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PAPERS PAPERS TEXTOS ESCUELAS SUMARIO n° 6 EDITORIAL - Débora Rabinovich - EOL P 02 6. 1 Raquel Cors Ulloa - NEL P 05 6. 2 Luisella Mambrini - SLP P 09 6. 3 María Eugenia Cora - EOL P 13 6. 4 Guy Briole - ECF P 16 6. 5 Marcelo Veras - EBP P 19 6. 6 Gustavo Dessal- ELP P 22 6. 7 Bilyana Mechkunova- NLS P 25 Transferencia y acto analítico en las psicosis Hacia Barcelona2018 : Las psicosis ordinarias y las otras, bajo transferencia Nuevo Comité de Acción de la Escuela Una Paloma Blanco - Florencia Fernandez Coria Shanahan - Victoria Horne Reinoso (coor- dinadora) - Ana Lucia Lutterbach Holck - Débora Rabinovich - Massimo Termini - José Fernando Velásquez Equipo de traducción para este número Betty Nagorny (coordinadora de equipo) - Dolores Amden (edición) - Lore Buchner - Gabriela Camaly - Ennia Favret - Paula Kalfus - Silvina Molina - Natalia Paladino - Marina Recalde - Floreana Riccombeni Edición - maquetación y diseño gráco Chantal Bonneau - Emmanuelle Chaminand-Edelstein - Hélène Skawinski

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SUMARIO

n° 6

EDITORIAL - Débora Rabinovich - EOL P 02

6. 1 Raquel Cors Ulloa - NEL P 05

6. 2 Luisella Mambrini - SLP P 09

6. 3 María Eugenia Cora - EOL P 13

6. 4 Guy Briole - ECF P 16

6. 5 Marcelo Veras - EBP P 19

6. 6 Gustavo Dessal- ELP P 22

6. 7 Bilyana Mechkunova- NLS P 25

Transferencia y acto analítico en las psicosis

Hacia Barcelona2018 : Las psicosis ordinarias y las otras, bajo transferencia

Nuevo Comité de Acción de la Escuela UnaPaloma Blanco - Florencia Fernandez Coria Shanahan - Victoria Horne Reinoso (coor-dinadora) - Ana Lucia Lutterbach Holck - Débora Rabinovich - Massimo Termini - José Fernando Velásquez

Equipo de traducción para este númeroBetty Nagorny (coordinadora de equipo) - Dolores Amden (edición) - Lore Buchner - Gabriela Camaly - Ennia Favret - Paula Kalfus - Silvina Molina - Natalia Paladino - Marina Recalde - Floreana Riccombeni

Edición - maquetación y diseño gráficoChantal Bonneau - Emmanuelle Chaminand-Edelstein - Hélène Skawinski

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Transferencia y acto analítico en las psicosis

Débora Rabinovich – eol

Seguimos avanzando hacia nuestro próximo Congreso. En los cinco Papers precedentes hemos abordado la categoría de psicosis ordinaria, introducida por Jacques-Alain Miller, bajo diversos aspectos. Para éste, nuestro anteúltimo número, nos centraremos en el final del título del Congreso: bajo transferencia.

En las psicosis hay transferencia. Esta afirmación toma su punto de partida en la enseñan-za de Lacan. Freud, en cambio, sostuvo que el psicótico era incapaz de establecer lazos transferenciales convenientes para hacer un análisis, principalmente a causa de su narci-sismo1. Ésa era la razón por la que desaconsejaba tomar a un sujeto psicótico en análisis.

Trabajaremos entonces la articulación entre dos sintagmas introducidos por Miller. El más actual: las psicosis ordinarias. El más clásico: bajo transferencia, que nos reenvía a su confe-rencia de 1984 titulada “C.S.T.”2.

En la enseñanza de Lacan, la transferencia, en cuanto no es distinguible del amor, se sustenta mediante la fórmula del sujeto supuesto saber3, puesto que “a aquel a quien supongo el saber, lo amo”4. Esto implica que en el sujeto supuesto saber están articula-das entre sí estas dos vertientes de la transferencia. Será entonces fundamental dilucidar cuáles son las características específicas del amor y del saber en las psicosis. ¿A qué se refiere la transferencia en las psicosis, si no se trata de demanda de amor ni de demanda al sujeto supuesto saber – que es justamente lo que subyace a la mencionada demanda de amor? Tenemos que circunscribir cómo pensamos la transferencia y el acto analítico al

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pasar del imperio del Nombre-del-Padre a su pulverización, del inconsciente al parlêtre, y del lenguaje a lalengua.

Los sujetos psicóticos se dirigen a los psicoanalistas. El psicoanálisis es, por sobre todas las cosas, un dispositivo de tratamiento del goce. ¿Podemos entonces nombrar esta direc-ción como una demanda de aprender a hacer con la irrupción de goce? Ahí donde se podría plantear cierto enganche entre el significante y el goce, hay un vacío. A falta del Otro de la tradición que venga a ordenar, el sujeto es llamado a inventar5.

La perspectiva clínica se ha ampliado en nuestra contemporaneidad, y la dirección de la cura debe revisar sus referencias. El analista ya no se limita a la indicación dada por Lacan en 1958 de ser secretarios del alienado6. Se verá, caso por caso, adónde apunta el acto del analista. Como lo señala Éric Laurent7, no será lo mismo si se trata de una psicosis interpre-tativa o si el sujeto confrontado con un agujero queda perplejo ante el vacío.

Habrá que ver, cada vez, qué estilo de partenaire-analista conviene a la construcción del caso. Con el último Lacan, seguiremos examinando las indicaciones del primero, tales como cuál es “la concepción que hay que formarse de la maniobra, en este tratamiento, de la transferencia”8.

Sin duda, la transferencia como lo vivo del psicoanálisis es la vía lógica para tratar al goce. Y, con la clínica continuista, sabemos que esto es válido tanto para las neurosis como para las psicosis. ¿Se trata de un desplazamiento de la transferencia al analista sinthome, es decir, a un analista que forma parte del anudamiento?

La transferencia no ha sido esclarecida a partir del nudo borromeo. En este punto, esta-mos incentivados9 a argumentar nuestra experiencia sin aplastarnos contra el muro del lenguaje. Hay aquí todo un campo por indagar y explorar para considerar la posibilidad de abrir nuevas perspectivas.

En “Televisión”, Lacan dijo que “el discurso analítico no puede sostenerse con uno solo”10 y subrayó la buena suerte de tener quienes lo siguieran: “El discurso tiene pues su opor-tunidad”11. Orientados por estas palabras, nuestro esfuerzo consistirá en seguir dándole chance de estar a la altura de nuestra contemporaneidad.

En esta ocasión los siete autores se han inclinado por textos más clínicos; la transferencia y lo singular que ella implica han dado esta impronta a nuestro Papers nº 6.

Raquel Cors Ulloa destaca la importancia de las invenciones en el análisis. Así nos mues-tra lo fundamental de la presencia del analista y su cálculo a partir de la transferencia. Interroga cómo se analiza, tomando apoyo en el sinthome, ahí donde el parlêtre no dispo-ne del Nombre - del- Padre.

Luisella Mambrini parte del término “tratamiento” que utiliza Lacan cuando habla de las psicosis. A partir de ahí, afirma que el analista debe tener una presencia y una interven-ción que pongan de manifiesto la igualdad clínica, no entre las estructuras, sino entre los parlêtres.

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María Eugenia Cora nos propone como tesis central de su texto una formulación ori-ginal: la transferencia, operadora de la solidificación de la psicosis ordinaria. Sólo bajo transferencia, el diagnóstico y una invención inédita serán posibles.

Guy Briole aborda con precisión el complejo tema de la transferencia erotómana y la particular atención que ésta requiere del psicoanalista. Destaca una maniobra clínica que permite reorientar la transferencia erotómana en un análisis.

Marcelo Veras examina, en dos viñetas clínicas de sujetos paranoicos, cuál es el lugar del analista y de su acto. Muestra la sutileza requerida para dar sentido, sin que éste funcione como alimento del delirio.

