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20/4/2021 El pliegue interno: Extrañas en un tren, por Graciela Batticuore – Escritores del Mundo https://escritoresdelmundo.art.blog/2020/11/09/el-pliegue-interno-extranas-en-un-tren-por-graciela-batticuore/ 1/10 El pliegue interno: Extrañas en un tren, por Graciela Batticuore Escritores del Mundo / 9 noviembre, 2020 / Sin categoría

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El pliegue interno: Extrañas en un tren, porGraciela Batticuore

Escritores del Mundo / 9 noviembre, 2020 / Sin categoría

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La intimidad del deseo y la escritura, la lectura y un exterior que libera e interpela en los mundos de Duras, Beauvoir,Storni, Ernnaux mientras Graciela Batticuore (autora de Lectoras del siglo XIX. Imaginarios y prácticas en laArgentina, 2017, y los poemas de Sol de enero,2015 y La noche, 2016) re�lexiona junto a ellas sobre la felicidad y lalibertad.

18 de setiembre. Viernes a la tarde, anochece, estoy sola en casa. El tiempo no alcanza ni siquiera en el espaciocerrado de la cuarentena, en estos días se multiplican las clases por zoom mientras trabajo en la Historiafeminista y escribo un artículo postergado hace tiempo sobre Manuel Belgrano. Voy de una cosa a la otra, de unaépoca en otra hasta mi propio ahora, me entusiasmo, me apasiono con el siglo XIX y con el XX. Simone pareceque me mira con sus ojos impávidos debajo del turbante, me espera en la mesita de luz, en el peldaño de laescalera donde dejé apoyado el segundo tomo de la autobiografía, en la mesada de la cocina, en todos loslugares donde quedaron desparramados los libros suyos que me fueron llegando por correo en estos últimosmeses. En medio de los trabajos, la pandemia prolongada y la incertidumbre sigo leyéndola. Mientras subo laescalera busco esas páginas que dejé subrayadas en La plenitud de la vida, las encuentro, las leo: 

“Me senté en una de mis sillas color naranja, respiré el olor a estufa de querosén, contemplé con una miradaperpleja el papel virgen: no sabía qué contar. Hacer una obra es en todo caso hacer ver el mundo; a mí, supresencia bruta me aplastaba y no veía nada: no tenía qué mostrar”.  

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Simone quiere escribir una novela. Hace mucho lo planea pero ahora Sartre lo espera también, confía en ellacomo autora y le insiste para que trabaje. Simone no quiere decepcionarlo, por eso lo intenta cada tarde pero lohace con desgano, sin convicción, imitando modelos literarios, comprobando que no ha vivido todavía lobastante para contar una historia que valga la pena de verdad. El resultado es fatal: “no tiene qué mostrar”. 

Hace poco que vive sola en París, alquila una pequeña habitación que le ofrece independencia en casa de suabuela. Sartre también vive con los abuelos en Luxemburgo. Se encuentran por las mañanas, leen, conversan,escriben, pasean, proyectan su destino para dentro de unos meses. Ella siente que alcanzó con él la “felicidad”,pero teme perderla muy pronto (Sartre planea un viaje a Japón que no se realizará pero todavía no lo saben);también desconfía ella de esa felicidad al comprobar que ahora no quiere tanto escribir sino viajar, vivir, andar,y sobre todo quiere amar. No sólo a Sartre sino a otros hombres, lo sabe por las noches, en esos viajes que hacesin moverse de la cama o incluso en las visiones diurnas, como una donde un vagabundo se aparece detrás suyoentre el follaje, en un paraje solitario de Sainte-Radegonde. Simone lo ve acercarse y sale corriendo, huye nosólo de él sino de su propio deseo, que es intenso aunque sea vergonzoso. Después se detiene a pensar, quiereentender de qué se trata lo que siente, y con los años el recuerdo de esos días todavía regresa en la escritura:  

