión de pases sin ninguna relación entre sí. Una faena no se compone de pases sueltos, más o menos numerosos y más o menos artísticos. Esto no tendría ninguna eficacia, y el toreo no es toreo en tanto no se le relacione con el toro. El toro es el que da la medida de la faena: clase y número de pases, distancia a que debe colocarse el torero, mano que ha de emplear preferentemente. La distancia de la muleta al toro es lo primero que se debe medir. Si el toro es bravo y conserva poder, se arrancará antes que el manso y el agotado. Decimos manso por diferenciar. El manso absoluto no existe en el toro de lidia. Hay una escala de bravura que va del toro codicioso, rápido, pronto en acometer, pegajoso, lo que llamamos nosotros bravura agresiva, con muchos pies (ligereza), al toro pastueño, tardo, falto de codicia, lo que nosotros llamamos bravura pasiva. En esta escala intervienen la resistencia y el poder del toro. Esto debe tenerlo en cuenta el matador al hincar la faena, para saber hasta dónde tiene que llegar con la muleta, que en el curso de la faena irá acoplando, según vaya el toro. El público suele fijarse en si el toro abre o no abre la boca. No es mal síntoma porque es indicio de fatiga o resistencia, si el toro se ha “roto” en la lidia o no ha gastado facultades y conserva el poder. Cuanto más bravo es el toro más “se rompe”, porque pone más esfuerzo en embestir y embiste más veces. Por esto no me gustan nada los recortes de salida, a ver si dobla, que son innecesarios, como ya veremos, porque el que más daño hacen es al toro bravo; el Reglamento los prohíbe. El terreno que debe pisar el torero, la distancia a que debe situarse, depende de todos estos factores. Toro que deja acercarse sin embestir, sin arrancarse, o tiene poca bravura o tiene poco poder. Al torero le toca medirlo. Más que del valor del torero, depende del estado del toro. Para mí, cuando un torero pisa un terreno inverosímil, sin desconocerle valor. Ante el toro agotado que mató el picador-, le reconozco principalmente

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conocimiento del estado del toro, y en mi concepto sale ganando, pues yo doy mucha importancia al conocimiento de la res, que tengo por fundamental en tauromaquia. Una vez decidido el terreno en que debe colocarse el torero, la distancia a que pasa el toro del torero en el centro de la suerte, tiene mucha importancia emocional, más que la distancia a que el toro le dejó llegar, que no depende del torero sino del toro. Esta distancia no sólo mide valor, sino calidades del pase. Indica que se tuvo serenidad para ver llegar al toro, que no se torea con el pico de la muleta, sino bien centrado, y se domina mejor que cuando se torea despegado. No exageramos la distancia por las mancas de sangre del vestido de torear, que si se hace bien el torero, si hay temple y pasa todo el toro mandado en pase largo, hasta donde debe volverse la muleta y rematar, no hay sangre en el traje. La mancha se produce si no hay temple, si se codillea, si no va el toro toreado. Todas esas taleguillas sucias de sangre del costillar del toro revelan una muleta de poco mando y dominio, que el toro toma como quiere, pasa sin que le obliguen, unas veces despegado, otras ceñid, cuando no es ardid, restregón a cabeza pasada, para impresionar a aficionados novatos y a mujeres con ramos de flores folklóricos. Cuando se torea bien, todo es limpio y si hay sangre en el traje, no es del toro, es del torero. Es muy importante considerar el terreno que pisa el torero. Hay toreros que necesitan que el toro les venga; otros prefieren el toro que les permite colocarse más cerca, que les deje llegar, hasta donde les es más fácil torear, donde están más a gusto con el toro. Así vemos que, en el primer caso, si el toro se arranca a la distancia a que acostumbra a torear el torero, no se torea bien; en el segundo caso, si el toro no le deja llegar, no le deja acercarse a pisar el terreno que acostumbra pisar, tampoco torea bien. Sin desconocer, por tanto, esta modalidad de cada torero, hay que poner un límite de distancia. Ni tan largo que el toro le cuete trabajo ir o no vaya, en porfía inútil, ni tan cerca que no haya espacio para desarrollar el pase completo y quedar preparado para el siguiente, con lo que se ahoga el toro. Cada toro tiene su sitio, según su bravura, su poder y hasta sus querencias. Por eso es muy difícil torear. Por eso hay muy pocos toreros que toreen bien. Hay una tendencia a romper las faenas, cortarlas y separarlas del toro. Si es para cambiar de mano o cambiar de terreno, está justificado. Si es para luego volver al mismo sitio y continuar lo interrumpido, tiene riesgo, en algunos toros, de tener que volver a empezar; nunca se debe olvidar que la faena, además de su interés artístico, tiene una finalidad técnica, finalidad a la que hay que atender para no malograr lo artístico; porque no se está toreando de salón aunque algunas veces lo parezca. Esto es, hay que ligar las faenas hasta conseguir igualar al toro en el sitio donde el toro tenga la muerte. Dar tres pases y un paseo; otros pases y otro paseo, es pasear más que torear. Es sacar la faena a retazos, y es recoger a regazos los aplausos, que, a veces, no quedan ya para el final porque se han gastado los retazos, y el hombre se va a la barrera como si no