Gustavo Dessal, a partir de tres viñetas de psicosis, nos ilumina sobre cómo el analista se dejó enseñar, “por el sujeto que sabe”, y a partir de ahí orientar la dirección de la cura.

Bilyana Mechkunova presenta un trabajo clínico sobre una madre y su hijo, y los efectos de separación e implicación que las entrevistas tuvieron sobre cada uno de ellos.

Los lectores de este Papers, encontrarán fuentes de reflexión, en los niveles epistémico y clínico, para seguir afinando sus lecturas en vísperas de nuestro XI Congreso de la AMP en Barcelona.

................................................................................1 Freud lo sostuvo en varias ocasiones. Por ejemplo, en la 27e de sus “Conferencias de introducción al

psicoanálisis”, en Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, t. XVI, p. 406-407, y en “Breve informe sobre el psicoanálisis”, Ibíd, t. XIX, p. 215.

2 Miller J.-A, “C.S.T.”, en Clínica bajo transferencia, Ocho estudios de clínica lacaniana, Manantial, Buenos Aires 2010, p. 5-10.

3 Lacan J., El seminario, libro XX, Aun, Paidós, Buenos Aires, 1992, p. 83.4 Ibíd.5 Miller  J.-A., “Los seis paradigmas del goce”, en El lenguaje aparato de goce, Diva, Buenos Aires, 2001,

p. 173.6 Lacan J., El seminario, libro III, Las psicosis, Paidós, Buenos Aires, cap. XVI. 7 Laurent É., “La interpretación ordinaria”, en El Caldero de la Escucela nº 14, Buenos Aires, 2010, p. 38-39.8 Lacan J., “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, en Escritos, Paidós,

Buenos Aires, 2008, t. 2, p. 557.9 Miller  J.-A., “ El inconsciente y el cuerpo hablante”, en El cuerpo hablante. Sobre el inconsciente en el

siglo XXI, Scilicet, Grama, Buenos Aires, 2015, p. 28.10 Lacan J., “Televisión”, en Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, p. 557.11 Ibíd.

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Transferencia y acto del analista,

el desenlace que cada uno inventa

Raquel Cors Ulloa – nel

Dice Miller que Roland Barthes escribía de Brecht: que sabía afirmar y suspender un senti-do con el mismo movimiento, ofrecerlo y decepcionar, y que todas sus obras terminaban con “busquen el desenlace”1. Buscar el desenlace, puede ser insoportable para el terapeuta habituado a la clásica tibieza del abrochamiento que otorga una clasificación diagnóstica binaria tributaria del Complejo de Edipo, especialmente cuando se trata de sujetos con una lógica parecida a un conjunto abierto, suplementario y no complementario; sujetos a los que se les hace difícil abrochar significaciones, y que si bien encuentran un lugar en la sociedad, la clínica psicoanalítica también representa una posibilidad para construir, o mantener lo que gracias al lazo social en ellos se ciñe.

Hace casi 20 años, a finales de los 90’, Jacques-Alain Miller propuso al campo de la orien-tación lacaniana el término Psicosis Ordinaria como una categoría que si bien hoy ya es un concepto clínico, sigue en investigación. Volver a pensar estas categorías -que hasta entonces eran recorridas por la carretera principal de la primera enseñanza, enmarcada en lo Simbólico, el Nombre del Padre, y los mecanismos del funcionamiento psíquico como son la forclusión, la represión y la denegación- es volver a pensar nuestra práctica -que es sin estándares pero no sin principios- en las curas que dirigimos, bajo nuevas transferencias, con las sorpresas del acto analítico y los efectos de su interpretación, donde lo que se plantea es “la cuestión de saber si el efecto de sentido en su real se sostiene en el empleo de las palabras o solamente en su jaculación”2, pues la jaculación conserva un sentido aislable, que de ningún modo implica solamente el bla-bla-bla de la categoría significante, ya que detrás está el inconsciente que interpreta, ante cada inhibición, sín-toma, o angustia.

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Lo que se ciñe más allá de lo Simbólico, “consiste” en un “sostén” Imaginario que le da al parlêtre una dignidad de lo que se fabrica, se inventa, como señala Lacan en 19753. Pero el analista también tiene que inventar, no sin los recursos que surgen de la misma cura y sus contingencias, que le permiten operar, detener, estabilizar o enlazar las singulares solu-ciones de cada caso. El analista hoy se sirve de distintas intervenciones, bajo transferencia, a modo de conversación, traducción, o puntuación, procurando algún tipo de detención, ya sea por la separación, ya sea por la nominación. Nominar puede “consistir” en acom-pañar a nombrar un “esto es”, con lo que se detiene el flujo significante; así como también puede “sostener” lo Imaginario, esa forma que envuelve, disimula, viste el objeto; esa ima-gen que en el mejor de los casos se constituye bajo la dependencia de un significante.

Hoy, las nuevas formas de intervención para nuevas estabilizaciones, bajo nuevas trans-ferencias, requieren más que nunca la presencia del analista, así como la superaudición en el control, que no siempre se encadena en el par S1 y S2 sino más bien se centra en el acontecimiento de cuerpo que propone la interpretación imaginaria del par (S1, a) en lo que se refiere al sinthome.

El sinthome vendría a ser una referencia que oriente ante el interrogante ¿Cómo analizar si no hay el Nombre del Padre? Últimamente lo hacemos dejándonos enseñar por los tratamientos que dirigimos y controlamos; en ellos están las coordenadas de la última enseñanza, que en cada caso revelan la función suplementaria, cuya consistencia se refiere a lo que hace las veces de Un Padre. Sin llegar a conclusiones precipitadas de que todo es inclasificable, nuestra práctica -que siempre va por delante de la teoría- se toma el tiempo preliminar que la transferencia le otorga para prestar especial atención a los más ordina-rios detalles, a los signos discretos, a las piezas sueltas, que cada caso trae. Son casos que de entrada están fuera de la fórmula edípica, y eso requiere que la función del analista/analizante se sitúe como partenaire de un inconsciente, quizá no transferencial, sino Real.

En la clínica actual encontramos sujetos para quienes no hay Otro del Otro, ni desenlaces conclusivos de una vez y para siempre, sino reenganches, suplencias, abrochamientos. En esos sujetos también encontramos singularidades de invención, esas que a Lacan tanto le interesaron, señalando para nuestra formación con un “esto es”: “Es precisamente porque estas cosas me interesan desde hace mucho tiempo, aunque en esa época yo todavía no había encontrado esta manera de figurarlos, que comencé mi seminario Los nombres del padre […] y no El nombre del padre –tenía un cierto número de ideas de la suplencia que toma el dominio del discurso analítico”4.

Si hacemos un puente entre 1937 y 1975, encontramos que Freud, en Construcciones en análisis5, había planteado que del vacío se salta al delirio, mientras que para el último Lacan, ya no se trata del salto al delirio, sino de los recursos que cada uno encuentra, con la invención más singular del Uno. Hay casos que ya llegan donde el analista con sus singulares soluciones –que pueden ser funcionales o devastadoras, en las cuales pue-de aparecer un Otro maligno, perseguidor, erotómano; o más bien dar lugar a una vida ordinaria, no desenganchada del Otro, estabilizada, con algún punto de detención, de solución, de invención que el analista sabrá alojar.

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Lo cierto es que ninguna puntuación o conversación sería posible sin al menos una secuencia de significantes a traducir, y como es sabido, cuando dicha secuencia signifi-cante es neurótica, logra detenerse gracias a la función del NP; pero cuando se trata de las psicosis, dicha detención viene gracias a su invención. El psicótico -que no cree en el padre- cree en su original interpretación, y la impone por medio de lo que sus palabras le imponen, pero cada caso es único. Lacan encontró en Joyce un caso que luego de recibir una paliza, constata que el asunto del cuerpo se suelta como una cáscara; que sin el ego sostuvo el imaginario corporal; y para quién el síntoma escritura le da un goce en lo ima-ginario; finalmente, un sinthome anudante, sin el NP.

