gaston garcia cantu la sombra de obregon unidad 1

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Gastón García Cantú LA SOMBRA DE OBREGÓN E n el libro primero de La sombra del caudillo, Ax- cana observa a los comensales del “Banquete en el bosque”. No acierta a explicarse el ori- gen del ardimiento de ellos en torno del Gene- ral Ignacio Aguirre; la raíz de la emoción política que hace de un hombre común el partidario que exalta en otro su pasión de vivir. Axcaná procura entender las expresio- nes que se deslizan por sobre la mesa para “leer en ellas, como en las letras de un lenguaje escrito, la verdad nacio- nal que pudiera esconderse debajo de todo aquello”. Al lector de Lu sombra del caudillo le aguarda, como a Ax- caná, no el descubrimiento de esa verdad sino el desen- canto de México. En el libro existen dos planos: el históri- co y el de la imaginación política; éstos se cruzan, entrela- zan, iluminan y oscurecen, merced a uno de los estilos más depurados de nuestro castellano, la representación de la realidad. No es una novela histórica ni historia nove- lada. Es y no historia; es y no una novela. Imposible des- lindarlo en la trama de los géneros que la conforman. Los lectores, prevenidos del asunto político, buscan en el des- cenlace conocido por ellos al culpable de los asesinatos del General Serrano y sus trece amigos. Evocan la época y se asombran, por el estilo de Martín Luis Guzmán, de que el horror sea materia de un arte singular. A quienes nada saben del año 1927 los sucesos de Huitzilac les lleva- rán al repudio del uso del poder, al desánimo y lo que conlleva: sentirse atados al destino de tal país. La sombra del caudillo puede leerse como el trazo de una tragedia; para serlo le faltó al autor el orgullo de ser miembro de una nación forjada cara a cara con los horro- res del aniquilamiento. La tragedia griega nació de esa experiencia: la derrota de Atenas, la victoria en Salamina y la caída final. La tragedia, diría Muschg, surgió bajo esa enorme presión. Entre nosotros, parece desleído, vuel- to humo desesperanzado, el aniquilamiento que tras bre- ves victorias ha sido el destino. Nuestros mejores escrito- res pasan de largo ante la tragedia por haber sido forma- dos en la delicia de lamentarse, de allí que sólo reconoz- can lo anecdótico y en lo que nos envilece, las constantes de nuestra existencia nacional. ¿Qué verdad es posible descubrir cuando se la sitúan debajo de los hechos y no como parte inseparable de nuestra vida? La tragedia pue- de componerse si la propia vida es trágica. En los trágicos griegos ese destino es parte del colectivo. Los protagonis- tas luchan contra lo irremediable, de allí su grandeza. En- tre nosotros hay una separación atroz entre lo personal y lo nacional, se exalta lo primero y se aborrece el todo del que somos parte. La burla o el desprecio esperan al que siente lo nacional como parte de su existencia. Este fue el destino de Madero a quien por rechazo se califica de apóstol -el enviado, el que llega de alguna parte a predi- car una verdad insólita- y no al que surgió de la confor- midad trágica para rectificarla. En La sombra del caudillo, el drama tiene, en sus seis li- bros, tres tiempos que corresponden a dos capítulos cada uno: el protagonista en una leve intimidad y frente a su adversario, el primer tiempo; en el tercero y cuarto libros, las vías que conducirán a su muerte y la de sus amigos; el último, la violencia organizada que los llevará al cre- púsculo, donde se consuma su sacrificio como un atavis- mo que domina el espíritu de quienes ejercen el poder. Lo imprevisible es la salvación de Axcaná, más que personaje, conciencia individual del drama que sustituye al coro trágico; símbolo que no puede morir por lo que re- presenta para el entendimiento o la lamentación del país. Axcaná González es, en este aspecto, antecesor de Ixca Cienfuegos de La región más transparente por Carlos Fuen- tes; los dos personajes, conciencias de una circunstancia mexicana; el primero, prototipo del que está inmerso en lo abominable y que, sin embargo, emerge de cada episo- dio libre de compromisos; el segundo, trasponiendo lo real para hacer evidente la realidad; el primero es la idea- lización de una conducta pública: el hombre que repre- senta el bien dentro del mal político; el segundo, la inteli- gencia desencantada que se sobrevive en la advertencia y el cinismo. Uno simboliza la indefensión frente al poder político; otro, la participación irremediable; en los dos puede reconocerse una misma postulación de sus autores: la premisa del bien y la conciencia del mal ante el país. Sus personajes no viven la tragedia; la observan, pade- ciéndola. Martín Luis Guzmán escribió La sombra del caudillo “arrebatado por la emoción, al conocer en Madrid los su- cesos de Huitzilac”. Los cuatro últimos capítulos -los del libro sexto- son obra de un día. No hay duda que el asesinato del general Francisco Serrano y sus amigos le dieron a Guzmán la escena final de un drama que creó a partir de su descenlace, trastocando épocas y personajes para obtener una visión política de México. Es una ficciòn a expensas de la historia. Martín Luis interrumpió, según dijera a Emmanuel Carballo, una trilogía novelesca la cual contendría la época de Carranza, de Obregón y de Calles. Los asesinatos en Huitzilac acabaron su propósi- to; por ello, si el relato es magistral en cuanto al estilo no lo es en su contenido: resultado de una trasposición de personajes y problemas que reducen lo histórico a un cri- men y hacen del drama, al ver el país en un momento de crueldad, la abominación sin remedio. La elección de Martín Luis Guzmán ante dos episodios distantes, y en manera alguna asociables, se comprende porque al recrear los sucesos de 1927 lo hizo a impulsos de su emoción. A la pregunta de Emmanuel Carballo: ¿Cuál

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Page 1: Gaston Garcia Cantu La Sombra de Obregon Unidad 1

Gastón García Cantú

L A S O M B R ADE OBREGÓN

En el libro primero de La sombra del caudillo, Ax-cana observa a los comensales del “Banqueteen el bosque”. No acierta a explicarse el ori-gen del ardimiento de ellos en torno del Gene-

ral Ignacio Aguirre; la raíz de la emoción política quehace de un hombre común el partidario que exalta en otrosu pasión de vivir. Axcaná procura entender las expresio-nes que se deslizan por sobre la mesa para “leer en ellas,como en las letras de un lenguaje escrito, la verdad nacio-nal que pudiera esconderse debajo de todo aquello”.

