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PAPERS PAPERS TEXTOS ESCUELAS SUMARIO n° 3 ÉDITO - Paloma Blanco Díaz ELP P 02 3. 1 Jean-Claude Maleval - ECF P 07 3. 2 Estela Paskvan - ELP P 10 3. 3 Gerardo Arenas - EOL P 14 3. 4 Ana Viganó - NEL P 17 3. 5 Simone Souto - EBP P 20 3. 6 Fulvio Sorge - SLP P 23 3. 7 Epaminondas Theodoridis - NLS P 26 Discontinuidad - continuidad De la clínica edípica a la clínica borromea Hacia Barcelona2018 : Las psicosis ordinarias y las otras, bajo transferencia Nuevo Comité de Acción de la Escuela Una Paloma Blanco - Florencia Fernandez Coria Shanahan - Victoria Horne Reinoso (coor- dinadora) - Anna Lucia Lutterbach Holck - Débora Rabinovich - Massimo Termini - José Fernando Velásquez Equipo de traducción para este número Alba Alfaro - Mario Elkin Ramirez - M. Carolina Forero - Raquel Cors - M. Victoria Clavijo - Thamer Prieto - Ishtar Rincón Edición - maquetación y diseño gráco Chantal Bonneau - Emmanuelle Chaminand-Edelstein - Hélène Skawinski

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SUMARIO

n° 3

ÉDITO - Paloma Blanco Díaz – ELP P 02

3. 1 Jean-Claude Maleval - ECF P 07

3. 2 Estela Paskvan - ELP P 10

3. 3 Gerardo Arenas - EOL P 14

3. 4 Ana Viganó - NEL P 17

3. 5 Simone Souto - EBP P 20

3. 6 Fulvio Sorge - SLP P 23

3. 7 Epaminondas Theodoridis - NLS P 26

Discontinuidad - continuidad De la clínica edípica a la clínica borromea

Hacia Barcelona2018 : Las psicosis ordinarias y las otras, bajo transferencia

Nuevo Comité de Acción de la Escuela UnaPaloma Blanco - Florencia Fernandez Coria Shanahan - Victoria Horne Reinoso (coor-dinadora) - Anna Lucia Lutterbach Holck - Débora Rabinovich - Massimo Termini - José Fernando Velásquez

Equipo de traducción para este númeroAlba Alfaro - Mario Elkin Ramirez - M. Carolina Forero - Raquel Cors - M. Victoria Clavijo - Thamer Prieto - Ishtar Rincón

Edición - maquetación y diseño gráficoChantal Bonneau - Emmanuelle Chaminand-Edelstein - Hélène Skawinski

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Discontinuidad - Continuidad

De la clínica edípica a la clínica borromeaPaloma Blanco Díaz – elp

Vida y subjetividad no mantienen una relación natural en el parlêtre, casi pueden ser términos que guarden entre sí cierto antagonismo y para reunirse precisan de un senti-miento, un imaginario que los enlace, que los junte. Las psicosis, ordinarias y las otras, son efecto de la dificultad para anudar cuerpo, goce y palabra, pero cabe preguntarse si no en todo parlêtre hay desórdenes en esa juntura tan íntima.

La clínica freudiana y la lacaniana regida por la metáfora paterna, son clínicas de la dis-continuidad con toda su validez tanto clínica como epistémica, pero es igualmente cierto que la clínica de la continuidad que esclarece el nudo borromeo alumbra la estructura única e irrepetible de la invención singular para anudarse a la vida.

¿Podemos considerar ambas concepciones como no excluyentes y tomarlas como herramientas útiles para orientarse en la clínica del parlêtre? El término «psicosis ordina-rias», propuesto por Jacques-Alain Miller en 1998 es más un programa de investigación que un concepto cerrado.

Miller descubre y sistematiza el cambio de perspectiva que se opera en la enseñanza de Lacan. Cronológicamente se ordena, primero, en la perspectiva estructuralista solidaria

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de la lingüística, tomando la primacía el registro simbólico que introduce el Nombre del Padre. Esta perspectiva sigue la huella del surco abierto por Freud donde el Edipo es lo que anuda los tres registros. Estamos en la religión del padre; desde su predominio, la Metáfora Paterna da consistencia al Otro y la forclusión del Nombre del Padre abre un agujero en lo simbólico que el delirio intenta reparar. Esta tesis concibe la psicosis a partir de la neurosis, de una falta de neurosis.

El viraje hacia una nueva formulación es producto de la introducción en su enseñanza del significante de una falta en el Otro que lo hace incompleto e inconsistente, S (Ⱥ), y que iniciará el proceso a partir del cual el Nombre del Padre se reducirá a ser un nombre entre otros. El significante de la falta del Otro es siempre suplementario y viene del exterior. El Nombre del Padre es un punto de capitón posible y entre otros para crear el paréntesis y dotar al Otro de un continente.

En la última enseñanza de Lacan el psicoanálisis pasa a ordenarse por la lengua y sus efectos de goce y no por la las leyes del lenguaje, lalengua y el lenguaje se distinguen. Lalengua no sirve a la comunicación, introduce la presencia en el cuerpo viviente del goce parasitario. Esta nueva ordenación hace de los tres registros disjuntos y equivalentes sin prevalencia de uno sobre otro. El asunto es que se mantengan anudados.

A partir del Seminario 20 Lacan no habla más de neurosis sino de síntoma edípico y la neurosis pierde el privilegio de constituir el mejor ordenamiento posible de la subjetivi-dad, pasando a ser un modo de anudamiento más. Aunque la nomenclatura Nombre del Padre se conserve hasta el final, va a quedar vaciada de la referencia edípica y pasará a designar todo aquello que anude los tres registros; es por ello que se conjuga en plural: los Nombres del Padre.

Si el término se conserva, es porque mantiene en común con el Edipo la función de nomi-nación como cuarto redondel que reúne a los otros tres. Sin embargo, no tiene por qué tratarse de un síntoma edípico, es la hipótesis que Lacan plantea respecto a Joyce, del que no habla en términos de psicosis sino de sinthome: Joyce, el sinthome.

Todo sujeto se sostiene en el nudo. La clínica borromea permite indagar sobre el invento singular para hacerlo consistir, no a partir del padre y la elucubración de saber que es el inconsciente, sino a partir de un saber hacer con el propio enredo de goce.

Desde esta perspectiva, las psicosis ordinarias conciernen a los efectos subjetivos de anudamientos precarios e inconsistentes y pequeños desanudamientos que, aunque pueden llegar a los grandes desanudamientos de las psicosis clásicas o extraordinarias, en la mayoría de los casos se manifiestan en signos mucho más sutiles y discretos, detalles de desconexión en relación a la propia vida, el propio cuerpo y los otros sin que llegue a producirse nunca el desencadenamiento completo.

La propuesta de investigación es también una orientación clínica y política puesto que es una excelente guía de lectura para el estado de la civilización, los síntomas y la «mentali-dad» contemporáneas.

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Los textos que siguen componen una polifonía de respuestas, ni cerradas ni por completo coincidentes y forzosamente incompletas. La idea es hacer dialogar los textos entre sí y en cada lectura y nuestra intención, que el argumento que enviamos a los autores y ahora ha formado parte de este editorial cause la pregunta, la indagación de escritores y lec-tores. Lejos de constituir un número completo y cerrado en sí mismo, los textos de cada Paper constituyen ya un punto de partida para el siguiente. Jean-Claude Maleval y Estela Paskvan inician y encuadran el campo epistémico de este número.

Jean-Claude Maleval subraya que a pesar de los cambios profundos que en la enseñanza de Lacan ha experimentado el concepto del Nombre del Padre, su función de anuda-miento de la estructura subjetiva es una constante.

En la neurosis y en la psicosis la tachadura del Otro implica la falta de un significante para nombrar por completo el goce y es ahí donde la forclusión se generaliza. Es transes-tructural y supone una perspectiva continuista pero hay, sin embargo, una clínica de la forclusión limitada por el Nombre del Padre que permite que un anudamiento cumpla la propiedad borromea y otra clínica en la que el Nombre del Padre está ausente y precisa de una suplencia en el nudo. Suplencia que conlleva el uso del sinthome.

Hacer del sinthome, sin embargo, la base común de ambas estructuras tiene importantes salvedades y objeciones clínicas. En las psicosis, ordinarias o no, nos encontramos con el S1 a solas que no llama a nadie, desenganchado, desabonado del inconsciente. En las neurosis, por el contrario, el S1 se ordena con el par S1-S2. Miller señala que la forclusión del Nombre del Padre se puede traducir como la forclusión de ese S2.

Por su parte, Estela Paskvan propone la metáfora de una pantalla dividida en dos ven-tanas para ilustrar dos momentos y paradigmas diferentes de la enseñanza de Lacan: los esquemas dedicados a Schreber y el nudo que corresponde a Joyce.

En la primera pantalla lo Simbólico determina lo Imaginario. Según la fórmula P –› Φ, la forclusión de P determina las psicosis. La frontera que separa las estructuras es neta.

La segunda pantalla es la de los tres anillos, RSI. En el caso de Joyce el lapso del nudo es corregido por el ego corrector que impide que se suelte el imaginario. Ese cuarto anillo es el sinthome.

¿Puede escribirse en esta pantalla un nudo para la neurosis? Sería un nudo que cumpliese la condición borromea. Para Lacan el nudo es tetraédrico, siendo en la neurosis el cuarto anillo, el padre.

