garcÍa lorca 2 - realidadyficcion.esa... · difunto padre, por ser un cincuentón cuya única...

27
Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0” 1 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm GARCÍA LORCA 2.0 Ni el pasado ha muerto, ni está el mañana ― ni el ayer― escrito Antonio Machado I El profesor Walker tecleó con exquisita minuciosidad el código de apertura de la puerta blindada de su laboratorio. El parpadeo verdoso durante una fracción de segundo del LED situado en la parte superior de la entrada, junto con la voz femenina procedente de los altavoces de al lado, indicaron que, en efecto, la contraseña era correcta. “Buenos días, profesor Walker. Son las siete y cincuenta y nueve de la mañana. Hoy es seis de julio de dos mil cuarenta y siete. Temperatura exterior: treinta y seis grados centígrados. Temperatura interior: veintiséis grados centígrados. Estado del cielo: despejado. No hay previsión de lluvia. Estado del mar: oleaje débil. Índice ultravioleta máximo: 9. Pase usted una agradable mañana, profesor Walker.” Las suelas de goma de los zapatos de Walker rechinaron insufriblemente al contactar con las baldosas de mármol recién pulidas mientras se aproximaba a la estantería donde se encontraban los informes del proyecto en cuya investigación estaba inmerso. Se hizo con la carpeta y la arrojó sin ningún cuidado al escritorio del despacho anexo al laboratorio propiamente dicho, como el que lanza piedras al agua del mar en una calurosa e insoportable mañana de verano sin más objetivo que pagar el dolor de cabeza causado por empalagoso hastío de la rutina contra algo incapaz de replicar. Y él, casi con la misma dejadez con que tiró la carpeta, dejó caer sus ciento veinte kilos sobre la silla giratoria, apoyando en el respaldo de la misma una capa de grasa tras la que se escondía una columna vertebral levemente escoliótica que tantos médicos habían tratando de sanar, sin éxito, durante su infancia de donuts y palmeras de chocolate. Ya sentado, con una expresión evidente de agotamiento por las extenuantes actividades realizadas, sacó del bolsillo derecho de su bata una cajita en el que podía leerse “Desayuno”. La abrió y se ajustó las bifocales para descifrar las diminutas letras grabadas en los cientos de cápsulas del interior. Cuando encontró la que decía “Muffin de arándanos light”, la situó paralela al Bluetooth de su iPhone recién cargado, aún con el cable adosado a la ranura de conexión a la batería colgando como un cordón umbilical de fibras de cobre recubiertas de macarrón de plástico blanco , lo que provocó que en la pantalla se desplegara una lista en la que aparecían, entre otra información, los contenidos calóricos del producto, porcentaje en hidratos de carbono, proteínas y lípidos, índice de colesterol y vitaminas presentes. Al leer la esperanzadora aclaración “¡Ahora, con un 30% menos de grasa, te permite mantener una figura ideal!”, el profesor Walker pensó ilusionado que su mujer estaría orgullosa de él por seguir tan a rajatabla la dieta. Acto seguido, engulló con tal avidez la minúscula cápsula que estuvo a punto de atragantarse. Una vez finalizadas aquellas tareas de aclimatación al ambiente de trabajo, enguantó en látex sus manos peludas y se protegió los ojos con las gafas de seguridad. Extrajo de la incubadora con delicadeza las placas de Petri con los cultivos bacterianos e indicó, con una voz

Upload: others

Post on 23-Mar-2020

1 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

1 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

GARCÍA LORCA 2.0

Ni el pasado ha muerto, ni está el mañana ― ni el ayer― escrito

Antonio Machado

I

El profesor Walker tecleó con exquisita minuciosidad el código de apertura de la puerta blindada de su laboratorio. El parpadeo verdoso durante una fracción de segundo del LED situado en la parte superior de la entrada, junto con la voz femenina procedente de los altavoces de al lado, indicaron que, en efecto, la contraseña era correcta. “Buenos días, profesor Walker. Son las siete y cincuenta y nueve de la mañana. Hoy es seis de julio de dos mil cuarenta y siete. Temperatura exterior: treinta y seis grados centígrados. Temperatura interior: veintiséis grados centígrados. Estado del cielo: despejado. No hay previsión de lluvia. Estado del mar: oleaje débil. Índice ultravioleta máximo: 9. Pase usted una agradable mañana, profesor Walker.” Las suelas de goma de los zapatos de Walker rechinaron insufriblemente al contactar con las baldosas de mármol recién pulidas mientras se aproximaba a la estantería donde se encontraban los informes del proyecto en cuya investigación estaba inmerso. Se hizo con la carpeta y la arrojó sin ningún cuidado al escritorio del despacho anexo al laboratorio propiamente dicho, como el que lanza piedras al agua del mar en una calurosa e insoportable mañana de verano sin más objetivo que pagar el dolor de cabeza causado por empalagoso hastío de la rutina contra algo incapaz de replicar. Y él, casi con la misma dejadez con que tiró la carpeta, dejó caer sus ciento veinte kilos sobre la silla giratoria, apoyando en el respaldo de la misma una capa de grasa tras la que se escondía una columna vertebral levemente escoliótica que tantos médicos habían tratando de sanar, sin éxito, durante su infancia de donuts y palmeras de chocolate. Ya sentado, con una expresión evidente de agotamiento por las extenuantes actividades realizadas, sacó del bolsillo derecho de su bata una cajita en el que podía leerse “Desayuno”. La abrió y se ajustó las bifocales para descifrar las diminutas letras grabadas en los cientos de cápsulas del interior. Cuando encontró la que decía “Muffin de arándanos light”, la situó paralela al Bluetooth de su iPhone recién cargado, aún con el cable adosado a la ranura de conexión a la batería colgando como un cordón umbilical de fibras de cobre recubiertas de macarrón de plástico blanco , lo que provocó que en la pantalla se desplegara una lista en la que aparecían, entre otra información, los contenidos calóricos del producto, porcentaje en hidratos de carbono, proteínas y lípidos, índice de colesterol y vitaminas presentes. Al leer la esperanzadora aclaración “¡Ahora, con un 30% menos de grasa, te permite mantener una figura ideal!”, el profesor Walker pensó ilusionado que su mujer estaría orgullosa de él por seguir tan a rajatabla la dieta. Acto seguido, engulló con tal avidez la minúscula cápsula que estuvo a punto de atragantarse. Una vez finalizadas aquellas tareas de aclimatación al ambiente de trabajo, enguantó en látex sus manos peludas y se protegió los ojos con las gafas de seguridad. Extrajo de la incubadora con delicadeza las placas de Petri con los cultivos bacterianos e indicó, con una voz

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

2 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

cavernosa, acercándose al micrófono de la pipeta, el volumen a completar. “Dos mililitros”. En una atmósfera de calculadoras, tubos de ensayo y líquidos de densidades distintas, el profesor Walker se ocupaba sin descanso de la ardua labor de dar solución a los complejos problemas planteados sobre el papel, unos problemas que llevaban cinco años en el mismo lugar y que, si nadie conseguía descifrar, permanecerían allí eternamente. Hacía tiempo que había perdido el interés por aquellos cálculos, pero seguía insistiendo con tesón en encontrar una posible escapatoria de aquel callejón sin salida. Si bien, era cierto que el proyecto había pasado de ocupar prácticamente la totalidad de su jornada laboral a unas pocas horas de esfuerzo durante el día. El presupuesto se reducía y él se estaba convirtiendo en uno de aquellos hombres agotados en ideas descritos por Cajal. Las manos del profesor Walker se movían entre el material del laboratorio con una habilidad inversamente proporcional al resto de las partes de su cuerpo, caracterizadas por una torpeza ocasionada, en gran parte, por la acelerada disposición de su organismo para el almacenamiento de grasas, le decía el médico a su madre cuando él no sobrepasaría los ocho años, obesidad de tipo uno. Y fue precisamente la pérdida momentánea de esa destreza manual el principio de todo, el primer hecho físico, únicamente precedido por el sobresalto intelectual, por el fogonazo de lucidez que dejó a Walker en un estado de rigidez pétrea que hizo que el vaso de precipitados resbalara entre sus dedos para hacerse añicos contra el suelo, así empezó todo.

II

La estilográfica de Dan Sommering sufría los constantes envites de su malhumorado dueño y, cada vez que sus bordes bañados en oro de primera ley impactaban contra el cristal de la mesa de la sala de juntas, aquella herramienta encargada de desangrarse en las firmas de contratos multimillonarios y cheques en blanco se estremecía con el quejido mudo propio de lo inerte. Thomas Karl, entretanto, leía con parsimoniosa indiferencia los titulares de la prensa local, llevándose continuamente a los labios uno de sus extremadamente largos y delgados dedos, como si los de un pianista se trataran, que perdía su elegancia al ser chupeteado con exageración por la esponjosa lengua del economista de Kansas, en su empeño por pasar hojas y más hojas sin más intención que sofocar aquel insoportable tedio que se venía produciendo cada martes a las nueve y media de la mañana desde hacía cinco años. Alexander Smith, por su parte, bostezaba sin ningún tipo de reparo a pesar de los pisotones que recibía por parte de Lisa Haywood, su compañera del departamento de Literatura Española. Y qué decir de las miradas lascivas de Jeremy Richardson, responsable del departamento de Robótica, hacia las piernas de porcelana de Umiko Takahashi, la preciosa japonesa afincada en Los Ángeles desde que terminara su tesis Datación absoluta por termoluminiscencia y decantación fotoeléctrica de las pruebas históricas. Oh, sí, el pobre Jeremy, siempre tan discreto, no como el bueno de Marcus Wilcox, despreocupado para variar de sus quehaceres en relación con la Física Cuántica y dirigiendo sus ojillos de alimaña al pronunciado escote de Umiko, estudiando al detalle el lunar situado en el borde interno del pecho izquierdo de la irresistible oriental. Y allí también se encontraba el historiador, Rufus Lee, cascarrabias y sordo como una tapia, con esa barba de dimensiones impensables hace no mucho tiempo, cuando sólo era un entrañable chavalito de complexiones atléticas y perfectamente afeitado. Yoshi Nakamura, ingeniero aeroespacial experto en materiales cósmicos, parecía el único dispuesto a aportar algo provechoso a aquella reunión de resignados al aburrimiento, no así William Evans, Doctor Honoris Causa por la Universidad de Massachusetts gracias a su Teoría de los Infinitos

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

3 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

Relativos Pseudoasintóticos, impávido, destinado definitivamente, al menos durante aquellas tres horas, a la vida de contemplación. El magnate escandinavo Dan Sommering observaba aquella escena pintoresca desde una ira reprimida. No, definitivamente, 2046 no había sido un buen año. Ni los cuatro anteriores. ¡Ni siquiera lo iba a ser este! Las metas del proyecto, junto con los millones de dólares invertidos en la mole humana de incompetentes sentada a su alrededor y encargada de llevarlo a buen puerto, se desbarataban como un castillo de naipes tras una ráfaga de viento. ¡Su proyecto! ¡Su maravilloso proyecto! ¡Una idea que había revolucionado el mundo desde el día en que se dio a conocer! ¡Su idea! Su idea se había convertido en uno de esos acontecimientos impactantes al principio pero relegados al olvido tras una trascendencia efímera y perecedera, viendo desde lejos las antenas parabólicas y los micrófonos de los entrevistadores marchar, como marchan las aves migratorias cuando los rayos oblicuos de sol calientan menos en invierno, en busca de noticias sabrosas y frescas, como rapaces visualizando su presa. ¿Y Walker? ¿Dónde narices estaba Walker? ¡Aquello ya era el colmo! Dan Sommering suspiró rendido y exhausto y decidió que aquella semana sería la última de su prolongada estancia en aquella ciudad de mansiones costeras de lujo, fiestas nocturnas y estrellas de cine. Porque eso era lo que Los Ángeles, al fin y al cabo, le había dado. Se había propuesto alcanzar el éxito con un ambicioso proyecto que se consumaría gracias a un invento capaz de superar con creces cualquier innovación tecnológica de cualquier siglo, un invento que marcaría un antes y un después en la Historia, pero las multitudinarias ruedas de prensa se habían ido diluyendo como lo hace una pastilla efervescente en un vaso de agua, quedando solamente los posos del triunfo en sueños ideales convertidos en pesadillas a las tres de la mañana, al despertar y ver que no hay nada, absolutamente nada. Y sí, ahora su mente se llenaba de angustiosos remordimientos por haber derrochado la fortuna que había heredado de su difunto padre, por ser un cincuentón cuya única compañía en la vida eran conejitas play-boy teñidas de rubio enamoradas del glamour, la fama y del rostro de Benjamin Franklin en el anverso de los billetes de cien dólares. Dan Sommering, en su intento de alcanzar la cima del mundo, había fracasado. Estaba Sommering en estas pesquisas y dilucidaciones internas cuando la puerta se abrió con brusquedad para dar paso al profesor Walker. ― ¡Lo tengo! ― gritó Walker a los cuatro vientos, con la lengua colgando como un perro, los ojos desorbitados, la bata empapada en sudor, las piernas temblando, las facciones desencajadas de puro nervio―. ¡Lo tengo!

