harold segura carmona hacia una espiritualidad evangelic a ida

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Hacia una espiritualidad evanglica comprometidaHarold Segura Carmona

Buenos Aires - Ao 2002

Copyright 2002 Ediciones Kairos Jos Mrmol 1734 B1602AF Florida Buenos Aires, Argentina Diseo de la portada: Adriana Vzquez

Ninguna parte de esta publicacin puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningn medio, sea electrnico, qumico, mecnico, ptico, de grabacin o de fotografa, sin permiso previo de los editores. Queda hecha el depsito que marca la ley 11.723 Todos los derechos reservados All rights reserved Impreso en Argentina Printed in Argentina

ISBN 987-9403-47-9

ContenidoPREFACIODELOSEDITORES

57 29 51 71 91

1. La espiritualidad en la perspectiva del Reino 2. La encarnacin: misterio y modelo 3. Ser iglesia para los dems 4. El rol profetice del cristiano en la sociedad 5. Para una teologa de los Derechos Humanos

Prefacio de los editoresLa espiritualidad es uno de los temas ms descuidados entre los cristianos evanglicos latinoamericanos. En efecto, a pesar de la persistencia del pueblo de nuestro continente en ser un pueblo religioso, y de la proliferacin de diversas "religiosidades" que ha habido en los ltimos aos, la reflexin seria sobre espiritualidad contina siendo una asignatura pendiente de las iglesias evanglicas en Amrica Latina. Mucha de la espiritualidad actual carece de anclas teolgicas. Su escasa o nula articulacin con temas fundamentales como el Reino de Dios, la encarnacin y prctica de Jess, y la misin de la iglesia, entre otros, revela su falta de identidad evanglica. Los resultados son notorios: iglesias y creyentes carentes de proyecto, impregnados con las expectativas y valores que promueven las teologas de la prosperidad, el animismo mgico y la moda psi en materia de religiosidad. Impuesta esta tendencia, mucha espiritualidad evanglica se limita a repetir un trivial libreto de "lo eficaz", "lo extraordinario" o lo "sin estrs". Esta espiritualidad, en ltima instancia, se recluye en sus tpicos preferidos y aparece como "desconectada" de los temas de la vida real. Carece de la fuerza transformadora que procede del Espritu y que demuestra la autenticidad de la experiencia religiosa. El presente libro rene cinco artculos cuyo hilo conductor es que hacen explcitos los alcances de ciertos temas clsicos de la teologa y la misionologa para construir lo que podramos llamar una "espiritualidad del compromiso". El conjunto sita la

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espiritualidad en el lugar prioritario que sta debe ocupar en adecuada referencia al Reino de Dios y su justicia. As. la espiritualidad se transforma en un espacio que llena la vida cotidiana de sentido trascendente, gracias a su identificacin con el "Proyecto de proyectos". La espiritualidad se alinea as con el propsito salvfico de Dios, y no deja nada "afuera". Por el contrario, lleva a los cristianos a asumir una serie de compromisos reales y prcticos con el mundo y los seres humanos a quienes Dios desea redimir. Si este pequeo libro alienta a los lectores a vincular ms estrechamente su fe con la vida prctica la oracin con la experiencia cotidiana, tanto el autor como los editores nos daremos por satisfechos.

Los editores

La espiritualidad en la perspectiva del ReinoEl reino de Dios no es cuestin de comidas o bebidas sino de justicia, paz y alegra en el Espritu Santo (Ro 14:!?)1

Cuenta una vieja historia juda que exista un hombre llamado Don Ver quien era una persona poco comn, que llevaba una vida espiritual muy rgida y severa, y en cuya presencia la gente temblaba de temor. El era conocido como un experto en el Talmud y en todos los dems textos religiosos de la fe juda. Don Ver jams rea; pensaba que la alegra no iba bien con su fe. Estaba convencido de que su relacin con Dios slo era posible a travs de una vida de sacrificios y privaciones y por eso se hizo famoso por sus prolongados ayunos. Pero esa austeridad termin maltratando su salud y enferm gravemente; sus mdicos no podan encontrar la causa de su mal. Como ltimo recurso, alguien sugiri: Por qu no pedimos ayuda a Baal Sem Tob? El enfermo no recibi con agrado esta propuesta, aunque acab cediendo, por tratarse de un mdico con el cual tena enormes diferencias en materia de fe y a quien consideraba casi un

Todas las citas bblicas del presente libro son tomadas de la Nueva Versin Internacional de la Biblia en castellano (NV/).

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hereje. Mientras Don Ver crea que la espiritualidad consista en restricciones, sufrimientos y renuncias, Baal Sem aliviaba el dolor y predicaba que lo que daba sentido a la vida era la capacidad de gozo. Era ms de medianoche cuando Baal Sem sali para atender al enfermo; acudi en coche, vestido con un abrigo de lana y un gorro de piel. Entr en la habitacin del enfermo y lo primero que hizo fue pedirle que leyera uno de los libros sagrados, el Eibro del Esplendor. Don Ver, con desconfianza, pero al mismo tiempo con expectativa, abri y comenz a leer en voz alta. Y cuenta la historia que apenas llevaba un minuto leyendo cuando Baal Sem, el mdico, le interrumpi: "Algo anda mal... Algo est mal en tu vida espiritual... Algo le falta a tu fe". "Qu es lo que anda mal? Qu es lo que me falta", pregunt el enfermo. "Te falta alma", respondi Baal Sem Tob.2

"Qu es lo que anda mal?"Las preguntas del judo estricto Don Ver sirven para el caso de nuestra espiritualidad evanglica en Amrica Latina y el Caribe: Qu es lo que anda mal? Qu es lo que nos falta? Y algo debe estar mal cuando, por ejemplo, nuestra piedad personal, fundamentada en una tica individualista, no ha logrado integrarse a los comportamientos sociales y a la cotidianidad de nuestra vida. Es evidente el divorcio entre piedad para la iglesia y vida para el mundo; entre religiosidad individual y comportamiento social; entre moral puritana y vida cristiana.

Anthony De Mello, La oracin de la rana, Sal Trras, Santander, 1988. p. 66.

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Somos conocidos por nuestras prcticas del ayuno, la oracin y la lectura bblica, por nuestros cultos emotivos, por nuestro afn evangelizador y por no fumar y ser abstemios, pero tambin y esto es lo que preocupa por no haber podido articular esa espiritualidad evanglica con los mbitos particulares de la vida diaria, como la familia, la empresa, la escuela, la vida pblica y la sociedad. Algo, entonces, debe andar mal. En algunas regiones de Colombia, el Instituto de Bienestar Familiar reporta cifras de violencia intrafamiliar, en especial de maltrato infantil, entre hogares evanglicos. Tambin, en los ltimos aos, ha aumentado el nmero de escndalos financieros protagonizados por pastores y otros lderes cristianos. Quiz sea en el terreno de la poltica electoral donde se ha hecho ms evidente el abismo entre piedad y vida, entre oracin y actuacin, entre santidad e integridad. A nuestros candidatos, devotos de la espiritualidad evanglica, les ha faltado verticalidad en sus principios y pasin proftica. Muchos de ellos han sucumbido ante el demonio de la corrupcin, el "clientelismo" y el abuso del poder. Esa incapacidad de traducir el discurso religioso de la iglesia en otros mbitos de la vida refleja las serias falencias de nuestra espiritualidad. La tentacin de los evanglicos, como ha dicho Samuel Escobar, ha sido "reducir el evangelio, mutilarlo, eliminar la demanda de frutos de arrepentimiento... Una espiritualidad sin discipulado en los cotidianos aspectos sociales, econmicos y polticos de la vida es religiosidad y no cristianismo".3 Por otra parte, las cifras de nuestro crecimiento numrico ahora explosivas no han logrado traducirse en un impacto

Samuel Escobar, citado por Jos Mguez Bonino, en Boletn teolgico, FTL, Ao 27, Nro. 59-60 (1995):82.

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real y alternativo para los ms acuciantes problemas del continente. Aqu el abismo se encuentra entre nuestra manera de hacer hincapi en la moralidad personal del cristiano y nuestra manera de descuidar la tica social de la iglesia. Algo anda mal en nuestra espiritualidad si sta nos conduce a "fugarnos del mundo" en lugar de ayudarnos a entrar en l y ser testigos del poder transformador del evangelio. La respuesta del mdico judo al viejo Don Ver tambin sirve para nuestra reflexin: "Te falta alma". Y el alma, para nuestro caso, es la espiritualidad. No nos referimos al esplritualismo desencarnado, ni al ritualismo religioso, sino a la espiritualidad como "estilo de vida que se orienta al cumplimiento del propsito de Dios para la vida humana y la totalidad de la creacin"; a una espiritualidad que "se concreta en una manera de pensar, sentir y actuar coherente con Jesucristo como modelo de la nueva humanidad, y [que] depende del poder del Espritu Santo". 4 El trmino tiene que ver con aquello que somos y con las motivaciones que estimulan nuestro ser, antes que con experiencias de xtasis o con la prctica de un misticismo espurio. Si quisiramos intentar una definicin aproximada, que nos sirva como referencia para el presente trabajo, diramos que la espiritualidad cristiana es el proceso continuo por medio del cual seguimos a Jesucristo, alimentndonos de la comunin ntima con el Padre, bajo el impulso del Espritu Santo y en peregrinaje fraterno con la iglesia.5

Rene Padilla, "La espiritualidad en la vida y misin de la iglesia", ponencia presentada en el CLADE IV, Quito, setiembre de 2000 (Cuadernillo provisional). 5 Esta definicin aproximada toma como punto de partida la ofrecida por Segundo Galilea: "Podemos identificar la espiritualidad cristiana (y no slo para Amrica Latina sino para cualquier lugar, cultura y condicin

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Reino y espiritualidadEl alma de nuestra fe es una espiritualidad enraizada en la Palabra e inspirada en el modelo de Jess y en la pasin por su Reino. Hagamos una pausa. Hemos mencionado el Reino de Dios y lo hemos relacionado con la espiritualidad. El tema del Reino no ha estado en el temario de nuestras predilecciones, y mucho menos lo hemos relacionarlo con la vida espiritual, aqu y ahora. Para la tradicin popular evanglica, el tema del Reino de Dios ha sido un captulo indefinido de sus doctrinas y un proyecto de Dios que slo inspira pensamientos celestiales y remonta a las cumbres apocalpticas de las calles de oro y los mares de cristal. Hablar del Reino, en muchos crculos evanglicos, es hablar del ms all, distante y lejano. En ninguno de los ms reconocidos sumarios de la fe evanglica se resalta el Reino como tema preeminente de nuestra fe. A la supremaca de las Escrituras, la majestad de Jesucristo, el seoro del Espritu Santo, la necesidad de la conversin, la prioridad de la evangelizacin y la importancia de la iglesia como comunidad de creyentes,6 a todos estos temas distintivos, no los ha acompaado el del Reino de Dios, excepto en algunos crculos reducidos de creyentes llamados "liberales". El Reino de Dios, o el reinado de Dios, como prefieren algunos, es uno de los temas preponderantes en el Nuevo

social), como el proceso del seguimiento de Cristo, bajo el impulso del Espritu y bajo la gua de la Iglesia" (El camino de la espiritualidad, adiciones Paulinas, Bogot, 1985, 2da. ed., p. 32). Estos seis fundamentos evanglicos expuestos por el telogo s-.glicano James I. Packer son citado por John Stott en La verdad de los -s-.-anglicos, INDEF - Visin Mundial, San Jos, 2000, p. 22.

