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Heidi Por Johanna Spyri

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Page 1: Heidi Por Johanna Spyri

Heidi

Por

JohannaSpyri

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PARTE1.

LOSAÑOSDEAPRENDIZAJEYVIAJES.

CAPÍTULOI

CAMINODELOSALPES.

Desde la alegre y antigua ciudad de Mayenfeld parte un sendero que,despuésdeatravesarverdescamposydensosbosques,llegahastaelpiedelasmajestuosasmontañas,deimponenteyseveroaspecto,quedominanelvalle.Después, el sendero empieza a subir hasta la cima de los Alpes, cruzandopradosdepastoyhierbasolorosas.

Por esta vereda trepaba, en una mañana espléndida, una alta y robustamuchachadelacomarca,yasulado,cogidadesumano,ibaunaniña,cuyasmejillasrojasdestacabanensurostrobronceado—loquenoerasorprendente,porque,noobstanteel fuertecalordeaquelmesde junio, laniñahabíasidoarropadacomoenplenoinvierno—.Lapequeñacontaríaunoscincoaños;eradifícil hacerse una ideade su figurayaque llevabadoso tres vestidos, unoencima del otro y, tapándolo todo, un gran pañuelo de algodón rojo que lahacíapareceralgoinforme.Consusgruesoszapatosprovistosdeclavosenlassuelas,laacaloradaniñaavanzabacondificultad.Hacíacercadeunahoraquelasdosviajerashabíancomenzadoa subirporel sendero,cuando llegaronaDörfli,unaaldeasituadaamediocaminohacialacima.Lajovenacababadellegarasupueblonatal,donde todos laconocían.Desdecasi todas lascasassalierongritosdebienvenida,peroellasiguiócaminando,aunquecontestabaalos saludos y a las preguntas, y sólo se detuvo frente a la última casa de laaldea.Lapuertaestabaabierta.Unavozlallamódesdeelinterior.

—Espérateunmomento,Dete.Sivasallíarriba,teacompaño.

Sequedóesperando.Laniñasoltósumanoysesentóenelsuelo.

—¿Estáscansada,Heidi?—preguntólajoven.

—No,perotengocalor—respondiólaniña.

—Falta poco para llegar; sólo un pequeño esfuerzo y en una horaestaremosarriba—ledijosucompañeraparaanimarla.

Enaquelmomentosaliódelacasaunamujercorpulenta,dedulceaspecto,ysereunióconellas.Laniñasehabíalevantadoyechóaandardetrásdelasdos amigas, que entablaron en seguida una animada conversación acerca deloshabitantesdeDörfliydelasaldeasvecinas.

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—Pero¿dóndevasconestapequeña,Dete?—preguntó la recién llegada—,¿noeslahijaquedejótuhermana?

—Sí,esella—contestóDete—.LallevoalViejoallíarriba,viviráconél.

—¡Cómo!¿QuieresqueestaniñasequedeconelViejodelosAlpes?¡Hasperdidolacabeza,Dete!¿Cómopuedeshacersemejantecosa?¡Yaveráscomoelviejoosmandarádevueltaacasa!

—¡Nopuedehacerlo!Essuabuelo,ahoraletocaaélhaceralgoporella,yo ya he hecho bastante. Te aseguro,Barbel, que no voy a dejar escapar eltrabajoquemeofrecen,acausadelaniña.

—Si él fuera como los demás, no diría que no—respondió Barbel conviveza—. Pero tú le conoces, y ¿qué quieres que haga con una niña tanpequeñacomoésta?Noquerráquedarseconél.Pero,dime,¿adóndepensabasir?

—AFrankfurt—repusoDete—.UnmatrimonioqueyavinoelañopasadoaRagatzmeofreceunbuenempleoensucasa.Enelhotelteníanlahabitaciónenlaplantadondeyoestabadeservicio.Yaentoncesquisieronllevarmeconellos,peronoacepté.Esteañohanvueltoymeofrecennuevamenteelempleo¡yestaveziré,puedesestarsegura!

—Deloqueestoyseguraesdequenomegustaríaestarenelsitiode laniña—exclamóBarbel—.Nadiesabequépasaallíarriba.Elviejonoquieretrato connadie; jamáspisauna iglesiay cuando, por casualidad, unavez alaño,bajadesumontañaconsugruesobastón,todoelmundolerehúyeporquetieneunaspectoterribleconsusespesascejasysubarbacanosa.

—Todo lo que tú quieras—replicó Dete, un poco picada—, pero es elabuelo y por lo tanto tiene que cuidarla, no se le ocurrirá hacerle daño; encualquiercaso¡serásuproblema,noelmío!

—Yosóloquisierasaber—continuóBarbel—quéesloqueelviejopuedetenersobresuconciencia,paratenerunosojostanterriblesyvivirallíarribasintratarseconnadie.Correntodaclasederumoresacercadeél,algohabrásoídotú,portuhermana.

—Por supuesto, pero me guardaré mucho de hablar. Si él se enterasedespués,estaríaenunbuenaprieto.

Sin embargo, hacía mucho tiempo que Barbel deseaba saber por qué elViejode losAlpes era tan solitarioyporqué lagentehablabade él envozbaja, como si temiese ponerse amal con él, sin osar, no obstante, tomar sudefensa.TampocosabíaBarbelporquétodalaaldealellamaba«elViejodelosAlpes»;nopodíasereltíodetodosloshabitantes.Peroellamismahacíacomolosdemásylellamabaasí.

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BarbelsehabíaestablecidoenDörflihacíapoco,despuésdecasarseconunhombredelacomarca;hastaentonceshabíavividoenelvalle,enPráttigau,ynoconocíamuybientodalahistoriadeDörfliydesushabitantes.SuamigaDete, por el contrario, había nacido y había vivido allí hasta que murió sumadrehacíaunaño;entoncesDetesefueaviviralbalneariodeRagatz,dondese ganaba bien la vida como camarera en el gran hotel. De allí veníaprecisamenteaquellamañanaconlaniña;hastaMayenfeldpudieronviajarenuncarrodehenoconducidoporunodesusconocidos.

AhoraBarbelnoqueríadejarescapartanbuenaocasiónparaenterarsedealgo;cogiendoaDetefamiliarmentedelbrazo,ledijo:

—Tú podrás decirme lo que es verdad y lo que son invenciones de lagente; supongo que conoces toda la historia. Cuéntame algo del viejo, megustaríasabersisiemprehasidotanhurañoytantemible.

—Estonopuedosaberloconexactitud:sólotengoveintiséisañosyéldebedetenersussetenta.Asíquecomprenderásquenoleheconocidocuandoerajoven.SiestuvieraseguradequeluegonosehabíadesaberentodoPrattigau,tepodríacontarunascuantascosas;mimadreyélerandelmismopueblo.

—VamosDete,pero¿quétepiensas?—respondióBarbelunpocoofendida—.LagentedePrattigaunoestancotilla,yyoademás,cuandoespreciso,sécallarme.Cuéntamelo,verásquenotendrásquelamentarlo.

—Estábien,perohasdecumplirtupalabra—leadvirtióDete.

Antes de empezar a hablar, se volvió para asegurarse de que la niña noanduviese demasiado cerca y pudiese oírla. Pero Heidi había desaparecido.Probablementehacíaunbuenratoquehabíadejadodeseguiralasdosamigassinqueéstas,enelcalordelaconversación,sehubierandadocuenta.Detesedetuvoymiróasualrededor.ElsenderohacíaalgunascurvasperosepodíaseguirconlavistahastaDörfli:nohabíanadie.

—¡Ah, ya la veo! ¡Mira allí!—exclamó Barbel, indicando con el dedohaciaelvalle—.EstásubiendoconPedro,elcabrero,ysuscabras.Quisierasaberporquésubehoytantarde.Peroesunasuerte,asíPedropodrávigilaralaniñaytúpodráshablartranquilamente.

—Notendrámuchoquevigilar—dijoDete—.Apesardetenersólocincoaños,eslista;tieneojosparaveryseenteradeloquepasa,deesomehedadocuenta.Ymejorqueseaasí,porqueelviejonoposeenadamásquesucabañaysusdoscabras.

—¿Acasoanteshabíatenidoalgomás?—preguntóBarbel.

—¿Ése?¡Yalocreo!—exclamóvivamenteDete—.PoseíaunadelasmáshermosasgranjasdelacomarcadeDomschleg.Erannadamásquedoshijos.

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Suhermanomenor era tranquiloy serio,mientras él, todo loquequería erahacer el señorito, salir por allí en compañía de gente sospechosa que nadieconocía.Sepusoajugaryabeberyterminóporperdertodoelpatrimonio.Supadreysumadremurierondepena,ysuhermano,alquetambiénhundióenlamiseria,sefueanosesabedónde;encuantoalViejo,quenoposeíayanadamás que su mala fama, desapareció también. Nadie supo, durante algúntiempo,quéhabíasidodeél;luegocorriólavozdequesehabíaalistadoenelejércitodel reydeNápoles,ydespués transcurrierondoceoquinceañossinque llegasen noticias suyas. Y de pronto volvió a aparecer en Domschlegacompañadodeunchico,alquetratódecolocarenlafamilia.Perotodaslaspuertasselecerraron,nadiequeríasabernadadeél.ElviejoseenfadómuchoydeclaróquenuncavolveríaaDomschleg.EntoncesvinoaquíaDörfliconelchico.Alparecersumujereradelsurdelpaís,allílaconoció,peromuriópocodespués de nacer el hijo. Seguramente el viejo tendría algún dinero, porquehizoquesuhijoTobíasaprendieraeloficiodecarpintero.Tobíaseraunbuenchico,quecaíabienalagentedeDörfli.Perotodoelmundodesconfiabadelviejo;sedecíaquehabíadesertadodelejército,porquedelocontrariohubieraacabadomuymal:alparecer,habíamatadoaunhombre,noenlaguerra,sinoenunapelea.Aunasí,lohabíamosaceptadocomoparientenuestro,porquelaabuelademimadreylasuyaeranhermanas.PoresonosotroslellamábamosViejo,ycomocasitodalagentedeDörflisomosparientes,todoslellamaronasí.Cuando se estableció en lo alto de lamontaña, dijeron «elViejo de losAlpes».

—Pero¿quéhasidodeTobías?—preguntóBarbel,convivointerés.

—Espérate,ahorallego,nopuedocontarlotodoalavez—respondióDete—.PuesTobíashabíaidoaMelsparahacerallídeaprendizycuandoregresóaDörflisecasóconmihermanaAdelaida.Siempresehabíangustadoy,unavezcasados,fueronmuyfelices.Peroladichafuecorta.Dosañosmástarde,cuandoTobíastrabajabaenunaconstrucción,lecayóunavigaenlacabezaylomató. Cuando trajeron su cuerpo a casa, Adelaida sufrió un colapso conunasfiebresmuyaltasdelasquenollegóareponerse.Susaludsiemprehabíasidodelicada,yavecescaíaenuna languidezdurante lacualnosesabíasidormía o estaba despierta. Poco tiempo después de la muerte de Tobías,enterramos también a mi hermana Adelaida. Todo el mundo lamentaba latrágicasuertedeaquellosdosysedecíaqueeracastigodeDiosacausadelavidaquehabíallevadoeltío.Algunosinclusoseloecharonencarayhastaelcuralehablóparainducirleamostrararrepentimiento.Sinembargoelviejosevolviótodavíamáshoscoynoquisohablaryaconnadie;yporotrapartelagente tambiénevitabaencontrarseconél.Unbuendía,sesupoquesehabíaido a vivir en lo alto de la montaña y que ya no volvería a bajar. Desdeentonces está allí, enemistado conDios y con los hombres.Mimadre y yorecogimos a la hija de Adelaida, que entonces tenía un año. Pero el año

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pasado,cuandomuriómimadre,mefuialbalnearioparaganaralgodedineroyme llevé a la pequeña.La puse en pensión, en casa de la viejaÚrsula dePfaeffers. Pasé todo el invierno en el valle y, como también sé coser yremendar,nomefaltótrabajo.Estaprimavera,lafamiliadeFrankfurt,alaqueconocí el añopasadodondeyo servía,havueltoymepidenuevamentequevayaconellos.Saldremospasadomañana.Esunbuenempleo,teloaseguro.

—¿Y vas a dejar a la pequeña en casa del viejo? No sé en qué estáspensando,Dete—dijoBarbelentonodereproche.

—¿Quéquieresque tediga?—contestóDete—.Yohehechoya lomío,¿qué más quieres que haga? No puedo llevarme a Frankfurt a una niña decincoaños.Pero,apropósito,Barbel,¿adóndeibas tú?Yaestamosamediocaminodelospastosaltos.

—Yahe llegado—le contestóBarbel—.Tengoquehablar con lamadredel cabrero; ella hila paramí durante el invierno. ¡Adiós, pues,Dete, y quetengasmuchasuerte!

Detetendiólamanoasuamigaysedetuvounmomentoparaverlaentraren la casa del cabrero. Estaba situada a unos metros del camino, en unahondonada, y aunque estaba al abrigodel viento, la casa era tanvieja y tandestartalada que debía de ser peligroso vivir en ella cuando el föhn soplabaconviolenciayhacía crujir puertas yventanasyhacía temblar las vigas.Sihubiesesidoconstruidaarribaenlamontaña,enundíadeésos,elvientoselahubiera llevadovalle abajo.En esta cabañavivíaPedro, el cabrero, deonceaños,quedescendíatodaslasmañanasaDörfliparallevarselascabrasalospastosde altamontaña, donde creceunabuenahierba cortay aromática.Alfinal del día, Pedro bajaba saltando con los ágiles animales y, al llegar aDörfli,silbabaconlosdedos.Losdueñosdelascabrasacudíana laplaza,ycadaunose llevaba lassuyas.Casisiempreenviabana losniños,porque lascabrassoncriaturasapacibles.Enverano,ésteeraelúnicomomentodeldíaenque Pedro podía encontrarse con niños de su edad; el resto del tiempo, lopasabaencompañíadelascabras.Verdaderaqueencasaestabansumadreysuabuelaciega,peroélsalíaporlamañanamuytemprano,despuésdetomarpan y leche, y volvía tarde por la noche porque se quedaba a jugar todo eltiempo posible con los niños del pueblo. Entonces cenaba rápidamente untrozode pany unvaso de leche y caía rendidode fatiga sobre la cama.Supadre,alquellamabantambién«Pedroelcabrero»,porquesehabíadedicadodurantesujuventudalmismooficio,habíamuertohacíaañosdeaccidenteenelbosquecortandounárbol.SumadresellamabaBrígida,perotodoelmundola llamaba «la cabrera» por tradición, y en cuanto a la abuela ciega todos,jóvenesyviejos,laconocíancomo«Abuela».

PasaronunosdiezminutosyDeteseguíaallíenmediodelcaminofrentea

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la casa, esperando aHeidi; pero al no ver a nadie, empezó a subir un pocohasta llegaraunsitiodesdedondepodíacontemplar todoelvalleymiróentodaslasdireccionessinresultado.

Mientras tanto, los niños habían hechouna gran caminata, porquePedroconocía los sitios donde los animales podían encontrar los matorrales yzarzales que tanto les gustaban. Pero eso había alargado la rutaconsiderablemente. Al principio a la niña le costó seguirle, jadeaba por elesfuerzoyseahogabaacausade laabundanciaderopaquellevabaencima.NodecíanadaperomirabaaPedro,quien,conlospiesdesnudosypantalonescortos,corríadeunaparteaotrasinesfuerzoalguno,yalascabras,que,consusfinaspatasbrincabanysubíanconmásligerezaaún.Deprontolaniñasesentóenelsueloysequitórápidamentelospesadoszapatosylasmedias,selevantó de nuevo y empezó a despojarse del pañuelo rojo, desabrochó suvestidoyseloquitó.Teníaaúnotrodebajo,porquesutíaDetelehabíapuestoel vestido bueno para no tener que llevarlo en la mano. En menos de unminuto,elsegundovestidotambiéncayóenlahierbaylaniñaseencontróencamisetayenaguas,agitandosusbrazosdesnudos.Doblósuropa,larecogióen un montoncito, y se fue a correr alegremente detrás de las cabras y dePedro.Éstenohabíareparadoenaquelalto imprevisto.Cuandolaviollegarconsunuevoatavío,surostroseinundódesatisfacción;ycuando,alvolverse,viomásabajoelmontónderopa,susonrisaseextendiódeorejaaoreja,perono dijo una sola palabra. Heidi se sentía tan ligera que se puso a charlar,haciendomuchaspreguntasqueelchicono tuvomásremedioquecontestar.Queríasabercuántascabrastenía,adóndelasllevabaapacer,quéeraloquehacíaallíarriba.Hablandodeesemodo,losdosniñosllegaronconlascabrasalacasitadelcabreroyseencontraronconlatíaDete,quenadamásverlos,empezóagritar:

—¿Heidi, qué has hecho? ¡Cómo vienes! ¿Dónde están tus vestidos, tupañuelo?¿Yloszapatosquetecompréespecialmenteparalamontaña?¿Ytuscalcetinesnuevos?¡Todohadesaparecido!¡Contéstame,Heidi!

—¡Allíabajo!—respondiólaniñatranquilamente,señalandoconlamanohacialapendiente.

Latíavio,enefecto,unmontoncitoalolejos,cubiertoconunacosarojaquedebíadeserelpañuelo.

—¡Desgraciada!—exclamófuriosa—.¿Quétienesenlacabeza?¿Porquétehasquitadolaropa?¿Quésignificaesto?

—No me hace falta —contestó la niña, que no parecía afligida por suconducta.

—¡Te has vuelto completamente loca! ¿Quién irá a buscarla ahora? Se

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necesitaporlomenosmediahoraparabajarhastaallí.¡Pedro,venaquí!¡Veabuscarlascosasydateprisa,notequedesahíplantadomirándome!

—Yamehe retrasadobastante—dijoPedro lentamente, sinmoversedelsitiodesdedondehabíaasistido,conlasmanosenlosbolsillos,alaexplosióndecóleradelatía.

—Entonces,¿quéhacesahícontemplándome?—dijo—.Venaquí,tedaréalgoquetegustará.¿Quétepareceeso?

Y Dete hizo brillar ante sus ojos una moneda de cinco centavoscompletamentenueva.Pedropartió comodisparadopendiente abajo, llegóatodavelocidadhastaelmontónde ropa, la recogióyvolvió tan rápidamentequeDetelefelicitóylediolamonedanueva.Pedrolahizodesaparecerenelfondodesubolsillo,mientrassonreíasatisfecho:semejantetesoronoloveíatodoslosdías.

—PuedesllevarmetodoesohastalacasadelViejo,tambiénestucamino—dijo tíaDetereemprendiendoelcaminoparasubir laescarpadapendiente,queempezabadetrásdelacabañadelcabrero.

Elchicoaceptódebuengradoyechóaandar,conlaropadeHeididebajodel brazo izquierdo y en la mano derecha el látigo, que hacía restallar decuando en cuando. Heidi y las cabras brincaban alegremente a su lado. Alcabodetrescuartosdehora,llegaronporfinalaaltiplanicieroqueñasobrelaqueseelevabalacabañadelViejo.Expuestaatodoslosvientos,perosituadadeformaquerecibíalosrayosdesoldelamañanahastalanoche,lacabañagozabadeunampliopanoramasobretodoelvalle.Detráshabíaungrupodetresabetosyaviejos,de largasy tupidas ramas.Unpocomás lejossubíauncamino más escarpado que cruzaba primero unos ricos pastos, luego lapendiente se hacía rocosa y llena de malezas y acababa en unas rocascompletamentepeladas.

ElViejode losAlpesestabasentadoenunbancodemaderafijadoen lapared de la casa que daba sobre el valle. Fumaba en pipa, las dos manosapoyadas en las rodillas, y observaba tranquilamente al terceto que seaproximabaencompañíadelascabras.

Heidi llegóprimera, sedirigióderechahaciaelanciano,y tendiéndole lamanoledijo:

—Buenosdías,abuelo.

—¿Quésignificaesto?—contestóentonorudo,perotambiénletendiólamano,ycontemplóalaniñalargamentepordebajodesusespesascejas.

Heidisostuvolamiradasinpestañear.Aquelabuelo,conlalargabarba,lascejasgriseserizadascomolamaleza,lecausabatantaextrañeza,quenopodía

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dejar de mirarlo. Mientras, Dete llegó también, seguida de Pedro, que sedetuvounmomentoparaobservarlaescena.

—Ledeseobuenosdías,Viejo—dijoDeteacercándose—.Le traigoa lahijadeTobíasyAdelaida.Creoquenolareconocerá.Laúltimavezquelaviousted,teníaunaño.

—¡Ah! ¿Y qué ha de hacer ella aquí?—preguntó el viejo secamente; y,dirigiéndose aPedro, añadió—: ¡Tú,márchate con las cabras, ya es tarde, yllévatelasmías!

Pedro obedeció inmediatamente y desapareció con su rebaño, porque lebastabaconunasoladelasterriblesmiradasdelViejo.

—Hadequedarseconusted,Viejo—contestóDete—.Creoquehehechotodoloquedebíaduranteesoscuatroaños,ahoraletocaausted.

—¡Vaya!—dijoelviejoaDeteechándoleunamiradafulgurante—.Ysilaniñanoquiere quedarsey empieza a llorar porquequiere irse contigo, ¿quéquieresquehagayo?

—Será su problema—replicó Dete—. Nadie ha venido a decirme a mícómomelashabíadearreglarcuandotuvequehacermecargodeunaniñadesólounañito,ybastanteteníayaconmimadre.Ahoraheaceptadounnuevoempleoyustedessuparientemáspróximo;sinopuedetenerla,hagaloquequiera,perosi lepasaalgo,seráustedel responsable.¿Nocreequeya tienebastantesobrelaconciencia?

Detetambiénsesentíaunpococulpableyporeso,sinquerer,habíadichomásdeloquequería.Aloírsusúltimaspalabras,elViejoselevantóylamiróde talmanera, que la joven se echóatrás.Después el viejo levantó el brazogritando:

—¡Veteinmediatamentedeaquíynovuelvasenmuchotiempo!

Detenosehizorepetirelmandato.

—Pues bien, ¡adiós! ¡Adiós, Heidi!—dijo rápidamente, y presa de unaviolentaemoción,bajócorriendosindetenersehastaDörfli.

Cuandollegóalaaldea,todoelmundoseprecipitósobreellaparahacerlepreguntas;todosconocíanbienaDeteysabíanquiéneralapequeña.

—¿Dónde está la niña? —le gritaban— Dete, ¿dónde has dejado a lapequeña?

Dete,cadavezmásimpaciente,contestaba:

—Allá arriba, con el Viejo. ¿Lo habéis oído? ¡En casa del Viejo de losAlpes!

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De todas partes las mujeres se exclamaron: «¿Cómo has podido hacersemejante cosa?». «¡Pobrecita!». «¡Una niña indefensa!». Y una y otra vezoía:«¡Pobreniña!».

Muy irritada,Detehuyó tan rápidamentecomopudo,ysesintióaliviadacuandodejódeoírlas.Noteníalaconcienciatranquila,yaquesumadreantesde morir le había confiado la pequeña. Pero Dete se dijo, a fin detranquilizarse,quepodíavolveracuidardeellacuandohubieraganadomuchodinero.Yamedidaquesealejabadelpuebloydesusgentes,sealegrabadelamagníficacolocaciónquelaesperaba.

CAPÍTULOII

ENCASADELABUELO.

Cuando tíaDete hubo desaparecido, elViejo se volvió a sentar sobre elbancoyempezóasacardesupipagrandesnubesdehumo,lamiradafijadaenelsuelo,sindecirunapalabra.

Mientras se hallaba sumido en sus meditaciones, Heidi examinó convisiblesatisfaccióntodocuantolarodeaba.Pocotardóendescubrirelestablodelascabrasadosadoalacasa,yechóunvistazoenelinterior.Estabavacío.Laniñacontinuóentonces sus exploracionesy llegóhasta losviejos abetos,detrásdelacabaña.Elvientosoplabacontantafuerzaenlasramas,queseoíagemiryaullarenlascimas.Heidisedetuvoparaescuchar.Cuandoelvientoamainóunpoco,laniñadiolavueltaalacabañayseencontróotravezfrenteasuabuelo.Vioquenosehabíamovidodelsitio.Entoncessecolocódelantedeély,conlasmanosalaespalda,lecontempló.Elabueloalzólosojos.

—¿Qué quieres hacer ahora? —preguntó a la niña, que permanecíainmóvil.

—Quisieraverloquehaydentrodelacabaña—dijoHeidi.

—Pues,¡ven!—exclamóelabuelo,mientrasselevantabaysedirigíahacialapuerta—.Cogeturopa—añadióantesdeentrarenlacasa.

—¡Yanolanecesito!—declaróHeidi.

El viejo se volvió y fijó una mirada penetrante en la niña, cuyos ojosnegrosbrillabandecuriosidadportodoloqueveríaenlacabaña.

«Nolefaltasentidocomún»,sedijo,yañadióenvozalta:

—¿Yesoporqué?

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—Megustamásircomolascabrasquetienenlaspatastanligeras.

—Estábien,peroveacogerlaropa—lecontestóelanciano—,vamosaponerlaenelarmario.

Heidi obedeció. El viejo abrió la puerta y la niña entró con él en unahabitación bastante grande que ocupaba todo el ancho de la casa. Vio unamesayunasilla;enunrincón,lacamadelabuelo,enelotro,unagrancalderacolgadaenelhogar.Enlaparedopuestahabíaunapuerta,elabuelolaabrió:era un armario de pared. Su ropa estaba colgada dentro; sobre uno de lostablerosseveíanalgunascamisas,calcetinesypañuelos;enotro,platos,tazasyvasosyeneltableromásalto,unpanredondo,carneahumadayqueso.Dehecho,elarmarioconteníatodoloqueelabueloposeíaynecesitabaparavivir.

Cuandoelabueloabrióelarmario,Heidiacudiócorriendoypusolaropaen el fondo, detrás de la ropa del abuelo, donde no sería fácil encontrarla.Luegoexaminóconatencióntodalahabitaciónypreguntó:

—¿Dóndevoyadormiryo,abuelo?

—Dondequieras—respondióéste.

Era todo cuanto ella deseaba saber, ybuscó con lamirada elmejor sitiodonde poder dormir. Cerca del rincón en el que estaba la cama del abuelohabíaunaescaleraapoyadacontralapared;Heidisubióyencontróunmontóndeperfumadoheno.Porunpequeñotragaluzsepodíavertodoelvalle.

—Aquíquierodormir—gritóHeidi—.¡Québonito!¡Venaverlobonitoquees,abuelo!

—Yalosé—contestóelviejo.

—Voyahacermelacama—añadiólaniña,corriendodeunladoparaotro—, pero tendrás que subir para traermeuna sábana, porque en una cama seponeunasábana,yencimadeellaseduerme.

—Estábien,estábien—dijoelabuelo,ysedirigióalarmario.

Despuésderevolverunpocoenél,extrajo,dedebajodesuscamisas,ungrantrozodetelabastaquepodríaservirdesábana.Conélsubiólaescalerayvio el lecho que Heidi se había preparado. La niña había amontonadomásheno en la parte de la cabecera y lo había orientado de forma que, echada,pudieraverlaventana.

—Está muy bien —dijo el abuelo—; ahora pondremos la sábana, peroantes…

Ydiciendo esto, cogió unmontón de heno y dobló el espesor del lechoparaquelaniñanonotaraladurezadelsuelo.

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—Ahora,tomalasábana.

Heidicogiórápidamentelatela.Eratangruesaypesadaquepudoapenassostenerla, pero le veníamuy bien porque así los tallos de heno no podríanatravesarlaynopincharían.Suabueloleayudóaextenderlatela.Elconjuntotenía buen aspecto y Heidi se puso delante para contemplar su obrapensativamente.

—Noshemosolvidadoalgo,abuelo—dijo.

—¿Quées?—preguntóéste.

—Unamanta,porquecuandounoseacuesta,semeteentreunasábanayunamanta.

—¿Ah,sí?¿Ysinotuvierayoninguna?—dijoelviejo.

—¡Oh!Entonces es igual, abuelo.Haremos unamanta con el heno—letranquilizó Heidi, y ya iba en seguida manos a la obra, pero el anciano ladetuvo.

—Espera un momento —dijo, y descendió la escalera; se dirigió a supropiacamayvolvióconungransacodelienzoquepusoenelsuelo.

—¿Novaleestomásqueelheno?—preguntó.

Heidiempezóatirardelsacoparadesplegarlo,peropesabatantoquesuspequeñas manos no podían manejarlo. El abuelo la ayudó y pronto quedóextendidosobrelacamayparecíaunamantadeverdad.Heidimirósunuevolecho,algosorprendida,yexclamó:

—¡Lamantaesfantásticaylacamatambién!Quisieraquefueradenoche,parapoderacostarmeyaenella.

—Primerotendremosquecomeralgo—dijoelabuelo—,¿quéteparece?

En su afán de prepararse la cama, Heidi había olvidado todo lo demás.Peroaloírhablardecomer,advirtiósúbitamentequesentíahambre,porque,aparte del trozode pany la tacita de cafémuydiluidoque tomara antes desalir del pueblo, no había tomado nada durante el día y el viaje había sidolargo.Deaquíquerespondieramuyanimada:

—¡Sí,sí,vamosacomer!

—Pues bien, bajemos, ya que estamos de acuerdo —dijo el anciano ysiguióalaniña.

Sedirigióalhogar,descolgóelcalderogrande,loreemplazóporunomáspequeño, y se sentó en un taburete bajo para atizar el fuego. Poco tardó enhervir el contenido del caldero ymientras tanto, el abuelo, armado de unaspinzas de hierro, sostenía sobre el fuego un gran trozo de queso, dándole

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lentamente vueltas hasta que estuvo dorado. Heidi había seguido aquellospreparativosconmuchaatención.Derepente tuvouna ideaycorrióhaciaalarmario;deallíibayveníahastalamesa.Cuandoelabueloseacercóconuncazoyelquesoasadoalextremodelaspinzas,vioelpanredondo,dosplatosydoscuchillosbienpuestosenlamesa.Heidisehabíafijadoentodoloquehabíaenelarmarioysabíaquésenecesitaríaparacomer.

—Muybien,pequeña;megustaquesepaspensarunpoco—dijoelabuelo,ypusoelquesoencimadelpan—,peroaúnfaltaalgoenlamesa.

Al reparareneldeliciosohumoqueseelevabadelcazo,Heidivolvióalarmario.Habíaenél tan sóloun tazón,pero laniñanosedejódesconcertarpor esto: detráshabíadosvasosy laniña regresó a lamesay colocó allí eltazónyunvaso.

—Muybien,veoquesabessalirdelpaso.¿Dóndequieressentarte?

El único asiento que había en la cabaña era el del abuelo. Heidi corriócomouna flecha hacia el hogar, cogió el taburete y lo colocó ante lamesa,sentándoseenél.

—Porlomenostienesunasiento,sóloqueunpocobajo—dijoelabuelo—; pero con mi silla sería lo mismo, tampoco llegarías a la mesa. ¡Ya loarreglaremos!

Se levantó, llenó el tazón de leche, lo puso sobre la silla y la acercó alpequeñotabureteparaqueasíHeidituvieraunamesita.Despuéscolocóenélungranpedazodepanyuntrozodequesodoradoydijo:

—¡Vamos,come!

Élmismosesentósobreunaesquinadelamesayempezóacomer.Heidiasióeltazónybebióelcontenidodeunavez,pueslasedacumuladaduranteelviajesehabíavueltoamanifestardegolpe.Cuandorecobróelaliento,dejóeltazónenlamesita.

—¿Tegustaestaleche?—preguntóelabuelo.

—Nuncalahebebidotanbuena—contestóHeidi.

—Puesaquítienesmás—dijoelanciano.

Llenó el tazón otra vez hasta el borde y lo puso delante de la niña, quecomíacongranapetitosupan,sobreelcualhabíaextendidoelquesoasado,tiernocomolamantequilla.Entrebocadoybocadotomabauntragodelecheydisfrutabamuchoconaquellaricacomida.

Terminadalacena,elabuelosalióparalimpiaryponerenordenelestablode lascabras.Heidimirabacon interéscómobarríayponíaenelsuelopajafrescaparalosanimales.

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Despuéslesiguióalcobertizoadosadoalacabaña;allíelabuelocortótrespalosdelmismotamaño,aserróunatabla,ypracticóunosagujerosenella,enlos que introdujo los palos. Luego, lo puso en el suelo, y Heidi, muda deadmiración,reconocióqueeraunasiento,parecidoaldelabuelo,peromuchomásalto.

—¿Sabesquéestoyhaciendo,Heidi?—preguntóelabuelo.

—Esunasillamuyalta,¡esparamí!¡Yenquépocotiempolahashecho!—exclamólapequeña,quenosalíadesuasombroydesuadmiración.

«Esta niña comprende lo que ve», se dijo el abuelo al dar la vuelta a lacabaña, armado de sus herramientas y de algunos trozos de madera, dandoaquíyalláunmartillazo,asegurandounapuerta,reparandoundesperfecto.

Heidi le seguía paso a paso, sin quitarle ojo y encontrándolo todomuydivertido.

Yasíllególanoche.Elsusurroenlosviejosabetosseintensificó,unfuertevientocomenzóasoplaryenlascimasdelosárbolesseoíansusgemidosyaullidos.ElsonidodelvientollenóaHeidicontantaemoción,queempezóacorreryasaltardebajodelosabetoscomosilainvadieseunaalegríanueva.Desdelapuertadelestablo,elabuelolacontemplaba.

Deprontosonóunagudosilbido.Heidisequedóquietayvioqueelabueloavanzabahacia el sendero.Las cabrasdescendíande lamontaña, saltandoybrincando, Pedro enmedio de ellas.Heidi soltó un grito de alegría y corriópara reunirse con sus amigas de la mañana, que acarició una tras otra. Elrebañosedetuvodelantedelacabaña,ydoslindascabras,blancalaunaydecolor castaño la otra, se destacaron y avanzaron hacia el abuelo. Entonceslamieronlasmanosdelanciano,elcuallesofrecíaunpocodesal,comoteníaporcostumbrehacerlotodaslasnoches.LuegoPedrodesaparecióconelrestodelrebaño.Heidiacariciótiernamentealasdoscabras,corriendodeunaaotraydando lavuelta alrededorde ellasparapoder acariciarlasde ambos lados.Estabalocadealegría.

—¿Son nuestras, abuelo? ¿Las dos? ¿Duermen en el establo? ¿Lastendremos siempre aquí? —preguntaba Heidi, sin dejar apenas tiempo alabueloderesponderconun«sí,sí»lacónico.

Cuandolascabrasterminarondelamerlasal,elancianodijo:

—Veabuscartutazónytraeelpan.

Heidiobedecióyvolvióenseguida.Elabueloempezóaordeñarlacabrablancaycuandoeltazónestuvolleno,cortóuntrozodepanydijo:

—Toma,come.Cuandohayasacabado,subeadormir.TíaDetetambiénhadejado un paquete con camisones y cosas por el estilo; si necesitas algo, lo

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encontrarásenlapartedeabajodelarmario.Yovoyameterlascabrasenelestablo.¡Buenasnoches!

—¡Buenas noches, abuelo, que descanses! ¿Cómo se llaman, abuelo?—exclamólapequeñacorriendodetrásdelancianoydelascabras.

—ÉstasellamaBlanquita,yaquéllaDiana—lecontestó.

—¡Buenas noches, Blanquita, buenas noches, Diana! —gritó Heidimientraslascabrasdesaparecíanenelestablo.

Heidisesentóenelbanco,parabeber la lecheycomerseelpan,peroelvientoera tanfuertequecasi lahizocaerdelbanco.Seapresuróa terminar,entróenlacabañaysubióhastasucama,dondesedurmióprofundamenteytanbiencomosisehallaraenellechodeunaprincesa.

Poco después, y antes de que se hiciera del todo de noche, el abuelo seacostótambién,porqueselevantabatodaslasmañanasconlasalidadelsol,yésta, en las alturas de la montaña y en pleno verano, se efectuaba muytemprano.

Duranteaquellanoche,elvientosoplócontantafuerza,quelasparedesdela cabaña temblarony seoyó sugemidoen la chimenea,y en los abetos seensañócontalviolencia,quearrancóalgunasramas.Enplenanoche,elabueloselevantó,murmurando:«Seguramentetendrámiedoallíarriba»,ytrepóporlaescaleraparaverquéhacíalapequeña.

La luna brillaba intensamente a veces, otras, las nubes empujadas por elvientolatapabanyvolvíalaoscuridad.Deprontounrayodelunareaparecióporlaventanayseposósobreellechodelaniña.Dormíatranquilamente,lasmejillasencendidasporelcalordelapesadamantaylacabezaapoyadasobreunbrazodesnudo;debíadesoñarconcosasagradablesporquelaexpresióndesucaraeradefelicidad.

Elabuelocontemplólargoratoalaniñadormida; luego, la lunavolvióaescondersedetrásdelasnubesyélvolvióasucama.

CAPÍTULOIII

ENLOSPASTOSDEALTAMONTAÑA.

UnsilbidoagudodespertóaHeidialamañanasiguiente.Alabrirlosojos,unrayodesoldoradopenetrabaporlaventanaeiluminaba,comosifueraoro,todocuantolarodeaba.Heidimiróasualrededor,sorprendida,porquenoseacordabadedóndeestaba.Peroaloírlavozgravedesuabuelo,todovolvióa

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sumemoria:elviaje,lallegadaalamontaña,yalacasa,dondesequedaríaavivirahora.YanoviviríamásconlaviejaÚrsula,quesiempreteníafríoysepasaba el día al lado del fuego en la cocina o la sala. Como estabamediosorda,noqueríaperderdevistaaHeidiylaobligabaapermanecerasulado.Laniñaechabademenospodercorreralairelibre.Deahíqueahorasintieseunadichamuygrandealdespertarseensunuevamorada,pensandoentodaslas cosas bonitas quehabía visto el día anterior y en lo quepodría ver hoy,sobretodoenquepodríajugarconDianayBlanquita.

Heidiselevantórápidamenteysevistióenpocosminutosconlaropaquellevabaeldíaanterior.Bajólaescaleraysaliócorriendodelacabaña.Pedroelcabreroyaestabaallíconsurebaño,yelabuelo,queenaquelmomentoabríaelestabloparahacersalirasusdoscabras.Heidicorrióhaciaellosdandolosbuenosdíasalabueloyalascabras.

—¿Quieresacompañarlesalpasturaje?—lepreguntóelanciano.

Heidi,aloírtalproposición,saltódealegría.

—Puesentoncesvealavarteparaqueestésmuylimpia;delocontrario,elsolallíarribaseburlaríadeverte tansucia.Ahí tienes loquenecesitasparalavarte.

Le señaló con el dedo un cubo lleno de agua, que se calentaba al sol,delantedelapuerta.Heidiempezóinmediatamentealavarseyafrotarseparatenerlapielbrillante.

Entretanto,elabuelohabíaentradoenlacabañayllamóaPedro.

—¡Venaquí,generalenjefedelascabras!Traetumochila.

Pedro,muyasombrado,obedecióyletendiósumochila,enlaquellevabasupobrecomida.

—¡Ábrela!—lemandóelanciano,ymetióenellaungranpedazodepanyotronomenosgrandedequeso.

Pedro, estupefacto, abría cuanto podía los ojos, porque la porción decomidaparaHeidieradobledelaqueélllevabaparasí.

—Y ahora pondremos también el tazón; la niña no sabe beber como túdirectamentedelasubresdelascabras.Túleordeñarásdostazonesdelechealahoradecomer,porqueella irá contigoypermaneceráa tu ladohastaquevuelvas. Y ten cuidado de que no se caiga por ningún precipicio. ¿Hasentendido?

Enaquelmomento,Heidientrócorriendo.

—¿Seburlaráahoraelsoldemí,abuelo?—preguntóansiosa.

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Temiendopresentarsesuciaanteelsol,lapequeñasehabíafrotadocontalvigor el rostro, el cuelloy losbrazoscon la telagruesaqueel abuelohabíadejadoalladodelcubo,queestabarojacomouncangrejo.Elabueloesbozóunasonrisa.

—No, no tiene por qué reírse—la tranquilizó—, pero ¿sabes qué? Estanoche,cuandoregreses,lomejorseráquetemetascompletamenteenelcubo,comolospeces,porquecuandosevaconlospiesdesnudoscomolascabras,seponenmuysucios.Yahora,¡enmarcha!

Los dos niños subieron alegremente hacia los pastos con las cabras.Durantelanoche,elvientohabíadespejadoelcielo.Elsolresplandecíasobrelosverdescamposdepastos,ylaspequeñasfloresazulesyamarillasseabríangozosas a sus cálidos rayos y parecían sonreír aHeidi.Los campos estabancuajados de florecillas, se veían verdaderas alfombras de belloritas; en otrolugar brillaba vivo el color de las azules gencianas y, por todas partes, sedesplegabanlosdelicadosheliantemos.

Heidinocabíaensídegozo;alvertodasaquellashermosasfloresquesemecíansuavementeensus tallos,fuetantasualegría,queseolvidódetodo,hastade lascabritasydePedro,y recogió floresamanos llenas,gritandoysaltandodeun ladoaotro.Porqueenun lado todas las floreseran rojas, enotrotodasazules,yellahubieraqueridoestarentodaspartesalavez.Masensudelantalnocabíantantasflorescomohabríadeseadollevaralacabañadelabuelo,dondepensabaadornarconellassuimprovisadodormitorio,paraquetuvierasemejanzaconlassoleadaspraderas.

El pobrePedro, encargado de velar por ella, se vio aquel día obligado aprestaratenciónatodosladosalavez,loqueeratantomásdifícilcuantoquesusojosnosehallabanacostumbradosagirarensusórbitas tanvelozmentecomo el caso requería. Además, las cabritas hacían lo mismo que Heidi,corríantambiéncaprichosamenteentodasdireccionesyPedrohabíadeestarsilbandosinparar,gritandoyhaciendosonarsulátigoparamantenerreunidasalasfugitivas.

—¿DóndeestásHeidi?—gritóalfinentonomuyenojado.

—¡Aquí!—respondióunavozqueparecíaperteneceraunserinvisible.

—¡Venaquí,Heidi!¡Tencuidadodenocaerpor lasrocas,puesyasabesqueelabuelonoslohaadvertido!

—Pero¿dóndeestánlasrocas?—preguntóHeidisinmoversedesusitio,porque lapequeña se sentía cadavezmás embriagadadeldulceperfumedetantasflores.

—¡Allá arriba! Todavía hay un buen trecho, de modo que ven pronto.

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Además,¿nooyescómogritaelgavilánenelaire?

Elefectodelaamenazafueinmediato.HeidisepusoenpieycorrióhaciaPedro,perosinsoltarlasfloresqueconteníaeldelantal.

—Por ahora ya tienes bastantes flores —dijo el pequeño pastor a suamiguita—, y además, si las coges hoy todas, no te quedará ninguna paramañana.

EstarazónacabóporconvenceraHeidi,yviendoademásquesudelantalestaba lleno, continuó la ascensión al lado de Pedro. Las cabritas se habíantranquilizadotambiénenciertomodo,porquepercibíanyadelejoslasabrosahierba de los pasturajes, y caminaban en derechura hacia ella, sin detenersecomoantes,afindellegarconmayorrapidez.

LoscamposdepastodondePedro teníaporcostumbredetenerseconsuscabrasparaestablecerallísucuartelgeneraldurantelajornada,sehallabanalpiedelasaltasrocasquealzabanalcielosuscimasabruptasydesnudasyenlapartedeabajoestabancubiertasdepinosymatorrales.Elpasturajelindabapor un lado con el borde de un precipicio cortado a pico, y el abuelo habíatenidorazónaladvertiralosniñosquetuviesencuidado.

Cuandohubieronllegadoalcampo,Pedrosequitólamochilaylacolocócuidadosamenteenunacavidaddelterreno,porqueconocíaelvientoysabíaque si empezabana soplar sus fuertes ráfagaspodía llevarse susprovisionesmontañaabajo.Después,setendiósobrelahierbasoleadaparareponersedelafatigadelaascensión.

Heidi,mientrastanto,sehabíaquitadoeldelantalconlasfloresehizodeélunpaquete,queguardótambiénenlacavidad,juntoalamochiladePedro.Luegosesentóalladodesucompañeroymiróasualrededor.Abajo,elvalleestabainundadodelabrillanteluzdelamañana;frenteaHeidiseextendía,abastantedistancia,unenormeventisqueroquesedestacabafuertementesobreelazuldelcielo;alaizquierdahabíaunaenormemasaderocasydedondesealzabaunaaltatorredegranito,desnudayescarpada,inclinadasobreHeidiylospastos.Laniñamirabay callaba; ungran silencio les rodeaba; el vientoacariciaba suavemente las delicadas gencianas azules y los heliantemosresplandecientes, que se mecían sobre sus delicados tallos. Pedro se habíaquedado dormido y las cabras saltaban por la maleza. Heidi no se habíasentidonuncatandichosacomoenaquelmomento;absorbíalosrayosdoradosdel sol, el aire fresco, el perfumede las flores y sólo tenía un deseo: poderpermanecerallísiempre.

De ese modo transcurrió un largo rato. Heidi había contemplado tantasveces los picos escarpados, que ya los consideraba como buenos amigos deagradableyacogedoraspecto.

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Deprontooyóungritopenetrante.Heidilevantólosojosyviovolaraunenormepájaro,tangrandecomoaúnnohabíavistootro,elcualsecerníaporencima de ella, las alas desplegadas, describiendo anchos círculos y dandogritosroncosyfieros.

—¡Pedro!¡Pedro!¡Despiértate!—exclamóHeidi—.¡Allíestáelgavilán!;¡Míralo!

Pedro se levantó rápidamente y contempló también el ave de presa, quevolabacadavezmásaltoydesaparecióalfindetrásdelasrocasgrises.

—¿Adónde ha ido? —preguntó Heidi, que había seguido el vuelo delpájaroconlavista.

—Asunido—contestóPedro.

—¿Allíarribatienesunido?¡Québonitodebedeservivir tanalto!¿Porquégritabatanto?—siguiópreguntandolaniña.

—Porquelesaleasí—explicóPedro.

—Podríamosseguirlehastasunido—sugirióHeidi.

—¡Oh!¡Oh!¡Oh!—hizoPedro,marcandoeneltonodelasexclamacionesseguidas su creciente disgusto—. Las cabras no pueden subir tan alto y elabuelohadichoquenoquierequetútecaigasporlasrocas.

EntoncesPedro se puso a silbar y a gritar con tanta fuerza queHeidi sepreguntó qué iba a suceder; pero, al parecer, las cabras conocíanmuy bienaquellasseñales,yaqueibanllegandounatrasotrayenpocotiempoelrebañosehallabanuevamentereunido,unasramoneandolasplantas,otrascorriendodeun ladoaotro,yalgunas, lasmás juguetonas,embistiéndosemutuamenteconloscuernos.Heidisehabíalevantadoycorríaentrelascabras.Sentíaunaindescriptiblealegríaalcontemplarlosjuegosdeaquellosanimalestanágiles,y laniña ibadeunacabraaotraparaconocerlasmejor,puescadauna teníaalgunacaracterísticaqueladiferenciabadelasdemás.

MientrasHeidisedivertíaasí,Pedrofueabuscarsumochilaypusoenelsuelo los cuatro pedazos que contenía, colocándolos en cuatro ángulossimétricos,lospedazosgrandesdelladodeHeidi,lospequeñosdelsuyo,puesrecordabamuybienparaquiénera lapartemayorde lasprovisiones.Luegotomóelrecipiente,ordeñóaBlanquitaypusoeltazónllenodelecheblancayfrescaenmediodelcuadrado.DespuésllamóaHeidi,perohubodellamarlaconmás fuerza de la que empleara paramandar a los animales; la niña sedivertíatantoconlossaltosybrincosdeéstos,quenoveíanioíanada.PedrogritótanfuertementequesuvozretumbóentrelasparedesroqueñasyHeidialfinapareció;alverlaimprovisadamesa,sepusoabailardealegríaalrededordeella.

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—Deja ya de saltar, es la hora de comer —dijo Pedro—; siéntate yempieza.

—¿Esparamíestaleche?—preguntó,mirandoelcuadradoconeltazóndelecheensucentro.

—Sí—respondióPedro—ylosdosgrandespedazosqueahíves,tambiénson para ti. Cuando hayas bebido el tazón de leche, ordeñaré otro para ti yluegometocaráamí.

—¿Dequécabratomaráslalecheparati?

—Delamía,esaquesellamaMoteada.Pero¡empiezayaacomer!

Heidibebióprimero la lecheycuandohubo terminado,Pedrose levantópara llenar el tazón por segunda vez. La niña cortó entonces su pan en dostrozosy,reteniendoparasílapartemáspequeña,ofreciólaotraaPedrocontodoelquesodestinadoaella,diciendo:

—Esparati,yotengobastanteconesto.

Pedrosequedómudodesorpresa,porqueaéljamásselehubieraocurridohaceralgoasí.Vacilaba,nosabíasiHeidilodecíaenbromaoenserio;perolapequeñaseguíatendiéndoleelpanyelqueso,yalverqueélnoloscogía,seloscolocóencimadelarodilla.EntoncesPedrocomprendióquenobromeaba,y aceptó finalmente el regalo, dándole las gracias con una inclinación de lacabeza.Fuelamejorcomidadetodasuvidadecabrero.Mientrastanto,Heidicontemplabalascabras.

—¿Cómosellaman,Pedro?—preguntó.

Pedro conocía el nombre de cada una de ellas, puesto que no tenía otracosa que retener en su memoria. Las nombró, pues, una tras otra sinequivocarse,señalándolasalmismotiempoconelíndice.

Heidi escuchaba y miraba con la mayor atención y no tardó mucho ensaberlosnombres,porquetodaslascabrasteníanalgoquelasdistinguíaentresí. Bastaba mirarlas con atención y así lo hacía Heidi. Había allí el GranTurco, con sus fuertes cuernos, que siempre buscaba pelea, provocando lahuidadelasdemáscabrasquenoqueríansabernadadeél.

SóloCascabel,lalindayágilcabritaseatrevíaaenfrentarseaél.Envezdeesquivarle, como lo hacían las demás, lo buscaba y lo embestía con tantarapidez, que el Gran Turco se quedaba mirándola aturdido, sin atreverse aatacar,porqueCascabeleramuyguerrerayteníaloscuernecillosmuyagudos.HabíaluegolapequeñaBlancanieves,quebalabasiempretanlastimosamente,quemásdeunavezHeidihabíaacudidoparaacariciarla.Lacabritaacababade volver a balar con su voz triste. Heidi corrió hasta ella, la abrazó y lepreguntósuavemente:

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—¿Quétepasa,Blancanieves?¿Porquétequejasasí?

Blancanieves se acurrucó confiadamente al lado de Heidi y permaneciómuyquieta.

Desde su sitio,Pedroexclamóconalgunas interrupciones,porque seguíacomiendo:

—Lo hace porque la vieja ya no viene con nosotros. La vendieron lasemanapasadaaunodeMayenfeld.

—¿Quiéneslavieja?—preguntóHeidi.

—¡PueslamadredeBlancanieves!—contestóPedro.

—¿Dóndeestálaabuela?—volvióapreguntarHeidi.

—Notiene.

—¿Yelabuelo?

—Notiene.

—¡PobreBlancanieves!—dijoHeidi abrazándola—.Ahora ya no tienesquequejartemásporqueyovendrétodoslosdíasynoestarástansólita,ysinecesitasalgo,vienesamí.

Blancanieves frotó lacabezacontraelhombrodeHeidicomosiquisierademostrarsuafecto,ycesódegemir.Pedro,quepor finhabía terminadodecomer,seacercó tambiénal rebaño.BlanquitayDianaeran lascabritasmáslindasdetodoelhato;ibanlimpiasyteníanciertoairedistinguido;ademássemanteníancasisiempreseparadasdelasotras,sobretododelGranTurco,alqueparecíandespreciar.

Todaslascabrashabíanvueltoasaltaryabrincarporlamaleza,cadaunaasumodo,unassaltandocasideliberadamentesobreelmenorobstáculo,otrasbuscandoconmuchaatenciónlashierbasmástiernas,elGranTurcotratandodeatacar a lasquecruzabanpor sucamino.BlanquitayDiana saltabanconagilidad y siempre encontraban los mejores sitios, que ramoneabanrápidamente. Heidi, con las manos a la espalda, lo observaba todo con lamayoratención.

—Pedro—dijoalmuchacho,quesehabíavueltoatumbarsobrelahierba—,BlanquitayDianasonlasmásbonitasdetodas.

—Losé—respondió—Noesextraño.ElViejodelosAlpeslasfrotaylaslavasiempreylesdasalyademássuestabloeselmáslimpio.

Depronto,Pedroselevantócomounrayoycorrióendirecciónalrebaño,seguidodeHeidi,porquealgoestabaocurriendoqueellanoqueríaperderse.Pedrocorrióhaciaelladoenquelasrocasformabanelprecipicioydondese

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despeñaría fácilmente una cabra si se aproximaba. Pedro había visto a latemerariaCascabelsaltarhaciaaquelsitioyllegójustamenteenelinstanteenqueelanimalibaaalcanzarelbordedelprecipicio.Elmuchacho,alquererlacoger, perdió el equilibrio y cayó al suelo, pero aún tuvo tiempo de asir aCascabel por una pata, y retenerla con todas sus fuerzas. La cabra balabaencolerizada al ver que le impedían continuar la pequeña aventura, y tirabafuertementeporlibrarse.PedrollamóaHeidiparaqueleayudara,porquenopodía levantarse sin soltar lapatadeCascabel.Heidi llegó rápidamentey lebastóunamiradaparahacersecargodelaangustiosasituación.Sinperderunsegundoarrancóunpuñadodehierbaolorosa,loacercóalhocicodeCascabely,hablandoentonoconvincente,dijo:

—Ven,ven,Cascabel,sérazonable.Noves,tontita,quesitecaesporahíteromperíaslaspatitasyteharíasmuchodaño.

Lacabrasehabíavueltoenseguidahacialaniñaysinhacerserogarcomíalahierbaqueéstaleofrecía.PedroaprovechóelrespiroparaponersedepieyluegocogióaCascabelporlacuerdadelaquependíalacampanita.Heidisepuso al otro lado y así, entre los dos, condujeron al intrépido animaltranquilamente hacia la manada. Entonces Pedro preparó el bastón parapropinar al animal un buen castigo y Cascabel, que advirtió la intención,andabahaciaatrás,poseídademiedo.PeroHeidiexclamóenérgicamente:

—¡No,Pedro,nolepegues!¿Novescómotiemblalapobre?

—Pueslomerece—murmuróPedroentredientes,alzandonuevamenteelbastón.

Heidiseabalanzósobreél,lesujetóelbrazoygritó:

—¡Noquieroquelepegues!¡Novesqueleharíasdaño!¡Déjalair!

Pedro se quedómuy asombrado ante aquel ademán autoritario deHeidi,cuyosojosnegrosbrillabandeindignación;instintivamentebajóelbastón.

—Estábien, ladejaréirsi túmedasmañanaotravezpartedelqueso—dijo,porquequería,cuandomenos,queledieseunacompensaciónporelsustoquehabíasufrido.

—Telodarétodo,mañanaytodoslosdías,nolonecesito—contestóHeidi—, y te daré parte del pan como hoy he hecho, pero prométeme que nopegarásnuncaaCascabelniaBlancanievesnianingunacabra.

—Comoquieras—repusoPedroyensubocaesarespuestaeracomounapromesa.

Soltóalaculpable,quesefueajuntaralegrementeconsuscompañeras.

Asítranscurrióeldíasinquelosniñossedierancuentadeello;elsolhabía

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alcanzado la línea del horizonte y estaba a punto de ocultarse tras lasmontañas.Heidisehabíasentadoenelsueloymirabacomolosrayosdoradosdel solponiente iluminaban las floresmulticolores.Lahierba teníaunbrillorojizoylasrocasseencendían.Heidisepusoenpiedeunsaltoyexclamó:

—¡Pedro,Pedro,estánardiendo!¡Todaslasmontañasarden!Ytambiénlanieveyelcielo.¡Fíjate,fíjatecómoardenlasrocas!¡Québonitaeslanieveenllamas! ¡También está ardiendo el nido del gavilán! ¡Mira las rocas, losárboles!¡Todoestáardiendo!

—Noesnada.Esopasatodoslosdías—respondióPedrotranquilamente;siguiómondandolavaraquehabíacortadoyañadió—:Noesningúnfuego.

—¿Entonces qué es? —preguntó Heidi, que no sabía a qué lado mirarprimero, tan bello le parecía el espectáculo—. Dime, Pedro, ¿qué es? —preguntólaniñaporsegundavez.

—Nosé,esosucedeasíynadamás—contestórápidamenteelmuchacho.

—¡Oh, fíjate!—exclamóHeidi, cada vezmás excitada—, ahora todo sevuelve color de rosa.Mira aquellamontaña cubierta de nieve como está, yaquellaotratanpuntiaguda.¿Cómosellaman,Pedro?

—Deningunamanera—repusoél.

—¡Quépreciosaeslanievecolorderosa!¡Oh,quécolormáslindoaquéldeallíarriba!¡Ah!Todoahorasevuelvedecolorgris…¡OhPedro, todoseacabó!

YHeidisesentóenlahierba,muydecepcionada,comosirealmentetodohubieraacabadoparasiempre.

—Mañanaloverásotravez—dijoPedro—,yahoralevántate,queeshorademarchar.

Silbó y llamó a las cabras para reunir todo el hato y poco despuésemprendieronelregreso.

—Pero…¿deverdadque todos los días pasará lomismo? ¿Siemprequevengamos aquí al prado?—preguntóHeidi con insistenciamientrasbajabandeloscamposdepastos.

—Casitodoslosdías.

—Pero…¿mañana,seguro?

—Sí,sí,mañanaloverás,seguramente.

Por fin Heidi se sintió satisfecha. Había recibido tantas impresionesdiversas, en su mente bullían tantas ideas, que no podía hablar y entre losniñosreinóelsilenciohastaquehubieronllegadoalacabañadelabuelo.Éste

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sehallabasentadobajolosabetosenunbanco,tambiénhechoporél,enelqueaguardabatodaslasnocheslallegadadelascabrasqueregresabansiempreporaquel lado. Heidi se precipitó hacia él, seguida de Blanquita y Diana, quehabíanreconocidoasudueñoyelestablo.

Pedroexclamódesdealgunadistancia:

—¿Verdadquevolverásmañana?¡Buenasnoches!

Elmuchacho teníamuchas ganas de que Heidi fuese otra vez con él alpasturaje.Heidisevolvió rápidamentehaciaélpara tenderle lamanoyparaasegurarle que no faltaría al día siguiente; luego se acercó nuevamente aBlancanieves,laabrazóporelcuelloyledijo:

—Duermebien,Blancanieves,acuérdatequemañanaestaréotraveza tulado,yqueyanohasdebalarcontantatristeza.

LacabritavolviólacabezahaciaHeidiylamiróconsusojosdulcescomosi quisiera demostrar su agradecimiento por el afecto con que la niña latrataba,yluegosiguió,saltandoalegremente,alhato.Heidiregresóentoncesalladodesuabuelo,sentadodebajodelosabetos.

—¡Abuelo, qué bonito ha sido todo!—exclamó—. ¡El fuego, las rosassobrelasrocasylasfloresazulesyamarillas!¡Ymiraloquetetraigo!

Heidiechóalospiesdesuabuelolasfloresqueellatrajeraensudelantal.Pero las pobres flores estaban completamente mustias. La niña no lasreconoció, leparecíaquehabía traídohenoenvezdefloresfrescascomoseproponía.Niunasolaestabaabierta.

—¡Oh, abuelo! ¿Qué tienen? —exclamó Heidi, muy afligida—. Noestabanasíestamañana.¿Porquétienenesteaspecto?

—Las flores prefieren estar en el prado al sol y no en tu delantal —respondióelabuelo.

—Entonces, nuncamás cogeré flores. Pero dime, abuelo, ¿por qué gritatantoelgavilán?

—Ahora tienes que ir a lavarte.Yo, entre tanto, he de ir al establo paraordeñarlascabrasyluego,cuandocenemos,teloexplicaré.

Yasífue.Mástarde,cuandoHeidisesentóeneltaburete,teniendodelantesutazóndeleche,yelabueloasulado,laniñarepitiósupregunta:

—¿Porquégritatantoelgavilán,abuelo?

—Pues porque así se burla de las gentes que viven amontonadas enpueblosyciudadesysemolestanunasaotras.Elgavilángritadiciéndoles:«Sios separaseisy cadaunodevosotros se labrara su caminoy sebuscaseuna

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rocadondehabitarcomoyo,mejorosiríanlascosas».

Eltonountantorudoconqueelabuelopronunciaralasúltimaspalabras,aumentóaúnmáselefectoqueelgritodelgavilánhabíacausadoalaniña.

—¿Porquénotienennombrelasmontañas,abuelo?—preguntódespués.

—¡Vaya si lo tienen!—exclamó el abuelo y añadió—: Si me describesalgunaqueyoconozca,tedirécómosellama.

Heidiledescribióenseguidacómoeralamontañadelasgrandesrocastalcomolahabíavisto,consugranpicoamododetorreón,yelabueloledijo:

—Sí,ésalaconozcobien,sellamaFalkniss.¿Hasvistootras?Entonceslaniñaleexplicócómohabíavistoelgranventisqueroylanievedelacimaquese tomó roja como el fuego, luego se volvió de color rosa y por últimocompletamentepálida,comosiseextinguiera.

—También laconozco;se llamaCasaplana.¿Demodoque tehagustadopasareldíaalláarriba?

Heidilecontótodoloquehabíavisto,yquébonitoeraaquello,sobretodoelfuegoquehubounpocoantesdeoscurecer.Yqueríasaberdedóndeveníaaquelfuego,porquePedronohabíasabidoquécontestarasuspreguntas.

—Verás—dijoelabuelo—,esunefectodelosrayosdelsol.Cuandoelsolseponeyda lasbuenasnochesa lasmontañas, lesenvía susúltimosymásbonitosrayosparaquenoloolvidenhastaeldíasiguiente.

AHeidilegustómucholoquesuabuelolehabíacontadoyapenaspodíaesperarlallegadadelnuevodíaparavolverasubiraloscamposdepastosyparaverotravezcómoelsoldabalasbuenasnochesalasmontañas.

Pero,entretanto,eraprecisoacostarse;laniñadurmiótodalanocheenelmásdulcesueñosobresulechodeperfumadohenoysoñabaconlasmontañasgrandiosas, de rocas carmesí, y sobre todo, con Cascabel y sus alegrespiruetas.

CAPÍTULOIV

ENCASADELAABUELA.

Aldíasiguiente,elsolvolvióasalirradiante,yconélaparecieronotravezPedroysuscabras,ytodostomaronnuevamenteelcaminohacialospastosdealtamontaña.Yasípasóelverano,díatrasdía,yHeidi,tostadaporelsolyelaire,sehacíacadavezmásfuerteyrobusta.Nadafaltabaasufelicidad:vivía

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dichosayalegre,comolospájarosenelbosque.

Llegóelotoñoyelvientosepusoasoplarconmásfuerzaenlasmontañas.Entonceselabuelodecía:

—Hoytequedarásencasa,Heidi.Eresdemasiadopequeñayelvientoestanfuertequetepodríallevarmontañaabajoenunadesusráfagas.

Cuandoestosucedía,Pedroseponíatriste.PensabaenlaaburridajornadaqueleesperabasinHeidi,yademástendríaquerenunciaralacopiosacomiday lascabras semostraríanmásdíscolasy traviesas.Sehabíanacostumbradotantoalapresenciadelaniña,quesinellanoqueríanmarcharporelcaminoseñalado, si no que se dispersaban hacia todos lados y Pedro tenía muchotrabajoenmantenerlasreunidas.

Encambio,Heidinoconocíaaquellashorastristes,porquesiemprehallabacosasqueleagradaban.Naturalmentehubierapreferidoseguiralpastorysuscabras al monte, a los prados floridos, allí donde volaba alto el gavilán ydondesucedían tantascosascon lascabras;pero también leentreteníamirarcómo el abuelo trabajaba la madera. Y cuando se dedicaba a preparar losbonitosyredondosquesosdecabra,legustabamuchoverleocupadoconlospreparativos, remangadas las mangas, y verle remover la masa en la grancaldera.Perosobretodaslascosas,legustabaaHeidi,enaquellosdíasenquesoplaba el viento otoñal, el misterioso runrún de los tres abetos que habíadetrásdelacabaña.Decuandoencuandodejabasusquehaceres,cualesquieraque fuesen, para escuchar debajo de los árboles, porque nada le parecía tanbellocomoaquelmurmulloprofundoymisteriosodelasramas.Nosecansabade mirar y de escuchar aquella música salvaje del viento sacudiendo confuerzalosárbolescentenarios.

ElsolyanoeratancalientecomoenveranoyHeidisacódelarmariosuscalcetines y sus zapatos y también un vestido, porque hacía cada vez másfresco y cuando estaba debajo de los abetos se quedaba aterida; pero nadapodíaretenerlaencasacuandooíaelrunrúndelosárboles.

