heater david - ciudadania una breve historia

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Ciudadanía

Un a breve historia

«

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Ciencias sociales

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Derek Heater

Ciudadanía

Una breve historia

O

3

8

El

El libro de bolsillo

Ciencia política

Alianza Editorial

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TÍTULO ORIGINAL:

 A BriefHistory ofdtizenship

TRADUCTOR:

  Jorge Braga Riera

7

 

Diseño de cub ierta: A lianza Editorial

Ilustración de cubierta: Ángel Uriarte

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la

Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes

indemnizaciones por daños

 y

 perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren,

distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra litera-

ria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística

fijada en cualquier

 tipo

 de

 soporte

 o

 comunicada

 a

 través de cualquier medio, sin

la

 preceptiva autorización.

© Derek Heater, 2007

©

  de la

 trad uc ció n: Jorge Braga Riera, 2007

© Alianza Ed itorial, S. A., M ad rid, 2007

Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15;

28027 Ma drid ; teléfono 91 393 88 88

www.alianzaeditorial.es

ISBN: 978-84-206-6181-0

Depósito legal:  M. 32.854-2007

Fotocomposición   e impresión:

  EFCA, S.

  A.

Parque Industrial «Las Monjas»

28850 Torrejón

  de

 Ardoz (Madrid)

Printed

  in

 Spain

SI

 QUIERE

 RECIBIR INFORMACIÓN

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 LAS

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y

LO

a l i a n z a e d i t o r i a l @ a n a y a . e s

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Nota

 del

 traductor

Para las citas de la Biblia se ha utilizado la edición es-

pañola  Biblia de Jerusalén  (Madrid, Alianza Editorial,

1994).

La

 traducción del resto de las citas es obra del traduc-

tor, salvo cuando exista una versión española publicada

de

 ellas, ya sea en form ato impreso  véase

 el

 apartado de

Bibliografía) u

 online,

  en cuyo caso se facilita el enlace

correspondiente en nota

 a pie

 de página.

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Prólogo

El tema de la ciuda dan ía suscitó una atenc ión ex trao rdi-

naria en todo el m un do du ran te la década de los noventa

del s iglo pa sad o, fun da m en talm en te en tres ám bito s: el

sociopolí t ico, el acad ém ico y el educa tivo. A un qu e este

interés ha generado un buen número de publ icaciones ,

en m i op inión todavía no ha visto la luz un a ob ra qu e re-

coja conju ntam en te los prin cip ios y prá ctica s de la ciuda-

danía a lo largo de la histo ria|Y es qu e las circu nstan cias y

controversias actuales no pu ed en ser co m pre nd idas en su

totalidad sin conocer la coyuntura histórica anterior; es

más,

 un a bu en a pa rte de la l i teratura pub licada so bre este

tema se justifica con referencias a teorías y prá ctic as p re -

vias.

 El objetivo de este libro es, pre cisam en te, p ro po rci o-

nar ese m aterial histórico fund am ental m edia nte un rela-

to po rm en oriz ad o que arranc a en Esp ar ta y llega ha sta

nuestros días (de

 c.

 700 a.C. al añ o 2000 de nue stra er a) , y

que incluye citas ex traíd as d e textos esen ciales.

Son poco s los escritores que pue de n concluir u n trab a-

jo sin dejar constancia de su agradecimiento. En primer

lugar, como siempre, doy las gracias a mi mujer por su

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CIUDADA NÍA: UNA BREVE HISTORIA

apoyo inco ndicion al. En segun do lugar, a dos am igos qu e

m e an im ar on a escrib ir este libro: el profesor G. R. Be-

rrid ge y Sim ón Kear; fue este últ im o el en car ga do de su

edición electrónica y de su posterior preparación en so-

po rte informá tico. Finalmente, deseo expresar m i grat i-

tud a Nicola C arr y a sus co m pa ñe ros de trabajo po r su

pleno c onv encim iento de que este proyecto m erecía real-

m en te la pen a.

DEREK HEATER

Rottingdean, 2003

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Introducción

Identidades sociopolíticas

La ciudadanía es una forma de identidad sociopolítica,

pero tan sólo una

 de las

 varias que han coexistido duran-

te las distintas épocas a lo largo de sus casi tres milenios

de existencia. En ocasiones ha convivido con esas otras

formas en armonía, pero enfrentada en otras; unas veces

ha sido la forma de identidad dom inante, y otras se ha

visto sometida por el

 resto;

 a veces se ha distinguido cla-

ramente de las demás, y otras tantas ha estado subsumi-

da

 en una u o tra.

Podemos distinguir

 cinco

 formas principales

 de

 ciuda-

danía que

 los seres

 hum anos, como animales sociopolíti-

cos,

 podem os llegar

 a

 experimentar,

 y

 que se encuentran

en los sistemas feudal, m onárquico, tiránico, nacional y

ciudadano, respectivamente. Cada una de esas formas

nace de una relación básica, e implica que el individuo

ostenta un

 estatus,

 un sentimiento hacia

 la

 relación, y que

sabe com portarse de manera apropiada en ese contexto.

Además, aparte del deseo y de la capacidad para luchar

¡ í

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CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORIA

en defensa del sistema -característica esta que com par-

ten todas estas identidades- , podemos apreciar diferen-

cias importantes entre ellas.

Así, la relación feudal era de tipo jerárquico, y el esta-

tus estaba definido por

 los

 vínculos entre vasallo

 y

 señor.

El sentimiento que el individuo experimentaba dentro de

este sistema nace de la naturaleza recíproca de esta rela-

ción: un sencillo diseño piram idal que sitúa al que sirve

en la base y coloca al que protege por encima de aquél.

Por tanto, la competencia exigida dependía de la clase so-

cial

 a la

 que pertenecía

 el

 individuo.

En un sistema m onárquico, el único dirigente -el m o-

narca-

 se

 distingue claramente del resto

 de los

 habitantes

de la sociedad, que se convierten en sus subditos y de los

que se espera m uestren lealtad a la Corona y a la figura

real, que se erige en personificación del

 país.

 Las aptitu-

des que se esperan del subdito son mínimas, pues lo que

se exige a éste

 es,

 básicamente, obediencia pasiva.

La tiranía, entendida como cualquier forma de go-

bierno autoritario -entre las que se incluyen la dicta-

dura y el totalitarismo m o d er n o -, es una visión dis-

torsionada del gobierno unipersonal. La posición del

individuo

 se

 degrada aún

 más,

 con

 el

 único propósito de

apoyar al régimen tiránico. El sentimiento político es un

amor activo hacia la figura del tirano , y la única compe-

tencia requerida es la de involucrarse plenamente en su

apoyo.

Por otro lado, cuando

 los

 individuos

 se

 identifican con

la nación, están reconociendo su condición de miembros

de un grupo cultural (independientemente de cómo se

defina  éste). El sentimiento que se asocia a esta forma de

identidad

 es el

 de amor por

 el país

 y conciencia

 de sus

 tra-

diciones.

 Por

 tanto,

 el tipo de competencia exigida en este

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INTRODUCCIÓN

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caso es el con ocim iento de lo qu e ha con vertid o - y con-

v ie rte - a la pa tria en algo « grande ».

Llegamos así, por fin, a la ciudadanía, que se define

com o la relación de un in divid uo n o con otro individu o

(como era el caso en los sistema s feudal, m on árq uic o y ti-

ránico) o con un gr up o (com o sucede con el con cep to de

nac ión), s ino básicam ente con la idea de estado/L a iden-

tidad cívica se consa gra en los derechos oto rga do s po r el

estado a los ciu da da no s ind ividuale s y en las ob ligaciones

que éstos, person as autó no m as en si tuación de igualdad,

deben cumplir. Los bue no s ciuda dan os m ues tran un sen-

timie nto d e lealtad al estado y un sentido de la respo nsa-

bilidad a la ho ra de ate nd er sus obligaciones; p o r tan to, es,

necesario qu e cuen ten con la pre pa rac ión necesa ria p ara

este t ipo d e participa ción cívicaJ

Los con ceptos de auto no m ía, igualdad de clase y par ti-

cipación ciuda dan a en los asu ntos del pue blo distin gu en ,

en teoría, a la ciudadanía de otras formas de identidad

sociopolí t ica, ya sea feudal , monárquica o t i ránica. En

principio, la estructura jerárquica del feudalismo y las

expectativas de sum isión inheren tes a estos otro s tres es-

t ilos son inc om patibles con la ciud ada nía en su sen tido

m ás estric to. En el caso del feudalism o, ésta pu ed e inter-

pretarse como la emancipación de una coyuntura de

obligación, tal y com o recog e el cap ítulo terc ero. A pes ar

de ello, la ciud ada nía se ha visto de alguna m an er a (qui-

zás de form a débil o disto rsio na da ) asoc iada a los siste-

mas de gobierno m on árqu ico y t i ránico, aspecto este que

se

 trata rá en los cap ítulo s tercero y sexto.

La ide ntid ad con la qu e, gen eralm ente , se vincu la de

forma m ás estrecha a la ciud ad an ía es a la de na ció n. Es

más,

 desde  c. 1800 ha sta  c. 2000 am bas se fusiona ron a

efectos prá ctic os , al arr aig ar la idea de qu e estad o y na-

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CIUDADANÍA:  UNA

 BREVE HISTORIA

ción deb ían ser tér m in os eq uivalentes, tem a este del cual

se oc up ará el cap ítulo q uin to.

O tra form a de interpre tar las distincion es apena s de s-

cri tas es ob ser va nd o los diferentes m od elo s que su rgen

al yu xtapo ner la relación de la iden tidad ciud ada na con

el individuo, con la t ierra o con un concepto abstracto

(véase

 la tabla 1).

Sistema

Feudal

Monárquico

Tiránico

Nación

Ciudadanía

Tierra

base de

la relación

territorio de

la nación

Individuo

vínculos

recíprocos

lealtad

centro

del sistema

Concepto

religión/

ideología

idealización

estados/derechos

obligaciones

TABLA

 1.  Distinciones entre identidades sociopolíticas.

M odelos de la historia de la ciuda dan ía

No debemos permit ir que esta excesiva general ización

nos dé una e rró ne a im pre sión de sencil lez, pues el con-

cep to de ciu da da nía no es tan simp le, ni en la teoría ni en

la prác tica. De he ch o, los intento s po r explicar esta form a

de identidad ha n provoc ado la aparición d e m ucho s m o -

delos diferentes, tant o en lo qu e atañ e a su esencia co m o

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INTRODUCCIÓN

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a su de sarro llo histórico . Las pró xim as líneas constituye n

un breve análisis de algu nas de estas inte rpre tacio ne s, las

cuales pre ten de n arro jar luz sobre el tem a que nos ocu pa.

Algunos estudiosos han distingu ido ciertos m odelos d e

ciudadanía concentrándose en una selección l imitada

de ma teria l. El m ás fam oso e influyente d e tod os ellos es

T.

 H . M arshall, autor de

 Ciudadanía y clase social

 [Alianza

Editorial, 1998]. En esta obra, una serie de conferencias

pronunciadas por el autor en 1949, Marshall identifica

tres formas de ciudadanía, a saber, civil (igualdad ante la

ley),

 po lítica (el voto ) y social (el esta do d e bie ne sta r), for-

m as estas que -d es de su pu nt o de vis ta- se desarrollaron

históricam ente en este ord en . La detallada exposición de

su análisis ha recibido a lguna s críticas, pu es los dato s q ue

M arshall extrae proced en exclusivamente de su e xperien -

cia en el con texto inglés. A pes ar d e las reservas ob vias a la

hora de hacer generalizaciones a pa rtir de un as conferen-

cias sin dem asiad as a m bicion es, la idea básica de un a for-

mación tr ipart i ta de los derechos del ciudadano sigue

siendo de m uch a u til idad; de ahí que el capítulo sexto se

ocup e de exa m inar esta par ticula r interpretación.

Más recientemente, }. G. A. Pocock ha postulado la

existencia de un a d oble línea en la historia d e la ciud ada -

nía desde la épo ca clásica. Para los griegos, en pa rtic ula r

Aristóteles, lo na tura l era ser ciu da da no : el ho m bre era un

zoon politikon,

  un anim al polít ico. Para los rom an os , po r

el co ntra rio, el ho m bre era un a e ntida d jurídica, y, com o

ciud ada no , con traía un a relación legal con el estad o:

La jurisprudencia transformó el concepto de «ciudadano» de

zoon politikon a

 legalis homo,

 y de la

 cives

 o

 polites

 (las palabras

latina y griega para designar «ciudadano», respectivamente) a

la de

 bourgeois

 o burger. Com o consecuencia, el «ciudadano»

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CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORIA

pasó a identificarse en cierto m odo con el «subdito», pues al ve-

nir aquél definido como miembro de una comunidad jurídica,

se resaltaba el hecho de que estaba, en más de un sentido, sujeto

tanto a las leyes que definían su com unidad como a los dirigen-

tes y magistrados que tenían el poder de aprobarlas (Pocock

1995:38).

Peter Riesenberg, en su

 Citizenship in the Western Tra-

dition: Plato to Rousseau [La ciudadanía en la tradición

occidental:

  de Platón a Rousseau],

  sugiere dos modelos

-muy diferentes de los es t ipulados por Pocock- para

consid erac ión del lector. Su tesis centra l se basa en la exis-

tencia de dos fases en la histo ria d e la ciuda da nía , con u n

per íodo de t ransic ión de aproximadamente c ien años

qu e se inicia a finales del siglo xv m . La «prim era ciu da da -

nía» se caracterizab a po r c on stitu ir

un m undo íntimo [de sociedades a pequeña escala] dotado de

fuerzas que lo mantenían unido [...] En estas com unidades vi-

vían los individuos con mayor conciencia histórica y moral,

los cuales compartían ideas asombrosamente parecidas acer-

ca de la conducta ideal esperable en una buena persona y de

cómo desarrollarla generación tras generación (Riesenberg

1992: XV).

El eje central que hizo girar al m u n d o occiden tal h acia

la «segu nda ciud adanía» fue la ép oc a de las rev oluc iones

de finales de siglo xvm. La antigua y elitista ciudadanía

de la virtud fue paulatinamente desplazada por una ciu-

dad anía m ás global, dem ocrát ica y naciona l , centrad a en

el req uis ito de la lealtad.

El seg un do a specto de la teoría de R iesen ber g es la n a-

turaleza fluctuante de la prim era c iuda da nía com o co m -

pr om iso co n el ideal, que bien crecía, bien se desv ane cía,

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INTRODUCCIÓN

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o era

 -t a l y co m o este auto r lo ex pre sa- un a sucesión de

«m om ento s perfectos» s egu idos de un declive:

La

 época de Solón, la tem prana República Romana, los albores

de la

 com una medieval, incluso, quizás,

 los

 primeros años

 de la

República de los Estados Unidos;

 es

 posible que en estas etapas

la

 ciudadanía haya funcionado realmente

 como

 tal (Riesenberg

1992:

 XXIII).

Pero mientras Riesenberg defiende un modelo de ciu-

dadanía en dos fases, otros muchos estudiosos del tema

apuntan a una dualidad ligeramente diferente, es decir,

hacen un a distinción e ntre lo que generalm ente se de no -

mina la tradición «cívica republicana» y la «liberal». El

mo delo de pe nsa m iento sobre la ciud ada nía cívico repu-

blicano ( también l lamado «clásico» o «humanista cívi-

co») defiende que la forma de estado ideal es la que se

sostiene sobre dos pilares, que son: una ciudadanía

  for-

mada por hom bres polí ticam ente vir tuoso s y un m ode lo

justo de go biern o, con un es tado co nstituido en «repúbli-

ca» en el sentido de u n go biern o con stitucional, y n o u n o

dirigido de forma arb itraria o t iránica. A m bos elemen tos

(buena condu cta cívica y un m od elo de estado republica-

no) eran esenciales, de ahí el término «cívico republi-

cano». Si la t i ranía hacía imposible una comunidad de

ciud ada no s libres, un a «repú blica» n o sería factible sin el

apoyo activo y la pa rticipa ció n de los ciud ad ano s. La ciu-

dadanía, po r tan to, sup on ía princ ipalm ente obligaciones

y vir tu d cívica. M ás adelante trata rem os de nuevo estas

ideas, especialmente c ua nd o e studiem os las opin ione s de

Aristóteles, M aquiavelo y Rou sseau al respe cto.

La p o stu ra al ternat iva y l iberal evoluc ionó en los si-

glos xvn y xvili pa ra resurgir, sin lugar a dud as , con m u-

cha m ás fuerza en los siglos xix y

 xx .

  Esta escuela de p en -

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CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORIA

Sarniento sostien e que el esta do ex iste pa ra ben eficio de

sus ciudadanos, y t iene la obligación de garantizar la

existencia y disfrute de ciertos derechos. Recurriendo a

la tríada de Marshall, se aprecia cómo, al referirse a los

de rec ho s, los escritores y políticos d e los siglos

 XVII

 y xvm

ha blab an de derecho s civiles y polí t icos, y no derec hos

sociales, si bien éstos hicieron u na pr im era y t ím ida apa -

rició n con la Revo lución francesa.

Nuestro objetivo al incluir estas interpretaciones no es

el de juzgarlas, cuestionarlas o su stituirlas p or otra s, sino

simplemente consta tar cómo los di ferentes es tudiosos

en este cam po pueden adoptar -c o m o realmente han he-

c h o -

  diversas pos tur as al respecto. La elaboración de los

pró xim os capítulos no se ha visto condicion ada por nin -

gu no de estos mo delo s u otro s. Las siguientes l íneas pre -

ten de n ser de fácil lectura , sencillez esta qu e los lectores

pueden interpretar como un deseo de lograr un re la to

am en o o, s implem ente, com o la m an era de dar cuerpo a

las ideas ya s eña lada s.

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1.  Grecia

Espar ta

Orígenes

Por motivos práct icos, nuestra historia arranca con un

grup o de cuatro p eq ue ño s pu eblos griegos al sur de la pe-

nínsula del Pelopo neso en to rn o al 700 a.C. ap rox im ad a-

mente, pues la vag ued ad de los test im onio s no nos per-

mite ser m ás precisos en la da tació n. Estos pu eb los, qu e

por entonces constituían con juntam ente la l lam ada

  polis

(ciudad-estado) de Esp arta, eran asen tam ientos situado s

en la fértil llanura de Laconia, también llamada Lacede-

monia; de ah í que a sus habitantes se les de no m ine , in dis-

t intamente, «espartanos» o «lacedemonios». Debido a

que a la élite era edu ca da p ar a alc anz ar la perfecc ión en

un rígido m o d o de lenguaje, su forma de expresarse h a

dado a la leng ua esp año la las pa labra s «lacónico» y «es-

partano», esta última alusiva a su austero estilo de vida.

Podría cons iderarse a Es pa rta com o la pecu liar crea-

dora de la idea de ciuda da nía, qu e hoy asociam os, bá sica-

19

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2

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORIA

m ente , con la noción y práctica de prov echo sos dere cho s

liberales y de un am plio debate político. D espu és de tod o,

y desde una perspectiva m od ern a, la imagen aceptada de

Esparta es, por lo general, poco atractiva. Un estudioso

britá nic o la ha definido co m o

un estado militarizado

 y

 totalitario que sometía

 a

 una población

esclava, los hilotas, por medio del terror y la violencia, al mismo

tiempo que educaba a sus jóvenes con un sistema que no sólo

incorporaba lo peor de la enseñanza tradicional inglesa, sino

que, deliberadamente, daba la espalda a la vida artística e inte-

lectual de la que gozaba el resto de Grecia (Plutarco

  1988:

 IX).

El hec ho d e qu e iniciem os en Es parta este viaje his tóri -

co por la ciudadanía no es un capricho excéntrico o una

parad oja; al co ntra rio, esta decisión viene avalada po r tres

dist intas consideraciones: la primera es nuestro escaso

con ocim iento sobre cualquier forma de sociedad p olítica

participativa y anterior desde la cual po d am os iniciar u na

na rrac ión con tinua da sobre el origen y práctica de la ciu-

dadanía; la segunda, que no todos los pensadores o co-

mentaristas polít icos, desde la Grecia antigua hasta la

actual idad, han adoptado, ni mucho menos, posturas

hostiles hacia el sistema espartano; y, en tercer lugar, que

la historia com o evolución es, sim plem ente, eso, un pr o -

ceso de cam bio y de adaptación desd e el pu nto de p artid a.

¿Qué sucedió, po r tanto, en Esp arta pa ra que un sector de

sus habitantes alcanzara un estatus que reconocemos

com o genuino y llam am os, justificadamente, ciudadanía?

A pa rtir de los cuatro pueb los originarios, los e spa rtan os

expandieron gradua lmente su te r r i to r io , anexionando

p o r el este las t ie rra s vecinas. En direcc ión co ntr ari a, al

oeste, se alza el m on te Taigeto. A finales del siglo vm a . C , |

los esp artan os d ecidieron cruz ar este mo nte, y, t ras un a

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1.  GRECIA

21

lucha encarnizada, vencieron a los habitantes de esa

región (los m ese nio s), se ap rop iaro n de sus t ierra s y los

som etieron a unas con diciones de vida cercanas a la es-

clavitud. N acen, así, los hilo tas, ejemp los de u n m o d o de

opresión q ue se extendería m ás adelante a tod os los terri-

torios esp arta no s y que se conso lidó com o el m od elo so -

cioeconómico por excelencia durante la vida de la  polis.

Pero los mese nios n o iban a ace ptar la pé rdid a d e su liber-

tad tan fácilmente, por lo que se hizo necesaria la crea-

ción de un a élite m ilitar de es pa rta no s cuya función era

la de m an te n er el con trol. Fue prec isam ente esta élite, a la

que se con ocía co n el n om b re d e «los esp artiata s» , la qu e

ostentaba claram ente el estatus ciud ad an o. El crecim ien-

to de la clase ciudadana en estas circunstancias plantea

dos imp orta nte s cuestiones: ¿cómo nació este estatus?, y

;qué criterios se ad op taro n pa ra que un ciu da da no fuera

recono cido co m o tal?

Por aque l ento nce s, en la trad ició n griega estab a fuer-

temente arra igada la creencia de que un gran legis la-

dor l lamado Licurgo había elaborado, a principios del

siglo vm a . C , un conjunto de reformas con stitucionales,

sociales y económicas. A Licurgo se le atribuye, entre

otras disp osic ion es, la form alización de la clase de c iuda -

danos privi legiados y conscientes de sus deberes que,

probablem ente, ya existía, au nq ue no de u na form a clara-

mente definida. Hasta no so tro s ha llegado un relato com -

pleto y lúcido de las m ed idas ad op tad as po r L icurgo, el

cual fue escrito, en forma de breve ensayo biográfico,

aproximadamente ochocientos años más tarde por un

gran biógrafo y escri tor ded icad o a cuest iones m orales:

Plutarco. Lam entablemente, los historiadores m od ern os

no tienen la certeza de que realm ente existiera un h o m -

bre llam ad o L icurgo (incluso se sosp ech a d e qu e los grie -

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22

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORIA

gos pe nsa ba n que era un d ios ), e ign ora n si las reform as

atribu idas a él fueron realm ente labor de un a sola pe rso -

na en un m om ento concre to  (véase  Talbert en Plutarco

19 88:1 -3). Sería conve niente, quizá s, qu e el lector en tre -

comillara su no m bre .

Las facetas de la ciudadanía espartana

Las reformas m en cion ad as hicieron na cer un esti lo ciu-

da da no d ota do de varias facetas entrelazadas que resul-

taban - todas el las- esenciales para el modo de ciudada-

nía espart iata, y que son las s iguientes: principio de

igualdad, posesión de una fracción de terreno público,

dep end enc ia eco nóm ica del trabajo de los hilotas, un es-

t r ic to régimen de educación y entrenamiento, ce lebra-

ción de banquetes comunes, real ización del servicio

m ilitar, el atr ib uto d e v irtu d cívica y,  finalmente, partici-

pación en el go biern o del estado. Una lista ex trao rdin a-

riam ente extensa que detallarem os p or sep arado y de for-

ma ordenada.

Los espartiatas (alrededor de nueve mil du ran te la épo -

ca de Licurgo) se llamaban entre sí

 Homoioi,

  que quiere

decir «iguales». D ado que el con cepto de igualdad siem-

pre ha sido u n te rre no resbaladizo, no está del to do claro

cuáles eran sus co nn otac ion es en la ant igu a E spa rta. El

prolífico escritor griego Jenofonte explicaba alrededor

del añ o 400 a.C. que L icurgo «había conce dido pa rticip a-

ciones idénticas en el estado a tod os los ciu da da no s de

ley, con in de pe nd en cia de sus carencias econ óm icas o fí-

sicas» (Plutarco 1998:177). Parece po co p roba ble q ue to-

dos los «iguales» co m pa rt iera n la m ism a pro po rció n de

riqueza, aun qu e varios com entarios a pu nta n a qu e efec-

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1.  GRECIA

23

tivame nte era así. Lo qu e las reform as de L icurgo posible-

mente prom ulg ara n fue la distribu ción de lotes de terre-

no público

  (kleroi)

  entre los espart iatas, para que todos

dispusieran de a l menos unos ingresos mínimos pro-

cedentes de la exp lotación agrícola. La pro pie da d de los

kleros

 constituy ó, por ta nto , la segu nda característica del

estatus espartiata.

Sin em barg o, los ciud ad ano s no cultivaban perso nal-

men te sus t ier ras , pu es esta tarea cor res po nd ía a los hi-

lotas, qu e, po r tem or a ser co nd en ad os a m ue rte si no lo

hacían, debían forzosamente entregar las cosechas de

las t ierras qu e traba jaba n. De hec ho , se asu m ía gene ral-

mente que la ciudada nía y el trabajo m an ua l - o , incluso, la

realización de un ofic io- eran inco m pa tibles. Tal y com o

observó A ristóteles, los es pa rtia tas se deja ban el cabello

largo como muestra de un est i lo que impedía una vida

dedicada al t rabajo. En pocas palabras, la ciudadanía

espartiata dep end ía eco nóm icam ente del trabajo de los es-

clavos, y todo el concepto de ciudadanía de Licurgo se

sustentaba, pre cisa m en te, en este sistema .

¿Qué hac ían, en tonc es, los espartiatas?: defend er y go -

bernar el estado. A m od o de pre para ció n pa ra estas fun-

ciones - e n pa rticu lar el servicio m ilitar -, los espa rtiatas

novatos eran so m etidos a un régim en de e ntren am iento

increíblem ente severo y estricto

  (agogé),

 m ien tras que los

hijos de espa rtiatas qu e, po r su condición física m ás débil,

no pudieran sop ortar este régimen e ran ab and on ad os

 a

 su

suerte ha sta qu e fallecían. A los siete añ os d e ed ad a cada

chico se le asignaba un g ru p o d e aco m pa ña ntes , con los

que vivía y de los qu e recibía form ación hasta q ue cum plía

los veinte.

 El pro gram a de estudios (enten dido este térm i-

no com o un proc eso de form ación que apen as se detenía

en aspectos acadé m icos tal y com o p ercibim os éstos en la

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24

C I U D A D A N Í A : U N A B R E V E H I S T O R I A

actualidad) estaba diseña do p ara desa rrollar hasta el lími-

te proezas de resistencia física y mental, objetivos que se

consegu ían m ed iante u na férrea disciplina. Al alcanzar la

veintena estos jóven es eran cuasi ciu da da no s que tenían

obligaciones m ilitares, pe ro carecían de derec hos cívicos y

de respo nsab ilidades. A lgun os de ellos, y bajo la sup erv i-

sión de un ed uca dor jefe adulto, pasa ban a encargarse de

otros n iño s con el pro pó sito d e guiarles e inculcar en ellos

las actitudes y co nd uc ta exigidas. El m éto do ped agó gico

establecido era el us o libre del látigo, y los azotes p o d ía n

incluso causar la m ue rte pour

 encourager les

 autres.

Re lacionada co n este pro ces o de iniciación, existe u na

historia que ha perdurado a lo largo de los siglos y que

parece p ropia de u n a novela de Dick ens. A los ni ño s se les

enseñab a a rob ar com o m éto do pa ra desarrollar la inicia-

tiva y la astucia y adquirir práctica en escapar, pues el

rob o no era d elito, au nq ue sí lo era que te apre saran . Plu-

tarco nos tran sm ite esta ané cdo ta: «[Un niño ] había ro -

ba do ya un ca cho rro de zorra y lo l levaba cub ierto co n su

tribónion,

  ar añ ad o en el vientre po r el an im al con las

uñ as y los dien tes, m u ri ó a pie firme con tal de que na die

se dier a cuen ta» (Plu tarco 1985: 313 ). Sea apócrifa o a u-

téntica, Plutarco cons iderab a esta historia com o un ejem-

plo creíble del s is tema espartano de preparación para

convert irse en ciud ada no .

O tra truc ule nta ca racterística de estos añ os de form a-

ción era un progra m a de adies t ramiento de com and o d e-

n o m i n a d a  krypteía.  El relato de Plutarc o a este resp ecto

es,

 de nuevo , francam ente revelador:

Los jefes de los jóvenes, aquellos que a primera vista eran inteli-

gentes, los sacaban durante cierto tiempo al campo en cada

ocasión de una forma distinta, con puñales y la comida indis-

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1. GRECIA

25

pensable, pero sin nada m ás. Ellos, du ra nte tod o el día, espar-

cidos por encu biertos lugares, se escon dían y descansab an; y,

por la no ch e, bajando a los ca m ino s, m ata ba n a cuan tos hilotas

sorprendían . A menudo met iéndose incluso en sus campos,

dab an m ue rte a los m ás recios y fuertes d e aqué llos (Plu tarco

1985:329-330).

Esta última frase pone de manifiesto el objetivo secun-

dario de estas expediciones: sacrificar a miembros de la

población hilota que pudieran convertirse en peligrosos

rebeldes capaces

 de

 amenazar

 el

 control espartiata.

Cuando el joven estaba ya preparado para formar

parte del grupo de ciudadanos, se le asignaba un come-

dor  véase a continuación) y debía pagar las «cuotas de

avituallamiento», que podía satisfacer gracias a sus

kleros. Tanto la asignación de comedor como el pago de

las cuotas eran cruciales para convertirse en ciudadano

y no perder tal condición. Una vez más, Plutarco nos

ilustra con una rica descripción de este proceso de

selección:

Cada uno de los comensales tomaba una bol i ta de pan en la

m an o y, al pa sar el sirviente con u n a u rn a en la cabeza , la echa-

ba dentro, en si lencio, como voto: el que daba su aprobación,

tal cual, y el qu e lo recu sab a, de sp ué s de aplastarla bien con la

mano, pues la aplastada equivale a la horadada. Con sólo que

encuentren una de esta clase, no admiten al aspirante, pues

quieren que todos se encuentren a gusto entre el los (Plutarco

1985:301).

Y así era, sin segundas oportunidades, y sin poder

optar a un com edor alternativo. Tampoco el candidato

que lo lograra tenía la permanencia asegurada; por

ejemplo, si no era capaz de pagar sus cuotas , sería ex-

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26

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORIA

pulsad o y, con secu entem ente , perd er ía la con dición de

c iudadano.

Es necesar io , pue s , expl icar brevem ente en qué con -

sistía este sis tem a de ba nq ue tes co m un es que los esp ar-

t anos denominaban

  phiditia.

  Las com idas no se hac ían

en el do m icilio, sino que era obliga torio acu dir a los co-

medores, cada uno de los cuales constaba de alrededor

de t rescientos m iem bro s (se descono ce el nú m ero exac-

to ) .

  Cada mes pagaban su cuota en forma de diversas

cant idades de har ina de cebada, queso, h igos , v ino y

una reducida suma de dinero. La función de estos ban-

quetes co m un itarios era la de m an ten er vivo ese es pír i tu

de cam arad ería q ue arraigab a en la clase esp art iata du -

rante el pe río do de form ación. Así nos lo relata Plutar-

co en el siguie nte co m en tar io alusivo a Licu rgo:

Pretendía, en suma, acostumbrar a los ciudadanos a que no

desearan ni supieran vivir en privado, sino que, creciendo

siempre juntos, como las abejas en comunidad, y apiñados

unos con otros en torno a su jefe, casi con olvido de sí mismos

por su entusiasmo y pundonor, se entregaran en cuerpo y

alma

 a

 la patria (Plutarco

 1985:

 325).

Huelga decir que E sparta n o era el único e stado en uti-

l izar en tren am ien to y servicio mil itares com o el m ét o do

más eficaz para edif icar y mantener un   esprit de corps.

Una de las pro eza s m ás heroicas de la histo ria m ilitar

de todos los t iempos fue la demostración de sacrificio

que Leónidas y sus m ejores t resciento s soldado s esp ar-

tiatas realizaron en Term opilas contra el nu m er os o ejér-

cito persa de Jerjes. La excelencia táctica de los ejércitos

gr iegos se apoyaba fundamentalmente en cont ingentes

de infantería fuertem ente arm ad os , que recibían el no m -

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1.  GRECIA

27

bre de «h oplitas». En la Esp arta de los tiem po s de Licur-

go,

 un ho pl i ta era un c iu da dan o, y tod o c iu da da no (en

edad activa) era un hop lita. Por tan to, a los esp artia tas se

les exigía entrenam iento c onstante pa ra que estuvieran en

las con dicione s físicas m ás ópti m as y m an tuv iera n siem-

pre a punto sus cualidades guerreras; de ahí su depen-

dencia del trabajo de sem pe ña do po r los hilotas y po r los

habitantes no esclavos de Laconia, pues, en calidad de

guerreros especia l izados , no disponían del t iempo ne-

cesario para compaginar su ocupación con las labores

agrícolas, aun cua nd o disfrutara n de gen eroso s p erío do s

de inactividad. Los bu en os solda dos, com o sin dud a eran

los espart iatas, debían poseer un valor a toda prueba,

además de mostrar leal tad incondicional y vivir total-

m ente entrega do s a su trabajo. Todas estas c aracterísticas

están conten idas en la pa labr a griega arete, la cual pu ed e

ser trad uc ida (aun qu e no de forma exacta) com o «virtud

cívica», «excelencia» o «bon da d» (en la sigu iente sección

de este capítulo se explicará de forma más detallada el

significado de este con ce pto ).

Tir teo de Esp arta, una especie de po eta lau read o que

escribió en el siglo vn a .C , n os da u n a idea, a p ar tir de los

fragm entos de su obra q ue no s ha n llegado, del ideal de

hom bre e sp arta no , es decir , el que está do tad o de  arete.

En tér m in os m ilitares, las pala bra s de Tirteo ofrecen un

retrato de un so ldado que arriesga la vida po r su c iudad .

Éste

 era el nuevo sentido d e ciudad anía , en claro co ntra s-

te con los héroe s de Ho m ero, que luchaban valientemente

para bu sc ar su prop ia gloria. Tirte o declara q ue

es un

 bien común

 a la

 ciudad

 y a

 todo

 el

 pueblo que aquel varón

que sale en la primera

 fila

 permanezca

 firme

y se olvide entera-

mente de la torpe fuga, ofreciendo su vida

 y

 su alma fuerte [...]

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CIUDADA NÍA: UNA BREVE HISTORIA

Éste , cay end o de los pr im ero s , p ierde la v ida, ma s l len an do

de gloria la ciudad, al pueblo [...] y con grave sentimiento lo

ac om pa ña al sepu lcro la ciuda d en tera (Tirteo 1832: 206-207).

También se esperaba de un buen c iudadano que de-

sem peñ ara co ncien zud am ente sus obl igaciones c iviles ,

entre las que se incluía un vir tuo so cu m plim ien to d e la

ley y pa rtic ipa r en la A sam blea. Las au tor ida de s en e sta

m ater ia, com o Jenofonte o Plutarco, hac en h inca pié en el

castigo que conllevaba un a co ndu cta qu e no estuviera a

la altura de lo esp era do , y que n o era otro que la p érd ida

de la ciu da da nía . Así, Jenofonte n os dice: «Licurgo dejó

claro que cualq uiera qu e inte nta ra eludir el esfuerzo re-

qu eri do p ara hac er cum plir sus leyes dejaría de ser con si-

derado uno de los iguales» (Plutarco 1988: 177). Aún

peor vista estaba la cobardía; la debilidad moral en el

ca m po d e batalla no sólo se castigaba con la d erog ació n

de la cond ición d e ciu da da no esp artiata, sino que esta ig-

nom iniosa con duc ta hacía objeto a su m entor de una am -

plia lista de expres ione s sociales de desp recio. De he ch o,

a los cob ard es se les tach ab a de «m iedo sos» .

Finalm ente, el últim o d e los requisitos para con segu ir

la ciuda dan ía es pa rtan a era la part icip ación en el pro ce-

so de go biern o, un asp ecto polít ico de la ciud ada nía qu e

ha sido central para el concepto m o de rn o de esta co ndi-

ción. La constitución de Licurgo redujo el poder de los

reyes (Esp arta tenía do s que reinaban sim ultáne am ente)

m ediante la creación de una A samblea y un pe qu eñ o Se-

nad o o Consejo de Anciano s

  (Gerousia).

  Este último es-

taba form ado po r los reyes y po r veintiocho an cian os, de

al m en os sesenta año s de eda d, elegidos por la Asam blea,

la cual , a su vez, estaba c on st i tuid a p or esp art iatas qu e

tenían com o mí ni m o treinta años de edad. La part icipa-

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I. GRECIA

29

ción estaba, por tanto, abierta a todos los ciudadanos,

aunque los estudiosos discrepan a la hora de del imitar

los poderes relativos de la Asamblea y del Consejo de

Ancianos.

Este sistema probablemente funcionaba del siguiente

m odo: el Consejo de An cianos constituía el cu erp o polít i-

co y judicial sup rem o, y gozab a de la au torid ad necesaria

para elabo rar pro pu estas políticas y leyes. Éstas eran pre-

sentadas en las reun ione s o rdin aria s de la Asam blea, so-

bre la que recaía la tom a d e decisiones, a m en os q ue -e n

palabras extraídas de un texto a n tig u o - la Asam blea «ha-

blase torcid am ente»

  (véase

 Cartledge 1979 :135), en cuyo

caso los anc iano s y los reyes po dí an invalidar la prop uesta

de la Asam blea. Las reformas de Licurgo pu ed en interpre-

tarse com o un cam bio de forma de ma nd ato , que pasaba

ahora a ser una diarquía con gobiernos const i tuidos de

forma equilibrada por los ciudadanos. La mayoría de los

espartiatas actu aba a través de un a Asamblea con po de r

de decisión y de enmienda, mientras que un reducido

grupo, m ás experim entado, redactaba b orrad ores de ley e

impedía que prosperara cualquier contrapropuesta poco

recom endable pro ced ente d e la «cám ara baja». De hecho ,

Plutarco opin aba qu e la au torid ad de los ancian os se colo-

caba «a m o d o de con trapeso » (Plutarco 1985:286 ).

Los

 problemas de la ciudadanía espartana

Tradicionalmente se ha acep tado que el objetivo pr im or -

dial de Licurgo era la estab ilidad. La pala bra griega pa ra

este concepto es

 eunomia,

  u orde n apro piado , social y po -

lít icamente, pa ra la co m un ida d y el estado. Pero nin gu na

sociedad, o estado, puede permanecer estát ica. Con el

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CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORIA

tiem po , se agu diza ron las diferencias en tre los esp artia tas

ricos y los más pobres, de modo que los «iguales» cada

vez distab an m ás de gozar de un a si tuación d e eq uida d.

Los m ás po bres eran incapaces de ab on ar su cuota de co-

m edor, po r lo que eran p rivado s de su con dición . Por este

m otivo , y po r otro s tales co m o la negativa a reclutar pa ra

la casta esp artia ta a m iem bro s d e clases inferiores o a fa-

m ilias extran jeras de clase alta, el n ú m er o de esp artiata

se fue reduciendo gradualmente. Los historiadores nc

proporcionan cifras reveladoras: Heródoto apunta oche

m il en el 480 a.C ; Tucídides,

 3.500

 en el añ o 418; Jenofor

te,

 1.500 en el

 371 .

De otro lado, era necesario ma nte ne r en plena forma ¡

los efectivos ho plitas, po r lo qu e los pre cep tos d e Licurgc

sobre la excelencia d e la casta espa rt iata co m en za ron i

relajarse ineludiblem ente. En conse cuen cia, y da do q t

ser esp artiata era con dición sine qua n on pa ra ser mier

bro , co nta m os, incluso, con test im on ios d e actos de ce

ba rdía qu e fueron exo nerado s pa ra evitar el consiguiente

desprecio que conllevaba esta conducta. Ya no podían

sostenerse las ecuaciones ciudad ano -hop li ta , y ciudad a-

ní a- vir tu d de la fortaleza, tal y co m o er an a labada s en los

po em as elegiacos de Tirteo, los cuales eran m uy co noc i-

do s en to da Grecia.

Además, la desaparición del est i lo de ciudadanía es

p ar ta n o no era el único pro blem a. Existían, tam bié n, fa-

llos interno s en el sistem a. El ran go de ciu da da no confe-

ría m uc ho s privilegios, qu e se apo yab an y sostenían en 1

explotación de la clase m arg inad a h ilota. De sde un pu nt

de vista hum an itario la

 agogé

 era atroz, y el peso otorgad<

al en tren am ien to y servicio militares com o rasgo d istin

tivo fundamental de la ciudadanía no hacía sino distor-

sionar la esencia de la condición cívica, esto es, la ciu«

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i. CRECÍA

31

dadanía de Licurgo era una interpretación desigual del

concepto. A ristóteles estaba con ven cido de ello:

Toda

 la

 construcción

 de sus leyes

 está orientada hacia una parte

de la virtud , la guerrera [...]. Los lacedemonios [...] no sabían

gozar de la paz ni habían practicado otro ejercicio superior

 a

 la

disciplina del guerrero (Aristóteles 2005b: 105).

El m od o de ciu da da nía es pa rtiata era artificial y forza-

do desde la m ism a base. Por ejemplo, Plutarco no s cue nta

que Licurgo, po r tem or a qu e se relajaran o m an ipu lara n

las nuevas n or m as ,

tampoco permitía viajar

 a

 cualquiera

 ni

 ir

 de

 un sitio para otro,

recogiendo costumbres extrañas y modelos de formas sin ins-

trucción

 e

 instituciones distintas (Plutarco 1985:328-329).

En otro ord en de cosas, la con stitución de Licurgo deja-

ba claros cuáles eran los princ ipios pe rpe tuo s de la ciuda-

danía, au nq ue en la práctica se lograra, p or lo gen eral, tan

sólo una apr ox im ac ión a ellos. La existencia de un a clase

ciudadana debía arra nc ar desde condiciones de igualdad

básica, y a los ciu da da no s se les exigía un agu zado sen tido

de obligación cívica, am én del de be r de pa rtic ipa r en los

asuntos políticos del estad o

 y

 estar pre pa rad os pa ra defen-

der a su

 país.

 En parte porq ue estas cualidades han sido dig-

nas

 de adm iración du rante

 siglos, y

 en parte po r

 el

 alto pre -

cio que el pue blo de Esp arta, de una u otra forma, hu bo de

pagar po r su desarro llo, el m od elo de ciudada nía esp artia-

ta ha de spe rtad o siemp re u na fascinación ex trao rdin aria .

Dado que Esp arta p rim ab a el esfuerzo m ilitar sobre la

formación intelectual, no nació entre los lacedemonios

ningún teórico polí t ico que nos pudiera haber dejado

crónicas esclareced oras. La teor ía y análisis po líticos na -

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32

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORIA

estilo de vida co m ún

/

Comedores

(phiditia)

camarader ía

Formación

(agogé)

disciplina

Servicio militar

(hoplitas)

valor

ayuda de

\

Ingresos procedentes

del reparto de tierr;

(kleroi)

tes

  ¡

t rabajada por

t iempo pa ra

Esclavos

(hilotas)

t iempo para

Servicio político

(Asamblea I Gerousí

Y

obligaciones

Virtud cívica

(arete)

FIGURA

 1.1.

  El sistema

 espartiata.

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I. GRECIA

33

cieron en A tenas, y sus do s ma yores e xp one ntes, Pla tón y

su discíp ulo A ristóteles , de sa rro llar on en el siglo iv a.C.

concienzudos estudios sobre la const i tución y est i lo de

vida esp arta no s, si bien sus com enta rios están con dicio -

nados p o r sus pro pia s conv icciones acerca de las cua lida-

des y funciones ideales que d ebían ac om pa ña r la con di-

ción de c iud ad an o.

Platón y A ristóteles

Platón

Platón nació en el año 428 a.C. y falleció en el 347 a.C,

a una edad avanzada (81 años). A pesar de que tanto su

famil ia paterna como materna poseían muchas t ierras,

Platón, influido po r los pro blem as que estaba p ad ec ien do

Atenas du rante esa época, o quizás po r su cercanía a Só cra-

tes,

 aproximad am ente cuarenta año s mayor que

 él,

 decidió

apartarse d e la vida púb lica y dedicarse a la reflexión filo-

sófica y a la en señ an za. F un dó la Ac adem ia pa ra sus pr o -

pósitos edu cativo s, y pa ra el pú blico ge nera l escribió sus

Diálogos,

 tres de los cuales están dedicados a la política:

 La

república,

 Las

 leyes

 y el no tan impo rtante El político.

Para Platón, así com o pa ra m uc ho s otros aris tóc ratas

atenienses, el sistem a e sp art an o e ra dig no de elogio, y n o

por su bruta l idad (consideraba la

  krypteía

  ofensiva),

sino por su estabilidad y sentido del ord en . Tam bién ad-

miraba Platón el estilo de vid a de los esp artia tas, tan disci-

plinado y austero, así co m o la gu stosa ded icac ión qu e les

llevaba, inc luso , a sacrificar sus vida s po r la defensa de la

ciudad. Platón estaba de acue rdo con la división del trabajo

en virtu d de la cual los ciu da da no s con altos cargos no de -

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34

C I U D A D A N Í A : U N A B R E V E H I S T O R I A

sem pe ña ba n labor m an ua l alguna. Así de claro se siente el

eco de la Esp arta d e Licurgo en

 La república,

 pue s este es-

tado ideal se basa

en el respeto de los gobernantes

 y la

 aversión de la clase defen-

sora de la ciudad hacia la agricultura, oficios manuales y nego-

cios y en la organización de comidas colectivas y la práctica de la

gimnástica

 y los

 ejercicios militares (Platón 2003:467).

Se di ferencia , en cambio, en que la c iudadanía del

estado de Platón está dividida en tres clases: los gober- '

na ntes, que son los qu e dirigen; los sold ad os, que defien-

de n (y a los qu e se refiere el ex trac to a nte rio rm en te cita-

do) ,

 y los prod ucto res. Este último g rup o, naturalm ente el

más extenso, incluye a profesionales, hombres de negó- i

cios y trabajado res,

 y,

 aunq ue son también ciudada nos (al

con trario de lo que o curría en el sistema es pa rtan o), cons-

ti tuyen un a s eg un da clase de ciud ad an ía, la pasiva, de la

que , en principio , no se espera que particip e en los asu n-

tos públicos.

El estado d iseñ ad o en

 La república

 es reflejo de la pe r-

fección ideal inalcanzab le que perseg uía P latón. Más rea-

lista es el modelo propuesto en

  Las leyes,

  donde precisa

que el tamaño de la polis  (ciudad-estado) debe ser de

5.040

 ciu da da no s (a los qu e hay qu e añ ad ir sus familias

)

esclavos). C om o oc urría en E sparta, tod os los ciudadanc

están exentos de realizar trabajos que generen dinero

Existe una clase, los siervo s, qu e cultiva la tie rra , m ien tra

que nego cios y oficios están en m an os de ex tranje ros resi-j

den tes que carecen de la categoría de ciu da da no s. D icha

condición es hered itaria, tanto po r descendencia m ate rna

com o pa tern a. Sin em bar go , y a diferencia de la división

de Licurgo, los hipotéticos ciudadanos de Platón no son

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,. GRECIA

.55

iguales, sino qu e se distribuy en en cu atro clases o ra ng os

dep end iendo de su riqueza. Adem ás, este diseñ o conlleva

implicaciones políticas muy significativas dentro del sis-

tema electora l.

Platón prevé un C onsejo de Re presentan tes, un cu arto

de cuyos miembros resulta elegido por cada una de las

clases de ciu da da no s. En consecuencia, si as um im os que

el número de ciudadanos perteneciente a cada clase es

inversamente pro po rcio na l a su nivel eco nó m ico , los ri-

cos con tarían, pue s, con un a rep resentació n sup erio r a la

de los po bres . O tras disposiciones igualm ente p oc o de-

mocráticas son la confiscación de fortunas exclusiva-

mente a aquellos de entre los má s ricos que ca recen d e de-

recho a voto o la existencia de cargos públicos a los que

sólo po dí an op ta r las clases sup erio res. Por tan to , los ciu-

dadanos más pobres no sólo t ienen menos incentivos,

s ino que también ven mermadas sus oportunidades de

particip ar en la vida política.

El objetivo p rim ord ial de P latón era la insta ura ción de

una socieda d estable y arm ón ica , en la qu e la am ista d y la

confianza p rim ar an en las relaciones entre ciu da da no s, y

cuya vincu lación social se logra ra, al m eno s pa rcia lm en -

te,

 a través de un a in stitución similar a los ba nq ue tes co-

munes esp art iatas. Son ciuda da no s ejemplares aquellos

que tratan con deferencia el sistema sociopolít ico, res-

petan las leyes y ejercitan el au toc on trol, c ualid ade s estas

que se inculcan en las escuelas públicas. No olvidemos

que Platón de staca ta nto p o r ser un filósofo d e la edu ca-

ción com o d e la política; de hec ho ,

 La república

 en par t i -

cular con tiene abu nd an te inform ación sobre lo qu e Pla-

tón co nsid erab a la ped ago gía ideal. En

 Las leyes,

  por su

parte, tan sólo nos deja un breve apunte al respecto, y

propone

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CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORIA

la educación para la virtud desde la infancia, que hace al niño

deseoso

 y

 apasionado

 de

 convertirse

 en

 un perfecto ciudadano,

con saber suficiente para gobernar y ser gobernado en justicia

(Platón 2002:121).

Las activid ade s gru pa les c om o el baile, la actu ació n o

el a t le t ismo ge neran c iudad anos considerad os y coop e-

rativos. De este modo, las fiestas públicas se diseñaban

pa ra prolo ng ar de po r vida este proceso socioedu cativo;

n o obstan te, y en contrap osición con Esp arta, las vir tu -

des que Platón deseaba cult ivar no eran las indispensa-

bles pa ra triun far en la gu erra , sino las qu e pe rseg uía n la

armonía civil .

La ciudadanía en Aristóteles

Platón n o sólo teo rizó sobre la edu cac ión; tam bi én fue

profesor, y su discípulo más aventajado fue Aristóteles,

qu ien , tra s ingre sar a la eda d de diecisiete año s en la Aca-

demia, permanecer ía en e l la durante diecinueve años

hasta la m ue rte de Platón. Sin em ba rgo , se desvin culó de

su m aes tro en m uch as de sus opinion es polít icas, lo cual

po dr ía acha carse a los dispares o rígenes sociales de a m -

bos :

  Platón procedía de una famil ia aris tocrát ica de te-

rratenientes; Aristóteles, de la clase media profesional,

pues era hijo de un m édico .

Una comparación de los puntos de vis ta que ambos

filósofos mantenían sobre Esparta resulta muy clarifica-

dora . Ya he m os visto cóm o A ristóteles com partía con Pla-

tón su desagrado po r

 el

 m ilitarismo esp artan o, por lo que,

como es natural, se oponía a la práctica de la  krypteía.

Tam bién co m pa rtía con su profesor la adm iración po r los

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1.

  GRECIA

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recursos qu e Esp arta d estin ab a a la escuela pública frente

a

  [as hab ituales dispos icione s priv ad as en círculos fami-

liares.

 Por ot ro lado, en su ob ra

 Política

  (que examinare-

JJIOS

 m ás adelante) intro du ce u n a extensa lista de críticas a

la constitución, costum bres y prácticas espa rtanas. Difie-

re,

 así, de Platón en lo relativo a los aspectos co m un itario s

de la

 vida espa rtiata, pue s con sidera Aristóteles que la dis-

tribución d e la tierra y

 el

 sistem a de com idas com un es lle-

vaban, en la práctica, a un a pola rizac ión entre c iud ad an os

ricos y po bre s, lejos de la igu ald ad qu e po stu lab a el rég i-

men de Licurgo

  (véase

 A ristóte les 2005b : 99-106).

Pero las apor tac ion es de P latón y Aristóteles a la cues-

tión de la ciud ad an ía n o sólo se diferencian en su m an era

de

 ver la expe riencia es pa rta na , sino qu e tam bié n difieren

en aspectos m ás generales. Para em pezar, sus p rop ós itos

il tratar este tem a eran distin tos ; tan to es así qu e ad op ta-

ron m etodolog ías diversas: m ien tras q ue Platón busca ba

diseñar un pr og ram a d e estad o ideal , la auténtica inten-

ción de Aristóteles era la de analizar las constituciones

reales y de m os tra r los prin cip ios qu e subyacían a ellas. De

hecho, la obra de Aristóteles sobre la ciudadanía ha sido

m ucho m ás influyente que la de Platón , por lo que de be-

mos aho ra pasa r a conoc er las apo rtacion es de aqu él.

Nacido en el añ o 384 a. C , A ristóteles vivió la m itad de

su vida en Atenas, do nd e fun dó su prop ia escuela, el Liceo,

pero no era ciuda da no ateniense , ya que había nacido en la

frontera de M aced on ia. Pasó su infancia y

 la

 prim era parte

de su vid a adu lta en la capital de esta región , do n d e ejer-

ció de tutor del futuro Alejandro M agn o. Al final de su vida,

debido a los sentim ientos antim ace do nio s qu e existían en

Atenas, decidió huir de esta ciuda d, para m orir prá ctica -

mente en el exilio en el año 322. Aristóteles era un gran

erudito, au nq ue sólo do s ob ras de su ingente pr od uc ció n,

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AS

C I U D A D A N Í A : U N A B R E V E H I S T O R I A

pro bab lem ente discu rsos en su origen, nos interesan aq uí.

A pesar de lo reducido del número, ambas contienen el

análisis m ás com pleto de la naturaleza de la ciud ada nía de

toda la tradición clásica. Las apo rtacion es m ás m argina les

sobre el tem a están co nstituidas p or algu nas referencias

dispersas en su

 Ética nicomaquea

  (así llama da po r el n o m -

bre de su padre , Nicóm aco, pa ra dist inguirla de otras de

sus obras d edicad as a cuestiones éticas). Sin em barg o, los

frutos m ás relevantes derivad os del análisis aristotélico so-

bre la ciuda dan ía se enc uen tran recogidos en

 Política,

 obra

m agistral en asuntos de índole, ob viam ente, po lítica.

Al resumir este material , seguiremos, a t ravés de los

textos, el siguiente esq uem a: en p rim er lugar, verem os la

gra n dificultad qu e en tra ñó pa ra Aristóteles la bú sq ue da

de un a definición de ciud ada nía. De aq uí pa sare m os a su

convicción de que sólo en un a com un idad com pacta p ue -

de funcionar eficazmente la ciudadanía. A continuación

ex am ina rem os su no ció n d e la vi rtu d cívica, que se rela-

ciona con el us o de la educac ión con el fin de ge ne rar b u e- j

nos ciudadanos, para concluir con algunos comentarios i

generales sobre la relevancia de la interp retac ión aris to-

télica del tem a que aqu í nos o cu pa .

Son famosas las palab ras de A ristóteles en las que p ro -

clama que

tenemos que investigar a quién debe llamársele ciudadano vi

quién

 es el

 ciudadano. Pues también

 el

 ciudadano

 es a

 menudo

tema de discusión. No reconocen todos que una m isma perso-

na sea ciudadano (Aristóteles 2005b: 116-117).

Pasa a explicar a co ntin ua ció n to da s las categorías pe-

riféricas que com plicarían la bú sq ue da d e un a de finido r

válida que fuera ace ptad a un iversa lm ente. Estas catego-

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GRECIA

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rías incluyen: ciuda da no s ex tranjeros residentes que tie-

nen derech o a acceder a los tribun ales del estad o; c iuda-

danos sin de rech o a voto ; los jóvenes, o ciud ad an os «sin

desarrollar», y los ancianos, o «inhabili tados» (nótese

que, más de dos mil años después, ni tan siquiera nos

acercamos a A ristóteles en su m an ejo del esta tus d e las

categorías periféricas -s o b re tod o la de los extran jeros re-

sidentes- a la ho ra de en co ntrar un a definición m od ern a

de la c iud ada nía , u n prob lem a que, po r actual , t ra tare-

mos en su m o m en to . Y es que la polít ica n o es, precisa -

mente, lo que po dr íam os l lam ar un a c iencia en p rogre-

sión).

No ob stan te, Aristóteles nos presenta tres pa uta s dife-

rentes. La p rim er a atañ e a la natu rali da d de la vid a cívica;

otra, a su concepción de un mín im o com ún de no m ina-

dor de ciu da da nía qu e es vál ido pa ra to do s los estado s.

La tercera de ellas nos lleva a sus reflexiones so bre la vir-

tud cívica.

La cita m ás con ocid a d e Aristóteles es la que gen eral-

mente se t rad uc e com o «el ho m bre es un a nim al p olí t i -

co».

 Si

 exten de m os m ás la frase y prec isam os su significa-

do tal y co m o lo ente nd ía este filósofo, el re su ltado sería:

El

 hom bre es por definición un animal político; por eso, aun

cuando no necesiten la mutua ayuda los hombres, no.menos

buscan [por naturaleza] la convivencia (Aristóteles 2005b: 128).

