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FRANCIS BACON ARCHIVOS PRIVADOS

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Los archivos privados

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Page 1: Francis Bacon

FRANCIS BACON

ARChIvOS pRIvAdOS

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FRANCIS BACON

ARChIvOS pRIvAdOS

Martin Harrisony Rebecca Daniels

Prólogo de Barbara DawsonDirectora de la galería municipal de Dublin The Hugh Lane

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Entrar en el estudio de Francis Bacon fue como asomarse al interior de la mente del artista. Los parámetros no

son sólo físicos. Es el espacio en que tenía lugar el proceso privado de investigación y creación artística, antes de

que la obra se convirtiese en pública. En este ínterin, las sensaciones son desmenuzadas y asimiladas antes de dejar

su rastro sobre el lienzo final.

En el momento de su muerte, el estudio de Bacon era un lugar célebre, pero ignoto. Se trata de una pequeña

habitación de 6 x 4 metros, repleta de desperdicios en montones. Fotografías, libros, revistas, dibujos e imágenes

impresas; todo cumplía su función hasta que eran abandonados en pro de la obra terminada. Hasta hoy, este

material no había tenido voz. Era el campeón silencioso del proceso artístico.

Cuando se hubo consumado la donación del estudio a la ciudad de Dublín, comenzamos a trabajar en éste como

si de una excavación arqueológica se tratase. Los arqueólogos realizaron mediciones y dibujaron alzados del lugar

antes de llevarse el material objeto por objeto. A continuación, dicho material fue documentado y archivado en The

Hugh Lane, la galería municipal de Dublín. Este proceso de excavación conllevaba que todo lo que estuviera oculto

saliese a la luz, y para Bacon lo que se encontraba bajo la superficie era igualmente importante que lo que se podía

ver. El material tiene varias capas de significado, y con cada exposición de sus cuadros, crece en su importancia. Su

variedad es enorme y su contemplación fascina: una parte emborronada con pegotes de pintura, otros materiales

redibujados o desgarrados aposta, y varios de ellos arrugados hasta crear una silueta distorsionada, normalmente

de un rostro.

Estos materiales datan de distintos periodos de la vida de Bacon: algunos de ellos los trajo consigo cuando se

mudó a Reece Mews, en 1961. Su transformación en un ser frágil y anciano, y su camino hacia la decrepitud

trajo otros significados. Este proceso de mutación fue importante para Bacon. Los significados se hacen así más

misteriosos cuando se convierten en el sedimento fértil de su práctica pictórica. Sus obras tenían de por sí un

particular sentido, pero cuando se reúnen, ese sentido cambia por completo. Las obras cambian constantemente,

como las figuras de un mazo de cartas que se baraja. Esta conexión surrealista, a lo cadáver exquisito, que

se establece entre los objetos produjo en Bacon una fascinación imperecedera, tal y como revelan nuestras

«excavaciones». El material del estudio parece cobrar sentido conforme pasan los años: se hace inherente a la

interpretación de su arte y nos acerca al artista. El material toma con el tiempo una nueva pátina. La mayor parte

de las personas que aparecen en las revistas encontradas ya han muerto y los productos que se anuncian en

ellas dejaron de estar a la venta hace tiempo. En cualquier caso, y con independencia de lo que se revela en este

material ahora expuesto, el estudio continúa constituyendo un misterio y una fascinación visceral para quienes

hemos participado en su reubicación.

Tras el rastro de Bacon

Barbara Dawson

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Incunables

Francis Bacon concedió sólo a sus amigos más íntimos el permiso para entrar en su estudio, situado en Reece Mews,

Londres. Se daban excepciones cuando el pintor recibía la visita de algún fotógrafo y preparaba el estudio al efecto,

girando hacia la pared los lienzos a medio terminar. Era muy reservado con respecto a sus poco convencionales

métodos y la acumulación y absorción de imágenes que ejercía. Apenas los más cercanos eran alguna vez invitados

a ojear los cientos de libros y revistas que se apilaban precariamente en estanterías y las toneladas de imágenes que

rebosaban de cajas de cartón, o simplemente tapizaban el suelo. En 1950 se reconoció públicamente que existía

un cierto diálogo entre los desnudos de Bacon y los estudios de Eadweard Muybridge sobre la figura cinética, y

también trascendió la admiración de aquél por Velázquez, Miguel Ángel y Rembrandt. Sin embargo, tan sólo a partir

de la muerte de Bacon fue posible comenzar a aprehender con toda amplitud su gama de estímulos visuales.

