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La vieja niera

Elizabeth GaskellRelatosEl cuento de la vieja niera3La Casa Clopton17Por fin se hace justicia19

El cuento de la vieja nieraThe Old Nurses Store, 1852Como sabis, queridos mos, vuestra madre era hurfana e hija nica; y asegurara que habis odo decir que vuestro abuelo fue clrigo de Westmoreland, de donde vengo yo. Era yo todava una nia de la escuela del pueblo cuando, un da, se present vuestro abuelo a preguntar a la maestra si habra all alguna alumna que pudiera servir de niera; y me sent extraordinariamente orgullosa, puedo asegurroslo, cuando la maestra me llam y dijo que yo cosa muy bien y era una muchacha formal y honrada, de padres muy bien considerados, aunque pobres. Me pareci que nada me gustara ms que entrar al servicio de aquella linda y joven seora que se sonrojaba tanto como lo estaba yo al hablar del nio que esperaba y de lo que yo tendra que hacer con l.Pero veo que esta parte de mi cuento no os interesa tanto como lo que pensis que viene despus, as que os lo contar en seguida. Fui tomada e instalada en la rectora antes de que naciera la seorita Rosamunda (que fue la niita que es ahora vuestra madre). A decir verdad, me daba poco que hacer cuando lleg, pues siempre estaba en brazos de su madre y dorma junto a ella toda la noche, y yo me senta muy orgullosa cuando mi seora me la confiaba. Ni antes ni despus ha habido un niito como ella, aunque todos vosotros habis sido preciosos; pero en dulzura y atractivo ninguno habis llegado a vuestra madre. Se pareca a su madre, que era una seora de verdad, cierta seorita Furnivall, nieta de lord Furnivall, de Northumberland. Creo que no haba tenido hermanos ni hermanas y se haba educado con la familia de milord hasta que se cas con vuestro abuelo, que no era ms que un vicario, hijo de un comerciante de Carlisle, pero el ms cumplido y discreto caballero que ha existido, y una persona que trabajaba honradamente y de firme en su parroquia, que era muy extensa y estaba esparcida sobre los Pramos de Westmoreland.Cuando vuestra madre, la pequea Rosamunda, tena unos cuatro o cinco aos, sus padres murieron en quince das, uno tras otro. Ah, fue una poca triste! Mi linda y joven seora y yo esperbamos otro niito, cuando el seor regres de una de sus largas caminatas a caballo, mojado y cansado, con la enfermedad que le ocasion la muerte; y ella ya no volvi a levantar cabeza y no vivi ms que para ver a su hijito muerto y tenerlo sobre su pecho antes de morir tambin. Mi ama me pidi en su lecho de muerte que no abandonara nunca a la seorita Rosamunda; pero aunque no hubiera dicho ni una palabra, habra yo ido con la pequea hasta el fin del mundo.En seguida, antes de que se hubieran aplacado nuestros sollozos, llegaron los testamentarios y tutores a poner las cosas en orden. Eran stos, el primo de mi pobre ama, lord Furnivall y el seor Esthwaite, hermano de mi amo, comerciante en Manchester, no en tan buena posicin como lo estuvo despus y con mucha familia. Bien! No s si ellos lo acordaron entre s o si la cosa se debi a una carta que mi ama escribi a su primo en su lecho de muerte, pero lo cierto es que se acord que la seorita Rosamunda y yo nos fusemos a la casa solariega de los Furnivall, en Northumberland; y milord hablaba como si hubiera sido deseo de la madre que la nia viviera con su familia, y como si l no tuviera nada que objetar, pues una o dos personas ms no se notaran en una casa tan grande. As que aunque no era aqul el modo como a m me hubiera gustado que se pensase en mi alegre y precioso cariito (que era como un rayo de sol en cualquier familia, fuera lo grande que fuese), me complaca que las gentes de Dale se asombraran y se llenaran de admiracin al enterarse de que yo iba a ser la niera de mi amita en casa de lord Furnivall, en la casa solariega de los Furnivall.Pero me equivoqu al pensar que bamos a vivir con milord. Result que la familia haba abandonado la casa solariega haca cincuenta aos o ms. No o que hubiera vivido all mi pobre ama, a pesar de haberse educado en la familia, y ello me decepcion, porque me hubiera gustado que la seorita Rosamunda pasara la juventud donde su madre.El acompaante de milord, a quien hice tantas preguntas como me atrev, dijo que la casa solariega estaba al pie de los Pramos de Cumberland, y era magnfica; que all viva, solamente con algunos criados, cierta anciana seorita Furnivall, ta abuela de milord; pero que era un lugar muy saludable y que milord haba pensado que sera muy conveniente para la seorita Rosamunda por algunos aos, y que su estancia all tal vez servira de distraccin a su anciana ta.Milord me encarg que tuviera preparadas las cosas de la seorita Rosamunda para un da determinado. Era un hombre serio y altivo, segn es fama de todos los lores Furnivall, y no pronunciaba nunca ni una palabra ms de las necesarias. Se deca que haba estado enamorado de mi joven seora, pero que como ella saba que el padre de l se hubiera opuesto, nunca quiso hacerle caso y se cas con el seor Esthwaite; pero yo no estoy enterada. De todos modos permaneci soltero. Pero nunca se preocup mucho de la seorita Rosamunda, cosa que creo habra hecho, de haber tenido inters por su difunta madre. Nos mand a la casa solariega con su acompaante, advirtindole que se le uniera en Newcastle aquella misma tarde; as que no tuvo este seor mucho tiempo para presentarnos a todos aquellos desconocidos antes de, a su vez, deshacerse de nosotras. Y all quedamos, pobrecitas solitarias! (yo no haba cumplido los dieciocho aos), en la gran casa solariega.Parece que llegamos ayer. Habamos abandonado muy temprano nuestra querida rectora y llorbamos ambas como si el corazn fuera a romprsenos, a pesar de viajar en el coche de milord, en el que tanto haba yo pensado. Y, ya entrada la tarde, en un da de septiembre, nos detuvimos para cambiar de caballos por ltima vez en una pequea ciudad llena de tratantes de carbn y mineros. La seorita Rosamunda se haba quedado dormida, pero el seor Henry me dijo que la despertara para que pudiera ver, al llegar, el parque y la casa solariega. Era una pena, pero yo hice lo que me peda por miedo a que se lo dijera a milord. Habamos dejado atrs todo vestigio de ciudad, e incluso de pueblo, y franqueado las puertas de un parque grande e inculto, no como los parques del Sur, sino con rocas, y ruido de agua de corriente, y rboles retorcidos, y viejos robles, todos blancos y descortezados por los aos.El camino suba durante dos millas, y luego vimos una casa grande e imponente, rodeada de muchos rboles, tan cerca en algunas partes, que las ramas araaban las paredes cuando soplaba el viento, y algunas colgaban tronchadas, pues nadie pareca ocuparse mucho de aquel lugar, podndolos y teniendo en condiciones el camino de coches cubierto de musgo.Slo delante de la casa estaba despejado. En el gran paseo no haba ni una hierba, y ni un rbol ni una enredadera crecan sobre la larga fachada cubierta de ventanas. A cada lado sala un ala, remate a su vez de otra fachada, pues la casa, aunque tan desolada, era todava mayor de lo que yo haba esperado. Tras ella se elevaban los Pramos, interminables y desnudos. Y a mano izquierda de la casa estando de frente a ella, haba un jardincito anticuado, segn descubr despus, y al cual daba una puerta de la fachada occidental. El lugar haba sido limpio del tupido boscaje por alguna antigua lady Furnivall, pero las ramas de los grandes rboles incultos haban vuelto a crecer ensombrecindolo, y haba muy pocas flores que vivieran all entonces.Cuando llegamos a la gran entrada principal y entramos en el vestbulo, cre perderme; tan espacioso, amplio e imponente era. Una lmpara toda de bronce colgaba en medio del techo; y yo, que jams haba visto otra, la mir con asombro. Luego, a un lado del vestbulo, haba una gran chimenea, tan grande como todo el costado de una casa en mi tierra, con macizos morillos para sostener la lea, y junto a ella se hallaban colocados pesados sofs pasados de moda.Al otro extremo del vestbulo, a la izquierda segn se entraba, en el lado de poniente, haba un rgano construido en el muro y tan grande que lo llenaba casi entero. Detrs de l, al mismo lado, haba una puerta, y enfrente, a ambos lados de la chimenea, otras puertas se abran a la parte este, pero nunca las cruc mientras estuve en la casa y no puedo deciros lo que haba detrs.Mora la tarde, y el vestbulo, en el que no haba luces, apareca oscuro y sombro. Pero no nos detuvimos all ni un momento. El viejo criado que nos haba abierto hizo una inclinacin de cabeza al seor Henry y nos condujo a travs de la puerta que haba al otro extremo del rgano, hacindonos atravesar varios pequeos vestbulos y pasillos hasta llegar a la sala occidental, en la que, se hallaba la seorita Furnivall.La seorita Rosamunda se agarraba a m con fuerza, como sintindose asustada y perdida en aquel lugar tan grande, y en cuanto a m, no estaba mucho mejor. La sala de medioda tena un aspecto muy acogedor, con su buen fuego, y agradablemente amueblada. La seorita Furnivall era una seora vieja, de cerca de ochenta aos, segn me pareci, aunque no lo s. Era delgada y alta y tena la cara tan llena de finas arrugas como si se las hubieran dibujado a punta de aguja. Tena unos ojos vigilantes, para compensar, supongo, el ser tan sorda que se vea obligada a usar trompetilla.Sentada a su lado, trabajando en el mismo gran tapiz, estaba la seora Stark, su doncella y acompaante, casi tan vieja como ella. Haba vivido con la seorita Furnivall desde que ambas eran muy jvenes y por entonces ms pareca amiga que criada; tena un aspecto tan fro, duro e insensible como si nunca hubiera querido ni sentido afecto por nadie, excepto su ama, y debido a la gran sordera de esta ltima, la seora Stark la trataba en cierto modo como si fuera una nia.El seor Henry trasmiti algn recado de parte de milord y luego nos dijo adis a todos (sin hacer caso de la manecita extendida de mi dulce seorita Rosamunda) y all nos dej, en pie, con las dos ancianas mirndonos a travs de sus anteojos.Me alegr cuando llamaron al viejo lacayo que nos haba abierto y le dijeron que nos condujera a nuestras habitaciones. Salimos, pues, de aquella gran sala y entramos en otra, y salimos tambin de aquella y pasamos un gran tramo de escaleras y recorrimos una amplia galera (que era una especie de biblioteca, pues tena a un lado libros y al otro ventanas y pupitres), hasta que llegamos a nuestras habitaciones, que por suerte supe que estaban justamente sobre las cocinas, pues empezaba a pensar que me perdera en aquel desierto de casa.Era un antiguo cuarto de nios que haba sido utilizado por todos los pequeos lores y ladies haca mucho, con un agradable fuego encendido, la marmita hirviendo sobre l y la mesa puesta para el t. Y aparte de aquella habitacin, estaba el cuarto de dormir de los nios, con una camita para la seorita Rosamunda junto a mi cama.Y el viejo Santiago llam a Dorotea, su mujer, para que nos diera la bienvenida, y tanto l como ella se mostraron tan hospitalarios y cariosos que, poco a poco, la seorita Rosamunda y yo fuimos sintindonos como en casa, y despus del t estaba ella sentada sobre las rodillas de Dorotea y parloteando, todo lo aprisa de que su lengecita era capaz.Pronto me enter