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os soldados uniformados, de tez morena y cara adolescente, se asoman por la puerta de la garita. Con ellos se asoma también una melodía árabe que brota de
algún transistor, la misma que se podría escuchar en algún locutorio madrileño regentado por marroquíes. O en una cafetería de El Cairo. O quizá solo se trate de una canción de Shakira. La barrera está bajada impidiendo el paso. El recinto, vallado. Un perro de color canela cruza la separación sin proble
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Es uno de los países más pobres de América Latina. Pero ha encontrado un recurso para invertir la tendencia.
El metal más ligero de la tabla periódica. Cuyos iones hacen latir las baterías de la tecnología portátil y del
coche eléctrico. El litio. Viajamos al salar de Uyuni, una enorme costra de sal en los Andes. La mayor reserva
de este mineral del mundo. Por guillermo abril. Fotografía de guillermo de torres.
mas y husmea entre la tierra dura y fría, donde no crece nada, salvo cactus, espinos y matojos parduscos. La luz del sol resulta pálida como la de una acuarela aguada. La altitud, cercana a los 4.000 metros, le obliga a uno a respirar a poquitos, a caminar lento, a comer como un pájaro. O a pasar un día en cama con náuseas y un dolor punzante en la cabeza, como si le sujetaran al cráneo una diadema de alfileres: el mal de altura. Han sido varios días de viaje hasta llegar aquí, incluida una noche en un tren que tosía y ca-rraspeaba por unos raíles casi ocultos; se
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el precio de la sal. en el salar de Uyuni, las cooperativas salineras trabajan desde hace años sin variar su método: pican sal y la dejan secar en los montones que se ven en la imagen. la venden a menos de 1,5 euros cada 50 kilos para consumo casero. en esa misma salmuera se encuentra el litio.
El delirio del litio
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salar de Uyuni, 10.500 kilómetros cuadrados de un viejo mar emergido por el choque de dos placas tectónicas y desecado, convertido en una inmensa costra de sal blanca, cegadora como una plancha de acero a mediodía; cristalizada entre cordilleras y volcanes, rodeada de lagunas moradas, rosas y turquesas, y de formaciones rocosas retorcidas, como rostros u hombres de barro a medio hacer. Entre la sal, mezclado con ella, se encuentra el litio. El metal más ligero de la tabla periódica, altamente inflamable y cuyos efectos en el cerebro amortiguan desde hace tiempo las subidas y bajadas de humor de los bipolares (existe una canción de Kurt Cobain so
iban formando carámbanos de hielo en las ventanillas mientras los vagones cruzaban el Altiplano a menos 10 grados, bajo el cielo acribillado de estrellas del hemisferio Sur. Antes transcurrieron varios meses de conversaciones telefónicas, correos y tramitación de permisos con personal de ministerios y gerencias, con “licenciados” e
“ingenieros”, como les dicen aquí. Un esfuerzo en vano: no figura ninguna visita en la agenda desvencijada de los soldados. La barrera sigue echada, suena la melodía oriental y el perro se da media vuelta. Parece que tendrán que llamar a algún responsable, y dar aviso en La Paz. Esto es Bolivia, el país
donde las citas existen para ser olvidadas y el ritmo suele ir un par de pistones por debajo.
Tras un tiempo de expectación confusa, aparece con aire marcial un hombre robusto, de mostacho poblado, enfundado en un mono rojo con el escudo de la Corporación Minera de Bolivia (Comibol). Se presenta como el “jefe de seguridad” y ya no se separará de nosotros. “Nada de nombres, es la consigna”, será la frase que más se oiga en su compañía, siempre oculto tras unas gafas de sol y una braga. A sus órdenes, los militares nos entregan unos cascos de obra, suben la barrera y dejamos atrás la garita.