“Mi cuerpo tenía sus caprichos y yo era incapaz de contenerlos; su violencia sumergía todas mis defensas.Descubrí que el ansia, cuando ataca a la carne, no es simplemente una nostalgia, sino un dolor; desde la raíz demi pelo a la planta de mis pies, tejía sobre mi piel una túnica envenenada. Yo aborrecía sufrir; aborrecía micomplicidad con ese sufrimiento que nacía de mi sangre y hasta llegué a aborrecer el susurro de mi sangre enmis venas. En el subterráneo, por la mañana, todavía embotada por la noche, miraba a la gente y mepreguntaba: “¿Conocen esta tortura? ¿Cómo es posible que ningún libro me haya descripto nunca su crueldad”Poco a poco la túnica se deshacía; encontraba contra mis párpados la frescura del aire. Pero de noche laobsesión se despertaba, millares de hormigas corrían por mi boca; en los espejos yo estallaba de salud y un malsecreto pudría mis huesos. Un mal vergonzoso. Yo había sacudido mi educación puritana justo lo bastante parapoder gozar de mi cuerpo sin trabajo, pero no lo bastante para admitir que me incomodara; hambriento,mendigo, quejumbroso, me repugnaba. Estaba obligada a admitir una verdad que desde mi adolescenciatrataba de encubrir: mis apetitos desbordaban mi voluntad. En las �ebres, los gestos, los actos que me ligabana un hombre elegido reconocía los movimientos de mi corazón y mi libertad; pero mis languideces solitariassolicitaban a cualquier otro; de noche, en el tren Tours-París, una mano anónima podía despertar a lo largo demi pierna una turbación que me enloquecía de despecho. Callaba esas vergüenzas; ahora que me sentíaarrastrada a decirlo todo, ese mutismo me parecía una piedra de toque; si no me atrevía a confesarlas, esporque eran inconfesables. Por el silencio a que me condenaba, mi cuerpo, en vez de un guion, era un obstáculoy le guardaba un ardiente rencor”. 

Hay vergüenza en el deseo, hay violencia. Y en la pasión hay dolor, represión, todavía, hay sacri�cio, silencio.¿Pueden marchar juntas la felicidad y la libertad?, esa pregunta la carcome hace tiempo.  Si Sartre representapara ella el amor, pero el ardor reclama mundo, gente, exploraciones por “los bajos fondos” de París o delcuerpo, ¿cómo elegir entre una cosa y la otra? ¿Y cómo elegir si la moral todavía se interpone? “Yo no podíaseparar lo espiritual de la carne”, anota la memorialista interpretando a la muchacha que fue, varias décadasatrás, mientras aclara a los lectores que en esa época no era todavía una militante feminista. No teníaconciencia de los derechos y los deberes de las mujeres. Más aun, dice que no se veía a sí misma como unamujer (sic).  

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Si el primer tomo de la autobiografía de Simone de Beauvoir está dedicado a mostrar la emergencia de un “yo”profundamente vitalista, que se pone de mani�esto enteramente en la infancia y en la primera juventud, en laspáginas de La plenitud de la vida la autora afronta por completo la conciencia del cuerpo y la sexualidad, que sonen sí mismos una aventura llena de peripecias, de riesgos, de aprendizajes íntimos. Por eso la autobiografía sepresenta en este caso como una suerte de Bildungsroman femenino y moderno, que es el desafío más grandepara una mujer decidida a convertirse en novelista. Una mujer que tampoco puede (o no quiere) separar laentrada en la escritura de la asunción de la sexualidad. 

Simone publica este libro en 1960 (dos años después del primer volumen, Memorias de una joven formal), en esemomento tiene cincuenta y dos años. Ya es la célebre autora de El segundo sexo (1949), donde, de entrada,introduce una pregunta que se habían hecho antes muchos �lósofos pero cuya respuesta, esta vez, logró dar ungiro a la historia: “¿qué es una mujer?”. Y Beauvoir contesta: “una mujer no nace, se hace” (lo que equivale adecir que el género no está asociado a la naturaleza sino a la cultura). Para entonces, la escritora ya habíapublicado La invitada (1943), había fundado con Sartre Les Temps Modernes (1945-2018). Ya había recibido elpremio Goncourt por Los Mandarines (1954), donde relata en clave �ccional la historia de amor que vivió en losEstados Unidos con Nelson Algren. Quiero decir que había realizado eso que necesitaba concretar antes deescribir una novela: Simone se había atrevido a vivir y por eso escribía, entre otras cosas, sobre los amores deSartre con Camille, sobre la relación de los dos con Olga Kosakiewicz y Maurice Merleau-Ponty, sobre su propiahistoria con Bianca Bienenfeld, con Claude Lanzmann, de quien se enamoró profundamente. Toda la obra deSimone de Beauvoir pone en el centro del relato la conciencia de una vida decidida a explorar el mundo a travésdel propio cuerpo y de la propia sexualidad. Simone se arriesga, se aventura, se autoimpone el desafío de traspasarla moral de su clase y de su educación. A veces lo logra en la escritura, como en la vida, otras veces no tanto. 

