fray francisco de aparicio - casa de la cultura oaxaqueña

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Número FRAY FRANCISCO DE APARICIO 2017 28

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Número

FRAY FRANCISCO DE APARICIO

2017

28

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Mtro. Alejandro Murat Hinojosa

Gobernador Constitucional del Estado de Oaxaca

Mtra. Ana Vásquez Colmenares Guzmán

Secretaria de las Culturas y Artes de Oaxaca

Lic. Guillermo García Manzano

Director General de la Casa de la Cultura Oaxaqueña

Lic. María Concepción Villalobos López

Jefa del Departamento de Promoción y Difusión

Lic. Rodrigo Bazán Acevedo

Jefe del Departamento de Fomento Artístico

Ing. Cindy Korina Arnaud Jiménez

Jefa del Departamento Administrativo

C.P. Rogelio Aguilar Aguilar

Investigación y Recopilación

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FRAY FRANCISCO DE APARICIO

El ocho de enero de 1827 abrió sus puertas en la ciudad de Oaxaca el Instituto de Ciencias y Artes del Estado (ICAE); su primer Director fue fray Francisco de Aparicio,

de la Orden Dominicana. Otro integrante de esta venerable Orden, el hermano Óscar Mayorga, ofreció una conferencia en mayo de 2004, a los integrantes de la Corresponsalía en

Un personaje indeleble

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Oaxaca del Seminario de Cultura Mexicana sobre la vida y obra de su distinguido cofrade de la cual el autor de este escrito tomó algunas notas y en posteriores charlas con el padre Óscar, obtuvo más datos sobre el transcurrir del pri-mer Director del Instituto. Estos materiales integran el pre-sente folleto biográfico, o sea que son el resultado de las investigaciones que sobre fray Aparicio realizó su hermano en la congregación dominica fray Óscar Mayorga, a quien le agradezco su bondad y paciencia con este amanuense.

Alrededor de la primera mitad del siglo XIX, tiempo en el que transcurre esta historia, la ciudad de Oaxaca todavía conservaba la herencia de sus fundadores españoles. La es-tructura de la ciudad aún se basaba en la separación de las funciones religiosas, políticas, económicas y sociales de sus habitantes. El núcleo comercial se estableció alrededor de la plaza principal, un gran espacio abierto que fue pavimentado en 1850, respetando la fuente pública en su centro. En su lado norte está la catedral, en constante reparación por los frecuentes movimientos del subsuelo o temblores de tierra. En el lado sur se alza el palacio de gobierno que por esas fe-chas no se había concluido por la misma razón. Los edificios que rodeaban la plaza tenían aceras cubiertas por arcos a las que se denominaban portales; el del sur era el portal del palacio; al norte, estaba el de Clavería, donde se localizaba la recaudación del diezmo y otras granjerías religiosas; en los portales del Este y el Oeste de la plaza se localizaban diver-sos comercios por lo que fueron llamados de Mercaderes y de Flores.

A dos cuadras, al sur de la plaza principal, se localizaba un gran espacio abierto, del tamaño de una manzana ur-bana, la Plaza de San Juan de Dios, llamada así porque en una de sus contra esquinas se localizaba el templo de ese nombre. En el mercado podían encontrarse en sus cuatro lados puestos cubiertos o sin cubrir que se designaban de sol

y sombra, pues la renta que pagaban sus usuarios dependía de la cantidad de sol o sombra que recibían durante el día. Por las fechas a las que nos estamos refiriendo, la ciudad contaba con 185 manzanas de casas y solares, quince calles

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trazadas de norte a sur y 18 de este a oeste. La población ascendía a, más o menos, veinte mil habitantes.

El ritmo de la vida, en la ciudad de Oaxaca, era lento y bastante regulado por los dictados de la iglesia católica. El transcurrir de las horas estaba marcado por las campanadas del reloj catedralicio y los toques de las campanas de más de doce templos, que llamaban a los fieles a la recitación de acostumbradas oraciones que cambiaban de acuerdo al ca-lendario litúrgico. La población se levantaba muy de mañana a rezar el rosario y muchos acudían a la procesión que, en la madrugada, salía del convento de los dominicos y recorría al-gunas calles cercanas durante media hora. Si no era día festivo por celebración religiosa, después de desayunar, las familias que podían tener a sus hijos en la escuela, los despachaban a alguna institución educativa manejada por la iglesia. El padre se iba al trabajo y la madre proseguía sus tareas domésticas.

En estos tiempos, la iglesia en la ciudad de Oaxaca era el único lugar en que todas las personas, ricos y pobres, se po-dían reunir. En las celebraciones religiosas todos eran iguales a pesar de las diferencias de sus atuendos, en su educación aca-démica o en sus posiciones laborales. La iglesia no sólo daba a los ciudadanos una cierta idea de igualdad, también aceptaba su obediencia y su apoyo, al tiempo que velaba por su bienes-tar material en caso de enfermedad o pobreza. Frailes y monjas recorrían diariamente la ciudad tocando de puerta en puerta o estacionados en las esquinas, solicitando apoyos económi-cos que destinaban al sostenimiento de sus conventos donde recibían a niños y niñas huérfanos a los que proporcionaban alojamiento, alimentos y educación católica. Los más activos en estas labores caritativas eran los dominicos, cuya riqueza en fincas productivas les permitía alimentar diariamente a nume-rosas personas, con la única condición de que después de la comida, acompañaran a los monjes a rezar el rosario.

Las casas, muchas de ellas con patios abiertos al centro, se mantenían limpias y bien ordenadas; su mobiliario, más que lujoso, era adecuado, más útil que decorativo. Las mu-jeres aprendían a leer y contar, como educación formal a la que tenían acceso. De manera informal se les enseñaban

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manualidades que podían serles útiles si llegaban ser espo-sas y madres, aunque ellas eran formadas como expertas en los manejos de la casa, sagaces negociantes y astutas rega-teadoras. En los niños se imbuía el temor a Dios, al que se describía como un juez iracundo con una espada flamígera que castigaba a los que actuaban mal. También se les hacía creer en un diablo omnipresente que aparecía bajo diferen-tes formas para atraer a los incautos y llevarlos, después de su muerte, al infierno ardiente.