III

El profesor Walker entró tan precipitadamente a la sala que uno de sus pies quedó retenido en el marco de la puerta, lo que provocó que sufriera una caída tan absurda como aparatosa. Ante las risas contenidas de los presentes en la sala, Dan Sommering, atusándose la perilla, trató de evitar el impulso instantáneo de descargar su irritación contra el inepto de Walker. ― Encantado de verle de nuevo, profesor Walker. Según mi reloj, llega un cuarto de hora tarde. Veo, además, que su entrada ha sido de lo más desafortunada. Siéntese y demos comienzo a la reunión. La expresión de Walker cambió de inmediato. Sus ojos de sapo se abrieron en un expresivo gesto de sorpresa. Dan Sommering, impasible, siguió caminando por la sala de juntas con gesto grave.

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

4 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

― ¡Señor Sommering! ― insistió Walker―. ¡Lo tengo! Sommering se detuvo un momento. Masajeándose la sien con brusquedad, trató de sacar un gramo de paciencia del rincón más recóndito de su cuerpo. ― Dígame, profesor Walker, ¿finalmente consiguió convencer a ese nuevo patrocinador para que le siguiera proporcionando material de laboratorio? Tengo que decirle que, por mi parte, el proyecto ha finalizado. Siento comunicarle a usted y al resto del equipo que… ― ¡El proyecto, señor Sommering! ¡Lo tengo! ¡He encontrado la solución! La sala de juntas quedó sumida en un silencio de latir acelerado de corazones a ciento cincuenta pulsaciones por minuto. El de Dan Sommering, en especial, le golpeaba las costillas con violencia para escaparse de aquel entramado óseo, salir al exterior y ponerse a dar saltos de alegría. Esbozó en su intelecto una senda imaginaria hacia la gloria mientras el profesor Walker trazaba en la pizarra dibujos y esquemas, números elevados a la enésima potencia, complejos algoritmos que salían de la pizarra para invadir la impoluta pared blanca, símbolos ininteligibles subrayados con rotulador amarillo fosforito, fórmulas matemáticas imposibles seguidas por los globos oculares a punto de estallar del boquiabierto William Evans, incógnitas despejadas y sin despejar en sistemas de ecuaciones de grados surrealistas, fracciones con un denominador común para Sommering: el triunfo, su victoria particular frente a las leyes de la naturaleza, la conquista definitiva del universo, el asalto a la eternidad, millones de artículos, de páginas, de imágenes en Internet, Dan Sommering tecleándose en la barra de búsqueda de Google, el nombre más visitado en Wikipedia, los medios de comunicación deshaciéndose en elogios hacia el rey Midas del siglo XXI, el matinal del día siguiente anunciado la noticia, trending topic mundial, la programación habitual viéndose interrumpida para dar paso a retransmisiones especiales unificadas en todas las emisoras, los beneficios multiplicándose, los ceros engordando su cuenta corriente, lo había logrado, sí, lo había logrado, Dan Sommering, natural de Sykkylven, un pueblecito noruego de menos de quinientos habitantes, se acababa de convertir en el hombre más poderoso del mundo.

IV

― ¡De modo que ese es su magnífico invento! ― dijo Sommering, señalando una suerte de láminas de neopreno de distintos tamaños con bombillas de colores que parpadeaban incesantemente. ―Una parte de él― contestó Walker―. La máquina del tiempo está ahí. El profesor Walker apuntó con el mando a distancia a la zona de la biblioteca del despacho adyacente al laboratorio. Lentamente, las estanterías se fueron abriendo, agrandándose la hendidura central de inicio. Efectivamente, la máquina del tiempo estaba ahí. ―Increíble― repuso un asombrado Sommering. Las hojas de acero que tapizaban las paredes de la máquina del tiempo desprendían un brillo especial. Se trataba de un poliedro metálico con una gigantesca puerta del mismo material, del tamaño de un armario. La codicia del rostro de Dan Sommering se reflejó en cada una de las láminas que conformaban el prisma, consiguiendo un potente efecto amplificador. ―Oh, señor Sommering, tan solo se trata de la apariencia física de la máquina del tiempo. La terminé hace meses, pero sin lo que le voy a mostrar a continuación, sería un armatoste totalmente inservible. Walker recorrió la estancia hasta llegar al lugar donde se encontraba una gigantesca urna transparente sobre una repisa, custodiando un pequeñísimo dispositivo cúbico que describía movimientos alrededor de un eje imaginario en la superficie en que había sido colocado.

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

5 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

―Le presento, señor Sommering, a la piedra angular, el corazón de la máquina del tiempo, el verdadero motor que guía las travesías hacia distintas épocas: el cofre electromagnético. Dan Sommering, hipnotizado, seguía sin perder de vista las curvas que describía el artilugio del profesor Walker. ―Si se fija, señor Sommering, el cofre electromagnético realiza el mismo movimiento de translación que lleva a cabo la Tierra alrededor del Sol. Además, la rotación del dispositivo sobre su propio eje se asemeja al que ejecuta la Tierra, con la única salvedad de que, además, el cofre incluye giros adicionales. ― ¿Y por qué dice que es imprescindible, profesor Walker? ― quiso saber Sommering. ―Señor Sommering, el cofre electromagnético alberga un sencillo sistema de transformación de un tipo de energía en otro. ¡Por Cronos, señor Sommering, qué principio tan básico, una simple transformación de energía! ¡Lo tuve delante de mis narices tanto tiempo! Walker levantó ligeramente la urna y deslizó sus párpados por la abertura, devolviendo rápidamente el objeto de protección a su posición original. ―El principio de transformación tan primordial del que le hablo consiste en aprovechar la inestabilidad y velocísima desintegración del bosón de Higgs para generar energía temporal espacial. Esa es la función del cofre electromagnético. Dan Sommering quiso comprender la serie de explicaciones que Walker le había dado en relación con la máquina del tiempo. Con el esbozo de sonrisa de aprobación propia del que no ha entendido nada, exclamó: ― ¡Maravilloso, profesor Walker! ¡Realmente fascinante! ¿Cuándo damos comienzo al viaje en el tiempo? Walker, reflexivo, premeditó una respuesta. Faltaba algo, era evidente que se requería un elemento indispensable para poder viajar en el tiempo. ― Ahora sólo necesitamos a la persona adecuada para el viaje, y tengo que decirle, señor Sommering, que estoy seguro de haberla encontrado.

V

― Eso es completamente imposible. El profesor Walker dio una profunda calada a su habano sonriendo con aires de superioridad. James Perkins, mirando directamente al científico, no pudo evitar un estremecimiento interno que salió al exterior en forma de escalofrío. En ese preciso instante, los silbidos enfurecidos del tren irrumpieron en la habitación a través de una ventana abierta de par en par. “Mañana llueve”, pensó Perkins, ladeando la cabeza en dirección al reloj de cuco del otro lado de la sala con objeto de poder huir de los ojos de bilirrubina del profesor Walker. Acto seguido, flexionó las rodillas para agacharse y tantear con suavidad los contornos de su tobillo izquierdo. “Mañana llueve”. ― Quizá yo no estaría tan seguro de lo que se encuentra dentro de su concepto de “imposible”, mi querido James ― respondió Walker, expulsando el humo entre carcajadas―. Nuestro mayor reto, sí, pero de imposible, nada. James Perkins volvió la vista hacia el profesor. Afuera, las cigarras aclaraban sus gargantas bajo los latidos del sol de julio. Walker, moviendo con insólita rapidez sus dedos gordos y grasientos, jugueteaba con los relieves del escritorio del despacho sin soltar el enorme habano que sostenía en la otra mano. Tampoco dejaba de sonreír. Perkins supuso que su temor venía de la seguridad que tenía en sí mismo y en su proyecto aquel científico gordinflón. Lo más

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

6 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

grave, sin embargo, era que había motivos para poder hacerlo. James Perkins degustó, por primera vez en aquella interminable mañana veraniega, el verdadero sabor del miedo. ― Le veo pensativo, Perkins. El calor era insoportable, pese a los intentos constantes del destartalado ventilador de refrescar el ambiente. El profesor Walker se desabrochó los dos primeros botones de la camisa, dejando al descubierto un pecho sudoroso y lleno de pelo. ― ¿Y quién me garantiza que regrese sano y salvo? ― preguntó Perkins en tono amenazante―. No se ha hecho ninguna prueba previa, ¿por qué está tan seguro de que la máquina del tiempo funcionará a la perfección? ¿Por qué tengo que ser yo su conejillo de indias? ¡¿Por qué yo?!¡Es imposible que un ensayo de este tipo, y no una misión, como usted dice, salga a la perfección al primer intento! La hiperhidrosis de las manos se añadió al titubeo de la voz, delatando el estado de nerviosismo de James Perkins. En la penumbra del despacho, protegiendo a toda costa la blancura de su piel de las zonas clareadas por el sol, el profesor Walker parecía un vampiro obeso exiliado de Transilvania condenado a tostarse en la costa sur de California. Se mesaba la barba con una lentitud desesperante, con la pesadez de movimientos característica del recién levantado, boqueando como un pez ante la escasez de aire. ― De modo que pretende que viaje al pasado para traer hasta nuestros días a un personaje capaz de revolucionar el panorama literario, ¿no es así? ― Efectivamente. Ha captado a la perfección el mensaje ― rio Walker―.Nada más y nada menos que Federico García Lorca. Se me pone el vello de punta sólo de pensarlo. James Perkins recorrió con la mirada el documento que tenía que firmar para ponerse al servicio de las majaderías del profesor Walker y, armándose de valor, tomó una decisión: ― No cuente conmigo. No pienso hacerlo. La media sonrisa del profesor Walker permaneció inalterable ante la turbación de James Perkins. Mantenía una calma fuera de lo común, guardaba un as en la manga que lo hacía inmune a los reproches de James Perkins, a su negativa de viajar en el tiempo, a la debacle que se produciría si el único hombre preparado para la proeza no accedía a sus peticiones. Sin inmutarse, siguió apelmazando la pelotilla de cera que había conseguido obtener del hurgamiento de oídos llevado a cabo sin pudor manifiesto alguno durante gran parte de aquella mañana. El cucú del reloj sonó como una reliquia del pasado en medio de un despacho exuberante en las últimas tecnologías, avisando al estómago hambriento de Walker de la proximidad de la hora de la comida. ― Señor Perkins, me gustaría recordarle que el próximo año, año de mi jubilación, el Instituto de Tecnologías Avanzadas Universe se quedará sin el que ha sido su director durante más de treinta años, quedando dicha plaza vacante para el heredero que yo mismo me encargaré de designar. Tal vez sea usted, James Perkins. O tal vez no…

VI

El coqueto jardín previo al pasillo en que se hallaba la entrada al laboratorio del profesor Walker acogía a la muchedumbre propia de los días marcados con una equis en calendario. Los informativos de televisión se agolpaban sin dejar un milímetro cuadrado en el que poder moverse con libertad, con reporteros micrófono en mano y cámaras preparadas para inmortalizar los instantes previos al minuto de oro televisivo del año. La aglomeración de periodistas de cada cadena despachaba a los miembros de las adversarias a codazos para conseguir una posición privilegiada en el limitado espacio reservado para la prensa

