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GOETHE MERKUR GOETHE MERKUR es una coproducción del INSTITUTO GOETHE INTER NATIONES y de la revista MERKUR y se publica una o dos veces al año en idioma inglés, francés, español, ruso y alemán. Traducción al español José Aníbal Campos Si está interesado en nuestra próxima edición, solicítela por favor a través de la siguiente dirección electrónica: [email protected] Editor GOETHE-INSTITUT INTER NATIONES e.V. Redacción Berthold Franke, Kurt Scheel E-Mail: [email protected] Diagramación Sven Quass, Munich Imprenta Bonner Universitätsdruckerei 2003 Printed in the Federal Republic of Germany MERKUR Revista alemana de pensamiento europeo Edición a cargo de Karl Heinz Bohrer y Kurt Scheel Mommsenstr. 27 · D-10629 Berlín Teléfono: ++ 49-30-32709414 E-Mail: [email protected] Website: http://www.online-merkur.de GOETHE-INSTITUT INTER NATIONES Kennedyallee 91–103 · D-53175 Bonn Teléfono: ++ 49-228-880-0 E-Mail: [email protected] Website: http://www.goethe.de GOETHE MERKUR

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GOETHE MERKUR

GOETHE MERKUR es una coproducción delINSTITUTO GOETHE INTER NATIONES y dela revista MERKUR y se publica una o dosveces al año en idioma inglés, francés, español, ruso y alemán.

Traducción al españolJosé Aníbal Campos

Si está interesado en nuestra próxima edición,solicítela por favor a través de la siguientedirección electrónica: [email protected]

Editor GOETHE-INSTITUT INTER NATIONES e.V.

RedacciónBerthold Franke, Kurt ScheelE-Mail: [email protected]

DiagramaciónSven Quass, Munich

ImprentaBonner Universitätsdruckerei

2003 Printed in the Federal Republic of Germany

MERKURRevista alemana de pensamiento europeoEdición a cargo de Karl Heinz Bohrer y Kurt ScheelMommsenstr. 27 · D-10629 Berlín Teléfono: ++ 49-30-32709414E-Mail: [email protected]: http://www.online-merkur.de

GOETHE-INSTITUT INTER NATIONESKennedyallee 91–103 · D-53175 BonnTeléfono: ++ 49-228-880-0E-Mail: [email protected]: http://www.goethe.de

GOETHE MERKUR

Editorial

Desde el fin de la Guerra Fría se han desarrolla-do en todas partes de del mundo nuevas formasde violencia masiva – desde el 11 de septiem-bre del 2001 el debate acerca de la guerra y elterror ha cobrado de nuevo una candente actualidad.

La selección de ensayos recogida en esta edición refleja una parte importante del aportede los alemanes a ese debate, y contiene en esesentido algunas peculiaridades. Por una parte,está la referencia a una arraigada tradición:Clausewitz, Engels y Carl Schmitt, nombresrepresentativos de una teoría y una historiasocial de la guerra que ha transpasado las fronteras de Alemania y cuya continuidad bajo nuevos signos puede interesar a un público lector internacional.

También se refleja aquí la tantas veces men-cionada ambivalencia alemana ante el fenómenode la guerra y del belicismo. Además, el debateen Alemania está marcado por el horror que produce el mirar hacia nuestra propia Historia.Pero también se presta atención aquí al reflejocontrario derivado de ese trauma: el de un pacifismo muchas veces ingenuo que se rehúsaa aceptar la realidad. En ese sentido, no son losalemanes los únicos que no están seguros delnuevo papel que les corresponde desempeñar enel mundo: tal es así, que durante la Guerra delGolfo de 1991, la cual, en Alemania, estuvoacompañada de una amplia oleada de emociónpacifista, la prensa británica pidió con toda serie-dad la aparición de un «nuevo Rommel».

El año 1991 parece ser de hecho un punto de inflexión. Desde entonces se piensa con una mayor sobriedad y se actúa con mayor claridad política. En ese sentido, la mencionadaambivalencia ha llevado de hecho a un lengua-

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je político más sensible y a una correspondientemanera de actuar en el marco de la políticainternacional. El lector deberá juzgar por sí mis-mo en qué medida esta peculiaridad alemana, lacual puede contarse entre los logros alcanzadospor esta nación derrotada en 1945, puede tam-bién percibirse en las más recientes reflexionessobre la guerra y el terror surgidas en el seno dela nueva república con sede de gobierno enBerlín.

GOETHE MERKUR es un proyecto conjuntodel INSTITUTO GOETHE y de MERKUR, la«revista alemana de pensamiento europeo», quedesde 1947 ha estado marcando pautas en laopinión pública intelectual de Alemania. ElINSTITUTO GOETHE, la institución culturalalemana en el extranjero, desea hacer accesiblepara una opinión pública internacional el proceso intelectual de esta revista. Los ensayosde la más reciente producción de MERKUR,escogidos de acuerdo a su actualidad, son puestos aquí a disposición de un público internacional en cinco idiomas: alemán, inglés,francés, español y ruso.

Los ensayos aquí presentados no han sidoescogidos teniendo en cuenta su politicalcorrectness ni reproducen el criterio de las instituciones involucradas. Muchos de ellos hansido controvertidos en la propia Alemania, yseguramente serán leídos en el mundo no sincierto espíritu crítico. El proyecto GOETHEMERKUR apuesta por la fuerza liberadora de undebate cultural internacional derivado de eseespíritu crítico.

Esta edición con el tema «Guerra y terror» hasido concebida como un comienzo, por lo quenos gustaría mucho conocer las reacciones delos lectores.

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Violencia asimétricaTerrorismo como estrategia político-militar

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Herfried Münkler

nacido en 1951, Profesor del Instituto deSociología de la Universidad Humboldt, de Berlín. En el año 2002 aparecieron suslibros Sobre la guerra y Las nuevas guerras.

A l menos a partir de que un atentadoalcanza determinada magnitud y la logís-tica de las redes es trazada a una escala

internacional, resulta aconsejable no considerarel terrorismo como una forma de crimen organi-zado, sino como una estrategia político-militar,aun cuando está claro que las fronteras entre unoy otra son flexibles y que apenas puede trazarseuna línea divisoria entre ellos recurriendo a con-ceptos o definiciones. La confusión existente entorno a los términos terror y terrorismo, se hacemayor con el solo hecho de que, desde los añossesenta del siglo XX, los grupos terroristas hanreclamado para sí notoriamente el estatus de gue-rrilleros o partisanos. Bajo la impresión causadapor las existosas luchas llevadas a cabo por lospartisanos durante la Segunda Guerra Mundial yen la época de la descolonización, a los guerrille-ros se les concedió desde el punto del derecho deguerra el estatus de combatientes, y era obvioque las agrupaciones terroristas quisieran partici-par de ese estatus. La confusión asociada al con-cepto de terrorismo y sus derivaciones no es portanto únicamente resultado de las dificultadesobjetivas para establecer una demarcacióninequívoca entre criminalidad, terrorismo y gue-rra de guerrillas, sino también de algunas manio-bras de desorientación realizadas por los propiosactores, quienes al usurpar algunos de los con-ceptos pretenden mejorar en cada caso su propiaposición de partida: unos, adjudicándose un«título de nobleza» al llamarse a sí mismos gue-rrilleros; los otros, deslegitimando políticamenteal adversario con ayuda de las connotacionesnegativas derivadas del concepto terrorismo. Sinembargo, parece oportuno aferrarnos a este

concepto para utilizarlo en el análisis de las estra-tegias de uso de la violencia como un término de clasificación político-estratégico. El para ellonecesario esclarecimiento de los conceptos, tienelugar por la vía de la reconstrucción de estrate-gias de fuerza a través de las cuales debemos ave-riguar cuáles son las economías de la violencia ylas estrategias político-militares que pueden serdesignadas con el concepto de terrorismo y cómoéstas funcionan como medios destinados a impo-ner una voluntad política oculta detrás de ellas.

Estrategias de compensación: de la guerra de guerrillas al terrorismoEl que los débiles y los perdedores posean

incentivos para aprender y cambiar de manerainnovadora su comportamiento con mucha másfacilidad que los fuertes y vencedores, es unhecho que puede observarse a menudo en rela-ción con situaciones de guerra.1 Los vencedoresestán sujetos a ciertos bloqueos de aprendizaje:las academias militares les preparan para llevar acabo una vez más la última guerra ganada y librarde nuevo aquellas batallas terminadas en una vic-toria; a esto se añade que las potencias cuyo esta-do de civilización y tecnología son superiores,tienden a no tomar en serio a sus enemigos –loscuales están a la zaga desde el punto de vista dela técnica de armamento y de su organizaciónmilitar–, y a sobreestimar sus propias posibilida-des. Por otra parte, tales notorios juicios erróne-os suelen ser plausibles,2 pues en realidad losactores más débiles –y en su mayoría más atrasa-dos–, no tendrían las más mínimas posibilidadesde éxito si llevasen a cabo la guerra a la manerade las grandes potencias. Es por eso que estosúltimos buscan más allá de las reglas y expectati-vas de esas potencias superiores aquellas posibili-dades que, no obstante, les permitan imponer suvoluntad política también por medio de la fuerza.El primer paso que deben dar con miras a eseaprendizaje consiste en evitar todos aquellos

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terrenos de combate en que los más fuertes pue-den hacer valer plenamente su superioridad. Afin de compensar su inferioridad numérica y tec-nológica, los más atrasados y débiles trasladan lalucha a un terreno en el que la superioridad delenemigo juega un papel ínfimo o, mejor aún, enel que ésta se les convierta en un impedimento.Fue por eso que el príncipe cherusco Arminiocomprendió perfectamente que sus hordas devalientes pero indisciplinados guerreros, con suarmamento desigual, no estaban a la altura de laslegiones romanas en terreno abierto ni a la ofen-siva ni a la defensiva, razón por la cual atrajo aéstos a un territorio de intransitables pantanos ytupidos bosques donde los legionarios no podíancombatir como estaban acostumbrados a hacerloni podían aprovechar toda su superioridad.

A principios del siglo XIX, la derrota de Varo ysus legiones en el bosque de Teutoburgo (o don-dequiera que haya tenido lugar esa carnicería)fue estilizada por Heinrich von Kleist como lainvención de la guerra de guerrillas – asociada ala exhortación explícita de que, en la lucha contra Napoleón, los alemanes debían tomar elejemplo de Arminio y su manera de hacer laguerra. Ya algún tiempo antes los españoleshabían comenzado a combatir a Napoleón deuna manera diferente, pues hasta entonces sehabían mostrado muy inferiores a él en terrenoabierto, como ya les había sucedido también aotros hasta ese momento. Los españoles evita-ron la batalla decisiva y dispersaron la lucha eninnumerables escaramuzas y asaltos que podíanocurrir en cualquier momento y lugar. En estaguerra que se extendió por años, las tropasnapoleónicas, tan acostumbradas a la victoria,quedaron desgatadas y desmoralizadas. Es cier-to que los guerrilleros españoles no pudieroninfligir a los ejércitos franceses ninguna derrotadecisiva en suelo español, pero eso tampoco eranecesario en la nueva forma de guerra descu-bierta por ellos: los guerrilleros no tienen necesariamente que ganar batallas para ganar laguerra; les basta con no perder y al final poderllevarse el triunfo.

Para compensar una correlación de fuerzasdesigual a través de la prolongación de la guerraen el tiempo –Mao Tse Tung definió la guerrade guerrillas como «la guerra que debía soste-nerse largamente»– y en el espacio, es decir,renunciando a crear frentes y convirtiendo laretaguardia en un terreno de combate potencial,la transformación innovadora de la guerra deguerrillas ha tenido que pagar un alto precio: eneste tipo de guerra ya no es posible excluir a lapoblación civil (los no-combatientes) del esce-nario de batalla, como sí puede hacerse cuandose produce una concentración mutua de fuerzasen tiempo y espacio. Por el contrario, en lamanera guerrillera de hacer la guerra está previsto firmemente al menos el apoyo logísticode la población civil a los guerrilleros, a fin depoder compensar la superioridad de las fuerzasenemigas mediante un incremento de la movili-dad, sin necesidad de destacar a un número decombatientes para que realicen las tareas deabastecimiento y avituallamiento. En corres-pondencia con ello, tanto más brutales serán lasmedidas represivas tomadas por los militarescontra la población civil, pues ven en ellos apersonas en la condición de casi combatientes.La guerra de guerrillas se caracteriza precisa-mente por la alta dosis de brutalidad y crueldadcon que se combaten ambas partes. Aquí la guerra se despoja de golpe de esas ataduras queantes, en el transcurso de un largo periodo deevolución, le fueron imponiendo las regulacio-nes del derecho internacional para tiempos deguerra y el disciplinamiento de militares encuar-telados y controlados por el Estado.

Fue en los años cincuenta y sesenta del sigloXX que la guerra de guerrillas alcanzó su mayoratractivo, cuando muchos movimientos nacio-nalistas y social-revolucionarios en todo el mun-do vieron en ella la vía más rápida para trans-formar las relaciones de dependencia política yrevolucionar las estructuras sociales. No cabeduda alguna de que la guerra de guerrillas aceleró de manera dramática la disolución delos grandes imperios coloniales. Ello le otorgó,

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al menos a los ojos de observadores occidenta-les, la cualidad de amenaza internacional o deremedio universal,3 con lo cual muchas veces sepasaron por alto aquellos condicionamientos restrictivos a los cuales está atada la puesta enpráctica de una guerra de guerrillas: premisasque pueden ser tanto de carácter geográficocomo climático, el apoyo permanente de lapoblación civil a los guerrilleros y, sobre todo, laconfrontación con un adversario que dispone deuna opción de retirada: cuando a los europeosse les volvió demasiado costosa la guerra desti-nada a defender sus imperios coloniales, ense-guida se retiraron de los territorios dominados;primero lo hicieron los ingleses, después losfranceses y por último los portugueses.

Lo que a primera vista pudo parecer una victoria militar de los guerrilleros no fue sino laterminación de un estado de cosas cuyo soste-nimiento se habría revelado como cada vez másirrentable para el transitorio poder colonial. Enese sentido se trataba, en el caso de las guerrasde guerrilla que alcanzaron la victoria en la fasede la descolonización, de estrategias encamina-das a elevar los costos de dominación, las cualesintentaban movilizar el cálculo económico delas grandes potencias contra sus intereses geopolíticos, así como contra la influencia de lasélites coloniales.4

La guerra de guerrillas se diferencia de otrasformas convencionales de hacer la guerra enque intenta incorporar al balance general los cálculos de costos y beneficio, y esto puedehacerlo particularmente con éxito allí donde laspoblaciones de los territorios en que operan losguerrilleros no está orientada –al menos no acorto plazo– a hacer tales cálculos de costos ybeneficio, por lo que apoyan a los guerrillerossin prestar atención a las pesadas cargas que elloles trae como consecuencia, mientras que lasélites políticas y sociales de la parte contrariaterminan la guerra con una retirada al tener encuenta los costos de la misma. La dinámica delas guerras de guerrillas trae consigo, por logeneral, que con la continuidad del conflicto

aumente el apoyo de la población civil a los gue-rrilleros, pues se presta siempre menos atencióna la relación entre costos y beneficios, mientrasque del lado opuesto, el de la parte agredida, elcálculo económico gana siempre cada vez másen peso frente al cálculo militar. Quien pretendacombatir con éxito a los guerrilleros, debe procurar sobre todo que no eche a andar estadinámica de la guerra de guerrillas.

La innovación de la guerra de guerrillas, conla cual revoluciona la correlación de fuerza militar, radica en que mediante el uso de lapoblación civil como base logística de los guerrilleros se movilizan nuevos recursos queproporcionan a éstos una relación mucho másventajosa entre las unidades de combate y las deabastecimiento, a diferencia de lo que sucede enlos ejércitos regulares. Las operaciones guerri-lleras contra la logística del adversario desplazancada vez más esa relación, obligando al enemi-go a emplear fuerzas considerables a fin de proteger sus bases de abastecimiento; ello conduce a una nueva dispersión de sus fuerzas,haciéndolas más vulnerables para los guerrille-ros.5 Pero la innovación estratégica decisiva de la guerra de guerrillas es y será el empleo sistemático del cálculo costo-beneficio del adver-sario en favor de los propios propósitos político-militares. El guerrillero es superior a su adversa-rio, el soldado convencional, ya que sus disposi-ciones estratégicas son considerablemente máscomplejas, pues éstas no se limitan al descenla-ce del conflicto por medios militares. Los guerrilleros tienen éxito allí donde consiguencontrarrestar la desigualdad en principio abru-madora de una correlación de fuerza militarmediante la asimetría de las formas de luchas yde las lógicas para la escalada.

Sin embargo, la guerra de guerrillas es y segui-rá siendo esencialmente una estrategia defensi-va, aun cuando sea empleada con fines revolu-cionarios.6 Esto, además de otros aspectos tácti-cos, la diferencian del terrorismo, toda vez queeste último es una estrategia con un carácteresencialmente ofensivo. Este carácter ofensivo

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se muestra, entre otras cosas, en que el terroris-mo descarta el apoyo de una población civil simpatizante del cual ni siquiera depende, yaque para el apoyo logístico de sus grupos apro-vecha preferentemente la infraestructura civildel adversario agredido. Ello puede consistir enasaltos a bancos –las llamadas «expropiacionesrevolucionarias»–, a través de los cuales se con-sigue el dinero necesario para armas, alojamien-tos y avituallamiento de los grupos terroristas;pueden ser también secuestros de aviones, a tra-vés de los cuales se llama la atención, se consi-gue la libertad de personas aliadas o de compa-ñeros de lucha, o con los que incluso se puedenllevar a cabo ataques contra instituciones militares o civiles; puede ser, por último, la colo-cación de armas en los canales de intercambio ycomunicación del país agredido, desde paquetescon explosivos hasta cartas infectadas con el virus del ántrax, virus de computadoras,mediante los cuales se provoca inseguridad enel adversario y se daña su rendimiento econó-mico. Por otra parte, el terrorismo se agenciatambién considerables ventajas explotando sinconsideración para provecho propio las propiasataduras políticas, jurídicas y morales del agredido. Además de los accesos más abiertos alos medios de comunicación, es ésta la razónmás importante de por qué las democracias sonatacadas con más frecuencia por terroristas quelos regímenes autoritarios o totalitarios.7

El terrorismo, como la guerra de guerrillas, espor tanto una estrategia con la cual los militar-mente inferiores y más débiles se agencian laposibilidad de realizar acciones políticas con losmedios de la fuerza a través de una amplia asi-metrización del conflicto. Pero mientras la estra-tegia guerrillera moviliza para ello en gran medi-da los recursos del país propio, la logística delterrorismo se basa esencialmente en el aprove-chamiento de recursos ajenos. Esto hace quesea más fácil y tentador involucrarse en el terrorismo o iniciar una campaña terrorista queuna guerra de guerrillas. Para ello, ni siquiera esnecesario haber convencido antes a amplios sec-

tores de la propia población acerca de la justezade los objetivos perseguidos ni de las perspecti-vas de éxito de su ejecución violenta; le bastacon el autoconvencimiento de grupos pequeños.

Los mensajes del terrorismo y la psicología económica del capitalismo

Desde hace mucho tiempo se ha observadoque la estrategia del terrorismo persigue no tanto las consecuencias físicas del uso de la vio-lencia como los efectos psíquicos que de él sederivan: esta estrategia del terrorismo no mideel éxito de sus ataques de manera primordialpor los daños materiales y el número de muer-tos causados por éstos, sino por el miedo y elpánico que generan – y probablemente tambiénpor el aliento y la esperanza que esos ataquesdespiertan entre los propios seguidores.8 Paraello se sirven de forma calculada del efectoamplificador que producen los medios de comu-nicación cuando informan acerca de los atenta-dos. Con frecuencia se produce una coopera-ción funcional entre los comandos terroristas ylos medios, tan interesados en sucesos especta-culares y noticias sensacionalistas, ya que éstaselevan los ratings y las ventas. Es por eso que enlos estudios sobre el tema, los terroristas siem-pre son relacionados con el teatro y el negociodel espectáculo. Lo correcto de tal apreciaciónes que casi todos los atentados terroristas sonplanificados teniendo en cuenta sus efectosmediáticos: un buen ejemplo de ello fue la toma de rehenes de deportistas israelíes por un comando palestino durante los JuegosOlímpicos de 1972 en Munich, así como elsecuestro del vuelo 847 de la línea TWA y laretención durante diecisiete días de pasajerosestadounidenses aislados en el aeropuerto deBeirut en junio de 1985 – una acción que porsu puesta en escena, muy sofisticada desde elpunto de vista dramatúrgico, dio lugar a la has-ta entonces más intensa cobertura informativaacerca de una acción terrorista.9

Pero donde mejor puede observarse la relación entre el uso de la fuerza y la puesta en

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escena de los medios es en el doble atentado del11 de septiembre: probablemente, al que planeóeste atentado no le importaba tanto alcanzar lahasta entonces más alta cifra de víctimas provo-cada por un acto terrorista (si bien ese hechoaumentó aun más la resonancia mediática delmismo), sino sobre todo las imágenes de vulne-rabilidad y destructibilidad de los centros de poder estadounidenses: por una parte, elPentágono, centro de mando y nervioso delpoderío militar norteamericano, cuya presenciaes mundial, y por el otro, el World TradeCenter, uno de los centros de conexión másimportantes de la economía capitalista. Amboscentros de poder constituían al mismo tiemposímbolos de la hegemonía global de los EstadosUnidos: el Pentágono simbolizaba la invulnera-bilidad norteamericana, al menos la imposibili-dad de atacar militarmente a ese país, y elWorld Trade Center representaba la supremacíauniversal del capital norteamerciano. Las imá-genes de las Torres Gemelas –primero ardiendoy luego desplomándose–, constituyeron la des-trucción de un símbolo de la hegemonía norte-americana, espectacularmente llevada a escenay por lo tanto con grandes repercusiones mediá-ticas. Esas imágenes mostraron la vulnerabilidadde los Estados Unidos incluso en los centrosmismos de su poder, no en su periferia.10 Nadamejor para llevar ese mensaje a la conciencia dela opinión pública mundial de modo más inde-leble que esos vídeos de aficionados con vistasde los aviones explotando contra el World TradeCenter, los cuales, a raíz del 11 de septiembre,fueron repetidos incesantemente por todos loscanales de televisión.

El de los ataques terroristas al World TradeCenter y al Pentágono era un mensaje doble. Enprimer lugar, iba dirigido a los agredidos, paradecirles que en lo adelante ya no podrían sentirse seguros nunca más y en ninguna parte.Las exhibiciones de patriotismo norteamericano,las banderas de barras y estrellas en las ruinas delas torres, la presentación de los bomberos neoyorquinos como héroes de guerra y otras

demostraciones similares, eran respuestas a eseprimer mensaje, con las cuales se trataba de dara entender: ni con éstos ni con otros atentadossimilares conseguirán ponernos de rodillas. Peroesos ataques contenían un segundo mensaje,esta vez dirigido a las masas de los países islámicos: a pesar de su inmensa superioridadtecnológica, económica y militar, los EstadosUnidos no son invulnerables, en cualquiermomento se les puede atacar si se elige la estra-tegia correcta y se dispone de combatientes dis-puestos a morir. Esto último tenía un propósito:elevar la esperanza y la autoconfianza dentrodel mundo islámico de que un conflicto ampliocon el mundo occidental, sostenido incluso pormedios violentos, podía comenzar no sin ciertasperspectivas de éxito a pesar de su superioridaden tantos aspectos. Por el contrario, el miedo yel pánico, dirigido principalmente a los ciudada-nos norteamericanos, debía desatar entre éstosreacciones de histeria y de pánico mediante lascuales las sociedades occidentales, en particularpor supuesto los Estados Unidos, se debilitaranaún más. Dilucidar este lado de la estrategiaterrorista a fin de desarrollar una contra-estrate-gia apropiada, es el paso más difícil, pero también el más importante.

No resulta improbable que el ataque tuviesecomo objetivo sobre todo herir el tejido fácil-mente rasgable de la psicología económica capi-talista, es decir, alcanzar de cierto modo «la fan-tasía de los inversionistas» y de esa manera pro-vocar, más allá de los daños materiales inmedia-tos, un profundo y sostenido desplome de losvalores de bolsa. El daño producido por los efec-tos psicológicos de los ataques implica probable-mente un costo mayor que los destrozos inme-diatos. Y ese daño se habría tornado incalculablesi los estrategas de esos actos terroristas hubie-sen logrado añadir otros ataques a los del 11 deseptiembre, a fin de impedir a un plazo más lar-go la paulatina recuperación de los valores de lasacciones. Una estrategia de terror practicada éxi-tosamente de esta forma acarrearía consecuen-cias funestas para las sociedades capitalistas

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modernas y llevaría a un proceso imposible decontrolar por ningún medio. La crisis de las eco-nomías capitalistas, desencadenada a través deuna serie escalonada de actos terroristas, seagravaría aun más con las medidas preventivasy de seguridad tomadas de manera precipitada:desde demorados y costosos controles aeropor-tuarios hasta el cierre de espacios aéreos enterospor un periodo de tiempo prolongado. La ruinaeconómica de la mayoría de las líneas aéreassería bajo tales circunstancias sólo un problemamenor, si se produjera una dramática desacele-ración general de todos los procesos económi-cos, lo cual afectaría a las economías capitalistasen sus más profundas premisas de funciona-miento. Es la estructura altamente compleja delas sociedades postindustriales, cuyos sistemasde enlace y conexión resultan tan fáciles de infil-trar y bloquear, así como la elevada fragilidad dela psicología económica de un capitalismo glo-balizado las que hacen atractivo y practicable elterrorismo como estrategia político-militar paragrupos pequeños con muy pocos recursos.

Asimetrización estratégica como reacción ante conflictos asimétricos

La desaparición de la guerra entre naciones–fenómeno que ha venido siendo observadodesde hace tiempo por los estudios políticos a lahora de investigar los conflictos–, y el aumentoparalelo de las guerras internas, las cuales pue-den ser vistas también como el resultado de unproceso de desestatalización de la guerra y deprivatización de la fuerza militar,11 no dejan detener importancia en el análisis de la estrategiaterrorista. Las guerras entre naciones pueden serdescritas en toda regla como conflictos simétri-cos, en los que ambas partes se ven envueltasen una medición de su fuerza militar, para locual emplean en principio los mismos medios ymétodos. Para su desenlace, son decisivas o bienlos aspectos cuantitativos de las fuerzas armadasmovilizadas por ambas partes o bien el geniomilitar de uno de sus líderes o, en última ins-tancia, determinadas ventajas cualitativas de las

fuerzas armadas de una de las partes. Los impe-rativos de una preparación de guerra que tengalugar bajo estas condiciones, estaban, por lo tan-to, orientados a equilibrar lo más rápido posiblelas ventajas cuantitativas o cualitativas de unenemigo potencial o a proporcionarse por uncierto periodo de tiempo tales ventajas a fin deemplearlas llegada la ocasión. Según sean las cir-cunstancias de cada caso específico, los poten-ciales socioeconómicos de las sociedades o lasinnovaciones tecnológicas, esto podría conducira un equilibrio de fuerzas estable a largo plazo oa una desenfrenada carrera armamentista enca-minada a la superación constante del adversario.

Por lo general, tales constelaciones político-militares han estado marcadas por el imperativode la simetrización: si una de las partes comen-zaba a preparar cañones que podían ser emplea-dos también en el campo de batalla, la otra par-te se esforzaba en hacer lo mismo; esto es válidode manera similar para el momento en que lastropas de a pie se convirtieron en infantería, parael empleo de la ametralladora, la formacióncerrada de unidades blindadas, etc. A través delos siglos, este principio de la simetría marcó deforma tal la historia militar y bélica de Europa,que podría decirse que se premiaba políticamen-te la restitución de cualquier asimetría parcial oa corto plazo que surgiera: sólo se aprendía den-tro del marco de un conflicto simétrico. Sólo encontadas excepciones la ampliación sistemáticade cualquier desproporción relacionada con cir-cunstancias asimétricas se realizaba buscando larespuesta en la superioridad de la otra parte. Deahí que la reacción prusiana ante la superioridadde Napoléon en su forma de hacer la guerra,derivada de las transformaciones revolucionariasllevadas a cabo en Francia, culminase en unareforma político-militar cuyo propósito era tras-ladar el modelo francés a las circunstancias dePrusia, con algunas ligeras adaptaciones; por suparte, la estrategia desarrollada en España, la dela guerra de guerrillas, constituyó una excep-ción. En la mayoría de los casos se prefería equi-librar las desproporciones dentro de unas rela-

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ciones en principio simétricas, en lugar de inten-tar contrarrestar tales desproporciones pormedio de una asimetrización sistemática.

Este no fue precisamente el caso allí donde lasnaciones europeas no se enfrentaron entre ellas,sino que, en su lugar, hicieron la guerra fuera deEuropa contra pueblos autóctonos. A consecuen-cia de su agravante superioridad en lo relativo ala técnica de armamentos y a la organizaciónmilitar, la mayoría de las guerras realizadas allífueron llevadas a cabo como conflictos asimétri-cos: el empleo de la artillería, y más tarde deametralladoras, otorgó a los europeos una supe-rioridad que ya no podía ser calificada de despro-porción dentro de una relación esencialmentesimétrica, sino sólo como una asimetría. Pero esasuperioridad asimétrica de los europeos sólo fuesostenible mientras los pueblos autóctonos se lesenfrentaron directamente en el campo de batalla;esto se relativizó cuando los sublevados comen-zaron a combatir contra los amos coloniales encalidad de guerrilleros, es decir, intentando equi-librar una asimetría con otra, en la medida enque contraponían a unas fuerzas siempre superiores en el campo de batalla una estrategiapolítico-militar cuyo objetivo no consistía en la victoria militar sobre el enemigo, sino en su agotamiento económico y moral. En ese sentido,los éxitos obtenidos por la guerra de guerrillas enla época de la descolonización pueden ser vistoscomo un premio por haber adoptado una estra-tegia de asimetrización, con la cual los militar-mente débiles e inferiores lograron establecer unequilibrio a través de la movilización de recursosadicionales y la redefinición de las formas dehacer la guerra; equilibrio que finalmente obligóa los enemigos a cambiar su política.

