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Guido Rodríguez Alcalá Caballero rey 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales

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Guido Rodríguez Alcalá

Caballero rey

2003 - Reservados todos los derechos

Permitido el uso sin fines comerciales

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Guido Rodríguez Alcalá

Caballero rey Al Lazarillo de Tormes, respetuosamente El Autor Prólogo No puedo recordar sin emoción aquel 26 de febrero. Por raro azar, la canícula propia del mes se había trocado en frío nórdico. Un cielo triste, ceniciento, semejante al cielo de Edgar Allan Poe (poeta a quien rendí su merecido homenaje en un matutino de plaza), ponía una nota de recogimiento y devoción sobre la venerada tumba del patriota, general de división don Bernardino Caballero de Añazco, el Centauro de Ybicui. La piedad de los hijos (legítimos o no) había depositado rosas rojas sobre la gloriosa lápida del finado reconstructor del Paraguay; como hijo espiritual del mismo, yo, raúl amarilla, deposito mi flor, mi pobre rosa roja, que queda como una gota en el océano de rosas rosas que recuerdan el tránsito del héroe a la inmortalidad. Mas, ¿cómo dejaría de perderse mi florcita si le tocaba competir con las coronas fúnebres enviadas por las poderosas empresas que dieron vida al país después de la total destrucción de la Guerra Grande? Las mencionadas empresas se veían en la obligación de honrar debidamente la memoria de su socio fundador... Al hacerlo, enviaban hermosísimas flores que atraían de sobremanera a las avispas (mención especial merece la corona enviada por La industrial Paraguaya S.A.)... Ya el número de las laboriosas abejillas había aumentado peligrosamente para la seguridad de los que festejábamos el cumpleaños del Héroe en el Walhalla, cuando llegó mi maestro, don Juan E. O'Leary (h), con los ojos enrojecidos por las lágrimas y un bello ramillete que me hizo oler; al olerlo, me dio un tremendo shock y, según me lo contaron después, caí desvanecido sobre la bandeja de apetitosas milanesas aportadas por unos correligionarios de Mbuyapei. ¡Costumbre peculiar la de nuestro pueblo, esa de festejar los aniversarios fúnebres con una familiar merienda sobre la losa fría que cubre los despojos mortales del Ser Querido! Costumbre que resulta colguá para los que se creen cosmopolitas pero en realidad exhiben su pobre condición de metecos. En efecto, la merienda fúnebre la comenzaron los antiguos griegos, mi maestro O'Leary tiene escrita una docta disertación para demostrarlo, haciendo ver que, ya en el canto C de la Ilíada, el divino Aquiles honró de igual manera la memoria

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de su amigo Patroclo. Siendo, pues, la costumbre vieja como Judas, no debemos avergonzarnos, nosotros, los auténticos paraguayos, de seguir una tradición que hunde sus raíces en lo más profundo de la cultura universal. Por eso yo no me avergüenzo; al contrario: con pluma inexperta mas orgullosa, relato aquella fiestita ocara por los Manes de don Bernardino Caballero, aquel 26 de febrero de 1931. Fiestita alegre y triste a la vez, pero siempre patriótica, estropeada un poco por la garúa y las avispas. ¡Bienaventurados aquellos que soportaron con ánimo impasible el aguijón doloroso! Yo me desmayé (reacción alérgica). Recuperé el sentido en brazos de mi querido Maestro, don Juan Emilio O'Leary, llamado también el Reivindicador por su valiente campaña a favor de los Héroes militares del Paraguay, criticados por la propaganda extranjerizante, que les imputaba la supuesta destrucción del país. A mi querido maestro se le veía la cara un tanto hinchada, aunque ya las manos de hada de la Chunga le habían quitado todos los aguijones... En realidad, lo que le encendía las mejillas, lo que dilataba las venas de sus nobles sienes, no era tanto el veneno de los bichos sino el fuego de una noble indignación. Porque los males físicos no tenían ningún Imperio sobre el ánimo de mi noble maestro cuando lo poseía el entusiasmo de una noble causa, de una reivindicación auténticamente nacionalista y popular, como el Culto del mariscal Francisco Solano López o del general de división Bernardino Caballero de Añazco. -¡Infames! -tronaba mi Maestro -¡Mercenarios! ¡Agentes de la plutocracia sin corazón! Debo rectificarme, caro lector: no recuperé el sentido en brazos sino en la casa de mi querido maestro, don Juan Emiliano O'Leary. Debo aclarar, además, que cuando me desmayé en el cementerio, él me llevó a su casa, donde pasé dos días entre la vida y la alergia, mientras la muchacha, solícitamente, me aplicaba tabaco mascado sobre las picaduras -vieja receta guaraní a la que debo la vida... La Chunga (así se llamaba la muchacha) velaba al pie del lecho, con la fidelidad propia de su raza, que desconoce las convenciones extranjerizantes características de los liberales de las que, lamentablemente, yo no me había liberado del todo (¿cómo ser libre en un país dominado por la Beocia liberal?). En efecto, aunque la medida adoptada por la Chunga para mi sanación hubiese sido perfectamente adecuada, me resultaba un tanto embarazoso (prejuicio burgués) verme frente a la noble mujer, que para atenderme como es debido me había puesto en calzoncillos. La Chunga, «inmóvil como un ídolo sagrado», era una figura de bronce en la penumbra de la alcoba, iluminada sólo por las filtraciones de los agujeros del techo de cinc. (La casita de la calle Brasil merecía um reparo, para decirlo en la lengua del Juca, autor de una valiosa pero inédita biografía del Centauro -vide infra.) Ella sabía bien que no había que molestar al maestro cuando reflexionaba en voz alta: éste, presa del arrebato místico, se limitaba a repetir, haciendo gestos majestuosos y girando en torno de mi catre, sin mirarme: -¡Infames! ¡Mercenarios! ¡Agentes de la plutocracia sin corazón! Yo era demasiado joven, le tenía muchísimo respeto: aún no le conocía bien... Comenzaba a sentirme, de más en más, incómodo... Afortunadamente, J. Natalicio González rompió el hechizo: vino entrando con la jarra del yaguareté caá (noble infusión

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autóctona) y la robe de chambre de seda verde y dragones plateados que acostumbraba a usar en casa propia y en la de los amigos (cuando allí se hospedaba por más de dos semanas). Ocurre, ¡oh vergüenza!, que el gobierno liberal (en el poder desde 1904) desconocía los méritos de J. Natalicio González y el humanista, falto de cargo público, se veía obligado a recurrir a la generosidad de los amigos colorados; Natalo se hospedaba, a la sazón, en casa de mi maestro, esperando que don Bonifacio Caballero (noble vástago del Centauro) terminase de construir, en el patio de su casa-habitación de la calle Artigas, un departamento destinado para la residencia del autor de los Epinicios. J. Natalicio González (permítaseme la disgresión) acababa de terminar un original ensayo sobre las raíces platónicas de la civilización guaraní y estaba preparando otro sobre las raíces guaraníes de La Tempestad de Shakespeare (este último puso en evidencia que La Tempestad había utilizado, sin citarlas, fuentes guaraníes). J. Natalicio González, entonces, sirvió a don Juan su autóctona infusión, me saludó fraternalmente y después, sin decir palabra, se sentó en el catre y comenzó a contemplarse atentamente el pie derecho, cuyos dedos contraía y distendía rítmicamente, de acuerdo con la costumbre campesina, que permite al pynandí (al auténtico hijo de la tierra), sin descalzarse, la adopción de una postura de distensión y concentración algo afín a las yogas, pero de efectos infinitamente superiores. Le contemplamos en silencio. Después de algunos instantes, el maestro O'Leary dijo, sentenciosamente: -¡Infames! ¡Mercenarios! ¡Agentes de la plutocracia sin corazón! Era exactamente lo mismo, pero ahora con mucha calma. (Es que J. Natalicio González producía un efecto especial sobre los demás: les trasmitía calma. En los momentos de mayor exaltación (lo he visto), cuando los correligionarios estaban a punto de llegar a los puños por alguna cuestión filosófica o económica, Natalicio, cuando le llegaba el momento de hablar, esperaba unos instantes, se miraba los dedos del pie o miraba el piso (cuando estaba calzado) y después emitía alguna sentencia conciliatoria, que calmaba los ánimos como por arte de magia). Ya más calmado, el maestro O'Leary nos leyó con voz trémula el texto que los enemigos de la paraguayidad habían hecho circular por la Asunción durante mi largo desvanecimiento apícola, como ofrenda sacrílega a la memoria del Centauro. ¡Oh lector! La indignación me embarga cuando pienso en el infame y falso documento que, por razones metodológicas, no puedo dejar de transcribir a renglón seguido: DIRETORÍA GERAL DE CONTABILIDADE DA GUERRA -Rio de Janeiro. «Copia -Nª 466 -Ministerio dos Negocios da Guerra. Rio de Janeiro, em 13 de Junho de 1870, Mande Vmce. abonar mensalmente ao General Caballero, Coroneis Aveiro, Centurion e Carmona, paraguayos, o soldo de coronel, aos Tenentes-Coroneis Silvero e Palacios o soldo de tenente-coronel; ao Mayor Lara e ao Tenente Maiz o soldo de suas patentes; ao ex-Ministro Falcon cem mil reis; a ao Padre Maiz (todos paraguayos) o soldo de Capelao Alferez. Deus guarde a Vmce. (assignado) Barao de Muritiba. -Sr. Domingos Jose Alvarez da Fonseca. Cumpra-se e extracte-se. Pagadoria das tropas da Corte, em 15 de

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Junho de 1870. -(Assignado) Fonseca. -Extractado- (Assignado) Leal. -Averbado. -(Assignado) Barros». Inteligente lector: no es mi propósito el de ofender tu inteligencia explicándote lo que para ti está claro. Sin embargo, permíteme explicarte que el libro lo leerán lectores jóvenes (en muchos casos, jóvenes de buena fe, pero de inteligencia estragada por la propaganda antipatriótica), por esa razón, preciso ser claro, clarísimo (tal cual el inmortal J. Natalicio González al explicar que la ideología liberal se afincó en el Paraguay gracias a los judíos). Por eso, te explico: este documento apócrifo afirmaba que el general Bernardino Caballero y otros muchos héroes paraguayos habían recibido dineros del Ministerio de Guerra brasilero... Fue después de terminada la guerra, podrás argüir, y eso no desprestigia para nada, en su actuación guerrera, a los mencionados héroes... ¡No importa!, te contesto, un héroe debe, además de ser héroe, aparentarlo: la mínima sospecha, por eso, significa poner en peligro la imagen mítica del general Bernardino Caballero, uno de los pilares de nuestra nacionalidad, uno de los excelsos mármoles de la Patria... Natalicio y yo -vuelvo a mi relato- quedamos tiesos de indignación. -Hay que denunciar la falsificación -rugió Natalo. -Difícil -dijo mi maestro- las firmas son legítimas. Y eso era lo más perverso del asunto: las firmas eran legítimas; el documento, falso. ¿Qué negra iniquidad, que siniestro mitrismo pudo haber sobornado al funcionario brasilero, hoy difunto, para hacerle fraguar ese espécimen que, con papel, tinta y sello de la repartición pertinente, esto es, con visos de legitimidad, arrojaba un puñado de inmundo cieno sobre la ejecutoria de don Bernardino Caballero, precisamente el paraguayo que más brasileros mató y sin haber recibido por eso («designios de la Providencia», O'Leary dixit), ninguna herida en ningún combate? -Debe ser un universitario -dijo J. Natalicio González. Aludía así, con la sagacidad que lo caracterizaba en sus investigaciones políticas, históricas, filológicas y filosóficas, a la falsificación perpetrada recientemente en una (hasta ese momento) respetable casa de estudios donde, aprovechándose de la distracción del Gran Canciller, un tonsurado adicto a los placeres de Baco le presentó a la firma, en la pila de los diplomas de los dotorandos de la institución, un diploma falso, que el Gran Canciller firmó inadvertidamente junto con los diplomas legítimos, confiriéndose así el título máximo a quien no lo merecía... Deshonrada, la venerable institución tuvo que reconocer públicamente que, si bien la firma y el membrete eran auténticos, el título era falso. ¿Podría esperarse igual sinceridad del Archivo General del Brasil? -Imposible- suspiró don Juan.

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Ya había hablado con el representante del Brasil, este le dijo que no pensaba negar la autenticidad de un documento que, a todas luces, era auténtico. Recurso farisaico que le servía para vengarse de El Centauro de Ybicui, libro publicado por el maestro O'Leary, donde se ponía en evidencia la cobardía brasilera y el heroísmo paraguayo durante la Guerra Grande o Guerra de la Triple Alianza. -Quizás el mismísimo don Pedro II -dijo J. Natalicio González. ¿Por qué no? Para destruir al Paraguay en la Guerra Grande, don Pedro tuvo que empeñarse a los bancos ingleses; terminó perdiendo su corona porque no pudo levantar la deuda. ¿Qué tendría de raro que el Emperador tratara de desquitarse post mortem? Sin embargo, estas especulaciones lógicas no podían tener mayor influencia en la psique de un pueblo que, como el paraguayo, ha sido bombardeado por la propaganda antipatriótica, extranjerizante, bárbara. No. La dialéctica de J. Natalicio González, profunda, lúcida, nada o muy poco podría contra un infundio semejante. Sus alas de gigante le impedían caminar. Era necesario conmover la conciencia nacional, sacarla de su letargo, mediante una obra más directa, mediante un testimonio irrebatible: el testimonio del mismísimo general de división don Bernardino Caballero. Eso fue lo que me decidió a escribir este libro. Debo decir que, después de haber escrito mi primer libro, consistente en las memorias del susodicho Centauro de Ybicui sobre su actuación en la Guerra Grande, sentí que había realizado mi tarea. Pero me di cuenta de que no después de haber leído el miserable panfleto que pretendía hacer del Centauro un recipiendario de los favores del imperio negrero y esclavócrata. Así que va la segunda, como dice el gaucho (también heredero de la antigua tradición helénica, como ha sido definitivamente establecido)... Los que no han leído el primer tomo de las memorias del Centauro, sepan lo siguiente: Don Bernardino Caballero (1839-1912) fue el principal colaborador del mariscal don Francisco Solano López en la Guerra Grande (1864-1870), emprendida con el oro inglés por el Brasil, la Argentina y el Uruguay contra la próspera República del Paraguay. La guerra terminó con el 60% de los paraguayos, incluido el propio mariscal López. Privado de la satisfacción de caer con su Jefe en el combate final, don Bernardino Caballero, sin embargo, tuvo la satisfacción de reconstruir el Paraguay después de la guerra. El voto popular lo llevó a la Presidencia de la República (1880-1886); después de eso fundó el glorioso Partido Colorado o Asociación Nacional Republicana (1887), siendo la principal figura política hasta 1904, en que una revolución del Partido Liberal, financiada por el oro porteño, lo expulsó del poder. Hollado sí, pero jamás vencido, el Centauro tuvo todavía energías para combatir, por todos los medios, a la tiranía liberal que se enseñorea del pobre Paraguay desde 1904... La muerte lo sorprendió en 1912, en Asunción, en medio de la tristeza general.

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Que después de 30 años le hayan sacado el poder, me parece una crueldad, sin embargo, lo que no tiene nombre, es que ahora, después de muerto, traten de robarle su inmortalidad. En eso soy intransigente... El lector imparcial, sin aceptar mis opiniones desde el principio, puede, detenidamente, leer el libro para ver cuán infames son los enemigos del Centauro. Para leerlo con mayor provecho, le recomiendo tener presente la siguiente lista de gobernantes del Paraguay: Triunvirato 15/agosto/1869 Cirilo Rivarola (Presidente constitucional) 25/noviembre/1870 Salvador Jovellanos (Vicepresidente en ejercicio) 18/diciembre/1871 Juan B. Gill (Presidente constitucional) 25/noviembre/1874 Higinio Uriarte (Vicepresidente en ejercicio) 12/abril/1877 Cándido Bareiro (Presidente constitucional) 25/noviembre/1878 Bernardino Caballero (Ministro del Interior en ejercicio 4/setiembre/1880 Bernardino Caballero (Presidente constitucional) 25/noviembre/1882 La lista puede cansar al principio pero, en la medida en que se lee el libro, comienza a ser más interesante; no perderla de vista. En cuanto a mi estilo, aclaro que no pienso hacer concesiones. Me he formado en la escuela periodística de Patria, del auténtico Patria (hubo más de un periódico con ese nombre, incluyendo el fundado por Juan B. Gill). Eso significa que soy nacionalista y revisionista, que rechazo rotundamente la interpretación de la historia puesta en boga por Bartolomé Mitre y Compañía. Por eso, aún siendo argentino, he tomado partido por la posición auténticamente americana propugnada por el nacionalismo integral defendido por O'Leary, que me ha dado orientación espiritual y empleo cuando me echaron de mi Patria chica, la Argentina. Ser argentino, por otra parte, me ha permitido conocer al general Bernardino Caballero en Buenos Aires, en 1910; este libro es el resultado de una serie de entrevistas. raúl amarilla El cronista

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Tratado primero De como me castigaba en Río de Janeiro, todo por amor a la patria (1871/1872) ¡Esa su costumbre de poner todo con letra chica: raúl amarilla, por ejemplo! ¡Seguro que se cree más moderno como los jóvenes de ahora, hacen al revés como su amigo Roque, piensan que cuando más caprichoso más leído!... Creen que saben todo, Amarilla. Pero usted, Raúl, usted haga no más lo que le guste hacer con su poesía, pero con mi memoria, mucho cuidado. No me vaya a poner con letra chica. Usted me cuida bien las comas y también las sintaxis, no que vayan a decir después que Bernardino Caballero no sabía, como ya dijeron luego, son así: siempre pescando por si uno se atraganta una ese en su discurso para decir después que no sabía hablar, que no sabía luego ni leer el discurso que le hacía Crisóstomo Centurión o Decoud. No. Una persona pública tiene su imagen pública que le llaman. Por ejemplo (déjeme explicarle), si usted se quiere retratar, Amarilla, ¿cómo ha de hacer? No ha de ser en calzoncillos para la foto de familia, la fotografía que después verán sus nietos y señora. Así no puede ser. Tiene que ser decente, trajeado, como la que tengo sobre el escritorio con Tomasito Romero y José Segundo Decoud; esa es la que tiene que quedar. Y lo mismo luego para mis memorias; yo no tengo tiempo de ocuparme de todo: yo le voy dictando así como me sale y usted me pone como debe, por ejemplo: V corta o b de burro. Los antes después que los despueses... quiero decir al revés. Por ejemplo, yo le dicto primero 1887; después recién me recuerdo 1880. Puede ser. Con tanto tiempo atrás, tanto tiempo para recordarlo, suele pasar así. Bueno. Entonces usted me pone, como debe, 1880 y después 1887. Para que se entienda. Para que no se malentienda. Ahora que estoy luego viejo, pobre y sin gobierno. Ahora que los liberales quieren decir por mí gaucho de bola y lazo (¡qué groseros!). Usted, la juventud decente, tiene que decirles la verdad. Tiene que decirles cómo yo, Bernardino Caballero, soy el reconstructor del Paraguay. Sí, eso es lo que dijo O'Leary, desde luego, pero repita no más, Amarilla, repita. La gente es demasiado burra, tiene que repetirle varias veces. Hasta que se acostumbren. Hasta que les entre en la cabeza, como discurso militar... ... Ustedes la juventud moderna ya no entienden... ... ¿Pie plano?... Bueno, entonces no hay remedio. Usted no puede ir. Pero le haría falta. Disciplina no le vendría mal. Disciplina como la de antes: en la caballería los reclutas ligaban con el arreador. Así nos educaban a nosotros. Por eso es que salimos como somos, gente bien derecha. Ni liberal ni pituco... Bueno, a mí no me fajaban, ni siquiera de recluta, pero fue la excepción. La excepción porque yo luego era demasiado recto, desde el primer momento. Por eso me metieron en la caballería pero con tratamiento especial. No necesitaban pegarme. Y después fuí ascendiendo, ascendiendo... bueno, estas cosas se las tengo contadas, ¿para qué repetir? Ahora estamos pues para la segunda parte, para después de la Guerra Grande. O, si se quiere, al final. Eso no le conté todavía... ¿Cómo?... Pero no le conté, no quiera discutirme. ¿Usted acaso cree que porque soy un viejo ya no tengo memoria? ¿Cree que ya no tengo sentido? ¿usted qué se cree?

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¡Cajetillo!... Bueno, tampoco se me ponga así. No sea tan sensible. Un tirón de orejas para su bien no más, no se me quede tan abatatado. Si sabe bien que ya le dije a Juancito O'Leary que le consiga un puesto en Asunción, bibliotecario si es posible, ahora que le echaron de su empleo por robar cuadros... Bueno, ya sé que usted no le robó a la pobre señora, pero quería decir que le acusaron que robaba, por eso le quitaron de su cargo. Pero en Asunción es diferente: cuando se vaya allá, va a ver usted lo bien que le tratamos... No, en la Biblioteca Nacional no puede ser; allí está el bribón de Juan Silvano. Pero claro, igual le vamos a conseguir, no se preocupe... ¿Dónde estábamos? ¡Ah! Nos tomaron prisioneros. Prisioneros después que se acabó la guerra, ¿se imagina usted? ¡Dese preso!, me dijo el brasilero. ¿Pero preso por qué? Entonces nos fajaron unas cuantas balas; no valía la pena discutir. Y eso que nos entregamos, justamente, porque acabó la guerra. Porque en el primero de marzo le mataron a nuestro Jefe, liquidaron nuestro último campamento, justo cuando estábamos por el Norte, yo con mi partida. Unos 60 hombres (creo que); nos mandó el Mariscal para traerle carne, vacas chúcaras, porque en Cerro Corá no había carne: una vaca se dividía en 400 partes. Por eso el Mariscal me mandó hacia el Norte, para traer provista, pero cuando volvimos era demasiado tarde. Era ya después del primero de marzo. Puros ranchos quemados y esqueletos. Dicen que el Mariscal quedó enterrado allí. Me contó la Madama: ella personalmente cavó la tumba del hombre y de su hijo. Pero cavó demasiado playo (como casi todas); en seguida vinieron los bichos de la selva para desenterrar cuando se fueron; cuando las mujeres y los pocos que quedaban fueron caminando desde Cerro Corá a la Concepción, llevados por el ejército brasilero que nos fundió del todo. Por eso nos marchamos para Concepción, yo con mi partida. Para entregamos. Ni siquiera entregarnos porque no había guerra, había terminado. ¡Pero explíquele usted al cambá maleducado que nos recibió a balazos! Derechito a Concepción y de Concepción para Asunción en barco. Quiero decirle abril o mayo del 70. No recuerdo muy bien. Pero recuerdo bien nuestra tristeza... de los prisioneros paraguayos. Don Patricio Escobar, Silvestre Aveiro, Juan Crisóstomo Centurión, ministro José Falcón, padre Fidel Maíz. A Juan Crisóstomo le decían a cada rato que le iban a fusilar. (Le trajeron desde Cerro Corá hasta la Concepción caminando, y eso que se iba en sangre. Pero tuve suerte -me solía decirvi cómo te degollaban a los otros). Y a mí me decían que dirigí los fusilamientos de San Estanislao (el mariscal fue) y que remataba rezagados y que todo el camino dejábamos sembrado de cadáveres (Roa) y que yo le azoté a la señora madre del mariscal López (fue Silvestre Aveiro) y que a Venancio López le ultimé yo (fue Patricio Escobar) y que iba a ver la corte marcial que nos hacían. Crímenes de guerra, jei chupe.

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-Se acabó tu suerte Bernardino, me solía decir cuando me conducían prisionero en la Asunción. Se acabó porque en la guerra siempre tuve suerte, pero ahora se acabó porque perdí mi abogado. Yo siempre le había llevado cosido por mi camiseta, desde el primer momento; ese me salvó de las batallas más terribles, incluso Tuyutí. Pero después, con tanto caminar, se me había caído mi abogado, ya no me podía más salvar de los cuatro tiradores aquel escapulario milagroso de la Santísima Virgen que me regaló mamá. Y ahora con conde d'Eu ya no había vuelta (con marqués de Caxias daba más gusto): el tipo degollaba prisioneros de balde, así le degollaron a Caballero (el otro) y al comandante Aguiar aunque el pobre no podía caminar (perdió su rodilla en Tuyutí). En la Asunción me recibió Río Branco, plenipotenciario brasilero, estaba en esos tiempos dirigiendo ese gobierno mbore de Cirilo Rivarola. Amable parecía el tipo, Río Branco, me dio la dirección incluso de su hijo en Río de Janeiro (un mozo que se llamaba Río Branco también como su padre pero le decían varón). Yo quería decirle: Deje no más tanta cortesía don vizconde, ¿por qué no me deja en libertad? Porque si acabó la guerra no tenía sentido mandarme en Río, ¿para qué? Pero el brasilero no discutía (¿para qué si ganó la guerra, si ocupaba Asunción), nos mandaron no más en Río de Janeiro a los más importantes: don Patricio Escobar, Silvestre Aveiro, Juan Crisóstomo Centurión, Ministro José Falcón, padre Fidel Maíz, coronel Carmona. Nos mandaron en barco desde la Asunción... En el camino nos decían que nos pensaban justiciar, que nos iban a encerrar en la fortaleza militar, en una isla desierta. A Juan Crisóstomo todavía le dolía su mandíbula (le partieron en dos con varios dientes) pero igual le decían paredón en vez de consolarle. Don Patricio Escobar era el más tranquilo, pero el padre Maíz se moría de miedo. Era el más nervioso. De puro nervio le salía latín y se olvidaba el castellano. Vae victis, decía a cada rato. De tanto repetir se nos pegó. Cada vez que le veíamos venir al padre, entre todos decíamos: Ouma vae victis. Viene vae victis, para usted que no entiende. Después, ya en Río, una vez que paseábamos por la costanera, le vemos al paí Maíz con la hija del teniente. -I porá nde vae victis, paí (¡Lindo su vae victis, padre!) Así dijo Carmona, tan zafado. -Con esto se va a dejar de molestarnos -dijo Ministro Falcón. Y tenía razón. Porque en aquella época nos estaba visitando el Benjamín Constant, y el paí Maíz decía que no, no debíamos luego... No se podía olvidar que era paí. Pero después le pillamos con las manos en la masa, en la hija del teniente, y entonces ya nos aseguramos de que no podía repetir después en Asunción (nos podía perjudicar). No, la masonería deje no más, Amarilla. No me ponga aquí.

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¡Vaya a saber lo que dice monseñor Bogarín si se entera de que éramos! Tan bien que andamos nosotros (aquí tengo la carta que me mandó hace poco), va a pegar el grito al cielo si se entera, la gente luego no va a entender esas cosas. Tampoco de la hija del teniente. No, el paí Maíz ha muerto como un santo, cuidando las criaturas en Arroyos y Esteros. Así que no me ponga. Eso yo le cuento, en confianza, hablando como hombres. También para que sepa usted como fue que le conocí al Juca. Al Juca Río Branco. Bueno, así le llamábamos los amigos. Yo todavía no era, pero tuve que irme, por pedido especial del padre Maíz. Llevaba la tarjeta del vizconde; parece que él luego ya le había escribido a su hijo, porque varón me recibió muy bien, cafecito y todo. Yo al principio no sabía como entrarle, no quería abusar, porque se estaba portando demasiado bien conmigo (ni el hotel me dejaban pagar). Pero después tomé coraje; por un amigo uno se debe jugar. Y le expliqué la situación del paí Maíz. Vamos a ver cómo reacciona, me dije, por ahí me manda a tomar banho. Pero reaccionó muy bien, incluso le pareció muy simpático: él se encargó de ayudarle, habló con Su Majestad, con no sé quién: ellos le dijieron al teniente que no le demande por aborto... Pero el monseñor se enojó en serio: le dijo si después de haber fusilado inocentes todavía quería seguir matando; ¡todavía más cobarde! -le dijo- ¡un ser que no puede defenderse! El monseñor quería seguir adelante con el pleito, mandarle luego preso (en el Brasil es así), pero la Corte le dijieron que se tranquilice, que estábamos como prisionero especial. ¡Que Dios lo perdone -dijo el monseñor- yo no le doy la absolución! Desde entonces quedaron disgustados. Incluso antes ya, porque cuando llegamos en Río de Janeiro el monseñor le hizo llamar al paí Maíz para preguntarle si era cierto que tenía mando de tropas en Itá Ybaté y que había liquidado varios batallones brasileros y el paí Maíz le dijo que el mariscal López le dijo... Pero vamos a dejarle al paí Maíz, eso le cuento después. Lo que quería decirle era que nos trataron muy bien: toda una sorpresa. Nosotros luego llegamos en Río de Janeiro esperando nuestra corte marcial, sin embargo del puerto nos mandan a un hotel, Hotel dos Estrangeiros (donde después firmaron el Sosa-Tejedor). Después me llevan a comprar para mi traje (todo pago) y un día que lustraba mi zapato viene el ordenanza para decirme que me trajee bien porque me han de llevar junto al Emperador, SAI dom Pedro II. Yo le dije muchas gracias por pura educación, pero la verdad, Amarilla, ese Pedro II no me gustaba tanto. ¡Imagínese que le mató a nuestro Mariscal López!... No le digo tampoco que el Mariscal era perfecto, Amarilla, pero al fin y al cabo era mi Jefe, uno tiene que ser agradecido con su Jefe. Sobre todo que yo venía a ser el segundo del ejército; después del Mariscal el más antiguo. (Eso le ponía verde a Isidoro Resquín, que cuando comenzó la guerra era coronel, mi superior, y cuando terminó la guerra, mi subordinado). Así que incluso estuve a punto de decirle que tenía ese pya racú, mal del estómago, ¿cómo iba a salir de baile con el conde d'Eu?

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Majá catú Caballero! (¡Vamos!), me dijo mi compadre Escobar, quiero conocerle al comandante Mallet. Y es que los militares no somos rencorosos: simpatizamos en seguida con el comandante Mallet. Ese dirigía la batería rewolver en Tuyutí: le llamaban así porque tiraba muy rápido, justamente allí tuvimos que salir nosotros, la caballería, culpa que Vicente Barrios le malinformó a Mariscal y Mariscal entonces nos mandó atacar por donde no debía. Ese es el problema. Con los grandes hombres sucede luego así. De nada le sirve luego ser los grandes hombres si tienen colaboradores arruinados. Eso le pasó a dom Pedro. Él no nos hacía la guerra si no era por culpa de los viejos mbores como Caxias que le aconsejaron mal. -¡Cómo se hubiera hallado el Mariscal aquí! -dijo Centurión. Juca le miró un poco sorprendido (todavía no se daba cuenta) le dijo de que sí: de que todo fue malentendido porque dos pueblos amigos como nosotros no teníamos por qué; teníamos que defendernos de Argentina. Tiene usted razón, coronel Centurión, le dijo el Juca, pero comprenda usted que no se puede. Viene a ser la etiqueta que le dicen: en esas fiestas se le puede saludar a Su Alteza una vez y nada más; después, él tiene que saludarle a otra gente. Pero Centurión quería recutú. Quería felicitarle de vuelta por el baile: nunca él había visto otro igual, y eso que había estado en la Inglaterra, en el Buckingham, pero el palacio de Petrópolis muchísimo más lindo y por favor no se olviden de nosotros para la próxima vez... La gente ya comenzaba a mirarnos, así que le sacamos a tiempo; un poco más y gomitaba en ese piso tan lindo. Gomitó en el jardín. Después le dio un abrazo al teniente de guardia, menos mal. Porque si le abrazaba así a Su Majestad Pedro II nunca nos volvían a invitar. Centurión era así: muy instruido, hablaba con los Altezas en puro inglés, pero cuando tomaba dos tragos quedaba del otro lado, podía luego hacer cualquier indiscreción. Eso se aprovechaba el Juca. Cuando se dio cuenta, allí mismo comenzó a aprovechar. Como aquella vuelta de la cañonera Iguatemi que le quiero contar. Coronel -le dijo- eu sou muito fraco para a bebida e como sabe um diplomata deve usar mas nao abusar dese capitoso licor, por que si tal fizer nao podera ter a serenidade parafazer um bom despacho que esta a pender na pasta ministerial de sua cooperaçao vigorosa e recta. O coronel, ao contrario, guerreiro, e vigoroso por demais assim me dispense e toma a minha parte. Centurión entonces se mandaba trago doble, la ración del Juca y la propia, mientras yo derramaba por la borda, disimuladamente, mi parte del champán mientras no me miraba el marinero... Pero había sido que el Juca se dio cuenta; me contó después cuando estuvimos en Buenos Aires, él me acompañó para escribirme mis memorias. (No, olvídese de eso, Amarilla, nunca le van a mostrar en el Itamarati, son memorias confidenciales que hicimos entre el Juca y yo pero no para el público. A mí luego no me estiran la lengua como a Juan Crisóstomo, que le contó una serie de indiscreciones que después el Juca publicó en ese su libro contra el libro del alemán Schneider sobre la Triple Alianza). Se dio cuenta pero no se enojó. Al contrario. Caballero es muy inteligente -dijo una vez- porque a pesar de su ignorancia se maneja muy bien. Ignorante será su abuela pero el resto es cierto: todos me

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querían en Río de Janeiro. Y no que yo sea un vende patria desde luego: lo que pasa es que sabía manejarme, como dijo el Juca, decirles hasta donde quería decir. Educado, pero siempre patriota. Por eso es que a mí me ascendieron más rápido (grado Tres): los Honorables Hermanos me daban tratamiento especial, incluso el Benjamín Constant, que me daba clases extras para que aprenda su positivismo más rápido (no tiene que extrañarle, Amarilla, que una calle de Asunción se llame Benjamín Constant, no podemos pues serle desagradecidos). También me llegaban los diarios de Asunción, apenas recibía el Juca, ya me pasaba, siempre resulta luego agradable cuando se está tan lejos de la Patria, un militar es así. Si el general don Bernardino Caballero no se encuentra de vuelta en su Patria, no es por decisión del gobierno brasilero. Así decía el diario ese. Se llamaba El Pueblo. Ese es el que publicaba don Miguel Mascías, ese que trabajaba primero con La Voz del Pueblo pero abrió después su diario propio. Sí, La Voz del Pueblo era de don Miguel Gallegos, mejor dicho de don Cándido Bareiro. Porque don Cándido quería publicar su diario, pero los otros no le tenían confianza, decían que era sobrino del Mariscal López. Entonces don Cándido Bareiro habló con don Miguel Gallegos, médico militar del ejército argentino, le pidió que le ayude. Entonces don Miguel Gallegos aceptó la dirección, pero en realidad era de Cándido Bareiro, del partido bareirista, como le decían. Yo a don Cándido le conocía de oídas, el Mariscal López solía hablarme luego de su sobrino cuando estábamos en guerra; decía que resultaba muy desobediente porque ya le había hecho llamar para que se presente en el Cuartel General pero no venía, muy desobediente, pero parece también que don Cándido sabía que era para hacerlo fusilar y nada más, por eso se quedaba en Buenos Aires; por eso recién vino en Asunción en el 69, cuando entraron los aliados. Allí fundó el partido bareirista, puso su periódico La Voz del Pueblo. Conste que también El pueblo simpatizaba con él, por eso le propuso para presidente; yo supongo también que aquel artículo tan amable fue porque Bareiro les pidió. Aunque todavía no me conocía, pero tenía buen olfato (como él decía) para reconocer a la gente. Y no se equivocó. Pero eso después. Ahora, lo importante es que yo leía los diarios, todos los diarios. Viene a ser los dos: La Regeneración y La Voz del Pueblo (El Pueblo salió recién cuando quemaron La Regeneración, o sea que siempre hubieron dos). Todo se sabía en Río de Janeiro, incluso más rápido que en Asunción (roto). Y aquella hermosa noche en la Bahía de Guanabara (paí Maíz preparaba su guitarra), estábamos en la cañonera Iguatemí, medio románticos por la hermosa luna, pero el Juca quiso hablarnos de política. Nos preguntó si qué pensábamos de la Constitución, porque en el Paraguay estaban a punto de hacer una (el gobierno provisorio de Cirilo Rivarola, que también le llamaban Triunvirato). Paí Maíz le dijo que él siempre había dicho eso, pero la última vez, en 1862, López le metió tres años engrillado y pan y agua por hablar de la Constitución y le sacó de la cárcel a condición de que vaye al Tribunal de Sangre y allí

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tenía no más que firmar las sentencias porque con las Siete Partidas y las Ordenanzas españolas que seguíamos usando tenías que mandarles a la horca (que solía conmutar por paredón, no somos bárbaros) y que entonces no vendría mal una Constitución, por lo menos para hacer la prueba. Centurión dijo que la andábamos precisando: era una vergüenza seguir así; él luego había hecho su estudio en las Europas pero cuando volvió en el Paraguay tuvo que andar tomando órdenes de polecías ignorantes, era una desgracia ser inteligente; dijo también que no entendían cómo le permitían a don Cándido, ese que había sido pyrague de López, se pasó denunciando a los becarios paraguayos y se comió la plata que les mandaban de Asunción y por eso unos cuantos se murieron de hambre allá por Londres. Juca le dijo: cuestión de los argentinos; ellos le conocían demasiado bien a Cándido Bareiro; si los curepí le daban el empleo en el ejército argentino era cosa que no podían remediar. Y después me preguntó a mí; yo le dije que no soy político, pero como militar he de respetar la Constitución y se quedó contento. Claro que para mis adentros recordaba lo que nos decía Mariscal cuando estábamos en Azcurra, allá por 1869: la Constitución estaba muy bien, era lo más moderno, pero nuestro pueblo no estaba preparado. ¿Cómo iba a estar si los demás países, más adelantados, tampoco estaban? El Uruguay que era tan culto, la Argentina: lo único que hacían era pelearse, matarse unos a otros... por lo menos ese tipo de desgracias no conocíamos en el Paraguay. Mi compadre Escobar pensaba igual, pero esa noche no estaba con nosotros, se había quedado a dormir en su hotel. Siempre se quedaba. Nunca quería salir de serenata (ni siquiera después, de casado), pero nosotros salimos esa vuelta con el padre Maíz (de particular, desde luego), a Centurión le dolía la garganta. Desde entonces comenzamos a llevarle, tenía demasiada linda voz. Hasta que al final tuvimos que dejarle: las chicas se enamoraban no más de él (faltan varias líneas). * ¿Qué hacían esos bribones en la Asunción? Esa es una buena pregunta. Siempre me pregunté por qué les dejaban a ellos ser Ministros, Comandantes y todo eso mientras a nosotros, los más patriotas, nos tenían desterrados en Río de Janeiro. Era una Injusticia. A caballo regalado no se le miran los dientes, me dijo paí Maíz, si en vez de fusilar, nos pagan vacaciones, no podemos quejarnos. Entonces me callé. Estaba por preguntarle luego al Juca por qué pero no le pregunté: desde entonces me quedó la curiosidad... Ha de ser muy interesante para la historia pero yo no sé, ¿para qué le he de decir una cosa por otra? Pero bueno, ese les queda a ustedes los historiadores, el misterio ese. Yo no le puedo resolver. Vamos no más entonces a lo que puedo... La Legión Paraguaya, ¿por qué no comenzamos por ahí?... Tenemos que comenzar con los legionarios, con ese Decoud que le conté la otra vez... ¡Pero qué Diógenes ni que Diógenes!

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Usted entiende al revés Amarilla. Así que la próxima vez me trae su fichero, ese donde dice que tiene las fichas de la historia, yo voy a hacer revisar por su maestro O'Leary o por quien sea, porque usted entiende mal... Para que no siga metiendo la pata le voy a explicar otra vez: el señor Juan F. Decoud tenía cinco hijos: José Segundo, Diógenes (que usted confunde), Juan José, Héctor y Adolfo, ¿entendido? Bueno. Los fusilados fueron los dos hermanos de don Juan F., allá por 1859, cuando quisieron matarle al Presidente con la chipa envenenada... ¿Cómo?... ¡Ah!, esta vez tiene usted razón; por fin mi perro cazó una mosca... La chipa envenenada fue recién en 1869, cuando trataron de matarle a López (h) y fue su misma madre, doña Juana Pabla Carrillo de López. Allá por Panadero, cuando nos corría el brasilero, y entonces algunos ya empezaron a querer transar. Allá fue que comenzaron a interrogar a la señora López pero no quería contarles, entonces Mariscal le dijo al coronel Silvestre Aveiro: Está jugando con ustedes, pueden cintarearla no más. El coronel entonces tuvo que zamarrearla un poco (yo no fui, pero después algunos me culparon a mí). Bueno, con o sin chipa, el caso es que en 1859 le querían matar a don Carlos López, papá del Mariscal, y por eso que don Juan F. Decoud tuvo que escaparse a Buenos Aires, dejando en la Asunción a su señora con su hijito Héctor, que andaba por los nueve años... Esa se llamó la conspiración Canstatt, y si se llamaba así era por algo, pero al Canstatt no pudieron fusilarle porque ciudadano inglés, decían que, los ingleses no le iban luego a permitir. Aunque conspiraba. Entonces les fusilaron a los hermanos Decoud, porque le ayudaron, y el señor Juan F. (como ya le dije) tuvo que salir corriendo a Buenos Aires porque o sino eran tres en vez de dos. Parece que Juan F., cuando llegó en Buenos Aires, se puso a pescar por el futuro Mariscal López, para hacerle lo que le hicieron a sus dos hermanos, pero el Mariscal entonces ya no estaba, ya se había subido en nuestro barco que le llevó de vuelta en la Asunción, mientras le corrían los ingleses, por algo les decían pérfida Albión. (No, no le fusilaron a Canstatt, pero igual no más; cuando vieron el barco paraguayo se pusieron a correrle, le largaron tiro incluso, que por suerte no acertaron porque o sino no quedaba quién me ascienda). Pero si no le encontró a López, por lo menos le encontró a los exiliados Juan Decoud. De rabia se juntó con de la Peña, Machaín, Ferreira, Iturburu umiva: esos exiliados que vivían luego quitando manifiesto contra López (padre-hijo): Vamos, pues, a derogar esas leyes brutas y escandalosas para una República, que hacen distinción de clase por nacimiento y colores, y prohíben el matrimonio entre unos que se califican de mulatos y otros de blancos, y entre libres y esclavos, y declarar a todos iguales para amarse y unirse según los afectos de sus corazones, y no como lo habéis decretado Francia, tu padre y tú, orgullosos, bárbaros tiranos, contra las leyes eternas y humanas que mandan multiplicarse, etc., para lograr vosotros corromper y embrutecer al pueblo para mejor gobernarle, cuyo crimen es el más imperdonable de vosotros, monstruos solitarios. Esto es de Manuel Pedro de la Peña; esa clase escribía... Sí, era de familia; él luego era el papá de don Ángel y Otoniel Peña. Y también los Decoud, como le dije, toda la familia. Y también los Machaín, cada cual a más legionarios. Formaron la Legión para hacernos la guerra, para luchar contra el tirano, jei chupé. Dom Pedro al empiezo no les quiso dar corte,

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pero el Mitre les dejó tener bandera, cuerpo aparte, etc. Tenían su propio comandante: el coronel Decoud. También el coronel Iturburu, eran los dos, pero se pelearon después como exiliados. Pero igual no más pelearon en contra, o sea en favor del ejército aliado. Yo me recuerdo bien aquella tarde cuando estábamos en Piribebuy (1869) con el Mariscal López y vemos la bandera paraguaya en la fila enemiga. ¡Esto no puede ser!, decía el Mariscal. ¿Pero por qué se enoja?, decía conde d'Eu. Paraguayo con bandera paraguaya. ¡Pero no eran paraguayos, eran legionarios, gente que peleaba luego con los enemigos del país! ¿Qué le parece? Conste que a los Decoud les entiendo; eran la propia familia y fusilados. Y después la señora con el niño Héctor destinada al Chaco y después a Yhu (casi terminó en la olla de los indios). También a Benigno Ferreira, entre nosotros... Usted sabe que Urquiza, ese general curepí se llevaba muy bien con la familia López: ninguno le quería a los porteños. Por eso se visitaban tanto (hasta compadres de bautizo), y un día que el Urquiza vino en Asunción, le vio a ese mitaí Ferreira, le llevó a estudiar en la Concepción del Uruguay como su ahijado. Y allí les conoció al niño Julio Roca y Juan Egusquiza, los dos luego llegaron a la presidencia. José Segundo no llegó, pero igual se hicieron muy amigos, él con Benigno. Y un día José Segundo llega con un manifiesto, de esos que escribía su papá, le hace firmar a Ferreirita... Salió en los diarios porteños, totalmente en contra. El Mariscal saltó hasta el techo, le hizo llamar a la señora Ferreira, la mamá de Benigno. (Ferreira era ella, sí: el papá, de la Mora; no se pudieron casar porque no podían, a los de la Mora todos los declararon negros por decreto). -¡Firme inmediatamente! -¡Excelencia, es mi propio hijo...! -Razón de más para avergonzarse. -¡Pero tiene dieciséis años! -Tiene que corregirlo a tiempo. Pero la señora no quiso firmar (era una declaración en contra del Benigno) y entonces López le llamó al sargento y le cortó la mano a la señora. Ella lo tomó muy mal, también el hijo, ese futuro general Ferreira. No le parece para nada al Juancito O'Leary. Porque la Dolores Urdapilleta, la mamá, se casó al principio con el señor Jovellanos, que no le quiso firmar una sentencia a López (era juez) y entonces López le metió en la cárcel y murió de quebranto. Después la llevaron presa a la señora (un lamentable error), destinada a Yhu junto con las leprosas (por equivocación) y encima luego nuestro teniente aquel quería degollarle cuando le rescató el brasilero, por eso después la Dolores casó con O'Leary, macatero del ejército aliado, no le podía perdonar. A los tiranos, madre, mi maldición, dijo O'Leary (h), incluso publicaba poesías contra López, pero después se dio cuenta de que

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nuestro jefe no hacía con mala intención: hasta el sabio se equivoca. Entonces no se hizo el legionario (ni siquiera el neolegionario) como Benigno Ferreira. Pero, con todo, se le puede perdonar a Ferreira, no todo el mundo es tan patriota como su maestro, Amarilla. El que no tiene luego perdón es Juan Silvano Godoi. Usted hizo bien en publicarle artículo en contra; Juan Silvano un sinvergüenzo. Porque a él los López no le hicieron nada, al contrario: hasta le dieron permiso para estudiar en el extranjero (no se le daba a cualquiera). Cuando comenzó la guerra, López le dijo a la mamá que siga afuera, que continúe estudiando, que no vuelva, que cuando termine la guerra vamos a necesitar mozos instruidos. Pero Juan Silvano, en vez de agradecerle, se juntó con las malas compañías y cuando los aliados ocuparon la Asunción, se puso a trabajar en diario La Regeneración y la Constitución... ¡Así le agradecía al pobre López!... Godoy se creía muy leído, pero una vez le pillé en su casa porque llegué sin anunciarme y él estaba en el patio escribiendo a tiros de revólver por el muro de atrás: JSG, JSG. Así se preparaba (roto). Pero llegó el momento y Nicanor le dijo: Sos demasiado intelectual para esto, hermano, déjame a mí Nicanor no tenía puntería pero no quería errar y entonces se aseguró cortando el caño de su escopeta de doble caño calibre doce con munición especial para tirarle a quemarropa (faltan varias líneas) Pero después no le hicieron nada a Juan Silvano, aprovechó en Buenos Aires porque compró el descampado que le decían Caballito que después se convirtió en pleno centro (creció la ciudad) y con eso ganó kilos de plata; le dio para comprarse su museo, 20.000 libros, volvió de lo más campante en Asunción y ahora es director de la Biblioteca Nacional como si nada... Y esos eran entonces los que prácticamente no le querían al Mariscal López: Decoud, Godoy, Ferreira. Esos los que pusieron La Regeneración, el periódico ese que yo leía en Río, pero que comenzó a publicarse todavía antes de que me manden en Río, creo que en el mes de octubre del 69. Por aquellos tiempos andábamos por San Isidro de Curuguaty; los enemigos casi ya nos alcanzaban, pero Mariscal con ganas de poner por allí su cuarta capital de la República porque ya le tomaron las otras tres, comenzando con la Asunción. Andábamos un tanto tristes, usted se puede imaginar: nos habían conquistado como las tres cuartas partes del país y encima los propios compatriotas hablando mal de nosotros, publicando ese pasquín que no valía nada. Diciendo que después de 60 años el Paraguay iba a comenzar con la civilización; por primera vez le iban a respetar a las mujeres, como si el Mariscal no les respetaba. ¿Cómo que no? Si a la Madama Lynch le regaló como 30 casas, diez millones de hectáreas de yerbales. Él sabía tratar a las mujeres... ¿La Garmendia? Bueno, la Garmendia quiso ponerle veneno en la chipa. ¡Oh chipa! ¡Satánica chipa!, jei paí Maíz. Él le dijo bien a la pendeja que confiese pero ella no quiso; hasta el final se hizo la retobada. Entonces le fusilaron como a cualquier otro (la igualdad de los sexos que le dicen)... Decían también esos legionarios (ni siquiera esperaron que el Mariscal se muera para poner gobierno nuevo) que las leyes bárbaras, que dificultan luego el casamiento; eso ya no era culpa del Mariscal sino de Francia, que les había declarado negros a unos cuantos aunque eran blancos, como los Aguiar y entonces ya no se podían más casar con blanco. (Ese portugués desgraciado le persiguió a mi familia, hágame acordar para que le cuente después del estofado). La esclavitud tampoco. Esclavitud había desde siempre, incluso el Mariscal abolió, solucionó el problema metiéndoles a los pardos

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en el ejército, pero igual no más el Gobierno Provisorio suprimió la esclavitud después para decir que fueron ellos... ...Jaime Sosa también, sí, ya me estaba olvidando. Otro que andaba en el partido Liberal, para hacerle la contra al partido bareirista, pero en realidad para darle quebranto a nuestro Jefe, Mariscal López. Pero el jefe de todos Facundo Machaín, a ese le consideraban número uno del partido liberal (que no era partido, pero se llamaba así), pero no crea usted que sabía tanto como decían; no era el único letrado. Porque también estaba Cayo Miltos, mozo muy leído, dotor por la Universidad de París. Ese aprovechó muy bien la beca que le dio Mariscal López, aprovechó sus estudios; cuando llegó en Asunción sabía más que Facundo Machaín. También su hermano Fulgencio, mozo muy fino, ese no parecía luego paraguayo, por eso el batallón guarará cuando le encontró, una vuelta, le metió cuchillada (a esos no les gusta la gente fina). Esos dos estaban con don Cándido, viene a ser el partido bareirista, la contra de los otros. Allí también estaban los hermanos Jara, Juan y Zacarías, esos también se fueron en Europa López tiempo pe guare. Volvieron hablando inglés como don Cándido; ese sí que sabía. ¿Cómo no iba a saber? Estuvo tantos años en la Europa, agente consular, allí les conoció a todos esos, incluso a Juan Crisóstomo Centurión; también a don Gregorio Benítez, aunque Benítez dijo que Bareiro se comió la plata que le dieron para comprar cañones (eso también dijo ese Cirilo Solalinde, dijo que perdimos la guerra por él). Pero nunca le pudo probarle, vyro rei no más. Incluso en el comienzo se entendían bien, Benítez con Bareiro; lo que pasa no más que después a Benítez le metieron en la polecía para hacerle confesar y ese fue Gill, pero Benítez pensó que fue Bareiro, por eso le agarró la antipatía mucho tiempo después. Lo mismo que a Bareiro con el Gill; comenzaron siendo amigos. Porque los dos estaban en la Argentina en el 69: Bareiro con Molinas y compañía, vendiéndoles provista a los aliados desde Buenos Aires; Gill prisionero, porque le agarraron en la batería de Angostura, diciembre del 68, cuando el traidor de Thompson se rindió sin pelear y con él se tuvieron que rendir Juan B. Gill, Adolfo Saguier, José Urdapilleta (todo culpa del jefe, del inglés Thompson). Claro que a Gill le trataron bastante bien; le hicieron estudiar un poco porque precisaba. Después le mandaron de vuelta en Asunción, allí don Cándido Bareiro le hizo luego entrar en el partido bareirista, ese que también le llamaban club lopizta los Machaín umiva, y que publicada luego La Voz del Pueblo, que le hacía la contra a La Regeneración... Gracias porque me estaba olvidando: los Taboada también. Esos dos me parece que medio parientes de Bareiro, no recuerdo bien, pero siempre los protegió bastante, porque cuando volvió en Asunción, don Cándido consiguió su empleo con don Miguel Gallegos, de la Sanidad Militar argentina, y enseguida se acordó del Antonio y Rufino, de los dos Taboada, también les consiguió para su empleo... ¡Cría cuervos y te sacarán los ojos!... No estoy hablando del Rufino... (roto) Bueno, lo importante es que formaron a tiempo su partido bareirista. Bareiro es pérfído, fue criado y educado por López, representa la continuación del pasado, dijo Benigno Ferreira. Eso para dejarle mal con el enemigo. ¡Ve cómo es! Porque en esa época luego no podías decir que era lopizta; a nadie le gustaba. Todavía menos a los brasileros y

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argentinos, que ocupaban Asunción. Y cuando le hablaron de Gobierno Provisorio, no te pensaban dejar si eras lopizta. Por eso no más don Cándido tuvo que acercarse a la Sanidad argentina: no que no sea patriótico, pero en política luego hay que ser un poco práctico. Disimular si es posible... Sobre todo que no les podían dejar ganar a los otros, al partido liberal. Esos llegaron con los ejércitos extranjeros, querían luego hacer su Constitución extranjera, reírse de nuestro ser nacional, como dijo O'Leary, de nuestra identidad. Esos llegaron con las ganas de enchufarnos sus Códigos foráneos, de hacer gobierno vaí para darle el gusto a Río Branco, Ministro brasilero, a conde d'Eu, Generalísimo, al Bartolomé Mitre, al infeliz Sarmiento. Por eso cuando se murió Mariscal López, Decoud escribió en La Regeneración: ¡Gloria al general Cámara! ¡Gloria a Su Alteza, el conde d'Eu! ¡Vivan las armas aliadas! Y esas cosas le dolían a don Cándido (su tío tan querido), así que desde el comienzo comenzó a competirles, fundó su club político sobre todo para las elecciones, porque las elecciones se venían mucho antes de la muerte de nuestro Mariscal, un año antes. Es que los legionarios que vinieron en la Asunción comenzaron a insistirles a los aliados ya desde comienzo del año 1869 que querían gobierno propio, aunque sea gobierno provisorio, jei chupé, mientras ellos no le agarraban todavía a López que seguía peleando con algunos valientes como yo que era su segundo, le mandan una nota a los aliados para decirles lo que querían hacer: -Paraguaio e macaco mesmo -dijo el brasilero. ¿Vio que coincidencia? Nosotros pensábamos lo mismo, pero de ellos. Ellos no querían ni oír hablar; gobierno militar y nada más, decía el brasilero. Pero entonces salen los argentinos, ellos le querían a la Legión porque se formó en Buenos Aires. Dicen que si era provisorio no podía haber problemas, siempre que el gobierno quiera cumplir sus compromisos con los aliados; incluso si no quieren, igual; con ocupación militar no se podían hacer los retobados. Los uruguayos también les apoyan, sobre todo porque ya estaban con ganas de irse, ¿para qué seguir si no podían luego quitarnos territorio? Ellos se metieron por liga, porque no ganaban nada y hace rato que querían volver en su país, dejarse de macanear afuera, no ganaban nada. Los brasileros no tenían por qué hacerles caso, ellos pagaban la flota, al fin y al cabo. Ellos pagaban más del 60% de los gastos de la guerra, les prestaban plata a los otros. Pero estaba también la diplomacia, no querían romper con sus aliados. Tenían que darles el gusto, aunque sea un poco, incluso cuando los argentinos salen con que la fuerza no da derechos, ellos con los uruguayos (por el Tratado de la Triple Alianza, acababa la guerra y se nos carneaban el país: el Chaco todo para la Argentina, hasta Bahía Negra; el resto para los brasileros, aunque también querían las Misiones sus compatriotas de usted). O sea que la fuerza no da derechos era una gran avivada; no querían repartirse el Paraguay sobre la marcha no más para sacar más grande la tajada. Sobre todo Argentina, que tenía los Decoud, Machaín, de la Peña argentinistas, si hacían un gobierno provisorio podían después incluso anexarles... Río Branco se ponía nervioso: al fin y al cabo ya ganaron la guerra (prácticamente); tenían que no más cumplir ese Tratado pero los argentinos no querían; se hacían de los buenos. Mientras tanto, de Río de Janeiro le volvían loco; le decían si para qué ganaron si no ganaban nada, si perdían su tiempo gastando tanta plata con tantos soldados brasileros

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afuera, que se apure un poco. Entonces Río Branco les llamó a los paraguayos: Machaín, Decoud, Ferreira, Godoi. Les dice que muy bien, que se preparen para hacer su gobierno, que les daba permiso; gobierno provisorio, hasta que le agarren a López que andaba fugitivo por la Cordillera; después se veía lo que iban a hacer. Pero que haya lista única. Río Branco no quería división. Y es que por esa época ya se andaba cocinando la cuestión del gobierno en los dos clubes: el de Bareiro y el otro. Club Unión se llamaba el de don Cándido; el otro se llamaba Club del Pueblo. Cada uno tenía su periódico; se peleaban grande, pero unos días antes Río Branco les reúne de nuevo. Les dice que se dejen de peleas, que hagan lista integrada porque o si no hasta luego: les ponía gobierno militar. Allí se volvieron a tranquilizarse, por eso cuando se reunieron en el Teatro Nacional estaban más tranquilos los dos bandos. Allí en el Teatro Nacional preside la sesión don Roque Pérez: les dice que después de sesenta años de tiranía tenían que aprender la democracia; dejarse de los tiranos como Francia y López; elegir de una vez gobierno serio, liberal. Don Cándido le aplaudió por educación; tampoco pues podía pelearse con el argentino, el único que le apoyaba, porque Río Branco no; él luego ya había dicho que cualquiera menos Bareiro. Cualquiera, hasta un tauyrón como ese Cirilo Antonio Rivarola... Yo le conocía bien a Rivarola. Arruinado. Hizo toda la guerra pero nunca pasó de sargento, incluso aquella vez que le tomaron prisionero se escapó de vuelta para presentarse otra vez en nuestro ejército, para seguir peleando, pero cuando le agarraron la segunda vez ya se dejó convencer. Conde d'Eu le mandó en la Asunción con recomendación para Río Branco. Río Branco pensó que servía aunque era un llorón, eso sé bien. Porque una vez en nuestro campamento, no recuerdo por qué, Mariscal López le tuvo de plantón frente a la tienda y cuando pasaban los soldaditos por enfrente le tiraban con coco, para jugar no más, pero el tipo se puso a llorar como señorita, tuvieron que desatarle del poste porque o sino se volvía loco a los tres meses (parece que se volvió, jina). Lindo candidato. Pero Río Branco ya tenía decidido, era inútil que don Roque Pérez le pidiera por Cándido Bareiro, en esos tiempos luego mandaba Brasil; no como ahora. Bueno, la reunión para el Triunvirato. Porque Triunvirato tenía que ser, no querían un solo presidente sino tres. Y se reunieron en Teatro Nacional para elegir un grupo de veintitantos que tenía que elegir a su vez otro grupo para que elijan a los triunviratos... Conste que allí podía ganar don Juan F. Decoud; al fin y al cabo el jefe de la Legión prácticamente. Si le ponían en la lista, Brasil no le podía quitar. No le gustaba mucho, pero no le podía quitar así no más. (Es que José Segundo, el hijo de don Juan, también estaba en la Legión Paraguaya pero después salió; salió cuando se enteró de que querían comerse el Paraguay esos aliados. Entonces tiró el uniforme, se fue en Corrientes, escribió unos artículos contra la guerra en un periódico que fundó por allí). Y en todo caso, Argentina también le podía apoyar a Decoud: en todo caso le prefería a don Cándido, y los paraguayos también. O sea que tenía que perder.