Será la función del analista que en cada sesión acompañe a cada psicótico: ya sea para que se separe del Otro, para autorizarle a elegir, para darle un silencio, o el sostén de la mirada, un ritual, un semblante, un significante, un decir en el orden del acontecimiento, un gesto, o un apretón de manos. Entonces la puntuación del analista pondrá las comas, los punto y coma, o los puntos sobre las íes, y calculará el poder de la transferencia, por ejemplo, para que ella no sea masiva como fue el caso Schreber con Flechsing.

S → Sq

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s (S1, S2, … Sn)

Hoy, la transferencia no es más lo que era6 y la apertura al inconsciente tampoco. Por lo tanto, habría que preguntarse sobre este algoritmo7 en tanto ex - siste en la dirección de la cura y en la Escuela. Cómo pensamos hoy la transferencia en el trabajo de una comunidad que se permite conversar sobre las curas que llevamos, en los lazos que establecemos, en el trabajo interpretativo, en las invenciones clínicas, políticas y epistémicas, que no serían posibles sin nosotros en tanto portadores del discurso analítico.

Desde la perspectiva de la transferencia y el acto del analista, sin pretenciones de concluir, sino de localizar los desenlaces posibles que las psicosis enseñan, se abre para nosotros un campo de investigación poniendo al espectador a buscar el desenlace, como sugiere el teatro dialéctico de B. Brecht. Y como nos recuerda Miller, respecto al paciente, “si nosotros buscamos la solución por él, en su lugar, y bien, quizá sea nuestra propia forma de andar mal”.8

................................................................................1 Miller  J.-A., Los inclasificables de la clínica psicoanalítica “Enseñanzas de la presentación de enfermos”,

Buenos Aires, Paidós, 1999, p. 419.2 Lacan J., El seminario XXII, R.S.I., Clase del 11 de febrero de 1975, inédito.3 Ibid.4 Ibid.5 Freud S., “Construcciones en análisis”, 1937, Obras completas, Vol. XXIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1996,

p. 255.6 En resonancia con el VIII Congreso AMP 2012 cuyo título es: “El orden simbólico en el siglo XXI no es más

lo que era ¿Qué consecuencias para la cura?”.7 Lacan J., “Proposición del 9 de Octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”, Otros Escritos,

Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 266.8 Miller J.-A., “Enseñanzas…”, op. cit., p. 420.

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La transferencia y el acto en la psicosis en

tiempos del parlêtre Luisella Mambrini – slp

En De una cuestión preliminar Lacan emplea la expresión “tratamiento para las psicosis”, expresión que evoca el hecho que en el caso de la psicosis debe haber una modalidad de presencia y de intervención diferente, puesto que, el psicótico es detentor del saber, el Otro no se constituye como tesoro de los significantes ni se descompleta, y el sujeto no es constituido en una relación de separación del objeto.

Desde el momento que la función de la transferencia articula, en un apretado entretejido, tanto el lado semántico como el libidinal, se trata de repensar en el pasaje a la última enseñanza de Lacan, ambos lados de la transferencia a la luz de las específicas caracterís-ticas del amor y del saber en la psicosis. A causa del defecto radical en la psicosis de los valores de la falta relativos a la significación fálica, a la simbolización, a la localización del goce; no es el propio ser lo que en el amor se va a encontrar en el Otro, sino es más bien el ser que falta al Otro, y que este encuentra en el sujeto; es decir, es el sujeto el que realiza y encarna aquello que falta al Otro. Por un lado, encontramos el amor muerto que se dirige a un Otro que es carcasa vacía, ya que no contiene al objeto; y por otro, al amor perse-cutorio que se produce con la certeza de saber que el Otro goza de él. No obstante esto, Lacan orienta nuestra práctica diciendo que puede haber transferencia en la psicosis aún pudiendo ser persecutoria y erotómana, y entonces obstaculizar la acción del analista.

Debemos decir que el amor de transferencia en la psicosis no es necesariamente deli-rante, que las respuestas que se encuentran son relativamente plurales y que el amor erotomaníaco en algunos casos ha revelado tener un flujo estabilizador, es decir, funcio-nar como invención que va a tratar aquello que de persecutorio tiene el deseo del Otro.

Además, si hasta el Seminario Aun el amor era pensado como aquel movimiento que va de la falta subjetiva hacia aquello que está escondido en el Otro, con los inevitables impasses en la psicosis, a partir del momento en que se asoma en la enseñanza de Lacan

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una nueva definición del ICS como conjunto de significantes que no hacen cadena, Unos disjuntos considerados al producirse una incorporación directa de lo simbólico; se asoma una nueva vertiente del amor. El amor ya no es pensado a partir del objeto a, sino a par-tir de los cuerpos y de la falla del goce; aparece entonces, no como cuestión del sujeto, sino del cuerpo hablante1, originado como está por el reconocimiento oscuro de “signos siempre puntuados enigmáticamente”2 a través de los cuales, los exiliados de la relación sexual se encuentran; signos que les conciernen no como sujetos, sino como hablantes3. El amor, aún manteniendo una “división irremediable”4, funciona como relevo entre los trazos, entre los Unos-todos-solos, sin que la conexión pase a través del objeto o del agal-ma. Respecto de esta vertiente del amor que no es originado por el agalma, en el eje del amor del sujeto hacia el otro, es al menos interrogada la coloración que pueden asumir los impasses específicos de la psicosis.

Pero más en general, dado que el amor en el Seminario Aun apunta “al sujeto que es supuesto a un signo”5, se puede decir que la creencia transferencial, que precisamente es amor, “apunta al saber en lo real como un sentido que puede hablar, como un sujeto”6. Es decir, se produce un desplazamiento del S.s.S. respecto de la “época clásica, cuando lo simbólico está en primer plano”7, hacia el registro real. Lo real del ICS eleva el problema de la posibilidad de un efecto de sentido que alcance lo real, a por lo menos un saber hacer con este real fuera de sentido.

La última enseñanza de Lacan abre entonces a una práctica que no está tanto sobre el plano del saber, sino del saber hacer. El enfoque clásico a la cuestión por la cual en la psicosis el analista en posición de S.s.S. se exponía a devenir objeto de una erotomanía, y a producir efectos de paranoicización del sujeto, se encuentra así no negado, pero des-plazado.

Desde el momento en que se afirma que para cada uno algo del goce escapa al trata-miento por parte de un operador universal, se perfila una sustancial igualdad clínica entre los parlêtres, y se deduce un paradigma otro, distinto al que presidía al binomio psicosis/neurosis; la cuestión ya no es saber si hay NP o no, sino si hay un elemento, entre éstos el NP, que podría tener función de sinthome, enganchar lo Simbólico a lo Real.

La función del analista en este horizonte no es más la de complemento del síntoma, sino la de sinthome, lo que comporta otra disciplina para el analista; una práctica del psi-coanálisis “a contrapelo”8 a partir precisamente de la consistencia absolutamente singular del sinthome.

En esta práctica “a contrapelo”, nos advierte Miller, la transferencia es la gran ausente, así como el s.s.s., al menos en los seminarios El sinthome y L’Une-bévue9. En este último, Lacan afirma que es imposible ofrecer el atributo de saber a alguien, que quien sabe en el análi-sis es el analizante, con la advertencia de que no es él quien sabe sino que el saber es del Uno. “Es él que sabe, y no el supuesto saber”10, es decir, ese resto de goce extraído al final de la experiencia analítica que no se articula a ningún saber.

Lacan afirma: “aquello que intento hacer con los nudos es algo que no comportaría nin-guna suposición”11, porque con los nudos borromeos se está al nivel de lo real y no de las hipótesis. Para el inconsciente al nivel de lo real se requiere de la lógica12, que tiene

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por finalidad reabsorber el problema del S.s.S.; ya que la lógica formaliza, propone sus axiomas y deduce el fuera de sentido13, opera en un campo del lenguaje liberado de la significación. En la práctica del último Lacan, el lugar de relieve dado precedentemente a la transferencia es ocupado por el acto. El analista, si mantenemos la fórmula del s.s.s., es aquel supuesto saber cómo operar14, quien se incluye a través de su acto en el nudo, para que los nudos se sostengan. Se tratará de operar en dirección de una cristalización del sinthome allí donde falta, o de consolidar lo vacilante, de modo de permitir un arreglo de goce que evite su retorno difuso o deslocalizado en el cuerpo, en el pensamiento o en el pasaje al acto.