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

7 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

internacional, haciéndolo con tal ímpetu que una linda alemana de rubia cabellera con aires de modelo fue a parar al interior la fuente del patio, bloqueando momentáneamente el flujo de agua al quedársele atascado uno de los tacones en el surtidor. El murmullo atronador en aquella torre de Babel de nacionalidades acallaba incluso la competición de cláxones puesta en marcha en una autovía que registraba atascos kilométricos. Las luces de neón de Los Ángeles, en la distancia, se desvanecían entre los dedos de la madrugada. Una oleada de flashes anunció la llegada de los tres protagonistas del evento mundial. Dan Sommering, caminando con altanería, lograba abrirse paso entre la multitud, no sin aprietos, precedido por tres escoltas que superaban con creces los dos metros de estatura; el profesor Walker, detrás, con una inquietud patente en el tic nervioso de su labio inferior, charlaba animadamente con los cinco científicos de su equipo. Y, por fin, el elegido. Un clamor general se extendió en los alrededores del jardín y de todos los hogares del planeta con la televisión encendida cuando James Perkins, aislado del resto del grupo, emergió de la marabunta. Una vez superada la dificultad de escabullirse con integridad de las garras de los medios de comunicación, la comitiva alcanzó la reluciente puerta giratoria del edificio principal del Instituto de Tecnologías Avanzadas Universe. Un aura de satisfacción envolvía la zona por la que Dan Sommering deambulaba con excitación a la espera de que el profesor Walker se decidiera a marcar el código de acceso al laboratorio. ― ¡Ácido acetilsalicílico! Fue lo primero que dijo Walker, exigió, más bien, nada más terminar de programar las coordenadas físicas donde debía aterrizar la máquina del tiempo, ante los rostros de asentimiento de su cuerpo técnico, como si tal palabra supusiera un dogma fundamental para la puesta en marcha del proceso. ― ¡Bentley! ― vociferó el profesor Walker ―. Acérquele a James Perkins una aspirina de la caja de veinte comprimidos que adquirimos ayer en la farmacia. El científico adjunto de Walker se apresuró a cumplir la orden que su superior le daba. La palma de su mano se abrió para exponer a Perkins una pastilla blanca con un surco en la mitad y la cifra 0,5 grabada. ― ¿Por qué? ― preguntó James Perkins. ― Sólo por precaución. Aunque el viaje en el tiempo durará milésimas de segundo en términos absolutos, su cuerpo experimentará la sensación de haber estado viajando al pasado durante décadas. Al permanecer estático en la máquina del tiempo, se podría correr el riesgo de que se le formaran trombos sanguíneos. Sin más dilación, observando las cifras radiantes del computador, 1936, año en el que se encontraría tras la travesía temporal, James Perkins subió el último peldaño que lo separaba de la máquina del tiempo. Una vez dentro, descubrió un compartimento asfixiantemente estrecho que albergaba, prácticamente en su totalidad, sistemas de control desconocidos para él. ― No se preocupe ― señaló el profesor Walker―. Los técnicos se ocuparán de eso desde la cabina de mandos. Sus cinco sentidos tienen que estar puestos en otra cosa. Lo dijo mientras acariciaba los perfiles del mango de una rudimentaria palanca que desentonaba con el aspecto astral de los restantes elementos. ― La máquina del tiempo sólo resistirá dos viajes: el de ida y el de vuelta. El desgaste impide que se pueda realizar algún viaje más. Tenga en cuenta que, cuando accione la palanca, la nave regresará a este mismo lugar, sin posibilidad de volver a poder ser utilizada. La cápsula se cerró con un crac hermético. En el interior del habitáculo, el cofre electromagnético comenzó a girar en una espiral de cientos de revoluciones. La máquina del

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

8 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

tiempo se evaporó en el laboratorio del profesor Walker dejando un rastro de humo en su estela hacia otro tiempo.

VII

La mirada ausente de Federico García Lorca se depositó durante unos segundos en los contornos temblorosos del rostro de Rafael Martínez Nadal. El humo del cigarrillo que sostenía Lorca entre los dedos dibujaba formas inverosímiles en el cielo oscuro de una noche de julio madrileña de farolas parpadeantes y mujeres ataviadas con mantón, y no por gusto, sino porque esa noche refrescaba de veras. ― Lo sigo sin entender, Federico, te juro que me cuesta entenderlo. Federico dio una calada al cigarrillo e hizo una seña al camarero para que se acercara. “Dos güisquis, por favor”. Las gafas de sol la señorita de la mesa 15 escondían, sin duda unos ojos azules. Al menos, eso creía Federico y así se lo hizo saber a Rafael. ― Oh, Federico, deja tus jueguecitos por una vez, esto es un asunto serio. ¡Me acabas de llamar para decirme que te vas a Granada! ¡Así, sin más! Al menos piénsatelo un poco, Federico. Esta noche cenamos todos tranquilamente en casa de Carlos Morla, coméntalo allí, pensarán lo mismo que yo. ¡Es precipitada! ¡Esta decisión repentina que estás tomando es precipitada! La acera contaminada por el aliento del tráfico se llenaba de las colillas que Federico García Lorca, una vez apagadas en el cenicero, dejaba caer al suelo. Quizás aquello fuera un acto instintivo, no premeditado, pero lo cierto era que el camarero que traía los dos güisquis echó a Lorca una mirada de reproche. ― Rafael, me voy a Granada esta misma noche, no hay nada más que hablar. No había estrellas en el cielo. Menuda bobada, ¡claro que no había estrellas en el cielo! No se veían estrellas porque estaban en pleno centro de un Madrid colmado de edificios tristemente grises, pero Federico estaba seguro de que no se veían las estrellas aquella noche por la densa capa de humo situada a modo de atmósfera en la mesa 14, su mesa, originada por los cientos de pitillos que él mismo consumía con una rapidez vertiginosa. ― ¡Pero eso es una locura! ¡¿No te das cuenta de que es una locura?! Las manos inquietas de García Lorca moldearon los retazos de una servilleta previamente usada con fines papirofléxicos, retomando la labor ingeniera de remodelar el barquito de papel anteriormente fabricado. Sorbió el güisqui con vehemencia, sin vacilar, ardiendo de sed. ― Primero fue Castillo, de la Guardia de Asalto, acribillado a tiros por unos pistoleros fascistas. Como represalia, más tarde, asesinan al líder de la derecha antirrepublicana, Calvo Sotelo. ¿No te das cuenta, Rafael? ¡Estos campos se van a llenar de muertos! ¿Qué consigo quedándome en Madrid? Me voy, Rafael, me voy a Granada y que sea lo que Dios quiera. ― Federico, sólo te digo que lo pienses, que lo pienses sólo un poco. Aquí, en Madrid, estamos todos tus amigos. Además, tú mismo lo dijiste, en Granada se encuentra la peor burguesía de toda España. ¡Irán a por ti, Federico! Lorca guardó silencio. ― ¿Y Méjico, por qué no Méjico? Margarita Xirgu está teniendo gran éxito con tus obras. A estas horas, a buen seguro, estará representando Bodas de sangre o Yerma en el Teatro del Palacio de las Bellas Artes de Ciudad de Méjico. Federico dejó descansar las manos sobre la mesa y fijó la vista en ellas. Luego, en un tono de voz firme y pausado, contestó:

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

9 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

― ¿Y qué hago yo en Méjico, Rafael? Lo mejor es que me vaya a Granada, a la Huerta de San Vicente, como hago todos los veranos. Mi familia ya está allí, esperándome. Sin dar tiempo a la réplica, Lorca saltó de la silla, agarró su maleta con frenético ímpetu y depositó sobre la mesa un billete arrugado. ― El tren sale a las nueve. Esa fue la única explicación que dio de su acelerada marcha antes de fundirse en un abrazo fraternal con su amigo Rafael, un contacto físico cuya duración trató de acortar por todos los medios, intentando evitar el sentimentalismo y el llanto fácil, una despedida que se prorrogó durante instantes de incomodidad, de emociones reprimidas, nunca fue sencillo decir adiós, volveremos a encontrarnos pronto, muy pronto, Rafael, esto no dura más de una semana. Saludó al taxista con un movimiento de cabeza y pronunció unas palabras que, desde la distancia, Rafael Martínez Nadal jamás pudo averiguar, A la estación de Atocha, algo parecido debió decir. Nunca volvió a verlo.

VIII

James Perkins contempló el rectángulo azul del cielo de la noche a través de la ventana de la máquina del tiempo, experimentando una sensación en el estómago similar al revoloteo incesante de mariposas que, de vez en cuando, posaban sobre las vísceras sus patas finas y velludas, avivando un cosquilleo vibrante. La mezcla explosiva de excitación, mareo e indisposición general generada posiblemente por la ingesta de algún alimento en mal estado fue la causa principal de la arcada violenta que le dejó un sabor de boca de fuego ácido. Lo primero que apreció al descender de la máquina del tiempo, desgastada en su conjunto como había vaticinado el profesor Walker, fue el frío de la madrugada penetrando hondamente en su pecho, fruto del cual surgió como de lo más profundo de sus entrañas una tos bronquítica y desgarrada. Luego, en sus pupilas se fijó la imagen convexa y duplicada de un olivo retorcido y centenario, desafiante de las leyes de la gravedad al permanecer sus raíces ancladas vertiginosamente a una ladera de pendiente empinada. Los demás árboles, perfectamente alineados en filas que continuaban más allá de donde la vista alcanzaba, parecían juzgar con crueldad la posición aislada de su compañero descarriado, que había venido a nacer en dicho lugar por los caprichos de un viento aficionado a repartir arbitrariamente por el campo las semillas destinas a germinar. Una luna de níquel vigilaba la ciudad que se alzaba a sus pies. Los contornos de los edificios danzaban trémulamente en compañía de las primeras luces del alba, como espejismos oscilantes descubiertos desde las arenas de un desierto. Anduvo con paso cauteloso pero firme durante un tiempo indefinido por los alrededores del territorio donde había aterrizado, hasta que, en un espasmo involuntario de precaución, rastreó de arriba abajo el área cuya hegemonía ostentaban olivos, malas hierbas y jamargos, en busca de algún par de ojos furtivos que pudieran haber avistado la llegada de un objeto pseudocósmico salido de la nada. No había nadie. James Perkins deslizó las yemas de los dedos sobre la pantalla táctil de su Smartphone y, tras las direcciones aparentemente aleatorias que seguían su índice y anular, en un chasquido de ilusionista haciendo desaparecer un conejo albino de orejas rosadas y puntiagudas sacado instantes antes de una chistera de fieltro, la máquina del tiempo se desvaneció y, en el solar en el que se había posado como un pájaro gigantesco que incuba sus huevos sin despegar las plumas de su nido, los hierbajos secos, delatores de la presencia de un algo anterior reposando encima de ellos, quedaron aplastados. Fue exactamente en esa

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

10 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

superficie donde desplegó un mapa arrugado de la ciudad, Granada, 1936, en letras góticas en una de las esquinas, acompañando a la escala, y un rombo parpadeante moviéndose en una de las casillas del mapa cuadriculado, Federico García Lorca, dijo, rodeando la casilla con rotulador fluorescente, el jardinero regando los jazmines y los dondiegos, Vicenta Lorca charlando con su marido en la cocina en la que una de las doncellas preparaba tostadas con aceite para el desayuno, el café hirviendo en tazas de porcelana, Federico García Lorca durmiendo en posición fetal, brazos y piernas encogidos adaptándose a la estrechez de un vientre materno imaginario, abrazando la almohada, Ampliar imagen, los labios moviéndose para emitir palabras mudas, la respiración agitada, el pelo alborotado, la almohada apretándose contra su pecho, más fuerte, contra su pecho, un mal sueño, tan solo un mal sueño, Zoom, el lunar junto a una de las patillas perfectamente perfiladas, un rasguño en la barbilla, la herida sin cicatrizar del dedo meñique. Las escenas acontecidas en la Huerta de San Vicente a la hora del aterrizaje de la máquina del tiempo se disiparon con un Cerrar. Dobló el mapa inteligente hasta que éste adquirió las dimensiones de un sello. El canto del gallo inauguró los bostezos de un sol que madrugaba para dar el relevo onírico a una luna trasnochadora merecedora de descanso. Las huellas de las pisadas de James Perkins dejaron surcos más profundos en la tierra mojada cuando decidió acelerar el paso.