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Porque el Triunvirato, si hacían como pensaban luego hacer, tenía que terminar así: Juan F. Decoud, José Díaz de Bedoya, Carlos Loizaga. Si hacían así, Rivarola no podía presentarse, porque don Juan F. era su jefe, su superior, digamos, en el grupo liberal. (¡Claro que Rivarola liberal, qué podía ser!). Entonces don Cándido, muy amable, se le acerca a Rivarola que no le quería hablar. Le dice: ¿por qué no hacemos la alternativa? La alternativa era, para el primer triunviro, ponerle a Rivarola/Decoud (los otros dos igual). Dice don Cándido Bareiro que si hacen así, su partido también le apoya a Rivarola; lista integrada, como le gusta al brasilero. Los otros muy contentos dicen que sí, ¿que más querían pues que lista liberal? Hacen asimismo, mandan cuatro nombres para que los aliados quiten uno... Desde luego, le quitan a Decoud. Gusto brasilero. Entonces Cirilo queda Presidente... bueno, no presidente, pero sí, por lo menos, ministro del Interior, que venía a ser igual, él el que mandaba, los otros quedaban de balde. José Díaz de Bedoya es pariente de mi Concepción; no debo decir nada. Pero le voy a decir (entre nosotros) que el gobierno provisorio no tenla un mango, y entonces le mandaron a José. al Pepe candelero, para vender los candelabros de plata de la Catedral de Asunción en Buenos Aires para conseguir unos pesitos para ese Gobierno Provisorio, pero don Pepe se embolsó los $ 1.000.000; se quedó en Buenos Aires; dijo que no quería pertenecer más a un gobierno tan poco patriota, les mandó la renuncia a los dos que quedaban del Triunvirato aquel. Era lo peor que podía hacer (quedarse con la plata) porque plata luego ese gobierno no tenía ni para pagarle al barrendero que barría la casa de gobierno (no exagero); plata únicamente conseguían de los créditos que les daban; los comerciantes aliados le prestaban, no para cobrar, sino para conseguir permiso para hacer contrabando (cobrar no cobraban nunca). Aunque tampoco ese permiso necesitaban tanto; los ejércitos aliados tenían el derecho de meter mercadería sin impuestos para proveeduría de sus tropas. Desde luego que metían contrabando. Metían arroz, fideo, pantalones para vender en plaza o para rematar en las casas comerciales como Juan E. O'Leary (el papá de Juancito), el rematador de moda le decían. Así que Rivarola dependía de la plata que le daban los Segovia, Lanus, Patri, Méndez Gonçalvez. Cuando le pagaba, le pagaba con títulos de la deuda pública que cambiaban por tierras (moneda del gobierno no querían aceptar, puro papel vaí). ¿De dónde quiere que saque? Ganado ya no había; cada uno confiscaba su ganado, los cambá y nosotros. Sí, claro que había vacas antes; estancias del estado donde había millones, de allí se proveía nuestro ejército. Pero después invaden los aliados, comienzan a comerse nuestras vacas, las demás se mueren, no alcanza para todos. Entonces Rivarola quiere liberar de impuestos a las vacas que metan de Corrientes; quiere arrendarles baratito, prestarles las pasturas a los estancieros argentinos con tal que traigan vacas que necesitamos tanto; conde d'Eu le prohíbe.

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(Nosotros en el Norte, en el Mbaracayú, sufriendo, comíamos una vaca entre demasiados, pero al fin y al cabo éramos pocos y el soldado siempre aguanta más). Y la cochesa no había; de dónde va a haber. Nosotros luego no le pensábamos dejar para comida de los negros brasileros: cuando nos retirábamos destruíamos, quemábamos hasta el último cuando no podíamos llevamos con nosotros los maíces (eso les perjudicaba grande, no nos podían perseguir). Y después también que el territorio estaba dividido; la mayoría de ellos, parecía, le ocupaban no más. Pero de tanto en tanto mandábamos partidas que no les podían atajarles y si alguno plantaba sus cochesas para darle a los negros le arreglábamos las cuentas y el campo le dejábamos patas para arriba. Así que comida no tenían. Se merecen por flojos. Importaban arroz, maíz, poroto, todo lo que se come. Importaban con plata que no podían tener, a puro crédito; allí los macateros se llenaron de plata prestándole a intereses al gobierno: quedándose con tierras y con casas del centro; quedándose con adjudicaciones públicas. De balde que Rivarola quite sus decretos sobre este y el otro; decretear no te sirve cuando no hay plata, ni siquiera para pagarle al polecía, que cobraba seis meses atrasado cuando cobraba. Por eso que después pidió ese crédito de Londres, el crédito más caro que tuvimos, pero con la soga al cuello como estaba, estaba para pedir el crédito a como sea, para alquilarte su mujer incluso. ¡Dios le castigó! ¡Tanto que le envidiaba al Mariscal Presidente, hizo lo posible para perjudicarle! Imagínese que asumió Gobierno Provisorio el 15 de agosto del 69, justo cuando nos perseguía conde d'Eu, que acababa de tomar Piribebuy, nuestra tercera capital de la República; yo con la retaguardia tratando de ganar Caraguatay, tratando de alcanzarle al mariscal López, embarazado por las carretas de víveres y de cañones, metido en el barro con mis soldaditos que tenían 12 años (no nos quedaban más grandes), cumpliendo con mi deber. El 16 de agosto salimos en el descampado de Acosta Ñu; allí se nos viene encima comandante Mallet con 40 cañones (teníamos solamente dos y viejos); se nos viene encima la caballería (caballos no teníamos nosotros); se nos viene el ejército brasilero con conde d'Eu, pero por suerte le cubrimos bien la retirada al Mariscal Presidente, que siguió peleando gracias a los mitaí tan formidables que se sacrificaron por su Jefe como buen patriota. Rivarola se rió de nuestra desgracia; Dios le castigó. Ejército no tenía. Polecía tampoco. Armamento tampoco. Tampoco conde d'Eu ni Río Branco le daban demasiada autoridad: le tenían no más de figurón mientras Asunción ocupada por los brasileros un verdadero escándalo con los soldados borrachos, violadores, ladrones y bandas de bandidos que se mataban en la calle. Nadie guardaba el orden. Pero le cuento después, ya son las doce, ya me llegó mi hora de mi tallarín. *

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Entonces ese Pedro de la Peña (papá de mi secretario) sacó su carta contra Mariscal López: rinoceronte maldito, le decía, vamos a hacer una ene de palo para colgarte, vamos a hacer Constitución y todo. Ese es el que querían los legionarios. Gobierno Provisorio para que haga su Asamblea para que haga su Constitución para que ponga su Presidente constitucional. Así decían. Por eso que Rivarola, cuando le mataron al pobre Mariscal Presidente (primero de marzo del 70), habló con el brasilero, le dijo ahora ya podemos: Primera vez en la historia, jei chupé. Primera vez que en Paraguay se vota, jei liberal... Pero con trampa... Por ejemplo, ese padre Blas Duarte, tan leído, quiere inscribir a unos de los suyos en la circunscripción electoral de San Roque; se va para inscribirles para que voten para la elección de deputados para la Convención Nacional, tan importante, pero el presidente de la mesa le dice siento mucho, ya se cerró la mesa, ya pasó la hora. Por favor, don presidente, dice paí Duarte, mire que la Constitución es tan transcendental, tenga un poco de paciencia, ¿qué le cuesta? Pero el presidente que no, se le insolenta, entonces el paí Duarte le dice que así no se le habla a los representantes de Dios. Discuten grande. Después Cirilo Rivarola le hace llamar en su despacho; le pregunta si es cierto. Paí Duarte que sí, desde luego, cuando digo la verdad no te temo a nadie. Entonces Rivarola que respete más. Eso mismo vale para usted, le dice Duarte. Entonces le llevan preso por desacato, que no era. Era no más que al paí le tenían rabia porque hizo una misa y habló muy bien de Mariscal López, de paí Maíz y de mí: eso no le podían perdonar... Esa es su democracia. Y desde luego que ganaron su elección, julio del 70, ¿cómo no iban a ganar si el voto era cantado, de viva voz? La gente tenía luego miedo de los pynandí liberal, de los raídos del bajo, esos que andan siempre con pañuelo azul al cuello incidentando votaciones, muy violentos. Liberal es así. Por eso les ganaron lejos, como 3 a 1; diputado liberal había como tres veces más. Don Cándido muy triste; él se consolaba con su equipo y con García-mí. -Ahora vota cualquiera -dijo Juan B. Gill. -Cantidad en vez de calidad -dijo Rufino Taboada. -Nos falta tío Francisco -dijo don Cándido Así se quebrantaban los del club lopizta. Entonces llegó el negrito ese que le dicen Taní; dijo que en la circunscripción de San Roque perdíamos, perdíamos grande. Eso no podía ser, San Roque era luego la parroquia del paí Duarte, allí toda la gente le quería al paí y él les había dicho para que voten bareirista.

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-Voy a ver lo que pasa -dijo Rufino Taboada. Llegó muy sonriente, le dijo al presidente de la mesa si podía ver el registro de elecciones. Vio que el nombre Decoud, Machaín, Sosa, tenían todo al lado la marquita de los votos, incluso tenían todas las marquitas por los que iban cantando su voto, para Bareiro no quedaba ninguno. -Muchas gracias, señor presidente -dijo Rufino Taboada. Sobre el pucho rompió el registro electoral en cuarenta partes. Después se fueron todos juntos en la pulpería de Patri para festejar. -Nos queda todavía la Encarnación. -Cierto, con esa ya ganamos. Porque circunscripción electoral luego había tres: San Roque, Encarnación y Catedral. Si ganaban en dos, quedaban 2 a 1. Así que se fueron; mientras paí Duarte discutía con el presidente de la mesa para entretenerle, Rufino disimuladamente trataba de agarrar el registro de los votos para romperle, pero cuando estaba a punto, le salió polecía y tuvieron que irse, muy dolidos. Por el camino le encontraron a Facundo Machaín, ese pituco, le hicieron una carrera baqueta. Por eso les llevaron presos. -Le agradezco la intención, Rufino, pero se excedió -le dijo don Cándido cuando fue a visitarles en la cárcel (padre Duarte también). Don Cándido habló con don Miguel Gallegos, también con Vedia, comandante argentino de la ocupación, le dijieron que no podían hacer nada por los presos, un delito fragante. ¡Cuando les conviene se vuelven constitucionalistas! Las mujeres de la Plaza San Francisco, entonces, se sintieron muy desilusionadas; hicieron una manifestación para liberarle a Rufino. Cueste lo que cueste. Fueron para asaltar la polecía, ya les estaban por mandar metralla, pobrecitas, pero el director de la banda se pone a tocar la palomita y entonces todas muy contentas, métale baile, se olvidan del asalto... Siguieron presos pero más contentos; desde los barrotes contemplaban el baile de homenaje. -¡Mis ninfas! -suspiraba paí Duarte. A él no le dejaron participar en la Convención Nacional Constituyente. Tenía mala suerte. ¿Por qué los otros y no yo?, decía. (Porque en la Convención había luego cinco padres, entre ellos Aponte, ese que después don Cándido Bareiro le ascendió a monseñor, 1879, creo que; como diez años después de que finó monseñor Palacios; Vaticano no nos quería luego poner otro obispo. Esos padres luego fueron los que le controlaron un poco al grupo liberal. Porque Decoud quería luego separación de Iglesia y del Estado, no se puede,

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matrimonio civil y todo eso. Desde la Regeneración le criticaban a la Iglesia: decían que somos todos vyro por culpa de los jesuitas, que los jesuitas ni los capuchinos luego no han de volver al Paraguay ya nunca más para que no sigan más). Paí Duarte tenía mala suerte, pobrecito. Todo porque le respondió al Mariscal. Recuerdo que se pulseaba con su rifle en nuestro campamento, allá por 1865. Cerro León. Tenía una puntería formidable. Esos que usted mata se han de ir derecho al cielo, le dije yo una vez. ¡Mbae cielo, nde añamenby, me dijo, para que vayan al infierno es! Después le capturaron en la Uruguayana en el 66; le querían fusilar sobre la marcha los aliados. Pero por suerte estaba por ahí el coronel Juan F. Decoud, jefe de la Legión, les pidió que no y le mandaron entonces a la Catedral de Buenos Aires para que ayude misa hasta que pudo volver en la Asunción, donde le extrañaban tanto; a pesar de su carácter tan nervioso es un buen amigo. Porque cuando todos nos volvían las espaldas, él hizo luego misa por nosotros en su parroquia; esa terminó con hurras para Mariscal López, paí Maíz y yo. Y después al paí Maíz le prestó su iglesia de San Roque (era párroco); le invitó para que haga misa. Y entonces el brasilero protestó; se quejó a Rivarola: ¿qué significa luego misa por sacerdote descomulgado? Rivarola le llamó a paí Duarte, ¡última vez!, le dijo; el otro no le hizo mucho caso; en su iglesia mandaba él. Para él un amigo era un amigo. Para el paí Duarte; él no te iba a abandonar. Incluso cuando nadie le quería, él votó por don Cándido Bareiro. Votó aunque perdieron luego las elecciones el día 3 de julio. Bareiro quedó afuera. Ni siquiera un puestito le dejaron tener los miserables esos. Así que el proyecto iba luego saliendo como querían ellos, los liberales, o sea como había publicado La Regeneración, prácticamente idéntico al proyecto que sacaba Juan José Decoud. Y como eran más, se hacían; los Miltos, Peña y eso tenían que ir armados en la Convención para que les respeten. Hasta que pisaron el palito los liberales, don Cándido aprovechó para hacerle su 31 de agosto o 1º de setiembre (también se llama así). Y es que de tan angurrientos terminaron perdiendo; si se contentaban con hacer su Constitución como querían vaya y pase, ¿quién les podía parar? Al fin y al cabo los aliados le apoyaban, esa Constitución, como dice O'Leary, fue impuesta por las armas enemigas para perjudicarnos; salió de sus tiendas de campañas de los vencedores esa que le dicen la Constitución de 1870. Pero pisaron el palito porque el 31 de agosto hicieron ese golpe para echarle a Rivarola, para ponerle Presidente al Facundo Machaín. El partido liberal. Ese día Juan Silvano Godoi le dice a Rivarola: tiene que renunciar. Rivarola no quería, ¿a quién le gusta? Sobre todo que el Triunvirato ya le había quedado para él solo: Candelero vivía en Buenos Aires y el otro, Loizaga, ya había renunciado. Pero Rivarola era pues liberal; disciplina partidaria que le dicen. Así que renunció no más. Y entonces a las cinco de la tarde (31 de agosto), Juan Silvano, Ferreira, los Decoud, Jaime Sosa, reúnen a los otros y les dicen: renunció Rivarola, ya no podía ser más un Triunvirato de uno solo, tenemos que elegir un nuevo presidente, somos la máxima autoridad nosotros, la Convención Nacional para elegirle. ¿Qué podían

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hacer si estaba todo cocinado? Le eligen Presidente a Machaín: esa misma tarde sacan bando para avisar por todas partes, le avisan a los comandantes aliados. Ellos no se dieron cuenta. Pero don Cándido no iba a dejar pasar la cosa así. Habla con Rivarola, la pregunta si no quiere seguir en la Presidencia. Por supuesto, le dice, pero no se puede. ¿Cómo que no se puede? ¡Yo le voy a mostrar que sí! Entonces don Cándido se va junto a don Miguel Gallegos (ya le tenía apalabrado) y don Miguel Gallegos le dice a Rivarola que el único Presidente luego era él, no el pituco de Facundo Machaín; que los ejércitos aliados no podían permitir que se viole así no más la Constitución, los Derechos del Hombre y Ciudadano cuera. ¡Dios le oiga, don Miguel!, le dice Rivarola. ¡Tenga confianza, señor Presidente! Entre los tres se van junto al comandante Vedia. Él estaba leyendo el bando que le mandó la Convención Nacional, sin inmutarse. Le daba igual Machaín o Rivarola... -La Patria está en peligro -le dice don Cándido. -Confíe en nuestro ejército -le dice Vedia. -¡Es que tenemos presidente nuevo! -¡Felicidades, don Cándido! Así que no había caso. Don Cándido quedó muy, pero muy deprimido, casi como Rivarola o más. Incluso más que cuando Ferreira nos corrió en Naranjajy que le cuento después. Pero no por eso le demostró a Rivarola: -Vamos a verle al comandante brasilero. José María Guimaraes Auto, varón de Yaguaro. -Con ese no tenemos calce -don Miguel Gallegos se llevaba mal con él. -Vamos, don Miguel, acompáñeme pues. Y don Miguel tuvo que acompañarle, por cortesía no más. Se fueron los dos solos, Gallegos y Bareiro, no se sabe muy bien de lo que hablaron. Pero allí enseguida Guimaraes le mandó llamar a Rivarola, que esperaba impaciente; le preguntó con qué permiso había renunciado; si se había vuelto lopizta o qué pasaba. Rivarola le dijo que le habían pedido, Guimaraes le dijo que estaba bien, que comprendía, pero que la próxima vez le informe primero, ¿cómo iba a tomar una decisión tan transcendental sin consultar con las hermanas naciones?

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-Excelencia, ya no habrá próxima vez. -Mais nao -dijo Yaguaro. Allí mismo le hizo firmar esos papeles (ya tenía preparados) para destituirle de la polecía a Juan F. Decoud, para apresarles inmediatamente a aquellos revoltosos. Para las doce de la noche del 31 de agosto, Machaín ya no era Presidente (siete horas no más) y quedó en su lugar Cirilo Rivarola, hasta que se termine la Constitución; quedó de presidente provisorio hasta el 25 de noviembre, que se tenía que inaugurar el primer período presidencial con la Constitución de 1870. (Esa Convención luego se hizo en la calle que le llamaron Convención, pero si son patriotas le tienen que llamar Juan E. O'Leary, ese mozo merece) Rivarola presidente gracias a don Cándido Bareiro, que le hizo expulsar de la Convención a los más revoltosos como Juan Silvano Godoi, Ferreira, Sosa, Machaín, Decoud, los bochincheros, y le puso en su lugar a Rufino Taboada, Juan B. Gill, Emilio Gill Matías Goiburú... No, don Cándido no entró, no era diputado, pero el que sabía mandar era él. El que merecía ser nuestro primer Presidente constitucional para el 25 de noviembre del 70, para comenzar bien. Pero Río Branco todavía no le quería, a pesar de todo, y Rivarola fue muy egoísta, no le pagó el favor. Se hizo nombrar por Río Branco (en vez de retirarse para ayudarle a don Cándido). Don Cándido tenía razón: se retiró del gobierno; le pidió a su partido que también se retire, pero Rufino se quedó con el Ministerio del Interior y Juan B. Gill con la Hacienda. Es que Rufino no quería largar; él pues ya tenía la polecía desde setiembre de ese año, cuando le quitaron a Decoud... Setiembre fue cuando un día le avisaron que la Regeneración ardía; allí mismo agarró su pistola, se fue con los pocos conscriptos que tenía. Cuando llegó en el diario echaba humo: los italianos se pusieron a correr cuando le vieron. Él les jugó varios tiros pero sin puntería (eran pistolas regaladas que no tiraban bien); después comenzó la balacera entre polecías y tanos; dicen que murieron como 30 o más... No, no es que Rufino les quería a los Decoud; claro que no les quería. Pero también él estaba encargado de la polecía, no le gustaba tanto que le quemen diario en pleno centro, era su jurisdicción. Así que les metió bala de lo lindo, apresó a bastantes, pero al final no se podía luego hacer nada: la Regeneración se cerró para siempre, no volvieron a abrir. Yo soy un pacifista, Raúl, pero le cuento de que me alegro un poco de que la Regeneración ya no estaba cuando yo llegué después en la Asunción. Eran muy insolentes. Incluso del Presidente Rivarola decían que robaba; hablaban mal de los ejércitos aliados. Hágales callar, le dijo Vedia. Pero no había caso. En el fondo está bien: ellos se vinieron con su libertad de prensa, con su periodismo libre, jei chupé, cuando les quisieron parar no había caso. Ya no se podía: una vez Rivarola les mandó la polecía, pero los que estaban adentro les cerraron las puertas, no les dejaron entrar, y la polecía se volvió con el rabo entre las piernas. -Eso no se hace así, señor Presidente. Así le dijo Cándido Bareiro.

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Cándido Bareiro habló con don Marcos Quaranta, ese de la colonia italiana que afilaba con una sobrina de don Cándido. Don Marcos andaba muy nervioso: La Regeneración también hablaba mal de los honrados comerciantes italianos; los acusaba de ladrones y cuchilleros. Entonces la colonia italiana le mandó una carta al diario; le dijo que no les podía insultar a todos juntos, que tenía que retractarse (muy bien escrita porque ayudó don Cándido). Pero Regeneración no quería retractarse; sacó todavía articulo más zafado; allí sí que las masas se enardecieron, el espontaneísmo que le dicen. Se juntaron todos, fueron desde la plazoleta del puerto (me parece) hasta el diario. Menos mal que los Decoud saltaron por la muralla de atrás, porque les quemaban con diario y todo (faltan varias líneas). Ese fue el último favor de don Cándido Bareiro; Rivarola se quedó muy solo, sin partido liberal que ya no le quería ni don Cándido que se le había retirado (roto) tenía que agarrarse de cualquiera (roto). Se merece el infeliz de Rivarola por mal paraguayo, mal amigo, mal todo. Primero le traicionó a Mariscal López, después a los liberales, después al propio Bareiro que le había ayudado, que merecía (más que él) ser Presidente constitucional porque el bobo de Cirilo se dejó quitar la presidencia el 31 de agosto, si era por él no más, el país era liberal. El primero de agosto recibieron un acapeté bien grande, todavía siguen llorando porque le quitaron la silla que o sino ocupaban para siempre, no salían más porque empezaron con ventaja. * Juca me despidió muy bien, el hombre luego me había acompañado de Río a Buenos Aires, tan amable; en Buenos Aires pasamos un tiempito para hacer mis memorias, de Buenos Aires a Asunción tuve que viajar solo. Pero con pase. Por eso es que en el puerto de Asunción me salió a recibir el teniente Coutinho. ¡Qué desastre! No el teniente, quiero decirle la ciudad. Yo esperaba alojarme en un departamentito que teníamos sobre el río (merced que recibió mi antepasado cuando les corrió a los Comuneros). ¡No quedaba nada! Es que los desgraciados brasileros, para saquear más pronto, se pusieron a quemar casas del puerto, así tenían luz para embarcar también de noche lo que nos robaban. ¡Qué infelices! Mi casita quemada con las otras. Y menos mal que Juca ya me había prevenido; si no me daba un soponcio de la rabia... Claro, el teniente Coutinho se cuadró, muy respetuoso, me dijo que cuando saquearon él no estaba, no tenía la culpa; le creí. Porque éste luego era un mozo joven, unos 30 años como yo; esos no eran como los viejos infelices como marqués de Caxias que dejaban quemar la Asunción y todo eso. Así que no le tomé a mal al teniente Coutinho, incluso hay que perdonar a los enemigos, como dice Ñande Yara, para qué vivir de odios pasados... Así que nos hicimos muy amigos; él me invitó a merendar en la Plaza San Francisco, donde tenía su cuartel, la que queda justo enfrente de la estación, y que después le pusimos Uruguay en homenaje del general Máximo Santos, gran amigo, que después le aplicó la ley de fugas al criminal de Coronado. Yo me quedé un ratito: enseguida crucé para tomar el tren para Ybycuí, porque soy de esos pagos; me llaman el Centauro de Ybycuí justamente por eso.

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(Su maestro O'Leary, justamente, fue que me puso el nombre: ahora ya me dicen el Centauro todos). Me fui para visitar mi familia, desde luego, ellas ya se habían ido todas en nuestra propiedad, mamá con mis hermanas. ¿Qué podían hacer en Asunción? Si había 1.000 paraguayos ya era mucho; eran puros soldados brasileros, mujerzuelas, macateros, maleantes. Así que no había nada, absolutamente; lo primero que hice fue tomar el tren para volver a mi valle y hacer vida sana en contacto con la naturaleza de mi estancia. Así que crucé la calle (a esa le decían de la Libertad) para ir de la Plaza en la Estación, y menos mal que ese cambá me dio el revolver, descogotado de doble caño, de esos que tienen uno encima del otro. Menos mal. Porque apenas voy cruzando cuando se me viene aquel negrazo encima, enorme, y si no tenía revolver me agarraba del cuello y hasta luego general Bernardino Caballero. Le largué los dos tiros, porque el primero le acerté en la pata no más, no se frenó, tuve que largarle el otro (no le había tomado el pulso a la pistola). Ya no me dieron tiempo de recargar con las balas que tenía en el bolsillo de mi saco (regalo de Río Branco)... Estaba tratando de cerrar el arma rápido cuando siento que me tiran de la bocamanga; menos mal que un chiquito, lo reventé de un puntapié. Entonces tuve tiempo de cerrar mi pistola revolver allí le di uno bueno en la cabeza. Pero justamente en eso me resbalo, caigo en pleno charco y los infames aprovechan, se me vienen todos juntos, allí sí que pensé que dejaba el alma porque me faltaba mi abogado y Río Branco no podía ayudarme, estaba demasiado lejos para eso. ¡Puta que me mordieron grande mientras las tipas se reían; no sé luego cuántas veces fueron hasta que comenzaron a fajarles piedra! Cuando me levanté, lo primero que vi fue la Regalada... Ella con las otras me habían visto bien, estaban en el corredor de la estación pescando por oficial brasilero que les quedaban enfrente; me vieron pero dejaron no más que la manada me muerda a sus antojos para divertirse ellas, hasta que me salvaron metiéndoles piedra y garrotazo... (Es que en aquellos tiempos luego no se podía andar tranquilo por las calles, Amarilla; los extranjeros nos decían perroguay por los yaguá que había buscando su comida y que a veces podía ser cristiano vivo; con la guerra se volvieron muy salvajes, y también que no había polecía ni nada, los cadáveres quedaban en las calles varias horas (la gente luego se moría de balde, no que le mataban) y entonces les gustaba nuestra carne a los perros callejeros esos). Ella con las otras me hicieron eso porque me vieron hablando con Coutinho, no le podían ni ver a oficial brasilero y eso que puteaban con ellos pero cuando podían agarrarle entre varias en una calle oscura le mataban... En ese asunto, Regalada fue la que salió mejor según parece, puso hasta su hotel propio, pero yo no creo que todo eso de oficial brasilero y nada más; ha de ser cierto esa historia con don Benigno López, hermano de nuestro Mariscal Presidente. Porque Regalada, Amarilla, le lavaba la ropa a don Benigno López cuando andábamos en guerra, y don Benigno, dicen, le dejó sus onzas de oro a Regalada antes de morir. -Es dinero de familia -dijo Mariscal Presidente. -¿Qué familia? -dijo don Benigno.

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El 21 de diciembre se lo llevaron con monseñor Palacios y la Juliana Insfrán: el padre le dijo que confiese dónde estaba el dinero, necesitábamos para la Patria, para defender al enemigo, se podía condenar o sino. ¡Jero!, le dijo don Benigno, encima que me fusila quiere que le dé mi plata. Así que le fusilaron sin saber luego dónde quedaron esas onzas de oro. Parece que quedaron con la Regalada; banda de estación no gana tanto; no para comprar lo que compraba Regalada, que al último ya la podía usted llevar a cualquier parte; no pasaba vergüenza en el Restaurant Francés (no más que en Asunción nos conocemos todos, no es posible porque la conocían todos pero no por la pinta: una perfecta dama)... Pero todo esto no es para poner en la memoria, por favor. Tampoco ponga que Regalada aquella vez me quiso clavar una criatura, dijo que era mía, en esos tiempos era así. Con los poquitos hombres que quedaban, todas querían luego tener un hijo para su vejez; tenían con el primero que pasaba, y si no le volvían a ver le endosaban el mitaí a cualquier otro. Yo no le dije que no; le dije no más que pase por casa, estaba muy apurado. Ella ya tenía averiguado que mi casa quedaba detrás de la estación del tren, se quedó muy tranquila. Mientras tanto, yo me subí en el tren; allí sufrí más que en la guerra: los brasileros no sabían hacerle funcionar. En realidad, no funcionaba. Funcionaba no más cuando tenían que darle un uso militar, entonces lo ponían a marchar de tanto en tanto, echando chispas por todos lados y quemando los pueblos de al lado de la vía. Por fin llegué a mi valle. Mamá me dio una gran sorpresa: ¡mis condecoraciones! Porque usted pues sabe Amarilla que fui el militar más condecorado de la guerra, incluso el más antiguo después del Mariscal. Y eso que cuando entré al ejército, en el 64, apenas si sabía disparar, pero para el 70, mi coronel Isidoro Resquín (él que me llevó al Matto Grosso) ya era mi subordinado como le dije. Y no vaya a creer usted que López regalaba condecoraciones; pregúntele al coronel Martínez: ¡Aguante hasta el 20 de Julio!, le dijo Mariscal. Le dejó en Humaitá con 3.000 hombres; los aliados tenían 40.000. Pero igual aguantó hasta el 5 de agosto del 68, cuando se rindió tenía 1.000 (si tenía) metidos hasta el cuello en la laguna Verá, dos días sin comer y cañoneados de lo lindo por la flota brasilera y la artillería de sitio... Le quiero decir que era valiente, que cumplió porque el Mariscal pudo retirarse gracias a él (le dejó de carnada, como solía decir). Bueno, igual no más el Mariscal le castigó; no le gustó del todo su trabajo. No a Martínez, a él no podía agarrarle. Pero le agarró a la Juliana de Martínez; le torturó en el lugar de su marido. Después le fusiló el 21 de diciembre con monseñor Palacios, don Benigno López, don Vicente Barrios, deán Bogado, la señora de Egusquiza... Un poco exagerado, tiene razón. Pero eso le muestra que Mariscal tomaba en serio su trabajo, no te condecoraba así no más. Y esto tiene que poner usted, Amarilla, pero bien, porque ahora aprovechan porque soy viejo para llamarme general avestruz. Tiene que mostrar las condecoraciones, trate de que salgan bien... Aquí tiene, ¿ve que lindas? Mis condecoraciones completas. Ahora me quiere preguntar cómo se salvaron.

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Porque Juan Crisóstomo ya no tiene las suyas, ni tampoco Aveiro. A ellos les quitaron en Cerro Corá. Tampoco los demás; la mayoría perdieron las condecoraciones de Mariscal, pero mi suerte me ayudó otra vez. Le tengo que explicar. Bueno, allá por el 25 de febrero, Mariscal López le llamó a mi mamá; le dijo que la situación estaba brava. Él no era tonto, sabía que tenía brasileros por todas partes, ya no había caso. Pero hasta el último pensaba en los amigos, le dijo que guarde sus ahorros, incluso le dio un lienzo para que entierre al pie del árbol. Y entonces mi mamá hizo como le decía y de paso guardó también mis condecoraciones. El primero de marzo, como el Mariscal maliciaba, se le viene el ataque de los negros; a él le matan y se llevan un pedacito de su piel y unos dedos como lembrança de Cerro Corá. A mamá la revisan pero no le encuentran nada. Cuando el teniente que les toma presa a ella y mis hermanas y se distrae, ella recupera su entierro, guarda muy bien entre la ropa vieja. Después ya no la molestan más, ella vuelve en nuestra casa, limpia las condecoraciones con ceniza, aquí tiene. Por eso que me veo tan elegante en los retratos, porque salgo con todas. Esas son las alegrías de la familia, usted ya se tiene que casar, ya tiene edad... Pero por ahora terminamos, vamos a seguir después... ¿Qué pasó en mi valle? Nada. Nos dedicamos al campito, muy contento, la naturaleza es lo mejor. Fuimos consiguiendo vaquitas, nuestros peones cué fueron llegando; otros se vinieron a conchabar. En esos tiempos el trabajo no faltaba, por lo menos si tenías estancia. Con la comida y los pesitos para el vicio ya se contentaban, no tan exigentes como ahora desde que llegaron los Rafael Barrett y el anarquismo. Todo seguía igual prácticamente, por lo menos en el campo: la gente respetuosa como antes... Bueno, en la ciudad otra cosa. Por eso que la gente bien no quería vivir en Asunción, preferían el campo. Y en el campo yo pasé un tiempito descansando de la guerra y del destierro... Hasta que un día llega un soldadito. Dice que de parte del señor Presidente de la República, o sea Cirilo Rivarola. Yo leí por curiosidad no más el sobre: me quería nombrar Inspector General de Armas (viene a ser Comandante en Jefe del Ejército). No sé si el Juca tuvo algo que ver en eso, pero con Cirilo Rivarola no quería trato. Ese traidor que nos sacaba decretos en contra mientras nosotros, las gloriosas Fuerzas Armadas, corríamos por montes y collados. ¡Qué descaro! El mismo tipo que le pidió a Río Branco que me manden en Río o en cualquier parte mientras él organizaba su gobierno provisorio para que no le moleste con golpe de estado desde el comienzo (así decía Rivarola, Juca me contó); ese sinvergüenzo me nombraba Inspector porque nadie le quería más; su gobierno un desastre, necesitaba mi prestigio... Yo no me iba a dejar utilizar.

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-Decile a tu jefe que no acepto el cargo, mitaí. Tratado segundo De como puse orden y disciplina en la legión paraguaya, amén de otras cosas que por pura modestia no digo (1871) A Juan B. Gill yo le conocía muy bien, o sea, pensaba que le conocía bien, uno siempre se lleva sorpresa, pero, ¿cómo iba luego a imaginarme lo que el tipo me quería hacer si nos conocíamos desde años? Por eso un alegrón encontrármelo después de tanto tiempo; no lo veía desde diciembre del 68, cuando a él lo tomaron preso los aliados en la batería de Angostura junto con don José Urdapilleta, ese que tiraba tan bien con su cañón. Yo le volvía a ver, después de tanto tiempo, en casa de don Otoniel Peña (cuando volví en la Asunción me recibió muy bien)... Sí, Amarilla, se ve que usted conoce la historia, no se parece a los de ahora que no saben nada... Hijo de don Manuel Pedro de la Peña, ese que dotor Francia le metió en la cárcel, y para distraerse comenzó a leer el diccionario (no tenía nada que hacer), y al cabo de 20 años aprendió de memoria, letra por letra, pero ya no sabía caminar (tanto tiempo con grillos). Ese se fue después en Buenos Aires, escribía la carta irrespetuosa que le mostré, le llamaba rinoceronte maldito al Mariscal; de don Carlos decía que llegó a Presidente porque casó con la mujer de plata, Juana Pabla Carrillo, pero igual no más se le veía la hilacha... Pero los hijos le salieron bien: Ángel y Otoniel. Y también las hijas, muy juiciosas: la Benigna se casó con José Segundo; Rosa con Juan G. González... Sí, Rosa Peña era esa dama tan letrada, tan educadora... Don Otoniel era el más criterioso, Ángel tenía sus cosas. Don Otoniel no andaba tanto en la política todavía (después fundador del Partido Colorado), más bien un hombre de negocios pero también patriota: siempre nos invitaba en su casa. -Es un honor recibirlos en mi casa. Y tenía razón. De los que estábamos allí, todos nos volvimos famosos, incluso presidentes: Salvador Jovellanos, Juan B. Gill, Cándido Bareiro, Patricio Escobar, Juan G. González... Don Otoniel conocía a la gente. Aunque en esa época luego, ¿quién podía imaginarse? El Paraguay ocupado; Río Branco ya dijo bien que Rivarola era su hombre; le teníamos que respetar. Cada vez metía más la pata, pero ni conspirarle podíamos. Andábamos todos tristes (aunque don Otoniel muy optimista, decía que no le olvidemos cuando seamos Excelencias), pensábamos que Rivarola terminaba su mandato presidencial y después repetía, ¿quién le iba a parar? Nosotros éramos jóvenes de familia, no queríamos esperar veinte años o más como Manuel de la Peña un gobierno que no nos gustaba. Necesitábamos la acción. ¡Vaya usted a explicarle eso a Río Branco, cada vez más antipático! (¡Y eso que

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me habían prometido tanto en Río de Janeiro!). Así que todos tristes los muchachos; de tan tristes discutíamos todo mal entre nosotros... No en la casa de Peña, desde luego, le respetábamos demasiado. ¡Un señor tan pacífico! No sé luego cómo hacía para recibir en su casa tranquilamente gente como Bareiro y Gill (que no se hablaban más), como el paí Maíz y Segundo Decoud (cada cual tirando por su lado). Porque el José Segundo, cada vez que podía, se soltaba el discurso de la Revolución francesa, yo ya estaba cansado de escucharle. Y una vez que hablaba del mercantilismo, dale que dale, yo le pedí que me diga, de una vez por todas, que quería decir mercantilismo. Después de muchas vueltas, me dijo que era cuando el Presidente tenía toda la plata como López, no le dejaba luego trabajar al resto, o sea que no quería la libre empresa. Eso lo que me dijo. -Mire, don José Segundo -yo le dije- yo le conocí demasiado bien al Mariscal, pero nunca le he visto fabricando los pesos. El tipo me miró de mala cara, íbamos a tomarnos luego cuando llegó don Otoniel con García mí. -Por favor, caballeros, guarden esa energía para los enemigos de la Patria. No dijo quiénes eran pero le entendimos muy bien; todos le aplaudimos. Porque no crea usted que les queríamos tanto; estábamos bien hartos. Teníamos que decirles Excelencia, Generalísimo; agradecerles su flota en nuestro río que nos llenaba de contrabandos; sonreírles porque o sino peor (como Benigno Ferreira que se va y les dice que se vayan del país y de mala manera y por supuesto que salió Ferreira y no los otros, veinte años de exilio). Teníamos que ser educados con ellos: nos costaba bastante no decirles camba ñaña como Mariscal López (que le andábamos extrañando pero no podíamos decir) y el más perjudicado era luego paí Maíz porque el paí D' Avola no le perdonaba luego su pecado de juventud aunque como buen cristiano tenía que. Maíz desde luego que también le invitaba don Otoniel; el pobre paí con ganas de fajarle un moquete a José Segundo cada vez que le hablaban mal de San Fernando. Y el José Segundo muy engreído porque le nombraron Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública. Rivarola trataba de arreglar su expediente, como dicen: ahora quería reconciliarse con los liberales, por eso le nombró a Decoud; Decoud ya no era entonces liberal 100% porque el 31 de agosto se desilusionó bastante, y en especial con el incendio de La Regeneración. Hay que arreglar el gobierno desde adentro, le dijo a su compinche el Facundo Machaín (cuando se dispararon como rata por tirante los liberales esos, cada cual trató de arreglarse como pudo, cada cual su empleíto. (Y es que Río Branco les hizo decir que sean todo lo liberales que quieran individualmente, cada cual según su gusto, pero como grupo, nada; servían solamente para armar bochinche. Es un bribón pero sabe lo que quiere, dijo el brasilero de don Cándido; en el fondo, le prefería a don Cándido. O sea, comenzó a preferirle, porque se estaba dando cuenta de que con los liberales no había caso, lo único que hacían era pelearse de balde.

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Yo, en cambio, modesto, como siempre, ¿qué me importaba ser Ministro, si el sueldo se cobraba atrasado? (Por eso, cuando Rivarola me hizo decir con el soldadito que quería hablar conmigo, le mandé a paseo). Además, la Legión Paraguaya tenía entonces solamente un batallón de infantería y un escuadrón de caballería. Pero no crea usted que batallón normal, de 400 hombres; no, apenas si tenía 150. Y el escuadrón no pasaba de los 115, teóricamente, porque había soldados planilleros que nunca iban al cuartel pero recibían ración igual (para eso estaban). Cuando se hacían revistas, aparecían más o menos unos 200, infantería con la caballería juntas; ese era el Ejército Nacional. O sea, la Legión Paraguaya. Pero yo los concienticé muy bien, porque después, la mayoría se volvieron patriotas, nacionalistas; fundadores del Partido Colorado... Bueno, me olvidé de contarle que, finalmente, tuve que aceptarle el cargo de Inspector General de Armas. Eso viene a ser Comandante en Jefe del Ejército, como le dicen hoy, pero yo me encargué muy bien de hacerlos entrar en vedera. ¡La cara que pusieron esos legionarios el día que los hacen formar en la Plaza de Armas y, de un zaque, me ven llegar a mí como su comandante! ¡Lindo susto! Ellos, que me habían perseguido desde Paso de Patria hasta Cerro Corá, ahora quedaban a mis órdenes. Yo les hice saltitear bien, para quitarles las ganas de ser extranjerizantes, de pelear junto con el ejército enemigo, les ajusté las cuentas. Pero ellos después me agradecieron; vieron que había sido no más para su bien, por eso me acompañaron después, cuando fundé el glorioso Partido Colorado (1887, el mismo año que fundé La Industrial Paraguaya, Sociedad Anónima). ¿Cómo hice?... Bueno, Amarilla, es cuestión de saber ser un verdadero Jefe... No sé, no sabría explicarle; a mí me sale eso naturalmente... El ejército, quiero decir, porque con la Polecía hubo muchos problemas (estamos otra vez en el 71); resulta que yo tenía que prestarle soldaditos del ejército a la Polecía, pero cuando pasaban por allí se me estropeaban todo, por culpa del Juan Bautista Gill. Y era que Juan Bautista andaba preparando su batallón guarará, que de batallón no tenía nada, era no más una manga de raídos del bajo para garrotearle a los opositores; batallones de asalto, le llamaba, pero no servía para eso. Él rejuntaba la peor calaña, pero lo peor era que Cirilo Rivarola le permitía luego venir a meterse con mi ejército, quitarme los soldados, usarme de local el edificio de la Polecía, que después quedó a mi cargo cuando me pusieron de Ministro. Guarará quiere decir caerle por sorpresa al enemigo, por eso le decían batallón guarará. Porque te esperaban en una calle oscura y cuando te dabas cuenta ya tenías cuarenta machetazos. ¿Qué otra cosa se podía esperar? Macheteros de la Chacarita, gentes sin moral, que servían no más para molestar al prójimo y que tampoco luego cobraban (no había plata) pero que en vez de pagarles Juan Bautista les daba su licencia de hace y deshaz, como decían; permiso para robarle su vaquita al vecino, para indecentear por allí. Esos luego no eran militar ni polecía. Sinvergüenzos de lo último. No me dejaban trabajar. Cada vez que yo llegaba en mi despacho ya escuchaba la música... No le podía retar a mi colega en público, a Juan B. Gill, pero le pedí mil veces que no me baile más la palomita en el cuartel, desmoralizaba la tropa, pero el tipo que sí: pero volvía a hacer lo mismo. ¡No sé lo que tenía! De tanto andar por el bajo se prendó por las chinas, si no era esa clase luego no le gustaba... ¡Lo que sufrió Concepción!...

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Por eso luego le dije que un mal amigo. En su Ministerio podía hacer lo que quería (Hacienda), ¡pero que me respete el mío el desgraciado! Yo no me metía con él. ¿Qué significa robarme mis conscriptos para meterles en su batallón guarará? Con don Gill da más gusto, decían. Y claro, con el podían robar como querían, ni disciplina militar les hacía falta. Y si era eso no más puede pasar; era mucho peor. Imagínese, Raúl, que un día me llaman del Congreso; dicen que quieren verme. ¿Verme a mí? Sí, hacerme la pregunta todos juntos, la interpelación que le dicen. Ese luego le hacen a un Ministro cuando algo anda mal; yo me pregunté para qué. Bueno. Entonces me voy y me preguntan si qué pasaba pues con el orden público, ¿por qué tantos delitos? Yo les dije que el Interior era Jovellanos, que le pregunten a él; ellos me dicen que ya le preguntaron pero él dijo lo mismo: dijo que yo no le prestaba suficientes soldaditos para su polecía y que entonces no podía guardar el orden público; cada vez había más asalto, incluso secuestro (se ponía de moda robar las criaturas, no sabíamos por qué). Yo les dije que más no le podía dar porque desde luego no tenía; en todo caso, si nos ayudaban los aliados podía ser más fácil, a ellos le sobraban los soldados. Pero los brasileros no querían, me dijieron (sus soldados andaban mano sobre mano en el cuartel pero no querían trabajar ni un poquito, hacer el orden público); con los que yo tenía ya bastaba. Desde luego que no basta; con 300 no podemos apresar 15.000 brasileros. Es decir, no son los brasileros (los soldados se comportaban, dentro de todo); el problema luego son los macateros, muchos más que nosotros. (El día que quemaron La Regeneración, por ejemplo, se vinieron marchando por la calle, más de cuatrocientos con armas; Rufino de valiente no más se fue a enfrentarles con los pocos que tenía; le iban a derrotar al Rufino si no era porque los aliados ayudaron después prestándole soldado a nuestra polecía). Entonces los congresos me dicen que me van a aumentar el presupuesto. No se molesten les digo, con que me paguen los que tengo basta y sobra, o por lo menos démen la ración de los soldados; sin sueldo y sin ración no quieren más quedarse, prefieren ir con Gill que por lo menos les carnea una vaca de vez en cuando, les da para su caña; nuestro soldadito es muy sufrido (Mariscal le acostumbró), te puede pelear casi por nada pero no por nada... Entonces nos despedimos muy amables; le cuento la interpelación en el Congreso; vieron pues que no tenía yo la culpa. Culpa del Presidente Rivarola, que no sabía luego cómo sacar la plata. Culpa de Juan B. Gill, jeí chupé. Conmigo muy contentos. Pero cuando estaba muy tranquilo me vuelven a llamar: interpelación de nuevo. -¿Quién le autorizó a comprar el barco? -¿Qué barco? -La cañonera de guerra. -Mire, diputado, cañonera no hay desde Riachuelo... Ese no me quiera discutir... Che nico militar profesional.

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Pero entonces me sacan la factura. ¡Las cosas que hacía Gill: me compra cañonera sin permiso! -¡Esto ya no puede ser, Señor Presidente! - le dije a Rivarola. -General Caballero, no se ponga así... -¿Pero para qué entonces soy Ministro de Guerra? -No se enoje con Gill... Culpa mía que me olvidé de avisarle... Disculpe usted... -Bueno, si es usted, perdonado, yo creí que Juan B. Gill. -No, yo tuve la culpa -me dijo Rivarola. Pero no tenía. Los que pasa es que Gill ya le andaba manejando a él. De paso, nos perjudicaba a todos. -Por favor, señor Ministro, aprovechando que vino a visitarme, lea bien este documento, quiero saber su opinión... -Si es de usted, firmo con confianza, don Cirilo. Y firmé no más. Y ese es el que me trajo problemas después con la Madama Lynch. No hay que firmar de balde. Como decía Ricardito Brugada: Al papel y a la mujer, hasta el culo le has de ver. Pero uno les da confianza a los amigos y después sale mal. Incluso a los que no son, porque Juan Bautista ya no era, pero igual no más decidimos apoyarle esa vuelta todos juntos. Solidaridad profesional. Y nos fuimos entre todos al Congreso (interpelación en bloque), Rivarola con todos sus ministros para que nos hagan interpelación. Los tipos escucharon muy atentos cuando Rivarola les leía su mensaje que firmamos todos, pero cuando termina su mensaje, como si eran sordos, le vuelven a preguntar si qué significaba esa cañonera de guerra cuando no teníamos un cobre, cuando a todo el Congreso se le debía el sueldo; cuando no se había aprobado en el presupuesto fiscal la compra esa (de la barra gritaron ¡negociado!, chatarra que nos vendían los aliados y que compraron para recibir la coima). Rivarola les repite que la gente de campaña está muy sola, tenemos que llevarles luego la civilización y no tenemos rutas ni ferrocarril de veras y entonces lo mejor mandarles la cultura por barco; no podemos pues abusar de los brasileros, señores, que siempre nos prestaron sus barcos tan amablemente. Pero entonces le silban no más; vamos al segundo punto, le dicen.

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Y el segundo punto es dónde están las cuentas del Ferrocarril; ese tenía que contestarles Juan B. Gill. Gill les dice que no se apuren, por favor, su contador no tuvo tiempo todavía de cerrar el balance, pero ya enseguida... Entonces de la barra una silbatina fenómeno, no le dejaban luego hablar. Pero cuando al fin le dejan, es otra vez para retarle: le dicen si qué significa su emisión de moneda. Esa fue autorizada, jeí Gill. Un momento, le dicen, usted tenía que imprimir $ 100.000 pero retirar de la circulación otros $ 100.000 de moneda vieja; retirar y quemarlos, porque no se trata de emisión sino de conversión de $ 100.000: pero usted ya anda repartiendo esos billetes nuevos sin quemar los viejos... ¡Con razón que se me va mi polecía! me dije yo, prefieren todos trabajar con Gill. Y Decoud comenzó a mirarle fuerte a Juan Bautista pero el tipo de piedra, caradura formal. La verdad que ya era demasiado, ¡mire el papelón que nos hace hacer! Era hora de decirle a los congresos: ¡Échenle no más! Pero Rivarola no quería; les dijo que al fin y al cabo los empleados públicos no están para ser pagados no más, sino para servir a la Patria; que esperaba patriotismo de las Honorables C. C. L. L.; no se impacienten. Alguna vez se le iba a pagar los seis meses que se le debían, mientras tanto tengan compasión de esas pobres gentes, esos funcionarios más pobres que los Honorables C. C. L. L.. Gill también le apoyó a su Presidente: soy un agente de la caridad de los extranjeros y el gobierno (verbatim); ¿cómo entonces dejarles sin su sueldo a los humildes empleados subalternos? Ellos le contestaron que les pague; que cumpla con el presupuesto; que presente las cuentas; que no emita de balde. -Un ataque político contra mi persona -dijo Rivarola. Pero no era contra él. Era contra Gill. Pero Rivarola se negó a destituirle aunque el Congreso ya le había destituido (juicio político y todo); Gill siguió no más fabricando su dinero falso, firmando notas de Tesorería, organizando su batallón guarará para jodernos a todos... Por eso renuncié a mi Ministerio, una cuestión moral; yo por la Constitución he de hacer cualquier cosa. Todos saben eso. Hasta Decoud. Por eso en el 87, cuando fundamos el glorioso Partido Colorado, Decoud se mandó su discurso de apertura; dijo que me nombraban presidente a mí, general Caballero, porque siempre había luchado como un tigre contra las dictaduras del pasado, siempre había respetado la ley, por eso luego precisaban una persona como yo. Un día que me fui en la casa de la calle Rivera número 22 para comprar mi tela para mi pantalón (el que traje de Río estaba viejo), me encontré con la marcha de los raídos del bajo; esos luego pasaban haciendo hurras, tocando música, un escándalo; tuve que meterme en la tienda de O'Leary porque si me quedaba en la vedera, por mí podían hacer cualquier cosa, todos muy salvajes los raídos de Gill, que también les decían los descamisados, o batallón guarará. -Como en los tiempos de López -dijo Decoud- es la misma mazorca.

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Le estoy hablando de Héctor Decoud; ese todavía más zafado que su hermano, José Segundo, peor que Juan José. Él también se había ido en la tienda O'Leary (Rivera número 22) para comprar su traje (don Juan vendía más barato porque contrabandeaba con Vedia). Yo le disculpé porque era muy joven; la juventud es así. También porque su hermano era mi colega Ministro; en Asunción luego uno no se puede pelear de balde con la gente, somos una gran familia. Pero la verdad que no era, quiero decirle como López. Porque en tiempos de López hacíamos la manifestación patriótica por la calle con el pañuelo colorado (el color del ejército) pero había disciplina; no se les dejaba bandidear así, había más respeto. Pero cada día se insolentaba más el batallón guarará, que salía a la calle para gritar que el único Ministro de la Hacienda Juan B. Gill; el pueblo no iba a permitir luego otra cosa; si el Congreso no quería, peor para el Congreso: no le iban a dejar destituirle al jefe. Y así de manifestación en manifestación, banda de música y cohete, incluso serenatas, como en los viejos tiempos, pero hasta por ahí no más. Ese Gill le copiaba algunas cosas pero no la decencia al Mariscal, no era cierto que volvíamos a lo mismo como decía Decoud. Nada de eso. Pero como le digo, no quería discutir luego con la familia Decoud; le debía un favor a José Segundo, él me escribió mi renuncia al Ministerio porque yo no tenía tiempo (tenía que recorrer mi estancia). Así que me retiré con mi tela bajo el brazo (lindo casimir inglés) y O'Leary me anotó en mi cuenta (sabía vender el tipo). Cuando llegué en la calle Independencia Nacional y Palmas, me encontré con don Cándido Bareiro. Él salía de su casa (casi en la esquina). Don Cándido parecía muy triste, no era para menos. Todo le salía mal. Primero quiso ser triunvirato y no le dejó Río Branco; presidente después y no le dejó tampoco; le ayudó a Rivarola para estar donde estaba pero Rivarola no le hacía caso; para colmo se le murió el Rufino. No te vayas, Rufino, le decía don Cándido, abrazado al cajón. Es que el pobre mozo se murió del nervio. ¿Ya le dije que le nombraron ministro? Bueno... resulta que una vez el Brasil le manda un cargamento de apestados; repatriados, decían. Pero tenían la peste y entonces Rufino no les dejó desembarcar en el puerto de Asunción aunque tenían el permiso brasilero y eso al brasilero luego no le gustó; le destituyeron enseguida... Allí le dio una tristeza que se muere. Don Cándido también se puso triste, era el único Ministro que tenía en el gobierno (con Juan B. Gill no podía contar). Cierto que le quedaba el Vicepresidente, siempre una esperanza, sobre todo ahora que comenzaban a cansarse de Cirilo los propios brasileros. Pero don Cayo Miltos estaba enfermo, muy enfermo; el médico le dijo que tenía corazón. Allí don Cándido se quedó de cama; él también. Cuando se recuperó, se fue conmigo a verle a Cayo Miltos; la casa vigilada por batallón guarará. (No nos hicieron nada, era no más la forma de decirnos: anden con cuidado... Estaban en todas partes). Don Cayo parecía mejorado; mejor para don Cándido Bareiro: le di o que le diga al Presidente que por favor no se deje manejar demasiado por Gill que le había traicionado a los amigos y no tenía luego amigos. Don Cayo le dijo que sí, no sé si tuvo tiempo de repetirle a Rivarola, si Rivarola le escuchó. El asunto es que se murió, pobrecito, el entierro lleno de gente pero eso no le podía aprovechar. Ni a él ni a nadie. Porque el siguiente Vicepresidente fue Salvador Jovellanos, otro amigo de Gill, y entre los dos le convencieron a Cirilo Rivarola que se vaya en su casa de Barrero Grande y le deje la Presidencia provisoria a Jovellanos mientras le hacían juicio político, de cualquier manera le iban a absolver; renunció Rivarola y se jodió. ¿Cómo pobrecito Rivarola?

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¿Cómo me puede decir eso, Amarilla, después de lo que me hizo a mí?... ¿No le conté? Bueno, entonces le voy a contarle ahora, usted me pone donde tiene que ser porque viene antes: primero me encarceló, después le destituyeron a Cirilo Rivarola... Usted tiene que hacer como el pancake que frita la muchacha en la cocina: tiene que revolear para que quede del otro lado, en su lugar, porque lo que le cuento ahora tiene que quedar detrás, vamos a recular un poco, pero después de morfar. * El primero de octubre del 71, había que elegir los electores, porque en el Paraguay no elegimos directamente sino elegimos los que le tienen que elegir al Presidente, pongámosle; esa vuelta no me recuerdo bien a quien le estábamos eligiendo pero a alguien tenía que ser porque se armó el bochinche... Oficialistas contra nacionales; esos venían a ser luego los dos bandos. Nacionales los de Cándido Bareiro (no se olvide del Partido Nacional que le cuento después). Los otros con su pañuelo blanco al cuello, los de Rivarola y Gill. Y eso pues en la Catedral comenzó cuando el padre Duarte le sacó su pañuelo blanco al cuello que llevaba el tipo del otro bando; vinieron polecía y le apresaron al padre, que en la cárcel escribió este poema tan sagrado que me hizo lagrimear (yo también estaba). El padre Duarte, después de esto, se enfermó muy grande, los conscriptos decían que estaba loco. Cuando parecía que se iba a morir, pidió confesarse, pero no quiso saber nada del capellán militar: ¡Preciso un santo sacerdote! ¡Preciso un santo sacerdote!, gritaba. Hasta que le mandaron al padre Maíz, aprovechando que también estaba preso; se confesó, comulgó, después se sintió mejor, paí Maíz me dijo después que posiblemente era el encierro, no estaba acostumbrado a que le traten así... No sé, Amarilla, eso tiene que preguntarle a Gill... ¿Por qué los llevaron presos? En aquella época se apresaba de balde. Yo sé que estaban de punta con el gobierno, porque en nuestro país se usa que los padres le eleven una tema al gobierno para que el gobierno le pase al Vaticano para que elija obispo entre los tres, pero cuando nuestra Iglesia le pasó la terna a Rivarola, él no quiso aceptar porque el primero de la lista era el padre Duarte. Ese fue el problema entre la iglesia y el

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estado por entonces. Pero conspirar no es cierto, ¡de ninguna manera! Le puedo asegurar que nadie conspirábamos y nos metieron presos de puro antipáticos y prepotentes... En esos tiempos los pyragué mandaban y si te querían mandar preso te mandaban; no tenías defensa. Lo que le hicieron al padre Duarte Fue poca cosa, porque en la parroquia de la Encarnación pasó mucho peor el día de la elección, el primero de octubre. Allí luego había un grupo de guarará armando bochinche, atropellando a la gente, cambiando el registro electoral. Cuando los nacionales reaccionaron, sobre la marcha les metieron bala. Allí murió el joven Pedro Irigoyen, y a Jaime Sosa le metieron un golpe que le dejaron medio muerto, Jaime Sosa, el del Sosa Tejedor. Esa fue la elección. Ministro del Interior, Salvador Jovellanos, que ganó la elección y le nombraron Vicepresidente, pero trampa, y por eso el Congreso (tenía razón) le llamó para interpelarle para que explique qué significa eso, que los polecías atropellaban urnas y que le mataron a Irigoyen y muchos más fueron heridos el día de la votación. La interpelación quedó para el 13 de octubre; Jovellanos no quería ir. Entonces le dijieron que si no comparecía no le confirmaban para Vice, entonces al final decidió aceptarles. Pero primero llenó todo el Congreso con los raídos que se pusieron en la barra (como dicen que llenó el Teatro Nacional don Cándido Bareiro aquella vez que se habló de la unificación del Club Unión con el Club del Pueblo, pero para defenderse no más; no iban a tirarles cascote desde el gallinero si los liberales no les atacaban y además que no eran descamisados sino soldaditos que le prestó don Miguel Gallegos a don Cándido, el pobre no podía andar solo por la calle y prefería la escolta, aunque sean soldados argentinos)... Pucha, Amarilla, parece que me cayó mal el locro porque tuve una pesadilla bien pesada... Soñé que nos reunimos el Partido Colorado para hacer un poco esa unificación pero los que estaban arriba (Teatro Municipal), desde arriba nos tiraban con ladrillos y las pantallas de las lámparas y entonces se aparece monseñor Palacios y nos dice: Coa nde modus operandi... ¿Usted no entiende?... Me dicen que hay un alemán, uno muy leído que publicó su libro sobre el sueño; lea un poco y me cuenta... Y entonces los deputados cuera se corrieron; no pudieron hacerle su interpelación a Jovellanos porque desde la barra les mostraban sus armas. Entonces el Congreso le manda una nota al Poder Ejecutivo; le pregunta si qué significa todo eso, dónde está la polecía, donde picó la Constitución. Rivarola, en vez de contestarle, le disuelve; dice que demasiado política están haciendo, que de balde no más le quisieron destituir a Gill, él no puede perdonar que le interpelen a un mozo tan honrado como Jovellanos; no le han de quitar la Vicepresidencia porque es de él. Así que les echa a todos. Menos a los que no votaron en contra de Juan B. Gill la otra vez (como Higinio Uriarte que era primo de Juan B.). Así que la Cámara quedó medio vacía; quedaron unos pocos solamente. ¡Qué pregunta! ¡Claro que inconstitucional! ¡Cómo va a disolverle así no más! Pero el que estaba atrás luego era Juan B. Gill; Rivarola no movía un dedo sin preguntarle primero... Hay lo que es así...