Las finanzas municipales eran tan exiguas que sólo permitían solventar un mínimo cuerpo policiaco. Por la no-che, la seguridad en las oscuras calles, era mantenida por “serenos” que iban armados con machetes. Estos vigilantes pregonaban la hora y describían el estado del tiempo duran-te toda la noche. Aunque los gobiernos tomaban medidas para proteger la salud pública, gran parte de la población se veía debilitada por parásitos intestinales originados por el deficiente sistema de agua potable. Dos terribles epidemias de cólera diezmaron las poblaciones de Valles Centrales en 1833 y 1854.

Las instalaciones hospitalarias escaseaban en la ciu-dad, aunque tres órdenes religiosas hospitalarias se habían instalado bien dotadas de propiedades que les permitían fi-nanciar sus servicios asistenciales, pero a principios de 1800, se encontraban en decadencia y fueron suprimidas por las Cortes Españolas, por lo que la ciudad se quedó sin servicios médicos públicos. El municipio trató de establecer esos ser-vicios en el hospital de betlemitas, edificio anexo al templo de Guadalupe, pero sus recursos escasos no lo permitieron.

En materia de diversión, había un teatro propiedad de un particular inaugurado en 1840. De vez en cuando llega-ban a éste compañías de actores itinerantes que se presenta-ban durante algunas semanas con repertorios de moda en la capital del país. También se reunían algunos de los muchos músicos que había en la ciudad, para presentar una velada de música autóctona, en beneficio de alguna obra de caridad. También había peleas de gallos, juegos de baraja y dados. Las corridas de toros fueron prohibidas en 1826 porque pro-

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vocaban demasiada agitación y atraían a muchos limosne-ros, ladrones y carteristas que la deficiente policía no podía controlar. No eran desconocidos los bailes y danzas, pero no se organizaban muy a menudo, tal vez por la polarización entre los grupos políticos.

Sin embargo, el mejor entretenimiento lo ofrecían las fiestas religiosas que contaban con numerosa asistencia que participaba en procesiones pintorescas integradas por músi-cos indígenas tocando sus tambores y chirimías, miembros de las órdenes religiosas, soldados y oficiales de los regi-mientos militares y los “flagelantes” que nunca faltaban. Los dominicos celebraban la fiesta de Corpus Christi y el Viernes Santo, ocasiones que conjuntaban a toda la sociedad oa-xaqueña. Menos concurridas eran las celebraciones de año nuevo, las fiestas de Santo Domingo y del Rosario.

A pesar de estas convivencias religiosas, habían en ac-ción fuerzas sutiles que afectaban la relación entre la iglesia y el pueblo, que habían disminuido la influencia y riqueza y personal de aquella, agravada por una serie de fuertes golpes económicos de efectos acumulativos, como la incautación de una parte de la riqueza eclesiástica por parte de la Corona Española, seguido por los préstamos forzosos obtenidos de los administradores religiosos por José María Morelos cuan-do llegó a Oaxaca y la expulsión de los españoles en 1828, quienes apuntalaban a la iglesias con sus limosnas. El número de frailes y monjas decayó continuamente desde la primera república federal y los ingresos de varios conventos eran insu-ficientes para hacer funcionar esos establecimientos.

Los dominicos llegaron a Oaxaca en 1529 encabezados por fray Gonzalo Lucero y perteneciendo a la provincia de Santiago radicada en la ciudad de México. Lo acompañaban Bernardino de Minaya y Bernardino de Tapia. Presentaron al cabildo de la ciudad, la cédula real de 14 de septiembre de 1526, donde se mandaba se les otorgase sitio adecuado para construir templo y convento, por lo que el Ayuntamiento les concede doce solares en la parte oriente de la ciudad, que según Burgoa: “comienzan desde una calle donde está el solar de Cristóbal de Barrios y por la otra parte linda con la

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calle de Tehuantepeque e con dos calles que atraviesan por los dichos solares y van a dar a otras dos calles principales”. Es un rectángulo que ahora está localizado entre las calles de Armenta y López y Melchor Ocampo y por otra parte en-tre las calles de Independencia e Hidalgo. Aquí construyeron su primer convento llamado Santo Domingo Soriano y más tarde San Pablo, por la capilla de indios que se localizaba anexa al convento. Al inicio se llamaba Santo Domingo So-riano porque contaba con una imagen del fundador de la Orden, que fray Francisco Pinelo había traído desde Soriano, un pueblo de la provincia dominicana de Catanzaro, Italia.

En 1556, el Provincial Bernardo de Alburquerque y el Prior Andrés de Moguer solicitaron al Cabildo de la ciudad de Oaxaca, la merced de 24 solares en la parte Norte, donde antes había estado la iglesia de la Vera Cruz que había sido reconstruida un poco más al noroeste. En 1558 los domini-cos recibieron en donación los solares por parte del Cabildo unos, y otros por parte de sus dueños como Alonso Maldo-nado, Gonzalo y Alonso García Bravo. El Cabildo puso como condicionante que el nuevo convento comenzara a cons-truirse en un término de seis años.

Llegó 1572 y los dominicos habían dejado sin concluir los cimientos, por lo que el Cabildo les inició querella por esta falta al acuerdo de donación y por el mal uso que ha-bían hecho de su dotación de agua. Se llegó al acuerdo de que el convento quedaría construido, al menos en su prime-ra mitad, en un lapso de treinta años. Por el uso del agua los dominicos pagaron 300 pesos, cantidad que terminaron de cubrir hasta 1574. Sin embargo, el pleito por el agua se pro-longó más de 200 años, dando lugar a curiosas situaciones.