El estudio de Bacon (y todo su contenido) fue donado en 1998 a la galería municipal de la ciudad de Dublín, The

Hugh Lane. La mayor parte de los documentos presentados en este libro forman parte del abultado archivo de

la galería, que contiene más de siete mil objetos. El estudio de los mismos está aún en pañales; no obstante, el

primer criterio rector de esta nueva selección sería el de la diversidad: los objetos debían reflejar lo enormemente

variado que era el archivo visual de Bacon. Apenas unas pocas de las imágenes que lo componían habían sido

reproducidas anteriormente. De haberlo sido, con frecuencia los datos sobre su procedencia eran incorrectos o

estaban incompletos. Otro principio rector lo impuso la determinación de que todas y cada una de las fuentes de

que Bacon obtuvo imágenes debían ser identificadas y datadas con precisión: antes de que se pudiera interpretar

una imagen propiedad del pintor era necesario encuadrarla temporalmente, ya proviniera ésta de su banco de

imágenes o estuviera relacionada de otra forma con alguna de sus obras.

En 1996, John Edwards (el heredero del artista) invitó a Brian Clarke a visitar y examinar el estudio de Bacon, en el

que apenas nadie había puesto pie desde 1992. Era claro que muchos de los documentos por allí esparcidos (llamaran

la atención inmediatamente o parecieran a primera vista vulgares) habían sido profundamente transformados por

Bacon: constituían, en efecto, estudios preliminares. Los documentos clave fueron fotocopiados y examinados

por David Sylvester, quien compartía con Clarke el entusiasmo por el compromiso táctil que Bacon mantenía con

esos objetos misteriosos y viscerales. Doce años más tarde, su libro forma parte de una serie de publicaciones

que Clarke comenzó a planear en 1996. Dicho libro se creó en parte como un anexo al catálogo razonado de las

pinturas de Bacon (que se publicará en 2011). El material puramente fotográfico, como pueden ser las impresiones

originales en gelatina de plata, brilla por su escasez en la selección: la Hugh Lane está organizando una exposición

centrada en este tema para 2009.

Desde la invención de la fotografía en el siglo XIX, innumerables artistas han hecho uso de la reproducción

mecánica. Bacon, sin embargo, transformaba materias primas a menudo banales en poderosas obras de

excepcional agudeza. Se ha argumentado que esta imaginería de base es sencillamente efímera, de manera que,

claramente, la dinámica que se establece entre los objetos contenidos en este libro y las obras de Bacon debe

explicarse desde el punto de vista de la historia del arte. Sin embargo, si partimos de las pruebas que van saliendo

a la luz, podremos afirmar que dichos objetos son fundamentales para comprender en toda medida los métodos

de Bacon, su vocabulario pictórico. Son, en efecto, reveladores, y permiten desentrañar sus declaraciones públicas

sobre los conceptos del dibujo o el azar.

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Bacon apenas había recibido educación en técnicas formales de

dibujo, y muy raramente pintaba del natural. En lugar de ello, se

apropiaba de imágenes provenientes de libros y mass-media y las

manipulaba en lo que para él constituía el equivalente a un estudio

preliminar convencional. Bacon también tomaba abundantes notas,

con ideas para nuevos cuadros (a menudo variantes de pinturas ya

existentes) y a veces bosquejaba composiciones.

En 1949, descubrió el que se convertiría en tema central de su pintura

por el resto de sus días: el cuerpo humano. Las láminas procedentes

de las diferentes ediciones de The Human Figure in Motion [El cuerpo

humano en movimiento], la obra de Edward Muybridge, fueron una

constante referencia para sus figuras humanas, si bien «en realidad,

Miguel Ángel y Muybridge se entremezclan en mi mente», como

explicó en más de una ocasión. Sobre 1962, Bacon comenzó a encargar

a John Deakin que tomara fotografías de amigos. Éstas realizaban una

función parecida: aunque sus poses eran más estáticas, a menudo se

fusionaban con elementos tomados de las imágenes de Muybridge.