IX

Las llantas de un Ford Model A invadían la acera desierta del Camino de Ronda, en la que unos gorriones picoteaban migajas de pan en el lugar en el que habían estado hace unas horas las mesas plegables de un bar cuya entrada permanecía ahora oculta tras persianas de aluminio. James Perkins, sentado en un banco de cara a la carretera, pasaba diapositivas con texto a pie de página en la pantalla de su Smartphone. Federico García Lorca con Constantino Ruiz, director de “El Defensor de Granada” y amigo – 14 de julio de 1936, en la llegada del poeta a Granada; Lorca en su cuarto de la Huerta de San Vicente, junto a un ejemplar de La casa de Bernarda Alba – 23 de julio de 1936; Gabriel Perea Ruiz, casero de los García Lorca, detenido en la Huerta de San Vicente ante la mirada atenta de Lorca – 1 de agosto de 1936; Lorca en casa de Luis Rosales – 11 de agosto de 1936; Lorca, detenido en la mañana del 14 de agosto de 1936. Las fotografías se sucedían en una retahíla de fechas trascendentales para el transcurso del relato de la vida de García Lorca. Sí, al fin y al cabo, era eso a lo que se enfrentaba: un relato, un cuento con principio y final, una historia que se sabía de memoria, un déjà vu permanente cuyo desarrollo invariable él mismo se encargaría de quebrantar en algún momento, un instante crucial en el que el desarrollo lineal, previsible, sin sobresaltos, tornaría en un avance alternativo, un giro de ciento ochenta grados que evitaría la muerte del poeta en el período señalado, una narración truncada en un tiempo para terminar de escribirse en otro distinto, inconclusa, sin perfilar, inacabada, la historia de Federico García Lorca no tenía un final fijado de antemano, mors certa, sed hora incerta, cualquier final era posible excepto la muerte a manos del bando Nacional de la Guerra Civil española, 19 de agosto de 1936, los dígitos tatuados en la piel de la Historia borrados con el láser del viaje en el tiempo, el pasado burlado, la muerte vencida, datos erróneos intentando ser subsanados en los manuales de literatura, biografías obsoletas llenas de polvo colmando estanterías de bibliotecas centenarias, 19 de agosto de 1936, la fecha ausente en el certificado de defunción de Lorca, conmemoraciones de muerte sustituidas por aniversarios de resurrección, de vuelta a la vida, García Lorca 2.0 en las luces de neón de los teatros de Brodway, los vítores de fondo en las

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

11 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

salas repletas de gente del Dolby Theatre de Los Ángeles, Dan Sommering proclamado por unanimidad el hombre más influyente del planeta, tempus fugit, el tiempo vuela sin poder escapar de la jaula de los siglos. Las notas de la sinfonía número quince de Bach esculpidas por un gramófono Columbia llegaron hasta los oídos de James Perkins como una leve música celestial, casi inapreciable, de ondas sonoras difuminándose en el aire, siendo arrastradas por el céfiro hasta las inmediaciones huérfanas de habitantes de los caminos rurales por donde el viajero del tiempo pasaba como un forastero en un paraje desconocido rico en maizales y plantaciones de tabaco. La repentina aparición de algunas viviendas aisladas, casas blancas surgiendo espontáneamente de las tierras de la vega granadina, coincidió con el aumento de la nitidez acústica de la armónica composición, además de con el inicio de un pitido ensordecedor procedente de uno de los sensores del mapa inteligente. Las rejas de la verja de entrada a la Huerta de San Vicente, cubiertas parcialmente por una planta de jazmín que desprendía un aroma hechizante, dejaban ver la hiedra y otros arbustos trepadores que asfixiaban la residencia de verano de los García Lorca desde la base hasta las últimas tejas de un tejado vigilado desde las alturas por el Generalife. Alguien corrió el visillo de una de las ventanas para descifrar la identidad de quien llamaba al timbre. Fue entonces cuando lo vio por primera vez en carne y hueso, entornando los ojos con dificultad evidente para ver de lejos, luciendo una camisa remangada hasta los codos, Federico García Lorca, estudiando la apariencia del extraño, enunció un escueto “buenos días” dirigiéndose a un James Perkins que aún mantenía el dedo índice en el pulsador eléctrico.

X

Buscaba una mirada de terror, pero Federico García Lorca sonreía ajeno a las espantosas desdichas de su porvenir. James Perkins escudriñaba el semblante sereno del poeta, tratando de encontrar un mínimo esbozo de pánico quiescente en el más recóndito rincón de su alma. Pero, sobre todo, buscaba unos ojos, una mirada, una señal inequívoca en los ojos que le hiciera saber que Federico era consciente de lo que se le venía encima, buscaba en un iris de ámbar el miedo a la muerte, el sufrimiento eterno del hombre destinado a convertirse en una víctima más de los fusiles, la desesperación, la locura desenfrenada, la necesidad de escapar, el ritmo cardíaco acelerándose en unas pupilas en midriasis alertas al espanto, al dolor, la pesadilla haciéndose realidad, el intento desesperado de separar el párpado superior del inferior para despertar del sueño. Los dedos de Federico se deslizaban a un ritmo de vértigo por las teclas del piano, los ojos ingenuos atentos a la partitura, un do sostenido tapando los acordes de la muerte, la sospecha ausente en los ojos, el temor sin brotar. ― ¡El gran James Perkins! ― la melodía se vio interrumpida ―. ¡Tengo el honor de disfrutar unas horas de la presencia del gran James Perkins, periodista del New York Times que ha venido a Granada sólo para oír las notas de un piano tocado por un modesto servidor! James Perkins se ruborizó al escuchar de nuevo la mentira que había salido de sus propios labios nada más sobrepasar la cancela de la Huerta de San Vicente. El amor y la muerte en la poesía de Lorca, ese era el título de la presunta crónica que acapararía siete de las ocho páginas de la sección “Cultura” del prestigioso diario neoyorquino. El cristal de la copa de vino tintineó al contacto con las uñas de Lorca, una copa reluciente que el poeta depositó junto al atril del piano mientras acercaba a uno los bordes adornado por una rodaja de limón famélica de la copa de James Perkins, aún con las marcas húmedas de los labios, la corona de la botella de White-Label, vertiendo el escaso contenido

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

12 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

de la misma en su interior, pese a las expresivas negativas de Perkins, los posos de limón suspendidos en la transparencia del alcohol, la manecilla correspondiente al segundero controlando las invariables sesenta pulsaciones por minuto del reloj de pared, el óxido corroyendo el marco tallado de la cornucopia, un cuadro presidiendo la cabecera de la cama, A Federico G. Lorca, esta estampa del sur en la inauguración de nuestra amistad -Rafael Alberti- 1924, el Cristo de metal venciendo los impulsos de mostrar una mueca de dolor descontrolado en el crucifijo de ébano. No hay miedo en su cara. James Perkins se sorprendió de sus propias palabras, unas palabras que ni siquiera sabía si había pronunciado en voz alta como reafirmación de la certeza de sus pensamientos o permanecían ocultas en el secreto de la mente. No hay miedo en su cara. La negación rotunda, sin titubeos, no había miedo en su cara, pero tenía que estar escondido en alguna parte de su cuerpo, dentro o fuera, un gesto, un simple gesto, el miedo robando el oxígeno a la sangre de las arterias, el miedo apoderándose del cerebro, el miedo comprimiendo la campanilla para interrumpir la articulación del sonido. Buscaba el miedo en sus ojos, James Perkins buscaba el miedo en los ojos de Lorca. No hay miedo en su cara, las palabras nunca dichas, quizá susurradas, clamadas a los cuatro vientos, quién sabe, obtuvieron respuesta y, por vez primera, el miedo anidó en las frases de Federico. ― Por la noche se oyen los cañonazos ― musitó García Lorca con tristeza ―. Empiezo a dudar de si estoy seguro aquí. Estamos en casa, rodeados de amigos por todas partes, en las huertas vecinas, pero no sé. No sé si estoy seguro aquí. No he hecho nada, pero aquí matan sin motivo, sólo por ser republicano. El olor del miedo se mezclaba con el del White-Label. Dos hombres callados presenciaban en primera fila la teatralidad del silencio, de una tragedia española recién estrenada interpretada por hombres pisando calaveras de hombres. El primer cañonazo sonó lejano, como en otra galaxia, dejando restos de pólvora sideral en las masas de aire. Y después vino el segundo, con un bufido detonante, precediendo a la estampida de proyectiles candentes, más cercanos esta vez, describiendo parábolas mortales en la quietud humeante del cielo. Fue durante esos instantes de silencio cuando James Perkins decidió usar el potente sedante en Lorca, zolpidem, leyó en la etiqueta pegada a la jeringuilla, pero, de pronto, en una sacudida de perspicacia, la bombilla del ingenio iluminó las ideas del poeta, que salió corriendo de la habitación como alma que lleva el diablo. ― ¡Ya lo tengo! ¡Luis Rosales! ¡Iré a casa de Luis!

XI

Descolgó la última camisa de la percha y la introdujo pulcramente doblada en la maleta de de jirones de piel colgante sin perder de vista al autor de las fechorías sobre el cuero, un gato siamés de bigotes rizados con cara de no haber roto nunca un plato que circulaba libremente por el alféizar de la ventana enrollando su cola aterciopelada en los postigos de hierro. Al otro lado del cristal, la figura de James Perkins, ligeramente disminuida a causa de la altura desde la que era observado, surgía con los brazos apoyados en una solitaria mesa circular. Más cerca de la habitación en la que se encontraba Federico García Lorca, una salamanquesa se deslizaba como impulsada por espasmos eléctricos por la superficie desconchada de la pared del jardín. Describía eses alargadas, casi interminables, en dirección a una de las farolas del patio en la que revoloteaban coleópteros y mariposas nocturnas, la misma farola que proyectaba la sombra de James Perkins en la pantalla de cal de la que no se despegaba el abdomen de la salamanquesa en busca de los suculentos manjares insectiles.

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

13 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

García Lorca bajó los sórdidos escalones de la segunda planta y se detuvo un instante, vacilando, ante las cortinas de cadena que daban acceso al exterior. El rumor metálico con que las atravesó duró más de lo que él habría querido pero, aun así, aquel sonido transgresor del silencio no fue suficiente para que James Perkins se percatara de su presencia, tan invisible ahora como cuando lo vigilaba desde la ventana con la nitidez otorgada por unas lentes de contacto a unos ojos miopes incapaces de divisar el mundo a una distancia de más de dos metros. Intente evitar pasar largos períodos de tiempo frente a la pantalla del ordenador o de la televisión, le aconsejó el oculista. Sky Optical, esas palabras anglosajonas fueron las primeras que Federico leyó con una claridad pasmosa con unos ojos nuevos, unos ojos nuevos, así se lo confesó al oculista. James Perkins fue consciente del momento exacto en el que se extinguió la vida de un mosquito merodeador de las proximidades de la farola. Una de sus alas, quebrada y llena de saliva, era el único resto que sobresalía de la boca cerrada de la salamanquesa, que masticaba en silencioso deleite a su crujiente víctima. Una mano se posó en su hombro instantes después de que el reptil se tragara a su presa, una mano fría, un gélido contraste con la tibieza del aire nocturno, una mano que le apretó sin llegar a oprimir con excesiva presión, la necesaria para tantear con una delicadeza enérgica los límites de su clavícula. Un Lorca pletórico ofrecía la más espléndida de sus sonrisas y Perkins también se vio afectado por la picadura del entusiasmo. ― Me encantaría enseñarle, James, un divertidísimo e ingenioso juego que aprendí durante mi estancia en la Residencia de Estudiantes. ¡Juguemos a los anaglifos! Le explico. Un anaglifo se compone de tres partes: la primera es un sustantivo repetido dos veces, el que se desee; la segunda, invariablemente, debe ser “la gallina”; por último, la tercera parte contiene un elemento disparatado, lo que se le ocurra de repente, sin pensárselo, y cuanto más raro suene, mejor. Por ejemplo, empiezo yo:

James Perkins, James Perkins, la gallina…

¡y los viajes en el tiempo!

