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EMILIO SERRANO GARCÍA BAENA, ADIÓS AL POETA Homenaje al escritor cordobés, recientemente fallecido, a través de su obra y de sus amigos PREMIO NACIONAL DE FOMENTO DE LA LECTURA SUPLEMENTO CULTURAL DE DIARIO CÓRDOBA DIRECTOR: FRANCISCO LUIS CÓRDOBA BERJILLOS COORDINADOR DEL SUPLEMENTO: FRANCISCO EXPÓSITO EXTREMERA AÑO XXXI. NÚMERO 1277 SÁBADO, 27 DE ENERO DEL 2018 © Diario Córdoba. Todos los derechos reservados. Esta publicación es para uso exclusivamente personal y se prohíbe su reproducción, distribución, transformación y uso para press-clipping.

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  • EMILIO SERRANO

    GARCÍA BAENA, ADIÓS AL POETAHomenaje al escritor cordobés, recientemente fallecido, a través de su obra y de sus amigos

    PREMIO NACIONAL DE FOMENTO DE LA LECTURA

    SUPLEMENTO CULTURAL DE DIARIO CÓRDOBA

    DIRECTOR: FRANCISCO LUIS CÓRDOBA BERJILLOS

    COORDINADOR DEL SUPLEMENTO: FRANCISCO EXPÓSITO EXTREMERA

    AÑO XXXI. NÚMERO 1277

    SÁBADO, 27 DE ENERO DEL 2018

    © Diario Córdoba. Todos los derechos reservados.Esta publicación es para uso exclusivamente personal y se prohíbe su reproducción, distribución, transformación y uso para press-clipping.

  • El fiel definitivoGarcía Baena es uno de los hitos de la poesía española y europea del XX

    José Luis Rey

    Decía Cernuda que si hay en la vida quie-nes dejan que la vida les viva, también hay otros que imponen a la vida di-rección y sentido. Grande, Cer-nuda. Y no menos grande Pa-blo García Baena, que pertene-ce a esa segunda estirpe de los que dan dirección y sentido a la vida. Que en una época tan ma-la para España como fue la dura posguerra, en la más dura Cór-doba de entonces, un grupo de muchachos amara y conserva-ra el fuego sagrado del decir, la palabra inspirada que venía de Juan Ramón Jiménez y el 27, es prueba de que Cernuda tenía ra-zón. Pablo García Baena, el me-jor poeta de Cántico y uno de los hitos de la poesía española y hasta europea del siglo XX, im-puso a la vida dirección, rega-ló más vida a la vida. Y lo hizo a través de una palabra poética original y fuerte como pocas. Su influencia en quienes vinieron después es indiscutible. Maestro de maestros. Maestro de los No-vísimos. Todos ellos agradecie-

    Un joven García Baena, en la biblioteca de su vivienda de Málaga.

    CÓRDOBA

    ron justamente en su día la lec-ción de vida y obra que Pablo les legó. Pues Pablo fue la voz en el desierto, el poeta con suma con-ciencia de que la calidad formal es lo que ha de primar en un poe-ma, con clara conciencia de que, si el espíritu, que sopla donde

    quiere, ha de soplar en un poe-ma, el lenguaje ha de servir fiel-mente a ese propósito. ¿Valéry, Juan Ramón? Sí, a la verdadera poesía pura pertenece Pablo, a la poesía que es esencia y encar-na en una forma estética supre-ma para romper esa forma y du-

    rar más que el sueño del hom-bre. Un gran poeta es siempre un labrador de eternidad; no de posteridad, que al fin y al cabo depende del lector futuro, sino de eternidad, de espíritu, de fue-go encarnado que habla. Como digo, su influencia fue vital pa-

    ra mantener en los años oscuros de posguerra la llama de la más alta poesía. «A la minoría siem-pre», decía Juan Ramón. Pero en aquellos años la minoría inclu-so estaba por venir. Cántico fue una labor conjunta de un grupo de profetas, más que de poetas. Profetizaron aquellos mucha-chos nada menos que la resu-rrección de la poesía verdadera y noble y buena. Guillermo Car-nero levantaría acta después de que un episodio clave de la poe-sía del siglo XX había caído en el ostracismo oscurantista de la época. Y la segunda juventud que tuvieron Pablo y sus compa-ñeros dejaría claro que una obra, si lo es de verdad, y la de Pablo lo es, es sobre todo una semilla de futuro. Como el Mallarmé de Una tirada de dados, Pablo lanzó los dados hacia el futuro. Pione-ro, padre y maestro mágico, co-mo llamó Rubén a Verlaine. Di-chosos los que venimos después, ya que podemos recibir su obra y su legado. En mi memoria que-dará siempre un joven de espíri-tu, un luminoso Dador, pero no al estilo de Lezama, sino en su luz propia e inteligible sin dejar de ser alta. Ese Dador fue Pablo García Baena. Y también en la memoria, bajo la dulce lámpa-ra, las visitas a su casa junto a Joaquín Pérez Azaústre. Rilke lo dijo: ¿quién habla de victoria? El resistir lo es todo. Y todo tiempo es tenebroso si falta la luz, la luz de la poesía. Pablo se ha ido, pe-ro ha dejado encendida su lám-para.

    Un poeta clásico contemporáneo

    Pablo García Baena vino al mun-do el 29 de junio de 1921. Había cumplido los noventa y seis años, camino de noventa y siete, cuan-do falleció el 14 de enero de este año. Ha-ce casi tres años le dedicaron un cálido homenaje el Instituto Cervantes y la Fun-dación Loewe, porque García Baena se re-tiraba del jurado del famoso premio, por-que desde hacía tiempo tenía dificulta-des visuales. En el homenaje se habló de la importancia de su legado en la poesía española. Así lo hicieron estudiosos de su obra como Luis Antonio de Villena y Guillermo Carnero, los cuales dedicaron sendos libros de investigación sobre el Grupo Cántico, al que Baena perteneció. También habló de él Víctor García de la Concha, de forma muy cariñosa, hacien-do mención de la humildad del poeta, de esa época (los años sesenta) en que ellos se conocieron, cuando García de la Con-cha y Ricardo Molina preparaban oposi-ciones a instituto. Molina, gran amigo de Baena, presentó a éste a de la Concha, ci-mentando así una gran amistad desde entonces.

    García Baena ha sido y es un creador. Su nacimiento, desde el Grupo Cántico, fue un esfuerzo por romper la poesía so-cial de la posguerra española, abandonar los temas de esa poesía y abrir puentes a un colorismo, a una ornamentación, a un lenguaje esmerado y barroco que no tuvo

    los versos de Baena. Y late, por ende, un compromiso con el ser humano, el deseo de hacer una poesía contrarreformista (como dijo Villena en el citado homenaje) en el sentido de católica y austera, pero sin que desaparezca el hedonismo, el pa-ganismo, que late en él, una confluencia atípica, como muestra uno de sus famosos poemas, «Viernes Santo», cuyo escenario es una iglesia, pero cuyo fondo es el ero-tismo que reina en el acto amoroso, una comunión que en García Baena tiene claro sentido, el esfuerzo por aunar su educa-ción católica con la libertad del mundo de los sentidos.

    Como dijo Manuel Francisco Reina en el homenaje que la revista República de las Le-tras le dedicó, late en el poeta cordobés un rechazo a la poesía social, pero para hacer una poesía que se compromete con el ser humano en lo que concierne a la emoción ante la belleza del mundo, ante el espectá-culo de una naturaleza que nos asombra, imperecedera, frente a nuestra caducidad humana.

    Los Novísimos (Carnero, Villena, Jaime Siles, Antonio Colinas) vieron en el poeta cordobés un espíritu que, partiendo de la tradición que representa Juan Ramón, Ma-chado o Lorca, va más lejos, se hace mo-derno, porque no plagia (como dijo muy bien Villena en el acto de homenaje), si-no que reelabora para hacer una creación propia y singular, que ha de perdurar ante el paso del tiempo. García Baena se con-vierte así en un clásico contemporáneo y nosotros en sus lectores que encontramos en sus versos el espíritu de un hombre que ha entendido la belleza del mundo que le rodea. Su muerte no es el fin, porque que-da su obra, que sí es inmortal.

    el agua en la yedra,/que mi canto sea na-da/para que lo sea todo/y que a mis versos caigan/heridas las estrellas».

    La tradición de la buena poesía española late en García Baena, desde los tiempos en que leía en la Biblioteca Provincial de Cór-doba a Machado, Lorca y a Juan Ramón Ji-ménez, así como la reveladora Antología de la Poesía Contemporánea que recopiló Gerar-do Diego. Gracias a Juan Bernier, su ami-go, Baena leyó a Proust y a Cernuda, dejan-do honda huella en él, porque los destellos

    del mundo cernudia-no, su compromiso con el mundo, desde una postura ética an-te la vida, ya se con-virtió en Baena en un compromiso que nunca ha dejado de

    cumplir. Fueron Molina, Bernier y Baena los impulsores de Cántico. En 1945 ya edi-taron, tanto Molina como García Baena, sus primeros libros, El río de los ángeles, del primero, y Rumor oculto, del segundo. Pero el poeta cordobés no es solo un rapsoda, también es un hombre apasionado por la arquitectura de su ciudad, por las tiendas de antigüedades.

    Hay también en el mundo de Baena re-lación directa con la pintura, como si sus poemas fueran cuadros, lienzos donde se detiene el tiempo, el ocio predomina y la naturaleza cobra destellos, para iluminar al lector. También del mundo del cine, por-que sus poemas están llenos de imágenes, como si una cámara filmase en secuencias

    suerte en los premios Adonais, al que se presentó el grupo (Baena, Bernier, Julio Aumente, Molina, Vicente Núñez, Mario López y Ginés Liébana), pero que sirvió pa-ra que surgiera una nueva poesía, hermo-sa y luminosa, la de este grupo de poetas cordobeses.

    Como bien dijo Francisco Morales Lo-mas, en el homenaje que República de las Letras le dedicó, «Pablo sostiene su lírica en dos columnas que organizan su mun-do expresivo: la palabra y la emoción in-terior» (p. 36). Muy cierto, porque la pa-labra de García Bae-na no elude nunca la emoción, sino que navega con ella, en gran armonía. Sus poemas buscan la belleza, un mundo estético clásico greco-latino, donde, como si fuesen columnas, los poemas adornan un mundo interior luminoso. Este mundo recóndito, pero que va emergiendo como vidrieras de su interior, queda reflejado en libros como Rumor oculto (1946), Mientras cantan los pá-jaros (1948), Antiguo muchacho (1950), Junio (1957) y Óleo (1958).