A finales del siglo XX y principios del XXI, lascorrelaciones de fuerzas militares se presentan almenos tan desproporcionadas como lo fue en elcaso del enfrentamiento entre tropas europeas yejércitos autóctonos. A más tardar desde la des-aparición de la Unión Soviética ningún Estadodel planeta, ni siquiera una coalición de Estados,puede competir con los Estados Unidos en su

condición de única superpotencia con mediosmilitares superviviente. Esto va desde los porta-aviones y la fuerza aérea, pasa por la exploraciónmediante satélites y las bombas dirigidas por lásery termina con las armas nucleares y los sistemascoheteriles. Bajo las condiciones de una guerrasimétrica no existió ni existe una potencia que seacerque siquiera al poderío de los EstadosUnidos. De manera bien diferente se presentaesto cuando a estas condiciones asimétricas serespondió incluso con estrategias de asimetriza-ción: ello se demostró por primera vez enVietnam, cuando los Estados Unidos, a pesar dela abrumadora superioridad técnica de su arma-mento, no fueron capaces de derrotar de maneradecisiva a un adversario que combatía a la mane-ra de los guerrilleros, y se mostró luego tambiénen el Líbano y en Somalia: cuando se produjo elataque dinamitero al cuartel de marines de Beiruty tras una fracasada acción de secuestro contra elwarlord Aidid –a raíz del cual se vio a soldadosnorteamericanos caídos que eran arrastrados porlas calles y mutilados ante las cámaras de CNN–,los Estados Unidos ordenaron a sus tropas reti-rarse a toda prisa, renunciando así a imponer unavoluntad política que antes hicieron valer.

También una superpotencia es vulnerable, erala enseñanza derivada de esos sucesos, captadaávidamente por adversarios y enemigos de losEstados Unidos; y de hecho lo es, siempre y cuan-do el conflicto sea trasladado a otros terrenos yllevado a cabo con medios distintos de aquéllosatribuidos usualmente a una guerra convencional.Cada vez más y más, los medios de comunica-ción fueron ganando en importancia como ins-trumentos de la táctica de guerra: a través de ellosse transmitieron a los Estados Unidos imágenesque apuntaban directamente a la disposición deimponer, en caso necesario incluso por mediosmilitares, una voluntad política. La lucha conarmas fue siendo contrarrestada cada vez más poruna lucha con imágenes. La transformación de lainformación sobre la guerra en un medio para llevarla a cabo fue un paso gigantesco para conti-nuar el proceso de asimetrización de las guerras.

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Es por eso que la historia de los conflictos béli-cos, particularmente desde mediados del siglo XX,puede ser descrita como la de una tendencia cre-ciente a las guerras asimétricas: por un lado la asi-metría derivada de los dramáticos progresos de latécnica de armamentos; y del otro lado, una asi-metrización de la guerra provocada por los cam-bios de los terrenos de combate y la movilizaciónde nuevos recursos. La guerra de guerrillas fue,en ese sentido, un primer gran paso de este pro-ceso; a ella le siguió un paso menos significativo,consistente en la combinación de tácticas terro-ristas con la estrategia de los guerrilleros, porejemplo en la guerra de Argelia de los años cincuenta; y finalmente, el último paso por ahoraes el desarrollo de una estrategia político militardel terrorismo. Este paso tuvo lugar por etapas, desde los primeros secuestros de aviones del OLPa finales de la década de los sesenta, hasta eldoble atentado del 11 de septiembre del 2001.Resumiendo, podría decirse que el terrorismo hatomado cada vez más la ofensiva y se ha ido ale-jando cada vez más de la región donde tiene susraíces causales, ramificándose a una escala global.Para ello, los potenciales ofensivos de la estrategiaterrorista han crecido de manera proporcional almodo en que los propios terroristas han agilizadoel proceso de asimetrización de los conflictos.

El problema del tercero al que hay que interesar

Sería realmente falso suponer que el incremen-to en la asimetría de los conflictos está a mercedde la voluntad de los respectivos grupos terroris-tas y de sus estrategas. En la medida en que, porun lado, los efectos del uso de la fuerza puedenincrementarse e intensificarse debido a la asime-trización, por otro lado las consecuencias políticasque de ellos se derivan pueden ser muy superfi-ciales. Los bombardeos en alfombra de los avio-nes norteamericanos B-52 y los misiles de preci-sión que entretanto se usan, han levantado una yotra vez a la opinión pública mundial en contrade los Estados Unidos; y eso ha sucedido, no enúltima instancia, porque los agredidos no tienen

ninguna oportunidad ante este tipo de armas. Ellose muestra de manera bien clara en el caso delterrorismo, y esto tiene que ver con ese tercersujeto al que es preciso interesar, con cuya apela-ción el terrorismo intenta asociar su legitimaciónpolítica, a través de la cual se cuida de desviar suspropósitos hacia una mera violencia criminal.12 Eltercero a interesar constituye el elemento queotorga legitimidad a los grupos terroristas, aunqueen su caso se trata, según la orientación ideológi-ca de los grupos, de minorías étnicas o religiosasdentro de un Estado, de sectores y clases margi-nadas política y socialmente o de grupos afecta-dos por razones de sexo, color de la piel o proce-dencia. El estar luchando por ellos, es la preten-sión de los grupos terroristas, la cual proporcionaesa legitimidad, razón por la cual también se ape-la a esos terceros a interesar en las declaracionesdivulgadas a raíz de los atentados y en la cual losrespectivos grupos se atribuyen el atentado.

Determinar cuál será ese tercero a interesartiene una importancia decisiva para la elecciónde los posibles objetivos, la delimitación de lasvíctimas y el monto de los daños. Es por eso que,durante décadas, la mayoría de los estudiosos delfenómeno del terrorismo ha partido siempre delcriterio de que los terroristas no harían uso demedios de destrucción masiva, pues de hacerlopodrían asesinar o herir a personas que queda-rían comprendidas dentro de esa categoría detercero a interesar, lo cual tendría considerablesrepercusiones negativas para el recurso de legiti-mación de las actividades terroristas. El terceroa interesar de los grupos terroristas constituía,por decirlo de algún modo, el garante de que loscorrespondientes atentados continuasen siendorealizados con los medios convencionales de lapistola y las bombas. Obviamente, esta excep-ción sólo acertó en relación con el terrorismoétnico nacionalista y social revolucionario, perotiene mucha menor importancia para el terroris-mo de carácter religioso. En el caso del terroris-mo religioso, que en ningún modo tiene sólo raí-ces islámicas, sino que también puede derivarsede los fundamentalismos cristianos y judíos, se

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tiene, a la hora de definir claramente al enemi-go, un carácter más difuso del tercero a interesar,lo cual explica a su vez por qué sus atentados,mucho antes incluso del 11 de septiembre, cau-saron un número de víctimas más elevado quelos perpetrados por el terrorismo étnico nacio-nalista o social revolucionario. Los terroristas conmotivaciones religiosas no necesitan al tercero ainteresar, o, en todo caso, necesitan uno que estésituado en una zona más bien marginal, ya quepara legitimar sus actos pueden recurrir a ideasmilenarias y apocalípticas que dinamitan elalcance limitado de todo propósito secular.

Lo que hace más amenazante el desarrollo deconflictos en los últimos años, de lo cual losatentados del 11 de septiembre conforman unpunto culminante cargado de simbolismo, es lacoincidencia de una estrategia de asimetrizacióny de una motivación religiosa. Esto último haderribado aquellas últimas barreras políticas a lasque antes estaba subordinado incluso el recursode la asimetrización por sus objetivos políticos.La transformación de la infraestructura civil delenemigo agredido en la base logística del ataque,el convertir un medio de transporte civil en unabomba que se lanza sin previo aviso de ningunaíndole en un centro urbano, es el punto culmi-nante temporal de esa estrategia de asimetriza-ción. La idea de una pugna universal entre lasculturas, la cual, supuestamente, guió las accio-nes terroristas del 11 de septiembre, fue, por asídecirlo, el certificado de no objeción políticomoral para ello. Los límites político-legitimato-rios de la violencia, a los que se atenían los terro-ristas de antaño y que todavía se aceptan, fueroneliminados con ese ataque, y no es posible espe-rar que puedan ser erigidos nuevamente así sinmás. Con ello, las amenazas terroristas hancobrado dimensiones completamente nuevas.

Merkur, no. 633, enero del 2002

3) Véase, Herfried Münkler (Ed.), Der Partisan.Theorie, Strategie, Gestalt. Opladen: Westdeut-scher Verlag 1990.

4) El análisis más lúcido acerca de estas dimensionesde la guerra de guerrilla se encuentra en la obra deRaymond Aron, Paix et Guerre entre les Nations.1962.

5) Este desplazamiento de las correlaciones de fuerzaspudo verse claramente en el ejemplo de la guerra deVietnam. Véase, Martin van Creveld, Die Zukunftdes Krieges. Munich: Gerling Akademie 1998.

6) En su Theorie der Partisanen (Teoría de los parti-sanos), Carl Schmitt ha descrito al partisano comouna figura que por su esencia es defensiva, peroque se transformó a consecuencia de la reelabora-ción que de la misma hizo Lenin, al llevarla a unplano ofensivo, con lo cual fue despojada de sucarácter original. Bajo la impresión causada por laGuerra Fría y los existosos movimientos guerrille-ros que combatieron a los antiguos imperios colo-niales europeos, Schmitt sobreestimó la alianzaentre revolucionario y partisano: ésta funcionó allí donde las perspectivas social-revolucionariaspodían ser presentadas como una restitución deun estado de independencia; pero se resquebrajódonde ello adoptó los rasgos de revolución mun-dial atribuidos por Schmitt, o el partisano se trans-formó en un terrorista.

7) Véase, Peter Waldmann, Terrorismus. Provokationder Macht. Munich: Gerling Akademie 1998.

8) Véase, David Fromkin, Die Strategie des Terroris-mus. En: Manfred Funke (Ed.), Terrorismus. Un-tersuchungen zur Strategie und Struktur revolutio-närer Gewaltpolitik. Kronberg: Athenäum 1977.

9) Véase, Bruce Hoffman, Inside Terrorism. NewYork: Columbia University Press 1998.

10) El ataque suicida al cuartel de marines de Beiruty los ataques dinamiteros a las embajadas norte-americanas de Nairobi y Daressalam, mostraronen los años noventa la vulnerabilidad de losEstados Unidos en la periferia de su poder.

11) Véase, Herfried Münkler, Die privatisierten Kriegedes 21. Jahrhunderts. En: Merkur, no. 623, marzo del 2001.

12) El hecho de que a menudo algunos grupos gue-rrilleros, al igual que los terroristas, no puedanser diferenciados de bandidos comunes o esténincluso estrechamente relacionados con el cri-men organizado internacional, lo atestigua unacopiosa cantidad de ejemplos, en particular deLatinoamérica y del Sudeste Asiático.

1) Véase, Karl Otto Hondrich, Lehrmeister Krieg,Reinbek: Rowohlt 1992.

2) Véase, Saul David, Die größten Fehlschläge derMilitärgeschichte. Munich: Heyne 2001.

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¿Vuelve la guerra?Anamnesis de una amnesia

Ernst-Otto Czempiel

nacido en 1927. Profesor emérito en temas de política exterior, miembro de la Fundacióndel Estado Federado de Hesse para la Investi-gación sobre la Paz y los Conflictos, con sedeen Francfort. En 2002 apareció su libro NeueSicherheit in Europa. Eine Kritik des Neo-realismus und der Realpolitik.

U na década después de finalizado el con-flicto mundial entre el Este y el Oeste, lapolítica internacional muestra de repen-

te un aspecto sombrío. Desde hace tres años,aviones de guerra estadounidenses bombardeanIrak, y desde octubre lo hacen también enAfganistán; el ejército de la República Federal deAlemania ha tomado posición en los Balcanes,en el cuerno de África y en Kuwait, y está pre-sente incluso en Kabul. El partido CDU (UniónDemócrata Cristiana) apremia para que se eleveel presupuesto militar. El presupuesto de defen-sa de los Estados Unidos debe ser incrementadoen un doce por ciento, lo que significa unaumento de 48 mil millones de dólares que loelevará a la cifra total de trescientos ochenta milmillones. Es el mayor incremento en los últimosveinte años. La Unión Europea aspira a tener supropio cuerpo para afrontar situaciones de crisis,el cual debe estar listo en el año 2003. No estáa la vista (todavía) una guerra en el sentidoestricto, pero el uso de la fuerza militar vuelve agozar de un favor inexplicable. Es como si, derepente, hubiese desparecido toda moderación,después del largo cautiverio a que la sometiódurante cincuenta años la mutua intimidaciónnuclear de las dos grandes superpotencias.

Esto no fue así desde un inicio. Entre 1990 y1994 se había pensado incluso reducir la carre-ra armamentista, suprimir las alianzas militaresy dedicar los dividendos derivados de la paz a laasistencia social de la población. En el llamadobloque oriental esto incluso llegó a suceder;

la OTAN, por el contrario, sólo se retiró a unsegundo plano durante cuatro años, hasta quepudo mostrar nuevas cartas de legitimidad parasu existencia a través de su expansión hacia eleste de Europa y de la fuerza de cohesión políti-ca de su «sociedad para la paz», la cual abarcabaincluso territorios de la antigua Unión Soviética.La guerra de secesión en Yugoslavia le abrió geográficamente las puertas del territorio de losBalcanes, y la guerra aérea contra Serbia le per-mitió realizar su primera incursión armada. Sunueva doctrina, anunciada en 1999, globalizó elradio de acción de la alianza. Esto fue algo quelos europeos no quisieron admitir, pero acepta-ron gustosos las enseñanzas de Afganistán.

La administración de George W. Bush, llegadaal poder en el año 2001, fue la encargada de ejecutar el necesario cambio de política.Desaceleró el proceso de acercamiento entre lasdos Coreas, armó a Taiwán por primera vez conarmas ofensivas, dio luz verde a los radicales enel conflicto del Oriente Próximo y se distancióconsiderablemente de los acuerdos sobre con-trol de armamentos. La raison d’être política deeste gobierno fue desde el principio el sistemade defensa antimisil, a favor del cual derogó elacuerdo ABM de 1972, que constituía el núcleode la estabilidad de la espera entre las superpo-tencias. En la lógica de la intimidación, este pasoconstituye una señal de intensiones ofensivas.

La masacre terrorista del 11 de septiembre,que costó la vida a tres mil personas inocentes,derribó los últimos obstáculos que se interponí-an todavía en el camino de ese jinete delApocalipsis llamado violencia. Esa monstruosi-dad le vino a la administración Bush como unacarta blanca. Afganistán fue destruido, el régi-men talibán fue expulsado del poder. Nadie sabecon certeza cuántas personas murieron en eseintento. Tampoco a nadie se le ocurre afirmarque con ello se haya puesto fin al terrorismo. Elpróximo objetivo de la violencia es Somalia,

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luego pueden seguirle Yemen, Irak y, llegado elmomento, también Irán. El gobierno federal haallanado el camino a esos acontecimientos conel estacionamiento de buques de guerra alema-nes en el cuerno de África y de carros de combate tipo Fuchs en Kuwait. La violencia, alparecer, está en vías de librarse de todas las ataduras que le habían sido impuestas hasta aho-ra por el sistema de normas y valores liberalesde Occidente, por el sentido común histórico ypor la consideración de los costos y beneficios.

El orden mundialEsta evolución de los hechos desconcierta y

deprime a la vez. No ha sido iniciada por un«Estado canalla» cualquiera, sino por los propiosEstados Unidos, la primera potencia de la civili-zación occidental. Los europeos aceptaron elcambio de buen grado. Nadie ha pensado ni por un instante en las consecuencias que estotendrá a largo plazo para el orden político. Unaamnesia estratégica se ha extendido por todoOccidente. ¿Es esa amnesia el resultado de uncambio generacional en la clase política, que alocupar el lugar de los otrora responsables detomar las decisiones han borrado también susexperiencias sin sustituir éstas por un aprendi-zaje sistemático? ¿O acaso estamos ante uncambio de política que, con el lema de lucharcontra el terrorismo, pretende despojar a la violencia de sus tabúes, reincorporándola alarsenal de medios para llevar adelante la políti-ca internacional? ¿Acaso las sociedades estántan anestesiadas que pasan por alto aquellasdecisiones de sus gobiernos que, de hecho,podrían traernos de vuelta la guerra? Tales decisiones socavan el orden mundial que pormás de cuarenta años no sólo ha puesto freno ala guerra, sino que la había eliminado como instrumento político.

Este orden quedó establecido en 1945 con lafundación de las Naciones Unidas. En el ordenpolítico, su esencia es la prohibición del uso dela fuerza con fines políticos (artículo 2, 4 de laCarta de las Naciones Unidas) y el complemen-

tario monopolio del Consejo de Seguridad encuestiones relacionadas con el uso de la fuerza.Ninguno de los dos, así como tampoco el con-cepto general de esa organización internacional,fueron obra de soñadores y fanáticos idealistas,sino de curtidos políticos realistas comoWinston Churchill y Franklin D. Roosevelt. Los borradores conceptuales que acompañaronel surgimiento de la Carta no sólo reflejaban lasexperiencias derivadas del estallido de dos gue-rras mundiales, sino también las consideracionesteóricas de los dos siglos anteriores.1 El Ministrode Relaciones Exteriores estadounidense,Corder Hull, ya había conceptualizado ambosen 1943. En ese mundo diseñado por la organi-zación internacional «ya no habría más necesi-dad de recurrir a las esferas de influencias, a lasalianzas y los equilibrios o a alguno de esos otrosarreglos especiales a través de los cuales, ennuestro desdichado pasado, los Estados intenta-ron promover su seguridad y sus intereses.»

Hasta la actualidad, se considera un hechoindiscutible que la colaboración de los Estadosen una organización internacional ha sido capazde eliminar una de las dos mayores causas deguerra: la incertidumbre. De igual modo, a raízde las experiencias europeas desde 1919 hasta1945, sigue estando vigente el principio segúnel cual el derecho a la guerra ya no puede ser unatributo de soberanía de un Estado y el uso dela fuerza sólo puede ser aplicado con propósitosdefensivos, no con fines políticos. La renuncia ala politización del uso de la fuerza militar no significa en ningún modo renunciar al poder.Este es el instrumento de toda política, pero semoderniza con la renuncia al uso de la fuerza yse sincroniza con las condiciones socioeconó-micas existentes en el mundo. La abstención aluso de la fuerza no sólo constituye un elementoirrenunciable desde el punto de vista del ordenpolítico, sino también en un sentido pragmático.Ello redunda en beneficio de los poderososcuando sus potenciales de poder civiles sobre-pasan a los de sus rivales. El poder político esflexible y moldeable, se puede aplicar sin

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problemas y con éxito a escala mundial. Nadielo ha sabido mejor que los propios EstadosUnidos durante el periodo de la Guerra Fría. Sindisparar un solo tiro, pudieron llevar al máximosu influencia en todo el mundo a través de laexportación del american way of life.

Pero no por ello la fuerza militar pasa a sersuperflua. Ella ha de ser empleada por cadaEstado en el caso de una emergencia defensiva,también tendrá que ser aplicada en caso de producirse agresiones de distinta índole, asícomo para la prevensión de las mismas. Perosobre ello no debe decidir un solo Estado por sucuenta, sino sólo la comunidad de Estadosrepresentados en la figura de una organizacióninternacional. De otro modo se le abrirían todaslas puertas a la arbitrariedad política, oculta trasel concepto de la razón de Estado. Un uso de lafuerza que pretenda proteger o restablecer lapaz, debe estar basado en el consenso colectivo.

Este orden mundial funcionó con éxito desde1945 hasta 1999. Es cierto que frecuentementese atentó contra él, pero el principio permanecióintacto. Él reglamentó el comportamiento deambas partes en el conflicto Este-Oeste, y consti-tuyó la base para las sanciones a Irak en la segun-da Guerra del Golfo. Él proporcionó el raserocon el cual podían juzgarse inequívocamentetodas las intenciones de agresión y creó los fun-damentos del derecho internacional moderno. Laprohibición del uso de la fuerza selló el frasco enel que la guerra, ese «flagelo de la Humanidad»,quedó encerrada en 1945. La OTAN se apartóde este principio por primera vez en Serbia, ymás tarde lo hizo de nuevo en Macedonia, cuan-do esquivó la decisión del Consejo de Seguridady asumió ella el mando. La administración Bushdejó al Consejo de Seguridad en un vago papelde espectador que aplaude, y se dio ella mismatodos los poderes para emplear la fuerza contraAfganistán. Eso a pesar de que la indignacióngeneral provocada por la masacre del 11 de septiembre –a diferencia del caso de Serbia–habría garantizado una autorización unánime deluso de la fuerza por parte del Consejo de

Seguridad. Pero la administración Bush no loquiso así. Su propósito era –como el del gobier-no de Reagan, su antecesor ideológico– relegar alas Naciones Unidas a un segundo plano, puesvislumbraba que el orden mundial implantadopor esa organización implicaba una restricción ala libertad de acción de los Estados Unidos: y contoda razón. Ésa es la función que cumple laCarta; así debiera funcionar. Lo anacrónico no estanto la Carta como la pretensión de poder deWashington. Tal pretensión pasa por alto unhecho: y es que la renuncia a ese orden mundialestablecido da luz verde al uso de la violencia nosólo a los Estados Unidos, sino a cualquiernación que se sienta en condiciones de hacerlo.En ese caso, la guerra, que estaba casi extingui-da en el sistema global de naciones, retornaría.

La perturbación del 11 de septiembre¿Quién, para combatir a los terroristas, desea-

ría desarticular todo el orden mundial del quedepende en mucha mayor medida su propiaseguridad? Es obvio que era necesario identifi-car a los organizadores de aquella masacre,arrestarlos, y darles su merecido. El orden mundial vigente no habría impedido tal cosa.Un mandato del Consejo de Seguridad, otorga-do en todo caso solamente a los Estados Unidosen su condición de principal afectado, habríaposibilitado una intervención, dejando a su vezintacto el orden mundial. A la intervención se lehabría despojado de esa apariencia de estarnombrando a Al Qaeda, pero cuyo objetivo realera la eliminación del régimen talibán, sirviendocon ello a la política hegemónica estadouniden-se así como a los intereses en el petróleo y el gasnatural. Si de verdad se hubiese vetado la auto-rización en el Consejo de Seguridad, siempre sehubiese podido, de acuerdo con la resolución«Uniting for Peace» de 1952, mover a laAsamblea General de Naciones Unidas a tomarcartas en el asunto y movilizarla para legitimarel uso de las fuerza por parte de los EstadosUnidos. Esto, teniendo en cuenta la atmósferareinante, habría sido posible y hasta habría

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legitimado el ataque con una cualidad de otraíndole, en lugar de la callada aprobación dealgunos contados gobiernos que cerraron filasen torno a los Estados Unidos y a su decisiónunilateral. Preservar y aprovechar el ordenmundial habría sido no sólo posible, sino algoque, desde el punto de vista estratégico, habríatenido mucho más éxito. El terrorismo se nutredel consenso que es capaz de generar. Sin eseconsenso, el terrorismo se consume.

Claro que los gobiernos podrían aludir a unhecho: y es que el orden mundial prohibe el usode la fuerza por parte de grupos sociales. Elderecho consignado en la Carta de las NacionesUnidas sobre el uso de la fuerza con fines defen-sivos sólo es concedido a los Estados. Eso escorrecto mientras con él ya no se puedan clasificar lo mismo desde el punto de vista conceptual que político todos los usos de lafuerza que han surgido en el universo socialmoderno. Por una parte, la guerra se ha vueltohacia adentro, se ha convertido en guerra civil.Por otra parte, han aparecido en el sistema inter-nacional un sinnúmero de actores sociales cuyocomportamiento tiene desde hace tiempo granrelevancia en el tema de la violencia. Entre ellosse encuentran no sólo las conocidas transnacio-nales, sino cerca de treinta mil organizacionesno gubernamentales sin las que ya nada funcio-na en la política internacional. Ellas han conse-guido imponer el Tribunal Internacional deRoma y la prohibición del uso de minas antiper-sonales, y resultan imprescindibles en todas lasactividades encaminadas a la preservación de lapaz y en la solución de conflictos in situ.2

En el lado negativo existen desde hace muchoel crimen organizado, y desde finales de los añossesenta también el terrorismo. El hecho de queeste último se presente ahora por primera vezcomo una potencia capaz de agredir a una super-potencia usando una fuerza casi militar, demues-tra en qué medida la conocida comunidad denaciones se ha transformado en un nuevo universo social no sólo en el ámbito del bienestareconómico sino también en el de la seguridad. En

este nuevo esquema, los gobiernos disponentodavía ciertamente de significativos potencialesde poder y de fuerza, pero ya no poseen el mono-polio. Ya nada podrá sostenerse con el uso de lafuerza militar. Por eso, quien desee impedir quelos actores sociales, al apropiarse de una fuerzacasi militar, desarticulen completamente nuestroorden mundial en transición, no debe participarél mismo de ese proceso. Quien desee mantenerbajo control la fuerza, debe subordinar la suyapropia a la de ese orden protector. El haber igno-rado esto, el no haberlo captado hasta hoy, es elpunto más débil de la política contra el terrorismode los Estados Unidos y de Europa Occidental.

¿Qué es el terrorismo?Ya que el terrorismo es un fenómeno de

actores sociales, sólo puede ser combatido a lalarga con el consenso de las sociedades. AOccidente no le basta con descalificar los actosviolentos de grupos sociales como terrorismo siesa valoración no es compartida por otras socie-dades. Fue correcto exhortar a la AsambleaGeneral de las Naciones Unidas en su sesión deeste año a que se ocupara de precisar el concepto de terrorismo, pero para ello faltan laspautas temáticas de la política occidental. Estase adhiere a la tajante y lacónica sentencia delPresidente estadounidense, que considera terro-ristas a todo aquél que esté «contra nosotros».El uso de la fuerza por parte de actores socialeses un aspecto que incluso algunos gobiernosaliados y amigos valoran de manera diferente.Para el Primer Ministro egipcio Mubarak, elcomportamiento de un terrorista suicida palesti-no es tan comprensible como el atentado deBeirut en 1983, en el que perdieron la vida 241marines norteamericanos: «Quien defiende supaís dentro de su propio país, no es un terroris-ta.» El gobierno de Arabia Saudita piensa deigual manera. Y ambos son los más firmes alia-dos de los Estados Unidos.

El poder de definición es, ya se sabe, el podermás importante. Pero ya éste no se puede impo-ner con poder. La máxima «cujus regio, ejus

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religio» dejó de tener validez. De los treinta yocho conflictos que en el año 2001 se sosteníanpor medio del uso de la fuerza, treinta y doseran guerras civiles.3 Sería ir demasiado lejosinterpretar el ataque del 11 de septiembre comoun primer indicio de una guerra civil globaliza-da. Pero se quedaría corto quien pretenda ponerfin al asunto calificando simplemente el fenó-meno como terrorismo. El mundo del que sur-gió –y surge– esa violencia, piensa de maneradiferente a como piensa Occidente, sobre todopiensa diferente a los Estados Unidos. Si casi unsesenta por ciento de las élites de poder globa-les, según una encuesta realizada por elInternational Herald Tribune el 20 de diciembredel 2001, cree que la política internacional de los Estados Unidos ha contribuido considera-blemente a los actos terroristas del 11 de septiembre, entonces ya va siendo hora paraWashington y para Europa Occidental de ocu-parse de este asunto desde una perspectiva polí-tica. Entre las cosas que sería preciso hacer estádiferenciar el concepto de terrorismo. Los terro-ristas actúan desde el anonimato y permanecenen él. Es el acto terrorista lo que ha de ser visto,no el ejecutor. Es por eso que a los gobiernos lesresulta tan fácil –y éste es un segundo obstácu-lo– atribuir el acto terrorista a su enemigo ideal.Con el 11 de septiembre se asoció en un primermomento a Osama Bin Laden y a Al Qaeda,pero poco a poco se asoció con ellos también aSomalia, a Irak, a Irán, Corea del Norte, Sudány Yemén. El reproche de terrorismo es tanmanuable como lo fue en la Edad Media la acu-sación de hereje o bruja. También entonces bas-taba tan solo la sospecha. No se sabe cuántosafganos civiles tuvieron que morir ahora debidoa tal sospecha. Casi sin darse cuenta, el objetivode usar de la fuerza por parte de quienes combaten al terrorismo fue desplazado a la eli-minación de gobiernos antipáticos. La guerra deAfganistán se fue convirtiendo en el prototipo deun cambio de gobierno inducido desde el exte-rior por medio de la fuerza, un método que enla práctica podría ser usado en cualquier parte.

Como la acusación de terrorismo sólo sirvepor lo visto para legitimar públicamente los pla-nes de la política internacional de Washington,mientras los gobiernos de Europa Occidentalcallan al respecto, las sociedades debieran ocu-parse ellas mismas del tema de cómo combatiral terrorismo. Debiera tomarse muy en serio elevitar a toda costa un nuevo atentado de laenvergadura del ocurrido el 11 de septiembre.Es cierto que los ministros del interior y los servicios de inteligencia se esfuerzan entretantoen seguir el rastro a terroristas inactivos. Peroello no puede sustituir una estrategia que nosólo evite los actos terroristas, sino que elimineel terrorismo en su conjunto. Para ello seríanecesario ocuparse del fenómeno de una mane-ra más diferenciada.4

En rigor, el concepto de terrorismo que semaneja en la actualidad atañe solamente a unade muchas agrupaciones existentes. Ésta haceuso de la violencia por la violencia misma; elacto es de graves consecuencias, pero no tienerostro. Entre ellos se encuentran los ataques congas letal perpetrados por la secta Aum en elmetro de Tokío o la voladura de un edificio deoficinas en Oklahoma, por el cual fue ajusticia-do hace un año el terrorista McVeigh. Es preci-so diferenciar muy bien de este pequeño grupoa aquéllos que oponen resistencia a una fuerzaestatal opresora no aceptada desde adentro.Éstos, al no ser lo suficientemente fuertes comopara llevar a cabo una guerra civil, emplean laviolencia encubierta. Aunque los gobiernos afectados por ello muchas veces lo presentan enesa forma, ese uso de la violencia no debiera sercalificado simplificadoramente como terrorismono político, sino que debiera ser entendidocomo un acto de resistencia cuyos motivos hande ser investigados y analizados de manera indi-vidual. El ejemplo de Nelson Mandela, que deterrorista pasó ser a Jefe de Estado en Sudáfrica,o el del propio Yasser Arafat como jefe de lasactividades de la autonomía palestina, ilustran laproblemática analítica y normativa. El criminalataque del 11 de septiembre debe atribuirse a

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un tercer grupo de acciones. Ellas no puedeninvocar la resistencia, pero sí persiguen un pro-pósito político, si bien bastante difuso. En vistasde que ese propósito no ha sido mencionado,resulta legítimo el concepto de terrorismo; ycomo obviamente las acciones estuvieron guia-das por un objetivo concreto –¿por qué enton-ces fue atacado el World Trade Center y no elEmpire State Building?– cabe interpretar estetipo de terrorismo como un fenómeno político.