Considerada la posibilidad elástica del nudo, que las deformaciones son “necesariamente temporales”15 y que la consistencia mental del cuerpo es trabajada por el tiempo que pasa16, se trata de ayudar al sujeto a través de la búsqueda de una nominación del goce, a hacerse un nombre que vaya a fijarse por un cierto tiempo17 al interior de un proceso en devenir.

El analista sinthome cumple su función prestando el propio cuerpo para sostener el acto, encarnando y velando al mismo tiempo la dimensión pulsional, prestándose a funcionar como una suerte de “depósito, una suerte de órgano suplementario que permite conden-sar el goce fuera de cuerpo”18. Al mismo tiempo, dado que el anudamiento no se limita a la sola dimensión significante pero debe incluir el objeto a, que se sostiene por una multitud de nudos, el analista es llamado a hacerse cargo del objeto, recortado pero no separado, reduciéndolo en una pluralidad de nudos.

Traducción: Natalia Paladino - Revisión: Gabriela Camaly, Ennia Favret................................................................................1 La  Sagna Ph., «Gli uomini, le donne e l’amore, ancora», La Psicoanalisi, nº 58, luglio-dicembre 2015,

p. 102.2 Lacan J., El Seminario, libro XX, Aun (1972-1973), Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 174.3 Ibíd., p.175.4 Lacan J., El Seminario, libro XXI, «Les non dupes errent», lección del 15 de enero de 1974, inédito.5 Miller J.-A, «El lugar y el lazo» (2000-2001), Paidós, Buenos Aires, 2013, p. 133.6 Ibíd. Anterior.7 Laurent É., “El reverso de la biopolítica”, Grama, Buenos Aires, 2016, p. 79.8 Miller J.-A., El ultimísimo Lacan, Paidos, Buenos Aires, 2012, p. 139. 9 Ibíd., p. 155.10 Lacan J., El Seminario, libro XXIV, «L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre», clase del 10 de mayo de

1977, inédito.11 Lacan J., El Seminario, libro XXI, «Les non–dupes errent», clase del 12 de marzo de 1974, inédito.12 Miller J.-A., «El ser y el Uno» (2010-2011), curso del departamento de psicoanálisis de la Universidad de

París VIII, La Psicoanalisi, nº 53-54, 2013, p. 209, clase del 30 de marzo de 2011.13 Miller J.-A., «El ser y el Uno» (2010-2011), op. cit., La Psicoanalisi, nº 56-57, 2015, clase del 25 de mayo de

2011, p. 318.14 Lacan J., Seminario «El momento de concluir», clase del 15 de noviembre de 1977, inédito. 15 Miller J.-A., El ultimísimo Lacan, Paidos, Buenos Aires, 2012, p. 272. 16 Miller J.-A., El ultimísimo Lacan, Paidos, Buenos Aires, 2012, cap. XVII, “Elaboración sobre el tiempo”.17 Laurent É., «I trattamenti psicoanalitici della psicosi», La Psicoanalisi, nº 46, 2009, p. 200.18 Caroz G., «Quelques remarques sur la direction de la cure dans la psychose ordinaire», Quarto, nº 94-95,

janvier 2009, Revue Internationale de Psychanalyse, Revue de la Eurofédération de Psychanalyse, París, p. 59.

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Solidificación, un efecto de la transferencia

María Eugenia Cora – eol

El próximo Congreso invita a precisar qué usos se le da al término psicosis ordinaria. Usos epistémicos, pero sobre todo clínicos. Psicosis ordinarias y las otras, bajo transferencia. El tema tiene la potencia de destacar la necesidad de orientarse en la práctica tanto por lo estructural como por las nociones de continuidad y discontinuidad, para formalizar una clínica en permanente movimiento.

Partimos del proyecto de investigación que propone la noción de psicosis ordinaria y nos dirigimos a la praxis. No se trata de clínica estructural versus clínica del sinthome, y eso sumerge al practicante en los detalles, los signos discretos, las tonalidades… y por ese camino, las psicosis ordinarias ponen en primer plano la cuestión diagnóstica: será menester probar la neurosis o la psicosis y esa prueba sólo puede efectuarse ¡bajo trans-ferencia!

¿Qué define una psicosis ordinaria? En principio, que no sea extraordinaria. Pero tal ampli-ficación la desdibuja.

¿Qué vuelve sólida una noción?1 La evidencia de su uso, primero. Su potencia de nomina-ción, luego. Con eso logra ordenar la lógica de los casos que bajo esa rúbrica encuentran un funcionamiento. ¿Qué operadores permiten recortarla? ¿Se trata de volver al padre y la significación fálica? ¿Podemos servirnos de los arreglos y la solución singular para esclarecerla?

Entiendo que la transferencia puede funcionar como operador de solidificación de la psi-cosis ordinaria.

La solidificación es el proceso físico que consiste en el cambio de un estado líquido o gaseoso de la materia a uno sólido; sea por el cambio de temperatura o compresión, o por endurecimiento por deshidratación.

Al calor de la transferencia -no sin la presencia del analista- o por deshidratación del mar de los sentidos -lo cual implica un analista advertido “que el propio mundo, el propio

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fantasma, el propio modo de dar sentido a la vida y al mundo, es delirante. Por eso se lo depone para escuchar el modo en que el analizante da sentido a su vida”2.

Al principio era el amor3

Sabemos desde Freud que la transferencia es el pivote de nuestra experiencia: late en cada encuentro entre analizante y analista. También conocemos los avatares de la transfe-rencia: aquello que funciona como motor de la cura, se convierte en obstáculo.

Lacan manifestó haber tardado ocho años en ocuparse del “corazón de nuestra práctica”4. Ubicó una serie: el verbo, la acción y la praxis, para destacar finalmente la transferencia como núcleo opaco de la experiencia. Al comienzo, entonces, está el amor.

¿Qué lugar tiene la transferencia en la clínica de la psicosis ordinaria? ¿Qué orienta el acto analítico en estos casos?

Partimos de la siguiente afirmación: las psicosis ordinarias son psicosis.

Podemos señalar una tensión en el hecho que los dos casos paradigmáticos de psicosis no son producto de la experiencia clínica sino que provienen de la lectura de textos, lo que nos plantea el desafío de trabajar las psicosis bajo transferencia. Es la propuesta del Congreso, en eso estamos.

Lacan comenzó su tercer seminario distinguiendo la cuestión de las psicosis de su trata-miento: “no puede hablarse de entrada de tratamiento de las psicosis”5. Allí ubicó que la experiencia freudiana no es pre conceptual, no es pura: “es una experiencia verdadera-mente estructurada por algo artificial que es la relación analítica”6.

Dedica todo ese año al trabajo con las psicosis, tomando el historial freudiano basado en Las memorias de un enfermo nervioso, de Daniel Paul Schreber, un texto que no es el pro-ducto de la clínica, sino de la lectura de una autobiografía. Es un período de su enseñanza en que “Lacan hace derivar la psicosis de la neurosis”7. A partir de allí, leemos la psicosis por la ausencia del Nombre del Padre (P0) y la falta del falo castrado que escribe (Φ0). El modelo es la neurosis, quedando la psicosis -deficitaria- merced a la posibilidad de poner en funcionamiento suplencias.

Veinte años más tarde Lacan trabajó sobre Joyce, el sinthome. Pone de relieve cómo un parlêtre encuentra su solución por su modo singular de tratar lalengua. Aquí la psicosis no está en la vía del déficit sino que funciona como modelo.

Apoyados en estos dos modos de concebir la psicosis, recibimos a los sujetos que llegan a la consulta. Resta poner al trabajo, caso por caso, la transferencia.

Irrupciones de goce y sus tratamientos, bajo transferencia

La posición del analista se orienta por ser “el sostén de la invención del sujeto en su trabajo sobre lalengua, en su capacidad para encontrar una solución singular que concilie lo vivo y el lazo social”8. Es decir, favorecer las maneras singulares de inventarse una solución inédita.