En otro lugar, oto rga a este m ensaje u n valo r añ ad ido

por m ed io de u na asev eración gráfica:

El [individuo] que no puede vivir en sociedad, o no necesita

nada por su propia suficiencia, no es miembro de la ciudad,

sl

no como una bestia o un dios (Aristóteles 2005b: 48).

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CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORIA

Las palabras «naturaleza» y «ciudad» son cruciales.

Por «naturaleza» (en griego

 physis),

  Aristóteles entiende

que,

 a m ed ida qu e el ind ivid uo se des arrolla, crece el po -

tencial que hay en él para participar en los asuntos de la

polis.

  Pero es ta par t ic ipación natural solamente puede

en co ntr ar expresión efectiva en el contexto co m pac to  y

cercano de la

 polis,

  una c iudad-es tado de tamaño rea l -

m ente reducido formada por un n úcleo urba no al que ro-

dea tierra de cultivo, tal y co m o era la dispo sición na tu ral

del estado griego antig uo .

Sin em ba rg o, los intereses de Aristóteles se inclina ba n

más hacia los modelos reales de participación comunes al

tod as las ciudad es-estad o, esto es, lo que con vierte a u n ]

ciudadan o en tal. Estas dos citas van al nu do de la cuestión :

Ciudadano, en general, es el que puede mandar y dejarse man-

dar, y es en cada régimen distinto; pero el mejor de todos es el

que puede y decide dejarse mandar y mandar en orden a la vida

acorde con la virtud (Aristóteles 2005b: 144).

Aquel

 a

 quien

 le

 está perm itido compartir

 el

 poder deliberativo

y judicial, éste decimos que

 es

 ciudadano de

 esa

 ciudad (Aristó-

teles

 2005b:

 118-119).

Encontramos aquí varios elementos interesantes, po

lo que un o o dos apu ntes aclarato rios no dejan de resul

tar muy út i les . «Mandar y dejarse mandar» indica un

forma de c iudadanía en la que e l individuo se involu

era direc tam en te, en rotación; no se trata ún icam ente d

acu dir a vo tar cad a u no s cua nto s a ño s, si es que se est

dispuesto a hacer lo . Quiénes const i tuyen exactament

esa totalidad c iudad ana y qué forma adop ta su «m and an

dependen inevitablemente de la forma de const i tuciói

del estad o: u n a au téntica dem oc racia otorga a la po bla

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GRECIA

41

c

ión m ayor po de r que otra forma de estado má s restr ic-

t iva. Sin embargo, una buena const i tución regida por

buenos ciu da da no s garan tizaría que la función ciuda da-

na op erara en beneficio de tod os , y no solam ente de un a

facción de la s oc ied ad .

¿Pero qu é conlleva el «m andar»? A ristóteles no se olvi-

da de incluir en su definición dos formas de participa-

ción: la po lítica y la jud icia l, es decir, el ci ud ad an o de be

utilizar el deba te pa ra la elab ora ción de políticas y

 leyes,

 y

llevar a cab o juicio s p ar a q ue esas leyes sean op era tiva s.

La forma m ás co m ún de cum plir con estas obligacion es

sería acu dir a la A sam blea y pres tar servicio en las insti-

tuciones mu nicipales, así com o form ar p arte del ju ra d o,

respectivamente. El m o d o en el que funcion aban estas

instituciones se exp licará, a través del ejem plo de A tenas,

en el pró xim o a pa rta do d e este capítulo.

La pa rt icip ac ión dire cta en los asu ntos de la c iud ad ,

que es el pr in cip io latente en las definicione s de A ris tó-

teles,

 presu po ne u n estad o peq ue ño , pu nt o este sobre el

que incide constantemente. Para Aristóteles no es su-

ficiente que exista un reducido número de ciudadanos

para que «m an da r y dejarse m an da r» sea un a p osibi l i-

dad práctica , sino que el estad o de be ser tam bié n de di-

mensiones modestas geográf icamente hablando. Los

ciudad anos d eb en con ocers e los u no s a los otr os y vivir

juntos com o una com un idad perfectamen te cohesiona-

da. Sólo enton ces p o d rá n saber qu é es lo m ejor pa ra t o-

dos ellos y em itir juicio s jus to s:

Para emitir un juicio sobre lo justo y repartir las magistratu-

ras de acuerdo con el mérito , es necesario que conozcan mu-

tuamente su forma de ser propia los ciudadanos (Aristóteles

2005b: 274).

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CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORIA

El tam año ópt im o para una

 polis

 - a d m it e - es difícil de

precisar. Sin em ba rg o, en su

 Ética

  declara:

Un Estado no podría existir con diez hom bres, ni con cien mil

hay

 ya

 Estado -aun que quizá no hay un número determinado,

sino cualquiera que quepa dentro de unos determinados lími-

tes-

 (Aristóteles

 2005a:

 282).

Esta aseveración se produce en un contexto en el que

Aristóteles debate sobre la amistad, ya que creía que un

tipo especial de am istad ciu dad ana ap or ta el vínculo vi-

tal que garantiza que los ciudadanos trabajen juntos en

un espír i tu de bu en a voluntad m utu a. La palabra ut il iza-

da para esta forma de amistad es homonoia  (concordia) .

Y

 así lo explica :

[La concordia] no es «coincidencia de opinión», ya que ésta po-

dría darse entre quienes se desconocen mutuamente [...] Se

dice que los estados tienen concordia cuando tienen un m ismo

juicio sobre lo que les conviene y eligen las mismas cosas y eje-

cutan las que han sido decididas en com ún. Una tal concordia

se da en los hom bres buenos, pues éstos están de acuerdo con-

sigo mismos

 y

 entre sí [...] En cambio no

 es

 posible que

 los

 ma-

los tengan concordia [...] porque aspiran a tener más en los

asuntos de provecho y, en cambio, quedar rezagados en el es-

fuerzo y en las prestaciones públicas [...] Consecuentementi

hay discordia en tre ellos (Aristóteles 2005a: 271

 -272).

Aristóteles, por tanto, admite la existencia de buenc

y m alos ciud ad an os . O bviam ente, la ciud ada nía funcic

na mejor c ua nd o los ciud ad ano s son bue no s, lo que no^

lleva dire ctam en te a sus op inion es sob re la arete,  la vir-:

tud cívica, un c onc epto qu e - ta l y co m o ya he m os visto -

era e l p i lar fundamental de la c iudadanía espar tana^

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¡ . GRECIA

43

aunque en aquel caso interpretada de una manera espe-

cial. ¿Cuál es la inte rp reta ció n de A ristóteles? Del m is m o

m odo qu e la existencia de con stitucio ne s var iopin tas ha-

cía muy dif íci l esbozar una definición de ciudadanía

aplicable a todos los casos, el mismo problema se en-

cuen tra el filósofo a la h or a d e definir la v ir tu d . El b ue n

ciudadano d ebe ad apta r su cond uc ta a los requisi tos del

estado: así , por ejemplo, mientras que en un estado las

asambleas bull iciosas se en ten día n com o un signo po si-

t ivo de part icipación, en otro esta act i tud podía ser ta-

chada de m olesta.

Tomando esto en consideración, Aristóteles expone

los cua tro elemen tos de los que se com po ne la vir tud , tal

v como era generalm ente acep tada po r los griegos. Estos

cuatro componentes son: templanza, es decir , autocon-

trol, evitan do los extre m os; justicia; valor, conc epto que

contiene en sí el pa trio tism o, y la sabiduría o pru de nc ia,

virtudes en que se incluye la capacidad para juzgar. El

hom bre que albergue todas estas cualidades será un bu en

ciudadano, capaz de go be rna r co rrecta m ente y de acep-

tar que otros le m an de n. C on to do , sería dem asiado pre-

suntuoso pensar que un c iudadano pueda reunir todos

estos dec had os, ya que n o pu ed e esp erarse q ue estas vir-

tudes se desarrollen p or crecim iento m ora l na tura l, sino

que deben cultivarse a través de un p ro g ra m a educa tivo

cuidadosamente diseñado.

Aristóteles y la educación cívica

Al com entar la po stu ra de Aristóteles sobre Esp arta des -

tacábamos su apuesta po r un sistem a educativo p úblico,

lo que constituía un principio fundamental para el fi ló-

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CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORI

sofo; de ah í sus pa lab ras : «N ecesariam ente será un a y la

m ism a la edu cac ión de tod os , y qu e el cu ida do p o r el la

ha de ser co m ún y n o privado » (Aristóteles 2005b: 306 ).

Esta opinión está directamente relacionada con su con-

cepto de c iudad anía: «Hay que considerar que nin gu no

de los ciu da da no s se perten ece a sí m ism o, sino tod os a

la ciudad»

  ibid.:

  307). Sin embargo, Aristóteles se en-

con traba de nuev o con un a doble tarea. Por un lado , re-

conocía la necesidad de hacer propuestas flexibles para

la educ ación de la ciud ada nía, da da la gra n varieda d de

sistemas polí t icos y sociales existentes que req ue rir ía n

dist intos diseños educativos pa ra sus ciudad ano s; así, en

un a dem ocra cia la idea es form ar a los jóvenes para con-

ver t i r los en c iudadanos defensores de la democracia ,

m ient ras que en un a o l igarquía (go bierno de un os p o-

cos) la orie nta ció n es de apoyo a ésta. Por otr o, A ristóte -

les bus cab a a un t i em po ofrecer u n a serie de prin cip ios

generales que , l igados a un a lista de pro pó sitos , sirvieran

de gu ía.

Debe exist ir la posibil idad de trabajar y hacer la guerra, pero

mejor las de tener paz y tranquil idad; y también la de realizar

cosas obligadas y úti les, pero mejor las nob les. Por con siguien -

te, a estos objetivos ha brá qu e orie nta r la edu cac ión d e los qu e

todavía son niñ os y de las dem ás edad es que necesi tan educ a-

ción (Aristóteles 2005b : 295).

Pero estos objetivos no se con segu ían en señ an do polí-

t ica «académica», que no resultaba lo más apropiado]

para

 los

 jóvene s, da da su falta de experien cia en el m u n d o

de la polít ica de los ad ulto s. Al co n tra rio , su idea era la

elaboración de un p rog ram a de estudios dest inado a for-

jar un buen carácter m oral . La estét ica y -es pe cia lm en te-

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GRECIA

45

]a educación m usical serían las asign aturas m ás apr op ia-

das pa ra este fin, ya que «la música pu ed e pr o cu ra r cierta

cualidad de ánim o» (Aristóteles 2005b: 317).

Aristóteles elaboró un modelo coherente que funcio-

nara de forma óp tim a y se ad ap tara a la natu raleza m ul-

ticolor de los sistemas cívicos griegos. Una educación

adecuada hace que uno desee ser un buen ciudadano y

sea consciente de sus obligaciones, y este estilo de vida

sólo pu ed e resultar eficaz cu an do el con junto de ciu da da -

nos conforma una com un idad real .

El con cepto aris totél ico de ciu da da nía l legó a Ro m a a

través de los pe ns ad ore s que sim pa tiza ba n con la filoso-

fía estoica, espe cialm ente C iceró n. A pe sar d e que estas

ideas se dis ip aro n con la caída del Im pe rio ro m an o, la

ingente obra de Aristóteles fue redescubierta y alabada

durante la Ed ad M edia, hasta tal pu n to que sus ideas so-

bre la ciud ad anía dejaron im pr on ta en las ob ras de cier-

tos fi lósofos polít icos, entre ellos Tomás de Aquino y

Marsilio de Pad ua. Ade m ás, la inte rpre tació n aristotél i-

ca resulta relevante para comprender las diversas for-

mas de es tado de hoy en día . Muchos comentar is tas y

teór icos pol í t icos han t ra tado de encontrar , dentro del

comple jo modelo contemporáneo de c iudadanía , v ías

que oto rgu en m ayor peso a los ideales de vi r tu d ciud a-

dana, a los deberes c iud ad an os y a la co m un ida d. Pero

no nos ant ic ipem os; por e l m om en to, segu iremo s en la

Grecia antigua para ce ntra rno s en el pr im er g ran m o de -

lo de un es t i lo democrát ico de democracia , que, por

ende,

  se desa rrol ló en la pa tr ia a dop tiva de A ristóteles:

Atenas.

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4 6

CIUDADA NÍA: UNA BREVE HISTORIA

Atenas

Los reformadores

Aristóteles reflexionó pro fun da m en te sob re el m ejor ti po

de constitución posible, y se m os tró a favor de un m od elo

m ixto: cierta cantidad de oligarquía (o gob ierno d e la m i-

noría ad inera da) y otr a tanta de aristocracia (gob ierno d e

los m ás exp erim entad os), aderezado con un poco de de-

m ocracia (gob ierno del pu eblo ). Y confió a Solón la labo r

de prop orc ion ar a Atenas este tipo de constitución m ixta.

Solón era el gra n legislador ateniense, com o Licurgo lo ha-

bía sido en Esparta,

 si

 bien en

 el

 caso del prim ero contam os

con suficientes pruebas que atestiguan tanto su existencia

com o la autoría de las reformas que se asocian

 a

 su nom bre.

Nacido en  c.  640 a.C, puso en marcha esta renovación

cu an do c ontaba con cerca de cincuenta añ os de edad. Di-

chos cam bios tuvieron una im po rtante repercusión en la

vida ateniense, si bien, com o

 es

 lógico, sólo los aspectos re-

lacionados con la ciuda dan ía serán tratad os aqu í.

U na de las fuentes m ás útiles sob re la his tori a y fun cio-

nam iento de la ciuda dan ía ateniense es el estudio ti tulado

Constitución de los atenienses,

  escr i to , probablemente ,

p o r u n o de los estudia ntes de Aristóteles bajo la sup erv i-

sión de

 éste.

 El texto revela có m o Solón acercó el de rec ho

a los ciu da da no s, a los que clasificó del siguiente m o d o :

Por

 censo los

 distribuyó en cuatro

 clases,

 como

 ya antes

 estaban

divididos:

 los

 pentacosiomedimnos

 [los quinientos medimnos],

los

 caballeros,

 los

 zeugitas

 [poseedores de tierra] y los

 tetes

  [los

más humildes]. Y asignó el desempeño de las magistraturas más

importantes a personas de entre los pentacosiomedimnos, los

caballeros

 y los

 zeugitas [...] asignando una m agistratura

 a

 cada

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I, GRECIA

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u

no en proporción a la cuantía del censo. A los que tributaban

en el censo como

 tetes

 hizo que formaran parte solamente de la

asamblea y de los tribunales (Aristóteles 1984:66-68).

Las tres clases superiores po r razón de riqueza (enten di-

da ésta com o cantidades determ inada s de prod ucto s sóli-

dos y líquidos ) e ran relativam ente privilegiad as. Sin em -

bargo, la perten enc ia a la Asam blea y a los tribu na les de

justicia -e l ún ico privilegio del qu e disp on ían las clases in-

teriores- aún seguía siendo u n de recho real pa ra los ciuda-

dan os. Esta descrip ción de clases finaliza con u n pe qu eñ o

v agradable detalle: da do que los m iem bro s de la clase m ás

baja no po dí an o pta r a nin gú n cargo público, «aun a ho ra,

cuando se pregu nta al que va a ser sorteado par a u na m a-

gistratura qué trib uto paga, nad ie dirá que es de los

 tetes»

(Aristóteles 1984:69). Y es que, a pesa r de la mo vilidad so-

cial qu e trajeron consigo las reform as de Solón, pue s per-

mitían a los má s pob res asce nder en la escala social a razón

de tributo abo nad o, y aun que cam bios dem ocráticos ulte-

riores desplaz aron estas disposicio nes, el estigm a d e la d i-

visión ciuda dan a diseña da p or Solón siguió presente.

A finales del siglo vi llegarían otras reformas de la

mano de Clístenes, quien ocupaba un al to cargo civi l

(archon)

  y cuyas m edid as m arca n el prin cip io d e la era

dem ocrática en Atenas (508-322).

Debemos, no obstante, detenernos brevemente en el

significado del té rm in o «d em ocrático », pu es se ha conver-

tido en un a palab ra de uso m uy recurren te en el discu rso

cotidiano. «Dem ocracia» proc ede de dos palab ras griegas:

demos (pueblo) y

 kratos

 (gobierno); de ahí

 que,

 en conjun-

to,

 cream os que u n bu en gob ierno es aquel qu e se basa en

la voluntad del pueblo, sobre el qu e deb e rep osa r la má xi-

ma auto ridad po lítica. Los m ode los de go biern o formados

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48   CIUDADA NÍA: UNA BREVE HISTORIA

po r un ún ico individuo , clase, pa rtid o o camarilla no son

tan deseables, pues no p ueden ser cuestionados o derro ca-

do s po r la totalidad o mayoría d e la ciudad anía del estado.

Pero n ad a resu lta así de senc illo, y eso lo sabían bie n los

griegos, sobre todo Aristóteles. Un modelo de gobierno

dem ocrático pue de corrom perse, pues el pueblo pue de de-

jarse llevar p o r la dem ago gia y exigir la im pla ntac ión de

políticas ridiculas, e incluso, da da su sup eriorid ad nu m é-

rica, provocar inestabilidad política o social. Además, la

dem ocrac ia no es un to do absoluto, s ino un ingrediente,

pues, dependiendo de su estructura const i tucional o el

m o d o en el qu e se articule esta estruc tura , el estado pu ed e

ser más o m en os d em ocrát ico . Por tanto, y a pesar de las

significativas medidas democráticas introducidas por

Clístenes, Atenas no alcanzó un grad o m ayor de d em oc ra-

cia hasta m edia do s del siglo v, cu an do algun os, sobre tod o

Pericles, im pu lsaron el proceso de dem ocra tizació n.

Pero volvam os a Clístenes y a sus reformas, b asad as en

comp licadas agrupaciones de ciudad ano s que trascendían

las an tiguas alianzas de clan y las cu atro clases de So lón, y

que afectaron ta nto al territor io com o a

 la

 población.

 El

 es-

tado  (polis) de Atenas com pre nd ía no sólo la ciuda d, sino

la totalidad de Ática (de un t am añ o similar a la m itad de la

actual Luxemburgo). Clístenes dividió esta zona en tres

«regiones»: la ciu dad, la costa y el interior, cada un a de las

cuales se escindía, a su vez, en diez «tercios», que hacían un

total de treinta. El cue rpo de ciudada nos , antañ o dividido

en cua tro «tribus», pasó a reorganizarse en diez tribu s, con

la inten ció n, tal y co m o recoge la

  Constitución de los ate-

nienses,  «de m ezclarlos, para qu e part icipase m ayor nú -

m ero en el gob ierno» (Aristóteles 1984: 99). Co nta m os ,

pues,

 con tre inta tercios y diez trib us , las cuales C lístenes

distribuy ó a razó n d e tres tercios p o r región.

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I. GRECIA

49

Ciudadanos T ie r ra

eligen compuestas de

50 representantes -<— 10 tribus

cada

 uno

divididas en

I

139 demos

aa •

tres tercios r->-tr es regiones

cada una

  \

por región

  \

  divididas en

\ I

30 tercios

divididos en

I

pueblos

y distritos

FIGURA

 1.2.  Organización de la  ciudadanía ateniense.

En la base de esta estru ctu ra se enc uen tra la totalida d de

la

 población ciud ada na, dividida en 139 «dem os». Resulta

difícil calcular

 las

 cifras de población, pero po de m os supo -

ner que cada de m o estaba form ado p or aprox im adam ente

doscientos ciudad ano s. Esta un idad local, go be rna da po r

un cargo público o «demarco», se encargaba del trabajo

adm inistrativo de

 la

 dem ocra cia ateniense, así co m o de fa-

cilitar la form ación necesaria qu e ga ran tizara la capacita-

ción de los ciuda dan os para desem peñ ar

 ese

  trabajo.

Cabe m encio nar tam bién o tros dos cam bios c onst i tu-

cionales pr om ov ido s po r Clístenes, el pr im er o d e los cua-

les fue hace r encajar la pe rte ne nc ia al Co nsejo (enc arga -

do de preparar los temas para la Asamblea ciudadana)

con la nueva es t ruc tura de tr ibu s . El n ú m er o de m iem -

bros ascendió a quinientos, de manera que cada tr ibu

contaba con cincuen ta. La seg un da nov edad con stitucio -

nal fue la intro du cc ión de la ley sob re el os tra cis m o, que

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50   CIUDADANÍA: UNA BREVE HIS TO RIJJ

se aplicó en el siglo v y en vir tu d de la cual todo s los añ os ]

la Asamblea podía desterrar a un hombre, por ejemplo a

un polí t ico con cuya act ividad no estuviese de acu erdo .

Pero el ostrac ism o era u na forma de castigo relativam en-j

te suave, ya que no acarrea ba la pé rdid a de la c iuda dan ía,]

sino tan sólo ¡diez añ os de exilio

A m ediad os del siglo v se introdujeron nuevos cam bios

destina dos a reforzar los po dere s de la Asam blea. I m po r-

tante, también, fue la decisión de retr ibuir económica-

m ente la asistencia a los tribu na les de justicia, una m edid a

intro du cid a po r Pericles po r la qu e se gara ntizaba qu e los,

pob res pu die ran ejercer este derech o ciuda dan o. Sin em -

bargo , él m ism o redujo el nú m ero de ciuda dan os al apr o

ba r un a ley qu e restring ía esta con dició n a los hijos legíti-j

m os de m adre s y pa dre s atenienses. La aplicación de e s ta

ley no estaba exe nta de ironía , pu es el gra n refo rm ado r

Clístenes, tío de la esp osa d e Pericles, no h abr ía sido c iu J

dadano de Atenas si esta norma hubiera exist ido en su

época; y lo qu e resulta aú n m ás para dójico : los ún ico s hi*

jos legítimo s de Pericles fallecieron du ran te la dev astado-

ra plaga de Atenas, ju st o an tes de que el pro pio Pericles su-

cum biera a ella. Tuvo , p o r tan to, que sufrir la h um illación

de apelar

 a

 la Asam blea pa ra derog ar su propia

 ley,

 de ma

ñera que a sus do s hi jos bas tard os , concebidos con un

am an te suya resid ente en M ileto, en la costa de Asia M e

ñor, les fuera ot or ga da la ciud ad an ía.

Los

 principios de la democracia ateniense

Todas estas reformas tuvieron su reflejo en el modo enj

que los atenienses pract icaban la ciudadanía. No o b s t a n te

antes de analizar la puesta en práctica de la co ns titu ció n

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j

GRECIA

51

e

s conveniente explicar tres princ ipio s básicos so bre los

u e s

e sostenía la dem ocracia ateniense: ideal de igualdad,

disfrute de la libe rtad y creencia en la pa rtic ipac ión.

Poco desp ué s del estallido de lo que iba a ser la larga y

a

són ica G uerra del Pelopon eso (431-404) entre E sparta

V Atenas, Pericles, el gran polít ico de m óc rata, pr on un ció

su fam osa

  Oración fúnebre

  ante los cu er po s de los sol-

dados atenienses fallecidos. En su discurso, comparaba

Esparta con Atenas, se decantaba claramente por la se-

gunda y exp on ía las m agníficas cu alidad es de su sistema

democrát ico. Así , en cuanto al principio de igualdad,

afirmaba:

A todo el m undo asiste, de acuerdo con nuestras leyes, la igual-

dad de derechos en las disensiones particulares, mientras que

«egún la reputación que cada cual tiene en algo, no es estimado

para

 las

 cosas en común más por turno que por su valía, ni

 a

 su

vez tampoco a causa de su pobreza (Tucídides 1989:156).

Más adelante nos deten dre m os en este aspecto pa ra ver

cómo funcionaba en la prác tica el prin cip io de iguald ad,

que se refleja en la pa rti ci pa ci ón en la A sam blea y en el

mecanismo d e selección p or sorteo , en detr im en to del de

elección.

ínti m am en te relacionada con la igualda d estaba, en la

m entalidad gr iega, la idea de l ibe r taa , tanto d e pe nsa -

miento como de expresión y de acción. El vínculo que

este prin cip io gu ard a con la ciu da da nía a tenien se, y q ue

se rem onta ap rox im ad am en te a pr in cipio s del s iglo V,

presenta dos vert ientes, la primera de las cuales es la

conciencia del valor de la l ibertad. Las guerras entre

Grecia y Persia fueron para los griegos una horrible ex-

periencia que les hizo ver, esp ecia lm en te a los ate nie n-

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CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORIA

ses,

  las enormes di ferencias que exis t ían entre ambos

ba n do s co nte nd ien tes . A los pe rsa s se les cal if icaba de ,

personas «bárbaras» que vivían somet idas a una dic taJ

du ra p olí t ica; los atenien ses, p o r el co ntr ario , l levaba

vidas cult ivadas dentro de un sistema const i tucional i

el que se ap rec iab a la l ibe rtad . C o m o el pr op io Periclelj

dir ía de los ateniense s, «cada ciu da da no de entre nosc

tros po dría p ro cu rar se en los m ás variad os aspectos ur

vida completísima con la mayor flexibilidad y encanto»

(Tucídides 1989: 158). Esa libertad debía preservarse ¡

toda costa.

Sin em barg o - y con esto pas am os a la segun da vertiet

t e -

  los atenienses, al aplicar las reformas de Clístenes

adop taron un t ip o de l ibertad m uy part icular; tanto es <

que incluso inventaron un término específico para ref

rirse a ella: parrhesia.  Así se de no m ina ba la l iber tad i

expresión, que, obviamente, resultaba vi tal para que 1

Asamblea pu diera op erar de u n a forma realmente demo

crática. La ciu dad an ía dem oc rática no pue de existir si i

viene acompañada de la l ibertad para expresar las prc

pias opinione s y para pa r t ic ipa r con im pu nid ad en ¡

puesta en m arch a de las m edida s polí ticas apr ob ada s ]

decisión popular.

No obstante, un a atmósfera de libertad, aunq ue nec

ria, no es suficiente para una ciuda dan ía de m ocrá tica

 <

caz. Los ciuda dan os d eben, adem ás, mo strar voluntad <

querer ejercer esa l ibertad de m od o positivo, m ed iante

 I

participac ión en debates con sus con ciuda dan os so bre k

asu ntos del día en el llam ado

 agora

 (plaza púb lica d e

 m4(

cado y reu nió n) , así com o estar dispuestos a cum plir <

sus obligaciones a través de las institucio nes de gobier

y justicia. Es, precisam ente, m ed iante esta participacid

com o se observ a la conexión entre l ibertad e igualdad:

 1

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 .RECIA

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ciudadanos atenienses colaboraban en estas actividades

,-omo iguales, a pe sar de q ue la división de clases de Solón

seguía vigente. Pericles expresab a, así, lo orgu lloso qu e se

sentía de sus con ciu da da no s:

arraigada está en ellos la preocupación de los asuntos privados

v también de los públicos; y estas gentes, dedicadas a otras acti-

vidades, entienden no menos de los asuntos públicos. Somos los

únicos,

 en

 efecto, que consideramos

 al

 que no participa de estas

cosas, no ya un tranquilo, sino un inútil, y nosotros mismos, o

bien emitimos nuestro propio juicio,

 o

 bien deliberamos recta-

mente

 sobre

 los

 asuntos públicos, sin considerar

 las

 palabras un

perjuicio para

 la

 acción (Tucídides 1989:157).

La  democracia ateniense en la práctica

Pero no tod os los hab itantes de Ática disfrutaba n, ni m u-

cho m eno s, de la cond ición c iuda dan a. La dem ocra cia

ateniense fun cion aba co m o tal en el sen tido de igu alda d,

libertad y par ticipa ción de aquellos qu e sí era n ciud ad a-

nos en el m ás am plio s en tido de la p alab ra.

La población estaba dividida del s iguiente m o d o : du -

rante los siglos v y iv a.C. se calcula q ue el nú m e ro de ciu-

dadanos era aproximadamente de treinta mil (aunque a

mediados de ese per íodo aumentó de forma tempora l

a cincuenta mil , apro xim ada m ente ) . Esta cifra deb e m ul-

tiplicarse por cuatro si incluimos en la categoría ciuda-

dana a mujeres y niños, aunque sólo los hombres eran

ciudadanos  strictu senso. H abía, adem ás, m iles de m ete-

eos

 y

 esclavos. Los prim ero s eran in m igrantes, tem po ra-

les o pe rm an en tes , legalm ente l ibres qu e disfrutab an de

algunos derechos y tenían que cumplir con ciertas obli-

gaciones, como realizar el servicio militar y pagar im-

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CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORIA

pu esto s. Los esclavos, claro está, carec ían, p or definición,

de libertad .

Existe un a com plicación a ña did a a la ho ra de e stud iar

la población ateniense, pues, aunque los principios de

igua ldad ante la ley y de op o rt u n id a d polít ica se aplica-I

ba n a tod os los ciu da da no s, el con junto de los hom bres]

no era un grupo completamente homogéneo. Las clasesj

de Solón seguían, como ya hemos dicho, en vigencia, la]

que conllevaba diferencias, si to m am os c om o ejemplo elj

servicio militar, de nt ro de los ran go s inferiores a la cab a-

l lería (no olvidem os que la con dición de ciud ad an o, in-

cluso en la de m oc rát ic a A tenas, aca rreab a obligacione s

civiles y m ilitares). Así, la terce ra clase estaba co nstitu ida

po r los hoplitas (infantería p esa da ), m ientra s que la c ua r-

ta e inferior de todas, que no po día p erm it irse adq uirir et

eq uip am ien to de los hop li tas , real izaba funciones auxi-

liares o servía en la m ar in a. Existía, ade m ás , un a divisió n

po r ed ad: los jóvenes e ntre diec ioch o y veinte año s per-

tenecientes a familias ciu dad ana s recibían formación m i-

li tar y tenían cier tas ob ligacion es; en tre los veinte y los

treinta los varo nes jóvenes disfrutab an de ciertos dere -

chos de ciu da da no , com o pu die ra ser asisti r a la Asam

blea, pero n o po día n oc up ar cargos públicos.

Para los jóv en es, la iniciación en el estatu s y pa pe l d i

c iudadano comenzaba a la edad de dieciocho años . E

añ o ateniense a rran ca ba a m ed iad os d e veran o, de modfl)

que los m iem bro s del de m o corre spo ndien te com enzaí

ban a con siderar la solicitud de ciud ad anía de

 los

 jóvene

el pri m er día del nuevo a ño tras ha be r cum plido éstos

 U

diecio cho . El de m o co m pr ob ab a q ue el joven satisficiei

los requisitos de edad y nacimiento, y, si daba el vist

bu en o a sus credenciales, los miem bro s votab an y reali

zaban un juramento de val idez. Pero si se demostrab

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, . CRECÍA

55

que el joven había m entid o en su solicitud y resultaba re-

chazad o, se

 le

 vendía co m o esclavo.

Los recién adm itidos c adetes

  (epheboi)

  real izaban un

juramento:

So

 dejaré menor

 a

 mi país, sino mejor y más grande de lo que

lo encontré. Obedeceré a los magistrados y cumpliré con las le-

ves existentes, así como con aquellas que de aquí en adelante

puede hacer el pueblo. Si alguno tratara de quebrantar las leyes

o desobedecerlas, yo lo resistiré para defenderlas

  véase

 Boyd

1977:27).

Después, a par tir de c. 33 5, se introdujo un p er ío do de

«servicio nacional» obligatorio de una duración, en un

principio, de dos años, que m ás ade lante se vio redu cido

a uno. Este programa bienal se estructuraba de la s i-

guiente forma: los cadetes pa sab an a de pe nd er de tres ofi-

ciales, elegidos po r las trib us , y de un co m an d an te selec-

cionado por todo el cu erp o de ciud ad an os , así co m o d e

instructore s especializados en las diversas prác tica s cas-

trenses. Algunos cadetes debían , ade m ás, hacer gu ardia s.

Concluido el primer año, a cada cadete se le entregaba

una lanza y un escudo, y ded icaba su segu nd o añ o a reali-

zar gua rdias y patrullar p o r las zon as fronteriza s.

Los ciudada nos atenienses ten ían d erech o a pa rtic ip ar

como jurad o

 a.partir

 de los treinta año s de ed ad . Los ju i -

cios se desarrol laban de una forma extremadamente

complicada, y el procedimiento cambió con los siglos,

por

 lo

 que el que

 a

 continuación se detalla es u n a de scrip -

ción simplificada del sistem a d e ju ra d o s en el siglo iv. To-

dos los añ os , alrededor de seis m il ciu da da no s se elegían,

por sorteo, como posibles m iem bro s del jur ad o. Los pre -

parativos se realizaban teniendo en consideración a las

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CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORIA

diez trib us (p or ejem plo, los tribu na les con taba n con diez

entradas dis t in tas) . Cada m iem bro tenía un docu m entol

de identificación de m ad era en el qu e con staba su no m -j

bre y dem o. El nú m ero de m iem bro s convocados para unj

juic io ordinar io era muy numeroso s i lo comparamos

con hoy día:

 201,

 o 401 pa ra casos p riv ad os ; p ar a los pú-rj

blicos lo no rm al era

 501

 person as, nú m er o qu e podía do-J

blarse o, incluso , triplicarse , pa ra los juicios m ás im po r-j

tantes.

Los ciud ada no s qu e acudían a los tribun ales p ara ser-I

vir com o miem bro s del jur ad o eran elegidos, depen dien-j

do del n úm er o exigido, po r so rteo, con lo que se elim ina-

ba cualquier posibi l idad de crear «grupos» dentro del

jurado. También los funcionarios de los juzgados eran

elegidos de este m od o. Al final del pro ceso los m iem bro s

del ju rad o decidían po r votación si apoy aban al de m an -

dan te o al de m an da do . Una vez em itido el voto, se les de -

volvía su documento de identif icación (que tenían que

entregar al inicio del proceso) como prueba de que ha-

bían cum plid o con su deber. Sólo ento nces po día n recibir

el estipend io del día, pago este que fue intro du cido , com o

ya qu ed a dich o, po r Pericles. La ca nti da d recibida era de

tres óbolos; de ah í que sólo los anc iano s o los m uy po br es

en co ntra ran atractiva esta rem un era ció n, pues ya a fina-

les del siglo iv un trab ajad or no cualificado p od ía llegar í

ga na r tres veces esa can tidad po r u n día de trabajo.

En el añ o 422 a.C. el joven dr am at ur go Aristófanes es

tre no su bulliciosa farsa Las avispas, en la que se caricatu

rizab a este m od elo d e justicia. El pro tag on ista de la obr

el viejo Filocleón, es un ad icto a los ju ic ios. A él se refieu

u n o de los esclavos de la casa cu an do com enta a

 otro:

 «E^

cu an to acaba la cena grita "¡m is san da lias " y luego se I

allí y echa un sue ño m uy de m ad ru ga da , ag arra do al pila

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,. GRECIA

57

como un a lapa» (A ristófanes 1975 :64). El pag o era pa rte

¿el atractivo, pe ro ta m bi én lo era la sensación de pod er,

pilocleón se rego dea y exc lam a:

;Pues qué ser hay ahora más feliz y envidiable que un juez, o

más muelle y más temible, aunque sea un viejo? Un hombre al

que,

 cuando se escurre de la cama, le esperan junto a la valla

unos

 tipos grandotes,

 de

 dos metros [...] Suplican con

 la

 cabeza

^acha, vertiendo una voz lamentable [...] Luego entro, después

de que me han suplicado y me he limpiado el mal humor, y

dentro, de las cosas que he prom etido no hago la más m ínima

(Aristófanes 1975:87-88).

Los ciu da da no s de A tenas no sólo con trolaban el siste-

ma judicial de los t r ib un ale s con jur ad o, s ino que tam -

bién dirig ían el sistem a polític o del Co nsejo, la A sam blea

Principal (el prestigioso comité del Consejo) y la Asam-

blea. Todos los ciu da d an o s ten ían dere cho a asistir a las

reuniones de la A sam blea , lo que con stituía el rasg o fun-

damental de la de m oc rac ia ateniense, que no e ra la elec-

ción de sus rep rese ntan tes, sino la par ticipa ción directa.

Lo habitual era que a cu die ran alrede dor de seis m il pe r-

sonas, au nq ue , co m o es n atu ra l, los casos de ma yor enver-

gadura atraían más concurrencia. Dado el gran número

de asistentes, el lugar d e ce lebrac ión de estas reu ni on es

era, obv iam ente, al aire libre, en el m on te Pn ix, un a colina

al oeste de la A cró po lis. Par a fo m entar la asisten cia, en el

siglo iv se em pe zó a p ag ar un dr ac m a, esto es, el do ble de

lo que recibía un m iem br o del jura do .

La Asamblea ha sido siem pre c on sidera da el nú cleo y la

personificación de la ciudadanía democrática de Atenas.

Con su presencia, cada ci ud ad an o tenía el derecho y la p o -

sibilidad -l a respo nsab ilidad, en realid ad - de d ete rm ina r

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5S

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORIA

la vida de la polis,  dado que los asuntos que se trataban

eran de tod o tipo, desde im po rtante s tem as de alta polít i-j

ca hasta m inucias de la ad m inistrac ión pública. La Asa m -

blea elegía a los generales, pon ía en m arc ha las leyes y c on -

vocab a a tod os los trabajadores pú blico s con el pro pó sito

de que rin die ran cuen tas de su cargo a final de año . Ad e-

más , y pue sto que eran m uch os miles los que gozaban de

la condición de ciudadano, estaban representadas todas

las clases y to do s los intereses sociales y econó m icos; po r]

tanto , los m ás n um er os os , esto es, la clase ru ral y la ur ba -

na trabajadora, tenían, al m eno s poten cialm ente, m ayor

pe so a la ho ra de votar. De hech o, Sócrates ridiculizó la

Asamblea al calificarla de «lavanderos, zapateros, car*

pinteros, herreros , labradores, comerciantes y tenderos»

(véase

 Lloyd-Jones [ed.] 1984: 86 ). Po r otr o lado , los m ás

vers ado s en as un tos oficiales y los qu e me jor se exp resa-

ba n en público po día n dirigir las reun ione s, que d ura ba n

alrededor de dos hora s, al té rm in o de las cuales se tom aba

una decisión a mano alzada haciendo un cálculo aproxi-

m ad o, esto

 es,

 sin llegar a contar los votos un o a un o.

El día a día de la adm in istra ció n co rría a cargo de 1.200

magistrados (funcionarios civiles), en su mayoría elegi-

dos por sorteo en tre aquellos ciud ada no s que se postula-

ba n p ara o cu pa r cargos públicos. Se prefería este t ipo d e

sorteo im pe rson al a las elecciones, pu es así se eliminab a

la posibilidad de soborno, práctica tachada de corrosiva

pa ra el proc eso de m ocrá tico. En este g ru p o recaía la elec-

ción del Consejo de los Quinientos (cincuenta de cada

t r ibu) ,

  encargado de supervisar al detal le el funciona-

m iento de la

 polis.

Por tanto , Atenas , durante su e tapa democrát ica , no

era un es tado gobernado y adminis t rado por pol í t icoa

profesionales o func iona rios, sino p or sus pro pios ciuda

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. GRECIA

59

danos no profesionales; un gobierno por lotería, lo que

suscitó discutibles crít icas po r pa rte de algu no s a ris tó -

cratas y filósofos, com o P lató n. D e toda s for m as, el siste-

ma no era tan caprichoso como sus detractores creían.

Por lo general, en la Asamblea existía un sutil entendi-

miento colectivo a la h o ra d e tom ar la dec isión m ás acer-

tada. Incluso Aristóteles, poc o sosp echo so d e ser un apa -

sionado de la dem ocra cia, ad m itía este extrem o:

Pues los m uchos, cada uno de los cuales es en sí un hombre me-

diocre, pueden sin em bargo, al reunirse, ser mejores que aqué-

llos;

 no individualmente, sino en conjunto [...] pues, al ser mu-

chos,

  cada uno aporta una parte de virtud y de prudencia

(Aristóteles

 2005b:

 136).

Es m ás, a lo largo de su vida los ciu da da no s aten iense s

que mostraban interés en asuntos públicos l legarían a

acum ular un a experiencia conside rable en calidad de ju -

ristas, consejeros y m ag istra do s. Y es que las p osib ilida-

des de particip ació n era n, l i teralmen te, miles.

No obsta nte, involucrarse en las inst i tucio nes del go-

bierno central, la ad m inis trac ión o la jud ica tur a, incluso

a una escala pe qu eñ a co m o es un a ciud ad -estad o, no lo es

todo en el gobierno de una ciudad. La práctica de la ciu-

dadanía desde abajo (a p ar tir de un a unid ad básica co m o

un pueblo, parroq uia o dis t r ito , ado ptand o tér m ino s ac-

tuales) resulta vital , tanto en su propio beneficio como

para entender su funcionamiento y recibir la formación

necesaria que posibi l i te la part icipación en instancias

«superiores». En A tenas, esta función crucial era d es em -

peñada por los dem os. Cad a un o de los dem os d e los p u e-

blos funcionaba como una especie

 de polis

 en m inia tura :

aprobaban sus propios decretos -que podrían conside-

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6

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTOM

rarse norm as m unicipales- y cons t ruían sus propias

 ago-M

rae,

 o lugares públicos de reunió n do nd e se trata ba n

  l oa

asuntos in ternos . No es extra ño , pue s, que algunos ciud a-l

da no s ateniense s se m o str ar an reticen tes a viajar a la ciu-l

da d pa ra d ese m pe ña r all í sus funciones. Así, m edia nte su

compromiso consciente con los asuntos de su demo, el

ciu da da no m an ten ía vivos y frescos los ideales, prin ci- l

pios y act ividades de un est i lo de ciudadanía que,

  aúnl

hoy, dos mil años y medio después, s igue concitando

nuest ra adm iración.

Tanto en la teoría com o en la prá ctica , este m od elo pa r-I

tía de unas relaciones de confianza dentro una comuni-J

dad muy cohesionada. También Roma, como las  polim

griegas , nació como una c iudad-es tado. ¿Conseguir ían

los romanos adaptar ese modelo de ciudadanía a las

 di-J

m ens ione s, increíblem ente m ás extensas, de su vasto

 Im-J

perio?

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2,

  Roma

La

 República

 y

 el Im perio

Orígenes y estatus de la ciudadanía romana

Muchos de los rasgos inhe rente s a la ciud ad an ía rom an a

son totalmente diferentes de los de Grecia. La condición

de ciuda dan o en R om a se hizo m uc ho m ás flexible a me -

dida que evolucio naba de sde su equivalente g riego. Así,

los romanos inst i tuyeron varios grados de ciudadanía,

permitían a los esclavos que adquirieran dicha categoría

y extendieron esta con dición con sum a gen eros idad a in-

dividuos e, incluso, a co m un id ad es entera s m ás allá de su

ciudad madre hasta l legar, con el t iempo, a los mismos

confines de su «im perio m un di al» .

Los

 orígenes de la ciu da da nía ro m an a son , si cabe, aú n

más oscuros que los de Grecia, pu es n o c on tam os en este

caso con un g ran legislador c om o So lón, ni tan siquiera

con una figura sem im ítica c om o lo fue Licurgo . Tan sólo

sabemos de la existencia de un cierto tipo de ciudadanía

en los pr im ero s añ os de la República (la m on ar qu ía se

fi;

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62

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTOÍ

abolió en

  c.

 507 a .C ) , con segu ida g racias a la lucha er

pr en did a p or el pu eb lo bajo de Rom a (los plebeyos o pie

be) para exigir los derechos de los que disfrutaban lo

m ás privilegiados (los patricio s).

Una fecha clave es el 494 . En este a ño , los plebe yo s,

 i

gru po , salieron de Rom a y se dirigieron al m on te Avent

no,

 situa do al sur de la ciuda d. Allí sellaron u n j u ra m er

de apoyo m ut uo y dejaron clara su intención d e con segí

que los pa tricio s eligieran cargos público s que salvaguar^

da rán los intereses plebeyos. Los patricios, tem eros os i

la inestabilidad social y de que se disolviera el ejército

suc um biero n a estas exigencias. Fue enton ces cua n do ¡

nombraron los pr imeros Tr ibunos del Pueblo, una i r

po rtan te con cesión d estinad a a proteger a los plebeyos

 <

abu sos e injusticias. Estos tri b un os era n elegidos p o r ur

nueva Asamblea pop ular, aun qu e ésta tenía po co po de r

su existencia fue efím era. La lucha po r gara ntiz ar u na

 t

real en la A sam blea es un a h isto ria larga y com plica

que describiremos brevem ente a continuación.

Podemos considerar s ignos de una c iudadanía e i

brio na ria el goce y protecc ión de derecho s, ade m ás de

creación d e institu cio ne s m ed ian te las cuales se plante

opin iones y exigencias. Pero debe n existir otros recu r

que permitan identif icar quiénes reúnen los requisi

necesarios para alcanzar esta condición, pues un cit

da ño r om an o tenía que distingu irse de alguien de infer

estatu s, co m o pu die ra ser u n esclavo, un hijo ilegítimo

un extranjero. En un principio, una sencil la ceremon

era suficiente, y ba stab a con que el pa dre -ciu da da no i

giese a su hijo recién nac ido en acto de recon ocim ier

M ás adelante, este recon ocim iento familiar pa sab a a fd

malizarse en las l istas tribales de todos los ciudadar

adultos, que eran recopiladas e inspeccionadas por

 I

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,, ROMA

63

censores cada cinco a ño s. A pa rt ir del añ o 44 a.C. se exi-

gió a tod os los m ag istra do s locales qu e elabora sen listas

o m

p le ta s y detalladas de los ciud ada no s, necesarias pa ra

recaudar impuestos y realizar el servicio militar. Años

más tarde, en el 4 a .C , un a ley pro m ulg ada po r Aug usto

obligaba a llevar un registro d e tod o s los hijos na cid os de

ciudada nos, el cual se realizaba a nte un fu nc ion ario en

un plazo de treinta días tras el nacimiento. Se dejaba

constancia de este registro en un «certificado» de ciuda-

danía hec ho co n do s tablillas de ma de ra . En los casos de

concesión del derecho a voto a adultos, tanto militares

como civiles, el pro ced im ien to p ar a registrarse era dife-

rente.

¿Qué suponía, pues, ser ciudadano de Roma? Bási-

camente este estatus permitía al individuo vivir bajo la

orientación y protección del derecho romano, lo cual

afectaba tanto a su vida púb lica com o priva da, ind ep en -

dientemente de su interés po r pa rticip ar en

 la

 vid a p olít i-

ca. Ser ciud ad an o ro m an o conllevaba tod a u na serie de

obligaciones y dere cho s. Las pr im er as co nsistía n, gro sso

modo, en realizar el servicio m ilitar y pag ar de ter m in a-

dos im pu estos, espe cialm ente el de p rop ied ad es y el su-

cesorio, si bien no debemos olvidar que la política fiscal

roman a, a lo largo de su histo ria y a lo an ch o d e su in-

menso Imperio, fue de una complejidad extraordinaria.

No obstante, detrás de las obligaciones específ icas

que conllevaba la ciudadanía se encontraba el ideal de

virtud cívica

  (virtus),

  qu e era sim ilar al con cep to griego

de

 arete;

  claro está que la realida d co tidian a n o siem pre

estaba a la altura de este m od elo ideal, au nq u e algu na s

historias de los «viejos t iempos» ayudaban a mantener

viva esta ima gen . Una de las an éc do tas m ás famo sas tie-

ne como protagonis ta a un ho m bre l lamad o Cincinato ,

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64   CIUDA DAN ÍA: UNA BREVE HISTORI J

quien, t ras una dist inguida vida pública, se ret iró para

ocupa rse de una peq ueñ a granja de poco m ás de un a h e c |

tarea. En el añ o 458 a.C. se ag ud izó el conflicto qu e m an -

tenían los ro m an os con los aqu eos, pue blo ase ntad o a al-

gun os kilóm etros al este de Rom a, y el go bierno rom an a

acudió a Cincinato para que éste salvara a la ciudad

  del

desastre, otorgán dole el po der sup rem o du ran te seis

 meJ

ses. Cin cinato d err otó a los aque os en quinc e días, tras

 loj

cual reto rn ó a su arad o y su sencilla vida rec hazand o cual-*

quier t ipo de recom pen sa; hab ía cum plid o con sus obli-t

gaciones com o c iud ad ano , y eso le bastab a.

De to da s form as, las obligacion es se co m pe ns ab an coi»

los de rech os, y en este pu nt o las distin cion es en tre las e s*

feras priva da y púb lica son m uy claras. D en tro d e la

  lista

de derechos en el ámbito privado podemos ci tar el mai

t r imonio con un miembro de una famil ia c iudadana, o

el poder comerciar con otro ciudadano, algo que se

  lea

negab a a los qu e no ten ían este estatu s, sin olvid ar q ue

  i f l

c iudadanos no deb ían paga r t an tos impues tos

  c o n f l

los que carecían de dicha co ndición . Ad em ás, y a medida]

que la ciudadanía se extendía por otras provincias

  ma_j

allá de Italia, sobre todo durante la época imperial, loa

ciud ada no s tenían derec ho a protección contra la auto^

ridad de un gobernador provincial . Por ejemplo, s i un

ciud ada no era acusad o de algún delito, pod ía reclam ar sa

derech o de ser juzga do en Rom a.

En lo que toca a las esferas pública y política, la

  ciul

dadanía conllevaba tres t ipos de derechos: votar a hM

m iem bros de las Asambleas y a los cand idatos qu e

  o c f l

pan cargos políticos (los magistrados, es decir, cónsules»

pretores, etc.) , tene r u n esca ño en la Asamblea y

  conv«H

t irse en m ag istrad o (au nq ue, en la práctica, las

 distinciM

nes de clase imp edían la igualdad real de o p o r tu n i d a d e s

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2. R °

M A

65

por lo que respecta a las Asambleas, hay que señalar

nue los ciudadanos romanos nunca gozaron del t ipo de

poder político ejercido por los ciudadanos atenienses en

s

u Asamblea dur an te la etapa d em oc rát ic a. Y es que

Roma nunca fue una democracia: durante la República,

e

l poder descansa ba en m an os del Senado o de los cón su-

les;

 dura nte el Im per io, en la person a del em pera do r. A sí

v

 todo, las Asam bleas de m ocrá ticas ejercían cierto po d er

público. Una de ellas, la  comitia curiae,  formada por

grupos de clanes fam iliares, en la prá ctica aca bó de sb an -

cada por la  comitia centuriata,  elegida por hombres en

edad militar des de sus un ida de s legionarias o c en turias.

Esta última , con trolad a p o r las clases má s ricas en v irtu d

del sistema de votación, gozaba de una serie de poderes

entre los que se incluye la elección de magistrados. Se

creó,

  sin embargo, una tercera Asamblea: la l lamada

comitia tributa,  basada en divisiones «tribales», o distri-

tos electorales, que llegaro n a ser trein ta y cinco e n el añ o

241 a.C. En esta fecha la A sam blea ya ten ía la ca pa cid ad

de promulgar leyes, aun que no po da m os decir que repre-

sentara el autén tico sentir de la ciu da da nía ro m an a.

El princ ipio qu e presidía las reu nio ne s de la A sam blea

era el propio de la ciudadanía de una ciudad-estado,

como había sido en A tenas. No se realizó ca m bio alg un o

para adaptarse a las circunstan cias ca m biantes, a un qu e a

mediados del siglo m a.C. cientos de miles de ciu da da no s

romanos ya estaban asen tados en un territo rio que se ex-

tendía desde Roma hasta el mar Adriát ico. Muchos de

ellos carecían del tie m po , di ne ro o in terés p ar a viajar a la

ciudad cuando se convocaba la Asamblea. Así y todo,

Para fomentar la asistencia se prohibieron las reuniones

er

> días de m ercad o. A dem ás, a m edid a q ue Ro m a exten-

día su poder sobre toda la cuenca del Mediterráneo, se

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66   CIUDADANÍA: UNA BREVE H I S T o J

hacía práctica m ente im posible cum plir con el derec ho dé

asistencia

 y,

 en cualq uier caso, la cen tralización del pod er

en la figura del emperador durante la era imperial acaM

po r mu tilar com pletam ente a la Asam blea; de hech o, p r a

m ulg ó tan sólo dos leyes tras el rein ad o de Tiberio (falla

cido en el añ o 37 d .C ) .

No ob stan te, y pese a su falta de po d er de decisión ir

cluso en los m om en to s en los que la Asam blea popula

contaba con una m ayor autoridad const i tucional , dura

te la República el t í tulo de ciu da da no ro m an o tenía ba

tante prestigio, y la declaració n

  Civis Romanus sum

  (se

ciuda dan o ro m an o) era una expresión de orgullo. Obte

ner la ciudadanía implicaba disfrutar de ciertas ventaja

que ya hem os visto, y, a su vez, la inc orp ora ció n de nue

vos ciuda da no s resultaba beneficiosa pa ra el estado re

mano, pues quedaba garantizada su lealtad y su posiblj

reclutamiento com o legionarios.

Finalmente, la ciudadanía romana se extendería

allá de los confines de la ciudad . En el añ o 600 a.C. los ]

que ños asentam ientos a amb os m árgenes del río Tíber |

habían cuajado en la ciud ad-estad o de Rom a. Un siglo de

pues Roma comenzaba a conquistar algunos de sus pueblí

vecinos, proc eso que hab ría d e provo car los lógicos pnj

blemas derivados de có m o dirigir un estado en expansic

y que no desaparecerían d ura nte la époc a del Im perio.

La expansión de la ciudadanía en Italia

En tan sólo me dio siglo, du ra nt e el tra ns cu rso de su ce

quista del Lacio ( terr i torio al sudeste de Roma),

rom ano s tom aro n dos decis iones fundam entales que

 J

cieron posible la futura ampliación masiva de la ciuci

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, . ROMA

67

j

a

n í a  rom an a. El pr im ero d e estos cam bios decisivos fue

puesto en m arc ha en el 381 a . C , a ño en el qu e la c iuda d

latina de Túsc ulo - in de pe nd ien te, per o por entonces ro-

deada de terr i tor io r o m a n o - ado ptó un a pol ít ica host il

hacia Rom a. La cuestión ah or a era si Rom a de bería reac-

cionar de manera concil iadora o agresiva. Se optó por

la vía pacífica y se ofreció a los hab itan tes de Tú sc u lo la

ciudadanía rom ana , al m ism o t iem po qu e se les per m i-

tía m antener su m ode lo prop io de gob ierno m unicipa l .

Este acu erd o, que no tenía pre ced en tes, iba a re petirs e

varias veces a pa rti r d e ese m om en to . De hech o, a me di-

da que Ro m a iba adq ui rie nd o m ás pod er tan to en el La-

cio com o, luego, en el resto de Italia, evitaba los acu erd os

de paz vengativos con aquellos pueblos a los que con-

quistaba.

En el año 338 Roma inventó una nueva fórmula: un

tipo de ciudadanía de segunda clase o semiciudadanía,

esto es, u na d isposició n m en o s generosa q ue la que h a-

bía sido ofrecida a T ús cu lo , y q ue su rgió d e esta form a:

entre los añ os 340 y 338 Ro m a libró u na cru en ta gu err a

contra sus vecinos del Lacio y la Campania, la l lamada

Guerra Latina. Concluida la contienda, las poblaciones

latinas que habían participado recibieron distinto trata-

miento, aunque los ciudadanos de siete de el las consi-

guieron u n nue vo e status : el l lam ad o  civitas sine suffra-

gio,

 expresión lat ina que qu iere decir «ciud ada nía sin

voto» (y, p o r tan to , sin la po sib ilid ad de con ve rtirse en

magistrado romano). Se trataba de un plan intel igente

que otorgaba a la inst i tución de ciudadanía romana la

máxima flexibilidad. La raíz del acuerdo era la acep-

tación de que la ciud ad an ía tenía do s caras, la púb lica y

la privada : la p ri m e ra , o el de re ch o al vo to, les fue re ti-

r a

da ; la segu nda , represen tada en derechos ta les co m o

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68

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTOR;

comerciar en idént icas condiciones con un romano,

casarse con u n ro m an o , sí les fue co nce did a. Y, p o r s

pue sto, seguía siendo posible, co m o ciertame nte oc ur r

ría con el t ie m po , que los

 civitas sine suffragio,

  ya indiv

dúo s, ya com unida des enteras , a lcanzaran la d u d a d a

plena.

Exist ieron también otros mecanismos, aunque de

ñor im portancia , des t inados a increm entar el nú m ero

quienes os tentaban un modelo l imi tado de c iudadan

de ma ne ra qu e, a m edia do s del s iglo ni a .C , este t ipo

acuerdos ya es taba extendido por toda la zona centr

de Italia. No o bs tan te, du ra nt e el siglo n el rit m o d e c

cesiones de ciud ad an ía se ralen tizó, lo cual pro vo có , al

de do r del añ o 100, el resen timie nto d e algun as p oblaci

nes de Italia que , da da su co nd ición de aliadas de Ro

vivían a la espera de lograr la ciudadanía. Este asunto,

que se un iero n a lgun os otros roces, prov ocó un a viole

gu erra en tre los añ os 91 y 87 qu e co stó la vid a a ap r

m ad am en te trescientas mil pe rso nas . A este confl icto

le conoce co m o la «Guerra Social», tér m in o algo c on f

que deb e su no m br e a la palab ra latina socii, que sig n'

«aliados».

Del m ism o m od o que la G uerra Latina había provc

d o cam bios, la G uerra Social ob ligó a los ro m an os a p]

tearse su polít ica de ciudad anía. P ara recom pen sar y c

segu ir la lealtad de aquellas com un id ad es que se neg a'

a un irse a los beligeran tes aliados y, sob re tod o, p ar a

ducir a algunos de los aliados a dejar las armas, R

ap ro bó en el 90 a.C. la

 lex Julia,

 la cua l o to rgab a la ci"

danía -aunque una forma l imitada de ésta- a ciento

miles de perso nas en tod a Italia. Despué s de la g uer ra,

cluso los rebeldes se beneficiarían de esta m ed ida . La

dadanía romana era ahora a lgo parecido a un es t

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ROMA

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«nacional», en n ing ún caso limitad o g eográficam ente a la

ciudad de R om a.

