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j. ---------------ernidad de Flauben -------------- Sa/ammbó por G. Ferrier. EL VIAJE DE FLAUBERT A ORIENTE Antón Castro 38 D e Gustave Flaubert más de una vez se ha dicho que anticipa la revolución na- rrativa del siglo XX, que se adelanta a su tiempo y que su escritura, milimétri- ca y rigurosamente ajustada, es el resultado de una pasión enrmiza por el vocablo estricto, por el único idioma posible. Si existe un escritor que se haya desposado hasta la posesión más ab- sorbente con la eterna y antadiza damª de la literatura, ése sín duda es Flaubert: su estilo -gobernado por la precisión, por la palabra exacta e incluso por la ialdad- es el resultado de la tenacidad, del insomnio de innumerables noches y de la lucha titánica con el pedernal de los objetivos. Más que con la realidad, de la que expolió para sus libros todos sus escombros y sus ínfimas banalidades, el escritor, paradójica- mente, siempre mantuvo un ineludible compro- miso con la belleza. Combatió la estupidez, la tilidad, la aldad del Arte y escribió algunos de los agmentos más hermosos que puedan encontrarse dispersos entre las páginas de un li- bro.

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Page 1: G. EL VIAJE DE FLAUBERT A ORIENTE D...j. -----ernidad de Flauben -----Sa/ammbó por G. Ferrier. EL VIAJE DE FLAUBERT A ORIENTE Antón Castro 38 De Gustave Flaubert más de una vez

j.

---------------ernidad de Flauben --------------

Sa/ammbó por G. Ferrier.

EL VIAJE DE

FLAUBERT A ORIENTE

Antón Castro

38

De Gustave Flaubert más de una vez se ha dicho que anticipa la revolución na­rrativa del siglo XX, que se adelanta a su tiempo y que su escritura, milimétri­

ca y rigurosamente ajustada, es el resultado de una pasión enfermiza por el vocablo estricto, por el único idioma posible. Si existe un escritor que se haya desposado hasta la posesión más ab­sorbente con la eterna y antojadiza damª de la literatura, ése sín duda es Flaubert: su estilo -gobernado por la precisión, por la palabraexacta e incluso por la frialdad- es el resultadode la tenacidad, del insomnio de innumerablesnoches y de la lucha titánica con el pedernal delos objetivos. Más que con la realidad, de la queexpolió para sus libros todos sus escombros ysus ínfimas banalidades, el escritor, paradójica­mente, siempre mantuvo un ineludible compro­miso con la belleza. Combatió la estupidez, lafutilidad, la fealdad del Arte y escribió algunosde los fragmentos más hermosos que puedanencontrarse dispersos entre las páginas de un li­bro.

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M ---------------�ernidadde Flaubert ---------------

Su vida, en apariencia al menos, parece un in­fructuoso ejercicio de ascetismo, de reclusión en sí mismo, de soledad y silencio. La leyenda ase­gura que Flaubert sólo tuvo dos amores verdade­ros: su sobrina Carolina y su madre. Sin embar­go, todo parece indicar que aún deseó alguno más. Cuando menos, que adoraba la hermosura femenina, aunque se retirase a sus umbrosas es­tancias a recrearla o a gozar en lupanares in­nombrables de sus lúbricos encantos, en burde­les parisinos o en garitos orientales donde una danzarina egipcia, enigmática y voluptuosa hasta el asombro, le cedería una sífilis que le enviaría a la tumba o, lo que aún es mejor, le inspiraría el modelo carnal para el retrato de la protagonista de Salambó.

Esa mujer era Kuchiuk Hanem y la conoció durante un viaje a Oriente (Alejandría, El Cairo, Damasco, Constantinopla, Rodas, Atenas ... ) rea­lizado entre octubre de 1849 y 1851. Este viaje está radiografiado minuciosamente en el libro Cartas del viaje a Oriente, un denso conjunto de epístolas que el autor francés dirigió a su fami­lia, a sus amigos e incluso a su amante efímera, Louise Colet, y en ellas va relatando la crónica pormenorizada de aquel periplo que tiene todas las atribuciones de un viaje iniciático, de un aprendizaje importantísimo que va a condicio­nar toda la biografía posterior del narrador.

No se encuentra en estos textos el mejor Flaubert, pero sí se vislumbra ya una capacidad para el detalle y la descripción que nada envidia­rá a sus obras de madurez. Cada carta ha sido elaborada a partir de una enorme cantidad de apuntes y bocetos; en función de a quien vayan dirigidas, el escritor adopta una determinada ac­titud, un punto de vista. Los mensajes cursados a su hermano están plagados de ironía, de presun­ción, de sugerencias de cariz erótico y de exhibi­cionismo; ante su madre, Gustave resulta come­dido y delicado, y con su tío Parain se deshace

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en dulzura y generosidad. Es como si el autor francés estuviese jugando a ser «otro», a crear diversos personajes de ficción a partir de sí mis­mo y, en ese sentido, las misivas pueden ser de­gustadas como un testimonio, como la revela­ción de un mundo exótico cifrado en enigmas y sueños, pero también como un ejercicio de esti­lo que va a culminar, en su primera tentativa lo­grada, con Madame Bovary y más tarde en Sa­lambó.

Alguna vez se ha escrito que este viaje es el hecho más significativo de la vida del escritor. No parece improbable. En Oriente Flaubert quedó perplejo ante los abismos de la belleza y de la miseria, y su convivencia armoniosa; ante la magnitud de la desproporción y la violencia de los contrastes. Escribe en una de sus cartas: «Este es el Oriente verdadero y, por tanto, poé­tico: harapientos bribones con galones y com­pletamente cubiertos de miseria».

Casi una década después de este viaje, Gusta­ve regresó a Túnez en 1858 durante dos meses para reiterar sus paseos por el zoco, la contem­plación de los ponientes y de las danzarinas, y para destripar mejor el escenario de su novela histórica Salambó. De vuelta en Francia, con la salud resquebrajada y el apetito de la perfección temblándole entre las manos, se encerró en Croisset hasta finalizar «aquel maldito libro». La figura misteriosa, lasciva e imposible de Ku­chiuk Hanem le había ganado para siempre el corazón.

Cartas del viaje a Oriente, es un volumen que desciende de las aliuras de lo sublime hasta las planicies de la vulgaridad y lo anodino, y tiene la virtud de descubrirnos la sensibilidad, la mirada escrutadora y el don poético de un escritor que hizo de la literatura una religión a cuyo culto se entregó con fanatismo, con inspiración y con la laboriosa vocación de un orfebre del o verbo. Que eso, y no otra cosa, fue Gustave Flaubert.