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Con Lacan, aprendimos a no retroceder ante la psicosis. Sabemos cuánto conviene la posición de secretario del alienado, cómo trabajar para atemperar los efectos del Otro malo, para horadar el goce del Otro. Contamos con eso, cada vez.

La investigación sobre psicosis ordinarias agrega algunas hipótesis: neotransferencia, lalengua de la transferencia, el psicoanalista como ayuda contra… Partiendo del hecho que para el sujeto psicótico el saber está de su lado, “lo que motiva la neotransferencia no es el sujeto supuesto saber, sino lalengua en tanto es la que permite que un significante pueda hacer señas… de algo que está fuera del sentido: onomatopeya, cifra, marca”9.

Para el analista se trata de dejarse enseñar: le supone al psicótico un saber hacer con lalen-gua y gracias al deseo del analista podría hacerse de ese saber una elaboración. Es lo que plantea la posición del analista sinthome.

El desafío de trabajar la transferencia como pivote implica remitirnos a la clínica. Allí se solidifican el diagnóstico y una invención inédita.

Menciono el caso de un hombre que consulta para tratar la impulsividad, ese era el eje de las sesiones. Siendo difícil el diagnóstico, reaparecía como problema en la dirección de la cura. La decisión de tomar en cuenta el arreglo que el parlêtre encontró ante el trau-matismo de lalengua permitió trabajar desde la impulsividad el sinthome, localizando los desenganches y reenganches con el Otro.

El análisis se volvió para este sujeto condición de existencia, logrando un enganche a lo vital que encuentra su singular medida, a partir de una intervención: “Un hombre es lo que hace”. Y me enseñó la importancia de la transferencia con relación a dos puntos: el diagnóstico y la presencia del analista como parte de la solución.

................................................................................1 Se siguen aquí los desarrollos de Miquel Bassols en su texto “Psicosis, ordenadas bajo transferencia”2 Miller J.-A., Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria. 3 Lacan J., El Seminario, libro VIII, La transferencia, Buenos Aires, Paidos, 2008, p. 11. 4 Ibid., p. 12.5 Lacan J., El Seminario, libro III, Las psicosis, Buenos Aires, Paidos, 1997, p. 11.6 Ibid., p. 18.7 Miller J.-A., Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria. 8 Ibid., p. 50.9 Miller J.-A. y otros, La psicosis ordinaria, Buenos Aires, Paidós, 2003, p. 134.

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La invención erotomaníaca

Guy Briole – ecfSe transmite invariablemente, y ciertamente con pertinencia, que uno de los riesgos, uno de los obstáculos encontrados en un análisis, es la aparición de la erotomanía en la trans-ferencia. Lo subrayamos casi siempre en la dirección de la cura con un sujeto psicótico, más raramente con otros analizantes.

Pero, al mismo tiempo, por qué sorprenderse por estas irrupciones erotomaníacas cuando sabemos que, como Lacan lo ha subrayado claramente, en un análisis se habla de amor y que, incluso, dice, ¡es lo único que hacemos! Añade, y es un punto clave, que “hablar de amor es en sí un goce.”1 Sin embargo, el analizante puede quedarse atrapado allí, y el analista también, si no se hace este desplazamiento de la persona del analista al saber que le es supuesto. Es en este intervalo, en estas idas y venidas entre ambos protagonistas de la cura y el saber que está en juego en ella, que se juegan los malentendidos del amor.

Sin embargo, estos malentendidos son situaciones a partir de las cuales el analista puede orientar la dirección de la cura y también apoyarse en ellos para hacerla avanzar, para desalojar al analizante de una posición de defensa que se le escapa. La erotomanía de transferencia puede ser uno de estos casos.

Es el otro el que ama

El postulado inicial de la erotómana es que el otro ama pero no puede decirlo por razones que, a menudo, se deben a su posición. Es en la no declaración del amante, dice Lacan, que “la situación superior del objeto adquiere todo su valor.”2 Digámoslo ya de entrada, esto puede ser imputado también al analista respecto al lugar que él ocupa. A fin de cuentas, cualquiera sea la razón invocada, es lo que haría obstáculo a que el amante se declarase.

En su forma mórbida y tradicional, tal como fue descrita por de Clérambault, la clásica fase de esperanza es seguida, dentro de plazos más o menos extensos, por las fases de despecho y de rencor. Este proceso no es inmutable y existen otras expresiones pasionales que comportan este mismo postulado inicial sin tener este fin trágico.

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Freud, el amor y la erotomanía

Desde el principio, se encuentra en Freud esta idea de que en el amor la percepción primera es que es el otro quien ama. En el origen, es por una “percepción […] de ser amado, que viene desde afuera.”3 Era una cuestión que él consideraba sobretodo del lado femenino.

En la psicosis, donde lo que está forcluido desde el interior retorna desde el exterior, se comprende que impere la imputación del amor al Otro, o al otro.

Con el caso del Presidente Schreber, Freud se encuentra ahora frente a una erotomanía en un hombre y teorizará lo que nombrará homosexualidad inconsciente. Lacan modificará la interpretación freudiana subrayando que si bien el sujeto vive efectivamente la ame-naza de ser penetrado, es sobre todo cuando la libido es puesta en el lugar del amor. ‘Me ama’ se transforma en ‘quiere gozar de mí’, que acaba por equivaler a un ‘quiere destruirme’.

Con la teoría de la forclusión generalizada vemos que, para cada sujeto, puede producirse este desplazamiento del amor al goce con sus consecuencias en el colorido erotomanía-co, pudiendo esto concernir en mayor o menor medida a todo lazo transferencial. Y es aquí que vemos toda la importancia que tienen estos matices cuando se considera la práctica del anudamiento tal como estamos acostumbrados a hacerlo con la clínica conti-nuista, de la cual J.-A. Miller destacó la “psicosis ordinaria”.

Con el analista

No hay análisis sin psicoanalista y tampoco porvenir para el psicoanálisis sin una posición decidida del psicoanalista a ocupar este lugar, siempre a reinventar. Esta invención toca al acto, a la dirección de la cura. Es así como se puede entender la determinación de Lacan de insistir con el deseo del analista, al que no deja del lado de un saber diferencial, sino que lo lleva a subrayar el riesgo que implica para la renovación de la práctica.

En la transferencia erotomaníaca habría, entonces, un deslizamiento del amor –me ama– al goce –quiere gozar de mí. Así es que, cuando un goce no barrado es desplazado por el analizante sobre el analista, surge la erotomanía de transferencia.

La cuestión sigue siendo lo que el deseo del analista puede llegar a contener de este exceso de goce que no fue marcado por la castración. ¿Cómo mantenerlo fuera de la transferencia para que alguna cosa pueda advenir para este sujeto en la cura? Digamos antes que nada, que el analista no debe asumir el lugar en el cual el analizante lo puso: ser aquel que quiere gozar de él. Para ello, no se trata de una maniobra de transferencia que implica una posición de semblante que desalojaría al analizante de este lugar donde, a la vez, es perseguido y donde goza de existir para un otro.

El lugar de una mirada

En un momento muy particular de una cura, con un analizante que se sentía espiado, burlado, insultado, constantemente mirado por aquellos que compartían su cotidiano, el analista ha podido ponerle de manifiesto un reverso de este lugar –que habría podido

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conducirlo a lo peor– sugiriéndole que ¡podrían ser ellos los que se sintieran mal por cómo él los miraba! Esto le sorprendió, lo tomó al revés, lo ofendió, pero, finalmente, estuvo dispuesto a considerar esta posibilidad. Sintió entonces un alivio y su vida se vio transformada, más apaciguada. En lo sucesivo, dirá: “¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo?”

