filosofía y nación

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  • 7/28/2019 Filosofa y Nacin

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    Filosofa y Nacin

    Estudios sobre el

    pensamiento argentino

    Jos Pablo Feinmann

    Ariel, Buenos Aires, 1996

    Edicin definitiva

    La paginacin se corresponde

    con la edicin impresa. Se han

    eliminado las pginas en blanco

    A m padre,in memoriam

    A Virginia y Vernica,

    mis amadas hijas

    Prlogo

    Este es el libro de un escritor joven: fue escritoentre 1970 y 1975. Tena, yo, veintisiete

    aos al comenzarlo,

    treinta y dos al concluirlo. Una insalvable,

    inmediata precisin se abre paso aqu: eran

    (1970-1975) tiempos borrascosos. Podemos, as,

    decir: ste es el libro que un escritor joven escribi

    en tiempos borrascosos. Supongo que lleva las

    marcas de ese tiempo. Supongo, tambin (y esto lo

    decidir, ntimamente, cada lector), que su reedicin

    hoy, en 1996supone que ha ido ms all

    de esas marcas, que no ha permanecido sujeto a

    modas epocales, que todava es posible, a travs de

    bus pginas, aprehender algo de un tema tan poco

    trabajado como el pensamiento argentino.

    Hubo un momento de decisin en mi carrera

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    universitaria (que se desliz entre 1962 y 1968, primero

    cuando la Facultad de Filosofa y Letras estaba

    en la mtica calle Viamonte y luego en la menos

    clida calle Independencia) y fue preguntarme por

    las condiciones de posibilidad de una filosofa argentina.

    Exista? Poda existir? Deba existir? Yo

    de una filosofa propia? Hoy, en medio de la globalizacin

    del fin del milenio, escasamente podemos

    comprender la dramaticidad que esa pregunta tena

    para un joven en, digamos, 1968, o en 1969.

    Eran tiempos en que Amrica Latina era sentidacomo un continente excepcional. Tiempos en los

    que comenzaba a hablarse del Tercer Mundo.

    estaba a punto de transformarme en un, por as

    decirlo, especialista en Hegel. Sabemos que ste es

    el frecuente destino de quienes se dedican a la filosofa

    en Amrica Latina: ser especialistas, si no en

    Hegel, en alguno de los grandes filsofos de la riqusima

    tradicin occidental. O, tambin, en alguno

    de los nuevos. Uno puede elegir a Hegel o, pongamos,

    a Foucault. Se transforma as en un

    especialista, tarea que no suele trascender los mbitos

    de la glosa o la explicitacin divulgadora. Recuerdo

    una escena: voy en un colectivo, voy con un

    compaero de estudios, vamos hacia una clase de

    Gnoseologa y Metafsica (materia que dictaba Eugenio

    Pucciarelli) y estamos dialogando sobre Ser y

    Tiempo, que era el texto que Pucciarelli estaba analizando

    en esas clases. Le digo a mi compaero de

    estudios: Siempre estamos leyendo a Hegel, a

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    Husserl o a Heidegger. Responde que s, que claro,

    que por supuesto. Le pregunto: Alguien hizo filosofa

    en este pas?. No recuerdo su respuesta. Recuerdo,

    en cambio, todo lo que esa pregunta despert

    en m. Despert un imperativo, dira, moral:

    no debamos, ya que ramos estudiantes argentinos

    de filosofa, preguntarnos por la existencia o no

    Tiempos en los que asomaba la Teora de la Dependencia,

    que haca de nosotros, los dependientes, el

    fundamento de la existencia del sistema capitalista

    mundial. Es decir, ramos dependientes y oprimidos:

    pero ramos imprescindibles. La revolucin cu

    bana, el Che Guevara, el boom de la literatura latinoamericana

    y, entre nosotros, el hecho maldito

    cookista y el cordobazo nos hacan esperar grandes

    acontecimientos. Sentamos la inminencia resolutiva

    de los conflictos que expresaban las injusticias

    ms radicales de la condicin humana. Y sentamos,

    sobre todo, que el centro de la escena de ese

    gran espectculo histrico... estaba en nuestra patria,

    en nuestro continente, en la tierra castigada

    de los condenados de la Historia. Cmo, entonces,

    no preguntarse por las condiciones de posibilidad

    de la filosofa osi queremos atenuar la expresin

    del pensamiento en nuestro pas? No es otra

    la historia de este libro.