Y lo mismo sucedió con la construcción del magnífico convento y templo anexo, pues existen testimonios de los años 1582 y 1597 que hablan del proceso constructivo. En 1609 los dominicos se trasladan al nuevo convento aunque no se había concluido, como lo anota Burgoa: “… Fray Pedro de la Cueva, Padre Superior, cuidando de la fábrica de las principales oficinas del convento nuevo, a donde se habían pasado ya los religiosos, sin tener coro, ni retablo ni escalera

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para los altos de las celdas y dormitorios y otras faltas gran-des que ocasionaban las más sensibles en la observancia y puntualidad de secuela del coro y comunidad”.

La vida de los frailes estaba regida por el voto de obe-diencia que implica el de pobreza y castidad, los tres votos de las órdenes mayores. Con esto se buscaba la perfección personal por medio de la mortificación corporal. Los frailes mas “graves” aventajaban a los jóvenes en las prácticas de castigo al cuerpo y a la libertad. Sobresalía entre los demás, el fraile que se ejercitaba diariamente en cumplir con las re-glas. Por eso se llamaban clérigos regulares, para distinguir-los del clero diocesano, a quienes llamaban clero secular.

En este contexto social, económico y religioso, llega fray Francisco Aparicio a la provincia de San Hipólito Mártir de Oaxaca, originario de Michoacán, posiblemente nacido en Morelia, que en su época se llamaba Valladolid. En la his-toria de Oaxaca, como Provincial de su orden en la primera mitad del siglo XIX, aparece en dos hechos notables: al llegar Morelos a Oaxaca, en 1811 fray Aparicio le entrega parte de los fondos que los españoles le habían dejado en depósito para ayudar a la causa de la independencia. El otro hecho histórico en que participa fray Francisco Aparicio, es en la fundación del Instituto de Ciencias y Artes del Estado de Oa-xaca, en 1827, institución educativa de la que fue su primer Director. Ambos hechos merecen un comentario más am-plio, para comprender el carácter, inclinaciones e importan-cia de fray Aparicio en nuestra historia.

Las autoridades de Oaxaca presentaron una fuer-te oposición hacia los movimientos libertarios de Hidalgo y Morelos. El Ayuntamiento escribió al Virrey Venegas el 6 de noviembre de 1810, ofreciendo sus fondos para la lucha contra la insurrección. Durante los años 1811 y 1812, pene-traron a la intendencia de Oaxaca las fuerzas revolucionarias de Morelos desde las regiones de la costa del Pacífico has-ta la Mixteca. Según se acercaban los insurgentes a Oaxa-ca, el Arzobispo Bergoza y Jordán encabezó la resistencia mediante la colecta de un préstamo de 300 mil pesos que aportó la clerecía, quienes también recibieron una pastoral

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que les exigía denunciar a los conspiradores bajo pena de excomunión en caso de no hacerlo.

Al acercarse Morelos desde Tehuacán a la ciudad de Oaxaca, ésta se fortificó con cincuenta parapetos y veinte puentes, treinta y seis cañones y bastante parque traído des-de Guatemala. El Obispo Bergoza había improvisado un ejér-cito integrado por los españoles de la ciudad, eclesiásticos y seminaristas a los que se llamaban “batallón de la mermela-da”por el color morado de sus uniformes. El mando militar se entregó al teniente general del ejército español, don Antonio González Sarabia que estaba de paso en Oaxaca y a los co-roneles Régules y Bonavía.

El 23 de noviembre de 1812, Morelos llegó a Etla donde fue recibido con víveres y obsequios por parte de los indios. Trazó su plan de ataque a la ciudad, consignado en la orden del día en esta sencilla frase: “a acuartelarse en Oaxaca”. El Obispo Bergoza salió ese mismo día hacia Tehuantepec. En Tonalá enterró una fuerte suma de dinero y que según Bus-tamante: “no la sepultó tan en secreto que no viese el entie-rro algún curioso y cuidase de exhumarla, pegándole este buen chasco cuando trató de recobrarla”.

El ataque a la ciudad duró poco más de dos horas y los jefes insurgentes vencieron a los ejercitos realistas en los cuatro puntos de acceso, quedando para el recuerdo his-tórico el gesto heroico del coronel Félix Fernández, que lo hizo cambiar su nombre a Guadalupe Victoria con el cual llegó a la presidencia de la república. De parte de los rea-listas el Coronel Régules defendió las posiciones de Santo Domingo y Carmen Alto. Con los frailes de la orden carme-lita, se parapetó en las azoteas de este convento, manejando personalmente un cañón y arengando a sus soldados de la “mermelada”sable en mano. Al verse superado por los insur-gentes, se refugió en el interior del edificio, escondiéndose en uno de los ataudes depositados en la sala “de profundis”. Allí lo encontró Matamoros, y quitando los petates viejos que lo cubrian, lo sacó para presentarlo a Morelos. También fue-ron capturados Sarabia, Régules y Aristy y más de trescientos prisioneros. Todos los jefes fueron fusilados; Bonavía en la

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Plaza de San Juan de Dios donde los realistas habían hecho lo mismo con Felipe Tinoco y José Catarino Palacios.

Una vez capturada la población, Morelos acompañado de Matamoros y numerosos insurgentes, se trasladaron al convento de Santo Domingo para libertar a los presos que yaciana en sus celdas enfermos y casi desnudos. El encuen-tro con fray Francisco Aparicio lo narra Juan Sánchez (Vida literaria de Juárez) de la siguiente manera: “se cuenta que al entrar las tropas de Morelos a Oaxaca en 1812, muchos españoles alarmados dejaron sus fondos en el Convento de Santo Domingo, nombrando su depositario a fr. Fran-cisco Aparicio que era el Provincial de la Orden. Se asegura también que al entrar a Oaxaca el Caudillo del Sur, el fraile dominicano, consencuente con sus convicciones puso a su disposición esos caudales. El escritor oaxaqueño don Juan Sánchez pone en boca de fray Aparicio estas palabras: “Dis-ponga el compañero de religión de los fondos que poseo como depositario de los bienes de los españoles que huye-ron, para que se lleve adelante la causa de la Independencia”.

