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LUNES, 28 NOVIEMBRE 2011 CULTURA LA VANGUARDIA 37 Descaro y solvencia Fusión, pero menos CRÍTICAS Dave Holland & Pepe Habichuela Intérpretes: Pepe Habichuela, guitarra; Josemi Carmona, guita- rra; Dave Holland, contrabajo; Bandolero, percusión; Juan Car- mona, percusión Lugar y fecha: Festival de Jazz. Palau de la Música (25/XI/2011) KARLES TORRA Dave Holland y Pepe Habichue- la coincidieron por primera vez en un escenario hace cuatro años en Sevilla. Después de ese encuentro, el enorme contraba- jista inglés forjado a la vera de Miles Davis y el ilustre guitarris- ta andaluz siguieron colaboran- do hasta dar forma a Hands, un disco del año pasado que conte- nía una nueva experiencia de ma- ridaje entre el flamenco y el jazz. Sin embargo, en la presenta- ción en directo del mismo, pron- to se vio que desde el punto de vista jazzístico estábamos ante una fusión fallida. Así, tras inter- pretar unos fandangos en los que, dada la extremada discre- ción de Holland, el quinteto pa- reció acompañar a un cantaor in- existente, Pepe Habichuela des- apareció de escena. La posterior improvisación del contrabajista inglés con unos percusionistas empachados de cajón, nunca lle- gó a levantar el vuelo, demos- trando la brecha instrumental que había entre las partes. Asistimos a un concierto muy disperso, con escasa interacción directa entre Holland y Habi- chuela. Ambos ofrecieron consi- derables solos, pero de improvi- sar juntos, más allá de algunos es- carceos en una taranta dedicada a Camarón, nasti de plasti. Inclu- so en un avance de su próximo disco, tanto el uno como el otro se ausentaron del escenario, de- jando a Josemi Carmona al man- do. Sin atisbo de verdadera fu- sión, en su fase concluyente el concierto subió enteros gracias a una solida composición jazzísti- ca de Holland (The whirling der- vish) en la que no intervino Habi- chuela, seguida de una alegre rumba (El ritmo me lleva) que propició un brillante solo del gui- tarrista, para solaz de un público entregado a su arte flamenco. c DOMINGO MARCHENA Barcelona M auro Corona fue en su juven- tud peón en la cantera de már- mol del monte Buscada, en los Dolomitas. Aho- ra, a sus 61 años, es alpinista, es- cultor, poeta y novelista, la penúl- tima sorpresa de las letras italia- nas, con 16 obras que son un se- creto a voces en su país. Comen- zó a publicar espoleado por su descubridora, la escritora Marisa Madieri, prematuramente falleci- da de un cáncer en 1996. Su viu- do, Claudio Magris, ha tomado el relevo y se ha convertido en uno de los más firmes admiradores de este autor, “cuyas ma- nos –asegura– conocen la magia de crear vida”. Y no sólo vida. Tam- bién una nueva frontera en el mapamundi de los lu- gares imaginarios, otra pa- rada en el tren que reco- rre las estaciones de Yok- napatawpha, Macondo, Región, Obaba y la legen- daria Mirmanda catalana. Próximo destino, Erto, la aldea de los Alpes que pro- tagoniza toda su obra. Pe- ro a diferencia de esos otros reinos mágicos, Erto –como el Sertão de Jorge Amado, el Iquitos de Var- gas Llosa, el Carmelo de Juan Marsé y la Sinera de Salvador Espriu– existe. O existía. El 9 de octu- bre de 1963 el monte Toc se desplomó sobre el em- balse del Vajont y provocó una ola gigantesca que causó miles de muertos y arrasó el pueblo. “Aquella lejana tragedia fue como un hachazo. Truncó la vi- da. Hábitos, costumbres, tradiciones, cultura, todo desapareció. El Vajont va- ció el pueblo, dividió a las personas, generó vengan- zas, diáspora, soledad, abandono y silencio”, se la- menta Mauro Corona. Él fue uno de los pocos vecinos que decidió volver (“de 3.000, quedamos 300”) y vivir entre las ruinas, decidido a custodiar lo po- co que había quedado en pie, mientras desarrollaba su pasión por la escalada. Realizó los más variados trabajos manuales para ganarse la vida hasta que su fama de tallista de madera y escultor le dio un respiro. Cuando sus tex- tos empezaron a ver la luz, ya era respetado por la apertura de nue- vas vías de alta montaña y por sus ascensiones en Italia, Groen- landia y el valle del Yosemite, en Estados Unidos. El mismísimo Reinold Messner, entre otros mí- ticos escaladores, se quita el som- brero ante él. También se lo qui- ta, pero por otros motivos, el es- critor Claudio Magris, con acredi- tada vocación para hallar tesoros semiocultos. Gracias a él, el nona- genario Boris Pahor, autor de uno de los mayores aldabonazos contra la sinrazón humana y el horror nazi, Necrópolis, traspasó los reducidos círculos de Trieste donde