de que Dorotea era de Westmoreland, y eso nos uni como si dijramos; y no pido tratar gente ms cariosa que lo eran el viejo Santiago y su mujer. Santiago haba pasado casi toda su vida con la familia de milord y le pareca lo ms ilustre del mundo; hasta miraba un poco por encima del hombro a su mujer porque antes de casarse no haba vivido ms que en una familia de granjeros. Pero la quera como era debido. Bajo ellos haba una criada que haca todo el trabajo duro; se llamaba Ins. Y ella y yo, Santiago y Dorotea, la seorita Furnivall y la seora Stark constituamos toda la familia... sin olvidar nunca a mi dulce seorita Rosamunda!Me preguntaba muchas veces que haran antes de que la nia llegara all, tanto se preocupaban ahora de ella. En la cocina o en la sala, era igual. La severa seorita Furnivall y la fra seora Stark parecan complacidas cuando ella apareca, revoloteando como un pjaro, jugando y enredando de ac para all, con un murmullo continuo y un lindo y alegre parloteo. Estoy segura de que muchas veces, cuando se marchaba a la cocina, se sentan contrariadas, pero eran demasiado orgullosas para pedirle que se quedase con ellas, y les resultaba un poco chocante aquel gusto de la nia; aunque a decir verdad, opinaba la seora Stark, no era de maravillar recordando de qu gente vena el padre de la pequea.Aquella enorme y vieja casa era un gran lugar de exploracin para la pequea seorita Rosamunda. Haca expediciones por todas partes, llevndome a sus talones; por todas, excepto el ala de medioda, que nunca estaba abierta y el ir a la cual no se nos pasaba por la imaginacin. Pero en las zonas norte y poniente haba muchos aposentos agradables, llenos de cosas extraordinarias para nosotras, aunque no lo resultasen a las gentes que hubieran visto ms. Las ventanas estaban ensombrecidas por las ramas de los rboles que las rozaban y por la hiedra que las haba cubierto, pero en la verde oscuridad podamos distinguir antiguos jarrones de porcelana, cajas de marfil tallado, grandes y pesados libros y, sobre todo, los antiguos retratos!Me acuerdo que una vez mi nia quiso que Dorotea fuera con nosotras a decirnos quines eran todos, pues todos eran retratos de personas de la familia de milord, aunque Dorotea no poda decirnos sus nombres. Habamos recorrido casi todas las habitaciones cuando llegamos a un antiguo saln situado sobre el vestbulo en el que haba un retrato de la seorita Furnivall o, como por entonces la llamaban, la seorita Gracia, pues era la hermana menor. Debi ser una belleza!, pero tena una mirada tan rgida y orgullosa y tal desprecio pintado en los ojos, con las cejas un poco levantadas, que pareca como si preguntara quin cometera la impertinencia de atreverte a mirarla, y frunca los labios cuando la contemplbamos. Llevaba un truje enteramente nuevo para m, pues era segn la moda de cuando ella era joven: un sombrero blanco y suave, como de fieltro, un poco inclinado sobre las sienes, con un hermoso penacho de plumas a un lado, y un traje de ruso azul que se abra por delante sobre mi pechero blanco.Vaya! dije luego de mirarla hasta hurtarme. No hay nada como la juventud, segn dicen, pero quin que la viera ahora pensara que la seorita Furnivall ha sido una belleza tan declarada?S dijo Dorotea. Las personas cambian tristemente. Pero si es verdad lo que el padre de mi seora sola decirnos, la seorita Furnivall, la hermana mayor, era ms hermosa que la seorita Gracia. Su retrato est por ah, en alguna parte, pero si te lo enseo no has de decrselo nunca a nadie, ni siquiera a Santiago. Crees que la seorita sabr callarse?Yo no estaba muy segura de ello, tratndose de una nia tan dulce, decidida y franca, as que la hice esconderse y luego ayud u Dorotea a dar la vuelta a un gran cuadro que estaba de cara a la pared, y no colgado como os otros. A decir verdad, ganaba en belleza a la seorita Gracia, y me pareci que la ganaba tambin en altivo orgullo, aunque en este punto resultara difcil decidirse. Hubiera estado contemplndola durante una hora, pero Dorotea pareca medio asustada por haberme enseado el retrato y volvi a darle la vuelta apresuradamente, y me hizo ir corriendo en busca de la seorita Rosamunda, pues haba en la casa algunos sitios desagradables a los que no quera que fuese la nia. Yo era una muchacha valiente y animosa y me importaba poco lo que la vieja deca, pues me gustaba jugar al escondite tanto como a cualquier nio de la parroquia; corr, pues, en busca de mi pequea.Al acercarse el invierno y acortarse los das me pareca or cierto ruido, como si alguien tocara el rgano en el vestbulo. No lo oa todas las tardes, pero desde luego sonaba muy a menudo mientras yo estaba con la seorita Rosamunda, quieta y silenciosa en su dormitorio despus de haberla acostado. Luego sola orlo a lo lejos, rugiendo y aumentando.La primera noche, cuando baj a cenar, pregunt a Dorotea quin haba estado tocando, y Santiago dijo brevemente que yo era una tonta tomando por msica el viento que suspiraba entre los rboles; pero vi que Dorotea le miraba muy asustada y que Bessy, la pincha, deca algo para sus adentros y se pona muy plida. Me di cuenta de que no les haba gustado mi pregunta, as que me call esperando coger sola a Dorotea, que era cuando saba que poda sonsacarle.As que al da siguiente estuve al cuidado e insist para que me dijera quin tocaba el rgano, pues saba muy bien que era el rgano y no el viento, aunque me haba callado en presencia de Santiago; pero asegurara que Dorotea estaba aleccionada, y no pude sacarle ni una palabra. Entonces prob con Bessy, aunque siempre me haba considerado por encima de ella, pues yo era una igual de Santiago y Dorotea y ella poco ms que su criada. As que me dijo que no deba decirlo nunca, y que si lo deca no tena que declarar nunca que haba sido ella quien me lo haba comunicado, pero que era un ruido muy extrao y que ella lo haba odo muchas veces, aunque casi todas en noches invernales y antes de haber tormenta, y que decan las gentes que se trataba del viejo lord que tocaba el gran rgano del vestbulo, como sola hacer en vida. Pero quin fuese el viejo lord o qu tocaba, o por qu lo tocaba precisamente en vspera de tormenta invernal, no pudo o no quiso decrmelo.Bien! Como ya os he dicho, yo tena un corazn animoso y me pareci que resultaba muy agradable or resonar por la casa aquella msica, la tocase quien la tocase; pues tan pronto se elevaba sobre las fuertes rfagas de viento, lamentndose o triunfal, exactamente igual que un ser viviente, como caa en un silencio casi absoluto; slo que se trataba siempre de msica y melodas, as que era una tontera decir que era el viento.Al principio pens que la que tocaba fuera tal vez la seorita Furnivall sin que lo supiese Bessy. Pero un da, estando yo [ misma en el vestbulo, abr el rgano y mir en su interior y todo alrededor, como hice una vez en el rgano de la iglesia de Crosthwaite, y vi que por dentro estaba todo roto y estropeado a pesar de tener un aspecto tan lucido y hermoso. Y entonces, aunque era de da, sent cierto hormiguillo y lo cerr, echando a correr a toda prisa hacia mi alegre cuarto de nios; y durante algn tiempo despus de esto no me gust escuchar la msica, ni ms ni menos que como les pasaba a Santiago y Dorotea.Mientras tanto, la seorita Rosamunda se iba haciendo querer ms y ms. Las viejas seoras deseaban que cenara temprano con ellas; Santiago permaneca en pie detrs de la silla de la seorita Furnivall y yo detrs de la seorita Rosamunda, con toda etiqueta; y, despus de cenar, la nia jugaba en un rincn de la gran sala, silenciosa como un ratn, mientras la seorita Furnivall se dorma y yo cenaba en la cocina. Pero se pona muy contenta cuando volva conmigo al cuarto de los nios, pues, segn deca, la seorita Furnivall era tan triste y la seora Stark tan aburrida... Pero ella y yo ramos bien alegres y poco a poco me acostumbr a no preocuparme por aquella msica sobrenatural que no haca mal a nadie y que no sabamos de dnde vena.Aquel invierno fue muy fro. A mediados de octubre empezaron las heladas y duraron muchas, muchas semanas. Recuerdo que un da, durante la cena, la seorita Furnivall levant sus tristes y cargados ojos y dijo a la seora Stark de una manera extraamente significativa:Me temo que vamos a tener un invierno terrible.Pero la seora Stark hizo como que no oa y se puso a hablar muy fuerte de otra cosa.A mi seorita y a m no nos importaban las heladas, nada de eso! Mientras el tiempo se mantuvo seco subamos las pendientes que haba detrs de la casa y recorramos los Pramos, que eran muy yermos y pelados, corriendo bajo el aire fresco y cortante, y una vez bajamos por una nueva senda que nos llev ms all de los dos viejos acebos nudosos que crecan a mitad de camino de la ciudad polla parte de saliente de la casa.Pero los das se acortaban ms y ms y el viejo lord, si era l, tocaba el gran rgano cada vez ms frentica y tristemente. Un domingo por la tarde (debi ser a fines de noviembre) ped a Dorotea que se encargara del cuidado de la seorita cuando saliera de la sala despus que la seorita Furnivall hubiera echado su sueecito, pues haca demasiado fro para llevarla conmigo a la iglesia y, sin embargo, no quera yo dejar de ir. Y Dorotea lo prometi con mucho gusto y quera tanto a la nia que todo pareca marchar bien, y Bessy y yo nos pusimos en camino muy aprisa, aunque el cielo se cerna opresivo y cargado sobre la blanca tierra, como si la noche no acabara de alejarse, y el aire, aunque sosegado, era muy cortante y afilado.Tendremos una nevada me dijo Bessy.Y efectivamente, aun estbamos en la iglesia cuando empez a nevar espesamente, en grandes copos, tan espesamente, que casi se oscurecan las ventanas. Dej de nevar antes de que saliramos, pero la nieve se extenda, blanda, espesa y profunda bajo nuestros pies mientras nos encaminbamos a casa. Antes de entrar en el vestbulo sali la luna y me parece que estaba entonces ms claro (en parle por la luna y en parte por la blanca y deslumbradora nieve) que cuando partimos para la iglesia entre las dos y las tres.No os he dicho que la seorita Furnivall y la seora Stark no iban nunca a la iglesia; pareca como si el domingo se les hiciera muy largo, por no estar ocupadas con su tapiz. As que cuando fui a la cocina a reunirme con Dorotea pensando recoger a la seorita Rosamunda y subirla conmigo, no me sorprendi que me dijera que las seoras haban retenido a la nia y que sta no haba ido a la cocina, como yo le tena dicho que hiciera cuando se cansase de portarse bien en la sala. As que me quit mis cosas y fui a buscarla para llevarla a cenar a su cuarto. Pero cuando llegu a la sala, all estaban sentadas las dos seoras, muy calladas y quietas, diciendo una palabra de cuando en cuando, pero con el aspecto de que una cosa tan esplendorosa y alegre como la seorita Rosamunda no hubiera pasado nunca junto a ellas. Cre que estara escondida (era uno de sus juegos) y que las habra convencido para que hicieran como que no saban nada, as me dirig paso a paso a mirar debajo de este sof y detrs de aquella silla, haciendo como si me asustara mucho al no encontrarla.Qu pasa, Ester? me dijo con aspereza la seora Stark.No s si la seorita Furnivall me habra visto, pues segn os he dicho, estaba muy sorda, y se hallaba sentada inmvil contemplando ociosamente el fuego con