    Estaba listo para ser publicado en 1976. Pero

    los tiempos borrascosos se volvieron decididamente

    trgicos. No lo publiqu. Permaneci en un cajn.

    Alguna vezdigamos: en 1977 o 1978abr ese

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    cajn, rele algunos prrafos y hasta llegu a preguntarme

    quin haba escrito eso y para qu. Fue

    una de las formas del abismo. Publiqu el libro en

    noviembre de 1982.

    Hoy, en 1996, cambiara muchas cosas. Aunque

    si las cambiara transformara a este libro en otro.

    Pero me permitir decir que sera menos severo con

    Moreno y con Alberdi. Y ms severo con Saavedra y

    con Rosas. Comprendo, sin embargo, los motivos

    de mi severidad con Moreno. Escrib La razn iluminista

    y La Revolucin de Mayo hacia fines de 1975.

    Mi desacuerdo con el accionar armado de la izquierdaperonista era muy profundo. No es posible

    argumentabahacer la Historia al margen de

    las mayoras, asumindose como vanguardia iluminista

    y solitaria. Creo que Moreno fue vctima de

    esta situacin. Este Moreno con plan pero sin pueblo

    erapara m, en ese muy especfico momen

    touna cifra de los trgicos errores de una conduccin

    extraviada. Como sea, no ca, ni mucho

    menos, en la exaltacin de Saavedra. Dije que tena

    al pueblo pero no tena el plan. Y, aun, escrib algo

    ms curioso: que el pueblo suele equivocarse. Extraa

    frase para la poca.

    Hoy, tambin, dedicara ms pginas a Alberdi,

    con quien conservo una deuda que no stal vez

    por medio de la ficcinsi alguna vez cancelar.

    Pero sus Escritos pstumos tienen espacio en estas

    pginas. Y, hoy, utilizara para cuestionar el centralismo

    moreniano los textos que Alberdi le dedica

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    en el luminoso tomo V de los Pstumos. Para Alberdi,

    en efecto, la Revolucin de Mayo fue la sustitucin

    de la autoridad metropolitana de Espaa por

    la de Buenos Aires sobre las provincias argentinas:

    el coloniaje porteo sustituyendo al coloniaje espaol

    (...). Con razn quiere tanto Buenos Aires ese

    da, y con razn las provincias prefieren el 9 de julio,

    en que se emanciparon de Espaa sin someterse

    a Buenos Aires (...). Para Buenos Aires, Mayo

    significa independencia de Espaa y predominio

    sobre la provincias (...). Para las provincias, Mayo

    significa separacin de Espaa, sometimiento aBuenos Aires; reforma del coloniaje, no su abolicin

    ( Escritos pstumos, tomo V, p. 108).

    Otro aspecto que deseo destacar (y cuya vigencia

    se ha tornado ms intensa durante estos aos) es

    el cuestionamientoconstante en este librode

    las filosofas de la historia. Alberdi y la generacin

    del 37, y Sarmiento en el deslumbrante Facundo

    imaginaron nuestro desarrollo histrico (sus condiciones

    de posibilidad) como una insoslayable integracin

    al espritu del siglo. Europa era, para ellos,

    el telos de la Historia, su profundo sentido. Estar al

    margen de ese sentido era no existir. Hoy, esta in

    terpretacin ha sido hondamente cuestionada. Se

    valoran los sentidos laterales. Gianni Vattimo (si

    bien advierte que la hermenutica corre el riesgo

    de parecer una mera teora de la multiplicacin de

    los esquemas conceptuales) escribe: Pero, a diferencia

    del historicismo metafsico del siglo XIX (Hegel,

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    Comte, Marx), la hermenutica no piensa que

    el sentido de la historia sea un hecho que hay que

    llegar a reconocer, a favorecer y a aceptar (todava

    como una ltima instancia metafsica); por el contrario

    advierte, y atencin a estoel hilo conductor

    de la historia aparece o se da slo al interior

    de un acto interpretativo que adquiere validez en el

    dilogo con otras interpretaciones ( Hermenutca y

    racionalidad, Grupo Editorial Norma, p. 160).

