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!!!!!!!!!!!!!",*’&(()%+-#!!!!!!!!!#!!#$ FLAUBE-RGAS LLOSA: LA LITETU COMO ORGIA be Bensoussan S i nada predisponía a Flaubert, hombre de un único vie a Oriente, exigente y exaltado, a visitar la costa pacífica del Nuevo Mundo, tampoco parece expli- carse que un intelectual sudamericano se sienta atraído por la escritura de Flaubert. Augusto Comte y su positivismo, que tanto influyó por emplo en Brasil; Zola y el naturalismo científi- co, el simbolismo ancés, el parnasianismo; to- do esto por supuesto que encontró en América un terreno uctífero. Pero Flaubert, el escritor de mármol, a quien Nathalie Sarraute converti- ría en el maestro del Nouveau Roman, no pare- ce compatible, a priori, con el barroquismo atri- buido, a veces en exceso, a aquel continente. Y sin embargo el peruano Mario Vargas Llosa, el principal representante de la novela realista con- temporánea en América latina, lo reivindica co- mo maestro y modelo de escritura, identificán- dose con él hasta el punto de que en Francia se le tiene por el Flaubert del Perú. Cierto que al autor de La ciudad y los perros no le lta estatura y que, como el ermitaño de Croisset, gusta de los regios para escribir una obra con una docena de títulos traducidos al ancés. En principio sus gustos lo emparentan con la imaginería romántica del escritor a la ancesa: buhardilla en París, bohemia literaria, cas, la cabeza repleta de Dumas y de Víctor Hugo, de mosqueteros y de «miserables», más una pizca de Rastignac, en este adolescente que un buen día de 1958 desembarca a orillas del Se- na con una beca obtenida en Lima como premio por un primer relato. Nos lo encontramos pues en París, en la patria del realismo, convertido en todo un escritor de imperturbables relatos -no introducirá el humor y la distancia hasta 1973, con Pantaleón y las visitados-, con una evi- dente influencia del Faulkner de Palmeras sal- ves. Armado de un implacable escalpelo el es- critor se enenta a una realidad cruda, penosa, palpitante. Hasta que otro buen día, ya en los años seten- ta, después de los rotundos éxitos de La casa verde y Conveación en La tedl, y de esa obra maestra de carácter experimental que es Los cachoos, escribe su consión como escri- tor del siglo en rma de homenaje: La org perpetua, tulo que procede directamente de la correspondencia de Flaubert. En él da rienda 36 suelta a su admiración y manifiesta tal conoci- miento de Madame Bova, tantas y tan pron- das intuiciones, que llegan a sorprender a más de un flaubertiano con patente de tal. Con el crítico ingenio que le caracteriza Vargas Llosa ataca en París la imagen de un Flaubert en olor de santidad: el Flaubert de Vargas Llosa no es el ío teórico de la novela sin historia, aquel que quería escribir «un libro sobre nada, un libro sin rerencias exteriores» (según la flaubertiana definición del Nouveau Roman), sino por el contrario el que sueña con «escribir una novela de caballerías». Flaubert es el delirio imaginati- vo no sólo en Salammbó o en La tentación de san Antonio, el texto que más le obsesionó, sino también en el barroquismo, la desmesura de Bouvard y Pécuchet o en la locura y las sensuales audacias de Bova. Al fin y al cabo, la descrip- ción de la gorra de Charbovari, tenida por mode- lo de escritura realista, es también ejemplo de la desmesura de un estilo. Más que la ía descrip- ción analítica de un objeto es una potente acu- mulación de imágenes. Vargas Llosa lo ve y lo propone con el fin de dar a Flaubert, enrique- ciéndolo, cierto aire de «realismo mágico» o de «barroco caribeño». ¿y por qué no? Del siglo XIX, de la edad de oro de la novela, Vargas Llosa subraya que «lo extraordinario es su extrema libertad: no hay nada que los nove- listas no se atrevan a hacer decir o a hacer hacer a sus personajes>>. Lo paradójico -viniendo del Nuevo Mundo- es que el escritor sudamericano termina encontrando en esas novelas un lu- riante territorio de inocencia e ingenuidad. De Balzac a Hugo pasando por Flaubert, su mirada de descubridor scinado recorre el siglo y nos los devuelve para releerlos desde una nueva mi- rada. Tantos estratos de historia, tantas escuelas literarias los habían ectivamente empañado y deslucido. Su Flaubert es sobre todo «un gran contador de historias», lo que su escritura rei- vindica es «la nción de la anécdota en la narra- ción>>. lCabe la menor duda? lNo es evidente que su pluma se propone huir del academicismo ancés? Vargas Llosa alude a otra ase de Flau- bert: «lDe qué no me apetece escribir? lqué ti- po de luria de la pluma no me excita?». Para verlo acto seguido instalado en una novelesca aventura. Para Vargas Llosa -en una definición que no dejará de molestar a los pedantes de ma- nual que desde Lanson se empeñan en reducir la literatura a unas cuantas reglas de colegio- «Flaubert es un escritor rebelde». Y rebelde es Emma Bovary, «como lo es Don Quijote», el li- bro de cabecera de Flaubert por cierto. Flaubert es un original, un loco, un marginal, un «hom- bre pluma» y un maniático de genio. Así lo ve y así le gusta. Si La o perpetua, al proponer una visión muy personal de Flaubert, constituye el mayor homenaje rendido por las letras latinoamerica- nas al autor de dame Bova, el siguiente títu- lo de Vargas Llosa, La tía Julia y el escribidor,