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Creo que en el mes de noviembre las elecciones para los congresos; para diciembre ya tenían que estar todos en sus puestos. Querían comenzar el 72 al pelo... Noviembre o lo que sea, la elección se hace y ganan ellos (¿quién puede discutirles?). Todos eran de Gill: Año nuevo, Congreso nuevo, decía el muy bribón... Pero todo el mundo se daba cuenta. Lanús, por ejemplo, dijo que iba mudar su tienda en Buenos Aires; que se iba... Sí, ese le había prestado como $ 1.000.000 a Rivarola; si se iba, seguro que pedía su plata antes de viajar, Rivarola no tenía con qué... ¿Cómo?... Vaya a saber cuántos... Lanús, Segovia, Patri, Méndez Gonçálvez; todos esos tenían un crédito fenómeno contra el gobierno. Eran varios millones pero no me fijé, un gentleman no discute por dinero... Pero lo peor del caso para el Presidente es que Lanús habló con comandante Vedia; le dijo que mire un poco, en el Paraguay no se podía trabajar, y entonces Vedia habló con Rivarola, le dijo que le quitaron del gobierno a Mariscal para hacer la democracia, pero así, con tanta vuelta y vuelta, tantos deputados sin empleo, etc., ya causaba la mala impresión... En realidad, lo que venía a decir comandante Vedia era: nos cansamos de usted. Porque parece luego que ya se había reunido con comandante Guimaraes; entre los dos dijieron que Rivarola ya se andaba descomponiendo, ya no era el de ayer; el único que valía, el Juan Bautista Gill, él sabía mandar, poner el orden como debía ser, el Paraguay (decían) es un país de gente muy jodida; allí comenzaron a extrañarle ellos también, porque con nuestra gente no vale la democracia, al final todo el mundo reconocieron lo que siempre decía Mariscal López. Así que la silla presidencial de Rivarola temblequeaba luego; a un punto de caer. Y Rivarola desesperado entonces se asinceró con Gill. Le preguntó: ¿qué hacemos? Y Juan B. Gill guaunte el buen amigo, le dijo que renuncie. Para demostrar su decencia, le dijo Gill, tenía que someterse al juicio político, a cargo del Congreso que le iba a juzgar por disolver las Cámaras (era un poquito inconstitucional); mientras tanto, le dejaba su Presidencia a Salvador Jovellanos; iba a quedar un rato de Vicepresidente en ejercicio hasta que el Congreso le absuelva al Presidente que le iba absolver, por supuesto, porque a él le respondía; eran todos amigos (para comenzar con el primo Higinio Uriarte). Rivarola le dio las gracias, le dijo que por fin un amigo, alguien que le quería bien; después de ese juicio político iban a ver todo el mundo que en Paraguay había la decencia; que se respetaba la Constitución. Guimaraes se iba a quedar también tranquilo; ya no se iba a preocupar porque desde Río de Janeiro le preguntaban si qué significaba que con todo un ejército de ocupación como tenía no podía encontrar un solo Presidente para el Paraguay (el Congreso brasilero ya pedía la evacuación de las tropas, a Río Branco le volvían loco, entonces precisaban uno de confianza para cuando se vayen). Entonces Rivarola agarró el tren, dejó la Presidencia en manos de su Vice Jovellanos; todos le despidieron en la estación con banda de música y discurso. Cuando llegó a su estancia, el hombre casi muere de la rabia: el Congreso le había confirmado a Jovellanos como Presidente constitucional de la República (le aceptaron en serio su renuncia a Rivarola).

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* O'Leary está escribiendo un libro sobre mí; ya me hizo toda la entrevista; dice que le va a poner El Centauro de Ybycui, espero que publique pronto porque me queda poco tiempo, tengo como 70 años. (Y encima me salieron unos buenos pesos; este Juancito cuando te comienza a pedir para el cafecito, para pagar su pensión, ya no para nunca; pregúntele a don Enrique Solano López)... Hable con su Maestro, si hace falta, para que le explique bien este (él puso en su libro que está escribiendo): a mí no me gustaban los chismes, las intrigas cuera. Cuando estaba en la guerra, por ejemplo, yo era el edecán del Mariscal pero trataba luego de no andar en la comandancia; siempre andaba afuera, era mejor. Porque en la comandancia había gente como Matías Golburú (ese que le capturaron los enemigos y comenzó a contar las intimidades de nuestro P C; un hombre no debe ser así, chismoso como una nena). Ese cuando le tenían prisionera a la Juliana Insfrán (porque su marido se rindió al enemigo), era de los que trataba de hacer puntos siendo malo con la pobre Juliana; ese cuando no había conspiración inventaba para decirle después al Mariscal que había pillado una: cualquier cosa no más hacía para ascender. Por eso es que yo me disparaba de la comandancia cada vez que podía; sacaba a pasear nuestros caballos fuera de la trinchera; aunque una vez casi los brasileros me agarran como aquella vuelta en Tatayibá. Así que tiene que poner usted que los chismes no me gustaban luego, ni siquiera cuando andaba con Chilo Rivarola, un sargento cualquiera; yo no le debía respeto. Rivarola, el desgraciado; ese hizo publicar después en El Pueblo (él le daba plata): El general Bernardino Caballero no sabe conspirar. ¡Claro que no sabía! ¡Cómo iba luego si en esas porquerías nunca me metí! Así que me querían desprestigiar con ese artículo de El Pueblo pero más bien al revés. Me convenía. Aunque a O'Leary le molesta demasiado todo lo que escribieron por mí; dice que tiene ganas de entrar en la Biblioteca Nacional, cuando Juan Silvano se descuide, y arrancar las páginas de El Pueblo de noviembre del 71, donde sale mi proceso político... ¿Me apresaron? Por supuesto que sí. Primero me apresaron a mí... Le estoy hablando de la noche del 12 de octubre, yo salía tranquilamente de la casa de don José Urdapilleta, comentando la interpelación que para el día 13 de mañana tenían que hacerle en el Congreso a Salvador Jovellanos por los atracos del primero de octubre en la elección... No, claro que no se hizo, pero déjeme hablar... Bueno, nos hablamos reunido en lo de don José para comentar la política. Yo ya no era Ministro, ni Decoud tampoco, ni Loizaga tampoco; todos ya habíamos renunciado... Y esta es una cosa que yo les digo a los muchachos, anote bien aquí: si el gobierno no les deja hacer sus elecciones decentemente, ustedes no le pueden aceptar un cargo; ¿cómo le van a aceptar si no hay garantías?, ¿dónde está la democracia?... Por eso es que nosotros renunciamos en bloque. Y bueno, eso lo que estábamos comentando con Urdapilleta; también lo que podía pasar con las libras esterlinas. Porque llegaban las libras, ya era seguro, y entonces imagínese las tragadas que pensaban hacer. (Desde luego que ya habían cambiado el presupuesto para el 72: el primero era de unos $ 250.000 y el segundo (cuando ya llegaba el crédito) de $ 360.000 o más, con rebaja del sueldo de Ministro y Deputado y aumento para el batallón guarará). Así que nos tenía preocupados el porvenir de la Patria, pero caminábamos pacíficamente por la calle

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cuando nos detiene pyragué; me llevan detenido sin decirme por qué ni para qué. En la polecía habló con el jefe, Pedro Recalde. -¡Voy a protestar enérgicamente! -El comandante Guimaraes ya lo sabe. Y había sido que sí. Ese yaguaí de Rivarola se fue luego a informarle el día antes; le dijo que yo había faltado a mi Ministerio de la Guerra varias veces sin pedir permiso y que después pedí permiso para hacer una gira por el campo 15 días, estuve en Tacuaral, les dije a todo el mundo que había que echarle y al mayor Godoy le mandé la carta: había que voltear al Gobierno para quitarnos de encima a esos traidores que vinieron a gobernar el Paraguay con el apoyo brasilero. Allí Guimaraes entonces le dejó apresarme, no le guardo rencor porque me intrigaron, me creyó un ingrato. Después apareció en El Pueblo (eso lo que O'Leary quiere hacer volar de la Biblioteca Nacional) que la noche del 12 nos juntamos con don Urdapilleta para hacer la conspiración para el día 13, pensábamos matarle a Salvador Jovellanos en pleno Congreso cuando se hacía la interpelación; íbamos a llenar de raídos el Congreso y rodear la Casa de Gobierno con raídos que Germán Serrano me mandaba desde la campaña donde Serrano estaba reuniendo montoneras con Patricio Escobar. Pero el encargado argentino nos dijo que no nos preocupemos (él venía a verle a don Cándido Bareiro y nos traía los diarios); nos dijo que de cualquier manera adentro estábamos mejor, en la comesería no nos iban a tocar un pelo, mucho peor si estábamos afuera porque nos podían agarrar los guarará como le agarraron a don Fulgencio Miltos, tan decente, o al capitán Concha, que le ultimaron en seguida. ¿Qué se puede esperar luego de Rivarola, un liberal? Ellos luego siempre son así: cada vez que quieren apresar a la gente inventan alguna conspiración (como inventaron en noviembre del 7l). Eso para declarar el estado de excepción, largar sus pynandí por la calle para molestar a los más decentes. Después dicen que llegaron los comunistas de la Francia, esos que incendiaron la Comuna, a mí hasta me llamaron anarquista. ¿no le da risa? Eso le dijo Rivarola a Guimaraes: Caballero anarquista. Anarquista en todo caso eran los que se metieron en el bando de él. Porque llegaron anarquistas. Yo no les pude ver porque estaba preso, pero había. ¿Cómo quiere que vea la Comuna? Yo me fui en París en el 74, recién en el 74. Madame Lynch me contó que casi le quemaron su casa metiéndole petróleo por el sótano (hacían así). Pero no se notaba. Los franceses son muy trabajadores. En seguida construyeron de nuevo. Parecía nuevita la ciudad. Pero déjele ahora a la Madama Lynch, yo le estoy contando otra cosa... ¿Dónde era? Sí, le decía que mi compadre don Patricio Escobar, héroe de la guerra, trató de salvarme cuando estaba preso. Pero no le escuchaban. Le dijieron que estábamos todos presos por conspiración, que nos tenían que hacer el proceso y mientras tanto no salíamos. Entonces mi compadre, para salvarse de los guarará, se fue hacia Tacuaral; allí se encontró otros

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amigos (¡amigos eran los de antes!) y entre todos decidieron sacarme de la cárcel, aprovechando que el 25 de noviembre Rivarola tenía cumpleaños de la Presidencia, iba a festejar en la Plaza de Armas con cohetes y música, ese era el momento de caerles encima cuando estaban todos juntos y borrachos. Así que tomo el tren en Tacuaral para marchar sobre Asunción con su partida pero se les descompuso. Tuvieron que venir a pie. En Luque pelearon como valientes, les dispersaron a la polecía pero ya no tuvieron tiempo de juntarse con José Segundo Decoud y Urdapilleta que salían de la Villa Occidental con otro grupo para juntarse con Patricio y atacar la Asunción... ¿Qué es lo que está pasando, decía El Pueblo, vemos liberales con baretristas, todos juntos, atacando al gobierno? Y tenía razón. No que nosotros seamos legionarios como Decoud ni mucho menos, lo que pasa es que la Patria está primero; en ciertos casos hay que unirnos, formar el gran Partido Nacional, sin divisiones, todos los que somos paraguayos... Así que nos juntamos entre todos; si el tren no nos fallaba, les ganábamos. Perdimos pero nos divertimos en la cárcel. Le teníamos a don Cándido, al paí Maíz; éramos todos mozos jóvenes, optimistas, sabíamos de algún día íbamos luego a llegar a algún lado. Un día que le buscábamos a don Cándido para el truco, él nos dice: lean el diario. Leemos, sale allí: Cambio pesos por oro. ¿Qué picó puede ser? Nos dijimos, ¿quién ha de querer cambiar moneda de gobierno por oro? Adivinen, nos dijo don Cándido. Nosotros no podíamos adivinar. Y entonces nos explicó (siempre tan letrado): las libras esterlinas ya llegan de Londres y los macateros están comprando peso de papel por el 20% de su precio para cambiarle al gobierno por el 100%. ¡Eso tenía que ser! Porque en aquellos tiempos nadie quería luego moneda paraguaya, moneda de papel, si te aceptaban, te rebajaban hasta 80%. De balde que el gobierno sacó su ley diciendo que tenía que aceptarse billete paraguayo; nadie te aceptaba. Si no era moneda boliviana, brasilera, argentina, nadie te aceptaba. Por eso tenía que ser luego milagro que ahora los curepí te cambien papel por oro... Bueno, no milagro. Eran las libras. Y es que el empréstito de 1.000.000 de libras era una fortuna para entonces: solucionaba los problemas del país, pero de entrada nos picaron 200.000 los Baring Brothers, porque la emisión se hacía en bonos de suscripción pública, como se dice, bonos por el 80%. O sea que si usted compraba su bono por £ 1.000 para hacer ahorro, pagaba solamente £800 pero le rendía por £ 1.000, le daba interés como si era £ 1.000. ¿Entiende? Los Baring Brothers no gastaron un peso para darnos el crédito; abrieron no más la suscripción de bonos; el capital era del público que compraba sus bonos. Algún aliciente hay que darles, dijo Rivarola, en el Paraguay no se quiere invertir. Aliciente está bien, algo tenían que ganar, desde luego, incluso ese 20% le puede aceptar, Amarilla. Pero los Baring cuera, que no pusieron un mango, se cobraron £ 160.000 de comisión por gestionar el crédito. Y el curepí Terrero, que fue el intermediario, se comió su buen toco, y cuando llegaron esas libras en el puerto de Asunción, apenas si 400.000 llegaron, el resto se comieron los otros. (Igual no

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más teníamos que devolverles después a los ingleses £ 1.000.000 y pagarles intereses por £ 1.000.000). Y cuando llegaron en el puerto de Asunción (esto es lo peor) Salvador Jovellanos se fue con carretilla con Francisco Soteras y Benigno Ferreira, su Ministro nuevo, y entre todos se robaron lo que quedó del crédito... Sí, Juan B. Gill también ligó... No sé si esa vuelta o la segunda, pero agarró sus buenas libras... ¡Puta que se podía desarrollar el país con esas libras, aunque sean las 400.000 que llegaron! Una vaquita contrabandeadita costaba una libra; se le podía regalar una a cada paraguayo. Incluso más, 200.000 paraguayos no habíamos en esa época. (No sé cuántos, Amarilla, pero muy poco. Allá por el 80, estirando un poco la estadística, teníamos 260.000 habitantes, pero eso estirando para impresionarles a los extranjeros inversores). Así que daba para hacer muchas cosas. Pero en vez de eso, le compraron bueyes a Patri que no eran bueyes sino novillos y demasiado caros; de allí salió la casita de lado del Teatro Nacional. Porotos le compraron a Segovia; valía en realidad dos reales, pero hicieron figurar a dos pesos la arroba: Jovellanos se picó con esa vuelta $ 150.000. Y después se cobró como $ 50.000 por publicar un librito: Remedio eficaz para conservar la virilidad... Eso puede ver en el librito de Decoud: Las dilapidaciones del señor Jovellanos, yo tengo varias copias por si los parientes quieren hacer desaparecer el libro como se usa en Paraguay cada vez que a alguno no le gusta el libro. Un sinvergüenzo. Se levantó la plata del primero y después pidió encima otro, el del 72, Amarilla. Sí, el primer crédito negoció Rivarola, pero recién llegó en Paraguay en el 72, cuando ya no era más presidente. Y ese mismo año pidieron el segundo crédito, que también se comió Jovellanos con su claque. El negociador otra vez el don Terrero, que ya había robado bastante en el 72, pero le dieron luego la comisión de vuelta, ¡vaya a saber por qué! Además de los Baring y el Terrero, entraron otros más: la firma Robinson Fleming porque olían negocio. Para que alcance hicieron por 2.000.000 el crédito y otra vez por bonos; cuando les preguntaron de Asunción dijieron que ya estaban todos colocados los 2.000.000 en Londres. Todo el mundo contento. Pero después ocurre no sé qué, se les descubre. Comienzan a preguntar. Resulta que colocaron solamente £ 500.000... Eso no alcanzaba para todos. Entonces Jovellanos le manda en Londres a don Gregorio Benítez para que vea un poco lo que estaba pasando. (Benítez luego ya tenía experiencia; fue nuestro representante durante la guerra; él se fue en reemplazo de don Cándido Bareiro para Europa, le escribió al Mariscal que no se habían comprado las armas porque Bareiro transó, incluso que Bareiro dejó que se pierdan las armas al propósito, para favorecerle al argentino). Benítez revisa un poco los papeles, ve que va a ser peor que el primer crédito: ¡los tipos ya nos andaban descontando adelantados del crédito hasta gastos de correo (£ 50.000) y deudas del Mariscal López por no sé cuántas libras más!... Atroz maquinación, le escribe a Jovellanos, vamos a demandarles por estafa. Así que les demanda, los tribunales ingleses le dan la razón al Paraguay, los tipos tienen que... Bueno, cuando todo se arreglaba, Benítez transa.

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¡Dios sabrá! Transa y se firma un crédito quelembú: apenas si cien mil y pico libras llega en el puerto de Asunción (tenemos que pagarles, otra vez, un millón) donde Jovellanos se afilaba los dientes. Y para colmo está el negocio con los Baring: la inmigración que le dicen. Ellos nos tienen que mandar inmigrantes en total 3.000; se cobran £ 10 por cada uno. Pero los inmigrantes que nos mandan son vagos de lo último, malentretenidos arreados del arrabal de Londres, así que cuando llegan en el Paraguay les regalamos tierra y todo pero no quieren trabajar, se mueren unos, después tenemos que indemnizarle al resto para que no digan después como dijieron que el Paraguay es peligroso para la inmigración (carteles en los puertos de Inglaterra), eso nos perjudicaba demasiado... Cuando cayó Jovellanos, ya era demasiado tarde. Los muchachos querían saber dónde estaban las libras, por eso le agarraron a Benítez. Él se escondió en la legación brasilera, pero el ministro le entregó a Gill. Gill le metió en la comesería, allí le cuestionaron como en los viejos tiempos, le sacaron unas cuantas libras que tenía en su cuenta en Europa, pero lo más ya se había perdido y no había caso; tenemos que seguir pagando... Todavía no pagamos ese crédito de Londres, Amarilla. Vamos a tardar 50 años en seguir pagando. En tiempos de Gill nos quisimos hacer los burros (1875), los bonos bajaron al 7% del valor nominal que le dicen, eso nos perjudicó demasiado. Porque sin ese crédito arreglado no nos daban otro. Cierto que también trampearon los ingleses, no solamente nosotros, incluso formaron una comisión en Inglaterra para investigar el negociado de los Baring. Todo el mundo sabía que robaron, pero inglés es inglés: lo mismo nos pidieron que les paguen (trampeado y todo). No les pudimos y entonces nos cerraron todo el crédito, después de ese no conseguimos más. Por lo menos que yo recuerde. Por eso fue que a Decoud yo le dije: vaya a contentarles. Inglés luego no es como argentino o brasilero que nos reclamaron la indemnización, el gasto de la guerra pero al pedo: todavía no cobraron ni no van a cobrar... Pero el gasto de guerra le cuento después. Tenemos tiempo. Ahora ponga no más éste que me regaló don Teodosio, parte de un libro que comenzó a escribir y le quiere poner Quebrantos del Paraguay... ¡Copie, don Teodosio no se va a enojar, si me regaló, es para algo! Aquí está: Tan escandalosas dilapidaciones dieron lugar a dos revoluciones levantadas por el General Caballero, como jefe ostensible. La primera en 1873, fracasó, gracias al ejército brasilero. La segunda en los comienzos de 1874, triunfó, gracias a la neutralidad complaciente de la Legación del Brasil, entrando los revolucionarios a compartir el gobierno sobre la base de una conciliación (Pacto del 12 de febrero de 1874). Enseguida le explico esa neutralidad complaciente que le llama Teodosio González.

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Tratado tercero De cómo serví con distinción al gran Partido Nacional, luchando valerosamente contra el defraudador Salvador Jovellanos (1873/74) ¿Cómo le he de aceptar su invitación?, le dije. Toda persona tiene su lado bueno, búsquelo, me dijo. Entonces al final me fui en la casa de Cándido Bareiro; puros soldados argentinos que se hacían pasar por paraguayos pero se notaba. El general Cabayero me anunció el secre. Me cayó peor que peor. Pero después con el tiempo fuimos tratando, conociéndonos más; no me arrepiento de escucharle al paí Maíz: tenía su lado bueno. Eso yo me fui dando cuenta poco a poco. Y cuando tuvimos más confianza le pregunté del empréstito, de las armas que tenía que comprar para el Mariscal en Europa (esas que según Benítez regaló al enemigo) Y entonces me dijo que Mariscal se apuró un poquito: él declaró la guerra y después pidió el crédito, $ 25.000.000 oro, pero ya no le quisieron dar porque tres a uno y entonces preferían prestarles a los tres aliados, y también que los cambá nos bloquearon los ríos, ¿por dónde podíamos recibir los $ 25.000.000 oro si cartas apenas llegaban, don Cándido tenía que abusar de los amigos para comunicarse con el gobierno paraguayo desde Francia? Y ha de ser la verdad lo que dijo don Cándido: que se puso nervioso y declaró la guerra adelantado. Ha de ser porque Mariscal era nervioso, se apuraba un tanto como en Lomas Valentinas; esa vez su orden luego estaba muy mal dada. Pero yo no le culpo, desde luego: ese día teníamos mala suerte. 21 de diciembre. Le estoy viendo. Como si era ayer. ¡Yo también me levanté con mala suerte, de mal humor! Tuve que montarme en mi caballo y quedarme montado desde tempranito, porque si bajaba se notaba que la Regalada me planchó todo mal. (Yo le pegué bien grande por quemarme los fondillos, ha de ser por eso que en la estación casi deja que me coman los perros). Bueno. Pero siempre hay los que están peor que uno. La familia López, por ejemplo... Ese día, tempranito, cuando me presentaba al Mariscal para recibir su orden, Mariscal se levantaba a las nueve, pero aquella vez fue la excepción, entró en la comandancia el comandante Marcó: Excelencia, su señora madre no quiere ir. Entonces el Mariscal, personalmente la puso en la carreta a doña Juana con sus dos hijas, la Rafaela y la Inocencia, para que vayan todas juntas en la loma, antes de que comience la batalla, para que vean como mueren los traidores como don Benigno López que le gritaba fratricida y don Vicente Barrios que trataba de hablar y no podía porque se cortó la garganta para salvarse pero le salvaron aunque no quería: le cosieron para poder ajusticiarlo con monseñor Palacios, deán Bogado, Juliana Insfrán y el resto. (No, don Saturnino Bedoya no estaba; no podía; el Mariscal personalmente dio Instrucciones que lo traten mejor a su cuñado, o pero nuestra gente son muy brutos: lo mataron no más en el tormento)... Esos empezaron mal el día y nos pasaron la jetta: monseñor Palacios, antes de morir, dijo que maldecía el Paraguay. Maldición de obispo no es maldición de burro: apenas le fusilamos todo cuando comenzó la artillería brasilera... Allí se terminó el ejército... Pero ya le conté, ¿para qué répetirle? Yo lo que le decía es que andábamos nerviosos. Y Mariscal también. Por eso aquella vez se equivocó su orden, entre la maldición del obispo y de su familia (las hermanas López unas diablas: no se callaban ni con 50 lazazos). Compadre Escobar y yo teníamos que cumplirla; íbamos a morir toditos. -Nambréna, compadre, ¡qué lo que nos vamos a hacer balear así no más! -La orden superior hay que cumplir.

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-Compadre, ya somos oficial superior... Oficial superior no es soldado, puede utilizar su iniciativa. Entonces cada uno hizo como le parecía bien. Patricio se quedó donde le dijo: yo, en un lugar más estratégico. Y tenía razón (yo): cuando terminamos, Patricio tenía como diez agujeros. -¿Dónde estaba el general Caballero durante la batalla? -Siempre a mi lado, Excelencia. Parece que no le creyó demasiado, incluso tenía ganas de hacerme fusilar (eso me contó después mi hermana, María de la Cruz); no podía entender que mi compadre salga mal y yo tan bien (aparte de mis soldados, que murieron todos). Y eso que me quería mucho, pero estaba nervioso... ¿a quién picó le gusta perder la guerra? Yo tenía ganas de razonar con él, pero cuando el Jefe de uno está así de nervioso, mejor callarse... O sea que tenía razón don Cándido Bareiro. El único mérito de salchichón es tenerlos cortos a los militares, decía Juan B. Gill de pura envidia, porque don Cándido nunca no nos tuvo cortos en ese su partido Nacional, claro que no. Siempre nos respetaba. Y nosotros también le respetábamos a él; nunca le movimos el piso como Gill... ¡Ah! Me olvidé de decirle que hicimos el Partido Nacional en Corrientes. Porque terminamos todos en Corrientes (República Argentina) culpa del infeliz Juan B. Gill que nos metió en la cárcel y nos tuvo que largar después pero al final nos exilamos; pero a él tampoco no le duró demasiado el dulce porque también lo exilaron pero se fue en Buenos Aires porque si era en Corrientes le cagábamos a patadas entre Cándido Bareiro, Patricio Escobar, Germán Serrano, Matías Goiburú, José Segundo Decoud y muchos otros más. Se le acabó el dulce porque se encontró para la horma de su zapato, como dicen. Él se creía el gallo porque mandaba con Rivarola, mandaba con Jovellanos, tenía la confianza de los brasileros. Por eso quiso mandar la polecía en el Ministerio de Benigno Ferreira. Ferreira era el del Interior, la polecía era de él, pero Gill estaba acostumbrado a los otros Ministros, cuando mandaba por la polecía ajena. Y así fue como un día Juan B. Gill le manda cuatro chavolaí al Ministerio del Interior donde estaba Ferreira, justamente; los polecías dicen que le vienen a quitar los muebles. ¿Qué muebles?, les pregunta. Los del Ministerio, le contestan, esos que tiene usted, señor Ministro, son de la Madama Lynch tenemos que retirar, orden de don Gill. Bueno, no le quiero decir cómo salieron los cuatro chavolai; me alegro por Gill, tan prepotente. Entonces Gill se puso muy nervioso; le dijo a Jovellanos que un agravio; tenía que proceder contra Ferreira. Jovellanos le dice que se calme, por favor, cada cual en su Ministerio, trató de consolarle. El otro se dio cuenta que Ferreira era el que tenía la sartén por el mango, de allí fueron las cosas de mal en peor. Hasta que se armó el bochinche. Entonces Guimaraes vino a verle a Jovellanos.

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-¿Cómo es que voce tem o Joo Batista preso? -Porque trató de matarme. -¡Meu Deus! Allí se fue en la cárcel, Gill le contó su historia. Él decía que no tenía nada que ver; el otro decía que sí. Entonces Guimaraes le subió en su barco de guerra, por las dudas, en ese fue que se fue para Buenos Aires Juan B. Gill. (Nunca más se supo si los emponchados que le balearon al señor Presidente eran de Gill. Pero parece que sí. Si no, no se hubieran animado a apresarle). Pero mientras seguía preso nos seguía intrigando: le dijo al brasilero que pensábamos hacer una revolución para echarle a Jovellanos, ponerle a los argentinos y denunciar el Loizaga-Cotegipe... ¿No le conté el tratado? Con ese les cedimos todo ese terreno entre el Río Apa y Río Blanco, los yerbales que Mariscal le dejó a la Madama Lynch porque sabía luego que los brasileros pensaban expropiamos y entonces a nombre de inglesa iban a respetar; le regaló. Pero los cambá expropiaron igual; no respetaban nada, las tierras al norte del Apa compró la Mate Larangeira, esa yerbatera que les explotaba a sus peones, ¡qué vergüenza! Después la Madama se pasó la vida reclamando sus tierras; cuando murió la pobre vino Enrique Solano López para reclamar también, no hubo caso. Todo por culpa del Congreso vendido que aprobó el Loizaga-Cotegipe allá por el empiezo del 1872. ¿qué se puede esperar si su presidente era Gill? Él con la plata del empréstito o la que sea le coimeó al Congreso; votaron a favor de ese tratado que les regalaba nuestro Matto Grosso a los cambá brasileros; no valía la Pena pelear como peleamos para terminar transando así... Pero tampoco es cierto que pensábamos repudiar, ¿para qué si ya no había caso? Habladurías de Gill. De Gill que después se puso a congraciarse con ministro Azambuja, ese que le mandaron en Asunción como ministro nuevo; Juan B. Gill le dijo que le lleve de vuelta en Asunción bajo su protección; Azambuja le dijo que mejor se quede en Buenos Aires (donde estaba) para informarle lo que hacían esos argentinos, los enemigos de la patria... Brasilero es así. Siempre te sonríe; te dice: don, haga no más su revolución que le vamos a apoyar. Pero dice lo mismo a cada cual. Y después te abandonan como le abandonaron a Germán Serrano: él les pidió permiso para hacer revolución; ellos le dijieron que sí, con mucho gusto, pero después le dejaron solo y su hermana recibió su barba (de Serrano) de recuerdo con la parte de la piel en la que iba pegada. Así que a Gill le dijieron: siga no más don Gill, siga informando, demasiado nos gustan sus informes. Pero nada. O a lo mejor también sabían... Ese con Argentina... Porque Gill le prometía a Dios y al Diablo; me parece que se daban cuenta. Porque cuando llegó en la

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Asunción, Azambuja le escribió a su gobierno: Ferreira muy argentinista pero nos conviene. Stop. Gill les regala el Chaco. Stop. Era la cuestión de límites. Ese ya le voy a contar. Mientras tanto, me pone que Juan B. Gill siguió intrigando, le escribió a Cotegipe que por favor le ayude para hacer revolución contra Jovellanos. Cotegipe le dijo que se deje de hablar de libertad, Constitución etcétera cuando la gente pasaba tanta hambre con los créditos ingleses que no tenían donde pagarles, ni los créditos de los comerciantes, ni el crédito del ferrocarril, ni la indemnización ni los gastos de guerra; el Paraguay no tenía un cobre, lo que le convenía es trabajar, dejarse de revoluciones que costaban plata para que después el que sube en el poder haga lo mismo, se olvida de lo que dice el Manifiesto. Otro menos caradura se quedaba tranquilo, pero Juan B., se subió en el barco para Río de Janeiro (con la plata de Londres). Quiso verle a Cotegipe pero le dijieron que se había ido en Santos, estaba de vacaciones. Entonces golpeó puerta por puerta; terminó apalabrando a Río Branco. * A ver un poco... ¡Uf!... Usted no ceba el mate como Juan O'Leary, tiene mucho que aprender de su maestro, tan culto pero tan humilde: él mismo me preparaba cuando estaba aquí... Es que a los curepí les cuesta, no les sale bien... Pero no se preocupe, O'Leary también es hijo de gringo (contrabandista, encima) pero aprendió a cebar. Usted también puede, Amarilla, si se esfuerza un poco. En ese caso le consigo empleo en Asunción. Quizás en la Biblioteca. Sí, una buena noticia, Juan Silvano tiene cáncer, me acaban de contar. En ese caso precisamos reemplazante; yo todavía tengo mi contacto en Asunción; he de hacer que le pongan a O'Leary. En ese caso es secretario usted. De la Biblioteca Nacional. Y en ese caso me revisa un poco el manifiesto del 22 de marzo del 73: Sesenta años de encierro, de oscuridad y tiranía deben ser más que suficientes para que las tristes lecciones de esos tiempos no vuelvan jamás a repetirse en los hoy despoblados bosques de nuestra querida patria. Acabamos de purgar con una guerra tremenda contra un poder colosal las culpas que pesaban sobre nosotros y sobre nuestros padres. Nuestro aislamiento, nuestro encierro, la falta de espíritu público entre nosotros, entregaron los destinos del país a tres tiranos, de los cuales dos no tienen paralelo en la historia de los siglos... La hecatombe del pueblo paraguayo, llevado al sacrificio por la férrea voluntad de un mandón que él mismo se dio y consintió es una enseñanza hasta cruel, para que el pueblo olvide, que es preferible levantarse y luchar para asegurar la libertad que doblegarse cobardemente a la voluntad de los tiranos... Si toleramos que nuestros conciudadanos sean así arrebatados de sus hogares, en medio de los trabajos que preparan para el sostén de sus hijos, entonces podremos decir que sólo somos dignos de arrastrar cadenas como lo éramos antes, y no de gozar de la libertad con que nos han brindado tres naciones cultas y civilizadas.

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Sí, el derecho de autor que le dicen; no es justo que el único que no tenga manifiesto sea yo mientras Godoi le muestra a todo el mundo. Cree que la Biblioteca es de él. Cree que los documentos son de él. Pero al fin y al cabo la historia está para usar y no abusar, y si me consigue copia yo le voy a agradecer muchísimo (roto) entre usted y O'Leary pueden hacer un buen trabajo, hay muchas cosas luego que pueden descubrir en el Archivo, la juventud necesita conocer la verdad, sobre todo con el revisionismo que le llaman. Sí, eso le tengo que explicar, esa revolución de marzo del 73. Estábamos todos en Corrientes, tristes y sin conchabo, los exiliados políticos que peleamos por la patria y que nos negamos a apañarle a Juan B. Gill, que nos metió en la cárcel y después él también se fue en el exilio cuando se quiso propasar con Ferreira y Jovellanos. Estábamos todos tristes aquel 73, sabíamos luego que al Paraguay llegaba el crédito gestionado en el 72, no podíamos permitir que Jovellanos se quede otra vez con él. En el Paraguay también nos extrañaban, por eso luego fue que la partida aquella se levantó unas armas y se subió en el tren hacia Paraguari. De Paraguari pasó en Pirayú y desde allí nos hizo llamar para que volvamos y el señor Gallino nos dijo que valía la pena. Un gran amigo. Allí mismo nos subimos en su lancha, llenos de entusiasmo, cruzamos ese Río Paraná, marchamos hacia el norte, para juntarnos con los amigos que nos estaban esperando en Pirayú, muy contentos porque llegábamos nosotros, nuestro nombre una garantía. Marzo del 73. Todos muy patriotas, dispuestos a luchar. Salvador Jovellanos se murió de miedo cuando el maquinista del tren le contó que le habían secuestrado (se escapó), que le preparábamos la revolución. No sabía que hacer, Amarilla, si Ferreira no era tan metido no se ponía a escuchar la conversación con el maquinista que hablaba en voz baja con Su Excelencia (la casa de gobierno llena de chismosos) y no se enteraba de todo; entonces no asumía el comando de las tropas; entonces nos entendíamos con Salvador Jovellanos de hombre a hombre, como debía ser, ¿no le parece luego una vergüenza hacerse defender por otro? Porque en ese gobierno, el que mandaba era su ministro del Interior, el Benigno Ferreira; ese que se hacía del argentino. Mientras tanto, yo trataba de entrenarle a mis soldados (yo era el jefe militar de la revuelta; el político, Cándido Bareiro). Me desilusioné cuando vi lo que eran, ¡yo que tenía tantas esperanzas! Porque don Cándido me había dicho: 1500 hombres. ¡Con eso ya ganamos!, yo le dije. Muchos más que el gobierno, ese no llegaba a los 500. Pero don Cándido (Dios lo tenga en su gloria) no era militar: contaba mal. Recogió los muchachos entre los peones de la estancia de Gallino, los malevos que andaban por ahí. Lo único bueno que teníamos eran oficiales: todos oficiales de la vieja guardia. Matías Goiburú,

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Germán Serrano, Silvestre Aveiro, Patricio Escobar. Pero con oficiales sólo no vale; también se precisa de soldados... Soldados como la gente, no esos mitaí asustados que cuando le vieron a Benigno Ferreira en Paraguarí corrieron como gamos... ¡Ahora me explico por qué Mariscal fusilaba tanto: soldado que corre le perjudica al jefe! Yo que nunca corrí, salí disparando aquella vez: solo no podía contra un ejército. Traté más o menos de ponerlos en orden: de Paraguarí se retiraron ordenadamente hasta Ybycui (mi valle querido), pero de Ybycui a la costa argentina fue una desbandada; muchos se ahogaron en el Río Paraná. ¡Bien merecido!... -¡Déjese de joder, siga remando! Yo no suelo decir esas palabras sucias ni mucho menos a mi jefe don Cándido Bareiro, pero me pusieron muy nervioso esos tiradores en la orilla del río, se pulseaban por nosotros mientras don Cándido, muy campante se sentaba en la punta del bote (sobre que era gordo) para mirarnos remar en vez de ayudar aunque el más pesado era él (uno que no le digo el nombre estuvo a punto de tirarle al agua para darle rapidez al bote). Para colmo, el gobierno tenía chassepot que compraron con las libras inglesas; esos tiraban demasiado bien para quedarse mano sobre mano, como Cándido Bareiro: había que remar y fuerte. En la otra orilla, casi nos agarramos a moquete... Menos mal que don Gallino nos preparó un asado que nos vino demasiado bien, y eso que don Gallino sabía luego que nos estaban corriendo, veía demasiado bien con su alargavista de la costa argentina, de tanto en tanto renegaba: ¡Adiós campito! (quería tener su campo en Paraguay). Pero igual no más nos recibió tan amable; no nos pasó la cuenta de los tiempos que pasamos en su estancia (allí nos entrenábamos); incluso cuando necesitaban los muchachos él les pasaba unos pesos para el vicio (nunca reclamó)... Pero don Gallino también sabía luego con quién trataba: no éramos cualquieras. Por eso no le hizo caso a su gobierno: nos dijo que podíamos quedarnos cuando quisiéramos; en Corrientes manda correntino y no porteño. Así que nos quedamos en su estancia hasta que compadre Escobar nos hizo llamar desde Carapeguá... Sí, porque no crea usted que nos hicieron correr como brasileros; por supuesto que no. Mientras Ferreira perseguía un cuerpo del ejército revolucionario, el otro (con compadre Escobar) se ocultó en la carnicería de la Regalada en Carapeguá. Y cuando el enemigo ya creía que nos tenía liquidados; compadre les da una gran sorpresa en Yabebiry; allí les liquidaron completamente a un grupo del gobierno, ¡como vyro cayeron! Entonces me hace llamar, me dice que venga. Yo cruzo el Paraná con la lancha de Goycochea (pariente del Goicochea Menéndez, familia bien de la Argentina). Desembarco cerca de la Encarnación, comienzo a incursionar la zona con 40/50 hombres para despistar al enemigo. De paso atropello la comesería de la Encarnación. -Tiene que entregarse, comisario. -¡Mbore!

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Me replegué para iniciar el ataque, pero un soldadito pasado a nuestro bando me dice que, sin él, quedaban solamente cuatro en la comesería. -¡Entrégueme la caja! -¡De ninguna manera! Discutimos hasta que se rindió. No tenía remedio. Pero en la caja no quedaba ni un peso: ese bribón, mandó toda la plata con el chasque... Paraguayo es así... Yo le dije bien a mis muchachos que le vigilen, que le rodeen bien, pero ellos se fueron de parranda y el comisario, ese aprovechó para mandar la plata en la Asunción junto con la noticia de que estábamos en Encarnación, se terminó el secreto... Paraguayo es así. Le dice luego siempre que sí, pero después no cumple la orden, anda por su cabeza; es como los niños de la escuela cuando falta el maestro, hacen bochinche. (Por eso es que decía Mariscal López que ya estaba cansado de hacer todo él sólo, no tenía luego colaboradores, una punta de inútiles, no se podía confiar en nadie, él tenía que firmar tratados, corregir los diarios, contar la platita de Hacienda, aconsejarles a los jueces, organizar el baile del Club Nacional, castigarles a los cabos cuando no le bañaban al caballo). Si no era por eso, todo podía luego andar bien en país, hasta mi revolución... No, no digo que se perdió por eso, pero secreto militar es importante, sobre todo esa vuelta: no tenía que saber el antipático de Benigno Ferreira que habíamos desembarcado. Pero supo. Entonces no podíamos seguir en la Encarnación; cambiamos de planes. Nos fuimos para la zona de Ñeembucú (nos desviamos un poco), de allí rumbeamos para el Tebicuary; del Tebicuary hacia el norte; antes de seguir para arriba, para la Asunción, nos pusimos a contar los soldaditos: eran 4.000. Yo conté de vuelta, por las dudas, ¡no podía creer! Esta vez, 4.000, ni uno menos: don Cándido no se había equivocado... -Felicitaciones, don Cándido Bareiro. -Despacio, Caballero, que lo mismo me dijo el mes de marzo. -Esta vez ya le hago presidente. Don Cándido tenía que ser el Presidente porque no había igual en el país. El resto nos repartimos como amigos; Ministerio de Guerra para mí; Interior para compadre. Todo marchaba bien en el glorioso Partido Nacional ahora que Juan B. Gill no estaba, el intrigante; éramos como hermanos. José Dolores Molas, Juan Silvano Godoy, José Segundo Decoud, Matías Goiburú, Germán Serrano, Silvestre Aveiro; todos juntos. Todo por la patria, sin esas discusiones mbores de liberal; por eso se llamaba Partido Nacional. ¡Somos una gran familia!, decía don Antonio Taboada; él estaba muy optimista. El entusiasmo eran grande. Todo por don Bareiro. Hay que reconocerle el mérito al pobrecito (¡se murió tan joven!), pero tampoco diga que Partido Colorado fundó Cándido Bareiro; ese ya no puede ser. Ese ya fundé yo personalmente, como le cuento después...

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-¡Viva don Cándido Bareiro! El espíritu de la tropa era excelente; ni se notaba que eran argentinos. Claro que no hay como paraguayo puro; yo ya le estaba extrañando a mis soldaditos de la Guerra Grande, tan disciplinados, por eso podíamos hacer el heroísmo. Pero a estos otros ya le íbamos metiendo, de a poco a poco, la disciplina militar. Eso es cuestión de saber. No puede hacer cualquiera. Esa vez en la plaza, por ejemplo, la plaza de Corrientes, sale José Segundo Decoud y se manda un discurso con el Washington y el Jefferson; los pobres se dormían. Y entonces sale uno de los nuestros, se sube a la tarima: -¡Ya yapota peicha (hace con su dedo como si gatilla), ja peicha (hace como si mete algo en su bolsillo, su requecho)! ¡Allí los voluntarios rompieron en exclamaciones entusiastas, se enrolaron con ganas! Ellos venían al enganche no más porque les decían sus patrones (los Gallino, Meabe), pero con el discurso se llenaron del espíritu para marchar sobre Asunción con espíritu revolucionario... ¿Por qué le sorprende? Correntinos y paraguayos somos como hermanos, los dos hablamos guaraní. Incluso mucha gente de esos tiempos tenía propiedades de ambos lados (otros vinieron a quedarse en el Paraguay después, como los Llano)... Claro que tampoco pensábamos autorizar el requecho así no más, no se podía. Pero cuando la muchachada está con ese espíritu hay que levantarle, hacerle un discurso bien fogoso, no como Decoud. Ese murmuraba con Taboada que los militares (nosotros), todos unos brutos: por el momento tenemos que aguantarlos, no queda más remedio, pero después veremos, no podemos seguir con el lopizmo hasta el 1900 (faltan varias líneas). Don Cándido Bareiro, sin embargo, tenia su simpatía... Él levantó la gente de Corrientes, y todavía más en Carapeguá, como le dije, y después se nos juntaron más de Pirayú y hasta de la Villa Occidental. Villa Occidental se llama Villa Hayes, por el Presidente Hayes, pero entonces era territorio argentino, por lo menos podía ser, los argentinos luego querían todo el Chaco, y ese lo que vino a negociar el Bartolomé Mitre en Paraguay; nosotros le encontramos en Asunción esa vuelta porque también veníamos, pero para hacer revolución. El de él era misión diplomática. Porque el tratado con Brasil, Loizaga-Cotegipe, ya se había firmado (1872); los argentinos se enojaron grande. Porque al principio era que los curepí se comían todo el Chaco, ese tenía que ser por el tratado de la Triple Alianza. Pero después (como le dije), cuando comenzaron con el límite, Argentina le dice fuerza no da derecho, no podemos quitarle así no más su territorio; hay que negociar. De acuerdo, le dice Río Branco (al principio no quería); le coimea al Congreso para hacer el Loizaga-Cotegipe. Ahora es nuestro turno, dice el argentino, venga el Chaco. Fuerza no da derecho, dice el brasilero, hay que negociar. Y a negociar comienza; no más que el brasilero no quería que la Argentina llegue a Bahía Negra (le tenían envidia) y entonces le dice al Paraguay que no le dea, que discuta; que Itamaratí le apoya. Y allí entonces aprovecha el Benigno Ferreira (él que lo mandaba); le dice al representante argentino: ¡Nacore! (de ninguna manera). Cuanto más nos acercábamos a la Asunción, más gente luego se nos juntaba, nadie quería quedar en la oposición del futuro. Por eso que Ferreira nos salió al encuentro, se nos vino otra vez cuando todavía estábamos en Carapeguá, como la vez anterior, porque desde

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Carapeguá/ Paraguarí se controla el movimiento entre Misiones y Asunción y también es más fácil retirarse hacia la Argentina en caso necesario, no vaya a pensar que por capricho tantas revoluciones se pelearon en esa zona y hasta la invasión de ustedes, de los argentinos, cuando nos mandaron al Belgrano. Un lugar muy importante. Por eso fue que Ferreira se acampó en Paraguarí con su comandancia, mientras que nosotros nos quedamos en Carapeguá. Él llegó por tren, Paraguarí venía a ser el último punto de la vía por aquellos tiempos, por eso fue que se acercó tan rápido; un día, cuando discutía con don Cándido la política y como podíamos pagar la deuda de los créditos de Londres, siento un tiroteo. -¿Qué pasó? -Ou Ministro Ferreira. -Ferreira está en Azcurra, dejen de correr de balde. Pero había llegado no más en Paraguarí, no sé cómo pudo hacer andar el tren. Pero no era él, eran las avanzadas con el teniente coronel Santos, que nos mandaba Ferreira para damos quebranto. Menos mal, porque a Ferreira le tenían miedo; se pusieron contentos cuando vieron que era el otro y les prometí 200 onzas a quien me trajera al comandante Santos. Eran muy trabajadores cuando les pagabas bien, esa vuelta le persiguieron a Santos con sus hombres hacia Paraguarí, todos querían tener su casita propia. Pero en Paraguarí les tenían la sorpresa, ¡ese Ferreira tan traidor! Los nuestros le perseguían a Santos para pelearle de hombre a hombre; cuando se acercan a Paraguarí les ametrallan. -Parece que vamos a morir pobres, comandante -me dijo ese correntino Benítez, que también le decían mate cosido, él era de los más entusiastas y se escapó por suerte de la artillería de Ferreira, que no sabíamos donde la guardaba. -¿Dónde tendrá los cañones? -me preguntó Patricio cuando nos acercamos a Paraguarí todo el ejército, para arreglarle las cuentas, (ya no era no más una avanzada, como la vez anterior; Ferreira no se atrevía con nosotros). -Debe ser del otro lado del arroyo -dijo Germán Serrano. Del otro lado del arroyo estaba el pueblo, estaba la comandancia de Ferreira, que se hacía el tonto viéndonos acercar. Quería tenernos cerca, que le lleguemos a tiro para tirar con los cañones que tenía guardados, pero no somos tontos. Nosotros no le hicimos una carga con sable como estaba esperando, le mandamos no más unas cuantas guerrillas para distraerles hasta que un pasado nos contó que la artillería tenían en la plaza, así que no podíamos atacarles. Yo también me hice el tonto, seguí distrayéndole con las guerrillas, con las amenazas de ataque al Ferreira, como me había enseñado el Mariscal López, y mientras

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tanto le mandé a Serrano por el norte. Le dieron una buena paliza por arruinado, pero yo le dije que insista; le mandé refuerzos, y al final tomó la estación de Tacuaral, que ya quedaba cerca de Asunción y le cerraba el paso al ejército de Ferreira, que se quedaba al sur y con la vía del ferrocarril cortada. Desde Tacuaral, Serrano siguió avanzando; allí se le fueron juntando gentes que venían de Villeta, de San Antonio, San Lorenzo; la capital estaba rodeada. Para el 17 de junio ya estábamos en la Recoleta, ¡mire la velocidad, desembarcamos al final de mayo! La tropa del gobierno cada vez más desmoralizada, porque corrió la voz de que Ferreira se ahogó en el Río Paraná. Nos estaban preparando nuestro traje de gala para entrar en gran parada, pero allí nos vienen Guimaraes, el ministro Araguala (el que vino en el puesto de Azambuja), Bartolomé Mitre. Entre los tres nos dicen si qué estábamos haciendo, si queríamos bombardear la capital cuando ellos estaban allí. Le decimos que no, le mostramos el cañoncito de Loizaga que se desmontaba a cada tiro; con eso no podíamos bombardear demasiado. El Mitre me miró de arriba abajo (argel, como el Mariscal me decía); me dijo que si atacábamos la capital, teníamos que vernos con el ejército aliado. Araguaia le apoyó; andaba muy amigo con el Mitre, los dos andaban traduciendo el Dante (ese que usted tiene que leer para su cultura general); así que al final se pusieron de acuerdo de presionarle juntos al gobierno paraguayo para que firme su tratado de límites con la Argentina para que les dea el Chaco, aunque Ferreira no quiera, porque o sino iba a ser luego peor... Menos mal que don Cándido Bareiro pudo apalabrarles; siempre tan letrado ese don Cándido. Les dijo que no pensábamos molestar a nadie, que pensábamos respetar nuestros compromisos con ellos, que no pensábamos atacar si no nos daban permiso. Eso les convenció, parece que, y puede ser también la antipatía del Ministro Ferreira, porque la primera vez que nos vimos con ellos pensaban atacarnos; era prácticamente un ultimátum Pero después seguimos con la charla y se calmaron más. O sea la neutralidad. Porque cuando Jovellanos les pidió protección le contestaron los aliados que el pueblo paraguayo luego era el que tenía que protegerle; que si el pueblo no quería ese gobierno, no había nada que hacer; estaban pues seguros que ganábamos. Por eso fue que el Mitre le escribió a su gobierno (el Juca me mostró): Derribar al ministro Ferreira. No se molestaron de derribarle porque estábamos nosotros: Don Cándido era el civil de más prestigio y yo, el militar de más prestigio. Apenas si 300 hombres tenían en la Plaza de Armas, así que resistir era capricho, como le hicimos decir a Jovellanos, pero el tipo insistió en que y le deamos tiempo y le dejaron hasta el 18, un día más para que se decida. Cuando llegamos en la casa de Gobierno, vemos que la tienen toda abarricada, toda la Plaza de Armas llena de trincheras entre la iglesia de la Encarnación, la Catedral y el Teatro Nacional. «Lléveles una palabra de compasión a los defensores de la Plaza», le hizo decir Matías Goiburú a don Francisco Soteras, que dirigía la defensa, se había combinado por la noche con el ingeniero Chodaciewicz, ese polaco que le hacía las trincheras al Mariscal López; por la mañana apareció la plaza llena de zanjas, parapetos, barreras de escombros. Fue una pequeña desilusión, para que le voy a decir; habíamos entrado de gran gala por la calle de la Recoleta, yo con el hermoso alazán que me había regalado Decoud para mi

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entrada a la Asunción (antes de salir de la Recoleta, yo me fui a rezarle un poco a mi antiguo superior, el general José Díaz; me paré un ratito delante de su tumba para pedirle suerte, como solía hacer Mariscal cuando estaba en Francia, pero con Napoleón que le gustaba tanto, o sea con su tumba). -¡El trabajo que nos va a costar remover todos estos escombros! -dijo don Cándido, muy malhumorado, cuando vimos las trincheras de la Plaza de Armas. Sobre que nuestras calles luego andaban mal, eran zanjas y no calles, habían levantado los adoquines de la calle Palmas, frente al Club Nacional; ¡iban a ser semanas de trabajo reparar el perjuicio! -¡No sea pesimista don Cándido, piense en la presidencia que está tan cerca! -Tienen razón, caballeros. Nos fuimos a festejar en la Plaza San Francisco, con el capitán Coutinho... ¿O ya era mayor?... Sea como sea, esos sí que ascendían rápido; cada año de servicio en Paraguay le contaban por dos; por eso lo que no querían irse; se quedaron tanto tiempo ocupándonos aunque terminó la guerra; me parece que se fueron porque el Congreso en Brasil les apuraba, demasiado luego se hallaban en el Paraguay donde no hacían nada ni corrían peligro. Por eso siempre tan contentos, siempre de buen humor. -E um grande honor, general El capitán Coutinho nos recibió como siempre, nos pidió que no le olvidemos cuando seamos presidentes... Es que entre usted y yo, mi querido Amarilla, la provista no daba para todos. General, coronel, esos sí hacían lo que hacían; nadie les decía nada si metían tela sin pagar impuesto para hacer revender por O'Leary o Patri. Pero la vida de oficial joven era más sacrificada, tenían que vivir de su sueldo... Así que le convenía andar bien con el gobierno de nosotros; sus superiores brasileros no le permitían nada. * Mientras tanto, ese mozo Loizaga. sobrino del Carlos Loizaga que firmó ese Loizaga-Cotegipe, tenía ya montado su cañoncito en el costado de la Catedral, cerca de la esquina de la Independencia Nacional y de la Asunción. A cada tiro que largaba se llevaba varios enemigos, por eso luego los servidores de la pieza no protestaban para nada cuando tenían que montarla de nuevo, porque a cada tiro se les desarmaba. ¡Así es cuando se tiene voluntad! Serrano, mientras tanto, lo único que hacía era quejarse. El capitán Coutinho le puso un poco de alcohol, pero allí sí que comenzó a gritar; aprovechó que estaba herido para liquidarse media García a mí (Coutinho me la había

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preparado sabiendo que me gustaba tanto). Los otros hacían igual: cada cinco minutos aparecían por mi comandancia de la Plaza San Francisco para presentar un parte, guaunte: o sea para darle un trago. Serrano se hirió cuando un soldado de su grupo disparó contra don Francisco Soteras, el que dirigía la resistencia, pero la bala rebotó contra un poste y le quitó su ojo a Serrano. Cuando lo vi llegar me dieron ganas de cambiar de ejército, por lo menos cambiar la oficialidad, porque los que teníamos servían nada más para mandar de lejos, como Matías Goiburú que se escondía en un ángulo de la esquina y desde allí mandaba a sus soldados a pelear, en vez de cumplir con su trabajo... ... ¡Ah! Gracias por hacerme acordar... Tengo que explicarle cómo fue el ataque. Como debía ser: yo les hice atacar por tres costados (cuatro no podía ser porque estaba el río, la plaza daba sobre la bahía). Una columna avanzó por la calle de la Asunción, allí donde Loizaga tenía su cañoncito; por allí fue que Germán Serrano quiso comandar y antes de darse cuenta lo dejaron sin ojo y vino a verme como si lo hubiesen matado. Por el otro lado, el del Teatro Nacional, los enemigos tenían puesta su trinchera bajo el mando de Buenaventura Flecha, que lo mató al teniente Núñez cuando quiso avanzar y después comenzó a tirar contra el Teatro, ese bárbaro no respeta ni la cultura. Por el otro lado, el de la iglesia Encarnación, que quemaron en tiempos de Escobar, Matías Goiburú comandaba el asalto, sin demasiado esfuerzo. Era un asalto simple, lo podía hacer cualquiera, pero mi gente prefería divertirse, parece que. Don Cándido ya estaba preocupado cuando nos llegaban los partes, uno detrás de otro, con los oficiales que venían no más a tomar caña en la comandancia y a decir que todavía no tomaban la trinchera pero que faltaba poco. ¡Siempre faltaba poco, desde las 10:00 a.m., cuando comenzamos el ataque! -Son las dos de la tarde, dijo don Cándido, ya bastante nervioso. -Voy a ver que pasa -dijo mi compadre. -Compadre, quédese en la comandancia, nosotros no somos ordenanzas sino jefes. Mi compadre parece que no sabía ser oficial superior, siempre quería meterse en la primera línea. ¿Para qué? La estrategia la entendía yo; con soldados inútiles se tardaba un poco más, eso era todo ¿Para qué apurarse? Uno no tiene que ser ni muy apresurado ni muy pancho. Tampoco le acepté al capitán Coutinho que quería jugar concurso de fondo blanco: cuando se está en servicio no se puede... A eso de las cuatro de la tarde, viene corriendo un etafeta de Matías Goiburú. -Parece que estamos ganando.

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-¿No le dije, don Cándido? El general Caballero sabe lo que hace. La trinchera de la Encarnación comenzaba a ceder; de allí hasta la Casa de los Gobernadores eran unos pocos metros... ¡Da gusto aportillar una defensa que dio tanto trabajo!... -Estamos demoliendo las trincheras de la Catedral. -Era hora teniente. Tómese un traguito y vaya a vigilar a sus soldados para que no saqueen la Casa de Gobierno. -¡Pero están tan ilusionados, mi general! -Requecho van a tener, va mi palabra, pero con el gobierno no se meten. -Como usted mande. -¿Algo más? Mi general, por el lado de la Recoleta hay tiros. -Han de ser los poras. Se puso todo colorado porque nos reímos con ganas. -Yo también escucho. -Compadre, no me puede venir, usted también, con las supersticiones. Tenía razón. No me gusta dejar un trabajo a medio hacer, pero tuvimos que replegarnos (ordenadamente), justo cuando le agarrábamos al bandido Jovellanos en su propia cueva, en la Casa de Gobierno, porque los tiros de la Recoleta eran ciertos. Por la Recoleta se venía la artillería y con la artillería el infame traidor Benigno Ferreira, que no estaba muerto ni bloqueado en Paraguarí, como nos hizo luego creer abusando de nuestra buena fe (un hombre no pelea con esas tretas). El mentiroso nos dio a entender que se había quedado varado en Paraguarí; nos dejó avanzar hasta Asunción, le dijo a Jovellanos que nos entretenga con esos parlamentos estúpidos para agarrarnos después entre dos fuegos. Justo con la artillería; para el soldado recluta no hay nada que le dé más miedo... Traté de convencerles pero no había caso; tuve que seguirles para que no me dejen solo; al fin y al cabo precisaban un jefe. Pero el sinvergüenzo de Decoud aprovechó para decir: La próxima vez tendremos que darle el caballo más flaco y maula para que no se nos dispare. Por supuesto, no me dijo en la cara, el muy cobarde, sino cuando yo ya estaba en Paraguarí, siempre a la cabeza de mi tropa.