desesperanzado rostro.Estoy buscando a mi pequeita Rosy Posy contest siguiendo en la idea de que la nia estaba all y cerca de m, aunque yo no la viera.La seorita Rosamunda no est aqu dijo la seora Stark. Se march, hace ms de una hora, en busca de Dorotea.Y tambin ella se dio la vuelta y se puso a mirar al fuego.El corazn me dio un salto al or aquello y empec a desear no haber abandonado nunca a mi cielito. Volv junto a Dorotea y se lo dije. Santiago haba ido a pasar el da fuera, pero ella, Bessy y yo, cogimos luces y fuimos primero al cuarto de los nios, y luego recorrimos la inmensa casa, llamando y suplicando a la seorita Rosamunda que saliera de su escondite y no nos asustara mortalmente de aquel modo, pero no se oy contestacin alguna, no se oy nada.Oh! dije yo al fin. Se habr ido al ala del medioda y estar escondida all?Pero Dorotea asegur que no era posible, que ni ella misma haba estado all nunca, que las puertas estaban siempre con cerrojo y que, segn crea, el lacayo de milord tena las llaves; que fuera lo que fuera, ni ella, ni Santiago las haban visto nunca. As que yo dije que volvera a ver si despus de lodo estaba escondida en la sala sin que las viejas seoras lo supiesen, y que si la encontraba all le dara unos azotes por el susto que me haba proporcionado; pero no pensaba hacerlo en absoluto. Bien; volv a la sala de poniente y dije a la seora Stark que no la encontrbamos por ninguna parte y le ped que me dejara mirar all, pues iba ya pensando que poda haberse quedado dormida en algn escondido rincn caliente. Pero nada! Miramos (y la seorita Furnivall se levant y se puso a buscar, temblando toda), y no apareci en ningn sitio. Luego salimos otra vez todos los de la casa y miramos en todos los sitios en que habamos buscado untes, pero no la encontramos. La seorita Furnivall tiritaba y temblaba de tal modo, que la seora Stark la volvi a llevar a la sala; pero no sin haberme hecho prometer que le llevara a la nia cuando la encontrramos.Ay de m! Empezaba a pensar que no la encontraramos nunca, cuando se me ocurri mirar en el gran patio delantero, que estaba enteramente cubierto de nieve. Me asom desde el piso de arriba, pero haca una noche de luna tan clara, que pude ver, bien distintamente, dos pequeas huellas de pisadas que se seguan desde la puerta del vestbulo hasta dar la vuelta a la esquina del ala oriental.No s ni cmo baj, pero abr a empujones la grande y pesada puerta y, cubrindome la cabeza con la falda del traje, ech a correr. Di la vuelta a la esquina de medioda, y al llegar all, una gran sombra caa sobre la nieve; pero cuando sal otra vez a la luz de la luna, volv a ver las pequeas huellas que suban, suban a los Pramos. Haca un fro terrible, tan terrible, que el aire casi me despellejaba la cara segn iba corriendo; pero yo corra pensando lo acabada y amedrentada que estara mi pobre cielito.Ya distingua los acebos, cuando vi a un pastor que descenda de la colina, llevando algo en los brazos. Me dio voces, preguntndome si haba perdido una nia, y mientras el llanto me impeda hablar, pude ver a mi niita chiquita que yaca en sus brazos, inmvil, blanca y rgida, como si estuviera muerta. Me dijo que haba subido a los Pramos para recoger sus ovejas antes de que llegara el gran fro nocturno, y que bajo los acebos (negras marcas en la ladera, desprovista de todo matojo en varias millas a la redonda), haba encontrado a mi seorita, mi corderino, rgida y fra en el terrible sueo producido por la helada. Ah, la alegra y las lgrimas de tenerla en mis brazos de nuevo! Pues no le dej que la llevara, sino que la cog en mis propios brazos, sostenindola junto al calor de mi pecho y mi cuello, y sent que la vida volva lentamente a sus dulces miembrecitos. Pero an estaba insensible cuando llegu al vestbulo y yo me hallaba sin alientos para hablar. Entramos por la puerta de la cocina.Traed el calentador dije.Y sub con ella y empec a desnudarla en el cuarto de los nios, junto al fuego que Bessy haba mantenido encendido. Llam a mi corderillo con todos los nombres cariosos y juguetones que se me ocurrieron,, todava con los ojos llenos de lgrimas. Y al fin, oh, al fin!, abri sus grandes ojos azules. Entonces la met en su cama calentita y envi a Dorotea a decir a la seorita Furnivall que todo marchaba bien, decidida a permanecer toda la noche junto a la cama de mi corazoncito. En cuanto su preciosa cabeza toc la almohada, cay en un sueo apacible y yo estuve velndola hasta que se hizo de da, y entonces se despert resplandeciente y despejada, segn cre entonces... y, queridos mos, segn creo ahora.Dijo que haba pensado que le apeteca irse con Dorotea, pues las dos seoras se haban dormido y se estaba muy aburrida en la sala, y que cuando pasaba por el pequeo vestbulo de poniente, vio cmo caa la nieve a travs de la alta ventana, cmo caa blandamente y sin interrupcin, pero que queriendo ver lo bonita y blanca que estara en el suelo, se dirigi al gran vestbulo y all, acercndose a la ventana, pudo contemplarla sobre el paseo, suave y brillante, y que estando en esto, vio una nia ms pequea que ella, pero tan linda!, deca mi cielito, y aquella nia me hizo seas para que saliera, y oh!, era tan linda y tan dulce que no me quedaba ms remedio que ir. Y que luego aquella otra nia la haba cogido de la mano y, una junto a otra, haban dado la vuelta a la esquina de medioda.Bueno, eres una nia mala que est contando cuentos dije. Qu dira tu buena mam, que est en el cielo y no dijo una mentira en su vida, qu dira a su pequea Rosamunda si la oyera, y de seguro que la oye!, contar cuentos?Pero Ester solloz mi nia, te digo la verdad! De verdad que s!No me digas! contest muy enfadada. He seguido tus huellas en la nieve y no se vean ms que las tuyas, y si hubiera habido una nia que hubiera subido la colina de tu mano, no crees que sus pisadas estaran con las tuyas?Yo no tengo la culpa de que no estn querida Ester dijo ella llorando. Nunca mir a sus pies; pero ella sostena mi mano en su manita, fuerte y apretada, y haca mucho, mucho fro. Me llev hacia arriba, por el camino de los Pramos, hasta los acebos, y all encontr a una seora llorando y lamentndose, pero cuando me vio dej de llorar y sonri con mucho orgullo y majestad y me puso sobre sus rodillas y empez a arrullarme para que me durmiera. Y esto es todo, Ester, pero es verdad y mi querida mam lo sabe! aadi llorando.As que pens que la nia tendra fiebre e hice como que la crea y ella volvi a repetir su historia una y otra vez, y siempre igual. Finalmente, Dorotea llam a la puerta con el desayuno de la seorita Rosamunda, y me dijo que las viejas seoras estaban abajo, en el comedor, y que queran hablarme. Ambas haban estado en el dormitorio de la nia la noche anterior, pero cuando la seorita Rosamunda estaba ya dormida, as que no haban hecho ms que mirarla sin preguntarme nada.Me espera una reprimenda pens mientras recorra la galera del Norte. Y, sin embargo me dije envalentonndome, la dej a su cuidado y son ellas las que merecen que se les reproche por haberla dejado escabullirse desapercibida y sin vigilancia.As que llegu valientemente y cont mi historia. Se la cont toda a la seorita Furnivall, gritndosela al odo; pero cuando habl de la otra nia que haba en la nieve y que engatus a la nuestra para llevarla junto a la majestuosa y bella seora que estaba bajo el acebo, levant los brazos, sus viejos y plidos brazos, y grit en voz alta:Perdonad, cielos! Tened misericordia!La seora Stark la cogi (me pareci que con bastante rudeza), pero ella se desasi y se dirigi a m con una autoridad frentica y amonestadora:Ester, aprtala de esa nia! La llevar a la muerte! Malvada nia! Dile que es una nia mala y perversa.Luego la seora Stark me sac apresuradamente de la habitacin, de la que verdaderamente sal con mucho gusto. Pero la seorita Furnivall segua gritando:Misericordia! No perdonars nunca? Hace muchos aos!Despus de aquello me senta muy a disgusto. No me atreva a dejar nunca a la seorita Rosamunda, ni de noche ni de da, temiendo que volviera a encaparse Iras alguna visin, y con ms motivo porque me pareci haber descubierto que la seorita Furnivall estaba loca y tema que algo parecido (que poda ser cosa de familia) pudiera suceder a mi cielito.Y mientras tanto, el fro no amainaba y cada vez que la noche era desusadamente tormentosa, entre las rfagas y a travs del viento oamos al viejo lord que tocaba el rgano.Pero viejo lord o no, donde iba la seorita Rosamunda, iba yo detrs, pues mi cario por ella, preciosa hurfana sin amparo, era ms fuerte que el miedo que me inspiraba el imponente y terrible sonido. Adems a m me tocaba procurar que ella estuviera alegre y contenta, como corresponda a su edad, as que jugbamos juntas y juntas vagbamos de ac para all y por todas partes, no atrevindome a perderla de vista en aquella casa enorme y vagarosa.Y sucedi que una tarde, poco antes de Navidad, jugbamos juntas en la mesa de billar del gran vestbulo (no porque supiramos jugar, sino porque a ella le gustaba echar a rodar las pulidas bolas de marfil con sus lindas manos y a mi me gustaba hacer lo que haca ella) y pronto, sin que nos diramos cuenta, nos quedamos a oscuras dentro de casa, aunque todava haba claridad en el exterior, y estaba yo pensando en llevrmela a su cuarto cuando de repente grit:Mira, Ester, mira! Ah fuera, sobre la nieve, est mi pobre niita.Me volv hacia las altas y estrechas ventanas y all, con toda certeza, vi una nia ms pequea que la seorita Rosamunda, vestida de la manera menos a propsito para estar a la intemperie en una noche tan cruda, llorando y golpeando los cristales de la ventana, como si quisiera que la abrieran. Pareca gemir y lamentarse y cuando la seorita Rosamunda, no pudiendo resistir ms, se precipit sobre la puerta para abrirla, he aqu que, de repente, justo encima de nosotras, son el rgano con un estruendo tan fuerte y atronador, que me hizo temblar toda; y ms an cuando me di cuenta de que, incluso en el silencio de aquel fro invierno, no haba odo ruido alguno de manos que golpeasen los cristales de la ventana, a pesar de que la nia-fantasma pareca hacerlo con todas sus fuerzas, y que aunque la haba visto llorar y quejarse, ni el ms ligero sonido haba llegado a mis odos.Si en aquel preciso momento me di cuenta de todo aquello no lo s el sonido del gran rgano me tena aturdida de terror, pero lo que s s es que cog a la seorita Rosamunda antes de que abriera la puerta del vestbulo y, sujetndola fuertemente, me la llev pataleando y chillando a la cocina grande y clara, donde Dorotea e Ins cataban ocupadas haciendo pasteles rellenos.Qu tiene mi vidita? exclam Dorotea cuando entr llevando a la seorita Rosamunda, que gema como si el corazn fuera a romprsele.No me ha querido dejar abrir la puerta para que entrase la niita, y se morir si est fuera, en los Pramos, toda la noche. Eres mala y cruel, Ester! dijo pegndome.Pero poda haber pegado ms fuerte, porque yo haba sorprendido en los ojos de Dorotea una mirada de terror sobrenatural, que me hel la sangre.Cierra inmediatamente la puerta trasera de la cocina y echa bien el cerrojo! dijo a Ins.No dijo ms. Me dio pasas y almendras para calmar a la seorita Rosamunda, pero ella segua llorando, pensando en la nia que estaba en la nieve, y no quiso tocar ninguna de aquellas buenas