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hubiera hecho nada. No desconocemos que estos retazos tienen su público, como lo tienen las liquidaciones y los saldos, donde no se busca la calidad. La faena más perfecta es aquella en que el toro cae herido en el mismo sitio donde se le dio el primer pase. Publicado en ABC. Madrid, 10 de julio de 1954

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Mandamientos de las corridas de toros

Por las amplias puertas de la plaza va entrando la muchedumbre, que luego, en los pasillos, se dispersa en corrientes precipitadas en busca de los asientos. Las bocas de los tendidos parecen un manantial humano. Antes que los toreros, pisan el ruedo los encargados de retirar unos anuncios, que están caídos en la arena y que no sé si alguien lee. No es éste un decorado muy artístico y entonado, pero debe ser un alivio económico para la pobre empresa de Madrid. La música toca un pasodoble torero y salen las cuadrillas. Levanta esa cara, muchacho, no mires tristemente al suelo, que hay muchas mujeres en la plaza que han venido para verte. Un poquito más de garbo en ese andar cansino. Que no parezca que eres torero a la fuerza. No las entristezcas, que traen ramos de flores para ti, y alguna, más torera o más atrevida, te echará al ruedo un zapato como una zapatilla de torear, que está muy de moda. Anda con ese andar alegre y juvenil de pasodoble. Sale el toro. El que quiera ver bien una corrida, que no pierda de vista al toro. Donde está el toro, está la corrida. Que no se distraiga por mirar a un torero. Siguiendo al toro, ya se encontrará con el torero. Fíjate cómo corre el peón el toro, porque no es lo mismo que el peón corra al toro, que el toro corra al peón. Cuando éste se mete precipitadamente en el burladero, y no le da tiempo a esconder el capote, el toro se estrella en el burladero y se lastima, es que el toro corre al peón. No le aplaudas los recortes. Cuanto más bravo es el toro, cuanto más fuerte se arranca, más daño sufre en los cuartos traseros, principalmente, con el recorte que le obliga a frenar y cambiar rápidamente de dirección. Sabed, que estos recortes están prohibidos y multados en ese reglamento que no se cumple. No incurras en aplaudir lo que está sancionado. Si los recortes se multaran, y se publicaran las multas como se publican otras, el que aplaude se daría cuenta de que su afición también ha incurrido en multa. Cuando el picador barrena y mete el palo, aparta la vista del picador y mira al matador, que tiene un capote de brega y un turno para entrar al quite. (Entrar, ir a sacar al toro, ir a quitar al toro del picador, no esperar

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a que salga el toro cuando pueda del enredo del peto sin salida). No le pidas al picador que saque el palo. El picador, ni puede, ni debe sacar el palo. Es su defensa y la del caballo. Si saca el palo en el centro de la suerte, le estrella el toro. Aunque este picando muy mal no puede sacar el palo. Es como si a un torero, porque está toreando mal, se le obligara a tirar el capote. Las suertes del toreo son buenas o malas, pero no admiten enmienda hasta que terminan. Lo que tiene que hacer el matador es precipitar el quite. Si quieres bien al toro, no te conformes con verle en dos puyazos de muerte, sino en varios puyazos de castigo. Si un matador entra en su quite, y el toro le pasa, y otro entretiene el suyo en no torear, es que éste no sabe torear de capa; quítale puntos. Si abusa en el quite del capote a la espalda, sigue desconfiando de que sepa torear. No pidáis que banderilleen los matadores. No saben ni los que parece que saben. ¿Quiebra alguno un par en los medios, como hacían antes los matadores para diferenciarse de sus banderilleros? No; lo que hacen es cuartear más o menos espectacularmente, sin cuadrar ni parar en la cabeza del toro. Todo rápido, precipitado, confuso. No interesa. Prefiero al “Vito” y “Almensilla”. La distancia de la muleta al toro, no hay que medirla antes del pase, sino en el centro del pase y después del pase. Antes del pase, el terreno depende de la bravura, de los pies y del estado del toro por el exceso o la falta de castigo. Se puede citar distanciado o muy cerca, del toro depende más que del torero; en la lidia de hoy depende del picador. Ni tan distante que el toro no acuda al cite, ni tan cerca que no se pueda adelantar la muleta, que es como se deben empezar los pases para ser completos. Cada toro tiene su sitio, como cada torero. Lo que hay que mirar son los pies del torero en el centro del pase cuando se está pasando al toro, la distancia a que le pasa, y la distancia a que se lo deja o remata el pase. Esa distancia, despegada o ceñida, y la quietud de pies en ese instante es lo verdaderamente importante del pase; más, mucho más que la distancia a que se coloca para dar el pase. Porque la quietud y la distancia en el centro de la suerte revelan que el toro va muy bien toreado, a su temple, muy embarcado en la muleta, que el que manda es el torero. El pase hay que rematarle, sin dejarse enganchar la muleta –temple- y llevarle, hasta dejarle a una distancia, que el torero no tenga que irse, ni dar un salto atrás, para ligar la faena sin interrupción, sin que pueda servir de pretexto salirse para saludar. Ya saludará después. El toreo debe fluir con naturalidad, sin violencias y espontáneamente. Todo lo preparado es artificioso, incluso los pases de pecho, que no deben porfiarse, sino ligarlos en los remates naturales, como una consecuencia, que es lo que son. Los pases obligados de pecho, que es lo contrario de los preparados, porque supone pararse y echarse por delante un toro, con serenidad, sin enmendarse, cuando se le revuelve para cogerle. Estos