Sin embargo, podemos señalar que el sujeto ha asumido una parte de este goce que atri-buía a otro, a otros que suponía malos. El odio del Otro puede estar de su lado, allí donde estaba cegado por el goce malo de los otros, bajo la égida de un Otro malo respecto al cual estos no eran sino los embajadores mal intencionados. Esto ha permitido introducir un despegue, un distanciamiento mínimo entre aquel que goza –el Otro malo– y aquel que es su objeto, considerándose víctima –el analizante. El analista estaba en este circuito en la posición, según el analizante, de no poder declararse a favor o en contra. Sin embar-go, las intervenciones del analista han producido este movimiento que extrae una parte de este goce del cara a cara.

Una transferencia posible, a inventar

Con Lacan, la problemática que plantea la transferencia con el sujeto psicótico es la del descentramiento que permitiría salir de los impasses que cada analista teme, como el de ser aquel sobre el cual recaería una transferencia libidinal masiva que haría estallar la psicosis, el de ser puesto “en posición de objeto de cierta erotomanía mortificante.”4 La experiencia del Otro para el psicótico hace que, la mayoría de las veces, niegue este Otro para no ser absorbido ni destruido por él. Esto no impide al Otro existir e incluso, subraya Lacan, que esta relación con el Otro, “no se nos presente de otro modo que en esporádi-cos esbozos de neurosis”5. Una aparente neurotización del sujeto psicótico en su relación con el otro es, muy a menudo, a lo que se puede apuntar como mucho con estos sujetos.

“No retroceder ante la psicosis”6 no es hacer cualquier cosa; tampoco es no hacer nada con el pretexto de no desencadenar un momento agudo, es decir, de no desestabilizar un equilibrio que el psicótico había encontrado por sí solo. Para ello no ha necesitado al analista. No ha necesitado que el analista interviniera para estar a la altura de su época y construirse una entidad a medida en la que poder alojar al mismo tiempo su modernidad y su inmovilismo teorizado.

Traducción: Guy Briole - Revisión: Lore Buchner................................................................................1 Lacan J., El Seminario, libro XX, Aún, [1972-73], Paidós, Buenos Aires, 1991, p. 101.2 Lacan J., De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, Siglo XXI, México, 1985, p. 239.3 Freud  S., “Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente”,

Obras completas, tomo XII, Amorrortu, Buenos Aires, 1991, p. 59.4 Lacan  J., “Presentación de las Memorias de un neurópata”, Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012,

p. 235.5 Lacan  J., “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, Escritos 2, Siglo XXI,

México, 2009, p. 527.6 Lacan J., “Apertura de la sección clínica”, Ornicar?, nº 3, Petrel, Barcelona, 1981, p. 37-47.

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Interpretar al Otro en la paranoia

Marcelo Veras – ebp

La paranoia pone en evidencia una extraña operación que exilia lo que del goce perturba, aquello que no es tratado por la norma fálica, fuera del cuerpo. Se trata de una disposi-ción que da consistencia y que mantiene unidos lo real, lo simbólico y lo imaginario. No deja de ser llamativo el exilio, una vez que el goce fálico igualmente se aloja en el campo del Otro. Es como si el goce inquietante no habitase más el cuerpo propio, solo el Otro. La operación paranoica, en este sentido, es el clímax de la desnaturalización del espacio mental. Ella es el paradigma de un clivaje radical entre lo real parásito del goce1 en la experiencia analítica y las sensaciones del organismo que le interesan a las neurociencias. He aquí un motivo para comprender por qué la paranoia es tan refractaria al tratamiento con psicofármacos. En efecto, si en la esquizofrenia es posible percibir cómo las interven-ciones sobre lo real del cuerpo tienen cierta eficacia, ya sea por los remedios, ya sea por métodos más agresivos y cuestionables, como las antiguas terapias por choques insulíni-cos, la malarioterapia e incluso los electrochoques; cualquier clínico sabe cuán inútil es prescribir un antipsicótico a un paranoico.

En este contexto, ¿cuál sería una interpretación posible frente a la tenacidad del delirio? Cuando la interpretación no divide al sujeto, tal vez ella pueda dividir al Otro. Fue esa la maniobra con una paciente que identificaba en los jóvenes de su edificio el mal que perturbaba su vida. No podía ver un grupo de jóvenes que, inmediatamente, tenía la certeza de que estaban discutiendo sobre drogas, usando o traficando drogas. A veces llamaba a la policía, pero a veces se ponía en riesgo e iba personalmente a enfrentar a los grupos de jóvenes, muchas veces realmente peligrosos, de la periferia violenta donde ella vivía. El ambiente con sus vecinos se tornó insostenible. Poco a poco fue posible con las entrevistas desplazar el mal hacia los grandes jefes del narcotráfico y las organizaciones internacionales del crimen.

Con esa maniobra, una relativa pacificación con la vecindad fue adquirida. No se trata aquí de una expansión centrífuga del delirio, tal como en los delirios de negación cuyo síndrome de Cottard es el mejor ejemplo, sino más bien de un desplazamiento del goce

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hacia un espacio más allá de su jardín, permitiendo así que ella volviese a tener un mundo habitable.

Para otro paciente, cuyos años de tratamiento atenuaron sensiblemente una paranoia repleta de preocupantes pasajes al acto, un nuevo evento clínico pone en riesgo su trata-miento. Aquí, la maniobra fue similar, pero un poco más arriesgada. Habiendo pasado por un psiquiatra, se convenció de que había desarrollado un T.O.C.: la compulsión para mirar insistentemente los objetos valiosos de otras personas, como los celulares y la billetera. A partir de ahí, su vida se volvió una pesadilla permanente, afectando sus relaciones con el ambiente familiar y del trabajo. Esta vez, no fue más la mirada del otro, sino su propia mirada la fuente de tormento.

Al comentar la paranoia, Miller recuerda que es la extracción del objeto mirada lo que nos permite tener el sentimiento de realidad perceptiva. Ocurre que la extracción del objeto debe ser entendida como la posibilidad de que ese objeto falte tanto para el sujeto como para el Otro. Se trata aquí, además, de la condición para que se alternen los papeles en el matema del fantasma. Sin embargo, aún cuando en la paranoia el objeto no está, como en la esquizofrenia, pegado al sujeto, tampoco se puede hablar de extracción, una vez que el objeto mirada no falta al Otro. La mirada en este caso, “se impone al sujeto de manera permanentemente”2.

En el caso de este paciente, él se vio obligado a cambiar de ambiente social sistemáti-camente, juzgando que su mirada sobre los objetos estaría siendo interpretada como la voluntad de robar el bien precioso del otro. En su vida, siempre estuvo el goce pertur-bador de la mirada del Otro, que le hacía identificar espías por todas partes, una eterna persecución sin tregua de esa mirada. Ahora, es él el que no cesa de mirar sin reconocerse como aquel que mira. “No soy yo, soy forzado a mirar”, o sea, un goce localizado en su propia mirada, aunque experimentado como otro.

En un control, surgió la idea de una interpretación del analista que diese algún sentido a lo real de ese goce, permitiéndole rescatar algo de su subjetivación. El paciente, que siempre traía ideas de izquierda y condenaba sin piedad al Otro capitalista, también se interesaba por el psicoanálisis. Presto a desistir del tratamiento, venía insistiendo con la pregunta sobre el modo en que el psicoanálisis podría ayudarlo, es decir, qué tenía la teoría para decir sobre esto. La respuesta del analista a su compulsión escópica fue: “No soy yo quien lo dice, pero le daré una interpretación freudiana. Si usted mejora, es porque el psicoanáli-sis acierta: la billetera que usted mira significa la política de derecha, el capitalismo, o sea, todo lo usted siempre criticó”. El paciente escuchó atentamente esta interpretación y en las sesiones siguientes, me dice que era muy posible que Freud haya acertado, ya que la compulsión había disminuido bastante.

Una de las vertientes del pasaje al acto en la psicosis, tal como comenta S. Tendlarz, apu-nta al intento de establecer una diferencia simbólica en lo real, es decir, producir una extracción del goce del ser, localizándolo en el campo del Otro simbólico3. En el caso en cuestión, se observa un tenue equilibrio entre la localización del goce en el campo del

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Otro, que generaba un delirio de persecución, y la posibilidad de localizarlo en el propio analista, haciendo de este la imagen del Otro perseguidor.