cosas. Me alegr cuando se qued dormida en la cama, a fuerza de llorar. Luego me escabull a la cocina y comuniqu a Dorotea que haba tomado una decisin: me llevara a mi cielito a casa de mi padre a Applethwaite, donde, aunque humildemente, vivamos en paz. Dije que ya haba pasado bastante miedo con el ruido del rgano del viejo lord, pero que despus de haber visto con mis propios ojos a aquella niita que se quejaba, vestida como no poda estarlo ninguna nia de la vecindad, dando golpes para que la abrieran y sin que pudiera orse el menor ruido, con una oscura herida en el hombro derecho, y de que la seorita Rosamunda haba vuelto a tener noticias del fantasma que casi la haba arrastrado a la muerte (cosa que Dorotea saba que era verdad), no aguantara ms.Vi que Dorotea cambiaba de color una o dos veces. Cuando acab, me dijo que no crea que pudiera llevarme conmigo a la seorita Rosamunda, pues era pupila de milord y yo no tena derechos sobre ella, y me pregunt si iba a abandonar a la nia que tanto quera slo por unos ruidos y apariciones que no podan hacerme dao y a los que todos haban ido acostumbrndose.Yo estaba emberrenchinada y trmula y contest que ella poda decir todo aquello porque saba qu significaban todas aquellas apariciones y ruidos, y tal vez haba tenido algo que ver con la nia-espectro mientras vivi. Y tanto la llen de improperios, que acab contndomelo todo. Y entonces dese que no lo hubiera hecho, pues slo sirvi para dejarme ms atemorizada que nunca.Dijo que haba odo contar aquella historia a varios vecinos viejos que vivan cuando ella se cas, cuando las gentes iban algunas veces al vestbulo, antes de que adquiriera tan mala fama en el pas, y que poda o no poda ser verdad lo que la haban contado.El viejo lord fue el padre de la seorita Furnivall la seorita Gracia, la llamaba Dorotea, pues la mayor era la seorita Maude y seorita Furnivall por derecho. El viejo lord rebosaba orgullo, jams se haba visto un hombre tan orgulloso. Y sus hijas se le parecan. No haba hombre digno de casarse con ellas, y eso que tenan dnde escoger, pues en su tiempo fueron notables bellezas, segn poda verse por sus retratos mientras estuvieron colgados en la sala. Pero como dice el antiguo proverbio, Dios abate al orgulloso, y aquellas dos bellezas altaneras se enamoraron del mismo hombre, y l no era ms que un msico extranjero que su padre haba trado de Londres para que tocase en la casa solariega. Pues sobre todas las cosas, despus de su orgullo, lo que ms amaba el viejo lord era la msica. Saba tocar casi todos los instrumentos conocidos y, aunque parezca extrao, esto no le suavizaba el carcter, sino que era un viejo cruel y duro, que, segn decan, haba destrozado el corazn de su pobre esposa. La msica le volva loco y daba por ella lo que le pidieran. Y as fue como hizo venir a aquel extranjero cuya msica era tan bella que, segn decan, hasta los pjaros suspendan sus cantos en los rboles para escucharle. Y poco a poco aquel msico extranjero alcanz tal ascendiente sobre el viejo lord, que ste lleg a no poder prescindir de que le visitara todos los aos, y fue l quien hizo traer de Holanda el gran rgano y colocarlo en el vestbulo, donde ahora est. Ense al viejo lord a tocarlo; pero muchas, muchsimas veces, mientras lord Furnivall no pensaba ms que en su maravilloso rgano y en su an ms maravillosa msica, el moreno extranjero paseaba por los bosques con una de las jvenes: unas veces con la seorita Maude, otras con la seorita Gracia.Venci la seorita Maude y se llev el premio; y l y ella se casaron en secreto y antes de que l repitiera su visita anual, ella haba dado a luz una nia en una granja de los Pramos, mientras su padre y la seorita Gracia la crean en las carreras de Doncaster.Pero, aunque esposa y madre, no se dulcific lo ms mnimo, sino que sigui tan altiva y violenta como siempre; o tal vez ms, pues tena celos de la seorita Gracia, a la que su extranjero esposo haca la corte... para cegarla, segn deca l a su esposa.Pero la seorita Gracia triunf sobre la seorita Maude, y la seorita Maude se volvi cada vez ms spera, tanto para con su esposo como para con su hermana, y el primero, que poda sacudirse fcilmente de lo que le desagradaba e irse a ocultar al extranjero, se march aquel verano un mes antes de lo acostumbrado y medio amenaz con que no volvera ms.Mientras tanto, la nia qued en la granja y su madre acostumbraba a hacerse ensillar el caballo y galopar desesperadamente sobre las colinas para verla, al menos una vez por semana, pues cuando quera, quera, y cuando odiaba, odiaba. Y el viejo lord segua tocando y tocando el rgano y los criados crean que la dulce msica que tocaba haba amansado su terrible carcter, del cual (deca Dorotea) se podan contar historias terribles. Adems se puso achacoso y tuvo que usar una muleta. Y su hijo, es decir, el padre del actual lord Furnivall, estaba en Amrica sirviendo en el ejrcito, y el otro hijo estaba en el mar, as que la seorita Maude poda hacer lo que quera, y ella y la seorita Gracia eran cada vez ms fras y ms hostiles una para la otra, hasta que acabaron por no hablarse ms que cuando el viejo estaba presente.El msico extranjero volvi al verano siguiente, pero fue por ltima vez, pues tal vida le hicieron llevar con sus celos y pasiones que se cans y se march y no volvi a saberse de l. Y la seorita Maude, que siempre haba tenido intencin de dar a conocer su matrimonio a la muerte de su padre, qued entonces abandonada, sin que nadie supiera que se haba casado, con una hija que no se atreva a reconocer, aunque la amaba con locura, y viviendo con un padre que tema y una hermana que odiaba.Cuando pas el verano siguiente y el moreno extranjero no se present, tanto la seorita Maude como la seorita Gracia se pusieron sombras y tristes; estaban ojerosas, pero ms hermosas que nunca. Luego, poco a poco, la seorita Maude fue alegrndose, pues su padre estaba cada vez ms achacoso y ms ensimismado en su msica, y ella y la seorita Gracia vivan casi aparte, en habitaciones separadas, una en la parte de poniente y otra, la seorita Maude, en la de medioda, precisamente en las habitaciones que ahora estn cerradas. As que pens que poda tener a su hija consigo y que nadie necesitaba saberlo ms que aquellos que no se atreveran a hablar de ello y se veran obligados a creer que se trataba, como ella deca, de una nia de un campesino a la que haba tomado aficin.Todo esto, deca Dorotea, se saba muy bien. Pero lo que pas despus nadie lo saba, excepto la seorita Gracia y la seora Stark, que era entonces su doncella y mucho ms amiga suya que su hermana lo haba sido nunca. Pero los criados suponan, por palabras sueltas, que la seorita Maude haba derrotado a la seorita Gracia dicindole que, mientras el moreno extranjero se haba estado burlando de ella fingiendo amarla, haba sido su propio esposo. A partir de aquel da, el color se retir para siempre de las mejillas y los labios de la seorita Gracia y se le oy decir muchas veces que, tarde o temprano, le llegara la venganza. Y la seora Stark estaba siempre espiando las habitaciones del medioda.Una noche pavorosa, justamente pasado Ao Nuevo, mientras la nieve se extenda en una capa espesa y profunda y los copos seguan cayendo como para cegar a cualquiera que estuviera fuera de casa, se oy un ruido grande y violento y, sobre l, la voz del viejo lord que maldeca y juraba de una manera espantosa, y el llanto de una nia, y el orgulloso reto de una mujer furiosa, y el ruido de un golpe, y un silencio de muerte, y gemidos y lamentos que moran en la ladera de la colina.Luego, el viejo lord reuni a todos sus criados y les dijo, con terribles juramentos, que su hija se haba deshonrado y que la haba echado de casa y que as no entraran nunca en el cielo si le facilitaban ayuda o comida o abrigo. Y mientras tanto la seorita Gracia estuvo en pie a su lado, plida y silenciosa como el mrmol; y cuando l acab, exhal un gran suspiro, como significando que haba dado cima a su obra y alcanzado su fin.Pero el viejo lord no volvi a tocar el rgano y muri en aquel ao; y no es de maravillar!, pues en la maana que sigui a aquella noche feroz y espantosa, los pastores, al bajar la ladera de los Pramos, encontraron a la seorita Maude, perdida la razn y sonriendo, sentada bajo los acebos, acariciando a una nia muerta que tena en el hombro derecho una seal terrible.Pero no fue el golpe lo que la mat dijo Dorotea. Fueron la helada y el fro. Todos los animales del monte estaban en su agujero y todas las bestias en su aprisco, mientras la nia y su madre fueron arrojadas a vagar por los Pramos! Y ya lo sabes todo! y me pregunt si tena menos miedo ahora.Tena ms miedo que nunca, pero dije que no. Dese hallarme con la seorita Rosamunda lejos para siempre de aquella horrible casa, pero ni quera dejarla ni me atreva a llevrmela, ahora que cmo la cuidaba y vigilaba! Echbamos los cerrojos a las puertas y cerrbamos las contraventanas una hora o ms antes de oscurecer, prefirindolo a dejarlas abiertas cinco minutos demasiado tarde. Pero mi seorita segua oyendo llorar y lamentarse a la nia sobrenatural, y por ms que hacamos y le decamos, no podamos hacerla desistir en su deseo de abrir para protegerla contra el cruel viento y contra la nieve.Mientras tanto, me mantena todo lo alejada que poda de la seorita Furnivall y la seora Stark, pues les tena miedo... saba que no podan tener nada bueno, con aquellos rostros macilentos y severos y aquellos ojos desvariados que miraban hacia los horribles aos pasados. Pero incluso en mi miedo, senta una especie de compasin, al menos por la seorita Furnivall. Los que se han hundido en el abismo no pueden tener una mirada ms desesperada que la que se vea siempre en sus ojos. Finalmente, hasta llegu a apiadarme tanto de aquella mujer (que nunca pronunciaba una palabra ms que cuando se vea obligada a hacerlo), que rezaba por ella, y ense a la seorita Rosamunda a pedir por una persona que haba cometido un pecado mortal. Pero a menudo, al llegar a estas palabras, la nia, que estaba de rodillas, se quedaba escuchando y se levantaba diciendo:Oigo a mi niita que llora y se lamenta muy tristemente. Ay!, brela o morir!Una noche, justamente pasado, por fin, Ao Nuevo, o tocar tres veces la campana de la sala, que era la seal convenida para llamarme. No quera dejar sola a la seorita Rosamunda, que estaba dormida, pues el viejo lord haba estado tocando con ms frenes que nunca y tema que mi cielito se despertara oyendo a la nia espectro; en cuanto a verla, saba que no podra, pues haba cerrado muy bien las ventanas para ello.As que la saqu de la cama, envolvindola en las ropas que encontr ms a mano, y me la llev a la sala, donde las viejas seoras estaban sentadas trabajando en su tapiz, como de costumbre. Cuando llegu levantaron los ojos y la seora Stark pregunt, completamente asombrada, por qu haba llevado all a la seorita Rosamunda, sacndola de su cama caliente. Yo haba empezado a musitar:Porque tena miedo de que, en mi ausencia, fuera arrastrada por la nia salvaje de la nieve...Cuando me detuvo (con una mirada a la seorita Furnivall) y dijo que la seorita Furnivall quera que deshiciera unas puntadas que haban hecho mal y que ellas no vean a deshacer. As que dej a mi precioso cielito en el sof y me sent en un taburete al lado