filosofía y nación
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Filosofa y Nacin
Estudios sobre el
pensamiento argentino
Jos Pablo Feinmann
Ariel, Buenos Aires, 1996
Edicin definitiva
La paginacin se corresponde
con la edicin impresa. Se han
eliminado las pginas en blanco
A m padre,in memoriam
A Virginia y Vernica,
mis amadas hijas
Prlogo
Este es el libro de un escritor joven: fue escritoentre 1970 y 1975. Tena, yo, veintisiete
aos al comenzarlo,
treinta y dos al concluirlo. Una insalvable,
inmediata precisin se abre paso aqu: eran
(1970-1975) tiempos borrascosos. Podemos, as,
decir: ste es el libro que un escritor joven escribi
en tiempos borrascosos. Supongo que lleva las
marcas de ese tiempo. Supongo, tambin (y esto lo
decidir, ntimamente, cada lector), que su reedicin
hoy, en 1996supone que ha ido ms all
de esas marcas, que no ha permanecido sujeto a
modas epocales, que todava es posible, a travs de
bus pginas, aprehender algo de un tema tan poco
trabajado como el pensamiento argentino.
Hubo un momento de decisin en mi carrera
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universitaria (que se desliz entre 1962 y 1968, primero
cuando la Facultad de Filosofa y Letras estaba
en la mtica calle Viamonte y luego en la menos
clida calle Independencia) y fue preguntarme por
las condiciones de posibilidad de una filosofa argentina.
Exista? Poda existir? Deba existir? Yo
de una filosofa propia? Hoy, en medio de la globalizacin
del fin del milenio, escasamente podemos
comprender la dramaticidad que esa pregunta tena
para un joven en, digamos, 1968, o en 1969.
Eran tiempos en que Amrica Latina era sentidacomo un continente excepcional. Tiempos en los
que comenzaba a hablarse del Tercer Mundo.
estaba a punto de transformarme en un, por as
decirlo, especialista en Hegel. Sabemos que ste es
el frecuente destino de quienes se dedican a la filosofa
en Amrica Latina: ser especialistas, si no en
Hegel, en alguno de los grandes filsofos de la riqusima
tradicin occidental. O, tambin, en alguno
de los nuevos. Uno puede elegir a Hegel o, pongamos,
a Foucault. Se transforma as en un
especialista, tarea que no suele trascender los mbitos
de la glosa o la explicitacin divulgadora. Recuerdo
una escena: voy en un colectivo, voy con un
compaero de estudios, vamos hacia una clase de
Gnoseologa y Metafsica (materia que dictaba Eugenio
Pucciarelli) y estamos dialogando sobre Ser y
Tiempo, que era el texto que Pucciarelli estaba analizando
en esas clases. Le digo a mi compaero de
estudios: Siempre estamos leyendo a Hegel, a
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Husserl o a Heidegger. Responde que s, que claro,
que por supuesto. Le pregunto: Alguien hizo filosofa
en este pas?. No recuerdo su respuesta. Recuerdo,
en cambio, todo lo que esa pregunta despert
en m. Despert un imperativo, dira, moral:
no debamos, ya que ramos estudiantes argentinos
de filosofa, preguntarnos por la existencia o no
Tiempos en los que asomaba la Teora de la Dependencia,
que haca de nosotros, los dependientes, el
fundamento de la existencia del sistema capitalista
mundial. Es decir, ramos dependientes y oprimidos:
pero ramos imprescindibles. La revolucin cu
bana, el Che Guevara, el boom de la literatura latinoamericana
y, entre nosotros, el hecho maldito
cookista y el cordobazo nos hacan esperar grandes
acontecimientos. Sentamos la inminencia resolutiva
de los conflictos que expresaban las injusticias
ms radicales de la condicin humana. Y sentamos,
sobre todo, que el centro de la escena de ese
gran espectculo histrico... estaba en nuestra patria,
en nuestro continente, en la tierra castigada
de los condenados de la Historia. Cmo, entonces,
no preguntarse por las condiciones de posibilidad
de la filosofa osi queremos atenuar la expresin
del pensamiento en nuestro pas? No es otra
la historia de este libro.