    Representan estos libros la primera eta-pa. En Rumor oculto el poeta cordobés exal-ta la naturaleza desde un romanticismo que no excluye la tradición arábigo-an-daluza ni el neoplatonismo de Garcilaso: «Quiero que sea mi verso/como luna de abril,/como las rosas blancas,/como las hojas nuevas,/Que mi cítara suene/como

    Pedro García Cueto

    Su muerte no es el fin, porque queda su obra, que sí es inmortal

    2 Cuadernos del Sur AA xxxx Diario CÓRDOBASÁBADO27 DE ENERO DEL 2018

    GARCÍA BAENA,ADIÓS AL POETA

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  • Él, como sus compañeros de Cántico, recupera para la poesía una escritura basada en la memoria sensitiva

    Cuadernos del Sur AA xxxx Diario CÓRDOBASÁBADO27 DE ENERO DEL 2018 3

    La poesía de García Baena canta lo ausente, lo perdido. Desde los pri-mitivos cuadernos manuscritos de principios de los cuarenta has-ta los últimos poemas de Los Campos Elí-seos (2006) ha concebido la creación co-mo rapto; sin embargo, su ritmo de escri-tura no obedece a impulsos emocionales, sino que cumple la máxima becqueriana «Cuando siento, no escribo»; luego viene el trabajo paciente y sin prisas como el de un orfebre hasta lograr la forma exacta.

    Su escritura nace de la conciencia de la fugacidad de la vida y se afirma como tes-timonio, invención o consuelo: «Dispón el libro, la transitoria sombra,/ordena aquel verano,/rellena el cuestionario, letra clara, mayúsculas,/a ser posible máquina,/antes que el tiempo acabe». («Rogativa por la se-renidad». Antes que el tiempo acabe, 1978).

    Él, como sus compañeros de Cántico, recupera para la poesía española una es-critura basada en la memoria sensitiva. Ri-cardo Molina sostuvo en las «Notas» que, con el seudónimo de Uriel, firmaba en las páginas finales de la revista Cántico, que el ejercicio poético es «algo más que un testimonio psicológico [...]; es, ante todo, arte, encantamiento, sensible delicia, es-plendor». El panorama literario de la déca-da de los cuarenta estaba polarizado entre las revistas Juventud creadora y Espadaña; co-mo punta de lanza de un sensualismo es-teticista que enlaza a través de los poetas del 27 con el Modernismo y el Barroco, el poema de Pablo «Ágatha» abrirá el primer número en octubre de 1947 y meses más tarde, en mayo de 1948, Mientras cantan los pájaros aparecerá como suplemento

    extraordinario del número dos de la re-vista. La poesía de Pablo es una constante apelación a los sentidos y, en particular, a la vista. Decía Luis Cernuda que mirada y palabra hacen al poeta. Las estampas in-fantiles, las láminas de Historia Sagrada, la liturgia católica, la naturaleza, el cine, Córdoba, constituyen el imaginario del que se nutren sus poemas.

    Los escenarios urbanos y campestres de Córdoba son descritos en Antiguo mu-chacho (1950) con la minuciosidad de la pintura flamenca. «La Huerta de la Cruz» reconstruye en flash-back ese pasado reino de inocencia, en el que el yo poético vive en armonía con la naturaleza. El símil del tazón humeante de leche como un cáliz que me ofreciera el campo subraya la co-munión con la Magna Mater.

    Sus primeros poemas evocan el edén perdido de la infancia. Se muestra la mi-rada virginal del niño, su asombro ante un mundo cotidiano con mañanas de mercado, festividades litúrgicas y viejos oficios gremiales. Se superponen el plano testimonial de la realidad y el literario. La anécdota, el dato trivial, transfigurado por el poder sugeridor de las imágenes, asimi-la el procedimiento embellecedor de su admirado Luis de Góngora: «Las barberías humildes,/el azogue manchado del espe-jo,/irisaban de un rosa pálido de pomadas,/de un azul de colonias, de verdes brillan-tinas,/como un pavo real entreabriendo el ocaso purpúreo de su cola». («La Calle de Armas». Antiguo muchacho, 1950)

    Aunque dentro de su obra se suelen dis-tinguir dos etapas, la de formación hasta Mientras cantan los pájaros (1948) y desde Antiguo muchacho (1950) la de madurez, to-dos sus libros son un solo libro. Tomando

    No será todo humoSu escritura nace de la conciencia de la fugacidad de la vida

    Felipe Muriel

    Pablo García Baena, momentos antes de depositar en mayo de 2015 un legado en la Caja de las Letras, que será secreto hasta el año 2065.

    SERGIO BARRENECHEA/EFE

    como centro el mundo interior del poeta, sus obras profundizan en los temas esen-ciales de la memoria, los viajes, los ami-gos, los libros, la religión, el amor...

    «Tentación en el aire» es el mejor poe-ma de su primer libro Rumor oculto (1946) y uno de los fundamentales de su obra. Se dispone como un monólogo dramático, en el que el sujeto poético confiesa su fas-cinación por la sensualidad masculina y su remordimiento. Ese binomio pone de relieve el drama que experimenta el enun-ciador, escindido entre el paganismo y el cristianismo, entre el goce y la culpa.

    El ángel caído, además de ser un icono bíblico, constituye un personaje de ascen-dencia romántica (Byron, Schiller, Espron-ceda) que suscita la fascinación por el espí-ritu rebelde y que, en este poema, designa el prototipo ideal de amante maldito: de-monio, ángel mío, tentación en el aire.

    Se esboza el arquetipo del ángel bello y cruel de ascendencia rilkeana y reflejo invertido de la femme fatal. Pablo disfrutó en su juventud con cintas como El diablo es una mujer (1935), Eva al desnudo (1950), El crepúsculo de los dioses (1950), en las que Marlene Dietrich, Bette Davis o Gloria Swanson desempeñaban el papel de dia-blesa. La fascinación por las grandes cor-tesanas, crueles reinas, famosas pecadoras es además característica de las artes de fin de siglo: Odilon Redon, Gustave Moreau, Verlaine, Villiers del’Isle, Rubén Darío. En su conjunto, la producción paulina es de estirpe romántica; no obstante, combate los excesos del confesionalismo mediante el recurso del monólogo dramático. Toma de la historia personajes y situaciones que actúan como correlato objetivo de sus sen-timientos, por ejemplo, los bíblicos de la

    hija de Jepthé y Verónica, el mito de Nar-ciso o el mismísimo Góngora.

    En «Llanto de la hija de Jepthé» (Mien-tras cantan los pájaros, 1948) el dolor de la protagonista por la maternidad frustrada enmascara la insatisfacción amorosa del autor. Ella, trasunto del poeta y de la poe-sía, se estremece con el ritmo musical del universo. La imagen de la hija como un arpa tensa ansiosa de vibrar entre los de-dos solemnes de la noche refleja además la antiquísima tradición pitagórica y plan-tea el ut musica poesis, o sea, la similitud de la música y la poesía. Al igual que los ro-mánticos alemanes (Friedrich von Schle-gel, Novalis), los simbolistas (Verlaine, Da-río), Pablo considera que la poesía como la música debe crear una atmósfera suge-ridora, como ocurre con «El Concierto», el poema prólogo de Los Campos Elíseos (2006): «El joven violinista del cabello revuelto,/la mano del arco en el regazo amado/dice: tal vez sea la música,/igual a esa palabra almenada,/sólo misterio y precisión».

    También se aúnan en Pablo poesía y amistad. Recordemos los poemas con los que abre y cierra Fieles guirnaldas fugitivas (1990). El primero, «Esplendor aún de día», está dedicado a Vicente Aleixandre y en él se concibe al poeta a la manera román-tica como oráculo y la poesía, un fuego proteico; en el otro, «Rama fiel», dedica-do al Impresor del Paraíso Bernabé Fernán-dez-Canivell, se cuestiona la capacidad del lenguaje poético para copiar la vida y concluye con un guiño al final del soneto gongorino «Mientras por competir con tu cabello»; mientras en aquél se proclama la hegemonía depredadora del tiempo (se vuelva, más tú y ello juntamente/en tierra, en

    humo, en polvo, en nada), aquí se sostiene el triunfo de la palabra: No será todo humo. La poesía rescata del olvido lo fugitivo y lo hace perdurable: «¿No será todo humo? En los altos estantes/se alinean los libros, biográficos cofres/de poetas que cuerpos y laureles creyeron/verdes y eternos como los ojos de Atenea./No será todo humo. Su mano va posándose/en la lúcida copa que un capelo decora,/el nácar de un nautilus, el carnet de unos valses;/y los dora, sereno, en su melancolía».

    Ese afán de permanencia se matiza en «El coche de punto» de Los Campos Elíseos (2006); en el breve diálogo que el sujeto poemático mantiene con la enjoyada figu-ra de la muerte expone la fragilidad del refugio de la poesía contra los estragos del tiempo y su naturaleza elegíaca: «Alguien baja y es ella. Silencioso el cochero,/rígido en su capote, tiende la grada breve./La es-pera se hizo larga. Ya me conoces, entra/al frágil hospedaje que me diste: la muerte,/la poesía». Su pasión por el cine corrige en «Palacio del Cinematógrafo» (Óleo, 1958) el tono lúgubre de la reflexión sobre las pos-trimerías; actualiza la imagen barroca del cielo como corte celestial transformándo-la en una sala de proyecciones, donde iró-nicamente el yo lírico sueña con el reen-cuentro: «Sentado en la caliza del astral anfiteatro/te esperaré. Tal ciego que reco-bra la luz,/me buscarás. Tus hijos estarán en su palco/de congelado yeso, divertidos, mirando/increíbles proezas de cow–boys celestiales,/y yo ya sabes dónde: impares, fila 13».

    GARCÍA BAENA,ADIÓS AL POETA

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  • La desaparición del poeta cordobés y universal Pablo García Baena su-pone la pérdida del poeta espa-ñol vivo más importante del siglo XX y lo que va hasta ahora del XXI. Y no se trata de palabras cariñosas ni subjeti-vas sino que son demostrables a través de los propios textos del poeta. De todos los poetas de Cántico, el más longevo, el más admirado, por su palabra cristalina, be-lla, pulida y de una perfección sin defec-tos fue Pablo García Baena. Conversé mu-chas veces con él, por lo que no pretendo hacer un estudio severo y de análisis de su obra, sino un acercamiento a su per-sonalidad literaria y humana. Varias ve-ces conversé con él en su casa de la calle Obispo Fitero de Córdoba. Otras, incluso, vino a mi casa. A él le encantaba profun-dizar en Cántico y en su poesía, que me-tiera mis manos de cirujano periodístico para extraerle los recuerdos aplicándo-le una anestesia de amabilidad y delica-deza. Él me sabía rudo, pues conocía mis desavenencias con la poesía sensiblera neorrealista y que yo amaba el esteticis-mo gongorino, aunque procuraba no ata-car por ahí para no herirlo u obligarlo a tomar partido. Un partido que nunca to-maba sencillamente porque él estaba del lado de los poetas de la autenticidad, de la genialidad, de los que aman la palabra poética por encima de todo. Por eso fue otro esteticista llamado Guillermo Carne-ro el que sacudió el panorama de la poe-sía española cuando publicó aquel libro sobre el Grupo Cántico de Córdoba. Aun-que ya había otros poetas que se habían fijado en ellos como Mariano Roldán, Ma-nuel Mantero y luego Carlos Clementson, Luis Antonio de Villena, José Lupiáñez y otros, pero fueron los Novísimos, algunos como Carnero, Gimferrer y algún otro los que quisieron elegir a estos poetas como ejemplo a seguir. Sencillamente porque se habían adelantado treinta años a su estética. Cuando todo era poesía social o garcilasista, Cántico inició un recorrido nuevo, flamante, de cultura, gracias a Ri-cardo Molina, un extraordinario hombre de cultura y de intelectualidad, y a Pablo, un poeta de una finura y un encanto en-vidiables.