de las seoras, con el corazn hostil hacia ellas, mientras oa al viento que ruga y bramaba.La seorita Rosamunda dorma profundamente, a pesar de lo que soplaba el viento, y la seorita Furnivall no deca ni una palabra, ni miraba a su alrededor cuando las rfagas sacudan las ventanas. De repente se puso de pie y levant una mano, como indicndonos que escuchsemos.Oigo voces! dijo. Oigo terribles gritos! Oigo la voz de mi padre!Justamente en aquel momento, mi cielito se despert sobresaltada:Mi niita est llorando! Oh, cmo llora! e intent levantarse para reunirse con ella. Pero los pies se le engancharon en la manta y yo la detuve, porque se me abran las carnes ante estos sonidos que ellas podan or y nosotras no. Al cabo de uno o dos minutos, los ruidos se acercaron y se agruparon y llegaron a nuestros odos: tambin nosotras distinguimos voces y gritos y dejamos de or el viento invernal que bramaba afuera.La seora Stark me mir y yo la mir a ella, pero no nos atrevimos a pronunciar palabra. De repente, la seorita Furnivall se dirigi a la puerta y atravesando el pequeo vestbulo de poniente, abri la puerta del gran vestbulo. La seora Stark la sigui y yo no me atrev a quedarme atrs, aunque tena el corazn casi paralizado de miedo. Cog estrechamente a mi cielito en los brazos y las segu.En el vestbulo, los gritos eran ms fuertes que nunca; parecan venir del ala de medioda... cada vez ms cerca... ms cerca, al otro lado de las puertas cerradas... justo tras ellas. Luego me di cuenta de que la gran lmpara de bronce estaba toda encendida, aunque el vestbulo permaneca oscuro, y que un fuego arda en la gran chimenea, aunque no desprenda calor. Y me estremec de terror y apret ms a mi cielito junto a m. Pero al hacerlo, la puerta de medioda se estremeci, y ella grit fe repente, luchando para desembarazarse de m:Ester, tengo que ir! Mi niita est ah!, la oigo!, viene! Ester, tengo que ir!La sostuve con todas mis fuerzas, la sostuve con voluntad resuelta. Aunque hubiera muerto, mis manos no la hubieran soltado, tan decidida estaba a sujetarla. La seorita Furnivall se mantena en pie escuchando y sin hacer caso de mi cielito, que estaba en el suelo, y que yo sujetaba, puesta de rodillas, rodendole el cuello con ambos brazos, mientras ella segua forcejeando y llorando por desasirse.De repente, la puerta del medioda se abri con estrpito, como si la empujaran violentamente, y en aquella luz clara y misteriosa se destac la figura de un hombre viejo y alto, de cabello gris y ojos relampagueantes. Empujaba ante s, con implacables gestos de odio, a una mujer hermosa y altanera que llevaba a una nia que se pegaba a su traje.Oh Ester, Ester! exclam la seorita Rosamunda. Es la seora! La seora de debajo de los acebos! y mi niita est con ella. Tiran de m hacia ellas!... lo noto... debo ir!De nuevo casi se crisp en sus esfuerzos para soltarse, pero yo la sostena ms y ms fuerte, hasta que tem hacerle dao, prefirindolo a dejarla correr hacia aquellos terribles fantasmas. stos se dirigieron a la puerta del gran vestbulo, donde el viento aullaba reclamando su presa, pero antes de llegar a ella, la seora se volvi y pude ver que desafiaba al anciano con un reto fiero y orgulloso; y luego se acobard, y levant los brazos desesperada y lastimosamente para proteger a su hija su hijita del golpe de la muleta que l haba levantado.Y la seorita Rosamunda, como herida por una fuerza mayor que la ma, se retorci en mis brazos y solloz (pues ya entonces mi pobre cielito iba desfalleciendo).Quieren que vaya con ellas a los Pramos! Me arrastran hacia ellas! Oh, niita ma! Ira, pero la cruel, la mala de Ester me tiene agarrada muy fuerte!Pero cuando vio la muleta levantada se desmay, y yo di gracias a Dios por ello. En aquel preciso momento, cuando el viejo alto, con el cabello flameante como la rfaga de un horno, iba a pegar a la nia que temblaba, la seorita Furnivall, la mujer vieja que estaba a mi lado, grit:Oh padre, padre! Perdona a la niita inocente!Pero justamente entonces, vi vimos todas cmo tomaba forma otro fantasma, destacndose en la luz azulada y brumosa que llenaba el vestbulo. No la habamos visto hasta entonces, y era otra dama, que estaba de pie junto al viejo, con una mirada de odio inexorable y de triunfante desprecio. Aquella figura era muy agradable de mirar, con su sombrero blanco inclinado sobre las orgullosas sienes y sus labios rojos y fruncidos. Iba vestida con un traje de raso azul. Yo la haba visto antes. Era el retrato de la seorita Furnivall en su juventud.Y los terribles fantasmas avanzaron, sin hacer caso de la desesperada splica de la seorita Furnivall, la vieja... y la levantada muleta cay sobre el hombro derecho de la nia, mientras la hermana menor miraba, sin inmutarse y mortalmente serena.Pero en aquel momento desaparecieron las oscuras luces y el fuego que no daba calor, y he aqu que la seorita Furnivall yaca a nuestros pies, herida de muerte.S! Aquella noche fue llevada a su cama para no levantarse ms. Yaca con el rostro hacia la pared, musitando por lo bajo, pero musitando siempre:Ay!, ay! Lo que se hace en la juventud, no puede deshacerse en la vejez! Lo que se hace en la juventud, no puede deshacerse en la vejez!La Casa CloptonClopton House, 1840"Me pregunto si Ud. Conoce Clopton Hall, como a una milla de Stratford-on-Avon. Me permite contarle acerca de un da muy feliz que pas all? Yo estaba en la escuela del vecindario, y una de mis compaeras era la hija de un tal Sr. W, quien por entonces viva en Clopton. El Sr. W nos pidi a un grupo de chicas que furamos a pasaran una larga tarde, y partimos un hermoso da de otoo, llenas de satisfaccin y curiosidad respecto del lugar que bamos a ver. Pasamos a travs de campos desolados a medio cultivar, hasta que avistamos la casa un edificio, grande, pesado, compacto y cuadrado, de ladrillos de un rojo profundo y sin brillo, casi prpura. Al frente haba un gran atrio formal, con pilares macizos coronados con dos feroces monstruos; pero las paredes del atrio estaban rotas, y el pasto creca exuberante y salvajemente dentro del recinto como en la elevada avenida por la que habamos venido. Las flores estaban enredadas con ortigas, y solo al aproximarnos a la casa vimos las rosas amarillas y el brezo austriaco forzados hacia algo parecido al orden alrededor de las profundas ventanas de paneles romboidales. Nos agrupamos en el vestbulo, con su piso de mosaico de mrmol, rodeado con extraos retratos de gente que yaca en sus tumbas haca al menos doscientos aos; aunque los colores eran tan frescos, y en algunos casos estaban tan vvidos, que con solo mirar los rostros, casi poda imaginar que los originales estaban sentados en el saln ms all. Para retrotraernos ms completamente, como si fuesen los das de las Guerras Civiles, haba una especie de mapa militar colgado, bien terminado con pluma y tinta, mostrando las estaciones de los ejrcitos respectivos, y con caligrafa antigua debajo, los nombres de los principales pueblos, estableciendo la posicin de los fuertes, etc. En este vestbulo fuimos recibidos por nuestro amable anfitrin, quien nos dijo que podamos vagar por donde quisiramos, en la casa o fuera de ella, teniendo cuidado de no entrar en el saln de descanso para la hora del t. Yo prefer subir por la ancha escalera de roble arrinconada, con su maciza balaustrada completamente deteriorada y comida por los gusanos. La familia que entonces resida no ocupaba ni la mitad no, ni la tercera parte de las habitaciones; y el antiguo mobiliario estaba intacto en la mayor parte de ellas. En uno de los dormitorios (que se deca estaba hechizado), y el cual, con su cerrada atmsfera inexpresiva y las largas sombras del atardecer avanzando lentamente, me dio una sensacin escalofriante, colgaba un retrato tan singularmente bello! Una nia de mirada dulce, con plido cabello dorado peinado hacia atrs desde su frente y cayendo en rizos sobre su cuello, y con ojos que parecan violetas llenas de roco, ya que tenan el destello de lgrimas contenidas detrs de sus ojos azul profundo y esa era la apariencia de Charlotte Clopton, sobre quien se contaba una leyenda pavorosa en la iglesia de Stratford. En la poca de alguna epidemia, influenza o la plaga, esta joven nia haba enfermado, y muerto en apariencia. Fue enterrada con temerosa precipitacin en los bvedas de la capilla Clopton, adjunta a la iglesia de Stratford, pero la enfermedad no se detuvo. A los pocos das otro de los Clopton muri, y lo llevaron a la cripta ancestral; pero mientras descendan las lbregas escaleras, vieron a la luz de las antorchas, a Charlotte Clopton en sus ropas mortuorias apoyada contra la pared; y cuando miraron de cerca, ella estaba muerta sin duda, pero antes, en la agona de la desesperacin y el hambre, se haba mordido un pedazo de su hombro blanco y redondeado! Por supuesto, haba deambulado por siempre desde entonces. Esta era la cmara de 'Charlotte', y ms all haba una cmara privada cubierta con el polvo de muchos aos, y oscurecida por las plantas trepadoras que haban cubierto las ventanas, y an forzado en lujuriosa osada a travs de los paneles rotos. Ms all, nuevamente, haba una vieja capilla Catlica, con una habitacin para el capelln, que haba estado tapiada y olvidada a los pocos aos. Me apoy sobre mis manos y rodillas, dado que la entrada era muy baja. Recog muy poco en la capilla; pero en la habitacin del capelln haba antiguos, y debera pensar que raras ediciones de muchos libros, mayormente folios. Una gran copia en papel amarillento de "Todo por Amor" de Dryden, fechada en 1686, me llam la atencin, y es lo nico que recuerdo en particular. Por todos lados aqu y all, mientras recorra, apareci una bifurcacin de una escalera, y tan numerosos eran los sinuosos pasadizos a medio iluminar, que me pregunt si podra encontrar mi camino de regreso. Haba un curioso y viejo arcn esculpido en uno de esos pasajes, y con curiosidad infantil trat de abrirlo; pero la tapa era demasiado pesada, hasta que persuad a una de mis compaeras de ayudarme, y cuando estuvo abierto, que piensan que vimos? HUESOS! Pero si eran humanos, si eran los restos de la novia perdida, no nos detuvimos a ver, sino que corrimos fingiendo en parte, y en parte realmente aterrorizadas. "La ltima que recuerdo de esas habitaciones desiertas, la ltima, la ms desierta, y la ms triste, era la guardera, - una guardera sin nios, sin voces cantando, sin pisadas felices repicando! Una guardera rondada una vez por sus habitantes, fuertes y galantes nios, y bellas y curvilneas nias, y una o dos enfermeras con redondeados y gordos bebs en sus brazos. Quines eran todos ellos? Cul era su destino en la vida? La luz, o la tormenta? O haban sido 'amados por los dioses, y muerto jvenes?' Los mismos ecos no lo saban. Detrs de la casa, en una claro ahora salvaje, hmedo, y plagado de viejos arbustos, haba un bien llamado Foso de Margaret, porque all se haba ahogado a s misma la doncella de la casa as llamada. "Trat de obtener alguna informacin que pudiera sobre la familia Clopton. Haban decado desde las guerras civiles; por una generacin o dos les haba resultado imposible vivir en la vieja casa de sus padres, pero haban trabajado exhaustivamente en Londres, o en el exterior, para subsistir; y el ltimo de la vieja familia, un