Estaba listo para ser publicado en 1976. Pero
los tiempos borrascosos se volvieron decididamente
trgicos. No lo publiqu. Permaneci en un cajn.
Alguna vezdigamos: en 1977 o 1978abr ese
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cajn, rele algunos prrafos y hasta llegu a preguntarme
quin haba escrito eso y para qu. Fue
una de las formas del abismo. Publiqu el libro en
noviembre de 1982.
Hoy, en 1996, cambiara muchas cosas. Aunque
si las cambiara transformara a este libro en otro.
Pero me permitir decir que sera menos severo con
Moreno y con Alberdi. Y ms severo con Saavedra y
con Rosas. Comprendo, sin embargo, los motivos
de mi severidad con Moreno. Escrib La razn iluminista
y La Revolucin de Mayo hacia fines de 1975.
Mi desacuerdo con el accionar armado de la izquierdaperonista era muy profundo. No es posible
argumentabahacer la Historia al margen de
las mayoras, asumindose como vanguardia iluminista
y solitaria. Creo que Moreno fue vctima de
esta situacin. Este Moreno con plan pero sin pueblo
erapara m, en ese muy especfico momen
touna cifra de los trgicos errores de una conduccin
extraviada. Como sea, no ca, ni mucho
menos, en la exaltacin de Saavedra. Dije que tena
al pueblo pero no tena el plan. Y, aun, escrib algo
ms curioso: que el pueblo suele equivocarse. Extraa
frase para la poca.
Hoy, tambin, dedicara ms pginas a Alberdi,
con quien conservo una deuda que no stal vez
por medio de la ficcinsi alguna vez cancelar.
Pero sus Escritos pstumos tienen espacio en estas
pginas. Y, hoy, utilizara para cuestionar el centralismo
moreniano los textos que Alberdi le dedica
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en el luminoso tomo V de los Pstumos. Para Alberdi,
en efecto, la Revolucin de Mayo fue la sustitucin
de la autoridad metropolitana de Espaa por
la de Buenos Aires sobre las provincias argentinas:
el coloniaje porteo sustituyendo al coloniaje espaol
(...). Con razn quiere tanto Buenos Aires ese
da, y con razn las provincias prefieren el 9 de julio,
en que se emanciparon de Espaa sin someterse
a Buenos Aires (...). Para Buenos Aires, Mayo
significa independencia de Espaa y predominio
sobre la provincias (...). Para las provincias, Mayo
significa separacin de Espaa, sometimiento aBuenos Aires; reforma del coloniaje, no su abolicin
( Escritos pstumos, tomo V, p. 108).
Otro aspecto que deseo destacar (y cuya vigencia
se ha tornado ms intensa durante estos aos) es
el cuestionamientoconstante en este librode
las filosofas de la historia. Alberdi y la generacin
del 37, y Sarmiento en el deslumbrante Facundo
imaginaron nuestro desarrollo histrico (sus condiciones
de posibilidad) como una insoslayable integracin
al espritu del siglo. Europa era, para ellos,
el telos de la Historia, su profundo sentido. Estar al
margen de ese sentido era no existir. Hoy, esta in
terpretacin ha sido hondamente cuestionada. Se
valoran los sentidos laterales. Gianni Vattimo (si
bien advierte que la hermenutica corre el riesgo
de parecer una mera teora de la multiplicacin de
los esquemas conceptuales) escribe: Pero, a diferencia
del historicismo metafsico del siglo XIX (Hegel,
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Comte, Marx), la hermenutica no piensa que
el sentido de la historia sea un hecho que hay que
llegar a reconocer, a favorecer y a aceptar (todava
como una ltima instancia metafsica); por el contrario
advierte, y atencin a estoel hilo conductor
de la historia aparece o se da slo al interior
de un acto interpretativo que adquiere validez en el
dilogo con otras interpretaciones ( Hermenutca y
racionalidad, Grupo Editorial Norma, p. 160).