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Paraguarí era un lindo lugar, se prestaba para darles la batalla decisiva a los aca morotí; les decíamos así por su sombrero blanco; blanco luego era su color. El nuestro colorado esa fue mi idea, como le voy a contar. También nos llamaron aca pytá, una vez que nos quedamos sin uniforme prestamos del brasilero, Guimaraes nos dejó usar sus kepis pero al revés, esos que tenían forro colorado... Eso también le voy a explicar. Pero ahora estamos en Paraguarí, un lugar muy lindo, aunque compadre prefería luego pelear en Cerro Porteño, dice que la pruebera le recomendó. -Compadre, no crea en la superstición. -Mire, Caballero, hay que andar con cuidado. -Mañana le voy a dar una sorpresa, don Patricio. -No aguanto la curiosidad. Me preguntó mucho pero no le quise decir. O si no, no es sorpresa. ¿Cuál era la sorpresa? Ahora ya le puedo decir: Benigno Ferreira. Porque el 19 de junio le llamé a Matías Goiburú; le pregunté si quería su ascenso; me dijo que sí. -Pero primero tiene que hacerme una cosa, capitán Goiburú. -Lo que usted pida, mi general. -Tráigame a Benigno Ferreira. -¿Yo sólo? (El tipo se puso pálido). -No. Le voy a dar 50 hombres. Era muy fácil, pero Ferreira se enteró, no sé cómo. Les dejó acercarse no más a su comandancia, tranquilamente, él mismo puso su farol bajo el árbol para que no se equivoquen mis soldados y se sentó a leer como si nada, estaba solo. Entonces se le van acercando mis muchachos despacito, despacito y ¡sorpresa!... De entre los yuyos salen los soldados, métale metralla. Después Goiburú dijo que le mandé a una muerte segura, estaba loco, pero segura no era porque se quedó detrás de un árbol, no se largó con los otros al asalto. Es que en caso de guerra, lo importante es la Patria. No importa si se mueren unos cuantos soldados, siempre que se cumpla el objetivo y no muera nadie de coronel para arriba. Ese es un principio militar que me explicaron en la Guerra Grande; yo siempre apliqué muy bien. Por eso aquella noche no le mandé a mi compadre, coronel Escobar; él era de graduación superior para estropearle. Sí, mi compadre también de acuerdo; si le capturábamos a Ferreira, ya ganábamos; no más que sólo habíamos arruinados como Goiburú para mandarle, los otros luego no se querían ir. ¡No, don Cándido Bareiro no, cómo se le ocurre! Y además que él no era militar;

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encima todavía andaba pesimisto, decía que mejor nos íbamos ya para Corrientes para organizar con don Gallino la siguiente expedición, porque si no, íbamos a tener que ir después corriendo, como la primera vez, y que ya estaba viejo para esos trotes y apurarse luego no le gustaba, incluso le hacía mal, el médico le dijo que por el corazón no podía, se podía morir. Por eso se enojó conmigo tanto: yo le hice hacer como 300 kilómetros en cinco días, una campaña muy rápida: de Paraguarí al Cerro Porteño, de allí hasta Naranjajy, de Naranjajy a Corrientes. -¡Reme usted, carajo! Don Cándido se sentó en la punta del bote (había adelgazado) con los brazos cruzados; mientras tanto, los señores Jefes y Oficiales de las Gloriosas remando como cualquier soldado. Un tanto indecoroso para el prestigio de la susodicha institución, pero los tiros de chassepot desde la costa eran para dejarse de escalafón. Don Cándido furioso. Ni Mariscal López me trataba así. Tan mal, quiero decir. Pero no fue culpa mía. Ocurre no más que los correntinos, cuando llegamos a Paraguarí, se corrieron de Ferreira (que nos venía siguiendo); prometieron resistir en el Cerro Porteño pero se corrieron de vuelta, de allí luego no pararon hasta Naranjajy, donde me hicieron pasar otra vergüenza corriendo como ñandú. General, me decían los muchachos, hagamos alto y hagamos frente al enemigo. Si usted se detiene, podremos combatir con ventaja, aprovechando el terreno. Bueno, les decía yo, porque el terreno estaba bien, pero apenas nos parábamos para recibirles a balazos, ellos también nos recibían a balazos, y entonces mis muchachos se corrían en dirección a Corrientes... No, no es que tenían miedo, correntino es valiente, lo que pasa que estaban desmoralizados. Era gente con familia, pobrecitos, necesitaban alguna recompensa, pero no le pudimos dar por culpa de Ferreira... Sí, el tipo muy engreído, entró en Asunción en un caballo blanco, le ascendieron a general de ejército. El Benigno Ferreira. Dios le castigó por engreído, porque ese mismo día le quitaron del Ministerio del Interior; le pusieron al Lino Cabrizas (el que le mató a Serrano), uno que no valía para nada. Jovellanos luego no quería darle el Ministerio (Benigno le gustaba más) pero Guimaraes dijo que tenía que ser Cabrizas solamente, el otro no podía ser. (Eso porque se enteraron que el artículo de La Nación Paraguaya era de Ferreira: los aliados tienen que irse, decía aquel artículo. También porque les estropeaba sus negociaciones: los brasileros ya transaron con el Mitre que podía quedarse con el Chaco desde el Río Pilcomayo para abajo (no la Villa Occidental), pero Ferreira les dijo desde el Río Bermejo para abajo, al norte nada). -Ahora ya va a ser más fácil. -Sí, pero esta vuelta no se olvide de los paraguayos.

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(Don Cándido ya se olvidó del problema: otra vez me dio la dirección militar). -¿Qué le parece si le ponemos a Gill también? -¡Nambré! Ese luego va a querer la presidencia. -Sí, pero nos puede recomendar a Río Branco, solos no hay caso... Mientras tanto, La Nación Paraguaya protestaba que en Corrientes seguían reuniéndose los exiliados paraguayos para seguir la revolución, no podía ser en un país hermano, etc. Los otros le dejaban hablar, no le hacían caso, ¿para qué? Juan B. Gill ya le había prometido a la Argentina que le regalaba el Chaco hasta Bolivia... ¡Mire cómo es!... Nosotros luego nunca hicimos eso: solamente explicamos que íbamos a cumplir el compromiso con ellos, les devolvíamos las armas, íbamos a ayudarles con el gasto de las tropas. Don Cándido le explicó en su carta a Guimaraes: Lo que no queremos, lo que no aceptaremos es que Ferreira tome parte ninguna en las combinaciones, porque estamos persuadidos de que ese joven no hará otra cosa que traicionar cualquier convenio que se haga. Está también en las conveniencias de Usted el que tome una parte en este acontecimiento. Hoy al menos es la gente mejor acomodada la que lo inicia; no sea que mañana venga una turba desenfrenada con exigencias desmedidas, que podrá, si no poner en peligro los pactos con el Brasil, al menos hacerlos difíciles a tal grado, que tuviesen Ustedes que proceder con violencia en sostén de sus compromisos firmados y concluidos con el Gobierno. Estamos, pues, en campaña contra el Gobierno de nuestro país. No perjudicaremos en lo más mínimo a los Aliados. Eso terminó de convencer a los cambá, ¡Don Cándido era muy convencedor cuando quería! Pero Juan B. Gill también, por su parte, andaba metiendo la cuchara, por eso le escribió a Río Branco, el primero de octubre del 73: Residen en Corrientes, prontos a lanzarse a la patria a recuperar sus derechos conculcados, los señores Rivarola, Caballero, Serrano, Bareiro y otros, los que de acuerdo con otras personas de la Asunción, me proponen dirija yo un movimiento revolucionario que debe estallar, poniéndose por completo bajo mi dirección y obligándose a seguir totalmente mis indicaciones. Dicen que Gill también le prometió pagar los gastos del ejército de ocupación brasilero, devolverle los fusiles y los krupp, incluso colaborar con ellos más mejor que don Cándido Bareiro... ¡Dios sabrá!... A mí, Juca no me contaba toda la verdad. Como dice mi secretario privado don Juan Silvano Godoi, que después se dio a la mala vida, para fines del 73 ya todo el mundo estaba bastante disgustado por las graves y públicas acusaciones que se enrostraban al gobierno: de que tanto el presidente de la república, como sus ministros, se llevaban a sus casas, de dos, tres y cinco, los cajoncitos de a mil libras del empréstito; sin abrirlos siquiera ni tomarse de ellos razón en la contaduría nacional. Sí, en un tiempo anduve muy bien con Godoi, también con Antonio Taboada, todos en el Gran Partido Nacional... Hay que darle su mérito a don Cándido Bareiro, el luego sabía reunir a la gente, dejarse de peleas, somos una gran familia... En el Partido Nacional estábamos Godoi, Taboada, junto con Decoud, con Patricio Escobar, Juan B. Gill, Germán Serrano, Matías Goiburú, José Dolores Molas, José Ignacio Genes, Juan A.

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Jara (mi Vicepresidente), Ángel Peña (mi Secretario privado)... Y Adolfo Saguier, por supuesto, mi amigo del cuatro de setiembre... Toda la muchachada bien de la República, incluyendo mis dos mejores pupilos de la Legión Paraguaya: Juan González y Juan Egusquiza (a esos dos les puse de Presidente Constitucional)... Pero no se vaya a olvidar de Cirilo Antonio Rivarola, ¡él también estaba con nosotros! Vea que no somos rencorosos: él nos metió presos a don Cándido y a mí; él le destituyó a Juan B. Gill... Pero de todas esas cosas hay que olvidarse... Somos todos paraguayos, dijo Rivarola, cuando vendió su casa para conseguir la plata para la revolución. La casa había salido $ 10.000 solamente, pero él convencido de que con eso teníamos de sobra para la revolución. El comandante militar era yo (otra vez), una tarea muy difícil, ¿de dónde conseguir paraguayos en la Argentina? Los correntinos iban a pelear por requecho, pero después de los dos fracasos, comenzaban a pedir requecho adelantado, que no podía ser antes de llegar a la Asunción... A ellos no les podíamos exigir que peleen por puro patriotismo, como nosotros, que estábamos dispuestos a impedir que las libras caigan en las manos de los robadores... Sí, es cierto, había la amnistía política. Pero yo no podía ir en Paraguay para levantar gente; era demasiado conocido. Menos mal que teníamos con nosotros al José Molas; él no era tanto. Era también amigo del Ignacio Genes; se conocían desde que asaltaron los acorazados brasileros con canoas. (¡paí Lolo!, le dijo Ignacio Genes cuando vio que Dolores Molas caía al agua, Genes ya había trepado hasta la punta del acorazado, pero no podía abandonarle a su amigo en el peligro, Molas no sabía nadar pero se fue porque Mariscal le dijo). Genes se tiró en el Río Paraguay y le sacó nadando; creo que fueron los dos que se salvaron... ¡Tiene razón! También se salvó mayor Eduardo Vera; entonces fueron tres... Pero nuestras pérdidas no fueron tan grandes: apenas los cien que les mandamos a asaltar la escuadra brasilera... (No, material no perdimos porque se fueron en canoa; para ese tiempo, ya no teníamos flota, y era justamente por eso que Mariscal les mandó al asalto, para ver si les quitábamos su flota a ellos). Bueno, entonces le mandé al Dolores Molas junto al finado comandante Genes, que era Jefe Político de Pilar. Genes le recibió muy bien, comenzaron entre los dos a preparar el terreno para la invasión; a juntar gente... trabajo preparatorio, digamos... Cuando estuvo listo, me hace decir Loló Molas que ya puedo cruzar el Río Paraná; después del asadito que preparó Gallino, deseándonos suerte (¡qué confianza nos tenía el hombre!); el 2 de enero del 74 yo me trasladé a Pilar (Genes me recibió muy bien) y mientras nos organizábamos le mandé a Carapeguá al paí Loló (como le decían a Molas) para que me junte más gente. El hombre me cumplió. Para el mes de febrero ya estábamos todos juntos en Campo Grande, a un paso de Asunción. Le hicimos decir a Jovellanos que se rinda, esta vez ya traíamos cañones krupp y 4.000 hombres; ya no estaba más Ferreira para defenderle como le defendía antes. Mientras esperábamos la respuesta vemos una nube de polvo. -Debe de ser Lino Cabrizas, don Cándido, déjemelo a mi cargo; usted ya es presidente. -Eso ya me dijo antes.

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-Este no es Ferreira, don Cándido. Era Lino Cabrizas, el que le sustituyó a Ferreira por recomendación del ministro brasilero y también del Mitre. Un perfecto inútil. Desde mi P C, yo veía que el hombre, que tenía cuatro gatos, venía con intención de dar batalla. -¿Pero qué trata de hacer? Cabrizas extendió su ejército hacia Luque, con la artillería en el este y la caballería en el suroeste de la línea, toda amontonada; cuando usted la miraba, parecía un martillo. Nunca vi un bochinche semejante. -¿No ha de ser la técnica moderna? -Pero por favor compadre, no me ponga nervioso justamente ahora. Y es que me trabajaba un poco ese librito dedicado por el Juca que el compadre y yo siempre nos poníamos de acuerdo para leer pero nunca comenzábamos: allí estaba explicado todo el adelanto moderno para el militar. Pero más vale diablo conocido que santo por conocer; yo distribuí mis tropas como de siempre; si me resultaba, para qué cambiar (no entiendo a estos jóvenes de ahora que siempre luego creen que pueden hacer mejor). La artillería en el medio con Loizaga, para parar cualquier ataque por allí. La infantería a los costados, como se estila; la caballería en las puntas, para que no te envuelvan: a la izquierda le puse a Juan Alberto Meza y el comandante Molas a la derecha. -¡Que se acerquen no más! -No se sienta tan seguro, general Caballero. -Déjeme atacar, después hablamos. Cuando vamos a comenzar el ataque, viene corriendo el enlace para decirme que Molas ya no estaba. -¿Dónde se habrá metido? -Ya comenzó a atacar, mi general. Don Cándido espero que el enlace se vaye para pegarme un reto como sabía pegar, aunque cuando lo veías no le dabas nada, un petisito gordito, por eso le decían salchichón pensabas que le podías atropellar así no más. Pero sabía mandar. Le digo por aquella vez; yo que soy muy tranquilo ya me iba poniendo colorado, le aguanté no más por disciplina, cumplo como soldado... No le quiero contar las cosas que me dijo... ¡Qué vergüenza! Cuando don Cándido comenzaba, te podía retar toda la tarde. Menos mal que el enlace volvió corriendo para anunciar la victoria, después de 40 minutos: Lino Cabrizas se batía en retirada, quiero decir sus hombres, porque a él le agarraron mis soldados, si no era por

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Germán Serrano, le degollaban allí mismo... ¡Ese Germán Serrano no sabía que no se debe hacerle favores a cualquiera! ¿Qué había pasado? Loló Molas, que como le dije era un loco, cuando vio que los hombres de Cabrizas no formaban a tiempo (eran muy indisciplinados), decidió cargarles antes de que formen. Se largó al ataque a la cabeza, les dejó sin cabeza a unos cuantos (eso podía hacer de un solo tajo; se le conocía por eso). Los muchachos se entusiasmaron, pelearon como solían pelear cuando estaban con él, con su paí Loló. Cuando vio que el ataque resultaba, Juan Alberto Meza, que estaba al otro lado, cargó también con su caballería contra la caballería de Cabrizas; en dos minutos les dejaron derrotados. Eso le calmó a don Cándido Bareiro. Tuvo que reconocerme que era mérito mío elegir bien a mi gente como Molas y como Juan Alberto, que no me podía luego traicionar porque era mi cuñado... De Campo Grande nos fuimos directamente hacia Asunción, entramos barbeados y de gala aunque Jovellanos no había contestado el ultimátum... Ahora sin Ferreira, ni siquiera Cabrizas, ¿quién le iba a ayudar? Entramos por la calle de la Recoleta y cuando estábamos conversando con el padre Duarte, que salió para darnos su bendición, viene corriendo un soldadito del centro: -¡Ministro Ferreira! ¡Ministro Ferreira! -¡Mbae Ministro Ferreira, nde aña membyre! - le dijo paí Duarte, que le zamarreaba para que se deje de difundir rumores alarmantes. * Dios le castigó como se debe al Benigno Ferreira. Es decir, no sé exactamente quién; mientras paí Maíz rezaba oración milagrosa para que nosotros gánemos (nuestro Gran Partido Nacional), Juan Alberto y don Cándido tenían una pruebera que rezaba oración al revés a un santo cabeza abajo para que Ferreira muera. Todos los medios son buenos, decía don Cándido, y me parece que tenía razón, por lo menos con Ferreira; por las buenas o por brujería, el tipo merecía su castigo. ¡Mire lo que nos hizo! Justo cuando entrábamos en la Asunción, febrero del 74, el tipo decide levantar los adoquines, echar árboles, cavar zanjas, tirar paredes... No es que estropeaba el tráfico solamente; también nos perjudicaba: después de tanto tiempo, Amarilla, teníamos pues el derecho a la Casa de Gobierno. Pero no. El desgraciado ese, una vez más, nos levanta trinchera con el polaco Chodaciewicz; nos fortifica esa Plaza de Armas más que nunca.

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-¡Añaracó pe guaré! -dijo don Cándido. A mí no me gustan esas groserías, sobre todo en público, pero también estaba a punto de decir una... ¿Para qué picó nos hizo la resistencia? Si él ya no tenía nada que ver. A él lo cambiaron por el coronel Cabrizas, que lo desbaratamos en Campo Grande, ¿entonces por qué se metía en la revolución ajena? Dicen que porque le dijieron que si entrábamos nosotros, íbamos a cortarle a su mamá la otra mano... Puede ser... En todo caso, viene a ser también la culpa de Ministro Gondim, otro flor de alcahuete... Porque cuando estaba listo, Jovellanos tuvo ganas de renunciar. Pero Gondim le hizo llamar. Eu nao lhe permito renunciar. Eu tenho que responder ao meu governo com a sua presenca nesta cadeira. Así le dijo Gondim. Y enseguida le hizo llamar a Benigno Ferreira; le preguntó si no quería resistir un poco. Ferreira ya no tenía vela en el entierro (entre Yaguaro y Mitre lo habían desbancado), pero como a Mitre no podía perjudicarlo pero a nosotros sí, se puso a trabajar bajo el sol de febrero para levantar una trinchera imposible de pasar... Es decir, para un valiente no existen imposibles, nosotros estábamos dispuestos a asaltarla en caso necesario; pero aquella vuelta ni valía la pena: Jovellanos no estaba dentro de la fortificación. Estaba con Ministro Gondim en esa casa que fue de los López, esa de la calle de la Independencia, haciendo cruz con la Catedral (¡si don Carlos supiera!). Allí tenía el tipo su despacho; allí fuimos a verle; el presidente paraguayo no habló; el que llevaba la palabra era Araujo Gondim. Les significó clara e imperativamente que, interpretando los intereses vitales del país, se hacía indispensable dejar sentado un precedente de respeto al principio de autoridad; que, en consecuencia, continuaría en la presidencia el señor Jovellanos hasta terminar su periodo legal con los demás poderes constituidos pero que ellos formarían parte en la mayoría del ministerio de conciliación, y podrían entrar sus tropas a ocupar sus cuarteles. Ese fue el llamado pacto de febrero, que ni a don Cándido ni a mí no nos gustaba nada, pero que tuvimos que firmar no más porque o si no Gondim hablaba con el comandante Yaguaro, que nos mandaba la caballería encima como se la mandó a José Dolores Molas cuando vino la ocasión. Firmamos con el Ministro brasilero el Salvador Jovellanos (que seguía de Presidente hasta el 25 de noviembre del 74). Cirilo Rivarola, Patricio Escobar, Ignacio Genes, Germán Serrano, Juan Egusquiza (el egusquicista). Esa fue una transada quelembú: Don Cándido fue de Relaciones Exteriores; yo del Interior. Guerra y Marina para Germán Serrano; para Gill, el Ministerio de Hacienda. Justicia, Culto e Instrucción Pública, para Francisco Soteras; estaba bien, ese tipo merecía un Ministerio de segunda... No, Gill no estaba esa vuelta con nosotros, pero Gondim nos hizo prometer que le íbamos a reservar para él la cartera de Hacienda. Nosotros nos comprometimos, aunque teníamos nuestras dudas. Porque Gill, en Hacienda, ya había robado bastante la primera vez que estuvo, cuando se le hizo la interpelación en el Congreso. Sin embargo, somos gente responsable: cuando prometemos, prometemos. Así que nadie le tocó el Ministerio a Gill.

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Incluso cuando llegó en la cañonera brasileta (le pusieron cañonera especial para mandarle de Río hasta Asunción), todos estuvimos en el puerto... Todos, menos Decoud. El tipo, desde luego, no tenía Ministerio. Pero además de eso, maliciaba algo: O dictadura, o anarquía; ese es el futuro del Paraguay. Él quedó muy amargado cuando le quemaron La Regeneración; cuando Río Branco le dijo que, de partido liberal, ni hablar. (Allí se separó de sus compinches Juan Silvano Godoi, Facundo Machaín). Pero, con Gill, tenía razón (después le aceptó un empleo, pero tenía razón). Porque Gill le dominó a Jovellanos (ya tenía experiencia); le dominó a Serrano (Guerra y Marina); me echó del Ministerio del Interior a mí (me farreó dándome el de Justicia), encima, tenía el de Hacienda a su cargo. Me voy en la reunión, Conchela, le decía a su mujer; en realidad, se metía en la pieza con la maquinita nueva que llegó del Brasil (de segunda mano pero imprimía bien). Allí se ponía a darle a la manija él mismo (ni siquiera mandaba hacer); parece que salieron más de un millón de pesos inconvertibles... Con eso pagaba su batallón guarará (ya no se llamaba más así pero era el mismo), que andaba por la calle con su pañuelo colorado al cuello (¡el rojo pendón de la Asociación Nacional Republicana!, ¡qué profanación!) ¡Estamos volviendo a los tiempos del Tirano!, decía Godoi y se ponía a practicar el tiro al blanco. (¡Nambré! Él, que le mostraba a todo el mundo las cartas que le mandaba Hugo, era un asesino... ¿Cómo?... Mire, no me recuerdo el apellido, pero es muy famoso... Uno que hacía versos en la Francia, pregúntele a O'Leary). ¡Pero vaya a decirle usted a Gondim que su protegido era un sinvergüenzo! ¡Jamás te iba a aceptar! Lo que pasa es que Gill, delante de Gondim era muy fino; el brasilero nunca luego iba a creer lo que me hizo en casa de Adelina Decoud, esa fiesta en que hablaba yo con el general Escobar y Gill, que estaba cerca, le dice a Jaime Sosa (fuerte para que se escuche): Coaba -co ya oicoreimintema. Aicuaupaco pero masque esa piri ha añacambotane. Yo le pasaba como medio metro a Gill; fácilmente le podía sentar de un soco. Pero entonces me hacía liquidar después tranquilamente con su guardia, y después Ministro Gondim iba a decir que no sabía nada, que el asunto quedaba a cargo de los tribunales paraguayos, etc. Pero si yo le mataba a Gill no iba a decir lo mismo; allí se enojaba en serio... Después se dio cuenta de su error, cuando Gill quiso darle el país a la Argentina, pero fue después. Porque al día siguiente de la fiesta en casa de Adelina, me hace llamar. Me dice que estoy faltando al pacto de febrero. Yo le dije (con esa diplomacia que aprendí en Río de Janeiro): Excelencia, me extraña, ¡cómo puede pensar eso de mí! Entonces, sin decir nada, me muestra la carta: era la letra de la Regalada. ¿Qué sabe de esto, general? Yo estaba por decirle: lo mismo que las 2.500 onzas que le prometieron a Molas. Pero entonces no me iba creer que Gill había querido liquidarnos a don Cándido, a compadre y a mí; le dijo: no sé nada, déjeme averiguar. Entonces salí corriendo y le conté a don Cándido: Gondim tiene la carta. Él le llamó a la Regalada, le preguntó si qué pasaba, ella le juró que no sabía nada, se puso a llorar... ¡Siempre es así!... ¿Acaso que mujer te va a decir luego que te engaña?... ¡Esa lo mató a don Cándido! Y pensar que culpa mía, yo la presenté. Pero, ¿qué podía hacer si don

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Cándido me insistía tanto? Al fin y al cabo era mi jefe. Tuve que hablar con ella. ¡Nambré!, con ese gordito no ha de dar gusto, me dijo ella. Pero don Cándido estaba medio loco, tanto me insistió que le insista, que tuve que insistirle hasta que Regalada aceptó. Y desde entonces hubo la romance, y ese luego me trajo demasiado quebranto. Pero no podía decir nada; demasiado bien sabía que con la mujer del Jefe no tenés que meterte, o si no podés tener dificultades. Allí tiene el coronel Mongelós, por ejemplo: un lindo mozo, alto, rubio, como yo. Le acababan de ascender. Pero un día, Mariscal le llama para castigarle. ¡Soy inocente, Excelencia!, ¡usted lo sabe!, ¡no me puede fusilar como a un traidor! Bueno, Mongelós, con usted vamos a hacer la excepción, entonces, le dijo Mariscal. Así que a todo el mundo le fusilaron por la espalda (por traidores) pero a Mongelós de frente. Y eso porque fue un problema con la Madama Lynch... Desde luego, don Cándido no podía fusilarme porque andaba en el llano, pero algún día iba a ser el Presidente. Así que le aguanté. A la Regalada quiero decir. Porque la tipa demasiado malcriada, don Cándido no sabía decirle no. Una vez, por ejemplo, pasan por el negocio de O'Leary; ella quiere comprarse un traje de disfraz... Yo también estaba; traté de convencerle de que no; ella que sí y que sí. Hasta que al final le compró un hermoso traje de disfraz, todo brilloso, que se robó un negro brasilero del Club Nacional (cuando saquearon Asunción) y que O'Leary le compró por unos pesos... Sí. O'Leary vendía ropa vieja, yo no tengo nada contra eso, pero el traje que le cuento era de mi querida hermana; ella había usado en un gran baile del Club Nacional López tiempo pe guaré. Mi hermana se andaba vuelteando entonces por la sala de baile, cuando le viene un gato con botas petisón para invitarle a bailar; ella no le reconoce. Mangacha, ¿cómo es que permiten en la fiesta criaturas? Así le dijo a su amiga; se rieron por él porque era petiso. Pero mamá que oyó la tomó del cabello y la llevó en casa allí mismo y la pegó bien grande; al día siguiente, tuvo que ir en el Palacio para pedirle perdón a Su Excelencia. Porque en nuestra época, Amarilla, la mujer no andaba así no más por su cabeza como ahora; le enseñábamos a respetar. Por eso que a mí me molestaba ver el vestido de mi digna hermana por una banda... Pero ese todavía puedo hacer pasar... Lo que más me molestó fue la carta, no podía ser que ella le pase a Ministro Gondim, si era secreta; la conspiración, digamos. ¡Es que el amor es fuerte, Amarilla! Hasta un hombre juicioso como Cándido Bareiro puede hacer macanas cuando se enamora. ¡Ella tiene la mejor letra!, decía él. Pero, mire, don Cándido, ¿por qué no redacta usted, usted que es tan leído?. Él, medio nervioso: ¿Qué tienen contra mi princesita? Así que tuvimos que darle el gusto, o si no, se enojaba. Y la Regalada redactó las notas para el comandante Molas, Jefe Político de Paraguarí, para decirle que vaya juntando gente para el golpe; a los demás Jefes, les dijimos que las notas aparentemente firmadas por Escobar y por mí, no valían; que no les hagan caso... Así fue... Bueno, Regalada sabía escribir porque ella luego era muy culta. Ella era de una familia de comerciantes fuertes, de esas que tuvieron que pagar multa demasiado alta en tiempos de dotor Francia y quedaron en la calle, hasta que llegó don Carlos y abrió otra vez los puertos. Los parientes de ella ya habían muerto, así que ella se puso a trabajar de banda... Con el otro no se podía, era marica, le comentaba a Wisner von Morgenstern. Regalada era medio pariente de los Zavala, solía contar la historia de la Petronila Zavala, que la pretendió dotor Francia, allá por el año cuatro... Dice que el coronel Zavala, cuando le pidió la mano, reunió a sus amigos para preguntarles: Fernando de la Mora le dijo que ni era dotor ni se llamaba Francia sino França y para más era hijo natural, mulato brasilero y

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volteado; el obispo Panés, cuando oyó todo eso, le dijo: Del epiceno, no gusta el Nazareno. La casó con Machaín que después terminó en la cárcel y después en el paredón cuando Francia llegó a la Dictadura Suprema. Todas estas cosas yo escuchaba porque Mariscal siempre quería saber qué clase lo que era el dotor Francia; no se sabía mucho porque su papá don Carlos había quitado bando prohibiendo que se hable ni bien mi mal del finado Dictador y entonces las gentes se callaron por veintitantos años, hasta que asumió Mariscal la Presidencia y entonces le pidió a Wisner von Morgenstern que le haga una historia del Dictador y Wisner comenzó a preguntarle a todo el mundo, como a la Regalada; cada cual le contaba su historia. Wisner terminó por escribir un libro bien grande, pero a Mariscal no le gustó que se sepa que un Primer Mandatario era brasilero y entonces hubo que acortar el libro para que no sea pues tan negativo (perjudica al país). Pero yo pienso, con todo respeto, que también se debe saber un poco la verdad porque o si no hasta un mozo culto como su maestro O'Leary puede equivocarse. Porque imagínese un poco que un día viene su propio maestro y me dice: General, ¿qué le parece si le revindicamos también a dotor Francia, ahora que ya le revindicamos todo a Mariscal López? ¡Ni se le ocurra!, yo le dije. ¿Cómo picó le vamos a revindicar a uno que ni siquiera es paraguayo sino paulista porque su nombre era França y no Francia, era mulato encima y no tenía ningún derecho a firmar de Francia porque el de solamente para la gente bien como los de Melgarejo, como mi señora madre... Sí, por ese lado somos los fundadores de la Villa Rica, pero igual no más el brasilero França les prohibió usar el de a los Melgarejo y les quitó sus tierras, lo mismo que a los Caballero de Añazco, lo que sufrió mi familia por su culpa, negrito que se creía todo un de... Por eso aproveché que Decoud no le quería para que publique en La Reforma esa Melancolía de los hombres famosos, dónde el dotor Mejía explicaba luego que clase lo que era França... Bueno, estábamos entonces con la insurrección del comandante José Dolores Molas... Sí, Amarilla, allí estamos... Ya le conté la carta de la Regalada, que le mandamos a Molas para que se insurreccione un poco... Bueno, esa carta pilló Ministro Gondim, pero igual no más se levantó Molas... A él le era más fácil porque estaba lejos; a nosotros nos tenía controlados el gobierno del ladrón Jovellanos, o sea de Gill, porque Gill era Ministro pero el que mandaba era él y no Jovellanos. ¡No se podía vivir de los pyragué! Cualquier cosa que decías, en seguida le contaban a Gill. Y para colmo nos trataba mal, nos daba y nos quitaba Ministerios. Aquel 30 de marzo, por ejemplo, poco después del pacto de febrero, yo me fui en mi trabajo y cuando llego ya me encuentro sentado a otro tipo en mi sitio... El tipo, muy campante, me dijo que lea, que su nombramiento estaba por la puerta. Estaba. La goma todavía fresca porque acababan de pegar el papel (aprovecharon que llegué tarde) con fecha antidatada: 29 de marzo, decía la resolución del Presidente que me dejaba sin empleo.

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Del Ministerio salí muy deprimido; me fui a contarle a mi compadre Escobar. Él estaba, como todos los días, sentado en su despacho. Le pregunté si no pasaba nada, me contestó que no. -¿Seguro, compadre? -Seguro. La única novedad del día es un malcriado que vino a decirme que me vaya, todavía le tengo saltiteando. Entonces vino entrando con Cándido Bareiro para contamos de que ya no era el Relaciones Exteriores; le habían echado esa misma mañana. Entonces nos fuimos todos juntos con don Antonio Taboada para verle a Jovellanos, que no estaba en la Casa de Gobierno, ni Juan B. Gill tampoco. Les buscamos también en el Congreso, pero tampoco estaban por allí. En el Congreso había unos cuantos senadores; les dijimos que teníamos que hacer el golpe pero nos dijieron que no había quórum; así no podían sesionar. Entonces mi compadre mandó sus soldaditos para buscar los que faltaban, a ver si sesionaban de una vez porque ese día luego era día de reunión pero no estaban. Pero los soldados que se fueron no volvieron y los Deputados que estaban se fueron a su casa, así que nos quedamos solos culpa de la irresponsabilidad de los empleados públicos... En eso viene un soldado brasilero; dice que Ministro Gondim nos hace decir que nos vayemos en nuestras casas, porque si no salimos, ellos nos van a echar. -Amenaza de negros -dijo don Cándido. Pero el cónsul argentino, que llegó en seguida, nos hizo decir que nos vayemos, porque los brasileros pensaban atacar y ellos no tenían soldados para defendernos. Así que tuvimos que salir, nosotros, todos unos Ministros del Poder Ejecutivo, ¿le parece bien?... Por eso fue que hicimos la revolución del Molas. O sea, le mandamos esa carta que nos escribió la Regalada, el tipo se encargó de todo. Y eso que Dolores Molas no era tan revolucionero, pero cuando se le metía la revolución en la cabeza, hacía en serio. Y además le ayudaba que Gill trató muy mal a sus soldados, los soldados de la gloriosa revolución de febrero que hicimos nosotros pero aprovechó él... Cuando llegó el momento de pagarles, Gill se hizo del vivo: les dijo que disolvía el ejército, que muchas gracias. Entonces la mitad de los soldados hizo el sabotaje y la otra mitad se fue con Molas; tomó el tren para Paraguarí y se le pusieron a las órdenes con fusil y todo. (El resto de los fusiles sigue en pedacitos en los bajos del Congreso y Ministro Gondim sigue buscando, porque el trato había sido, cuando hicimos la revolución de febrero del 74, que ellos nos daban las armas pero después de echarle a Jovellanos le devolvíamos al Brasil. Así que Molas, sin trabajar demasiado, tenía para su ejército completo.

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El ferrocarril les quedaba en la puerta, así que se subieron todos, previo asado. En seguida llegaron en Pirayú, donde se sumó más gente; nadie luego quería ni oír hablar del Salvador Jovellanos, que se comió las libras esterlinas y mandaba porque el brasilero quería. Así que el cuadro estaba negro para Jovellanos, que tenía el Pueblo en contra y también los Señores Ministros (con excepción de Gill y en parte Germán Serrano). Gill, para ganar tiempo, le tomó a mi compadre; le dijo que se vaye en Pirayú para hablar con Molas, en nombre del gobierno. Compadre no tenía ganas pero tuvo que irse, órdenes son órdenes. Molas le recibió muy bien, pero le dijo: Me extraña, don Patricio Escobar, que usted mismo me diga que deje la revolución por 2.500 onzas y un generalato; ¿acaso no le conté que Gill ya me había ofrecido 2.500 onzas y un generalato para matarle a usted, a Caballero y otros? ¿Por qué no se suma a la revolución, don Patricio? Tenemos todo el pueblo y los rifles brasileros que le prestaron a Gill. Entonces Escobar le dijo: mire, tengo que consultar con el general Caballero. (Desde entonces comenzaron a llamarle pantalla pero él no se enteró hasta que Cristóbal Campos publicó El general avestruz). Compadre volvió en Asunción, le dijo a Gill que Molas no quería ceder. Entonces Gill me mandó a mí; sabía que Molas me tenía mucho aprecio. Y efectivamente, cuando llegué, me recibió muy bien; me dijo que teníamos que echarles a los brasileros del país y que, si yo aceptaba, me daba la dirección del movimiento y se ponía a mis órdenes. Yo le dije: Comandante, contra los brasileros no se puede, usted ya sabe... A no ser que los argentinos nos defiendan... Puede ser, don Cándido me dijo, que los argentinos van a pedirle la neutralidad a Gondim... Pero no es seguro; déjeme consultar. Si los argentinos hacen eso, yo me pongo a la cabeza de sus tropas; nos vemos en Campo Grande o Luque... Todas estas cosas están en el libro del sinvergüenzo Godoi. Juan Silvano estaba en la carpa, como Secretario de Molas. Él tomó notas, pero no dijo una cosa, para perjudicarme: que Molas no cumplió mis órdenes. Porque yo le dije que espere hasta que sepamos si los argentinos iban a sacar la cara por nosotros; o si no, de balde. Pero Dolores Molas demasiado apurado, siguió avanzando hacia la Asunción; en poco tiempo estuvo en Luque, donde lo recibieron con baile y fiesta popular (todos hartos del Gobierno) y de Luque pasó a Campo Grande, donde hizo juntar mucha leña para hacer una enorme fogata para que se vea y se pongan nerviosos en Asunción y de paso no sepan si estaba en Campo Grande o Luque (roto). Cuando estaba recogiendo la leña para hacer su fogata, llega un pasado el ejército de Gill le dijo dónde estaba el enemigo y el Dolores Molas agarró 60 hombres y les dividió en tres grupos para darles una sorpresa a (faltan varias líneas). * Entonces le decía, Amarilla, que Germán Serrano estaba en Trinidad... ¡No me quiera discutir, le hablaba de Germán Serrano! Germán Serrano, entonces, dividió su ejército en tres grupos. El primero... Pero cómo, ¿no le dije que se habían alojado en casa de los López? Está bien. Si no le dije, ponga ahora. Pero por favor me avisa a tiempo cuando le voy contando, no sea que mi cuento quede patas para arriba...

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Una casa de material del tiempo de los López, con frente sobre la calle Primer Presidente, una manzana entera. Su fondo daba sobre la vía del tren, por un lado tenía un alambrado sobre el camino de Limpio y por el otro estaba la vieja quinta de la familia López. Allí se estableció Germán Serrano, puso su Estado Mayor. Dividió su ejército en tres grupos: el primero sobre la calle Primer Presidente; un batallón a las órdenes de Alfaro. El otro batallón iba al mando de Escato; ese se colocó para vigilar el camino de Limpio. Y la caballería se encargó de la guardia. Eran dos batallones y un escuadrón de caballería... ¡ah! me olvidé de decirle que también tenían artillería: media batería de cañones krupp, para nuestro pobre ejército valía oro. Bueno, a media noche se arma un batifondo, un ruido que resultó no más del ferrocarril que les traía una carta. Germán Serrano, en calzoncillo y poncho, le hace venir al españolito Martínez para que conteste. Germán Serrano en un rincón y el español en el otro de la pieza; usted sabe que los españoles no se bañan tanto. (La cultura europea, que solía decir don Cándido Bareiro). Mientras terminaba de escribir la carta, Germán Serrano abre la puerta de la calle para que se ventile un poco. Suena un tiro pero Lino Cabrizas le dice que descuido; a uno de la guardia que se le escapó el disparo. Entonces le preguntan qué pueden ser esas fogatas. -San Juan ara -dijo el cabo de guardia (la fiesta de San Juan). -No sea idiota, si somos abril. Serrano salió de la pieza cuando comenzaron a sonar los tiros, pero el españolito Martínez era sordo como una tapia, no escuchaba nada, y mientras se daba cuenta le rodearon los soldados que le hicieron comer su papel que estaba escribiendo. (Le tenían demasiada rabia porque escribía en Patria, los que allí escribían eran todos pyragué). Mientras tanto, mi comandante Molas ya llegaba en el patio de la casa donde habían puesto los fusiles en pabellones; echaba con el pecho de su caballo, llegó a la artillería que no pudo tirar ni un solo tiro, les sableó de lo lindo, Alfaro y Escato cayeron presos y se salvó Serrano. Serrano llegó en Asunción en bote, pudo escaparse; le dijo a Juan B. Gill que Loló Molas les había tomado de sorpresa por la noche cuando menos se esperaban. El gobierno entonces se quedó sin hombres porque su ejército era solamente ese, el que liquidó Dolores Molas con 60 hombres: dos batallones, un escuadrón, media batería krupp. ¡Con esa clase de subordinados da gusto trabajar, Amarilla! El mejor oficial de la caballería después de mí, Dolores Molas. Lástima que el guardia civil Higinio Uriarte lo asesinó en la cárcel, un héroe de la guerra como Molas no merecía eso... *

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El ministro argentino nos había dicho que los brasileros no iban a dar un paso porque el ejército argentino no se lo iba a permitir. Quería decir si ganaba Molas, y eso justamente lo que estaba pasando: Molas se encontraba en Trinidad probando los cañones tomados al ejército, un ruido de mil diablos que nos gustaba oír a don Cándido, a don Patricio, a mí. Molas en Trinidad con todo el parque del gobierno y los soldados del gobierno que se le pasaron y mucha gente más. -Posiblemente, vamos a tener que darle el Ministerio de guerra -dijo don Cándido Bareiro. (Molas no iba a querer la presidencia). -¿Por que no la polecía? -dijo mi compadre que quería el Ministerio para él. -Vamos a arreglarlo como amigos... Pero, Germán Serrano, que se olvide del cargo. (Germán Serrano había peleado con nosotros pero después aceptó el Ministerio del Interior que era mío; no tenía que prestarse al juego sucio). De repente, se abre la puerta. Entra Juan B. Gill con polecía. -Tenemos reunión de Ministros -dijo. No queríamos ir pero tuvimos que. Nos recibió el ministro brasilero, muy amable; allí comenzamos luego a maliciar algo, porque cuando más sonríe, más te traiciona. Así era. Nos presentó el papel todo redactado: Ni siquiera nos explicó lo que estábamos firmando; nos presentó: «En la ciudad de la Asunción Capital de la República del Paraguay a los veinticinco días del mes de abril de mil ochocientos setenta y cuatro, reunidos en el Palacio de Gobierno los ciudadanos Secretarios de Estado, generales don Bernardino Caballero, don Germán Serrano, don Patricio Escobar y los señores don Juan Bautista Gill y don Higinio Uriarte, bajo la presidencia del Vice-Presidente de la República en ejercicio del Poder Ejecutivo, ciudadano don Salvador Jovellanos, se acordó por unanimidad pasar una nota al Excelentísimo Señor Enviado Extraordinario del Brasil, requiriendo el apoyo moral y material de las fuerzas brasileras para garantir el orden público y afianzar la autoridad del gobierno legal desconocido por una rebelión armada y encabezada por los sargentos mayores Molas y Avalos. Este acuerdo o resolución es tomado no sólo en vista de la situación, sino del tratado vigente de paz entre esta República y el Imperio del Brasil, celebrado el día 9 de enero de 1872 que en el artículo 20 establece: «que aun después de la data de dicho tratado, el gobierno de Su Majestad Imperial podrá, de acuerdo con la República del Paraguay,

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conservar en el territorio de la República la parte de su ejército que juzgase necesaria para mantener el orden». Firmado: Salvador Jovellanos, Bernardino Caballero, Germán Serrano, Patricio Escobar, Juan B. Gill, Higinio Uriarte. No sé por qué dice después Juan Silvano Godoi «claudicación ciudadana», si sabe que Gill nos obligó; por las buenas no íbamos a firmarle. Firmamos porque o si no peor... Para mortificarnos todavía más, el comandante brasilero nos junta a todos los ministros para hacerle las hurras. Después nos dio los uniformes brasileros para nuestros soldados, pero como no queremos saber nada con los enemigos de la Patria, nos pusimos el forro al revés, que era colorado, y desde entonces ese viene a ser el color de nuestro glorioso Partido, que se llamó Nacional y después Nacional Republicano. De allí salió comandante Guimaraes para derrotarle a Molas, y por supuesto que le desbandó su ejército, pero no fue por culpa mía sino de Molas, que avanzó sin consultarme, pero Molas nunca me perdonó, creyó que yo le había fallado. Juan B. Gill tampoco no me perdonaba y menos mal que tuvo necesidad de mis servicios diplomáticos para mandarme junto a la Madama Lynch que estaba en Francia y también junto a otra gente; con eso luego me distraí un poco y de paso conocí la Europa: Mariscal me había dicho que no tenía que dejar de ir, sobre todo París (la más culta). Así que no hay mal que por bien no venga; culpa de Gill que se quería quitar de encima la oposición (nos mandó en Europa a don Cándido y a mí) pude conocer el Mundo Viejo (así le dicen), y también serví a mi Patria, desde luego. Una misión muy difícil, para gente muy capacitada: había que pedirle al Papa que nos ponga Obispo (¿para qué, si le van a fusilar de vuelta?, decía), había que preguntarle a la Madama donde enterró su tesoro Mariscal López, el lugar exacto; había que pedirle un descuento a los acreedores de Londres y de paso averiguar dónde guardó su plata Gregorio Benítez... Como puede ver, una misión muy, pero muy difícil, y para colmo nos daban poco tiempo: quería que le arréglemos todo eso en unos cuantos meses pero sin darnos el pasaje para ir en el Vaticano ni en otros países de la Europa para ver un poco en qué banco estaban los fondos del Estado paraguayo... Pero lo peor fue el vyro de Higinio Uriarte, el primo de Gill, que Juan Bautista le mandó conmigo para que me controle, no me quería dejar ni a sol ni a sombra... Menos mal que en Río, Juca se portó como corresponde. Porque de paso para Europa bajamos en Río, y el Uriarte siempre siguiéndome como una cola, se iba en casa de Río Branco sin invitación. Juca no le dijo nada (demasiado educado), pero cuando terminamos de tomar el té, le dijo: me dispensa, quiero hablar en privado con el general. Y entonces nos fuimos en la pieza y yo le dije la verdad, le conté todo, ¿cómo iba a mentirle a un amigo como él? Acho que nao devimos ter acreditado no Juan Bautista. No. Claro que no. Pero se dieron cuenta tarde: cuando Gill ya era Presidente y ya las tropas brasileras se habían ido de Asunción; entonces Ministro Gondim y su sucesor nos llamaban a nosotros, incluso nos insinuaban que podíamos conspirarle un poco. ¡Mbore! Después de

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lo que nos hicieron, no, déjenle el trabajo a Rivarola o Decoud (conspiradores de siempre) o al tonto de Germán Serrano... De cualquier manera, Juca quedó muy agradecido por mi información; como agradecimiento me contó que la revolución de febrero había estado toda cocinada: le dijieron a Cabrizas que vaya a enfrentamos en Campo Grande para ganar el tiempo no más. O sea para darle tiempo a Gill para que vuelva de Río de Janeiro. También estaba cocinado desde entonces que Gill tenía que ser el Presidente Constitucional después de Jovellanos, los brasileros decidieron porque Gill, cuando estuvo en Río, les había prometido más que don Cándido Bareiro: Gill les prometió que, si le ponían de Presidente, él iba a colaborarles para el protectorado. (Pero protectorado de Brasil, no de los Estados Unidos, como se pidió después, en el año cuatro...). Entonces yo me dije: Bernardino, paciencia. Al fin y al cabo, tenía mis 35 años; podía esperar. Tenía que esperar; eso es lo que me dio a entender el Juca, que no estaba tan conforme con Cotegipe ni con su papá, que le daban toda su confianza a Juan B. Gill... Cierto que Juan B. Gill tenía su carácter; medio difícil trabajar con él... Pero no podía ser más difícil que Mariscal López, que fusilaba su familia y hasta su Estado Mayor... No... Si a mí Mariscal me condecoraba, era que Gill también tenía que condecorarme o, por lo menos, darme un Ministerio, para que vaya tomándole la mano, hasta que me llegue el turno... La Constitución decía cuatro años; bueno supongamos que Gill se quede ocho (era muy capaz de avivarse); en ese caso, para 1882, yo era Presidente... ¡Y acerté! Es decir, me atrasé dos años porque no podía saber lo de don Cándido, pero acerté... Esto no es para poner en la memoria, Amarilla, es para que usted vea no más cómo hay que ser prudente; usted no puede pedir un cargo alto de entrada, tiene que ir de a poco, como yo. Yo tuve que esperar por Gill y por Bareiro y (faltan varias líneas). En Europa también trataba de seguirme por todas partes. Pero no podía. Creo que porque el tipo no le hizo caso al Ministro Gondim. Y es que Gondim le dio una buena dirección, pero Uriarte quería ahorrar sus pesitos para Europa, no gastar todo en Río de Janeiro, y entonces cuando estuvo en Río se fue en un lenocinio de segunda, y de ahí... Sospecho que era eso, aunque Uriarte decía: El clima de París me sienta mal. La contaba a su primo, Juan B. Gill, que estaba resfriado. Pero un día que estábamos los dos en el hotel (teníamos habitación doble, pero el desgraciado no quería salir un rato cuando yo tenía visitas), yo entré sin llamar, y le encontré en el baño al guardia civil Uriarte con su bola color lila, parece que se había lavado con permanganato. Resfriado o no, Uriarte se dejó de molestar. Entonces yo podía ir en todas partes, hasta al cumpleaños de la Madama Lynch. El día de su cumpleaños me fui en París. Estábamos en Londres pero me llegó el telegrama: Venga a visitarme. Yo aproveché que Uriarte seguía resfriado para divertirme un poco: estaba harto de los ingleses sinvergüenzos que aprovechaban que no sabíamos inglés. Sorry, decían a cada rato, no se puede. Nosotros sabíamos luego que Mariscal había mandado ponchadas de dinero en la Europa cuando la guerra, pero ellos también sabían que nosotros no sabíamos a nombre de quién ni donde, entonces, cuando les pedíamos información, nos decían que no; se comieron los depósitos del Pueblo paraguayo que el pobre Mariscal había mandado afuera para que no roben los Aliados. Lo mismo con el crédito de Londres: nosotros quisimos revisar las cuentas pero nos dijieron no se puede. No

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podíamos saber cuánto se había comido Gregorio Benítez porque los tipos le apañaban. Pero seguirnos buscando y encontramos al fin en París una cuenta con 30.000 libras a nombre de Pedro Gill, pero Juan nos dijo que déjemos no más. Y el asunto con los monseñores de Roma no funcionaba tampoco; a esos tenés que adularles para conseguir algo (como a las francesas), pero no teníamos un cobre para andar quitándoles a cenar. Así que, al final, yo decidí turistear no más; no que soy irresponsable, sino que si no me dan la plata ni el tiempo ni quieren que investigue ya no vale la pena, y entonces métale champán con la Madama y sus amigas (una barra fenómeno). Y entonces me subí en el barco, crucé el Canal (muy limpio pero le dicen Mancha), casi me caí de espaldas cuando veo París. Me impresionó más que Londres. Y para colmo hablaban francés, así que si no era por Madama Lynch y Mimí que me estaban esperando, iba a estar más perdido que yaguá en canoa... ¡Mire, Amarilla, si a Juancito O'Leary le nombran Embajador en Francia, pídale que le nombre secretario! ¡No hay como los viajes! Sobre todo cuando se es joven, se tienen tantas cosas que ver... Como el Napoleón, por ejemplo, siempre tuve la curiosidad, ¡un cajón que daba gusto ver, todo de mármol, tenemos que hacer uno así en el Paraguay! Mariscal López luego ya empezó, ese de la calle Palmas y 25 de Diciembre; O'Leary dice que tenemos que ponerle allí. Pero yo ya le dije que nadie sabe dónde Mariscal quedó enterrado, así que si traemos lo primero que encontramos en Cerro Corá, puede ser brasilero, y eso puede desprestigiar nuestro Panteón de los Héroes (así se tiene que llamar cuando se termine el monumento ése). En esos casos, es mejor seguir la regla militar: cuando falta el jefe, le sucede el que le sigue en antigüedad... Bueno, no quiero hablar de cosas tristes, pero creo que ya es hora, tengo más de setenta... Buenos, yo no soy novelista como su Maestro, no puedo luego explicarle, demasiado grandioso: Panteón, Inválidos, Tupasy Nôtre Dame, ¡ver para creer! Y eso que antes era todavía más linda, antes de que le quemen los comunistas. Sí. Antes, todo se hacía mejor, más grande, ¿qué edificios nuevos se hicieron en la Asunción?... El Cabildo, el Palacio, la Estación, todos esos son de antes; los liberales no edifican nada... Y en Francia, más o menos parecido, se edificaba mejor. Tenían un palacio grandioso que quemó el comunismo en el 71... No le puedo decir cómo, pero habrá sido enorme; eso se puede ver por la puerta, que la limpiaron un poco y le pusieron Arco del Triunfo... Así que mi viaje todo un éxito, gracias a la Madama Lynch; ella, que conocía la calle, me llevó por todas partes... Aunque al comienzo fue difícil; la primera vez que quedamos solos me llamó malagradecido, me dijo que todo lo que yo era se lo debía a Francisco, y que ahora le salía con eso!... Tenía todos los diarios: El Pueblo del 18 de agosto del 71, por ejemplo... ¡Qué significa esto: Nerón americano!, me decía, ¿así le recordaba yo a mi jefe? ¿cómo podía decir que los Aliados nos salvaron del Mariscal? ¿Qué picó significa: Sesenta años de encierro, de oscuridad y tiranía? Pero el Manifiesto vaya y pase; lo que no podía perdonarme decía, es que los dejé en la calle a ella con los cinco niños, hijos de mi Jefe, ¿no tenía corazón? También tenía todos los decretos del Gobierno, la confiscación de los bienes de la familia López, de todos los bienes que aparecían como propiedad del tirano

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Francisco Solano López, emanados de actos vandálicos, asesinatos y usurpaciones que éste erigió en sistema con notable insania, en el último periodo de su administración, junto a la Madama Lynch, que al lado del tirano desempeñaba los roles más impuros: ¿cómo permitía yo, cómo firmaba papeles contra López, contra la familia, con qué derecho le exigíamos que devuelva al Fisco sus veintiocho inmuebles, sus 10.000.00 de hectáreas (que pagó al contado), con qué derecho le exigimos que devuelva el dinero de las cuentas de Europa, le hacemos querella criminal?... ¿No me daba vergüenza estar en un gobierno antiparaguayo que proscribía a la familia López, incluso a ella, que no era, amiga de la familia no más pero igual la proscribían? ¿Cómo me atrevía? Era una tigresa... Me recordaba los tiempos del peluquero francés... Amarilla, usted ya está perdiendo la memoria, tiene que ir al médico... ¡Claro que le conté el peluquerito!... Ese que la Madama trajo de Francia... Bueno, un día el tipo (justo cuando andábamos perdiendo y el Mariscal se ponía muy nervioso y nos ponía nerviosos) le hace mal un rulo del peinado a la vieja, y entonces ella lo manda al calabozo. Pero el francesito, en vez de callarse, dijo a todo el mundo que la Madama era pelada, puro peluca su melena... ¡Yo la conozco bien a la Madama!... No me sorprendió ni un poco cuando el francés apareció en la lista negra; a ella no podías llevarle la contraria. Pero al final aprendió, cuando ya no era más la mujer del Mariscal. Tuvo que escucharme porque o si no peor; nadie ganaba nada. Yo le dije: Madama, usted sabe bien que nosotros somos los patriotas, pero si chocamos ahora, el país se les queda a los legionarios... -¿Usted piensa ayudarme? -Desde luego, Madama, pero espere un poco. Espere que se vayan los negros, después solucionamos su problema. Yo le dije espere, pero no tanto; recién en el 85 vino Enrique a verme, yo le prometí mi apoyo (era el momento en que comenzaban a venderse las tierras). Después presenta su alegato, creo que 1888, Escobar ya era Presidente, eran las 3.105 leguas de yerbales, entre el Río Apa y el Río Jejuí (el Matto Grosso y el Chaco ya le habían quitado; quedaron en territorio brasilero y argentino). Entonces yo hablé con mi compadre; él habló con el Juez. No va a tener problemas, don Enrique Solano. Gracias, general Caballero. Así hablamos. Pero después me quitan resolución en contra, muy desagradable. ¡Piense en la memoria de mi santa madre!, me dijo Enrique (Madama había muerto en 1886; los hijos la querían mucho porque a todos les dio una buena educación en Europa). Pero no había caso; el título de las 3.105 leguas de tierra que Mariscal le dio a la Madama Lynch allá por 1869 no estaba inscrito en el Registro de la Propiedad. Para un mozo tan culto como Enrique Solano López, era una desgracia... Sí, Enrique comenzó después su campaña patriótica; pidió que se invada el Matto Grosso para recuperar las tierras que Mariscal le había transferido a su mamá. Pero eso fue después y por las malas no se consigue nada: el Ministro brasilero protestó y el Presidente Juan Escurra tuvo que cortar el subsidio a La Patria donde escribía su Maestro, 1903. En esos tiempos ya no se tenía más vergüenza de ser patriota, de ser lopizta... En el 1870, muy difícil (roto).

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Tratado cuarto De cómo había escuelas a patadas cuando yo fui el ministro de la instrucción (1874/77) Juan B. Gill se creía porque su familia había sido luego amiga de Mariscal y de don Carlos (su hermano Pedro Gill se fue en Europa con beca del Gobierno), una familia muy decente, pero la oveja negra nunca ha de faltar y ese fue Juan B., que le daba quebranto hasta a su propio hermano, el general Emilio Gill, que le ascendió a general para que se calle pero don Emilio igual se agarraba la cabeza a causa del Estanco del Tabaco; decía que su hermano el Juan quería volver a los tiempos del Dictador Francia, que tenía Almacenes del Estado; uno no podía comprar si no era allí, con el Dictador que estaba todo el tiempo detrás del mostrador con su metro falso, robándote cada vez que le comprabas tela, robándote cada vez que le comprabas harina con pesas falsas, por eso le decían dictador pulpero... Pero si le querías estafar, ¡pobre de vos!... A ese negrito Pilar, que tenía diecisiete años, le hizo ajusticiar bajo el naranjo porque robó una tela para su amiguita... Y en eso nomás íbamos a terminar nosotros cuando el Juan Bautista Gill subió de Presidente (los brasileros muy contentos), porque en seguida puso sus Estancos, o sea el Monopolio del Estado sobre la sal y el jabón también... Bueno, eso nicó no nos perjudicada tanto; sal y jabón metían más bien los brasileros de contrabando; si les hacía el monopolio, que se aguanten... Pero con el tabaco, diferente. Quiero decirle Estanco del Tabaco; un buen día, Gill quita su ley con retroactivo: dice que a partir del mes de enero se confisca el tabaco (éramos en marzo), porque el único que puede vender es el Gobierno, y entonces las autoridades de campaña comienzan a confiscar todo el tabaco que tenían los pobres y hasta se llevan los cigarros que tenían en la pieza para fumar no más. ¡Qué les van a pagar! Expropiación, decía. Pero expropiación de balde, porque no les pagaba. Y si les pagaba era con los pesos de los que hacía Gill con su maquinita, no valían nada. Y entonces los campesinos, para no darle el gusto, dejaron no más de producir, ¿para qué, si sabían bien, sabía todo el mundo, que Juan B. Gill vendía ese tabaco para su bolsillo con su agente en Buenos Aires; no era luego el monopolio patriótico como en tiempos de don Carlos o de Mariscal, que le mantenían al Ejército con su monopolio (eso muy diferente). Y entonces los agricultores dejaron luego de producir, era nuestro gran producto para exportación, y entonces el país no recibía más divisas, justo cuando más las precisábamos... -¿Usted que piensa, don Cándido? -le preguntó Gondim. (Ministro Gondim andaba haciendo fiestas en la Legación brasilera para criticar el gobierno del presidente Gill: ahora se acordaba de nosotros, del Partido Nacional). Señor Ministro, es una cuestión muy delicada...

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-Su opinión sincera, don Cándido... En ese momento, paí Maíz se tropezó. No era gran cosa, parece que había tomado un poquito, no más. Pero don Cándido aprovechó la ocasión para socorrerle. -No es nada, don Cándido -dijo paí -Por favor, diga que se siente mal. -Me fracturé el tobillo -dijo entonces paí -General Caballero, ¡ayúdeme a llevarlo a su casa! El brasilero dijo que podía hacerlo llevar por los soldados, pero don Cándido insistió en que no y que no. Yo estaba ya por darle la razón al Ministro (fiestas de esas no se veían todos los días en Asunción, no había visto otra así desde que salí de Petrópolis), pero don Cándido me dio una patadita disimuladamente, así que salimos los tres de la Legación brasilera. Apenas salimos, cuando paí Maíz quiso ir a felicitarle a la Regalada (era su cumpleaños), pero don Cándido le dijo que no, que no nos convenía, porque seguramente el Ministro iba a pasar también después de la recepción, y entonces podíamos pasar un mal momento, ¿cómo le explicábamos? No nos convenía luego andar mal con el tipo precisamente ahora; teníamos que demostrarle que éramos mejores que Gill. Pero tampoco teníamos que ser demasiados vyros, tampoco era eso; no podíamos asincerarnos con Gondim, ¿vaya a saber usted si él después no le contaba a Gill? Porque Gill seguía siendo todavía su esperanza y Gondim quería volver en Río de Janeiro (cuanto antes) y decir: Encontré un buen Presidente, podemos retirar las tropas sin problema. (El Congreso andaba apurando el asunto; decía que ya era hora de terminar con la ocupación del Paraguay, que les salía demasiado cara, mientras tenían cosas más importantes que hacer... Claro, para eso necesitaban un Presidente de confianza, y era justamente eso lo que tenía que hacer el Ministro brasilero en Asunción). Ministro les había dicho que Gin era el hombre; ahora andaba dudando, pero no sabíamos hasta adónde. Don Cándido decía que Gondim todavía le quería a Juan B. Gill, pero nos quería hacer conspirar un poco para hacerle entender lo que le podía pasar si transaba con la Argentina, para asustarle un poco y entonces nosotros teníamos que andar con el culo a cuatro manos como decía don Cándido. Entonces no podíamos pues decirle directamente lo que pensábamos de Gill; podía repetirle, y por eso fue que salimos de la recepción don Cándido, paí Maíz y yo, buena idea de don Cándido que no entendí al comienzo... -¡Qué se informe el negro por su cuenta -dijo don Cándido. Y tenía razón. Don Cándido luego demasiado bien le había explicado quién era Gill, pero el tipo no quiso hacerle caso cuando le quitó la Presidencia que al fin y al cabo merecía don Cándido (¡no me va a decir que no!) con el Pacto de Febrero.