El Smartphone de James Perkins golpeó la mesa con un estruendo sutil, controlado en todo momento por la mano que lo sostenía, la de Lorca, que se abrió para dejarlo caer con elegancia, la que le faltó a Perkins para abalanzarse por el objeto, yendo a esconderlo precipitadamente en un lugar inaccesible para los ojos de Federico, un gesto absurdo, realmente absurdo, porque esos ojos ya habían visto lo que tenían delante, las palmas de sus manos habían experimentado el contacto helado de la carcasa, los relieves del teclado alfa-numérico, de la pantalla táctil bloqueada. ― Lo que más me importa es vivir. Vivir en el presente. Las palabras de Federico García Lorca se diluyeron en el murmullo estancado de la fuente del patio, el bombeo de agua, las gotas cayendo desde bordes de granito rebosantes, los excrementos de pájaro manchando la ornamentación de piedra. Todos los sentidos se entumecieron y, todavía con el Smartphone prisionero de sus dedos, James Perkins se desplomó en el suelo de la Huerta de San Vicente.

XII

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

14 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

Cuando despertó, James Perkins hizo un esfuerzo sobrehumano por adaptar la vista a la luz tenue y mortecina por la que se veía inundado. La habitación era de lo más normal, al menos antes de que alzara la cabeza para buscar un techo, a priori, inexistente. En especial, aquel vacío desolador e infinito en la parte superior de la estancia le provocó un pánico desgarrador, porque, evidentemente, aquel lugar no le sonaba de nada; ni siquiera sabía cómo había llegado hasta allí. Saltó de la cama a un suelo de azulejos hexagonales y corrió en dirección a una puerta inexpugnable cerrada a cal y canto. La golpeó sin éxito, intentando derribarla o captar la atención de alguien. Sumido en la confusión y conteniendo unas ganas casi irreprimibles de gritar, mantuvo la calma respirando hondo y estudiando al detalle la composición de aquel habitáculo sin techo. Unas paredes color crema flanqueaban el recinto en el que el viajero del tiempo se encontraba. Poco después, cayó en la cuenta de un tétrico detalle: el color crema no era exclusivo de las paredes, sino que todo lo presente en la habitación poseía esa tonalidad. El escaso mobiliario consistía en una mesita de noche con una lámpara encendida sobre ella y un perchero de madera en el que colgaban las prendas de vestir de Perkins, porque él iba en pijama. Alguien, inexplicablemente, se había encargado de cambiarle la ropa que llevaba puesta por un sencillo pijama de verano, por supuesto, color crema. El cabecero de la cama donde llevaba durmiendo quién sabe cuánto tiempo tenía incrustados motivos florales, así como el taburete situado en una de las esquinas de la habitación. Un cuarto de baño improvisado carente de límite alguno con el dormitorio aparecía compuesto por un inodoro anticuado y un lavabo con una toalla, una ducha con cortinas desgastadas y un espejo pasado de moda en el que vio reflejado su rostro demacrado y preso del miedo. Se percató de que, a sus espaldas, había una ventana de persianas bajadas que filtraban a través de sus agujeros los rayos de sol de fuera, proyectando múltiples halos luminosos de diminutas partículas de polvo en suspensión. Trató de abrirlas precipitadamente y se topó con unas rejas de acero remachado que se enredaban entre sí componiendo formas extrañas que cercaban lo que habría podido ser una huida alternativa. En el exterior, un sol radiante reinaba con el azul del cielo como fondo. Las nubes caminaban a paso lento impulsadas por una suave brisa que también mecía la lavanda, porque eso era lo único que se veía: campos interminables de lavanda por todas partes, hasta el horizonte. Nada más. Contemplaba absorto las líneas de tierra que dividían hileras púrpura hasta que un escalofrío le hizo volver a la realidad. El silencio era sobrecogedor y el paisaje se alzaba con la quietud propia de lo fantasmagórico. La siniestra calma en aquella habitación ocre parecía el preludio de una tempestad, de una tragedia en toda regla. Se quitó las sábanas de encima y se levantó de la cama. Su cuerpo estaba empapado en sudor frío y la cabeza le daba vueltas; notaba esa misma sensación de jet lag que había experimentado días antes, cuando viajó en el tiempo. ¿Días antes? Parecía irónico utilizar aquella expresión cuando no tenía la más remota idea del tiempo llevaba durmiendo en la cama, o, simplemente las horas, días, tal vez meses que había permanecido en aquel lugar macabro, lo único que recordaba era haber viajado casi ciento cincuenta años atrás, al pasado, para rescatar a un poeta que se negaba a abandonar la época a la que pertenecía. Surrealista, ¡era tan surrealista! Quizá todo fuera un sueño. Aquella habitación tenía que ser una simple ilusión, un espejismo fruto de su imaginación por el cansancio acumulado tras el viaje en el tiempo. ¿Y el viaje en el tiempo? ¿Acaso el viaje en el tiempo era real? ¿Dónde estaba García Lorca? Embriagado por la duda, James Perkins trató de pellizcarse para poder despertar en su acogedora casa de campo en California y oler las tortitas de mantequilla y mermelada de frambuesa recién hechas, pero, desafortunadamente para él, la pesadilla sólo acababa de comenzar.

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

15 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

Una sed terrible invadió su garganta seca y, como por arte de magia, descubrió un vaso, previsiblemente de agua, en el rincón de la puerta sobre la que con anterioridad se había abalanzado. Sin pensarlo dos veces, comenzó a beber con ansiedad el contenido del mismo. La boca se le llenó de un líquido viscoso y burbujeante. Cuando le llegó a la campanilla, sintió náuseas, pero siguió tragando. Luego, todo oscuro, muy oscuro. Negro.

XIII

Al despertar, lo primero que vio fueron las mejillas hundidas buscando la calavera de de un hombre de semblante severo y ojeras notorias que, seguramente, aparentaba más edad de la que supuestamente debía de tener. El elegante traje de chaqueta que llevaba contrastaba con su cabello enmarañado gris, casi blanco, que necesitaba urgentemente un pelado. Se diría que acababa de llegar al trabajo sin pegar ojo después de una noche de copas. ― Disculpe mi aspecto― dijo aclarándose la voz―. He tenido una serie de percances esta mañana y… El hombre advirtió la mueca de sorpresa en la peculiar fisonomía de James Perkins. Luego, apartó el florero con rosas de plástico de la mesa de su despacho y se dirigió a él: ― Oh, lo siento, esto debe de ser chocante para usted. Mi nombre es Gareth Worthintong y, a continuación, voy a formularle una serie de cuestiones. No se preocupe si ignora su respuesta o no las entiende, simplemente, limítese a contestarlas lo mejor que sepa. James Perkins notó que el sofá de cuero en el que descansaba estaba decolorado y era incómodo. Una enorme caracola hacía las veces de pisapapeles en el escritorio que tenía al frente. Unos cuadros horteras y torcidos eran la única decoración de un despacho que hacía juego con la fachada perdularia de su ocupante, además de una serie de fotografías en blanco y negro adheridas a la pared por tiras de celo desgastadas ubicadas tras la silla giratoria en la que reposaba el enorme trasero de Gareth Worthington. En la mayoría ellas aparecían dos niñas de no más de diez años, muy parecidas físicamente, gemelas o mellizas, las hijas de Worthintong, seguramente. Además del propio Gareth Worthington, unos años más joven pero con ese característico aspecto desaliñado, era frecuente en aquellas imágenes la presencia de una mujer de pelo corto, probablemente su mujer, muy sonriente. ― Bien, comencemos: ¿es usted James Perkins? ― ¿Cómo? ― Digo que si es usted James Perkins. ― Sí, claro que sí, soy James Perkins. Pero, ¿dónde estoy?, ¿cuánto tiempo llevo en este lugar?, ¿qué significa… ― Le garantizo que esos interrogantes se le van a aclarar, pero todo a su debido tiempo. Por ahora, restrínjase a responder las preguntas que le vaya planteando. Perkins, inquieto, cambió de postura en el sofá. ― Está bien, James Perkins. ¿Tendría la amabilidad de deletrearme su nombre? ― J-a-m-e-s P-e-r-k-i-n-s. Sigo pensando que esto es absurdo y que… ― Por favor, toque con su mano derecha su oreja izquierda. James Perkins, atónito, hizo lo que Worthington le pedía. ― Eso es. Dígame el nombre de tres países de Europa. ― Francia, Dinamarca, Suecia. ― Tres palabras que empiecen por la misma letra. ― Jardín, jazmín, jerga. ― ¿Ha notado algún cambio de importancia en su personalidad desde que despertara?

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

16 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

― No, pero sí que me he encontrado algo indispuesto debido a la sensación de mareo y malestar general. Además, al beberme un vaso de lo que yo creía que era agua…

XIV

―Suficiente, James Perkins. No, no piense que soy médico o algo parecido. El test de inicio que la acabo de hacer es necesario para comprobar la integridad física y mental de los sujetos sometidos a dicha prueba. Se habrá dado cuenta de que su habitación tiene tonalidades de color sencillas y tranquilizadoras a la vista y que, además no posee techo. No es raro que, tras un viaje en el tiempo, el individuo muestre graves trastornos en la capacidad psicomotora o alteraciones psíquicas tales como la esquizofrenia, delirio, fobias de diverso tipo, e incluso… ― ¡¿Dónde estoy?! ― preguntó Perkins en un aullido lastimero. ― Por favor, no me interrumpa. En su caso, James Perkins, en principio no parece haber ningún tipo de las patologías que le acabo de mencionar. Ha estado tres días en observación en su habitación y, salvo la agitación propia del que no sabe lo que hace en un lugar como éste, sus resultados han sido negativos en cuanto al ítem “Enfermedad causada por el viaje en el tiempo”. James Perkins agarró con fuerza uno de los cojines del sofá. Aquello era demasiado. ― Para saciar su curiosidad, James Perkins, le diré que nos encontramos en el Centro de Reposo del Tiempo. Se trata de un sitio atemporal y sin una localización concreta en cuanto a la dimensión espacial se refiere. Nuestro cometido aquí es devolver a la normalidad las modificaciones realizadas en el tiempo, así como juzgar y poner medida a cada uno de los casos aislados o relacionados que acontecen, buscando siempre la solución óptima en cada uno de ellos. Pasemos, pues, a la segunda fase de los trámites necesarios para la cumplimentación de su expediente. Perkins, agazapado en el sofá incapaz de articular sonido alguno, tenía las pupilas clavadas en los movimientos de boca de Worthington al pronunciar cada palabra, intentando encontrar en sus labios una sonrisa contenida, un atisbo mínimo que le permitiera deducir que aquello sólo era una broma pesada que se les estaba yendo de las manos y estuviera a punto de desembocar en un feliz día de los inocentes, cariño, vaya si te lo has tomado en serio, bobo. Se reiría, oh, sí, James Perkins se reiría de lo lindo al escuchar esas palabras, ¡maldita sea, sois todos unos canallas!, diría entre carcajadas cuando, de un momento a otro, hicieran acto de presencia todos los partícipes. ― James Perkins, ¿ha viajado alguna vez en el tiempo? ― preguntó Worthington, interrumpiendo el vendaval de pensamientos y suposiciones de Perkins. ― Sí ― afirmó Perkins saliendo de su ensimismamiento. ― ¿Declara, James Perkins, haber realizado un viaje al pasado desde el año 2047? ― Sí ― confirmó Perkins. ― ¿Viajó al año 1936 con el objetivo de trasladar consigo a un reconocido personaje al año 2047? ― Sí. Debo decirle que sigo sin encontrarle lógica a este juego y me estoy empezando a cansar de… Gareth Worthington arqueó las cejas. ― ¿Un juego? Me parece, querido amigo, que aún no lo ha entendido: James Perkins, usted está retenido en el Centro de Reposo del Tiempo por ser un criminal potencialmente peligroso.

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

17 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

― ¿De qué me habla? ― Haga memoria, James Perkins: viajó al pasado para llevarse al mismísimo Federico García Lorca a su tiempo, intentando utilizar para sus propósitos potentes anestésicos. ― ¡Yo nunca llegué a utilizarlos! ― Tenga en cuenta, que, igualmente, el simple hecho de viajar en el tiempo con fines modificativos del curso natural de la Historia ya es en sí mismo un delito. La agresividad de James Perkins iba in crescendo por minutos. La medicación, concluyó Worthington sacudiendo la cabeza, atribuyendo al tratamiento la culpa de tan embarazosa situación. Con un chasquido de dedos, los dos hombres de mono azul, que habían estado detenidos en el rellano el tiempo que duró el intercambio de palabras, dieron unos pasos al frente para situarse a la altura de James Perkins, a quien impulsaron con violencia a beber de un vaso de vidrio con una pequeña fisura en uno de los bordes.