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Page 1: FLAUBERT-VARGAS LITERATURA COMO · Comte y su positivismo, que tanto influyó por ejemplo en Brasil; Zola y el naturalismo científi co, el simbolismo francés, el parnasianismo;

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FLAUBERT-VARGAS

LLOSA: LA

LITERATURA COMO

ORGIA

Albert Bensoussan

Si nada predisponía a Flaubert, hombre de un único viaje a Oriente, exigente y exaltado, a visitar la costa pacífica del Nuevo Mundo, tampoco parece expli-

carse que un intelectual sudamericano se sienta atraído por la escritura de Flaubert. Augusto Comte y su positivismo, que tanto influyó por ejemplo en Brasil; Zola y el naturalismo científi­co, el simbolismo francés, el parnasianismo; to­do esto por supuesto que encontró en América un terreno fructífero. Pero Flaubert, el escritor de mármol, a quien Nathalie Sarraute converti­ría en el maestro del Nouveau Roman, no pare­ce compatible, a priori, con el barroquismo atri­buido, a veces en exceso, a aquel continente. Y sin embargo el peruano Mario Vargas Llosa, el principal representante de la novela realista con­temporánea en América latina, lo reivindica co­mo maestro y modelo de escritura, identificán­dose con él hasta el punto de que en Francia se le tiene por el Flaubert del Perú.

Cierto que al autor de La ciudad y los perros no le falta estatura y que, como el ermitaño de Croisset, gusta de los refugios para escribir una obra con una docena de títulos traducidos al francés. En principio sus gustos lo emparentan con la imaginería romántica del escritor a la francesa: buhardilla en París, bohemia literaria, cafés, la cabeza repleta de Dumas y de Víctor Hugo, de mosqueteros y de «miserables», más una pizca de Rastignac, en este adolescente que un buen día de 1958 desembarca a orillas del Se­na con una beca obtenida en Lima como premio por un primer relato. Nos lo encontramos pues en París, en la patria del realismo, convertido en todo un escritor de imperturbables relatos -no introducirá el humor y la distancia hasta 1973, con Pantaleón y las visitadoras-, con una evi­dente influencia del Faulkner de Palmeras sal­vajes. Armado de un implacable escalpelo el es­critor se enfrenta a una realidad cruda, penosa, palpitante.

Hasta que otro buen día, ya en los años seten­ta, después de los rotundos éxitos de La casa verde y Conversación en La Catedral, y de esa obra maestra de carácter experimental que es Los cachorros, escribe su confesión como escri­tor del siglo en forma de homenaje: La orgía perpetua, título que procede directamente de la correspondencia de Flaubert. En él da rienda

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suelta a su admiración y manifiesta tal conoci­miento de Madame Bovary, tantas y tan profun­das intuiciones, que llegan a sorprender a más de un flaubertiano con patente de tal. Con el crítico ingenio que le caracteriza Vargas Llosa ataca en París la imagen de un Flaubert en olor de santidad: el Flaubert de Vargas Llosa no es el frío teórico de la novela sin historia, aquel que quería escribir «un libro sobre nada, un libro sin referencias exteriores» (según la flaubertiana definición del Nouveau Roman), sino por el contrario el que sueña con «escribir una novela de caballerías». Flaubert es el delirio imaginati­vo no sólo en Salammbó o en La tentación de san Antonio, el texto que más le obsesionó, sino también en el barroquismo, la desmesura de Bouvard y Pécuchet o en la locura y las sensuales audacias de Bovary. Al fin y al cabo, la descrip­ción de la gorra de Charbovari, tenida por mode­lo de escritura realista, es también ejemplo de la desmesura de un estilo. Más que la fría descrip­ción analítica de un objeto es una potente acu­mulación de imágenes. Vargas Llosa lo ve y lo propone con el fin de dar a Flaubert, enrique­ciéndolo, cierto aire de «realismo mágico» o de «barroco caribeño». ¿y por qué no?