Sobre el 11 de septiembre no hubo adjudica-ciones ni manifiestos políticos. Si bien las causasde ese terrorismo permanecen ocultas, por otraparte puede verse claramente que estaba enmar-cado en un contexto. Ese contexto está formadopor aquéllos que saludaron el ataque de maneraabierta o encubierta, pero que en todo caso loaceptaron. A esas personas puede hallárseles enlos países árabes o entre aquéllos que han cono-cido sólo el lado negativo derivado de la globali-zación de las políticas occidentales. En ese sen-tido, resultan relevantes tres aspectos: el aun noresuelto conflicto del Oriente Próximo, el cualviene agravándose desde hace tiempo y ante elcual a los Estados Unidos se le atribuye una postura parcializada; el estrangulamiento delpueblo iraquí después del fin de la Guerra delGolfo por las sanciones y los bombardeos y porlo cual todos los musulmanes se sienten humi-llados; y finalmente, la política exterior estado-unidense (y de Europa Occidental), consideradapor muchos la causa principal de la distribucióncada vez más desigual de la riqueza económica.

Tales actitudes no constituyen la causa delterrorismo político; quienes las asumen no sonresponsables de ello. Ellos sólo conforman elentorno en el que tuvo lugar ese ataque. Desdeel punto de vista estratégico, esto también resul-ta interesante, porque el terrorismo políticopodría dejarse influir en la medida en que setransforme ese contexto. Hace diez años, antesde comenzar la Guerra del Golfo, la presenciade los Estados Unidos en el Oriente Medio eracelebrada como una contribución positiva aldesarrollo de una cultura política más tolerante

y moderna en el mundo árabe. La política posterior, ha dicho Simon Karem, antiguo emba-jador libanés en los Estados Unidos en julio del2001, «fortaleció las manos de los Bin Laden».Tales opiniones se divulgaron también en laesfera política, al menos en un nivel declarato-rio. Tanto el Canciller Federal Gerhard Schrödercomo el Ministro de Relaciones ExterioresJoschka Fischer aludieron al unísono el 19 deseptiembre del 2001 en el Parlamento federalalemán a la enorme significación que tendría latanto tiempo aplazada terminación del conflictoen el Oriente Próximo para una exitosa luchacontra el terrorismo. Robert M. Gates, quienpor muchos años fuera director de la AgenciaCentral de Inteligencia (CIA), sacó a relucir susexperiencias cuando planteó la necesidad obviade castigar a los terroristas, pero sobre todo deimplementar estrategias «que debiliten las raícesdel terrorismo.» Mientras permaneció intacto elproceso de paz de Oslo, iniciado en la conferen-cia de Madrid en 1991, apenas se produjeronataques terroristas. ¿Por qué han sido precisa-mente los Estados Unidos, el país que dio vida ydefendió por tanto tiempo el orden mundialimperante, quienes ahora lo desarticulan?

Los Estados se transforman La tendencia a no ver ya en las regulaciones de

la Carta de las Naciones Unidas un elementopromotor de los intereses estadounidenses, sinomás bien su freno, es algo que puede verse des-de hace algún tiempo en la propia política exte-rior de los Estados Unidos. Esa tendencia aumen-tó en el transcurso del conflicto Este-Oeste, y setornó visible durante la administración Reagan(1980–1988). El Presidente George Bush volvióa poner bridas a esta evolución después del findel conflicto Este-Oeste en 1990 integrándola alnuevo orden mundial por él proclamado, basadoen el sistema de las Naciones Unidas. Sin embar-go, a más tardar a partir de 1994 esta tendenciase volvió otra vez dominante.

La respetable teoría del realismo ofrece dosexplicaciones para ello. En un sistema interna-

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cional caracterizado por la anarquía, todos losEstados tienen que aspirar a obtener tanto podercomo les sea posible. Pero el que más tenga,puede obligar a los otros a acomodarse a susintereses.5 Los gobiernos colaboran con las organizaciones internacionales siempre y cuando puedan incrementar con ello su poder.El país que ha llegado a ser una superpotencia,sólo puede ver en esas organizaciones una limitación a su plenitud de poderes. Los EstadosUnidos se encuentran desde 1990 en esa indiscutible posición de superpotencia mundial,después de que la Unión Soviética abandonó eldesafío y se disolvió. Con ello, los EstadosUnidos dejaron de estar a merced de cualquierrespaldo para imponer sus intereses y cada vezmás prefirieron el uso de la fuerza militar parallevarlos a término, toda vez que con la desapa-rición de su rival, la Unión Soviética, desapare-ció también el efecto disciplinario de la intimi-dación nuclear. En ese sentido, la alusión a unaposición de los Estados Unidos en la configura-ción del poder internacional, la cual ve en estepaís un poder hegemónico mundial tentado aconvertirse en un imperialismo mundial contie-ne una interesante explicación parcial. Las perspectivas de tener el poder absoluto son tancegadoras, que el recuerdo de los resultados deesa política de superpotencia, que habían conducido al cambio de paradigma de 1945,pudo entonces palidecer.

Como la teoría del realismo en su conjunto,tampoco este argumento hace justicia a las com-plejidades de los procesos de toma de decisionesen política internacional bajo las condiciones deun mundo regido por grupos sociales. El sistemade dominación ejerce una influencia diferencia-dora en la política exterior de los Estados. Lasdemocracias se comportan de manera diferentea las autocracias. El canon de valores de unasociedad, sus imágenes del mundo, sus percep-ciones de los conflictos, sus preferencias parasolucionarlos, canalizan las estrategia.6 En quémedida estos parámetros han incidido en la política exterior estadounidense, se demuestra

cuando se comparan las administraciones deCarter y Reagan en tiempos de la Guerra Fría y,más tarde, las de Bill Clinton y George W. Bush.Ellas varían de manera tan sustancial la tenden-cia al creciente unilateralismo dirigida por la dis-tribución del poder en el sistema internacional,que esta tendencia sólo puede ser interpretadacomo condición, pero no como una causa delcomportamiento de este país norteamericano. Lacausa debe buscarse en la configuración internadel poder en los Estados Unidos, en la cambian-te constelación de las distintas élites de poder.

Ningún Estado es a la larga idéntico a su política: un aspecto que resulta completamenteajeno al pensamiento estático del realismo. LosEstados Unidos del año 2002 se presentan, ensu política interna, muy distintos a los del año1945, los cuales, a su vez, se diferencian clara-mente de los Estados Unidos de 1919, despuésde la Primera Guerra Mundial. Esto se percibebien en el caso de Alemania. El cambio despuésde 1949 fue tan profundo que no resulta fácilsituar en una relación histórica la política de laRepública Federal de Alemania y la del TercerReich alemán. Desde 1949 hasta la actualidadha predominado una cierta continuidad, pero enmuchos ámbitos el cambio es palpable. Deaquella «sociedad civil» tal como se veía laRepública Federal durante la Guerra Fría, no haquedado mucho desde que se efectuaron lasprimeras incursiones out of area. Los Estados nose comportan de una manera homogénea a lolargo de todas las etapas de su historia. La cons-tante de la anarquía de los sistemas no estable-ce ningún programa invariable. La mezcla desus acciones y reacciones varía considerable-mente, depende de cómo esté compuesta yconstituida la élite de poder que decide la polí-tica exterior. Para llegar a este núcleo de la polí-tica interna primero hay que formularse la pre-gunta de cómo los Estados Unidos (y muchos desus aliados) han relegado el estado de conoci-mientos de 1945 y retomado ciertas estrategiasque debieron ser eliminadas definitivamente deeste mundo con la fundación de la Organización

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de las Naciones Unidas sobre la base de lasexperiencias de dos guerras mundiales.

El primer pecado tuvo lugar en 1947–1948,cuando la administración Truman decidió manejar el naciente antagonismo con la UniónSoviética no en el marco del recién creado instrumento de las Naciones Unidas, sino con elclásico recurso de una alianza militar. La buro-cracia que se ocupaba de la seguridad consiguiómuy pronto, en apenas dos años, enlazar estanueva situación con las tradiciones de la políti-ca real vigentes antes de 1945. Sobre la base deeste fundamento administrativo, los gobiernosposteriores desarrollaron propuestas políticascambiantes. Ellos alternaron los modelos deliderazgo unilaterales y hegemónicos (Nixon,Reagan) con otros fuertemente multilaterales ycooperativos (el Nixon tardío, Carter sobretodo). Clinton dio inicio a una política de asser-tive multilateralism, hasta que la burocracia locomprometió de nuevo a continuar el estilohegemónico. George W. Bush no necesitó res-paldo en ese sentido. Su gobierno proviene deun republicanismo ultraderechista que ve en elunilateralismo un dogma de la política exterior.Se considera que un lobby especial de estaadministración lo constituyen las industriasenergética y coheteril. Asegurar el acceso alpetróleo y al gas natural se encuentran es unpunto tan importante en la agenda de la políticaexterior como la construcción de un sistema dedefensa antimisil.

No es posible concebir algo que se opongamás a la política exterior de Clinton. EsePresidente había intentado apaciguar los focosde conflicto en el mundo (Corea, OrientePróximo). Bush, por el contrario, los pone alrojo vivo, y sigue azuzando el fuego. Clinton se aferró a los acuerdos sobre control de armamentos y encaminó sus pasos hacia uncompromiso con Moscú en la cuestión del escudo antimisil. Bush canceló ambas medidas.Bush ajusta otra vez los déficits presupuestariosen favor del crecimiento astronómico del presu-puesto armamentista y de la reforma fiscal.

Clinton los había restringido a fin de garantizarcon los ingresos excedentes el financiamientode la política social.

Sobre una idéntica posición de poder compi-ten por tanto en los Estados Unidos dos propuestas políticas muy distintas. Sin embargo,la línea divisoria no es tan nítida. La primera vezque Clinton quebrantó la prohibición del uso dela fuerza de la Carta de las Naciones Unidas fuecon la guerra de Serbia. Respecto a Irak, GeorgeBush adoptó al principio la misma moderaciónmostrada por Clinton, al menos hasta comien-zos del 2002. Pero en lo restante, ambos modelos políticos se comportan de una maneraclaramente alternativa. Uno refuerza el atracti-vo que ejerce la tradición conservadora de laburocracia; el otro había intentado ocultarla.

Una mirada a las interioridades de la política exterior

La teoría del realismo, con su fijación en elEstado como actor, puede que no reconozcatales vínculos, pero para el análisis liberal, quereflexiona justamente sobre el lado interno de lapolítica exterior, esto se revela de inmediato. La coalición que sostiene a la administraciónGeorge W. Bush no ha olvidado en ningúnmodo el orden mundial de 1945; más bien quisiera que los norteamericanos y el mundo loolvidaran. Pues sólo de ese modo podrían impo-nerse los objetivos de política exterior de esacoalición, promoviendo así los intereses asocia-dos con esos objetivos.

Esto no ha sido ni es una tarea simple. Si bienla guerra de Afganistán pudo legitimarse con elargumento de la lucha contra el terrorismo, paralas próximas intervenciones no va quedando unargumento convincente. Este se está elaboran-do. Al frente del influyente Defense PolicyBoard, organismo conformado a partir de un criterio suprapartidista y encargado de asesoraral Ministro de Defensa, está nada más y nadamenos que Richard Perle. Fue él quien concibióy orquestó la política de seguridad de la admi-nistración Reagan. Ahora, tras el derrocamiento

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del régimen talibán, pretende derrocar tambiénal dictador Sadam Hussein en Irak. Otro de lospaíses sobre los que se piensa en voz alta en esteorganismo es Irán, cuyo arsenal de misiles, almenos en opinión del gobierno del partido Likudde Israel, es proprocionado por Rusia. Desdemediados de los años noventa, este grupo estápreparando a los medios para realizar una nuevaversión de la otrora familiar imagen del mundoen la que Estados Unidos e Israel –los europeosya no aparecen– son presentados como objetosde una amenaza que en el Oriente Medio partede Irak y de Irán y a nivel global de Rusia.

Tampoco el propósito principal en política deseguridad del gobierno Bush, el sistema de escu-do antimisil, lo tiene fácil. Ningún experto estadounidense ve amenazados a los EstadosUnidos por misiles estratégicos, al menos no enun tiempo previsible. Cuando el Ministro deDefensa Rumsfeld era todavía jefe del lobby delos misiles, tuvo que despachar «informacionesmás amplias y secretas de las que están a disposición de la mayoría de los analistas en elmundo de las noticias.» Esta información secre-ta provenía, según se conoce hoy, de los labora-torios de firmas interesadas como LockheedMartin y Boeing. Pero ésta tuvo sus efectossobre el público norteamericano.

Definir la situación de seguridad de un Estadoes alta política. Ella determina no sólo la impor-tancia de las Fuerzas Armadas y el monto de losgastos de rearme; también decide la políticaexterior de un Estado, quiénes son los amigos yquiénes los enemigos, la cooperación y los conflictos. El análisis de la amenaza estableceun orden de prioridades de todos los objetivosimportantes del gobierno, conforma el marcopara la distribución del poder, las influencias ylos beneficios. Por eso ese análisis siempre esasunto del jefe de Estado. En vistas de que laCIA no había evaluado lo suficiente la amenazaproveniente de la Unión Soviética, Reagan hizointervenir a su equipo B, el cual se ocupó decrear la alarma deseada. A la inversa, Clintonsustituyó a finales de su mandato el término

«Estado canalla» por el de «Estado motivo depreocupación», con lo cual restó impulso a latendencia agresiva.

En realidad, después del 11 de septiembre la administración Bush debió abandonar el pro-yecto del escudo antimisil. El atentado confirmóla opinión de todos los servicios de inteligenciade que los Estados Unidos no estaban amenaza-dos en un tiempo previsible por ningún Estadoextranjero, sino por un tipo de terrorismo másbien convencional. Incluso las armas de destrucción masiva, según un resumen emitidopor la CIA y otras diez autoridades de defensa amediados de enero en el National IntelligenceEstimate, no serán traídas a los Estados Unidospor misiles de largo alcance, sino por barcos,camiones y aviones civiles. El gobierno estado-unidense no se dejó desconcertar por la noticia.Basándose en el gran apoyo que todavía recibede la opinión pública norteamericana, el gobier-no lleva adelante su programa de escudo anti-misil: la marina, que a mediados de diciembrehabía suspendido incluso su sistema de cortoalcance una vez demostrada su ineficacia, tuvoque probarlo de nuevo a finales de enero.

La administración Bush está sujeta en granmedida a esa debilidad de las democracias des-crita ya a principios del siglo XIX por James Mill:la de posibilitar a poderosos grupos de interésun acceso preferente a los centros de decisióndel ejecutivo. Mucho ha mejorado esto desde elsiglo diecinueve, pero no todo ha cambiado.Recientemente, el Tribunal Supremo de losEstados Unidos ha dispensado de toda crítica lasdonaciones hechas a los partidos, planteandoque se trata de un elemento de la libertad deexpresión política, con lo cual ha contrarrestadolos viejos intentos por controlar de una vez elfinanciamiento privado de las campañas electo-rales. Hasta qué punto es estrecho y privilegia-do el vínculo directo entre los grupos de interésy el poder político en los Estados Unidos, sedemostró claramente con el derrumbe delgigante energético Enron en enero del 2002.Por tanto, puede suponerse confiadamente que

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detrás de la consigna del «Enduring Freedom»se satisfacen sólidos intereses de consorcios nor-teamericanos. En el siglo XIX los políticos euro-peos tenían en mente el algodón cuando habla-ban en Asia Central de Dios. Ahora se habla dela libertad, pero también se trata de petróleo, degas natural y de los correspondientes oleoductosy gasoductos. Esa competencia económica no esproblemática mientras las armas permanezcanen los cuarteles. Es por eso que la Conferenciade Bruselas de 1990 presentó la Carta deEnergía Europea, el ordenamiento parcial de unmundo cada vez más globalizado. El acceso alos recursos naturales –el cual ha sido, junto alas pretensiones territoriales divergentes, unaclásica causa de guerra– sólo puede regularse demanera multilateral, y no puede ser impuesto demanera unilateral por medio de la fuerza.

A decir verdad, también la sociedad nortea-mericana comparte esa opinión. Ella apoya elmultilateralismo en un setenta y cinco por ciento, y la participación estadounidense en operaciones de paz de las Naciones Unidas enun cincuenta y siete por ciento; casi la mitad detodos los estadounidenses (un cuarenta y ochopor ciento) apremia a su gobierno para quepague las deudas del país con las NacionesUnidas.7 La administración Bush, por el contra-rio, prefiere el unilateralismo, el uso de la fuerza como medio de solución de los conflic-tos. Esta administración aspira a tener un dominio absoluto de la información, a fin depreparar a la sociedad norteamericana y a todoel mundo para las condiciones de este nuevoparadigma. Con mucha más fuerza aún que enla segunda Guerra del Golfo y en la guerra contra Serbia, la política exterior norteamerica-na es llevada a la escena deseada porWashington. Tres centros de información enWashington, Londres y Kabul organizan discur-sos, entrevistas, conferencias y actividades detodo tipo con el propósito de dominar con ellosobre todo la televisión mundial. Washingtonprohibió a los medios estadounidenses divulgarlas alocuciones textuales de Bin Laden grabadas

en vídeo y otras informaciones adicionales. Al «cuarto poder», por tanto, la situación no sele presenta nada fácil. Cuando los aconteci-mientos son diseccionados en porciones diariasapenas es posible determinar cuál es la tenden-cia. Si encima de todo ello el ejecutivo intervie-ne para impedir algo, los medios entonces sólo pueden ejercer de manera rudimentaria esafunción de control imprescindible para el funcionamiento de una democracia.

La política exterior se decide sobre todo en elsistema de gobierno de los Estados – su relativaposición de poder en el sistema internacionaljuega un papel contingente. Si el sistema dedominación es democrático y las exigencias dela sociedad son trasladadas íntegramente a laesfera de decisión del ejecutivo, entonces funciona la «paz democrática». La fuerza sólo seaplica para la defensa o sobre la base de las disposiciones de una organización internacional.Pero si este mecanismo de la democracia estápoco desarrollado o es distorsionado con la ayu-da de la primacía de la política exterior, entoncesse desarrolla el síndrome de Mill: ciertos intere-ses parciales penetran al ejecutivo y aprovechansu monopolio de poder para sus propios fines.

Recordar y acatarEl hecho de que ahora las regulaciones de

1945 palidezcan, no radica tanto en su calidado su función, sino en los intereses transformadosde las élites de poder dominantes. Claro quedesde la fundación de las Naciones Unidas hantranscurrido más de cincuenta años, y el mundose ha transformado después del final feliz delconflicto Este-Oeste. Pero la prohibición sobre eluso de la fuerza con fines políticos es, precisa-mente por eso, un principio más moderno quenunca. No necesitamos la restauración de laguerra, sino progresar para continuar disminu-yendo la porción de violencia aun existente enla política. No hay motivo alguno para apartarsede esta máxima tan importante como estratégi-camente realizable. El uso de la fuerza militarseguirá siendo aplicado necesariamente al igual

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que antes mientras no hayan sido eliminadas deltodo las causas de la violencia inherentes al sis-tema internacional y al orden de dominación.Este uso de la fuerza no debe ser re-nacionali-zado, sino que debe quedar en manos de laorganización internacional, a fin de que no sepropague de nuevo el viejo mal de la guerrabajo el pretexto de la terapia.

Esa labor de recordación le vendría muy biena los dos grandes partidos nacionales alemanesy no debiera dejarse a merced de los márgenespolíticos. Mientras este discurso, en los EstadosUnidos, se impondrá de inmediato –la demo-cracia tiene allí raíces muy profundas– aquí enAlemania es evitado aludiendo a la «credibili-dad» de la política alemana y a su «solidaridadcon la alianza». En efecto, justamente la políticaactual de la República Federal está a merced demuchas exhortaciones a adaptarse a las nuevascondiciones. Tales exhortaciones provienen delos intereses de liderazgo de los Estados Unidos,de los intereses de posición de la RepúblicaFederal en el marco de la Unión Europea y laOTAN, y de las presiones que ejercen la políticainterna y la política de partidos respecto a unatoma de posiciones con vista a las eleccionesparlamentarias del 2002. También aquí existenlos grupos de interés económicos y políticos. Noresulta fácil bajo tales circunstancias, muchomenos ante una oposición que agita de maneraperfectamente táctica a fin de ventilar pública-mente cuestiones estratégicas de la política exterior. ¿Pero acaso la política no es un «artede lo posible»?

El Ministro de Asuntos Exteriores HansDietrich Genscher la practicó cuando, en unasuerte de paso unilateral, dio continuidad a lapolítica de distensión que el Presidente Reaganhabía trastocado en una confrontación en losaños iniciales de su mandato. Ser un aliado nosignifica solamente ser un asistente a la hora deejecutar una política. Los aliados son amigosque, con su comportamiento solidario, anticipanlo que más tarde la potencia líder verá tambiéncomo algo correcto. La sociedad norteamerica-

na está por ahora tan traumatizada por la catás-trofe humana y por la pérdida de autoestima yconciencia de poder, que se enfrenta a la propuesta política del gobierno de Bush de unamanera acrítica. Es por ello que los europeosdebieran echar una mano – lo que ya estánhaciendo, si bien tímidamente, en Corea y en elOriente Próximo. La República Federal deAlemania tiene en ese sentido una deuda porsaldar. Su identidad política como sociedad civily su cultura en lo relativo a la renuncia al uso dela fuerza en la política exterior se la debe enesencia a la influencia y al ejemplo norteameri-cano. Es por ello que el gobierno en Berlíndebiera cooperar precisamente a fin de que elorden mundial correspondiente a una sociedadcivil, erigido en 1945 y reafirmado en 1990, nosufra daños sólo porque ciertas circunstanciaspasajeras induzcan a hacerlo.

Merkur, no. 635, marzo del 2002

1) Véase, Ruth B. Russell, A History of the UnitedNations Charter. The Role of the United States1940–1945. Washington: Brookings 1958.

2) Véase, Ernst-Otto Czempiel, Kluge Macht. Außen-politik für das 21. Jahrhundert. Munich: Beck1999.

3) Véase, Heidelberger Institut für InternationaleKonfliktforschung e. V., Konfliktbarometer 2001.Heidelberg 2002.

4) Véase, Peter Waldmann, Terrorismus. Provoka-tion der Macht. Munich: Gerling Akademie1998; Kai Hirschmann / Peter Gerhard (Ed.),Terrorismus als weltweites Phänomen. Berlín:Spitz 2000; Walter Laqueur, Die globale Bedro-hung. Neue Gefahren des Terrorismus. Munich:Propyläen 2001.

5) Véase, Kenneth N. Waltz, Theory of InternationalPolitics. Reading, Mass.: Addison-Wesley 1979;Werner Link, Die Neuordnung der Weltpolitik.Munich: Beck 2001; Gert Krell, Weltbilder undWeltordnung. Baden-Baden: Nomos 2000.

6) Véase, Monika Medick-Krakau (Ed.), Außenpoliti-scher Wandel in theoretischer und vergleichen-der Perspektive. Baden-Baden: Nomos 1999.

7) Véase, John E. Reilly (Ed.), American PublicOpinion and U.S. Foreign Policy 1999. TheChicago Council on Foreign Relations 1999.

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«E sta es nuestra posición», es la fraseque aparece escrita a lápiz sobrePoelcappelle, un pequeño pueblo

alejado algunos milímetros de Langemarck en elmapa de Bélgica que mi tío Wilhelm, muerto el23 de abril de 1915, a los veintidós años, siendo soldado del frente, envió a casa con suúltima y cariñosa carta fechada el 17 de ese mismo mes. Él era el mediano de otros dos her-manos que se alistaron todos como voluntarios,y fue en mi infancia una suerte de santo familiaromnipresente, símbolo de un patriotismo queentre nosotros era cultivado de manera religio-sa, como un desaparecido entre los habitantesde un reino de espíritus entre muertos y vivosdel que en cualquier momento podía llegarnosun mensaje. Todavía aguardaba debajo de lacama de mi abuela, muerta en 1937, el últimopaquete de campaña enviado a él, el cual nosdevolvieron desde el frente flamenco con unadoble acotación realmente contradictoria: «caí-do por la patria» y «destinatario desconocido».

La carta escrita a lápiz por el tío Wilhelm ter-minaba con las siguientes palabras: «Nosotros,aquí, estamos muy ‘ocupados’ [...] Pero de esoles hablaré más adelante, cuando los hechospuedan hablar por sí solos. Querida mamá, tuWilm está literalmente ávido de acciones. Diosestará de nuestra parte, y ‘el viento estará anuestro favor’». En un inicio, nadie entendió laalusión que a mí se me reveló, súbitamente,ochenta y cinco años más tarde, mientras con-templaba las celosamente guardadas cartas deguerra de los hermanos: la subrayada esperanzade contar con un viento a favor me proporcionóla clave para entender anteriores alusiones a una

actividad secreta realizada evidentemente en elseno de algún comando especial: ese tío poste-riormente desaparecido fue, con suma probabi-lidad, miembro de la tropa que preparó técnica-mente y llevó a cabo el primer gran ataque con gas tóxico emprendido por Alemania en laPrimera Guerra Mundial contra tropas francesasy británicas. Eran ésos los hechos que él espera-ba día a día y de los que terminó siendo víctima.

Si bien más tarde lo que predominó fue laguerra con granadas de gas, al principio los ataques se hacían por emisión directa del gasenvasado en bombonas y que afectaba directa-mente las vías respiratorias. Para ello se necesi-taba un viento a favor, es decir, en dirección delenemigo, es por eso que Wilhelm mencionó alunísono a Dios y la dirección favorable del vien-to, como hicieran en otra ocasión los ingleses,que atribuyeron el hundimiento de la ArmadaEspañola al globo de viento huracanado salidode la boca de Dios y que solía estamparse en losmapas de la época. Sólo un iniciado, o alguienque mirase en retrospectiva, podía entender lavelada alusión al inminente ataque con gas. Ellugar marcado por Wilhelm en el mapa, el sitiode su posición, fue uno de los dos puntos deemisión del gas en el ataque alemán del 22 deabril.1

Aunque las Conferencias de La Haya del 29de julio de 1899 y del 1 de octubre de 1907habían prohibido en gran parte el uso de tóxicoscomo armas, con lo cual las incluían en el catálogo de posibles medios de combate –porejemplo, el envenenamiento de agua potable ode víveres o el uso de armas tóxicas–, alcomenzar la guerra en agosto de 1914 no habíaen los mandos militares todavía ningún planconcreto de llevar a cabo la guerra con gasestóxicos, mucho menos estaban enteradas de ellolas poblaciones de los respectivos países. Demanera aislada, se habían realizado algunaspruebas de municiones preparadas con gas, pero

Cómo se vino abajo la culturaGas tóxico y ética científica en la Primera Guerra Mundial

Gerhard Kaiser

nació en 1927, es profesor emérito de Litera-tura Alemana Contemporánea. En el año 2000apareció su libro Rede, dass ich dich sehe. EinGermanist als Zeitzeuge.

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sin mucho énfasis ni éxito. Sin embargo, a losnueve meses de iniciada la guerra, con el primeruso a gran escala por parte de los alemanes enel frente flamenco, aquella cantidad exorbitantede 150 toneladas de cloro produjo una nube degas de seis kilómetros de ancho y una profundi-dad de 600 hasta 900 metros que se echó encima del enemigo. Detrás de todo ello estabala impresionante labor organizativa, científico-experimental y técnica –destinada a un terriblepropósito– y que sólo pudo ser llevada a cabocon la ayuda de una industria alemana quegozaba de una posición de liderazgo a nivelmundial en el ramo de la química.

Una de las razones para esos tempranos pasosde Alemania encaminados a desarrollar un gasde combate lo fue una crisis de municiones pre-vista –que más tarde fue solucionada–, debido ala escasez de nitro, sustancia que debía serimportada de ultramar. Poco después de inicia-da la guerra, ello condujo, por indicaciones deWalther Rathenau, jefe de la empresa AEG, auna cohesión de los esfuerzos de distribución delas materias primas de importancia bélica, a laplanificación de la economía de guerra y al desarrollo de un procedimiento técnico para laobtención del nitro destinado a la producción depólvora y de explosivos. Por otro lado, la parteagresora alemana, buscaba un arma ofensiva degran alcance que rompiera las ventajas naturalesde la defensa, penetrando sus posiciones defen-sivas.

La Historia puede ser simbólica. El 10 denoviembre de 1914, algunos regimientos devoluntarios alemanes con una mala preparación,habían entonado el Himno de Alemania duran-te el desastroso ataque a Langemarck, que causó tantas pérdidas. Aquel disparate militarfue transfigurado de inmediato en una leyendanacional que sólo desapareció a raíz de la deba-cle de 1945. Seis meses después de aquel 10 denoviembre de 1914, en lugar del patético himno nacional lo que volaba sobre aquel mismo campo de batalla era el letal productoquímico alemán.