A finales de la etap a repu blican a las op or tu ni da de s

para obtene r alguna mo da lidad de ciudad anía se habían

extendido, de un a forma u ot ra , por tod a la pe nín sula .

Julio César, qu e introd ujo este esta tus en las tie rr as galas

del no rte de Italia, aplicó la po lítica de am pliar ge ne ros a-

mente la ciu da da nía , tan to en Italia com o m ás allá de sus

fronteras (por ejemplo, concedió el derecho a voto a los

profesionales de la m ed icin a de Ro m a). No ob sta nt e, la

ambiciosa idea consistente en un a extensa expa nsió n ge o-

gráfica de este estatus n o se pr od uc iría h asta la ép oc a im -

perial.

Lo expansión de la ciudadanía más allá de Italia

Antes de pasar a relatar la ampliación de la ciudadanía

más al lá de la península i tál ica debemos detenernos y

analizar u n interesante co ntra tiem po d erivad o de la con -

quista de aquellas co m un ida de s qu e ya disfrutaban de

vidas cívicas bien desarrolladas, estatus de ciudadanía

incluido. ¿Podía un hombre tener dos ciudadanías? ¿Se

podía ser, simultáneamente, ciudadano de la ciudad na-

tal y de Roma? Esta dud a (con la que ha n ten ido tam bié n

que lidiar los abo ga do s en el siglo xx, pues ya se h an di c-

tado fallos judiciales so bre la cues tión de la do ble na cio -

nalidad) la había planteado, en una fecha tan temprana

como el 56 a .C , el erud ito y abo gado rom an o m ás dist in-

guido de tod os los t iem po s: Cice rón.

En ese añ o C icerón alegaba en un pro ces o legal qu e el

Peso de la lealtad de un h om b re hac ía inco m pa tible ser

ciudadano de un a ciuda d cualq uiera con la con dición de

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CIUDA DAN ÍA: I S A HRI-VI- HISTORIA

ciudadano romano, por lo que aquél debía e legir entra

un a u otra tom a de ciuda danía. Este caso surgió tras otor J

gar Pom peyo la ciudada nía ro m an a a un tal Cornelio B alJ

b o ,

  c iudadano de Gades ( la moderna Cádiz) . Concluía

Cicerón qu e la costum bre hab ía l levado a aceptar la d ob

ciud adan ía, algo que el derech o ro m an o no contemp laba

Ahora bien, todas las otras ciudades no dudarían en otorgar

nuestros hom bres su ciudadanía, si tuviéramos el mismo de

recho que los demás [...] En efecto, vemos que las ciudade

griegas, por ejemplo Atenas, los Rodios, los Lacedemonios y lo

de otros pueblos son inscritos como ciudadanos y que ésto

pueden ser de m uchas ciudades. Yo mismo he visto a alguno

hom bres, conciudadanos nuestros, mal informados e induc

dos por un error, figurar en Atenas entre

 los

 jueces

 y

 los Areo

pagitas [Consejo de Ancianos] [...] porque ignoraban que

habían adquirido esta ciudadanía perdían la romana (Cicero"

1985:40).

Sin em barg o, du ran te el tran sc ur so de la cen turia pe

terior a la pro nu nc iac ión de este discu rso la n o rm a ce

menzó a desobedecerse paula t inamente . Por e jempl í

alrededor del año 58 d.C. se detuvo en Palestina a

hombre que declaró ser «un judío, de Tarso, ciudadar

de una ciudad no oscura de Celicia» (Hechos de le

Ap óstoles 21, 39 ). Tarso era un a ciuda d griega situada <

esta provincia de Asia Menor. Mientras le preparabaí

para flagelarle, hizo valer sus derechos de ciudadano ro

m an o, condición que ostentaba y en vir tud de la cual p o

día quedar eximido de recibir ese cast igo. Gracias a

estatus, fue enviado a Roma para ser juzgado allí. Fina

mente , y t ras muchas vic is i tudes , murió e jecutado p

 

sus creen cias religiosas, co ns ide rad as p eligrosas e imp

pulares, un a suerte para la cual su ciudad anía rom an a l

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ROMA

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|e ofrecía prote cción . Este ho m br e n o era otr o qu e san Pa-

blo, un o d e los discípulos d e Jesús.

Pero volvam os a la cuestión p rincip al y sigam os n ues -

tro relato cron ológ ico, qu e ah or a se de tien e en el pe río d o

del prin cip ad o de Augu sto. Po de m os identificar tres fases

en el proce so de crecimiento del nú m er o de c iud ad an os .

La prim era se prod ujo co m o con secuenc ia de la polít ica

de Augu sto (27

 a.C.-14

 d .C ) , que otorgaba la ciud adan ía

a aquellos soldados no ciudadanos aún (muchos ya lo

eran) una vez finalizada su actividad. También hizo cre-

cer el cen so e lectora l en gen era l: al incluir a los c iud ad a-

nos va ron es a du ltos y a sus fam ilias en las listas del cen so

de c iudadanos, e l número de personas con derecho a

voto sup eró el m illón, en su m ayoría en pro vinc ias no ita-

lianas,

  lo que suponía aproximadamente un s ie te por

i^nto

 del total de la po blac ión del Im pe rio.

Un po co de hu m or n eg ro no s ayuda rá, quizás, a i lus-

trar el m o d o ta n relajado con el qu e se adjud icaba la ciu-

dadanía en esta etapa . En el añ o 9 d . C , el ejército ro m a-

no sufrió su de rro ta m ás aplastan te y hu m illante , c ua nd o

tres de sus legiones, con sus co rresp on die nte s caballerías,

fueron descuart izadas en el bosque de Teotoburgo por

los hombres de Arminio (o Hermann), jefe de los ger-

manos cherusci, quien se convertiría en héroe para los

nacionalistas alemanes del siglo xix. Paradójicamente,

Arminio era un ciuda dan o rom an o.

La

 seg un da fase en la histo ria de las con cesio nes de ciu-

dadanía dur an te el Im perio se pro du ce du ran te los reina-

dos de Claudio (41-54) y Adriano (117-138). El primero

de ellos n o sólo otorgó la ciud ad an ía a m uc ho s n o italia-

nos,

  sino que, de modo part icular , animó a los galos a

formar p ar te del Sen ado y a oc u pa r cargos púb lico s. Pero

sería el emperador Caracal la (211-217) quien promul-

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72   CIUDAD ANÍA: UNA BREVE HISTOR

garía la más fam osa de to da s las leyes relativas a la ciud a

danía romana, en concreto la

  Constitutio Antoniai

(Consti tución A ntoniana) de

 212.

 Con ella, prác ticam er

te desaparecieron todas las diferencias geográficas y

 i

riaciones de grad os de ciuda dan ía m edia nte un signific

tivo acto de simplificación en vir tu d del cual se otorgah

el co nsa bid o d ere ch o a tod os los hab itante s libres del Irri

perio. Este edicto tuvo un a rep ercus ión im po rtan te en la

pro vinc ias do n d e, al co ntr ario de lo qu e sucedía en Italia

la c iudad anía hab ía sido concedida m ayori tar iam ente

 i

una élite reducida. Caracalla había, pues, l levado a sv

con clusió n, de la form a m ás lógica y m etó dic a, las polít

cas de amp liación parcial de la ciud ada nía de sus p red e

cesores.

La Co nsti tución A ntoniana fue un a imp ortan te mee

da simbólica, s i bien no debemos exagerar su alcanc

real, pu esto qu e no fue n i altru ista en su inten to ni reve

lucionaria en el resultado. Hay cuatro p un tos q ue m er

cen destac arse , siend o el pr im er o de ellos las auténtica

intenciones de Caracal la: sólo los ciudadanos debía

pagar el impuesto de sucesión, de manera que, incr

m enta nd o sustancia lmente el nú m ero de c iudad anos,

 (

igual modo ascenderían los ingresos disponibles par

gasto mil i tar (su preocupación principal) , ya de por

crecientes al ha be r dob lado el im po rte de ese im pue s

El seg un do aspecto d igno de m en ció n es que esta pe

t ica de continuas ampliaciones de la condición de ci

da d an o, rem atad a p or C aracalla, envileció el valor de

 i

t í tu lo antaño ostentado con orgul lo . Ahora que todo

mundo era c iudadano, dicho es ta tus no suponía ya

 i

rasgo de dis t inc ión . No faltaron du ros c om en tario s j

resp ecto . El filósofo Séneca ya ha bía d ed ica do líneas mu

sarcásticas a la polít ica de ciu dad anía de Claud io, p ar al

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, . ROMA

73

c

ual situó a Cloto, el D estino que hila nu estra v ida pe rso -

nal, jun to al lecho de m ue rte del em pe rad or, pe ro retra -

sando el m om en to final y ha cien do el siguiente com en ta-

do al im pacien te m ensajero M ercu rio:

Yo,

 por H ércules, quería añadirle un cachito

 de vida, sólo

 hasta

que concediera la ciudadanía a esos poquitos que quedan

-pues había resuelto ver con

 la

 toga

 a

 todos, griegos, galos, his-

panos y britano s-. Pero como parece conveniente dejar unos

cuantos extranjeros para simiente, y tú mandas que así sea, sea

(Séneca 1996:196-197).

En tercer lugar, durante los dos primeros siglos de

nuestra era la distinción entre u n ciu da da no y un n o ciu-

dadano libre se to rn ó cada vez m ás bo rro sa. L os privile-

gios de los ciudadanos se perdían, incluso el derecho a

voto,

 m ientra s que se incre m en taba n los de los no ciuda-

danos. A dem ás, la nece sidad de m an ten er a las legiones

era tan im pe ran te qu e se hiz o nec esario reclu tar a no ciu-

dadan os pa ra en gro sar las filas del ejército.

Sin em barg o, y con esto ab ord am os el cu arto p u nt o, la

decadencia de la distinc ión ciu dad ana no deb e in terpre -

tarse com o un pro ceso de equ ipa ració n, sino m ás bien al

contrario. Cuando Caracalla promulgó su edicto, las di-

visiones sociales entre la clase supe rio r  (honestiores) y las

órdenes inferiores

  (humiliores)

  eran más acusadas que

nunca. Los ciu dada no s de inferior categoría no sólo tenían

m enos de rec ho s legales, sin o que sufrían castigos qu e en

siglos an teriore s hab ían sido im pu esto s exclusivamen te a

no ciud ada no s. Poco qu eda ba ya en la exp resión cicero-

niana de  Civis Romanus sum  que fuera dig no de orgu llo.

«Caracal la» era, de hecho, un sobrenombre, pues su

nombre impe rial al com pleto era M arco Aurelio A nton i-

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74

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTOÍ

no (de ah í el títul o de su ed icto ). C inc ue nta añ os antes des

que se convirtiese en em perador, otro h om bre , con idén-

tico no m br e al suyo pe ro co noc ido histó ricam ente cornos

M arco Aurelio, era coron ad o co m o tal (161 -180). No sólrt

se tratab a de un dirigente serio, sino tam bié n de un des-j

tacado filósofo de la escuela estoica que habría de dejar]

sesudos co m en tarios sobre la ciud ada nía. Dad a su rele-i

vancia, el estoicismo m erece un a pa rta do p or sí m ism o.

Los estoicos

Teoría  y práctica

En el añ o 310 a.C. Z en ón , proce den te de C itio (ciudad si-

tua da en la costa merid iona l de Chipre) per o establecido

en Atenas, atrajo la atención de un n ú m er o d e estudiantes

a los qu e, de sd e su casa, explicaba su nue va filosofía glo*J

bal. Celebraba estos seminarios en su porche, que estaba

cubierto y pin tad o; de ahí el no m br e d e lo que se converti-

ría en una longeva escuela filosófica: el estoicism o, ya que]

en griego «porch e pintado » se dice

 stoa poikele.

 El interés^

suscitado por el estoicismo y su influencia se desarrolla-4

ron en tres oleadas dist intas que , de m od o apro xim ado *

p od em o s situa r en los añ os 300 a .C , 100 a.C. y 100 d.C.J

respectivamente.

De esta fi losofía, que abarcaba todos los ámbitos de|

cono cimien to y es tudio, sólo do s tem as despier tan aquí

nuestra atención. El primero de ellos se refiere a los esi

tricto s requisitos nece sarios p ar a ded icarse al estado , así.

com o a la obligación de de sem pe ña r algún servicio p ú-

blico,

  es decir, la v ir tu d cívica en su m áx im a expresión.*

El ot ro es e l convencimiento de que todos deber íamos

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, ROMA

75

s

er ciud ada nos del m un do y vivir en arm on ía con un có -

digo m oral y universal de bu en a con du cta. El estoicism o,

par

 tanto , enseñ aba que el individu o, co m o ser po lí tico

virtuoso q ue era, deb ía ser leal y sen tir un a pro fu nd a fi-

delidad hacia su estad o y respe cto d e la ley na tur al un i-

versal, pu es aquél pe rten ece tan to a la polis  o «ciudad»

(un estado constitucional legalmente establecido) como

a la

 cosmopolis

  o «c iudad de l mundo», una comunidad

teórica, m or al y universal de cará cter m etafórico. A ho ra

bien, ¿podían ser reconciliables estas dos lealtades? ¿No

saldría a relucir el prin cipio ciceron iano de in co m pa ti-

bilidad para echar por tierra el ideal estoico de la doble

nacionalidad? ¿No resultarían los malabarismos para

compatibilizar lealtad a Rom a y al universo aú n m ás com -

plicados que en el caso de Ro m a y Gades?

A  continuación examinaremos cada una de estas t res

ideas, es decir, las ob ligacio nes con el esta do , el com pro -

miso con u n a ley m ora l universal y el pro ble m a p ara su

conciliación. Para ejemplificar estas tres cuestiones re-

curriremos a t res escri tores romanos: Cicerón, Marco

Aurelio y Séneca, resp ectiva m ente, q uien es n o sólo escri-

bieron sobre filosofía política estoica sino que también

vivieron sus vida s en co nso na nc ia con los pre ce pto s es-

toicos, aspecto este que pu ed e de m os trars e co n u n breve

apunte bibliográfico; de ahí qu e pas em os a revisar sus vi-

das en or de n cron ológ ico.

Aunque Cicerón no puede ser catalogado de filósofo

estoico -a l con trario q ue Séneca y M arco Au relio -, m os -

tró,

 sin em bargo , un gran interés p o r esta escuela de pe n-

samiento y plasm ó en sus ob ras m uch as de sus ideas, con

contribuciones m ás que notables al dere cho na tura l y a

las obligaciones cívicas. Eminente abogado y orador,

gustaba de pa rtic ip ar activa m en te en la vid a po lítica. De

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CIUDADANÍA: UNA BREVK HISTOl

hec ho , m u rió estoicam ente en busca de lo qu e, a su p ar e

cer, era lo m ejor pa ra los intereses de R om a. Nac ido en e

año 106 a .C , ya tenía un a edad avanzada cu an do asesina-

ron a Julio César (añ o 44). En ese m om en to p arecía m á

que po sible qu e Marco A nton io se hiciera con el po de r de

Rom a y acaba ra con la con stitución repub licana y los va-

lores polít icos. Cicerón fue implacable en su oposiciói

púb lica a M arco A nton io, el cual envió a un os «m atones»

pa ra qu e aca ba ran con la vida del filósofo.

A proxim adam ente un siglo más tarde, en el año 65 d.C.,

Séneca prefería el suicidio a m o ri r ejecutado a m an os de

emperador Nerón, quien creía que el fi lósofo formaba

pa rte de un a tram a para derrocarle. Ciertamen te Séneca

m os tró su ho rro r ante las pru eba s, cada vez m ás ev iden-

tes, del co m po rtam iento deprava do y sacri lego del emp e-

rador. C om o hiciera Cicerón, Séneca com pa gin ó la escri-

tura con sus obligaciones públicas. Ocupó varios cargos

de magistrado y, con la ascensión al poder de Nerón¡

pasó a ser el consejero polí t ico del emperador, aunque

tam bién tuvo t iemp o para gestar una ingente p roducción

literaria en la que plas m ó valiosas apo rtacio nes encam i-

na da s a pro m ov er el estoicismo .

Medio siglo después de la muerte de Séneca nacía el

hombre que acabar ía por conver t i rse en e l emperador

M arco Aurelio. Fue u n n iñ o precoz, conven cido de sde los

do ce año s de qu e qu ería d edica rse al est ud io de la filoso-

fía. N o ob sta nte , al pe rten ec er a un a familia m uy activa

polít icam ente, acabó, no sin reticencia, ded icándo se tam -

bién a la vida pú blica . Trabajador incan sab le, sob re todq

du ran te su etapa de em pera do r, falleció a un a edad rela-

t ivamente temprana, con 59 años. Pero su fama no se

deb e tanto al cu m plim iento de sus obligaciones p olít icas

y m ilitares co m o a los pen sam iento s que, de form a priva-

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, ROMA

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¿a, dejó en forma de n ota s y qu e, dos siglos m ás tar de , lle-

garían a ser con oc ido s con el título d e

 M editaciones,

  una

amalgama de varias fi losofías que muestran claramente

la influencia del estoicism o.

Tres

  cuestiones relativas a la ciudadanía

Basándonos en los escritos de estos famo sos exp onen tes

del estoicismo, pod em os de stacar t res aspectos pa rt icu -

larmente im po rta nt es d e los qu e se oc up a esta filosofía y

que se refieren a la ciu da da nía .

El p rim er o de ellos es la cue stión de la obligac ión cívi-

ca. La

 stoa

  de Zenón pervive en las palabras españolas

«estoicamente» y «estoicismo», qu e im plican u n co m pro -

miso a cum plir, sin queja, con nu estros d ebere s, resp on -

sabilidades y obligaciones. La filosofía estoica acentuaba

este antiquísim o rasgo de la ciuda dan ía de u n m o d o que

nos recuerda a la interpretación espartana del  arete.

Como ya hem os visto en el capítulo p rim ero , per m ane ce

latente la cuestió n de si es factible qu e to do s los ciu da da -

nos reú na n los requisi tos exigidos. Pro bab lem ente sólo

una élite pudiera alcanzar esta excelencia, un punto de

vista que se insinúa en el estoicismo, el cual promulga,

por end e, que el m od elo perfecto de vida sólo pue de con-

seguirse con la adquisición de la sabiduría, y ésta, a su

vez, se logra m ed ian te el ejercicio de la facultad rac ion al

humana.

Cice rón deja reflejada esta visión selectiva de la obliga-

ción cívica. Además, tenía razones para adoptar esta

perspectiva, pu es en su época las antigu as virtu de s repu -

blicanas, personificadas en la historia de Cin cina to, evi-

denciaban u n tr is te y pre ocu pa nte decl ive. Los m ode los

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78   CIUDADAN ÍA: UNA BREVE HISTOR

cívicos de las clases superiore s, que siem pre hab ían da do

ejemplo, estaban en decadencia, así que Cicerón les im-

ploró que rect if icaran su conducta. Sin muchos mira-

m ientos, declaró que los ho m bre s que llevan vidas priv a-

das son «tr aid ore s de la vida social» (en Riesen berg 1992;

77),

  un comentar io que puede compararse a l real izado

por Pericles sobre el mismo particular. El mensaje de

Cicerón a las altas esferas de la ciudadanía romana era

inflexible; así se co nsta ta en su ensayo tit ul ad o

  Sobre lo

deberes:

Un ciudadano sensato y fuerte y digno de ocupar el primei

puesto en la República [...] se entregará enteramente al se:

ció de la República, no buscará ni riquezas ni poderío, se d e

cara

 a

 atender

 a

 toda la patria, de forma que mire por

 el

 bien

todos [...] y hasta se entregará a la muerte antes que abandon

los preceptos que he dicho (Cicerón 2003:101-102).

mer

rvi

mar

El ideal de obligación cívica ha sido, has ta el m om en to ,

un tem a recu rrente en este l ibro. El conc epto de ciud ada -

nía m un dial , en camb io, asom a ahor a por pr im era vez,

po r lo que es éste el m om en to d e explicar su sign ificad a

La concepción de ciudadanía mundial presupone una

cierta hegem onía -a l men os po ten cia l- de la especie h u-

m an a, esto es, asum e que todos los seres hu m an os tene -

m os la capa cidad de recon oce r las obvias diferencias cul-

turales o étnicas. Esta noción trasciende la creencia

griega de que el mundo se componía de gente cultivada,

que hab laba griego, y de otro s qu e no util izaban esta len-

gua, y sim plem ente farfullaban: los bá rb aro s. Con to d o ,

las dos in te rpre tac iones de la hu m an ida d -ho m og en ei -

dad y bifurcació n- lograron coexist ir en el pensam iento

griego. Los estoicos, po r su par te, enfatizaron la ho m og e-

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n e

ida d de todo s los ho m bres , pues co m parte n la capaci-

dad de razo na r.

La pala bra griega con la que n or m alm en te se alude al

«ciudadano del m un do » es kosm opolites,  té rmino cuya

traducción m ás acertad a sería la de «ciud ad an o del cos-

mos», o del «universo», y qu e ag ru pa ba tod as las form as

de vida, no sólo las exclusivamen te h um an as sino t am -

bién las de los dioses. Este aspecto merece resaltarse

porque algunos estoicos como Marco Aurel io, quienes

creían fervientemente que eran ciudadanos del mundo,

hubieran encontrado inconcebible postular la necesi -

dad de crear un estado mundial del que el los también

fueran ciudadanos (un estado dist into del Imperio Ro-

mano que, en ocasiones , dejaba entrever pre tensiones

universal is tas de t ipo jactancioso, no estoico). Los de-

fensores de la idea de una «ciudadanía global» hacían

uso de la pala bra «ciudad ano» p or qu e era la que tenían

más a m an o, pero n o porq ue creyeran q ue debía in ter-

pretarse l i teralmente.

Ahora bien, si no que rían tr an sm itir qu e la ciu da dan ía

m und ial existía, o deb ería existir, en sentid o literal, ¿aca-

so m ostra ríam os algún interés por este concep to a la h ora

de desc ribir la histo ria d e la ciud ada nía? La resp ue sta es

un prud ente sí, que deriva del com pon ente d e m oral idad

que late en el prin cip io d e ciu da da nía . La creencia en un a

ciudadanía m un dia l cu estion a el m od elo p or el cual el es-

tado tiene el m on op olio de lo que está bien, y hace lo pr o-

pio con la afirmación aristotélica de que el h om br e p ue -

de alcanzar la excelencia m or al y social sólo m ed ian te su

pertenencia a una polis.  El cosmopol i t i smo af i rma que

existe o tro c riter io, de na tur ale za sup erio r. A finales del

segundo m ilenio d e nu es tra era la validez de esta idea se

puso de nuevo de rel ieve, como veremos después. Los

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so

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTOI

ciu da da no s, en su pape l, de be n ser conscientes de este in,1

conveniente.

Marco Aurel io entendió esta verdad y, lógicamente,

«dem ostró» que una

 cosmopolis,

 o ciudad del universo, e?

uno de los principios estoicos, y reiteró la infatigable

obligación que tiene el ho m br e bu en o de obedece r el có-

digo de cond uc ta d e la co sm op olis. Los do s siguientes ex-

tractos de sus

  Meditaciones

  exponen claramente este

pensamiento:

Si la capacidad intelectiva nos es común, también la razón, por

la que somos racionales, nos es común. Si es así, también es

común la razón que prescribe lo que debemos hacer o no. Si

es así, tam bién la ley es com ún. Si es así, somos ciudadanos^

Si es así, participam os de alguna clase de constitución políti-

ca. Si es

 así,

 el m undo es como una ciudad. Porque ¿de qué otr¡

constitución común se dirá que participa todo el género hu-

mano?

 Y

 de allí, de esa ciudad com ún, nos viene también la

 cal

pacidad intelectiva, la racional

 y la

 legal.

 ¿O

 de dónde? (Marcd

Aurelio

 2005:

 51).

Poco es lo que te queda. Vive como de viaje, pues nada difiera

allí

 o

 aquí, si se vive en todas partes como la ciudad que es e|

m undo . Vean, estudien los hom bres a un hom bre de verdad,

que vive de acuerdo con la naturaleza. Si no lo soportan que le

maten, pues es mejor que vivir así (Marco Aurelio 2005: 140),

M arco Aurel io creía qu e, com o ciu da da no , pertenecía

a Rom a, pe ro com o ho m bre , al univ erso. ¿Pero era tod o,

o podía ser, así de sencillo? ¿No era más que probablí

que las do s person alida des y leal tades en trar an en con-

flicto? De ser así, qu ed aría claro qu e el pe ns am ien to polí-

t ico es toico contenía una con tradicción in terna fun da- '

mental .

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, , ROMA

81

Séneca, po r su lado , era c onsc iente de este pro ble m a,

a

lgo de lo qu e dejó co nsta ncia t an to en sus escritos co m o

en su vida perso nal. A sí, arg um en ta:

Abarquemos con la m ente dos repúblicas, una grande y ver-

daderamente pública en la que caben los dioses y los hombres

[...] La otra república es aquella a la que quedamos adscritos

por nuestro nacimiento (Séneca 2005:111).

Por tanto, aunque los individuos puedan ejercer sus

prioridade s, no existe u na c on trad icció n seria. Este raz o-

nam iento se explica en q ue el servic io a la cosmopolis  es

de naturaleza contem plativa y au tod ida cta ; de ahí sus pa-

labras: «A la repúb lica m ay or p o de m os servirla incluso

en el retiro. Y no sé si mejor en el retiro, investigando:

¿Qué cosa es la virtud ?» (Séneca 200 5: 112). D u ra n te los

tres últim os a ño s de su vid a Séneca inte ntó esto p recisa-

mente, es decir, evitó vinc ula rse con el esta do ter ren al a

medida que se perca taba de la pers on alidad m aligna de

Nerón. Pero, com o ya he m os visto, pu do m ás su p asad o

como figura pública.

El intento de Séneca de plantear una dicotomía entre

los dos tipos de ciud ada nía tuvo claras repercu siones en

el pensam iento cris t iano, m ás concre tam ente en u n o de

los consejos d e Jesús: «Pues lo del Césa r dev olvé dselo al

César, y lo de D ios a Dios» (M ateo 2 2 ,2 1 ). ¿Q uiere es to

decir que los asun tos de D ios afectan a la ciud ada nía? Si

exist ió una época que pudiera aunar ambos aspectos,

ésta fue, sin duda , la Eda d M edia.

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3.

  El medievo y la tem prana Edad M oderna

La Edad Media

El cristianismo

En el mundo grecorromano el concepto de c iudadanía

fue,

  du ran te práct icam ente m edio m ilenio, un elemente

funda m ental del m ode lo de gob ierno e, incluso, un m o -

do de vida. En la Europa medieval la ciudadanía tenía

una importancia re la t ivamente marginal , exceptuando,

claro está, las ciud ad es-e stad o italiana s.

En lo que atañ e al des em peñ o d e la función ciud ad an

y có m o se contem plaba este con cepto , la Edad M edia des

taca por t res aspectos fundamentales. El primero era

 1

relación entre la ciuda danía y la prim acía om nipres ente

del cristian ism o, la cual no se discutía, pue s era, ad em ás

incu estion able . En seg un do lugar, la idea clásica de ciu

da da nía nu nc a llegó a perd erse del to do ; de hec ho , resu

citaría con gran fuerza gracias al enorme interés suscita

do p o r A ristóteles. En tercer lugar, du ra nt e el m ediev o la

ciudadanía suponía, en la práctica, un privilegio en una]

82

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fj ME D I E V O Y L A T E MP R A N A E D A D M O D E R N A

83

ciudad o po blac ión , pero n o en un estado. P recisam ente,

este apartado hará mención a cada una de estas tres ca-

racterísticas. Italia, por su parte, constituye un caso ex-

cepcional; de ahí que tenga una sección propia que nos

llevará ha sta el Ren ac im ien to.

En el siglo v de nuestra era ya se había producido la

caída del Imperio Romano de Occidente, y los reinos

«bárbaros» (an glosajones, v ánd alos y go do s, en tre otro s)

se asentab an sob re las ru in as de aqué l. D esa pa rec ido el

Imperio Romano, se desvanecía la ciudadanía romana,

pues, en el este, au nq ue el Im pe rio seguía ex istien do de

alguna m an era , lo hacía a la so m br a de la au tocra cia bi-

zantina. Al m ism o tiem po , huelga decir que el cristianis-

mo continuaba p rop ag an do su credo y su estru ctura dio-

cesana.

No ob stante, algo má s estaba suce diend o. El conc epto

de estado que habían inventado los griegos y los ro m an os

había desaparecido (eso sí , temporalmente) . El estado

era una en tida d jurídic a a bstr acta que se ajustaba al filo-

sófico p ens am iento griego y a las m entes jurídica s rom a-

nas, pero en el m edievo -a l m en os hasta el s iglo x m - se

prefería a lud ir a las relaciones so ciopolíticas en té rm in o s

concretos, com o p ud ier an ser las conexiones p erso nale s.

El príncipe gob ern ab a, sus sub ditos obed ecían y los se-

ñores feudales d o m in ab an a los vasallos

  (véase

  nues t ra

Introducción).

Con todo , la noció n y la práctica de la ciudad anía con-

siguieron perdurar, aunque muy débilmente. Esta conti-

nuidad se pr od ujo , en p ar te , gracias a la iglesia cristian a,

>', en p ar te , p o r la reafir m ac ión de un a lib er ta d o casi

libertad ur b an a, ajena al co ntro l del cacique local, b ar ó n ,

obispo o m on arca . De hech o, es necesario hacer u na dis-

tinción entre la teoría y la práctica de la ciud ad an ía du -

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84

CIUDADANÍA: UNA BREV1 H1STO

ran te la Alta Ed ad M edia. Una vez he ch as estas aclaraci

nes pre lim ina res, veam os en qué co nsistía la relación

tre ciudad anía y cristianism o.

En un prin cip io el cristianismo er a incom patible con

ciudadanía romana, como queda más que demostra

con la tru cu len ta y episódica persec ució n d e sus adept

Los cristia no s n o p od ía n aceptar la religión cívica ro~

na, que, al menos en apariencia, todo ciudadano de

respe ta r . Con e l t i em po , no o bs ta n te , sobrev ino u

atmósfera más tolerante y la iglesia cristiana comenz

exten ders e y a con solidarse hasta qu e , en el añ o

 391,

 T

dosio I declaró el cristianismo la religión oficial del I

perio R om an o. D ura nte esta etapa, el Im pe rio se halla

organizado geográficamente en una ingente estruct"

adm inistrat iv a de forma piram idal . Un o de los estra

de este sistema estaba ocupado p o r lo s

 civitates. Civitas

la palabra latina para «ciudad», si bien esta traducci

pu ede l levar a eng año , pues, en rea l ida d, u na

  civitas

un núcleo urb an o rodeado de tie rra d e cultivo y de ciu

des y pueb los satélites, tod o

 ello

 o cu p an do una extensi

de terreno aprox imad a a

 la de

 un co n d ad o inglés.

Cuando la iglesia cristiana comenzó a desarrollar

organ ización adm inistrativa, co nc ed ió a los obispos

au torid ad considerable. Además, y lo qu e es más im p

tan te, éstos se instalaron en las «c iud ad es» rom ana s,

la Iglesia de no m in ab a «diócesis». E n consecu encia, « r

cidía n las ad m inis trac ion es civil y eclesiástica. Por tan

cu an do se d er ru m b ó el Imperio, los obispos estaban

un a situación ideal para asumir el lid eraz go político, í

m ás del pastoral, aunan do tanto a los campesinos cor

los hab itantes de la ciudad en u n a co m un ida d cívica

una clara identidad, algo semejante a una

  polis

  grie

A un qu e con tintes locales, el se n ti d o de ciudada nía v

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, f

 i

  M E D I E V O Y LA T E M P R A N A E D A D M O D E R N A

85

vio a revivir. Más ad elan te, a m ed id a q ue las ciud ade s cre-

cían y pro spe rab an ec on óm ica m en te , la c iudad anía co-

menzó a dista nc iarse de la au to rid ad eclesiástica y creó

sus pro pia s institu cio ne s cívicas laica s.

En real idad, cr is t ianismo y c iudadanía no han s ido

nunca bu en os co m pa ñe ros de cam a, pues el cr is tianismo ,

en esencia, no es una religión de este mundo. Por esta

razón, en s iglos pos ter iores p en sad or es pol í ticos com o

Maquiavelo y Rou sseau dejarían clara m ues tra de su pre-

ferencia por una religión civil abierta, antes que por la

Iglesia cristia na . El he ch o es qu e, en la A ntig üe da d, la ciu-

dadanía evolucionaba cuando religión y polít ica consti-

tuían do s caras de la m ism a m on ed a, cu an do se creía qu e

los dioses del O lim po pro tegía n de sd e lo alto a las ciud a-

des-estado. Sin em ba rg o, tam bié n es cierto que esta tra -

dición enc ue n tra su reflejo en la E da d M edia m ed ian te la

identificación de cada ciudad con u n santo p atr on o.

En cierto m o d o , la visión de vid a cristiana era nota ble-

mente distinta de las creencias antig ua s qu e había n afec-

tado al concep to de ciuda dan ía. Los antiguo s m anten ían

que la vida virtu os a d ebía vivirse en c om un ida d, con los

conciud adano s; al co ntra rio, el cr is t ianism o advert ía de

la i rreparable corru pc ión del m u n d o tem pora l : la buen a

vida en esta t ierra era sólo una preparación, poco ade-

cuada y apro xim ad a, p ar a la ot ra vid a, la del Reino d e los

Cielos. Esta do ctr in a a dq uirió u n a influencia con sidera-

ble con san A gustín (ob ispo en el no rte de África de sde

396 ha sta 430), t ra s expo nerla en su pieza m agistral ,

  La

ciudad de Dios. Lo que convert ía a un h om bre en un ser

bueno no era cumplir con los deberes ciudadanos, s ino

dedicarse a la or ac ió n.

Habría que esp erar h asta el siglo xm p ara q ue un em i-

nente estu dio so intentara relacionar c ris t ianism o y ciu-

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86

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORIA

dadanía. Este erudito no es otro que santo Tomás de

A qu ino , quien concibe la vida c om o la expresión del ob -:

jetivo de Dios, una noción aplicable tanto a los asuntos

po líticos como a cualq uier o tra faceta d e la vida cotidia-

na. Santo Tomás opinaba que la

  Política

  de Aristóteles

con stituía un análisis m agistral de este tem a, en una eta-

pa en la que las ob ra s del filósofo griego ha bía n sido rein-

trod uc ida s en la Eu ropa cristiana pro ced entes de fuentes

judías y árabes. Santo Tomás, pues, otorgó a Aristóteles

un peso im po rtante en su concep ción de m odelo cris t ia

no del un iverso .

Pero esta m ezcla no con stituía una am alga m a perfecta,

y su efecto no hizo sino debili tar una doctrina cristiana

clave y un rasgo fun dam en tal del pe ns am ien to polí tico*

secular del m edie vo . Para co m pr en de r la pr im er a de es*

tas con secu enc ias es necesario explicar un o d e los mati-

ces que c o m po ne n la expo sición aristotélica de la ciuda-

danía; y es q ue , a pes ar de la im po rtan cia capital que la

virtud cívica ocupaba en la teoría y práctica de la ciuda*

dan ía clásica, A ristó teles ase gu rab a q ue «es po sible , sien*

do buen c iu da da no , no poseer la vir tud según la cual se es

ho m bre bu en o » (Aristóteles 2005b: 122). Santo Tomás

3

repetiría este a xio m a:

Sucede a veces [...] que alguien que es un buen ciudadano m

posee las cualidades según las cuales se dice que es un

 buet

hombre, de don de

 se

 sigue que

 la

 cualidad según

 la

 cual

 se es

 ui

buen ciudadano y un buen hom bre no es la misma (en Ullmaní

1983:168).

Poniendo

  U

n ejemplo extremo, un joven espartano el

formación q

U

e asesinara a un hilota sería un b ue n ciuda

daño, pero habr ía incumplido e l sexto mandamient t

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p j M E D I E V O Y LA T E MP R A N A E D A D MO D E R N A

87

cr

istian o. Al recon oce r esta distinció n aristotélica, parece

que santo Tomás discrepaba del principio de conexión

a

bsoluta entre bo nd ad y salvación.

El segundo principio atenuado por santo Tomás de

Aquino fue el co nce pto m ediev al de las relaciones soc io-

políticas. Con sus

 Comentarios

  sob re A ristóteles hizo re-

nacer la idea del estado, la cua l, co m o h em os v isto, ha bía

sido sus tituida po r la de la au tor ida d pe rso na l.

 Y,

 de nue-

vo, era po sible conce bir esta idea, no ya con sub di tos pa -

sivos so m etid os a las exigencias de su pr ínc ipe , sino con

ciudadanos que partic ipa n activam ente en los asun tos de

su estado. Esto sup on ía el rena cer d e un co nc ep to clásico

que na da tenía qu e ver con la do ct rin a cristian a.

VI renacer de lo clásico

El florecimiento pleno de la ciudadanía municipal en la

época med ieval pu do dars e gracias a t res con dicion es:

la prim era, que este concep to fuera desp ojado de la com -

plejidad e inhib icione s del cris tian ism o; despu és de tod o,

la condición de ciu da dan ía estaba diseñ ada pa ra q ue los

individuos dirig iera n sus pro pia s vidas. La seg un da fue el

fortalecimiento del dere cho ro m an o, que conce día reco-

nocimiento oficial a este estatus. Finalmente, la l ibera-

ción del co ntr ol eclesiástico y/o del co ntrol sec ular d e u n

noble en ciud ades y pu eblo s, ga ran tizan do así un a liber-

tad cívica real . En este ap ar ta do trata rem os los do s p ri-

meros aspectos a rriba reseñ ado s, m ientra s qu e el tercero

será ab or da do de forma m ás general en la últim a pa rte d e

e

ste capítulo . Sin em ba rgo , d o n d e la confluencia de estas

tres con dicion es se hace m ás q ue evide nte es en el n or te

de I tal ia durante los períodos medieval y renacentista ,

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88

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORU

po r lo que reserva rem os este material pa ra ser tra tad o,

 c

forma se parada, en un segundo apa rtado .

Santo Tomás de A quino era, ante tod o, un teólo go , po

lo que nunca ha podido dudarse del to ta l compromiso

del «D octo r Angélico» (tal y co m o era con oc ido ) con

 1

interpretación aceptada po r la doct rin a cris tiana . Resulta^

por tanto , impensable que pud iera hab er desea do cons -

cientemente que la ciudadanía se separase del contextQ

cristiano, una tarea que sí emprendió Marsilio de Padu»

(nacido pro bab lem ente en 1290, dieciséis años de spu és

de la m ue rte de santo Tom ás de Aqu ino), qu ien, m ás que

ning ún otro, devolvió a la ciuda dan ía su sentido aristo té

lico secular.

Marsilio estudió en la Universidad de Padua, que po

entonces respiraba un om niprese nte interés po r A ristóte-

les.

 Destacó co m o es tudioso y llegó a conv ertirse en rec

tor de la Universidad de París, do nd e santo Tom ás hab ía

des arro llado su labor do cen te y com o escritor. Allí, y qui

zas con la co labo ració n de su ayu dan te Jean d e Jandun^

escribió una sólida obra sobre teoría polít ica, t i tulac

Defensor

 Pacis El

 defensor de

 la

 paz),

  cuyo to n o y -sobr<

to d o - in tención eran ant ipapales . Tres años desp ué s &

su publicación el Papa descargó su ira sobre Marsilio j

Jean, qu iene s fueron vap ulea do s p or ser «los hijos de Be

lial».

 M arsilio ter m in ó por refugiarse en un sa nt ua rio c

la corte del sacro em pe rad or ro m an o; las sem ejanzas co n

santo Tomás no po día n ser m ás llam ativas.

Tal y co m o p o n e de m anifiesto el título d e su conocid<

libro, el objetivo prin cip al de Ma rsilio era de b at ir las re

laciones in ternacionales , aunque también incorpora 1 |

c iudadanía como uno de sus asuntos . No se equivoa

M arsilio al afirm ar qu e sus ideas sobre este te m a es tán esj

traídas direc tam en te de Aristóteles. Ya hem os visto en e

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¡ I I M EDIEV O Y l .A TEMP RANA EDAD MODER NA

89

capítulo primero cómo el filósofo griego afirmaba cate-

góricamente que el estado no necesita mayor justifi-

cación q ue la de su prop ia existencia. P or tant o, M arsilio

rechaza cualquier noción de ciudadanía, en su función

cívica secular, que im pliq ue la tutela de D ios o la necesi-

dad de ren dirle cu enta s.

No obstan te, M arsilio acabó po r desvincularse d e Aris-

tóteles, da da s las acusad as d iferencias e ntr e la

 polis

 griega

v  la m ayoría de los estad os e ur op eo s del siglo xiv. Aun-

que acepta la necesidad de contar con representación,

pues el conjunto de la ciudadanía será siempre demasia-

do nu m ero so p ara un t ipo de par t ic ipac ión di recta , re-

sulta fundamental en este debate su convencimiento y

«dem ostración» lógica de que las leyes de be n p ar tir de la

voluntad de los ciudadanos. Véanse, en el siguiente ex-

l racto,

 algu nas de sus op inion es sobre este pa rticu lar:

La autoridad absolutamente primera de dar o instituir leyes

humanas es sólo de aquel del que únicam ente pueden provenir

las leyes óptimas. Ésa es la totalidad de los ciudadanos o su par-

te

 prevalente, que representa

 a

 la totalidad [...]

 Y

 más en condi-

ción está de advertir un defecto en la ley que se va a proponer y

establecer la gran m uchedum bre que cualquiera de sus partes,

como

 toda totalidad,

  al menos la corpórea, en la mole y en la

fuerza es mayor que cualquiera de sus partes tomada por sepa-

rado [...]

 La

 dada con

 la

 audición

 y el

 consenso

 de

 toda

 la

 multi-

tud [...] fácilmente cualquier ciudadano la guardaría

 y la

 tolera-

ría,

 porque

 es

 como

 si

 cada cual

 se la

 hubiera dado

 a

 sí mismo

 y

por ello no le queda gana de protestar contra ella, sino más bien

la sobrelleva con buen ánimo (Marsilio de Padua 1989: 55-57).

La teoría de Marsilio de que los ciudadanos deberían

implicarse pe rson alm ente en los asun tos púb licos t iene

tintes m od er no s, pues pro po ne u n sistema de representa-

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90

  CIUDADANÍA: UNA BREVE H IS T O I^ B

ción destinad o no ú nicam ente a legislar, ya que -a firm a-l

b a - tam bién los cargos públicos de los ám bitos ejecutiva

y judicial deb erían som eterse a un p roce so electoral. SiJ

pro pu esta, ad em ás, no es sólo una m anifestación de 1*

na turale za de la ciud ad an ía y lo que ésta conlleva, p ue s

adoptar las medidas necesarias para que esta participa-*

ción se prod uzc a con stituye tam bién u n acto de pruden -

cia, en tan to ga rantiza la estabilidad del estado.

M ien tras que M arsilio es la figura m edieval clave en la

secularización y modernización del concepto aristotéli-

co de ciudada nía, un casi con tem porá neo suyo, Bartolo

de Sassoferrato, fue el gr an im pu lsor de l renacer del dere-

cho rom an o com o sostén d e la ciuda dan ía. Para este últi-

m o,

  emine nte jur is ta y profesor de derec ho ro m an o en

la Universidad de Perugia, el estatus de ciudadano en

Rom a, jun to con los princip ios del derech o ro m an o, jus-

tificaban la idea de que era el co nju nto del pu eb lo el qu«

debería ejercer el poder soberano en un estado, pues

aquél sólo puede ser verd ade ram ente l ibre cu an do es so-

be ran o. Com o oc ur ría con M arsilio, algunas de las afir-

m ario ne s de Ba rtolo de Sassoferrato p arecen adelan tarse

al pen sam iento político m ás m od er no , es decir, se aprecia

de m od o notable un a continuidad entre los m un do s anti-5

guo y m od ern o. Ad em ás, como lo hiciera M arsilio, B arto-I

lo abogab a tamb ién p or u n sistema representativo.

Dada su dedicación a la abogacía, no sorprende qujB

Bartolo se haya pr eo cu pa do de definir los requisitos n & l

cesarios para alc anz ar el estatus de ciu da da no . Así, rea-

l izó una prim era d ist inció n entre la ciuda dan ía po r n a-i

cimiento y la concedida legalmente. Sin embargo, y a

diferencia de Aristóteles, sí pensó en las mujeres, peros

sostenía que , al casa rse, un a mujer extranjera de be ría ad -1

quir i r la nacional idad del es tado de su marido ( a u n q u e

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H ME D I E V O Y LA T E MP R A N A E D A D MO D E R N A

91

obviamente, con m uc ho s meno s privilegios en co m para-

ción con los var on es ).

A lo largo de estas l íneas hem os ana lizado brevem ente

las ideas sob re la ciuda da nía de tres estud ioso s m edieva-

les,

 tod os ellos i taliano s: aun qu e sa nto T omás ejerció de

profesor en París, procedía del sur de Italia, en concreto

je Ñ apóles; M arsilio era del no rte, de Pad ua; Bartolo n a-

ció

 en un pe qu eñ o p ue blo de Italia central llam ado Sasso-

terrato. Esta coincidenc ia no es p u ra c asua lidad, y no sólo

por el alto nivel de erudición que se respiraba en Italia;

fue tam bién en esta par te de Europa do nd e el desarrollo

de la ciud ad an ía alcanzó su m áxim a expresió n, aun qu e

no po r ello dejó de existir en otra s ciud ade s y pue blos de

otros países de Euro pa occ iden tal.

La ciudadanía fuera de Italia

La reflexión so bre los fun dam entos clásicos de la ciud ada-

nía no estaba relegada exclusivam ente a la teoría, pues m u-

chas de las ciudades europeas que habían sido fundadas

por los rom an os eran conscientes de sus orígenes. Un his-

toriador británico hacía, a mediados del siglo xix, el si-

guiente co m enta rio: «En las paredes y pu erta s d e la vetusta

Nuremberg el viajero aún puede encontrar grabada el

águila imperial con la inscripción

  Senatus Populusque

Norimbergenis»

  (Bryce 1968: 271) (las palabras latinas

significan «El Senado y el pueblo de N urem berg», a im ita-

ción de las ro m an as S PQR , o Senatus Populusque Roma-

nus).

 Este ejemplo no deja d e ser curios o, pue s N ure m be rg

nunca fue un a ciudad rom ana , pero era tanto u n m od o de

presumir de antiguo linaje com o de que los hab itantes pu -

dieran solicitar la ciud adan ía en los confines d e su ciu dad.

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92

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTOIJ

En el siglo xi la ciud ad an ía ya había c om en za do a flore-

cer en a lgunas peq ueñ as c iudades . Resulta cu r io so q u

e

este proceso se iniciara como un rechazo al control ecle-.

siástico en las ciudades episcopales, una idea que en-

contraría eco en la f igura de Marsi l io. Fueron los mer-

caderes los que exigieron mayor l ibertad, en principio,

por motivos comerciales, lo que explicaría por qué este

m ovim iento nació en las regiones eco nó m icam en te más

de sarr olla da s del no rte de Italia, así como en Pro ven za

Alem ania occid ental y m eridio nal, Flandes y el nor te de

Francia.

En los siglo s xn y xm ya existía una floreciente vida

ur ba na en Europ a que desarrollaba la doble cara cte rísti

ca de la vida cívica ur b an a d e la qu e disfrutaba y qu e, po

entonce s, ya estaba com pletam ente c on solid ada , esto es,

un sentido de comunidad y de libertad. Para referirse a

pr im ero de estos rasgos, la palab ra utilizada er a «co m u

na».

 D ebem os recordar que las ciudades no es ta ba n m u

pob ladas, pues contab an tan sólo con unos po c o s mile

de habitantes (excep tuand o Londres y París) . Por tanto ,

com o oc ur ría en la antig ua Grecia, el co nju nto de la ciui

da da nía pod ía ser fácilmente convocado pa ra co nsu ltas

anu ncia r noticias. Toda ciuda d que se pr ec iar a contaba,

con su pro pio ayun tam iento, en cuya par te su pe r io r s

erigía un campanario ut i l izado para l lamar a reunión

Pero nun ca se hab ría l legado a este t ipo de v i d a co m un i

taria si estas ciudad es no hu bieran adq uirido cie rto g ra

do de libertad o «inm un idad » con respecto d e lo s obispos

locales, ba ro ne s o el pro pio rey. El contexto f eu da l en e

que com enza ron estas luchas sembró el te rr en o p ara unj

cuasi indep end encia y, así, u n invento jurídico oto rga ba a

las ciudad es en las que prosp erab an las ne go ciac ione s laÉ

funciones típicas de los ba ron es: con ello p a s a b a n a dis-

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ME D I E V O Y L A T E MP R A N A E D A D MO D E R N A

93

poner de terr i torios propios y de una jurisdicción que

ejercían po r m ed io de sus tribu na les .

Aunque los derech os arre ba tado s al cacique v ariaba n

increíblemente de país a país y de ciu dad a ciud ad , fueron

fundamentalmente

  tres:

 la posibilidad de gravar im pu es-

tos,

 una adm inistración propia formada p or m agistrado s

v funcionarios elegidos po r el pu eb lo y auto disc iplina , es

decir, la cap acid ad de gar an tiza r el ord en pú blico a través

de sus pro pios tr ib un ales . A esto he m os de añ ad ir otras

tres carac terísticas: la p rim er a es que el con cep to d e ciu-

dadanía p lena, es decir, el de rec ho a pa rtic ipa r e n la elec-

ción de cargos públicos municipales y a presentarse

como candidato, era radicalmente dist into; el segundo,

que la ad m in ist ra ció n civil de las ciud ade s y su g estión

económica m ed iante grem ios se entrelazaban frecuente-

mente, con secu enc ia lógica de la iniciativa me rca ntil qu e

pretendía ga rantiza r, ante to d o , la l ibe rtad cívica en las

ciudades. El tercer asun to qu e deb em os de staca r es qu e,

paralelam ente al crec im iento y con solid ació n d e la liber-

tad urb an a y de un a adm inistr ació n prop ia, se des arrolló

un sentido d e iden tidad y orgu llo cívicos, u n o d e los in-

gredientes inh ere nte s a la ciu da da nía .

Ya hem os señ alado la diversidad de experiencias en las

distintas ciud ade s a m ed id a q ue conse guían el estatu s de

ciudadano pa ra sus habitan tes. Pero el ejemplo m ás claro

de m od erac ión en la bú sq ue da de la ciud ada nía es el de

Inglaterra, incluso en com pa ració n con una nac ión -esta-

do similar com o p ud iera ser Francia. A quí las ciud ade s se

autoproc lamaron comunas au tónomas con medios de

defensa p rop ios, logra do s éstos med iante el reclutam ien-

to de sus pr op ios ejércitos p riv ad os . Es m ás, inclus o en

una fecha tan tardía como finales del siglo xvn, algunas

Poblaciones francesas aún contaban con un sistema de

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CIUDADANÍA: UNA BREVE H B T I J

gobierno similar al de la ant igua polis  griega, amén de

un a Asam blea General -elegida de m oc rática m en te en al*

gu no s cas os - en la que po día n p articip ar to do s los ciuda-

danos varones adultos, y a la que pondría fin Luis XI\£

N ing un a ciud ad o po blac ión inglesa llegó a disfrutar de

estos privi legios de autonomía, aunque en algún mo-

m en to L ond res dejó ver sus am bicio nes al respecto. Y es

que en Ing laterra el auténtico estatu s de ciud ada nía sólo

se consegu ía en ciudad es o pob lacion es que obtuv ieran

un fuero, que, otorgado por el rey o por un noble local,

recogía sus derechos y su grado de independencia. Li

concesión de fueros fue práctica habitual a finales del si-

glo xn y prin cip ios del XIH. Ricardo I y Juan sin Tier ra, por

ejemplo, se mostraron especialmente generosos en este

sent ido (quizás desesperados por conseguir d inero en

efectivo, pu es era así com o se efectuab a el pa go necesario

pa ra a dq ui rir u n o de estos fueros ). D e ellos se beneficia-

ba n tanto la ciudad, a m od o de com un idad , com o algunos

hab itantes a t í tulo perso nal. Los individ uo s qu e disfrutan

ba n de lo qu e po día m os l lamar de recho s y obligaciones

de ciuda da no se conocían com o «ciudadano s», si vivían

en una ciudad, o «burgueses», si residían en un munici-

pio o «burgo » (té rm in o co n el qu e se con ocía a u n a po-j

blación con fuero).

P od ría m os de cir qu e los fueros er an c om o la constitu-i

ción del m un icipio , y qu e va riab an según los derechos;

con ced idos y las disposicion es incluida s en ellos. Un eje nn

pío partic ula rm en te claro de fuero fue el de la ciud ad de

Lincoln, en Ing laterra . Los breves ex trac tos qu e se citan a

con tinuación const ituyen una m ue stra del t ipo de m edi-

das incluidas en estos doc um en tos:

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fj .  ME D I E V O V L A T E MP R A N A E D A D MO D E R N A

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Que el pueblo llano escogerá, a través de su pro pio ayunta-

miento, un alcalde de su propia elección todos los años [...] Se

eS

tipula, adem ás, que este pueblo llano, asesorado por el alcal-

de,

 elegirá a doce hom bres , discretos y apropiados , para que

actúen de jueces de esa ciudad [...] y no habrá pesador público a

n

o ser que éste resulte elegido por el consejo de comunes [...]

Y [...] cuatro hombres considerados de confianza serán selec-

cionados de entre los ciudadanos [...] para llevar el control de

gastos, impuestos y atrasos que atañan a la ciudad, y dispon-

drán de un cofre y cuatro llaves [...]

  Se

 establece tam bién que,

para tranquilidad de nuestro Señor

 Rey,

 se elija

 a

 dos hombres

de cada parroquia [...] para que en ella hagan registros una vez

al mes [...] Además, ningún comerciante extranjero podrá per-

manecer en la ciudad más de cuarenta días para vender su mer-

cancía [...]  Y ningún tejedor o tintorero podrá teñir la lana o

los

 tejidos de un extranjero (en Bagley 1965:76-77).

Se aprecia , pu es , cóm o la ad m inis t ra ción gen eral , la

justicia, la policía y el co ntro l econ óm ico recaían de nt ro

del ám bito de la ciud ad an ía. Por lo que res pec ta a la eco-

nomía, los ciudadanos no consideraban el comercio l i -

bre tal y co m o se de sp ren de del anterio r ex trac to, p ues

había disposiciones m uy rígidas que protegían los inte-

reses de la ciudad contra los «extranjeros», o, si se pre-

fiere,

 cua lquier perso na pro ced en te de otra ciudad . Este

férreo co ntro l sobre la ec on om ía era función de los gre-

mios,

  f ra ternidades que se encargaban, cada una de

ellas, de un oficio o ind us tria . Los hab itantes rico s y m ás

capacitados (aquellos que tenían m ás pro ba bil ida des de

ejercer el l iderazgo de la ciudad) solían ser los miem-

bros m ás veteran os de los grem ios. Por tanto , este dob le

papel del ind ivid uo co nfu nd ía las do s esferas d e la vida

m unicipa l, y, de hec ho , las n o rm as facili taban este sola-

pam iento; po r e jemplo, en a lgunas c iudade s y pue blos

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CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTOM

ser apren diz o m iem bro de un grem io con st i tuía el prin-

cipal criterio p ar a disfrutar de de rec ho s cívicos plenos.

Por tan to , los gre m ios , aun sin ser in sti tu ci on es cívicas

y con tar con un a naturaleza exclusivam ente económica,

l legaron a ejercer mucho poder en los asuntos munici-

pales.

A un así, el área de respo nsab ilidad cívica estaba p e

fectamente del imitada: en primer lugar, por el ayunt

m iento , presid ido p or el alcalde y en ca rg ad o de elabor

las leyes mun icipales, au nqu e quien re alm en te ejerciera

po de r y la autoridad polít ica fuera el tri b u na l del munic

pió.

 Este tri b u na l se enca rgaba de la rec au da ció n de i:

puestos y administraba la justicia y el sistema polici

ade m ás de oc up arse de la elección de los cargos m unic

pales.

 En seg un do lugar, po r la ciu da da nía plena, es de<

el sufragio y la libe rtad del m un icip io p a ra otorg ar al i:

div idu o to da u n a serie de derech os y obligacione s, tal

co m o la capa cidad de elegir a los diversos cargos pú blio

p o r debajo d e la alcaldía, o p o de r op tar a

 ellos;

 ser m iem

bros del jura do ; m anten er el orde n pú blico m ediante un

vigilancia cons tante, reprim ien do los altercados, y garan

tizar el b u en func iona m iento de la ciud ad en lo relativo

carre teras, puente s y murallas.

La ciudadanía municipal conllevaba, claro está, un

responsabilidad, incluso dentro del l imitado modelo in

glés.

 Pero la libe rtad que d ichas respo nsabilidad es garan-

tizab an hacía qu e esta ciud ada nía m ereciera la pena , al

qu e los italianos bie n sabían y apre ciab an.

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p l M E D I

E V O

  Y LA T E MP R A N A E D A D MO D E R N A

97

Las

 ciudades-estado italianas

Qiracterísticas de la ciudadanía

Con el t iem po , mu chas ciudades italianas acabaron em an-

cipándose tanto del caciquismo del sacro emperador

romano co m o del ejercido p or sus seño res locales, ya fue-

ran laicos o eclesiásticos. Se co nv irti ero n, p ue s, en « co-

munas» con autorida d p olítica y judicial prop ia, m ien tras

que el p o d e r ejecutivo recaía en la figura del «cónsu l», u n

título qu e se rem on taba a la ép oc a ro m an a. En líneas ge-

nerales, este proces o estab a ya concluid o a me dia do s del

siglo xn . Sin em ba rgo , resu lta m uy difícil gen eraliza r so -

bre la ciud ad an ía en estas ciud ad es- esta do , pue s los testi-

monios de los que dis po ne m os s on irregulares. A dem ás,

ada ciuda d tenía sus prop ias disposiciones, y las con di-

ciones constitucion ales y legales fueron ca m bia nd o a lo

largo de los año s, incluso de nt ro de u n a m ism a ciud ad .

