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BOLETÍN 2013 17 FORMACIÓN Y ESPIRITUALIDAD LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO (25 de enero) María de Guadalupe González Pacheco E n camino a Damasco, a la cabeza de un grupo de fanáticos que buscaban acabar con los cristianos, iba un hombre de alrededor de 30 años, Saulo, de raza judía, que hablaba con fluidez el griego, el arameo y el hebreo. Era ciudadano de Tarso y de Roma a la vez. Poco tiempo atrás, había cuidado las ves- tiduras de aquellos que lapidaron a San Esteban, estando plenamente de acuerdo con esa acción. En esta ocasión, llevaba un mandato ofi- cial para perseguir a los cristianos de Damasco. Pero, «cuando estaba camino de Damasco, se vio de re- pente rodeado de una luz del cielo y, al caer por tierra, oyó una voz que decía: “Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues? Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que has de hacer”. Los hombres que lo acom- pañaban quedaron atónitos al oír la voz y no ver a nadie. Saulo se levantó de la tierra y con los ojos abiertos, nada veía» (Hech 9, 3-8). Sus acompañantes lo llevaron a Damasco, donde permaneció tres días, sin comer ni beber. Ahí se encontró con un discípulo lla- mado Ananías que, previamente había sido instruido por Dios mediante una visión, para que primero le impusiera las manos y así recobrara la vista, y luego lo bautizara. Ante la renuencia de Ananías, Dios le dijo que Saulo era para Él un “vaso de elección para llevar su nombre a todas las naciones y los reyes y los hijos de Israel” (v. 15). Detalle del vitral de la Capilla de la CEM

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BOLETÍN • 2013 • 17

FORMACIÓN Y ESPIRITUALIDAD

LA CONVERSIÓN DESAN PABLO

(25 de enero)María de Guadalupe González Pacheco

En camino a Damasco, a la cabeza de un grupo de fanáticos que buscaban acabar con los cristianos,

iba un hombre de alrededor de 30 años, Saulo, de raza judía, que hablaba con fluidez el griego, el arameo y el hebreo. Era ciudadano de Tarso y de Roma a la vez. Poco tiempo atrás, había cuidado las ves-tiduras de aquellos que lapidaron a San Esteban, estando plenamente de acuerdo con esa acción. En esta ocasión, llevaba un mandato ofi-cial para perseguir a los cristianos de Damasco. Pero, «cuando estaba camino de Damasco, se vio de re-pente rodeado de una luz del cielo y, al caer por tierra, oyó una voz que decía: “Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues? Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que has de hacer”. Los hombres que lo acom-pañaban quedaron atónitos al oír la voz y no ver a nadie. Saulo se levantó de la tierra y con los ojos abiertos, nada veía» (Hech 9, 3-8).

Sus acompañantes lo llevaron a Damasco, donde permaneció tres días, sin comer ni beber. Ahí se encontró con un discípulo lla-mado Ananías que, previamente había sido instruido por Dios mediante una visión, para que

primero le impusiera las manos y así recobrara la vista, y luego lo bautizara. Ante la renuencia de Ananías, Dios le dijo que Saulo

era para Él un “vaso de elección para llevar su nombre a todas las naciones y los reyes y los hijos de Israel” (v. 15).

Detalle del vitral de la Capilla de la CEM

18 • BOLETÍN • 2013

La ceguera de Saulo ante el es-plendor del Resucitado era un símbolo exterior de lo que se es-taba verificando en su interior: se puso de manifiesto su ceguera con respecto a la verdad, a la Luz de Cristo, ceguera que fue venci-da por la gracia del Bautismo. Y el Bautismo, a Pablo le transmi-tió también la enseñanza de que no bastaba con ver al Resucitado, la Cabeza de la Iglesia; había que entrar también en sintonía con su cuerpo, entrando por la puer-ta de la jerarquía establecida por Él en los apóstoles. Sólo en esta comunión podía ser un verdadero apóstol.