En mi novela La astucia de la Razn hay un pasaje
que debera tal vez figurar en este libro: un
dilogo fccional entre Marx y Felipe Varela. Es undilogo entre interpretaciones de la Historia. Un
preciso acto interpretativo tal como lo propone Vattimo,
porque surge de interpretaciones diferenciadas
que se oponen pero se enriquecen. Marx le exhibe
a Varela la necesariedad de los hechos
histricos. En esa necesariedad Varela encuentra
su condena, la crnica de su anunciada muerte
histrica. Le propone entonces a Marx la posibilidad
de un sentido lateral de existir lateralmente al
desarrollo de la razn occidental. En esta propuesta
el sufrido caudillo catamarqueo se una a
Nietzsche y a Heidegger: pona, como ellos, en tela
de juicio el concepto de superacin, la lgica del desarrollo
tpica de la racionalidad europea. No tena,
claro, una alternativa. Pero ni Nietzsche ni Heidegger
buscaron una alternativa. Seamos precisos: no
la buscaron como alternativa superadora, ya que
esto hubiera implicado caer en el esquema de la l
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gica de la superacin que, justamente, impugnaban.
As, todos quienes en el siglo XIX se enfrentaron
a la poltica eurocentrista de Buenos Aires, que
pretenda encarnar el sentido de los hechos histricos,
propusieron (posiblemente sin la conciencia de
s de ese acto) una potica de la Historia y no una
epistemologa. Buscaron quebrar el punto de vista
nico, buscaron las historias diferenciadas, la riqueza
de las pluralidades, su multiplicacin. La derrota
de ese intento est conceptualmente narrada
en este libro.
J. P. F.Buenos Aires, marzo de 1996
PRIMER ESTUDIO
La razn iluminista
y la revolucin de Mayo
CONCEPTO E HISTORIA: EL INDESCIFRABLE MORENO
No hay posturas inocentes ante Moreno: hay
que elegir. Pas por nuestra historia como un pistoletazo.
Hizo dos, tres, cinco cosas fundamentales:
no ms. Y todas intrincadas, difciles, distintas y
hasta frecuentemente contradictorias. Si actuaba,
lo haca segn las circunstancias: tanto monopolistas
espaoles como librecambistas britnicos pudieron
as recibir su decidida adhesin. Si escriba,
sus ideas eran muy distintas segn las destinara al
mbito pblico o al secreto: dnde est el punto
d unin entre el publicista de la Gaceta, defensor
de la libre expresin y las virtudes democrticas, y
el represivo terrorista del Plan de operaciones? Es
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cierto que no nos faltan documentos sobre l y su
poca, pero ningn historiador puede ampararse
en ellos para ahorrarse el trabajo de opinar. Y aunque,
segn creemos, ningn documento exime a
nadie de tan molesta tarea, hay que reconocer que
con Moreno esto ocurre en forma inapelable, ms
quizque con cualquiera otra figura de nuestra
historia.
La cuestin Moreno lleva a primer plano la tarea
hermenutica, que es la ms digna, la ms profunda,
la que constituye el ser mismo de la investigacinhistrica. Porque sera muy fcil que los hechos,
expresados en la tradicin oral o en las hojas
amarillentas y ajadas de los documentos, nos entregaran
la verdad del pasado, muy fcil y aburrido.