    Ahí comienza la historia de un amor por la poesía con la que no puede nadie. Incluso, cuando la moda de la poesía sen-timental granadina de los años 80 intenta arrasarlo todo, incluso a los Novísimos, se encuentra con un muro tan grande que no tiene más remedio que flanquear por-que la discusión era imposible. De ahí que almas críticas como las de Villena, García Martín, García Posada o Víctor García de

    en lengua castellana podían cincelar.Él tenía sus manías indulgentes. Siem-

    pre me decía que no publicara fotos re-cientes, sino que tuvieran diez o doce años. Luego llegaba Francisco González Pérez, el fotógrafo del CÓRDOBA y lo con-vencía -no sé cómo- y publicaba las fotos del momento, del último instante. La ver-dad es que no se le veía más viejo, sino como mucho, más venerable, más poeta, más espiritual.

    CÓRDOBALe encantaba comentar la Córdoba de su infancia y de su juventud, de la que de-cía que era silenciosa, discreta, indolen-te. Recordaba fielmente aquella ciudad inmutable que marcaba sus horas con las campanas de las iglesias, desde el toque del alba al del anochecer con las ánimas. Decía que más que como la Córdoba des-crita de manera tópica por Lorca, aquella «lejana y sola», era realmente ajena a la rapaz generalidad que la destruye, sola, sin compañía posible en la meditación de quien se sabe grande.

    Sobre su propia escritura decía García Baena que nunca se propuso una meta, ya que posiblemente los autores leídos defor-man la magia favorable del crecimiento de la poesía. Él manifestaba leer de mane-ra voraz, sin planes preconcebidos. No hay que olvidar que fue autodidacta, que nun-ca pasó por la Universidad, porque su afán por la lectura era insaciable. Amaba -eso salta a la vista en sus versos- a los clásicos como Shakespeare, así como a los poetas metafísicos, a Mallarmé y a Galdós, se apa-sionó por el teatro de Chejov y por la no-vela francesa del XIX. Devoró a Stendhal, Gautier, Balzac, Barvey d’Aurevilly, Whit-man, Goethe, Petrarca y Baroja. Él marcó su universidad, de ahí que los honoris cau-sa que le dieron recientemente estuvieron más que merecidos.

    De la obra, destaca por ejemplo Ru-mor oculto (1946), Mientras cantan los pája-ros (1948), Antiguo muchacho (1950), Junio (1957), Antología poética (1959), que fueron sus primeros libros. Luego llegaron los lar-gos años de silencio. En Rumor oculto reúne los poemas primeros, algunos procedentes de los cuadernillos caligráficos. Juan Ra-món y el 27 están presentes y ese roman-ticismo que invade en esos años modas fe-meninas, decoración, amores platónicos, honestidades, amigos muertos. Y algo del garcilasismo imperante: Égloga de Belisa. Pasos titubeantes de un primer libro don-de lo nuevo, lo personal, es lo más anti-guo: el pecado y la culpa, los deseos carna-les y la insatisfacción.

    Mientras cantan los pájaros aparece como suplemento de Cántico en el año 1948. La voz del poeta novato del primer libro (Ru-

    Le encantaba comentar la Córdoba de su infancia y de su juventud, de la que decía que era silenciosa, discreta, indolente. Recordaba fielmente aquella ciudad

    Una voz genuinae inigualableEl poeta cordobés creó una belleza lírica única en la poesía española, que fue reconocida con el paso del tiempo por su esteticismoAntonio Rodríguez Jiménez

    FRANCISCO GONZÁLEZ

    la Concha dividen su corazón entre dos amores: la poesía de moda, la del discur-so único, la convencional y hegemónica y la auténtica poesía.

    Ese dolor destinado a la autenticidad y a la belleza, a la diferencialidad creativa es Cántico y Pablo, que al ser uno de los mejores y de los que más años duró se convierte en el ángel de la poesía. Aun-que la resistencia del poder ha cometido con él alguna injusticia, como la de que no le dieran el Premio Cervantes o el pro-pio Premio Nobel, a pesar de merecerlo sobradamente.

    Volviendo a Pablo, quiero recordar en aquellas conversaciones con las que po-dría hacer un libro, que siempre procu-raba hablarme de los detalles de su vida y de los aspectos de su obra, de Cántico, de Córdoba, de sus amigos, de su quehacer

    cotidiano. Siempre íbamos con prisa. Al-go tenía que hacer o se cansaba, pero en cada entrevista iba avanzando en cosas novedosas, como si se acordara perfecta-mente de todo lo que me había dicho en la charla anterior. Procuraba quedar con él cuando estaba con el ánimo muy alto, cuando lo veía feliz. Lo llamaba, y si lo veía alegre, forzaba la entrevista para esa tarde. Mi idea era siempre que tuviera la memoria muy abierta, que sus recorridos fueran breves e intensos. Yo no pretendía llenar páginas, sino enriquecerlas con contenidos mágicos que formaran par-te de su propia poesía, que aclararan los misterios de sus versos, esos puntos emo-tivos que te hacen comprender el sentido de la escritura, el ritmo acompasado de su memoria, la música de sus ideas en-vueltas en versos puros que pocos poetas

    García Baena, en el convento de las Capuchinas, en marzo de 2002.

    Pablo García Baenano perseguía a lapoesía, sino que ella lo rondaba eternamentehasta en los últimos instantes de su vida

    4 Cuadernos del Sur AA xxxx Diario CÓRDOBASÁBADO27 DE ENERO DEL 2018

    GARCÍA BAENA,ADIÓS AL POETA

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  • FRANCISCO GONZÁLEZ

    mor oculto) se hace aquí más personal y cáli-da. Los temas bíblicos, lujosos y crueles, la soledad de los campos y del alma, profun-dizan en muchas de las claves por donde discurrirá su poesía. Antiguo muchacho lo publica Adonais en 1950 y es la evocación desde la nostalgia de la infancia y adoles-cencia y donde no abandonan al poeta la pasión por el tiempo ido. Óleo es de 1950, se publica en Madrid, en la colección Ágo-ra que dirigía Concha Lagos. García Baena halla en este libro su Miércoles de Ceniza, pues habla desde la soledad y del arrepen-timiento de algo.

    Los primeros libros del poeta cordobés no fueron acogidos con entusiasmo, él los califica de benevolencia, Textos esenciales de Gerardo Diego fueron de los más clari-videntes. También Aleixandre escribe una carta preciosa y emotiva a los fundadores de Cántico. Recuerda, igualmente, el poe-ta un artículo de Melchor Fernández Al-magro que lo llenó de vanidad.

    Tras la recuperación de Cántico, tras el silencio y tras el libro de Carnero, García Baena recibe el revulsivo del Premio Prín-cipe de Asturias, un espaldarazo apoyado por poetas como Dámaso Alonso, Rosa Chacel, Gil de Biedma, Martínez Cachero, Vargas Llosa y hasta el propio Jesús Agui-rre, Duque de Alba, entre otros. Corría el año 1984 y la ceremonia fue memorable, ya que recibió el galardón de manos del Rey Juan Carlos. Recuerda el poeta «las atenciones infinitas e imborrables de los asturianos. Y el empezar a sentirme incó-modo con una vida que no era la mía». La fama, el reconocimiento le llegaba al fin al poeta. Antes recibió el nombramiento de Hijo Predilecto de Córdoba y luego, a partir del Príncipe de Asturias, el de An-dalucía o el Premio de las Letras Andalu-zas, coronado más tarde con el premio Reina Sofía de Poesía, seguido mucho des-pués por el García Lorca. Hasta los poetas neorrealistas se ponían a sus pies, aunque, como dije más arriba, siempre hubo reti-cencias para no concederle el Cervantes o no proponerlo de manera contundente para el Nobel, que últimamente lo ponde-ran para poetas españoles o novelistas de escasa importancia y valor literario.

    Otro reconocimiento fue el de conceder-le la dirección del Centro Andaluz de las Letras, del que hasta el día de su falleci-miento ha sido director honorífico, como me corroboró a mediados de diciembre su propio director gerente, Juan José Téllez. Aquello fue una idea original de la conse-jera de Cultura de la Junta de Andalucía Carmen Calvo.

    SU RETORNOTras cuarenta incansables años ejerciendo de poeta en Málaga, un día decide volver a su tierra natal, con su familia y sus viejos amigos. Deja atrás a Rafael León a María Victoria Atencia y a tantos amigos. Pero la edad avanzaba inexorablemente y él que-ría ya vivir en Córdoba, aunque sus esca-padas a Málaga eran continuas. Lo explica en Antiguo muchacho, en el poema titulado «El retorno».

    A su vuelta, no dudó en decir, incluso en publicar, que sus relaciones con Cór-doba eran apasionadas, se comportaba co-mo un enamorado. De ahí sus múltiples reproches hechos a la prensa, que consis-tían en el desdén en ocasiones. Se enfada-ba con esa Córdoba que trataban de trans-formar los políticos, la sociedad cateta y la veía disfrazada y horrible. Decía que la Judería la habían convertido en un merca-dillo. Critica las romerías carnavalescas y muchas más cosas.

    Luego fueron llegando algunos de sus últimos libros como Fieles guirnaldas fugiti-vas o Los Campos Elíseos. El primero lo orga-niza en trípticos, y los temas son los suyos de toda su vida: Córdoba, la liturgia, el amor, la amistad y la muerte. El segundo es una especie de concierto y sus partes están tomadas de la música.

    Pablo García Baena ha desaparecido físi-camente y a lo largo de toda su vida volvía a la poesía una y otra vez, como si su pro-pia vida dependiera de ello. La considera como a la música, misterio y precisión, porque una y otra son inseparables. Esa conjunción, esa incapacidad de separa-ción es la clave de su obra. Pablo no per-seguía a la poesía sino que ella lo rondaba eternamente hasta en los últimos instan-tes de su vida.

    En mi reciente libro ‘La sociedad secreta de los poetas. Estéticas diferenciales de

    la poesía española contemporánea’ (2017) demostré la diferencialidad estética no

    sólo de García Baena, sino de todos y cada uno de los miembros del Grupo Cántico,

    además de otros poetas contemporáneos. Y me refiero a Ricardo Molina, el gran

    teórico, el estudioso, el ideólogo, el intelectual y maestro de poetas, pero también

    a Juan Bernier, un poeta profundo, verdadero, auténtico y de una personalidad

    arrolladora. También es necesario hablar de la genialidad y de la sencillez franciscana

    de Mario López, un poeta de una campechana complejidad que arrebataba a los

    lectores con su mirada expandida en la naturaleza de los campos de la campiña

    cordobesa. Luego estaba el poeta aristocrático, el vendedor de ideas geniales y lujosas,

    que amaba desesperadamente mientras se deslizaba por la Gran Vía de Madrid

    abrazado a un amigo en una motocicleta. Hablo de Julio Aumente, el poeta anticuario

    más fino que he conocido. Pero también estaban, junto a Pablo, el genio de la poesía,

    aquel al que tuve el honor de editarle dos libros: uno titulado ‘Himnos y texto’, de

    una calidad extraordinaria, y años más tarde ‘El fulgor de los días’. Vicente Núñez

    era un poeta que embrujaba con su copa de fino agarrada sobre una mano repleta de

    anillos y un verbo genuino y admirable. Pero había otro poeta sencillo, humilde, de

    un corazón tierno, siempre a la sombra y al servicio de Cántico. Ese era y es, porque

    vive aún, Pepe de Miguel. Esos, junto a los artistas plásticos Miguel del Moral y Ginés

    Liébana (también vivo y joven a sus 96 años), forman parte de un movimiento en

    defensa de la lengua, de la cultura, de la estética genuina y original del siglo XX.