su nombre era venerado y se convirtió en un fenómeno mundial. La historia va camino de repetirse con Mauro Corona. Ahora llega por primera vez a España uno de sus títulos, Fantas- mas de piedra, con una espléndi- da traducción de Álida Ares. Lo edita Altaïr y la bendita testaru- dez del librero Pep Bernadas, que la semana pasada presentó la novela en la librería Desnivel de Madrid y que cada día se parece más en bonhomía y activimismo cultural al personaje del sabio ca- talán de Cien años de soledad. En el Erto del libro, donde casi todo el mundo se apellida Coro- na, viven brujas y matronas bellí- simas e indómitas, junto a ermita- ños filósofos, bebedores insacia- bles y pastores de los que se burla el diablo. No son las únicas mara- villas de una tierra donde los bú- hos anuncian la muerte, las adivi- nas leen el futuro en el fango, las viejas hablan con los gallos y los árboles sangran y tienen ramas en forma de crucifijo. En una oca- sión, un buey sacrificado regresó fugazmente del más allá para ven- garse de su matarife. Otra vez un herrero hizo unas delicadas alas de hierro con las que una mosca podría reanudar el vuelo y una mujer llamada Nieves se derritió como un cubito de hielo y su char- co acabó recogido en una botelli- ta de medio litro. Mauro Corona, de formación autodidacta, recuerda esas y mil fábulas más, con un estilo senci- llo e imágenes de una ingenuidad infantil (“una noche oscura como la boca de un lobo”) o de una gran fuerza poética (“casas que miran desde las órbitas vacías de sus ventanas, que penden de bisa- gras torcidas, como banderas de madera ondeando sin pliegues ba- jo el impulso de la suave brisa”). Fantasmas de piedra puede leerse como una re- copilación de cuentos o co- mo un viaje al ayer. Des- pués de la tragedia, “el que no había muerto, ha- bía escapado; el que no ha- bía escapado, vagaba co- mo una sombra”. El nove- lista busca esos espíritus en las viviendas abandona- das de Erto, sus fantasmas de piedra, testigos mudos de “un pasado barrido por los años y la ruina para siempre de la memoria”. ¿Para siempre? El estadounidense John Fante (1909-1938) decía que ya no quedaba nada de él en sus novelas, “sólo un recuerdo de antiguos dormitorios y el rumor de las zapatillas de mi madre al cruzar el pasillo”. Nues- tro poeta alpinista podría afirmar algo muy pareci- do. Sus narraciones tam- bién despiertan entraña- bles ecos, aunque él tema que no tengan fuerza sufi- ciente “para revivir los es- cenarios de la infancia y para oír a los niños por las callejuelas silenciosas”. Pero en eso se equivo- ca. Cualquiera que se acer- que a sus páginas, como a las de John Fante y a las de todos los creadores tocados por una va- rita mágica, asistirá a un prodigio y sentirá el ir y venir de los veci- nos, sus miserias y sus hazañas. Y el canto de los cuclillos, la nieve en el tejado, los troncos en la chi- menea y el aroma a polenta y ce- bollas fritas en la cocina. La vida. c “Trabajaba casi a oscuras en un antro de pocos metros cuadrados, pero de aquel agujero con ventanucos cubiertos de polvo salían maravillas”, dice Mauro Corona de uno de sus personajes (en la foto, el autor en su taller de Erto) John Maus / Superchunk Lugar y fecha: Primavera Club. Casino L’Aliança/Apolo (26/XI/2011) RAMON SÚRIO John Maus llegaba bendecido por las buenas críticas que va- rias Biblias del indie han otorga- do a su último disco, We must be- come the pitiless censors of oursel- ves, título que no parece aplicar- se pues lo presentó de manera poco autoexigente, con todo pre- grabado. Si a ello le sumamos una actitud hortera, más propia de vacilón de discoteca que del siniestrismo existencial atisbado en la grabación, comprenderán que su pop sintético lo-fi, de mar- cada querencia por la new-wave ochentera, quedara lastrado por tan cutre y pedestre puesta en es- cena. Aún y así Quantum leap si- guió recordando a Joy Division. Del descaro pasamos a la sol- vencia con unos Superchunk que, con las canciones de su no- veno álbum, Majesty shredding, no desentonaron con los clásicos de los 90, tejiendo una convin- cente actuación con actitud punk, maneras del rock duro y pop trufado de armonías voca- les. Su paso por el festival fue un inmejorable ejemplo de cómo fu- sionar tensión rítmica y hechu- ras melódicas. c MARILENA ROSSI POP/ROCK ‘Fantasmas de piedra’ es una gran ocasión para descubrir al autor que subyugó al matrimonio Magris El alpinista y escritor Mauro Corona, la penúltima sorpresa de las letras italianas, traducido por primera vez al español La montaña mágica FLAMENCO-JAZZ