Una historia de hechos, inerte, seca, definitiva,
ajena a toda posibilidad de ser re-asumida, re-creada,
vivificada por el presente, sera una historia
muerta. Y peor an: un insulto a todos quienes en
su transcurso lucharon apasionadamente por
aquello que creyeron justo. Porque es en nuestras
interpretaciones, en las distintas y enfrentadas interpretaciones
que los hombres de hoy hacemos sobre
los de ayer, donde stos continan viviendo, diciendo
las mismas palabras pero con un acento
nuevo, indito, mostrando facetas distintas, que
otras generaciones no pudieron ver o no apreciaron
debidamente, y que sta de hoy, quiz la nuestra,
llega a descubrir desde su estricto presente.
Ah est Moreno: el del motn de Alzaga, el de la
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Representacin de los Hacendados, el secretario de
la Junta, el del Plan de operaciones. Pero la cuestin
Moreno no surge de las contradicciones del
propio Moreno, stas (si existen) no han hecho sino
exacerbar la siguiente verdad: si el pasado es contradictorio,
es porque el presente, nico lugar desde
el cual puede aprehenderse el pasado, tambin
lo es. Cuntos Morenos hay? Respondemos: hay
tantos Morenos como interpretaciones de nuestro
pasado histrico, y hay tantas interpretaciones de
nuestro pasado histrico como proyectos polticos
en vigencia coexisten en nuestro presente.Y si no: cmo ser objetivos ante Moreno? No
hay salida: una vez reunidas las fuentes, analiza
dos los documentos, hay que elegir. Y entonces,
cul es la verdad, cul el verdadero Moreno? El
de Piero, el de Levene, el de Martnez Zuvira, el
de Enrique de Ganda, el de Jos Ingenieros, el de
Jos Mara Rosa o el de Norberto Galasso? En un
sentido muy importante: el de todos. Porque el Moreno
de cada uno de los historiadores nombrados
no es el de ellos en tanto individuos aislados, sino
el de la corriente ideolgico-historiogrfica que han
asumido y desde la cual han mirado a Moreno. Y
en la medida en que cada una de estas corrientes
tenga vigencia en el presente estar develando, a
travs del estudio de Moreno, uno de los rostros de
este presente, y esto es conquistar una verdad.
Porque as es como ocurre: no solamente estudiamos
el pasado desde nuestro presente, sino que
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tambin Io hacemos para aclarar este presente, para
inteligirlo en profundidad y fundamentar nuestras
convicciones.
Si hoy existe un Moreno recuperado como estadista
severo y visionario, como abogado librecambista
y probritnico, como autor de la Representacin
pero jams! del abominable Plan de
operaciones, como prcer escolar algo mofletudo,
pensativo, con elegante fraque y pluma de ganso,
si esto existe, decamos, es porque el poder liberal
(sus organizaciones polticas y econmicas) tiene
vigencia en nuestra historia presente, y porquemuchos de sus hombres gustan hoy ser abogados
al modo del Moreno de la leyenda escolar. Y si el
poder liberal tiene vigencia, no podr dejar de tenerla
tambin su visin de la historia. De este modo,
el Moreno liberal es un Moreno verdadero porque
nos muestra un rostro actual y vivo de
nuestro presente histrico.
Pero tambin lo son, y por las mismas razones,
los otros Morenos. El hertico del nacionalismo ultramontano,
destructor de las tradiciones coloniales
y entregado a las pretensiones britnicas. O el
decidido proteccionista de la historiografa marxista,
jacobino sin burguesa, amante del intervencionismo
de Estado y la confiscacin de fortunas. Y si
son verdaderos es porque surgen como expresin
del proyecto poltico (y su consecuente visin del
pasado) de fuerzas histricas con organizacin en
nuestro presente.
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Y hay todava otro Moreno: el que eligi la ideologa
como sujeto de la revolucin, el iluminista soberbio
y solitario, el que invadi las provincias y
desconoci a sus representantes, el que opt por el
terror en lugar de la poltica. Para nosotros, ste es
el verdadero. Porque, desde luego, es el nuestro.
En suma: que la verdad de la historia no est en
los hechos (es decir: en aquello que comnmente
denominamos hechos histricos), es una afirmacin,
si bien no muy original, indudablemente necesaria.