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fueron siempre los pases más destacados. Si esto decimos de los pases preparados de pecho, que aunque preparados tienen calidad, ¿qué diremos de esos pases que se preparan retorciéndose, y se amplían echando el brazo a las ancas del toro, como en un coleo, que acaban en el pase del “tío vivo”? En los mandamientos de la estocada, no queremos entrar, hasta que un premio Nobel de Medicina descubra el tratamiento de la enfermedad del estoque de madera, y los matadores, ya curados, puedan practicarla, sin las deficiencias que hay que achacar a la lesión de una mano. Publicado en ABC el 16 de junio de 1955

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Comunicación con Joselito

Joselito: Desde aquella tarde, en que tú te encerraste en la plaza de Madrid con siete toros de Martínez, no se había producido nada tan parecido en el toreo hasta el 3 de julio de 1955. Cierto que en este tiempo hubo grandes efemérides. Cierto que después de ti hubo toreros muy buenos, de gran personalidad, que aisladamente mantuvieron la afición y volvieron a las plazas el interés perdido al faltar tú. Pero es cierto también que cambiaron el ambiente, con el ambiente los gustos, preparados por una consentida y apoyada propaganda, lo que falseó y vició el toreo -vició muchas cosas- y malogró toreros que hubieran sido de época. Las corridas perdieron unidad, se rompieron, se deshicieron, se desflecaron, fueron otra cosa de lo que fueron en tu tiempo, con un toro y un toreo de "pitiminí". Se inventó un "slogan" -frase comercial, de bazar barato- que dice: "Una cosa es lidiar y otra torear." No sé si te darás cuenta de lo que esto quiere decir, tú que llevabas la tauromaquia en el forro de la montera, bien ajustada a la cabeza. Lo que quieren decir es que para torear no hace falta lidiar, y prescindieron de la lidia. ¿Que cómo se puede torear sin lidiar? Pues te lo voy a decir. Se han desentendido del primer tercio. Nada de "vamos, Camero”, “atrás, Camero”, y tú solo, con el capote de brega, colocando el toro, atento al picador y al quite y a la lidia del toro que tenías que "pesar" con la muleta. No escribo pasar, sino "pesar", que para pasarse todo el toro hay que llevarle pesado, medido, consintiendo y sintiendo el toro en la muleta. El matador no anda por el ruedo con paso de matador hasta que coge la muleta. Para todo lo demás delega en la cuadrilla, "que una cosa es lidiar y otra torear". Cuando cogen la muleta toman un estoque de madera. No es que maten con el estoque de madera, a ese invento no han llegado todavía. Le usan no sé si es porque les pesa menos o porque no quieren acordarse de que tienen que matar. A la muleta, y únicamente a la muleta, han reducido los tres tercios de la lidia. Comprenderás que si hay faenas magníficas, porque coinciden con el estado de un toro del que ellos no se han preocupado, hay equivocaciones a montones; tú sabes que al toro ni se le puede perder de vista ni se le puede dejar a que ande a su antojo por la plaza, es decir, que hay que lidiarlo desde el primer capotazo.