Del siglo XIX, de la edad de oro de la novela, Vargas Llosa subraya que «lo extraordinario es su extrema libertad: no hay nada que los nove­listas no se atrevan a hacer decir o a hacer hacer a sus personajes>>. Lo paradójico -viniendo del Nuevo Mundo- es que el escritor sudamericano termina encontrando en esas novelas un luju­riante territorio de inocencia e ingenuidad. De Balzac a Hugo pasando por Flaubert, su mirada de descubridor fascinado recorre el siglo y nos los devuelve para releerlos desde una nueva mi­rada. Tantos estratos de historia, tantas escuelas literarias los habían efectivamente empañado y deslucido. Su Flaubert es sobre todo «un gran contador de historias», lo que su escritura rei­vindica es «la función de la anécdota en la narra­ción>>. lCabe la menor duda? lNo es evidente que su pluma se propone huir del academicismo francés? Vargas Llosa alude a otra frase de Flau­bert: «lDe qué no me apetece escribir? lqué ti­po de lujuria de la pluma no me excita?». Para verlo acto seguido instalado en una novelesca aventura. Para Vargas Llosa -en una definición que no dejará de molestar a los pedantes de ma­nual que desde Lanson se empeñan en reducir la literatura a unas cuantas reglas de colegio­«Flaubert es un escritor rebelde». Y rebelde es Emma Bovary, «como lo es Don Quijote», el li­bro de cabecera de Flaubert por cierto. Flaubert es un original, un loco, un marginal, un «hom­bre pluma» y un maniático de genio. Así lo ve y así le gusta.

Si La orgía perpetua, al proponer una visión muy personal de Flaubert, constituye el mayor homenaje rendido por las letras latinoamerica­nas al autor de Madame Bovary, el siguiente títu­lo de Vargas Llosa, La tía Julia y el escribidor,

Page 2: FLAUBERT-VARGAS LITERATURA COMO · Comte y su positivismo, que tanto influyó por ejemplo en Brasil; Zola y el naturalismo científi co, el simbolismo francés, el parnasianismo;

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supone una paráfrasis de La educación sentimen­tal, más un guiño en complicidad con Bouvard yPécuchet, y esencialmente una reflexión llena de humor y no exenta de profundidad sobre el arte de la novela. En el centro del libro nos encon­tramos en efecto con un escritor profesional, el truculento escribidor y guionista de radioteatros Pedro Camacho, un hombre que no vive más que para, por y de la pluma, que dispensa sus sa­bios y, a veces, ridículos consejos al joven Mari­to, proyección del escritor debutante que fue el autor. Camacho instala su oficina casi en la mis­ma calle, para estar en contacto directo con la realidad. Y para meterse en la piel de sus perso­najes no duda en disfrazarse, usar máscaras, dar voces o contorsionarse. Su justificación es com­pletamente flaubertiana: «lQué cosa es el realis­mo, señores, el tan mentado realismo qué cosa es? lQué mejor manera de hacer arte realista que identificándose materialmente con la reali­dad?». lNo parece un eco de la célebre observa­ción de Flaubert, impregnada del envenena­miento de Emma que acababa de escribir, en la boca el sabor del arsénico que le hizo vomitar toda la cena? Otro tanto con los consejos sobre el matrimonio que Flaubert prodiga a su joven amigo Emest Feydeau: «Guárdate de sepultar tu talento entre damas. Perderás tu genio en el fondo de una matriz». Y que volvemos a encontrar, en graciosa paráfrasis, en los sermones de Pedro Ca­macho a Marito: «La mujer y el arte se excluyen, amigo mío. Cada vagina entierra un artista». Es un homenaje a Flaubert, evidentemente.

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Vargas Llosa toma de Flaubert la idea de que todo es literatura, de que la vida ha de confun­dirse con la literatura, integrándose como «cuer­po y alma». Según Flaubert, «hay que acostum­brarse a no ver en la gente que nos rodea otra cosa que libros», lo que para el autor de La orgíaperpetua significa que «transforma en literatura todo cuanto le sucede; la novela canibaliza su vida por completo». Y añade Mario, el joven es­critor de La tía Julia y el escribidor: «Aprendí que todo el mundo, sin excepción, puede ser te­ma de un relato».

En uno de sus últimos textos, el cuento Mi hi­jo el etíope, Vargas Llosa cuenta la historia de un padre -él mismo-, que, invitado al festival de cine de Berlín, se encuentra con su hijo, tras al­gunos meses sin verlo, y no lo reconoce detrás de su ridícula apariencia ecológica a la moda ras­ta. Todo Vargas Llosa está en ese relato bañado en una atmósfera de recuerdo de familia y a la vez de cuento fantastico. Ninguna frontera real separa la vida de la literatura: todo puede utili­zarse de cara a la escritura, como confiesa en esa autobiografía literaria que es La tía Julia y el es­cribidor: «La única manera de serlo [escritor] era entregándose en cuerpo y alma a la literatura». De nuevo oímos a Flaubert cuando hablaba de «aturdirse en la literatura como en una orgía perpetua». Por semejante pasión, por esta iden­tificación, lograda y conmovedora, Ma- � rio Vargas Llosa bien merece ser consi- ·� derado el Flaubert del Perú. �