A veces, la iconografía baconiana incluye temas distintos de la figura

humana: animales, por ejemplo, o paisajes. Desde su infancia, a Bacon

le fascinó la carne que se colgaba en las carnicerías. En una ocasión

hizo un enigmático comentario al respecto: «Cuando entro en una

carnicería, siempre me sorprende no ser yo el que está ahí colgado,

en lugar del animal». En una ocasión, durante su adolescencia

irlandesa, viajó con su amiga Doreen Mills desde Straffan a Naas, con

motivo de un torneo de hurling. Bacon convenció a Doreen para dar

un rodeo con el objetivo de contemplar los «cadáveres y trozos de

carne» que colgaban del techo en la carnicería Higgins, en el pueblo

de Sallins.

El pollo encordelado que se ve en la imagen superior (que

corresponde al panel izquierdo de un tríptico hoy desmantelado) es

una imagen única dentro del corpus baconiano. Venía acompañado

por un Euménides, pero su significación no es aún clara, aunque se

especula con la idea de que el cuadro se inspire en la muerte del

ilustre ancestro, Sir Francis Bacon, quien, según Aubrey, contrajo

una neumonía fatal mientras realizaba experimentos para conservar

una perdiz muerta enterrándola en la nieve. Se supone que la idea

de Bacon era, en principio, pintar un ave muerta y colgada por las

patas, y que a partir de dicha idea buscó un modelo. Pero puede

que fuera a la inversa, que esta ilustración fuese el desencadenante

que dio vida a ese elemento del cuadro. En una de sus muy directas

transposiciones, el pollo del cuadro es una réplica fiel del bosquejo

del pájaro del medio de los cinco que aparecen en el capítulo Poultry

(Aves) del libro The Cook Book (arriba a la izquierda).

‘Poultry (Aves). Página de The Cook Book, de Terence y Carolina Conran, 1980. Francis Bacon. Panel izquierdo de tríptico, 1981-82.

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Sólo una de las dos páginas que se han conservado de un libro sobre

técnicas de golf que Bacon poseía (arriba) guarda un significado

importante al respecto de su obra, mayor de lo que en un principio

podría parecer. A veces, Bacon se hacía con imágenes de este tipo,

de irrelevancia patente, y las usaba como detalle en sus cuadros

(recogidas del suelo o salidas del interior de una caja de cartón «por

azar», como él decía). Bacon trasplantó el diagrama de una postura

de golf parecida (tomado de otro libro, The Modern Fundamentals of

Golf (1957), de Ben Hogan) a su cuadro Two Men Working in a Field

[Dos hombres trabajando en el campo], de 1971, en el que lo añadió

como detalle. Preguntado por la evolución de las flechas direccionales

que empezó a incluir en sus obras a partir de ese mismo año, Bacon

se mostró por una vez conciso y contestó que las había sacado de un

manual de golf. La identificación del libro del que se había arrancado

la hoja hizo posible corroborar la respuesta de Bacon, tal y como

confirma la imagen de la cubierta (arriba a la derecha). Ésta, no

obstante, no se encontró en su estudio; se trata de la cubierta de

otro ejemplar del libro.

A partir de 1929, Bacon raramente vivió a más de una milla a la

redonda del distrito de los museos, en el barrio londinense de South

Kensington. Sin embargo, tras la muerte en 1951 de su antigua aya,

Jessie Lightfoot, Bacon decide abandonar para siempre su estudio de

Cromwell Place. Durante cuatro años trabajó en lugares prestados,

cambiando de domicilio con tal frecuencia que es poco probable que

su acervo de imágenes se mantuviera intacto en el proceso. Entre

1955 y 1961 ocupó habitación en un piso propiedad de Peter Pollock

y Paul Danquah (en Overstrand Mansions, barrio de Battersea) hasta

que pudo mudarse, el verano de 1961, al número 7 de Reece Mews,

su base de operaciones hasta 1992.

En 1959, Bacon había dejado temporalmente la apretada habitación

de Overstrand Mansions para preparar su primera exposición en

solitario, que tendría lugar en la Marlborough Gallery de Londres.