Yllegóelfrío.PedrosesoplabalasmanoscuandollegabaporlamañanatempranoalacabañadelViejo.Yunamañana,todoamanecióblanco:durantelanochehabía caído la primeranevadayyano seveíani una solamanchaverde.Pedroelcabrerodejódesubiralmonteconsuscabras.Heidi,sentadajunto a la ventana, contemplaba cómo caía la nieve en grandes copos, sininterrupción.Tangrandefuelacantidaddenievecaída,quealfinalcanzóelbordeinferiordelaventana,yaúnseguíasubiendodetalmaneraqueyanosepodíaabrirlaventana.Dentroseestababiencalentito.AHeidiesolepareciótandivertidoquenoparabadecorrerdeunaventanaaotraparaverenquéibaaparartodoaquello.Sepreguntabasiporfinlanievecubriríatodalacabaña,ysiseríaprecisoencenderlaslucesenplenodía.Perolascosasnollegarona

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tanto.Aldíasiguientecesólanieveyelabuelosaliófueraysepusoaquitarlanieve.Conunapala fueamontonando lanieveenvarios sitioshastaque lasventanas y las puertas quedaron despejadas. Por suerte el abuelo lo habíahechoenseguida,porquecuandoélyHeidisehallabanporlatardesentadosjuntoalfuegodelhogar,oyerondeprontoreciosgolpesypatadasdelantedela puerta, y a poco entróPedro el cabrero, que hacía aquel ruido cuando sequitabalanievedeloszapatos.Dehechoestabacubiertodenieveporquetuvoque abrirse camino a través de una capa tan densa que grandes trozosquedaronpegadosasuropaporelfrío.Peronilanievenielfríolehicieronrenunciar a su empeño: hacía ochodías quenoveía aHeidi y la echabademenos.

—Buenastardes—dijoalentrar.

Despuésseacercóal fuegoynodijonadamás,perosurostroexpresabafrancaalegríaporestarallí.Heidilemirabaasombradayaquesehallabatancercadelcalordelhogarquelanieveempezóaderretirseycaíadesuropaenformadelluvia.

—Bien,general,¿cómotevanlascosas?—preguntóelabuelo—.Ahoratehasquedadosinejércitoytienesquemorderellápiz.

—¿Porquéhademorderellápiz,abuelo?—preguntóHeidi,muycuriosa.

—Duranteel invierno,Pedro tieneque iralcolegio—explicóelanciano—; allí se aprende a leer y a escribir y eso, a veces, resulta muy difícil ymorderellápizayuda,¿verdad,general?

—Sí,esverdad—confirmóPedro.

Heidimostróinmediatamentegraninterésensabermásacercadelcolegio,loquesepodíaveryoírallí,ehizomuchaspreguntasaPedro.YcomoconPedro lasconversacionessolíanserde largaduración,suropafuesecándosepoco a poco. Le costaba mucho encontrar las palabras para expresar suspensamientos,yaqueldíaleresultabaaúnmáscomplicadoquedecostumbre,porqueapenashabíalogradocontestaraunapreguntadeHeidi,cuandoéstayale asediaba con la siguiente, y eran preguntas siempre inesperadas que seteníanquecontestarconfrasesenteras.

Elabuelohabíapermanecidosilenciosoduranteaquellaconversación,peromás de una vez contrajo la boca en débil sonrisa, señal de que escuchabaatentamente.

—Bueno,general,ahorayatehasfogueadobienynecesitasreponerfuerza—dijoalfin—.Venyhaznoscompañía.

Y esto diciendo, se dirigió al armario y sacó la comida. Heidi puso enseguidalostaburetesjuntoalamesa.Desdelallegadadelaniña,elanciano

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habíaconstruidotambiénunbancomuylargojuntoalaparedyotrosasientosparados,porqueaHeidilegustabaseguirleportodaspartesysentarsealladode su abuelo. Los tres se instalaron cómodamente alrededor de la mesa yPedropusolosojoscomoplatoscuandovioelenormetrozodecarneahumadaqueelViejodelosAlpescolocósobrelagruesarebanadadepandestinadaaél;hacíamuchotiempoqueelmuchachonohabíacomidotanbien.

Despuésdeestaexcelentecena,yacasieradenocheyPedrosedispusoamarcharse.Diolasgracias,lasbuenasnoches,yenelumbraldelapuertasevolvióunavezmásydijo:—Volveréeldomingoqueviene.Ylaabuelamehamandadodecirtequepodríasvisitarlatambiénalgunavez.

QuealguienquisieraverlaeraalgocompletamentenuevoparaHeidi,peronocesóyadepensarenlavisita,yaldíasiguiente,laprimeracosaquedijoasuabuelofue:

—Abuelo,tengoqueiraveralaabuela.Ellameespera.

—Haydemasiadanieve—respondióelabuelo.

PeroHeidinoolvidóelproyecto.Teníaque ir, laabuela laesperaba.Deaquíquenotranscurrieraunsolodíasinquelaniñanorepitiesecuandomenosseisosieteveces:

—Hoydeberíair,abuelo,laabuelameespera.

ElcuartodíadespuésdelavisitadePedro,seprodujounafuertehelada,elsuelocrujíaacadapaso.Peroelsoliluminabaelinteriordelacabaña.

Heidi,sentadaeneltabureteycomiendovolvióarepetir:—Hoydeberíairaveralaabuela;seguramenteseleharálargoeltiempodetantoesperar.

Aquella vez el abuelo se levantó, subió sin decir nada al desván dondeguardabaelhenoybajólateladesacoqueservíadecolchaenlacamadelaniña,diciendo:

—Vamos,pues.

Locadealegría,Heidisaltódesuasientoyseprecipitó fuerade lacasa.Losviejosabetosestabansilenciosos;suramajesedoblababajoelpesodelaespesayblancanieve sobre laque jugueteaban los rayosdel sol arrancandovivosdestellos.Eraunespectáculomagnífico.Heidi,maravillada, empezóaexclamar:

—¡Sal, abuelo, sal pronto! ¡Mira! ¡Los abetos están cubiertos de oro yplata!

Elancianosaliódelcobertizoarrastrandoungrantrineo.Éste,destinadoaltransportedelamaderadelamontaña,estabaprovistoensupartedelanteradeunfuertetravesañoy,sentadoenelvehículo,eraposibleguiarloaldescender.

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Elabuelo,despuésdehaberadmiradodebidamentelosabetosqueHeidilehabíaindicado,envolvióalaniñaconelgransaco,seacomodóeneltrineoylasentóensusrodillas;luegoasióeltravesañoparamantenerelequilibrioydiounvigorosoempujónconambospies.Eltrineopartiócomounaflechayse deslizó por el sendero con gran rapidez. Heidi tuvo la impresión de quevolabacomolospájarosydabagrandesgritosdealegría.Deprontoeltrineose detuvo casi en seco.Habían llegado a la cabaña dePedro, el cabrero.Elabuelopuso laniñaen tierra, lequitóelsacocon laque lahabíaenvueltoydijo:

—Ahora entra y cuando comience a oscurecer ponte en camino pararegresaracasa.

Luegodiovueltaaltrineoy,arrastrándolotrasdesí,volvióasubirporelsendero.

Heidi abrió la puerta de la cabaña y penetró en una habitación muypequeñayoscura.Enunodelosrinconeshabíaunhogaryalgunosrecipientesenuna repisa:aquelloera lacocina.Heidiempujóotrapuertayentróenuncuartoestrechoydetechobajo.Noeraaquéllaunacabañagrandeyhermosademontañés,comoladesuabuelo,sinounachozaenlaquetodoerabajoyestrecho.EnunamesaestabasentadaunamujerqueremendabaelchalecodePedro; Heidi lo reconoció en seguida. Una viejecita arrugada hilaba en unrincóndelcuarto.Heidicomprendióinmediatamentequiéneraaquellaancianay,sinvacilar,sedirigióhaciaella,diciendo:

—Buenosdías,abuela.Hoyhevenidoaverte.¿Setehahechomuylargalaespera?

LaviejecitalevantólacabezaybuscóconsumanolaqueleofrecíaHeidiy,cuandolahubocogido,laretuvounmomentosinhablar.Alfindijo:

—¿ErestúlapequeñaqueviveallíarribaconelViejodelosAlpes?¿EresHeidi?

—Sí,sí,soyyo—respondiólaniña—.Elabueloacabadetraermeaquíeneltrineo.

—¿Esposible?¡Tumanoestácalentita!Dime,Brígida,¿esverdadqueelViejohabajadohastaaquíconlapequeña?

Brígida,lamadredePedro,selevantóyexaminóalaniñadepiesacabezaconlamayorcuriosidad.

—No lo sé, madre—dijo—.Que el Viejo haya traído aquí a esta niña,cuestacreerlo;quizálaniñanosabeloquedice.

Pero Heidi miró a aquella mujer fijamente a los ojos y dijo con granfirmeza:

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—Yosémuybienquiénmehaenvueltoenelabrigoyquiénmehatraídoeneltrineo.Hasidomiabuelo.

—EntoncesparecequehayalgodeverdadenloquePedronoshacontadoeste verano acerca delViejo de losAlpes, cuando nosotras creíamos que elmuchachoseloinventaba—dijolaabuela—.¡Peroquiénhubieracreídoqueesofueraposible!Yoestabaseguradequelapequeñanopodríavivirnitressemanasallíarriba.¿Quéaspectotiene,Brígida?

—Se parece mucho a Adelaida, pero tiene los ojos negros y el peloencrespadocomoTobíasyelviejodeallíarriba;creoquesepareceunpocoalosdos.

Durante aquella conversación,Heidinohabíaperdido el tiempo,pues sehabíapuestoaexaminartodoloquevieraasualrededor.

—Abuela—dijo—,miraaquellacontraventanaqueestásueltaydagolpes.Elabuelolafijaríaenseguidaconunclavo,porquesino,conlosgolpes,undíaromperáloscristales.¡Miracómosemueve!—¡Hijamía!—respondiólaanciana—.Yo no puedo verlo como tú, pero lo oigo.Y no es solamente lacontraventana,estodalacasaqueparecequerersepartirporloscrujidosqueda.Elvientoentraaquípor todaspartes, lacasaestámuyvieja,ydenoche,cuando Brígida y Pedro duermen, tengo miedo de que se venga abajo yquedemos todos enterrados. ¿Quién quieres que arregle la casa? Pedro nopuede,noentiendenadadeeso.

—Pero¿porquénopuedesvercómosemueve lacontraventana? ¡Fíjatecómosemueveahora!

YHeidilaseñalóconlamano.

—¡Ayhijamía!Yonopuedoyavernada,nicontraventanasniotrascosas—repusolaancianasuspirando.

—Ysisalgoyabrobienesacontraventanaparaqueentremuchaluz,¿noverásentonces?

—No,no,esonoserviríadenada;nadiepuededevolvermelaluz.

—Perositúsalierasfuera,conlanievetanblanca,túverías,estoysegura.Ven,abuela,telovoyaenseñar.

Heidi,alaquelaspalabrasdelaancianaempezabanaintrigarlaunpoco,lacogiódelamanoparallevarlaafuera.

—No,hijamía,déjame,paramísiempreserá lanoche,aunqueestuvieseenlablancanieve;laluzyanopenetraenmisojos.

—Entonces puede que en verano sí veas—insistióHeidi, cada vezmásangustiadaybuscandounasolución—.Sabes,cuandoelsolquemamuchoy

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sepone,dicebuenasnochesalasmontañasytodopareceenvueltoenfuegoylaspequeñasfloresbrillan.Entoncesestoyseguradequepodríasver.

—No,miniña,nuncamásvolveréaverlasmontañasenvueltasenfuego,lasfloresdoradas,nuncamásenlatierrapodréverlaluz.

Heidiseechóalloraramargamenteyllenadepesarsollozaba:

—¿Esquenadiepuedehacerqueveas?¿Nadie?

La abuela trató de consolar a la niña, pero no le resultó fácil. Heidi nollorabacasinunca,perocuandoempezaba,yanopodíaparar.

—Heidi, hijita—dijo—, acércate, quiero decirte algo. Cuando ya no sepuede ver nada, aún gusta más oír palabras amables, y a mí me encantaescucharteati.Ven,siéntateamiladoycuéntamealgo.Dimequéhacesallíarribacontuabuelo.Yoloconocíenotrotiempo,peroahorayahacemuchoquenadiemedanoticiassuyas,exceptoPedro,ynohablamucho.

Derepente,Heidituvounanuevaidea.Sesecórápidamentelaslágrimasydijoentonoconsolador:

—Espérate,abuela,hastaqueyoselocuentetodoalabuelo;élharáquetúveasytambiéntearreglarálacasaparaquenohagamásruidocuandosoplaelviento.Elabuelosabearreglarlotodo.

La abuela callaba y la niña empezó a contarle conmucha viveza cómovivía ella con su abuelo, lo que hacía durante los días de invierno. Leexplicaba todas las cosas que el abuelo sabía hacer de madera: bancos,taburetes,pesebrespara lascabras,y lagrantinaenlaquepodíabañarseenverano,yunaescudillapara lecheyunacuchara también.Amedidaque ibacontando, se animaba cada vezmás al recuerdo de tantas cosas bonitas quehabía visto fabricar de un sencillo trozo de madera. Le confió que ella sequedabasentadaalladodelabueloparavercómolohacía,porqueundíaellatambiénqueríahacerlo.

Laabuelaescuchabaconmuchaatención,exclamándosedevezencuando:

—¿Oyes,Brígida,loquedicedelViejo?

Deprontolaconversaciónfueinterrumpidaacausadeungrangolpedadoenlapuerta,yPedroaparecióenelumbral.AlveraHeidi,sedetuvoenseco,abriendocomonunca susgrandesy redondosojosy sonriócuandoHeidi lesaludó.

—¿Cómoesposiblequeyahayavueltodelcolegio?—exclamólaancianamuysorprendida—Hacíamuchosañosquelatardenomehabíaparecidotancortacomohoy.¡Buenastardes,Pedrito!¿Cómovalalectura?

—Lomismoquesiempre—contestóPedro.

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—¡Ay!—suspiró la abuela—, esperaba que las cosas cambiarían, ahoraquevasacumplirdoceaños.

—¿Por qué habían de cambiar las cosas, abuela?—preguntóHeidimuyinteresada.

—Quierodecirquepodríahaberaprendidoa leer—respondió laanciana—.Allí encima de la repisa hay un viejo libro de oraciones, con hermososcánticos. Hace ya tantísimo tiempo que no los he oído cantar, que los heolvidado, y esperaba que Pedro podría leerlos para mí alguna vez, cuandoaprendieraaleer;peronopuedeaprender,esdemasiadodifícilparaél.

—Voy a encender la lumbre, está oscureciendo ya —dijo entonces lamadre de Pedro, que no había dejado un momento de mover la aguja—.Tambiénamílatardesemehapasadovolando.

Aloíreso,Heidiselevantóbruscamente,ytendiendolamanoalaabuela,dijo:

—Adiós,abuela.Ahorahedemarcharmeporqueestáoscureciendo.

DespuéssedespidiódePedroydesumadreysedirigióalapuerta.

—Espérate,Heidi, no quiero que temarches sola. Pedro te acompañará.Cuídala bien, Pedro, no vaya a caerse y sobre todo que no coja frío, ¿hasentendido?¿Tieneunbuenpañueloparataparse?

—No,notengoninguno—repusoHeidi—,peronotendréfrío.

Y se puso en camino con tanta prisa, que Pedro apenas podía seguirla,mientraslaancianasuplicaba:

—Corredetrásdeellos,Brígida;lapequeñasehelarádefrío.Ten,tomamichalycorre.

Brígida obedeció.Los dos niños habían dado apenas veinte pasos por elsenderocuandovieronqueelabuelobajabaatodaprisaasuencuentro.

—Estábien,Heidi,has tenidopalabra—dijo, envolviéndolaen lamanta—.Ylacogióenbrazosyemprendióelregresohacialacabaña.

Brígida,quehabíallegadoatiempoparapresenciarlaescena,nosalíadesuasombro.Volvióa lacabañaconPedroycontóa laanciana loquehabíavisto.Éstatambiénsesorprendiómuchoyrepitióvariasveces:

—¡Gracias a Dios que las cosas le van bien a la niña, gracias a Dios!¡Ojalá la deje volver aquí! Es tan buena y saber contar cosas tan bonitas.¡Cuántobienmehahechotenerlaamilado!Hastacuandosehuboacostado,la abuela seguía repitiendo: —¡Ojalá vuelva! ¡Ahora ya tengo algo en elmundodequealegrarmeotravez!

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Brígidaestabadeacuerdoconsumadre,yencuantoaPedro,asentíaconlacabezay,conunaanchasonrisa,decía:—Yoyalosabía.

MientrastantoHeidi,enbrazosdesuabuelo,tratabadeexplicarletodoloque había visto y oído, pero la manta que la tapaba era tan gruesa, que elabuelonoentendíanadadeloquelapequeñadecía.

—Espérate un poco, cuando lleguemos a casame lo contarás todo—ledijo.

Apenashabíanentradoenlacabaña,Heidisequitóelgransacodeencimayexclamó:

—Abuelo,mañanadebemoscogerelmartilloyclavosgrandesparaclavarlospostigosdelachozadelaabuelaymuchasotrascosas,porquetodocrujeysedeshaceallí.

—¿Debemos?¡Mírala!¿Quiénhadichoeso?—preguntóelabuelo.

—Nadiehadichonada,peroyolosé—replicóHeidi—.Todoestárotoyla abuela no puede dormir porque tiene miedo de que la casa se les caigaencimay losentierrea todos.Yademás,¿sabes?, laabuelanove,nopuedevernada,pero¿túharásquevea,verdad,abuelo?Debedesermuytristeparaella estar siempre en la oscuridad y encima con miedo y sin nadie que laayude.¡Sólotúpuedescurarla!Mañanairemos,¿verdadqueiremos,abuelo?

Heidihabíaabrazadoalancianoylomirabaconsusojosdulcesllenosdeconfianza.Éllamiróunmomentosinhablar,yalfindijo:

—Sí,Heidi,mañanairemosarepararunpocolacabañadelaabuela;esoesalgoquesabemoshacer.

EntoncesHeidi sepusoadar saltitosdealegríapor toda lahabitación,yexclamaba:

—¡Mañanairemos!¡Mañanairemos!

Elabuelocumpliósupalabra.Alatardedeldíasiguientebajaronotravezeneltrineoy,comoeldíaanterior,elancianodejóalaniñaalapuertadelachoza,diciendo:

—Entraycuandoempieceaoscurecer,regresa.

DespuéscolocósobreeltrineolatelaqueaHeidileservíadecolchaydeabrigoydesapareciódetrásdelacasa.

ApenasabrióHeidilapuertadelachoza,laabuelagritódesdesurincón:

—¡Ahívienelapequeña!¡YavieneHeidi!

Ytantafuelaalegría,quedejólaruecayelhiloytendiólasmanoshacia

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ella.

Heidiseprecipitóensusbrazosy,despuésdesaludarla,arrimóuntaburetey se sentóa su lado,comenzando inmediatamenteacontaryapreguntarunsinfíndecosas.Peroderepenteseoyerongolpesmuyfuertesenlapareddelachozaylaabuelasesobrecogiódemiedoyderribólarueca,exclamandoconvoztemblorosa:

—¡Misericordia! ¡Ya lo decía yo, la casa se viene abajo! Pero Heidi lacogióporelbrazoylaconsolódiciendo:—No,abuela,notengasmiedo.Eselabueloconsumartillo;vaaponerclavosentodalacasaparaquenuncamástengasmiedo.

—¿Es posible que suceda esto? ¿Es posible? Entonces Dios no nos haabandonado. ¿Has oído, Brígida? Sí, sí, es el ruido de los golpes de unmartillo.Sal,Brígida,ysieselViejodelosAlpes,dilequeentreunmomentoparaqueyopuedadarlelasgracias.

Brígidasalió.Elabueloestabaapuntodefijarotroclavoenlapared.LamadredePedroavanzóhaciaél.

—Le deseo buenas tardes—le dijo— ymi madre también. Le estamosmuy agradecidas por el servicio que nos presta, y mi madre quisiera darlepersonalmente las gracias. Sólo usted es capaz de hacer eso por nosotras ynuncaloolvidaremos.

—Basta,basta—interrumpióásperamenteelanciano—.YasémuybienloquepiensandelViejodelosAlpes.Entreencasaynosepreocupedemí,queyoséencontrarlascosasquenecesitanreparación.

Brígida obedeció inmediatamente porque el anciano tenía un modo dedecir las cosas y de mirar, que hacían perder las ganas de contradecirle.Continuó clavandoy arreglando las tablas sueltas de la casa y cuandohubodadolavuelta,subióporunapequeñaescalerademaderasobreeltechopararepararlotambién.Cuandohubohincadoelúltimoclavo,empezóaoscurecer.Entonces fue a buscar el trineo, que había atado detrás del establo de lascabras, y en aquel momento Heidi apareció en el umbral de la puerta. Elabuelolaabrigócuidadosamente,lacogióenbrazoscomolanocheanterior,yluego echó a andar, arrastrando el trineo con lamano libre.Hubiera podidosentar a Heidi en él, pero corría el peligro de que la manta se soltara y lapequeñasehelaseduranteelcamino.Elabuelosabíamuybienloquepodíapasarypreferíallevaralaniñaenbrazosparaquenotuvierafrío.

Deestemodopasóelinvierno.Despuésdeloslargosañosdeoscuridadyde tristeza, la abuela de Pedro,muy viejecita y ciega, sintió que una nuevaalegríallenabasuvida,ylosdíasnoleparecíantanlargosysombríos,ahoraque se veía rodeada del cariño de la pequeña Heidi. Después del mediodía

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esperabaoírlaancianalospasosmenudostanconocidos,yapenasseabríalapuertaylapequeñaentrabaenlahabitación,nodejabadeexclamarnunca:

—¡Diossealoado!¡Yaestáaquí!

YHeidisesentabasiempreasuladoparacharlarycontardeunmodotandivertido todo loquepodía interesara laanciana,que lashoras transcurríansinqueéstasedieracuenta.Brígidayanolaoíanuncamáspreguntar:

—Pero¿aúnnosehaacabadoeldía?

Al contrario, ahora, cada vez que se cerraba la puerta tras Heidi, solíaexclamar:

—¡Quécortassonlastardes!¿Verdad,Brígida?

Yéstarespondía:

—Sí, es verdad, parece que ahora mismo haya terminado de fregar losplatosdelacomida.

—QueelSeñornosconserveaestaniñayalViejodelosAlpessubuenavoluntad—añadíalaanciana—.¿Hacecaradesalud,lapequeña?

YcadavezcontestabaBrígida:

—Estátanfrescacomounamanzana.

Heidi había llegado a querer mucho a la vieja abuela y cada vez querecordaba que nadie, ni siquiera su abuelo, podía hacer que volviese a ver,experimentabaunagrantristeza.Perolaabuelanosecansabaderepetira lapequeñaquenunca sufría a causade suceguera cuandoella sehallabaa sulado,yasíHeidinodejabadebajaralachozaningunatardeporpocoqueeltiempo invernal lo permitiera. El abuelo, sin que mediara entre ellos unapalabra,habíacontinuadollevándoseelmartilloyotrasherramientasypasabamuchas tardes remendando lacasadePedroelcabrero.Deaquíquedurantelaslargasnochesdeltempestuosoinviernolacasayanocrujieracomoantes,ylaabuelaafirmóquehacíamuchísimo tiempoquenodormía tan tranquilayquenuncaolvidaríaloqueelViejodelosAlpeshabíahechoporellos.

CAPÍTULOV

UNAVISITAYLUEGOOTRAQUETIENEGRAVESCONSECUENCIAS.

Habíatranscurridouninvierno,luegounverano,yotroinviernotocabaasufin.Heidieralamismadesiempre,felizycontentacomolospajaritos;cada

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díaesperabafelizlallegadadelapróximaprimavera;elcálidoföhnqueseoíamugirenlosabetosprontosellevaríalanieveyelsolentoncesharíaflorecerotra vez las florecillas blancas y amarillas.Volverían los hermosos días delpasturajequeHeidi tanto amaba.Prontocumpliríanueveaños.Suabuelo lehabíaenseñadotodaclasedecosasútilesysabíacuidarlascabrascomonadie:Blanquita y Diana la seguían por todas partes como perritos, balando dealegría cuando oían su voz. Aquel último invierno, Pedro había traído dosvecesrecadodelmaestrodeescueladeDörfliparaqueelViejodelosAlpesmandara al colegio a la niña que vivía con él, porque tenía la edadreglamentariayhubiesedebidoingresarenlaescuelayael inviernoanterior.Ambasveces,elViejohabíamandadodeciralmuchachoquesielmaestrodeescuelaqueríaalgodeél,quefueraaverle,perodeningunamanerapensabamandaralaniñaalcolegio.YPedrohabíatransmitidofielmenteesarespuesta.

Elsoldemarzohabía fundido lanieveen lasvertientesde lamontañayportodaspartesaparecieronlasprimerascampanillas.Enelvalleymásarriba,los abetos habían por fin sacudido su pesada carga de nieve y sus ramasvolvíanamoversealegrementeenelviento.Heidiestabatancontentaquenopodía estarsequieta, y corría de la cabaña al establoy luego regresabaparacontar a su abuelo cómo la alfombra verde, debajo de los árboles, se habíaextendido,yenseguidavolvíaparamirar,tantaeralaimpacienciaquesentíaporverllegarelveranoconsusverdespradosysusfloresmulticolores.

Así,unahermosamañanadelmesdemarzo,despuésdesaliryentrarpordécima vez por la puerta de la cabaña, la niña se sobresaltó al encontrarsefrenteaunancianoseñorqueibavestidodenegroyquelamirabaconmuchaseriedad. Cuando vio el espanto que su aparición causara en Heidi, le dijoamablemente:

—Notengasmiedo,yoquieromuchoalosniños.Damelamano.¿VerdadqueereslapequeñaHeidi?¿Dóndeestátuabuelo?

—Estásentadoenlamesaycortacucharasdemadera—respondiólaniñaabriendolapuerta.

AquelseñoreraelviejopastorprotestantedeDörfli,queconocíaalabuelodesdehacíamucho tiempoydelquehabía sidovecinocuandoelViejo aúnvivíaenelpueblo.Elpastorentróenlacabaña,sedirigióhaciaelancianoyledijo:

—Buenosdías,vecino.

El abuelo, sorprendido, levantó la cabeza, que tenía inclinada sobre sulabor,ysepusoenpiediciendo:

—¡Buenosdías,señorpastor!

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Yacercándolesusilla,continuó:

—Sielseñorpastornodesdeñauntaburetedemadera,¡aquílotiene!

Elpastorsesentó.

—Hacíamuchotiempoquenolehabíavisto,vecino—comenzó.

—Tampocoyoalseñorpastor—fuelarespuesta.

—He venido para hablarle—continuó el pastor—.Me parece que debeadivinar lo queme trae aquí.Me gustaría aclarar este asunto y conocer susintenciones.

El pastor calló y miró a Heidi, quien, de pie, en el umbral, observabaatentamenteelreciénllegado.

—Heidi,veteunratitoconlascabras—dijoelabuelo—.Llévalesunpocodesal,siquieres,yquédateallíhastaqueyovaya.

Heididesapareciórápidamente.

—Esaniñahubieradebidoiralcolegiohaceunaño—continuóelpastor—; o cuando menos, este invierno. El maestro se lo ha advertido a ustedrepetidas veces, pero jamás se ha dignado contestarle. ¿Cuáles son susintencionesacercadeesaniña,vecino?

—Tengolaintencióndenoenviarlaalaescuela.

Elseñorpastor,asombrado,miróalanciano,elcualestabasentadoenelbanco,conlosbrazoscruzadosyunaspectoprovocador.

—¿Quépiensa,pues,hacerconlaniña?—preguntó.

—Nada.Ellacreceencompañíadelascabrasydelasaves;seencuentramuybien,yalmenosdeellasnoaprendenadamalo.

—Perolaniñanoesniunacabraniunpájaro;esunacriaturahumana.Sibien es verdadqueno aprenderá nadamalo con esos amigos, también lo esquenoaprenderánadaenabsoluto,yhallegadoelmomentodequeaprendaalgoahora.Yohevenidoparadecírselo,vecino,paraquetengaustedtiempodepensarloduranteelveranoydeprepararse.Esteinviernohadeserelúltimoquehayapasadosinrecibir instrucciónalguna;enelpróximoesprecisoqueustedlaenvíealaescuelatodoslosdías.

—Yo no haré nada de eso, señor pastor —respondió el anciano sininmutarse.

—¿Acasocreequenohaymediosparahacerle entrar en razón si esquepersiste obstinadamente en su insensatez? —exclamó el pastor un pocoirritado.Usted,quehavistomundo,deberíacomprendermejorestascosas;le

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creíamássensato,vecino.

—¿Ah,sí?—dijoelanciano,yensuvozsenotótambiénciertaagitación—.Demodoqueustedcreequedejaréqueunaniñatanpequeñahagadurantetodoelinviernounrecorridodedoshoras,conmaltiempo,yqueluegovuelvaasubirenplenanoche,connieve,hieloyviento,siapenaspodemoshacerlonosotros. Sin duda, el señor pastor recordará aún a la madre de la niña.Adelaidaerasonámbulayteníafrecuentescrisisnerviosas.¿Quiereustedqueyoexpongalaniñaacogerlomismo?¡Quevenganaobligarmeahacereso!¡Estoydispuestoaacudiratodoslostribunales,yentoncesveremossipuedenobligarmeaquehagaloquenoquierohacer!

—Tieneustedtodalarazón,vecino—repusoelpastorentonoconciliador—Esevidentequenopuedeustedenviaralaniñaalaescuelaviviendoaquíarriba.Veoquelaquiereustedmucho;haga,pues,poramoraella,loquehacetiempo hubiera debido hacer: baje al pueblo y viva otra vez entre sussemejantes.¿Quévidallevaustedaquí, tansolo,enemistadoconDiosyconlos hombres?Si le sucediese algo, ¿quiénpodría socorrerlo?No comprendocómo no se ha muerto usted de frío durante el invierno en esta cabaña, nicómounaniñatanfrágilpuedesoportarlavidaaquí.

—Lasangrequecorreporsusvenasesjovenyvigorosa,ytieneunabuenamanta, se lodigoyo, señorpastor.Yunacosamás: sédóndebuscar leña,ytambiéncuándohayqueirabuscarla;ustednotienemásquemirar,yveráquemileñeraestárepleta.Aquínoseapagaelfuegoentodoelinvierno.Loqueustedmeproponenoesparamí;lagentedealláabajomedespreciayyolespago con la misma moneda. Vivamos, pues, separados y todos nosencontraremosmejor.

—No,no,ustednopuedeestarmejorasí—dijoelpastorconenergía—Lagentenoledespreciatantocomoustedpiensa.Créame,vecino,hagalaspacesconDios,pídalequeleconcedasuperdón,yenseguidaveráqueloshombresletratarándeotromodo.¡Sesentiráustedmuchomejor!

El pastor se había levantado. Tendió la mano al anciano y añadiósuavemente:

—Cuentoconusted,vecino; elpróximo invierno regreseconnosotros,yvolveremosaserbuenosvecinoscomoenelpasado.Losentiríamuchísimosituviera que usar la fuerza contra usted. Deme su mano y prométame quevolveráavivirentrenosotros,enpazconDiosyconloshombres.

Elancianodiolamanoalpastorydijoentonofirmeydecidido:

—Elseñorpastornodeseahacermásqueelbien,perorepito,yonopuedohacerloqueesperademí,ynocambiaréenesesentido:nienviarélaniñaalaescuelanibajaréjamásalpueblo.

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—¡QueDiosleguarde!—contestóelpastorcontristeza.Despuéssaliódelacabañaydescendióalpueblo.

El abuelo estaba demal humor. Por la tarde, cuandoHeidi propuso ir avisitaralaabuela,elabuelocontestóbrevemente:

—Hoyno.

Nohablóen todoeldía,y a lamañana siguiente, cuandoHeidivolvióapreguntarlomismo,larespuestafueigualdebreve:

—Yaveremos.

Masapenashabían tenido tiempode sacar losplatosde lamesa, cuandouna nueva visita hizo su aparición en el umbral de la puerta. Era tía Dete.Llevabaunbonitosombreroadornadoconplumas,yunvestidotanlargoqueloarrastrabatodoasupaso,yelsuelodelacabañanoeraprecisamenteunapistadebaile.ElViejolamiródepiesacabezasindecirunapalabra.TíaDetetenía la intención de sostener con él una conversación amistosa. Empezó aelogiar el buen aspecto de Heidi, a la cual, según decía, apenas habíareconocido, lo que probaba que la niña estaba a gusto con su abuelo. Pero,continuaba diciendo Dete, ella había tenido siempre la idea de volver pararecogeralaniña,porquebiencomprendíaqueHeididebíadeserunengorropara él; pero que en aquelmomento, ella no había sabido qué hacer con lapequeña.DesdeentoncesnohabíadejadodepreguntarsedóndepodríacolocaraHeidi,yqueprecisamenteparaesohabíavenidoahora,porquedeprontosepresentabaunabonísimaocasiónquepodíasignificarlasuertedefinitivadelapequeña. En seguida se había ocupado del asunto y ahora ya se podíaconsiderarcomoarreglado.¡Eraunaoportunidadcomonosolíaofrecersemásqueaunapersonaentremil!LosdueñosdeDete teníanunosparientesmuyricosquevivíanenunadelascasasmásbonitasdeFrankfurt;estosparientesteníanunahijaúnicaquepasabalosdíasenunsillónderuedasporqueestabaparalítica.Teníaquetomarleccionessolaconunprofesor,ycomoseaburríamucho,deseabatenerunacompañeradeestudios.LosdueñosdelacasadondeservíaDetehabíanhabladoconelamadellavesyéstamanifestóqueelpadredelaniñatendríaunagransatisfacciónsi,alregresardesuviaje,veíayaallílaanhelada compañía para su hija. El ama de llaves había dicho que lacompañera debería ser una niña buena y espontánea, una niña un pocoespecial, que no se pareciera en nada a las que se veían todos los días.Entonces, ella, Dete, había pensado en seguida en Heidi, apresurándose adescribir cómoera,yentoncesel amade llaveshabíadadosuconformidad.EraunagransuerteparaHeidi,porquesiéstafuesebienaceptadaenlafamiliaylesucedieraalgoaaquellahijaúnica,tandelicada,contandoqueelpadrenoquisiera prescindir de tener una hija a su lado, ¿quién sabía si tan buenaocasión…?

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—¿Hasacabadoya?—lainterrumpióalfinelViejo,quehastaentoncesladejarahablarsindecirnada.

—¡Caramba!—replicóDeteirguiendolacabeza—Parecequelecuentelacosamáscorrientedelmundo.Nohayen todoPrittigauniunasolapersonaque no diera gracias al cielo si yo le llevase la noticia que acabo de darle,Viejo.

—Llevaesasnuevasaquienquieras,nomeinteresan—respondióelViejosecamente.

Aloírtalespalabras,Detediounsalto:

—Muybien—gritó—.Siseponeustedasí,ledirétambiénloquepienso.Laniñatieneahoraochoañosynosabenadadenadayustednoquierequeaprenda tampoco. Quiere usted impedir que vaya al colegio, que vaya a laiglesia,porqueasímelohandichoabajoenelpueblo.Ycomoeslaúnicahijademihermana,yyotengolaresponsabilidaddesubienestar,nohedecederennada,ahoraquesepresentalaoportunidaddequeHeiditengasuerte.Yleadviertoquetengotodoelpueblodemiladoynohaynadiequenomehayaprometidosuapoyo.Ysiustedquierellevarelasuntoalostribunales,noseolvide, Viejo, de que aún existe el recuerdo de cosas antiguas que no legustaríaquesedijerandelantedelosjueces,porquebiensabeustedqueéstossonunoshusmeadores,ysiempiezanaindagar…

—¡Cállate!—gritó elViejo con los ojos echando chispas— ¡Llévatela yestropéala!Peronomelatraigasnuncamás.Noquieroverlaconunsombrerodeplumasenlacabeza,nioírlahablarcomotúhoy.

ElViejosaliódelacabañaagrandespasos.

—Túhashechoenfadaralabuelo—dijoHeidi,yensusojosnegrosbrillóundestellodeodio.

—Prontosecalmará,ahoraven—dijoDete,impaciente—.¿Dóndeestáturopa?

—Novoycontigo—respondióHeidi.

—¿Quéhasdicho?—exclamólatíaconenojo.Despuéssuavizóeltono—:¡Vamos,vamos!Nolohasentendidobien.¡Nopuedesniimaginarlobienquevasaestar!

Ydirigiéndosealarmario,sacólascosasdeHeidiylasempaquetó.

—¡Yahora,ven!Cogetusombrerito;noesmuybonito,peronoimporta,pónteloymarchémonosdeunavez.

—Novoycontigo—repitióHeidi.

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—¡Noseas tontay testaruda!Parecequequieras imitara lascabras.¿Noves que el abuelo está ahora enfadado? ¿No has oído lo que ha dicho?Noquiere vemos más, quiere que vengas conmigo, no hace falta que le hagasenfadarmás aún. ¡Si supieras lo bonito que es Frankfurt! Si después no tegusta,puedesvolveraquí;paraentonceselabueloyaestaráotravezdebuenhumor.

—¿Puedovolverestamismanoche?—preguntólapequeña.

—¡Vámonosdeunavez!Yatelohedicho:puedesvolvercuandoquieras.Hoy bajaremos hastaMayenfeld ymañana cogeremos el tren.Va tan aprisaquepuedesregresarenunmomento.

TíaDetesecolgódeunbrazoelhatilloderopa,cogióaHeididelamanoyempezóadescenderconellalamontaña.

Comonohabíallegadoaúneltiempodelospastos,Pedroibatodavíaalaescuela del pueblo o mejor dicho, debía ir aún allí, pero el muchacho sepermitía de cuando en cuando algún día de asueto, porque se decía que novalíalapenaseguiraprendiendoaleer,cuandoesodenadaleserviría,yqueeramuchomejorvagarporelmontebuscandoleñaporqueéstasíqueeradeutilidad.

Precisamenteenaquelinstantevolvíadeunadesusescapadas,queporlovisto había sido exitosa porque llevaba un enormehaz de varas de avellanosobreelhombro.Alver aDeteyaHeidi, sedetuvoy lasmiróconojosdeasombro,ycuandoestuvieronmuycercadeél,dijo:

—¿Adóndevas?

—TengoqueirmerápidamenteaFrankfurtconlatía—contestóHeidi—,pero antes he de entrar un momento a ver a la abuela, que ya me estaráesperando.

—No,nihablar,esdemasiadotarde—interrumpióDete,sinsoltarlamanodelaniña—.Puedesiraverlacuandovuelvas.Ahoravamos.

YsefueconHeididelamano,sinsoltarla,porquetemíaquesilapequeñaentrabaen lachozadePedro,noquisierasaliry laabuela laapoyaraenesaidea.

Pedro,viendoquelaniñaseiba,semetiódentrodelachozaytiróelhazdevarascontalfuerzasobrelamesa,quelaabuelaselevantómuyasustadadelaruecayempezóalamentarse.

—¿Quépasa,Pedro,quépasa?—exclamólaabuela,ylamadredePedro,que también se había levantado de la mesa por el mido, preguntótranquilamente:

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—¿Quétienes,Pedro?¿Porquéestástanfurioso?

—SellevanaHeidi—exclamóelmuchacho.

—¿Quién? ¿Quién? ¿Y adónde, Pedro? —preguntó la abuela con vozangustiada,peroenseguidaadivinólaverdad,puessuhijalehabíadichopocoantesquehabíavistosubir,montearriba,atíaDete.Conmanotemblorosa,laancianaabriólaventanayempezóagritarconvozsuplicante:

—¡Dete,Dete,no te llevesa laniña! ¡NonosquitesaHeidi!La tíay lasobrinaoyeronlavozyDetecomprendióloquelaabuelagritaba,porloqueasióalaniñaconmásfuerzayechóacorrer.Heidiquisooponerresistenciaydijo:

—Quiero ir a ver a la abuela. Me ha llamado. ¡Suéltame! Peroprecisamente eso era lo que Dete quería evitar. Procuró tranquilizar a lapequeña,diciéndolequeeranecesariodarseprisaparanollegartardeypodercontinuar el viaje al día siguiente sin falta.Añadióque cuando estuviese enFrankfurt,encontraríaesaciudadtanlinda,quenuncamásquerríamarcharse,peroque si, de todosmodos, deseaba regresar, lopodría hacer en seguidayademáspodríacompraralgúnregaloparalaabuela.EstoúltimoagradómuchoaHeidi,ydesdeaquelmomentoyanoopusoningúnobstáculoalviaje,antesbien,apresuróelpasotodoloquepudo.

—¿Quépodrétraeralaabuela?—preguntóapoco.

—Algo muy bueno—contestó Dete—; por ejemplo, panecillos blancosmuytiernos.Séquenopuedecomerelpannegroyduro,asíledarásunagranalegría.

—Es verdad, ella le da el pan negro siempre a Pedro y le dice «esdemasiadoduroparamí»,porqueyomisma loheoído—confirmóHeidi,yañadió decidida—: Corramos, tía, tal vez podamos llegar hoy mismo aFrankfurtypuedavolverprontoconlospanecillosblancos.

YHeidi apresuró de tal modo el paso que su tía apenas podía seguirla,aunqueinteriormenteestabamuysatisfecha,porqueestabanllegandoaDörfliy allí podían surgir toda clase de preguntas que harían nuevamente dudar aHeidi.Cruzaron el pueblo sin detenerse y todo elmundo podía ver que eraHeidi la que tiraba a su tía de lamano. Por esoDete contestaba siempre lomismoalaspreguntasquelehacían:—Yaloveis;nopuedodetenermeahoraporquelaniñadeseallegarprontoyaúntenemosmuchocaminoporrecorrer.

—¿Esquetelallevas?¿NosequedaconelViejodelosAlpes?¡Perosiesunmilagroquelapequeñaaúnviva!Yencimacontanbuenaspecto.

DeteestabamuycontentadepoderpasarporelpueblosinverseobligadaadarrazóndelviajeysinqueHeidiabrieralaboca,ensuafándellegarpronto.

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Desdeesedía,siemprequeelViejodelosAlpesbajabaaDörfli,aúnponíaunacaramásfuriosayadustaqueantesynosaludabaanadie.Cuandopasabaporelpueblocon sucestaquesera sobre la espalda, suenormebastónen lamano,yfrunciendosusespesascejas,lasmujeresdecíanasushijos:—¡Tenedcuidado!¡ElViejodelosAlpesandaporahí,sinoosapartáis,puedehacerosdaño!

Elancianonotratabaconnadieenelpueblo;sólolocruzabaparallegaralvalle donde vendía sus quesos y compraba sus provisiones de pan y carne.Después de su paso porDörfli, las gentes se reunían en grupos y hablaban.Cadaunodeellosdabasuopinión:quesuaspectoeracadavezmássalvaje,queyano saludaba anadie, etc, y todos estabande acuerdo enque eraunaverdadera suerte que la niña hubiera podido escapar, y que bien a la vistaestabalaprisadeellaenalejarse,portemoraqueelancianolaalcanzaseylaobligaraavolver.

Sólolaabuelaciegalodefendíaconfirmeza.Aquienquieraqueibaaverlapara darle trabajo de hilar o para recogerlo, le contaba detalladamente cuánbuenoyatentosehabíamostradoelancianoconHeidiyloquehabíahechoporellayporsuhija,lasmuchastardesqueéstesehabíapasadoreparandolacabañaquesinsuayudasehubieraderrumbado.

Esoscomentarios llegaronnaturalmentealpueblo,peronadiequisocreeren ellos: todos convenían en que la abuela tenía demasiada edad paracomprenderlascosasyseguramentenohabríaoídomuybien,porque,ademásdeserciega,eratambiénbastantesorda.

ElViejodelosAlpesyanoacudíaalacasadePedroelcabrero,yeraunasuertemuygrandequelacabañaestuviesetanbienarreglada,porquedurantemuchísimo tiempo nadie se prestó a cuidar de ella. La abuela empezabanuevamente los días con suspiros y quejas. Ni un solo día pasaba sin quedijera:

—Conlaniñasenoshaidotodanuestraalegríaylosdíasparecenvacíossinella.¡Ojalápudieraoírsuvozunavezmásantesdemorirme!

CAPÍTULOVI

NUEVOCAPÍTULOYNUEVASCOSAS.

EncasadelseñorSesemann,deFrankfurt,vivíasuhijaClara,queestabaenfermaypasabasusdíasenuncómodosillónderuedas.Enaquelmomento,Clarasehallabaenlallamadasaladeestudio,contiguaalcomedoryllenadeobjetosyenseresque ledabanunaspectoacogedorymostrabanqueenella

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vivíalafamiliaconpreferencia.Labiblioteca,hermosaygrande,provistadedospuertasvidrieras,habíadadoelnombrea la salayesallídonde laniñaparalíticarecibíadiariamentelaslecciones.

Clara tenía un rostro delgadoy pálido y unos ojos azules y bondadosos,queenaquelmomentonoseapartabandelgranrelojdepared;leparecíaquelasagujasavanzabanaqueldíaconespeciallentitud,puesClara,tanpacientehabitualmente,exclamódeprontoconciertavivacidad:

—Pero,señoritaRottenmeier,¿todavíanoeslahora?

Laasí interpeladaestabasentadabienderechaanteunapequeñamesadecosturaybordaba.Vestíaunaextrañaropa,unachaquetaconungrancuello,que daba a toda su persona un aspecto muy solemne acrecentado por untocado en forma de cúpula. La señorita Rottenmeier estaba en aquella casadesde lamuertede la señoraSesemann, hacíaya algunos años, y ejercía deamade llaves.El señor Sesemann, que viajabamucho, le había confiado lagestión del hogar y no había impuestomás que una condición: que su hijatendríavozentodoslosasuntosyquenoseharíanadacontralavoluntaddeella.

Mientras arriba preguntabaClara por segunda vez y conmayor señal deimpaciencia, si todavía no había llegado la hora, abajo, ante la puerta deentrada,sedetuvoDeteconHeidide lamanoe interrogabaalcocheroJuan,que acababa de apearse del coche, si era prudente molestar a la señoritaRottenmeieraunahoratanavanzada.

—Eso no es de mi incumbencia —gruñó el cochero—. Toque lacampanilladelpasilloybajaráSebastián.

Detehizoloqueleindicaronyenseguidabajóelcriadodelacasavestidoconunalibreacongrandesbotonesdoradosyconlosojoscasitangrandesyredondoscomolosbotones.

—Quisiera saber si a esta hora aún se puede molestar a la señoritaRottenmeier—volvióarepetirDete.

—Eso no es de mi incumbencia—repuso el criado—. Tiene usted quetocarotracampanillaparallamaraTinette,ladoncella.

YsinmásexplicacionessemarchóSebastián.

Dete volvió a llamar. Entonces se presentó en lo alto de la escalera ladoncella Tinette, con blanca y almidonada cofia en la cabeza y una sonrisaburlona.

—¿Quépasa?—preguntósinbajarlaescalera.

Dete repitió su pregunta. La doncella Tinette desapareció,mas volvió al

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instanteydijodesdearriba:

—Suban,lasestánesperando.

DeteyHeidisubieronlaescaleraysiguieronaladoncellahastalasaladeestudio.Enelumbral,Detesedetuvoeducadamente,sinsoltaralaniña,puestemíasureacciónenunlugartanpocofamiliarparaella.

La señoritaRottenmeier se levantó lentamentede suasiento,y seacercóparaexaminaralanuevacompañeradejuegosyestudiosdelahijadelacasa.Al parecer, el aspecto de la pequeña no era de su agrado. Heidi llevaba susencillo vestido de algodón y en la cabeza un sombrerito de paja, viejo yabollado. La niña miraba cándidamente pero con evidente curiosidad laespeciedecúpulaquellevabaaquellaseñoraensutocado.

—¿Cómotellamas?—preguntóelamadellavestrasexaminarunratoalaniña,quenolequitabalosojosdeencima.

—Heidi—contestólapequeñaconvozclaraysonora.

—¿Cómo? Esto no es un nombre cristiano. ¿Qué nombre te dieron albautizarte?—seguíapreguntandolaseñoritaRottenmeier.

—Nolosé—repusoHeidi.

—Esonoesunacontestación—observó ladamamoviendo la cabeza—.Digausted,Dete,¿esaniñaestontaoimpertinente?

—Silaseñoritamelopermite,hablaréporlaniña,porqueellatienepocaexperiencia—dijoDete,dandoaHeidiundiscretogolpecitoporsurespuestainoportuna—.Noesqueseatontaniimpertinente,sinoquetodocuantohablalodiceconfranquezaytalcomolosiente.Eslaprimeravezqueentraenunacasa de señores y no conoce las buenas maneras. Sin embargo, es dócil ybastante inteligente y aprenderá fácilmente si la señorita se digna tener unpoco de paciencia. La niña se llama Adelaida, como su madre, mi difuntahermana.

—Bien, al menos es un nombre que se puede pronunciar —observo laseñorita Rottenmeier—, pero he de decirle que la niña me parece un pocoextrañaparasuedad.YolehicesaberquelacompañeradeClarahabíadeseruna niña de sumisma edad, para poder seguir losmismos estudios y tomarparte en todas sus ocupaciones. La señorita Clara ha cumplido ya los doceaños.¿Quéedadtienelaniña?

—Consupermiso—contestóDeteconelocuencia—lediréqueyomismanorecuerdoapuntofijocuántosañostiene.Laverdadesqueesunpocomásjoven,nomucho,cuántomásnosédecirloexactamente,perocreoquedebedetenerunosdiezañosoinclusoalgomás.

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—Tengoahoraochoaños,melohadichoelabuelo—declaróHeidi.

TíaDetelevolvióadarungolpecito,perocomolaniñaignorabalacausa,noseaturdiólomásmínimo.

—¿Cómo? ¿Sólo ocho años? —exclamó la señorita Rottenmeier conindignación— ¡Cuatro años menos que Clara! ¡Esto no puede ser! ¿Quéharemos?¿Yquéhasaprendido?¿Quélibroshasestudiado?

—Ninguno—contestóHeidi.

—¿Cómo? ¿Qué? ¿Cómo has aprendido a leer entonces? —siguiópreguntandoladama.

—Esonoloheaprendido,niPedrotampoco—respondióHeidi

—¡Misericordia! ¿No sabes leer?Pero ¿de verdadqueno sabes leer?—exclamó la señorita Rottenmeier con gran asombro—. ¿Cómo es posible?¿Quéhasaprendido,pues?

—Nada—declaróHeidideacuerdoconlaverdad.

—Oiga usted, joven —dijo el ama de llaves al cabo de unos minutos,tratandodeserenarse—,estonoesloconvenido.¿Cómohapodidotraermeaestacriatura?

PeroDetenosedejóintimidarfácilmenteycontestóresueltamente:

—Si la señorita me lo permite, le diré que la niña correspondeperfectamente a lo que buscaba. Usted quería una niña un poco especial ydistintadelasdemás,yparacumplirsusdeseos,tuvequerecurriralahijademihermana,aunquetengamenosaños,porqueennuestrasmontañas,cuandotienenmásedad,dejanenseguidadeseroriginalesydistintasdelasotras,yporesocreíqueHeidiconveníaexactamentea susdeseos.Ahoraesprecisoquemevaya,puesmisseñoresmeestaránesperando.Ysielloslopermiten,volverédentrodepocosdíasparavercómovanlascosas.

Ydespuésdehacerunareverencia,Detesalióporlapuertayechóacorrerescalerasabajo.LaseñoritaRottenmeiersequedóunmomentoinmóvil,peroluegolasiguió,pensandoquesiestaniñaibarealmenteaquedarseenlacasa,tenía que consultar todavía un sinfín de cosas con su tía, que parecíafirmementedecididaadejaraHeidiallí.

Heidi, desde su llegada, no se habíamovido de la puerta, yClara habíaobservadolaescenadesdesusillónsindecirnada.

—¡Venaquí!—dijoClaraalfin.

Heidiseaproximóalsillón.

—¿Cómotegustamásquetellamen,HeidioAdelaida?

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—YomellamoHeidiynadamás—contestólaniña.

—Entoncestellamarésiempreasí—afirmóClara—,elnombremegusta,te sienta muy bien. No lo había oído jamás, pero tampoco había visto aningunaniñaqueseparecieraati.¿Siemprehastenidoelpelotancortoytanrizado?

—Sí,creoquesí—respondióHeidi.

—¿Estás contenta de haber venido a Frankfurt? —siguió preguntandoClara.

—No,peromañanavolveréacasayllevarépanecillosblancosalaabuela—explicóHeidi.

—¡Qué niña tan extraña eres! —exclamó Clara—. ¡Si te han traído aFrankfurt expresamente para que te quedes a mi lado y tomes leccionesconmigo!Verás,serámuydivertidoporquetúnosabesleer,porfinhabráalgonuevo durante las lecciones. A veces son muy aburridas y las mañanas noacabannunca.Yesquetodoslosdías,alasdiez,vieneelprofesoryentoncescomienzan las lecciones, que duran hasta las dos de la tarde. ¡Sonmuchashoras!A veces, el profesor acerca el libro a sus ojos como si de pronto sehubieravueltomiope,perodehechoesparapoderbostezardetrásdellibro,ylaseñoritaRottenmeiersacatambiéndecuandoencuandosugranpañueloylollevaalacaracomosiseenternecieseacausadeloqueestamosleyendo;pero yo sé muy bien que también bosteza mucho detrás del pañuelo. Yentonces yo tengo muchas ganas también, naturalmente, pero me aguanto,porqueen seguidaque la señoritaRottenmeiermevebostezar,diceque soydébilymehacetomarelaceitedehígadodebacalao.Ycréeme,tomaraceitede hígado de bacalao es lo más horrible que hay en el mundo y prefieroaguantarmelasganasdebostezar.Peroahoraserátodomásdivertidoypodréescucharcómoaprendesaleer.

Heidimovióenérgicamentelacabezacuandooyólodeaprenderaleer.

—Sí,sí,Heidi,esprecisoqueaprendas.Todaslaspersonasdebenaprenderaleeryelprofesoresmuybueno,noseenfadanuncayteloexplicarátodo.Loquepasaesque,cuandoexplicaalgo,noseentiendenada;entonceshayqueesperarycallar,porquesinolovuelveaexplicarycadavezloentiendesmenos.Perodespués,cuandohasaprendidoalgoylosabesbien,entoncesyaentiendestodoloquehabíaqueridodecirelprofesor.

En aquel momento regresó la señorita Rottenmeier. No pudo alcanzar aDeteyestabamuynerviosa,porquenohabíalogradodecirtodoloque,eneseasunto,noseajustabaaloquesehabíaacordado.Ycomolaideahabíasidosuya,nosabíaquéhacerparavolverseatrás,yseponíacadavezmásnerviosa.Saliódelasaladeestudioysefuealcomedor,regresóyvolvióallí,endonde

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la tomóconSebastián, quien con sus redondosojos examinaba lamesaqueacababadeponerparaversifaltabaalgo.

—Sigaustedmañanasus reflexiones,Sebastián,ydeseprisaenservir lamesa.

DicholocualsedirigióalapuertayllamóaTinetteconvoztanseca,queladoncella seacercóconpasomásmenudoquenuncay secolocó frentealamadellavesconrostrotanburlónquelaseñoritanoseatrevióareprenderla,aunquepordentrohervía.

—Esprecisoprepararlahabitacióndelareciénllegada,Tinette—dijoconforzadacalma—; todoestádispuesto;de todosmodos,quite elpolvode losmuebles.

—¿Seguroquevalelapena?—dijoirónicamenteladoncellasaliendo.

Entretanto,Sebastiánhabíaabiertolaspuertasdedoblehojaquedabanala sala de estudio con mucho ruido. Estaba muy enfadado, pero no podíapermitirsecontestaralaseñoritaRottenmeier.Conaparentecalmaentróenlasalaparallevarelsillónderuedasalcomedor.Mientrasarreglabauntomillodel asiento, seplantóHeidi delantede él y le observó.Sebastián advirtió lainsistentemiradadelaniñaylaincrepó:

—¿Porquémemirasasí?

Seguramente no lo hubiera hecho si hubiese visto a la señoritaRottenmeier,queenaquelmomentocruzaba lapuerta.Precisamente cuandoHeidicontestó:

—TeparecesaPedro,elcabrero.

Ladamajuntóhorrorizadalasmanosyexclamó:

—¡Esposible!¡Estátuteandoaloscriados!Estacriaturanotienelamenornocióndeeducación.

SebastiánempujóelsillónderuedashastalamesaydespuéscogióaClaraenbrazosylapusoensusilla.

Laseñoritasesentóasu ladoehizoseñasaHeidiparaqueocuparaunasilla frenteaella.Nohabíanadiemásen lamesay sobrabasitioentrecadaunadeellas,porloqueSebastiánpodíamoversefácilmenteparaservir.JuntoalplatodeHeidihabíaunpanecilloblancoytiernoylaniñalocontemplabacon alegría. La semejanza que Heidi encontraba en Sebastián debió dedespertarsuconfianzahaciaél,porqueestuvomuyquietaynosemovióhastaque aquél se acercó con la fuente para ofrecerle el pescado frito. EntoncesHeidi,señalandoelpanecillo,preguntó:

—¿Puedocogerlo?

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Sebastián asintió con un movimiento de cabeza, pero al mismo tiempomiró de soslayo a la señorita Rottenmeier para ver qué impresión habíacausadoenellaaquellapregunta.Heidi tomóenseguidaelpanecilloyse loguardó en el bolsillo. Sebastián se limitó a hacer una mueca porque sentíaganas de reír, pero sabía que no le estaba permitido. Mudo e inmóvilpermaneció juntoaHeidi,porqueno teníapermisodehablarni tampocodemarcharsehastaquetodosloscomensalessehubiesenservido.Heidilemiróunratoconojosasombrados,peroalfinpreguntó:

—¿Hedecomereso?

Sebastianvolvióaasentirconungesto.

—Pues…damealgo—dijolaniñaymirótranquilamenteasuplato.

LasmuecasdeSebastiánibanaumentandoylafuenteempezóavacilardeunmodopeligrosoensusmanos.

—Puedeusteddejarlafuentesobrelamesayvolverluego—ordenóconrostroseverolaseñoritaRottenmeier.

Sebastiándesaparecióalpunto.Elamacontinuódandounsuspiro:

—Está visto, Adelaida, que he de enseñarte todavía las reglas máselementales.Empezaréporenseñartecómotehasdeservirenlamesa.

Leexplicóloqueteníaquehaceryañadió:

—AdemáshedeadvertirtequeenlamesanohasdehablarconSebastián,ni en ningún otro sitio, excepto únicamente cuando tengas que dirigirle unapreguntaimportante,imprescindible,obiendarleunaorden.Entalcasonolehasdehablarde«tú»,sinode«Sebastián»o«usted».¿Hasentendido?¡Quenovuelvaaoírquele tratasdeotromodo!TambiénaTinette lehablarásde«usted».Amímellamarásseñorita,comohacenlosdemás.EncuantoaClara,ellatedirácómoquierequelallames.

—Clara,naturalmente—dijoésta.

Luego siguieron un sinfín de reglas de conducta sobre el modo delevantarse,acostarse,entrar,salir,cerrarlaspuertas,sobreelbuenordendelascosas,yfuerontantasytantaslasadvertencias,queHeidiacabódurmiéndoseporqueestabadesdelascincodelamañanaenpieyhabíahechounviajemuylargo. Y cuando al fin la señorita Rottenmeier dio por terminadas susrecomendaciones,añadió:

—¡Yespero,Adelaida, quenoolvidesnadade loque te hedicho! ¿Hascomprendido?

—Heidiestádurmiendohacerato—exclamóClarasonriendo.

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Estaba contenta porque hacía mucho tiempo que la hora de la cena nohabíatranscurridodeunaformatandivertida.

—¡Es absolutamente increíble lo que nos pasa con esta criatura! —exclamó la dama,muy enojada, y agitó con tanta fuerza la campanilla, queambos, Sebastián y Tinette, acudieron corriendo. A pesar del ruido, Heidiseguía durmiendo, y no fue fácil despertarla para hacerla cruzar la sala deestudio,lahabitacióndeClara,ylahabitacióndelaseñoritaRottenmeierantesdellegarporfinalasuya.

CAPÍTULOVII

LASEÑORITAROTTENMEIERTIENEUNDÍAAGITADO.

Alamañanasiguiente,cuandoHeididespertó,norecordabanadadeloquehabía pasado y no comprendía lo que veía a su alrededor. Se restregóenérgicamentelosojos,volvióamiraryviolasmismascosasquevieraantes.Seencontrabaenungranlechoblancoenmediodeunavastahabitación.Enlasventanascolgaban largascortinas, tambiénblancas,quedejaban filtrar laluz. Muy cerca de ellas había dos butacas tapizadas con telas floreadas; lamisma tela cubría un sofá junto a la pared. Ante él se hallaba una mesaredonda y, en una esquina, un tocador lleno de objetos queHeidi no habíavistojamás.Entonces,depronto,recordóqueestabaenFrankfurt.Todoslosacontecimientosdeldíaanterioracudieroninmediatamenteasumemoria,yalmismotiempo,lasinstruccionesdeladama;lasquehabíapodidooírantesdedormirse.Heidi saltódel lechoy sevistió.Despuéscorriódeunaventanaaotra; tenía que ver el cielo y el exterior, pues se sentía como enjaulada trasaquellasgrandescortinas.Nopudiendoabrirlas,sedeslizódetrásdeellasparallegar a una de las ventanas; pero era tan alta que difícilmente alcanzaba aasomarlacabeza.Lopocoqueveíanoera,evidentementeloquedeseabaver.Cambiódeventanaunpardevecesyluegovolvióalaprimera,perosiempreveíalomismo:paredes,ventanasymásparedes.Unavivainquietudlaasaltó.Era todavía muy temprano. Heidi estaba acostumbrada a levantarse con laaurora en lamontaña y asomarse a la puerta de la cabaña para ver qué díahacía fuera—si el cielo estaba azul, si el sol había salido ya, si los abetossusurraban—yparacomprobarsilasflorecillassehabíanabiertoya.Comounpajarilloque sevieraporprimeravezencerradoenunabella jauladeoroyque volara de aquí para allá buscando la salida para lanzarse al aire libre,Heidiibadeunaventanaaotra,intentandoabrirlas.Teníaquehaberalgomásque paredes y ventanas afuera, la hierba verde por ejemplo, o las últimasnieves que se derretían en las pendientes de lasmontañas, todo aquello que

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tantoechabademenos.Pormuchoquetirara,golpearaytrataradecolocarlosdedosdebajodelosmarcosparahacerfuerza,lasventanasseguíancerradasacal y a canto. En fin, cuando vio que todos sus esfuerzos eran inútiles,renuncióasuplanysepusoapensarcómopodríasalirdelacasayencontrarelprado,puesrecordabaquealllegaralacasaeldíaanteriornohabíapisadomásqueadoquines.

Enaquelprecisoinstanteoyóllamaralapuerta.Tinetteasomólacabezaydijobrevemente:

—Eldesayunoestáservido.

Heidi nopudo comprender que estas palabras fueranuna invitaciónparatomareldesayuno.ElrostroburlóndeTinetteincitabamásbienanoacercarseaellayHeidiasíloentendió.Cogióunpequeñotaburetededebajodelamesa,ysesentóenunrincónparaesperareldesarrollodelosacontecimientos.

Al cabo de un buen rato, oyó un rumor de pasos: era la señoritaRottenmeier, la cual parecía tan excitada como la noche anterior. Abrió lapuertaydijogritando:

—¿Qué significa esto, Adelaida? ¿Es que no sabes lo que quiere decirdesayunar?¡Anda,vamos!

Eso,Heidi lo comprendió y siguió a la señorita Rottenmeier. Clara, queestabaenel comedorhacíayaunbuen rato, saludóaHeidi afectuosamente.Estabamuchomás alegre que de costumbre, porque sabía que también hoyibanaproducirsenuevossucesos.

El desayuno transcurrió sin incidentes. Heidi se comió su tostada conperfectacorrección.Cuandohubieronterminado,Clarafuellevadaalasaladeestudio en su sillón, y la señorita Rottenmeier ordenó a Heidi quepermanecieracon lamuchachahastaque llegaraelprofesor.Cuando lasdosestuvieronsolas,Heidiseapresuróapreguntar:

—¿Cómosepuedemirarporlaventanaparaverloquehayfuera?

—¡Puesseabreyluegosemira!—repusoClara,divertidaconlapregunta.

—Estasventanasnosepuedenabrir.

—Claroquesí—replicóClara—;loquesucedeesquetúaúnnopuedes.Yo no puedo ayudarte. Pero cuando veas a Sebastián, no tienes más quedecirlequeabrauna.

FueparaHeidiunagransensacióndealiviosaberquelasventanaspodíanabrirse y que se podía mirar hacia afuera, pues la niña aún estaba bajo laimpresióndehallarseencerrada.Después,Claraempezóahacerlepreguntassobrelavidaquellevabaensucabaña,yHeidi,feliz,lehablódelosAlpes,de

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lascabras,delospastos,ydetodoloqueamaba.Mientrastantohabíallegadoelprofesor,perolaseñoritaRottenmeier,envezdeconducirlo,comoteníaporcostumbre, a la sala de estudio, lo hizo pasar al comedor para tener unaconversaciónconél.Ledescribiólaapuradasituaciónenlaqueseencontraba.Había sido ella, en efecto, la que había escrito al señor Sesemann a París,donde se encontraba entonces, diciéndole que su hija deseaba tener unacompañera. Pensaba que sería un estímulo para Clara en los estudios y unagradable entretenimiento fuera de las horas de clase. En realidad, leimportaba mucho que hubiese alguien en casa para entretener a la niñaenfermacuandoellano teníaganasdehacerlo, loqueocurría amenudo.ElseñorSesemannrespondióqueestabadispuestoacomplacerasuhija,conlacondición de que la compañera fuera tratada como su propia hija, pues noqueríaenmodoalgunoqueensucasasemaltrataraaunaniña,«locualerauncomentario totalmente inútil del señor —añadió la señorita Rottenmeier—porque ¡quién iba a maltratar a los niños!». Y reanudó su relato, haciendosaberalprofesorenquétrampahabíacaídorespectoaaquellacriaturaydandonumerososejemplosdesufaltatotaldelosprincipiosmásrudimentarios.Porlo tanto,nosóloelprofesorhabríadecomenzarporenseñarleelabecé,sinoque ella misma, la señorita Rottenmeier, se vería obligada a inculcarle losmodalesmáselementales.Parasalirdeestadesastrosasituaciónellanoveíamás que una solución: que el señor profesor declarase que dos alumnas tandiferentes no podrían recibir la misma enseñanza sin perjuicio de la másadelantada. Esto sería para el señor Sesemann una razón muy válida parahacermarchaatrásyreconocerquelaniñahabíadevolverinmediatamentededondevenía.Sinembargo,ellanopodíahacernadasinsuacuerdo,puestoqueelseñoryaestabaenteradodelallegadadelaniña.