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Testamento y, especialmente, en la predicacin y ministerio de Jess. Quien tome en serio el mensaje del Maestro y se aventure a seguir en sus pisadas, no puede esquivar la centralidad del Reino ni sus consecuencias para el discipulado. El Reino de Dios es la causa de Jess7 y no tiene por qu dejar de ser la causa ltima y razn de ser de su iglesia. En esto, Jess marca una diferencia, como bien lo afirma Galilea, respectono slo de los profetas anteriores, sino de todos los fundadores religiosos que lo precedieron. Ellos hablaron bsicamente de Dios y de la unin con Dios; Jess no habla ni trabaja slo por eso, sino que revela un Dios que tiene un proyecto histrico que es el Reino. Un Dios que quiere mejorar las cosas, liberar a la humanidad y cambiar el mundo y la miseria humana en Reino de Dios. Para Cristo, Dios y el Reino son inseparables.8

As para nosotros Cristo y Reino tambin son inseparables, puesto que Jess "es nada menos que el reino de Dios en persona".9 Hablar del Reino es hacer referencia a la infiltracin de Dios en lo humano con el propsito de ejercer su eterno dominio y soberana sobre toda persona y sobre todo lo creado. Decir Reino equivale a decir redencin plena, salvacin completa, liberacin total y esperanza para todos y para todo, porque el Reino de Dios es "la nueva creacin de todas las cosas para la vida eterna".10 Desde esta perspectiva bblica del Reino

Jrgen Moltmann, Cristo para nosotros hoy, Trotta, Madrid, 1997, p. 23 8 Segundo Galilea, El reino de Dios y la liberacin del hombre, Ediciones Paulinas, Bogot, 1985, p. 12.9 Jurgen'Moltmann, op. ci., p. 13. 10 bid.. p. 16.

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debe ser comprendida y aplicada la espiritualidad. Esa es el alma de la espiritualidad que ahora nos corresponde recuperar.

El Reino frente a otros ejes normativosAhora bien, optar por el Reino como eje unificador de nuestra espiritualidad significa reconsiderar otros ejes que hasta ahora han ejercido una autoridad normativa para moldear nuestro seguimiento de Jess. Examinaremos cuatro de ellos.

Espiritualidad institucionalizadaEn primer lugar tenemos, por ejemplo, la iglesia como institucin o como religin. Cuando la iglesia ejerce un papel de norma suprema de la espiritualidad, sta degenera en activismo, que es "la accin sin sentido de direccin o la accin orientada al logro de objetivos que no necesariamente concuerdan con el propsito de Dios para la vida humana y para toda la creacin".11 La iglesia, no sobra recordarlo, no es un fin en s misma, sino un medio; medio o instrumento al servicio del Reino. Ser espiritual, en este sentido, no puede reducirse a ser un mejor funcionario de la estructura institucional de la iglesia, porque al hablar del Reino de Dios y de su seoro "no estamos refirindonos a nuestras propias obras y sus logros. De la historia de las obras humanas, lo que ms brota es un reino humano, pero no el Reino de Dios. Ni siquiera la Iglesia puede hacer de este mundo un reino de gloria".12

Rene Padilla, op. cit. Jrgen Moltmann, Diacona en el horizonte del Reino de Dios, Sal Trras, Santander, 1987, p. 27.12

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Muchos de los enfrentamientos de Jess con los fariseos de su poca hacen referencia a cmo stos haban convertido la fe en una transaccin humana, donde lo ms importante no era lo que Dios peda de los hombres y mujeres sino lo que la institucin religiosa les impona para su salvacin. Estos religiosos haban alterado los valores y ya no saban distinguir entre lo que era importante para Dios y lo que era indispensable para la institucin. Jess los condena con estas palabras:Ay de ustedes, guas ciegos!, que dicen: "Si alguno jura por el templo, no significa nada; pero si jura por el oro del templo, queda obligado por su juramento." Ciegos insensatos! Qu es ms importante: el oro o el templo que hace sagrado al oro? Tambin dicen ustedes: "Si alguien jura por el altar, no significa nada; pero si jura por la ofrenda que est sobre l, queda obligado por juramento." Ciegos! Qu es ms importante: la ofrenda, o el altar que hace sagrada la ofrenda? Por tanto, el que jura por el altar, jura no slo por el altar sino por todo lo que est sobre l (Mt 23:16-20).

Los fariseos tambin haban trabajado hasta el cansancio en la formacin de activistas sacrificados, que eran su mejor muestra de una espiritualidad deformada. Al respecto, Jess les dijo:Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipcritas! Recorren tierra y mar para ganar un solo adepto, y cuando lo han logrado lo hacen dos veces ms merecedor del infierno que ustedes (Mt 23:15).

Para nuestro caso, con el excesivo nfasis en el crecimiento numrico de las iglesias y en el desarrollo de complejas estructuras organizacionales que demandan presupuestos exorbitantes, nminas exageradas y una cultura de la

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productividad, corremos el riesgo de sacrificar la esencia de nuestra espiritualidad por la eficiencia de la organizacin.

Espiritualidad de lo extraordinarioOtro eje, tambin deficitario, que debemos considerar desde la perspectiva del Reino es el de la experiencia espiritual extraordinaria. En ste, la espiritualidad se comprende como la bsqueda incesante de experiencias desvinculadas tanto de un compromiso concreto con la causa de Cristo como de los comportamientos cotidianos. Es una mstica sin tica; una emocin sin misin; una especulacin sin proyeccin. Nuestra poca no tiene la exclusividad de este fenmeno. Los historiadores dan cuenta de una ola de espiritualidad especulativa que se levant con mucha fuerza entre los siglo 13 y 14, entre cristianos europeos, especialmente de la orden de los dominicos, que promovan las visiones y las revelaciones especiales como centro de la espiritualidad. La manera de moderar este entusiasmo fue, otra vez, volver a la esencia de la fe. El holands Gerard Groot (1340-1384), fundador de los hermanos de la vida comn, el alemn Toms de Kempis (c.1380-1471), autor del clsico Imitacin de Cristo, y la espaola Teresa de vila (1515-1582), fundadora de la orden de las Carmelitas Descalzas, fueron, entre otros, firmes crticos de esta manera de vivir el evangelio de Cristo. En su lugar, predicaron la importancia de la conversin del corazn, el amor, el apostolado y la primaca de la solidaridad con los ms necesitados.13 Para ellos, el secreto de vivir con Cristo se

Para un panorama histrico de la evolucin de la espiritualidad cristiana, ver Gregorio Samutko (y equipo), Una espiritualidad laical para Amrica Latina, San Pablo, Bogot, 1997.

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encontraba mirando primero hacia adentro del propio corazn, para desde all proyectarse en amor solidario hacia los ms necesitados. Libraron una batalla por no dejar que lo extraordinario de la fe arrebatara la profundidad de lo ordinario de la vida cristiana. No se trata de despojar a la espiritualidad de las expresiones soberanas y extraordinarias del Seor. Todos sabemos que l tambin se manifiesta en seales y milagros inexplicables. El Nuevo Testamento da buena fe de lo anterior: Pedro tiene xtasis, Agabo profetiza, Pablo asciende al tercer cielo, en Pentecosts se habla en lenguas y Juan, en Patmos, tiene una visin extraordinaria del Seor de la Historia. El equilibrio consiste, entonces, en dar a esas experiencias que son sorpresas de la gracia de Dios el lugar que les corresponde en nuestro seguimiento de Cristo: ni desconocerlas con un fro gesto de incredulidad, ni ubicarlas en el centro de la fe, como si de ellas dependiera todo nuestro peregrinaje espiritual. Jess les record a los setenta discpulos que haban regresado admirados del poder de Dios frente a los demonios: "No se alegren de que puedan someter a los espritus, sino algrense de que sus nombres estn escritos en el cielo" (Le 10:20).

Espiritualidad desconectadaLa perspectiva del Reino corrige tambin el espiritualismo individualista, que se expresa, muchas veces, en el cultivo de una vida interior sin conexin con el mundo exterior y la misin de Dios en el mundo. En amplios crculos evanglicos, la espiritualidad se concibe como el perfeccionamiento personal en trminos de moral y vida pura. Para Jos Mguez Bonino, la influencia del fundamentalismo extremo en el campo de la tica "ha desarrollado los aspectos ms vulnerables de la tradicin

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evanglica pietista: el legalismo y la justicia propia, la oposicin de lo material y lo espiritual, la 'separacin del mundo', que en la prctica induce a una doble moral...". 1 4 La visin que se propaga es la de una espiritualidad heroica, que obtiene la vida victoriosa por medio del ayuno, la oracin y la lectura maratnica de la Biblia. Es una guerra dualista entre el espritu bueno y la carne mala, que bien nos recuerda las viejas enseanzas gnsticas contra las cuales tuvo que ver el cristianismo de los primeros siglos. Este "cultivo de valores relacionados con la vida interior"15 prolifer a partir de los siglos 3 y 4, cuando, segn los historiadores, el ascetismo ocup el lugar del martirio como centro de la espiritualidad. Los monasterios de los primeros siglos se ocuparon de predicar la importancia de la vida asctica en sus formas ms conocidas del ayuno, la oracin y la penitencia. Esa influencia dur ms de mil aos, durante la temprana Edad Media, hasta el siglo 13, sin desconocer que en muchos ambientes catlicos todava se observa su huella.16 Para el caso especfico del movimiento evanglico en Amrica Latina, la piedad personal se asocia al pietismo que floreci en los siglos 17 y 18, representado por Felipe Jacobo Spener (1635-1705), Augusto Hermann Francke (1633-1727) y el Conde Zinzendorf (1700-1760). El pietismo represent una de las influencias espirituales de mayor alcance y contribuy con la renovacin misionera de aquellos siglos; segn Samuel Escobar, "no slo revivi a la Iglesia por dentro, sino que la proyect

Jos Mguez Bonino, Rostros del protestantismo latinoamericano, Nueva Creacin, Buenos Aires, 1995, p. 52.10 16

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Rene Padilla, op. cit. Gregorio Samutko, op. cit., pp. 43ss.

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hacia la misin de s misma. Esto fue evidente especialmente en el surgimiento del movimiento misionero moravo que se desarroll bajo el ministerio de Zindendorf".17 Ea piedad personal aprendida de los pietistas europeos no es lo que aqu se debate. "El pietismo apunta a un precedente bblico muy rico".18 Eo que se discute es la prctica de un pietismo que ya no conserva la riqueza de aquellos siglos y que ha desembocado en una fe mstica con los ojos cerrados. A ese desequilibrio se refiere el apstol Pablo cuando ensea que "el reino de Dios no es cuestin de comidas o bebidas sino de justicia, paz y alegra en el Espritu Santo. El que de esta manera sirve a Cristo, agrada a Dios y es aprobado por sus semejantes (Ro 14:17-18).