Al lector de Lu sombra del caudillo le aguarda, como a Ax-caná, no el descubrimiento de esa verdad sino el desen-canto de México. En el libro existen dos planos: el históri-co y el de la imaginación política; éstos se cruzan, entrela-zan, iluminan y oscurecen, merced a uno de los estilosmás depurados de nuestro castellano, la representaciónde la realidad. No es una novela histórica ni historia nove-lada. Es y no historia; es y no una novela. Imposible des-lindarlo en la trama de los géneros que la conforman. Loslectores, prevenidos del asunto político, buscan en el des-cenlace conocido por ellos al culpable de los asesinatosdel General Serrano y sus trece amigos. Evocan la época yse asombran, por el estilo de Martín Luis Guzmán, deque el horror sea materia de un arte singular. A quienesnada saben del año 1927 los sucesos de Huitzilac les lleva-rán al repudio del uso del poder, al desánimo y lo queconlleva: sentirse atados al destino de tal país.

La sombra del caudillo puede leerse como el trazo de unatragedia; para serlo le faltó al autor el orgullo de sermiembro de una nación forjada cara a cara con los horro-res del aniquilamiento. La tragedia griega nació de esaexperiencia: la derrota de Atenas, la victoria en Salaminay la caída final. La tragedia, diría Muschg, surgió bajoesa enorme presión. Entre nosotros, parece desleído, vuel-to humo desesperanzado, el aniquilamiento que tras bre-ves victorias ha sido el destino. Nuestros mejores escrito-res pasan de largo ante la tragedia por haber sido forma-dos en la delicia de lamentarse, de allí que sólo reconoz-can lo anecdótico y en lo que nos envilece, las constantesde nuestra existencia nacional. ¿Qué verdad es posibledescubrir cuando se la sitúan debajo de los hechos y nocomo parte inseparable de nuestra vida? La tragedia pue-de componerse si la propia vida es trágica. En los trágicosgriegos ese destino es parte del colectivo. Los protagonis-tas luchan contra lo irremediable, de allí su grandeza. En-tre nosotros hay una separación atroz entre lo personal ylo nacional, se exalta lo primero y se aborrece el todo delque somos parte. La burla o el desprecio esperan al quesiente lo nacional como parte de su existencia. Este fue eldestino de Madero a quien por rechazo se califica deapóstol -el enviado, el que llega de alguna parte a predi-

car una verdad insólita- y no al que surgió de la confor-midad trágica para rectificarla.

En La sombra del caudillo, el drama tiene, en sus seis li-bros, tres tiempos que corresponden a dos capítulos cadauno: el protagonista en una leve intimidad y frente a suadversario, el primer tiempo; en el tercero y cuarto libros,las vías que conducirán a su muerte y la de sus amigos; elúltimo, la violencia organizada que los llevará al cre-púsculo, donde se consuma su sacrificio como un atavis-mo que domina el espíritu de quienes ejercen el poder.

Lo imprevisible es la salvación de Axcaná, más quepersonaje, conciencia individual del drama que sustituyeal coro trágico; símbolo que no puede morir por lo que re-presenta para el entendimiento o la lamentación del país.Axcaná González es, en este aspecto, antecesor de IxcaCienfuegos de La región más transparente por Carlos Fuen-tes; los dos personajes, conciencias de una circunstanciamexicana; el primero, prototipo del que está inmerso enlo abominable y que, sin embargo, emerge de cada episo-dio libre de compromisos; el segundo, trasponiendo loreal para hacer evidente la realidad; el primero es la idea-lización de una conducta pública: el hombre que repre-senta el bien dentro del mal político; el segundo, la inteli-gencia desencantada que se sobrevive en la advertencia yel cinismo. Uno simboliza la indefensión frente al poderpolítico; otro, la participación irremediable; en los dospuede reconocerse una misma postulación de sus autores:la premisa del bien y la conciencia del mal ante el país.Sus personajes no viven la tragedia; la observan, pade-ciéndola.

Martín Luis Guzmán escribió La sombra del caudillo“arrebatado por la emoción, al conocer en Madrid los su-cesos de Huitzilac”. Los cuatro últimos capítulos -losdel libro sexto- son obra de un día. No hay duda que elasesinato del general Francisco Serrano y sus amigos ledieron a Guzmán la escena final de un drama que creó apartir de su descenlace, trastocando épocas y personajespara obtener una visión política de México. Es una ficciòna expensas de la historia. Martín Luis interrumpió, segúndijera a Emmanuel Carballo, una trilogía novelesca lacual contendría la época de Carranza, de Obregón y deCalles. Los asesinatos en Huitzilac acabaron su propósi-to; por ello, si el relato es magistral en cuanto al estilo nolo es en su contenido: resultado de una trasposición depersonajes y problemas que reducen lo histórico a un cri-men y hacen del drama, al ver el país en un momento decrueldad, la abominación sin remedio.