Elprofesoreramuycircunspectoynoconsideraba jamás losasuntosporunsololado.ConsolóalaseñoritaRottenmeier,asegurándolequesi,porunaparte, la niña estabamuy atrasada, podría ser que en otro aspecto estuvieramás motivada para aprender. Una enseñanza asidua acabaría sin duda porequilibrar su nivel. Entonces, viendo que no hallaba apoyo en el profesor,quien, por el contrario, quería comenzar ya las lecciones con el abecé, laseñoritaRottenmeierlehizoentrarenlasaladeestudioyseguardómuybiendeseguirle,pueslehorrorizabaelalfabeto.Comenzóadarpaseosalolargoylo anchodel comedor, pensando en el tratamiento que la servidumbredebíadar a Adelaida. El señor Sesemann había dicho que fuera tratada como supropia hija y eso sin duda debía referirse sobre todo a la relación con laservidumbre. Súbitamente un espantoso ruido que provenía de la sala deestudio,acompañadodegritosreclamandolaayudadeSebastián,interrumpiósusreflexiones.Seprecipitóenlasala:todoelmaterialyacíaenelsuelo,loslibros,loscuadernos,eltinteroyeltapetedelamesa.Unpequeñoríodetintanegracruzabatodalahabitación.Heidihabíadesaparecido.

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—¡Diossanto!—exclamólaseñoritaRottenmeierretorciéndoselasmanos—¡Eltapete,loslibros,lacestadelabores,todoestámanchadodetinta!¿Seha visto jamás cosa semejante? ¡Todo es obra, sin duda, de esa endiabladacriatura!

El profesor contemplaba el desastre, horrorizado. Clara, quien por elcontrario, parecía divertirse mucho con los acontecimientos y sus efectos,explicó:

—Sí, ha sido Heidi, pero no lo ha hecho adrede y no merece ningúncastigo.Sehalevantadocontantaprecipitaciónquesehallevadoconsigoeltapete y todo se ha venido al suelo. Pasaban unos coches por la calle yentoncessaliócorriendoparaverlos.Puedequejamáshayavistouncoche.

—Bien, señor profesor, ¿no es lo que le decía? Esta criatura no tiene lamenornocióndenada.Nosabeloqueesunalecciónymuchomenosquelasleccionesdebenescucharsesinmoversedelsitio.Pero¿dóndesehabrámetidoestadesgraciada?¡Sisehaescapado!¿QuédiráelseñorSesemann?…

Desapareciópor laescaleraybajócorriendo.Lapuertadeentradaestabaabierta,y,desdeelumbral,Heidiexaminabalacalle.

—¿Qué significa esto? ¿Qué tienes en la cabeza? ¿Crees que te puedesescaparsinmás?—legritóaHeidi.

—Heoídoelruidodelosabetos,peronolosveo,yahorayanooigonada—repusoHeidisindejardemirarenladirecciónenlaquesehabíaextinguidoelruidodeloscarruajesquelaniñahabíaconfundidoconelsusurrodelvientoenlosabetos.

—¡Abetos!¿Estamosacasoenlamontaña?¡Quécosasseteocurren!¡Ven,subeconmigoparaverloquehashecho!

LaseñoritaRottenmeiervolvióalasaladeestudioseguidadeHeidi.Éstaquedóestupefactaanteeldesastrequehabíaproducidosindarsecuenta.

—Por una vez pase, pero que no vuelva a suceder —dijo la señoritaRottenmeierseñalandoelsueloconeldedo—.Ytenpresentequedurantelasleccionessedebepermanecersentadaensilencioyprestaratención.Sinolohaces,meveréobligadaaatartealasilla.¿Hasentendido?

—Sí—repusoHeidi—,mequedarésentada.

Acababadecomprenderqueeraunaregla,oseaquehabíaquepermanecerquietadurantelalección.

TinetteySebastiántuvieronqueponerlotodoenorden.Elprofesorsefue,lasleccionesfueronsuspendidas.Aquellamañananohabíahabidoocasióndebostezar.

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Todoslosdías,despuésdecomer,ClarasolíadormirlasiestaylaseñoritaRottenmeier le había dicho a Heidi que podía escoger ella misma susocupaciones. Cuando Clara se fue a descansar y la señorita Rottenmeier seretiróasuhabitación,Heidisediocuentadequehabíallegadoesemomento.Eraprecisamenteloqueanhelaba,puesteníaunaideaenlacabeza.Peropararealizarla,necesitabaayuda.Secolocópuesenmediodelpasillo,alladodelapuerta del comedor para que no se le escapara la persona a la que pensabapedirelfavor.Y,enefecto,Sebastiánaparecióprontoconunabandejallenadecubiertosdeplata,queibaaguardarenelaparador.Cuandoalcanzóelúltimoescalón,Heidiavanzóhaciaélydijobienclaramente:

—¡Sebastiánousted!

Sebastiánabriólosojosdesmesuradamenteyrepusosecamente:

—¿Quésignificaeso,señorita?

—Desearía pedirle una cosa, pero no es una cosamala, como la de estamañana—le tranquilizó Heidi, porque había advertido que estaba un pococontrariadoypensóqueeraporlatintaderramada.

—¿Yporquémellama«Sebastiánousted»?Primeroquisierasabereso—prosiguióconelmismotonoseco.

—Siempredebo llamarleasí—aseguróHeidi—.LaseñoritaRottenmeierlohamandado.

Sebastián se echó a reír de tan buenaganaqueHeidi quedó confusa, noviendo en el asunto nada que pudiera mover a risa. Pero Sebastián habíacomprendidodequésetrataba.

—Estábien—dijosindejardereír—.Puedecontinuarlaseñorita.

—Yo no me llamo señorita —exclamó a su vez Heidi con ciertaindignación—.MellamoHeidi.

—Deacuerdo.Perolamismadamamehamandadoquelallameseñorita.

—¿Ah,sí?Entoncesesqueesasícomodebollamarme—repusoHeidiconresignación,puessedabacuentadequelascosasdebíansucedertalycomolaseñorita Rottenmeier ordenara—. Ya tengo tres nombres —dijo con unsuspiro.

—¿Quéesloquelaseñoritaqueríapreguntarme?—dijoSebastiándespuésdeentrarenelcomedorydejarlabandejaenelaparador.

—¿Cómosepuedeabrirlaventana,Sebastián?

—Así.Esmuyfácil—dijo,abriendodeparenparunadelasventanasdelcomedor.

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Heidiseacercó,peroerademasiadabajitaparavernada.Sebastiánletrajoungrantaburetedemadera,diciéndole:

—Laseñoritanotienemásquesubiraquíparaverloquepasaabajo.

Heidi se apresuró a encaramarse en el taburete para poder ver por fin elpaisaje,peroenseguidaretirólacabeza,profundamentedecepcionada.

—Sólosevelacalle,ynadamás—dijolaniñatristemente-Perosisedalavueltaalacasa,Sebastián,¿quéseveporelotrolado?

—Exactamentelomismo—repusoSebastián.

—Entonces,¿dóndehayqueirparaverhastamuylejosenelvalle?

—Para eso hay que subir a una alta torre, al campanario de una iglesiacomoaquéllaqueveallíconunaboladoradaenlacúspide.Desdeallísevehastamuylejosporencimadelaciudad.

Heidi, después de haberle escuchado con profunda atención, salió delcomedor,bajólasescalerascorriendoyseencontróenlacalle.Peroloqueseproponíaeramásdifícildeloqueenunprincipioimaginara.Desdelaventanaleparecióqueelcampanariosehallabaenlínearectaanteella,quenoteníamásquepasaralotroladoparallegaraél.

Entonces bajó la calle, pero no veía ningún campanario, luego bajó otracalleyotra,y seguía sinverlo.Pasabamuchagentepor su lado,pero todosteníanprisayHeidisedijoquenotendríantiempopara indicarleelcamino.Al doblar una esquina, vio a un muchacho que llevaba a la espalda unorganilloyalbrazouncuriosoanimal.Heidiseacercóylepreguntó:

—¿Dóndeestálatorrequetieneenlomásaltounaboladorada?

—Nosé—repusoelmuchacho.

—¿Aquiénlotengoquepreguntar?—siguiópreguntandoHeidi.

—Nosé.

—¿Conocesalgunaotraiglesiaquetengauncampanario?

—Sí,conozcouna.

—Entoncesenséñamedóndeestá.

—Enséñametúantesloquemedarásacambio.

Elmuchachotendiólamano.Heidibuscóensubolsilloysacóuncromoque representaba una corona de rosas rojas. Lo contempló durante unmomento, pues le dolía desprenderse de él. Se lo había dado Clara aquellamisma mañana. ¡Pero si pudiera ver el valle y las verdes laderas de lamontaña!

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—Toma—dijoHeidi—.¿Loquieres?

Elmuchachoretirólamanohaciendoungestonegativo.

—¿Entonces qué quieres? —preguntó la niña, volviendo, aliviada, aguardarseelcromo.

—Dinero.

—Yonotengo,peroClarasíquetieneymedará.¿Cuántoquieres?

—Veintecéntimos.

—¡Pues,ven!

Ambosecharonaandar.Enelcamino,Heidipreguntóasucompañeroquéeraloquellevabaenlaespaldacubiertoconunpaño.Elmuchacholeexplicóqueeraunórganodelquesalíaunapreciosamúsicacuandosedabavueltasalamanivela.Llegaronaunaviejaiglesiaconsualtocampanario.Elmuchachosedetuvoydijo:

—Esaquí.

—Pero¿cómopodréentrar?—preguntóHeidiviendolasgrandespuertascerradas.

—Nosé—soltó.

—¿CreesquehabráquellamarconlacampanillacomocuandosellamaaSebastián?

—Nosé.

Heidi había descubierto una campanilla en la paredy se puso a tirar delcordóncontodassusfuerzas.

—Si subo, espérame abajo, si no, no sabré volver sola. Tendrás queenseñarmeelcamino.

—¿Quémedarásacambio?

—¿Quémásquieresquetedé?

—Otrosveintecéntimos.

De pronto una llave chirrió en la vieja cerradura y la puerta se abriórechinando. Asomó un viejo que comenzó por mirar a los niños conestupefacciónyluegolesincrepó,bastantefurioso.

—¿Quién os ha dado permiso para llamar? ¿No sabéis leer lo que poneencimadelacampanilla?:«Paralosquequieransubiralcampanario».

El muchacho señaló con el dedo a Heidi sin pronunciar palabra. Éstarepuso:

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—¡Esloqueyoquería,subiralcampanario!

—¿Yquéquiereshaceralláarriba?—preguntóelcampanero—,¿teenvíaalguien?

—No,sóloquierosubirparaverloquehayabajo.

—¡Volved a casa ymucho cuidado con repetir estas bromas, la próximavezosvaisaenterar!

Dichas estas palabras, el campanero fue a cerrar la puerta, peroHeidi lodetuvoasiéndoledelachaqueta,ylesuplicó:

—¡Sólounavez!

Elviejogirólacabeza.Heiditeníaunamiradatanimplorantequenopudoresistir.Latomódelamanoyledijoamablemente:

—Sitantolodeseas,venconmigo.

Elmuchachosesentósobrelasgradasdepiedradelantedelapuertayconun gesto señaló que no quería acompañarla. Heidi, cogida de la mano delcampanero, subió muchas, muchísimas escaleras, cada vez más estrechas.Despuéssubieronunaescalerillamásangostaaúnyfinalmente llegarona loalto del campanario. El campanero aupó a Heidi a la altura de la ventanaabierta.

—Yapuedesmirarabajo—ledijo.

Heidiviounmardetechos,torresychimeneas.Retirólacabezaydijocondescorazonamiento:

—Noesloqueyocreía.

—¿Loves?Unaniñapequeñacomo túnosabeapreciarestavista. ¡Ven,vamosabajarynovuelvasatirardelacampanillaotravez!

ElancianodejóaHeidienelsueloyamboscomenzaronabajar,éldelante.Amitad de camino, donde las escaleras se ensanchaban un poco, había unapuertaqueconducíaalahabitacióndelcampanero;asuladoeltechoformabaunapendiente,juntándoseconelpiso.Allí,anteunacesta,habíaunagrangatagris, que comenzó amaullar amenazadoramente, porque en la cesta estabansus crías y la madre advertía a los visitantes que no debían mezclarse enasuntosdefamilia.Heidisedetuvosorprendida.Ensuvidahabíavistoungatotan grande.Habíamuchísimos ratones en el campanario y el animal cazabaconfacilidadmediadocenacadadía.Elcampanero,advirtiendolasorpresadeHeidi,ledijo:

—Acércate.Noteharánadasiestásconmigo.Puedesmirarlosgatitos.

Heidiseacercóalacestaygritó,locadealegría:

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—¡Oh,québonitosson!¡Quéchiquitines!

Sepusoadarvueltasalrededordelacestaparavermejorlossieteuochomininosque se subíanunos encimade losotros, tratabande encaramarse albordedelacestaycaíandeespaldasunayotravez.

—¿Tegustaríateneruno?—preguntóelanciano,quedisfrutabaviendolaalegríadelaniña.

—¿Uno para mí sola? ¿Para tenerlo siempre?—exclamó sin poder darcréditoaloqueoía.

—Sí,sí,sóloparati.Ysilosquierestodosytienesdondeponerlos,telospuedes llevar—añadió, ya que no deseaba otra cosa que deshacerse de losanimalessinverseobligadoamatarlos.

Heidisesentíacolmadadefelicidad.Sindudaalgunaquehabíasitioparaellosenlainmensacasadondeahoravivía.

¡Oh, qué contenta se pondríaClara cuando la viera llegar con tan lindosgatitos!

—Pero ¿cómo podría llevármelos?—preguntó Heidi tendiendo la manoparacogeruno.

La gran gata se arrojó entonces sobre su brazo y mayó con aire tanamenazador,quelaniñaretrocedióasustada.

—Si me dices dónde vives, yo te los llevaré —dijo el campaneroacariciando a la gata para calmarla, pues eranbuenos amigos.Hacíamuchotiempoquevivíanjuntosenelviejocampanario.

—VivoenlacasadelseñorSesemann,queenlapuertatieneunacabezadeperrodorada,conungrananilloenlaboca—repusovivamenteHeidi.

El anciano no necesitaba tantas explicaciones. Desde que vivía en elcampanario conocía todas las viviendas de muchas leguas a la redonda;además,Sebastiánerabuenamigosuyo.

—Yasédóndees—repusoelviejo—.Dime,cuandollevealosgatos,¿porquiénhedepreguntar?Porque¿túnopertenecesalacasaSesemann,verdad?

—No,peroestáClara,quesealegrarámuchocuandovealosgatitos.

El campanero quería irse, pero Heidi no podía decidirse a dejar aquelespectáculotandivertido.

—¡Sipudiera llevarmeahoraunoodos!UnoparamíyotroparaClara,¿medeja?

—Espérateunmomento—dijoelcampanero.

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Cogió la gata con precaución y la dejó en su habitación, delante de unplatitodeleche.DespuéscerrólapuertayvolvióalladodeHeidi.

—Ahoratomalosdosgatitos.

Losojosdelaniñabrillarondegozo.Escogióunocompletamenteblancoyotrocon listasblancasypusounoenelbolsilloderechodesudelantal,yelotroenelizquierdo.Despuésbajólaescalera.Elmuchachoseguíasentadoenlos escalones.Cuando el campanerohubo cerrado la puertadetrásdeHeidi,éstapreguntó:

—¿QuécaminohayquetomarparavolveracasadelseñorSesemann?

—Nosé—contestóunavezmás.

Heidi entonces le dio cuantos detalles conocía de la casa: la puerta deentrada,lasventanas,laescalera;peroelmuchachonohacíamásquemoverlacabezanegativamente.Todoaquelloleeradesconocido.

—Mira, si teasomasaunade lasventanas, seveunacasagrandeygrisquetieneuntejadoasí—explicóHeidimarcandoenelespaciovarioszigzagsconeldedoíndice.

Enseguida,elmuchachosepusoenpiedeunsalto—teníalamismaformadeorientarsequeella—ysefuederechohacialacasa,seguidodeHeidi.Enpoco tiempo llegaron a la granpuerta adornada conuna cabezadeperrodelatón.HeiditiródelcordóndelacampanillayaparecióSebastián,que,apenasvioalaniña,exclamó:

—¡Deprisa,deprisa!

Heidi se apresuró a entrar y Sebastián cerró la puerta sin reparar en elmuchachoquenosalíadesuasombro.

—Deprisa,señorita—repitióSebastián—,alcomedor,yaestánsentadasalamesa.LaseñoritaRottenmeierestáapuntodeexplotar.

Pero¿cómoselehaocurridohacerestaescapada?

Heidientróen lahabitación.LaseñoritaRottenmeierno levantó losojosdesuplato.Clara tampocodijonada.Esesilencioera inquietante.Sebastiáncolocó en su sitio la silla de Heidi. Cuando estuvo sentada, la señoritaRottenmeierledijoconrostroseveroytonosolemne:

—Adelaida, después de la comida he de hablar contigo.Demomento tedirésóloqueloquehashechoesmuygraveymerececastigo:marcharsedecasa sinpedirpermiso, sindecirnadaanadie,yandarporDios sabedóndetodalatarde,esunaconductaenverdadsinprecedentes.

—¡Miau!—seescuchóportodarespuesta.

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Entoncesladamamontóencólera.

—¿Cómo,Adelaida?—gritóconunavozcadavezmásaguda—.Despuésdehacerloquehashecho,¿aúnteatrevesaburlartedemí?¡Ojoconloquehaces:teloadvierto!

—Yo…—balbuceóHeidi.

—¡Miau,miau!

Sebastiáncasidejócaerlafuentesobrelamesaysalióprecipitadamentedelahabitación.

—Esto es demasiado—dijo la señoritaRottenmeier con voz apagada—.Levántateysaldelcomedor.

Heidi,aturdida,selevantódesusillaytratóaúndeexplicarse.

—Yonosoy…

—¡Miau!¡Miau!

—Pero, Heidi—le dijo Clara—, ¿por qué haces «miau» si ves que esodisgustaalaseñoritaRottenmeier?

—Nosoyyolaquelohago,sonlosgatitoslogróporfindecirHeidi.

—¿Cómo? ¿Qué dices? ¿Gatitos?—exclamó la señorita Rottenmeier—.¡Sebastián!¡Tinette!¡Buscadaesoshorriblesanimales!¡Lleváoslos!

Ydichoesto,echóacorrerhacialasaladeestudioyseencerrópasandoelcerrojoparaestarmássegura,puesparalaseñoritaRottenmeierlosgatoseranlosmáshorriblesanimalesde lacreación.Sebastián,queestabadetrásde lapuerta,hacíagrandesesfuerzosparadominarsurisa.AlacercarseaHeidiparaservirla,habíavistoqueporunodesusbolsillosasomabaunacabezadegato,y se imaginaba la escena que se iba a producir. Cuando por fin recobró laserenidad, entró en el comedor. Hacía un buen rato ya que la señoritaRottenmeierhabíahuidopidiendoauxilio,ylacalmahabíavuelto.Clarateníalosgatitosenel regazoyHeidiestabaarrodilladaanteella.Ambas jugaban,encantadas,conlosgraciososanimalitos.

—Sebastián —le dijo Clara al verle entrar—, necesitamos su ayuda.TendríaqueencontrarunsitioparalosgatosdondelaseñoritaRottenmeiernolospuedadescubrir,porquelestienemuchomiedoynolosquiereenlacasa.Pero nosotras los encontramosmuymonos y nos gustaría quedárnoslos; lossacaremosdelesconditecuandoestemossolas.¿Dóndepodríamosguardarlos?

—Yo me encargo de eso, señorita Clara —se apresuró a responderSebastián—.Lesharéunacamitaenunacestaylapondréenunrincónalqueunadamatemerosanotratarádellegar,puedecontarconello.

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Sebastiánpusoenelactomanosa laobrariendoparasusadentros,puespensaba: «¡Esto no acabará aquí!». No le disgustaba ver a la señoritaRottenmeierperderlacompostura.

Más tarde, a la hora de acostarse, la señorita Rottenmeier entreabrió lapuertadelasaladeestudioypreguntó:

—¿Handesaparecidoyaesosrepulsivosanimales?

—Naturalmente —respondió Sebastián, que se había quedado en lahabitación,sabiendoqueseleibaahacerlapregunta.

CogiórápidamentelosdosgatitosquepermanecíanenelregazodeClaraydesaparecióconellos.

EncuantoalsermónquelaseñoritaRottenmeierreservabaparaHeidi,fuedejadoparaeldíasiguiente,puesaquellanocheseencontrabaagotadaporlasemociones,lairayelsustoquelaniñalehabíacausadosinsaberlo.Seretirópuesen silencio,y lasdosniñashicieron lomismo,muycontentasde saberquesusgatitosestabansegurosenunabuenacama.

CAPÍTULOVIII

HAYCIERTACONFUSIÓNENLACASASESEMANN.

A la mañana siguiente, apenas Sebastián acababa de abrir la puerta alprofesor y de conducirlo a la sala de estudio, sonó por segunda vez lacampana,contantafuerza,queelcriadoechóacorrerescalerasabajo,porquepensaba:«SóloelseñorSesemannllamaasí.Seráél,que,sinduda,hallegadosinavisar».

Abriólapuertayseencontrófrenteaunmuchachoandrajosoquellevabasobrelaespaldaunorganillo.

—¿Quésignificaesto?—exclamóSebastián—.Vayaunmodode llamar.¿Quéesloquequieres?

—QuieroveraClara.

—¡Tú!¡Conesteaspecto!¿Ynopuedesdecir«señoritaClara»comotodoelmundo?

—Medebecuarentacéntimos—repusoelmuchacho.

—¡Tú has perdido la cabeza! ¿Y cómo sabes que vive en esta casa unaseñoritaquesellamaClara?

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—Ayerleenseñéelcaminodeidaporveintecéntimosyeldevueltaporotrosveinte.

—¡Dicesmentiras!LaseñoritaClaranuncasaledecasa.Nopuedeandar.Anda,veteyquenoteveamásporaquí.

Pero el muchacho no se dejó intimidar. Permaneció inmóvil diciendofríamente:

—¡Yo la vi ayer en la calle!Le puedo decir cómo es: tiene los cabellosnegros, cortos y rizados; los ojos, del mismo color, y llevaba un vestidooscuro.Nohablacomonosotros.

«Ya veo—se dijo Sebastián, riendo para sus adentros—, es la pequeñaseñoritaquehavueltoahaceralgunadelassuyas».Después,haciendopasaralmuchacho,ledijo:

—Estábien.Síguemey esperadetrásde lapuertahastaqueyovuelva asalir.Sitehagoentrar,tocaalgoenelorganillo.Estocomplaceráalaseñorita.

Subió,llamóalasaladeestudioyentró.

—HayunmuchachoabajoquequierehablarpersonalmenteconlaseñoritaClara—dijoSebastián.

Antetaninesperadosuceso,Clarasealegró.

—Entoncesqueentreenseguida—repuso—,¿verdad,señorprofesor?

Peroelmuchacho,sinesperaraqueledieranpermiso,sehabíaintroducidoen la sala y, obedeciendo a una seña de Sebastián, comenzó a tocar elorganillo.LaseñoritaRottenmeier,queestabaenelcomedorparalibrarsedelasleccionesdelabecé,aguzóeloído.¿Aquellossonidosllegabandelacalle?¡Quécurioso!¡Sehabríadichoqueveníandelasaladeestudio!¡Unorganilloenlacasa!

Cruzóatodaprisaelcomedoryabrióbruscamentelapuertadelasaladeestudio. ¿Era posible? Había, en medio de la habitación, un andrajosoorganillero que tocaba el instrumento con mucho entusiasmo. El profesorparecía querer decir algo, pero no se oía nada.Clara yHeidi escuchaban lamúsicaconcarasdefelicidad.

—¡Paradinmediatamente!—gritólaseñoritaRottenmeier,perolamúsicacubríasuvoz.Seprecipitóhaciaelmuchacho,perodepronto,sintióquesuspiestropezabanconalgo:unhorribleanimalnegrosearrastrabaporelsuelo.¡Era una tortuga! La señorita dio un salto como no lo había dado enmuchísimosañosychilló:

—¡Sebastián!¡Sebastián!

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El órgano enmudeció instantáneamente, pues esta vez los gritos habíansidomásfuertesquelamúsica.Sebastián,depiedetrásdelapuerta,erapresadeunataquederisaalverlosbrincosquedabaelamadellaves.Alfin,pudoentrar.LaseñoritaRottenmeiersehabíaderrumbadoenunsillón.

—¡Sebastián,quesevayantodos:músicosyanimales!¡Inmediatamente!

Sebastián se apresuró a obedecer. Hizo salir al muchacho, que habíarecogido rápidamente su tortuga, y le puso unas monedas en la mano,diciendo:

—Toma: los cuarenta céntimos de la señoritaClara y otros cuarenta porhabertocadotanbien.

Despuésleacompañóhastalacalleycerrólapuerta.

La calma volvió a reinar en la sala de estudio. Se había reanudado laleccióninterrumpidaylaseñoritaRottenmeiersehabíaquedadoenlamismasalaparaquenovolvieranasucedersemejantescalamidades.Habíaresueltotambién informarse, unavez las leccioneshubiesen concluido,de las causasdelescándaloparacastigaralautorcomosemerecía.

En aquel momento volvió a sonar la campana de la puerta y SebastiánentróparaanunciarquehabíantraídounacestaparalaseñoritaClara.

—¿Paramí?—preguntó ésta intrigadaypensandodequiénpodía ser—.Tráigamelaenseguidaporfavor,Sebastián.

Sebastián se fue y reapareció momentos después con una gran cestatapada.Ladejóydesapareció.

—Opino que sería conveniente terminar ahora la lección y despuésdestaparlacesta—manifestólaseñoritaRottenmeier.

PeroClara, quenopodía adivinar loquecontenía la cesta, no cesabadedirigirlemiradasimpacientes.

—Señorprofesor—exclamódepronto,interrumpiéndoseenmediodeunadeclinación—,¿nopodríadestaparlacestaunmomentitoparaverloquehaydentroydespuéscontinuaríaenseguidalalección?

—Por un lado accedería, pero, por el otro, me opondría —repuso elprofesor—.Loqueespecialmentehacequemeinclineporloprimero,esquetodavuestraatenciónyaestáconcentradaenlacesta…

Notuvotiempodeacabarsudiscurso.Latapade lacestanoestababiencerradaydegolpe aparecieronuno,dos, tresgatitos, seguidosdeotros, queecharona correrpor toda lahabitacióncon tal rapidezque sehubieradichoquehabíamuchosmásdelosqueenrealidaderan.Seagarrabanalasbotasdelprofesor, mordisqueaban sus pantalones, se encaramaban a la falda de la

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señoritaRottenmeier, lehacían cosquillas en lospies, saltabanalrededordelsillóndeClara,arañabanymaullaban.¡Unverdaderobarullo!Clarasesentíafelizcomonuncaynocesabadeexclamar:

—¡Oh,quépreciosidaddeanimalitos!¡Miracómosaltanportodoslados,quédivertido,mira,miraaquél,Heidi!

Heidi,nomenosencantadaqueClara,corríatrasellosporlahabitación.Elprofesor,depieantelamesa,muydesconcertado,levantabaoraunpieoraelotro, para tratar de sustraerlos al desagradable hormigueo. En cuanto a laseñoritaRottenmeier,seguíasentadaensusillón,mudadeterror,perodespuésde un rato empezó a gritar con todas sus fuerzas: —¡Tinette! ¡Tinette!¡Sebastián!¡Sebastián!

No se atrevía a dejar su sillón, temiendo que a aquellos pequeñosmonstruoslesdieraporsaltarsobreellatodosauntiempo.

Sebastián y Tinette acudieron al fin, cazaron una por una las pequeñascriaturas,ylaspusieronenlacesta.DespuésSebastiánselosllevóalgranero,dondeyaestabaninstaladoslosdoshermanitosdeldíaanterior.

Tampocoaquellamañananadiehabía tenidoocasióndebostezardurantelas lecciones. Por la tarde, la señorita Rottenmeier, ya repuesta de lasemociones, reclamólapresenciadeSebastiánydeTinetteparasometerlosaunescrupulosointerrogatorioacercadelosincidentesquesehabíanproducidoen la casa. Se desprendió de ello queHeidi, con su salida del día anterior,había sido lacausantede todoelbarullo.LaseñoritaRottenmeier,pálidaderabia,nohallabapalabrasparaexpresar sus sentimientos. Indicópor señasaTinetteyaSebastiánquesealejaran.Después,sevolvióhaciaHeidi, lacualestabadepiealladodelsillóndeClaraynoentendíamuybienquémalhabíahecho.

—Adelaida —empezó la señorita Rottenmeier con voz severa—, noconozco más que un castigo que pueda causarte efecto, porque eres unapequeñasalvaje.Yaveremossienlaoscuridaddelabodega,encompañíadelasratasydeloslagartos,aprendesaserdócilynosetevuelvanaocurrirmáslocuras.

Heidiescuchólasentenciasinconmoverse.Lapequeñadependenciadelacabañaquesuabuelollamababodega,dondeconservabaelquesoylaleche,leparecía,porelcontrario,unlugaratrayente.Encuantoalaslagartijasyalasratas,nolashabíavistojamás.FueClaralaqueelevólavozensondequeja.

—¡No, no, señorita Rottenmeier! Espere a que mi papá esté aquí. Haescritodiciendoquevaallegardeunmomentoaotro.Selocontarétodoyéldecidiráloquesedebehacer.

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LaseñoritaRottenmeiernotuvomásremedioquedoblegarseanteaquellaorden,tantomáscuantoqueestabaapuntodellegarelpadredeClara.

Selevantópues,ydijocontonoseco:

—EstábienClara,pero tambiényohablaré conel señorSesemann.—Ysaliódelahabitación.

Lossiguientesdíasfuerondecalma.Sinembargo,laseñoritaRottenmeiernosalíadesuindignación.CadavezqueveíaaHeidi,pensabaenelerrorquehabíacometidoalhacerlaveniraaquellacasa.Tambiénestabaconvencidadeque,desdelallegadadelaniña,todosehabíadesquiciadoyjamásvolveríaareinarelorden.

Clara,porelcontrario,estabamuycontenta.Durantelasleccionesyanoseaburría,puesHeidihacíalascosasmásdivertidasdelmundo.Confundíatodaslas letras del alfabeto sin lograr aprenderlas y cuando el profesor trataba defijárselas en la memoria, comparando la forma de una letra con la de unpequeñocuernoodeunpico,Heidiexclamaballenadegozo:

«¡Esunacabra!»o«¡esoesungavilán!».Lasdescripcionesdelprofesordespertaban en ella toda clase de imágenes, excepto las de las letras delalfabeto.

Afinalesdelatarde,HeidisesentabacercadelsillóndeClaraylerelatabalargaeincansablementesuvidaenlosaltospastosdelosAlpes,hastaquelanostalgia de lasmontañas se apoderara de ella y terminaba invariablementediciendo:

—¡Tengoquevolveramicasa!Mañanamismomeiré.

PeroClara siempre lograba apaciguar esos accesos de tristeza y le hacíaverqueerapreferiblequeesperaselavueltadelseñorSesemann.Entoncessevería lo que convenía hacer.Heidi se dejaba convencer y cuando por fin secalmaba, reanudaba su charla con animación, porque tenía una perspectivasecreta: cada día que pasaba en Frankfurt significaba dos panecillos queaumentabanlaprovisiónqueguardabaparalaabuela.Enefecto,entodaslascomidas,Heidi hallaba al lado de su plato un lindo panecillomuyblanco ymuy tierno que se apresuraba a guardar en su bolsillo. No habría podidocomérseloellapensandoqueeldelaabuelaeranegroytanduroquenoselepodíahincareldiente.

Todoslosdías,despuésdecomer,Heidipermanecíaunaodoshorasensucuarto,sentadaenunrincón,sinosarmoverse.EnFrankfurt,estabaprohibidosalir y correr como en los Alpes. Lo había entendidomuy bien y ya no lointentó.Tampocopodía salir al comedorparahablarunpococonSebastián.LaseñoritaRottenmeier tambiénse lohabíaprohibido.Encuantoaentablar

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conversación con Tinette, a Heidi ni se le pasaba por la cabeza. Evitabaencontrarse en su camino. La doncella la intimidaba y le hablaba conexpresión irónicayburlonaque la niña advertía perfectamente.Sequedaba,pues,solaycontiempomásquesobradoparapensarenlasmontañas,queyadebíandeestarverdeando,enlasfloresdoradas,enlaluzdoradadelsolquehacía resplandecer todo cuanto había alrededor: la nieve, lamontaña y, a lolejos, el valle. A veces su nostalgia era tan grande que casi no lo podíasoportar.¿NolehabíaaseguradotíaDetequepodíavolverasucasacuandoellaquisiera?

Al fin, undía, nopudomás.Se apresuró a envolver lospanecillos en elgranpañuelo rojo, sepuso el viejo sombreritodepajay sedispuso apartir.Peroenlapuertadelacallesurgióungranobstáculo:laseñoritaRottenmeierenaquelmomentovolvíadeunpaseo.Alveralaniñasedetuvoylamiródepiesacabeza,mudadeasombro.Sefijóespecialmenteenelhatoquellevaba.Finalmenteestalló:

—¿Qué significa esta nueva expedición? ¿No te he prohibidoterminantementequevayasavagarporlascalles?¿Entonces,cómoteatrevesainsistir?¡Disfrazadadeestamanera,parecesunavagabunda!

—Noquería vagar por las calles.Sóloquería volver ami casa—repusoHeidi,alaqueempezabaaasustarlelaseñoritaRottenmeier.

—¿Cómo? ¿Qué oigo? ¿Volver a tu casa? —continuó la señoritaRottenmeierretorciéndoselasmanos—.¿Huir?¡Oh,sielseñorSesemannlosupiera!¡Huirdesucasa!¡Mástevalequenoseenterenunca!¿Yquéesloque te disgusta de esta casa? ¿No estás aquí mejor tratada de lo que temereces? ¿Qué te falta? ¿Has tenido jamás una casa, unamesa, un serviciocomolosqueaquítienes?¡Responde!

—No—contestóHeidi.

—¡Ya lo sabía!No te faltanada.Nadaabsolutamente. ¡Eresunacriaturaingrata!Ytanbiensetetrataquenosabesquétonteríainventar.

EntoncestodoaquelloqueHeiditeníaenelfondodelcorazón,lesaliódegolpeyexclamó:

—Sóloquiero irme ami casa.Porque cuandoyono estoy,Blancanievesestá triste,y laabuelameespera,yPedropegaráaCascabel sino recibe suporcióndequeso.¡Además,aquínosepuedeverelsolnidecirbuenasnochesa lasmontañas! Si algún gavilán pasara por encima de Frankfurt, graznaríacontodassusfuerzasalvercomotantagenteseamontonaaquíenvezdeirsealamontañadondesevivetanbien.

—¡Misericordia! ¡Esta niña se ha vuelto loca! —gritó la señorita

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Rottenmeier lanzándose escaleras arriba, donde chocó violentamente contraSebastián,quebajaba—¡Hagasubirenseguidaaestadesgraciadacriatura!—exclamófrotándoselafrente.

—Sí, sí, está bien, en seguida voy —contestó Sebastián frotándose elmismositio,porqueelgolpehabíasidoduro.

Heidi no se había movido. Sus ojos fulguraban. Estaba presa de unaemocióntanviolentaqueletemblabatodoelcuerpo.

—¿Vaya,noshemosmetidoenotro lío?—preguntóSebastiánsonriendo,perocuandoviolaexpresióndeHeidi,queparecíatantrastornada,lediounamistosogolpecitoenlaespaldaylaconsoló:

—¡Bah! No lo tome tan a pecho, señorita. ¡Más vale reírse! A mí laseñoritaRottenmeier tambiénme trataseveramente,peronohayquedejarseintimidar.Veoquelaseñoritanoquieremoverse.Vamos, tenemosquesubir,ellalohamandado.

Heidiobedecióy subió laescalera,pero lentamentey sinhacer ruido, loqueestabafueradesuscostumbres.Sebastiánsentíapenaporellaeintentabadarleánimos:

—Nosedejeabatir.Nosepongatriste.¡Ustedsiemprehasidotanvalientey razonable!Y jamásha lloradodesdeque está ennuestra casa; en cambio,otraspequeñasseñoritasdesuedadsuelenllorarunadocenadevecesaldía,ya se sabe.Además,están losgatitos.Si losviera: correny jugueteancomolocos. Iremos juntos a verlos, cuando esa dama se haya marchado, ¿deacuerdo?

Heidiasintióconlacabezatantristemente,queaSebastiánseleencogióelcorazónyledirigióunamiradacompasivamientrasellaibaasucuarto.

Durante la cena, la señorita Rottenmeier no despegó los labios, pero lamirabafrecuentementeconrecelo,comositemieraverlahacerdeunmomentoaotroalgunatrastada.PeroHeidi,despuésdehaberseguardado,comotodoslosdías, el panen elbolsillo, permaneció inmóvil y silenciosa sin comernibeber.

A la mañana siguiente, cuando el profesor apareció en lo alto de laescalera,laseñoritaRottenmeierlecondujoalcomedorconairemisteriosoy,presa de una gran agitación, le expuso sus preocupaciones; tenía fundadosmotivosparacreerquelaniñanoandababiendelacabeza,yaporelcambiodeaireydecostumbres,yaacausadelasnuevasimpresionesrecibidas.Ylecontóelintentodefugadelaniñaylasextrañaspalabrasqueprofirió.Peroelprofesor la tranquilizó, asegurándole que si, por una parte, había en efectoobservado en Adelaida ciertas excentricidades, por otra también pudo

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comprobarqueteníamuchosentidocomúnmercedalcual,pocoapocoyenundesenvolvimientogradualdesusfacultades,podíaesperarserestablecerelequilibrio espiritual de la niña. Lo que a él le inquietaba más era que nopudierallegaralfindelalfabeto,mostrándoseincapazdeaprenderlasletras.

Tras esta conversación la señorita Rottenmeier se sintiómás tranquila ymandó al profesor junto a sus alumnas. Al final de la tarde se acordó delatuendoqueHeidi llevaba cuando sedisponía amarcharse.Decidió arreglarun poco su guardarropa, poniendo en él algunos vestidos deClara, antes deque llegara el señor Sesemann. Se lo comentó a Clara, quien estuvo deacuerdo en regalarlemuchos vestidos y sombreros. La señoritaRottenmeierfuealahabitacióndeHeidiparadeterminarloquedebíaconservaryloqueeraprecisotirar.Peronotardóenvolvercongestohorrorizado.

—¡Qué acabo de descubrir! ¡Adelaida! —exclamó— ¡Jamás vi cosasemejante! ¿Qué he encontrado en tu armario, un armario que sólo es paraguardarropa?Heencontradounmontóndepanecillos.¡Panecillos,Clara,enel armario! ¡Yquémontón! ¡Tinette!—añadió abriendo la puerta—,vaya asacardelarmariodeAdelaidatodoelpanduroquehayallíyechealmismotiempoelsombrerodepajaabolladoqueencontrarásobrelamesa.

—No, no—gritó Heidi—, quiero guardar mi sombrero y los panecillostambién:sonparalaabuela.

Heidi quiso correr detrás de Tinette para impedírselo, pero la señoritaRottenmeierlaretuvocogiéndoladeunbrazoydiciéndoleenuntonoquenoadmitíaréplica.

—¡TútequedasaquímientrasTinettetiratodasesasporquerías!

Entonces,Heidi sedejó caer al ladodel sillóndeClarayprorrumpió ensollozos.Enmediodeéstos,cadavezmásviolentos,nocesabaderepetirconpalabrasentrecortadas:

—Ahoralaabuelayanotendrápanecillos.Eranparalaabuela-yseguíallorandocomosisucorazónfueseadesgarrarse.

LaseñoritaRottenmeier seapresuróaalejarse.Antesemejanteestadodedesesperación,Claraseasustó.

—¡Heidi,Heidi,nollores!—dijoentonosuplicante—.¡Escúchame!¡Note desesperes! Cuando te vayas, te prometo darte todos los panecillos quequierasparalaabuela,yserántiernosyfrescos.Lostuyossehubieranhechoduros,siesquenoloestabanya.¡Vamos,Heidi,nollores!

Heiditardóunbuenratoencalmarse,peroalfincomprendióelconsueloque leofrecíaClaray se atuvoa él, puesdeotromodonohubiera acabadonunca de llorar. Necesitaba asegurarse que el ofrecimiento de Clara iba en

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serioyvolvióapreguntar,entresusúltimossollozos:

—¿Deverdadmedarástantospanecilloscomoyateníarecogidosparalaabuela?

Claralaanimó,repitiendo:

—Claroquesí,tantosomás.Peronolloresmás.

Cuandosesentóenlamesaparacenar,Heiditeníaaúnlosojosenrojecidosyalverelpanecilloqueestabasobreelmantel,unnuevosollozolesubióalagarganta. Pero se aguantó, porque sabía que en lamesa debía comportarse.Sebastián le hacía extrañas señas cada vez que se aproximaba a ella. Tanpronto indicaba su cabeza como la de la niña, guiñando un ojo comoqueriéndoledecir:

—¡Ánimo!Lohevistotodoylohepodidoarreglar.CuandoHeidientróensuhabitaciónparaacostarse,descubriósuviejosombreritodepajadebajodelamanta.Estabatancontentaqueloestrechóentresusbrazosyloaplastóunpocomásdeloqueestaba.Después,trashaberloenvueltoenelpañuelorojo,loocultócuidadosamenteenelúltimorincóndesuarmario.EraSebastiánelquelohabíapuestobajolamanta.SehallabaenelcomedorcuandolaseñoritaRottenmeier llamóaTinetteyhabíaoídoelgritodedesesperacióndeHeidi.Siguió a la doncella y cuando ésta salió del cuarto con el sombrero y lospanecillos,seapoderódeaquél,diciendo:

—¡Yomeencargodetirarlo!

Ylopusoenlugarseguro.Eraloquelehabíaqueridodaraentenderporseñasmientrascenaban.

CAPÍTULOIX

ELSEÑORSESEMANNSEENTERADECOSASSORPRENDENTES.

Pocos días después de los anteriores sucesos, se advertía en la casainusitada animación y un diligente subir y bajar las escaleras. Tinette ySebastiánsacabanunpaquetetrasotrodelabarrotadocarruaje,pueselseñorSesemann acababa de regresar y solía traer de sus viajes gran cantidad decosasbonitas.

El señor Sesemann había entrado inmediatamente en la habitación de suhijaparasaludarla.HeidiestabaconClaraporqueaquéleraelmomentodelatardequelasdosmuchachaspasabansiemprejuntas.

Padreehijasequeríanmuchoysesaludaronconmuchocariño.Luegoel

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señorSesemanntendiólamanoaHeidi,quesehabíaretiradoaunrincónsinhacerruido,yledijo:

—¿Conquetúereslapequeñasuiza,eh?Venaquíydamelamano.¡Muybien!Ahoradime,¿túyClarasoisyabuenasamigas?¿Obienospeleáisyosenfadáisyluegolloráisyhacéislaspaces,yluegovolvéisaempezar?

—No.Clarasiempreesmuybuenaconmigo—repusoHeidi.

—¡YHeidinuncahatratadodepelearseconmigo,papá!—exclamóClara.

—Muybien,muybien;megustaoíreso—dijosupadrelevantándose—.Yahora,Clarita,discúlpame,peroaúnnohecomidohoy:voya tomaralgo.Luegovolveréyentoncesteenseñarétodoloquehetraído.

ElseñorSesemannsedirigióalcomedor,dondelaseñoritaRottenmeierseasegurabaqueno faltaranadaen lamesa.Eldueñode la casa se sentóy laseñoritaRottenmeiersesentóenfrente.Alverlacaradeviernesdesuamadellaves,elseñorSesemanndijo:

—Veamos, señoritaRottenmeier, ¿quédebopensar?Hapuestoustedunacara que no es precisamente de bienvenida. ¿Qué ha pasado? He visto queClaritaestámuyanimada.

—SeñorSesemann—empezóladamacongravedad—,loquenosocurretambiénafectaaClara.Noshanengañadohorriblemente.

—¿Cómo? —preguntó el señor Sesemann, bebiendo tranquilamente unpocodevino.

—Habíamos decidido, como usted sabe, señor Sesemann, buscar paraClaraunacompañeraycomosémuybiencuántoleinteresaaustedqueasuhija la rodeen sólo amistades nobles y superiores, había yo pensado en unaniñasuiza,porqueesperabaveraunodeaquellosseressobrelosquetantoheleídoyque,nacidosenelpuroambientedelamontaña,atraviesanlavida,pordecirloasí,sinpisarlatierra.

—Amímeparece—observóeldueñodelacasa—quelasniñasdeSuizatambiénhandetocarlospiesenelsueloparacaminar,porque,deotromodo,leshubiesencrecidoalasenvezdepies.

—¡Oh!,señorSesemann,ustedyaentiendeloquequierodecir—siguióladama—.Yome refería aunode esos serespurosde las altasmontañasquepasanpornuestroladocomounespírituideal.

—Pero¿señoritaRottenmeier,quequierequehagamihijaconunespírituideal?

—SeñorSesemann,yohabloenserio:lacosaesmásgravedeloqueustedcree.Hesidoengañada,horriblementeengañada.

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—Pero¿dóndeestáelengaño?Estaniñamehaparecidomuyagradable—observótranquilamenteelseñorSesemann.

—¡Sisupiera,señorSesemann,quégenteyquéanimaleshatraídoesaniñaacasa!¡Ynolecuentomás!¡Elprofesorpodráconfirmárselo!

—¿Animales?Noloentiendo,señoritaRottenmeier.

—Sí, nadie lo entiende. El comportamiento de esa criatura esincomprensibleysóloseexplicacomopruebadesuverdaderalocura.

Hastaaquelinstante,elseñorSesemannnohabíatomadoenserioalamadellaves,perosusúltimaspalabrasleimpresionaron:¡accesosdelocura!Esopodía tener consecuencias graves para su hija. Observó con atención a laseñorita Rottenmeier, como si quisiera comprobar que no era ellamisma laqueestabavolviéndoseloca.EnaquelmomentoseabriólapuertaySebastiánanunciólallegadadelprofesor.

—¡Ah, aquí está nuestro querido señor profesor! Él podrá aclararnos unpoco la situación —exclamó el señor Sesemann al verlo entrar—. ¡Venga,siénteseamilado!—yletendiólamano—.Elseñorprofesortomaráunatazade café conmigo, señorita Rottenmeier. Siéntese, querido amigo, y nada decumplimientos.Yahoradígame,¿quépasacon laniñaquehavenidoaestacasacomocompañerademihijayalaqueustedtambiéndaclases?¿Quéesesodelosanimalesque,alparecer,haintroducidoenestacasa?¿Yquéopinausteddesusfacultadesmentales?

Elprofesorprimero tuvoqueexpresarsualegríaporel regresodelseñorSesemann y darle la bienvenida, causa ymotivo de su visita, pero el señorSesemannlevolvióarogarquecontestaraalaspreguntasquelepreocupaban.Elprofesorempezóadecir:

—Sihededarmihumildeopiniónacercadelapersonalidaddeesaniña,haré,antetodo,constarquesi,porunlado,seadvierteenellaciertacarenciaen su desarrollo, causada por una educación en mayor o menor gradodescuidada,omejordicho,poruna instrucción retrasadaexcesivamenteyelaislamiento propio de la vida en los Alpes, aunque no se puede censurarcompletaytotalmenteestegénerodevida,sinoque,porelcontrario,presentasusventajasysindudaejerceunaexcelenteysaludableinfluenciadentrodeunlímitedetiemporazonable…

—Miqueridoseñorprofesor—leinterrumpióelseñorSesemann—,¡ustedse toma demasiada molestia para explicármelo con claridad! Dígamesimplementesiesaniñalehaasustadotambiénaustedconlosanimalesquehatraídoaquí,ysobretodo¿quéleparececomocompañerademihija?

—No quisiera en modo alguno perjudicar a esa niña —prosiguió el

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profesor—,puessi,porunlado,puededecirsequecarecedeexperienciadelasociedad,loqueseexplicaporlavidamásomenossalvajequellevabaantesdetrasladarseaFrankfurt,trasladoquepodráejercerciertainfluenciasobreeldesarrollo de esa criatura, la cual es, por decirlo así, totalmente o cuandomenos en gran parte inculta, aunque por otra parte esté dotada de talentosincuestionablesquedirigidosporunamanodiestra…

—Perdónemeunmomento,señorprofesor,leruegoquesiga,tengoque…hedeverahoramismoamihija.

Ydichoesto,elseñorSesemannsefueynovolvió.Enlasaladeestudiosesentóalladodesuhija.Heidisehabíalevantado.ElpadredeClarasevolvióhaciaellayledijo:

—Oye, pequeña, ve a buscarme…, espérate…, ve a buscarme… —ElseñorSesemannnodaba con aquelloque le hacía falta, peroquería alejar aHeidiunratito—.Esoes,veabuscarmeunvasodeagua.

—¿Aguafresca?—preguntóHeidi.

—Sí,sí.Muyfresca—contestóelseñorSesemann.

Heididesapareció.

—Yahora,queridahija—dijoelpadredeClara,acercándosemásaellaytomandoentresusmanosladeella—,dimetúclaramente:¿quéanimalessonesosquetuamigahatraídoacasayporquécreelaseñoritaRottenmeierquelapequeñanoestábiendelacabeza?¿Losabestú?

Claralosabíamuybien,porquelaasustadadamalehabíacomentadolasfrases incoherentes de la niña, que, sin embargo, para ella tenían sentido.Contó,pues,asupadrelahistoriadelosgatitosylatortugaquetantohabíanasustadoalaseñoritaRottenmeieryexplicóloqueHeidihabíadicho.ElseñorSesemannseechóareírdecorazón.

—Entonces, ¿no quieres que mande a la pequeña a su casa? ¿No estáscansadadeella?—preguntóporúltimo.

—¡Oh,no,papá,nohagaseso!—exclamóClara—.DesdequeHeidiestaaquí,todoslosdíassucedealgo,yesmuydivertido,antesnuncapasabanada,yademásHeidimecuentamuchascosasbonitas.

—¡Está bien, está bien, Clarita! Ahí vuelve tu amiguita. ¿Qué, hasencontradoaguafresca?—preguntóelseñorSesemannalofrecerlelaniñaelvaso.

—Sí,esfresca,delafuente—contestóHeidi.

—¿Esquehasidotúsolaalafuente,Heidi?—preguntóClara.

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—Sí,poresoestanfresca,perohetenidoqueirmuylejos,porqueenlaprimerafuentehabíamuchagente.Entoncesbajétodalacalle,peroenaquellafuentetambiénhabíagente,yentoncesmefuiaotracalleydelafuentequehay allí tomé el agua.Allí vi a un señor de cabello blanco, quemanda sussaludosalseñorSesemann.

—Buena expedición has hecho—dijo riendo el señor Sesemann—. ¿Yquiéneselseñorquemandasaludos?

—Pasó por la fuente, se detuvo yme dijo: «Puesto que tienes un vaso,damedebeber.¿Aquiénllevaselagua?».Yyoledije:«AlseñorSesemann».Entoncesélseriomuchoydijoquelesaludaraaustedyqueledijeraqueestevasodeagualeibaahacermuchobien.

—¿Ah,sí?¿Quiénseráquemeenvíatanamablesaludo?¿Dime,cómoeraeseseñor?—preguntóelseñorSesemann.

—Reíaamablementey llevabaunagrancadenadeoroconunacosaquecolgaba, comouna gran piedra roja, y llevaba un bastón con una cabeza decaballo.

—¡Eseldoctor!Esnuestrobuenamigo, eldoctor—exclamaronpadreehijaalunísono,yelseñorSesemannserioparasusadentros,pensandoenlasreflexionesqueharíasobreelnuevomododeproveersedeagua.

Porlanoche,cuandoseencontróasolasconlaseñoritaRottenmeierparahablar de ciertos asuntos domésticos, el señor Sesemann le informó de quehabía decidido retener en casa a la pequeña compañera de su hija, porquehabíapodidocomprobarpersonalmentequeeraunaniñaporcompletonormalyquesucompañíaleresultabamásagradableaClaraqueningunaotra.

—Deseo, pues —añadió acentuando las palabras—, que esa niña seatratada siempre con cariño y que sus originalidades no sean consideradascomodelitos.Porotraparte,siustednosabecómomanejaralaniña,prontotendráunauxilioenlapersonademimadre,quepasaráalgúntiempoenestacasa. Y usted sabe por experiencia que mi madre se entiende con todo elmundo,¿noesverdad,señoritaRottenmeier?

—Sindudaalguna,señorSesemann—respondióladama;peronoparecíaaliviadaconlaperspectivadeestaayuda.

ElseñorSesemanndisponíadepocosdíasparapermaneceral ladodesuhija.AlcabodedossemanastuvoquevolveraParís,adondelellamabansusnegocios. Consoló a su hija apenada por esta nueva ausencia suya,anunciándolelapróximallegadadelaabuela.

Enefecto, apenashabía salidodeFrankfurt, llegóuna cartade la señoraSesemanninformandoquesalíadesuviejapropiedaddeHolsteinypensaba

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llegaraFrankfurtaldíasiguiente.Pedíaquesemandaraelcochealaestación.

Esta noticia alegró mucho a Clara y en seguida se puso a contar a supequeña compañera tantas cosas acerca de la señora Sesemann, que desdeaquella misma tarde, Heidi comenzó a hablar también de la llegada de la«abuelita». La señora Rottenmeier, que la oyó, le echó una mirada severa.Heidinohizocaso,yaquesehabíaacostumbradoaestapermanentemuestradedesaprobaciónporpartedelamadecasa.

Mástarde,cuandoibaaacostarse,laseñoritaRottenmeierlahizoentrarensuhabitaciónyledijoqueellanohabíadellamarjamás«abuelita»alaseñoraSesemann,sinoúnicamente«señora».

—¿Has comprendido bien? —le dijo a Heidi, que la miraba un pocosorprendida.

La señoritaRottenmeier le devolvió unamirada que no admitía ningunaréplicaporloqueHeidinodijonadamásysefueasuhabitación.

CAPÍTULOX

LAABUELADECLARA.

Ajuzgarpor lospreparativosqueocuparon todoeldía siguiente, seveíaclaramentequelapersonaesperadadebíajugarunpapelimportanteenlacasayquetodossentíanporellaelmayorrespeto.Tinettesehabíapuestosutocamásblanca,ySebastiánrepartióunmontóndeescabelesportodalacasa,demaneraquelaseñoraSesemannencontrarasiemprealgunodispuestoparasuspies, dondequiera que se sentara. La señoritaRottenmeier recorría todas lashabitacionesmástiesaymásseveraquenunca,comosiconelloquisieradaraentender que, si bien iba a llegar una nueva autoridad, ella aún no estabadispuestaacederlasuya.

Elcocheseparódelantede lacasa,yTinetteySebastiánseprecipitaronescalerasabajo;laseñoritaRottenmeierlessiguióconlentitudydignidad.Noignoraba que ella también tenía que estar ahí para recibir a la señoraSesemann. Heidi había sido enviada a su habitación, con la orden depermanecerenellahastaquelallamasen,porqueeraseguroquelaviejadamairía primero a la habitación deClara y querría verla a solas.Heidi se sentópuesenunrincóndesucuartoytratóderecordartodaslasrecomendacionesque le habíanhecho.Al cabodepoco rato,Tinette entreabrió la puerta y legritóconlaacostumbradasequedad:

—¡Vayaalasaladeestudio!

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Heidiobedecióinmediatamente.Alentrarenlasaladeestudio,laabuelalaacogióconunabondadosasonrisay,tendiéndolelamano,ledijo:

—¡Aquítenemosanuestrapequeña!Ven,acércate,queteveabien.

Heidiseacercóydijoconsuvozmuyclara:

—Buenosdías,señoraabuelita.

—¿Porquéno,despuésdetodo?—exclamóriendolaseñoraSesemann—.¿Sediceasíentucasa?¿Lohasoídoenlasmontañasdetupaís?

—No,allínadiesellamaasí—respondióHeidiconlamayorseriedad.

—Y aquí tampoco, hija mía—continuó la abuela, riéndose de nuevo yacariciándolelamejilla—.Nolodigasmás.Paralosniñossóloquieroserlaabuelita.Llámameasí,¿teacordarás,verdad?

—¡Oh,sí,sí!—exclamóHeidi—.Siantesyalodecíaasí.

—¡Ah, ya entiendo!—contestó la abuela, moviendo la cabeza con unasonrisamaliciosa.

Luego examinó atentamente a Heidi, y de cuando en cuando volvía amoverlacabeza.Heidilamirabaderechoalosojos.Habíaenlamiradadelaanciana algo bondadoso que conmovía profundamente a la niña. La abuelaenteraleagradabatanto,quenopodíaquitarlelosojosdeencima.Teníaunahermosacabellerablancacubiertadeunatocadepuntillasqueencuadrabaelrostro;muy especialmente le gustaban aHeidi las dos cintas que flotaban aambos lados de la cabeza como si una ligera brisa soplara constantementealrededordelaanciana.

—Ytú,¿cómotellamas,pequeña?—preguntóalfinlaabuela.

—YomellamosolamenteHeidi;perocomotambiéntengoquellamarmeAdelaida, tengo que tener cuidado… —Se detuvo porque la señoritaRottenmeieracababadeentraren la salayHeidi se sentíaunpococulpableporque seguía sin contestar cuando la llamaba Adelaida, pues aún no teníapresentequetalerasunombre.

—LaseñoraSesemannconvendrá—dijolaseñoritaRottenmeier—queerapreciso elegir un nombre que se pudiera pronunciar sin sentirse incómodo,aunquesólofueseacausadelaservidumbre.

—QueridaRottenmeier—contestólaanciana—cuandounaniñasellamaHeidiyestáacostumbradaaestenombre,¡puesselallamaasíynadamás!

No había nada que decir. La abuela tenía ideas propias y nadie podíahacerlacambiar.Eraunamujerconsuscincosentidosbiendespiertos,quelaedadnohabíadebilitadoaún,ydesdeelprimermomentosehabíadadocuenta

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deloquesucedíaenaquellacasa.Aldíasiguiente,cuandoClara,despuésdecomer,fueahacerlasiesta,comodecostumbre,laabuelasesentóasuladoycerró los ojos durante unos minutos. Luego volvió a levantarse, alegre ydespierta,ysefuealcomedor.Nohabíanadieenél.

«Debe de dormir», se dijo la anciana, dirigiéndose a la habitación de laseñoritaRottenmeier.Allí llamóenérgicamentea lapuerta.Alcabodeunossegundos,elamadellavesaparecióyseechóatrás,unpocoasustadaantelainesperadavisita.

—Queríasaberdóndeseencuentralaniñaaestashorasyquéhace—dijolaseñoraSesemann.

—Estáensucuarto,dondepodríaocuparseútilmentesi tuvieseelmenorinstintodeactividad.¡Siustedsupiera,señora, las ideasquelepuedenpasarpor la cabezay que, a veces, lleva a cabo! Ideas que apenasme atrevería amencionarenlabuenasociedad.

—Puessiyotuvieraqueestarencerradaenunahabitacióncomoestaniña,¡se lo puedo asegurar: haría lomismo! ¡Y a ver si usted podía contarlo ensociedad! Ahora vaya a buscar a la niña y llévela a mi habitación. Quieroenseñarleunoslibrosmuybonitosquehetraído.

—¡Precisamente eso es lo que quería decir! —exclamó la señoritaRottenmeier—. ¿Qué hará ella con esos libros? Desde que está aquí, nisiquierahalogradoaprenderelabecé;nohaymediodehacerlecomprenderlamenor cosa; el señor profesor se lo dirá: si además de ser una excelentepersonanotuvieralapacienciadeunángel,hacemuchotiempoquehubierarenunciadoalaslecciones.

—¿Ah, sí?Meextrañamucho, porqueHeidi no tiene aspectode alguienque no pueda aprender las cosas y menos el abecé —observó la señoraSesemann—.Peroahora,señoritaRottenmeier,hagaelfavordeirabuscarla,demomentopodrámirarlosdibujos.

La señorita Rottenmeier hubiese querido añadir algunas observaciones,pero la señora Sesemann le había vuelto ya la espalda y se dirigía a suhabitación.QueHeidi tuviera tantas limitaciones lehabía intrigadomuchoyhabía decidido examinar el asunto. Sin embargo no quería interrogar alprofesor, al que,naturalmente estimabamucho,pero aquien esquivabaparanoenfrascarseenunaconversaciónconél,yaquedifícilmente soportaba suraramaneradeexpresarse.

Heidi compareció ante la abuela y abrió mucho los ojos al ver lasmagníficasilustracionesdelosgrandeslibrosqueéstahabíatraído.Deprontodioungrito;laancianaseñoraacababadedarlavueltaaunahojaylamiradadeHeidiquedófijasobrelanuevailustración.Susojossellenarondelágrimas

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y la niña prorrumpió en amargo llanto. La abuela miró la imagen.Representaba una magnífica pradera verde donde pacían toda clase deanimales; en medio de ellos el pastor, apoyado en un largo bastón,contemplaba su rebaño. Todo el cuadro parecía bañado por los reflejosdoradosdelsolquedesaparecíaenelhorizonte.

LaabuelacogiólamanodeHeidi.

—Vamos, vamos, pequeña —le dijo afectuosamente—, no llores. Estaimagenteharecordadosindudaalgofamiliar;pero,mira,coneldibujohayunahistoriamuybonitayyotelacontaréestanoche.Enestelibrohayademásotrashistoriasmuybellasquesepuedenleeryluegoexplicar.Vamos,secatuslágrimas,aúnhemosdehablardeotrascosas.¡Pontedelantedemíparaqueteveabienyhazmeunagransonrisa!

AúnpasóunbuenratohastaqueHeidicesódesollozar.Laabueladejóquesefueradesahogandoycalmando,diciéndoledecuandoencuando:

—Yahapasado,yaestásmástranquila.

Ycuando,porfin,laniñasecalmó,ledijo:

—Ahora,miniña,tienesquecontarmecómovantusleccionesconelseñorprofesor.¿Hasaprendidoalgo?

—¡Oh,no!—respondióHeidiconunsuspiro—,peroya lo sabíaquenopodríaaprender.

—¿Quéquieresdecir,Heidi?¿Quéesloquenosepuedeaprender?

—Nosepuedeaprenderaleer,esdemasiadodifícil.

—¡Nomedigas!¿Dedóndesacastúeso?

—MelohadichoPedroyéllosabemuybien.Siempretienequeempezardenuevoyjamáspodráaprender,esdemasiadodifícil.

—¡Vaya unmuchacho original ese Pedro! Pero, fíjateHeidi, no se debecreer todo lo quePedro, u otros como él, puedan decir. Es preciso que unomismo lo compruebe. Estoy segura de que tú no has escuchado al señorprofesorconladebidaatenciónyquenohasmiradobienlasletras.

—Nosirveparanada—dijoHeidiconexpresióndeabsolutaresignación.

—Heidi—continuólaabuela—,escuchabienloquevoyadecirte:siaúnno has aprendido a leer, es porque has creído lo que dijo Pedro, pero yo teaseguroquepuedeshacerloenmuypocotiempo,comolamayorpartedelosniñosquesoncomotúynocomoesePedro.¿Ysabesloquésucederácuandosepasleer?Túhasvistoelpastorenelbonitopradoverde,pues,cuandohayasaprendido a leer, yo te regalaré el libroy en él hallarás suhistoria, como si

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alguientelacontara.Descubrirástodaslascosasextrañasquelesucedenaél,asusovejasyasuscabras.Tegustaríasabertodoeso,¿verdad?

Heidi había escuchado con la mayor atención y, con ojos brillantes,suspiró:

—¡Oh,siyapudieraleereso!

—Todollegará,tranquila,ysinomeequivoco,notardarásmucho.AhoravámonosaverloquehaceClara;ven,lellevaremosestoslibrostanhermosos.

LaabuelacogióaHeididelamanoylacondujoalasaladeestudio.

DesdeeldíaenqueHeiditratódehuirdelacasaylaseñoritaRottenmeierlariñó,diciéndolecuántaingratitudhabíademostradoalquererfugarseyquésuertehabíatenidodequeelseñorSesemannnosehubieraenteradodenada,sehabíaoperadoenlaniñaungrancambio.Llegóacomprenderquenopodíaregresarasusmontañascuandoquisiera,comosutíalehabíadicho,sinoqueeraprecisopermanecerenFrankfurtaúndurantemuchotiempo, talvezparasiempre.Había también comprendidoquequizás el señorSesemann creyeraque era una ingrata si ella solicitaba permiso para irse y queClara, y quizátambiénlaabuela,pensaríanlomismo.DeahíqueHeidideterminaranodeciranadiecuántolegustaríavolverasucasa,porquenoqueríaquelaabuela,quetanbuenaeraconella,seenojasecomoyalohicieralaseñoritaRottenmeier.Pero el pesoqueoprimía su corazón sehacía cadavezmáspesado; casi nocomía y de día en día estaba más pálida. Por las noches no podía dormir,porquecuandoestabasolaensucuartoyasuladoreinabaelsilencio,antesusojos desfilaban imágenes de los Alpes iluminados por los rayos del sol ycubiertosdeflores.Sialfinlograbadormir,ensueñosveíalasaltasrocasdelFalkniss y la nieve resplandeciente de Casaplana. Y a lamañana siguiente,cuando se despertaba, toda contenta y dispuesta a salir para correr y saltaralrededordelacabaña,deprontovolvíaalarealidadysedabacuentadequeseencontrabaensugrancamadeFrankfurt,lejos,muylejosdelosAlpesydesucasa.EntoncesHeidiocultabaelrostroenlaalmohadayllorabalargorato,peromuybajito,pormiedodequelapudiesenoír.