Espiritualidad sin estrsEa perspectiva del Reino seala tambin que la espiritualidad no debe reducirse a la gratificacin de necesidades psicolgicas, tal como lo ensean algunas de las actuales teoras de la autorrealizacin humana. Hoy encontramos la predicacin de un evangelio especializado en las ofertas, que promete la satisfaccin de las necesidades personales, que pone la vida en orden y que regala la salud, la felicidad y hasta la prosperidad econmica. Es verdad que la vida en Cristo ''nos ayuda en nuestros quebrantos y satisface al alma cansada", como se canta en algunos himnos, pero eso no significa que los beneficios son la esencia del mensaje de Cristo, ni explica la razn de ser de nuestro discipulado. Nuestra sociedad presta especial atencin a

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' Samuel Escobar, en Ser evanglico hoy, Andamio, Barcelona, 1988,

p. 22. ;8 /bd,p. 23.

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los temas de la superacin personal por medios humanos; eso queda demostrado con la proliferacin de mtodos de relajacin, de tcnicas de poder mental o de ejercicios que convierten la fe en optimismo y la religin en un instrumento de la psicologa conductista. Y liberar a la iglesia de este "cautiverio psicolgico", como lo llama Darrell Guder, "es una tarea teolgica de primer orden... Son cautiverios que le impiden a la Iglesia realizar su misin en el mundo".19 La enseanza de Jess es paradjica:Si alguien quiere ser mi discpulo les dijo que se niegue a s mismo, lleve su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perder; pero el que pierda su vida por mi causa y por el evangelio, la salvar (Mr 8:34-35).

Es la espiritualidad de la cruz, que promete la vida para aquel que la arriesga por causa del evangelio. Es, en otras palabras, una espiritualidad que no concede re/ax, sino tensin, porquelo que caracteriza la espiritualidad de Jess, que se podra denominar espiritualidad de conflicto, no es, por consiguiente, la ausencia o la huida del conflicto. Jess se sumerge en la conflictividad y hasta tal punto que tuvo un gesto que, hasta el da de hoy, desasosiega a los exegetas: por qu se le ocurri ir a Jerusaln, ciudad que pis rarsimas veces, en el momento justo en que era ms buscado por la represin?20

Darrell L. Guder, Ser testigos de Jesucristo, Kairs - FTL - Visin Mundial, Buenos Aires, 2000 (2a ed), pp. 211-212. 20 Leonardo Boff y Frei Betto, Mstica y espiritualidad, Trotta, Madrid, 1999(2 a ed.),p. 100.

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En lugar de huir, Jess enfrent; y estaba capacitado para enfrentar la prueba por la fortaleza que tena como resultado de su ntima comunin con el Padre. As, pues, tenemos que el eje fundamental de nuestra espiritualidad debe ser la causa de Cristo, que es el Reino de Dios. El seguimiento de Jesucristo debe ceirse al modelo del Maestro, antes que a las expectativas de la iglesia institucionalizada, o a las ansias de nuestra religiosidad legalista, o a los deseos de autorrealizacin humana: "... aprendan de m, pues yo soy apacible y humilde de corazn, y encontrarn descanso para su alma" (Mt 11:29). Ser espiritual es vivir la fe en relacin amorosa con Dios y con nuestros semejantes; es seguir a Cristo asumiendo las actitudes que l asumi hacia su Padre, hacia los necesitados, hacia el mundo y hacia la creacin en general. As nos lo recuerda la exhortacin de Pablo: "La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jess" (Flp 2:5). Por eso, aceptar la invitacin a vivir la espiritualidad del Reino es someternos al modelo del Rey. Con Jess, el Reino de Dios se hace presente entre nosotros, "y crece y acta 'en medio de nosotros' sin prisas pero sin pausas".21

Pautas del Reino para la espiritualidadCorresponde ahora examinar tres de las pautas principales que nos ofrece la dinmica del Reino de Dios para nuestra espiritualidad. Dichas pautas contienen germen de renovacin y de esperanza para la iglesia. El Reino es una causa, pero al

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Segundo Galilea, E! Reino de Dios y la liberacin del hombre, op. cit..

p. 13.

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mismo tiempo es un modelo y un paradigma, y desde all la espiritualidad se nos presenta como integral, pluriforme y radical.

Espiritualidad integralDesde la perspectiva del Reino, nuestra espiritualidad est llamada a ser integral, holstica o abarcadura. En el Cuarto Congreso Latinoamericano de Evangelizacin (CLADE IV), celebrado en Quito, Ecuador, en septiembre de 2000, Rene Padilla afirm, en su exposicin sobre el tema de la espiritualidad, que "desde la perspectiva de la espiritualidad cristiana, no hay absolutamente ninguna dimensin de la vida humana ni de la creacin que est exenta de la redencin de Dios".22 La espiritualidad cristiana es integral porque nos llama a reconocer y a vivir el seoro de Dios sobre toda la vida y sobre toda su creacin, al mismo tiempo que nos convoca a comprometernos con su Reino en la transformacin de todo lo creado conforme al sueo de redencin del Creador. Como afirma Mariano Avila, la espiritualidad integralha de permear nuestro diario quehacer. No es un aspecto de la vida que se vive exclusivamente en el culto o en el templo y que se manifiesta en las prcticas ascticas o extticas del cristiano; es una realidad que ha de evidenciarse en el andar cotidiano, en todas las reas de la vida, como seal del Reino que ha llegado y que est por venir.2j

En el horizonte del Reino, la accin de Dios se dirige al ser humano como totalidad indivisible que, aunque es

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Rene Padilla, op. cit.

Mariano Avila, en Conversin y discipulado, Visin Mundial, San Jos, 1993, p. 212.

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multidimensional (biofsico, psicosocial y espiritual), constituye una unidad. La predicacin del Reino, por parte de Jess, propuso la redencin de la totalidad del ser humano; por eso el ministerio de Cristo no se redujo al anuncio oral de las buenas nuevas, sino que incluy la sanidad fsica, el alimento material, el consuelo afectivo, la preocupacin social, la predicacin proftica, el llamado al arrepentimiento y la comunin permanente y gozosa con el Padre. Esta visin holstica imprimi el sello distintivo al ministerio de Cristo. En su Reino no se separa lo espiritual de lo secular, lo santo de lo profano, ni lo eclesial de lo social. En el Reino de Dios la salvacin se anuncia para todas las dimensiones de lo creado; en ese sentido podemos hablar de una salvacin csmica y abarcadura. Dios desea que todas las cosas creadas sean restauradas segn la intencin del Creador en un proceso histrico que lo cubre todo y a todos. Vista as, la espiritualidad tambin lo incluye todo. La espiritualidad es vida para la vida y fe puesta en prctica en todos los espacios de nuestra cotidianidad. Jess lo ense as en el Sermn de la Montaa: habl de la bienaventuranza de los limpios de corazn, pero tambin de los que estaban dispuestos a sufrir persecucin por causa de la justicia; mencion el valor de la oracin y del ayuno, pero tambin de las limosnas sin hipocresa; trat el tema de la pureza del matrimonio, pero tambin el de la necesidad de desprenderse de los bienes materiales en favor de los ms necesitados; invit a amar al enemigo, a sujetar la ira, a hablar siempre con responsabilidad, a no juzgar a los dems, a ser luz del mundo y sal de la tierra, en fin, a vivir de manera integral y a relacionarse con Dios y con el prjimo bajo el principio supremo del amor. Esta espiritualidad no cierra ningn espacio de la vida para lo divino, ni para lo espiritual.

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Cuando Ignacio de Loyola, el reformador eclesistico y mstico espaol del siglo 16, en unin con sus seguidores, ense a "buscar a Dios en todas las cosas", y a seguir a Jess ms all de las paredes del convento, incluyendo un compromiso social, produjo uno de los ms grandes aportes en la historia de la espiritualidad cristiana. Gannon y Traub, en su libro sobre una interpretacin de la historia de la espiritualidad cristiana, destacan lo siguiente:La revolucin en el pensamiento y en la prctica de la espiritualidad iniciada por Ignacio de Loyola consisti, entonces, en un cambio de nfasis en la idea de Dios: dnde se encuentra, cmo acta en el mundo y cmo puede ser hallado. No debera sorprendernos que estas nociones condujeron a una nueva aproximacin a la espiritualidad y a una concepcin distinta de la relacin entre oracin y accin. Para Ignacio, la vida espiritual no era, en primer lugar, un problema de oracin o actividad, sino de fidelidad a Dios, que implica fidelidad en las tareas divinas... Ignacio afirma que la unin con Dios es esencialmente una unin de amor... una unin que puede alcanzarse sin que importen las circunstancias.24

Y nosotros hoy, despus de cuatro siglos, seguimos luchando por encontrar esta integralidad.

Espiritualidad pliiriformeDesde la perspectiva del Reino, nuestra espiritualidad tambin est llamada a ser pluriforme y diversa. Si la espiritualidad cristiana es el proceso permanente de seguir a Jesucristo, las

Thomas M. Gannon y George W. Traub, citados por Eldin Villafae, El Espritu liberador, Nueva Creacin, Buenos Aires, 1996, p. 146.

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maneras de hacerlo varan mucho; cambian de un siglo a otro, pero tambin de una persona a otra. Hay diversos factores que condicionan la espiritualidad: el contexto social, la edad, la vocacin, la pertenencia confesional o denominacional, la madurez psicolgica, y otros ms. Escribiendo sobre este ltimo factor, el misionero y antroplogo Gregorio Smutko, dice: "Existe una fuerte relacin entre nuestra madurez psicolgica y nuestra espiritualidad, pues 'la gracia edifica sobre la naturaleza'. Por eso el progreso espiritual depende en parte del progreso en la madurez".25 Esta diversidad tiene tambin que ver con la multitud de formas con que una persona o un grupo expresa su amor a Dios y vive su compromiso cristiano. En otras palabras, no existe, a la luz del Reino, una espiritualidad uniformada, hegemnica o distintiva que se deba presentar como "la" espiritualidad as, en singular para todos. La espiritualidad, en trminos actuales, no puede ser globalizada e impuesta. La primera mencin que encontramos en los Evangelios acerca del Reino de los cielos es la de Juan el Bautista, quien invita al arrepentimiento y anuncia que se debe preparar con urgencia el camino del Seor. Juan es un ejemplo de la diversidad espiritual de ese Reino que anuncia; vesta de una manera particular: ropa hecha de pelo de camello y un cinturn de cuero; se alimentaba de manera diferente-, langostas y miel silvestre; predicaba un mensaje especfico acompaado de un tono beligerante: "Carnada de vboras! Quin les dijo que podrn escapar del castigo que se acerca?" (Mt 3:7). Los Evangelios contienen un amplio registro de diversidad espiritual: una mujer se arroja a los pies del Maestro y los unge

' Gregorio Samutko, op. cit, pp. 27-28.