Entre las dos pantallas la frontera se desdibuja. De la primera pantalla Miller rescata la falta del sentimiento de la vida que se pone en juego en los tres registros y cuyo desorden puede tener diversas manifestaciones en consonancia con cada época. La autora coinci-de con Miller en las ventajas que ofrece la segunda pantalla en cuanto a permitir que el sujeto psicótico en su evolución clínica sea más continuo que discontinuo; es decir, que los sujetos puedan fabricar con sus recursos subjetivos broches, nudos para prevenir o reparar los desenganches. Es así como lo “ordinario” puede pasar a ser “singular”.

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Los artículos de Gerardo Arenas, Ana Viganó y Simone Souto toman la tensión disconti-nuidad-continuidad para poner el foco sobre el concepto y uso del sinthome.

Gerardo Arenas indica que el concepto de sinthome implica una inestabilidad concep-tual. La psicosis ordinaria pone de manifiesto que no es seguro que aquello que mantiene juntos los tres registros equivalga a lo que suple la relación sexual y hace existir al Otro para el sujeto.

En las psicosis ordinarias el mecanismo del “como si” que Jacques-Alain Miller denomina Compenstory make-believe (CMB) y que hace las veces del Nombre del Padre impide que haya pasaje de la psicosis ordinaria a la psicosis extraordinaria.

El autor apuesta por la discontinuidad por tres razones: Por el carácter estructural de la propia clínica borromea presente en la afirmación de Lacan: la estructura es el nudo, por el carácter discontinuo de la oposición enganche / desenganche y por el carácter binario de contar o no con el recurso del CMB.

Ana Viganó toma la propuesta de las psicosis ordinarias como una categoría dúctil para pensar lo incomparable. La discontinuidad fundamental para cada sujeto es el encuentro traumático con la lengua que implica la no relación sexual y su correlato, “Hay de lo Uno”. De ello deviene la necesidad de un empalme singular para que el sentimiento de la vida sea posible. La clínica de Lacan es una clínica de reparaciones del lapsus de las letras disjuntas RSI, el sinthome es el cuarto elemento que reanuda el nudo.

La experiencia analítica apunta a que el parlêtre, sin la garantía del Otro y el sentido, logre hacerse autor de un nudo con la vida innombrable y que ningún cuerpo basta para abar-car.

Simone Souto muestra que el sinthome es una metáfora distinta al Nombre del Padre y a la metáfora delirante y que viene a sustituir el goce que no hay de la no relación sexual. Esta sustitución en la economía libidinal le da al sinthome su carácter incurable: no puede ser negativizado. También es generalizado porque no hay ser hablante que no goce de un modo singular. El sinthome detiene la deriva del sentido y se ancla en el sin-sentido.

Hablamos de discontinuidad desde la marca del Nombre del Padre, pero en la clínica borromea se trata de desedipizar el goce en una variedad de soluciones singulares de diversos usos del sinthome que estará más allá del padre en el caso de las neurosis o supliendo su ausencia en el de las psicosis. Lo que las psicosis ordinarias ponen al descu-bierto es que para Lacan el inconsciente no tiene nada que ver con la verdad sino con la invención singular para anudarse a la vida.

En cuanto a las contribuciones de Fulvio Sorge y Epaminondas Theodoridis, ambas arti-culan las psicosis ordinarias a la clínica de la contemporaneidad, destacando por tanto la vinculación clínica-política.

Fulvio Sorge destaca la psicosis ordinaria como propia de la época de la democracia, producto de la conjunción del discurso de la ciencia y el discurso capitalista. En esta conjunción se muestra la renuncia contemporánea al inconsciente.

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El autor se sirve de la articulación que Lacan indica en el seminario XXII entre la función de la nominación y la tríada freudiana de inhibición, síntoma y angustia. Toma, en concreto, la asignación de cada uno de los tres registros, a través de la nominación, del cuarto ele-mento que mantiene juntos a los tres. Propone esta lectura como una interesante brújula clínica en los casos de psicosis ordinaria a la hora de prescindir del Nombre del Padre a condición de servirse de él.

La clínica de los inventos producidos bajo transferencia en las psicosis ordinarias es un modo, en el caso por caso, de responder al malestar de la civilización contemporánea.

Epaminondas Theodoridis expone la psicosis ordinaria como correlativa a la época del Otro que no existe, en la que el Nombre del Padre ya no es garantía, y la ley se sustituye por las normas. La clínica borromea del sinthome permite deducir una nueva clínica de la continuidad marcada por la conexión goce - significante.

La forclusión generalizada significa que todo discurso es una defensa frente a lo real de la no relación, un delirio en el que uno cree. A partir del momento en el que el goce no pue-de ser absorbido completamente por lo simbólico la cuestión es cómo ubicarlo. Desde la clínica de la discontinuidad, esta sería la función del Nombre del Padre. Para la clínica borromea se trata de localizar una especie de aparejo que haga, como una grapa, función de punto de capitón.

En la conversación de Antibes J.-A. Miller distingue dos tipos de psicosis tomando una referencia de la poesía china para destacar el carácter rígido de la primera frente al carác-ter flexible de la segunda. Psicosis roble en la que hay un franco desencadenamiento, serían las psicosis clásicas. Y psicosis junco donde situaríamos las psicosis ordinarias en las que hay que localizar sus soluciones singulares para reconstruir el nudo.

La perspectiva continuista no resta pertinencia a la clínica binaria y, siguiendo a Miller, el autor señala la conveniencia de, una vez hecho el diagnóstico de psicosis ordinaria, poder hacer el diagnóstico también en los términos de la clínica psicoanalítica clásica.

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Discontinuidad - Continuidad

Jean-Claude Maleval – ecf

El Nombre-del-Padre sufre profundas revisiones en la enseñanza de Lacan, inicialmente significante de la Ley, inherente al Otro, se aligera hasta el punto de no ser más que aquel cuya nominación soporta el sinthome. ¿Hay que concluir que la forclusión del Nombre-del-Padre cesa de ser apta para aprehender la estructura de la psicosis? Para nada, puesto que es el Nombre-del-Padre, afirma Lacan, en 1975, el que “del triskel, hace nudo”1. Su función de anudamiento de los elementos de la estructura subjetiva sigue siendo un dato constante. La acepción primera del término forclusión, que colocaba el acento sobre la exclusión de un significante, tiende a ser suplantada por la noción de falla del anudamien-to borromeo. Nada indica que en su última enseñanza Lacan recuse este concepto, por el contrario él afirma, aun el 16 de marzo de 1976, que si la forclusión puede servir es, ante todo, cuando se pone en correlación con el Nombre-del-Padre, incluso si este parece “a fin de cuentas, algo leve”2.

La aprehensión lacaniana de la estructura psicótica conduce a una aproximación conti-nuista en el campo de la clínica de la psicosis. Existe, señala J.-A. Miller, “una gradación en el interior del gran capitulo psicosis”3. Las formas de pasaje entre esquizofrenia, mania-co-depresiva y paranoia no son raras4. Conviene ahora agregar la diversidad clínica de la psicosis ordinaria con la posibilidad de mutaciones inherentes al “gran capitulo psicosis”. Sin embargo, la clínica borromea no es continuista sino bajo ciertos aspectos. La conti-nuidad de la cual se trata no es de la que sugiere pasajes posibles de la neurosis a la psicosis y viceversa. No hay continuidad sino sobre la base de la forclusión generalizada, la cual es común a todo parlêtre. “La oposición, subraya Zenoni, no es ya entre locura y no locura, sino entre una diversidad de ‘locuras’ respecto a una norma que falta, respecto a un real sin norma y sin brújula que es el sino de todo parlêtre”5. Cada uno está obligado a inventar lo que puede, estándar o no, universal o particular, para hacerle frente al agujero de la forclusión generalizada. En este sentido, la distinción entre neurosis y psicosis no es pertinente, ya que lo que cuenta es la invención del sujeto, la suplencia que él está o no

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en condiciones de elaborar. Lo importante viene a ser el anudamiento propio del sujeto. Además, lo que es continuista es la ausencia de norma para decir el goce. Para cada uno la comunicación no está completa, para cada uno no hay relación sexual. Cada quien está obligado a inventar los síntomas para limitar el goce: “Esto es válido de manera transes-tructural, subraya Stevens, es verdad tanto para la psicosis como para la neurosis, y es acá que tenemos con el ultimo Lacan una clínica que se puede llamar continuista”6.

Si es legítimo sostener que el delirio es común a todo parlêtre, es en razón del vacío de referencia, lo que Lacan escribe Ⱥ, y lo que J.-A. Miller llama “forclusión generalizada”. Hay que recordar que esta noción no tiene nada en común con la tesis kleiniana de la universalidad del núcleo psicótico. No hay clínica de la forclusión generalizada: esta vale para todo parlêtre, psicótico o no. Existe en cambio una clínica de la forclusión restringida, la del Nombre-del-Padre. La distinción entre delirio edípico y delirio psicótico se opera a partir de signos clínicos que testifican o no de la propiedad borromea.