LatristezadeHeidinopasóinadvertidaa laabuela.Éstadejótranscurriralgunosdías,paraversilaniñasalíadesuabatimiento.Peroalverquenoseoperabaningúncambioenlapequeñayadvertir,casitodaslasmañanas,queHeidihabíalloradodenuevo,lallamóundíaasuhabitaciónylepreguntóconmuchabondad:

—Dime,Heidi,¿quéesloquetienes?¿Acasoteafligealgunapena?

PeroHeidi temía parecer ingrata a la abuela, y de enojarla también; asírespondiócontristeza:

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—Nolopuedodecir.

—¿No?YaClara,¿selopuedesdecir?

—No, no, a nadie—exclamó la pequeña con tanta pena que la ancianasintiólástima.

—Escúchame bien, pequeña Heidi —continuó—, quiero decirte algo.Cuandosetieneunapenaquenosepuedeconfiaranadie,hayquedecírselaaDios,queestá en el cielo, y se lepide ayudaa él, porqueélpuede resolvernuestrasdificultades.Loentiendes,¿verdad?¿TeacuerdastodaslasnochesdedargraciasaDiosporloquetedayderogarlequetelibredemal?

—No,nuncahagoeso.

—¿NohasrogadonuncaaDios,Heidi?¿Nosabesloqueesunaoración?

—Loaprendíhaceyamuchísimotiempoconmiprimeraabuela,peroloheolvidado.

—¿Ves,Heidi, por qué estás tan triste? Es que no tienes a nadie que teayude.Piensaunpocoelbienqueteharácuandotengasalgoqueteoprimayteatormente,ypuedasiraDiosyrogarlequeteayude.Porqueél lohacesinosotrosselopedimosyasínosdevuelvelafelicidad.

LosojosdeHeidiseiluminaron:

—¿Yselepuededecirtodo,todo?—preguntó.

—Sí,Heidi,todo,todo.

Heidiretirósumanodeentrelasdelaabuelaydijo:

—¿Puedoirmeahora?

—Claroquesí—respondiólaabuela.

Ysinesperarmás,Heidisealejócorriendoysubióasuhabitación.Allísesentósobresutaburetey,juntandolasmanos,contóaDiostodoloqueteníaen su corazón, todo lo que la hacía sentirse desgraciada, y le pidió coninsistenciaqueacudieseensusocorroyquelepermitiesevolverpronto,muypronto,acasadesuabuelo.

Había transcurrido desde aquel día, poco más o menos, una semana,cuandoelprofesorpidiópermisoparaveralaseñoraSesemann,puesdeseabatenerconellaunaconversaciónacercadeunhechomuysingular.Laancianaseñoralorecibióyletendióamistosamentelamanocuandoentró.

—Queridoseñorprofesor,seaustedbienvenido—ledijo,ysiénteseaquíamilado.Dígameloqueletraeaquí.¿Nadagrave,ningunaqueja,espero?

—Alcontrario, señora—empezóel profesor—,ha sucedidoalgoque en

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modo alguno podía yo esperar, algo que sorprendería a cualquiera queestuviera al corriente de lo acontecido con anterioridad, pero es precisoconvenirquesegúnlasreglasdelalógicaestoeracompletamenteimposible,aunque, sin embargo, ha ocurrido y del modo más maravilloso, cosa queprecisamenteestáencontradeloquecabíaesperar…

—¿Esque,porcasualidad,Heidihaaprendidoaleer,señorprofesor?—leinterrumpiólaseñoraSesemann.

Elprofesorlamiró,mudodeestupefacción.

—Realmenteesalgomaravilloso—dijoalfin—,nosóloporquedespuésdetodasmisdetalladasexplicacionesyeltrabajoextraordinarioquemehabíatomado, la niña no había podido aprender el abecé, sino que ahora lo haaprendidoen tanpoco tiempo,precisamenteenelmomentoenqueyohabíadecididorenunciaralasexplicacionesparaenseñarlelasletrassinmás.Ellahaaprendido a leer, por decirlo así, de la noche a la mañana, y esto con unacorrecciónquerarasvecesseencuentraenlosprincipiantes.Yloquetambiénmeparecemuynotable,señora,esqueustedhayaconsideradocomoprobableunhechocuyarealizaciónparecíatanimposible.

—Muchas cosas extraordinarias pasan en la vida—respondió la señoraSesemann sonriendo satisfecha— Hay también con frecuencia felicescoincidencias;elencuentrodedoshechos,como,porejemplo,unnuevoafáneneldiscípuloyunnuevométodoporpartedelmaestro;ambascosastienenindudablementealgobueno,señorprofesor.Ahorayapodemosalegramosdelosprogresosdelaniñayesperarquecontinúen.

Y,aldecirlo, acompañóalprofesorhasta lapuertay luegoseapresuróaacudiralasaladeestudioparaconvencerseporsímismadelabuenanoticia.

Enefecto,HeidiestabasentadaalladodeClarayleleíauncuento.Laniñamismaparecíasorprendidadeloquelesucedíaeimpacienteporadentrarseenaquel nuevo mundo que se abría ante ella, ahora que las negras letras seanimabanparaconvertirseenseresycosasycontabanhistoriasapasionantes.

Porlanoche,alsentarsealamesa,Heidiencontrósobresuplatoelgranlibroconlashermosasláminas.Elevóhacialaabuelaunamiradainterroganteylaancianalerespondióconunasonrisa.

—Sí,ahoraestuyo.

—¿Parasiempre?¿AuncuandovuelvaalosAlpes?—preguntóHeidi,rojadealegría.

—Sí,naturalmente,parasiempre.Mañanaempezaremosaleerlo.

—PerotúnovolverásalosAlpes,todavía,¿verdad?Hastadentrodeunosaños—exclamóClara— debes quedarte conmigo para que no esté tan sola

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cuandolaabuelitasemarche.

En su habitación, antes de quedarse dormida, Heidi hojeó su hermosolibro; y a partir de aquel día, sumás preciada ocupación consistía en leer yreleersincesarlasnarracionesconlashermosasláminasencolor.Yparaellalos momentos más felices eran cuando, por la noche, la abuela le decía:«AhoraHeidinosleeráuncuento»,porqueyaleíacorrientementeyalhacerloen voz alta, las historias le parecían aúnmás bellas ymás emocionantes.Yluego,laabuelaexplicabaycontabamuchascosasmás.

LahistoriaqueHeidipreferíaatodaslasdemáseraaquelladelaláminaenqueseveíanlospradosverdesconelpastorenmediodesurebaño,apoyadoen su bastón con cara alegre; guardaba lamanada de su padre y le gustabaseguir y correr detrás de las divertidas ovejas y cabras. Pero aparecía otraláminaenqueseleveíadespuésdehaberhuidodelacasapaterna:estabaenel extranjeroy teníaqueguardar loscerdos; estabamuydelgado,porquenocomíamásquelaspeladuras,comoloscerdos.Enestaláminanolucíaelsol,todoeragrisynebuloso.Peroluegoveníaunaterceralámina:enellaelviejopadresalíadesucasaycorría,conlosbrazosabiertos,alencuentrodesuhijo,muyflacoyharapiento.ÉstaeralahistoriafavoritadeHeidiylaleíasiempre,fueraenvozalta,omuybajito,y jamásdejabadeescuchar atentamente loscomentariosdelaabuelacadavezqueoíaelcuento.Perotambiénhabíaotrashistoriasmuyhermosasyricamenteilustradas;tanpreciosoeraellibroytanbonitoerapoderleerlo,quelosdíastranscurríanvolandoymuyprontollegóelmomentofijadoparalamarchadelaabuela.

CAPÍTULOXI

HEIDIPIERDEPORUNLADOYGANAPOROTRO.

Durante su estancia en Frankfurt, todas las tardes, la abuela deClara seinstalaba al lado de su nieta a la hora de la siesta, mientras la señoritaRottenmeier,queparecíanecesitarreposo,desaparecíamisteriosamente.Peroal cabo de unos minutos, la señora Sesemann estaba nuevamente de pie yhacíavenirasuhabitaciónaHeidiafindehablarconella,paraentretenerlayhacerquesedivirtieraunpoco.LaabuelahabíatraídoconsigounaspreciosasmuñecasyenseñabaaHeidiaconfeccionar ropaparaellas.AsíHeidihabíaaprendidoacosersindarsecuenta.Laancianaseñorateníaunasbonitastelasdelosmásvariadoscolores,conlascualesHeidihacíavestiditosyabriguitosmagníficos.

Ahoraquesabía leer,Heidi le leíaa laabuelayesoleencantaba;cuanto

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más leía lashistorias,másseencariñabaconellas,porquese identificabadetal modo con los personajes y con todo lo que les sucedía, que se sentíaestrechamenteligadaasusuerteygustabadepermanecerensucompañía.

Sinembargo,Heidiyanoseveíafelizysusojosalegreshabíandejadodebrillar.

EralaúltimasemanaquelaseñoraSesemannhabíadepasarenFrankfurt.AcababadellamaraHeidiasuhabitación,mientrasClaradormía.Cuandolaniña entró, con el gran libro bajo el brazo, la abuela le hizo seña de que seacercaraaella,pusoellibroasuladoyledijo:

—Venaquí,mipequeña,ydime,¿porquéestástantriste?¿Siguesconlamismapena?

—Sí—respondióHeidi.

—¿YhascontadotuspenasaDiosNuestroSeñor?

—Sí.

—¿Ysiguesrogándoletodoslosdíasqueremedietumalyquetehagaotravezfeliz?

—No,yanoselopidomás.

—¿Quédices,Heidi?¿PorquénoruegasyaaDios?

—Porque de nadame sirve; Dios nome ha escuchado. Y es natural—continuó la pequeña con cierta agitación—que no pueda prestar atención atodoloqueledicelagentecuandohaytantosaquíenFrankfurtquerezanalmismotiempo.Esnormalqueamínuncamehayaoído.

—¿Cómopuedesestartansegura,Heidi?

—Yohe rogadoaDios lamismacosa todos losdías, siempre lomismo,durantevariassemanasyélnohahecholoqueyolepedía.

—¡Pero, Heidi, las cosas no son tan simples! Tienes que comprenderlo:Diosesnuestropadre,unpadrebuenoquesiempresabeloquenosconviene,aunque nosotros no lo sepamos. Si queremos obtener de él algo que no esbuenoparanosotros,nonosloconcede.Peronosconcedealgomuchomejorsicontinuamosrogándoledetodocorazón;loesencialestenerpacienciaynoperder la confianza en él. Lo que tú le habrás pedido, seguramente no serábuenoparatienestemomento.PerotenentendidoqueDioshaoídotuvoz.Élpuede ver y escuchar a todos los hombres a la vez, por eso es Dios y noalguien como tú y yo. Y como sabe muy bien lo que es bueno para ti,seguramentesehabrádicho:«Sí,Heidi tendráalgúndía loquepide,cuandohayallegadoelmomentoyesolahagaverdaderamentefeliz».Porquesiahoralograraloquepideyluegovequehabríasidoaúnmuchomásfelizsiyono

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hubieseaccedidoasusdeseos,ellalloraráydirá:«¡OjaláDiosnomehubieraconcedido lo que yo le pedía! Esto no es tan bueno para mí como yo mefiguraba». Y ahora resulta que mientras él desde arriba te mira para ver sitienesconfianzaenélysisiguesrogándoletodoslosdíascuandoalgunacosateapena,tútehasalejadodeél,túhasdejadodedecirtusoracionesytehasolvidado completamente de él. Pero has de saber que, cuando nosotros nosportamosdeestamanerayDiosyanooyenuestravoz,éltambiénnosolvidaynos deja solos. Y luego, cuando nos encontramos desgraciados y nosquejamos,nadietienepiedaddenosotros,alcontrariosenosdice:«TúfuistequienolvidasteaDios,queeraelúnicoquepodíaayudarte».Di,¿deseasquete suceda a ti lomismo,Heidi? ¿O quieres volver aDios, pedirle perdón ycontarleluegotodoslosdíastuspenas,tenerconfianzaenélycreerqueélloarreglarátodoparaquepuedasalegrartedenuevo?

Heidihabíaescuchadoconmuchaatención.Cadaunadelaspalabrasdelaabuelalellegóalcorazón,porqueteníaenellaunafesinlímites.

—AhoramismovoyapedirperdónaDiosynuncamásleolvidaré—dijolaniña,llenadearrepentimiento.

—Asímegusta,Heidi;tenlaseguridaddequeélteayudarácuandohayallegadoelmomento.HeidisaliócorriendodelahabitaciónysefuealasuyaparapedirperdónaDiosyrogarlequenolaolvidaranunca,sinoquevelaraporelladesdearriba.

Había llegado el día de la marcha, un día muy triste para Clara y paraHeidi, pero la abuela supodarle un aire festivopara hacer olvidar a las dosniñassutristeza.Sinembargo,cuandovieronalaabuelaalejarseenelcoche,sintieron un gran vacío. Un silencio pesado invadió la casa, como si todohubiera acabado, y Clara y Heidi pasaron el resto del día juntas ydesamparadas,ysepreguntabanquéharíansinlaabuela.

Aldíasiguiente,despuésdelaslecciones,HeidisedirigióaClaraconelgranlibrodebajodelbrazoyledijo:

—Te voy a leer cuentos todos los días, ¿quieres, Clara? Clara aceptó yHeidi empezó a leer con mucho entusiasmo. Pero pronto interrumpió lalectura, porque la narración trataba de lamuerte de una abuela; la pequeñaexclamó,estallandoensollozos:

—¡Oh,ahoralaabuelasehamuerto!

Para Heidi apenas había una diferencia entre las historias que leía y larealidad.Así pues, pensaba que la abuela de losAlpes estabamuerta, y nocesabadelloraryrepetir:

—Laabuelasehamuerto,yanopodréiraverlanuncamás,ysiquierale

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hedadounsolopanecillo.

Clara se esforzó por explicarle que en la narración no se trataba de laabuela de los Alpes, sino de otra abuela muy distinta. Sin embargo, aundespuésdehaberlocomprendido,Heidinoseconsolabaysiguióllorando.PorprimeravezadvirtiólaposibilidaddequelaabueladePedropudieramorirseestando ella tan lejos y su abuelo también. Se imaginaba que, a su regreso,después de una larga ausencia, ya no habría vida, sólo silencio en aquellasmontañasyestaríamuysolaallíynuncamásvolveríaaveralaspersonasaquientantoamaba.

Entretantohabíaentradoen lahabitación laseñoritaRottenmeieryhabíaoídocómoClaratratabadesacaraHeididesuerror.Cuandovioquelaniñano cesaba de llorar, se aproximó y, con visible impaciencia, le dijo en tonocategórico:

—¡Adelaida, basta ya de llantos!Te advierto: si vuelves a hacer escenascomoéstaacausadelasdichosasnarraciones,tequitoellibroparasiempre.

Heidi se puso pálida del susto, porque aquel libro era su más preciadotesoro. Secó rápidamente sus lágrimas e hizo esfuerzos por calmar lossollozos.Laamenazahabíaproducidoefecto;apartirdeaqueldía,Heidinollorómás,portristequefueralahistoriaqueestabaleyendo.Peroaveceslecostabadominarsusemociones,yundíaClara,muyasombrada,ledijo:

—Heidi,¿quémuecasestáshaciendo?¡Jamásvicosaparecida!

Pero las muecas no hacían ruido, la señorita Rottenmeier no las veía ycuandoHeidilograbasobreponerseasutristezaydesesperación,todovolvíaasusitioenlamayortranquilidad.

No obstante,Heidi perdía cada vezmás el apetito; estaba tan delgada ypálida, que Sebastián, al verla así y en la mesa rechazar los bocados másapetitosos,tratabadeanimarlayamenudolesusurraba,alofrecerleunplato:

—Tome un poco, señorita, que esto está muy bueno. No basta unacucharada,tomealgunasmás.

Perodenadasirvió:Heidicasinocomía.Porlasnoches,apenassehallabaacostada, le acosaban los recuerdos de la montaña y lloraba larga ysilenciosamenteparaquenadielaoyera.

Así transcurrió cierto tiempo.Heidi yano sabía si estaban en inviernooverano, porque las grandes fachadas de las casas que veía por las ventanasteníansiempreelmismoaspecto,yalacallenosalíamásquecuandoClarasesentía lo suficientemente bienpara poder dar unpaseo en coche.Pero estospaseoseransiempredecortaduración,porqueClaranopodíaresistirmuchotiempo el movimiento del coche, y no salían nunca de las murallas de la

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ciudad ni de las calles empedradas. El coche iba por las grandes y bellasavenidas de la ciudad, en las que habíamuchísima gente, pero no había niárboles, ni flores, ni abetos, ni montañas. Heidi tenía el ardiente deseo devolveraverlosbelloslugaresfamiliaresybastabaoírelnombrequeevocabaunode estos recuerdosparaque se renovase el pesar contra el cual luchabacontodassusfuerzas.

Pasaronelotoñoyelinvierno.Elsolvolvióalucirconsuesplendorsobrelas blancas fachadas de las casas. Heidi pensaba que debía acercarse latemporadaenquePedrovolvíaasubirconsuscabrasaloscamposdepasto,donde las flores amarillas brillaban bajo el radiante sol y las montañas seincendiabanenelatardecer.

Entonces Heidi se sentaba sólita en un rincón de su cuarto, ocultaba elrostroentrelasmanosparanoverresplandecerelsolenlosmurosdelacasavecinay,hastaqueClarareclamabasupresencia,permanecíaasí,sinmoverse,luchandosilenciosamentecontralanostalgiaqueledesgarrabaelcorazón.

CAPÍTULOXII

FANTASMASENLACASASESEMANN.

Hacíaalgúntiempo,laseñoritaRottenmeiererrabaensilencioporlacasa,como ausente. Al oscurecer, cuando pasaba de una habitación a otra oatravesabaloslargospasillos,sevolvíaconfrecuenciaymirabafurtivamentea los rincones, como si temiera que alguien la siguiese sin hacer ruido ypudiese agarrarla por el vestido.Sola, no se atrevía a entrarmás que en lashabitacionesfrecuentadas.Siteníaquehaceralgoenelpisosuperior,dondesehallaban los elegantes cuartos de huéspedes, o en la planta baja, en la cualestabalasalagrandeymisteriosa,dondecadapasodespertabaecossonorosyencuyasparedespendíanlosretratosdelosviejosconsejerosconsusgrandescuellosblancos,mirandoconseveridadacualquieraquepasaraporallí,jamásdejabalaseñoritaRottenmeierdellamaraTinetteparaquelaacompañara,porsi«hubieracosasque trasladar».Tinetteprocedía,por suparte,de lamismamanera:cuandoteníaalgoquehacerenlaplantabajaoenelpisosuperiordelacasa,rogabasiempreaSebastiánquefueseconella,conelpretextodequetalveznecesitarasusservicios.PerolomáscuriosodelcasoeraqueSebastiánprocedíaexactamente igualqueTinette.Cuando lemandabanaalgunapartealejadadentrodelacasa,requeríalaayudadeJohann,porsinopodíallevarélsololoquelehabíanmandado.Yaunqueenelfondonuncahabíanecesidaddequedospersonasseocupasendelmismoasunto,todosrespondíandebuengradoatalesllamamientos,comosicadaunodeellosquisieraasegurarsede

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esemodolabuenavoluntaddelotroparasemejantesservicios.

Y mientras eso sucedía en el primer piso, abajo, en el sótano, la viejacocineramovíalacabezadelantedesuscazuelas,yrepetíasuspirando:

—¡Yqueamiedadtengaqueverestascosas!

Lociertoesque,desdehacíaalgúntiempo,sucedíancosasmuyextrañaseinquietantes en la casa. Todas las mañanas, cuando los criados bajaban,hallabanabiertalapuertadeentrada,sinquepudiesendescubrirquiénfueraelautor de semejante acto. Los primeros días, los domésticos,muy asustados,exploraron todos los rincones de la casa para asegurarse de que no faltabanada,puessesuponíaquealgúnladrónsehabíaescondidoenella,esperandolanocheparallevarselorobado.Peronoecharondemenosniunsoloobjetoen toda lacasa.Llegada lanoche,nosólodierondosvueltasa la llave,sinoquetambiénecharonelcerrojo.Denadasirvió:alamañanasiguientelapuertaestaba de nuevo abierta. Por muy temprano que se levantaran, los criadosencontrabanlapuertaabiertadeparenpar,cuandolaspuertasyventanasdelascasasvecinasseguíancerradasytodoelmundoestabaaúndurmiendo.

SebastiányJohann,hartosde lasituación,sacaronfuerzasdeflaquezay,cediendo a los insistentes ruegos de la señorita Rottenmeier, se prepararonparapasarlanocheenlahabitacióncontiguaalagransaladelaplantabaja,yaguardarallílosacontecimientos.LaseñoritaRottenmeierlesentregóalgunasarmas que pertenecían al señor Sesemann y además le dio a Sebastián unagranbotelladelicor,afindequenolesfaltasenniarmasdedefensanimediosconfortantes.A la hora convenida, los dos criados se instalaron, pues, en lacitadahabitaciónycomenzaronportomarsealgunascopitasdelicor.Elprimerefectofuequesintierondeseosdecharlar,perorápidamentelesentrósueñoy,tumbadosen sendos sillones, callaron.Cuandoenelviejo relojde la iglesiadieron las doce, Sebastián se despertó y llamó a su compañero, pero noconsiguiódespertarlopormuchoquelointentara.

Sebastián,yamuydespabilado,sepusoaescucharatentamente.Noseoíaunsoloruido,nienlacasa,nienlacalle.Elgransilencioleimpresionabaysele habían ido las ganasdedormir por completo.Devez en cuandovolvía allamaraJohannconvozmuybajaylesacudíaligeramente.Porfin,cuandoelreloj daba la una, Johann abrió los ojos y tomó a la realidad, recordando elporquédesupresenciaallí,enunsillón,enlugardeestaracostadoensucama.Sepusodepiey,adoptandoairesdevalentía,exclamó:

—Vamos,Sebastián, salgamosunpocoaver loque sucede. ¿No tendrásmiedo,verdad?Puessígueme.LapuertadelahabitaciónestabaentreabiertayJohannlaabriódeltodoalsaliralvestíbulo.Enelmismoinstanteunafuertecorriente de aire que procedía de la puerta de entrada apagó la vela que elcriado llevaba en lamano. Johann retrocedió precipitadamente y casi tiró a

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Sebastiánalsuelo.Lohizoentrarbruscamentedentrodelahabitación,cerrólapuertayconmanotemblorosadiodosvueltasalallave.Despuéssacódesubolsounacajadecerillasyvolvióaencenderlavela.Sebastiánnocomprendíamuy bien lo que había sucedido; oculto detrás de las anchas espaldas deJohann,apenaspudonotarlacorrientedeaire,perocuandovioelrostrodesucompañeroalavacilanteluzdelavela,dioungritodeterror:Johannestabapálidocomolamuerteytemblabacomounahoja.

—¿Qué pasa? ¿Qué has visto? ¡Habla! —exclamó Sebastián, lleno deansiedad.

—¡La puerta de entrada… abierta!—balbuceó—, ¡y por la escalera unasiluetablanca,Sebastián,quesubía…ynadamás!

Sebastián sintióunescalofríoenel cuerpo.Losdoshombres se sentaronmuycercaelunodelotroynoseatrevieronamoversehastaquesehizodedía. Cuando la calle empezó a animarse, salieron juntos de la habitación,volvieronacerrar lapuertadeentrada,y subieronadarcuentaa la señoritaRottenmeier de cuanto había sucedido. La dama, que no había podidoconciliar el sueño en toda la noche, estaba ya esperándoles ansiosamente.Cuandohuboescuchadoelrelatodelosdomésticos,sesentóinmediatamentea la mesa y se puso a escribir una carta al señor Sesemann como ésteprobablementejamáslahabíarecibido.Ledijo,paraempezar,queelsustoleparalizabalosdedos.Luegolerogóqueregresaseinmediatamenteasucasa,donde sucedían cosas inauditas. Y siguió un relato detallado de todo loocurrido.Terminódiciendoque,fueseloquefuese,yanohabíaseguridadensu casa, puesto que la puerta volvía a estar abierta noche tras noche y eraimposiblepredecirquéterriblesconsecuenciaspodríatraerconsigotalestadodecosas.ElseñorSesemanncontestóporvueltadecorreo,diciendoquenoleeraposibleregresarasí,deundíaparaotro;queesahistoriadelosfantasmasle sorprendía mucho y que esperaba que la cosa fuera un suceso pasajero,pero,dadoelcasodequelatranquilidaddelacasavolvieraaverseenpeligro,rogaba a la señorita Rottenmeier que escribiese a la señora Sesemann, sumadre,pidiéndolequeacudieraensuauxilio;nodudabadequeéstaacabaríamuy pronto con aquellos fantasmas, los cuales, después de su visita, no seatreveríanavolverenmuchotiempo.EltonodelacartadisgustóalaseñoritaRottenmeier.Loencontrómuy frívolo teniendoencuenta las circunstancias.Se apresuró a escribir a la señora Sesemann, pero la contestación de éstatampoco fue satisfactoria, y encerraba, además, algunas observacionesbastante molestas. Escribía la señora Sesemann que ella no pensaba deninguna manera hacer el viaje de Holstein a Frankfurt tan sólo porque laseñoritaRottenmeier tuvieramiedoa los fantasmas.Porotraparte, jamás sehabíavisto fantasmaalgunoencasade losSesemanny, si lohubieseahora,sólopodíaserunodecarneyhuesoconelcuallaseñoritaRottenmeierdebería

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llegar a entenderse. Y si no, le aconsejaba que contratara unos vigilantesnocturnos.

Pero la señorita Rottenmeier estaba muy decidida a terminar con losterrores y sabía cómo hacerlo. Hasta entonces había dejado que las niñasignorasen el asunto de los fantasmas, porque temía que no quisiesen estarsolas, ni de día, ni de noche, lo que hubiera tenido desagradablesconsecuenciasparaella.Peroaqueldíasefuederechitoalasaladeestudioy,convozmisteriosa,lescontóaambasqueunsersobrenaturalaparecíadesdehacíaalgúntiempodurantelanocheenlacasa.TanprontocomoClaralooyó,exclamó que no quería permanecer ni un momento sola y que eraabsolutamenteprecisoquesupadrevolvieseenseguidaacasa.DeclaróquelaseñoritaRottenmeierteníaqueinstalarseensuhabitaciónparadormiryHeiditampoco debía estar sola durante la noche, porque el fantasma podría subirhastasucuartoyhacerledaño.

—Heidiseacostarátambiénennuestrodormitorio,señoritaRottenmeier,ydejaremos la luzencendida toda lanoche.YTinette tendráquedormirenelcuartodealladodelmíoyqueSebastiányJohannlohagantambiénenestepiso.Así, si el fantasma quiere subir la escalera, los dos pueden empezar agritaryahuyentarlo.

ClaraestabamuyalteradaylaseñoritaRottenmeiertuvoquehacergrandesesfuerzosparacalmarla.Leprometióqueescribiríaenseguidaasupadre,quepondría la cama en su cuarto y que no la dejaría nunca sola. En cuanto adormirlastresenunahabitación,estonopodíaser,ysiAdelaidateníamiedo,comoeranatural,allíestabaTinette,quepodíabajarsucamaeinstalarlaenlahabitación de la niña. Pero Heidi tenía más miedo a Tinette que a losfantasmas, de los que jamás había oído hablar, y declaró que no temíaquedarsesolaensuhabitación.

La señorita Rottenmeier se apresuró luego a escribir otra vez al señorSesemannparainformarledequelasaparicionesnocturnas,quenocesabanniunanochesiquiera,habíanquebrantadoladébilconstitucióndesuhija,porloqueerandetemerseriasrepercusiones,yaqueensemejantescasossehabíandado repentinascrisisepilépticasoaccesosnerviososynosabíaa loque seexponíaClarasitalestadodecosascontinuabaasí.

Aquella vez había tocado en lo vivo. Dos días más tarde, el señorSesemannllegóa lapuertadesucasay llamócon tantafuerzaque todossesobresaltaronysemiraron,petrificados,porquecreíanqueelfantasmahabíallevado su osadía al extremo de aparecer en pleno día. Sebastián echó unatímidamiradatraselpostigoentreabiertodelprimerpisoyenaquelinstanteseoyóunanuevallamadatanestridentequetodoscomprendieronquenoeraunfantasmaelquellamaba.

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Sebastián había reconocido la mano del dueño y se precipitó escalerasabajo para abrir la puerta. El señor Sesemann apenas lo saludó, subiendodirectamentealahabitacióndesuhija.Claralorecibióconungritodealegríaycuandovioquenielbuenhumornielaspectodesuhijasehabíanalterado,la expresión de su cara se serenó. Se puso aúnmás alegre cuandoClara leaseguró que se encontraba muy bien y que quedaba muy agradecida alfantasmaporquemotivabaelquesupapáregresaraasulado.

—¿Ycómoestáahoranuestrofantasma,señoritaRottenmeier?—preguntóelseñorSesemannconsonrisairónica.

—Señor—contestó aquélla con lamayor seriedad—, no se trata de unaburla, y segura estoy que al señormañana a estas horas ya no le quedaránganasdereír,porqueloquevemosenestacasatodaslasnocheshacesuponerque,aquí,enelpasadodebieronpasarcosasterriblesqueseocultaron.

—¿Ah,sí?Puesnosénadadeeso—respondióelseñorSesemann—ylequedaría muy reconocido si dejara de sospechar de mis honorablesantepasados.Yahora,digaaSebastiánquevayaalcomedor,deseohablarconélasolas.

Y sin añadir una palabra, se dirigió a la estancia contigua.Apoco entróSebastián.ElseñorSesemannsehabíadadocuentadesdehacíaalgúntiempodequelasrelacionesentreelcriadoylaseñoritaRottenmeiernoerandelasmáscordiales.Estehecholediounaidea.

—Acérquese, joven—dijoaSebastián—,y respóndamecon franquezaaloquelevoyapreguntar:noseráacasoustedquiensehadivertidojugandoaaparecidosparadarunsustoalaseñoritaRottenmeier.

—¡No, señor, le doy mi palabra de que no es así! ¡No vaya el señor afigurarse semejante cosa! Es más, yo mismo estoy asustado —contestóSebastiánconfranqueza.

—Pues si es así, mañana le haré ver, a usted y al valiente Johann, quéaspecto tienen enplenodía los fantasmas. ¡Unhombre joveny fuerte comousted habría de avergonzarse de huir ante un fantasma! Y ahora vaya enseguida a casa del doctor Classen, dígale que le saludo y que le ruego quevenga a verme esta noche a las nueve sin falta. Dígale que he venidoexpresamentedeParísparaconsultarle. ¡Yqueseprepareparapasaraquí lanocheyaquesetratadeunasuntograve!¿Haentendido,Sebastián?

—Sí,señor;descuideelseñor,quedaréelrecadotalcomomelohadicho.

SebastiánsealejóyelseñorSesemannvolvióalladodesuhijaparatratardedisiparsustemoresacercadeestaapariciónqueseproponíadesenmascararaquellamismanoche.

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A las nueve en punto, cuando la señorita Rottenmeier y las dos niñasacababande retirarse, sepresentóeldoctorClassen.Apesardesuscabellosblancos,teníaunrostrotodavíajovenyunamiradavivayamable.Lacaradepreocupación que tenía al entrar desapareció en cuando vio a su amigo. Seechóareíry,dandoalseñorSesemannunapalmadaenlaespalda,dijo:

—Vamos, hombre, si es a ti a quien he de velar, he de confesar que notienesmuymalacara.

—Paciencia,queridoamigo—respondióelseñorSesemann—;éseaquientienesquevelartendrápeorcaraquenosotroscuandolohayamoscogido.

—¿Entonces se trata de un enfermo en la casa, al que antes hemos decoger?

—¡Peor que eso, doctor, mucho peor! ¡Se trata nada menos que de unfantasma!¡Enmicasa!

Eldoctorestallóderisa.

—¡Graciasportucompasión,doctor!—siguiódiciendoelseñorSesemann—¡QuélástimaquenoestéaquímiamigaRottenmeierparaoírte!Ellaestáfirmementeconvencidadequeunodemisantepasadosestá rondandopor lacasaparaexpiarDiossabequéhorrendocrimen.

—Pero ¿ella cómo lo ha llegado a conocer? —preguntó el doctor, queseguíariéndose.

ElseñorSesemanncontóentoncesasuamigocomo,segúnlosrelatosdelos domésticos, la puerta de entrada se abría misteriosamente cada noche.Añadió que, como convenía estar preparado a todo, había bajado un par depistolas a la sala donde quería montar la guardia; porque, o se trataba dealgunabromademalgustoporpartedealgúnconocidodelosdomésticos,quequeríaasustarlosdurantelaausenciadeldueñodelacasa—encuyocasoundisparoalaire,paradarleunbuensusto,noleestaríamal—,oeranladronesquequeríanacobardaralaspersonasdelacasahaciéndolescreerenfantasmasparaasí trabajarconmás seguridad,y, enestecaso, tampocoestaríademásteneramanolasarmas.

Mientras daba tales explicaciones a su amigo, el señor Sesemanndescendióconélalaplantabajaylosdosseinstalaronenlamismahabitaciónen la que Sebastián y Johann habíanmontado la guardia. Sobre lamesa seveíanalgunasbotellasdebuenvinoquenoerandedesdeñarsisetratabadevelartodalanoche;alladodeellasestabanlaspistolasy,enmediodelamesa,dos candelabros iluminaban la sala, ya que el señor Sesemann no queríaesperarlallegadadelfantasmaenlasemioscuridad.

La puerta fue ligeramente entornada, para que sobre el pasillo cayera la

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menorcantidaddeluzposible.Losdosamigosseinstalaroncómodamenteensendossillonesyempezaronacontarsetodaclasedecosas,interrumpiéndosedecuandoencuandoparabeberunacopadevino,ytanbienlopasaronquesonólamedianochesinquehubieranvistopasareltiempo.

—Parecequeelfantasmanoshaolido,novendráestanoche—observóeldoctor.

—¡Tenpaciencia!Dicenquenosepresentahastalauna.

Losdosamigosseenfrascarondenuevoensuconversación,hastaquealfin dio la una.Todo estaba silencioso en la casa y en la calle.Depronto eldoctorlevantóeldedo.

—¡Pst!¿Nooyesnada,Sesemann?

Ambos escucharon atentamente.Oyeron, en efecto,muy claramente quealguienquitabaelcerrojodelapuerta,dabadosvueltasalallaveyabría.ElseñorSesemannalargólamanohaciaelarma.

—¿Notendrásmiedo?—preguntóeldoctor,levantándose.

—Másvaleserprudente—susurróelseñorSesemann.

Conlamanoizquierdalevantóunodeloscandelabrosdetresbujías,conladerecha cogió la pistola y siguió al doctor Classen, que, precediéndole,llevaba, tambiénél,uncandelabroyunapistola.Silenciosamentepenetraronenelpasillo.

Un débil rayo de luna entraba por la puerta abierta y a su resplandor serecortabaunasiluetablancaeinmóvil.

—¿Quiénva?—gritóeldoctorconunavozformidable,quelevantóecoenelextremoopuestodelpasillo.

Los dos amigos, armados de candelabros y pistolas, avanzaronresueltamente hacia la figura blanca. Ésta se volvió y dio un ligero grito:¡delantedeellossehallabaHeidi,descalzaysólocubiertaconelcamisón!Laniñamirabaconcaraaturdidalasvivasllamasdelasbujíasylasarmas,ysepusoatemblardepiesacabeza,comounahojitaagitadaenelviento.Losdoshombreslamiraronmudosdeasombro.

—Meparece,Sesemann,queéstaestupequeñaaguadora—dijoporfineldoctorClassen.

—¡Niña!¿Quésignificaesto?—exclamóelseñorSesemann—.¿Porquéhasbajadoyquéqueríashacer?

Heidi, intensamente pálida, se quedó inmóvil delante de ellos y dijo convozimperceptible:

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—Nolosé.

Entonceseldoctorseaproximóaellaydijo:

—Sesemann,ésteesuncasoquemecorresponde.Espérameen tusillón,voyallevaralaniñaasucama.

Ydejandoel revólver, cogióa laniñapaternalmentede lamanoy subióconellalaescalera.

—No tengasmiedo—ledijoafectuosamenteal subir—,cálmate,quenohapasadonada.

Al llegar a la habitación deHeidi, el doctor puso el candelabro sobre lamesa, levantóa laniñay laacostóen lacama,cubriéndolacuidadosamente.Luegosesentóasuladoyaguardóaquelapequeñasecalmaraycesaradetemblar. Tomó después una mano de Heidi entre las suyas y le hablóbondadosamente:

—Ves,todoestábienahora.Dime,¿adóndequeríasir?

—Noquería iraningúnsitio—contestóHeidi—;nosécómohebajado,porquedeprontomeheencontradoallí.

—¡Ah! ¿Acaso has soñado algunas veces como si oyeses o vieses muyclaramentealgo?

—Sí,todaslasnochessueñolomismo.Sueñoqueestoyenlacabañademiabuelo,queoigoelmurmullodelosabetosyentoncespienso:«¡Quépreciosasdebendeestarlasestrellasenelcielo!»ycorroenseguidaaabrirlapuertadelacabañaytodoestátanbonitofuera.Perocuandomedespierto,sigoestandoenFrankfurt.

Heidicomenzóalucharcontraelnudoqueteníaenlagarganta.

—¡Hem!…¿Noteduelenada?¿Lacabeza?¿Laespalda?

—No, nada.Sólo aquí siento una cosa quemepesa como si llevara unagranpiedra.

—¿Cómo si hubieses comido algo pesado que quisieras no tener en elestómago?

—No,noeseso,perooprimecomocuandosetieneganasdellorar.

—¡Ah!¿Acasollorasmuchocuandosienteseso?

—¡No, no! No se puede llorar, porque la señorita Rottenmeier lo haprohibido.

—¿Entonces haces siempre esfuerzos para tragarte las ganas de llorar,verdad?Perodime:¿tegustaestarenFrankfurt?

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—¡Sí, mucho! —contestó Heidi muy bajito, pero el tono de su vozindicabalocontrario.

—¡Ah!¿Dóndevivíascontuabuelo?

—Siempreenlamontaña.

—Pero debe de ser poco divertido estar siempre en la montaña. ¿No teaburríasaveces?

—¡Oh,no!¡Estabatanbien,tanbien!

Heidi no pudo continuar; los recuerdos, las emociones de la noche, laslágrimaslargotiemporetenidas,todoerademasiadoparasusfuerzas.Empezóallorarysollozaramargamente.

Eldoctorselevantóyacariciósuavementelacabezadelaniña.

—Llora, llora,miniña,queeso teharábien.Luegodormirás tranquilaymañana,yaverás,todosearreglará.

Yeldoctorsaliódelahabitación.

Al entrar de nuevo en la sala de guardia donde le esperaba, ansioso, suamigo,sedejócaerenelsillónyexplicóloqueacontecía.

—Sesemann, ante todo has de saber que tu pequeña protegida essonámbula.Notieneenabsolutoconcienciadequeesellaelfantasmaquehaabiertonochetrasnochelapuertadeentradaysembradoelpánicoentodalacasa.Ensegundolugar,aesaniñaledevoralanostalgia,loquelaenflaquecetanto, que parece un esqueleto y terminará siéndolo de verdad. Se imponeayudaurgente.Paracurarelsonambulismoysuestadonerviosoengeneral,nohaymásqueunremedio:llevarlalomásrápidamenteposibleasusmontañas,y para curar la nostalgia, el remedio es exactamente lo mismo, es decir:mañanahadevolverasucasa.¡Heaquímireceta!

ElseñorSesemannsehabíalevantadoypaseabaporlasala,presadeunagranagitación.

—¡Cómo! —exclamó—. ¡La niña está enferma! ¡Tiene nostalgia! ¡Haadelgazado enmi casa!Y tú, amigomío, ¿te imaginas que a esa niña, queentrófrescaylozanaaquí,ahoralavoyamandarasuabuelo,estandoenfermaydelgada?¡No,amigomío,nomeloexijas,noharéesodeningunamanera!Encárgate tú de la pequeña, trátala, cúrala, haz de ella lo que quieras, perodevuélvemelasanayfuerte.Entonceslaenviaréalladodesuabuelosiellaloquiere,peroantestendrásqueayudarnos.

—Sesemann—dijo con seriedad el doctor—, reflexiona en lo que vas ahacer. El estado de la niña no se cura con píldoras y sellos. No tiene unaconstituciónfuerte;sinembargo,silaenviarasahoramismo,alairetonificante

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de las montañas a las que estaba acostumbrada, puede restablecersecompletamente,delocontrario…¿túnoquerrásqueHeidivuelvaacasadesuabuelocuandoyanohayasalvación,oquenopuedavolverjamásallí,verdad?

ElseñorSesemann,presadepánico,sedetuvodelantedesuamigo.

—Sielmal es tangravecomodices,doctor, entonces sólohayunacosaquehacer:obrarinmediatamente.

Yasiendoasuamigoporelbrazo,elseñorSesemannsepusoapaseardeun lado a otro de la habitación, hablándole detalladamente de lo que seproponía hacer. Después, el doctor se despidió, porque mientras ya habíaamanecidoyporlapuertadelacalle,queestavezabrióelmismodueñodelacasa,penetrabayalaclaraluzdelamañana.

CAPÍTULOXIII

UNATARDECERDEVERANOENLOSALPES.

El señor Sesemann subió acto seguido al primer piso y se dirigiódirectamentealahabitacióndelaseñoritaRottenmeier.Llamóalapuertacontanta energía que el ama de llaves se despertó sobresaltada y dio un grito.Reconociólavozdeldueñodelacasa,quedecía:

—Haga el favor de bajar sin tardanza al comedor. Es preciso hacerinmediatamentelospreparativosparaunviaje.

La señorita Rottenmeier consultó el reloj: no eranmás que las cuatro ymedia;jamáslahabíandespertadoaunahoratantemprana.¿Quépodíahabersucedido? Llena de inquietud y curiosidad, se levantó a toda prisa, perotardabaenvestirse,yaque,ensuconfusión,noencontrabalaropaquequeríaponerse.

MientrastantoelseñorSesemannrecorrióelpasilloytiródelasdiversascampanillas instaladas para llamar a los domésticos, haciéndolo con tantafuerza,quetodossaltarondesusrespectivascamasy,delsusto,sepusieronlaropaalrevés.Cadaunodeellosestabaconvencidodequeeldueñodelacasase hallaba luchando con el fantasma y que pedía socorro. Bajaron, pues, alcomedor muy consternados y constataron con gran sorpresa que el señorSesemannestabasanoysalvoynoteníaparanadaelaspectodealguienqueacabadeveraunfantasma.AJohannlemandóocuparseinmediatamentedelcoche y su caballo. Tinette recibió la orden de despertar a Heidi y deprepararlaparaunviaje.SebastiánfueenviadoalacasadondeservíaDete,latíadeHeidi,pararogarlequeacudieraenseguida.

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Duranteeste tiempo, laseñoritaRottenmeierhabía logradoal finvestirsecorrectamente, excepto el tocado, porque lo llevaba puesto del revés, de talmodoqueparecíatenervueltoelrostro.ElseñorSesemannatribuyóelextrañoaspectodeladamaalointempestivodelahoraypasó,sinhacercomentarios,al asunto que le urgía. Ordenó a la señorita Rottenmeier que preparara enseguidaunamaletaypusiese enella todas las cosasde lapequeña suiza—llamabaasíaHeidiporqueelnombredelaniñanoleerafamiliar—,asícomounabuenacantidaddeprendasdevestirdeClara,afindequelaniñapudierallevarseacasaunbuenequipo.Yquetododebíahacersesindilaciónalgunaycon la mayor rapidez. La estupefacción de la señorita Rottenmeier fue tangrandequesequedócomoclavadaenel sueloymirandofijamenteal señorSesemann. Ella se había imaginado oír una horrible historia de fantasmasacaecidadurante lanoche.Laverdadesqueno lehubiesedisgustado,ahoraqueyaeradedía.Envezdeeso,nosolamenteledabaórdenesmuyprosaicas,sino además bastante molestas. De ahí que la dama no lograra salir de suasombro.Esperaba, inmóvil, explicacionesqueel señorSesemannnoestabadispuestoadarle.Ladejóplantadaysefuealdormitoriodesuhija.

Como había supuesto, Clara estaba despierta a causa del inusitadomovimiento. Su padre se sentó al borde de la cama y le contó todo lo quehabíapasadoaquellanoche.AñadióqueeldoctordictaminóqueHeidiestabamuy enferma, que sus paseos nocturnos podían incrementarse, y que podíainclusodarleunanochepor subir al tejadode la casa, loque,naturalmente,implicaríaungravepeligro.Asípues,había tomadoladecisióndemandaraHeidi inmediatamente a su casa, porque no quería asumir semejanteresponsabilidad,yClaradebíaaceptarloporquebienclaroestabaquenohabíaotrasolución.

Clara sufrió una dolorosa sorpresa y empezó a buscar toda case depretextos para evitar la separación, pero fue inútil, porque su padrepermanecióinquebrantableensudecisión.Encambio,prometióasuhijaquesiahorasemostraba razonable, la llevaríaalañosiguienteaSuiza.Claraseresignó,peropidiócomocompensaciónque trajeran lamaletadeHeidiasuhabitación para que ella pusiera cosas que agradaran a Heidi. El padre diogustosamentesuconsentimientoylaanimó,además,aprepararparalaniñaunbonitoequipo.

Mientras,tíaDetehabíallegadoyesperabaimpacienteymuyintrigadaenlaantecámara;algomuyextraordinariodebíadesucedercuandolallamabanauna hora tan inusitada. El señor Sesemann entró allí a verla y le explicó elestadodeHeidi,rogándolequelallevaraaquelmismodíaaSuiza,acasadesuabuelo.

Dete pareció muy decepcionada, pues no había esperado semejantedesenlace; recordabamuy bien las últimas palabras del Viejo de los Alpes,

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cuandoledijoquenuncamásvolvieranapresentarsedelantedeél.Yalehabíatraído la niña una vez, para luego quitársela, y devolvérsela ahora, ni se loplanteaba. Sin reflexionar mucho, explicó al señor Sesemann con sulocuacidadhabitualque,desgraciadamenteleeraimposiblepartiraqueldíayqueeldíasiguienteaúneramenosposible;yencuantoa losdemásdíasnopodíalibrarsedesusmuchasocupacionesymástarde,muchomenos.ElseñorSesemanncomprendióloquehabíadetrásdeaquellaverbosidadyladespidiósin darle más explicaciones. Después, llamó a Sebastián y le rogó que seprepararainmediatamenteparaunviaje,porqueibaaacompañaralaniña;porlanochesedetendríaenBasilea,paraseguirelviajealdíasiguientehastasudestino.Luegopodíavolverenseguida,porquenohacíafaltaquedijeranada;sólo tendría que entregar al abuelo una carta conteniendo todas lasexplicacionesnecesarias.

—Otra cosa importante, Sebastián —continuó el señor Sesemann—,¡escúchemeconatención!AquítienemitarjetaconladireccióndeunhoteldeBasileaenelquemeconocen.Lapresentaráaldueñodelhotelyledaránunabuenahabitaciónparalaniña.Encuantoausted,yaselasarreglarásolo.Peroloprimeroqueharáseráiralcuartodelapequeñayasegurarlasventanasdetal modo que sea difícil abrirlas. Cuando la niña esté acostada, cerrará lapuertaporfueraconllave,porqueellaessonámbulaypodríacorrerpeligroenunacasadesconocidasiporcasualidadbajarayabriera lapuertade lacalle.¿Haentendido?

—¡Ah,ah!¡Era,pues,eso!—exclamóSebastián,aturdidoporlasorpresa.Deprontoempezóaverclaroelorigendelasaparicionesnocturnas.

—¡Sí, era eso!Ustedy suamigo Johann sonunosmiedicas, se lopuededecirdemiparte.¡Hanhechoelridículo!

Ysinañadirmás,elseñorSesemannseretiróasuhabitaciónparaescribirunacartaalabuelodeHeidi.

Sebastiánsehabíaquedadotodoconfusoenmediodelcomedoryrepetíasincesar:

—¡QuéestúpidohesidoporhacercasoaesecobardedeJohannenvezdeseguirlafigurablanca!Siahorapudieravolveratrás…

¡Peroenaquelmomentoelsolentrabaaraudalesenlaestanciaynohabíaningúnrincónqueestuvieraoscuro!

Entre tanto, Heidi, vestida con su ropa de domingo y sin saber lo quesucedía,esperabalosacontecimientos.Tinettesehabíalimitadoadespertarla,sacar la ropa del armario y ayudarla a vestir sin decir una sola palabra.Dehecho,nohablabacasinuncaconella,porquelaconsiderabainferior.

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El señorSesemann entró, con la carta en lamano, en el comedor dondeestabaservidoeldesayuno,ypreguntó:

—¿Dóndeestálaniña?

Llamaron a Heidi. Cuando se acercó al señor Sesemann para darle losbuenosdías,éstelamiróyledijo:

—¿Quémedicesdetodoesto,pequeña?

Heidilomirósorprendida.

—¡Ah,veoqueaúnnosabesnada!—siguiódiciendoelseñorSesemann,riendoalmismotiempo—.Puesbien,vasaregresarhoymismoatucasa.

—¿Amicasa?—repitióHeidi,poniéndosemuypálida.Sucorazónsepusoalatircontantafuerza,queduranteunmomentoquedósinpoderrespirar.

—¿Acasonoquieres?—preguntó,sonriendo,elseñorSesemann.

—¡Oh, sí! Sí que quiero —pudo al fin articular, y esta vez se pusoencarnada.

—Muybien;ahorapues,alamesayacomermucho.Luegonotienesmásquesubiralcochey¡hala!

PeroHeidinopodíacomerapesardelosesfuerzosquehacíaporobedecer.Suagitacióneratangrandequeyanosabíasiestabadespiertaosisoñabaysial despertar no volvería a hallarse en camisón en el umbral de la puerta deentrada.

—CuideusteddequeSebastiánselleveprovisionesenabundancia—dijoelseñorSesemanna laseñoritaRottenmeier,queentrabaenaquelmomento—.Estapequeñanopuedecomerahora,loqueesnatural—yvolviéndoseaHeidiledijocariñosamente—:AhorapuedesiraveraClarahastaquellegueelcoche.

NodeseabaHeidi otra cosa y semarchó corriendo a la habitaciónde suamiga.EnmediodeldormitoriodeClaraencontróunamaletamuygrandequeaúnnoestabacerrada.

—Ven,Heidi,ven—legritóClaraalverla—,¡fíjateloquehehechoponerenlamaleta!¿Tegusta?

Y le señaló un sinfín de cosas: blusas, faldas, pañuelos y una caja decostura.

—Yahora,miraloquetengoaquí—añadió,levantandotriunfalmenteporencimadesucabezaunacestita.

Heidiechóunamiradaalacestaydiounsaltodealegríaalverqueenella

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habíadocepanecillosblancosytiernos,todosparalaabuela.Enmediodesualegría,lasniñasseolvidarondeprontoqueseaproximabaelmomentodelaseparación,hastaqueseoyóunavozdesdeabajo:

—¡Elcocheestálisto!

Las niñas ya no tuvieron tiempo para ponerse tristes. Heidi se fuecorriendoasucuarto,porqueenelúltimomomentoseacordódellibroquelehabía regalado la abuela de Clara; estaba todavía debajo de la almohada,dondeHeidiloguardabaporquenoseseparabadeélnidedíanidenoche.Locolocóenlacestitaenqueestabanlospanecillos,ydespuésabriósuarmario,pues sospechaba que en él hubiesen dejado una cosa sin la cual no queríapartir. En efecto, allí estaba su pañuelo rojo; la señorita Rottenmeier no lohabíaconsideradodignodeponerloenlamaletaylodejóenelarmario.Heidienvolvióalgoenélyloguardoenlacesta,encimadetodoparaquesevierabien.Luegosepusosunuevosombreroysalió.

Las dos niñas se despidieron rápidamente, porque el señor Sesemann yaestaba allí esperando a Heidi para acompañarla hasta el coche. La señoritaRottenmeieresperabaenloaltodelaescaleraparadespedirseallímismodelaniña.Cuandovioelenvoltoriorojo,losacódelacestaylotiróalsuelo.

—Adelaida—dijoentonodereproche—,nohedepermitirquetellevessemejantetrapo.Ahorayanolonecesitarás.¡Adiós!

Envistadelaprohibición,Heidinoseatrevióarecogerelpañuelo,peromiróconojossuplicantesalseñorSesemanncomosiaquellofuerael tesoromáspreciadodelmundo.

—No,no—dijoeldueñodelacasaconfirmeza—,quieroquelaniñasellevedeaquí loquequiera,siconellopuedodarleunaalegría,aunqueseantortugasogatitos,señoritaRottenmeier,yleruegoguardelacalma.

HeidiseapresuróarecogerelpañuelorojoydirigióunamiradallenadeagradecimientoydealegríaalpadredeClara.Yaal ladodelcoche,elseñorSesemanndio lamanoa laniñay ledijoconvozafectuosaqueélysuhijaClaranolaolvidaríannunca.LedeseóbuenviajeyHeidilediolasgraciasportodaslasbondadesrecibidasyconcluyó:

—Ymuchos saludos al señor doctor. Tampoco yo le olvidaré—porquerecordaba perfectamente que el médico le había dicho que al día siguienteestaríabien,ycomo,enefecto,asísucedió,Heidipensabaquealgoteníaqueverenello.

El cochero subió la niña al coche; luego metieron la cesta de lasprovisiones, lamaletay,porúltimo,montóSebastián.El señorSesemann ledeseóunavezmásbuenviajeyelcochesepusoenmarcha.

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Poco tiempo después, Heidi estaba sentada en un vagón de tren y nosoltabalacestitapornadadelmundo,nolaqueríaperderdevista; teníaquecuidarlospanecillosdelaabuelaydecuandoencuandoabríalacestaylosmirabamuycontenta.

Heidiestuvodurantemuchashorassinmoverseenabsoluto,porquesóloentoncessedioexactamentecuentadequesehallabaencaminohacialacasadelabuelo,hacialasmontañas,yquevolveríaaveralaabuelaciegayaPedroelcabrero.Ycerrandolosojos,seimaginabacómoseríasuregresoycómolosencontraría a todos y se preguntaba qué aspecto tendrían. Y al recordarpersonasyescenas,pensódeprontomásintensamenteenlaancianaabuela,yconvozangustiosapreguntó:

—Sebastián,¿verdadquelaabueladelosAlpesnohapodidomorir?

—No, no—la tranquilizó Sebastián—, esperemos que no; seguramenteviviráaún.

YHeidi volvió a ensimismarse en sus pensamientos; sólo de cuando encuandoabría la cestita, porquepredominabaen ella la ideade regalarle a laancianatodoslospanecillosdelacesta.Alcabodeunalargapausavolvióadecir:

—Sebastián,¡sipudiéramosestarsegurosdequelaabuelavivetodavía!

—Claroquesí,señorita—repusoSebastián,mediodormido—;ellaviviráseguramente,¿porquénohabríadevivir?

Pocotiempodespués,elsueñovenciótambiénaHeidi.Debidoalaagitadanoche y a haberse levantado muy temprano, estaba tan cansada, que no sedespertóhastaqueSebastiánlasacudió,exclamando:

—¡Señorita, señorita, que hemos llegado a Basilea! Aquí hemos dequedarnosestanoche.

A lamañana siguiente continuaron el viaje, que aún durómuchas horas.Heidi llevaba nuevamente la cestita sobre la falda, porque no había queridoentregarla a Sebastián por nada del mundo. Pero ya no hablaba, porque suexpectación aumentaba en intensidad a cada momento. De pronto, cuandoHeidinoseloesperaba,sedetuvoeltrenyseoyógritar:«¡Mayenfeld!».Laniña bajó de un salto de su asiento y Sebastián se puso rápidamente de pieporque también le sorprendió que hubiesen llegado. Poco después, seencontraronenelandéndelaestaciónconlamaletaallado,mientraseltrencontinuaba, silbando sumarcha por el valle. Sebastián lo siguió conmiradanostálgica,porquehubierapreferidocontinuarelviajecómodamentesentadoeneltrenquenorecorrerapieaquellargocaminoqueteníadelante,elcual,además, terminaba con una ascensión a la montaña. Y como Sebastián

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imaginabaaestepaísmediosalvaje,suponíaquecualquiercaminataeradifícilypeligrosa.DeahíquemiraraatodaspartesparaversidescubríaaalguienaquienpreguntarporelcaminomásseguroaDörfli.Muycercadelaestaciónvio un carro, enganchado al cual había un caballo flaco. Un hombrecorpulento, de anchas espaldas, cargaba en él algunos sacos de harina queprocedíandeltren.Sebastiánseacercóalhombreylehizosupregunta.

—Aquítodosloscaminossonseguros—fuelabreveysecarespuesta.

Entonces Sebastián rectificó y preguntó cuál era elmejor camino, aquélquepudierarecorrersesinpeligrodeprecipitarseaunabismo,ytambiéncomípodríamandarunamaletaaDörfli.Elhombredelcarroexaminólamaletaydeclaróque si nopesabamucho, élmismopodría llevarla, puestoque iba aDörfli.Hablando,hablando,llegaronalacuerdodequeelhombredelcarrosellevaríaaHeidiylamaletayquedesdeelpuebloyaseencontraríaaalguienparaconduciralaniñahastalacabañadelabuelo.

—Puedo ir sola—dijo Heidi, que había seguido conmucha atención laconversacióndelosdoshombres—,puesconozcomuybienelcamino.

A Sebastián se le quitó un gran peso de encima cuando vio que ya notendríaquesubiralamontaña.Conmuchomisteriollamóalaniñaaparteyleentregóuncartuchomuypesadoyunacartaparaelabuelo,explicándolequeelcartuchoeraunregalodelseñorSesemannyqueeraprecisoponerloenlacestita,debajodelospanecillos,ycuidarlomuchoparaquenoseextraviara,pues el señor Sesemann se enfadaría terriblemente y jamás se le pasaría elenfado.Insistiómuchoparaquelaniñalorecordarabien.

—Noloperderé—aseguróHeidiconfiadamente,ycolocócartaycartuchoenelfondodelacestita.

Pusieron lamaleta en el carro; luegoSebastián ayudó a subir aHeidi alpescante, ledio lamanoaguisadedespedidayvolvióaadvertirlecon todaclasedeseñasque tuvieramuchocuidadoconelcontenidode lacesta.Yesque el hombre del carro andaba cerca y Sebastián era prudente, sobre todoporquesabíabienqueélmismohubieradebidollevaralaniñaabuenpuerto.Eldueñodelcarrosubióalpescante,sesentóalladodeHeidiy,empuñandolas riendas, el vehículo se puso en camino hacia las montañas. Sebastián,alegreycontentodeverselibre,sesentóenelandéndelaestaciónenesperadeuntrenquelevolvieradenuevoaFrankfurt.

El dueño del carro en que iba Heidi con su maleta era el panadero deDörfli.Nohabíavistonuncaalaniña,pero,comotodoslosdelpueblo,síoyóhablar de la pequeña que, años atrás, habían llevado al Viejo de losAlpes.También llegó a conocer a los padres de Heidi y poco le costó caer en lacuentadequeteníaahoraasuladoaaquellaniña.Lecausabaextrañezaque

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yavolviesealamontañaconelabuelo,yduranteelviajeempezóahablarconella:

—Debesdeser laniñaqueestabaarriba,encasadelViejode losAlpes,¿verdad?¿NotemarchastehaceunañocontutíaDete?

—Sí.

—¿Tanmaltehaidoqueyavuelvesdetanlejos?

—Nomehaidomal,nadiepodíaestarmejorqueyoenFrankfurt.

—Entonces,¿porquévuelves?

—Porque el señor Sesemann me lo ha permitido; si no, no hubieraregresado.

—¡Vaya!Sitanbientehaido,¿porquénotehasquedado?

—Porqueprefieromilvecesvivirenlamontañaalladodemiabuelo.

—Talvezcambiarásdeparecercuandoestésallí—murmuróelpanadero.Y, hablando consigomismo, añadió—:De todosmodos, es extraño, porqueellahadesaberdóndeestámejor.

Empezóasilbarynohablómás.

Heidi contemplaba el paisaje, presa de una viva emoción: reconocía losárbolesenelcaminoy,alolejos,lascimasdelFalkniss,queparecíanquerersaludarla como viejos amigos. Heidi devolvía el saludo. A cada paso delcaballo aumentaba su impaciencia y sentía el deseo de saltar del carro paraechar a correr y no detenerse hasta que hubiese llegado arriba. Peropermaneciósentada,sinmoverse,aunquetemblabadeexcitación.

AlentrarenDörfli,dieronlascincodelatarde.Inmediatamenterodearonelcarromuchosniñosymujeresytambiénseacercaronalgunosvecinosdelpueblo,porquelamaletaylaniñaenelcarrodelpanaderohabíanllamadolaatenciónytodosqueríansaberquépasaba.Cuandoelpanaderohuboayudadoalaniñaabajar,ésta,mostrandoprisa,ledijo:

—Muchas gracias. El abuelo vendrá a recoger la maleta. —Y quisomarcharsecorriendo.

Pero de todas partes la detuvieron y una baraúnda de voces se elevópreguntando,todosalavez,loqueleinteresabasaberacadauno.Heiditratóde abrirse paso entre aquella gente y su cara reflejaba tanto miedo, queinstintivamenteseapartaronyladejaronmarchar.Lagentedecía:

—¡Yasevequetienemiedo!¡Yconrazón!

Y dieron en explicarse mutuamente que el Viejo de los Alpes se había

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vueltomuchopeordesdehacíaunaño,quenohablabaconnadieyqueponíasiempreunacaracomosiquisieramataralquesecruzaraensucamino;yquesilaniñasupiesedóndeir,jamáshabríavueltoameterseenlabocadellobo.

Mas entonces intervino el panadero y contó a los curiosos con muchomisterioqueunseñorhabíaacompañadoalaniñahastaMayenfeld,dondesedespidiómuy amablemente de ella y que a él le había pagado el precio delviaje sin regatear, incluso le había dejado una buena propina. Y durante elcaminohabíasabidoporlaniñaquelopasómuybienenlaciudadyquefueellamisma la que pidió volver al lado de su abuelo. Tal noticia causó granasombroentrelagenteyseesparciócomoreguerodepólvoraporelpueblo;ypor la noche no hubo casa alguna en que no se comentara el hecho de queHeidi, dejando la holganza y el bienestar de la ciudad, volviera por suvoluntadalamontañaacasadelViejodelosAlpes.

Heidi,entre tanto,corríamontañaarriba todo lodeprisaquepodíay,decuandoencuando,seveíaobligadaadetenerseparacobraraliento.Lacestaque llevaba en el brazo pesaba bastante y el camino era cada vez másempinado. Heidi sólo tenía un pensamiento: «¿Estaría la abuela aún en elrincóndelarueca?¿Nosehabríamuerto?».

Por fin vio la cabaña en la hondonada de la vertiente y se le aceleró ellatidodelcorazón,pero,aunasí,apresuróelpaso.Elpulsoleibacadavezmásveloz.Yaestabadelantedelacabaña…Temblabatantoquenopodíaabrirlapuerta…Al fin, sí… Se precipitó en la pequeña habitación y se detuvo enmediodeellasinalientoysinpoderarticularpalabra.

—¡Oh,Diosmío!—dijounavozdesdeelrincón—,asísolíaentrarnuestrapequeña Heidi. ¡Ojalá pudiera tenerla una vez más a mi lado! ¿Quién haentrado?

—¡Soyyo,abuela,soyyo!—exclamóHeidi.

Y corrió hacia el rincón, se arrodilló delante de la anciana y la abrazó.Tantaerasualegría,quenopudodecirmás.Demomentolaancianasequedótambiénmuda por la sorpresa, pero después acarició el rizado cabello de laniña,yrepitióunpardeveces:

—Sí,sí,sonsuscabellosyessuvoz.¡Quécontentaestoy,Diosmío!—YdesusojosciegoscayerondoslágrimassobrelamanodeHeidi—.¿Deverdadhasvuelto,Heidi?

—Sí, sí, abuela—exclamóHeidi alegremente—; no llores, que ya estoyotravezaquíyvendrétodoslosdías;nuncamásmeiré.Yyanotendrásquecomerpanduro,porquemiraloquetehetraído.

YHeidisacódesucestaunpanecillotrasotrohastaquehubocolocadolos

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doceenlafaldadelaanciana.

—Querida niña, ¡qué bendición traes contigo! —dijo la abuela cuandoadvirtió tantos panecillos— ¡pero lo mejor eres tú, mi niña! —Y volvió aacariciarleelcabelloylasacaloradasmejillas,suplicando—:¡Dimealgo,mivida,dimealgo,queoigatuvoz!

Heidiempezóacontaralaancianacuántohabíasufridoacausadeltemorde que ella hubiera muerto y no pudiese visitarla nunca más. En aquelmomentoentrólamadredePedroysequedóasombradísima.Luegoexclamó:

—¡Pero,siesHeidi!¡Cómoesposible!Heidiselevantóylediolamano.BrígidanosalíadesusorpresaalvercómohabíacambiadoHeidi.

—Madre—dijo—, si vieras quépreciosovestido llevaHeidi y cómohacambiado,casinose lareconoce.¿Yesesombrerodeplumasqueestáenlamesa,tambiénestuyo?Pónteloparaqueyoveacómoteestá.

—Noquieroponérmelo—declaróHeidiconfirmeza—;teloregalo,puesyotengoelmío.