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con perfume; Jess, ante la crtica de Simn el fariseo, reafirma a la mujer diciendo que su gesto es una expresin de amor sincero (Le 7:36-50). Un joven rico, orgulloso de su religiosidad, recibe una invitacin decepcionante a vender todos sus bienes y darlo a los pobres (Mt 19:16-22); Jess le dice que ese acto es su requisito para seguirlo a l. Mientras Juan y sus discpulos ayunan, los discpulos de Jess "comen y beben" (Mt 5:33). Un sbado, los discpulos, violando la costumbre de los judos, arrancan algunas espigas de trigo porque tenan hambre; Jess respondi a sus acusadores que tambin David, acosado por el hambre, comi los panes de la proposicin reservados, segn la ley, solamente para los sacerdotes. Es decir, Jess no se rige en su espiritualidad por un cdigo inflexible y nico, ni mucho menos por una tradicin inviolable; l, bajo la gua del Espritu, se abre a la novedad del Padre y encuentra que la misericordia y el juicio ocupan el primer lugar. "Si ustedes supieran lo que significa: 'Lo que pido de ustedes es misericordia y no sacrificios', no condenaran a los que no son culpables" (Mt 12:7). La espiritualidad evanglica en Amrica Latina y el Caribe no se ha caracterizado propiamente por la diversidad. Las mutuas acusaciones acerca de las prcticas sociales, los juicios ligeros sobre las disciplinas piadosas, la imposicin de modelos litrgicos y la inflexibilidad para el cambio en todas sus formas nos han privado de disfrutar de la gracia de la pluralidad. La espiritualidad es un espacio privilegiado para el ejercicio del respeto y del mutuo enriquecimiento. Necesitamos encontrar puntos de encuentro, por ejemplo, entre las tradiciones litrgicas ms formales y las nuevas liturgias pentecostales y carismticas; entre el compromiso social de los sectores llamados "de avanzada" y la piedad y la devocin particular de las iglesias ms conservadoras; entre la pasin que demuestran nuestras iglesias

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por la accin y el pragmatismo, y la rica tradicin catlica que ensea el valor de la contemplacin, el silencio y la quietud.

Espiritualidad radicalDigamos algo ms: desde la perspectiva del Reino, nuestra espiritualidad est llamada a ser radical y comprometida. El Reino exige un compromiso radical y completo de la vida; en l no hay lugar para una religiosidad Hgth de bajo precio. La nuestra es "una fe mesinica con los ojos abiertos",26 que compromete toda la vida. Jess lo ense as: "El que quiere a su padre o a su madre ms que a m no es digno de m; el que quiere a su hijo o a su hija ms que a m no es digno de m; y el que no toma su cruz y me sigue no es digno de m" (Mt 10:37). Un modelo histrico de radicalidad en el seguimiento de Jess se encuentra en el movimiento anabautista del siglo 16. Miles de ellos murieron como mrtires, ms que en cualquier otro grupo de ese siglo, sin que se sepa an el nmero exacto. Los anabautistas aceptaron el camino de la cruz con todas sus consecuencias, y lo hicieron bajo la firmeza de su fe, convencidos de que "donde el testimonio florece, all est el Reino de Dios".27 Un historiador menonita nos dice:La persecucin comenz aun antes del primer bautismo en Zurich [21 de enero de 1525], ya que la amenaza del destierro fue anunciada el 18 de enero de 1525 y el primer encarcelamiento de anabautistas en Zurich ocurri a principios de febrero. Crcel, multas y a veces torturas constituan el procedimiento normal que sufran los

Jrgen Moltmann, op. cit, 1997, p. 111. Reinhold Schneider, citado en John S. Oyer y Robert S. Kreider, El espejo de los mrtires, Semilla-CLARA, Bogot, 1997, p. 14.27

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prisioneros. Eran liberados nicamente cuando el prisionero prometa abandonar las reuniones anabautistas. En marzo de 1526 ya se imponan sentencias de prisin perpetua. Doquiera el anabautismo lleg a ser conocido, se iniciaban medidas similares...28

Aparte de querer validar todas las experiencias anabautistas, algunas en extremo msticas, procuramos valorar su sentido de peregrinaje y el lugar asignado a la cruz como experiencia central en el seguimiento de Cristo. En esto, segn algunos, la espiritualidad de estos radicales coincide en algunos puntos con la del mstico espaol San Juan de la Cruz tambin del siglo 16, quien afirmaba que "quien no busca la cruz de Cristo, no busca la gloria de Cristo".29 La espiritualidad cristiana, entendida desde la radicalidad del seguimiento, se fundamenta en el compromiso con el Reino, se alimenta de la intimidad con el Rey y vive la alegra del testimonio hasta las ltimas consecuencias. Don Pedro Casaldliga lo expresa mejor cuando define la espiritualidad como testimonio coherente, el cual consiste en "ser lo que se es. Hablar lo que se cree. Creer lo que se predica. Vivir lo que se proclama. Hasta las ltimas consecuencias y en las menudencias diarias".30

Cornelius J. Dyck, Introduccin a la historia menonita, Semilla-CLARA, Bogot, 1996, p. 56. 29 Para un estudio de la relacin entre la espiritualidad anabautista y la de San Juan de la Cruz, vase Hugo Zorrilla, San Juan de la Cruz desde la espiritualidad anabaptista, CLARA-Semla, Guatemala, 1993. 30 Pedro Casaldliga, en Eduardo Bonnn (ed.), Espiritualidad y liberacin en Amrica Latina, DEI, San Jos, 1982, p. 180.

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Conclusin: "Te falta alma"Para terminar, volvamos a la historia del viejo judo Don Ver y su mdico Baal Sem Tob. El mdico observa al enfermo y le dice: "Algo anda mal... Algo est mal en tu vida espiritual... Algo le falta a tu fe". A lo que su paciente pregunta: "Qu es lo anda mal? Qu es lo me falta?" La respuesta fue una: "Te falta alma". Y dijimos que el alma, en nuestro caso, es nuestra espiritualidad; la espiritualidad entendida como el proceso continuo por medio del cual seguimos a Jesucristo, alimentndonos de la comunin ntima con el Padre, bajo el impulso del Espritu Santo y en peregrinaje fraterno con la iglesia. Esa espiritualidad no puede reducirse al marco de las exigencias activistas de la iglesia convertida en institucin; tampoco a un cmulo de experiencias espirituales extraordinarias; mucho menos al cultivo de una vida interior desconectada del mundo exterior y de la misin de Dios; tampoco a la satisfaccin egosta de las necesidades psicolgicas o a la bsqueda de la autorrealizacin humana. La espiritualidad, desde la perspectiva del Reino, debe ser integral, pluriforme y radical. "Ni es espiritualista con un Dios sin Reino; ni materialista, con un Reino sin Dios. Vive la sntesis integrada que Jess vivi y nos revel: por el Dios del Reino y el Reino de Dios".31

2 La encarnacin: misterio y modeloPorque de esto se trata, de saber cul es la verdadera Iglesia o, si se prefiere cmo debe ser la verdad de la Iglesia si quiere ser de verdad el cuerpo de Cristo en la historia. Ignacio Ellacura

"La encarnacin es el corazn de nuestra fe y el nervio vivo de nuestra adoracin". Asilo afirm en su momento J. S. Whale, quien, sin querer desconocer la importancia de las dems verdades cardinales de la fe, quiso resaltar la encarnacin por la profundidad de su significado. Tambin para Kierkegaard la doctrina suprema del cristianismo era la encarnacin. Su centralidad, a juzgar por la historia, no es nada nueva; naci con la fe misma y, veinte siglos despus, mantiene su vigor.

Una larga historia de controversiasEn los primeros siglos del cristianismo, y de ello dan buena cuenta los historiadores, la doctrina de la encarnacin se fue articulando en medio de acaloradas polmicas que dejaron a su

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Cercano al docetismo se encontr, en cierto sentido, el apolinarismo. Apolinar, obispo de Laodicea en el siglo 4 d.C., acentu su creencia en la absoluta deidad de Cristo, negando que tuviese una humanidad completa. Para l, Cristo tuvo un cuerpo humano espiritualizado y el Logos sustituy su inteligencia humana. Resumidamente,esta hereja sostena que Cristo era humano en cuerpo y alma, pero no en espritu o ego o persona. Esta parte de su naturaleza era totalmente divina. Era el Logos eterno, una Persona que se amalgam con la humanidad, asumiendo un cuerpo humano y un alma tambin humana.2

De esta manera, se negaba la genuina encarnacin de Cristo. El Primer Concilio de Constantinopla, en el ao 381 d.C., fue el encargado de condenar la hereja apolinarista. Esta breve referencia histrica no puede concluirse sin que digamos algo del arrianismo. Arrio (ca. 256-336 d.C.), quien fue presbtero de la iglesia de Alejandra, aviv las polmicas al ensear que Cristo no fue ni Dios ni Hombre, sino una tercera categora especial de la existencia, de la cual l era el primognito. Para Arrio,el Hijo de Dios no era eterno sino creado por el Padre como instrumento para crear el mundo y, por lo tanto, no era Dios por naturaleza, sino una criatura que recibi la alta dignidad de Hijo de Dios ya que fue "engendrado", debido a que el

Richard S. Taylor (redactor general), Diccionario teolgico Bacon, Casa Nazarena de Publicaciones, Kansas, 1995, p. 246.

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Padre, en su preconocimiento. sabia de su condicin de justo y de su fidelidad incondicional."

La controversia arriana se prolong por mucho tiempo, an ms all del ao 325 d.C. cuando fue condenada por el Concilio de Nicea, convocado por Constantino, al que asistieron obispos y presbteros de los ms alejados rincones del Imperio. La pregunta crucial de aquel encuentro fue: debe ser Cristo considerado como Dios o como la primera persona y la ms grande de las criaturas? Este intrincado camino de las controversias cristolgicas lograron un punto de acuerdo formal en el Concilio ecumnico de Calcedonia, en el ao 451 d.C., el cuarto celebrado por la iglesia despus de Nicea (325), Constantinopla I (381) y Efeso (431). En Calcedonia se declar que nuestro Seor Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre (vereDeus, ver homo), en su divinidad consustancial con el Padre en todo, pero en su humanidad semejante a nosotros en todo, menos en el pecado. Reza la declaracin que este nico y mismo Jesucristo se conoce en dos naturalezassin confusin, sin cambio, sin divisin, sin separacin, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unin, sino conservando ms bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola subsistencia.4

Marco Antonio Ramos, Nuevo diccionario de religiones, denominaciones y sectas, Betania, Miami, 1998, p. 34. Wilton M. Nelson (ed.). Diccionario de historia de la iglesia, Caribe, Miami. 1989, p. 386.4