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Y desde luego que enseguida tuvo información, y esa vez tuvo que creer porque fueron los propios comerciantes brasileros los que le dijieron, incluso estaban con ganas de quejarse a Río de Janeiro por el Presidente que Gondim había elegido. ¡Con lo que pagamos, podemos exigir algo mejor! dijo Luis Patri. Ese Patri, no sé si ya le dije, es el mismo que tenía que venderle bueyes al gobierno; el gobierno tenía que comprarle para repartirles a los campesinos, pero los que compró de Patri no fueron bueyes sino novillos, y encima a un precio demasiado grande. Bueno, ese Patri, con Travassos, pusieron esa firma Travassos, Patri y Compañía, que compró el ferrocarril del Estado por $ 1.000.000, que no pagaba ni los durmientes de la vía, pero ni siquiera pagaron el $ 1.000.000 sino $ 100.000 y nada más, y se pusieron a hacer funcionar el ferrocarril cobrando unos pasajes que eran un robo, pero ni siquiera así supieron hacer funcionar como se debe, así que revendieron el ferrocarril que les había costado $ 100.000 por $ 450.000 a una firma que no pudo pagar todos los $ 450.000, así que después le quitaron de nuevo el tren que les había salido gratis, porque le pagaron al Estado con el precio de la reventa... No, el ferrocarril fue después (1877), pero le digo para que vea que clase lo que era el Luis Patri, que llegó al Paraguay con una mano atrás y otra adelante pero después se convirtió en un gran señor con la casa que se hizo en la calle 25 de diciembre... Se hizo de dinero como macatero, era uno de los que le prestaba plata a Rivarola y Jovellanos, que no podían pagarle, pero se cobraba metiendo su mercadería de contrabando con el ejército aliado. También le prestaba plata a Gill (unos pesos debajo de la mesa para rellenar los agujeros del presupuesto que no había o sino cómo pagar), y se molestó demasiado grande cuando Gill confiscó la Asociación de Comercio, una especie de banco comercial que andaba funcionando demasiado bien, pero que Gill quiso comer para ver si con ese sacaba un poco para pagar su Guardia Nacional. (Guardia Nacional tenía que ser, batallón guarará ya estaba demasiado desprestigiado, no le iban a dejar, pero venía a ser lo mismo. Volvemos a los tiempos de la tiranía, decía Decoud cuando los veía desfilar con su pañuelo colorado al cuello, los pynandí son la muerte de la República, Patri no tenía mucha plata en el banco pero igual le molestó, lo mismo que les molestó a Travassos y los otros macateros y en parte con razón, no puede ser que se funda el único banco que andaba funcionando no más para que el propio Presidente mande ese dinero a Buenos Aires o a París (a lo mejor a la cuenta donde estaban las libras esterlinas que pillamos Uriarte y yo cuando fuimos en Europa y que Gill no nos permitió más investigar, aunque justamente para eso luego era que nos habíamos ido en la Europa, para ver dónde estaban las libras del crédito de Londres). Entonces todo el mundo comenzaron a quejarse, y ese era justamente lo que Ministro le preguntó a don Cándido cuando tertuliábamos en la Legación del Brasil, pero don Cándido se le hizo el burro; no tiene sentido que nos sigan tratando como nos trataban, más respeto. Después se fue complicando la cosa, porque Jaguaro también tenía sus pesitos en el negocio de Patri (mucha pinta pero tenía que hacer negocio con macateros) y exigió que se suspenda el impuesto al capital que Gill habla decretado. Y eso porque los comerciantes ya no le querían más prestar dinero a Gill, y entonces Gill les dijo: De acuerdo, pero entonces me pagan los derechos de aduana. Los tipos le dijieron que en todo caso le cobre al Ejército Aliado, que era a nombre de quién venía la mercadería. Y desde luego que no podía cobrarle al Ejército, entonces pensó avivarse cobrándole el impuesto al capital; mucho más fácil. Eso le perjudicó al más pobre, porque a un Segovia, Lanus, Patri desde luego que no le iba a cobrar, pero al pobre almacenero que tenía un bolichito venía luego el Inspector de Hacienda y le pedía más de lo que podía pagar y menos mal que en Hacienda estaba el general Emilio Gill, un hombre decente, porque o sino demasiado iban a perjudicar a

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todos... Yo me recuerdo por ejemplo un amigo, un mozo joven que recién estaba comenzando. Viene un funcionario y le dice que el inmueble vale tanto y la mercadería vale tanto y entonces le corresponde pagar tanto. Pero, señor, le dice el pobre, si la casa es de mi suegra y la mercadería compré con dinero prestado, ¿cómo le he de pagar sobre un capital que no tengo? Entonces se le expropia, dice el otro. Y menos mal que el mozo habló conmigo, entonces yo hablé con el general Gill, que le dio una buena raspa al funcionario sinvergüenzo, pero eso no podía ocurrir siempre, y en especial en el campo, donde la Ley era luego lo que decía el Jefe Político (no había a quién quejarse), que como no cobraba su sueldo y se cobraba robándole lo poco que tenía al campesino. Por alguien tenía que rematar. Incluso el chavolai más desgraciado se cobraba usando esa licencia de hace y deshaz que le daba Gill; era la forma de pagarle permitirle el ladronicio. Por eso lo que la gente se iba; todo el mundo se iba a la Argentina donde había trabajo, mientras que en el Paraguay no había lo que no faltaba... Dicen que 15.000 familias emigraron... Puede ser... Porque ese primer censo que hicieron los Aliados después de la Guerra, allá por el 72, salía unos 170.000 habitantes más o menos para el Paraguay, pero después de eso, allá por el 75, había todavía menos... No, no es que yo conté, pero se veía... Porque el 75 fue la época en que tocamos fondo, en que no había plata para pagar el sueldo que no se le pagaba a los empleados públicos y que entonces, para hacer economía, decidieron pagarles medio sueldo, que tampoco se pagaba... La situación estaba tan mala, que Gill hasta decidió ser honrado: les llamó a don Benjamín Aceval, a don José Urdapilleta, a don José Segundo Decoud (los más leídos); les preguntó si qué podía hacer para arreglar un poco el expediente. Ellos le dijieron que, primero de todo, había que suprimir el Estanco del Tabaco, que se suprimió. Después había que terminar con las emisiones de pesos inconvertibles (esos que al Presidente tanto le gustaba hacer); había que retirar, incluso, porque ya había demasiados. O sea, retirar de la circulación, quemar los que sobraban, hacer circular solamente los que tenían respaldo; para respaldarles, había que vender las propiedades del Estado. Y así fue que se vendieron unos cuantos inmuebles del centro de Asunción y que se pusieron en venta tierras públicas hasta cubrir la suma de $ 6.000.000... Eso ya podía solucionar todos los problemas, porque había que bajar el ejército a 400 hombres y el presupuesto a los $ 16.000 mensuales (más o menos)... Los $ 6.000.000 no eran mucho, porque las propiedades del Fisco, entre inmuebles, terrenos, ferrocarril y etcétera, andaba por los $ 100.000.000 según el cálculo de Wisner que entendía las cosas (ese ingeniero militar que Mariscal contrató durante la Guerra y después se quedó, nos quería mucho) ¿Pero de qué te sirven los $ 100.000.000 de Wisner, si nadie luego quiere comprar la tierra?... La tierra era buena, inclusive baratita, pero no se sabe todavía si el Brasil o Argentina no se van a quedar con el país (tenían ganas). Después que no hay nadie en la campaña (no conseguís un peón), ¿para qué la tierra? Tampoco hay luego puente ni camino ni ferrocarril que funcione, y el transporte por río de Asunción a Buenos Aires te sale más caro que de Buenos Aires a París... ¿Quién te va a venir así? Decoud tenía razón, la única solución, la inmigración. Pero la mala fama que teníamos era demasiado mala. Esos Patri, Travassos cuera, no vaya a creer que ellos no hablaban mal de nuestro país, y la voz se corría; nadie quería venir en Paraguay. Sobre todo después de los Lincolnshire Farmers, los ingleses pusieron carteles en sus puertos diciendo que no se vengan en nuestro país, y tenían razón, porque Gill dejó de pagarles la deuda y eso nos desprestigiaba del todo...

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Así que la teoría de Decoud muy bien; Gill hizo publicar esas Cuestiones políticas y económicas, así se llamaba el libro, pero no funcionaba para nada. La gente no te va a dar luego nada si sos tan argel... Yo, por ejemplo, Presidente de la República y todo, General de la Nación, Héroe de la Guerra... yo, igual no más me fui a recibirles a los colonos alemanes cuando llegaron; les acompañé hasta el pueblo, por eso le pusieron San Bernardino. Y de paso le contaron a sus parientes en la Europa que el Paraguay no era como se decía, y entonces comenzaron a venir los inmigrantes, como le voy a contar... Una cuestión de confianza... Nadie te va a dar nada por tu linda cara... Menos todavía si sos antipático, engreído como Gill, que se peleaba con todo el mundo, que les expropiaba a los comerciantes, a los campesinos, a los empleados públicos. Y conste que Juan B. Gill tuvo buenos colaboradores, más de los que se merecía; Decoud, por ejemplo, le hizo su política económica que le llaman, le hizo la reforma administrativa sin cobrarle, y eso que no robaba... No, el tipo no robaba, pero Presidente luego no podía ser porque los brasileros no querían, y los argentinos tampoco le apoyaban del todo aunque él luego estudió en la Argentina, muy amigo del Sarmiento y todo eso... Lo mismo que Facundo Machaín, ¿qué picó se le ocurre a Juan B. Gill mandarle a Machaín a Río de Janeiro, para arreglar el asunto del Sosa-Tejedor?... Justamente a Machaín, argentinista a muerte (su familia exiliada en Buenos Aires desde tiempos de Francia). Por supuesto que Machaín no arregló nada, y no era tanto por su culpa sino que no podía arreglar. Los cambá no le iban a prestar dinero, primero porque no tenían (la guerra les había salido demasiado cara, por eso es que querían hacernos pagar a nosotros los gastos de la guerra, a nosotros que teníamos todavía menos), segundo porque Gill era muy, pero muy vivo, pero los otros no eran demasiado tontos, así que no les iban a meter el cuento de que Jaime Sosa se propasó sus instrucciones para firmar ese tratado con la República Argentina que le decían el Sosa-Tejedor y que fue un escándalo porque le regalaba todo a la Argentina y eso no quería el Brasil, y no porque sean buenos, que tampoco quería que la Argentina coma todo el Chaco, que llegue hasta Bahía Negra, hasta Matto Grosso, porque entonces les hacía la competencia... Sí, Amarilla, es cierto, se ve que usted es un mozo muy leído, sabe todo... Cierto: por el Tratado ese de la Triple Alianza, Argentina y Brasil se pusieron de acuerdo para carnearnos el país; Argentina tenía que quedarse con todo nuestro Chaco, hasta Bahía Blanca. Pero termina la guerra y (como ya le dije) los dos quieren comerse todo el Paraguay... Allí casi se arma la guerra. Hasta que el Brasil se contenta con el Matto Grosso; firman el Loizaga-Cotegipe (1872), separado de la Argentina, aunque por la Triple Alianza no podían firmar tratados separados. Pero el asunto es que firman, y esa vuelta les ayudó Juan B. Gill, era presidente del Senado, y con las libras esterlinas les convenció a los otros de que firmen no más. Y los congresos firmaron y así le permitieron luego que se lleven nuestro Matto Grosso (que Mariscal le había vendido a Madama Lynch) a los negros brasileros, y les permiten también que tengan tropas en territorio paraguayo, ¡qué vergüenza!... Y allí fue que los brasileros luego comenzaron a echarle el ojo a Juan B. Gill (hombre de confianza, jei chupé), mientras los argentinos, que quedaron de arriba, buscaban la forma de hacer también ellos su tratado de límites con el Paraguay, para comerse las Misiones y todo el Chaco... Bueno, allí los brasileros se desquitaron. Porque cuando terminó la guerra, y los brasileros querían dividirnos sobre la marcha, el delegado argentino les dijo a los

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cambá: La fuerza no da derechos. O sea, en vez de repartirnos, vamos a dejarles que hagan su Gobierno Provisorio democráticamente, y después arreglamos la cuestión de límites. Río Branco se enojó, pero eran argentinos y uruguayos, dos a uno, y entonces tuvo que cederles, como ya le conté pero le repito. Les cedió en el momento, pero le puso a Rivarola de Presidente, y después a Gill, cuidándose de que (por las dudas) don Cándido Bareiro no llegue a Presidente (desconfiaba de él porque trabajaba para el Ejército Argentino, aunque no era por gusto, sino por necesidad no más); también dejó el Ejército y la Flota en Paraguay (mucho más que Argentina); hizo firmar el Loizaga-Cotegipe. Así que cuando los curepí ellos también, quisieron firmar su tratado con nosotros, los negros se dijieron: El que ríe último, ríe mejor. ¡Les hicieron llorar a los argentinos! Los cambá no le querían al Benigno Ferreira, pero sabían bien que Ferreira les iba a perjudicar a los argentinos, así que le dejaron de Ministro. Hasta que los curepí cedieron (eso fue cuando vino el Mitre en Asunción, en el 73), y entonces les dijieron a nuestro Gobierno: Está bien, pueden firmar su tratado, pero el Chaco es de ustedes. Ese era el acuerdo con Juan B. Gill, que podía regalarle a los argentinos el Chaco entre el Bermejo y el Pilcomayo, incluso las Misiones, pero más arriba ya no. Y ese ya estaba todo cocinado allá por 1874, cuando Jovellanos era todavía Presidente, pero el hombre fuerte ya era Gill; entonces fue que se reunieron Jovellanos, Gill, Germán Serrano (Ministro del Interior) con el Ministro Gondim. Gondim les dice que ya era hora de firmar el tratado de límites con la República Argentina (no les dijo, pero todos sabían, que Brasil no nos iba a dejar firmar ese tratado solos). Jovellanos le dice, desde luego, pero falta no más el negociador. Entonces Gondim: no se preocupe, incluso le pagamos el transporte. Y así fue que se fue Jaime Sosa en Río de Janeiro, donde le esperaba el enviado argentino, don Carlos Tejedor. Al principio todo bien: Gondim le escribe a Río Branco y Cavanellas que Jaime Sosa un muchacho respetuoso, iba luego a firmar como le decían. Pero cuando se reúnen en Río de Janeiro (los brasileros presentes), Tejedor plantea los limites así: Quedan para la República Argentina las Misiones, la isla de Cerrito y Apipé también, Villa Occidental (hoy Villa Hayes) con un terreno más alrededor, un terreno que llega hasta el Río Verde; en vez del Pilcomayo -dice Tejedor- un río que cambia su curso a cada rato, vamos a dejar el Río Verde, que siempre sigue igual; si el Paraguay acepta -dice- el Ejército Argentino se retira inmediatamente (al retirarse los argentinos, era seguro que también salían los brasileros); nos vamos inmediatamente, y encima no les vamos a reclamar ninguna indemnización de guerra, ni gastos, el Paraguay queda para ustedes, todo el mundo contento... Pero -y en la cola está el veneno- si el Paraguay no acepta como le digo, vamos a quedar así: Misiones, Apipé, Cerrito y el Chaco hasta el Río Pilcomayo para la República Argentina; el Chaco entre los ríos Pilcomayo y Verde queda sometido al arbitraje internacional... Sólo que en ese caso, mi querido don Sosa, ustedes tienen que pagarnos indemnización de guerra sobre el pucho (una cuenta kilométrica). Sosa estaba a punto de aceptar la propuesta 2, pero los brasileros se volvieron muy patrióticos: ¡No puede ser, la soberanía nacional, etcétera! Entonces Sosa quedó medio descolocado, porque sus instrucciones eran darle el gusto a los argentinos pero también a los brasileros (no quería que las tropas brasileras se retiren antes del 25 de noviembre de 1874, asunción presidencial de Gill, incluso tenía que pedirle que se queden un tiempito más en Paraguay, hasta ver un poco cómo se comportaba la oposición).

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Para colmo, el brasilero le llama y le pregunta si qué lo que estaba pensando. Él le dice: don, no tenemos plata; ¿de dónde vamos a sacar para pagarles la Indemnización de guerra? Y además que nos conviene una guarnición argentina en la Villa Occidental; es una garantía para los futuros exiliados políticos. El brasilero, que si les da el Río Verde a la Argentina, los argentinos van a seguir empujando la frontera; no van luego a parar hasta llegar hasta Bahía Negra y eso no le conviene ni al Brasil ni al Paraguay... Y bueno, así la discusión que fue secreta, por eso me enteré solamente de un poco... Nadie sabe lo que pasó después... El asunto es que Jaime Sosa se reunió con don Tejedor en el Hotel dos Estrangeiros, donde me habían alojado a mí cuando estuve prisionero, y entre los dos hicieron el Tratado Sosa-Tejedor: ¡Argentina se quedaba con todo el Chaco! Su Majestad saltó hasta el techo. ¡Parece que los brasileros somos más paraguayos que los paraguayos!, dijo. Entonces les exigió que hagan otro tratado de límites más paraguayista, pero el Tejedor, que ya tenía lo que quería, le hizo decir que su señora estaba enferma y se mandó mudar para Buenos Aires sin despedirse, pero con el Tratado con la firma de Jaime Sosa bajo el brazo, y le recibieron como a un ídolo. A Jaime Sosa, en cambio, le trataron muy mal, cuando el brasilero le pidió explicaciones, Gill dijo que no sabía nada, capricho del otro, y Machaín, por su parte, desautorizó el tratado. Después se fue el Machaín en Río de Janeiro, para me orar su cuadro y pedirles plata, pero, como ya le dije, plata ni tenían ni le pensaban dar, porque ya comenzaban a sospechar que Juan B. Gill les hacía el doble juego, y entonces comenzaron a acercarse a nosotros, al Gran Partido Nacional, pero nosotros nos hicimos rogar un poco, uno tiene que darse su lugar. Y Gill también comenzó a cepillarnos. Le mandó a don Cándido Bareiro en misión en Europa, pero esa era misión en serio, no para quitárselo de encima, como me hizo a mi cuando me mandó con el tavyrón de Higinio Uriarte. Don Cándido se fue de veras... para arreglarle un poco ese bochinche económico que tenía Juan B. Gill... Pero ese para después de la siesta, Amarilla... * Don Cándido Bareiro se fue en Londres y se juntó con Blyth (ese que había trabajado ya con don Carlos para la fundición de hierro y el resto): Blyth conocía el Paraguay y también los ingleses, fue nuestro contacto, él le llevó a don Cándido junto a ese Council of Foreign Bondholders, habían hecho sociedad para ver si recuperaban un poco el crédito que nos habían dado, aunque tampoco tenían demasiadas esperanzas, así que hablaban mal del Paraguay cada vez que podían, y con eso nos perjudicaban demasiado; ya no podíamos recibir más el capital que tanto precisábamos; nadie quería darle un peso al Paraguay (así fue hasta que yo llegué en la Presidencia). En ese Council estaba don Croskey, ese que después vino en Paraguay y nos puso el teléfono; entre él y los otros le dijieron a don Cándido que, si quería crédito, que pague primero el anterior. Don Cándido les dijo:

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Gentlemen, plata no tenemos pero tenemos el país. Entonces los otros decidieron hacer el banco para recuperar sus ahorritos y, de paso, para darnos más plata... Fue uno de esos arreglos que sabía hacer don Cándido. Banco Nacional del Paraguay, jei chupé. Plata desde luego que no había, pero no era problema, porque el Banco nos podía prestar: iba a tener un capital de £ 300.000; eso daba de sobra para prestarnos. Incluso, nosotros también íbamos a ganar plata, el Estado Paraguayo, porque íbamos a ser accionistas: de las £ 300.000, la mitad iban a ser nuestras. O sea que, en vez de deber, íbamos a ser acreedores, ¿qué le parece?... No, no hacía falta integrar acciones, o sea comprarles £ 150.000; ellos se contentaban con algunos edificios viejos como el Club Nacional (ese les cedíamos para su sede) o el Palacio de Gobierno, que en esa época estaba de balde porque el Presidente tenía su oficina en el Congreso. También el ferrocarril les cedíamos, ellos se comprometían a hacerlo funcionar, incluso a llevar la vía hasta Villarrica (en esa época llegaba no más hasta Paraguarí) o hasta Encarnación; seguro que cumplían su compromiso de completar la vía férrea porque el trato era que les dábamos un kilómetro de tierra fiscal a cada lado de la vía (una forma de darles aliciente, o si no no te van a trabajar, quién trabaja de balde). Era la única forma de vender nuestras tierras fiscales y el resto, que Gill había tratado, todos los Gobiernos desde 1869 habían tratado, pero nada... Colocábamos nuestra propiedad fiscal, y encima cancelábamos esa deuda en libras esterlinas, un verdadero quebranto... Pero todavía hay algo más importante: en vez de deber, íbamos a ser acreedores... Sí, ya sé que le dije, Amarilla, pero atiéndame este: los bonos de la deuda del Paraguay se andaban cotizando entonces, en el mercado de Londres, a un siete, ocho por ciento de su valor nominal (si quería vender un bono de £ 1.000, digamos, le pagaban no más £ 70/80); o sea que no valían nada; nadie tenía ya esperanza de cobrar... Bueno, si hacíamos el arreglo, el crédito del Paraguay aumentaba, y entonces también aumentaba el precio de los bonos, un bono podía valer cien por ciento o más de su valor... ¿cómo que no entiende? ¿No se da cuenta de que nosotros nos convertíamos en socios de los tenedores de bonos (de nuestra deuda) y entonces, cuanto más valían esos bonos, más ganábamos?... Era un negocio redondo; solamente un tipo tan letrado como don Cándido podía joderles así de grande a los ingleses: les pagaba una deuda sin gastar un peso, y encima nos quedaba vuelto... Pero allí está eso que yo le dije: hay que saber andar. Si usted es un santoró, no le van a dejar en paz. Gill era, por eso fue que Decoud, automáticamente, la publicó un artículo en contra. Dijo que el convenio con los ingleses era la venta más escandalosa del país, porque además de regalar nuestros edificios públicos, nuestro ferrocarril, les dábamos a los tipos el monopolio de la explotación de yerba por 30 años, un verdadero escándalo. Ese le perjudicó a don Cándido en su prestigio, pero no era contra él; era contra Juan B. Gill. Y el artículo enseguida leyó el Ministro brasilero, que le hizo llamar a Gill, le hizo decir que no

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podía ser, que el Paraguay quedaba como garantía de la deuda de guerra, no podía entonces hipotecarlo a los ingleses. Juan B. Gill se creía muy vivo, por eso ya había hecho aprobar ese convenio por el Congreso. Sabía que a los brasileros no les iba a gustar, pero hizo aprobar no más, sin consultarles. ¿Para qué consultar si los brasileros ya se habían ido?... Sí, se fueron, eso me olvidé de contarle... Junio del 76 (controle un poco, ya no me acuerdo bien después de 34 años)... Pero vale la pena que le cuente... ¡Cómo no he de recordar aquel día! Todo el mundo en el puerto, algunos para darse el gusto de despedir a los negros; otros para despedir a los parientes. Y es que con los 8.000 soldados brasileros se fueron como 2.000 mujeres paraguayas. Asunción se quedó medio vacía, las casas comerciales se fundieron porque no tenían más comprador. Pero lo mismo daba gusto, incluso con el discurso de Gill, que se mandó en el puerto de Asunción: ¡Paraguayos! Cuento con vuestro buen criterio y acendrado patriotismo para terminar la obra espinosa de nuestra regeneración política; y ahora que presenciamos el embarque de las fuerzas extranjeras, cuyo hecho motiva el presente manifiesto, cumplamos con el deber de dar cordial adiós a esos disciplinados militares que han sido durante seis años nuestros huéspedes; deseándoles con toda sinceridad un viaje próspero y feliz, y roguemos que conserven de su permanencia entre nosotros, un recuerdo tan grato como el que nos dejan. Bueno, esa fue la despedida que le digo, un poco después fue que el Congreso aprobó ese convenio inglés, pero el Ministro brasilero le hizo llamar a Gill; le dijo que no podía permitir, que nos habían defendido de los argentinos para que no nos quiten el Chaco, pero ahora veníamos a regalar todo el país... Gill se hizo el vivo, como siempre, pero el negro le dio a entender que ni se haga ilusiones, que la flota estaba lista en Corumbá y que podía volver en cualquier momento, así que nuestro Presidente tuvo que rechazar la resolución del Congreso con un Decreto-Ley. Pero no vaya luego a creer que con eso le dio el gusto al brasilero; ya era demasiado tarde. Y es que Juan B. Gill había informado mal a Itamarati sobre Ministro Gondim y también contra José de Auto Guimaraes, Barao de Jaguaro, pero los otros les mostraron el informe a los dos y ellos contrainformaron que Juan B. Gill no valía nada; estaba fundiendo el país, peleándose con todo el mundo y encima no cumplía sus compromisos con el Brasil porque ni pagó los gastos del Ejército brasilero, ni devolvió todas las armas que le prestaron (como había prometido en la revolución del 74) y para completar quería fundir a los comerciantes brasileros con impuestos que no se usan en ninguna parte del mundo, no más para poder pagar a su polecía, que era la que mandaba en el país... Río Branco se calló por el momento (al fin y al cabo, él era el que le había puesto a Gill donde estaba), pero tomó nota de todo eso y le preguntó a Gondim (confidencialmente) si qué pensaba de don Cándido, y Gondim le dijo que posiblemente se habían equivocado con él, no era tan argentinista como decían las malas lenguas (no olvidemos, le dijo, que Bareiro tiene una deuda de gratitud con la Argentina, que le dio trabajo en sus ejércitos cuando López quería fusilarle, pero eso no significa que Bareiro tenga una actitud hostil hacia el Brasil). Parece que también hablaron de Facundo Machaín y que dijieron que, por el momento, no podía

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ser el Presidente (no les convenía), pero que, cuantas más pavadas hacía Gill, más crecía el prestigio de Facundo Machaín y el prestigio del difunto Partido Liberal, que desde el 31 de agosto había quedado disuelto, pero que ahora podía recuperar su fuerza precisamente a causa de los disparates de Gill. Y el brasilero cuando se enoja es rencoroso, no te perdonan así no más... A Juan B. Gill no le perdonaron así no más el Sosa-Tejedor (le creyeron pero también no le creyeron sus explicaciones), pero todavía menos le creyeron sus explicaciones cuando Facundo Machaín, que era Canciller, se negó a firmar las pólizas de las indemnizaciones de guerra... Cosas de Machaín, les dijo Gill (esta vez con razón), pero los brasileros ya no iban a creerle; le echaron la culpa a Gill y nadie más, dijieron que no quería pagar las indemnizaciones de guerra y que eso luego era una prueba de su mala fe, porque había prometido gestionar un protectorado, y ahora estaba gestionando, pero con la Argentina, no con el Brasil... Esto sobre todo cuando se firmó el Machaín-Irigoyen (1876), nuestro tratado con la Argentina, que Machaín firmó pero a espaldas de Gill (roto) Sí, el que les hizo el favor fue don Adeodato Gondra, pariente creo de don José Urdapilleta. Don Adeodato tenía sus relaciones, y él le permitió a Saguier, que estaba en Buenos Aires, ponerse en comunicación con Irigoyen, el Canciller argentino, por ese lado fue que Gill recibió los 50.000 pesos argentinos cuando Germán Serrano le hizo la revuelta... 8 de diciembre del 75, coincidía con la Virgen de Caacupé; Germán Serrano hizo justamente para levantar más gente el día de la Virgen, pero la gente no se le sumó, así que con 100 hombres, más o menos, tuvo que correrse cuando el gobierno le mandó a Patricio Escobar con 350; enseguida los desbarataron... De Caacupé se corrieron a Paraguarí, de Paraguarí a la Argentina, pero a Serrano lo alcanzaron en el camino. Guárdeselo usted sargento -le dijo Serrano al sargento que dirigía la partida- este es un regalo del Mariscal López, no quiero que se pierda. Y le entregó el reloj de oro al sargento que dirigía la partida que venía a degollarle, y el sargento después le mandó unos pelos de la barba de Serrano (con la piel en que venían pegados) a las hermanas del difunto. (Un recuerdo menos agradable que el reloj de oro; mi compadre siempre solía usar los dos juntos, o sea el de Serrano con el de Machaín)... Bueno, ese golpecito fue un tirón de orejas para Gill, que se estaba volviendo muy argentinista, por eso fue que, cuando se enteró, Ministro Gondim, que estaba en Montevideo, subió en la cañonera y se vino río arriba a toda máquina, y si no se encallaba, Serrano no perdía su cabeza pero Gill sí perdía su sillón presidencial. También el golpecito de Cirilo Rivarola y Decoud fue por liga, y si nosotros le escuchábamos al Ministro, iba a haber otro más. Si me quieren dar la Presidencia, que vengan a ofrecerme, decía don Cándido; él no estaba dispuesto a trabajar de balde para los brasileros. Usted tiene dotes de Presidente, le decía Gondim. Don Cándido no decía una palabra; él no pensaba conspirar de balde ni creer en palabra de brasilero como Cirilo Antonio Rivarola, que así le fue. Y esa era más o menos la cosa cuando Machaín se fue en Buenos Aires para hacer el Machaín-Irigoyen (1876); él, desde luego, ya había oído los rumores de que Gill estaba dispuesto a darle todo el Chaco a la Argentina si los curepí le daban un crédito y un tratado de libre navegación... De eso ya se andaba hablando, pero Machaín firmó su tratado, calladito, al comienzo del 76, justo un poco después de que llegue en Buenos Aires el delegado para regalarle todo el Chaco, como se rumoreaba... O sea que demasiado tarde, nuestro Congreso tuvo que aprobar no más el Machaín-Irigoyen, y un poco después salieron del país las tropas brasileras... Pero no por eso mejoró la posición de Juan B. Gill; los brasileros sabían demasiado bien que, si no entregamos el Chaco, fue por Machaín... Y entonces

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siguieron moviéndole el piso, como se dice: presiones diplomáticas, le anularon el convenio con los acreedores de Londres, le hacían de todo. Y los argentinos no es que podían ayudarle tanto como le tenían prometido; ellos tampoco tenían demasiado dinero para darle y además sabían que cualquier dinero que le dean, tenía que desaparecer, como desaparecieron las libras esterlinas y todo peso que entraba al Paraguay, famoso por la moneda falsa que imprimía, que ni los paraguayos te querían aceptar (en Paraguay se pagaba sólo con moneda fuerte, peso argentino, melgarejo boliviano; el peso del gobierno nadie te quería para nada). Así que la silla presidencial del amigo Gill bailaba; el hombre como el guardavallas en el foot ball (¡mire que entró de moda en Buenos Aires!): cuando le envían demasiados penales, es imposible atajar... ¡Ah!, el tratado... Bueno, ese no tiene demasiado importancia; ponga no más si quiere. Machaín le entregó a la Argentina las Misiones y el Chaco hasta el Pilcomayo (Madama Lynch se quedó sin estancia, ella tenía en Formosa); el Chaco entre el Pilcomayo y el Verde, con la Villa Occidental, quedaba para el arbitraje; ese fue el arbitraje que nos quitó a favor el Presidente Hayes de Norteamérica, que nos vino muy bien. Porque entonces por lo menos ese pedazo del Chaco venía a ser de nosotros, reconocido por la Norteamérica, para pararle un poco el carro a los cholos bolivianos que cada día se ponían luego más y más pedigüeños... Porque el problema del Chaco luego estábamos dispuestos a arreglar por las buenas, por eso hicimos el Decoud-Quijarro (1879)... Pero después los tipos esos se vuelven más y más exigentes, y menos mal que pisaron el pacová piré. Eso cuando hicieron el mapa Bertret, mapa oficial de Bolivia, donde nos daban todo el Chaco; así figuraba en el mapa ese, que por supuesto tenía Río Branco, el Juca (le estoy hablando de 1900, cuando el Juca ya era una personalidad). Desde luego que nos convenía el mapa, pero en vez de pedirles bien, Peña le pide prestado a Río Branco por un ratito; Juca le presta por quince días, muy amable, pero Peña entonces se lo vende por $ 5.000 oro a Manolo Gondra, que era Canciller del Paraguay (dijo Peña que lo había comprado de un espía)... Por supuesto que después se arma la gorda; al final tuvimos que devolverle el mapa a Río Branco, pero los $ 5.000 oro nadie más los vio fuera de Peña, que se muere por la plata... Sí, ese es el que me hizo juicio ejecutorio por unos pesitos que yo le debía, justamente ahora que estoy en Buenos Aires exiliado, ¡qué bandido! Me quedo con los legionarios como Adolfo Saguier, que hasta ahora no me reclamó la plata que le pedí prestada un día en que estaba en apuros. Y estas cosas, justamente, le explican la revolución del cuatro; colorados eran los de antes. Los de ahora se están volviendo, de más en más, evasores de divisas, contrabandistas, son capaces de (faltan varias líneas) * Hay un refrán que dice el burro por delante, y eso es precisamente lo que estamos haciendo; primero tenía que contarle lo que hacían los otros antes de entrar en mi brillante actuación como Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, cargo que ejercí dignamente hasta 1878, más o menos, cuando don Cándido Bareiro me puso de Ministro

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del Interior; Ministro del Interior del 78 al 80. eso es lo que fui; después, Presidente Constitucional por elección popular, del 80 al 86... Como ve usted, y usted tiene que aprender de los ancianos, uno tiene que ser modesto, no puede tirarse, de cabeza, para la Presidencia; tiene que hacer carrera, paso a paso, como en mi caso: general primero; comandante en jefe, después; de allí ya es más fácil llegar a Presidente (no importa que le llamen avestruz o tombutú). Aunque también le tengo que decir una cosa, Amarilla, ese Ministerio que me dieron era un irrespeto. Porque el pacto de febrero era que me iban a dar el Ministerio del Interior (como me dieron), pero en seguida me quitaron ese Ministerio, y después me enviaron en la Europa con Higinio Uriarte. Eso ya le conté: yo podía hacer un kilo por la Patria, pero no me dejaron. Y entonces me moría de frío porque lo que me daba el Gobierno para hotel no daba (con mis ahorros yo quería visitar el Moulin Rouge y otras actividades culturales) si no era por la Madama (¡tan amable!) que me ponía la bolsa de agua caliente sobre la colcha, me hubiera muerto del frío, yo pues no soy para aquellos países... Cuando volví en el Paraguay, yo pensé que Gill ya se había olvidado de la conspiración de Molas, pero el tipo era más rencoroso de lo que yo pensaba: me dio de vuelta el Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública. Vamos a ver qué hace el bruto, dijo... él, que era más bruto que yo. Pero se llevó una gran sorpresa. Mi Ministerio era uno de los pocos que funcionaba. Y eso que no me daban plata, pero igual; yo me junté con Decoud, con Aceval, con Machaín; bajo mi dirección hicieron un Colegio Nacional fenómeno... O sea la Instrucción Pública. Porque en la Justicia no podía meterme; no podía con un tipo tan metido como Gill, los jueces le informaban a él, no a mí (que era su Ministro), pero esas son cosas que no podía cambiar, así que me aguantaba. Claro, con el Culto diferente, Amarilla; usted sabe que soy un buen cristiano, y que me confesaba siempre, sobre todo con el padre Maíz. Con él me conocía desde hacía tiempo, desde 1867, más o menos, cuando lo sacaron de la cárcel y lo pusieron a escribir artículos para el Cabichuí y El Centinela. -Padre, ¿es cierto que usted le dijo Hijo del Altísimo y Dios sobre la Tierra? -Bueno, ese fue un artículo circunstancial, general Caballero... Recuerde cómo era el 24 de julio... (Maíz tenía razón: el cumpleaños de Mariscal era una cosa seria. No es que uno sea chupamedias, pero los demás eran, y se podía interpretarte mal, y entonces tratábamos todos de quedar bien con nuestro Jefe, yo mismo le regalé el reloj de oro que piqué en Matto Grosso. Por educación no más paí Maíz dijo que Mariscal López era Jesucristo en sus artículos). -Me recuerdo, padre Maíz, pero usted tiene muchos enemigos; no le perdonan ese artículo sobre el Mariscal. -No me perdonan que sea paraguayo.

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-Cierto, padre Maíz. -¿Y sabe quién ha movido el avispero? -No, padre Maíz. -Fidelis D' Avola, el capellán brasilero. -¡Qué nombre más feo! -Se lo merece... Él es el que habló con los Jefes aliados para decirle que yo no puedo ser Obispo, que incluso llevó los chismes hasta el Vaticano, Su Santidad está mal informado... -¡Será posible! -Es posible... El Papa me llamó sacerdote nefario... -¿Puedo hacer algo por usted, padre? -Usted es el Ministro de Culto. Hable con el Presidente Gill. Desde luego que hablé; Gill no me hizo caso. Dependía de él nombrarle obispo (del Presidente). Porque nuestra Constitución es así: cuando queremos tener un obispo, mandamos una terna a Roma, tres candidatos que elige el Presidente y el Papa tiene que elegir uno de los tres. Pero el Presidente no elige sólo, sino que les consulta a los paí; ellos son los que eligen. Y en la Iglesia paraguaya de aquellos tiempos, el que tenía prestigio era el padre Maíz, los paí le pusieron en la terna para que Gill le mande al Santo Padre, pero Gill no quiso. Por eso que el paí Maíz amenazó irse del país; se armó un escándalo que finalmente arreglé yo, como Ministro, o sino iba a ser peor. Pero, de cualquier manera, Maíz nunca fue obispo; le quitó su puesto Aponte y después Bogarín. Él se quedó muy triste; es cierto que había tenido sus cosas, pero nadie es perfecto. Y es cierto que después se arrepintió, que vivió como un santo, enseñando a los niños a leer y escribir en una escuela del campo... La última vez que lo vi estaba viejo, muy viejito. -Digame una cosa, padre -yo le pregunté- ¿cómo fue el asunto aquel de monseñor Palacios? -Órdenes del Mariscal. -¿Y el deán Bogado? -De puro terco; sabíamos bien que el hombre era inocente; no más queríamos una declaración firmada...

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-¿Y los cincuenta sacerdotes? -¡Exageraciones! Apenas treinta. Pero los brasileros no pueden criticarnos; ellos también fusilaron curas paraguayos. -¿Juliana Insfrán? -Páseme la botella, Caballero. El padre estaba ya viejito; hacía años que no tomaba un trago. Pero esta vez precisó de su traguito para darse ánimo, para decirme una cosa que si usted repite... ¡Está bien! Le tengo confianza, Amarilla, pero esto queda entre nosotros. ¡Ni una palabra!... Paí Maíz estaba sin entrenamiento, en poco tiempo estuvo fuera de combate. Yo traté de reanimarlo, no había caso. Hasta que al final llegó la tía (uno siempre tiene alguna tía más vieja que uno) y me dijo que era hora de irme. No es que sea curioso, pero aquella vuelta, casi muero de la curiosidad. -¡Yo le salvé la vida! Yo ya había salido de la casa; el paí sacó su cabeza por la ventana para gritarme. -¿Cómo dice? -¡Yo le salvé la vida! Al final, pude convencerle a la tía de que me abra la puerta, me recibió en calzoncillos (paí Maíz, desde luego). -¿Sabe que usted también en la lista? -¿Qué lista? -La del obispo Palacios. Y entonces me contó una cosa, Amarilla, una cosa, que si usted repite, ¡pobre de usted!... Me contó que monseñor Palacios había hecho él mismo su lista negra, y que en la lista me ponía a mí; me dijo (no sé si es cierto pero me dijo) que el obispo quedaba bien con nuestro Jefe inventando las conspiraciones, sobre todo después de nuestra retirada de Humaltá, cuando el Mariscal necesitaba levantarse el ánimo rematando por los otros su nerviosidad... Al principio muy bien; la lista negra del obispo coincidía con la del Mariscal. Pero después Mariscal comenzó a sospechar algo; le dijo a Maíz que le vigile un poco, y entonces el padre encontró un buen día su nombre con el mío y el de la Juliana Insfrán en la libretita del señor obispo. Por la pobre Juliana ya no pudo hacer nada, pero me salvó la vida, tachando mi nombre de la lista negra, tachando también el suyo y haciendo otra lista con el nombre de monseñor Palacios a la cabeza...

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Mis amigos opinan que paí Maíz ya estaba viejo, ya no tenía más juicio cuando me contó todo esto, pero imagínese usted si es que los legionarios se enteran, lo que van a decir... Porque ahora ya somos (siempre fuimos, pero antes no nos dejaban ser) el partido lopizta, el de las gloriosas tradiciones de los Héroes que explicó O'Leary, aprovechando un poco que se calmaron un poco las pasiones después de 30 años, porque en el 70 nadie te dejaba ser lopizta (la propaganda extranjera). Bueno. Este es un asunto muy, pero muy delicado; ahora que aprovechan cualquier oportunidad para desprestigiarnos, no se le ocurra decir que Mariscal López quiso fusilarme, aunque no sea cierto, ahora que ya está corriendo (roto) el testamento de Gazory (faltan varias líneas). * El Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública tenía solamente dos empleados que estaban solamente para espiarme luego y eso que yo era su Ministro pero les daba igual porque Gill les dijo. Por suerte no cobraban casi nunca y entonces no venían casi nunca y los demás días yo les daba franco y tenla paz para reunirme con Aceval, Decoud y los más cultos y no con los dos fascinerosos que mandaron al Ministerio de Instrucción porque ya no había más puestos en el Interior y había que premiarlos por su actuación en el batallón guarará. Un día de lluvia (desde luego que no estaban porque llovía), yo conversaba con una maestra venida del campo. Ella me decía que el atraso todavía pasaba; aunque en Villarrica eran seis meses (en el interior siempre se pagaba más tarde que en la capital), todavía podía retirar del almacén fiado. Pero señor Ministro (estaba a punto de llorar), ¿cómo vamos a vivir con el medio sueldo? Gill había comenzado su economía pagándoles a los empleados públicos medio sueldo; aunque en general no cobraban, eso les perjudicaba mucho a los que no estaban ni en Hacienda ni en Interior, como a la maestrita que le digo. Tengo familia, señor Ministro, ¿qué vamos a hacer ahora? Muy lindita, muy aseada aunque descalza, yo quise consolarla... -¡Permiso, señor Ministro! Era el correntino Benítez, el que se había divertido pasándole a Danós varias veces con su espada. Ese Danós era un pobre francés, un periodista que lo agarraron con Germán Serrano (era su secretario) y entonces lo liquidaron con Serrano. Esa clase me pusieron en el Ministerio. No venía nunca, ya le dije, menos con un día de lluvia. Ahora me venía para molestar no más, dice que con un mensaje del Presidente, siempre algún pretexto. Esta vuelta me decía que cuando pare la lluvia vaya a verlo, una cosa de lo más interesante, muy científica. Que ensille mi caballo porque teníamos que salir de la Asunción, me ordenaba Gill. ¡Justo lo que faltaba! Otra vez el recorrido de la campaña como el que tuve que hacer una vez acompañando al Presidente que me llevó con él para tenerme vigilado, mientras el guardia civil Uriarte se quedaba en Asunción para cuidarle la silla presidencial. Gill recorría pueblo tras pueblo prometiendo todo pero sin dar, porque no tenía un peso. No sé

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para qué. ¡Y ahora otra vez me quiere llevar con él con la campaña para no hacer nada, es más cómodo no hacer nada en la Asunción! Pero por lo menos me servía para librarme de la pobre maestra, ¿qué podía hacer yo? El que no le pagaba el sueldo era el Presidente, así que no tenía sentido quedarse a escuchar los plagueos de la pobre mujer que tenía razón pero de balde. Entonces fui al Palacio (si así puede llamarse); ¡ese maleducado me hace decir que estaba con gente! ¡Siempre nos hacía así, para demostrar que mandaba! Después, sin recibirme, me entrega directamente la partida que tenía que dirigir yo, diez o doce hombres armados, con sus palas y sus picos... ¡Por supuesto que armados! En esa época no era posible salir a la campaña sin armas; en Lambaré y en Luque, los tigres se comían a la gente. Y en Asunción los bandidos y los perros salvajes; no era garantía salir sin armas... No había cambiado nada desde que yo llegué de Río de Janeiro: las calles sucias y peligrosas... Por suerte no encontramos ni uno (quiero decirle un tigre) porque con los fusiles esos, todos descalibrados, y con los soldaditos que me dieron, era para desconfiar. Así que llegamos al lugar sin problema, un lugar que no le voy a explicar porque de cualquier manera no conoce, pero quedaba cerca de Asunción (roto) los soldados, entonces, comenzaron a cavar, ahondaron un poco más el pozo que ya tenían comenzado esos dos italianos que venían al país para macanear no más pero se creían científicos y (faltan varias líneas). Comenzó por ese tiempo, me parece, 1867, cuando el Mariscal López vio (roto) y le hizo preguntar a Masterman qué era. Masterman era ese boticario que habíamos contratado para el ejército, también nos hacía las minas y torpedos para los acorazados brasileros. Masterman le dijo que una mezcla de azufre con hierro, por eso su color amarillo, pero Wisner von Morgenstern dijo que tenía que ser oro, al fin y al cabo estábamos al sur de una zona del Brasil donde había oro; nosotros teníamos que tener también oro en Paraguay, como los cambá. Esa vuelta tenía razón Masterman, no era oro. Pero después de la guerra, Wisner habló con el coronel Lucio Mansilla, le dijo que en Paraguay tenía que haber oro, porque había, y también porque la población que huía escondía sus ahorros por todo el camino, y el Mariscal también tenía su tesoro que había hecho esconder durante la guerra, aunque la Madama Lynch no supo decirme exactamente dónde. Wisner tenía razón; enseguida le convenció al coronel Lucio Mansilla, que se juntó con don Mauricio Mayer, otro que tenía mucha plata. Entre los dos hicieron la Sociedad Anónima de Minerales de las Serranías de Amambay y Mbaracayú en el Paraguay, que tenía un capital de $ 2.000.000 oro, y por supuesto que nos dieron acciones a don Cándido Bareiro, don Patricio Escobar y el que habla, la contraparte paraguaya. Menos mal que el capital era de ellos, porque después de haber gastado $ 800.000 no encontraron nada, aunque de existir, existe el oro (faltan varias líneas). No tuvimos que cavar demasiado, como le dije, porque los italianos ya tenían comenzado el pozo, pero el maera ese, en el fondo, estaba demasiado sucio. Menos mal que

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teníamos un arroyo al lado así que pudimos lavarnos; hacía demasiado calor y después del trabajo ya no se aguantaba (roto). Por supuesto que se quejaban ¿cómo no se iban a quejar los pobres soldaditos de llevar un peso así cuando que no ganaban ellos nada? Tenían razón, si que (roto). Con todo el cachivache negamos en el Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública, donde me esperaba Gill con el italiano ese: -¡Ecco il brontosaurio! Tuve ganas de darle con un hueso por su lomo, la culpa era de él. Él le había dicho a Juan B. Gill importante para la cultura, dijieron que teníamos que desenterrarlo, ponerle en una pieza especial para él solo. Museo de la Historia Natural, jei chupé. Y entonces me mandaron a mí, todo un Ministro, para recoger el animal difunto, que tuvimos que tener en una pieza aparte; el tipo mejor que los cristianos, cuando a nosotros nos faltaba espacio. Y para colmo venían los curiosos a preguntar para qué; nos tomábamos el trabajo de explicarles cuántos millones de años... Todo para que después los desgraciados salgan y digan por ahí que en ese Ministerio, el más leído luego era el brontosaurio... ¡Mire cómo era el tipo! ¡Lo que nos hacía! Y precisamente estas cosas me comentaba aquella noche don Patricio Escobar, una noche que estábamos en la casa de Lacú Giménez, otro mozo muy meritorio. Porque el hombre (Giménez) empezó de abajo; comenzó las apuestas en su casa con aquellos pesitos que le presté yo, pero al cabo de un tiempo progresó (todo un comerciante, tenía cabeza para los números) y yo le puse de Ministro de Hacienda y después fue empresario. Aquella noche, mi compadre Escobar tenía suerte: ganó $ 100 en la riña de gallos. Entonces me invitó una cerveza, incluso después de cerrarse la casa nos quedamos a festejar, y aproveché para decirle, en confianza, que había sido un poco ingrato con el Partido Nacional. Él, entonces, se asinceró y me dijo que tenía razón; que, al principio, Gill le había impresionado bien porque le ascendió a general y le dio su Ministerio de Guerra (una maniobra para dividirnos) pero que se estaba dando cuenta de que Gill le utilizaba, le hacía sacar la cara cada vez que había rebelión (como Germán Serrano) pero después le mandaba de vuelta a su cuartel sin darle más explicaciones, a él, que arriesgaba su vida por el Gobierno. Me dijo también que sentía mucho que a mí me hayan dado empleo vaí no tenía derecho Juan B. Gill, pero que iba a tratar de hablar con el Presidente para ver si podía hacer algo por mí. Y en eso estábamos cuando llamaron a la puerta. -¡Estamos todos en el mismo bote! -dijo don Cándido. Y nos morimos de risa. Eso porque Juan B. Gill, cada vez que queríamos protestarle, nos decía: Estamos todos en el mismo bote. O sea que, si nos dividíamos, nos iban a ganar los Benigno Ferreira, Cirilo Antonio Rivarola, Salvador Jovellanos, los exiliados en Argentina. En parte era

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cierto, pero Gill ya exageraba; siempre nos asustaba con conspiraciones para tenernos todos juntos. Hasta que le fuimos tomando la vuelta, ahora ya comenzábamos a reírnos, incluso conspirar un poco, porque no estábamos todos en el mismo bote. -Adelante, mitaí El chico entró; debía de tener catorce años pero el uniforme le quedaba chico (austeridad de Gill). Traía un mensaje urgente del señor Presidente; había que contestar urgentemente. Entonces don Cándido le escribió en un papel (el soldado no sabía leer) que la conspiración era para el día 20 (20 de abril), así que nos quedaba tiempo para desbaratarla, y que al día siguiente (12 de abril) iba a apersonarse en el despacho presidencial para informarle de todo lo que sabía. -¿Cierto picó don Cándido? -Cuentos de abuelas. Todo el mundo chimenta en Asunción. Pero si le decía que no, me iba a hacer llamar inmediatamente a su casa para informarme de los detalles de la conspiración. Gill siempre tiene que saber antes que nadie y mejor que nadie y más que nadie... Parece que la nota le gustó a Juan B. Gill porque no volvió a molestarnos durante toda la noche. Nos quedamos hasta tarde pero, al día siguiente, don Cándido estuvo en el despacho presidencial a primera hora. A las diez y pico, se dio cuenta de que el Presidente ya no iba asistir a su despacho. -¡Había sido cierto! -le dije, cuando nos volvimos a encontrar, aquel 12 de abril, al mediodía. -Como el pastor mentiroso, general Caballero... Como el pastor mentiroso -me contestó don Cándido. Entre los dos lamentamos la muerte de un amigo, de un caballero ciento por ciento como Juan B. Gill, porque de los muertos luego no se puede hablar mal. Tratado quinto De cómo serví fielmente en el gabinete del vicepresidente en ejercicio, don Higinio Uriarte, sin asesinarle para nada al comandante José Dolores molas ni a otros prohombres (1877/78)

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Hay gente que es así. Tiene un Dios especial. Porque Juan B. Gill, por ejemplo, hacía rato tenía que estar en la llanura o muerto; todo el mundo trataba de madrugarle, como Adolfo Decoud, que se había juntado con Rivarola para hacerle el golpe y se escapó después en la cañonera brasilera (roto) Rivarola no sé, creo que se fue en Corrientes donde se juntó con los otros exiliados o si no en Barrero Grande. Ellos eran de allí, los Rivarola; toda la zona les respondía 100%, por eso cada vez que le fallaba el tiro Cirilo se escondía en su valle y desde allí mandaba las partidas de veinte, diez o treinta para saquear Caraguatay. El gobierno después llegaba tarde, hasta el mismo Saguier hizo una batida grande pero nada y también mi compadre don Patricio y el general Ignacio Genes. Perfectamente inútil. Cuando se acercaba la batida, Rivarola se escondía y era inútil luego preguntarles dónde. Ni aunque les amenacen ni les azoten. Por allí no mandaba luego gobierno sino los Rivarola (roto) Creo que el 75, no recuerdo el año, debe de ser antes de Germán Serrano, del 8 de diciembre. Ese también con apoyo brasilero, como los Godoi. Tiene que ser con apoyo brasilero, o si no no se explica, digo yo. Porque de saber, se sabía: todo el mundo sabía. En Asunción se sabe todo. Y en especial Juan B. Gill, con todos sus raídos que espiaban detrás de las ventanas y las cocineras que espiaban y hasta en casa de Ministro y Deputado. Ni a nosotros nos dejaban respirar. Y también el capitán Esquivel me contó que sabía lo que andaban tramando los Godoi y el resto: Matías Goiburú, José Dolores Molas. Y si sabía y no les hizo nada, ha de ser que le dijo Vasconselos: deje no más... Vasconselos no le quería al Presidente Gill... Pero me parece que me estoy equivocando. No recuerdo tan bien cuándo llegó Ministro Vasconselos. Creo que después de Ministro Gondim. No sé. Pero podemos dejar para más tarde, vamos por parte. Primero le tengo que contar que Matías Goiburú y José Dolores Molas tampoco le querían. Pero tampoco me dijieron nada y eso que siempre habíamos conspirado juntos, pero se quedaron muy molestos por febrero del 74, cuando yo no tuve tiempo de explicarles que el ejército iba a intervenir aunque el cónsul argentino nos dijo que no, sobre todo que Gill nos obligó a firmar el papelito ese pidiendo que intervengan los brasileros, nos hizo quedar muy mal con los amigos a Escobar y a mí, que les habíamos dicho a Molas y a Goiburú que ataquen al Gobierno con toda confianza... ¿Ya le dije?... Bueno, la verdad que no recuerdo, en todo caso revise no más, no vaya a ser que me equivoque en una cosa tan importante... Y entonces Molas y Goiburú muy enojados con nosotros, así que la siguiente vez ya conspiraron sin Escobar y sin mí. Quisieron arreglar el asunto entre los dos: iban a esperarle al Presidente Gill a caballo entre los dos cuando iba por la calle (esas diabluras le gustaban mucho a Molas). Pero después hablaron con Juan Silvano Godoi porque le creían muy culto; él les dijo que mejor hacer las cosas más tranquilos, usar la cabeza, jeí chupé. Por eso fue que aquel 5 de abril, Juan Silvano Godoi se fue en Corrientes para conspirar con los otros, con Ferreira, Sosa, umíva. Y, mientras tanto, Rivarola, desde Barrero Grande, se preparaba para juntar a su gente y hacer el golpe juntos, o sea cuando Molas, Goiburú, Franco (cuñado de Molas) Regúnega (hijo de Germán Serrano), Galeano y el resto se les

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junten después de dar el golpe en la Asunción... Tenían que dar el golpe, juntarse en la estación del ferrocarril; de allí seguir al interior por el camino de Trinidad. Todas esas cosas se sabían, en Asunción todo el mundo comenta y la misma Concepción le dijo al Presidente que se cuide, que no salga solo de su casa nunca porque si salía solo le podían sorprender. Por eso fue que Gill salió con sus edecanes Esquivel y Bentos, y en el camino iban comentando todas estas cosas. Al llegar a la calle Independencia y Palmas, Gill quiere cruzar la calle. Entonces le dice Bentos (su edecán) que mejor seguir caminando de este lado, porque del otro lado queda el escritorio de los Godoi, Independencia Nacional y Villarrica (o sea la siguiente cuadra por si usted no entiende, tengo que explicarle porque no estuvo en la Asunción). Esa esquina era la casa cué de don Vicente Barrios, cuñado del Mariscal; por allí tenían puesto su escritorio los Godoi después. Por allí tenían que pasar luego Gill con sus edecanes, en esos tiempos no había el automóvil, así que de su casa hasta la presidencia a pie como todo el mundo: ni automóvil ni nada, el tramway lo traje yo... Pero el tramway le cuento después... Lo que le iba diciendo es que Gill le dice que todas esas cosas ya sabía pero que Juan Silvano Godoi se fue en Corrientes en vez de matarle al Presidente como tenía prometido (Gill sabía que Godoi se pulseaba con revólver en el patio de su casa para matar a los tiranos); en vez de matarle se fue para hacer una revolución que no podía hacer porque los paraguayos luego son así: hablan por hablar pero en la hora de la verdad se asustan, no he conocido uno que no le tenga miedo a la autoridad y en especial al Presidente, ni siquiera al Dictador Francia nadie se animó a matarle aunque todos le odiaban... -Y todavía más, capitán Esquivel -le decía Gill- usted debe saber que yo sé que el general Bernardino Caballero... Yo le insistí mucho a Bentos y también a Esquivel pero ninguno de los dos recordaba bien; no me sabían decir si se olvidaron o si no tuvo tiempo de decirles todo porque cuando se dieron cuenta se toparon con Nicanor Godoi que se había pasado varios días recortando la reja de su casa con unas tenazas de herrero y unas pinzas para preparar la munición especial para su escopeta calibre doce. Juan Silvano tenía más puntería pero Nicanor le dijo a su hermano dejáme a mí de todos modos no podía fallar a cuatro pasos y con munición especial que le puso a su escopeta de doble caño. Así cualquiera acierta. Conste que si se atrasaba un poco, a lo mejor le daba tiempo a Gill para terminar lo que les iba diciendo a sus edecanes sobre mí, pero Nicanor Godoi siempre fue apurado, así que tiró no más y me quedé con las ganas y cuando llegó el dotor Steward para atender al Presidente Gill, ya era ex-Presidente: los escopetazos le agarraron de lleno y el pobrecito finó en el acto. Con los tiros se espantan los caballos, así que Molas salta en el caballo de Galeano, linotipista del Manifiesto. Entre los dos galopan por la calle Villarrica hacia la estación, en la esquina de Fábrica de Balas, la polecía les ataja la brida del caballo y el animal se encabrita y los echa y Molas liga un tajo en la cabeza que terminó perdiéndolo porque al fin tuvo que entregarse el día 18 de abril, todo malherido. Y Galeano cayó preso cuando esperaba un bote para cruzar a la Argentina, o sea para la Villa Occidental. Matías Goiburú, en cambio, lo mataron en San José, pero primero tuvo tiempo de matarlo al general Emilio Gill, cuando lo encontró en la

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calle Manorá, cuando se fugaba para Luque (justo después de asesinarle al Presidente); lo mató y después le cortó la oreja, y por eso después le nació un nietito sin oreja, como es lógico, porque a mi sobrino el Facundo Insfrán le pasó lo mismo con su hijo el Facundito, que le nació sin dedos, así que no podía más tocar el piano... Pero con todo me alegro porque a Matías Goiburú le salió muy caro (¡fíjese que insolencia matar a un Presidente, menos mal que no se puso de moda en Paraguay, donde las gentes siguieron siendo siempre muy respetuosos!); después lo mataron a él en San José y eso fue porque de Asunción Goiburú se fue para Barrero Grande, donde Rivarola ya tenía levantada a su gente, y en realidad lo mejor (para ellos) era quedarse no más en el monte de Barrero haciendo la guerrilla, porque de allí nunca los íbamos a sacar; en Barrero el Gobierno no mandaba. Pero por suerte (para nosotros) Rivarola siempre fue muy terco; él quería enfrentar a las fuerzas del Gobierno. Goiburú le dijo que no; no podían. Pero Rivarola que sí, y entonces terminaron peleándose con mi compadre don Patricio Escobar, que les dio una buena paliza en Pirayú, y eso no fue problema para Rivarola, porque se escapó de nuevo (se escondió en su propiedad, en donde no le podíamos agarrarle nunca y después se fue en Argentina, para juntarse con los otros exiliados paraguayos para darnos quebranto) pero para Matías Goiburú sí fue, porque le agarraron en San José, como le dije, y allí falleció cristianamente. Nosotros sentimos mucho la desgracia de Matías Goiburú (de los muertos no se debe hablar mal), pero los que nos estaban preocupando eran los vivos, o sea los demás conspiradores, que se fueron a la cárcel con la seguridad de que iban a salir tranquilamente después de una temporada o en todo caso los iban a mandar al destierro para seguir conspirando desde allá con su jefe Rivarola y eso no podía ser. Porque usted sabe, Amarilla, cómo son los abogados: puros sinvergüenzos. Ellos le van a probar que lo blanco es negro. Y cuando más inteligentes, más sinvergüenzos... Así que el jefe de los sinvergüenzos el Facundo Machaín, porque era el mejor, y ese ya le había absolvido al criminal Scotto con un juicio donde les hizo llorar a los del Jurado que no quisieron castigarle al bandido ese, así que todavía más les iban a perdonar a los conspiradores, porque a Gill no le quería nadie, pero eso tampoco es motivo para que uno mate a todo un Presidente gratis. Sobre todo cuando el Facundo Machaín quería hacer política: quería ser Presidente. Quería candidatarse aprovechando que le salió tan bien el Machaín-Irigoyen (casualidad no más) y que el Vicepresidente en ejercicio Higinio Uriarte era un chambón; nadie luego le pensabas elegir para Presidente en las elecciones del 78... Por eso le voy diciendo que el asunto era grave (roto). O sea, a ellos no les importaba hacer justicia, como tenía que ser; aprovechaban la oportunidad para criticar al Gobierno, desde la llanura siempre es muy fácil, ¡quién no tiene defectos!... Justamente le acabo de contar los defectos del finado Juan B. Gill, no podemos mentir, pero eso tampoco es un motivo para que de paso hablen mal de nosotros, el Partido Nacional, porque nosotros no teníamos nada que ver con algunas cositas del finado Presidente, que primero nos dio la patada a don Cándido y a mí, y después comenzó a acercarse de nuevo porque necesitaba gente decente. Entonces (ya le dije) nosotros aceptamos por el bien de la Patria, no por el Ministerio que no daba nada, pero los liberales

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aprovechaban para hablar mal también mal de nosotros; decían que nosotros le enseñamos al difunto... No, liberales, lo que se dice liberales, todavía no había, porque esos fundaron su partido recién en el 87 (no se apure, ya le voy a contar). Pero también eran en parte liberales, le estoy hablando de ese Club del Pueblo con el Facundo Machaín, Jaime Sosa, Godoi, Ferreira umiva; le estoy hablando de esos que hicieron el 31 de agosto para ponerle de Presidente al Facundo Machaín pero después se quedaron tranquilos porque les llamaron Vedia y Guimaraes y les dijieron que se dejen de joder. Y allí fue que José Segundo se separó de su compinche Machaín: vamos a luchar cada cual como pueda, individualmente, no en grupo. Así que cada cual se tiró por su lado; Gill por supuesto que no les iba a dejar que anden en grupo, pero cuando murió Gill, los tipos aprovecharon para decir que sin Gill ni brasileros podíamos estar mejor (los brasileros ya se habían ido, ¿no recuerda?). Y eso está muy bien, pero no tenían por qué meternos a nosotros, decir que nosotros también éramos luego brasileros, todas esas cosas que pueden desorientar a un pueblo ignorante como el nuestro, que se le engaña fácil, sobre todo cuando se tiene facilidad de palabra como el Facundo Machaín, que acababa de fundar su Sociabilidad Paraguaya, sociedad cultural y de beneficencia, jeí chupé, pero que en el fondo era para hacer política. Y eso es lo que le tenía preocupado a don Cándido Bareiro, que un día viene a verme a casa a las seis de la mañana, aunque él nunca venía tan temprano. Porque la barra éramos mi compadre don Patricio, Juan Alberto Meza y otros camaradas, que siempre nos juntábamos muy temprano para matear, sea en nuestras casas o en el cuartel, para estar un poco en contacto con la juventud. Pero aquella vuelta fue don Cándido, que se sorprendió de verme con mi piyama nuevo, prácticamente el único que había en Asunción. -Nde paquete, general Caballero. Y la verdad que me quedaba bien, aunque soy más alto que el occiso, pero Concepción era una artista para esas cosas: consiguió en O'Leary y Compañía unos retazos, justo del mismo color, para alargarme donde hacía falta y con eso terminó quedándome muy bien, aunque desde luego que era casi nuevo; conde d'Eu prácticamente no lo había usado, sino que en seguida regaló por ahí, y de ahí fue que O'Leary puso en venta, y Juan B. Gill que era yaguá paquete en seguida compró, pero por suerte no tuvo tiempo para estropearlo porque le fajaron un escopetazo y entonces se quedó para mí... Aunque la verdad que al principio me peleé con Concepción, porque a mi me gustaba andar de entrecasa más sencillito, pero Concepción viuda de Gill dijo que no, que ella no podía permitir, y al final (usted sabe cómo insisten las mujeres) tuve que ponerme. No es que me dejo dominar así no más, pero recién habíamos comenzado la relación, uno tiene que darles el gusto cuando está de novio. Aunque esa casi fue nuestra primera pelea, cuando me exigió el piyama, y eso que no nos peleábamos casi nunca, ni siquiera aquel día que yo llegué con mi valija, echando agua por los cuatro costados. Y es que ella vivía en la calle Caapucú, y esa cuando llovía era un verdadero río, y menos mal que me ayudó don Ricardo Brugada, porque mi valija se cayó en el raudal y se iba para el río, pero entre don Ricardo y yo pudimos levantarla justo a tiempo... Y bueno, cuando Concepción me vio llegar con equipaje y todo, no me dijo nada, ella esperó no más a que don Ricardo se vaye para decirme que le daba vergüenza, que todavía no se habían terminado los rezos por su finado esposo Juan

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Bautista, no podía ser. Yo le dije que justamente por eso: era demasiado pronto para casarnos, había que esperar un poco más por el qué dirán. Ella me dijo que no. Yo le dije que piense un poco: una mujer sola con tanta plata puede ser muy peligroso. Entonces ella se puso a llorar, me contó lo de Ministro Vasconselos. Eso la había puesto muy nerviosa, pobrecita, necesitaba un hombre. Porque usted sabe, mi querido Raúl, que precisamente don Ricardo Brugada era su abogado, le iban a demandar al Ministro brasilero porque hizo asaltar la casa de Concepción viuda de Gill para robar unos papeles del difunto Presidente... Desde luego, Vasconselos negó, pero era demasiado evidente: el ladrón levantó el techo, conocía la casa, no se llevó ni las libras esterlinas ni nada sino solamente unos papeles del finado, parece que cartas entre los brasileros y él. Pero bueno, Vasconselos, al fin y al cabo, quería los documentos no más, no le iba a hacer nada a ella, pero el Paraguay en esos tiempos era un país de sinvergüenzos, a la pobre señora podía pasarle cualquier cosa. O sea que estaba precisando luego un hombre en la casa, al final se dio cuenta. Y desde entonces fue una excelente esposa, me ayudó muchísimo. Cierto que los muchachos se quejaban a veces de que demasiado seria su patrona, general Caballero. Pero la mujer luego está para eso, para poner el orden en la casa, por lo menos si es casa de familia, y yo le daba su lugar a mi difunta esposa, Dios la tenga en su Gloria, las reuniones partidarias hacíamos en la quinta. La quinta Caballero, así suelen llamarle; allí los correligionarios del interior (un poco brutos los pobres) podían orinar en los geranios, yo les dejaba hacer, como dueño de casa no podía ser demasiado antipático (peor es que me hagan en el baño, con esa costumbre de nuestra gente de colocarse como a dos metros del objetivo y regar el piso)... Concepción se quejaba, pobrecita, pero siempre me acompañó: cuando había que preparar, preparaba el tallarín para 300 personas, porque en esos almuerzos es que se hace la política. Jesús, nos vamos a quedar sin vacas, me dijo una vez (al principio, la plata era de ella), pero plagueaba un poco, no más, después me daba el gusto, porque no era mi capricho sino para conocer a todo el mundo: yo carneaba más de una vez a la semana y en esos asados de la quinta Caballero es que venían los ex-camaradas de armas como el teniente Fariña (allí le conoció O'Leary) y también las autoridades del interior, yo aprovechaba para hablar con ellos, para conocerles uno a uno, y eso nuestra gente no se olvida, porque son muy agradecidos, y por supuesto que ya no van a votar por un pituco como José Segundo Decoud ni Facundo Machaín, que se creen demasiado finos para mezclarse con el pueblo (roto). -Nde paquete, general Caballero. Así luego me dijo don Cándido Bareiro cuando me vio con el piyama del difunto Gill, pero no había venido a esas horas para ponderarme mi piyama sino para hablarme de cosas demasiado serias pero que requieren su tiempo para contar, así que mejor le metemos al cocido y continuamos después, con el estómago en blanco no se puede... * Bueno, cuando le matamos a Gill quedó como presidente provisorio Higinio Uriarte, pero desde el comienzo vimos que no servía, así que él iba a terminar el período de su primo y nada más, no podíamos ponerle para el 78/82.