Hasta qué punto era cosa de aficionados elsecreto militar de entonces, lo muestran losenvíos que Wilhelm hacía desde el frente, por loque en medio de una acción de tal envergadura,con tantas personas involucradas, algo tuvo quefiltrarse acerca de los preparativos de la partealemana. Realmente existían algunos indiciosprovenientes de la primera línea del frente, loscuales llegaban a través de soldados alemanesprisioneros y de los servicios secretos franceses,pero las urgentes advertencias hechas por elcomandante de campo francés que estaba a car-go, sólo recibieron del Estado Mayor la tajanterespuesta de que «toda esa historia del gas nopodía ser tomada en serio.» Sólo poco tiempodespués, el 22 de abril de 1915, un mayor francés, jadeante y tosiendo, reportaba directa-mente desde el frente a través de teléfono decampaña: «Me están atacando con fuerza. Unasinmensas nubes de humo amarillento prove-nientes de las trincheras alemanas se estánexpandiendo por todo mi frente. Los tiradorescomienzan a abandonar las trincheras y a retirarse, muchos caen asfixiados.» Un generalde brigada que instaba a sus hombres a avanzarvio cómo se le venían encima varios «soldadosen retirada que habían arrojado sus armas yretrocedían a toda prisa como enloquecidos, conlas chaquetas del uniforme abiertas, gritando,pidiendo agua y escupiendo sangre. Algunos serevolcaban en el suelo y trataban en vano detomar una bocanada de aire.»

«El efecto del ataque con gas de Yprés fue ver-daderamente devastador. Antes del anochecer,15 000 hombres yacían en el campo de batalla,una tercera parte de ellos muertos [...] Ya nadase interponía en el camino de los alemaneshacia los desprotegidos puertos de los canalesfranceses, situados directamente ante las costasde Inglaterra.»2 Y puesto que los propios alema-nes quedaron sorprendidos con el éxito obteni-do, adelantaron las instalaciones para lanzar elgas hasta el territorio ocupado, pero esa brechano fue aprovechada, y los contraataques en losdías siguientes estabilizaron la situación. Quizás

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fue en uno de ellos donde perdió la vida eljoven maestro Wilhelm Kaiser, del que sólo se encontró, como única reliquia, su cartera perforada por pinchazos de bayoneta.

A partir de entonces, los integrantes de la tro-pa del gas pasaron a ser especialistas muy solici-tados. Con extrema rapidez, todas las partesinvolucradas en la guerra intensificaron el usodel gas como arma de combate y comenzaron aemplearlo en la artillería. Ya antes de la guerra,el químico Fritz Haber había pensado en darleun uso provechoso a las masas de cloro que seobtenían durante la elaboración de productosquímicos. Y ahora se había encontrado ese uso:¡como un arma para la guerra química! Ésta fueperfeccionándose con el desarrollo de gasescada vez más letales. Fue un cínico triunfo de laciencia, tanto más cínico cuanto que al usar elgas por primera vez se desatendió criminalmen-te la protección de la propia tropa. La enviaronal ataque portando unas vendas de gasa impreg-nadas con un producto químico. Sólo al cabo deseis meses se fabricaron las primeras máscarasantigás, lo que dio lugar a la consabida compe-tencia técnica en ese terreno entre armas ofen-sivas y defensivas cada vez más sofisticadas.Como respuesta a la careta antigás surgió luegoun tóxico llamado «rompe-máscaras».

Al finalizar la guerra en 1918, una cuarta parte de todas las granadas lanzadas por la parte alemana habían sido granadas de gas. Elnúmero de personas afectadas por el gas o de losmuertos por la misma causa sólo puede seraproximado. En primer lugar, los datos son tendenciosos. Los defensores de la guerra química tenían interés en alcanzar un númerolo más elevado posible de afectados y el másbajo posible de muertos, con tal de demostrar la«humanidad» de la nueva arma química. Ensegundo lugar, en las heridas y muertes podíanconverger causas de distinta índole. En tercero,había entonces una comprensión muy vaga delas numerosas secuelas, muchas veces mortales,que este tipo de arma podía ocasionar. En gene-ral, Dieter Martinetz calcula que en una cifra

total de diez millones de muertos y veinticincomillones de heridos, más de un millón de personas fueron afectadas en la Primera GuerraMundial por productos químicos de combate,de las cuales murieron entre 70 000 y 90 000.El efecto de combate del gas tóxico fue de todosmodos enorme, en especial su efecto psíquico,debido al pánico que provocaba.

Ya en la Segunda Guerra Mundial cada soldado iba equipado con una máscara antigás. Una de las precauciones esenciales de nuestro liderazgo nacionalsocialista fue la máscara antigás del pueblo, prevista para cada uno de los camaradas del pueblo, y la cual no podía faltarjunto al receptor del pueblo (la radio), que era elmedio para universalizar la propaganda nazi.Pero la efectividad de esta nueva arma era tanterrible que los aprendices de brujo que lainventaron tuvieron miedo de que se les siguie-ra escapando de las manos toda posibilidad decontrolarla. Fue por eso que lo primero quehicieron los vencedores de 1918 fue prohibirlea los alemanes el uso de gases tóxicos. Más tarde, en el acta de Ginebra sobre la guerra congases tóxicos, de 1925, aceptaron proscribir engeneral la guerra con gases tóxicos, pero nadieconfió en eso, si bien la prohibición se mantuvodurante la Segunda Guerra Mundial.

Esto, sin embargo, no fue un obstáculo paraque en las diabólicas cocinas de los militares secontinuara fomentando la investigación y la producción en el terreno de las armas químicas,todo ello relacionado con la invención y el perfeccionamiento de armas biológicas, demanera oficial hasta su prohibición mundial porel acuerdo de París de 1993, pero de manera nooficial quizás hasta el día de hoy. Tampoco allídonde no se temía ningún contragolpe, la prohibición constituyó un obstáculo para seguirllevando adelante la guerra con gases tóxicos enuna menor medida; así lo hicieron los españolesde 1922 a 1927 contra los marroquíes; los italianos durante la ocupación del imperio cristiano de Etiopía de 1935 a 1936 y el dictador iraquí Sadam Husein –que entonces

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todavía recibía abastecimientos de armas desdeOccidente–, en la guerra contra Irán y en lacampaña militar contra la propia población civilkurda.

Además del desarrollo de gases tóxicos comoarma, durante la Primera Guerra Mundial tam-bién el mismo grupo científico alemán acometíalabores para la aplicación de estos gases comoefectivo desinfectante e insecticida, materia enla cual los estadounidenses habían acumuladoalgunas experiencias desde antes de la guerra.En este caso el objetivo era asegurar las reservasde alimentos imprescindibles para la guerra–cereales y harina, por ejemplo– en unaAlemania bloqueada y cada vez más hambrien-ta. También entre la soldadesca, los piojos, laspulgas o las ratas eran objeto de una sistemáticay apasionada exterminación en su condición deplagas transmisoras de enfermedades. Todavíaen su última carta, Wilhelm Kaiser, el soldadoexperto en el uso del gas, escribía sobre la luchacotidiana contra los piojos, terreno en el cualresultaba muy útil la fumigación con ácido prú-sico o cianhídrico, algo que tuvo luego gravesconsecuencias, pues de él surgió el tristementecélebre ciclón B, que primero fue un insecticiday luego fue el gas letal usado en Auschwitz.

Aquel letal producto químico era fabricadopor la firma Degesch (siglas de Deutsche Gesell-schaft für Schädlingsbekämpfung, Sociedad alemana para la lucha contra insectos dañinos),que era dominada por la industria IG-Farben,una fusión ocurrida en 1925 entre la fábrica depinturas Bayer, la fábrica BASF (fábrica de soday anilina de Baden) y otras empresas de produc-tos químicos, las cuales habían sido, gracias a laestrecha cooperación en la Primera GuerraMundial, las princiales productoras de los gasesde combate alemanes. Así, con el cambio en eluso del ciclón B, de un producto destinado a laeliminación de insectos a otro empleado en elexterminio de seres humanos, quedó inventadoel principal campo de aplicación del gas letaldestinado a eliminar masas humanas dañinas, locual fue irrelevante desde el punto de vista del

derecho de la guerra: la eliminación en serie demillones de enemigos de «raza inferior», losjudíos europeos.

Esto ocurrió en los campos de exterminio deHitler, el simple cabo de la Primera GuerraMundial que en su condición de mensajerosufrió en carne propia una grave intoxicacióncon gas. Hitler, el «más grande estratega detodos los tiempos», entendía tanto de la guerraque siempre evitó enfrentarse con gases tóxicosa rivales bien armados, y tales habían sido susexperiencias con el gas cuando se intoxicó siendo soldado en el frente, que jamás quisoexponer a sus soldados a una angustiosa muerte causada por esa sustancia. Pero sí se lohizo a los judíos, sobre todo porque éstos nopodían responderle con un ataque similar. Sibien el Mefistófeles de Goethe compara drásti-camente el amor con el efecto de un venenopara ratas, en la producción de gas letal, por elcontrario, el uso de éste contra los seres huma-nos parece haber dado alas a la imaginación delos científicos en la lucha contra las plagas, yésta, a su vez, estimuló la imaginación aplicati-va del «asesino en serie más existoso de la eramoderna», el Obersturmbannführer de las SSRudolf Höss, el hombre que introdujo el gasciclón B en Auschwitz.

La figura cimera de la maquinaria alemanapionera en la indsutria de los insecticidas y de laguerra con gases tóxicos, el inventor de la guerra efectiva con ese tipo de gases, nexo deunión de los esfuerzos y plazos científicos,industriales y militares, el incansable continua-dor –promotor por ejemplo, del empleo de laguerra química de los españoles en Marruecos–fue el fundador y director del Instituto deInvestigaciones Kaiser Wilhelm de Química-Física y Electroquímica, de Berlín, el ya mencionado profesor Dr. Fritz Haber, un idea-lista de formación humanista, patriota alemán y–así de malvada puede ser la Historia– judío.3

La suerte le exoneró de ver cómo los judíoseran aniquilados en las cámaras de gas, algo quesuperó su capacidad imaginativa. No obstante,

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Haber ocupa un lugar central en la prehistoriade ese aniquilamiento de judíos con gas, de locual fueron víctimas incluso algunos parientessuyos. A la primera oficina central de Alemaniadedicada al uso del gas con fines bélicos se le llamaba, sencillamente, «Oficina Haber». Poriniciativa suya fue fundada también la firmaDegesch, la encargada de desarrollar el ciclón B.Haber se involucró tanto en la investigación ypuesta a prueba del nuevo material de guerraque llegó incluso a sufrir personalmente una intoxicación por gas. Este judío bautizadoquería ser un buen alemán.

El gas de combate era para Haber un testimo-nio de la ciencia y del espíritu inventivo de losalemanes, a la vanguardia a nivel mundial, y alfinal de la guerra se opuso de manera airada alas prohibiciones que los aliados impusieron a supaís. Para él el gas sería un arma indispensableen el futuro, cuando las guerras contarían conuna mayor participación de la ciencia, y siemprerestó importancia al espanto que provocaba laguerra con gases tóxicos, según está recogido enla práctica médica del frente y en la documen-tación y los resultados de investigación. Inclusoalguien que luego llegaría a ser comandantemédico, autor de un Manual de patología yterapia para enfermedades provocadas por sustancias de guerra (1932), Otto Muntsch,declaraba: «Desde la guerra mundial, se oye devez en cuando a alguien hablar de la humani-dad de la guerra con gas: quien ha visto algunavez a un intoxicado con gas en el estadio descrito, el de la fase final del edema pulmonar,tendría que quedarse callado si es que todavíaposee un ápice de humanidad.»

Visto desde la perspectiva de Auschwitz,resultan escalofriantes los planteamientos públi-cos de Haber, al decir que no había manera másagradable de morir que por aspiración de ácidocianhídrico. Su argumento de que el empleomasivo de sustancias de combate químicas servía para abreviar la guerra, disminuyendo asíel número de muertos, le sirvió en 1945 a losEstados Unidos para legitimar el lanzamiento de

las bombas atómicas sobre las ciudades deHiroshima y Nagasaki. Sobre las actividades deHaber en la organización e institucionalizacióndel empleo de gas contra plagas e insectos, escri-be retrospectivamente el entomólogo AlbrechtHase, quien tomó parte él mismo de esas inves-tigaciones, una frase que hoy nos parece infini-tamente macabra: «Si el procedimiento con ácido cianhídrico se generalizó en Alemania consorprendente rapidez a partir de 1917, tenemosque agradecerlo en primer lugar a Haber y a suscolaboradores.»

Después de todo, Haber fue un científicobenefactor de la Humanidad, no sólo porquedesarrolló la lucha contra las plagas. En 1918, apesar de la tenaz oposición de los aliados, le fueconferido el Premio Nobel de Química, la coro-nación de una vida dedicada a la investigación.La síntesis del amoníaco, inventada por Haberantes de la guerra, condujo, gracias al aprove-chamiento industrial que hizo de ella CarlBosch, a la producción masiva de nitrógeno, loque a su vez dio inicio a la época del fertilizan-te artificial. La síntesis del amoníaco dio iniciotambién a la producción de ácido nítrico comomateria prima de la pólvora, y sirvió con ello al mismo tiempo para solucionar la crisis demuniciones alemana.

El mismo hombre, por tanto, pudo ver, sobrela base de sus méritos, ondulantes campos detrigo destinados a mitigar el hambre en el mundo, y los campos de batalla de la PrimeraGuerra Mundial, semejantes a paisajes lunares,resultado de la guerra de desgaste y la guerra detrincheras, así como de la invención del llama-do fuego graneado, con el cual se intentaba aniquilar al enemigo por medio de un fuego deartillería prolongado y masivo que consumíacantidades enormes de granadas explosivas.También fue este mismo hombre el que impusola guerra química y la efectiva lucha contra lasplagas por medio de productos químicos, cuyacombinación trazó una línea directa hacia el genocidio de los judíos y el actualmente también difuso y omnipresente temor ante un

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ataque terrorista con armas nucleares, biológicaso químicas contra la sociedad industrial deOccidente.

El arte antibelicista de los años veinte produjoen la obra de Otto Dix Cristo con la máscaraantigás un icono de la desesperación humana. Yes que cabe preguntarse: ¿acaso cuando se pro-dujo ese abismo, no hubo voces que se alzaroncontra la guerra con gas? De manera sorpren-dentemente rápida, ciertos juristas del derechointernacional dispersaron los reparos existentesen algunos círculos de estar atentando contra ladisposición sobre la guerra de La Haya con eluso del gas cloro. En realidad, Haber pudo señalar en 1923 que las actas del Ministerio deAsuntos Exteriores no contenían ni una solanota en la que una nación enemiga hubiese protestado contra el uso de armas químicas porconsiderarlas una violación del derecho interna-cional – al fin y al cabo todos estaban montadosen el mismo tren.

Sí hubo varias objeciones de tipo técnico-mili-tar, ya que el método usado al principio, el delas emisiones directas, dependía totalmente del viento. Así argumentaba el PríncipeHeredero Ruperto de Baviera, comandante del6to Ejército, en su diario de campaña: «Que elnuevo medio de combate con gas no sólo meresulta antipático, sino que no es efectivo, [...][ya que] el enemigo podría echar mano al mismo recurso.»

Otros altos oficiales consideraban que el usode gas tóxico contravenía la ética militar, pero:«El éxito alcanzado en Yprés [se obtuvo] princi-palmente gracias al gas tóxico. En realidad es unmedio atroz... Aquí no tenemos todavía talespendencias, pero tampoco nos cohibiríamos detenerlas. La guerra no puede ser humana, y tampoco lo es aquí.» Así hablaba el coronelAlbrecht von Thaer el 28 de abril, apenas unasemana después del primer ataque alemán congas. En sus memorias, Berthold von Deimling,el comandante del sector del frente donde seusó el gas por primera vez, confiesa: «Deboadmitir que, íntimamente, la misión de envene-

nar al enemigo como si fuesen ratas me parecióuna contravención de todas las reglas, lo mismoque le pasaría a cualquier soldado con decoro.Pero con el gas tóxico se hizo caer Yprés, ypudo obtenerse una victoria decisiva para toda la campaña. Ante tan elevados propósitos,debían callar todos los reparos íntimos.» La victoria vale más que el decoro.

De manera aun más mezquina se argumentaen el diario de campaña del 9no Ejército: «No sepuede negar que al sentido caballeresco denuestro ejército el uso de este medio de comba-te no le resultó muy simpático en un inicio.Pero en realidad, este procedimiento representala evolución lógica de una práctica empleadahasta ahora en todos los ejércitos [...] Teniendoen cuenta que nuestro enemigo, renunciando atodo orgullo de raza, conduce contra nosotrosen el campo de batalla una abigarrada mezclade pueblos, se justifica plenamente el uso deeste medio. De ese modo alcanzamos nuestroobjetivo militar y evitamos el derramamiento depreciada sangre.» Resulta escalofriante que enrelación con la legitimación de la guerra con gasaflore un argumento racista, un Gobineau trivializado como apoyo de la argumentación,junto a tanto darwinismo y nietzscheanismo trivializado en esta guerra llena de exaltadasemociones y objetivos de guerra fantásticos, sinuna base real. En la práctica, todavía hoy, encualquier guerra emprendida por Occidente, seestablece una diferencia entre sangre preciada yotra sangre menos preciada.

Hasta aquí los militares con su decadentecódigo de hidalguía. Para la inmensa mayoría delos científicos alemanes, el poner la investiga-ción al servicio de la guerra se convirtió en unacto obvio. La mayoría de ellos veía en la guerrauna forma de competencia internacional, en la que los alemanes avanzaban de victoria envictoria. En un informe surgido probablementecon la colaboración de Haber, en el cual seadoptaba una toma de posición respecto a laamenaza de prohibición para Alemania del usode armas químicas impuesta por las potencias

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vencedoras, se plantea: «El progreso de la cultura técnica consiste en que la superioridadintelectual, apoyada por los medios de las cien-cias naturales, es quien dice la última palabra.Una prohibición de medios de combate quími-cos contravendría este principio del desarrollode la cultura técnica.»

De todas maneras, hubo una fuerte oposiciónproveniente de la Sociedad Kaiser Wilhelm –laactual Sociedad Max Planck– contra los planesde Haber y otros de agrupar en tiempos de paztodas las investigaciones sobre el gas en un ins-tituto que debía fundarse al efecto sobre cienciasrelacionadas con la guerra – oposición que, porcierto, tuvo éxito a la larga. Así tenemos que enmarzo de 1917, el médico internista deHeidelberg, Ludolf Krehl, expresaba en una car-ta al presidente de la Sociedad Kaiser Wilhelm,el mundialmente célebre teólogo Adolf vonHarnack: «Si esta terrible variante de hacer laguerra, no muy valiosa, como ya creen algunosmuy buenos oficiales, es cultivada por nuestrasociedad, entonces tenemos al menos que dedicarnos al mismo tiempo a los estudios sobrela biología de los efectos del gas y de la respira-ción. Pues nosotros no estamos aquí paramatar.»

Sólo hubo algunos cientificos pacifistas quereplicaron y luego se retiraron, dando muestrasde una actitud consecuente, tal es el caso delmédico y biólogo Georg Friedrich Nicolai, quienen una amplia monografía titulada La biologíade la guerra. Observaciones de un científicoalemán –la cual fue incautada en 1916 cuandoestaba en imprenta y publicada un año despuésen Suiza–, calificaba la guerra como un callejónsin salida en el proceso evolutivo, y condenabaenérgicamente la guerra con gases tóxicos.Presionado por las persecuciones de que fueobjeto, tuvo que marcharse a Dinamarca en1918, sobre lo que luego se justificó en un folle-to: «Yo [...] abandoné la nación a la que estarésiempre agradecido a pesar de toda la injusticiaque ha cometido conmigo, pues por su media-ción y bajo su protección obtuve lo que ha

hecho de mí un ser humano: la cultura del universo, vista con los ojos universales de unalemán.» Todavía en 1920, su Universidad de Berlín intentó retirarle la Venia legendi pordeserción.4

Su correligionario, Albert Einstein, que desde1914 era director del Instituto de Física KaiserWilhelm, de Berlín, es decir, un estrecho cola-borador de Haber, escribía el 3 de abril de 1917en una carta: «Sólo caracteres muy indepen-dientes pueden sustraerse a la presión ejercidapor las opiniones dominantes. En la Academiano parece haber ninguno.» ¡Qué veredicto sobrela ciencia alemana, cuyas instituciones repre-sentativas más descollantes eran las Academiasde Ciencias! De todos modos, es preciso decirque el mundialmente célebre Einstein mantuvosu cargo en el Imperio Alemán, mientrasNicolai, por ser un idealista, fue exonerado delo peor por Guillermo II. El pacifista RomainRolland, que sabía muy bien por qué lo decía,planteaba: «En Francia no lo habrían arrestado,lo hubiesen fusilado hace tiempo.»

Entre los pocos científicos que se opusieronpúblicamente en revistas internacionales a laguerra y, en particular, a la guerra con gas, está el químico alemán Hermann Staudinger,quien también escribió un memorándum alCuartel General alemán desde su cátedra de laUniversidad Técnica de Zurich (ETH) y que el19 de octubre de 1919 declaraba en una carta aFritz Haber que «precisamente nosotros, los químicos, tenemos la responsabilidad de llamarla atención acerca de los peligros de la técnicamoderna [...], pues una nueva guerra seríainconcebible por sus desvastaciones». Haber respondió inmediatamente con un reproche:«Usted [...] ha atacado por la espalda a Alemaniaen el momento en que el país está más desam-pardo y más le necesita.»

Sólo en 1969 el físico y Premio Nobel de1954, Max Born, dijo la palabra decisiva sobrela guerra con gas en sus memorias, publicadasbajo el título de Der Luxus des Gewissens (El lujo de la conciencia): «Muchos de mis

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colegas contribuyeron a ello, incluso algunoshombres de elevadas convicciones éticas. Comopara Haber, para muchos de ellos la defensa dela patria constituía el primer mandamiento. Yosentí incluso entonces un conflicto de concien-cia. La cuestión no era si las granadas de gaseran más inhumanas que los explosivos, sinoque el veneno, que desde tiempos inmemorialeses considerado el medio de un asesinato harte-ro, estuviese permitido como arma de combate,pues sin un límite de lo permitido pronto llegaría a estarlo. Pero sólo mucho más tarde,después de Hiroshima, comencé a tener nocio-nes más claras sobre el tema.»

Haber manejaba sus ideales humanistas ypatrióticos de manera aditiva y según fuese lasituación. Al tomar el poder los nacionalsocia-listas, siguió siendo respetado primeramentecomo héroe de guerra, pero los nuevos gober-nantes lo obligaron a despedir a todos los colaboradores judíos de su instituto. «La funda-ción de los Institutos Kaiser Wilhelm en Dahlemfue el comienzo de un aluvión de judíos en lasciencias físicas», decía sarcásticamente la revis-ta nazi Zeitschrift für die gesamte Naturwissen-schaft. De hecho, si se piensa en la aniquilaciónde judíos mediante el uso de gases letales, resul-ta horrible ver hasta qué punto fue esencial laparticipación de los colaboradores judíos deHaber en el desarrollo de tales gases. Entre ellosse encuentra Otto Sackur, quien en 1914 murióa causa de unas pruebas de laboratorio relacio-nadas con la guerra con gas. Y todavía hay otrosejemplos: Otto Ambros, figura principal de las instalaciones industriales de Auschwitz y condenado en el juicio presentado a la empresaIG-Farben por esclavización y genocidio, fue undiscípulo y un protegido de Richard Willstätter(Premio Nobel de Física en 1915, amigo íntimode Haber y judío confeso) y mantuvo el contac-to con su tutor aun después de que éste fueraexpulsado de Alemania. El mismo hombre escri-bió en 1941 a un miembro de la direcciónempresarial de IG-Farben: «Nuestra amistad conlas SS se revela como muy beneficiosa.» Cuando

Haber no pudo proteger más a sus colaborado-res judíos, renunció a la dirección del Instituto,se fue al exilio en Inglaterra y murió en 1934 en Basilea, íntimamente destrozado, donde seencontraba de paso rumbo a Palestina, adondehabía sido invitado por Chaim Weizmann. Allíenviaron sus herederos en 1936 la bibliotecaque legó. En la carta de despedida que Haberdedicó a sus colaboradores les dice que se habíaesforzado durante veintidós años por «servir a laHumanidad en la paz y a su patria en la guerra».

Todavía en 1952, siete años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, elPremio Nobel de 1914, Max von Laue, enton-ces director del Instituto, citó aprobatoriamenteesta frase como uno de los legados de Haber ensu «Discurso inaugural por el desvelamiento dela tarja recordatoria dedicada a Haber en elInstituto Kaiser Wilhelm de Química-Física yElectroquímica». Ni una palabra se dice allíacerca de la ambivalencia en la vida de estecientífico, que, según palabras de Max vonLaue, «sacaba pan del aire», pero que tambiéntrajo la muerte a través del aire. La palabra«gas» no aparece en ninguna parte de su discur-so. Actualmente, ese centro de investigación erigido por él lleva el nombre de Instituto «FritzHaber», y en el Daniel Sieff Research Institutede Rehovot, Israel, existe una Biblioteca «FritzHaber». Aun después de su muerte, esta figurarepresenta un paradigma de ese rostro de Janode la ciencia y su incapacidad para fijar un punto de moderación y un objetivo final a partirde sí misma.

La fotografía de Haber lo muestra como uncientífico de mirada despierta y amable, unhombre seguro de sí, culto, burgués, el prototi-po del mundo intelectual de entonces. Él fue unhombre intransigente, íntegro y valiente. Eso no cambia nada el carácter profundamentecuestionable y pernicioso de la fórmula en laque resumió el ethos de su vida: en la paz a laHumanidad y en la guerra a la patria. Elloexpresa de manera patética lo que dice banal-mente el comandante del frente donde se reali-

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zó el ataque con gas acerca de la caballerosidadante el elevado propósito militar: Right orwrong, my country. Una ética que, en la guerra,coloca a la patria en el lugar de la Humanidad,y que por tanto, de ser necesario, sería capaz derenunciar a su incondicionalidad, es algo al fin yal cabo infame. El hecho de que alrededor deHaber y en toda Europa se produjera la mismaceguera moral por deslumbramiento, fue lo queprovocó la catástrofe cultural de la PrimeraGuerra Mundial, que, preparada desde muchoantes en el siglo XIX, ahora tenía lugar de mane-ra palpable.

El tristemente célebre llamado de destacadoscientíficos y artistas alemanes –firmado tambiénpor Haber en 1914– dirigido «Al mundo de la cultura», el cual, renunciando a todos losprincipios de comprobación científica, peroempleando a la vez la autoridad científica nosólo cuestionó la propaganda de horror real quehacían las potencias enemigas, principalmenteInglaterra, sino que también daba por verdade-ras, sin verificarlas, todas las afirmaciones de la diplomacia y de la dirección de la guerra alemanas acerca, por ejemplo, de la ruptura deAlemania de la neutralidad belga, es un hechoque está en concordancia con lo anterior, precisamente porque esa masa de firmanteseran personas más bien liberales y progresistas,críticos del guillerminismo, e incluso el autordel boceto fue un judío patriota, el cosmopolitaescritor y traductor clásico de Molière LudwigFulda, quien también perdería la vida a manosde los nazis.5

El idealismo alemán continuador de Kant, con su imperativo moral y humanista, habíadegenerado hacía tiempo antes de comenzar laPrimera Guerra Mundial, convirtiéndose en unconglomerado de frases hechas y de hinchazónsentimental. En la catedral de Berlín, el cristia-nismo institucionalizado hacía resplandecer teocráticamente a los Hohenzollern con Guiller-mo II a la cabeza sobre una tarja de mosaicoscon fondo de oro bizantino mientras consolabaa los seres queridos de los muertos en la guerra

con estampas devotas que comparaban a los soldados caídos por la patria con Cristo, aludiendo para ello a la Epístola de San Juan.En medio de la euforia belicista, el movimientoobrero olvidó su internacionalismo y la lucha declases, y cuando comenzó a acordarse otra vezdel tema, la Revolución de Octubre redujo lagran teoría humanista del marxismo convirtién-dola en el hacha de verdugo de una dictaduraque no era ya la del proletariado. Guillermo IItenía razón cuando decía en 1914 que no quería conocer más partidos, sino solamente alemanes. El hecho de que la mayoría de losalemanes sólo estuviese dispuesta a ser eso, alemanes y nada más, significó una catástrofe.

El 11 de septiembre del 2001 fue, después deHiroshima, otra fecha de condensación simbóli-ca de la Historia. Y una y otra vez la Historia seconvierte en un recinto de ecos: el 22 de abrilde 1915 emerge como el fantasma de Banquoen la obra Macbeth de Shakespeare: otra vez unúltimo valor se abate en aura pseudoreligiosasobre el Ground Zero, otra vez nubes negras,otra vez hombres en máscaras protectorasmoviéndose con miedo en todas direcciones.Otra vez un triunfo con medios de la sociedadindustrial, que se vuelve de manera homicidacontra sí misma. El World Trade Center: esa esnuestra posición. También aquí está el enemigo.

Los destrozos internos de la Primera GuerraMundial, como la caída de las ciencias en unestado de desorientación moral capaz incluso deglorificar la humanidad de la guerra con gasestóxicos, fueron casi más devastadores que losdaños materiales externos de los combates, enlos cuales se desató por primera vez toda la fuerza autodestructiva de la sociedad industrial.Pero lo más desvastador fue ver cómo sin notar-lo ni pensarlo, cómo casi de manera obvia –y apesar de la resistencia de muchos individuos–invocando incluso triunfalmente el progreso delas ciencias, cohortes de hombres honorablesdejaron que el mundo occidental transgredieralos límites de lo permisible, más allá incluso dela línea donde, como dice Max Born, todo está

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permitido, comenzando por la depuración delmundo con gas letal, con el cual se extermina-ban enemigos e insectos de toda clase.

Hasta qué punto esas devastaciones marcaronprofundamente incluso el pacifismo de izquier-da de la postguerra, lo demuestra de forma alar-mante un folletín publicado el 26 de julio de1927 en el periódico Weltbühne titulado «Däni-sche Felder» y firmado por Kurt Tucholsky, elcual, a la vista de un pacífico paisaje del veranodanés, maldecía la euforia belicista de ampliossectores de la burguesía nacionalista y revan-chista alemana: «Que el gas penetre en los cuartos donde juegan vuestros hijos. Que esosmuñequitos caigan lentamente. Deseo que lamujer del consejero eclesiástico y del redactorjefe, que la madre del escultor y la hermana delbaquero encuentren todas juntas una muerteamarga y atroz. Porque así lo han querido ellos,sin quererlo. Porque son perezosos. Porque nooyen, ni ven ni sienten.» Estas oraciones nopueden ser salvadas ni siquiera como anatemaspacifistas. Quien la emprende con tanto odio,con tanto sarcasmo e imaginación sádica contraun enemigo distorsionado y convertido en unespantajo, e incluso contra sus hijos, está poseí-do por el mismo espíritu que combate.