La forclusión generalizada implica ciertamente una cierta perspectiva continuista. Todo parlêtre está obligado a inventar para hacer frente a la inexistencia del Otro. Cada uno debe acomodarse con la ausencia de relación sexual. Esta es transestructural. Sin embar-go, se da un paso más cuando se argumenta en favor de una clínica continuista para borrar la diferencia entre neurosis y psicosis, resaltando al sinthome como su base común. Es conveniente precisar que éste es infra-clínico, él se sostiene del S1 que implanta el goce del sinthome, inherente a una lalengua por debajo de la norma social. Ahora bien, cuando nos situamos a nivel clínico, resulta que el S1 que está en el principio del síntoma neurótico no posee las mismas propiedades que las del S1 sinthome de un psicótico ordi-nario como Joyce. Lacan indica que este último está “desabonado del inconsciente”7 y su escritura permite despejar la esencia del síntoma en un S1 solo, que no hace llamado a los S2. El inconsciente es alojado por Lacan en el Otro, mientras que el sinthome se arraiga en lo Uno, por consiguiente él no es una formación del inconsciente: él constituye la parte inanalizable del síntoma. Desde los años 50 Lacan consideraba que el síntoma del psicó-tico “está claramente articulado en la estructura misma” revelando “los determinantes más radicales del hombre con el significante”8. Por el contrario, el síntoma neurótico porta un velo sobre esto: él está abonado al inconsciente, el S1 se conecta ahí a los S2, lo que produce efectos de metáforas interpretables. La forclusión del Nombre-del-Padre pue-de traducirse, observa J.-A. Miller, como “la forclusión de ese S2 que permite al neurótico descifrar todo sin perplejidad”9, ella hace posible la emergencia de un “elemento simple, aislado y distinto de un anillo”10 en la base de los fenómenos elementales. Forclusión del S2 en lo uno, conexión al S2 en el otro, en consecuencia el sinthome psicótico no es el fundamento clínico del síntoma neurótico, mientras que la distinción neurosis-psicosis continúa siendo importante en la conducción de las curas. Todo el mundo delira pero la estructura psicótica sigue siendo la prerrogativa de ciertos parlêtres.

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A pesar de esto, en 2008 J.-A. Miller se muestra menos afirmativo en cuanto a la dife-renciación de la neurosis y la psicosis. El considera que “la incidencia del concepto de sinthome es profundamente desestructurante”, de manera que “borraría” las fronteras clínicas. Borrarlas no parece, a pesar de todo, hacerlas desaparecer. La distinción neuro-sis-psicosis recuerda J.-A. Miller, descansa en “una distinción significante: la presencia o no del Nombre-del-Padre. Pero, de hecho, eso se traduce por una tipología de los modos de gozar. O hay en la neurosis un condensador de goce, estrictamente delimitado por la castración, que es lo que Lacan escribe a sobre menos phi. O hay desborde; no existe el límite de la castración, y por lo tanto el modo de presencia del goce es desplazado, es aleatorio, y en general excesivo; y perturba –entre comillas- la armonía, hasta la circula-ción social. La distinción neurosis-psicosis se refleja como una tipología de dos modos de goce cuyas fronteras parecen, en este nivel, singularmente móviles. Dije […] exceso, pero por algo Lacan llamó al objeto a objeto plus-de-gozar: y es que el goce en sí mimo implica un desborde. Además, su investigación sobre la sexualidad femenina también lo condu-jo a considerar que el goce femenino no tiene la localización estable de la sexuación masculina”. De acá una conclusión equilibrada, que da un paso hacia una clínica conti-nuista radical pero sin franquearla: “la distinción neurosis-psicosis es operatoria a nivel significante, pero lo es mucho menos al nivel del modo de gozar”11. El borramiento de la distinción se puede entender como un velo colocado sobre esta y no como su desapari-ción. Algunos meses antes, en Mayo 2008, J.-A. Miller lo mostraba de manera más precisa: “dimos más flexibilidad a la oposición neurosis/psicosis, recordaba él, al indicar que desde cierto punto de vista esta diferencia se atenuaba”12. La flexibilidad de la oposición y el que se diluyan las tablas clínicas no llega sin embargo a invalidar las diferencias estructurales anteriorme

................................................................................1 Lacan J., El Seminario, Libro 22, R.S.I., clase del 15-4-75, inédito. 2 Lacan J., El Seminario, Libro 23, El sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2008, p. 119.3 Miller J.-A., Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, Paidós, 2008, p. 395.4 Maleval J.-C., La logique du délire [1997], Presses Universitaires de Rennes, 2011.5 Zenoni A., « Après l’Œdipe que devient la psychose ? », Quarto, revue de psychanalyse, 2013, 104, p. 92.6 Stevens A., « Un sujet non standard », L’a-graphe, Institut du champ freudien, Section clinique de Rennes,

2010-2011, p. 21.7 Lacan J., « Joyce le symptôme II »., in Joyce avec Lacan, sous la direction de J. Aubert, Navarin, Paris. 1987,

p. 24.8 Lacan J., “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, Escritos, Siglo XXI editores,

México, 2001, p. 519.9 Miller J.-A., “La invención del delirio”, El saber delirante, Buenos Aires, Paidós, 2005, p. 96.10 Ibíd., p. 87.11 Miller J.-A., Sutilezas analíticas, Buenos Aires Paidós, 2011, p. 76.12 Miller J.-A., Todo el mundo es loco, Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Paidós, 2015, p. 310

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Una clínica de la continuidad 

Estela Paskvan – elp

El agua es quizás la sustancia que más se presta para percibir intuitivamente la continui-dad. El artista Hiroshi Sugimoto se dedicó a fotografiar muchos de los mares que existen en nuestro planeta. En una reciente exposición en Madrid, los visitantes experimentaban esa continuidad que se extendía al infinito, la mirada encontraba la ocasión para la expan-sión de lo imaginario englobante. En efecto, resultaba muy difícil distinguir cada uno de los mares. Para ello era preciso acercarse y leer la referencia, el nombre y lugar del mar. Se podría decir -con una pequeña variante del refrán español- “en la continuidad todos los gatos son pardos”.

No es el caso para la clínica donde las estructuras y los tipos existen. Es más, Lacan recuer-da que ella “...comienza a partir de lo siguiente: hay tipos de síntomas, hay una clínica”1. Si bien no hay sentido común entre ellos, esa singularidad es incompatible con lo indiferen-ciado.

La cuestión de la continuidad se había planteado en la Conversación de Arcachon a pro-pósito de los casos resistentes a una clasificación. ¿Cómo clasificar a los “inclasificables”? Verdadera paradoja russelliana. ¿Hay entonces una gradación entre las neurosis y las psicosis ordinarias que implicaría una continuidad? J.-A. Miller respondió: “Es menos una continuidad que una homología si puedo decirlo de forma aproximada...”2. Diez años des-pués, en el seminario anglófono en Paris, la pregunta vuelve a formularse. ¿Cómo situar las psicosis ordinarias en la clínica binaria psicosis-neurosis? La frontera se ensancha sin desaparecer.

Un cambio de pantalla

Podemos abrir dos ventanas diferentes -o dividir la pantalla- para escribir en la primera los esquemas que Lacan dedicó a Schreber.

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En la segunda, el nudo que corresponde a Joyce. Son dos momentos de su enseñanza (1957-58/1975-76) que responden a paradigmas diferentes.

¿Qué define esta primera pantalla? No hay que indagar mucho puesto que el esque-ma I3 - el que da cuenta “de la estructura del sujeto al término del proceso psicótico”-, tiene como referencia explícita el esquema R4 Este último muestra como se constituye el cam-po de la realidad en la neurosis. Los dos triángulos, Imaginario y Simbólico, ya señalan en sus vértices los elementos que se pondrán en juego en la metáfora paterna, es decir, la sustitución significante y la significación fálica que produce dicha operación. El Nombre-del-Padre resulta un significante privilegiado del Otro que garantiza el orden y la realidad subjetivos. La significación fálica regulada por Φ, localiza y limita el goce.

El fondo de esta pantalla tiene dos colores, Simbólico e Imaginario. El primero sobrede-termina al segundo. Como título podemos escribir la fórmula de la neurosis: P –› Φ55. En consecuencia, la inexistencia o forclusión de P determina las psicosis. La frontera que separa las dos estructuras es neta, clara.

Antes de pasar a la siguiente pantalla, conviene tener en cuenta algunas cuestiones que aquí se plantean y que permitirán indagar sobre posibles relaciones entre una y otra.

El delirio de Schreber resulta su forma privilegiada de restitución; “intento de curación” lo llamaba Freud. Pero también hay otras formas por las cuales los sujetos “prepsicóticos” se mantienen estables hasta el desencadenamiento. Lacan lo señalaba en su seminario a propósito de un caso de Katan6. Decía que el joven se había sostenido en cierta “identifica-ción imaginaria” con un amigo, su álter ego. Entonces, ¿cómo funciona esa compensación imaginaria del Edipo ausente?

Otra pregunta importante referida a la determinación simbólica: ¿la hay entre P y Φ0 tal como nos hemos atrevido a señalar? Es decir, ¿podemos asegurar que se cumpleP0 –› Φ0? ¿Hay combinaciones posibles? La cuestión ya fue planteada en el Seminario de DEA de J.-A. Miller en 1988 y precisamente en relación al caso freudiano, el Hombre de los Lobos7.

Pasemos entonces a la segunda pantalla y escribamos el nudo que corresponde a Joyce, el que muestra la reparación del lapsus con “el ego corrector”8

Los tres anillos -Real, Imaginario, Simbólico- no se enlazan de forma borromea. El lapsus o error implica que el Imaginario se suelte. Lacan lo detecta en la experiencia relatada por Joyce, cuando éste siente el desprendimiento del cuerpo. La solución de Joyce -singular-mente extraordinaria- es fabricar un broche, el ego corrector, que impide que se suelte el imaginario. Ese cuarto anillo es el sinthome.