Al respecto, fray Óscar Mayorga comenta lo siguiente: “la tradición oral oaxaqueña ha repetido múltiples veces y distorsionado un poco esta anécdota del padre Aparicio di-ciendo, por ejemplo, que él, siendo Prior de Santo Domingo, le abrió los caudales del convento al Generalísimo More-los haciéndole entrega de todos los fondos de la comuni-dad. Fray Francisco Aparicio nunca fue Prior del Convento de Santo Domingo; fue Provincial sí, es decir, superior de la provincia de San Hipólito Mártir de Oaxaca, pero entre 1819 y 1823, no en 1812. Se dice también que siendo de familia acomodada, gozaba de mucha fortuna que fue la que en-tregó a Morelos. Y otras variantes más de esta anécdota. La versión citada por Iturribarría me parece correcta. Estando en Roma, tuve oportunidad de consultar el Archivo General de la Orden que está ubicado en el Convento de Santa Sabi-na, sede de la Curia General de la Orden Dominicana. En el folio correspondiente a Oaxaca, AGOP XIII, número 012-735, encontré una carta dirigida al Vicario General de la Orden, fray Ramón Guerrero, de parte de fray Juan Nepomuceno

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Buenrostro, español, de la Provincia de San Hipólito Mártir de Oaxaca. La carta está fechada el 13 de marzo de 1818. Entre muchas acusaciones que hace contra los dominicos oaxaqueños, dice: “Cuando Morelos estuvo en Oaxaca, un fraile, maestro, le entregó dinero y alhajas que los españoles Campero y Ramírez le habían depositado antes de huir de la ciudad”.

“Así se completa la versión más verosimil de esa his-toria y hasta contamos con dos nombres de los españoles afectados por el gesto independentista del padre Aparicio. La imaginación propone una hipótesis: siendo fray Francisco Aparicio originario de Valladolid, Michoacán lo mismo que don José María Morelos, al ser paisanos y casi de la misma edad (Aparicio tenía entonces 44 años y Morelos 47) es posi-ble que se hubiesen conocido de muy jóvenes y hasta hubie-ran sido amigos. Eso ayudaría a entender el gesto de Aparicio al llegar Morelos a Oaxaca. Pero si así no fuera, bastaría con que se tratara de dos personalidades fuertes, de dos sacer-dotes liberales que coincidían en sus ideales de justicia y li-bertad a favor de la independencia del pueblo mexicano”.

Una vez obtenida la independencia en julio de 1821, con la entrada de las fuerzas insurgentes a la ciudad de Oaxaca al mando del general Antonio de León, éste quedó al mando político y militar. El breve imperio de Iturbide afectó poco a los oaxaqueños, aunque originó diversos levantamientos y protestas. Restablecida la república en 1823, se instaló en ju-lio de ese año el Congreso Provincial que dictó las primeras bases para la organización del Estado Libre de Oaxaca. En la capital de la república se reunió el Congreso Constituyente que expidió la Constitución de 1824; la del Estado fue ex-pedida el 10 de enero de 1825 por el Congreso estatal, muy parecida a la Federal de 1824, en la intolerancia religiosa y concesión de privilegios a eclesiásticos y militares que tan-tos problemas provocó al país más adelante. También orga-nizó la educación pública, creando escuelas de instrucción primaria de las que sólo había dos en la ciudad y también proponía en su artículo 246: “se crearán los establecimientos que se juzguen convenientes para la enseñanza pública de

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las ciencias naturales, políticas y eclesiásticas, bellas letras y artes útiles al Estado”.

Un año más tarde, el 26 de agosto de 1826, el primer Congreso Estatal expide la ley de instrucción pública, en la que establece el funcionamiento del Instituto con las cátedras de francés, inglés y retórica; lógica y ética; elementos de aritmé-tica, álgebra y geometría, física general y particular, geografía, cirugía, botánica y elementos de química y mineralogía, medi-cina, estadística, economía política e historia natural del país; derecho natural y civil, derecho público constitucional y de gentes y, finalmente, derecho canónico e historia eclesiástica. Llamaba aulas a esta distribución de materias, separando las afines y eran diez en total. El Gobernador el Estado, don Igna-cio Morales, autorizó la apertura de la institución a la que lla-mó Instituto de Ciencias y Artes, que abrió sus puertas el 8 de enero de 1827 bajo la dirección del dominico fray Francisco de Aparicio a quien acompañaron como docentes los abogados Vicente Manero Embides, José Mariano Fernández de Arteaga, Juan Nepomuceno Bolaños; el sacerdote José Mariano Gon-zález, Miguel Méndez y los doctores Francisco Pontón, Luis Blaquier y don Juan Bolaños.

Para primer Director del Instituto fue electo el Provin-cial del convento de Santo Domingo, fray Francisco Aparicio quien se hizo célebre en el público culto de la ciudad por un acto de valor. Así lo narra Justo Sierra en “Juárez, su tiempo y su obra”: presidía Aparicio un acto escolar en su conven-to de Santo Domingo, y un novicio sufría el interrogatorio atormentador de un teólogo que logró desarmar y abrumar a su víctima con doctrinas aristotélicas parafraseadas nada menos que por el Ángel de las escuelas, por Tomás de Aqui-no. Sin poderse contener, Aparicio tomó con vehemencia la defensa del novicio y en su lucha con el teólogo llegó decir ante el estupefacto auditorio: “Santo Tomás me ganaría en santo, pero en saber no me gana”.