    LA ORIGINALIDAD DE CÁNTICO

    Cuadernos del Sur AA xxxx Diario CÓRDOBASÁBADO27 DE ENERO DEL 2018 5

    GARCÍA BAENA,ADIÓS AL POETA

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  • Una no es siempre consciente de sus influencias. Las lectu-ras, unas pasan y se olvidan; otras te revuelven y se que-dan. La poesía de Pablo no podía dejar-te indiferente. Con su lectura recupera-bas de pronto a los clásicos, autores que en cuatro fragmentos te transportaban a otro tiempo, a los mitos. La poesía de Pa-blo te atrapaba porque estaba hecha con la materia de lo sagrado, eso que un día descubres en las palabras, la música, los ritos. Lo sagrado: la naturaleza, un arro-yo, la luz, la lluvia, los madroños, el atar-decer, la amanecida. Y que no es otra co-sa que la memoria del ámbito celeste de que procedemos.

    Pero eso espiritual, sagrado, entra en li-za con lo mundano: con el amor y el tiem-po y el deseo. Y ahí ya la trinidad de una poesía que alza continuamente el vuelo y que, continuamente también, choca con su lastre y su infierno. «De nuevo volverá todo un día./Dime que has de volver con la mágica llave/de la puerta perdida en un muro de niebla». («Alma feliz», en Antiguo muchacho). La poesía de Pablo tantas veces se personaliza en mujeres, tantas veces son ellas quienes encarnan eso que el au-tor dramatiza. «Dadme una túnica que sea en mis caderas/como agua de lluvia en un huerto sin riegos. (...) mi cuerpo era una brasa que se apaga entre las manos del re-lente» («Llanto de la hija de Jephté», Mien-tras cantan los pájaros).

    Naturaleza y ruralidad son temáticas queridas por Pablo y por mí. Conoce y nombra los arbustos de la sierra, el día a día de los barrios de Córdoba, que no difie-re mucho de mi vida de campo y pueblo. «La huerta de la Cruz con su naturaleza en calma», «El puesto de leche», «La calle de Armas» o «Corpus» son poemas que siento cercanos: «y su nombre, Corpus,/es fresco como la palabra «fuente» oída entre sue-ños en una noche de calentura. Recuerdo aquel aroma de las hierbas pisadas.../Las carretas lentas que bajan del monte el arroyo frío de los mastrantos» (Antiguo mu-chacho). Pero lo que más me toca, lo que siento más mío es el ambiente de infortu-nio o calvario, los versos cruzados por dos voces o dos ambientes, como en el poema dedicado a Josefina Liébana: «al pasar por las calles hoy he dicho tu nombre:/Ami-ga. Y sin saberlo inauguré la tarde/con un perfume nuevo (...) ¿Qué es la felicidad?/Sí, ese nombre -¿lloras?- pronunciado en voz baja/o ese polvo que cubre de adioses los zapatos (...). Así esperas sin queja, conteni-do el aliento,/algo que desde lejos te hace signos estériles/y aguardando el milagro vuelan lentas las tardes.../Mas tú te quedas sola a solas con tu lámpara. («A solas con tu lámpara», Mientras cantan los pájaros). Lo amargo que puede aumentar de intensi-dad hasta hacerse dolor, hasta la encruci-jada en el solar que amamos y acusamos, hasta el sufrimiento de los inocentes y sus poderosas imágenes: «Córdoba estaba ro-ja de pecados ardientes./La piedra de los templos, como carne desnuda,/palpitaba de angustia cuando morían los niños./La noche iba clavando alfileres de luto/en los aleros húmedos de las casas patricias,/y

    en mi tercera publicación, «Paranoia en otoño». Con «Arte de cetrería», en el curso 1987-88, experimenté lo que es escribir al dictado o en estado de trance: los versos me venían dados por la calle, frente al cua-derno o en la cocina, y allí dentro se me quedaban palpitantes, hasta el momento de darlos por terminados a bolígrafo.

    El amor ave-cetrero, con su juego de li-bertad y muerte, hallan su correlato en los versos del maestro. Así, el poema «Nar-ciso», en Junio (1957): «Nacido de mí mis-mo, tu amor, como puñal en el estuche,/ acecha para libertar mi soledad,/porque el amor tan sólo puede ser poseído por la muerte,/y es inútil que los cuerpos se enla-cen en un latido turbio (...) y cuelguen las cabezas, como degolladas, sobre las bande-jas de légamo de los cabellos (...) Para siem-pre a tu lado./Prepara ya tus brazos». Junio es el libro de la sensualidad, del vitalismo: «las yuntas soñolientas por los caminos/ y el zagal cantando con un junco en los labios». («Bajo tu sombra», Junio).

    Fijar la mirada en el niño que fue (Pa-blo) es sanador, porque la infancia es el tiempo de la dicha: «Y como el nadador, dichosamente cansado,/deja escurrir los dedos del agua por su cuerpo desnudo/volviendo su mirada hacia la playa,/así a ti me vuelvo,/buscando tu sonrisa en mi sonrisa,/tu mirar en mis ojos/y tu honda voz pura, antiguo muchacho,/fluyendo co-mo un agua fresquísima/del manantial ce-gado de los días». («Antiguo muchacho»). Aunque llega un momento en que: «Cuan-do los días pasaron, él ya supo/que su des-tino era esperar en la puerta mientras otros pasaban./Esperar con un brillo de sonrisa en los labios/y la apagada lámpa-ra en la mano». («Bajo la dulce lámpara»). Versos que hoy releo junto a los míos, en Fisterra: «Y ella aparta los ojos/y hay dolor, pero sabe/ que hay destinos de vida, mas el suyo/es morirse a diario, fustigada/cuerpo a cuerpo en la lucha/de las voces, los ojos y los signos».

    En el libro Óleo (1958) bastantes poe-mas mantienen un tono hímnico, bíbli-co. En «Santa María de Trassierra» apare-ce un personaje femenino, como deidad no identificada: «Pero ella salía descalza con el alba.../Aún no sabía qué amar... Iba descalza el alma,/indecisa, buscando, y los perros guardianes/levantaban su rastro con humo de ladridos/(...) Por el monte, la fuente del Arco y el arroyo/del Bejarano iba feliz inaugurando/el agua, las adelfas, el paraíso… Limpia/ se alzaba la mañana del mundo como dalia».

    En el poema «Delfos», de Antes que el tiempo acabe, Pablo se enfrenta a sí y a sus demonios, con unos versos entre la sin-ceridad y la ironía, que hoy recobran un nuevo sentido: «¿Qué esperas del oráculo, Pablo García Baena,/si tu vida es recuerdo, tapiado columbario (...) ¿Qué haces en la noche de Delfos,/junto al abismo que ara-ñan los olivos (...) ¿no será esta la noche del balance,/noche de la balanza donde arrojes tus días,/los mortales obsequios oferentes,/solitario, pobre, triste, casi cin-cuenta años,/tímido, huraño, callado y sonriente/Pablo García Baena?/Despójate del íntimo pingajo (...) y avanza solo en la noche hacia el enigma,/desnudo hacia la voz, al desolado/ carril de tu destino».

    pués de la gran imagen, su sinestesia de «jergón encarnizado»: «Tanto tiempo en silencio, tantos días/juntos sobre el jergón encarnizado,/sobre el ara o caverna de la cama (...). Así un día te fuiste y los perros/ ladraron a tu muerte entre la niebla,/(...) Por las torres de Córdoba llovía.../Vuelves ahora en altas madrugadas/de recién llu-via, a encender los cirios (...). Junto a las olas, yo también soy libre». (De «Cándido», en Antes que el tiempo acabe).

    En otro poema del mismo libro, «Vier-nes Santo» se dramatiza un pasaje de la Pa-sión, y las voces de la narración evangélica se superponen a la doble voz de los aman-tes, con lo que el poema crece en drama-tismo y fuerza. Guillermo Carnero, en su libro El grupo Cántico de Córdoba (1976) lo denominó «correlato religioso prescindi-ble» y así lo sostuvo hasta que Pablo, ya en el siglo XXI, consideró que las voces o historias religiosas en su obra eran autén-tico y experiencial relato, recreado desde su conocimiento de las Escrituras y los ri-tos católicos. «Hace frío en los atrios esta noche (...) y no apagues la luz quiero verte los ojos,/ averigua quién te dio el golpe,/ el mazo martillea los clavos en la fragua (...) y tú me quieres, vino nuevo embria-gando mis venas,/arterias al ocaso como dalias,/no apartes este cáliz, esta hiel, está el campo/ del alfarero ya comprado con las treinta monedas,/ (...) no caiga sobre mí la sangre de este justo,/pues sólo quise amarte». (En Antes que el tiempo acabe). El versículo y la acción acumulativa y surreal de éste y otros poemas se hizo experiencia

    La poesía de Pablo no podía dejarte indiferente. Con su lectura recuperabas a los clásicos, autores que en cuatro fragmentos te transportaban a otro tiempo

    Lo sagrado y sus llavesUn recorrido por los grandes temas del poeta cordobés a través de sus versos

    Juana Castro

    García Baena, en una ilustración de Juan María Vargas para ‘Cuadernos del Sur’.

    JUAN MARÍA VARGAS

    los inquietos pájaros,/en un rumor de plu-mas,/se perdieron en nieblas sin volver la cabeza.(...) y cuando desde el cielo/descen-día un eterno abrazo perdurable,/Córdoba se dormía en sus pecados gratos». («Himno a los Santos Niños Acisclo y Victoria», An-tiguo muchacho).

    LA TRAGEDIA Y EL AMORY la tragedia, el enfrentamiento entre lo espiritual y lo carnal, con la flaqueza cor-poreizada en las manos y el pétalo en la boca que remite a lo sangriento: «desnú-dame, no tengo ya otra cosa./El labio he-lado de besar tanta muerte./Sájame la mi-rada, deja el ojo sin lágrimas (...) pues que amó la carne y su comercio/y fue carnal el llanto para él, como un miedo/cobarde de pichones en las manos/y la oración un pétalo manchado entre los dientes». («Día de la ira», en Óleo).