¿Es posible aquí, en esta pantalla, escribir un nudo para la neurosis? Sí, es un nudo que cumple la condición borromea. La pregunta es si éste funciona como el prototipo, eso que definiría el fondo de esta pantalla. Si nos atenemos a la primera lección de este Semi-nario, Lacan ya avanza la respuesta. El nudo borromeo es tetrádico. El cuarto anillo, ∑ , en las neurosis es el padre (père-version),“…un síntoma, o un sinthome, como ustedes quieran”9 El padre aparece así en su función de lazo, anudamiento, tal como otros sinthomes pue-den hacerlo. Que no sea como los otros, esa es otra cuestión que excede a su uso lógico.

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¿Cuál es el fondo de esta pantalla? Real, Imaginario, Simbólico, están separados y ninguno tiene privilegio sobre los otros. Como título podemos escribir con el “sin color”’ de lo Real: “No hay relación”. En contrapunto, con color carne: “Hay sinthome”.

¿Qué pasa entonces con la frontera entre neurosis y psicosis? Si somos consecuentes, tenemos que afirmar que se desdibuja. O al menos, no es tan clara puesto que Lacan la sigue sosteniendo de alguna forma. Basta señalar que para Joyce él indica “forclusión de hecho”10, es decir, el mecanismo específico de la forclusión (Verwerfung) en las psicosis. Es el delirio lo que Lacan luego generalizó como respuesta al “no hay relación sexual”. Efecti-vamente, será cuando aparece una nueva elección: locura o debilidad mental. Señalemos simplemente que en esta nueva elección la función de lazo o encadenamiento sigue siendo crucial.

J.-A. Miller rescata de la primera pantalla “Un desorden [...]en la juntura más íntima del sen-timiento de vida del sujeto”11. En el escrito de Lacan, ese es el efecto de P0 –› Φ0. Si aislamos el efecto de la causa, tal como Miller lo hace, la falta de ese sentimiento de vida puede ponerse en juego en otros registros, así ocurre con las tres externalidades que él propone: corporal, social, subjetiva.

Esa operación es muy importante porque permite tener en cuenta los nuevos desarreglos de la vida en nuestra actualidad. Efectivamente, si lo simbólico en este siglo “ya no es lo que era”12 es porque comprobamos en los sujetos un nuevo desorden, fundamentalmente respecto de sus identificaciones. Allí se revela una rigidez no sólo difícil de dialectizar sino también proclive a las rupturas.

Una clínica de la continuidad

El par continuidad-discontinuidad en tanto opuestos puede objetarse según la perspecti-va que se adopte. Miller lo hacía en Arcachon invocando a Leibniz. Pero lo que ahora nos importa es una cuestión pragmática.

Las psicosis reunidas en el conjunto “ordinarias” señalan precisamente su parecido a las neurosis. En muchos casos ese semblante, “parecerse”, radica en una supuesta estabilidad subjetiva. Entonces es muy importante detectar, en cada caso, dónde reside el “hacer-creer” (make-believe)13. ¿Funciona como compensatorio? Si lo fuera, su eficacia suele resultar pobre y no duradera.

Miller indicaba en Arcachon: “El único punto verdaderamente interesante es práctico: ¿cómo hacer para que la evolución de un sujeto sea más continua que discontinua, es decir, cómo evitarle las crisis, los desencadenamientos, las escansiones?”14

La segunda pantalla sirve de orientación. Una clínica de la continuidad apuesta precisa-mente por los engarces, los broches que estos sujetos pueden fabricar con sus recursos subjetivos a fin de prevenir o reparar los desenganches. Es entonces que el “ordinario” pasa a ser singular.

................................................................................1 Lacan J., “Introducción a la edición alemana de un primer volumen de los Escritos”, Otros Escritos, Buenos

Aires, Paidós, 2012, p. 583.

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2 Miller J.-A. y otros, “Los inclasificables de la clínica psicoanalítica”, Buenos Aires, Icba-Paidós, 1999, p. 395.3 Lacan J., “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la Psicosis,“Escritos 2”, Méjico, Siglo

XXI, 1989, p. 553.4 Ibíd., p. 534.5 La fórmula se lee: si N-del-P entonces significación fálica como efecto del significante Falo.6 Lacan J., El Seminario, Libro 3, Las psicosis (1955-56), Barcelona, Paidós, 1984, p. 274-275.7 Miller J.-A., “El hombre de los lobos”, Madrid, Gredos, 2011, p. 59-64.8 Lacan J., El Seminario, Libro 23, El sinthome (1975-1976), Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 141.9 Ibíd., p. 20.10 Ibíd., p. 86.11 Miller J.-A., “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”, Freudiana, nº 58, enero-abril 2010, p. 16-17.12 Aludimos al tema del VIII Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis: “El orden simbólico en el

Siglo XXI. No es más lo que era. ¿Qué consecuencias para la cura?”13 Miller J.-A., “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”, op. cit., p. 16.14 Miller J.-A. y otros, “Los inclasificables de la clínica psicoanalítica”, op. cit., p. 327 .

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¿De qué hablamos cuando hablamos de desenganche? Gerardo Arenas – eol

En las últimas dos décadas, a partir de las conversaciones clínicas reunidas en Los inclasificables de la clínica psicoanalítica y La psicosis ordinaria,1 los analistas hemos ido incorporando a nuestra jerga, con una frecuencia cada vez mayor, el término “desen-ganche” y un puñado de vocablos conexos, tales como “enganche” y “reenganche”. En paralelo, al clásico “desencadenamiento” le hemos adosado un partenaire, el moderno “neodesencadenamiento”. Y diez años después, luego de una nueva conversación clínica compilada bajo el título de Desarraigados,2 hemos acogido otro sustantivo más, “desa-rraigo”, que amplía la paleta de los “des-”: desencadenamiento, desenganche y desarraigo son tres colores con los que ahora pintamos nuestros cuadros clínicos de psicosis.

Para quienes solemos analizar psicóticos, todo esto está bien justificado y, para mejor, resultaba necesario, ya que el tradicional trío conceptual “prepsicosis / desencadena-miento / estabilización” no nos bastaba para dar cuenta cabal de la variedad clínica ni del despliegue temporal de las relaciones entre un sujeto psicótico, su estructura significante y la economía de sus modos de gozar. Por eso dimos una tan calurosa bienvenida al men-cionado abanico de nociones. Nos hacía falta.

Con él en mano, ¿cuál debería ser nuestro siguiente paso?

Antes de definirlo, remontémonos otras dos décadas, hasta la época en que Lacan intro-dujo su sinthome. En el seminario que le dedica, da de él dos definiciones: es el cuarto redondel que enlaza entre sí los tres registros, y es lo que hace existir la relación sexual por sostener al Otro sexo.3 Desde entonces, el sinthome padece una llamativa inestabilidad conceptual,4 pues aún seguimos entendiéndolo en estos dos sentidos diferentes (que no necesariamente divergen). En otras palabras, todavía no está muy claro –para decirlo como Carver– de qué hablamos cuando hablamos de sinthome.

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Lo mismo ocurre con la noción de desenganche. El texto de La psicosis ordinaria, además de reunir y sistematizar los resultados de las dos conversaciones que la precedieron, propone algunas cosas nuevas. Entre otras, allí leemos que la clínica borromea lleva a preguntarse “qué mantiene juntos los tres registros” y a “localizar eso que en determi-nado momento para un sujeto se ‘desengancha’ en relación con el Otro”.5 Ahora bien, así como no es seguro que lo que enlaza a los tres registros equivalga a lo que suple la inexistente relación sexual, tampoco es seguro que sea equiparable a lo que engancha al sujeto con el Otro. El mismo texto también concibe “un desanudamiento de la estructura ocasionado por la insuficiencia de la relación imaginaria con el cuerpo” identificando el empobrecimiento de los “lazos afectivos y sociales” con un “desenganche del Otro” y con el insuficiente “lazo del sujeto con su ser vivo”.6 Sin embargo, el desanudamiento de la estructura ¿no se produce por fallo del sinthome? ¿Son equivalentes el cuerpo imagina-rio y el ser vivo? ¿Y acaso el sinthome es lo que engancha al sujeto con el Otro? Algunas precisiones adicionales hacen falta, al igual que cuando se habla de “cómo el sujeto se desengancha del lazo social” y de cuál es su “enganche en la pulsión”,7 ya que, a esta altura, parece haber enganches y desenganches para todos los gustos, incluidos el desenganche “del Otro del significante y del Otro del cuerpo y de la imagen” y el desenganche respecto del “uso de la lengua y de la palabra que se le une para establecer el lazo social”, aparte del consabido abrochamiento sinthomático de los tres registros.8

Diez años después, esta nebulosa conceptual dista de haberse disipado. Da incluso la impresión de haberse vuelto más densa. En una nueva conversación clínica, el desarrai-go social es equiparado a otro desenganche, esta vez con relación al “entorno”, pero allí también se habla de sujetos desconectados “del Otro”, y hasta de cierto desenganche respecto de una “identificación simbólica”.9

No hace falta agrandar esta lista, que ya ha ilustrado suficientemente lo que, desde aquí hasta nuestro próximo Congreso, podría dar pie a un fructífero debate y a una elabora-ción valiosa en lo tocante a los problemas clínicos que las psicosis nos plantean. Nuestro próximo paso en esta dirección ha de consistir, entonces, en poner a punto este “aparato epistémico suplementario”,10 y para ello pueden ser útiles las tres consideraciones prelimi-nares que bosquejamos a continuación.