Pod em os, sin em barg o, afirmar que en los prim ero s si-

glos,

 hasta ap roxim adam ente el año 1100, m ucha s ciuda-

des-estado daban la aparienc ia de disfrutar de una d em o-

cracia directa que en nada difería de la vivida p or Atenas en

tiempos de Pericles. Se dec idió q ue se fund ara un a asam -

blea,

 elparlamentum,

  también denom inada

 arengo,

 curio-

samente un a palabra alem ana relacionad a con «arena» o

«ruedo». Este

parlamentum,

 al qu e se le asignaron algu no s

poderes, estaba co nstitu ido p o r diversas secciones; las di-

ferencias en su composición dependían de las costumbres

de las

 ciudades

 o

 de cam bios políticos y dem ográficos.

De ser asambleas sob era na s, las funciones que des em -

peñaban es tas reuniones com enz aro n a dism inuir pa ra

pasar básica m ente a auto rizar leyes y no m br am ien to s y,

finalmente, verse relegadas a da r el visto bu en o a la labo r

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y,s

C I U D A D A N Í A : U N A B R E V h H I S T I

de los ayun tam ientos m ás peq ueñ os, que pasaron a asq

m ir los po de res qu e aquéllas ha bían tenido hasta la fech

Ad em ás, a m edid a qu e las ciudades -s ob re to do las m

g ra n d es - crecían, resultaba poc o práctico convocar a t

do s los ciu da da no s. No ob stan te, el deseo por particip

era tal qu e en m uc ha s ciud ade s del siglo xm los consej

se ampliaron, como es el caso de Bolonia, ciudad qm

con taba con alre ded or de cincuen ta mil hab itantes y don*

de el ay un tam ien to l legó a estar con st i tuido po r cuat

mi l m iembros . Y, así, se iniciaba de nuevo todo el proc

so,

 de m an era que se sup erp on ían varias capas de instit

ciones de part icipación y representación. Venecia, p

ejemplo, contaba con un peq ueñ o ayun tamiento, una c

misión de cuarenta

  (Quaranta),

  un senado y un conse

formado por mil miembros

  (Consiglio Maggiore).

  Est

proceso hizo que el arengo  desapareciera en toda Italia

Pero a la ho ra de describir esta es tru ctu ra institucio d

hemos pasado por al to la cuest ión de quiénes eran l i

ciu da da no s. El pu nt o de pa rtid a par a conseguir una res-

pu esta se en cu en tra en la clarísima d istinció n q ue exisl

entre los en tor no s ru ral y ur ba no . Tal y com o com ent

m os en el ap ar ta d o anterior, la «ciudad» de las ciuda de

estado m edieva les co nstituía el núc leo del estad o, estaba

rodea da d e tierra d e cultivo,

 y,

 con frecuencia, de m uch o

pueb los pe qu eñ os . A esta zona rural se la conocía com

el

 contadino

  (el ca m po ). A los habitantes del

 contadino

  s

les co ns ide rab a pu eb ler in os , y sólo los residentes en las

ciudade s recibían la distinción de

 civilitá,

  conducta civi

o civilizada, un término que se convertiría en sinónin

de

 cittadini

  (c iudadanos) .

Las distintas ciudades-estado se diferenciaban, nato

raím ente, según los requisitos que cada una d em an da r

para con ceder la ciud ada nía, así com o por la d ist inck

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E D I E V O Y L A T E MP R A N A E D A D MO D E R N A

99

(o no) que h acía n entre los de rech os y obligaciones de la

ciudadanía básica y las exigencias estipu ladas p ar a ocu -

par un cargo púb lico. Con to do , existía un a con dición in-

dispensable, qu e no era otra s ino pose er una pro pied ad

e n

  la ciud ad. Así, un hab itante proc ede nte del  contadino,

o, incluso, un extran jero, po dí a p asa r a eng ro sar las filas

de ciudadanos simplemente mediante la adquisición de

una casa en la ciud ad y pa ga nd o, claro está, el im pu esto

pertinente . El ún ico requisito que se le exigía a este c iud a-

dano era que residiese en la vivienda durante parte del

año, aunq ue, en ocasiones, un a estancia prolong ada en la

ciudad era cond ición sine qu a no n pa ra recibir definiti-

vamente el estatus de ciu da da no .

Cuando un hombre se conver t ía en c iudadano debía

realizar un jur am en to po r el que pro m etía acatar las le-

ves,

 acud ir a las reun ione s, pag ar sus imp ues tos y realizar

el servicio militar. Los ciu da da no s, p o r sup ue sto, elegían

entre ellos a los miembros de las asambleas y consejos

que regían el esta do , para lo cual utilizaban sistem as elec-

torales directos e indirectos, además de la elección por

sorteo.

Este sistem a no s rec ue rda , en pa rt e, a las polis  griegas

de la eta pa clásica, incluso a la co m pa cta cerc anía de las

comunas italianas. Aristóteles se hab ría m os tra do enca n-

tado de poder leer el siguiente informe de la ciudad de

Pavía, que data d e

 c.

 1330:

Se conoc en un os a otro s tan bien, que si cualqu iera pre gu nta

una dirección se la dicen en seguida, au nq ue la pers on a po r la

i]ue pregunta viva en una parte distante de la ciudad; esto se

debe a qu e tod os se reú ne n do s veces al día, bien en el pa tio d el

m unic ipio o en la plaza de la ca tedra l (W aley 1969: 52).

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CIUDADANÍA: UNA BRF.VK HISTOI

Y, claro está, tal y com o o cu rría en las ciud ade s-estad o

griegas, el servicio conjunto prestado po r los ciu da da no *

a través de las diversas institucion es de la ciudad perm itía

qu e éstos se con ocie ran entre sí. Ya he m os h ab lad o

  di

gran tamaño de asambleas y consejos, pero además la

ciudades reque rían num eros os puestos públicos, aun que

a decir verd ad, pa ra ocu parlo s no siempre era indispensa

ble dis po ne r de la con dición d e ciudad ano . Por ejemplo

un d o cu m en to de Siena de 1257 revela que la ciudad con?

taba con 860 puestos civiles, entre los cuales noventa •

ocupaban del gravamen de impuestos. Este compromiso

tan pr op or cio na do en los asun tos cívicos fue po sible gra*

cias a la im plan tació n del trabajo a m edia jorn ad a. A de-

más,

 otra d im en sió n de la cercanía de la vida com un al era

la derivada d e la pertenen cia a her m and ad es o grem io;

N atu ralm en te, la fuerza integrad ora de la vida co m un i

taria era, con frecuencia, producto de un hondo sentid

patr iót ico. Las complicadas relaciones entre ciudadd

estado ocasionaron más de un confl icto armado que,]

su vez, fortalecía los sentimientos de patriotismo. Par

con serv ar y reforzar este sentim iento, las ciudad es solía

construir u n carro de gue rra

  (carrocero),

 que, aun que u ti-

lizado en u n princ ipio p ara dirigir a los soldados a la bata -

lla, pa só p ro nt o a encabe zar las procesiones cívicas o

 cea

rem on ias en un gra n a larde de orgullo cívico. El

 carroccio

florentino, por ejemplo, era especialmente conocido

 pdB

su esplendo r. En este estad o, el símbolo de la co m un a

  e f l

la flor de lis roja, m ien tras qu e el del pue blo era u na

  c r i a

del mismo color. Consecuentemente, el carroccio,

 t ira dí

po r un p ar de bue no s bueyes, era engalanado con c o rt f l

najes rojos que m os trab an estos emblemas y, además,

 er í

escoltado po r un a élite de guardaespaldas com puesta

  dfl

152 so lda do s de infantería y 48 de caballería.

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EL MEDIEVO Y LA TEMPRANA EDAD MOD ERNA

101

¡¡orencia

Florencia es, sin du d a, el ejem plo m ás inte resa nte e ins-

truct ivo para el estudio de la ciudadanía en las ciuda-

des-estado italiana s. Fu nd ad a en el añ o 59 a.C. co m o una

colonia ro m an a a orillas del río A rn o, al pie de los Apeni-

nos,

 se con virtió en la Edad M edia en una p ró sp era ciu-

dad com ercial. Sin em ba rgo , Florencia es la ciud ad ita-

liana que, a lo largo de los siglos, más veces consiguió

indep endizarse de los sucesivos señ ore s cac iques. En al-

gún mo m en to del siglo xn se creó un g ob ierno claram en-

te ind epe nd iente , al que siguió u n com ité ejecutivo for-

mado po r doc e cónsules, qu e se erigieron en portavo ces

del conjunto de la ciud ada nía y qu e, al m en os en teoría,

ostentaban la m áx im a au torid ad política, la cual ejercían

i través de un a asam blea  (parlamentum).

D uran te cu atro siglos ap rox im ad am en te Florencia fue,

en efecto, una república oligárqu ica d irigida po r un a cla-

se superior, pero con ciertos t intes dem oc rático s q ue en

ocasiones saltaban a un primer plano, aunque de forma

periódica y tím ida . La historia política de la Italia m edie -

val y rena cen tista es m uy colorid a, cual caleidosc opio re-

pleto de cam bios -c o n frecuencia vio len tos - p rovoc ados

por las invasiones extranjeras, las gu err as en tre ciuda des,

los conflictos in te rn os en tre clases y facciones de la m is-

ma ciudad o po r la subida al po de r de tira no s.

Florencia co ntó con su pro pia ració n de tod as estas vi-

cisitudes, en alg un os aspec tos incluso m ás que o tra s ciu-

dades italianas, per o consiguió p rese rva r su libe rtad con

mayor éxito qu e m uch as de ellas. A lred ed or del 1300 ya

se m ostra ba orgu llosa de este logro , algo que se hace visi-

ble en la inscripción de la palabra

  Libertas

  en la facha-

da del palacio com unal. En los prim ero s año s de la década

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102

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTOM

de 1520 Francesco G uicciard ini escribía  Diálogo del

 regU

miento de

 Florencia, do nd e plasm aba su orgullo an te I04

excelentes logros alcan zad os p o r la ciu dad :

A pesar de la intolerancia de t iranos y gobiernos que es '

ciud ad ha sufrido en el pa sa do , los an tigu os cim ientos d e nui

t ras l ibertades no han resul tado erosionados; al contrar io,

han conservado como s i l a c iudad s i empre hub iese s i ^

l ib re .

  En esto consiste la igua ldad del ci ud ad an o, qu e es, ii

discutiblem ente, el terren o idó neo para qu e germ ine la l ibertt

(Guicciardini 1994:96).

La afirma ción que hace G uicciard ini sob re la igualdi

de los florentinos deb e, sin em ba rg o, to m ar se con ciei

cautela. En pri m er lugar, en n in gú n caso os ten tab a to<

la po blac ión la categoría ciud ad ana ; en seg un do lugar, lo»

derech os polí ticos de los ciud ad an os , com o luego ven

m o s ,  fluctuaron a lo largo de los siglo s, y n o era ex trañ

que un reducido estrato sup erior de ciu da da no s fuer

-a da pt an do palabras de George Orw ell- much o m ás igui

les que otro s. En cuanto a la prim er a objeción, el prop:

Guicciardini declaraba que «una república oprime a

dos sus subditos y sólo concede pa rte del po de r a sus ci

dad ano s» (Guicciardini 1994: 173). En Florencia ú n ic

m ente los m iem bros de los grem ios eran ciu dad an os, pe

lo qu e este privileg io excluía a la gente del cam po y a le

plebeyos q ue vivían en las u rb es .

Los grem ios son, pues, elementos clave pa ra com pre r

der la ciudadanía florentina, en particular su naturale:

elitista. Las cifras son m uy elo cue ntes : se calcula qu e

 í

red ed or del año 1500 la po bla ció n de la ciudad -estac

era de cien mil habitantes, de los cuales cinco mil peí

tenecían a grem ios. En

 c.

 1200 existían ya dos categoríl

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ME D I E V O Y LA T E MP R A N A E D A D MO D E R N A

¡03

j

 

gremios: los mayores , const i tu idos por los comer-

ciantes de las clases su pe rio r y m ed ia, y los m en o re s, in -

tegrados por artesanos y comerciantes. En el s iglo xm

exist ían siete gremios mayores y cinco menores, pero,

u

n siglo más tard e, y co m o consec uencia de ciertos ca m -

bios drást icos, el n úm er o de grem ios m eno res ascendió

a

 catorce.

El artífice d e este au m en to del nú m er o de grem ios m e-

nores fue G iano della Bella, quien tam bié n e staría de trá s

de las O rd en an za s de Justicia de

 1293.

 Un apa rtad o de es-

tos edictos con solidab a el con trol de los gre m ios sob re el

gobierno de Florencia, prov isión qu e, de he ch o, pe rvivió

hasta 1530. En términos de ciudadanía, debemos des-

tacar dos aspectos importantes relacionados con los

gremios: el pr im er o es que los grem ios m ayores, excep-

t a n d o algun os perío do s breves, disfrutaban de m ás pri-

vi legios y ejercían mayor poder en los nombramientos

gubernam entales que los men ores; el seg und o es qu e los

miembros de los grem ios m eno res estaban tan celosos de

su estatus de ciud ad an o que ay uda ron a im pe dir q ue el

elevado nú m er o de trabajad ores de la floreciente ind us -

tria del alg od ón op tar a a la c iud ad an ía.

En realidad, na da en la ciu da da nía florentina resultaba

sencillo, como lo demuestran los dos siguientes ejem-

plos. Uno de ellos alude a los sistem as electorales, qu e se

convirtieron en sin ón im o de complejidad. Los dirigentes

del gobierno eran l lamados priores, la mayoría de los

cuales era n elegidos po r los grem ios m ayo res (lo cual re-

sulta mu y significativo). Éstos deb atie ron, en el añ o 1292,

nada menos que veint icuatro métodos di ferentes para

su elección. Para i lustrar el seg un do ejem plo de be m os

avanzar dos siglos, hasta las reform as con stitucion ales de

1

494, dirigidas po r el con ocido fraile do m inico Girolam o

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CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTC^H

Savónarola. Una de las institucio ne s en tonces c reada s fu¿

el Gran Consejo, compuesto por todos los ciudadanos

que reunían los requisi tos  (benefiziati):  tener al menos

29 años de edad y contar con un padre, abuelo o bisa-

buelo que hubiera sido seleccionado para un alto cargo

público, o bien lo hu biera oc up ad o.

A pa rt ir d e 1293, el m ag istrad o m ás veteran o se

  c o j

virt ió en el A ban dera do

  (Gonfalonier)

  de la Justicia, que

se enca rgaba de registrar nu evos ciu da da no s. Tanto los

extranjeros como los que normalmente residían en el

contadino

  eran bienvenidos en las fi las de ciudadanos,

siempre y cu an do estuvieran dispu estos a contribuir eco»

nómicamente para reducir la deuda de la ciudad. Del

mismo modo, cualquier ciudadano podía ser despojado

de su estatus si se negaba a ayudar a su ciudad en perío-

do s de crisis.

C on el fin de prev enir estos pro blem as se aco m etió un

gran esfuerzo para inculcar un sentido de pertenencia,

lealtad y pa trio tism o cívicos, un e m pe ño de tal mag nitud

que resultaba prác ticam en te im posible que sus efectos no

absorbieran a los ciud ada nos.

 Ya

 hem os aludido al poten

¿

te símb olo del

 carroccio;

 y es que ceremoniales, pom pas y

educa ción jug ab an , tod os ellos, su papel para man tenef

este sen tim ien to cívico.

La Iglesia desem pe ñó un a función im po rtan te en todo

este proce so. Por ejemplo, cua nd o en el siglo xm F lo re a

cia pres um ía de ser la «prim era» de las ciudades «latinas»

(de ah í qu e se creyera su pe rior a Ro m a o a París), fue un

abad el p rim er o en co locar la pied ra a ng ula r del edificio

que simb oliza este mensaje. Ad em ás, y con gran r e g u H

ridad, las fiestas de santos eran motivo de espléndida*

ceremonias. También la Iglesia creaba escuelas, y, con el

renace r de los estu dio s aristotélicos , los do m inic os fio*

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ME D I E V O Y L A T E MP R A N A E D A D MO D E R N A

i 05

j-entinos

 enseñ aban a sus alum nos la convicción m ostra -

da p

o r e s t e

  filósofo so bre la natu ra lid ad de la vida política

y la excelencia de la b ús qu ed a de ese estilo de vida en un a

ciudad.

Sin em ba rgo , en el siglo xv las instituc ion es y trad icio -

nes republicanas parecían estar amenazadas. Los ciuda-

danos de Florencia, com o ha bían hec ho ya antes los pr o-

fesores dominicos, buscaron entonces en los clásicos

estímulo y lecciones, si bie n, d ad a su natu ralez a laica, re-

curriero n a la histo ria d e Esp art a, A tenas y la Rep ública

rom ana. Para ello facilitaron m od elo s de ciud ad an ía, y el

estudio de sus exp erien cias prov oc ó la ap arició n de algu-

nas ob ras cum bre de litera tura política.

Bruni

 y Maquiavelo

La fama de Florencia no radica sólo en ser, su pu esta m en -

te,

 el m ayor exp one nte de la ciud ad anía en una ciuda d-

estado desde la antigua Grecia, sino también en haber

visto nacer a dos de los m ás gra nd es escritores re nac en-

tistas que trataron este tema: Leonardo Bruni y Nicolás

Maquiavelo, quie nes reflejaron en sus ob ras un pro fun do

conocimiento de ese m un d o ant iguo que den om inam os

Renacimiento, po r el qu e m os tra ro n u n inm en so interés.

La influencia de Grecia es m ás qu e evid en te en los esc ri-

tos de Bru ni; la de R om a, en los de M aquiavelo . A m bo s

dejaron m ue stra d e su org ullo re spec to de los logro s al-

canzados p o r la ciudad p ar a llegar a un a forma de go bier-

no ciud ad an a y libre.

El esti lo de pens am ien to po lítico de Maquiavelo y Bru-

ni recibe el no m br e de «h u m an ism o cívico», esto es, la

convicción de que la partic ipa ció n ciud ad an a es de vital

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CIUDADANÍA: UNA BREVE H I S T O ^

importancia, como también lo es la convicción en un

m od elo de v ir tu d política extraído , a m od o de lección, de

los escri tores de la Antigüedad clásica. A este modelo

de pen sam iento tam bié n se alude , tal y como ya explica-

m os en la In tro du cc ión , com o «cívico republicano».

Aunque la fama e influencia de Maquiavelo fueron

sup erio res a las de B run i, es a este últim o (1369-1444) a

quien deb em os el m od o de pen sam iento polí tico t ípica-

m en te rena cen tista. Adem ás, no s enseñ ó que la ciudada-

nía no era únicamente un tema de estudio académico,

sino que requería un modelo activo de vida cívica, una

part icipa ción m ed ian te la cual se po día n o btener m ejo-

ras de corte po lít ico.

Buena pa rte d e la ob ra de Bru ni dedicada a la ciudada-

nía pre ten día ca n ta r las alaba nza s de Florencia; o, lo que

es lo m ism o, a la h o ra de ensa lzar las excelencias de Flo-

rencia, t rata ba , inev itablem ente , el tem a de la ciuda da-

nía. Su obra m ás con ocid a es Oración fúnebre,  escrita a la

m ue rte en bata lla de un prom ine nt e ciudadan o florenti-

no , Na nn i Strozzi, en

  1428.

 En la com posición de este dis-

cu rso , B runi se in sp iró exp lícitam ente en el m ensaje de la

Oración fúnebre  de Pericles, com pu esta mil ochoc ientos

añ os antes. C o m o Pericles, B run i dedica a Florencia elo-

giosas alaban zas, y señala su const i tución com o un a de

las cualida des m á s de stacables de la ciudad . Al m enc io-

nar este punto, Bruni también nos ilustra sobre el ideal

renace ntista de ciu da da nía . He aqu í un pasaje mu y repre-

sentativo extr aíd o de su Oración:

La única constitución legítima que queda es la popular, en •

cual la libertad es real, en la cual la igualdad legal es la misma

para todos los ciudadanos

 y en

 la cual la búsqueda de la virtu<|

puede

 florecer

 sin provocar desconfianza. Y cuando a un pue-

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1

  ME D I E V O Y LA T E MP R A N A E D A D MO D E R N A

107

[ 1o

 libre se le ofrece la posibilidad de conseguir cargos, es ma-

ravilloso ver cómo esto estimula el talento de los ciudadanos.

Cuando vislumbran la esperanza de conseguir un cargo, los

hombres se animan e intentan elevarse. Cuando esto les está

vedado, se hunden en la ociosidad (Clarke 1996: 79).

Llama la aten ción en este ex tracto la pa lab ra «v irtud ».

En el dis cu rso po lít ico ren ace ntista , el significado de la

palabra italian a  virtü  es p ró xi m o al de la pa labr a griega

arete.

 Fue, sobre tod o, M aquiavelo quien hizo hinc apié

en la im po rtan cia de esta cualidad . Da do qu e el no m br e

de M aquiavelo se ha aso ciado co nsta nte m en te a la pr o -

pugnación de un a condu cta polít ica am oral -s i no com -

pletamente inm or al - , pod r ía m os l legar a pensa r que se

comportaba de modo hipócr i ta a l fomentar la vi r tud,

pues los adjetivos «maquiavélico» y «virtuoso» son difí-

cilmente sinón im os . No obs tante , de be m os aqu í rescatar

su bue n no m br e, m anc illado po r la imag en de personaje

siniestro que deriva de algunas de sus ideas «malinten-

cionadas», co m o p ud ie ra ser la de qu e el fin justifica los

medios, plasm ada , com o se sabe, en

 El príncipe.

  Pero es-

tas op inion es no era n m ás qu e sus reflexiones sob re la si-

tuación po lítica d e la Italia renac en tista, o sus reaccione s

a ella. Por lo genera l, la cor ru p ci ón y la violencia ca m pa -

ban a sus anc ha s, un os m ales qu e M aquiavelo sufrió pe r-

sonalm ente. D ur an te esta épo ca (Maquiavelo vivió entre

1469 y 1527) hasta el n om b re d e Florencia estab a m an -

chado, y su con stitución, ta n alabada p or B run i, am en a-

zada, com o ya he m os v isto.

Maquiavelo dedicó muchos años a la vida pública,

pero acabó siendo encarcelado y to rtu rad o tras un cam-

bio de régim en en su ciu da d. U na vez libre, se exilió al re-

tiro de su granja tosc ana , do n d e se de dicó a la es critu ra.

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108

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTOM

Aquí compuso una historia de Florencia (como ya antes

había hec ho B runi) y un libro ti tulad o

  Discursos sobre

 l<¡

primera década de Tito Livio,

 ob ra q ue resalta las grande»

cua lidade s de la an tigu a Ro m a y en la que el autor trata él

tem a de la c iuda dan ía.

El co nc ep to clave pa ra M aquiavelo era, com o ya hemo»

ind icad o, el de la

 virtü.

  Este concepto aglutina una gran

variedad de cualidades, como la lealtad y el valor, así

como la voluntad y capacidad para actuar en pro de la

ciu da d, t an to en la esfera civil co m o en la m ilitar, si bien

M aquiavelo, en p ar te p or la convulsa etapa que le tocó vi-

vir, se co nc en tró en las obligac iones m ilitares del ciuda-

da no . Es m uy proba ble q ue se viera influido por los prin-

cipios mil i tares de la ciudadanía espartana; de hecho,

M aquiavelo expresa su ad m iració n po r la estabilidad po -

lítica qu e Esp ar ta llegó a alcanzar.

A hora b ien, ¿cómo inculcar en la ciuda dan ía estas vir-

tud es y un p rofu nd o sentido de la responsabil idad? M a-

quiavelo no era el tipo de pe rso na q ue albergab a ideas ro-

m ánticas sobre la bo nd ad natu ral del género hu m an o; al

co ntr ari o, creía qu e para alcan zar los objetivos previsto»

eran fu nd am en tales la disciplina m ilitar y los principio»

de una religión diseña da cívicam ente. Tener com o obje-

tivo un a ciud ada nía virtu osa era esencial para la más im-

po rta nt e d e las razon es polí t icas. A dem ás, es imposible

con seg uir un a repúb lica (es decir, un e stado ba sad o en la

libertad ) sin una pa rticipació n activa de los ciu da da no s,

y la ciudadanía no puede darse sin una forma de gobierí

no republicana, o, dicho de otra forma, ambos aspecto»

iban un ido s de forma indisoluble.

Pero vea m os qu é t iene que decir M aquiavelo sobre l f l

cuest iones de discipl ina y rel igión. De forma directa,

de clara ba q ue «el fu nd am en to de los estad os es un buelB

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I i MED IEVO Y LA TEMPRANA ED AD MO DER NA

109

ejército, y qu e do nd e no lo hay n o pu ed en existir b ue na s

leyes ni ninguna otra cosa buena» (Maquiavelo

  2003:

4O8).

 Resul taba fun da m en tal un a ed uca ción re ligiosa

adecuada, pero tenía que ser la apropiada, tal y como

hacían los ro m an os , pu es a su par ece r el cris tian ism o no

seguía el ca m ino ind icad o. La rel igión de los ro m an os ,

en cambio, identificaba «el mayor bien [...] en la gran-

deza de án im o, en la fortaleza co rp or al y en tod as las co-

sas adecuadas para hacer fuertes a los hombres» (Ma-

quiavelo

 2003:

  198-199). A pro pó si to d e es to , tam bién

en nu estro s días se han alzado alg un as voces, p o r ejem-

plo en G ran B retaña , la m en ta nd o la relación en tre el de -

clive de la m or alid ad y del sen tido de esp íritu co m un ita-

rio,

  por un lado, y la inexistencia del servicio mil i tar

para los jóven es y la desin tegr ació n de la prá ct ic a rel i-

giosa, po r otro. Este co m en tario no p reten de em it ir jui-

cios,

  sino simplemente hacer notar este interesante pa-

ralelismo.

No cabe du da de que la visión de M aquiavelo sob re la

c iudadanía es tá condicionada por los t iempos que le

tocó vivir. C on to d o , su validez no se lim ita a la F lor en -

cia ren ace ntista . C u an do , en la époc a de la I lustración,

se prod ujo un renova do interés po r el m u n d o clásico, sus

ideas ad qu iriero n nueva relevancia. M ientras tan to, los

pensadores polí t icos tratab an de relacionar el con cepto

de ciud ada nía, b asa do en la iguald ad y libe rtad polít ica,

con una realidad existente en los siglos xvi, xvn y xvm

que represen taba todo lo con trar io : la de la m on arq uía

absoluta, fun da m en tad a en el ejercicio del pod er.

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¡¡O  CIUDADANÍA: UNA BREVE HIS TO ^

El pe r ío do de las m on arq uía s absolu tas

Problemas de transición

A prin cip ios del siglo xvi - a ñ o s en los qu e se pro du jo

fallecimiento de Ma qu iave lo- lo qu e con oce m os ge nera

mente como «naciones-estado», aunque apenas conser-

vab an alg un a hom og en eida d desd e el pu nt o de vista li;

güíst ico y étnico, se estaban h acien do habituales de nt

del panorama pol í t ico europeo. Las grandes potencia

polí ticas del m om en to eran Inglaterra, Francia, E sp añ

Suecia y Polonia, y co m o tal esta ban co nsid erad as en

pro pio t err itor io, o pr on to sería así . E ran , ad em ás, est;

dos sobe rano s que no tenían que rend ir cuentas a n ad i

La autoridad recaía en la figura del monarca, es decir,

un rey o reina sob era no s. Ad em ás, la interpre tación ex-

trema de este concepto de soberanía monárquica era la

m on arq uía absoluta , la cual no cedía ni el m ás m ín im o

po de r a cualqu ier otra in st i tución o gr up o. El estado ya

no era un conjunto de c iuda dan os y m agis t rados , com o

oc ur ría en la ant ig ua G recia o en la Roma repu blican a;

el es ta do era el rey. Así de claro lo dejaba Luis XIV, con -

tra ria nd o las am biciones polít icas de los

  parlementaires

L'état, c'est moi.

  ¿Acaso, pue s, eran c iudad anía y m on ar-

quía absoluta incompatibles? La respuesta a esta cues-

tión , com o verem os, no es sencilla.

En cierto modo Luis XIV const i tuía una excepció

pues la monarquía moderna no garant izaba necesar i ;

m ente la estabilidad polít ica. Los do s estados sobera no

m ás conso lidados anteriores al Rey Sol ex perim entan

cons iderables de sórd ene s civiles: desd e m edia do s del

glo xv hasta m ed iad os del xv n, Inglaterra vivió as óla

por la Guerra de las Rosas y por la Guerra Civil . Des

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, EL ME DIEV O Y LA TEM PRAN A EDAD MO DERN A

///

m ediados del siglo xvi a m ed iad os del xv n, Franc ia a tra-

vesó un p er ío do de nueve g ue rra s de religión, a las que se

s

umaron o t ros problemas conocidos como  las frondes.

na tura lm en te, surgió la cuest ión de si deb ería inc orp o-

rarse algún modo de ciudadanía como ingrediente que

garantizara una mayor eficacia del modelo de gobierno

monárquico.

No ob stan te, la práct ica m edieval de ciud ada nía, que

existía, a m en or escala, básicam ente en con textos m un i-

cipales o ciuda de s-es tad o, resu ltaba irrelevante a nte las

nuevas co nd icion es, a no ser, claro está, qu e fuera so m e-

tida a un serio proceso d e ada ptac ión . D e he ch o, los teó-

ricos (com o B odin) lucharon po r ma nten er y ad apta r el

concepto, m ien tras qu e en otros lugares (po r ejemplo las

colonias inglesas de N ortea m érica) surgían p eq ue ño s es-

pacios de tierra férti l do nd e ger m ina ba la sem illa de u n

nuevo tipo de ciud ada nía.

Uno de estos cam bio s fue el de identificar el con cep to

de ciudada nía de ciudad com o ciudad anía de na ción-es-

tado, lo que const i tuía, en real idad, dos problemas en

uno. El pr im er o d e ellos era u na sim ple cue stión de esca-

la, po r ejem plo en tre Florencia y Francia. El o tro , rec on -

ciliarse con el he cho d e que la ciu da da nía m un icip al no

era, en ho no r a la verd ad, un a ciud ada nía auténtica. Un

ciudadan o de Lincoln, po r ejemplo, tenía poc o que c om -

part ir con un ciuda dan o de Atenas, precisamen te po rqu e

Lincoln no era un estado. Por tanto, si un ciudadano lo

fuera de Inglaterra (no de Lincoln) o de Francia (no de

Lyon),

 hab ría que transform ar los derec hos, o bligaciones

y lealtad de esa pe rso na .

Este seg un do pro blem a está direc tam en te vin cula do al

térm ino d e «lealtad». Si incluso es tado s relativa m ente ya

consolidados, com o In glaterra y Francia, aú n n o tenían

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11 2  CIUDADANÍA: UNA BRtVE HISTXJ^B

un tejido tan sólido como para ser calificados de estado»

estables, ¿po dría ay ud ar en ese pro ce so la idea de una ciu-

da da nía de estado?

Pero exis t ía , además, un tercer di lema, mucho más

peliagudo. Los reinos t ienen monarcas, y éstos, súbd».

tos ;

  de hecho, incluso en la actual idad, los bri tánico»

son , de ac ue rdo con su sistem a jurídico , sub dito s de su

monarca , además de ser c iudadanos del Reino Unido.

La cu estió n en los siglos xvi y xv n, esp ecia lm en te en la

Europ a con t inenta l , do nd e el po de r mo ná rqu ico conta

ba con menos cortapisas que en Gran Bretaña, era la si

guíente : ¿Podían los subdi tos const i tu i rse también en

ciudadanos?

 Y

 si tal cosa era posib le, ¿po dría co ntrib uir

a la estabilidad del reino este estatus añadido de ciuda-

dano?

Estos tres prob lem as enco ntra ron otras tantas respues-

tas.

 Una prop ue sta e ra establecer un a correlación entre la

condición d e sub di to y la de c iu da da no d e m an era que

en un estado m on árqu ico, la ciudad anía viniera im pues-

ta, pe ro ni siquiera en tonc es este ex tre m o pu do Uevarseí

la práct ica. Los do s m áx im os ex pon entes de esta inter

pre tac ión fueron Jean Bod in, qu e escribió en el siglo xvi

francés en el con texto d e las gu err as de religión, y Th o-

mas Hobbes, quien escribió en el siglo xvn inglés a la

som bra de la G uer ra C ivil .

La seg un da resp ues ta a los pr ob lem as de esta etap a dft

transición en la historia de la ciudadanía, e íntimamen-.

te relacio nad a co n la ante rior, fue la de enten de rla com o

un estatus prop iam ente dicho, pero definiéndolo c om o un

conjun to d e obligaciones. Uno de los m ayores p ro pu lso ^

res en el siglo xvn p ar a esta escuela de pe ns am ien to fue el

estudioso Samuel von

  Pufendorf

un abogado a lemál l

que pasó bu en a p art e de su vida en Suecia.

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MEDIEVO Y LA TEMPRANA EDAD MODERNA

113

La tercera re spu esta a estos pro ble m as se dio realm en-

t e

 y

 era la de con tar con instituc ione s repre sentativas qu e

fueran reflejo de los de seo s del pu eb lo y lim ita ran el p o -

der arbitrario del monarca. Éstas existían, por ejemplo,

e

n las Pro vinc ias U nidas (Países Bajos), en G ran Bretaña

v en las colon ias inglesas de N orte am érica .

A continu ación no s referiremos a las do s prim era s so-

luciones ar rib a citada s, m ien tra s que un a tercera sección

se oc up ará de la na tura leza de las instituc ion es repre sen -

tativas.

los teóricos

El

 acontecimiento m ás espantoso qu e tuvo lugar du ran te

la serie de gue rras libradas en Francia, en el tra ns cu rso de

las cuales los católicos se po sicio na ron en co ntr a de los

hugonotes, fue la masa cre de San Ba rtolom é (1572). Cua-

tro años después Bodin publicaba

  Los seis libros de la

República,

 u na extensa obra con la que pretendía expo ner

su po stu ra a favor de un g ob iern o fuerte, en la caren cia

del cual el país se estaba d esin teg ran do . Su libro ( un a ún i-

ca obra pero d ividida en secciones de no m ina da s, a la an-

tigua, «libros») fue el p rim er o en inc or po rar un a defini-

ción de sob eran ía, que desc ribió com o «el p od er absoluto

y perpetuo conferido a un a nación» (en Berki 19 77:125),

un po der qu e ejercía di recta m en te el m on arc a . A par te

de esta pre oc up ac ión central, Bod in estaba tam bién inte-

resado en la ciudadanía, un tema al que dedicó dos ca-

pítulos.

Podem os extrae r tres pu nto s funda m entales de la vi-

sión de Bo din sob re este asu nto . El p rim er o es el aspecto

central del tem a q ue a qu í nos o cu pa , es decir, si los súb -

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114  CIUDAD ANÍA: UNA HRI VH HIS TO *

ditos pod ían o no ser ciud ada no s. Para Bodin esto no

 s

po nía nin gú n pro blem a, y se m ue stra así de convencic

al resp ecto:

[Puede definirse al ciudadano como] subdito libre, dependió

te de la soberanía de otro [...] De suerte que puede decirse q\¡

todo ciudadano es subdito, al estar en algo disminuida su libe

tad por la majestad de aquel a quien debe obediencia (Bod

1966:130).

En realidad , par a Bo din es precisam ente la relación t

tre el su bd ito y

 el

 sobe ran o la que convierte al pr im er o

 <

ciud ad ano , es decir:

No son los privilegios los que hacen al ciudadano, sino la

 ob

gación mutua que se establece entre el soberano y el subdito, <

cual,

 por

 la fe y

 obediencia que

 de él recibe, le

 debe justicia, con

sejo,

 consuelo, ayuda y protección

  ibid.:

 133).

Es im po rta nt e resa ltar lo crucial de esta con exión .

 ]

tamos -y con eso pasamos al segundo punto- muy lejc

del concepto aristotélico de ciudadanía, algo que Boc

refleja de forma bastante explícita, lejos de ambigüe

dades:

Error sumo es afirmar que sólo es ciudadano el que tiene accé

a las magistraturas y voz deliberante en las asambleas del pu

blo [...] Ésta es la definición de ciudadano que nos da Aris¿

teles [...] Los privilegios no determinan que el subdito sea

 i

o m enos ciudadano

  ibid.:

 133).

La tercera consideración apuntada por Bodin es

fuerza y valo r de co he sión de la ciud ada nía: «De varid

ciudadanos [...] se forma una república [...] aunque

 i

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E

I.  ME D I E V O Y L A T E MP R A N A E D A D MO D E R N A

115

fieran en leyes, en len gu as, en co stu m br es , en religión y

e n

raza» (Bodin 1966:131).

Tenemos aquí, po r tanto , un a fórmu la p ara E urop a en

¡

a

  tem pran a Edad M od ern a. La ciuda dan ía sost iene a la

monarquía en la equiparación de los ciudadanos y los

subditos, pe ro tam bié n al esta do , al invalidar las fuerzas

menores m ás déb iles.

Del m ism o m od o que las discrepa ncias religiosas pro -

vocaron u n conflicto civil en Fran cia, tam bié n co nt rib u-

yeron a ge ne rar te nsió n en tre el rey y el P arl am en to en

ía Ing laterr a d e Carlos I. El m is m o añ o en qu e estalló la

Guerra Civil inglesa, Thomas Hobbes publicaba su libro

De Cive

 (Tratado

 sobre

 el ciudadano).  Sin em bargo, H ob -

bes insistía, incluso m uc ho m ás qu e Bo din, en rec up era r

el

 principio de soberan ía. En su op inió n, sin un go biern o

pbsoluto bien afianzado, preferible m ente u n rey, sob re-

vendría la anarquía, una situación en la que la «vida del

hombre» volvería a ser la sufrida en el es tad o de la n at u -

raleza que recoge en su Leviatán:  «solitario, pobre, nau-

seabundo, br uto y bajo». La función del ciu da da no es,

por tanto , la de obedecer, p ue s, tal y com o afirma en

  De

Cive,

  «cada ciudadano ha sometido su voluntad a quien

tiene el m a n d o [...] de tal m o d o q ue ya n o pu ed e em plea r

su fuerza c on tra él» (H obbe s 200 0:129 ), pa ra ob seq uiar-

nos,

  finalmente, con la siguiente afirmación: «Cada ciu-

dadano [...] se llama

 subdito

  de aquel que tiene el m an d o

principal»

  ibid.:

  119). Es decir, p ar a H ob be s la c iud ad a-

nía no es m ás que un a pa lab ra.

Nuestro tercer teórico es

  Pufendorf

quien , aunque

especialista en derecho interna cion al, enc on tró , sin e m -

bargo, t iem po para oc up arse d e la natu raleza de la ciu-

dadanía. Su ensayo a este respecto, publicado en 1682,

presenta un t í tulo muy elocuente:

 De los deberes de los

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1 ¡6   CIUDAD ANÍA: UNA BREVE HIS'

ipo.

iudadanos,

  es decir, tal y com o cabe espera r en esta

 é]

ca, habla d e «d eb eres », no de «derechos». Pufen dorf eni».

mera con concienzuda meticulosidad las obligaciones

del ciudadano, en una especie de catálogo que contii

dos as pe cto s d e especial interés: el pr im er o es qu e el

man introduce las obligaciones de un ciudadano hai

sus co nc iu da da no s, y no ún icam ente hacia el estado:

seg un do l ug ar, define las obligac iones específ icas q

en su o pi n ió n , aco m pañ an a los ciudadano s en d eterm *

na das s itu ac io ne s. Sirvan las siguientes citas pa ra acl¡

estos dos asp ec tos:

3.

  Un ciudad ano debe a los dirigentes del Estado respeto, i

lidad y obediencia. A esto se añade [...] el pensar y hablar I

y

 respetuosam ente de ellos

 y de sus

 acciones.

4.

  La obligación del buen ciudadano para con la totalidad (j

Estado

 es

 preservar su bienestar

 y

 seguridad

 de la

 mejor

 ma

ra posible, y ofrecer su vida y propiedades si fuera necesario

5.

  El deber de l ciudadano con respecto a los conciudadan

vivir pacífica y amigablemente con ellos, mostrarse amiga

afable, y no dar motivo de incidentes por morosidad o em]

namiento, no envidiar la fortuna de los demás o intentar ei

baria (Pufendorf 2002:160).

Los p u n t o s (3) y (4) son reflexiones m ás qu e h ab it

sob re el c li m a d el pen sa m ien to en el siglo xv n, al qi

se ha a lu d id o d e forma som era. Sin em bargo, debei

detenernos brevemente en el punto (5) , pues recoi

1. El

 apartado (4)

 de

 esta cita

 no se

 encuentra

 en la

 edición esp

del texto de

 Pufendorf

por lo que corresponde a nosotros su trs

ciónlN.delT.].

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yi.  ME D I E V O Y L A T E M P R A N A E D A D MO D E R N A

117

r a

sgo importante de la c iudadanía en su acepción más

completa, y que en los t iempos de Pufendorf recibía el

nom bre de «cortesía», un significado qu e se ap rox im a al

expresado por Aristóteles con la palabra «concordia» y

que en la jerga actual cono cem os com o ciud ad anía «ho -

rizontal». La pa lab ra «civil» prese nta, pre cisa m en te, un a

interesante et imología: proviene del lat ín

  civilis

  que, a

s

u vez, deriva de ci'vz's, «ciudadano». Por tanto, «civil»

quiere decir relacio na do con el estad o, y de he ch o le o tor-

gamos esta acep ción en, p o r ejemplo, la exp resión «servi-

cio civil». En el siglo xv n inglés adq ui rió el significado de

«educado», un sentido que no guarda relación alguna

con ciud ada nía, au nq ue la cita de Pufendorf m ue stra q ue ,

originariamen te, una con du cta educ ada y civil era la que

se esperaba de un c iud ad ano

 {véase

 p. 98).

Para con cluir este análisis de

 Pufendorf

po dem os c itar

un ejemplo extraído de su lista particular de obligacio-

nes,

 en con creto el referido a la resp ons abil ida d de los

profesores, lo que resulta rá fam iliar

 a

 quienes estén fami-

liarizados con los debates sob re la edu cació n p ar a la ciu-

dadanía que se dier on a finales del siglo xx:

Quienes t ienen el deber de educar a los ciudadanos en el co-

nocimiento no deben enseñar nada falso o pernicioso; por el

contrario, deb en e nse ñar la verd ad para que sus oyen tes la ad-

mitan, no por cos tum bre de escuchar , s ino po rqu e han com -

prendido las sólidas raz on es de ella; deb en hu ir de tod a do ctr i-

na dirigida a ella; deb en con sidera r vacío todo co no cim ien to

humano del que no red un de ning un a ut i lidad para la vida hu -

manaycivil (Pufendorf 2002:161).

Pufendorf no es una figura clave en la teoría de la his-

toria de la ciudad anía , ni ta m po co su catálogo d e obliga-

ciones ciud ad ana s alude pa rticu larm en te

 a

 la exten sa na -

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118  CIUDA DAN ÍA: UNA BREVE HIS

#

••M

ción-estado (de hecho esta relación podría haber sido

elaborada perfectamente por Maquiavelo). Pero como

lista de comprobación, ofrece una claridad y concisión

qu e no se en cu en tran fácilmente en otro s autores. Tan

po co sus m an da m ien tos judiciales aluden especifícame

te a las cond iciones de la m on arq uía absoluta. De he dí

en un a so cieda d m ás libre que la dibujada en ese estilo <

go biern o, aquéllos necesitarían el equilibrio de un a

 ]

paralela que incluyera los derechos de los ciudadano

Por tanto, ahora debemos pregu ntarn os

 si,

 en el siglo x)j

esos der ech os existieron o fueron defen dido s.

El fin de la monarquía absoluta

A un qu e tan to los m ona rcas britán icos Carlos I co m o J¡

cob o II inten taro n im po ner u n rég im en absolutista al ej

tilo co ntine ntal, sus esfuerzos se vie ron frustrados en fd

ma de una guerra civil y de la Revolución «Gloriosa»

respectivamente. La fuerza del derecho común inglé$

de las tradicion es parlam en tarias im pidió que Ing laterra

adoptara un modelo que tenía muy a mano, en la vecina

Francia.

Con frecuencia se hace una distinción -y volveremos

sobre este pu n to en el capítulo s ex to - entre los derecH

civiles de los ciudadanos y los polít icos. Los primen

recaen en las leyes, m ien tras q ue los segu nd os descaí

san en una asamblea legislativa de representantes.

 C&

t rá n do n os en los derecho s polí t icos de la Inglate rra  i

s iglo xvn, podemos cuest ionarnos hasta qué punto]

Pa rlam ento , o, m ás conc retam ente, la Cám ara de los Cj

muñes, garantizaba a los ciudadanos ingleses los dea

chos políticos de ciudad anía du ran te ese perío do. Bási^

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M E DIE VO Y L A T E M P R ANA E DAD M ODE R NA

119

mente apenas se produjeron alteraciones en el sistema

electoral desde la etapa del «Parlamento Modelo» de

Eduardo I (1295) hasta las Leyes de la Gran Reforma,

¿

e

  1832. A pesar d e ello, y au nq ue el té rm in o ra ra vez se

utilizaba, sí existía una ciudadanía política de estado

(distinta de la ciuda dan ía m unic ipal), aunq ue d e tipo m uy

restrictivo y a través del sistem a p ar lam en ta rio . Ade m ás,

el Parlamento solía convocarse con bastante frecuencia;

de hecho, la llam ad a «T iranía d e los Onc e Años» d e C ar-

los

 1,

 pe ríodo d ura nte el cual no se reun ió el Pa rlam ento ,

fue un o de los factores q ue prec ipi tó la Guer ra Civil.

Comparemos ahora los acuerdos consti tucionales in-

gleses con los de Francia . A quí, la Asam blea N ac ion al a

duras pen as era un a ins tituc ión destin ad a al ejercicio de

la ciudadan ía, y tenía m uc ho m en os p od er q ue el Parla-

. 'uto inglés. El Tercer Es tad o carecía pr ác tic am en te de

potestad, en com pa rac ión co n los do s Estados privilegia-

dos, y, entre los añ os 1614 y 1789, nu nc a se reun ió .

Adem ás, y en el caso de Ing laterr a, la agitac ión política

consecuencia de la Guerra Civil y de la dictadura de

Cromwell pro pició u n an im ad o debate sobre el princ ipio

básico de la ci ud ad an ía po lítica , es decir, sob re la cue s-

tión de quié n deb ía tene r el der ech o a voto . Las do s po si-

ciones fueron espléndidamente expuestas por oficiales

veteranos del ejército en debates que se celebraron, en

1647, en la iglesia de Putney. En el siguiente e xtra cto pa r-

ticipan el corone l R ain bo rou gh y

 el

 general Ireton:

RAINBOROUGH.  Opino que el más pobre de los ingleses tiene

una

 vida como

 el

 que más [...],

 y

 no creo que

 el

 hombre más

pobre de Inglaterra esté en absoluto com prom etido en sen-

tido estricto con un gobierno al que no ha tenido la oportu-

nidad de elegir...

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¡20  CIUDADA NÍA: UNA BREVE

H I S T O I ^

IRETON. NO considero que esté lo  suficientemente justific

que, por

 el

 hecho de que un hombre nazca aquí, tenga cié

poder para disponer de las tierras de aquí, y de todas la s|

sas de aquí [...] Pero estoy convencido de que si mirara

[...] cóm o fue en sus orígenes la constitución de este reu

sería

 así:

 que aquellos que eligen a los representantes qu^

encargan de elaborar las leyes por las cuales se rige estef

tado y reino son [...] las personas en las que recae la tier

las que forman parte de los grem ios dedicados al comercí

(Wootton 1986:286-288).

Existía, po r tanto , la apa riencia de u na ciudad anía po-

lítica en Ing laterra du ran te los siglos xvi y xvn, aunq ue

 la

visión más restrictiva de Ireton reflejaba la situación <

la prác tica, qu e, de hec ho, pe rviv iría hasta bien entra

el siglo x ix.

Al ob serv ar la ciud ada nía civil ap rec iam os un a tenta

va similar, si bien den tro de un p an o ra m a más esperan-

zado r si lo con tem plam os en retro spec tiva. A lgunos de

estos derecho s consiguieron im po ne rse gracias a una

 s

rie de m ed ida s q ue da tan de finales d el siglo xv u, y er

las qu e se incluye una re solu ción legal de 1670 qu e pro

gía a los ju ra d os de recibir algún tip o de castigo en el ca

de que su veredicto n o co incidiera con los deseos del jt

En 1679 se solventaron las lagunas existentes en el 1

cion am ien to del derech o al há be as c orp us , y en 1689

Ley de Tolerancia consiguió red uc ir ligeram ente la disc

minación hacia los

 nonconformists

  (protestantes

  que

pe rten ec en a la Iglesia ang lican a).

D e hech o, la intoleranc ia religiosa q ue invadía la

 Inj

tér ra del siglo xvu fue u no de los factores qu e pro vocó

oleada masiva de inm igrantes hacia N orteam érica ,

trece colonias en las que se convirtieron los prime

asen tam ientos pro nto desarro llaron sus prop ios sistei

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ME D I E V O Y L A T E MP R A N A E D A D MO D E R N A

121

He auto gob ierno , aunq ue siempre bajo una au torid ad

constitucional de la C oro na britá nic a, que ejecuta ban los

g 0

bernadores in situ. Sin embargo, el control que éstos

ejercían n o era , ni con m uc ho , tan férreo c om o en el caso

¿

e

  s

us ho m ólog os franceses o españoles en otras zo nas del

continente am eri ca no , lo qu e constituye otro ejem plo de

u  libertad de los ingleses frente a las aspiraciones de la

monarquía absoluta.

En la práct ica -aunque no de nombre-, las colonias

ejercían va rias form as de ciud ad an ía, si bien las diferen-

cias entre ellas era n co nsiderab les. Cada u na co ntab a con

una asamblea que aprobaba las leyes, y se convocaban

elecciones de form a regular. Pero tal y co m o o cu rr ía en la

madre pa tria, el sufragio estaba casi siem pre res trin gid o

a

 hombres acau dalado s; así , de nuev o, las circuns tancias

, ai iaban dep en die nd o del lugar. Y aún m ás, el n ú m er o

de votantes era m uy reducido y no acud ían a las ur na s de

forma mayori taria . La afirmación precedente no debe

hacernos concluir qu e los colono s carecían d e c onc iencia

cívica, sino que la pa rtic ipac ión cívica estaba ca na lizada

hacia el servicio co m un itar io en los ám bito s, m ás lim ita-

dos,

 de un con dad o o mu nicipio.

Cier tamente , las t rece colonias es tablecieron en e l

siglo xvín u no s sólidos c im ientos que de sem bo ca r ían

en los nuevos bríos que adquiriría la ciudadanía en el

siglo po sterio r. P or con sigu iente , floreció tam bi én el in-

terés intelec tual p or este co nc ep to, los de rec ho s se reafir-

maron enérgicamente y las obligaciones se l levaron a

cabo de form a respo nsab le du ra n te los añ os críticos de la

Revolución americana.

Sólo ento nce s com enz ó a oírse en lengua inglesa, a u n-

que tím idam en te, la palab ra «ciudadano » con el sentid o

Qe

 pertenecer a un estado, y no sólo a un a ciud ad (de he -

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¡22

CIUDADANÍA: UNA BREVE

cho,

 con este significad o n o aparec ería en la

 Encidopeá

británica

  ha sta 1910). Tal y co m o dijo un h istoriador

 <

tado un iden se, «en inglés, la acepción m ás mo derna c

palabra "c iu d ad an o" es un am erican ism o» (Palmer 195

224).

  Para comprender cómo se produjo este fenómen

es necesario an ali za r tan to el pe nsa m ien to político del s

glo xvín co m o la Revolución am eric an a.

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4.  La era de las revoluciones

Las

 ideas prerrevolucionarias

Dos

  tradiciones

El pr incipio que po de m os identi ficar com o ciuda dan ía

adopta un a nueva persp ectiva en Ingla terra y en sus colo-

nias no rtea m eric an as en el siglo xvn . A ho ra, de lo qu e se

hablaba era del lenguaje de los derec ho s, tal y co m o hizo

el

 coronel Rainb oroug h, m ientras que M aquiavelo había

escrito sobre los deberes. Desde este momento, y sobre

todo en el siglo xv m y finales del siglo xx, com pite n en tre

sí dos

 l íneas distintas de pe nsa m ien to sob re la ciuda dan ía

que bu sca n el p re d o m in io la un a s ob re la otra: la cívica

republicana y la l iberal, ya adelantadas en la Introduc-

ción de este lib ro.

El prim ero en plantear seria m ente en la escena po lítica

la noc ión de dere ch os fue Locke. En su

 Segundo tratado

sobre

 el gobierno civil, pu blica do en 1690, defiende Locke

que to do ho m br e tien e de rec ho a «pro teger [...] su vida,

s

u libertad y sus bienes» (Locke 200 3:10 2). Esta fórm ula

¡23

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124

CIUDADANÍA: UNA BRKVF HISTORI,

seguiría res on an do dur ante los siguientes cien años par

a

ser co nsa gra da, con u n lenguaje ad ap tado , en la Declara-

ción de Ind ep en de nc ia de los Es tado s Unido s (1776) y

 e n

la Declaración Francesa de los Derechos del Hombre y

del Ciudadano (1789). El primero de estos documentos

habla de «la vida, la libertad y la búsqueda de la felici-

dad»;

  el segundo, de «libertad, propiedad, seguridad y

resistencia a la opresión». Más adelante trataremos, en

secciones sep ara das , las ideas y experien cias estadouni-

denses y francesa s en el ám bito de su s respectivas revolu-

ciones. Por el momento, nos centraremos en el contexto

prerrevolucionario.

Veam os, pu es , qué oc urría en Inglate rra en el siglo xvin.

El sistema de gobierno parlamentario de este país era

dig no de org ullo, si bien presen taba m uch as imperfeccio-

nes.  Un derecho político básico de todo ciudadano, el

sufragio, es taba orga nizado d e m o d o caótico, por lo que

a pa rti r d e la déc ada de 1760 co m en za ro n las reivindica-

ciones pa ra su reforma; de ahí el nac im iento , en  1780, de

una organización llamada Sociedad para la Información

C on stituc ion al, la cual, en su declara ción de intenciones,

uti l izaba curiosamente el término «ciudadanos» en su

acepción moderna.

Es objeto de la máxima atención por parte de esta socieij

conseguir legislaturas breves y una representación del pu<¡

más igualitaria. Desea, también, disem inar ese conocimie

entre todos los com patriotas, pues puede [...] inducirles»

char por sus derechos como hombres, como ciudadanos,

fervor y firmeza (Dawson y Wall 1968:8).

Aunque existen pruebas contundentes que demii

tra n que el con cep to liberal de los derech os d e la ciuda

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A

  ERA DE LAS REVOLUCIONIES  ¡ 25

n j a

  estaba gan an do te rre no en el siglo xv ín, el ideal cívico

republicano tam bién exp erim enta ba un renacer casi equi-

parable al desa rrollado d ur an te el Re nacim iento -as pe cto

del que ya he m os hab lado en el cap ítulo te rc er o- . De he-

cho,

 y com o luego verem os, las revoluciones a m erica na y

francesa no eran otra cosa que fascinantes combinacio-

n e s

  de ambas tradiciones. El ingrediente cívico republi-

cano de estas revoluciones p ue de con sidera rse herenc ia

je los deba tes sobre la v irt u d cívica que p rece dier on a es-

tos aco ntec im ien tos político s ta n significativos.

En Inglaterra, por ejemplo, este asunto tuvo un eco

considerable durante las primeras décadas de siglo. Uno

de los mejores ex pon entes de los princ ipios repub licanos

cívicos fue el po lítico H enry

 St.

 John , vizco nde d e Boling-

broke. A pa rti r de 1726, y a través d e u na pu blica ción se-

manal que gozaba de una extraordinaria acogida,

  The

Craftsman

  [El artesano], St . John lanzó ataques contra

la -en términos actuales- corrupción del gobierno de

Walpole. A dem ás, definía la v irt u d política c om o «la dis-

posición a hacer frente a cualquier ejemplo de mala ad-

ministración» y como «un espíritu público de vigilancia

sobre todos los intereses nacionales», al mismo tiempo

que instaba a los ciud ad an os a sentir «fervor p o r la cons-

titución» (Burtt 1992:93-94).

Uno de los extranjeros q ue m ás adm iració n sentía p or

la constitución inglesa, tMontesquieu, escribiría en esta

misma línea añ os m ás tard e. Para él la v irt u d n o era «fer-

vor por la co nstitu ció n» , sino q ue «se pu ed e definir esta

virtud como el amor a las leyes y a la patria» (Montes-

quieu 20 03 :5). M ontesq uieu, com o otro s mu ch os en el si-

glo xvín en Eu rop a y A m érica , estaba m uy influido po r

las ideas contenidas en los

  Discursos

  de Maquiavelo, a

quien aludía com o «este gr an ho m bre »

  ibid.:

 123). Tam -

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126

CIUDADANÍA: UNA HRFVH HISTOKJ.

bien Rousseau tenía en gran estima al florentino, del quj

dijo era «un bu en ciu dad an o» y un «profund o político»

(Rousseau 200 3:99, no ta al pie).