En todo caso, un buen punto de partida.
Veamos: el 3 de febrero de 1852, exactamenteen Monte Caseros, hubo una batalla. He aqu un
hecho: esa batalla. Conocemos su desarrollo, las
distintas tcticas y estrategias operativas que se
emplearon, el papel de la artillera, la caballera y
tambin su resultado. Para ser breves y segn
cualquiera sabe: gan Urquiza. Lo que nada de esto
podr entregarnosni siquiera la ms exhaustiva
y exasperante enumeracin de los sucesos de ese
daser el concepto de esa batalla. Guste o no: el
concepto Caseros es, ineludiblemente, una construccin
terica. Ningn hecho ha de ahorrarle al
historiador la incmoda, comprometedora tarea de
interpretarlo. Gan Urquiza. Bien, ahora qu?
Ahora: la hermenutica, ese terreno en el cual
se juega el compromiso del historiador. Una vez
reunidos los hechos, cmo interpretarlos? O ms
an: cmo narrarlos? Es tan inevitable el compromiso
historiogrflco, que en la mera narracin de
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los hechos ya est presente, y no en cualquier lugar
sino precisamente en su origen.
SI me decido a narrar la batalla de Caseros: por
dnde comienzo?, narro todos los sucesos de ese
daardua tarea sin dudau omito algunos?; y
en caso de omitir algunos, cules?; y en caso de
narrarlos todos, en qu orden? Nada me ahorrar
la tarea de tener que reconstruir la batalla de Caseros
interpretndola. Obtendr as el concepto de esa
batalla, y partiendo del mismo, como foco terico
ordenador, podr, recin entonces, narrarla. La tarea
hermenutica confiere un sentido a los hechos,los ubica como partes de una totalidad, conceptualizndoios.
Pero claro, desde dnde? Seamos redundantes;
el historiador no est en el aire, la historialo
quiera o notambin lo involucra a l: no es Dios
ni la Ciencia, esas dos categoras tericamente intercambiables.
Deber, en consecuencia, decidir,
asumir y finalmente explicitar desde dnde mira el
pasado. Y slo existe un lugar para esto: el presente.
Nadie narra la historia por la historia misma. Es
el presente lo que est en juego. Que Caseros haya
sido una derrota o una victoria para el pas, es algo
an irresuelto. Como toda la historia argentina.
HACIA CHUQUISACA, DONDE ESTN LOS LIBROS
Nace Moreno en setiembre de 1778. Hijo mayor
de una familia de catorce hijos (de los cuales sobreviven
cuatro varones y cuatro mujeres), es quien
ms se destaca desde nio: Recibi (...) de la naturaleza
cuenta su hermano Manuel en sus Memorias
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un temperamento activo y fogoso, y tanto por
esta cualidad como por su extraordinaria perspicacia,
se hizo notable desde sus primeros aos.l
Tiene ocho cuando lo ataca la viruela, las marcas
quedan en su rostro y todava las podemos ver en
las lminas escolares. A los doce entra en el Colegio
de San Carlos, se atiborra de latines y dogmas
teolgicos. Debe haber sufrido en esas aulas heladas
donde an se defienden con calor las tesis que
han sido abandonadas en Europa hace cincuenta
aos, o se ignoran los descubrimientos hechos por
los modernos.2 Y esto es lo que quiere conocer
Moreno: los autores modernos, los de la Europa de
sus das.