La elección de Martín Luis Guzmán ante dos episodiosdistantes, y en manera alguna asociables, se comprendeporque al recrear los sucesos de 1927 lo hizo a impulsos desu emoción. A la pregunta de Emmanuel Carballo: ¿Cuál

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es la anécdota o las anecdotas que cuenta La sombra delcaudillo? Martín Luis le respondió:

Cuenta dos dramas de la política nacional: el que de-semboca en el movimiento delahuertista y el que con-cluye con la muerte de Francisco Serrano.

De la reunión de dos dramas no puede surgir, por síntesis,una tragedia. Cada drama tiene su propio desarrollo in-terno, su vía estricta de principio, tránsito y fin. Nadie, niun maestro como lo fue Martín Luis Guzmán, puede, sinriesgo de discurrir por entre anécdotas, lograr un finalque revele la verdad de nuestro ser colectivo.

La yuxtaposición de destinos hizo de dos hombres:Adolfo de la Huerta y Francisco Serrano, al protagonistaIgnacio Aguirre, más Serrano que De la Huerta. HilarioJiménez, el personaje mejor logrado, es Plutarco ElíasCalles y Protasio Leyva, Arnulfo R. Gómez.

Ignacio Aguirre es, literariamente, un híbrido. Duda yaún dudando se decide a enfrentar al Caudillo como des-quite por la humillación sufrida a través de la tortura in-fligida a Axcaná: voz de un ideal que jamás comprende.Martín Luis no logró crear al personaje opuesto al Caudi-llo para revelar el carácter criminal de este y por tantomostrar el estado del poder político en 1927, porque la irade Obregón no la desató para conservar el poder sino laobsesión de alcanzarlo a través de la reeleción y fundar unnuevo mando que era, bajo las condiciones originadas enla Revolución, prórroga del porfiriato. La raíz del poderde Obregón fueron los Tratados de Bucareli y, su aproba-ción, causa de la rebelión de De la Huerta. En las Memo-rias de éste se dan pormenores y diálogos entre Obregón ysu entonces secretario de Hacienda. La duda que MartínLuis Guzmán lleva a la conciencia ficticia de IgnacioAguirre es la de Adolfo de la Huerta, por su amistad conel Caudillo, su ascenso político mediante el Plan de AguaPrieta, la certidumbre de que los favores que le dispensarano eran pacto en la discrepancia política ya que él no aspi-raba al poder conforme los usos comunes, excepto sí, comosucedió en 1923, cuando significaba el Artículo 27 desapa-recía para satisfacer las demandas norteamericanas.

La renuncia de De la Huerta, publicada sin la autoriza-ción suya, por Martín Luis Guzmán en su periódico E lMundo, precipita los acontecimientos que favorecen aObregón y llevan a De la Huerta a escapar hacia Vera-cruz y refugiarse en los Estados Unidos, después de la im-prudente maniobra militar de Guadalupe Sánchez en laestación de Esperanza. Lo que De la Huerta vive en esepaís le confirma el alcance de lo suscrito en Bucareli: acambio del reconocimiento diplomático de los EstadosUnidos la omisión del 27 constitucional. La pugna por elpoder, en 1923, tuvo ese origen. Uno de los beneficiariosde los Tratados de Bucareli sería el entonces Ministro deGuerra, Francisco Serrano.

¿Cómo unir esos destinos ante un mismo hecho políti-co? ¿Como pretender el conocimiento de la verdad nacio-nal confundiendo los términos extremos para destacar,como símbolo de la época, el asesinato a la orilla de un ca-mino?

Si alguna vez se ha dado en nuestra historia un episodioque permita reconocer la tragedia de la intervención delos Estados Unidos en México, es el año 1923, con la par-ticipación del gobierno mexicano de aquel entonces.

Obregón se lanza frenético contra sus oponentes por-que su derrota era también la de la burguesía que lo apo-yara en su asalto del poder en 1920. El representaba eldestino histórico de una clase social asociada, como en elporfiriato, a la burguesía norteamericana. La sublevaciónde 1923 fue mayor de lo que se consigna en algunas histo-rias de verse su extensión y los jefes militares que en ellaoarticiparon. Los venció Obregón por los préstamos y ar-mamento norteamericanos, el acervo ante Veracruz y suayuda diplomática; todo ello consecuencia de los Trata-dos de Bucareli.

La oposición a los Tratados, a pesar de lo mucho que seignoraba de las convenciones previas, tuvo un protagonis-ta: el senador por Campeche, Field Jurado. Obregón soli-citó del gobierno de Calvin Coolidge, que aplazara hastael 31 de agosto la reanudación de relaciones entre los dospaíses, para que no diera “explicaciones -decía en sunota al Secretario de Relaciones Alberto J. Pani- quequizá fuera preferible omitir por ahora”. Esta cínica soli-citud del gobierno mexicano, fue atendida por el nortea-mericano para que Obregón anunciara, el lo de septiem-bre de 1923, las relaciones diplomáticas con los EstadosUnidos. El fondo de la cuestión se desconocía. Sin embar-go, para aprobar los Tratados hubo de conocerla el Sena-do de la República. Y allí, a principios de 1924, se desco-rrió el velo tendido en Bucareli.

Jurado se opuso a que la Cámara recibiera lo ya conve-nido por Obregón. El 23 de enero Field fue asesinado alllegar a su casa. Otros senadores, Ildefonso Vazquez, En-rique del Castillo y Francisco Trejo, serían secuestrados.