soltern, excntrico, miserable, viejo, y con los ms asquerosos hbitos, si los reportes decan la verdad, haba muerto en Clopton haca unos pocos meses, una especie de husped en la familia del Sr. W-. Fue enterrado en la lujosa capilla de los Clopton en la iglesia de Stratford, donde se ven ondear los estandartes, y las armas cuelgan sobre uno o dos esplndidos monumentos. El Sr. W haba sido el apoderado del Viejo, y totalmente de su confianza, y a l le haba dejado la herencia, endeudada y en malas condiciones. Un ao o dos despus, el albacea, un pariente muy lejano que viva en Irlanda, reclam y obtuvo la herencia, bajo el pretexto de excesiva influencia, cuando no de falsificacin, sobre la parte del Sr. W-; y lo ltimo que supe de nuestros amables anfitriones de ese da, era que estaban proscriptos y viviendo en Bruselas.Por fin se hace justiciaRight at Last, 1858El doctor Brown era pobre y tena que abrirse camino en la vida. Haba ido a estudiar medicina en Edimburgo, y su entrega, aptitudes y buena conducta haban hecho que los profesores se fijaran en l. En cuanto lo conocan las damas de sus familias, la figura atractiva y los modales encantadores del joven le convertan en el favorito de todas; y quiz ningn otro estudiante reciba tantas invitaciones a veladas y bailes, o era elegido con tanta frecuencia para ocupar el lugar que haba quedado vacante a ltima hora en una mesa. Nadie saba quin era, o de dnde vena; pues no tena familia cercana, como haba explicado l en un par de ocasiones; as que ningn pariente de humilde cuna o baja condicin poda importunarle. Cuando lleg a la universidad, estaba de luto por su madre.Margaret, la sobrina del profesor Frazer, record esto a su to una maana en su estudio, mientras le contaba con voz suave y decidida que, la noche anterior, el doctor James Brown le haba pedido que se casara con l... que ella haba aceptado... y que l pensaba visitar al profesor Frazer (que, adems de to, era su tutor) esa misma maana, a fin de obtener su consentimiento para el compromiso. El profesor fue absolutamente consciente, por la actitud de Margaret, de que su aprobacin no era ms que una mera formalidad, pues la joven ya haba tomado la decisin; y haba tenido ms de una oportunidad para comprobar lo testaruda que ella poda llegar a ser. No obstante, corra la misma sangre por sus venas, y l defenda sus opiniones con el mismo empecinamiento. De ah que, con frecuencia, to y sobrina discutieran con cierta crudeza sin cambiar ni un pice sus respectivas opiniones. Precisamente esta vez, el profesor Frazer no poda callarse.-Entonces, Margaret, te instalars discretamente como una mendiga, pues ese joven Brown apenas tiene dinero para poder contraer matrimonio; t, que podras ser lady Kennedy si quisieras.-No podra, to.-No digas tonteras, nia! Sir Alexander es un hombre muy agradable... de mediana edad, si quieres... Pero supongo que una mujer obstinada tiene que salirse con la suya; aunque, si yo hubiera sabido que ese joven entraba en mi casa a hurtadillas para conseguir por medio de halagos que le quisieras, me habra asegurado de que estuviera a suficiente distancia para que tu ta no le invitara a cenar. S, puedes refunfuar; pero ningn caballero habra venido a mi casa para conquistar el cario de mi sobrina sin informarme antes de sus intenciones y pedirme permiso.-El doctor Brown es un caballero, to Frazer, piense lo que piense de l.-Eso crees... eso crees. Pero, a quin le importa la opinin de una jovencita locamente enamorada? Es un muchacho guapo y persuasivo, con buenos modales. Y no pretendo negar su talento. Pero hay algo en l que nunca me ha gustado, y ahora entiendo por qu. Y sir Alexander... Est bien, est bien! Tu ta se sentir decepcionada contigo, Margaret Pero siempre has sido una criatura obstinada. Te ha contado alguna vez ese Jamie Brown quines eran sus padres, a qu se dedicaban o de dnde viene? Y no pregunto por sus antepasados, no tiene aire de haberlos tenido nunca; y t, una Frazer de Lovat! Vergenza debiera darte, Margaret! Quin es ese Jamie Brown?-James Brown, doctor en medicina por la Universidad de Edimburgo: un joven bueno e inteligente, a quien quiero con todo el alma -respondi Margaret, enrojeciendo.-Vaya! Te parece que es forma de hablar para una jovencita? De dnde procede? Quines son sus parientes? Si no me da suficiente informacin sobre su familia y sus perspectivas, le echar fuera de esta casa, Margaret; puedes estar segura.-To -sus ojos estaban llenos de lgrimas de indignacin-, soy mayor de edad; usted sabe que es bueno e inteligente; de otro modo, no le habra invitado tan a menudo a su casa. Me caso con l, no con su familia. Es hurfano. No creo que siga en contacto con ningn pariente. No tiene hermanos ni hermanas. Me da igual su procedencia.-Qu era su padre? -inquiri el profesor Frazer con frialdad. -No lo s. Por qu he de husmear en los detalles de su familia, y preguntar quin era su padre, cul era el nombre de soltera de su madre y cundo se cas su abuela?-Sin embargo, recuerdo haber odo a Margaret Frazer hablar en favor de una larga lnea de respetables antepasados.-Haba olvidado los nuestros, supongo, cuando pronunci esas palabras. Simon, lord Lovat, un encomiable to abuelo de los Frazer! Si las historias son ciertas, debera haber sido ahorcado por delincuente, y no decapitado como un caballero leal.-Oh! Si ests decidida a ensuciar tu propio nido, he terminado. Que entre James Brown; me inclinar ante l y le dar las gracias por dignarse contraer matrimonio con una Frazer.-To -dijo Margaret, llorando a lgrima viva-, no quiero que nos separemos enfadados! Los dos nos queremos mucho. Ha sido usted muy bueno conmigo, y la ta tambin. Pero he dado mi palabra al doctor Brown, y debo mantenerla. Le amara aunque fuera el hijo de un campesino. No esperamos ser ricos; pero l tiene ahorrados algunos cientos de libras para empezar, y yo tengo mis cien libras anuales...-Bueno, bueno, nia, no llores! Lo has dispuesto todo, al parecer; as que me lavo las manos. Me eximo de cualquier responsabilidad. Le contars a tu ta lo que has acordado con el doctor Brown sobre vuestra boda; y har lo que desees en este asunto. Pero que no entre ese joven a pedirme el consentimiento! Ni se lo dar, ni se lo quitar. Las cosas habran sido muy diferentes si se hubiera tratado de sir Alexander.-Oh, to Frazer! No diga usted eso! Reciba al doctor Brown y, por lo menos... hgalo por m... dgale que est de acuerdo. Djeme que sea un poco suya! Es tan triste decidir sola en un momento as, como si no tuviera familia y nadie se preocupara de m.Abrieron la puerta de golpe y anunciaron al doctor Brown. Margaret se march a toda prisa; y, antes de que pudiera darse cuenta, el profesor haba dado una especie de consentimiento sin preguntar nada al afortunado joven, que corri a buscar a su prometida y dej al to rezongando.Lo cierto es que el profesor Frazer y su mujer se oponan tan enrgicamente al compromiso de Margaret que no podan evitar que se notara tanto en su actitud como en lo que sta sugera; aunque tenan la delicadeza de guardar silencio. Pero Margaret perciba incluso con ms intensidad que su prometido que ste no era bienvenido en la casa. La alegra que le producan sus visitas se vea anulada por el sentimiento de frialdad con que era recibido, y cedi de buena gana al deseo del doctor Brown de que el noviazgo fuera corto; lo que no era en absoluto su plan inicial: esperar hasta que l tuviera una consulta en Londres y sus ingresos convirtieran el matrimonio en un paso prudente. El profesor Frazer y su mujer ni se opusieron ni lo aprobaron. Margaret hubiera preferido la oposicin ms vehemente a aquella glida frialdad. Pero sta la hizo volverse con mayor cario hacia su afectuoso y comprensivo enamorado. No es que hubiera hablado con l sobre el comportamiento de sus tos. Mientras no pareciera darse cuenta de ste, no le dira nada. Adems, el profesor y su mujer llevaban tanto tiempo ocupndose de ella como unos padres que no se crey con derecho a dejar que un extrao los enjuiciara.De modo que realiz ms bien con tristeza los preparativos de su futuro mnage con el doctor Brown, sin poder beneficiarse de la sabidura y experiencia de su ta. Pero Margaret era una joven sensata y prudente. A pesar de gozar de unas comodidades muy cercanas al lujo en casa de su to, poda prescindir de ellas sin pesar si era necesario. Cuando el doctor Brown parti a Londres para buscar y preparar su nuevo hogar, ella le pidi que slo hiciera los arreglos ms imprescindibles para recibirla. Se ocupara personalmente de organizar lo que faltaba a su llegada. l tena algunos muebles viejos de su madre en un almacn. Le propuso venderlos para comprar otros nuevos, pero Margaret le convenci de que no lo hiciera; los aprovecharan mientras durasen. El servicio domstico de los recin casados iba a consistir en una mujer escocesa que llevaba mucho tiempo vinculada a la familia Frazer, y que sera la nica criada, y en un hombre que el doctor Brown haba contratado en Londres, poco despus de instalarse en la casa... un hombre llamado Crawford que haba vivido muchos aos con un caballero ahora residente en el extranjero, que le haba dado la mejor de las recomendaciones cuando el doctor Brown le pregunt por l. Crawford haba realizado los trabajos ms variados para ese caballero, as que saba hacer de todo; y el doctor Brown, en todas sus cartas a Margaret, tena alguna nueva maravilla que contar de su criado. Y se explayaba en ellas con entusiasmo, pues la joven haba puesto ligeramente en duda la conveniencia de empezar su vida con un criado; aunque se haba dejado convencer por los argumentos del doctor Brown sobre la necesidad de tener una apariencia respetable, ofrecer una buena imagen, etc... ante cualquier persona necesitada de acudir a su consulta, que pudiera desanimarse al ver a la anciana Christie fuera de la cocina, y se negara a dejar algn recado en manos de una persona que hablase un ingls tan ininteligible. Crawford era tan buen carpintero que poda poner baldas, ajustar bisagras defectuosas, arreglar cerraduras, e incluso lleg a construir una caja con algunos tablones viejos de un cajn de embalaje. Crawford, un da en que su seor haba estado demasiado ocupado para salir a cenar, haba improvisado una tortilla tan deliciosa como cualquiera de las que el doctor Brown haba probado en Pars cuando estudiaba all. En pocas palabras, Crawford, a su modo, era una especie de Admirable CrichtonSobrenombre dado a los hombres con talento para muchas cosas. James Crichton (1560-1552), orador, lingista y hombre de letras, conocido como el "Admirable Crichton, fue considerado el modelo de caballero escocs cultivado. Thomas Urquhart retrat su figura en la obra The Discovery of the Most Exquisite Jewel (1652). (Esta nota, como las siguientes, es de la traductora)