D ebe m os, sin em barg o, po sp on er nuestro análisis délas

ideas de Rousseau sob re la ciud ad anía , pu es antes se anto-

ja necesario dedicar unas líneas a la relación entre ciuda-

danía y propied ad. Ya he m os visto cóm o Locke incluía en

su relación de de recho s el de «los bienes», al mis m o tiem-

po qu e la D eclaració n Frances a hab laba de « propiedad».

Pero la cone xión entre c iuda da nía y prop iedad es tan anti-

gua com o la mism a con dición de ciud ada no ; de ahí que

haya sido un tem a ba stan te re cu rren te a lo largo de la his-

toria. En Grecia, los esp artiatas ten ían pro pied ade s, y de

hec ho A ristóteles afirma ba que ser pro pietario era una de

las condiciones previas para optar a la ciudadanía, una

po stura que ha con tado con m uch os p artidario s a lo largo

de los siglos. En pocas palabras: un hombre sin propie-

dad es carecería de tiem po libre pa ra involucrarse en asun-

tos de índole pública y, además, la probabilidad de su-

cum bir a u n so bo rn o e ra m en or si se contaba con bienes

pro pios . La pr op ied ad era sím bolo de «virtud», en el sen-

tido de con tar con una d isposición plena.

La cuestión de la propiedad, que se convirtió en un

asunto de suma trascendencia en Inglaterra a part ir de

m ed iad os del siglo xv n, y qu e, p o r en de , acabaría p or ex-

tend erse a otro s países, po dí a ser tratada de dos formas

diversas: un a, co m o la pro lon gac ión de la mism a desde la

Grecia clásica; ot ra , com o u n a just a am pliación del dere-

cho al voto , aspec to este úl tim o qu e será objeto de estudio

en el ca pítu lo sex to. La po sic ión clásica en to rn o a la pro-

piedad se centrab a en el valor polí t ico de poseer t i e r f l

en contraposición con la r iqueza derivada del comer™

al m ism o t iem po que se hacía hinca pié en la influ ei^B

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ERA DE LAS REVOLUCIONIES

127

¿stabilizadora de los terraten ientes. En su versión m ás ra-

dical, sólo éstos eran co ns ide rad os ap tos par a disfru tar

¿¿

 tod os los privilegios qu e acarre a la ciu da da nía . En In-

glaterra, Daniel Defoe dejó clara su opinión al respecto

e

n sus com entario s sobre los derec hos polít icos:

^

 o

 confiero este derecho

 a los

 habitantes sino

 a los

 terratenien-

tes, porque ellos son

 los

 dueños cabales

 del

 país.

 El

 país

 les

 per-tenece y los habitantes no son más que pensionistas, como

quien alquila una

 casa, y

 deben atenerse

 a las leyes

 que

 el

 terra-

teniente les imponga. De otro m odo, deben marcharse del país,

porque como los terratenientes tienen el derecho de la tierra,

los demás no tienen derecho de vivir allí a menos que el dueño

les dé permiso (Dickinson

 1977:

 86).

Por otro lado, una polarización tan extrema de la po-

ta c ió n chocab a con un p rincipio que aho ra surgía y se-

gún el cual el estado se co m po ne de ciu da da no s, y tod os

los ciu da da no s deben disfrutar de un a iguald ad básica.

A m edia do s del siglo xv m , esta idea, ju n to con el em pleo

de la pa lab ra «ciudadan o» en su acep ción m o de rn a, ya

empezaba a triunfa r en Fran cia. Un o de los m ás firmes

part idarios de esta interp retació n de la ciud ad an ía fue

Rousseau.

¿.Rousseau  y la ciudadanía

Jean-Jacques Rousseau, un o de los fenó m eno s m ás extra -

ordinarios de la historia del pensa m iento eu rop eo , es un

personaje insólito tanto po r su pe rso na lida d co m o po r su

versatilidad e influencia. N ació en 1712 en G ine bra , lugar

muy significativo po rqu e, en el siglo xv m , era un a pe qu e-

ña ciudad -repúb lica de alred ed or de veinticinco m il ha-

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128

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTOM

hitantes, esto es, una especie de polis  griega , pe ro sin es-

clavos. De ellos, contab an co n de rec ho s políticos tan sólo

mil quinientos, que eran los que ocupaban las dos j j

siciones m ás elevadas den tro u n a soc ieda d fuerteme:

estratificada: la de los «ciu dad ano s» y la de los «b ur g

i ses».

 Rousseau pertene cía a la clase ciud ad an a, algo d

que se sentía muy orgulloso; de he ch o, la pág ina q ue 1

tiene el título de su

  Contrato social

  alude al autor co

«J.-J. Rousseau, ciud ada no de G ine bra ». A dem ás, y d i

m o veremo s más adelante, creía qu e G inebra, a pesar d í

lo elitista de su sistema de ci udad an ía , era lo m ás cercano

a su ideal de estado, lo que la con ve rtía en un a su p er

viente en el corrupto m undo m o d er n o .

Rousseau pasó la mayor parte de su vida adulta

Francia, donde entabló amistad con Diderot (una •

ción que no du raría de m asia do ). En 1749 Diderot fue a

carcelado p or sus ideas an tirre ligio sas , po r lo que Roí

seau decidió recorrer a pie los m á s d e nueve ki lómetn

que distab an del castillo de Vi nc en ne s p ara visitarle. Du-

rante el trayecto, leyendo el p er ió di co  Mercure de

 France,

se percató de un anuncio que con voc aba el prem io de ei

sayo de la Academia de Dijon, y qu e de bía versar sobre

siguiente tem a: «Si el prog reso de las ciencias y de las ar-

tes ha con tribuido a corrom pe r o a de pu rar las costum-

bres». Su reacción aparece recogida en su autobiografía,

Las

 confesiones:

Nada más leerlo, vi un universo d istinto y me volví otro h a

bre [...]

 Al

 llegar

 a

 Vincennes, me encontraba en una a g i ta S

rayana en el delirio [...] Mis sentimientos se acomodaron cor

rapidez más inconcebible al tono de mis ideas. Todas mis j

quenas pasiones fueron ahogadas por el entusiasmo de la I

dad,

 de la

 libertad

 y de la

 virtud (Rousseau 1997:481 -482).

:

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A

  FRA DE LAS REVOLUCIONIES

129

A pa rtir de aqu í su vida ca m bió . Escribió un ensayo en

e

]

 que abordaba la cor rup ción de las costum bres, y

 se

 alzó

c 0

n el premio. Este acontecimiento no sólo le convirtió

e

n un personaje fam oso, sino q ue le hizo conve ncerse d e

jue poseía una p ercepc ión perso nal única so bre la deca-

jencia de la sociedad euro pea m od ern a. En consec uen-

cia, com enzó a ce nt ra r su trabajo en el análisis científico y

social de este tip o de m ales . Así, en 1750 vio la luz su

 Dis-

curso sobre

 economía política,  al que seguiría el Discurso

¡obre el origen de la desigualdad  (1755).

 Sus escritos sob re

política alcanzaron su máxima expresión en su obra cé-

nit,

 Del contrato

 social, pu blicad a en 1762.

Al con trario de lo qu e oc ur re con A ristóteles, las ideas

de Rousseau sob re la ciuda dan ía n o se nos pres en tan en

un capítulo o con junto de capítulos u nita rios, s ino qu e

:orman parte integral de su pensa m iento polít ico global.

Por tanto, a la ho ra de co nc en tra rn os en el tem a de la ciu-

dadanía,- pr op on em os , au nq ue de m od o un tan to arti fi -

cial, hacer una clasificación en cinco grandes secciones.

Reservaremos sus op inio ne s sobre la educ ación-p ara un a

sección independiente, mientras que finalizaremos este

apartado con su interpretación de la virtud cívica, que,

a su vez, está ín tim am en te relacionada con la e du cació n

en su sentido m ás am plio. Esto nos deja con las tres sec-

ciones restantes, es decir, las no cio nes de lib er tad , igual-

dad y fraternidad . Al elegir estos tres princ ipio s, e sta m os

también destacando la influencia ejercida por Rousseau

en la Re volución francesa u na vez qu e ésta estaba ya en

marcha.

 Y

 es qu e fue su m ás ferviente d iscíp ulo , Rob es-

pierre, el que ac uñ ó este lema trim em br e p ar a aglu tinar

todos los objetivos de la Revolución .

Co m encem os, pues , con la l ibertad. Uno de los epigra-

mas más famosos en li teratura polít ica lo constituye la

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130

CIUDADANÍA: UNA BREVE

frase con la qu e Rousseau abre el cap ítulo p rim ero deD

e

/

¡

 contrato

 social:

 «El h om br e h a na cid o libre, y por doqui

e

_

; ra está encad enad o» (Rousseau

  2003:

 26). ¿Qué hacera

este respecto? Rou sseau n o se m ost ra b a a favor de liberar

al hom br e ap re tand o los grilletes de la repres ión política,

pu es éste de be ser res ca tad o d e la fuerza civilizadora de

un a sociedad ord en ad a pa ra que reto rne a un estado na-

tural; al con trario, intentó e nco ntra r un nuevo modelo

 de

existencia social qu e ase gu ra ra el tip o de libe rtad civil -y

no ta nto lib era l- qu e se hab ía desa rrollad o en la tradición

cívica repub licana d e la ciu da dan ía p ara conseguir los

 in-

tereses individu ales de cad a persona.jLa libertad se gozay

se conserva cumpliendo con las obligaciones junto con

nues t ros conc iudadanos^

Este estado se logra a través de la noción central de

Rousseau sob re la vo lunta d g enera l, un co ncepto q ue en-

cierra mu cho s ma tices. Básicam ente, Rousseau concebía

al pueblo de un estado com o sob era no

 y,

 com o tal, podía

juzgar, en conjunto y libre m en te, lo qu e era mejor parala

co m un ida d. Por tan to , el pu eb lo está forma do por ciuda-

da no s y sub ditos, en este orde n: son ciu da da no s en vir-

tu d de la volu ntad g en era l, y su bd itos en cua nto acatan

las consecuencias derivadas de sus decisiones. Pero en

ambas capacidades son completamente l ibres, indepen-

dientes de cualquier auto rid ad arb itraria.

Esta participación no debe verse deformada por las

acusadas desigualdades entre los ciudadanos. Para ga-

rantizarlo, Rousseau hizo uso d e un recu rso m uy habitual

en su época: un pa cto social o, utiliz an do un térm ino ha-

bitual ho y día, un co nt ra to «v irtual». Vivir en sociedad

implica que los indiv iduo s d eb en respetar las no rm as de

esa sociedad; de ahí q u e Rousseau afirme:

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\ ERA DE LAS REVOLUCIONIES

131

¡ | pacto social establece entre los ciudadanos tal igualdad que

todos ellos se

 comprometen bajo

 las

 mismas condiciones,

 y

 to-

jos ellos deben gozar de los mismos derechos. Así, por la natu-

raleza del pacto, todo acto de soberanía [...] obliga o favorece

¡¿ualmente a todos los ciudadanos (Rousseau 2003:56).

De ello surgen, có m o n o, diversas preg un tas : ¿En qué

modo estos ciu da da no s libres e iguales van a pa rtic ip ar

en la definición de lo qu e es la volu ntad gene ral? ¿Qué les

empuja a constituirse e n un to do orgánico? Siguiend o la

tradición cívica republicana, Rousseau creía en la con-

cordia o, com o él la llam aba , «fraternida d pú blica» . Y, de

nuevo en la línea de esa escuela de pe ns am ien to, defend ía

que esta iguald ad se con seg uiría d e forma m ás ó p tim a en

una com unidad p equ eña y fuertemente cohesionada.

En su publicad a  Carta a D'Alembert,  Rousseau afirma-

ba que nu nc a se can saría de citar el ejem plo d e E sp arta ,

aunque era Gin ebra la que siem pre tenía en m en te. En su

Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigual-

dad entre los hombres  incluyó un a «D edicatoria a la Re-

pública de Ginebra» en la qu e plasm ab a su m od elo ideal

de com unidad bas ánd ose , claramente, en su ciud ad na-

tal.

 Así, él hab ría escogido u n a repúb lica don d e los ciuda-

danos

contentándose con sancionar las leyes y decidir corporati-

vamente acerca de las relaciones con los jefes y los más impor-

tantes asuntos públicos, estableciesen tribunales respetables,

distinguiesen cuidadosamente los distintos departamentos,

eligiesen cada año a los más capaces e íntegros de sus conciu-

dadanos para administra r justicia y gobernar el Estado [...] y

en la que, dando la virtud de los magistrados testimonio de la

sabiduría del pueblo, unos y otros se honrasen mutuamente

'Rousseau 1995:100).

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¡32  CIUDADA NÍA: UNA BREVE HISTO MI

Todo esto encajaba perfectamente en una teoría ideal,

pero era difícilmente reconocible como recomendación

práctica en el siglo xvni europeo. Pues, ¿qué relevancfc

p o d rí an tener estas propuestas en un es tado com o, poj

ejem plo, P olonia, un extenso y com plicado país de alre-

dedor de once millones de habitantes, de creencias pro-

tes ta nt e, catól ica y orto do xa , y qu e p o r en tonce s ah»

caba las hoy en día Lituania, Bielorrusia y el oeste

Ucrania, además de la actual Polonia? Una monarqi

dé bil , un a nob leza irresponsable y la interven ción de

vecinos más poderosos hicieron que este país pasara de

u n go bie rno potencialm ente inestable a m edia dos del si-

gl o x vni a con tar con o tro que casi le llevó al bo rd e déla

an ar qu ía. Ante esta calamitosa situación u n pa triota

o cu p a d o , el con de de W ielhorski, decid ió en 1771 re

r r ir a Ro usseau en busca de consejo. Éste le su girió

ad ap tas e su sentimiento de concordia de ciudad-estadi

n o olvida se qu e el estado polac o carecía de un carácter

nacional

 y,

 p o rt a n te , necesitaba un sentido de unida d na-

cio na l, algo que podía conseguirse m edia nte

instituciones nacionales, las cuales conforman el genio,

 el <

rácter, los gustos y las costumbres del pueblo, y que convier

a éste en lo que

 es, y

 no en otra

 cosa, e

 inspiran ese cálido an

por el país enraizado en hábitos que resultan imposibles de

erradicar (Palmer 1959:411-412).

f

Lo que Rousseau defendía era una forma de nacioB

lism o e m brió nica . La ciudadanía se estaba convirtiec

p u e s ,

 en sin ón im o d e nación, un a evolución que exa

n ar em o s en el capítulo quinto.

La ide ntida d y lealtad nacionales difieren del patriol|

m o en vir tu d del mayor o m enor g rado de cohesión

 <

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}

  LA ERA DE LAS REVOLUCIONIES  ¡33

t u

ra l que se necesite. El p at rio tis m o (lealtad al esta do y

compromiso con él, indep end ientem ente de su co nst i tu-

ción étnic a o cu ltural) siem pre ha bía sido pa rt e del lote

Je la vir tud cívica republicana. Aun reconociendo las

nuevas neces idades nac ionales que hacían su apa rición

a finales del siglo xv m , Ro usseau seguía tr an sm itie nd o a

s

us lectores el valor t radicional del patr iot ismo, sobre

todo a través de sus referencias po sitivas hacia E sp arta y

la República romana. Así, aseguraba que «el verdadero

republicano m am a de su ma dre el am or p or la patria» (en

Glfieldl990:71).

La ad m iració n q ue Rousseau sentía po r la ciud ad-es ta-

do clásica y p o r la vi rtu d cívica de sus ciud ad an os qu ed a

sobradamente demostrada comparando el s iguiente pa-

saje de

  Del contrato social

 con el ex trac to d e la

  Oración

nebre

 de Pericles, citado en pág inas anterio res:

Cuanto m ejor constituido está el estado, más se imponen los

asuntos públicos sobre los privados en el espíritu de los ciuda-

danos.

 Hay, incluso, muchos menos asuntos privados, porque

al

 proporcionar la suma del bienestar común una porción más

considerable al de cada individuo, le queda menos que buscar

en los afanes particulares [...] En una ciudad bien guiada, todos

vuelan a las asambleas [...] Tan pronto com o alguien dice de los

asuntos del estado: «¿A mí qué me importa?», hay que contar

con que el estado está perdido (Rousseau 2003:119).

Rousseau y la educación cívica

Es posible qu e los bebé s m am ar an de sus m ad res el pa -

triotismo, pe ro Ro usseau no estaba del tod o conve ncido

de

 que su efecto d u ra ra sin un con stan te refuerzo a lo lar-

go de la vid a. Por eso creía que las escuelas deb ían asegu -

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134

CIUDADANÍA: UNA BREVE

rarse de que los alum nos c om pre nd ieran las no rm as so-

ciales, el pr inc ip io de igualdad y

 el

 se ntid o de fraternidad

Con todo, para Rousseau ni tan siquiera las escuelas

eran plenamente eficaces a este respecto. La educación

cívica vitalicia (o socialización, util izando un término

m o d er n o) estaría mejor dirigida p o r un a religión estatal

de sign ad a específicamente p ara p ro p ós ito s civiles. Rous-

seau conc ibió esa religión civil no c on la finalidad de pro-

m ulgar y sostener p rincipios teológ icos, sino para trans-

mitir un credo de conducta y obligaciones. La disciplina

im pu esta h abría de ser implacable:

Hay

 por tanto una profesión de

 fe

 puram ente civil cuyos artícu-

los corresponde al soberano fijar, no precisam ente como dog-

mas

 de

 religión, sino como sentimientos de sociabilidad, sin los

cuales es

 imposible

 ser buen

 ciudadano ni subdito

 fiel

 [...] Puede

desterrar del Estado a todo el que no los crea [los dogmas de re-

ligión];

 puede desterrarlo no como a impío , sino como a inso-

ciable, como a incapaz de amar sinceram ente las leyes, la justi-

cia, y de inmolar en la necesidad su vida a su deber. Que si

alguien, tras haber reconocido públicamente estos dogmas, se

conduce com o no creyendo en ellos, sea condenado a muerte;

ha cometido el mayor de los crímenes, ha mentido ante

 las le-

yes (Rousseau 2003:163-164).

Un ciu da da no que m iente ante la ley no es totalmen te

 li-

bre en el sentid o cívico de vivir un a lib ert ad com un al me-

dian te la dispe nsa de obligaciones m u tu a s. Esa libertades

prim ordial y la garantiza la voluntad general . De ahí

 sqj

m osa frase: «Quien rehuse obe de cer a la vo lunta d gene

[...] se le forzará a ser libre» (R ou sseau 20 03 :42) .

Las ideas de que los ciudad anos recib an en se ña nz aá

v ir tu d cívica po r m ed io de un a re lig ión civil, y qu e acaten

discipl inadamente la obediencia a la voluntad general ,

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\ ERA DE TAS REVOLUCIONIES

135

no fueron simples apuntes teóricos para las páginas de

peí contrato social,

  sino que sirvieron de inspiración a

Robespierre, quien trató de pon erlas en práctica du ran te

la Revolución francesa . Por el co n trar io , la influenc ia de

Rousseau en el pen sam iento polí t ico estad ou nid en se se

pospondría hasta la co nsu m ació n d e su R evolución.

La

 Revolución am ericana

Pe la teoría a la práctica

Tras su victo riosa lucha co ntr a el co ntrol im pe rial br itá-

nico, las trece colonias am ericana s se tran sfor m aro n, un a

vez ratificada la C on stituc ión (178 9), en los nu ev os Esta-

d >s Unidos de Am érica. Do s años más tarde se añ adiero n

a este do cu m en to diez enm iend as , conocidas conjunta-

mente como  Bill ofRights,  des t inad as a aclarar y con s-

tatar los dere cho s de los esta do un ide nse s. Los sub dito s

británicos se hab ían m etam orfose ado , p ues, en ciuda da-

nos

 estadouniden ses.

Pero hizo falta u na g uer ra pa ra que esta tran sm uta ció n

se hiciera efectiva. En c ua lqu ier caso , las co nd ici on es

(una mezcla de tradición, experiencia y teorías políticas

en boga) era n prop icias y, po r tanto , la forma de c iuda da-

nía surgida de la expe riencia y de la op o rtu n id a d br in-

dadas p o r la Revolución c om bin ab a la co nti nu ida d de las

prácticas de la era colonial con el nu evo e xp er im en to de

una co nstitu ción federal, esta últim a un a autén tica no ve-

dad para una nación del tamaño de los Estados Unidos.

Las trece colonias ya llegab an co n su s prop ias ins titu -

ciones y leyes, si bien tod as co m pa rtía n po st u ra s q ue , a

•nediados del siglo xvm , se ha bía n con vertid o en aprecia-

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136

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTOM

das tradiciones. No hay que olvidar que las colonias

sobre todo los asentamientos puritanos de Nueva Ingl

a

.

térr a, estab an p ob lad as p or p erso nas en busca de la liber-

tad . Dejan do a un lad o, p o r el m om en to, la desafortuna-

da excepción (o la gran hipocresía, según se mire) q

Ue

supuso la esclavitud, a lo largo de la historia los estado-

unidenses han visto en el ideal de libertad su bien más

pre ciad o; no en va no lo perso nificaron en la Estatua déla

Libertad. Además, estos colonos habían acordado ayu-

da rse m ut u am en te e iniciar un a nu eva vida. En 1620, los

primeros colonizadores ( los l lamados

 Pilgrim Fathers),

reunidos en el puerto de Plymouth a bordo del buque

Mayflower,

  firmaron el llamado «Acuerdo de Mayflo-

wer», mediante el cual resolvían unirse en una «entidad

política civil».

Así, cu an do el des co nten to legal, político y económico

co m en zó a hac er m ella en los víncu los con la ma dre pa-

tria, m uch os colonos consideraron qu e el concepto de leal-

tad, hasta entonces prio ritario , debía dar paso a la defen-

sa de la libertad y al derecho a constituir una forma

pr op ia d e g ob ie rn o, llega nd o incluso a la sublevación si

fuera nec esa rio. Así, rech aza ron el derecho del Parlamen-

to en Westminster, del que no formaba parte ningún es-

tad ou ni de ns e, a grav ar nue vos im puestos transatlánticos

(¡Ning ún im pu es to sin repre sentac ión ). Pusieron en en-

tred ich o, adem ás, el prin cipio constitucional británico de

la so be ran ía p arl am en tar ia, p ues era el pueblo quien, in-

du da ble m en te, de bía ser sob era no . La cuestión de la ciu-

da da ní a se con vertía, así , en u n o de los pu nto s m ás im-

portantes .

Tampoco los colonos carecían de la experiencia de la

ciu da da nía . En Nuev a In glaterra y en algunas partes de

otra s colonias en co ntra m os p equeña s unidades adminis-

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\ ERA DE LAS REVOLUCIONIES

137

trativas que se regían a utón om am ente , de un m o d o simi-

lar a las ciud ade s-estad o griegas o me dievales: m un ici-

pios -p ue bl os , en rea lid ad - rod ea do s de tierra de cultivo

v regidos po r un g ru po seleccionado p or aquellos que te-

nían derec ho a voto, el cual, a su vez, era el en ca rga do de

elegir al funcionariado, subir los impuestos locales o

aprobar leyes parroquiales. Las colonias situadas más al

,,ur tenían com o un ida d adm inistrat iva el co nd ad o, qu e

util izaban de la mism a m an era . Por encim a de estas dis-

posiciones locales estab an los sistemas d e go bie rn o d e las

colonias; cada u n a de ellas co nta ba con u na asam blea con

potestad para otorgar el voto y elegir a sus miembros

constitutivos.

El nú m ero de votantes que acud ía a las ur na s era bajo,

aunque esto no im plica nece sariam en te niveles po br es de

.mciencia política. Ad em ás, y en el caso de las p eq ue ña s

poblaciones, la op or tu ni da d de votar y pre star un servi-

cio público, ya fuera en el ám bito de un m un icip io, co n-

dado o asam blea, o de formar pa rte del ju ra do , hacía que

una buena proporción de habitantes varones de raza

blanca adquiriera experiencia en la práctica de la ciuda-

danía. La tom a de conc iencia so bre cue stione s po lít icas

se hizo m ás evidente du ran te la G uerra de Ind epe nd en cia

y

 en los añ os subs iguien tes, estim ulad a, sob re to do , p or

la Revolución francesa y p o r la gu erra en tre la Fran cia re -

volucionaria y G ran Bretañ a.

Esta conciencia polí t ica encontró su modo de expre-

sión en pe riód ico s y panfletos, q ue surg ían ah or a y susci-

taban gra n interés, así co m o en la elab ora ción y ratifica-

ción de declarac iones de derech os y co nstitu cion es, ta nt o

en el ám bito estatal co m o n acio na l, entre los año s 1776 y

1791.

 ¿Pero qu é ideas políticas subya cían tra s estos de ba-

tes y

 docum entos?

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¡38  CIUDA DAN ÍA: UNA BREVE HIS T

A veces, las ideas políticas an im an o inspiran a las ]

son as a hace r ca m pa ña p ara darlas a conocer,

 y,

 a vec

los políticos con siguen llevarlas a la práctica. O tras vec

las ideas políticas se aprovechan -en ocasiones cíni<

mente- para just if icar medidas o decisiones adoptadas

por cuest iones pragmáticas que no siempre t ienen qu

e

ver con la teo ría. La Revolución am eric an a constituye u ^

bu en ejem plo de cóm o funcionan estas relaciones en tre U

teoría y la prá ctica.

M ucho se ha escrito -y no siempre con ánimos tem pla-

d o s -

 sobre cuál de las dos tradiciones m ás imp ortantes del

pensam ien to so bre la ciudadan ía ejerció mayor influencia

en los orígen es y resolución de la Revolución am ericana ,

pero nadie duda del destacado papel que desempeñaron

tan to las ideas republicanas cívicas de M aquiavelo c o m o

las op inion es de Locke sobre los

 derechos.

 Sin

 embargo,

 las

circunstan cias era n m ás complejas: los

 filósofos

 e historia-

do res clásicos, los teóricos renacen tistas, los com entaristas

ingleses del siglo xvn opinando sobre su propio período

revoluc ionario, los hom bres de la Ilustració n procedentes

de Escocia y del con tinente ; tod os ellos hicieron su ap or^

tación a las ideas y pen sam iento revo lucionarios y co n s-

titucionales.

No obs tante , a pesar de que m uch os de los dir ige ntes

norteamericanos eran pensadores de renombre (Benji

m in Franklin , Th om as Jefferson, John Ad am s, Alexancí

H am ilton o James M adison, por ejem plo), la mayor pá

de los po lítico s en activo carecía de ínfulas intelectua

y, simplemente, deseaba liberarse del control imperial

crear un nuev o m od elo de gob ierno aprovechand o su la

ga experiencia de cuasi autonom ía en las colonias. N e c c

sitaban , sobre tod o, justificar el po rqu é de su re nu nc iÉ B

la lealtad britán ica, tan to a Gran Bretaña com o

 al

 m undo»

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(]U

I ,  ERA DE LAS REVOl UCIONIES

  139

n

  olvidarnos de un número, bastante significativo, de

tadounidenses que eran leales a la Corona bri tánica,

pos años antes de la De claración de Indep ende ncia ,

scribía Jefferson un as p al abr as con las qu e rech azab a la

u

toridad del Pa rlam ento d e Londre s:

n

tes renunciaríamos a los principios del sentido com ún y

 a

|S

  sentimientos propios de la naturaleza humana a que los

íbditos de su majestad aquí asentados puedan llegar a creer

ue su

 existencia política depende

 de la

 voluntad

 del

 parlamen-

tó británico. ¿Serán estos gobiernos [los de las colonias] disuel-

tos, sus propiedades aniquiladas y sus habitantes reducidos al

estado natural, por la arrogancia de un grupo de hombres [...]

en los que nunca han confiado y sobre los cuales no tienen po-

der ni para castigarles ni para expulsarles? (Beloff

  1949:

 166).

Vemos aq uí elem entos pro pio s de las ideas de sob era-

nía del pu eblo y del pa cto co ntr aíd o. Estas ideas p er m i-

tieron la form ac ión de u n esta do y la ap rob ac ión de de-

claraciones de dere ch os y con stituc ion es nac ion ales . Se

adoptó un p rinc ipio m ed ian te el cual las per son as deb ían

refrendar estos doc um en to s, es decir, se co m pro m etía n a

vivir bajo las nuevas normas. El mejor ejemplo de este

acuerdo lo con stituy e la co ns titu ció n d e M assa chu setts,

que fue som etida a referé ndu m pa ra su apr ob ac ión po r

todos los va ro ne s ad ulto s libres. Los vo tan tes ejerc ían su

derecho fund am enta l com o ciuda dan os del nuev o esta-

do,

  aun cuando algunos no estuvieran censados como

ciudadanos político s deb ido al res tring ido sistem a de su-

fragio existente p o r enton ces .

El con cep to m ás po d e ro so y co nv inc en te fue, s in

embargo, el de los de re ch os . Ent re 1776 y 1787 los tre ce

estados aprobaron sus propias constituciones con las

eonsiguientes dec lara cion es d e de rec ho s, qu e, en líneas

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140

CIUDADANÍA: UNA BREVE HI¡

generales, e ra n m ás com pletas que la Declaración de De-

rechos nacional cuando ésta se aprobó, finalmente, en

1791. Sin em b ar go , estos do cu m en tos de extensión esta-

tal y la D ecla ració n de Inde pen den cia aluden básicamen-

te a los d er ec h o s del ho m b re ; así reza la Declaración de

Ind ep en de nc ia: «Todos los ho m bre s son creados iguales,

y son d o ta d os p o r su Crea do r de ciertos derecho s inalie-

nables», es to es , son seres h u m an o s qu e reciben sus dere-

chos del Cr ea do r, y no es el estad o quien otorga al ciuda-

da no sus de re ch os , si bien es cierto que éstos no podrían

ser dis fru tad os ple na m en te si el estado n o los proporcio-

nar a al ci u d ad an o. En este sen tido, el prim er artículo de

la D eclarac ión d e De rechos es fun dam ental:

El Congreso no hará ley alguna [...] que coarte la libertad de

palabra o de im pre nta , o el derecho del pueblo para reunirse

pacíficamente y para pedir al gobierno la reparación de agra-

vios.

Después de todo, éstos son los derechos que constitu-

yen los pila res d e la ciu da da nía en sentido p olítico.

El sufragio y los derechos legales

No consta e n esta lista de de rech os, sin em barg o, uno de

los rasgos fun da m en tales de la ciudadan ía polít ica:

 el

 de-

recho a vo to . C o n an ter io rid ad a la Revolución todas las

colonias contaban con su propia constitución, cada una

de las cua les inc lu ía disp osic ion es diferentes en cuanto a

la ge ne ro sid ad con la que se otorgaba el dere cho a votar

y la diligen cia con la que se resp etaba n los requisitos

 esti-

pulad os. C o n relación a este seg un do aspe cto, en  1706 se

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s

  ERA DE LAS REVOLUCIONIES

4

interpuso una queja por la falta de rigor con la que se

c e

lebraban las elecciones en Carolina del N orte , d on d e

.cualquier pe rso na, inc luso sirvientes, neg ros, extranje-

r o

s ,

  judíos y simples marineros, tenía derecho a votar»

(Kettner 1978 :122 ).

El sufragio, sin gu lar en cad a colonia hasta los m ás m í-

nimos detalles, estaba , sin em bar go , unid o a la pro pie da d

privada en to do s los casos . Po r ejemplo, en víspe ras d e la

Revolución, en las zon as ru rale s de Virginia sólo p o d ía n

votar los varones que poseyeran veinte hectáreas de te-

rreno,

  si carecían de vivienda, o diez sin contaban con

una casa de al m en os trece m etro s cu ad rad os , m ien tras

que en las ciudade s p od ían hacerlo los pro pie tarios de vi-

viendas, apl icándo se las m ism as dim ension es m ínim as.

Se

 cree que algo me no s de la mitad de la pob lación m as-

culina libre reunía estos requisitos. En Massachusetts,

que contaba prop orc ion alm en te con el m ayor porcentaje

de electorado , la cifra era su pe rio r al oc he nta p o r c iento.

Incluso antes de la D eclaración de Inde pe nd en cia, al-

gunas colonias pr ep ar ab an nuevas constituciones. Virgi-

nia fue la pr im er a en pro m ulg ar la suya, co nc reta m en te el

29 de jun io d e 1776. El sufragio aparecía de scrito de for-

ma

 bien sencilla: «El de rech o

 a

 voto en las elecciones pa ra

ambas Cámaras seguirá siendo como hasta ahora» (en

M orison 1929: 153). Pen silvania, po r el co nt ra rio , o pt ó

por una fórm ula m ás d em ocrá tica:

Todo hombre libre que haya cumplido los veintiún años de

edad

haya residido en este estado por espacio de un año com-

pleto, cumpliéndose éste el día anterior a las elecciones para la

Cámara de Representantes, y haya satisfecho los impuestos co-

rrespondientes a ese período , tendrá derecho a ejercer el voto

(Morison 1929:165).

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142  CIUDA DAN ÍA: UNA BREVE HISTI

A de m ás, los hijos ad ultos de titulares de plena propie-

dad, aun sin pagar impuestos, gozaban también de ese

derecho.

Estos ejemplos, indicadores de un avance hacia la demo-

cracia, provocaron un considerable malestar que se refleja

clara m ente en los debates m an tenid os du ran te la Conven-

ci ón constitucional, que fue convocada en 1787 pa ra acor-

dar el diseño de una constitución federal. Madison dejó

cla ra su pre ocu pac ión al respecto en el tran scurs o d e estas

re un io ne s, hasta el pu nto de hacer la siguiente afirmación:

El

 derecho

 al

 voto constituye uno de

 los

 artículos fundamenta-

les del gobierno republicano [...] Mirando las cosas tal

 y

 como

son, los propietarios de tierra serían los más seguros deposita-

rios déla libertad republicana (Morison 1929:227).

Los distintos t ipos de sufragio con los que contaban

los trece estados para el desarrollo de sus respectivas

elecciones fueron utilizados también para la celebración

d e los com icios nacionales; de hech o, la Con stitución de

los Estados Unidos no incluyó en sus artículos el sufra-

gio federal.

Pe ro la capacidad de voto no es el ún ico rasgo de ciuda-

d a n ía polít ica; tam bién lo es el derec ho a oc up ar cargos

pú bl ico s. Por lo general, los requisitos para acceder a un

p ue sto púb lico habían sido m ás riguro sos q ue los exigi-

dos para ejercer el voto en unas elecciones. Sobre este

particular, la Constitución federal sí incorporó normas:

nadie podía pertenecer a la Cámara de Representantes

 i

m e n o s que hubiera cu m plido los veint icinco a ño s j

e d a d y fuera legalmente ciud ad an o de los Estados Uni<]

d es d e hacía, al m en os, siete añ os . Un sena do r deb ía ten

trein ta años y una antigüedad com o ciudad ano d e, al

 i

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  ERA DE LAS REVOLUCIONAS

143

n

os,

 nueve. No ob stante, resulta l lam ativo que en nin gú n

t i l

so se exigiera algún tipo de pre pa ració n.

La ciud ad an ía po lí tica estaba, po r tanto , re str ing ida.

j

 a

 c iud ada nía civil o legal era factible pa ra to d os , al m e-

nos si no s re m itim os a la C on stitu ció n, con la ex cepción

Je la po blac ión esclava. Estos der ech os qu ed ar o n con sa-

grados en la Q uin ta E nm iend a, que tam bién incluye dos

conocidos derech os: el de no in crim inars e a sí m ism o y el

de

 con tar con las deb idas gara ntías procesales:

Ninguna persona podrá ser llamada a responder de un delito

capital u otro considerado infame, salvo bajo evidencias pre-

sentadas por un Jurado especial (...) Tam poco será compelida

a ser testigo en su propia contra en un caso penal, ni a ser priva-

da de

 su vida, libertad

 o

 propiedad, sin el debido proceso legal.

El segu ndo artículo de la Declaración de Derecho s de be

contemplarse com o si un a n ota a pie de página se tratase :

«Siendo necesaria u na m ilicia bien o rd en ad a pa ra la segu-

ridad de un Es tado Libre, no se violará el de rec ho del p ue-

blo de posee r y po rta r arm as» . Este aspecto fue objeto de

una acalora da polém ica a finales del siglo xx, pu es, m ien -

tras la esp an tosa cifra d e asesin atos po r arm a de fuego no

dejaba de crecer, la A sociación N acio na l del Rifle (siglas

inglesas N RA ), gracias al ex trao rd ina rio apoyo recibido y

am paránd ose en su derecho const i tucional , se op on ía a

los intentos de re string ir la venta y pro pie da d de a rm as .

Pero el autén tico objetivo de esta en m ien da apa rece rec o-

gido en las prim era s catorce palabras, un derec ho que d e-

riva del deb er cívico del estad o a defen derse y qu e se re-

monta a los «m ilicianos» d e 1776, qu iene s se m ov ilizaron

rápidamente con tra lo que conside raban la opre sión bri-

tánica.

 Y,

 no m eno s imp ortan te, este derecho tam bién es

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144

C I U D A D A N Í A : U N A B R E V E

p art e d e la he ren cia de la Repú blica y de las ideas cívicas

repu blica nas de Maq uiavelo, qu ien lo dejaba así de claro

en El arte de la guerra:  «La constitución de una milicia

fuerte y bien o rd en ad a elimin a las div ision es [en un esta-

do ] y restaura la paz» (en Olfield 19 90 :42 ). Estas palabras

tan similares a las presentes en la S eg un da En m iend a, de-

ja n reflejado nu est ro ante rior co m en ta ri o acerca de las

do s tradicion es p aralelas del pen sa m ien to cívico y su con-

tribución a la Revolución am eric an a.

Cuestiones típicamente estadounidenses

Las ideas políticas im pera ntes y la crea ció n, p or pa rte de

los estado unid enses , de un estado c om ple tam en te nuevo

componían un contexto en el que resultaba inevitable

qu e no se dic tara n ciertas dir ec trice s para regular el su-

fragio, o que se creara una relación de derechos, tal y

com o har ían los franceses al ca m bia r d e régim en en 1789.

Pero la U nión A m erican a se en fre nta ba con tres aspectos

fund am entales relativos a la ci u da da ní a que resultaban,

cua ndo m eno s, peculiares par a la ép oc a.

El p rim er o era la cue stión de la na cio na liza ció n. Los

estad ou nid ens es se sabían un país d e inm igra nte s (curio-

samente los americanos nativos «no contaban», salvo

com o un inconveniente del que h ab ría que deshacerse en

su m om en to). Los trece estados ocu pa ba n un extenso

 te-

rre no p oco po blad o, tal y com o se de sp ren de del primer

censo (1790), que arroja un a po bl ac ió n de algo m enos

 de

3,9 millones de habitantes, de los cuales setecientos mil

eran de raza negra, esclavos en su mayoría (lo que con-

trasta con la población de Inglaterra y Gales, geográfica-

m en te más reducida , qu e era de casi 9,2 m illones en 1801)-

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146

CIUDADANÍA: UNA BRKVI-: HISTOBI

sach use tts p er m itió que los extran jeros asis tiera n a las

reun ione s m unicipales si deseab an

proponer cualquier cuestión legítima

 y

 relevante, o presentar

alguna m oción, queja, petición, declaración o solicitud de in-

formación que consideren oportuna (Kettner 1978:111).

La ot ra form a de esqu ivar las leyes inglesa s era q ue las

asambleas coloniales aprobaran sus propias disposicio-

nes legales. Pero en 1773 el go bie rno br itá n ic o prohibió

estas extravag antes m ed ida s, con el con sec ue nte enfado

de los colono s.

Así las cosas, tras co nsegu ir la inde pe nd en cia , las colo-

nias com en za ro n a diseñ ar sus prop ias leyes. Éstas varia-

ban en los detalles y en el rigor con el que se vigilaba su

cumplimiento, pero básicamente todos los estados exi-

gían un jur am en to d e fidelidad y un p erío do d e residencia

pa ra con segu ir la ciud ada nía o, al m eno s, p a ra disfrutar

de derecho s p olíticos plenos. También la Co nstitu ción

 fe-

deral , com o hem os visto, requería un per ío do m ínimo de

residencia pa ra po de r ser elegido m iem bro d el Congreso,

y estipulaba además que «El Congreso tendrá facultad

[...] para establecer un régimen uniforme de naturali-

zación» (artículo 1.8).

La nec esida d de po ne r fin a la confusión cr ea da duran-

te este pe río do de transición se hizo m ás qu e evidente en

las elecciones al Sen ado d e

 1793,

 en con cre to con la figura

de A lbert G allatin, quien, tras habe r em ig ra d o de Suiza

en 1780, pa rticip ó en la G uerra de Ind ep en de nc ia, cum-

plió con su ju ra m en to d e fidelidad y ad q u iri ó tie rras tan-

to en Massachusetts como en Virginia. No obstante, su

condición de ciudadano fue puesta en entredicho tras

alegarse que su elección como senador por Virginia n<

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I A ERA DE LAS REV OLUC IONIES

149

s

oldado en épocas de necesidad» (Hyslop 1934: 121). El

s

egundo aspecto que hay que tener en cuenta es la inci-

dencia sob re la necesida d d e crear un sistema n acio na l de

educación en el que tuv iera c abid a la ed uc ació n cívica,

fomem os, a m od o de ejemplo, un  cahier  procedente del

estamento n ob iliario en el qu e se solicitaba fehaciente-

mente la en señ an za de

u

n catecismo patriótico que explique, de forma sencilla y ele-

mental, las obligaciones del ciudadano , así como los derechos

que

 emanan de esos deberes [...] obediencia

 a

 los magistrados,

devoción por

 lapatrie y

 por

 el

 rey (Hyslop 1934:180).

Y  es que , para los Estado s G enerales, los

 cahiers

 cons-

tituyeron algo parec ido a los p u nt o s de un or de n del día.

Reunido este orga nism o, y un a vez que sus m iem bro s

reformistas se convirt ieron en la Asamblea Nacional

Con stituyente, se em pez ó a traba jar a to da p risa e n la re-

dacción de un a nuev a con st i tuc ión , a la que prec ede ría

una D eclaración de Dere cho s. M uchas de las p reg un tas

que se plantearon estaban relacionadas con la ciuda-

danía: ¿Cuáles era n estos derec hos? ¿Qu ién iba a disfru-

tarlos? ¿Quién elegiría la nueva Asamblea una vez apro-

bada la nueva const i tución? ¿Qué requisi tos deberían

reunir los ciudadanos para poder ser elegidos represen-

tantes?

La

 Declaración de Derechos pro m ulgó derecho s civiles

fundamentales, tales como igualdad ante la ley, elimi-

nación del sistema de detención discrecional y l ibertad

de exp resión. M ás ade lante , el exten so cap ítulo V de la

Constitución explicaba con detalle las salvaguardas que

Protegían al ciu da da no an te el sistema judicial. La C on s-

titución tam bién ex ponía minu ciosam ente quiénes eran

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¡50

CIUDADANÍA: UNA BRKVfi HISTORI

ciud ada no s franceses, cóm o los extranjeros p o d ía n con-

seguir la na cio na lidad y

 el

 m od o en que podía pe rderse l

a

condición de ciuda dan o.

A un qu e no fue fácil llegar a un acu erd o en la redacción

final, la disposición de derechos civiles suscitó menor

controv ersia que la prov ocad a p o r los der ech os p olíticos.

Se aceptaron con facilidad las definiciones legales gene-

rales de quiénes er an ciuda dan os, aun qu e la cues t ión de

si se deberían exceptuar ciertas categorías fue motivo

de discrepancia. ¿Cómo se iban a aceptar excepciones si

la Dec laración de D erechos del H om bre y del Ciud adan o

afirmaba claram ente que las distinciones eran incom pa-

tibles con los principios fundamentales? El primer ar-

tículo reivind ica de forma clara y direc ta q ue « to do s los

seres h u m an o s n ace n libres e iguales en d ign ida d y en de-

rechos» . Por su pa rte, el tercer artícu lo estip ula q u e «toda

soberanía reside esencialmente en la nación», mientras

que el sexto reza así: «La leye s la exp resión de la vo luntad

general . Todos los ciud ada no s t ienen d erech o a contri-

buir a su elabo ración , person alm ente o por m ed io de sus

representantes». ¿Cuál podría ser, pues, la definición de

ciuda dan ía y có m o se po día explicar la os ten tac ión de de-

rechos cua n do p alab ras clave com o «iguales», «nación»

 y

«voluntad general» se consagraban en el texto funda-

mental?

Por otro lado, y au nq ue en prác ticam ente n in g ú n sitio

esclavos, ju dío s y mujeres gozaba n de de rec ho s p olíticos,

en Francia se dis cu tió la posibilidad d e que estos sectores,

y otros aú n m ás problem áticos, pud ieran recibirlos. Este

aspecto en partic ula r será trata do

 a

 con tinu ació n; la con-

troversia su scitad a p o r los dere cho s de la mujer y su pa-

pel en la soc ieda d s ev era con dete nim iento en el capítulo

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A HRA DE LAS REVOLUCIONIES

151

Los po lít icos de París se vie ron ob ligado s a cen trarse

eI1

 la cu estió n del estatus de la po bla ció n ne gra , tant o li-

bre como esclava, dada su situación en las colonias ca-

ribeñas -espe cialm ente en H ait í- , sum idas en un autén ti-

co

 caos po r los rum ore s sob re igua ldad p roven ientes de la

metrópoli (no resulta sor pre nd en te, pu es, qu e los sucesi-

vos go bie rn os franceses vac ilaran a la ho ra d e tra tar este

problema). A las mino rías religiosas más im po rtan tes se

les con ced ieron dere cho s civiles (a los hu go no tes tr as un

duro de bate ; a los judío s con la con dición de qu e hicieran

un juramento de leal tad cívico). Exist ía , además, otro

sector de la pob lació n sob re el qu e se tenía duda s, y no era

otro que los m iem bro s de do s profesiones con siderada s

infames p o r m uc ho s: las de verdu go p úb lico y actor. Pero

incluso éstos con sigu ieron el de rec ho a la pr es un ció n de

inocencia y al vo to .

Iodos estos debates, algu no s de ellos largos y acalora-

dos,

 eran , po r razones p rácticas, marg inales a la cu estión

central, es decir, ¿era o no factible, po r ley, exigir prop ie-

dades o dinero com o condición prim ordial p ara obten er

derechos políticos? Ante esta crucia l controve rsia, los dos

pensadores polí t icos más destacados de la Revolución

francesa, Sieyés y Robespierre, se alinearon en posicio-

nes radicalmente opuestas: el primero a favor de exigir

ciertos requisitos ; el seg un do , en co ntr a.

Sieyés

 y Robespierre

Abbé Sieyés nace en 1748 y mue re en 1836, p o r lo que s o-

brevivió al

 Anden Régime,

  la Revolución, Napoleón, la

Hestauración, la Revolución d e 1830 y los p rim er os añ os

de

 la m on arq uía orleanista. A dem ás de sus escritos sobre

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152

CIUDADANÍA: UNA BREVE  HISTOJU

cuestiones políticas, Sieyés des arrolló u n a no table carre-

ra com o activista político, si bien es ci er to que c ua nd o l

e

preguntaron sobre su actuación durante el Reinado del

Terror, bajo la dirección d el Com ité de S eg ur id ad Públi-

ca, su respuesta fue la ya mítica frase:

  J'ai vécu

  (sobre-

viví).  Sieyés t iene en su haber más de cuarenta publi-

caciones, en su m ayoría ba sta n te b rev es , la m ás famosa

de las cuales,

 Qu'est-ce que le

 Tiers

 État?

 [¿

 Qué

 es

 el

 Tercer

Estado?],

 se convirtió en la obra d e to no po lít ico m ás co-

nocida de todas las aparecidas a raíz de la Revolución

francesa. En enero de 1789 pr es en tó, d e fo rm a anón ima,

este panfleto, el cua l cau só un p ro fu n d o im pa cto dadas

las du ras críticas que, co n tra los p riv ile gi os , se lanzaban

desde él.

En julio de 1789 Sieyés publicó sus reflexiones sobre

los derechos del ho m bre y del c iu d a d a n o . Es aquí donde

enco ntram os un pasaje qu e resulta c ru ci al para entender

tanto su concepción de ciu da da nía c o m o el debate sobre

los derechos políticos del ci ud ad an o e n es ta fase tempra-

na de la Revolución. Así, di sti ng ue b á si c a m e n te entre los

de rech os naturales y civiles, p o r u n l a d o , y los políticos,

por o tro:

Por razones de claridad lingüística, sería conveniente denomi-

nar a los primeros derechos pasivos, y ac tiv os a los segundos.

Todos los habitantes de un país deben d isf ru tar en él de los

 de-

rechos pasivos del ciudadano, todos tiene n derech o a su inte-

gridad física

 y a que se

 protejan sus bienes, libertades, etc., pero

no todos tienen derecho

 a

 ser parte activa en la constitución

 de

los poderes públicos, pues no todos son ciudadanos activos

[...] Luego quienes no contribuyan al sos ten im iento de las

 ins-

tituciones públicas no deberían ejercer influencia activa e n «

bien público (Forsyth 1987:117-118).

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\ ERA DE LAS REVOLUCIONIES

153

Muy a su pesar, Sieyés situó a to das las mujeres en la ca-

tegoría pasiva de bid o al rech azo p úb lico a qu e o btu vie -

ran el de rec ho a

 voto.

 Ad mitía , adem ás, que alreded or de

u n

  cu arto de los varon es franceses adu ltos no estaba p re-

parado par a ejercer ese derec ho .

Esta clasificación de Sieyés entre ciudadanía activa y

pasiva era m ás que un a sim ple reflexión teórica . C ua nd o

la Asam blea N acional tuv o qu e de cidirse s ob re la cues-

tión del voto p ara po de r in co rp or ar sus leyes en la Con sti-

tución, la m ayoría de los m ie m br os a cep taro n la división

de Sieyés p o r consid erarla m uy ra zon able; no ob stan te, se

introdujo un a nueva distinción : un ciu da da no activo era

aquel qu e pag aba el equ ivalente a tres días de traba jo no

especializado en con cep to de im pu esto s dire cto s. |

La discriminación por cuest iones económicas no se

detuvo aqu í, y po r dos ra zo nes diferentes. U na de ellas era

consecuencia del sistema d e elecciones in dire cta s, que es-

taba organizado en dos niveles: los ciudadanos activos

elegían a los llam ad os electores, qu e era n aque llos cap a-

ces de paga r en im puestos d irectos al m en os el equivalen-

te a

 diez días de trabajo. La otra raz ón tenía q ue ver con

los requisitos pa ra ser di pu tad o, pue sto p ara el qu e se exi-

gía el equivalente en impuestos al sueldo de cincuenta

días y qu e, en térm ino s m on eta rio s, se describía com o

marc

 d'argent

  (m arco de plata ).

Las elecciones, con voc adas de ac ue rdo con la Co nsti-

tución de 1789, se ce leb raro n en 17 91 . Por e nto nc es , se

calculaba qu e el nú m er o d e ciud ad an os activos ascendía

a 4.298.360 ho m br es (qu e, ad em ás , de bía n ser m ayores

de

 veinticinco añ os ), m ien tra s que la po bla ció n total era,

Posiblemente, inferior a los veintiséis millones, una pro-

Porción razon able si la co m p ar am o s con la existente en

Inglaterra o en las colonias am eric an as po r aque l en ton -

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154

CIUDADANÍA: UNA BREVE

ees.

 Antes de que se celeb raran las elecciones p ar a formar

la nueva Asam blea Legislativa, un os poc os dip uta do s déla

Asamblea Nacional pusieron en entredicho la igualdad

dem ocrática; en tre ellos, destac ó Ro bespierre.

M axim ilien R ob esp ierre na ció en A rras en 1758. Tras

hacer prácticas com o ab og ado , en tró en política en 1789 y

se convirtió en el líder indiscu tible del Club Jacobino

 y,

 du-

rante u n breve perío do , del Co m ité de Se guridad Pública.

Acabaría person ifica nd o la Revolución gracias a su eslo-

gan «Libertad, igualdad y fratern idad », así co m o a su pro-

fundo com pro m iso con el con cep to de Rousseau de volun-

tad g eneral y del ideal de v irt u d cívica, am én de -l o que

resulta más e sp an to so - su vinculación con la polít ica del

terror, de la cual él m is m o sería víctim a tr as u n paradójico

cam bio de facciones po líticas y un a reacción de miedo.

Las convicciones dem oc rá tic as de R obe spierre resulta-

ron ev identes desde el m is m o c om ien zo de la Revolución.

Tras ha be r sido in vi tad o p o r los fabricantes d e zuecos de

Arras para que les redactase su  cahier,  atacó la actitud

discrim inato ria d e las aut o rid ad es hacia los pobr es, «pre-

cisam ente los qu e es tá n m ás nece sitados de protección,

atención y respeto» (H am p so n 1974:38).

No resulta so rp re n de n te , po r tan to, que, m ás adelante

en ese m ism o añ o, y e n calidad de dipu tad o, se pronun-

ciara incisivamente en la Asamblea contra las restriccio-

nes de voto , ale ga nd o q u e la distin ció n en tre ciudadanos

activos y pasivos se con tra de cía con la igualdad que,

 con

tanto orgullo, promulgaba la Declaración de Derechos.

Así de claro lo ex pl ica ba :

Por tanto, todo in dividu o tiene derecho a participar en la

 el:

boración de

 las

 leyes que le gobiernan,

 así

 como en la admiw

tración del bien público, que es el suyo propio. De no ser

 asi,

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L

A ERA DE LAS REVOLUCIONIES

155

se

ría cierto que todos

 los

 hom bres tienen

 los

 mismos derechos,

y que

 cada hombre es un ciudadano.

 Si

 aquel que sólo paga en

c0

ncepto de impuestos el equivalente a un día de trabajo tiene

menos derechos que el que aporta el equivalente a tres días de

trabajo [...] entonces el que ingresa cien mil libras multiplica

por cien los derechos del que sólo ingresa mil libras (Hunt

1996:83).

Para volver a lan zar n uev os a taq ue s en ab ril de 1791:

fio son los impuestos lo que nos convierte en ciudadanos; la

ciudadanía sólo obliga a un hombre a que contribuya con el

gasto público según su capacidad. Puedes dar nuevas leyes a los

ciudadanos, pero nunca privarles de la ciudadanía. Los defen-

sores del sistema que estoy denunciando son conscientes de

esta verdad. Sin em bargo, temerosos de cuestiona r el título

de ciudadanos a aquellos a los que castigan con la expropia-

ción,

 se han ocupado de destruir el principio de igualdad inhe-

rente a este título m ediante una distinción entre ciudadanos

activosypasivos(Clarkel994:114).

A

 pesar de su habilidad p ar a la arg um en tació n y la ló-

gica, los esfuerzos de Robespierre por democratizar el

sistema de vo tació n fracasa ron. N o ob sta nte , en su ca m -

paña contra el sistema del marco de plata exigido a los

candidatos sí contó con algunos apoyos (parece que ni

tan siquiera Sieyés estaba de acuerdo con dicho precep-

to),

 y así nació u na C ons ti tución que exigía ún icam en te

ser

 ciudad ano activo par a po de r prese ntars e a las eleccio-

nes.

 Fue, no ob stante , un a victoria van a, por qu e los en-

tresijos electorales pa ra co ns titu ir la nueva A sam blea Le-

gislativa ya estaban en curso antes de que este cambio

Pudiera apl ica rse .

f  No fue ésta la únic a discrep an cia en tre inten ción co ns -

titucional y prá ctic a electoral. O torg ar la co nd ició n de

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156

CIUDADANÍA: UNA BREVE

ciuda dan o activo m ediante el procedim iento del p a g

0

 A

im pu esto s no era m uy factible, y un a de las raz on es radj

caba en las varia cion es del salario. A dem ás, el g r u p

0

 A

ciuda dano s así designa dos po r este m éto do no respondió

con m uc ho en tusia sm o a la l lamada a las urn as d e 179^

A pesa r de ello, la historia de la ciud ad anía d u ra n te la

Revolución francesa no está marcada, en absoluto, n

0 r

la baja p ar ticip ac ión en esas elecciones na cio na les . Mu-

cho más destacada fue la actividad cívica local, especial-

m ente en la capital , un a ciudad muy polit izada d o n d e se

estaba g es tan do la ideología jacobina)

El desarrollo de la ciudadanía

Si ciertos aspe ctos d e la ciudad anía p ue de n identificarse

con la m anifestación de opiniones sobre asun tos pú blicos

y con la organización ciudadan a para lograr ca m bio s, en-

tonce s no hay du d a de que los ho m bres y m ujeres fran-

ceses d em os tra ro n qu e sabían usar sus t í tulos de ciuda-

da no cua ndo t ransfo rm aron con em pe ño los gobiernos

m unicipales de miles de poblaciones. Este papel tam bién

se hizo ev iden te en los violentos altercado s d e las llama-

das journées,  o levantamientos populares que, de forma

periód ica, acon tecieron en París.

El resen tim iento albergado contra las ol igarq uías de

los gob iernos m unicip ales y contra la intro m isión d e l

 go-

bie rn o c entra l en los asunto s de las ciud ade s se extendió

en la pr im av era de 1789. Tras el increíble éxito de l o s pa-

risin os al con segu ir la rend ición de La Bastilla el 14 d e ju-

lio,

 se aceleraron y radicalizaron los pa so s enc am inado ;

a reformar los obsoletos sis temas de ad m in istr ac ió n

  lo-

cal.

  Esta reforma de los gobiernos municipales provin-

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L A

  ERA DE LAS REVOLUCIONIES

157

c

iales tuvo varias caras, y en algunas ciudades se hizo

efectiva por medio de la violencia para, así, expulsar del

p

0

der a los ol igarcas y erigir una au tor ida d m ás de m o-

crática.