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As, en esta confesin comn a toda la Iglesia Catlica Romana, ortodoxa oriental y protestante se afirma la unin de la naturaleza humana y la divina en una sola persona. Se suele hablar de esta unin como "unin hiposttica". * Podra pensarse que en medio de estas elucubraciones un tanto abstractas, no hay que negarlo se corre el riesgo de robarle algo al misterio a la encarnacin. Sin embargo, no es ste el temor que ms espanta. Calcedonia nos presta su servicio al "destacar los lmites propios del pensamiento creyente acerca de la persona de Jesucristo, nico Mediador entre Dios y los hombres", y al reafirmar nuestra fe en Jess queno es solo hombre o solo Dios; es Dios que se hizo hombre. No dej de ser Dios al hacerse hombre. No troc la divinidad por la humanidad. Ms bien asumi la humanidad de tal manera que, como resultado de la encarnacin, l es a la vez humano y divino, el Dios-hombre.6

Esta frmula cristolgica sigue siendo, como bien lo dice Leonardo Boff, "criterio de verdad para cada interpretacin del misterio de Jess".7 El temor, ms bien, es otro. Algunos sectores de la teologa contempornea, entre ellos el surgido en suelo latinoamericano, han reclamado la necesidad de elaborar una cristologa que, sin desconocer el aporte de la orientacin histrica de corte filosfico y metafsico, se relacione ms directamente con el mundo de las

' Del griego hipostasis, "persona". W. Nelson, op. cit., p. 386. 7 Leonardo Boff, Jesucristo y la liberacin del hombre, Cristiandad, Madrid, 1981, p. 202.6

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realidades sociales, culturales y polticas. Se reclama relacionar la dogmtica de la iglesia con sus prcticas y compromisos. Quiz el acercamiento clsico a la doctrina de la encarnacin, aunque nos regala un marco terico apropiado para esclarecer nuestra fe en el Jess de la historia, se quede corto a la hora de acercarnos a los compromisos que debemos asumir, en cada tiempo y lugar, aquellos que nos decimos ser seguidores del Maestro de Nazaret. Algunos telogos, an ms radicales en su desacuerdo, dicen que aquellos fueron "concilios helensticos con conceptos helensticos"8 que poco o nada dicen a la mentalidad de nuestro mundo. Segn ellos, al usar el lenguaje metafsico para las verdades simblicas, la cristologa se convirti en razn especulativa.9 A mi parecer, tal consideracin llega muy lejos.

Por una cristologa para el seguimientoS debemos asegurarnos de afianzar una cristologa que sea fiel a nuestro seguimiento de Jess, en la cual el contenido corresponda con la prctica y lo que se profesa resulte pertinente para el acontecer del mundo en cada momento. En otras palabras, que sea integral. Jon Sobrino lo expresa as:La cristologa necesita y debe desencadenar la fuerza de la inteligencia, pero tambin otras fuerzas del ser humano. Su quehacer deber ser rigurosamente intelectual, para algunos

Hans Kng, Credo, Trotta, Madrid, 1995 (2a ed.), p. 65. 9 Bernard Ramm, Diccionario de teologa contempornea. Casa Bautista de Publicaciones, El Paso, 1975 (2a ed.), p. 47.

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deber ser incluso doctrinal, pero su esencia ms honda est en ser algo 'espiritual': que ayude a las personas y a las comunidades a encontrarse con Cristo, a seguir la causa de Jess, a vivir como hombres y mujeres nuevos y a hacer este mundo segn el corazn de Dios.10

Abogamos, pues, por una doctrina de la encarnacin que, sin desconocer la riqueza de la dogmtica tradicional, y sin abandonar el dilogo con la filosofa, incluya otros ejes de atencin. En especial, abogamos para que la cristologa y la misionologa dejen de ser indiferentes y sirvan para estimular la marcha obediente del Cuerpo de Cristo hacia la proclamacin del Reino de Dios y su justicia. Una dogmtica sin misin corre el riesgo de degenerar en especulacin conceptual, "delirar teologa", as como una misin sin dogmtica queda expuesta al activismo proselitista y, muchas veces, fantico. Si creer en Jess es seguirlo en sus pasos, vivir de su gracia y unirse a su causa, la encarnacin es, entonces, el principio que fundamenta ese seguimiento y seala el modelo.

Un misterio para callar, un modelo para imitarLa encarnacin, desde esta ptica, no deja de ser misterio. Siempre seguiremos ante el misterio del Dios humanado. Hablar de l [Cristo] siempre significar callar.11 Reflexionar sobre ese

'" Jon Sobrino, Jesucristo liberador. Lectura histrico-teolgica de Jess de Nazareth, Trotta, Madrid, 1997 (3a ed.), p. 19. 11 "Hablar de Cristo significa callar" (D. Bonhoeffer).

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misterio ser por siempre "aceptar la imposibilidad, y de all la necesidad de compaginar... palabra y silencio, verdad y orovisionalidad".1 Sin embargo, la perspectiva misionolgica aade a la verdad del misterio el valor del modelo. El Dios que se encarn es el Seor a quien servimos y adoramos; su encarnacin asegura nuestra salvacin y nos seala la manera en que l quiere que le sigamos. Al referirnos a la encarnacin lo hacemos en esa doble dimensin de su significado: como misterio y como modelo. En palabras de Darrell Guder: "La encarnacin es a la vez el acontecimiento de la salvacin y el modo en que Dios realiza sus propsitos saivficos".13

"As como el Padre me envi"Ahora digamos algo sobre las implicaciones de la encarnacin para nuestra tarea misionera en el mundo. Comencemos con un breve comentario de la gran comisin segn la versin que encontramos en el cuarto Evangelio. Dice Juan:Al atardecer de aquel primer da de la semana, estando reunidos los discpulos a puerta cerrada por temor a los judos, entr Jess y, ponindose en medio de ellos, los salud: La paz sea con ustedes! Dicho esto, les mostr las manos y el costado. Al ver al Seor, los discpulos se alegraron.

Jon Sobrino, op. cit., p. 13. Darrell L. Guder. Ser testigos de Jesucristo. La misin de la iglesia, su mensaje y sus mensajeros, Kairs - FTL - Visin Mundial. Buenos Aires, 2000, 2da. ed., p. 40.13

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La paz sea con ustedes! repiti Jess. Como el Padre me envi a m, as yo los envo a ustedes. Acto seguido, sopl sobre ellos y les dijo: Reciban el Espritu Santo. A quienes les perdonen sus pecados, les sern perdonados; a quienes no se los perdonen, no les sern perdonados (Jn 20:19-23).

En el Congreso de Evangelizacin Mundial en Lausana, Suiza (1974), con estimulante sinceridad, John R. W. Stott reconoci el descuido de este texto bblico para la reflexin misionolgica. El lder evanglico britnico afirm en aquella ocasin que esta era "la forma crucial" de la gran comisin y "la ms descuidada, porque es la ms costosa".14 En Juan, el mandato de Jess tiene poco que decir en cuanto al contenido verbal del mensaje; se concentra en la forma y en el modo en que ese mensaje debe ser entregado. En este relato, a Jess le interesa sobremanera que la misin se cumpla de acuerdo con el modelo diseado por el Padre. Ese modelo es encarnacional:15 "Como el Padre me envi a m, as yo los envo a ustedes" (Jn 20:21). No hay, pues, "ninguna accin o tarea especfica. Simplemente un modelo".16 Juan tambin resalta el estrecho vnculo que existe entre la misin del Seor y el mundo al cual han sido enviados sus discpulos: "Como t me enviaste al mundo, yo los envo tambin al mundo" (Jn 17:18). Dios, en la persona de Cristo, irrumpi en este mundo y lo am hasta el extremo. Al ascender Jess a la gloria del Padre y

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Citado por Mortimer Arias en La gran comisin, CLAI, Quito, 1994. p.

88. Para un anlisis ms extenso de la gran comisin en el Evangelio de Juan, ver Mortimer Arias, Ibid., pp. 87-110. id.,p. 91.15

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encargar a sus discpulos la continuacin de su tarea, nada deba cambiar. El destinatario de sus acciones liberadoras seguira siendo el mundo; el poder que les respaldara no sera uno diferente del que acompa a Jess, el poder del Espritu Santo; y la manera de comprometerse con el mundo y anunciarle las buenas nuevas de la salvacin tampoco tendra que ser diferente: "Y el Verbo se hizo hombre ["carne", RVR] y habit entre nosotros" (Jn 1:14). Encarnarse significa, en su sentido literal, asumir carne, penetrar en una realidad y comprometerse con ella hasta lo sumo. De all que la misin encarnacional tenga que ver con la identificacin con el mundo al que pertenecemos y con el compromiso responsable respecto a la sociedad y la cultura. En ellas hemos sido llamados a dar testimonio del Resucitado. Si esta encarnacin no se cumple, estamos, entonces, a las puertas de repetir las viejas herejas. Los fantasmas de Apolinar, Arrio y Nestorio se resisten a desaparecer! Siempre que la iglesia, en lugar de ser una comunidad alternativa y una seal certera del Reino de los cielos, se convierte en un ghetto espiritualista que se distancia del mundo, incurre en desviaciones, esta vez de carcter misionero. Con toda razn, el profesor Jos M. Abreu manifiesta queuna misin cristiana que no tome en cuenta la realidad del mundo, ese mundo que Dios am tanto por medio de su Hijo encarnado (Jn 3:16); una misin que se lleve de espaldas a las necesidades de este mundo, es una misin desencarnada, una misin docetista, una hereja cristolgica en la vida prctica de la iglesia. Y una iglesia docetista es una iglesia desfigurada, fantasmal, irreal, indigna de ser llamada

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iglesia... Sin encarnacin no hay verdadera comunicacin y no hay autntica misin.''

Insercin misioneraOtra manera de exponer el principio encarnacional de la misin es mediante el trmino "insercin", que ha adquirido creciente importancia en algunos crculos de reflexin pastoral y teolgica en nuestro continente. De "insercin" se habla, en parte, gracias a la renovacin misionera de las ltimas dcadas tanto en el protestantismo como en el catolicismo, pero tambin debido a los crecientes desafos de la secularizacin y, en especial, de la aparicin de grandes mayoras pobres y marginadas. Ante estos nuevos retos, no basta con saber decir el evangelio; tambin hay que demostrarlo por medio de la vida y de los hechos. Para esto es indispensable reconocer el lugar que ocupa el dilogo compasivo, el servicio solidario, el testimonio comprometido y la identificacin con quienes sufren los males de este mundo. Estos compromisos exigen la insercin de la comunidad de fe. No hay otro camino. No es posible evangelizar, ni redimir, ni hacer misin, sin compartir, en el nombre de Cristo, la condicin humana. El antiguo principio de Ireneo (aprox.125-200) acerca de la encarnacin tiene pleno sentido: "Lo que no es asumido no es redimido". La misin, como aparece en los cuatro Evangelios, es, ante todo, un envo orientado hacia el mundo y hacia cada persona en su situacin especfica. En cierta manera, la misin es un "xodo" pastoral que significa salir del mundo "de uno" para ir

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Citado por M. Arias, op. cit., p. 93.