Algo se poda conseguir. Las potencias imperiales
hegemnicas introducan su cultura en la colonia
espaola del mismo modo que sus manufacturas:
por el contrabando. Los libros prohibidos
(escribe Sergio Bag), mensajeros de ideas revolucionarias
en fsica y en poltica, se filtran a veces
por las aduanas mezclados entre los objetos del
culto y van a desembocar, con frecuencia, en las
bibliotecas privadas de sacerdotes esclarecidos. Como
aquel Juan Baltazar Maciel, cannigo nacido en
Santa Fe, comisario del Santo Oficio, que organiza
sus anaqueles con tanto amor y talento que, disimulados
tras rtulos teolgicos, tiene all, para
cualquier joven nativo que quiera leerlas, las obras
de los enciclopedistas y de los filsofos franceses
del siglo XVIII.3
Y Moreno quiere leer. Su hermano Manuel nos
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informa de esta pasin: Despus de emplear algunos
ratos en distracciones inocentes, dedicaba su
tiempo a cultivar las materias que estudiaba, y
adelantar sus conocimientos por la lectura de
cuantos libros poda procurarse.4 Mariano, sigue
contando Manuel, adquiere una pasin dominante
por la lectura llegando a quitarle horas al sueo.
Tiene que intervenir su padre para obligarlo a
suspender su estudio en las horas regulares de
descanso.5 Moreno fue, as, un nio pstumo, solitario,
descifrando ideas en una habitacin oscura,idntico desde sus comienzos a aquello en que habra
de convertirse. Ese es el espejismo (escribe
Sartre, que conoca estos tipos humanos): el porvenir
ms real que el presente. No habr de sorprender:
en una vida terminada, lo que se tiene
por verdad desde el principio es el fin.6 Podr
asombrarnos el absoluto desprecio de Moreno por
los medios?
Llega as a los veinte aos y surge la necesidad
imperiosa en Morenode hacer una carrera. Pero
no es posible: los recursos familiares no alcanzan
para tal enormidad. Los medios de vivir (cuenta
Manuel) que estaban en aquel tiempo al alcance
de los hijos del pas, eran muy estrechos; particularmente
para los de un origen decente, y que por
lo tanto, conforme a las preocupaciones del pueblo,
no podan rebajarse al ejercicio de las artes u oficios
mecnicos. Si no eran herederos de una fortuna
respetable, no tenan ms alternativa que abrazar
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el estado eclesistico, en que se reuna el honor
con la pobreza.7 As las cosas, Mariano decidir
hacerse cura: lo importante es seguir leyendo libros,
y la religin no es algo que le disguste.
Emprende entonces la penosa travesa hacia la
ciudad de Chuquisaca, ciudad de la plata, en Per,
donde hay una universidad habitada por alumnos
de varios pases americanos, clrigos ilustrados y
casi progresistas, y libros, muchos libros de auto
res europeos. Y algo ms: mseros indgenas, vctimas
de una desgarradora y secular explotacin quehabr de impresionar al joven Moreno.
En Chuquisaca (escribe Norberto Piero) vivi
en medio de la clase ms intelectual que all exista.
La biblioteca del cannigo Terrazas no estuvo
en vano a su entera disposicin.8 A su entera disposicin!
Horas de profundo xtasis atraviesa Mariano
en aquellos recintos. Frente a l, entregndosele
amorosamente, la Sabidura lo aguarda. Ha
llegado la hora de penetrar en los secretos de la
modernidad. Lee a Montesquieu, Locke, Jovellanos,
Raynal y, por supuesto, a Rousseau. Todo est listo
para que un siglo y medio despus alguien pueda
escribir: la Argentina produjo al ms caracterizado
exgeta americano de las doctrinas de Rousseau.
Nos referimos naturalmente a Mariano Moreno.9
Naturalmente: as de simple. Moreno se haba destinado.
Rousseau le fascina. Ninguna voz le parece tan
apasionadamente irrespetuosa, tan nueva, en fin:
tan revolucionaria. Y no poda ser de otro modo:
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Obvio es destacar (escribe Lewin) la trascendencia
de tal pensamiento en una poca en que la teora
del derecho divino de los reyes y otras similares
predominaban, en vista de que traslada todo el peso
de los problemas humanos a la sociedad, en cuyo
seno, ciertamente, residen.10 Moreno, secretamente,
descifra las claves de este pensamiento
ardoroso: el pacto social, la vuelta a la naturaleza,
la voluntad general, la soberana, el pueblo, etc. Y
espera su hora.