Percibí que el intento de localización del goce real por la vía de la imagen, más allá del empuje a la agresividad imaginaria, relanzaba al paciente en una constante disputa con el Otro. La compulsión escópica buscaba establecer una medida fálica que le permitiese al sujeto equilibrarse entre los hombres. Cuando la cuestión de la mirada se tornó una amenaza para el lazo social, fue necesaria una intervención que reubicase, mediante un riesgo calculado, el goce perturbador en el campo del Otro. Como en el caso anterior, la maniobra solo fue posible porque el Otro perseguidor no estaba más tan próximo, al pun-to de tener que ser eliminado. Él se tornó muy distante, un Otro abstracto, el capitalismo en el mundo o un país imperialista, esto es, algo suficientemente consistente para apoyar la estructura y suficientemente distante para no suscitar el pasaje al acto.

El anudamiento de los tres registros no sería posible si la interpretación de la billetera fuese solamente una interpretación apoyada en el sentido. Aquí, lo que mantiene la trans-ferencia no es la suposición de saber del analista. Cuando el paciente pide al analista una interpretación, no se trata de un deseo de saber, lo que está en juego es una fijación del goce por la letra.

Con el pasar de los años, pude entender que el paciente situaba al analista en la trans-ferencia como aquél que interpreta algo de su experiencia enigmática. En los casos de paranoia, la interpretación se torna problemática, ya que el Otro de lo simbólico siempre está bajo sospecha. La interpretación, por lo tanto, deber ser realizada con cautela, para no hacer que, con algún exceso de sentido, se convierta en delirio. En una de las últimas veces que me buscó, hizo una observación muy pertinente: “Sus comentarios nunca tie-nen ni pie ni cabeza. Me parece que usted dice cosas al voleo, pero sé que me alivian”.

Traducción: Silvina Molina - Revisión: Marina Recalde................................................................................1 Lacan J., El Seminario, libro XXIII, El sinthome, Buenos Aires, Ed. Paidós, 2006, p. 70.2 Miller J.-A., La imagen del cuerpo en el psicoanálisis. Introducción a la clínica Lacaniana. Conferencias en

España. Barcelona, Ed. ELP-RBA, 2007, p. 394. 3 Tendlarz S., García C., ¿A quién mata el asesino?, Buenos Aires, Grama Ediciones, 2008, p. 80.

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Psicosis bajo transferencia (o cómo dejarse enseñar

por el sujeto que sabe)Gustavo Dessal – elp

Lacan aseguró en varias ocasiones que el verdadero sujeto supuesto saber es el anali-zante. Jaques-Alain Miller, siguiendo un fino hilo de lectura, nos hizo comprender que es el inconsciente quien interpreta. Ambas afirmaciones están emparentadas, y juntas son imprescindibles para recordar que -muy especialmente en el campo de las psicosis- lo decisivo de nuestra acción debe ser mínima, ligera, a veces imperceptible. “No te lo hago decir”, es otra de las célebres formulaciones que acentúan la importancia de conducir la cura de tal forma que nuestra presencia sea tan discreta como esos signos a los que tanto valor damos para distinguir dónde se sitúa el decir de un sujeto.

He aquí algunos ejemplos de lo que la experiencia analítica con las psicosis me enseñó.

1) Al cabo de unas pocas entrevistas, B. comenzó a manifestar una franca transferencia negativa que se expresaba con violenta agresividad verbal hacia el análisis y hacia mí. Mostraba un escepticismo hostil hacia la cura, me acusaba de no hacer nada para ayudar-lo, y aseguraba que mis intervenciones carecían de toda efectividad, lo cual era sin duda cierto. Me daba cuenta de que al mismo tiempo el sujeto hacía oídos sordos a cualquiera de mis comentarios, y que permanecía absolutamente refractario al más mínimo cambio en sus convicciones. Mis intentos de producir una rectificación subjetiva, o de lograr que asumiese alguna responsabilidad en su padecimiento, chocaban contra su negativa y des-pertaban una tensión agresiva que en ocasiones se volvía difícil de soportar. Este período coincidió con el mantenimiento por mi parte de una duda en cuanto a su diagnóstico, por cuanto no descartaba del todo la posibilidad de que se tratase de una neurosis. Fue el propio B. quien, harto de comprobar mi ineficacia, me sugirió que repasase un poco mis conocimientos “de psiquiatría» (sic). A partir del momento en que pude concluir que la estructura del paciente podía ubicarse entre los denominados “inclasificables”, es decir, una psicosis que no ha seguido el curso clásico de los desencadenamientos y los desar-

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rollos en forma de brotes delirantes, mi posición en la cura pudo variar. Ello permitió a su vez que la transferencia se apaciguara por completo, y que el paciente comenzase a experimentar algunos signos de mejoría, entre los cuales el más importante fue el alivio de su angustia crónica. Más aún, desde que tomé la resolución de no pretender hacerle cambiar de opinión respecto de nada, y aceptar todas sus certezas sin cuestionarle en lo más mínimo, obtuve el resultado que hasta entonces no había podido conseguir. El paciente comenzó a formularse preguntas sobre algunas de sus convicciones principales, como por ejemplo el odio a sus padres, su misoginia, y su aislamiento social. Comenzó a reconocer que su personalidad era extraña y singular, y que tenía serios problemas para vivir.

Lo más notable, y que ha sido para mí una verdadera enseñanza, fue el hecho de el propio B., a su manera, supo recolocarme en la escucha correcta al mandarme a paseo por la psiquiatría…

2) Por el contrario, J. (una psicosis delirante crónica) estableció desde un principio una transferencia positiva, que procuré reforzar adoptando un semblante de cordialidad, habi-da cuenta de las dramáticas circunstancias de su historia infantil. No debía esforzarme mucho, puesto que el enfermo era un hombre de agradable talante. Procuraba hacerle sentir que su visita me causaba alegría, y le concedía unos minutos previos a atender a los comentarios que solía hacer en referencia al tiempo, a una noticia del periódico, o a alguna información sobre Argentina, país por el que sentía un gran afecto, a pesar de no haberlo visitado. Aunque no acostumbro a hacerlo, en su caso acepté responder a algunas preguntas personales (si estoy casado, cuántos hijos tengo, si estudian o trabajan). Todo eso estimuló un ambiente de confianza que le permitió acudir con rigurosa puntualidad a sus sesiones todas las semanas, y traer una tarea concreta para realizar, generalmente alguna idea, sentimiento o conducta, que él mismo reconocía como una perturbación y que deseaba examinar a la luz del análisis. Por mi parte, debía mantener una especial pru-dencia para evitar poner un pie en el lugar del amo al que con frecuencia me convocaba. Jamás intentaba contrariar sus vivencias persecutorias, sino que, respetando la verdad de sus dichos, me limitaba a tratar de atenuar la virulencia del goce imputado al Otro. Por ejemplo, no le discutía cuando afirmaba que alguno de sus hijos se burlaba de él, sino que le recordaba que la juventud es a veces irrespetuosa, y que no debía darle a ello demasiada trascendencia.

En una ocasión, J. me advirtió de que debía ser prudente en el manejo del semblante de la amabilidad. Con magnífica ironía y sentido del humor, pero sin menoscabo de la seriedad con la que lo pensaba, me devolvió lo siguiente: “Siempre le digo a mi esposa que me encanta venir a hablar con usted, entre otras cosas porque es una persona que me trata con una calidez a la que no estuve nunca acostumbrado. Usted ya conoce mi historia. Y mi esposa, que es muy suspicaz, me responde siempre lo mismo: que no sea bobo, que seguramente a usted le interesa mi caso para sus investigaciones. Las mujeres son así de desconfiadas, ¿no le parece?”.

A partir de ese día, seguí siendo amable, pero por las dudas no tanto.