Vito Alessio Robles, en su desusado discurso, denuncióel asesinato de Júrado. Fue inútil: el lo. de febrero el Se-nado aprobó los Tratados.

En las efemérides convenidas se han consagrado a Beli-sario Domínguez, guardándose silencio por el asesinatode Field Jurado, en una tentativa inútil por proteger lamemoria de Obregón. Su gobierno, fundado en el recono-cimiento de los Estados Unidos -la rectificación de taldesatino se haría en 1931 por Ortíz Rubio en la DoctrinaEstrada- tuvo dos políticas sobresalientes: repartir unmillón y medio de hectáreas a campesinos y la obra edu-cativa de José Vasconcelos, quien no logró concluir suobra por sus discrepancias con Plutarco Elías Calles, Se-cretario de Gobernación.

La política oficial, al concluir su mandato Obregón, re-cobra la de Porfirio Díaz en 1880 al dejar el poder y nom-brarse a Manuel González. Calles, como lo hiciera Gon-zález, abre con leyes, actos sumisos y un doble juego deapariencias, el poder delegado, doble, enmascarado, quehace de un expresidente un socio en servicio activo.

Los años de Calles son los del poder dual. A la muertede Obregón lo haría a través de sus instituciones,

A principios de 1926, la Cámara de Diputados recibióde la Comisión legislativa el proyecto para reglamentar elArtículo 27 constitucional. Acto seguido el embajadornorteamericano, James Rockwell Sheffield, protestó anteRelaciones Exteriores. La respuesta de Aarón Sáenz, eldía 20 de enero, es un alegato en favor de las modificacio-nes legales, señalando que si en las Conferencias de Buca-reli se consideró justo conceder un derecho preferente so-bre los recursos del subsuelo, ello no significaba obliga-ción indefinida.

Los tratados de Bucareli parecían esfumarse. Ocho días 3 1

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después, Frank B. Kellog, Secretario de Estado, los esgri-mía como obligación indeclinable del gobierno mexicano,expresando su esperanza de que concordara esa regla-mentación con las sentencias de la Suprema Corte denuestro país, los Tratados y el Derecho de Gentes, impi-diéndose por ello su efecto retroactivo. El 4 de febrero, undía antes del aniversario de la Constitución de 17, el Ar-zobispo José Mora y del Río publica de nueva cuenta elmanifiesto del Episcopado, que en Febrero de 1917 lanza-ra desde los Estados Unidos. Las respuestas del Secretariode Gobernación, Adalberto Tejeda, son memorables porsu claridad jurídica y su examen político. El Episcopadodeclaraba su oposición abierta a los artículos 3º,27,123 y130 de la Constitución. La pugna se libraba en variosfrentes: el diplomático, ante Kellog; el interno, frente alEpiscopado y el civil contra la Liga de Defensa Religiosa.El 5 de marzo, Obregón, en Los Angeles, California, enun discurso a los empresarios, separa en dos grupos a laburguesía norteamericana: la de los petroleros y la de in-dustriales y comerciantes. Defiende las modificaciones yapublicadas en el Diario Oficial y anticipa lo que Callesharía de ellas.

El anuncio de Obregón, en los Estados Unidos, es unode los actos más indignos de la política de ese tipo. DijoObregón: “El Presidente Calles no quiere ni debe promul-gar los reglamentos de esa ley para su aplicación, mien-tras no termine difinitivamente la crisis internacional queha provocado la gritería que todos los órganos que se sus-tentan con el petróleo, han levantado alrededor de ella;porque sería indecoroso que el Presidente de un puebloautónomo como México, festinara la reglamentación deuna ley para satisfacer exigencias de gobiernos extraños yde intereses privados.. . ” Se postergaba la aplicación delreglamento del artículo 27 para no alentar la oposición:precisamente, lo que el gobierno de los Estados Unidosdemandaba.

Obregón, el Caudillo, estaba, aparentemente retirado,en su hacienda “El Naineri”, delimitada con tierras de losyaquis a quienes les hiciera una guerra despiadada paraapropiárselas, inventando la rebelión de las comunida-des, al detener estos el tren en que él iba de Nogales a Ca-jeme, hoy Ciudad Obregón. Los yaquis reclamaron queel Caudillo dejara de invadir sus tierras. Su respuesta fuela guerra. La Cámara de Diputados aprobó un millón depesos para esa campaña; Joaquín Amaro, Secretario deGuerra, obtuvo el permiso del gobierno norteamericanopara que pasaran por su territorio soldados mexicanos yse obtuvieran, además, armas. Cinco generales de divi-sión participaron en una campaña de exterminio iniciadael 14 de septiembre de 1926 y terminada el 28 de julio de1927. La aviación militar arras6 aldeas y las débiles de-fensas donde combatieron las mujeres yaquis.

El 20 de Octubre de 1926, en los Altos de Jalisco, se le-vantaba en armas Rodolfo Gallegos, iniciándose la “rebe-lión cristera”. En este conflicto pueden verse tres corrien-tes: la norteamericana y su aliado interior: el Episcopa-do; la de la Liga de Defensa religiosa que surgió de la in-conformidad y la ira de las clases medias y la de los pe-queños propietarios y campesinos sin tierras, de Jalisco.El clero atizó la lucha armada que era, en el fondo, unaprotesta agraria; a los campesinos y rancheros se les com-batió militarmente; en lo político, se contuvo en las ciuda-des los actos de la clase media; en lo diplomático, Calles

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cedió a las demandas norteamericanas, él y Obregón en-sombrecieron, una vez más, la dignidad del país.