    En mi novela La astucia de la Razn hay un pasaje

    que debera tal vez figurar en este libro: un

    dilogo fccional entre Marx y Felipe Varela. Es undilogo entre interpretaciones de la Historia. Un

    preciso acto interpretativo tal como lo propone Vattimo,

    porque surge de interpretaciones diferenciadas

    que se oponen pero se enriquecen. Marx le exhibe

    a Varela la necesariedad de los hechos

    histricos. En esa necesariedad Varela encuentra

    su condena, la crnica de su anunciada muerte

    histrica. Le propone entonces a Marx la posibilidad

    de un sentido lateral de existir lateralmente al

    desarrollo de la razn occidental. En esta propuesta

    el sufrido caudillo catamarqueo se una a

    Nietzsche y a Heidegger: pona, como ellos, en tela

    de juicio el concepto de superacin, la lgica del desarrollo

    tpica de la racionalidad europea. No tena,

    claro, una alternativa. Pero ni Nietzsche ni Heidegger

    buscaron una alternativa. Seamos precisos: no

    la buscaron como alternativa superadora, ya que

    esto hubiera implicado caer en el esquema de la l

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    gica de la superacin que, justamente, impugnaban.

    As, todos quienes en el siglo XIX se enfrentaron

    a la poltica eurocentrista de Buenos Aires, que

    pretenda encarnar el sentido de los hechos histricos,

    propusieron (posiblemente sin la conciencia de

    s de ese acto) una potica de la Historia y no una

    epistemologa. Buscaron quebrar el punto de vista

    nico, buscaron las historias diferenciadas, la riqueza

    de las pluralidades, su multiplicacin. La derrota

    de ese intento est conceptualmente narrada

    en este libro.

    J. P. F.Buenos Aires, marzo de 1996

    PRIMER ESTUDIO

    La razn iluminista

    y la revolucin de Mayo

    CONCEPTO E HISTORIA: EL INDESCIFRABLE MORENO

    No hay posturas inocentes ante Moreno: hay

    que elegir. Pas por nuestra historia como un pistoletazo.

    Hizo dos, tres, cinco cosas fundamentales:

    no ms. Y todas intrincadas, difciles, distintas y

    hasta frecuentemente contradictorias. Si actuaba,

    lo haca segn las circunstancias: tanto monopolistas

    espaoles como librecambistas britnicos pudieron

    as recibir su decidida adhesin. Si escriba,

    sus ideas eran muy distintas segn las destinara al

    mbito pblico o al secreto: dnde est el punto

    d unin entre el publicista de la Gaceta, defensor

    de la libre expresin y las virtudes democrticas, y

    el represivo terrorista del Plan de operaciones? Es

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    cierto que no nos faltan documentos sobre l y su

    poca, pero ningn historiador puede ampararse

    en ellos para ahorrarse el trabajo de opinar. Y aunque,

    segn creemos, ningn documento exime a

    nadie de tan molesta tarea, hay que reconocer que

    con Moreno esto ocurre en forma inapelable, ms

    quizque con cualquiera otra figura de nuestra

    historia.

    La cuestin Moreno lleva a primer plano la tarea

    hermenutica, que es la ms digna, la ms profunda,

    la que constituye el ser mismo de la investigacinhistrica. Porque sera muy fcil que los hechos,

    expresados en la tradicin oral o en las hojas

    amarillentas y ajadas de los documentos, nos entregaran

    la verdad del pasado, muy fcil y aburrido.