¿Qué anotó el gran autor de diarios, FritzRietzler, colaborador diplomático del entoncesCanciller del Reich alemán Theobald vonBethmann Hollweg, seis días después del primerataque con gas alemán el 28 de abril de 1915en la localidad francesa de Charleville, no lejosdel frente flamenco? «El derrumbamiento delderecho internacional – no proscribir nuncamás esas nubes de cloro del arte de hacer laguerra. Desde esa dirección llegan las grandestransformaciones de todos los aspectos del mundo y del hombre.»

Merkur, no. 635, marzo del 2002

1) Dieter Martinetz, Der Gaskrieg 1914/18. Entwick-lung, Herstellung und Einsatz chemischer Kampf-stoffe. Das Zusammenwirken von militärischerFührung, Wissenschaft und Industrie. Bonn:Bernard & Graefe 1996. El siguiente trabajo no pre-senta nuevos resultados de investigación científica,sino intenta ofrecer una perspectiva actual sobre eltema. En lo relativo a los datos, nos hemos basadocasi siempre en el ensayo de Martinetz.

2) Joseph Borkin, Die unheilige Allianz der IG Far-ben. Eine Interessengemeinschaft im DrittenReich. Francfort: Campus 1990.

3) Dietrich Stoltzenberg, Fritz Haber. Chemiker,Nobelpreisträger, Deutscher, Jude. Weinheim:Wiley-VCH 1994. Véase también, Margit Szöllösi-Janze, Fritz Haber 1868–1934. Eine Biographie.Munich: Beck 1998.

4) En 1985 apareció una nueva edición de La biolo-gía de la guerra (Die Biologie des Krieges) en laeditorial Darmstädter Blätter.

5) Jürgen y Wolfgang von Ungern-Sternberg, DerAufruf «An die Kulturwelt!». Stuttgart: Steiner1996.

Sobre la guerra perpetua

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Joachim Oltmann

nació en 1957, es politólogo y autor.

E n 1945, los fundadores de las NacionesUnidas tomaron la firme decisión de «pre-servar a las futuras generaciones del flage-

lo de la guerra, que dos veces durante nuestravida ha infligido a la Humanidad sufrimientosindecibles.» Así está consignado en la primerafrase de la Carta de las Naciones Unidas, aprobada por la Conferencia de San Francisco afinales de junio de 1945. Algo comprensible a lavista de los enormes destrozos en vidas huma-nas, bienes materiales y culturales provocadospor la entonces recién finalizada SegundaGuerra Mundial. Sin embargo, visto a la luz de hoy, puede afirmarse sin rodeos que laHumanidad no ha podido acabar con la guerra,sino más bien todo lo contrario, ha continuadoacabando con la vida de seres humanos. Puedehablarse de un mito fundacional de las NacionesUnidas, tanto más cuanto que sólo seis semanasdespués de la aprobación unánime de la Carta,los anfitriones norteamericanos arrojaron la pri-mera bomba atómica sobre la ciudad japonesade Hiroshima.

Mientras más tarde, durante la guerra fría, lassuperpotencias se mantenían en jaque con laamenaza de la destrucción nuclear, entre 1945y 1992 se llevaban a cabo en el mundo más deciento ochenta guerras que costaron la vida porlo menos a más de doce millones de personas.1

En su mayoría se trataba de las llamadas guerrasintestinas en el Tercer Mundo, o lo que es iguala decir guerras civiles. Incluso después de 1992,esa cadena de violencia no se interrumpió: piénsese solamente en Ruanda, Chechenia, elCongo o Yugoslavia. En su ensayo Aussichtenauf den Bürgerkrieg (Panorama de la guerracivil), de 1993, Hans Magnus Enzensbergerhabla de una «guerra civil molecular» que puede observarse a escala mundial y que hacía

tiempo se había instalado en las grandes metró-polis como un uso destructivo y autodestructivode la fuerza, formando parte de la cotidianidadde las grandes urbes. El 11 de septiembre del2001 fue atacada directamente la metrópoli. Enalguna parte, en los desiertos de arena y piedrade Arabia o de Afganistán, el nivel del odiohabía ascendido descargándose luego sobre elWorld Trade Center y el edificio del Pentágono.

Podría valorarse este crimen inigualable comoun acto terrorista tremendamente criminal, y asílo hizo en un inicio el Presidente George W.Bush. Pero nadie quería darse por satisfecho conesta definición, por lo que muy pronto el mundo occidental interpretó el ataque comouna guerra; así sucedió, por ejemplo, en los titulares y comentarios de la prensa alemana aldía siguiente de los atentados. Poco después,Bush habló, a la inversa, de «una América uni-da que ganaría la guerra contra el terrorismo»,la OTAN dispuso una alarma defensiva y enAlemania el Canciller Federal Gerhard Schrödercalificó los ataques como una «declaración deguerra contra todo el mundo civilizado».

Ni siquiera en 1914, tras el atentado que pusofin a la vida de la pareja sucesora al trono deAustria, Europa se dejó arrastrar de manera tanrápida a una guerra, casi de la noche a la maña-na, por decirlo de algún modo. Es cierto quequien haya visto aquellas imágenes de destruc-ción, hubo de pensar enseguida en una guerra,pero a diferencia del ataque japonés al puertonorteamericano de Pearl Harbor en 1941, losataques a Nueva York y Washington no consti-tuyeron una acción militar; sólo la manera enque fue recibido por Occidente lo ha convertidoen una guerra. Poco después George Bush hablóde la «primera guerra del siglo XXI», con lo cualsu presidencia ganó en impulso y confianza, yaque hasta el 11 de septiembre ésta había estadotambaleándose y sólo se concretó después de unpolémico procedimiento electoral.

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Después de los ataques, ya nadie volvió ahacer chistes sobre George W. Bush; elPresidente había encontrado por fin su empleo.Sólo a partir de entonces se convirtió en el indis-cutible Presidente de los estadounidenses, esmás, se convirtió en su líder. Se le vio allí, en lasruinas del derribado World Trade Center, con elbrazo echado sobre un bombero neoyorquino,asegurando a su público que muy pronto elmundo oiría hablar de los Estados Unidos.Desde un principio, allí estuvo Tony Blair. ElPrimer Ministro británico se transformó derepente en una suerte de vicepresidente esta-dounidense en la lucha contra el terrorismo,convirtiéndose en lo que el escritor inglés JohnLe Carré ha llamado el «elocuente caballeroblanco de América». Cabría preguntarse ¿porqué Tony Blair se internó con tanta prisa en elfrente de guerra?

Desde hace bastante tiempo se ha visto cómoGran Bretaña ha venido dejando de ser el sociopreferido de los Estados Unidos a medida que laAlemania reunificada, el gigante económico deEuropa, se tornó más interesante para los norte-americanos. Unas fuerzas armadas británicasque intervengan en los conflictos a una escalaglobal, constituyen un punto a favor para GranBretaña, con el que Blair aspira a recuperar laespecial relación que unía a su país con losEstados Unidos; además, el recurso de las fuerzas armadas debe asegurar a Gran Bretaña,país que no participa de la unión monetariaeuropea y que, por demás, se comporta demanera bastante esquiva en lo relativo a la integracion, una posición de liderazgo en igual-dad de condiciones con Francia y Alemania. Elpoder llevar a cabo una guerra constituye preci-samente la prueba más sólida de soberaníanacional, al tiempo que permite participar en lalucha por las posiciones cimeras en la políticainternacional. Esta lección también la ha apren-dido el Canciller Federal alemán GerhardSchröder. Apenas asumió su cargo, tuvo que justificar los bombardeos de la OTAN contraYugoslavia, pero a diferencia del momento

posterior al 11 de septiembre del 2001, nuncaquiso entonces mencionar la palabra «guerra»para referirse a ello. Lo decisivo para él, obvia-mente, es que sólo la participación de los alemanes en la «guerra contra el terrorismo» leposibilitará al país tener influencia en la políticainternacional. Uno casi se siente tentado arecordar la célebre frase del general prusianoCarl von Clausewitz, publicada en su libro VomKriege (Sobre la guerra), de 1832: «Vemos puesque la guerra no es un mero acto político, sinoun verdadero instrumento político, una conti-nuación de la política por otros medios.»

Por muy convincente que nos parezca estavaloración, y por muy apropiada que les resultea los políticos deseosos de mostrar su capacidadde acción, a ella pueden oponérsele sin embar-go algunas objeciones. Por una parte, la guerraes más antigua que la política, sus orígenes se remontan bien atrás en la historia de laHumanidad, y puede encontrarse en todos losámbitos culturales como un elemento universal.En algunas sociedades la guerra constituyóincluso una continuación de la cultura, como lodemuestra el historiador militar inglés JohnKeegan en su libro A History of Warfare. Unasegunda objeción que pudiera presentarsehacerse a la afirmación de Clausewitz, siguien-do al filósofo Heimo Hofmeister, se refiere a larelación entre la política y la guerra. Ambas seexcluyen, pues la guerra niega la política comoarte de lo posible, es su impotencia y no suomnipotencia.2 Pero lo que provoca su fascina-ción es precisamente este hacer posible esaimposibilidad de la guerra. En ese sentido, laguerra tiene un efecto creativo, pues a través dela violencia crea espacios de los que no disponela política.

Hay todavía una tercera objeción a Clausewitzque está estrechamente relacionada con lo ante-rior. Si se entiende la guerra como lo hacía elmilitar prusiano, es decir, como un instrumentode la política, entonces ella quedaría dentro delámbito de la racionalidad, del cálculo juicioso.Pero la guerra es algo más que mero cálculo de

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los centros de poder; en un inicio es también elsentimiento, la pasión lo que la guía. Una sociedad se siente amenazada, se cohesiona y,fortalecida por ese sentimiento de comunidad,se alista para un combate que también exige elsacrificio de los que portan las armas. Aunquelos crueles efectos de la guerra sobre los solda-dos son de sobra conocidos a través de innume-rables legados, testimonios escritos y documen-tales, la disposición para este tipo de sacrificiossiempre ha de ser estimulada: «Nunca [...] sabre-mos con exactitud qué empuja a los hombres amarchar a la guerra, mientras no busquemos enla psiquis humana un defecto congénito que noscondena a hacer sufrir y matar a nuestro próji-mo. Es cierto que en la guerra actuamos comosi nuestros únicos enemigos fueran otros hombres; sin embargo, yo planteo la tesis deque los sentimientos que manifestamos ante laguerra provienen, desde el punto de vista de lahistoria evolutiva, de una batalla primigenia que hubiese podido perder toda la especie. Noestamos solos en este planeta, y hubo una época en la que existían otros seres vivos másfuertes y salvajes que nos superaban considera-blemente en número.»3

A la norteamericana Barbara Ehrenreich no laconvence mucho esta teoría acerca de un ins-tinto de agresión congénito, sobre todo mascu-lino, como causa de la guerra. Más bien planteaque nuestros antepasados, los homínidos, vivíanen peligro extremo de caer presa de los anima-les de rapiña. No es al cazador independiente alque encontramos a principios de la evoluciónhumana, sino al hombre consumidor de carro-ña, dependiente en gran medida de que pudie-ra o no conseguir aquellas migajas de carne yhuesos que los animales de rapiña dejaban trasde sí después de haber realizado su cacería. Detales monstruos debía protegerse el hombre pri-mitivo, y los sentimientos que estaban en juegoentonces determinan todavía hoy nuestra espe-cie: miedo, espanto, pánico, terror. El miedo a laoscuridad, a las arañas, a los perros, o la fasci-nación que ejercen las películas de horror, los

thrillers y los rituales sangrientos como la corrida de toros, provienen todos de las épocasmás remotas de la evolución humana. Pues talessentimientos han posibilitado la supervivenciade la especie, y por lo tanto hemos sobrevividocon ellos: sólo el que siente miedo, se prepara atiempo para la huida o para el combate.

Sólo con el desarrollo de las armas los hom-bres pudieron asumir la lucha contra los anima-les de rapiña, convirtiéndose ellos mismos entales. Para vencer el miedo, la tribu se unía, losrituales de la comunidad fortalecían el espíritude combate, fue así como del cazador surgió elguerrero. En su equipaje no sólo llevaba lasarmas con las que combatía a la fiera, sino también los sentimientos, las pasiones y ritualesque lo capacitaban para ese combate. En algúnmomento se sumó a todo ello la invocación dealgo más sagrado a lo que los hombres atribuye-ron el poder fiero de castigar y destruir comoalgo caído del cielo. Las ofrendas sangrientas,tanto de animales y como de seres humanos,cumplían la función de predisponer ese poder afavor, pues también al guerrero se le exigía elsacrificio. Hasta hoy, el guerrero marcha al com-bate guiado por una doble motivación: destruiral enemigo y proteger a la propia comunidad. Esprecisamente ese sentimiento positivo, el amora la patria y otros valores similares los queimpulsan a los hombres a recorrer el camino delas armas, del sacrificio o incluso de los grandescrímenes. Para ello, el enemigo casi siempre esdemonizado, mientras los propósitos propios, encambio, son presentados bajo una aureola desantidad.

La guerra más reciente muestra las huellas deun tema antiquísimo de la Humanidad. Comocaído del cielo, ese monstruo descendió sobrevarias ciudades de los Estados Unidos, convir-tiéndolas por un breve periodo de tiempo enuna presa. El Presidente fue ocultado en unprincipio, pero éste intenta luego sacar a susconciudadanos del horror paralizante en que seencuentran, habla doce horas después de losataques del «mal» que ha visto a la nación

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vulnerada, de la unión de todos los norteameri-canos y de su decisión de combatir al enemigoy de defender la propia libertad. Y así sucedió.Bajo un mar de banderas nacionales el paíscerró filas convirtiéndose en una comunidadpresta a defenderse y bendecida por Dios.Unidades aerotransportadas fueron enviadasante las mismas narices del enemigo, en torno aAfganistán, según se dijo, el círculo iba cerrán-dose cada vez más. La presa –al decir deBarbara Ehrenreich– se transformó en fiera.También en la guerra moderna de una nacióncivilizada entran en vigor de repente algunospatrones arcaicos.

Las huellas de esta lucha están inscritas en lasinstituciones representativas de nuestra con-ciencia civilizatoria; todavía hoy las naciones seidentifican simbólicamente con ciertos animalesde rapiña: los estadounidenses, los polacos y losalemanes con el águila, los ingleses con el león,los rusos con el oso. Las naciones, aun cuandoentretanto estén fundadas en mecanismos político-jurídicos, surgieron de comunidades deguerreros. Y todavía detrás de toda ley se ocultael poder, en particular el monopolio de poderdel Estado. A mediados del siglo XVII, aun bajo laimpresión causada por la guerra civil enInglaterra, la cual costó la vida al propio rey,Thomas Hobbes escribió su teoría del Estadocon el título de Leviatán. Porque el Estado alque Hobbes se refería, debía tener el poder deun coloso a fin de poder liberar a los hombresde su estado natural de guerra de «todos contratodos». Sólo el poder del Estado, reconocido por toda la comunidad y fundado en un ficticiocontrato social, podía poner fin al estado naturalautodestructivo de los hombres.

Del mismo modo que el Estado moderno estáconstituido sobre la base de las experiencias de la guerra civil, el sistema internacional denaciones se basa en la matanza de la Guerra delos Treinta Años. La Paz de Westfalia de 1648,momento en que nace el derecho internacionalclásico, partía de la soberanía de los Estados,incluido el derecho de ir a la guerra. Sólo las

catástrofes globales de las dos guerras mundia-les relativizaron ese derecho, y en 1919 y 1945fueron creadas, en aras de asegurar la paz, laLiga de las Naciones y la Organización de lasNaciones Unidas, respectivamente, pero aun asíno hemos alcanzado una paz que merezca esenombre. Ella sólo se logrará, para decirlo conpalabras de Hobbes, «el día en que no predomi-ne la guerra». Pues las guerras no han disminui-do ni siquiera en esta era actual de la globaliza-ción, sólo han cambiado de rostro. En su libroNew and Old Wars , Mary Kaldor presenta unaidea acerca de este cambio.4 Esta autora británi-ca establece una relación entre la guerra delpasado y la formación de un Estado territorialmoderno, centralizado y organizado racional-mente. La introducción de ejércitos permanen-tes fue un componente integral del monopoliode poder del Estado, el cual facilitaba la pazinterna. La guerra pasó a ser una confrontaciónentre naciones, lo cual le otorgaba legitimidad ygarantizaba la distinción del mero crimen. Almismo tiempo, la guerra quedó delimitada: iniciarla requería de una declaración de guerray era terminada por un acuerdo de paz. Kaldor,por el contrario, ve en la actualidad un «nuevotipo de violencia organizada». Desde la décadade los ochenta, este nuevo tipo de guerra se haformado sobre todo en África y Europa del Este.Ella prospera con la disolución de las estructu-ras hasta entonces existentes, particularmentede los Estados y su monopolio de la fuerza.Porque con la globalización desaparece la diferenciación entre las esferas estatal y social,política y económica, pública y privada. Unacaracterística de la nueva guerra es por tanto la«privatización de la violencia». Esta va apareja-da de una «política de identidad» que movilizaa sus seguidores sobre una base étnica, racial oreligiosa y la cual tiene como objetivo la tomadel poder. La nueva guerra, por muy fragmenta-ria y particularista que parezca, contiene rasgosglobalizados. Las telecomunicaciones másmodernas están a disposición de los combatien-tes, como lo están también una «economía de

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guerra» floreciente a nivel mundial, compuestade mercenarios, logística o las remesas de dine-ro enviadas por los «trabajadores extranjeros».

El escenario de la «nueva guerra» recuerda los temores de Enzensberger, y uno se sientetentado a decir con Bertolt Brecht: «La guerrasiempre encuentra una salida». En 1939, antesde desatarse la Segunda Guerra Mundial, Brechtescribió su pieza teatral Madre Coraje y sushijos. La obra tiene lugar durante la Guerra delos Treinta Años, y aquellas circunstancias deguerra de entonces no difieren mucho de las dehoy. Se trata de una mezcla de motivos religio-sos y políticos, de guerras civiles y guerras entrenaciones. «Siempre ha habido algunos queandan por ahí diciendo: ‘¡Algún día terminará laguerra!’ Yo digo que no se puede decir que laguerra algún día terminará. Es posible que surjauna pequeña tregua. La guerra podrá tomar unrespiro, eso sí, puede incluso fracasar. De eso noestá exenta, nada hay perfecto sobre la Tierra.Una guerra de la que pueda decirse que no hay nada que objetarle, eso tal vez no existiránunca.» Así hablaba el predicador de la tropa aMadre Coraje. ¿Podemos negarle a esas sarcás-ticas palabras de Brecht su legitimidad a la vistade la guerra mundial que comenzó después, de la Guerra Fría y de las actuales «nuevas guerras»?

En el verano de 1932, seis meses antes deque los nacionalsocialistas llegaran al poder, ypor sugerencia de la Liga de Naciones, AlbertEinstein, que se calificaba a sí mismo como un«pacifista militante», le preguntaba a SigmundFreud, fundador del psicoanálisis, si existía algu-na posibilidad de «encaminar la evolución psíquica del hombre de tal manera que éstos sehicieran más resistentes a las psicosis del odio yde la destrucción». Einstein veía en los hombresuna necesidad latente de odiar y destruir, lo cualconstituía una premisa de las guerras. En su respuesta, Freud sólo pudo aludir a algunas víasindirectas para combatir la guerra, que era precisamente el resultado de un «instinto dedestrucción en los hombres y de su tendencia a

la agresión.» Según Freud, podría invocarse lacontraparte de este instinto, el «eros», pues todolo que promoviese los vínculos sentimentales ylos puntos en común entre los seres humansoserviría necesariamente para contrarrestar laguerra. Un argumento débil, puesto que el«eros» es también el medio para crear unacomunidad dispuesta a combatir. Al final, Freudalude a las consecuencias del desarrollo de lacultura, las cuales contradicen la guerra en la «forma más estridente», ya que el fortaleci-miento del intelecto comienza a dominar la vidainstintiva, y también se interioriza la tendenciaa la agresión.

Sin embargo, con la afirmación de que el desarrollo de la civilización actúa contra la guerra, el psicoanalista quedó atrapado en varias contradicciones. En 1930, en su escrito Das Unbehagen in der Kultur (El malestar en lacultura), Freud se había referido a las cargas quela cultura pone en hombros de los seres huma-nos. En principio ésta sirve para protegerse de lanaturaleza y para regular las relaciones huma-nas. Pero la necesaria sujeción del individuo a la ley de la comunidad limita a los hombres ensu libertad e implica también sacrificio de los instintos con respecto a la sexualidad y la tendencia a la agresión. Esta renuncia a los instintos, el llamado «fallo de la cultura», nohace a los hombres precisamente felices en lacultura. En relación con estas cargas que la cultura impone a los hombres, Freud tampocoquiso pronosticar cómo terminará para laHumanidad la «lucha de esos dos gigantes»,entre la agresión y el «eros». Nada más ajeno asus intenciones que establecer una evaluaciónde la cultura.

El sociólogo Wolfgang Sofsky tiene menosdudas en este respecto. Él defiende la tesis deque la verdad de la violencia no son los actos,sino los sufrimientos. Con ello se refiere al sufri-miento de las víctimas, pues en el sufrimiento yla muerte de las víctimas el victimario experi-menta una «absoluta soberanía, una absolutalibertad respecto de las cargas impuestas por la

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moral y la sociedad.» Lo que aquí se plantea enrelación con el criminal excesivo, vale en esen-cia también para cualquier uso de la violencia:para la lucha, la masacre o la guerra, esta últimacompuesta por una suma de actos de violencia.La cultura pone a disposición del hombre losmedios de destrucción, no sólo las armas, sinotambién las ideas por las que éste es capaz deprovocar auténticos baños de sangre. A diferen-cia del animal, la cultura posibilita a los sereshumanos una fuerza imaginativa ilimitada, ypuesto que puede imaginarlo todo, también escapaz de todo. Más allá de lo planteado porFreud, quien tuvo la suerte de no conocer laguerra de destrucción masiva ni campos de con-centración, Sofsky resume: «La violencia es ellamisma un producto de la cultura humana, unresultado del experimento de la cultura. Ella esejecutada en cada uno de los estadios de lasfuerzas destructivas. Sólo puede hablar de retro-cesos quien crea en los progresos. Pero desdetiempos inmemoriales, los hombres destruyen ymatan con placer y como algo obvio. Su culturales ayuda a dar forma y figura a esa potenciali-dad. El problema no radica en el abismo entrelas oscuras fuerzas del instinto y las promesasdel mundo civilizado, sino en la corresponden-cia entre violencia y cultura.»5

La cultura no redimirá a los hombres de laviolencia y de la guerra, ella más bien pareceproporcionar las energías para que éstas se desaten. Por muy sombrío que pueda parecer elanálisis, las personas no carecen del todo deantídotos. El monopolio estatal sobre el poderha traído consigo que se garantice la sobrevi-vencia en las sociedades. Esta supervivencia sehace tanto más soportable cuando el Estadogarantiza la participación democrática y equili-bra las diferencias en su condición de Estadosocial y de derecho. Sin embargo, casi nadiesería tan ingenuo como para afirmar que conello la violencia desaparece de una vez y portodas de las sociedades. Algo análogo es válidotambién para la guerra. La fuerza cuyo mono-polio el Estado reclama, excluyéndola así de la

sociedad, constituye al mismo tiempo su facul-tad para llevar la guerra fuera de las fronterasdel país. Desde hace mucho el DerechoInternacional intenta eliminarla, penalizando lasguerras de agresión y los crímenes de guerra yejerciendo una suerte de monopolio del uso dela fuerza con la ayuda del Consejo de Seguridad.El resultado es bien conocido. Sin embargo, setrata de esfuerzos importantes y dignos de serapoyados, sobre todo porque pueden fomentarla conciencia del derecho y del humanismoentre los seres humanos de todo el mundo.

Sólo que no debemos hacernos ilusiones sobrelas perpetuas energías de la enemistad. En lasociedad, éstas surgen con la diferencia entre los individuos; en el ámbito internacional, lasdiferencias son más abarcadoras. Es cierto queen la zona de integración de la Unión Europease ha podido contener con éxito el peligro deguerra, pero sólo después que los europeos llegaran casi al borde de la autodestrucción endos guerras mundiales. La Unión Europea trabaja con ahínco para alcanzar una «identidaddefensiva» propia, lo cual quiere decir que lascapacidades militares de los Estados miembrosse formarán en una alianza contra cualquieramenaza del exterior. De Europa surgirá un rivalarmado de la política mundial, no el baluarte deuna comunidad mundial. Inmanuel Kant, en suescrito Sobre la paz perpetua, de 1795, pudopartir del hecho de que la comunidad de lospueblos había llegado muy lejos, por lo que la«idea de un derecho civil internacional» ya nosería una fantasía por mucho tiempo. Pero Kanttambién hubo de admitir que los pueblos nodeseaban una «república universal». Por lo tanto, propuso la fundación al menos de unaliga de naciones capaz de garantizar la paz. Estose ha logrado hoy con la Organización de lasNaciones Unidas, pero ¿qué decir de la exigen-cia del filósofo según la cual, con el tiempo,deberían desaparecer los ejércitos permanentes,ya que éstos amenazaban incesantemente aotros Estados con la guerra debido a su disposi-ción a la misma?

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En este sentido, la Historia ha tomado unrumbo que tal vez Kant no estuvo en condicio-nes de imaginar. Hoy la violencia bélica seextiende particularmente por aquellas regionesen las que o bien no existe una organizaciónestatal legímita o ésta ha sido socavada.Además, esas regiones, como el Afganistán de laera talibán, constituyen puntos de apoyo de gru-pos terroristas que operan a nivel internacional.John Keegan tiene obviamente este aspecto en mente cuando en su obra La cultura de laguerra llega a la siguiente conclusión: «Un mun-do sin ejércitos –ejércitos que se caracterizanpor la disciplina, la obediencia y la lealtad– seríainhabitable. Los ejércitos, con esas cualidadesmencionadas, constituyen instrumentos y almismo tiempo rasgos distintivos de la civiliza-ción. Sin ellos, la Humanidad tendría que darsepor satisfecha con una vida al nivel más primiti-vo, y por tanto bajo el ‘horizonte de los milita-res’, o bien conformarse con el caos sin ley deuna confrontación masiva de ‘todos contratodos’, según las ideas de Hobbes.»

El precio que pagan los ejércitos es la prepara-ción para la guerra, al menos eso no ha cambia-do desde los tiempos de Kant. En los laborato-rios de hoy se desarrollan ya las armas del mañana. Y siempre se encontrarán motivos parainiciar una guerra. Incluso buenos motivos. YaFreud, en su respuesta a Einstein, se había refe-rido a que no podía «condenar en igual medidatodos los tipos de guerra». Einstein, el «pacifistamilitante», llegó a recomendarle más tarde alPresidente Roosevelt incluso la construcción dela bomba atómica. La guerra es la «norma» en lahistoria de la Humanidad, según el balance saca-do recientemente por el historiador británicoMichael Howard; la paz, por el contrario, es una«invención».6 Kant, a quien debemos agradecerlos fundamentos y la orientación moral de esainvención, conocía ya el carácter precario de suproyecto. Sobre la paz perpetua, le hace saberKant desde el principio al lector, «es el títulosatírico sobre el cartel de aquella fonda holan-desa en el que estaba pintado un cementerio.»

En otras palabras: la paz perpetua se impondrásólo cuando ya no existan los hombres. Por lopronto, ella debe perdurar hasta que se inicie lapróxima guerra.

Merkur, no. 636, abril del 2002

1) Véase, Bernhard Wegner (Ed.), Wie Kriege entste-hen. Zum historischen Hintergrund von Staaten-konflikten. Paderborn: Schöningh 2000.

2) Véase, Heimo Hofmeister, Der Wille zum Kriegoder die Ohnmacht der Politik. Gotinga: Vanden-hoeck & Ruprecht 2001.

3) Barbara Ehrenreich, Blood Rites: Origins andHistory of the Passions of War. New York: OwlPublishing Company 1998.

4) Véase, Mary Kaldor, New and Old Wars: OrganizedViolence in a Global Era. Stanford University Press1999.

5) Wolfgang Sofsky, Traktat über die Gewalt. Franc-fort: Fischer 1996.

6) Michael Howard, The Invention of Peace: Reflec-tions on War and the International Order. NewHaven and London: Yale University Press 2001.

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Totalitarismo y religión políticaSobre los regímenes de terror modernos

Manfred Henningsen

nació en 1938, es Catedrático de CienciasPolíticas en la Universidad de Hawaii,Honolulu.

E l comentario de Eric Voegelin a The Ori-gins of Totalitarism (1951) es mencionadoregularmente en la creciente bibliografía

que existe sobre Hannah Arendt, ya que esta autora reaccionó en ese mismo número deThe Review of Politics de enero de 1953 conuna réplica que ha sido entendida como progra-mática. Por lo general, la respuesta de Arendt esinterpretada como el rechazo de una crítica con-servadora, ya que la mayoría de los autores nor-teamericanos con una postura liberal deizquierda no puede explicarse de otra manera elpor qué Hannah Arendt se dignó siquiera a responder a Voegelin.