En diciem bre, una ley autorizab a la revolución m un i-

cipal de los ciud ad an os com erciantes y arte sa no s. Ad e-

más,

 y al auté ntico estilo cívico repu blic an o, estos ay un -

tamientos recién formados const i tuyeron sus propias

milicias, al m ism o tiem po q ue ala rde ab an con org ullo de

s

us recién estrenad as ide ntida d y au ton om ía cívicas.

M ientras tan to, los ciu da da no s de París se ha cían con

las rienda s de sus pro pio s asun tos . Con el fin de elegir a los

representantes p a ra los Estad os G enerales, se div idió a la

ciudad en s esen ta d ist rito s. Tras las elecc iones, los elegi-

dos

 (cuatrocientos) continu aron reun iénd ose , desplazan -

do así, de form a efectiva, a las au tor ida de s del Anden Re-

gime.

  Ya caída La Bastilla, estos distri tos co ns tituy ero n

una Comuna de 120 miembros elegidos democrát ica-

mente. Tam bién form aron su prop ia milicia, co nstitu ida

por doce m il ho m bre s, fun da nd o así el ejército ciu da da no

de

 la G uard ia N acio nal. M ás ade lante , en 1790, París fue

de nuevo red istrib uid o en 48 secciones, cad a u n a d e las

cuales resolvía sus propios asuntos por medio de reu-

niones masivas de todos sus ciudadanos activos (una

media de diecisiete mil, aproximadamente), así como a

través de nu m er os os com ités de sabios y de su pro pio tri -

bunal de m ag istrad os. Estas secciones de sem pe ña ron u n

papel de term ina nte en los turb ulen tos acon tecim ientos

que

 asolarían

 a

 la ciudad entre

 1792

 y 1794.

El escritor A nato le F ranc e, en su excelente nov ela

  Les

dieux ont soif  ( t raduc ido a l español com o  Los dioses tie-

nen sed)

 dibuja, a través del personaje de Évariste G am e-

lin, un retrato más que evocador de las secciones parisi-

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158

C I U D A D A N Í A : U N A H U E V E H I S T O B I

ñ a s .  La escena se s i túa en abr i l de 1793, en v ísperas de l

a

e x p u l s i ó n d e lo s d i p u t a d o s g i r o n d i n o s d e la C on v en c ió n

p o r la f u e rz a d o m i n a n t e d e l o s j a c o b i n o s m o n t a ñ e s e s . El

s i g u i e n t e e x t r a c t o p r o c e d e d e l a s p r i m e r a s p á g i n a s :

Évariste Gamelin, pintor , discípulo de David, miembro del

a

sección del Pont-Neuf [ . . .] habíase encaminado, muy de ma-

ñana, hacia la antigua iglesia de los barnabitas, que servía de

sede desde hacía tres años, desde el 21 de mayo de 1790, a la

asam blea ge neral de la Sección.

Las bóv eda s [de la nave] pres en ciab an ah or a las asambleas que

celebrab an los pa triotas , con go rro frigio, reunidos para elegirá

los rep rese nta nte s mu nicipales y delib erar acerca de los asun-

tos de la Sección [...] Una mesa con los Derechos del Hombre

tenía preferencia e ncim a de aquel altar desm antelado .

En aquella nave tenía n luga r, dos veces po r semana, y de sd e las

cinco de la tard e has ta las on ce de la no ch e, las asam bleas públi-

cas [...] U n tosco ta blad o de ma de ra, situ ado jun to y frente ala

Epístola, acogía a un gr an n úm e ro de mujeres y de n iñ o s que

asistían en m asa a aquellas reun ion es. Aquella mañ ana , delante

de una mesa de despacho [...] se encontraba [...] uno délos

doc e del C om ité de vigilancia.

Évariste Gam elin cogió la plum a y firmó [la pro scrip ción de

 los

«girondinos»]:

-Ya sabía yo -di jo el magist rado ar tesano- que vendrías

para dar tu nombre, ciudadano Gamelin. Tú eres puro. Pero

la Sección no está por la labor; le falta virtud (France 1991:

43-44).

G a m e l i n e r a , p u e s , u n h o m b r e d e v i r t u d c í v i c a e n e '

s e n t i d o d e e n t r e g a y d e d i c a c i ó n j a c o b i n a s .

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160

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORJ.

l ít icos de las sucesivas asa m bleas repre senta tivas a par-

t i r de 1789 fundaron clubes donde podían reunirse su

s

sim patizan tes, a los que se un ieron tam bién entendidos

en política y ci ud ad an os entu siasta s. Es m ás, esta prácti-

ca parisina pronto encontró su réplica en ciudades de

provincia. Los clubes más influyentes y activos eran los

jaco bino s, cuyo n o m br e prov iene del lugar do nd e cele-

bra ba sus reu nio ne s la socieda d m ad re de París, en con-

creto el monasterio de los monjes dominicos ( también

cono cidos co m o «jacobinos») de la Rué St H on or é.

En

  1793,

 año de m ayo r apo geo de los clubes jacobinos,

el nú m ero tota l de mie m bros po dría hab er ascendido a

m edio m illón a pro xim ad am ente , que se distribuía grosso

m o d o en seis m il clubes. Sus socios m ás beligeran tes fue-

ron rea lm ente los ciu da da no s activos de la Revolución

 en

el sen tido de part ici pa ció n cívica po r iniciativa propia, y

no por su supuesta capacidad, como rezaba la definición

de Sieyés. Esta soc ied ad estaba c on stituida po r un amplio

espectro de clases m ed ias y trabaj ado ras. Adem ás, los ja-

cobinos que vivían completamente comprometidos con

los ideales de la Revolución y que participaban en los

asu nto s púb lico s, sob re tod o en el go bie rno de las seccio-

nes parisin as, se con sid era ba n a sí m ism os un a élite, los

auténticos pa tr iot as cívicamente vir tu oso s.

N ingú n jac ob ino estaba tan dispu esto a recalcar la ne-

cesidad vital de la virtud cívica como Robespierre. Sin

em ba rgo , esta conv icción le llevó tanto a él com o a sus

 se-

guidores a hacer u n a interpretac ión de la ciudadanía

 de-

finitivamente p o c o ace rtad a. Para los jac ob ino s más fa-

nático s, la ci u da da ní a debía o cu pa r el cen tro de la vida

pe rson al, po r lo qu e familia, ap ego regional o cristianis-

mo debían sacrificarse por la causa cívica. Lamentable-

m ente pa ra R ob espie rre, su ingenuo conven cimiento (si-

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1  A ERA DE LAS REVOLUCIONIES

161

guiendo a Rousseau) en la bondad natural del pueblo

¡cabo chocando, en su mente, con la más que evidente

n l

alda d hu m an a, sobre tod o en los m eses m ás crít icos de

lósanos 1793-1794.

Para explicar esta contrad icción , R obe spierre argü ía la

existencia de, por un lado, los justos políticam ente , esto es,

los verdaderos ciudadano s,

 y,

 por

 otro,

 los políticam ente in-

justos, qu e eran u na de sho nra pa ra el título de ciud ada no :

En Francia existen dos tipos de personas. Uno de ellos está

constituido por la masa ciudadana, gente pura, sencilla, sedien-

ta de justicia y amiga de la libertad. Son personas virtuosas ca-

paces de derramar su sangre para asentar las bases de la liber-

tad [...] El otro grupo está formado por una plebe sediciosa e

intrigante, [...] granujas, extranjeros, contrarrevolucionarios

hipócritas (Cobban 1957:187).

Qu ienes carecieran de v irtu d cívica de be rían ser dirigi-

dos con contundencia hacia la auténtica ciudadanía (el

modelo de Robesp ierre era el rég im en de Licurgo en la an -

tigua Esp arta), pu es, en caso co ntra rio, habría q ue limpiar

la

 patria de su presencia peligrosa m ente co rru pta m ed ian-

te la guillotina: en otras pa lab ras, habría qu e rec ur rir a la

política del terror, p ues R obe spierre llegó a creer que vir-

tud y terror estaban u nid os sim bióticam ente: «La vir tud ,

sin la cua l el te rror es funesto; el terror, sin el cual la vi rtud

es imp otente» (Rudé 1975:118).

El

 concepto de ciuda dan ía habría alcanzado un terrible

radicalismo si los ideales grieg os d e un a élite de iguales y

de la

 vir tud cívica se hu bier an p o di do sostener enton ces,

en un contexto tan diferente al de una gran nación-esta-

do,

 sólo y exclusivam ente m ed ian te u na atmó sfera d e te-

rror impu esta po r un gr up o red ucido de hom bre s que se

tenían a sí m ism os co m o v irtu os os .

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Cuestiones modernas

y contem poráneas (I)

Nacionalidad y mult iculturalism o  <

Finales del siglo xvm

Según el dist inguido poli tólogo bri tánico Graham Wa-

llas,  tras la Revolución franc esa los estad istas europeos

pensaban que

ningún ciudadano puede concebir su estado o convertirlo

 en

objeto

 de

 afecto político

 a

 menos que crea

 en la

 existencia

 de un

tipo nacional con el que puedan asimilarse los habitantes indi-

viduales de un estado; y no puede continuar creyendo en la

existencia de ese tipo nacional a menos que sus conciudadanos

se

 parezcan

 los

 unos

 a los

 otros, tanto como

 a él

 mismo,

 en cier-

tos aspectos fundamentales (Oom men 1997:135).

Resulta aleccionador comparar esta cita con otra pro-

cedente del im po rtan te soció logo alem án Jürgen Haber-

mas, quien se m uestra co nv en cid o de que «la ciudadanía

no ha estado nu nca l igada con ce ptu alm en te a la idi

dad nacional» (Habermas 1994:23).

162

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a'ESTIONES MODERNAS Y  CONTEMPORÁNEAS (i)

¡63

Com o es obvio , con an teriorid ad al siglo xvm apen as si

podían re lacionarse c iudadanía y nación, pues ambos

c 0

nceptos estaban l igados a diferentes entidades socio-

políticas, tal y co m o p o ne n de m anifiesto los siguien tes

tr

es ejemplos: los ciuda dan os de las antigua s

 polis

 griegas

debían su esta tus cívico a un a c iud ad en p artic ula r, a la

que les unía un fuerte vínculo, hasta el punto de librar

con frecuencia cruentas guerras contra ciudades rivales.

Sin embargo, esta condición no excluía un sentimiento

de «sentirse griego» , qu e H er ód ot o bien definió co m o «la

misma sangre y la misma lengua, templos y sacrificios

comunes y semejanza de costum bres» (H eró do to 2006:

289).

 Por su parte , los ciuda dan os r om an os se asen taron

a lo largo y an ch o d e su extens o Im pe rio sin tene r que

despojarse nece sariam ente d e sus cultura s étnicas p ar ti-

culares. Y, ya en la Eda d M edia, la ciu da da nía no se sus-

cribía a países o reg ion es étn ica m en te iden tificables, sino

al m unicipio.

No hay d ud a de que estos tres casos constituyen ejem-

plos ba stan te evide ntes . No o bsta nte , ya en tra do el s i-

glo

 xvm la confusión sem ántica no nos pe rm ite despejar

totalmente la ap are nte c on tradic ció n qu e dejan ver las ci-

tas de nu est ras dos autor id ades ac ad ém ic as . Y es que ,

hasta el siglo x vm , la pa lab ra «nación»^ tenía co nnot ac io -

nes

 distinta s de las de hoy en día, y en esa fecha em pez ab a

ya a conv ertirse en sin ón im o d e «país» ¡o «p atria» y a ser

util izada para designar a sus habitantes. Así, a medida

que la palabra «ciuda dano » se despojaba de su c on no ta-

ción m un icip al p ar a ace rcarse a la de estad o, tam bié n el

término «nación» em peza ba a apro xim arse al de estado.

Obviamente, esto no quiere decir en absoluto que am-

bos con cep tos c on tara n c on significados idén ticos en el

siglo xv m ; nad a m ás lejos de la realidad , da d o q ue aú n

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164

CIUDADANÍA: UNA BREVE

qu ed ab a p or resolver si la na ció n debía ser definida p

0 r

criterios polít icos o culturales.

En el caso de una definición por criterios polít icos

dent ro de un es tado razonablemente democrá t ico am-

bo s té rm in os serían casi s inón im os , tal y com o sucedió

durante la Revolución francesa. La base teórica nos l

a

dejaba Abbé Sieyés, quien, al preguntarse qué era un

a

na ció n, resp on día así: «Un cue rpo de asociados que vi-

ven bajo una ley

 común

  y representados por una misma

legislatura»  (Sieyés

 2003:

 92 ). N o es éste el inte nto más

desafortunado de definir la ciudadanía en los sentidos

civil y polít ico. La división entre nación y ciudadanía

también hizo su aparición en la Declaración de Dere-

chos, en la que quedaba claro que «la soberanía residía

fu nd am en talm en te en la nación» y que «las leyes son

 la

exp resión de la volu ntad general».

A dem ás , la C on stituc ión d e 1791 ofrecía a los extranje-

ros la pos ibilidad de hacerse ciu da da no s franceses, de lo

qu e se de spre nd e que n o es indispen sable la conexión

 en-

tre es tat us cívico y na cio na lida d, tan to en el sen tido cul-

tu r a l c o m o en el étn ico o racial. La lista de los que eran

considerados ciudadanos franceses incluía a aquellos

«na cidos en F rancia de un pa dr e extranjero cua ndo ha-

ya n fijado su dom icilio en Fra nc ia», así co m o a «los ex-

tranjeros nacidos fuera del Reino de padres extranjeros

sie m pr e qu e lleven cinco añ os do m iciliad os en Francia»,

y

 a

 co nd ició n d e que cum plieran ciertos requisitos que

 no

dejaran du das sobre su com pro m iso con este país. De

 he-

cho ,

  que en el siglo xvn algunos países (especialmente

Gran Bretaña y Francia) vieran nacer un sentido -diría-

mos incluso que una expectación- de leal tad nacional

puede interpretarse como una transmutación de la anti-

gua vir tud cívica republicana del patr iot ismo hacia

 1

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;

  CUESTIONES MODERNAS Y CONTEMPORÁNEAS  ( i )

165

nueva atmósfera de cultura polí t ica nacionalista y mo-

derna.

Si siglo xix

En la práctica, Francia no co nstituyó un ejem plo de aper-

tura a la ciu da da nía n acio na l; fue la em igr ac ión m asiva

a los Estad os U nido s la qu e erigió en m od el o a este país,

adon de, en tre 1820 y

 1865,

  l legaron cinco millones de in-

m igrantes, cifra que a um en tar ía h asta casi los veinte m i-

llones en tre 1870 y 1920. Sin em ba rg o, pa ra ad qu irir el

rango de ciu da da no lo hab itual era som eterse a dos p ru e-

bas:

  un ex am en po lí tico-cívico, que evaluaba el con oci-

miento de la co nstitu ció n, y otr o, má s funcion al, de alfa-

betización. Lóg icam ente sabe r leer y escrib ir pre su po nía

cierto dominio básico de la lengua. Pero si la ciudada-

nía conlleva co m pre nd er el idiom a de la na ción -esta do ,

el conc epto de n ac ión /na cio na lism o del siglo xix exigía

también, en líneas generales, una base lingüística. La

unión de ciudad anía polít ica y na cio na lidad a través del

instrumento de una lengua común fue expuesta magis-

tralm ente po r John S tuart M ili:

Es

 prácticamente imposible que existan instituciones libres en

un país integrado por varias nacionalidades. En un pueblo

donde no haya un sentimiento de compañerismo, especial-

mente si

 se

 hablan lenguas diferentes, no puede existir esa opi-

nión pública unificada que es necesaria para que funcione el

Gobierno representativo (Mili

 2001:

 311).

Sin embargo, cuando Mili escribió estas palabras la

conjunción entre ciud ad anía y na cio na lida d l ingüística

apenas si se dab a en los tres países eu ro pe os m ás im po r-

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166

CIUDA DAN ÍA: UNA BREVE HISTOBJ

tantes del momento, por no mencionar ot ros e jempl

0 s

aún menos significativos.

Comencemos, brevemente, por Italia. Mazzini conce-

bía la unificación nac ion al de la pen ínsu la a p ar tir de la

vo lun tad de «todo s los ciu da da no s que conform an Italia»

(Mazzini  1961: 236). No ob stan te, du ran te el proceso de

un ificación (de 1859 a 1870) se calcula qu e tan sólo el dos

po r ciento de la po bla ció n sabía hab lar italiano.

Incluso en Franc ia, la na ció n- es tad o e urop ea po r exce-

lencia, se estima que en 1789 la mitad de sus habitantes

desconocía la lengua francesa, algo que resultaba alar-

m an te. De esta pre oc up ac ión se hizo eco, en 1794, Baré-

re,

 miem bro del Co m ité de Seguridad Pública:

¡Ciudadanos La lengua de un pueblo libre debe ser una y la

misma para todos [...] Hem os visto cómo el dialecto llamado

basbretón, el dialecto vasco y las lenguas italiana y alemana han

perpetuado el reino del fanatismo y

 de

 la superstición [...] im-

pidiendo que la Revolución penetre en nueve Departamentos y

favoreciendo a los enemigos de Francia [...] Hagam os desapa-

recer el imperio de los sacerdotes m ediante la enseñanza

 de la

lengua francesa [...] Permitir que los ciudadanos desconozcan

la lengua nacional es traicionar a la patria (Macartney 1934:

110-111).

Sin emb argo, en una fecha tan tardía com o

 1870,

 el ideal

jacobino de una Francia unida por una lengua común

y, gracias a ésta, por una misma identidad nacional no

hab ía con segu ido que m illones de cam pesino s renuncia-

ran al apeg o qu e sentía n, ya des de la épo ca m edieva l, ha-

cia su pu eblo y lengu a locales. Estos ha bitan tes de las zo-

nas rur ales era n, p o r ley, ciu da da no s, y algun os de ellos

incluso tenían derecho a voto (alrededor de cinco millo-

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. C U E S T I O N E S MO D E R N A S Y C O N T E MP O R Á N E A S ( i )

167

n

es en las elecciones de 1876). Pero estaríamos ante un

t

ipo de ciudadanía frágil s i un ciudadano muestra tan

poco -e n palabras de M ili- «sentim iento de com pañ eris-

mo» y escaso con tacto con su nació n-e stad o. D ur an te la

jéca da de 1880 el esta do francés luc hó , m ed ian te la ed u-

cación y el servicio m ilitar, po r «nac ionalizar» a to d os sus

ciudadano s; se dice, incluso , que en algu nas escuelas de

Rennes se p o d ía n leer an un cio s con el siguiente m ensaje:

Prohibido escup ir y hablar en bre tón ».

Al m ism o t iem po, el nuevo Im perio alem án no cesaba

en su polí t ica de ge rm an izac ión dir igid a a la p ob lació n

de

 lengu as polaca, francesa o dane sa, pese a qu e estos ha -

bitantes, que vivían a lo largo de la frontera alemana,

nunca alcanzarían la con sideración de alem anes «autén-

t icos» aunque aprendieran la lengua, pues no pertene-

ían al  Volk. Al co ntra rio qu e, p or ejemplo, en E stados

unid os, Gra n Bretañ a y Francia en el siglo xix, do nd e la

ciudadanía legal era práctica m ente idéntica a la nac iona-

lidad (ind ep en die nte m en te de có m o se definiera ésta), en

Alemania dos obstáculos imp edía n esta com un ión : u no

era el estad o d e división del pa ís, qu e du ra ría ha sta 1871;

el otro, el conc epto de Volk.

En 1807-1808 Fichte inten tab a, en sus

 Discursos a la na-

ción

 alemana,  conjugar nacio nalidad alem ana y ciuda da-

nía del esta do bajo la teoría d e qu e cua nto m ás am ase u n

individuo a su pa tria alem ana, m ejor c iud ad an o sería en

su prop io estado . Pero po r ento nces ya estaba em ergien -

do el co nc ep to del  Volk,  la idea de un pueblo unido por

una «esencia» c om ún na tura l, esto es, los ale m an es ^n su

'<>rma má s pura . Esta creencia en la nación com o

 vólkiscfr

implica que toda persona nace con una nacionalidad, la

aial no p ue de ser conferida. N o se trata de un co nce pto

¡«-gal, sino que es algo que se lleva en la «sangre ».

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168

CIUDADANÍA: UNA BREVE

Por tan to, y en con trap osic ión a la trad ició n francesa

po sterio r a 1789, los conc eptos de ciuda dan ía alemana

 y

nación cultural establecieron un os vínculos m ucho más

fuertes, hasta el p u n to d e fusionarse. Esta interpretación

se consolidó en el derecho alemán en 1913, cuando se

ap rob ó un a ley que garantizab a en perp etu ida d la ciuda-

danía alemana a todos los «alemanes», independiente-

m en te del país en el qu e resid ieran .

El siglo xx

El conc epto de

 Volk

 fue, en sus orígen es, un pr od uc to del

m ov im iento rom ántic o. No ob stante , su signif icado ad-

quirió tintes más oscuros al ser utilizado por la doctrina

na zi de la

 Blut undBoden

  (sangre y

 t ierra) ,

 ado ptad a para

just if icarla -fun da m en talm en te an tisem ita- Ley de Ciu-

da da ní a del Reich de 1935 y sus terribles consecuencias.

En su artículo 2 pu ed e leerse la siguiente definición:

tCiudadano del Reich es aquel sujeto que sólo es de sangre

 ale-

mana o afín

 y

 que,

 a

 través de su conducta, ha dem ostrado que

está deseoso y apto para servir lealmente al pueblo alemán y al

Reich (en Snyder 1962:163)'.

Pero negar el de rech o a ser ciu da da no po r cuestiones

de raza n o fue pr ác tic a exclusiva del Tercer Reich; el so-

m etim iento de la población neg ra al régime n apartheid,

tanto en Sudáfrica como en los estados sureños de los

Estados Unido s, const i tuye o tro bu en ejemplo.

En el añ o 1910 G ran Bretaña estab leció la U nió n de Su-

dáfrica, a la qu e dot ó d e un pa rla m en to federal pro pio, si

1. Traducción de esta cita en http://forum.stormfront.org/show-

post.php?p=2439770&postcount=36 [N. del T.j.

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C U E S TI O N ES M O D E R N A S Y C O N T E M P O R Á N E A S ( i )

169

bien en el pro ceso político sólo ten ían cabid a los blan co s.

Sin em barg o, da do q ue ning ún otro africano de raza ne-

gra, residen te en otras colon ias, gozab a de de rech os p olí-

ticos en esa ép oc a, el he ch o d e qu e se les nega ra el sufra-

gio en Sudáfrica no resultab a, en absolu to, so rp ren de nte .

Pero lo qu e co nv irti ó a este pa ís en un caso ú ni co fue el

modo en el que la m ayoría ne gra fue p aula tinam ente des-

pojada de cua lquier t ipo de derech o al qu e, en prin cipio ,

habría podido aspirar . Mediante una disposición legal

por la cual el setenta p or cien to de la po blac ión ne gra pa -

saba a ser ciu da da n a del 13,5 de tier ra qu e se les as ign ó

como sus homelands  o «b antus tanes », el go biern o de la

Unión (más adelante República de Sudáfrica), do m in ad o

por los afrikáners, alegaba a pa rti r de 1950 apr ox im ad a-

mente u n tip o de falsa estab ilidad al priv ar a los neg ros

de sus dere cho s en la m ayo r p ar te del estad o. Ade m ás, el

estilo con eljTue_se_pretendía hacer cumplir el sistema

convertía eúd rac on ian ae sta negación de derechos. Un in-

forme de las N aciones U nidas hab laba «del ar m am en to

del terror, desp legad o co n el pe rm iso de las leyes» (Fried-

man 1978: 39). De hecho, Sudáfrica no se convirtió en

una «nación» mult irracial de ciudadanos con idénticos

derechos an te la ley ha sta 1996, añ o en el qu e se pro m u l-

gó la nuev a C on sti tució n postapartheid.  Su ar tíc u lo 1.3

reza as í:

1.

  Existe

 una única ciudadanía sudafricana común

 a

 todos los

ciudadanos.

2.

  Todos los ciudadanos

(a) gozarán de los mismos derechos, privilegios

 y

 benefi-

cios respecto de

 la

 ciudadanía;

 y

(b) tendrán las mismas obligaciones y responsabilidades

respecto de la ciudadanía.

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¡. CUESTIONES MODERNAS Y  CONTEMPORÁNEAS (i)

171

¿regación racial en au tob use s y resta ura nte s, sin dejar de

presionar, al mismo t iempo, para aproximarse al nivel

económico y laboral del que disfrutaban los es tad ou ni-

denses blanc os, un a lucha qu e, al m eno s en pa rte , o btuvo

los resultad os des ead os.

Las vicisi tudes sufridas por los estadounidenses ne-

bros con stituyero n u na am arga cró nica sobre la igualdad ,

la vida, la l ibe rtad y la bú sq u ed a de la felicidad, p un to s

estos que proclamaba la Declaración de Independencia

como derechos inal ienables de todos los estadouniden-

ses.

 A dem ás, y si la situación en la que vivía la po blac ión

de color se contradec ía desc arad am ente con la pro clam a-

ción hec ha en el siglo xv m , en vir tu d de la cual tod os los

hombres eran iguales, una vez conseguida la emancipa-

ción tam bié n en traría en contrad icción con el sup uesto

principio por el que tod os los ciud ad an os tiene n un esta-

tus idé ntic o. Pe ro esta esen cia q ue se le su po ní a al ideal

cívico se hab ía violado tan tas veces que n o po dí a espe rar-

se un a fugaz tran sic ión de u n estad o de esclavitud a otro

de disfrute p leno de la ciu da da nía .

Con to do , a pesar de qu e un origen esclavo y un a pig-

mentación de piel claramente dist inta retrasaron la

incorporación de los negros en una sociedad civil esta-

dounidense homogénea, a l menos no tuvieron que en-

frentarse a otra s barre ras , com o pud iera n ser las deriva-

das de profesar d iferentes religiones, o de hab lar lengu as

diversas. De hec ho , la cu estió n ling üística sí su pu so un

problema pa ra o tros gr up os de pob lación d e los Estados

Unidos. Así, los em igran tes qu e, en el siglo xix, pro venía n

de Europa y Asia debían ap ren de r inglés para ob tene r la

ciudadanía, al m ism o tiem po q ue daba sus frutos la polí-

tica gu be rna m en tal de el im inar m ucha s de las «lenguas

bárbaras» de los nat ivos americanos (quienes, casual-

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17 2  CIUDAD ANÍA: UNA BREVE HIS T

O R

.

m ente, no obte nd rían la ci ud ad an ía hasta 1924). No obs-

tante , el gran n úm ero de c i u da d an o s hispanohablantes

ha plantea do en la actu alida d la cue stió n del bilingüismo

en los Estados U nido s.

Los últimos años del siglo xx constituyeron una etapa

de creciente conciencia y se ns ibi lida d étnicas en tod os los

continentes. La reclam ación d e d erec ho s y/o la insti tu-

cionalización de identida des c ult ur ale s dist intas provo-

caron graves tensiones en m u c h a s d e las l lamad as nacio-

nes-estado. En ocasiones se cu lp a b a de este descontento

al gobierno, que aparecía c o m o ins tru m en to de opresión

u homogeneización; en otr as , a los pueblos que compo-

nían el estad o, incapaces de c on vi vi r de form a pacífica.

La transferencia de com pe ten cia s, caso de Gran Bretaña

y España, const i tuye un e jem pl o de acu erdo civi lizado;

po r el con trario, las m atan zas p er ió di ca s e ntre los tutsi y

los hutu en B urun di y R ua nd a e nc ar na n el desm oron a

m iento de los valores y c o n d u c ta s civilizadas.

Todos estos aspectos rela tiv os a la ciu da da nía cob ran

gran relevancia: el objet ivo p ri o ri ta ri o de la ciuda danía

es e l de crear vínculos entre todos los individuos con

el estado; la prioridad de la identidad étnica es la de

crear vínculos entre los individuos con su comunidac

cultural, la cual viene g en er al m e n te definida po r su len-

gua y/o re l ig ión. La creenc ia d e ci m o n ó n ic a de que los

c iudadanos , como miembros de una nac ión , enca rna -

ban ambas identidades ha sido frecuentemente tachada

de falacia.

Los es tudios sobre las re laciones entre c iudadanía

m ode rna y m ul t icul tura l ism o h a n a rrojado t res catego

r ías fundamentales de minorías cuyos intereses deben

considerarse si lo que se p e rs ig u e es preserva r la buena

salud polít ica del estado y la realidad de la ciudadanía-

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. , IESTIONES MODERNAS

 Y

  CONTEMPORÁNEAS (i)  ¡?3

La prim era de el las es la de los l lam ado s «p rim eros pu e-

blos», los aboríg en es; la seg un da , la de los in m ig ra n tes

procedentes de otr as t ier ras , y la tercera, aque lla co ns ti-

tuida por los pueblos que conforman bloques coheren-

tes desd e un a pe rspec tiva geográfica y que co nv ierte n a

sus países en autént icos es tados mul t inacionales . Los

estados que, de una u otra forma, han conseguido aco-

m odar las necesidades -s ie m pre en p u g n a - de c iudada -

nía e ide ntid ad étnica en cada un a de las an terio res cate-

gor ías han adoptado medidas des t inadas a incorporar

(ya sea en la C on stitu ció n, en el der ech o o el sistem a p o -

lít ico) derechos o privilegios para las minorías, sin que

por ello la inte grid ad del esta do se viera excesiva m ente

afectada.

El caso canadien se es dig no de estudio p or con st i tuir

un claro ejemplo d e este pro ceso de bús qu ed a de equili-

brio.

  Y es que Canadá siempre ha sido un mosaico de

pueblos que h an co nsegu ido dist intos dere chos pa ra las

diversas ide ntid ad es, ha sta el p un to d e que , en 1992, un

comentarista conjeturaba que este país podría conver-

t i rse en la pr imera democracia posmoderna

  (véase

  Po-

cock 1995:47), es decir, un conjun to de gr up os , cada u n o

de ellos con su propia identidad y papel participativo,

que sustituiría a una c iuda dan ía holística.

Los prim ero s en asentarse en Ca nad á fueron los pu e-

blos am erin dio s -lo s huro ne s y los cr is -, así co m o los ha-

bi tantes del Árt ico den om in ad os inuitas. Estos pueb los

han conservad o su lengua celosamente y no ha n t i tubea-

do en reclam ar su derech o a recu pe rar las t ierras q ue , en

su día, les fueron ex pro pia das p o r «C ana dá» . Baste citar

un ejemplo de cada caso pa ra m os tra r el apa sion am iento

con el qu e viven su id en tid ad . Así, en 1969 el go bie rn o

acordó conceder a los amerindios el estatus de ciudada-

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17 4  CIUDADAN ÍA: UNA BREVE HIS T

O R

.

nía plena, que les había sido neg ado hasta ese m om ento

pero los beneficiados despreciaron esta resolución p

0 r

.

que no enmendaba en ningún caso el largo historial de

injusticias padecidas. El otro ejemplo tiene como prota-

gon istas a los inu itas, qu ienes c on sigu ieron cierta auto-

no m ía tr as la crea ción , en 1999, de una nuev a p rovincia,

N un avu t, nac ida a p ar tir d e los Territorios del Noroeste.

La histo ria de Ca nad á ha sido la de un a inm igración

con t inuad a, en un p r incipio de proced encia europea y,

m ás re cien tem ente , de Asia, lo cual se su m a a su ya de por

sí com plej idad étnica. Algu nos de estos inm igran tes se

han pre oc up ad o de conservar aspectos de su cultura ori-

gin ari a; tal es el caso d e los ca nd idato s sij a ing resa r en la

Real Policía Montada del Canadá, quienes solicitaron

permiso para l levar turbante y prescindir, así , del tradi-

cional so m bre ro de ala anch a.

Con todo, el ejemplo más representativo de la situa-

ción canadiense de mezcla de gentes ha sido el de Qué-

bec,

 en origen u na colonia francesa (Nueva F rancia) que

pasó a ma no s británicas a m ed iad os del siglo xvm tras su

victoria en la Guerra de los Siete Años. Los

 québécois

  y

otros francocanadienses, como los saskatchewan, han

mantenido una profunda relación con la cultura france-

sa. D esde la creación de la Federac ión en 1867, C an ad á ha

sido un pa ís bilingü e, una situac ión que se conso lidó con

la Ley de Id iom as Oficiales de

 1969,

 a raíz de la cual an un -

cios, señales de tráfico y co m un ica do s oficiales p asa ron a

exp resarse en inglés y francé s.

Esta ley respondía a una actitud radical y separatista

de Q uéb ec qu e im pu lsó el pres iden te De G aulle en la Ex-

posic ión Internacional de Montreal cuando, en un dis-

curso , pr on un ció la s iguiente f rase incen diar ia :  Vive le

Québec

 libre Pro nto aparecerían el Pa rt ie Qu ébécois y

 el

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. , l'ESTIONES MODERNAS Y  CONTEMPORÁNEAS (i)  175

pront de Liberation du Québec. En toda la provincia se

promovió con empeño el uso del francés, que acabó

siendo dec larad o lengu a oficial po r el go bie rno de Q ué -

bec en 1974.

La ident idad nac iona l y c iudadana pancanadiense

nunca ha carecido d e sólidos apoy os, sea p o r cu estio ne s

de lealtad, sea por razo ne s de conv enienc ia, en este últi-

mo caso m otiva das p or el tem or a las con secuen cias que

podría acarrear una disolución de la Federación. Con

todo, C an adá sigue siendo u n caso que ha sentad o juris-

pru de nc ia po r la validez y flexibilidad del co nc ep to , es-

ta tus e ideal de c iudadanía-nacional idad, s iempre y

cuando en tendamos la «nac iona l idad» como lo hac ía

Sieyés, es dec ir, c o m o la identificació n po lítica co n el es-

tado.

  Pero es ta fórmula es demasiado básica para res-

ponder a la complej idad, tanto teór ica como práct ica ,

de la no ció n de ciud ad an ía en la actua l idad, p ue s ésta se

ha enrevesado aún m ás tras la exp ansió n d e m od elos es-

calonados de ciud ada nía, bu en a parte de el los resu ltado

de la adopción de const i tuciones federales por un nú-

mero considerab le de estad os.

El federal ismo

Ciudadanía  estratificada

Hasta este m om en to, hem os relatado la historia de la ciu-

dadanía entendida és ta como un es ta tus os tentado por

un individuo en relación directa con una unidad indivi-

dual cohesionada polít ica o administrativamente, ya sea

una c iudad-es tado, un municipio o una nación-es tado.

Sin em barg o, en térm ino s de es t ru ctu ra const i tucional

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176

CIUDADANÍA: UNA BREVE HIST<

algunas sociedades han diseñado sistemas de gobierno

de do s niveles. En E uro pa , has ta finales del siglo xvm

  e

j

ejemplo más representat ivo lo const i tuían las amplia

provisiones confederales del Sacro Imp erio R om an o y <J

e

Suiza; desde esa fecha, lo fueron los esta do un ide nse s, qu

e

restringieron el control del gobierno central al optar po

r

un modelo de const i tución federal . Desde entonces, el

federalismo se ha convertido en una forma de estado

extraordinariamente popular .

Por razones práct icas, en este ap arta do har em os

rencia a tres t ipos diversos de constituciones escalona-

das,

  par t iend o de lo que aquí de no m ina do s c iudadanía

«estratificada», esto es, el estatus de ciu da da nía tan to en

un nivel estatal co m o pro vinc ial, y que p ue de llegar a es-

tar formada por tres capas en aquellos lugares donde

existe una ciudad anía local, m unicipa l y/o rural m uy ac-

tiva. Estas co ns tituc ion es escalonad as son : el federalismo

propiamente dicho, la Un ión Europea -c om o un acuerdo

sui gé ne ris- y la dispo sición d en om ina da transferencia

de com petencias. Estos sistemas pe rm iten que el po de r se

rep arta entre los estra tos su pe riore s e inferiores, co n el

objet ivo, entre otro s, de com bina r au torid ad y tom a de

decisiones desde el poder central con una identidad co-

munitaria para los estados y provincias que lo compo-

nen. Se complica, pues, la noción de ciudadanía, pues

part icip ación , iden tidad y f idelidad d ebe n acom oda rse

en amb as capas.

D ad o que existe u n go bier no en cad a nivel, los ciuda-

da no s tam bién t ien en la op or tu ni da d de votar y ser ele-

gidos en am bos. De hec ho, uno de los argum ento s más

poderosos en el siglo xx a favor del federalismo y la

transferencia de com peten cias ha sido, pre cisam en te, su

eficacia para reforzar el carácter democrático del esta-

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, C U E S T IO N E S M O D E R N A S Y C O N T E M P O R Á N E A S ( l )

177

jo .

 Por otro lado, una estru ctu ra estratif icada pre su po -

ne que los ciu da da no s están lo suficientemente m otiva-

jos como para in teresarse s imul táneamente por ambos

ámbitos de la vida públ ica , y que la const i tución vi -

gente es ca pa z de de l im itar de form a suficientem ente

clara qué áreas de actividad corresponden a cada nivel.

Si en este rep arto no se pro du ce u n equ il ibrio aceptable

para, al m en os , el grue so de la ciud ada nía po lí t icam ente

activa, el es tad o se to rn ar ía inestab le y po d ría l legar a

desintegrarse , como es tuvo a punto de suceder en los

Estados U nid os en la dé cad a de 1860, y co m o de form a

efectiva ocurrió en Yugoslavia en los años noventa del

siglo pa sa d o .

El federal ismo admite que el ciudadano tenga dos

identidades; po r ejem plo, y apro vec ha nd o los do s ejem-

plos anteriores, se puede ser de Virginia y de Estados

Unidos, o croata y yugo slavo. El ind ivid uo necesita ac ep-

tar gus tosa y tran qu ilam en te esta do ble iden tidad cívica,

y sentir qu e el sistema p olítico reco no ce con justicia am -

bas ide nti da de s. Suele suce der q ue las co nstitu cio ne s fe-

derales o autó no m as se ad op tan deb ido a la existencia de

claras diferencias culturales dentro del estado; tal es el

caso de Nigeria, país de un a e xtrao rdin aria diversidad ét-

nica y ejem plo, u n siglo des pu és de la Gu erra Civil A m e-

ricana, de desinteg ración p ráctic am en te total.

M antener ide ntidade s cívicas dobles n o es, po r tan to,

sólo un a cu estión de provisiones c onstituciona les y polí-

ticas gu be rna m en tale s, s ino tam bié n de leal tad real del

ciudadan o hacia am bo s estratos. Un sentido de fidelidad

al

 gob ierno cen tral m uy ac usa do pu ede deb ilitar la fuerza

em ocional de la provincia o esta do del

 país,

 y lo con trario

podría hace r que el po de r cen trípeto del pro pio estado se

\ iese rese ntid o. D e he ch o, la fuerza del interé s local, so-

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178

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTOM

bre to d o si es im pu lsad a p or el cará cter d istintivo d e cier-

tas etnias culturales, ha supuesto en este segundo caso

que ,

 en el siglo xx, se viese afectada la integ rid ad de u

n

im po rtan te nú m er o de estad os. Esta situación ha desem-

bo cado , por ejemplo, en u na gu erra civil en Nigeria, o en la

desin teg rac ión de P ak istán , la Un ión Soviética y Yugosla-

via, ad em ás d e llevar a dive rsos t ip os de transferencias

gu bern am enta les en algun os países de Europa occiden-

tal,

 com o p ud ier an ser Esp aña, Bélgica y Reino U nido.

 La

cuestión del vínc ulo e ntre ciu da da nía , p or u n lad o, y leal-

tad e identidad nacional/étnica/cultural , por otro, está

relacion ada , claro está, con lo tra ta do en el pr im er apar-

tad o de este cap ítulo.

Dos de los ejemplos más significativos de ciudadanía

estratificada pu ed en en co ntr ars e en la historia d e los Es-

tad os U nidos (com o caso de federalism o clásico) y en la

de la U nión Eu rope a (au nq ue a qu í de forma m ás débil),

casos am bo s d e los cuales hablare m os a continuación. No

ob sta nte , y antes de finalizar e sta sección introdu ctoria,

de be m os d ed icar alg un as pala bra s a Suiza, fascinante pa-

radigma de cómo la ciudadanía puede evolucionar de

un a forma c ua nd o m eno s peculiar.

U no d e los historia do res m ás disting uido s del siglo xix,

Jacob Bu rck ha rdt, na cid o en Basilea, decía lo siguiente a

pro pó sito de Suiza:

El pequeño Estado existe para que haya sobre la tierra un lu-

gar con la mayor proporción posible de habitantes que sean

ciudadanos en el sentido absoluto de la palabra [...] El pe-

queño Estado no dispone de nada más que de libertad real,

una posesión ideal que equilibra por completo la increíble

ventaja de la que disfruta el gran Estado (Bonjour, Offler)'

Potter  1952: 338).

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CUESTIONES MODERNAS Y CONTEMPORÁNEAS  ( i )

¡79

A escala local, la ciud ad an ía suiza tenía dos raíces m e-

dievales: los gre m ios de las ciu da de s

 y,

 en las zon as ru ra-

|

e

s, las asambleas po pulares (las llam adas  Landsgemeinde,

que presentaban afinidades con la asamblea de la

  polis

ateniense). La ciud ada nía estatal se con stituy ó a pa rti r de

|a adopción de una constitución federal en el siglo xix

que, a su vez,  tenía orígenes m edievales: las ligas ca nto na-

les y las conexiones confederales. Los cincuenta años

comprendidos entre 1798 y 1848 fueron vitales para el

desarrollo moderno tanto de la ciudadanía como del fe-

deralismo.

En el siglo xvm, Suiza era una confederación abierta

tormada p or trece canto nes en los que existían ciudad es

gobernadas por u n sistema político oligárquico y com un i-

dades rurales de mo nta ña d otad as de un sistema b astante

dem ocrático, si bien en am bo s casos los asu nto s púb licos

apenas de sp erta ba n interés; p o r ejem plo, en el ca ntó n de

Uri los vec inos elegían cad a a ño a un  Landammann  (ma-

gistrado jefe), pero los can dida tos pro ced ían siem pre de

un limitad o n úm er o de familias. Suiza no p od ía hace r oí-

dos so rdos a las ideas revo lucio naria s,

 y,

 a p ar tir de 1789,

ya se sentían voces relativas a los derechos del hombre

y

 del ci u d ad an o . Más ad elan te, en 1798, los franceses se

impusieron y ex po rtaro n su revolución a los suizos, que

éstos adoptaron creando una formación unitaria (la Re-

pública helvética) y un a con stitución que inc orp ora ba de-

rechos

 á lafran$aise.

Tras las gu erra s nap oleón icas se resti tuyó, aun qu e con

algunos cam bios , el antig uo sistema, q ue c ontó con el vis-

to bu en o de los con serv ado res p ero con la op osic ión de

los liberale s. La Revolución de 1830 en F rancia es tim uló

de

 nuevo los deseos de reform as, un a tende ncia qu e, en su

mo mento, estallaría en forma de un a breve gu erra entre

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180

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTXJ^

Sistema

parlamentario

Referéndum

Iniciativa

popular

Federal

Consejo del Estado:

representantes por cada

uno de los 23 cantones.

Consejos Nacionales: nú -

mero de representantes

proporcional al tamaño

del cantón.

Decisiones sobre leyes y

tratados internacionales

sometidas

 a

 voto po pular

si así lo quieren 50.000

votantes u ocho can tones.

Las enm iendas con stitu-

cionales pued en introd u-

cirse si así lo solicitan

100.000 votantes.

Cantonal

Consejos Cantona-

les elegidos en 21

cantones.

Landsgemeinde

(asambleas comar-

cales al aire libre)

en cinco cantones.

Los asuntos trata-

dos varían entre los

21 can tones con

Consejo.

Para asuntos cons-

titucionales

 y

 legis-

lativos.

TABLA

 2.  Participación ciudadana en Suiza.

los ca nto ne s pro tes tan tes liberales y los can ton es católi-

cos con serva dore s, estos último s establecidos com o una

unión propia

  (Sonderbund).

  Los can to nes libera les fue-

ron su periores, y

 a

 pa rt ir de este inciden te nació , en 1848,

un a prim er a constituc ión ple nam ente federal que incor-

po rab a el estatus de ciuda dan o del estad o suizo.

La C on stitu ció n, tras ser som etid a a voto, fue adopta-

da p or la m ayo ría d e los can tone s. El pe rió dic o d e Zurich

Neue Zürcher  Zeitung,  ignorando la histórica forma lo-

cal de ciu da da nía , sintetizaba así la atm ósfe ra existente:

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rESTIONES MODERNAS

 Y

  CONTEMPORÁNEAS (i)

181

Los

 corazones laten con fuerza.

 La

 nación suiza ha hablado por

fin y ha recibido por derecho propio la facultad de ejercer el

v

oto.

 La nación, que hasta este momento había existido exclu-

sivamente en los corazones de sus buenos ciudadanos, se

muestra ahora ante nosotros como una realidad innegable, con

u

n voto decisivo, con una auto ridad amplia. Los ciudadanos

suizos de los diferentes cantones ya no serán considerados

miembros de una nación sólo cuando viajen al extranjero; se-

rán

 suizos y sólo

 suizos también en

 casa,

 sobre todo en nuestras

relaciones con tierras foráneas. Ahora, a cualquier punto de

Suiza que vayamos nos sentiremos como en

 casa,

 pues

 ya,

 nun-

ca más,

 seremos extranjeros (Kohn 1956:109-110).

La C on stitu ció n de 1848 sigue siend o, en el día de hoy,

el pilar del m ode lo de gobierno suizo, aun que periód ica-

mente se le añad en en m iend as porm en oriz ad as. A dem ás

de la Landsgem einde,  aú n siguen vigentes dos caracterís-

ticas qu e, com o m ue stra de su carácter de dem oc racia di-

recta, reflejan la fuerza d e la ciu da da nía y qu e son p rá ct i-

camente exclusivas de S uiza: el refe rén du m y la inicia tiva

popular. Los derechos polít icos actuales de su ciuda-

danía , herencia del pasado, aparecen resumidos en la

tabla 2 .

Los

  Estados Unidos

En los Estados Unidos, precisar la relación entre el go-

bierno federal y el ciudadano, por un lado, y entre los

gobiernos de los estados y el ciud ad ano , po r o tro , es un a

tarea qu e nu nc a ha estad o del to d o resuelta. D es de 1777,

tanto los artíc ulo s con stitucion ales c om o los fallos e m iti-

dos por el Tribunal Suprem o y las polít icas gu be rn am en -

tales se ha n esforzado po r definir e inte rpr eta r los in trí n -

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18 2  CIUDAD ANÍA: UNA BREVE HIS

gulis prop ios de este sistem a federal. Sin em ba rgo , aún

hoy siguen ex istiendo pu nto s de desa cuerdo , clara mues-

tra de la extrema dificultad que entraña definir la ciuda-

da nía en un es tado federal.

La Guerra de Independencia de 1776 fue un conflicto

entre la ma dre patria y trece colonias indepe ndientes en-

tre

 sí.

 O bv iam en te, se hacía nece sario algún tip o de coor-

din ac ión en tre las colonias am eric an as, lo que llevó a la

redacc ión de los A rtículos de la Con federación, qu e, aun-

que no fueron finalmente ratificados hasta  1781, ya cons-

ti tuían una tentativa de formación de un gobierno cen-

tral. La cue stión de la ciud ad an ía aparecía recogida en e

ar tícul o IV, en la «cláusula de r ec ipro cidad», así llamada

por su propósito de impulsar un sentimiento comunita-

rio en tre los diversos e stado s. Veam os un extra cto de este

artículo:

Con el fin de asegurar y perpetuar mejor el intercambio

amistad recíprocos entre los pueblos de los diferentes Estados

incluidos en esta Unión, los habitantes libres de cada uno,

hecha excepción de los indigentes, vagabundos y prófugos de

la justicia,

 tendrán derecho

 a

 todos

 los

 privilegios

 e

 inmunida-

des de los ciudadanos libres de los diversos Estados (Kettner

1978:220)'

Pero esta aclaración n o hizo sino provo car otro pr ot

ma. James Madison l lamó la atención inmediatamente

sobre una am bigüe dad: la supuesta - y er ró ne a- implic

ción deriva da de convert ir «pueblos» y «habitantes» <

sinó nim os de «ciudadanos»:

1.

 Traducción

 de este extracto en

 http://www.monografias.com/trab

jos35/independencia-usa/independencia-usa.shtml

 [N. del

 T.j.

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. , L 'E S TI O NB S MO D E R N A S Y C O N T E M P O R Á N E A S ( i )

183

Encontramos aquí una notable confusión en el uso del len-

guaje [...] Parece ser una interpretación casi inevitable [...]

que aquellos que reciben la denominación de habitantes del

£stado, aun sin ser ciudadanos de ese Estado, tienen derecho,

¿n cualquier otro Estado, a todos los privilegios de los que dis-

frutan en este último los ciudadanos libres, es decir, cuentan

:on más privilegios aquí que en su propio Estado  (The

 Fede-

ralist, 43).

Nos en co ntra m os, pues, ante un a redacción extrao rdi-

nariamente desc uidad a, una señal tem pra na qu e advertía

de la falta de lucidez y adecuada reflexión en un estado

federal.

En cualquier caso, m uc hos estadoun idenses pen saba n

que los A rtículos de la Co nfederac ión form aba n un a es-

tructura m uy poco com pacta, po r lo que se dispu so todo

para la redacción de una const i tución que garant izara

un estado federal m ás coh esionad o. Du ran te dicho pr o-

ceso se des enc ad ena ron acalo rado s deb ates y crít icas; de

ahí qu e, pa ra salvagu ardar a los artífices del d oc um en to,

se pu blic ara en los añ os 1787 y 1788 una serie de ensay os

que recibió el no m bre de

 The Federalist.

 Uno de sus auto-

res fue, precisam ente, M adiso n, de cuyas apo rtacio ne s se

ha ex traíd o la cita ante rior.

A hora cabe preg un tarse si esta Con stitución consiguió

mejores resultado s que los A rtículo s de la C on fede ración

en su intento por resolver el problema de la ciudadanía

estratificada «a dos niveles». Lo que sí es cierto es que

dejó muy clara la cláusula de reciprocidad, como así lo

prueba el art ícu lo IV.2:

1

 os ciudadanos de cada estado tendrán derecho en los demás

estados

 a

 todos

 los

 privilegios

 e

 inmunidades

 de los

 ciudadanos

que

 habitan en estos últimos.

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¡84  CIUD ADA NÍA: UNA BREVE HISTO»

Es una lástima , por tanto , qu e la C on stitu ció n presen

tara per se esta confusión. Su pr eá m bu lo arr an ca con 1

3

famosa declaración:

Nosotros, el Pueblo de los Estados Unidos [...] estatuimos v

sancionamos esta Constitución para los Estados Unidos de

América.

Y sin embargo, el artículo VII exigía que este docu-

mento fuera ratificado por las convenciones de los dife-

rentes estados.

¿Po dem os decir, enton ces, qu e la C on stitu ció n nació

del conjunto de la nación («El Pueblo de los Estados

Unidos») o más bien que brotó de los pueblos plurales

de los dist intos estados const i tuyentes por voz de sus

respectivas convenciones? O por decirlo de otro modo:

¿Era esta C on stitu ció n, q ue definía p olít ica m en te a los

Estados U nidos , creación de un os c iu da da no s que ac-

tua ba n com o nación , o lo era de quien es representaban

a los ciudadanos de los t rece estados? No se trataba

simplemente de un del icado asunto de derecho const i-

tucional , s ino de la cuest ión sobre qué estrato ( la na-

ción o los estados) p od ría recla m ar u na m ayor sobera-

nía. Éste fue, en parte, uno de los motivos por los que,

no muchos años después, se l ibraría una sangrienta

guerra civil.

Pero la ciudadanía es más que una mera cuestión de

derec ho con stitucional; tam bié n atañ e a los sentimientos

de los ciud ad ano s respecto de sus co m pro m isos cívicos.

D os de los com entarista s m ás em inen tes sobre la joven

nación estadounidense creían que cuanto mayor fuera la

inmediatez del gobierno estatal en comparación con el

federal, m ás intenso sería el co m pro m iso m os tra d o por

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C U E ST IO N E S M O D E R N A S Y C O N T E M P O R Á N E A S ( i )

185

e

\ c iudadano. El primero de estos escri tores era, cómo

n

o,

 Madison:

\luchas reflexiones [...] parecen no dejar duda de que el

compromiso prim ero y más na tural del pueblo será con el go-

bierno de sus respectivos estados.

 A

 la adm inistración de és-

tos,

 el número de individuos que espera optar es cada vez ma-

yor [...] Bajo la supervisión de éstos, se regulará y proveerá el

resto de intereses dom ésticos y personales del pueblo . Serán

los asuntos de éstos de los que el pueblo hablará con más fa-

miliaridad

 y

 detalle [...]

  Se

 espera, por tanto, que

 el

 juicio po -

pular se incline de forma con tundente de su lado

  The Fedéra-

la ,

 46).

En 1831 y 1832, el po lítico y erud ito francés Alexis de

Tocqueville visitaba Nueva Inglaterra. Fruto de sus estu-

dios na ció la obr a

  La democracia en América,

  publicada

en dos vo lúm en es en 1835 y 1840. En lo que to ca al com -

promiso pr im ar io , sus op inio ne s no difieren d e las exp re-

sadas p o r M adis on :

Estando el gobierno central de cada estado situado junto a sus

gobernados, se halla constantemente al tanto de las necesida-

des que se dejan sentir. Así, se ve cómo cada año se presentan

nuevos planes [...] y reproducidos luego por la prensa excitan

el interés universal y el celo de los ciudadanos (Tocqueville

2005:239).

En estos pro nu ncia m iento s n o se vislum bra ind icio al-

guno de injusticia o de pe ligro. Sólo cu an do el tem a d e la

esclavitud y de los de re ch os civiles de los ne gr o s se vio

mezclado con la in ce rt id um br e sobre la pr io rid ad de la

ciudadanía federal o estatal, qu ed aro n m anifiestas las p o -

sibles implicaciones negativas. El primer signo claro de

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, C U E S T I O N ES MO D E R N A S Y C O N T E M P O R Á N E A S ( i )

187

persecución a los ne gro s du ra nt e o tro largo siglo. El to no

quedaba claro tra s un fallo dic tad o, en 1896, p o r el Trib u-

nal Sup rem o:

1 s posible que el propósito de la Enmienda [Catorce] [...] no

fuera el de abolir las distinciones por razón de color [...] Por lo

general [...] se ha admitido que las leyes que permiten,

 o

inclu-

so,

 exigen, la separación [de las dos razas] [...] son competen-

cia de las

 asambleas legislativas

 de

 cada

 estado en el

 ejercicio de

s

u poder para legislar (Chandlet 1971:132).

La lucha p o r los de rec ho s civiles de los neg ros n o su-

ponía, en p rin cip io , un conflicto en tre los niveles de ciu-

dadanía federal y estatal , pero un conocido incidente

puso a pr ue ba la E nm ien da Catorce. El enfren tam iento

se

 remo nta a 1954, cu an do el Tribun al Supre m o declaró

inherentemente desiguales las ins ta laciones segrega-

das para niños de diferentes razas», es decir, no se po-

dían asignar escuelas dist intas para alumnos blancos y

negros. Tres años después, los planes para abolir la se-

gregación racial en Litt le Rock (A rkan sas) en co n tra ro n

la fuerte op osic ión de alg un os ciu da da no s de la zon a,

hasta el pu nto de que el go be rn ad or Faubu s dec idió en -

viar all í a la Guardia Nacional para prohibir la entrada

al centro escolar de nuev e estu dian tes ne gr os . ¿Qué d e-

rechos del ciu d ad an o d eb ían prevalec er?, ¿los de los m a-

nifestantes blan co s, qu e con tab an con el apo yo del go-

bernador del es tado, o los de los niños negros , que

venían avalados por el Tribunal Supremo Federal? El

presidente Eisenhow er no p od ía pe rm it ir tal desac ato a

un fal lo emit ido por el Tribunal Supremo, ni tampoco

que siguiese creciendo la confusión en Litt le Rock. Lo

contrario habría s ignif icado, en sus propias palabras,

«dar vía libre a la an ar q uí a y la dis olu ció n de la u ni ó n»

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¡ CUESTIONES MODERNAS Y CONTEMPORÁNEAS ( i)

189

proyectos de creación d e instituc ion es co njun tas, si bien

no cuajarían hasta el nacimiento del Consejo de Europa,

en 1949, de la Comunidad Europea del Carbón y del

Acero (CE CA ), en 1952, y de la C o m un id ad Ec onó m ica

Europea (CE E), en 1957. Pero nin gu no de los do cu m en -

tos fund aciona les de estos org an ism os ha cía referencia a

la ciud ada nía europe a; de hecho , esta no ció n no aparece

en ningún documento de la Comunidad Europea (CE)

hasta 196 1.

Sea co m o fuere, ya se estaba gestando una tímida forma

de ciud ad anía a través del Con sejo de Eu rop a y de la CE.

Por razo nes p rácticas, se hab la de cu atro forma s diversas

de desa rrollo d e la ciu da da nía eu rop ea, a saber: la inclu-

sión de los derec hos eu rop eos del ho m b re po r el Consejo

de Europa; la formación de un parla m ento euro peo po r

parte de la CE; la expe riencia de la CE /UE , y la co ns titu-

ción, en 1993, de una c iud ad an ía form al d e la U nió n Eu-

ropea (UE) m ed ian te el Tratado de Maastrich t. D ediq ue-

mos unas pocas palabras a justificar la utilización de la

palabra «ciudad anía» en los tres prim ero s co ntextos.

D ur an te los cincuen ta añ os siguientes a la creac ión del

Consejo de Europa el número de estados miembros se

fue incre m entan do pau lat inam ente, pa san do de los diez

originarios a cuare nta y cinco en

 2003.