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3) M. pasa largas horas haciendo cuentas. Aquejado por un delirio crónico de ruina, calcula el futuro de las pensiones, la inflación de las próximas décadas, los índices de desvaloriza-ción del mercado adquisitivo, y diversas cifras que combina para sacar conclusiones sobre su porvenir. Está convencido de que al cabo de cuarenta y siete años (M. tiene más de sesenta) la inflación habrá superado el valor de su pensión, lo cual le preocupa mucho. En esos momentos le recuerdo que siempre le quedará la alternativa de “marcharse” (expre-sión que él suele utilizar para referirse a la idea del suicidio), y eso lo tranquiliza.

Las sesiones del Sr. M. son muy breves. La duración no ha sido impuesta por la técnica lacaniana, ni por los debates escolásticos. La angustia del Sr. M, y su dolor de existir provie-nen de la infinitud en la que se encuentra atrapado. Se siente condenado a una eternidad de la que sólo puede escapar a través del suicidio. “Pero no tengo el coraje suficiente para ello. Por lo tanto, déjeme que al menos me haga cargo del tiempo de mis sesiones. Ya le diré yo cuándo es el momento oportuno para cortarlas”.

Por supuesto, le concedo plenamente esa potestad.

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Interrogantes acerca de la transferencia y la psicosis

tal como se presentan en la práctica clínicaBilyana Mechkunova – nls

Voy a ilustrar mediante un ejemplo cómo las cuestiones de transferencia y psicosis se presentan en la práctica clínica de un servicio social terapéutico para niños y padres, orientados por el psicoanálisis aplicado. ¿Cómo el tratamiento puede ser orientado espe-cialmente en relación al caso de un niño psicótico en el que el niño es “objeto” de la madre y bloquea el acceso posible a la verdad de su propia falta y su deseo de mujer1, la función paterna no funciona y las posibilidades de la construcción subjetiva del niño están restrin-gidas? ¿Qué posición podría ocupar el clínico para que se pueda instalar la transferencia y haya un tratamiento posible? En el ejemplo se presenta el trabajo clínico durante un periodo de cuatro meses, en el que la madre es atendida por mí, y el niño por otro clínico.

La primera reunión con la Sra. I. y M., su hijo de siete años de edad, es un encuentro con su sufrimiento – él sufre de involuntaria emisión de diversos sonidos fuertes y movimientos, con todo su cuerpo, muy intensa, que se extiende a veces a una “erupción”, y ella presen-ta su confusión e impotencia. Los gritos y los movimientos han comenzado más de un año atrás, cuando ella estaba “embarazada de su hermana y separada de su padre”. Los diagnósticos, escuchados de distintos médicos a los que ella lo ha llevado, de “disfonía neurovegetativa”, “neurosis infantil”, “epilepsia”, han hecho su ansiedad insoportable. En el discurso de la madre, M. es “como ella”, “muy emotivo, me gusta que haya euforia todo alrededor”, y no “como su padre, que es introvertido y melancólico”.

Los gritos y movimientos de M. son aterradores y enigmáticos para la Sra.  I. Nombré a estos fenómenos de acoso, “tics”, diciendo que los tics no son tan raros entre los niños; no son causados por los padres discutiendo uno con el otro, y más probable es que se conectan con algo especial para el niño que no sabemos de antemano, pero que podría-mos buscar. El significante ”tics“ alivia la amenaza para la Sra.  I., mientras que al mismo tiempo preserva el lugar del enigma. Esta nominación basada en un significante actual

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en el habla cotidiana, y más allá de un diagnóstico médico, permanece en la dimensión de lo trivial, pero al mismo tiempo implica e introduce la singularidad del síntoma. Ahora sus significantes ”demasiada excitación“ podrían surgir e incluirse en la interpretación que ”Los tics le sirven a M. para la expresión de excitación excesiva que experimenta en su cuerpo“, lo cual introduce un apaciguamiento y simultáneamente, a través de estos signi-ficantes, ella podría comenzar a hablar de sí misma, porque ”él es como ella“. El trabajo clínico con ambos puede comenzar desde este punto.

Al principio, M. está presente solo por su cuerpo y por manifestaciones de goce en el cuerpo. Pero cuando se le da la oportunidad y la iniciativa para hablar, él toma la palabra y se queja: ”Mi padre no participa en mis juegos“, lo que apunta a un supuesto defecto de la función del Nombre del Padre: ”Tratemos ahora de concebir una circunstancia de la posición subjetiva en la que lo que responde a la apelación al Nombre del Padre no sea la ausencia del verdadero padre, porque esta ausencia es más que compatible con la presencia del significante, pero la falta del significante mismo. [...] En el momento en que el Nombre del Padre es convocado -y veremos cómo- un agujero puro y simple puede responder así en el Otro; debido a la falta del efecto metafórico, este agujero dará lugar a un agujero correspondiente en el lugar de la significación fálica“2.

Es obvio en las sesiones que cuando se enfrenta a un agujero, un vacío, donde no hay palabras ni sentido para él, su cuerpo responde a través de una erupción de tics. El clínico se dirige a él, expresando una comprensión de su experiencia dolorosa y una duda de que alguien podría liberarlo de ella, si él mismo no se involucra. Esa invitación para el trabajo y la invención es aceptada por este muchacho, que hace su elección para convertirse en un actor en la construcción de su propia subjetividad. En el trabajo clínico bajo transferencia, en el que se supone que el clínico no debe saber, para “no querer algo del tema, para que pueda hacer uso de nosotros“3, y para ser una ayuda para la traducción4, M. habla sobre sus descubrimientos. Descubrió que los tics podrían detenerse cuando escucha la música de los juegos en su teléfono, usando auriculares, pero sin mirarlos. En el desalojo de la posición de realizar la presencia del objeto a en la fantasía materna, el sujeto podría emerger y podría hacer uso de un nombre propio, el nombre propio del clínico, interpo-niéndose entre él y su madre. Esto no es sin efecto en ella.

El dirigirse a M. como alguien, capaz de asumir responsabilidades, sorprende a la Sra.  I. Aunque los tics son considerablemente menores y no interfieren con su asistencia a la escuela, ella pregunta cuándo van a desaparecer por completo, “cuándo todo esto se detendrá“. Mi respuesta “No sé“ produce una mayor sorpresa. Se puede suponer que cuando llegó por primera vez, el niño era su objeto precioso, que había sido dañado y necesitaba ser reparado. Mi respuesta como alguien que no sabe y al que le falta el cono-cimiento que podría completarla, como un rechazo a satisfacer su demanda inicial de curación e introducir algo de la dimensión de lo imposible, podría tomarse como una consecuencia, que hiciera posible que la Sra. I. le dé al niño la oportunidad de abandonar este lugar. De este modo, podría soportar que a este niño, “todo por ella“, le falte algo, diciendo que “así serán las cosas, algunas van a desaparecer, otras surgirán, una cuestión de cambio“.

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Bajo transferencia, su relación con el niño-objeto resulta relativamente abierta a una per-turbación, a un cambio. En el espacio, abierto a sus palabras, en el que pudo dirigirse a un Otro, diciendo: “Hay algo, que tiene que ver conmigo, he estado bebiendo durante años, sufro y estoy pidiendo tratamiento“, el alcohol le dio forma a su síntoma, siendo su compañero.

La pregunta que me dirige de si conozco a alguien con quien ella pudiera encontrarse, pero que no le prescriba drogas, a alguien con quien pueda hablar, ¿podrá ser tomada como una demanda de análisis? Mi respuesta es “sí“, guiada por “la demanda de análisis se debe situar como consecuencia de una transferencia ya en curso“.5

Traducción: Floreana Riccombeni - Revisión: Paula Kalfus................................................................................1 Lacan J., (1969), “Dos notas sobre el niño”, Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 393.2 Lacan J., (1957-58) “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis”, Escritos 2,

siglo veintiuno, 1975, p. 540.3 Zenoni  A., “Orienting Oneself in Transference”, Psychoanalytical Notebooks, nº 26, Journal of London

Society of New Lacanian School, 2013, p. 122.4 Laurent É., “Psychoanalytical Treatment of the Psychoses”, Psychoanalytical Notebooks, nº 26, Journal of

London Society of New Lacanian School, 2013, p. 107.5 Miller J.-A., “Clínica bajo transferencia”, Manantial, Buenos Aires, 1983, p. 7.