    Una historia de hechos, inerte, seca, definitiva,

    ajena a toda posibilidad de ser re-asumida, re-creada,

    vivificada por el presente, sera una historia

    muerta. Y peor an: un insulto a todos quienes en

    su transcurso lucharon apasionadamente por

    aquello que creyeron justo. Porque es en nuestras

    interpretaciones, en las distintas y enfrentadas interpretaciones

    que los hombres de hoy hacemos sobre

    los de ayer, donde stos continan viviendo, diciendo

    las mismas palabras pero con un acento

    nuevo, indito, mostrando facetas distintas, que

    otras generaciones no pudieron ver o no apreciaron

    debidamente, y que sta de hoy, quiz la nuestra,

    llega a descubrir desde su estricto presente.

    Ah est Moreno: el del motn de Alzaga, el de la

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    Representacin de los Hacendados, el secretario de

    la Junta, el del Plan de operaciones. Pero la cuestin

    Moreno no surge de las contradicciones del

    propio Moreno, stas (si existen) no han hecho sino

    exacerbar la siguiente verdad: si el pasado es contradictorio,

    es porque el presente, nico lugar desde

    el cual puede aprehenderse el pasado, tambin

    lo es. Cuntos Morenos hay? Respondemos: hay

    tantos Morenos como interpretaciones de nuestro

    pasado histrico, y hay tantas interpretaciones de

    nuestro pasado histrico como proyectos polticos

    en vigencia coexisten en nuestro presente.Y si no: cmo ser objetivos ante Moreno? No

    hay salida: una vez reunidas las fuentes, analiza

    dos los documentos, hay que elegir. Y entonces,

    cul es la verdad, cul el verdadero Moreno? El

    de Piero, el de Levene, el de Martnez Zuvira, el

    de Enrique de Ganda, el de Jos Ingenieros, el de

    Jos Mara Rosa o el de Norberto Galasso? En un

    sentido muy importante: el de todos. Porque el Moreno

    de cada uno de los historiadores nombrados

    no es el de ellos en tanto individuos aislados, sino

    el de la corriente ideolgico-historiogrfica que han

    asumido y desde la cual han mirado a Moreno. Y

    en la medida en que cada una de estas corrientes

    tenga vigencia en el presente estar develando, a

    travs del estudio de Moreno, uno de los rostros de

    este presente, y esto es conquistar una verdad.

    Porque as es como ocurre: no solamente estudiamos

    el pasado desde nuestro presente, sino que

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    tambin Io hacemos para aclarar este presente, para

    inteligirlo en profundidad y fundamentar nuestras

    convicciones.

    Si hoy existe un Moreno recuperado como estadista

    severo y visionario, como abogado librecambista

    y probritnico, como autor de la Representacin

    pero jams! del abominable Plan de

    operaciones, como prcer escolar algo mofletudo,

    pensativo, con elegante fraque y pluma de ganso,

    si esto existe, decamos, es porque el poder liberal

    (sus organizaciones polticas y econmicas) tiene

    vigencia en nuestra historia presente, y porquemuchos de sus hombres gustan hoy ser abogados

    al modo del Moreno de la leyenda escolar. Y si el

    poder liberal tiene vigencia, no podr dejar de tenerla

    tambin su visin de la historia. De este modo,

    el Moreno liberal es un Moreno verdadero porque

    nos muestra un rostro actual y vivo de

    nuestro presente histrico.

    Pero tambin lo son, y por las mismas razones,

    los otros Morenos. El hertico del nacionalismo ultramontano,

    destructor de las tradiciones coloniales

    y entregado a las pretensiones britnicas. O el

    decidido proteccionista de la historiografa marxista,

    jacobino sin burguesa, amante del intervencionismo

    de Estado y la confiscacin de fortunas. Y si

    son verdaderos es porque surgen como expresin

    del proyecto poltico (y su consecuente visin del

    pasado) de fuerzas histricas con organizacin en

    nuestro presente.

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    Y hay todava otro Moreno: el que eligi la ideologa

    como sujeto de la revolucin, el iluminista soberbio

    y solitario, el que invadi las provincias y

    desconoci a sus representantes, el que opt por el

    terror en lugar de la poltica. Para nosotros, ste es

    el verdadero. Porque, desde luego, es el nuestro.

    En suma: que la verdad de la historia no est en

    los hechos (es decir: en aquello que comnmente

    denominamos hechos histricos), es una afirmacin,

    si bien no muy original, indudablemente necesaria.