 En consecu encia,

todos los hab itantes de estos países con tab an , al m en os

legalmente, con los ausp icios de la C on ve nció n Eu rop ea

para la Protección de los D erech os H u m an o s, el incu m -

plimiento de los cuales pu ed e ser juz ga do , vía C om isión

de Derechos H um an os, en el Tribunal Europ eo de Dere-

chos Humanos (fundado en 1959). Estas medidas, en

particular el artíc ulo 25 de la Con ven ción , pa rece n estar

j encam inadas a imp ulsar los dere cho s civiles de los ciuda-

\ danos eu ro pe os :

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19 0  CIUDADANÍA: UNA BREVE HI¡

La Co m isión tiene jurisd icció n p ara oír peticiones de cua lq

u

¡

perso na u organización no gubern am ental o grup o de indivi

dú os afirm an do ser víctima de una violación de la Convención

po r una de las pa rtes co ntra tan tes, s iemp re y cu an do la part

e

contratante contra la cual se formula la queja haya declarado

que recono ce las com peten cias de dicha Comisión pa ra oír es-

tas peticiones.

En otra s pala bra s, en este con texto la ciu da da nía euro-

pea plena se ob tiene siem pre q ue haya sido concedida por

tu propio estado, algo que, en el caso del Reino Unido

po r ejem plo, no se pr od uc iría ha sta 1966.

Un aspecto com ún y funda m ental de la ciudad anía po

lítica lo constituye el de rec ho a elegir a los rep resentantes

pa rlam en tario s. Al prin cipio , los m iem bros de la Asam-

blea Europea (de la CE) procedían de sus propios par-

lamentos nacionales. Sin embargo, el Tratado de París,

creador del prim er órg an o co m un itario, la CECA , esta-

bleció un sistema de elecciones directas. Las primeras

se ce leb raro n e n 1979, au n q u e es jus to dec ir qu e la par-

t icipación en algunos estados miembros, sobre todo el

Reino U nid o, no co nst i tuy ó, precisam ente, un ejemplo

de com prom iso eurocívico.

Dado que la CE arrancó en los años de la posguerra

como una iniciat iva fundamentalmente económica, no

resul ta sor pr en de nt e q ue los individuos se hayan sen

tido m ás trabajadores que ciu dad ano s. La Co m isión Eu-

ropea ha fijado sus directrices, el Tribunal de Justicia

Europeo ha conformado su propia jur isprudencia

Tratado de M aastr icht cuen ta con un capítulo social

forma de apé nd ice. Todo ello conforma un ing ente

 a

jun to de derech os qu e pued en interpretarse com o de;

chos sociales y económicos de los ciudadanos - t

com o de los tra ba jad ore s- de la Unión Europea.

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C U E S T I O N E S MO D E R N A S Y C O N T E MP O R Á N E A S ( i )

191

El Tratado de Maastricht, aprobado en 1993, impulsó

¿1

 proceso de integración (con sagra do en la fundación de

|

a

  Unión Europea) m ediante toda u na serie de m edida s,

r

eales o proy ectos, de cola bo ració n. El Tra tado tam bié n

estableció formalmente el estatus de ciudadanía de la

Unión.

La decisión pa ra da r este pa so su rgió de la p reo cu pa -

ción existente en el sen o de las institu cio ne s d e la CE an te

la

 falta d e com pro m iso del pueblo hacia la Co m un ida d, el

distante estilo tecnó crata del traba jo d es em pe ña do po r la

Com isión y el llam ado «déficit d em oc rátic o» . Este tercer

factor alude a la deb ilidad del Pa rlam en to E uro pe o y de

otros or ga nis m os ante los cuales se ven o bligado s a res-

ponder tan to el Consejo de M inistros com o la C om isión.

En 1984, el Con sejo Eu rop eo (los dirigentes del g ob iern o

de los estados m iem bros ), reunid o en Fontainebleau, re-

solvió pro m ov er m edida s que alentaran un a «Eu ropa del

Pueblo», un a frase qu e, tra du cid a al francés, d io la reve-

ladora exp resió n

 Europe des Citoyens.

 A esta iniciativa se-

guirían otras novedade s, co m o la em isión de p asa po rtes

comunitarios.

No ob sta nte , el artícu lo 8 del Tra tado d e Ma astricht era

el que definía los de rec ho s po lítico s q ue , en lo sucesivo,

pasarían a ser de los ciu da da no s d e la Un ión Eu rop ea. La

tabla 3 recoge los asp ecto s prin cip ale s co nte nid os en el

texto.

Pero a finales de siglo la realida d de la ciu da da nía eu-

ropea, tanto en la práctica como en sentimiento, no era

más qu e una pálida so m br a al lado de la ciu da da nía na-

cional, y su relevancia, ape nas m ás no toria qu e la m an i-

festada po r la ciud ada nía m u nd ia l.

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192

CIUDADANÍA: UNA BREVE

Artículo Derechos generales

8a

 1

  Todo ciudadano de la

Unión tendrá dere-

cho a circular y resi-

dir libremente en el

territo rio de los Esta-

dos miembros.

8c Todo ciudadano de la

Unión podrá acoger-

se, en el territorio de

un tercer país en el

que no esté represen-

tado el Estado miem-

bro del que sea nacio-

nal,

 a la

 protección de

las

 autoridades diplo-

máticas y consulares

de cualquier Estado

miembro.

8d Todo ciudadano de la

Unión Europea ten-

drá derecho de peti-

ción ante el Parla-

mento ...].

Todo ciudadano de la

Unión Europea pue-

de acudir al Defensor

del Pueblo.

TABLA

 3.

  La

 ciudadanía

 de la

Artículo Derechos electorales

8b 1  Todo ciudadano de la

Unión que resida en un

Estado miembro del

que no sea nacional

tendrá derecho a ser

elector y

 elegible

 en las

elecciones municipa-

les del Estado miem-

bro en el que resida.

8b2 [...] Todo ciudadano

de la Unión que re-

sida en un Estado

miembro del que no

sea nacional tendrá

derecho a ser elector

y elegible en las elec-

ciones al Parlamento

Europeo en el Estado

miem bro en el que re-

sida.

.

Europea.

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, C U E S T I O N E S MO D E R N A S Y C O N T E MP O R Á N E A S ( i )

193

La

 ciudadanía m und ial

£/ renacer de los clásicos

\  los estoicos  (véase el capítulo segu ndo ) de be m os el de -

sarrol lo del concepto de ciudadanía mundial , aunque

como po co m ás que un a figura retórica, en cuan to de sp o-

seído de estatu s juríd ico o político. Su visión no co nte m -

plaba la con stitución de un estad o m un dial form alizado.

Ese sueño, que pervivió a lo largo del primer milenio y

medio de nuestra era, adoptó la ambiciosa forma de un

Imperio Romano universal , o nuevo Imperio renovado,

en el qu e el as un to d e la ciu da da nía no tenía cab ida.

Desde finales del siglo xv hasta mediados del xvi, el

renacer de la cu ltura clásica en la épo ca re nac entista p ro -

movió la pub licación y trad uc ción de m uch os textos grie-

gos y latin os , entre ellos las ob ras d e los escritore s estoi-

cos.

  Una de las últimas había sido las

 Meditaciones

  de

Marco A urelio, publieada^en

  1558.

 Los filósofos y e scrito -

res de los siglos xvi y xvu ab so rbie ro n con avidez los es-

critos estoicos, raz ón po r la cual recibieron el apelativo de

neoestoicos»

El más influyente entre ellos fue Justo Lipsio, quien

pasó la m ay or pa rt e de su vida en los Países Bajos. Lipsio,

para quien «nuestra patr ia es el mundo entero» (Lip-

sio 1939: IX ), se hacía eco de un a an éc do ta c on tad a, q ui -

zás

 por p rim era vez, po r Epícteto en el s iglo i d . C : cua n-

do preguntaron a Sócrates a qué país pertenecía, éste

respondía que era ateniense, aun qu e tamb ién «ciuda dano

del universo». El ensayista francés Montaigne, influido,

a su vez, p o r la ob ra d e Lipsio, citaría la an éc do ta sob re

Sócrates pa ra avalar sus pro pias conv icciones co sm op o-

litas.

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194  CIUDA DAN ÍA: UNA BRHVE HISTO»

No obstante, fue durante la segunda oleada del resu

r

.

gir clásico, con la Ilustra ción , cu an do la no ció n d e ciu d

a

.

danía mundial comenzó a extenderse de modo notable

Durante un siglo, el ideal cosmopoli ta cautivó, aunq

U e

con distin tos m atices en su m o d o de exp resión, la imagi-

nación de num ero sos p ensad ores, entre los que se

  inchj.

yen do s gigantes del pe ns am ien to político: Locke y Kant

u no a cada ex trem o de este lapso de cien año s. Al hablar

de la ley de la natu rale za , L ocke as eg ura ba lo siguiente:

Por virtud de esa ley, él [el hombre]

 y el

 resto de la humanidad

son una comunidad, constituyen una sociedad separada

 de las

demás criaturas.

 Y

  si no fuera por la corrupción y maldad

 de

hombres degenerados, no habría necesidad de ninguna otra

sociedad,

 y

 no habría necesidad de que los hombres se separa-

sen de esta grande y natural com unidad para reunirse, median-

te acuerdos declarados, en asociaciones pequeñas y apartadas

las unas de las otras (Locke 2003:136).

A un qu e Locke n o hace uso de la exp resión «ciudada-

nía m un dial» , su arg um en to con tiene un se ntido de ciu-

dad an ía po lítica del m u nd o m ás claro que el incluido en

los co m en tario s de los ilustrad os del siglo xvm , que sí uti-

lizaban esas palabras de modo explícito. Voltaire, Fran-

klin y Schiller se de clar ab an c iu da da no s del m u n d o , fun-

damentalmente en el sentido de disfrutar de contactos

transn acion ales y de un a cultura tam bién transnacional.

Thomas Paine, por su lado, util izó también esta idea,

pe ro con u n tra sfo nd o político, lo cual se deb ía, en parte,

a su pa rtic ipa ció n en los asu nto s políticos tan to de Fran-

cia y Estados Unidos como de su Inglaterra natal, yen

parte por su interpretación de la Revolución americana

co m o el inicio de u n a nu ev a era , en la que los ideales de

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C L 'E S l I O N E S MO D E R N A S Y C O N T E M P O R Á N E A S ( [ )

195

a

quélla, tras extend erse p or t od o el glob o, insp irarían la

evolución de un a ciuda dan ía m un dia l.

M uchos de los revo lucion arios franceses sentían ta m -

bién que su revolución estaba desempeñando un papel

semejante . Por e jemplo, Robespierre in tentó , aunque

sin éxi to - ta l y como él mismo admit ió- , añadir a la

peclaración de Derechos jacobina de 1793 el s iguiente

artículo:

Los hombres de todos los países son hermanos y los diferentes

pueblos deben ayudarse m utuam ente según su poder, como

¡os ciudadanos de un mismo estado (Bouloiseau   et

 al.

 1952:

469)

l

.

Dado que Robespierre era un gran conocedor de los

Jásico s, po de m os l legar a pe nsa r que tenía en m ente el

comentario del estoico Plutarco, quien afirmaba que de-

beríamos considerar «a todos los hombres conciudada-

nos de un a m ism a co m un idad , y que haya un a ún ica vida

y un ún ico o rd en [...] bajo u na ley co m ún » (P luta rco i

1989:240).

La elaboración de un plan com pleto pa ra crear un esta-

do universal po blad o po r ciud ada no s del m u n d o formó

parte de la excéntrica im agina ción de A nach arsis C loots,

el autop roclam ado «O rado r del género h um an o» , en su

obra

 Bases Constitutionnelles de la République du Genre

Humain.

 Una vez qu e, po r aclamación pop ular, estuviera

plenamente constituida esta república m un dia l, la paz en

el

 globo estaría g aran tizada :

1

  Traducción de este extracto en http://www.lainsignia.org/2005/

niayo/culjra.htm

  [N. del

 T.j.

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196

CIUDADANÍA: UNA BREVE

Calcúlese de antemano la felicidad de la que disfrutarán los ciuck

danos cuando

 las leyes

 universales pongan freno

 a la

 avaricia

 del

comercio y a las envidias del vecino, cuando las ambiciones

 se

vean eclipsadas por la mayoría de la raza humana (Cloots 1793:15)

Clo ots plan teó este proyec to en 1793, pe ro n o consi-

guió de sp er tar el en tus iasm o d e la C onv enc ión, a la cual

había presen tado el do cu m en to en busca de apoyo.

Dos año s más tard e, Kant publicaba u n proyecto infini-

tam en te m ás serio y m ed itad o. Este filósofo prus ian o dejó

constancia de su concepto de ciudadan ía m und ial en Sobre

la paz perpetua,  dond e identifica tres tip os de leyes, la ter-

cera de las cuales es la ley cosm opo lita (o derecho cosmo-

polita, en alem án

 Recht).

 He aquí una breve definición de

ella, tal y com o debería incorp ora rse en un a constitución:

Una constitución según el derecho cosmopolita  [lo es] en cuan-

to que hay que considerar a hombres y Estados, en sus relacio-

nes, como ciudadanos de un estado universal de la humanidad

ius cosmopoliticum) (Kant 2002:52, n. 3).

Al po stu lar un a ley cosm opo lita, Kant tenía en mente

dos principios principales. El primero de ellos era que,

da do que la mov ilidad de los seres h u m a n o s es cada vez

may or, éstos tienen d erec ho a ser bien acog idos en cual-

quier p aís en el que se encu en tren . El seg und o principio

afirmaba que, tras haber logrado una comunidad casi

unive rsal, «la violac ión de un d ere ch o en un pu nt o de la

tierra repe rcute en tod os los dem ás» (Kant 200 2:67). Una

de las con secuen cias de este seg un do p rincip io es la obli-

gación po r pa rte del ciu dadano del m u n d o de estar atento

y vigilar qu e estos derech os se respeten en to do el planeta.

No so rpren de , pu es , que las ideas de K ant vuelvan a estar

de ac tua lidad d os siglos despué s de hab erlas formulado.

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.  C UE S T IONE S M OD E R NAS Y C ONT E M P O R ÁNE AS ( i )

197

Reacciones

 a la guerra total

El concepto de ciud ada nía m un dia l , y a pesar del im pul-

so de la Ilustr ac ión , tuvo escasa rep erc us ión si lo com -

paramos con el po de r ideológico del nac iona lism o, qu e

hizo desaparecer práct icamente el ideal cosmopol i ta

Jurante al m en os siglo y m edio . La forma m ás c ru da del

nial inh ere nte al nac iona lism o q ue dó m anifiesta en las

dos guerras mundiales. Las reacciones de horror ante

ambos confl ictos provocaron un cl ima de opinión que

condujo a la creación real de organ ism os inter na cion a-

les.

 Pero ni la Liga de Nacione s ni la O rga niz ac ión de las

Naciones Unidas encontraron un hueco dentro de sus

principios o inst i tucione s p ara alberga r la nacion aliza-

ción de la humanidad en cal idad de ciudadanos del

mundo.

Q uienes a nsia ban, en 1918 y en  1945, la creac ión de , al

menos, un a asamblea m undial elegida dem ocr ática m en -

te acaba ron de silusiona dos . Este des enc anto m otivó de -

liberaciones y pro pue stas a favor de una in stituc ión m u n -

dial revisada. Los pro pu lsor es de estas ideas -q u e , co m o

veremos, aún siguen m uy vivas en la actu ali da d- ha n vis-

to có m o se desinflaban las expectativas cre ada s pa ra su

implantación, que iban desde un ingenuo optimismo

hasta la m ás realista de las cautelas. En tre los nu m er os os

proyectos estad oun idens es qu e abog aba n po r un gobier-

no federal (o casi federal) m un dial , un o de los m ejor aco-

gidos fue el pro pu esto p or M or tim er J. Adler en su

 How to

rhink about War and Peace [Cómo pensar la guerra y la

paz], pu blicad o en 1944. En esta ob ra, Adler no d ud ó en

hacer la sigu iente afirm ac ión:

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¡98  CIUD AD AN ÍA: UNA BREVE HISTO

Parece razonable predecir que los miembros de la raza human

podrían estar preparados para la ciudadanía mundial en

 n

plazo de quinientos años (Laursen 1970:82).

A pa rt ir de 1945 la falta de ideas e inicia tivas cosmopo-

litas adquirió un tono de urgencia aún mayor, debido

tanto al recrudecimiento de la Guerra Fría como a l

a

posibilidad de un holocausto nuclear. La conexión entre

esta situación tan peligrosa y la noción de ciudadanía

mundial fue puesta de manifiesto por Bernard Baruch, a

qu ien, en 1946, el presidente Tr u m an no m br ab a delega-

do de la com isión de las N aciones U ni d as p ar a el control

internac iona l de m aterial atóm ico. Y es que Baruch

 se

 di-

rigió a esta institu ció n c on las sigu ien tes p alab ras:

Queridos com pañeros de la Comisión de Energía Atómica de

las Naciones Unidas; queridos Ciudadano s del Mundo: esta-

mos aquí para elegir entre los vivos y los muertos (en Walker

1993:165).

En los prim ero s años de la po sg ue rra com enzaron

 a

 de-

sarrollarse tres mo vim ientos, ha bitu alm en te interrelacio-

na do s, ligados directa o ind irec tam en te al concepto de ciu-

da dan ía m un dia l. Uno de ellos inte nta ba convencer a los

individuos de que se declarasen ciu da da no s del m und o, se

m ovilizasen y crearan un a fuerza qu e pro m ov iera intere-

ses globales. El seg un do de estos m ov im ie nt os pretendía

diseñar program as para la construcc ión de un gobierno fe-

deral mundial. El tercero, finalmente, era una manifesta-

ción de desco ntento con las Nac iones U nid as, a la que pre-

sentaron u n conjunto de directrices p a ra su reforma.

En 1945, el francés Robert Sarrazac fundó el

 Front

 Hu-

main des Citoyens du Monde,

 el cual in clu ía en tre sus pro-

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.

  CUESTIONES MODERNAS Y CONTEMPORÁNEAS

  ( i )

199

pósitos la idea de que los ciuda da no s se cen saran com o

ciudadanos del mundo. El estadounidense Garry Davis

decidió po ne r en p ráctic a esta idea y creó el Reg istro de

Ciudadanos del Mundo, logrando en pocos meses más

ele och ocientos mil censados . Este registro aú n existe, pero

pavis no estaba en absoluto de acuerdo con el procedi-

miento burocrático de expedir carnés de identidad para

ellos. Así, en una b úsq ue da deliberada d e pub licidad, re-

nunció de forma teatral a su ciud ada nía estad ou nid ens e

acampando

 a

 la en trada del Palacio de Chaillot (po r e nton-

ces -1 9 4 8 - sede de la Asamblea Ge neral de las N aciones

Unidas) para exigir que las instituciones mundiales le re-

conocieran como ciudadano del mundo. Este aconteci-

miento fue to da un a n oticia, y su foto

 e

 historia acapa raron

las

 por tad as d e los perió dico s de to do el globo.

La m eta d e Davis era la creac ión de un go bie rn o fede-

ral m un dia l, qu e

 luego,

 a toro pa sad o, explicaría:

Pensé en la const i tución de un gobierno mundial del mismo

modo que hab ían sido creados tod os los dem ás gobiern os: sim-

plemente declarándome un ciudadano real de ese gobierno y

com portá ndo m e com o tal (Davis 1961:19).

Aunque históricamen te e rrón eo , Davis no estaba solo

al

 defender esta po stu ra; d e he ch o, el objetivo de crear un

gobierno global con un p arlam en to elegido de m ocrá tica-

mente se rem on ta a finales del siglo xvm , y la idea pe rv i-

vió d ur an te to d o el siglo xix y pri nc ipio s del xx. Así, en

1842,

  lord Alfred Tennyson escribía su  Locksley Hall,

donde dejaba constanc ia de su visión del «Parlam ento del

Hom bre, la Federación del M un do ».

En la etapa, m ás dem ocrá tica y apre m iante, pos terior a

'a Segunda G uerra M un dial , u n o de los asun tos funda-

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20 0  CIUDADANÍA:  UNA BREVE  Ht

s

TO»U

m entales fue el de re al za r el pap el de, al m en os , una  p

a r t

del supuesto e lectorado mundial , involucrándolo en

 1

tarea de diseñar una c on stitu ció n p ara u na federación del

m un do , una pr op ue sta qu e se recoge, po r ejemplo, en l

a

De claración d e M o n tr e u x . En 1948, se celebró en esta

 pe-

qu eña localidad suiza u n en cue ntro des tinad o a fundar el

M ovimiento Mu nd ial p o r un G obiern o Federal Mundial

(conocido en la ac tu ali da d com o M ovim iento Federalista

del M un do ) . En sus do c u m en to s co nst i tu t ivos se apre-

cian do s líneas de ac c ió n , u na de las cuales reza así:

La preparación de una asam blea constituyente mundial, cuya

campaña será dispuesta por el Consejo del Movimiento en

 es-

trecha cooperación con los grupos parlamentarios y los movi-

mientos federalistas de lo s distintos países [...] Este plan [esto

es,

 la elaboración del bo rr ador de la constitución] será presen-

tado para su ratificación no sólo a gobiernos y parlamentos

sino también

 al

 propio pu eb lo.

La declaración re fo rz ab a el m ensaje de la participación

popular, al asegurar:

Una cosa es cierta, nunca lograrem os un gobierno federal mun

dial

 a

 no ser

 que los

 pue blo s del mundo

 se

 unan en esta cruzad

(Walker 1993:175).

Pero «Nosotros, los p u eb lo s del m un do » ya constituía

mos , de acuerdo con el p re ám bu lo d e los Estatutos de

 la

N acione s Un idas, la a u té n ti c a ba se de esa organización

El único incon ven iente radic a en qu e su estruc tura inst

tucional apenas deja a lo s pu eblos del m un d o hacer oír s

voz . Los au toproc lamados c iudadanos de l mundo ha

sido,

 por tanto, ex tre m ad am en te crít icos con la única o

ganizac ión política m u n d i a l qu e existe desd e 1945. Dac

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  l KSTIONES MO DERNA S Y CONTE MPOR ÁNEAS i)

201

j

U

e  sería poco práct ico fundar un organismo paralelo

más de m oc rá tic o, la may or p ar te de los federalistas del

mundo ha n pue sto sus esperanz as en un a reforma radi-

ca

l de las N aciones U nidas y de su fun cion am iento , algo

que siem pre ha estado p resente en el pr og ram a del M o-

vimiento Fed eral is ta M un dial desd e sus com ienz os. La

más realista de estas exigencias ha sido la de crear una

asamblea mundial de ciudadanos que coexista con la

Asamblea G ene ral de repre sen tante s de los diverso s esta-

dos del m u n d o , un a prop ues ta qu e volvió a ad qu irir im -

portanc ia a finales del siglo xx .

Finales del siglo xx

La idea de un a ciu dad anía m un dia l se reavivó d ur an te el

úl t imo cuarto del s iglo xx como consecuencia de dos

acontecimientos fund am entales. El pr im ero fue un a apre -

surada mental ización sobre los problemas medioam-

bientales en el m u n d o , un c onjun to de peligros obs erva -

dos y calcu lado s, algu no s de los cuales po d ría n resultar

tan terribles a largo plazo co m o lo fue, a co rto , la a m en a-

za term onu clear d ur an te los año s de m ayor tensión de la

Guerra Fría. El seg und o ac ontec im iento fue el des m or o-

namiento del co m un ism o, el antago nista am eric an o en la

Guerra Fría, tra s las «co ntrarrevoluc iones » de 1989-1991 ,

así com o las espe ranz as de po si tad as en un nu evo régi-

men internac ional en el qu e prim ase la co labo ración .

Pero debemos s i tuar ambos acontecimientos en su

contexto. El interés po r creerse un ciu da da no del m u n d o

se

 desvaneció tra s el entu siasm o inicial de los añ os inm e-

diatamente posteriores a 1945, más allá del esfuerzo de

estadounidenses y franceses por conservar cierto com-

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202

CIUDADANÍA: UNA BREVE

pr om iso . De hec ho , fue en los Estad os U nidos y en Fran-

cia do nd e los pa rt id ari os d e la ciudada nía m un dial rea-

nu da ro n su actividad a m edia do s de los año s setenta. En

esa época se fundaron los Ciudadanos Planetarios y  ¿

e

Mouvement populaire des Citoyens du Monde,

  y en 1975

se celebró en San Francisco el p rim er en cu en tro de la

Asamblea de Ciudada nos del M und o.

Era inevitable q ue los pa rtic ip an tes en estos aconteci-

mientos no mostraran su apoyo al Movimiento Federa-

lista M un di al . Sin em ba rg o, la po sib ilida d, o, incluso, el

deseo de crear un estado global, a pesar de seguir reci-

biendo cierta atención, desapareció rápidamente. Los

federalistas mundiales habían pasado, en el último cuar-

to del siglo xx , a co nc en tra rse en la reform a de las Nacio-

nes Unidas y en la elaboración de un auténtico derecho

mundial .

La Asamblea de Ciudadanos del Mundo desempeñó

u n pap el decisivo al inyectar un e ntu siasm o reno vado en

la ca m pa ña po r un a Asamblea de Ciud ad ano s (o del Pue-

blo,

  o Segunda Asamblea) de las Naciones Unidas. El

esfuerzo conjunto dio como fruto la creación, en 1982,

de una Red Internacional para una Asamblea de las Na-

cion es U nid as (siglas inglesas IN FU SA ), y, en 1989, la

Campaña por unas Naciones Unidas Más Democrát icas

(CA M D U M ). La polít ica de INFUSA ha de spe rtado el in-

terés de organizaciones no g ube rnam entale s , dado que

parece más factible que la mayoría de los proyectos con

objetivos similares. La INFUSA p ro po ne u n ó rgan o me-

ram en te consu ltivo, subs idiario de la Asam blea General

y, en co ns on an cia con el artícu lo 22 de los Estatu tos de las

Naciones U nidas, elegido po r los pueblos del m un do . Por

el co ntra rio , la CA M DU M persigu e u na revisión de los

Estatutos para cambiar su sistema actual de representa-

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, C U E S T I O N E S MO D E R N A S Y C O N T E MP O R Á N E A S ( i )

203

ción a u n sistem a bicam eral; en otras palab ras, con stituir

u

na asamblea e legida democrát icamente que funcione

paralelamen te al cu erp o de delegad os de los esta do s, esto

es,

 la Asa m blea G ene ral.

Aparte de su naturaleza n o de m ocrá tica, u na de las crí-

ticas m ás r epe tidas hacia las N aciones U nidas es su rela-

tiva incap acida d p ara , a escala m un dia l, tran sfo rm ar las

esperanzas de los ciu da da no s en derech os y obligacion es.

Esto es el resu ltado d e un p rin cip io d e so be ran ía d e esta-

do m uy enraiza do , así com o del con trol que las g rand es

potencias ejercen sob re esta instituc ión . Por ejem plo, del

mismo m o d o qu e las con stituciones de Francia y Estados

[n id o s en el siglo xvm ven ían aco m pa ña da s de una lista

de derec hos, los Estatuto s de las N aciones U nidas cu en -

tan, también, con una Declaración Universal de Dere-

hos H um an os . Por tanto, al igual que los ciudad ano s de

un estado e spe ran que éste garan tice esos de rech os, los

ciudadanos del m u n d o deb er ían confiar en qu e las Na-

ciones U nidas tam bién los pre serv ara n. Sin em ba rgo , los

abusos de derechos humanos -desde detenciones arbi -

trarias has ta el ge no cid io - y, po r e nd e, la violación de la

Declaración ha n sido un a c on stan te.

Además, apar te de los Pr incipios de Nuremberg, en

virtud de los cuales a pa rti r de la Segund a G ue rra M un -

dial se consiguió procesar a los criminales de guerra,

nunca ha exist ido un código com pleto de derec ho m u n-

dial. C on to do , y pa ra n o dejar im pu ne s tales abu so s, el

Fstatuto de R om a de 1998 facilitó la crea ción de u n T ri-

buna l Mundia l permanente para adminis t ra r jus t ic ia

criminal, lo cual se con sigu ió grac ias a la vo tació n con -

junta de 110 países que aco rda ron crear un T ribuna l C ri-

minal Inte rna cio na l (TC I). C on este gesto, se recon ocía

implíci tamente que todos som os c iudad anos del m un do

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20 4  CIUD ADAN ÍA: UNA BREVE HISTORI

en e l sent id o de es tar v inc ulad os po r un de recho mun-

dia l embr ionar io capaz de responder an te cua lqui

e r

ag resió n. E ste Tribun al se creó en 2003 pese a la negativa

de un buen número de países, entre el los los Estados

Unidos .

El con cepto de ciudada nía del m un d o ha sufrido mu-

ch os altibajos a lo largo de la his tor ia. Su interpretación

ha sido vaga y m uy variada, desde u n deseo a com prome-

terse con u n código m or al universal hasta la convicción

de q ue la form ación de un es tado m un dia l es esencial. Es

m á s ,  hasta la década de 1990 este tema no recibió una

aten ción realm ente seria. Al cue stiona r las probab les im-

plicaciones futuras tanto para las inst i tuciones demo-

crát icas c om o pa ra e l control y co m po rtam ien to de los

incre íblem ente ráp ido s proceso s de globalización de la

cultu ra, la eco no m ía y las com unicacio nes, un reducido

número de estudiosos, entre los que destaca el erudito

D avid Held, ha suge rido el concep to de «dem ocracia

 cos-

mopol i ta». Y, claro está, un a dem ocra cia co sm opo lita no

florece sin ciu da da no s cosm opo litas.

La ob ra de Held ti tulada

 La dem ocracia y el orden

 glo-

bal resulta clave pa ra e nte nd er el con cep to de dem ocracia

cos m op olita, ya que el auto r contem pla los princip ios

 de-

m oc rátic os que im pre gn an los sistem as polít ico y jurídi-

co en el m u n d o . Por tan to, si to do s los estado s llegaran

 a

ad op tar proc edim ientos dem ocrát icos y acataran la vali

dez de un a ley global apro bad a dem ocrá t icam ente,

po dr ían coincidir los derechos

 y

 las resp on sab ilidade s del pue

blo

 qua

 c iud ad an os na cionales con los del pue blo

 qua

  subdito

del de rech o cosm opo l i ta, y la ciuda dan ía dem ocrá t ica podrí

adq uir i r , en principio, un

 status

  genuinamente universal (Hel(

1997:278).

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;. CUESTIONES MODERNAS Y  CONTEMPORÁNEAS (i)

205

La elaboración d etallada de un a dem ocracia cosm opo -

lita es u na tarea com pleja; sólo cabe aq uí hacer u na breve

m enc ión al m ap a co nce ptu al, algo qu e se justifica exclu-

sivamente po r su co ntrib uc ión a la no ción de ciud ada nía

mundial .

De bem os ima ginar este s istema desde dos dim ensio -

nes.

  En la primera de ellas (la gama de actividades) los

ciudadanos cosm opoli tas debe n gozar de la o po rtu nid ad

de participar en la vida polít ica, tener la garantía de un

sistema jurídico justo y exigir respons abilidad es en cu es-

tiones de econ om ía. En la otra dim ens ión (el alcance geo-

gráfico e institucion al) hay que garan tizar el de rec ho de

los ciu da da no s a ope rar a escala local, regional, nacio nal

y global , así com o - y esto es de vi tal im po rta nc ia- a p ar-

ticipar en los asu nto s de la soc ied ad civil, en c on creto en

organizaciones no gubernamentales y funcionales tales

como sindicatos, colegios profesionales y g ru po s de pr e-

sión. La de m ocr acia reforzaría el carácter de m oc rát ic o

de esta red ta n co m pleja, y, a su vez, los ci u d ad an o s sal-

drían ganando: la ciudadanía mundial contaría con una

realidad viva que sobrep asa los esqu em as m entales y m o -

rales d e los qu e hac ían gala los estoicos, si bien u n o n o es-

pera, ni m uch o m eno s, qu e, po r descono cim iento u olvi-

do,

  dejen de considerarse los criterios éticos de éstos

com o los ideales.

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6. Cuestiones modernas

y contemporáneas (II)

Derechos civiles, po líticos

 y

  sociales

El análisis de Marshall

Tras la pu blica ción

 Del contrato social

 de Rousseau , ten-

dría m os qu e esperar dos siglos para e nc on trar u n texto

de relevancia sobre ciudadanía. En el año 1949, T. H.

M arshall, cate drá tico de sociología en la L on do n School

of Eco nom ics an d Po lit ical Science, pro nu nc ió en Cam-

bridg e un a serie de conferencias q ue , en un a versión am-

pliada, fueron publicadas un año más tarde con el título

Ciudadanía y

 clase

 social. En esta ob ra M arshall transmi-

te do s im po rta nte s m ensajes: u no , su tesis de qu e la igual-

dad inherente a la ciudadanía puede ser compatible con

la desig uald ad con sustan cial a la estr uc tura de clases; el

otro, su percep ción de que los derech os del ciud ada no se

componen de tres partes que evolucionaron, histórica-

m en te, en or de n civil, po lítico y social. Hay qu e señalar,

no o bs tan te, qu e to d o su análisis se centra en la historia

inglesa, y que Marshall había sido historiador antes de

206

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( T E S T I O N E S M O D E R N A S Y C O N T E M P O R Á N E A S ( l l )

207

que co m en zar a a aplicar sus intereses acad ém icos al ca m -

po de la socio logía.

Sus ideas qu ed an paten tes en alguno s extractos en los

que ilustra la pri m er a d e las tesis señ alad as:

Existe] una igualdad hum ana básica asociada

 al

 concepto

 de la

pertenencia plena a una comunidad -yo diría, a la ciudadanía-

que no

 entra en contradicción con

 las

 desigualdades que distin-

guen los niveles económicos de la sociedad. En otras palabras,

la desigualdad del sistema de clases sería aceptable siempre que

se reconociera la igualdad de la ciudadanía (Marshall y Botto-

more 1998:20-21).

Es m ás , ap un ta q ue la coexistencia e ntre las desigu al-

dades de clase y la igualdad del ciudadano estaba tan

aceptada que «la pro pia ciu da da nía se hab ía con vertido ,

en ciertos aspe ctos, en el arq uitec to de una des igua ldad

social legitima da» (M arshall y B otto m ore 1998: 21-2 2).

Así explica Ma rshall su seg un da tesis, o inte rpr eta ció n

triparti ta de la c iuda dan ía:

El elemento civil se compone de los derechos necesarios para la

libertad individual: libertad de la persona, de expresión, de

pensamiento y religión, derecho a la propiedad y a establecer

contratos válidos

 y

 derecho

 a

 la justicia [...] Por elemento polí-

tico entiendo el derecho a participar en el ejercicio del poder

político como miembro de un cuerpo investido de autoridad po-

lítica, o como elector de sus miem bros [...] El elem ento social

abarca todo el espectro, desde el derecho a la seguridad y a un

mínimo bienestar económico al de compartir plenamente la

herencia social y vivir la vida de un ser civilizado conforme a los

estándares predominantes en la sociedad (Marshall y Botto-

more 1998:22-23).

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208

CIUDADANÍA: UNA BREVE H1ST<

Cabe preguntarse cómo percibió Marshall la evolución

de estos tres elem entos en diferentes estad ios a lo largo de

la historia de Inglaterra. A grand es rasgos, po de m os decir

qu e o bs erv ó el de sarro llo d e los dere ch os civiles en el si-

glo xvín, de los derechos políticos en el siglo xix y de los

 de-

recho s sociales en el siglo xx. Sin em ba rgo, recon oce la

 ne-

cesidad de pe rm itir cierta «elasticidad» a la hora de definir

estos tres estadio s. Así, cierta s leyes de finales del siglo xvii

co m o el há be as co rp us y las Leyes de To lerancia, o, ya a

princ ipios del siglo xix, la Ley de Em ancipa ción Católica y

la abolición de la Ley de Asociaciones (las llam adas

 Cotn-

bination Acts,

 qu e cons ideraban ilegales a los sindicatos),

form an pa rte de la fase cor resp on die nte «al siglo xvm ».

No obstan te, M arshall otorga aú n un a may or m aleabi-

lidad a la cronología de la ciudadanía social. Así, añade

qu e el sistema de beneficencia Sp een ha m lan d, introduci-

do en 1795 para combatir la pobreza, incorporaba «un

cu erp o im po rtan te de derec hos sociales» (M arshall y Bot-

tom or e 199 8:32). Tam bién califica de avance relevante en

los derechos sociales del siglo xix la intervención estatal

pa ra p roteg er a los traba jado res (las Leyes de F ábric a), así

com o pa ra garantizar u n m ín im o nivel de escolarización.

Sin em ba rgo , las leyes qu e m ás im pre sio na ron a Marshall

fueron las ap rob ad as entre 1944 y 1946, m arc o crono lógi-

co sob re el que basa todo su análisis. Así, el Info rm e Beve-

ridge de 1942 trajo consigo dir ec tam en te las reformas del

estad o del bienestar, mie ntra s q ue la Ley de Edu cación de

1944 introducía «la enseñanza secundaria para todos».

Un resum en tan conciso no n os pe rm ite hacer justicia

a la riquez a e infinidad de m atices que presen ta la ob ra de

Marshall . Ahora bien, no podemos dejar de señalar dos

co m en tario s cruciales qu e este au tor hizo so bre su tríada

de dere cho s del ciu da da no . Uno d e ellos es qu e los dere-

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I l E S T I O N E S MO D E R N A S Y C O N T E M P O R Á N E A S ( i l )

209

elios sociales tiene n un a na tura lez a d istinta de los civiles

o

 polít icos, pues mie ntra s que estos últim os pu ed en defi-

nirse y reco no cers e con cierta prec isión (el de re ch o a un

juicio con ju ra d o o el de rec ho a voto, p o r ejem plo, bien

existen, bien no, tanto en derecho como en la práctica),

los derech os sociales atañe n a la calidad de vida . El acceso

a la edu cac ión o al sistema sa nita rio, po r ejemp lo, son de -

rechos sociales, pe ro el pr in cip io de ciud ad an ía so cial no

puede pre scr ibir el nivel qu e cabe es pe rar d e escuelas y

hospitales.

La otra observación de Marshall es que los derechos

sociales, que hasta enton ces ha bía n pasa do prá ctic am en -

te desapercibidos com o co m po nen tes de la c iud ada nía ,

son básicos par a el disfrute efectivo de los de re ch os civi-

les y polí t icos, pues la pob reza y la igno ran cia m er m an

inevitablemente el deseo y la op o rtu ni da d de po de r b e-

neficiarse de ellos.

Las con tr ibucio nes de Marshal l sobre es te pa r t icula r

son inest imables. No en vano, un académico bri tánico

decía de sus conferencias, casi m ed io siglo d esp ué s, lo si-

guiente:

La

 aportación

 más

 significativa

 a la

 teoría social

 y

 política reali-

zada en este siglo por un británico es la de "c iudadanía", y [...]

es obra de [...] T. H. Marshall (Bulmer y Rees 1996: sobre-

cubierta).

Con tod o, no d ebem os olvidar que el estud io de M ars-

hall es ba stan te l im itad o, pue s se ciñe exclusiva m ente al

panorama inglés . Cabe tam bién pre gun tarse qu é p uede

aportar su noc ión trip arti ta de ciud ada nía a la historia de

la ciudada nía d e otros países en las eras m o d er n a y con-

temporánea.

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210

CIUDADANÍA: UNA BREVE HIST

O R

.

La negación de derechos

La ciu da da nía en u n estatus legal, sin ón im o de nacionali-

dad en la nación-estado moderna. En l íneas generales

los residen tes de u n país son o ciu da da no s o extranjeros.

Hipotét icamente, pues, un individuo puede ser ciuda-

dano de un estado cuyo gobierno le niegue cualquiera

de los tres t ipos de de rech os q ue la teoría l iberal, desde

M arshall , ha ace ptado com o ingredien tes de la condición

ciud ada na. D e pro du cirse así , la ciudad anía sería un títu-

lo o iden tid ad juríd ico- po lítica vacía de su auténtico sig-

nificado. En nin gú n caso estam os hab land o de una m era

hipótesis abstracta; al contrario, esta situación ha sido

m ás qu e recu rren te en el siglo xx.

Los regímenes au tocráticos se ha n m ante nid o en

 el

 po-

der privando a sus supuestos ciudadanos de sus dere-

chos ,

  especialmente de los civiles y polít icos, mientras

qu e en el caso de aquellos co ns tru id os sobre ideologías

racistas o comunistas la ciudadanía se denigraba aún

más ,

  para convertirse en una forma de identidad secun-

da ria a la raza o a la clase social, resp ectiv am en te. En la

m ed ida en que los gob iernos a utocrático s han apelado a

sus ciu da da no s a co m po rtarse com o tales, su objetivo ha

sido el de em plaza rlos a llevar a cabo su obligación cívica

de apoyar el régimen. Las espectaculares concentracio-

nes nazis, p o r ejemplo, desp erta ron tal entusiasm o cívi-

co qu e su pe rar on las expe ctativas de Rousseau al respec-

to .

  Y en lo que atañe al derecho al voto, los constantes

inform es qu e m ue str an el apoy o y los resultad os favora-

bles (superiores al noventa por ciento) recibidos por los

can did atos co m un istas en los estado s estalinistas tras la

Segunda Guerra Mundial desmienten cualquier defensa

de u na ciu da da nía po lítica real en esos países.

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212

CIUDADANÍA: UNA BREVE

percibían al l legar a un a ava nzad a ed ad o du ran te perío-

do s de enferm edad o inca pac idad física. Pero tam bién se

inc orp or ó u na lista de obligaciones del ciu da da no : cum-

plir las leyes, disc iplina en el trab ajo , defensa de la patria

y el debe r, típic am en te c om un ista , de « respetar las reglas

de convivenc ia de la socied ad socialista, [y] salvaguardar

y fortalecer la pr op ied ad social, socialista» (C om ité Cen-

tra l del P.C. (B.) de la URSS, 1939).

Sin em ba rgo , éstas era n las disp osicio nes constitucio-

nales bajo las cuales la m ay oría de la po bl ac ió n vivía en

un es tado de aprensión, incluso terror . La NKVD y l

a

KGB obligaron a exil iarse a mil lones de personas, que

languidecieron y fal lecieron en campos de trabajo; los

dis identes fueron declarados culpables por un código

penal que hacía caso omiso a los derechos civi les pro-

clamados, y las e lecciones se l imi taban a candidatos

oficiales. Es cierto que esta s i tuación se compensaba,

pa rcia lm en te, con un a eficaz ges tión d e los derec hos so-

ciales en ed uca ció n y san ida d, p er o la ciud ad an ía en el

sen tido básico , tan to civi l co m o polí t ico , era un a mera

fachada.

Lo m ism o pu ed e decirse de otro s go biern os autorita-

rios, frecuen teme nte regím enes m ilitares, tan habituales

en Latinoamérica y en otros estados poscoloniales de

África y Asia. El m ét o d o h ab itua l co n el qu e se ha calibra-

do la violación d e derechos en to do el m u n d o durante la

seg un da m itad del siglo xx ha sido el m ayor o m en or gra-

do c on el qu e los estad os h an res pe tad o la Declaración

Universal de D erech os H u m an o s de 1948. Au nque este

do cu m en to se elaboró pa ra proc lam ar la imp ortancia y el

alcance de los derecho s h u m an o s, en la actualida d la dis-

tinció n entre derech os hu m an o s y derech os del ciudada-

no no es lo suficientemente nítida como para olvidarnos

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6 . C U E S T I O N E S M O D E R N A S Y C O N T E M P O R Á N E A S ( l l )

213

de la D eclaración c om o criterio en estos casos. Tom em os

com o ejem plo los dere ch os civiles fun da m en tales: en la

décad a de 1980, alred edo r de setenta estado s reten ían e n-

carceladas a pers on as du ran te un espac io de tiem po irre -

gular antes de ser som etida s a juicio. En 1998, m ed io si-

glo después de la Declaración, Amnist ía Internacional

recordaba al m un do que:

El pasado año se registraron ejecuciones extrajudiciales en cin-

cuenta y cinco países, ejecuciones judiciales en cuarenta y

 «de-

sapariciones» en treinta y dos países. Creemos que las estadísti-

cas reales son mucho más elevadas (en

  The

 Guardian,

 1998).

Derechos ciudadanos y democracia

Los paíse s de la región del Atlántico N or te (los Esta dos

Unidos y Europa occidental , jun to con los do m inio s b ri-

tánicos de Australia y Nuev a Zelanda) fueron los pr im e-

ros en in tro du cir y consolidar, e ntr e los siglos xv m y xx,

los derec hos d e la ciud ada nía. T am bién In dia, tras su in-

depe nden cia en 1947, ad op tó un estilo de go bier no libe-

ral demócrata, una decisión muy valiente para un país

tan pobre, extenso y variado y con ínfimos niveles de

educación.

M ás adelan te, hacia finales del siglo xx, los antig uo s es-

tados com un istas de la U nión Soviética y de Eu rop a cen-

tral y orienta l establecieron nuevas inst i tucione s de m o-

cráticas, mientras que algunas dictaduras militares eran

desbanca das, especialm ente en Latino am érica. Se calcula

que el n úm er o de estados de m ocrá t icos l iberales creció,

en el esp acio d e m ed io siglo (1940 -1990 ), de trece a se-

senta y uno

  (véase

  Fukuyama 1992: 50, 348 n. 12). No

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214

CIUDADANÍA: UNA BRFVE HII

ob stan te, este tip o de cifras d eb e trata rse con cierta cau-

tela, pues ningún estado ostenta el récord de garantizar

plenamente los derechos de sus ciudadanos, por lo que

no ha y pos ibilidad de pro ba r de form a exacta los criterios

util izados, y, por ende, los resultados de dichos juicios

pu ed en ser pu estos en entred icho . Así y todo, la tenden-

cia gene ral es m ás qu e eviden te: se hab la ab iertam en te de

carencia de de rec ho s cívicos o de su existencia de forma

m erm ad a, p ero cada vez hay más perso nas que exigen sus

derec hos , y los estado s los están con ced iend o de forma

paulat ina.

Un o de los pro blem as relacionados con la ciudadan ía y

con los de rec ho s a ella asoc iado s rad ica en la dificultad de

que éstos se im pla nte n con con sistencia en la cu ltura so-

ciopolít ica de un estado en un corto período de tiempo.

Incluso países con una larga tradición liberal, entre los

que po de m os incluir los Estados U nidos, Francia, Gran

Bretaña , Suiza y los Países Bajos, ha n nec esitad o d e mu-

chas generaciones para alcanzar sus actuales niveles de

vida cívica, cotas qu e, espe cialm ente en el com plejo cam-

po de los de rec ho s sociales, aú n dista n de ser las ideales.

Tam bién necesitan su tiem po p ar a desarro llarse la creen-

cia en el valor d e la ciud ad an ía y el deseo d e hacerlo una

realidad, un pro ces o qu e, ad em ás, es susceptible de sufrir

recaídas periódicas.

C om o ejemplos interesantes de esta cuestión pod em os

citar dos casos proced entes de los Estados U nidos, donde

la ciud ada nía h a con tado con m ás de do s siglos par a ma-

du rar. U no d e ellos t iene qu e ver con la disp osició n del

go bie rno hacia los de rech os sociales; el otr o hac e lo pro-

pio con las ac titud es d e los ciu da da no s hacia los derechos

po líticos . En 1999, el po lítico inglés Roy Hattersley decla-

raba:

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„ . C U E S T I O N E S M O D E R N A S Y C O N T E M P O R Á N E A S ( i l )

215

Hace veinticinco años Ronald Reagan me dijo que, en una eco-

nomía sofisticada, cualquiera que buscara trabajo de forma

persistente

 lo

 encontraría, mientras que aquellos que

 no lo

 bus-

caban con la diligencia necesaria sacrificaban los derechos de

ciudadanía (Hattersley 1999:15).

El co m en tari o referido a la ciud ada nía po lítica pro ce-

de de las observaciones hechas por un poli tólogo esta-

dou niden se y que fueron p ublicadas originariam ente en

1988:

| Él] observó que, en un período de cinco años, un ciudadano

residente en Cambridge, Inglaterra, podría haber votado en

cuatro ocasiones, por

 las 165

 que podría haberlo hecho un ciu-

dadano de Tallahassee, Florida [...] Es precisamente el tedio

que provoca esta tarea la razón que, generalmente, suele ar-

¡íüirse para explicar por qué los estadounidenses presentan una

disposición a ir a votar menor que en otras democracias occi-

dentales (Hahn 1998:264-265).

Si los Estados Unidos aún no han conseguido u n m od e-

lo de dere cho s del ciuda dan o equ ilibrado, efectivo y justo,

cuánto más difícil será para los países y sociedades que

acaban d e salir de largos perío do s de gobierno s autorita-

rios, en el tran scu rso de los cuales la experiencia y la prá c-

tica de los dere cho s cívicos estuvieron seriam ente limita-

das.

  Sirvan de modelo el resurgir húngaro en 1990, tras

cuatro décadas de gob ierno com unista (y un a débil cultura

de dem ocra cia antes de 1949), y el reto rno de A rgen tina a

un go bie rno constitucional en 1983 tras más de m ed io si-

glo de gob iern os autoc ráticos , tan to civiles co m o m ilitares.

Un rasgo fundamental de las democracias populares

de E ur op a del Este fue la co ns tru cc ión de m od elo s efica-

ces de ciu da da nía social acordes con sus ideales y do ct ri-

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216

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORI

na so cialistas, en claro co ntra ste con las restricciones de

dere cho s po líticos y sociales, un a repre sión qu e la policía

secreta, al estilo estalinista, se enca rgab a de garantizar, a

m en ud o de forma bru tal. En el caso de Hu ng ría, la polít i-

ca rep reso ra del od ia do M átyá s Rákosi fue tan ofensiva

que la opo sición p op ula r estalló en el po co afortunado

levantamiento de 1956.

Tras la caída de la es tru ct ur a co m un ista, el sistem a so-

cialista fue sustituid o p or u na e con om ía de merca do, y l

a

ciu da da nía rec up eró los de rec ho s liberales civiles y po-

lít icos. El resu ltado fue u n cam bio b ru ta l, tal y com o lo

expresan las palabras de un académ ico h ún ga ro:

La población húngara ganó mucho en términos de derechos

humanos, políticos y civiles, pero experimentó grandes pérdi-

das en cuanto a derechos sociales. Muchos de los servicios so-

ciales que an teriorm ente

 se

 prestaban de forma gratuita

 a

 todo

el mundo , y que se percibían como parte de los derechos del

ciudadano, dejaron de ofrecerse (Mátrai 1998:53).

Sin em bargo , la nueva op ortu nid ad de pod er par t ic i -

par en los asuntos cívicos ha sido acogida con cautela.

Así, y citan do de nuevo a M átrai:

La participación activa no ha sido una característica de la cul-

tura política húngara. Durante la etapa anterior a la guerra, la

política era prerrogativa y dominio exclusivo de la élite, y en el

estadio actual de la democracia húngara la sociedad civil está

sólo comenzando a mostrarse (Mátrai 1998:66-67).

Volvam os, ah or a, a A rge ntin a, país que re tom ó la vía

civil en la déc ada d e 1980 co nstitu yé nd ose en parad igm a

de un bu en n úm er o de países latino am erica no s (Bolivia,

Brasil , Ecuador, Perú y también Uruguay) que lograron

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CUESTIONES MODERNAS

 Y

  CONTEMPORÁNEAS (il)

217

sobre pon erse a sus respectivas d ictad ura s m il i tares. En

Argentina, esta significativa transición estuvo marcada

por la restau ración , en 1983, de las inst i tucion es d em o-

cráticas, y por la elección, en 1989, del civil Carlos M en em

como presiden te.

Los pro blem as de rivado s de la falta de un a trad ició n

dem ocrá t ica, evidentes en el caso de Hu ng ría, han sido

también poderosos escollos para el desarrollo de la ciu-

dad anía particip ativa en Arg entin a, tal y co m o revela la

extensa nó m in a de obligaciones:

Tolerancia hacia lo diferente, pragmatismo y deseo de involu-

crarse en debates

 y compromisos,

 sentido

 de

 instituciones polí-

ticas

 eficaces, un clima general de cooperación

 y

 negociaciones

y

 acuerdos entre las partes que compiten -aspectos todos ellos

,]ue caracterizan a la mayoría de las culturas políticas democrá-

ticas [...]- resultan en cierta manera extraños en Argentina

(;haffee, Morduchowicz y Galperin 1998:151).

A ñá da se a este vacío telón d e fondo los graves pr ob le-

mas eco nó m icos a los que tuvo qu e enfrentarse la nue va

democracia y la consiguiente apatía general izada. Una

encuesta llevada a cabo en 1997 m os tra b a q ue el cin cu en -

ta y uno por ciento de la población no se molestaría en

acudir a las u rn as en el su pu esto de que vota r dejara de

ser ob liga torio .

Uno de los térm ino s que apare cen en la seg un da ci ta

del ensayo de M átrai apo rta indicios par a enten der las di-

ficultades que genera arrancar el ejercicio activo de los

derechos polít icos del ciu da da no . El tér m in o en cue stión

es el de «s ocied ad civil». Los politólo go s libe rales co m o

Tocqueville y Mili adve rtían de las escasas prob ab ilidad es

que la ciu da da nía p articipa tiva tenía de des arrollarse pie-

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218

CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORI

ñá m en te en el ám bito estatal sin u na exp eriencia previa

en activida des similares a niveles m ás in m ed iatos o cer-

canos, com o pud ieran ser un pue blo, par roq uia, munici-

pio electoral, fábrica o sindicato. La ciudadanía debe

con struirse com enz an do po r la base. También contribu-

ye de m o d o n ota ble a sen tar estos cim iento s la atmósfera

familiar qu e pro po rcio na la m itad femen ina de la pobla-

ción , a lo qu e ha y que s u m ar el esp íritu de las escuelas y

de sus enseñ anza s.

La mujer

Siglos de represión cívica

Los orígen es de la ciu da da nía se re m on tan a casi tres mi-

lenios atrás, pero, salvo contadísimas excepciones, las

m ujeres tan sólo h an p o di d o disfrutar de su pa rte corres-

pondiente de derechos cívicos desde hace escasamente

un siglo, y siem pre en los esta do s m ás liberales. Esta con-

tradicció n yu xtap ue sta se ha explicado en ocasiones ale-

gan do que la ciuda dan ía, part icu larm en te en su modelo

cívico republican o, es un a cond ición inventada po r hom-

bres en su pr op io beneficio. La arete aristotélica , la virtus

de Ciceró n o la

 virtü

  de M aquiavelo son tod as esencial-

m ente m ascu linas, a la pa r qu e cualidades de la ciudada-

nía. La escritora inglesa Rebecca West resumía, no sin

cierta aspereza, esta sup ues ta pola riza ción en tre la natu-

raleza ma sculina y

 la

  femenina:

La palabra «idiota» viene de la raíz griega que significa «perso-

na ignorante». La idiotez

 es

 defecto femenino: las mujeres,

 ab-

sortas en sus vidas privadas, siguen su destino a través de una

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„. CUESTIONES MODERNAS

 Y

  CONTEMPORÁNEAS (il)

219

oscuridad tan negra como la que arroja en el cerebro un con-

junto de células malformadas. El defecto masculino, que es la

locura, no le anda a la zaga: los hom bres están tan obsesionados

con los asuntos públicos que ven el mundo como al claro de

luna, esa luz que m uestra el contorno de los objetos pero no los

detalles indicativos de su naturaleza (West 2000:17).

Esta asum ida dicotom ía entre mujer privada y hom bre

público suele venir aco m pa ña da de otra d istinció n. Tra-

dicionalm ente, la ciud ada nía se basab a en la p rop ied ad

privada, y ésta estaba may ori tariam ente en m an os m as-

culinas. Incluso en estados liberales con tradición en de-

recho co m ú n , hasta el siglo xix la mujer casada era co nsi-

derada c ívicamente no-persona en vi r tud del l lamado

«am paro», esto es, pa sab a a ad op ta r la iden tida d legal del

m arido, el cual «am paraba» a

 lafemm e covert y,

 de p aso ,

se hacía con las pro pie da de s de aquélla. Un claro ejemp lo

al respecto puede encontrarse en Canadá, donde, en

1916, un a mujer fue no m br ad a m ag istrad o en la provin -

cia de A lbe rta. Al pre sen tarse en el trib un al se c ue stion ó

su derech o a tene r estatus judicial ya que , co m o m ujer, no

era un a « person a» a ojos del de rec ho c o m ú n ing lés. Ten-

drían que pasar trece años para que el Consejo Privado

del sob era no

 (Privy Council)

 con ced iera a las m ujeres ca-

nadienses la po sib ilida d d e ser «person as» an te la ley.

Nu estro interés prin cipa l radica en cono cer có m o las

mujeres han logrado una posición cívica más igualitaria

a lo largo de la pas ada centuria. N o ob stante, pa ra ello ne-

cesitamos rem on tarno s brevem ente al pa no ram a históri-

co anterior, contra el cual se reaccionó y fue posible el

progreso.

En la ép oca clásica las m ujeres carec ían d e derec ho s. Su

lugar era la casa, y su misión ocuparse de los hijos. La

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222

CIUDADANÍA: UNA BREVE

vación de la especie, o como el alimento y la bebida»

(H eer 1963: 352 ); y lo qu e es peo r, la mu jer era Eva, l

a

receptora del pec ado .