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al mundo "del otro". Cuanto "ms distante y diverso sea el mundo del otro en su realidad religiosa y cultural y en su realidad humana ms exigente y radical ha de ser el xodo de a insercin".18 Y aunque con toda razn se podra afirmar que la insercin ms tpica ha de ser entre los ms empobrecidos y oprimidos como sola ser el inters, a veces exclusivo, de ciertas teologas, tambin es cierto afirmar que la insercin debe cubrir todos los espacios donde la humanidad plena se ve disminuida o amenazada. El testimonio del apstol Pablo acerca de su propia insercin misionera resulta decisivo para comprender el alcance de la misma: entre los judos, Pablo se volvi judo; entre los que vivan bajo la ley, se volvi como los que estaban sometidos a ella; entre los que no tenan ley, se volvi como uno de ellos; entre los dbiles se hizo dbil; en fin: "Me hice todo para todos... Todo esto lo hago por causa del evangelio, para participar de sus frutos" (ICo 9:22, 23). Esta flexibilidad para la adaptacin o el "acomodamiento" la palabra que acostumbraba emplear Calvino, es el resultado de una entrega profunda y no tiene nada que ver con tcnicas de mercadeo evangelizador o con "estrategias publicitarias de identificacin simulada". Pablo no estaba escondiendo su identidad con el propsito de obtener un eficiente "cierre de venta" de su evangelio. Lejos estaba l de usar esas tcticas. Por cierto, la insercin emite un juicio crtico sobre muchos de nuestros mtodos de captacin de miembros, de plantacin de nuevas congregaciones y de crecimiento cuantitativo de fieles. Sobra decir que al referirnos a la insercin

Segundo Galilea, La insercin en la vida de Jess y en la misin, Ediciones Paulinas, Bogot. 1989, p. 7.

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no estamos hablando de un mtodo, sino de una actitud que procura imitar el ejemplo compasivo de Jess. La historia misionera de la iglesia nos ofrece elocuentes muestras de verdadera insercin. Fray Bartolom de Las Casas, el ms destacado misionero dominico, es una de ellas. l dedic su vida a la defensa de los indgenas y combati con denuedo los abusos de los conquistadores; con sobrada razn se le considera "el primer sembrador en Amrica de la semilla de la libertad".19 Como evangelizador, Las Casas crea que el mensaje deba cambiar primero a quien lo proclamaba y que no exista mtodo ms adecuado y natural para proclamar el evangelio que servir a los evangelizados con amor y bondad. Tambin Pedro Claver, el apstol de los negros; Guillermo Carey, el apstol en la India; Elizabeth Fry, la ministra cuquera amiga de las prisioneras britnicas; David Livingstone, el explorador del frica; Teresa de Calcuta, la servidora de los pobres; y tantos otros hombres y mujeres que nos legaron su testimonio de insercin a favor de la proclamacin del Reino de Dios. El autor de la Epstola a los Hebreos dira que ahora "estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos", que deberamos despojarnos "del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia" y correr "con perseverancia la carrera que tenemos por delante" (Heb 12:1). Una de las carreras que tenemos por delante es construir una misionologa renovada, que haga de la insercin uno de sus principios esenciales. Para ello, la encarnacin debe tomarse ms en serio. David Bosch, reconocido autor y cristiano autntico, opina con firmeza que "las iglesias protestantes en general poseen una teologa subdesarrollada de la encarnacin". Ese

Pablo A. Deiros, Historia del cristianismo en Amrica Latina, FTL, Buenos Aires, 1992, p. 283.

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subdesarrollo no es tanto conceptual como vivencial y prctico. Cuando la encarnacin como doctrina se divorcia de la insercin como principio se produce lo que l llama "tendencia docetista". Explica:Esta Iglesia burguesa tiene un entendimiento idealista de s misma, rehusa tomar partido y cree ofrecer un hogar tanto a los amos como a los esclavos, tanto a los ricos como a los pobres, tanto a los pobres como a los oprimidos. Debido a que rehusa practicar la "solidaridad con las vctimas", tal Iglesia ha perdido relevancia. Habiendo desechado las dimensiones sociales y polticas del evangelio, lo ha "desnaturalizado" totalmente.20

Cuerpo de Cristo en la historiaLa renovacin misionolgica requerir, entre otras cosas, un concepto ms adecuado en cuanto a sus bases bblicas, su perspectiva teolgica y su pertinencia pastoral de lo que significa ser cuerpo de Cristo en el mundo. Es posible que Pablo, al usar la metfora del cuerpo para describir a la iglesia, haya usado la figura ms encarnacional del Nuevo Testamento. Segn Guder, el trmino cuerpo,[se] relaciona con nuestro modo de entender el ministerio encarnacional de la Iglesia. El cuerpo... es el medio de presencia. Por medio de nuestro cuerpo estamos presentes en el mundo, en el espacio y en el tiempo. El uso de una imagen as destaca que la Iglesia es una realidad histrica...

David J. Bosch, Misin en transformacin, Libros Desafo, Grand Rapids, 2000, p. 623.

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La expresin "Cuerpo de Cristo" milita en contra de una sobreespiritualizacin de la Iglesia, que rehusa afrontar las realidades empricas y prcticas de la existencia histrica.21

Al decir "cuerpo", Pablo estaba enseando que Cristo segua presente en el mundo de un modo concreto e histrico y que eso suceda por medio de la iglesia. La iglesia es la presencia continua de Cristo en el mundo o, como prefera enunciarlo Bonhoeffer, "la Iglesia es Cristo existiendo como comunidad". Esta combinacin de concrecin histrica y de presencia espiritual de Cristo como cabeza es lo que permite decir que la iglesia tambin es misterio de Dios en el mundo. Lo es... por la unin que en ella se verifica entre lo histrico-social (siempre sujeto a las degeneraciones) con lo espiritual-divino. No basta decir que la Iglesia es misterio porque en ella acta Dios y, en forma nica Jesucristo y el Espritu Santo. Ellos actan, pero unidos a la materialidad institucional de la Iglesia. Aqu reside lo especfico del misterio de la Iglesia: la coexistencia en una misma realidad-Iglesia de los dos elementos de lo divino y de lo humano.22

Esta doble dimensin de la existencia de la iglesia crea una tensin permanente y dinmica en la aplicacin del principio encarnacional de la misin. Jess lo advirti en su oracin por los discpulos:Yo les he entregado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los quites del mundo, sino que los

D. Guder, op. cit, p. 42-43. Leonardo Boff, Y la iglesia se hizo pueblo, Ediciones Paulinas, Bogot, 1987, p. 32.22

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protejas del maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco lo soy yo. Santifcalos en la verdad; tu palabra es la verdad. Como t me enviaste al mundo, yo los envo tambin al mundo (Jn 17:1447).

El mundo es, especialmente en el relato de Juan, la "pauta encarnacional de la misin".23 Tanto Jess como sus discpulos tienen el mismo horizonte misionero: el mundo. Jess enva a sus Doce con un propsito definido: "Para que el mundo crea" (Jn 17:21). De aqu nace la desafiante "paradoja de la encarnacin": insertarse en el mundo, pero sin conformarse con l. Pablo nos recuerda: "No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovacin de su mente. As podrn comprobar cul es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta" (Ro 12:2). "Ser o no ser" era el dilema de Shakespeare. El nuestro es mucho ms grande: "Ser y no ser". En una misma realidad misionera conviven la inclusin y la exclusin, la acomodacin y la inconformidad, la proximidad y el alejamiento, la unin y la separacin, la insercin y el distanciamiento. Encontrar un balance es asunto de fidelidad al seoro de Cristo. Aqu es donde coinciden la misin, el seoro y la encarnacin, tres aspectos complementarios de un mismo encargo.

Inculturacin o "acomodacin"Adems de encarnacin y de insercin, se usa tambin el trmino "inculturacin", el cual ayuda a comprender de una23

Mortimer Arias, El ltimo mandato, CLARA-Visin Mundial, Bogot, 2001, p. 154.

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manera ms amplia el significado de nuestros desafos. La inculturacin24 tambin es un concepto dinmico que consiste en la acomodacin para seguir usando el trmino del reformador francs de la vida y el mensaje cristiano a las particularidades de cada cultura, de manera tal que el evangelio logre expresarse con los elementos propios de dichas culturas y se convierta en su germen transformador. En otros trminos, la inculturacin es la capacidad de traducir el eterno mensaje de Dios en las realidades temporales de las culturas, asimilndolas, sin quedar cautivos en ellas, con la finalidad de ver crecer seales de la nueva creacin en Cristo.25 El recordado Juan A. Mackay, refirindose a la necesaria inculturacin de los misioneros extranjeros, deca: "La palabra que viene de fuera debe hacerse carne indgena; de lo contrario, no lograr que se oiga la eterna Palabra de la cual presupone ser un eco".26 La misin encarnacional, desde el ngulo de la inculturacin, ofrece la oportunidad de repensar la fe protestante evanglica con mayor amplitud y, por qu no, mayor compromiso ante las realidades culturales presentes en Amrica Latina y El Caribe. Si esquivamos el dilogo con las culturas, estaremos evitando

Algunos misionlogos prefieren hacer una diferencia entre encarnacin e inculturacin, dado que, segn ellos, "la segunda se refiere al Evangelio que entra en comunin con las culturas, mientras que la primera es tarea propia del misionero" (Luis A. Castro, Ensancha el espado de tu tienda, Ediciones Paulinas, Bogot, 1998, p. 159). 25 Traduccin, asimilacin y transformacin son las tres etapas del proceso de inculturacin, en el anlisis que Luis A. Castro hace de la definicin de Pedro Arrupe. Ver Luis A. Castro, El gusto por la misin, CELAM, Bogot, 1994, pp. 365-372. 26 Juan A. Mackay, El otro Cristo espaol, CUPSA, Mxico, 1988 (2a ed.), p. 275.

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LA ENCARNACIN: MISTERIO Y MODELO

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compromisos que, en el actual momento de desesperacin y de crisis que vive nuestro continente, no dan ms espera. Encarnacin, insercin e inculturacin, como se ha visto, forman una triloga de palabras suplementarias que nos ayudan a comprender mejor lo que significa ser el cuerpo de Cristo en el mundo. Hay otra triloga que puede cumplir similar papel didctico para sealar algunos de los aspectos que se deben atender en el marco de la misin encarnacional: compasin, compromiso y obediencia.

Compasin solidariaDecir encarnacin es decir compasin. Se dice que cuando Jess vio la multitud, "tuvo compasin de ellos, porque eran como ovejas sin pastor" (Mr 6:34); su ministerio tuvo la marca de la misericordia compasiva. Hoy, cuando las multitudes padecen mil necesidades, la iglesia necesita recordar su vocacin solidaria. No se trata solamente de que ella ofrezca consuelo, sino tambin de que busque la justicia. Su lugar no est entre las comodidades de los pocos, sino entre las miserias de los muchos, porque ella es alborada del Reino y signo visible de la creacin que se avecina. Y como anticipacin de la nueva vida, la iglesia no existe para s misma sino que se ofrenda en servicio a los dems. Con acierto enseaba Karl Barth: "Una Iglesia que conozca su misin no querr ni podr, en ninguna de sus funciones, persistir en ser Iglesia por amor de s misma".