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LUNES, 28 NOVIEMBRE 2011 C U L T U R A LA VANGUARDIA 37

Descaro y solvenciaFusión, pero menosCRÍTICAS

Dave Holland& Pepe HabichuelaIntérpretes: Pepe Habichuela,guitarra; Josemi Carmona, guita-rra; Dave Holland, contrabajo;Bandolero, percusión; Juan Car-mona, percusiónLugar y fecha: Festival de Jazz.Palau de la Música (25/XI/2011)

KARLES TORRA

Dave Holland y Pepe Habichue-la coincidieron por primera vezen un escenario hace cuatroaños en Sevilla. Después de eseencuentro, el enorme contraba-jista inglés forjado a la vera de

Miles Davis y el ilustre guitarris-ta andaluz siguieron colaboran-do hasta dar forma a Hands, undisco del año pasado que conte-nía una nueva experiencia de ma-ridaje entre el flamenco y el jazz.

Sin embargo, en la presenta-ción en directo del mismo, pron-to se vio que desde el punto devista jazzístico estábamos anteuna fusión fallida. Así, tras inter-pretar unos fandangos en losque, dada la extremada discre-ción de Holland, el quinteto pa-reció acompañar a un cantaor in-existente, Pepe Habichuela des-apareció de escena. La posteriorimprovisación del contrabajistainglés con unos percusionistasempachados de cajón, nunca lle-gó a levantar el vuelo, demos-

trando la brecha instrumentalque había entre las partes.

Asistimos a un concierto muydisperso, con escasa interaccióndirecta entre Holland y Habi-chuela. Ambos ofrecieron consi-derables solos, pero de improvi-sar juntos, más allá de algunos es-carceos en una taranta dedicadaa Camarón, nasti de plasti. Inclu-so en un avance de su próximodisco, tanto el uno como el otrose ausentaron del escenario, de-jando a Josemi Carmona al man-do. Sin atisbo de verdadera fu-sión, en su fase concluyente elconcierto subió enteros gracias auna solida composición jazzísti-ca de Holland (The whirling der-vish) en la que no intervino Habi-chuela, seguida de una alegrerumba (El ritmo me lleva) quepropició un brillante solo del gui-tarrista, para solaz de un públicoentregado a su arte flamenco.c