  *

Me levanto y voy a la biblioteca a buscar un libro de Marguerite Duras, La vida material. Abro, doy vueltas laspáginas hasta llegar a lo que busco: “El tren de Burdeos”. Marguerite tenía entonces dieciséis años y un aspectode niña todavía. Fue un día en que volvían de Saigón, en la misma época del amante chino, así que ya estabainiciada en el profundo misterio de la sexualidad. Leo, releo, veo el cielo enrojeciendo detrás de la ventana, mequedo pensando. Me impresiona un poco la coincidencia de las fechas: Duras ubica su relato en 1930, el mismoaño en que Simone de Beauvoir experimenta esa �ebre juvenil que muchos años después le hace recordaraquella mano anónima en el tren de Tours a París (¿estuvo junto a un hombre en ese tren?, ¿y esa mano latocó?).  La vida material se publicó en 1993. Pienso que Simone no pudo haber leído ese relato antes de escribir elsuyo, aunque obviamente conocía a Marguerite Duras, que esa noche no viajaba sola a Burdeos sino que ibaacompañada de su madre y de sus hermanos. Claro que eso no le impidió iniciar la charla con un desconocido,extenderse en un aparte amable y distendido que continuó, incluso, cuando todos los pasajeros se fueronquedando dormidos a su alrededor:

“De repente, no pudimos hablarnos más. No pudimos, tampoco, mirarnos más, nos quedamos sin fuerzas,fulminados. Soy yo la que dije que debíamos dormir para no estar demasiado cansados a la mañana siguiente,al llegar a París. Él estaba junto a la puerta, apagó la luz. Entre él y yo había un asiento vacío. Me estiré sobre labanqueta, doblé las piernas y cerré los ojos. Oí que abrían la puerta, salió y volvió con una manta de tren queextendió encima de mí. Abrí los ojos para sonreírle y darle las gracias. Él dijo: “Por la noche, en los trenes,apagan la calefacción y de madrugada hace frío”. Me quedé dormida. Me desperté por su mano dulce y cálidasobre mis piernas, las estiraba muy lentamente y trataba de subir hacia mi cuerpo. Abrí los ojos apenas. Vi que

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miraba a la gente del vagón, que la vigilaba, que tenía miedo. En un movimiento muy lento, avancé mi cuerpohacia él. Puse mis pies contra él. Se los di. Él los cogió. Con los ojos cerrados seguía todos sus movimientos. Alprincipio eran lentos, luego empezaron a ser cada vez más retardados, contenidos hasta el �nal, el abandono algoce, tan difícil de soportar como si hubiera gritado. 

Hubo un largomomento en que noocurrió nada, salvo elruido del tren. Sepuso a ir más deprisay el ruido se hizoensordecedor. Luego,de nuevo, resultósoportable. Su manollegó sobre mí. Erasalvaje, estabatodavía caliente, teníamiedo. La guardé enla mía. Luego la solté,y la dejé hacer.  

El ruido del trenvolvió. La mano seretiró, se quedó lejosde mí durante unlargo rato, ya no meacuerdo, debí caerdormida. 

Volvió. 

Acaricia el cuerpoentero y luegoacaricia los senos, elvientre, las caderas,

en una especie de humor, de dulzura a veces exasperada por el deseo que vuelve. Se detiene a saltos. Está sobreel sexo, temblorosa, dispuesta a morder, ardiente de nuevo. Y luego se va. Razona, siente la cabeza, se poneamable para decir adiós a la niña. Alrededor de la mano, el ruido del tren. Alrededor del tren, la noche. Elsilencio de los pasillos en el ruido del tren. Las paradas que despiertan. Bajó durante la noche. En París, cuandoabrí los ojos, su asiento estaba vacío”. 

A veces la realidad es honda como un sueño. Se diría que Marguerite lleva al extremo el relato que Simone dejainconcluso en su autobiografía. Marguerite, que contó más de una vez la historia de la niña des�lorada por elamante de la China del Norte. Marguerite, que no tiene inconveniente en narrar en primera persona lo queavergüenza. Su literatura está siempre en el límite de la autobiografía o la auto�cción, incluso en un libro comoeste, que reúne crónicas y ensayos. Así que no sabemos si las escenas que re�eren esa noche en el tren de

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Burdeos tuvieron lugar en la vida real o solamente en su fantasía literaria, pero tampoco importa, lo que síinteresa es que esta narradora lleva el relato más lejos que Simone, digamos que lo saca del terreno de laambigüedad, donde quedó temblando en el aire la mano anónima de otro desconocido, que no sabemos sillegó a tocar la piel de la joven Simone o todo fue producto de su imaginación erótica. En cambio, Margueritematerializa el encuentro en la escritura, compone un relato corto e intenso, cargado de un cierto misterio muypropicio a su narrativa. Cuando habla de dolor, de amor, de sexualidad o también de escritura, Duras buscasiempre la metáfora nocturna. Ella también juega esa carta. Y el cuerpo siempre es objeto de una ciertaviolencia que ejercen sobre él las pasiones y el deseo.