Toda la doctrina de San Pablo se derivará de ese extraordinario en-cuentro con Jesús. Ahí se da cuen-ta, con absoluta claridad, que la Iglesia y Cristo forman una uni-dad. Esta convicción pasará a ser la base de toda su teología y ecle-siología. Por otra parte, percibe la certeza absoluta de la resurrección de Cristo, pues es una Persona viva quien —con toda la gloria de su divinidad— se comunica con él en el camino a Damasco.

A partir de este acontecimiento, para Pablo ya sólo cuenta la vida en Cristo, y el apóstol pasará a considerar “pérdida” y “basura” todo aquello que antes constituía para él el máximo ideal, la razón de su existencia (cf. Flp 3, 7-8).

“Desde entonces, Pablo será no sólo un convertido, un cristiano, sino un apóstol y el Apóstol por excelencia, que asombrará al mundo y será la admiración de todos por los siglos debido a sus escritos sublimes e ins-pirados, a sus santas audacias, a sus trabajos, a las maravillas de su apos-tolado y a la gloria de su martirio”, nos dice el Papa Benedicto XVI (25 de enero de 2009).

Entre otras cosas, la conversión de San Pablo nos permite ver que, a pesar de todos los esfuerzos que él hizo por erradicar a los seguidores de Cristo, el Poder de Dios se lo impidió, por una parte protegiendo a los cristianos, y, por otra, recupe-rando a la “oveja perdida” en la per-sona de Pablo. Este acontecimiento pone de manifiesto que el poder de la gracia divina puede alcanzar a cualquier pecador, llegando a rea-

“Toda la doctrina de San Pablo se derivará de ese extraordinario encuentro con

Jesús. Ahí se da cuenta, con

absoluta claridad, que la Iglesia y Cristo forman una unidad”.

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lizar un cambio tan radical en él como para convertir en apóstol a un encarnizado perseguidor. Y también que los llamados de Dios preceden a cualquier pecado en el que poda-mos caer y persisten a pesar de éste. Pablo estaba llamado, desde la eter-nidad, a ser “vaso de elección para llevar su nombre a todas las nacio-nes y los reyes y los hijos de Israel”, y ese llamado no cesó por haber éste desviado el camino que lo conducía a ese destino glorioso.

Si creemos verdaderamente en el Evangelio, si vemos las cosas a la Luz de Cristo, como San Pablo, nuestra jerarquía de valores tiene que cambiar necesariamente, per-mitiéndonos ver que las cosas que el mundo tiene en máximo apre-cio: poder, riqueza, distracciones, etc. son “basura”, una “basura” que reluce con un esplendor falso para

ocultarnos lo que vale, para des-viarnos del Camino, de la Verdad, de la Vida.

La frase que se volverá el centro de la vida y la teología de San Pablo: “Yo soy Jesús, a quien tu persigues” (Hech 9, 5) tiene una gran profun-didad y riqueza de interpretaciones que pueden ser aplicadas a nuestra vida diaria. Vista desde este Año de la Fe, específicamente, ¿cree-mos verdaderamente que cuando perjudicamos, de la manera que sea, a nuestro prójimo, estamos realmente perjudicando a Jesús? ¿Somos conscientes de que lo que Él nos dice en la Sagrada Escritura “Yo soy Jesús, a quien tu persigues” (a quien tu dañas, a quien tu per-judicas) es algo actual y vivo, que se aplica en nuestra vida cotidiana? Pero, como a San Pablo, si no de manera espectacular, sí de manera

circunstancial, Jesús Resucitado se sigue apareciendo por nuestros ca-minos, llenándonos con la Luz de la Verdad en los acontecimientos, en los encuentros, en la liturgia, e invitándonos continuamente, como a este santo apóstol, a dejar de perseguirlo en la persona de los que nos rodean, para, en unión con la Iglesia y con la gracia de Dios, vivir para anunciarles con nuestra vida la Vida del Resucitado.

La conversión de San Pablo por Luca Giordano, Nápoles 1634. Museo de Bellas Artes de Nancy

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