La rebelión cristera y la guerra contra los yaquis soncomo líneas por entre las cuales brota la finalidad del po-der compartido: la reelección. El Caudillo llega a la ciu-dad de México seis días después de que los “cristeros”abrieran fuego contra el ejército. Se le hospeda en el alca-zar de Chapultepec y allí, en una ceremonia, la Confede-ración de las Cámaras de Comercio le entrega una meda-lla como premio por su labor agrícola en Sonora y el Con-greso le felicita por haberse salvado de la emboscada delos yaquis.

El significado político de tales hechos es inocultable:son formas previas del retorno a la presidencia. Para lo-grarlo, no sólo habría que modificar los artículos 82 y 83de la Constitución sino desconocer el origen civil del mo-vimiento de 1910. El 15 de febrero, Obregón vuelve a laciudad de México; Calles lo recibe oficialmente y lo lleva,nuevamente a Chapultepec: residencia, entonces del Po-der Ejecutivo.

La reelección, antes de promulgarse como ley fue ru-mor que acució la imaginación política de los mexicanosde ese tiempo. El 22 de enero de 1927 se publicó en el Dia-rio Oficial la reforma al artículo 83 de la Constitución.Los debates de diputados y senadores expresan la adhe-sión incondicional de unos, las objeciones de otros y laoposición de unos cuantos. Los extremos se advierten enlas actitudes de Soto y Gama y de Lombardo Toledano.Despejada la toma del poder por Obregón quedó la pug-na abierta entre los miembros del grupo sonorense comolo había sido la de De la Huerta. La generación siguientele disputaba el poder a Obregón. El 3 de marzo, surge delsubconsciente sumiso de un diputado la designación delCaudillo como el “Jefe nato de la Revolución”; el día 21 seacuña un lema inefable por los Ayuntamientos, hoy dele-gaciones, de la ciudad de México: Obregón, serranista; Serra-no, obregonista. Serrano, gobernador del Distrito Federal,no había dado señal alguna; en Junio, sí la dio Arnulfo R.Gómez, Jefe de las Operaciones militares en Veracruz alaceptar su candidatura. Tres días después se publica elmanifiesto de Obregón, pretexto, más que texto político,para expresar su voluntad.

Según Obregón, el Presidente nunca podría ser reelec-to, pero sí el ciudadano que, habiéndolo sido, fuera desig-nado para desempeñar el mismo puesto. Los dos casos, eldel presidente interino y el del ex presidente, ‘son tan dis-tintos, decía Obregón, que no alcanzará la suspicacia delos aliados de la reacción, para hacer creer que puedanabarcarse con el mismo vocablo”, concluyendo con estasasombrosas palabras: “En uno de los dos casos de reelec-ción y si lo es en el primero, no puede ser en el segundo, enque las circunstancias varían, siendo completamente dis-tinto, por lo tanto. Fue por esto que el suscrito declaró,desde abril de 1926, que no se requería ninguna reformaconstitucional para el caso de que un ciudadano que hu-biera desempeñado el alto cargo de Presidente de la Re-pública, aceptara volver a servir en el mismo puesto.. . ”

A principios de Julio, el Partido Nacional Revoluciona-rio -no el que fundaría Calles en 1929-, sino el de 1927,postula a Francisco Serrano como su candidato para laPresidencia. El 24 de ese mes, ocurre una inusitada mani-festación de estudiantes contra Obregón -prolegómenosdel año 1929- y el 12 de Agosto, en un manitiesto singu-

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lar, demandan de Obregón su renuncia como candidatopresidencial. Dieciséis días más tarde se ofrece al generalCarlos A. Vidal, gobernador de Chiapas y jefe de la cam--paña política de Serrano, un banquete, asistiendo, ade-más, Arnulfo R. Gómez y sus principales partidarios.Acto desusado en la política de ayer y hoy. En 13 de Sep-tiembre, Serrano inicia su campaña electoral en Puebla ynuevamente los estudiantes expresan su rechazo de Obre-

?,gón. El 1 de Octubre, Arnulfo R. Gómez sale a Perotepara unirse con las fuerzas de Horacio Lucero y FranciscoSerrano, sin tropa alguna, hacia Cuernavaca.

El rumor dominante señala que ese día o el 10, en ma-niobras militares nocturnas que tendrían lugar en los lla-nos de San Lázaro, serían capturados Obregon, Calles yAmaro. El general Eugenio Martínez, jefe de las Opera-ciones en el Valle de México, es obligado a salir hacia Eu-ropa, en viaje de estudio. Su jefe de Estado Mayor, Héc-tor Ignacio Almada, espera en la noche de ese día el arri-bo del Caudillo y su Presidente; al amanecer, se dirige ha-cia Texcoco, sublevándose los batallones 48 y 50 y los re-gimientos 25 y 26, al mando de los generales Oscar Agui-lar, Antonio Medina, Alfredo Rueda Quijano y coronelCarlos Altamira. Todos los cuales serían, poco después,fusilados. Serrano y sus amigos son capturados en la no-che del 2 de Octubre en Cuernavaca y asesinados enHuitzilac el día 4. Arnulfo R. Gómez moría en noviem-bre, atados sus brazos como un delincuente, en el cemen-terio de Teocelo, Veracruz, después de perseguirlo lastropas al mando de Gonzalo Escobar, quien a su vez sesublevarfa contra Calles en 1929, en la que fue la últimarebelión militar de nuestra historia contemporánea.

El esquema general de lo ocurrido en el año 1923 es trá-gico. Los términos del destino de México volvieron a serla dependencia del país a través del fortalecimiento histó-rico de la burguesía o los de su independencia en alianzacon los trabajadores y los campesinos.