  *

Leo a Simone y me acuerdo de Marguerite Duras, escribo sobre ellas. Ahora doy un salto en la geografía pero noen el tiempo. Y se me viene a la mente un poema de Alfonsina Storni publicado en 1925, o sea poco antes de laépoca en que las dos francesas vivían sus historias sobre andenes al otro lado del océano. En el poema deAlfonsina otra muchacha se traslada en un tren a las afueras de la ciudad, va sentada leyendo el periódico. Yocasi puedo verla como si fuera una de esas mujeres de los cuadros de Hopper que están solas en los bares o enlos hoteles, siempre delgadas, un poco ascéticas, con un pequeño gorro que le ciñe a una de ellas la cabezahasta llegar a la nuca, medio parecido al de Alfonsina en una fotografía de la época (Alfonsina que también fueoperaria en una fábrica de gorras). El poema al que me re�ero es breve, cuatro estrofas cadenciosas que se vancargando de erotismo a medida que llegamos al �nal. En los primeros versos, la muchacha aparece leyendo undiario que se le cae abruptamente de las manos. Algo la hizo zozobrar, es la voz de un hombre que habla conotro a sus espaldas la que la subyuga: “sonabas cálida y segura / como de alguno que domina / del hombreobscuro el alma obscura, / la clara carne femenina”, dice el poema. La viajera no se gira para mirar, pre�ere quela voz siga siendo para ella una “música sin nombre”. Pre�ere soñar “el rostro anónimo”, desear a sudesconocido hasta el �nal: “¡Oh simpatía de la vida! / Oh comunión que me ha valido, / por el encanto de unsonido / ser, sin quererlo, poseída!”

Así termina el poema, inocente o fatal. En 1925, cuando Alfonsina lo publicó en Ocre, ya era una poetareconocida en su ambiente, también era madre soltera desde 1912 (su hijo Alejandro tendría trece años cuandolo compuso). Alfonsina era ya declaradamente feminista, de hecho había escrito muchas crónicas sobre eltema en la revista La Nota y también en La Nación, entre 1920 y 1921. No solo eso, sino que a los diecinueve añoshabía sido vicepresidenta del Comité Feminista de Santa Fe (colaboró regularmente en las revistas MundoRosarino y Monos y Monadas). Alfonsina Storni era combativa y frontal, también era osada, tenía conciencia de ladesigualdad de género, de los derechos que debían conquistar las mujeres, aunque no había leído a VirginiaWoolf, ni a Simone de Beauvoir, ni siquiera a Victoria Ocampo (ellas no habían escrito todavía sus obras másimportantes). Sin embargo, Alfonsina palpó enseguida las consecuencias de ser una mujer transgresora,confrontó las miradas sociales en la calle, la “vergüenza” de una maternidad fuera de protocolos, de un cuerpoque había sucumbido al deseo, de una escritura que se atrevía, también, a nombrar todas esas cosas. Así quellegó, por adelantado, a conclusiones similares a las de Virginia Woolf, Simone de Beauvoir y Marguerite Duras,sobre la experiencia, la vida y la escritura. En una nota que escribió por esos años en La Nación, intentóexplicarse y explicar por qué no abundaban en la historia de la literatura las grandes novelistas: 

“la mujer novelista produce obras incoloras, falsas, de un romanticismo estrecho y pobre. Y es que unacomprensión profunda, supone, también, una vida profunda. Lo que se lee, lo que se observa no basta: nada seentiende como lo que pasa a través del propio sentimiento, pero soltar el sentimiento, entregarlo a todos los

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impulsos, subir y bajar con la vida, avanzar y recular con ella, ascender hasta lo sublime y caer en la infamia, esromper con los moldes morales que embellecen a la mujer. (…) Luego, una vida extraordinaria destruye en lamujer lo que la hace más preciada: su feminidad. Qué enorme fuerza, en bene�cio de su pasión, necesitará lamujer escritora para destruir en ellas su feminidad, que es, justamente, su inevitable adorno para el amor”.  