Si uno vuelve a leer esta polémica entreArendt y Voegelin pasado medio siglo, llaman laatención dos cosas: por una parte, resulta claroen qué medida ambos autores se asemejan ensu comprensión de los regímenes de terror tota-litarios. Por otra parte, también resulta claro porqué sus textos han seguido siendo relevantes.Sus enfoques se revelan como intentos por esta-blecer en forma teórica un balance del terror enel siglo XX. Ambos filósofos políticos de descen-dencia alemana relacionaron las experienciasformativas de su existencia intelectual y políticacon la comprensión histórica de la realidadhumana. La similitud de los enfoques queda untanto oculta debido a que Arendt se opone alintento de Voegelin de analizar los movimientosde masas totalitarios como movimientos sagra-dos sustitutos de la religión. Sin embargo, en elcapítulo final del libro sobre el totalitarismo,Hannah Arendt habla de la experiencia existen-cial que ha acompañado a su vez el surgimientoy la expansión social de esos movimientos. «Laexperiencia básica de la convivencia humana,

que en los regímenes totalitarios se realiza en elplano político, es la experiencia del desampa-ro.»1 Y aunque el lenguaje de Arendt deja entre-ver la influencia de la filosofía de Heidegger,hecho que, sin duda, irritó a Voegelin, el diag-nóstico de anomia existencial que ella establecepara la modernidad, es compartida plenamentepor Voegelin.

La similitud existente entre las posiciones deArendt y Voegelin se torna aun más clara cuan-do se citan las notas de Arendt al «mal radical»,pues en principio aquí la autora repite las preguntas de la teodicea, con las cualesVoegelin, en 1938, concluyó su ensayo sobreDie politischen Religionen (Las religiones políticas). Allí Voegelin planteaba: «La creaciónde Dios contiene el mal, la grandeza del ser esenturbiada por las miserias de la creación, elorden de la comunidad es erigido con odio ysangre, con lamentos y en apostasía a Dios. A lapregunta cardinal de Schelling: ‘¿Por qué esalgo, por qué no es nada?’ le sigue otra: ‘¿Porqué es como es?’ – la pregunta de la teodicea.»2

A diferencia de Voegelin, Arendt escribió sulibro después del Holocausto y de las revelacio-nes sobre el sistema de gulags soviéticos. Suspreguntas son más concretas y se refieren a lossistemas de dominio totalitario que ella analizó:La «creencia totalitaria» ha demostrado que«todo puede ser destruido, también la esenciade los seres humanos. Sin embargo, en suesfuerzo por demostrar que todo es posible, losregímenes totalitarios han descubierto sin saberlo que hay un mal radical que los hombresno pueden castigar ni perdonar. Cuando loimposible es hecho posible, se torna en algoabsolutamente incastigable e imperdonable queya no puede ser comprendido ni explicado porlos motivos malignos del interés propio, la codi-cia, la envidia, el ansia de poder, el resentimien-to y la cobardía o todas las demás cosas quepuedan existir y ante las cuales, por tanto, todas

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las reacciones humanas son igualmente impo-tentes.»

Voegelin se sintió consternado ante el comen-tario de Arendt de que los ideólogos habían destruido también la naturaleza de los sereshumanos, y la acusó de capitular intelectual-mente ante la imbecilidad de los ideólogos. Su caracterización de los proyectos de terrortotalitarios no se diferenciaba en lo esencial dela suya propia, pues él tampoco se dio por satis-fecho con el antiguo modelo del tirano a la hora de describir los regímenes totalitarios. Fueprecisamente Voegelin quien enfatizó el rasgometastásico en el pensamiento moderno y loasoció con la voluntad de los intelectuales detransformar totalmente el mundo. Su crítica noconvenció a Arendt, pero tampoco impidió queambos matuvieran un estrecho contacto hasta lamuerte de Arendt en 1975. Este contacto esta-ba en correspondencia con la coincidencia deambos en considerar al totalitarismo como unfenómeno que pertenecía a la configuración dela modernidad. Para Voegelin, los comentariosde Arendt acerca de la cualidad específica delmal en la modernidad iban demasiado lejos, auncuando él nunca pusiera en duda el sentido deesa interpretación. Arendt escribió: «Por eso notenemos nada en qué basarnos para comprenderun fenómeno que, sin embargo, nos enfrentacon su abrumadora realidad y destruye todas lasnormas que conocemos. Hay sólo algo que pare-ce discernible: podemos decir que el mal radicalha emergido en relación con un sistema en elque todos los hombres se han tornado igual-mente superfluos. Los gobernantes totalitarioscreen en su propia superfluidad tanto como enla de los demás.»

Arendt y Voegelin creían que los regímenestotalitarios no poseían larga vida. Aunque eldominio totalitario parecía irradiar en todo elmundo una fuerza de atracción asombrosa, losfactores para su autodestrucción radicaban en lanegación de la naturaleza humana. El «saberprimigenio en torno a la naturaleza humana y ala vida del espíritu» representaba para Voegelin

una suerte de seguro contra la permanencia deun régimen totalitario. Arendt no estaba deacuerdo con este constante recurrir a la natura-leza invariable del ser humano, pero sus cantosa la libertad amenazada por el totalitarismo seremiten a la misma imagen del hombre.

Sus polémicas terminaron de hecho con ellibro de Hannah Arendt sobre el proceso deEichmann (1963) y las conferencias de Voegelinsobre Hitler und die Deutschen (Hitler y losalemanes) (1964), pues la tesis de la «banalidaddel mal», formulada por Arendt a la vista delacusado Eichmann, fue retomada por Voegelinen sus conferencias de Munich. Voegelin habla-ba de la estupidez de la chusma, y se refería conello al embotamiento intelectual de una socie-dad y de sus élites, lo cual permitió que Hitlerllegara al poder. Esta coincidencia entre Arendty Voegelin acerca de la predisposición antropo-lógica de los nazis y sus seguidores superó todassus divergencias de principios de 1953: todavíaen la bibliografía sobre el totalitarismo no se hadivulgado esta coincidencia de criterios, ya queArendt ha sido identificada fundamentalmentecon el análisis histórico de los regímenes totali-tarios y con el perfil de Eichmann, mientras queVoegelin, por su parte, ha sido visto como elautor de Las religiones políticas. Sin embargo,todavía hoy existen enfoques de carácter programático que intentan superar la oposiciónentre el análisis de estos regímenes y una legitimación sustituta de la religión. La obra deMichael Burleigh, The Third Reich (2000) y sufundación de la revista Totalitarian Movementsand Political Religions, constituyen ejemplos deesa síntesis.

Pero el ejemplo de Burleigh demuestra tam-bién las dificultades para establecer tales síntesis. Pues si bien es cierto que su libro sobreel Tercer Reich promete explicar el régimennacionalsocialista a partir del círculo de ideolo-gías sustitutas de la religión, en realidad esa promesa queda incumplida, y su presentaciónde la historia del Tercer Reich no se diferenciaen lo esencial de otros ensayos históricos. Esta

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situación no debería sorprendernos, ya que elnúcleo ideológico de la autocomprensión nacio-nalsocialista, determinada exclusivamente porHitler y por su círculo íntimo3, no podía ser trasladada en ningún modo directamente y sinfricciones a la práctica de la realidad del régimen. Las dificultades de la transmisión erannotorias. Para evitarlas, los ejecutores del régimen comenzaron a inventarse sus propiosargumentos legitimatorios y a instalarse encorrespondencia dentro del aparato destructivo.La cercanía al poder era suficiente para perso-najes como Eichmann. Lo que tornaba banalessus existencias era que ellos hacían realidad elmal sin necesidad de preocuparse por ello. Talespersonajes vivían en la segunda realidad de losideólogos, ya que habían perdido el contactocon la primera o, sencillamente, nunca lo habían tenido.

Los regímenes totalitarios fueron engendrosmentales de algunos ideólogos. No importa tan-to cómo se denominen esos engendros –religiónpolítica, religión sustituta, apocalipsis, ideologíao segunda religión–, en su esencia todos sondeterminados por la voluntad megalómana decrear una nueva realidad. Los mundos imagina-dos establecidos por los ideólogos del siglo XX,vinieron a ocupar el lugar de la primera realidad.Esa suplantación de la realidad hecha por losideólogos tuvo consecuencias criminales paramillones de personas en las sociedades totalita-rias. Desde muy temprano, en su obra History ofPolitical Ideas –que Voegelin comenzó a escribiren los Estados Unidos durante la SegundaGuerra Mundial y que ahora ha sido publicadaen los ocho tomos de sus Collected Works– esteautor ya se había ocupado de la autocompasiónmegalómana de los intelectuales europeos. Suscapítulos sobre el humanismo de la era moder-na, que se ocupan, entre otros, de Tomás Moro,Erasmo, Francisco de Vitoria y Maquiavelo, atri-buyen el síndrome de la toma del poder por par-te de la ideología a esa fase del Renacimiento.

Para Voegelin, los intelectuales del Renaci-miento no representaban un selecto círculo del

espíritu que pretendía renovar la herencia de laAntigüedad contra los fanáticos de la religión. Alcontrario, ellos, en opinión de Voegelin, estabanposeídos por la misma voluntad de poder, la pleonexia: insaciabilidad y arrogancia. De Moroy de Erasmo, Voegelin plantea: «Se trata del mismo demonismo del poder sin la gracia delespíritu, como en Maquiavelo, sólo empeoradoporque está disfrazado de un ideal. Con ello, elconcepto de Moro cobra una significación general mucho mayor que la que pudo tenercualquier materialización de sus propuestas porparte del imperialismo británico. Moro tiene eldudoso mérito histórico de haber planteado porprimera vez de manera íntegra la pleonexia deljuicio secular – justicia y moral.»4

Para Voegelin, con Moro comienza a perfilar-se «el primer síntoma palpable de la gran enfer-medad espiritual que aquejó a la civilizaciónoccidental en los siglos posteriores». Aun cuan-do fueron los españoles, con su imperialismocolonial, los primeros en intentar legitimar supleonexia con los escritos de Vitoria, la Utopíade Moro muestra «el problema de la desintegra-ción espiritual incluso en un estado bastantemás avanzado que cualquier otra obra deMaquiavelo o Erasmo, ya que aquí la pleonexiapasa de los príncipes a la comunidad como tal.»Voegelin llega a una sorprendente conclusión:«La obra de Moro se convierte con ello en la primera expresión de un pueblo que se coloca así mismo como modelo de toda la Humanidad.Lo reitero: Moro no es la causa de lo que luegosucedió en la historia real, pero en su obra vislumbramos ya un reflejo del ámbito interna-cional e intercivilizatorio de la política, en el quecada cual tiene un ideal como el de ‘Utopía’ y,en consecuencia, se siente en el derecho deestablecer para los otros los principios de la justicia –con la consiguiente racionalidad de laguerra al servicio de un ideal. Por tanto, laimportancia histórica de Moro la vemos en elhecho de que en su Utopía podemos observar laformación de un complejo de sentimientos eideas que en los siglos siguientes se convertirá

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en un factor decisivo de la historia occidental.Las crueldades verdaderamente cometidas porel imperialismo colonial de Occidente, por elnacionalsocialismo y el comunismo, constituyenel punto final de un proceso cuyos inicios estánmarcados por la crueldad lúdica del intelectualhumanista.»

Voegelin continúa su ataque contra Moro atacando a los filósofos de la Ilustración y a losintelectuales de su propia época. El principal rasgo megalómano que él reconoce en los pro-yectos sociales utópicos desde el Renacimiento,es relacionado con los regímenes de fuerzaimperial que él no limita solamente a los regímenes totalitarios de derecha o de izquierdaen el siglo XX, sino que extiende a los regímenescoloniales occidentales desde el siglo XVI. En esesentido, la pleonexia se convierte en un mode-lo de fantasías de violencia al que están sujetostodos los regímenes de fuerza de la era moder-na. Como Hannah Arendt, que en su obra sobreel totalitarismo entiende el imperialismo colo-nial como una anticipación del poder totalitario,también Voegelin ve a los autores intelectualesde la violencia ideológica no sólo en el siglo XX.En su opinión, la arrogancia de las fantasías ideológicas comienza en el siglo XVI, con la conquista y destrucción ibérica de la Américaprecolombina, que halló su justificación en unalegitimación universal y cristiana disfrazada dederecho natural.

Las tesis de Voegelin intentan establecer unarelación entre los regímenes de fuerza y sus res-pectivas estrategias de legitimación ideológica.No es éste el lugar para debatir si siempre loconsiguió de manera convincente o si, como enel caso de Moro y Erasmo, sus argumentos noconvencen. Moro, por ejemplo, no se identificacon el modelo social de los utópicos, sino quedeclara inequívocamente cuáles eran las causasde su fracaso. La superbia, la arrogancia huma-na, es entendida por Moro al final de Utopíacomo un obstáculo decisivo contra la materiali-zación del propio modelo utópico. A pesar detodas las objeciones críticas, sin embargo,

Voegelin llevó el debate sobre el terror totalita-rio otra vez al centro de la fantasía intelectualen la que nacen las visiones ideológicas de losmundos nuevos. El enfoque de Voegelin permi-te diagnosticar la megalomanía de figuras comoLenin y Stalin, Mussolini y Hitler, Mao y Polpoty verla como un síndrome comparable. Estecarácter comparable es rechazado por los pensadores de izquierda, los cuales, aunque nopretendan reinstaurar la prohibición sartreanade los años cincuenta que impedía preguntaracerca del terror en el gulag soviético, sí se resis-ten a adoptar el concepto liberal de la política.

El filósofo esloveno Slavoj Zizek, cuyas expe-riencias en Yugoslavia debieron supuestamenteaproximarle al enfoque de Hannah Arendt, se opone al concepto de totalitarismo de lamanera siguiente: «Desde el instante en que seacepta el concepto ‘totalitarismo’, uno se ubicainequívocamente en el horizonte liberal-demo-crático. Lo que este libro afirma es por tanto queel concepto de ‘totalitarismo’ no es en modoalguno un concepto teórico eficaz, sino unasuerte de recurso de urgencia: en lugar de ayu-darnos a pensar, de forzarnos a ver con nuevosojos la realidad histórica, nos libera del deber depensar o nos impide incluso activamente el actomismo de pensar.»5 Zizek no explica por qué elconcepto de totalitarismo ha de impedirnosreflexionar sobre la realidad. Su crítica se agotaen el resentimiento ante una política que élparece identificar con la superestructura simbó-lica del capitalismo. Se niega a admitir el hechode que la política «liberal-democrática» denun-ciada por él, es siempre mejor que cualquiervariante de régimen totalitario, sea éste deizquierda o de derecha.

El rechazo de Zizek del concepto de totalita-rismo apunta hacia el centro de una crítica queno se da por satisfecha con una explicación política, sino que toma en serio a los ideólogostotalitarios como creadores de un mundo nuevo. Para Arendt y Voegelin, los regímenestotalitarios del siglo XX fueron algo más que dictaduras radicales. Los fundadores ideológicos

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de tales regímenes se sentían elegidos por laHistoria para crear de nuevo el mundo. Estaconcepción del totalitarismo le depara muchasdificultades a los sociólogos e historiadores contemporáneos, ya que no pueden imaginarque existan ideólogos megalómanos de tal constitución mental, y mucho menos que éstospuedan ejercer su dominio. Para WolfgangWippermann, historiador del concepto totalita-rismo, Arendt y Voegelin plantearon «interesan-tes» y «agudas» interpretaciones, pero éstas «sirven de muy poco [...] a la hora de analizarconcretamente las formas de funcionamiento delos Estados totalitarios del pasado más reciente.Es por eso que esas interpretaciones no han sidocasi aplicadas en los estudios concretos sobre elcomunismo y el nacionalsocialismo»6. El hechode que esas interpretaciones no hayan sido«aplicadas» podría radicar en el silencio intelec-tual de los investigadores, que se han puesto deacuerdo para no formular preguntas de sentido.

Wippermann también aboga por «mantenerdistancia de las comparaciones», ya que es pre-ciso «tener en cuenta las diferentes premisas ylos objetivos ideológicos opuestos de los distin-tos regímenes totalitarios». Según Wippermann,una nueva teoría del totalitarismo tendría «quehacer justicia a la significación histórica delHolocausto y no debiera suscitar ni favorecer lascomparaciones igualadoras entre los criminalesde cada uno de los totalitarismos. Nos lo prohi-be el respeto a las víctimas.» En ningún momen-to queda claro por qué el respeto a determina-das víctimas debe prohibirnos establecer comparaciones entre los distintos regímenes deterror. A no ser que Wippermann pretendasugerir la existencia de una jerarquía de las víctimas que corresponda a su conciencia sobrela culpabilidad alemana, a sus preferencias ideológicas y a su perspectiva eurocéntrica. Elhistoriador israelí Yehuda Bauer, que promuevelos estudios comparados sobre los genocidios y no admite ninguna jerarquización de las víctimas, esclarece en su libro Rethinking theHolocaust por qué resulta tan difícil poner de

acuerdo el pensamiento sobre el Holocausto conel concepto de totalitarismo.

La insistencia de Bauer en la tesis de la singu-laridad del Holocausto no está contaminada conlos argumentos convencionales. Bauer rechazala tesis de Goldhagen de que los alemanes esta-ban predeterminados al Holocausto debido a unantisemitismo profundamente arraigado en sucultura. Dice Bauer: «En el siglo XIX no existíaen Alemania ninguna norma general antisemitay criminal.»7 Para él, el llamado «furor teutoni-cus, una forma de violencia extrema o de sadis-mo casi genética, típicamente alemana», no esmás que una leyenda. En la ejecución de la vio-lencia antisemita, los alemanes no fueron másbrutales que otros europeos. Ni la brutalidad nila tecnología moderna son para él argumentossuficientes para sostener la tesis de la singulari-dad genocida del Holocausto. Las abundantesalusiones que hay en su libro respecto a otrosregímenes del siglo XX, culminan en la afirma-ción siguiente: «El horror del Shoah no radicaen que sea una desviación de las normas huma-nas, sino precisamente en que no fue ése elcaso.» Pero ¿por qué Bauer insiste en la tesis de la singularidad del Shoah, a pesar de querechaza todos esos argumentos convencionalesesgrimidos habitualmente para establecer unadiferencia histórica cualitativa y advierte sobreel peligro de que éste se repita, «ya no con losalemanes como victimarios y los judíos comovíctimas, sino en cualquier otra parte»?

Para Bauer, en el Holocausto se pone de mani-fiesto al mismo tiempo un universalismo negati-vo, la voluntad de destruir a todos los judíos ytodo lo que los judíos representan en el mundooccidental. «Puesto que los alemanes pretendíanseriamente dominar no sólo Europa, sino elmundo entero, ya fuese de manera directa o através de aliados, ello significaba que los judíosdebían ser perseguidos finalmente en todo elmundo. La famosa expresión de Hitler de quecombatiendo a los judíos no hacía otra cosa quecumplir los designios del Señor, tenía clarasimplicaciones universales. Realmente, el antise-

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mitismo fue exportado desde Alemania a todaspartes. Este carácter global del exterminiointencional de los judíos, no tiene parangón enla historia de la Humanidad.» Si Alemaniahubiese ganado la guerra, ese proyecto sin precedentes se habría realizado a una escala universal.

Bauer no puede fundamentar empíricamentesu tesis sobre el potencial alcance global del pro-yecto destructivo de los nazis contra los judíos.Los argumentos que le llevan a su afirmaciónespeculativa parecen sin embargo convincentescuando habla de la «rebelión» de Hitler «contrala humanidad»: «Yo iría más lejos, y me atrave-ría incluso a afirmar que la rebelión nazi contrael humanismo, el liberalismo, la democracia, elsocialismo, el conservadurismo y el pacifismo hasido en la Historia el intento más radical, másnovedoso y revolucionario de transformar elmundo.» La rebelión de los nazis fue un levan-tamiento contra las raíces antiguas y modernasde la civilización occidental, y los judíos eransus representantes. «En mi criterio, la agresiónde los nazis contra los judíos, vistos estos últimos como los portadores simbólicos y tradicionales de los valores y la herencia que elnacionalsocialismo pretendía destruir, poseíauna lógica interna. Esto podría ser un factorimportante para la definición del Shoah.»

Probablemente, Arendt y Voegelin hubiesendescubierto de inmediato una laguna importan-te en las reflexiones de Bauer sobre elHolocausto: este autor no se interesa particular-mente por los regímenes de terror totalitario dela izquierda. Como sucede con la mayoría de losestudiosos del Holocausto, la perspectiva com-parada de Bauer también se agota en alusiones,y ni siquiera intenta desarrollar empírica o teóricamente una comparación. Si hubieseextendido a la izquierda revolucionaria sus tesissobre el ataque de los nazis a la civilización occidental, habría podido presentar un catálogoigualmente universal en el caso de la izquierda.Esta comparación le habría obligado a analizarel concepto de totalitarismo. Las observaciones

sobre la esencia antioccidental del nazismo fueron un comienzo para introducir la dimen-sión simbólica en los estudios comparados delos genocidios.

El universalismo negativo de la destrucción,que Bauer identifica como núcleo ideológico delmovimiento nazi, es característico de todos losmovimientos totalitarios de la era moderna.Nada caracteriza mejor la ceguera ideológica dela izquierda que no querer reconocer esto. ElLibro Negro del Comunismo, que desde 1997ha suscitado bastante inquietud en el bando dela izquierda, nos impide eludir el síndrometerrorista y no compararlo con otros cuadrospatológicos. La exhortación a comparar no estámotivada solamente por una mera economía delmal, sino que es dictada por la abrumadora evidencia de la voluntad ideológica por cambiarla realidad, la cual se pone de manifiesto entodos los regímenes revolucionarios del siglo XX,en textos que legitiman ideológicamente accio-nes criminales. Esa voluntad de practicar opera-ciones quirúrgicas en las estructuras de la reali-dad no es en ningún modo una prerrogativa delos nazis. Ella forma parte también, desde laRevolución de Octubre de 1917, de la auto-comprensión de los revolucionarios comunistas.

Ya en 1951, Albert Camus, en su ensayoL’homme révolté, destacaba la equivalenciaexistente entre las versiones del terror deizquierda y de derecha. Allí, el autor de El mitode Sísifo no dejaba lugar a dudas sobre cómo lasrevelaciones sobre el terror en los campos deexterminio alemanes y en el gulag soviético lohabían impulsado a establecer un ajuste decuentas intelectual con cualquier legitimaciónespeculativa del terror. Su ensayo tenía unaintención universal y así fue comprendido des-de sus primeras frases: «Hay crímenes de pasióny crímenes de lógica. La frontera que los separaes incierta. Pero el Código Penal los distingue,bastante cómodamente, por la premeditación.Estamos en la época de la premeditación y delcrimen perfecto. Nuestros criminales no son ya esos muchachos inocentes a los cuales uno

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perdonaba y tenía que amar. Por el contrario,son adultos, y su coartada es irrefutable: es lafilosofia, que puede servir para todo, hasta paraconvertir a los asesinos en jueces.» El intentopor reprimir los argumentos de Camus, iniciadopor Jean-Paul Sartre, Maurice Merleau-Ponty yel ambiente izquierdista parisino, y comentadoluego por Camus en sus diarios, alcanzó un éxito relativo hasta la publicación del libro deAlexander Solchenitzin Archipiélago Gulag(1973). Con esos tres volúmenes sobre el siste-ma soviético de campos de internamiento, seeliminó el tabú izquierdista que impedía hacercomparaciones sobre el terror totalitario, almenos en Francia.

La oposición de la izquierda a aceptar la equi-valencia del terror nunca fue superada del todo.Un discípulo de Sartre, Claude Lanzmann,quien como su profesor no posee antenas reli-giosas, se desplayó después de haber alcanzadocelebridad con su documental titulado Shoah(1985), de nueve horas y media de duración, encuriosos gestos de rechazo que culminaronsiempre constatando que es obsceno pretenderexplicar el Shoah. En una entrevista concedidaal periodista norteamericano Ron Rosenbaum,Lanzmann aseguraba: «Cuando se empieza aaclarar y responder la pregunta del por qué, unotiende, lo quiera o no, a buscar justificaciones.La propia pregunta revela su obscenidad: ¿Porqué son asesinados los judíos? Porque no existerespuesta alguna para la pregunta del por qué.»8

El carácter inexplicable del Holocausto, queLanzmann extiende a todos los aspectos de lahistoria del Tercer Reich y de su personal gober-nante, presenta este proyecto destructivo comoalgo único e imposible de ser aclarado. A unapregunta de Rosenbaum sobre si eran condena-bles todos los intentos por escribir o reflexionarsobre Hitler, Lanzmann respondió: «Creo quedebieran ser condenados. Todos.» Con esa respuesta se rechaza todo intento por explicar aHitler y el nacionalsocialismo, así como empren-der cualquier comparación con los regímenes deterror de la izquierda. La singularidad de la

experiencia del Holocausto contiene una signi-ficación mística que lo aparta del contexto de lascomparaciones.

El Holocausto, concebido por los nazis a partir de razones ideológicas claramente demos-trables, es mistificado por Lanzmann como unaexperiencia de fe de las víctimas judías. Estamistificación de una experiencia que han sufri-do todas las víctimas de regímenes genocidasdel siglo XX y que le ha costado la vida a millo-nes de personas, le otorga al Holocausto unadimensión simbólica específica. Aun cuando eljudío ateo Lanzmann tiene dificultades para darcontinuidad a la historia simbólica espiritual delpueblo judío, con su documental Shoah estedirector crea una nueva base de experiencia. ElShoah sustituye la historia simbólica tradicionalde los judíos, basada entre otras cosas en loslibros del Antiguo Testamento, en las interpre-taciones de los rabinos y en las celebraciones de la memoria ritualizada en la sinagoga. Lamemoria simbólica del Shoah es declarada porLanzmann, con su documental, como una basede experiencia mística. Simone de Beauvoir,quien con su novela Les Mandarines, de 1954,participó del lado de Sartre en la lucha de losintelectuales parisinos contra Camus, escribióun prólogo al texto de la película que se ha convertido él mismo en un documento místico:«No resulta fácil hablar de Shoah. Esta películatiene algo de mágico en sí misma, y la magia nopuede explicarse.»9 A pesar de este aura de conjura, Beauvoir se deshace en cumplidos paracon su amigo Lanzmann, cuando al final reco-noce, como cualquier crítico de cine, que en elcaso del filme Shoah se trata de una «auténticaobra maestra». Al parecer, de la mística a la apología no media un trecho demasiado largo.En ambos casos, a los críticos les resulta difícilatreverse a hacer una comparación con otrosregímenes de terror. La memoria del Holocaustose ha convertido en una religión sustituta de losjudíos secularizados en el mundo occidental.

Este paso que va de la realidad genocida delsiglo XX a la mistificación de la memoria del

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Holocausto, ha transitado sobre todo en losEstados Unidos por un proceso sorprendente,como lo describe Peter Novick en su libro TheHolocaust in American Life (2000). La referen-cia de identidad simbólica al Holocausto es tanintensa entre los más de 250 000 hijos de sobre-vivientes de esa masacre, que para muchos deellos la relación con la Alemania contemporáneaestá tan marcada por el eslogan del «Neveragain» que, según un reporte periodístico dediciembre del 2001, se niegan «a comprar productos alemanes, a viajar a Alemania o atener algo que ver con alemanes.» Aquí se vehasta qué punto puede ser ideológica la esen-cialización de una experiencia; experiencia que,por cierto, estos judíos norteamericanos no hantenido – mientras el desplazamiento de sentidosimbólico que ellos experimentan por esta víatiene consecuencias para el entendimiento nosólo del Holocausto. El impulso generador deidentidad proveniente de la memoria delHolocausto protege de todas las otras compara-ciones que ponen en peligro la tesis de la singu-laridad. El Holocausto, cuya singularidad es unacualidad que refuerza la identidad judía, debie-ra representar al mismo tiempo la experienciauniversal del terror genocida.

Mientras más la comunidad judía occidentalentienda el Holocausto como una experienciaidentitaria simbólica, menos mantendrá esaexperiencia su significación universalista. Eseinterés en el sentido simbólico es entendido porlas poblaciones de víctimas no occidentalescomo una obsesión eurocéntrica, que privilegialas víctimas y los victimarios europeos entretodas las otras circunstancias civilizatorias. Estaobsesión sólo puede ser superada si a través deuna labor de comparación histórica se hace visible la amplitud de la experiencia genocida.Ese universalismo de las víctimas desde unaperspectiva occidental, distorsiona la perspecti-va humana universal e impide que se reconozcala falsa conciencia simbólica que comete susexcesos en todos los regímenes de terror.Porque esos regímenes no tienen nada que ver

con el sentido de los genuinos metarrelatos detodas las civilizaciones; son más bien regímenesde hibridación y de una fantasía delirante.

Merkur, no. 637, mayo del 2002

1) Hannah Arendt, Elemente und Ursprünge totalerHerrschaft. Francfort: Europäische Verlagsanstalt1955.

2) Eric Voegelin, Die politischen Religionen. Munich:Fink 1993.

3) Véase, Claus-E. Bärsch, Die politische Religiondes Nationalsozialismus. Munich: Fink 1998.

4) Eric Voegelin, «Die spielerische Grausamkeit derHumanisten». Munich: Fink 1995.

5) Slavoj Zizek, Did Somebody Say Totalitarianism? Londres: Verso 2001.

6) Wolfgang Wippermann, Totalitarismustheorien.Darmstadt: Primus 1997.

7) Yehuda Bauer, Die dunkle Seite der Geschichte.Francfort: Jüdischer Verlag 2001.

8) Ron Rosenbaum, Explaining Hitler. New York:Random House 1998.

9) Simone de Beauvoir, La mémoire de l’horreur,en: C. Lanzmann, Shoah, Paris: Fayard 1985.

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Comunicación grotesca después del 11 de septiembre del 2001

Jochen Hörisch

nació en 1951, es profesor de Nueva FilologíaAlemana y de Análisis cualitativo de losmedios en la Universidad de Mannheim. En el año 2001 apareció su libro Der Sinn und die Sinne. Eine Geschichte der Medien.

L os terroristas «tradicionales» han sido y songente extremadamente ávida de comuni-cación. Para ellos, sus actos terroristas

constituyen aportes funcionales para una economía de la atención que atrae el foco deinterés de la opinión pública hacia un propósitoprogramático. No es éste el caso de los terroris-tas agrupados en torno a Osama Bin Laden.Ellos no envían a su enemigo ningún mensajesemánticamente distintivo. Las razones paraeste rechazo de la comunicación son obvias.Comunicarse con el enemigo significaría reco-nocerle básicamente y atribuirle posibilidades decomprensión. Y es eso precisamente lo que nopuede suceder. Porque tal cosa implicaría parti-cipar en la cultura «occidental» del debate ybuscar aprobación, lo que a su vez significaríatratar de ganar el consenso de una mayoríademocrática. Los descomunales ataques terro-ristas del 11 de septiembre no constituyen enningún modo un sucedáneo condensado de esabúsqueda de debate. Ellos no constituyen tansólo rechazos semánticos, sino también recha-zos de la semántica. Son rechazos grotescos atodo intento de comunicación.