, y Margaret se convenci de que la decisin del doctor Brown de tener un criado era correcta, incluso antes de ser recibida respetuosamente por Crawford, cuando ste abri la puerta de su nuevo hogar a los recin casados despus de su breve luna de miel.El doctor Brown tena miedo de que Margaret encontrara la casa triste e inhspita en aquel estado a medio amueblar; pues haba seguido sus instrucciones y slo haba comprado lo imprescindible, aparte de las pocas cosas que haba heredado de su madre. Su consulta (qu grandilocuente sonaba!) estaba en perfecto orden, preparada para recibir a los pacientes que pasaran por all; y todo estaba calculado para causar una buena impresin. Haba una alfombra turca que haba pertenecido a su madre, y que estaba lo bastante gastada para tener ese aire de respetabilidad que adquiere el mobiliario cuando no parece recin comprado sino una herencia familiar. Y esa atmsfera impregnaba toda la estancia: la mesa de la biblioteca (comprada de segunda mano, debe confesarse), el escritorio (que haba sido de su madre), las sillas de cuero (tan heredadas como la mesa de la biblioteca), las estanteras que Crawford haba colocado para los libros de medicina, un buen grabado en las paredes, convertan la habitacin en un lugar tan agradable que tanto el doctor como la seora Brown pensaron, por lo menos aquella noche, que la pobreza ofreca las mismas comodidades que la opulencia. Crawford se haba tomado la libertad de poner algunas flores en el cuarto -su humilde modo de dar la bienvenida a la seora-, flores tardas de otoo, mezclando la idea del verano con la del invierno, que lata en el brillante fuego de la chimenea. Christie les subi unos deliciosos bollos con el t; y la seora Frazer haba suplido su falta de cordialidad, lo mejor que pudo, con una provisin de mermelada y piernas de cordero. El doctor Brown no se qued tranquilo hasta que no ense a Margaret, con voz lastimera, todas las habitaciones que quedaban por amueblar... todo lo que faltaba por hacer. Pero la joven se ri de su temor de que ella se sintiera decepcionada con su nuevo hogar; y afirm que nada le agradara tanto como planificar y arreglar su interior, y que, con su habilidad para la tapicera y la de Crawford para la carpintera, los cuartos se amueblaran casi por arte de magia, sin que llegara ninguna factura, algo normalmente vinculado al confort. Pero con la maana y la luz del da volvi la preocupacin del doctor Brown. Vea y deploraba todas las grietas del techo, todas las pequeas manchas del empapelado, y no por l sino por Margaret. No poda dejar de comparar el hogar que l le haba ofrecido con el que ella haba abandonado. Pareca tener constantemente miedo de que ella se hubiese arrepentido o se arrepintiera de haberse casado con l. Aquella inquietud enfermiza era el nico inconveniente de su inmensa felicidad; y, para ponerle fin, Margaret se vio inducida a gastar ms de lo que se haba propuesto en un principio. Compraba este artculo en lugar de aqul porque su marido, si la acompaaba, pareca sumamente desgraciado si sospechaba que ella se privaba del menor deseo por ahorrar. La joven aprendi a eludir su compaa al salir de compras; pues le resultaba muy sencillo elegir el objeto ms barato, aunque fuera el ms feo, si estaba sola, y no tena que soportar la mirada de mortificacin de su marido cuando le deca tranquilamente al vendedor que no poda permitirse comprar esto o aquello. Al salir de una tienda despus de una escena as, el doctor Brown le haba dicho:-Oh, Margaret! No debera haberme casado contigo. Tienes que perdonarme... Te quiero tanto.-Perdonarte, James? -exclam ella-. Por hacerme tan feliz? Qu te hace pensar que me gusta ms el reps que el otomn? No vuelvas a hablar as, te lo ruego.-Oh, Margaret! Pero no olvides que te he pedido que me perdones.Crawford era todo lo que l le haba prometido, y ms de lo que poda desear. Era la mano derecha de Margaret en todos sus pequeos planes domsticos, lo que de algn modo irritaba bastante a Christie. La enemistad entre los dos criados era sin duda lo ms incmodo de su vida hogarea. Crawford se senta superior porque conoca mejor Londres, porque disfrutaba del favor de la seora en el piso de arriba, porque estaba en su poder ayudarla, lo que supona gozar del privilegio de ser consultado con frecuencia. Christie estaba siempre suspirando por Escocia y lanzando indirectas sobre el modo en que Margaret descuidaba a una persona que la haba seguido a un pas extranjero, para convertir en su favorito a un desconocido que, adems, no era trigo limpio, aseguraba a veces. Pero como nunca esgrimi la menor prueba de sus vagas acusaciones, Margaret prefiri no hacerle preguntas, y las atribuy a los celos de su compaero, que ella se esforzaba por paliar. Por lo general, sin embargo, las cuatro personas que formaban aquella familia convivan en tolerable armona. El doctor Brown estaba ms que satisfecho con su casa, con sus criados, con sus perspectivas profesionales y, sobre todo, con su pequea y animosa mujer. A Margaret, de vez en cuando, le sorprendan ciertos estados de nimo de su marido; pero esto no debilitaba su cario, sino que despertaba su compasin por lo que ella crea recelos y sufrimientos patolgicos; se trataba de una compasin dispuesta a convertirse en simpata, tan pronto como pudiera descubrir alguna causa real que justificara aquel abatimiento que en ocasiones le invada. Christie no finga que Crawford le disgustaba, pero, como Margaret se negaba a escuchar sus protestas y sus quejas sobre el asunto, y el propio Crawford estaba deseoso de conseguir que la anciana escocesa tuviera una buena opinin de l, no lleg a producirse ninguna ruptura entre ambos. Grosso modo, el famoso y afortunado doctor Brown pareca el miembro ms atribulado de la familia. Y no poda deberse a cuestiones econmicas. Por uno de esos golpes de suerte que a veces allanan las dificultades de un hombre y lo conducen a un lugar seguro, haba progresado mucho en su profesin; y probablemente sus ingresos por el ejercicio de la medicina confirmaban las expectativas que Margaret y l haban concebido en los momentos ms optimistas.Pero debo extenderme ms en este asunto.Margaret tena una renta de algo ms de cien libras anuales. A veces sus dividendos haban ascendido a ciento treinta o ciento cuarenta libras; pero no se atreva a confiar en ello. Al doctor Brown le quedaban mil setecientas libras de las tres mil que le haba dejado su madre; y an tena que pagar parte del mobiliario, ya que, a pesar de la insistencia de Margaret, no les haban enviado todas las facturas en el momento de la compra. stas llegaron una semana antes de que se produjeran los sucesos que voy a relatar. Por supuesto su importe era ms elevado de lo que incluso la prudente Margaret haba esperado, y se sinti algo preocupada al ver lo mucho que les costara liquidar la deuda. Pero, por extrao y contradictorio que pueda parecer, y tal como haba observado a menudo, ninguna causa real de inquietud o decepcin pareca afectar la alegra de su marido. Se ri de su consternacin, hizo tintinear la recaudacin del da en sus bolsillos, la cont delante de ella, y calcul sus probables ingresos anuales basndose en ese da Margaret cogi las guineas y las llev en silencio a su secrtaire del piso de arriba; pues haba aprendido el difcil arte de disimular sus preocupaciones domsticas en presencia de su marido. Cuando regres, se mostr animada, aunque seria El doctor Brown haba cogido las facturas en su ausencia y las haba sumado.-Doscientas treinta y seis libras -dijo retirando las cuentas, a fin de dejar sitio para el t que les traa Crawford-. Tampoco es tanto. Pens que sera mucho ms. Maana ir a la City y vender algunas acciones para que tu pobre corazoncito se tranquilice. Y no me pongas menos azcar en el t esta noche para ayudar al pago de esas facturas. Es mejor ganar que ahorrar, y estoy ganando a una notoria velocidad. Srveme un buen t, Maggie, pues he tenido un buen da de trabajo.Estaban sentados en la consulta del doctor Brown con el fin de ahorrar combustible. Para aumentar el desasosiego de Margaret, aquella noche la chimenea humeaba. Se haba mordido la lengua para no decir nada al respecto, pues recordaba el viejo refrn sobre una chimenea humeante y una mujer gruona; pero estaba demasiado irritada por las bocanadas de humo que llegaban hasta su bonita labor blanca, y pidi a Crawford, en un tono ms severo de lo habitual, que se ocupara de avisar a un deshollinador. A la maana siguiente, todo pareca haberse arreglado. El doctor Brown la haba convencido de que su situacin financiera continuaba siendo buena, el fuego arda alegremente mientras desayunaban, y el sol brillaba de modo inusitado en las ventanas. A Margaret le sorprendi or que Crawford no haba podido encontrar a nadie que limpiase la chimenea esa maana, pero ste le comunic que haba tratado de colocar mejor el carbn para que, al menos ese da, su seora no sufriera ninguna molestia; a la maana siguiente, conseguira sin falta un deshollinador. Margaret le dio las gracias y aprob su plan de hacer una limpieza general del cuarto; y lo hizo en seguida, pues era consciente de que le haba hablado con dureza la noche anterior. Decidi pagar todas las facturas y hacer algunas visitas un poco alejadas a la maana siguiente; y su marido prometi ir a la City y proporcionarle el dinero.As lo hizo. Le mostr los billetes aquella tarde y los guard bajo llave en su escritorio durante la noche: y, por la maana, los billetes haban desaparecido! Haban desayunado en la salita trasera o comedor a medio amueblar. Una mujer de la limpieza se hallaba fregando la sala delantera despus de la marcha de los deshollinadores. El doctor Brown se dirigi a su escritorio, y sali del comedor cantando una vieja meloda escocesa Tardaba tanto en regresar que Margaret fue a buscarlo. Lo encontr sentado en la silla ms cercana al escritorio, con la cabeza apoyada en l; y su actitud revelaba el ms profundo abatimiento. No pareci or los pasos de Margaret, mientras ella se abra camino entre las alfombras enrolladas y la pila de sillas. Se vio obligada a tocarle en el hombro antes de conseguir que se moviera.-James, James! -exclam asustada.l la mir casi como si no la conociera.-Oh, Margaret! -dijo, y cogi sus manos y escondi el rostro en su cuello.-Qu ocurre, amor mo? -pregunt la joven, pensando que haba enfermado de repente.-Alguien ha abierto mi escritorio ayer por la noche -gimi sin levantar la mirada ni hacer el menor movimiento.-Y ha cogido el dinero -aadi Margaret, comprendiendo al instante lo ocurrido.Era un golpe muy duro; una gran prdida, mucho mayor que las escasas libras que, en las facturas, haban excedido sus clculos... y, sin embargo, tena la sensacin de que poda sobrellevarla mejor.-Vaya por Dios! -prosigui-. Es terrible; pero, despus de todo... sabes? -dijo, tratando de levantarle la cabeza para infundirle con la mirada todo el aliento de sus ojos dulces y sinceros-. Al principio cre que estabas gravemente enfermo, y las incertidumbres ms espantosas pasaron por mi imaginacin... Me siento tan aliviada de que slo sea cuestin de dinero...-!Slo dinero! -repiti l tristemente, rehuyendo su mirada, como si no pudiera soportar que viera cunto le dola.-Despus de todo -exclam animada-, no puede haber ido muy lejos. Ayer por la noche, estaba aqu. El deshollinador... tenemos que enviar a Crawford inmediatamente a la polica. No anotaste la numeracin de los billetes? -pregunt mientras tocaba la campanilla.-No; slo iban a estar una noche en nuestro poder -seal.