Durante tres meses habitó un estudio de alquiler en Saint Ives,

en Cornualles. Su compañero de viajes, Ron Belton, recuerda la

importancia que Bacon otorgaba a su «imaginería fuente»: «Antes

de que dejáramos Londres, Francis empaquetó montones de

libros sobre medicina y zoología, el Picture Post, fotografías, pliegos

con dibujos de piernas y brazos de niños, etcétera; amarró los

paquetes con una tira de guita y se los llevó a Saint Ives, donde

de inmediato los desembaló y empapeló con su contenido la pared

del estudio».

En 1950, Sam Hunter, historiador del arte estadounidense, visitó

a Bacon en su estudio de Cromwell Place y realizó un reportaje

Página del libro Style Analysis, de Louis T. Stanley, 1951. Sobrecubierta del libro Style Analysis, de Louis T. Stanley, 1951.

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fotográfico sobre sus «imágenes fuente». Dos de las fotografías

tomadas por Hunter se publicaron en el Magazine of Art en 1952.

Ambas constituyen una prueba importante de la imaginería que

Bacon había recopilado hasta ese momento. Ningún material del

registrado por Hunter ha sobrevivido hasta hoy, lo cual deja abiertas

dos posibilidades: que Bacon lo perdiera en sus años más peripatéticos

o que lo destruyera deliberadamente. Bacon era ambivalente, en el

mejor de los casos, a la hora de hablar de sus «influencias», aunque

sí permitió a Alley y Rothenstein reproducir siete de sus imágenes

en el catálogo razonado que publicaron en 1964, y a David Sylvester

publicar diez más en Interviews with Francis Bacon [Entrevistas con

Francis Bacon], de 1975.

Seguramente nunca sabremos qué parte de los fondos más antiguos

del archivo de Bacon sobrevivió a la mudanza de 1961 al número

7 de Reece Mews. Lo que sí sabemos es que a su muerte sólo

una pequeña porción del mismo seguía intacta. No obstante, muchas

de las láminas de este libro son anteriores a 1961, y es muy probable

que algunas de ellas fueran adquiridas y utilizadas por Bacon antes

de esa fecha. Bacon sostenía que un entorno caótico le empujaba

a trabajar más: el ímpetu por crear orden donde reina el caos. Aun

así, en sus treinta y un años de estancia en Reece Mews llevó a

cabo limpiezas con regularidad, cuando el lugar llegaba a estar

demasiado atestado incluso para él. Ya en los 70, el interior de

su estudio se había convertido en un tema recurrente entre

los periodistas gráficos. Esas fotografías muestran una pequeña

habitación, reconocible ya, repleta de cajas de cartón rebosantes

de fotos y hojas sueltas, arrancadas de libros y revistas. Sobre los

estantes situados a la izquierda de un espejo circular, una centena

de libros se tambaleaba, amontonados en tres pilas. Bacon siempre

les quitaba las cubiertas y los colocaba con los lomos mirando hacia

dentro: se diría que había tomado un libro tras otro aleatoriamente,

como si una imagen que no esperase encontrar hubiera dado pie a

una asociación de ideas casual.

Las imágenes de Muriel Belcher (arriba) son impresiones con

gelatina de plata. Es importante remarcar, no obstante, que en su

asimilación de imaginerías disímiles, Bacon a menudo se nutría de

fotografías combinadas con reproducciones mecánicas; un ejemplo

es la evolución del cuadro Sphinx – Portrait of Muriel Belcher [Esfinge

– Retrato de Muriel Belcher] (1979). Muriel Belcher era íntima

amiga de Bacon. Su importancia para él queda bien documentada.

En 1948, poco después de abrir el Colony Room, una coctelería

privada de Dean Street, en el Soho londinense, Belcher decidió

contratar a un Bacon arruinado para atraer clientela: le pagaba

10 libras a la semana, más barra libre. Muriel Belcher se convirtió en

Muriel Belcher. Fotografía de John Deakin, ca. 1965. Muriel Belcher en el club Colony Room. Fotografía de John Timbers, ca. 1975.

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la protagonista de su (según algunos) primer gran retrato: Miss Muriel

Belcher (1959), que pintó en Saint Ives supuestamente de memoria,

si bien es probable que en realidad se ayudase de alguna fotografía.