XV

Volvió a despertar en la misma habitación ocre que antaño había sido testigo de su desesperación. Lejos de retomar sus derroteros de pesadumbre y sufrimiento, James Perkins optó estoicamente por obligar a su cerebro a alcanzar una actividad mental nula, de alguna forma parecida a un nirvana, con la particular salvedad de hacer una excepción limitada a los pensamientos relacionados con los procesos fisiológicos y las necesidades básicas del organismo. Contó cada una de las inspiraciones y espiraciones en las que la vital función de los pulmones trascendía de manera colosal, y sí, los vio en su propia cavidad torácica, empujados transitoriamente por el diafragma, subiendo y bajando, el aire enrarecido del dormitorio penetrando a través de la boca y las fosas nasales, el intercambio de gases en sus alvéolos nicóticos; el corazón latiendo a un ritmo sereno, apaciguado, anestesiado, bombeando una sangre drogada por los narcóticos disueltos en los vasos de aquella sustancia espesa e incolora que provocaba un sopor inminente nada más ser ingerida; experimentó la sensación adormecida de cada uno de sus músculos, con señales neuronales incapaces de ser asimiladas instantáneamente; los sentidos alterados, la conciencia alucinando y alunizando; el clorhídrico del estómago arrasando con toda sustancia orgánica interpuesta en su camino y, de repente, un líquido ardiente ascendiendo por la faringe, ansiando detenerlo, James Perkins arrodillado mansamente, debilitado, la bilis en el paladar, la repulsiva mezcla de hiel y sangre aflorando, el vómito resbalando por la taza del váter, la cisterna sonando, la puerta abriéndose, un hombre entrando. Arrastrando los pies, siguió obedientemente los pasos de aquel tipo. Perkins supo cuál sería su destino cuando fue conducido por un pasillo estrecho de piedra repleto de celdas con cabezas de hombres y mujeres asomando curiosamente entre barrotes fuertemente agarrados por sus propias manos. Tú serás el próximo, le decían con voces mudas y ojos expresivos, tú serás el próximo, no vayas a creer que puedes escapar. ― Tranquilícese, hombre, su condena es distinta. La voz nasal de Gareth Worthington resonó haciendo eco en la sala. Perkins, hundido en el mismo sofá de aquel despacho desvencijado que ya le resultaba familiar, distinguió al hombre de mono azul que hasta allí lo había traído avanzando hacia la salida. Luego reparó en la condena que Worthington le había mencionado y, si antes estaba pálido, ahora más. James Perkins, abatido y derrotado, se dio cuenta del lío en el que se había metido. ― James Perkins, el intento de variar el pasado está penado por la ley. Sería conveniente que su actitud durante la reanudación del interrogatorio que tuvo que verse suspendido por su

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

18 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

crisis de ansiedad gozase de la mayor corrección posible por su parte. No admitiremos más impertinencias. ― ¿Viajar en el tiempo es un delito? ― inquirió Perkins. Gareth Worthington frunció el ceño. Quizás aquel personaje eternamente sorprendido, en contra de lo que todos los miembros del Consejo del Centro de Reposo del Tiempo opinaban, no estuviera haciendo un papel, fingiendo no saber nada. ― ¡Por supuesto que no! Lo que constituye un verdadero delito es únicamente alterar o tratar de alterar el pasado. Cada vez es más frecuente que los turistas, en lugar de escoger como destino un hotel de cinco estrellas en el Mediterráneo o una casa rural donde respirar el aire puro de la montaña, elijan una escapada al Egipto de 1250 años antes de Cristo, maravillándose en directo con las grandezas arquitectónicas de Ramsés II, o un safari por el Cretácico de la era Mesozoica repleto de tiranosaurios rex y triceratops. Siempre que se siga el principio fundamental de “no intervención en los acaecimientos”, los traslados en el tiempo se consideran legales. Robar un objeto de una época ajena a la propia también es ilegal, así como el tráfico de personas entre épocas o la tentativa de hacerlo. ― ¿No-no soy el único que ha viajado en el tiempo? ― tartamudeó James Perkins. Worthington exhibió una sonrisa burlona a la vez que señalaba la pantalla de su ordenador. ― ¿El único? ― rió Worthington con resignación. El monitor revelaba un sinfín de puntitos rojos con un año escrito en la parte central. Según dijo Worthington, cada uno de ellos representaba un viajero del tiempo diferente. ― ¡No damos abasto! El número de policías del tiempo no es suficiente para la cantidad de infracciones cometidas. ¡Muchos viajeros del tiempo consiguen impunes su propósito! No obstante, los casos más relevantes se tratan con urgencia. Por ejemplo, esta semana, aunque sin lograrlo, se ha pretendido secuestrar a figuras de la talla de Cleopatra, Martin Luther King o Mozart. Sin embargo, simultáneamente, decenas de personas, personas desconocidas de la Historia, han sufrido una aberración temporal y ahora viven en un período que no les corresponde. Pero esto no ocurre sólo con la gente anónima: sin ir más lejos, el incidente de Federico García Lorca habría pasado desapercibido de no ser porque el escritor, conocedor del fenómeno de los desplazamientos intertemporales por haberlos experimentado en dos ocasiones previas, le denunció, James Perkins. En ese momento sonó el móvil de Worthington. Con gesto de turbación y gotas de sudor resbalándole por la frente el funcionario del Centro de Reposo del Tiempo, respondió con monosílabos al interlocutor del otro lado del aparato. Un Ahora voy para allá puso punto y final a una conversación telefónica fugaz y tensa. ― Me veo obligado a interrumpir este diálogo durante unos minutos, espéreme aquí sentado mientras me ausento. Dicho esto, Gareth Worthington abandonó precipitadamente la estancia. James Perkins no despegó los ojos de aquellos puntos rojos que se movían por la pantalla del ordenador. Dos hombres fornidos vigilaban desde la puerta entreabierta cada uno de los cambios de postura del viajero del tiempo en el sofá.

XVI

― ¡No podemos seguir consintiendo esto!

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

19 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

Gareth Worthington cerró de un portazo y entró de nuevo al despacho. Enfurecido, apartó de una patada la papelera, colmada de folios arrugados, provocando que la mitad de ellos fueran a parar al suelo. Dio un golpe con el puño en la mesa que hizo estremecerse a los rotuladores del lapicero y a la caracola empleada a modo de pisapapeles, yendo esta última a quedar en equilibrio en uno de los bordes para finalmente impactar contra las baldosas de terracota, fragmentándose en tres grandes pedazos en compañía de un estruendo ensordecedor. ― ¡No, no y no! James Perkins contemplaba desde un segundo plano los violentos actos de su enfurecido acompañante. ― ¡Ese imbécil de Napoleón, siempre igual! ¡Disciplina es lo que necesita! ¡Un poco de disciplina! Worthington se sentó. La barbilla le temblaba de cólera. Introdujo la mano en uno de los bolsillos de su chaqueta y sacó una petaca enfundada en piel de cocodrilo de la que bebió con fruición. Más sereno por la circulación del alcohol por las carreteras de su cuerpo, Gareth Worthington se disculpó con Perkins por su comportamiento fuera de lugar. ― Lo siento, de veras que lo siento. Ha sido improcedente actuar de la forma en que lo he hecho. Me he dejado dominar por mis impulsos. No volverá a suceder. Manteniendo la compostura, Worthington quiso retomar el hilo de los temas pertinentes que le quedaban por abordar. ― ¿La persona a la que se refería usted antes, es el verdadero Napoleón Bonaparte? ― preguntó James Perkins de improviso. ― Ya lo creo que sí ―repuso Worthington, pareciendo recobrar la arrebatada irritación inicial ―. Ese tío es un auténtico cretino. No cesa en su empeño por hacerse con el mando de cada una de las Aulas a las que le destinamos. ― ¿Aulas? ― Los personajes históricos despojados de su tiempo natural se encuentran distribuidos en Aulas a la espera de que sean devueltos a su época original. Normalmente, cada Aula es compartida por dos o tres inquilinos, además del cuidador de la casa encargado de prepararles la comida, actuar de mediador en los posibles conflictos que puedan surgir y, en general, responder a las necesidades y cuidados que cada individuo requiera. Pues bien, ya es la quinta vez que nos vemos obligados a cambiar al insufrible Napoleón de Aula, contando con que sólo lleva tres días en el Centro de Reposo del Tiempo. El autoproclamado emperador no deja de reclamar a grito pelado a su “muy noble y leal corcel Marengo” y hoy, fruto de su contrariedad, ha disparado con una bayoneta que tenía escondida en su equipaje personal a tres de las palomas que Charles Darwin, su pacífico compañero de Aula, se dedicaba a estudiar con provecho. Darwin ha montado un escándalo mayúsculo, destrozando el jardín del Aula y chillando como un energúmeno, siendo ahora dos en vez de uno los exaltados. Suerte que Kafka, el otro residente del Aula, se entretiene escribiendo y todavía no se ha unido a los dos alborotadores. James Perkins, con los ojos como platos, prestaba atención en silencio. ― Pero eso no es todo, aquí los problemas se suceden sin tiempo para un respiro. Mahatma Gandhi se niega a probar bocado y tememos que se nos muera por desnutrición de un momento a otro. Con ayuda de su compañero de Aula, el Dalái Lama Thubten Gyatso, pretendemos que al menos se tome una sopa cuando está dormido y no se da cuenta, pero el muy pícaro permanece en un estado continuo de duermevela y no hay nadie que consiga hacer que trague un solo gramo de cualquier tipo de alimento. Worthington, cegado por el antifaz del estrés, agitó su mano derecha como si estuviese apartándose una mosca de la cara para salir de su obnubilación.

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

20 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

― James Perkins, creo que nos estamos demorando demasiado en su proceso judicial. Su castigo le será aplicado en seguida. Aquella palabra le produjo a Perkins una convulsión. En su memoria aún aparecían con nitidez las imágenes de los desdichados que se encaramaban a los barrotes de la celda para presenciar el paso de los nuevos reos conducidos hacia un final trágico. ― Como le dije, el castigo de cadena perpetua sólo se le aplica a aquellos viajeros que más daño han causado en los acontecimientos temporales. La intromisión de cualquier viajero del tiempo en determinada fecha, de por sí, ya distorsiona el desarrollo del pasado. Hay situaciones en las que esta distorsión en el tiempo favorecida por gente como usted alcanza una magnitud particularmente potente, como la obrada en la vida de Leonardo Da Vinci, cuyos días se ven abocados a la imperiosa necesidad de construir una máquina del tiempo que, por suerte, nunca logrará acabar, y todo por culpa de un ruso ricachón empeñado en tener al inventor a su servicio en el año 2125. También el raptor de Napoleón está condenado a cadena perpetua, por impedir que éste participara en la batalla de Waterloo. Sin más demora, Gareth Worthington vació parte del contenido de una jarra metálica en uno de los vasos de plástico que guardaba en su cajón. ― Tome ― indicó, ofreciendo el vaso a Perkins. James Perkins, aun sabedor de los efectos que le volvería a producir aquella bebida, sorbió con templanza la sustancia pegajosa que, paso a paso, se adhería al techo de su cavidad oral. La borrosidad con que apreciaba los elementos de su alrededor le hizo consciente de que en unos segundos se desmayaría, derrumbándose sobre el sofá rosa decolorado, pero, antes de perder el conocimiento, divisó por las ranuras de sus ojos entrecerrados la tarea de escribir recién emprendida por Worthington, y no precisamente con letra Times New Roman tamaño doce con alineación justificada, porque sus dedos pulsaban con rapidez e intensidad las teclas de una polvorienta máquina de escribir Remington de 1930.

XVII

Al comandante José Valdés Guzmán, Gobernador

Civil de la ciudad de Granada:

[…]Me veo obligado a reconocer que tiene usted

toda la razón del mundo cuando afirma que todos los rojos,

ya sean socialistas, anarquistas, comunistas o cualquier

otra clase de fantoches izquierdistas, forman parte de la

más despreciable y vil clase de personas de tan laudable

Nación como es la nuestra. […]

Por eso, tengo la necesidad de hacerle conocedor

de la amenazadora presencia en nuestra tierra, Granada, de

uno de los criminales más peligrosos del panorama mundial.