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Y entonces comenzamos la campaña presidencial democráticamente: cada cual según sus ideales. Lo ideal es la unidad, la lista integrada, como se dice, pero en aquellos tiempos parecía muy difícil, porque los candidatos eran tres. Don José Urdapilleta era el candidato de don Patricio Escobar. El Adolfo Saguier venía a ser el candidato de Decoud. Y yo, como de siempre, le apoyaba a don Cándido Bareiro (el Nibelungentreu que me explicó doña Lisebeth Nietzsche). Estas venían a ser las tres posiciones ideológicas, como se dice, pero la verdad es que Adolfo Saguier no podía ser Presidente porque a él le apoyaba Decoud pero los brasileros no querían nada con Decoud. Don José Urdapilleta sí podía ser, él tenía sus aptitudes, había sido un buen Ministro del Interior. Pero después yo le dije a don Patricio que no podía hacerle eso a un viejo camarada (o sea a mí), y entonces don Patricio se abrió y don José tuvo que renunciar, y el único candidato venía a ser don Cándido Bareiro. Es decir, así tenía que ser, pero los liberales comenzaron a intrigarnos. Cirilo Solalinde, por ejemplo, dijo que el mismo don Cándido le había contado que cuando estuvo en Europa se comió la plata que le mandaba López al propósito; eso era lo mejor que decían, porque decían todavía cosas peores. Y por supuesto que Solalinde estaba con Machaín, que tenía su Sociabilidad Paraguaya que le conté. Y Machaín todavía no decía que quería ser Presidente, pero quería, yo sabía muy bien, y entonces luego iba a hacer cualquier cosa para que el proceso de los asesinos del Señor Presidente sea un escándalo y nos haga quedar muy mal al todos, y de allí la Presidencia le quedaba cerca, y si no agarraba la Presidencia por lo menos podía hacernos la subversión y esas son cosas que no se puede permitir porque somos demasiado demócratas para tolerar así no más que le critiquen a la democracia, para tolerar esa prédica subversiva que quiere dividir a la gran familia paraguaya, como dijo don (roto). O sea los rumores que andaba difundiendo Facundo Machaín, justamente cuando ya nos habíamos puesto de acuerdo: don Cándido habló con Saguier para que sea su Vicepresidente en la fórmula BAREIRO/SAGUIER y Decoud se quedó tranquilo cuando le ofrecimos el Ministerio de Justicia. Don Patricio Escobar fue a Guerra; yo al del Interior. O sea que arreglamos el asunto como amigos, no podíamos permitir que vengan a estropearnos la elección por pura envidia (roto). MACHAÍN PRESIDENTE gritaban por ahí. Y decían también que el estado de excepción era un pretexto que aprovechábamos para perseguir a la gente; que pensábamos matar a los presos políticos en la cárcel y a Machaín también si se metía, le íbamos a matar como a don Antonio Núñez, ese que se escapó de la cárcel pública pero le atraparon los soldados en el bajo y le mataron, una imprudencia de la tropa que no pudimos evitar, porque nuestros soldados eran muy brutos, gente que se recogía entre los Vagos y Mal Entretenidos, porque conscripción general no habíamos, y que aprovecharon los de oposición para decir que fue por orden del Gobierno, pero no era verdad... El Antonio Ñúñez era el hombre que vino con un bote para hacerles cruzar el río para la Villa Occidental a Molas y Galeano, pero le agarraron. Y, como le dije, la oposición aprovechó para decir que, si le mataron a Núñez, que no era nadie, ¿cómo no le iban a matar a José Dolores Molas, uno que no podían condenar porque demasiado prestigio luego tenía?

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Eso también decía el Facundo Machaín, no era para un hombre de su cultura (que diga el pueblo vaya y pase). Por eso fue que don Ignacio Genes, jefe de la Polecía, le hace llamar al Facundo Machaín, le pregunta si es cierto que había dicho que él le quería matar a su amigo y viejo camarada, el comandante José Dolores Molas, y que también a su abogado defensor. Machaín le dijo que no, desde luego, pero Genes sabía demasiado bien que sí, y eso le preocupaba mucho, porque el hombre respetaba la amistad. Pero donde comienza el deber, termina la amistad, como le dije a Genes, y le dije porque yo ya era su superior, porque don José Urdapilleta renunció al Ministerio del Interior y entonces me pusieron a mí (ya era hora de que me dean un Ministerio decente); le dije porque, si algún peligro corría Molas, era que no le maten, quiero decir que le traten demasiado bien por su amistad con Genes (peligro en realidad no corría). Bueno, del Ministerio le puedo contar muchas cosas, pero no tenemos tiempo aquí. Ponga no más que yo sabía todo, y que sabía también que el mayor Marcelino Gamarra andaba conspirando con Cirilo Rivarola para hacer un levantamiento en Pirayú y después ponerle de Presidente a Machaín. Yo les dejé conspirar tranquilamente; cuanto más conspiren, mejor, porque entre ellos luego tenía mis informantes... Lo único que se me escapó fueron cuatro presos de la cárcel, y eso venía a ser un mal comienzo, porque la gente andaba cada vez más nerviosa, sobre todo allá por setiembre, cuando llegó el momento de elegir los jurados que tenían que entrar en el juicio de los delincuentes y Machaín sigue haciendo su política: el día 5 de setiembre, cuando se hace el sorteo para los jurados, yo le hago llamar a Facundo Machaín (había hecho trampa y salieron toda gente de él); le traigo a la polecía y le pregunto si era cierto que había dicho, en el momento de la elección, para impresionarle a la gente, que Rivarola estaba en Asunción. Él me dijo que no, que no había dicho, pero allí tenía mis testigos, dos sargentos que le habían oído bien, y entonces tuve que decretar la prisión de Facundo Machaín. Entonces el asunto pasa al Tribunal de Justicia, y el juez ese, Amarilla, le pide informe a Ignacio Genes, y él le dice que estaba preso por orden de mí, y entonces ordenan que se le suelte inmediatamente al Facundo Machaín, pero yo le alargué un poco su hábeas corpus y le solté recién el día 13 para que le traiga mala suerte. Pero Ángel Peña se enojó demasiado por eso, me hizo la interpelación, y entonces tuve que irme yo para que me falten al respeto los congresos, y menos mal que vinieron conmigo don Adolfo Saguier y don Cándido Bareiro, ellos que no son Ministro del Interior como yo, pero que tienen su facilidad de palabra, que en esos casos ayuda tanto. Allí pasé un mal rato; me hicieron preguntas de lo más impertinentes, y eso aprovechó la gente para seguir murmurando de que le queríamos matar al Loló Molas, y al Facundo Machaín, y al Cirilo Rivarola de ser posible... ¡Y encima conspiraban! Yo sabía muy bien que el médico ese Galeano estaba conspirando con Rivarola, que seguía conspirando desde 1871 (ese Rivarola no se cansaba nunca). Entre los dos pensaban juntar la gente en Pirayú, seguían con la idea, para venir en Asunción el 15 de octubre. Pero el día 15 no pudieron, y entonces aproveché para meterles en la cárcel a esos con el Facundo Machaín a la cabeza, a él también porque sabía, pero no colaboraba con la autoridad. Primero entraron en la polecía pero después les mandé en la cárcel pública al

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Machaín con el Galeano y otros más, que en seguida comenzaron a moverse para conseguir el aguafuerte para corroer el hierro de los grillos que les teníamos puestos y limas para los barrotes... El Machaín se creía cuarta especial; dijo que no necesitaba abogado, él mismo se iba a defender. El tipo al comienzo muy tranquilo, yo pensé que se iba a portar correctamente, como una persona de su cultura, pero después comenzó a morirse de miedo, ¡imagínese que una vez me hace llamar, dice que quiere hablar personalmente conmigo, como si era todo un Presidente y no un preso! Eso porque la Petrona Velazco, la mujer de Molas, le mandó aquel 24 de octubre una nota dentro de un ramo de rosas y decía haber sido avisada por doña Pabla Garcete, suegra del general Escobar, que la noche anterior se había resuelto en consejo de Ministros el asesinato de Machaín, Molas, Galeano y otros, en la misma cárcel. Entonces yo le hice decir, como persona a cargo, que si se quedaba quieto, nada le iba a pasar, pero que no se le ocurra asaltar la guardia, tratar de escapar a tiros porque entonces íbamos a tener que proceder contra ellos, que precisamente no queríamos. Pero eso justamente hicieron ellos: el día 29 de octubre por la noche apresaron al oficial de guardia y después comenzaron a soltar a los presos, uno a uno, es decir un verdadero motín que duró varias horas y se escaparon muchos. Y allí ya tuvimos que mandar la guardia, que negó un poco tarde, pero que al final restableció el orden, pero, como ya le dije, se escaparon los presos Juan Regúnega, Marcelino Gamarra, Nicolás Delgado, Justo León (faltan varias líneas). Al entrar en la cárcel se dirigieron al cuarto de Molas que estaba llaveado y abrieron la puerta y en el cuarto le tiraron unos tiros, después lo sacaron afuera y le pegaron hasta 29 balazos y 6 hachazos, uno en la cabeza (y le dijieron al pegarle: este es el que te va a salvar como la vez pasada) y en los hombros, y brazos, y un puntazo en las partes. Después se dirigieron adonde estaba Scotto y lo sacaron de un brazo y lo fusilaron y después a Franco y en seguida a Galeano que le tiraron por la ventana de la cárcel y al reconocer a Marcos le dijo a éste: Marcos, ¿por qué permites que esto se haga así? Y el otro contestó: peyucá catú pe añarai (mátenlo a este hijo del diablo). En todo esto las tropas como oficiales se cebaron en los cadáveres de los fusilados y algunos de ellos tenían grillos, como ser Molas, Franco, y Galeano, poniéndolos después a los rayos del sol hasta las doce, lo mismo que a su hermano. Concluyeron con estos fusilamientos y se formó la tropa cerca de la prevención y en seguida comenzaron a dar alaridos los soldados: Yayucáta pe iñaranduva ya echá oicovepa, (Matemos a ese sabio a ver si resucita) y a esto Marcos Riquelme se desprendió con un farol y se dirigió al cuarto del dotor y alumbró el cuarto y Facundo estaba en calzoncillos y en camisa y siguieron a Marcos seis soldados a indicación de Cristaldo y por la ventana le cerrajaron un tiro y le pegaron y Facundo gritó: «No me maten que alguna vez seré útil a mi país». Y abrieron la puerta y te cerrajaron otro balazo cuando se incorporaba en la cama y cayó otra vez y en seguida aquel correntino que andaba con el jefe político con un espadín del jefe diciendo estas palabras: «No manoi gueteri ya yucamandi de una vez» (aún no ha muerto, matémosle de una vez) le pegó un puntazo y le atravesó el pescuezo yendo a dar hasta la almohada.

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Este correntino es aquel que pegó una puhalada en Luque, que es un asesino. Concluido este salvajismo comenzaron el robo y saqueo de lo que tenía Facundo: le sacaron el reloj, las pulseras, los botones, la cartera, los lápices de oro, etc. El reloj lo tiene el jefe de la Escolta coronel Meza, las pulseras Cristaldo, lo demás no sé, pero todos estos trofeos de guerra se encuentran en manos de los que representan a la autoridad (Caballero, Meza, Escobar, etc.) A veces lo mejor es menearla, como decía don Ricardo, porque con las cosas que se publicaron en los diarios como ésta, más de una vez, hay que decir la verdad. ¡Quién podía esperar una cosa así del hijo de don Manuel Pedro de la Peña! Pero hay luego lo que es así. ¡Y el Ángel Peña tiene la caradura luego de criticarme a mí, a mí con todos los Ministros! Nada menos que él, que hizo una colecta para hacerle una estatua ecuestre a don Cándido Bareiro en esa plaza que está junto a la cuadra del Oratorio de la Virgen, Palmas e Independencia Nacional, ¡pero se gastó toda la plata que le dieron para arreglar su propia casa y hoy la plaza esa sigue llena de lagunitas llenas de ranas! ¡Ese es Ángel Peña! Yo no me explico por qué el tipo, si tenía sus dudas, no preguntó, por qué no se informó primero, yo le iba a contarle toda la verdad, porque lo que dijo en esa carta que después se publicó en todos los diarios era puro mentira, calumnia, intriga liberal... ¡Usted no sabe cómo nos perjudicó, justo cuando estábamos llegando a la fecha de la asunción presidencial, el 25 de noviembre! El pobre don Cándido tuvo un comienzo muy triste, nadie le felicitó, y después le organizamos un asado en la quinta Caballero, pero estaba tan triste que no quiso ir, porque él era un hombre muy delicado, todas esas murmuraciones le mataban, y eso fue lo que le mató del corazón al final; los chismosos tienen la culpa. Ni siquiera Decoud, que era de nuestra lista, se portó bien: él fue una de las tres personas que acompañaron al cajón de Facundo Machaín hasta el puerto, porque el cajón se fue a Buenos Aires, esa es una familia que tiene vergüenza de ser paraguayos, y por supuesto que los exiliados aprovecharon para recibir el cajón y hacer sus manifestaciones, y Benigno Ferreira dijo que el lopizmo había vuelto al Paraguay y que el país ya no tenía más remedio a no ser que se haga revolución para quitar a toda esa mazorca, siempre nos trató de choclo. Y por supuesto que no hay que hacerle luego caso a la gente mala, pero siempre duele que a uno lo critiquen así, sobre todo cuando tiene la conciencia limpia, porque no era mi culpa si Marcos Riquelme no pudo controlar a la tropa; yo le había dicho bien que la controle, pero ellos se enfurecieron, aunque también con razón, porque cuando fueron a la cárcel pública como autoridad les recibieron a balazos, a cualquiera le pasa. Duelen esas cosas cuando la prensa internacional no colabora, ¡usted viera lo que no dijieron en Buenos Aires! Y el mismo Ministro Vasconselos, que sabía la verdad, nos dejó como la mona con el Itamaratí, porque le mandó una carta que decía que el Paraguay era peor que África, que todos éramos ignorantes y encima contratábamos extranjeros ignorantes para los cargos importantes, que todos éramos unos harraganes, yo me pasaba todo el día borracho y pescando por mujer en vez de trabajar.

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Cuando leímos ese despacho, casi nos caímos de espaldas. Don Ricardo Brugada, ese español tan decente, quiso ir allí mismo a pedirle explicaciones al Ministro brasilero por el despacho confidencial, pero nosotros le dijimos que mejor se tranquilice, porque o si no Regalada no nos iba a poder más mostrar las cartas, era mejor no más hacernos de los tontos, para poder tenerlo vigilado al tipo. Y con esto ya podemos terminar este pedazo. Está todo listo, si usted no se olvidó de poner el Club Libertad. ¿No me puso? ¿Y entonces para qué le estoy pagando? ¡Qué barbaridad!... Bueno, no lo hago saltitear porque me llegó la hora de comer, no vamos a discutir ahora. Ponga no más que el 25 de noviembre, don Cándido fue el Presidente Constitucional elegido por el Pueblo, o sea el candidato del Club Libertad, que formamos nosotros para llevarle a la Presidencia. Todo salió muy bien, menos la tristeza, y eso culpa de los chismes. Pero la tristeza no me pone, ni tampoco me pone que yo podía haber sido Presidente, porque me quería todo el mundo, pero que ya me había comprometido, y entonces no podía hacerle pues eso al pobre don Cándido, que desde 1869 había estado esperando su turno y que, al fin y al cabo, merecía. Tratado sexto De cómo fui Ministro del Interior de don Cándido Bareiro, fundador del Partido Nacional, mas no del Nacional Republicano (1878/80) Lo que daba gusto con don Cándido Bareiro es que te dejaba ser Ministro, no como Juan B. Gill que te hacía firmar vyrezas y después el que quedaba mal era uno y no él; él tenía una caradura de piedra. Pero con don Cándido era diferente: todo se arreglaba como amigos. Y así no más tenía que ser, al fin y al cabo, porque después de diez años de andar juntos ya se vio más o menos quiénes éramos y quiénes no; quiero decir que llegamos a la Presidencia los que siempre luego habíamos estado en el Partido Nacional, y ese es un mérito de don Cándido; él nos fue juntando después de la guerra a todos los paraguayos 100% don Patricio Escobar, Juan Crisóstomo Centurión, paí Duarte y Maíz, los Miltos, los Jara; o sea los que se habían ido en la Europa con beca de Mariscal López o que le habían acompañado fielmente hasta el último momento como yo, incluso algunos que le habían estado en contra pero después se arrepintieron como el coronel Iturburu, Jefe de la Legión Paraguaya, o el coronel Pedro Fernández, que también era legionario pero que se dio cuenta de su error a tiempo, porque el 31 de agosto sacó sus tropas a la calle para que Facundo Machaín no le traicione a la Patria como Presidente. ¡No aguanto a los ideólogos!, solía decir don Cándido, y eso yo también le escuchaba decir a Mariscal (Napoleón le enseñó según me dijo) y eso es muy importante, ponga aquí, porque somos un partido de gente práctica; al que es patriota le aceptamos y nada más, nosotros no queremos luego andar con discusiones de balde como los liberales que se pelean entre ellos; para nosotros, siempre, la unidad; incluso, si es posible, lista única. Así mucho mejor. Y esto ya era idea de don Cándido; él nos enseñó cuando estábamos en el Gran Partido Nacional, el único que valía en serio. Pero tampoco me diga usted, Amarilla, que don Cándido Bareiro fundó el partido Nacional Republicano, que le dicen colorado; ese fundé yo, pero en 1887, después de la muerte de don Cándido, que no pudo fundar porque estaba muerto, pero que tiene el mérito,

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hay que darle, de que nos fue juntando, nos hizo conocer a los mejores, que después aprovechamos que nos conocíamos para fundar el Partido Colorado, que como usted sabe es el partido más lopizta, o sea el más patriota. Porque en el Paraguay hay dos partidos: los que le quieren a López (somos nosotros) y los que le traicionaron (son los otros), estas son cosas muy profundas, que he de explicar a su debido tiempo, y si quiere un poco más de explicación, hable con su Maestro don Juan, que le puede explicar bien. A él le llaman luego el Revindicador, porque demostró que la Guerra de la Triple Alianza estábamos a un pasito de ganarla, pero por culpa de los traidores a la Patria, que nos dieron su puñalada por la espalda, perdimos 3 a 0. Eso ya viene a ser la filosofía que le dicen; gente muy inteligente como O'Leary tiene que ser, porque ni yo me había dado cuenta en su momento, y eso que me pasé toda la guerra junto a Mariscal... Pero todas estas cosas en su momento. Ahora estamos en que don Cándido, por fin, llegó a la Presidencia, después de que el brasilero no le dejó ser triunvirato (1869), ni Presidente Constitucional (1870), ni Presidente Constitucional otra vez, con el Pacto de Febrero (1874), y eso venía a ser un verdadero triunfo, aunque los envidiosos no quisieron felicitarle cuando asumió su Presidencia en el 78, y sólo dos Ministros extranjeros estuvieron en el Te Deum ese año, porque los demás decían que no había por qué darle gracias a nadie, y todavía menos a Dios, ¡mire cómo son! Pero con paciencia se llega al cielo, como dicen, y en el 78, al fin, don Cándido llegó a la Presidencia, y un señor tan inteligente luego tenía que hacer una gran Presidencia, dejando de lado algunos problemitas de los que nunca faltan, como Cirilo Rivarola, que también quería ser Presidente, o sea, volver a ser desde 1871, en que renunció por vyro, y desde entonces nunca más volvió, pero se pasaba macaneando desde su escondite de Barrero Grande... -Nos falta Cirilo Rivarola -decía don Cándido. Porque inútil ir a buscarle: nunca le encontrábamos... El tipo se metía en el monte, y allá, échele un galgo. Hasta que al final se cansó, por suerte; se cansó de andar viviendo como un bandolero, él que tenía estancia grande pero no le aprovechaba; tenía que andar siempre con el Jesús en la boca. Así que mejor ir en Buenos Aires para tomar el fresco, se dijo, voy a esperar mi turno como esperó don Cándido, que ya no tiene mucho tiempo de vida por el corazón y después... ¿Son cuántos años, Amarilla? ¿Treinta y dos?... Le estoy hablando de aquel día en que la Regalada entra en mi despacho de Ministro del Interior con toda caradura: -¡Adivina quién viene, Bernardino! Y sin decirme más, le tomó del brazo a don Cándido Bareiro, le llevó de mi despacho, pero mientras el Presidente Constitucional recogía su sombrero para irse, ella me guiñó su ojo disimuladamente. Me molestó un poco; seguro que hacía lo mismo cuando yo buscaba mi sombrero, pero me hice el tonto; a don Cándido no había caso de decirle nada contra la Regalada; seguro que si le decía, después remataba por mí (era como Mariscal como la Madama Lynch, y menos mal que yo le entendí la vuelta desde el primer momento, porque

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uno luego no debe andar mal con la mujer del jefe). Pero, como le digo, don Cándido no quería escuchar. Usted ya no está para esos bailes, le decía el médico, pero el otro luego no le hacía caso: decía que en su familia todos sanos, nadie tuvo el infarto. También se cuidaba un poco, por supuesto, por eso me dejó con Cirilo Rivarola aquella vuelta, para que le atienda yo, porque Cirilo Rivarola le ponía muy nervioso, y un hombre que tiene corazón como don Cándido ha de cuidarse un poco... Y es que Rivarola le ponía nervioso a todo el mundo: era muy argel. Ereime ñane pope, nde cambá añá (por fin te tenemos, negro desgraciado); así dijo don Cándido Bareiro cuando se enteró de que Cirilo Rivarola estaba en la Asunción, porque había venido para hablar con nosotros, para negociar su salida del país... Él que dijo aquella frase célebre fue don Cándido Bareiro, aunque algunos dicen que fui yo. Pero no era yo, y eso que tenía mis motivos para no quererle a Rivarola, como cuenta el Arsenio López Decoud, porque en abril del 70, el tipo me pidió que le apoye su candidatura para la Primera Presidencia Constitucional de la República, pero yo le dije: «No deseo mezclarme en la política que se inicia, contestó Caballero. Estoy cansado y enfermo. Necesito y tengo derecho a la tranquilidad y el reposo en el seno de mi familia...» Pero es que si se niega a lo que le pido... le enviaré ahora mismo a bordo de «La Princesa», que lo llevará al Brasil como prisionero de guerra». «Pero si no soy tal prisionero, protestó el General Caballero; me he presentado voluntariamente a las autoridades nacionales al recibir la noticia de la muerte del Mariscal, y ellas me deben su protección». «Así será pero usted irá al Brasil», terminó Rivarola. «Bueno, iré donde quiera, a cualquier parte, añá retáme pevé». Entonces el negro desgraciado me mandó al Brasil, esa es la historia de mi destierro, aunque en el Brasil me hallé grande, me hice amigo de Río Branco, el que salió perdiendo fue él, que se pasó todo el mes de enero con el calor de Asunción mientras yo en Copacabana... Por eso ya no le tengo rencor, o sea, no solamente le perdono ahora que está muerto, sino que le perdonaba también en diciembre del 78, cuando vino en su despacho para hacer las paces con el gobierno, que le había dado garantías de que si venía en Asunción, si salía de su madriguera, le íbamos a dar pasaporte tranquilamente para que se vaya en Buenos Aires, y entonces nos quedábamos tranquilos todo el mundo, el Gobierno y él, él podía divertirse bastante en Buenos Aires; le hacía falta viajar para su cultura general (tenía el problema de los que nunca salen del país, como le dijo La Voz del Pueblo en diciembre del 71, cuando renunció a su Presidencia Constitucional, que ya nunca más volvió a ver). -Usted me hizo algunas diabluras, general Caballero -me dijo. Estábamos hablando con confianza, porque yo saqué del ropero (nos faltaban muebles, así que usábamos cualquier cosa para la oficina) una botella de García mí (medio vacía, porque López yacaré te había hecho un agujero a la parte de atrás del mueble y por allí metía la mano mientras yo recibía

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las visitas); era una manera de recordar los viejos tiempos, cuando conspirábamos juntos en el Partido Nacional, y le hicimos vender su casa para que no se entere de que los fusiles nos prestaba el brasilero. ¡Pobre Rivarola! Nosotros le habíamos dicho que compramos con su plata el armamento; él parecía una criatura, le mostraba los krupp a don Gallino, que no podía creer... Después por supuesto, vino el Pacto de Febrero, nos jodimos todos... Ya había pasado mucho tiempo, yo le conté la verdad. -¡Entonces fueron los brasileros! -Así es, don Cirilo. -Está bien. Pero ahora, hablando como amigos, quiero hacerle una pregunta: ¿Usted conspiraba cuando fue Ministro? -Don Cirilo, ¡qué cosas se le ocurren!... Ahora le pregunto yo: ¿por qué me metió preso sin hablarme primero? -Idea de Gill... Él, incluso, tenía ideas más fuertes... -¿Cómo Fulgencio Miltos? -Sí... -Me parece que los Godoi nos hicieron un favor a todos. -Desde luego. -De acuerdo, don Cirilo, pero le digo algo: usted no se me vaya en Buenos Aires para cabezudear con los Godoi, Ferreira, etcétera... Mire que estamos necesitando créditos, como los que están llegando en Argentina, pero nadie nos presta por culpa de la mala propaganda que nos hacen los exiliados en la Argentina; piensan que somos un país de indios. -Tiene mi palabra, general Caballero: yo, por diez años, me olvido de la política. Eso le da tiempo de ser Presidente y todo... -Don Cirilo, yo pues no soy tan ambicioso... -La Patria lo necesita, general Caballero... -Muy amable... Terminamos de lo más bien; yo le dije que espere, que pase un poco el Año Nuevo (éramos 31 de diciembre) y que después venga a verme para que yo le dea su pasaporte completo, no iba a haber problemas, pero que por favor no se muestre mucho, que ande con cuidado, porque o si no se arma líos para él y también para nosotros. Después yo me puse a ver un poco quién era ese ratón que andaba haciendo ruido por mi oficina: era el López

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yacaré, por supuesto, desde los tiempos de Juan B. Gill se había acostumbrado a ser pyragué, y ahora todavía seguía espiando a los Ministros, aunque don Cándido le había dicho que deje no más, que ya no hacía falta, porque nos tenía confianza... Bueno, la verdad es que don Cándido le había dicho que le controle a su Vicepresidente, al Adolfo Saguier, pero el yacaré aprovechaba, de paso, para entrar en el Ministerio sin permiso, dice que con orden de don Cándido: yo aproveché esa vuelta para decirle que la caña era con dinero propio, no del Fisco, y si me volvía a tocarla, iba a hablar personalmente con el Señor Presidente para arreglar el asunto de una vez por todas, para mandarle de soldado en una guarnición del Chaco (faltan varias líneas). Bueno, estas cosas yo se las voy contando como son, porque la historia dice que el 31 de diciembre, Cirilo le hizo la visita protocolar al Presidente, y la verdad es que le hizo pero don Cirilo me pasó el clavo porque, como es natural, quería estar con Regalada en vez de Rivarola... Bueno, esto tampoco se puede poner aquí, causa mala impresión a la Historia; póngame nomás como dicen todos: que le hizo la visita protocolar y que después se fue en casa del representante brasilero, don Totta, que tenía su casa allá por Palmas y 25 de Noviembre (donde ahora tiene su negocio Otto Zinnert), que quedaba a una cuadra de la casa de don Cándido, a unos treinta metros de la Recova de la esquina, donde le asesinaron a Cirilo Rivarola, que comenzó mal el año 1879 (roto). El tipo se había ido a cenar, entonces, en lo de Totta, para pedirle garantías; Totta le dijo que por supuesto, que no se preocupe, que ya nos había dicho que teníamos que dejarle en paz. Después, como ya se sentía más tranquilo, se fue a visitarle por el Año Nuevo a don Cándido Bareiro; al llegar en Palmas e Independencia, se subió las gradas esas de la Recova para comprar unos cigarros, porque todos los negocios estaban abiertos, había que festejar... ¡No!, ¡qué lo van a matar! El tipo compró sus cigarros, compró fósforos, se fue para aperitar con don Cándido, que le había dicho que quería hablar un rato con él, ¡cómo podía dejarle plantado al Presidente, encima Constitucional! Así que de la Recova se fue tranquilamente a la casa de don Cándido, que quedaba en la continuación de Palmas, o sea a unos 30 metros de la Recova (Palmas e Independencia) enfrente mismo a esos parientes de don Antonio Porta; don Cándido me contó después que fue un Año Nuevo inolvidable y habrá sido, porque desde entonces don Cándido tuvo que tomar ese láudano contra el insomnio (roto). Cuando Rivarola se despidió, don Cándido subió al balcón (su casa tiene balcón sobre la calle) para mirar las bombitas; es peligroso, porque los muchachos quieren también largar tiro al aire en Año Nuevo, pero Año Nuevo siempre luego es Año Nuevo y uno quiere divertirse y don Cándido se quedó en el balcón mirando los cohetes, a pesar de los tiros, y a pesar de que ese año luego no había plata para pólvora, porque ni siquiera había para arroz, y estábamos atrasados con la deuda de Londres y todavía teníamos más deudas con los comerciantes que se estaban cansando de prestarnos. Pero justamente por eso uno necesita su Año Nuevo: balconear un poco para mirar el juego artificial y distraerse en vez de pensar en la deuda y en lo que iban a decir Machaín, y el resto en Buenos Aires, siempre listos para hacemos la invasión. Así que don Cándido Bareiro se distrajo un poco y después se recostó en la hamaca y estaba comenzando a soñar con Machaín (Facundo), cuando llegó polecía para contarle la desgracia. Don Cándido entonces fue inmediatamente a la Polecía; tomó por Fábrica de Balas y después por Caapucú en vez de tomar por Independencia, y es que no quería alborotar

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porque el lugar del hecho había sido justamente la Recova, la esquina de Independencia y Palmas, y entonces no quería pasar por ahí con toda su escolta para no espantar la perdiz, como se dice, y la verdad es que dio resultado, porque un rato después le agarraron al López yacaré con el puñal en la mano y (roto). Lástima no más que llegó tarde en la dirección de la Polecía (que queda como a 200 metros del lugar del hecho) y que don Ignacio Genes luego no se encontraba en su despacho porque festejaba con la familia, así que tuvieron que llamarlo y mientras tanto pasaron como 40 minutos antes de que lleguen los agentes en el lugar del hecho, o sea en la Recova, pero los comerciantes que tenían sus negocios por allí no sabían o no querían decir nada; ellos, cuando comenzó el asunto bajaron sus cortinas porque tenían miedo. Nadie quiso ayudarle, ni siquiera en la esquina de enfrente (esa que queda haciendo cruz con la Recova, porque el hombre cruzó la calle corriendo y pidió auxilio en la botica Guanes pero le cerraron la puerta en las narices). El único que sabía algo era un borracho llamado guiraí; ese dijo que vio cuando los tipos se acercaron, eran cinco o seis y llevaban machete sin problema aunque todos los negocios todavía abiertos, iluminados (esa esquina es pleno centro de Asunción), vio también cuando el hombre subió los peldaños de la Recova y sacaba su reloj del bolsillo para mirar la hora, y mientras estaba mirando fue que le jugaron un machetazo y entonces comenzó a pedir auxilio pero los comerciantes no querían meterle en sus negocios sino que le cerraban porque tenían miedo de los borrachos (dice que estaban borrachos) que decían a los que estaban por ahí que no se metan, porque o sino... Eso es todo lo que dijo el guiraí pero él no pudo reconocer a nadie. Y además que estaba borracho; el Tribunal no le iba a reconocer su testimonio, aunque estaba listo para reconocer cualquier testimonio, porque el Juez era nada menos que Silvestre Aveiro, ese que había sido Fiscal de Sangre del Mariscal López, y que la gente no lo quería, porque siempre se dijo que castigaba para quedar bien con su Jefe, que no quería creer yo, pero tuve que creer al fin, por lo que le hizo a mi cuñado. Porque usted sabe, Amarilla, que cuando se inicia el proceso criminal, el tipo le quiere condenar a Juan Alberto Meza. Y es que Juan Alberto (no sé si ya le dije) era el Jefe de la Escolta del Presidente, un cargo de mucha responsabilidad. Entonces el juez le pregunta, con mala vuelta, si cuáles son las obligaciones de la guardia presidencial. Juan Alberto le dice que cuidar el orden, incluso evitar los bochinches cerca de la casa. Aveiro le pregunta entonces si cuál es su puesto de guardia; Juan Alberto le dice que, depende, cuando está en su despacho; o si no, su residencia particular. Aveiro le pregunta entonces si dónde estaba en la noche del 31 de diciembre; Juan Alberto no podía explicarle que se fue en casa de la Regalada para llevarle una botella de sidra que le mandaba don Cándido, y entonces le dijo que en su puesto, como siempre. Y allí fue que Aveiro, que le decíamos yacaniná, le dice que entonces es culpable, porque si había estado en la puerta de la casa del Presidente, montando guardia, tenía que haber visto cuando, a treinta metros, un grupo de maleantes le acuchilló a Cirilo Antonio Rivarola, que comenzó a correr y a gritar antes de que le maten del todo, fueron por lo menos varios minutos, y eso le daba tiempo para intervenir: tenía suficiente personal para socorrerle al difunto pero si no hizo nada es porque también estaba metido si no es que, como dice la gente, el mismo Juan Alberto no fue el autor material, para cumplir la orden de Bareiro: vaya a ponerle a Rivarola un pañuelo rojo al cuello. Entonces Juan Alberto preso, junto con el jefe de la Polecía, don Ignacio Genes, que se ofendió bastante cuando le apresamos, aunque tratamos de explicarle que no fue por gusto,

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sino que el brasilero Totta nos exigió la investigación y si no, adiós crédito (el brasilero se pichó porque le había dado su palabra a Rivarola y con el asesinato lo desprestigiaron). Y ese fue uno de los momentos realmente desagradables de mi vida, porque Totta me hizo llamar en su despacho para retarme bien grande, y Juana Isabel también se enojó conmigo, me dijo que yo no hacía nada para protegerle a su marido, que no tenía la culpa así que finalmente tuve que ir a hablar con el yacaniná Aveiro, aunque no simpatizábamos mucho. Yo muy amable, le dije que por favor mire un poco, mi cuñado era inocente, le podía asegurar. Él me dijo no se preocupe, general Caballero, vamos a cumplir la ley, no pensamos condenar a ningún inocente. Y me dijo de buen tono, pero él era así: siempre con la voz suavecita, pero después (roto). Menos mal que terminó renunciando, y el otro juez era más comprensivo; en seguida lo puso en libertad a Juan Alberto, y el fiscal no apeló la absolución. Ese fiscal parecía un mozo muy decente, pero cuídate del agua mansa, son los peores. Porque ese mismo tipo, que cuando me veía se cuadraba, salió a decir que no apeló la sentencia porque yo lo había amenazado de muerte, como al juez Aveiro. ¡Así andamos! Y todo viene a ser por culpa de los legionarios, ellos los que destruyen el país con sus ideas foráneas, en tiempos del Mariscal no había eso; él se hacía respetar por todo el mundo, y a veces uno extraña un poco aquellos tiempos, ahora que cualquier juez-í se le insolenta, como el mitaí que me embargó mis bienes en Asunción aprovechando que yo estoy exiliado en Buenos Aires. Tengo que consolarme con el locro, es lo único que me queda... * ¿Dónde estábamos? Bueno, entonces le absolvieron a Juan Alberto Meza, tenía que ser así porque su abogado defensor fue Ricardo Brugada, un hombre tan letrado, a él no lo iba a embarullar un procurador cualquiera, ni siquiera un juez. Ganamos, entonces, y allí sí que festejamos con una gran fiesta, y mi hermanita la Juana Isabel fue la que le dio la idea a don Cándido de abrir otra vez el Club Nacional, ese que queda en Palmas y 25 de Noviembre, del otro lado del Oratorio; no era cuestión de andar tan tristes, le decía Juana, había que hacer como Mariscal y la Madama que tenían su club para hacer el baile de disfraces, ahora que ya teníamos local había que arreglar un poco y nada más. Pero no tenemos plata, le decía don Cándido. Tiene que hacer como Mariscal, le decía Juana, que le pedía contribución a la gente (el Club Nacional se hizo con contribuciones, como la residencia del Mariscal, ahora Palacio de Gobierno). Mire, señora, le decía don Cándido, ocurre que nadie tiene plata en el país. Igual se puede prestar le dijo ella. Y así fue que don Cándido habló con los brasileros para que le pasen un 300.000 pesos (para ellos no era nada). Don Cándido habló con ellos, que le dijieron que sí; con eso ya se podía reparar un poco la ciudad, que seguía patas para arriba, como en el 69, incluso un poco peor, porque con las revoluciones habían levantado los pocos adoquines que habían en las calles y antes de que puedan volver a ponerlos en su sitio, los vecinos ya se habían llevado para reparar sus casas que se caían con la lluvia. Así que el 300.000 nos venía al pelo; con ese ya reparábamos un poco la ciudad, carpíamos un poco la calle Palma: después ya podíamos pensar en vender las tierras públicas; primero arreglamos un poco nuestra

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imagen, porque cuando el gringo que desembarcaba y caminaba cinco minutos y le picaba una víbora en pleno centro, ya perdía las ganas de invertir un real. Así que la cosmética primero, decía don Cándido teníamos que, por lo menos, barrer la vedera antes de llamarle al Rothschild... Bueno, todo esto mientras seguía el proceso criminal, mientras el pobre Genes seguía preso. Pero nosotros no podíamos hacer nada, estaba todo en manos de la Justicia, así que nos distraíamos un poco caminando por el centro de la Asunción, calculando dónde íbamos a poner su monumento. Don Cándido quería justo frente a la Recova, allí quería que lo póngamos a caballo, y por eso fue que yo comencé con la colecta, pero Peña, como ya le dije, se comió la plata, así que no hay estatua de Bareiro, que tanto se merece... Por suerte, se murió creyendo que le íbamos a hacer no más su retrato caballar, fue una de las pocas alegrías que tuvo, porque el proceso por la muerte de Rivarola nunca se aclaró (unos borrachos cualquiera) pero la gente le culpó a don Cándido, y eso le dejó muy mal. Y sobre todo le quebrantaba Genes, había sido un excelente colaborador, sabía demasiado bien que era inocente, pero tuvo que meterlo preso porque o si no Brasil no le prestaba $ 300.000: los tipos exigían investigación. Y le dolía a don Cándido hacerle eso a un buen amigo, por eso fue que un día me llamó a su casa para que le lleve a don Ignacio una torta que había preparado doña Atanasia de Escato y que yo le entregué a mi querido camarada con las felicitaciones de Su Excelencia, y la garantía de que dentro de poco, muy poco tiempo, iban a llevarlo de esa celda. ¡Qué alegrón para el comandante! Me invitó un pedazo de su torta, pero a mí el chocolate me hace daño, así que no acepté, pero me quedó la satisfacción moral de haberle llevado un poco de optimismo a un héroe de la Guerra de la Triple Alianza, viejo compañero de armas, gran soldado. Y esa fue la última satisfacción porque también fue la última vez que lo vi antes de acompañar el cajón al cementerio, porque un tiempito después el hombre enfermó de tristeza y falleció en seguida; nosotros por las dudas le pedimos su opinión autorizada al médico forense, que lo revisó parte por parte, pero no pudo encontrar nada y por eso le digo que habrá sido la melancolía, porque es imposible que una señora tan decente como doña Atanasia Escato de Bareiro, Primera Dama, le haya regalado torta con vidrio en polvo adentro, como quisieron decir para quebrantarle a don Cándido. * Todas estas cosas le iban poniendo muy triste a mi jefe, yo no sabía luego qué hacer para consolarle. Regalada tampoco. Cuanto más viejos, más mañosos, decía ella. Decía que don Cándido le exigía milagros, a ella que no era la Virgen y que, con cincuenta y pico y enfermo, la culpa era de él y no de ella cuando no (roto). Cuando ya perdimos la esperanza, viene la noticia de la Norteamérica: don Benjamín Aceval ganó el laudo... Cuando usted me escriba todo esto, no se olvide de decir que fue con mi dinero, porque el cuatro por ciento de los derechos de aduana tenían que ser para el Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública, cuando yo estaba allí, pero le presté a don Benjamín para que se vaye con esa plata en Norteamérica para discutir con el argentino, porque el laudo era prácticamente eso: el paraguayo y el argentino tenían que decirle al Presidente Hayes de quién era el Chaco entre el Pilcomayo y el Verde, y nuestro delegado casi llega tarde

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porque no teníamos para su pasaje pero al final llegó, con el dinero de mi Ministerio, y menos mal que nos ayudaron los brasileros con las pruebas, ellos que no querían que Argentina coma al Chaco. Así que les ganamos a los argentinos, y cuando la noticia llegó en Asunción nos pusimos muy contentos, nos preparamos todos para recibirle a don Aceval como se debe. El día 25 de Marzo, toda la Asunción se da cita al puerto a recibir al dotor Aceval. Una junta popular, de nacionales y extranjeros, se había constituido, para organizar en homenaje al nombrado ciudadano una gran recepción. Cuando el vapor en que venia apareció frente al Mangrullo, los diarios lanzaron boletines; globos aerostáticos alegóricos se elevaban del puerto; una enorme multitud se apiñaba en la plazoleta y los muelles, y la junta popular se embarcó en una lancha a fin de transbordarlo. Llegado a tierra el viajero, fue objeto de las más conmovedoras ovaciones: un grupo de selectas señoritas le ofreció una corona de flores; cambiáronse diversos discursos; se embanderó toda la ciudad en su honor y a la noche, hubo profusas iluminaciones. El Presidente argentino se portó bastante bien, correcto el Avellaneda ese: sobre la marcha quitó su decreto para que nos entreguen la Villa Occidental, que ocupaban desde 1869, prácticamente, y nosotros le cambiamos de nombre, le pusimos Hayes. El único problema era cómo llegar hasta allá, porque teníamos pues que hacer la ceremonia de transferencia, los curepí tenían que entregarnos, arriar su bandera y todo eso, pero no podíamos nosotros ir a pie, precisábamos cañonera pero no teníamos ni una, y no queríamos ser menos que los argentinos que se iban a ir en la suya; no era pues el caso de que se rían una vez más de nosotros viéndonos en bote; ya demasiado se nos habían reído durante diez años ocupando una villa que no era de ellos y comiéndose todo el Chaco entre el Bermejo y el Pilcomayo que era de nosotros. Menos mal que los brasileros nos dieron otra vez la mano: nos prestaron su González Vieira: con ese pudimos ir decentemente hasta Villa Hayes nosotros, mientras los otros se iban en su Vigilante, no sé cómo no les da vergüenza tener uno así... Juan Alberto me pidió que le acompañe pero yo no podía: tenía un cumpleaños familiar. Él quería que yo le acompañe porque le ascendieron: le nombraron comandante militar del Chaco para contentarlo un poco después de todas las acusaciones que le hicieron el pobre mozo merecía. Él se fue con don Patricio Escobar, que le nombramos Jefe de la delegación paraguaya que tenía que tomar la posesión de la Villa Hayes. Conste que al principio no quería; estaba un poco argelado porque se enteró de que le decían el pantalla; decían que encubría todo lo que hacíamos don Cándido y yo y entonces aprovechaban para intrigar, para decirle que no se deje, que tenga su personalidad. Y él comenzaba a influenciarse, estaba por separarse de la barra (eso que le nombramos Ministro de Guerra y Marina), pero le convencimos a última hora y presidió la delegación paraguaya muy contento; se olvidó ya de lo que le había dicho una vez a (roto): que el que sacaba la cara siempre era él y que aprovechábamos nosotros, y que tenía un problema familiar después de Facundo Machaín porque su suegra y su mujer dejaron de hablarle y él no tenía la culpa pero igual ligaba y

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entonces para qué. ¡Cómo no se va a olvidar de todas esas vyrezas si tenía amigos tan generosos como nosotros! ¿Quién, si no somos nosotros, le ha de dar la concesión de Tacurupucú? Patricio Escobar y compañía recibió por diez años la exclusividad de la explotación de los yerbales de Tacurupucú, sobre el Río Paraná, con liberación de impuestos y todo, siempre que haga caminos y que civilice un poco, porque toda esa costa del Paraná era un desierto, usted ni se imagina lo que era ni lo que es ahora, Amarilla... Si usted es hombre, tiene que meterse alguna vez en esa selva, llena de víbora, vinchuca, de jaguar... Vida de hombres, así no más es la vida de los yerbales, que le voy a contar en su momento, cuando le cuente La Industrial... Sí, la Industrial paraguaya tiene ahora esas propiedades, las compró después. Pero mientras la Industrial todavía no estaba, compadre tenía licencia para beneficiar anualmente 50.000 arrobas de yerba, eso es mucha plata, y por suerte consiguió asociarse con el señor Uribe, que puso como 100.000 dólares de capital para la empresa, tenían más dinero que el Gobierno, con un presupuesto mí de doscientos mil y pico pesos inconvertibles... ¡Ya ve que no podía quejarse don Patricio Escobar, por eso fue que estuvo en la transmisión de la Villa Occidental!... Después de unos días pidió permiso, para dedicarse a su yerbal, y le pusimos en la guerra al coronel don Pedro Duarte, héroe de Yatay, aunque los aliados querían fusilarle cuando le agarraron (eso en el 66, cuando la Uruguayana). -Ahora van a venir los capitales -dijo don Cándido cuando se acabaron las ceremonias, que nos salieron bastante caras, porque teníamos que cumplir con los argentinos que son muy exigentes y el Fisco no alcanzaba, tenía que contribuir con nuestras libras esterlinas (bienes gananciales) y menos mal que Concepción vivió lo suficiente para verme Presidente (finó en 1885, pobre santa) y que comprendió en el momento que no era gasto inútil, sino más bien inversión para el futuro: con eso y con la plata que di para su estatua, le gané a don Cándido, que como Presidente Constitucional pasaba vergüenza porque no tenía para pagar el champán de los invitados diplomáticos. Sí. Eso creo que lo decidió a dejarme la Presidencia a mí en vez de al Vicepresidente. Claro. Y también que me transmitió su experiencia, como se dice; yo aprendí muchísimo a su lado, porque era muy culto, muy leído, habla viajado por Europa y todo. Y él tenía razón cuando decía que nos iban a llegar los capitales recién cuando téngamos la frontera bien marcada, ¿quién te va a invertir en una tierra de nadie como era el Paraguay, que todos sus vecinos decían que era de ellos? Ahora que el Chaco es nuestro, ya lo podemos vender, me dijo. Y tenía ideas muy brillantes para la colonización, para la civilización de los indios; él quería llenar de ferrocarriles y europeos, pero Godoi no le dejó. * Lo que pasa, Amarilla, es que a los grandes hombres no se les comprende en su momento, incluso se les tiene envidia; Bareiro era el único que llegó a Presidente solo, sin ayuda brasilera. Y eso no le podían luego perdonar los Godoi cuera, que se sentían amargados porque les salían mal todas sus conspiraciones porque el pueblo estaba con nosotros, nadie les escuchaba... Por eso fue que armaron su vapor, el Galileo, en pleno puerto de Buenos Aires, negaron hasta Villa Franca, con Juan Silvano a la cabeza. Él, con Raimundo Machaín (hermano del

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difunto) Miguel Carísimo, Andrés Decoud, coronel Pedro Fernández. Esta vez fue al revés (no como el 12 de abril): el que vino en Paraguay fue Juan Silvano, el que estaba en Corrientes era su hermano el Nicanor, que andaba por allá juntando más gente para completar la invasión, que les estaba saliendo bastante bien, porque llegaron hasta Villa Franca, como a ochenta kilómetros de Asunción. -¡Añaracó pe guaré! -dijo don Cándido- ¿qué les habrá pasado a los argentinos? Él siempre había andado bien con los vecinos, desde 1868, cuando Mariscal le quitó su empleo; ellos siempre le habían tenido muy en cuenta... Cierto que les recibían los exiliados, pero eso luego fue siempre así, desde tiempos del dotor Francia, los exiliados se van en Buenos Aires, donde quitan panfleto, diario incluso contra el Gobierno Paraguayo, hablan de invasión, etcétera, eso es lo normal. Pero esta vuelta era diferente, además de todos los panfletos que le acusaban el pobre Bareiro de la muerte de Machaín, Molas, Galeano, Rivarola, los tipos habían sacado un flor de barco del puerto de Buenos Aires, como ya le dije, por eso que le llaman la expedición del Galileo. Con ese barco nos tomaron varios puertos (Humaitá, Pilar, Villa Franca), incluso mi compadre (tan valiente) trató un tiempo de enfrentarlo pero se retiró prudentemente; el Galileo venía bien armado, parecía que. Nuestro buque se llamaba el Taraguí, conseguimos ponerle artillería, pero nuestra información era de que no podía enfrentarle al Galileo (la misma Marina de Guerra argentina le dio los cañones, era demasiado para nosotros). ¡Y menos mal que en el interior nos respondía la gente! En Paraguarí, por ejemplo (allí han comenzado todas las gestas patrióticas que le dicen, incluso la del 22 de marzo de 1873, que le tengo contado). Y en Villarrica: allí estaba don Antonio Taboada, hermano del Rufino, como Jefe Político, de confianza 100%. Pero, con todo, la cosa estaba brava; incluso si le parábamos al Galileo, Nicanor Godoi nos podía hacer un desastre si levantaba todos los exiliados en Corrientes (eran muchos)... Don Cándido no dormía... Un día, que por no dormir nos paseábamos por la Plaza de Armas, la Escolta le detiene a un tipo que quería acercarse... De la Plaza de Armas, derechito a la Polecía (estaban cerca). Don Cándido se puso muy nervioso (no quería ser otro Gill); no se iba a acostar hasta no saber por qué el tipo se le había acercado tanto y en plena oscuridad. ¡Trató de matarme!, decía. Yo le propuse una partida de truco (mientras le interrogaban al fulano) y entonces nos fuimos al sótano del Congreso, con Regalada y Lacú Giménez, y allí mi Jefe se olvidó de sus penas, porque nos ganó a todos... -¡Permiso, Señor Presidente! -Estoy ocupado, ¿no ve? -Es el preso...

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-Atiéndalo usted, Caballero... A mí me convenía; era una manera de levantarme justo cuando estaba perdiendo y sin que nadie se moleste (don Cándido no quería dejar la mano que le venía tan bien). Pero al final tuvo que suspender el juego, porque el preso aquel tenía noticias importantísimas: el Galileo no tenía ni coraza ni cañones, podíamos fundirlo con el Taragui. -Amigo, ¿por qué no lo dijo de entrada y se ahorraba la paliza? -Eso yo les dije de entrada, Excelencia, pero me garrotearon igual, recién cuando vieron la recomendación de paí Maíz me creyeron... -Bueno, tómese estos pesitos para el árnica. El más contento fue mi compadre Escobar, que en seguida salió para enfrentar al Galileo con la artillería de su Taragui. Cuando estaba por cañonearlo, un barco argentino se interpuso, y se acabó la pelea. Se acabó la revolución, porque las visitas de don Cándido a la legación argentina dieron resultado, y al sinvergüenzo de Nicanor Godoi no le permitieron levantar insurrectos en Corrientes (R. A.). -¡Se acabaron las revoluciones! -dijo don Cándido. Y tenía razón. Los exiliados se quedaron en Corrientes veinticinco años más. Todavía estarían, de no ser por los malos colorados que no se dieron cuenta de que el caballerismo era la esencia nacional (como dijo O'Leary) y que se juntaron con los liberales para venir entre todos a invadirnos con la infame, perversa, legionaria revolución de 1904... * -¿Y usted qué opina, general Caballero? Yo de esas cosas no entendía demasiado, no era luego mi especialidad, pero de escuchar y de preguntar a la gente fui aprendiendo, le voy a decir que hasta bastante, por eso le contesté que de acuerdo, su proyecto muy bien, una enorme ventaja para el país. Yo no le dije por amabilidad solamente, sino que me parecía muy bien; la idea de don Cándido era muy buena, hay cosas que cualquiera se da cuenta (roto). No podíamos pues dejar ese Chaco como estaba: un desierto lleno de yaguareté y de infieles; había que civilizar un poco todo eso, no se podía dejar tanta tierra de balde, sobre todo cuando había los europeos que querían venir para colonizar, para hacer la civilización en esa tierra de nadie (roto). Nosotros no teníamos; el gobierno, pero cualquiera que venga para hacer algo allí iba a estar muy bien, era justamente lo que hacía falta: la iniciativa privada para la colonización.