Cabe aclarar que antes de la fundación del Instituto, la juventud sólo podía instruirse en el Seminario de la Santa Cruz y que la propuesta de nuevas cátedras que no se im-partían en esa institución, era el principal atractivo para la

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juventud estudiosa. Materias como cirugía, economía políti-ca, derecho natural y civil y el aprendizaje de lenguas extran-jeras era una novedad en el área educativa. El aprendizaje del francés, que ponía a al juventud en comunicación con la cultura de casi todo un continente, también por sí sólo mar-caba un adelanto notable para esos tiempos. En la conferen-cia que fray Oscar ofreció en la Casa de la Ciudad en 2004, insistió en que para comprender la importancia y significado de la apertura del Instituto y el papel que desempeñó como primer director fray Francisco, era necesario conocer la si-tuación y antecedentes de la educación superior en Oaxaca en la época en que sucedieron esos hechos, por lo que aquí expongo algunos párrafos de lo que en aquella noche nos dijo.

“Dando un vistazo retrospectivo a la vida de fray Fran-cisco Aparicio, nos damos cuenta de que el estudio y la vida intelectual han sido unas constantes que lo han acompa-ñado y han matizado su vida toda a lo largo de los largos años de permanencia en el claustro dominicano. Fray Fran-cisco tiene ya 59 años de edad y su salud, que siempre fue muy buena, ha empezado en los últimos meses a manifestar ciertas anomalías: pequeños dolores aquí y allá, insomnios hasta ahora desconocidos, cansancios y otras averías que el tiempo vivido va dejando como señales del trayecto que se ha recorrido. Como esas humedades que van apareciendo en los muros del monumental convento, que van transfor-mando poco a poco, lenta pero perceptiblemente, la cantera verde de los claustros en un polvo blanquzco. “Cómo cáncer de la piedra”, piensa Francisco. ¿Cuántos años le quedan de vida? Sólo Dios lo sabe, pero algo le susurra al oido del alma que no son muchos. Y hay tanto que hacer. “Habrá que esta-blecer prioridades”, solía decirle a su simpático y pragmático hermano, fray Sebastián, apenas dos años mayor que él, que siendo Predicador General tenía tantos compromisos y de todos salía bien, y que acababa de morir, justo cuando él, Francisco, concluía su término como Provincial.

“La cuestión de la educación de la juventud era el tema más recurrente en sus largos ratos de reflexión. Desde que,

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a los 31 años lo habían nombrado Maestro de Estudiantes, se había dado cuenta de que los jóvenes frailes necesitaban urgentemente adquirir una sólida estructura intelectual que les permitiera captar los conocimeintos necesarios para que, a través de la disciplina del estudio, pudieran alcanzar el fin personal de un buen predicador: la sabiduría y la santidad. Siempre las dos, jamás una sin la otra. Porque son las dos jun-tas las que llevan al religioso a la cúspide de todo: a la Véritas, la verdad, el lema de la Orden de Predicadores. Y, a través de sus meditaciones, se había dado cuenta de que había que ir más allá del claustro y alcanzar a esos jóvenes seglares que, sin tener vocación para el sacerdocio no tenían más que el Seminario Conciliar de la Santa Cruz de Oaxaca para abrevar su sed de conocimiento, de ciencias, de artes, de tantas ma-terias no necesariamente en relación con los estudios que el Seminario ofrecía para ser clérigo.

“Francisco daba las gracias al cielo de que no era el único que se desvelaba a causa de estas inquietudes y preocupacio-nes, tenía buenos amigos con quienes compartía esos temas, intelectuales de pensamiento liberal como don José Mariano González, miembro del Congreso del Estado, quién fue uno de los primeros que impartieron clases en el Instituto y el li-cenciado don José Ignacio Morales que fue designado por el Congreso para sustituir como Gobernador del Estado a don José María Murguía y Galardi, el 12 de noviembre de 1824.

“Restablecida relativamente la tranquilidad en Oaxaca, el Congreso del Estado había reanudado su obra legislativa dictando cuantas disposiciones demandaba la organización política del Estado. Designó así el personal para una Cor-te de Justicia, la que fue instalada el 8 de octubre de 1824. Una semana después, el 15 de octubre, fue profusamente publicada en el Estado, la Constitución General de 1824, que fue solemnemente jurada en los días siguientes. A partir de esa fecha se dedicaron los diputados a redactar la primera Constitución Política del Estado. El día 30 de noviembre del mismo año, se estableció en Oaxaca una escuela Normal de enseñanza mutua, según el sistema lancasteriano, el obje-to de la Normal era que de su seno salierona maestros que

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propalaran en todo el Estado la instrucción mutualista. La compañía lancasteriana era una entidad masónica fundada en México en 1822, dedicada a la reforma de la enseñanza.

“Por fin, el 10 de enero de 1825 expidió el Congreso la Constitución particular del Estado. Con base en ella, se organizó la educación pública en todo el Estado, creando escuelas de instrucción primaria que antes eran escasísimas, pues en 1824 sólo había dos en la ciudad: la Nacional y la de Santo Domingo, ambas para niños. Se empezaba a respirar aires nuevos en cuanto a la educación y eso animaba el pen-samiento y el entusiasmo de Fray Francisco Aparicio y sus amigos liberales. Esa mística de la libertad fue, poco a poco, empapando el espíritu de aquellos que soñaban con una vida más humana, más justa y más libre. Se habían inspirado en la revolución francesa, habían leído a los enciclopedistas y a muchos otros autores prohibidos. Y habían empezado a dar sus primeros frutos: la primera Constitución oaxaqueña en 1825 y el primer Código Civil del país en 1828. Y entram-bas fechas, la fundación del Instituto de Ciencias y Artes del Estado, plantel en el cual nuestros legisladores oaxaqueños y, entre ellos numerosos frayles como Fray Francisco Apa-ricio, quisieron que la juventud aprendiera sus derechos de ciudadanos de un pueblo libre y dueño de su destino y se capacitara para el desempeño de los cargos públicos que el futuro había de depararles.