[…]Adopta un nombre falso para no desvelar su verdadera

identidad, James Perkins, se dice llamar, de pasaporte

norteamericano, uno ochenta y seis de estatura,

moderadamente delgado, piel de blancura extrema, cabello

rubio grisáceo escaso frecuentemente mojado y pegado al

cráneo. Cuarenta y siete años de edad. Ojos intensamente

azules, nariz romana, tez amarillenta y enfermiza, barba

perfectamente recortada con canas prematuras. […] Tras la

falsa máscara del susodicho James Perkins, se esconde la

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

21 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

auténtica figura de Vladimir Movsevich Radomilsky, conocido

entre los soviéticos con el nombre revolucionario de Sergéi

Ivanov, partidario del bolchevismo y participante destacado

en la Revolución de Octubre de 1917.De ideales marxistas,

logró escapar de la prisión de Leningrado en la que estuvo

encarcelado durante tres años por el régimen zarista.

Militante activo del Partido Obrero Socialdemócrata de

Rusia y de la Checa de Petrogrado, tuvo una influencia

decisiva en diversos movimientos revolucionarios acometidos

en dicha ciudad. Actualmente, forma parte del Partido

Comunista de la Unión Soviética y ha sido enviado a nuestro

país para ejercer el mando en diversas operaciones de

talante claramente antiespañol, entre las que destaca el

apoyo incondicional a los comunistas andaluces. […]

Llegó a Granada la mañana del pasado nueve de

agosto, localidad de la que se ausentó durante cuatro días

para recibir instrucciones de sus superiores y a la que

regresó hace un día. Ha estado hospedándose en la casa de

su íntimo camarada, también enemigo de la Nación, Federico

García Lorca, por suerte ya en manos de la Justicia

nacional (Ver fotografía que se adjunta al final de la

carta, “Federico García Lorca y James Perkins en el patio

de la Huerta de San Vicente”). Al igual que el poeta, es

miembro de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética

(AUS), tapadera de masones fieles a la República. Amparado

por las doctrinas del ateo Fernando Giner de los Ríos, ha

participado en numerosos mítines y reuniones comunistas en

su prolongada estancia en España, principalmente en Madrid,

así como en diversas ciudades europeas de relevancia. […]

En un telegrama en el que se expresa el pésame por el

fallecimiento del escritor ruso Máximo Gorki, estampó su

firma junto a la de Lorca y a las de otros intelectuales

contrarios a la patria. Se le ha visto quemar, en la propia

casa de García Lorca, en vistas a una posible detención por

las actividades que realiza, documentos que lo relacionan

con integrantes del comité del llamado Frente Popular y la

preparación de un vasto Movimiento Subversivo en la

provincia. Otra muestra de desafecto al Régimen la

constituye el hecho de haber soliviantado a los obreros de

varios barrios granadinos contra el Glorioso Movimiento

Nacional, implantando ideas de carácter ruso-marxistas

avanzadas. […]

Es indudable que sobre este conjunto de

inadmisibles procederes ha de recaer el más cruel castigo

posible, habiendo de ser perseguido todo acto que atente

contra los intereses del Estado.[…]El que dice llamarse

James Perkins ha provocado graves daños que sólo podrán ser

enmendados con la pena de muerte inmediata del sujeto que

los ocasionó. En méritos a lo descrito en las anteriores

consideraciones, James Perkins, brazo ejecutor de delitos

imperdonables, debe morir.

Las circunstancias críticas que atraviesa el país

en estos momentos, donde el desorden reina en los campos y

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

22 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

en las calles, plazas y avenidas de las ciudades con

anarquistas y demás indeseables defensores de absurdeces de

índole similar, precisan urgentemente la intervención

directa de las fuerzas del Estado, poniendo en marcha

mecanismos de actuación represivos que hagan tomar al

pueblo conciencia plena del triunfo que devolverá a España

el honor. […] La claridad, alumbrada por Dios y la Patria,

comienza a asomar en un horizonte repleto años antes de

borrascosas negruras. Gracias al camino de sufrimiento para

acabar con aquellos que sonríen vanagloriosamente cuando

oyen la palabra “República”, la voluntad firme y decidida

de continuar construyendo la senda hacia la rectitud y la

fe ciega en la victoria, obtendremos nuestra recompensa.

¡Viva España!

XVIII

La retina de James Perkins registró miles de fragmentos por segundo de la realidad que emergía en torno a él, una realidad que parecía haber estado sumergida, como lo está un submarino, en lo más profundo de las aguas de un mar gélido e impenetrable, sumida en el exilio de lo racional, abandonándolo a su suerte en aquella cárcel del tiempo con sede en ninguna parte. Tumbado en la hierba, con los párpados entrecerrados abriéndose tímidamente, entrevió los contornos de la Alhambra dibujándose en el lienzo azul del cielo, un cielo conquistado por el metal de los obuses lanzados desde las orillas del Darro cuyos estallidos se disipaban con los gritos de la gente de la calle, los llantos febriles y sofocados, el ruido de las armas de la Guardia de Asalto, explosivos arrasando el pavimento del Paseo de los Tristes, gente corriendo, huyendo, profiriendo alaridos sobrecogedores en las cuestas pedregosas del laberíntico Albaicín, trepando por callejuelas empinadas y estrechas en busca de refugio, heridos, víctimas de la guerra salpicadas de sangre en los soportales vecinos, pistolas asomando en las esquinas, gatillos apretándose en la clandestinidad de la venganza, disparos sordos de fondo, bombardeos de la artillería intensificándose, banderas improvisadas ondeando en los balcones. Perkins, contagiado por el virus de la desesperación, sintió la necesidad de escapar, de echar a correr como uno más de aquellos actores de reparto de la guerra, personas anónimas de rostros irreconocibles, jamás nombrados en enciclopedias o textos de Historia, hombres empuñando cuchillos, no para ganar una guerra fratricida recién iniciada, sino para matar, para matar sin saber por qué, para matar y evitar ser matados, convirtiendo a la muerte en la protagonista de un efecto dominó responsable de cementerios llenos en una España vacía. Corría por la Carrera del Darro acelerando cada vez que escuchaba una estampida de tiroteos, esprintaba con el único objetivo de no convertirse, precisamente, en uno más de aquellos personajes secundarios luchando por unos méritos que repercutirían en generales, coroneles y tenientes, tratando de escabullirse de problemas que nada tenían que ver con él, batallas históricas, hechos pasados, vivencias capaces de poner los pelos de punta a un viajero del tiempo envuelto en un conflicto que le era ajeno. Seleccionó una, una y sólo una entre millones de imágenes que recorrían los circuitos de su sistema nervioso hasta llegar a un cerebro que echaba humo, y fue esa, exactamente esa imagen en la que concentró todas sus fuerzas, la necesidad de dejarse la piel corriendo por las calles de Granada hasta dar con ella,

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

23 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

con la imagen, ya no esbozada en su cerebro, sino al alcance de la mano, palpable, real, su única vía de fuga de la catástrofe, corría, no dejaba de correr, se tropezaba y se volvía a levantar y volvía a correr, chocaba con actores secundarios de la revolución, sublevados o no sublevados, fieles o no a la República, qué más daba, daba igual, exactamente igual, porque esa guerra no era la suya, su vida estaba en otra ciudad, en otro país, en otro tiempo, y la imagen palpitaba en su conciencia como el flujo de la sangre en sus sienes, corría, el aire le faltaba, huía de una época que no le correspondía, nadaba hacia la orilla de la salvación entre jadeos que sobrepasaban los límites de la extenuación, sin parar, sin parar un solo segundo para descansar, porque su vida estaba a escasos kilómetros de la ciudad, por eso corría. Lo intentó cientos de veces pero siguió sin funcionar, repetía de nuevo la contraseña táctil sobre la pantalla de su Smartphone y siguió sin aparecer. La sangre se le heló. Estaba atrapado. Atrapado para siempre. Anheló su brillo sobrenatural, sus dimensiones geométricas, la palanca que daría comienzo al mecanismo de puesta en marcha del movimiento bascular y luego rotatorio del cofre electromagnético, la palanca de regreso, sin García Lorca, eso era lo de menos, la palanca de vuelta al presente. La máquina del tiempo no estaba allí. Notó la punta helada de un fusil clavándose en su espalda, sintiendo una presión contra las vértebras que le obligó a inclinarse hacia delante. ¡Aquí está, lo hemos cogido! , sonó la voz del soldado por detrás. Sólo cuando James Perkins vio la cara redonda de Gareth Worthington en las inmediaciones del lugar en el que debería haber aparecido la máquina del tiempo, apreció la verdadera dimensión del castigo.

XIX

La llama titilaba dócilmente consumiendo las fibras de la mecha de una vela que adelgazaba por momentos en un cuenco de barro saturado de cera desprendida en forma de gotas líquidas. Sentados en cajas de madera alrededor de la única fuente de iluminación de la celda, cuatro hombres con la mirada perdida en el infinito tiritaban. Las paredes húmedas del sótano con olor a letrina en el que estaban encarcelados albergaban colonias de moho establecidas en la cal desconchada desde tiempos inmemoriales. Dicen que algunos pierden la cordura y acaban hablándoles, susurró uno de los hombres, quizás el más aterrado, señalando uno de aquellos muros de tacto hongoso. García Lorca, saliendo del ensimismamiento colectivo, tanteó los bolsillos de su chaqueta hasta dar con un paquete de tabaco rubio. Los cigarrillos se consumían tan deprisa como la mecha de la vela, menguando en sus dedos amarillentos y temblorosos, temblorosos como la sonrisa, una sonrisa artificial, de circunstancias, de miedo atroz escondido tras una coraza de entereza, procurando mantener a toda costa la calma, una calma postiza e inexistente porque, al igual que los dedos y la media sonrisa, Federico temblaba por dentro. La silueta de un quinto hombre se adivinaba en la penumbra de un rincón, una silueta que no había cambiado de postura desde que los miembros de la Escuadra Negra que lo traían lo zarandearan y abofetearan hasta que de la comisura de sus labios manó un hilillo de sangre tibia que se fusionó con el torrente procedente de la hemorragia nasal para terminar fluyendo junto a él por el mentón, dividiéndose más tarde en diferentes vertientes que fueron a parar a una camisa blanca donde el escarlata del líquido de la vida fue a fundirse con una argamasa de barro y sudor. Otro rojo hijo de puta más para la colección, vociferó uno de los verdugos, la reverberación prolongando la vida de las palabras en aquella pocilga de heces secas desparramadas con moscas revoloteando. James Perkins, postrado como un animal herido e

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

24 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

indefenso, tenía las mucosas de las fosas nasales embadurnadas del aroma de la sangre y la mierda. Fue entonces cuando se escuchó el eco de unos pasos en la planta de arriba, un rumor fugaz de cuerpos metálicos chocando entre sí. En los pantalones del hombre que antes había hablado, a nivel del pubis, surgió una mancha oscura que empezó a agrandarse progresivamente hasta abarcar una superficie de tela considerablemente mayor que la inicial, extendiéndose por los muslos y la parte interior de una de las piernas, llegando al pie y empapando el calcetín, s-son los-los en-en-terradores, e-e-están pre-pre-pa-parándolo to-todo, tartamudeó, levantándose del asiento con la dificultad de quien carece de una pierna, apoyando el peso en las muletas, descubriendo un enorme charco de orina a sus pies procedente directamente de la mancha de la entrepierna y del muñón del miembro inferior izquierdo, meándose de miedo, los dientes sarrosos castañeando, la lengua pastosa incapaz de articular sonido alguno, el olor a urea pura sin diluir mezclado con el hedor nauseabundo y fétido de las heces y del moho negro pudriéndose en las paredes. Federico se abrazó al hombre y comenzó a llorar como llora un niño asustado que quiere volver a casa, las lágrimas resbalando por las mejillas para seguir contribuyendo al aumento de volumen del charco de orín. No nos van a matar, no tienen cojones suficientes para cargarse a un escritor de prestigio mundial, sollozaba Dióscoro Galindo, el hombre que se orinaba encima. Unos ojos incandescentes no perdían detalle desde un segundo plano, irradiando odio en la oscuridad del subsuelo en el que estaban encerrados, un sótano hermético, un adelanto de lo que estaba por llegar, las palas hundiéndose en la tierra mojada por el rocío, la tierra cayendo sobre una fosa común, los cadáveres iluminados por las primeras luces del alba antes de ser sepultados para siempre entre raíces de árboles y gusanos con apetito feroz devorando carne fresca, esqueletos empolvados para el recuerdo, la víctimas de una guerra salvaje. El iris de James Perkins se derretía a fuego lento en la fragua del rencor, los glúteos despegándose del suelo con la ayuda de unos bíceps de venas a punto de reventar, el peso del cuerpo recayendo sobre la punta de los pies, las facciones desencajadas, las manos comprimiendo con una fuerza descomunal la nuez de García Lorca. ― Permítame decirle, señor Lorca, que es usted un completo imbécil ― dijo James Perkins, sin soltar del cuello al poeta y escupiendo cada una de las palabras ―. Pudo salvarse y no quiso. Eso que tanto le gusta, lo que tanto protagonismo cobra en sus libros, la muerte, sí, la muerte, eso es lo que le espera a usted y a todos nosotros, nos van a matar a balazos como perros, de rodillas, suplicando piedad. García Lorca, con la respiración entrecortada, intentó decir algo, pero la voz de Perkins frustró sus intentos de articular respuesta. ― Le puedo ofrecer cualquier referencia que desee ― continuó, como un dios arrogante documentado de cada uno de los pormenores del devenir de los mortales, manejados como marionetas por los hilos del destino―. Esta misma madrugada vendrán a recogernos y daremos un agradable paseo al aire libre antes de agonizar en una cuneta que se llenará de sangre en cuanto los fascistas aprieten los gatillos de sus fusiles y nos den a cada uno un tiro en la nuca. Pero antes de eso, dentro de unos cinco minutos, la puerta de esta misma celda se abrirá y entrará un cura a cuyos brazos acudirá usted gimoteando a confesarse sin siquiera acordarse del Padrenuestro. Las bisagras de la puerta emitieron un lamento ferroso que captó la atención de los reos. Detenido en el umbral, con la sotana negra ocultando unos zapatones unidos a la suela por clavos, el sacerdote hizo la señal de la cruz después de santiguarse.