DOMINGO MARCHENABarcelona

M auro Coronafue en su juven-tud peón en lacantera de már-mol del monte

Buscada, en los Dolomitas. Aho-ra, a sus 61 años, es alpinista, es-cultor, poeta y novelista, la penúl-tima sorpresa de las letras italia-nas, con 16 obras que son un se-creto a voces en su país. Comen-zó a publicar espoleado por sudescubridora, la escritora MarisaMadieri, prematuramente falleci-da de un cáncer en 1996. Su viu-do, Claudio Magris, ha tomado elrelevo y se ha convertido en unode los más firmes admiradoresde este autor, “cuyas ma-nos –asegura– conocen lamagia de crear vida”.

Y no sólo vida. Tam-bién una nueva fronteraen el mapamundi de los lu-gares imaginarios, otra pa-rada en el tren que reco-rre las estaciones de Yok-napatawpha, Macondo,Región, Obaba y la legen-daria Mirmanda catalana.Próximo destino, Erto, laaldea de los Alpes que pro-tagoniza toda su obra. Pe-ro a diferencia de esosotros reinos mágicos, Erto–como el Sertão de JorgeAmado, el Iquitos de Var-gas Llosa, el Carmelo deJuan Marsé y la Sinera deSalvador Espriu– existe.

O existía. El 9 de octu-bre de 1963 el monte Tocse desplomó sobre el em-balse del Vajont y provocóuna ola gigantesca quecausó miles de muertos yarrasó el pueblo. “Aquellalejana tragedia fue comoun hachazo. Truncó la vi-da. Hábitos, costumbres,tradiciones, cultura, tododesapareció. El Vajont va-ció el pueblo, dividió a laspersonas, generó vengan-zas, diáspora, soledad,abandono y silencio”, se la-menta Mauro Corona.

Él fue uno de los pocos vecinosque decidió volver (“de 3.000,quedamos 300”) y vivir entre lasruinas, decidido a custodiar lo po-co que había quedado en pie,mientras desarrollaba su pasiónpor la escalada. Realizó los másvariados trabajos manuales paraganarse la vida hasta que su fama

de tallista de madera y escultor ledio un respiro. Cuando sus tex-tos empezaron a ver la luz, ya erarespetado por la apertura de nue-vas vías de alta montaña y porsus ascensiones en Italia, Groen-landia y el valle del Yosemite, enEstados Unidos. El mismísimoReinold Messner, entre otros mí-ticos escaladores, se quita el som-

brero ante él. También se lo qui-ta, pero por otros motivos, el es-critor Claudio Magris, con acredi-tada vocación para hallar tesorossemiocultos. Gracias a él, el nona-genario Boris Pahor, autor deuno de los mayores aldabonazoscontra la sinrazón humana y elhorror nazi, Necrópolis, traspasólos reducidos círculos de Trieste

donde su nombre era venerado yse convirtió en un fenómenomundial. La historia va caminode repetirse con Mauro Corona.

Ahora llega por primera vez aEspaña uno de sus títulos, Fantas-mas de piedra, con una espléndi-da traducción de Álida Ares. Loedita Altaïr y la bendita testaru-dez del librero Pep Bernadas,

que la semana pasada presentó lanovela en la librería Desnivel deMadrid y que cada día se parecemás en bonhomía y activimismocultural al personaje del sabio ca-talán de Cien años de soledad.

En el Erto del libro, donde casitodo el mundo se apellida Coro-na, viven brujas y matronas bellí-simas e indómitas, junto a ermita-

ños filósofos, bebedores insacia-bles y pastores de los que se burlael diablo. No son las únicas mara-villas de una tierra donde los bú-hos anuncian la muerte, las adivi-nas leen el futuro en el fango, lasviejas hablan con los gallos y losárboles sangran y tienen ramasen forma de crucifijo. En una oca-sión, un buey sacrificado regresó

fugazmente del más allá para ven-garse de su matarife. Otra vez unherrero hizo unas delicadas alasde hierro con las que una moscapodría reanudar el vuelo y unamujer llamada Nieves se derritiócomo un cubito de hielo y su char-co acabó recogido en una botelli-ta de medio litro.