1. Ante todo, será necesario definir con mayor detalle la relación entre las dos clínicas lacanianas, usualmente denominadas estructural y borromea,11 más allá de que ciertos abordajes sugieran que la segunda supera a la primera y la conserva al menos en parte –en una suerte de Aufhebung ilusoria que niega la existencia de contradicciones entre ambas.12 De hecho, la costumbre de denominar estructural a la primera clínica sigue sien-do una fuente de malentendidos, pues en verdad las dos clínicas lo son, dado que, para el último Lacan, el nudo borromeo es la estructura.13

2. Por otro lado, la clínica borromea tiene la evidente ventaja de dar del lazo una represen-tación material, por así decirlo, y esa representación es susceptible de sufrir deformaciones continuas compatibles con su identidad topológica. Sin embargo, ello en absoluto impli-ca que esta clínica sea “continuista”, como suele decirse, entre enganche y desenganche,

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ya que, más allá de las precisiones requeridas al respecto, entre ambos hay una disconti-nuidad tajante. En efecto, la polaridad que estos dos términos definen no es únicamente la de un par significante, en la medida en que atañe a la materialidad misma del lazo en cuestión.

3. Lo mismo cabe decir con respecto a la existencia de ese mecanismo que, en las psicosis ordinarias, inhibe la formación de los síntomas “extraordinarios”. Ese mecanismo “como si”, que hace las veces del Nombre-del-Padre y que Miller ha denominado compensatory make-believe,14 no tiene otra opción más la de existir o no existir. Esta alternativa también es binaria, y no habilita continuidad alguna entre ambas posibilidades. Dicho en otras palabras, el sujeto cuenta o no con ese mecanismo. En consecuencia, el engrosamiento de la frontera neurosis-psicosis del lado de las psicosis define un campo, el de las psicosis ordinarias, que no autoriza pasajes continuos entre éstas y las otras psicosis.

Para concluir, digamos que, luego de acoger la noción de “desenganche” junto a las nociones conexas de sinthome, “desencadenamiento” y “desarraigo”, nos toca hacer un esfuerzo adicional a fin de precisar los alcances y límites de las cuatro. No perder de vis-ta el carácter estructural de la clínica borromea, el carácter discontinuo de la oposición enganche/desenganche, y el carácter binario de la alternativa entre contar o no con un mecanismo inhibidor de la formación de síntomas “extraordinarios”, puede ser útil para que ese esfuerzo sea fructífero.

................................................................................1 J.-A. Miller y otros, Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, Paidós, 1999, y La psicosis

ordinaria, Buenos Aires, Paidós, 2003.2 J.-A. Miller y otros, Desarraigados, Buenos Aires, Paidós, 2016.3 J. Lacan, El seminario, libro 23, El sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2006, pp. 20, 99.4 Para una argumentación contraria, véase F. Schejtman, Sinthome. Ensayos de clínica psicoanalítica nodal,

Buenos Aires, Grama, 2013, pp. 87-90.5 J.-A. Miller y otros, La psicosis ordinaria, op. cit., p. 18.6 Ibíd., pp. 20, 22.7 Ibíd., pp. 23, 25.8 Ibíd., pp. 37, 39, 43.9 J.-A. Miller y otros, Desarraigados, op. cit., pp. 17, 18, 20.10 A. Aromí y X. Esqué, “Presentación del tema”, disponible en congresoamp2018.com.11 Cf. G. Arenas, En busca de lo singular, Buenos Aires, Grama, 2010, pp. 252-254.12 Cf. R. Mazzuca, F. Schejtman y M. Zlotnik, Las dos clínicas de Lacan, Buenos Aires, Tres Haches, 2000,

G. Arenas (comp.), Usos de la interpretación en las psicosis, Buenos Aires, Russell, 2001, y J.-A. Miller, Piezas sueltas, Buenos Aires, Paidós, 2013, caps. II-VII.

13 J. Lacan, Le Séminaire, livre xxiv, L’insu que sait de l’Une-bévue s’aile à mourre, clase del 8 de marzo de 1977 (inédito).

14 J.-A. Miller, “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”, en El Caldero de la Escuela, 14 (2010) 19, 25-26, 29.

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Lo continuo y lo discontinuo

Tensiones y enfoques de una clínica múltiple 

Ana Viganó – nel

La clínica psicoanalítica es una elucubración de saber basada en una práctica que recoge, al pie de la cama, signos obtenidos bajo transferencia. Las psicosis ordinarias como una nueva entidad clínica propuesta por Miller se corresponde con la perspectiva de no creer en el Otro de las clasificaciones1, una no-categoría afín al continuum de fenómenos que parece avecinar las fronteras diagnósticas categóricas que se consideraban polariza-damente definidas. Pero más aún, es una propuesta que nos permite avanzar sobre el complejo punto de pensar una clínica -desde lo comparable de las presentaciones...-, sensible a la singularidad -...lo incomparable-.

Lo discontinuo y la consistencia del Otro

Hay cortes2 es un axioma prevalente en la primera enseñanza de Lacan. El significante Nombre del Padre es un significante clave en términos de corte, tal como la idea de desencadenamiento que le corresponde. El Nombre-del-Padre se ubica como el Otro del Otro en tanto tiene una función destacada en el conjunto de los significantes: puede o no inscribirse y eso determina cierta legalidad. Su funcionamiento en la metáfora paterna permitiría la estabilización del goce en términos fálicos y la posibilidad de acceder a una experiencia de realidad común con otros: la neurosis. Su forclusión, en cambio, define la extensión de las psicosis con su desfile clásico de fenómenos clínicos.

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No hay Otro del Otro

La perspectiva simbólica del síntoma como portador de un mensaje dirigido a un Otro, soportada en el retorno de lo reprimido y vuelto así una formación del inconsciente, tie-ne clara dimensión metafórica. El significante del síntoma viene al lugar del significante enigmático del trauma. La significación, inaccesible para el sujeto, queda fijada allí. El inconsciente, pero también el síntoma mismo estarían estructurados como un lenguaje y el síntoma podría resolverse enteramente en el campo del lenguaje. Mas la vertiente resistente de síntoma, constatada ya por Freud, objeta este ordenamiento. El estableci-miento de la escritura de un agujero en lo simbólico bajo la forma S(Ⱥ) -que vuelve al Otro incompleto e inconsistente- pone en estrecha articulación lo femenino con las distintas formas de pensar al Padre. Lacan introduce en el mar de los nombres propios, en el reino de los significantes que mortifican al sujeto, la problemática del goce como chispa de lo vivo y de aquello que no queda capturado bajo la perspectiva fálica. Se impone entonces una forclusión generalizada que afecta a todos los seres hablantes por el hecho de serlos: no hay relación sexual. Para el ser que habla existe un goce absolutamente inaccesible, el de la complementariedad de los sexos. La multiplicidad de goces posibles se sitúan en ese lugar del No-hay, como suplencias. Pero el axioma No hay relación sexual es solidario -más aún consecuencia- de otro axioma que orienta este movimiento: Hay de lo Uno.

Litoral, literal

Tendremos una nueva versión del síntoma: lo que del inconsciente puede traducirse por una letra. Escritura salvaje del Uno -S1 solo, ese Haiuno-, escritura que cava un vacío “pliegue siempre listo a acoger el goce”3. Es el Uno extraído de manera traumática por el aprendizaje que el sujeto ha sufrido de una lengua. La palabra encarnación sitúa el ins-tante en que el significante uniano hace su entrada en la carne de manera contingente, abriendo lo humano de la vida como sustancia gozante. El precio de su existencia es dejar de ser lo que era -un significante- para existir al modo de sustancia gozante, como aconte-cimiento de cuerpo: fijación de goce que causa repetición; fijeza y resistencia que hace que no podamos considerar más a este síntoma una formación del inconsciente-cade-na. Pero sigue siendo procedente de un inconsciente otro: del inconsciente enjambre de Unos, del que se goza justamente por la extracción de uno de esos Unos, que la letra del síntoma opera. El inconsciente enjambre no tiene sentido ni interpretación posible, sien-do una versión de lo discontinuo por excelencia.

¿Cómo enlazar lo disyunto?

El nudo borromeo hace su entrada en la enseñanza con la característica que Lacan precisa para lo literal: tres redondeles anudados de manera tal que baste con que uno se suelte para que los demás se dispersen. Mas el nudo falla. El lapsus es inevitable puesto que RSI son letras disyuntas por definición, no pueden enlazarse por sí mismas.

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Lacan abre una clínica de las reparaciones posibles a esos lapsus inevitables, sobre el fon-do de lo discontinuo elemental inherente al Haiuno y al no hay relación sexual. Los lapsus del nudo hacen síntoma. El sinthome -como cuarto- sería la forma original de reparar esos lapsus, reanudando; habrá distintos tipos de reparación, distintos nudos. El psicoanálisis tiene lugar si algo de este saber arreglárselas sinthomático -que mantiene estable el nudo- se tropieza o desmorona. Allí un cierto despertar producto de un encuentro contingente con lo real, desencadena la estructura -cualquiera sea-. Este desencadenamiento da cuenta del síntoma en su estatuto de letra -fragmento de real, que no encadena-. Si este síntoma se dirige a un analista, la transferencia posibilita su tratamiento.

Bordear el agujero donde se aloja la vida que no cabe en el cuerpo.