La crónica en cuestión se titula “La mujer novelista”. Fue publicada en La Nación, en marzo de 1921. Pienso queno debe ser casual que varias mujeres escritoras, en lugares tan diferentes del mundo, coincidieran en lanecesidad de ganar experiencia para escribir novelas, pero también en los riesgos o las consecuencias que podíaacarrear para una mujer tal profesión. Simone lo entendió muy joven y lo dejó asentado después en suautobiografía, en términos de un dilema entre “libertad” y “felicidad”. Por su parte, Alfonsina apuntó a la“feminidad” como un destino fatal que se opone a la aventura, a la libertad, a eso mismo que necesita unanovelista para formarse y realizarse. 

*

A comienzos y mediados del siglo XX, cuando todavía la moral religiosa y patriarcal tenía un peso muy grandeaquí y allá, ni las feministas más radicales se salvaron completamente de esos dilemas. Escribir sobre el cuerpo,sobre el deseo, sobre la sexualidad, implicó entonces –y siempre- para las mujeres, asumir una cierta violencia.Me pregunto si el problema está completamente superado. Si escribir no implica todavía un desafío y un riesgoque afecta a las mujeres de un modo diferencial. Y en este punto vuelvo a la literatura francesacontemporánea, más concretamente a una escritora que fue publicada en Argentina este mes. Se trata deAnnie Ernaux, a quien llegué a leer también en estos últimos meses de lecturas intensas, en este caso porrecomendación de una amiga y maestra, Cristina Iglesia, que me habló de ella con entusiasmo. Cristina es unagran lectora, así que después de conversar con ella, enseguida busqué algunos libros digitales y leí los primerostítulos que pude conseguir en e book: primero El lugar, a continuación La vergüenza y después El acontecimiento,que acabo de comprar también en papel hace un par de días en Corneja, la librería de mi barrio. Espero escribirmás largo sobre Annie en otro momento, por ahora alcanza con decir que toda su literatura es completamenteautobiográ�ca (¿o fotográ�ca?), su escritura es diáfana, concisa, va directo al punto más crudo, logrando que larealidad de los personajes también nos sacuda. Su escritura tiene belleza y violencia, tiene fuerza, arraigo en loque toca.

El acontecimiento narra lahistoria personal de unaborto realizado por laautora cuando era muyjoven, a escondidas de lafamilia, de maneraclandestina, cuando, porsupuesto, no tenía unmarido ni uncompañero a su lado. Esla misma historia detantas mujeres en Paríso en Buenos Aires o encualquier parte del

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mundo, donde no existeo no existía legislaciónpara decidir sobre elderecho a la maternidado a la interrupciónvoluntaria del embarazo(la despenalización delaborto en Francia datade 1975, cuando fuepromulgada la Ley Veil;los sucesos narrados enel libro se ubican casidiez años antes, a juzgarpor la edad de laprotagonista). Annie locuenta todo hasta el�nal con precisión, conun compás narrativoque que parecetransportarla ytransportarnos con ellaen el tiempo. El relato escrudo o es franco o esterrible como larealidad. 

Pero no es la historia deese aborto en sí mismolo que más me conmovió, sino la punzante re�lexión sobre la necesidad de escribir para dar sentido alacontecimiento. De eso habla el personaje, la propia escritora: “cuando leo en una novela el relato de un aborto,me embarga una emoción sin imágenes ni pensamientos, como si las palabras se transformaraninstantáneamente en una sensación violenta”. Es la necesidad de pasar por el cuerpo, otra vez, esas imágenes yesos hechos vividos, de transmutarlos en palabras que también son parte de la experiencia: “pero también medecía a mí misma que quizás un día me muriera sin haber escrito nada sobre esa vivencia. Para mí, eso sí quehabría sido algo imperdonable, no lo otro. Una noche soñé que tenía en las manos un libro que había escritosobre mi aborto, pero era un libro que no se podía encontrar en ninguna librería y que no aparecía mencionadoen ningún catálogo”. 

Tardó muchos años Annie Ernaux en llegar a contar lo que se cuenta en este libro, como sucede con lasexperiencias más intensas de la vida, esas que están destinadas a poner al desnudo los vínculos entre unacontecimiento, la existencia y el sentido de la escritura. Será por eso que hay belleza y hay violencia en suliteratura, porque el orden de lo vivido y de lo escrito se buscan y se encuentran en un corte radical e íntimopero a la vez colectivo. La primera edición francesa de la obra fue publicada en el año 2000 por Gallimard (alaño siguiente se tradujo en España), pasaron veinte años y la consistencia del relato nos interpela en el

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presente de una manera oportuna. También nos recuerda que un lazo profundo une a las escritoras y a lasmujeres de todas las épocas y las geografías. La escritura, como la vida misma, es el puente. 

Graciela Batticuore

Buenos Aires, EdM, octubre 2020

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