Habían transcurrido seis años de haberse promulgadola Constitución de 17; por sobre las tentativas y dudas deVenustiano Carranza, había un impulso antimperialistaque expresaba la voluntad de las mayorías que participa-ron en la Revolución. Rectificar esa política era volver a lade Porfirio Díaz que había asaltado el poder para delimi-tar, en beneficio de la burguesía surgida de la Reforma,las conquistas logradas por la política de Benito Juárez yel grupo de los liberales progresistas.

1878 y 1923 convergen en el problema de organizar elpaís después de un proceso revolucionario. En 1878, se re-chaza el Tratado con los Estados Unidos que nos habríaconvertido en una dependencia semejante a la que acep-tara el débil reino de Hawai: El acierto de Porfirio Díazafirmo Justo Sierra, fue el de haber, asociado al país a laformidable locomotora yanqui. La metáfora no es excesi-va porque se trataba de una política que tuvo en la cons-trucción de los ferrocarriles la principal atadura para queMéxico exportara sus materias primas y la burguesía te-rrateniente de México se asociara a la norteamericana.

Lo que ocurrió en México, de 1878 a 1880, fueron deli-beraciones, dudas y la conmovedora expresión de las aso.ciaciones de artesanos y obreros, las cuales, ante la ame.naza del ejercito norteamericano en nuestra frontera, pos-tergaron sus demandas para defender al país.

Así como en 1876 Díaz asalta el Poder Constitucionalagitando la no reelección, en 1920 Alvaro Obregón y Plu-

tarco Elías Calles, principalmente, mueven el de la impo-sición mediante el Plan de Agua Prieta. Tuxtepec y AguaPrieta son dos principios, en dos tiempos diferentes, decontrarrevolución: la primera opuesta a la Reforma; lasegunda al movimiento de 1910; las dos, para barrer el or-den legal de la República.

De 1920 a 1923, exactamente como lo hiciera Díaz de1876 a 1879, el gobierno mexicano hace del reconoci-miento por los Estados Unidos el problema esencial de supolítica. Esto, en cuanto a la forma; el contenido estabaen el compromiso económico que la burguesía mexicanaaspiraba a reanudar con la norteamericana habiéndosebarrido del Poder Ejecutivo a Venustiano Carranza. En1879 no hubo Tratados de Bucareli, pero sí, en 1880, elconvenio desigual para construir los ferrocarriles comoapéndices de los norteamericanos. La política de Juárez,continuada por Lerdo de Tejada: dirigir los ferrocarrileshacia Veracruz para un mayor comercio con Europa y noasociar nuestro desarrollo al sometimiento de los intere-ses de los Estados Unidos, fue abolida.

En 1923 los Tratados de Bucareli significan la rectitica-ción de lo alcanzado en la Constitución de 1917, princi-palmente en lo que el artículo 27 significa para la inde-pendencia de México.

El compromiso de Obregón, a cambio del reconoci-miento aparentemente diplomático, abre el camino de lasintervenciones políticas norteamericanas en los nuevostiempos mexicanos.

Adolfo de la Huerta, procediendo del mismo grupo SO-norense, discrepa y se rebela.

Esta es la historia. Veamos la novela.La parte primera de La sombra del caudillo, “Poder de ju-

ventud” es la más débil, aunque necesaria por describirsea Ignacio Aguirre, cortejando a-la tenue Rosario. MartínLuis Guzmán no fue un escritor afortunado al tratar si-tuaciones amorosas. Entre la descripción y el enamora-miento, el escritor está en lo primero. El drama se iniciaen el capítulo final del primer libro: Banquete en el bosque,no sin que Martín Luis reitere el ambiente de sus perso-

La vida aleve

DUMAS VIOLADORAnte las acusaciones de los

historiadores y eruditos,Alejandro Dumas dijo: “Es

verdad que he violado variasveces a la historia, pero nadiepuede negar que le hice bonitos

hijos “.

Page 5: Gaston Garcia Cantu La Sombra de Obregon Unidad 1

najes: la inmundicia política, la ignorancia y su violencia la ambición se dirige hasta el borde de la sombra, persua-para encauzar sus ambiciones. dido de que al abandonarla será destruido.

El diálogo de Ignacio Aguirre con el Caudillo, agaza-pado en sus ojos de tigre, es magistral. A la declaración deAguirre de que no deseaba la presidencia el Caudillo lepregunta, una y otra vez, por lo que el, en verdad, pensa-ba. No hay respuesta porque Aguirre sólo tenía una pre-gunta de imposible aclaración: ¿A quién apoyaba el Cau-dillo?

Es regla inédita que no puede decirse a un Presidenteque no se aspira al poder si él no lo pregunta. Pareceríaque la aspiración al poder, como un oleaje, se disolvieraante una roca solitaria. Cárdenas, en situación parecidacomo candidato, fue interrogado por el Presidente Abe-lardo R. Rodríguez si él estaba dispuesto a aceptar supostulación. La sagaz contestación de Cárdenas fue decirque no lo pretendía. De negativa en negativa -bien se sa-be- llegó al poder. La conclusión es muy clara: el que ex-presa su deseo es un ser irrefrenable. El origen de esta co-media de silencios y omisiones no es racional. Nuestra po-lítica, en las decisiones presidenciales, obedece a un ritualque proviene del fondo mágico de nuestra historia.