    En todo caso, un buen punto de partida.

    Veamos: el 3 de febrero de 1852, exactamenteen Monte Caseros, hubo una batalla. He aqu un

    hecho: esa batalla. Conocemos su desarrollo, las

    distintas tcticas y estrategias operativas que se

    emplearon, el papel de la artillera, la caballera y

    tambin su resultado. Para ser breves y segn

    cualquiera sabe: gan Urquiza. Lo que nada de esto

    podr entregarnosni siquiera la ms exhaustiva

    y exasperante enumeracin de los sucesos de ese

    daser el concepto de esa batalla. Guste o no: el

    concepto Caseros es, ineludiblemente, una construccin

    terica. Ningn hecho ha de ahorrarle al

    historiador la incmoda, comprometedora tarea de

    interpretarlo. Gan Urquiza. Bien, ahora qu?

    Ahora: la hermenutica, ese terreno en el cual

    se juega el compromiso del historiador. Una vez

    reunidos los hechos, cmo interpretarlos? O ms

    an: cmo narrarlos? Es tan inevitable el compromiso

    historiogrflco, que en la mera narracin de

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    los hechos ya est presente, y no en cualquier lugar

    sino precisamente en su origen.

    SI me decido a narrar la batalla de Caseros: por

    dnde comienzo?, narro todos los sucesos de ese

    daardua tarea sin dudau omito algunos?; y

    en caso de omitir algunos, cules?; y en caso de

    narrarlos todos, en qu orden? Nada me ahorrar

    la tarea de tener que reconstruir la batalla de Caseros

    interpretndola. Obtendr as el concepto de esa

    batalla, y partiendo del mismo, como foco terico

    ordenador, podr, recin entonces, narrarla. La tarea

    hermenutica confiere un sentido a los hechos,los ubica como partes de una totalidad, conceptualizndoios.

    Pero claro, desde dnde? Seamos redundantes;

    el historiador no est en el aire, la historialo

    quiera o notambin lo involucra a l: no es Dios

    ni la Ciencia, esas dos categoras tericamente intercambiables.

    Deber, en consecuencia, decidir,

    asumir y finalmente explicitar desde dnde mira el

    pasado. Y slo existe un lugar para esto: el presente.

    Nadie narra la historia por la historia misma. Es

    el presente lo que est en juego. Que Caseros haya

    sido una derrota o una victoria para el pas, es algo

    an irresuelto. Como toda la historia argentina.

    HACIA CHUQUISACA, DONDE ESTN LOS LIBROS

    Nace Moreno en setiembre de 1778. Hijo mayor

    de una familia de catorce hijos (de los cuales sobreviven

    cuatro varones y cuatro mujeres), es quien

    ms se destaca desde nio: Recibi (...) de la naturaleza

    cuenta su hermano Manuel en sus Memorias

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    un temperamento activo y fogoso, y tanto por

    esta cualidad como por su extraordinaria perspicacia,

    se hizo notable desde sus primeros aos.l

    Tiene ocho cuando lo ataca la viruela, las marcas

    quedan en su rostro y todava las podemos ver en

    las lminas escolares. A los doce entra en el Colegio

    de San Carlos, se atiborra de latines y dogmas

    teolgicos. Debe haber sufrido en esas aulas heladas

    donde an se defienden con calor las tesis que

    han sido abandonadas en Europa hace cincuenta

    aos, o se ignoran los descubrimientos hechos por

    los modernos.2 Y esto es lo que quiere conocer

    Moreno: los autores modernos, los de la Europa de

    sus das.