    La conciencia de lo sagrado, vivido en contraposición al amor, no puede depa-rar la dicha. Es fuente de sufrimiento, y la libertad llega con la huida y la lluvia, des-

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    GARCÍA BAENA,ADIÓS AL POETA

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  • F. Expósito

    -¿Quién es para usted García Baena?-Pablo ha sido para mí dos cosas comple-mentarias: primero, un maestro y, luego, un amigo. Más de una vez he contado el papel central que desempeñó en la con-solidación de mi vocación poética. Siendo un adolescente me acerqué, como todo el mundo, a la colección de poesía que en-tonces marcaba el rumbo y era registro de calidad, la colección Adonáis. En un viaje a Madrid, en 1964, compré Antiguo muchacho de Pablo García Baena, que se ha-bía publicado en 1950. En septiembre de aquel mismo año me trasladé desde Valen-cia a Barcelona para cursar la licenciatura de Ciencias Económicas, y allí conseguí, al año siguiente, la última edición de La rea-lidad y el deseo de Luis Cernuda. En esa edi-ción de 1965 viene el último y mejor de los libros de Cernuda, Desolación de la quimera, aparecido en 1962, en el que constaté las infinitas posibilidades de lo que se llama «monólogo dramático». También, por su-puesto, el cuidado de la palabra, la rique-za de la imaginación y la profundidad de la emoción regida por el pensamiento. En seguida me di cuenta de la vecindad en-tre Cernuda y Pablo. Más tarde, cuando empecé a estudiar el entorno de Pablo, es decir, la revista Cántico y sus poetas, supe que en ellos existía una consciente volun-tad de continuidad con la generación del 27, con Cernuda, especialmente. Rubén Darío, Cernuda, Cántico, Cavafis, fueron la inspiración de mi primer libro. Cuando decidí dedicar mi memoria de licenciatu-ra a Cántico, conocí en persona a Pablo, a Mario López, a Juan Bernier; a Julio Au-mente y Vicente Núñez, mucho más tarde. Con todos ellos, especialmente con Pablo, mantuve desde el primer momento una estrecha amistad, que no se vio nunca de-fraudada.

    -¿Ha sido valorada su creación?-En un primer momento no lo fue por va-rias razones. Ante todo, la poesía es un género literario de escasa audiencia. Ade-más, Pablo y sus compañeros disentían de los rumbos mayoritarios de la literatura de los años 40 a 60 del pasado siglo: su ba-rroquismo no era ni entendido ni admiti-

    el poeta guillermo carnero analiza la trayectoria de garcía baena

    en esta entrevista. el escritor valenciano fue uno de los grandes

    recuperadores de los poetas de cántico en los años setenta

    «La poesía de Pablo tardó en reconocerse porque era diferente»

    mos en la antología de 1970 que seleccio-nó José María Castellet. En sentido am-plio, se aplica a la generación que se da a conocer desde mediados de los sesenta hasta mediados de los setenta, aproxima-damente. Los componentes de la antolo-gía no tenían una estética homogénea, y la generación tampoco; además, la antolo-gía se recopiló demasiado pronto. De ha-berse formado a su tiempo, y si se hubie-ra querido que representara una estética uniforme, su nómina hubiera sido distin-ta, porque ni eran todos los que estaban, ni estaban todos los que eran. Esto tenien-do en cuenta por dónde va, según creo, su pregunta. Si no me equivoco se refiere a aquellos componentes de la antología y de la generación que tienen una poética fun-dada en la presencia de referentes cultu-rales para la expresión indirecta de la inti-midad, y un uso del lenguaje que algunos llamarían neobarroco. Y no estoy diciendo que esa poética sea mejor que otra, sólo que de ella hablamos. Yo no soy el porta-voz de ninguna clase de novísimos, y en puridad sólo puedo hablar de mí mismo, y si acaso hacer conjeturas sobre los demás. Para mí, Cántico fue una inspiración, es-pecialmente Pablo. Creo que mi escritura está en una tradición que pasa tanto por él como por el 27, el Modernismo, el Sim-bolismo y el Barroco. Y creo también que, objetivamente analizada, la de otros com-pañeros de generación o de antología está en esa misma línea.

    -El presidente de la Asociación de Escri-tores y Críticos Literarios de Andalucía, Francisco Morales, lamentaba hace unos días que no se le hubiera concedido a Pa-blo el Premio Cervantes. ¿Debería haber-lo tenido?-En la medida en que los premios literarios reflejen los valores literarios, claro que sí. Pero la relación entre el mérito y el reco-nocimiento es siempre imprecisa y ambi-gua, y el mejor premio es el que esperaba Cernuda en su poema «A un poeta futuro». No hay duda de que le hubiera convenido, pero tampoco merma su valor un ápice lo contrario.

    -Si tuviera que recomendar la lectura de la obra de García Baena, ¿qué le diría al lector?-Yo diría que para que la poesía nos inte-rese y nos llegue ha de afectar a nuestras emociones básicas, a los problemas de nuestra autodefinición como seres hu-manos; y al mismo tiempo señalaría que lo que no aporta novedad nos deja indi-ferentes y nos aburre. La relación con la condición humana es imprescindible para que la poesía tenga sentido, pero la con-dición humana escrita puede carecer de significado si se queda en la confesión de emociones de primer grado. Volviendo a su pregunta, yo diría que en los poemas de Pablo, como en los de sus semejantes, la expresión de lo humano adquiere un nue-vo significado gracias a la riqueza de la pa-labra y la amplitud de la imaginación.

    -¿Qué libro aconsejaría del poeta cordo-bés?-Los tres que representan su madurez y su más alta sabiduría: Antiguo muchacho, Junio y Óleo. Pero Pablo es autor de una obra no demasiado amplia y muy cuidada, que yo recomendaría leer entera.

    -¿Por qué tardó tanto en reconocerse su poesía?-Ya lo he apuntado antes: porque era dife-rente, y pillaba a los lectores, y a los poetas mismos, con el paso cambiado. Porque era periférica, y no tenía suficiente presencia en los lugares donde se cartografía la lite-ratura viva. Porque era difícil, manejaba un lenguaje de gran riqueza y especializa-ción, y contenía muchas referencias cultu-rales. Es decir, además de ser poco visible, cuanto de ella se veía militaba en contra del asentimiento que se concede instantá-neamente a lo conocido y a lo esperable.

    -¿Qué influencia tuvo en los Novísimos?-Hay que tener presente que la palabra se puede utilizar en dos sentidos. En sentido estricto sólo se aplica a quienes apareci-

    Guillermo Carnero y Pablo García Baena.

    CÓRDOBA

    Guillermo Carnero Escritor y catedrático honorario de la Univ. de Valencia

    do. Aunque escribieran poesía de referen-te religioso, su vivencia de la religiosidad no encajaba ni en la vertiente ortodoxa ni en la existencialista conflictiva, y no adop-taron tampoco actitudes de crítica social. Para mayor inri, escribían fuera de Madrid y así no estaban bajo los focos. Pablo ha recordado esa primera época de ninguneo provincial, y ha llegado a decir que en los años 60 él y sus compañeros llegaron a pensar que su obra había caído en el va-cío, y que era mejor no seguir insistiendo y dejar de escribir. Afortunadamente, todo cambió a mediados de la década siguiente. Una nueva generación tomó el relevo, y proclamó su vecindad y su deuda con Cán-tico. Creo que en las últimas décadas de su vida, Pablo fue amplia y universalmente reconocido, como merecía.

    Cuadernos del Sur AA Entrevista Diario CÓRDOBASÁBADO27 DE ENERO DEL 2018 7

    GARCÍA BAENA,ADIÓS AL POETA

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  • Suele ocurrir que los grandes hom-bres surjan de la nada y que en ella naden durante años mien-tras se van elevando poco a poco hacia el respeto y el prestigio. Sin duda, este fue el camino, muchos trechos reco-rridos en solitario, de Pablo García Baena (1921-2018), para el que hoy se reclaman los mayores honores y al que aclaman in-cluso los que pocos versos han leído de él; pero debemos contemplarlo como al-guien que en sus comienzos -remedemos la Biblia, libro por él tan preferido- so-lo fue el verbo, es decir, la palabra, ma-nifestándosele incontenible. ¡Y qué otra cosa más necesita el poeta! Acudo ahora,

    los temas de esa poesía y abrir puentes a un colorismo, a una ornamentación, a un lenguaje esmerado y barroco que no tuvo suerte en los premios Adonáis».

    Hemos dado sepultura a Pablo pero aho-ra tenemos que mantener su memoria, ha-cerle justicia -solo eso- y estudiar su obra valorándola sin exageración en lo que por razones literarias le corresponda. Recobra aquí eco la opinión de Guillermo Carne-ro, tan esencial en la historia de Cántico y ahora de vigencia innegable, de que, en el caso de Pablo, «su maestría en el manejo del verso y de la palabra lo ponen a la al-tura de los más grandes poetas españoles del siglo XX».

    TRAYECTORIA LÍRICADesde su primer libro Rumor oculto, de 1946, con el que quiso Pablo amanecer a la poesía, hasta su último publicado en 2006, Los campos Elíseos, hay un recorrido lírico que han ido jalonando otros poema-rios hasta completar la decena que son los publicados por el poeta cordobés. No es una obra amplia -de 1946 hasta hoy han pasado más de setenta años-, pero sí sufi-ciente e intensa, entre otras razones por-que el poeta no escribía azuzado por un agobiante deseo de publicar, sino por una íntima convicción de crear belleza con el sentimiento y la palabra apropiada, y ello cuando se ofreciera la oportunidad vital, pues no puede olvidarse lo que solía decir, que él nunca había buscado ser escritor.

    Ha de percatarse el lector de que Rumor oculto, el libro iniciático de García Baena, debe verse pues en esa línea que es ini-ciación, descubrimiento, eco de ciertos imprescindibles poetas de la tradición hispana (Garcilaso, san Juan de la Cruz,

    grupo y bandera de una joven, liberado-ra, esteticista y diversificada poesía: co-mo escribió Gimferrer, fue «uno de los fo-cos de poesía independiente que se die-ron en España durante aquellos años». No hay mal que por bien no venga, y las recientes o actuales conmemoraciones en torno a Molina, Mario López e, inclu-so, el fallecimiento de Pablo -se entierra la semilla y germina su fruto- solo da-rán más luz para estos poetas cordobeses que, siendo tan buenos y modélicos co-mo muchos otros, nunca se llevaron a la altura que les correspondía. Entre otros muchos argumentos, su modernidad y anclaje con la mejor lírica europea ya era una evidencia que se manifestaba por su admiración a la poesía simbolista france-sa (Verlaine, Rimbaud...) y a autores ingle-ses, cuyas traducciones en la revista fue-ron preocupación continuada del propio Ricardo Molina. Por estas razones ha re-sumido Pedro García Cueto, en un co-mentario de julio de 2017, que Cántico fue «un esfuerzo por romper la poesía so-cial de la posguerra española, abandonar

    Rumoroso verso, espléndida vozEl poeta tardó en ser reconocido por la crítica, aunque ahora no hay discusión sobre la importancia de la obra que dejó

    Antonio Moreno Ayora

    CÓRDOBA

    cuando algunos podemos creer, ignoran-tes de la historia, que Pablo siempre fue un grande, a unas palabras de Francisco Umbral que, contextualizando el ambien-te cultural en su libro de 1984 Trilogía de Madrid. Recuerdos, escribía: «Juan Ramón, Gabriel Miró, García Baena, son gentes de quien este país apenas si se ha enterado o no se ha enterado nunca». Y esto indica que siempre ha habido una literatura ofi-cial y otra soterrada, humilde, margina-da o minusvalorada. El Grupo Cántico -y sus dos más grandes Ricardo Molina y Pa-blo García Baena- hasta hace pocos años ha pertenecido a esa segunda modalidad, aunque ya se lleve años reivindicando lo que significó Cántico y su orientación li-teraria, por ser revista aglutinadora del