Nos adentramos en el sueño de un país por romper su espiral de pobreza. Un sueño ubicado bajo una superficie lunar, extraterrestre, por donde uno camina y cree haber conocido la Tierra hace millones de años: el
el salar conforma un paisaje lunar. es un mar seco emergido por el choque de dos placas tectónicas
la evaporación. a la izquierda, una de las tres piscinas donde evaporan y tratan la salmuera para obtener carbonato de litio. arriba, algunos operarios junto a una de las vagonetas donde viven y trabajan. abajo, hora de la comida frente a chamizos de madera y latón.
bre el asunto, Lithium). Pero al contrario que en el cerebro, aislados en el interior de una celda compuesta por dos electrodos y separados convenientemente por un electrolito, sus iones son capaces de bailar de un polo a otro, liberando energía. Quienes comenzaron a explorar este hallazgo en los setenta lo denominaron batería mecedora, por ese movimiento de ida y vuelta. Los japoneses de la multinacional Sony, la primera empresa que comercializó el invento a principios de los noventa, lo bautizaron simplemente: batería de iónlitio. La mayoría de ordenadores, tabletas y teléfonos móviles llevan una. Concentran más energía en menos volumen. Aguantan más ciclos de carga. Conforman la pieza clave que dota de autonomía a la tecnología portátil; el corazón que hace latir sobre el asfalto al coche eléctrico, un fenómeno “imparable ya”, según José Manuel Amarilla, científico del CSIC, uno de los pocos españoles que investigan esta tecnología. Las baterías, de unos 300 o 400 kilos, suponen casi un 60% del coste de los vehículos enchufables.
En 2007, la revista especializada Mate-rials Today nombró los derivados de este metal entre los 10 avances de las ciencias materiales más revolucionarios del último
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de bajo coste. el proceso para obtener carbonato de litio es “de coste poco elevado”. a la derecha, químicos tomando muestras de salmuera con cubos de latón y plástico; analizan la velocidad de evapora-ción. abajo, caseta donde guardan sus utensilios.
medio siglo. A partir de 2009, Bolivia comenzó a ser conocida como “la Arabia Saudí del litio”. En 2010, su presidente, el indígena Evo Morales, aseguró que su país le proporcionaría al mundo un abastecimiento del nuevo recurso en volúmenes tales que permitirían
“un cambio total de la matriz energética global”. El paso a una green economy, baja en carbono, independiente del crudo, o como quiera llamarse, necesitará cantidades ingentes de litio. Si el cambio de paradigma transita por donde se espera, en 2020, el 10% de los vehículos serán eléctricos, según cálcu los de Renault. Y en Bolivia creen estar en condiciones de convertirse en uno de los principales productores mundiales del mineral que les da vida, porque este desierto de sal, el mayor conocido, similar a una mancha de nieve desde el espacio, constituye “de largo, la reserva de litio más grande del planeta, con cerca del 70% del que hay en el mundo, digamos unos 100 millones de toneladas, suficientes para 5.000 años”, en palabras de Luis Alberto Echazú, el ingeniero al que el presidente Morales encargó la perforación, evaporación y transformación de la quimera andina en una realidad tangible (el servicio geológico estadounidense le reconoce unos nueve millones de toneladas).
Y en eso andan. Penetramos en un edificio al que el hombre sin nombre denomina “la planta piloto”. Tiene forma de U, y por sus pasillos nos cruzamos con empleados con
bata blanca, otros con el citado mono de faena, similar al de los astronautas o al de los presos de máxima seguridad estadounidenses, de color caqui o rojo, para distinguir sus tareas, y todos con casco, porque el edificio sigue en obras desde que se colocó la primera piedra en 2008. Como es la hora del almuerzo, nos ofrecen unas empanadas de queso, tentempié típico que constituye hoy el alimento de Comibol. Mientras dejamos un reguero de migas por uno de los corredores impolutos, recién estrenados, llama la atención una puerta cuyo acabado hi-tech contrasta con los suelos y las paredes del resto de la construcción; una cerradura electrónica a su derecha exige reconocer la topografía de una mano para ser traspasada. El jefe de seguridad responde con evasivas a la pregunta de qué hay al otro lado: “Es secreto”, y uno comienza a tener claro desde el principio que se nos irá proporcionando una información dosificada, sutilmente dirigida.