Y acto seguido abrió el pañuelo rojo en el que había envuelto su viejosombrero,queestabamásabolladoquenunca.MasaHeidipocoleimportabaeso.NopudoolvidarloquedijoelabuelocuandoellasemarchócontíaDete:que no quería verla con sombrero de plumas. De ahí que la pequeñaconservase con tanto ahínco suviejo sombrero, pues siemprehabía pensadousarlo cuando volviera a su casa. Pero Brígida le dijo que no fuera tonta,porqueelsombrerodeplumaseramuyvaliosoyellanopodíaaceptarlo; talvezseríaposiblevenderloa lahijadelmaestrodelpuebloysepodría sacarmuchodinerosiHeidinoqueríallevarlodeningúnmodo.PeroHeidinocedióypusoelsombreroenunrincónoscuro,detrásdelaabuela.Despuéssequitósu bonito vestido y se puso el pañuelo sobre su camiseta demangas cortas.Luegocogiólamanodelaabuelayledijo:

—Ahorahedeiracasadelabuelo,peromañanavolveré.Adiós,abuela.

—Sí.Heidi, vuelvemañana—contestó la abuela estrechándole lamano,sinquerersoltarla.

—¿Porquétehasquitadoesevestidotanbonito?—preguntóBrígida.

—Porque prefiero ir así, como estoy, si no, el abuelo puede que nomeconozca.Tútambiéndudabas.

BrígidaacompañóaHeidihastalapuertayallílesusurróaloído:

—Nohacíafaltaquetequitaraselvestido,porqueéltehubierareconocidode todos modos. Pero ten cuidado. Pedro dice que tu abuelo está siempreenfadadoynohablaconnadie.

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Heidilediolasbuenastardesyemprendiólaascensióndelamontaña,conla cesta colgada del brazo. El sol de la tarde iluminaba los verdes prados.Desdeeste ladodel caminopodíaver elventisquerodeCasaplana.Heidi sedeteníaacadapasoparavolverse,porquealsubirdabalaespaldaalasaltascumbresdelasmontañas.

De pronto vio un reflejo rojo en la hierba a sus pies. Se volvió: habíaolvidadotodaestabelleza,nisiquieraensueñoslahabíarecordado.Lospicosrocosos del Falkniss y las pendientes nevadas a lo lejos ardían, nubes rosascruzabanelciclo.Lahierbadelospradoslucíacondestellosdorados,entodaslascimassereflejabalaluzcrepuscular,yabajoelvalleenterosebañabaenlaluzdorada.

Heidisehallabaenmediodeaquelesplendor,mientraslágrimasdealegríasurcabansusmejillas; juntó lasmanos,elevó lamiradayenvozaltadio lasgracias a Dios por haber podido regresar a su país. Todo le parecía máshermosoaúnqueensurecuerdoyestahermosuralepertenecíadenuevo.

YtanfelizydichosasesentíaHeidi,queyanoencontrabapalabrasparadargraciasaDios.

Cuando el rojo resplandor del sol iba apagándose,Heidi reemprendió sucamino.Denuevoechóacorrerypocotardóenver,primerolasaltascopasdelos abetos, luego la cabaña y, por fin, el banco y al abuelo sentado en él yfumando su pipa.Heidi apresuró el paso y antes de que el anciano pudieradarsecuentadequiénvenía, laniñaseabalanzósobreél,dejó lacestaenelsueloyabrazóalabuelo.Estabatanemocionadaquesólopodíarepetir:

—¡Abuelo,abuelo,abuelo!

Elancianocallaba.Susojossehumedecieronporprimeravezdesdehacíaaños y tuvo que quitarse las lágrimas con el revés de lamanga. Por fin sedesasiódelaniña,lasentósobresusrodillasy,contemplándolaunmomento,dijo:

—Asíquehasvuelto,Heidi.¿Cómoeseso? ¡Noestásmuyelegantequedigamos!¿Acasotehandespedido?

—¡Oh, no, abuelo! —empezó Heidi, muy animada—. ¡No creas eso!Todoshansidomuybuenosconmigo,Clara,suabuelayelseñorSesemann.Peroverás,abuelo,yanopodíamás,teníaquevolveratuladoymuchasvecesmeparecíaquemeahogabadepena.Peronuncahubiesedichonada,noqueríaser ingrata. Y de pronto, una mañana me llamó el señor Sesemann muytemprano,creoqueeldoctorfuelacausa,peroesodebedeestarenlacarta…—Yextrajodelacestaelcartuchoylacarta,dandoambascosasasuabuelo.

—Estoes tuyo—dijoéste,mientrascolocabaelcartuchosobreelbanco.

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Luegocogiólacartaylaleyó;después,sindecirunapalabra,laguardóenelbolsillo.

—¿Crees que aún te gustará beber nuestra leche, Heidi? —preguntó,tomandoalaniñadelamanoparaentrarconellaenlacabaña—,perocogeeldinero; es tanto que podrás comprarte una cama y además ropa durantemuchosaños.

—No, no lo necesito, abuelo—aseguróHeidi—; la cama ya la tengo yClaramehadadotantosvestidos,queseguramentenonecesitarécomprarmenuncamás.

—Cógelodetodosmodosyguárdaloenelarmario.Algunave/,tevendrábien.

Heidiobedecióycorriódetrásdelabuelo,quehabíaentradoenlacabaña.Allílaniñabrincódealegríadeunrincónaotroyporfinsubiólaescaleraqueconducíaalhenal.Peroallísequedóperpleja.

—¡Oh,abuelo,yanotengomicama!—exclamó.

—Yavolverásatenerla—sonólavozdelancianodesdeabajo—.Nosabíaquehabíasdevolver.Peroahorabajaytomalaleche.

Heidibajóysesentóeneltaburetealtoqueelabuelohizoparaella,cogióel tazónybebióconavidez,comosinuncahubiesegustadocosa tanbuena.Cuandodejóeltazón,dijoconunprofundosuspiro:

—¡Abuelo,comonuestralechedelamontañanohaynadaenelmundo!

DeprontosonóunagudosilbidoyHeidisaliócomounaflechaafuera.Delamontañabajabatodoelhatajodecabras,saltandoybrincando,conPedroenmediodeellas.AlveraHeidi,sequedócomoclavadoenelsueloylamirómudodeasombro.Heidihablóprimero:

—Buenas tardes, Pedro —dijo. Y se precipitó en medio de las cabras,exclamando—:¡Blanquita,Diana!,¿osacordáisdemí?

Lascabritasdebierondereconocersuvoz,porquelarozabanconlacabezaybalabandealegría.Heidilasllamóatodasporsusnombresytodascorrieroncomolocas,apretujándosecontraella.LaimpacienteCascabeldiounsaltoporencimadedoscabrasparaaproximarsemásrápidamente,ytambiénlatímidaBlancanieves empujó a un lado con inusitada terquedad al macho llamadoGranTurco,amoy señordelhatajo,que sequedómirándolaconsorpresaacausadelinauditoatrevimiento,alzandolasbarbasparademostrarquiénera.

Heidi no cabía en sí de felicidad por estar de nuevo con sus amigas.Abrazaba una y otra vez a la dulce Blancanieves y acarició a Cascabel, laimpetuosa.Sedejóempujardeunladoaotroporloscariñososanimaleshasta

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quellegócercadePedro,quiennosehabíamovidodesusitio.

—¡Ven,Pedro,venasaludarme!—exclamóHeidi.

—Pero¿hasvuelto?—logróporfindecirPedro.

Acercándose,cogiólamanoqueéstahacíaratoletendía,ypreguntó,comosiemprehabíapreguntadocuandoregresabaalcaerlatarde:

—¿Vendrásmañanaconmigo?

—No,mañanaaúnno,porquehedeiraveralaabuela;talvezirécontigopasadomañana.

—Estábienquehayasvuelto—dijoPedroysurostrosetransfiguróenunainmensamuecadealegría.

Enseguidasedispusoabajarlamontaña,perohoylecostabamástrabajoquenuncareunirtodaslascabras,puesapenaslashabíaobligado,conruegosyamenazas,aponerseasuladoyHeidisemarchabaconDianayBlanquitarodeándolas con los brazos, cuando todas se dispersaron nuevamente y sefueroncorriendodetrásdelaniña.Pararemediarlo,Heidituvoqueencerrarsecon las dos cabritas en el establo, porque de otro modo Pedro no hubiesepodidomarcharsenuncaconsuhatajo.

Cuando la niña volvió a entrar en la cabaña vio que el abuelo habíaarregladonuevamentesulecho,queerafraganteyblando,pueselhenoeradereciente cosecha. Sobre él estaban extendidas cuidadosamente las blancassábanas y Heidi se acostó entre ellas con gran placer y durmiómaravillosamentebien,comonolohabíahechoenunaño.

Durante lanoche,el abuelo se levantó lomenosdiezvecespara subir laescalerayescucharsilaniñadormíatranquilamente.Tambiéncomprobóquelaaberturadeltragaluz,quehabíallenadodehenoparaquenoentraraningúnrayodeluna,siguierabientapada.PeroHeididurmiósosegadamenteynoselevantóadarpaseosnocturnoscomoenlaotracasa,puesahorasunostalgiaestaba apaciguada. Había vuelto a ver sus montañas en el fulgor delcrepúsculo,yoídoelsusurrodelvientoenlosabetos.

Por finhabíavuelto a su casa, al ladode su abuelo, en la cabañade losAlpes.

CAPÍTULOXIV

ELDOMINGO,CUANDOSUENANLASCAMPANAS.

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Bajo los abetos mecidos por el viento, Heidi esperaba a su abuelo, queteníaquebajaraDörfliabuscarlamaleta.Laniñanodeseabaotracosaqueregresarparapreguntarlesilospanecilloslehabíangustado.Sinembargo,laesperanoleparecíalarga,puesnosecansabadeoírelrumordelvientoenlosviejosabetos,niderespirarelperfumedelasfloresqueresplandecíanenlosverdespradosbajoelsol.Elabuelosalióalfindelacabaña,dirigióunaúltimamiradaentornoaélydijocontonodesatisfacción:

—¡Yapodemosirnos!

Era sábado y ese día el abuelo tenía por costumbre ordenar y limpiar lacasa y el establo.Hoy había empleado en estosmenesteres lamañana, parapodersalirconHeidiinmediatamentedespuésdecomer.

Cuando llegaron a la cabañadePedro, se separaronyHeidi se precipitóhaciaelinterior.Laabuelayahabíareconocidosuspasosyexclamóllenadealegría:

—¡Yaestásaquí,miniña!¡Acércate!

Despuéscogió lamanodeHeidiy la retuvo fuertementeentre las suyas,comositemiesequealguienpudieravolveraquitarlelaniña.Yenseguidalecontócuántolehabíangustadolospanecillos;estabatancontentaquesesentíafuerte comono lo había estado enmuchos años.Lamadre dePedro añadióque la abuela no había querido comer más que uno por temor a acabardemasiadoprontocon la reserva.Sipudieracomerseunodiarioduranteunasemana,enverdadsepondríamuchomás fuerte.Heidiprestóatencióna laspalabras de Brígida y permaneció pensativa un instante. Finalmente habíaencontradounasolución.

—Ya sé lo que he de hacer, abuela —exclamó llena de entusiasmo—.Escribiré a Clara y ella me mandará tantos como tienes ahora o acaso dosvecesmás,puesyoteníayaungranmontónenelarmario,ycuandomelosquitaron,Claramedijoquemedaríatantoscomopudierahaberenelmontón.Estoyseguradequelohará.

—¡Oh, Heidi! Es buena idea—comentó Brígida—, pero piensa que sepondríandurosytampocoselospodríacomer.Situviéramosalgúndinerodevez en cuando…, el panadero deDörfli hace un pan parecido, pero apenaspuedocomprarelpannegro.

LacaradeHeidiseiluminó:

—¡Abuelita,yotengomuchodinero!—exclamósaltandodealegría—.¿Ysabesloqueharéconesedinero?Puescomprartetodoslosdíasunpanecillotierno,ylosdomingosdos.PedropodrátraerlosdeDörfli.

—¡No,no,pequeña!—replicólaabuela—.Nodebeshacereso.Eldinero

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quetienesnosetehaentregadoparaquelogastesasí.Debesdárseloalabueloyéltedirácómohasdeemplearlo.

Pero Heidi no se dejó convencer y seguía saltando y cantando por lahabitación,repitiendo:

—Ahoralaabuelatendráunpanecillotiernotodoslosdíasyrecobrarálasfuerzas.—Ydeprontoseinterrumpióparaañadirenseguida—:¡Oh,abuela!Si te pusieras bien, quizá volvieras a ver, pues quizá no ves porque estásdemasiadodébil.

Laabuelacallóparanoturbarlafelicidaddelaniña.

Entresaltoysalto,Heidiadvirtiódeprontoelviejolibrodecánticosyunanuevaideacruzósumente.

—Abuela,yaséleer.¿Quieresqueteleaunodeloscánticosdetulibro?

—¡Oh,yalocreo!—repusolaabuela,agradablementesorprendida—,pero¿esposiblequesepasleer?

Heidi se encaramó enuna silla y cogió el libro, levantandounanubedepolvo,pueshacíamuchotiempoquenadiehabíatocadoelestante.Lolimpiócuidadosamente,sesentóenuntaburetealladodelaabuelaylepreguntóquéqueríaqueleleyese.

—Loquequieras,hijita, loquequieras—repuso laancianaapartando laruecayprestandoatención.

Heidicomenzóahojearellibro,leyendodevezencuandounalínea.

—Aquísehabladelsol,abuela.Voyaleerteesto.

Asíqueempezóysefueanimandocadavezmásamedidaqueavanzabaenlalectura.

Denuevoelsolsalió

yenelvallerenació

laclaridadylavida.

¡Mañanaesplendorosa

quelailusiónretoma

amialmaaturdida.

Dulcementedormía

ycuandoelalmamía

almundohadespertado,

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porcontemplardelcielo

laluzquetantoanhelo,

prestomehelevantado.

Yantemimiradalaobra

acabada

deDios,quenosrevela,

elamordelCreadorla

gloria,elesplendor,que

dejaestaestela.

Ydelfelizcaminoque

reservaeldestinoalque

tienefeenÉl,al

bienaventurado,

yalibredepecado,al

almapurayfiel.

Todoenelmundomuere,

masÉl,puesvivirquiere,

nodafinasuvida.

Suvoluntad,sumente

viveneternamente,sin

quenadaloimpida.

Estanbueno,tanbueno,

quelamaldadDios

desconoce.Sunombre,

sóloalserpronunciado,

curaelmortalpecado

ydalapazalhombre.

Eldueloyladesgracia

tienensuhorafijada,

asícomoenelcielo,

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traslarudatormenta,

luceelsolycalientael

inundadosuelo.

Esperohallarundíala

eternaalegríaensu

huertoflorido.

Despuésdetantosufrir

tendréeldescansoalfin

porDiosprometido.

Laabuelaescuchabaconlasmanosenlazadas.Apesardelaslágrimasquerodabanporsusmejillas,habíaensurostrounaexpresióndeintensafelicidad.Heidijamáslahabíavistoasí.Cuandosedetuvo,laancianalesuplicó:

—¡Oh,léelootravez,Heidi!Léemeotravezeso:

Eldueloyladesgracia

tienensuhorafijada.

Laniñavolvióa leermuygustosa,pues lecomplacíaescuchar supropiavoz:

Eldueloyladesgracia

tienensuhorafijada,

asícomoenelcielo,

traslarudatormenta,

luceelsolycalientael

inundadosuelo.

Esperohallarundíala

eternaalegríaensu

huertoflorido.

Despuésdetantosufrir

tendréeldescansoalfin

porDiosprometido.

—¡OhHeidi,sehacelaluzenmicorazón!¡Cuántobienmehashecho!

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Laabuelarepitiómuchasvecesseguidasestaspalabrasqueexpresabansualegría, y Heidi se sintió henchida de felicidad al ver a la abuela de aquelmodo:ahorayanoseleveíanlasarrugasylaexpresiónlastimera,sinoqueeljúbilo se reflejaba en su rostro.Parecíamirar hacia lo alto, como si pudieravislumbrarconnuevosojoselbellojardínceleste.

De pronto, alguien golpeó en la ventana yHeidi vio a su abuelo que lallamabaporseñas.Laniñaobedecióenelacto,prometiendoalaabuelavolveral día siguiente, porque aunque subiera a los altos pastos conPedro, bajaríahacia el mediodía. La idea de poder darle unos momentos de alegría a laabuelaydehacerverlelaluzensucorazónibaaserdesdeentoncessumayorfelicidad, una felicidad mucho mayor aún que la experimentada cuandopermanecíaenlospastosconlascabras,lasfloresyelsolbrillante.

Brígida laacompañóhastaelumbralparadarleelvestidoyelsombrero.Heidisecolgóelvestidoalbrazopensandoqueelabueloyalahabíavistoyquesiemprelareconocería,perosenegóatomarelsombrero,manifestandoaBrígidaque sería inútil insistir, puesnopensabavolverlo a colocar sobre sucabeza.

Heidi estaba tan impresionada por todo lo ocurrido, que comenzó enseguida a contárselo al abuelo. Le dijo que podrían ir cada día a Dörfli abuscarpanecillosparalaabuelayqueenelcorazóndeéstasehabíahechodeprontolaluz,locuallallenabadefelicidad.Cuandoterminósurelato,volvióalaprimeraideaydijoconvencida:

—¿Verdad,abuelo,queaunquelaabuelanoquiera,túmedejaráscogereldinerodel cartuchoy así todos losdíaspodrédar aPedrounamonedaparaquecompreunpanecillo,ylosdomingosdos?

—Pero¿ylacama,Heidi?—preguntóelabuelo—.Noestaríademásquetuvieras una buena cama. Comprándola, aún sobraría dinero para adquirirmuchospanecillos.

PeroHeidi semantuvo en sus trece y explicó al abuelo que ella dormíamuchomejorensulechodehenoqueeneldeplumasdeFrankfurt.Ytantolesuplicó,queelabueloterminópordecir:

—El dinero es tuyo, haz con él lo que quieras. Tienes suficiente paracomprarlealaabuelapanecillosdurantemuchosaños.

Aloírlo,Heidiexclamó:

—¡Es maravilloso! Ya no volverá a comer la abuela pan duro y negro.¡Nunca,nuncaenmividahesidotanfeliz,abuelo!

Heidi,quenosoltabalamanodelabuelo,saltabaylanzabagritosdejúbilocomounalegrepájaro.

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Desúbito,sepusoseriaydijo:

—¡Oh,siDioshubiesehechoinmediatamentetodoloquelepedí,estonosería ahora tan hermoso!Hubiera regresado en seguida, sin poder traer a laabuelamásqueunospocospanecillos,nileerleelcánticoquetantobienlehahecho.PeroDioslohaarregladotodomuchomejordeloqueyoesperaba.YamelodijolaabueladeClara.¡Oh,cuántoagradezcoaDiosquenocedieraamisruegosylamentos!Desdehoynocesarédeorar,comomerecomendólaabueladeClara,paradar lasgraciasaDios.Ysinohaceenseguida loquepida, pensaré: «Seguramente, como enFrankfurt,Dios ha decidido obrar deotro modo que resulte mejor para mí». Rezaremos todos los días, ¿verdad,abuelo? No olvidaremos nunca a Dios, a fin de que él no nos olvide anosotros.

—¿Ysialguienseolvidaradeél,apesardetodo?—murmuróelabuelo.

—¡Oh!, no será feliz y Dios le olvidará también a él, y si un día seencuentramuydesgraciado, nadie tendrápiedadde él y todosdirán: «SehaapartadodeDiosyahoraDiosseapartadeél».

—Esverdad,Heidi.¿Dóndehasaprendidoeso?

—LaabueladeClaramelohaexplicado.

El anciano anduvo un buen trecho en silencio. De pronto dijo, comohablandoconsigomismo:

—Cuando las cosas están hechas, hechas están. Nadie se puede volveratrás.AquélaquienDiosolvida,olvidadoqueda.

—¡Oh,no,abuelo,puedeunovolverseatrás!MelodijolaabueladeClara.Justamente así es la historia de mi libro. Pero tú no la conoces. Cuandolleguemosacasa,telaleeréyverásquébonitaes.

Heidi aceleró el paso en la última pendiente del camino. Cuandoalcanzaronlacima,laniña,asiendolamanodelabuelo,entrócorriendoconélenlacabaña.Elancianodejóenelsuelolacestaquellevabaenlaespaldayenlaquehabíatrasladadolamitaddelcontenidodelamaleta,puesdeotromodo,ésta hubiera sido difícil de transportar. Después se sentó en el banco y allípermaneció pensativo. Heidi reapareció en seguida con su libro debajo delbrazo.

—¡Oh!Estásyasentado,abuelo.Muchomejor.

Sesentóasu lado:notuvonecesidaddebuscar lahistoria,pues lahabíaleídoyreleídotantasveces,queellibroseabríasoloporaquellaspáginas.

Con voz vibrante, comenzó a leer la historia del hijo que se sentíamuyfeliz en casa de su padre: llevaba las magníficas vacas y ovejas a pacer,

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vestidoconsusropasdeabrigo;contemplabalapuestadesol,apoyadoensubáculo,talcomoseveíaenelgrabado.Peroheaquíqueundíaquisodisponerdeloquelecorrespondíadesufortunaparavivirasucapricho.Ypidiendoeldineroasupadre,partióyselogastótodo.Entoncessevioobligadoaentrarcomo criado en casa de un campesino, donde no había hermosos rebañoscomoensucasa,sinoúnicamentecerdos.Cuidaba,pues,cerdosycomíalosrestosdecomidacomoellos,yenvezdesusbonitasropasdeabrigo,llevabaharapos. Entonces, elmuchacho se dio cuenta de lo feliz que había sido encasadesupadre,cuánbuenofueésteparaconélycuáningratohabíasidoélparaconsupadre.Yseechóallorar,llenoderemordimientoydenostalgia.Deprontosedijo:«Iréacasademipadre,lepediréperdónylediré:Padre,nosoydignodeserllamadohijoporti;tenmetansólocomocriado».Muylejosestabaaúndecasa,cuandoelpadre,quelovio,corrióasuencuentro.

—¿Sabesloquesucedeahora,abuelito?—preguntóHeidiinterrumpiendosulectura—.Acasocreasqueelpadreestabatodavíaenfadadoydijo.«Yatelohabíaavisado».¡Escucha,escucha!

»Supadre, al verle, se compadeció de él y corrió a estrecharle entre susbrazos.Elmuchachodijo:«Hepecadocontraelcieloycontrati.Nosoydignodequemellameshijo».Peroelpadredijoasuscriados:«Traedlasmejoresropasyvestidleconellas.Ponedleunanilloeneldedoyunosbuenoszapatosenlospies.Matadelcarneromejorcebado.Comamosyalegrémonos,puesmihijo, que había muerto, ha vuelto a la vida; habíase perdido y lo hemosencontrado.Ytodosseregocijaron».

Al ver que el abuelo permanecía silencioso cuando ella esperaba oírleexpresarsuadmiración,Heidilepreguntó:

—¿Verdadqueesunahistoriamuybella?

—Sí,Heidi,lahistoriaesmuybella—repusoelanciano,perocontonotangravequelaniñayanodijonadamásysesumióenlacontemplacióndelosgrabados. Después, poniendo el libro ante los ojos del abuelo, le dijodulcemente:

—¡Miraquébienestá!

Yseñalóconeldedolaimagendelhijoquevolvióalacasapaterna,depiealladodesupadre,vestidoconsubonitotrajenuevo.

Mástarde,cuandoHeidiyadormíaprofundamente,elabuelosubióporlapequeñaescaleraydejólalámparaalladodelcamastrodeHeidi,demodoquelaluziluminabaalaniñadormida.Éstareposabaconlasmanosjuntas,puesnosehabíaolvidadoderezar.Sucaritateníatalexpresióndepazyfelicidad,quesindudadebiódeimpresionaralabuelo,puesésteestuvocontemplándolalargamente,sinhacerelmenorgesto.Despuésenlazósusmanoseinclinando

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lacabezadijoamediavoz:

—Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.No soy digno de quemellameshijo.

Ylaslágrimasrodaronporlasmejillasdelanciano.

Algunashorasmástarde,alamanecer,elViejodelosAlpes,depie,frenteasucabaña,mirabaconojosbrillantesasualrededor.Lamañanadeldomingoresplandecíasobrelasmontañas.Delosvallescircundantesllegabansonidosdecampanas,mientrasen lascimasde losárboles, lospájarosentonabansuhimnomatinal.Elabuelovolvióalacabaña.

—Ven,Heidi—llamóalpiedelaescalera—.Elsolhasalidoya.Ponteunhermosovestido,puesiremosjuntosalaiglesia.

Heidi saltó fuera de la cama. Nunca su abuelo había dicho algo así, seapresuró pues a ponerse el hermoso vestido de Frankfurt y bajó corriendo.Cuando vio a su abuelo, se detuvo delante de él y le contempló llena deasombro.

—¡Ohabuelo!Jamástehabíavistoasí—exclamóalfinlaniña—.Nuncatehabíaspuestoesetrajedebotonesdeplata:¡Oh,quéeleganteestásconlaropadelosdomingos!

Elancianomiróalaniñaconunasonrisaalegre.

—Tambiéntúestáspreciosaconestevestido.¡Vamos!

Y tomando aHeidi de lamano, comenzaron el descenso de lamontaña.Lascampanasrepicabanentodoelvalle,cadavezmásfuertesamedidaqueseibanaproximando.Heidiescuchabaembelesada:

—¿Oyes,abuelito?Escomounagranfiesta—exclamó.

EnlaiglesiadeDörfliestabayacasitodoelpueblocuandoelabueloentróde lamanodeHeidiysesentóen laúltimahileradesillas.Laasambleayahabíaempezadoacantar,perounfeligrésqueestabasentadocercalosvioydijoasuvecino:

—¿Tehasfijado?¡EselViejodelosAlpes!

Lavozfuecorriendohastaqueelmurmullosehizogeneral.

—¡ElViejodelosAlpes!¡ElViejodelosAlpes!

Lasmujeressevolvieroncasitodasycasitodasdesafinaron.Perocuandoelpastor subióalpúlpitoycomenzóapredicar, cesó ladistracción,puesensus palabras había tanto calor, tantas alabanzas y agradecimiento, que todostuvieron el sentimiento de que algo muy feliz acababa de producirse. Alterminareloficioreligioso,elViejodelosAlpescogióalaniñadelamanoy

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sedirigióalpresbiterio.Todoslosqueenaquelmomentosalíanoestabanyafuera, le siguieron con la mirada para ver si en efecto entraba en la casaparroquial. La gente se agrupó y comenzó a comentar animadamente lainesperadaaparicióndelancianoenlaiglesia.Todaslasmiradassefijabanconcuriosidadenlapuertadelpresbiterioytodossepreguntabansisaldríafuriosoconelpastor,oalcontrarioalegreyenpaz:nadiesabíaloquehabíaempujadoelViejodelosAlpesabajaryquéhabíadetrásdeeso.

Sinembargo,en lamentedemuchosseempezabaaefectuaruncambio.Unodijo:

—Alomejor,elViejodelosAlpesnoestanterriblecomosecuenta.Nohaymásqueverdequémaneracogelamanodelaniña.

Otroañadió:

—Es lo queyohe dicho siempre.Abuen seguroqueno iría a visitar alpastorsitanmalofuera,puesledaríamiedo.¡Siempreseexagera!

Elpanaderoponderó:

—¿Noos lodije?Si tan terrible fuera, ¿dejaríaunaniñaunacasadondetienetodocuantopuedadesearparareunirseconsuabuelo?

EstabuenadisposicióndeánimohaciaelViejodelosAlpessecomunicómuyprontoalosdemásgrupos.LasmujerestambiénseacercaronyrelataronloquehabíanoídodeciraBrígidaya laabuela;segúnellas,elViejode losAlpes eramuydistintode loque lagentepensaba.Al fin, loshabitantesdeDörfli teníancadavezmáslasensacióndequeahoratodosestabanreunidosparadarlabienvenidaaunamigoqueestuvoausentemuchotiempo.

EntretantoelViejodelosAlpeshabíaentradoenelpresbiterio,llamandoalapuertadelcuartodelpastor.Ésteabrióy,alverle,nodemostrólamenorsorpresa.Sehubieradicho,porelcontrario,queleesperaba.Por lovisto,suinusitadaapariciónenlaiglesianolehabíapasadoinadvertida.Tomólamanodelancianoy laestrechócalurosamente;éstepermaneciósilencioso, incapazde articular una sola palabra, pues no esperaba que le dispensara semejanterecibimiento.

Alfinserepusoydijo:

—Vengoasuplicaralseñorpastorqueolvidelaspalabrasqueledirigíallá,enlamontaña,ynomeguarderencorsimehenegadoaadmitirsusbuenosconsejos.Estabaustedenlocierto.Elequivocadoerayo.Pero,desdeahora,seguirésusconsejosyduranteelinviernoviviréenDörfli,pueselinviernoallíarribaesdemasiadoduropara laniña.Ysi lagentedelpueblomemiracondesconfianza,meresignaré,puesreconozcoquenomerezcootracosa…Pero,usted,señorpastor,confíaenmí,estoyseguro.

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Los ojos del pastor brillaban de alegría. Volvió a tomar la mano delancianoy,estrechándolaentrelassuyas,ledijoemocionado:

—Vecino,ustedfuea laverdadera iglesia, ladeDios,antesdebajara lamíaymealegromucho.Nosearrepentiráusteddehabervenidoavivirentrenosotros.Enmi casa será usted siemprebien recibido, comoamigoy comovecino,ynoslopasaremosbiendurantelasveladasdeinvierno,puesmegustasucompañía;encuantoaHeidi,yaleencontraremosbuenosamigos.

Dichoesto,elpastoracariciólacrespacabelleradeHeidiylacogiódelamanoparaacompañarasuabuelohastalapuerta.Enelumbralsedespidióytodalagentereunidaallípudovercomoelpastorestrechabaduranteunlargomomento lamano delViejo de losAlpes, como si éste fuera un entrañableamigodelquecuestasepararse.Yapenaslapuertadelpresbiteriosecerrótraselpastor,lagenteseapresuróairalencuentrodelViejodelosAlpes.Todosqueríanserlosprimerosensaludarle.Tantasmanosseletendieronalmismotiempo,queelancianonosupocuálestrechar.

Unoledecía:

—¡Cuántomealegro,Viejo,dequehayavueltoavernos!

Otrodecía:

—Hacemuchotiempoquedeseabahablarconustedunrato.

El tumulto creció y cuando el Viejo, contestando a todos los amablessaludos, anuncióquepensabapasar el invierno enDörfli, entre sus antiguasamistades,searmóunverdaderoalboroto.Sehubieradichoqueelancianoerael personaje más estimado del pueblo y que éste lamentaba haber estadoprivado de su compañía durante tanto tiempo. Lamayor parte acompañó alabueloyasunietaunbuen trechohaciaarriba,y,aldespedirsedeél, todosquisieronobtenerlaseguridaddequeelViejolesharíaunavisitalapróximavezquebajaraaDörfli.Mientraséstosvolvíanalpueblo,elancianosedetuvoylessiguióconlamirada.Surostroestabailuminadoporuncálidoreflejo.

Heidi,quenocesabademirarle,ledijotodacontenta.

—¡Abuelo,jamáshasestadotanguapocomohoy!

—¿Túcrees?—repusoelancianosonriendo—.Pues,sabes,Heidi,nuncamehe sentido tan feliz, y es porquemehe reconciliado conDiosy con loshombres.Dioshasidomuybuenoalenviarteamilado.

AlllegaralacabañadePedroelcabrero,elabueloabriólapuertayentró.

—¡Buenosdías,abuela!—dijosinvacilar—.¡Meparecequehabremosderemendarotravezestacasitaantesdequelleguenlosvientosdelotoño!

—Pero ¿es posible? ¿El Viejo de los Alpes? —exclamó la abuela,

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agradablementesorprendida—.¡Cuántomealegrodevivirtodavíaparadarlelasgraciaspor todoel bienquemehahecho! ¡QueDios se lopague! ¡QueDiosselopague!

Temblando de emoción, la abuela tendió lamano al abuelo y éste se laestrechócalurosamente.

—Tengo que hacerle un nuevo ruego—continuó la abuela—. Si algúndañolehehecho,nomecastiguedejandopartiraHeidiotravez,antesdequemishuesos reposenallá abajo, junto a la iglesia. ¡Ustedno sabe loqueestaniñasignificaparamí!—exclamóestrechandocontrasupechoaHeidi,quesehabíaacurrucadoasulado.

—No se preocupe, abuela —repuso el anciano tranquilizándola—. Noquieroquesemejantecastigocaigasobreustednisobremí.Estaremos todosjuntosyDiosquieraquedurantemuchotiempo.

BrígidasellevóentoncesalViejoaunrincóndelaestanciay,mostrándoleel sombrero de plumas, le contó lo que había sucedido, añadiendo que nopodíaaceptarsemejanteregalodelaniña.

PeroelabuelodirigióaHeidiunamiradadesatisfacciónycontestó:

—Elsombreroesdeella;demodoquesinoloquiere,hacebienendárseloausted.Guárdelo,pues.

EstainesperadarespuestallenóaBrígidadegozo.

—¡Pero si valemás de diez francos!—exclamó levantando el sombreroalegremente—.¡QuébendiciónnoshatraídodeFrankfurtestaHeidi!MásdeunavezhepensadoqueharíabienenenviarallíaPedroparaunatemporada.¿Quéleparece,abuelo?

Enlosojosdeésteaparecióundestellodemalicia.Repusoqueelviajenopodría hacer daño al muchacho, pero que era preferible esperar una buenaocasión.

En ese instante, Pedro abrió la puerta después de haberla golpeado contantaviolenciaconlacabeza,quetodalacasahabíavibrado.Llevabamuchaprisa.Jadeante,sinaliento,sedetuvoenmediodelahabitaciónytendióunacarta.Aquelloeraunacontecimientoinusitado.¡UnacartadirigidaaHeidi!SelahabíanentregadoalmuchachoenlaestafetadeDörfli.

Todossesentaronalrededordelamesasorprendidos,yHeidi,abriendolacarta,laleyóenvozaltasinvacilar.EradeClaraSesemann,lacualcontabaaHeidiquedesdesupartidareinabaenlacasaungranaburrimientoyqueyanoloaguantabamás.AsípueshabíaconvencidoasupadreparaqueladejarairenelotoñoaRagatz.SuabuelitalaacompañaríaahacerunavisitaaHeidiyasu abuelo.Además, su abuela lemandabadecir queHeidihabíahechomuy

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bienenllevarlelospanecillosalaabueladePedroyque,paraquenoseloscomiera a secas, le enviaba café, el cual ya estaba en camino. Añadía queHeidihabríade llevarlaacasade laabueladePedrocuandoellafueraa losAlpes,enotoño.

Tanagradableseranestasnoticiasytantopodíahablarsesobreellas,puestodosestabaninteresadosenelasunto,queelabuelonosediocuentadequeerayamuytarde.Laperspectivadelosdíasvenideroslesllenabadefelicidad.La dicha de estar juntos en este momento era aún más grande y la abuelaexclamó:

—Lo más hermoso de todo es la visita de un viejo amigo que viene aestrecharnoslamanocomoantes.Nosdejaenelcorazónelsentimientodequealgunavezvolvemosaencontrartodoloqueamábamos.Volveráustedpronto,¿verdad,abuelo?Ylaniña,mañanamismo,¿noescierto?

Con un apretón demanos, le prometieron que sí. Pero ahora era precisosepararseyelabueloreanudóconHeidielcaminodelasalturas.Lasmismascampanas que por lamañana les llamaron del valle, les acompañaron ahoraconsuapacibletoquedelÁngelushastaquellegaronalacabaña,que,bajoelsolponiente,teníaunairedefiesta.

CuandolaabuelitadeClarafueraenelotoño,tantoHeidicomolaabueladePedrorecibiríanmásdeunaalegríaymásdeunasorpresa.Yenelhenalacabaríaporhaberunaverdaderacama,puesbastabaque laabueladeClarafueraaunsitioparaqueenélseestablecieraelordenytodomarcharabien,tantopordentrocomoporfuera.

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PARTE2.

HEIDIHACEUSODETODOLOAPRENDIDO(OTRAVEZHEIDI).

CAPÍTULOXV

PREPARATIVOSDEVIAJE.

Elamabledoctorque,consuautorizadavoz,habíadecididoelregresodeHeidi a sus añoradasmontañas, atravesaba la calleAncha en dirección a lacasa del señor Sesemann. Era una radiante mañana de septiembre, tanluminosaytandulce,quehubiérasedichoquetodosloscorazonesdebíandealegrarse. Y, sin embargo, el doctor caminaba, la mirada fija en el blancopavimento, sin advertir el cielo azul que se extendía por encima de él. Su

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rostro manifestaba una expresión de tristeza que antes no tenía y, desde laprimavera,sucabellohabíaencanecidonotablemente.Eldoctorhabía tenidounahijaúnicaqueera todasualegríaycon lacualhabíavividoenestrechacomprensióndealmas.Estetesorodesuvidayúnicoconsueloquelequedabade un tiempo venturoso, habíale sido arrebatado por la muerte en plenajuventud.Desdetannefastomomento,eldoctorhabíaperdidoelbuenhumorylaalegría.

Al ruido del campanillazo, Sebastián se apresuró a abrirle la puerta deentradadandograndesmuestrasde respetoydedeferencia;apartedequeeldoctoreraelamigomásíntimodesuamo,suamabilidadlehabíagranjeado,comoentodaspartes,elcariñoylasimpatíadetodoslosdelacasadelseñorSesemann.

—¿No hay nada nuevo, Sebastián?—preguntó el galeno, amable comosiempre, al criado que subía la escalera tras él y que no cesaba en susdemostracionesderespeto,apesardequeeldoctorledabalaespaldaynadapodíaver.

—Hashechobienenvenir,queridoamigo—exclamóelseñorSesemannalverloentraren lahabitación—.Esabsolutamentenecesarioquehablemosnuevamente acerca del viaje a Suiza. Quiero que me digas si mantienes tuveto,ahoraquehayunasensiblemejoríaenelestadodeClara.

—Mi querido Sesemann, ¡siempre serás el mismo! —repuso el doctorsentándoseasulado—.Quisieraqueestuvieraaquítumadre,porqueconella,todo es sencillo y diáfano, todas las cosas vanderechas, pero contigono seacabanunca.Conéstasontresyalasvecesquemehashechovenirparaqueterepitalomismo.

—Sí, es verdad, tienes razón, este asunto debemolestarte; pero, queridoamigo, ¿no comprendes mi situación?—El señor Sesemann puso la manosobreelhombrodeldoctorparainvocarsusimpatía—.Esmuyduroparamínegaramihijaunacosaqueyolehabíaprometidocontantaseguridad,ycuyaesperanzahaestadoalegrándoladíaynochedurantelosúltimosmeses.BiensabesquesolamenteanimadaporlaideadesupróximoviajeaSuizaydelaesperanzadepodervisitarasuamiguitaHeidienlamontañahapodidoresistirClaralaúltimacrisisquetandolorosafue.¿Yahoraquieresquerobedegolpelasesperanzas,durante tanto tiempoacariciadas,amipobrehija,queporsuestadoseveprivadademuchasalegrías?No,nopuedohacereso.

—Sesemann,espreciso—respondióeldoctorconfirmeza.Yalverquesuamigopermanecíasilenciosoyabatido,añadióalpocorato—:Recapitulemosunavezmásloshechos:haceañosqueClaranohapasadounveranotanmalocomoésteynoestáencondicionesdeemprenderun largoviajesinquenosexpongamosa laspeoresconsecuencias.Además,yaestamosenseptiembre;

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esposiblequehagatodavíadíasmuybuenosenlosAlpes,perotambiénpuedesucederquehagafrío;losdíassonahoracortosy,encuantoalasnoches,esimposiblepensarenqueClaralaspasearribaenlasmontañas.¡Nohayniquesoñarlo!Nolequedaría,por lo tanto,másqueuntiempomuybreve,porquedesdeRagatzalacabañadelabuelodeHeididebedehaberalgunashorasdecamino, máxime cuando hay que subir a la niña en brazos. En resumen,Sesemann,elviajenoespracticableahora.Pero, siquieres, irécontigoparaque, entre los dos, convenzamos a Clara, que es una niña muy razonable.Además,yolehablarédemiproyecto,queconsisteenquenovayaaRagatzhastaelmesdemayopróximo.Allílasometeremosaunalargacuradebañoshasta que el tiempo sea absolutamente bueno y sepamos que arriba, en lamontaña,hacemuchosol.EntoncespodráserllevadadecuandoencuandoalacabañadeHeidiy,fortalecidaporlacuradebaños,gozarámuchomejorqueahoradelasexcursionesalamontaña.Nohasdeperderdevista,Sesemann,quesiqueremosconservarlaesperanzadelamejoríadelestadodetuhijaesprecisoobservarlamayorprudenciayloscuidadosmásminuciosos.

ElseñorSesemann,quehabíaescuchadoasuamigoensilencioyconungestodetristeresignación,levantódeprontolacabezayexclamó:

—Dime, por lo menos, y con absoluta sinceridad: ¿conservas tú,realmente,algunaesperanzaenuncambiodesuestado?

Eldoctoralzóloshombros.

—Poca—respondióenvozbaja—.Pero,queridoamigo,¡fíjateunpocoenmi caso y compáralo con el tuyo! ¿No tienes tú una hija que te quiere, quelamentatuausenciayquesealegracuandoregresas?Tú,cuandoentrasentucasa,nuncalaencuentrasvacíaynuncatienesquesentartesoloalamesa.Ytuhija también tiene motivos para ser feliz; es verdad que está privada demuchascosasdelasquedisfrutanotrasniñas,pero¡encuántossentidosgozadeprivilegiosqueotrasnotienen!No,Sesemann,ningunodelosdospodéisquejaros, porque os hacéis compañía y habéis de consideraros dichosos.¡Acuérdatedemicasasolitaria!

ElseñorSesemannhabíaselevantadoypaseábaseporlaestanciaagrandespasos, costumbre inveterada en él cuando se hallaba muy preocupado. Depronto se detuvo frente a su amigoydándole unapalmada en el hombro ledijo:

—Doctor, tengo una idea. Me duele verte así; no eres ya el mismo deantes;esprecisoquetedistraigasunpoco.¿Sabescómo?¡SerástúquieniráaSuizayharádenuestraparteunavisitaalapequeñaHeidienlamontaña!

Laproposicióncogiódesorpresaaldoctor,peroapesardesusprotestas,su amigo no lo dejó hablar, sino que, asiéndolo por un brazo, lo llevó a la

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habitación de su hija. La aparición del doctor constituía para la enferma unmotivodealegría,porquelahabíatratadosiempreconmuchoafectoysabíacontarlecadavezalgunacosadivertidayalegre.Ahorahabíacambiado,peroClaracomprendíaelporquédesutristezayhubieraqueridopoderdevolverlesuantiguaalegría.

Enelmomentoqueeldoctor entró, acompañadode suamigo, laniña letendió lasmanosy leobligóasentarseasu lado.ElseñorSesemannacercóunabutacay,tomandolasmanosdeClaraentrelassuyas,empezóahablarledel viaje a Suiza, diciendo cuánto le hubiera gustado que se realizara. Pasórápidamente por encima del punto principal, el de la imposibilidad deemprenderelviajeenaquelmomento,porquetemíaunpocolaslágrimasdesuhija.Apresuróse,porelcontrario,aexplicardetalladamentelasventajasdelanuevaideaqueselehabíaocurrido,haciéndoleveraClaralagranalegríaqueelviajecausaríaasubuenamigoeldoctor.

Laslágrimashabíanseasomado,enefecto,alosojosazulesdelaniña,pormás esfuerzos que ésta hacía para reprimirlas. Sabía que a su padre no legustaba verla llorar, pero era difícil contenerse al ver que todo se habíaterminado,queyanoharíaelviajeenquehabíapensadotodoelveranoycuyapróximarealizaciónhabíasidolaúnicaalegríadesuvidasolitariaytriste.Sinembargo,Claranoteníaporcostumbreenojarseconsupadre;sabíamuybienquesólolenegabaaquelloquepodríaperjudicarla;trató,pues,dereprimirlaslágrimasyde conformarse con la única esperanzaque le quedaba.Cogió lamanodesuamigoeldoctory,acariciándosela,ledijomuyanimada:

—Sí, sí, querido doctor, vaya usted a ver a Heidi y vuelva pronto paracontarmecómoestáyquéhacealláarribaenlamontaña,quéhacesuabueloyPedro,ylascabras.¡Losconozcoatodostanbien!Además,ustedsellevaráelpaquete que quiero enviar aHeidi; ya sé lo que pondré para ella y tambiénpara laabuelitadePedro. ¡Oh,queridoamigo,vayausted, se lo ruego!Y leprometo, en cambio, tomar tanto aceite de hígado de bacalao como ustedquiera.

Noesposiblesabersiesteúltimoargumentodecidióelasunto,peroesdecreerlo,porqueeldoctordijosonriendo:

—Entoncesseránecesarioquevaya,queridaClara,yasítúteharásfuerteygruesa,comotupapáyyoqueremos.Ydime,¿cuándohedeemprenderelviaje?¿Lohasdecididotambién?

—Lomejorseráquesalgaustedmañanamuytemprano—respondióClara.

—Sí,Claratienerazón—intervinoelpadredelaniña—,aúnbrillaelsol,todavíaestáazul;nohay,pues,unminutoqueperder.SeríaunalástimarestarunsolodíadeltiempoquetúpodríaspasarenlosAlpesantesdequecambie

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eltiempo.

Eldoctornopudomenosqueecharseareír.

Mas,cuandoselevantóparairse,Claraloretuvo.QueríaconfiarleaúnunsinfínderecadosparaHeidiyencargarlequesefijaraenlosAlpesyentodo,paraqueasuregresopudieradarleundetalladorelatodesusimpresiones.EncuantoalpaqueteparaHeidi,más tarde se lo enviaría a su casa,porqueeraprecisoquelaseñoritaRottenmeierlaayudaraaempaquetarlotodoy,enaquelmomento, ladamahabíasalidoparaunadesusexpedicionesa laciudad,delasquenosolíaregresartanpronto.

El doctor prometió cumplir todos los encargos con lamayor exactitud yponerseencamino,sinoaldíasiguienteaprimerahora,porlomenosduranteelcursodeldía,yprometiótambiéndaralaniñaexactacuentadesuviajeydetodoloquehubieravisto.

Los domésticos tienen frecuentemente un don muy particular paraenterarsedeloquepasaencasadesusamosmuchotiempoantesdequeéstoslesdiganunapalabra.SebastiányTinettedebíandetenerestedonenungradomuy elevado, porque, en el momento en que el doctor, acompañado deSebastián,bajabalaescalera,TinetteentróenlaestanciadeClara,acudiendoasullamada.

—Vayaustedallenarestacajitadeaquellospastelesydulcescomolosquehemostomadoporlatardealahoradelcafé,Tinette—dijoClaraseñalandounacajaquedesdehacíatiempoteníapreparadaparaello.

Tinettecogióelobjetoporuncantoy lobalanceabaentredosdedosconairedesdeñoso.Llegadaalapuerta,sepermitióunaobservaciónimpertinente:

—¡Comosivalieralapena!—dijo.

En cuanto a Sebastián, después de abrir la puerta de la calle con suacostumbradacortesía,dijo,inclinándose:

—Si el doctor quisiera tener la bondad de dar también a la pequeñaseñoritarecuerdosdeSebastián…

—¡Ah, caramba! —respondió el doctor afablemente—, de modo que,Sebastián,¿ustedyasabequevoyahacerunviaje?

Sebastiántuvounligeroaccesodetos.

—Yo soy… yo he… yo mismo no sé bien… ¡Ah!, sí, ahora recuerdo:acabodepasarcasualmenteporelcomedoryheoídopronunciarelnombredela señoritay, comoson lascosas,deunpensamientovieneotroy…deestemodo…

—Bien, bien, Sebastián—interrumpió el doctor sonriendo—, y cuantos

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máspensamientossetienen,mássesabe,yalosé.Hastalavista,Sebastián,ydescuide,queyotransmitirésussaludos.

Alfranquearelumbraldelapuertaparaalejarserápidamente,eldoctorsehalló frente a un obstáculo imprevisto: el viento fuerte que soplaba habíahechoimposiblequelaseñoritaRottenmeiercontinuarasupaseoporlaciudadyacababadellegarenaquelmomento.Elvientoahuecóelgranchalblancoenque ladama ibaenvuelta, locualdio la sensacióndequehabía largadounavela.El doctor se echó rápidamente atrás, pero la señoritaRottenmeier, quesiempre le había demostrado una consideración y una deferencia muyespeciales,seretiróconlamayorcortesía,yasílosdospermanecieronduranteun largo rato frente a frente, insistiendo, con mudos ademanes, en cedersemutuamenteelpaso.Otraráfagadevientopuso,depronto,finalasituación,empujandoalaseñoritaRottenmeieratodavelasobreeldoctor.Éstenotuvomásqueel tiempojustoparaapartarse,y ladama,conlafuerzadelempuje,fue a pararmuchomás allá del umbral, por loque sevioobligada avolversobresuspasosparasaludarconvenientementealamigodelacasa.

Este incidente hubiera causado el enojo de la dama, si el tono y lasmaneras del doctor no hubieran logrado aplacar inmediatamente su vanidadherida y transformarla en una disposición llena de dulzura. Después leparticipóelproyectodesupróximoviajey lerogó,delmodomás lisonjero,quearreglaraelpaqueteparaHeidicomosolamenteellasabíahacerlo.Luegosedespidiódeellaconlasmismasmuestrasdedeferencia.

Clara esperaba que sería preciso librar algunas luchas con la señoritaRottenmeierantesdeobtenersuautorizaciónparaelenvíodetodoslosobjetosque había destinado para su amiguita Heidi. Mas aquella vez se engañó,porqueladamasemostróexcepcionalmentebiendispuestaaconcederlotodo.Conunarapidezinusitada,quitótodoslosobjetosdelamesaparaextenderenellacómodamentelascosasqueClarahabíareunidoyparaempaquetarlotodoen presencia suya. No fue un trabajo fácil, porque el paquete se había deformar con los objetos más diversos. Además, había que incluir el gruesocapuchónqueClaradestinabaaHeidiparaqueéstapudierabajarduranteelinvierno, tantas veces comoquisiera, a la cabañade la abuela dePedro, sinverseobligadaaaguardarqueelabuelo laacompañaray laenvolvieraenelsacoqueleservíaderesguardocontraelfrío.Habíatambiénparalaabuelaungrueso chal para que se abrigara con él y no tuviera que temblar de fríocuando,eninvierno,elvientosacudíalacabañaconsusfuriosasembestidas.Entre otras cosas, destinaba Clara a la abuela una caja llena de pastelillostiernosparaquepudieracomer,aunquesólofueraporunavez,otracosaqueun panecillo con el café. Luego incluía un gran salchichón. Clara habíapensadomandarloaPedro,porqueéstenuncateníamásquepanyquesoparacomer,peroluegoreflexionóysedijoqueelchico, locodecontento,podría

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devorarlo todo de una vez. De aquí que decidiera enviárselo a Brígida, lamadredePedro,queseguramentecortaríaantesunosbuenostrozosparasíyparalaabuelaydaríaelrestoenvariasvecesasuhijo.NofaltabatampocounsaquitodetabacoparaelabuelodeHeidi,quegustabatantodefumarenpipa,sentado, por las tardes, delante de su casita. Por último, había una grancantidad de pequeñas cajitas, bolsitas y paquetitos misteriosos, en cuyarecolección habíase divertido Clara particularmente, y en los que Heidihallaríatodaclasedesorpresasdestinadasacausarlelamayoralegría.

Porfinquedóterminadalaobrayenelsueloseveíaunenormefardolistopara ser llevado a casa del doctor. La señoritaRottenmeier lo contemplaba,sumidaenprofundasreflexionesacercadelartedeembalar,mientrasClaralomirabamuysatisfecha,imaginándoselossaltosdealegríaylasexclamacionesde Heidi cuando recibiera aquellos regalos. Un poco más tarde, Sebastiánentró en la habitación y, con sus brazos vigorosos, cargó el fardo sobre suespaldaparallevarloinmediatamenteacasadeldoctor.

CAPÍTULOXVI

UNAVISITAALOSALPES.

La aurora coloreaba las montañas; el viento fresco de la madrugada,pasando a través de las copas de los abetos centenarios, mecía sus ramasfuertemente de un lado a otro. Heidi abrió los ojos. Aquel rumor la habíadespertado.Elsusurrodelosabetosllegabasiemprealomáshondodesuserylaimpelíaconfuerzairresistiblehaciaellos.Saltódellechoy,aunqueporsugusto lohubieradejado todopor salir enel acto, sevistióconesmero,pueshabíaaprendidoqueelordenylalimpiezaeranimprescindibles.

Unavezarreglada,bajólaescalerademano.EllechodelabueloyaestabavacíoyHeidiseprecipitóalexterior.Allí,frentealacabaña,comotodoslosdías, vio al anciano ocupado en examinar detenidamente el cielo para vercómosepresentabaeltiempo.

Algunasnubecillas rosadasatravesabanel firmamento,queaparecíacadavez más azul; el sol surgía por detrás de las altas rocas desparramandoraudalesdeorosobrelascumbresyloscampos.

—¡Oh, qué hermoso es esto! ¡Buenos días, abuelito! —exclamó Heidibrincandodealegría.

—¿Qué, también túhasabierto losojos?¡Ycómotebrillan!—repusoelabuelo,dandolamanoasunietecitaenseñaldesaludomañanero.

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Heidifuecorriendohacialosabetosysepusoasaltaralegrementedebajode las inquietas ramas dando gritos de alegría a cada nueva ráfaga, a cadanuevoaullidodelviento.

Mientras,elabuelohabíaidoalestabloyloabrióparaquesaliesenDianay Blanquita, sus dos cabras; se puso a asearlas debidamente para queestuviesenpreparadasasubir,comotodoslosdías,alospasturajes,ylasllevódespués a la puerta de la cabaña. Al ver a sus dos amigas, Heidi acudiócorriendoy,abrazándolasporelcuello, lesdio losbuenosdías.Lascabritasrespondieron con alegres balidos; cada una de ellas quería demostrarmejorquelaotrasucariñoporHeidi,frotandolacabezacontraelcuerpodelaniñayapretándolacadavezmáshastaqueparecíaque ibaaquedaraplastadaentrelos dos animalitos.MasHeidi no teníamiedo, porque, aun cuandoDiana laempujaba fuertemente y le daba golpes con la cabeza, no tenía más quedecirle: «No, Diana, no hagas eso, porque te pareces al Gran Turco», y enseguida la cabra se retiraba y tomaba un aire más amable, mientras queBlanquita erguía la cabeza con un movimiento lleno de dignidad, como siquisiera decir: «A mí sí que no han de decirme que me parezco al GranTurco», y es que la cabrita blanca tenía mucha más distinción que sucompañera.

EnaquelmomentosonóelsilbidodePedroenlapartebajadelcaminoy,alpocorato,todaslascabrasllegabansaltando,laágilCascabeldelante.Heidisemetióinmediatamenteenmediodelhato,empujadadetodosladosporlascabras,quedemostrabanconvivezalaatracciónquelaniñaejercíasobreellas.Heidi se abrió paso con energía para llegar al lado deBlancanieves, que seveíarechazadaporlascabrasmayoresqueellacadavezquequeríaacercarse.Detrásdelhato llegóPedro,dioun formidable silbidoa findeobligar a losanimalesatomarelcaminodelpasturaje,mientrasélseacercabaaHeidi,alaque deseaba decir algo.Al sonar el silbido, las cabras se apartaron y Pedropudo llegar junto a Heidi. Colocándose delante de la niña, dijo en tono dereproche:

—Podríascomenzardenuevoasubirconmigoahíarriba.

—No, Pedro, es imposible —respondió Heidi—, pueden llegar de unmomentoaotrodeFrancfortyesprecisoquemequedeencasa.

—Hacemuchotiempoqueestásdiciendolomismo—gruñóPedro.

—Naturalmente,porquesiempresucedeigual,hastaquelleguen.Acasoteparecerábienqueyoestélejosdecasacuandoelloslleguendetanlejosparaverme,¿verdad?¿Locreesasí?

—PuedenvisitaralViejo—repusoPedrodemalhumor.

Enaquel instanteseoyó la reciavozdelViejo,quesehallaba juntoa la

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puertadelacabaña:

—¿Por qué no se pone el ejército enmarcha? ¿Quién tiene la culpa, elgeneralolatropa?

Pedrodioinmediatamentelavueltaehizosonarfuertementeellátigo.Lascabras, que conocían aquella señal se pusieron en marcha y, seguidas dePedro,galoparonendirecciónaloscamposdepastos.

Heidi,desdequehabíavueltoalladodesuabuelo,pensabaencosasqueantesnoseleocurrían.Así,hacíaseellamismalacama,nosinquelecostaragran trabajo arreglar con susmanecitas lasmantas e igualar el heno.Luegoponíaordenenlacabaña,colocabalassillasytaburetesensusitio,recogíalascosasdispersasylasmetíaenelarmario.Despuéstomabauntrapoyfrotabala mesa hasta que quedaba muy pulida. Y más tarde entraba el abuelo,contemplabalaobradelaniñacongransatisfacciónydecía:

—Ennuestracasitasiempreparecedomingo.NoenbaldehaestadoHeidienlaciudad.

Tambiénaqueldía,despuésdemarcharsePedroconsuscabrasydespuésdehabersedesayunadoencompañíadesuabuelo,laniñasepusoatrabajar;pero le costó mucho terminar. A cada momento interrumpía su labor paracorrerafueraporqueleparecíaqueaquellamañanaeramásbellaqueninguna.Y cuando los alegres rayos del sol penetraron por la ventana y parecíandecirle:«Sal,Heidi,sal»,laniñanopudoresistirlainvitación,dejósutrabajoy salió para contemplar la gloria del sol.La casa, lasmontañas y los vallesresplandecían a la luz solar, y el suelo de la pendiente se le mostraba tandoradoyseco,queHeidi sedijoqueerabuenosentarseallíycontemplarlo.Así lo hizo,mas a poco recordó que el taburete aún estaba enmedio de lacabaña y que la mesa no había sido limpiada después del desayuno.Rápidamentesepusoenpieyvolvióalacabaña.Masnotardóenadvertirquelosviejosabetossusurrabanmásfuertequenunca,movidosporelviento,yelritmoselemetióenelcuerpo;laniñavolvióasalirparabrincarunratodebajodelosárbolesalsondelrumordelasramas.

Elabuelo,entretanto,habíasepuestoatrabajarenelcobertizodetrásdelacasaydecuandoencuandosalíaparacontemplarsonriendocómosaltabasunieta.Asíacababadehacerlootravezyhabíavueltoalcobertizo,cuando,depronto,sonóelgritodeHeidi:

—¡Abuelo!¡Abuelito!¡Ven,ven!

El viejo salió rápidamente, un poco asustado por lo que pudiera habersucedidoalaniña.Laviocorriendopendienteabajoygritando:

—¡Quevienen,quevienen!¡Yaveoaldoctor!

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Heidiseprecipitóalencuentrodesubuenamigo.Éstelasaludabaconlamano. Cuando la pequeña lo alcanzó, lo abrazó cariñosamente y exclamóconmovida:

—¡Buenosdías,señordoctor!Ymuchas,muchasgracias.

—¡Buenos días, Heidi, que Dios sea contigo! ¿Y por qué me das lasgraciasyaahora?—preguntóeldoctorsonriendo.

—Puesporquehepodidovolveracasademiabuelo.

Elrostrodeldoctorresplandeciócomoiluminadoporunrayodesol.Nohabía sospechado que le dieran tan buena acogida en los Alpes. Siempresumido en sus tristes pensamientos y sintiéndose, más que nunca, muysolitario,habíasubidoalamontañasinadvertirlasbellezasdelaNaturaleza,queaumentabanamedidaquesubía.Habíasedichoquelomásprobableseríaque lapequeñaHeidino lo reconociera, todavezque lohabíavisto sólodecuandoencuando.Además,teníalaimpresióndequeconsupersonallevabaunadecepciónalaniñayque,naturalmente,nohabíanderecibirlobien.Pero,muy al contrario, los ojos de Heidi brillaban de alegría y, llena deagradecimientoydeafecto,nolesoltabadelbrazo.

Eldoctor,conternurapaternal,cogióalaniñadelamanoyledijo:

—Vamos,Heidi,llévamejuntoatuabueloyenséñametucasa.

MasHeidinosemovíadel sitio;conmiradadesorpresamirabahaciaelvalle.

—¿DóndeestánClaraylaabuelita?—preguntóporúltimo.

—Sí, es verdad, he de decirte lo que ha de causarte pesar, como meentristece amí—dijo el doctor—.Hevenido solo,Heidi.Clara estabamuyenfermaynopodíaponerseencamino;porlotanto,tampocopuedevenirsuabuela. Pero en la próxima primavera, cuando los días sean largos y el solcalientemás,entoncesesseguroquevendrán.

Heidisequedóquieta,muydecepcionada.Nopodíacomprenderquetodala alegría que de antemano experimentara se desvaneciera así de pronto.Permaneció inmóvil, como aturdida ante aquel golpe inesperado. El doctorguardó silencio; todo a su alrededor estabaquieto; sólomás arriba seoía elvientoquesacudíalosaltosabetos.Súbitamente,Heidirecordóporquéhabíabajadocorriendo lapendienteyquesubuenamigoeldoctorhabíavenidoaverla.EntoncesalzólavistayvioquesusojosestabantantristescomonuncalostuvieraalláenFrancfort.Lamiradadesubuenamigolellegóalcorazón,porqueHeidinopodíaverquenadieestuviera triste,ymenosaquelhombretan bondadoso. Seguramente el doctor sufría porque Clara y la abuelita nohabíanpodidoacompañarlo,sedijoHeidi,yenseguidabuscóunconsueloy

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lohalló.

—¡Oh, no tardará en llegar la primavera—dijo en tono consolador—, yentoncesvendrán,contodaseguridad!Aquí,enlasmontañas,eltiempopasamuyrápidoy,además,viniendoenprimavera,puedenpermanecermástiempoyClaraseguramentelopreferirámejorasí.Ahora,vámonosaveralabuelito.

Yponiendosumanoenladelbuenamigo,empezóasubirlacuestahaciala cabaña. Heidi tenía tanto deseo de devolver al doctor la alegría y lafelicidad, que comenzó de nuevo a demostrarle cuán rápidamente pasaba eltiempoenlosAlpesyqueloslargosycálidosdíasdelveranovolveríanmuypronto,muchoantesdequeunosedieracuenta.Hablabacontantaconvicciónque se olvidó de la decepción que sufriera poco antes y, apenas vio a suabuelo,empezóagritaralegremente:

—Todavía no han venido, pero el tiempopasará rápidamente y entoncesvendrán.

Eldoctornoeraparaelabueloundesconocido,pueslaniñahabíahabladode él muchas veces. El Viejo tendió, pues, la mano al recién llegado y losaludócongrancordialidad.Luegolosdoshombressesentaronenelbancodelante de la casa, dejando un pequeño lugar paraHeidi, a la que el doctorhizo señas para que se sentara a su lado. Contó a los dos cómo el señorSesemann lo había animado para hacer el viaje y cómo él mismo habíaencontrado que la excursión le podría sentarmuy bien, porque desde hacíaalgúntiemposusaludnoeramuybuena.Luego,volviéndoseaHeidi,ledijoal oído que pronto vería llegar una cosa que había venido con él desdeFrancfort y que le causaría, seguramente, mucha más alegría que el viejodoctor.Heidisemostrómuyintrigada,yhubieraqueridosaberenseguidadequésetrataba.

El Viejo trató de convencer al doctor de que pasara allí en los Alpesaquelloshermososdíasdeotoñooque,porlomenos,subiesecadavezqueeltiempofuesebueno.Lamentabanopoderofrecerlealojamientoen lacabañaporquenohabíamediodearreglarlo.LeaconsejóquenovolvieraalbalneariodeRagatz,sinoquetomaraunahabitaciónenDörfli,porejemplo,enlaposadadelpueblo,lacual,aunquesencillaymodesta,eraagradableylimpia.Deestemodoeldoctorpodríasubirtodaslasmañanasalamontaña,loquenopodríamenos de hacerle bien, aseguraba el Viejo muy convencido, y añadió que,además, él tendría sumo placer en servirle de guía para enseñarle las partesmáselevadasdeaquellaregión,dondehallaríansitiosqueseguramenteseríandesuagrado.

Mientras,elsolhabíaidoremontándoseenelcieloyseñalabaelmediodía.Elvientosehabíacalmadoylosabetosguardabansilenciodesdehacíalargorato. El aire, que era delicioso y suave aún, a pesar de la altura en que se

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hallabalacabaña,llevabaunaagradablefrescurahaciaelbancosoleado.

ElViejoselevantóalfinyentróunmomentoenlacabaña,delacualsalióconlamesaquecolocódelantedelbanco.

—Ahora, Heidi, ve a buscar lo que hace falta para comer—dijo—. Elseñordoctorhabrádecontentarseconloquepodemosofrecerle,ysinuestracocinaessencilla,elcomedor,porlomenos,esunacosaquesepuedever.

—Soy de la misma opinión —repuso el doctor, mirando hacia el valleinundadodesol—,yaceptogustosolainvitación.Aquíarribalacomidahadesaberbien.

Heidiibayvenía,ágilcomounaardilla,yllevótodoloqueencontrabaenelarmario,porque,paraella,eraunagranalegríapoderofrecerhospitalidadaldoctor.Elabuelo,mientrastanto,preparólacolaciónynotardóensalirdelacabaña con la cacerolade leche calientey el queso tostadode colordeoro.Luegocortólargasydelgadaslonjasdecarnedeuncolorrojo,queélmismose encargaba de secar al aire. El doctor halló la comida tan excelente quedeclaróconentusiasmoqueentodoelañonohabíacomidotanbien.