-Tienes razn.La mujer de la limpieza apareci en la puerta con su cubo de agua caliente. Margaret observ su rostro, como si quisiera leer en l culpabilidad o inocencia. Era una protegida de Christie, que no era nada propensa a pronunciarse a favor de otra persona, y slo lo haca si tena buenos motivos; una viuda honrada y decente con una familia numerosa que mantener... o al menos eso le haban contado a Margaret cuando la contrat, y pareca ser cierto. A pesar de su traje mugriento -pues no poda gastar tiempo ni dinero en su limpieza-, tena una tez saludable y cuidada, un aire franco y eficiente, y no pareci inmutarse ni sorprenderse al ver al doctor y a la seora Brown en medio de la habitacin, perplejos y afligidos. Continu su trabajo sin prestarles la menor atencin. Las sospechas de Margaret recayeron con ms fuerza sobre el deshollinador; pero no poda andar muy lejos, los billetes no podan haber entrado en circulacin. Un hombre as no poda haber gastado esa suma en tan poco tiempo; y la recuperacin del dinero era su primer y nico objetivo. Apenas pensaba en las obligaciones posteriores, como la persecucin del delincuente y otras consecuencias del delito. Mientras ella concentraba todas sus energas en la rpida recuperacin del dinero, revisando mentalmente los pasos que deban dar, su marido segua completamente desmadejado en la silla, incapaz de colocar sus miembros en una posicin que exigiera el menor esfuerzo; su rostro hundido, desconsolado, anunciaba esas arrugas que un disgusto repentino marca en los semblantes ms jvenes y tersos.-Dnde estar Crawford? -dijo Margaret, tocando la campanilla de nuevo con vehemencia-. Oh, Crawford! -exclam al verlo aparecer por la puerta.-Ha ocurrido algo? -interrumpi l, como si la violencia de sus llamadas lo hubiera alarmado hasta hacerle perder su calma habitual-. Haba ido a la vuelta de la esquina con la carta que el seor me dio ayer por la noche para el correo y, al volver, me ha dicho Christie que haban tocado la campanilla para que subiera, seora. Le ruego que me disculpe, pero he venido corriendo -y lo cierto es que jadeaba y pareca muy apesadumbrado.-Oh, Crawford! Me temo que el deshollinador ha abierto el escritorio de mi marido, y se ha llevado todo el dinero que guard ayer por la noche. En cualquier caso, ha desaparecido. Le ha dejado en algn momento solo en la habitacin?-No podra asegurarlo, seora; es posible. S, creo que s. Ahora lo recuerdo... tena que hacer mi trabajo, y pens que la mujer de la limpieza habra venido; me fui a la antecocina, y ms tarde vino Christie, quejndose del retraso de la seora Roberts; y entonces me di cuenta de que el deshollinador se haba quedado solo. Pero qu barbaridad, seora! Quin iba a pensar que era un ser tan depravado?-Cmo conseguira abrir el escritorio? -pregunt Margaret, volvindose hacia su marido-. Estaba rota la cerradura?El se levant, como si despertara de un sueo.-S! No! Supongo que ayer por la noche gir la llave sin mirar. Esta maana encontr el escritorio cerrado, pero no con llave, y haban forzado la cerradura.El doctor Brown volvi a sumirse en un silencio aletargado y meditabundo.-De todos modos, no sirve de nada que perdamos el tiempo con estas preguntas. Vaya tan rpido como pueda a buscar a un polica, Crawford. Sabe el nombre del deshollinador, verdad? -inquiri Margaret cuando el criado se dispona a abandonar la estancia.-No sabe cunto lo lamento, seora, pero me puse de acuerdo con el primero que pas por la calle. Si hubiera sabido...Pero Margaret se haba dado la vuelta con un gesto de impaciencia y de desesperacin. Crawford se march, sin aadir nada, en busca de un polica.La joven intent en vano convencer a su marido para que probara el desayuno; lo nico que quiso tomar fue una taza de t, que bebi a grandes tragos para aclararse la garganta cuando oy la voz de Crawford invitando a pasar al polica.El agente escuch todo y dijo muy poco. Despus vino el inspector. El doctor Brown dej las explicaciones en manos de Crawford que, al parecer, estaba encantado. Margaret se senta terriblemente inquieta y abatida por la impresin que el robo haba causado en su marido. La posible prdida de esa cantidad era ya algo suficientemente malo; pero permitir que le afectara hasta minar su fortaleza y destruir cualquier impulso de esperanza reflejaba una debilidad de carcter que hizo comprender a Margaret que, aunque no deseaba definir sus sentimientos ni el origen de ellos, si juzgaba a su marido por la actuacin de aquella maana, deba aprender a no confiar ms que en s misma en caso de emergencia. El inspector se volvi repetidas veces hacia el doctor y la seora Brown para escuchar sus respuestas. Fue Margaret quien contest siempre con frases breves y escuetas, muy diferentes de las largas y enrevesadas explicaciones de Crawford.Finalmente, el inspector quiso hablar a solas con ella. La joven le sigui a la otra sala, dejando atrs al ofendido Crawford y a su afligido esposo. El inspector dirigi una severa mirada a la mujer de la limpieza, que prosegua sus fregoteos sin inmutarse, le orden que saliera, y despus pregunt a Margaret de dnde era su criado, cunto tiempo llevaba con ellos y muchas otras cuestiones que mostraban el rumbo que haban tomado sus sospechas. Margaret se sinti sumamente sorprendida; pero respondi con prontitud a todas sus preguntas y, cuando termin, observ con atencin el rostro del inspector y esper a que ste confirmara sus sospechas.El polica -sin decir nada, no obstante- regres delante de ella a la otra habitacin. Crawford se haba marchado y el doctor Brown trataba de leer el correo de la maana (que acababa de llegar); pero sus manos temblaban de tal modo que era incapaz de seguir una lnea-Doctor Brown -dijo el inspector-, estoy casi convencido de que su criado ha cometido el robo. Lo juzgo as por su forma de comportarse, por su afn de contar la historia, por su modo de intentar arrojar todas las sospechas sobre el deshollinador, cuyo nombre y direccin asegura desconocer; o, al menos, eso dice. Su mujer nos ha contado que ha salido de casa esta maana, incluso antes de ir a la polica; as que es probable que ya haya encontrado el modo de esconder o deshacerse de los billetes; y dice usted que no anot su numeracin. Aunque tal vez podamos averiguarlo.En ese momento, Christie llam a la puerta y, presa de una gran agitacin, pidi hablar con Margaret Sac a relucir una serie adicional de circunstancias sospechosas, ninguna de ellas demasiado grave por s sola, pero tendentes a imputar el robo a Crawford. Tema que le reprocharan culpar a su compaero de trabajo, y se sorprendi al comprobar lo atentamente que el inspector escuchaba sus palabras. Esto la anim a contar numerosas ancdotas, todas ellas en contra de Crawford, que haba preferido ocultar a sus seores por temor a que la consideraran celosa o pendenciera.-No existe la menor duda sobre el camino a seguir -dijo el inspector, cuando Christie termin su relato-. Usted, seor, tiene que entregarnos a su criado. Lo llevaremos inmediatamente ante el juez de guardia. Y existen pruebas suficientes para encarcelarlo una semana; durante ese tiempo, quiz descubramos el paradero de los billetes y logremos atar cabos.-Debo denunciarle? -pregunt el doctor Brown, con una palidez casi cadavrica-. Reconozco que es una grave prdida de dinero para m; pero luego vendrn los gastos del juicio... la prdida de tiempo... el...Se detuvo. Vio clavados en l los ojos indignados de su mujer, y apart su mirada de inconsciente reproche.-S, inspector -dijo-. Lo entregar a la polica. Hagan lo que quieran. Hagan lo que crean oportuno. Por supuesto, asumo las consecuencias. Asumimos las consecuencias, verdad Margaret? -habl en un tono muy bajo y nervioso que su mujer prefiri ignorar.-Dganos exactamente qu hemos de hacer -exclam ella con frialdad, dirigindose al inspector.l le dio las indicaciones necesarias para que se presentaran en la comisara y llevaran a Christie en calidad de testigo, y luego se march para encargarse de Crawford.A Margaret le sorprendi ver lo tranquila y pacficamente que arrestaban al criado. Esperaba or un escndalo en la casa, o que Crawford, alarmado, hubiera huido antes. Pero, cuando sugiri esto ltimo al polica, ste sonri y le dijo que, nada ms or la acusacin del agente de guardia, haba apostado a un oficial detective cerca de la casa para vigilar todas las entradas y salidas; de modo que no habran tardado en descubrir el paradero de Crawford si ste hubiera intentado escapar.La atencin de Margaret se centr entonces en su marido. El doctor Brown ultimaba rpidamente sus preparativos para salir a visitar a sus pacientes, y era ostensible que no deseaba conversar con ella sobre lo sucedido. Le prometi volver hacia las once; pues el inspector les haba asegurado que, hasta esa hora, su presencia no sera requerida. En una o dos ocasiones, el doctor pareci murmurar para s: Qu lamentable asunto!. Y Margaret no pudo sino estar de acuerdo; y, ahora que haba pasado la necesidad apremiante de hablar y actuar, empez a pensar que deba de tener un corazn muy duro... incapaz de sentir como los dems; pues no haba sufrido como su marido al descubrir que el criado al que consideraban un amigo y al que crean sinceramente preocupado por su bienestar era, con toda probabilidad, un vil ladrn. Record todos los bonitos detalles que haba tenido con ella, desde el da en que, con unas humildes flores, le haba dado la bienvenida a su nuevo hogar hasta la vspera, cuando, al verla fatigada, le haba preparado espontneamente una taza de caf... como slo l saba prepararla. Cuntas veces se haba preocupado de traer ropa seca para su marido! Qu ligero era su sueo por las noches! Cun grande su diligencia por las maanas! No era de extraar que su esposo lamentara tanto el descubrimiento de la traicin de su criado. El problema lo vea en ella misma, una mujer cruel y egosta, ms preocupada por la recuperacin del dinero que por el terrible desengao, si se probaba la acusacin contra Crawford.A las once en punto, el doctor Brown regres con un carruaje. Christie haba considerado que comparecer en una comisara era una ocasin digna de sus mejores galas, y estaba todo lo elegante que le permita su vestuario. Pero Margaret y su marido estaban tan plidos y entristecidos como si fueran los acusados, en vez de los denunciantes.El doctor Brown no se atrevi a mirar a Crawford mientras el primero se sentaba en el banquillo de testigos y el segundo, en el de acusados. Margaret tuvo el convencimiento, sin embargo, de que Crawford haca todo lo posible por llamar la atencin de su amo. Al fracasar, contempl a la joven con una expresin que ella encontr muy enigmtica. No hay duda de que su rostro haba cambiado. En lugar de la serena mirada de devota obediencia, haba adoptado una expresin descarada y desafiante; y, mientras el doctor Brown hablaba del escritorio y su contenido, sonrea de vez en cuando de un modo muy desagradable. Se decret su prisin preventiva durante una semana; pero, como las pruebas estaban lejos de ser concluyentes, se le puso en libertad bajo fianza. El fiador fue su hermano, un respetable comerciante muy conocido en su vecindad, al que el criado haba informado del arresto.Crawford se encontr as de nuevo en la calle, para la consternacin de Christie, que se quit su ropa de domingo mientras regresaba a casa con el corazn afligido, esperando ms que confiando que no fueran asesinados en sus camas antes de que finalizara la semana. Debe aadirse que tampoco Margaret se libraba del miedo acerca d