La primera parada nos lleva hasta un laboratorio que recuerda al de un colegio. Allí nos atiende una ingeniera metalúrgica llamada Cecilia Quispe, joven y didáctica. Ella y sus colegas dedican 14 días seguidos al análisis de las salmueras que les traen a diario desde el salar. Por turnos, descansan en su hogar una semana y vuelven a la planta piloto situada en ninguna parte, donde conviven bajo un régimen estricto, sin que puedan mantener relaciones entre ellos, ni tomar bebidas alcohólicas, por ejemplo. Aprenden sobre la mar
cha; “no existe ninguna universidad que nos prepare”, cuenta Quispe; y conversan mucho sobre sales. A estas alturas, los científicos reconocen su concentración solo con probarlas o echar un vistazo a su aspecto. “El litio no es un mineral que tengamos al cien por cien puro”. Pero es ahí adonde quieren aproximarse. Les llegan muestras más o menos cristalizadas, más o menos concentradas, después de haber sido sometidas a un proceso de “evaporación fraccionada” en diferentes piscinas con el fin de obtener un mineral rico en iones, competitivo en el mercado internacional, útil para las baterías. Digamos que aún se encuentran en fase de pruebas. Sobre las mesas se ven matrices, botes, tubos de ensayo con nombres y fórmulas escritas en rotulador. Y Quispe aclara que no es el litio de forma aislada lo que persiguen, sino un compuesto, el carbonato de litio (Li2CO3), cuyo aspecto sólido resulta similar al de la sal común, al menos en un principio: “A medida que se incrementa su concentración, se vuelve de color miel. Nosotros lo hemos obtenido hasta de color chocolate”. No pudimos comprobarlo. Las muestras de gran pureza quedan custodiadas en otro lugar. Tras la puerta de cerradura electrónica y acceso vedado, insinuó. Fin de la visita al laboratorio.
Ahora nos encontramos a bordo de un todoterreno, junto a nuestro guía con aspecto de húsar, de camino a las piscinas de evaporación de salmuera. Las ruedas muerden una estrecha lengua de tierra. Todo a nuestro alrededor es salar, y el sol hace brillar escamas doradas sobre los pliegues de agua que lo recubren. Cada año, la época de lluvias anega este mar seco y arrastra desde las montañas y los volcanes el litio y otros minerales, como manganeso y potasio. Se van depositando hacia lo profundo, sin que se conozca dónde acaba la salmuera rica en materias primas y dónde empieza el suelo firme. En el año 2000, un grupo de climatólogos de la Universidad estadounidense de Duke perforó el salar de Uyuni hasta los 220 metros. No tocaron fondo.
Al otro lado de las ventanillas, la fina capa de agua, producto de unas lluvias recientes, refleja los objetos como un espejo perfecto. Dos mundos enfrentados cosidos por la base. Bajo el manto cristalino se ve la costra de sal dura de la superficie. De manera natural ha ido formando hexágonos de un metro de ancho, como si fueran las casillas de un tablero de juego. Las piscinas de eva
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“podríamos abastecer de mineral al mundo durante 5.000 años”, comenta el director del proyecto
el pozo. “esta es nuestra mina”, dijo nuestro guía al pie de esta máquina de bombeo. extrae salmuera del fondo del salar y la vierte a las piscinas para su tratamiento y evaporación.
poración se encuentran unos kilómetros al norte de la planta piloto. Seguimos en ruta y, de vez en cuando, hay que echarse a un lado para dar paso a camiones que vienen en dirección opuesta, cargados con desechos. Cruzamos unos controles militares y el coche se detiene en una explanada de barro y sal en el extremo sur del salar.