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Por eso le recibimos muy bien al señor Bravo en la reunión de Ministros especial para él. Su idea era muy buena. Don Bravo quería poner un tren desde Santa Cruz (Bolivia) hasta un puerto sobre el Río Paraguay que él mismo pensaba construir, así que entonces iba a poner una comunicación directa entre Bolivia y la Europa, la salida al mar de ellos, y de paso pasaban por el Paraguay y nos dejaban unos cuantos pesitos y también nos desarrollaban el Chaco. Porque no era eso solamente, o sea la comunicación con la Europa; don Bravo iba a poner pueblos a ambos lados de la vía del ferrocarril, europeos trabajadores para plantar lo que se podía plantar por allá: algodón, tabaco, una verdadera riqueza. Y además había sal, bromelia para usar en fábrica de papel, índigo, y hasta oro. De todo eso habíamos, era cuestión de sacar no más. Faltaba la comunicación. Y esa iba a poner don Francisco Javier Bravo; él se comprometía para eso con una compañía que iba a poner, si le dábamos algunas concesiones, por supuesto. Y por supuesto que le íbamos a dar, ¿cómo no? Un señor tan capitalista, tan trabajador, esa clase de inmigrantes es la que queremos: casi le aplaudimos en la reunión de Ministros por su idea. Y a don Cándido le felicitamos por los amigos que tenía; le dijimos que se encargue de los detalles, él que tenía más confianza. Él prácticamente preparó la concesión, que nosotros en seguida aprobamos, porque ese señor tan decente, que nos iba a quitar de la bancarrota (porque bancarrota era desde 1869), sólo nos pidió cinco millones de hectáreas, que le dimos sin pestañear, pero despacito, porque el terreno no era totalmente de nosotros. Quiero decir un pedazo del Chaco que tenía su norte un grado al sur de Bahía Negra (que ya era boliviana en realidad)... Nos avivamos un poco; Decoud dijo que iba a haber luego protesta de Bolivia, pero en estas cosas el tanteo es libre; uno siempre tiene su derecho a pedir de más, sobre todo si es por la Patria; teníamos que pedir lo más al norte posible, incluso más al norte que el Decoud-Quijarro (1879), un tratado que le explico después. Bravo, entonces, se quedó muy contento, pero los brasileros protestaron. Dijieron que no teníamos ningún derecho a darle a Bravo el derecho de cobrar impuestos de importación y exportación en sus propiedades, porque por el tratado que firmamos el Río Paraguay quedaba libre de impuestos y no le podíamos impuestear al Matto Grosso, ni siquiera por medio de Bravo. También los bolivianos protestaron; dijieron que no teníamos derecho para darle el derecho de acuñar moneda a Bravo en un territorio que no era paraguayo sino boliviano; que ellos solamente tenían ese derecho porque todo el Chaco era boliviano (ellos hablan querido llegar hasta el Río Pilcomayo, ya habían tenido sus discusiones con la República Argentina). Bueno, lo peor que podíamos hacer nosotros era discutir, justamente cuando Bravo (no era ningún tonto) ya se había ido en Londres y había integrado un capital de £ 2.000.000 para su compañía (ese era el comienzo, después quería poner todavía más plata para la empresa, iba a ser una de las más fuertes del Río de la Plata). -¡No podemos perder unos capitalistas así!, dijo don Cándido, que le apuró a Decoud para que haga su Decoud-Quijarro. -Hay oposición de las Cámaras -dijo Decoud.

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-No importa -dijo don Cándido- vamos a convencerlas en su debido momento. Por ahora, manténgame el secreto. Por eso fue que Decoud se reunió secretamente con el Ministro boliviano. Y Quijarro al principio muy terco: quería todo el Chaco. Eso no puede ser, dijo Decoud, ya tenemos el laudo del Presidente Hayes. Ese laudo nos venía muy bien; nos daba el Chaco hasta el Río Verde. Un árbitro imparcial, como le dicen, y eso muy importante, porque nuestro derecho sobre el Chaco es flojo. Pero si la República Argentina nos cede, si el Presidente Hayes nos adjudica, entonces debe ser que hay algún derecho. Por lo menos hasta el Río Verde Pero hasta allí no más. Y esto es lo que no quería entender el Congreso, que quería reclamar el Chaco hasta Fuerte Olimpo y todavía más, hasta Bahía Negra: no tenemos derecho. Por eso fue que el tratado Decoud-Quijarro fue un secreto, porque si se armaba escándalo, íbamos a perder más. Pero despacito y buena letra, nuestro Canciller les sacó un buen pedazo a los bolivianos: el Chaco hasta casi el paralelo 22... Era, desde luego, más de lo que se podía esperar, pero ese mozo Decoud hizo un buen trabajo en las negociaciones porque siguió mi consejo. Yo en esas cosas lo dirigía siempre; él era un mozo algo culto pero le faltaba la experiencia, pero siguiendo mis consejos hizo un lindo tratado que nos dejaba el Paraguay así: O sea, una línea que salía de la desembocadura del Río Apa en el Río Paraguay; lo que quedaba al norte, de ellos; lo que quedaba al sur, de nosotros. Era un buen negocio para el Paraguay, porque si arreglábamos el asunto de fronteras (incluso ganando un poco) el señor Bravo se venía en seguida con las libras esterlinas y nos llenaba el Chaco de inmigrantes europeos (europeos, decía el convenio, para que no nos llene de chinos o de negros como en el Perú, que son bastante indios, pero siguen trayendo sus orientales, no sé dónde van a terminar). Los bolivianos quedaron muy entusiasmados, pero nuestro Congreso comenzó a macanear; al final, los que comenzaron a macanear fueron ellos, que comenzaron a darle vueltas al Decoud-Quijarro, pidieron todavía más, como nuestro Congreso, y la compañía Bravo se quedó en la nada, porque nadie quería poner plata en ese terreno que todavía no tenía dueño; era mejor regalarle un pedazo a Bolivia para que Bravo nos colonice el resto, pero dijieron que no y que no, incluso que don Cándido Bareiro había recibido libras de Bravo, pero me consta que por el bien del país. Y mientras tanto seguíamos perdiendo plata, todos esos capitales que se nos escaparon, aunque se quedaron muy contentos con el Aceval-Tamayo (1887) que nos dejaba el país así:

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Mi compadre don Patricio Escobar sufrió mucho (él ya era Presidente cuando eso) pero el Congreso no le quiso ratificar el tratado de límites, y eso que yo les pedí personalmente que le aprueben, pero los tipos se querían hacer de los patriotas, como si más patriotas que mi compadre y yo puede encontrar. Pero, con todo, mi compadre Escobar tomó con calma. Por suerte. Porque a don Cándido Bareiro, que tenía corazón, le mató de sufrimiento ese rechazo; el Congreso le mató. En tiempos del Mariscal no pasaba eso, decía, y tenía razón el pobre hombre. Menos mal que algunas cosas le salieron, como el Obispo, fue el primero que tuvimos desde 1868.Parece que el Santo Padre desconfiaba de nosotros, porque nos dejó once años sin Obispo, desde el 21 de diciembre de 1868. Ese día le fusilaron a monseñor Palacio (nuestro único monseñor) en Lomas Valentinas, y parece que nos dio mala suerte porque monseñor maldijo el Paraguay y en verdad que tuvimos mala suerte: nada nos salía hasta que le nombraron a monseñor Aponte nuestro Obispo en 1879. Con monseñor Aponte terminaron los problemas, aunque Adolfo Saguier seguía molestando, y eso que era el Vicepresidente; él se ponía de acuerdo para hacernos la contra con el Jefe Político de Ajos, coronel Florentín Oviedo, el mayor Eduardo Vera, de Ita, el coronel Silvestre Carmona de San Pedro. Esos, con Antonio Taboada, con Cirilo Solalinde, Francisco Soteras, Antonio Zayas, comenzaron a decir que no a cada cosa que don Cándido decía y por eso fue que don Cándido me pidió por favor que no le haga Presidente a Saguier (roto). * Lo importante, Amarilla, es hacerse respetar por las mujeres. A mí nunca me faltaron... la única vez, ese 3 de setiembre: la Regalada me dejó plantado... Pero el día 4 de setiembre de mañana vienen a verme, dicen que don Cándido agoniza. Yo salí corriendo, llego en su casa en tres patadas. La Regalada en una pieza aparte, con don Higinio Uriarte. Ella lloraba despacito. Cuando me vio llegar, saltó hasta el techo: -¡Ay, Bernardito! -Bernardino, carajo -siempre me llamaba mal. Quise darle un bife allí mismo pero peor. Entonces le pedí a don Higinio Uriarte que me deje un poco solo con la loca esa... completamente loca aquella vuelta. -¡Soy inocente, Bernardito! -Eso hace tiempo...

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-¡Que no te pongas así, no te pongas así! Nunca la vi tan nerviosa, estaba gritando... Yo le retorcí el brazo disimuladamente (nos estaban mirando), la obligué a sentarse. Me contó lo que yo ya estaba maliciando: ella me dejó plantado porque se fue con don Cándido (orden superior). Pero el pobre don Cándido, que ya estaba enfermo, trató (roto) y le dio el ataque. Así que es mentira lo que cuenta Godoi: que murió echando espuma por la boca, como envenenado. Don Cándido murió del corazón y la Regalada no tenía la culpa, ella no más trató de hacer lo que él le pedía. Así que la dejamos ir a la Regalada, no tenía la culpa, y nos pusimos a pensar quién podía ser Presidente. El coronel Pedro Duarte, Ministro de la Guerra, me dijo que sea yo, y paí Maíz también; él me contó que don Cándido, varias veces, le había dicho luego que el Presidente tenía que ser yo, no podía ser el Vicepresidente, el Adolfo Saguier, porque desde hacía rato le hacía la oposición en el Congreso (andaba soliviantando a viejos amigos como mayor Vera, coronel Oviedo umiva) y también una cuestión patriótica, porque Adolfo Saguier, allá cuando nos peleamos con los aliados en Acosta Ñú, era el baqueano que les mostraba el camino, y eso no podía ser; ¡lo que me costaba hacer pelear a criaturas de 12 años a mí, que era su comandante, para que un traidor como Saguier, todo un legionario, les ayude a los otros! El coronel Pedro Duarte pensaba igual, ¿cómo luego iba a pensar de otra manera, si los enemigos le agarraron en Yatay, casi le fusilan? Él no les quería a los traidores a la Patria. Por eso le hizo llamar a don Adolfo Saguier, le dijo que si no firmaba el papelito ese, no respondía por su vida. Por supuesto, don Pedro Duarte era incapaz de matarle (mentira no más fue que fusiló muchos argentinos y brasileros prisioneros, por lo que los enemigos querían fusilarle). Pero le corrió con la vaina al Saguier, que merecía el susto, y el tipo sobre la marcha firmó su renuncia a la Presidencia de la República, que nos vino muy bien. Y eso porque nosotros nunca violamos la Constitución. La Constitución dice que, cuando muere el Presidente, tiene que sustituirle el Vice, y entonces le tocaba a Saguier, pero si el tipo renunciaba, entonces ya podía ocupar el cargo otro, provisoriamente, hasta que se complete el mandato presidencial de don Cándido, que tenía que ser del 78 hasta el 82, pero el pobrecito finó en el 80, el 4 de setiembre... Yo no tengo ambiciones, pero como Saguier, en el fondo, yo tuve que sacar el siguiente Manifiesto, a pedido especial de los amigos: MANIFIESTO AL PUEBLO El ilustre Presidente de la República, don Cándido Bareiro, acaba de fallecer y en el deber de mantener el orden y la tranquilidad inminentemente amenazadas me he puesto al frente de las fuerzas nacionales, hasta tanto se reúna el Congreso de la Nación, para que adopte la resolución que aconsejen las circunstancias. Con este fin se han tomado todas las medidas para garantir el orden. Yo asumo gustoso esta responsabilidad en nombre de la salvación de la patria y de las instituciones.

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El pueblo puede estar tranquilo y será mi deber garantir las vidas y los intereses de todos los habitantes de la República. Podéis contar seguros que la bandera que enarbolo es hacer cumplir la Constitución y las leyes de la Nación. BERNARDINO CABALLERO Asunción, 4 de setiembre de 1880 Por supuesto que una medida tan importante como esa no se puede hacer a tontas y a locas, así que le mandé una carta a mi compadre Escobar, explicándole todos los detalles, no quería que los civiles se entremetan. Porque nosotros éramos grandes amigos, pero de tanto en tanto nos intrigaban, y entonces Escobar, que era un poco ingenuo, se dejaba impresionar y salía en contra de mí. Por eso le mandé la carta con un chasque especial, a él que andaba ocupándose de los yerbales de Tacurupucú, y él me dio la razón, dijo que podíamos contar con su apoyo, él no nos iba a hacer pronunciamiento en contra. También el Congreso se mostró muy amable, porque se reunió en ese mismo día, me nombró Presidente Provisorio para seguir hasta el 82, que había que hacer nuevas elecciones. Un regalo póstumo de don Cándido, me dijo paí Maíz. Y tenía razón, don Cándido me había dejado una Presidencia en buenas condiciones, el hombre se hacía respetar por todos, inclusive el Congreso, que cuando se insolenta son capaces de todo (así fue que le mataron a mi sobrino Facundito). Y entonces yo ya no tuve mucho problema para ser el Presidente Provisorio: todo estaba en orden. Es decir, el único problema, las finanzas: saí la piola. Pero de ese me encargué yo; era lo único que faltaba porque, por el resto, se acabó la revolución (la última fue la del Galileo, después se quedaron en paz). Así que hice un lindo Gobierno Provisorio del 82 al 84 y después Gobierno Constitucional, del 82 al 86; después, el Pueblo me pidió que siga no más de Presidente, había sido demasiado constructivo mi Gobierno, decían. Pero los liberales le intrigaron a don Patricio Escobar: le convencieron de que él no más tenía que ser el Presidente, y así fue que mi compadre descuidó sus negocios, donde le iba tan bien, y se metió en la Presidencia, donde estuvo del 86 hasta el 90. No le salió tan mal, porque yo le ayudaba, pero le dio demasiada confianza a la oposición, que le fundó el Partido Liberal en el 87, y que también le rechazó su tratado de límites con Bolivia, el Aceval-Tamayo, también en el 87... En parte tiene la culpa él, don Patricio Escobar, porque si me hacía caso, seguíamos todavía en el Gobierno, nosotros, el Partido Colorado... No nos iban a echar los liberales con su revolución de 1904, que sirvió no más para que lleguen al Gobierno todos los enemigos de la Patria, como el Benigno Ferreira, que se pasó todo el tiempo conspirando después de que lo rajamos en el 1874, y que al final se dio el gusto de hacer su revolución que tanto le gustaba... Pero todas estas cosas fueron, como le digo, culpa de don Patricio Escobar, si él me dejaba repetir la Presidencia para el 86/90, yo nunca iba a permitir que los liberales nos ganen. Y conste que hice todo lo posible: después del 86, yo siempre dirigía la política, pero si no sos Presidente es más difícil; siempre te sale un buey corneta que no podés controlar. Siempre tenés algún infiltrado en el Congreso, incluso varios, de esos que se vuelven liberales de golpe. Y al principio pueden ser uno o dos, como Antonio Taboada o

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Zayas, pero después se pone de moda hacer oposición. Y entonces el Presidente ya no manda, uno es el partido de gobierno al pedo, porque los otros hacen lo que quieren. Tratado séptimo De cómo fundé el Partido Conservador, o sea Nacional Republicano (1887) Yo luego nunca me preocupé mucho por la plata, mi familia tenía estancia, me pasé mi juventud cuidando nuestros animalitos, la vida sana del campo, en vez de fumar como la juventud de ahora, vicios no más son los que tiene. Después entré al ejército, de la estancia derechito al cuartel. Allí tampoco tenía que preocuparme tanto, las Gloriosas se encargaban y les quedé muy agradecido, sobre todo porque era oficial y para el resto apenas si alcanzaba la carne, y las mujeres ya ni eso: se metían con los chicos por el monte para buscar guayabas, naranja agria, lagartijas, porque carne no más para los combatientes. ¡No le puedo decir cómo pasamos, Amarilla! Ustedes los jóvenes de ahora ni idea tienen, sobre todo los argentinos, ni siquiera se van a imaginar que una vaca hacíamos alcanzar para 400, con cuero y todo... ¡Con el cuero, no me mire así! El cuero no es tan malo si se hierve cuatro a cinco horas, igualito al tocino, pregúntele a Juan Crisóstomo Centurión... Por suerte, yo comía con el mariscal. ¡Cómo daba gusto! Al principio nos peleamos por el chocolate (Monseñor se guardaba en el bolsillo) y no porque faltaba; no más que en la guerra pasa hambre uno y si no pasa, igual. Piensa que puede pasar y entonces cuando tiene, come a doble carrillo (como los Carrillo, solía decir la gente, y es que Mariscal, para ayudarle un poco, le dio a su familia la proveeduría del Ejército, pero la familia abusó); mira con odio el plato del vecino. Pero al último fue mejor, incluso sobraba, porque la comida había menos pero ya éramos pocos. A su mamá y sus hermanas, Mariscal les hacía comer en ese potrero donde estuvo Masterman (aunque ellas no estaban atadas, les trataban muy bien). Los hermanos y cuñados, ajusticiados. Lo mismo que el obispo (ese monseñor que tan bien contaba chiste verde), el general Bruguéz, el comandante Marcó, Pancha Garmendia. Todos esos que conspiraron contra el gran Hombre. Porque era un gran hombre, Raúl, no me va a decir que no. A pesar de que ese atolondrado de Decoud, justo el 11 de setiembre de 1887, cuando fundamos la Asociación Nacional Republicana, habla de despotismo terrible, dice que a mí me disgustaba Mariscal López... Todo porque yo le di confianza: le pedí que me haga un poco la ideología para ese partido que andábamos fundando y él le puso Republicano como el Lincoln, hasta ahí estaba bien, pero después me sale con discurso antilopizta y

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justamente el día de la fundación. Eso para darle el gusto al Egusquiza, Juan González y otros legionarios que aceptamos para ver si mejoraban un poco, pero me dejó demasiado mal con los héroes que me dijieron después: ¿Cómo deja que Decoud hable en nombre propio y del general Caballero? (así dijo Decoud). Yo les dije que a la juventud había que perdonarle, hice pasar pero me dejó muy mal. Porque yo prácticamente soy el heredero del Mariscal López; él me nombró su sucesor para que continúe su trabajo positivo cuando ya se iba a morir porque el país estaba en ruinas. Y entonces me reuní con los muchachos; hicimos entre todos la Asociación Nacional Republicana (1887) para conservar un poco los recuerdos de la guerra, porque como yo les dije: la Asociación Nacional Republicana es la escuela conservadora de la política paraguaya. Precisamente cuando andaban entrando tipos como el Rafael Barrett y la Asociación de Artesanos y los comunistas de Australia y toda esa gentuza... Pero le cuento después. Tenemos que empezar por el empiezo. O sea, antes del 87. Eso viene después. Porque del 80 hasta el 86, fui el Presidente Constitucional de la República, y ese me parece que tenemos que poner primero; es demasiado importante. Si no hacemos ahora, a lo mejor nos olvidamos (faltan varias líneas). Entonces le decía que pasamos penurias y fatigas durante la guerra esa de la Triple Alianza, por eso después yo dije ¡basta, vamos a tener ponchadas de vacas! ¿No le parece un absurdo, Raúl?... ¿Cómo qué?.. ¡El absurdo!... ¡Eso es muy absurdo! O sea que tengamos que meter vaquitas de la Argentina, que téngamos que importar la carne habiendo tanto espacio en Paraguay para criarles... Es que no teníamos plata, eso es cierto, no teníamos, pero también que los ganaderos le desconfiaban al gobierno. Al gobierno paraguayo. Hasta que yo llegué. A mí me conocían. A mí me habían invitado en su casa y todo, sobre todo en el 73, cuando andábamos todos en Corrientes con el Gran Partido Nacional... Allí me trataron muy bien, por supuesto, yo luego tengo mi santo porá, don de gentes como dijo Maíz. Y además sabían con quién trataban; eso siempre me pasó en la vida. (El Juca, por ejemplo, me contó después que siempre luego había maliciado que yo iba a llegar lejos, incluso Presidente, porque a los demás prisioneros les trataba peor). Y los hacendados de Corrientes se dieron cuenta de que teníamos que unirnos: a los dos nos jodía Buenos Aires. Impuestos y más impuestos. El Río Paraná era libre, internacionalmente, pero ellos nos encontraban la forma de clavarnos con sus gravámenes. La yerba, por ejemplo, subían y bajaban el impuesto. No nos permitían exportan elaborada: tenía que ser semi- para que trabajen sus molinos yerbateros. El tabaco le encontraban defectos. Nunca les gustaba. Siempre nos pagaban de segunda el que era de primera. Y la madera les compraban igual, aunque era de contrabando; compraban nuestra madera porque es la mejor, hicieron todos sus durmientes de ferrocarril de quebracho, eso que era nuestro. Para eso no controlaban la importación, no colaboraban con nosotros, el Gobierno paraguayo. Por eso fue que después a Bourgade yo le dije que me haga el

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ferrocarril a Santos, estábamos a un paso de hacer para salvarnos de una vez de Buenos Aires, salir directamente por Brasil... Pero don Bourgade no le interesa, en todo caso le cuento después. En todo caso seguimos con lo que andábamos... ¿dónde andábamos? Los correntinos, gracias. Esa gente del interior son mejores. Porque no crea que tengo nada con los argentinos. Quiero decir los porteños. Tengo un poco en contra. Por eso luego dije aquella vez que mi hijo en todo caso sea brasilero antes que argentino; en realidad quería decir los porteños, esos siempre nos apañaron los revolucionarios como Benigno Ferreira, Juan Silvano Godoy... no es lo mismo; cuando conspirábamos nosotros conspiraba el pueblo, era contra Jovellanos, en ese caso... Sí, ya sé que usted no es porteño, es del litoral, o sino luego no le iba a contratar para mi secretario. Entonces no tiene pues problema para decir la verdad de los porteños, usted tampoco les quiere. Tiene que decir que por culpa de ellos me desterró el gobierno liberal, a mí que he sido luego Presidente de la República, fundador del Partido Colorado... No, no fue Benigno Ferreira, todavía no fue destierro en el cuatro; cuando ganó la revolución yo me fui en Buenos Aires; después volví; el Benigno Ferreira me trató bastante bien, teníamos entrevista y todo. Incluso el José P. Guggiari me recibió en el puerto, pero yo no me dejaba engañar; si eran tan amigos, ¿por qué hicieron entonces la revolución del cuatro? Culpa de Benigno Ferreira y de los porteños que bloquearon el río para que no entre armas. Yo le mandé unos mensajes urgentes al Juca, que por entonces mandaba bastante, pero me dijo que ya no podía hacer nada. Y es que las cosas habían cambiado, Amarilla. ¿Usted se acuerda del 70, cuando la flota en nuestro río era brasilera? ¿Recuerda ese vapor Prinzesa?... Bueno, si no se acuerda, yo me acuerdo... Cada vez que habla algún problema en Asunción, el Ministro les mandaba telegrama, y entonces se venía cañonera, sea de Matto Grosso o Río de Janeiro... Pero después cambiaron. Buenos Aires comenzó a ser un puerto de más en más más grande, y entonces los tipos ya podían bloquear río y todo, y el Ministro brasilero le mandó carta al Juca diciendo que si querían mandar armas tenían guerra con la Argentina luego, entonces Juca me dijo lo siento. 1904. Ya no había luego nada que hacer. Juancito Escurra reunió el Congreso para hacer el protectorado, pero el Congreso no tenía quórum: se habían desertado todos para la revolución. Así que De Korab le dijo zorry; si no nos piden, no podemos. Un poco argel el mister, pero en esos tiempos tenían varias solicitudes: Ecuador también quería ser protectorado, estaban estudiando el caso en Washington. O por lo menos eso lo que me dijo el vicecónsul, porque el cónsul yanqui era el Ruffin. Y conste que no fue culpa del Ruffin (me consta); él les había dicho muchas veces a sus superiores de Washington que aquí podían vendernos mucho querosén, que les convenía. Eso les venía diciendo desde 1900, la primera vez que le pedimos el protectorado (aquella vez fue Decoud). Por un millón de dólares se puede comprar todo el país, decía el gringo. Pero los otros que demasiado caro, comenzaron a dudar, y así llegó diciembre, 1904: cuando nos dimos cuenta, teníamos cañonera liberal en el puerto... ¡Y pensar que nos quejamos de Ministro Gondim! Sí. Así no más es: uno nunca valora lo que tiene... Nos daba una puteada de tanto en tanto pero siempre se ponía por los amigos... ¿se recuerda febrero del 74? Ahí daba gusto. Te daba pues confianza la colaboración brasilera, así podíamos gobernar, el panamericanismo que le dicen; una gran nación ayudando a otra más chica (faltan varias líneas).

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* Pero vamos a los correntinos que, como le digo, también les tenían rabia a los porteños, éramos como hermanos, ¿cómo vamos a olvidar el 73? Por eso cuando comenzaron las revoluciones en Corrientes, allá por el 80, nosotros ya éramos gobierno gracias a ellos; les dejamos traer sus ganaderías a los hacendados decentes en el Paraguay, nos convenía a nosotros y también a ellos (estamos para ayudar al prójimo, pues)... ¡No, qué puta, Amarilla! ¡Revolución es revolución! De balde que usted les diga que no le coman, igual le comen sus animalitos. Por eso los hacendados se asustaron, y nos pidieron permiso, y nosotros les facilitamos pasturas para que se vengan al país con su tropa, y ese viene a ser el comienzo de la ganadería del país. Es decir, no el comienzo, ya comenzamos luego en el 70, pero en aquel entonces no había plata para traer las vacas, se traía de a puchito, ¡y pensar que antes de la guerra había para tirar! Estancias de la Patria, que le dicen; Mariscal mantenía a sus soldados con esas. Pero con la guerra se murió el ganado y después ya no quedaba plata para importar y entonces una suerte, que me perdone don Gallino, que se haya empeorado un tanto la situación de Corrientes porque allí pudimos progresar: cuando hay vacas, hay plata, y entonces se puede progresar (roto). Usted no vaya luego a creer que soy tan materialista cuando le hablo de la economía, ese determinismo económico como Rafael Barrett. No. Claro que no. Para mí la plata no sirve para nada. Yo tengo de lo que siempre tuvo mi familia, éramos algo desde la colonia, Caballero de Añazco. Y el rey se quedó muy contento con un mi bisabuelo (o tatarabuelo, no recuerdo), porque les hizo correr a los comunistas, que en esa época se llamaban los Comuneros. Así que le dio unas mercedes más, como regalo; ya con eso nos alcanzaba de sobra, incluso para mantener a los cuñados... Yo ya no quería ni una vara más de campo... Pero el Congreso me insistió (eso fue en el 80, cuando me eligieron Presidente). No vayas pues a hacerle el desprecio, me dijo la Juana Isabel. Yo me acordé de golpe que llegaba el cumpleaños de mamá y estábamos a mitad del mes; todavía no había cobrado y ya había retirado (roto). -¡Feliz cumpleaños, mamacita! -¿Qué me ha regalado, Bernardino? -Abra el sobre, por favor. ¡Veinticinco leguas cuadradas, qué alegría! ¡Era el mejor regalo!

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Y no se piense usted que escrituré a su nombre, nada más; le regalé de veras. Ella después le regaló a Juana Isabel, con Juan Alberto pusieron para su estancia, daba de sobra. Si quería, yo me hubiera quedado con el campo. Pero no quería, por eso fue luego que el Congreso transfirió las veinticinco leguas a su nombre de ella, doña Melchora Melgarejo de Caballero de Añazco. O sea que si quería ganar plata, yo ganaba. Pero no quería: lo único que yo quería era ayudarle un poco a la familia y los amigos, uno no puede ser tan egoísta con lo que Dios le da. ¡Estás tirando nuestra plata!, me dijo esa vez Concepción. Esa fue la única vez que nos peleamos (siempre muy obediente). Y es que allí en la calle del Atajo me encontré una vez con un correligionario que me dijo: I caturo, aipotá che roga ra mí ¿Cómo le iba pues a decir que no al pobre don (roto) que precisaba tanto, que siempre me había respondido en los comicios? Ni un instante dudé, allí me fui en mi casa, levanté mi colchón. ¿Qué vas a hacer con nuestra plata?, me preguntó Concepción. Política, Conchela, yo le dije. Así se desperdicia el sacrificio del finado, me dijo ella. Eso ya no le pude aguantar y (roto). Pero aparte de eso me dio satisfacciones: el señor compró para su casa; ya finó pero todavía vive la familia, incluso la pobre hijita, que quedó viuda, ¿adónde iba a ir sino era por mí? Incluso en el negocio le fue mejor porque mudó la sastrería en su casa nueva, y allí le venían más clientes porque mejor ubicada. Después fue muy leal en el cuatro... ¡no!, no diga por supuesto, hay los que son malagradecidos como Antonio Taboada. que don Cándido Bareiro le dio puesto en la Sanidad argentina, que le nombramos Jefe Político de Villarrica y hasta deputado, pero después fundó el Partido Liberal... Sí, el hermano del Rufino, ese que ya le dije, ¡quién iba a suponer!... Pero tampoco me arrepiento tanto; política no más es así: si no das, nadie te va a dar. Hay que aguantarse los ingratos de siempre, no hay más remedio... Y eso Julia entendía mejor, ella luego no se enojaba cuando los muchachos se divertían en mi quinta. ¡Cosas de hombres! Decía ella: se solía reunir con las señoras de ministro para comentar lo que se contaba, pero mi señora no tomaba a mal. Al fin y al cabo, yo le respetaba la casa: allí nadie podía entrar sin su permiso. Pero la quinta Caballero era distinto, allí luego teníamos que hacer política. Y si uno es dueño de casa, no puede ser pues tan maleducado; no le podés llevar con polecía si te orina en la ventana, hay que dejarlos divertir. Aunque después la pintura te salga cara y tengas que comprar vidrio nuevo. ¡Qué le vas a hacer! Yo me recuerdo luego aquella vez que Decoud pasó por nuestro asado (él nunca se iba) y vio que los muchachos se bañaban con la Regalada y (roto)... ¡Cómo se enojó! Allí mismo le contó a la Benigna, que le contó a la Rosa Peña (eran hermanas) y el pobre Juan González, nuestro ministro de Instrucción, tuvo que dormir en la quinta porque Rosa Peña no le dejaba entrar... Pero no me crea que eran solamente cosas así, no... También hacíamos asados serios, para los ex-combatientes, por ejemplo. Allá en mi quinta, toda la semana se carneaba, y el que quería sentarse, se sentaba en la mesa aunque yo no estea... Desde luego que no estaba siempre, solamente cuando se reunían oficiales; o

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si no me hubiera pasado noche y día asadeando... Pero cuando venían los amigos, como el teniente Fariña que le dije... ¡Por supuesto que estaba ese! ¡Cómo no ha de estar si era un héroe, y nuestro partido luego era de los héroes (como les dije en el manifiesto aquél), no como los liberales que no tienen ni uno, ellos son los que le vendieron a la Patria, los que le traicionaron al Mariscal López, que si no era por ellos podía ganar la guerra... Por eso nosotros éramos los otros, o sea los que fuimos leales, más lopiztos que nosotros no ha de haber. Hasta los curepí se dieron cuenta: la vuelta del partido lopizta es una de las acciones significativas para los estadistas sudamericanos: no creemos que esté distante el día en que los hijos de Francisco Solano López sean llamados a tomar parte en los concejos de su país nativo. ¿Vio cómo acertaron? ¿Quién diría que un día Enrique Solano López iba a tener puesto público, Inspector de Escuelas, incluso en tiempos del traidor Eguzquiza? Porque al principio no podíamos, había quienes no simpatizaban con el Mariscal, y entonces teníamos pues que disimular un poco, en política no se puede chocar tanto... Claro, tampoco se debe como el padre Maíz; eso te compromete demasiado. Porque apenas le matan al Mariscal Francisco Solano López, paí Maíz le manda esa carta a conde d'Eu, le dice que por fin le mataron al Mariscal, qué suerte, era todo un vampiro. Esa es la carta que Juan Silvano Godoy le muestra a todo el mundo; le dio mucho quebranto al pobre padre, que yo sé bien que era muy lopizta, siempre le recordaba bien a nuestro Jefe, pero en un momento no más cometió la imprudencia... Así que usted tiene que tener mucho, pero mucho cuidado con esas cosas, no le pase usted como mi manifiesto del 22 de marzo del 73 (¡pucha que da trabajo!); piense luego bien antes de firmar. Incluso mejor todavía si usa seudónimo o si manda hacer por Roque (roto) Bueno, me parece que estamos dando vuelta y vuelta; nos disparamos para todos lados. Así que mejor volver al tema, mi Presidencia Constitucional, la más constructiva desde el tiempo del Mariscal López, por algo luego me nombró su sucesor. Vamos a recular un poco con el tiempo, digamos 1883, más o menos, pero primero un cocido porque el tema ya se está poniendo muy profundo; no podemos entrarle con el estómago vacío. * Y entonces nos reunimos todos juntos para la reunión con mi gabinete porque el Presidente pues era yo; les pregunté y me dicen: el presupuesto nacional $ 352.963.60 (año 1882), pero apenas si entraron en tesorería $ 250.000 para cubrirlos gastos y para el año en curso (1883) vamos a tener un déficit más grande. Uno propio, digamos, porque el otro se arrastraba de don Cándido Bareiro, incluso de mucho antes, porque desde 1869 estábamos en déficit, y lo único que hacían los gobiernos era emitir billetes inconvertibles y pecharles a los comerciantes hasta que yo llegué. Conmigo, por primera vez, cubrimos el déficit, no se olvide de ponerme, y eso porque mejoramos la ganadería, prácticamente hicimos todo casi de nada, y porque vendimos las tierras fiscales y restablecimos el crédito, y eso que no era fácil. Por ejemplo, la vez que le estoy contando, tuvimos una reunión de gabinete

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bastante accidentada: comenzábamos con déficit, teníamos déficit, nos esperaba todavía un déficit bastante más grande para el año 84. Cada cual me daba su opinión. -El problema es la falta de circulante -dijo Decoud. -Les hédemos hacer circular aunque no quieran -dijo Juan Alberto. En realidad circulación de dinero no más era, no había circulante, porque si prestabas el dinero te pedían 3% de interés mensual, era la regla, así que el comercio luego estaba trancado, se estaban aburriendo de darnos crédito, y entonces había que encontrar una solución sea como sea. Yo les escuchaba a todos, les dejaba hablar porque la gente siempre quiere que le escuches, aunque no sea su especialidad como Juan Alberto Meza, que era el Interior, así que en estas cosas no podía ser tan instruido, pero tampoco yo dejaba que Decoud se ría de él porque mi cuñado era un hombre muy leal: ¡E yucá catú!, me dijo cuando se enteró de que Antonio Taboada, José de la Cruz Ayala, Cirilo Solalinde umiva andaban tratando de hacernos el Partido Liberal. Y no decía por decir; él estaba dispuesto... Yo no le permitía, desde luego, era un mozo muy nervioso que tenías que controlarlo un poco, pero siempre te da confianza saber que tenés amigos de esa clase. -Contráigase al tema, coronel Meza -le dijo el coronel Pedro Duarte, mi Ministro de Guerra. Ese Pedro Duarte, le voy a decir, era luego una especie de compromiso, es que no había otro. Cuando estuve de Provisorio yo le di la cartera de Guerra y también Interior, pero para el Constitucional le di solamente Guerra (era bastante argel), incluso estábamos una vez hablando para no darle nada cuando entra en la pieza el propio Pedro Duarte (me parece que escuchó una parte)... Entonces yo me adelanté: Coronel Pedro Duarte, estábamos hablando sobre su ascenso aquí con los colegas. No le ascendí, pero le di otra vez la Guerra. Un poquito a la fuerza. Pero después nos resultó bastante bien; incluso cuando subió mi compadre Escobar yo le puse otra vez de Ministro de guerra... No, no es que nos peleamos, nada de eso. Lo que pasa no más que mi compadre es un poco confiado; la oposición le puede hacer caer... Por eso el 24 de noviembre (el Presidente asume el 25, es la costumbre) yo acuartelé las tropas y le hice decir a mi compadre que quería ver un poco su lista de ministros... No es que yo quería influenciarle, claro que no, pero la oposición macaneaba demasiado y entonces yo le puse otra vez a Juan Alberto para el Interior, a Pedro Duarte para Guerra, a Cañete como Hacienda. Era una penosa necesidad; me molesta un poco meterme en el gabinete ajeno, pero Escobar tampoco aquella vuelta se había portado demasiado bien, porque yo estaba tratando de servir al Pueblo paraguayo otro período más, pero la oposición entonces, para perjudicarme, lanzaron la candidatura de Patricio, que yo no podía oponer por la amistad que teníamos. Patricio se dejó manejar pero entonces yo le dije: Muy bien, compadre, si quiere ser Presidente, sea no más, pero entonces por lo menos yo elijo los ministros. (Los importantes, porque de Instrucción puede ser cualquiera). Ya yapota la democracia, me dijo después (los liberales le seguían engañando). Como quiera, compadre, le dije yo, pero me parece que es muy flojo con la oposición.

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Pero él quería probar que tenía su personalidad; les dejó hacer... Cuando le fundan el Centro Democrático (también Partido Liberal), el hombre vino a verme, preocupado. Allí está, yo le dije, ahora se acuerda usted de los amigos. Pero no soy rencoroso; allí mismo hicimos el Partido Nacional Republicano (1887); pero ese se llamó caballerista, no escobarista; él se quedó pichado porque le seguían diciendo general pantalla, por eso me dejó en el año cuatro. ¡Triste que una amistad termine así!... Pero tiene razón, mi querido Amarilla, usted luego es un mozo criterioso. Vamos a ir por parte. Paso a paso. Dale no más con mi gabinete, le cuento que mi Hacienda era de la Cruz Giménez, Lacú, mozo bien intencionado pero sin Matemáticas, que se olvidó de sumar los ingresos de la Capitanía de Tacurupucú el año 83, entonces Taboada, Ibarra, Fretes le hicieron la interpelación. ¡Todos los Ministros de Hacienda han sido unos ladrones!, dijo Antonio Taboada (no le parece a su hermano). Yo le hice llamar; le pregunté si no podíamos arreglar entre amigos; estábamos tan bien todos juntos en el Partido Nacional... Él me dijo que solamente si le sacábamos a Giménez y le hacíamos juicio; le sacamos pero sin juicio. Entonces quedó muy enojado (¡vaya a darle el gusto!), dijo después que me había apoyado en el 80 porque o sino peor; también en el 82, pero que las cosas ya estaban llegando demasiado lejos y entonces ya no podía ser; había que tener partido distinto: dentro del partido Nacional no cabíamos todos... Si el Ibarra que le cuento es el mismo de La Democracia: otro liberal tuyá. Otro que parecía decente, me dedicó un artículo tan lindo cuando subía a la Presidencia. Esa Partido Nacional, decía, triunfó en Campo Grande imponiéndose al Gobierno de Jovellanos y fue el partido que buscó el finado Gill en el último período de su Gobierno, y fue el que acompañó a don Higinio Uriarte durante todo el tiempo que duró su mando, y fue el que elevó a la presidencia a don Cándido Bareiro, y es el que está encamado en la persona del General de División don Bernardino Caballero, Presidente Provisorio hoy de la República y es por fin el único partido que puede seguir gobernando, porque fuera de él no puede haber sino fracciones insignificantes sin fuerza ni prestigio para mantenerse en el poder. Eso es lo que decía el Deputado Ignacio Ibarra, el Director de La Democracia, que anduvo comiendo de nuestro plato y de golpe se nos vuelve opositor, de golpe se hacen todos éticos... ¿Mbae picó pea?.. ¿Así nos devuelven los favores?... Pero en el 83 no tenían fuerza, eran cuatro gatos, y nosotros les dejábamos hacer y seguíamos gobernando normalmente... Lo único fue que le quitamos a Lacú y le pusimos a Agustín Cañete, ese que le decían hijo de Francia, aunque Francia no tenía hijos, inventaron no más. Ese sí que sabía la economía, era muy bueno, por eso siguió siendo Ministro con don Patricio Escobar y cuando fundaron La Industrial Paraguaya se acordaron de él, era un gran administrador, tan eficiente, que le quedaba tiempo para La Industrial y el Ministerio al mismo tiempo, y encima tenía todavía unos negocios... Por eso le tenían envidia, incluso trataron de hacerle una demanda criminal, no me recuerdo bien por qué. (roto). Con eso y todo venía a ser un buen equipo, incluso con Juan Gualberto nos llevábamos bien. Yo a Juan Gualberto le conocía bien, había sido mi subordinado en la Legión Paraguaya y le puse de Instrucción porque tenía una señora muy leída, muy voluntariosa,

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que le sobraba el tiempo y entonces colaboraba con nosotros haciendo las escuelas, una gran educadora... Ponga también que en mi gobierno se hicieron muchas cosas por la educación, no me deje mal. En el 83 hicieron el Instituto Paraguayo, esa institución tan importante, esa fue la que trajo profesores de la Europa. También les mandábamos a los jóvenes a estudiar afuera, conseguimos varias becas y hasta les becábamos a los mozos del campo para que pueda estudiar en el Colegio Nacional, que comenzó a funcionar como se debe bajo mi gobierno (todo lo que hicieron los Gill, umiva no era nada). En mi gobierno recién había plata, con ese fue que les pagamos a los maestros, que alindamos la Asunción, que desde la guerra era una tapera. Conmigo recién comenzó la edificación, hicimos el telégrafo hasta Europa, vino el teléfono, vino el tramway moderno a mulita... Todo porque arreglé la economía, aunque ese tampoco quieren aceptarme ahora porque estoy en el destierro culpa de los liberales sinvergüenzos, un día van a ver... Ahora cuando vuélvamos los colorados, Amarilla, nos hédemos quedar 40 años, por lo menos; hédemos hacer como los López, que no le dejaban la Presidencia a cualquiera... Sí, espérese no más... ¿pero para qué amargamos por culpa de ellos?... Póngame una cosa, muy importante: cuando llegué al Gobierno, don Cándido me dejó luego un presupuesto de $ 270.000 con déficit, cuando salí, le dejé a mi compadre más de $ 1.000.000 sin deuda... ¿Qué le parece? ¿Le parece bien que después digan que nosotros servimos solamente para poner estancias en tierras del Estado? ¿Le parece que así no más vamos a solucionar grandes problemas como solucionamos entonces, porque lo que me dejaron mis colegas eran deudas no más? Déjeme que le diga cómo hice. Vuelva otra vez en la sesión de Gabinete que le estaba contando. -¿Me puede decir cómo andamos de plata, señor Ministro? -yo le dije. -¡Me olvidé en mi casa! -dijo Giménez. Entonces Decoud sacó el papel (había traído): Deuda pública del Paraguay Banco Nacional de Buenos Aires $ 50.000,00 Indemnización de Guerra (Argentina) $ 10.126.133,59 Indemnización de Guerra (Brasil) $ 10.458.614,00 -¡Cómo 20.000.000! -le interrumpió Giménez- ¡Quién hubiera pensado!... -Son $ 20.534.747,59 -le contestó Decoud- y todavía faltan... -Bueno, el resto para después... ¿Cuánto viene a ser nuestra deuda interna? -¡La puta!... Señor Presidente... El contador todavía no me pasó la cuenta... le traigo mañana...

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-Mañana es sábado, Lacú, tenemos baile en la Cancha Sociedad. Lacú se puso blanco. -Si se hizo la amortización debida, para fines del 82 debían ser $ 415.125,55... Señor Ministro de Hacienda, ¿se hizo la amortización?... Decoud le miró fuerte. Lacú se puso todavía más blanco. -$ 400.00 entonces... gracias, dotor Decoud. Yo cambié de tema, Decoud ya estaba por decirle algo a Giménez... Cierto que Decoud entendía ese asunto (nos ayudaba mucho aunque era Canciller y no de Hacienda), pero tampoco tenía que creerse tanto; el único que le putea a los Ministros soy yo... Uno no tiene que creerse tanto porque es leído, ¿de qué le sirve la lectura si es un antiparaguayo? Porque lo que cuenta en el Partido es su militancia; hasta un mozo modesto puede ser un buen colorado. Aquí no precisamos dotores como el dotor Aceval, andamos muy bien sin ellos... Eso siempre les decía a los muchachos, y mientras me hicieron caso andamos bien. Cada vez que venían los comicios yo me juntaba en la quinta con los correligionarios del campo; le estudiábamos paso a paso al candidato. ¿Qué tuvo que ver con el general Ferreira? ¿Cómo anda en su casa? Porque cornudos luego no precisamos aquí; ¿si no le manda a su mujer, a quién le va a mandar?... Y bueno, mientras hicimos así, nos fue muy bien. Pero después vinieron los eguzquicistas, diálogo nacional, jeí chupé. Y comenzaron ese diálogo y le dieron Ministerios a los opositores y allí estamos... Ahora todo el mundo reconoce: ¡Andábamos mejor con Caballero! ¡Con Caballero daba gusto!... Y daba gusto, es cierto, yo le respetaba a todo el mundo, a cada cual le daba su lugar. Por eso no le permitía luego a Decoud que le maltrate a un muchacho humilde como Giménez. No hay que ser tan engreído... Eso es lo que él no me perdonó... Después, cuando el Partido Colorado me quiso llevar en la Presidencia una vez más (1894), él dijo que un ignorante como yo no podía ser el Presidente. Pero ese es el golpe del 9 de junio, que le cuento después. Bueno, eso ya me estaba desviando, vamos no más a mi reunión de gabinete que le estaba diciendo... Como le decía, eran $ 400.000 de deuda pública interna. O sea con los compatriotas, porque solíamos largar unos bonos que colocábamos en el comercio local, y a veces no amortizábamos en seguida. -Dígales que no podemos pagar. -Piden amortización del cincuenta por ciento. -Pero no tenemos, dotor Decoud... -Entonces dejan de vendemos provistas para el ejército a crédito... -Mire, ellos tampoco pagan los derechos de aduana.

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-Son demasiado altos, señor Presidente. -La deuda también es alta pero no protestamos... Mire, dígales que esperen un poquito, hasta las tierras públicas. Y así fue. Con la venta de las tierras vinieron las vaquitas, las compañías yerbateras, la industria del tanino, todo. Los mismos que me criticaban me ofrecieron después acciones de La Industrial Paraguaya como reconocimiento... Sí don Carlos Casado también... Recuerdo bien aquella vez que estaba preparando mi Mensaje Presidencial y entra Juan Alberto: Ou inversionista, me dijo. Entonces me fui en la pieza y le encontré a don Carlos, un señor español tan decente, aunque al principio me costaba un poco comprenderle: ese tú y el vosotros te lleva pues un tiempo... Pero déjele a Casado, vamos a seguir... Don Carlos Casado del Alisal viene después. Ya ve como arreglé la deuda con los paisanos; ahora le toca entonces a los argentinos: $ 50.000 del Banco Nacional de Buenos Aires, como le tengo dicho. Bueno, ese era un crédito de $ 50.000 que quitó Juan B. Gill para su bolsillo, ¿por qué les íbamos a pagar? No. La soberanía de la Patria dice que no... Conste que no fuimos maleducados; siempre con diplomacia; les dijimos que sí, que sí, pero en la hora de la verdad, nácore. Menos mal que no eran rencorosos, porque después nos ofrecieron otro crédito de $ 100.000; estábamos por aceptarles aunque nos salía un poco caro ($ 45.000 al año), pero después dejamos no más, no recuerdo por qué... Aunque tampoco teníamos que pagarles nada: ellos siempre nos perjudicaron: yo les pregunté si su peso fuerte era de veras fuerte, me juraron que sí. Entonces adoptamos peso argentino como moneda oficial paraguaya. ¿Qué nos hacen? Al poco tiempo declaran que no es más convertible, o sea que nos dejaron con pedazos de papel, nosotros que necesitábamos moneda fuerte... Así que, como usted ve, ellos comenzaron. No es que soy anti-argentino; lo que pasa es que nos hicieron demasiadas trampas, y eso que nosotros siempre tratamos de andar bien: además de la moneda, también nuestros códigos, nuestra ley de inmigración, de venta de tierras, de municipalidades eran argentinas. Todos adoptamos de Argentina, para hacer el Panamericanismo que le dicen. Pero en vez de agradecernos, se pasaron perjudicándonos, sobre todo el comercio con Europa, porque cuando llegábamos al puerto de Buenos Aires, teníamos que descargar nuestras mercaderías, pagar impuestos, depositar, hasta que el barco de ultramar les recoja, y allí perdíamos demasiada plata. Así que no les íbamos a pagar. Ni eso ni la indemnización de guerra, ¿de qué indemnización de guerra hablan? Pero le voy a contar esa indemnización de guerra. Como decía Decoud, eran $ 10.126.133,59 (Argentina) y $ 10.458.614,00 (Brasil). Y eso porque cuando estuvimos en Corrientes (le hablo de la Guerra Grande, cuando conquistamos la Argentina, en el 65), alguno que otro soldadito se llevó su requecho, usted conoce a los soldados. El Mariscal trataba de que sean decentes, pero con 40.000 soldados,

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¿cómo no va a haber algún ladrón? En especial cuando el Jefe, el coronel Resquín, él mismo roba un plano de Corrientes para quedar bien... Claro, le dijo que comprado a la Madama Lynch, ella feliz. Tocaba todo el rato, solía hacer veladas con la Eguzquiza y con Juliana Insfrán (esas cantaban). Y bueno, no es que uno le desee daño al prójimo, pero nos alegramos casi cuando las llevaron al cadalso a esas dos, porque hasta las tres de la mañana solía durar, ellas a grito pelado y nosotros firmes (como música clásica, yo solamente escucho campamento). Y lo peor que la Madama se encariñó con su piano; teníamos que llevar cuando nos perseguían los Aliados, hasta que por suerte se trancó en ese lugar que se llama Piano cué, desde entonces marchamos más livianos... Bueno, como usted sabe, en Brasil también estuvimos; alguno que otro soldadito robó alguna cosita, ¿cómo no ha de robar si cuando llega nuestro ejército salen todos corriendo, nadie se queda para cuidar la casa? (Así fue que yo encontré un reloj de oro en una estancia; después le regalé a Mariscal por su onomástico el 24 de julio). Bueno, alguna que otra cosita robaron, para qué decir que no, pero no era tanto como dijieron después los pobladores de Corrientes y de Matto Grosso: dijieron que les llevamos todas sus vacas, todos sus caballos, todas sus cucharas de plata, ¡cómo se quejaron! Y entonces los aliados nos dicen: Tienen que pagarles la indemnización. No tenemos plata, les decimos. No importa, puede ser a cuotas. Y entonces nos forman una comisión de reclamos, o sea dos, paraguayo-argentina y paraguayo-brasilera. Y allí vienen los perjudicados: Quiero que me indemnicen tantos pesos. Y entonces les firmábamos la póliza (se llamaba así): Pagaremos tantos pesos al señor NN por indemnización por tantos colchones robados por las Gloriosas F. F. A. A. Desde luego, ellos exageraban luego a su favor y nosotros en contra, incluso cuando podíamos no asistíamos a las sesiones de la comisión de reclamos. Esas comenzaron con los brasileros a partir del 72 (Loizaga-Cotegipe) y con los argentinos un tiempito después. Pero duraron años; recién se terminaron de entregar las pólizas bajo mi superior gobierno (creo que 82/83)... Como diez años, creo; mientras tanto Facundo Machaín perdió su conchabo de Canciller porque se negó a firmarles las pólizas, decía que demasiado caro... ¿Vio cómo era vyro? Si se quedaba en su cargo, nadie le iba a asesinar después... Pero con Machaín o sin Machaín, el asunto está liquidado... No, no es que pagamos la deuda, ¿de dónde íbamos a quitar $ 20.000.000? (Eso es más o menos lo que ganamos con toda la venta de tierras en 20 años)... Pero aquí también les fuimos diciendo que nos esperen un poco, que nos estiren la cuota, y así fuimos llegando hasta hoy, 1910, sin pagarles un peso ni les vamos a pagar; incluso los tipos ya ni piensan cobrar... Eso me contó don Teodosio... Sí, él precisamente es el delegado paraguayo en el Congreso Panamericano aquí, en Buenos Aires, y entonces Teodosio aprovechó ese Congreso para hablar con el mister (el que mandaron de la Norteamérica; de todos lados luego viene) y le dijo: mire, por qué no habla un poco con ellos para que nos perdonen de una vez su indemnización de guerra, demasiado caro nos sale y ya pasó demasiado tiempo y de cualquier manera no podemos pagarles. Así le dijo Teodosio. Y el míster: me extraña, Teodosio, yo estudié la historia en mi país, allí se estudia completo, por eso me mandaron de especialista en Sudamérica, pero nunca estudié que tienen esa deuda, debe ser un error, mi profesor decía... ¿Para qué

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discutir?, le dijo Teodosio, ¿por qué no le pregunta un poco a ellos mismos, a los argentinos y los brasileros? Entonces le toma el míster al delegado brasilero; el cambá le dice que no era cierto, un lamentable error; ellos luego son demasiado panamericanistas para eso, para darle ese quebranto a un vecino así de chico como Paraguay. Después el argentino le dijo que sí, que había una cuenta pendiente, sí mal no se acordaba, pero que después de tanto tiempo ya no era más para cobrar, ni valía la pena hablar de ese... ¡Allí está!, le dijo después el mister a Teodosio, ¡yo le dije!... O sea que no íbamos a ninguna parte; la deuda continuaba sobre nuestra cabeza como la espada del egipcio aquel (no me recuerdo el nombre)... Entonces Teodosio agarra el teléfono; le llama larga distancia a la cancillería paraguaya, le pide que le manden los comprobantes para tratar en el Congreso y hacer anular de una vez la deuda... Sí, cómo no, le dicen. Pero nada. Teodosio llama que te llama; ya se estaba por fundir con larga distancia porque al final pagaba de su bolsillo (los gastos de representación ya no alcanzaban), hasta que al final un día le contesta el teléfono en Asunción don Manuel Riquelme, que estaba en la oficina: -Teodosio, no insistas, Manolo no te va a contestar... ¡Mire que clase de Canciller tenemos! Sí, ese Manolo Gondra es el mismo que me hizo el cuatro junto con Benigno Ferreira; otro liberal tuyá que uno de estos días le vamos a dar un susto, ¡espérese no más! Si era por él, pagábamos: No es de caballeros no pagar una deuda, jeí. Menos mal que no era él; yo les di el ejemplo. No les pagué ni un cobre, y con eso le salvé al país de los $ 20.000.000... Sí, pero ese era caí míriquiná no más comparado con el otro mono. Me estaba olvidando. ¡Trescientos millones de libras esterlinas! Esos venían a ser como mil quinientos millones de pesos fuertes... No, peso fuerte no era el de papel, peso reí que le decían. Peso fuerte era el que tenía su respaldo en oro o en moneda fuerte; ese prácticamente no teníamos, pero nuestro gobierno era patriota y entonces le aceptaban el peso de papel (hay que colaborar)... Pero si usted quiere convertir esas £ 300.000.000 a pesos de papel, no le va a caber en una página, demasiados ceros... ¿De dónde íbamos a sacar para pagarles? Incluso si nos poníamos a imprimir, se nos iba a acalambrar la mano (y eso que ya teníamos práctica con la imprenta)... ¿Qué se pensaba Mitre? Para mí que andaban todos locos, porque cuando hacen su Tratado de la Triple Alianza para macanearle al Paraguay, ponen que el Paraguay tiene que pagarles la indemnización de la guerra y también los gastos de la guerra, que ni ellos mismos pudieron pagar porque fueron como trescientos millones, y allí perdió su puesto Dom Pedro, Dios le castigó porque le trató tan mal a Mariscal López. Ellos, que teníamos que pagarles, y nosotros que

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no, hasta que al final se fueron finando los que hicieron la guerra y nos dejaron en paz con esa deuda, que si era liberal le pagaba, pero gracias a mi Superior Gobierno se salvó el Paraguay de un poderoso mono: £ 300.000.000. Eso es lo que se llama restablecer el crédito del país. Muy importante: si no arreglábamos la deuda, no vendíamos las tierras, si no vendíamos, no teníamos ni para el paseíto en tramway... Restablecer el crédito del país... ¿Anotaste?... Bueno, ahora no me dejes fuera los uruguayos... poné ahí: Con los uruguayos también la indemnización de guerra; ellos también firmaron el Tratado de la Triple Alianza, pero más bien forzado, ¿para qué querían si ellos no nos podían comer tierra? Liga del Brasil, no más. Por eso después se portaron bien, y encima subió el general don Máximo Santos. ¡Esos son amigos! En 1883 hicimos el Decoud-Kubly, en 1885 nos mandaron la cañonera Artigas con todos los trofeos de guerra. ¡Ese fue jolgorio! El pueblo deliraba cuando la cañonera Artigas llegó en el puerto de Asunción, salirnos a recibirles entre todos; toro candil y baile popular. ¡Deje no más!, le dije al dotor Castro (delegado uruguayo) cuando me dijo que su jefe, el general Máximo Santos, quería comprar tierra en Paraguay; ¿cómo le vamos a vender al hombre que nos perdonó la deuda? No podemos pues ser tan ingratos... No. Le escrituramos esas 100.000 hectáreas en el Chaco (era lo menos que podíamos hacer), pero la oposición chilló porque la escritura decía: terreno de extensión indefinida. (Eso porque nos faltaba luego el catastro pero le explico después). ¡Saludos indefinidos al dotor Castro!: ¡Felicitaciones indefinidas!, decía El Heraldo. Nos quería intrigar. Pero de balde. Porque al pueblo le gusta el uniforme, el desfile, la fiesta con cohete, con corrida de toros, con asado y todo... Para completar se vino en esos días una carpa de circo, y allí venía a ser el pan y circo como los antiguos romanos... Yo le puse Plaza Uruguay a la Plaza San Francisco y todo el mundo contento porque ya se comenzaban a vender las tierras y embolsamos como millón y medio, tanta plata no se había visto desde los créditos de Londres, mucho tiempo atrás. * Si necesita para su café con leche, avíseme no más, Amarilla. Con confianza. Yo no quiero que un mozo tan leído como usted ande en apuros... No tiene por qué agradecerme, yo siempre ayudo a la gente meritoria, pregúntele a O'Leary, ¡las veces que le invité! Pero por favor se me apura un poco, porque el libro El Centauro, que O'Leary tenía que quitar después de las entrevistas que me hizo, todavía no aparece, y eso que le hice varios adelantos, pero si no se apura he de morirme antes. ¡En fin! Vamos a ver si los liberales le dan a su Maestro que está pidiendo; si le da, va a tener un poco más de plata y tiempo libre, entonces va a salir el libro... No, usted no se preocupe, Amarilla, si O'Leary se va en Europa, igual le vamos a conseguir empleo; yo tengo influencias... Pero ahora tenemos que continuar y rápido, no sea que este libro se atrase como El Centauro... Vamos a ver si nos permite el payaguá mascada; estuvo bien pero comimos demasiado grande; la digestión nos va a pesar un poco... A ver...