Quien lo desee, puede traspolar esto a una fórmula del psicoanálisis: desde el punto de vista de la historia del terrorismo, a principiosdel tercer milenio ha surgido, en lugar de unacomunicación obsesiva y neurótica, un rechazopsicótico de la comunicación. No en vano losterroristas del 11 de septiembre representan esateoría del complot en dimensiones epocales yglobales hasta ahora desconocidas. Según estateoría, desde hace siglos existe un complot

universal contra el islam que se agrava hoy demanera dramática. También en ese sentido losnazis prepararon el terreno mucho tiempoantes, ya que pretendían lograr una victoria finalsobre la milenaria historia acerca de un complotmundial de los judíos.

Pero ya se sabe que resulta imposible nocomunicarse. Eso también lo saben los terroris-tas. Es por eso que en lugar de explicacionesresponden con actos terroristas cuyo contenidosimbólico (según el gusto de cada cual) alternaentre el énfasis más grandilocuente o el másburdo. El contenido simbólico de los objetivosdel terror puede ser identificado con absolutaclaridad por cualquier habitante de la Tierramedianamente informado. Tal contenido seexplica a sí mismo sin necesidad de palabras.Uno de los edificios destruidos fue el delPentágono, un paradigma del poderío militarglobal de los Estados Unidos, lo que hace de élun objetivo de ataque funcional y en ese senti-do «razonable» no sólo a partir de una lógicaterrorista, sino también de una lógica militar clásica. Es también por eso por lo que no resul-ta muy difícil comprender por qué el ataque al Pentágono no ocasionó en el mundo tanta conmoción. Sin embargo, también fueron des-truidas las Torres Gemelas del Centro Mundialdel Comercio en Manhattan, es decir, en la capital del multiculturalismo.

En esta reedición «exitosa» del semifracasadoataque dinamitero perpetrado en febrero de1993, perdieron la vida en las Torres Gemelasvarios miles de personas de ambos sexos, de distinto color de piel, de religiones y edades distintas. Precisamente ese objetivo posee unafuerza simbólica comprensible para cualquierpersona y resulta apenas insuperable: bajo el signo del dinero y del comercio internacionalsucede lo que para cualquier fundamentalistasignifica el horror por antonomasia: por encimade todo límite biológico o cultural, allí la gente

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se relaciona entre sí de una manera notable-mente pacífica, admitiendo sinceramente que loque les importa es el beneficio y el mérito propios, y no servir a una idea superior.

Según la lógica simbólica del terror funda-mentalista, a esa gente debería quitársele lavida, es más, sería necesario hacerlo. En las«Instrucciones Espirituales» para los terroristassuicidas se dice: «Todas las civilizaciones occi-dentales que disfrutan de su poder son muydébiles en su interior. No tengas pues miedo nitemor si eres un fiel, porque los fieles sólotemen a Dios Todopoderoso, que tiene el podersobre todas las cosas. Los fieles creen en la certeza de que el infiel será vencido al final.Recuerda que Dios derrotará y vencerá a losinfieles... Y como dijo Mustafá, uno de los segui-dores del Profeta, mata y no pienses en la posesión de aquéllos que matarás. Porque esodesviará tu atención del objetivo real de tusacciones, y eso es peligroso para ti.»

Que textos involuntariamente cómicos comoéste no sirvan para justificar de manera conclu-yente una masacre; que no haya para ello ninguna justificación posible, se ha convertidoen uno de los lugares comunes para las muchaspersonas que se han referido al 11 de septiem-bre – incluso entre quienes, al hacerlo, manifes-taron una crítica claramente enérgica contra lapolítica de los Estados Unidos, la globalización y la modernidad occidental. La paradoja es evidente: no existe nadie –ni siquiera entrequienes perpetraron el atentado– que pudiera yquisiera probar que esté justificado, desde cual-quier punto de vista que se le mire, incinerar yasesinar al azar a pasajeros y víctimas inocentes;sin embargo, esta masacre terrorista no sólo fuerealizada, sino que cuenta con aprobación fran-camente amplia en el mundo islámico. Por otraparte, están los intelectuales «occidentales» quele dictan al terrorismo islámico los motivos nomencionados ni mencionables para esos crimi-nales ataques (con lo cual se ajustan de maneraasombrosa a la lógica simbólica de los propiosterroristas). La comunicación interna sobre el 11

de septiembre del 2001 fue en Occidente tanvívida, tan divergente, tan autocrítica y comple-ja como si pretendiera hacer competencia alrechazo comunicativo del bando terrorista.

Las paradojas ya no tan inofensivas que pueden derivarse de estas batallas semánticas,de estos intentos por elucidar una significaciónprofunda detrás del horror, a fin de sacar de estamasacre un sentido histórico-filosófico, se tor-nan particularmente claras en un grotesco ensa-yo publicado en la revista Lettre International(no. 55, invierno del 2001) por Jean Baudrillardbajo el título de «El espíritu del terrorismo»1.Allí se dice: «Resulta completamente lógico einevitable que el incesante incremento de poderde una potencia fortalezca el deseo de destruir-la, con lo cual esa potencia se convierte encómplice de su propia destrucción [...] La caídasimbólica de todo un sistema se produjo conuna complicidad imprevisible, como si lastorres, al derrumbarse por sí solas, al cometersuicidio, hubiesen participado del juego a fin deconsumar el hecho.» La argumentación es sorprendente. Recuerda el chiste de la abuelaque es empujada escaleras abajo al tiempo quese le pregunta por qué va tan de prisa. De unacto terrorista se hace un suicidio; la víctima,aunque no atentara contra sí misma, moriría detodas formas muy pronto por degeneración; a lo que de todas formas está colapsando, se leaplica la generosa eutanasia.

De manera igualmente sorprendente e invo-luntariamente ridícula argumenta el director decine Mohsen Makhmalbaf en su ensayo «La tragedia de Afganistán», que apareció publicadojunto al texto de Baudrillard en el mismo núme-ro de Lettre International. Su informe sobre ladesolada vida en Afganistán y su conclusiva –sibien tajante– crítica a Occidente, culminan enuna interpretación de la destrucción de lasimponentes figuras de Buda por el régimen talibán. El texto de Makhmalbaf, en su desespe-rada lógica simbólica, está emparentado grotes-camente con la interpretación de Baudrillard dela caída de las Torres Gemelas: «He llegado a la

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conclusión de que las estatuas de Buda no hansido destruidas por nadie... se han derrumbadode vergüenza. De vergüenza por la indiferenciadel mundo hacia Afganistán. Se han destruido alconocer que su grandeza no ha sido capaz dehacer nada bueno.» También aquí, las contra-dicciones internas no pasarían de ser sencilla-mente penosas y ridículas si no fueran tan alar-mantes. Ya antes Makhmalbaf había criticadouna y otra vez no la indiferencia del mundo porAfganistán, sino las permanentes intervencionesde las distintas potencias occidentales en esepaís – y lo había hecho de manera mucho másconvincente. El esquema psicológico de inter-venciones intelectuales como las de Baudrillardo Makhmalbaf traduce al plano de lo psicológi-co-colectivo la psicología individual de niñosbrutalmente castigados, maltratados o violados:según esa lógica perversa, cuando alguien escastigado, violado o sufre algún trauma, es porque se ha hecho culpable de algo. «Si los asesinos odian a Occidente, entonces la culpadebe radicar, al menos en parte, en el objetoodiado. De ese modo se produce la probadaconversión en lo contrario, la cual justifica losmedios a través de supuestas causas, atribuyen-do al asesinado la culpa por su propia muerte»,ha escrito Wolfgang Sofsky.

Gracias a Dios a ninguna mente occidental,ahora humillada y provocada, se le ocurre seriamente caer en la tentación de dejarse llevarpor la brutal lógica simbólica religiosa de losterroristas y se propone destruir, por ejemplo, laKaaba en La Meca. Pues precisamente, lo quelos islamistas dispuestos a perpetrar esos actosterroristas reprochan al Occidente, no existe,pero debe ser provocado obviamente por mediode sistemáticos ataques terroristas: el odio deOccidente hacia el islam y el deseo irresistiblede llevar a cabo una cruzada contra él. Para pro-bar esto, no hace falta aludir a la larga tradiciónde la fascinación occidental por el Oriente.Basta con referirnos al hecho reciente cuando laOTAN estuvo del lado de los musulmanes alba-no-kosovares y bosnios en contra de una Serbia

cristiana ortodoxa. También en este caso seimpone la sospecha de que existan una semán-tica y una psicología que sufren trastornos pato-lógicos: el verdadero agravio es que a pesar detodo no surja un odio de Occidente por el islam.

Ahora bien, ¿qué motivos tendría Occidentepara odiar al islam, si desde hace siglos el primero, por razones fáciles de comprender, nose siente amenazado en forma seria por esteúltimo? Porque lo que sí está claro es que deuna cultura que alrededor del año 1000 habíasido por tres siglos superior a la cultura cristianaoccidental en muchos sentidos, ha surgido unaformación desconsoladoramente estancada queen lugar de odio despierta más bien compasión.Es cierto que resulta dificil dilucidar las razonespor las que se produjo esta interrupción del claro dinamismo de la cultura, la ciencia y latécnica islámica (también militar y atenta a laglobalización). Pero tampoco sería falso afirmarcon toda la imparcialidad debida que desde hacemás de cinco siglos el mundo islámico es noto-riamente improductivo – lo cual no sería unproblema mayor si el islam no cultivara unaimagen de sí mismo que insiste en su superiori-dad dinámico-misionera sobre otras religiones yculturas. Lo cierto es que hay muchos PremiosNobel judíos y muy pocos musulmanes. Haymucha seriedad islámica y mucho humor judío.

Sería una hipótesis muy poco convincente,incluso grotesca, decir que los culpables delestancamiento de la parte islámica del mundoson los Estados Unidos o Israel, teniendo encuenta que esos Estados existen sólo desde1776 y 1948, respectivamente. La fundamenta-ción más original sobre el estancamiento de lacultura islámica la ha dado el escritor, periodis-ta y cineasta de origen paquistaní Tariq Ali,actualmente residente en Londres. En la anto-logía Wendepunkt 11. September 2, escribe:«¿Por qué no hubo en el islam, a diferencia deotras religiones universales como el cristianismoo el judaísmo, ninguna reforma? ¿Por qué notuvimos en esa época una renovación? Esareforma habría tenido lugar si la cultura islámi-

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ca hubiese quedado intacta en Al-Andalus.Porque la primera gran limpieza étnica deEuropa tuvo lugar en España, cuando judíos ymusulmanes tenían que convertirse al cristia-nismo o eran forzados a abandonar el país.Europa estaba entonces enfrascada en formarseuna nueva identidad, y no quería ‘presenciaextranjera’». Se trata de una argumentación queno deja de ser interesante, pero que entraña,por supuesto, varios riesgos de alto grado. Pues,en primer lugar, ha transcurrido más de un mile-nio desde la sangrienta Reconquista, el tiemposuficiente para reiniciar los esfuerzos islámicospara una reforma; en segundo lugar, porque loque ahora conocemos como la era modernaeuropea, con todo su inmenso dinamismo,comenzó precisamente poco después de laexpulsión de los musulmanes de Europa.Granada fue conquistada en 1492 por fuerzasque, de hecho, eran muy apropiadas para serpresentadas bajo la abominable imagen del ene-migo preferida por la Inquisición cristiana. Esemismo año, Colón desembarca sorpresivamenteen las costas americanas; en 1498 Vasco deGama encuentra la ruta por mar a las Indias; en1517, un monje alemán reacciona por una ínti-ma necesidad cristiana de reforma; y el criteriode que la Tierra no era el centro del cosmos–articulado tempranamente en el islam, peroluego rechazado–, comienza a divulgarse porEuropa, a paso lento pero seguro.

Viajes marítimos, disputas teológicas, la for-mación de teorías cosmológicas: tres secuenciasno coordinadas –de varias posibles– de aconte-cimientos con efectos casi incontrolables. Desdeesas fechas coincidentes, que significan todasgrandes agravios para esa sensación, demasiadosegura, de estar en el centro o de poseer la verdad revelada, existe la época que desde hacemucho tiempo llamamos «era moderna». Muypronto los contemporáneos estuvieron concien-tes de que esta era moderna ocultaba en sí mis-ma algunas patologías inmensas. Por lo tanto, laera moderna ha significado también, desde suscomienzos, la crítica humorística de sí misma

(presentándola, por ejemplo, como una nave delos locos que ha perdido su rumbo, o como unaépoca que está out of joint). Se necesitó y senecesita quizás mucho tiempo para que se divul-gase la idea de que la era moderna es legítimaen un sentido funcional (no fundamentalista,teológico). Pues no existió ni existe ningunacentral ilegítima que ella haya liberado de manera impía.

Esta era moderna, peculiarmente desprovistade sujeto, no está seriamente a disposición, ellano puede ser eludida ni siquiera al altísimo precio de la autodestrucción total y, en realidad,no se le puede someter a revisionismos: en fin,ella existe, si bien no de manera sencilla y llana,sí en forma inequívoca, no como producto deun complot de fuerzas malvadas (judíos, protes-tantes, liberales, escritores, ilustrados, masones,revolucionarios, capitalistas, científicos), sinocomo efecto de un proceso de diferenciaciónfuncional. Quien lo desee podrá caracterizar detotalitaria a la era moderna, precisamente poresa imposibilidad de ser eludida. Quien reaccio-na a esto de forma totalitaria (ya sea, por ejemplo, en nombre de la raza, de la igualdadoriginaria o de Dios), se enreda en las peculiarespero a la vez grotescas paradojas de la totalitariacrítica a la era moderna: movimientos que hanquerido dar el golpe de gracia a las patologías dela era moderna y de la modernidad, fueron tanespecíficamente modernos y estuvieron tanobsesionados con la tecnología en la organiza-ción del crimen masivo como lo estuvieron,cada uno en su forma específica, los nazis, losestalinistas o los fundamentalistas islámicos.

Lo común a los movimientos militantes opues-tos a la era moderna y a la modernidad es queno admiten precisamente aquello que hace de ellas algo tan irresistible: la autocrítica y eldisentimiento interno, que son la otra cara delhumor y de la comicidad. El escritor Tariq Ali,que vive en Occidente, es –junto al poeta liba-nés Abbas Baydoun, el poeta sirio Adonis y elescritor Bassam Tibi, en cierta medida suscrito aeste tema–, uno de los pocos intelectuales

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musulmanes que están dispuestos a buscar en lacultura propia razones para su improductividadalarmante, vergonzosa y humillante. El hechode que también él, en la lista de razones para laesterilidad islámica, mecione en primer lugar lode un «complot occidental», da que pensar ynos hace al mismo tiempo una advertencia deci-siva. Obviamente, a diferencia de la tradicióncristiana-occidental, en el islam la autocrítica noconstituye un valor muy elevado. El prototipodel hereje no convencional, del marginal, delrebelde que se burla de la autoridad dominantetiene, tanto en la tradición judeocristiana comoen la griega, un arriesgado prestigio e impresio-nantes perspectivas de ser considerado la figurafundacional de un nuevo paradigma triunfante.Sócrates y Cristo, Giordano Bruno y Spinoza,Lutero y Darwin, Freud y Einstein, Wagner yBrecht, al igual que Andy Warhol o JosephBeuys encarnan en diferentes tipos de rango yvalor el mismo prototipo: el del maraginal triunfante, crítico con sus propios orígenes, unaespecie entretanto en extinción.

La fiable fuerza dialéctica de la autocrítica–esa que le permite consolidar lo que critica ymodificarlo a través de esa misma crítica– se hadivulgado en las democracias occidentales (auncuando esto haya costado trabajo). Y tododependerá mucho de que los Estados Unidos,en la actual situación de nerviosismo, la cual talvez se extenderá todavía por mucho tiempo,consiga mantenerse fiel a ese principio. Desde elpunto de vista político-teológico, nada hay másdelicado que destruir a los herejes. Quien exclu-ye la oposición, y con ella a lo que es diferentede uno, se excluye a sí mismo. El colapso delBloque Comunista ha ofrecido un prueba más–en ese caso megalómana– de este principiosobre el cual Hegel reflexionó tan profunda-mente. Apenas se hallarán en el islam intentosdestacados por establecer un culto de la críticay de la autoironía que no deje fuera lo propio.Ni siquiera los hechos, que apenas pueden cues-tionarse seriamente, son atendidos en el islam,sino más bien dejados al buen criterio de la

colectividad. A esto se le añade, en épocareciente, una insana alianza con un mal enten-dido programa de political correctness. Las alusiones relativas a un islam que en su periodode esplendor fue en extremo expansivo y amigode la globalización, o a un cruel tráfico de esclavos en el Africa negra que sólo fue posiblegracias a una excelente colaboración entrenegreros árabes y americanos; o decir, por ejem-plo, que para los musulmanes todos los fieles dereligiones naturales son «perros infieles», quelos fondos destinados al fomento de Palestinahan desaparecido sistemáticamente en el clande Arafat, que la corrupción en los países árabesha alcanzado simplemente proporciones ruino-sas, o que en ningún país islámico existe unajusticia independiente, elecciones libres ni libertad de prensa, todas esas alusiones son consideradas por muchos en la actualidad comoimpertinentes. Tampoco están presentes en elfoco de atención de una autocrítica islámicasiquiera rudimentariamente institucionalizada.Y es que no existe esa autocrítica, como tampo-co existe una cultura islámica del chiste capazde romper determinados tabúes.

Lo contrario sucede en la postmodernidadoccidental. Aquí la autocrítica es cultivada de talmodo, que sólo llama la atención cuando apare-ce de una forma tan grotesca como en los planteamientos de Baudrillard antes citados. Lacrítica a la política exterior norteamericana estan convincente y está tan difundida, que no sedice ya nada original cuando se habla de ellanuevamente. Tampoco aquí puede pasarse poralto una paradoja en el nivel del discurso. Losmás renombrados críticos occidentales en mate-ria de política, economía y cultura occidental,presentan la autocrítica como una virtud y lohacen de una manera tan impresionante, queprecisamente a través de ellos se pone de manifiesto de manera clara cuán huérfanos deargumentos están la cultura islámica y los intelectuales árabes. Y no es para extrañarse: la posibilidad que tienen para articularse sin peligro para el cuerpo y para la vida sólo la

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encuentran con frecuencia emigrando a paísesde Occidente. La tesis de Arundhati Roy, plan-teada en el diario Frankfurter Rundschau del 26de noviembre del 2001 y según la cual con eldesplome de las Torres Gemelas también se hadesplomado en Occidente la libertad de expre-sión, carece de evidencias. Al revés: esa tesis esgrotesca; debiera agradecerse a cabezas pensan-tes como las de Susan Sontag y Arundhati Roy,Harold Pinter y Jean Baudrillard, Walter Jens yGünter Grass, el que ellos, con su persistenciaen el ejercicio de la crítica, representen un motivo de vergüenza para el fundamentalismo islámico, probando así la culpabilidad de ésteúltimo al ser una secta que no está intelectual-mente capacitada para entrar en una polémica.

Sin una disposición a la autocrítica no se pue-de aspirar a la ilustración. Sólo una ilustracióndispuesta a ilustrarse sobre sí misma y sobre suscostos puede perdurar. El camino occidentalhacia la era moderna y la modernidad ha transi-tado siempre por una vía de adelantamiento queentretanto no se puede diferenciar de la franjaque marca la senda para detenerse: es la sendade una crítica sistemática a la era moderna y ala modernidad. La impresión de que ambas sendas tienen el mismo sentido de orientación,de que la ilustración y la crítica a esa ilustración,la modernidad y la crítica a la modernidad cons-tituyan uno y un mismo proyecto, se ha proba-do mucho más tarde. Si dos personas pelean,por lo menos en un punto tienen consenso: enlo que hay disentimiento. Y al hacerlo experi-mentan con frecuencia algo no menos paradóji-co y gracioso: el desacuerdo es mucho más pro-ductivo que la plena coincidencia. Todavía hoyresulta difícil de transmitir esto a intelectuales.La palabra «consenso» suena demasiado bien nosólo en los círculos académicos de Francfort. Yeso aunque no parece sensato dudar de que esel disentimiento, y no precisamente el consen-so, la idea reguladora de la comunicación. Unosólo continúa hablando cuando no hay entendi-miento. El consenso hace colapsar la comunica-ción; el disentimiento la hace emerger. El

concepto opuesto al discurso que enfatiza eldisentimiento es sencilla y llanamente la quiebradel discurso, el con-curso. En la idea islámica dela umma ello encuentra una de sus más cómicasencarnaciones: allí discuten los que insisten enla concordia – y lo hacen de manera grotesca.

Este escueto examen de la superioridad fun-cional del disentimiento sobre el consenso, y dela comicidad sobre la seriedad, tampoco lo tienefácil en la historia del pensamiento europeo másreciente. La historia de las ideas de la Europamoderna, y lamentablemente también la de susinstituciones, podría escribirse como la historiade intentos sistemáticamente fracasados por restablecer una unidad ya erosionante o porhacer reales las fantasmagorías de la unidad(con lo cual se ignora esencialmente que entodo principio se produce un salto y que todocomienzo ha de ser marcado por una diferen-cia.) Las patologías de este proyecto son visibles:mientras mayor sea la voluntad de unidad o, enun caso extremo, mientras más se vocifera: «Unpueblo, un Reich, un Führer» o más énfasis sehaga en la letra U del nombre del partido PSUA(Partido Socialista Unificado de Alemania), tanto más destructiva y más destruida será laobra que ha sido impuesta de manera obligato-ria. En esta perspectiva ha de llamar la atenciónel hecho de que el islam sea una religión monoteísta en un sentido mucho más termi-nante que la religión cristiana o incluso la judía.Es conocida la inmensa aptitud para la moder-nidad, la dinámica y la productividad de la cultura judía (representada por nombres de cualidad casi emblemática como los de Spinozay Mendelssohn, Marx y Freud, Schönberg yEinstein, Lévi-Strauss y Derrida); también seconoce su potencial de ofensa para racistas,nazis y fundamentalistas islámicos en igualmedida.

Existen por supuesto no una, sino muchasrazones para tal productividad – mencionemossolamente el placer en las emulativas interpre-taciones talmúdicas de textos iguales, las experiencias de marginalidad sociocultural en la

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diáspora, la disposición hacia el debate y al tratamiento humorístico de sí mismos, algo elevado a la categoría de culto, así como unadisposición a la secularización y a la asimilacióntambién elevada. En una perspectiva político-teológica una razón importante para el dinamis-mo productivo de la cultura judía podría radicaren que la Tora conoce a su Dios único como undios voluble, que puede tener distintos estadosde ánimo, y en que la ausencia de un Mesíasobliga a una enorme dosis de atención y apertu-ra hacia el futuro. A diferencia de la religiónjudeo-cristiana, el islam no atiende a lo ausente(la llegada del Mesías o la resurreccion deCristo), más bien idolatra sus comienzos.

En varias ocasiones se ha señalado el hechode que la religión cristiana, por su doctrina de laTrinidad y (al menos en su forma clásicamentecatólica) por la notable figura de una Madre deDios y la existencia de una impresionante seriede santos, apenas puede pasar por puramentemonoteísta y monolítica. Por otra parte, se sabeque los cristianos son personas que en su denominación admiten que para ellos el Hijo deDios convertido en ser humano les parece almenos tan interesante como Dios mismo. Lapropensión a la paradoja (y ciertamente tambiéna la patología) en el diseño religioso básico delcristianismo, no puede pasarse por alto: en lafigura del Hijo de Dios convertido en hombre lareligión cristiana hace posible pensar que el dios infinito conoce incluso la experiencia de lafinitud.

De ese modo soluciona con ingenio y humor(sobre todo con humor) un problema sin el cualya no pueden tenerse construcciones omnipo-tentes – el problema de que un Dios eterno ytodopoderoso no puede ser finito e impotente,pero precisamente por eso tampoco puede sertodopoderoso. Se sobreentiende que con estafigura del Hijo de Dios muerto y después resuci-tado la religión cristiana solucione paradojas en lamisma medida que las crea. Sin esa disposición ala dialéctica y a la contradicción no es posible dis-poner de una exigente versión de la cristología.

También otras culturas no marcadas por una tradición monoteísta –las cuales tampocopertenecen al tipo de las religiones de libros yrevelaciones, por lo que, desde el punto de vis-ta islámico, son consideradas como de terceraclase–, han probado de manera impresionantesu aptitud para la modernidad. El dinamismodel desarrollo en la región del Pacífico, en elentorno del sintoísmo, del budismo, del confu-cianismo y del hinduísmo, representan un nuevo y menos atento agravio para el islam. Apesar de sus muchas diferencias, estas culturastienen algo en común: y es que ellas, debido alas graves humillaciones sufridas a través delcolonialismo, por ejemplo, o debido a debaclesmilitares como la del Japón en 1945, han aceptado al menos formas rudimentarias desuperación de la coacción unitaria, y en esamedida, sólo en esa medida, han adoptado unaorientación «occidental». Además, esa orienta-ción positiva hacia el disentimiento, en principioposible, parece ser algo así como la única integral para el cómodo concepto de «culturaoccidental». Las diferencias entre la cocina nor-teamericana y la francesa, entre la arquitecturaespañola y la británica, entre los horarios de trabajo daneses y griegos o entre las costumbrespara el tiempo libre de alemanes y portugueses;las diferencias entre jueces legos y jueces de oficio, entre el humor inglés y el irlandés, entrecentralismo y regionalismo, son –¡gracias aDios!– tan grandes, como para poder desarrollarun concepto sustancial de «valores occidenta-les» y de «cultura occidental».

La superacion del culto a la seriedad, la renun-cia a las fatasmagorías unitarias, la orientación aldisentimiento y los acuerdos del tipo «we agreeto desagree» no son por supuesto operacionesdesprovistas de riesgos y pérdidas. Sólo es posible hacer propaganda a su favor siempre ycuando se aclare bien cuántos riesgos entraña larenuncia a esos riesgos, y cuán destructivo puede ser el aferrarse a la unidad y a la seriedadabsoluta. La consecuencia de la renuncia a launidad que con mayor prioridad lamenta la

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crítica de la cultura es la de que ésta tolera elegoísmo y por tanto acepta la cómica opinión deMandeville y Adam Smith de que las cargas privadas y las ventajas públicas no tendrían queexcluirse sino que pudieran estimularse mutua-mente. En ese sentido, la tradición islámicadebiera tener menos dificultades. Los bloqueosde dinámicas productivas están seguramenterelacionados, por el contrario, con una segundaforma de renuncia a las presiones unitarias. Elloocurre todavía bajo la etiqueta de la «seculari-zación», si bien el concepto de «diferenciaciónfuncional» sería más preciso: separar la fe y elconocimiento, el Estado y la Iglesia, la religión yla política, es y sigue siendo el primer paso lógi-co y cronológico para la desenfadada despatolo-gización de obras obsesionadas con la unidad.

Hay una célebre y sutil frase de Kant en suCrítica de la razón pura que dice: «Tuve puesque anular el saber, para reservar un sitio a lafe.» Como sobre Dios no puede saberse nada definitivo, es preciso ponerle frenos a la «pretensión de conocimientos trascendentes»,creando justamente con ello el fundamento funcional y continuamente revisable para elconocimiento. Pero también para la fe, según laagudeza de Kant. La fe y el conocimiento noson dos aspectos reñidos, sino más bien com-plementos funcionales. La fórmula kantiana dela «pretensión de conocimientos trascendentes»se refiere por supuesto en primer lugar a aque-llos contemporáneos fundamentalistas cristianosque sacaban de quicio a los representates de laIlustración porque aceptaban la Biblia como unarevelación directa de la palabra de Dios. Algoque, ya se sabe, resulta un tanto difícil. Porquela Biblia es una compilación de libros que, comohabrá de admitir incluso cualquier personadevota, reúne textos de los más disímiles autores, de procedencias disímiles y de los másdisímiles géneros (leyes, leyendas, prédicas, oraciones, epístolas, protocolos, etc.) En com-paración, el Corán es realmente bastante máshomogéneo. Precisamente por eso puede aplicársele de manera convincente esa frase

psicológicamente sutil de Kant sobre la «preten-sión de conocimientos trascendentes». Los hombres que creen poseer la palabra de Diosíntegra y directamente, pueden llegar a designarse a sí mismos como aquellos que se someten a un Dios (que es en definitiva lo quequiere decir «islam» o «musulmán»). Con ellocorren el alto riesgo de no someterse ellos a eseDios único, sino de someter el Dios a sí mismos.Si ese Dios no hubiese perdido el hábito de larisa, tendría que reírse de esto, como aquellostantos dioses homéricos sobre cuyo fin cuentaNietzsche una reveladora historia en su libro Asíhabló Zaratustra: «Efectivamente, hace ya tiempo que se acabaron los antiguos dioses; ypor cierto que esos dioses tuvieron un final feliz.Su muerte no se produjo tras un ocaso. Eso esuna mentira que ha corrido por ahí. La verdades que se murieron de tanto reírse. La cosasucedió cuando un dios pronunció la frase másatea de todas: ‘No hay más que un solo Dios, y no tendrás a otros dioses junto a mí.’ Era unviejo dios, huraño, celoso, el que así se sobrepa-saba. Entonces todos los dioses se echaron areír, se agitaron en sus asientos y exclamaron:‘¡Pero si la divinidad consiste precisamente enque existan dioses, y no un solo Dios’».

Merkur, no. 641–642, septiembre-octubre del 2002

1) Jean Baudrillard, L’esprit du terrorisme, primeroen el diario Le Monde, Francia, 3 de noviembrede 2001.

2) Véase, Hilmar Hoffmann y Wilfried Schoeller (ed.):Wendepunkt 11. September. Terror, Islam undDemokratie. Colonia: Dumont 2001.

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A la manera alemana

Karl Heinz Bohrer

nació en 1932, es profesor emérito de Historiade Literatura Alemana Contemporánea. En el año 2002 apareció su obra ÄsthetischeNegativität.