“Pero ansiosos e impacientes por sentir correr ese aire de libertad que haría realidad evidente la doctrina de-mocrática de una República Federal; inquietos, de llevar al hombre al terreno experimental en que sus teorías pudieran encontrar comprobación; premiosos de ver, como el biólo-go o el químico la acción de los reactivos en el laboratorio, no esperaron la fundación del Instituto de Oaxaca, y anti-cipándose a su proyecto, establecieron la primera cátedra popular de Derecho, en un departamento de la planta baja de la Corte de Justicia. Decían los magistrados para explicar sus propósitos: “En nuestra Constitución están los funda-mentos del Derecho Público de cualquier pueblo que viva sin señor y de ellos se tomarán para explicar las materias que

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se cursarán en la cátedra. En la explicación de estas materias, que será toda en lenguaje común y usual, se adoptará una gramática pura y se darán reglas de dicción para producirse con orden, fundamento y agrado, para que nuestros jóvenes, que han de ser diputados, senadores y funcionarios de todo ramo, puedan proponer, fundar y persuadir sus conceptos y rebatir de palabra y por escrito, los contrarios al bien y feli-cidad de nuestra patria”. Con todo, puede decirse que estos cursos dictados en la Corte de Justicia de Oaxaca fueron, en parte, el embrión de lo que sería un poco después el Instituto de Ciencias y Artes del Estado.

“Estos cursillos, que tan desinteresandamente dicta-ron los magistrados de la Primera Corte de Justicia de Oaxa-ca, los legisladores oaxaqueños y algunos clérigos, maestros distinguidos del Seminario como Fray Francisco Aparicio, el Canónigo don Florencio del Castillo, el canónigo don Juan Canseco, don Francisco García Cantarines, Obispo de Hi-ppen, encontraron la más franca aceptación y la entusiasta acogida de la juventud que asiduamente concurría a las anti-guas casas consistoriales y que llena de inquietudes, asedia-ba con preguntas a sus ocasionales maestros y educadores.

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Francisco Aparicio, miembro de la Orden de los domini-cos en Oaxaca, otrora una familia religiosa de gran talla, a la que se debe practicamente toda la evangelización

de Oaxaca, nació en Valladolid, hoy Morelia, el 6 de noviem-bre de 1768. Fueron sus padres don Sebastián Aparicio y doña Josefa Santana y Armas, ambos españoles. Fue bau-tizado como José Leonardo Francisco Aparicio y Santana el 10 de noviembre por el Bachiller don Francisco Gutiérrez de Robles y fue su padrino don José Justo Álvarez como lo cer-tifica el libro de bautismos de españoles de la parroquia del Sagrario Metropolitano de la ciudad de Morelia, Michoacán

A la edad de dieciocho años entró al noviciado de los frailes predicadores en la provincia dominicana de San Hi-pólito Mártir de Oaxaca, animado por su tía materna Sor Ma-riana Nicolasa de Santa Ana, monja dominicana del monas-terio de Santa Catalina de Sena de Oaxaca. Tres hermanos mayores que él, José, Manuel y Sebastián, habían entrado también a la Orden de los Dominicos y formaban parte de la comunidad de Santo Domingo de Oaxaca cuando el jo-ven Francisco tomó el hábito en 1768. No pudimos precisar por qué la familia de Francisco emigró de Valladolid a Oa-xaca, pero parece ser que su padre llegó a ejercer un cargo gubernamental en el régimen virreynal, trayendo a sus hijos muy pequeños y ya jóvenes ingresaron a la Provincia de San Hipólito de Oaxaca.

Al terminar el noviciado fray Francisco hace la profe-sión religiosa en 1787. Las crónicas dicen que “hizo brillan-temente los estudios, sufrió exámenes públicos y presidió la Academia de los estudiantes.” Recibió la ordenación sacer-dotal en 1792, a la edad de 24 años. Continuan las crónicas: “Terminados los estudios realizó dos años de apostolado en los conventos de la Recolección de Soriano (San Pablo) y en

Carta devida

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Yanhuitlán. En 1795 está asignado a Santo Domingo de So-riano y es Lector de Gramática y Lector de Casos. Pasó otros dos años enseñando gramática, preparó muchos discípulos para las lides filosóficas. Previa oposición y por voto unáni-me, pasó a ser Lector General y el siguiente bienio lo encon-tramos enseñando física y matemáticas.

En 1799 ya tiene 31 de edad y 12 de profesión religio-sa. Es asignado este año al Convento de Santo Domingo el Grande e instituido como maestro de estudiantes, sacristán mayor y Director de la Tercera Orden. El Capítulo Provincial suplica al Maestro de la Orden que le conceda la Presenta-tura Título Lectionis. En las actas de 1803, sigue asignado a Santo Domingo de Oaxaca y se desempeña como Lector. El Capítulo Provincial de este año lo instituye como Regente Secundario de Estudios, Lector de Teología y Notario Apos-tólico. Vuelven a postular su Presentatura.

Según las actas del Capítulo Provincial de 1807, conti-núa asignado a Santo Domingo. Es Definidor en este Capí-tulo, es instituido para explicar el catecismo los domingos en el templo de Santo Domingo. Es también instituido Re-gente de Estudios primarios y profesor de Sagrada Escritura y retórica así como depositario y Pro comisario del Santísimo Rosario. Una vez más, el Capítulo postula su Presentatura. Que obtiene hasta dos años más tarde por la plaza que deja vacante su hermano fray José Aparicio al ser promovido al Magisterio. Las actas del Capítulo Provincial de 1811 señalan que sigue asignado a Santo Domingo, ahora como Presenta-do; es también catedrático en el Real y Pontificio Seminario y Depositario de la Provincia y sigue siendo catequista en el convento de Oaxaca y Pro Comisario del Santísimo Rosario.