En 1802 visita Potos: el martirologio indgena se
extiende ante sus ojos. Regresa a Chuquisaca yprepara un dilatado escrito: Disertacin jurdica sobre
el servicio personal de los indios en general y so
bre el particular de Yanaconas y Mitarios. Este embate
contra las leyes de Indias testimonia una sensbilidad
social y humana que no vuelve a encontrarse
en Moreno. Es decir, ms tarde, cuando
Moreno es definitivamente Moreno y hace su pasaje
por nuestra escena histrica.
Al trmino de ese mismo ao de 1802 concluye
su carrera de abogado. Despus, ejerce la profesin
y se casa. S, Moreno se casa. Ella es muy joven y
se llama Mara Guadalupe Cuenca. Y ms an: en
enero de 1805 les nace un hijo. Ya est todo. Ahora
puede Mariano volver a Buenos Aires. No solamente
no retorna clrigo, sino que se ha hecho abogado,
esposo y padre.
HACIA MAYO, DONDE EST EL PODER
En Buenos Aires, ante todo, debe revalidar su ttulo
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de abogado. Despus comienza a ejercer. Lo
hace bien. Triunfa en algunas causas de repercusin
y aborda la escritura de trabajos sobre temas
Jurdicos. Nada especial.
Se producen las invasiones inglesas. Moreno escribe
unas memorias sobre el hecho que cita extensamente
su hermano en su biografa y Piero incorpora
a su recopilacin: nada especial tampoco.
Durante la segunda invasin, segn Manuel, desempea
un papel militante y activo. Pero segn
Manuel, nada ms.
Mientras esperamos a Moreno, dirijamos brevementenuestra atencin hacia los movimientos sociales
y polticos que se estn produciendo en la
Argentina colonial. Hubo dos invasiones extranjeras
y hubo dos heroicos triunfos basados en la decidida
participacin de los sectores populares: la
Corona espaola comienza ya a sospechar el alto
costo de su victoria sobre el invasor britnico.
Los acontecimientos toman un rumbo definido:
todo apunta hacia Mayo. Los hombres de luces comienzan
a reunirse con mayor asiduidad. La filosofa
y la revolucin andan entreveradas en las tertulias
secretas y se discuten distintos proyectos de
emancipacin. Uno de ellos, el carlotismo.
En marzo de 1808, la familia real portuguesa se
instala en Brasil. Los ingleses, as, acababan de
evitarle a Juan de Portugal el destino que el poder
napolenico reservara a Femando VII. Pero no sin
ciertas condiciones: la de representar la poltica
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britnica en las colonias de Amrica, sobre todo.
Integrante de la corte lusitana, hermana de Fernando
VII, esposa del regente Juan VI, la infanta
Carlota decide entonces reclamar sus derechos a
gobernar la Amrica hispana. Intentaba as (eso deca
al menos) defender estos territorios de una posible
agresin armada francesa.
La verdad era otra. Haban encontrado los astutos
polticos britnicos la clave ideal para el dominio
de las colonias hispanoamericanas: Don Juan
en Ro de Janeiro y Carlota en Buenos Aires. Reflejo
de este plan fue el proyecto de monarqua constitucionalen el Plata al que adhirieron hombres como
Pueyrredn, Belgrano, Rodrguez Pea, Castelli,
Alberti, Yrigoyen y Vieytes. Que Moreno no adhiri
a este proyecto es algo que se sabe, lo que no se sabe
es por qu no lo hizo. Moreno (escribe Piero)
no haba figurado antes en los partidos, ni haba
sido partcipe en el plan utpico y nada simptico,
nada atrayente, sustentado por algunos de los ms
conspicuos patriotas, de erigir la Colonia en una
monarqua constitucional independiente, con doa
ECarlota de Borbn a la cabeza.11 Nuestro persona