    Algo se poda conseguir. Las potencias imperiales

    hegemnicas introducan su cultura en la colonia

    espaola del mismo modo que sus manufacturas:

    por el contrabando. Los libros prohibidos

    (escribe Sergio Bag), mensajeros de ideas revolucionarias

    en fsica y en poltica, se filtran a veces

    por las aduanas mezclados entre los objetos del

    culto y van a desembocar, con frecuencia, en las

    bibliotecas privadas de sacerdotes esclarecidos. Como

    aquel Juan Baltazar Maciel, cannigo nacido en

    Santa Fe, comisario del Santo Oficio, que organiza

    sus anaqueles con tanto amor y talento que, disimulados

    tras rtulos teolgicos, tiene all, para

    cualquier joven nativo que quiera leerlas, las obras

    de los enciclopedistas y de los filsofos franceses

    del siglo XVIII.3

    Y Moreno quiere leer. Su hermano Manuel nos

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    informa de esta pasin: Despus de emplear algunos

    ratos en distracciones inocentes, dedicaba su

    tiempo a cultivar las materias que estudiaba, y

    adelantar sus conocimientos por la lectura de

    cuantos libros poda procurarse.4 Mariano, sigue

    contando Manuel, adquiere una pasin dominante

    por la lectura llegando a quitarle horas al sueo.

    Tiene que intervenir su padre para obligarlo a

    suspender su estudio en las horas regulares de

    descanso.5 Moreno fue, as, un nio pstumo, solitario,

    descifrando ideas en una habitacin oscura,idntico desde sus comienzos a aquello en que habra

    de convertirse. Ese es el espejismo (escribe

    Sartre, que conoca estos tipos humanos): el porvenir

    ms real que el presente. No habr de sorprender:

    en una vida terminada, lo que se tiene

    por verdad desde el principio es el fin.6 Podr

    asombrarnos el absoluto desprecio de Moreno por

    los medios?

    Llega as a los veinte aos y surge la necesidad

    imperiosa en Morenode hacer una carrera. Pero

    no es posible: los recursos familiares no alcanzan

    para tal enormidad. Los medios de vivir (cuenta

    Manuel) que estaban en aquel tiempo al alcance

    de los hijos del pas, eran muy estrechos; particularmente

    para los de un origen decente, y que por

    lo tanto, conforme a las preocupaciones del pueblo,

    no podan rebajarse al ejercicio de las artes u oficios

    mecnicos. Si no eran herederos de una fortuna

    respetable, no tenan ms alternativa que abrazar

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    el estado eclesistico, en que se reuna el honor

    con la pobreza.7 As las cosas, Mariano decidir

    hacerse cura: lo importante es seguir leyendo libros,

    y la religin no es algo que le disguste.

    Emprende entonces la penosa travesa hacia la

    ciudad de Chuquisaca, ciudad de la plata, en Per,

    donde hay una universidad habitada por alumnos

    de varios pases americanos, clrigos ilustrados y

    casi progresistas, y libros, muchos libros de auto

    res europeos. Y algo ms: mseros indgenas, vctimas

    de una desgarradora y secular explotacin quehabr de impresionar al joven Moreno.

    En Chuquisaca (escribe Norberto Piero) vivi

    en medio de la clase ms intelectual que all exista.

    La biblioteca del cannigo Terrazas no estuvo

    en vano a su entera disposicin.8 A su entera disposicin!

    Horas de profundo xtasis atraviesa Mariano

    en aquellos recintos. Frente a l, entregndosele

    amorosamente, la Sabidura lo aguarda. Ha

    llegado la hora de penetrar en los secretos de la

    modernidad. Lee a Montesquieu, Locke, Jovellanos,

    Raynal y, por supuesto, a Rousseau. Todo est listo

    para que un siglo y medio despus alguien pueda

    escribir: la Argentina produjo al ms caracterizado

    exgeta americano de las doctrinas de Rousseau.

    Nos referimos naturalmente a Mariano Moreno.9

    Naturalmente: as de simple. Moreno se haba destinado.

    Rousseau le fascina. Ninguna voz le parece tan

    apasionadamente irrespetuosa, tan nueva, en fin:

    tan revolucionaria. Y no poda ser de otro modo:

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    Obvio es destacar (escribe Lewin) la trascendencia

    de tal pensamiento en una poca en que la teora

    del derecho divino de los reyes y otras similares

    predominaban, en vista de que traslada todo el peso

    de los problemas humanos a la sociedad, en cuyo

    seno, ciertamente, residen.10 Moreno, secretamente,

    descifra las claves de este pensamiento

    ardoroso: el pacto social, la vuelta a la naturaleza,

    la voluntad general, la soberana, el pueblo, etc. Y

    espera su hora.