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Compromiso amorosoAdems, decir encarnacin es decir compromiso. En las primeras pginas de los Evangelios encontramos a Jess situado en Nazaret. Ahora bien,por qu Nazaret en la vida de Jess? En Nazaret su encarnacin se radicaliza y alcanza su mxima intensidad: Jess se inserta ah en la condicin humana, con todo su realismo, compartiendo la suerte de la gente corriente de su tiempo.2'

Esa opcin explica que la encarnacin se cristaliza en un contorno muy material y concreto. As debe ser el compromiso de la iglesia. Aunque ella es una realidad espiritual cuyo origen y sustento se encuentra en la soberana del Creador, sus propsitos se cumplen aqu, pues es evidente que "la vida 'celestial' tiene un mbito muy terrenal".28 El compromiso de la iglesia, no sobra decirlo, est en esta vida, colaborando con Dios en la construccin y transformacin de este mundo.

Obediencia radicalDecir encarnacin es decir obediencia. El autor de la Epstola a los Hebreos escribe:

27 ffi

S. Galilea, op. c., p. 17.

Jos Mguez Bonino, Espacio para ser hombres. La Aurora, Buenos Aires, 1990, p. 66.

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En los das de su vida mortal. Jess ofreci oraciones y splicas con fuerte clamor y lgrimas al que poda salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su reverente sumisin. Aunque era Hijo, mediante el sufrimiento aprendi a obedecer; y consumada su perfeccin, lleg a ser autor de salvacin eterna para todos los que le obedecen (Heb 5:7-9).

Para Jess, la encarnacin signific sujecin a la voluntad del Padre. A la iglesia no se le pide menos. La iglesia no debe fidelidad a las culturas porque, aunque se inserta en ellas, a ninguna convierte en dolo. Igual sucede con los procesos histricos: aunque la iglesia se compromete con ellos, a ninguno le entrega su lealtad absoluta. Deca Ignacio Ellacura: "El evangelio necesita encarnarse 'en', pero no identificarse 'con' un determinado proceso histrico".29Toda cultura, al igual que todo proceso histrico, es una realidad humana que necesita ser juzgada a la luz de Cristo. l es el nico Absoluto, de todos y de todo, y ante l se doblar toda rodilla y toda lengua confesar que es el Seor, "para gloria de Dios Padre" (Flp 2:10-11).

"Principio encarnacin"El "principio encarnacin" es una invitacin a la vida compasiva, comprometida y obediente. No es una tcnica, no es una teora, tampoco es especulacin teolgica, mucho menos una estrategia que asegura el "xito"; es, ante todo, una invitacin al seguimiento de Jesucristo como Seor y Maestro, en medio de las circunstancias ms concretas de esta vida.

Ignacio Ellacura, citado por Jos Sois Luca, La teologa histrica de Ignacio Ellacura, Trotta, Madrid, 1999, p. 312.

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El "principio encarnacin" convierte la iglesia hacia el mundo y hace que ella renuncie a sus propios intereses de grandeza, poder y triunfo. De poco sirve que la iglesia sea cada vez ms grande si el mundo anda cada da peor. La iglesia encarnada se pregunta por las necesidades del mundo puesto que son ellas las que orientan su misin; no le importa tanto ser grande como ayudar a construir un mundo mejor, en el que Cristo reine y sea Seor. Su oracin es: "Venga a nosotros tu reino". Esta iglesia se encarna en el mundo para sentir las angustias de ste y responder a ellas con las buenas nuevas del Reino. Para ella, su contexto ms amplio es el mundo donde se ha insertado, por eso no pierde de vista la orientacin de su misin. Cuenta una historia que un viajero, en el polo, camin todo un da en direccin norte. Para ganar ms tiempo, exigi al mximo a los perros de su trineo. Por la tarde, despus de tan duro viaje, quiso saber el punto al que haba llegado. Supona que se encontraba ms al norte. Su asombro fue inmenso cuando comprob que ahora se encontraba ms al sur que cuando haba comenzado por la maana. Qu haba pasado? El problema fue que durante todo el da corri velozmente hacia el norte... pero sobre un tmpano de hielo que la corriente del ocano arrastraba hacia el sur. Puede suceder que la iglesia se mueva en una direccin y hasta celebre su avance, pero el contexto ms amplio de las necesidades y angustias del mundo se mueva en direccin contraria. Ese extravo puede invalidar su marcha. De all que la encarnacin, por situarnos en ese contexto ms amplio, tambin resulta definitiva para orientar nuestra marcha en la direccin correcta, en procura de ser fieles a nuestra misin. Porque de lo que se trata no es de que avancemos, sino de que lo hagamos en ta direccin correcta que el Seor nos ha sealado (ICo 9:26).

3 Ser iglesia para los demsLa Iglesia vive de su misin... All donde uiue la Iglesia, debe preguntarse si est al servicio de esa misin o si es fi n en s misma. El cristianismo no es sacro, sino que en l sopla el viento fresco del Espritu. El cristianismo es una realidad mundana, abierta a la humanidad. Karl Barth

"La iglesia slo es iglesia cuando existe para los dems". La frase pertenece al conocido telogo alemn Dietrich Bonhoffer y fue escrita en el ao 1944, mientras ste permaneca detenido en la prisin de Berln-Tegel, adonde haba sido llevado desde el 3 de abril de 1943. Fue all, en la crcel, donde l elabor sus ltimas inquietudes pastorales y teolgicas, y se plante preguntas fundamentales acerca de la funcin de la iglesia en el mundo y el significado de ser seguidor de Jesucristo en un mundo sin Dios. La eclesiologa fue uno de los temas a los cuales Bonhoeffer dedic mayor atencin. Estaba convencido de que el mundo haba llegado a su "mayora de edad" y que, por lo tanto, ya no haba necesidad de la religin para explicarle todo a los seres humanos. El plazo de la religin, segn l, haba caducado. La

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edad adulta de la humanidad se abra paso y se haca necesario, entonces, comenzar a hablar de un cristianismo sin religin, de una fe sin supersticin, y procurar una nueva dimensin del quehacer de la iglesia en ese mundo secular. Escribindole a su entraable amigo Eberhard Bethge, se preguntaba: "Qu significa ser iglesia, predicar, orar y vivir cristianamente en un mundo sin religin? Qu significa ser un creyente sin religin y en el mundo? Qu significa ser una ek-klesia, es decir, los que son llamados, sin que ese llamamiento nos lleve a olvidar que seguimos perteneciendo a este mundo?" l Su pensamiento se concentr cada vez ms en el Cristo que es Seor del mundo y de la historia, y no el dueo de una religin en particular. No obstante, se interrogaba por el verdadero significado eclesial de esta nueva propuesta de "teologa secular". Qu significa eso? Era su pregunta angustiada y llena de compromiso. Qu significan el culto, la oracin y la iglesia en una ausencia de religin? Bonhoeffer ofreci a travs de su correspondencia desde la prisin algunas respuestas a esas penetrantes preguntas. Para sorpresa de muchos, su propuesta no fue la de una "iglesia annima", invisible y difuminada en medio del mundo; por el contrario, afirm su conviccin luterana de la iglesia visible, delimitada especficamente por el tiempo y el espacio. Para l, la "iglesia-edificio" mantena su vigencia como expresin tangible del actuar de Dios en el mundo. La iglesia de Jess, dijo "es el lugar... donde se atestigua y se anuncia el seoro de Jesucristo sobre todo el mundo". Sin embargo, agreg:

Versin libre de la carta escrita por Bonhoeffer a Eberhard Bethge, en Dietrich Bonhoeffer, Resistencia y sumisin, Editorial Nueva Nicaragua. Managua, 1983, p. 198.

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... este espacio de la iglesia no existe para s mismo, sino que se supera constantemente, pues no es el espacio de una asociacin cultural, que tendra que defender su propia existencia en el mundo, sino ms bien el lugar en que se da testimonio del fundamento de la realidad en Jesucristo. 2

Sin duda, lo que l deseaba no era la desaparicin de la iglesia, ms s su transformacin. La iglesia deba abandonar todo triunfalismo y dejar de ser ella misma su propio fin. A Bonhoeffer le preocupaba la iglesia; le preocupaba, en especial, su incapacidad para salir de s misma y entregarse a los dems. Segn l, exista mucho ardor para defender la "causa" de la iglesia, pero poca fe para afrontar los desafos del mundo. Le inquietaba el presente y tena esperanza en el futuro. El 19 de mayo de 1944, haba sido invitado para ser el padrino del bautismo del pequeo hijo de su amigo Eberhard, casado con una sobrina suya. Obviamente no pudo asistir, pero desde la prisin escribi una brillante reflexin acerca del futuro de la iglesia; del futuro que le esperaba al pequeo bautizado. Le deca:Contigo se inicia una nueva generacin en nuestra familia... tu nacimiento nos ofrece una ocasin propicia para reflexionar sobre el cambio de los tiempos y para intentar columbrar el perfil del futuro... Nuestra iglesia, que durante estos aos slo ha luchado por su propia subsistencia, como si esta fuera una finalidad absoluta, es incapaz de erigirse ahora portadora de la Palabra que ha de reconciliar y redimir a los hombres y al mundo. Por esta razn, las palabras antiguas han de marchitarse y enmudecer, y nuestra existencia de cristianos slo tendr, en la actualidad, dos aspectos: orar y hacer justicia entre los hombres. Todo el

Dietrich Bonhoeffer, Etica. Madrid, Trotta, 2000.

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pensamiento, todas las palabras y toda la organizacin en el campo del cristianismo, han de renacer partiendo de esta oracin y de esta actuacin cristianas.

Y agregaba con acento lleno de esperanza:Cuando alcances la edad adulta, el rostro de la iglesia habr cambiado por completo... Hasta entonces, la actividad de los cristianos ser oculta y callada; pero habr hombres que rezarn, actuarn con justicia y esperarn el tiempo de Dios.'

Hoy cabe sus pronsticos?

preguntarnos:

acert

Bonhoeffer

en

Bonhoeffer: aciertos y esperanzasEn efecto, result cierto su pronstico acerca de los grandes cambios que dieron inicio a una nueva sociedad con un carcter ms internacional y acompaada por el surgimiento de organizaciones colosales; l habl de ellos. Tambin atin al describir nuestro mundo como uno en el que hace "falta la fuerza espiritual" y en el que el ser humano ha quedado "remitido a s mismo" y, aunque ha podido entendrselas con todo, no ha podido entendrselas consigo mismo. Estas percepciones resultaron ciertas, ms no sucedi igual con su anhelo de una iglesia renovada y convertida al mundo. La actividad de los cristianos no ha resultado "oculta y callada", como la so Bonhoeffer, sino, por el contrario, vistosa y ruidosa. La iglesia sigue luchando con ardor por su autodefensa, sin arriesgarse a favor de los dems. Hoy, en Amrica Latina, como hace un pocoD. Bonhoeffer, op. cit., 1983, p. 210.