En térm in o s de partic ipac ión activa en la sociedad, lo

s

pri m ero s siglos de la Edad M edia vieron có m o algunas

m ujeres d esta cab an en el co m ercio y en la artesanía, ofi-

cios qu e, m ás a delan te, pa sa rían a ser regu lado s po r los

gre m ios. Y ahí estaba la raíz del pr ob lem a: c om o ya he-

mos mencionado en el capítulo segundo, la ciudadanía

era m unicip al, y estaba íntim am ente ligada a la pertenen-

cia grem ial. Por ta nto , si las m ujeres era n excluidas de es-

tas fraternid ade s m asc ulina s, ob via m en te se les negaría

cualq uier form a de ciudad anía . No ob stan te, y para ser

ho ne sto s, no existen m uch as pru eb as q ue avalen el apoyo

de las mu jeres a los ciuda da no s cu an do éstos pugnaron

p o r co nse gu ir la libe rtad cívica.

La cuestión de si las mujeres podrían o no ejercer el

derecho a voto en las elecciones nacionales durante el

período medieval y en la Edad Moderna se debatió ex-

clusivam ente en Inglaterra, pe ro era un d erec ho qu e, es-

pecialmente en los municipios, se caracterizaba por ser

vago y con fuso. N o obs tan te, existía u n a disp osic ión cla-

ra: el de rech o a vo tar estaba s ub or di n ad o a la posesión

de bienes. Las m ujeres casadas care cían de propiedades,

pues éstas pe rten ec ían a su m ar id o; pe ro , ¿qué sucedía

en el caso de las viu da s, que sí er an pr op ieta ria s, o de las

abadesas , dueñas de importantes bienes inmuebles en

sus resp ectiva s ó rd en es religiosas? D e he ch o, se recogen

casos de mujeres, únicas t i tulares de plena propiedad,

que designaron a m iemb ros del Par lamento, y, en una fe-

cha tan tardía como el reinado de Jacobo I, una mujer

soltera qu e reun iera los requ isitos de pro pie da d era con-

sid era da ap ta p ar a ejercer el de rec ho a vo to, si bien esta

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„ . C U E S T I O N E S MO D E R N A S Y  CONTEMPORÁNEAS i l )

223

ley fue revocada en 1644 por el distinguido jurista sir

Hdward Coke.

La G ue rra C ivil inglesa an im ó el deb ate político , p o r lo

que ha bría sido choca nte que las mujeres no h ub ier an in-

•cntado invo lucrars e. El incid en te m ás famoso tuv o lu gar

en 1649, cu an do un g ru po de féminas «residentes en los

m unicipios de Th e City, W estminster, Bo rough of Sou th-

wark, Hamblets y lugares próximos a la Cámara de los

Comunes» presentaron una pet ic ión a l gobierno de

Cromweil con la que reclamaban la l ibertad del radical

lühn Lilbu rne y de sus co m pa ñe ros , así com o la rep ara-

ción de diversos agravios. En la petición se alegaba que,

dad o que [las mujeres] e stam os convencidas de que so-

mos creadas a ima gen d e Dios, y que nu estro interés po r

Cristo es idéntico al m os tra do po r los ho m bres », tenían

1

 ambién el derec ho a «recibir su pa rte p rop orc ion al de la

libertad de esta Repú blica» (en Fraser 198 4:26 9).

Así y tod o, estos gestos tenía n u n to no ta n só lo ten tati-

vo si los co m pa ram os con las patrióticas con cen tracion es

realizadas por las mujeres estadounidenses a favor de la

causa revolucionaria, o con la conciencia política que se

desp ertó en las m en tes feme ninas a raíz de la R evo lución

francesa y de la proclamación de los derechos del hom-

bre y del ciu da da no . Las mujeres de sem pe ña ron algun as

í unciones de vital im po rtan cia du ran te la R evolución

francesa: la mal l lamada Marcha de las Mujeres hacia

Versalles, en octubre de 1789, para obligar a la familia

real a tras lad ars e a París; el activ ism o po lít ico de la ex-

t raordinar ia madame Roland, esposa de un minis t ro

girond ino; Cha rlot te C orday, que asesinó a M ara t , y las

llamadas

  tricoteuses,

  que se regodeaban al ver cómo la

m áquina del do cto r Guillotin se desp acha ba con los con-

trarrevolucionarios.

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224

CIUDADANÍA: UNA BREVE

Ya de forma más tranquila, las mujeres francesas co

m enz aron la cam pañ a po r sus derecho s, propó si to con

 el

cua l se cre ó, en 1790, el

 Cercle

 social.

 Tam bién fue esta lu-

cha el m otiv o p or el qu e la fam osa -a l m en os a ojos de

m uchos h o m br es - Olympe de Gouge (como se denomi-

nab a a sí m ism a), panfletis ta y dr am atu rg a, elaboró en

1791 un panfleto titulado

  Declaración de los

 derechos de

la mujer.

 T odo esto pre ten día q ue las m ujeres recibieran

un trato sem ejante al disp en sad o a los ho m bre s, y para

ello ba stab a con in terp reta r literalm ente el lenguaje de la

De claración d e Derechos del H om bre , algun os de cuyos

art ículos reprodu cim os a continuac ión:

1.  La mujer nace libre y tiene los m ismos derechos que el hom-

bre[...]

3.

  El principio de toda soberanía descansa en la nación, que

no es sino la reunión del hombre con la mujer [...]

6. Todas las ciudadanas y todos los ciudadanos, al ser igua-

les ante los ojos de la

 ley,

 deben ser iguales para ser admitidos

en todos los puestos públicos, cargos, empleos [...]

10.

  La mujer tiene derecho a subir al patíbu lo, por lo queigualmente debería tener derecho a subir a la tribuna (Hunt

1996:125)'.

El art ículo 10 era premonitorio: De Gouge subió al

patíbu lo en 1793, do nd e m ur ió ejecutada bajo acusacio-

nes de contrarrevolucionaria y an tinatural .

Por esta fecha los clubes de m ujeres crecían ya po r toda

Francia, tan to p ar a realizar ob ras benéficas y apoyar a la

pob lación civil du ran te la gu erra c om o para actu ar como

gr up os d e presión . A pesa r de su patrio tism o revolucio-

1.

  Traducción en http://es.wikisource.org/wiki/Declaraci%C3%B3n

de__los_Derechos_de_la_Mujer_y_la_Ciudadana

  [N. del

 T.j.

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,. CUESTIONES MODERNAS

 Y

  CONTEMPORÁNEAS (ll)

225

nario,

 no con taron con el m ás m ínim o apoyo po r pa r te

de los polít icos jaco bino s varo nes . El co m en tario realiza-

do po r el tem ible agente del terr or A m ar parece casi u na

cita aristotélica: «Por lo ge ne ral, las m ujeres ap en as si son

capaces de concepciones elevadas y de serias cavilacio-

nes» (en H un t 1996:137). Esto ocu rría en octu bre de 1793,

cuatro días antes de que De Gou ge fuera ejecu tada y de

que se pro hib ieran tod os los clubes de m ujeres.

Pero los efectos de la Revolución francesa no se limi-

taron al con texto galo. U nos añ os d espu és de qu e viera

la luz el panfleto de De G ou ge, u na m ujer pe rten ec ien te

a los c í rculos ingleses m ás rad icales , M ary W olls tone-

craft, publicaba su

  V indicación de los derechos de la mu-

jer,

  una obra más sustanciosa que aquél la y la pr imera

pub licación fem inista de relevancia. En este l ibro la au-

lora presentaba el sempiterno di lema de las feministas

moderadas, es decir , cómo compaginar una vida cívica

y púb l ica con las obl igaciones d om ést ica s y famil iares

cua nd o el m ar id o es el sosté n d e la familia y trabaja to da

la

 jorna da .

En este libro, Wollstonecraft intenta resolver esta difi-

cultad concibie nd o u n pap el cívico pa ra la m ujer bien d e-

finido y fact ible, aparentemente de menor importancia

-protesta- pero idéntico al perseguido por los hombres.

Así, pro yec ta su im ag ina ció n ha cia el futuro:

Yo

 recreé

 la

 imaginación [...]

 y

 supuse que en un momento

 o

 en

otro la sociedad estaría constituida de tal modo, que el hombre

debería desempeñar plenamente sus deberes como ciudadano,

o si no sería despreciado, y que mientras se ocupase de alguna de

las funciones de la vida civil, su esposa, también activa ciudada-

na,

 intentaría

 de igual

 modo ocuparse

 de

 su familia, educar

 a

 sus

h

 i

 jos

 y ayudar

 a sus vecinos

 (Wollstonecraft 1977:218).

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226

CIUDADANÍA: UNA BREVE

Y,

  lejos de dejarlo aquí, continúa del siguiente modo-

Pero para que ella sea realmente virtuosa

 y

 útil,

 y si

 desempeña

sus deberes civiles, no debe desear de una manera individual la

protección de las leyes civiles; su subsistencia no debe depen-

der

 de la

 generosidad

 de

 su marido mientras

 él viva,

 ni

 que

 ésta

sea su soporte cuando muera (Wollstonecraft 1977:218).

Pero las razo na bles exigencias de D e Go uge y Wollsto-

necraft n o pu di er on con las con viccio nes - o , si se prefie-

re,

 prejuicios - m asculinas del m om en to , que aún habían

de pe rd ur ar v arias décad as. De he ch o, las mujeres fran-

cesas n o co nsig uier on el de rec ho al vo to ha sta siglo y

 me-

dio despué s de que De Gouge pub lica ra su panfleto, y ha-

bría q ue esp era r casi cien añ os tra s la ap aric ión del libro

de W ollstonecraft pa ra que las esp os as inglesas pu dieran

conse rvar sus pro pied ade s. Tras el en tus iasm o de la revo-

lucion aria déc ad a de 1790, pa saría al m en o s me dio siglo

antes de que el tem a de los de rec ho s d e la m ujer estuviera

de nuevo can den te y de spu nta ra u n a nu eva era en la que

el derec ho fem enino

 al

 voto fuera u n a realidad.

Los

  primeros derechos

El dere cho a vo to, u n sencillo pe ro fun da m en tal indica-

do r de ciud ad anía , fue conc edid o p o r vez pr im er a a las

mujeres en

 1893,

 en concreto a las neo zeland esas. Todo lo

co ntr ari o a lo suced ido u n siglo m á s tar de , en 1999, en el

Parlamento kuwaití, la única asamblea del Golfo elegida

po r el pu eb lo, pu es ésta rechazó u n a pro pu esta destinada

a otorga r a las m ujeres d erech os po lít icos ple no s para el

año

 2003.

 La obtenc ión de los de rec ho s cívicos de la mu-

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6 i

  CUESTIONES MODERNAS Y  CONTEMPORÁNEAS (il)

229

c

a, y la con cesió n del dere cho al voto fem en ino no ha bría

de ser una excepción. Wyoming abr ió e l camino en la

tem pran a fecha d e 1869, y ot ro s diez esta do s le siguieron

entre 1893 y 1914 .

Estas reformas se consiguieron en buena medida gra-

das a los movimientos sufragistas, que fueron inicial-

mente do s, ha sta su fusión en el añ o 1890. El m ás co m ba -

tivo de estos gr up os era el dir igid o p o r Susan

 B.

 Anthony ,

decana de las actividade s púb licas de las m ujeres, q ue co-

laboró tanto en camp añas abol ic ionis tas y pro ab st ine n-

cia como en otras iniciativas destinadas a luchar por los

derech os de la mujer. Su co ntr ibu ció n a la cau sa feme nina

fue tan importante que cuando el sufragio femenino se

incorporó, po r med io de la De cimo noven a En m iend a, a

la C on stituc ión en 1920, recibió el so br en om br e d e «En-

m ienda de Susan B. An thony».

Al igual qu e sucedía en los Estado s U nid os, tam bié n en

Inglaterra las m ujeres activas en la vid a púb lica luc ha ron

desde diversos frentes, que a veces se solapaban entre sí,

para m ejorar las cond iciones so ciales, acced er a la edu ca-

ción superior , abrirse a la vida profesional y conseguir

derechos civiles y polít icos. N o ob stan te, en co m pa rac ión

con sus he rm an as del otr o lad o del A tlántico, y a pe sar del

camino abierto con la publicación del l ibro de Mary

Wollstonecraft, los esfuerzos de las inglesas no tuvieron

la eficacia desea da h asta, po r lo m en os , m ed iad os del si-

glo xix. D ur an te m ás de u n c ua rto d e siglo B arba ra Leigh

Sini th (madame Bodichon) t rabajó incansablemente

para conseg uir reformas legales, esfuerzos q u e se vieron

recom pensado s con la apro bac ión de la Ley Patr im onial

de M ujeres C asad as en 1882.

El sufragio femenino se convirt ió en un tema de má-

xima actu al id ad en la déc ada d e 1860. C ua nd o, en 1866,

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230  CIUDA DAN ÍA: UNA BREVE I

los l iberales redactaron una solicitud de reforma p

a

r

a

 i

ampliación del derecho a l voto, un comité present '

también una pet ic ión ante la Cámara de los Cornune

solicitand o la inc lusió n de las m ujeres, iniciativa q u

e re

_

cibió un apoyo masivo. John Stuart Mili , por entonces

par lamentar io (cargo que ocupar ía durante un cor to

t iem po , entre 1 8 6 5 y l8 6 8 ) , apoyó la en m iend a en el de-

bate del siguien te a ñ o. C om o era de espera r, la propuesta

no sólo no pr os p er ó , s ino que suscitó algunos comenta-

rios poco agradables. Pero Mili ya estaba muy compro-

metido con la causa: en 1861 había escrito un ensayo

t i tu l ado

  El sometimiento de las mujeres,

  un texto con-

tundente y de lógica meridiana que no publ icó hasta

1869 y que, ju n to con

  Vindicación...,

  de Wollstonecraft,

const i tuye uno de los pr imeros a legatos de poderoso

co m pr om iso p o r la defensa de los de rec ho s de la mujer

de,

 quizás, tod os lo s t iem po s. Así , af irma de m od o c

górico qu e

la subord inación legal de un sexo al otro [...] es errónea en sí

misma,

 y en

 la actualidad constituye uno de los mayores obs-

táculos para la evolución hum ana (Mili 1911:29).

Las mu jeres inglesas log rar on pa rtic ipa r de forma ac-

t iva en los asuntos locales antes de conseguir el dere-

ch o al vo to a esca la na cio na l. En las dé ca da s de 1870 y

1880 co m en za ro n a pa rtic ip ar e n los consejos escolares

y en la Junta de Guardianes de la Ley de Pobres, mien-

tra s que a lgun as se con ve rtían en concejalas de sus res-

pec tivas pa r ro qu ias . No obs tan te , un bu en núm ero de

mujeres no iban a quedarse sat isfechas hasta lograr el

dere cho a voto n ac ion al . Así, co m en za ron a surgir las

sociedades sufragis tas , que se amalgamaron como la

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CUESTIONES MODERNAS

 Y

  CONTEMPORÁNEAS (il)

231

L

T

nión Nacional de Sociedades de Sufragio Femenino

(siglas inglesas N U W SS ), a la cabez a de la cua l se en co n-

traba Millicent Fawcett . Pero la actitud, demasiado su-

misa , mostrada por és ta no pudo con la consol idada

oposic ión m asc ul in a . De ahí qu e, en 1903, se fun dara

una orga nizació n m ás m il i tante, esta vez de la m a n o de

Emm eline P an kh ur st y de su hi ja C hristabel , am ba s in-

f luidas por un discurso pronunciado por Susan B. An-

thony en Manchester . Esta nueva organización recibió

el n o m b re d e U n ió n P olítica y Social de las M ujeres (si-

glas inglesas W SP U ), cuyas integran tes eran con oc idas

como las «sufrag istas».

Especialmente en los añ os com pre nd ido s en tre 1906 y

1914,

 el ing en io y las vale rosas acciones de las sufrag istas

para conseguir publicidad para su causa despertaron el

interés de todo el país. Más adelante, durante la Gran

Guerra, las m ujeres de m os trar on su capacida d pa ra de -

sem peñar traba jos «de ho m bre s» (con el fin de que la p o -

blación masculina más joven pudiera unirse al frente) ,

por lo qu e carecía ya de sentid o se guir ne ga n do el sufra-

gio fem enino . Así, en 1918 co nsig uiero n este de rec ho las

mujeres mayores de 30 años, edad que descendió hasta

l o s 2 1 e n l 9 2 8 .

Por otro lado, las mujeres bri tánica s co ntin ua ba n so-

metidas a un estado de inca pac idad jurídica y discrim i-

nación flagrante. De ahí qu e, bajo el lidera zgo d e E lean or

Rathb one, la NU W SS se tran sfo rm ara en la Aso ciación

por un a C iud ad an ía Ig uali tar ia . Sin em ba rgo , la discri-

minación no afectaba exclusivamente a las ciudadanas

británicas; des de un a perspectiva m un dial, apen as si ha-

bía co m en za do la lab or de exigir justicia p ar a la m ujer.

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„. CUESTIONES MODERNAS Y  CONTEMPORÁNEAS (il)

233

Una de ellas es la a c ti tu d q u e Aristóteles ado ptó al res-

pecto,

 es decir , las m uj er es de bía n ser apa rtada s com ple-

tamente de la c i ud ad an ía , p ue s su naturaleza les impide

desempeñar es ta fun ci ón . La po stu ra opuesta es la rep re-

sentada po r Mili , esto es , n o d ebe ría haber dist inción al-

guna entre h o m b re s y m uj er es . A la tercera pos ición, la

más interesante de todas, se alude en ocasiones con el

nombre de « m a te rn id a d repub l icana» , un ideal que reci-

bió m ucho s apo yo s a p a r t i r del siglo xvm , sobre to do en

los Estados U ni do s. M ie n tr a s qu e la teoría republicana cí-

vica m ás bás ica ofrece u n m od el o de varón qu e se muev e

en el ám bito pú bl ic o m ie n tr a s la mujer se ubica en el en-

to rno pr iv ad o , la m a te rn id a d republicana re t ra taba a la

mujer com o la figura s o b r e la qu e recae el pap el vita l de

tender un pu en te en tr e es tos dos ámbitos to talm ente se-

parados. Este proceso podría realizarse mediante activi-

dades que las m uje res p u d i e r a n llevar a cabo gracias a sus

apt itudes pe rson ale s .

Rousseau ap u n tó p re ci sa m en te a este principio, a pesar

de todos sus pre juic ios c on tr a las mujeres. En su op inió n,

los hom bres só lo p u e d e n ser bu en os ciudadan os si viven

en un am bien te do m é st ic o qu e sea propicio para el desa-

rrollo y m a n te n im ie n to de la vi rtu d cívica. De ahí q u e se

preguntara:

Como si

 el

 am or que uno tiene a sus allegados no fuera el prin-

cipio del que se debe al Estado ; como si no fuera por la pequeña

patria, que

 es

 la familia, po r do nd e

 el

 corazón

 se

 une

 a la

 grande

(Rousseau 2005:542).

W ol ls tonecraf t t a m b ié n com enzab a a pensar e n es ta

línea.

En el siglo xix, es te id ea l hab ía ya alca nza do los Esta-

dos Unidos e n form a d e pa no pl i a de act iv idades fem eni-

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,. C UE S T IONE S M O DKR N AS Y C ONT E M P O R ÁNE AS ( i l )

235

ayudas estatales a la familia. El tercer a rg um en to res po n-

de a la idea de qu e la ciud ada nía d ebe ría sufrir u na tra ns -

formación dr ás tica para que las ap orta cio ne s intrínsec a-

mente fem enin as de cuid ad o a la familia, al ve cin da rio o

al m edio am bie nte se cons tituyan en rasgos integrales de

identidad y es tatu s.

No de be m os o lv idar, s in emb argo , que estos p rog ra-

mas han s ido pr inc ipalm ente d iseñad os por mujeres de

clase m edia, residentes en un m u n d o relat ivam ente r ico

com o es el occ identa l. El gran n úm er o de m ujeres que vi-

ven aún en sociedad es fuertem ente patriarcales no pue -

den, ni tan siquiera, concebir la autonomía ciudadana.

Adem ás, pa ra los cientos de millones de féminas q ue su-

fren el azote de la pob reza en los países su bd esarrolla do s,

cualquier forma de ciudadanía supone todavía un lujo,

que bien de sco noc en, bien ni tan siquiera se pu ed en per-

mitir considerar, dada la dura batal la que han de l ibrar

po r la supe rvivencia.

Social ización cívica y educación

El marco de desarrollo

M uchos teóricos polí t icos y gob ierno s están de a cue rdo

en la nec esida d de reforzar -forjar, in clus o- los lazos que

unen y comprometen al c iudadano tanto con el es tado

com o con otro s c iuda dan os. Los gr iegos y los rom an os

tenían sus pro pia s religiones cívicas; M aquiavelo y R ous -

seau estab an conv enc idos de la eficacia de estas m ed ida s;

Rousseau también abogaba por la utilización de reunio-

nes y espectác ulos públicos pa ra fom entar la con cordia y

fraternid ad cívicas, y sugería este sencillo ejem plo:

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236

CIUDADANÍA: UNA BREVE

Plantad en medio de una plaza una estaca coronada de flores

re uni d al pu eb lo en to rn o a ella y ten dr éis u na fiesta [...] Haced

qu e cad a u n o se vea y se ame en los de m ás , a fin de que todos

estén m ás un ido s (Oldfield 1990:72).

Los revolucionarios franceses se aprendieron la lec-

ción de me m oria . Así, pla ntaro n los l lam ado s árboles de

l iber tad y organizaron memorables espectáculos entre

los qu e des taca n la Fiesta de la Fed eración (1790), desti-

na da a festejar el an ive rsar io de la caíd a d e La Bastilla, y l

a

Fiesta del Ser Su pre m o de Ro bes pierre (1794), orquesta-

da po r el pinto r Dav id.

Los go bier no s to tali tarios del siglo xx hicieron del es-

pectác ulo cívico un a rte , sobre to d o el régim en alemán

nazi . El pr og ram a diseñ ado po r el M inisterio de Propa-

gand a y de I lustración Pop ular explotó, m uy háb ilmen-

te ,

 u n nuev o m ed io: el cine. N atu ralm ente , el uso de es-

tas táct icas plantea d os cuest ione s. La pr im era du da que

no s asalta es si, an te este t ipo de m an ipu lac ión , qu e con-

sigue despertar de modo entusiasta la lealtad cívica del

pueblo, éste se comporta como se espera de auténticos

ciuda dan os, pues indud ablem ente la c iudada nía requie-

re la capacidad de em it ir juicios autón om os .

 Y,

 en segun-

do lugar, d ad o q ue en las escuelas se h an aplicad o p olíti-

cas sim ilares, co m o su ced ió en la A lem ania naz i, la Rusia

estalinista o la C hin a m ao ísta, ¿acaso no es esto ad octri-

namiento , más que educac ión para una c iudadanía l i -

bre? Este aspecto nos lleva al tema central de esta sec-

ción, que es el pa pe l d es em pe ña do p o r las escuelas en la

formación de c iud ada nos.

A lgunos de los m ás gran des p ensad ores polí t icos fue-

ron co nscientes de la im po rtan cia polí t ica de la educa-

ción. Ya se han comentado las ideas en este sentido de

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238

CIUDADANÍA: UNA BREVE

t ros pro pós itos. De perso nalida d m ás atractiva que l

a

  d

e

su co m pa tr io ta era Turgot, ad m ini s t r ad or provincial v

economista , quien propuso un Comité de Instrucción

Pública cuyas responsabil idades habrían de incluir la

recopilación de libros de texto que versaran sobre las

obligaciones de la ciudadanía. Otras figuras menos co-

nocidas apoyaron esta idea básica de una educación

controlad a po r el estado aco m pa ña da de instrucción cí-

vica. Una de ellas, N avarre , se lam en tab a de la ausencia

de un prop ósito cívico en los planes de estudio s tradicio-

nales, y se hacía la siguiente pr eg un ta : «¿Acaso la educa -

ción l i teraria no p ue de se rvir pa ra q ue el m ilagro de la

virtud polí t ica se mult ipl ique entre nuestros jóvenes?»

(Palmer 1940:101).

Todos estos propósitos acabaron siendo absorbidos

por la conciencia pública para convertirse, como hemos

visto en el cap ítulo c ua rto , en un a de las exigencias m ás

hab ituales de los  cahiers  de 1789. En 1792, el filósofo y

político C ond orce t elaboró u n inform e detallad o y siste-

mático con el que proponía un sistema nacional de edu-

cación a da pta do a la nueva era, y qu e t i tuló

  Educación

para la democracia.

  Condorcet mantenía categóricamen-

te qu e «las ciencias m ora l y política deb ían de sem pe ñar

un papel fundam ental en la educ ación política», pue s

un pu eblo nun ca tend rá asegurada la l ibertad perm an en te s i no

se gen eraliza la ens eñ an za de ciencias po líticas , y si ésta no es

in de pe nd ien te del resto de las institu cio ne s sociales, y si el en-

tusiasm o qu e uno d espierta en los corazo nes de los ciuda dan os

no está dirigido po r la razó n (Co ndo rcet 1982:184-185).

Pero a pesar de esta opinión generalizada, en los más

de trein ta a ños du ra nte los cuales la reforma de la edu ca-

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(,. C UE S T IONE S M ODE R NA S Y C ONT E M P O R ÁN E AS ( i l )

245

Todos estos objetivos acaba rían cons iguiéndo se, en lí-

neas generales, mediante una acertada selección de ma-

terial escolar de la histo ria d e la nación . Dos déca das m ás

tarde, un exp erto esta do unid ens e reflexionaba sobre este

per íodo y aseg uraba que el sistema francés de educ ación

cívica contenía u na « uniform idad y rigurosida d» sin pa -

rang ón, quizás, en el m un do , para afirmar, a dem ás, que

«La France

 em erge d e estos estud ios, reinan te y serena»

(Merriam 1966:127).

No obs tante , a pa rt ir de 1945 com enz aron las com pli-

caciones. Los cam bios en el cur rículo ac adé m ico trajeron

com o consec uenc ia desav enencias en cua nto a la selec-

ción y actualización de los contenidos, así como en las

m etodologías de ense ñan za, sin olvidar el debilitamien to

que sufrió la relativa ho m og en eida d cultural de la po bla-

ción estudiantil con la llegada de la inmigración, sobre

todo m us ulm an a. A dem ás, la educ ación cívica se había

estancado en un proce so un tanto abu rrido y m uy vincu-

lado al aula, na da que ver con el palp ito m o d e rn o d e las

escuelas estadou nidense s, o m icrocom unidad es que pre-

paraban a sus c iudadanos-embriones para la par t ic ipa-

ción cívica en la vid a ad ulta .

El profun do com prom iso y férreo control del gobierno

central dura nte la tercera R epública en Francia con trasta

con el m os tra do po r el gob ierno inglés, tan to en esa épo -

ca com o en pe ríod os po steriores; de ahí que recibiera crí-

ticas por esta falta de control. En una fecha tan tardía

co m o 1999, un m inis tro de Educación declaraba:

Somos los únicos de nuestros colegas europeos

 y

 de otros m u-

chos países desarrollados cuyo plan de estudios no contempla

formalmente una educación para la ciudadanía (Hansard 1999:

col. 460).

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252

CIUDADA NÍA: UNA BREVE

estudios sociales (incluyendo debates sobre aspectos de

ac tua l id ad ), y la técnica pedag ógica m ás hab itual era l

a

exp osición de argum ento s a favor o en co ntra de una po-

lítica o situa ción en particu lar.

M ien tra s las escuelas deba tían la cu estión de la educa-

ción para la ciudadanía, otro asunto hacía su aparición:

la inc orp ora ció n de los ant iguo s

  Lander

  de la RDA a la

Rep ública Federal. A rm on izar la con du cta ciu dad ana en

un es tad o unificado resultó, co m o no p od ía ser de otro

m od o , u n a tarea complicada. Para empezar, los alemanes

del Este eran m ás pobre s. En seg un do lugar, y como con-

secue ncia de hab er vivido bajo re gím ene s totalitarios du-

ran te cincu en ta y siete años, se ha bía n ac ostu m bra do a

m od os d e gob iernos autoritarios, por lo que habían desa-

rrol lado una act i tud cínica en cuest iones polí t icas. En

terce r lugar, la po bre za y la falta d e u na tr ad ición de tole-

rancia im pidiero n el crecimiento de ese sentido m utu o de

la respo nsa bilida d sobre el que d esca nsa la ética de la ciu-

da da nía . Tanto los políticos com o los peda gog os estaban

de cidid os a utilizar

 las

 escuelas p ar a prom ov er u n sentido

de c iudad anía d em ocrát ica , aunq ue n o había dudas so-

br e lo relativam ente lento que iba a resu ltar este proceso.

El dise ño de m odelos ap rop iado s de educación par a la

c iud ada nía que escapen a l ad oc tr ina m ien to se ha reve-

lado co m o u na labor com plicada en tod os los países. De-

bid o a la falta de acuerdo o com pro m iso entre pedagogos

y a la escasa volun tad política po r p ar te d e los gob iernos,

el gran esfuerzo que exige vencer estas dificultades ha

da do sus frutos sólo de forma lenta y sesgada. Adem ás,

siempre que en algún lugar o momento se han hecho

avances enco m iables, ha qu ed ad o p aten te que las escue-

las no op er an en el vacío: si los jóv ene s recib en mensajes

de apatía, cinismo y alienación p or p art e de padres, com-

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256

C I U D A D A N Í A : U N A B R E V E H I

de constituciones m odernas podemos citar la soviéti

Ca

 <

1936,

 o la

 C ar ta sudafricana

  de

 1996,

 en am bos caso

s

 ¿^

cumentos oficiales que, aunque de procedencia tota]

mente diversa, inte nta ron de modo conscien te hacer

 U

n

a

relación de los correspondientes valores de la condici^

ciudadana.

La evolución de la versión liberal de la ciudadanía ,  n^

hace mayor hin capié en los derechos, parec ía, en o p i n ^

de muchos estu diosos del siglo xx, ha be r ido dema$i

a(

¡

0

lejos. La atención origin al prestada a los debere s, las re

ponsabilidades y las obligaciones se había, aparentemen

te, esfumado. Huelga decir que era -y e s - impensable ir,

validar los de rech os conseguidos. En cam bio , la cues ta

ha sido cómo conciliar ambas

 líneas,

 en la teoría y en

 1

práctica, den tro de un estilo dec iudadanía holístico. Es

claro que, para conseguirlo, deben reforzarse en c¡er

medida los idea les republicanos de la com un ida d y )

a

virtud, pero sin que los derechos del individuo se vean

afectados. Así, se han utilizado pa lab ras co m o «recjp

ro

.

cidad» y «mutualidad» (Parry 1991, entre otros)  p

a r a

evocar un par ticul ar modelo

 en

 el qu e los ind ividuos re-

conocen los de recho s d e los demás mie ntra s disfrutan de

los suyos pro pio s, y, al mismo tiempo, adm iten que eso

s

derechos sólo pueden existir en  un contexto comunal.

Pero en la práct ica, la puesta en m archa de este diseño es

m uy complicada.

La antigua bata lla sobre la p rio ridad (o el ansiado

equilibrio) entre obligaciones y derechos está íntima-

mente ligada con el segundo dilema, es decir, cóm o

 C

om-

patibilizar, po r un lad o, ciudadanía civil y polí tica,

 y,

 p

0 r

otro, la ciu da da nía social.

 Ya

 hemos visto en el capítulo

sexto cómo M arshall había establecido el pr incipio -hoy

día ampliamente aceptado - deque el estatus de du dada -

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258 CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORT

entre la conce sión de tier ras y la ciu da da nía qu ed ó más

qu e clara cu an do los pue blos vecinos de Roma hicieron

pres ión po r conse guir ese estatus y po de r op tar a esas tie-

r ras . ¿Pero cuáles era n los mo tivo s de los Gracchi? Fun-

da m en talm en te a um en tar el po de r de la plebe con rela-

ció n a la élite, esto e s, refo rzar el rasgo igu ala tor io de la

ciudadanía.

El se gu nd o ejemplo está rela cion ado con este caso, y

alude a la con exión causal entr e la ciuda dan ía civil/polí-

tica y la socia l. Las reform as sociales im pu lsad as p or los

Gracchi ayud aron a increm entar el nú m ero de personas

que adquirió la condición legal de ciudadano romano.

Pero he aquí otro ejem plo qu e plantea la m ism a cuestión

desde otr o áng ulo : el m ov im ien to c har tista inglés del si-

glo xix exigía la reform a del pa rl am en to inglés. A simple

vista, los ch artista s inte ntab an m ejora r la situación de los

que carecían del derecho a voto, pero n o necesariamente

pa ra beneficio político d e ese gr up o. Un o de sus líderes

declaró que el m ovim iento no era tanto una cu estión de

votos, sino de pu ra lógica, esto es, si el po de r po lítico del

total de la poblac ión era m ayor a la ho ra d e elegir la com-

pos ición de la Cá m ara de los C om un es , esto favorecería

la aplicación de reform as q ue me jora ran las condiciones

econó m icas de los m en os favorecidos.

Q ueda claro, pu es , que las form as social, política y ci-

vil de la ciudadanía no pueden colocarse en comparti-

mentos dist intos, pues un cambio en una esfera puede

perfe ctam ente tene r un efecto sob re la otra . El problem a

estriba en có m o relacionarlas de m an era arm ónic a.

El tercer dilem a está relac ionado con la m ás que bene-

ficiosa m ezcla de partic ipació n y abstinen cia en los asun-

tos pú blic os . A finales del siglo xx pud ier on escucharse

m ucha s quejas que lam en tab an la desilusión, alienación

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y

 apatía qu e de spe rtab a la pa rticip ac ión en la vida púb li-

ca

  (véase,

 por ejemplo, Jowell y Parle 1998). La ciudada-

nía activa es necesaria para un sistem a bien ord en ad o y

saludable, por lo que una acusada actitud negativa a este

respecto resulta poco sana e, incluso, peligrosa. Pero al

otro lado del espectro de la apatía más fría se sitúa el

fervor aca lorado . Se quejaba Saint-Just de que «La Revo-

lución estaba congelada», po r lo que los ciud ad an os de

Francia tuvie ron que ser ale nta do s po r el fervor del Te-

rror para que retom ara n su frenét ico r i tm o de cam bio .

Por tanto, cóm o anim ar a una ciudad anía pasiva sin pr o-

vocar una pasión descontrolada es un dilema para los

teórico s, incluso si, en la prá ctic a, el fana tismo cívico del

m un do m od er n o esté a año s luz del de la Alem ania na zi o

el de los Gu ard ias Rojos ch ino s.

La fórm ula ace ptad a no es la de im po ner, sin o alentar,

algo que los atenienses consigu ieron en cierta m an era .

¿Pero cóm o pued e tradu cirse el sentim iento d e c om uni-

da d que era factible en la polis en una nación-estado m o-

derna? ¿Puede la cibernética crear polis  virtuales? En la

California de

 2003,

 con motivo de las elecciones extra or-

dinarias para expulsar al go be rna do r de su cargo, un pu -

ñado de ciudadanos ejerció su derecho a voto tan sólo

pres iona ndo un a pantalla insta lada en las cab inas (el sis-

tema de

  Touch Screen Voting).

 Lo m ás recien te es el voto

desde el domicil io a través del ordenador personal del

ciud ada no. Pero si la ciud ada nía se reduce sim plem ente

al hecho de presionar un as poc as letras de un teclado , ¿no

estam os consintien do la apatía?

Finalm ente, el cua rto y últim o dilem a es un a parad oja

que apu nta a la m ism a esencia de la ciu da da nía : el inte-

rés po r este tema y por la condición de ciuda da no es aho -

ra mayor de lo que ha sido en, al me no s, los últim os do s-

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, ( INCLUSIÓN

261

Con to do , y

 al

 mis m o tiem po que se consolida la ciuda-

danía, los ciu da da no s son cada vez m ás conscientes de

sus m últiples ide ntida des , po r lo qu e la im po rta nc ia del

estado, y de su ciudadanía, está en declive. Si la gente

trabaja en un ambiente de redes globales de negocios o

contactos profesionales; si las familias son fieles a sus

creencias religiosas y trad icio nes étnicas al m arg en de la

cultura pre po nd er an te de su país de residencia; si las m u-

jeres qu iere n labra r sus vida s y realizar su co m eti do de

forma particularmente femenina.. . Si estos nuevos cam-

bios siguen su curso , la ciu da da nía , que se jac ta de p ro -

clamar la cohe rencia, de be dec idir si prefiere redu cirse a

una forma más débil de lealtad entre otras posibles que

compiten entre

 s í,

 o bien se am plía hasta aba rcarlas tod as

y,

 po r tan to, perd er su coherencia.

Por otr o lado , la pujanza de la globalización, la integra-

ción subco ntine ntal en Eu ropa y los regionalism os están

m ina nd o el po de r so be ran o y la solidez del estad o. Sin

em bargo la ciud ada nía evoluc ionó, en esencia, y con el

respeto que se m erece la ciud ad anía m unicip al m edieval,

com o u na relación en tre el ind ivid uo y el esta do . Si éste

se debilita, la ciuda dan ía seg uirá irrem edia blem ent e sus

pasos.

Todas estas consideraciones p lantean una compleja

lista de pro ble m as pen dientes de resolver. Po dem os iden -

tificar tres vías futuras de solución, de las cuales conta-

mos con interesantes precedentes históricos. La prime-

ra es la ne ces idad de con tar con i ns t i tuc ion es eficaces

que pe rm ita n y est imulen a los c iuda dan os a par t ic ipar

en los diferentes aspe ctos que com po ne n la ciud ad an ía.

En seg un do lugar, debe ac eptarse q ue la ciu da da nía , in-

dep end ientem ente de un a def in ición m ás o m en os f le-

xible de ella, no es el principio y el fin de la identidad

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CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORT

social de una persona. Y, en tercer lugar, los individuos

deberían tener conocimiento de sus múlt ip les ident i -

dad es y de có m o m anejarlas d e forma que sean com pa-

tibles.

El aspe cto de las instituc iones tiene u na doble vertien-

te: deb en ser fácilmente accesibles a to do s los estrato s, ya

sea de carác ter local o m un dia l, y ha n de estar diseñadas

pa ra trata r asun tos de interés popu lar, com o por ejemplo

cuestiones me dioam bientales, tan to en un ámb ito parro-

quial com o global. A un que a escala mu ch o m ás reducida,

este objetivo ya lo había lo gra do la es tru ctur a cívica ate-

nien se, tal y com o la había d ise ña do Clístenes, si bien en

nu estros días esta tarea es, qué du da cabe, increíblemente

más compleja.

Pasemos ahora al segundo de los problemas. En su

sen tido p rinc ipa l y básico, la ciuda danía todavía conlleva

vivir en una nac ión-es tado y tener un c om prom iso con

ella, con los derec ho s y obligaciones pe rtine nte s en este

sistem a en p artic ula r. Pero, ad em ás , se espe ra q ue el ciu-

da da no p artic ipe de alguna m an era en la cultura que está

generalm ente a sum ida co m o la propia de la comunidad.

Así, tod os deb erían po de r com unicarse en la lengua prin-

cipal de ese país, o en u na de sus lenguas m ás imp ortan-

tes; tod os de ber ían ser tolerantes con res pecto de otras

confesiones religiosas, costumbres sociales y creencias

políticas que co m po ne n los países m ulticolor en la actua-

lidad, esto es, m od elos de ide ntida d social fuera de la ciu-

dadanía. Esto supone el reconocimiento de una ciuda-

danía «horizontal», una armoniosa relación entre un

ciudadano y ot ro , así com o entre el ciud ada no y el estado.

Estamos hablando, pues, del concepto aristotél ico de

concordia, o de la noción de fraternidad propia de la

Francia revolucionaria.

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Los ro m an os consiguiero n, con bas tante fortuna, con -

trolar este pa rtic ula r aspe cto de la ciud ada nía. C om o ya

hem os visto, éstos otorg aron la con dición ciud ad an a a lo

largo y ancho del Im perio ,

 y,

 au nq ue n o se ejercía pre sión

para q ue se estud iara el latín, las escuelas que en seña ba n

esta lengua recibían un fuerte respaldo por parte de los

gobiernos provinciales con mayores posibil idades eco-

nóm icas. A dem ás, y con inde pe nd en cia de lo difícil que

resultaba para las auto ridad es ro m an as ace ptar el cristia-

nismo, la política oficial era de tolerancia religiosa. Por

tanto,

 los ciud ada nos d e tod o el Im perio tenían razone s

para sentirse orgullosos del estado ro m an o y pa ra com -

prom eters e con él sin necesidad d e ren un cia r a las cultu-

ras locales.

No obstan te, la pre gun ta rea lm ente difícil de r es po n-

der es cóm o el individuo pue de aco m od ar ident idade s

sociales múltiples: la familia, la religión, el empleo, por

no hab lar de las m últiples ciud ada nías p olíticas (estatal,

europea, m und ial) . Recurr iend o a la h is tor ia , p od em os

extraer do s enfoqu es: un o de ellos es la po sición estoica

que busca el equilibrio entre la ciudadanía estatal y la

m undial, aspecto este que con tanto de tenim iento hab ían

estu diad o Séneca y M arco A urelio; el ot ro es el con cep to

de círculos concéntricos, noción que ha sido bastante

persistente des de el siglo iv a.C. (cu an do fue pr op ue sta

por Teofrasto, el sucesor de A ristó teles al frente del Liceo)

hasta la ac tua lida d, y qu e sitúa al ind ivid uo en el centro

de un a serie de círculos concé ntricos q ue represe ntan las

relaciones sociales, de sd e la m ás p ró xim a (esto es, la fa-

milia) hasta la m ás lejana (el m u n d o ). El po eta inglés Ale-

xander Pope dejaba con stanc ia de esta idea de form a m ás

que gráfica en su Ensayo sobre el hombre:

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CIUDADANÍA: UNA BREVE HISTORI

Dios der ram a su am or d esde el tod o a las partes,

pero el alma hu m an a ha de hac erlo

desde el indiv iduo hacia el todo .

La afirma ción de sí suscita el de sp er tar de la co nciencia

a la m an era de una piedrecil la arrojad a a un estan que :

des de el ce ntr o ag itado de las aguas

em erge, así , un estrec ho círculo,

al que seguirá luego otro m ás an ch o

para ex pan dirse en otro y otro más. . .

Pa rientes, vecino s, amigos

serán p or ellos abra zad os y el abraz o

se exte nde rá d espu és a su país,

así co m o, tras éste, a otro s pa íses,

para abraza r por fin a tod o ser h um an o

la t ierra sonre irá, plena de infinitas be ndic ione s,

y el cielo conte m pla rá su ima gen, en su s e n o '.

La t eo r í a de lo s c í r cu l o s co nc én t r i c os h a s i do ob j e t o de

m ú l t i p l e s i n t e r p r e t a c i o n e s , p e r o t o d a s e lla s h a n i n c o r p o -

r a d o r e l ac i ones ap a r t e de l as e spe c í f i cam en t e c í v icas . Una

d e l as r a z o n e s f u n d a m e n t a l e s q u e e x p l i c a n e s ta s d i f er e n-

c i a s e s l a f a l t a de un acue rdo sob re l a s p r i o r i dades a l a

h o r a d e r e c i b i r l o s d i v e r s o s c o m p r o m i s o s m o r a l e s d e l

i n d i v i d u o . E n t é r m i n o s d e c i u d a d a n í a , ¿ d e b e r í a n l o s c i u -

d a d a n o s c o m p r o m e t e r s e m á s c o n s u c i u d a d o c o n e l

m u n d o ? ¿Y q u é s u c e d e c o n lo s c í r c u l o s i n t e r m e d i o s , en

espec i a l - hue l ga dec i r l o - e l e s t ado? Todos e s t o s a spec t o s

d e b e r í a n r e c i b i r m a y o r a t e n c i ó n y d i s c u s i ó n .

L a s c o n s i d e r a c i o n e s a q u í e x p u e s t a s c o n f i g u r a n una in -

g e n t e l is ta d e d i s y u n t i v a s p e n d i e n t e s d e r e s o l u c i ó n . C o n

1. Traducción de los primeros catorce versos en http://www.uned.es/

facdere/duque_ahumada/14/ponencias_XIV_seminario/ l_JA-

VIER%20MUGUERZA.pdf [N. del T.].

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IXINC L US IÓN

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todo, lo n a rr ad o en este libro es la histo ria de un a form a

de identidad sociopolítica que ha sobrevivido desde el

añ o 700 a.C. has ta el 2000 de nu est ra era a través d e p ro -

cesos de continua s m etam orfosis. N o hay razo nes , pue s,

para pens ar que la ciudadanía no pue da seguir ad aptá n-

dose y, por tan to, sobrevivir.

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índice analítico

Adle r ,M.J . ,197

agoge,

23,30,32

Ag ustín, san, 85

Alemania

siglo

 XIX,

 167,248-249

siglo XX, 168 ,16 9,23 9,24 8-2 53

América latina, 212, 216-217,

232,260

An thony , Susan B., 229

Aqu ino , san to Tomás de , 45 ,85 -

87 ,88 ,91 ,221

arefé .27 ,32 ,42 ,63 ,107 ,218

Argentina, 215,216-217

Aristófanes, 57

Ar i s tó te l e s , 15 ,17 ,23 ,33 ,36 -45 ,

46-48, 59, 79, 82, 86-87 ,88-90 ,

99 ,104 ,114 ,126 ,218 ,220 ,221 ,

233,237,250

Asamblea(s)

Ateniense, 50, 51-52, 57-58

de Ciud adan os del M und o, 203

de las colonias am ericana s, 121,

137,146

espar tan a, 28-29,32

Medieval /Renacimiento, 94,

97-100,101

mundia l , p ropuesta de una ,

197,201,202-203

Nacional Francesa, 148-149,

153-154

rom ana, 62,64-66

Atenas, 33,37,45,46-60,105

Augusto, 63,71

Ba rére.B ., 166

Bartolo de Sassoferrato, 90

Bolingbroke, vizconde de, 125

Bolon ia, 98

B o u d i n , J . , l l l - 1 1 5

Bru ni.L ., 105-107

Burckhardt, J., 178

cahiers de doléance,  148-149,238

Canadá, 173-175,219

Caracalla, 71-74

Carlos

 I

 de Inglaterra, 115,118-119

ceremonias/f iestas públ icas, 36,

100,104,159,236

275

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276

ÍNDICE ANALÍTICO

Cé sar, J., 69

charlistas, 258

Ch én ier, M . J., 147

ciberné tica, 259

Cice rón, 45 ,69 -70 , 75-76, 77-78,

218

Cincinato , 63-64,77

círculos concéntr icos de ident i-

dad, 263-264

ciudadanía europea, 188-192

ciudadanía mundia l  (véase tam-

bién  cosmópo l i s ) , 78 -81 ,193-

205

Ciudadanía y clase

  social,

  15,

206-208

ciudadanía

«horizontal», 262

activa y pasiva , 152-156

cívica republicana, 17, 106,

108-109, 1 23-125, 131 , 133,

138 ,148 ,157 ,164 ,233

civitas sine suffragio,

  67-68

disposiciones romanas, 61-64

doble, 69-70

estratificada, 175-181

identidad, 13-14

liberal, 17, 123, 138, 255, 256

modelos de la historia de la,

14-18

múltiple, 261-264

mundial, 78-81,193-205

mun ic ip io /pob lac ión /c iudad ,

82-109, 111-112, 163, 222

ciudades-es tado i ta l ianas , 97-

109

Clau dio, 71,72

Clístenes, 47-50,52

Cl oo ts, A., 195-196

comunas medievales , 17 ,87 ,92-

93,96,97-100,101

co m uni sm o, 210-212 , 249, 250-

251

concord ia / f ra te rn idad /armonía ,

19,35-36,42,129-132,134,235

Con dorcet , m arqué s de, 238

con duc ta civilizada, 98,117

Consejo de Ancianos espar tano

(véase G erousia)

Consejo de Europ a, 189

Constitución de los atenienses, 46,

48-49

Co nstituc ión de los Estados Uni-

dos ,

  135, 139-147, 165, 170-

171,181-187,228-229

Constitución francesa (1791),

149-156,164

Constitución francesa (1793),

159-160

cosmópolis/c iudadanía mundial ,

estoica, 74-81,119

crist ianismo/Iglesia , 71 , 81 , 82-

88 ,104 ,109 ,160 ,180 ,221-223 ,

237,249

D avis , G., 199

De G've, 113

Declaración (Francesa) de Dere-

chos (1789), 124,126,148-150,

154,164

Declaración (Francesa) de Dere-

cho s (179 3), 159

Declaración de derechos de la

mujer, 123

Declaración de Derechos de los

Es tados Un idos  (véase  C o n s -

t i tución de los Estados, Uni-

dos)

Declaración de Independencia

de los Estados Unidos, 124,

139-140

Dec laración de Se ntim iento s, 227

Declaración Universal de los De-

rechos Humanos , 203 , 212-

213

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ÍNDIC E ANAL ÍT IC O

277

Defoe,D.,127

Del contrato

  social,

 129,130,133 ,

135,206

dem ocrac ia m etropol i tana , 204-

205

Democracia y educación,

  242

democracia y el orden

 global,

  La,

204

dem ocra cia , 40, 45, 46-60, 213-

218,260

dere cho c om ún inglés, 119

derecho romano, 15-16, 70, 87,

90

devolución, 172

Dew ey.J. , 240-241,242

Dictionnaire Pedagogie, 244

dieux ont soif, Les (Los dioses tie-

nen sed), 157-158

discr iminac ión  (véase  minorías)

Discurso sobre el origen y los  fun-

damen tos de la desigualdad

entre los hombres,

  129,131

Discursos sobre la primera década

de Tito Livio,  108,125

D red Scott, caso de, 186

educación cívica inglesa, 239,

245-248

educación/formación, 19-20,23-

27 ,31 -32 ,35 -36 ,38 ,43 -45 ,54 -

55,117,129,133-135,149, loó-

l o? , 235-253

EE.UU.  (véase  Estados Unidos)

elecciones

  (véase

  voto, derecho

al)

Eng els, F., 234

epheboi,  55

esclavitud, 20, 21, 25, 32, 136,

143,  144-145,  150-151,  170-

171,185-186,227

Esparta ,

  19-33,

  34, 42, 51, 105,

126,131,133,161

Estados Unidos/EE.UU .

siglo xvm, 17, 111, 120-122,

124,

  135-147, 181-185, 194

siglo XIX, 165, 167, 170, 177,

178 ,227-229 ,233-234 ,239 ,

243,244

siglo

 XX,

  187-188,234,239-243

siglo xxi, 259

Const i tución de los Estados

Unidos, 135, 139-147, 165,

170-171,  181-187, 228-229

Revolución americana/Guerra

de Independencia, 121-122,

125,135-147,194,237

estalinism o, 237

estoicos, 45,74-81,19 3,195

Ética a Nicómaco,  38,42

eunomia,

  29

Europa del Este, 213, 215-216,

232

federalismo, 135, 145, 175-192

Fe rry, J., 244

Fitche.J.G., 167,248-249

Flore ncia, 101-109

Fra nce , A., 157-158

Francia

siglo xvm , 166,236-238

siglo xix, 166-167, 239, 243-

244

siglo xx, 232 ,239,243-2 45

fraternidad  (véase  concordia)

Gerousia,  28,32

Gianno della Bella, 103

Ginebra, 127,131

globalización, 261-262

Gracchi .C . y

 T.

257-258

gremios, 93, 95, 100, 102-103,

179,222

Guerra Civil inglesa, 110, 112,

115,118-120,223,237

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278

ÍNDICE ANALÍTICO

G ue rra S ocial, 68

guerras de religión francesas,

111,112,113

Guicciardini , F., 102

H ab erm as, J., 162

Held ,D. ,204

Helve t ius ,C .A. ,237

Heródo to ,30 ,163

hi lo tas ,20 ,21 ,25 ,27 ,32

Hobbes ,T . ,112 ,115 ,237

homoioi,  22,32

hopl i tas .27 ,32 ,54 ,220

Hungría, 215-217

identidades sociopolíticas, 11-14

Imperio Romano, 71-74, 83-84,

193

Inglaterra/Gran Bretaña, 93-96,

115,  118-122, 123-127, 167,

172,  194, 206-209, 214-215,

222-226, 227, 229,

  230-231,

237,245-248

Italia, siglo xix, 166

jacobinismo, 154-161,166

Jefferson.T., 138-139,237

Jenofonte, 22,28,30

jesuítas, 237,243-244

jur ad o, m iem bro del , 41 , 47, 49,

55-57,96,120,137,234

Kant.L, 194,196

kleros, 23 ,25 ,32

krypteía,

  24 ,33 ,37

La Ch alo tais , J., 237

lex Julia, 68

Ley de C iud ada nía del Reich, 168

leyes, Las,

 33-35

Licurgo, 21, 22, 28-29, 34, 37,

255

Lincoln, 95,111

Lipsio, Justo , 193

Little Rock, Ark ans as, 187

Locke.J. , 123,126,138

Luis XIV, 9 4,11 0

Lüthy ,H. ,254

Maastricht, Tratado de, 189-192

Madison, J., 138, 142, 182-183,

185

Maquiavelo, N. , 17,85,105-109,

118,125,138,144,218,235

Marco Aurelio, 74,75-77, 79-80,

193

M arsh all, T. H., 15, 18, 206-20 9,

210,255-256

Mars i l io de Padua , 45 ,88-91 ,92

M arx, K., 234

Massachusetts, 139,141,146

m aternida d republicana, 233

M azz ini, G., 166

Mer r i am,C .E . ,242 ,245

M ili, J. S., 165, 167,2 17, 23 0,2 33

minor ías /d iscr iminac ión , 150-

151,  168-175, 178-179, 245,

260

M ontesq uieu, barón d e, 125

Movimiento Federa l i s ta Mun-

dia l, 200-201

mujeres, 150, 218-235, 260-261

multiculturalismo, 165-175

nación/nacional ismo, 132, 162-

175

nacionalización, 144-147, 150

Naciones Unidas, 197-203, 240

Navarre ,L. ,238

naz i smo , 210 ,236 ,248 ,250-251 ,

259

negros, estadounidenses, 141,

144,169-171,185-188

Nigeria, 177,178

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  NDICE ANALÍTICO

279

Oly m pe de G ouge, 224-225, 228

Pablo, san, 70-71,221

Pa ine, T., 194

París,

  156-161

Parlamento inglés/británico, 118-

122,124,136,139

pa rticip aci ón local, 59, 217, 230

patr iot ismo, 43,104,133,149,239

Pavía, 99

Pensilvania, 141

Pericles, 48,

 50-53,

  56, 106,133,

220

phiditia.25,26,32,37

physis,

  40

Platón, 33-37,59,221,237

Plutarco, 22, 24-26, 28-29, 31,

195

Pocock , J .G .A. ,15 -16

Política,  37-41,44-45,86

Polonia, 110,132

Po pe, A., 263-264

primeros pueblos, 173-174

propiedad, 99,124,126

Pufendorf S. von, 112, 115-118

Putne y, debates de, 119

Québec, 174-175

Ra thbo ne, Eleanor, 231

rec iproc idad /mutua l idad , 256

Registro de Ciudadanos del

Mundo, 199

religión cívica, 84-85, 109, 134-

135

representación  (véase voto, dere-

ch o al)

República de Roma, 17, 61-69,

105,133

República, La,

 33-35,221

Republicanismo cívico  (véase  en

ciudadanía)

Revolución francesa, 18, 125,

129,

  135, 137,

  147-161,

  162,

195,223,225,236,259

revolución m unicip al en Francia,

156-159

Riesenberg,P. ,16-17,254

Robespierre, M., 129, 135, 151,

154-155,160-161,195,236

Rousseau ,

  J.-J.

17, 85, 1 26,12 7-

135,161,206,233,235-237

Rusia, 232,236

Saint-Just,

 L.

 A ., 259

SarrazacR., 198-199

Sav onarola .G., 103-104

Segundo tratado sobre el gobierno

civil, 123

Seis libros de la república, Los,

113

Séneca,72-73,75-76,81

servicio militar , 22-28,30-32,34,

36,  53-55, 63-65, 73, 93, 99,

108-109, 143-144, 148, 157,

167

Siena, 100

Sieyés, A bb é, 151-15 3, 155, 160,

164

Sobre la paz perpetua,

  196

Sócrates, 33,58,193

Sófocles, 220

Solón, 17,46,53

Sometimiento de las mujeres, El,

230

sorteo, 51,55-56,58,99

Stan ton, Elizabeth C , 228

Sudáfrica, 168-170

sufragistas, 227-231,232

Suiza, 145,146,176,178-181

Tennyson ,A. ,199

Teofrasto, 263

Te rm opila s, batalla d e, 26

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280 ÍNDICE AN ALÍTICO

The Federalist,  183-185

Tirteo, 27-28,30

Tocquevil le , A. de, 148, 185,

217

Tribunal Criminal Internacional,

203-204

Tuc ídides, 30

Turgot , A . R. J., 238

Tús culo, 67

Unión Europea, 176, 178, 188-

192,261

Unión Soviética, 178, 211-212

Ve necia, 98

Vindicación de los derechos de la

mujer,

  225,230

Virginia, 141,146,177

virtu,

  107-108,218

virtud cívica  (véase también are-

te,  virtu, virtus),

  28, 38-39,44-

45 ,107 ,126 ,131 ,134 ,160-161 ,

233

virtus,  63,218

volun tad general, 130,134

voto, derecho al / representación,

89-90, 96, 97-100, 113, 118,

121,

  124, 126, 137, 139,  140-

142,149-156,157,221-231

Wallas,G. ,162

W est, Rebecca, 218-219

WoUstonecraft , Mary, 225-226,

229-230,233

Yugoslavia, 177,178

Zen ón de Citio, 74,77

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índice

No ta del trad uc tor 7

Prólogo 9

INTRODUCCIÓN 11

Ide ntid ad es sociopolíticas 11

M ode los de la historia de la ciud ada nía 14

1. GR ECIA 19

Esparta 19

Plató n y Aristóteles 33

Atenas 46

2. RO M A 61

La Rep ública y el Im perio 61

Los estoicos 74

281

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7/23/2019 Heater David - Ciudadania Una Breve Historia

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282  ÍNDICE