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Pues en es fecha que te cito, José, 3 de julio de 1955, un torero llamado Antonio Bienvenida lidió y toreó seis toros de Galache, como tú lidiaste y toreaste los siete de Martínez. Deshizo el "slogan" de bazar taurino y juntó lidiar y torear en seis toros, en una misma tarde y, al sumarse lo que habían hecho heterogéneo, el resultado fue tu corrida de Martínez. No cabe pase: resultado más igual, de sumandos más parecidos: lidiar y torear. Tú sabes que los picadores no pueden andar por el ruedo a su albedrío, sino guiados don por el capote de brega del matador. Este torero Bienvenida mandaba colocar al picador y después le ponía el toro en suerte, y le decía al picador: "Anda, ahora." Y cuando había que entrar a quitar el toro, entraba y le sacaba, a veces con ese atropello por las afueras, apretado por el toro, como hacía de vosotros; y después, una vez sacado el toro como fuera, el adorno, pero primero el quite. No sé si en los seis dejó intervenir alguna vez al saliente; creo que le invitó a hacer un quite, pero la lidia la llevaba toda él, tal como tú aquella tarde, que acabaste, por quedarte solo con Blanquet. Y se dio el caso de hacer de unos lances puramente de adorno, de escuela sevillana, una regla de tauromaquia, de una lidia eficaz. Desde el centro, por chicuelinas, se llevó el toro al picador, para que luego digan que una cosa es h: lidiar y otra torear. Otra vez se lo llevó a punta de capote, y con una revolera dejó al toro clavado frente al picador. Sé lo que me contestarías si pudieras: "Que esto lo hacía tu hermano Rafael." Pero ¿quién más lo ha hecho? o Los toros se dejaban abiertos, para ver desde donde se arrancaban, y el picador iba y medía la distancia, acortándola si era preciso, que es lo que debe hacer el picador. Te aclaro esto porque ahora el que acorta la distancia a todos los toros es el peón, llevándole hasta el estribo del picador y quedándose, naturalmente, a la derecha. Como el caballo de un picador se resabiara, y no quisiera ir, Antonio dijo: "Quieto". Y llamó al otro picador: "Ven tú." Esto es llevar la lidia con orden. Te parecerá, Joselito, que yo con los años chocheo al dar tanta importancia a estas cosas que son elementales. Pero es que todo esto, que era elemental y normal en las corridas, ha desaparecido, ya no se usa. Y me preguntarás: "¿Entonces qué queda del tercio de varas, te contestare: a. Cuando los matadores cogen las banderillas -ya las cogen muy pocos- banderillean muy espectacularmente, pero no practican el quiebro que tanto os distanciaba de vuestros banderilleros. En esta corrida que te cuento se fue Bienvenida al toro con un par en la mano; el toro estaba en el tercio bastante cerrado; parecía dudar si iba a salir por fuera o si iba a meter por dentro. Cuando llegó cerca, se arrancó fuerte el toro, y el torero se paró y, con un quiebro casi imperceptible de cintura, le dio salida y le dejó un par de esos que se torea ahora mucho con la mano izquierda, mucho más que en tu época, pero se lleva el pase hecho, generalmente, con la muleta retrasada y un poco de perfil. Así el toro -y el torero- aguanta muchos pases, porque no se quebranta el toro; no tienes idea de lo largas que son las faenas, ni de los pases inútiles que sobran, ni de los toros que se van sin dominar. Pues este muchacho, que mató los seis toros del Montepío, toreó con la izquierda, adelantando la muleta al mismo tiempo que la pierna contraria, que es lo eficaz, difícil y peligroso, y tú sabes la

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importancia que esto tiene, como arte y como dominio; lo distinto al perfil y al pase hecho sin adelantar la muleta. Todo a la distancia justa, a la necesaria, sin atropellar ni ahogar el toreo, con soltura, con facilidad, con maestría. No domina la suerte de matar, y en esta corrida mató recibiendo; tú también lo hiciste. Ya un toro muy zancudo, delantero, que adelantaba por el lado derecho, le entró solo en los medios con gran valor; le prendió por el pecho y le rompió la rizada camisa y la pañoleta, como se la rompían a Machaquito. Le cogió dos veces al matar. Y se tiraron como lobos a hacerle el quite los viejos del Montepío, sin capotes ni vestido de torear. Gratitud se llama ese quite. Esto ocurría en el cuarto toro. Como ya le habían dado tres orejas, con la emoción y el susto, nadie se acordó de pedir la oreja de este toro, para mí la más merecida. Lo que se vio claramente es que para matar bien necesita Antonio Bienvenida que vengan los toros a cogerle la muleta. Matará pronto si mata "a un tiempo"; al volapié neto, pinchará mucho, aunque pinche bien. En su mano tiene la muerte de los toros, más en la mano de la muleta para obligarles, y también, quizá, en su corazón, en ese corazón que puso en la corrida del Montepío. Te definiré, Joselito, a Antonio Bienvenida en tres palabras: "Humano, torero y hombre". La corrida tuvo sabor añejo, de buena solera. Yo me acordé, José, de la tarde de los toros de Martínez. Publicado en ABC el 6 de Julio de 1955