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  • Góngora), pero a la vez explosión de vi-vencias, adolescentes, pasionales y lúbri-cas, que desde ahora en adelante signarán su poesía: «Bajo mi boca seca que la tuya aprisiona/siento los dientes fuertes de tu fiel calavera/Hay un rumor de alas por el jardín. Ya lejos,/canta el cuco y otoño oscu-rece la tarde». Más pasión aún («surge una poesía sensual de temática sensualista», según escribe Luis Antonio de Villena, en Pablo García Baena. Poesía completa 1940-1980, se desliza como lava incandescente en Mientras cantan los pájaros (1948), alternan-do en su voz la presencia de mujeres que en algún caso están inspiradas en escenas bíblicas (yo apunto aquí la influencia del ambiente de la Semana Santa que Pablo vivió en Puen-te Genil con Ricardo Molina), y esto uni-do a la fuerza lírica del campo y de los pájaros con su sim-bolismo tan diverso («Ámame, Primave-ra, en esta tarde/en que el sol es un pájaro cautivo/que revuela en la jaula azul del cielo»), que igualmen-te serán elementos casi invariables en la lírica del poeta. Y en 1950, su tercer libro, Antiguo muchacho, para L. Antonio de Ville-na «la primera cima de su estilo y un libro hermoso, coherente, y, sin exagerar, en-tre los mejores de su generación», con un asunto central: «la evocación nostálgica de la infancia y de la pubertad»; con un uni-verso de catorce poemas (el segundo, «An-tiguo muchacho») en donde se reviven im-borrables recuerdos, calles, lugares, huer-

    nuda, y cuyo facsímil editó la Diputación de Córdoba en 2002, pensara en voz alta que «Cuando Santa Teresa escribió que el demonio tiene más poder en Andalucía que en ninguna otra parte del mundo, es-taría oliendo unos claveles».

    Y solo un año después se le edita un título de signo contrario, Óleo, marcado ahora por una reacción penitencial, por el nítido fervor de la devoción, por el sentimiento de culpa, aunque queda to-davía algún repunte erótico como el que se advierte en el famoso poema «Palacio del cinematógrafo»: «Impares. Fila 13. Bu-taca 3. Te espero como siempre./Tú sabes que estoy aquí. Te espero»; y casi al final: «conviérteme en monedas de oro para pa-gar tus besos,/en el vino de oro que que-ma entre tus labios,/en los guantes de oro con los cuales tonsuras/el capuz abacial de rojos tulipanes». Este fue el poemario que dejó en silencio al poeta durante tre-ce años, pues no sería hasta 1971, con un libro de doce sonetos de factura clásica ti-tulado Almoneda, cuando de nuevo se re-cupera su voz, que ya continúa casi lenta pero imparable con sus sucesivos Antes que el tiempo acabe (1978), con ese tan elegíaco poema «Cándido», Gozos para la Navidad de Vicente Núñez (1984) y luego en 1990 Fieles guirnaldas fugitivas, del que en la muy re-ciente edición de Balbina Prior La tradición trascendida. ‘Cántico’ y su época -presentado en Córdoba ante Pablo García Baena el pasado 14 de diciembre- afirma Luis Anto-nio de Villena que es «uno de los mejores libros de nuestro poeta, de un depurado esteticismo muy bello».

    EL ÚLTIMO LIBROEl posterior y último libro es Los campos Elíseos (Valencia, Pre-Textos, 2006), que Jo-sé Infante ha calificado como «auténtico compendio de sabiduría poética y vital y contiene algunas de las claves de la poe-sía paulina». Treinta y ocho poemas en ese personal estilo entre descriptivo y lírico son los que acendran este libro con nue-vos textos tristes, elegíacos, apasionados o íntimamente religiosos, por entre los cuales se derrama tan cuidado léxico y tan noble sentido del arte, con títulos tan im-prescindibles como «Restorán», «Museo», «Eva» o «Edad». Don Pablo nos ha dejado dándonos libros y poemas comparables con los de la mejor literatura española. Por eso ahora le toca a la investigación y a la crítica literaria tomar el relevo para constatar su constante valía, para muchos más que demostrada, y sopesar meticulo-samente sus avances y sus límites.

    Entre tanto, hagamos los lectores que se cumpla aquel su deseo primero del poe-ma «Rumor oculto»: «que mi canto sea na-da/para que lo sea todo/y que a mis versos caigan/heridas las estrellas». Las estrellas entre las cuales ya ha adquirido su mis-mo fulgor eterno. Pablo, que tantos poe-mas escribió donde el estrellado cielo, la naturaleza, el mundo clásico, el arte, el amor y la sensualidad son al fin y a la pos-tre cuadros que conmueven e iluminan al lector, es igualmente el hombre que se ve atenazado por ese mismo tiempo, al que apela y con el que sabe que ha de convivir comprendiendo su inexorable transcu-rrir vital. Porque el tiempo es una de sus preocupaciones y a su entidad recurrió asiduamente, como en este poema que, editado por Miguel Losada en el libro Leve es la parte de la vida que como dioses res-catan los poetas (2013), exclama: «Fugaci-dad angustiosa del tiempo estremeciendo/estatua, hoja, surtidor, relumbre/de aves por las copas de la tarde,/ melodía ya eco,/aunque allí pareciera/detenerse el fluir, intemporal, eterno».

    A la izquierda, Aurelio Teno, Pablo García Baena y Vicente Núñez. Abajo, el poeta cordobés en una imagen de 2006 en su vivienda.

    tas, espacios que alojaron su presencia y su emoción contenidas ahora por muchos verbos en tiempo pasado y vocablos que retratan con un realismo vívido la vida cordobesa en la justa mitad del siglo XX: «Aquí tu dicha tuvo su oriente y aún las palmas/parecen respirar aquella dicha,/aquella brisa que adormece y canta con un dulce zureo de palomas/y acaricia en su seda ligera al misterioso caminante». La libidinosa pasión reverdece en algunas páginas («Una mano enjoyada de anillos y serpientes/hunde sus uñas sabias de pla-cer en los durmientes núbiles») para con-formar un poemario del que también Luis

    Antonio de Villena denunció ya «que la crítica y los poe-tas del momento [...] dejaron pasar sin pena ni gloria, porque creían ver un libro demodé, arcaizante, brutal-mente esteticista para los -a menu-d o - r a m p l o n e s gustos de la hora».

    Llega en 1957 Junio, con su lenguaje de bri-llante riqueza expresiva, con su aire paga-no y su rebosante sensualismo («buscaré tus pisadas sobre la arena tibia/donde tu cuerpo expiraba bajo el mío/como un ta-llo verde en el suspenso mediodía»), cons-tituyéndose en el libro -en opinión de José Infante en su obra de selección y estudio Pablo García Baena. Antología, 1943-2016- «de mayor belleza y de mayor optimismo y plenitud del poeta». En este contexto, no extraña que García Baena, en un número especial de Cántico de 1955 dedicado a Cer-

    Pablo García Baenanos ha dejado dándonos libros y poemas comparables con los de la mejor literatura española

    UNA POÉTICA IMPRESCINDIBLE

    La valoración de García Baena es

    siempre unánime a tenor de lo

    que de ella se ha ido escribiendo.

    Si Leopoldo de Luis, en ‘Ensayos

    sobre poetas andaluces del siglo XX’,

    habló ya del «terciopelo verbal que

    la poesía de García Baena despliega

    siempre», una década después fue

    Guillermo Carnero, en su prólogo a

    ‘Mario López. Poesía’, el que insistía

    en esto: «Es inconfundible Pablo

    García Baena por la serenidad de una

    imaginación en la que la experiencia

    directa y la cultural equivalen,

    al producir modificaciones de la

    sensibilidad igualmente auténticas».

    Y quien tanto ha escrito sobre él, L.

    Antonio de Villena, no hace mucho

    que en ‘El fervor y la melancolía. Los

    poetas de ‘Cántico’ y su trayectoria’

    (2007) comentaba que «Pablo es un

    cimero poeta del lenguaje (de su

    brillo, de su esplendor, de la magia

    connotativa de las metáforas) pero

    también del más directo vitalismo».

    Es cierto que el testimonio que

    ahora traemos llega de lejos, de las

    alegres y sabias horas compartidas,

    pero es testimonio tan elocuente

    y conocido que en él ya estaba en

    germen cualquier otro elogio y

    reconocimiento. Era, en este caso,

    la pluma amiga de Ricardo Molina

    la que también se mostraba certera

    y futurista: «Dejadme que os alabe

    en Pablo García Baena,/dejad que os

    magnifique en este hermano mío/en

    quien pusisteis desde el principio un

    silencio grave/y el don precioso de las

    más hondas comunicaciones»; versos

    que además remataba con estos dos

    tan inolvidables como justos: «y en

    el ensueño de esa Córdoba que ya no

    existe,/ Pablo es el último ciprés».

    Sin duda, repitiendo palabras

    de José Infante, «sus pocos, pero

    imprescindibles libros, contienen

    una de las aventuras poéticas más

    luminosas y auténticas de toda la

    poesía española».

    Cuadernos del Sur AA xxxx Diario CÓRDOBASÁBADO27 DE ENERO DEL 2018 9

    GARCÍA BAENA,ADIÓS AL POETA

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  • 10 Cuadernos del Sur AA xxxx Diario CÓRDOBASÁBADO27 DE ENERO DEL 2018

    GARCÍA BAENA,ADIÓS AL POETA

    La imagen del poetaRecorrido por la representación de García Baena en la pintura y escultura

    Miguel Clementson Lope

    El reciente alejamiento fí-sico definitivo de Pablo García Baena, que no su desaparición, nos ha de-jado a todos desolados. Si bien es cierto que su obra late ahora aún más fuerte entre todos no-sotros, la ley de la vida nos ha privado de seguir disfrutando del privilegio de su persona, tan grande como su propia creación literaria. En este trance es opor-tuno rendir tributo a quien en uso de la palabra supo dejar hue-lla indeleble de su pensamien-to, de sus emociones, y generar nuevas vidas en una perdurable ficción grabada sobre papel, de provechosa consideración para futuras generaciones. En Cánti-co, la palabra y la imagen que-daron imbricadas para ofrecer a sus lectores una única reali-dad estética, un común lengua-je artístico: el de la poesía jun-to al de las artes plásticas. Tex-to e ilustración se aúnan de tal manera que forma y significado quedan mutuamente realzados, al mostrarse figurativamente la interpretación plástica de lo que se dice con una misma desnuda identidad. Y es que casi la tota-lidad de los escritores integran-tes del grupo fueron también magníficos ilustradores. Es cier-to que Ginés Liébana y Miguel del Moral fueron los auténticos ilustradores de Cántico a lo largo de los diecinueve números de vi-gencia que tuvo la revista, pero no es menos cierto que también los poetas, sin excepción, parti-ciparon de ese doble lenguaje artístico que caracterizaba al co-lectivo: Pablo García Baena ha-bía conocido a Ginés siendo am-bos alumnos de la Escuela de Artes y Oficios; Ricardo Molina era también un apasionado di-bujante, y un esteta que, provi-dencialmente, supo recrear pa-ra el futuro una noble imagen

    Pintura de García Baena realizada por Ginés Liébana en 1984.