—Sí,sí,esprecisoquenuestraClaravengasinfalta.Aquípuedeadquirirnuevasfuerzasy,sicomeduranteunatemporadacomoacabodecomeryo,sepondrárobustaylozanacomonolohaestadoensuvida.

Enaquelmomentoaparecióenelsenderodelvalleunhombrequellevabaungranfardo.Cuandollegódelantedelacabaña,sedetuvojadeante,dejócaersucargaentierrayaspiróanhelanteelairefrescodelamontaña.

—¡Ah,yaestáaquíloquehavenidoconmigodesdeFrancfort!—exclamóeldoctor,yselevantóparaconduciraHeidicercadelfardo.

Comenzó a deshacerlo y, cuando hubo quitado el primer envoltorio, queeraelmásgrueso,dijo:

—Ahora,pequeña,tetocaaticontinuarlaobra.Sacatúmismatustesoros.

Heidiobedecióy,amedidaqueelfardosedeshacía,contemplabaconojosasombradoselcontenido.Eldoctorseacercódenuevoy,quitandolatapadelacajagrande,enseñóaHeidiloquehabíadentro,diciendo:

—¡Fíjateenloquehayaquíparaquelaabuelalotomeconsucafé!

Sóloentoncesrecobrólaniñaelhablayexclamófueradesídealegría:

—¡Oh,ahoralaabuelitapodrátambiéncomerpasteles!

Y se puso a saltar y a brincar alrededor de la caja; quería a todo trancevolverahacerelpaqueteparallevarlotodoalachozadelaabueladePedro.PeroelViejoseopusoydecidióqueiríamástarde,haciaelatardecer,cuando

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acompañasenaldoctor.Heidivolvióalaobra;notardóendescubrirelsaquitodetabacoylollevóenseguidaalabuelo,elcualsemostrómuysatisfechoyen seguida llenó su pipa con parte del regalo. Luego, los dos hombres,sentados enelbancoy lanzandoambosgrandesnubesdehumo, empezaronunaanimadaconversación,mientrasHeidiibayveníasincesardeunoaotrodesustesoros.Deprontosedirigióalosinterlocutores,secolocódelantedesu amigo y, cuando advirtió una pausa en la conversación, declaró en tonoperentorio:

—No, eso nome ha causadomás alegría que la llegada demi amigo eldoctor.

Losdoshombresnopudieronmenosdeecharseareír,yeldoctorasegurómuyformalmentequenolohubiesecreído.

Cuandoelsolestabaapuntodedesaparecerdetrásdelasaltascumbresdelas montañas, el visitante se levantó para descender a Dörfli, donde habíadecididobuscarsealojamiento.Elabuelo tomólacajade lospastelesdebajodel brazo, así como el enorme salchichón y el chal, mientras que Heidi secogiódelamanodesuamigo,yasíbajaronlostreshastalachozadePedro,elcabrero, donde se despidieron. Heidi debía entrar a ver a la abuela y allíesperaría el regreso delViejo, que quería acompañar al doctor hastaDörfli.Cuando el doctor tendió lamano a la niña para despedirse de ella,Heidi ledijo:

—¿Legustaríasubirmañanaalosprados,conlascabritas?

—Muybien,Heidi,iremosjuntos—respondióaquél.

Losdoshombres continuaron su caminoyHeidi entró en la chozade laabuela.Primerollevóallí,nosingrandesfatigas, laenormecajadepasteles;luego se vio obligada a volver a salir, porque el abuelo había colocado lascosasdelantedelapuerta,parabuscarelsalchichónyelchal.Llevólastrescosaslomáscercaposibledelaabuelaparaqueéstapudieratocarlasconlamanoydarsecuentadeloqueeran.Encuantoalchal,ellamismaselocolocósobrelasrodillas.

—TodoestovienedeFrancfort,departedeClaraydesuabuela—explicóa la asombrada anciana y a Brígida, a quien la sorpresa había paralizadobrazosypiernasyestabamirando,sinmoverse,cómoseesforzabaHeidiporentraraquellosgrandesobjetos.

—Pero ¿verdad, abuelita, que los pasteles te gustan mucho? Tócalos yverásquétiernosson—decíalaniña.

—Sí,sí,Heidi—respondiólaanciana—.¡Quépersonastanamables!—Ypasandonuevamente lamanosobreel suave tejidodel chal,dijo—: ¡Esto sí

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queesunacosapreciosaparaelinvierno!¡Jamásenlavidahubieracreídoqueyoibaaposeerunacosatanmaravillosa!

Heidi,sinembargo,extrañabagrandementequelaabuelaHealegrasemáspor el chal que por los pasteles. Brígida seguía admirando el salchichóngigantesco,ylomirabaconciertorespeto.Nohabíavistonuncaunembutidode aquel tamaño. ¿Era verdaderamente suyo? ¿Podría ella cortarlo? Talventuraleparecíaincreíble.Ymovíalacabezaexpresandosusdudasaldecir:

—SeránecesariopreguntaralViejoquésignificaesto.

PeroHeidirespondiósinvacilación:

—Estonosignificaotracosasinoquesehadecomer.

Enaquelmomento entróPedro en la cabaña, tropezando, como siempre,contodo.

—ElViejosubedetrásdemíyHeidihade…

Nopudocontinuar.Sumiradahabíacaídosobre lamesay,a lavistadelsalchichón,sesobrecogióde talmodoquenoencontrabapalabrasquedecir.No obstante, Heidi había entendido elmensaje inacabado y se dio prisa endespedirsedelaabuela.

Sinembargo,elViejoyanopasaba,comoantes,pordelantede lachozasinentrarasaludaralaanciana;aéstalegustabaoírelpasodeaquél,porquesiempreledecíaalgunasfrasesdeconsuelo.MasaquellanochesehacíatardeparaHeidi,quesiempreselevantabaalrayarelalba,yelabuelo,decididoaque a la niña no le faltara el descanso, se limitó a llamarla desde la puerta,deseando a la anciana que pasara buena noche. Luego cogió a Heidi de lamano,cuandoéstaseacercósaltandocomosiempre,yasícaminaronlosdosamparadosporelfirmamentollenodeestrellas,hacialaapaciblecabaña.

CAPÍTULOXVII

UNACOMPENSACIÓN.

El doctor salió al día siguientemuy demañana de Dörfli para subir encompañíadePedrohacia la cabañadelViejode losAlpes.Animadopor suacostumbrada bondad, trató repetidas veces de entablar conversación con elpastorcillo,perofueenvano;Pedrorespondíaapenasconmonosílabosasuspreguntas; era muy difícil hacerlo hablar. En vista de la inutilidad de susesfuerzos,eldoctordesistiódesuempeñoy,ensilencio,llegaronalacabaña.Heidi les aguardaba ya con sus cabritas, formando entre los tres un alegre

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grupoiluminadoporlosprimerosrayosdelsolquecaíansobrelasalturas.

—¿Vienes?—preguntóPedro,quenodejabadehacertodaslasmañanaslamismapregunta.

—Naturalmente, iré si el señordoctorvieneconnosotros—respondió laniña.

Pedro echó sobre el doctor una mirada de soslayo. En aquel momentoaparecióel abueloconelbolsode lasprovisiones.Saludóprimeroaldoctorcongranrespeto,luegoseaproximóaPedroyledioelsaquitoparaqueselocolgaraenelhombro.Pesabanlasprovisionesaqueldíamásqueotros,porqueelViejohabíaañadidounbuentrozodecarneseca,pensandoquesieldoctorencontraba agradable la estancia en los campos de pasto, tal vez le gustaríacomer con los niños allá arriba. Pedro tuvo en seguida el presentimiento dequeenelsaquitosehallabaalgoinusitado,ysurostroseanimóconunaalegresonrisa.

Inmediatamente comenzaron el ascenso a la montaña. Heidi, desde elprimermomentoseviorodeadadelascabritas,cadaunadelascualesqueríaestarmáspróximaa ellaque lasotras, y sedisputabanmutuamente el sitio.Despuésdedejarsearrastrarduranteunratoporelrebaño,laniñasedetuvoydirigióalosanimalitosestabreveexhortación:

—Ahoravais a hacer el favor de correr delante de nosotros sin volver acadapasoparaempujarme,porquedeseoiralladodelseñordoctor.¡Hala,acorrer!

YcomoBlancanievesno cesabade frotar la cabeza contraHeidi, ésta lepasó la mano suavemente sobre el dorso y le recomendó que fuera muyobediente.Despuésseabriócaminoparasalirdeentrelascabrasysecolocóalladodeldoctor,elcuallacogiódelamano.Estaveznotuvonecesidaddebuscar un tema que le sirviera de conversación, porque Heidi comenzóinmediatamenteacharlaralegremente.Teníatantascosasquecontarlealbuendoctor acerca de las cabritas y de sus excentricidades, sobre las flores, lasrocas, lospajaritos,queel tiempopasó sinque sedierancuentaypronto sehallaronenelcampodondelascabrassolíanpacer.Durantelasubida,Pedrohabíalanzadoaldoctorconstantementemiradasdesoslayo,tanfuriosas,quebien hubieran podido causarle miedo, pero afortunadamente no las habíaadvertido.

Heidicondujoasuamigoalsitiodondeellasolíasentarseparacontemplarlasmontañas y el valle, sitio que prefería a todos los demás.Allí se sentó,comodecostumbre,yeldoctorsecolocóasulado,sentándosetambiénsobrelasoleadahierbadelprado.

Laradianteluzdeunamañanadeotoñoenvolvíaconsusrayosdeorolas

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cimas de la montaña y el gran valle verdeante. De los prados situados enplanosmásbajossubíaeltintineodelascampanitasdelosrebaños,cuyodulcesonidodabauna impresióndebienestarydepaz.Enfrentebrillabanconmildestellos lasgrandessábanasdenieve,yelFalknerelevabasumasaderocagrisáceaymajestuosahasta elmismoazuldel cielo.Labrisade lamañana,fresca y deliciosa, mecía suavemente las últimas campanillas que quedabanentre la hierba y que parecían mover gozosas sus corolas al calor del sol.Sobre ellos se cernía el ave de rapiña describiendo grandes círculos, peroaqueldíanogritaba,sinoque,con lasalasextendidas,volabacon lentitudatravésdelespacioazulado.Heidigiraba lavistaen tornoycontemplabaconalegríaelcieloazul,losrayosdelsolyelfelizpájaroenlosaires.Todoeratanbello,tanhermoso,quelosojosdelaniñasellenabandefelicidad.Sevolvióhaciasuamigoparaasegurarsedequetambiénélveíatodasaquellascosas.Eldoctorhabíapermanecidohastaentoncessilenciosoypensativo,mascuandoviolosojosradiantesdealegríadelaniña,dijo:

—Sí,Heidi,aquíarribasepodríaestarmuybien.Massisetieneelcorazónllenodetristeza,¿cómosehadehacerparagozardetantabelleza?

—¡Oh, oh! —exclamó Heidi alegremente—, aquí no se tiene nunca elcorazóntriste,esosólosucedeenFrancfort.

Enelrostrodeldoctoraparecióunasonrisafugaz.

—Ysi unovienedeFrancfort—dijo—y trae la tristeza consigo a estasmontañas,¿quéremediopropondrías,Heidi?

—Pues no haymás que decírselo a Dios Nuestro Señor cuando uno nosabequéhacer—respondióellaconconfianza.

—Sí,hijamía,tuideaesexcelente—repusoeldoctor—,perocuandohasidoÉlquiennoshaenviadoloquenosentristeceynoshaceinfelices,¿quéselepuededeciraDios?

Estapreguntahizo reflexionaraHeidi,mascomoellaestabaplenamenteconvencidade queDios nos ayuda en todas nuestras tribulaciones, buscó larespuestaenalgúnhechoquelosucedieraaellamisma.

—Entonces es preciso esperar —dijo al fin con aplomo— y pensarsiempre:«Diossabeyaquéalegríamemandarádespuésdeestatristezamía».Debemos tener siempre paciencia y no desesperar jamás. Porque de prontosucede algo y nos damos cuenta de queDios ha tenido siempre algo buenoreservadoparanosotros.Perocuandounoseempeñaennoversinolascosasporelladotriste,parecequetodohayadesersiempreasí.

—Acabasdedecirunagranverdad,queridaHeidi;noteolvidesnuncadeella—dijoeldoctor.

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Durante algún tiempo, el doctor siguió contemplando en silencio lasformidablesmasasderocasquelesrodeabanportodaspartesyelverdevalleiluminadoporelsol;luegoprosiguió:

—Mira, Heidi; se puede estar sentado aquí en este mismo sitio y tenersobrelosojosunespesoveloatravésdelcualnopenetratodaestabellezaqueves. Entonces el corazón se entristece más todavía, puesto que todo es tanhermoso.¿Túcomprendesesto?

Al oír tales palabras,Heidi sintió una impresión dolorosa en el corazón.Aquelveloespesosobrelosojos,delquehablabaeldoctor,lerecordabaalaabueladePedro,quenopodíaverelsolni todaslasdemáscosasbellasquehabíaenelmundo.Eraelsuyoundolorquesedespertabacongranfuerzaensu corazón cada vez que le acudía esta idea. Esta vez el recuerdo la habíasorprendidoenplenaalegría,porloquesequedóunmomentosinhablar.Masalfinrespondiógravemente:

—Sí, locomprendo.Peroyaséquéhayquehacerentonces:esnecesariorepetirlascancionesdelaabuela,quehacenqueunoveaotravezclaramente;aveces,tanclaramente,queunosevuelveotravezalegre;loséporqueasímelohadicholaabuela.

—¿Quécancionessonésas,Heidi?—preguntóeldoctor.

—Yoconozcosolamenteaquelladelsolydelhermosojardín;sétambiéncuálessonlasestrofasquelegustanmásalaabuelita,porquesiempremelashaceleertresvecesseguidas.

—Muybien,dimepuesesasestrofas;megustaríaescucharlas—contestóeldoctor,incorporándoseparaoírmejor.

La niña juntó las manos y, después de haber reflexionado un instante,preguntó:

—¿Hedeempezarallídondelaabuelitadicequeesolellenaelcorazóndenuevaconfianza?

Eldoctorhizounaseñaldeafirmación.Heidiempezó:

Deja,dejasintemor

queobre,rijaygobierne

lasantavoluntaddel

quetodolopuede.

Cuandolleguelahora

delbienestarceleste,

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comprenderássuamor,

siahoranolo

comprendes.

Acasotardeendarteel

alivioquequierasyatus

gritosdeangustia

atenciónnopreste.

Sinmostrarnoselrostro

yrehuyéndonossiempre,

susauxiliosbenditosque

nosniegueparece.

Masresistelapruebay

fielaÉlpermanece,que

alfinsudulcemano

veráscómotetiende

descargandotupecho

deldolorqueahora

sienteyllenandotualma

deunapazceleste.

Heidisedetuvodeprontoporquenoestabamuyseguradequeeldoctorlahubieseescuchadohastaelfinal.Éstesehabíapuestolasmanosdelantedelosojosypermanecíaasísinhacerelmásligeromovimiento.Laniñasedijo,alverlo de aquelmodo, que bienpodría ser que su amigo se hubiese quedadodormido y que si al despertar deseaba oír otras estrofas de la canción notendríasinoquerecitárselasotravez.

Todo era silencio a su alrededor.El doctor no decía nada, pero tampocodormía.Lavozdelaniñahabíadespertadoenélelrecuerdodeunpasadomuylejano. Veíase nuevamente de niño al lado del sillón de su madre; ésta lorodeabaconunbrazoy ledecía la cancióncuyas estrofasHeidi acababaderecitar,canciónqueélnohabíaescuchadodesdehacíamucho tiempo.Creíaescuchar lavozdesumadre,vioquesusojosseposabanenélcon ternura;cuandocesólaniñaderecitar,elbuenseñoroyócomosilavozamadadesumadrelemurmurasealoídolaspalabrasdeaquellejanopasado.Muchodebíaagradarle escuchar aquellas palabras, y recordarlas en su memoria, porque

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siguióunlargoratoasí,inmóvil,elrostroocultoentrelasmanos.Cuando,alfin,saliódesuensimismamiento,vioqueHeidilocontemplabaconmiradadesorpresa.Eldoctorcogiólasmanosdelaniñaentrelassuyas.

—Heidi,lacanciónquemehasrecitadoesmuyhermosa—dijoconacentomásalegrequeantes—.Volveremosaquímuchasvecesyme la recitarásdenuevo.

Durante aquel tiempo, Pedro había tenido bastante trabajo en dar riendasueltaasuindignación.HacíamuchosdíasqueHeidinohabíavenidoconélaloscamposdepastosy,ahoraquepor finestabaallí,eseseñorde laciudadpermanecía todoel tiempoasu lado,yélnopodíaacercársele.Sudespechoeragrande.Seaproximópordetrásysedetuvoaalgunadistanciadeldoctor,elcualnopodíaverloynosedabacuentadenada;Pedrolevantóhaciaélunpuñoagresivo, luegolosdos,ycuantomástiempopermanecíaHeidial ladodesuamigo,más terribleseran lasseñalesquePedroenviabaaéstecon lospuñoscerrados.

Mientras tanto, el sol había alcanzado en el cielo la altura que indica lallegadadelmomentodecomer,yPedro,queconocíamuybienlahoraporlasituacióndelsol,exclamócontodassusfuerzas:

—¡Lahoradecomer!

Heidi se levantó para ir a buscar el saco de provisiones a fin de que eldoctor pudiera comer en el mismo sitio donde se hallaba sentado. Pero suamigodeclaróquenosentíaapetitoyquesolamentequeríabeberunvasodeleche,despuésdelocualdeseabapasearseunpocoporlamontañaysubiraúnmásarribadedondesehallaban.Heidisediocuentainmediatamentedequeellatampocoteníahambre,dequetambiénpreferiríabebersolamenteunvasode leche y acompañar al doctor montaña arriba, hasta las grandes rocascubiertasdemusgo,muycercadel lugardondeporpoco secaeCascabel alprecipicioydondecrecenlashierbasmásaromáticas.LaniñasedirigióhaciaPedro, le explicó lo que sucedía y le ordenó que ordeñara aBlanquita parallenardosvasosdeleche,unoparaelseñordoctoryotroparaella.Pedro,muysorprendido,contemplóunmomentoaHeidi,yluegopreguntó:

—¿Yparaquiénesloquehayenelsaco?

—Parati,siloquieres—respondióella—,perohazelfavordedarteprisaconlaleche.

EnsuvidahabíaPedrocumplidounaordenconlaprestezaconquerealizólaqueHeidiacababadedarle;mientrasordeñabalacabra,nopensabamásqueen el contenido del saco de provisiones, que aún no conocía. Cuando suscompañerossehallabanocupadosenbebertranquilamentelossendosvasosdeleche,elpastorcilloabrióelsacoyexaminóelcontenidoconrápidayávida

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mirada; al ver el gran trozode carne seca, un estremecimiento de alegría lerecorrióelcuerpoy tuvoqueasegurarseconotramiradadequenosehabíaequivocado.Luegohundiólamanoenelsacoparaextraereltrozoapetecido.Mas,depronto,laretirócomosisintieraqueleestabaprohibidohacerloquepensaba.Habíarecordadoque,nohacíamucho,estabadetrásdelseñordoctoramenazándoloconlospuños,yahoraelamenazadoleregalabalamaravillosacomida destinada para sí. Pedro se arrepintió de su proceder, pues tenía laimpresión de que aquel hecho le impedía tomar el magnífico regalo ysaborearlo. Súbitamente dio un salto y volvió corriendo al sitio donde antesestuviera sentado.Una vez allí, levantó ambasmanos en alto, bien abiertas,comoindicandoquelaamenazadelospuñoscerradosnohabíadevaler;asípermaneció largoratohastaque tuvo lasensacióndequeelmalyaquedabareparado.Despuésvolvióbrincandohaciaelsitiodondedejaraelsacodelasprovisionesy,conlaconcienciatranquila,seentregódecorazónadisfrutardetanexcepcionalcomidaquelasuertelehabíadeparado.

El doctor y Heidi se habían paseado largo tiempo por la montaña,entreteniéndose admirablemente, hasta que el primero advirtió que habíallegadoyaelmomentodedescenderalvalle.Expresóel convencimientodeque su pequeña amiga desearía sin duda quedarse el resto de la tarde conPedro y las cabras. Mas Heidi dijo que no pensaba hacer tal cosa, porqueentonces el señor doctor tendría que descender la montaña completamentesolo. La niña se empeñó en acompañarlo hasta la cabaña de su abuelo, yquizásunpocomáslejos.Deaquíquelosdospartierancogidosdelamano;Heidicontabaasuamigomilcosasdivertidasyleseñalabalossitiosenquelascabritaspreferíanpacer,dondeenveranocrecían losdientesde león, lasblancasmayas,lasrojasamapolasyotrasmuchasflores.Heidiconocíatodossusnombresporqueelabuelitose loshabíahechoaprender.Alfineldoctordeclaró que había llegado el momento de separarse.Muy cariñosamente sedespidiódelaniñaycontinuósucaminoporlapendientedelvalle.DetiempoentiemposevolvíaysiempreveíaaHeidienelmismositio,siguiéndoleconla mirada y haciéndole señas con la mano, como en otro tiempo hacía supropiahijaquerida,cuandosupadresalíadecasa.

Eraunmesdeseptiembredulceyllenodesol.Todaslasmañanassubíaeldoctor hasta la cabaña y desde allí emprendían, casi inmediatamente, bellasexcursiones.Frecuentemente leacompañabaelViejode losAlpes,y losdossubíanmuchomásaltotodavía,hastalascimasrocosasdondesebalanceabanlos viejos pinos batidos por el viento y en cuya vecindad debía de tener sunidoelavederapiña,puesvolabamuchasvecesgritandosobresuscabezas.

Hallaba el doctormuygrata la conversación de su guía y no salía de suasombroaladvertir laexactitudconqueelViejoconocía todas lasplantasyhierbasdeaquelloscontornos.Entodaspartessabíaencontrarcosasútilesyde

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todo sacaba partido: de los abetos resinosos, de las agujas olorosas de lospinos, delmusgo rizado que crecía entre las raíces viejas de los árboles, detodas las plantas, al parecer insignificantes, y de las finas hierbas que dabaaquelfértilsuelodelasaltasmontañas.

DelmismomodoconocíaelViejodelosAlpeslavidaylascostumbresdelosanimalespequeñosygrandesquehabíaenlamontañaycontabaaldoctorlas cosas más divertidas acerca de aquellos habitantes de las rocas, de lascavernas y de los pinos y abetos. Durante tales excursiones, el tiempotranscurría rápidamente para el doctor, y muchas veces, llegada la noche,cuandosedespedíadelabuelodeHeidiconuncordialapretóndemanos, lerepetíaloqueyahabíadichootrasveces:

—Querido amigo, nunca me separo de usted sin haber aprendido algonuevo.

Otrasveces,sinembargo,ygeneralmentelosdíasmáshermosos,eldoctorpreferíapasearseconHeidi.Ibanentoncesaestablecerseenlapraderadeloscampos de pastos donde pasaron el primer día. Heidi repitió al doctor lascancionesque tanto legustabaoír,mientrasquePedro, a ciertadistanciadeellos,permanecíasilencioso,perocompletamenteapaciguadoy tranquilo;yanosoñabaenamenazarconlospuñoscerradosalseñordoctor.

Así transcurrióaquelhermosomesdeseptiembre.Unamañanaeldoctorllegóalacabañaconelsemblantemenosalegrequeotrasveces:eraaquélsuúltimo día en la montaña —dijo—, porque se veía obligado a regresar aFrancfort,cosaquelecausabaungranpesar,puestoquehabíacobradocariñoalosAlpes.EstanoticiacausótambiénpenaalViejo,porquehabíadisfrutadomuchoconlasociedaddeldoctor.EncuantoaHeidi,sehabíaacostumbradoyadetalmodoavertodoslosdíasasuqueridoybondadosoamigo,quenoquería admitir que esta costumbre había de terminar tan súbitamente. Elevóhaciaélunamirada inquietae interrogante,masenseguidasediocuentadeque era verdad. El doctor se despidió afablemente delViejo de losAlpes ypreguntó a Heidi si quería acompañarle un poco montaña abajo. Heididescendió,pues,conél,cogidadesumano,ellargosendero,ynoqueríacreerquesuamigopartíadeveras.Alcabodeunrato,eldoctorsedetuvo,dijoaHeidi que ya le había acompañado bastante lejos y que era hora de quevolviera a subir.Pasó lamano suavementey repetidasveces sobre la rizadacabelleradelaniña.

—Ahora, Heidi, es preciso que me vaya —dijo—. ¡Ojalá pudiera yollevarteconmigoytenerteamiladoenFrancfort!

Heidi,alconjurodeaquelnombredeFrancfort,vioalzarseantesusojoslaciudaddeincontablescasasdepiedra,suscallesempedradas,ypensótambiénen laseñoritaRottenmeieryenTinette.Deaquíquerespondieraconalguna

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vacilación:

—Megustaríamuchomásqueustedvinieraavivirentrenosotros.

—Es verdad, tienes razón, vale mucho más. Adiós, pues, Heidi —respondióeldoctor,ofreciéndolelamano.

Laniñapusoenella lasuyay levantóel rostrohaciaelamigoque ibaapartir. Los dulces ojos que lamiraban llenáronse de lágrimas; de pronto, eldoctorsevolviórápidamenteybajóelsenderoconpresteza.

La bondadosa niña permaneció inmóvil en elmismo sitio. Las lágrimasque había visto en aquellos ojos, siempre tan llenos de dulzura, laconmovieronprofundamente.Súbitamenteseechóalloraryseprecipitótraselviajerogritandoconvozentrecortadaporlossollozos:

—¡Señordoctor!¡Señordoctor!

Éste sedetuvoy sevolvió.Heidi lo alcanzópronto; las lágrimas corríanvivasporlasmejillasdelaniñay,entresollozos,exclamó:

—YoquieroirenseguidaaFrancfortyquedarmealladodeustedtodoeltiempoquedesee,peroesprecisoquevayaantesadecírseloalabuelito.

Eldoctoracaricióalaniñayprocurócalmarsuexcitación.

—No,hijamía—dijoconelmayorafecto—,ahorano.Esnecesarioquetequedesaquíaviviralladodelospinos,alairelibre,porquepodríascaerotravezenferma.Peroescuchaloquevoyapedirte:siencualquiermomentomehallarayoenfermoysolo,¿querríastúvenirypermaneceramilado?¿Puedocontarconqueentoncestendréaalguienquecuidedemíymequiera?

—Sí,sí,yoiréelmismodíaquememandellamar.Yolequierocasitantocomoamiabuelito—afirmólaniñasincesardeverterlágrimas.

El doctor le estrechó otra vez la mano y se puso inmediatamente encamino.PeroHeidi,depieenelmismositio,continuabahaciéndoleseñasconla mano hasta que no quedó de su amigo más que un punto negro enlontananza.Cuando el doctor se volvió por últimavez para contemplar a laniña y a la hermosa montaña de los Alpes, toda bañada por un solesplendoroso,sedijoenvozbaja:

—¡Québienseestáalláarriba!Allíesdondesedesvanecenlosmalesdelcuerpoylosdelalma,ydondesevuelveaamarlavida.

CAPÍTULOXVIII

UNINVIERNOENDÖRFLI.

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LanieveestabatanaltaalrededordelacabañadelViejodelosAlpes,quelasventanasparecíanhallarsealmismoniveldelsuelo;todalaparteinferiorde la casa quedaba invisible y también la puerta había desaparecido bajo lanieve. Si elViejo hubiese vivido aún en la cabaña, hubiera debido hacer lomismoquehacíatodaslasmañanasPedrodelantedelachozaqueleservíadecobijoaél,asumadreyasuabuela.Cadamañanaveíaseobligadoasaltarporlaventanay,sidurantelanochenohabíahelado,elmuchachosehundíatantoenlablandanieve,quenopodíasalirdeellasinomoviendovigorosamentelacabeza,brazosypiernas.EntoncessumadreleentregabaunagranescobaconlacualPedrobarríaelcaminohastalapuerta.Allíleesperabaeltrabajomáspesado,porqueeraprecisovalersedeunapalaparaapartar losmontonesdenieve,pues,siéstaestabablanda,alabrir lapuertahabíael riesgodeque lamasacayeradentrodelacocina,ysisehelaba, lapuertaquedabaobstruida,todavezquenoeraposibleabrirsecaminoatravésdelamasaheladadenieve,y sólo Pedro podía saltar por la pequeña ventana. La época de las grandesheladastraíaconsigograndesfacilidadesparaelmuchacho.CuandosumadrelomandabaaDörfli,elchicosaltabaporlaventanasobrelanieveheladaquese extendía por todas partes como un vasto manto; luego su madre, por elmismositio, le entregabaunpequeño trineo,yPedrono teníaotra cosaquehacerquesentarseencimayponerloenmarchadejándolodeslizarpordondequisiera.Nopodíadejarde llegarabajo,porque toda lamontañanoerasinounainmensapistadehielo.

El Viejo, sin embargo, no pasaba aquel invierno en los Alpes. Habíacumplidosupalabray,desdelacaídadelasprimerasnieves,habíacerradolacabañayelestabloparadescenderaDörfliconHeidiylasdoscabritas.Enlascercaníasdelaiglesiaylacasaparroquialexistíaungranedificioqueenotrostiempos fue mansión señorial, según podía verse por más de un indicio,aunque el caserón hallábase medio derruido. Esta casa había pertenecidoantiguamente a un valiente militar que se distinguió por su bizarría en elejércitoespañol,enelcualsealistó,acumulandodespuésgrandesriquezas.Deregreso aDörfli, su pueblo natal,mandó construir unamagnífica casa,masapenas había vivido algún tiempo en el pueblo, empezó a sentir un tedioirresistible:echabademenoselajetreodelmundoalquedurantetantotiempose hallara acostumbrado. Salió, pues, nuevamente de Dörfli y nunca másvolvió. Cuando, al cabo de muchos años, se tuvo la certeza de que habíafallecido, uno de sus parientes, que vivía en aquel valle, le sucedió en laposesióndesusbienes.Lamansiónsehallabayaentoncesbastantederruida,ycomo el nuevo propietario no quiso hacer las necesarias reparaciones, elAyuntamientosolíaalquilarlaa familiaspobresquenopodíanpagarsinounalquilermuypequeño;cuandoalgunaparedseveníaabajo,nadiesecuidabade volver a levantarla.Así pasaronmuchos años.Al volver elViejo de los

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AlpesaDörfliconsuhijoTobías,alquilólacasaenruinasyseestablecióenella.Cuandomuchosañosdespuésseretiróalamontaña,elantiguocaserónpermaneciódesocupado,porquenosepodíavivirenélmásqueacondiciónde prevenir los nuevos derrumbamientos, reparando cuidadosamente lasgrietasylosagujerosamedidaqueibanapareciendo.ElinviernoeralargoyrigurosoenDörfli.Elvientosoplabafuertementealrededordelcaserónyportodaspartespenetrabaenlasgrandessalas,apagandomuchasveceslasluces,y lapobregentequeenélvivía lopasababastantemal.NoasíelabuelodeHeidi, porque sabía arreglárselas mejor. Desde el mismo momento en quedecidiópasarelinviernoenDörfli,alquilódenuevolacasaenruinas,bajandoconfrecuenciaduranteelotoñoparahacerenellalasnecesariasreparaciones.Luego,haciamediadosdeoctubre,seestableciódefinitivamenteconHeidienelcaserón.Alpenetrareneledificioporlaparteposterior,seentraba,primero,enunasalamuyamplia,unadecuyasparedesfaltabaporcompletoylaotraexistíasóloenparte;veíaseenéstatodavíaunaventanaojival,cuyosvidrioshabíandesaparecidohacíamuchosañosypor lacual trepabavigorosamenteunamarcha dejándolo deslizar por donde quisiera.No podía dejar de llegarabajo,porquetodalamontañanoerasinounainmensapistadehielo.

El Viejo, sin embargo, no pasaba aquel invierno en los Alpes. Habíacumplidosupalabray,desdelacaídadelasprimerasnieves,habíacerradolacabañayelestabloparadescenderaDörfliconHeidiylasdoscabritas.Enlascercaníasdelaiglesiaylacasaparroquialexistíaungranedificioqueenotrostiempos fue mansión señorial, según podía verse por más de un indicio,aunque el caserón hallábase medio derruido. Esta casa había pertenecidoantiguamente a un valiente militar que se distinguió por su bizarría en elejércitoespañol,enelcualsealistó,acumulandodespuésgrandesriquezas.Deregreso aDörfli, su pueblo natal,mandó construir unamagnífica casa,masapenas había vivido algún tiempo en el pueblo, empezó a sentir un tedioirresistible:echabademenoselajetreodelmundoalquedurantetantotiempose hallara acostumbrado. Salió, pues, nuevamente de Dörfli y nunca másvolvió. Cuando, al cabo de muchos años, se tuvo la certeza de que habíafallecido, uno de sus parientes, que vivía en aquel valle, le sucedió en laposesióndesusbienes.Lamansiónsehallabayaentoncesbastantederruida,ycomo el nuevo propietario no quiso hacer las necesarias reparaciones, elAyuntamientosolíaalquilarlaa familiaspobresquenopodíanpagarsinounalquilermuypequeño;cuandoalgunaparedseveníaabajo,nadiesecuidabade volver a levantarla.Así pasaronmuchos años.Al volver elViejo de losAlpesaDörfliconsuhijoTobías,alquilólacasaenruinasyseestablecióenella.

Cuandomuchos años después se retiró a lamontaña, el antiguo caserónpermaneciódesocupado,porquenosepodíavivirenélmásqueacondiciónde prevenir los nuevos derrumbamientos, reparando cuidadosamente las

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grietasylosagujerosamedidaqueibanapareciendo.ElinviernoeralargoyrigurosoenDörfli.Elvientosoplabafuertementealrededordelcaserónyportodaspartespenetrabaenlasgrandessalas,apagandomuchasveceslasluces,y lapobregentequeenélvivía lopasababastantemal.NoasíelabuelodeHeidi, porque sabía arreglárselas mejor. Desde el mismo momento en quedecidiópasarelinviernoenDörfli,alquilódenuevolacasaenruinas,bajandoconfrecuenciaduranteelotoñoparahacerenellalasnecesariasreparaciones.Luego,haciamediadosdeoctubre,seestableciódefinitivamenteconHeidienelcaserón.

Alpenetrareneledificioporlaparteposterior,seentraba,primero,enunasalamuyamplia,unadecuyasparedesfaltabaporcompletoylaotraexistíasóloenparte;veíaseenéstatodavíaunaventanaojival,cuyosvidrioshabíandesaparecido hacía muchos años y por la cual trepaba vigorosamente unaplantaenredadera.Elespesofollajellegabahastaeltecho,quesehallabaaúnlosuficientementeintactoparaquefuerafácilreconocerqueaquellasalahabíasido, en otros tiempos, una capilla. Desde allí se pasaba, sin necesidad decruzarpuertaalguna,aunvastovestíbuloenelquequedabanaúnrestosdelashermosaslosasdelantiguopavimento,entrelascualescrecíaespesalahierba.Losmurosestabantambién,enparte,derruidosy,sindosgrandespilaresquesostenían lo que aún quedaba del techo, hubiérase podido temer que losúltimos trozos iban a precipitarse sobre la cabeza del que cruzara aquellaestancia en ruinas. En ella, el Viejo había hecho una especie de jaula demadera;cubrió,además,elsueloconunaespesacapadepaja,ydestinóaquelantiguovestíbuloacobijara lascabritas.Luegohabíauna largasucesióndepasillosmedioderruidostambién,porcuyasbrechasseveía,aveces,elcieloazul, y otras, el prado o la linde del camino. En la fachada principal de lamansiónhabíaunagranpuertaderoble,sólidamentefijaensusgoznes,quedabapasoaunavastasalatodavíaenbuenestado;lascuatroparedesestabanrevestidasdemadera,aúnintacta;enunodelosángulossealzabaunaenormechimeneadepiedra,cubiertadeazulejos,quealcanzabacasieltecho.Lalozaestabadecoradaconpinturasazulesquerepresentaban:aquíuncazadorconunperro,allíuntranquilolagobordeadodeespesoscastaños,yenotrolugaraunpescadorsentadoenlaorilladelrío, tirandolejosdesíelhilodepescar.Unbancodemaderarodeabalaestufademodoqueofrecíacómodoasientoalquequisieracontemplarlaspinturasdelosazulejosoestudiarlasdecerca.EstofueloqueinmediatamentellamólaatencióndelapequeñaHeidi.Apenasentróenlasala,acompañadadesuabuelo,corrióenderechurahacialachimeneayseinstalóenelbancoparacontemplarlosdibujos.Aldeslizarselentamenteporelbancoparadarlavueltaporlaenormeestufa,otrodescubrimientoabsorbiótodasuatención:enelgranespacioquequedabaentrelaparedylachimeneahabíacuatrotablasdemadera,cuyaformaseparecíamuchoaunmarcoparaguardarmanzanas,peronoconteníaestafruta;aquelloera,sindudaalguna,el

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lechodeHeidi,casiexactamenteigualalqueteníaenlacabaña,esdecir,ungranmontóndehenocubiertoporuna sábana, yun saco aguisade colcha.Heidibrincódealegría.

—¡Oh,abuelito! ¡Éstaesmihabitación! ¡Québien seestáaquí!Pero tú,¿dóndevasadormir?

—Eraprecisoquetucamaestuviesecercadelaestufaparaquenotengasfrío —dijo el abuelo—. La mía está aquí al lado. Si quieres venir, te laenseñaré.

Heidiatravesólagransalasaltandoybrincando,ysiguióalabueloporunapuerta que daba a una habitación más pequeña en la que el Viejo habíainstaladosu lecho.Enel fondode laestanciahabíaunapuertaqueHeidi seapresuróaabrir: asombrada, sedetuvoenelumbraldeuna inmensacocina,tan grande como jamás había podido imaginar otra igual. En aquellahabitaciónhabía realizadoelViejo laverdaderaobradereparación,yaún lequedabamuchoquehacerparacerrar todas lasrendijasygrietaspor lasqueentrabaelviento.Habíafijadoenlasparedestantastablasdemadera,quelahabitación parecía contener gran número de armarios. La gran puerta de lacocinahabía sido también reparadapormediodealambresydeclavosparaqueseabrieseycerrasefácilmente;habíasidomuynecesariaestareparación,pueslapuertadabasobrelapartedeledificioqueestabamásenruinasyenlaquecrecíatodaclasedemalezayanidabantranquilamenteinsectosylagartos.

LanuevacasafuemuydelagradodeHeidi.Aldíasiguiente,cuandollegóPedroparavercómoibanlascosasenelnuevodomiciliodesuamiguita,éstasehallabayamuyfamiliarizadacontodoslosrinconesyescondrijosypudo,sindificultadalguna,conduciralchicoparaque loviera todo;no ledejóunmomentode reposohasta quehubo examinado todas las cosas notables queencerrabalaviejamansiónseñorial.

Heididormíamuybienensurincón,detrásdelaestufa,peroalamañanacreía siempredespertar en la cabañade losAlpesy le parecía quehabía delevantarserápidamenteparaabrirlapuertayversieralanievelaque,acausadesupesosobrelasramas,hicieraenmudecerasusviejosamigoslospinos.Norecordabaellugardondesehallabahastahabergiradolavistalargoratoentornodelahabitacióny,cadavezqueleasaltabaeltemordenoencontrarseyaenlamontaña,sentíaquealgoleoprimíaelcorazón.Perocuandooíaquesuabuelo hablaba a las dos cabritas y advertía el alegre balido de éstas, queparecíandecirle:«Dateprisa,Heidi,yvenavernos»,laniñacomprendíaquesehallabarealmenteensucasaysaltabaalegrementedel lechoparavestirseenseguida.

Sin embargo, al cuarto día de su estancia en la nueva casa, Heidi, muypreocupada,dijoasuabuelito:

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—Hoy es absolutamente preciso que suba a ver a la abuelita, no puedodejarlasoladurantetantotiempo.

Maselabuelonoeradelmismoparecer.

—Nihoynimañanapodrásir—contestó—.Haydosmetrosdenieveenlamontaña,yaúnsiguenevando.Pedro,queesunmuchachofuerteyrobusto,tiene su trabajo para poder hacer el camino, pero una niña como tú, tanpequeñita,severíaenvueltaenlanieveenunabrirycerrardeojos,ynuncatevolveríanaencontrar.Aguardahastaquehayahelado;entoncespodrásandartodoloquequierassobrelanieveendurecida.

La idea de esperar causó a la niña, al principio, un gran disgusto. Perotantas eran sus ocupaciones y distracciones durante el día, que el tiempotranscurría sin que se diera cuenta.Heidi iba todas lasmañanas y todas lastardes a la escuela de Dörfli, donde aprendía con ardor todo lo que leenseñaban.

EncuantoaPedro,apenassiloveíaenlaescuela,porquecasinuncaiba.Elmaestroeraunhombreindulgenteysecontentabacondecirdecuandoencuando:

—Parece que Pedro tampoco viene hoy. Es una lástima, porque leconvendríamuchoacudirconmásasiduidadaclase,pero tambiénesverdadque debe de haber mucha nieve en la montaña y, seguramente, no habrápodidosalirdecasa.

Noobstante,hacia lacaídade la tarde,cuando laescuelaestabacerrada,Pedrohallabafácilmenteunmedioparasalir,apesardelanieve,yhacerunavisitaaHeidi.

Alcabodealgunosdías,elsolvolvióalucirenelcieloeinundóconsusrayoselalbomantodelanieveconqueestabacubiertadetierra.Peroelsolseponíamuy tempranopor la tardeydesaparecíadetrásde lasaltasmontañas,comosinolegustaracontemplarlatierramásquecuandotodoreverdecíayestabaenflor.Apenasempezóaoscurecer,apareciólaluna,grandeybrillante,y durante la noche daba claridad a los vastos campos de nieve; luego, a lamañana siguiente, los Alpes resplandecían de nuevo como un inmensodiamante.

Cuando Pedro quiso proceder como los días anteriores y saltar por laventana sobre la nieve caída durante la noche, la cosa no sucedió comoesperaba.Enlugardecaersobreunablandaydensacapadenieve,sucuerpochocó contra la superficie endurecida a causa de la helada y, cogido desorpresa,sedeslizóuntrechoporlapendientedelamontañacomountrineosingobierno.Cuandoalfinlogróponerseenpie,dioconeltacóndesuzapatofuertesgolpesen lacapadenieveparaaveriguarexactamente lacausade lo

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queacababadeacaecer.

Apesardelosgolpes,nolograbaarrancarniuntrocitodenieveytuvoquedarseporconvencidodequetodalamontañaestabacubiertadehielo.Prontoseconsolóconestehecho,porquerecordabaqueHeidihabíaprometidosubira ver a la abuelita en cuanto la nieve estuviese dura. De aquí que volvieserápidamentealacabaña,bebiesedeuntragosutazóndeleebe,semetieseuntrozodepanenelbolsilloyexclamase:

—Hedeiralaescuela.

—Bien,bien,veyaprendemucho—respondiósumadreparademostrarsuaprobación.

Pedro salió por la ventana —pues la puerta se hallaba definitivamenteobstruida por la nieve helada—; arrastraba tras de sí su trineo, en el cualmontóyselanzóporlapendiente.Ibacomounrayoy,cuandollegócercadeDörfli,desdedondelapendienteseprolongabahastalaciudaddeMayenfeld,elmuchachonosedetuvo,sinoquecontinuóelviajeentrineoporquecreyóque sería peligroso hacer un esfuerzo para detener el vehículo. Descendió,pues,hastaelllano,dondeelvehículosedetuvoporsísolo.Pedrosepusoenpieymiróentornosuyo.LafuerzadeimpulsióndelabajadalohabíallevadomásalládeMayenfeld,yparasubiraDörfli,necesitaba,cuandomenos,unahora. Pedro se dijo entonces que, en todo caso, llegaría tarde a la escuela,porque ya habría empezado la clase, y que podíamuy bien tomarse todo eltiempo para desandar el camino. Así lo hizo y llegó a Dörfli precisamentecuandoHeidi,deregresodelaescuela,sesentabaalamesaparacomerconsuabuelo.Pedroentró.Leobsesionabaaquellavezunaideaysentíalanecesidaddeexpresarlaasuamiguita.

—Yaestápresa—dijo,deteniéndoseenmediodelahabitación.

—¿Quién,general?¿Sabesque teexpresasenun tonomuyguerrero?—exclamóelViejodelosAlpes.

—Lanieve—contestóPedro.

—¡Oh,québien!Ahorapodrésubiraveralaabuela—gritóalegrementeHeidi, que había comprendido inmediatamente el modo de expresarse queteníaPedro—.Pero¿porquénohas idoa la escuela?Bienhubieraspodidobajareneltrineo—añadióentonodereproche,porqueopinabaquenoestababienfaltaralcolegiocuandoeraposibleir.

—He bajado en el trineo hasta Mayenfeld y entonces era ya tarde —respondióPedro.

—Eso se llama desertar, muchacho —dijo el Viejo—, y los desertoresmerecenunbuentiróndeorejas,¿hasentendido?

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Pedro,muyasustado,dabavueltasalagorra,porquenohabíaenelmundounhombrequeleinspirasemásrespetoqueelViejodelosAlpes.

—Unjefedeejércitocomotú,habíadesentirsedoblementeavergonzadodesertando —continuó el abuelo—. Dime: si el mejor día tus cabritas seescapasen cada una por su lado y no quisieran obedecer a tus gritos, ¿quéharíasentonces?

—Lespegaría—respondióPedroconconocimientodecausa.

—Y si un muchacho se portase como una cabrita díscola y le pegasen,¿quédirías?

—¡Queloteníabienmerecido!

—Puesbien,recuerdaloquevoyadecirte:sivuelvesapasarentutrineopor delante de la puerta del colegio sin apearte y entrar, no tienesmás quepasarporestacasapararecibirloquetecorresponde.

Pedro comprendió la advertencia y vio que era él el muchachodesobedientecomounacabrita.Leaterrólaanalogíaygirólamiradaentornosuyoparaversidescubríaelinstrumentodecastigoque,ensemejantescasos,seempleabapara lascabras.Peroelabuelitocontinuóhablando,estavezentonomásafectuoso:

—Y ahora, vente a la mesa y come con nosotros. Heidi subirá luegocontigo.Estanoche,cuandovuelva,laacompañarásycenarásconnosotros.

LainesperadasoluciónparecióaPedrounaverdaderamaravillaehizounamueca que se extendió por todo su rostro, tal fue la satisfacción que sintió.ObedeciósintardanzaysesentóalladodeHeidi.Éstahabíaempezadoyaacomer, y la alegría le impidió continuar; así, pues, puso su plato con unaenorme patata y un trozo de queso tostado delante de Pedro, que ya habíarecibidotambiéndelabuelootragranporciónysehallabaasídelantedeunaverdadera muralla de comida. Pero a Pedro nunca le faltaba valor paraatreverseconella,pormuchaquefuera.

Heidiselevantóysedirigióalarmario,delquesacóelmantóndeClara.Envuelta en tan buen abrigo, tocada la cabeza con la capucha, podíaemprender ya sin temor la expedición montaña arriba. Se colocó frente aPedro,loobservóatentamenteycuandoelmuchachohubocomidoelúltimobocado,exclamó:

—Ahora,¡vámonos!

Ysepusieronencamino.

HeiditeníamuchascosasquecomunicaraPedrosobreDianayBlanquita.Le contó que el primer día ninguna de las dos había querido comer en su

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nuevoestablo,quehastalanochehabíanpermanecidoconlacabezabaja,sinexhalarelmenorbalido.Heidihabíapreguntadoentoncesalabuelitoporquélascabrasseportabandeaquelmodo,yélcontestóquelespasabalomismoque le pasó a Heidi cuando se hallaba en Francfort, porque también era laprimera vez que los dos animalitos habían salido de la montaña donde secriaron.

YHeidiañadió:

—¡Oh,sisupieses,Pedro,lapenaquedaeso!

Losdosniñoscasihabían llegadoarribasinquePedrohubieseabierto laboca; parecía estar sumido en profundos pensamientos y que éstos leimpidiesen escuchar con la atención acostumbrada en otros casos.Al llegarantelapuertadelacabaña,sedetuvoydijoconrudeza:

—¡EntoncesprefieroiralaescuelaqueentrarencasadelViejoparaquemedéloquehadicho!

Heidi fue del mismo parecer y procuró que Pedro se afirmase en ladecisióntomada.

CuandoentraronenlachozanoencontraronmásquealamadredePedroocupada en sus acostumbrados trabajos caseros; ésta explicó aHeidi que laabuelita se veía obligada a guardar cama durante los días de mucho fríoporquenopodíaresistirloyque,además,noseencontrabamuybien.EstoeraunacosanuevaparaHeidi,quehastaentoncessiemprehabíavistoalaancianasentadaenelmismorincóndelasalita.Fue,pues,volandohaciaellaylahallóenvuelta en el chal gris, en un estrecho camastro, y cubierta sólo con unacolchadelgada.

—¡Diossealoado!—exclamólaancianaalverqueHeidiseprecipitabaenlahabitación.

Durante todo el otoño había sentido un íntimo y secreto terror quecontinuabasiendosuobsesión,sobretodocuandolaniñatardabaalgúntiempoenveniraverla.PedrolehabíacontadoqueunseñorforasterohabíallegadodeFrancfort, que ibamuchas veces con ellos a los campos de pastos y quequería siempre hablar con Heidi; de aquí que la anciana no dudara de queaquelseñordesconocidohabíavenidoconelúnicoobjetodellevarseaHeidi.Hasta cuando supo que había partido solo, como llegara, le asaltaba a cadainstante el temor de que de Francfortmandasen a alguien para recoger a lapequeña.

Heidiselanzóhaciaellechodelaenfermaypreguntóconsolicitud:

—¿Estásmuyenferma,abuelita?

—No,no,hijamía—respondiólabuenaancianaparatranquilizaraHeidi

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y acariciándola afectuosamente—. No es más que la helada, que me haentorpecidounpocolaspiernas.

—Entonces, en seguida que vuelva el calor ¿te pondrás bien?—insistióHeidi,quequeríasaberaquéatenerseacercadelasaluddelaabuelita.

—Sí,sí,yquizásantes,siDiosquiere,afindequepuedavolveratrabajarenlarueca.Creípoderlevantarmehoyunpoco,yseguramentepodréhacerlomañana —contestó la abuela, con voz segura, al ver que la niña estabainquieta.

Suspalabrastranquilizaron,enefecto,aHeidi,quesehabíaasustadoalverporprimeravezalaancianaenfermaencama.Lacontemplóunmomentoconairedesorpresa.

—EnFrancfort, lagenteseponeelchalpara irdepaseo—dijoal fin—.¿Acasohascreídoqueeraparairsealacama,abuelita?

—Verás,Heidi, lo he puesto en la camapara no tener frío. ¡Y estoy tancontentadeposeerlo!Lacolchaesunpocodelgada.

—Pero abuelita, esta cama está más baja del lado donde descansa lacabeza.Noesasícomounacamahadeestar.

—Bien lo sé, hijamía, yame doy cuenta de que estaríamejor como túdices.

Lapobreancianatratódeponerlacabezaenunsitiomejordelaalmohada,sinconseguirlo,porqueéstaeralisacomounatabla.

—¿Ves?Estaalmohadanohaestadonuncamuyllena,ycomoduermoenelladesdehacetantosaños,laheaplastadounpoco.

—¡OjaláhubierayorogadoaClaraquemedieramicamadeFrancfort!—exclamó Heidi—. Había en ella tres grandes almohadones muy repletos,puestosunoencimadeotro;amímeimpedíandormir,porquemedeslizabaenlacamayacadamomentomeveíaobligadaasubirme;alláen laciudadseduermeasí.¿Podríastúdormirdeestemodo,abuelita?

—Sí,yalocreo,deesamaneraseestámuyabrigada,yconlacabezaaltasepuederespirarmásfácilmente.Peronohablemosmásdeesto;¡haytantosviejos enfermos en elmundo que no tienen lo que yo, gracias aDios! ¿Norecibocadadíaunpanecilloblancoytierno?¿Notengoesechalquetantomeabriga,ynovienestúavermesiemprequepuedes?Nodeseomás,Heidi.Yahora,¿quieresleermehoyunpoco?

Heidi fue corriendo a la otra habitación para buscar el libro. Recorriórápidamentetodaslasbellascancionesqueahoraconocíatanbien.Despuésdehaberestadotantotiemposinleerlas,experimentabaunagranalegríaalvolver

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a hallar los versos que amaba. La anciana escuchaba con las manosentrelazadas;laexpresióndepenaensurostrohabíasetrocadoporunagozosasonrisa,comosihubieratenidounagransuerte.

Heidisedetuvodeprontoensulectura.

—Abuelita,¿acasoestásyacurada?

—Mehace tantobienescucharte,Heidi,quemesientomejor;acabaestacanción,¿quieres?

Laniñaleyólacanciónhastaelfin,ycuandollegóalosúltimosversos,

Cuandosehagalanocheenmisojosyafríos,

mialmaseráenvueltaporelfulgordelcieloy

entrarésintemorenelvallesombrío…entraré

comoelserqueregresaasusuelo,

la abuelita los repitió varias veces, mientras una expresión de felizesperanza iluminaba su rostro. Al verlo, Heidi se sintió también alegre.Recordó en seguida la bella y luminosa tarde de su regreso a lamontaña y,llenadealegría,exclamó:

—Abuelita, ¡yo sémuybiencómoescuandouna regresaa lapatria!Labuenaanciananorespondió,perohabíaoídobien,ylaexpresióndesurostro,que tanto gustara a Heidi, no se borró. Al cabo de un momento, la niñacontinuó:—Yaestáoscureciendo,abuelita,yesprecisoquememarcheacasa.¡Estoymuycontentadequeteencuentresmejor!Laancianacogióunadelasmanos deHeidi y la estrechó fuertementemientras le decía:—Sí, ya estoynuevamente alegre. Y estoy mejor también aunque tenga que quedarmetodavía largo tiempo en cama.Mira, hijamía, nadie puede comprender, sinhaberlopasado, loque significahallarseenun lechoy sola en lahabitacióndurantedíasysemanas,sinescucharnuncaunapalabradenadieysinverelmáspequeñorayodesol.Entoncesleocurrenaunapensamientosmuytristes,creeque jamásvolveráa levantarseyse lehace irresistible tantapena.Perocuandoescuchamospalabrascomolasqueacabasdeleerme,parececomosiunagranluzsehicieraennuestrocorazónylollenaradealegría.

La abuelita dejó entonces la mano de la niña, ésta dio a la anciana lasbuenas noches, entró corriendo en la habitación contigua y se marchórápidamenteconPedro,porque,mientrastanto,habíasehechodenocheyeraprecisoregresar.Peroenelfirmamentobrillabalalunayproyectabasobrelanieveunaclaridad tangrande,quehubiérasedichoqueeldía ibaanacerdenuevo en aquel momento. Pedro preparó su trineo y se sentó en la partedelantera; Heidi montó detrás de él, y así, vertiginosamente, se deslizaronmontañaabajo.

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Mástarde,cuandoHeididescansabaensuhermosacamadeheno,detrásde la estufa, comenzó a pensar en la abuela que tan mal dormía en sucamastro,luegoentodoloquelehabíadicho,enaquellaluzquelascancionesencendíanensupecho.«Si lapobreabuelitapudieraescuchar todoslosdíasesaspalabrastanbuenas,prontosepondríamejor»,sedijolaniña.Perobiensabíaquetranscurriríaunasemana,oacasodos,antesdequepudieravolverasubiralachoza.Estepensamientolaafligióysequedólargoratopensandoenloquepodríahacerparaquelaancianapudieraescucharlascancionestodoslos días. De pronto se le ocurrió un medio, y tanto se alegró de haberlohallado, que hubiese querido que fuese de día para ponermanos a la obra.Luegoseincorporóenlacamaconunmovimientorápidoyjuntólasmanos,pues a fuerza de reflexionar no había rezado aún la oración de la noche, yjamásqueríaolvidarsededecirla.

CuandohubodirigidodetodocorazónsussúplicasaDios,rogandoporlaabuelitayelabuelito,laniñaseacostódenuevoensumuellecamadehenoydurmióprofundaytranquilamentehastaelamanecer.

CAPÍTULOXIX

CONTINÚAELINVIERNO.

Aldíasiguiente,Pedrobajódelamontañaentrineoyllegóatiempoparaentrarpuntualmenteenlaescuela.Lacomidaparaelmediodíalallevabaenlamochila. En Dörfli, los muchachos que vivían muy lejos y no podían ir almediodía a sus casas se quedaban en la escuela. Allí se sentaban sobre lospupitres, apoyados los pies en el banco, y en esta postura, extendiendo susracionessobrelasrodillas,comíanmientraslosdemáschicosibanasuscasasacomer.Aquéllosquedeestemodosequedabanenlaclasepodíancomeryluegojugarasusanchashastalaunadela tarde,horaenqueempezabandenuevolaslecciones.Despuésdeasistiraclase,PedroibatodoslosdíasacasadelViejodelosAlpesparahacerunavisitaaHeidi.

Aquel día, cuando entró en la gran sala, Heidi, que ya lo aguardaba, seprecipitóhaciaélyexclamó:

—Pedro,yoséunacosa.

—Dila—respondióPedro.

—¡Esprecisoqueaprendasyaaleer!

—¡Yaheaprendido!

—Bien, Pedro, pero no es así como quiero decir—continuó Heidi con

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viveza—.Yoquierodecirquesepasleerdecorrido.

—Nopuedo—replicóPedro.

—Esquenadie locreerá.Yotampocolocreo—dijoHeidimuydecidida—.LaabuelitadeFrancfortsabemuybienqueestonoescierto,yfueellalaquemedijoquenolocreyese.

APedrolecausógransorpresaestanoticia.

—Yo te enseñaré a leer, yo sé muy bien cómo se hace eso—continuóHeidi—.Ycuandosepasleer,serástúquienleerástodoslosdíasunacanciónodosalaabuelita.

—Nopuedo—murmuróPedroporsegundavez.

Heidiseindignóanteaquellaoposiciónaunacosabuenayjustaqueelladeseaba vivamente ver realizada.De pie delante de Pedro, ymirándolo conojoscentelleantesdecólera,laniñaledijocontonoamenazador:

—Ahoravoyadecirteloquetesucederásipersistesennoquereraprender.Tumadre ha dicho ya dos veces que tú has de ir también a Francfort paraaprender allí toda clase de cosas; yo conozcomuy bien aquella escuela: setrata de una casa muy grande de piedra que Clara me enseñó cuandopaseábamosporallí.Noes solamenteunaescuelaparachicoscomo tú.Allíveíayoentrareneledificiogrannúmerodeellosalmismotiempo;todosvanvestidos de negro como si fuesen a la iglesia, y llevan grandes sombrerosnegros,tanaltoscomo…fíjate,eranasídealtos—yHeidiindicóconlamanolaalturadelossombrerosnegros.

UnestremecimientosacudióelcuerpodePedrodearribaabajo.

—Yseránecesarioqueentresalaescuelajuntocontodosesosseñores—continuóHeidiconcalor—.Ycuandotetoqueati,nosabrásleerdecorrido;esmás:harásfaltasdeletreando.Túverásentoncescómoaquellosseñoresseburlarándeti,muchomásqueTinette,yhabríasdevercuandoéstasemofadealguien.

—Entonces,quieroaprender—dijoPedroenuntonoquejosoyenojadoalavez.

Heidiseapaciguóalinstante.

—Esto está bien y vamos a comenzar en seguida —exclamó con gransatisfacción, y, después de llevar a Pedro a la mesa, se fue a buscar lonecesarioparalalección.

EnelgranpaquetequeClararemitiera,Heidihabíaencontradounlibritoque le gustabamucho. La noche anterior ya se le había ocurrido que podíaservirsedeélparaPedro,puessetratabadeunlibroabecedarioenelquelas

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letrasestabanversificadas.

Se sentaron, pues, a la mesa, inclinaron la cabeza sobre el librito ycomenzólalección.HeidiobligóaPedroadeletrearelprimerversoyluegoselo hizo repetir una y otra vez, porque quería que lo hiciera sin faltas yfácilmente.

Heidileyó:

SihoyelABCnotienesaprendido,

mañana,altribunalserásconducido.

—Yonovoy—refunfuñóPedro.

—¿Adónde?—preguntóHeidi.

—¡Altribunal!

—Pues entonces, aprende las tres letras y cuando las sepas, no tendrásnecesidaddeirallí—dijoellaparapersuadirlo.

Pedro se puso nuevamente a la obra y repitió las tres letras conperseverancia, hasta que Heidi declaró que las sabía bien. Pero, habiendonotado el efecto que la amenaza producía en el muchacho, la niña quisoaprovecharse de tal circunstancia preparando el terreno para las leccionessiguientes.

—Aguarda, que voy a leerte los versos de las demás letras—dijo—, yverástodoloqueaúnpuedesucederte.Yconvozclaraysonora,leyó:

DEFGsabrásperfectamente,odesdichassin

cuentocaeránsobretufrente.

YsipasasporaltoHIJK,laprimera

desdichaalpuntollegará.

QuiennologreLMsintitubeossaber,

Despuésdepagarmulta,habrásedeesconder.

Siloquehoyhevisto,hubierasvistotú,ya

nuncaolvidarásNOPniQ.

EnRSTprocuranopararte,

puesmilcausasdellantopodríaellocostarte.

Al terminar este verso, Heidi hizo una pausa. Pedro no había hechoninguna manifestación y la niña quería saber qué era lo que hacía. Todasaquellasamenazasmisteriosasyhorribleslohabíanaterradodetalmodoque

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sehabíaquedadoinmóvil,fijandosobreHeidiunaangustiosamirada.

Elbuencorazóndelaniñaseconmovióyseapresuróaanimarlodiciendo:

—No has de tenermiedo, Pedro. Tú ven todas las noches a verme y, siaprendescomohoy,acabarásporsaberlasletras,yningunadelascosasqueaquí dice sucederá. Pero es preciso que vengas todas las noches y no faltesmásalaescuela.Aunquenieve,hasdevenir,porqueparatinoesobstáculo.

Pedro prometió hacerlo así, porque elmiedo que sintiera al oír aquellasamenazashizonacerenéllavoluntaddeestudiar.Despuéssepusoencaminohaciasucasa.

PedronodejódeobedecerlosmandatosdeHeidi,ytodaslasnochesibaacasa de la niña para estudiar con ardor las letras del alfabeto y aprender elcontenido de los versos. A veces el abuelo de Heidi se hallaba presente yescuchabaconairesatisfecho,fumandoenpipa,mientrasquelascomisurasdesuslabiossemovíandecuandoencuando,comosideprontoleacometieranganas de reír. Luego, cuando Pedro había luchado valerosamente paraaprenderselalección,confrecuencialoinvitabaaquedarseacenarconellos,lo que recompensaba al muchacho ampliamente de los temores que lecausaranlasamenazasdellibrito.

Asítranscurrieronlosdíasdelinvierno.Pedroibaconregularidadatomarlección y hacía verdaderos progresos con el abecedario. Sin embargo, losversosledabancadavezmásfatiga.AlfinhabíallegadoalaU.AlleerHeidi

SilaUdelaVnosabesdistinguir,tellevaránallá

dondenoquierasir.

Pedromurmuró:

—Esosíquemeimportaríapoco.

Noobstante,noestabamuysegurodesímismoysepusoaestudiarlaUylaV lomejorquepudo, comosi tuviera la impresióndequealguienpodríavenirparacogerlodelcuelloyllevarloallídondepreferíanoir.

Alanochesiguiente,Heidicontinuó:

NoaprendaslaWsinafición,miraelpaloqueestáen

aquelrincón.

Pedromiróhaciaelsitioindicadoyobservóconsorna:

—Nohayninguno.

—Esverdad,pero¿sabes loque tieneelabuelitoenelarmario?Puesunpalocasitangruesocomomibrazoysilosaca,biensepuededecir:«Mirael

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paloqueestáenaquelrincón».

PedroconocíamuybienlaenormevaradeavellanodelViejodelosAlpes,ysintardanzaseinclinósobreellibroparaaprenderlaW.

Aldíasiguienteletocóaprenderestosdosversos:

Yquien,desaplicado,Xolvida,se

quedaráundíaenterosincomida.

Pedrolanzóunamiradahaciaelladodondeestabaelarmarioenelqueseguardabaelpanyelquesoy,muyenojado,observó:

—¡YonohedichoqueibaaolvidarlaX!

—Tanto mejor; si no la olvidas —respondió Heidi—, podrás aprenderinmediatamenteotraletraymañananotequedarámásqueuna.

Pedronoeradelamismaopinión,peroHeidiyahabíaempezadoaleer:

LaYtambiénsiempredebesrecordar,

porque,sino,lagentetepodrá

avergonzar.

Aloíraquellaspalabras,Pedrotuvolavisióndetodoslosgravesseñoresde Francfort con sus grandes sombreros negros y sus rostros burlones, y selanzósobrelaY.

Al otro día, como no quedaba más que una letra, Pedro comenzó aestudiarla con aire un poco altanero, y cuando Heidi hubo leído el últimoverso:

SilaZignorasserásunzote

yteenviaránalpaís

hotentote,

exclamóburlonamente:

—¡Claro!¡Comosialguiensupieradóndeestá!

—Naturalmentequehayquienlosabe.Elabuelitolosabráseguramente—replicó convivezaHeidi—.Espera, que iré en seguida apreguntárselo; estáaquímuycerca,encasadelseñorpárroco.

Yentressaltosganólapuerta.

—¡Aguarda!—gritó Pedro sobrecogido de angustia, creyendo ya ver alViejodelosAlpesyalseñorpárrocoparacogerloymandarloalpaísdeloshotentotes.

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ElgritodeangustiadetuvoaHeidi.

—¿Quétienes?—lepreguntómuysorprendida.

—Nada,perovuelve,yaestudiarélazeta—respondió.