El lugar tiene algo de asentamiento chabolista. Se ven chamizos de latón y madera tras un grupo de operarios que comen al aire libre; al lado, unas barracas abovedadas en cuyo interior se aprietan filas de camas; más allá, unos tráileres de chapa y dos gruesas vagonetas soviéticas que podrían haber servido en la II Guerra Mundial. “Y esto es nuestra mina”, dice el húsar. A sus pies descansa una sencilla máquina de bombeo de color cobalto, robusta, marca Denver, de la que sale un tubo, incrustado en la costra salina como la trompa de un mosquito. Es de origen estadounidense y por eso fue adquirida
a través de empresas interpuestas, cuenta mirando al cielo, dejando caer que les sobrevuelan aviones o satélites norteamericanos, quizá ambos, observando cada uno de sus avances. Puede que sea cierto. O que su manía persecutoria se deba exclusivamente a sus funciones de policía. En cuanto a los hechos, las relaciones con Washington son tensas desde 2008, cuando se expulsó al embajador estadounidense en Bolivia, al que Evo Morales acusó de “conspirar contra la democracia”. En los noventa, la empresa de EE UU Lithium Corporation posó sus ojos en este lugar. Negoció con el Estado un contrato a 40 años para explotar la zona de mayor concentración de litio, donde hoy chupa la Denver, pero se frenó porque no generaba
“valor agregado”, se lee en una memoria del Gobierno de Morales. “Era insostenible y perjudicial para las comunidades del país”.
Bolivia acumula una larga tradición de expolio de sus recursos, comenzando por el colonialismo español, que halló en 1545 y no muy lejos de aquí, en Potosí, “el cerro del que manaba plata”, del que no se sabe con certeza cuánta salió de camino a Europa, financiando el capitalismo primitivo. “Algunos escritores bolivianos, inflamados de ex
cesivo entusiasmo, afirman que, en tres siglos, España recibió suficiente metal de Potosí como para tender un puente de plata desde la cumbre del cerro hasta la puerta del palacio real al otro lado del océano”, escribió Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina. A los pies del cerro, cuya imagen recuerda hoy a una ubre seca y avejentada, agujereada, parcheada, hecha como a jirones de distintos ocres, la guía de una iglesia franciscana añadía a la leyenda:
“De vuelta, se podría construir otro puente con los huesos de las personas que murieron dentro”. Llegó a haber 1.500 bocaminas, hoy quedan unas 200 en cuyo interior los mineros escupen el moco verde de la hoja de coca y buscan por cuenta propia el poco estaño, zinc, cobre y oro falso que aún aparecen. Más allá, en una de las plazas de esta ciudad en la que se acuñaron las primeras monedas de plata de América, un bufón de cara sucia, nariz de cuervo y ojos negros, que se ganaba la vida divirtiendo a la gente en la calle, reco
noció enseguida a los extranjeros. Dijo: “Nos cagaron los españoles. Si no llega a ser por ellos, mediríamos tres metros”. Hubo risas entre la audiencia. “Ustedes nos cagaron. Hagan rodar sus euros”. En este país, el cuarto más pobre de América Latina, con un 65% de población indígena y un pasado bélico en el que se dejaron la salida al Pacífico y el acceso a unas ricas minas de cobre, en Antofagasta, la fijación por otorgar un lugar en la historia al colonialismo sigue presente.
“Sabemos que nos están viendo”, murmura el hombre de bigote, mientras sigue el recorrido de una manguera hasta una inmensa piscina donde vierten sus sueños. De esta pasa a una segunda y a una tercera. La salmuera extraída hace unos meses se ha vuelto turquesa. “Pues esto es el litio”, señala. “Al principio nos costó estabilizarlo. Los iones nos desaparecían”. El punto de inflexión se produjo en 2009, cuando un grupo de químicos halló en el laboratorio un método autóctono para obtener carbonato de litio a partir de la salmuera de Uyuni. Cada salar es un mundo, y el proceso químico de lixiviación y evaporación varía según los minerales. “Ese es nuestro secreto”, dice el jefe de seguridad antes de reclamar anonimato –“nada de nombres”– para los científicos que dieron con la fórmula. El equipo recibió en 2010 el Patujú de bronce, galardón que concede el diario El Deber, por sus logros. Sus nombres son públicos y conocidos. De hecho, en el
último momento de la visita se manifestó de la nada un miembro de ese equipo, Viviana Tarqui, e hilvanó una clase de química al borde de las piscinas: “En la salmuera que extraemos, de cada 100 litros, 80 son agua. Vamos eliminando mediante evaporación el excedente de agua para concentrar los iones. Lo curioso es que en Uyuni, aparte de litio, hay sulfato y magnesio. Por eso hacemos una evaporación fraccionada, en tres piscinas. En la primera, la Halita, se elimina el sodio. En la segunda, la Silvinita, el potasio [esta es la turquesa]. Y en la tercera, llamada Carnalita, eliminamos el magnesio. Así se obtiene el litio. El coste del proceso es poco elevado. A medida que se va concentrando, la solución se vuelve ácida. Picante al contacto con la piel. Pero el litio no se aprecia a simple vista. Está disuelto en el agua”.