La clínica borromea es una clínica flexible, sensible a las sutilezas y permite explorar las soluciones singulares que cada parlêtre ha encontrado para hacer su anudamiento -estructuralmente fallido-, como los tropiezos de los encuentros con lo real, los desen-cadenamientos, los desenganches y las posibilidades de reencadenamiento. La escritura nodal permite ubicar lo que da consistencia posible a los redondeles: el agujero. Así, la posición del analista requiere considerar el agujero en que se recorta un goce. Lo que permite la consistencia es mantener abierto ese vacío que cava la escritura del goce. Leer un síntoma -psicótico o neurótico, ordinario o no- implica “reducir el síntoma a su fórmula inicial, es decir al encuentro material de un significante y del cuerpo, al choque puro del lenguaje sobre el cuerpo.”4 Del choque al empalme singular; de lo discontinuo radical a la continuidad de un sentimiento de vida posible, en la juntura más íntima del sujeto. “La vida, es probable, reproduce, Dios sabe qué y por qué. Pero la respuesta solo se hace la pregunta donde no hay relación que sostenga la reproducción de la vida.”5 Se trata de poder ubicar sin la garantía del Otro ni el amparo del sentido esa porción de vida innom-brable que no cabe en ningún cuerpo y hacerse responsable de ello. “El trabajo de ustedes [analistas] es captar la manera particular, insólita de dar sentido a las cosas, de dar sentido a la repetición de la vida.”6 Las psicosis ordinarias y las otras nos enseñan del continuum que implica la perspectiva de “equidad clínica entre los parlêtres”7, aquella de la que Lacan pudo decir “todo el mundo es loco”8, pero no sin la locura de cada uno.

................................................................................1 Bassols, M. “Elogio de las psicosis ordinarias”. Desescrits. Disponible http://miquelbassols.blogspot.

mx/2016/11/elogio-de-las-psicosis-ordinarias.html2 Milner, J.-C. La obra clara. Lacan, la ciencia, la filosofía. Buenos Aires, Manantial, 1996.3 Lacan, J. “Lituratierra”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012.4 Miller, J.-A. “Leer un síntoma”. AMP Blog. Disponible http://ampblog2006.blogspot.mx/2011/07/leer-

un-sintoma-por-jacques-alain.html 5 Lacan, J. “El atolondradicho”, Otros escritos, op. cit., pag. 479.6 Miller, J.-A. “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”. Revista Consecuencias. Disponible http://www.

revconsecuencias.com.ar/ediciones/015/template.php?file=arts/Alcances/Efecto-retorno-sobre-la-psicosis-ordinaria.html

7 Holguín, C. “Los signos discretos de la psicosis ordinaria: una manera de escribir lo real”. Papers 7.7.7. nº 2. Disponible https://congresoamp2018.com

8 Lacan J., «LACAN pour Vincennes!», Ornicar ? nº 17-18, 1979, p. 278.

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Discontinuidad del Edipo continuidad del goce

Simone Souto – ebp

La discontinuidad es la norma

Con el complejo de Edipo, Freud nombró un modelo de regulación del goce en el cual todo gira alrededor del padre, de su presencia o de su ausencia. De esta forma, el padre se vuelve el correlato de una función simbólica estructurante que Lacan llamará Nombre-del-Padre. En la primera enseñanza de Lacan, el Nombre-del-Padre soporta la estructura significante produciendo un anclaje sin el cual el orden de las significaciones humanas no habría sido establecido. Esa primacía de lo simbólico como garantía, cuya presencia soporta y equilibra la estructura, y sin la cual todo se desarma, será el fundamento de una clínica estructural marcada por la discontinuidad entre las estructuras y por una frontera rígida, principalmente entre la neurosis y la psicosis, basada en la presencia o la ausencia del Nombre del Padre. Este privilegio asignado a la nominación edípica del goce, que hace de la neurosis una norma, será determinante para la orientación de una clínica pensada a partir de las estructuras y también para una concepción del inconsciente aprehendido a partir de la suposición de un sentido reprimido a interpretar. La última enseñanza de Lacan modifica esta perspectiva, poniendo en primer plano la no existencia de la relación sexual y la existencia del sinthome.

Lo que existe y lo que no existe

La inexistencia en el lenguaje de un significante que pueda inscribir la relación entre los sexos hace surgir un agujero en la vida de todo hablanteser. Desde que hay lenguaje, no hay un lugar en el que el sexo se inscriba en la vía de una relación. Se trata de una condi-ción universal, de una forclusión generalizada, diferente de aquella que está localizada en el Nombre del Padre. Debido a esa inexistencia, el goce será siempre del Uno-solo sin el Otro, marcado por la parcialidad de la pulsión e inadecuado permanentemente, si se compara con aquel que se refiere a la relación sexual, si es que acaso existiera. La ins-cripción de ese goce del Uno constituye la existencia para cada hablanteser de un modo

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de satisfacción propio que Lacan llamó sinthome: la existencia del Uno se realiza como constatación de la inexistencia del Otro – lo que no existe tiene que ver con el Otro y lo que existe tiene que ver con el sinthome.

La continuidad del goce y la metáfora de la referencia vacía.

El goce inscrito en el sinthome es “siempre sustitutivo”1 pues habla de una satisfacción que viene al lugar de algo “que no sucedió” y “de lo cual fue privado en la vida”2 Pero, si en Freud, esa satisfacción que no llegó a acontecer es edípicamente interpretada como prohibida, para el último Lacan, ésta es una satisfacción imposible de ser alcanzada, esa que está referida a la relación sexual que no existe. Por lo tanto, el sinthome es una satis-facción sexual sustitutiva; pero lo que ella sustituye es una referencia vacía. Así pues, la inexistencia de la relación sexual delinea una economía de goce que “es de punta a pun-ta sustitutiva, sin original”3 Encontramos aquí una metáfora distinta de aquella de la del Nombre-del-Padre y de la metáfora delirante: primero, porque no se trata de una susti-tución de un significante por otro, pues en este caso existe sólo Uno, aquel que viene del lugar de lo que no existe; segundo, porque esa metáfora no produce como resultado, un sentido, ni edípico, ni delirante; lo que ella produce es un goce fuera de sentido.

De esta manera, se instituye un régimen de satisfacción apoyado en un movimiento continuo de sustitución del goce que, por no tener un modelo original, conduce a un deslizamiento continuo a través del cual “el goce se extiende por todas partes allí donde hay significantes”4 Esa economía sustitutiva del goce confiere al sinthome un carácter “incurable” y “generalizado”5. Incurable, por localizar el goce que no puede ser negativiza-do. Generalizado, porque por más que constituya lo que hay de más singular para cada hablanteser, de una manera general no se puede prescindir de él: “nada es sin goce”6. La apertura de esa serie avala el privilegio del Nombre-del-Padre en cuanto a la nominación del goce: él será un sinthome entre otros, sólo que un nombre en la serie de los nombre de la lengua. Si en esa pluralización, el síntoma viene a funcionar como una garantía, es debido a que él confiere un lugar a lo que no se deja absorber por el sentido edípico, ni tampoco por el sentido delirante y al hacerlo, interrumpe la proliferación de sentido, produciendo un anclaje que se apoya en el no-sentido. En ese nivel, el significante cesa de hacer sentido y su función pasa a ser la de servir al goce, darle cuerpo, sustancia, mate-rialidad. En la dimensión del sinthome, “la palabra pierde su función de comunicación, de información, para no ser otra cosa que la palpitación de un goce.”7

De este modo, la discontinuidad entre las estructuras como característica de la clínica orientada por el Nombre-del-padre, dará lugar a una continuidad orientada por el goce, compuesta por diversos anclajes de los cuales es posible identificar “la forma contingente que la inexistencia de la relación sexual toma para cada uno”8 Son soluciones heterogé-neas entre sí, pero equivalentes: una solución no tiene más valor que otra. Se deshace la frontera rígida entre las estructuras, se introduce una elasticidad que permite localizar grados, sin que eso diluya las diferencias.

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Clínica borromea y desedipización del goce.

Para dar soporte a esta nueva forma de pensar la clínica, Lacan se sirve de los nudos borromeos con sus diversas anudamientos y posibles desanudamientos. Con la manipu-lación de los nudos, él intenta dar cuenta de una práctica del psicoanálisis orientada por lo real que forcluye el sentido9 , lugar en el que el goce aparece en su materialidad; una práctica que se aproxima más a un hacer que a un saber. Ese cambio de orientación nos lleva a otra concepción del inconsciente situado a partir de lo real del goce, y no ya a un sentido a ser interpretado. Como afirma Lacan, “cuando el esp de un laps (…) ya no tiene ningún alcance de sentido (o interpretación), sólo entonces uno está seguro de estar en el inconsciente”10 Tomar el inconsciente por esa vía modifica la práctica porque al hacer resonar otra cosa que no sea el sentido, da lugar a un abordaje más ordinario de la clínica, tanto en el campo de la psicosis como en el de la neurosis, volviendo perceptibles una variedad de soluciones inéditas con las cuales, por el uso del síntoma, se puede prescin-dir del padre, sea más allá de él (en el caso de las neurosis) o más acá (en el caso de las psicosis). De tal modo que, si el tema de la psicosis ordinaria para el próximo Congreso de la AMP indica una orientación, es porque como demostró Lacan a partir de Joyce, se pone a cielo abierto un inconsciente que no tiene que ver de ahora en más con la verdad, sino con un inconsciente que, como hablanteser, sólo puede ser aprehendido a través del modo en que cada uno se esfuerza en esa invención continua de una lengua, de ese funcionamiento específico, único en el que se puede identificar el trazado de una vida.

Traducción: Ma. Victoria ClavijoRevisión: Thamer Prieto e Ishtar Rincón

................................................................................1 Cf. Miller  J.-A., “La orientación lacaniana. Cosas de finura en psicoanálisis”(2008-2009), enseñanza

dictada en el Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de París VIII, lección del 3 de Junio de 2009, inédito.