En 1812, como Depositario del Convento, recibe algu-nos bienes de españoles que huyen de la ciudad ante la pre-sencia cercana del Generalísimo Morelos, dando lugar a la anécdota que ya relatamos en renglones anteriores. Siguien-do con las actas de los capítulos provinciales de San Hipólito, vemos que en 1815 fray Francisco Aparicio sigue asignado al convento de Santo Domingo de Oaxaca. Es catedrático de Vísperas en el Real y Pontificio Seminario de Oaxaca; es pos-tulado al Magisterio por la muerte ocurrida en este mismo año de fray Manuel Aparicio.

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El 5 de mayo de 1819 es elegido Provincial y durará en el cargo los cuatro años reglamentarios enfrentando tiempos difíciles; un año antes, en 1818, según los datos menciona-dos en la carta de Fray Juan N. Buenrostro, la Provincia tenía entonces un total de 62 frailes, 42 mexicanos y 20 españoles. Con las sucesivas guerras que se tenían desde el inicio del movimiento de independencia, la inestabilidad social, políti-ca y económica afectaba mucho la vida de la población. Por su estructura y localización, el convento de Santo Domingo era el primer lugar que era ocupado por los ejércitos que tomaban la plaza. Insurgentes y realistas primero, liberales y conservadores años después, todos hacían de Santo Domin-go el baluarte de su permanencia en Oaxaca.

¿Cómo iba a vivirse una vida de observancia religiosa siendo tan pocos frailes y teniendo ocupada toda la primera planta del convento por los soldados de uno u otro bando? Si-guiendo los datos aportados por el padre Buenrostro, un año antes, en el monumental Convento de Santo Domingo vivían apenas 18 sacerdotes, un estudiante ciego y seis hermanos le-gos, un total de 25 frailes. El número de religiosos había dismi-nuido notablemente, los frailes ancianos se iban muriendo, ya no venían frailes de España y las vocaciones se agotaban con-tinuamente. Hacía 14 años que no se daba el hábito a ningún novicio, es decir, desde 1804 no había habido vocaciones.

Continúa el padre Buenrostro: “las propiedades con que contaba el convento estaban gravadas por grandes deudas e hipotecas y las haciendas llamadas “frailescas” que hacía unos 20 años tenían más de 15, 000 cabezas de ganado y enviaban anualmente al convento de Santo Domingo; por lo menos, mil toros con valor de unos 12,000 duros, por ese entonces apenas les quedaban 500 cabezas de ganado y ya no daban nada al convento” La decadencia de la vida religio-sa era notable. En ese ambiente y ante esos retos, fray Fran-cisco Aparicio fue elegido Provincial de San Hipólito Mártir de Oaxaca. Veremos cómo responde a partir de la experien-cia de su nuevo cargo y de acuerdo siempre a su vocación y carisma de intelectual, a los desafíos que como hombre de iglesia recibe de la sociedad de su tiempo.

Como ya mencionamos, en 1827 abre sus puertas el Instituto de Ciencias y Artes del Estado de Oaxaca y fray Apa-

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ricio es nombrado director y profesor de gramática latina. Lo acompañan como secretario y profesor de física y geo-grafía José Flores Márquez; otros profesores son José Ma-riano Fernández Arteaga en derecho civil y natural, Vicente Manero Embides en derecho político y de gentes; presbítero José Mariano González de derecho canónico e historia ecle-siástica; dr. Francisco Pontón de cirugía; Juan Nepomuceno Bolaños de economía política, estadística e historia natural; Miguel Méndez de lógica, matemática y ética; Bernardo Aloi-si de inglés y francés; como bibliotecario: Juan María Feraud y como portero, Santiago Candiani.

El Instituto abrió sus puertas en la casa número 8 de la calle de San Nicolás, hoy calle de Hidalgo, donde estuvo du-rante siete años, hasta 1834 en que pasó al convento de San Pablo. En 1859 se aplican las leyes de Reforma, se procede a la exclaustración de los religiosos y se incautan los bienes de la iglesia. Hasta 1862 el conjunto de San Pablo, convento y templo, ocupó las dos manzanas que tuvo desde el inicio, con tres callejones por el poniente, el norte y el sur para acceder al templo. En junio de 1862 el Gobierno del Centro, a solicitud de las autoridades del Estado cedió al Instituto de Ciencias y Artes los edificios de los ex conventos de San Pablo y San Agustín a fin de que, siendo fraccionados en lotes pequeños para la construcción de casas, se vendieran y su producto constituyera el patrimonio del Instituto. El 16 de septiembre de 1862, por disposición del Gobierno, principió la demoli-ción del templo de San Pablo para abrir la calle cerrada que se llamó de Juárez y hoy es la primera de Fiallo. Esa obra dividió el claustro atravesando el presbiterio del templo, dejando en claro el patio principal convertido ahora en jardín público.

Fray Francisco Aparicio renunció al cargo de Director del Instituto a finales del año 1828 por motivos de salud y se refugió en su convento de Santo Domingo. Guardó poco tiempo de cama pues murió días después de su renuncia y fue sepultado en la sala capitular de Santo Domingo. Tenía al morir exactamente sesenta años y su figura como intelectual religioso impulsor de las ideas liberales, se agiganta con el paso del tiempo.

RA. 17.

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Aunque la ley que originó el Instituto de Ciencias y Artes no fue creación exclusiva de fray Aparicio, él y su gru-po de religiosos que luego devinieron en docentes de

la institución educativa y en integrantes de su Academia, si formularon los artículos que integraron el primer reglamento que dio vida práctica al Instituto y fray Francisco, como pri-mer Director, redactó la mayor parte de la reglamentación que tuvo una vigencia de más de veinte años, por lo que pre-sentamos esa ley, como un reconocimiento al importante papel que desempeñó como fundador de la primera casa de estudios de nuestra entidad.

Capítulo I. Del Instituto de Ciencias y Artes del EstadoArti 1º. Se establecerá en la capital del Estado una casa de en-

señanza pública, que se denominará: INSTITUTO DE CIENCIAS Y ARTES DEL ESTADO.