PeroHeidideseabasaberdóndevivíanloshotentotesyseempeñabaenirapreguntárseloasuabuelo.CedióalfinalassúplicasdesesperadasdePedroysesentónuevamenteasulado.Sinembargo,comoelmuchacholedebíaunacompensación,ellalehizorepetirelversodelazedahastaquehuboentradodeunavezparasiempreensucabeza,yenseguidalehizopasaralassílabas.Aquellamismanoche,Pedroprogresómuchoenlalectura,yasícontinuódedíaendía.

Mientrastanto,lanievehabíasedesheladoycasitodaslasnochesvolvíaanevar,tanto,quedurantetressemanasHeidinopudosubiraveralaanciana.Laniñamostró,acausadeello,mayorempeñoenenseñaraleeraPedroparaqueéstepudierasubstituirlaloantesposibleenlalecturadelascanciones.

Una noche, pues, cuando Pedro regresó a su casa, después de habervisitado,comosiempre,aHeidi,entróenlahabitaciónexclamando:

—¡Yasé!

—¿Quéesloquesabes?—preguntósumadremuyintrigada.

—¡Leer!

—Pero¿esposible?¿Hasoído,madre?—exclamóBrígidaenelcolmodelaestupefacción.

LaabueladePedrolohabíaoídoytambiénsepreguntabaasombradasieraposible.

—Ahora he de leer una canción, Heidi lo ha dicho —continuó elmuchacho.

Sumadrebajóapresuradamenteellibroqueestabaencimadelestante,ylaabuela se alegró mucho porque ¡hacía tanto tiempo que no oía aquellaspalabrasconsoladoras!Pedrosesentóalamesaycomenzóaleer.Sumadreleescuchaba,depieyasulado.

—¡Quiénlohubieradicho!—repetíaunayotravezconadmiración,cadavezqueterminabaunaestrofa.

Laancianaabuelaescuchótambiénconatenciónunaestrofatrasotra,peronodijonada.

AldíasiguientedetanimportantesucesoacaecióqueenlaclasedePedrohuboleccióndelectura.Cuandole llegóel turnoalmuchacho,elmaestro ledijo:

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—Pedro,¿hemosdeprescindirdeticomosiempreoquieresprobarlootravez?Nodigoqueleas,perosídeletrearunpoco.

Pedro comenzó a leer y leyó tres líneas de corrido sin detenerse. Elmaestrodejóellibro.Mudodeasombro,contemplabaaPedrocomosijamáshubieravistocosasemejante.

—Pedro,aquíhasucedidounmilagro—dijoalfin—.Todoeltiempoqueyome he esforzado con inagotable paciencia a enseñarte a leer, no llegastesiquiera a deletrear sin hacer continuamente faltas.Y ahora, cuando, no sinlamentarlomucho,renunciéasacarprovechodeti,heaquíquenosólosabesdeletrearbien,sinoque,además, leesconfacilidad.Dime,Pedro,¿dedóndepuedevenirsemejantemilagro?

—DeHeidi—respondióelmuchacho.

Elmaestro,sumamentesorprendido,miróhaciaelladodondeHeidiestabasentada con el aire más cándido del mundo, pero no pudo descubrir nadaextraordinarioenella.

—Porotraparte—continuó—,hacealgúntiempoqueobservouncambionotable en ti, Pedro.Mientras que antes faltabas, a veces, hasta una semanaentera, ahoranodejasdevenir a la escuelaun solodía. ¿Aqué sedebe tanbuenatransformación?

—AlViejodelosAlpes—respondióPedro.

Elmaestronosalíadesuasombroymiraba,oraaHeidi,oraaPedro.

—Vamos a probarlo otra vez —dijo después, porque juzgó prudentesometerelconocimientodePedroanuevaprueba.

Elmuchacholeyóotrastreslíneassinhacerningunafaltaysindetenerse.Era,pues,verdad;Pedrohabíaaprendidoaleer.

Tanpronto como terminó aquel día la clase, elmaestro sedirigió a todaprisa a casa del párroco para participarle lo sucedido; el sacerdote secomplaciótambiénenlabienhechorainfluenciaqueelViejodelosAlpesysunietaejercíanenelpueblo.

Desdeentonces,Pedroleíatodaslasnochesunacanción.SuobedienciaalasórdenesdeHeidillegabaaeso,peronuncaamás:jamásseleocurrióleeruna segunda canción y, además, la abuela no se lo suplicaba. En cuanto aBrígida, se asombraba cada vez más de que su hijo Pedro hubiese podidollegaraleery,aveces,acabadalalecturayacostadoellector,seguíadiciendoasuancianamadre:

—Laverdad,nopuedeunaalegrarsebastantedequePedrohayaaprendidoaleertanbien.¡Quiénsabeloquepodrállegarasertodavía!

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Aloquerespondíalaabuela:

—Sí, es bueno para él haber aprendido algo, pero, no obstante, yo mealegraría de que Dios hiciera que pronto viniese la primavera y que Heidisubieseotravez.Cuandoella lee las canciones, éstasparecenotras.CuandolasleePedro,parecequelesfaltaalgo.Entoncestratodeencontrarloyluegonopuedoseguirbienlasideas;enresumen:nomecausanlamismaimpresiónquecuandolasleeHeidi.

Lo cual no era debido sino a que, al leer, Pedro se las arreglaba parahacerselalecturamásfácil.Cuandollegabaaunapalabraunpocolargaoquele parecía difícil, la saltaba, pensando que a la abuelita le sería igual quehubiese tres o cuatro palabras menos en una estrofa, pues aún quedabanbastantes.DeaquíquecasinuncahabíasubstantivosenlascancionesqueleíaPedro.

CAPÍTULOXX

LOSAMIGOSDEFRANCFORTSEPONENENCAMINO.

Habíallegadoelmesdemayo.Detodaslasalturascercanas,lostorrentesprecipitabansuenormecaudalenelvalle.UnacálidaatmósferaenvolvíalosAlpes reverdecidos.El sol acababade fundir lasúltimasnieves, y sus rayosvivificadores habían despertado las primeras flores en los prados. La brisaprimaveralmovíalasramasdelospinosparadespojarlasdelasviejasagujasqueprontohabíandesersubstituidasporunropajenuevo,deunverdeclaroytierno. Muy alta, en los aires, el águila desplegaba nuevamente sus alas y,alrededordelacabaña,elsoldemayocalentabaelsueloyacababadesecarlosúltimosvestigiosdehumedad.

Heidisehallabaotravezenlamontaña.Ibayveníadeunsitioaotroynosabía qué admirarmás de todo cuanto veía.A veces escuchaba el ruido delvientoquedesdelacimasoplabacadavezmásfuerte,yseprecipitabaalfinsobre los tres pinos sacudiendo sus ramas con arrebatos de salvaje alegría.Heidi,fueradesídecontenta,uníaaaquelruidosusalegresgritosysedejaballevardelvientoconriesgodeserarrastradacomounahoja.Otrasvecesibacorriendo a sentarse en el prado, delante de la cabaña, allí donde máscalentabaelsol,paraaveriguarcuántoscapullosestabanapuntodeabrirseycuántas floresya abiertas.Había tambiénmiríadasde inofensivosmosquitosque revoloteaban, ebriosde alegría, en el aire.Heidi se sentía poseídade laalegría de cuanto la rodeaba, respiraba profundamente el aliento primaveralqueseelevabadelatierravivificadayleparecíaquejamáslosAlpeshabían

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sido tan bellos. Los mil pequeños insectos participaban, sin duda, de sufelicidad,porque su incesante zumbido semejabauna canciónque invitase atodoslosseresasubiralosAlpes.

Decuandoencuando,desdeelpequeñocobertizodetrásdelacabaña,seoían los golpes de un martillo y el ruido de una sierra, cosas que Heidiescuchaba también con singular placer, porque eran sonidos familiares quehabíaoídodesdeelprimerdíadesuvidaenlosAlpes.

De pronto se levantó y corrió hacia el cobertizo para ver qué estabahaciendosuabuelito.Delantedelapuertaencontróuntaburetecompletamentenuevo,yaúnelViejosehallabaconstruyendootro.

—¡Yaséparaquiénesson!—exclamóHeidimuycontenta—.ÉsteesparalaabuelitadeFrancfortyelotroparaClara,paracuandovengan;puesahora…hace falta otro…—continuó vacilando—, ¿o acaso crees, abuelito, que laseñoritaRottenmeiernovendrá?

—Ahoranopuedodecírtelo,hijamía—respondióelabuelo—,peromásvalequetengamosunasientodisponibleparapoderlainvitaraquesesiente,siviene.

Heidicontemplóconairepensativolosescabelesdemaderasinrespaldo,yse preguntaba si el carácter de la señorita Rottenmeier y aquellos asientosarmonizarían.Al cabo de unmomento la niñamovió la cabeza con aire dedudaydijo:

—Abuelito,meparecequeellanosesentaráenlostaburetes.

—Entonces la invitaremos a que tome asiento sobre el hermoso sofátapizadodeterciopelogrisverde—replicóelanciano.

Heidi se preguntaba todavía dónde estaba el hermoso sofá tapizado deterciopeloverde,cuandooyó,depronto,lossilbidos,losgritosylatigazosquetan bien conocía. Rápidamente se lanzó hacia el rebaño, y poco después sehallabarodeadadelascabritas.ÉstasparecíanalegrarsetantocomoHeididehallarse nuevamente en la montaña, porque nunca habían saltado tanto nihabían dado tan alegres balidos como aquel día. Pedro las apartaba conempujonesparapoderllegaraHeidiyentregarleunacosa.Cuandoestuvoasulado,leentregóunacarta.

—¡Ahí tienes eso! —exclamó, y dejó que Heidi misma buscara laexplicacióndelasunto.

—¿Es que has recibido en el campo una carta paramí?—preguntó ellamuyasombrada.

—No—respondióelmuchacho.

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—Pero,Pedro,¿dedóndelahassacado?

—Delamochila.

Asíera,enefecto.Lanocheanterior,elempleadodecorreosdeDörflilehabía entregado la citada carta. Pedro la había puesto en el fondo de sumochila,vacíaenaquelmomento,y,alamañanasiguiente,habíapuestosusprovisionesencima.AlrecogerlasdoscabritasdelViejodelosAlpes,habíavistoaHeidiyalabuelo,perosolamentealmediodía,cuandoabriólamochilaparasacarlacomida,lacartacayónuevamenteensusmanos.

Heidileyóatentamenteladirección,luegosedirigiócorriendoalcobertizoy,llenadealegría,exclamóagitandolacarta:

—¡UnacartadeFrancfort!¡UnacartadeClara!¿Quieresquetelaleaenseguida,abuelito?

Ésteestabadispuestoaescucharla,yPedro,quehabíaseguidoaHeidi,sepreparó también para asistir a la lectura, apoyándose en el montante de lapuertaparatenerunsosténsólidoypoderoírcómodamenteloqueHeidiibaaleer.Laniñaempezó:

«QueridaHeidi:Nosotrasyahemospreparadotodasnuestrasmaletasynospondremosencaminodentrodedosotresdías,porquepapápartetambiénalmismo tiempo, no para venir con nosotras, sino para irse a París. El doctorviene a vernos todos los días y, apenas entra, empieza a gritar: “¡Marchad!¡Marchad!… ¡A los Alpes!». No le llega la hora de que nos pongamos encamino.¡Sitúsupiesescuántolehagustadolaestanciaenvuestrasmontañas!Durante el pasado invierno casi ha venido todos los días a verme porquesiempreteníaalgunacosanuevaquecontarme.Entoncessesentabaamiladoymehablabadelosdíasquehapasadocontigoycontuabuelito;mehablabadelasmontañas,delasflores,deldeliciosoairefresco,delatranquilidaddeque se goza estando tan alto, encima de todos los pueblos y de todos loscaminos.DecíaconfrecuenciaqueenlosAlpestodoelmundopodríarecobrarlasalud.Élmismohavueltocompletamente transformado;hacíamuchísimotiempoqueno lehabíamosvisto tansatisfecho. ¡Cuántomealegrodepodervertodoeso,depodermehallarcontigoenlosAlpes,ytambiéndeconoceraPedroyasuscabritas!Sinembargo,esnecesarioqueantesmesometaaunacuraduranteseissemanasenelbalneariodeRagatz,porqueasílohamandadoel doctor. Luego iremos en seguida a vivir a Dörfli y, cuando haga buentiempo, me llevarán en mi sillón de ruedas a tu casa y juntas pasaremosagradablemente el día. Abuelita irá conmigo; ella se alegra también devolverteaver.PerocreoquelaseñoritaRottenmeiernoquiereir.Abuelitaledicecasitodoslosdías:«¿Quéhapensadousted,queridaRottenmeier,acercadelviajeaSuiza?Nogasteustedcumplidossilegustavenirconnosotras».Laseñorita le da siempre las gracias con mucha cortesía, pero dice que no

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quisiera ser importuna. Yo sé muy bien lo que piensa: cuando Sebastiánvolvió, después de acompañarte, hizo una descripción terrible acerca de losAlpes;contóqueseveíanallíenormesrocassuspendidassobreloscaminosyqueamenazabanderrumbarse;queentodasparteshayprecipiciosyabismosalosqueerafácilcaer;quelossenderossontanempinadosqueacadainstanteesdetemerunacaída,yque,sibienlascabritaspuedensubirsaltando,ningúnserhumanopuedeatreverseaponerallísuspiessincorrerinminenteriesgodeperderlavida.LaseñoritaRottenmeierseechóatemblar,ydesdeentoncesyanosueñaenelviajeaSuiza,comohacíaantes.Tinettetambiénestáasustadaytampoco quiere venir con nosotras. Iremos, pues, solamente abuelita y yo,SebastiánnosacompañaráhastaRagatzyenseguidavolveráaquí,acasa.Yocasiyanopuedoaguardarmáselmomentodeemprenderlamarcha.

”Adiós,queridaHeidi.Abuelitatambiénteenvíasussaludos.Tequieretubuenaamiga,

«Clara».

Después de escuchar la lectura de la carta, Pedro se apartó con rápidomovimientodelmarcode lapuertaenqueestabaapoyadoehizorestallarellátigo repetidas veces y con tanta furia, que todas las cabritas huyeronaterradasprecipitándosehaciaelsenderoconsaltosalocados.Pedrocorriótrasellashendiendoelaireconellátigo,comosituvieranecesidaddedescargarsurabiasobrealgúnenemigoinvisible.Enefecto,algoleexasperaba,yestealgoeralallegadadelosamigosdeHeidi.

LaniñaestabatancontentaquealdíasiguienteseempeñóenbajaraveralaabuelitadePedroparacontarlequiénesibanavenirdesdeFrancfort,sobretodoquiénnovendría.Todoelloeradelamayorimportanciaparalaanciana:¡conocíatanbientodoslospersonajescitadosytomabatantointerésentodaslascosasdeHeidi!Éstasepuso,pues,encaminoalmediodíasiguiente.Ahoraque el sol tardaba ya más tiempo en desaparecer tras el horizonte, la niñapodíabajarsolaalachozadelaabueladePedroyhallabagranplacerenhacerelcaminocorriendo,dejándosellevarporlabrisademayo.

Laancianayanopasaba todoeldíaenel lecho;ocupabanuevamentesusitiodel rincóny, comoantes, hilaba en la rueca.Mas aquel día se advertíaciertapreocupaciónensurostro:hallábasesumidaenpensamientostristesquedesde lanoche anterior la perseguíanyno lehabíandejadodormir.CuandoPedro, hecho una furia, entró por la noche en casa, la anciana habíacomprendido,deduciéndolode laspalabras entrecortadasdelmuchacho,queiban a llegar de Francfort una porción de personas. En cuanto a lo que iríasucediendodespués,Pedronosabíanada,perolospensamientosdesuabuelaeranmuynegrosacercadelporvenir.

Heidi entró corriendo en la habitación y se fue en derechura hacia la

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abuela,sesentóenelpequeñotaburetequesiempreestabadispuestoparaella,ycontócontalvivacidadloqueteníaquedecir,queellamismaseemocionó.Mas,depronto,sedetuvoenmediodeunafraseypreguntóconinquietud:

—¿Quétienes,abuelita?¿Esqueloquetecuentonotegusta?

—Sí, sí,Heidi, por time alegro, puesto que la llegada de tus amigos tecausa tanta alegría —respondió la anciana, esforzándose por aparecercontenta.

—Pero,abuelita,yoveoqueestáspreocupada.¿Esque temesquepuedavenir la señorita Rottenmeier? —preguntó Heidi, mostrándose tambiéninquieta.

—No, no es nada, no es nada—aseguró la abuela para tranquilizarla—;dameunpocotumano,Heidi,paraqueyomedébuenacuentadequeestásaún ami lado. Seguramente será para tu bien, aunque amíme parece quedespuésnopodrévivir.

—Puesyonoquieronadaparamísitú,después,nopuedesvivir,abuelita—declaróHeidientonotandecididoqueenelcorazóndelaanciananacieronotrostemores.

Despuésdeoír lasnoticiasque trajoPedro, su abuela supusoen seguidaquelagentedeFrancfortibaavenirparallevarseaHeidi;yeramuynaturalque quisieran llevársela, ahora que la niña se hallaba nuevamente bien. Sinembargo,laancianacomprendióquenohubierapodidomanifestarsuangustiaysustemoresenpresenciadeHeidi.¡Eralaniñatancompasivaparaconella!Podría ocurrir que se resistiera a partir con sus amigos, y esto no debíasuceder.Laabuelabuscóunauxilioynotardóenencontrarlo,puesnoconocíaotro.

—Heidi —dijo—, ya sé lo que me hará bien y me inspirará buenossentimientos. Léeme aquella canción que comienza por: «Desecha esostemores…».

Heidisehabíafamiliarizadotantoconellibrodelascanciones,quehallóinmediatamenteloquelaancianapedíay,convozclara,leyó:

Desechaesostemores,

queDiossabemuybien,lo

queparatualma

mássaludablees.

Permaneceserenaante

latempestad.

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¿NoesDioscomounbuenpadre

quetedefenderá?

—Sí, sí, esto era lo queme hacía falta oír—dijo la abuela,mientras laexpresióndeangustiadesaparecíadesurostro.

Heidilacontemplóunmomentomuypensativa,yluegolepreguntó:

—Abuelita,saludable¿significaloquehacebienyloquecura,cuandounaestáenferma?

—Sí, debe de ser eso, hijamía—contestó la abuela con unmovimientoafirmativo de la cabeza—. Y puesto que Dios sabe lo que nos hace bien,podemosestar tranquilas, pase loquepase.Léemeesootravez,Heidi, paraquelorecordemosbien.

Laniñaleyóelversorepetidasveces,porquelaencantabalaserenidadquelaabuelitaobteníadelacanción.

EntretantohabíasehechodenocheyHeidihuboderegresaralacabaña.Mientras recorría el largo sendero empezaba a brillar en el firmamento unaestrella tras otra. Cada nueva estrella aparecíamás brillante que la anterior,comosiconsuradiantecentelleoquisieraverternuevasalegríasenelcorazóndeHeidi.Ésta se detenía sin cesar para contemplarlas, y al ver que el cieloaparecíacadavezmásalegreymásbrillante,nopudomenosdecorresponderasumensaje,exclamandoenvozalta:

—¡Oh,ahoralocomprendotodo!PorqueDiossabeloqueesbuenoparanosotros,debemosestartranquilosyserfelices.

Y lasestrellascontinuaronbrillandoyguiñandoelojoaHeidihastaqueéstallegóalacabaña,delantedelacuallaesperabaelabuelocontemplandotambiénelfirmamento,quedesdehacíamuchotiemponohabíabrilladocontantoesplendor.

Nosolamentelasnoches,sinotambiénlosdías,fueron,duranteaquelmesde mayo, excepcionalmente luminosos y puros. El abuelo se maravillaba avecesalverqueelsolsalieraporlamañanacontodoelesplendorqueteníaalponerselanocheanterior,ydequedíatrasdíalucieseenuncielosinnubes.

—Ésteesunañodesol—dijoundía—,unañocomohaypocos.Lasaviadelasplantasserámuyvigorosayenérgica.Tencuidado,general,novayaaresultar que tus saltarinas se vuelvan ingobernables a causa de la buenanutrición.

Pedro le contestaba haciendo restallar su látigo con cierto aire debravuconería y en su rostro se leía claramente estamuda contestación: «Yosabréarreglármelas».

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De este modo transcurrió el verdeante mes demayo. Llegó luego el dejunioconsus largosyradiantesdías,yelcalordelsol,cadavezmásfuerte,hizobrotardelatierratodaslasflores.SeesparcíanéstasporlasmontañasdelosAlpesy llenabanel airecon sudulcearoma.Tocaba tambiéna su finelmesdejunio,cuandounamañanasalióHeidicorriendodelacabaña,despuésde terminar susquehaceresdomésticos.Deseaba ira lospinosy luegosubirmás alto todavía para ver si la granmata de la centaura habíase abierto ya,porque nada le parecía tan precioso como aquellas graciosas campanillasabiertasenplenaluz.MasenelmomentoenqueHeidiibaadarlavueltaalacasa, sedetuvobruscamenteyempezóadar talesgritos,queelabuelosaliódelcobertizoparaverquécosaextraordinariahabíasucedido.

—¡Abuelito, abuelito!—le gritó la niña fuera de sí—. ¡Ven aquí, ven ymira!

El ancianoacudióa la llamadade sunietaymiróen ladirecciónque laniña le señalaba con tanta agitación. Por el largo sendero de los Alpesserpenteaba la más extraña de las comitivas que jamás se había visto enaquella región. A la cabeza iban dos hombres con una silla de manosdescubiertaenlaquesehallabainstaladaunamuchachaenvueltaenmuchoschales. Detrás de ellos iba un caballo montado por una dama de aspectoimponente quemiraba sin cesar a todas partes y hablaba con viveza con eljoven guía que caminaba a su lado. Luego seguía un gran sillón de ruedas,vacío,empujadoporotrojoven,porqueeramásprudenteparalaenfermasubirelsenderoabruptoensillademanos.Cerrabalamarchaunmozoquellevabaunabanasta llenademantas,chalesyabrigos;había tantos,quetrasdeellosnoseveíalacabezadelhombre.

—¡Sonellas!¡Sonellas!—exclamabaHeidibrincandodealegría.

En efecto, eranClara y su abuelita que, poco a poco, se aproximaban yalcanzaron al fin la cima. Losmozos dejaron la silla demanos en el suelo.HeidiseabalanzósobreClaraylasdosniñasseabrazaroncontransportesdealegría. La abuelita llegó después, se apeó del caballo y saludó conmuchaternura a Heidi, que había acudido inmediatamente. Luego la anciana sevolvióalViejodelosAlpes,quesehabíaacercadoparadarlabienvenidaalailustredama.Nohubomuestrasderigidezensuencuentro;seconocíanambostanbiencomosisehubieranrelacionadodurantemuchosaños.

Despuésdelprimersaludo,laabueladeClaraexclamóconviveza:

—¡Pero, querido abuelo, tiene usted aquí una residencia verdaderamenteseñorial!¿Quiénlohubiesecreído?Unreypodríaenvidiársela.¡Yquébuenacara tiene nuestra pequeñaHeidi!Una verdadera rosa demayo—continuó,atrayendoalaniñayacariciándolelasfrescasmejillas—.¡Quémaravillasentodaspartes!¿Quédicesdeesto,Clara,quédices?

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Clara miró en torno suyo plenamente asombrada y maravillada. Jamáshabíavisto,nimenospresentido,semejanteambiente.

—¡Quéhermosoes todoesto!¡Québienseestáaquí!—repetíasincesar—.Jamáshubierapodidofigurarmequefueraasí.¡Oh,abuelita,aquíquisieraquedarme!

Mientrastanto,elViejodelosAlpeshabíaaproximadoelsillónderuedas,encuyoasientocolocóalgunasmantasquehabíatomadodelabanasta.Luegosedirigióhacialasillademanos:

—Siinstalásemosalaseñoritaensusillón,seencontraríamuchomejor—dijo—.Lasillaesunpocoincómoda.

Y sin esperar que lo ayudasen, con sus brazos vigorosos levantósuavemente aClara y la colocó con elmayor cuidado en el cómodo sillón.Luegoextendiólamantasobresusrodillasylearreglótanbienlospiessobrelos cojines, que se hubiera dicho que se había pasado la vida cuidando apersonasinválidas.LaabuelamirabaalViejocongranasombro.

—Abuelo—dijoalfin—,siyosupiesedóndehaaprendidoustedacuidarenfermos,mandaría almismo sitio a todas las enfermerasque conozcoparaquepudiesenadquirirladestrezaqueustedtiene.Noentiendocómoesposibleesto.

ElViejosonrióafablemente.

—Esmáscuestióndeprácticaquedeestudios—respondió;peroapesardelasonrisa,seadvertíaensurostrounpocodetristeza.

Había recordado, de pronto, el rostro sufriente de un hombre sentado enotrasillaigualqueladelaniña,mascuyocuerposehallabatanmutilado,queapenas le quedaba unmiembro útil.Aquel hombre había sido capitán, a lasórdenesdelcualsehallabaelViejo,yalqueencontróenSicilia,despuésdeun duro combate, muy mal herido. Cargándolo sobre sus fuertes hombros,sacó al capitán del lugar peligroso; desde entonces no lo abandonó ni unmomentoylocuidóhastaquelamuertepusotérminoasutristesituación.AlveraClarasentadaenelsillón,leparecióquelacosamásnatural,comoanteshicieraconsucapitán,eracuidardelaniñayprestarletodosaquellosserviciosquetanbienconocía.

Sobre la cabaña y los pinos se cernía un cielo sin nubes, de un azulprofundo, que sobrepasaba las altas cumbres grises de lamontaña.Clara nopudo apartar la mirada de aquella maravilla y se hallaba transportada dealegría.

—¡Oh,Heidi,quédicha siyopudiera recorrer esteprado,dar contigo lavueltaalacabaña,pasearmebajolospinos!—exclamóconanhelo—.¡Ojalá

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pudiera ver contigo todo lo que ya conozco desde hace tanto tiempo sinhaberlovistojamás!

Heidi, al oír a su amiga, hizo un gran esfuerzo y logró lo que se habíapropuesto.Suavementeempujóelsillónsobreelcéspedseco,ynolodetuvohastallegaralgrupodelostrespinos,debajodeloscualesdescansó.Nuncaensu vida había visto Clara una cosa tan bella como aquellos altos y viejosárboles,cuyasanchasramastocabanconlapuntaelsuelo.Tambiénlaabuela,que había seguido a las niñas, se detuvo asombrada ante tanta belleza. Nosabíadecirquéeralomáshermosodelosviejísimospinos,silasdensascopasque susurraban su eterna canción proyectando hacia el azul del cielo suspuntas,o losrectosysólidos troncos,cuyasenormesramasdabancuentadelosmuchosañosqueaquellosárbolessehallabanallícontemplandolosvallesen que las personas iban y venían y donde todo cambiaba… y sólo ellosseguíancomohabíansidosiempre.

Entretanto,HeidihabíallevadoelsillóndeClaraalestablodelascabritas,cuyapuerta abrió en seguidadepar enparparaque su amigapudieraverlotodo bien. Mas en aquel momento poca cosa había que ver en el establo,puesto que sus habitantes se hallaban fuera. Con acento de pena exclamóClara:

—¡Oh,abuelita,ojalápudierayoquedarmeaquíhastaqueregresenDianay Blanquita, porque tengo muchas ganas de verlas! ¡Y también a las otrascabritas y a Pedro! —añadió—. Pero si he de bajar todas las noches tantempranocomodijiste,nopodrévernada.¡Quélástima!

—Hija mía, ante todo es necesario que nos alegremos de tantas cosashermosascomohayaquíynoquerecordemosaquelloquefalta—dijoentonodeamablereprochelaanciana,siguiendoelsillónempujadoporHeidi.

—¡Oh,lasflores!—volvióaexclamarClara—.¡Cuántasflorecillasrojasycuántascampanillasazules!¡Oh,quiénpudierasaltardeestasillaycogerlas!

Heidiseprecipitóenelactohacialasfloresy,alpocorato,regresóconungranpuñadodeellas.

—Esonoesnada—dijocolocandoel ramosobre lasrodillasdeClara—comparadoconlasquehayenlosprados.¡Esperahastaquevayasallíyverásquéflorestanhermosashay!Enmuchossitioslacentaurarojaylapasionariaestánamontonadasamillares,yenotros,lascampanillasazules.Tambiénhaysitios donde abundan unas lindas rosas de un amarillo tan brillante, que elsueloparececubiertodeoro.Luegoaquellasotras,depétalosgrandes,queelabuelitollamaojosdesol;despuéshayunasquetienenuncolormoreno,conflorecitas pequeñas redondas y que huelenmuy bien.Cuando estoy sentadaentre todas aquellas flores, me hallo tan a gusto que nunca quisiera

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levantarme.

LosojosdeHeidi brillabandel deseodevolver aver loque acababadedescribir; Clara se contagió de su mismo entusiasmo y en sus suaves ojosazulessereflejóelardientedeseodesuamiguita.

—¡Oh,abuelita!¿Podréirhastaallí?¿Creesposiblequepuedasubiryotanalto?—preguntóanhelante—.¡Oh,siyopudieraandaryrecorrercontigolosAlpes,Heidi!

—Yoempujaréelsillón,notemas—contestólaniñatranquilizándola.

Y para demostrar lo fácil que era para ella llevar a su amiga, empujó elsillónydio lavueltapor lacasacon tantafuerzaque,porpoco,seprecipitamontañaabajo.Masallíestabaelabueloquedetuvoelsillónatiempo.

Mientrasseefectuólavisitaalospinos,elabuelonoestuvoocioso.Juntoalbanco,delantedelacabaña,habíapuestolamesayalgunosasientos,ytodoestabadispuestoparaqueallímismopudieratomarselaexcelentecomidaqueen aquelmomento se cocía en un perol, en el hogar de la cabaña.No pasómucho tiempo, cuandoel abuelo teníaya todocolocadoencimade lamesa;alegrementesereuniólagentealrededordeella.

La abuela se deshacía en exclamaciones de admiración acerca de aquelhermosocomedor,desdeelcualsepodíacontemplarelvalle,lasmontañasyel cielo azul. Una suave brisa llevaba sobre los comensales un frescoagradable y susurraba en los pinos tan dulcemente, como si el rumor seprodujeraparaamenizarlafiesta.

—Jamásmeha sucedidonada igual—exclamónuevamente la señora—.¡Estoesunaverdaderamaravilla!Pero¿quéveo?—añadióasombrada—.Meparece que estás comiendo el segundo pedazo de queso tostado, Clarita.¿Cómoeseso?

En efecto, encimade la rebanadade pandeClara había otro pedazodeldoradoquesodelosAlpes.

—Esqueestotienemuybuengusto,abuelita,muchomejorquetodaslascomidasquenosdabanenelbalneariodeRagatz—aseguróClara,ehincóeldienteconbuenapetitoenlasabrosacomida.

—¡Come, come!—dijo el Viejomuy satisfecho—. La brisa de nuestrasmontañaseslaquesuplelapobrezadenuestracocina.

Yasícontinuólaalegrecolación.LaabuelayelViejoseentendieronmuybien; su conversaciónhacíase cadavezmás animada.Enmuchas cuestionesacercade lasgentesyde lascosas tenían lamismaopinión;parecíaque losdos hubiesen disfrutado desde muchos años en relaciones de excelenteamistad.Asítranscurrióagradablementeeltiempo;deprontolaancianamiró

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haciaelcieloyobservó:

—Prontohemosdeprepararnosparabajar,hijamía.Elsolvadeclinandoyloshombresnotardaránenvolverconelcaballoylasillademanos.

ElrostroalegredeClarasellenódetristeza,yconinsistenciasuplicó:

—Unahoramás,abuelita,telosuplico.AúnnohemosvistolacabañapordentronilacamadeHeidi.¡Ojalátuvieraeldíadiezhorasmás!

—Esosíquenoesposible—observólaabuelita,peroañadióquetambiénlegustaríaverlacabañapordentro.

ElViejoselevantóenseguidadelamesayllevóelsillónconmanofirmehasta lapuerta,peronopudopasarporellaporqueelmuebleerademasiadoancho.El abuelonovacilóunmomento: cogióaClaraenbrazosyconellapenetróenlacabaña.

Laabuelaentrótambién,yyendodeunladoaotro,admirócomoella,lascosasdeaquelhogarsencilloyrústico,complaciéndosedequetodoestuvieraentanbuenordenytanaseado.

—Eso que veo ahí arriba, Heidi, debe de ser tu cama, ¿verdad? —preguntó,y,sintemor,subióporlapequeñaescalerademanoaldesvándondeestabaelheno—.¡Oh,québienhueleesto!¡Quésaludabledebedeserdormiraquí!

Despuéssedirigióalapequeñaventanapracticadaeneltecho.DetrásdeellasubióelabueloconClaraenbrazos;Heiditampocosequedóabajo.

TodossehallabanentornodellechodeHeidi;laanciana,muypensativa,locontemplaba,aspirandodecuandoencuandoconplacerelfuertearomadelhenofresco.Claraquedóestáticadelantedelacamadesuamiga.

—¡Oh, Heidi, qué bien duermes aquí arriba! Desde la cama puedescontemplarelcielo,entornotuyotienesestedeliciosoaromay,además,¡oyesel susurro de los pinos! ¡Nunca he visto un dormitorio tan divertido y tanlindo!

Elabueloechóunamiradaalaabuela.

—Si la señorame lo permite—dijo—, y quiere creerme, nome parecedesacertadoqueClaritasequedaraaquíenlamontañaalgúntiempo.Hevistoqueustedeshantraídoconsigobastantesmantasychales;conellopodríamoshacerleaquíunabuenacama,yencuantoalcuidadodelaniña,laseñoranohabríadepreocuparse,porquedeesomeencargaríayomuyagusto.

ClarayHeidiempezaronagritardecontentocomodosloquillasqueeran;enelrostrodelaabuelasetransparentólaprofundaalegríaquesentía.

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—¡Quéhombre tanmaravilloso es usted!—exclamó—. ¿Qué cree ustedquepensabayoenestemomento?Puesqueunaestanciaaquí,enlamontaña,habríadeserexcepcionalmentebeneficiosaparaminieta,peronomeatrevíadecirlo porque pensé también que sería muy incómodo para quien lahospedara, además de las molestias de tenerla que cuidar. ¡Y ahora ustedofrecetodoestocomosinadasignificara!Enverdad,queridoabuelo,lequedoagradecidadecorazón.

La anciana estrechó efusivamente lamanodelViejo y éste correspondióconlamismaefusión.

EnseguidaelViejopusomanosalaobra.VolvióallevaraClaraalsillónquequedódelantedelapuerta;Heidiloseguíasinsaberquéhacer,tantaerasualegría.Elabuelorecogiótodosloschalesymantasparasubirlosaldesván.

—Hasidounasuerteque la señora sehayaprovistode todo,comosi setrataradeunacampañadeinvierno.Todoestonosvieneahoradeperlas.

—Querido amigo —contestó la anciana, que se aproximaba en aquelmomento—, laprevisiónesunavirtudqueprotegecontramuchosmales.Sidurante un viaje por susmontañas no sobrevienen tempestades y lluvias, sepuedehablar de suerte, pero esto nodebe impedir quenospreparemosparatodaslaseventualidades.Yyaveusted:losdosestamosdeacuerdoenquemismedidashanservidoparaalgo.

Entre tanto, los doshabían subidonuevamente al desvány empezaban aextender lasmantas para formar con el heno una buena cama.Había tantasmantasque,cuandoterminaronsuobra,másquelecho,parecíaunapequeñafortaleza.

—Ahorayanopuedepenetrarelhenoatravésdelasmantas—dijoalfinlaabuelavolviendoaprobarconlamanolasuavidaddelacama,enlaque,acausadelespesordelasmaníasamontonadas,nosenotabaelhenoquehabíadebajo.

Satisfechadesuobra,laancianabajólaescaleraysevolvióareunirconlasniñas, las cuales, con rostrosardientes,hacíanproyectosacercadecómoemplearían el tiempodesde lamañanahasta lanochedurante el tiempoquepermitiríanaClarapermanecerenlamontaña.Y¿cuántotiempopodríaestarallí?Inmediatamentepreguntaronalaabuelaacercadetanimportanteasunto.Laancianacontestóquenopodíadecírselo,queeraprecisopreguntárseloalabuelodeHeidi,ycomoésteenaquelmomentosereuniótambiénalgrupo,las niñas le interrogaron en seguida. El abuelo contestó que unas cuatrosemanas sería justamente el tiemponecesarioparapoder juzgar si el airedelosAlpesdejaríasentirtambiénsubenéficainfluenciasobreClara.Lasniñas,al oír la respuesta, manifestaron ruidosamente su satisfacción, porque no

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habíanesperadopoderestarjuntastantotiempo.

En aquel momento vieron llegar a los mozos portadores de la silla demanosyelaguadelcaballo.Losdosprimerosregresaroninmediatamentealpueblo.

Cuando la abuela se dispuso a montar en su caballo, Clara exclamóalegremente:

—¡Oh,abuelita!,ahoraladespedidanopuedecausarpena,porque,aunquetevayas,vendrásdecuandoencuandoaverme,yentonces todosestaremoscontentos,¿verdad,Heidi?

Laabuelitamontóacaballo,elViejocogiólasriendasylollevóconmanofirmeporelabruptosenderodelamontaña.Denadavalieronlasprotestasdela anciana, quenoquería tal sacrificio; elViejodeclaróque la acompañaríahastaDörfliporquelapendienteeramuypronunciadaynocarecíadepeligro.

La abuelanopensabaquedarse enDörfli, ahoraque regresaba sola, sinoquedecidióirdirectamentealbalneariodeRagatz,desdedondeharíadevezenvezexcursionesalamontaña.

MuchoantesderegresarelViejo,llegóPedroconsuscabritasalacabaña.Cuando los animalitos se dieron cuenta del sitio donde se hallabaHeidi, seprecipitaronhaciaella,ylasdosniñassevieroninmediatamenterodeadasporlosanimales.Lascabrasseempujaban,comosiempre,unasaotrasparaestarmás cerca de la niña. Ésta iba diciendo los nombres de cada una para queClaratambiénlasconociera.

DeaquíqueClarahiciera,porfin,elanheladoconocimientodelapequeñaBlancanieves, la alegre Cascabel, las aseadas cabritas del abuelo, de todas,hastadelGranTurco.

Mientras tanto, Pedro se mantuvo apartado y echaba miradasamenazadorasaClara, lacualnocabíaensídecontentaynadaadvirtiódelextrañoprocederdelmuchacho.

Cuando lasniñas ledieron lasbuenasnoches,Pedro,por toda respuesta,hendiótanfuriosamenteelaireconsulátigocomosiquisieraromperlo.Luegoechóacorrermontañaabajo,seguidodelascabras.

DignorematedetodaslascosashermosasqueClarahabíavistoaqueldía,fue la sorpresa que experimentó cuando, después de acostarse en elmuellelecho de heno, pudo contemplar, a través de la abertura del techo, elfirmamentollenodeestrellas.

—¡Oh, Heidi —exclamó—, si parece que estamos en un coche que sedirigedirectamentehaciaelcielo!

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—Sí,esoparece,y¿túsabesporquéestántancontentaslasestrellasynosguiñanelojo?—preguntóHeidi.

—No,esosíquenolosé.¿Quéquieresdecir?—preguntóClaraasuvez.

—PuesporquelasestrellasvencomoDiosNuestroSeñortodolodisponetanbienparaloshombresafindequenadatemanyesténsegurosdequetodohaderesultar,alfin,parasubien.Estolescausamuchaalegría.Fíjatecomonos hacen señas para que también nosotras estemos contentas. Pero, Clara,nosotras no nos hemos de olvidar de rezar. Hemos de rogar mucho a DiosNuestro Señor para que no nos olvide cuando lo dispone todo, para quetambiénnosotraspodamosestarsegurasynotengamosnadaquetemer.

Entonceslasdosniñasseincorporaronnuevamenteenlacamaycadaunadeellasdijolaoracióndelanoche.DespuésHeidiseechóotravez,seapoyósobre un brazo y se durmió instantáneamente. Sólo Clara permaneció largorato despierta todavía, porque jamás había visto una cosa tan maravillosacomoaqueldormitorioalumbradoporlaluzdelasestrellas,alascualesnosecansabadecontemplar.

EsqueClaranuncahabíavistolasestrellas,porque,denoche,jamáshabíasalido de casa, y, dentro de ella, la servidumbre cerraba las cortinas de lasventanasmuchoantesde laapariciónde losastrosnocturnos.Yahora,cadavezquecerrabalosojosparadormir,volvíaaabrirlosnuevamente,paraversitodavíaestabanenelfirmamentoaquellasdosestrellasgrandesquebrillabanmásquelasotrasyquetansingularesseñashacían,comohabíadichoHeidi.Así continuó hasta que el cansancio la rindió, pero aun en sueños seguíaviendoaquellosdoslucerosdelcielo.

CAPÍTULOXXI

CÓMOTRANSCURRELAVIDAENLOSALPES.

Elsol saliópordetrásde las rocas, lanzandosusprimeros rayossobre lacabañayelvalle.ElViejohabíasalidodesucasay,comotodaslasmañanas,contemplaba con religioso silencio cómo, a su alrededor, se disipaba en losvalles y en las alturas la ligera neblina de lamadrugada y se despertaba elmundoparaempezarunnuevodía.

Las tenuesnubesdelamañanase iluminabancadavezmás,hastaquealfinaparecióel solen todasugloriae inundó lasmontañas, losbosquesyelvalleconsusdoradosrayos.

En aquel momento el Viejo penetró de nuevo en la cabaña y subió

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sigilosamente la pequeña escalera para contemplar a las dos niñas. Claraacababadeabrirlosojosymirabacongranasombrocómoentrabanlosrayosdel sol por la ventana y danzaban alegremente sobre el lecho. No se dabacuentanideloqueveíaniendóndesehallaba.PerodirigióunamiradahaciaHeidi,lacualestabatodavíadormidaasulado,y,almismotiempo,oyólavozcordialdelabuelo:

—¿Hasdormidobien?¿Tienestodavíasueño?

Clara aseguró que no tenía sueño ninguno, pues había dormido toda lanochedeuntirón.Estoagradóalabuelo,elcualpusoenseguidamanosalaobrayayudóaClaraavestirsecontantoaciertocomosifuerasuoficiocuidardeniñosenfermosyprocurarlestodaclasedecomodidades.

Heidi,queal finhabíaabierto losojos,vioconasombrocomoelabuelocogía aClara enbrazos, yavestida, ydescendía conella.Era, pues, precisoapresurarseparareunirseconellos.Saltódellechoysearreglóenunabrirycerrardeojos; despuésbajó la escalera, salióde la cabañay sedetuvoparacontemplar,estupefacta,loquehacíaelabuelo.Yalanocheanterior,mientraslasniñasdormíanensulechodeheno,habíareflexionadolargamenteacercadellugardondepodíaguardarelanchosillónderuedas.Nohabíaquepensarenhacerloentrarenlacabaña,pueslapuertaerademasiadoestrecha.Perodeprontotuvounaidea:sedirigióalcobertizoyarrancódostablasdeunodesustabiques. Por la amplia abertura hizo penetrar el sillón y volvió a poner lastablasensusitio,perosinclavarlas.Heidihabíallegadoenelmomentoenqueel abuelo, después de colocar a Clara en el sillón, salía, empujándolo, delcobertizoporelhuecoreciénabierto,alplenosoldelamañana.Enmediodelllanoquehabíafrentealacabañadejóelsillónparadirigirsealestablodelascabritas.HeidicorrióhaciaClara.

La fresca brisa de la mañana acariciaba los rostros de las niñas y lesllevabaoleadasaromáticasdelosabetosqueimpregnabanlaatmósfera.Claraaspirabaprofundamenteestabrisafortificadora,yrecostadaenelrespaldodelsillón gozaba de la sensación de bienestar que hasta entonces le eradesconocida.

Jamáspudoaspirarelairematinalenplenocampo,yestepuroalientodelos montes, tan fresco, tan vigoroso, era para ella una verdadera delicia.Gozaba igualmente del brillante sol, tan poco ardoroso en lo alto de lamontañayque jugueteabadulcementeentresusmanosyenelcésped,asuspies. Nunca hubiera podido figurarse que la vida en aquel lugar fuera tanhermosa.

—¡Oh,Heidi,siyopudieraestarsiempreaquí,contigo!—exclamóClaravolviéndose en su sillónparamejor recibir en todaspartes de su cuerpo losbesosdelaireydelsol.

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—¿Ves como era cierto lo que te decía? —repuso Heidi henchida defelicidad—.Nohayenelmundolugar tanbellocomonuestracabañadelosAlpes.

EnaquelmomentoelViejosaliódelestabloysedirigióhacialasniñascondostazonesllenosdelecheblancayespumosa.

DiounoaHeidiyotroaClara.

—Estoteharábien,hijamía—dijoanimandoaClaraconunmovimientodecabeza—.EslaricalechedeBlanquita.¡Buenprovecho!

ComoClara nuncahabía bebido lechede cabra, comenzópor olerla concierto aire de vacilación, pero cuando vio la avidez con queHeidi bebió sutazón,sindescansar,tanricalahallaba,tambiénellabebióhastalaúltimagotade aquel néctar, tan dulce y aromático como si le hubieran echado azúcar ycanela.

—Mañananosbeberemosdostazas—dijoelabuelo,quehabíavistoconsatisfaccióncómoClaraseguíaelejemplodeHeidi.

Unmomentodespués,Pedrohacíasuapariciónconsuejércitoy,mientrasHeidiavanzabahacialascabraspararecibirsusaludomatinal,elabuelollamóa Pedro aparte, a fin de poder entenderse con él, pues las cabras balabanensordecedoramenteparatestimoniaraHeidisuafecto.

—Oyebien lo que voy a decirte—dijo elViejo—.Desde hoy dejarás aBlanquitahacerloquequiera.Porinstintoyasabeellacuálessonlashierbasmásnutritivas.Porlotanto,siquieresubiramayoralturaquedecostumbre,síguela; lasdemáscabrasya teseguirán también.Ysiaúnquieresubirmás,síguela asimismo, ¿entendido? Ve donde ella vaya, pues Blanquita sabe deestomásquetúyesmenesterquecomalasmejoreshierbasparaproducirunaleche de primera calidad. ¿Por qué pones esos ojos? Parece que quierascomerteaalguien.Nadieteestorbará.Yahora¡veteyacuérdatebiendeloquetehedicho!

Pedro tenía lacostumbredeobedeceren todoalViejode losAlpes.Así,pues,sepusoenseguidaenmarcha,perodebíasuponerquehabíaenelloalgooculto, porquevolvía frecuentemente la cabeza, conojos desmesuradamenteabiertos.Las cabras, al avanzar, arrastraron aHeidi un trecho, circunstanciaqueaprovechóelmuchachoparaexclamarconairedeamenaza:

—HasdevenirconnosotrosporquehemosdeseguiraBlanquitaa todaspartes.

—No puedo ir ahora—contestó la niña—.No podré ir con vosotros enmucho tiempo, porque he de hacer compañía aClara.Alguna vez ella y yosubiremosaverte,asílohadichoelabuelo.

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Mientrashablaba,HeidisehabíalibradodelascabritasyvolvíaalladodeClara.Pedro,alverlamarchar,amenazófuriosamenteconlospuñosalasdosniñashastaquesurebañoempezóacorrermontañaarriba;yelchicolosiguiódando grandes zancadas para ponerse lo antes posible fuera del alcance delViejo de los Alpes, porque prefería no enterarse de la impresión que suamenazahicierasobreaquél.

Clara y Heidi se habían propuesto hacer aquel día tantas cosas, que nosabían por dónde empezar.Heidi propuso, ante todo, escribir una carta a laabuela,yaquehabíanprometidoescribirtodoslosdías.Laabuela,quenolasteníatodasconsigoacercadelresultadodelaestanciadeClaraenlamontaña,habíahechoprometeralasniñasque,porcarta,lapondríanalcorrientedeloquesucediese.Deestemodopensabaenterarsedesisupresenciaeranecesariaallíarribaenunmomentodado;mientras tanto,podríagozar tranquilamentedesuestanciaenelbalneario.

—¿Hemosdeentrarparaescribir?—preguntóClara,quehubieraqueridoredactarlacarta,perosehallabatanbienalairelibre,quenodeseabaapartarsedetangratolugar.

Pero Heidi supo arreglárselas. Entró corriendo en la cabaña y regresó apococonuntabureteyrecadodeescribir.PusoencimadelasrodillasdeClaraun libro y un cuaderno, ella se sentó en el taburete, tomando el banco pormesa, y así las dos niñas empezaron a escribir la carta de la abuela. Clara,después de cada frase, dejaba el lápiz ymiraba en torno suyo.El paisaje leencantaba. El viento había perdido el frescor de la mañana y le acariciabadulcementeelrostro.Almismotiemposeoíasumurmulloentrelasramasdelos pinos. En la clara atmósfera revoloteaban y zumbaban alegremente losinsectos, y en todo el soleado valle reinaba una augusta quietud; unabienhechora paz envolvía al mundo, y las cimas de los altos montes locontemplaban serenos. Sólo de cuando en cuando se oía el alegre grito dealgúnpastorcillo,yelecodelasmontañas,suavemente,devolvíaelresonardelavoz.

La mañana transcurrió sin que las niñas se diesen cuenta del tiempo.Nuevamenteaparecióelabueloconlafuentehumeanteparaquecomiesenalaire libre, ya que el Viejo opinaba que Clara había de permanecer en élmientrasquedaseunrayodesolenelcielo.Asísesirviólacomidaenlamesacolocadadelantedelacabaña,comohicieroneldíaanterior,congranplacerde las niñas. Luego, Heidi llevó el sillón hacia los pinos, porque habíaconvenido con Clara en que debajo de la deliciosa sombra de los viejosárbolespasaríanlatardeparacontarsemutuamenteloqueleshabíasucedidodesde que se separaron en Francfort. Aun cuando allí todo transcurría enapacible calma, Clara, sin embargo, tenía mucho que referir acerca de laspersonasqueconcurríanalacasaSesemann,yalascualesconocíaHeidi.

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Lasdosniñas se sentarona la sombrade lospinos;cuantomásanimadaerasuconversación,másfuertecantabanlospájarosenlasramas,comosilescomplaciera la alegre charla y quisieran tomar parte en ella. El tiempotranscurriórápidaeinopinadamenteparalasniñas;llegóelcrepúsculo,yconélelrebañodePedroyéstedetrás,conlafrentearrugadaylacarahosca.

—Buenas noches, Pedro—exclamóHeidi al ver que el chico no queríadetenerse.

—Buenasnoches,Pedro—exclamótambiénClaraamablemente.

Elmuchachonodevolviólossaludos.Furioso,corriódetrásdelascabras.

Clara, al ver que el abuelo llevaba la aseada Blanquita al establo paraordeñarla,sintiódeprontotantodeseodebeber lasabrosaleche,queapenaspodía aguardar el momento en que el abuelo se la trajese. Ella misma seasombródesuvehementedeseo.

—Oye,Heidi, es extraño lo queme pasa—dijo—.Hasta ahora sólo hecomido porqueme obligaban a ello, y todo lo queme daban tenía gusto aaceite de hígado de bacalao.Muchas veces he pensado: «¡Ojalá no tuvieranecesidaddecomer!».Yahoranisiquierapuedoesperarelmomentoenqueelabuelometraigalaleche.

—Yaséloquees—repusoHeidi,comosiefectivamentelocomprendiera,pueslapequeñarecordabalosdíasquepasóenFrancfort,cuandolacomidanoqueríapasarledelaboca.

Pero Clara no lo comprendía aún. En toda su vida había pasado un díaenteroalairelibrey,muchomenos,enunairetanpuroyvivificadorcomoeldeaquellamontaña.

Cuandoelabueloseacercóconlastazasllenas,Claracogiórápidamentelasuyay,despuésdedarlelasgracias,sebebióelcontenidosindescansar,ytanaprisa,queterminóantesqueHeidi.

—¿Puedobeberunpocomás?—preguntótendiendolatazaalabuelo.

Ésteexpresósusatisfacciónconunmovimientodecabeza,tomótambiénlatazadeHeidiyvolvióaentrarenelestablo.

Cuandovolvió,cadaunodelostazonesteníaunatapadera,aunquedistintadelasqueseusanordinariamente.AquellatardeelabuelohabíaidoalMaienSuperior,dondeseelabora lamásexquisitamantequilla.Sehabía traídounabuenaporción,yacababadeponerunagruesacapadeellasobredosbuenasrebanadas de pan. Las niñas comieron tan a gusto que el abuelo se quedó,complacido,paracontemplarlas.Aquellanoche,cuandoClarasehallóensucamadehenoyquiso,comolavíspera,vercómobrillabanlasestrellasenelcielo,lesucedióexactamenteloqueaHeidi.Susojossecerraronenseguiday

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sesumióenelmásprofundoyreparadordelossueños.

Eldíasiguienteyelotrosedeslizarondelamismaagradableforma.Eneltercero,lasniñasrecibieronunagransorpresa.Vieronllegarporelsenderoadoshombresmuycargados.Cadaunodeellosllevabaenlaespaldaunacamacompleta con sus sábanas y colchas blancas y nuevas. También traían unacartadelaabueladeFrancfortenlaquedecíaquelascamaseranparaClarayHeidi,yqueeraprecisoabandonarloslechosdeheno.«Enlofuturo—decía—,Heididormirásiempreenunaverdaderacama,pueseninviernosellevaráuna a Dörfli, mientras la otra quedará en la cabaña, para cuando vuelva».Despuésalababaa lasniñaspor las largascartasque lehabíanescrito,y lasanimaba a hacerlo todos los días para poderlas seguir con el pensamiento,comosiestuvieseasulado.

Mientrastanto,elabuelohabíasubidoaldesvánparaquitarlosmontonesde heno que hasta entonces habían servido de lecho y arrojar a un lado lasmantas.Despuésvolvióabajarparaayudaralosdoshombresasubirlasdoscamas.Lascolocóunaalladodelaotra,demodoquedesdeambasalmohadassetuviera lamismavistaa travésde laventana,puessabíacuántogustabaalasniñascontemplarporestaaberturalaaurorayelresplandordelaluna.

EntantoquelavidasedesarrollabaasíenlosAlpes,laseñoraSesemannpermanecía en el balneario de Ragatz gozando vivamente de las excelentesnoticiasquerecibíatodoslosdíasdelacabaña.

ElentusiasmodeClaraporsunuevogénerodevidaaumentabadedíaendía; no se cansaba de hablar en todas sus cartas de la bondad y de losexcelentes cuidados que le dispensaba el abuelo, de contar lo alegre ydivertidaquesemostrabaHeidi—alegríadequecarecíaenFrancfort—yquetodas las mañanas, al despertar, era éste su primer pensamiento: «¡Oh, quéfelicidad!EstoytodavíaenlosAlpes».

Estas noticias tan satisfactorias proporcionaban una completa calma a laabuela,lacualconsideróque,puestoquelascosasibantanbien,podíaaplazaraúnunpocosusegundavisitaalosAlpes,cosaquenoledesagradaba,pueslaascensiónacaballoporelabruptosendero,ysobre todoeldescenso,habíansidomuymolestosparalaanciana.

El abuelo parecía sentir una especial simpatía hacia la niña inválida.Nopasaba un solo día sin que discurriera algún nuevo procedimiento parafortalecerla.Todaslastardeshacíaunaexpediciónalasaltasrocasyvolvíadeallí cargadoconun fardodehierbasque,yade lejos, saturaba el airedeunfuerte perfume, semejante al de los claveles y el tomillo mezclados. Alatardecer, cuando las cabras volvían, comenzaban a balar y se precipitabanhaciaelpequeñoestabloenelcualhubieranqueridopenetraratraídasporelaroma de aquellas hierbas que tan bien conocían. Pero el Viejo tenía buen

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cuidadodemantener la puerta bien cerrada, pues no era para procurar a lascabrasunabuenacomidaporloqueélhabíatrepadohastalasrocasmásaltasenbuscadehierbasraras.ÉstasestabandestinadassolamenteaBlanquita,quehabíadeconvertirlasenunaexquisitaleche.Bienpodíacomprobarseenestacabraelresultadodetalescuidados:levantabasucabezaconunmovimientomásvivoqueeldelasdemásysusojosteníanunbrilloinusitado.

HacíayatressemanasqueClaraestabaenlosAlpes.Desdehacíamuchosdías, el abuelo, al bajar por la mañana para sentarla en su sillón, le decíainvariablemente:

—¿Quieresprobar,hijamía,unavezmásaponerteenpie?

Claratratabadeaccederaestedeseo,peroexclamabaenseguida:

—¡Ay,quédaño!—yseasíaalViejo.

Noobstante,éstelehacíarepetirelensayotodoslosdías,ycadavezmáslargamente.

Hacía muchos años que no se había visto en los Alpes un verano tanhermoso. Un espléndido sol brillaba diariamente en el cielo sin nubes; lasflorecillassilvestresabríansuscálicesalaluzdelastrorey,elcual,todaslastardes, después de haber bañado las cimas y los campos nevados con elincendiopurpúreoyrosadodesuluz,sesumíaenelhorizonteenunmardeoroydesangre.

ÉstaeraunadelascosasdelasqueHeidihablabacontinuamenteaClara,porque aquel espectáculo sólo se veía desde los altos campos de pastos. Ledescribía,sobretodo,conardor,sulugarfavorito:unapendientedeaquelloscampos, en la que había tantas florecillas de oro y eran tan numerosas lascampanillas,que lahierbasemejabaamarillayazul.Lehablaba tambiéndelperfumadodientedeleón,cuyoaromaexquisitolareteníaimperiosamenteenaquelloslugares.

Cierto día en que Heidi, bajo los pinos, le hablaba de las flores, de losAlpesy de lamagnífica puesta del sol, fue tal el deseoque experimentódevolveraaquelloslugares,queechóacorrerhaciaelcobertizo,dondeelabuelotrabajabaenaquelmomento.

—¡Oh, abuelito!—exclamó corriendo hacia él—, ¿quieres venirmañanaconnosotrasalosprados?¡Estanhermosoaquelloenestaépoca!

—Conforme—asintióelViejo—.Perotuamiguitamehadehacerelfavordeprobarestanoche,convalentía,aponerseenpie.Heidi,entusiasmada,fueatransmitirlanoticiaaClarayéstaleprometióinmediatamentequeprobaríaamantenerseenpie tantocomoelabueloquisiera,pues leproducíaungranplacer la perspectiva del paseo por los hermosos campos de hierba. En su

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júbilo, Heidi dijo a Pedro, apenas lo divisó cuando el muchacho bajaba alanochecerconsupequeñoejércitodecabras:

—¡Pedro,Pedro!Mañanairemostambiénnosotrasyestaremosallítodoeldía.

Amododerespuesta,PedrogruñócomounosoydescargófuriosamenteellátigocontralainocenteCascabel,quegalopabanolejosdeél.Peroéstahabíavisto a tiempo el ademán y, ágilmente, dio un salto por encima deBlancanieves,librándoseasídellátigo,queresonóvanamenteenelaire.

Aquella noche, cuando Heidi y Clara se encaramaron a sus hermososlechos,sesentíanhenchidasdegozoantelaperspectivadelaexcursióndeldíasiguiente.De aquí que decidieran permanecer despiertas toda la noche parahablar hasta la hora de levantarse. Pero apenas pusieron la cabeza sobre laalmohada, la conversación cesó súbitamente, yClara vio en sus sueños unainmensapraderatanllenadecampanillas,queelllanoparecíauncielo.Entretanto,Heidioíacomoelavederapiñalegritabadesdelasalturas:«¡Ven,ven,ven!».

CAPÍTULOXXII

UNASORPRESATRASOTRA.

Alamañana siguiente, elViejode losAlpes salióde la cabañaaúnmástempranoquedecostumbreparaexaminarelcieloyvercómosepresentabaeldía. Un resplandor anaranjado aparecía por detrás de las cimas lejanas. Unviento fresco mecía las ramas de los abetos: el sol iba a salir. El Viejopermaneció algún tiempo inmóvil, contemplando con recogimiento laaparicióndeldía.Despuésdelasaltascumbres,fueronlascolinaslasquesevieroncoronadasdeunatransparenteclaridad,lossombríosvaporesdelvallesedisiparon,absorbidosporunaluzrosada,ypronto,desdelascimasalllano,todoresplandeciósumidoenunaluzflotante.Elsolhabíasalido.

Elabuelosacóel sillónde ruedasdelcobertizo, lo llevóante lapuertayallí lo dejó; luego subió a despertar a las niñas y a decirles que habíaamanecidoundíahermoso.

En aquelmomento Pedro aparecía en lo alto del sendero. Las cabras noiban,comohabitualmente,asulado,sinoque,aterradas,corríandeunladoaotro, pues a cadamomento el pastorcillo cortaba el aire con su látigo y losanimalesrehuíanlosgolpes.Pedrohabíallegadoalcolmodelacóleraydeladesesperación.DesdehacíadossemanasnohabíatenidoaHeidisóloparaél,comodecostumbre.Desdeelamanecer,cuandosubíaalosAlpes,hallabaala

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niña forastera instalada en su sillón de ruedas y acompañada de Heidi. Alatardecer, cuando volvía, el sillón y la enferma estaban bajo los abetos, yHeidi tan cerca de la inválida como por la mañana. La niña no le habíaacompañadounasolavezalospradosentodoelestío.Hoyqueríasubir,peroen compañía del sillón y de la forastera, y sólo se ocuparía de ésta durantetodoeldía.Estaperspectivalellevabaalcolmodelresentimiento.Aladvertirelsillónirguiéndoseorgullosamentesobresusruedas,Pedrolomirócomoalenemigocausantedetodossusmales.Dirigióunamiradaentornosuyo:todoestabasilenciosoynoseveíaunalma.Entoncesseabalanzócomounafierasobre el objetode su furory le imprimióuna sacudida tanviolentahacia laparte de la escarpada pendiente que el sillón se deslizó sobre sus ruedas ydesapareció en un instante. De pronto, como si también él hubiera tenidoruedas en los pies, echó a correr hacia la montaña, por la que trepóraudamente. No se detuvo hasta tropezar con unos zarzales donde pudoocultarsecompletamente.NoestabadispuestoaqueelViejoloviera.Él,sinembargo, protegido por las breñas, podía contemplar la montaña de arribaabajoyocultarsemásaún,apenaselViejohicierasuaparición.Asílohizoyvioque,lejos,alolargodelapendiente,rodabasuenemigoconunarapidezprogresiva.Diodosotresvueltasdecampana,despuésungransaltoalhallarunobstáculo en el camino, otrasvueltasmás, y seprecipitódefinitivamentehaciasufin.

Ensucarreraibadejandounaesteladefragmentos:losbrazos,elrespaldo,los cojines.Al ver esto, Pedro experimentó tan inmensa alegría, que dio ungransaltoyseechóareírparadarriendasueltaasuregocijo.Despuésvolvióa su refugio para seguir espiando. Nuevas carcajadas y nuevos saltos dealegría. Pedro enloquecía de placer contemplando la destrucción de suenemigo.Preveíaloqueibaapasar:ahoraquelaforasteracareceríademediode transporte, se vería precisada a partir. Heidi estaría de nuevo sola, laacompañaríaa loscamposy la tendríaparaélpor lamañanaypor la tarde,hasta la hora de regresar a la cabaña, por lo cual todo volvería a su naturalestado.MasPedronocalculabaloquesucededespuésdehabercometidounamalaacción.

Heidifuelaprimeraensalirdelacabañaysedirigiórápidamentehaciaelcobertizo, seguida del abuelo, que llevaba a Clara en brazos. La puerta delcobertizoestabacompletamenteabierta,lasdostablashabíansidoapartadasylaluzdeldíapenetrabahastalosmásprofundosrincones.Heidimiróentodasdirecciones y después volvió al lado del abuelo con rostro en el que sedibujabaelmásprofundoasombro.ElViejoavanzóasuvez.

—¿Quésignificaesto?¿Erestú,Heidi,laquetehasllevadoelsillón?

—No,abuelito.Noloencuentroporningunaparte,apesardequedijisteque estaba en la puerta del cobertizo —repuso la niña mirando en todas

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direcciones.

Atodoesto,elvientohabíaadquiridomayorviolenciaycomenzóasacudirlaspuertasdelcobertizo.

—Abuelito, ha sido el viento —exclamó Heidi—. ¡Oh, si se hubierallevado el sillóndeClara aDörfli, tardaríamosmucho tiempo envolverlo atraeryyanopodríamosiralospradosporqueseríademasiadotarde!

—Si ha llegado a Dörfli, no podremos encontrarlo de ninguna manera,porquesehabráhechomilpedazos—dijoelabueloavanzandoparaexaminarlapendiente—.Escurioso—añadiómidiendocon lamiradael trayectoquedebíadehaberrecorridoelsillónparadarlavueltaalacabaña.

—¡Oh,quédesgracia,yanopodremosirhoy,yacasojamás,aloscamposdepastos!—exclamóClara,desolada—.Indudablementeseráprecisoquemevuelvaacasa,puestoquenotengoelsillón.¡Quédesdicha,quédesdicha!

PeroHeidilevantóhaciaelViejosusojosllenosdeconfianzaydijo:

—¿Verdad, abuelito, que tú inventarás cualquier cosa para que Clara notenganecesidaddevolverenseguidaasucasa,comoellacree?

—Por hoy, iremos a los campos como nos lo habíamos propuesto. Encuantoalodemás,yaveremosloquesucede.

Lasniñasdieronriendasueltaasualegría.

ElViejoentróen lacabañaysalióconunoscuantoschalesqueextendiócercadelmuroypusosobreellosaClara.Despuésfueenbuscade la lecheparaquesedesayunaranlasniñasehizosaliraBlanquitayDianadelestablo.

—¿Porqué tardará tantonuestrogeneral?—dijoelViejocomohablandoconsigomismo,puesnohabíaoídotodavíaelsilbidodelmuchacho.