2 Freud S., “La Fijación al trauma - El inconsciente”, Conferencias introductorias sobre psicoanálisis (1916-1917 [1915-1917]), Rio de Janeiro, ESB, vol XVI, 1976, p. 323.

3 Miller J.-A., op. cit.4 Ibíd.5 Ibíd.6 Ibíd.7 Miller  J.-A., “La orientación lacaniana. El ultimísimo Lacan” (2006-2007), enseñanza dictada en el

Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de París VIII, lección del 13 de diciembre de 2006.8 Miller J.-A., “La orientación lacaniana. Cosas de finura en psicoanálisis. (2008-2009), op. cit.,lección del

10 de junio de 2009.9 Lacan J., El seminario, Libro 23, El sinthome (1975-1976), texto establecido por J.-A. Miller, Rio de Janeiro,

JZE, 2007, p. 117.10 Lacan J., “Prefacio a la edición inglesa del seminario 11” Otros Escritos, Rio de Janeiro, JZE, 2003, p. 567.

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Psicosis ordinaria y clínica borromea

Fulvio Sorge – slp

“La psicosis ordinaria es la psicosis de la época de la democracia, haciéndose cargo de la psicosis de masa”1. Correlativa al Otro que no existe. La universalidad y la difusión de esta última es el producto de la conjunción del discurso de la ciencia con el discurso capitalista. El olvido de los significantes amo, la disolución de los ideales, han depuesto el semblante paterno, en razón de una microfísica del poder delegado a las prácticas ope-rativas. Como claramente indica el DSM 5, el nuevo significante amo es el algoritmo, la cifra, el número, la media estadística. Atiborrados de lathouse, expuestos al conformismo de un goce sin reglas, enceguecidos de fascinaciones convencionales como especulares, los hombres contemporáneos han renunciado al inconsciente a favor de una identidad líquida y provisional, siempre más expuestos a una soledad absoluta. En consecuencia la normalidad de la locura es el mal epistemológicamente coherente de nuestro tiempo. Esta lección del sentimiento más íntimo de la vida requiere ser reconocido en sus indistin-tos y múltiples significados sintomáticos, analizada en el sentido de comprender como se articula el discurso subjetivo en sus puntos de fijación, buscando anudamientos inéditos que puedan funcionar como puntos de capitonamiento subjetivo y evitar un desencade-namiento definitivo.

Se trata de una aproximación diagnóstica muy prudente a evidencias clínicas por su natu-raleza flexible y fugaz, respecto a las cuales J.-A. Miller sugiere como puntos de referencia la existencia de una triple externalidad que puede ser aprehendida en los sufrientes: una externalidad social que se configura como una desinserción, una marginalidad del sujeto; una externalidad que se refiere al cuerpo con una serie de signos difusos, una suerte par-ticular de dismorfofobia, en que el sujeto constituye lazos artificiales con prácticas para sentir el propio cuerpo, tatuajes, piercings, prácticas deportivas o sexuales extremas, en las cuales va cuidadosamente valorado el peso, la tonalidad, la

resonancia particular de la vivencia del sujeto; una externalidad subjetiva que devela “la fijación de la identificación al objeto como desecho”2. Entre los pequeños signos que pueden orientar el diagnóstico podemos incluir una identificación masiva al lazo social

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como suplencia, una cierta disonancia afectiva a los eventos así como interdicciones o modestias turbaciones de la significación, una cierta emancipación e insubordinación del imaginario al simbólico. El tratamiento del cuerpo, la higiene, la pequeña hipocondría o la lectura bizarra e imaginativa de algunas de sus funciones, pueden ser la rúbrica de indicios ulteriores. Es posible encontrar referencias a pequeños restos fuera de sentido, que se producen en el encuentro con el Otro, perplejidad sobre palabras o frases de sen-tido común que invaden la mente del sujeto, como expresión de una paranoia menor no desencadenada3.

La clínica de los nudos se muestra la más útil en el tratamiento de la psicosis ordina-ria4. La presencia del analista, su decir, su cuerpo, vienen como semblantes de lazo social que pueden introducir al sujeto en la comunidad humana restaurándole la debilidad y trabajando sobre sus dichos en la dimensión de la letra. En el Seminario XXII “RSI” Lacan presenta en forma completa el nudo borromeo de 3 círculos; con esto sostiene lo que el nudo evidencia la debilidad mental del sujeto humano que no consigue representarselo de otro modo. El recurre en su última enseñanza, a la topología de los nudos porque le permite valorizar la pluralidad de los nombres del padre, vale decir la necesidad de un cuarto elemento, que ratifique la consistencia de los anudamientos e impida el desanuda-miento5. En este caso la nominación trata el real indecible a través de su función primaria, es decir darle un nombre. Es en esta función de nominación que el sujeto responde a la ausencia del Otro y al supuesto goce del que se siente objeto. El Nombre del Padre en consecuencia cambia de estatuto, es sujeto a una variación de uso fundamental, cuya función, capaz de incidir sobre lo real, será la del padre que nomina, que da nombre a las cosas, le peré nomminat6. Es posible entonces, en el caso de la psicosis ordinaria, asignar a uno de los tres registros, a través de la nominación, el rol y la tarea de incluso el cuarto, que permite asegurar la consistencia del nudo borromeo teniendo unidos a los otros tres. Así al registro simbólico, implementado de la invención que nombra, le será confiada la tarea de dar nombre, en el caso más favorable inventando un síntoma que haga de sostén al sujeto. No es la única invención de este intrigante seminario, porque allí el autor propone una escritura a tres círculos, pero ya sugiere la necesidad del cuarto elemento, que en el seminario XXIII se convertirá precisamente en el sinthome. La nominación tiene como objetivo lo real y, precisamente, al producir allí un agujero que resulta esencial para el anudamiento. Lacan pone esta función en la dimensión del significante, pero lee la triada freudiana inhibición, síntoma y angustia en relación con la nominación. Agujero y nombres del padre son equivalentes y tienen la tarea de asegurar la consistencia del nudo. La nominación en lo simbólico apunta por lo tanto a la constitución de un síntoma.

La nominación imaginaria consiste en apuntar a lo real a partir de una nominación que encuentra su soporte en lo imaginario pero es en el orificio del cuerpo que lo imaginario se constituye y se enlaza con los otros registros. La clínica de la inhibición muestra los embrollos de la dimensión especular que agujerea lo simbólico y es el lugar de la repre-sión originaria. En fin la nominación real es relativa a la angustia, produce un agujero en la representación y se articula en torno al deseo del sujeto. Por cuanto esta indicación quede, en algunos puntos, de difícil y controvertida lectura, si se hace referencia a los

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numerosos casos clínicos de psicosis ordinaria presentes en la literatura, se ve como es preciosa la clínica según el principio del sin nombre padre, a condición de servirse de él.

Si las psicosis ordinarias se “ordenan clínicamente únicamente cuando sus fenómenos se precipitan y se organizan bajo la lógica de la transferencia”7 esto necesita de la prudencia de la espera, de la constancia y de la inventiva del analista, sea en el captar el signo dis-creto, en el posible descarrilamiento del sujeto con el fin de evitar el desencadenamiento, para asegurarse que la sesión analítica pueda tener una dimensión de acogida y de inter-cambio. En la dirección de la cura el analista busca activamente, con el sujeto, los puntos de entendimiento, en realidad semblantes, en los que el Otro pueda agotarse de goce. El intento consiste en la búsqueda de un acuerdo, no desde el sentido común, sino desde una ausencia de sentido, es decir una ausencia de goce del Otro8.

La clínica de la psicosis ordinaria en razón de las invenciones de los pacientes y de sus analistas, es un intento que se produce en el caso por caso, de responder al malestar de la cultura contemporánea.

Traducción: Martha Carolina ForeroRevisión: Raquel Cors Ulloa

................................................................................1 Miller J.-A., “La psicosis ordinaria. La Convención de Antibes, Roma. Astrolabio, 2000. p. 215.2 Miller  J.-A.,“La psicosis ordinaria. La Convención de Antibes, Roma. Astrolabio, op. cit., p. 239.3 Caroz G., “Quelques remarques sur la direction de la cura dans la psychose ordinarie”, Quarto, nº 94-95,

Janvier 2009, p. 55.4 Borie J., “Averti di Signe”, Mental, nº 35, janvier, 2017, p. 60.5 Lacan subraya que para Freud R, S e I quedan independientes, a la deriva. Para dar consistencia a la

propia construcción teórica Freud ha necesitado de un elemento más que ha nominado realidad psíquica y que no es otro que el complejo de Edipo, vale decir un cuarto elemento que viene a anudar los tres elementos independientes, los círculos de real, simbólico e imaginario. Es necesario entonces un cuarto elemento para suplir la forclusión imaginaria y obtener una solución borromea. Lacan utiliza la suplencia los Nombres-del-Padre, que restituyen un anudamiento borromeo de cuatro elementos: tres tipos privilegiados de suplencia a partir del síntoma. (Skriabine P. “La psychose ordinaire du vue borromee”, Quarto, nº 94-95, Janvier, 2009. p.19.)

6 Se supone que las cosas nombradas encuentren fundamento en lo real. Lacan J., Le Seminarie, Livre XII, “RSI”, Leçon de mars 1975, Janvier, 1976. p. 29.

7 Bassols M., “Psychose ordonnee sous transfer”, Mental, nº 35, Janvier, 2017. p. 47.8 Caroz G., “Quelques remarques sur la direction de la cura dans la psychose ordinarie”, Quarto, nº 94-95,

Janvier, 2009, p. 55.