    En 1802 visita Potos: el martirologio indgena se

    extiende ante sus ojos. Regresa a Chuquisaca yprepara un dilatado escrito: Disertacin jurdica sobre

    el servicio personal de los indios en general y so

    bre el particular de Yanaconas y Mitarios. Este embate

    contra las leyes de Indias testimonia una sensbilidad

    social y humana que no vuelve a encontrarse

    en Moreno. Es decir, ms tarde, cuando

    Moreno es definitivamente Moreno y hace su pasaje

    por nuestra escena histrica.

    Al trmino de ese mismo ao de 1802 concluye

    su carrera de abogado. Despus, ejerce la profesin

    y se casa. S, Moreno se casa. Ella es muy joven y

    se llama Mara Guadalupe Cuenca. Y ms an: en

    enero de 1805 les nace un hijo. Ya est todo. Ahora

    puede Mariano volver a Buenos Aires. No solamente

    no retorna clrigo, sino que se ha hecho abogado,

    esposo y padre.

    HACIA MAYO, DONDE EST EL PODER

    En Buenos Aires, ante todo, debe revalidar su ttulo

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    de abogado. Despus comienza a ejercer. Lo

    hace bien. Triunfa en algunas causas de repercusin

    y aborda la escritura de trabajos sobre temas

    Jurdicos. Nada especial.

    Se producen las invasiones inglesas. Moreno escribe

    unas memorias sobre el hecho que cita extensamente

    su hermano en su biografa y Piero incorpora

    a su recopilacin: nada especial tampoco.

    Durante la segunda invasin, segn Manuel, desempea

    un papel militante y activo. Pero segn

    Manuel, nada ms.

    Mientras esperamos a Moreno, dirijamos brevementenuestra atencin hacia los movimientos sociales

    y polticos que se estn produciendo en la

    Argentina colonial. Hubo dos invasiones extranjeras

    y hubo dos heroicos triunfos basados en la decidida

    participacin de los sectores populares: la

    Corona espaola comienza ya a sospechar el alto

    costo de su victoria sobre el invasor britnico.

    Los acontecimientos toman un rumbo definido:

    todo apunta hacia Mayo. Los hombres de luces comienzan

    a reunirse con mayor asiduidad. La filosofa

    y la revolucin andan entreveradas en las tertulias

    secretas y se discuten distintos proyectos de

    emancipacin. Uno de ellos, el carlotismo.

    En marzo de 1808, la familia real portuguesa se

    instala en Brasil. Los ingleses, as, acababan de

    evitarle a Juan de Portugal el destino que el poder

    napolenico reservara a Femando VII. Pero no sin

    ciertas condiciones: la de representar la poltica

  • 7/28/2019 Filosofa y Nacin

    18/18

    britnica en las colonias de Amrica, sobre todo.

    Integrante de la corte lusitana, hermana de Fernando

    VII, esposa del regente Juan VI, la infanta

    Carlota decide entonces reclamar sus derechos a

    gobernar la Amrica hispana. Intentaba as (eso deca

    al menos) defender estos territorios de una posible

    agresin armada francesa.

    La verdad era otra. Haban encontrado los astutos

    polticos britnicos la clave ideal para el dominio

    de las colonias hispanoamericanas: Don Juan

    en Ro de Janeiro y Carlota en Buenos Aires. Reflejo

    de este plan fue el proyecto de monarqua constitucionalen el Plata al que adhirieron hombres como

    Pueyrredn, Belgrano, Rodrguez Pea, Castelli,

    Alberti, Yrigoyen y Vieytes. Que Moreno no adhiri

    a este proyecto es algo que se sabe, lo que no se sabe

    es por qu no lo hizo. Moreno (escribe Piero)

    no haba figurado antes en los partidos, ni haba

    sido partcipe en el plan utpico y nada simptico,

    nada atrayente, sustentado por algunos de los ms

    conspicuos patriotas, de erigir la Colonia en una

    monarqua constitucional independiente, con doa

    ECarlota de Borbn a la cabeza.11 Nuestro persona