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

25 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

XX

La luna llena, entre jirones de nubes con las velas izadas para navegar aprovechando las ráfagas intermitentes del viento de levante, brillaba, rodeada de un halo sobrenatural, como un sol de las tinieblas. Federico García Lorca, las sílabas vibraron lentamente en el altavoz, fue el último en ser nombrado, el último en salir, con una corbata de lazo, una de esas corbatas que llevan los artistas, el último en ver el plenilunio en su máximo esplendor, en el cénit de la noche, caminando obedientemente, flotando, sonámbulo, las esposas comprimiendo las muñecas con garras de metal, la circulación sanguínea de las manos interrumpida, estrangulada, los dedos amoratados, la cara carente de expresión, una cara muerta, un cadáver prematuro dirigiéndose mansamente a su tumba. Primero degustó la nostalgia. Luego, se dio cuenta de que un verano agonizante, al igual que él, se rendía a un final cercano. Subió con dificultad a la caja de camión integrada al automóvil de la muerte, donde el resto de pasajeros del últimos adiós, vencidos como él al trágico final, agachaban las cabezas evitando miradas entre ellos mismos, miradas de desolación, negándose a compartir con alguien más un momento tan íntimo, enfrentándose solos al sufrimiento, aplicándose directamente en el corazón una anestesia que le hiciera ir más lento, relajarse, olvidar, emborracharse de las angustias físicas, heridas, golpes, retortijones de hambre, sangre, dolor de cabeza, emborrachase de daños carnales que sustituyeran a los de la razón, a las ideas, al entendimiento, a la conciencia, al pensamiento sobrecalentándose como el motor de gasógeno que, con sus rugidos, comenzaba a otorgar vida al vehículo en el traqueteo quejumbroso de los desniveles del camino. Buscaban un licor, una pócima embriagante que les alejara de las cavilaciones, que les permitiera no ver su guadaña, sus cuencas vacías, su sonrisa sádica, sus falanges sin carne, puro hueso, sosteniendo un reloj con un hilo de arena guiado hacia el precipicio por la fuerza de la gravedad. Los últimos granos caían, inexorablemente. Las primeras gotas de lluvia, obertura de la gran tormenta, cayeron sobre la coronilla de James Perkins, que intuyó, sin necesidad de alzar la cabeza, un cielo rasgado, herido de muerte por la incisión letal practicada por los relámpagos. No se preocupó de guarecerse del aguacero como hacía un soldado falangista a su lado, escondiendo la cabeza en el interior de la camisa azul mahón, cual tortuga dentro de su caparazón evitando una eventualidad indeseada. Simplemente, suspiró. Un suspiro hondo, de resignación, de nostalgias rezadas en voz baja ahogándose en el paisaje sombrío dejado atrás por los faros de la camioneta, los murciélagos surcando los aires como curiosos espectadores de la muerte, las criaturas del campo refugiándose de las inclemencias del tiempo en sus nidos y madrigueras, como el soldado falangista introduciendo su cabeza dentro de la camisa, como aquellas tortugas de los documentales dentro su caparazón ante el peligro. James Perkins vislumbró su propia muerte, una muerte sin aspavientos, sin gesticulaciones o ademanes de héroe, sin súplicas de piedad, de compasión ante un inocente al que se le atribuían delitos inexistentes, fabulados con argucia por una policía del tiempo obsesionada con castigar a los viajeros de la manera más cruel y horrible. Cuando la agitación del motor remitió y los soldados ordenaron bajar a los tripulantes de la nave del terror, James Perkins supo que su destino era, a la vez, morir entre polen de olivos y desaparecer para siempre. Federico desvió la vista hacia el cielo. Los primeros rayos de un sol opaco comenzaban a perforar unas nubes coloreadas del rojo pálido de los primeros brotes del alba. Había dejado de llover hacía unos minutos, pero las gotas de agua aún resbalaban por su camisa para impactar contra las piedrecillas del terreno con un eco mudo. El pelotón de fusilamiento cargó las armas. James Pekins y él caminaban arrastrando los pies por el asfalto de la carretera, los cadáveres de sus tres compañeros de prisión yaciendo inertes en la cuneta, el agujero de bala

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

26 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

en la frente de un Dióscoro Galindo instantes antes paralizado por el miedo, incapaz de dar un paso, los otros dos acompañantes detenidos junto a él, negándose a avanzar, abrazando a su amigo, tres disparos, nadie gritó, y si gritaron, nadie los oyó, Intento de fuga, abreviaría el informe. Saboreó el aire húmedo del amanecer. Federico saboreó cada bocanada de aire de la Granada de 1936 mientras un sacerdote de estola púrpura rezaba en latín plegarias rutinarias rogando misericordia por las almas de unos pecadores. Tosió levemente, como si se hubiera atragantado al consumir tanto oxígeno en tan poco tiempo, sediento de vida, masticando insaciablemente el oxígeno, el oxígeno y la vida, apurando cada resto del placer de existir. Y sin oír el estallido de los fusiles, supo que ya estaba muerto, porque de la nada vio aparecer un cuerpo ovalado del tamaño de un iglú del que surgió una figura eclipsantemente resplandeciente. Venid, no tengáis miedo.

XXI

Las ondulaciones del valle de Lecrín hacían las veces de telón tras el que un sol somnoliento se marchaba a dormir a su habitación de ventanas abiertas y cama de sábanas de hilo, apoyando la espalda desnuda contra la pared blanca y fresca con rugosidades creadas por las numerosas capas de pintura y la almohada siendo cambiada de lado en intervalos casi cronométricos de cinco minutos. El aire denso y estancado tropezaba con el capó de un Land Rover Freelander plateado circulando por una carretera agrietada separada por quitamiedos afilados como navajas de un mar de olivos sumergidos en tierra caliza. El resplandor del sol moribundo del ocaso deslumbró al profesor Walker, que, en lugar de ayudarse del parasol del asiento delantero derecho del coche, guiñó los ojos a la vez que situaba una de sus manos en contacto ligeramente oblicuo con la frente, un gesto que pareció más un tipo de saludo marcial que la reacción apresurada con objeto de librarse de aquel brillo cegador que le impedía ver el cartel oxidado con garabatos obscenos en su desgastada superficie. Víznar, doce kilómetros, la luna apareciendo en una esquina del cielo, débil, sin consistencia, con la translucidez de un espectro volatilizado en el fondo anaranjado crepuscular. Cuarto creciente, diría el profesor Walker minutos más tarde, afirmación acompañada por el leve balanceo de cabeza como signo ratificación del conductor del vehículo, un hombre insufriblemente contagiado del aletargamiento imperante en el exterior, del sopor angustioso con origen en los cerca de cuarenta grados de temperatura, un amodorramiento extensible al profesor Walker, cuyos párpados comenzaron a bajarse como consecuencia del largo viaje, el aire acondicionando del coche acariciándole la nuca, la boca entreabierta salivando, los pies chorreando en el interior de unos calcetines Nike grises de algodón que apresaban con su hilo elástico unas pantorrillas flácidas y varicosas, las sandalias de dedo con la bandera brasileña borrosa, tenue y borrosa como la luna emergente en el cielo granadino, rozando la piel desollada de los dedos pulgares de los pies. No es un viaje de placer, no vaya a creer que se va de vacaciones, apuntó con desaprobación hace unos días el multimillonario noruego Dan Sommering al ver aquellas mismas sandalias, las mismas a las que había alcanzado la espuma de las olas horas atrás en una playa con destellos paradisíacos de la luz del sol sobre los cocoteros, podríamos parar y darnos un respiro, le comentó un Walker inusualmente jovial al chófer antes de verse envueltos en aquel aura terriblemente embriagadora dominada por el verde de los olivos durante kilómetros, el mismo paisaje, siempre el mismo, sin diferencias, el periódico vaivén al atravesar cada bache, nada variaba, como una canción interminable, una sintonía eternamente en repeat.

Revista Diotima. Lectura y creación. José Ignacio Martínez Montoro: “García Lorca 2.0”

27 © José Ignacio Martínez Montoro. © Revista Diotima de Mantinea. Lectura y creación. Segunda etapa, nº 5. Junio de 2013. http://www.realidadyficcion.es/Revista_diotima/diotima.htm

El todoterreno derrapó bruscamente al primer contacto con la grava del sendero levantando una nube de polvo y pequeñas piedras de la que surgieron, moviéndose con la lentitud propia de un caracol común de jardín, dos sombras dirigiendo sus pasos casi automáticos por aquella senda repleta de agujas de pino secas. Al séptimo estornudo consecutivo, el profesor Walker comenzó a inhalar las sustancias broncodilatadoras de su inseparable Ventolín, disminuyendo para alivio del científico la carrasposa tos asmática. A la memoria de Federico García Lorca y de todas las víctimas de la guerra civil 1936-1939, rezaba el monolito, la luna palpitando en el firmamento, las linternas enfocando la robusta piedra, los mosquitos bailando al son de la luz de las linternas, hombres con camisas sudadas a ras de suelo soportando los insoportables zumbidos de los mosquitos, el rumor de las hojas de los árboles mecidas por el viento murmurando palabras ininteligibles, la macabra imagen de una calavera perforada por una bala en el lateral del occipital sonriendo con dientes cariosos, fémures roídos por los colmillos del tiempo, costillas y húmeros fracturados en una fosa común. No está, aulló una voz gutural salida del interior del profundo rectángulo excavado en la tierra. Ha desaparecido de la noche a la mañana, no está. Si hubiese salido de las entrañas de la fosa, aquel hombre habría podido apreciar el rostro de extrema confusión del profesor Walker en un incómodo silencio que sólo se atrevieron a interrumpir los grillos. Habrán comprobado que era él, intervino Walker en tono de amenaza. Los hombres, espantando los mosquitos con las manos, asentían sin dudas. El ADN, dijo uno señalando los esqueletos que se alzaban sobre un pequeño montículo de arena en el interior de la sepultura. Hemos analizado el ADN de los tres, Dióscoro Galindo González, Joaquín Arcollas Cabezas y Francisco Galadí Mergal. Walker respiraba con dificultad, mezclando desconcierto con expectación, recordando la frustración, las pretensiones de Dan Sommering haciéndose añicos, rompiéndose en mil pedazos en el laboratorio en el que vieron aparecer la máquina del tiempo vacía, nadie, ninguno de los dos, ni Perkins ni Lorca. Falta el de él, continuó. El cuerpo de Federico García Lorca desapareció ayer de la fosa común, como por arte de magia, a las diez y cuarto de la mañana.