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¿La deuda? Sí. Vio cómo arreglé la deuda. La del Banco Nacional... Banco Nacional de Buenos Aires le estoy diciendo, porque la del Banco Nacional del Paraguay nadie la arregla. ¡Menos mal que yo no tengo estudio pero sí experiencia! Cuando fundamos el Banco, yo me dije: Bernardino, espérate un poco para confiarle tus ahorros. Y efectivamente: al poco tiempo, quebró el Banco, y eso porque los muchachos abusaban con la valeada. Porque a cada rato hacían vales contra el Banco: cien, doscientos pesos. No hace nada, decía Cañete. ¡Esto no puede ser un hospicio!, decía Decoud. Pero no era tan fácil; estaban esas pequeñas necesidades; por ejemplo, nos venía el Jefe Político de Yancaguazú, necesitaba un $ 50 para el cajón de su tío, prometía devolver la próxima semana. Y allí le dábamos un vale contra el Banco Nacional, pero el tipo no volvía nunca más en Asunción y nos salía más caro hacerle buscar con la polecía por aquellos andurriales de Dios. Así que de a poquito se fue comiendo nuestro capital, como el ysaú que de a bocados chiquititos te liquida tu jardín. Entonces en ese punto dotor Decoud tenía razón; tenía a veces, por eso yo le puse en nuestro gabinete aunque los muchachos no le querían: Juan Alberto le quería pegar; Lacú Giménez se enojaba porque le revisaba sus cuentas... Sí, Decoud era Canciller no más, pero de tanto en tanto le mandaba en Hacienda para ayudarle a su colega, no para que abuse tratándole de burro... En fin, no hay que tenerle rencor a un muerto, Amarilla. Hay que ver también su lado positivo, que Decoud tenía cuando era mi Ministro y yo sabía dirigirle. Yo le evité muchos problemas a él, sobre todo con mi cuñado, pero Decoud nunca supo reconocerme, dijo que perdió su tiempo trabajando con militares ignorantes. Demasiado engreído. Todo lo que se hizo en mi gobierno, ahora le atribuyen a Decoud. Incluso el arreglo aquel con el crédito de Londres, las libras del Presidente Jovellanos... Sí, vamos a anotar aquí, antes de que se me olvide. Después ya podemos dormir la siesta, vamos a tener que dormir no más porque la comida nos cayó pesada... Bueno, ese crédito de Londres del 7/72 se hizo, como le iba diciendo, se hizo entre ingleses ladrones y paraguayos ladrones. A los paraguayos ladrones como Gregorio Benítez, Gill les torturó 15 días en la Polecía (por lo menos se dio el gusto). Pero a los ingleses ladrones no podíamos hacerles lo mismo. Teníamos que pagarles no más. Porque si andás mal con ellos, peor para vos, la gente les ha de creer a ellos. Cuando fracasó el Lincolnshire farmers, esa colonización mbore que nos hicieron, nos echaron la culpa a nosotros. Pusieron carteles en todos los puertos de Inglaterra: El Paraguay es un país peligroso, no se vaya. ¿Quién le iba a creer que los agricultores que nos mandaron no eran agricultores sino maleantes recogidos de los suburbios de Londres, y nos mandaron porque cobraban una prima sobre cada colono? Nadie. Durante muchos años no llegaron inmigrantes, y en especial a partir del 76 (más o menos) cuando Gill dejó de pagar el crédito de Londres, que se quedó parado hasta que hicimos el arreglo con Decoud. Así que de 1870 a 1880 el Paraguay quedó trancado: no había capital, no había población. Después de 15 años de la guerra, seguíamos con doscientos mil y tantos, ¿quién te iba a venir si no hay mano de obra? Precisábamos la colonización. O sea la inmigración, porque con los paraguayos no alcanzaba: eran demasiado pocos y encima se iban en Argentina. Precisábamos compañías que nos hagan el ferrocarril, caminos, todo eso... Pero no iban a

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venir por la mala fama que teníamos... Me contó don Bourgade que un grupo de franceses, una vez, vinieron en el puerto de Asunción (desde Francia), armados para matar los tigres que comían a la gente en la calle Palmas, ¡eso se pensaba de nosotros en Europa! Por eso es que Uruguay y Argentina recibían toneladas de inmigrantes, pero nosotros, nada. Había que arreglar esa situación. Había que contentarles a los BARING ladrones para que se dejen de hablar mal de nosotros y se decidan a venir los capitales como vinieron después, gracias a mí, ahora ya es fácil para los liberales. Société Générale, Anglo Paraguayan, Carlos Casado, La Industrial Paraguaya, todas esas comenzaron gracias a mí y ahora le siguen haciendo progresar al país a pesar del gobierno liberal... Pero le voy a decir cómo. Bueno, yo le tomé a Decoud: le dije que me arregle el expediente. Él hablaba inglés, francés incluso (como el mesié que nos hacía la Revue du Paraguay, nuestra publicación oficial). ¿Cuánto les he de dar?, me preguntó. ¡Lo que sea!, le dije. Entonces les cedió quinientas leguas cuadradas de tierra como compensación por los intereses atrasados; ellos le rebajaron la deuda de un millón y pico a ochocientas mil libras esterlinas, en cómodas cuotas. Pero lo importante fue que con el arreglo se formó la Anglo Paraguayan Land Company, y a partir de allí, los ingleses comenzaron a meter sus capitales en ferrocarril, transporte, etcétera. Nos hicimos la fama de buenos pagadores, eso valió la pena, más que comprar los bonos del crédito de Londres de contrabando, aprovechando que se vendía como al ocho por ciento de su valor nominal (o menos): lo que cuenta, Amarilla, es el honor nacional. Y eso le digo como militar; para nosotros, cualquier cosa, menos el honor. Y bueno, ahora me va a trancar la puerta y después ya puede ir a dormir la siesta si quiere. * Con este calor precisábamos la siesta. Ahora que estamos descansados, escúcheme, que le voy a decir una cosa, pues... Bueno, usted es un mozo ilustrado, ya sabe luego lo que tiene que hacer, cómo tiene que hacer, así que yo le cuento grosso modo, como decía don Marcos Quaranta... Resulta que del árbol caído, todos hacen leña; ahora que me exiliaron los liberales, todos me echan la culpa. Dicen que por culpa de mí se fundió el Partido Colorado, porque tuve tanto tiempo la sartén por el mango, no le quise dar su lugar a la gente joven, seguí no más con mi equipo de carcamanes que se hacían ver con señoritas para aparentar más jóvenes... No, eso no me escriba porque no es cierto. ¿O le parece cierto, eh? ¿Yo le trato mal a la juventud? ¿A usted? ¿A Juancito O'Leary? ¡No, claro que no! Conmigo no va a tener problema si es aplicado, trabajador como Fulgencio R. Moreno, ese sí que es un mozo responsable. Se pasó varios días sin dormir para hacer mejor el golpe del dos. ¡Pobre! Ahora quieren decir que es socialista, cómo van a tratarle así a un joven tan decente. Caballerista fanático, como Facundo Insfrán, otra personalidad que murió tan joven como el pobre Blasito, Dios lo tenga en su gloria. Todos caballerista, la juventud intelectual

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conmigo. Por eso no pueden decir que destruí el Partido, que ahora vamos a tener 30 años de liberales. No. El Partido cayó porque no me hicieron caso, porque comenzaron a transar con el enemigo de adentro, como decía O'Leary. Y esto es lo que tiene que explicar, usted que escribe bien (roto). Para comenzar, don Patricio Escobar. ¡Tú también, hijo mío!, quise decirle yo, como el romano cuando le jodió su familia. ¡Quién hubiera pensado eso! ¡Quién hubiera pensado que en el cuatro, justo cuando estábamos por ganar, el compadre me dice: Compadre, no podemos seguir en el gobierno! No más porque los hijos se le volvieron liberales como el Patricio Alejandrino, problema de familia, eso no quería decir que la juventud estaba en contra. Pero desertó Escobar y entonces desertó también el Vicepresidente, don Manuel Domínguez, junto con los deputados y los senadores y entonces comenzamos a sentirnos solos culpa del mal ejemplo del compadre... Es que el problema luego viene de lejos, Amarilla: el hombre era un dominado. Un hombre político tiene que tener más independencia, como yo: a mí mi mujer no me decía nada si volvía a las cuatro. Y no que bandideaba, no. Pero la política es así; tiene que tener usted su tiempo libre para levantarse temprano, matear en los cuarteles, almorzar con el Comisario, cenar con el Ministro, irse a todas las fiestas por la noche. Es la única forma para conocerle a la gente. Pero el compadre no podía: la mujer le dominaba demasiado. No le dejaba salir. Siempre en la casa. Entonces el que conocía era yo: yo sabía quién era cada cual. Pero Escobar no quería admitir; él también quería tener sus candidatos, aunque no les conocía ni de nombre. Por eso le engañaban. Incluso le hacían pelearse conmigo: en el 86, por ejemplo, cuando el Pueblo me pidió que siga en el Gobierno un período más, él se dejó engañar por Antonio Taboada. Taboada le dijo de que si seguía yo de Presidente no bajaba más, que ya no pensaba más dejarle el puesto a él. Y entonces Escobar se postuló para Presidente con los opositores, todo para hacerme la contra a mí que no pensaba luego traicionarle a un viejo amigo... Ese fue un disgusto que tuvimos, pero después nos arreglamos de nuevo, cuando hicieron el Partido Liberal en el 87. Allí se asustó el compadre. Entonces comenzamos a trabajar como en los viejos tiempos, incluso mejor, porque La Industrial Paraguaya ya estaba funcionando y trabajábamos juntos en el Directorio y yo solía hacerle su trabajo a veces, porque era Senador no más y tenía más tiempo. Nunca se me ocurrió traicionarle, y eso que el que tenía amigos en los cuarteles era yo, pero no soy ni un mal amigo ni un atolondrado para crear divisiones en el seno de las F. F. A. A. La Institución ante todo. (Aunque sea chaí como nuestro Ejército, que tenía nomás quinientos y tantos hombres, pero por algo se empieza)... Después llegó el final de su mandato: sin discutir le pusimos a Juan G. González, que parecía un mozo muy decente. Pero por lo visto que para conocer a la gente, usted tiene que darle un puesto público: allí conoce quién es quién. Porque apenas le nombro Presidente, ya se me empieza a hacer el antipático. Una vez me voy a visitarle, me dice que está ocupado, no me puede recibir. ¿Qué se cree ese? Lo mismo que Juan Egusquiza, ese también parecía decente, ese también había estado a mis órdenes en la Legión. Por eso yo le puse de Ministro de Guerra, incluso hicimos juntos el golpe contra Juan González y después le dejé ser Presidente. Yo hubiera preferido mi sobrino el Facundo para Presidente, pero en política no se puede hacer solamente el gusto. Y además que Egusquiza parecía decente, por lo menos más decente que González, que le quiso poner de Presidente a Decoud sin consultar con el Partido. Eso no podía ser. Cierto que nos habíamos comprometido, eso es lo que decía Decoud: primero

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tenía que ser yo, después compadre, después Decoud. Pero las circunstancias cambiaron. Por eso cuando terminó su presidencia mi compadre, yo le dije: espérese un momento, dotor Decoud, ¿por qué no le cede el turno a Juan González? Él aceptó porque eran concuñados; después el otro me devuelve la gauchada, se habrá dicho. Pero González se peleó con el Partido, entonces no podía ya ser... Emaé nde Pancho, reipotáramo ambogueyi Segundo casó ja ayerei hevicuá ayapota ndeve, pero namoiro chupé de Presidente, ñandé yucapata... Así le dije yo a don Pancho Campos, cuando vino a pedirme que le apoye a Decoud. No era luego por mí sino por el Partido: yo no puedo pues permitir que un loco como Juan González le apoye a su concuñado sin consultarnos. Y además que era inútil: el que no quería era el brasilero, Cavalcanti. Así se llamaba ese Ministro que le dijo a su Gobierno que Decoud podía cederle el país a la Argentina, no podía ser, y entonces de Río le mandaron cañonera y libras esterlinas que los muchachos aceptaron por patriotismo, para pagar con esas nuestra deuda de Londres, no para hacer el golpe, que se hacía desinteresadamente... Y ese fue nuestro 9 de junio del 94 (que después ratificó el Congreso), que no era una cosa personal, no teníamos nada contra Juan González, pero no podíamos más dejarle ser Presidente porque la presidencia lo estaba estropeando y encima le quería apoyar a José Segundo Decoud como el siguiente candidato a la presidencia, o sea para el período 94/98. Era por el Partido: ¿cómo un Presidente saliente va a apoyar candidato sin consultarnos? Yo le había dicho a Juan Alberto: A mí me engañan una sola vez. Eso cuando mi Vicepresidente trató de secuestrarme. Por eso la siguiente vez elegí mejor: cuando subió González, le puse como Vice a Marquitos Morínigo. A Egusquiza también le puse un Vice de confianza: nada menos que mi sobrino, el dotor Facundo Insfrán, ¿de dónde podía sacar otro igual? También le ayudé a don Emilio Aceval, que no encontraba a nadie para Vice: yo le sugerí Héctor Carvallo, que se portó muy bien aquel 9 de enero del año dos: cuando le echamos a Aceval, Carvallo quedó de Presidente provisorio. Pero nadie es perfecto: cuando arreglaste la Vicepresidencia, tenés problemas con el Presidente. Juan Bautista Egusquiza, por ejemplo. A ese le apoyé para el período 94/98 cuando le quitamos a Juan González, pero en vez de agradecerme, me sale en contra: comienza a hacer venir a los exiliados como Benigno Ferreira, que estaban fuera desde 1874. Veinte años. Pero no crea que le sirvió de nada: volvió más liberal que nunca. Eso se llamaba egusquicismo: transar con la oposición, traicionar a su propio partido. ¡Cuántos colorados quedaron sin empleo! Para colmo en esos tiempos la juventud como Enrique Solano López y O'Leary comienzan su campaña patriótica por el Mariscal López (antes no se podía, ya le dije) y Egusquiza les dice que se dejen de eso, que ya pasó el pasado y para qué saber quién era legionario y quién no era... Claro, a él no le convenía... Por eso andaba con su reconciliación nacional. Puro entreguismo... Y todavía le permito que haga lo que quiera con su Presidencia, pero que no sea egoísta por lo menos. Porque cuando sale del Palacio, en el 98, en vez de agradecer y dejarle su lugar a los otros, que también querían ser alguien, le deja de presidente a uno que ni siquiera era colorado: el Emilio Aceval para el periodo 1898/1902. Yo no quería luego permitirle, pero los muchachos me dijieron: Vamos a darle su oportunidad Entonces le hacemos decir que se presente; el tipo viene, nos dice que no es

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colorado, no tiene afiliación, pero en el fondo es, está con nosotros. ¡Está bien!, dijieron los correligionarios. Éste nos va a traicionar, les dije yo. Por la forma de hablar yo ya me di cuenta (eso yo aprendí del Mariscal López: él con mirarle a un tipo una sola vez ya sabía quién era). Pero los demás insistieron; encima, se comentaba que yo ya estaba viejo y entonces me estaba volviendo demasiado terco, tenía que ser un poco más amplio. Así que me dejé ganar. ¡Para qué! Ahora los correligionarios dicen que el caballerismo tenía razón; que no se puede así no más ceder con la oposición porque viene a ser peor. Ahora se dan cuenta que yo ya no estaba tan viejo, que no era yo el viejo vyro que estropeaba el partido después de 30 años de unicato (como decían entonces los mitaí culo sucio). Ahora ya es demasiado tarde. Porque Aceval lo primero que hizo fue ponerle para el Superior Tribunal al Benigno Ferreira, dice que porque era el único dotor con estudio en Buenos Aires, como si no era un legionario que traicionó a su Patria. Y en los ministerios nos metía liberales, ya no se podía luego más... Entonces vino el 9 de enero aquel. Pero Aceval tuvo la culpa. Porque el coronel Escurra, tan decente, era su Ministro de Guerra, y entonces le dice al Aceval que ya estaba terminando su mandato presidencial (era 1902) y entonces quería un poco designar su sucesor él, Escurra, que tenía experiencia en el gobierno. Escurra le pidió eso bien, respetuosamente. Pero Aceval se creía porque estudió en el extranjero, entonces le quitó del Ministerio a Escurra y también a Fulgencio R. Moreno (era su Hacienda). Los dos mozos se sintieron muy dolidos; vinieron enseguida a verme para hacer la reacción nacionalista (como dice el gordo). Le apresamos al Emilio Aceval y ese 9 de enero nos vamos al Congreso para arreglar la situación constitucionalmente. El Congreso siempre había sido legalista, piense en el cuatro de setiembre (Saguier) o en el nueve de Junio (González). Pero esta vez ya estaban malacostumbrados por los gobiernos liberales: cuando Facundito Insfrán les dice que por derecho divino Aceval ya no es Presidente, comienzan a tirarle tinteros y sillas. Nosotros que no nos corremos de nadie, contestamos el fuego, pero cuando oyeron los pistoletazos, la artillería, que teníamos prevenida, comenzó a cañonear el Congreso porque corrió la voz de que compadre y yo estábamos muertos y entonces para qué querían deputados ni nada; cuando comenzó el cañón desde la Plaza de Armas se calmó el Congreso a tiempo, porque o si no volaba el edificio, pero cuando terminó el guarará le veo a mi sobrino el Facundito, pobre santo, que tenía una bala en la cabeza... Entonces tuvimos que ponerle para presidente constitucional (después de Carvallo, que estuvo de provisorio) a Juan Escurra, pobrecito, que no era un genio. Yo pasé vergüenza cuando le visitaba ese Ministro argentino tan pituco y el pobre, para comenzar su conversación oficial: Nde, Güesalaga, ¡qué lindo tu zapato! Pero con todo era un mozo muy educado; no merecía la revolución del cuatro. Lo más triste es que la hicieron los colorados; los liberales solos no podían. Pero se juntaron los cívicos y radicales con los colorados egusquicistas y entre todos consiguieron armas propaganda, barco de guerra y todo. Se juntaron porque corrió la propaganda que el general Caballero quería ser el dueño del Partido, no le escuchaba a nadie, no quería permitir que nadie más que sus amigos agarren

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el zoquete. Eso dicen ahora. ¿por qué no me dijieron antes? ¿Por qué no me dijieron en la cara, como colorados? Pero no. Se callaron nomás. Cuándo llegó el momento, se juntaron con los liberales. El pacto fue que nos dividíamos el ejército, mitad y mitad, pero ahora el ejército es liberal (el pobre capitán Garay quedó en la calle). ¡Vamos a ver ahora cuándo volvemos al gobierno!... Pero dígame, Amarilla, ¿quién estropeó el Partido Colorado? * Yo le conocí a don Carlos allá por el 86, ya estaba por irme, era el año de elección. Él todavía no era Carlos Casado S. A., esa empresa grandiosa, dicen que la más grande. Era un señor español, militar como yo, que le naufragó su barco y se vino en Argentina, donde comenzó a mandar el trigo en Europa (creo que fue el primero). Después oyó de la liquidación de tierras en el Paraguay y se vino para hablar conmigo; quería conocerme personalmente porque su inversión iba a ser demasiado grande; tenía que saber con quién estaba tratando. Y parece que le caí bien; siempre le caía bien a los extranjeros (el representante inglés dijo una vez que yo no parecía luego paraguayo y es que soy... era rubio, ahora no se nota, alto y bastante fino). Por eso liquidó unos negocios en Santa Fe, se vino con todo. -Señores, el hombre es de confianza -les decía. -No se puede, general, la ley dice: máximo cien leguas por región. Y es que el Chaco dividimos en regiones para su venta, según su ubicación, y en cada región se podía comprar solamente un lote. O sea que en algunas apenas te dejaban uno de diez por diez leguas, cien en total, y en otras todavía menos: una legua de frente por diez de fondo, apenas diez cuadradas en total, eso no te alcanza para nada. O sea que en total lo máximo que le iban a permitir a don Casado que venía con la plata en el bolsillo eran doscientas veinte leguas, siendo que él quería comprar y nosotros vender pero más de doscientas veinte en las cuatro zonas no podía ser según decían. Dice que la ley para evitar el monopolio, ¿pero qué monopolio puede haber en el Chaco donde nomás hay indios? Entonces hecha la ley, hecha la trampa. Don Carlos se puso a hacer comprar la tierra por los Monte, Aceval, Pedro Gin umiva que después le revendían a él. Así tuvo que hacer hasta que al final el Congreso se dejó de macanear y levantaron esas limitaciones que no servían para nada, porque lo que precisábamos era justamente ocupar el Chaco, los bolivianos se estaban poniendo atrevidos (eso que quisimos arreglar bien con el Decoud-Quijarro y el otro), pero no teníamos un peso para ocupar el Chaco, la única forma venderle a un hombre de confianza como don Casado, que además tiene sus relaciones con la política argentina, así que si los cholos quieren quitarle sus 3.000 leguas, Buenos Aires no les ha de dejar.

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Ahora entiendo, Amarfila, por qué es que a Mariscal no le gustaba luego la Constitución; no te deja hacer nada. Cuando llegó don Carlos, llegó con plata; él ya quería invertir sobre la marcha. Pero el Congreso que sí, que no, que no se puede, que la ley... todas esas cosas que te hacen perder la oportunidad. Porque don Carlos vino luego con la plata en la mano; él ya quería ponerse a trabajar, hacer su ferrocarril hasta Santa Cruz (Bolivia). ¡Así mismo!... Él podía hacer ese ferrocarril. Pero para eso precisaba que arréglemos un poco nuestro asunto con Bolivia; por supuesto que no a de hacer en un terreno que no es de nadie y que después le pueden quitar. Por eso es que en el 87, cuando hicimos el Aceval-Tamayo con los cholos esos, mi compadre Escobar se fue en el Congreso para pedirles que aprueben el tratado; no tenía sentido pelear por un poco más, un poco menos de terreno que está de balde; lo importante es tener una frontera de una vez por toda para poder vender. El Chaco, así como está, no vale nada. Pero si usted pone ferrocarril, pone puerto, pone inmigrantes alemanes, entonces esa misma tierra vale mucho más. Eso lo que quería don Carlos, pero le salieron con el habeas corpus, uti possidetis, todas esas vueltas y el hombre vaciló. Incluso se molestó un poco, y con razón; no se le puede hacer perder el tiempo al hombre que trabaja... No le quiero decir que no está trabajando; claro que está trabajando, tiene una gran empresa. Pero eso mismo se podía haber hecho ya hace veinte años y todavía mejor, si es que los congresos eran más comprensivos. (Por eso yo suelo decirles a los amigos: Si soy Presidente otra vez, liquido el Congreso. No se puede, me dicen. Buenos, entonces vamos a tratar de hacer una constitución mejor. No es cuestión que nos déjemos vapulear por los civiles). ¿Cuál era más grande? Bueno, eso es muy difícil de decir. En tierra, Casado. Pero también tiene que ver que estaba en el Chaco, mientras que nosotros en la Región Oriental: nuestra tierra vale más (roto) no recuerdo muy bien, pero sé que ya había dejado yo mi Presidencia, así que fue después del 25 de noviembre del 86. Fue después que fundamos La Industrial Paraguaya S.A. No se olvide, Amarilla, fue la primera sociedad anónima del país... Claro, bajo la Presidencia de Patricio Escobar, 1887, pero la venta de las tierras públicas se hizo bajo mi gobierno, ponga porque ahora me quieren negar todos mis méritos. La venta de las tierras y la recuperación de Tacurupucú, ¿se acuerda? ¡Pero cómo no se acuerda, Amarilla, Tacurupucú fue la concesión que le hicimos a Patricio Escobar y compañía! (1880). Es fue la concesión para explotar los yerbales de Tacurupucú, con liberación de impuestos y todo; en esos momentos éramos íntimos amigos, así que Patricio nos metió como socios a don Cándido Bareiro y a mí, que al principio dudábamos un poco, pero después luego no nos arrepentimos ni un poco, porque entró don Uribe también en la compañía, puso $ 100.000... Le estoy hablando de pesos oro; pesos de papel tenía cualquiera, hasta el gobierno... Con eso vino a ser una sociedad de capital y trabajo, con el dinero de Uribe y el apoyo del gobierno, fuimos progresando bastante. Nos fue muy bien, digamos. Por eso cuando se pusieron en venta las tierras del Estado, quisimos continuar nuestro trabajo, pero ya con más plata, porque al país iban entrando capitales; había luego más movimiento comercial, había más de todo. La firma entonces se organizó a lo grande, sin tacañería. Incluso se regalaban acciones. A mí también quisieron regalarme, pero yo

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tenía mis ahorritos así que compré como todo el mundo; no es cierto lo que dicen por ahí que me regalaron no más. También trabajé en la firma, usted puede ver esa memoria donde don Pacífico de Vargas agradece mis servicios Y es que siempre he sido muy trabajador, Amarilla: como mi empleíto de Senador de la Nación me dejaba tiempo libre (nunca había quórum, yo aprovechaba para tener otro empleo. Porque el molino harinero... ¿Cómo? ¿No sabía que fui Senador de la Nación? Vamos, Amarilla esa es una falta de cultura. ¡Si fueron las elecciones más reñidas que hubieron! Pero ganamos igual. Yo me presenté como candidato por Villarrica (que no es mi valle), pero igual no más les gané a los guaireños, al Antonio Taboada con su claque. 1887. ¡Usted sabe cómo son los guaireños! No saben perder. Así que sobre el pucho nos hicieron el Centro Democrático, que también le dicen Partido Liberal. Antonio Taboada, José de la Cruz Ayala, Rómulo Decamilli, todos esos... ¿Adolfo Saguier? No, él no fue de los fundadores pero andaba cerca. Porque tiene que saber que hay Saguieres y Saguieres... El que se casó con mi hija la Melchora... Melchora por su abuelita, mi santa madre, doña Melchora Melgarejo de Caballero Añazco... Bueno, no es que nunca me equivoco, pero aquella vez elegí bien, un buen muchacho, mejor que mi Vicepresidente Juan A. Jara, una equivocación, el tipo trató de secuestrarme cuando me bañaba en El Chorro... Pero mi yerno muy decente... Sí, ellos tuvieron la concesión del molino harinero; daba gusto ver lo moderno que era, una de las muchas industrias que vinieron durante mi gobierno, como la fábrica de hielo de Pecci y la de pastas de don Marcos Quaranta... Yo en el negocio de la harina había estado un rato, junto con la señora Atanasia Escato viuda de Bareiro, pero después tuve que dedicarme más y más a la Presidencia, así que les dejé a los Saguier, pero esos eran los Saguier decentes, no los liberales... Pero hablando de industria, no se olvide de ponerme también ese francés que le dimos la exclusividad para el jabón de coco, y que en Buenos Aires le dieron un premio... Usted ya sabe cómo, eso yo no le tengo que decir. Pero ponga que la industria fue adelante porque se acabaron las revoluciones porque todo el mundo estaba contento con mi gobierno. La última, ¿se recuerda?, fue la expedición del Galileo en 79, que ganamos pero vino justo en un momento en que andábamos sin plata, nos costó un platal... Sí, el pobre don Cándido no tenía suerte en su gobierno; ni la concesión Bravo ni nada podían resolverle su problema, ni los brasileros que tiraban plata en tonterías quisieron darle una ayudita... No es culpa de él, es cierto, pero igual no más ponga que se acabó la anarquía con mi superior gobierno, que hicimos cantidad de cosas (faltan varias líneas) También algunas palabritas sobre La Industrial Paraguaya. Cierto que El Paraguay en marcha nos dejó bastante bien, pero nunca está de más insistir... Bueno, El Paraguay decía que estábamos los más capaces en el Directorio; tiene que ser así, porque en el primer ejercicio ya se repartieron beneficios a los accionistas por un 63%, pocas firmas hacen eso. La Matte Larangeira nos envidiaba, decía que la competencia desleal. Pero hablaban por hablar; ellos tampoco no eran ningunos muertos de hambre. Lo que pasa es que ellos comenzaron antes, eran los únicos; cuando aparecimos nosotros se llevaron un susto. Tendrán que aprender a competir, dijo don Pacífico de Vargas, y así no más fue. Nosotros les dejamos trabajar; ellos ahora tienen su capital de $ 40.000.000; 50.000 cabezas de

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ganado; ni ellos mismos saben lo que tienen. Incluso así se quejaban a cada rato, siempre presionando con su Ministro, se olvidan que sin nosotros, esa Matte no iba a conseguir peones, por lo menos para su parte del Brasil (tiene propiedad en Paraguay y Brasil), porque los brasileros son muy flojos, no quieren trabajar luego por la yerba, entonces nosotros le dejábamos a la Matte que enganche sus peones en el Paraguay, más free trade que nosotros no ha de haber. ¡Si no era por nosotros se fundían! Hasta Manuel Domínguez se dio cuenta, mire un poco lo que dice él: ¡Y cómo sufre dolores el paraguayo; soporta trabajos que matan al extranjero! El peón de ahora, medio anémico o anémico entero, algunas veces alcoholizado, como no le falte el locro, es de una increíble resistencia. Sólo el paraguayo puede con el pesado trabajo de los yerbales y del obraje. ¿Dónde recluta sus peones la compañía Matte Larangeira? En el Paraguay. Aquello revienta a cualquiera que no sea paraguayo. ¡Es increíble, Amarilla! Uno de estos días le voy a llevar en el yerbal para que vea. Usted no crea que es como recoger papa o tomate, de ninguna manera. La yerba es un arbolito, lo que se corta son las ramitas y las hojas; ese hay que ir a buscar por el monte, kilómetros y kilómetros, porque el árbol no crece en plantación sino en el monte, protegido por los árboles grandes. Y allá se va el mensú, tan laborioso, camina sus kilómetros, corta las ramitas, hace un fardo que trae de vuelta hasta el horno, porque la yerba hay que secar primero. Después vuelve al monte para cortar otro montón, así te trae 80/90 kilos al día. Ese es un trabajo de hombres, Amarilla, como decía don José Rodríguez: En los vastos dominios de La Industrial Paraguaya vive una verdadera población de peones con sus familias. No hay nada tan interesante como el estudio de la vida que hacen aquellos cuatro mil peones, más o menos, en las entrañas de los yerbales, a mucha distancia de las poblaciones más inmediatas. Ningún jornalero del mundo sería capaz de resistir aquella vida de trabajo, de privaciones y sacrificios a que está condenado el yerbatero: sólo el peón paraguayo resiste las rudezas de aquella labor casi sobrehumana. Mucho antes del amanecer, cuando el yerbal está todavía a oscuras, el yerbatero ya está de pie, con el machete en la mano, apurando su frugal desayuno para empezar en seguida la tarea de todos los días Duerme al pié de los árboles en que trabaja, ya tendido sobre una hamaca que sujeta de los extremos a dos ramas, ya tirado en el suelo sobre la hojarasca, y su sueño es siempre ligero porque el yerbatero sabe que en las entrañas de la selva te acechan cien peligros: él siente el casi imperceptible ruido que hacen sobre la hojarasca o sobre los troncos de los árboles las alimañas que pueblan el yerbal. A veces, cuando el cansancio de una labor más fuerte que de ordinario hace pesado su sueño, alguna víbora llega a picarle y entonces el peón, heroico en el trabajo y heroico en el sufrimiento, corta tranquilamente de su cuerpo la carne mordida por los dientes ponzoñosos del reptil. Viven por centenares en los yerbales, bajo las órdenes de unos cuantos capataces... La Industrial Paraguaya no sólo es un factor de riqueza sino que también lo es de cultura... Y hoy, como antes, la nómina de sus accionistas es también la nómina de los más fuertes hombres de negocios que con sus caudales y su inteligencia fomentan el desarrollo comercial de la República. Sí, ese es un mozo leído, don José Rodríguez, trabajó con don Eugenio Garay en Los Sucesos (el pobre capitán Garay sin cargo militar desde el cuatro, pero creo que va a llegar

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lejos). También muy amigo de su Maestro, don Juan, lo que no entiendo entonces es cómo luego le dio tanta importancia al Rafael Barrett, un gallego anarquisto que vino en Paraguay con una mano atrás y otra adelante; le recibieron bien, le dieron para su empleo; lo único que ganaron es que nos deje mal con los extranjeros. ¡Sandeces!, dijo don Carlos Casado cuando se enteró de que Barrett dijo de que en su propiedad fusilaban peones. ¡Sandeces! Y no le digo ya Lo que pasa en los yerbales (no sé muy bien cómo se llama el libro), ¡todo lo que no dice de La Industrial! Por eso Albino Jara (mozo atolondrado Albino) tuvo que empastelar la imprenta, le hizo comer al linotipista el artículo. En realidad, el que tenía que comer era Barrett, porque él escribió, pero en vez de comer como le ordenó Jara, le trató de ¡canalla! y él se dejó tratar así, siendo un oficial del ejército... Pero el daño ya está hecho. Todo el mundo lee Rafael Barrett. Hasta Morenito vino a verme un día a preguntarme si era cierto lo que decía el gallego comunista de nosotros. ¡Qué disparate! ¿Usted sabe cuánto gana un peón? ¡Cinco centavos al día! ¿Usted sabe cuánto gana La Industrial? ¡Hemos pasado el 60% al año! Calcule 60% sobre un capital de $ 30.000.000. ¿Qué le parece? Eso es más que las rentas del Estado. ¡Nosotros mantenemos al gobierno! Cuando el presidente Escurra la apresó al Patricio Alejandrino, mi compadre Escobar se fue en el Norte; si no le soltaban a su hijito, él iba a levantar la peonada de la firma: cuatro a seis mil personas que van a dar la vida por la empresa. Tuvo que aflojar Escurra... ¡la pucha!... teníamos más hombres que el ejército. Y me dijieron, incluso: más tierra que la Holanda. Eso ya no sé. Pero para Paraguay, al menos, somos una empresa respetable, solvente. ¿Le parece que nos vamos a ensuciar robándole unos centavos al pobre mensú, pobrecito, que trabaja con tanto patriotismo? Y mucho menos le vamos a matar, ¡con lo que cuesta conseguir peones!... No... Usted tiene que ver. Tiene que visitar el campo, escribir un artículo, para que se sepa la verdad. Son todos peones sanos, gordos, llenos de pengas y hasta elegantes. Ellos están muy contentos en el campo; el que se quiere ir, se va, tienen absoluta libertad. Lo único que no pueden irse con deudas: el que quitó anticipo tiene que trabajar primero hasta pagar el anticipo, eso se comprende, perfectamente legal. Porque algunos vivos, al comienzo, pedían sueldo adelantado y después se iban sin pagar, por eso fue que ya en tiempos de Cirilo Rivarola se quitó la ley de que nadie salga de las propiedades si primero no arregló su deuda con el patrón. Por fui mi perro cazó una mosca, como se dice; fue la única ley que le salió bien a Cirilo Rivarola, porque las otras no servían para nada, como esas que le obligaban al campesino a plantar el algodón y el tabaco, como en tiempos de Mariscal, pero el Mariscal tenía en esos tiempos 50.000 soldados y Rivarola ni 500, ¿con qué les iba a obligar? Incluso cuando mi Presidencia, estaban hablando siempre de obligarles a trabajar a los Vagos y Mal Entretenidos, incluso se trató, pero nos mataron un Jefe Político y los otros vinieron a decimos que mejor suspender, no tenían personal para forzarle a nadie y lo único que les iban a hacer era matarles a ellos. Así que por el momento suspendimos: lo único que hicimos fue enganchar los Vagos y Mal Entretenidos en las Gloriosas Fuerzas Armadas, porque los muchachos bien no querían ir, protestaban como José de la Cruz Ayala, que le consideran un mártir, como si servir a la Patria es un castigo. (Y al fin y al cabo le mandé

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en el Chaco para protegerle, porque algunos luego le querían matar a ese Ayala; para evitarle problemas y también a mí; un finado es siempre un hueso duro de explicar). ¡Pero Amarilla, cómo no le he de conocer al Banco Mercantil si yo también era! Es que Asunción es chica, siempre son las mismas personas, prácticamente, ya sea para ir a un baile o para hacer una fábrica de tallarín, y más o menos los mismos estábamos en La Industrial y en el Banco Mercantil... Bueno, gracias por hacerme acordar... Póngame que ese fue el primer Banco que funcionó de veras, los que vinieron antes se fundieron unos detrás del otro. ¿Sabe por qué? Porque la plaza es chica, no hay volumen para la operación bursátil que le llaman. Después creció, por eso fue que el Mercantil pudo ganar, pero también porque el Banco tenía también otros negocios, y entonces si le salía mal el préstamo, supongamos, ganaban en las vaquitas (tenía estancia). Y también nosotros le ayudábamos, la Industrial, colaboramos siempre porque la Unión hace la fuerza, hacíamos los negocios con ellos; ellos nos devolvían la gauchada cuando hacía falta. Y así fuimos saliendo para adelante: hoy el Banco tiene capital de $ 10.000.000. cuando comenzamos, apenas si $ 300.000. ¡Así se construye una Nación! * -Vamos a hacer como en Norteamérica -dijo Decoud- como un habitante por kilómetro cuadrado... Exactamente cuántos por kilómetro no sabíamos, y eso que hicimos la oficina de estadística (idea de Decoud) pero para el censo 1886 no supieron decirme exactamente si teníamos 239.000 ó 263.000... 239.000 decía el censo, pero parece que algunos no enviaron los datos de sus pueblos, y entonces a ojo le calcularon 10% más, o sea 260.000 y pico. También había los que decían menos, como La Nación (nuestro diario): ¿Para qué necesitamos partidos, dijo en el 87, si somos 199.000? Yo en esas cosas no soy muy entendido, pero allá por el 72 me contaron que veníamos a ser 170.000 (ese censo que hicieron los aliados pero nunca se vio). O sea que no estábamos progresando, incluso para atrás; yo me recuerdo siempre de antes de la guerra, que andábamos por los 500.000, nos sobraba gente para el ejército pero después ya no conseguíamos así no más... O sea que puede ser como decía Decoud: uno por kilómetro, más o menos ¡Aunque vaya a saber! Porque Decoud también decía, Cuestiones políticas y económicas, que teníamos 9.000 leguas (el país), ese se escribió cuando Juan B. Gill le quería dar el Chaco a la Argentina por el tratado de libre navegación y el crédito (pero Machaín le hizo a sus espaldas el Machaín-Irigoyen); si quería darle el gusto al presidente, no le ponía el Chaco... Bueno, si usted dice, 9.000 leguas vienen a ser 160.000 kilómetros (ese kilometraje me confunde); Bourgade calculaba así también nuestra Región Oriental: 9.000 leguas... Entonces Decoud calculaba sobre seguro; en esa época no se sabía a quién le iba a quedar el Chaco, si a ellos o a nosotros, pero tenemos siempre que tener cuidado, porque por lo visto no se puede arreglar el asunto como amigos, como el Decoud-Quijarro; los bolivianos son jodidos. (Insistieron que también querían puerto sobre el Pilcomayo, pitos y flautas, y

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entonces reforzamos Fuerte Olimpo y la Bahía Negra, que a lo mejor por las buenas les dábamos, siempre que ellos también nos dean algo, no hay que ser tan vivo). Bueno, le quiero decir entonces que algo nos tiene que tocar del Chaco, no nos pueden pues robar la Villa Hayes, hasta el Río Verde por lo menos, póngale 7.000 leguas, como Wisner calculaba. Él calculaba en total 16.000 leguas para todo el Paraguay, 261 solamente de propiedad particular. Eso cuando comenzaron a tratar de vender las tierras del Estado, en el 71; Wisner calculaba entonces $ 20.000 la legua de yerbal (por una cuestión de patriotismo se vendió después en $ 1.500)... Bueno, usted ya sabe que con dotor Francia y Mariscal casi toda la tierra luego era del Estado; con eso hacían sus Estancias de la Patria (para el ejército); también tenían bosques del Estado; yerbal del Estado, etcétera... Entonces era más fácil, pero el 2 de octubre conde d'Eu nos abolió la esclavitud (¡qué iba a decir ese, si en Brasil también tenían!)... Bueno, también estaba ese problema que se murió mucha gente, y las propiedades de los López se volvieron fiscales, y encima se perdieron los títulos de propiedad porque los Aliados saqueaban el Archivo y tampoco había el Registro de la Propiedad que se creó recién en el 1871. Pero con o sin Registro, Amarilla, el asunto es que el Estado tenía toda la tierra y ya no tenía personalidad como Mariscal López para poner Estancias del Estado que precisamos tanto. La tierra estaba inútil, nadie hacía nada. O sea que lo mejor venderla, para qué tener de balde. Y eso es lo que trataron de hacer desde los tiempos de Cirilo Rivarola, pero recién se pudo hacer con mi Superior Gobierno y... ¡Pero para qué le cuento todo esto ahora!... Le quería decir esa reforma agraria que le llaman, esa que también le dicen Homestead, como en Norteamérica. Esa es la que quería hacer Decoud. Decía que nos sobraba la tierra, que podíamos darle al campesino y vender el resto para equilibrar el presupuesto. Estimando nuestra población en 239. 000, me decía, tendríamos entonces unas 45. 000 familias de cinco personas cada una (promedio); suponiendo que el 80% se vea privada de la posesión de la tierra serían 40.000 familias que deberíamos asentar, dando a cada una 50 hectáreas, bastaría con 2.000.000 hectáreas. Cincuenta hectáreas, decía él. No le gustaba la ley que ya teníamos, que le daba una cuadra de tierra gratis a la familia campesina que nos pida; una ley de 1876, creo que, que le daba a nuestro campesino un lote de una cuadra, cien por cien varas... Deben ser 7.000 metros si usted lo dice; estas medidas extranjerizantes me molestan... Bueno, Decoud decía que teníamos que hacer como la Norteamérica, que les daban más hectáreas por familia, como sesenta, y eso viene a ser el Homestead que le contaba. ¡Pero no somos Norteamérica, dotor Decoud!. Nuestro paraguayito ya tenía bastante con su cuadra, que ni cultivaba entera. ¿Para qué? Si tenía demasiadas facilidades luego: además de su lote de cien por cien, tenía también su bosque comunal por ley, o sea que las municipalidades le dejaban cortar leña para su uso personal y también para algunas cositas más, tenía su pradera comunal donde metía hasta 10 animalitos sin pagar al Fisco; tenía los yerbales que administraban las municipalidades de campaña, que le daban licencia para explotar la yerba y ganar sus pesitos... Y también que no había propiedad, prácticamente; nuestro campesino entonces podía cazar en el bosque fiscal o bosque ajeno, eso no más que le gustaba hacer para su carne: para el resto tenía unos liños de mandioca en su capuera. No necesitaba más. ¿Para qué trabajar? Encima podía recoger las naranjas silvestres de los montes y vender

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clandestino, cuando nos descuidábamos también nos vendía madera clandestina y yerba clandestina, toda de monte fiscal pero no había forma de controlar y perdíamos plata... ¡Es que el paraguayo es sinvergüenzo! Cuando se murió Mariscal, se acabó el respeto. En tiempos de la guerra, por ejemplo, habían vacas del Estado en todas partes, nadie se animaba a tocar, aunque se mueran de hambre... Después no hubo caso. Para controlar un poco más, le dimos la explotación de yerba y de madera a las municipalidades. Esas entonces daban la licencia: digamos x arrobas de yerba... ¡Pero qué!... Por cada arroba que beneficiaban legal, beneficiaban diez de contrabando... ¡No. Amarilla, imposible controlar! Nuestra frontera es demasiado larga, las autoridades se dejaban sobornar, costaba más trabajo controlarles a las autoridades que dejarles hacer... Y mientras tanto nos perjudicábamos en la Asunción porque para comer importábamos hasta arroz y poroto, importábamos todo porque nuestra gente, en vez de producir, tocaba la guitarra. Y entonces precisábamos importar, pero con qué pagar si no exportábamos, si no había dinero. (roto) O sea que ese Homestead de Decoud era pura teoría, como todo lo que él hacía, como ese cuento de la municipalidad. Él quería darles autonomía a los municipios de campañas como se les dio un tiempo, incluso la administración de las tierras públicas; lo único que ganamos es que administren mal; allí volvimos a la centralización que según José Segundo no valía pero que al fin de cuentas era la única que andaba. Pero el siguió diciendo que tenía que ser descentralizado, como la Norteamérica; que teníamos que hacer el Homestead como la Norteamérica también. Incluso tiempo después; recuerdo cómo hablaban con Sarmiento (se hicieron muy amigos porque los dos pensaban que ellos dos no más eran los más inteligentes pero no valió de nada porque los militares les dieron la patada). Sarmiento siempre estaba en casa de Decoud; cuando no se peleaban, los dos meta y ponga con la ley agraria; no había forma de explicarles que Paraguay precisa ser ganadero antes que agrícola. (Sí, eso es justamente lo que decía La Reforma; pero el artículo no era de Decoud, como creyeron, sino de Juan González, que estaba muy contento con la venta de tierras, porque a partir de mi Superior Gobierno se vendieron esas tierras del Estado y comenzamos a tener para nuestro presupuesto; todo el mundo contento y hasta los liberales zoqueteros que les dábamos su banco en el Congreso para que se dejen de molestar, para que hagan la oposición decente, no como José de la Cruz Ayala y otros). Eso es lo que salvó al país; quiero decirle las leyes de la venta de las tierras fiscales: 1883 y 1885. Quiero decir que las dos le permitieron al estanciero tener su campo; o sea, si también quería poner allí yerbatal y obraje, adelante, sin problema. Al fin y al cabo, alcanzaba: nosotros, por ejemplo, La Industrial, teníamos como 2.800.000 hectáreas; allí pusimos vacas y aserradero también además de la yerba. Casado, Matte Larangeira también tenían producción diversificada, digamos. Eso les daba plata... Porque la agricultura no daba. La agricultura no da en nuestro país: lo único que funciona es el tabaco (para exportar, desde luego); el resto son porotos, maíz, mandioca, que el campesino planta para comer él y su familia. Más, no puede. ¿Cómo ha de poder si no hay camino, ni puente, ni ferrocarril? Esos yo le dije bien a la empresa privada que me hagan, le repetí varias veces en mi Mensaje Presidencial. Pero no hubo caso. Y hasta ahora la agricultura es un desastre, a no ser que vivas por San Lorenzo, Luque, que te queda cerca de Asunción y podés mandar para el mercado. Los que están más lejos ya no pueden. ¿Cuánto tarda la papa desde San Isidro hasta Asunción? Te sale más

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barato traer de Europa o de Argentina, como seguimos trayendo. Mientras no hay la infraestructura que le dicen, vamos a seguir así. Por eso E. de Bourgade la Dardye escribió ese libro tan criterioso, Le Paraguay, para ver si podía convencerles a los inversionistas europeos. Dardye decía, pero Decoud no le iba luego a admitir, que la inmigración de capitales era más importante que la inmigración de colonos, porque las Inversiones que se deben hacer para comenzar a trabajar son demasiado grandes (tienen que ser como Casado, por ejemplo, que se puede pagar su ferrocarril propio!. Decoud no le podía admitir eso porque la ley de la inmigración había hecho él (en realidad había copiado de la Argentina, pero igual no más se creía por eso). Ley de 1881, creo que, que tuvimos que liquidar en el 85/86. Teórica, como todo lo que hacía Decoud... Sí, le trataba muy bien al inmigrante, y eso estaba muy bien. Fíjese que le pagaba pasaje y equipaje gratis desde su país hasta la Asunción, y que en la Asunción (el puerto) le recibía un funcionario, muy amable, que le hablaba en su idioma (o sea francés, o sea inglés, lo que usted quiera); le llevaba en el Hotel del Inmigrante a él y su familia, todo pago, y allí podía quedarse cinco días gratis por si estaba cansado; cuando se reposaba bien, seguíamos viaje hasta su campito, todo pago; allí le estaba esperando un campito de dieciséis cuadras cuadradas, completamente gratis, se le regalaba, y si quería podía ocupar sin pagar por unos años tres lotes más de dieciséis cuadras; cuarenta y ocho cuadras, digamos... Salía un poco caro: al comienzo tenía que ser así; con la fama que tenía el Paraguay, nadie luego quería venir a él y nos faltaba gente. Por eso que les dábamos la tierra y encima otras pequeñas facilidades: les manteníamos por seis meses (la comida) y hasta podía ser un año entero cuando en los primeros meses les salía mal; les regalábamos $ 50. una lechera con su ternerito, yunta de bueyes, instrumentos de trabajo, semilla para el primer año... Si trabajaban bien, les regalábamos un lote más de 16 cuadras; también había premio para el que plantaba muchos árboles... Así vinieron muchos extranjeros trabajadores, pero en la práctica se podía mejorar un poco más. Mucho más. Porque enseguida salió a chillar José de la Cruz Ayala: ¿Qué significaba eso de que al campesino paraguayo le dean lotes de una cuadra y nada más pero al extranjero le dean dieciséis, además del pasaje, de la liberación de impuestos, de todos los privilegios que le daban mientras al pobre paraguayo le echaban de su tierra con trampas de abogado, probándole luego que su campo no era su campo? Yo les dije al Congreso: Vean arréglenme un poco ese. Nos está desprestigiando. Ellos tardaron tanto, que al final terminamos con la ley de inmigración. ¡En cinco años no tuvieron tiempo esos benditos congresos de aumentarle un poco el toco al paraguayo! ¡cómo si les costaba mucho darle un poco más de tierra para empatar con el gringo! Entonces se acabaron las diferencias para que nuestra gente no proteste (sobre todo nuestros Jueces de Paz y Jefes Políticos, que cuando veían que al gringo le dábamos tierra gratis nos reclamaban tierra, y si no les dábamos, terminaban haciendo una trampita para comer la tierra del vecino). Terminamos porque nosotros somos, como dice su amigo (roto) un movimiento Nacionalista y Popular; nos preocupa el bienestar de nuestro Pueblo. ¿Cómo le vamos a olvidar al pobre campesino, tan patriota, al agricultor-soldado como dice su Maestro? No. Nosotros no le olvidamos. Vamos levantándole pasito a paso, como decía Mariscal, el Pueblo todavía no está preparado para andar solo. Por eso también terminamos con la ley de inmigración; porque la mentalidad de un pueblo, la fisonomía moral, como decía La Reforma, no la vas a cambiar de golpe. Incluso se perjudicaban los propios inmigrantes; quiero decir cuando venían solos y no en colonia; en seguida se mezclaban

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demasiado, perdían todas sus costumbres como don Calvano, que cuando vino de Sicilia era un señor muy activo (por eso le pusimos de Jefe Político), pero que después terminó dándole todo el día a la riña de gallos y esas cosas de nuestra pobre gente que le falta el hábito del trabajo y comenzó a trabajar recién cuando vino el alambrado y entonces ya no podía andar más merodeando por el monte, recogiendo miel y naranjas como los Infieles. Por eso es que hicimos las colonias como San Bernardino y Villa Hayes. ¡Usted tiene que ir a San Bernardino, Amarilla, eso no parece Paraguay! Usted luego se siente en Suiza o Suecia (no sé cómo se dice), no es como los pueblitos de campaña. ¡Tenemos que hacer muchos San Bernardino! Yo les dije, por eso lo que nos alegramos tanto cuando vino Nietzsche... Bueno, no sé por qué le llamo así, Nietzsche era ella... El señor Foerster. Ese andaba con otro que se llamaba Quistorp y otro más para traer 20.000 alemanes en Paraguay. -20.000 inmigrantes -nos explicó Decoud- son un promedio de $ 1.000 por inmigrante... -20.000.000 -gritó Juan Alberto; por primera vez estuvo contento con Decoud. Vamos a comenzar una nueva era, dijo La Reforma. Parecía que sí. Pero al Foerster le mató de quebranto su mujer, la Isabel Nietzsche, se creía porque tenía plata y su hermano era profesor en la Alemania... Yo vi como le hacía ojito a don Cirilo Solalinde cuando el tipo estaba en tratativas para transferirles el campo para la colonia que se tenía que llamar la Nueva Germania... Lo enterraron en San Bernardino, pobrecito; por culpa de esa banda perdimos los $ 20.000.000... * Atienda bien, Amarilla, porque en esta parte tenemos que poner como el título: fundación del Partido Colorado. Todo el mundo sabe que yo fundé, junto con Decoud, pero le tengo que explicar también la filosofía política que le llaman. Nosotros somos un partido muy culto, cultísimo, así que no me puede dejar de lado la filosofía. El nacionalismo también, desde luego; los otros son los que le mataron al Mariscal, los legionarios que vendieron a la Patria. Todo esto le voy a ir contando en su debido tiempo, pero primero le termino con la venta de las tierras públicas, que se hizo para darle tierra al Pueblo (Yo no reservé nada, aparte del campito que compré hacia el Norte con Juan Crisóstomo Centurión. Pero ese fue para dar el ejemplo no más. Si yo, el Presidente, no compraba, iban a decir que nuestra tierra no valía nada). O sea que se hizo para hacer adelantar el país. Y desde luego, ahora parece demasiado fácil, pero en aquellos tiempos no; no sabíamos cuáles eran y cuáles no eran. Porque con la Guerra Grande se perdieron los títulos de la propiedad, y entonces se creó recién en el 71 ese Registro de la Propiedad (ya le conté) y el asunto era así: si usted tenía un campito en Ajos, supongamos, pero sin título, entonces se hacía dar en Ajos un título supletorio por la autoridad local, que después inscribía en el Registro de la Propiedad y después se hacía el juicio de mensura, deslinde y

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amojonamiento y después tenía que alambrar porque o sino la multa. Pero el paraguayo luego anda por su cabeza, qué le va a escuchar a la autoridad. Aparte de unos cuantos, nadie le obedecía a la Ley, cada cual seguía con su tierra porque pensaba luego que no hacía falta, que el título es papel sin importancia. Y también digamos que hasta que yo llegué a la Presidencia, la administración pública un desastre: el tipo que venía caminando de Ajos se encontraba con que el empleado no estaba, se pasaba días esperando en Asunción porque la oficina no se abría cuando no tenían ganas de trabajar. Y a veces se le abría, pero si no pagaba coima no inscribían el título supletorio en el Registro, o incluso hubo casos en que no querían inscribirle porque decían que no podían inscribirle si no tenía limites precisos el terreno, aunque no podía tener antes del juicio de mensura, pero tampoco valía la pena hacer esa mensura si antes no se tenía título... Problema de empleados públicos haraganes, que siempre tratan de encontrar pretexto para no trabajar... Y entonces ocurre que en el 83 tenemos un déficit fenómeno y la única manera de salir adelante es vender la tierra, pero la tierra no se puede vender porque no sabemos luego cuál es la nuestra, así que tuvimos que ir despacio, vender hasta un importe de $ 150.000. Vender la tierra que casi estábamos seguros que era del Estado. Aunque no estábamos tanto, enseguida comenzaron las reclamaciones: que el campo ese que se vendió como fiscal era de don Fulano... -¿Y por qué no inscribió en el Registro, don Zutano? -Es que no tenía tiempo, mi general... ¡A mí no más venían a quejarse!... ¡Cómo si no hay Juez de Paz, no hay Registro, como si el Presidente tiene que resolver todos los problemas! ¡Pero qué le va a hacer si nuestra gente es así! Tuve que dictar una ley dando una prórroga de seis meses para que el que tiene que inscribir, inscriba: después de eso, nácore... Pero allí me viene la asociación ganadera. -El precio es demasiado alto, general. -¡Pero si rebajamos el que decía Wisner! Apenas $ 1.500... -Todavía es demasiado alto. Claro, todavía es demasiado alto. $ 1.500 para la Argentina no es nada; para el Paraguay, era plata. Y entonces se iban a venir los extranjeros, nos iban a comprar todos los campos, sobre todo los mejores, porque estábamos vendiendo los que quedaban cerca de las poblaciones, del ferrocarril y los ríos, o sea la comunicación... ¡Cosas de Decoud!... Ese tipo quería fundir a los empresarios nacionales. ¿Cómo no calculó mejor? Había tantos que querían ser ganaderos (ya habían organizado su asociación y todo) y ahora les íbamos a dejar sin campos, porque el precio era demasiado alto. Y conste que cuando Decoud me dijo vender en subasta pública, al mejor postor, yo le dije que no; malicié que había algo

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raro... ¡Imagínese que venga un curepí y porque tiene plata no más se queda con toda esa tierra! ¡Eso ya viene a ser el imperialismo, la plutocracia, como dice O'Leary!... Menos mal que la ley tenía su procedimiento para proteger nuestra soberanía nacional que le dicen: no se podía comprar directamente. No. Había que hacer una solicitud en forma; presentarla a las autoridades; esa se podía rechazar o no... Desde luego, Amarilla, que rechazábamos cuando tenía que ser; PARAGUAY FIRTS. ¡El susto que nos dio, cuñado!, me dijo Juan Alberto. Él le había estado echando el ojo a un campito y pensó que iba a caer en las manos de esos que le mataron al Mariscal López. Entonces defendimos nuestra soberanía: extranjeros, en efectivo; correligionarios, a crédito. En total vendimos tierras por valor de unos $ 30.000. Eso venía a ser un poco menos del total de $ 150.000 previstos, pero nos alcanzó para comprar unos chassepot usados pero en buen estado. Seguimos un poquito apretados con el presupuesto nacional, digamos, pero ganamos experiencia. Por eso la ley del 85 nos salió mejor. Bajamos los precios para que todo el mundo pueda comprar (el sueño del hogar propio), sobre todo en el Chaco donde se vendía por $ 130 (promedio) la legua... No, no se vendía de a legua en el Chaco, tu lotecito tenía que tener, por lo menos, una legua de frente por diez de fondo, diez leguas cuadradas... Tampoco se vendía por subasta a no ser cuando había dos que pedían al mismo tiempo el mismo campo; pero también allí les protegíamos a los nacionales porque pasaba todo por el Ministerio del Interior, y allí si pedía primero un gringo no le hacían caso (al paraguayo sí), y además yo revisaba las solicitudes una por una, e incluso cuando un compatriota quería comprar pero todavía no tenía plata podía reservar la tierra a su nombre (hasta que consiga el crédito del Banco). Claro, cuando venía un caballero como don Carlos Casado le atendíamos bien; al fin y al cabo, hay extranjeros y extranjeros, algunos muy decentes (¿qué sería yo sin Río Branco?). Y le voy a decir algo en confianza: los bolivianos se jodieron; ya no nos pueden quitar el Chaco porque es de Casado. (Es una forma de hacerle guardar, como el Mariscal a la Madama). El Chaco ya ha sido colonizado, como el resto del país: nadie se va a animar ahora a quitarnos el país, porque entonces van a tener que verse con gentes muy influyentes, como el señor Rothschild. Para proteger nuestra independencia. Eso nunca van a aceptar los liberales, que reciben dinero del extranjero y le pagaron al Reclus para que diga en su Geografía Universal: Los especuladores argentinos, ingleses y norteamericanos se echaron sobre la presa, sin respetar siquiera las pequeñas porciones donde las familias guaraníes cultivaban el suelo de generación en generación, sin que hubieran tenido jamás necesidad de hacer constar sus títulos de propiedad; se formaron sindicatos de compradores, que adquirieron las tierras por decenas y centenas de miles de hectáreas afín de revenderlas por el duplo de su valor, un solo concesionario acaparó varios miles de kilómetros cuadrados. En pocos años vastos desiertos fueron adjudicados a propietarios ausentes, y en adelante, ningún campesino

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paraguayo podrá cavar el suelo de la patria sin pagar renta a los banqueros de Nueva York, Londres o Amsterdam. Principales términos dialectales y guaraníes utilizados Argel: antipático, enfadoso. Argelarse: enfadarse. Cambá: negro (apodo de los brasileros). Cepillar: adular. Coiguá: rústico. Cué: (sufijo) ex. Cuera: sufijo para indicar plural. Curepí: apodo de los argentinos. Chavolai: agente de polecía. Guaunte: supuestamente. Jeí chupé: dicen que (peyorativo). Maera: cosa, asunto. Mbore: epíteto, exclamación injuriosa. Mitaí: niño. Nanbré: interjección despectiva. Ñande yara: Dios. Ocara: campesino Pacová piré: cáscara de banana. Paí: padre (sacerdote). Picó: interjección. Picharse: enfadarse. Pyragüé: delator, polecía secreta. Quelembú: deficiente, risible. Santoró: antipático. Tavy, tavyrón: tonto. Tuyá: viejo (peyorativo). Umiva: (sufijo) aquellos. Vaí: feo, malo. Vyro: tonto. Vyro reí: tontería, nimiedad. Yaguá: perro. Yaguaí: chismoso, delator.

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