    CÓRDOBA

    de la Córdoba atemporal. De igual modo, Mario López fue un magnífico ilustrador, siendo va-lorado Julio Aumente como «el más pintor de los poetas de Cán-tico». Por ello, a las ilustracio-nes, a lo gráfico, dentro del con-texto de aquellos álbumes, se le confirió tanta relevancia como a los propios textos, cuidándo-se en el diseño de cada número hasta el más pequeño de los de-talles para la consecución de es-te primordial objetivo.

    A la aludida formación artísti-ca común, sin excepción, de to-dos los integrantes de Cántico, hemos de sumar las múltiples incursiones individuales que

    cada uno de ellos secuenciaron en el ámbito de las artes plásti-cas. El propio Pablo García Bae-na ilustraba sus «Cuadernos de

    poesía» con collages y dibujos, conformando auténticos libros de artista en los que texto e ima-gen coadyuvaban idealmente sus comunes potencialidades. Y magníficos eran igualmente los numerosos arambeles que llegó a componer, algunos de ellos en colaboración con Miguel de Mo-ral. Así, fueron conformando un común imaginario en el que todo debía quedar contemplado, y sen-tido, con el paganismo inocente de quien descubre la forma y la raíz mágica de su significado.

    Y en ese itinerario fueron apa-reciendo sus distintos retratos entrecruzados en uso de la pala-bra, el dibujo y las artes figurati-vas de la pintura y la escultura: retratos y dibujos de su etapa ju-venil y adolescente, en la que, sin duda, Ginés Liébana tuvo impor-tante protagonismo, encontran-do oportuna respuesta por parte del escritor en numerosas ocasio-nes, como en el caso del intenso poema titulado «Ginés Liébana. Ibiza, 35», en el que recrea sus comunes impresiones de adoles-cencia, y la insondable tristeza que devino tras la marcha del amigo. Posteriormente Ginés efi-gió a Pablo en 1972, dedicándole una «Recreación romántica» co-mo esfinge inmutable, realizada a plumilla y aguada, con una re-ferencia a las frondas del paisaje de Sandua; y un magnífico retra-to al óleo sobre tabla, de 1984, en el que el rostro del poeta, ya maduro pero intacta su intros-pectiva mirada, se diluye con el fondo de la composición en una envolvente atmósfera que inclu-so llega a saturar sus propias for-mas y rasgos.

    También Miguel del Moral, ¡có-mo no!, efigió en repetidas oca-siones al escritor, destacando en-tre ellas su magnífico retrato al óleo, de 1944, de sesgada mirada y resuelta determinación; y su consideración de 1950, realiza-da con carbón graso, hábilmen-

    te modelada en estimación de un sutil sfumato, con importante protagonismo para la mano dies-tra del poeta, que dispone bajo su rostro en elegante ademán. Julio Aumente, en 1960, también le dedicó una interesante composi-ción en la que lo representó sen-tado y apoyado en un velador, en la terraza de un bulevar, con los brazos entrecruzados ante la sola presencia de una botella de sifón y un desnudo vaso.

    Ángel López-Obrero le brindó uno de sus personales retratos a plumilla, de trazo entrecruzado y audaz factura; así como Anto-nio Povedano, retrato esencial, sintético y exacto, tal y como solía realizarlos el maestro de Alcaudete. Y también Antonio Bujalance, dentro de esa larga se-rie memorable de escritores que realizara para Cuadernos del Sur, de indeleble memoria, en este caso de hechura más expresiva y desenvuelta. Por último, hemos de referirnos al magnífico dibujo sobre base de creta que le dedicó Emilio Serrano en 2008, dentro de una serie destinada a efigiar a los más distinguidos escrito-res andaluces contemporáneos, trabajo minucioso, cabal y preci-so, en el que mostraba al poeta sentado e introspectivo, con el Paseo de la Ribera y la Mezquita al fondo.

    Entre las realizaciones escultó-ricas hemos de citar la que le de-dicase en 1948 el orfebre, pintor y escultor Manuel Aumente, aún joven el poeta, en una misma línea de continuidad respecto a aquel fecundo vórtice de ima-ginería pagana de raíz moder-nista que caracterizó al grupo, en la que vitaliza su semblante con toques de factura pseudo-impresionista para recrear su mirada más ensoñadora. Y en 2010, Manuel Vela ofreció para los tiempos futuros un rotundo y fidedigno retrato de aquel «an-tiguo muchacho» de la Córdoba de posguerra, intemporal ahora cual imagen patricia, otorgada al legado iconográfico del poeta mediante este busto estatuario. La escultura... como la poesía, un rostro convertido ahora en volu-men, en forma tridimensional, como fue la escritura vitalísima y apasionada que dio fundamen-to a su creación literaria.

    En Cántico, la palabra y la imagen quedaron imbricadas para ofrecer a sus lectores una única realidad estética

    ‘Ághata’, obertura y antífona auroral de ‘Cántico’

    El número 1 de la revista de poesía Cántico salió a la luz en el mes de octubre de 1947. Su portada mos-traba la figura de un ángel, reali-zada por Miguel del Moral. Aquel primer número de Cántico se abre con un poema auroral de Pablo García Baena titulado «Ágatha», ubicado bajo una ilustración floral en la cual puede leerse el lema Dum luceo, in cinerem labor (Al tiempo que brillo, me deshago en cenizas), y donde se ve un ro-sal envuelto en llamas, rodeado de otras plantas en flor (páginas 1-2). Evidente-

    los amores entre el marqués de Bradomín y su prima Concha, ubicados en un pazo gallego.

    Sensualidad y carnalidad destilan por estos largos versículos de García Baena, co-mo sobre la prosa modernista de Valle-In-clán, de estilizado erotismo y no sin cierta languidez decadentista, pletórica de sím-bolos de este cariz.

    Cuando el poeta cordobés publica este poema que vengo calificando de «auroral», por haberse publicado como primer texto del número 1 de Cántico, tiene veintiséis años. Un año antes, en enero de 1946, ha-bía publicado su primer libro, Rumor ocul-to, en la revista Fantasía.

    nata de otoño de Valle-Inclán, y con ello des-taco el carácter poético de su prosa, con un marcado ritmo, audible y casi visible. El jardín, los motivos vegetales y florales, la decoración, los objetos refinados y las piedras preciosas, el ambiente pagano de las vestiduras, la palidez y la blancura, el desasosiego y los malos presagios de los amantes. Todo ello sitúa al poema en una atmósfera neorromántica y neomodernis-ta.

    Recuérdese que la Sonata de otoño fue la primera en ser publicada, en el año 1902; seguidamente se publicó la de verano, en 1903; en 1904, la de primavera y en 1905, la de invierno. En la de otoño se evocan

    mente, hay en él una alusión a la breve-dad de la vida y al tópico literario del tem-pus, irreparabile, fugit.

    Y vamos ya con el poema auroral de es-te número 1 de Cántico, firmado por Pablo García Baena. Destaca en él la gran liber-tad formal que lo inspira, pues está escri-to en versículos impregnados del fuerte aliento de la prosa modernista de Ramón María Valle-Inclán (las Sonatas), acaso de la influencia de Rubén Darío y de Juan Ramón Jiménez. Es, por consiguiente, un poema narrativo, de carácter memoria-lista y elegíaco, de raíz eminentemente neorromántica.

    Se hace patente en él el influjo de la So-

    José Antonio Sáez

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  • Siempre me reconvino sobre lo poco que iba a visitarlo, cuando tantos amigos llegaban hasta su residencia

    Así nos dejas, solos, huérfanos y náufragos, con el peso ligero de tus versos que no volveremos a oírte recitar

    Cuadernos del Sur AA xxxx Diario CÓRDOBASÁBADO27 DE ENERO DEL 2018 11

    No puedo recordar con exacti-tud el día en que conocí a Pa-blo García Baena pero tuvo que ser en el año 1986 cuando recogía el premio Ricardo Molina, con-vocado por el Ayuntamiento de Córdo-ba, siendo Pablo, como presidente, junto a Francisco Carrasco y Manuel de César, componentes del grupo Zubia, algunos de los miembros del jurado que otorga-ban por vez primera el galardón a un cor-dobés, exiliado en la alta sierra de la le-gendaria Fuente Obejuna. Pero ya cono-cía a Pablo a través de sus libros, mucho antes de que el fulgor del Premio Prín-cipe de Asturias, concedido al poeta en 1984, esclareciera su figura. Yo, enton-ces, no era más que un escritor diletan-te que impartía clases de lengua y litera-tura en un instituto de la serranía norte de Córdoba, sabedor de que los versos de Pablo herían las fibras de mi joven y ace-lerado corazón. Cinco citas capitales en-tibaban la primera obra poética asumi-da que afluía de mi ánimo con el título Nacimiento al amor. La primera era de Vi-cente Aleixandre, amigo de los poetas de Cántico y referente álgido de algunos de los escritores más notables del siglo XX, aunque su brillo se haya desgastado por la erosión de nuevas estéticas más o me-nos falibles. La segunda pertenecía a Ga-briela Mistral. El que para mí constituía uno de los poemas esenciales venía intro-ducido por la cita de Pablo. La cuarta era de Ricardo Molina, para concluir con una quinta cita de Luis Cernuda.

    Bebía de estos poetas como si no hubie-ra otro alimento, pero los libros de Pablo tenían entonces significación especial. Ru-mor oculto me evocaba el ardor y el atur-dimiento de la adolescencia que latía con intensidad. En él trasparecían los prime-ros amores y olvidos, inflamados de una grave elegía melancólica que no amino-raba el tono dramático de la inconstante juventud: «en ti hay algo que es mío y no lo sabes,/algo que entro en mí a pesar de ti mismo,/y es esa indiferencia que te hie-la los labios/a la que yo amo más que a la amable sonrisa». Mientras cantan los pájaros, publicado en mayo de 1948, fue el primer texto de Pablo que tuve entre mis manos y aún sigue ocupando un lugar de excep-ción en mis estanterías pobladas de libros. La voz del poeta desvela en su vértigo ín-timo el lujo verbal de los simbolistas fran-ceses con ese acento amargo de hedonista desilusión: «Mirad ese carro en la noche que detiene sus ruedas en el camino./Así es mi vida./En el fango se han hundido las ruedas/y yo oigo la blasfemia del látigo/el largo resoplar sudoroso de las mulas/el es-fuerzo que hincha el torso desnudo de los hombres/y la rueda resbala sin avanzar». Junto a los versos de Pablo, las viñetas de Miguel del Moral, su amigo del alma, con el que compartimos jornadas casi mágicas en el estudio-desván iluminado solo por los resquicios del sol entre los contrafuer-tes de las ventanas. Entre los muros fríos de la clara penumbra contuve la palabra y los deseos castos de aspirar aquel viento mítico y misterioso. No he vuelto a pisar esas losas que hervían como brasas ni a

    contemplar la celosía, el cielo, por los va-nos de pájaros huidizos, pero no dudaré en proclamar el himno de sus nombres desde el hondón de la memoria. Nunca abandonó Pablo ese deseo sereno del bea-tus ille horaciano por las calles de Córdoba. En Antiguo muchacho nos remite indefecti-blemente a la evocación de la infancia, ta-chonada de pasión y melancolía, recuer-dos de niñez envueltos en la resonancia del paraíso que no ocultan con su veste fastuosa el dolor de la atrabiliaria existen-cia: «Y, como el nadador (...) deja escurrir los dedos del agua por su cuerpo desnudo

    La serena memoriaManuel Gahete recuerda la obra del poeta y los encuentros que mantuvo con García Baena

    Manuel Gahete Jurado

    García Baena, en la exposición ‘Rumor oculto’ que homenajeaba al poeta en 2009.