Bacon utilizó además una serie de fotografías de John Deakin

(de alrededor de 1965, en la otra página, arriba a la izquierda)

para el trío Three Studies of Muriel Belcher [Tres estudios de Muriel

Belcher] (1966). En 1979, comenzó a idear un tríptico sobre Edipo y

la Esfinge, inspirándose en las distintas versiones de este tema tan

querido por Ingres. Finalmente pintó sólo dos de los paneles, y estos

quedaron separados cuando Sphinx — Portrait of Muriel Belcher fue

vendido, en 1980.

La combinación de los motivos artísticos de Belcher y la Esfinge

podría haber sido aleatoria en parte. En 1979, Belcher estuvo

ingresada en el hospital. El afecto que Bacon sentía por ella quedó

manifiesto en las varias visitas que éste le hizo (a pesar de detestar los

hospitales), durante el tiempo en que pintaba el cuadro. Ella murió

en octubre de ese año; es plausible pensar que la obra se convirtiera en

un homenaje póstumo. Bacon había pintado esfinges anteriormente,

en 1953 y 1954, siendo las zarpas de Sphinx I, el cuadro de 1953,

de una particular felinidad. Sin embargo, las exageradas garras y

patas de la versión de 1979, así como el torso desnudo, parecen

haberse inspirado en una fotografía de la bailarina Marcia Haydée

que Bacon había arrancado del Observer (arriba a la izquierda).

La representación de un periódico arrugado en el fondo de la escena,

con su aleatoria tipografía Letraset, puede ser una referencia críptica

al origen de esta imagen fuente. Bacon trabajó sobre la fotografía de

John Timbers (en la página anterior, a la derecha) con pintura blanca,

aislando a Belcher del mismo modo en que el «dosel» magenta la aísla

en la obra definitiva (aunque sin la reflexión en el espejo). Las barras

inferiores ya habían aparecido como motivo en la obra de Bacon,

concretamente en una de las figuras de Three Studies of the Human

Body (1967), la cual a su vez se basó en una ilustración procedente de

la obra Positioning in Radiography (130, 131), de K. C. Clark.

Así pues, incluso los elementos de Sphinx — Portrait of Muriel Belcher

discutidos anteriormente estaban sujetos a múltiples y complejos

factores, entre los que se incluyen el uso de impresiones en gelatina

de plata, una fotografía de periódico, una ilustración procedente de

un libro sobre radiografías y reproducciones de las propias obras de

Bacon: una compleja síntesis típica de la práctica pictórica baconiana.

Y sin embargo, cuando mejor comprendemos este proceso, mayor

es la necesidad de mantener una distinción entre estas «imágenes

recopiladas» y modificadas y la versión final de los cuadros. Es posible

que la imaginería de los medios impresos haya hecho destellar la

imaginación de Bacon, desatando en él una enorme productividad.

Marcia Haydée. Fragmento de The Observer. Domingo, 4 de junio de 1978. Francis Bacon. Sphinx – Portrait of Muriel Belcher [Esfinge – Retrato de Muriel Belcher], 1979.

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No existe, sin embargo, intención alguna de elevar al pintor por

encima de su obra ni de confundir el proceso con el resultado final,

cuya esencia está condicionada por una ejecución pictórica fluida,

espontánea. Como Bacon repitió una y otra vez a Sonia Orwell en

1954, «quiero pintar, no rebuscar entre recortes de periódico».

La mayoría de láminas de este libro son, por tanto, reproducciones

mecánicas que pueden ser consideradas estudios preliminares de

las obras pictóricas de Bacon. Éste desmintió en varias ocasiones

haber realizado dibujos, asunto que se convirtió en objeto de un

intenso debate después de su muerte, más aún si cabe desde que la

Tate Britain acogiera en 1999 la exposición Francis Bacon: Working on

Paper. Integraban esta exposición 42 obras, la mayor parte de ellas

bosquejos de figuras ejecutados rápidamente en óleo con pincel (si

bien algunos de los bocetos eran a lápiz o bolígrafo) durante un corto

período de años, entre 1959 y 1962, aproximadamente. El inesperado

anuncio de su existencia fue ampliamente recibido como la prueba

de que durante más de cuarenta años Bacon había ocultado lo que

parecía haber sido un vicio secreto.