Los dos diálogos son las partes culminantes del drama.Los usos políticos de esos años: convenciones, banquetes-en esa época el banquete era una ceremonia políticapara agruparse en el temor o manifestarse en el triunfoefímero; hábito que despareció al ser asesinado Obregón,precisamente en un banquete-, negocios sucios, tortura?policíacas, persecusiones, duelos a muerte en la propiaCámara, son, en parte, maneras abolidas. La barbarie hacambiado; la retórica ha prescindido de algunos adjetivosy elegido sustantivos que prueban los efectos de la educa-ción media; otras formas, como las de la impunidad y laviolencia política brotan, no obstante, como hábitos. EnMéxico, escribió Martín Luis, no hay peor casta de crimi-nales natos que aquella de donde los gobiernos sacan susesbirros.

Episodios, trama menor y diálogos, culminan en Huit-zilac: una de las páginas magistrales de la literatura me-xicana.

Primero, la historia.

Para Martín Luis hay dos mexicanismos que explicanla conducta política: bandear y madrugar. El primerasignifica, políticamente, el ir por entre socios y adversa-rios, escurriendo el cuerpo; dejando frases, aquí y allá, sincompromiso alguno; intuir al vencedor y tener la habili-dad de ignorar y hacer ignorar los propios desaciertos. Desinuosidades, de escurrimiento del bulto, de silencios ab-yectos o lúcidos, de gestos más que de palabras, se hanforjado las corrientes partidarias que forman, periódica-mente, el cortejo del poder.

Madrugar, en política, es anticiparse al adversario enel momento preciso, en el instante en que se puede cam-biar el curso de los hechos, lo cual requiere de un despojopersonal: carecer de escrúpulos. La acción, en tal caso,hace del fin el medio de alcanzar el poder. La palabra esmexicana; la práctica, universal: está en El Príncipe y enlas recomendaciones de Lenin para actuar como rayocontra el enemigo; es el móvil que llevó al joven Trotsky aorganizar el asalto decisivo del Palacio de Invierno.

En las memorias del general Claudio Fox, que don VitoAlessio Robles mostrara a Federico Barrera Fuentes yque éste refiriera en un artículo publicado en El Día, eldiario de 1935, el asesinato de Serrano y sus trece amigosparte de una escueta orden de Calles, la mañana del 3 deoctubre de 1927, en su despacho de Chapultepec. Cercade Calles, estaban Obregón, en obstinado silencio, Joa-quín Amaro, Secretario de Guerra, Fernando Torreblan-ca, yerno de Calles y José Alvarez, jefe del Estado Mayorpresidencial. Calles ordena a Fox que saliera con fuerzasdel coronel Nazario Medina hacia Cuernavaca, para en-contrarse con el general Enrique Díaz, jefe del 57 Bata-llón, quien llevaba rumbo a México a los prisioneros y leentregara un telegrama conteniendo, de su propia letra,estas palabras: “Ejecute a los prisioneros y conduzca los

cuerpos a ésta”. Fox parte en el automovil “Lincoln” deAmaro y se detiene ante la escolta de Díaz, adelante de

La dos palabras: bandear y madrugar, constituyen lossignos del drama en La sombra del caudillo. Los sobrevivien-tes bandearon por entre los pasos del Caudillo, una vezque él madrugaba a sus enemigos.

La Sombra del Caudillo trata del destino de un hombreatrapado por el ambiente de inmoralidad y mentira que élcontribuyó a crear. Esta es, en términos dramáticos, ladebilidad de Ignacio Aguirre y su imposible identifica-ción con Francisco Serrano y Adolfo de la Huerta.

El capítulo 3 del libro II, la conversación entre HilarioJiménez -Plutarco Elías Calles en la realidad- y Agui-rre, es el dialogo más cínico y cruel que pudo darse en1927. Su final anticipa Huitzilac. Aguirre reconoce que ladecisión del Caudillo favorece a Jiménez, cuya firmezasurge de la voluntad delegada de este. No hay coherenciaentre la rendición política y el ímpetu de Aguirre para en-frentar una oposición que lo llevará a la muerte.

Por un instante, La sombra del caudillo cubre a Hilario Ji-ménez y a Ignacio Aguirre. Su enfrentamiento dentro deesa sombra, es un debate entre la realidad y la ficción.Uno y otro reconoce el poder que ejerce sobre su destinoesa sombra. Uno la sigue, dócil; el otro, entre el repudio y

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Huitzilac. El diálogo entre Fox y Serrano tiene la concisaseveridad de un juicio sumario:

-¿Cómo te va? ¿Qué hubo del levantamiento en Méxi-co?

-NO valió nada. ¿Y tú, qué sabes? ¿Qué órdenes traes?-Llevarlos a México.Rafael Martínez Escobar pretendió arengar a los solda-

dos. FOX lo impide y dispone que cada uno de los catorceoficiales de Nazario Medina y del Estado Mayor presi-dencial, ejecuten a cada uno de los prisioneros. Fox se re-tira y oye, en el atardecer transparente del Otoño, ciendisparos. Lentamente colocan Ios catorce cuerpos y a launa de la mañana rinde su parte a Calles; éste disponeque el doctor Osornio hiciera la autopsia a los cadáveres.Al día siguiente, al llegar Fox nuevamente a Chapultepec,advierte la discusión del general Madrigal con Luis Mon-tes de Oca, Secretario de Hacienda, para que este le en-tregara diez mil pesos; entre tanto, Calles recibe en su es-critorio las carteras de los muertos.