Art 2º. En este Instituto se dará gratuitamente la enseñanza en idioma vulgar y por unos mismos autores.

Art 3º. La enseñanza será diaria, sin más interrupción que la de los días festivos, religiosos y nacionales.

Capítulo II. De la división de las aulas, su dotación y cursantes.4º. La enseñanza que se dé en el Instituto, se distribuirá en

las aulas siguientes: la primera será de idioma francés e inglés y retórica. La segunda, de lógica, ética, elementos de aritmética, álgebra y geometría. La tercera, de física general y particular y geografía. La cuarta, de cirujía. La quinta de botánica y elementos de química y minera-logía. La sexta de Medicina. La séptima, de estadística, economía política e historia natural del país. La octava

Una muestra de su talento

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de derecho natural y civil. La novena, del derecho públi-co constitucional y de gentes. La décima, del derecho canónico e historia eclesiástica.

5º Cada una de las cuatro primeras aulas, tendrá la dota-ción de cuatrocientos pesos, y las últimas la de quinien-tos.

6º Habrá una Academia dividida en tres secciones, la pri-mera de dibujo y pintura; la segunda, de escultura y ar-quitectura y la tercera, de agricultura y comercio, con la dotación de trescientos pesos anuales, para cada sec-ción.

7º Ninguno podrá entrar en la tercera aula y siguientes, sin acreditar estar instruido en la enseñanza de la segunda; pero en las secciones de la academia se recibirá sin este requisito.

8º Los individuos que cursen las aulas de este Instituto du-rarán en ellas todo el tiempo que fuere necesario para sufrir un examen, en el que se califique su instrucción por los profesores.

9º. Los individuos de que habla el artículo 8º, para ejercer el cargo de profesores en facultad mayor, deberá tener tres años de pasantía o práctica, al lado de un profesor aprobado.

10º. Para que se abra alguna de las aulas y secciones dichas, habrá por lo menos seis cursantes.

Capítulo III. De los profesores y su nombramiento.11º. El Gobierno nombrará por el tiempo de cuatro años,

a propuesta en terna de la Cámara del Senado o su Consejo, todos los profesores; pero en lo sucesivo, no podrá obtenerse tal nombramiento sin que proceda un examen público.

12º. Este examen se hará por los profesores de las aulas res-pectivas o análogas.

13º. Los profesores propondrán al gobierno la lista de los candidatos examinados con su rigurosa calificación, para que el gobierno elija al más apto.

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14º. Los profesores durarán en sus destinos por el espacio de cuatro años, pero podrán ser reelectos o promovi-dos a otras aulas según su mérito e instrucción.

15º. Siempre que algún profesor se imposibilite por alguna causa física o moral, para el desempeño de su empleo, el Director del Instituto nombrará a otro sujeto que lo sustituya, el que se denominará profesor sustituto.

16º. Los deberes y obligaciones de un profesor sustituto, son los mismos que los de los profesores propietarios.

17º. El profesor sustituto disfrutará la mitad de la renta del propietario a quien sustituye.

18º. Los profesores imposibilitados, de que habla el artículo 15, gozarán la otra mitad de sueldo o renta, a no ser que sean promovidos a otros destinos o comisiones lucrati-vas.

Capítulo IV. Del Director del Instituto y Junta Directora de estudios.19º. Habrá un Director del Instituto, nombrado por el Go-

bierno, a propuesta en terna del Senado o Consejo.20º. El sueldo del Director será de quinientos pesos anuales,

y podrá servir alguna aula, percibiendo también su res-pectiva dotación.

21º. El Director durará en su cargo cuatro años; pero podrá ser electo indefinidamente.

22º. Es atribución del Director velar sobre el más exacto cumplimiento de los deberes de los profesores.

23º. Habrá una Junta Directora de estudios, compuesta del Director del Instituto y todos los profesores que actual-mente se hallen en él.

24º. Las atribuciones y facultades de la Junta Directora de estudios son: primera, hacer los reglamentos necesa-rios al Instituto y a los demás establecimientos políticos de enseñanza que haya en el Estado y presentarlos al Congreso por conducto del Gobierno. Segunda: dar al Congreso cada año, cuenta del Instituto y de cualquier otro establecimiento político de instrucción. Tercera: promover la mejora de métodos de enseñanza y pre-

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sentar al Congreso las alternativas que se crean conve-nientes al plan de estudios. Cuarta: formar y publicar en castellano catecismos de cualesquiera Ciencias y Artes. Quinta: dirigir y cuidar el establecimiento de la librería pública y ejercer todas las demás atribuciones que le señale su reglamento interior.

25º. El secretario de esta junta será uno de los profesores que anualmente se nombre por la misma Junta.

26º. El Gobierno proporcionará edificios necesarios para este instituto.

Capítulo V. De la biblioteca e instalación del Instituto.27º. Habrá en el Instituto una Biblioteca de las obras más

selectas sobre Ciencias y Artes.28º. El Gobierno podrá tomar del erario para su formación

hasta dos mil pesos en el primer año y hasta quinientos en los siguientes años que fueren necesarios.

29º. Habrá un bibliotecario con el sueldo de doscientos cin-cuenta pesos anuales.

30º. Habrá un portero que igualmente cuide el aseo y lim-pieza del edificio, con el sueldo de doscientos pesos anuales.

31º. El Gobierno del Estado tomará las providencias conve-nientes, para que este Instituto se establezca el 1º de diciembre del presente año, procurando que haya la mayor solemnidad en el acto de su instalación, aunque para dicha fecha no se pueda conseguir la apertura de todas las aulas y secciones después de apurados todos los recursos.

Dado en Oaxaca a 26 de agosto de 1826.

NOTA: Tomado de Leyes y Decretos del Estado de Oaxaca. 1894.

RA 17.