Con menos fervor se ha debatido sobre si estas someras obras de

Bacon deben ser consideradas propiamente dibujos. En 1956, Michael

Ayrton acusó al pintor de no saber dibujar. Bacon contraatacó con

sarcasmo: «¿Dibujar es eso que usted hace? Creo que entonces

no quiero ni probarlo». Es innegable que los bosquejos de Bacon

no funcionaban de la misma manera que los de artistas (como

Miguel Ángel o Giacometti) cuyo dibujo Bacon admiraba (arriba a

la izquierda). Hay fundamentos para afirmar que la mayor parte de

los bocetos recuperados de su estudio son más mecánicos que las

«obras en papel» de la Tate (ver 192, 193): tienen un considerable

interés, pero definirlos como dibujos puede ser engañoso, puesto

que no existen pruebas que demuestren que Bacon ensayara sus

dibujos de formas humanas utilizando lápiz y cuaderno.

En el atropello por acusar a Bacon de pretencioso y peregrino,

solía pasarse por alto que, en una entrevista televisiva realizada en

1966, el pintor había explicado claramente que su costumbre era

bosquejar a pincel, con óleos rebajados, los perfiles de una composición

sobre el lienzo virgen: aquello no era dibujar, sino una primera fase

de la propia pintura. Varios lienzos inacabados han sobrevivido

para mostrar lo que el pintor quería decir. Una consecuencia de

las extravagantes afirmaciones que se han realizado al respecto

de la naturaleza de sus bocetos es el haber desviado la atención de

la trascendencia de los «estudios» sucedáneos, menos ortodoxos,

de Bacon: el material fotográfico modificado que contiene este libro.

El pintor describió Inocencio X, la tela de Velázquez, declarando

Miguel Ángel. Estudios para La batalla de Cascina (1504). Página del libro Michelangelo, de Luitpold Düssler, 1959.

Francis Bacon. Tríptico 1989-1990. Bocetos, diagramas y notas para el proyecto de tríptico.

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que en ella había encontrado uno de sus temas fundamentales: en

lugar de disponerse a dibujar copias, compró «todas las fotografías

que pudo del cuadro».

Se ha sugerido que las arrugas de las fotografías y reproducciones

impresas encontradas en el estudio de Bacon son accidentales,

consecuencia de un trato poco cuidadoso y del hecho de que «la

gente caminara sobre las fotos, aplastando éstas y todo lo demás»

(como él mismo afirmara sibilinamente). El «todo lo demás» tiene su

importancia. No hay duda de que las marcas de pintura a menudo

eran accidentales, si bien Bacon era muy consciente del potencial

creativo de esos borrones aleatorios (entrando así en el eje que

se extiende de Leonardo a Rorschach pasando por Alexander

Cozens). No obstante, la afirmación de que su aspecto envejecido

era algo invariablemente accidental es el reflejo de una presunción

fundamentalmente errónea.

Una fotografía de Bacon tomada por Henri Cartier-Bresson en

1971 (arriba) proporciona el convincente ejemplo de cómo aquel

manipulaba sus obras deliberadamente. Si la comparamos con muchas

otras imágenes con arrugas parecidas, podremos comprobar que los

dobleces diagonales no aparecieron por casualidad, a diferencia de las

salpicaduras de pintura. Al hacer de nuevo los dobleces se demuestra

que Bacon manipulaba el material virgen, dándole forma de cono:

una forma tridimensional que pudiera sostenerse por sí misma junto

al caballete. Puesto que trabajaba con representaciones inertes que

reducían las figuras a dos dimensiones, Bacon se propuso devolver

a éstas la corporeidad de la persona, «atrapar vivo a este hecho

viviente». Prescindiendo de modelos vivos y a la busca de la cualidad

espectral del cuerpo humano en movimiento, Bacon reconfiguró la

imagen plana como una evocación interdimensional de sus temas, tan

efímeros como vivos. Apenas nos hemos internado en la telaraña de

pistas que nos dejó.

Martin Harrison

Francis Bacon en su estudio. Henri Cartier-Bresson, 1971. La misma fotografía de Cartier-Bresson con los pliegues realizados por Bacon.

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