—Desde hoy —dijo poniéndose en marcha— las cabras vendrán connosotros.

Heidi no podía desear cosa mejor. Un brazo en torno del cuello deBlanquita y rodeando con el otro el deDiana, corría alegremente detrás delabuelo;lascabrassemostrabantancontentasdeirdenuevoensucompañía,quelaestrujabanafuerzadeestrecharsecontraella.

AlllegaraloaltovierondeprontoalascabrasquepacíantranquilamenteyaPedroqueestabatumbadoentreellas.

—Otravezteenseñaréaquesilbescuandopases.¿Quésignificaesto?—exclamóelViejo.

Apenasoyóestavoztanconocida,Pedrosepusoenpieapresuradamente.

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—Nadiesehabíalevantadotodavía—repuso.

—¿Hasvistoelsillón?—preguntóelViejo.

—¿Quésillón?—repusoPedrocontonoáspero.

ElViejonodijonada.Extendióloschalesalsol,instalósobreellosaClaraylepreguntósiseencontrababien.

—Tanbiencomoenelsillón—repuso laniñaen tonoagradecido—.Nohayenelmundolugarmásbelloqueéste.¡Quéhermosoesesto,Heidi,quéhermoso!—añadiólanzandounamiradaentornosuyo.

Elabuelosedispusoa regresar.Dijoa lasniñasqueno teníanquehacersinodivertirsetodocuantopudieranduranteeldía.Cuandofuerahora,Heidiiríaabuscarlacomidaenelsaquitoqueélhabíacolocadoenunaltorincónprotegidoporlasombra.

Pedrolesdaríatantalechecomoquisieran,peroHeididebíatenercuidadodequelalechefueradeBlanquita.Encuantoaél,volveríaalatardecer,pero,antetodo,eraprecisoquefueraenbuscadelsillón.

Elcieloeradeunazulprofundo,sinqueningunanubeloempañara.Enlosventisqueroscercanosveíansebrillarmillaresdeestrellasdeoroyplata.Lasgrises rocas se erguían orgullosamente dominando todo el valle. El ave derapiñacruzabalosaires,ylabrisadelosAlpes,barriendolasaltascimas,sedeslizabadeliciosamentesobrelamontañasoleada.Lasniñasexperimentabanunbienestarindecible.Devezencuando,unadelascabritasseacercabaysetendía junto a ellas. La que con más frecuencia hacía esto era la cariñosaBlancanieves;sefrotabacontraHeidiynosehabríaseparadodeellajamás,denoiraempujarlaotracabra.Deestaforma,Clarafueconociendoatodaslascabrasyaprendióanoconfundirunaconotraobservandolafisonomíaylasmaneraspropiasdecadaunadeellas.Lascabras,asuvez,sefamiliarizabantanto conClara que continuamente se acercaban a ella y frotaban su cabezacontraelhombrodelaniña,comopruebadeamistadydeafecto.

Algunashorastranscurrieronasí.DeprontoHeidituvolaideadeirhaciadonde estaban las flores a ver si había muchas, si estaban completamenteabiertasysiolíantanbiencomoenelveranoanterior.ParapoderirconClaraeraprecisoesperaraqueelViejovolvieraalatardecer,peroentoncesquizáyatodas las flores hubieran cerrado sus corolas. El deseo de verlas se hizo enHeidiirresistiblehastaelpuntodequedijosinvacilación:

—¿No te incomodarás, Clara, si te dejo un momento sola para ir alláarriba?¡Megustaríatantovolveraverlasflores!Espérate…

Heidihabíatenidounaidea.Seseparóunpocodelaenfermaarrancóunosmanojosdehierbay,cogiendoporelcuelloaBlancanieves,lacondujoallado

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deClara.

—Entretanto,noestarássola—ledijoHeidiobligandoaBlancanievesaqueseecharaalladodelaniña.

La cabra comprendió lo que se le ordenaba y obedeció. Después HeidiechólahierbasobreelregazodeClaray,ésta,llenaderegocijo,dijoaHeidique podía irse a ver las flores y permanecer ausente tanto tiempo comoquisiera.Nadatandeliciosoparaellacomoquedarsesolaconlacabrita.Heidise alejó rápidamente y Clara comenzó a ofrecer a Blancanieves la hierba,briznaabrizna.Lacabrasefamiliarizótanprontoconlaenfermaquesepegóaellay fuecomiendo lentamenteen sumano lahierbaqueésta ledaba.Seveíabienclaroquesesentíafelizdepoderpermanecertranquilamenteybajouna buena protección, pues hallándose entre sus compañeras estaba siempreexpuestaa todaclasedepersecucionesporpartedelmuchacho.EncuantoaClara, le parecía encantador hallarse sentada en la montaña, sola con unatímida cabrita que tenía necesidad de su protección. En ella se despertó, depronto,unvivoanhelodeserlibre,depoderayudaralosdemásenlugardeser tan sólo ayudada por ellos. En sumente surgían ideas que jamás habíatenido de niña, experimentaba un desconocido deseo de continuar viviendobajoelsolydepoderhaceraalguientanfelizcomoenaquelmomentoestabahaciendoaBlancanieves.

Unnuevoplacerhenchíasucorazóncomosiadvirtieraquetodopodíasermásbellodeloquehabíasidohastaentonces;ysintióunavagaydesconocidafelicidadquelamovíaaexclamarabrazandoaBlancanieves:

—¡Oh,cabritaquerida,québelloesesto!¡Sipudieravivirsiempreaquí!

Entre tanto,Heidihabía llegadoalpuntodondecrecían las flores.Lanzóungritodealegría.Todalapendienteestabacubiertadeuntapizdeoro:eraeldiente de león. Debajo de éste, las campanillas de un azul intenso y unperfume exquisito y penetrante saturaban la atmósfera como si se hubieraechadoinciensosobrelospastos.Estearomaeraproducidoporlasorquídeassilvestres, las cuales asomaban modestamente su cabecita entre las doradascorolas.Heidicontemplabalasfloresyrespirabaprofundamentesuperfume.Después,desúbito,volviósobresuspasosyllegóalladodeClarasinalientoyllenadeunavivaexcitación.

—¡Oh,esprecisoquevengas!—exclamó,apenasladivisódesdelejos—.¡Sontanbellas!Podríallevarte,¿quieres?

Clara contempló a Heidi, estupefacta, y después movió la cabezanegativamente:

—No, no, Heidi, tú eres mucho más pequeña que yo. Sin embargo, ¡sipudierair!

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Entonces Heidi dirigió en torno suyo una mirada escrutadora. Sin dudahabíatenidounanuevaocurrencia.Enlosaltoscamposdepastos,sentadoenelmismositiodondeantesestuvieraechado,Pedrocontemplaba fijamentealas niñas. Dos horas hacía que estaba allí sinmoverse y casi sin pestañear,comosinopudiesecomprenderloquesucedía.Aquellamismamañanahabíadestruido el sillón, su enemigo, para que todo concluyera y la forastera nopudieramoversedelacabaña,yheaquíque,depronto,habíaaparecidoenloaltodelmonte,puesestabarealmenteallí,sentadasobrelahierbayalladodeHeidi.

Eraimposible.Sinembargo,nohacíasinomirarymirarysiempreveíalomismo.Heidilodivisótambién.

—Baja,Pedro—exclamóentonoimperativo.

—No—replicóél.

—Sí,esprecisoquebajes.Nopuedohacerlosola,necesitoquemeayudes.Venenseguida.

—Yonovoy.

Entonces Heidi echó a correr hacia la altura donde Pedro se hallaba y,deteniéndoseamitaddelcamino,leapostrofóconojoscentelleantes:

—Pedro,sinovienesenseguida,teaseguroquevasaacordartedemí.

EstaspalabrasprodujeronaPedrounagranangustia.Habíacometidounamalaacciónquenadiedebía saber.Hastaentoncesnohabía sentidoporellosino alegría.PeroHeidi le hablaba como si estuviera enteradade todo.Y siestaba enterada, podía contárselo al abuelo. Esto último sería para Pedro elmayorterror.¡Sielabuelosupieraloquelehabíasucedidoalsillónderuedas!LlenodepánicoselevantóyseacercóaHeidi.

—Iré,peronodigasnada—dijoentonosumisoytemerosoparaqueHeidisecompadeciesedeél.

—No, no diré nada —repuso para tranquilizarle—. Ven conmigo y notemas,quenadamalovaasucederte.

Cuando estuvieron al lado de Clara, Heidi organizó la ejecución delproyecto: Pedro por un lado, y ella por otro, debían coger firmemente elcuerpo de Clara para levantarla. Hasta aquí la cosa iba bien, pero entoncesveníalodifícil.PuestoqueClaranopodíamantenerseenpie,¿cómopodríansostenerlayhacerlaandar?Heidierademasiadopequeñaparaquesubrazolesirvieradeapoyo.

—¡Cógemebienfuertedelcuello!—dijo—.AhorapasaelotrobrazoporeldePedroyapóyatecontodastusfuerzas.Deesaformapodremosllevarte.

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ClarahizoloqueHeidileordenaba.PeroPedro,quenuncahabíadadoelbrazoanadie,lomanteníarígidoalolargodesucuerpo,comounbastón.

—Nosehaceasí,Pedro—dijoHeidiconfirmeza—.Doblaelbrazo.Clarapasaráel suyoporélapoyándose firmemente.Túnodebessoltarlapornadadelmundo.Asíavanzaremosbien.

Deestemodolohicieron.Sinembargo,noavanzabantanfácilmentecomoella creyera.Clara no tenía ligerezaninguna, y sus puntos de apoyo, el unodemasiadobajoyelotrodemasiadoalto, leservíandemuypoco.Devezencuando,Claraintentabamantenersesobresuspies,masenseguidalosretirabadelsuelounotrasotro.

—Pisa una vez con toda tu fuerza—le propuso Heidi— y verás comodespuéseldañoesmenor.

—¿Túcrees?—replicóClaravacilante.

Sinembargo,obedecióypisófirmementeconunpie,despuésconelotro,aunquenosinlanzargritosdedolor.Inmediatamentehizolapruebaotravezyexclamóllenadegozo:

—¡Oh,ahorayanomehacetantodaño!

—Pruebaotravez—laapremióHeidi.

Claralohizounavezmás,luegootra,yotradespués.Deprontoexclamó:

—¡Ya puedo, Heidi, ya puedo! ¡Mira,mira! ¡Puedo andar! Esta vez fueHeidilaquelanzóungritodealegría.

—¡Oh!¿Deverdadpuedesandar?¿Esciertoquepuedesandarsola?¡Oh,si el abuelo estuviera aquí! ¡Ya puedes andar, Clara, ya puedes andar! —repetíaHeidiunayotravez.

Bien es verdad que Clara se apoyaba firmemente en sus acompañantes,pero no es menos cierto que cada vez sus piernas adquirían una mayorfirmeza.LostresloadvirtieronasíyHeidisesentíadesbordantedefelicidad.

—Ahora podremos venir todos los días a los prados y pasear por dondequeramos—exclamó—.Ydeahoraenadelantepodrásmarcharcomoyo,sinnecesidaddesillónderuedas,porqueyaestáscompletamentecurada.¡Oh,nopodíasucedernadamejor!

Claracompartíade todocorazónlaalegríadeHeidi,pues tampocopodíahaberparaella felicidadmayorque lade recobrarsusaludpara irpor todaspartes,comolosdemás,envezdepasarseeldíasepultadaenelfondodeunsillónde inválidos.Noera largoel caminoque les separabade lapendienteflorida.Seveíaalolejoselbrillodoradodeldientedeleónbajolosreflejosdelsol.Enseguidallegaronalcampodelascampanillas,cuyotapizadosuelo

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invitabaahaceralto.

—¿Podremossentarnosaquí?—preguntóClara.

ÉsteeraeldeseodeHeidi.LosniñosseinstalaronenmediodelasfloresyClara se sentó por primera vez sobre el fresco césped, lo cual le causó unasensación de bienestar inefable. En torno de ellos se balanceaban lascampanillas azules, la hierbadeoroy el diente de león.Por todas partes seexpandíaelpenetranteperfumedelasfloressilvestres.¡Quéhermosoeratodoaquello!LamismaHeidinuncahabíaexperimentado tandeliciosasensacióndebelleza.Laniñanosabíaporquéllenabasucorazónunplacertangrande,taninmenso,queledabadeseosdegritar.Después,depronto,acordándosedeque Clara estaba curada, comprendió que esto era mucho más hermosotodavía. Clara permanecía silenciosa ante las hermosas perspectivas que lepresentaba el porvenir. Su dicha era tan grande que casi no le cabía en elcorazón;elbrillodelsolyelperfumeyelencantode lasflorescontribuíaasumirlaenelmutismomáscompleto.

También Pedro estaba silencioso e inmóvil entre las perfumadas flores,puessehabíadormidoprofundamente.

Enaquellugar,protegidoporlasrocosasmontañas,soplabasuavementeelvientoyproducíauntenuerumorentreloszarzales.Devezencuando,Heididejabasusitioycorríadeaquíparaallá;siemprehallabaunrincónmásbelloque losotrosy se sentabaen todaspartesdonde juzgabaque las floreseranmásabundantesoquesuperfumeeramásexquisitoparaquelabrisalollevaraaoleadassobreella.

Asísedeslizaronlashoras.Elsolestabayamuylejosdelcénitcuandoungrupo de cabras apareció a cierta distancia avanzando gravemente hacia lafloridaladera.Noeraaquelsucampodepastoshabitual.Nuncaselasllevabaallí porque no les gustaban las flores. Parecían llegar en comisión, conCascabelalacabeza,ybuscabanevidentementeasusguardianes,loscuales,tanlargamenteycontralasleyesestablecidas,lashabíanabandonado,pueslascabrassabíandistinguirmuybienlosdiferentesmomentosdeldía.Alverenmediodelasfloresloquebuscaban,Cascabelbalósonoramente,mientraslasotras le hacían coro, y al fin todo el tropel de cabras, balandodesesperadamente, se dirigió a galope hacia las niñas. Pedro despertóentonces,perotuvoquefrotarselosojosfuertemente,pueshabíasoñadoqueel sillón estaba de nuevo ante la cabaña, más intacto que nunca y, aundespierto, había visto las tachuelas doradasbrillar al sol. Peropronto se diocuenta de quenohabía tales tachuelas, sinoque se trataba de las florecillasamarillas que salpicaban el césped.Almismo tiempo, la angustia quehabíaexperimentadodurante sus sueñosalverel sillón intacto, resurgióenél conmásfuerzaqueantes.ApesardequeHeidileprometiónodecirnadaalViejo,

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Pedro sentía el temor de que cualquier otro lo descubriera. Así, pues, semostrómuyamableyobedienteehizotodocuantoHeidileordenaba.

Devuelta a losprados,Heidi se apresuróa ir enbuscadel saquitode lacomida y se dispuso a cumplir la promesa, pues al amenazar a Pedro sólohabía querido decir que lo dejaría sin comida. Al ver, por la mañana, losmanjares exquisitos que el abuelo había puesto en el saquito, a Heidi lacomplaciólaideadequeunapartedeellosseríaparaPedro.Masenvistadesuobstinación,quisodarleaentenderquenoprobaríaaquellascosastanricas,cosaquePedrointerpretódemodomuydiferente.Heidivacióelcontenidodelsaquito y trozo a trozo formó tres pilas iguales. Viendo lo altas que eran,exclamóconalegría:

—¡Además,Pedrotendrátodoloqueanosotrasnossobre!

Despuésdiosusdosracionesasusdoscompañerosysesentóconlasuyaal lado de Clara. Los tres comieron con gran apetito a causa del inusitadoejercicio realizado aquella mañana. Llegó, sin embargo, lo que Heidi habíaprevisto.CuandoaClaray a ella se leshabía terminadoel apetito, quedabatodavíaunasegundaraciónparaPedro, tanabundantecomolaprimera.Éstese lo comió todo en silencio y aún recogió lasmigajas, pero nomostró suhabitualsatisfacción.Algopesabaensuestómagoyleoprimíalagargantaacadabocado.

Habíancomenzadoacomertantarde,quepocodespuésvieronapareceralabuelo, que acudía en su busca. Heidi corrió a su encuentro. Quería ser laprimeraencontaralViejoloquehabíasucedido,perosugozoeratangrandeque apenas halló las palabras precisas para explicarle el hecho. Éste, sinembargo, comprendió en seguida lo que la niña quería decirle, y un vivoplaceriluminósurostro.ApresuróelpasoyllegójuntoaClara,alaquedijosonriendogozosamente:

—¿Tehasatrevidoalfin?Puesentonceslavictoriaesnuestra.

Despuéslaayudóalevantarsey,poniéndoladepie,larodeóconelbrazoizquierdoyletendióelfirmeapoyodelamanoderecha.Claraanduvotodavíacon más seguridad que antes. Heidi comenzó a dar saltos en torno de ellamientraslanzabaexclamacionesdegozo.Encuantoalabuelo,hubiérasedichoquelasupremafelicidadsehabíaadueñadodeél.

Perodeprontosedetuvoy,tomandoaClaraensusbrazos,ledijo:

—Para ser la primera vez, ya está bien. Por otra parte, es ya hora deregresaralacabaña.

Después se puso inmediatamente en camino considerando que Clara yahabíahechobastanteejercicioynecesitabareposo.

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Más tarde, cuando Pedro volvió aDörfli con sus cabras, halló cerca delcaminounnumerosogrupodegentequeseempujabanmutuamenteparavermejor lo que había en el centro del corro. Pedro, como es natural, quisotambiénsaberdequésetrataba.Aempujonesycodazos,secolocóenprimerafila.

Yvio:

Sobre la hierba, la parte central del sillón de ruedas, del cual pendíatodavía un trozo del respaldo. El cojín rojo y las tachuelas brillantestestimoniabantodavíasupasado.

—Yovicuandolosubían—dijoelpanadero,queestabaniladodePedro—.Valíalomenosquinientosfrancos.Meapuestocualquiercosa.Loqueyoquisierasaberescómohasucedidolacatástrofe.

—ElViejodicequefuetalvezelvientoqueloempujó—observóBarbel,quenosecansabadeadmirarelbelloterciopelorojo.

—Menosmalquenolohizounapersona—añadióelpanadero—,porque¡pobredeella!EncuantoelseñordeFrancfortseentere,pondráseguramenteenmovimiento lapolicíaparahaceraveriguaciones.PormiparteestoymuysatisfechodenohaberpuestolospiesenlosAlpesdesdehacedosaños,pueslas sospechas recaerán sobre cualquiera que estuviera en la montaña en elmomentodelaccidente.

Otrasopinionessedieronrespectodelasunto,peroPedrononecesitabaoírmás. Se deslizó furtivamente por entre el gentío y echó a correr hacia lamontañacon todas sus fuerzas, comosi alguien lopersiguiese.Laspalabrasdel panadero le inspirabanunprofundo terror.Deunmomento a otropodíallegardeFrancfortunpolicíaparaentenderenelasunto,ysisedescubríaquehabíasidoélelautor,loesposaríanylometeríanenlacárcel.EstaperspectivaerizabaaPedroloscabellos.Llegóasucasaaterrado.

Norespondióalaspreguntasqueselehacían,rehusósuracióndepatatas,se fue hacia el lecho y se hundió en él para ahogar sus gemidos entre lassábanas.

—Pedro debe de haber comido otra vez acederas y le deben de habersentadomal—dijoBrígidaoyéndolesuspirar.

—Esprecisoqueselleveunpocomásdepan.Mañanadaleuntrozodelmío—dijolaabuelacompasivamente.

Aquellamismanoche,cuandolasniñascontemplabandesdesuscamitaselcieloestrellado,HeididijoaClara:

—¿NosetehaocurridopensarhoycuánconvenienteesqueDiosnonosconcedalascosasenseguidaquelaspedimos,puesélsabemuybienloque

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nosconviene?

—¿Porquédiceseso,Heidi?—preguntóClara.

—Porque cuando estaba en Francfort no cesaba de rogarle que mepermitieravolverenseguidaacasay,comonopudehacerloinmediatamente,creíqueDiosnomehabíaescuchado.PeroheaquíquesiyohubieradejadoFrancfort cuando se lo pedí, tú no habrías venido a los Alpes ni te habríascurado.

Claraquedópensativa.

—Entonces, Heidi, no debemos pedir nunca a Dios, puesto que Él sabemuybienloquenosconvieneyquéesloquedebedarnos.

—¡Oh,no,Clara!—replicóHeidi—.DebemosrogaraDiostodoslosdías,pidiéndolemuchas,muchísimascosas,parademostrarlequenoolvidamosquesóloÉlpuedeconcedérnoslas.Sinorecibimosenseguidaloquesolicitamosno debemos considerar que Dios no nos ha escuchado. Por el contrario, espreciso decir: «Dios mío, yo sé que tú me darás alguna cosa mejor y mecomplacemuchoquearregleslascosastanbien».

—¿Cómosetehaocurridopensareneso,Heidi?—preguntóClara.

—MeloexplicólaabueladeFrancfortenprimer lugary,comoalfinhasucedidoloqueelladijo,hesabidoqueelloesverdad.Así,pues,opino—dijoHeidi incorporándose en el lecho— que debemos dar gracias a Dios conmayorfervorporelgranbienquenoshahechopermitiendoquevolvierasaandar.

—Sí, Heidi, tienes razón y te agradezcomucho queme lo recuerdes. Afuerzadeserfelizcasilohabíaolvidado.

Rogaron,pues, lasdosniñas fervorosamente,dandogracias aDios, cadaunaporsuparte,porlagranfelicidadquehabíaenviadosobreClara,despuésdetantosañosdesufrimientos.

Aldía siguiente el abueloopinóqueera conveniente escribir a la señoraSesemannparapreguntarlesiqueríaveniralosAlpes,dondeleaguardabaunasorpresa. Pero las niñas tenían otro proyecto.Querían preparar a la abuelitauna sorpresa todavíamayor.EraprecisoqueClaraaprendieraaandarmejoraún,parapoderdaralgunospasosapoyándosesolamenteenHeidi.Sobretodoera necesario que la abuelita no tuviera la menor idea de lo sucedido. Sepreguntóalabuelocuánto tiemposenecesitaríaparaobtener tal resultado,ycomo éste opinaba que una semana sería suficiente, se escribió a la señoraSesemann para invitarla con insistencia a que fuera a los Alpes ocho díasdespués.Peronoseledijocuáleralasorpresaqueselereservaba.

LosdíassiguientesfueronlosmáshermososqueClarapasóenlosAlpes.

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Todaslasmañanas,aldespertar,oíaenelfondodesucorazónunavozqueledecía:«Estoycurada,estoycurada.Nonecesitosillónninguno.Puedoandarcomotodos».

Después hacía el correspondiente ejercicio. Como cada día progresabamás, aunque poco a poco, Clara pudo intentar dar paseos más largos. Esteejerciciodespertabade talmodosuapetito,queelabuelohacíacadadía lasrebanadas más gruesas y las veía desaparecer con creciente satisfacción.Además,apartedelpan,lesllevabacadadíaungranjarrodelecheespumosaconelquellenabalastazasunayotravez.

Asíllegóelfindelasemanay,conél,eldíaenqueeraesperadalaabueladeClara.

CAPÍTULOXXIII

ADIÓS,PERO…HASTALAVUELTA.

Eldíaanteriorsehabíanrecibidoenlacabañanoticiasdequeeraseguroque laabuelita llegaba.FuePedroquien,debuenamañana, trajo lacarta,alllegarconsuscabras.Elabueloylasdosniñashabíansalidoya.BlanquitayDianaesperabantambiénfueradelacabaña;sacudíanalegrementesucabezaalabrisamatinalmientras lasniñas lasacariciabany lesdeseabanbuenviaje,paralaascensión.Elabuelo,depieanteellas,mirabayaalaslindascabrasdelimpiayrelucientepelambre,yaalosfrescosrostrosqueseinclinabansobreellas.Unasyotrosdebíancomplacerle,yaqueelancianosonreíaconairedesatisfacción.

En estemomento aparecióPedro.Al ver el grupo que se había formadoante la cabaña, avanzó lentamente, tendió la carta alViejoy, cuandoéste latuvoentrelasmanos,elniñoretrocedióconairedeterroryvolvíadevezencuando la cabeza, como si temiera algo que pudiera atacarle por la espalda.Después,dandounbrinco,sealejóhacialospastos.

—Abuelo—dijoHeidi,quehabíaseguidolaescenaconasombro—.¿PorquéPedro imitaahoramismoalGranTurcocuandosiente restallarel látigotras él? Éste comienza por retroceder, después sacude la cabeza en todasdireccionesy,depronto,iniciaunaseriedegrandessaltos.

—Acaso Pedro sienta también a sus espaldas el sonido del látigo quemerece—repusoelabuelo.

Pedroganódeunsolosaltolaprimerapendiente.Después,cuandoyanopodíanverlo,cambiódetáctica.Sedeteníaacadainstante,volvíalacabezaen

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todasdireccionesconairetemeroso,ydespués,repentinamente,dabaungransalto y miraba hacia atrás con el mismo gesto de terror que si alguien lohubiera cogido por el cuello. Detrás de cada zarzal, de cada seto, Pedro sepreparabaparaver surgiralagentedepolicíadeFrancfortdispuestoa saltarsobreél.Cuantomáslargaeralaespera,másprofundoerasuterror.

Heidi, entre tanto, seocupabaenponer la cabañaenorden, a findequetodoestuvieseensulugarcuandollegaselaabuela.Claradisfrutabadeverasviendo la actividad que desplegaba Heidi yendo y viniendo de un rincón aotro.Siempre leproducíagranplacerverla trabajarafanosamente.Ocupadasdeestemodo,lasniñasvierondeslizarselasprimerashorasdelamañanasinqueeltiemposeleshicierapesado;porfinllegóelmomentoenquevendríalaabuelita. Clara y Heidi, preparadas para recibirla, salieron a sentarse en elbanco que había delante de la cabaña y allí se dedicaron a esperar losacontecimientos.Elabuelollegótambién.Recorriendolosalrededores,habíaformado un ramo de gencianas de un azul profundo, color tan vivamenterealzado por los rayos del solmatinal, que, al verlo, las niñas lanzaron unaexclamacióndegozo.Devezencuando,Heididejabaelbancoparamiraralolargodelsenderoyversidivisabayaelcortejodelaabuelita.

Al fin apareció en la parte baja de la montaña, observando el ordenprevisto: delante iba el guía, después la señora Sesemann sobre su caballoblanco y, por fin, unmozo que llevaba un gran cesto…pues la abuelita noqueríaenmodoalgunoaventurarseporlosAlpessinhabertomadotodaclasede precauciones.Los viajeros se aproximaron lentamente.Al fin ganaron lacumbre.Laabuelitadivisóalasniñasdesdeloaltodesucaballo.

—¿Qué significa eso? ¿Cómo, Clara, no estás en tu sillón? —exclamósorprendidaybajandodelcaballoparacorrerhacialanieta.Y,despuésdedarunospasos,enlazólasmanos,diciendoconemoción:

—¡Mi pequeña Clara! ¿Eres realmente tú? Tienes las mejillas frescas ysonrosadas,hijamía.

YfueaabalanzarsesobreClara,peroenunabrirycerrardeojosHeidiselevantóyofrecióelapoyodesuhombroaClara, lacualsepusotambiénenpieparaavanzaralladodesuamiguita.

La abuela se detuvo profundamente sorprendida, creyendo, demomento,queHeidiibaahacerlepresenciarunadesuscaracterísticasextravagancias.

Mas ¡ohqué sorpresa sepresentóa suvista!Clara, firmey segura sobresus pies, caminaba al lado deHeidi, y susmejillas eran tan frescas y rojascomolasdelascampesinas.

Laabuelacorrióhaciaellas.Riendoyllorandoalmismotiempo,rodeóconsusbrazosaClara,despuésaHeidiy,porfin,otravezasunieta.Laalegríala

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ahogaba y no hallaba palabras para expresar lo que sentía. De pronto, sumiradasedirigióalViejo,elcual,depiejuntoalbanco,contemplabaelgruposonriendodesatisfacción.EnlazandoelbrazodeClaraalsuyo,sedirigióconella hacia el banco, lanzando continuas exclamaciones de alegría al ver quepodía andar así al lado de su nietecita. Después, desligándose del brazo deClara,estrechófuertementelasmanosdelViejo.

—¡Oh, mi buen amigo! ¡Cuánto le debemos a usted! Pues esto es obrasuya.

—Ydelbenditosol,ydelairedelosAlpes—añadióelViejo,sonriendo.

—YtambiéndelabuenalechedeBlanquita—exclamóClara—.Sivierascuántomegustalalechedecabraycómomelabebo…

—Ya lo dicen tus mejillas, hija mía —repuso la abuela riendo—.Verdaderamente, estás desconocida. Jamás creí que te vería tan bien y tangruesa.¡Ycómohascrecido,Clara!Parecementira.Nomecansodemirarte.Voyatelegrafiarenseguidaamihijo,queestáenParís,diciéndolequevenga.Recibirá la alegría más grande de su vida. ¿Cómo podremos enviar eltelegrama?Habráusteddespedidoyaaloshombres,¿no?

—Vancadaunoporsuparte.Perosilaseñoraabuelitatieneprisa,haremosveniralcabrero.

La señoraSesemann seguíadispuesta a enviar el telegramaa suhijo:noqueríatenerloundíamásprivadodelafelicidadqueleesperaba.Elabuelodiounospasosy,llevándoselosdedosalaboca,produjounsilbidotanagudoquedespertóecoshastaen las rocasmásaltas.PocodespuésPedro,queconocíaperfectamenteestaseñal,llegócorriendoypálidodeterror.CreyóqueelViejolollamabaparapresentarloalapolicía,perotansóloleentregaronunpapelenelquelaabuelahabíaescritounascuantaslíneas.ElViejoleexplicóquenotenía más que bajar a Dörfli y entregar el papel en la oficina de CorreosdiciendoqueelViejoseencargaríadelpago,puesnoselepodíanencargaraPedrotantascosasdeunavez.ElniñosealejóconelpapelenlamanoymuysatisfechoalverquenohabíallegadoningúnpolicíadeFrancfort.

CuandoPedrosehubomarchado,sesentaronlosdemása lapuertade lacabañay laseñoraSesemannhizoque lecontaran todolosucedidodesde lallegada deClara. Sí, la abuelita supo cómo el abuelo había comenzado porhacerqueClaraseestuvieradepieunratitocadadía,obligándolaamoverlaspiernassuavemente;cómoselahabíaconducidoalospradosdespuésqueelvientoarrojóelsillóndesdeloaltodelamontaña,ycómoClara,ensudeseode iraver las flores, sehabíadecididoadar losprimerospasos.Este relatohecho por las niñas fue muy largo, pues la abuelita las interrumpía conexclamacionesdesorpresaynocesabadedecir:

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—Pero¿esposible?Sipareceunsueño.¿Estamos todosbiendespiertos?¿Es cierto que estamos sentados ante la cabaña y que la niña de mejillasredondasyrosadasesmipálidaydébilClaradeotrostiempos?

ClarayHeidiestabansatisfechísimasdeverquelasorpresapreparadaalaabuelitahabíasurtidoelapetecidoefecto.

El señor Sesemann, por su parte, habiendo terminado sus quehaceres enParís, quiso dar una sorpresa aClara.Una hermosamañana, sin avisar a sumadre, tomó el tren para llegar por la noche a Basilea; al día siguiente, alamanecer,reanudóelviaje;sesentíainvadidoporelinmensodeseodevolvera ver a su hija, de la cual estaba separado todo el verano. Llegó a Ragatzalgunashorasdespuésdeausentarsesumadre;sealegrómuchodesaberqueéstahabíasalidoaquelmismodía,caminodelacabaña.Tomóenseguidauncoche que lo condujo aMeyenfeld.Allí se enteró de que en carro se podíasubir a Dörfli y se hizo conducir hasta el caserío considerando que laascensiónentera,apie,erademasiadoparasuspiernas.

El señorSesemannno se equivocaba.La ascensión le fatigómuchoy elcaminolepareciódemasiadolargo.NosedivisabaaúnlacabañadePedro,lacual, por las descripciones de Heidi, sabía que se hallaba a la mitad delcamino.Seveíanportodaspartespistasdepeatones,yenalgunospuntosestashuellasseentrecruzabanentodasdirecciones.ElseñorSesemanncomenzabaapreguntarsesinohabríaequivocadoelcaminoylacabañasehallaríaalotrolado de lamontaña.Miró en tornoHuyo por si veía a alguien que pudieraguiarlo.Peroelmásprofundosilencioreinabaportodaspartesynadieseveíanihijosnicerca.Tansóloaintervalosregulares,seoíaelrumordelvientoqueremontabalamontaña, losmoscardonesquebordoneabanalsoly,devezencuando, el alegre piar de un pájaro desde lo alto de un solitario arbusto. ElseñorSesemannsedetuvoparaquelabrisadelosAlpesrefrescarasucálidafrente. De pronto vio llegar un individuo que descendía corriendo desde lacumbrede lamontaña.EraPedrocon su telegrama.Atajabaatajandopor lomásescarpadodelmonte;elseñorSesemann,apenaslotuvoalalcancedelavoz, le dijo a gritos que se acercara. Pedro obedeció a la llamada y avanzóhaciaél,temeroso,vacilante,yarrastrandounpiecomosisólotuvierasanoelotro.

—¡Eh, muchacho, acércate! —exclamó el señor Sesemann con vozanimosa—.Dime,¿esésteelcaminoqueconducealacabañaenqueviveelViejodelosAlpesconHeidi,yaloscualesahoraacompañanunosseñoresdeFrancfort?

Por toda respuesta, Pedro produjo un sonido ahogado, hijo delindescriptibleterrorquesentía.Despuésechóacorrerybajótodalapendientedelamontañadandotumbos,exactamenteigualqueelsillóndeClara,conla

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diferencia,afortunadamenteparaél,dequenose rompióenmilpedazos.Elpapel fue el que peor librado salió, terminando por volar de las manos dePedro.

«¡Qué salvajismoeldeestosmontañeses!»—sedijoel señorSesemann,creyendo que era simplemente la aparición de un extranjero lo que habíaproducidotantoterroralmuchachodelosAlpes.

Despuésdeseguirunbuenratoeldescensoaccidentadodelmuchacho,elseñorSesemannreanudólamarcha.

Apesardelosesfuerzos,Pedronolograbahallarunpuntodeapoyopararecobrarsuequilibrioycontinuórodandoydandotumbos.Peronoeraestolomás terrible de su situación. Algo mucho peor le llenaba de pánico. ¿NoacababadeverconmispropiosojosalpolicíadeFrancfort?PorquePedronotenía lamenor duda de que el viajero que iba en busca de los Honores deFrancfort era el terrible personaje que tan amedrentado lo tenía. Cuando yallegaba al finde la pendiente,Pedrohallóunmatorral al cual pudoasirseypermanecióuninstantetendidoenelsuelopararecobrarelaliento.

—¡Caramba!¿Otro?—exclamóunavozcercadeél—.¿Aquiénletocarámañanacaerdesdeloaltodelmonte,rodandocomounsacodepatatasqueharecibidounempujón?

El que hablaba era el panadero de Dörfli. Había experimentado lanecesidadde interrumpir susocupacionespara tomarunpocode aire, y fuetestigode la caídadePedro, la cual, realmente, nodejabade tener analogíaconladelsillón.

Enunabrirycerrardeojos,Pedroselevantó.Nuevomotivodeterror.Heaquíqueelpanaderosabíaqueelsillónsabíarecibidounenvite.Sinvolverlacabeza,Pedrosintiólanecesidaddevolverasubirlacumbredelamontaña.Sumayor deseo, en aquel instante, era hallarse de nuevo en la cabaña paradeslizarse inadvertidamente en su lecho, donde nadie podría dar con él. Enninguna parte se creía tan seguro como en la cama.Pero las cabras estabanpaciendotodavía,elViejolehabíarogadoquevolvieracuantoantes,afindeque el rebaño no estuviera solo durantemucho tiempo, y Pedro sentíamásrespeto hacia elViejo que hacia nadie.Era tanto elmiedo que le tenía, quejamás habría osado desobedecerle en lo más mínimo. Continuó, pues, sucamino,perosincorrer.Elaccidentedequeacababadeservíctimanopodíamenosdetenersusconsecuenciasyelpastorcojeabaygemíaalreanudar lamarcha.

Poco después de su encuentro con Pedro, el señor Sesemann llegó a laprimera cabaña. Seguro entonces de ir bien por aquel camino, halló nuevasenergíasparareanudarlamarchay,despuésdeunalargaypenosaascensión,

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llegar al tan deseado fin.Ante él hallábase la cabaña tras la cual los viejosabetos balanceaban sus sombrías copas. El señor Sesemann recorrió converdaderos ánimos el trozo final del sendero, gozando de antemano con lasorpresa que recibiría su hija. Pero ya había sido visto y reconocido desdelejosyeraélquienibaarecibirunasorpresaqueestabamuylejosdeesperar.

Cuandoganólacimadelmonte,vioquedospersonasibanasuencuentro:unadeellaseraunarobusta jovendecabellosrubiosy tezsonrosadaqueseapoyabaen losbrazosdeHeidi,cuyosojos lanzabandestellosdealegría.ElseñorSesemann,desconcertado,sedetuvoycontemplófijamenteelgrupoqueseaproximaba.Después,súbitamente,laslágrimasbrotarondesusojos.¿Quérecuerdos llenaban su corazón? Así había él conocido en otro tiempo a lamadre de Clara, la rubia joven de frescas y sonrosadas mejillas. El señorSesemannnosabíasisoñabaoestabadespierto.

—Papá, ¿nomeconoces?—exclamóClara resplandecientede alegría—.¿Tancambiadaestoy?

ElseñorSesemannseabalanzóhaciasuhijaylaestrechóentresusbrazos.

—Sí,estásmuycambiada.Pero¿esciertoloqueveo?¿Puedeserreal?

Yelventurosopadrediounpasoatrásparacerciorarsedequesuhijanoeraunavisiónqueibaadesaparecerdesuvista.

—¿Erestú,Clarita,eresrealmentetú?—repetíasindejardecontemplarla.

Después rodeó a su hija con sus brazos y volvió a mirarla como si nopudiera creer que la niña que estaba ante él fuera verdaderamente su hijaClara.

Laabuelallegóenseguida,deseosadepresenciarlaalearíadesuhijo.

—Bien,hijomío,¿quétehaparecido?—exclamóacercándose—.Túmereservabas una sorpresa, pero la que acabas de recibir es aún mucho másgrande,¿verdad?

Ylafelizmadreestrechólasmanosdesuhijo.

—Ahora, hijo mío —añadió—, ven a saludar al abuelo, que es elbienhechordetodos.

—Cierto. Y también es preciso que salude a mi amiguita Heidi—dijo,tendiendolamanoalaniña—.¿Qué,siguensiendolosAlpeselsecretodelasalud?Peronohacefaltapreguntarlo:estástanfrescacomounaflorsilvestre.Mealegrodeveras,hijamía,muydeveras.

Heidi, llena de gozo, contemplaba con ojos brillantes al amable señorSesemann. ¡Había sido tan bueno con ella! La idea de que los Alpes lereservabanunataninmensaalegríaconmovíasucorazóninfantil.

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La abuela condujo entonces a su hijo al lado delViejo de losAlpes, leestrechó lamanoy el señorSesemann expresó al buenhombre su profundagratitudporlasorpresaquehabíarecibidoalsertestigodelestupendomilagro.Laabuela,queconocíatodoslosdetallesdelacontecimiento,lesdejóhablarasu gusto y se fue a hacer una nueva visita a los añosos abetos. Una nuevasorpresa la aguardaba al piede los árboles: allí donde las ramasdejabanunespacio libre, resplandecía un montón de magníficas gencianas de un azulpurísimo, tan frescas y hermosas como si hubieran nacido allí. Enlazó lasmanoscongestodeadmiración.

—¡Quédelicioso!¡Quéhermosasflores!¡Heidi,hijamía,venaquí!¿Erestú la que me has preparado esta agradable sorpresa? ¡Es verdaderamenteasombroso!

Lasdosniñasacudieron.

—No,nohesidoyo—dijoHeidi—,peroséquiénlohahecho.

—Conestasflores,esterincónsepareceaunodelospradosdealláarriba,aunqueaquelloesmásbelloaún—dijoClara—.¿Sabesquiénhasubidoalláarribaestamadrugadaparatraeresasflores?

YClara sonreía tan alegremente, que la abuela se preguntó si no habríasidosumismanietaquiensubieraporlasflores.Peroestoeraimposible.

En aquel momento llegó un rumor de entre los abetos. Era Pedro, quevolvíadesudesdichadoviaje.Habiendoreconocidodesde lejosa lapersonacon la que elViejo de losAlpes hablaba delante de la cabaña, dio un granrodeoysedeslizóentrelosabetosconlaesperanzadepasarinadvertido.Perolaabuela lovioysupresencia lesugirióunanueva idea.¿NoseríaPedroelquehabíatraídolasfloresyahoraprocurabaocultarsellevadodesutimidezysumodestia?Entalcasomerecíaunapequeñarecompensaynopodíadejarloescapar.

—¡Venaquí,muchacho!Acércate.Notemas—legritólaseñoraSesemannintroduciendolacabezaentrelosabetos.

Pedrosedetuvo,petrificadoporelterror.Despuésdelosucedido,noteníafuerzaspararesistirse.Éstaerasusolaidea:«¡Yasehadescubiertotodo!».

Pálidoyconloscabellosdepunta,saliólentamentededetrásdelospinos.

—¡Vamos, ven!—le dijo la abuela para animarlo—.Y ahora, hijomío,dime:¿erestúquienhahechoesto?

PedrolevantólosojosynopudoverloquelaseñoraSesemannleseñalabaconeldedo.AcababadeveralViejofrentealacabaña;susojosgrisesestabanfijosenélconunvigorpenetrante.

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Y al lado del Viejo estaba el principal objeto de su terror, el agente depolicíadeFrancfort.Temblandodepiesacabeza,modulóun«sí»ahogado.

—Pero¿aquévieneesemiedo?—dijolaabuela.

—Esque…esque…cadapiezaandaporsuladoynosepuedenjuntar—articuló el pastorcillo penosamente, mientras mis piernas temblaban tanintensamentequeapenaspodíasostenerse.

Laabuelaavanzóhacialaesquinadelacabaña.

—Miqueridoabuelito,¿esqueestemuchachoestámalde lacabeza?—preguntóllenadecompasión.

—Nadadeeso—repusoelViejo—.Loquepasaesquenadiemásqueélhasidolaráfagadeairequehahechotrizaselsillónderuedas,ytemerecibirelcastigoquemerece.

La señora Sesemann se resistía a creerlo. No juzgaba que Pedro tuvieracarademalo,ynocomprendíaquérazónpodríahabertenidoparadestruirelsillón que tan indispensable era a Clara. Pero las palabras inarticuladas delmuchachohabíansidoparaelViejounaconfirmacióndeciertasospechaquetuvieraaraízdelaccidente.LasmiradasiracundasquehabíadirigidoaClarayotras pruebas de su animosidad hacia los recién llegados no habían pasadoinadvertidasalViejo.Haciendodeducciones,habíallegadoalaconclusiónqueacababa de expresar a la abuela y que después ilustró con toda serie dedetalles.

LaseñoraSesemanntomóentonceslapalabraconvivacidad.

—No, no, querido abuelo; no debemos castigar almuchacho.Es precisoobrarconjusticia.UnosforasterossepresentanundíaenlosAlpesyleprivandurantesemanasenterasdeHeidi,sudulcebien.Sequedasolodurantedíasydías.No,no,seamosjustos.Lacólerasehaapoderadodeélylohaconducidoaunavenganzadisparatada,pero¿acasolacóleranonosprivaa todosdelarazón?

Dicho esto, la abuela volvió al lado dePedro, que continuaba inmóvil ypetrificadoporelterror.

—¡Vamos, muchacho! Ven aquí, tengo que decirte una cosa. Cesa detemblar,notengasmiedo,óyeme.Esnecesario.¿Fuistetúelqueprecipitasteelsillóndesdeloaltodelamontaña?Estoesunamalaacción,bienlosabes,asícomotampocoignorasquemerecessercastigado.Hastenidoquehacerloimposible,afindequenadieseenteraradetuacción.Perosuponerqueunamalaacciónpuedepermanecerocultaesunerror.Dios lovey losabe todo.Cuandosedacuentadequealguienquiereocultarsumalaacción,hacequeensu corazón despierte el centinela queÉl ha colocado allí.Y que permanece

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dormidohastaquesehaceelmal.Elpequeñocentinelatieneenlamanounaagujaypinchasincesarenelcorazóndelquenohaobradobien,nodándoleun instante de reposo. Su voz lo tortura también diciéndole constantemente:«Vanadescubrirteytecastigarán».Yelmalo,debatiéndoseentreeltemoryla angustia, no puede vivir en paz. ¿No es esto lo que te ha sucedido a ti,Pedro?

Pedro,conmovidoportalespalabras,moviólacabezaafirmativamente.

—Y también han sufrido otro error tus cálculos—continuó la abuela—.Hasvistocomoelmalquequeríashaceraciertapersonasehaconvertidoenbien.PrecisamenteporqueClaranoteníaelsillónyqueríaverlasflores,hizoesfuerzosparaandarycasi loconsiguió,yahoramejoradedíaendía.Ysisigue viviendo aquí, terminará por subir a los prados con bastante másfrecuencia que lo podría haber hecho en su sillón. ¿Ves como te hasequivocado, Pedro?He aquí cómoDiosNuestroSeñor puede valerse de lasmalasaccionesdeunapersonaparahacerbienaotra.Yasí,paraelmalo,todoson penas, ¿has comprendido, Pedro? Bien, pues tenlo desde ahora bienpresente.Cadavezquesientaslatentacióndehaceralgo,piensaenelpequeñocentinelaquellevasdentrodelcorazónconmuagujaafiladaysuvozterrible.¿Teacordarássiempre?

—Sí—repusoPedro,siempreabatido,puesnosabíacómoterminaríatodoaquello;elagentedepolicíaestabaaúnhablandoconelViejo.

—En fin; hemos terminado —concluyó la abuela—. Pero quiero quetengasungratorecuerdodelagentedeFrancfort.Dime,muchacho,¿nohasdeseadonuncanada?¿Quéesloquemásdeseas?Aver.

Pedro levantó lacabezayfijóen laabuelita lamiradaestupefactadesusojos desmesuradamente abiertos. Hasta entonces había esperado que lesobrevinieraalgoterrible,peroheaquíque,envezdeesto,ibaarecibirlacosaque le inspirabaunmásvivodeseo.Suspensamientos seembrollabanensumente.

—Sí, sí, hablo en serio—repitió la señora Sesemann—, tendrás lo quequieras,loqueprefieras,enrecuerdodelasgentesdeFrancfort,yenpruebadequeéstasquierenolvidarloquehashecho.¿Comprendesahora,hijomío?

Efectivamente,estepensamientofuepocoapocoaclarándoseenlamentedePedro.Comenzóadarsecuentadequenodebíatemercastigoningunoydeque aquella buena señora que estaba sentada ante él lo había librado de lasmanos del agente de policía. Experimentó un alivio tan grande como si lehubieranquitadodeencimaelpesodeunamontaña.Ycomoacababadetenerconocimientodequeespreferibleconfesarenseguidacualquiercosamalaquesehaga,dijodepronto:

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—Tambiénheperdidoelpapel.

Laabuelareflexionóuninstante.Despuésdijo,bondadosamente:

—Muy bien,muy bien. Has hecho perfectamente en decirlo. Es precisoconfesarenelactocualquierfaltaquesecometa.Enfin,¿quédeseas?

Pedropodía pedir cualquier cosa con la seguridadde que la obtendría…PorsusojospasarontodasaquellaslindascosasdelaferiadeMayenfeldqueestuvocontemplandodurantetreshorasyquelehabíanparecidomuylejosdesu alcance, pues la fortuna de Pedro jamás pasó de una moneda de cincocéntimosylosobjetostanávidamentecontempladoscostaban,porloregular,eldoble.Habíaallílindoslátigosrojosqueleseríanmuyútilesparalascabras.También vio unos cuchillos de hoja curva, con la ayuda de los cuales sepodíanhacermuchascosasconlasvarasdeavellano.

Pedrosesumióenunaprofundameditaciónpensandoquéseríapreferible.Siellátigooelcuchillo;peronosabíaporquédecidirse.Alfintuvounaidealuminosaquelepermitiríareflexionarhastalapróximaferia:

—Diezcéntimos—repusocondecisión.

Laabuelasonrió.

—Noesdeseoexagerado.Bien,venaquí.

Sacósubolsilloydeélunamonedadeplataalaqueaúnañadiódospiezasdediezcéntimos.

—Ahorahagamosuncálculo—continuó—.Oyeloquevoyaexplicarte.Este dinerovale por tantas veces diez céntimos como semanas tiene el año.Así,pues,cadadomingopodrásgastardiezcéntimos.

—¿Durantetodalavida?—preguntóPedroingenuamente.

EstavezlaseñoraSesemanntuvotalarrebatodehilaridad,quesuhijoyelViejodejarondehablarparaverloquesucedía.

—Veoquemehasentendido.Tededicaréunacláusulaenmitestamento.Yarecibiráslanoticia:aPedro,elcabrero,diezcéntimossemanalesmientrasviva.

El señor Sesemann, sonriendo, dio su conformidad. En cuanto a Pedro,dirigióunamiradaalaabuelaparaasegurarsedequeeraverdadloqueseleofrecía,ydespuésexclamó:«Gracias»yechóacorrerestavezsinperderelequilibrio.Noeraelterrorelqueahoraloempujaba,sinounafelicidadquenohabía sentido en toda la vida. Habían concluido sus sufrimientos. Teníaaseguradosdiezcéntimosporsemanadurantetodasuvida.

Más tarde, cuando todos estaban reunidos después de comer, ante la

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cabaña,ysehablabadelascosasmásdiversas,(Claraseapoderódeunamanodesupadre,quemostrabaunaanimacióncadavezmásgozosa,yledijo:

—¡Oh, papá! ¡Si supieras lo que el Viejo ha hecho pormí! No es paradicho. Nunca, nunca lo olvidaré. Estoy pensando cómo podríamos pagar alabuelosiquieralamitaddeloquehahechopormí.

—Lomismopensabayo,hijamía—repusoelpadre—.Yahepensadoloquepodríamoshacerparaexpresarlenuestragratitud.

ElseñorSesemannselevantóyavanzóhaciaelViejo,queestabasentadoalladodelaabuelayhablabaconella.ElseñorSesemannleestrechólamanoyledijoafectuosamente:

—Querido amigo, escúcheme. Tengo que hablar con usted dos palabras.Ustedmecomprenderácuandoledigaquedesdehacemuchosañosnohabíarecibido una verdadera alegría. ¿Qué podrían significar para mí bienes ydinero viendo a mi hija, cuya salud y felicidad no podían lograr todas lasriquezasdelmundo?ConayudadeDios,ustedesquienhadevueltoamihijala alegría y la salud. Dígame, pues: ¿cómo puedo testimoniar mi gratitud?Pagarleloquehahechopornosotrosesimposible.Perotodocuantotengoestáasudisposición.Hable,amigomío.¿Quépuedohacer?

ElViejohabíaescuchado, sinpronunciarpalabra, al felizpadre, conunasonrisadesatisfacción.

—Puede estar seguro, señorSesemann, de queyoparticipode la alegríaquelacuradesuhijalehaproporcionado,yellomecompensasobradamentedelasmolestiasquemehetomado—dijoelViejoconsufirmezahabitual—.MuchoagradezcoalseñorSesemannsusofrecimientos,peronoquieronada.Mientrasvivatendrélosuficienteparalaniñayparamí.Sólotengoundeseo,conseguidoelcual,mifelicidad,seríacompleta.

—Hable, hable, querido amigo —dijo el señor Sesemann con tonoapremiante.

—Soyviejo—continuó el abuelo—,y ya novivirémucho tiempo.Perocuandomuera,nopodrédejarnadaaHeidi.Lamuchachanotieneanadieenelmundo.SielseñorSesemannmeprometequeellanonecesitaráirabuscarelpanacasadepersonasextrañas,mepagaríasobradamenteloqueyohayapodidohacerporsuhija.

—Esonohacíafaltaqueustedlodijera,queridoamigo—exclamóelseñorSesemann—. La niña es como nuestra. Pregunte a mi madre y a mi hija.Mientras ellas vivan, no faltará nada a Heidi. Sin embargo, si esto puedetranquilizarle,amigomío,heaquímimano.Ledoypalabradequeharéloquedesea.Yolotendréprevistoparaqueasísehaga,aunquememuera.Perooiga

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otracosa.Esindudablequeestaniñanopuedevivirlejosdesucasa.Hemospodido comprobarlo. Pero tiene contraídas algunas amistades.Yo conozco auna persona en Francfort que en estemomento está poniendo en orden suscosasparapodersemarcharadescansarduranteelrestodesuvida.Hablodemiamigoeldoctor,quevendráaquíesteañoparapedirosconsejorespectoasuinstalaciónenestacomarca,yqueencompañíadeustedessesientemejorque en la de cualquier otra. Por lo tanto, la niña tendrá cerca de ella dospersonasquelacuiden.Ylasdospuedenviviraúnmuchotiempo.

—Diosloquiera—dijolaabuela.

Yparaexpresarsuasentimientoalaspalabrasdesuhijo,estrechólargaycordialmentelamanodelViejo.DespuésechólosbrazosalcuellodeHeidiyledijo:

—Ytú,queridaHeidi,hasdedecirtambiénquéesloquedeseas.Veamos,¿nodesearíasvercumplidaalgunacosa?

—¡Oh,sí,una!—repusolaniñaconojosbrillantesdegozo.

—Dimecuáles.

—MegustaríatenermicamadeFrancfortconsustresgrandesalmohadasylagruesacolcha.Entonceslaabuelitadelacabañatendríaalta lacabezaypodría respirarbien.También lacolcha ledaría suficientecalory leevitaríatenerqueacostarseconelchalpuestoenlasnochesfrías.

Heidi,ensuentusiasmo,habíadichoestosinrespirar.

—¡Oh,hijademialma!—exclamólaabuela,emocionada—.Hacesbienen recordarme a la pobre anciana.La alegría le hace a una olvidarse de lascosasquesiempredeberíantenersepresentes.Sinembargo,cuandoDiosnosproporcionaalgunodeestosgrandesplaceresdeberíamospensar,antetodo,enlosquepasan tantasprivaciones.Vamosa telegrafiarenseguidaaFrancfort.Hoymismo la señoritaRottenmeiermandaráembalarel lechoyendosdíaspuedeestaraquí.Así,laabuelitadormirábien,siDiosquiere.

Heidi, henchida de gozo, comenzó a dar saltos en torno de la abuela deClara.Masdeprontosedetuvoparadecir:

—Esnecesarioquevayaenseguidaaveralaabuelita.Seenojarásiestoytantotiemposinvisitarla.

Heidinopodíaretrasarelmomentodellevarlafeliznoticiayrecordólostemoresquelaancianamostródurantelaúltimavisitaquelehizo.

—No,no,Heidi.¿Enquéestáspensando?—dijoelViejo—.Cuandohayvisita,unonopuededejarlaasícomoasí.

PerolaseñorasepusodepartedeHeidi.

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—Queridoamigo—dijo—.Estaniñanocomete,obrandoasí,unerrortangrande.Haceyamuchosdíasquelaancianaseveprivadadeellapornuestracausa.Vamos todos juntos.Yo esperaré allími caballo para ir en seguida atelegrafiaraFrancfortdiciendoquemandenlacama.¿Quéteparece,hijamía?

HastaentonceselseñorSesemannnohabíatenidoocasióndeexponersusproyectos. Por lo tanto rogó a sumadre que se sentara un poco y esperase,pararealizarsusplanes,aquehubieraexpresadosuspropiasintenciones.Antetodo,habíasepropuestodarconsumadreunapequeñavueltaporSuiza,parareunirse después con Clara y realizar junto a ella elmás encantador de losviajes. Mas para eso era preciso aprovechar los hermosos días de laspostrimeríasdelverano.TeníapensadopasarlanocheenDörfliparavolveraldía siguiente a la montaña en busca de Clara e ir después a Ragatz parareunirseconsuabuela.Inmediatamenteemprenderíanelproyectadoviaje.

Claraseimpresionóanteelanunciodeunapartidatansúbita.Perotambiénteníamuchosplaceres enperspectivay, por otra parte, nohabía quedejarsedominarporlatristeza.

La abuela se había puesto ya en pie y tomado aHeidi de lamano parainiciarlamarcha.Depronto,sevolvió.

—¿Qué vamos a hacer, Clara? —exclamó con inquietud, comprobandoqueeldescensoseríademasiadolargoparaella.

Pero elViejohabía ya cogido enbrazos, comoacostumbrabahacer, a laenfermita,yseguíaalaabuela,lacual,alverlos,hacíagestosdeaprobación.TrasellosibaelseñorSesemann.

Heidi no cesaba de dar brincos y más brincos en torno de la abuela,mientras ésta le hacía toda clase de preguntas sobre la otra abuelita paraenterarsedecómovivíaydecómo iban lascosasen sucasa, sobre todoeninvierno, cuando tanto frío hacía en la montaña. Heidi respondióminuciosamenteatodaslaspreguntas.Explicóalaabuelitaquelaotraabuelatemblabadefríoensurincón,dondepermanecíaencogida.Detallótambiénloque la pobre vieja tenía y, sobre todo, lo que temía. La señora Sesemannescuchabaconvivointeréstodoloquelaniñalecontaba.

Alfinllegaronalachozadelcabrero.

BrígidaestabaenaquelmomentotendiendoalsolunadelasdoscamisasdePedro,afindequeéstepudieracambiárselacuandolaquellevabaestuvierademasiado sucia. Al ver a la gente que llegaba, se apresuró a entrar en lachoza.

—Ya se van todos, madre—dijo—. Parece que vayan en procesión. ElViejolosacompañayllevaalaniñaenferma.

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—¿Esverdadeso?—suspirólaabuela—.Así,pues,¿tambiénvaHeidiconellos?¡Sivinieraaunquesólofueraparadarmelamano!¡Sipudieratenerlaamiladoaunquesólofuerauninstante!

En esemomento la puerta se abrió de pronto y, en dos saltos, Heidi seplantóalladodelaabuelaysearrojóensusbrazos.

—¡Abuelita,abuelita!MemandanlacamadeFrancfort,lastresalmohadasylagrancolcha.Dentrodedosdíasestaráaquí.LaabuelitadeFrancfortmelohaofrecido.

Heidi dijo estas palabras atropelladamente, deseosa de ver el efecto quecausaban a la abuela de la choza.Ésta sonrió, pero dijo conuna sombra detristeza:

—¡Oh, cuán buena debe de ser esa dama! Debía alegrarme de que teprotegiera,pero¡mequedatanpocotiempodevida!

—¿Qué es eso? ¿Qué es eso?—preguntó una voz amistosa cerca de laanciana,entantoquelaseñoraSesemann,quelohabíaoídotodo,estrechabasumano—.No,no.Nosetratadeeso.Heidicontinuaráalladodelaviejecitapara seguir alegrando suvida.Nosotrosqueremos tambiénvolver aver a lapequeña,peroyavendremosensubusca.VendremosanualmentealosAlpes,pues tenemos razones para renovar en este sitio nuestra acción de gracias aDios,quetangranmilagroharealizadoennuestrahija.

Entonces unamagnífica luz se expandió por el rostro de la anciana, queexpresósugratitudestrechandovariasvecesensilenciolasmanosdelaseñoraSesemann,mientrasgruesaslágrimasdefelicidadresbalabanporsusrugosasmejillas. Heidi había advertido el cambio de expresión que experimentó elrostrodelaabueladelachozaysugozofueentoncescompleto.

—¿Ves,abuelita,comotodoocurredeacuerdoconloqueteleílaúltimavez?¿Verdad,quelacamadeFrancforttegustarámucho?

—Sí, hijita. ¡Oh, cómo se acuerda el Señor de mí todavía!—repuso laancianaconprofundaemoción—.¿Cómoesposiblequehayagentetanbuenaquesepreocupedeunapobreviejaylehagatantobien?Nadafortificatantonuestra fe en Dios como ver que hay gentes tan bondadosas, que secompadecendeunapobreviejacomoyo.

—Mi buena viejecita —repitió la señora Sesemann—, ante Dios todossomos igualmentemiserablesy tenemos lamismanecesidaddeÉl.Ahora ledecimosaustedadiós,hastalavuelta.Elañopróximo,apenaslleguemosalosAlpes,haremosunavisitaalaanciana,quenoolvidaremosjamás.

Dichoesto,laseñoraSesemannvolvióatomarlamanodelaviejecitaysela estrechó cordialmente. Pero no se fue en seguida, como era su intención,

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pues la anciana no cesaba de dar muestras de gratitud pidiendo para subienhechora,yparatodoslosdesucasa,labendicióndeDios.

Finalmente,elseñorSesemannysumadrecontinuaroneldescensohaciaelvalle,mientraselViejoreanudabaconClaraelcaminodelacabañayHeididanzaba en torno de ellos, ante la perspectiva de lo que la anciana iba aobtener.

AlamañanasiguienteClarallorómuchoaldespedirsedeaquellosAlpesdondehabíapasadolosmejoresdíasdesuvida.

PeroHeidilaconsolódiciéndole:

—Prontollegarádenuevoelveranoyentoncesvolverás.Estavezpodrásandardesdeelprimerdíaysubiremostodaslasmañanasalospradosconlascabras,paraverlasflores.Yestahermosavidarenacerá.

Como estaba convenido, el señor Sesemann subió a buscar a su hija. Sequedó un rato hablando con el abuelo, al que aún tenía algunas cosas quedecir.

Claraenjugósuslágrimas,untantoconsoladaporlaspalabrasdeHeidi.

—Di otra vez adiós al abuelo de mi parte, y a todas las cabras,especialmente aBlanquita. ¡Oh, quisiera poder hacer un regalo aBlanquita!Ellahacontribuidomuchoamicuración.

—Puedes hacerle uno —replicó Heidi—. Mándale un poco de sal. Yasabesloquelegustatomarlademanosdelabueloporlasnoches.

ElconsejocomplacióaClara.

—¡Oh, entonces le mandaré de Francfort cien libras de sal!—exclamógozosamente—.Tambiénquieroquetengaellaunbuenrecuerdodemí.

En estemomento el señorSesemannhizouna seña a las niñas, pues erahoradepartir.ElcaballoblancodelaabuelahabíasubidoenbuscadeClara,queyanoteníanecesidaddelasillademanos.

Heidi avanzóhasta el extremode lameseta y desde allí estuvodiciendoadióscon lamanoaClarahastaquecaballoyamazonasehubieronperdidocompletamentedevista.

LacamahallegadodeFrancfortylaabueladuermeenellatanbientodaslasnoches,queprontorecobrarálasfuerzasperdidas.LaabueladeFrancfortno ha olvidado el crudo invierno de losAlpes y ha enviado a la choza delcabreroungranfardodeabrigosparaquelaancianapuedaarroparsebienynotengaquepermanecerenunrincóntemblandodefrío.

EnDörflivaaconstruirseunamagníficacasa.Eldoctorhallegadoyseha

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instalado provisionalmente en su antiguo alojamiento. Aconsejado por suamigo, ha comprado el edificio en que el Viejo de los Alpes y Heidi hanpasadoelinvierno.Esunamagníficacasaseñorial,comopuedecomprobarsepor su gran sala provista de una hermosa chimenea y por las decoracionesartísticas de los azulejos. El doctor hizo reparar para su uso esta parte deledificio.ElotroladoserádispuestoparaquepasenelinviernoenélelViejoysunieta,pueseldoctorsabíaqueelabueloeraunhombrequegustabadelaindependencia. Detrás se construirá un pequeño establo de sólidos muros,dondeBlanquitayDianapasaráncómodamentelosinviernos.

EldoctoryelViejodelosAlpessoncadadíamásamigos.Cuandoambosrecorrenlaobraparaversusprogresos,susconversaciones,regularmente,serefierenaHeidi,pueselmayorplacerdeunoyotroloconstituyeelpensarqueviviránbajoelmismotechoquelaniña.

—Miqueridoamigo—decíafinalmenteeldoctor,depieanteelViejodelosAlpes—.Usteddebeverlascosascomoson.Compartoconustedtodalaalegríaquenosprocuralapequeña,comosiyofuera,despuésdeusted,sumáspróximo pariente. Por lo tanto, quiero también compartir los deberes depreocuparmedesuporvenir.Asítendrétambiénderechoaellaypodréesperarquemecuideenlosúltimosdíasdemivida,locualhadeconstituirmimayorplacer.Acambiodeesto, todo lomíoseráparaella,por locual, tantoustedcomoyo,podremosabandonartranquilamenteestemundo.

ElViejoestrechólamanodeldoctor.Nopronunciópalabra,massuamigopudo leer en sus ojos la emoción y la alegría profunda que acababa decausarle.

Duranteestaconversación,HeidiyPedroestabancercadelaabueladelachoza.Unateníatantoquecontaryelotrotantoqueescuchar,quenohallabanocasióndesepararsedelaabuela.Heidicontabaaéstatodocuantoduranteelveranohabíaocurrido en losAlpes, yaque entoncesmuypocasvecespudobajaralachozadelcabrero.

Delostres,nohabríapodidodecirsecuáleraelmásfeliz,yafueraporquenuevamente estaban juntos, ya por los acontecimientos maravillosos que sehabíandesarrollado.PeroelrostrodeBrígidaexpresaba,sicabe,unaalegríamayoraún,pues,conlaayudadeHeidi,habíalogradodesembrollarlahistoriadelosdiezcéntimosperpetuos.

Sinembargo,laabuelapusofinalaconversacióndiciendo:

—Heidi,léemeunodeesoscantosdeaccióndegracias.Meparecequenodebía hacer otra cosa que alabar y bendecir a Dios por el bien que nos hahecho.

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