S egún se reveló recientemente, despuésque Alemania le declarase la guerra a losEstados Unidos en diciembre de 1941,

el servicio secreto estadounidense presentó alpresidente Roosevelt un Libro blanco sobre esepaís, en una de cuyas partes, la que trataba acer-ca de la población, su mentalidad y su carácter,se afirmaba que los alemanes estaban cansadosde la guerra, algo que contradecía totalmente lopregonado por la maquinaria de propaganda delos nazis.1

Aquel memorándum norteamericano teníarazón: los alemanes –o, más exactamente, losalemanes nazis– no eran gente agresiva, erangente buena. Buena en el sentido de que desea-ban el triunfo del bien y la desaparición del mal,todo eso sin tener que recurrir a la guerra, porsupuesto. Esto no es algo obvio. Por lo general,el ser humano con cierto desarrollo psíquico nodesea el bien, sino tener una carrera o una espo-sa atractiva. De modo que basta con que uno se imagine la bondad de manera un poco másprecisa para sentir escalofríos. Sólo que no sepuede olvidar que si bien el prototipo del queaquí se trata estaba bastante difundido y teníaenorme influencia en la fauna social de aquellaépoca, había muchas otras personas con unaestructura mental muy diferente que también sellamaban alemanes.

El nacionalsocialismo –y con él podría comen-zar la imagen de ese prototipo– no tuvo éxitoporque les prometiera a los alemanes el asesina-to de los judíos, la conquista del mundo y laguerra, sino al contrario, lo tuvo porque les prometió el idilio. Él divulgó ideas de purezaque en un principio no eran raciales; ideas de

amparo y confianza que prometían una vidasencilla en medio de un mundo complicado, esdecir, una suerte de Arca de Noé en la que losalemanes de corazón puro podrían refugiarse,mientras el mundo afuera avanzaba cada vezmás hacia su decadencia total.

Esto también podría interpretarse como unaforma alemana de aislacionismo. Pero ello tieneotras consecuencias, distintas a las del caso norteamericano, por ejemplo, y se alimenta demotivos apolíticos. Quien contemple hoy imáge-nes del noticiario semanal o fotografías con ros-tros de entusiasmados espectadores que saludanal Führer, le vienen a la mente de inmediato, ala vista de tales expresiones, una serie de califi-cativos emocionales. El más importante de ellosno es histeria, sino ingenuidad. Es esa ingenui-dad la que provoca el escalofrío mencionado,pues con esa palabra se asocia una serie de déficits psicológicos: una inocencia que significaindiferenciación, un entusiasmo que implica falta de individualidad, por no hablar de aquellasotras cualidades que, aunque no están presentesaquí, que forman parte de cualquier sociedadcivilizada: ironía, distancia del otro, gusto, perotambién coraje cívico y, sobre todo, cierto olfatopara determinar lo relativo de cualquier puntode vista. Se cuenta que a algunos habitantes deWeimar, que con motivo de una visita del Führera la ciudad se habían reunido en masa frente alHotel Elefante, se les ocurrieron las siguientespalabras de bienvenida: «Querido Führer, sal alinstante, de la morada del elefante.»

No todos los habitantes de Alemania vivían enWeimar. Ni todos los habitantes de Weimarestuvieron en la plaza frente al hotel de Hitler.Pero los que allí estuvieron, expresaron de for-ma caricaturesca aquella simpleza que nos habladesde los miles de rostros de los noticiariossemanales y las fotografías. Si se pone a un ladola mera necedad, la vergüenza y la ridiculez deesa escena sumisa, la cual hubiese sido impen-

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sable en cualquier otra nación aun bajo una dictadura fascista o comunista, entonces a unono se le escapa lo siguiente: aquí ya no nosencontramos ante la candidez de un corazónpuro ni ante la añoranza por la rueda del molino, ni siquiera ante el gran silencio de esoscampesinos pintados por Wilhelm Leibl en elsiglo XIX, todos esos viejos atributos de los alemanes que les definían como gente rural yprovinciana que se había quedado a la zaga delos cosmopolitas y más audaces habitantes deotras regiones de Occidente. Aquí hemos llega-do a un punto donde el infantilismo de personasadultas ha perdido todo el encanto que poseíanla antigua candidez, el buen corazón, la añoranza y el gran silencio.

No se ha entendido realmente la época nacio-nalsocialista si tan sólo se habla de sus ideologí-as y de sus crímenes. Los historiadores conce-den gran importancia a esos temas, ya que éstos son susceptibles de ser sometidos a mani-pulaciones conceptuales. Y también la opinión pública gusta de ellos, porque así es posible establecer una distancia respecto de un pasadocriminal, con lo cual se pretende proteger el presente, no admitiendo la entrada de opinionespolíticas e ideológicas de índole similar. Pero elproblema yace mucho más oculto. Lo inefableen ese saludo al Führer citado anteriormente nose explica con esto; sin embargo, en él puedereconocerse la esencia del nazismo: la reduc-ción de la complejidad extrema de este mundonuestro a un mundo que ha dejado de ser complejo. El hecho de que esto se vea lo mismoen el bonachón maestro de griego y latín en uninstituto de bachillerato, en el padre de familiaque cena un cocido una vez por semana o en la dirigente juvenil de la Liga de MuchachasAlemanas que aspira a obtener la Cruz de laMaternidad, lo moralmente repulsivo no radicaen sus convicciones o acciones, sino en esa inge-nuidad de aspirar al bien, es decir, en la ausen-cia de toda diferencia psíquica, lo cual es endefinitiva lo que conforma la civilización en eloeste, el este y el sur de Europa.

Aquí radica también el motivo de por qué elalemán, que tanto deseaba por principio el bien,desarrolló miedo ante un mundo complejo queno es bueno. Un miedo que muy pronto setransformó en rechazo, en hostilidad. La razónpor la que muchos alemanes de entonces sen-tían antipatía por el llamado Occidente, no erasolamente la recién experimentada rivalidad enla guerra ni la propaganda contra Versalles. Loque ellos percibían de Occidente era más bienun mal sentido en lo más profundo, la totalausencia del bien. No es necesaria una explica-ción demasiado compleja tomada de la historiadel espíritu, se trata de la oposición entre cultu-ra y civilización. El buen alemán al que aquí nosreferimos no tenía ni la una ni la otra. El percibía a Occidente y se percibía a sí mismo nisiquiera como «civilización»; más bien sentía deuna manera bastante poco articulada que ser occidental era sinónimo de mundanidad,superficialidad, crueldad y arrogancia.

El buen alemán simpatizaba desde hacía tiem-po con los pueblos colonizados que se oponíana los regímenes coloniales, entre los cuales losbritánicos eran el blanco preferido de su difusaanimosidad moralizante, a los que muy prontosiguieron los norteamericanos. En cuanto a losfranceses, por su parte, el decir que eran unoscorrompidos, era un tema viejo que tambiéninfluenció sin dudas la ideología del bien. Eldéficit de complejidad se torna claro sobre todo aquí cuando se reconoce que los valorescivilizatorio-psicológicos no aparecen ni en laimagen de sí mismos ni en la de los demás. Bajo la autoridad del ser bueno y del querer serbueno no se había desarrollado ningún senti-miento para la jerarquía intelectual, política ysocial del mundo civilizado. Se estaba muy lejos de intuir que en esa jerarquía se trataba devalores, de valores políticos y culturales queconformaban el Occidente y de los cuales estánmuy concientes hasta hoy sus élites. Sólo seposeía una cosa: el resentimiento, y eso predes-tinaba al alemán para la condición de nazi, debuen nazi.

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Pero bien, este retrato ofrecido por el serviciosecreto estadounidense no pasaría de ser hoy unrecuerdo más entre muchos otros sobre unaépoca hace tiempo desaparecida, si no existierade nuevo la sospecha de que se pueden cambiarmuy rápidamente los criterios y acciones políti-cas, pero no ciertas mentalidades con un profundo arraigo. En otras palabras: hay motivospara creer que el buen alemán autista, comoprototipo, ha sobrevivido la época del nazismoy una vez más nos pone en ridículo. Es ciertoque ahora lo hace dentro de una amalgama polí-tica cambiada, pero aún con sus rasgos esencia-les todavía reconocibles, pues en el fondo de esequerer ser bueno de los nazis, cuya expresiónpolítica se manifestaba sobre todo en esas ideasdel Arca de Noé y en el rechazo al Occidente,aparece el siempre recurrente discurso sobre lapaz así como la polémica contra los EstadosUnidos –no como una oposición, se sobreen-tiende, contra una política considerada falsa, locual es incluso muy común en los propiosEstados Unidos–; estamos aquí ante una reedición de la manera alemana, llena de miedos cada vez más vagos y sentimientos pocodiscernibles y detrás la cual habla el viejo resen-timiento.

Esto comienza en la idea misma de la paz quese sustenta. Ella tiene su antecedente en la con-fusa fórmula que constituyó el sucedáneo de lapolítica exterior alemana por más de un dece-nio: que de suelo alemán jamás debería salir unaguerra. Si se analiza la base verdadera de estabanalidad, se descubre lo siguiente: se trata deconfesiones morales relacionadas con el pasadonazi y que al fin y al cabo ya nadie quiere escu-char, y éstas deben borrar la contingencia de lasacciones políticas, como por ejemplo la guerra.No se trata solamente de condenar las guerrasanteriores de las que nos habíamos hecho cul-pables, sino sobre todo el no concebir siquieraen el futuro otras guerras posibles de otra índole. La palabra «paz» fue inventada como unfin en sí mismo, fuese en la circunstancia quefuese. De ese modo, se creía desterrar de una

vez y para siempre el pasado nazi, ya que ésteera asociado con la disposición para la guerra. Elbuen alemán del nazismo –en eso el estudionorteamericano de 1941 tenía razón– no era unmilitarista, todo lo contrario; es hora ya de irdespidiéndose de esa idea del alemán como unpueblo guerrero o belicoso.

Belicosos eran y son los británicos, tal vez loera también el cuerpo de oficiales prusianos. Losalemanes lo eran tan poco como los austríacos,sino que más bien habían sido militaristasdurante una o dos épocas. Y esa es la diferenciadecisiva hasta hoy. De ahí proviene esa absurdaindignación que siente el prototipo alemán–absurda por ser apolíticamente irracional– antela disposición de Estados Unidos y Gran Bretañade llevar a cabo guerras de agresión bajo determinadas premisas. Aquí también llama laatención la diferencia respecto a reacciones aparentemente similares en Francia: la distanciafrancesa respecto a un compromiso en caso deun ataque contra Sadam Hussein tiene, a dife-rencia de la reacción alemana descrita, motivosal mismo tiempo maquiavélicos y culturales, esdecir políticos. Existen intereses económicos yun vínculo cultural específico con los pueblosárabes, lo cual va desde Napoleón y Delacroix,pasando por Abd El Kader y la guerra deArgelia, hasta los actuales suburbios de París. Ytambién la crítica a los Estados Unidos tiene enFrancia una tradición específicamente política,no fundamentalista. En correspondencia con esapremisa no existe tampoco entre la poblaciónfrancesa ninguna retórica de paz ni una histeriade guerra.

Una particular exquisitez moral surge cuandola indignación moralizante contra la guerraanglosajona debe explicar su guerra contra laAlemania nazi. Esta fue la consecuencia de ladeclaración de guerra de los ingleses al Reichalemán, que quiso evitar esta guerra bajo lasmás complacientes condiciones y que sólo sedejó manipular hacia ella debido a su descono-cimiento de la mentalidad y la potencia guerre-ra de los ingleses. Hay incluso historiadores

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británicos que consideran a Churchill el únicoculpable de la Segunda Guerra Mundial, ya quecreen que el Primer Ministro británico pudohaber llegado a un acuerdo con el Reich, queestaba dispuesto a mantener la paz. Pero enAlemania no se ha entendido nunca –ni seentiende todavía– que el hecho de no buscar lapaz a toda costa y hacer la guerra cuando ésta esnecesaria puede constituir también una varian-te de ética. De esa manera el moralismo se desenmascara como la ausencia de ética.

De esa concepción fundamentalista de la palabra «paz», que no la acepta como un códigocivilizatorio, es decir, como una dimensión funcional relativa, sino como una categoríaabsoluta, casi metafísica, han surgido otras ideas de este renovado buen alemán de nuestrosdías: la idea del Arca de Noé, la romantizaciónde los antiguos pueblos coloniales y del TercerMundo, la crítica cultural a Occidente. Perosobre todo la sospecha dirigida contra losEstados Unidos. Resulta particularmente gracio-so que los descendientes de los nazis quierandar repasos en materia de virtudes cívicas a losinventores de la democracia y del control delpoder. Sin embargo, esta gracia tiene una consecuencia mucho más fatal: en el caso demuchos de los conocidos buenos alemanes dehoy, no sólo se trata de descendientes de losnazis en un sentido figurado, ya que al fin y alcabo todos los somos, sino que ellos lo son másbien en un sentido literal.

Ya desde mucho antes se sabe que entre losrevolucionarios radicales de izquierda de 1968había una larga lista de personas importantesque crecieron en la viciada atmósfera de algunosnazis de pura cepa, ya fuera porque sus padreseran pastores protestantes nacionalistas, poetasque cantaban a la superioridad de la raza o profesores de irradiación idealista y reaccionaria.Como ya lo demostró la rápida conversión defuncionarios nazis en miembros del PartidoSocialista Unificado de Alemania en tiempos dela RDA, se vio cómo podían adaptarse una serie de características del buen alemán, entre

ellas su idealismo y su resentimiento antiocci-dental.

Pero no sólo se debe mencionar aquí a esesector anónimo hace tiempo estudiado en suaspecto socio-psicológico, sino que habría querenovar el retrato del buen alemán a partir denombres bien conocidos del antifacismo públicoy de la retórica de paz. Al menos no deberíacontinuar callándose que algunos de los renom-brados catedráticos, teólogos e intelectuales quehoy predican la paz son hijos de catedráticosque sirvieron con énfasis al régimen nazi. En esesentido no nos interesa tanto el motivo de lacorrección política, la limpieza de una manchao el ser hijo de un criminal, sino algo muchomás desagradable: que esas personas, a pesar deque ahora parten de premisas ideológicas completamente cambiadas, todavía cultivan elmismo tono creyente y moralizante, el mismotono idealista y seriamente confesional. Es otravez el tono del buen alemán, ése que tanto nossaca de quicio a los demás.

Merkur, no. 643, noviembre del 2002

1) Véase, Christof Mauch, Schattenkrieg gegenHitler. Das Dritte Reich im Visier der amerika-nischen Geheimdienste. Stuttgart: DVA 1999.

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¿Pacífico, no pacífico?Para una confrontación crítica con el islam

Rainer Brunner

nacido en 1964, asistente científico en elSeminario Oriental de la Universidad deFreiburg. Últimamente apareció su obra Die Schia und die Koranfälschung (2001).

E l régimen talibán se desmoronó muchomás rápido de lo que nadie hubiese esperado. Ahora está por ver si la toma de

poder de la alianza del norte trae algo mejor, ycon mayor razón, si el colapso de este funda-mentalismo de la edad de piedra, que resultabaembarazoso hasta para los propios puritanoswahhabitas de Arabia Saudita, significa lo mismo que ese fin del islamismo tantas vecesinvocado por politólogos y sociólogos franceses.La atrevida tesis de que al ocaso del islamismole seguiría una era de democracia islámica, planteada recientemente por Gilles Kepel en sulibro Jihad, expansion et déclin de l’islamisme,tendrá que aguardar todavía algún tiempo paraser verificada. De igual modo, todo parece indi-car que con el fin del régimen talibán tambiénse relega otra vez a un segundo plano aqueldebate que se había iniciado a raíz de los atentados del 11 de septiembre y en el cual seretomaba nuevamente la pregunta acerca de larelación entre islam y el mundo no musulmán yde la mejor manera de tratar con el fundamen-talismo islámico.

No es ésta la primera discusión de esta índole.Ya la revolución iraní de 1978–1979, la fatwacontra Rushdie en el año 1989, la segundaGuerra del Golfo de 1990–1991, así como lapolémica en torno a la islamista AnnemarieSchimmel, galardonada en 1995 con el Premiode la Paz de los Libreros Alemanes, ya se habían ocupado de garantizar en forma similarla presencia periodística del islam. Entre los obstáculos que impiden el debate en torno alverdadero objeto de discusión se encuentra lapolitical correctness. Donde mejor pudo verse

esto fue en la polémica en torno a AnnemarieSchimmel. Sus torpes declaraciones acerca delcaso Rushdie y su ingenuidad política fueron criticadas de una forma que pudiera calificarsede fundamentalista.

El encono de la polémica fue también contra-producente en otro sentido: ya que ella cerró elpaso a una observación no del todo injustificada– que la imputación de que en Occidente existede manera general una «imagen hostil delislam», carecía del todo de pruebas. Al menosesto es así cuando uno no pretende tomar todacrítica a determinados aspectos del islam comoun prejuicio hostil ni todo descarriamiento indi-vidual falto de gusto como una convicción de lamayoría. Claro que esta generalización tantasveces reiterada –de que el islam representa paraOccidente la encarnación del enemigo– es com-pletamente insostenible. Ello parece habersedifundido entretanto, pues el argumento sueleser usado sólo raras veces en esta forma tan grosera. Aun después de los ataques del 11 deseptiembre éste sólo apareció en la prensadurante los primeros días.

En su lugar, apareció en el debate más recien-te otra aseveración muchas veces repetida. Sedice con frecuencia que el fundamentalismoislámico, en general, y los propios ataques enparticular no tienen nada que ver con el islamen sí. Que se trata más bien de un fenómenopuramente político desatado por la política occi-dental hacia el Oriente Próximo en los últimosochenta años y que se sirve solamente de unafachada religiosa. Bien mirado, los fundamenta-listas no son musulmanes, sino gente que mani-pula el islam –que en realidad es una religiónpacífica– para sus propósitos políticos. Esto llegó a tal punto que en varios talkshows en latelevisión llegó a afirmarse impunemente que«islam» significaba «paz», lo cual es sencilla yllanamente falso. «Islam» significa entrega a lavoluntad de Dios; «paz» se dice –entre otras–

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«salâm». La palabra viene de la misma raíz, perono significa lo mismo.

El énfasis en un islam pacífico puede que tenga buenas intenciones con miras a aquellosmusulmanes que viven en Occidente. Sinembargo, no siempre ellos persiguen exclusiva-mente propósitos pacíficos: el llamado «Califade Colonia», Metin Kaplan, y sus partidariosconstituyen únicamente el caso más extremo;también la organización Milli Görüs, considera-blemente más grande, está bajo permanentevigilancia de la Oficina Federal de Protección ala Constitución, y con muy buenas razones. Espor eso que el argumento evade en muchos sentidos el asunto en cuestión y no pasa de serun certificado de buena conducta apologético ypolítico-religioso hecho por personas aficionadasal diálogo. Esto es válido en primerísimo lugarpara la evidente contradicción que se ocultadetrás de todo esto: continuamente se ha señalado en el pasado, con razón, que el islam,con su historia de casi 1400 años y una exten-sión geográfica que va desde Marruecos hasta Indonesia, es una estructura demasiadocompleja como para medirlo a través de unrasero esencialista. El islam no existe – y es sintener en cuenta esto que oímos en cualquierparte que el islam es pacífico.

Sin embargo, existe otro aspecto de muchomayor peso. Pues si se observa bien, se trata, enel caso de esta forma de ver el asunto, del rever-so de cómo los fundamentalistas ven el islam.Ambos grupos, tanto los violentos como los apologetas de un islam «realmente» pacífico,usan las mismas fuentes, echando mano a lamisma forma de proceder para fundamentar supunto de vista, es decir, aquellos versos delCorán considerados normativos. De ese modo,la parte apologética gusta de indicar que elCorán dice: «No cabe coacción en religión.»(Capítulo 2, verso 256). Eso es correcto, y nadiepuede ponerlo en duda. Sólo que el Corán, enotra parte no menos conocida, también dice losiguiente: «Cuando hayan transcurrido losmeses sagrados, matad a los paganos donde-

quiera les encontréis. ¡Capturadles!¡Sitiadles!¡Tendedles emboscadas por todas partes!»(Capítulo 9, verso 5). O dice que la GuerraSanta consiste en la lucha contra las impugna-ciones internas. También eso es cierto. Pero layihad también estuvo allí en todo momento ydesde el principio, así como la lucha armadacontra aquéllos que fuesen identificados comoinfieles.

En el islam nunca se formó una jerarquía institucionalizada de hombres de letras que formulase una doctrina obligatoria y general, almenos para algunos grupos de confesión. Cabepreguntarse entonces quién decidiría cuál es elislam «correcto» en caso de que surgieran opiniones que se contradijeran entre sí. ¿Quésentido tiene reprochar a los fundamentalistassu lectura selectiva del Corán, concentrada enlos versos menos «amables», y hacer a la vez lomismo que ellos hacen, solo que limitándose alos pasajes «amables»?

Resulta enteramente sospechoso cuando algunos científicos, con propósitos claramentetranquilizadores, pretenden demostrar que elllamado de Bin Laden a la Guerra Santa (yihad)es algo rotundamente ajeno al islam.1 DesdeNigeria hasta Indonesia se encontró al menosun número suficiente de musulmanes que inter-pretaron este llamado como algo lo suficiente-mente islámico como para garantizarle a BinLaden su simpatía y elevarlo a la categoría deRobin Hood. No está demostrado que con ellose les preste un servicio a los otros, los que nocreen en esto, mostrándoles de manera pater-nalista «una salida de la trampa de Bin Laden».Por lo menos resulta absurdo declarar la yihadcomo algo no islámico, porque contradice elprincipio de la «maslaha», el interés de toda lacomunidad islámica. Definir qué representarealmente los intereses de la comunidad musul-mana es algo que debería dejarse en manos delos propios musulmanes.

En su efecto final, el esfuerzo por pretenderpurificar o absolver al islam de sus circunstanciasconcomitantes menos amables, puede terminar

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con la construcción de una imagen ideal del mis-mo. Pues quien afirma que ésta o aquélla facetade la historia del islam o del actual mundo islámi-co no tiene en realidad nada que ver con el islam,también está afirmando entre líneas que existe unislam «real», cuyas únicas bases son vistas a su vezen aquellas fuentes –es decir el Corán y el legadode los profetas–, que pudieran ser interpretadas yentendidas correctamente. Pero como no existeuna autoridad doctrinal reconocida por todos, lainterpretación tiene lugar entonces obligatoria-mente por medio del empleo de un rasero propio,es decir, por medio de la eleccción necesariamen-te selectiva de citas y legados «simpáticos».

Lo que no coincide con el resultado de estaexégesis, es desechado a continuación por con-siderársele «verdaderamente anti-islámico», yaque representaría una desviación del «verdade-ro» islam y una derogación de sus normas. Peroes justamente ahí donde esta apologética coin-cide en su esencia con el pensamiento funda-mentalista. Pues también los fundamentalistasestán convencidos de que cada una de las des-viaciones de la única norma coránica compro-bada por ellos contradice al «verdadero» islam.

Quien en su lugar afirma que el islam es mani-pulado por los fundamentalistas, no hace menos.Pues también ese argumento presupone un islampuro e inocente en sí, que además está indefen-so ante cualquier instrumentalización furibunda.

Esto no quiere decir que el islam sea violentoper se, o que sea idéntico con el fundamentalis-mo. El islam en sí no es verdaderamente pacífi-co, como tampoco es verdaderamente no-pacífi-co – simplemente no existe un islam "verdade-ro". Pues entonces surge la sospecha de que tanto la tolerancia como la violencia pueden serlegitimadas coránicamente. En lo cual el Coránno está en ningún modo solo. Toda religión, encaso necesario, puede ser empleada para legiti-mar la violencia. Esto es válido lo mismo para elhinduísmo, con su división en castas y su luchacontra el islam en la India, que para el cristia-nismo, cuya historia, como ya se sabe, oscilaentre el Sermón de la Montaña y la Inquisición.

Incluso el budismo, que tiene en Occidente lafama de ser una religión extremadamente pací-fica, no lo es ni lo ha sido siempre ni en todaspartes.2 Cada religión sólo es todo lo toleranteque le permitan sus partidarios en un determi-nado lugar y bajo determinadas circunstancias.

Es ésa la razón por la que el fundamentalismoislámico tiene una doble naturaleza, es un fenómeno político y a la vez religioso.3 Político,porque reacciona a la situación política y socialen el mundo islámico y ante la política deOccidente; religioso, porque la imagen de laHistoria en los fundamentalistas y su argumen-tación son decididamente islámicas. No puedeafirmarse de manera general que en el islam nosea posible una separación de las esferas políticay religiosa – pues ésta fue la regla a lo largo decasi toda la Historia.4 Pero quizás el islam, al finy al cabo, deba toda su existencia a una conti-nuidad histórica de abierta cuestión de sentidoy de orden no resuelto, tal como la encontróMahoma en Medina.5 Y es ésa exactamente laépoca que los fundamentalistas tienen en sumira como objetivo al que es preciso aspirar.

Si en verdad se quiere reaccionar de maneraadecuada ante el fundamentalismo islámico y lle-gar a entenderlo, no basta entonces con señalarsu lado político. Esto puede ser un acto simplistay fácil, pues uno se estaría moviendo en un terre-no conocido e irrefutable. Nadie pretende poneren duda la urgente necesidad de hallar una solu-ción al conflicto israelo-palestino – si bien éste seconvirtió en un tema para Bin Laden después quecomenzaron los ataques aéreos. Antes él exigíaque Jerusalén fuese liberada de los infieles, peroesto tenía más bien motivos religiosos y se preo-cupaba poco por el destino de los palestinos.Además, el primer atentado contra el WorldTrade Center fue perpetrado en 1993, el año enque se negoció el acuerdo de Gaza y Jericó y, almenos a corto plazo, podía abrigarse la esperanzade que habría algo parecido a un proceso de paz.

Nadie pretenderá tampoco restar importanciaal colonialismo del siglo XIX. Pero incluso en estetema es aconsejable la precaución, a pesar de

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todo el orgullo que a veces se percibe por haberexpiado las culpas de aquel periodo. Para losmusulmanes fue menos un problema el serdominados por una potencia extranjera –Egipto, por ejemplo, fue gobernado durantesiglos por no-egipcios (los mamelucos, por ejem-plo, y los osmanos). El punto esencial es másbien que allí habían no musulmanes que domi-naban a musulmanes, con lo cual ponían decabeza la historia sagrada del islam. Finalmente,tampoco pueden discutirse los errores catastró-ficos de la política occidental hacia el OrientePróximo en los últimos ochenta años. Sinembargo, el fundamentalismo islámico no es unfenómeno inventado por Occidente; sus másimportantes precursores (como el teólogo IbnTaimiya, por ejemplo, muerto en 1328, y loswahhabitas en el siglo XVIII), ya existían desdemucho antes. Añádase a ello que Arabia Sauditano fue ninguna colonia ni estuvo involucrada enel conflicto del Oriente Próximo.

Quizás sea pedir demasiado el exigir al islamuna secularización, la cual, en Occidente, tam-poco fue iniciada por el Papa en persona. Peroteniendo en cuenta este mundo nuestro cadavez más pequeño, una religiosidad «ilustrada»,secularizada también en el islam, sería el únicocamino sensato para facilitar la coexistenciapacífica con otras religiones y culturas. Sinembargo, basta una mirada al mundo islámicoreal existente, para poner en duda que esto pueda suceder en un futuro inmediato. Despuésque en 1992 el crítico secularista egipcio FaragFoda fuera asesinado en plena calle, un miem-bro prominente de la clase intelectual pudodecir con absoluto desenfado durante el proce-so que Foda había sido un apóstata y que deacuerdo a la ley islámica merecía la muerte.Algunos años más tarde, el lingüista y estudiosodel Corán Nasr Hamid Abu Zaid, quien habíadado un gran impulso a una interpretación his-tórica del Corán (cuestionando así el monopoliointerpretativo de los eruditos religiosos), se vioinvolucrado en un gran escándalo: acusado también de apostasía fue obligado a anular su

matrimonio, ya que una musulmana no puedeestar casada con un no-musulmán. Y éstos sonsólo dos ejemplos entre muchos.

Para los Estudios Islámicos y otras ramas delos Estudios Culturales, los atentados del 11 deseptiembre no quedarán sin consecuencia. Elobjetivo de un estudio científico del islam nopuede ser despertar una comprensión poco dife-renciada «del» islam, sino pretender comprenderlas distintas facetas de la historia y del presenteislámicos. Si los científicos occidentales deseande verdad contribuir a un diálogo serio entre lasculturas, lo mejor sería entonces tomar en serioa la otra parte y plantear abiertamente aquellosaspectos que resulten críticos. La contradicciónva a estar en todo caso prevista: cuando hacealgunos años ofrecí una conferencia en Londresacerca de la discusión puramente interna delislam sobre la supuesta falsificación sunita delCorán, la indignación entre los musulmanes pre-sentes fue grande, y alguien del público llegó apreguntarse incluso delante de todos qué habríasido mejor: si traer su ametralladora o su pistola.Puede que la confrontación crítica con el islamsea una vía más ardua que la de la apología refle-ja, pero eso no es tan grave. Ahora bien, yo mepregunto, ¿sería ésta de verdad una alternativa?6

Merkur, no. 633, enero del 2002

1) Así lo planteó Bernard Haykel en el diario Süd-deutsche Zeitung del 25 de septiembre del 2001:«La trampa de la yihad. ¿Por qué no se debe dejarel islam en manos de Bin Laden?»

2) Véase, Christoph Kleine, Buddhismus ohne Bud-dhisten. En: Spirita, cuaderno 1, 1998, pp. 12–14.

3) Véase, Johannes J. G. Jansen, The Dual Nature ofIslamic Fundamentalism. Londres: Hurst 1997.

4) Véase, Ira M. Lapidus, The Separation of Stateand Religion in the Development of Early IslamicSociety. En: International Journal of Middle EastStudies, 1975, pp. 363–385.

5) Véase, Ludwig Ammann, Die Geburt des Islams.Gotinga: Wallstein 2001.

6) Véase, Mohammed Arkoun, Der Islam. Annähe-rung an eine Religion. Heidelberg: Palmyra 1999.