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ms de medio siglo en la Alemania nazi, se hace urgente reafirmar que "la iglesia slo es iglesia cuando existe para los dems". Esta afirmacin presupone una preocupacin. Para el caso de las iglesias evanglicas la inquietud gira alrededor de su impacto social, de su labor diaconal y de su rol proftico, en un continente donde se agudizan los males sociales y donde la muerte, la desolacin y la injusticia parecen no tener lmites. Preocupa el evidente abismo entre nuestro xito numrico, nuestros logros econmicos y electorales y, por otro lado, el tenue impacto que producimos hacia el exterior de nuestras comunidades. Al analizar este abismo, Rene Padilla seala:Para que el movimiento evanglico cumpla su misin histrica en medio de la crisis socioeconmica y poltica que viven nuestros pueblos no bastan los nmeros. Esa expansin numrica de las iglesias evanglicas tiene que ir acompaada por otros aspectos del crecimiento eclesial: la intensificacin de la bsqueda de la paz y la justicia, el fortalecimiento de la unidad en Cristo, y la profundizacin de la fe, la esperanza y el amor a nivel personal y comunitario. Sin estas dimensiones de un crecimiento integral el protestantismo podra llegar a ser la religin de las masas latinoamericanas, pero dejara mucho que desear desde la perspectiva del Reino de Dios y del propsito de la Iglesia.

Sal de la tierra y luz del ni unciEl modelo de Cristo para su iglesia es el de un pueblo peregrino cuyo campo de misin es el mundo, su causa es elRene Padilla, Discipulado y misin. Compromiso con el Reino de Dios, Kairs, Buenos Aires, 1997, p. 100.4

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Reino, y su distintivo el servicio a los dems. Jess mismo se presenta como paradigma de nuestra actuacin en el mundo. Las pginas del Nuevo Testamento presentan con claridad meridiana aquello de que la iglesia es iglesia cuando existe para los dems. Jess llama a sus discpulos "sal de la tierra" y "luz del mundo", y agrega un desafo: "Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que est en el cielo" (Mt 5:16). Ya cerca del final de su ministerio, cuando recrimina la ambicin de Jacobo y de Juan, les ensea una vez ms que "ni an el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos" (Mr 10: 45).

Reinterpretarnos, tarea pendienteEl ser iglesia para los dems contrasta con ser iglesia para s misma. El dilema es salir para cumplir el encargo divino o encerrarse para satisfacer atender las necesidades internas. Ser o no ser, dira Shakespeare. Y para resolver el dilema necesitamos como iglesia, entre otras cosas, desarrollar la capacidad de autoexaminarnos crticamente, o, para usar un trmino empleado por el polmico telogo liberal Rudolf Bultmann, "autointerpretarnos";5 esto significa tener el coraje de preguntarnos por nuestra razn de ser en el mundo exponindonos al juicio del evangelio. Acerca de esta tarea, dice Darrell L. Guder que "se hace necesario que nos volvamos a preguntar por la razn de ser de la Iglesia de Cristo, por su relacin con el mundo y por las prioridades de su ministerio".'' Rudolf Bultmann us la expresin alemana Selbstuerstandnis, la cual Guder traduce como "autointerpretacin".

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Para comenzar la tarea, digamos que esa auto-interpretacin debe cubrir, por lo menos, tres aspectos fundamentales de nuestra conceptualizacin teolgica: la doctrina de la iglesia, la del Espritu Santo y la definicin de aquello que es nuestra misin hoy.

Eclesiologa restringidaDigamos algo acerca de la primera, la eclesiologa. An no hemos logrado establecer una relacin ms adecuada entre iglesia, mundo y Reino. Leonardo Boff, el conocido escritor brasileo y ex-sacerdote catlico expres en su momento que la eclesiologa estaba enferma y que su remedio se encontraba en encontrar la correcta relacin entre Reino, mundo e iglesia. El dice al respecto:Todas estas desarticulaciones teolgicas constituyen otras tantas patologas que requieren una terapia: la sanidad eclesiolgica reside en la correcta relacin entre Reino, mundo e Iglesia... de suerte que la Iglesia se manifieste siempre en el orden del signo correcto e histrico (del Reino y de la salvacin), y del instrumento (de la mediacin) en funcin del servicio salvfico al mundo.6

Ya la Iglesia Catlica, desde el Concilio Vaticano II, mostr inters en esa relacin y dedic algunos de sus ms enjundiosos documentos al tratamiento del tema. Se dijo entonces que tan incorrecto era identificar la iglesia con el Reino como identificar la iglesia con el mundo. Lo primero conducira a una "imagenLeonard Boff, Iglesia, carisma y poder. Sal Terrae, Santander, 1992, 6ta. ed., p. 15.6

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idealista y abstracta de la Iglesia desconectada de la historia real y sus traumas",7 mientras lo segundo llevara a una imagen de la iglesia secular y mundana. La solucin se encontr en la declaracin que la Iglesia es instrumento del Reino y est para servir su causa, nunca para ocupar su lugar. Confirmar esa verdad bblica de ninguna manera atenta contra la centralidad de la iglesia, ni desconoce su inmenso valor dentro de los planes de Dios. Por eso, en la Encclica Redemptoris Missio se aclara:No se debe separar el Reino de la Iglesia. Es verdad que la Iglesia no es un fi n en s misma, ya que est ordenada hacia el Reino de Dios, del cual es la semilla, el smbolo y el instrumento. Y, a pesar de permanecer diferente de Cristo y del Reino, la Iglesia est indisolublemente unida a ellos.Q

Esto en cuanto al catolicismo. Entre los evanglicos latinoamericanos tambin se ha expresado el inters por descubrir la riqueza bblica y teolgica del Reino de Dios y sus repercusiones en nuestra doctrina de la iglesia. Para ser sinceros, los esfuerzos han sido escasos y concentrados en algunos crculos acadmicos. En diciembre de 1972, la Fraternidad Teolgica Latinoamericana realiz su segunda consulta y el lema fue "El Reino de Dios y Amrica Latina". En ese encuentro se reflexion acerca de la naturaleza del Reino, de sus implicaciones escatolgicas y de su relacin con la iglesia. El encargado de este ltimo tema abri su ponencia enseando que "hablar del Reino de Dios es hablar del propsito

' John Fuellenbach, La iglesia y el reino, en Spiritus, Ao 36, # 140, (junio de 1996):140. 8 Redemptoris Missio, # 18.

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de Dios, del cual la iglesia emprica es un plido reflejo".9 Y concluy:El Reino de Dios es el punto de partida y es la meta de la iglesia. Es una posesin y una promesa. Es un "ya" V un "todava no", una realizacin y una esperanza. Y la iglesia es la iglesia de Cristo en la medida en que refleja el "ya" y el "todava no" del Reino de Dios en su vida y en su misin. 10

Sin embargo, esas conclusiones y esos ricos debates, repetimos, no logran todava salir de los crculos especializados. Pocos autores de la literatura evanglica popular muestran inters por esos temas y cuando lo hacen sus ttulos no logran las ventas extraordinarias de otros temas ms atractivos. Al dejar nuestra eclesiologa tan desprendida del Reino corremos el riesgo de promover una comunidad de refugio interesada en s misma, que no presta atencin a sus responsabilidades diaconales para con los dems, que es un fin y no un medio, y que proclama un paraso celestial situado al final de los tiempos. En resumen, sta sera una eclesiologa distante del mundo y entretenida con sus propios triunfos; una iglesia que existe para s misma, pero no para los dems.

Pneumatologa paralizanteUn segundo aspecto que debemos reinterpretar es el de nuestra pneumatologa. Para nuestras iglesias, la segunda mitadRene Padilla, "El Reino de Dios y la iglesia", en W.AA., El Reino de Dios y Amrica Latina, Casa Bautista de Publicaciones, El Paso, 1975, p. 43. I0 /bid.,p. 61.9

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del siglo 20 pasar a la historia como un perodo de desbordante entusiasmo por el Espritu Santo y por todo lo que se relaciona con l. Uno de los ltimos sueos del decano de los telogos del siglo pasado, el suizo Karl Barth, era que llegara el tiempo en que la teologa comenzara con la tercera persona de la Trinidad; aunque l haba sido el responsable de haberla iniciado con la segunda. En respuesta a ese deseo del maestro de la neo-ortodoxia. se iniciaron decenas de escritos sobre el Espritu Santo por parte de muchos de sus discpulos. Jrgen Moltmann, comentando este fenmeno de entusiasmo pneumatolgico, nos dice en uno de sus ltimos libros:En lugar del llamado "olvido del Espritu" se ha producido una autntica obsesin por el Espritu... En la poca moderna no puede hablarse de un "olvido del Espritu", sino ms bien de lo contrario: el racionalismo y el pietismo de la poca de la Ilustracin eran tan entusiastas como los cristianos pentecostales de hoy.11

Si no ha habido ausencia de pneumatologa, entonces, qu es lo que debemos reinterpretar? Veamos: tanto en los sectores catlicos como en los evanglicos, el Espritu Santo es el Espritu de la redencin que habita en la comunidad cristiana y cuya tarea es confirmar el gozo de la salvacin eterna. El es quien "garantiza nuestra herencia hasta que llegue la redencin final" (Ef 1:14). En nuestra interpretacin ms popular, el Espritu hace que los creyentes nos alejemos del mundo y pongamos nuestra esperanza en el mundo del ms all. En este sentido, andar en el Espritu equivale a decir que se anda separado del "mundanal ruido", lejos de los asuntos terrenales y apartado de toda" Jrgen Moltmann. El Espritu de la uida. Sigeme, Salamanca, 1998, pp. 13-14.

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maldad. Esta pneumatologa se relaciona, especficamente, con Dios, con la iglesia, con el alma y con la koinonia. no tanto con los seres humanos, con el mundo, con el cuerpo y con la diacona. Con pleno acierto, Moltmann habla de ella como una "pneumatologa paralizante", que refleja la vieja herencia de Platn en el cristianismo, por ser individualista y dicotmica. Una nueva doctrina del Espritu Santo se hace necesaria para que la iglesia abandone la comodidad de sus estructuras clericales, deje de mirarse as misma y se dirija al mundo para servirlo en el nombre de Cristo. Esa pneumatologa deber recordarnos la presencia de Dios en las dimensiones corporales, sociales y materiales de la vida. Deber resaltar la accin creadora del ruah de Dios, el cual "iba y vena sobre la superficie de las aguas",cuando la tierra era un caos total (Gnl:2), y conduce las acciones portentosas de Dios hacia la restauracin de todas las cosas en Cristo. Esa es la razn por la que en el Apocalipsis lo encontramos clamando por la presencia definitiva de la vida en plenitud: "El Espritu y la novia dicen: 'Ven!'; y el que escuche diga: 'Ven!' El que tenga sed, venga; y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida" (Ap 22:17). El Espritu Santo, ha escrito Jos Mguez Bonino,es el Espritu del Dios creador que da la vida, la protege y la redime, del Dios del pacto que permanece fiel y reclama justicia y misericordia. Cuando el poder y la libertad del Espritu son invocados y reclamados para acciones y conductas que conspiran contra la vida, la justicia y la misericordia, tenemos razn para dudar de que sea el Espritu Santo.12

Jos Mguez Bonino, Rostros del protestantismo latinoamericano, Nueva Creacin, Buenos Aires, 1995, pp. 123-124.

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