En el capítulo VII de El Príncipe, Maquiavelo recuerdael episodio de Sinigaglia, describiéndolo en su carta a laMagistratura de los Diez de Florencia, como emisariosuyo ante César Borgia. Los asesinatos de los oponentesdel Duque Valentino, el ambiente recreado en torno suyopara persuadirlos de aceptar no la tregua sino el fin de susdiscordias, es una página del mejor maquiavelismo. Lamuerte, cayendo sobre cada uno de los enemigos de CésarBorgia es y será una escena del horror perdurable de la li-teratura política. Las páginas de Martín Luis Guzmán,recreando lo sucesido en Octubre de 1927 en Huitzilac,son magistrales; más agudas y acabadas en los pormeno-res de cómo una orden, dictada en voz baja desde el po-der, desatara las manos de los asesinos.

Y ahora, la parte tina1 de la novela:

“Aguirre, al caer, había inclinado la cabeza de modoque el sombrero se le desprendió y rodó hasta sus pies.Axcaná, con la cabeza sobre una manta, conservó el som-brero puesto. El ansia de morir chocó un instante, en SUespíritu, con aquella diversidad inmediata; él había creí-do que su muerte repetiría, detalle a detalle, gesto a gesto,la de su amigo.

“Tenía los ojos abiertos e inmóviles; pero sentía -sen-tía sin pensarlo- que hubiera podido moverlos a volun-tad. Frente a ellos estaban, limitada arriba la imagen porel ala del sombrero, las piernas de Segura, que se habíanacercado al cadáver de Aguirre. Por entre las piernas vió aAxcaná un brazo que bajaba, y una mano que palpaba enbusca de la herida el pecho del muerto. La mano tropeza-ba allí con algo; desabrochaba el chaleco; le volvía unlado al revés, y extraía de allí enseguida, manchados los

dedos de sangre, un fajo de billetes. Los dedos se limpia-ban la sangre en la camisa del muerto, y brazo y manovolvían a subir. Entonces se veía bajar otro brazo, éste ar-mado de la pistola; el cañón se detenía arriba de la oreja-Axcaná cerró los ojos -; se escuchaba la detonación.. .”

El estilo de Martín Luis Guzmán en nuestros horrorespolíticos, es aún insuperable. Parecería que su estremeci-miento ante la muerte aguzaba sus sentidos para dotar asu pulso de firmeza en la evocación de la violencia. Laspalabras son, en su estilo, las precisas para expresar su á-nimo y ver lo nimio como parte adicional de la grandeza

de la vida. En sus descripciones se advierte, como en nin-gún otro de los escritores en castellano, la influencia delcubismo, acaso por el aprendizaje del joven Martín Luisen la mejor época de la Preparatoria Nacional. Traza, convocablos, líneas que convergen para situar la inverosímilpostura de SUS personajes y aún para confiar ante los ojosdel lector IOS estados de espíritu de sus personajes. Noaprendió Martín Luis Guzmán su dominio del idioma enEspaña. Llegó a Madrid plenamente formado. Su lengua-je es el del México de principios de siglo: finamente reco-gidos los giros familiares y el tono medido y claro de susamigos del Ateneo; idioma para ser dicho sin levantar laVOZ: calidad que hemos perdido al asediarnos la existen-cia brutal de nuestras ciudades. Es también el idiomaaprendido en el rigor de la gramática. Nadie, a pesar depacientes tentativas, podría mejorar la carrera frenética através de la noche de Sinaloa, con Rafael Buelna, ni verpor entre las sombras de un patio, la figura meditativa deFelipe Angeles o la caída de uno y otro hombre en la“Fiesta de las balas”. José Revueltas comparó la influen-cia de Martín Luis con la de Gogol en la Rusia de fines delXIX. Vio en su estilo la capa del autor de Almas muertas,como un sudario protegiendo a los escritores jóvenes. JoséGorostiza, más sabio, vio en Martín Luis al maestro de lanarración en nuestro tiempo, como en otro lo fuera BernalDíaz del Castillo, “frente a una continuidad semejante deacontecimientos históricos”. Sus relatos, diría, zigza-guean entre la historia y la novela, entre la pintura y la fo-tografía. Entre la historia y la novela, ciertamente.

En la lucha dé las clases mexicanas la formación delEstado y los usos ambiguos del poder han ocurrido episo-dios donde la crueldad y el odio expresan una constanteuniversal: la ira y el desprecio. Los pueblos, en este aspec-tos son unos.

Quienes han pretendido ver en esa lucha, por ser preci-samente lucha de clases, la persistencia de los rituales az-tecas, toman lo mexicano para mostrar al mundo unacrueldad más allá del orden humano. Los conservadoresde todos los tiempos han incurrido en una sentencia obsti-nadamente repetida: ¡Este país no tiene remedio! y laverdad nacional es que lo ha tenido siempre si de los mo-

vimientos populares aprendemos la verdadera raíz denuestro ser nacional.

A través de los ojos del Caudillo, una mañana transpa-rente, en el Castillo de Chapultepec, contempla, por so-bre la arboleda, un país que no entendió, que sacudiócomo cosa propia, persiguiendo sobornando, humillando,haciendo fusilar para consolidar históricamente a la clasesocial que lo llevara al poder y que aún guarda su memo-ria y con ella el signo que Blasco Ibáñez rescató de la ine-fable confesión del Caudillo: la mano desprendida de subrazo, oculta bajo la tierra removida de la batalla, se vuel-ve dócil a la VOZ del ayudante del Caudillo que sabiendo loque ella conservaba entre sus músculos rotos y SUS nerviosdestrozados, la hace salir de su leve sepultura al ruido dela plata.

Esa mano simboliza el mausoleo donde cayera Obre-gón y puede ser el punto de referencia donde las nuevasgeneraciones empiecen a recobrar una verdad de la histo-ria de su país para ver, en La sombra del caudillo, un drama-el mas atroz por haberlo narrado un escritor de excep-ción- que no debe repetirse jamás en su país.