Poco después emprendimos el camino de vuelta, cruzando puestos militares al atardecer con cierta sensación de vacío. ¿Eso era todo? Allá se quedaron las excavadoras y los camiones, los peones y albañiles, los científicos, los chamizos, las barracas y el litio que nunca pudimos ver. Resonaba una frase que pronunció un anciano, sentado al sol en un pueblo de barro al borde del salar. “La sal no vale nada, hermano”. Vendía 50 kilos a menos de 1,5 euros, para consumo casero. Tenía las manos duras y un tajo en la oreja.
Y, sin embargo, en un edificio del barrio financiero de La Paz, Luis Alberto Echazú comenzó a hablar de millones de dólares,
acentuando la impresión de bipolaridad del país. El tratamiento para alcanzar el objetivo, obviamente, sería el litio. Mientras se oía de fondo el hormigueo de los vehículos circulando por una ciudad con aspecto de cráter, recortada por la cordillera andina, inagotable, a pesar de hallarse a 3.650 metros de altitud, este ingeniero metalúrgico, educado en Europa y al frente de la Gerencia Nacional de Recursos Evaporíticos, detalló los tiempos de un ambicioso plan: “De momento tenemos tres piscinas y un campamento. Pero estamos en la fase terminal de la planta piloto. En 2014 esperamos construir la indus trial, mucho mayor. Con capacidad para producir 30.000 toneladas de carbonato de litio al año a partir de 2017”. En 2011, la producción mundial rondó las 180.000 toneladas, con Chile, Australia, China y Argentina a la cabeza. Y se espera que la demanda crezca al ritmo de producción de baterías (un 450% en cinco años, dice la consultora Pike Research). A finales de la década, Bolivia se colocaría como el tercer productor mundial, según la GNRE, siendo fieles al estilo que propugna Evo Morales desde que llegó al poder en 2005 con un lema –“Necesitamos socios, no patronos”– y cierta obsesión por el control estatal de los recursos –nacionalizó reservas de hidrocarburos en 2006–. En boca del ingeniero Echazú: “Siguen pensando que somos unos tontitos, que tienen que venir a ayudarnos los gringuitos”.
Hay quien vislumbra en esta estrategia el descalabro de Bolivia, por su incapacidad para captar inversión extranjera. Otros ven un espejismo de prosperidad; incluso hablan de una futura OPEP del litio, en la que Bolivia marcaría las pautas del mercado con Chile y Argentina. Lo cierto es que el país ha puesto rumbo comercial hacia Asia, firmando acuerdos con empresas chinas y surcoreanas. Pero, en cualquier caso, no fue hasta la vuelta a España cuando pudimos mirar por fin al mineral de frente. Ocurrió en la fábrica de CEGASA (Vitoria), donde sonríen cada vez que sube el precio de la gasolina, y ya han fabricado prototipos de baterías para Seat. El litio, después de haber sido sometido a un proceso de oxidación, lo guardaban en el interior de un bidón azul, envuelto en un papel plateado, como el envase del café. El encargado de su custodia descubrió el recipiente y mostró un polvo negro, similar al carbón machacado. Disuelto en agua se volvió un grumo oscuro y espeso. Parecía petróleo. P
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“siguen pensando que somos tontos, que tienen que ayudarnos los gringos”, se queja luis alberto echazú
en rUta. la infraestructura aún está por llegar a este lugar perdido en el altiplano, a 500 kilómetros de la paz. abajo, el camino que comunica los laboratorios con las piscinas de evaporación.