Mauro Corona, de formaciónautodidacta, recuerda esas y milfábulas más, con un estilo senci-llo e imágenes de una ingenuidadinfantil (“una noche oscura comola boca de un lobo”) o de unagran fuerza poética (“casas quemiran desde las órbitas vacías desus ventanas, que penden de bisa-gras torcidas, como banderas demadera ondeando sin pliegues ba-jo el impulso de la suave brisa”).

Fantasmas de piedrapuede leerse como una re-copilación de cuentos o co-mo un viaje al ayer. Des-pués de la tragedia, “elque no había muerto, ha-bía escapado; el que no ha-bía escapado, vagaba co-mo una sombra”. El nove-lista busca esos espíritusen las viviendas abandona-das de Erto, sus fantasmasde piedra, testigos mudosde “un pasado barrido porlos años y la ruina parasiempre de la memoria”.

¿Para siempre?El estadounidense John

Fante (1909-1938) decíaque ya no quedaba nadade él en sus novelas, “sóloun recuerdo de antiguosdormitorios y el rumor delas zapatillas de mi madreal cruzar el pasillo”. Nues-tro poeta alpinista podríaafirmar algo muy pareci-do. Sus narraciones tam-bién despiertan entraña-bles ecos, aunque él temaque no tengan fuerza sufi-ciente “para revivir los es-cenarios de la infancia ypara oír a los niños por lascallejuelas silenciosas”.

Pero en eso se equivo-ca. Cualquiera que se acer-que a sus páginas, como a

las de John Fante y a las de todoslos creadores tocados por una va-rita mágica, asistirá a un prodigioy sentirá el ir y venir de los veci-nos, sus miserias y sus hazañas. Yel canto de los cuclillos, la nieveen el tejado, los troncos en la chi-menea y el aroma a polenta y ce-bollas fritas en la cocina.

La vida.c

“Trabajaba casi a oscuras en un antro de pocos metros cuadrados, pero de aquel agujero con ventanucos cubiertosde polvo salían maravillas”, dice Mauro Corona de uno de sus personajes (en la foto, el autor en su taller de Erto)

John Maus / Superchunk

Lugar y fecha: Primavera Club.Casino L’Aliança/Apolo(26/XI/2011)

RAMON SÚRIO

John Maus llegaba bendecidopor las buenas críticas que va-rias Biblias del indie han otorga-do a su último disco, We must be-come the pitiless censors of oursel-ves, título que no parece aplicar-se pues lo presentó de manerapoco autoexigente, con todo pre-grabado. Si a ello le sumamosuna actitud hortera, más propiade vacilón de discoteca que del

siniestrismo existencial atisbadoen la grabación, comprenderánque su pop sintético lo-fi, de mar-cada querencia por la new-waveochentera, quedara lastrado portan cutre y pedestre puesta en es-cena. Aún y así Quantum leap si-guió recordando a Joy Division.

Del descaro pasamos a la sol-vencia con unos Superchunkque, con las canciones de su no-veno álbum, Majesty shredding,no desentonaron con los clásicosde los 90, tejiendo una convin-cente actuación con actitudpunk, maneras del rock duro ypop trufado de armonías voca-les. Su paso por el festival fue uninmejorable ejemplo de cómo fu-sionar tensión rítmica y hechu-ras melódicas.c

MARILENA ROSSI

POP/ROCK

‘Fantasmas de piedra’es una gran ocasiónpara descubrir alautor que subyugóal matrimonio Magris

El alpinista y escritor Mauro Corona, la penúltima sorpresade las letras italianas, traducido por primera vez al español

La montaña mágica

FLAMENCO-JAZZ