    FRANCISCO GONZÁLEZ

    (...) así a ti me vuelvo/buscando tu sonrisa en mi sonrisa,/tu mirar en mis ojos/y tu honda voz pura, antiguo muchacho,/flu-yendo como un agua fresquísima/del ma-nantial cegado de los días».

    Junio siempre ha sido, para mí, un libro esencial. Editado en Málaga en 1957, canta el triunfo carnal del amor. La sensualidad domina la palabra que fulgura incendian-do la oscuridad de la noche: «Bajo tu som-bra quiero esperar las mañanas fugitivas de frescura/y los atardeceres largos como miradas/cuando todo mi ser es un canto al amor,/un cántico al amor entregado,/mientras las manos se curvan sobre las es-paldas desnudas/y mis párpados se tiñen con el violento jacinto de la dicha». Un año después aparece Óleo, donde el poeta habla desde la soledad y el arrepentimien-to. Algo se ha trasmudado en su palabra, en su sentir hedonista.

    Tras el pagano carnaval de Junio, Pablo se sumerge en un angosto Miércoles de Ceniza, reparación inconsciente de los deseos que laten sin haberse cumplido: «Otra vez tu ceniza, Señor, sobre mi fren-te». El canto jubiloso del carpe diem que exalta el goce de los cuerpos se ha torna-do maduro, duro, macilento, sin apenas haber saboreado su dulce encarnadura. En este libro hallamos uno de los poemas más conocidos de Pablo: «Palacio del cine-

    matógrafo» que muchos han asociado con la eclosión de los novísimos, situándolo, para la crítica, entre los dos grandes movi-mientos del siglo XX: la generación del 27 y los escogidos por Castellet. Nunca sintió especial afecto por los poemas de Almone-da. 12 viejos sonetos de ocasión, trece para aviso de supersticiosos, ya que habían sido compuestos con motivo de alguna celebra-ción u homenaje. Mucho más al uso de la poesía de circunstancias son los Gozos para la Navidad de Vicente Núñez, un conjun-to de felicitaciones navideñas enviadas al poeta y amigo aguilareño en diferentes años. He coincidido en diferentes ocasio-nes con Pablo en el premio dedicado al amigo aguilareño por la Diputación de Córdoba. Días antes del fallo me llamaba sin falta para preguntarme sobre mis li-bros preferidos y así charlábamos largo y tendido sobre ellos y otras cuestiones de la poesía y la vida.

    Siempre me reconvino sobre lo poco que iba a visitarlo, cuando tantos amigos llegaban hasta su residencia en Obispo Fi-tero reclamando su compañía. Finalmen-te, en la Navidad de 1990, acudí a su casa con Fieles guirnaldas fugitivas bajo el bra-zo. «Para Manuel Gahete, por su amistad y poesía, en estas fiestas. Pablo. Navidad 90». Con este breve apunte, certero, afable, me dedicaba los versos áureos de un libro que significaba regreso a la nostalgia o el presagio sordo de la muerte. Ya, con el li-bro Antes que el tiempo acabe, Pablo había iniciado su etapa de madurez. Es como si el poeta retornara en la búsqueda de otros campos elíseos que tendrían que esperar.

    En 1995, respondiendo al envío de mi obra El cristal en la llama, me honraba de nuevo con su palabra y su amistad: «Ha-ce tiempo que tengo una deuda contigo, agrandada ahora en las largas tardes del verano cuando releo tu antología ardida y me encuentro con ese soliloquio de amor, el embeleso de la poesía hablando sola, como si nada importara en el mundo tan-to como ese grito o belleza o susurro o so-llozo». En 1998, Visor publicaba la poesía completa de Pablo. Recuerdo que interve-níamos en un acto organizado por la Dipu-tación de Córdoba, donde participábamos tres generaciones literarias. A su término, Pablo me regaló el ejemplar de la obra que guardo como un tesoro. Esta era entonces su dedicatoria: «Mi poesía casi completa (1940-1997), para Manuel Gahete, esta tar-de de Junio y poesía en Córdoba». Cuando en 2006, Pablo publica Los campos Elíseos ya era digno de todos los reconocimientos. Solo le ha faltado el Cervantes. El refle-jo de Góngora y el lamento por Córdoba fluyen en el ánimo de quien convirtió su mirada en palabra y su palabra en mester sagrado. Evoco ahora cuando me escribía que mi voz estaba «sola crepitando, llama que rompe los cristales del alma. Soledad del poeta». Así nos dejas, solos, huérfanos y náufragos, con el peso ligero de tus ver-sos que no volveremos a oírte recitar; ver-sos inolvidables que provienen de los an-tiguos salmos y traen ese confín oloroso de lo presentido y el misterio, entallados por la seguridad de la mano maestra que esculpe el mármol pétreo; poemas para se-guir creyendo que Pablo será siempre un piélago de luces, un mar sin horizontes.

    GARCÍA BAENA,ADIÓS AL POETA

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  • Pablo García Baena vive hoy más que ayer. Así lo creía el es-critor cuando vivía: «La poesía, con el tiempo, en lugar de en-vejecer, se va haciendo más joven. Se va depurando, se va haciendo más sen-cilla, más desnuda. Aunque es la mis-ma, al fin y al cabo. Las preocupacio-nes y los temas son los mismos. Tal vez la voz es más auténtica». Siempre sos-pechamos que la sutileza poética de la lírica del cordobés no solo sería ajena al paso del tiempo sino que cada vez se eterniza en él y se va haciendo tan necesaria como perpetua. Pablo sabía que la poesía, contra el tópico al uso, no es un canto a la hermosura, que también, sino que se hace carne verbal para «embellecer» con su poder de se-ducción tanto el desengaño de amor, el olvido, la desesperanza, la muerte o el propio amor... La palabra poética es la esencialidad de la vida porque es a través de ésta que la percibimos, a través de sus imágenes poderosas, a través de una simbología connotativa que nos permite adentrarnos por una dimensión de la realidad mucho más verdadera y exigente.

    Los pocos consistentes, cuando que-rían lastimar a Pablo, decían que era un poeta preciosista. Pero Pablo García Baena, lejos de esa prolijidad o refina-miento que puede oler a huero, es un poeta de la palabra precisa -aunque sea una palabra en desuso-, de la imagen reveladora, de las asociaciones menta-les capaces de enriquecer la existencia pero sin caer en la pedrería insulsa o en el gesto poético irrelevante. La pre-cisión define el sentido último de la palabra poética de García Baena, pero también su capacidad de sugerencia, su cabida para recuperar el misterio de la existencia tanto como el de la músi-ca, que subyace en cada palabra medi-da, tensada, engalanada. Decía Pablo: «A mí me han dicho siempre que soy un poeta barroco, pero valoro mucho esa sencillez de la palabra justa y bien dicha». No caben más puntualidades a esta reflexión que nace de un convenci-miento y una praxis permanente.

    Otro elemento fundamental es la renovación. Él estaba continuamente rejuveneciendo y experimentando el lenguaje creador, porque la realidad también cambia. Y junto a esa sensibi-lidad que nace y renace una y otra vez, aquella es igual pero también distinta. Siempre habrá un nuevo sentimiento poético, que no una sensibilidad dife-renciada, como decía Machado, que permite adentrarnos en una nueva épo-ca. García Baena era un escritor que en la sutileza de las formas palpitaba so-bre lo primitivo del lenguaje (el mun-do) y, al unísono, un príncipe intuitivo y lúcido en la transverberación de la vi-bración interior, siempre afectada por el rosario del ímpetu y sus correlatos de entusiasmo humano. No es la quietud la argamasa de su demonio interior, si-

    Una llama siempre vivaLa lírica de García Baena se eterniza en él y se hace perpetua

    Francisco Morales Lomas

    Pablo García Baena, en Málaga.

    no un permanente estado de sacudida. Desde aquel Junio [de 1957] con el paga-nismo y el triunfo de la carne, Óleo, co-mo cuaresma y arrepentimiento donde los sentidos se afanaban por salir a la luz, hasta sus Los Campos Elíseos (2006) -que fue Premio Andalucía de la Crítica en 2007- o Rama infiel (2008), la poesía de Pablo García Baena se sostuvo sobre dos columnas que organizan su mun-do expresivo: la palabra y la emoción interior. La palabra, esa condición del lenguaje y de la vida tan denostada en la lírica actual; y la emoción interior..., el convenio, la salvedad, el fundamen-to, la razón de ser del poema.

    En su poesía hay también un senti-miento de cultura que permite aden-trarse por la vida con otras alforjas donde la creación artística es un corre-lato del propio existir, que mucho tie-ne que ver con el juego de temporalida-des donde el ser subyace como raíz de escritura, como añoranza, como espa-cio para la reflexión. En García Baena la palabra pierde su dispositio de instru-

    mento para convertirse en materia de su lírica.

    La falta de aclimatación a las ten-dencias prosaicas y sistemáticamente «averbales», que llevaron a la lírica es-pañola a una charlatanería autocom-placiente y singularmente reiterativa por su tosquedad, permitió a García Baena un alejamiento de la lírica al uso y la construcción de un castillo interior de recogimiento hasta que acudieron en su rescate escritores de los sesenta y setenta (los poetas del lenguaje y al-gunos novísimos) para ennoblecer su aportación a la lírica española del siglo XX.

    La lírica de García Baena proyecta una áurea fortaleza vital en el ámbito lingüístico por su magnificencia verbal y amplitud metafórica, y en la confor-mación de un mundo interior tupido, trabado, promiscuo, que conforma una de las más brillantes trayectorias líri-cas de los últimos tiempos. Y con mo-tivo ya no de su fallecimiento sino des-de el año pasado, que lo aprobamos en junta directiva, la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos hemos querido reunir una serie de estudios de profeso-res de universidad, escritores y críticos que nos ofrecerán en breve una visión al día de la gran poesía del escritor cor-dobés de todos los tiempos.

    Su poesía proyecta una áurea fortaleza vital en el ámbito lingüístico

    CÓRDOBA

    PErifEriAS

    Leccionesde un poetaJosé García Obrero

    Hace unos años, una

    entrevista para una

    publicación me brindó

    la ocasión perfecta para

    acercarme a uno de los

    poetas más relevantes del

    panorama español: Pablo

    García Baena.

    A Pablo lo había leído con mucha

    admiración, y a menudo coincidíamos

    en los actos que presidía, pero esa

    entrevista prometía un viaje perfecto a

    su universo poético e íntimo, empezando

    por el hecho de que se iba a desarrollar,

    a lo largo de varias tardes, en su propio

    domicilio.

    El camino a su casa anticipaba el perfil

    de Pablo García Baena; concluí que el

    poeta y Córdoba se habían vertido el uno

    en el otro, así, igual que la austeridad

    blanca de las callejas del centro histórico

    deja entrever la exuberancia del interior,

    a ese poeta, de trato afable y humilde,

    le asom