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No hay un pasaje entre la neurosis

y la psicosis Epaminondas Theodoridis – nls

La psicosis ordinaria fue inventada por J.-A. Miller, luego del trabajo de investigación de las Sesiones clínicas en los años 90 sobre las psicosis, investigación que había demostrado la necesidad de distinguir esta categoría pragmática. J.-A. Miller subraya que «en la historia del psicoanálisis, nos hemos interesado de manera muy natural en la psicosis extraordinaria», mientras que ahora nos encontramos en nuestra clínica «psicóticos más modestos, quienes […] pueden fundirse en una especie de media: la psicosis compensada, la psicosis suplementada, la psicosis no-desencadenada, la psicosis medicada, la psicosis en terapia, la psicosis en análisis, la psicosis que evoluciona, la psicosis sinthomatizada1 ».

La invención de la psicosis ordinaria es correlativa a nuestra civilización hipermoderna en la que el Otro no existe, donde el Nombre-del-Padre no garantiza más nada y donde el consumo de los objetos de plus de goce, remplazan ls objetos pulsionales y sirven al goce inmediato sin pasar por el Otro. Según J.-A. Miller, la psicosis ordinaria es coherente con nuestra época de la diversificación de los nombres a partir del momento en el cual el Otro no existe2. Cuando el Otro no existe no se puede cortar radicalmente, estamos en los matices, en el más o el menos3. Para E. Laurent, nuestro estado de civilización, en el que cada uno busca su anclaje para controlar la fuga de sentido, es igualmente compatible con la psicosis ordinaria4.

La psicosis ordinaria no salió entonces de la clínica estructuralista y discontinua del período clásico de la enseñanza de Lacan, sino de su última enseñanza. De ese «cuestionamiento más radical hasta ahora nunca formulado desde el fundamento mismo del psicoanálisis5», una nueva clínica continuista se desprende de ello, la clínica borromea del sinthoma, marcando la conexión del goce y del significante, por la forclusión generalizada y donde lo importante es el modo de anudamiento del sujeto, sus invenciones para anudar lo imaginario, lo simbólico y lo real.

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Desde el punto de vista estructuralista existe una discontinuidad evidente, una diferencia neta entre la neurosis y la psicosis. Sabemos que al inicio de su enseñanza, Lacan ha elaborado la forclusión, Verwerfung, para distinguir el mecanismo patognómico de la psicosis. Se trata de un rechazo de un significante primordial, del significante del Nombre-del-Padre en el Otro, que ordena el orden simbólico. Lacan fue a buscar el término de forclusión en su lectura de la alucinación del dedo cortado del Hombre de los lobos. Mientras que del lado de la neurosis, tenemos en el origen «la admisión en el sentido de lo simbólico6», la Bejahung primordial. Los destinos de lo que es sometido a la Bejahung, a la simbolización primitiva, son del orden de la represión, de la denegación o del repudio. En cambio, «lo que cae bajo el golpe de la Verwerfung7», aquello que no es simbolizado, «lo que fue rechazado en lo simbólico reaparece en lo real8», bajo la forma de alucinación, por ejemplo. En la clínica, solo tenemos acceso a las consecuencias en el sujeto de la forclusión y no a la forclusión misma. Se observa que la psicosis es aprehendida así como deficitaria respecto a la neurosis, a causa de ese rechazo del significante del Nombre-del-Padre. Mientras que en la neurosis el Nombre-del-Padre está operando, en la psicosis es rechazado, excluido.

La perspectiva continuista pone en cuestión esa oposición radicalmente cortada. Neurosis y psicosis «son salidas diferentes de la misma dificultad de ser […] El francamente psicótico como el normal son variaciones […] de la situación humana, de nuestra posición hablante en el ser, de la existencia del parlêtre [1][…] El psicótico no es más una excepción, y el normal no lo es tampoco9». En consecuencia, todos somos iguales frente a lo real e la inexistencia de la relación sexual que pueda escribirse, iguales ante el goce, delante del troumatisme del impacto del lenguaje sobre el cuerpo.

J.-A. Miller observa que «esa generalización de la psicosis significa que no hay el verdadero Nombre-del-Padre […] El Nombre-del-Padre es un predicado. Es siempre un predicado. Es siempre un elemento específico entre otros que, para un sujeto específico, funciona como un Nombre-del-Padre. Luego entonces, si usted dice eso, usted borra la diferencia de la neurosis y la psicosis. Es una perspectiva concordante con «Todo el mundo es loco», con «Todo el mundo delira a su manera10». Porque todo parlêtre está confrontado con el agujero del saber concerniente a lo real de la sexualidad, entre neurosis y psicosis existe más bien una gradación, es un asunto de intensidad.

La forclusión generalizada significa que todo discurso es una defensa frente a lo real de la no relación, un delirio en el cual creemos. Y a partir del momento en que es imposible que el goce sea completamente absorbido por lo simbólico, habrá siempre un resto ineliminable, la cuestión se vuelve entonces, la de los diferentes modos de su localización. Desde el punto de vista estructural es el Nombre-del-Padre el que se encarga, mientras que para la clínica borromea J.-A. Miller propone la existencia o no de un punto de capitón, que «es menos un elemento del sistema, un anudamiento, un aparato, haciendo punto de capitón, engrapado11». En el caso ilustre de Joyce tenemos un ejemplo de punto de capitón que funciona como anudamiento. Él ha conseguido compensar «esta demisión paternal, esta Verwerfung de hecho12» por su sinthoma que es su arte. Joyce por su escritura logró corregir el fracaso del nudo que Lacan ha capturado en el episodio de su paliza13.

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En la Convención de Antibes, J.-A. Miller distingue dos tipos de psicosis, las psicosis de tipo roble, chêne, y las psicosis de tipo junco, roseau[2]. En las primeras, tenemos un franco desencadenamiento que tuvo lugar, un contraste entre el antes y el después14. En las segundas, del tipo junco, «el sujeto ha elaborado un síntoma como un desliz, a la deriva, el caso no listo para un franco desencadenamiento15». Él concluye incluso que «las psicosis ordinarias son principalmente del tipo junco16». Si un sujeto no proviene de la problemática edípica, si no tiene un síntoma edípico, debemos capturar lo que la hace sostenerse, lo que él ha inventado para anudar lo imaginario, lo simbólico y lo real, dicho de otro modo, buscar su solución singular, su saber hacer con el goce, para evitar al sujeto los eventuales desgajamientos o los momentos de crisis y así ayudarlo a construir un anudamiento en el caso en el cual se ha deshecho.

La continuidad entre neurosis y psicosis, a la manera de la curva de Gauss, concebible únicamente en la perspectiva de la clínica borromea, no le quita nada a la pertinencia de su distinción en la clínica binaria. J.-A. Miller nos incita, una vez que el diagnóstico de psicosis ordinaria es planteado, a intentar «clasificar de una manera psiquiátrica. Usted no debe simplemente decir que es una psicosis ordinaria, usted debe ir más lejos y encontrar la clínica psiquiátrica y la psicoanalítica clásica17». No hay entonces un pasaje entre la neurosis y la psicosis. La psicosis ordinaria es una clínica «de pequeños índices de la forclusión18», una clínica de gradación y de tonalidad, pero «debe ser reductible a una forma clásica de psicosis o a una forma original de la psicosis19».

NT.

[1] decidimos no traducir parlêtre por ser hablante, como usualmente se hace, por cuanto ese neologismo de Lacan además de hablar parler y ser être, contiene también la palabra, letra lettre que se pierde en esa traducción habitual.

[2] la oposición entre roble chêne y junco o vara de bambú, roseau tiene que ver con la inflexibilidad del uno frente a la flexibilidad de la otra, esa comparación tiene un origen en la poesía china.

Traducción: Mario Elkin Ramírez NEL................................................................................1 Miller J.-A., « Clinique floue », La psychose ordinaire-La convention d’Antibes, Agalma éditeur, diffusion

Seuil, 1999, p. 230. 2 Cf. Ibid, p. 260.3 Cf. Ibid, p. 231.4 Cf. Laurent E., « La pfuït ! du sens », op. cit., p. 260.5 Miller J.-A., « Préface », Joyce avec Lacan, Paris, Navarin éditeur, 1987, p. 11.6 Lacan J., Le Séminaire, Livre III, Les psychoses (1955-1956), texte établi par J.-A. Miller, Paris, Seuil, coll.

Champ freudien, 1981, p. 21.7 Ibíd., p. 95.8 Ibíd., p. 57.9 Miller J.-A., « Clinique floue », op. cit., p. 231.10 Miller J.-A., « Effet retour sur la psychose ordinaire », Quarto, nº 94-95, janvier 2009, p. 47.11 Miller J.-A., « Ouverture », op. cit., p. 155.12 Lacan  J., Le Séminaire, Livre XXIII, Le sinthome (1975-1976), texte établi par J.-A.  Miller, Paris, Seuil,

coll. Champ freudien, 2005, p. 89.

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13 Cf. Ibíd., p. 151-152.14 Cf.  Miller J.-A., « Psychoses chêne et roseau », La psychose ordinaire-La convention d’Antibes, Agalma

éditeur, diffusion Seuil, 1999, p. 275-276. 15 Ibíd., p. 276.16 Ibíd.17 Miller J.-A., « Effet retour sur la psychose ordinaire », op. cit., p. 45.18 Ibíd., p. 49.19 Ibíd.